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V

LA "ESCALA DEL ESTILO DE


FUNCIONAMIENTO FAMILIAR"

Dunst, Trivette y Deal (1988) parten de un ámbito teórico que


aun cuando tiene ciertos puntos en común con el Modelo
Circumplejo de Olson, en absoluto son coincidentes con él. De
una parte, estos autores reciben también la influencia de la teoría
general de sistemas, cuestión en que ambos son coincidentes. De
otra, la metodología de la que se sirven en su investigación es muy
diversa de la empleada por Olson en el desarrollo de su teoría.
Olson revisó la literatura disponible sobre funcionamiento
familiar y diseñó un modelo integrador, que tenía la pretensión de
ser útil para teóricos, investigadores y clínicos. Dunst, Trivette y
Deal, en cambio, partieron de los resultados observados en su
trabajo con familias, cuyos hijos tenían problemas escolares, y
postularon un modelo teórico que se ajustara a sus experiencias
diarias, para a partir de esta orientación, construir los apropiados
instrumentos de evaluación. En este capítulo se revisan algunos de
los presupuestos teóricos desarrollados por los anteriores autores.
Dunst, Trivette y Deal trabajan en la actualidad en el Infant and
Preschool Program, del Western Carolina Ceníer Family,
(Morganton, North Carolina, EE.UU). Se trata de un programa de
investigación centrado en la intervención familiar.
Pero veamos de dónde surge el modelo teórico que
posteriormente desarrollarían Dunst, Deal y Trivette.

Fundamentos teóricos generales


Con anterioridad, Bronfenbrenner (1975) había sostenido que
«los programas de intervención en los que se enfatiza la
implicación directa de los padres en las actividades relativas al
98 Aquilino Polaino-Lorente y Pedro Martínez Cano

cuidado y educación de los hijos, suelen tener un impacto positivo


en el desarrollo del niño, y que se obtendrían tantos mejores
resultados cuanto antes empiece y cuanto más tiempo permanezca
el apoyo paterno». En nuestro país, un reciente estudio sobre el
apego infantil nos informa de la importancia que,1 para el
desarrollo de los niños, tiene la relación con sus padres (Vargas
Aldecoa y Polaino-Lorente, 1996).
Sin embargo, hay ciertas circunstancias socioculturales (por
ejemplo, la pobreza), que obligan a los padres a trabajar todo el
tiempo del que disponen fuera de casa para sacar adelante a sus
hijos. En este último caso, la asistencia de los padres a programas
de desarrollo infantil temprano podría resultar acaso más
perjudicial, que beneficiosa.
En cualquier caso, Bronfenbrenner (1975, 1979) y otros autores
como Dunst (1985), Dunst y Trivette (en prensa, a y b), Foster,
Berger y McLean (1981), Hobbs y col., (1984), Stoneman (1985)
y Zigler y Berman (1983), están de acuerdo al afirmar que los
programas de intervención temprana con mejores resultados
suelen ser los que parten de una perspectiva de intervención
familiar basada en la teoría general de sistemas.
Una característica básica de los sistemas sociales es que los ¡
miembros y estructuras son interdependientes y , por tanto, los
cambios que se producen en uno de ellos, reverberan y suscitan
ciertas modificaciones en las otras unidades del sistema.
Bronfenbrenner (1979) lo expresó de un modo convincente: «hay
interés por las progresivas acomodaciones entre una persona en
crecimiento y su medio ambiente inmediato, así como por el modo
en que esta relación está mediada por sus respectivas fuerzas». Pofl
tanto, la conducta de una persona puede verse afectada por los
cambios de quienes le rodean, además de por los cambios del,,»
•medio que comparte.
Uno de los principales motivos que ponen en marcha al ser
humano son sus necesidades (aspiraciones, objetivos, proyectos
personales, etc.). Las necesidades de una persona constituyen un
grupo de fuerzas que afectan e influyen en el funcionamiento
familiar, y viceversa. Algunos autores afirman que, a veces, el
comportamiento individual está determinado por circunstancias
familiares e incluso por factores externos a la familia (Dunst y
¿Cómo evaluar el funcionamiento familiar? 99

Leet, 1987; Dunst y Trivette, en prensa-a; Fisher, Nadler y


DePaulo, 1983; Garbarino, 1982; Little, 1983; Palys, 1980).
Así, por ejemplo, hay algunas investigaciones que demuestran
que la ausencia de consenso entre lo que los profesionales y las
familias consideran como necesidades, suele crear conflictos,
además de provocar el fracaso familiar en el seguimiento de las
indicaciones prescritas por los expertos. Merton (1976) comunicó
que las personas que ocupan diferentes posiciones en la estructura
socio-cultural (cliente vs. profesional; bajo estatus socio-
económico; etc.) tienden a estar en desacuerdo en este punto
acerca del contenido de las necesidades individuales y familiares
y, por tanto, están también en desacuerdo en cómo deben tratarse
los problemas.
El trabajo de Dunst, Trivette y Deal (1988) trató de investigar
cómo las necesidades individuales afectan la conducta; cómo los
recursos intra- y extrafamiliares pueden ser empleados para
satisfacer tales necesidades; y cómo los profesionales pueden
ayudar a las familias a adquirir las necesarias habilidades para
obtener esos recursos.
Hobbs y col., ya sostuvieron en 1984, que el fin de la
investigación familiar debería ser la identificación de las
necesidades familiares, la búsqueda de los recursos y apoyos
formales e informales para satisfacer tales necesidades, y la
necesaria ayuda profesional para que la familia pueda emplearlos
bien. A este proceso de intervención se le denominó con el
término de «empowerment» (Dunst, 1986a; Dunst y Trivette,
1987, en prensa-c). Este término podría traducirse al castellano
como «enriquecimiento», «capacitación», «preparación»,
«formación», «habilitación», etc.
En este capítulo, se presentan muy brevemente cuáles fueron los
presupuestos teóricos de los que se sirvieron, entre otros, Dunst,
Trivette y Deal para elaborar el instrumento de medida del
funcionamiento familiar que ellos denominaron con el término de
Family Functioning Style Scale.

Los sistemas sociales de enriquecimiento


Algunas definiciones del término «enriquecimiento» pueden
encontrarse en la literatura científica ((Brickman y col., 1982;
100 Aquilino Polaino-Lorente y Pedro Martínez Cano

Dunst, 1985; Hobbs y col, 1984; Solomon, 1985). En todo caso,


la mayoría de ellas denotan las tres características siguientes:
a) El acceso y control personal de los recursos necesarios.
b) La toma de decisiones y ciertas habilidades para la
solución de problemas.
c) La adquisición de las necesarias conductas instrumentales
para interactuar efectivamente con otras personas, a fin de
buscar y obtener esos recursos.
Ahora bien, según afirman Dunst y col. (1988), limitarse sólo a
estas tres características del «enriquecimiento» dificultaría su
pleno entendimieto y, sobre todo, coartaría muchas de sus
posibilidades en la intervención práctica. Explicar el
enriquecimiento, por ejemplo, como una mejora personal en los
procesos de toma de decisiones y solución de problemas,
supondría focalizar excesivamente la intervención en la figura del
cliente, sin tener demasiado en cuenta el rol que desempeña el
terapeuta en el tratamiento. Dicho de otro modo, tal punto de vista
dejaría fuera de foco algunos problemas y consecuencias de la
relación entre el cliente y el terapeuta.
De aquí que la perspectiva de los sistemas sociales constituya
un diferente esquema teórico, desde el que concebir otro modelo
de ayuda. Rappaport (1981) sostuvo que «el enriquecimiento
implica, al menos en potencia, la presencia de ciertas
competencias. El pobre funcionamiento individual o familiar sería
el resultado -según Rappaport- de la interacción entre la persona y
un ambiente social pobre en recursos y poco motivador para el
desarrollo de estas habilidades. Frente a un caso de necesidad,
resulta más apropiado enseñar las nuevas competencias en un
contexto social normal, que no a través de programas artificiales
un tanto alejados, muchas veces, de la realidad».
Este modo de entender los procesos de ayuda e intervención
contiene, según Dunst, Trivette y Deal (1988), tres condiciones
que reflejan cómo debe concebirse la relación de enriquecimiento,
de la que nos estamos ocupando:
1. En primer lugar, debe asumirse que todas las personas
tienen, en acto o en potencia, la capacidad para ser
competentes. Esta capacidad, en el contexto de la relación
terapéutica, se conoce con el término de postura proactiva.
¿Cómo evaluar el funcionamiento familiar? 101

2. En segundo lugar, el fracaso en el funcionamiento


individual o familiar, no es debido a ningún déficit, sino al
fracaso de los sistemas sociales que motivan ciertos
comportamientos, útiles para la adquisición de las
necesarias competencias. A estos procesos de aprendizaje
se les conoce con el término de experiencias de
enriquecimiento.
3. En tercer lugar, se asume que, si se quiere adquirir el
control necesario para dirigir los futuros problemas
familiares, el aprendiz debe atribuir a sus propias acciones
los cambios conductuales.
En consecuencia, los problemas en el ámbito familiar, no parece
que sean, simplemente, una cuestión de satisfacción o
insatisfacción de necesidades, sino que, además, ha de tenerse en
cuenta si el modo de conseguir dicha satisfacción enriquece a la
familia y le permite funcionar con normalidad en el futuro. Desde
este punto de vista, la conducta del terapeuta está llamada a
desempeñar un papel relevante, como parte importante del mismo
proceso de ayuda a las familias.
Dunst, Trivette y Deal han elaborado instrumentos de
evaluación y estrategias de intervención para «enriquecer» a las
familias con disfunciones. En este trabajo se estudiará la validez
de uno de los instrumentos diseñados para este propósito.

Un modo peculiar de entender la intervención familiar


Como se ha dicho más arriba, Dunst, Trivette y Deal (1988)
elaboraron su modelo teórico a partir de sus propias experiencias
en la intervención familiar. A continuación se describen,
brevemente, las características más relevantes de las estrategias
terapéuticas empleadas por estos autores:
a) «La familia debe estudiarse desde la perspectiva de los
sistemas sociales y, por tanto, la intervención psicológica
debe redefinirse del modo más amplio posible» (Dunst,
1985; Dunst y Trivette, en prensa-a).
La familia es considerada como una unidad social incluida
en otras unidades y redes sociales, formales o informales,
más grandes. Las diferentes redes o sistemas sociales son
iníerdependientes, es decir, los eventos y cambios que
102 Aquilino Polaino-Lorente y Pedro Martínez Cano

suceden en una subestructura social resuenan e influyen,


directa e indirectamente, en el comportamiento de otras
subestructuras sociales. Las interacciones entre
subsistemas sociales relacionados con la familia serán
positivas, si mejoran su funcionamiento.
Por tanto, la intervención familiar puede definirse como
una enseñanza para buscar y solicitar el apoyo ofrecido por
otros miembros de la red social, formal o informal, de la
familia que, directa o indirectamente, influyen de modo
positivo en su funcionamiento. Este enfoque ya fue
expuesto con anterioridad por Bronfenbrenner (1979).
b) «En los problemas que presentan los hijos debe
intervenirse si, es posible, a nivel familiar» (Hobbs, 1975;
Hobbs y col., 1984).
Se reconoce, pues, que la familia está compuesta por
miembros que son entre sí Ínter dependientes y que,
reforzando y apoyando a la familia -y no sólo al hijo con
problemas-, aumentan considerablemente las posibilidades
de conseguir un efecto positivo y significativo sobre todos
los miembros. Capacitar a los padres para satisfacer las
necesidades de toda la familia es, desde luego, muy útil,
porque se promueve que ellos adquieran ciertas
competencias que los hacen más capaces para buscar el
tiempo, la energía y los recursos necesarios para mejorar el
bienestar y desarrollo de los otros miembros de la familia.
c) «El enriquecimiento familiar debe constituir el objetivo

Í principal de todas las intervenciones psicológicas»


(Rappaport, 1981, 1987).
La habilidad de las familias para controlar de modo
efectivo los acontecimiento vitales y para conseguir una
relativa experiencia en la resolución de problemas, se
consigue mediante su «enriquecimiento», más que
haciéndolos dependientes de los profesionales. Por esta
razón, durante la intervención deben crearse las
condiciones necesarias para que las familias adquieran el
conocimiento y habilidades necesarias para resolver los
propios problemas y promover su bienestar individual y
familiar.
¿Cómo evaluar el funcionamiento familiar? 103

d) «En la familia debe intervenirse desde una postura


proactiva, es decir, deben aprovecharse las actuales
capacidades de que dispongan sus miembros, a fin de
enseñarlas a desarrollar también sus capacidades
potenciales» (Dunst y Trivette, 1987).
Zigler y Berman (1983) postularon que «es muy
importante la aceptación de las diferencias individuales,
porque fomenta una intervención más productiva en la que
no intentamos cambiar a los hijos y a las familias, sino
construir y ayudarles a conseguir las fuerzas y capacidades
que necesitan».
Esto no quiere decir que el trataminto de algunos
problemas puntuales deba omitirse o desatenderse. Todo lo
contrario; a la intervención especializada respecto de
ciertos problemas concretos ha de añadirse el
reforzameinto de las habilidades, actuales o potenciales, de
que están dotados los miembos de la familia.
e) En consecuencia, «el terapeuta debe, en primer lugar,
diagnosticar el problema que motiva la consulta y, en
segundo lugar, las necesidades y habilidades de quienes
forman la familia» (Dunst y Leet, 1987).
Con esta doble evaluación de los defectos y valores
positivos de los miembros de la familia, el terapeuta será
más capaz de identificar las peculiaridades del
funcionamiento familiar y emplear los pertinentes
procedimientos de intervención que cada caso aconseje.
En opinión de Hobbs (1975), frente a los problemas
infantiles, la valiosa ayuda de las cualidades positivas de
% los padres en el proceso de intervención suele ser más
positiva que la asistencia periódica a un servicio
profesional.
En definitiva, de lo que se trata es de enseñar a los padres a
emplear eficazmente las posibilidades de que disponen, así
como de otras nuevas, en la solución de cualquier
problema que afecte a sus hijos, de manera que aprendan a
ayudarles en el presente y en el futuro.
104 Aquilino Polaino-Lorente y Pedro Martínez Cano

f) «En el proceso diagnóstico han de evaluarse las


capacidades familiares; en el proceso terapéutico deben
reforzarse y originarse otras» (Hobbs y col., 1984).
De esta forma, el impacto positivo del proceso de
intervención será doble: de una parte, se reducirán sus
déficits a través de un tratamiento eficaz; de otra, se
potenciarán y aprenderán otros recursos que fortalezcan a-
la familia. El efecto sobre la autoestima es también doble,
puesto que desaparecen los déficits y los miembros de la
familia se implican más en el proceso terapéutico.
En este sentido, Garbarino (1982) sostiene que «la
principal consideración en el reforzamiento de las familias
es la promoción de sus capacidades para emplear sus
propias fuerzas respecto de la satisfacción de sus
necesidades, de modo que se produzcan las modificaciones
positivas oportunas».
g) «Un recurso relevante para la familia es la red de
relaciones sociales. Estas relaciones deben también
potenciarse y emplearse en los procesos terapéuticos,
siempre que fuere necesario» (Gottlieb, 1983).
En la red de relaciones sociales familiares se dispone, por
lo general, de recursos que pueden constituir una valiosa e
imprescindible ayuda en la resolución de determinados
problemas individuales o familiares. Con harta frecuencia
estas fuentes de ayuda son suplantadas o reemplazadas por
servicios profesionales. Por esta razón, el terapeuta debe
enseñar a las familias a emplear este tipo de recursos
extrafamiliares.
h) «Las relaciones entre los expertos y las familias deben
cambiar, como consecuencia del cambio operado en el rol
del terapeuta» (Slater y Wikler, 1986; Solomon, 1985;
Trivette, Deal y Dunst, 1986).
De acuerdo con Rapapport (1981), el trabajo de los
terapeutas orientado a reforzar las familias, de modo que
sean más competentes, requiere una ruptura o profunda
modificación del rol que hasta ahora catacterizaba las
relaciones entre ellos y la comunidad. La asociación entre
el profesional y el cliente ha pasado de ser unidireccional a
¿Cómo evaluar el funcionamiento familiar? 105

bidireccional, en el proceso de enseflanza-aprendizaje


terapéuticos. Los cónyuges y el terapeuta son, qué duda
cabe, personas que disponen de muchas capacidades con
las que pueden mejorar, compartiendo conocimientos,
habilidades y recursos, de modo que todos los participantes
mejoren, una vez que han asumido determinado
compromiso cooperativo.
Dunst (1985) aconseja que las sesiones de ayuda en grupo
deberían impedir que se presentaran los problemas como
déficits que han de modificarse, de manera que se perciban
como necesidades, que pueden ser satisfechas mejor por la
movilización de los recursos de los participantes.
Estas consideraciones forman la base del modelo de
evaluación e intervención descrito por Dunst, Trivette y
Deal, y sirven de guía para desarrollar un modo de
entender la intervención familiar orientada a su
enriquecimiento.
De modo resumido, puede sostenerse aquí que los fundamentos
conceptuales y filosóficos de este modelo se basan en los
siguientes principios: a) la teoría de los sistemas sociales, b) la
familia concebida como unidad de intervención, c) el
enriquecimiento y, d) la orientación proactiva adoptada en el
trabajo terapéutico con las familias.
Los autores de este modelo articularon su contenido a través de
cuatro ámbitos temáticos: las necesidades y aspiraciones
familiares, las fuerzas familiares, los recursos extrafamiliares y el
rol del profesional.

- Breve desarrollo del modelo teórico


En la Figura 1 se muestran los cuatro componentes del modelo,
así como las relaciones existentes entre ellos. Obviamente, estos
cuatro ámbitos se estudian como partes independientes y
separadas en los procesos de evaluación e intervención.
Las familias se «enriquecen» a través de las estrategias de ayuda
de que usan los profesionales. Una vez que una familia ha
aprendido a manejar sus recursos, puede ya enfrentarse, por sí
misma, a los problemas cotidianos, de modo que éstos no
adquieran una mayor magnitud o gravedad. Así pues, la ayuda
106 Aquilino Polaino-Lorente y Pedro Martínez Cano

profesional debe considerarse como el factor que actualiza y


organiza los otros tres ámbitos, para tratar de hacerlos más
eficientes.

Estilo de
funciona-
miento
familiar

Figura 1. Componentes principales y relaciones entre ellos en el modelo


de evaluación e intervención de Dunst, Trivette y Deal.

La secuencia del proceso de evaluación e intervención puede


ser descrito mediante los cuatro pasos siguientes:
1. Evaluación de las necesidades y aspiraciones familiares,
para determinar qué es lo que se considera importante e
identificar y apresar lo que motiva con fuerza al grupo.
2. Evaluación del estilo de funcionamiento familiar, para
determinar cómo se afrontan, por lo general, los problemas
cotidianos, así como la eficacia de las soluciones a que
llegan.
3. Evaluación de la red de relaciones sociales de la familia,
para identificar si hay recursos disponibles, aunque sean
potenciales, a los que recurrir cuando fuere necesario.
¿Cómo evaluar el funcionamiento familiar? 107

4. Integración de los tres ámbitos evaluados respecto del


tratamiento del problema que motivó la consulta y el
aprendizaje de la utilización de los recursos, internos y
externos, de la familia.
Los autores de este modelo lo definen como un modelo de
evaluación e intervención dinámico y fluido que, paso a paso, se
retroalimenta a través de la interacción entre el terapeuta y la
familia. La objección que puede plantearse a los autores de este
modelo es que las cosas no son tan sencillas como ellos parecen
percibirlas.
Este modo de entender el funcionamiento familiar es, en teoría,
válido, puesto que nos ofrece tres ámbitos operativos
-necesidades, recursos internos y recurso externos-, en los que el
terapeuta puede intervenir según convenga. Sin embargo, no se
trata de afirmar, sencillamente, que el problema es educar a las
personas de manera que empleen del modo más eficiente posible
los recursos de que disponen para cubrir sus necesidades.
Desde luego que no es éste el lugar apropiado para hacer una
crítica de las posibilidades terapéuticas del modelo teórico
planteado. No obstante, hay que admitir que ofrece algunos
nuevos aspectos sobre cómo enfrentarse al tratamiento de la
familia aunque, sin embargo, es tal su sencillez que en absoluto
explica cómo ha de realizarse de modo concreto la psicoterapia.
Ciertamente, su validez necesita de un cierto fundamento, el que
sin duda alguna podrían propiciarle los trabajos empíricos.
En cualquier caso, los instrumentos de evaluación familiar casi
siempre ofrecen información que puede ser tratada desde otros
puntos de vista. De aquí el interés de la información que sigue, en
lo que respecta a la validación de uno de los cuestionarios de
evaluación diseñado por los autores de este modelo, para medir los
recursos intrafamiliares que han dado en llamar estilo de
funcionamiento familiar.
Veamos ahora, más en detalle, cada uno de los ámbitos
temáticos que deben ser evaluados, según el modelo de evaluación
e intervención de Dunst, Trivette y Deal.
108 Aquilino Polaino-Lorente y Pedro Martínez Cano

Funcionamiento familiar: necesidades y aspiraciones de la


familia
Hobbs y col. (1984) afirmaron que las necesidades y
aspiraciones familiares habían de ser consideradas en el proceso
de intervención. Los autores acentuaron la necesidad de conocer el
significado del concepto de «necesidad», así como el modo a
través del cual las necesidades influyen en el comportamiento
individual y familiar.

Necesidades, presión ambiental y jerarquización


Por «necesidad» se entiende aquí algo deseado o ausente, pero
requerido para conseguir una meta u obtener un fin concreto. Una
necesidad es también el juicio que la persona hace acerca de la
discrepancia entre el estado actual y el normativo, lo deseado y lo
valorado, en todo caso desde la perspectiva de quien busca ayuda
y no tanto desde la perspectiva de quien da esa ayuda. La
necesidad debe considerarse siempre desde el punto de vista de
quien necesita la ayuda, puesto que hay bastantes necesidades que
un profesional no identifica o no evalúa como tales.
Si examinamos la definición presentada líneas atrás,
observaremos que reúne las siguientes características (McKillip,
1987; Reid, 1985):
1. Conciencia psicológica. Percepción de que algo no es
como debería ser.
2. Influencia del valor. Los valores personales que se ponen
en juego en la determinación de una necesidad, deben ser
aquí explícitamente reconocidos como un conjunto de
condiciones que definen el problema.
3. Reconocimiento de necesidades. Evaluación de la
existencia de algunos recursos que tal vez reduzcan las
discrepancias entre lo que es y lo que debería ser. El
reconocimiento de las necesidades suele ir vinculado a la
identificación de una forma de ayuda o apoyo que,
posiblemente, reducirá la discrepancia percibida.
4. Identificación de la solución. Reconocimiento de que hay
un modo de procurar los recursos para satisfacer la
necesidad. En ocasiones, las personas no perciben las
¿Cómo evaluar el funcionamiento familiar? 109

necesidades, debido a que a pesar de su existencia no


encuentran el modo de obtener los recursos indispensables
para satisfacerlas.
El conocimiento de las influencias potenciales de las cuatro
características, antes descritas, constituye una parte irrenunciable
del proceso de identificación de las necesidades.

Implicaciones terminológicas
La anterior definición de «necesidad» lleva implícitos otros
términos que también son apropiados a la hora de describirr las
discrepancias entre los estados actuales y los deseados. En la
Figura 2 se representan algunos de ellos, los más relevantes para
lo que aquí importa.

CARENCIAS PROYECTOS
DESEOS
METAS INTENCIONES

PRIORIDADES

AMBICIONES

Figura 2. Otros términos relacionados con el concpeto de "necesidad".

El uso del término «necesidad», expresa la percepción de una


discrepancia, entre lo que es y lo que debería ser, cuyo resultado es
110 Aquilino Polaino-Lorente y Pedro Martínez Cano

la asignación de tiempo, energía y/o recursos familiares para


reducirla. Aunque los términos que se indican en la Figura 2 son
entre sí intercambiables, aquí los más importantes, según Dunst,
Trivette y Deal (1988) son los siguientes: necesidades,
aspiraciones y proyectos, que para darles un mayor énfasis,
aparecen subrayados.

Categorías de necesidades
Según Hartman y Laird (1983), el concepto de «necesidad»
debiera ser entendido, indudablemente, en términos relativos. No
obstante, es posible especificar las principales categorías de
necesidades, así como ordenarlas a lo largo de un continuo, en
función de su mayor o menor importancia para la supervivencia
del ser humano (Dunst y Leet, 1987; Hartman y Laird, 1983;
Trivette y col. 1986).
Entre las principales categorías de «necesidad» se incluyen, al
menos, los recursos económicos, la comida y el abrigo, la salud y
la protección, la comunicación y la movilidad social, las
oportunidades vocacionales, el disponer de tiempo, la educación,
el desarrollo y el crecimiento; la estabilidad emocional y el
compromiso sociocultural (véase Tabla 1). Tanto los objetivos de
la intervención, como el papel del terapeuta variarán en función de
la importancia que una familia concreta otorgue a determinadas
necesidades.

Presión ambiental y proyectos personales


La presión del medio que rodea a la familia nos ayudará a
entender algunas de las necesidades enumeradas más arriba.
Garbarino (1982) definió la presión ambiental como «la acción
combinada de diversas fuerzas del ambiente que moldean la
conducta y el desarrollo del individuo, al generar necesidades e
impulsos psicosociales que tienden a guiar su comportamiento en
una particular dirección».
Esto significa que los estímulos ambientales más intensos y
relevantes para cada persona, influyen y condicionan su
percepción de lo necesario o innecesario y, en cierto modo, guían
o incluso pueden llegar a controlar su conducta.
¿Cómo evaluar el funcionamiento familiar? 111

CATEGORÍAS CATEGORÍAS

Económicas Educación adulta/desarrollo


Dinero para necesidades Posibilidad de oportunidades de
Presupuestar recursos económicos educación adulta apropiada
Dinero para necesidades Accesibilidad a las oportunidades
especiales de educación
Ingresos estables Oportunidades para jugar con otros
Dinero para el futuro niños
Físicas Educación infantil/ intervención
Ambiente limpio Oportunidades educativas infantiles
Hogar adecuado Acceso a servicios de intervención
Seguridad especial
Agua y calor adecuados Oportunidades de jugar con otros niños
Accesibilidad a otros recursos Acceso a experiencias comunitarias
físicos integradas
Comida y vestimenta Cuidado de los niños
Dieta adecuada y equilibrada Ayuda en la rutina de cuidado infantil
Suficiente ropa en cada estación Cuidados infantiles y emergencia
Accesibilidad a cuidadores de niños
Médicos/dentales Recreativos
Consultas con los profesionales Oportunidad de actividades de ocio
Acceso a servicios de salud para toda la familia
urgentes Acceso a actividades de ocio para
Acceso al cuidado médico cada familiar o todos juntos
Vocacionales Emocionales
Oportunidades de trabajo Relaciones intrafamiliares positivas
Satisfacción con el trabajo Relaciones extrafamiliares positivas
Seguridad en el trabajo Compañía
Sentido de pertenencia al grupo
Oportunidad de pasar tiempo con otros
Transporte/ comunicación Cultural/ social
Medios de transporte adecuados Oportunidad de compartir experiencias
Medios para contactar con amigos con otros grupos o culturas
Acceso al teléfono Oportunidades de estar implicado en
cuestiones sociales y culturales
Acceso a las cuestiones sociales

Tabla 1. Taxonomía de necesidades.


112 Aquilino Polaino-Lorente y Pedro Martínez Cano

La realidad de las cosas no es, sin embargo, tan sencilla. Es


lógico que surjan ciertas dudas en el lector respecto del contenido
del párrafo anterior. De lo contrario, su asunción comportaría la
anulación de la libertad humana. Con esto, no se quiere afirmar
que no nos influya y condicione, en cierta manera, el ambiente que
nos rodea, pero es preciso estudiar hasta qué punto esa influencia
o condicionamiento es o no evitable.
De otra parte, el proyecto personal también es un concepto
íntimamente relacionado con la presión ambiental y la dirección
del comportamiento humano.
Little (1983) define los proyectos personales como un
«conjunto de actos personales, interrelacionados y perdurables a lo
largo del tiempo, que intentan mantener o alcanzar ciertas
condiciones previstas por la persona».
En consecuencia, los proyectos personales incluyen cualquier
actividad o meta que se perciba con suficiente importancia como
para que la persona le dedique su tiempo y energía, como suele
ocurrir con el hecho de conseguir un empleo seguro, graduarse en
la universidad, la paternidad o cualquier otra aspiración
subjetivamente relevante y significativa para una determinada
persona.
Esta idea es bastante atractiva puesto que, si se considera a nivel
práctico, desplaza la evaluación e intervención familiar de la
modificación de conducta y el aprendizaje de resolución de
problemas al crecimiento personal y la consecución de objetivos.

Necesidades y jerarquías de necesidad


Las aspiraciones individuales y familiares, según Hartman y
Laird (1983), son fuerzas que motivan el comportamiento
humano, configurando la taxonomía de necesidades antes ofrecida,
en función de su importancia. Por tanto, el objetivo de la
intervención debe centrarse en la satisfacción de las necesidades
superiores, que suelen ser las más importantes para la persona y
las que también generan mayor satisfacción.
La afirmación de que las necesidades pueden ordenarse, según
un continuo y dirigir el comportamiento humano, no es nueva.
Con diversas denominaciones, estas nociones aparecen ya en la
teoría ambiental de campo de Lewin (1931), en las teorías acerca
¿Cómo evaluar el funcionamiento familiar? 113

de la motivación de Hull (1943) y de Murray (1938), y en la teoría


de la autorrealización de Maslow (1954).
Las investigaciones de Dunst y col. (1987) ponen de manifiesto
que no es suficiente encontrar o descubrir las necesidades y su
jerarquía, sino que, además, tal ordenación debe tenerse en cuenta
en la intervención. De hecho, la ausencia de recursos familiares,
por ejemplo, correlaciona de forma negativa con la salud y el
bienestar familiares, y disminuye la probalidad de que los padres
se implique en la intervención infantil.

Necesidades y funcionamiento familiar


Algunos estudios empíricos han llegado a establecer la
influencia de las necesidades no satisfechas en el funcionamiento
familiar y en los procesos de tratamiento (Dunst y Leet, 1987;
Dunst, Vanee y Cooper, 1986; Trivette y Dunst, en preparación).
En las dos primeras investigaciones citadas, se trabajó con padres
de niños físicamente disminuidos, retrasados mentales o con
riesgo de fracaso escolar; en el tercero, se trabajó con madres de
adolescentes.
En cada uno de estos estudios los padres completaban una
escala para evaluar las necesidades y el uso de los recursos
empleados en la solución de problemas (Dunst y Leet 1987; Dunst
y Trivette, 1985a). A los probandos, se les administró también
escalas de bienestar para evaluar la salud física y emocional, y el
tiempo de atención que los padres dedicaban a sus hijos.
Los resultados confirmaron las hipótesis establecidas. Entre la
evaluación de las necesidades y el bienestar se obtuvieron
correlaciones que variaban entre 0,34 y 0,56. Dicho de otro modo,
a mayor número de necesidades insatisfechas, mayor número de
problemas físicos y emocionales.
Respecto al tiempo dedicado a los hijos, las correlacciones
obtenidas variaron entre 0,54 y 0,53, lo que indica que a mayor
número de necesidades no relacionadas con los hijos, mayor
probalidad hay de que los padres no se impliquen en los
programas de rehabilitación de sus respectivos hijos.
¿Qué implicaciones tiene todo esto? Aquí hemos de destacar, al
menos, dos aspectos relevantes para la intervención familiar:
114 Aquilino Polaino-Lorente y Pedro Martínez Cano

a) En primer lugar, que las necesidades familiares relativas a


los padres han de estar satisfechas, de modo que les quede
tiempo y energía disponibles para trabajar con sus hijos,
tanto en lo relativo al programa terapéutico como a la
educación.
b) Y en segundo lugar, que si se les pide a los padres que
funcionen con una cierta capacidad educadora y
terapéutica, cuando la familia parece tener otras
necesidades prioritarias, es muy probable que se obtengan
resultados negativos, además de estrés, sentimientos
negativos hacia el hijo y quiebra de la relación entre los
padres y el terapeuta.

Soporte social, recursos extrafamiliares y funcionamiento


familiar
En opinión de Dunst y col. (1988), disponemos de dos tipos de
recursos: los intrafamiliares y los extrafamiliares.
Pearling y Scholler (1978) establecieron una distinción entre los
recursos sociales y los psicológicos, lo que contribuyó a definir los
parámetros de estos dos tipos de recursos. Los recursos sociales
-conocidos como soporte social- constituyen las fuentes del
soporte externo a la familia y suelen ser potencialmente accesibles
cuando se necesitan.
Los recursos psicológicos, en cambio, incluyen las
características Ínter- e intrapersonales de los miembros de la
familia, que suelen emplear frente a los acontecimientos vitales,
normativos y no normativos, y para promover su crecimiento y
desarrollo.
A este segundo tipo de recursos se conoce con el término de
estilo de funcionamiento familiar y la escala que lo evalúa ha sido
estudiada en este trabajo. Veamos, ahora, algunas de las
características del soporte social.

Concepto de apoyo social y recursos extrafamiliares


Los recursos sociales extrafamiliares constituyen, a qué negarlo,
una fuente importante de ayuda y asistencia respecto de la
¿Cómo evaluar el funcionamiento familiar? 115

satisfacción de las necesidades individuales y familiares (Fisher,


Nadler & Witcher-Alagna, 1983; Cohén & Syme, 1985a).
El apoyo social se define como el conjunto de recursos
ofrecidos por las personas que no pertenecen al núcleo familiar
(Cohén & Syme, 1985b). Según el Webster's New World
Dicíionary (1974), un recurso es lo que está preparado para ser
empleado en la ayuda y el cuidado de algo, en un momento de
necesidad o emergencia. De modo más explícito, el apoyo social
es la ayuda emocional, física, informática, instrumental, material y
asistencial ofrecida por personas no pertenecientes al núcleo
familiar, con el fin de mantener la salud y el bienestar familiares,
promocionar las adaptaciones a los acontecimientos del ciclo vital
y promover el desarrollo personal de modo adaptativo.
Las fuentes de apoyo extrafamiliar, más frecuentes y
potencialmente accesibles a la familia son los parientes, amigos,
vecinos, compañeros de trabajo, grupos religiosos, clubs,
organizaciones sociales, centros de cuidado y cualquier otra
persona, grupo u organización social que, de modo directo o
indirecto, tenga contacto con la familia.
Tradicionalmente, se ha venido distinguiendo entre fuentes
formales e informales de apoyo social. Las redes de apoyo
informal incluyen a personas (amigos, vecinos, párrocos, etc.) y
grupos sociales (clubs sociales, iglesia, etc.) que se muestran
accesibles a la hora de ofrecer apoyo a la familia, tanto en tareas
de la vida diaria como ante determinados eventos normativos o no
normativos.
Las redes de apoyo formal, en cambio, incluyen a diversos
profesionales (médicos, pedagogos, psicólogos, trabajadores
sociales, terapeutas familiares, etc.) y agencias (hospitales,
programas de intervención temprana, departamentos de salud, etc.)
que, al menos «a priori», están organizados formalmente para
ofrecer una cierta ayuda y asistencia a las personas que buscan los
necesarios recursos.

El ámbito del apoyo social


A lo largo de la historia reciente de la familia, se han propuesto
diversas teorías para explicar los componentes principales del
apoyo social y sus interrelaciones (Barrera, 1986; Dunst y
116 Aquilino Polaino-Lorente y Pedro Martínez Cano

Trivette, en prensa; Hall & Wellman, 1985; House & Kahn, 1985;
Kahn, Wethington & Ingersoll-Dayton, 1987; Tardy, 1985;
Turner, 1983). La integración de estas teorías sugiere que el apoyo
social se compone de cinco elementos fundamentales: los apoyos
relacional, constitucional y estructural, el soporte funcional y la
satisfacción ante el apoyo.
El apoyo relacional se refiere al conjunto de las relaciones
sociales de que disponga una familia.
El apoyo constitucional se dirige al estudio de la congruencia
entre los recursos disponibles y los recursos que son necesarios.
La noción de apoyo constitucional se menciona en el trabajo de
Trivette y Dunst (en preparación); y es entendido como el
determinante de muchos de los intercambios de apoyo.
El apoyo estructural se refiere más bien a la calidad de sus
relaciones sociales. Según Hall y Wellman (1985), incide en el
modo en que se concreta la estabilidad y duración de las
relaciones, la intensidad de los sentimientos y su reciprocidad, etc.
Todo lo cual supone estudiar las entrañas de los recursos que,
llegado el caso, pueden emplearse.
El soporte funcional abarca el tipo de ayuda y asistencia
recibidos, en forma de apoyo material, emocional, instrumental,
información, etc. También hace referencia al modo como se
procura el apoyo.
La satisfacción ante el apoyo denota la utilidad y eficacia de la
asistencia. A todo lo ancho de las interacciones sociales, las
personas evalúan, subjetivamente por lo general, la naturaleza del
apoyo que reciben de otros.
Obviamente, los anteriores términos están conceptual, lógica y
empíricamente relacionados (véase la Figura 3).
El apoyo relaccional es, desde luego, una condición necesaria y,
por esta razón, deviene en un condicionante parcial de la misma
definición de necesidad (apoyo constitucional), de las
características estructurales de la red social en torno a una persona,
y de los tipos de ayuda y asistencia accesibles a una familia. Del
mismo modo, las necesidades constitucionales y la estructura de la
red pueden determinar parcialmente algunos de los tipos
particulares de apoyo que se ofrecen.
¿Cómo evaluar el funcionamiento familiar? 117

CONSTITUCIONAL
1. Necesidad explícita
2. Accesibilidad
3. Congruencia

\.
FUNCIONAL
1 . Estatus marital 1 . Fuente de soporte
2. Estatus de trabajo fe, 2. Tipo de soporte (emocional,
3. Dimensión de la red informativo, instrumental,
social material, etc.)
4. Pertenencia a orga- 3. Cantidad y calidad del
nizaciones sociales soporte (p. e. deseo de
I ayuda)

ESTRUCTURAL
1. Densidad de la red SATISFACCIÓN
2. Frecuencia de contactos
3. «Multiplexity» 1. Ayuda
4. Amplitud de la relación 2. Utilidad
5. Reciprocidad
6. Consistencia
7. Duración del vínculo

Figura 3. Componentes fundamentales del soporte social y posibles


relaciones entre ellos.

Por último, los tipos de apoyo ofrecidos (especialmente la


relación entre el apoyo constitucional y el funcional) determinarán
en parte, el grado de ayuda y asistencia disponibles y, en
consecuencia, el grado de satisfacción final con el apoyo recibido.
Estos cinco componentes y sus potenciales conexiones ofrecen
en conjunto una sólida base muy válida para la comprensión de las
relaciones temporales y las mediaciones que acaso pueden
favorecer el apoyo interpersonal. Dunst y Trivette (en prensa)
ofrecen algunos ejemplos sobre las interrelaciones entre los cinco
componentes del apoyo y de su potencial influencia en el
funcionamiento familiar.
118 Aquilino Polaino-Lorente y Pedro Martínez Cano

Apoyo, recursos y funcionamiento familiar


En la Figura 4 se representa una versión simplificada del modo
en que Dunst, Trivette y Deal (1988) entienden las influencias del
apoyo social sobre el funcionamiento familiar.
De acuerdo con este modelo, el apoyo social influye sobre el
bienestar y la salud de los padres, lo que suscita o puede suscitar
un buen funcionamiento familiar, la mejora de los estilos de
interacción padres-hijos y un desarrollo ideal de los hijos.

Directo

Grado de
influencia

Indirecto

Figura 4. Un ejemplo del modo en que el apoyo social influye en la


familia.

En este sistema de relaciones directas e indirectas, el bienestar,


el funcionamiento familiar y los estilos de interacción actuarían
como variables dependientes e independientes, puesto que a través
de cualquiera de ellas pueden evaluarse las influencias del apoyo
social.
En este sentido, hay numerosos trabajos disponibles que
muestran el modo en que el apoyo social -los recursos
extrafamiliares- influyen directa o indirectamente en el
¿Cómo evaluar el funcionamiento familiar? 119

funcionamiento de los padres, de la familia o de los hijos,


incluyendo aquí la salud y el bienestar personal (Cohén & Syme,
1985a), el bienestar familiar (Patterson y McCubbin, 1983), la
adaptación a las diversas crisis de la vida (Moos, 1986), la
satisfacción con la paternidad (Crnic, Greenberg, Ragozin,
Robinson y Basham, 1983), las actitudes hacia los hijos (Colleta,
1981), los estilos de interacción parental (Trivette y Dunst,
1987a), las aspiraciones de padres e hijos (Lazer & Darlington,
1982), el temperamento de los hijos (Affleck, Tennen, Alien y
Gershman, 1986), y el desarrollo y la conducta de los hijos (Crnic,
Greenberg y Slough, 1986).
Más recientemente, las investigaciones de Dunst y Trivette (en
prensa) han puesto de manifiesto la relación existente entre los
recursos extrafamiliares y el funcionamiento familiar. Según estos
autores, la adecuación de la ayuda a las necesidades promueve el
bienestar familiar y conyugal, disminuye la demanda de tiempo de
los hijos hacia sus padres, promueve estilos interactivos positivos
y disminuye los negativos, anima la percepción positiva de los
padres respecto del funcionamiento de los hijos e influye en
ciertas características comportamentales de estos últimos (afecto,
temperamento y motivación).
Además, el soporte informal tiene capacidad de reducir o aliviar
el estrés familiar e incide, de modo positivo, en la salud y el
bienestar. Los efectos del soporte informal son mayores, por lo
general, que los atribuidos al apoyo formal.
Por eso tal vez, algunos investigadores han llegado a sostener
que, prioritariamente, la familia debe buscar el apoyo informal,
puesto que, desde este punto de vista, actuaría no formando parte
del proceso de intervención.
Por el momento, sin embargo, no se ha llegado a comprobar la
veracidad de esta hipótesis, hipótesis que constrasta con la
perspectiva tradicional, en la que la intervención se hacía consistir
en la administración de un tratamiento específico, terapéutico o
educativo, de manos del experto.

Algunas investigaciones que justifican el modelo


La diferencia entre estos dos modos de entender la intervención
en terapia familiar puede entenderse, gráficamente, en función de
120 Aquilino Polaino-Lorente y Pedro Martínez Cano

los porcentajes que explican la varianza de los efectos del


tratamiento (intervención).
En cambio, en la perspectiva tradicional acerca de la
intervención, el mayor porcentaje de varianza explicada por la
variable independiente era atribuible, únicamente, al programa de
intervención o a algunos de sus componentes principales.
Por contra, en la perspectiva de los sistemas sociales, se asume
que los porcentajes más significativos de varianza explicada son
atribuibles a los efectos de los soporte informales, más que a los
formales.
Dunst (1985) estudió estos dos modos de entender la
intervención. Para este propósito, evaluó la relación entre el
funcionamiento familiar y los seis tipos de recursos: intrafamiliar
(esposo), apoyos formales (parientes), apoyo informal (amigos),
grupos sociales (clubs o grupos de padres), intervención temprana
(terapeutas), otros profesionales (médicos, agencias, etc.).
Se evaluaron diez variables del funcionamiento familiar y se
encontró que la intervención temprana explicaba un porcentaje de
la varianza que sólo era significativo respecto de una variable, las,
oportunidades familiares (Holroyd, 1985).
En cambio, el soporte informal obtenía un porcentaje de la
varianza, que era signicativo en nueve de las diez medidas
obtenidas: el bienestar paterno, las demandas de tiempo que el
niño hace a la familia, la integración familiar, las dificultades
conductuales de los niños, la aceptación social (Holroyd, 1985),
las expectativas de los padres acerca del futuro de sus hijos (Dunst
y Trivette, 1986), y la frecuencia de las oportunidades de juego
entre padres e hijos (Dunst, 1986b). Curiosamente, el soporte
intrafamiliar obtuvo un porcentaje de la varianza explicada que fue
significativo en cinco variables (el bienestar, las demandas de
tiempo, la integración familiar, la percepción que los padres tienen
de las habilidades físicas de sus hijos y las oportunidades de juego
entre padres e hijos).
Estos resultados se replicaron en un estudio posterior (Dunst,
1985). Los resultados obtenidos en ambos trabajos cuestionan en
conjunto las asunciones implícitas en la perspectiva tradicional
acerca de la intervención (Dunst, 1986a; Dunst y Trivette, 1987),
lo que sugiere la conveniencia de una nueva formulación acerca de
¿Cómo evaluar el funcionamiento familiar? 121

la intervención, que contemple una perspectiva mucho más amplia


y rigurosa.

Recursos intrafamiliares y funcionamiento familiar


Veamos, por último, las características de los recursos
intrafamiliares que son más relevantes en el modelo propuesto por
Dunst, Trivette y Deal, cuyo agrupamiento configura lo por ellos
denominado estilo de funcionamiento familiar.

Recursos familiares y estilo de funcionamiento familiar


El estilo de funcionamiento familiar determina el modo de
enfrentarse a los eventos vitales normativos o no, y se define como
la combinación de recursos intrafamiliares empleados para la
satisfacción de sus necesidades.
El estilo de funcionamiento familiar, según lo entienden Dunst
y col. (1988), ha sido hasta la fecha poco estudiado. No obstante,
Otto (1963) afirmó, hace más de treinta años, que «aunque la
literatura profesional está repleta de criterios para la identificación
de los problemas familiares y para su diagnóstico, en cambio, se
conoce muy poco acerca de cómo podrían identificarse las
familias fuertes, es decir, las familias con recursos».
Actualmente, se ha avanzado algo en esta dirección y se dispone
de algunos datos sugestivos, pero la bibliografía científica a este
respecto no es muy extensa.

El concepto de fortalezas familiares


De acuerdo con Williams, Lindgren, Rowe, Van Znadt y Stinnet
(1985), las fuerzas familiares son los patrones de relación, las
habilidades, las competencias interpersonales y las características
sociales y psicológicas de la familia, que la dotan de un sentido de
indentidad positivo, promueven la satisfacción de necesidades y la
interacción entre los miembros familiares, potencian el desarrollo
del grupo y aumentan las habilidades para hacer frente a los
problemas y a las crisis.
De modo similar, Otto (1975) define las fortalezas familiares
como aquellas fuerzas y factores dinámicos que promueven el
desarrollo de los recursos personales, actuales y potenciales, de los
122 Aquilino Polaino-Lorente y Pedro Martínez Cano

miembros de la familia, y hacen la vida familiar más satisfactoria


y complaciente.
Las anteriores definiciones nos indican que las fortalezas
familiares son principalmente interpersonales e intrafamiliares,
aunque también reciban la influencia de otros factores
extrafamillares.

Cualidades de las familias fuertes


Los primeros trabajos teóricos sobre las fortalezas familiares
fueron realizados por Otto (1962, 1963), aunque las
investigaciones empíricas sobre este particular no se iniciaron,
hasta casi dos décadas después, por el equipo de investigación de
Stinnet (Stevenson, Lee, Stinnett y De Frain, 1933; Stinnet, 1979,
1980, 1985; Stinnet y DeFrain, 1985a; Stinnet, Knorr, DeFrain y
Rowe, 1981; Stinnet, Lynn, Kimmons, Fuenning y De Frain,
1984). Los citados autores obtuvieron mucha información
relevante sobre las características que definen a las familias
fuertes.
Curran (1983) intentó identificar los rasgos de las familias
fuertes, a partir de su trabajo terapéutico. En este sentido, es
preciso destacar la congruencia entre los resultados obtenidos por
Stinnet y col., y por Curran, respecto de las características que
contribuyen al estilo de funcionamiento familiar positivo.
De acuerdo con los primeros trabajos teóricos (Hill, 1971,
Lewis, Beavers, Gossett y Phillips, 1976; Otto, 1975; Satir, 1972),
las anteriores investigaciones sugieren que las familias fuertes
reúnen 12 características principales. Sin embargo, no todas las
familias presentan estas doce cualidades, sino que en cada familia
sólo puede identificarse una combinación de algunas de ellas.
Lewis y col. (1976) demostraron que el nivel de funcionamientto
familiar correlaciona positivamente con el número de
características que están presentes en la familia.
Las doce cualidades halladas en las familias fuertes son las
siguientes:
1.- Compromiso en la búsqueda del bienestar y del desarrollo
óptimo de cada persona, y del grupo familiar.
¿Cómo evaluar el funcionamiento familiar? 123

2.- Apreciación de las cosas grandes y pequeñas que los


miembros de la famlia hacen bien, así como su
estimulación para que las hagan mejor.
3.- Empleo de tiempo para estar y hacer cosas, formales o
informales, en compañía de la familia.
4.- Un cierto propósito de hacer frente y seguir adelante en
los malos tiempos.
5.- Congruencia entre los miembros de la familia respecto del
empleo de recursos para la satisfacción de las necesidades
familiares.
6.- Comunicación positiva con los demás familiares.
7.- Un conjunto de reglas, valores y creencias familiares que
configuran las expectativas acerca de lo que es deseable y
aceptable.
8.- Un variado repertorio de estrategias de enfrentarniento
para afrontar lo eventos de la vida, normativos o no.
9.- Disponer de las necesarias habilidades para la solución de
problemas y para la evaluación de ciertas opciones
respecto de la satisfacción de necesidades.
10.- Optimismo: percepción de lo positivo en los diversos
sectores de la vida, incluyendo la habilidadd para entender
las crisis y problemas, como una oportunidad para
aprender y crecer.
11.- Flexibilidad y adaptabilidad en los roles que son
necesarios para conseguir los suficientes recursos con que
satisfacer las necesidades.
12.- Equilibrio entre el empleo de recurso familiares internos
y externos para aprender y adaptarse al ciclo vital.
Las anteriores características constituyen los principales
recursos intrafamiliares que definen el estilo de funcionamiento
familiar, y que suelen emplearse para generar otros recursos
extrafamiliares.

El estilo de funcionamiento familiar


De lo afirmado, líneas atrás, se infiere que deben tenerse en
consideración las diversas fortalezas familiares durante el proceso
124 Aquilino Polaino-Lorente y Pedro Martínez Cano
>

de tratamiento. Sin embargo, hay cierto peligro en emplear la


palabra «fortaleza» para referirse a las capacidades familiares,
debido a que este término implica un continuo, con dos extremos:
la fuerza y la debilidad.
- Por eso, el equipo de Dunst prefiere emplear la denoinación
estilo de funcionamiento familiar, porque implica un modo más
apropiado de entender los eventos del ciclo vital y de promocionar
el crecimiento y desarrollo de la vida.
En este sentido, no hay estilos buenos y malos de
funcionameinto familiar, sino que es mejor hablar de estilos con
diversa efectividad respecto a determinadas situaciones
estresantes. Por consiguiente, los recursos intrafamiliares o, lo que
es lo mismo, el estilo de funcionamiento familiar, está compuesto
por un grupo de factores relevantes en lo relativo a la promoción
de la salud y al bienestar personal y familiar.
La anterior proposición está fundamentada en las
investigaciones de Pearling y Schooler (1978) y Folkman y col.
(1980, 1984, 1985 y 1986) acerca de la estructura y el modo en
que se emplean los mecanismos de enfrentamiento en el contexto
familiar. Las anteriores investigaciones encontraron que los
sujetos empleaban diferentes conductas de enfrentamiento como
respuesta a los diferentes eventos de la vida y que los recursos que
una persona tiene al alcance definen, en cierto modo, su estilo de
enfrentamiento.
Por esta razón, puede afirmarse que las familias tienen varios
tipos de fuerzas y competencias, cuya integración colectiva define
un único estilo de funcionamiento familiar.
Por otra parte, según Lewis y col. (1976) y Pearling & Schooler
(1978), la combinación de diferentes características psicológicas
dibujan y configuran los rasgos definidores de un único estilo de
funcionamiento.
Hay algunos trabajos, de tipo empírico, que describen la
correlación existente entre el óptimo funcionamiento familiar y la
presencia de ciertas fortalezas familiares. Así, por ejemplo, se ha
comprobado una correlacción positiva entre las diversas
características intrafamiliares y la satisfacción vital (Sanders,
Walters & Montgomery, 1985), el bienestar emocional y la
cohesión familiar (Stinnet y col., 1985), la satisfacción tras los
¿Cómo evaluar el funcionamiento familiar? 125

esfuerzos por controlar o dirigir los sucesos estresantes (Folkman


y col., 1986) y la salud física (Lewis y col., 1976). Sin embargo,
no puede considerarse que estos trabajos sean del todo definitivos.
Este modo de entender el estilo de funcionamiento familiar )
supone, en primer lugar, el hecho de que todas las familias I
disponen de más o menos fuerzas, lo que constituye j>us propios ¡
recursos intrafamiliares. En segundo lugar, tratar los problemas ko
mediante luí desarrollo de ciertos recursos supone trabajar con \s po

problemas del ciclo vital. Por lo general, en el proceso de/


tratamiento no se aprovechan como debieran los recursos positivos
de que dispone la familia.
Aunque este modelo parece coherente y ofrece muchas
posibilidades a lauinvestigación, no se han realizado todavía
trabajos que demuestren su validez. A nuestro modo de ver, la
validación de la escala sobre los recursos internos de la familia,
por tratarse de variables muy relacionadas con el funcionamiento
familiar, acaso pudiera informarnos tanto acerca de los recursos
útiles como de los que no lo son. De aquí que nos animáramos a
validar este instrumento, con el fin de obtener una información
más valida, fiable y, sobre todo, más eficaz, al servicio de la
actividad clínica y terapéutica en el ámbito de la familia.
Los veintiséis ítems que componen este instrumento son los
siguientes:
1. Hacemos sacrificios personales si con ello ayudamos a
nuestra familia.
2. Estamos de acuerdo en cómo deben actuar los miembros
de nuestra familia.
3. Creemos que hay algo bueno, incluso en las peores
situaciones.
4. Estamos orgullosos hasta de los más pequeños logros de
cualquier familiar.
5. Nos ayuda compartir nuestros asuntos y sentimientos.
6. Nuestra familia permanece siempre unida, a pesar de
cualquier dificultad que tengamos.
126 Aquilino Polaino-Lorente y Pedro Martínez Cano

7. Podemos pedir ayuda a alguien de fuera de nuestra


familia, si lo necesitamos.
8. Estamos de acuerdo en las cosas que son importantes para
nuestra familia.
9. Queremos hacer cosas juntos y ayudarnos unos a otros.
10. Buscamos cosas que hacer para alejar las preocupaciones
de la cabeza.
11. Intentamos mirar el lado positivo de las cosas.
12. Tenemos tiempo para estar juntos.
13. En nuestra familia todos entendemos las normas de
comportamiento aceptables.
14. Nuestros amigos y familiares nos ayudarían si lo
necesitáramos.
15. Nuestra familia es capaz de tomar decisiones sobre lo
que se debe hacer cuando tenemos problemas.
16. Disfrutamos el tiempo que estamos juntos.
17. Intentamos olvidar nuestros problemas, durante cierto
tiempo, cuando parece que son insuperables.
18. Cada uno de nosotros es capaz de escuchar las "dos
versiones" de una historia.
19. Buscamos tiempo para acabar cosas que son importantes.
20. Podemos confiar en el apoyo de los demás cuando algo
va mal.
21. Hablamos sobre las diferentes formas de tratar y
solucionar los problemas.
22. Nuestra relación familiar durará más que nuestras
pertenencias.
23. Tomamos decisiones importantes, como cambiar de trabajo,
por ejemplo, si es mejor para toda la familia.
24. Podemos apoyarnos los unos en los otros cuando ocurre
algo inesperado.
25. Intentamos prestarnos atención unos a otros.
26. Intentamos solucionar nuestros problemas familiares antes
de pedir ayuda a otros.

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