Está en la página 1de 6

Boorstin, Daniel J. LOS CREADORES.

Ed. Grijalbo-Mondadori, S.A. Serie CRÍTICA.


1a. Ed. 1994, 1a. Reimp. Barcelona, 1997.

Capítulo IV
LA MAGIA DE LAS IMÁGENES

La gran tarea del escultor consiste en enaltecer la naturaleza para


insuflarle una belleza heroica, es decir, dicho en palabras sencillas,
en superar su modelo.
BYRON (1821)

EL TEMOR REVERENCIAL A LAS IMÁGENES

Las estructuras primitivas construidas por el hombre se elevan de. forma visi
ble e imponente, los megalitos en las llanuras de Salisbury, las pirámides en los
desiertos de Gizeh y los zigurats en las llanuras mesopotámicas. Pero sus primeras
representaciones de seres vivos se hallan ocultas en la más recóndita oscuridad de
Altamira, Lascaux y Les Trois Freres. Si el hombre se jacta de desafiar al tiempo
y a los elementos en sus creaciones artísticas arquitectónicas, se muestra reticente,
dubitativo e incluso temeroso a la hora de imitar al creador por medio de imáge
nes. La imagen de un animal en movimiento, de un ciervo, de un toro .o de un
bisonte, suscita de alguna forma el mismo temor misterioso que la propia vida. Las
creaciones del hombre paleolítico que han llegado hasta nosotros ponen de relieve
que estaba en posesión de una fuerza atractiva y vigorosa para producirlas. No
sabemos con exactitud por qué realizó esas primeras imágenes que han sobrevivi
do, pero suponemos sin ninguna duda que debía de tener alguna razón .. Pero el
lugar donde las hizo aporta alguna información.
Los ejemplos más impresionantes de esos primeros dibujos, pinturas y tallas
murales, ocultos en cuevas tortuosas y anegadas bloqueadas por estalactitas, no
fueron descubiertos hasta las postrimerías del siglo XIX. El hombre paleolítico
rea lizó sus obras fuera del alcance de la climatología y de cualquier posible
especta dor. Las espectaculares obras del hombre prehistórico no fueron
descubiertas gra cias a la diligencia de los eruditos ni al valor de los
exploradores, sino por efecto de la curiosidad de los niños y los perros.
En 1868, un aristócrata que cazaba en su propiedad de la provincia de Santan
der, perdió a su perro mientras perseguía a un zorro entre los matorrales. Le oyó
LA MAGIA DE LAS IMÁGENES 143

ladrar como si se hallara a una gran distancia y mientras iba en su busca encontró
una pequeña abertura en la que había caído el perro. Consiguió deslizarse y pe
netrar en las cuevas de Altamira, que nos obligarían a revisar nuestra visión del
hombre como creador de obras de arte, e incluso nuestro concepto de la historia del
arte. Pero llevó algún tiempo descubrir su significado.
Siete años más tarde, un propietario local, Marcelino de Sautuola, comenzó a
explorar las cuevas. Espoleado su interés por la impresionante colección de uten
silios prehistóricos de piedra, huesos tallados y estatuillas que había visto en la
exposición de París, comenzó a excavar en las cuevas de Altamira y encontró
huellas de la antigua ocupación humana. Un día del verano de 1879, su hijita
María, que le acompañaba, se deslizó hasta uno de los recintos de escasa altura, en
el que se filtraba la luz. Regresó presa de la excitación y exclamó el «¡eureka!» del
arte prehistórico: «¡Papá, mira, toros pintados!». Se arrastró en pos de ella hasta
la pequeña sala e iluminó con su lámpara la superficie rugosa del techo. Entonces,
se quedó atónito al contemplar la vívida pintura de un gran bisonte, otro, y otro
más. Reconoció un animal desaparecido hacía mucho tiempo que se sabía que había
existido en esa región durante el Paleolítico. El estilo artístico era similar al de las
numerosas y pequeñas esculturas de cornamenta de reno y de las tallas de piedra
halladas en las cuevas paleolíticas de Francia. Sautuola llegó a la conclusión de que
también esas pinturas eran obra del hombre paleolítico. Aun que era un aficionado,
expuso sus argumentos a una multitud de eruditos des confiados.
A favor de las afirmaciones de Sautuola estaban el hecho de que algunas de
las pinturas estaban cubiertas por una capa estalagmítica y de que la existencia de la
cueva no se había conocido hasta 1868. Pero los expertos, con Émile Cartail hac,
profesor de prehistoria en Toulouse y decano de la arqueología francesa, a la cabeza,
afirmaron que las pinturas eran falsificaciones. En las cuevas de Altamira no había
pinturas de renos, lo que resultaba sorprendente si realmente se remon taban a la
llamada edad del reno, la última fase del Paleolítico. No pudieron ver en parte
alguna la calcita que tendría que haberse depositado durante los milenios transcurridos
y, por otra parte, la pintura de las grietas de los muros parecía indicar que
había sido utilizado un pincel, lo que constituía otro anacronismo. Además, ¿por
qué no se apreciaban los restos de humo de las antorchas prehistó ricas? Afirmaron
con rotundidad que las pinturas habían sido realizadas después del descubrimiento
de la cueva por Sautuola en 1875. Algunos escépticos le acu saron incluso de haber
contratado a un artista francés amigo suyo para que pin tara el techo de Altamira.
Cuando murió en 1888, Sautuola continuaba estando desacreditado y las pinturas
de Altamira aún no habían sido reconocidas.
Entonces, providencialmente, una serie de espectaculares descubrimientos
realizados en toda la Europa occidental y suroccidental otorgaron celebridad a Alta
mira y credibilidad a los artistas paleolíticos. En 1872, un espeleólogo francés,
Émile Riviere (18351922) había realizado en Mentan, en la Costa Azul francesa, el
hallazgo excepcional de un esqueleto humano del Paleolítico con un tocado
ornamental, lo cual demostraba que los ritos funerarios habían comenzado mucho antes
de lo que se había imaginado. En 1895 se le pidió que acudiera a examinar una
cueva recién descubierta, la Grotte de la Mouthe, en la Dordoña. Al igual que la de
Altamira, esta cueva fue hallada accidentalmente cuando un agricultor local
144 LOS CREADORES

que estaba desbrozando un abrigo rocoso para poder guardar sus herramientas
descubrió sus muros. Varios niños se arrastraron hacia el interior de la cueva a lo
largo de un centenar de metros e informaron de la existencia de imágenes de
animales grabadas en los muros y el techo. Riviere confirmó que esas pinturas
eran obra de artistas prehistóricos y encontró una lámpara de piedra decorada
que podían haber utilizado esos artistas.
En 1901 se descubrieron nuevas cuevas en la Dordoña, en Combarelles y Font
deGaume, que contenían una fantástica colección de dibujos, pinturas y grabados
que empezaron también a ser atribuidos al hombre paleolítico. En 1902, la
Association Francaise pour l´Avancement des Sciences convocó una reunión en la
Dordoña para examinar las pinturas. Con solemnidad académica afirmaron que
databan del Paleolítico.
El eminente profesor Cartailhac decidió entonces acudir con el joven abad
Henri Breuil a examinar de nuevo Altamira. Su entusiasmo les hizo permanecer
allí un mes, mientras Breuil copiaba laboriosamente las pinturas. Mientras en el
exterior llovía sin cesar, Breuil trabajaba en las cuevas tumbado sobre unos
sacos llenos de paja .y alumbrándose tan sólo con velas. Aunque de niño le
gustaba dibujar mariposas, Breuil carecía de preparación artística. Hemos de dar
gracias a su talento y al hecho de que se atreviera a realizar sus pulcros dibujos
cuando el descubrimiento estaba todavía fresco. En muchos sentidos, los dibujos
de Breuil son más precisos y más vívidos que las foto grafías en color tomadas
posteriormente. La superficie irregular de la roca puede distorsionar la imagen
fotografiada y hace más difícil descifrar los grabados. Pero las admirables
copias de Breuil en color nos han permitido dar forma a nuestra visión del arte
paleolítico.
El profesor Cartailhac pidió disculpas no sólo al hombre paleolítico sino al
desacreditado marqués de Sautuola, muerto hacía ya bastante tiempo. «Mea
culpa d'un sceptique» era el título del artículo que escribió sobre Altamira (1902).
En él se confesaba «culpable de un error que se ha perpetuado durante 20 años,
de una injusticia que ha de ser abiertamente admitida y reparada». Durante esos
20 años,
el mundo de la cultura había revisado por completo su visión de los poderes
creativos del hombre prehistórico. U na vez confirmada la autenticidad de
Altamira, el testimonio adicional de esos poderes resultó abrumador. En 1912,
tres muchachos que exploraban el río Volp, en el tramo en que se sumerge entre
Enterre y el Tuc d' Audoubert, en las laderas pirenaicas, encontraron unas
fantásticas esculturas de bisonte. En esa misma zona, entre los espectaculares
dibujos encontrados en las cuevas de Les Trois Freres en 1916, figuraba la del
célebre «hechicero», un hombre cubierto misteriosamente con una piel de reno y
tocado con una cornamenta.

En 1940, durante los difíciles días de la ocupación nazi , se produjo una


extraordinaria repetición del hallazgo de Altamira en Lascaux, en la Dordoña.
Algunos muchachos de la zona habían sido alertados ante la posibilidad de encontrar
nuevas cuevas en aquellas colinas. Su antiguo maestro, que se había convertido en
arqueólogo, había visto que iban equipados con linternas. El perro del
muchacho que iba en cabeza desapareció y su amo lo siguió por un estrecho pasa je
que descendía hacia las tortuosas galerías de una larga cueva. Entonces, la linterna
del muchacho reveló una procesión espectacular de animales pintados sobre las
paredes de caliza blanca. Un interminable desfile de caballos, ciervos, bisontes y
bovinos salvajes. En la cúpula del techo se agolpaban cuatro toros colosales cuyo
LA MAGIA DE LAS IMÁGENES 145

tamaño era tres veces mayor que el del natural. En un lado se divisaban ciervos que parecían nadar en un lago y en
el otro aparecía una sucesión de pequeños caballos lanudos. Había también cabras salvajes, bovinos provistos de
una enorme joroba y un rinoceronte con doble cornamenta. Descubrieron también la primera pintura
animada del paleolítico, que representaba a un hombre que caía al suelo por efecto de la carga de un
bisonte herido. Los muchachos habían descubierto una maravillosa muestra del arte paleolítico que
superaba a todos los hallazgos anteriores. Juraron mantener el secreto y montaron guardia a la entrada de
la cueva durante las 24 horas del día para mantenerla a salvo de los buscadores de recuerdos.
Comunicaron el hallazgo a su maestro, que acudió rápidamente y se introdujo con dificultad por la
entrada de la cueva cubierta de estalactitas, hasta penetrar por los largos corredores. Convencido de que
esas cuevas de Lascaux no eran quimeras de la imaginación adolescente, telegrafió a Breuil, que llegó
apresuradamente. Tras estudiar los hallazgos, Breuil califico a Lascaux como uno de los seis gigantes del
arte rupestre paleolítico y pasó dos meses inventariando lo encontrado. ¿Quién puede decir cuántas otras
Altamiras o Lascaux esperan ser todavía descubiertas por perros de caza curiosos, niñas despiertas de
cinco años o adolescentes aventureros?

Este drama inverosímil del hombre creador, desarrollado en el escenario de las oscuras
cavernas de Europa occidental, es producto de algunas coincidencias felices. Lascaux y las
mejores obras del Paleolítico superior se pueden datar ahora, no hacia el año 40.000
a.c., como afirmaba el abad Breuil, sino hacia el año 15.000 a.c. En los seis decenios
posteriores a 1879 se celebró una gran inauguración de las obras de arte del hombre
paleolítico que habían permanecido ignoradas durante milenios, y los historiadores se
apresuraron a tomar al asalto el reducto del arte prehistórico en busca de nuevos hallazgos.
Sondear los secretos de las ciudades prehistóricas era una ardua tarea que suponía tamizar
arena, limpiar instrumentos y recoger piedras. De las grandes estructuras antiguas,
desaparecidas hace mucho tiempo, sólo han quedado los restos de sus cimientos. Sólo nos
es posible adivinar la forma de las habitaciones del hombre del Paleolítico. Sin embargo,
conocemos plenamente la belleza de sus pinturas, una vez que ha sido posible penetrar en
los recintos de las cuevas de estalagmitas, que parecen haber estado selladas todo ese
tiempo para nuestro beneficio. Mientras que las bellezas de la escultura griega de la época
clásica sólo pueden apreciarse vagamente en algunos fragmentos o en copias romanas de
menor valor, las pinturas del hombre paleolítico realizadas hace quince milenios
resplandecen todavía en su esplendor original para el deleite de los eruditos del siglo xx.
También hemos de considerarnos afortunados por el hecho de que esas cuevas
paleolíticas no fueran descubiertas mucho antes ni de forma paulatina. La revelación
sorprendente de lo que el hombre fue capaz de crear antes de que aprendiera a escribir y
antes de que fuera civilizado se produjo accidentalmente en el plazo de unos pocos decenios.
Si esas cuevas se hubieran descubierto. gradualmente, tal vez no se habría conservado un
volumen tan importante de esas impresionantes obras del creador del Paleolítico. La triste
experiencia de Lascaux puso de relieve la capacidad del hombre para destruir rápidamente la
herencia milenaria. Inaugurada en· 1940, fue de tal modo invadida por los turistas y los hongos
que hubo de
146 LOS CREADORES

ser cerrada al público en 1964. Los puritanos de Nueva Inglaterra habían explica
do la presencia de los indios en Norteamérica afirmando que era la forma en que
Dios había preservado el continente incólume hasta que llegara su versión
purificada del cristianismo. ¿Qué designio providencial fue el que preservó las obras
del hombre prehistórico hasta que el descubrimiento de la prehistoria facilitó un
periodo en el que poderlas situar?
Es extraordinario el impulso de energía creativa que produjo esas pinturas, el
florecimiento del arte visual entre los pueblos cazadores del Paleolítico. Como
ocurrió en la prehistoria, nos sentimos inclinados a inscribirlo en el proceso de
desarrollo «normal» de las culturas, despojándolo así de su misterio y su
sorpresa. Se afirma que hay que ver en él una etapa predecible de la antropología
cultural. ¿No sería tal vez una emanación inexplicable del hombre creador, no
menos inexplicable por el hecho de que los artistas fueran anónimos? El
descubrimiento de Altamira fue decisivo para poder comprender la historia del
arte, para poner en evidencia que las creaciones del hombre no se perfeccionan
necesariamente con el paso del tiempo ni por el hecho de que disponga de nuevos
utensilios.
Aunque Hamo sapiens data de hace casi medio millón de años, no fue hasta
una época geológica reciente, la época del Paleolítico superior,
inmediatamente anterior a la nuestra, cuando el hombre realizó figuras de
seres vivos que han sobrevivido. Parece que hasta entonces trabajaba las artes
decorativas, modelando sus utensilios y sus hachas para darles formas más
atractivas. Pero, finalmente, en las obras que dejó para la posteridad en tres
grandes núcleos las cuevas de la Dordoña, de los Pirineos franceses centrales y de
los montes cántabros del noroes te español el hombre osó realizar imágenes y lo
consiguió de los animales entre los que vivía y que le servían de sustento. ¿Por
qué después de tantos cente nares de miles de años el hombre se convirtió
repentinamente en un artista gráfi co? Tal vez la abundancia de animales de
caza en el suroeste de Europa en los últimos tiempos del Pleistoceno le animó a
hacerlo. Quizá esos pueblos de cazado res estaban lo bastante bien alimentados
como para disponer de un tiempo de ocio durante el cual poner a prueba sus
habilidades y su imaginación en los muros del refugio seguro de sus cuevas.
·
El hombre paleolítico, por supuesto, llevó consigo el modelo del cuerpo huma
no allí adonde fue. El hombre es la única figura viva omnipresente en presencia
del hombre. Y, sin embargo, los artistas del arte rupestre paleolítico pintaban y
dibujaban animales. Muy pocas veces dibujaron a un hombre o a una mujer. Su
arte es, sin duda alguna, «zoomórfico», representaba a los animales salvajes de
los que obtenía la carne de que se alimentaba. Debía de sentirse en una cierta
comunidad con los animales a los que cazaba, a los que su propia vida estaba
ligada. El acto de intentar «representar» representar a sus presas, las temi bles
fuerzas que le rodeaban, despertó en el hombre otro poder, el poder de crear. En
las galerías secretas de las arcanas cuevas de caliza, en el seno de la tierra, el
hombre se sentía seguro mientras creaba. ¿Acaso ha sido más misterioso e impre
sionante cualquier otro de los descubrimientos del hombre?
Podemos señalar una serie de etapas en el camino de este extraordinario
autodescubrimiento. La primera etapa en el proceso que llevó al hombre a tomar
conciencia de sí mismo pudo haber sido el reconocimiento formal de la muerte,
como lo muestran sus cuidadosos enterramientos. Así comprendió la
singularidad de
LA MAGIA DE LAS IMÁGENES 147

cada criatura y se vio a sí mismo como un objeto. La práctica de adornar el


cuerpo, que nos parece tan natural, empezó más tarde. En ninguno de los
numerosos enterramientos neandertalenses ha aparecido un solo abalorio
o cualquier otro ornamento corporal. Hace sólo unos 40.000 años
comenzó el hombre a utilizar adornos personales. Los espejos aparecen
mucho más tarde, pero el hombre prehistórico podía haber utilizado como
espejo el agua que reflejaba su figura. El primero que utilizó adornos
personales, fuera quien fuera, fue el primer artista.
El descubrimiento de su poder para pintar vívidas imágenes,
atestiguado en los muros de sus cuevas neolíticas, constituyó un progreso
histórico en el proceso de autoconcienciación del hombre. Ahora el hombre
podía sentir temor no sólo de los animales en movimiento y amenazadores,
como el mamut, el bisonte dotado de joroba, el reno y el jabalí. Ahora
tenía el poder de sentir temor de sus propias creaciones y de sus poderes de
creador, recién descubiertos. Las obras de los artistas de Altamira
permanecen vivas aunque ignoremos, y tal vez no averigüemos nunca, por
qué fueron creadas. Nos recuerdan la iridiscencia del arte y que la obra de
arte trasciende a su creador.

También podría gustarte