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450 años de la primera diócesis argentina

El 29 de agosto de 1563, Felipe II dispuso la creación de la Gobernación del Tucumán, Juríes


y Diaguitas, subordinándola a la Real Audiencia de los Charcas en lo judicial y al Virreinato del Perú
en lo político. Su jurisdicción comprendía las actuales provincias de Jujuy, Salta, Tucumán, Santiago
del Estero, Catamarca, La Rioja y Córdoba, y la región occidental de Chaco y Formosa.
Poco después, solicitó a la Santa Sede la creación de una diócesis en la nueva Provincia, a lo
que accedió el Papa Pio V el 14 de mayo de 1570, a través la bula Super Specula Militantis Ecclesiae
(“Desde la atalaya de la Iglesia militante”), convalidando lo resuelto cuatro días antes por un
consistorio de cardenales reunido en Roma.
El actual territorio argentino era entonces un inmenso espacio vacío en el que solo había tres
ciudades, Santiago del Estero, fundada en 1550 bajo el nombre de Ciudad del Barco, Mendoza y San
Juan, fundadas en 1562, estas dos últimas pertenecientes a la capitanía general de Chile. En la
Gobernación del Río de la Plata, cuya capital era Asunción, no existía aún ninguna dentro de la parte
correspondiente a nuestro país.
Hasta el año anterior habían existido otras cuatro ciudades, llamadas Londres de la Nueva
Inglaterra, en la actual Provincia de Catamarca, Córdoba del Calchaquí, en la de Salta, Cañete, en la
de Tucumán, y Nieva en la de Jujuy. Todas ellas fueron destruidas en 1562 durante el alzamiento del
cacique don Juan Calchaquí, amigo de los españoles, provocado por una torpeza del gobernador
Gregorio de Castañeda.
Al precio de grandes sacrificios pudo mantenerse en pie la sufrida Santiago que, obviamente,
se convirtió en la capital de la nueva Gobernación, cuyo primer gobernador fue el capitán Francisco
de Aguirre, ejecutor del último traslado de Barco y de su cambio de nombre por el de Santiago del
Estero.
Recién doce años después de la creación de la diócesis hizo su arribo el primer obispo
efectivo, el dominico fray Francisco de Vitoria, que llegó con otros dos sacerdotes de su Orden, los
padres Francisco Vázquez y Francisco de Solís, el primero de los cuales se desempeñó como vicario.
Monseñor Vitoria desarrolló su labor pastoral con celo y dedicación, recorriendo la diócesis y
proveyendo a su desarrollo espiritual, pero tuvo serios enfrentamientos con los gobernadores
Hernando de Lerma y Juan Ramírez de Velasco, que provocaron su abandono y su posterior
renuncia.
Impulsó también el obispo la actividad comercial de la Gobernación. En 1584 y 1587
promovió el envío, desde el puerto de Buenos Aires, de una importante cantidad de carretas con
paños, tejidos, sobrecamas y cordobanes elaborados en el Tucumán con destino a Brasil. La primera
fue asaltada a su regreso por el corsario inglés Thomas Cavendish y la segunda naufragó en la costa
uruguaya y las mercancías fueron saqueadas por los aborígenes. No obstante ello, en recuerdo de este
episodio Argentina celebra el 2 de septiembre el día de la Industria. Obstinado y perseverante,
Vitoria realizó un tercer intento en 1589, que fue por fin exitoso.
Su sucesor fue el franciscano fray Hernando de Trejo y Sanabria, nacido en Asunción, cuyo
recuerdo permanece vivo entre nosotros por su celo en la defensa de los derechos de los aborígenes y
por su impulso a la fundación de la Universidad de Córdoba, llevada a cabo por los jesuitas en 1623.
Murió en esta ciudad el 24 de diciembre de 1614 y sus restos descansan en la cripta de la iglesia de la
Compañía.
El 23 de julio de 1696 Carlos II ordenó la mudanza de la sede episcopal del Tucumán a
Córdoba, lo que fue confirmado por Inocencio XII el 28 de noviembre de 1697. El traslado desde
Santiago del Estero fue ejecutado por el obispo fray Manuel Mercadillo en junio de 1699. A
comienzos del siglo XVIII Córdoba pasó a ser también la capital de la Gobernación, por disposición
de Felipe V.
Creado en 1776 el Virreinato del Río de la Plata, dieciséis años más tarde se dictó la Real
Ordenanza de Intendencias, por la cual se dividió la Gobernación del Tucumán en dos intendencias:
la de Córdoba del Tucumán, con nuestra ciudad por capital, que comprendía además las actuales
provincias de Mendoza, San Juan, San Luis y La Rioja, y la de Salta del Tucumán, abarcando las que

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son hoy Jujuy, Salta, Tucumán, Santiago del Estero y Catamarca, con la ciudad de Salta como
capital.
La diócesis tucumanense conservó su primitiva jurisdicción y su sede en Córdoba, hasta que
en 1806 se le incorporó el territorio de Cuyo, separándoselo del Obispado de Santiago de Chile. Tres
años más tarde fue creada la diócesis de Salta, a la que se le asignó el territorio de la Intendencia
homónima.
Es costumbre en los países con fuerte presencia de la Iglesia católica, que el Obispado más
antiguo sea declarado diócesis primada, un título honorífico que, si bien no conlleva ninguna
potestad de régimen o de gobierno como lo expresa el canon 438° del Código de Derecho Canónico,
constituye una importante distinción. Pero por alguna razón desconocida, en 1936 ella le fue
conferida a la arquidiócesis de Buenos Aires.

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