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LA AUSENCIA DEL DELIRIO EN LAS PSICOSIS

Marcelo González Imaz

“... media tonelada de monstruoso dolor


incomprensible, absurdo [...]
abierto al descuartizamiento atroz
por todas partes
que nunca habían dolido
y que eran tantas partes...” 1

Alterando un poco el orden de la convocatoria que hoy nos reúne “Lacan: efectos en la
práctica” quiero hablar de al menos uno de los efectos en el Psicoanálisis que ha tenido la
práctica de Lacan en un punto en el cual debemos reconocer su originalidad: el campo de las
psicosis.

Desde que surgieran como “vesanias”, las psicosis quedaron subyugadas bajo la égida
de las neurosis que ya ocupaban un lugar relevante dentro del discurso médico, a tal punto que
las psicosis eran pensadas como un subgrupo dentro de las neurosis. Haber aparecido con
posterioridad tal vez sea una de las causas que llevó a que casi por un siglo las psicosis se
encontraran sumidas dentro de las neurosis, sin poder ser pensadas como entidades opuestas.

A fines del SXIX en la psiquiatría francesa y alemana la escuela psiquista, los llamados
Psychiker, comienzan a perder terreno a favor de la escuela organicista, los Somatiker, que
logran así imponer su tesis de una etiología orgánica de las enfermedades mentales; quedando
reservado para las neurosis la nominación de aquellas patologías o trastornos que no podían
ser localizados en forma precisa a nivel del cuerpo. Ahora había muchos médicos que dudaban
de la existencia de las neurosis.

En este contexto, dominado por un abordaje neurológico de las enfermedades


mentales que estaba a punto de expulsar a las neurosis del ámbito psiquiátrico, Freud crea el
psicoanálisis asignándole un papel preponderante a las neurosis, muy similar al que la escuela
organicista le dio a las psicosis dentro de la psiquiatría. Asistimos así al nacimiento del par de
opuestos irreductible que signa la psiquiatría hasta nuestros días, pero es oportuno mencionar
que el fundamento de la diferenciación no es clínico sino etiológico.

Tras un fallido intento de reemplazar la nosografía psiquiátrica por la psicoanalítica


Freud introduce las psicosis dentro del psicoanálisis de la única manera que podía hacerlo
retomando la tesis de los Psychiker con lo cual realmente queda planteada la actual dicotomía
1
Zitarrosa, Alfredo. Guitarra Negra. Uruguay for export. 1977.
entre psicosis y neurosis pero ya no asentada sobre una diferenciación etiológica. Dirá Freud:
“De todos modos, la etiología común para el estallido de una psiconeurosis o una psicosis
sigue siendo la frustración, el no cumplimiento de uno de aquellos deseos de la infancia,
eternamente indómitos, que tan profundas raíces tienen en nuestra organización comandada
filogenéticamente.”.2

Sin embargo Freud no logró distinguir en el ámbito estructural las neurosis de las
psicosis, su intento de diferenciar unas de otras podemos presentarlo resumido citando el final
de su artículo La pérdida de la realidad en la neurosis y en la psicosis: “Así para ambas –
neurosis y psicosis-, no solo cuenta el problema de la pérdida de la realidad, sino el de un
sustituto de realidad.”.3 En última instancia se trataría de los grados de la pérdida de la realidad
y de las diferentes formas en que se produce su sustitución.

Freud no pudo ir mucho más allá que los médicos de su época, pues al igual que ellos
sólo la pérdida de la realidad o la presencia del delirio permitían afirmar la existencia de una
psicosis. Sin poder apartarse definitivamente de este postulado el diagnóstico de las psicosis,
aún para algunos sigue estando indisolublemente asociado a la presencia del delirio, lo cual no
sólo acarreó y acarrea problemas a las neurosis delirantes, sino también a las psicosis en las
que el delirio no llega a producirse.

Hablar hoy de psicosis sin delirio es algo posible a partir de que Lacan realiza una
ruptura con el único abordaje que hasta su época se hacía y que era a través de la mirada en el
sentido semiológico, en el sentido de lo que se ve (Kraepelin por ejemplo creía que ignorar la
lengua del sujeto era una condición muy propicia para la observación, remontándonos unos
años más atrás nos encontramos con que Charcot le ordenaba a sus pacientes que no hicieran
teorías). En franca oposición Lacan comienza a escuchar a los psicóticos, a poner el énfasis en
su discurso pero no solo para encontrar el delirio como elemento determinante para el
diagnóstico, sino para intentar comprender “el fenómeno psicótico y su mecanismo”.

Con algo más de cincuenta años de diferencia asistimos a un acto que le cabe
perfectamente el rótulo de revolucionario pues yendo a los orígenes del psicoanálisis lo vuelve
a fundar: Lacan captando la esencia de la posición del Freud analista actúa con los psicóticos
tal como lo hizo el maestro vienes con las histéricas, se decide a escuchar. El retorno a Freud
que Lacan pregona no solo abarca aspectos de nomenclatura como por ejemplo: Freud habla
de “... el mecanismo psíquico de fenómenos histéricos...” 4 y Lacan de “El fenómeno psicótico y

2
Freud,S. Neurosis y psicosis. 1924 en o.c. Amorrortu Editores (AE) Tomo XIX p. 157.

3
Freud,S. La pérdida de la realidad en la neurosis y en la psicosis. 1924 en o.c. AE Tomo XIX p. 197.

4
Freud,S. Estudios sobre la histeria. 1893-5 AE Tomo II. Fragmento del título del cap. I.
2
su mecanismo” 5; si no también cuestiones de originalidad, pues no deja de ser un
comportamiento original de Lacan el de reenviarnos, en su época, al origen del psicoanálisis.
Es así que retomando el Verwerfung freudiano Lacan inaugura el diagnóstico estructural de las
psicosis.

Realizar este apretado seguimiento de los avatares diagnósticos del concepto de


psicosis desde sus orígenes 6, haciendo un justo reconocimiento a quien innovó y renovó en
este terreno como lo es sin duda Lacan, no es ocioso a la hora de pensar la clínica con
psicóticos, más aún si nos falta el elemento diagnóstico por excelencia. La ausencia del delirio
en las psicosis nos pondrá en una encrucijada o bien seguimos manteniendo la equivalencia
delirio = psicosis entrando en un callejón sin salida, o bien abordamos la psicosis como
estructura. Esta no es una mera declaración de principios o una adherencia o un rechazo a
determinada corriente de pensamiento como ejercicio académico, se trata de una decisión que
toca la clínica, que marca una forma de trabajar clínicamente con psicóticos.

Mi primer encuentro con Walter, un joven con quien trabajo desde hace unos años,
esta marcado por su silencio absoluto, en el mejor de los casos obtendré un “sí” o un “no” o un
“no sé” como respuesta a mis preguntas. Los padres consultan porque tiene conductas
repetitivas que no son portadoras de ningún sentido aparente pero que ocupan el centro de la
existencia de Walter sin que él pueda aportar ningún elemento que ayude a la comprensión de
lo que le pasa. Muestra una significativa, aunque no absoluta, pérdida de la iniciativa motriz
acompañada de una hipotonía muscular; su cuerpo parece ser para él una pesada carga
gelatinosa. Algunos de sus rasgos faciales así como su tono de voz hacen pensar en la
presencia de algún tipo de retardo. Su presentación inicial sin embargo es la de un catatónico.

Al poco tiempo de trabajar con él pude constatar, de acuerdo al tipo de atención que
recibió, que desde su niñez se hallaba preso de una irresolución diagnóstica. En edad escolar
había sido sometido a una evaluación diagnóstica que arrojó como resultado dificultades
importantes en comprensión y lecto-escritura. En su pubertad manifestó problemas en su
cuerpo, quedaba en posturas por demás extrañas y a veces no podía sostenerse en pie. Ante
la imposibilidad de encontrar un trastorno neurológico es derivado a un psiquiatra infantil que lo
medica con Haloperidol gotas, más adelante un psiquiatra suplente duplicará la dosis y
agregará más medicación. Un posterior cambio de medicación y quien sabe que otra cosa
traería la remisión de estas cuestiones, pero Walter – a juzgar por la medicación que le daban,
aún sin haber delirado - ya estaba atrapado entre un diagnóstico de retardo o de psicosis.

Este es uno de los ejes en los que va a girar mi trabajo con la familia de Walter. Sus
padres lo ven como un discapacitado a tal punto que mucho antes de que me consultaran

5
Lacan,J. El Seminario Libro 3 “Las psicosis”. Título de la reunión VI. 1955/6.Ed. Paidós.
6
Por más información se puede consultar Locuras histéricas y psicosis disociativas de J.-C. Maleval. Ed. Paidós.1981.
3
habían conseguido inscribirlo como discapacitado en los registros municipales al obtener para
él un pase libre para el transporte colectivo. Cuando sale con jóvenes se niega a usarlo y
deben darle dinero para el boleto, no así cuando viaja solo. Al preguntarle porque tiene ese
pase libre su primera respuesta es “no sé”, luego demostrará saber cual es la razón de que lo
tenga; pero me queda bien claro que es algo de lo que no quiere hablar.

En ocasión el segundo encuentro que tengo con los padres a efectos de comunicarles
que la situación por la que atraviesa su hijo no es consecuencia de ningún tipo de discapacidad
intelectual sino de aspectos psíquicos, razón por la cual es viable trabajar con él, surge el relato
del siguiente suceso. Un día Walter llegó a su casa con un muchacho, cosa no habitual en él,
La madre fue a buscar a un vecino para saber quien era ese muchacho, que resulto ser del
barrio y sin ningún antecedente digno de la preocupación materna. Por supuesto que ese chico
nunca más apareció por esa casa donde fue tan bien recibido, ahora bien ustedes se
preguntaran por el motivo de esta reacción de los padres de Walter, el padre lo expresa sin
ambigüedades “nos dio miedo que se lo cargase, por como es él, tal vez lo vio medio
afeminado.”. He aquí otro elemento que les pido lo retengan porque más adelante será
trascendental. Esta es una preocupación tan grande en el padre que lo lleva, junto con otros
muchachos del barrio, a los prostíbulos de Pando. Su padre habló antes con la chica que lo
atendió para explicarle de que se trataba y después para confirmar con ella que “anduvo todo
bien”, ahora para Walter no parece haber sido una experiencia tan exitosa como para su padre
ya que evita hablar del tema.

A partir de los seis meses de trabajo conmigo comienza a hablar espontáneamente, se


lo nota contento y más participativo. La madre lo nota mejor, a su juicio está “desacatado” en su
relacionamiento con los vecinos. Finalmente logro que se traslade a mi consultorio por sus
propios medios. Desde este momento y por aproximadamente un año continuará
desenvolviéndose con éxito en otras situaciones que le permitan poner en juego su ahora
creciente posibilidad de relacionarse con semejantes. Esto es únicamente posible gracias a un
trabajo periódico con la familia para que al menos le den la oportunidad de intentar hacer algo
diferente, nuevo. Venir solo a la sesión le permite justamente enfrentarse a situaciones nuevas
como ser la rotura del ómnibus en el que venía y tener que esperar otro; imprevisto que
resolvió sin problemas.

Basado en su notable mejoría el psiquiatra tratante comienza a reducir gradualmente la


medicación y al no registrarse ningún cambio lo continúa haciendo hasta retirarla
completamente.

A la semana o diez días los padres lo notan ido, se babea, repite la última palabra que
le dicen y escucha música a un volumen muy alto. La madre comienza nuevamente a
acompañarlo a la sesión porque no se anima a que ande solo en la calle porque está agresivo y
4
con la mirada fija, dirá su madre “mira de pesado”. Más adelante se produce un brote de
agresividad y violencia que se va incrementando en el transcurso del tiempo; comienza
golpeando puertas, gritando, contestando mal, con miradas penetrantes y desafiantes,
rompiendo objetos como radios o cajones.

Al intentar dar vuelta una mesa el padre se le tira encima para contenerlo y se produce
un intercambio de golpes de puño iniciado por Walter. Al otro día lo veo y se pone agresivo
conmigo a poco de comenzada la sesión, comienza a quedar rojo y ante algo que le pregunto
responderá agregando al final un “tá, tamos” en un tono que no deja dudas de su agresividad
ni de su escaso interés de hablar conmigo. Hablando logro tranquilizarlo y que nuestro
encuentro sea un poco más amistoso. En dos días lo vuelvo a ver y al preguntarle el motivo de
su enojo con el padre manifiesta “me molesta, me dice que soy un enfermo”, también agregará
que el padre le dice “enfermo, tarado, puto”.

Tras recibir medicación nuevamente, en un breve lapso vuelve a estar como antes del
retiro de los fármacos. Sin embargo la agresividad hacia el padre se prolonga durante unos
meses pero no se traduce en nuevas agresiones sino que discurre en el nivel de la intención, a
Walter le “gustaría pegarle, reventarlo”. Luego de lo acontecido y como era de esperar no será
sencillo lograr que vuelva a venir solo a mi consultorio.

De este episodio lo más espectacular sin duda es la escena de acción y violencia que
protagonizaron Walter y su padre. Sin embargo no es ahí donde hay que poner el énfasis y sí
en el discurso de mi joven paciente que como todo psicótico es un testigo de la existencia del
inconciente, pero que da un testimonio abierto a diferencia del neurótico que también atestigua
a favor del inconciente pero con un testimonio encubierto que debemos descifrar. Walter es
trascendido, atravesado por una significación que le concierne y de la que sin embargo no
puede dar cuenta, una significación que le concierne y que proviene del padre real: es “tarado
y puto”, pero no es su hijo cuestión que se recorta en el discurso de Walter que a partir de
ahora y por un buen tiempo cuando se refiera a su progenitor no lo hará diciendo “mi padre“
sino que referirá a él por su nombre.

Tal vez no exista un definición tan ajustada a lo que Lacan entiende por forclusión del
Nombre del Padre como la de un niño que nunca puede ser reconocido y designado como hijo
de un padre.

Justamente su padre comienza a hacerse presente por cuestiones relacionadas con


Walter ante mis requerimientos de que a la entrevistas que concertamos periódicamente debe
venir junto con su esposa. Históricamente Walter ha sido hijo de su madre, que es quien se
ocupa de él en todo, es quien lo ha hecho recorrer cuanto médico, especialista e institución
puedan imaginar.
5
No habiéndonos apresurado por comprender el acto de violencia que protagonizaron
Walter y su padre, a la luz de lo expuesto anteriormente estamos en condiciones de dar cuenta
de lo sucedido. Tal como dice Lacan y no por casualidad en su seminario Las psicosis,
“comiencen por creer que no comprenden” 7. En primer lugar el golpear puertas y romper cosas
aparece más bien como consecuencia y no como fin en si mismo; ¿consecuencia de qué? De
una agresividad que es hacia su padre y que Walter va acumulando.

La imposibilidad de inscribir en lo simbólico el nombre del Padre da prueba de la falta


del padre como nombre pero también de la falta de un padre como nombrante. Con este
desenlace dirá Lacan al psicótico “Le queda la imagen a la que se reduce la función paterna.
Es una imagen que no se inscribe en ninguna dialéctica triangular, pero, cuya función de
modelo, de alienación especular, le da pese a todo al sujeto un punto de enganche, y le permite
aprehenderse en el plano imaginario. Si la imagen cautivante es desmesurada, si el personaje
en cuestión (el padre) se manifiesta simplemente en el orden de la potencia y no en el del
pacto, aparece una relación de agresividad, de rivalidad, de temor, etc.” 8.

El hecho de que su padre u otra persona cualquiera pueda ver a Walter afeminado
pone de relieve la consecuencia de no poseer un significante que habilite lo fálico. Para el
psicótico no hay otra opción que asumir a lo largo de su vida una compensación a través de
identificaciones a personajes que le darán pautas de que hay que hacer para ser hombre. Con
esta muletas imaginarias podrá o no sostenerse en el tiempo, en general lo hace pues la
compensación del psicótico así lo indica, podrá mostrar comportamientos que puedan ser
considerados viriles. En este sentido podemos ubicar el hecho que a Walter lo han llevado hace
ya mucho tiempo a un par de bailes, que uno de sus primos lo invita a ver películas
pornográficas y también la excursión que organizó su padre para llevarlo a los prostíbulos
pandenses.

Pero para Walter estas cuestiones se juegan de otra manera. Así, la diferenciación de
los sexos en los animales es por el color de los ojos: una vaca la distinguiremos por tener los
ojos marrones y al toro por tener sus ojos negros. Con los humanos pollera y pantalón serán
determinantes así como las “tetas”. Contar que en las películas pornográficas habían “mujeres
que cogían con hombres” o el hecho de el mismo haberlo hecho no lo transforma en un
heterosexual, así como no tener novia tampoco lo convierte en homosexual porque esta
oposición no se juega en Walter sino en su padre. Lo que sí intenta Walter es asumir el
comportamiento acorde a su sexo biológico y lo hace con lo que tiene a mano, con lo que
puede, con lo que de imaginario pueden brindarle sus referentes reales.

7
Lacan, J. El seminario Libro 3 las psicosis. 1955/6. Ed. Paidós. p. 35.
8
Idem. p.291/2. Lo escrito entre paréntesis es mío.

6
Tras el suceso pugilístico narrado anteriormente sobrevendrá un período de igual
duración al anterior un año aproximadamente en el cual Walter alcanzará su mayor nivel de
interacción social desde que trabajo con él. Tiene un diálogo más fluido, se ríe a carcajadas –
antes solo sonreía -, se le nota más alegre y desarrolla un mayor relacionamiento con su
entorno. Está al tanto de informaciones deportivas y algunas de pública notoriedad que asimila
por ver el informativo en TV cosa que siempre hizo pero que ahora aprovecha de otra manera,
participa en reuniones con adolescentes a través de su hermano quien es justo señalar que
nunca lo ha discriminado pero es a partir de su mejoría que lo comienza a integrar en sus
actividades, recuerda cosas en las que hemos quedado o hemos hablado la semana anterior y
me las hace saber aunque sin verbalizarlas pero haciéndose entender a su manera.

Pasado fin de año, una fecha que los padres relatan como antiguamente crítica para
Walter, y en una semana en la que no tuvimos sesión por que estaba en casa de unos
parientes en el interior, recibo una llamada. Por primera vez en los tres años que llevaba
trabajando con Walter sus padres me solicitan una entrevista en la cual me plantean que, por
razones económicas, no saben si lo van a seguir mandando. Esto hace resurgir dos ideas que
han sido recurrentes en los padres desde ya hace tiempo: obtener una pensión por
discapacidad y suspender el tratamiento por razones económicas.

Tras esta reunión con sus padres, tendré dos encuentros más con Walter seguidos de
dos semanas en que no lo veo, la primera por reparaciones en mi consultorio y la segunda por
que lo llevan al psiquiatra. Recién lo volveré a ver en medio de su segunda descompensación
ocurrida un mes después de mi entrevista con sus padres.

Cuando lo llevan a Walter al psiquiatra, en lugar de enviarlo a la su sesión conmigo, es


porque los padres comienzan a notarlo extraño. No duerme más de cinco horas por noche, a
las tres de la mañana se despierta y deambula. Relatan agresividad verbal (insultos) y
desvarío, lo hace salir del cuarto matrimonial al padre diciéndole “salí de mi cuarto”. Repite
incansablemente actos de contenido pueril que parecen ser más bien rituales de tipo obsesivo.

Un aumento de los fármacos esta vez no dará los resultados que dio anteriormente, la
urgencia de la situación le impide a los padres esperar para que lo vea nuevamente el
psiquiatra tratante y consultan un par de veces en la urgencia mutual en la que finalmente y
luego de haberle dado un inyectable lo mandan internar. Como no pueden quedarse con él
deciden no internarlo y ahí me llaman para ver si hicieron bien, a todo esto hacía veinte días
que yo no veía a Walter.

Un nuevo ajuste medicamentoso no logra revertir la situación y a la semana Walter es


internado por el psiquiatra tratante, con la autorización de tener acompañante permanente.
7
Esta vez los padres no me llaman, y me entero que había sido internado hacía dos días al
procurar noticias con el psiquiatra. Voy a verlo y lo encuentro en un estado lamentable, similar
al primer encuentro que tuve con él pero todos los rasgos exacerbados al máximo imaginable:
no habla, no puede siquiera levantar los pies, su cuerpo es algo con lo que a gatas puede lidiar
es como una agua viva recién sacada del agua, aún no ha muerto pero su cuerpo de poco le
sirve. Su presentación da cuenta de forma manifiesta del grado de decadencia en que se
encuentra.

Los síntomas de Walter no solo no remiten ante la medicación más potente sino que se
incrementan, luego de una semana de internación se agregan otros nuevos. Puedo constatar el
surgimiento de quejidos hipocondríacos por dolores abdominales, de cabeza y en miembros
inferiores. Los padres relatan desgarradores gritos nocturnos. Como último recurso se le
aplican una serie de micronarcosis que rápidamente hacen desaparecer la sintomatología
hipocondríaca y le permitan dormir mejor por las noches. En mi última visita al sanatorio
corroboro su mejoría. Luego de dieciocho días de internación Walter es dado de alta con
algunas sesiones pendientes de micronarcosis que se realizaran en forma ambulatoria.

Lo que le ha sucedido a Walter es que ha entrado en lo que Lacan llama perplejidad 9,


ubicada en el “período pre-psicótico” 10 o “pre - psicosis” 11, a mi entender como forma de
referirse a sujetos en los cuales hasta ese momento no ha habido ningún indicador que nos
permita afirmar que estamos frente a un psicótico. De ser así no es nuestro caso, pero
contextuando el momento histórico de este planteo lacaniano podemos darle otra lectura y es
que, siendo ya una manifestación psicótica, se trata de una etapa previa a la “entrada a la
psicosis” 12 que coincide para Lacan con la gestación del delirio.

Es en este sentido que Jean-Claude Maleval retoma la perplejidad de la que habla


Lacan y la ubica en el inicio de lo que denomina la lógica del delirio. Más exactamente
nominará este primer estadio como “deslocalización del goce y perplejidad angustiada” 13.

Hablemos primero de la deslocalización del goce. El goce es indecible, reside en una


tensión que lleva a la satisfacción de la pulsión, por lo tanto se distingue del placer como
principio freudiano que tiende a la reducción de las tensiones físicas; es en un más allá del
principio del placer donde el goce se arraiga. Por lo tanto está muy lejos de ser siempre
agradable y sino veamos lo que pasa en el psicótico en donde la forclusión del Nombre del

9
Lacan, J. El seminario Libro 3 las psicosis. 1955/6. Ed. Paidós. p.274 y 289.

10
Idem. p. 274.
11
Idem. p. 289.
12
Idem. p. 290.
13
Maleval, Jean-Calude. Lógica del delirio.1998. Ediciones del Serbal. p. 133.
8
Padre implica la ausencia de límite del goce del Otro, el goce fálico no le hace borde no lo
puede limitar porque literalmente no está, falta a causa no haberse instaurado la pérdida del
objeto primordial.

El sujeto psicótico se encuentra invadido por el goce del Otro y su cuerpo se convierte
en un terreno abonado para el surgimiento de diversos fenómenos que serán penosos o
agradables, angustiantes o voluptuosos, por cierto que estos últimos no se muestran como los
más frecuentes. Habitualmente se produce un desencadenamiento doloroso del goce del Otro,
tal como le pasa a Walter que presenta claros síntomas hipocondríacos y sufre de fuertes
dolores en varias partes de su cuerpo como el abdomen, las piernas y la cabeza. Como la
medicación no puede con esta invasión del goce del Otro, Walter intenta al menos mitigar los
dolores de cabeza colocándose permanentemente trapos húmedos.

En cuanto a la perplejidad que esta deslocalización del goce acarrea diremos que tal
como lo señala Lacan “... en la perplejidad. Un mínimo de sensibilidad que da nuestro oficio,
permite palpar algo que siempre se vuelve a encontrar [...] a saber, la sensación de que tiene el
sujeto de haber llegado al borde del agujero. Esto debe tomarse al pie de la letra. No se trata
de comprender que ocurre ahí donde no estamos. No se trata de fenomenología. Se trata de
concebir, no de imaginar, que sucede para un sujeto cuando la pregunta viene de allí donde no
hay significante, cuando el agujero, la falta, se hace sentir en cuanto tal.” 14.

Aquella primera impresión que me había dejado Walter en cuanto a que su


presentación era la de un catatónico, ha sido corroborada en mis dos primeras visitas al
sanatorio. En la medida que no se opera una movilización del significante para intentar de
algún modo enmascarar el agujero simbólico, no hay posibilidad de construir un delirio para
Walter. La desposesión del significante alcanza en él, como vimos, su versión más acentuada.
Su cuerpo es invadido por el goce del Otro sin que pueda hablar de lo que le está pasando.
Nos dice Maleval: “El catatónico alcanza a protegerse de las angustias de la perplejidad al
precio exorbitante de la obliteración del pensamiento. Lo que sobrevive del lenguaje puede aún
más o menos ser apropiado para la satisfacción de las necesidades, pero ya no alcanza para la
reflexión.” 15.

Me parece una descripción ajustada a la realidad de Walter que a causa de esto y a


pesar de mis esfuerzos por torcer la opinión de los padres, debe cargar con el rótulo de
“discapacitado”, de “enfermo” y de “tarado”. En busca de una confirmación que no encuentran
de mi parte ni de parte del psiquiatra tratante los padres solicitan la intervención de otro
psiquiatra que en una entrevista de pocos minutos sentenciará que se trata de un retardo y que
por tanto está mal medicado. Esto los deja con las manos libres para, sin siquiera comentarme

14
Lacan, J. El seminario Libro 3 las psicosis. 1955/6. Ed. Paidós. p. 289.
15
Maleval, Jean-Calude. Ob.cit. p. 164.
9
– no ya consultarme –, volver a inscribirlo en los registros municipales como un discapacitado
al lograr su entrada en un centro que se dedica a trabajar con personas de capacidad diferente.
Lo interesante es que entró a prueba porque allí no aceptan “patologías psiquiátricas”, digamos
aceptaban, porque sigue concurriendo.

Apreciaran que volvemos al inicio, Walter sigue atrapado por sus padres entre ser un
discapacitado o un psicótico. De toda maneras, entender que es por una irrupción muy
temprana de su psicosis y no por ser un retardado que Walter no pudo acceder a los
conocimientos escolares más elementales es lo que me llevó a trabajar con sus padres para
que pudieran al menos oscilar entre estas dos opciones y, así tener la posibilidad de, junto a
Walter, buscar o más bien inventar las condiciones que le permitieron participar del mundo que
lo rodea de una manera diferente.

Continuar con este trabajo depende de lo que pueda seguir trabajando con sus padres,
más aún si intentamos pensar en el o los motivos de la estructuración de la psicosis clínica en
Walter. Si bien su imposibilidad de hablar con relación a lo que experimenta es un obstáculo
que se agrega a los ya habituales en toda psicosis, de todos modos podemos pensar que la
suspensión unilateral del tratamiento por parte de los padres a través de la vía de los hechos y
no de los dichos, ha tenido su participación en esto en la medida que estuvo un mes sin ir a mi
consultorio. No es una situación a la que Walter este acostumbrado pues sistemáticamente le
comunico cualquier cambio con relación a lo que es nuestra forma habitual de trabajo.

La experiencia indica que de poco sirve trabajar únicamente con la estructura psicótica
de un sujeto para evitar que se produzca la estructuración de una psicosis clínica. El abordaje
del psicótico tiene que incluir a la familia y aún así no hay garantía de éxito.

Luego de unos tres meses de haber sido dado de alta comienza a recuperar las
características de comportamiento previas a la internación. Actualmente, entre sus
posibilidades y las que le ofrece la institución a la que concurre, podemos afirmar que ha
logrado una aceptable inserción.

10

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