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De otro lado, en Grecia el teatro nace vinculado a las fiestas de Baco y las
representaciones constituyen un alto en el devenir diario de la ciudad; el hombre
griego sale de la vida cotidiana y se dirige a las afueras de la ciudad para reflexionar, o
para ver y oír cómo determinados autores reflexionan sobre la historia y los mitos
culturales; el hombre griego quiere ver cómo tras los nombres individuales de los
personajes, y tras la anécdota de la fábula, se establecen las relaciones de la
humanidad con los dioses, cuál es el sentido trascendente de la libertad y de la propia
responsabilidad, cómo puede entenderse sin conflicto la ley humana y el derecho que
Júpiter ha dado al hombre para que ordene su vida de relación y su convivencia en una
sociedad civilizada. En cualquiera de las grandes tragedias griegas está latente el tema
del hombre que piensa sobre su propia conducta y sobre la responsabilidad que le
puede alcanzar a una criatura inteligente y libre. El ser humano, que deja durante un
tiempo sus ocupaciones cotidianas, se plantea preocupaciones más allá de lo diario: el
premio y el castigo que merece una acción, la felicidad e infelicidad que deriva de la
conducta consciente, la compasión y el temor ante la inocencia y la desgracia, la
responsabilidad desde el conocimiento o la ignorancia de la culpa, el rango de las leyes
humanas frente a las divinas, etc.
El teatro griego, situado en las afueras de la polis, tiene en sus comienzos una forma
circular y sitúa el lugar de la acción en el centro, mientras que el lugar de la
expectación constituye un círculo que forma anillo en torno al altar. Puede
interpretarse esta disposición como una reproducción icónica de una actitud humana
de reflexión.
Más tarde, en una etapa de la historia de Grecia, el círculo se abre por una parte y
conservando el círculo central para el coro, deja el anillo abierto y reducido, y a la vez
desplaza a los actores hacia un escalón (proscenio) situado delante de la casita
(eskene) que se ha construido en el espacio abierto del anillo. Con la aparición de la
escena y del proscenio en el teatro griego se verifica una restructuración profunda de
los espacios escénicos y unos cambios que no podemos considerar simplemente
anecdóticos, ya que responden a un nuevo sentido del teatro. Se crean nuevos
espacios en los que se situarán los actores, el público y el coro, con papeles bien
diferenciados, frente a lo que había sido la celebración religiosa de todo el pueblo en
conjunción con un sacerdote de Baco.
El edificio teatral adquiere en la época clásica griega una disposición física en la que
todos, actores, coro, público, entran en el teatro por los mismos accesos, los parodoi,
aunque en el interior ocupan lugares diferentes según el papel que desempeñan en el
proceso de comunicación dramática. Los oficiantes y los asistentes al rito en el teatro
primitivo griego comparten el mismo espacio, una especie de círculo mágico para
invocar a la divinidad. El teatro clásico rompe el círculo para distinguir espacios
escénicos diferenciados: el de la palabra, que ocupa el actor, el de la música,
correspondiente al coro, el cual también puede usar la palabra mediante un portavoz
(el corifeo), y el de la expectación, la sala, ocupado por un público que solamente
observa. Más tarde, el teatro romano, perdido el lugar intermedio del coro, reducirá
los espacios fundamentales a dos: el de la acción para los actores y el de la sala para
los espectadores, y entre ambos la línea que separa, mediante el telón y las candilejas,
los dos mundos, el de la ficción y el de la realidad que se enfrentan en sus ejes: el de
hacer y el de mirar. La acción dramática se ofrece así como un espectáculo para un
público pasivo que se limita a recibirlo.
El teatro romano puede considerarse ya como espectáculo e implica una división muy
clara de intereses y actitudes: de una parte los actores, que entretienen creando una
ficción y cobran por hacerlo, y de otra los entretenidos, que pagan para verlos; los que
viven del espectáculo y los que pagan para que lo realicen.