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La Comunión Trinitaria.

Cuando consideramos el misterio de Dios, a lo máximo que llegamos en esta vida es a


una mirada en la cual contemplamos dos aspectos complementarios, pero que nunca
podemos terminar de sintetizar en una unidad final. Y esto es lógico, porque –como decía San
Agustín– “Si lo comprendiste bien... no es Dios”.1
Por eso, a Dios lo contemplamos:
– Uno y Trino: ni tan Trino, que deje de ser Uno, ni tan Uno que no pueda ser Trino:
“No he comenzado a pensar en la Unidad cuando ya la Trinidad me rodea con su fulgor. No
he comenzado a pensar en la Trinidad cuando ya la Unidad me arrebata de nuevo...” (CCE
256).
– simple y perfecto: ni tan simple, que no pueda contener toda perfección; pero tan
omniperfecto, que no deja ser simple;
– en la eternidad y en el mundo: un Dios completamente trascendente respecto del
mundo, pero –al mismo tiempo– tan presente en el mundo, que es “más íntimo a mí, que yo
mismo”.2
– en la silenciosa intimidad y en la historia candente: “presente en lo más íntimo de
[todas] sus criaturas” (CCE 300), y al mismo tiempo “Todopoderoso «en el cielo y en la
tierra» (Sal 135,6)... Señor del universo... y... Señor de la historia...” (CCE 269); el “Dios
salvador, Señor de la historia” (CCE 2584).
En esta misma consideración de dos aspectos complementarios del misterio divino,
también contemplamos dos aspectos de la comunión trinitaria:
– En la “base metafísica” de la comunión trinitaria, afirmamos la consubstancialidad
numérica: “es la infinita connaturalidad de Tres Infinitos” (CCE 256), que son una “comunión
consustancial” (CCE 248): “la Santísima Trinidad vivificante, consubstancial e indivisible”
(CCE 689).
– En la “cumbre moral” de la comunión trinitaria,3 contemplamos que Dios mismo es
“eterna comunicación de amor: Padre, Hijo y Espíritu Santo” (CCE 221), “el misterio de la
Comunión del Dios Amor, uno en tres Personas” (CCE 1118; cf. CCE 257); porque “Dios es
amor y vive en sí mismo un misterio de comunión personal de amor” (CCE 2331): “el
Misterio de la Comunión de la Santísima Trinidad” (CCE 738), “la comunión que existe entre
el Padre y el Hijo en su Espíritu de amor” (CCE 850).
Por otra parte, cuando profundizamos en los misterios de la fe y de la vida cristiana,
descubrimos –finalmente– que todo se reduce a dos vínculos de comunión, que tienen sus
raíces en las Personas Divinas:
– la “comunión coordinada”: a imagen de la comunión de la Santísima Trinidad,
donde las realidades en juego “no tienen grado superior que eleve o grado inferior que abaje”
(CCE 256);
– la “comunión subordinada”: a imagen del misterio del Verbo encarnado, donde las
realidades en juego no están en el mismo nivel, pero se unen “sin confusión y sin división”
(CCE 467).
Con esto, volvemos a los núcleos dogmáticos de la fe cristiana –el cristocentrismo
trinitario–, desde los cuales se iluminan toda la fe y la vida cristianas, y de las cuales “Cristo
es el centro y la Trinidad es la cumbre”, siendo Cristo “Uno de la Trinidad” (CCE 470).

(Tomado de mi libro: “Meditaciones sobre la Trinidad”, cap. 24).

1
Sermón 52, 6, 16; citado en CCE 230.
2
De nuevo, San Agustín, ahora en las Confesiones 3, 6, 11; también citado en CCE, ahora en su nº 300. De paso
hacemos notar que el CCE tiene, aproximadamente, un 50 % más de citas de San Agustín que de Santo Tomás.
3
Este lenguaje lo encontramos en CCE 470, que habla de “divinos Trinitatis mores”.

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