Está en la página 1de 10

Docente: Bedotti Tejeda Simón Joaquín

Espacio curricular: Estética-danza

Año 4to

Turno: Vespertino

Establecimiento: CREAR

Clase: 3

Tema: Kant. Analítica de lo Bello y Analítica de lo Sublime.

Buen día. Espero que se estén cuidando y que estén llevando bien el aislamiento. En
esta clase seguiremos viendo Kant. En este caso vamos a desmenuzar dos temáticas
centrales de la estética kantiana: la analítica de lo bello y la analítica de lo sublime.
Comencemos por la primera.

Lo que nos interesa a nosotros, es la “Crítica a la facultad de juzgar” (CFJ).


Recuerden que de las tres críticas esta es la última. En conjunto, estos tres libros de Kant
serían los que sintetizan su proyecto de una “antropología”, es decir, un estudio sobre el
humano, sus límites, sus capacidades. Esta, la CFJ, a su vez, se divide en dos partes: la
“Critica a la facultad de juzgar estética” y la “crítica a la facultad de juzgar teleológica”.
En el texto de Oliveras van a ver que la autora aclara, que el término “estética”, en la
filosofía kantiana, tiene dos apariciones. En la “Crítica a la razón pura” aparece lo que se
llama “estética trascendental”, que refiere a lo que se llaman principios a priori de la
sensibilidad (los habrán visto en filosofía), que corresponde a las intuiciones puras de
“espacio” y “tiempo”. En la CFJ, en cambio Estética se refiere al sentimiento de placer o
displacer, que definen al juicio del gusto. Por otra parte, la “Crítica a la facultad de juzgar
estética” se divide en analítica de lo bello y analítica de lo sublime. Si lo vieron en filosofía,
recordarán que la “crítica a la razón pura” corresponde una elucidación de los límites del
conocimiento humano. Para Kant, el conocimiento es una “síntesis”, accedemos al
conocimiento de las cosas tenemos un conjunto de categorías (que se encuentran en la
facultad del entendimiento) que nos permiten ordenar lo que percibimos (esto es captado
por otra capacidad: la sensibilidad) y así entender el mundo. Esto ténganlo presente ya que
la CFJ no se encarga de los límites del conocimiento, sino de otro tipo de juicios, los
estéticos, que no pretenden conocer nada sobre el objeto que se nos presenta, sino que
muestran, por decirlo de alguna manera, ciertos “aspectos” del sujeto que conoce (por otra
parte, el sujeto es trascendental, no empírico, lo que quiere decir que Kant se refiere a todos
los seres humanos, porque poseemos idénticas capacidades). Por otra parte, el juicio
estético no sólo se diferencia del juicio de conocimiento (que dice qué cosa es el objeto),
sino también de los juicios de moralidad (que dicen qué deberíamos hacer frente a una
situación determinada, y extrae los contenidos de la razón, que es otra facultad). Tengan
muy presente que el proyecto de Kant está dedicado a establecer la “condición de
posibilidad de los juicios” es decir, a comprender qué capacidades entran en cada juicio que
hacemos, y cómo se combinan estas capacidades. A nosotros nos interesa el juicio estético,
pero ténganlo presente para que entiendan que lugar juega para Kant dentro del panorama
más amplio de las capacidades humanas.

Empezamos por la analítica de lo bello, que se divide en 4 momentos. El primer


momento es el relativo a la cualidad. Según Kant, a este respecto, los juicios pueden ser
“afirmativos”, “negativos” o “infinitos”. El juicio de gusto (juicio estético) es afirmativo,
“subjetivo y desinteresado”. Subjetivo quiere decir que, cuando nosotros decimos que algo
es bello, esto siempre se nos aparece como un hecho psicológico (por más que muchos
podamos asentirlo). Por otra parte, es “desinteresado”, lo que quiere decir que el juicio no
puede estar guiado por ningún tipo de interés, y tampoco por ningún deseo. Por ejemplo, si
nosotros decimos que nos gusta el asado, es evidente que no estamos haciendo un juicio
estético de belleza (ya que aquí, nuestro interés por el asado esta mediado por su sabor, sus
propiedades nutritivas, su olor o lo que sea). Tampoco podríamos decir que nos gusta tal o
cual obra de arte por la temática que trata, o porque coincide con nuestros horizontes
ideológicos. De todos modos, esto no quiere decir que le juicio no pueda ser “interesante” o
en todo caso, suscitar interés, que de hecho lo hace. El interés por un objeto está
directamente relacionado con la inclinación que uno puede tener a poseerlo, y está
relacionado con el deleite, que corresponde a lo que es agradable (lo bello y lo agradable,
para Kant, son cosas bien diferentes). La distinción entre lo agradable y lo bello es bastante
sencilla y no creo que vayan a tener mayores problemas con eso. Lo agradable es siempre
sensitivo, le corresponde un deseo inmediato, es individual (piensen, por ejemplo, en los
gustos de helado), es interesado. El juicio del gusto, en cambio es universal (ya vamos a ver
mejor por qué, pero el juicio de gusto aspira a ser asentido por todos), y es ajeno a la
representación de la existencia del objeto. Esto último quiere decir que el juicio es
puramente contemplativo, lo que significa que no se puede ir más allá de la forma del
objeto. En el juicio de gusto, nos concentramos en la pura forma, es un tipo de relación
“libre” con la cosa, en la que uno queda como suspendido en la plena presencia de la cosa.
Esto reténganlo, ya que es una de las cuestiones centrales de la estética. Contemplar es una
forma de relacionarse con el objeto que supone desvincularlo de todo, que aún influye en
nuestra forma de relacionarnos con el arte. De todos modos, creo que ya se los aclaré, pero
Kant ocupa los juicios de gusto casi enteramente con ejemplos de la naturaleza. En el caso
de la danza, la contemplación podría traducirse (aunque no del todo) como “formalismo”,
en lo que entraría por ejemplo el ballet. No es del todo pertinente tratando de esta manera,
pero es para que tengan alguna referencia del tipo de juicio que estamos analizando. De
todos modos, cuando avancemos en la materia se van a dar cuenta que muchos de los
postulados de la estética kantiana son atacados, pero es pertinente que los conozcan ya que
prácticamente todo lo que viene presupone una lectura de Kant. En el primer momento
Kant también distingue los juicios de gusto de los de conocimiento, que son los que les
decía más arriba. El juicio estético de gusto hace referencia a cómo se nos presenta el
objeto que representamos, y cómo esta representación nos hace sentir. Para reflexionar
estéticamente sobre la representación del objeto, convocamos a la facultad de la
imaginación (recuerden, que, en el juicio de conocimiento, se convoca al entendimiento,
que es la facultad de conocer científicamente). Así, el juicio de gusto sólo hace referencia a
sentimiento de placer o displacer que nos genera el objeto representado. A esto, tengan en
cuenta que se puede hacer un juicio de gusto de cualquier objeto, siempre y cuando lo
enfoquemos con respecto a la “configuración formal” del objeto representado (es decir,
dejando fuera todo tipo de interés sensible, el asado podría juzgarse por su forma, aunque
claro está, no tendría mucho sentido hacerlo). Este formalismo, quiere decir que el arte para
ser juzgado (o en realidad, cualquier objeto del que se quiera hacer un juicio de belleza
puro) se debe separar tajantemente del resto de las cosas de la vida (tanto prácticas como
cuestiones relacionadas al interés, al deseo de algo).

En el segundo momento, Kant intenta mostrar la validez de los juicios de gusto.


Para su sorpresa, la validez de estos juicios sería universal, intersubjetiva. Esto quiere decir
que, el juicio de gusto no debería ser particular, a pesar de ser subjetivo. Cuando decimos
que “esta flor es bella”, esperamos que todos estén de acuerdo con eso, lo que quiere decir
que lo bello (en realidad, el juicio) no es para cada uno o para cada grupo de personas algo
distinto. La idea es que, al ser desinteresado, la complacencia que sentimos frente al objeto
bello puede ser compartida por todos, y es la misma complacencia. Esto aparece en el
segundo momento y corresponde al momento de la “cantidad” del juicio. De todos modos,
que sea universal no quiere decir que sea obligatorio. Lo que hay más bien es una
pretensión de que todos estén de acuerdo cuando hacemos el juicio de belleza, aunque haya
algunos que no lo perciban de ese modo. La definición kantiana de lo bello sería “lo que
place universalmente sin concepto”. Esto significa que no ahondamos en el concepto a la
hora de hacer un juicio de gusto, no necesitamos ningún conocimiento del mismo. En un
juicio de belleza sobe una flor, por ejemplo, no nos importa saber si es venenosa, o si es
comestible, o de que componentes químicos estas hecha etc. Lo que les va a resultar
extraño, es que en realidad no puede decirse prácticamente nada en un juicio de belleza. Lo
que Kant quiere investigar, son las capacidades que tenemos, aquello que hace posible que
exista el juicio de belleza de estas características. Entiendan que el juicio, que como
habíamos dicho es reflexionante, funciona solamente como una “vuelta de la conciencia
sobre sí misma”. Esto coincide con su carácter contemplativo. En el juicio de gusto, la
universal comunicabilidad se relaciona, entonces, con algunas de nuestras facultades. Kant
afirma que, estas facultades son las de la “imaginación” y el “entendimiento”, que entran en
libre juego, produciendo una armonía espontanea. Lo central de la cuestión acá, es que el
libre juego está dado por lo que decíamos más arriba, por el hecho de que no intervienen
conceptos. El entendimiento es la facultad de los conceptos, y sin embargo, en el juicio de
gusto, no hace intervenir concepto específico alguno. Esto hace que la imaginación, como
facultad creadora pueda actuar sin “coerción” (en los juicios de conocimiento, también
interviene la imaginación, pero está siempre limitada por algún concepto específico, lo que
permite obtener conocimiento de un objeto). Para que entiendan esto, pueden compararlos
con los juicios de conocimiento: en estos, lo que sucede es que el entendimiento interviene
a través de conceptos de manera determinante. Cuando decimos “Esta flor es venenosa”,
estamos utilizando un concepto para encasillar el objeto: esto sería determinar al objeto. En
cambio, en el juicio de gusto sólo estamos comunicando un sentimiento, no un
conocimiento sobre el objeto: hay que entender esta diferencia para ver de qué está
hablando Kant. No estamos hablando de una característica de la flor cuando decimos que es
“bella”, estamos hablando del sentimiento de agrado que nos genera, que, además, creemos
que es universal, comunicamos un “estado de ánimo”. Sé que esto no es tan fácil de
aceptar, pero entiendan que lo que Kant quiere explicar es la posibilidad de un juicio que
justamente no puede ser comparado ni con juicios de conocimiento (no se puede explicar
por qué algo es bello) ni con un juicio de moralidad (no es un juicio que reflexione sobre el
deber ser), de ahí la famosa autonomía de la estética kantiana. Ahora bien, el placer que
genera el juicio, según Kant, es producto de la armonía espontánea entre las dos facultades
nombradas. Como todos los sujetos tenemos esas capacidades, se sigue que este juicio
puede ser universalmente comunicable. En esto sí que los juicios de belleza puros pueden
ser comparados con los de conocimiento. El interés de Kant aquí, es mostrar que los juicios
de belleza son tan públicos como los de conocimiento, en eso radica su universalidad,
aunque de todos modos el juicio estético de gusto no implica especificar nada sobre el
objeto, no hay definición conceptual del objeto.

El tercer momento, Kant considera los aspectos que hay que tener en cuenta del
objeto. Como vimos, la cuestión se reduce estrictamente a la forma. Esto, llamado
formalismo, garantiza en Kant que el juicio de gusto sea puro, es decir, que no dependa ni
del contenido del objeto, ni de su utilidad, ni tampoco depende de un fin al que deba
acomodarse (como es el deber ser). Kant a este respecto distingue entre belleza libre y
belleza adherente. La primera, en el arte, corresponde a una disposición del “genio”, lo que
quiere decir que es un producto original, no previsible. Esto debe ser así ya que el concepto
de belleza formal exige precisamente que el objeto no debe ser sometido a concepto alguno.
El caso de la belleza adherente es justamente este: es aquello cuyo concepto depende
siempre de un fin (van a encontrar varios ejemplos en el libro de Oliveras). El fin puede ser
externo (en cuyo caso, se refiere a la utilidad) o interno (que refiere a una idea de
perfección). Este último es por ejemplo el caso de los juicios de belleza sobre alguna
persona: cuando decimos que alguien es bello o bella nos estamos refiriendo siempre a una
idea de perfección (en nuestros días, sería como el estereotipo de belleza). Lo que Kant
trata de explicar, es que el objeto bello, en el caso del arte, debe ir más allá de los datos
respectos a como fue producido, con qué intención, que se pretendía etc. Esta es una de las
razones por la que Kant en general se vuelca a ofrecer ejemplos de cosas naturales: estas no
pueden jamás tener una intención en la producción, es decir, ya de entrada son más puras,
se acercan mucho más al ideal formal de belleza. De más está decir, que el juicio del gusto
no se debe confundir con algún tipo de excitación o emoción fuerte derivado del objeto,
como sucede por ejemplo en algún objeto con carga religiosa.

En este momento, también Kant encara una discusión central que es sobre la
finalidad. Esta discusión es enredada y no me interesa que la sepan del todo pero de todos
modos van unas aclaraciones. El caso de la belleza para Kant, es una “finalidad sin fin” lo
que quiere decir que, el objeto representado como bello tiene un diseño tal (una forma) que
es impresionante, y nos resulta difícil no pensar que está previamente diseñado por alguna
inteligencia. Esto es lo que, en parte, produce una armonía en las facultades: el objeto que
se nos aparece representado pareciera estar diseñado para ser percibido por nosotros, no
obstante, lo cual, no hay una obligación de pensar que realmente a sido diseñado con ese
objetivo. Piensen en el juicio “esta flor es bella”: el sentimiento de placer que se deriva de
la armonía de las facultades es disparado por la configuración formal de la flor, pero no
estamos obligados a pensar que esa flor fue hecha exclusivamente para que nos
regocijemos con ella. El placer en todo caso, surge precisamente del ajuste de nuestras
facultades al concebir el objeto. Pero dejémoslo ahí.

El último momento, el cuarto, Kant infiere que, dado que todos poseemos las
mismas facultades, se puede hablar de un “sentido común”. Este, sería el que muestra
claramente el carácter sociable del juicio. En efecto, lo que está diciendo Kant es que los
juicios en soledad son absurdos, siempre juzgamos en comunidad, por el hecho de que
poseemos las mismas facultades y por ende, todos conocemos de la misma manera. El
“sentido común” se muestra en el libre juego entre imaginación y entendimiento, aunque es
la imaginación que tiene mayor peso. Esta capacidad es la única que crea “otra naturaleza”
a partir de la naturaleza dada, y puede ser estéticamente productiva. En el caso del arte,
Kant infiere que la imaginación estética productiva siempre está siempre ligada al “genio”.
El “genio” posee varias características, pero lo que nos interesa es que, es justamente la
capacidad que permite a alguien “crear” sin reproducir, lo que en el ideal kantiano supone
que es aquél que crean sin “reglas” preestablecidas, sin guía de las emociones o del
conocimiento. De lo que se trataría es, justamente, de la idea de originalidad y libertad que
vendría a coincidir con la concepción de la belleza libre. Acuérdense que esto no impide,
que las obras de arte o que el juicio de gusto no suscite interés, qué de hecho lo hace. Más
bien, la experiencia estética en el caso de Kant tiene estrecha relación con la cuestión de la
libertad.

Ahora pasamos a la segunda parte de la “crítica a la facultad de juzgar estética”. A


esta le corresponde la Analítica de lo sublime. Este concepto es retomado en la modernidad
a partir de un texto reintroducido de un tal Longino (que, en realidad, se supo después que
era de él, por lo que nadie sabe quién es el verdadero autor del texto), donde se lo asocia
con un sentimiento elevado, pero sobre todo en la retórica (que sería como el arte de
convencer, muy famoso en la antigüedad). Este concepto es famoso en la modernidad,
siendo su máximo exponente Edmund Burke, un empirista inglés, que, aunque casi todos
sus escritos corresponden a la filosofía política, en uno de ellos “Observaciones sobre el
sentimiento de lo bello y lo sublime” analiza cuestiones relativas a la belleza y a la
sublimidad. La belleza, concepto que vimos que también Kant desarrolla, es presentada por
Burke como un placer tranquilo, mientras que lo “sublime” es una especie de mezcla de
displacer y agrado. La mayoría de los ejemplos relativos al sentimiento de lo sublime
corresponden a la apreciación de situaciones que ponen en riesgo la supervivencia, pero
vistas desde cierta distancia. También entras las cosas grandes, magníficas. La exposición
de Burke va a ser criticada por Kant, a pesar de que este reconoce su aporte. Sobre todo, la
crítica que Kant le hace es que Burke reduce este sentimiento (así como el de la belleza) a
una cuestión fisiológica, a un efecto que provocan ciertas impresiones en nuestros nervios.
Un ejemplo que utiliza Burke es, el de las compuertas de una represa abriéndose, que
producen un sonido terrible e insoportable, pero al estar uno “a salvo” automáticamente
siente algún tipo de alivio. Placer unido a displacer.
Kant, si bien utiliza prácticamente los mismos ejemplos que Burke, también añade
cuestiones relativas a magnitudes infinitas, que escaparían de nuestras intuiciones sensibles
(es decir, sobrepasan los límites de nuestro entendimiento). Al ser un juicio estético, sigue
hasta cierto punto lo que desarrollamos: lo sublime es un juicio subjetivo, pero que aspira a
la universalidad, y no depende de mediación de concepto ni de sentimiento. Es
reflexionante, ya que el juicio recae sobre el sentimiento del sujeto. Esto quiere decir, que,
a partir de la presentación de un objeto, se sigue cierta actividad conceptual, aunque en el
caso de los juicios estéticos (tanto de belleza como de sublimidad), no involucran concepto
alguno (recuerde, si hay concepto, el juicio se convierte en juicio de conocimiento, deja de
ser estético).

Un ejemplo que da Kant también es lo que sentimos al ver el cielo estrellado, pero
no es que el juicio sea sobre este cielo, sino, sobre el sentimiento en el sujeto (que, por otra
parte, sin la debida educación el sujeto también podría ignorar, no sentir nada). En lo que sí
se diferencia respecto de lo bello es que a lo sublime le corresponde ausencia de forma, por
eso también queda asociado a lo monstruoso, aquello que supera toda medida.

Lo que Kant dice que sucede, es que este tipo de objetos monstruosos, informes,
desmesurados, provocan una violencia en la imaginación. Es como si, aún con las
posibilidades creativas de la imaginación, no se pudiese abarcar el objeto tratado. Lo
mismo sucede con el entendimiento, ya que no hay concepto que pueda abarcar magnitudes
infinitas. Esto empujaría, de cierta forma, a las capacidades a su límite, y ahí estaría la
causa del displacer. Forzar el límite de la imaginación, hace que se recurra a otra facultad:
la razón. La razón, para que entiendan, es la facultad de las ideas indeterminadas, como las
de moralidad. Consiste en un conjunto de ideas que vendrían como preseteadas en nosotros,
y corresponden a objetos que no podrían ser percibidos: son las ideas de moralidad, dios,
mundo (como totalidad) y alma inmortal (no las entiendan en sentido religioso doctrinario).
Que los objetos sublimes abandonen el terreno del entendimiento (aunque recuerden que,
en lo bello, sólo se presentaba el entendimiento como “facultad global”, sin concepto
determinado) quiere decir que el objeto sale de nuestra capacidad representativa, y agita
nuestro interior. Las ideas de la razón, son en todo caso más adecuadas para la
representación de lo sublime porque ellas mismas son indeterminadas, y tiene plena
relación con la libertad (en la razón también están las cuestiones relacionadas con la
moralidad), no obstante, lo cual, el sentimiento y la agitación de la facultad de la razón es
general, es decir, no se une a ninguna idea en particular. Para que entiendan, lo que está
haciendo Kant es ligar la cuestión de lo sublime a preguntas fundamentales respecto al
sentido de la existencia humana, a la posibilidad de la moralidad en el mundo, etc. Lo que
subyace es la idea de que, en realidad tal como se presenta el mundo al percibir objetos
monstruosos, resiste a todo sentido que pueda venir a ser racional. Es por eso, que lo
sublime se vive propiamente como agitación en el sujeto, como retracción hacia el interior
de uno y a las preguntas que usualmente llamamos “existenciales”. Más que en lo bello
Kant se resiste aquí a analizar obras de artes, centrándose nuevamente en la naturaleza. Sin
embargo, si leemos el ensayo de Burke se toma en cuenta la cuestión, incluso sugiere que la
poesía es más adecuada al sentimiento de la sublimidad.

Lo que vamos a encontrar en la experiencia de lo sublime es una mezcla de


admiración y rechazo, placer y displacer, y respeto. Kant también distingue entre lo
“sublime matemático” y lo sublime “dinámico”. No vamos a ahondar en esta distinción,
que es bastante problemática y en el análisis real se terminan confundiendo. Una hace
referencia, por así decirlo, a lo que se corresponde a una medida matemática de la infinitud
(a su imposibilidad, en realidad) y la otra sobre todo al poder de la naturaleza,
concretamente al poder de destruirnos y borrarnos sin mayor esfuerzo. En el texto de
Oliveras van a encontrar varios ejemplos en el campo del arte, sobre todo en la pintura,
pero que esto no les impida pensarlos para su disciplina que es la danza. Recuerden,
entonces, que todo aquello que es sublime va unido a una dificultad en la representación,
junto a ese sentimiento de placer y displacer. Finalmente, algunas aclaraciones sobre el rol
de la razón: esta facultad, en la experiencia de lo sublime, acude como una especie de
rescate. Lo que hace es, frente a, por ejemplo, la imponente naturaleza y la incapacidad de
concebirla mediante el entendimiento (recuerden que en Kant, Entendimiento y Razón son
dos cosas distintas), darnos un “auxilio”. Lo sucede, es una especie de medición que
hacemos con la naturaleza: frente a la potencia infinita de la naturaleza, la facultad de la
razón nos da el concepto de libertad, es decir, nos demuestra que no somos solo naturaleza
(es decir no somos gobernados simplemente por la naturaleza, como los animales, sino, que
queda un espacio de libertad). Esto lo entiende Kant como una especie de superioridad que
tendríamos sobre la naturaleza, nos podemos afirmar frente a ella como seres libres: de ahí
que la moralidad quede asociada con el sentimiento de lo sublime. Vale aclarar, que como
en el caso de lo Bello, la forma de apreciación estética de lo sublime tampoco nos dice nada
del objeto. También en este caso, el juicio es trascendental en el sentido en que todos
tenemos las capacidades que intervienen, por eso Kant cree que todos accedemos de la
misma manera a esta experiencia. Esto ténganlo en cuenta ya que va a ser un rasgo
característico de la modernidad estética, que luego será criticado en la modernidad, y lo
vamos a ver cuándo estudiemos la escuela de Frankfurt.

Bueno, hasta acá la clase. Se supone que con esto terminamos con Kant, y la clase que
viene corresponde ver el texto de Lyotard, que es un poco más complejo, pero hace un
repaso por los conceptos kantianos, presentando a su vez su visión de lo sublime en las
vanguardias. Es por supuesto un texto contemporáneo y no moderno, por lo que van a notar
la diferencia.

Saludos.

BIBLIOGRAFÍA:

- OLIVERAS ELENA. “Estética, la cuestión del arte”. Ed Ariel. Bs As, Argentina, 2004. Capítulo IV.

- BOWIE, “Estética y subjetvidad”. Cap I, la filosofía moderna.

También podría gustarte