Está en la página 1de 2

Explica los elementos fundamentales del sistema político ideado por Cánovas

En los últimos años del Sexenio Democrático, se conformó una oposición que planeaba
el regreso de la monarquía borbónica en la figura de Alfonso XII. El intelectual más
destacado tras esta oposición fue Cánovas del Castillo que logró aunar a los descontentos
con la política del Sexenio bajo el lema “Paz y orden”. El objetivo era instaurar un
régimen liberal estable, sin intervencionismo militar ni levantamientos populares. El 1 de
diciembre de 1874, redactado por Cánovas, Alfonso XII publica el manifiesto de
Sandhurst de 1874. En él define las bases del nuevo régimen: monarquía constitucional,
defensa del orden social y compatibilidad de nuevas libertades y catolicismo.
La restauración borbónica se consumó con el pronunciamiento de general Martínez
Campos en diciembre de 1874 en Sagunto. Este golpe de Estado fue bien recibido pues
se veía como un medio para restablecer el orden y la estabilidad. El nuevo sistema debía
acabar con el carácter excluyente de los moderados en política, el intervencionismo
militar, los alzamientos populares y las guerras civiles. Para ello, Cánovas diseñó un
sistema sustentado en 4 pilares básicos:
En primer lugar, la constitución de 1876 de inspiración moderada, pero flexible y abierta
para satisfacer a los dos principales partidos del periodo. El texto parte de planteamientos
moderados y valores tradicionales como la familia, la defensa del catolicismo, la
propiedad privada y el orden establecido. Sin embargo, lograba hacer convivir estos
principios con los nuevos principios democráticos surgidos en el Sexenio.
La constitución establecía una soberanía compartida entre las Cortes y la Corona. En
manos del Rey se encontraba el poder ejecutivo, el control de la política exterior, tenía
derecho a veto y el nombramiento y cese de ministros. Además, compartía el poder
legislativo con las Cortes. Estas eran bicamerales, es decir, con dos cámaras: El Congreso
de los Diputados de representación popular y elegida por los ciudadanos y el senado con
una parte electa y otra nombrada por el monarca. El modelo de sufragio se deja
deliberadamente abierto. Esto suponía que dependía de una ley electoral que en 1878
fijaba el sufragio censitario y en 1890 declaraba el sufragio universal masculino. La
constitución defendía la dominancia del catolicismo en España, sin embargo, se permitía
la libertad religiosa en el ámbito privado. Parte de los presupuestos se destinarían a
mantener el culto y clero católico. En cuanto a derechos y libertades, se hace una amplia
declaración, aunque en muchas ocasiones deja su delimitación a leyes que debían
aprobarse al respecto. Estas indefiniciones permitieron que fuera flexible y los gobiernos
pudieran cambiar ciertos elementos sin necesitar de una nueva constitución.
El segundo pilar fue el turno dinástico, es decir, la alternancia en el poder de dos grandes
partidos: el Conservador, liderado por Cánovas, y el Liberal, liderado por Sagasta. Ambos
defendían el orden constitucional, la monarquía, la propiedad privada y la centralización
administrativa del Estado. No obstante, tenían papeles complementarios y, por lo tanto,
algunas diferencias. El Partido Conservador era partidario de un sufragio censitario, la
limitación de libertades y derechos, la confesionalidad del Estado y un cierto inmovilismo
social. Por su parte, el Partido Liberal defendía el sufragio universal, la ampliación de
derechos y libertades, un Estado más laico y un cierto reformismo social. A pesar de sus
diferencias, existía un acuerdo no escrito para no promulgar leyes inasumibles por parte
del partido contrario y evitar que las leyes de uno fueran abolidas por el otro en su
siguiente mandato.
El tercer pilar fue la Corona. Para evitar la intervención del ejército en política, se fija al
Rey como cabeza del ejército y se establece la supremacía del poder civil sobre el militar.
A cambio, se concedió gran libertad para la gestión interna del ámbito castrense. Además,
la Corona se convirtió en el árbitro de la alternancia y de la vida política española. Cuando
el gobierno sufría desgaste, el rey llamaba al jefe de la oposición para formar un nuevo
gobierno. Este nuevo gobierno convocaba elecciones y siempre las ganaba formando así
una mayoría parlamentaria que le diese estabilidad.
Para asegurar la alternancia se recurría al cuarto pilar, el fraude electoral y el caciquismo.
Este masivo fraude electoral se sustentaba el control del proceso y el papel del cacique.
Como punto de partida, el ministro de la gobernación elaboraba el encasillado en que se
decidían de antemano los diputados que debían elegirse en cada circunscripción electoral.
Esto se comunicaba a los gobernadores civiles. Estos se encargaban de garantizar el
triunfo de los seleccionados a través de cualquier medio como manipular el censo, hacer
pucherazos, impedir la votación de algunas personas o incluir a difuntos en el censo y
votar por ellos al candidato elegido e incluso coaccionar al electorado.
Una figura clave en el sistema fueron los caciques. Estos formaban una red clientelar
conocida como caciquismo. Los caciques eran personas altamente influyentes debido a
su poder económico y/o político que les garantizaba el control de una circunscripción
electoral. En ella coaccionaban a los votantes mediante la amenaza de plantear
dificultades en la emisión de certificados o informes, el sorteo de quintas, control de las
contribuciones, trámites burocráticos u ofertas de empleo. Ejemplos de ello, son los
grandes terratenientes u obispos, personas de gran influencia social.
El sistema de la Restauración pervivió sin fisuras hasta 1898. Con posterioridad, se
mantuvo, pero se empezó a romper el monopolio en algunas grandes ciudades. A pesar
de lo dañado del sistema, logró mantenerse hasta 1923 cuando el General Primo de Rivera
da un golpe de Estado.

También podría gustarte