Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
LECCIÓN 4
En los ordenamientos jurídicos de los modernos estados de derecho, la Constitución, en cuanto ley suprema, se erige en el marco
normativo de referencia insoslayable, regulador y limitador del sistema de control social llamado sistema penal. Es la Ley
Fundamental la que marca al legislador el sistema axiológico en el que deberá inspirarse al dictar la ley penal, delimitándole, además,
su ámbito de actuación.
En nuestro país, a partir de la Constitución de 1994, la doctrina y la jurisprudencia comienzan a construir un modelo constitucional
penal 1 que integra la dimensión antropológica, social, cultural y jurídica del fenómeno penal. Desde esta perspectiva
multidimensional, el modelo comprende: 1) Los principios generales de la Constitución, que indican directrices de política criminal,
las cuales inciden en el sistema penal y lo legitiman antropológica, cultural y socialmente. 2) Los derechos fundamentales del hombre,
consagrados en la Constitución de 1853 y enriquecidos con el paradigma constitucional de 1994. 3) Los preceptos constitucionales
que expresamente regulan contenidos del sistema penal, integrado por el derecho penal, procesal penal y penitenciario.
La aludida pretensión de elaborar un diseño constitucional de derecho penal no debe entenderse, sin embargo, como un proyecto
desde afuera de la Constitución, sino más bien como una suerte de sistematización de las normas superiores vigentes con relación al
derecho penal, procesal penal y penitenciario, es decir, una elaboración intraconstitucional de lo penal. Sistematización que deberá
tener en cuenta, por cierto, los contenidos de los tratados internacionales de derechos humanos enumerados en el art. 75 inc. 22 C.N.,
en tanto dicha norma les ha asignado la misma jerarquía que la Carta Magna.
Es en este marco, que puede hablarse de un derecho constitucional penal, como el conjunto de valores y principios generales que
surgen de la Constitución Nacional, y de los concretos preceptos de ella vinculados al sistema penal.
El concepto estudiado abarca distintos aspectos.
1 Siguiendo a Martínez Paz entendemos como «modelo» a todo «esquema interpretativo y explicativo, que actúa como mediador entre la realidad y el pensamiento.
Es también aproximativo, provisional y sometido a revisión.» (Confr. MARTÍNEZ PAZ, Fernando, El mundo jurídico multidimensional, Advocatus, Córdoba, 1998, p. 14).
Igualmente, entiende el autor que la Constitución Nacional constituye un paradigma de la función del derecho como proyectos d e convivencia capaces de organizar y
planificar el futuro, orientando el obrar humano hacia el respeto de la ley (Confr. MARTÍNEZ PAZ, Fernando, La enseñanza del derecho. Modelos jurídico didácticos,
García, Córdoba, 1996, p. 20).
2 BERDUGO GÓMEZ DE LA TORRE y otros, Lecciones de derecho penal. Parte general, Praxis, Barcelona, 1996, p. 34 y ss.
Luis M. Bonetto Derecho penal y Constitución
humano; del inc. 23 que consagra la igualdad real de oportunidades y trato, el pleno goce y ejercicio de los derechos reconocidos,
una particular protección respecto de los niños, las mujeres, los ancianos y las personas con discapacidad; del inc. 19 que ratifica el
fin de promoción de los valores democráticos, etcétera.
- Respeto a la dignidad humana (art. 33 C.N.; art. 11.1. Convención Americana sobre Derecho Humanos; art. 10.1. Pacto
Internacional de Derechos Civiles y Políticos; art. 1° Declaración Universal de Derechos Humanos; art. 37.c. Convención sobre los
Derechos del Niño).
- Respeto a la integridad física, psíquica y moral (art. 5.1. Convención Americana sobre Derechos Humanos).
Se encuentran también reconocidos en la Constitución Argentina el derecho al honor y la intimidad, la libertad personal, la igualdad
(art. 16), la propiedad privada (art. 17), los derechos de libre expresión y libertad de prensa, de reunión, asociación, de comerciar, de
profesar libremente el culto, de enseñar y aprender, de libertad gremial y de huelga, etcétera. Los nuevos arts. 41 y 42 contemplan el
derecho al ambiente sano, los derechos de los consumidores y usuarios de bienes y servicios; el art. 43 recepta también el derecho a la
información (habeas data) y el habeas corpus, específico para el caso de agravamiento ilegítimo en la forma o condiciones de
detención.
Sin embargo, no deben identificarse los derechos fundamentales consagrados en la Constitución y en los pactos internacionales
sobre derechos humanos, incorporados con jerarquía constitucional (art. 75 inc. 22 C.N.), con el bien jurídico propio del derecho
penal. Aquéllos serían sólo un marco de referencia indiscutible, pero dentro de éste su protección no siempre requiere del derecho
penal, ya que habrá que analizar la eficacia de otros recursos menos gravosos para los derechos individuales, como los sistemas
sancionatorios civil, mercantil, administrativo, etcétera. Sólo una vez comprobada la necesidad de recurrir al derecho penal, se puede
acometer el proceso criminalizador de conductas ilícitas.
1.3. Los preceptos constitucionales que expresamente regulan contenidos del sistema penal.
a) En este punto, podemos situar las llamadas garantías penales:
*Exigencia de ley previa (art. 18 C.N.; art. 9° Convención Americana sobre Derechos Humanos; art. 11.2. Declaración Universal de
Derechos Humanos; art. 15.1. Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos; art. 40.2. Convención sobre los Derechos del
Niño).
*Irretroactividad de la ley penal más severa (art. 18 C.N.; art. 9° Convención Americana sobre Derechos Humanos; art. 15.1. Pacto
Internacional de Derechos Civiles y Políticos; art. 11.2. Declaración Universal de Derechos Humanos).
*Retroactividad y ultraactividad de la ley penal más benigna (art. 9° Convención Americana sobre Derechos Humanos; art. 15.1.
Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos).
*Derecho a la tutela judicial efectiva (art. 25 Convención Americana sobre Derechos Humanos; art. 18 Declaración Americana de
los Derechos y Deberes del Hombre; art 8° Declaración Universal de Derechos Humanos; arts. 12.2. y 37.d. Convención sobre los
Derechos del Niño).
*Prohibición de injerencia en la vida privada (arts. 18 y 19 C.N.; art. 11.2. Convención Americana sobre Derechos Humanos; art.
17.1. Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos; arts. 5°, 9°, 10 Declaración Americana de los Derechos y Deberes del
Hombre; art. 12 Declaración Universal de Derechos Humanos).
*Prohibición de prisión por deudas (art. 7.7. Convención Americana sobre Derechos Humanos; art. 11 Pacto Internacional de
Derechos Civiles y Políticos; art. 25 Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre).
*Derecho de control, por un tribunal de alzada, de las sentencias condenatorias (art. 8.2, inc. b Convención Americana sobre
Derechos Humanos; art. 14.5 Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos).
*Derecho del detenido a ser juzgado en un plazo razonable (art. 9.3. Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos).
*Respeto del principio del juez natural (art. 18 C.N.; art. 8.1. Convención Americana sobre Derechos Humanos; art. 26 Declaración
Americana de los Derechos y Deberes del Hombre).
*Consagración del principio de inocencia, mientras no se haya dictado condena (art. 8.2. Convención Americana sobre Derechos
Humanos; art. 14.2 Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos; art. 26 Declaración Americana de los Derechos y Deberes del
Hombre; art. 11.1. Declaración Universal de Derechos Humanos; art. 40.2. inc. i. Convención sobre los Derechos del Niño).
*Derecho a un proceso regular (art. 18 C.N.; art. 26 Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre).
*Derecho de defensa (art. 18 C.N.; art. 8.2. incs. a, b, c, d, e, f Convención Americana sobre Derechos Humanos; art. 14.3 incs. a, b,
d, e, f Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos).
*Establecimiento de la libertad como regla, durante la tramitación del proceso penal (art. 9.3. Pacto Internacional de Derechos
Civiles y Políticos).
*Prohibición de detención arbitraria (art. 18 C.N.; art. 7.3. Convención Americana sobre Derechos Humanos; art. 9.1. Pacto
Internacional de Derechos Civiles y Políticos; art. 25 Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre; art. 9°
Declaración Universal de Derechos Humanos).
*Derecho del inculpado a no ser obligado a declarar contra sí mismo (art. 18 C.N.; art. 8.2. inc. g. Convención Americana sobre
Derechos Humanos; art. 14.3. inc. g. Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos).
*Derecho a ser indemnizado para el caso de detención ilegal (art. 10 Convención Americana sobre Derechos Humanos).
*Derecho del procesado a estar separado de los condenados (art. 5.4. Convención Americana sobre Derechos Humanos; art. 10.2.
inc. a. Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos).
*Derecho de los menores a ser juzgados por tribunales especializados y a estar detenidos separadamente de los adultos (art. 5.5.
Convención Americana sobre Derechos Humanos; art. 10.2. inc. b. Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos; art. 37.c.
Convención sobre los Derechos del Niño).
24
Luis M. Bonetto Derecho penal y Constitución
*Non bis in idem (art. 8.4. Convención Americana sobre Derechos Humanos; art. 14.7. Pacto Internacional de Derechos Civiles y
Políticos).
*Necesariedad de la pena (art. 37.b. Convención sobre los Derechos del Niño).
*Restricciones a la imposición de la pena de muerte (art. 18 C.N.; art. 4° incs. 2, 3, 5, 6 Convención Americana sobre Derechos
Humanos; art. 6° incs. 2, 4, 5 Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos).
*Humanidad de las penas (art. 18 C.N.; art. 5.2. Convención Americana sobre Derechos Humanos; arts. 7° y 10.1. Pacto
Internacional de Derechos Civiles y Políticos; arts. 25 y 26 Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre; art. 5°
Declaración Universal de Derechos Humanos; art. 37.c. Convención sobre los Derechos del Niño).
*Personalidad de las penas (art. 5.3. Convención Americana sobre Derechos Humanos)
*Readaptación social, como fin de la ejecución de la pena (art. 5.6. Convención Americana sobre Derechos Humanos; art. 10.3.
Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos).
b) Un segundo aspecto se halla configurado por normas de carácter excepcional o prohibitivo, referidas al funcionamiento de
instituciones con gravitación en el sistema penal.
Se pueden citar: prohibición de iniciativa popular sobre proyectos de ley en materia penal (art. 39, último párrafo, C.N.); se prohíbe
al presidente de la Nación dictar normas que regulen materia penal, a través del dictado de decretos por razones de necesidad y
urgencia (art. 99, inc. 3 C.N.); consagración de inmunidades parlamentarias (y en relación al defensor del Pueblo), establecidas en
resguardo de la función (arts. 68, 69 y 86 C.N.).
c) Finalmente, también se infieren del texto supremo, los llamados delitos constitucionales, tales como la compra y venta de
personas (art. 15 C.N.), sedición (art. 22 C.N.), concesión de poderes tiránicos (art. 29 C.N.), atentados contra el sistema democrático
(art. 36 C.N.), traición contra la Nación (art. 119 C.N.), tortura (art. 4° Convención contra la Tortura y otros Tratos o Penas Crueles,
Inhumanos o Degradantes; art. 75, inc. 22 C.N.), y genocidio (art. 1° Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de
Genocidio; art. 75, inc. 22 C.N.).
La ley 24.309 de necesidad de reforma de la Constitución Nacional, establecía entre los temas de tratamiento posible (o habilitados)
en la Convención Constituyente, el de los institutos de integración y tratados internacionales.
A partir de la labor realizada en la Comisión respectiva, se logró, sin dudas, una de las más importantes modificaciones al texto
constitucional, cuya real trascendencia sólo podrá ser analizada con el paso del tiempo.
Remitimos al texto del art 75 C.N. reformada en 1994, que en su inc. 22 enumera los documentos internacionales incorporados
expresamente y regula los procedimientos relacionados con la aprobación, el rechazo y la denuncia de tratados con las demás
naciones, organizaciones internacionales y la Santa Sede.
Dicha disposición de la Carta Magna ha suscitado discusiones doctrinarias y distintos enfoques jurisprudenciales en torno de la
interpretación del subsistente art. 31 C.N., en cuanto al orden de prelación que debe establecerse en lo relativo a la trilogía
Constitución-leyes nacionales-tratados internacionales, a cuyo fin ha distinguido dos grandes grupos de tratados internacionales:
a) En primer lugar (art. 75, inc. 22, primer párrafo), se ha referido a los tratados y concordatos en general, a los que otorga jerarquía
supralegal; esto es, un rango superior a las leyes, pero inferior a la Constitución.
b) El segundo bloque está formado por los tratados sobre «derechos humanos», específicamente enumerados en el párrafo segundo
de la novel norma constitucional, que les asigna jerarquía constitucional. De estos tratados, que poseen características que los
diferencian del resto, ha dicho la Corte Interamericana de Derechos Humanos, en su Opinión Consultiva 2/82: «los tratados modernos
sobre derechos humanos en general, y en particular la Convención Americana, no son tratados multilaterales del tipo tradicional,
concluidos en función de un intercambio recíproco de derechos, para el beneficio mutuo de los estados contratantes. Su objeto y su fin
son la protección de los derechos fundamentales de los seres humanos, independientemente de su nacionalidad, tanto frente a su
propio Estado, como frente a los otros estados contratantes» 3.
De tal manera, el concepto de derechos humanos se equipara al de derechos fundamentales o esenciales del hombre; vinculados a su
dignidad de ser humano, cuyo respeto es, por ello, exigible erga omnes. Son universales, a diferencia de los derechos patrimoniales
que son excludendi altri.
Es por ello que «la protección de los derechos humanos o derechos esenciales… va unida necesariamente a la restricción del
ejercicio del poder estatal. La comunidad internacional… obliga objetivamente a los estados a no vulnerar ni obstaculizar su pleno
goce y ejercicio, así como a garantizar la vigencia sociológica de aquéllos en su territorio, por el bien común, so pena de r eparar y
responder frente a la comunidad internacional»4.
Distintos aspectos merecen ser analizados, en relación a la reforma introducida:
En primer lugar, sólo los tratados enumerados en el segundo párrafo del inc. 22, tienen jerarquía constitucional, por lo cual, gozan
de supremacía sobre el resto de los tratados celebrados por el país (aun tratados de derechos humanos) y sobre la ley interna.
A partir de esta equiparación, surge la posibilidad de conflicto entre los pactos citados y normas de derecho interno que contraríen
sus disposiciones, situación que ha llevado a parte de la doctrina a pronunciarse por la derogación virtual del derecho interno que
incurre en tal contradicción.
Un ejemplo de lo dicho lo encontramos en el fallo de la Sala II de la Cámara Criminal y Correccional Federal, que hizo lugar al
pedido de asistencia letrada para la defensa de un menor, por aplicación de lo normado en la Convención sobre los Derechos del Niño
que, en este punto, controvierte lo dispuesto por la ley de patronato 10.9035.
3 Transcripto en Jerarquía constitucional de los tratados internacionales, Juan Carlos VEGA y Marisa Adriana GRAHAM, directores, Astrea, Buenos Aires, 1996, pp. 32
y 33.
4 Idem, p. 34.
5 Causa 10.883, del 4/5/95, autos. «Jerez, Natalia».
25
Luis M. Bonetto Derecho penal y Constitución
Otro aspecto a destacar se refiere a la aplicación del principio pro hominis, por el cual, tratándose de derechos humanos, debe
aplicarse en el caso concreto, la norma más favorable al ser humano.
Por otro lado, las normas contenidas en los tratados de derechos humanos, gozan de la presunción de operatividad, es decir, sus
normas se considerarán operativas, salvo que de una interpretación gramatical estricta surja, sin lugar a dudas, su carácter
programático.
A este carácter de operatividad, que surge de la doctrina y jurisprudencia internacional, se lo ha visto consagrado en la Convención
Americana sobre Derechos Humanos, a partir de la interpretación complementaria de los arts. 1°, primer párrafo y 2° del tratado
referido6.
Finalmente, merece destacarse que la Constitución reformada de 1994, ha establecido un mecanismo limitador, que exige una
mayoría agravada (las dos terceras partes de la totalidad de los miembros de cada Cámara) para que el Poder Ejecutivo pueda
denunciar un tratado con jerarquía constitucional (art. 75, inc. 22, 2° párrafo, última parte).
Integran, tal como enumeráramos, el modelo constitucional penal, un conjunto de principios, que se constituyen en límites de la
potestad punitiva, esenciales a todo Estado de derecho, y que se traducen en condiciones necesarias para la atribución de
responsabilidad penal como para la imposición de la pena7.
2.1.2. Del principio de legalidad surgen los siguientes aspectos a considerar: una garantía criminal, una garantía penal, una
garantía jurisdiccional o judicial y una garantía de ejecución.
2.1.2.1. La garantía criminal exige que el delito (= crimen) se halle determinado por la ley (nullum crimen sine lege).
2.1.2.2. La garantía penal requiere que la ley señale la pena que corresponda al hecho (nulla poena sine lege).
2.1.2.3. La garantís jurisdiccional o judicial exige que la existencia del delito y la imposición de la pena se determinen por
medio de una sentencia judicial y según un procedimiento legalmente establecido.
2.1.2.4. La garantía de ejecución requiere que también el cumplimiento de la pena se sujete a una ley que lo regule.
«Estas distintas garantías también deben exigirse respecto de la imposición de medidas de seguridad»8.
2.1.3. Asimismo, la norma jurídica (ley) reguladora del hecho delictivo y su sanción, debe cumplimentar los requisitos de ser
ley previa, escrita y estricta.
2.1.3.1. La exigencia de ley previa consagra el principio de la irretroactividad de la ley penal más severa, ya que es preciso que
el sujeto pueda conocer en el momento en que actúa si va a incurrir en un delito y, en su caso, cuál será la pena. Contrariamente, en
beneficio del imputado rige el principio de retroactividad y ultraactividad de la ley penal más benigna (art. 9°, Convención Americana
sobre Derechos Humanos; art. 15.1, Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos; art. 2° C.P.).
2.1.3.2. Con la exigencia de ley escrita, queda excluida la costumbre como fuente de delitos y penas. Es preciso que se trate de
una ley emanada del Poder Legislativo, en su condición de representante del pueblo, sea nacional, provincial o municipal.
2.1.3.3. En tercer lugar, el requisito de ley estricta, impone un cierto grado de precisión de la ley penal y excluye la analogía en
perjuicio del imputado (analogía in malam partem). La precisión se exige tanto respecto de la delimitación de la tipicidad como
respecto de la determinación de la pena (mandato de determinación9).
Conforme a nuestro sistema constitucional, «Ningún habitante de la Nación será obligado a hacer lo que la ley no manda, ni privado
de lo que ella no prohíbe» (art. 19, 2° párrafo, C.N.).
26
Luis M. Bonetto Derecho penal y Constitución
Este principio, derivado del principio de legalidad, implica la idea política de «…reservarles a los individuos, como zona exenta de
castigo, la de aquellos hechos que por inmorales o perjudiciales que sean, no están configurados y castigados por una ley previa a su
acaecer»10.
Tratándose de una garantía individual, debe estar claramente trazada. Esto se logra, fundamentalmente, mediante la enumeración
taxativa por la ley de los hechos punibles y de las penas pertinentes, de manera que aquéllos y éstas representen un numerus clausus
en recíproca e inalterable correspondencia. Es, en palabras de Soler, un sistema discontinuo de ilicitudes.
A llenar esta finalidad tienden las reglas consagradas por el derecho penal liberal, a saber: la regla nullum crimen nulla poena sine
previa lege poenali y, como consecuencia de este principio, la irretroactividad de la ley penal más severa y la prohibición de la
aplicación de la ley penal por analogía.
El derecho penal estructurado sobre el principio de reserva, se opone al edificado sobre el principio rector de una justicia penal
sustancial, inspirada en la lucha efectiva contra los llamados enemigos de la sociedad o del Estado. Esta idea, revivida en el aspecto
político por los estados totalitarios, que ve en el derecho penal un medio utilizable libremente por la sociedad, sin obstáculos legales,
para luchar contra el delito, modifica radicalmente la posición de las partes que están en juego en la realización de la facultad
punitiva. Así podemos diferenciar claramente un sistema penal fundado en el principio de reserva, que opone al poder punitivo la
valla de un catálogo legal de delitos y penas absolutamente circunscripto, haciendo prevalecer la idea de libertad sobre las necesidades
de la autoridad, de otro fundado en el principio de justicia penal sustancial, que deriva ese poder punitivo de una legalidad ampliable
por analogía o en virtud de fuentes represivas independientes de la ley misma, esforzándose por liberar la represión de todo contralor
legal.
Este principio «…supone aceptar un cierto nivel de conflictividad sin una consecuente reacción de las instancias de control jurídico-
penal, pese a no haber dudas sobre la lesividad del comportamiento… Ello se asume a cambio de los beneficios en libertad individual
obtenidos, los posibles errores en las decisiones penalizadoras que se puedan producir y la potenciación de una sociedad dinámica
abierta a la eventual modificación de ciertas perspectivas valorativas»12.
Se trata, siguiendo a Ferrajoli, de restringir numerosos tipos legales consolidados, partiendo del principio de lesividad, y tomando
como parámetros lo siguiente: un carácter cuantitativo (que afectaría a los delitos de bagatela); un carácter cualitativo (que afectaría a
delitos en los que no se concrete lesión alguna a personas físicas) y una restricción estructural (que afectaría a los delitos de peligro
abstracto)13.
No obstante, en esta tarea de deflación legislativa, «…el alcance del principio no debe rebasar los límites existentes de cara al
mantenimiento de elementos esenciales para la convivencia…»14.
El principio en estudio halla su razón de ser en los de lesividad y proporcionalidad y en las normas constitucionales que los
fundamentan. Soler lo acepta en relación con la pena luego de desarrollar sus caracteres15.
Se trata de un principio general que se integra con dos subprincipios: el de subsidiariedad y el de fragmentariedad del derecho penal,
que se tratan independientemente.
10 NÚÑEZ, Ricardo C., Tratado de derecho penal, Bibliográfica Argentina, Buenos Aires, 1959, y. I, p. 105.
11 Este principio ha sido reconocido jurisprudencialmente, sin asignarle rango constitucional, en materia de suspensión del juicio a prueba por el Tribunal Superior de
Justicia de Córdoba en el fallo N° 47, p. 262, T.S.J., Sala Penal, autos: «Boudoux, Fermín p.s.a. de homicidio culposo - Recurso de casación e inconstitucionalidad».
Sent. ° 36, 7/5/01. Confr. VALDEZ, Eduardo Rodolfo: «¿Resulta positivo que los jueces introduzcan en sus fallos valoraciones sobre fines de política criminal?», en
Pensamiento penal y criminológico, año III, N°4, Mediterránea, Córdoba, 2002, p. 289.
12 DIEZ RIPOLLES, José, «La contextualización del bien jurídico protegido en un derecho penal garantista», publicado en Teorías actuales en el derecho penal, Ad-Hoc,
Sebastián, Derecho penal argentino, TEA, Buenos Aires, 1978, t. II, p. 350.
16 MIR PUIG, Santiago, ob. cit., p. 89.
27
Luis M. Bonetto Derecho penal y Constitución
Se trata de una exigencia que nació para ser aplicada a las medidas de seguridad, pero que luego se extendió al campo de las penas.
Si el principio de culpabilidad nos dice cuándo una persona podrá ser considerada responsable por un hecho delictivo, el de
proporcionalidad limita la especie y medida de la pena a aplicar en el caso concreto.
La gravedad de la pena debe resultar proporcionada a la gravedad del hecho cometido.
En este sentido, se ha dicho: «La especie y envergadura de la pena conminada, debe tener cierta correspondencia con el hecho
dañino previsto por el tipo básico, agravado o atenuado, con las características criminológicas del autor, con su estado anímico al
momento de cometer el hecho, con los perjuicios individuales y sociales causados, con la trascendencia pública de la afectación
ilícita, etcétera»17.
También se producirá una violación del principio «…cuando se castiga a delitos de gravedad y circunstancias similares, con penas
extraordinariamente desproporcionadas entre sí»18.
Se ha sostenido que también las valoraciones sociales han de servir como parámetro a la hora de la imposición de medidas de
seguridad, las que deberán guardar proporcionalidad con el grado de peligrosidad criminal del sujeto y con la gravedad del hecho
cometido.
Pueden citarse como ejemplos de desproporción en lo relativo a la pena, lo previsto por el art. 872 de la ley 22.415 (Código
Aduanero), que establece la misma pena para la tentativa de contrabando, que la prevista para el hecho consumado. Igual situación
ocurría con el art. 38 del decreto-ley 6582/58 (que fuera ratificado por ley 14.467), hoy derogado, que establecía un mínimo mayor
para el delito de robo de automotor dejado en la vía pública, que el mínimo previsto para el homicidio, lo vulneraba la axiología de la
Constitución Nacional.
Enseña Sebastián Soler que, aun cuando el derecho en general es un sistema regulador del comportamiento de los hombres en sus
relaciones externas, en el ámbito del Derecho Penal conviene subrayar este aspecto, pues es el resultado de una laboriosa conquista de
la cultura humana que se patentiza bajo la influencia de la filosofía de la Ilustración y que consiste en hacer depender la punibilidad,
de la constante exigencia de una actuación externa19.
El derecho penal se caracteriza como un conjunto de ilicitudes definidas, que tienen por objeto la prohibición de acciones
determinadas, en tanto sólo a través de éstas se pueden lesionar los bienes jurídicos objeto de protección penal. Por lo cual, donde no
hay acción, como exteriorización, no hay delito. La sanción sólo puede ser impuesta a alguien por algo realmente hecho por él y no
por algo sólo pensado, deseado o propuesto. Ello porque sólo mediante acción externa, puede un hombre provocar lesiones a un bien
jurídico. Por lo que nuestro derecho penal es un derecho de hecho (o de responsabilidad por los «hechos» cometidos) y no un derecho
penal de autor.
Constitucionalmente, este principio surge de lo dispuesto por el art. 19, 1ª parte C.N. y se desprende implícitamente del principio de
legalidad.
Esta garantía constitucional, tiene su fuente en lo preceptuado por el art. 19, 1ª parte C.N.; este último expresa en forma genérica:
«Las acciones privadas de los hombres que de ningún modo ofendan al orden y a la moral pública, ni perjudiquen a un tercero, están
sólo reservadas a Dios, y exentas de la autoridad de los magistrados».
Se desprende también de los arts. 14, 17 in fine y, especialmente, del art. 18 de nuestra Carta Magna. Este último reza: «…El
domicilio es inviolable, como también la correspondencia epistolar y los papeles privados; y una ley determinará en qué casos y con
qué justificativos podrá procederse a su allanamiento y ocupación».
En igual sentido se pronuncian, la Declaración Universal de Derechos Humanos (art. 12); la Declaración Americana de Derechos y
Deberes del Hombre (art. 5°); la Convención Americana sobre Derechos Humanos (art. 11.2) y el Pacto Internacional de Derechos
Civiles y Políticos (art. 17).
Se ha consagrado así, una zona de intimidad (área privada del individuo), que no puede ser amenazada ni lesionada por el poder
estatal, e implica, en última instancia, un respeto a la dignidad humana. Distintos aspectos se encierran en esta garantía constitucional:
28
Luis M. Bonetto Derecho penal y Constitución
1. Conforme con el art 19 C.N., esta zona de privacidad comprende, por una parte, el fuero interno del hombre (ideas,
pensamientos, creencias, etcétera, que no trascienden al exterior), y por otra parte, aquellas acciones personales que, aun con
trascendencia al exterior, no afectan el orden social, la moral pública, ni perjudican a terceros.
2. Pero, además de lo expuesto, la garantía se extiende a una serie de ámbitos vinculados íntimamente con la vida privada del
individuo (el art. 18 se refiere expresamente al domicilio, correspondencia epistolar y papeles privados). En estos ámbitos, para que
la privacidad pueda ser invalidada legítimamente, se requerirá orden judicial fundada, de autoridad competente, conforme
jurisprudencia de la C.S.J.N.20.
Aunque esta garantía constitucional así consagrada, aparece burdamente menoscabada con la teoría del consentimiento, aceptada por
la C.S.J.N.21, en virtud de la cual, si media consentimiento para el ingreso al domicilio, no se requerirá orden judicial, puesto que no
estaríamos ante un verdadero allanamiento; así, el funcionario policial que ingrese al domicilio consentidamente, no estará sujeto ni
siquiera a las restricciones mínimas que surgen de la orden de allanamiento.
3. Finalmente, se ha conceptualizado este principio de privacidad, como «el derecho a que se respeten por el Estado, aquellos
ámbitos privados donde sus titulares han exhibido un interés en que así se mantenga»22.
El principio, así formulado, nos pone de cara a aquellos ámbitos cuya privacidad no ha sido resguardada como garantía
constitucional específica, pero respecto de los cuales existiría el mismo interés de resguardo (art. 33 C.N.).
1999, p. 50.
24 NÚÑEZ, Ricardo, ob. cit., p. 38.
25 Idem, pp. 38 y 39.
29
Luis M. Bonetto Derecho penal y Constitución
2.9.1. Humanidad.
El sistema penal contemporáneo nació, en gran medida, de la mano de la reivindicación de una humanización del rigor de las penas
previstas en el derecho penal anterior a la Ilustración.
Un primer paso en la evolución de las penas, fue la sustitución de un sistema penal que giraba en torno de las penas de muerte y
corporales, por otro cuya espina dorsal han sido las penas privativas de la libertad. Las penas corporales desaparecieron primero,
mientras que la pena de muerte va siendo abolida en los últimos años en muchos países civilizados.
Como una continuación de la evolución apuntada, en nuestros días se observa una progresiva sustitución de las penas privativas de
la libertad por otras menos lesivas, como la multa o el trabajo en beneficio de la comunidad. En esta línea se inscribe también la
tendencia a la despenalización de ciertas conductas antes punibles. También se atenúa la gravedad de la pena prevista para ciertos
delitos, mientras se buscan disminuir los límites máximos de las penas privativas de la libertad.
Dos argumentos se han alzado a favor de la humanidad de las penas: en un primer momento se sostenía que era consecuencia del
principio utilitarista de necesidad, conforme la cual la pena ha de ser la estrictamente necesaria, respecto del fin de prevención de
nuevos delitos. Posteriormente, como un argumento decisivo en contra de la inhumanidad de las penas, se erigió el principio moral del
respeto a la persona humana, cuyo valor impone un límite fundamental y axiológico a la calidad y cantidad de las penas. Este
argumento tiene un carácter político, además de moral: «…sirve para fundar la legitimidad del Estado únicamente en las funciones de
tutela de la vida y los restantes derechos fundamentales; de suerte que, conforme a ello, un Estado que mata, que tortura, que humilla
a un ciudadano no sólo pierde cualquier legitimidad, sino que contradice su razón de ser, poniéndose al nivel de los mismos
delincuentes»26.
Nuestro derecho constitucional consagra el principio aludido, a través del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos (art.
10, ap. 1), la Convención Americana sobre Derechos Humanos (art. 5°, ap. 2) y la Declaración Americana de los Derechos y Deberes
del Hombre (XXV).
2.9.2. Personalidad.
Este principio, que es una consecuencia del de culpabilidad, impide castigar a alguien por un hecho ajeno, esto es, producido por
otro. Reconocido modernamente, fue fruto de la larga evolución del derecho penal hasta nuestros días; evolución que llevó a superar
el principio de responsabilidad colectiva que, en otros tiempos, hacía responsables a todos los miembros del grupo familiar o pueblo,
por el hecho de uno de ellos.
En la actualidad se plantea la cuestión de si deben responder penalmente las personas jurídicas y las empresas o, alternativamente,
sus directores por los hechos cometidos por aquéllas.
La responsabilidad penal por el hecho de otro, es propia de las formas primitivas de cultura, cuando en el seno de una sociedad dada
no se había operado el proceso de diferenciación individualizadora.
El principio de personalidad excluye toda posibilidad de extender formas de responsabilidad penal a grupos sociales en conjunto, o
de imponer penas sobre personas no individuales.
En la Constitución Nacional se halla la base al principio de personalidad de la pena, en cuanto el art. 119, que tipifica el delito de
traición a la Nación, establece que la pena no podrá trascender directamente de la persona del delincuente (igualmente, Convención
Americana de Derechos Humanos, art. 5°, ap. 3).
La exigencia democrática de que sea posible la participación de todos los ciudadanos en la vida social, conduce a reclamar que el
derecho penal evite la marginación de los condenados. Ello hace preferibles, en la medida de lo posible, las penas que no impliquen
separación de la sociedad. Pero, cuando la privación de la libertad sea inevitable, habrá que configurar una ejecución de forma tal que
no produzca efectos desocializadores, y que, además, fomente cierta comunicación con el exterior y facilite una adecuada
reincorporación del recluso a la vida en libertad.
La resocialización constituye la finalidad de la ejecución de las penas privativas de la libertad (art. 10, ap. 3 del Pacto Internacional
de Derechos Civiles y Políticos; art. 5°, ap. 6 de la Convención Americana sobre Derechos Humanos; art. 1°, ley 24.660).
Se postula, en adecuación a este principio, la importancia de trabajar en un «Programa de Readaptación Social Mínimo»,
concepción que tiene como eje central el respeto a la dignidad humana (art. 11, ap. 1 y art. 5°, ap. 6 de la Convención Americana
sobre Derechos Humanos; art. 10, ap. 1 del Pacto de Derechos Civiles y Políticos; y art. 33 C.N., conforme interpretación de la
C.S.J.N., caso «Costa»), por la cual pertenece a todo ser humano una capacidad personal que le permite adoptar libremente sus
propias decisiones sobre sí mismo, sobre su conciencia y sobre la configuración del mundo que lo rodea.
La resocialización no puede estar orientada a imponer un cambio en el sujeto, en su personalidad y en sus convicciones a fin de
obligarlo a adoptar el sistema de valores que el Estado tiene por mejor 27.
Su objetivo es más modesto: se trata de ofrecer al interno, a través del tratamiento penitenciario, una ayuda que le permita
comprender las causas de su delincuencia, sin alterar coactivamente su escala de valores. Se busca hacer comprender al sujeto que ha
delinquido (violando así las normas) las expectativas que dichas normas contienen, evitando en el futuro la comisión de nuevos
delitos.
30
Luis M. Bonetto Derecho penal y Constitución
Este principio, consagrado modernamente, se ha incorporado a nuestro derecho constitucional a partir de la Convención Americana
sobre Derechos Humanos, la que en su art. 7.7, expresa: «Nadie será detenido por deudas. Este principio no limita los mandatos de
autoridad judicial competente dictados por incumplimientos de deberes alimentarios»; y de lo preceptuado por el Pacto Internacional
de Derechos Civiles y Políticos (art. 11) y la Declaración Americana de Derechos y Deberes del Hombre (art. 25, 2° párrafo).
El proceso de codificación del derecho penal argentino, se entronca con el fenómeno sudamericano de recepción de la legislación
penal europea, no abrevando en fuentes nativas.
Con el proyecto de codificación, que entre nosotros tiene su comienzo con el Proyecto Tejedor (1866-1868), se inicia el camino
hacia la unificación de la legislación penal del país. Antes de ese período, la legislación penal se componía, por una parte, de las
antiguas leyes españolas; y por otro lado, de las distintas resoluciones de carácter penal, emanadas de las autoridades nacionales y
provinciales, que en general regulaban delitos específicos (robo, abigeato, lesiones, homicidio, comercio de esclavos, etcétera).
Entre la legislación más importante sancionada en este período, se destacan las leyes 48, 49 y 50, del 14 de setiembre de 1863. La
primera establecía la jurisdicción y competencia de los tribunales federales; la ley 49 tipificaba los delitos federales; la ley 50, por su
parte, consagraba el procedimiento federal. La ley 49, una suerte de Código de los delitos federales, quedó vigente hasta 1922,
legislándose por separado los delitos de competencia federal y ordinaria. Fue la Corte Suprema, la encargada de redactar los proyectos
originales de las tres leyes citadas.
Como primer antecedente en el proceso de codificación iniciado por el Proyecto Tejedor, se ha destacado el proyecto de Código
Penal para el país, obra del francés Guret Bellemare, en noviembre de 1822, y cuyo texto se ha perdido. Este autor realizó además, por
encargo del entonces gobernador de Buenos Aires, Manuel Dorrego, un Plan General de Organización Judicial para Buenos Aires.
28 ZAFFARONI, Eugenio Raúl y ARNEDO, Miguel A., Digesto de codificación penal argentina, AZ Editora, Madrid, 1996, y. I, p. 18.
29 La Rioja, Buenos Aires, Entre Ríos, San Juan, Corrientes, San Luis, Catamarca, Mendoza, Santa Fe, Salta y Tucumán.
31
Luis M. Bonetto Derecho penal y Constitución
32
Luis M. Bonetto Derecho penal y Constitución
3.8.1. Proyectos de 1924, 1926, 1928, 1932 y 1933 (de reforma parcial).
En pleno auge del positivismo en el país, el Ejecutivo nombró, en 1923, una comisión que elaboró un proyecto de reforma parcial al
Código Penal, sobre la base del proyecto de Eusebio Gómez. El proyecto, conocido como Proyecto de 1924, proponía la
incorporación al Código Penal de un Título XII bis llamado «Del estado peligroso». En él se incluían una serie de medidas para
inimputables, enfermos mentales, multirreincidentes, vagos y mendigos habituales, toxicómanos y ebrios, quienes vivían o se
beneficiaban del comercio sexual y los que observaren una conducta desarreglada y viciosa.
El proyecto, remitido por el Poder Ejecutivo, no tuvo recepción en el seno del Congreso.
En 1926 se insistió con un nuevo proyecto de estado peligroso, que se ocupaba de la peligrosidad post delictual.
Este proyecto, con modificaciones del Poder Ejecutivo, fue elevado al Congreso en 1928.
Ninguna de estas reformas parciales propuestas, sobre la base del pensamiento positivista, tuvo recepción legislativa.
Los cuestionamientos más importantes hacia las ideas del positivismo, por esos años, provino del entonces profesor de la
Universidad Nacional de Córdoba, Sebastián Soler, quien enunció demoledoras críticas al concepto del estado peligroso, en sus
versiones integral, predelictual y delictual.
El 29 de noviembre de 1932, el Poder Ejecutivo insistió con el Proyecto de 1928, y en forma inmediata, el 6 de diciembre de ese
año, remitió un nuevo proyecto de reforma parcial. Este obtuvo media sanción en el Senado (1933), el que le incorporó
modificaciones, como la introducción de la pena de muerte por electrocución. La Cámara de Diputados no trató el proyecto.
Eusebio Gómez nació en Rosario, se graduó en la Universidad de Buenos Aires, y ocupó numerosos cargos públicos. Jorge E. Coll,
nacido en Buenos Aires, se dedicó fundamentalmente, a la problemática de la delincuencia de los menores. Confesos positivistas,
trabajaron por encargo del Poder Ejecutivo (19 de setiembre de 1936), en la redacción de un proyecto de Código Penal. A pesar de su
ideología positivista, no alteraron demasiado la estructura del Código vigente.
El proyecto no fue tratado por el Congreso.
José Peco se graduó en la Universidad de Buenos Aires, ciudad de donde era oriundo. Fue profesor de Derecho Penal en las
universidades de Buenos Aires y La Plata. En septiembre de 1941 presentó su Proyecto de Código Penal, definido como de
orientación neo-positivista.
Este proyecto, al igual que el anterior, no tuvo tratamiento parlamentario.
31 Leyes 43, 1920, 3335, 3900, 3972, 4189, 7029, 9077 y 9143.
32 NÚÑEZ, Ricardo, ob. cit., p. 38.
33
Luis M. Bonetto Derecho penal y Constitución
Con la reforma constitucional de 1949, se inicia un intento de adecuación de la legislación vigente en el país, a la nueva Ley
Suprema. Isidoro De Benedetti, profesor de Derecho Penal en la Universidad del Litoral, proyectó la reforma total del Código Penal,
la que fue remitida al Congreso de la Nación, el 1° de agosto de 1951.
Este proyecto, que no tuvo recepción legislativa, seguía los lineamientos neo-positivistas del Proyecto Peco de 1941.
Sebastián Soler nació en España, pero vino de niño al país. Fue profesor en las universidades nacionales de Córdoba y Buenos
Aires. En 1958 el Poder Ejecutivo le encomendó la redacción de un proyecto de Código Penal. En cumplimiento del decreto
respectivo, fue nombrada una comisión asesora, integrada por representantes de la Corte Suprema, de las facultades de Derecho de las
universidades nacionales, de la Federación Argentina de Colegios de Abogados y de la Sociedad Argentina de Criminología. El
proyecto, elevado al Ejecutivo el 31 de marzo de 1960, fue sometido a la revisión de la comisión, para ingresar luego al Congreso de
la Nación. El golpe de 1962, interrumpió definitivamente el tratamiento del proyecto.
El gobierno de facto nombró, en 1962, una comisión conformada por Argibay Molina, Oderigo, González Millán y Peña Guzmán,
encargada de proyectar reformas al Código Penal. El trabajo de la comisión fue arduamente cuestionado por Ricardo C. Núñez,
profesor de la Universidad Nacional de Córdoba, quien fue integrante del Tribunal Superior de Justicia de esta Provincia. En junio de
1963, se incorporaron al Código Penal las reformas propuestas. Aunque quedaron sin efecto pocos meses después.
El 25 de octubre de 1972 se nombró una comisión para que redactada un proyecto de Código Penal, la que se conformó con
Sebastián Soler, Eduardo Aguirre Obarrio, Eduardo H. Marquardt y Luis C. Cabral. El proyecto elaborado por esta comisión, quedó
en suspenso en virtud de la asunción de las autoridades constitucionales, en 1973. Sus resultados no sólo se reconocieron años más
tarde, al ser publicados en el Cuaderno de los Institutos de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Córdoba, en 1976.
Se trata del Proyecto Soler, mejorado.
La ley 20.509, dictada por el Congreso Nacional reinstalado en 1973, prescribía la formación de una comisión reformadora de la
legislación penal, la que fue integrada al año siguiente. Esta comisión elaboró un anteproyecto de parte general en 1974 y, luego de
una encuesta, se redactó el texto definitivo, en 1975. El tratamiento del proyecto, una vez más, fue suspendido por la interrupción del
orden constitucional, en marzo de 1976.
En abril de 1979, se encargó una comisión supervisada por Soler, la redacción de un nuevo proyecto de Código Penal, el que fue
presentado en noviembre de ese mismo año. Continúa la línea iniciada por el Proyecto de 1960. No tuvo mayor repercusión.
A partir de 1950, el Código Penal ha sufrido numerosas modificaciones a través de leyes y decretos-leyes. Pueden citarse como
ejemplos, la ley 17.567 (12/1/1968), inspirada en el Proyecto Soler, que reformó el Código Penal, pero dicha reforma fue dejada sin
efecto en líneas generales por la ley 20.509 (28/5/1973); la ley 21.338 (25/6/1976) restableció todas las reformas de la ley 17.567.
Restaurada la democracia, el Congreso de la Nación restableció la mayoría de los textos de la ley 11.179, a través de la ley 23.077
(27/8/1984).
Finalmente, luego de operada la restauración republicana en 1983, el Código Penal sufrió importantes modificaciones, entre ellas las
producidas por las leyes 23.057 (5/4/1984), 23.468 (26/1/1987), 23.479 (26/1/1987), 23.487 (26/1/1987), 23.588 (24/8/1988), 23.974
(17/9/1991), 24.198 (3/6/1993), 24.286 (29/12/1993), 24.316 (13/5/1994), 24.410 (28/12/1994), 24.453 (12/3/1995), 24.454
(2/3/1995), 24.527 (8/9/1995), 24.721 (15/11/1996), 24.760 (13/1/1997), 25.087 (14/5/1999), 25.173 (8/10/99), 25.188 (1/11/99),
25.189 (28/10/99), 25.246 (11/5/2000), 25.297 (22/9/00), 25.326 (2/11/00, 25.456 (11/5/200), 25.528 (7/1/2002), 25.601
(11/6/2002)33, 25.602 (16/6/2002)34, entre otras.
33 Incorpora el inc. 8 del Código Penal, por el cual se agrava el homicidio cuando se matare a «un miembro de las fuerzas de seg uridad pública, policiales o
penitenciarias, por su función, cargo o condición».
34 Esta ley -vetada parcialmente por el Poder Ejecutivo en su inc. 4 que incorporaba un tipo culposo de defraudación - deroga la ley 20.840 (cuyo remanente contenía
la denominada «subversión económica»); agrega el siguiente texto como inc. 6 del art. 174 del Código Penal: «El que maliciosamente afectare el normal
desenvolvimiento de un establecimiento o explotación comercial, industrial, agropecuaria, minera o destinado a la prestación de servicios; destruyere, dañare,
hiciere desaparecer, ocultare o fraudulentamente disminuyere el valor de materias primas, productos de cualquier naturaleza, máquinas, equipos u otros bienes de
capital»; modifica el último párrafo del artículo 174 del Código Penal el que queda redactado de la siguiente manera: «En los casos de los tres incisos precedentes, el
culpable, si fuere funcionario o empleado público, sufrirá además inhabilitación especial perpetua».
34
Luis M. Bonetto Derecho penal y Constitución
La sabia expresión «leyes: pocas y claras», parece hoy desatendida. El tiempo actual del saber penal y la política criminal, se
encuentran inmersos en una paradoja. En efecto, en momentos que cobra mayor vigor el pensamiento de un derecho penal mínimo,
esto es, entender lo penal como último recurso del Estado frente a afectaciones socialmente intolerables de bienes jurídicos, y en el
marco de los límites formales y materiales del modelo constitucional penal, antes descripto; se advierte, paradójicamente, que la
legislación penal tiende a expandirse35. Se intenta, a nuestro modo de ver equivocadamente, resolver por medio del sistema punitivo y
su rol simbólico, vacíos de valores y conflictos sociales y culturales que existen en la sociedad y que responden a diversas causas. Se
verifica así una fuga al derecho penal, que se agrava por la mala técnica legislativa en la formulación de las leyes penales, y el
recurso, cada vez más frecuente, a leyes de excepción y leyes especiales, fuera del sistema del Código Penal de la Nación. Así, por
ejemplo, el proyecto de ley que pretende castigar el «homicidio por odio deportivo», como consecuencia de la violencia imperante en
los estadios de fútbol, procura sólo penalizar más severamente el delito de homicidio, sin atender a las causas de este conflicto. Los
desequilibrios y violencias estructurales de la sociedad no pueden resolverse con más derecho penal. La mejor política criminal, como
dijo von Liszt, es una política social, y hacia ella debe propender la tarea preventiva que contenga los conflictos sociales, haciendo del
recurso al derecho penal, sólo una última ratio, allí donde fracasen los otros medios de control social formal, sin caer en posiciones
ingenuas o utópicamente abolicionistas36.
La tensión entre legalidad y garantías, entre defensa de la sociedad y racionalidad en la respuesta punitiva, es una antinomia
intrínseca e inherente a todo sistema penal. Su solución no es fácil, especialmente en momentos de crisis y emergencia, en que la
sociedad demanda al sistema punitivo mayor seguridad y eficacia, juzgándolo demasiado tolerante y exigiendo incrementar la
gravedad de las penas. La manipulación de los medios de comunicación, también acrecienta la sensación de inseguridad ciudadana y
de disfuncionalidad del sistema penal para contener el delito, generando un cuadro de situación propicio para la dispersión legislativa
penal37. En lugar de más derecho penal es, en nuestra opinión, fundamental e impostergable combatir la impunidad y la corrupción
aplicando las leyes ya existentes y desarrollando políticas sociales y fundamentalmente educativas, que consoliden una
responsabilidad ciudadana de respeto a la ley, pues la crisis de la legalidad, especialmente evidenciada en el ejercicio del poder
público, es un problema cultural y ético38.
35 Confr. SILVA SÁNCHEZ, Jesús María, La expansión del derecho penal, Cuadernos Civitas, Madrid, 1999, p. 21 y ss. Para el autor, las principales causas de expansión
del derecho penal son: 1) la efectiva aparición de nuevos riesgos; 2) la sensación social de inseguridad; 3) la identificació n de la mayoría social con la víctima; 4) el
descrédito de otras instancias de protección; 5) los gestores «atípicos» de la moral; 6) la actitud de la izquierda política; 7) el desprecio por las «formas». Silva
Sánchez pronostica que el derecho penal de la globalización será menos garantista, especialmente en temas de criminalidad organizada, delincuencia económica y
corrupción (p. 64). ROXIN, Claus, La evolución de la política criminal, el derecho penal y el proceso penal, Tirant lo Blanch-Alternativa, Valencia, 2000, p. 17 y ss.;
LASCANO, Carlos J., ZAFFARONI, Eugenio y CAFFERATA NORES, José I., Crisis y legitimación de la política criminal, el derecho penal y procesal penal, Advocatus,
Córdoba, 2002, p. 22 y ss.
36 «La mejor política criminal consiste, por tanto, en conciliar de la mejor forma posible la prevención general, la prevención especial orientada a la integración social
y la limitación de la pena en un Estado de derecho», ROXIN, Claus, La evolución…, p. 34. El autor propone también la reparación del daño, como una tercera vía de
solución del conflicto penal.
37 Desde un enfoque crítico a los criterios de «tolerancia cero» léase «Otra mirada sobre la inseguridad» de Marcos OCAMPO y Jorge PERANO, La Voz del Interior,
Córdoba, 1/7/02, A8. Silva Sánchez es escéptico en relación con la política criminal de la globalización y entiende que la misma será menos garantista y se
flexibilizarán los criterios constitucionales de límites, especialmente en materia de criminalidad económica, corrupción y cr imen organizado.
38 En el Congreso de Academias Iberoamericanas de Derecho, celebrado en Córdoba, en 1998, se destacó la importancia del modelo multidimensional en la
enseñanza del derecho, como una forma de abordar la complejidad de la realidad de las sociedades actuales. Asimismo, en orden al derecho penal se destacó:
«Ahora bien, por lo que respecta a la temática delictual, sólo un cambio en las condiciones sociales y en la formación cultural y ética de la población permite
vislumbrar una transformación efectiva». (Confr. Congreso de Academias Iberoamericanas de Derecho, Hildegard RONDÓN de SANSÓ, Las tendencias fundamentales
en la evolución del derecho, Academia Nacional de Derecho y Ciencias Sociales de Córdoba, p. 764).
35