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Documento LTM33.449.

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Doctrina

Fecha: [”19/04/2023”]
Autores: [”Ramón Beltrán Calfurrapa”, ”Cristian Contreras Rojas”, ”Enrique Letelier Loyola”]
Municipalidades: false
TEXTO:

Capítulo II
La ley procesal

1. Generalidades
Que la ley sea fuente directa del Derecho procesal no es una cuestión antojadiza ni menos gratuita. En efecto, frente a las
críticas formuladas por la Ilustración al actuar despótico y arbitrario de las monarquías absolutas, una de las formas de
evitar la dictación de resoluciones judiciales carentes de fundamento racional fue exaltar la vinculación del juez a la ley.
De allí que, como corolario natural del principio de imparcialidad e independencia, la ley se posicionara como garantía
mínima de certidumbre y seguridad para garantizar la razonabilidad, previsibilidad e igualdad ante la justicia. De esta
forma, el juez se transformó en una suerte de “esclavo de la ley”, lo cual redundó en que sus decisiones no debían, ni
aun con los más plausibles motivos, desviarse de su genuino sentido y alcance. No en vano, a juicio de don Andrés Bello,
“puede muchas veces parecer al juez una lei injusta; puede creerla temeraria; puede encontrar su opinión apoyada en
doctrinas que le parezcan respetables, i puede ser que no se equivoque en su concepto; pero, con todo, ni puede obrar
contra esa lei, ni puede desentenderse de ella, porque sí en los jueces hubiera tal facultad, no ya por las leyes se reglarían
las decisiones, sino por las particulares opiniones de los magistrados” (Bello, 1885, p. 202).
En este escenario liberal, por ende, luego de alcanzada la independencia política en nuestro país, no fue extraño que
se iniciara un proceso codificador tendiente a reemplazar la legislación heredada de la monarquía española. Muchos
consideraron, en efecto, que la referida independencia no quedaba perfeccionada ni menos aún consolidada, mientras no
se generaran nuevas leyes que rompieran el último lazo que aún nos ataba a la vieja Metrópolis. Por este motivo, con
el fin de dar sistematicidad y orden a las diversas leyes procesales, a fines del siglo XVIII y comienzos del XIX se alzó
en nuestro país la codificación procesal como un fenómeno tendiente a reglamentar la organización y atribuciones de los
tribunales de justicia, así como los diversos procedimientos a los cuales se deben someter los asuntos civiles y penales. De
esta forma, el proceso codificador en área procesal se puede decir que da cierre al período de fijación del Derecho en Chile,
cuya característica principal fue la ordenación sistemática de preceptos y normas legales referentes al ámbito procesal.
En consecuencia, a partir de lo anterior, se consolidaron como fuentes legales básicas del Derecho procesal en Chile: el
Código Orgánico de Tribunales, de 9 de julio de 1943; el Código de Procedimiento Civil, de 28 de agosto de 1902; el
Código de Procedimiento Penal, de 12 de junio de 1906; el Código Procesal Penal, de 12 de octubre de 2000; el Código
de Justicia Militar, de 23 de diciembre de 1925; y, por último, una infinidad de leyes, decretos leyes y decretos con fuerza
de ley que han modificado o complementado los diferentes cuerpos legales anteriores y que iremos analizando a través de
nuestro estudio.

2. Concepto y clasificación

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Una de las cuestiones más importantes de la teoría del Derecho consiste en señalar que el objeto de las ciencias jurídicas
lo constituye las normas jurídicas y, en la medida de su trascendencia para la vida en sociedad, la forma a través de las
cuales dichas normas son aplicadas y acatadas por sus destinatarios (Kelsen, 2009, p. 115).
Sin embargo, la posibilidad de pensar en las normas jurídicas como paradigma propio del Derecho procesal y, en particular,
de las decisiones jurisdiccionales, depende de varias y múltiples circunstancias. Una de ellas, por cierto, es entender a la
norma jurídico-procesal a partir de un sistema de reglas y principios de carácter simplemente “legal”, pero también otra
es comprenderla como un conjunto de prescripciones contextualizadas desde el paradigma de la juridicidad. Desde esta
última dimensión, la naturaleza procesal de una norma jurídica no debería, pues, deducirse de la posición o lugar en que
aparece incluida, sino de su objeto concreto de regulación: por un lado, la formación de los órganos jurisdiccionales, su
organización y atribuciones; y, por otro, las formas y garantías que subyacen en la conformación y marcha de los distintos
procedimientos existentes.
Lo anterior no significa, naturalmente, desconocer que la ley constituye una fuente esencial que disciplina el Derecho
procesal y, por ende, que se encuentra dotada de una fuerza autoritativa de una importancia fundamental. De hecho,
la reserva de ley para todos los actos de intervención en la esfera iusfundamental, dentro de cuyo ámbito se encuentra
ciertamente el Derecho procesal, es un elemento esencial para que los derechos de las personas puedan estar jurídicamente
protegidos y ser plenamente aplicables en la realidad. Es más, si las cosas no fueran así no habría en este ámbito Estado
de Derecho, simplemente porque el imperio de la ley y su legitimidad se resquebrajarían en aras de un latente activismo
judicial. Por esta razón, lo que aquí se sostiene es que el sentido y alcance de la ley procesal no puede interpretarse
en abstracto y, en consecuencia, no debe divorciarse del contexto ius fundamental que rodea a todas y cada una de las
garantías que inciden en su configuración. No en vano, considerando la integración de la legalidad desde la óptica de la
juridicidad, la CorteIDH ha sostenido:
“La Corte es consciente que los jueces y tribunales internos están sujetos al imperio de la ley y, por ello, están obligados
a aplicar las disposiciones vigentes en el ordenamiento jurídico. Pero cuando un Estado ha ratificado un tratado interna-
cional como la Convención Americana, sus jueces, como parte del aparato del Estado, también están sometidos a ella, lo
que les obliga a velar porque los efectos de las disposiciones de la Convención no se vean mermadas por la aplicación de
leyes contrarias a su objeto y fin, y que desde un inicio carecen de efectos jurídicos. En otras palabras, el Poder Judicial
debe ejercer una especie de “control de convencionalidad” entre las normas jurídicas internas que aplican en los casos
concretos y la Convención Americana sobre Derechos Humanos. En esta tarea, el Poder Judicial debe tener en cuenta no
solamente el tratado, sino también la interpretación que del mismo ha hecho la Corte Interamericana, intérprete última
de la Convención Americana” (caso Almonacid Arellano vs. Chile, sentencia de 26 de septiembre de 2006, pf. 124).
Pues bien, sobre esta base, la dogmática procesal desde antiguo ha propuesto un sinnúmero de conceptos relativos a la ley
procesal. Así, atendiendo a su objeto de regulación, Chiovenda la define corno “la norma reguladora de las condiciones y
modos de la actuación de la ley en el proceso, así como de la relación jurídico-procesal” (Chiovenda, 1922, p. 120). Por
su parte, Gómez Orbaneja y Herce Quemada la conciben como “la reguladora de la actividad jurisdiccional en el proceso
y la que fija, en todos sus aspectos, los presupuestos, el contenido y el desenvolvimiento de la relación jurídico-procesal”
(Gómez y Herce, 1976, p. 27). Y, finalmente, en nuestro país, Vargas y Fuentes la definen como “la manifestación de la
voluntad soberana que dispone quién y cómo ha de ponerse término a una contienda” (Vargas y Fuentes, 2018, p. 65).
Sin perjuicio de lo anterior, y no obstante que en Chile no existe una definición legal sobre la materia, cabe destacar
que durante la tramitación de la ley de reforma constitucional Nº 20.245, de 9 de enero de 2008, que agregó un nuevo
inc. final al art. 77 de la CPR, se dejó constancia expresa —en la historia fidedigna de su establecimiento— que la ley
procesal suponía:
“Aquella norma jurídica que dice relación con la organización de los tribunales de justicia, con la determinación de sus
atribuciones y competencias o con el establecimiento de las normas de procedimiento a que deben someterse tanto los
tribunales como las personas que actúan en el proceso” (Mensaje Nº 1194-355, de 7 de diciembre de 2007).
De allí que la ley procesal pueda comprender normas orgánicas y normas funcionales, dependiendo si regula al tribunal
competente para conocer y decidir el asunto sometido a su consideración, o bien el establecimiento de los procedimientos

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a través de los cuales se aplica el Derecho vigente.
2.1. Las normas procesales orgánicas
Son aquellas que atañen a la constitución, organización y disciplina de los tribunales de justicia, así como de los auxiliares
de la administración de justicia, contemplando aspectos relativos a sus nombramientos, inhabilidades e incompatibilidades
que los afectan, sus jerarquías, garantías y derechos, atribuciones y competencia, obligaciones y deberes, etc. En nuestro
sistema jurídico, estas normas están contenidas en la Constitución Política, en el Código Orgánico de Tribunales, en
el Código de Justicia Militar, en la Ley Nº 15.231 sobre Organización y Atribuciones de los Juzgados de Policía Local,
en la Ley Nº 19.968 que crea los Tribunales de Familia, así como en una serie de leyes especiales que se refieren a la
competencia para conocer y juzgar ciertas materias específicas.
Ahora bien, de todas las leyes anteriores, la regulación orgánica más importante en nuestro país se encuentra en la
ley Nº 7.421 de 1943, conocida comúnmente como Código Orgánico de Tribunales, en virtud de lo dispuesto en el art.
4º transitorio de la Constitución de 1980. En ese sentido, el art. 77 de la CPR encargó de forma muy específica a
una ley orgánica (4/7) “la organización y atribuciones de los tribunales que fueren necesarios para la pronta y cumplida
administración de justicia en todo el territorio de la República”, mandatando, del mismo modo, que “la misma ley señalará
las calidades que respectivamente deban tener los jueces y el número de años que deban haber ejercido la profesión de
abogado las personas que fueren nombradas ministros de Corte o jueces letrados”. Sin embargo, a juicio de nuestro
Tribunal Constitucional, la noción “organización y atribuciones de los tribunales” debe ser interpretada en un sentido
amplio abarcando “no solo las materias que la Constitución ha confiado específica y directamente a una ley orgánica
constitucional […], sino también aquellas que constituyen el complemento indispensable de las mismas” (STC Rol Nº
442-2005, de 11 de mayo de 2005, cons. 8). De allí que, en consecuencia, toda norma jurídico-procesal (sea de carácter
orgánico o funcional) se califique como tal no por su ubicación concreta en el COT, sino más bien por su naturaleza y
objeto específico de regulación. En otras palabras, “si la ley, por su contenido, tiende a describir ese tipo tan particular de
relación continuitiva y dinámica que denominamos proceso y que se revela por esa noción que va desde la demanda hasta
la ejecución; si encontramos esa nota; si hallamos en ella la descripción de cómo se debe realizar u ordenar el cúmulo
de actos tendientes a la obtención de una decisión judicial susceptible de ejecución coactiva por parte de los órganos del
Estado, esa ley será procesal y entonces estaremos frente al tema que tenemos necesidad de tratar” (Couture, 1948, p.
47).
2.2. Las normas procesales funcionales
Son aquellas que rigen la tramitación del proceso para los efectos de la correcta y justa composición del litigio. En el
ámbito procesal penal, se manifiestan en un sinfín de reglas y principios relativos a la investigación del hecho constitutivo
de delito, los procedimientos que determinan la participación punible o, en su caso, la inocencia del imputado, incluyendo
ciertamente todas las actuaciones y diligencias cuyo fin sea el esclarecimiento de los hechos de que se trata. En el ámbito
procesal civil, por su parte, dan cuenta de todos los trámites, actuaciones y diligencias que posibilitan la ritualidad y
marcha de los distintos procedimientos, incluyendo, ciertamente, las reglas y principios que disciplinan la tramitación
digital de los procedimientos judiciales, las notificaciones, las pruebas, los recursos, así como cualquiera otra norma
referente al orden consecutivo que rige en los distintos procedimientos civiles.
En nuestro Derecho, dentro de los cuerpos legales que aglutinan un mayor número de normas procesales funcionales
destacan el Código de Procedimiento Civil (CPC) y el Código Procesal Penal (CPP). Tratándose del primero, fue
aprobado mediante la Ley Nº 1.552, promulgada el 28 de agosto de 1902 y publicada el 30 de agosto del mismo año, bajo
el gobierno del presidente Germán Riesco. Gracias a la figura de la vacancia legal, comenzó a regir el 1º de marzo de 1903
y derogó a todas las leyes procesales civiles preexistentes a la fecha. Según se desprende de su art. 1: “Las disposiciones
de este Código rigen el procedimiento de las contiendas civiles entre partes y de los actos de jurisdicción no contenciosa,
cuyo conocimiento corresponda a los Tribunales de Justicia”. A razón de ello, las normas del CPC se han mantenido como
legislación común y supletoria respecto de toda gestión, trámite y actuación que no esté sometida a una regla especial
diversa, cualquiera que sea su naturaleza. De este modo, abarcando 925 artículos más un artículo final, el CPC consta
de cuatro libros: el primero, que fija las reglas comunes a todo procedimiento; el segundo, referente a la tramitación del

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juicio ordinario de mayor cuantía; el tercero, dedicado a la regulación de los diferentes procedimientos civiles especiales;
y, el cuarto, destinado a reglamentar los actos de jurisdicción no contenciosa.
El Código Procesal Penal, por su parte, fue aprobado mediante la Ley Nº 19.696, promulgada el 29 de septiembre de 2000
y publicada el 12 de octubre del mismo año. Entró en vigencia paulatinamente en las distintas regiones del país, entre el 16
de diciembre de 2000 y el 16 de junio de 2005, bajo el gobierno del presidente Ricardo Lagos. A partir de ello, se produce
entonces el abandono paulatino del vetusto Código de Procedimiento Penal de 1906, sustituyéndose, de forma gradual,
por un sistema de justicia penal de raigambre acusatoria, oral y pública, cimentado, por lo demás, en el respeto de los
derechos y garantías esenciales del imputado y de los demás intervinientes del proceso penal. De este modo, abarcando
485 artículos permanentes y un artículo transitorio, el CPP se divide en 4 libros: el primero, denominado “disposiciones
generales”; el segundo, referente al procedimiento ordinario penal; el tercero, llamado “recursos”; y, el cuarto, dedicado
a los procedimientos especiales y de ejecución.
Ahora bien, sin perjuicio de lo ya analizado, conviene recalcar que —para un sector de nuestra jurisprudencia— tanto
las normas procesales orgánicas como las funcionales responderían al concepto genérico de normas “ordenatoria litis”, en
oposición a las llamadas normas sustantivas o “decisoria litis”. Las primeras, según lo ha sostenido nuestra jurisprudencia,
serían “aquellas normas de índole netamente procesal que se encargan de regular las formalidades procedimentales en
juicio, por ejemplo, las que regulan la oportunidad para hacer valer la cosa juzgada, las dirigidas a fijar la competencia
específica de los jueces o las que reglan el nombramiento de un administrador pro indiviso” (SCS, Rol Corte Nº 91.117-
2021, de 1 de junio de 2022, cons. 13º); las segundas, por el contrario, involucrarían a “todas aquellas disposiciones que
tienen incidencia determinante en la resolución del asunto litigioso” (SCS, Rol Corte Nº7861-2011, de 7 de noviembre de
2011, cons. 6º). De esta forma, mientras las normas procesales especificarían qué órgano, bajo qué circunstancias y de
acuerdo a qué procedimiento se resolverá el asunto, las normas sustantivas servirían “in concreto” para determinar cómo
y bajo qué regla material de fondo se pone fin a la controversia.
Tal distinción, por lo demás, propia de la aplicación práctica del recurso de casación en materia procesal civil, pone de
relevancia la clásica dicotomía existente entre lo sustantivo y lo adjetivo, que, según vimos en el capítulo precedente, es
una distinción que no se condice con el rol autónomo y iusfundamental del Derecho procesal contemporáneo. En efecto,
las normas procesales no pueden desconectarse de los diversos casos concretos, dado precisamente el carácter sustantivo de
los derechos y garantías que modelan su estructuración. De allí que resulte sumamente complejo —por no decir artificial—
trazar una frontera nítida entre forma y substancia, desconociendo, de paso, el carácter integrativo y convergente de reglas
y principios que materializan la aplicabilidad de derechos fundamentales. No en vano, a juicio de algunos autores, “la
distinción misma entre reglas procesales y reglas substantivas es una distinción que, aunque útil en muchos contextos,
no pertenece a la estructura profunda del Derecho” (Atria, 2017, p. 117). Por este motivo, quien se proponga analizar
la teoría de la ley procesal —al alero de una visión contemporánea de completitud de los sistemas normativos— debería
insistir en realzar “lo sustantivo del procedimiento y lo procedimental de lo sustantivo”, precisamente con el objetivo de
evitar la distribución errada de los riesgos que se asumen en todo pronunciamiento judicial (Pérez, 2018, p. 277).
Sobre esta base, considerando la complejidad y diversidad de los distintos actos jurídico-procesales que rigen por mandato
de la ley, cabe preguntarnos cuáles son los efectos de la ley procesal en el tiempo y en el espacio. Esto, porque dependiendo
el tipo de norma jurídico-procesal de que se trate, la ley procesal regirá y se aplicará con criterios específicos en los cuales
desplegará sus efectos.

3. Efectos de la ley procesal chilena


3.1. La ley procesal en el tiempo
Para adentrarnos en esta materia, tenemos que realizar ciertas preguntas indispensables para perfilar nuestro objeto de
estudio: esto es, ¿desde cuándo y hasta cuándo rige la ley procesal? ¿Puede la ley procesal regular situaciones acaecidas
con anterioridad a su efectiva entrada en vigencia? ¿Qué sucede si en el curso de un procedimiento iniciado bajo el
imperio de una ley se dicta una nueva ley que lo modifica o deja sin efecto? ¿Puede regir y seguir produciendo efectos
una ley procesal después de su derogación?

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Tales interrogantes, naturalmente, pueden ser respondidos desde diversos enfoques y posturas. Sin embargo, para efectos
metodológicos, trazaremos tres criterios comunes con los cuales deben ser abordados.
En primer lugar, desde el punto de vista de la relación que se da entre el tiempo de vigencia de la ley y el tiempo en que
acaece el hecho al que se aplica, se debe reconocer como regla general la denominada actividad, esto es, la ley procesal
solo opera respecto de hechos que acaecen desde su efectiva entrada en vigencia. De este modo, una vez promulgada y
publicada en el Diario Oficial se entiende que la ley procesal rige y opera respecto de situaciones futuras. Así lo dispone,
por lo demás, enfática y categóricamente el inc. 1º del art. 9º del CC: “La ley puede sólo disponer para lo futuro, y no
tendrá jamás efecto retroactivo”.
En segundo lugar, que la regla general sea la actividad en cuanto manifestación del principio de seguridad y certeza jurídica,
no quiere decir que existan circunstancias de extractividad de la ley procesal, esto es, casos en los cuales la ley procesal
rige para situaciones anteriores y/o posteriores a su entrada en vigencia. Y ello por una razón muy simple: la extensión
del referido art. 9º del CC es de naturaleza simplemente legal y, por ende, nada obsta a que sea el mismo legislador quien
establezca a través de otra ley posterior efectos propios de extractividad. Así, según lo ha sostenido nuestra jurisprudencia:
“El principio de irretroactividad establecido en el artículo 9 del Código Civil no obliga al legislador, porque no está escrito
en la Constitución sino en una ley. En consecuencia, el legislador puede dictar leyes retroactivas; si tiene poder para
derogar las leyes, con mayor razón lo tiene para darles efecto retroactivo. Todavía cabe decir que como la disposición del
artículo 9 del Código Civil no tiene carácter constitucional, puede ser alterada o modificada por una ley posterior” (SCS,
22 de agosto de 1935, RDJ, t. 32, sec 1ª, p. 499; SCS, 10 de abril de 1957, RDJ, t. 54, sec. 1ª, p. 47; SCS, 15 de junio de
1966, RDJ, t. 63, sec. 1ª, p. 201). De este modo, hay que distinguir dos tipos preferente de extractividad procesal: por
un lado, la retroactividad, que se da cuando una ley rige un hecho acaecido con anterioridad a su entrada en vigencia; y,
por otro, la ultractividad, que se verifica cuando se la aplica a un hecho acaecido con posterioridad a su derogación.
Por último, y frente a posibles conflictos de temporalidad de la ley procesal vinculados a la citada extractividad, se debe
observar el siguiente orden de prelación a efectos de fijar el alcance y la prioridad de la ley procesal antigua versus la ley
procesal nueva:
a) En primer término, se debe atender a los límites constitucionales y, si se trata de normas procesales con efecto
retroactivo, se deben respetar las normas del derecho de propiedad del art. 19 Nº 24 inc. 3º de la CPR (por su
importancia con la cosa juzgada) y del derecho a la libertad personal del art. 19 Nº 3 incs. 7º y final de la CPR (por su
relevancia en el principio in dubio pro imputado). A estos límites constitucionales, además, se debe agregar el art. 77 inc.
final de la CPR, el cual, incorporado por Ley Nº 20.245 de 2008, se encarga de fijar un límite temporal a la retroactividad
de la ley procesal tanto en su faz orgánica como funcional: “La ley orgánica constitucional relativa a la organización y
atribuciones de los tribunales, así como las leyes procesales que regulen un sistema de enjuiciamiento, podrán fijar fechas
diferentes para su entrada en vigencia en las diversas regiones del territorio nacional. Sin perjuicio de lo anterior, el plazo
para la entrada en vigor de dichas leyes en todo el país no podrá ser superior a cuatro años”;
b) En segundo término, si se trata de leyes procesales que no transgreden los límites constitucionales antes indicados, se
debe recurrir a las disposiciones transitorias, esto es, normas contenidas en la nueva ley que regulan el tránsito entre esta
y la antigua ley, solucionando cualquier conflicto de intertemporalidad que se presente; y,
c) En tercer lugar, si la nueva ley no contiene disposiciones transitorias o estas son incompletas o insuficientes, se debe
recurrir a la Ley sobre Efecto Retroactivo de las Leyes (LERL) del año 1861, la cual, entre otras materias, regula aspectos
vinculados precisamente a las leyes procesales y su eficacia en el tiempo.
Ahora bien, sentadas las anteriores generalidades, conviene advertir que lo usual en nuestra disciplina es que el sentenciador
aplique la ley procesal que se encuentra vigente al momento de la sentencia y que también estaba rigiendo al tiempo
del acaecimiento del hecho que se enjuicia. En este caso, por ende, hay actividad de la ley procesal en el sentido arriba
indicado. Sin embargo, como también ya se señaló, existen casos en los cuales el legislador apela a la retroactividad, con
la finalidad de ofrecer razones operativas y pragmáticas que brinden estabilidad a ciertas garantías protegidas frente al
cambio legal. De allí, por ende, que el desenvolvimiento temporal y sucesivo del proceso exija casi de modo insoslayable
la necesidad de incluir disposiciones transitorias, las cuales, en tanto normas jurídicas incluidas en la nueva ley, tienen

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por finalidad contemplar soluciones de intertemporalidad frente a problemas referentes a la organización y atribuciones
de los tribunales de justicia, o bien a la sustanciación y/o ritualidad de los diversos procedimientos.
Sin embargo, cabe destacar que las disposiciones transitorias no siempre consiguen prevenir los problemas de temporalidad
existentes entre la antigua y la nueva ley procesal. Un ejemplo de ello lo podemos apreciar con la ley Nº 20.886 de 2015, la
cual estableció por primera vez en nuestro país la obligatoriedad en la tramitación digital de los procedimientos judiciales
y, en particular, de todas aquellas causas que conozcan los tribunales indicados en los incs. 2º y 3º del art. 5º del COT.
En efecto, dicha normativa contempló en su artículo 2º transitorio lo siguiente:
“Las disposiciones de esta ley sólo se aplicarán a las causas iniciadas con posterioridad a su entrada en vigencia. Las
causas se entenderán iniciadas desde la fecha de presentación de la demanda o medida prejudicial, según corresponda”.
De esta forma, de acuerdo a la disposición transitoria referida, esta ley solo se aplica a las causas iniciadas con posterioridad
a su entrada en vigencia y las causas se entienden iniciadas desde la fecha de presentación de la demanda o medida
prejudicial, según corresponda. Esto significa, en otras palabras, que todas aquellas causas iniciadas antes de 2016 (año
de su entrada en vigencia gradual en nuestro país) estarán regidas por las disposiciones de la antigua ley, por lo que los
litigantes seguirán estando sujetos a las cargas procesales que se suprimen o eliminan con la citada normativa. Empero,
y pese a su aparente claridad, cabe destacar que nuestra Excma. Corte Suprema ha interpretado la citada disposición
transitoria en un sentido diverso, señalando: “el sentido y alcance de esta disposición transitoria es limitado, toda vez
que únicamente se refiere al respaldo material constituido por el expediente físico que ahora pasó a ser electrónico […] Es
en razón de aquello que, para realizar la transición, se decidió que las causas anteriores a la vigencia de la ley, que ya
contaban con un expediente material, podrían seguir tramitándose de aquel modo” (SCS, Rol Corte N° 28.507-2018, de 4
de noviembre de 2019, cons. 7º). Por este motivo, dado el objetivo específico del referido art. 2º transitorio, el sentido y
alcance en la vigencia de la ley de tramitación electrónica debe interpretarse como una ley procesal cuyas normas rigen “in
actum”, no correspondiendo, por tanto, exigir el cumplimiento de ciertas cargas procesales a los litigantes (como “hacerse
parte” en segunda instancia) no obstante haberse iniciado el procedimiento antes de la efectiva entrada en vigencia de la
citada normativa.
Crónica
FUENTE www.diarioconstitucional.cl - 17 de agosto de 2018
Ley Nº 20.886.
CS determina que la carga procesal de hacerse parte en Tribunales Superiores se encuentra derogada
A la fecha del pronunciamiento de la resolución que declara desierta la apelación de la reclamante, se encontraba vigente
la Ley de Tramitación Electrónica.
La Corte Suprema, conociendo recientemente de un recurso de queja estableció que la carga procesal de hacerse parte
en la Corte de Apelaciones de Santiago y en la Corte Suprema ha sido derogada a contar de la entrada en vigencia de la
Ley de Tramitación Electrónica (Ley Nº 20.886)
En el caso de la Ley Nº 20.886, aduce el fallo, el artículo primero transitorio estableció una fecha concreta para la entrada
en vigencia, a contar de la fecha de su publicación. En concreto, para las causas que se tramitan ante los tribunales
que ejerzan jurisdicción en los territorios jurisdiccionales de la Corte de Apelaciones de Santiago, el plazo era de 1 año a
contar de la publicación, realizada el 18 de diciembre de 2015.
Así, como se observa, a la fecha del pronunciamiento de la resolución que declara desierta la apelación de la reclamante, se
encontraba vigente la Ley de Tramitación Electrónica, que eliminó la carga procesal de hacerse parte en segunda instancia
dentro del plazo de cinco días desde el ingreso de los autos a la Secretaría, razón por la que no resultaba procedente que
el tribunal de alzada capitalino exigiera su cumplimiento y aplicara la sanción prevista en el antiguo texto del artículo
200 del Código de Procedimiento Civil.
A continuación, manifiesta la Corte Suprema que no cambia la anterior conclusión, el texto del artículo segundo transitorio,
que dispone: “Las disposiciones de esta ley sólo se aplicarán a las causas iniciadas con posterioridad a su entrada en

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vigencia. Las causas se entenderán iniciadas desde la fecha de presentación de la demanda o medida prejudicial, según
corresponda”. En efecto, el sentido y alcance de esta disposición transitoria es limitado, toda vez que únicamente se refiere
al respaldo material constituido por el expediente físico que ahora pasó a ser electrónico. La tramitación electrónica que
constituyó el eje de la reforma, involucró un cambio esencial relacionado con la materialidad del expediente, el que se
elimina.
Es en razón de aquello que, para realizar la transición, se decidió que las causas anteriores a la vigencia de la ley, que ya
contaban con un expediente material, podrían seguir tramitándose de aquel modo. Este es el único objeto que tuvo la
norma segunda transitoria, que constituye una norma excepcionalísima, que debe ser interpretada en forma restrictiva y
en armonía con la naturaleza de la ley procesal y con la expresa disposición de vigencia consagrada en el artículo primero
transitorio antes referido, concluye de esa manera el máximo Tribunal.
Con todo, como ya se indicó, a falta de las referidas disposiciones transitorias, se debe atender a los arts. 23 y 24
de la LERL. Ello, pues, como lo ha sostenido nuestra Excma. Corte Suprema: “antes de aplicar la Ley sobre Efecto
Retroactivo de las Leyes es necesario comprobar si existen en la nueva ley las normas o disposiciones transitorias y sólo
en ausencia de ellas, o si las que se han dictado presentan vacíos, corresponde acudir a las reglas de dicha Ley sobre
Efecto Retroactivo” (SCS, Rol Corte Nº 9670-2012, de 6 de enero de 2014, cons. 8º). Ahora bien, sobre esta base, para
una correcta interpretación y aplicación de la LERL, la dogmática procesal suele distinguir la naturaleza de las leyes
procesales de que se trata e identificarlas en sus aspectos orgánicos y funcionales.
Así, en primer lugar, tratándose de normas procesales orgánicas, estas por referirse a la organización y atribuciones de
los tribunales de justicia son de orden público y, por consiguiente, cualquier disposición que las modifique debe aplicarse
inmediatamente (“in actum”). Esto se admite sin dificultad principalmente porque el art. 19 Nº 3 inc. 5º de la CPR,
es enfático en señalar: “nadie podrá ser juzgado por comisiones especiales, sino por el tribunal que señalare la ley y que
se hallare establecido por ésta con anterioridad a la perpetración del hecho”. De allí que la legalidad en el juzgamiento
constituya no solo un derecho fundamental asegurado a toda persona para ser juzgada por el tribunal que señale la ley,
sino que también represente “un elemento básico para la seguridad jurídica, pues impide que el juzgamiento destinado a
afectar sus derechos y bienes se realice por un tribunal o un juez distinto del órgano permanente, imparcial e independiente
a quien el legislador haya confiado previamente esta responsabilidad que se cumple por las personas naturales que actúan
en él” (STC, Rol Nº 554-2006, de 30 de enero de 2007, cons. 17º).
En segundo lugar, en lo referente a normas funcionales referentes a leyes del procedimiento, esto es, las que regulan la
sustanciación y ritualidad de los juicios, hay que hacer un nuevo distingo. Esto porque como lo ha sostenido un sector
importante de la doctrina (Chiovenda, 1922, pp. 122 y ss.), para una adecuada comprensión del régimen de la aplicación
de la ley procesal en el tiempo debe distinguirse entre a) los procesos terminados; b) los procesos no iniciados; y, c) los
procesos pendientes.
a) Si el proceso se halla totalmente terminado, la solución no puede ser otra que la inmutabilidad de lo ya dictaminado,
toda vez que, por la autoridad de la cosa juzgada, se impide volver a discutir lo ya resuelto entre las mismas partes,
mismo objeto pedido y misma causa de pedir. Incluso es más, se ha sostenido que la cosa juzgada beneficia a todos a
quienes aprovecha el fallo, motivo por el cual la situación jurídica que se reconoce en un fallo firme o ejecutoriado no
puede ser destruida sin contravenir el derecho de propiedad señalado en el art. 19 Nº 24 de la CPR (SCS, 23 de junio
de 1980, RDJ, t. 77, sec. 1ª, p. 49). Al respecto, nuestra Excma. Corte Suprema ha señalado: “que la cosa juzgada
como institución jurídica se vincula tradicionalmente al efecto que produce la inmutabilidad de las sentencias firmes o
ejecutoriadas, evitando el pronunciamiento sobre un asunto ya resuelto con anterioridad” (SCS, Rol Corte Nº 4416-04, de
13 de septiembre de 2006, cons. 5º). Por tanto, “ni el Presidente de la República ni el Congreso pueden ejercer funciones
judiciales, avocarse causas pendientes, revisar los fundamentos o contenido de sus resoluciones o hacer revivir procesos
fenecidos, de lo que se colige la improcedencia de la revisión de procesos ya terminados por sentencia que produce cosa
juzgada. La única excepción a ello la constituye el recurso de revisión del que conoce la Corte Suprema y que, en todo
caso, tiene causales muy específicas establecidas en el artículo 810 del Código de Procedimiento Civil” (SCS, Rol Corte
Nº 21.015- 2020, de 5 de agosto de 2020, cons. 7º).

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b) Si el proceso no se ha iniciado, la regla general es que se tramitará por la ley vigente al momento de su iniciación y no
según aquella que regía cuando aconteció el supuesto fáctico que motiva el juicio (art. 22 Nº 1 LERL). La nueva ley, por
ende, tendrá efectos inmediatos y se aplicará “in actum”, rigiendo con preeminencia sobre la normativa antigua, salvo
norma especial diversa.
Sin embargo, una excepción importante en esta materia guarda relación con los medios de prueba establecidos para
acreditar los contratos. Así, de conformidad al art. 23 de la LERL, pese a haberse dictado una nueva ley procesal:
“Los actos o contratos válidamente celebrados bajo el imperio de una ley podrán probarse bajo el imperio de otra, por
los medios que aquélla establecía para su justificación; pero la forma en que debe rendirse la prueba estará subordinada
a la ley vigente al tiempo en que se rindiere”.
Por ejemplo, si al tiempo de celebrarse un contrato la acción de nulidad del mismo se puede acreditar por instrumentos
públicos o privados y, producto de la nueva ley, se puede probar solo por instrumentos públicos. En este caso, subsisten
los medios de prueba autorizados por la ley vigente al tiempo de la celebración del contrato, vale decir, que la acción
de nulidad derivada del contrato puede acreditarse mediante instrumentos públicos y privados, aun cuando la nueva
ley hubiere suprimido la posibilidad de usar como medio de prueba los instrumentos privados. Empero, la forma de
presentación y rendición de tales medios de prueba se regirá por las disposiciones de la nueva ley vigente al momento de
diligenciarlas. Esto quiere decir, por tanto, que si la antigua ley señalaba que los instrumentos se presentaban en juicio
con conocimiento y la nueva exige que se acompañen con citación, esta última normativa es la que rige y prima por sobre
la anterior.
Con todo, cabe destacar que la aplicación en el tiempo de la regulación anterior tampoco ha estado ausente de controversias.
Esto, porque a pesar de su aparente completitud, la normativa en comento claramente da cuenta de una regulación de
la prueba judicial que hoy resulta insuficiente. El ejemplo más latente de ello, a partir de ciertos casos de la justicia de
familia, se ha presentado con el cambio de legislación en materia de prueba de la paternidad y de la determinación de
la filiación extramatrimonial. Esto, porque el art. 199 del CC originalmente establecía que la negativa injustificada del
demandado a practicarse un examen de ADN haría presumir judicialmente la paternidad, lo cual, después de la dictación
de la Ley Nº 20.030 de 2005, cambió en el sentido de que hoy tal negativa se considera una presunción legal de paternidad.
Como se ve, tras el paso de una presunción judicial a una presunción legal de paternidad, lo que se modificó no fue el
medio de prueba (puesto que siempre se habló de la prueba de ADN), ni tampoco de la forma de presentarlo o rendirlo en
juicio, sino más bien del “onus probandi” y de su concreto peso probatorio. Por ello, y con justa razón, un sector relevante
de nuestra doctrina ha sostenido que el art. 23 de la LERL deja sin regulación asuntos probatorios como “la carga de la
prueba, la exclusión de prueba, el peso de la prueba y los estandares probatorios. Es decir, aquellos aspectos de la prueba
judicial a los que la jurisprudencia chilena se refiere como “leyes reguladoras de la prueba” (Larroucau, 2021, p. 36). De
allí que, frente a tal vacío normativo, urja no solo la necesidad de brindar una adecuada interpretación teleológica a las
normas procesales temporales, sino que también la de instar a una reforma legal sustancial que incorpore modificaciones
actuales y necesarias a la LERL de 1861.
c) Por último, si se encontrare pendiente el proceso y se dictare una ley modificatoria de carácter procesal, será necesario
hacer algunos distingos para establecer sus efectos. Ello, pues, como se dijo, a falta de disposiciones transitorias, la regla
general es que las leyes procesales rijan “in actum”, es decir, de inmediato, lo que devela la naturaleza de orden público,
irrenunciable y de Derecho estricto de tales enunciados. Así lo dispone, por lo demás, expresamente el art. 24 de la
LERL:
“Las normas concernientes a la sustanciación y ritualidad de los juicios prevalecen sobre las anteriores desde el momento
en que deben empezar a regir, con excepción de los términos que hubiesen empezado a correr y las actuaciones que ya
estuvieren iniciadas”.
Ahora bien, justificando este precepto, el Mensaje con que el Proyecto de Ley sobre Efecto Retroactivo de las leyes fue
presentado al Congreso Nacional, señala: “En orden a las leyes relativas al sistema de enjuiciamiento, el proyecto establece
que tengan inmediato efecto desde el instante de su promulgación. Las leyes de esta naturaleza jamás confieren derechos
susceptibles de ser adquiridos; por consiguiente, nada hay que pueda oponerse a su inmediato cumplimiento. Para salvar

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los embarazos que pudieran resultar de los cambios súbitos en la ritualidad de los juicios, basta que los trámites pendientes
se lleven a término con arreglo a la ley bajo cuyo imperio se hubieren iniciado” (Historia de la Ley sobre Efecto Retroactivo
de las Leyes, pp. 6-7). Sin embargo, como la misma disposición citada señala, a pesar que las leyes procesales funcionales
rigen “in actum”, existen dos salvedades que hacen excepción a la regla precitada: una, referente a los plazos y términos
procesales que hubiesen empezado a correr, y otra, referente a las diligencias y actuaciones que ya estuvieren iniciadas.
En ambos casos, a pesar de haber dictado una nueva ley, su diligenciamiento se regirá por la ley antigua, es decir, la
vigente al tiempo de su iniciación.
Es importante advertir, sin embargo, una importante contraexcepción respecto de los dos casos antes indicados. Ello,
porque a pesar que los términos de un procedimiento pendiente hubiesen empezado a correr y sus actuaciones estuvieren
ya iniciadas, puede una nueva ley establecer una suspensión y/o cancelación de dichos efectos. Un ejemplo de lo anterior
lo podemos avizorar con la ley Nº 21.226, de 1 de abril de 2020, que estableció en Chile un régimen jurídico de excepción
para los procesos judiciales por el impacto de la covid-19, y cuyo art. 6º señaló:
“Los términos probatorios que a la entrada en vigencia de esta ley hubiesen empezado a correr, o que se inicien durante la
vigencia del estado de excepción constitucional de catástrofe, en todo procedimiento judicial en trámite ante los tribunales
ordinarios, especiales y arbitrales del país, se suspenderán hasta el vencimiento de los diez días hábiles posteriores al cese
del estado de excepción constitucional de catástrofe, por calamidad pública, declarado por decreto supremo Nº 104, de 18
de marzo de 2020, del Ministerio del Interior y Seguridad Pública, y el tiempo en que este sea prorrogado, si es el caso”.
Con todo, y a pesar de que dicha norma fue derogada por la Ley Nº 21.379, de 30 de septiembre de 2021, lo importante
es destacar que no siempre los plazos o diligencias que hubieren empezado a correr bajo el imperio de una ley, pueden,
indefectiblemente, seguir operando y producir sus efectos procesales normales frente a un determinado cambio legal. Esto,
como se dijo, porque los actos realizados bajo el imperio de una ley procesal pueden quedar anulados y/o modificados
por una posterior, la cual, de ese modo, extendería su eficacia de forma retroactiva.
3.2. La ley procesal en el territorio
Siendo consecuencia del ejercicio de un poder emanado de la soberanía nacional, la ley procesal solo producirá sus efectos
dentro del territorio en el cual se dictó, careciendo, en principio, de eficacia fuera de las fronteras y límites territoriales de
cada Estado. Ello, pues, siendo la jurisdicción una función pública entregada exclusivamente a los tribunales de justicia,
dicho poder-deber del Estado solo puede ejercerse para conocer, resolver y ejecutar, por medio de un justo y racional
procedimiento, los conflictos jurídicamente relevantes que se promuevan en el orden temporal y dentro del territorio de
la República (Colombo, 1991, p. 41). De allí que, por mandato expreso del art. 7º del COT, se establezca de forma
categórica que nuestros “tribunales solo podrán ejercer su potestad en los negocios y dentro del territorio que la ley les
hubiere respectivamente asignado”.
Sin embargo, producto de una comprensión dinámica de la noción de soberanía, sumado al creciente impacto de la
globalización, los efectos territoriales de la ley procesal son cada vez más amplios. Piénsese, por ejemplo, en el rápido
y fuerte incremento de la frecuencia de controversias transnacionales, que, además de involucrar a partes de diversa
nacionalidad, reclaman de fuentes normativas que exceden la simple dimensión legal y estatal de solución de controversias.
Quizás por ello, el principio de territorialidad de la ley procesal, “que podía parecer adecuado en épocas en las cuales
pocas controversias internacionales surgían en ámbitos políticos y económicos relativamente limitados y homogéneos, no
aparezca ya idóneo para resolver todos los problemas que surgen en la dimensión globalizada de las controversias” (Taruffo,
2006, p. 103). De allí que, desde un punto de vista práctico, sean cada vez más comunes las opiniones en orden a unificar
criterios y pautas relativas a la configuración de los derechos y garantías mínimas que deberían observarse para decidir
adecuadamente las controversias transnacionales.
Con todo, desde un plano general, sabido es que de conformidad al art. 14 del CC la ley chilena es obligatoria para todos
los habitantes de la República, incluso los extranjeros. A partir de allí, la regla general en materia de Derecho procesal
está conformada por el principio de territorialidad, en cuya virtud, las normas aplicables al procedimiento se rigen bajo
el principio “lex fori regit processum”, cuyo sentido es que el juez de cada Estado aplica su propia ley procesal nacional,
aunque para resolver el fondo del asunto deba aplicar la ley nacional o la ley extranjera. De allí, por tanto, que el art. 5º

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inc. 1º del COT se manifieste en los siguientes términos:
“A los tribunales mencionados en este artículo corresponderá el conocimiento de todos los asuntos judiciales que se
promuevan dentro del territorio de la República, cualquiera que sea su naturaleza o la calidad de las personas que en
ellos intervengan, sin perjuicio de las excepciones que establezcan la Constitución y las leyes”.
Sin embargo, pese a la conexión entre soberanía, territorio y jurisdicción que fluye de la norma anterior, nuestra legislación
procesal igualmente da cuenta de ciertos criterios que se han planteado como fórmula de solución para determinados
conflictos transnacionales, los cuales, de este modo, se establecen como auténticas excepciones al mentado principio de
territorialidad procesal: a) los supuestos relativos al art. 6º del COT; b) la inmunidad de jurisdicción; y, c) las resoluciones
dictadas por tribunales extranjeros.
a) En lo referente al art. 6º del COT, este se contempla como una excepción al citado principio de territorialidad, toda
vez que, haciendo eco de ciertos crímenes y simples delitos cuyos elementos objetivos o subjetivos son de relevancia para
nuestro país, atribuye competencia a tribunales chilenos respecto de hechos acaecidos fuera del territorio de la República.
Dentro de sus justificaciones se encuentran diferentes “puntos de conexión”, como el principio de personalidad (asociado
a la nacionalidad) y el principio real o de defensa (asociado a la protección de ciertos intereses vitales para el Estado),
que hacen legítima la extensión de la jurisdicción nacional a hechos ocurridos fuera del territorio del país. De esta forma,
tal y como lo señaló la Corte Permanente de Justicia Internacional en el famoso caso Lotus de 1927, si bien “la primera y
principal limitación que impone el Derecho internacional a los Estados es que, a falta de una regla permisiva en contrario,
un Estado no puede ejercer de ninguna forma su poder en el territorio de otro Estado”, no es menos cierto que “de esto
no se sigue que el Derecho internacional prohíba a los Estados ejercer jurisdicción en su propio territorio con respecto a
cualquier situación relacionada con hechos que ocurran en el extranjero. Una posición contraria sólo podría sostenerse
si el Derecho internacional impusiera sobre los Estados una prohibición general de extender la aplicación de sus leyes
y la jurisdicción de sus tribunales sobre las personas, los bienes y los actos que están fuera de su territorio y, si como
una excepción a esta prohibición general, el Derecho internacional permitiera a los Estados hacerlo sólo en determinados
casos. Pero, ciertamente, esto no es lo que ocurre en el Derecho internacional, tal como éste se presenta hoy en día” (caso
Lotus, sentencia de 7 de septiembre de 1927, acap. III).
Por consiguiente, al alero de tal reconocimiento y de conformidad al mentado art. 6º del COT, quedarán sometidos a la
jurisdicción chilena los crímenes y simples delitos perpetrados fuera del territorio de la República que a continuación se
indican:
“1º) Los cometidos por un agente diplomático o consular de la República, en el ejercicio de sus funciones;
2º) La malversación de caudales públicos, fraudes y exacciones ilegales, la infidelidad en la custodia de documentos,
la violación de secretos, el cohecho, cometidos por funcionarios públicos chilenos o por extranjeros al servicio de la
República y el cohecho a funcionarios públicos extranjeros, cuando sea cometido por un chileno o por una persona que
tenga residencia habitual en Chile;
3º) Los que van contra la soberanía o contra la seguridad exterior del Estado, perpetrados ya sea por chilenos naturales,
ya por naturalizados, y los contemplados en el Párrafo 14 del Título VI del Libro II del Código Penal, cuando ellos
pusieren en peligro la salud de habitantes de la República;
4º) Los cometidos, por chilenos o extranjeros, a bordo de un buque chileno en alta mar, o a bordo de un buque chileno
de guerra surto en aguas de otra potencia;
5º) La falsificación del sello del Estado, de moneda nacional, de documentos de crédito del Estado, de las Municipalidades
o de establecimientos públicos, cometida por chilenos o por extranjeros que fueren habidos en el territorio de la República;
6º) Los cometidos por chilenos contra chilenos si el culpable regresa a Chile sin haber sido juzgado por la autoridad del
país en que delinquió;
7º) La piratería;
8º) Los comprendidos en los tratados celebrados con otras potencias;

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9º) Los sancionados por la ley 6.026 y las que la han modificado, cometidos por chilenos o por extranjeros al servicio de
la República;
10º) Los sancionados en los artículos 366 quinquies, 367 y 367 bis Nº 1, del Código Penal, cuando pusieren en peligro
o lesionaren la indemnidad o la libertad sexual de algún chileno o fueren cometidos por un chileno o por una persona
que tuviere residencia habitual en Chile; y el contemplado en el artículo 374 bis, inciso primero, del mismo cuerpo legal,
cuando el material pornográfico objeto de la conducta hubiere sido elaborado utilizando chilenos menores de dieciocho
años;
11º) Los sancionados en el artículo 62 del decreto con fuerza de ley Nº 1, del Ministerio de Economía, Fomento y
Reconstrucción, de 2004, que fija el texto refundido, coordinado y sistematizado del decreto ley Nº 211, de 1973, cuando
afectaren los mercados chilenos; y,
12º) Los delitos cometidos por chilenos, que se encuentran comprendidos en los artículos 34 y 35 de la Ley que Implementa
la Convención sobre la Prohibición del Desarrollo, la Producción, el Almacenamiento y el Empleo de Armas Químicas y
sobre su Destrucción y la Convención sobre la Prohibición del Desarrollo, la Producción y el Almacenamiento de Armas
Biológicas (Bacteriológicas) y Toxínicas y sobre su Destrucción”.
Ahora bien, en consideración a la norma antes referida, los tribunales chilenos podrían fundar su competencia penal
precisamente para conocer de la mayoría de los crímenes y simples delitos antes indicados. Sin embargo, cabe destacar
que el Estado chileno también ha dado su aprobación a una serie de convenios y tratados internacionales que prevén
delitos de Derecho Penal Internacional (principalmente, genocidio, crímenes de lesa humanidad —incluyendo la tortura y
desaparición de personas— y crímenes de guerra) y, en tal sentido, ha avalado también la persecución y el juzgamiento de
ciertos hechos punibles asociados al denominado “principio de universalidad”. Este, en efecto, posibilita que los órganos
internos de cada Estado, en representación de la comunidad internacional, puedan investigar y, en su caso, enjuiciar,
ciertos delitos de Derecho Penal Internacional, con independencia del lugar donde se hayan cometido, la nacionalidad del
sospechoso, de las víctimas o la existencia de cualquier otro vínculo de conexión con el Estado que ejerza esta jurisdicción.
De allí que, en consideración a tal principio, nuestro país haya implementado la Ley Nº 21.250, de fecha 17 de agosto
de 2020, la cual, junto con incorporar un nuevo numeral 12 al referido art. 6º del COT, consagró la extraterritorialidad
de la ley procesal chilena con la finalidad de implementar y dar ejecución en nuestro país de la Convención sobre la
Prohibición del Desarrollo, la Producción, el Almacenamiento y el Empleo de Armas Químicas y sobre su Destrucción, de
13 de enero de 1993, y la Convención sobre la Prohibición del Desarrollo, la Producción y el Almacenamiento de Armas
Bacteriológicas (Biológicas) y Toxínicas y sobre su Destrucción, de 26 de marzo de 1975.
De esta forma, a la limitada extensión del principio de universalidad en el Derecho chileno, que originalmente se reducía
principalmente a “la piratería” (art. 6º Nº 7 del COT), hoy día sería posible entender complementado dicho principio
por diversos tratados internacionales que, a lo menos teóricamente y por aplicación del art. 6º Nº 8 del COT, serían com-
patibles con la idea de la persecución y juzgamiento penal por algunos tribunales nacionales de crímenes internacionales.
De hecho, acogiendo dicha tesitura, en un interesante y bullado fallo, la Tercera Sala de la Excma. Corte Suprema,
con fecha 18 de noviembre de 2015, dio origen a un hecho inédito en nuestra historia jurisprudencial al haber acogido
una acción de protección presentada en favor de dos ciudadanos venezolanos, Leopoldo López y Daniel Ceballos, ambos
dirigentes políticos de dicho país y que se encontraban a la fecha privados de libertad precisamente en Venezuela. Así,
entre los numerosos argumentos esgrimidos por la Corte, dentro de los cuales se incluían el principio de universalidad y
la necesidad de salvaguardar derechos en contextos penales internacionales, destaca el siguiente:
“En consecuencia, los antecedentes disponibles revelan que las personas en cuyo favor se recurre, se encuentran sometidas a
privación de libertad por el gobierno de su país en virtud de un proceso aparentemente ilegítimo, por hechos de connotación
evidentemente política y sin protección de sus tribunales nacionales”. Y, sobre lo anterior, agrega: “Así, resulta visible
que operan en este caso todos los requisitos exigibles para que actúe la jurisdicción universal protectora de los derechos
humanos antes mencionada, desde que los tribunales de la República Bolivariana de Venezuela no aparecen actuando con
suficiencia en la protección de los derechos de sus ciudadanos ya individualizados; y hasta se podría sostener con al menos
cierta connivencia con los propósitos políticos del gobierno local. Del mismo modo, la jurisdicción y competencia que

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esta Corte se atribuye, proviene de una fuente reconocida del derecho internacional, como son los tratados ya anotados
y el jus cogens sustrato de toda la normativa mundial; y, en tercer término, que la legislación de Chile se encuentra en
completa armonía con el señalado derecho internacional”.
Que, por fin, a juicio de la Corte, “no se puede dejar de consignar que si, por una parte, la jurisdicción universal tiene
reconocimiento en el Derecho Chileno según se ha venido señalando, su corolario secuencial es que dicho derecho —si
no se quiere concebírselo abstracto— tenga también una acogida procesal en el ordenamiento nacional, que le otorgue
eficacia y concreción. Dicha manifestación es, en cuanto a la garantía principal involucrada, el recurso de protección de
los derechos esenciales reconocidos en nuestra Constitución” (SCS, Rol Corte Nº 17393-2015, de 18 de noviembre de 2015,
cons. 5° y 9°).
Con todo, la decisión de acoger y extender la idea de una jurisdicción penal internacional a la tutela judicial de los derechos
humanos, supuso, desde un ámbito dogmático y académico nacional, dos tipos de cuestionamientos centrales: por un lado,
brindar una tutela judicial de naturaleza cautelar que se inmiscuyó derechamente en un ámbito de competencias propio
del Presidente de la República (en cuanto “jefe de Estado”) y, por otro lado, que conoció y falló en sede de protección una
materia propia de la acción de amparo constitucional (o habeas corpus), instruyendo, además, al Ministerio de Relaciones
Exteriores para que requiriera a la “Comisión de Derechos Humanos de la OEA” a efectos de que se constataran las
condiciones y circunstancias en que se encontraban los privados de libertad (Zúñiga, 2015, pp. 167-181; Silva, 2018, pp.
323-336). Sin embargo, y en lo que nos interesa, cabe agregar que el recurso al principio de universalidad no puede fundarse
sin los matices y restricciones ofrecidos por el criterio de complementariedad y presencialidad. Ello, pues, incluso en el
evento improbable de considerar que los actos denunciados eran crímenes internacionales, la potestad de juzgar hechos
punibles que acontezcan fuera de los límites del Estado solo opera en subsidio de la jurisdicción internacional y, por cierto,
en el evento que el imputado se encuentre en el territorio del país aprehensor (Matus y Ramírez, 2019, pp. 123-124). De
esta forma, en suma, la sentencia en comento realizó un control de convencionalidad de carácter anómalo, pues, además
de proyectar una suerte de tutela de urgencia transfronteriza, dio una interpretación extrema y maximalista al referido
principio de universalidad.
Sea como fuere, al margen de casos como el anterior, cabe señalar que los delitos perpetrados fuera del territorio nacional
y que fueren de conocimiento de los tribunales chilenos por aplicación del art. 6º del COT, serán de competencia de los
jueces de garantía y de los tribunales de juicio oral en lo penal de la jurisdicción de la Corte de Apelaciones de Santiago,
conforme al turno que dicho tribunal fije a través de un AA (art. 167 del COT). Por ello, amparándose en dicha norma,
la Corte de Apelaciones de Santiago, con fecha 19 de junio de 2007, dictó un Auto Acordado S/N en el cual determinó que
es competente para conocer de estos asuntos el juzgado penal que esté de turno en el mes que se inicie el procedimiento.
Luego, para tales efectos, se entenderá que el procedimiento se inicia en la fecha en que toma conocimiento el tribunal
nacional de la denuncia, querella o demás antecedentes enviados por las autoridades extranjeras.
b) Por otro lado, una segunda excepción al principio de territorialidad de la ley procesal se manifiesta en materia de
inmunidades de jurisdicción. En efecto, es un principio de Derecho internacional universalmente reconocido que tanto
las naciones soberanas como sus representantes no estén sometidos a la jurisdicción de los tribunales extranjeros. Así,
avalándose primero en la máxima “par in parem non habet imperium” (“nadie tiene potestad sobre su igual”) y luego
en los principios de independencia, autodeterminación y no injerencia estatal externa, desde antiguo se reconoce que los
Estados extranjeros, los jefes de Estado, los jefes de gobierno, los ministros de relaciones exteriores, incluidos los agentes
diplomáticos y consulares al servicio de una nación extranjera, se encuentran eximidos de la jurisdicción de los tribunales
del país donde se encuentren.
En este sentido, con arreglo al art. 297 del Código de Derecho Internacional Privado, también conocido como Código de
Bustamante, la ley penal chilena no es aplicable a “los Jefes de los otros Estados, que se encuentren en su territorio”,
sin distinción alguna de la razón o motivo por la cual se realiza la visita o el cometido, de forma que su inmunidad de
jurisdicción se extiende tanto a las visitas oficiales como privadas. De allí, entonces, al alero del Derecho internacional
consuetudinario, que esta clase de exención sea conocida como inmunidad personal o “ratione personae”, puesto que
otorga protección frente a los tribunales extranjeros en relación con todos los actos públicos o privados realizados durante
el desempeño del cargo, incluso con anterioridad al mismo (Olásolo et al., 2016, p. 260).

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Por otro lado, el Derecho internacional reconoce también un segundo tipo de inmunidad denominada funcional o “ratione
materiae”, que comprende a todos los actos llevados a cabo con carácter oficial y en nombre del Estado que se representa.
En esta lógica, el art. 298 del Código de Derecho Internacional Privado manifiesta: “Gozan de igual exención los
Representantes diplomáticos de los Estados contratantes en cada uno de los demás, así como sus empleados extranjeros,
y las personas de la familia de los primeros, que vivan en su compañía”. Concordante con ello, el art. 31 de la Convención
de Viena sobre Relaciones Diplomáticas de 1951, manifiesta que “el agente diplomático gozará de inmunidad de la
jurisdicción penal del Estado receptor”, declarándolo, además, “inviolable” y no susceptible de “ser objeto de ninguna
forma de arresto o detención” (art. 29 de la CVRD). A mayor abundamiento, el art. 37 de la misma Convención enfatiza
que dicha inmunidad se extiende también a “los miembros de la familia de un agente diplomático que formen parte de su
casa (…) siempre que no sean nacionales del Estado receptor”; “los miembros del personal administrativo y técnico de la
misión, con los miembros de sus familias que formen parte de sus respectivas casas, siempre que no sean nacionales del
Estado receptor ni tengan en él residencia permanente”; y a los empleados “del servicio de la misión” extranjero, pero
solo respecto a los delitos cometidos en el ejercicio de sus funciones.
A su turno, en lo que respecta a los funcionarios consulares, hay que atender al art. 43 Nº 1 de la Convención de Viena
sobre Relaciones Consulares de 1963, el que señala: “Los funcionarios consulares y los empleados consulares no estarán
sometidos a la jurisdicción de las autoridades judiciales y administrativas del Estado receptor por los actos ejecutados en
el ejercicio de las funciones consulares”. Ello significa, en otras palabras, que gozan de inmunidad solo y exclusivamente
respecto de delitos ejecutados en el ejercicio de sus funciones consulares, tales como corrupción y falsificaciones en relación
con los documentos y certificaciones que autorizan o emiten. Por consiguiente, por regla general no son inviolables y
carecen de inmunidad respecto de los delitos comunes que cometan en Chile y no afecten el interés del Estado al que
sirven.
Ahora bien, haciendo las precisiones del caso, nuestra jurisprudencia ha avalado la inmunidad de jurisdicción principal-
mente en las nociones de soberanía, autodeterminación e independencia, señalando al respecto:
“Que, se debe recordar que la idea de inmunidad de jurisdicción dice relación con el reconocimiento formal que los Estados
hacen de su propia soberanía, sintetizado en el tópico “par in parem non habet imperium”, en virtud del cual declaran el
mutuo respeto al ejercicio de sus atribuciones, en cuanto emanación de su independencia y derecho a la autodeterminación,
en virtud de lo cual históricamente se aceptó en el contexto del derecho internacional la deferencia recíproca entre los
Estados de no someter al otro a su propia jurisdicción” (SCS Rol 8750-2018, de 19 de junio de 2018, cons. 8). De allí,
entonces, que “la acepción inmunidad de jurisdicción se relacione con un principio relativo a la jurisdicción, es decir, a
la capacidad del órgano pertinente para decir o declarar el Derecho de las partes en una controversia, de manera que
el beneficiado por ese privilegio se ve dispensado o liberado de acatar tal potestad judicial. Así, dentro del ámbito del
derecho internacional y referido a la posibilidad de intervención del Poder Judicial de un Estado respecto de actuaciones
de otro con consecuencias en su territorio, se hace efectivo dicho mecanismo, según el cual el primero debe abstenerse
de juzgar los actos de otro Estado. La prerrogativa claramente se concreta en la situación de cada una de las personas
que representan a tales personas jurídicas, cuya inmunidad se extiende a sus agentes, a lo efectuado por ellos, sea por la
naturaleza misma de la actuación (inmunidad ratione materiae), sea por las funciones que la persona cumple y mientras
las desempeñe, como ocurre con los funcionarios diplomáticos (inmunidad ratione personae), excepto cuando el Estado
acreditado renuncie soberanamente a la referida prerrogativa” (SCS, Rol Corte Nº 891-2010, de 13 de mayo de 2010, cons.
7º).
c) Por último, otra excepción respecto del principio de territorialidad en materia procesal se presenta con las resoluciones
dictadas por tribunales extranjeros. Esto, porque si bien la sentencia extranjera es fruto del ejercicio de una potestad
jurisdiccional foránea y, por ende, solo tiene eficacia en general en el ordenamiento jurídico en que ha sido pronunciada,
no es menos cierto que producto del principio de reciprocidad y de cooperación internacional diversas normas nacionales
brindan valor en Chile a las sentencias pronunciadas por tribunales extranjeros. Luego, al contrario de lo que se piensa,
dicha forma de reconocimiento va mucho más allá del mero valor asignado a las sentencias foráneas, puesto que, producto
del actual proceso de integración de la comunidad internacional, dichos modos de reconocimiento se extienden también
a la aceptación de solicitudes de extradición, exhortos y demás peticiones de cooperación internacional simplificadas

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a través de la intervención del Ministerio de Relaciones Exteriores y/o del Ministerio Público. En este último sentido,
destaca la Unidad de Cooperación Internacional y Extradiciones del Ministerio Público de Chile (UCIEX), la cual, creada
en 2004, asume la representación de los Estados requirentes ante la Corte Suprema en materia de extradiciones pasivas,
asesora a los fiscales chilenos tratándose de extradiciones activas, diligencia los requerimientos de asistencia internacional
en materia de persecución penal, acoge las denuncias internacionales por delitos transnacionales y realiza la coordinación
para la realización de diligencias de investigación a nivel internacional. Por tanto, asumiendo que el cumplimiento de
peticiones internacionales es variado y contingente, no siempre se requerirá de un procedimiento judicial que reconozca
la validez de actuaciones de asistencia mutua entre los órganos administrativos de distintos Estados.
Sin embargo, y al margen de lo anterior, es claro que por “razones de regularidad internacional” toda sentencia extranjera
requiere en nuestro país de un reconocimiento judicial. De hecho, como lo ha sostenido un sector importante de la
doctrina, “para el Derecho chileno, la sentencia extranjera es un acto jurídico en el Estado en que los respectivos jueces
la pronunciaron; pero es un hecho ante el Estado de Chile que adquiere la condición de acto en la medida en que una
norma le atribuya eficacia como tal” (Pereira, 1996, p. 110). Por lo tanto, dado que sus efectos y la forma de hacerlas
valer en nuestro país es variable, se debe distinguir entre las reglas y principios que regulan el reconocimiento y ejecución
de sentencias extranjeras en Chile tanto para asuntos penales como para asuntos civiles.
Tratándose del efecto en Chile de las sentencias penales de tribunales extranjeros, haciendo eco de la máxima “ne bis in
ídem”, el art. 13 del CPP señala expresamente:
“Tendrán valor en Chile las sentencias penales extranjeras. En consecuencia, nadie podrá ser juzgado ni sancionado por
un delito por el cual hubiere sido ya condenado o absuelto por una sentencia firme de acuerdo a la ley y al procedimiento
de un país extranjero, a menos que el juzgamiento en dicho país hubiere obedecido al propósito de sustraer al individuo
de su responsabilidad penal por delitos de competencia de los tribunales nacionales o, cuando el imputado lo solicitare
expresamente, si el proceso respectivo no hubiere sido instruido de conformidad con las garantías de un debido proceso
o lo hubiere sido en términos que revelaren falta de intención de juzgarle seriamente”.
Luego, según consta en la historia fidedigna de su establecimiento, la actual redacción del art. en comento se formuló
tomando en consideración los lineamientos y directrices fijados principalmente por dos tratados internacionales. Por
un lado, el art. 14 Nº 7 del PIDCP, el cual, además de reconocer el valor de la sentencia extranjera, señala: “nadie
podrá ser juzgado ni sancionado por un delito por el cual haya sido ya condenado o absuelto por una sentencia firme
de acuerdo con la ley y el procedimiento penal de cada país”. Por otro lado, el art. 20 del Estatuto de Roma que
crea la Corte Penal Internacional, el cual, junto con destacar que nadie podrá ser procesado ni sentenciado en razón de
conductas por los cuales ya hubiere sido condenado o absuelto, “establece dos excepciones a la cosa juzgada, las cuales,
aplicadas en la especie, importan que el juzgamiento anterior hubiere obedecido al propósito de sustraer al individuo de
su responsabilidad penal por delitos de competencia de los tribunales nacionales, o que el anterior juicio no haya sido
instruido en forma independiente o imparcial de conformidad con las garantías procesales reconocidas por el derecho
internacional. Esta última excepción, por cierto, si el imputado solicitare expresamente el nuevo juzgamiento en Chile”
(Segundo Informe de Constitución, Historia de la Ley Nº 19.696 que establece el CPP: artículo 13, p. 17).
Con todo, al alero de lo reseñado y conforme lo dispone el inc. final del citado art. 13 del CPP, “la ejecución de las
sentencias penales extranjeras se sujetará a lo que dispusieren los tratados internacionales ratificados por Chile y que se
encontraren vigentes”. De esta forma, siguiendo la lógica de que los inculpados o condenados queden sometidos a una
ejecución penal en un ambiente desconocido, eventualmente hostil y en un idioma potencialmente ajeno, Chile ha suscrito
diversos tratados internacionales atingentes a la forma y modo de cumplimiento de las sentencias penales extranjeras.
Destacan, en este sentido, la Convención Interamericana para el Cumplimiento de Condenas penales en el Extranjero
(DS Nº 1859, de 1998), el Convenio de Estrasburgo sobre Traslado de Personas Condenadas (DS Nº 1317, de 1998),
el Tratado con Brasil sobre Transferencia de Presos Condenados (DS Nº 225, de 1999), el Tratado con Bolivia sobre
Transferencia de Personas Condenadas (DS Nº 227, de 2004), el Tratado con Argentina sobre Traslado de Nacionales
Condenados y Cumplimiento de Sentencias Penales (DS Nº 55, de 2005) y el Tratado con Perú sobre el Traslado de
Personas Condenadas (DS Nº 80, de 2012).

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Por otro lado, tratándose de la eficacia de la sentencia extranjera en materia procesal civil, la regla general es que las
sentencias dictadas por tribunales extranjeros carezcan de eficacia en nuestro país y únicamente la adquieran en virtud
del trámite denominado “exequatur”, gestión judicial que se realiza ante la Corte Suprema y que es necesaria para que
la sentencia extranjera tenga valor en nuestro país. De allí, entonces, que la sentencia recaída en el juicio de exequatur
tenga naturaleza constitutiva, puesto que sin este reconocimiento la sentencia extranjera sería un mero hecho y con ella
cambia o altera sustancialmente su naturaleza y su condición. Concordante con ello, a juicio de nuestra jurisprudencia:
“El exequátur consiste, en nuestro país, en la decisión mediante la cual la Corte Suprema, luego de sustanciar el proced-
imiento contradictorio respectivo, procede a revisar las exigencias legales y sin entrar a estudiar en detalle el fondo de la
cuestión controvertida en el juicio respectivo, otorga autorización o pronunciamiento favorable a la sentencia extranjera
que lo resuelve, con el objeto de dotarla de la fuerza ejecutiva de la que carece y reconocerle los mismos efectos que los
fallos expedidos por jueces nacionales, lo que permitirá se la pueda cumplir mediante el procedimiento y ante el tribunal
competente” (SCS, Rol Corte Nº 30.638-2018, de 19 de noviembre de 2019, cons. 8).
Ahora bien, de conformidad a lo dispuesto en los arts. 242 a 245 del CPC, el procedimiento previsto para el reconocimiento
de la sentencia extranjera civil requiere de la observación de las siguientes reglas: en primer lugar, se debe atender a los
tratados internacionales vigentes entre Chile y el país de donde procede la resolución cuya eficacia se pretende reconocer;
en segundo lugar, a falta de dichos tratados internacionales, se debe apelar a criterios atingentes a la reciprocidad
internacional, de forma tal que al fallo que se trata de cumplir en Chile se le dará la misma fuerza que se dé a los fallos
chilenos en el país de donde procede la resolución que se desea cumplir; y, por último, si los anteriores criterios no pueden
aplicarse, las resoluciones de tribunales extranjeros tendrán en Chile la misma fuerza que si se hubieran dictado por
tribunales chilenos, con tal que no contengan nada contrario a las leyes de la República, no se opongan a la jurisdicción
nacional y, además, se encuentren debidamente notificadas y ejecutoriadas conforme a las leyes del país en que fueron
dictadas.
Por último, conviene advertir que las anteriores exigencias se avalan, entre otras razones, precisamente porque el sistema
de regularidad internacional de los fallos se fundamenta en el respeto a la garantía constitucional del debido proceso, que
se sustenta, a su vez, en la imparcialidad del juez, el conocimiento de la demanda o acusación, el derecho a contestarla,
el derecho a conocer y contradecir la prueba de cargo, a producir propia prueba, el derecho a que el sentenciador resuelva
conforme al mérito del proceso y con el respaldo de las probanzas producidas, el derecho a contar con una sentencia
debidamente motivada, etc. Es natural, por consiguiente, que el país al cual se pide la ejecución de una sentencia
extranjera no solo se preocupe de los aspectos formales que detallan el procedimiento de reconocimiento propiamente tal,
sino también que se identifiquen ciertas garantías sin las cuales puede hablarse en términos amplios de indefensión. De
esta forma, en suma, debe reiterarse que el debido proceso es un aspecto fundamental del orden público procesal que
debe ser efectivamente controlado en el exequatur como instrumento de cumplimiento de sentencias extranjeras, y con
ello, de todas las garantías que efectivamente le dan su concreta fisonomía iusfundamental (Aguirrezábal et al., 2011, p.
457).

4. Interpretación e integración de la ley procesal


4.1. Nociones generales
Es notorio que las discusiones acerca de la legalidad procesal desde el punto de vista contemporáneo desbordan la sola
apreciación exegética de las reglas. De hecho, como hemos tenido la oportunidad de apreciar, desde una dimensión
institucional y garantística los diversos sistemas de justicia reclaman en su estructuración e identificación no solo reglas,
sino también de principios jurídicos que guíen y orienten cualquier tarea interpretativa a su respecto. Piénsese, por
ejemplo, en los sistemas de justicia de familia y el énfasis dado al interés superior del niño, niña y adolescente. Una
garantía que, ciertamente, no puede ser entendida solo como una simple regla que prescribe cómo sopesar los intereses
convergentes en una decisión particular, sino todo lo contrario: un derecho sustantivo que, actuando como principio
jurídico fundamental y como regla de procedimiento, permea de forma dinámica y progresiva todo el sistema de justicia
familiar en pos de garantizar y reafirmar los derechos de los niños, niñas y adolescentes (Contreras, 2021b, pp. 138 y

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ss.). Esto nos habla, por consecuencia, que cualquier tarea interpretativa de la ley procesal debe contextualizarse en el
marco normativo y iusfundamental concreto del sistema de justicia al cual adscribe, lo cual, por tanto, supone huir a la
tentación por establecer interpretaciones unitarias o en bloque que desconozcan las fisonomías particulares y singulares
de cada sistema de enjuiciamiento.
Abona a lo anterior, la tensión entre legalidad y juridicidad que hace impropio en un Estado democrático de Derecho el
asumir la tarea interpretativa solo desde un punto de vista interno, mecánico y procedimental. De hecho, aun cuando
la ley sea la norma jurídica fundamental en materia procesal, esto no quiere decir que aquella prevea absolutamente
todo, ni mucho menos que abarque la infinidad de detalles, condiciones y excepciones que se dan en cada caso particular.
La ley procesal, en efecto, representa solo el germen de una estructura normativa mucho más compleja y sofisticada,
que involucra al tribunal, los procedimientos y la decisión, lo cual requiere del análisis de relaciones de compatibilidad
material que exceden el solo literalismo de la ley. Para comprenderla, pues, no basta con apelar a una exégesis mecánica,
culturalmente ciega y con propensión de absoluta neutralidad; precisa, por el contrario, “ponerla en relación con la vida
social actual, con las nuevas necesidades o relaciones sociales que se han agregado o superpuesto a las anteriores y que
también requieren la tutela del Derecho. Cuando el contenido ha escapado de la forma, que es la norma jurídica, es
necesario que lo substituyamos con el nuevo contenido social que en la realidad de la vida, ha desplazado al anterior, si
se quiere que la norma continúe siendo lo que debe ser, es decir, una fuerza constantemente viva” (Rocco, 2019, p. 278).
Por lo demás, si se mira al complejo entramado de normas nacionales e internacionales que permean nuestros sistemas
de justicia, la posibilidad de pensar en decisiones unívocas y uniformes en su significación interpretativa es cada vez
más compleja. Ello, porque a los conocidos problemas interpretativos de vaguedad, ambigüedad y contradicción, se
suman hoy posiciones metodológicas decimonónicas que no se condicen con la variedad y dinamismo de las fuentes que
operan en el campo procesal. Sin ir más lejos, fue una característica del racionalismo naturalista de los siglos XVII y
XVIII la aspiración de construir sistemas jurídicos ideales, estrictamente deducidos de ciertos principios autoevidentes y
con capacidad para resolver cualquier caso concebible. De allí que, gracias al formalismo ingenuo del siglo XIX, propio
de la Escuela de la Exégesis, en Francia, y de la Jurisprudencia de Conceptos, en Alemania, perduren hasta nuestros
días metodologías extremas en materia de interpretación, consistentes, como es bien sabido, en sostener que la tarea
interpretativa del juez se reduce a salvaguardar la literalidad de la obra legislativa, pues, en los hechos, el sistema jurídico
se presume pleno, coherente y sistemático (Beltrán, 2021, pp. 248-249). Desde esta óptica, por ejemplo, el fallecido juez
de la Corte Suprema de los EE.UU., Antonin Scalia, llegó a sostener que, “asumiendo que es la ley la que gobierna y
no la intensión del legislador”, se “pueden promulgar leyes poco inteligentes, así como otras muy sabias, pero no es el
trabajo de los tribunales el decidir cuál es cual y reescribir las primeras” (Scalia, 2015, pp. 80 y 83). Por tanto, bajo esta
lógica, ha de ponerse el acento en una racionalidad basada en una interpretación lo más literalista posible, pues, aunque
parezca dura o contra la equidad, eso es lo que pide el espíritu mismo de la idea de imperio de la ley.
Sin embargo, la descripción anterior, aunque se presente como la explicación predominante, no es del todo correcta. Ella
responde, en efecto, al “predominio que ha tenido entre nosotros el denominado positivismo legalista, metodología que
trata de explicar el fenómeno jurídico partiendo de la base que no hay más Derecho que el promulgado por El Poder,
correspondiéndoles a los jueces y abogados tan solo interpretarlo con los instrumentos exegéticos contenidos en el título
primero del Código Civil. En este esquema, la función jurisdiccional se reduciría a aplicar la solución legal al caso concreto.
A lo más, si el sentido de la ley no es claro en su tenor literal, se puede recurrir a la aplicación de una serie de reglas
de interpretación subsidiarias de la literal, para dar con la solución del caso” (Romero, 2012, p. 20). No obstante, se
debe aclarar que en muchos casos la sola literalidad textual de las palabras, que es atribuida en base a reglas semánticas
y sintácticas del lenguaje en que han sido formuladas, no basta para abarcar a cabalidad el carácter convencional del
referido lenguaje. De hecho, una misma oración puede ser formulada en diferentes ocasiones para expresar distintas cosas
(tales como afirmar, interrogar u ordenar), sin que sea posible “a priori” determinar su concreto significado semántico y
contextual. Así, p. ej., el art. 12 Nº 12 del CP establece que el robo cometido de noche es susceptible de una pena con la
circunstancia agravante de nocturnidad, pero ¿se puede aplicar esta agravante a un robo cometido a medianoche en un
casino brillantemente iluminado? La respuesta obviamente no es automática y, como ocurre en la mayoría de los casos,
dependerá no solo de la literalidad de las palabras, sino también del contexto y las razones que guiaron al legislador a
establecer precisamente dicha norma.

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Lo anterior no significa, naturalmente, desconocer que la “obtención del Derecho aplicable” constituye un fenómeno
autoritativo que pretende generar deberes genuinos de actuar y, por ende, que se encuentra dotado de reglas formales
que tienen una importancia fundamental. De hecho, si las cosas no fueran así, el ideal regulativo de las sociedades
democráticas contemporáneas se desvanecería en aras de un activismo judicial maquillado en apariencia como “legítimo”.
Por esta razón, lo que aquí se sostiene es más bien que el juez al interpretar la ley debe sentirse “vinculado no sólo
por el texto de las normas jurídicas vigentes, sino también por las razones en las que ellas se fundamentan (art. 40 del
Código Modelo Iberoamericano de Ética Judicial, aprobado en Lisboa en 2006). De allí, por tanto, que la ley como fuente
del Derecho procesal deba ser identificada e interpretada comprendiendo en ella tanto las reglas y los principios que
formalmente ostenten dicha jerarquía, pero considerando también las razones y pautas contextuales que complementen
las condiciones de aplicación del precepto de que se trata.
No en vano, apelando a la necesidad de diferenciar entre las distintas razones contextuales y justificativas de la inter-
pretación, nuestra Corte Suprema ha señalado:
“Que la norma legal no es una simple enunciación descriptiva o normativa, por ello, entendiendo que la ley otorga una
determinada calificación o tratamiento jurídico a hechos o situaciones previstas, es lícito al intérprete, en busca del sentido
de justicia y equidad, como meta de toda interpretación judicial, recurrir al motivo de la ley, su finalidad y a los intereses
tutelados por ésta” (SCS, Rol Corte Nº 3114-2003, de 11 de julio de 2005, cons. 9º).
4.2. Interpretación de la ley procesal y los métodos de interpretación
A partir de lo antes visto, queda relativamente claro que toda tarea interpretativa no solo puede sustentarse sobre la
literalidad textual de la norma de que se trata, sino que es necesario inquirir también las razones que inspiraron su
instauración. Desde esta perspectiva, sin dudas particularmente importante, las razones en el contexto interpretativo
serían entonces siempre relativas y contextuales, dado que el resultado de su viabilidad para fundar una determinada
decisión dependería siempre del ámbito en que se quieran utilizar. Se trata, sin embargo, de una empresa plagada de
factores, elementos e ideologías diversas, las cuales no necesariamente convergen en una misma dirección, máxime cuando
cada sistema de justicia posee principios y reglas protectoras de ciertos intereses que considera valiosos en su singularidad.
Sin embargo, si se analiza desde una perspectiva instrumental, la interpretación de la norma jurídico-procesal adquiere
una mayor consistencia si se la concibe desde los fines del proceso judicial. Desde una dinámica orientada a los objetivos,
en efecto, la interpretación de la ley procesal adquiere una relevancia y particularidad mucho más significativa, dando
realce, por un lado, a la idea de autonomía que se pregona a su respecto y, por otro, facilitando distinguir los diversos
espacios y ámbitos contextuales donde debe operar. Desde esta óptica, por ejemplo, el Código General del Proceso de
Colombia del año 2012 señala:
“Art. 11. Interpretación de las normas procesales. Al interpretar la ley procesal el juez deberá tener en cuenta que el
objeto de los procedimientos es la efectividad de los derechos reconocidos por la ley sustancial. Las dudas que surjan en la
interpretación de las normas del presente código deberán aclararse mediante la aplicación de los principios constitucionales
y generales del derecho procesal garantizando en todo caso el debido proceso, el derecho de defensa, la igualdad de las
partes y los demás derechos constitucionales fundamentales”.
En una lógica como la sugerida, ciertamente, se hace preciso conciliar el interés de los litigantes que exige una pronta
solución de los pleitos, por una parte, y el interés de la justicia que requiere una acertada interpretación y aplicación del
Derecho, por otra. Es por ello que, en un intento por conciliar tales finalidades, el Proyecto de Nuevo Código Procesal
Civil chileno del año 2012 enfatiza:
“Art. 13. Aplicación e interpretación. Al aplicar la ley procesal, el juez deberá tener en cuenta que el fin de los
procedimientos es la efectividad de los derechos reconocidos en la ley sustantiva y que en la pronta sustanciación de los
procesos y la justa resolución de los conflictos sometidos a su competencia, existe un interés público comprometido.
Para la interpretación e integración de las normas procesales se atenderá a los principios generales del Derecho Procesal y
los indicados en el Título I de este Código, sin perjuicio de lo señalado en los artículos 19 a 24 del Código Civil” (Boletín
Nº 8197-07, de 13 de marzo de 2012).

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Sobre esta base, todo ejercicio hermenéutico en manos del tribunal deberá tener en cuenta que el fin del proceso es
la efectividad de los derechos substanciales y, a partir de allí, deberá ordenar y disciplinar su concreta significación
lingüística respetando los criterios de interpretación previstos por nuestro legislador civil. Desde luego, ha de tenerse en
consideración que los referidos arts. 19 a 24 del Código Civil son preceptos dinámicos y dúctiles, de forma tal que, “junto
a las demás disposiciones del párrafo 4 del título preliminar del Código Civil, constituyen solo un medio auxiliar del juez
para dar a cada disposición legal la interpretación que este considere adecuada” (SCS, Rol Corte Nº 498-2008, de 28 de
julio de 2009, cons. 6º). Por este motivo, partiendo de la base de la autonomía de las normas jurídico-procesales, toda
labor exegética que se efectúe a su respecto debería plantear dos límites objetivos: por un lado, el respeto de los derechos
y garantías que aseguran la necesidad de preservar las garantías constitucionales del debido proceso legal y de la tutela
judicial efectiva; y, por otro lado, la sujeción del intérprete a las reglas de los arts. 19 a 24 del CC, que pueden verse como
una concreción de la garantía del principio de legalidad, en la medida que su observancia permite evaluar la corrección o
no de las decisiones interpretativas en juego.
Ahora bien, dejando de lado la interpretación legal o auténtica de la ley, por ser una materia que excede nuestros
propósitos, diremos que desde tiempos antiguos —principalmente a partir de la escuela histórica y exegética— confluyen
en la interpretación judicial de la ley en nuestro país el elemento gramatical, lógico, histórico y sistemático, referidos,
respectivamente, al lenguaje de las leyes, las relaciones lógicas que unen las diferentes partes del pensamiento de la ley,
el estado del Derecho que sobre la materia existía en la época en que la ley fue dictada y la ligazón íntima que une
las instituciones y las reglas de Derecho en el seno de una vasta unidad (Savigny, 1878, p. 150). Como se observa,
cada elemento refleja cierta concepción metodológica en el tratamiento de lo normativo: por ejemplo, la interpretación
gramatical remite a la idea de la ley corno expresión de una voluntad soberana perfecta y completamente declarada, de
modo que “cuando el sentido de la ley es claro, no se desatenderá su tenor literal so pretexto de consultar su espíritu”
(art. 19 del CC). Pero como los significados de las expresiones lingüísticas empleadas por la ley no son siempre unívocos,
el legislador abre la posibilidad de acudir a otros criterios subyacentes a las disposiciones normativas, pues “bien se puede,
para interpretar una expresión obscura de la ley, recurrir a su intención o espíritu, claramente manifestados en ella misma
o en la historia fidedigna de su establecimiento” (art. 19 del CC). En consecuencia, cuando el sentido literal de la ley es
oscuro, esto es, cuando es confuso, falto de claridad y poco inteligible, el Código Civil se manifiesta en pos de utilizar
dos vías posibles: una objetiva, acudiendo a la intención o espíritu de la ley manifestado claramente en ella misma, o
bien ilustrando el texto a interpretar mediante otras leyes que versan sobre el mismo asunto; y otra subjetiva, esto es,
acudiendo a la historia fidedigna de su establecimiento, así como los diversos propósitos sociales, económicos y culturales
por los cuales se motivó el proceso legislativo.
Ciertamente, una concepción metodológica como la anterior nos muestra una visión del Derecho adscrita a un sistema
normativo coherente y lógico, que actúa dentro de un contexto histórico y social determinado. Sin embargo, se debe
reconocer que el pluralismo de criterios interpretativos es un rasgo característico de nuestra cultura jurídica, a lo cual
se añade la ausencia de una jerarquía que limite y restrinja su uso alterno y/o mancomunado en cada caso. En efecto,
el formalismo decimonónico, de la mano del positivismo jurídico, durante mucho tiempo intentó establecer un orden de
prelación y valoración de los argumentos interpretativos, sin que dicha jerarquización diera frutos esclarecedores a la luz de
los aspectos funcionales y sistemáticos inmersos en la práctica interpretativa. De hecho, a los conocidos cánones sugeridos
por nuestra legislación civil, se añaden hoy una serie de otros tantos, inspirados, entre otras razones, en la ponderación
entre principios y reglas, la consideración contextual y pragmática del enunciado que se interpreta, la referencia integrativa
a derechos consagrados en la Constitución y los tratados internacionales, etc. De esta forma, como expresa Zagrebelsky,
“el pluralismo metodológico está tan arraigado en las exigencias del Derecho actual que ninguna controversia sobre los
métodos ha logrado jamás terminar imponiendo uno de ellos en detrimento de los demás y, al final, todas se han resuelto
con la propuesta de añadir algún otro a la lista. Por ello, quien se esfuerza en imponer un método obtiene el efecto
opuesto de contribuir a la libertad interpretativa y, de este modo, se tiene la impresión de que los esfuerzos teóricos sobre
los métodos… tienen algo de donquijotesco” (Zagrebelsky, 2011, p 135).
Por lo tanto, aun observado el problema de la interpretación de las leyes procesales desde la perspectiva de las disposiciones
del Código Civil, se percibe súbitamente que el juez nacional no está rígida ni mecánicamente subordinado a los cánones
interpretativos prefijados por el CC, más aún si se considera que aquel no desarrolla una labor de puramente silogística

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ni mucho menos de mera referencia nominal de los artículos de un Código (Pereira, 1996, pp. 64-65). Quizás por ello,
reiteradamente nuestra jurisprudencia se ha encargado de señalar:
“Las reglas contenidas en los artículos 19, 20 y 22 del Código Civil sólo constituyen principios o normas generales destinados
a orientar la labor de los tribunales de justicia en su función específica y primordial de averiguar y fijar el recto y genuino
sentido de la ley, para aplicarla con acierto a la resolución de las controversias de que conocen, porque es requisito
primordial de este recurso que la infracción invocada influya sustancialmente en lo dispositivo del fallo, condición que no
puede producirse sin relacionar aquellas reglas con una ley en que propiamente descanse el fallo, es decir, que tenga el
carácter de decisoria litis” (SCS, 11 de abril de 1955, RDJ, t. 52, sec 1ª, p. 42; SCS, 12 de mayo de 1992, RDJ, t. 89,
sec. 1ª, p. 51; SCS, 27 de mayo 1992, RDJ, t. 89, sec. 1ª, p. 55; SCS, 15 de junio 1992, RDJ, t. 89, sec. 1ª, p. 70).
A nuestro entender, abona a la posición anterior, el hecho que las normas de interpretación judicial de la ley poseen una
especificidad normativa que no puede quedar al margen de lo señalado por nuestra Constitución. En efecto, sin prescindir
de la importancia y trascendencia de los referidos criterios hermenéuticos, la ley procesal no puede ser interpretada de
forma aislada ni con prescindencia del sistema de fuentes al cual adscribe el ordenamiento jurídico. Esto porque con el
asentamiento del Estado constitucional de Derecho, la unidad y coherencia del sistema exige que cada precepto normativo
sea interpretado conforme a la Constitución y las normas dictadas conforme a ella, más aún si esta se entiende como
la fuente de validez de las restantes normas del sistema jurídico. De allí que, considerando el principio de supremacía
constitucional, todos los órganos del Estado (legislativo, judicial o administrativo) “deben someter su acción a la Consti-
tución y a las normas dictadas conforme a ella”, pues “los preceptos de esta Constitución obligan tanto a los titulares o
integrantes de dichos órganos como a toda persona, institución o grupo” (art. 6º de la CPR). El juez nacional, por ende,
no solo debería efectuar su tarea hermenéutica conjugando los cuatro elementos de interpretación señalados por el CC
—gramatical, lógico, histórico y sistemático—, sino que también debería orientar su decisión interpretativa en base a las
prescripciones constitucionales que determinan las bases y límites del ejercicio de su potestad normativa.
Es fundamental en la interpretación judicial de las leyes procesales, en consecuencia, la consideración tanto del sentido
del precepto legal a interpretar cuanto de su armónico funcionamiento dentro del sistema jurídico entendido como un
todo. No en vano, el amplio repertorio de derechos y garantías imperantes en sede procesal, como el derecho a la acción,
la igualdad ante la justicia, el derecho a defensa y otros tantos, deben su reconocimiento positivo tanto a la Constitución
como a diversos tratados internacionales ratificados por Chile y que se encuentran vigentes (art. 5º inc. 2º de la CPR). Por
tanto, mal podría atribuirse una significación interpretativa a un precepto legal aislado, desconociendo, por lo tanto, que
el sentido y alcance de toda norma jurídico-procesal se enmarca en un sistema adjudicativo cuya finalidad es precisamente
dar efectividad a los derechos fundamentales (Passanante, 2018, p. 332).
4.3. Integración de la ley procesal
La ciencia jurídica moderna ha llegado a la conclusión de que las leyes son siempre insuficientes para resolver los infinitos
problemas que plantea la vida práctica del Derecho. Ello, pues, frente a la imprecisión y vaguedad del lenguaje, así como
a la inabarcabilidad de la descripción normativa, hace que siempre existan casos que quedan fuera del supuesto fáctico
previsto como condición de aplicación de una determinada norma jurídica. Quizás por ello, en la teoría del Derecho de los
últimos años, una de las características que parece identificar a los sistemas jurídicos contemporáneos es su propensión a
la derrotabilidad (Bayón, 2000, pp. 90-91).
La idea, por cierto, tiene su paralelismo con la noción de “laguna”, de uso corriente —aunque no perfectamente claro
ni pacífico— tanto por la doctrina como por la jurisprudencia, pero también se vincula derechamente con el principio
de inexcusabilidad. Esto porque frente a la ausencia de una regulación expresa para resolver una determinada materia,
los tribunales “no podrán excusarse de ejercer su autoridad, ni aun por falta de ley que resuelva la contienda o asunto
sometidos a su decisión” (art. 76 inc. 2º de la CPR y art. 10 inc. 2º del COT). De esta forma, si la función jurisdiccional
se identifica con la solución de los conflictos en pos de declarar que los hechos previstos por una norma han acaecido, y si
el principio de inexcusabilidad obliga a los jueces a ejercer su función incluso cuando no haya ley que regule el conflicto,
entonces parece razonable preguntarse cómo y de qué forma los órganos jurisdiccionales pueden colmar la ausencia de
una regla para resolver el asunto sometido a su decisión.

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Pues bien, siguiendo la clásica distinción propuesta por Carnelutti, la doctrina suele distinguir dos procedimientos para
integrar tales lagunas: la heterointegración y la autointegración (Carnelutti, 1951, pp. 86 y ss.). La diferencia entre
ambos radica en que en el primer caso la integración es llevada a cabo por medio de un ordenamiento diverso al jurídico
—p. ej., el Derecho natural— o echando mano de fuentes formales distintas de la propia ley, mientras que en el segundo
la integración se produce dentro del marco de la misma fuente que adolece del vacío, sin recurrir ni a fuentes distintas
ni tampoco a otro ordenamiento jurídico. A su vez, dentro del procedimiento de la autointegración se distinguen tres
criterios: el recurso a la analogía, los principios generales del Derecho y la equidad.
En lo que nos interesa, cabe destacar que en nuestro sistema jurídico positivo no hay norma alguna que dé preminencia a
las fórmulas de autointegración antes indicadas (Mujica, 2010, p. 903). No obstante ello, hay coincidencia en la doctrina
nacional en orden a que si bien los referidos criterios tienen un papel hermenéutico en el ámbito del Derecho civil, su rol
integrativo sería mucho más relevante y trascendental a la luz del Derecho procesal (Squella, 2014, p. 355). Esto porque
a pesar de que el art. 24 del CC menciona como elementos “al espíritu general de la legislación y a la equidad natural”,
su esfera de acción interpretativa solo se admite en la hipótesis de pasajes oscuros o contradictorios y siempre que no
pudieren aplicarse las reglas de interpretación que el mismo CC consagra. De allí, por ende, que su relevancia esté dada
principalmente por dos aspectos de raigambre adjudicativa: por un lado, por el principio de inexcusabilidad, que excluye
la posibilidad de dejar sin solución un asunto puesto en conocimiento del juez (“non liquet”) y, por otro lado, por el
tenor del art. 170 Nº 5 del CPC, el cual exige dentro de los requisitos que deben contener las sentencias definitivas “la
enunciación de las leyes, y en su efecto de los principios de equidad, con arreglo a los cuales se pronuncia el fallo”.
Ahora bien, la última de las normas antes aludida ha generado una serie de dudas y conjeturas, puesto que, al emplear
la expresión “principios de equidad”, no se sabe bien si la función integradora se está refiriendo a los principios generales
del Derecho, a la equidad, o a ambos. Con todo, la jurisprudencia de nuestros tribunales ha impuesto una interpretación
amplia de dicha expresión, señalando:
“Si la ley no soluciona expresamente un caso que se plantea ante los tribunales, estos, en el silencio de la ley, deben
proceder a interpretarla según las reglas generales, dando aplicación a aquellos principios que puedan resolver la materia
por analogía y que se conformen con el espíritu general y aun con la equidad” (SCS, septiembre 1942, RDJ, t. 40, sec 1,
p. 183. En el mismo sentido: SCS, enero 1993, RDJ, t. 90, sec 3, p. 2 ss; SCS, enero 1990, RDJ t. 87, sec 3, pp. 131 ss.;
y, finalmente SCS, abril 1942, RDJ, t. 39, sec 1, p. 554).
Ciertamente, ni la idea de principios ni la noción de equidad pueden ser invocadas solo como la opinión individual y
puramente subjetiva del juez, sino que se han de fundar en razones que justifiquen y expliquen —como primer punto—
la no existencia de norma expresa que solucione el conflicto y, consiguientemente, la no posibilidad de uso de las reglas
de interpretación de los arts. 19 al 23 del CC. Ello, porque si bien nuestra legislación procesal autoriza recurrir a dichos
elementos de autointegración, no es menos cierto que en su uso “se le exige al sentenciador una carga argumentativa
anexa, pues antes de motivar la decisión de mérito del proceso, debe justificar el uso de la cláusula excepcional de
la inexcusabilidad, que le permita fundar su decisión en una fuente no legal, debiendo argumentar acerca del silencio,
oscuridad, deficiencia o contradicción de la ley que lo lleva a esta labor” (Martínez, 2012, p. 119). De esta forma, en suma,
el desarrollo del proceso integrativo necesitará no solo de la identificación de los criterios utilizados y la adscripción de
su significado general, sino que también se requerirá de una motivación pormenorizada que dé cuenta acerca del porqué
su concretización constituye una regla apta para resolver la controversia.

ACTIVIDADES DE APLICACIÓN
1. ¿Qué es la ley procesal?
2. ¿Cuáles son los problemas adscritos a su conceptualización?
3. ¿Qué identifica a una norma jurídico-procesal orgánica?
4. A juicio de nuestra jurisprudencia, ¿cuáles son los elementos que integran la noción “Organización y atribuciones
de los tribunales de justicia”?

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5. Refiérase a los efectos de la ley procesal en el tiempo.
6. ¿Qué se entiende por actividad, retroactividad y ultraactividad de la ley procesal?
7. ¿Cómo y de qué forma la LERL regula los efectos de la ley procesal en el tiempo?
8. Refiérase a los efectos de la ley en el espacio y su vinculación con el principio de territorialidad.
9. ¿Qué casos se establecen como ejemplos de extraterritorialidad en nuestra legislación?
10. Analice al art. 6º del COT y dé ejemplos respecto de su campo de aplicación.
11. ¿Qué es la inmunidad de jurisdicción y cómo se regula en nuestra legislación?
12. ¿Cómo se puede lograr el reconocimiento de una sentencia extranjera en Chile?
13. ¿Qué es la interpretación de la ley procesal y cómo puede entenderse desde el prisma contemporáneo?
14. ¿Cuáles son los criterios que debería observar el juez para interpretar la ley procesal?
15. ¿Cómo y de qué forma se deberían colmar los vacíos normativos en sede procesal?

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ABREVIATURAS:

Siglas y abreviaturas

AA Auto acordado
art. / arts. artículo(s)
Bol. Boletín
CADH Convención Americana de Derechos Humanos
Cap. Capítulo(s)
CC Código Civil
CdPP Código de Procedimiento Penal
CdT Código del Trabajo
CEDH Convenio Europeo de Derechos Humanos
CIDH Comisión Interamericana de Derechos Humanos
cons. considerando(s)
CorteIDH Corte Interamericana de Derechos Humanos
COT Código Orgánico de Tribunales
CP Código Penal
CPC Código de Procedimiento Civil
CPP Código Procesal Penal
CPR Constitución Política de la República

26
CTrib Código Tributario
DFL Decreto con fuerza de ley
DL Decreto ley
DPEJ Diccionario Panhispánico del Español Jurídico
DS Decreto Supremo
DUDH Declaración Universal de Derechos Humanos
inc. / incs. inciso(s)
LERL Ley sobre Efecto Retroactivo de las Leyes
LTE Ley N° 20.886 (ley de tramitación electrónica)
LJF Ley N° 19.968 (ley sobre Juzgados de Familia)
MP Ministerio Público
OC Opinión Consultiva
OJV Oficina Judicial Virtual
ONU Organización de las Naciones Unidas
p. ej. por ejemplo
pf. párrafo(s)
PIDCP Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos
p. / pp. página(s)
RDJ Revista de Derecho y Jurisprudencia
SCA Sentencia de la Corte de Apelaciones
SCS Sentencia de la Corte Suprema
ss. siguientes
STC Sentencia del Tribunal Constitucional
TC Tribunal Constitucional
TDLC Tribunal de Defensa de la Libre Competencia
TEDH Tribunal Europeo de Derechos Humanos
TJOP Tribunal(es) de Juicio Oral en lo Penal
v. gr. verbigracia
vs. versus

INDICE:

Índice

Siglas y abreviaturas ................................................................................................................ 17

27
Prólogo ..................................................................................................................................... 19

Capítulo I
Introducción y fuentes del Derecho procesal
1. Concepto de Derecho procesal.................................................................................. 23
2. Características y elementos esenciales................................................................... 26
2.1 El Derecho procesal como rama del Derecho público............................................. 26
2.2 El Derecho procesal como Derecho adjetivo........................................................... 28
2.3 El Derecho procesal y su rol instrumental y autónomo........................................... 29
3. Clasificación del Derecho procesal.......................................................................... 30
3.1 Derecho procesal civil y penal................................................................................. 31
3.2..... Derecho procesal orgánico y funcional................................................................... 32
4. Relación con otras ramas del Derecho................................................................... 34
5. Fuentes del Derecho procesal.................................................................................... 40
5.1 Las fuentes directas o inmediatas........................................................................... 41
5.1.1 La Constitución Política de la República.................................................... 41
5.1.2 Los tratados internacionales..................................................................... 44
5.1.3 La ley procesal........................................................................................... 46
5.1.4 Los autos acordados.................................................................................. 47
5.2 Las fuentes indirectas o mediatas........................................................................... 48
5.2.1 La jurisprudencia de los tribunales de justicia........................................... 48
5.2.2 La dogmática jurídica................................................................................. 51
5.2.3 La costumbre jurídica procesal (o usos forenses)..................................... 53
5.2.4 El Derecho extranjero o comparado......................................................... 55
6. Tratamiento del conflicto y vías de solución....................................................... 56
6.1 La autotutela........................................................................................................... 60
6.2 La autocomposición................................................................................................. 61
6.2.1 La transacción............................................................................................ 64
6.2.2 La conciliación........................................................................................... 65
6.2.3 El avenimiento........................................................................................... 68
6.2.4 La mediación............................................................................................. 69
6.3 La heterocomposición............................................................................................. 71
Actividades de aplicación.................................................................................................................. 74

Capítulo II

28
La ley procesal
1. Generalidades................................................................................................................. 75
2. Concepto y clasificación.............................................................................................. 76
2.1 Las normas procesales orgánicas............................................................................. 78
2.2 Las normas procesales funcionales......................................................................... 79
3. Efectos de la ley procesal chilena............................................................................ 81
3.1 La ley procesal en el tiempo.................................................................................... 81
3.2 La ley procesal en el territorio................................................................................. 88
4. Interpretación e integración de la ley procesal................................................... 99
4.1 Nociones generales................................................................................................. 99
4.2 Interpretación de la ley procesal y los métodos de interpretación......................... 101
4.3 Integración de la ley procesal.................................................................................. 105
Actividades de aplicación.......................................................................................................... 108

Capítulo III
La jurisdicción
1. Generalidades................................................................................................................. 109
1.1 Una primera aproximación a la jurisdicción............................................................ 109
1.1.1 La jurisdicción como potestad pública...................................................... 110
1.1.2 La jurisdicción como deber........................................................................ 111
1.1.3 El énfasis en la función.............................................................................. 111
1.1.4. En una dimensión orgánica....................................................................... 112
1.1.5 La perspectiva de la adjudicación.............................................................. 113
1.2 Definiciones de jurisdicción..................................................................................... 113
1.3 Características de la jurisdicción.............................................................................. 117
1.3.1 Tiene fuente constitucional....................................................................... 118
1.3.2 Es un concepto unitario............................................................................. 119
1.3.3 Su ejercicio es eventual............................................................................. 120
1.3.4 Es exclusiva e indelegable......................................................................... 121
1.3.5 Es irrenunciable e improrrogable.............................................................. 122
1.3.6 Su ejercicio produce cosa juzgada............................................................. 123
1.4. Naturaleza jurídica de la jurisdicción....................................................................... 125
1.4.1 Teorías subjetivas...................................................................................... 126
1.4.2 Teorías objetivas....................................................................................... 127
1.4.3 Teoría de la sustitución............................................................................. 130

29
1.4.4 La jurisdicción como satisfacción de pretensiones.................................... 132
2. Jurisdicción, acción y proceso................................................................................... 133
2.1 La acción.................................................................................................................. 134
2.1.1 Doctrinas tradicionales acerca de la naturaleza jurídica de la acción....... 134
2.1.1.1 Doctrinas monistas..................................................................... 135
2.1.1.2 Doctrinas dualistas: la autonomía de la acción.......................... 136
a) El dualismo concreto o acción en sentido concreto............. 137
b) El dualismo abstracto o acción en sentido abstracto........... 137
2.1.2 Concepción actual: la acción como derecho fundamental........................ 138
2.1.3 Consagración del derecho de acción......................................................... 140
2.1.4 Contenido del derecho de acción.............................................................. 141
2.1.5 La pretensión............................................................................................. 144
2.1.5.1 Nociones de pretensión............................................................. 144
2.1.5.2 Elementos de la pretensión....................................................... 146
2.1.5.3 Clasificaciones de la pretensión................................................. 146
2.1.6 El derecho de contradicción...................................................................... 148
2.1.6.1... El derecho constitucional de defensa........................................ 148
2.1.6.2... El ejercicio del derecho de contradicción.................................. 149
2.2 El proceso................................................................................................................ 151
2.2.1 Definiciones de proceso............................................................................ 151
2.2.2 Elementos constitutivos del proceso........................................................ 153
2.2.2.1 El elemento subjetivo................................................................ 153
a) Las partes............................................................................. 153
b) Los tribunales de justicia...................................................... 154
2.2.2.2 El elemento objetivo o contienda jurídica................................. 154
2.2.3 Naturaleza jurídica del proceso................................................................. 155
2.2.3.1 Doctrinas privatistas................................................................... 156
2.2.3.2 Teoría de la relación jurídica procesal....................................... 157
2.2.3.3 Teoría de la situación jurídica.................................................... 159
2.2.3.4 Teoría del proceso como institución.......................................... 162
2.2.4 Proceso y conceptos afines....................................................................... 164
2.2.4.1 Procedimiento............................................................................ 164
2.2.4.2 Juicio.......................................................................................... 164
2.2.4.3 Expediente................................................................................. 166
2.2.4.4 Debido proceso.......................................................................... 166

30
2.3 La jurisdicción y el proceso en el Estado Constitucional de Derecho...................... 167
3. Contenido y clasificación de la jurisdicción.......................................................... 168
3.1 El contenido de la jurisdicción................................................................................. 168
3.2 Clasificación de la jurisdicción................................................................................. 169
4. Facultades conexas a la jurisdicción....................................................................... 170
4.1 Facultades conservadoras....................................................................................... 170
4.2 Facultades disciplinarias.......................................................................................... 171
4.3 Facultades económicas............................................................................................ 172
5. Los momentos jurisdiccionales................................................................................. 173
5.1 El conocimiento....................................................................................................... 173
5.2 El juzgamiento......................................................................................................... 175
5.3 La ejecución o cumplimiento................................................................................... 179
6. Los límites a la jurisdicción........................................................................................ 181
6.1 Límites externos...................................................................................................... 181
6.1.1 La jurisdicción de otros Estados o límites externos internacionales......... 181
6.1.2 Las atribuciones de los demás poderes del Estado o límites externos constitucionales..................................................................
183
6.2 Límites internos....................................................................................................... 184
6.3 Límite temporal....................................................................................................... 185
7. Los equivalentes jurisdiccionales............................................................................. 186
7.1 Definición y naturaleza............................................................................................ 186
7.2 Clasificación............................................................................................................. 186
7.3 Los equivalentes en particular................................................................................. 187
7.3.1 Equivalentes en sede extraprocesal.......................................................... 187
7.3.1.1 La transacción............................................................................ 187
7.3.1.2 La sentencia extranjera.............................................................. 188
7.3.2 Los equivalentes en sede procesal............................................................ 191
7.3.2.1 La conciliación............................................................................ 192
7.3.2.2 El avenimiento........................................................................... 193
7.3.2.3 El sobreseimiento definitivo...................................................... 194
8. Actos judiciales no contenciosos............................................................................. 196
8.1 Cuestiones acerca de la nomenclatura.................................................................... 196
8.2 Definición................................................................................................................. 197
8.3 Naturaleza jurídica................................................................................................... 198
8.4 Criterios para distinguir entre la jurisdicción contenciosa y la no contenciosa....... 199

31
8.5 Normas aplicables a estos asuntos.......................................................................... 201
8.6 Características más relevantes de los actos judiciales no contenciosos.................. 202
8.7 Clasificación de los actos de jurisdicción no contenciosa........................................ 204
Actividades de aplicación.......................................................................................................... 206

Capítulo IV
Bases de la Administración de Justicia
1. Generalidades................................................................................................................. 207
2. Principio de legalidad................................................................................................... 207
2.1 La legalidad del tribunal.......................................................................................... 207
2.1.1 Sentido y alcance....................................................................................... 207
2.1.2 El derecho al juez natural.......................................................................... 209
2.1.2.1 El juzgamiento por tribunales militares..................................... 209
2.1.2.2 Derecho al juez natural y la presencia de aforados................... 210
2.1.2.3 Compatibilidad con la justicia especializada.............................. 210
2.2 La legalidad del juzgamiento: la garantía del debido proceso................................. 211
2.2.1 Reconocimiento y contenido..................................................................... 211
2.2.2 El derecho al debido proceso en el sistema nacional................................ 213
2.2.3 Tutela judicial y debido proceso................................................................ 215
2.2.4 Debido proceso en el proceso penal......................................................... 216
3. Principio de independencia.......................................................................................... 217
3.1 Independencia orgánica e independencia funcional............................................... 219
3.2 Dimensión positiva y dimensión negativa de la independencia judicial................. 219
3.3 Independencia interna e independencia externa.................................................... 220
3.4 Independencia judicial y sistema de nombramiento de los jueces......................... 222
4. Principio de imparcialidad........................................................................................... 224
4.1 Imparcialidad subjetiva e imparcialidad objetiva.................................................... 225
4.2 Imparcialidad judicial e independencia institucional.............................................. 227
4.3 La imparcialidad y su protección en el sistema chileno........................................... 227
5. Principio de responsabilidad....................................................................................... 230
5.1 Tipos de responsabilidad judicial............................................................................. 230
5.1.1 Responsabilidad disciplinaria.................................................................... 230
5.1.1.1 La queja disciplinaria................................................................. 231
5.1.1.2 Recurso de queja........................................................................ 231
5.1.2 Responsabilidad penal o criminal.............................................................. 233

32
5.1.3 Responsabilidad civil................................................................................. 235
5.1.4 Responsabilidad política o constitucional................................................. 235
5.2 Responsabilidad de los jueces y gobierno judicial................................................... 236
6. Principio de inamovilidad............................................................................................ 239
6.1 Casos de amovilidad................................................................................................ 239
6.2 Otros casos de cesación del cargo........................................................................... 241
7. Principio de inexcusabilidad........................................................................................ 242
8. Principio de inavocabilidad......................................................................................... 244
8.1 Inavocabilidad interna e inavocabilidad externa..................................................... 244
8.2 Excepciones............................................................................................................. 244
9. Principio de gradualidad............................................................................................. 244
9.1 Elementos que lo configuran................................................................................... 245
9.1.1 La jerarquía................................................................................................ 245
9.1.2 La instancia................................................................................................ 246
9.2 Unidad o pluralidad de instancias y derecho al recurso.......................................... 247
10. Principio de pasividad................................................................................................... 249
10.1 El principio de pasividad en el sistema nacional..................................................... 250
10.2 Casos de excepción al principio............................................................................... 251
10.3 El principio de pasividad en las reformas al proceso civil chileno........................... 252
11. Principio de territorialidad........................................................................................ 253
11.1 El territorio jurisdiccional........................................................................................ 253
11.2 Excepciones al principio de la territorialidad.......................................................... 255
12. Principio de sedentariedad.......................................................................................... 256
12.1 Excepciones a la sedentariedad............................................................................... 257
12.2 Los deberes de residencia y asistencia.................................................................... 257
12.2.1 Excepciones a los deberes de residencia y asistencia............................... 258
12.2.2 Los deberes de residencia y asistencia durante la crisis sanitaria por covid-19 y las reacciones del sis-
tema.............................................................................. 258
13. Principio de publicidad................................................................................................. 262
13.1 Publicidad en los procedimientos reformados y las audiencias.............................. 263
13.2. Excepciones a la publicidad..................................................................................... 264
14. Principio de gratuidad................................................................................................. 266
14.1 Las costas del juicio................................................................................................. 266
14.2 El privilegio de pobreza........................................................................................... 267
14.3 La asistencia letrada gratuita en Chile..................................................................... 267

33
Actividades de aplicación.......................................................................................................... 270

Capítulo V
La competencia
1. Sobre el concepto de competencia............................................................................ 271
2. Clasificación de la competencia................................................................................ 274
2.1 Atendiendo a los factores o elementos que sirven para establecer el tribunal que debe conocer y fallar un asunto de-
terminado: competencia absoluta y relativa.........................................................................................................................
275
2.2 Atendiendo a la fuente de donde emana la competencia del tribunal para conocer y resolver un asunto: competencia
natural y prorrogada................................................................................................................... 276
2.3 Atendiendo a si la competencia ha sido otorgada directamente por la ley o las partes, o proviene de otro tribunal:
competencia propia y delegada....................................................................................................................... 277
2.4 Atendiendo al ámbito de materias sobre las que tiene competencia el tribunal: competencia común y espe-
cial............................................................................... 278
2.5 Atendiendo a si existe solo un tribunal competente para conocer y fallar un asunto específico o hay varios que potencial-
mente podrían hacerlo: competencia privativa (o exclusiva) y acumulativa (o preventiva)..................................................................
280
2.6 Atendiendo a la instancia, etapa o grado del proceso en que el tribunal tiene competencia para conocer del asunto: com-
petencia en única, primera o segunda instancia.................................................................................................................. 281
2.7 Atendiendo a si en el asunto sometido al tribunal existe o no contienda entre partes: competencia contenciosa y no
contenciosa......................................................................................................................... 282
3. Reglas generales de la competencia.................................................................................... 283
3.1 Regla de la prevención............................................................................................ 284
3.2 Regla de la radicación o fijeza.................................................................................. 285
3.3 Regla de la extensión............................................................................................... 290
3.4 Regla del grado........................................................................................................ 291
3.5 Regla de la ejecución............................................................................................... 293
4. Competencia absoluta.......................................................................................................... 296
4.1 Fuero........................................................................................................................ 297
4.1.1 Clasificación del fuero............................................................................... 299
4.1.2 Cuestiones particulares sobre el fuero...................................................... 301
4.2 Cuantía..................................................................................................................... 303
4.2.1 Cuantía de asuntos civiles......................................................................... 304
4.2.2 Cuantía de asuntos penales....................................................................... 307
4.2.3 Influencia de la cuantía como factor de competencia absoluta................ 307
4.3 Materia.................................................................................................................... 309

34
5. Competencia relativa................................................................................................... 313
5.1 Competencia relativa en asuntos civiles contenciosos............................................ 314
5.2 Competencia relativa en asuntos civiles no contenciosos....................................... 319
5.3 Competencia relativa en asuntos penales............................................................... 322
5.4 Algunas reglas de competencia relativa en otras disciplinas................................... 324
6. Reglas de distribución de causas (y los turnos).................................................... 326
6.1 Excepciones a las reglas de distribución de causas................................................. 329
6.2. Otros mecanismos de distribución de causas.......................................................... 330
7. Prórroga de competencia........................................................................................... 332
8. La competencia civil de los tribunales penales...................................................... 336
9. Cuestiones y contiendas de competencia................................................................ 338
9.1 Contienda generada entre tribunales ordinarios (art. 190 del COT)....................... 339
9.2 Contienda producida entre tribunales especiales, o entre estos y tribunales ordinarios (art. 191 del COT).....................................
340
9.3 Contiendas entre tribunales y autoridades políticas o administrativas .................. 340
Actividades de aplicación.......................................................................................................... 342

Capítulo VI
Tribunales de Justicia
1. Concepto y nociones generales................................................................................. 345
2. Clasificación de los tribunales de justicia.............................................................. 345
2.1 De acuerdo con lo previsto en el art. 5º del COT (o según su naturaleza): ordinarios, arbitrales y espe-
ciales............................................................................................. 345
2.2 En atención a si los jueces son o no abogados: letrados y legos............................. 348
2.3 Según si deben o no emplear normas jurídicas para la tramitación y resolución del asunto: tribunales de Derecho y
de equidad........................................................................ 348
2.4 Según si la decisión jurisdiccional es adoptada por uno o varios jueces: tribunales unipersonales y colegia-
dos...................................................................................... 349
2.5 Según si están o no permanentemente en funciones (o según su estabilidad): tribunales accidentales y tribunales
permanentes................................................................... 350
2.6 Según su jerarquía: tribunales superiores e inferiores............................................ 351
3. Análisis particular de los tribunales de justicia................................................... 351
3.1 Juzgados de Letras................................................................................................... 351
3.1.1 Funcionamiento........................................................................................ 353
3.1.2 Nombramiento de los jueces de letras...................................................... 353
3.1.3 Inhabilidades e incompatibilidades........................................................... 354

35
3.1.4 Subrogación............................................................................................... 355
3.1.5 Deberes y prohibiciones de los jueces de letras....................................... 356
3.1.6 Materias que están dentro de la competencia del juzgado de letras....... 357
3.2 Juzgados de Garantía............................................................................................... 359
3.2.1 Funcionamiento........................................................................................ 359
3.2.2 Nombramiento, inhabilidades e incompatibilidades................................ 361
3.2.3 Subrogación............................................................................................... 362
3.2.4 Deberes y prohibiciones de los jueces de garantía................................... 363
3.2.5 Materias que conocen los juzgados de garantía....................................... 363
3.3 Tribunales de Juicio Oral en lo Penal....................................................................... 364
3.3.1 Funcionamiento........................................................................................ 364
3.3.2 Nombramiento, inhabilidades e incompatibilidades................................ 366
3.3.3 Subrogación............................................................................................... 367
3.3.4 Deberes y prohibiciones de los jueces del tribunal de juicio oral en lo penal ............................................................................
367
3.3.5 Materias que conocen los tribunales de juicio oral en lo penal................ 368
3.4 Juzgados de Familia................................................................................................. 368
3.4.1 Funcionamiento........................................................................................ 370
3.4.2 Nombramiento, inhabilidades e incompatibilidades................................ 370
3.4.3 Subrogación............................................................................................... 371
3.4.4 Deberes y prohibiciones de los jueces de familia...................................... 371
3.4.5. Materias que conoce el juzgado de familia............................................... 371
3.5 Juzgados de Letras del Trabajo................................................................................ 374
3.5.1 Funcionamiento........................................................................................ 375
3.5.2 Nombramiento, inhabilidades e incompatibilidades................................ 375
3.5.3 Subrogación............................................................................................... 376
3.5.4 Deberes y prohibiciones de los jueces de letras del trabajo..................... 376
3.5.5 Materias que conocen los juzgados de letras del trabajo......................... 376
3.6 Juzgados de Cobranza Laboral y Previsional............................................................ 377
3.6.1 Funcionamiento........................................................................................ 377
3.6.2 Nombramiento, inhabilidades e incompatibilidades y subrogación......... 379
3.6.3 Deberes y prohibiciones de los jueces de los juzgados de cobranza laboral y previsional...............................................................
379
3.6.4 Materias que conocen los juzgados de cobranza laboral y previsional..... 379
3.7 Tribunales unipersonales de excepción................................................................... 380

36
3.7.1 Funcionamiento........................................................................................ 380
3.7.2 Materias que conocen los tribunales unipersonales de excepción........... 380
3.8 Cortes de Apelaciones............................................................................................. 383
3.8.1 Funcionamiento........................................................................................ 384
3.8.2 Nombramiento.......................................................................................... 390
3.8.3 Inhabilidades e incompatibilidades........................................................... 390
3.8.4 Subrogación............................................................................................... 391
3.8.5 Deberes y prohibiciones de los ministros de Corte de Apelaciones.......... 391
3.8.6 Materias que conocen las Cortes de Apelaciones..................................... 392
3.9 Corte Suprema......................................................................................................... 396
3.9.1 Funcionamiento........................................................................................ 398
3.9.2 Nombramiento.......................................................................................... 399
3.9.3 Inhabilidades e incompatibilidades........................................................... 400
3.9.4 Subrogación............................................................................................... 400
3.9.5 Deberes y prohibiciones de los ministros de Corte Suprema.................... 401
3.9.6 Materias que conoce la Corte Suprema.................................................... 401
3.10 Tribunales arbitrales................................................................................................ 404
3.10.1 Clasificación............................................................................................... 406
3.10.2 Nombramiento.......................................................................................... 407
3.10.3 Inhabilidades e incompatibilidades........................................................... 409
3.10.4 Materias que están dentro de la competencia de los tribunales arbitrales ...........................................................................
410
4. Auxiliares de la administración de justicia............................................................. 411
4.1 Fiscalía Judicial......................................................................................................... 412
4.1.1 Nombramiento.......................................................................................... 413
4.1.2 Funciones de los fiscales judiciales............................................................ 413
4.2 Defensores públicos................................................................................................ 415
4.2.1 Nombramiento.......................................................................................... 415
4.2.2 Funciones de los defensores públicos....................................................... 415
4.3 Relatores.................................................................................................................. 416
4.3.1 Nombramiento.......................................................................................... 417
4.3.2 Funciones de los relatores......................................................................... 417
4.4 Los Secretarios......................................................................................................... 418
4.4.1 Nombramiento.......................................................................................... 418
4.4.2 Funciones.................................................................................................. 418

37
4.5 Los administradores de tribunales.......................................................................... 420
4.5.1 Nombramiento.......................................................................................... 420
4.5.2 Funciones de los administradores de tribunales....................................... 421
4.6 Receptores............................................................................................................... 422
4.6.1 Nombramiento.......................................................................................... 422
4.6.2 Funciones de los receptores...................................................................... 422
4.7 Procuradores del número........................................................................................ 423
4.7.1 Nombramiento.......................................................................................... 423
4.7.2 Funciones del procurador del número...................................................... 423
4.8 Notarios................................................................................................................... 424
4.8.1 Nombramiento.......................................................................................... 425
4.8.2 Funciones de los notarios.......................................................................... 425
4.9 Conservadores......................................................................................................... 426
4.9.1 Nombramiento.......................................................................................... 426
4.9.2 Funciones de los conservadores................................................................ 426
4.10 Archiveros................................................................................................................ 427
4.10.1 Nombramiento.......................................................................................... 427
4.10.2 Funciones de los archiveros...................................................................... 427
4.11 Consejos técnicos.................................................................................................... 428
4.11.1 Nombramiento.......................................................................................... 428
4.11.2 Funciones del consejo técnico................................................................... 429
4.12 Bibliotecarios judiciales........................................................................................... 429
Actividades de aplicación.......................................................................................................... 430
Bibliografía citada .................................................................................................................... 433

Tirant Lo Blanch 2023

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