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Señala el profesor Enrique Cury3 que casi todos los ordenamientos punitivos en
el presente se encuentran estructurados sobre la base del principio de reserva o
legalidad (nullum crimen, nulla poena sine lege), con arreglo al cual no hay delito
ni es posible la imposición de una pena sino cuando existe una ley (escrita y estricta)
1
Alfredo Etcheberry, Derecho Penal, Parte General, Tomo I, Editorial Jurídica de Chile, tercera edición
revisada y actualizada, diciembre de 2001, página 65.
2
Mario Garrido Montt, Derecho Penal, Parte General, Tomo I, Editorial Jurídica de Chile, primera edición,
diciembre de 2003, página 87.
3
Enrique Cury, Derecho Penal, Parte General, Tomo I, Editorial Jurídica de Chile, segunda edición
actualizada, diciembre de 2001, página 141.
que incrimina el hecho respectivo, estableciendo, además, la clase de castigo a que se
encuentra sometido.4
Sólo puede ser fuente del derecho penal una ley propiamente tal, esto es,
aquella que se ha formado con sujeción a las normas constitucionales sobre la materia.
La ley formal es fuente del derecho punitivo aunque no revista carácter penal expreso,
basta que establezca un hecho delictivo e imponga una pena para ser norma penal. Así
ocurre por ejemplo con el artículo 240 inciso 2° del CPC, que establece y sanciona una
figura de desacato.
7
Ob cit, páginas 148 y 149.
no ocurra, aquellos que han creado delitos y consagrado las penas correspondientes no
deben recibir aplicación.
Politoff, Matus y Ramírez8, por su parte, afirman que es inútil negar que las
complicadas circunstancias políticas de la etapa de transición dieron lugar a una
situación en que la pretensión de hacer un examen legislativo conjunto de los decretos
leyes, para formalizarlos mediante un procedimiento especial, descartando aquellos
que estuvieran en contradicción con los derechos fundamentales, resultaba una
solución impracticable y, por lo mismo, ilusoria. En razón a la situación de necesidad y
como fruto del consenso, la fórmula que de hecho se ha empleado es la de mantener
esas regulaciones, procurando, a través de reformas y, eventualmente, de una
interpretación que refleje los valores que inspiran a un Estado democrático de derecho,
que ellas pierdan su connotación original de producto de un régimen de fuerza.
Binding11 designa como leyes penales en blanco aquellas leyes incompletas, que
se limitan a fijar una determinada sanción, dejando a otra norma jurídica la misión de
completarla con la determinación del precepto, o sea, la descripción específica de la
conducta punible.
Otros artículos del CP siguen una línea semejante, pero señalan al menos el
núcleo de la conducta y las disposiciones reglamentarias sólo vendrán a dar una mayor
precisión circunstancial a la conducta sancionada, así sucede con el artículo 314 del CP.
El principio de legalidad tiene por objeto primordial asegurar que los ciudadanos
sepan, con tanta precisión y claridad como sea posible, cuáles son las conductas cuya
ejecución u omisión, según el caso, trae aparejada la imposición de una pena. No
basta, entonces, con que una ley haya erigido ciertas conductas en delito, si no da
cuenta, al propio tiempo, de cuáles son ellas mediante una descripción de sus rasgos
esenciales.
En cuanto a las leyes en blanco propias, donde la ley que establece la pena se
remite, para la descripción de la conducta punible, a un ordenamiento jurídico de
inferior jerarquía que la ley, Etcheberry 14 comenta que han sido aceptadas por la
doctrina con cautela, dentro de ciertos límites, y así se distingue entre leyes
parcialmente en blanco y totalmente en blanco. En las primeras existe una
descripción, aunque incompleta, de la conducta, que comprendería por lo menos la
esencia de la acción (verbo rector), y se deja a la autoridad administrativa sólo la
determinación más precisa y circunstancial del hecho; en las segundas, la descripción
legal carecería de toda determinación, y se remitiría íntegramente a la reglamentación
administrativa. Concluye que estas últimas no podrían ser consideradas conformes con
la Constitución, pero sí las primeras. Tiene en cuenta para ello, como criterio de
validez, la función de garantía que cumple el principio de la reserva en su triple acción,
y por lo tanto la norma complementaria supone: 1) que ella se dicte dentro de las
atribuciones que las leyes confieren al organismo administrativo correspondiente; 2)
que en ningún caso pretenda establecer una incriminación retroactiva, y 3) que
formalmente se cumpla con las exigencias de publicidad anticipada que son propias de
toda ley penal.
El profesor Cury15 señala que sostener que las leyes penales en blanco
impropias son una simple aplicación de técnicas legislativas sin gran trascendencia
práctica es incorrecto. Afirma que la mayor parte de los problemas técnicos generados
por la ley penal en blanco se presentan cuando el complemento se encuentra
abandonado tanto a una norma del mismo rango como a una instancia legislativa de
jerarquía inferior. Así por ejemplo, los que surgen si la disposición integrativa no se
sancionar esté expresa y completamente descrita en ella”. El texto definitivo, sin embargo, no incluye el
adverbio “completamente”, limitándose a exigir que la conducta esté “expresamente” descrita en la ley.
13
Ob cit, página 84.
14
Ob cit, página 85.
15
Ob cit, páginas 152 y siguientes.
dicta o se deroga después de que la ley en blanco ha entrado en vigencia y los que
provoca su modificación.
También pone en duda que en las leyes penales en blanco impropias esté
completamente a salvo el principio de reserva, en especial cuando la disposición
complementaria se encuentra en una norma extrapenal. Sostiene que a esas leyes no
se exige una determinación rigurosa del hecho que sancionan como la que se espera
de las punitivas. Más bien se piensa que técnicamente es deseable acentuar su
generalidad, evitando así lagunas en la regulación de la institución respectiva.
Añade, que las leyes penales en blanco impropias pueden ser, a su vez, con
reenvío interno, donde el complemento se confía a otro artículo del mismo texto
legal o externo, en que la disposición complementaria se encuentra en otra ley
formal. Unas y otras generan problemas semejantes, aunque cuando la remisión se
efectúa entre disposiciones de una normativa prevalentemente penal (Código Penal o
leyes complementarias al mismo) las dificultades se atenúan.
2.- Cuando la ley penal en blanco se remite a una norma legislativa de inferior
jerarquía, debe determinar por sí misma la sanción aplicable; a aquella sólo puede
abandonar la precisión de las circunstancias bajo las cuales la conducta será
castigada.16
3.- Las normas complementarias de la ley penal en blanco deben recibir una
publicidad semejante a la de ésta (publicación en el Diario Oficial), aun cuando se
encuentren consagradas en un instrumento legislativo de jerarquía inferior que, en
otras circunstancias, no estaría sometido a ese trámite.
16
Artículo 19 N° 3 inciso 7° de la CPR.
4.- El órgano al cual se confía la dictación del precepto complementario ha de
tener una potestad extendida a todo el territorio sobre el que rige la ley nacional.
3.1. La costumbre.
20
SCS de 27.05.1952, en RDJ XLIX, 2ª parte, sec 4ª , p.135.
21
Ob cit, p.114.
22
Ob cit, p.180.
Para Etcheberry23, la costumbre que tiene en general escaso valor en nuestro
sistema jurídico, lo tiene aun menor en materia penal. No es jamás, desde luego,
fuente directa o inmediata de derecho penal. Puede sí tener el valor de fuente mediata,
cuando las disposiciones penales se refieren a instituciones propias de otras ramas del
derecho, como el derecho civil o el comercial, y en dichos campos, con relación a esas
instituciones, se admite la costumbre como fuente de derecho. En tales casos, se
tratará siempre de la costumbre llamada integrativa (secundum legem), con exclusión
de la contraria a la ley y de la supletoria de la misma.
Sin embargo, no desconoce este autor que la costumbre social o jurídica influye
en la vigencia o en la modalidad de aplicación práctica del derecho. Cita como ejemplo
la impunidad práctica que tienen entre nosotros conductas que la ley sanciona como
delictivas, tales como el duelo y las publicaciones obscenas.
3.2.- La jurisprudencia.
Entendida como la doctrina sentada por los tribunales de justicia al fallar los
casos sometidos a su conocimiento, no constituye fuente del derecho penal. En ello
incide la aplicación del principio del efecto relativo de las sentencias, emanado del
artículo 3° del CC.
3.3.- La doctrina.
23
Ob cit, página 87.
24
Ob cit, p.105.
A decir de Hassemer:25 “Las aportaciones de la dogmática jurídico-penal
concretan el tenor literal de la ley y producen de hecho un efecto vinculante. Este tipo
de vinculación no tiene ni la cualidad ni el rango de la vinculación a la ley y apenas
pueden precisarse sus límites. Sin embargo, esta clase de efecto es de gran
importancia para la actividad práctica decisoria del juez penal y para los inculpados”.
No obstante dichos tratados tienen un gran valor como fuente mediata, incluso
respecto de los tratados que Chile ha suscrito con la reserva de que, en caso de
conflicto con la legislación interna chilena, primaría esta última, pues resta todo el
ámbito donde dicho conflicto no se produce. Es el caso del Código de Derecho
Internacional Privado, también conocido como Código Bustamante, de gran
importancia al momento de resolver problemas de extradición y otros derivados de la
aplicación de la ley en el espacio.
Por otra parte, aunque tanto la Corte Suprema como el Tribunal Constitucional
han sostenido la primacía de la Constitución sobre las disposiciones de los tratados
internacionales, la doctrina parece reconocer que, al menos tratándose de tratados
sobre derechos humanos, conforme lo dispone el artículo 5° inciso 2° de la CPR, éstos
tendrían una jerarquía superior a la de la ley común. De ello se sigue que una norma
de derecho penal (material o adjetivo) contenida en una ley interna, que estuviera en
contradicción con lo dispuesto en un tratado vinculante para Chile en materia de
derechos humanos, tendría que ceder su validez frente a éste.
25
Citado por Politoff, Matus y Ramírez, ob cit, p.106.
las penas con que han de ser sancionadas; al órgano jurisdiccional, en cuanto le
corresponde aplicar la pena, previamente establecida, en cada caso concreto; y al
ejecutivo, por último, en cuanto tiene a su cargo la aplicación efectiva de la condena
impuesta por el órgano jurisdiccional. Además, a partir del año 2000 tiene un papel
importante en la investigación y persecución penal el Ministerio Público, concebido
constitucionalmente como organismo estatal autónomo.
Como en las tres etapas recién indicadas están en juego la dignidad y los
derechos de la persona, el ordenamiento jurídico establece una serie de garantías para
proteger al individuo frente a las prerrogativas de que gozan los órganos del Estado.
Tales garantías se traducen en verdaderos límites a la actuación de dichos órganos y
tienen un sentido no sólo garantista, en los términos ya explicados, sino que incluso
juegan un papel determinante en orden a la legitimación de las propias actuaciones del
Estado en el ámbito penal.
Dentro de tales garantías se suele efectuar un claro distingo entre aquellas que
poseen un carácter básicamente instrumental (los denominados límites formales de
la potestad penal, que incluyen el principio de legalidad y sus manifestaciones
concretas) y aquellas que poseen un carácter marcadamente sustantivo (los
denominados límites materiales de la potestad penal, como son los principios de
lesividad, imputación subjetiva, intervención mínima y proporcionalidad).
Hasta la década de los años cuarenta, los límites de la potestad penal solían
figurar únicamente – y de modo bastante somero – en los textos constitucionales de
cada país. Desde fines de esa década, en cambio, se hizo costumbre incluir esas
mismas garantías – y con un desarrollo notablemente mayor – en los instrumentos
internacionales promulgados para la salvaguardia de los derechos del individuo. Entre
tales instrumentos, cabe mencionar la propia Declaración Universal de los Derechos del
27
Ob cit, p.30
Hombre (DUDH) de 1948, el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos
(PIDCP), el Convenio Europeo (CEDH) y la Convención Americana sobre Derechos
Humanos (CADH).
Sin embargo, sabido es que la mera existencia de una ley no garantiza la plena
vigencia del postulado de legalidad en la aplicación de una pena. De ahí que, para
evitar que el principio de legalidad se trasforme en una mera declaración vacía de
contenido, es necesario que la ley que sirve de fuente a la imposición del castigo reúna
varios requisitos que, normalmente, se expresan en la necesidad de que aquella sea
escrita, previa a la realización del hecho que se pretende sancionar y estricta, esto es,
que establezca claramente las características del hecho que se pretende sancionar.
Si bien es común, entre los autores, afirmar que el principio de legalidad tiene
antecedentes en el medioevo – y, aun, en la antigüedad clásica – prima el criterio
según el cual dicho postulado, en la forma en que hoy se lo concibe, es fruto del
movimiento liberal que triunfa en la Revolución Francesa. 28 En este sentido, y aun
cuando opera como importante factor de seguridad o de certeza jurídica, como
presupuesto para un trato igualitario de los ciudadanos y hasta como instrumento de
prevención general, aquél ha de ser visto antes que nada como un instrumento de
garantía del individuo frente a la actuación de los poderes estatales. De lo que se trata,
en efecto, es de establecer un límite frente al ejercicio de la actividad sancionatoria, en
cuya virtud la persona no se vea expuesta sino a la reacción penal establecida en una
ley, única expresión legítima de la voluntad popular.
28
El creador intelectual de este principio fue Fuerbach, que a su vez lo recogió de la Revolución Francesa,
que lo consagró en el artículo 8° de la Declaración de Derechos del Hombre de 1789.
Como instrumento de garantía, el principio de legalidad penal no sólo actúa
como un límite frente a la actividad del órgano jurisdiccional, sino que también limita la
actuación del Poder Ejecutivo e, incluso, la del propio Poder Legislativo. La autoridad
administrativa, en efecto, tiene cerrada la posibilidad de crear derecho penal, porque
sus actos serán siempre de jerarquía inferior a la de las leyes penales; y el legislador,
por su parte, tampoco es libre al momento de incriminar conductas delictivas, porque,
por ejemplo, en virtud de aquel principio le está vedado regular hechos ocurridos con
anterioridad al momento en que ejerce tal prerrogativa.
Como ya vimos, la norma positiva penal debe consistir en una ley formalmente
dictada por los cuerpos colegisladores (Parlamento y Poder Ejecutivo), o sea con las
formalidades y en el procedimiento señalado para su formación por la Constitución
Política.
Implica que en el ámbito del ordenamiento penal no tiene cabida la utilización del
procedimiento analógico. La connotación garantista del principio de legalidad,
obviamente, impide aplicar analógicamente las normas que fundamentan la
responsabilidad penal o aquellas que la agravan en razón de determinadas
circunstancias.
Implica que las leyes penales sólo pueden regir situaciones ocurridas con
posterioridad a su entrada en vigencia, estando prohibido aplicarlas con efecto
29
En España las normas penales se cuentan entre aquellas que requieren de ley orgánica, lo que implica una
exigencia de quórum más elevado que el normal, para los efectos de su aprobación.
retroactivo, es decir, a situaciones acaecidas con anterioridad. Si bien es cierto que
este postulado suele vincularse primordialmente con el fundamento político del
principio de legalidad, es innegable que aquél cumple también un importante rol como
garantía relativa a la imputación subjetiva del inculpado, en cuanto le asegura que no
será responsabilizado por hechos o situaciones que no estuvo en condiciones de prever
al momento de actuar.
Implica que las leyes penales han de ser redactadas en términos estrictos y
precisos, de modo que no den lugar a dudas acerca de la situación que pretenden
regular. El principio de legalidad, por cierto, carecería de toda eficacia si bastara con
cumplir la formalidad de que el delito y la pena estuvieran previamente establecidos en
una ley, y no se exigiera, al mismo tiempo, que ésta precisara nítidamente el hecho
sancionado y la pena correspondiente. La idea de taxatividad es, por tanto, un
complemento indispensable para la plena vigencia del postulado de legalidad penal, y
se cumple en la medida en que la ley que sirve de fuente a la incriminación no dé lugar
a más de una interpretación acerca de la conducta que en cada caso se sanciona, y en
la medida, también, en que esta última se exprese a través de un verbo
autodenotativo, es decir, que indique por sí mismo cuál es el comportamiento humano
que trasunta.
Este principio busca seguridad jurídica (el ciudadano conoce con anticipación las
conductas prohibidas) y garantía política (el estado no puede amenazar a las personas
con otras penas que las que han sido previamente determinadas).
Para una mejor comprensión del tema, el profesor Garrido efectúa una
necesaria distinción entre la aplicación de una ley por analogía (integración legal) y la
interpretación de una ley por analogía.
La aplicación analógica de una ley puede ser de dos clases: in bonam partem e
in malam partem. La analogía in malam partem va en contra del imputado, porque
autoriza la creación de figuras penales inexistentes o la agravación de su punibilidad,
restringiendo las zonas de libertad individual y contraponiéndose al principio de
legalidad, por ello se encuentra prohibida. La analogía in bonam partem, al contrario,
restringe el ámbito de lo punible y amplía los espacios de libertad de las personas
(reconociendo, por ejemplo, circunstancias de justificación o de atenuación de
32
En Chile la aplicación de medidas de seguridad en proceso penal se encuentra reglamentada en el párrafo 1°
del Título VII del CPP.
culpabilidad con fundamento en principios generales del derecho o aspectos
normativos teleológicamente entendidos). No contraviene el principio de legalidad.
Si bien esta labor la deben cumplir normalmente los jueces, en los tipos
abiertos sucede que se sobrepasa el nivel de garantía del principio de legalidad, debido
a que la descripción legal carece de la determinación adecuada del núcleo fundamental
de la materia prohibida, lo que obliga a complementarla no sólo cuantitativamente,
sino cualitativamente.
Desde que la conminación con pena de una conducta deja de ser útil para la protección
de un bien jurídico, cesa la conveniencia de recurrir al derecho penal, porque su
aplicación no cumpliría con su finalidad tutelar, o sea proteger bienes jurídicos para
mantener una coexistencia pacífica.
El postulado del carácter fragmentario del derecho penal significa que éste no
ha de sancionar todas las conductas lesivas de los bienes jurídicos individuales o
colectivos, sino sólo las modalidades más graves o peligrosas para ellos. La pena es el
medio coercitivo más grave de que dispone el Estado y, por esto mismo, ha de
reservarse para las situaciones de mayor intolerancia social.
Esta forma de ser del Derecho Penal, esto es recoger parcelas o fragmentos de
lo que es antijurídico, le da el carácter de un derecho fragmentario. En consecuencia,
si bien todo delito es antijurídico, no todo hecho antijurídico es delito.
Con esta fórmula la dogmática penal alude al principio según el cual un mismo
hecho no debe ser objeto de doble sanción; o una misma circunstancia, de doble
ponderación. Esta exigencia supone, en primer término, la necesidad de reestablecer
un marco penal único para cada conducta, de manera que su autor no se vea
expuesto, por ejemplo, a la imposición conjunta de una sanción penal y de una sanción
administrativa. Supone, también, la necesidad de no ponderar un mismo antecedente
en más de una oportunidad, de modo que, por ejemplo, aquél no sea considerado para
decidir cuál es el delito que se configura y, además, para agravar la responsabilidad
del autor del delito.
Según este postulado las consecuencias del delito sólo pueden hacerse efectivas
en el individuo que hubiere tenido intervención personal en el hecho (no pudiendo
afectar a terceros) y sólo en un individuo de la especie humana, descartándose la
posibilidad de responsabilizar penalmente a los entes colectivos.
b.- El principio de responsabilidad por el hecho.
Implica que las personas sólo han de responder penalmente por las conductas
que hubieren ejecutado, y no por actitudes internas (como las simples convicciones) o
por condiciones de índole personal.
Implica que todo individuo debe considerarse inocente y ser tratado como tal,
mientras no se emita un pronunciamiento de condena en su contra. En otras palabras,
las consecuencias penales derivadas de un delito (que se traducen en limitación de
derechos personales), sólo pueden ser impuestas o aplicadas una vez que se haya
establecido la culpabilidad de su autor.
35
En este sentido el profesor Garrido, ob cit, p.50 y 51.
en relación con el derecho penal, cuyo contenido es el que más estrechamente se
vincula con el ámbito de protección inherente a la dignidad de la persona.
Pero la idea de dignidad humana no sólo se proyecta sobre el tema del bien
jurídico del modo anteriormente descrito, sino que también se manifiesta en el proceso
de selección de los intereses que se consideran dignos de protección y en la forma en
que el legislador penal asume dicha protección. La plena vigencia del principio de
dignidad de la persona exige, en efecto, que sólo sean elevados a la categoría de
bienes jurídicos aquellos intereses que sean inherentes a la persona o que resulten
necesarios para su pleno desarrollo espiritual y material, incluyendo, por cierto, sus
posibilidades de actuación en la vida social. Y limita, también, la libertad del legislador
en cuanto sólo puede considerar aquellas posibilidades de lesión que efectivamente
operen en desmedro de la dignidad del individuo y que se concreten en hechos
externamente apreciables.
36
Jean Pierre Matus Acuña, en artículo denominado “El Foro Penal y la Parte General del Anteproyecto de
Nuevo Código Penal”, publicado en el Boletín del Centro de Estudios del Derecho de la Escuela de Derecho
de la Universidad Católica del Norte, sede Coquimbo, año 2 N° 5, enero de 2004, páginas 5 y siguientes.
nacional, que recoja no sólo el sentir de los juristas al respecto, sino sobre todo la
evolución de nuestra comunidad tanto internamente como en su cada vez mayor
vinculación a un mundo estrechamente interrelacionado es cada vez más urgente.
c.- Sólo la ley puede imponer una sanción penal, debiendo describir claramente
las conductas a las que deba aplicarse y sin que nunca pueda extenderse por analogía
a hechos que no reúnan todos los requisitos legales previstos para su castigo. Se
permite, sin embargo, la analogía que favorece al imputado.
d.- Las sanciones penales sólo se aplicarán a hechos ocurridos con posterioridad
a su publicación, salvo que sus disposiciones redunden en un tratamiento más
favorable para el hechor, por supresión o mitigación de la sanción. El hechor será oído
en lo que respecta a la apreciación de la ley que le sea más favorable, sin que su
opinión deba seguirse obligatoriamente por el tribunal.
e.- Los delitos cometidos por menores deben ser regulados por un estatuto
jurídico diferente del aplicable a los adultos, que, en todo caso, debe considerar al
menos las mismas garantías y derechos que rigen para éstos. Tanto el catálogo de
conductas punibles como las sanciones aplicables deben ser proporcionalmente menos
gravosos que los vigentes para los adultos.
i.- No podrá imponerse pena sino a aquéllos que hayan realizado los hechos
tipificados por la ley como delitos, con intención, aceptación, previsión o al menos
imprudencia o negligencia respecto del hecho. Al momento de establecer las penas
aplicables al hecho, la ley debe distinguir la distinta gravedad de las situaciones en que
a su respecto puede encontrarse el hechor.
ñ.- En cuanto a las penas pecuniarias, quedan prohibidas aquéllas que por su
monto resulten confiscatorias en relación con el patrimonio del sancionado. La ley debe
establecer un sistema que impida que la aplicación de las penas pecuniarias produzca
efectos discriminatorios.