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Avatares de lo siniestro en el país de las


pesadillas: un diálogo entre el psicoanálisis y
Eugenio Trías
Darío Leitón Hernández.

Resumen

El objetivo del presente artículo es mostrar la noción psicoanalítica de las pesadillas


y su relación con el concepto de lo siniestro (das unheimlich). Asimismo, se plantea que
dicha relación puede sostener un diálogo con la “estética de lo siniestro” propuesta por el
filósofo español Eugenio Trías. Se tomará en cuenta para tal propósito uno de sus principales
textos titulado Lo bello y lo siniestro (2014), el cual da forma a lo que comúnmente se
denomina la filosofía del límite, tal construcción profundiza sobre las categorías estéticas
anteriormente mencionadas. Es a partir de esta óptica que el ensayo intenta articular la lógica
de la pesadilla, haciendo énfasis especial en lo que aporta para su comprensión el fenómeno
general de lo siniestro, comprendiendo su mecanismo como una experiencia límite, poniendo
de relieve una estructura que depende en gran medida de lo que ocurra en el umbral impuesto
por el principio del placer hasta su más allá: la Cosa (das Ding).
Palabras claves: Lo siniestro, pesadillas, psicoanálisis, Freud, Lacan, Eugenio Trías,
filosofía del límite, Lo bello y lo siniestro.

Abstract
The aim of the following article is to put forth the psychoanalytic notion of the
nightmare and its relation with the concept of sinister (das unheimlich). Likewise, it states
that this relationship can hold a dialogue with the “aesthetic of the sinister” proposed by the
spanish philosopher Eugenio Trías. For such end, one of his most relevant texts Beauty and
the Sinister (2014) will be considered, this text shapes what is commonly denominated
philosophy of limit, such construction deepens the aesthetic categories aforementioned. It is
from this perspsective that the essay attempts to articulate the logic of the nightmare,
emphasizing especially what contributes to understand it from the general phenomenon of
the sinister. Moreover, it helps to understand its mechanism as a limit experience,
highlightling a structre that depends largely on what happens on the threshold imposed by
the pleasure principle and beyond: the Thing (das Ding).
Key words: The sinister, nightmare, psychoanalysis, Freud, Lacan, Eugenio Trías,
phylosophy of limit, The Beauty and the sinister.
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Encuentro con la Esfinge: Freud y la pesadilla


Si bien Freud siempre las tuvo presentes, las pesadillas no ocuparon gran parte de su
producción escrita. No obstante, sus observaciones son fundamentales; ya en el capítulo VII
de la Interpretación de los Sueños dice lo siguiente:
Los sueños displacientes pueden ser asimismo sueños punitivos. Hemos de
conceder que al reconocerlo así agregamos a la teoría del sueño algo nuevo
en cierto sentido. Aquello que en ellos queda realizado es igualmente un
deseo inconsciente. El de un castigo del soñador por un deseo ilícito
reprimido (Freud, 2011, p.684).
Serían los sueños “punitivos” aquellos que Freud definiría en un primer momento
con el carácter displacentero, es decir, aquellos que no muestran explícitamente la realización
de un deseo reprimido, sino más bien el castigo por un deseo inconsciente. Más adelante en
el mismo capítulo propone lo que sigue:
El carácter esencial de los sueños punitivos sería el de que en ellos no es el
deseo inconsciente procedente de lo reprimido (del sistema Inc.) el que se
constituye en formador del sueño, sino el deseo que reacciona a él, procedente
del yo, aunque también inconsciente (esto es, preconsciente) (Ibídem, p.685).
La instancia formadora del sueño (manifiesto) sería en ese caso el superyó; este punto
es importante pues los sueños punitivos (superyoicos) están íntimamente relacionados con la
formación de las pesadillas, siendo el superyó el encargado de castigar al yo del sujeto por
aquel deseo prohibido (inconsciente) que ha intentado emerger hasta la conciencia, cuestión
sujeta por otro lado a la dinámica general del masoquismo, y por ende, a una categoría
particular de goce, ello tal como lo plantea Assoun en sus Lecciones psicoanalíticas sobre el
masoquismo (2005).
Ahora bien, y siempre en el capítulo VII de la Interpretación de los Sueños, Freud
llamará más explícitamente a estos: “sueños de angustia”. En un primer momento, estos
sueños le plantearon una objeción a su tesis de que todo sueño es la realización de un deseo,
pero Freud la sostuvo; su metapsicología le permitió comprender que la censura onírica actúa
justamente sobre aquellos deseos ilícitos, prohibidos, displacientes o imposibles para el yo;
sin embargo, sus ideas latentes representan una satisfacción plena a nivel inconsciente, de
ahí que aparezca más concretamente la función del proceso denominado deformación onírica,
ya que este proceso intentaría frenar el desarrollo de angustia inherente a la realización del
deseo inconsciente deformando el contenido latente. Hay que prestar atención a lo que dice
Freud en el apartado dedicado a los sueños de angustia, acerca de los cuales propone lo
siguiente:
Nos atreveríamos incluso a afirmar que el problema de la angustia del sueño
se refiere exclusivamente a la angustia y no al sueño. Una vez indicado su
punto de contacto con el tema de los procesos oníricos, nada podemos decir
sobre ella. Lo único que haremos será comprobar también en este sector
nuestra afirmación de que la angustia procede de fuentes sexuales analizando
los sueños de este género para descubrir en sus ideas latentes al material
sexual (Ibídem, 699).
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Esta cita es fundamental en dos sentidos: primero, porque pone en primer plano algo
que Lacan vendrá a confirmar, es decir, poner a la angustia como tema central de los sueños
de este tipo. En segundo lugar, es importante pues se aclara que los sueños que Freud llama
de “angustia” están íntimamente relacionados con fuentes sexuales. Es decir, las pesadillas
serían aquel punto en el cual el soñante se encuentra en íntimo contacto con la emergencia
de la angustia producto del fallo de la censura onírica que no ha podido deformar lo suficiente
el contenido latente correspondiente a un deseo sexual, ilícito o imposible de ser satisfecho,
provocando así el despertar del sujeto, y por lo tanto, fallando la función pragmática del
sueño (la cual es preservar el reposo); cuanto más alto sea el monto de angustia
desencadenado tanta más probabilidad habrá de que la función de vigilar / preservar el dormir
fracase.
En el año 1916, el tema de las pesadillas es nuevamente considerado por Freud, en
sus Lecciones Introductorias al Psicoanálisis, y más específicamente en la Lección XIV
titulada “Realizaciones de deseos”; en este capítulo, utiliza ya el término pesadilla y la
equipara a lo que de ella había elaborado en La Interpretación de los Sueños, pero que había
llamado sueños de angustia, es decir:
Sabemos igualmente que los deseos de estos sueños deformados son deseos
prohibidos y reprimidos por la censura, deseos cuya existencia constituye
precisamente la causa de la deformación onírica y lo que motiva la causa
censora (…) Tendremos, naturalmente que explicarnos la existencia de tantos
sueños de contenido penoso y en particular la de los sueños de angustia o
pesadillas (Freud, 2011, p.2255).
Equipara los sueños de angustia con las pesadillas y a la vez confirma lo que ya había
presentado dieciséis años antes. En resumen: si los sueños son deformados por la censura es
porque remiten a ideas latentes de deseos inconscientes / prohibidos, la angustia se
desencadenaría cuando esta función censora falla, escenificándose así en el sueño manifiesto
la realización de un deseo que no debía aparecer tal cual, sin disfraz. Seguidamente agrega:
No nos será difícil llegar ahora a una mejor comprensión de las pesadillas
(…) La observación a la que me refiero es la de que las pesadillas muestran
con frecuencia un contenido exento de toda deformación; esto es, un
contenido que, por decirlo así, ha escapado a la censura. La pesadilla es
muchas veces una realización no encubierta de un deseo, pero de un deseo
que, lejos de ser bien acogido por nosotros, es rechazado y reprimido. La
angustia que acompaña a esta realización toma entonces el puesto de la
censura (Ibídem, p.2256).
Contemplando el papel encubridor de las funciones análogas de la censura y
deformación onírica, se cristaliza de mejor manera en este punto la aparición de una pesadilla;
se dice “aparición”, pues es el producto manifiesto de unas ideas latentes que han aparecido
sin ser encubiertas, y al aparecer lo que debía permanecer oculto emerge el monto de
angustia que sustituye a la censura, por ello es que además propone:
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No podemos definir la pesadilla sino como la franca realización de un deseo


reprimido, y la angustia constituye una indicación de que tal deseo se ha
mostrado más fuerte que la censura y se ha realizado o se hallaba en vías de
realización, a pesar de la misma. (Ibídem, p.2257).
La pesadilla es la confirmación, en este sentido, de que los sueños son la realización
de un deseo; ha dado el salto hasta la consciencia gracias al factor pulsional que acompaña a
todo deseo inconsciente que pulsa por escenificar, a partir del sueño, lo que lo motiva y causa
su deslizamiento (metonimia), pero que al acercarse en demasía a lo que lo provoca, causa el
despertar mismo del sujeto; es así que:
Lo que para las pesadillas no deformadas resulta verdadero, debe de serlo
también para aquellas que han sufrido una deformación parcial y para todos
los demás sueños desagradables, cuyas penosas sensaciones se aproximan
más o menos a la angustia. La pesadilla es seguida generalmente por un
sobresaltado despertar, quedando interrumpido nuestro reposo antes que el
deseo reprimido del sueño haya alcanzado, en contra de la censura, su
completa realización (…) Esto no obstante, conseguimos muchas veces
continuar durmiendo aun en el momento en que el sueño comienza a hacerse
sospechoso y a convertirse en pesadilla. En tales casos, solemos decirnos, sin
dejar de dormir: “No es más que un sueño” y proseguimos nuestro reposo
(Ídem).
El sueño puede tornarse sospechoso menciona Freud; es decir, la deformación onírica
puede ser parcial, la angustia siempre estaría mediando el entorno de la escena, su función es
la de vigilar el habitáculo onírico, cuanto más se le acerque o no a la realización del deseo;
hace despertar al sujeto si la deformación ha fracasado mayoritariamente o emerge
atemperadamente si la deformación es parcial, lo que provocaría a su vez la aparición de lo
desagradable o displaciente para el soñante, pero sin aparecer totalmente en la escena.
Como bien se aclara, hace falta solo un paso para que se produzca el pasaje de lo
sospechoso a la pesadilla, y ello depende en gran medida de la función censora del sueño, la
cual algunas veces encuentra su sustituto en la instancia creadora de sueños punitivos llamada
superyó, o haciendo emerger la angustia cuando su papel ha fracasado, ello depende tanto de
la fuerza del deseo pulsional o por su parte de la intensidad bajo la cual esté operando la
censura en determinado momento; no obstante, Freud agrega también lo siguiente:
A estas observaciones podemos ahora añadir la de que dicha variabilidad va
aún mucho más lejos y que la censura no aplica siempre igual rigor al mismo
elemento reprensible. Si alguna vez sucede hallarse impotente ante un sueño
que intenta dominarla por sorpresa, utiliza, en efecto, de la deformación, el
último arbitrio de que dispone, poniendo fin al reposo por medio de la
angustia (Ídem).
Se llega así a la conclusión, a partir de la perspectiva freudiana, que la cuestión de los
sueños y su pasaje a la pesadilla es una cuestión de grado; es decir, la censura no aplica por
igual a todos los elementos de las ideas latentes y tampoco todas las ocasiones, su intensidad
es variable y su fracaso también, a mayor cantidad de elementos no disfrazados que logren
aparecer sin su correspondiente deformación, la angustia aparecerá para relevarla; por lo que
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se puede afirmar que la relación entre pesadilla y angustia es indisociable, la relación


proporcional inversa sería que a mayor intensidad de la acción de la censura corresponde un
quantum de angustia muy bajo.
Por otra parte, es importante mencionar otro punto inherente al tema de las pesadillas,
y es que Freud encuentra una objeción razonable a su tesis de que los sueños son la
realización de un deseo, así lo manifiesta en la madurez de su obra, específicamente la
Lección XXIX correspondiente a la Revisión de la teoría de los sueños de 1933:
En determinadas circunstancias, el sueño puede no conseguir, sino muy
imperfectamente su propósito o tiene que abandonarlo, la fijación
inconsciente a un trauma parece ser el principal de estos impedimentos de la
función del sueño. El sujeto sueña porque el relajamiento nocturno de la
censura deja entrar en actividad el impulso ascensional de la fijación
traumática; pero falla la función de su elaboración onírica, que quisiera
transformar las huellas mnémicas del suceso traumático en un cumplimiento
de deseos (…) La neurosis traumática nos muestra aquí un caso extremo
(Freud, 2011, p.3115).
Esta objeción se la plantea Freud aproximadamente en el año 1933 cuando su obra
había adquirido gran madurez; no obstante, a pesar de que esta representa una gran objeción,
Freud menciona también que “la excepción no invalida la regla” (ídem), ya que si bien la
tesis propone que los sueños son la plena realización de un deseo reprimido o inconsciente,
la fórmula puede ser replanteada y sería la siguiente: “Decimos que el sueño es un
cumplimiento de deseos; si por vuestra parte queréis tener en cuenta las últimas objeciones,
podéis decir que el sueño es la tentativa de un cumplimiento de deseos” (ídem).
Dicha propuesta muestra una parte de lo permite a Lacan formular su noción sobre
el deseo: como imposible de realizar pero metonímico, desplazándose de significante a
significante en una búsqueda constante (tentativa).
Por otro lado, Paul- Laurent Assoun plantea, en su libro llamado Lecciones
psicoanalíticas sobre la angustia (2003), una reflexión que simplifica en gran medida la
dinámica de los sueños en relación con la elaboración onírica de estos:

No reprimido / No velado = Sueño Infantil

Reprimido / Velado = Sueño de Deseo

Reprimido / No velado = Sueño de Angustia

(Elaborado a partir de Assoun, 2003, p.74).


El sueño infantil para Assoun sería, al igual que para Freud, un sueño que presenta la
característica de tener a nivel manifiesto un contenido sin velo, pues no se lo ha intentado
disfrazar, lo muestra tal cual; el sueño de deseo sería aquel en el cual la censura ha podido
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lograr su función encubridora, reprimiendo y cumpliendo un deseo en la escena onírica. Por


su lado, el sueño de angustia sería aquel que comparte con el infantil lo no velado y con el
de deseo la referencia a lo reprimido; siendo así que la angustia emergería, pues la censura
en el sueño de angustia no ha podido velar lo que debía permanecer reprimido –oculto-.
Odisea a la pesadilla: Lacan y el camino a la Cosa
Para Lacan adquiere gran importancia retomar los tres registros (RSI) para analizar
cualquier fenómeno psíquico, las pesadillas son para él, hablando con precisión, el encuentro
con lo real (R). El trabajo metonímico y metafórico del sueño no es otra cosa más que el
intento de disfrazar / velar el deseo que pulsa por ser significado o realizado. Es decir, para
Lacan todo sueño es, en el fondo, una pesadilla, con la posibilidad de ser atemperado por la
función de la censura, su fundamento principal subyace bajo la forma de lo real. Lo que
determina todo sueño es que lo real está siempre ahí, la pesadilla es el momento en que esta
dimensión “asoma la punta de la nariz”; así lo dice en uno de sus últimos seminarios en
1975 titulado El sinthome:
La pulsión de muerte es lo real en la medida en que solo se lo puede pensar
como imposible. Es decir que cada vez que asoma la punta de la nariz, es
impensable. Abordar este imposible no podría constituir una esperanza,
puesto que este impensable es la muerte, cuyo fundamento en lo real es que
no puede ser pensada (Lacan, 2006, p.123).
La pesadilla es –paradójicamente-el encuentro con lo imposible de ser pensado, y
como también agrega: este imposible es la muerte; de ahí que lo que más caracteriza a la
pesadilla sea el peligro, ya sea explícito o no, de la muerte inminente, más adelante añade
también: “es decir, un sueño que, como todo sueño, es una pesadilla, aunque sea una pesadilla
moderada (…) el soñador no es ningún personaje particular, es el sueño mismo” (ídem).
Para Lacan, es central también la cuestión de la angustia en los sueños, el pasaje de
sueño a pesadilla es una cuestión de grado, como lo sugiere la cita, todo sueño es una
pesadilla moderada; ello quiere decir que la función encargada de mantener lejos el ataque
de angustia (pesadilla) es la censura, utilizando su maquinaria metafórica y metonímica para
mantener a distancia el encuentro con lo real, puede verse aquí claramente que la metáfora y
la metonimia son los mecanismos mediante los cuales puede darse la envoltura denominada
sueño (registro de lo simbólico).
Cuando lo real emerge, lo simbólico comienza a detenerse; es decir, la pesadilla es el
momento en el cual las palabras se detienen en el sueño y comienza a aparecer en la escena
onírica lo más vivo del sujeto: su deseo, el encuentro con el vacío, pues el deseo no tiene
representación, significante o imagen que logren escenificarlo. Ya Freud se había percatado
de que todo sueño se encuentra, a partir de un cordón umbilical, unido a lo incognoscible
(2011); pues bien, para Lacan, todo sueño es una envoltura, un intento de recubrimiento y
disfrazamiento de tal núcleo de goce que pulsa por ser recuperado en la escena onírica. En el
año 1964 en el seminario correspondiente a Los Cuatro Conceptos Fundamentales del
Psicoanálisis, Lacan dice lo siguiente:
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El despertar, ¿cómo no ver que tiene un doble sentido?, ¿que el despertar que
nos vuelve a situar en una realidad constituida y representada cumple un
servicio doble? Lo real hay que buscarlo más allá del sueño –en lo que el
sueño ha recubierto, envuelto, escondido, tras la falta de representación, de la
cual sólo hay en él lo que hace sus veces, un lugarteniente. Ese real, más que
cualquier otro, gobierna nuestras actividades (Lacan, 2012, p.68).
Este real que el sueño intenta esconder/recubrir/envolver, es el que pretende emerger
bajo cualquier forma, al precio de la angustia que es su señal (lo que no engaña), alarma y
augurio de que algo está a punto de aparecer. La pesadilla es para Lacan el encuentro con la
Cosa. En el sueño no hay representación de la realidad constituida y dada bajo las
coordenadas del fantasma; la escena onírica es apenas una envoltura de aquello que siempre
está ahí –lo real-, la pesadilla es cuando lo real asoma su nariz. Este real subyace bajo la
forma de la Trieb1 en la realidad y que, en la pesadilla, se manifiesta bajo la forma del
encuentro con la Cosa (das Ding), Néstor Braunstein lo propone de la siguiente manera:
Puede decirse que el sueño es alucinación del goce y también defensa frente
a éste, pues topa con lo imposible de representar y de decir. Es sabido que el
proceso de interpretación del sueño encuentra un límite 2en contacto con la
satisfacción desnuda del deseo que él debe figurar; ése es el momento del
despertar y la angustia. La angustia es el afecto que se interpone entre el deseo
y el goce, entre el sujeto y la Cosa. Es sabido que el sueño conduce a un
enigma no interpretable; el punto donde el sueño arraiga en lo no cognoscible,
en un lugar para siempre en sombras. (Braunstein, 2009, p.28).
Para Lacan, -y Braunstein lo sintetiza- la cuestión de las pesadillas gira entorno a
varios ejes que son: una envoltura de real (la Cosa), emergencia de angustia ante su aparición,
exceso y alucinación de goce, todo ello ocurre en el punto enunciado por Freud del ombligo
del sueño. El horror ocurre en el ombligo, punto a partir del cual emergen todas las
formaciones del inconsciente. El sueño es un hongo, envoltura que surge de lo real, núcleo
de goce del cual el sueño es su alucinación.
Puede decirse que de alguna manera la pesadilla es un encuentro en falta, y por ende
Tyche3; la actualización incesante de una repetición traumática, buscando construir /

1
Trieb (término alemán) traducción al español: pulsión.

2
La bastardilla no aparece en el original. Se la incluye para hacer énfasis justamente en que Braunstein
utiliza la palabra límite a propósito del momento del despertar del sujeto. Tal instante o límite es el que busca
sostener al sujeto en falta, evitando que se encuentre en el habitáculo onírico con el más allá, con lo imposible
de representar: S ( ). La pesadilla es una experiencia límite precisamente por hacer entrar en un espacio
claustrofóbico las posibilidades del espacio representacional.

3
Tyche: figura mitológica a partir de la cual Lacan trabaja el encuentro con lo real en su Seminario XI
“Los Cuatro Conceptos Fundamentales del Psicoanálisis”, Tyche es el encuentro siempre fallido con lo real y
se diferencia de automaton. Según las propias palabras de Lacan: “La tyche, tomada como les dije la vez pasada
del vocabulario de Aristóteles en su investigación de la causa. La hemos traducido por el encuentro con lo real
(…) la función de la tyche, de lo real como encuentro –el encuentro en tanto que puede ser fallido, en tanto que
es, esencialmente el encuentro fallido” (Lacan, 2012, p.62-63).
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encapsular un sentido con el plus de significación que otorga el sueño4. Así como se ha visto
que deseo y angustia son indisociables en las pesadillas, ahora se ve aparecer en la
perspectiva lacaniana la noción de goce que permite articular aquellas dos, así lo dice en su
Seminario 10 de La angustia:
Les recuerdo su fenomenología fundamental. No se me ocurriría ni por un
momento eludir su dimensión principal- la angustia de la pesadilla es
experimentada, hablando con propiedad, como la angustia del goce del Otro
(Lacan, 2013, p.73).
La angustia es experimentada en la pesadilla como la angustia del goce del Otro dice
Lacan, tanto más si se recuerda el componente masoquista del yo cuando es tomado como
objeto en el sueño y se pone a disposición de la voluntad del Otro superyoico para que
satisfaga su deseo; y este –el superyó- toma al yo como objeto de su goce, aparece la
“alucinación” de goce y emerge la angustia. Es el Otro en el sujeto (lo íntimo y familiar:
heim) pero que se lo experimenta como extranjero (unheimlich: como Otro): tal es el espacio
éxtimo propuesto por Lacan.
Todo ello da forma a la escena onírica llamada pesadilla, escena que hace emerger la
imaginarización de figuras temibles, monstruosas, castrantes, gozadoras de un yo que
encuentra el punto máximo de angustia al entremezclarse placer y su más allá. Es el pavor
nocturnus con su característica sensación de muerte, goce extranjero invadiendo al yo y lo
amenaza con fragmentarle su cuerpo (y oprimirle su pecho), es por ello que Lacan dirá
también sobre las pesadillas que estas se relacionan con las figuras demoniacas del íncubo y
el súcubo:
Lo correlativo de la pesadilla es el íncubo o el súcubo, aquel ser que te oprime
el pecho con todo su peso opaco de goce extranjero, que te aplasta bajo su
goce. Lo primero que se ve en el mito, pero también en la pesadilla vivida, es
que aquel ser que pesa por su goce es también un ser que interroga, e incluso
que se manifiesta en aquella dimensión desarrollada de la pregunta que se
llama enigma (Ibídem, p.73).
En la medida que la pesadilla encarna el enigma sobre el deseo del Otro, tal apertura
trastoca el cuerpo mismo, por ello es que provoca fenómenos tales como: asfixia, presión en
el pecho y parálisis; todo ello ocurre porque toca la dimensión real del goce, se muestra
aquello que no puede ser dicho a partir de la representación, se responde pero a partir del
cuerpo del sujeto. Se perturba el umbral (del principio del placer) impuesto por los micelios
oníricos denominados por Lacan como metáfora y la metonimia.
Al provocarse el despertar abrupto del sujeto -producto del ataque de angustia- no
puede más que sentir terror y la sensación de una muerte inminente, pues la realización del
deseo es muerte (la Cosa que no engaña), punto de descarga total de la trieb. Tanto más se

4
Remitirse al Seminario 6 de Lacan, clase III: “El sueño del padre muerto”, donde propone al sueño
como un significante metafórico, una nueva realidad que se despliega y que busca, así como el fantasma, velar
lo real.
9

aclara este punto si se lee lo que propone Braunstein en relación con la tensión existente entre
significante y la Cosa:
El goce está del lado de la Cosa, como decía Lacan con precisión, pero la
Cosa no se alcanza sino es apartándose de la cadena significante y, por lo
tanto, reconociendo una cierta relación con ella (Braunstein, 2009, p.53).
El trabajo del sueño consiste entonces en deformar / encapsular por medio de la
metáfora y la metonimia el contenido de las ideas latentes correspondientes a deseos
inconscientes, es decir, el deseo (por representar de modo disfrazado / velado) se desplaza a
partir del significante; pero este discurrir representacional es lo que la pesadilla distorsiona,
las palabras se atropellan elípticamente y perturban unas en relación con otras5. De la misma
manera lo elabora Assoun en sus Lecciones psicoanalíticas sobre la angustia:
Pero si ese peligro amenaza y resulta demasiado claro en el sueño, el
durmiente hace añicos este último y se despierta espantado (sueño de
angustia). Cuando el peligro adquiere demasiada evidencia, el velo se
desgarra y el sujeto es expulsado ipso facto de su habitáculo onírico. El
encuentro con la Cosa interrumpe el acto de soñar (Assoun, 2002, p.77).
Se puede resumir lo planteado hasta el momento: la perspectiva lacaniana de las
pesadillas es que Tyche es la peor pesadilla del sujeto, soñar abre la posibilidad de encontrarse
con la Cosa (das Ding), lo cual no puede más que producir horror –punto máximo de
angustia- al sujeto. La única solución es despertarse, la ausencia de significación es lo que
hace emerger la angustia, señal de que la emergencia de lo real es patente, la censura falla.
Aparece lo que debía permanecer oculto, mantenido a la distancia, escondido, disfrazado,
envuelto, deformado y, subyaciendo bajo el velo de la metonimia y la metáfora.
Das Unheimlich: experiencia límite, entre realidad y fantasía
La primera pauta freudiana para estudiar el núcleo central de lo siniestro fue la
etimología, a partir de esta llega a la conclusión de que tanto heimlich como unheimlich en
determinado punto dejan de ser antónimos uno del otro para llegar a significar lo mismo en
otro: lo familiar, íntimo, pero que también es oculto y misterioso, de modo que afirma lo
siguiente:
Heimlich no posee un sentido único, sino que pertenece a dos grupos de
representaciones que, sin ser precisamente antagónicas, están sin embargo
alejadas entre sí: se trata de lo que es familiar, confortable, por un lado, y de
lo oculto, disimulado, por el otro. Unheimlich tan sólo sería empleado como
antónimo del primero de estos sentidos, y no como contrario del segundo
(Freud, 2011, p.2487).

5
Esta experiencia ocurre en el lugar denominado por Freud como ombligo del sueño y que Lacan
reconstruye en su seminario 6 de la siguiente manera: “El ombligo del sueño es el punto de convergencia final
de todos los significantes en los cuales el soñante se implicaba tanto que Freud lo denomina lo desconocido.
Él mismo no reconoció lo que está en juego en ese Unbekannt, término muy extraño bajo su pluma y que
constituye la diferencia radical del inconsciente que él descubrió” (Lacan, 2015, p.119).
10

Este punto de partida le permitió colindar con una interesante y sugerente idea sobre
lo siniestro por parte de Schelling la cual es la siguiente: “Unheimlich sería todo lo que debía
haber quedado oculto, secreto, pero se ha manifestado” (Ibídem, p.2487).
Para Freud se debe diferenciar entre lo siniestro en el vivenciar y lo siniestro en la
ficción. La fórmula otorgada por Schelling le permite plantear el sentimiento de lo siniestro
a partir del complejo de castración; primero analiza ciertos elementos que adquirirían el
carácter de siniestro, por ejemplo el del autómata, el doble o el de algún ser omnipotente y
presente que goza y castra a los sujetos; para ilustrar su punto de vista, utiliza la figura del
personaje del arenero del cuento de E.T.A Hoffman, al respecto dice:
Estos elementos del cuento, como otros muchos, parecen arbitrarios y
carentes de sentido si se rechaza la vinculación del temor por los ojos y la
castración, pero en cambio se tornan plenos de significación en cuanto, en
lugar del arenero, se coloca al temido padre, a quien se atribuye el propósito
de la castración (Ibídem, p.2492).
Es decir, existe una relación directa entre el surgimiento del sentimiento de lo
siniestro y el padre temido del sujeto, o lo que es lo mismo, el padre omnipotente y presente
puede llegar a tornarse siniestro en determinados puntos y ello por su papel privador,
castrante o mutilador. De modo que si algunos elementos tienen la capacidad de hacer sentir
al sujeto lo siniestro es por su relación con la angustia de castración:
En cambio la experiencia psicoanalítica nos recuerda que herirse los ojos o
perder la vista es un motivo de terrible angustia infantil. Este temor persiste
en muchos adultos, a quienes ninguna mutilación espanta tanto como la de
los ojos (…) El estudio de los sueños, de las fantasías y de los mitos nos
enseña, además, que el temor por la pérdida de los ojos, el miedo a quedar
ciego, es un sustituto frecuente de la angustia de castración (Ibídem, p.2491).
Quedar expuesto al capricho del arenero, la posibilidad de perder algún miembro, la
imposibilidad de moverse o la posibilidad cierta de que el otro puede hacer y manejar a su
antojo el propio cuerpo son motivo suficiente para que lo siniestro haga su aparición, ello es
así, pero no debe olvidarse su papel fundamental: este es que, si tales figuras aparecen
siniestras es porque, hablando con suma precisión, modifican el aparecer mismo de ellas en
sí. Su aparecer se muestra en tanto eso que realmente es: ficciones ciertas, apariencias que
provocan efectos, se las ve con eso que el sujeto busca evitar a toda costa que se le aparezca:
la nada que subyace / vela toda imagen, es decir, se muestra el fenómeno en tanto fenómeno.
El tema del doble es también tratado por Freud como uno de los grandes campos en
los cuales lo siniestro puede aparecer. Otto Rank por su parte realizó un trabajo dedicado al
tema del doble titulado Der Doppelgänger “El Doble”, en este llega a la conclusión de que:
Las representaciones literarias del motivo del doble, que describen el
complejo de persecución, confirman no sólo el concepto de Freud sobre la
disposición narcisista a la paranoia, sino que además, en una intuición muy
pocas veces lograda por los mentalmente enfermos, reducen el principal
perseguidor al propio yo, a la persona que antes se amó más que a ninguna y
entonces dirigen su defensa contra ella (Rank, 1971, p.119).
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Es interesante la relación que realiza Rank a partir de la paranoia y su relación con el


narcisismo del sujeto, tanto más cuanto que todo el fenómeno del doble y lo siniestro se
relaciona con el tema del espejo y el narcisismo en sí mismo. Que el propio yo del sujeto sea
visto como el objeto que antes se amara, pero que ahora aparece como extraño y amenazante;
esto se explica por el hecho de que remite a momentos primitivos de constitución psíquica
dice Freud, prosiguiendo con el texto de Lo siniestro así se plantea:
El carácter siniestro del doble sólo puede obedecer a que “el doble” es una
formación perteneciente a las épocas psíquicas primitivas y superadas, en las
cuales sin duda tenía un sentido menos hostil. “El doble” se ha transformado
en un espantajo, así como los dioses se tornan demonios una vez caídas sus
religiones. (Freud, 2011, p.2495).
Nuevamente, en el fenómeno del doble aplica la lógica expuesta anteriormente, si el
yo en espejo se muestra como un doble amenazante, ello es en la medida que aparece con la
nada que debería ocultar, su aparecer ante el sujeto como algo ajeno (unheimlich), pero
familiar (heimlich), sólo viene a poner de relieve la no-autonomía del yo en relación con el
otro, y su estructura fundamentalmente alienante.
Seguidamente afirma que otro de los rasgos característicos de lo siniestro aparece
con el retorno involuntario de lo semejante; es decir, todo aquello que le presenta al sujeto
la incesante aparición de lo mismo y en contra de su propia voluntad, atribuyendo dicha
repetición a algún ser externo y malévolo que lo ordena y dispone de las cosas del mundo,
quedando el sujeto en un estado de inermidad y falto de autonomía. A propósito de dicho
retorno involuntario, Freud lo relaciona con la compulsión a la repetición, con sus propias
palabras:
La actividad psíquica inconsciente está dominada por un automatismo o
impulso de repetición (repetición compulsiva) (…) provisto de poderío
suficiente para sobreponerse al principio del placer; un impulso que confiere
ciertas manifestaciones de la vida psíquica un carácter demoniaco. (…) Todas
nuestras consideraciones precedentes nos disponen para aceptar que se sentirá
como siniestro cuanto sea susceptible de evocar este impulso de repetición
interior (Ibídem, p.2496).
Freud se refiere a su trabajo paralelo al de Lo siniestro llamado Más allá del principio
del placer de 1920. En este trabajo, se desarrolla con amplitud el concepto de pulsión de
muerte, aquello que se repite en el sujeto causado por el lenguaje. Lo siniestro sería todo
aquello, como dice Freud, capaz de evocar este impulso de repetición interior en el sujeto, lo
más interno, pero a la vez lo más externo; este vacío será portador de un carácter malévolo o
demoniaco, pero para que ello sea así, tal vacío debe mostrarse, en este caso como una
voluntad externa que comanda el acontecimiento.
Freud reúne en un grupo algunos de los aspectos que tienden a provocar lo siniestro:
“con el animismo, la magia, los encantamientos, la omnipotencia del pensamiento, las
actitudes frente a la muerte, las repeticiones no intencionales y el complejo de castración”
(Ibídem, p.2499). En este punto agrega la omnipotencia del pensamiento, un ejemplo claro
de esto es el caso de la telepatía o suponer que hay otro externo que puede adivinar los
pensamientos de las personas; pero ello no es suficiente para comprender su carácter
12

siniestro, hay que agregar que es más importante aún suponer una intención malévola en el
otro para con el sujeto. El caso del arenero en el cuento de Hoffman es un buen ejemplo de
ello, pues el arenero era amenazante constantemente, ya que se le suponían intenciones
malvadas. Asimismo, Freud llega a una conclusión importante con respecto a lo siniestro:
Agregaremos aquí una observación general que nos parece digna de ser
destacada: la de que lo siniestro se da frecuente y fácilmente, cuando se
desvanecen los límites entre fantasía y realidad; cuando lo que habíamos
tenido por fantástico aparece ante nosotros como real; cuando un símbolo
asume el lugar e importancia de lo simbolizado, y así sucesivamente. A ello
se debe también gran parte del carácter siniestro que tienen las prácticas de la
magia (Ibídem, p.2500).
Lo que propone Freud es que lo siniestro hace que el límite de la realidad se vea
trastocado de alguna manera; para el psicoanálisis, hay que recordar, la realidad psíquica
depende del fantasma del sujeto o del conjunto de fantasías que velan lo real. Lo central es
que lo que antes se tenía como fantástico llegue a aparecer como real; lo siniestro es aquello
que, vendría a emerger provocando que el símbolo asuma el lugar de lo simbolizado, o lo
que es lo mismo: aparece el objeto. De modo que la fórmula de Schelling marcó certeramente
el camino por transcurrir. Cabría preguntarse ¿No es todo esto de alguna manera lo que Trías
remarca al decir que lo siniestro / horroroso es el sustrato (vacío) que anima la estructura de
la realidad, bajo la condición, eso sí, que se lo oculte o recubra por medio del proceso
metafórico / metonímico inherente a la misma?

La casa del sujeto se encuentra en el Otro (-φ)

El heim6 del sujeto, dice Lacan, se encuentra en el Otro, externo a él, en el campo del
Otro que lo constituye. Lo más íntimo es a la vez lo más externo, el nombre de tal lugar es
espacio éxtimo (como se propuso anteriormente), vacío producido por das Ding así como su
consecuente objeto (a), siendo este último el objeto que le da forma y consistencia a esa nada
primordial llamada la Cosa.
Este lugar de vacío es el lugar imposible que busca sostenerse como tal, en falta. Falta
el objeto y por lo tanto aparece el deseo. La emergencia de la dimensión extraña y la angustia,
son ambos señal ineludible que tal falta está viniendo a faltar, cuando algo, cualquier cosa
dice Lacan, viene a ubicarse ahí donde se supone debe faltar el objeto (–φ), de ocurrir tal
cosa el sujeto se desvanecería. Lacan agregará en el seminario 10:
Pues bien, para permanecer dentro de nuestra convención, y en aras de
claridad de nuestro lenguaje para lo que vendrá a continuación, a este lugar
designado la última vez como el menos-phi7, lo llamaremos por su nombre-
es esto lo que se llama el heim (Lacan, 2013, p.57).

6
Heim: vocablo alemán que traducido al español equivaldría a “hogar, casa, lo familiar”.

7
Menos-phi: –φ
13

El heim del hombre es (–φ), la castración que se sostiene como tal, como la dimensión
de deseo, de modo que la fórmula sería: [heim = (–φ)]; lo que significa que en tal lugar debe
sostenerse una ausencia que metonimice tal dimensión. Este deseo, vale recordar, es deseo
del Otro, pone de manifiesto, -y lo siniestro lo enseña- que heim es lo familiar, que se torna
unheimlich cuando se entra en contacto con el deseo del Otro, pues tal espacio exilia de su
subjetividad al sujeto, sumergiéndolo en la dimensión de objeto, tal como Lacan enuncia en
la siguiente cita:
En este punto Heim no se manifiesta simplemente lo que ustedes saben desde
siempre, que el deseo se revela como deseo del Otro, aquí deseo en el Otro,
sino también que mi deseo, diría yo, entre en el antro donde es esperado desde
toda la eternidad bajo la forma del objeto que soy, en tanto que él me exilia
de mi subjetividad, resolviendo por sí mismo todos los significantes a los que
ésta se vincula (Ibídem, p.58-59).
Lacan toma el ejemplo de lo unheimlich para mostrar cómo esta sensación se produce
en el momento en el cual aparece algo a nivel imaginario que viene a colocarse en el lugar
de –φ, por lo que estaría ocupando el lugar de lo real (y por ende provocando angustia). Tal
es la razón de que Freud mencionara que lo unheimlich es todo aquello que franquea los
límites de la fantasía con la realidad; que algo aparezca en el lugar de –φ no es otra cosa más
que decir que el símbolo viene a ocupar el lugar de lo simbolizado como se propuso
anteriormente. En el caso de la imagen del doble, en su aparecer siniestro es porque ha sido
ocupado tal lugar que debería mantenerse en falta (–φ). La apariencia del yo se muestra
suprasensible al sujeto en la medida que muestra esa “nada” normalmente velada de la
imagen del yo propiamente dicha.
No existe imagen de la castración imaginaria y con razón dice Lacan, la muestra de
ello es lo unheimlich. La castración que introduce al sujeto en la dimensión de la falta es la
simbólica, el falo Φ8; en tanto que significante de lo que no existe, viene a estar ausente,
mostrándose a la distancia, brillando por su ausencia, motorizando el deseo, desplazándose
metonímicamente a partir de las infinitas e insatisfechas demandas dirigidas al Otro.
Unheimlich es aquello que convoca o muestra algo en dicho lugar de ausencia, no desde la
fantasía, ni de la anormalidad; ya que no es lo anormal lo que produce angustia, en palabras
de Lacan este menciona:
Tan sólo les haré observar que pueden producirse muchas cosas que van en
la dirección de la anomalía, y que no es esto lo que nos angustia. Pero si de
pronto falta toda norma, o sea, lo que constituye a la anomalía como aquello
que es la falta, si de pronto eso no falta, en ese momento es cuando empieza
la angustia (Ibídem, p.52).
Es decir, lo auténticamente siniestro ocurre cuando se muestra la apariencia como un
devenir que se pliega sobre sí de modo inmanente, como acontecimiento en cuanto
acontecimiento, extensión que amenaza con el infinito de sí misma, sin ley (fuera de la lógica

8
Falo simbólico = Φ. Significante primordial que regula el goce materno por acción y entrada del
Padre Simbólico. Nombra el deseo de la madre en otro lugar, haciendo que se estructure la realidad psíquica
constituida por la falta, falta de la cual la caída del objeto a es su garante
14

de la castración, o sea, por lo que permite considerar los acontecimientos como esperables,
prohibidos, cuestionables o con alguna significación). De modo que en ese instante emergen
fórmulas sin-sentido, las cuales no significan nada (se diluye el límite que diferencia el
enunciado de la enunciación)9.
Deviene la imagen / aparición como posibilidad cierta (real) para el sujeto, siendo
imagen de lo que se supondría no debería existir, de lo imposible de ser pensado. Tal
“angustia siniestra” aparece cuando aquello que constituye a la anomalía como tal, es decir:
la falta (–φ), falta; o sea, la falta viene a faltar (ibídem).
Lo siniestro es entonces aquello que se produce cuando “se da por cierta la identidad
de la percepción” (Harari, 1998, p.24). Cuando se puede percibir la realidad de frente sin la
función de veladura del fantasma, sino como lo que es, como una pantalla; permite ver la
realidad como una máscara que evita el contacto con lo real. La metonimia se ahoga y las
palabras se detienen, el mundo amenaza al sujeto pues se le experimenta como una intrusión
imaginaria del Otro. La Cosa por su parte amenaza absorber la realidad psíquica del sujeto y
lo amenaza con su borramiento; esta es la relación del fenómeno unheimlich y (–φ). La
aparición del fenómeno en tanto fenómeno.
Lo siniestro como condición y límite: Trías y el psicoanálisis
La tesis fundamental del filósofo español Eugenio Trías, en su libro llamado Lo bello
y lo siniestro (1981), es que aquello que más causa horror al sujeto es a la vez condición para
que se produzca un efecto placentero, estético o agradable en este; pero la condición radica
en que aparezca como ausencia o velado, ya sea por efecto metonímico o metafórico, tanto
más velado debe estar lo siniestro cuanto que su presencia marcaría el inicio del horror y se
rompería el efecto placentero. En palabras del propio Trías, este ordena su tesis en tres puntos
fundamentales que son los que siguen a continuación:

1. Lo bello, sin referencia (metonímica) a lo siniestro, carece de fuerza y


vitalidad para poder ser bello.
2. Lo siniestro, presente sin mediación o transformación (elaboración y
trabajo metafórico, metonímico), destruye el efecto estético, siendo por
consiguiente límite del mismo.
3. La belleza es siempre un velo (ordenado) a través del cual debe presentirse
el caos. (Trías, 2014, p.54).
La referencia al velo que menciona Trías es homóloga a la utilizada por el
psicoanálisis en el proceso de elaboración onírica, pues el contenido manifiesto es una
especie de disfraz que recubre o cifra el contenido de las ideas latentes producto de la censura;
de modo que si ese disfraz cae y el contenido latente reprimido o inconsciente aparece, se
produce el fenómeno llamado pesadilla. Asimismo, presenta Trías su tesis de que lo siniestro

9
Un claro ejemplo de este fenómeno es la mueca esquizofrénica en algunas ocasiones. Lo que se
supone sería una sonrisa o una risa con determinado significado es más bien un gesto sin índice de enunciación,
vacío, sin más significado que la nada que viene a mostrarse en sí misma, de modo que tales muecas son a
veces simplemente fórmulas sin-sentido / no interpretables, sería exactamente una imagen que no significa
nada, o lo que es lo mismo: sería un aparecer con nada atrás.
15

debe estar siempre velado, por referencia, ya sea metonímica o metafórica para que el efecto
sea placentero o bello, y es así que puede decirse que un sueño es bello desde este punto de
vista si la referencia metonímica y metafórica hace bien su trabajo elaborativo de ocultar lo
siniestro latente; pero si esta falla, lo siniestro emerge y rompería el efecto placentero que
antes se encontraba en un nivel manifiesto, desembocando así en la pesadilla.
Es así que la pesadilla para el psicoanálisis correspondería con el segundo punto
planteado por la tesis de Trías, es decir, lo siniestro sin mediación o transformación simbólica
destruye el efecto de lo bello, lo que significaría que lo siniestro es límite de este; de la misma
manera, la pesadilla es el momento en que se detiene la referencia metonímica y metafórica,
apareciendo lo que debía estar disfrazado y oculto; el sueño pierde su carácter placentero,
cumpliendo su función de hacer reposar al sujeto, el contenido no remite ya a un contenido
de tipo agradable, sino más bien a la referencia desbordada de lo siniestro o lo que es lo
mismo: la manifestación del deseo en su más bruta y muda realidad, la Cosa en un sentido
propiamente lacaniano.
La pulsión exacerbada, muerte, sexo y caos son referentes importantes del deseo
inconsciente; pero si el sueño busca hacer descansar al sujeto, debe procurar velar dichos
deseos, ocultarlos, elaborándolos simbólicamente; siendo así que lo siniestro sería el motor
del sueño –punto uno de la tesis de Trías-, de él parte la vitalidad y fuerza de aquel, bajo la
condición eso sí, de que no se manifieste directa y vorazmente. A todo esto, Trías agrega lo
siguiente:
Se da la sensación de lo siniestro cuando algo sentido y presentido, temido y
secretamente deseado por el sujeto, se hace, de forma súbita, realidad.
Produce, pues, el sentimiento de lo siniestro la realización de un deseo
escondido, íntimo y prohibido. Siniestro es un deseo entretenido en la fantasía
inconsciente que comparece en lo real; es la verificación de una fantasía
formulada como deseo, si bien temida. En el intersticio entre ese deseo y ese
temor se cobija lo siniestro potencial, que al efectuarse se torna siniestro
efectivo. Lo fantástico encarnado: tal podría ser la fórmula definitoria de lo
siniestro. (Ibídem, p.48).
Se debe así remitir a la dimensión de deseo sobre la cual gira lo siniestro, así lo plantea
el psicoanálisis, y de la misma forma lo piensa el autor; lo siniestro es la materialización u
objetivación simbólica e imaginaria de un deseo imposible o prohibido del sujeto, tanto más
se muestra la veracidad de dicha tesis cuanto que la pesadilla hace presente la caída del disfraz
impuesto por la elaboración onírica. Todo lo que subyace a la dinámica tranquila y
aparentemente placentera del sueño es lo referente a la sexualidad brutal, imposible o
prohibida, de ahí que, por definición, sea lo siniestro la relación inmediata y directa de la
pesadilla. El carácter de vívida realidad de las imágenes del sueño, así como el inevitable
ataque de angustia inherente a la pesadilla, hace que la experiencia correspondiente adquiera
carácter de inefabilidad y terror.
Para Trías, las tesis freudianas sobre lo siniestro son fundamentales; en determinado
momento, afirma:
16

Freud recapitula su análisis de lo siniestro con la siguiente definición del


concepto que este término expresa: “Lo siniestro en las vivencias se da
cuando complejos infantiles reprimidos son reanimados por una impresión
exterior, o cuando convicciones primitivas superadas parecen hallar una
nueva confirmación”. Se repite, pues, algo familiar e íntimo, pero olvidado
por medio de la censura, superado y refutado (…) parece producirse en lo real
una confirmación de deseos que han sido refutados por el choque del sujeto
con la realidad. (Ibídem, p.51).
Para él, al igual que para Freud, lo siniestro es entonces el momento de desconcierto
ante la apariencia o aparente “confirmación” en la realidad de una fantasía o deseo
inconsciente, principalmente primitivo -en lo que a constitución psíquica se refiere-, como si
de repente, en un instante el símbolo adquiriera el estatuto de real, cual si fuera un déjá vu,
la realidad perdería su carácter fantasmático para más bien observarla como una ficción, se
le intuye como tejido simbólico – imaginario, se vería el verdadero rostro, la máscara como
lo que es. Párrafos más adelante Trías agrega:
¿Cuál es el estatuto ontológico de ese “velo” que es la belleza? ¿Qué es lo
que se da a la visión cuando se descorre el velo, qué hay tras la cortina
rasgada? Tras la cortina está el vacío, la nada primordial, el abismo que sube
e inunda la superficie (abismo es la morada de Satanás). Tras la cortina hay
imágenes que no se pueden soportar, en las cuales se articulan ante el ojo
alucinado del vidente visiones de castración, canibalismo, despedazamiento
y muerte, presencias donde lo repugnante, el asco (…) irrumpen en toda su
espléndida promiscuidad de oralidad y de excremento. (Ibídem, p.53).
Tras el velo, comenta Trías, lo que se esconde es la nada primordial y el vacío sin
nombre, la correspondencia con la propuesta psicoanalítica es central en este punto. Para ello
hay que remitirse al esquema propuesto por Lacan en su seminario IV llamado La relación
de objeto

Tanta más correspondencia hay entre ambas tesis, cuanto que la pesadilla es pensada
para el psicoanálisis como el pleno encuentro con la Cosa (correspondiente al lado derecho
del esquema), el objeto primordial y último de la angustia como lo nombra Lacan (2013), el
abismo sin fin de la castración, la muerte, la orgía de las pulsiones; anuncio inefable e
inconmensurable de la descarga de las pasiones humanas, del principio del placer al más allá;
el goce; el pleno encuentro con el príncipe de la muerte.
17

Por otro lado, también es permisible pensarlo desde la óptica del Otro todo poderoso
en su faz paterna. Padre que ostenta el saber sobre el goce, omnipresente y potente, ominoso
y cruel10. Punto particular que podría pensarse a partir de lo que Trías afirma en relación con
el padre de la horda primitiva:
Recuerda Freud cómo el término sacer significa a la vez lo excelso, lo
sagrado, lo sublime, lo eminente y venerable, así como lo reprobable, lo
horroroso, lo horrendo, lo siniestro y execrable. Se revelaría, de esta suerte,
una ambivalencia afectiva profunda del sujeto hacia ese signo de identidad
propio que es el tótem, figura tutelar amada, figura como se verá, paterna,
pero asimismo, figura evocadora de emociones agresivas (Trías, 2014,
p.131).
La experiencia de la angustia en la pesadilla es, por esta razón, vivida como la del
goce del Otro, es decir, la función del padre en el lugar estructural del Otro. El trabajo del
sueño crea por su parte un viaje en una sola vía que va de lo excelso –el principio del placer-
viaje censurado y velado bajo las normas y regulaciones del orden simbólico, metáfora y
metonimia, viaje venerable que muestra el deseo disfrazado, bello. De ahí, hasta los viajes a
lo más recóndito de la psique, su punto de quiebre y vértigo (el más allá del principio del
placer), del placer como límite hasta al más allá de la desgarradura. Es así que lo siniestro es
condición –principio del placer- y límite –más allá del placer-: la pesadilla. El más allá del
límite es lo siniestro, el horror, lo más verdadero del deseo.
Últimos apuntes: la pesadilla y el rostro de la Cosa
Se puede concluir que Eugenio Trías y su propuesta de lo siniestro como condición y
límite de lo bello, efectivamente permite re-pensar no solo la comprensión del concepto de
lo siniestro en relación con lo bello en el sueño, sino además el fenómeno general de la
pesadilla, su propuesta en sí, ilumina caminos y pone de relieve cierta estructura que
determina la experiencia del sueño desbordado: el momento en que la Cosa transpira en las
imágenes del universo onírico, siendo avatares de lo siniestro que encapsulan el goce del
sujeto.
De modo que, se puede decir que el diálogo propuesto entre psicoanálisis y Eugenio
Trías es importante en la cimentación de la articulación teórica del presente artículo. Logra
cuestionar el andamiaje conceptual, el cual está compuesto de diversas aristas que se
complementan entre sí, reflejando en conjunto ángulos distintos de un mismo fenómeno.
Se anotó anteriormente que Freud amplía la tesis de que los sueños son la
representación del deseo de un sujeto; proponiendo más bien que los sueños pueden llegar a
ser no solo el cumplimiento, sino una tentativa de cumplimiento de un deseo (Freud, 2011).
Tal propuesta se adecúa de mejor manera a las ideas posteriores de Lacan, puesto que para
este el cumplimiento del deseo no implica un hedonismo tranquilo para el sujeto. Para él, el

10
Para una mejor comprensión de este aspecto el lector puede remitirse al personaje del “Hombre de
arena”, llamado Coppelius, del cuento de E.T.A Hoffman, analizado por Freud. Este personaje no deja de
mostrarse tal como se ha descrito, en relación con Nathaniel.
18

deseo busca franquear el umbral del placer, transgredirlo para lanzar al sujeto al lugar donde
placer y displacer se entrelazan al unísono:
El placer fija los límites del alcance humano: el principio del placer es
principio de homeostasis. El deseo, por su parte, encuentra su cerco, su
proporción fijada, su límite, y en la relación con éste límite se sostiene como
tal, franqueando el umbral impuesto por el principio de placer (Lacan, 2012,
p.39).
Por ello es que al deseo se le sostiene en falta (en el límite), irrealizable; pues tal
condición funciona como el operador lógico que sostiene al sujeto como lo que es, su
condición de tal depende de dicha lógica del deseo, dividido por el objeto de este.
A partir de tales consideraciones, se concluye en el presente artículo que los sueños,
efectivamente, pueden ser la tentativa de cumplir un deseo, pero en la medida en que se
acerca a él se termina cayendo en otra dimensión más oscura y misteriosa: en la dimensión
de goce, o lo que es lo mismo: el lugar de la pesadilla. De modo que esta es, con toda la
angustia que la caracteriza, la figuración más cercana del lugar u objeto al cual tiende el deseo
humano, la tentativa onírica de reencontrar el siniestro, anhelado y mítico goce de la Cosa
de su deseo.
Las pesadillas se presentan de muchas formas, las figuras que en ellas se muestran
son infinitas; en su tentativa de encontrar/inscribir el goce silencioso y estructurante de la
subjetividad, se topa con figuras de terror, rostros siniestros, monstruos, sombras, figuras
indeterminadas. En el intento de formular una articulación de –al menos- dos significantes
que nombren al goce mortífero y traumático, que le den voz a ese silencio punzante y
misterioso, ante tal situación, el espacio negro, lo inconmensurable y la figura de terror son
su respuesta. El monstruo de pesadilla es entonces la imagen que busca configurar e
imaginarizar el goce del Otro, el espanto, el Otro sin nombre, el cuerpo tomado por el goce
sin rostro que oprime el pecho del soñante. Todas ellas son las formas que conforman la
fenomenología e imaginario central de la pesadilla.
Hay que recordar que desde tiempos inmemoriales tal ha sido la función del monstruo
en la cultura, desde la Esfinge hasta Efialtes en Grecia, el íncubo y el súcubo, la bruja en la
Edad Media y el diablo; todos ellos son nombres y formas de la pesadilla, cuestionan al
soñante, le amenazan, encarnan la pregunta fundamental por el deseo del Otro. Actualmente,
se encuentran algunos de ellos en menor o mayor medida, pero en función del avance
vertiginoso de la ciencia y la tecnología el bestiario de la época aumenta ominosamente
también, dando forma a un imaginario que intenta dar cuenta de lo real que subyace a las
subjetividades (y la condición de su goce), tal es el caso de los alienígenas, las abducciones
y el androide.
De modo que la ciencia y las nuevas tecnologías aumentan, pero con ellas los
monstruos también, se intercambian y sustituyen según la época; unos caen y otros germinan.
Se puede decir que la pesadilla es toparse con lo imposible de representar, es construir figuras
de terror, animales feroces; pero ello es así precisamente por la descompletud del lenguaje,
porque el Otro está en falta; se puede afirmar bajo tales circunstancias que las pesadillas
cargan sobre sí el peso de lo innombrable del mundo. La lógica lacaniana del no-todo puede
pensarse en este caso a partir del esquema que propone Eugenio Trías, al decir que toda
19

experiencia humana está determinada por un límite, es decir, por el punto en el cual la razón
y cualquier tentativa de simbolización fracasa al intentar dar cuenta de la negatividad que
subyace a sí misma como su mancha y su sombra.
Dentro del mismo marco, se puede afirmar que la pesadilla implica distintas cosas,
como tal, es una experiencia límite, en la cual emergería una parálisis del cuerpo, el espanto,
la espera angustiada de una desgracia o la muerte, alucinaciones visuales o auditivas entre el
límite que divide el reposo y la vigilia; o un grito, cual si fuera un grito en lo más profundo
del agua, la pesadilla puede ser verse, el sujeto metafóricamente ahogado por el peso concreto
de un mar de goce siniestro que no puede ser dicho de ninguna manera, y por ende, lo
experimenta como extranjero a la subjetividad.
Cual si fuera un embudo de significación, el sujeto se ve confrontado con la
hendidura claustrofóbica del Otro; es la marca y efecto de que el núcleo del ser es goce; cada
imagen, cada palabra del sueño que se ha convertido en pesadilla es quemada por el fuego de
goce que encapsula en-sí mismo; es el grito e intento desesperado de escapar de las fauces
mortíferas del agujero negro en el cual ha caído. Por ende, despertar no es otra cosa más que
intentar sostener el deseo en falta, despertar es no poder preservar el reposo para poder
preservar el deseo.
Siguiendo en esta misma línea y desde esta perspectiva, es que una de las conclusiones
generales a las cuales desemboca el presente artículo es una propuesta de definición de la
pesadilla, la cual es proponerla a esta como: el efecto siniestro de una alteración en la
configuración simbólica del sujeto para soportar el peso ontológico de algunas experiencias
vistas desde el campo de la realidad.
De tal definición se deslindan diversos aspectos teóricos importantes. En primer
lugar, se puede concluir con ello que durante la vigilia del sujeto algo se ha salido del
presupuesto libidinal de su realidad, ese algo rompe el campo mismo de esta, dejando como
resto un exceso de goce traumático que exige insertarse en el campo simbólico-imaginario.
Es decir, cuando las fantasías del sujeto no logran detectar dentro de sí mismas lo que ocurre
en la dimensión de lo real, estas se pierden, dejando con ello una experiencia concretamente
siniestra que no se experimenta como realidad; sino más bien como algo de carácter extraño
e inquietante, algo ajeno (unheimlich), pero sumamente cercano (heimlich), concerniente al
sujeto.
Siendo entonces, con ello, las pesadillas un efecto que emerge durante el reposo,
cuando la realidad está suspendida, es decir, la pesadilla es el fallo del sueño que buscaba
tramitar el peso concreto de la experiencia real ocurrida durante la vigilia. Por otro lado, es
posible afirmar que cuanto más exacerbado sea el ataque de angustia de la pesadilla (ya sea
por el develamiento de investiduras o por el encuentro con lo real sin mediación alguna),
tanta más será la sensación de amenaza que experimentará el sujeto durante la experiencia
de aquella.
Anudado a este último punto en específico, se concluye que lo que determina para el
psicoanálisis la definición de un sueño placentero, bello, un sueño de angustia, o una
pesadilla en términos diferenciales, es el tema mismo de la angustia, es decir, partiendo de la
propuesta lacaniana de que todo sueño en su esencia, es una pesadilla, pero atemperada por
lo simbólico. Se puede pensar que lo que determina o permite definir un sueño de una forma
20

o de otra depende particularmente de dos aspectos a tomar en consideración: 1) el grado de


angustia presente en la experiencia onírica, desde el grado más bajo (sueño placentero/bello),
pasando luego por los sueños de angustia, hasta finalmente el ataque exacerbado de esta
(experiencia de la pesadilla/siniestra). Por otro lado: 2) los recursos simbólicos (campo del
Otro), que permitan mitigar y encapsular lo real, es decir: el sustrato común a toda formación
onírica, tanto si son placenteros como si son de pesadilla. No debe olvidarse la radical
importancia del significante en su relación con los sueños, tal como Lacan apunta en su texto
La instancia de la letra en el inconsciente o la razón desde Freud:
Las imágenes del sueño no han de retenerse si no es por su valor significante,
es decir, por lo que permiten deletrear del “proverbio” propuesto por el rébus
del sueño. Esta estructura de lenguaje que hace posible la operación de la
lectura está en el principio de la significancia del sueño, de la Traumdeutung
(Lacan, 2008, P.477).
Ambos aspectos se complementan entre sí para encausar la reflexión sobre lo que
define una cosa o la otra; y tal como lo pensaba Freud, lo central en la consideración de las
pesadillas y la problemática general que estas presentan, no debería desligarse de la reflexión
general sobre el tema de la angustia, vale agregar: y el significante; pues al centrar la atención
en la interrelación de ambos, se permite una mejor comprensión de lo que son las pesadillas
en sí mismas.
Por otro lado, a partir de la discusión entre Trías y el psicoanálisis, se pueden proponer
nuevos espacios de interrogación, no solamente en cuanto a la temática general de las
pesadillas, sino también en relación con el tema de la realidad psíquica, el goce y la angustia.
En el caso de la primera, la pesadilla pone en cuestión la forma bajo la cual esta se constituye:
la realidad como aquello que traspasa el espacio onírico, pero que además influye sobre él; y
a la inversa, en una relación que cuestiona los límites que separan tanto un lugar como el
otro. De la vigilia en estado de pesadilla, bajo la flecha inquietante de lo siniestro en el
vivenciar, hasta lo más ontológicamente concreto del ataque de angustia real en la
reproducción terrorífica y quiméricamente imposible de las imágenes de la pesadilla, ambos
lugares con una amenaza uniforme e inquietante: lo real.
Tal es el límite de por medio que divide dichos espacios, límite que dicho sea de paso
no siempre es inquebrantable, un ejemplo es el camino que va de la realidad recortada
/regulada por el objeto, al desencadenamiento, o lo que es lo mismo: del Otro virtual, a la
experiencia más conocida y comúnmente característica del desencadenamiento psicótico de
experimentar al Otro en lo real, cual si fuera la Cosa horripilante, Cosa del deseo que absorbe
los objetos de la realidad y que causa tanta perplejidad al sujeto en los casos de su aparición
en el campo de la experiencia (psicótica). No por azar es que muchas veces el contenido
alucinatorio encuentre su terreno fecundo a partir del habitáculo onírico.
En lo que a las pesadillas con lo siniestro respecta, dicha relación no está sustentada
precisamente en una determinación consustancial con lo anormal, la anomalía o lo raro, pues
dentro de lo más determinante en cuanto lo que define lo que de la relación entre el fenómeno
de las pesadillas y su relación con lo siniestro se refiere, es que no es por aparecer figuras
anormales o extrañas lo que da el sabor a la pesadilla. No son ellas “en-sí” las que producen
tal efecto, pensar ello sería caer en un error.
21

Las imágenes de terror no tienen relación intrínseca o inmanente con la esencia


fundamentalmente siniestra de las pesadillas, sino justamente lo opuesto: es la ausencia de
términos y condiciones que pudieran plantear una realidad constituida por la falta, por una
realidad fantasmática, regida por las fantasías, por el juicio que dividiera lo pensable y lo
imposible, lo feo y lo bello. Tal ausencia de condiciones, es justamente lo que las dispensa
del tinte siniestro, tanto a las imágenes como al habitáculo onírico en general. En conclusión,
se puede proponer la siguiente fórmula / relación entre ambos: si las pesadillas son siniestras
es porque, hablando con precisión, justamente no son una fantasía, son siniestras en la medida
que son lo opuesto a ella; son el reverso de la realidad, La fantasía es el recurso ausente en el
sueño, ella es el medio con el que cuenta el sujeto en la vigilia para estructurar su realidad y
evitar el contacto con lo real, pero que en los sueños en general, y en la pesadilla con más
intensidad, está completamente ausente.
Tal situación de poder fantasear no se presenta en las pesadillas, lo siniestro no es
solamente la aparición de aquello que se suponía debía quedar oculto en las profundidades
del alma para no angustiar al sujeto, sino el fenómeno en el cual se manifiesta un espacio
donde cualquier cosa es posible, el momento temporal / espacial donde el sujeto existe y se
percibe en su esencia fundamentalmente ficcional, donde las reglas que rigen tal espacio son
las reglas de sustitución significante y sucesión de imágenes cual si fuera una producción
cinematográfica; coincidiendo la representación con lo representado, donde todo es
recíprocamente homogéneo, pero con la Cosa real externa amenazando absorber al sujeto,
como si fuera un sueño, una pesadilla, como si se experimentara al Otro en lo real, por tal
razón es que Freud comparaba y describía al sueño como un tipo de locura psicótica
momentánea.
La pesadilla expone así, en su intento de significar un deseo para el soñante (que dicho
sea de paso desea también preservar el reposo): a la Cosa. Desea dormir el sujeto y “dormir”
a la Cosa para poder representar un deseo disfrazado lejos de ella, intentando envolver el
vacío radical que agujerea la realidad, haciendo de esta un infierno en caso de abrirse el
camino que conduce hacia ella. Hay que recordar lo que mencionaba Borges al preguntarse
si a final de cuentas no podría decirse si las pesadillas no son más bien las puertas de entrada
al infierno: ¿no sería más bien el infierno lo que esperaba a Alicia si hubiera seguido cayendo
más hondo por la madriguera del conejo?11 ¿El infierno de la Cosa en el “país de las
pesadillas”? ¿El éxtasis previo, míticamente alarmante y placentero de la eternidad de la cual
cada sujeto es anhelante y nostálgico?
Se concluye y desemboca con todo esto en otra definición y explicitación de las
pesadillas que no excluye la anteriormente brindada sino más bien la nutre y complementa:
la cual es que las pesadillas son la manifestación, efecto o producto onírico, desgarrantemente
siniestro de tener que enfrentarse bajo determinadas circunstancias, condiciones y
experiencias de la vida, a la descompletud del lenguaje; son tener que confrontar de modo

11
Lewis Carroll, Alicia en el país de las maravillas: “La madriguera se adentraba como un túnel en un
primer tramo y luego se hundía de repente, tanto, que Alicia no tuvo siquiera un momento para pensar en parar
antes de encontrarse a sí misma cayendo por lo que parecía ser un pozo muy profundo. O el pozo era muy
profundo o bien caía muy despacio, pues tuvo mucho tiempo mientras descendía para mirar alrededor y
preguntarse a sí misma qué ocurriría a continuación. Primero, intentó mirar abajo y averiguar con qué se iba a
encontrar, pero estaba demasiado oscuro para ver nada…” (Carroll, 2003, p.7).
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impetuoso, vertiginoso y sin ningún tipo de velo el vacío que anima y causa el devenir
significante que estructura la realidad, al núcleo-Cosa que subyace a la red de
acontecimientos cotidianos que determinan el sentido.
Lo siniestro se origina en el límite entre los estado de cosas y los acontecimientos,
entre lo real y el fantasma, o lo que es lo mismo, entre el acontecimiento y la Cosa. O como
dice Gilles Deleuze:
…los acontecimientos, en su diferencia radical con las cosas, ya no son
buscados en profundidad, sino en superficie, en este tenue vapor incorporal
que se escapa de los cuerpos, película sin volumen que los rodea, espejo que
los refleja, tablero que los planifica (…) Es siguiendo la frontera, costeando
la superficie, como se pasa de los cuerpos a lo incorporal (Deleuze, 2011,
p.36).
Tal es la estructura que curiosamente permite pensar el trauma también, pues
justamente este último es el efecto que se produce cuando los estados de cosas (experiencia
concreta y real vivida por el sujeto) y su correspondiente intento de inscripción en el mundo
del sentido no se produce plenamente; es decir, cuando en el campo de los acontecimientos
fantasmáticos no se produce cabalmente la simbolización correspondiente (el tablero que
planifica), se provoca un cortocircuito producto de la disparidad de órdenes, así como la
emergencia de un efecto siniestro y desagradable para el sujeto, y por tal razón existe el efecto
denominado pesadilla.
A ello es justamente lo que se refiere Trías con la condición humana del sujeto como
algo misterioso, pues esta está fundamentada en un sustrato que de emerger sin ninguna
expresión simbólica (metáforica o metonímica) dentro de la realidad su efecto es desagrdable
por estructura al no lograr inscribirse de ninguna forma. Lo que anima la realidad debe estar
velado, pero el velo crea la nada que esconde, tal es la postura de Lacan y su paradoja, aspecto
el cual nutre la tesis de Trías. .
Finalmente, y para sujetar el cierre general del artículo, se debe hacer énfasis en que,
para Trías, lo siniestro es condición y límite de lo bello, y para el psicoanálisis en el habitáculo
onírico sucede algo paralelo en relación con el placer y lo siniestro (su más allá). En la medida
que el deseo del sujeto se encuentra encubierto, lo siniestro enmascarado funciona como
condición necesaria para que el sueño sea placentero y bello; pero en la medida que se avanza
por el placer, hasta su más allá, siendo rebasado el límite que impone su principio, lo siniestro
funciona en dicho caso como límite de lo bello, apareciendo explícitamente. Por ende, el
sueño se convierte en pesadilla, deja de ser placentero y el sujeto sufre un efecto
desagradable, pues lo que se suponía debía estar oculto, para poder seguir en reposo, ha
aparecido; el límite fue rebasado.
En conclusión, la propuesta final del presente artículo en cuanto a lo que de las
pesadillas y su relación con lo siniestro se refiere es que, lo siniestro es condición ineludible
para que el sujeto pueda experimentar sueños placenteros en el mundo onírico, en la medida,
eso sí, que los mismos puedan ocultar el sustrato mismo que los nutre. Límite dentro de una
correlación proporcional: cuanto más se rebase el umbral impuesto por el placer tanto más
aparecerá lo que vitaliza el sueño mismo, ahogando en tal caso al soñante en angustia y
desembocando en el terror de la pesadilla.
23

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