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Para Freud, se hace evidente que esta teoría de la realización de deseos tiene una importante
dificultad cuando tenemos que confrontarnos con los muy frecuentes sueños de angustia. Él
mismo se apresura a reconocer que ofrecen graves resistencia para la aceptación de su teoría
del deseo, pero lo resuelve ofreciendo diferentes explicaciones a medida que plantea los
posibles problemas. En general, va a remitir al problema general de la angustia neurótica,
aunque no podemos olvidar que estamos lejos del modelo complejo que sobre la angustia
ofrece en Inhibición, síntoma y angustia (Freud, 1926), así como de su teoría estructural del
aparato psíquico. Para Freud, este tipo de sueños serían, generalmente, la representación de
una angustia de contenido sexual, “cuya líbido correspondiente ha experimentado una
transformación en angustia” (Freud, 1900, p.178). Otra explicación, es la existencia de deseos
reprimidos que no son tolerados en la conciencia y que al expresarse provocan displacer. En
una nota de 1919, incide en esta actitud de rechazo y censura ante determinados deseos
inconscientes. Estos sueños, y su angustia acompañante, son considerados como equivalentes
al síntoma neurótico (Freud, 1900, p.248). También explica algunos sueños negativos de
deseos, haciendo alusión al componente masoquista que surge de transformar en su contrario
los componentes agresivos sádicos, se trataría entonces de cubrir la satisfacción de deseos
masoquistas (Freud, 1900, p.176).
Ofrece una explicación para el corriente fenómeno de los sueños de contenido angustioso
pero que se acompañan de un afecto indiferente, para él, en este tipo de sueños se produciría
un equilibrio entre la realización de un deseo y la realización de algo temido (Freud, 1900,
p.549). Finalmente, plantea el problema de los sueños punitivos (de castigo), que tampoco
escaparían a la ley de la realización de deseos, en este caso la realización de un deseo de
castigo por un deseo rechazado desde la conciencia. Para este tipo de sueños aventura un
diferente origen de los deseos inconscientes, en ese momento de 1900, ante la ausencia de su
modelo estructural y su concepto de superyó, habla de “mayor participación del yo”.
Posteriormente, a medida que desarrolla su modelo estructural, va referirse a ellos como la
realización del deseo del superyó en tanto instancia que ejerce las funciones de la auto-
observación la crítica y contiene el ideal (Freud, 1923b).
La única excepción en Freud a la proposición del sueño como realización de deseos aparece
cuando se confronta con los sueños traumáticos al estudiar, en Más allá del principio del placer
(Freud, 1920), el problema de la neurosis traumática. Explica el efecto de ésta por la ruptura
de la protección que defiende el psiquismo contra las excitaciones, por no estar preparado el
sistema para la aparición de un trauma que supere un cierto límite de energía: “si los sueños
de los enfermos de neurosis traumáticas reintegran tan regularmente a los pacientes a los
pacientes a la situación del accidente, no sirve con ello a la realización de deseos…su función
peculiar” (Freud, 1920, p.31). Ofrece la explicación de que el sueño, en estos casos, tiene la
función de desarrollar la angustia, como modo de dominar la excitación, “los sueños antes
mencionados…no pueden incluirse en el punto de vista de la realización de deseos, y mucho
menos los que aparecen en el psicoanálisis, que nos vuelven a traer el recuerdo de los traumas
psíquicos de la niñez. Obedecen más bien a la obsesión de repetición, que en el análisis es
apoyada por el deseo – no inconsciente- de hacer surgir lo olvidado y reprimido” (la misma).
Esta función sería la condición previa e indispensable para que el principio del placer pueda
volver a ser el eje del sujeto, “si existe un más allá del principio del placer, será lógico admitir
también una prehistoria para la tendencia realizadora de deseos del sueño, cosa que no
contradice en nada su posterior función” ((Freud, 1920, p.32). Por lo tanto, para Freud, esta
aceptación de sueños que no tienen como motor principal la realización de deseos, no
representa más que una antesala, una concesión meramente temporal, que en nada cambia su
teoría.
En este sentido, estos sueños alterarían la función que Freud atribuye al sueño, que es la del
defensor del reposo “el proceso onírico permite que el producto de semejante cooperación
desemboque en una vivencia alucinatoria inocua, y así asegura la continuación del dormir”
(Freud, 1933, p.16). Lo presenta entonces como una formación de compromiso con la doble
función de preservar el dormir de acuerdo con el yo, y permitir una cierta satisfacción a una
pulsión reprimida mediante un cumplimiento alucinatorio de deseo.
Comenta Kantrowitz que las opiniones sobre los sueños parecen relacionarse con las
perspectivas que se van desarrollando en el psicoanálisis mismo. En ese sentido, apunta la
preocupación de algunos analistas (Greenberg, 1999), que aun sosteniendo una concepción
bipersonal del psiquismo, creen que el péndulo puede haberse desplazado demasiado en una
dirección, o la de Wallerstein (1998) cuando afirma que el péndulo se está asentando en una
posición más equilibrada entre una concepción uni y bipersonal del psiquismo. Afirma también
que el interjuego dialéctico entre ambas perspectivas proporciona una apreciación y
comprensión más completas de cada paciente, enriqueciendo nuestro campo de investigación.
Para esta autora, los sueños iluminan tanto la representación inconsciente del soñante como
su visión de la interacción soñante-analista y ello a pesar de que no todo analista ni todo
analizado necesita emplear los sueños para que un análisis sea efectivo desde un punto de
vista terapéutico, ni siquiera para la comprensión de la naturaleza de la mente de la persona y
del proceso. En este sentido afirma que resultan desconocidos los motivos por los que los
sueños son tan útiles para algunos y tan poco para otros. Por ello, ha entrevistado a
psicoanalistas de diferentes escuelas, con el fin de intentar determinar sus opiniones sobre el
papel de los sueños en el psicoanálisis actual (Kantrowitz, 2001b, ver más abajo).
Cuando revisamos la bibliografía sobre los sueños, podemos ver que uno de los puntos más
discutidos es la teoría freudiana del sueño como cumplimiento de deseos. De los pioneros en
este sentido puede considerarse a Ferenczi (1931), el cual, al plantear el tema de los sueños
traumáticos, afirma que los restos diurnos (concepto que amplia refiriéndose a restos vitales),
pueden ser de hecho considerados síntomas de repetición de traumas. Esto llevó a Ferenczi a
una definición de la función del sueño más allá del cumplimiento de deseos, cuando dice que
todo sueño, incluso los no placenteros, es un intento de obtener un mejor dominio y una
resolución de las experiencias traumáticas, lo que se hace más sencillo en la mayoría de los
sueños por la disminución de la instancia crítica y el predominio del principio del placer