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Informe sobre la militarización y disciplinamiento de la administración borbónica

En este informe analizaremos cómo se da y cómo repercute el proceso de militarización durante


el gobierno de los reinados borbónicos acontecidos a lo largo del vasto siglo XVIII, prolongado hasta
1810 cuando culmina por el estallido revolucionario porteño que desestabiliza la entidad política creada
en 1776, el Virreinato del Río de la Plata.

Esta instalación del Virreinato trajo consigo un auge de burocratización en calidad de la creación
de una vastedad de instituciones nuevas, además de la implantación de una política enfocada en el
sometimiento a la voluntad regia de todos los sectores y estamentos de la sociedad y el andamiaje
administrativo local. Precisamente, la sociedad rioplatense fue asimilando como una “inviolable
obligación” el sometimiento a las leyes impuestas por el rey, ejemplificado en los dichos de Vicente Nieto
(gobernador-intendente de La Paz) en 1810, quien amonestó a sus súbditos para que respeten las
autoridades legítimas, frente al convulsionado contexto del mes de mayo.

Por ordenanza del rey Carlos III, los virreinatos hispánicos se dividieron en administraciones más
pequeñas con el establecimiento de las intendencias, que reforzaban la sujeción de la sociedad y la
administración indiana a la Corona (además de la vigilancia e “intervención” de las universidades y la
reducción del poderío eclesiástico sobre la vida socio-económica de las poblaciones americanas -que
tuvo su auge con la expulsión de los jesuitas-). Los intendentes quedarán a cargo de las intendencias y
estarán bajo las órdenes de los virreyes y éstos, a su vez, a merced de la autoridad peninsular. Este
recambio en la administración significa una pérdida del poderío virreinal, ya que el ejército prescindía de
la voluntad del virrey.

El cabildo, como institución, fue uno de los lugares predilectos donde los funcionarios de la
Corona se fueron entrometiendo en las decisiones concejiles como la designación de asesores, controlar
la elección de los miembros capitulares, vigilar la gestión de los recursos económicos, entre otras. En
1782, el virrey rioplatense Juan José de Vértiz recogió una ley de la Recopilación de Leyes de Indias en la
cual se establecía que en ningún cabildo de la administración rioplatense se concediese la posesión de
oficios concejiles sin la aprobación previa del virrey o algún delegado de él. Prontamente, se hizo
evidente de la decadencia de los cabildos del Alto Perú, los cuales eran inactivos y tibios; frente a ello,
alcaldes jujeños, que habían expresado su adhesión y apoyo a los cabildos por ser “cuerpos respetables”,
presentaron quejas por la violencia atentada contra las libertades concejiles a manos de un intendente
de carácter despótico.

Pese a ello, en el interior de los cabildos rioplatenses se fueron filtrando muchos de los valores
vinculados con la militarización borbónica, como por ejemplo el empleo de los uniformes, tal cual lo
declara el virrey Vértiz en 1782: “los oficiales de las milicias deben ser admitidos con el uniforme propio
de su clase”. Este establecimiento de la política borbónica de disciplinamiento está conectado con la
aplicación de cánones de calidad técnica en el manejo de los papeles administrativos y forenses, pues se
fue imponiendo la idea de que los jueces no debían actuar más que como “meros ejecutores de la ley”.
Para ello, la Corte mediante la real cédula del 18 de noviembre de 1773 dispuso que no se admitiesen
recusaciones frívolas ni que se diese lugar a recusaciones universales. Por otra parte, la cédula del 19 de
febrero de 1775 impuso que los tribunales debían acomodarse a las leyes en la formación de los
procesos criminales, evitando cometer la atrocidad de prender y sentenciar a ningún vasallo sin
escucharle. También se destaca que en la capital virreinal se dispuso la exigencia de la firma letrada en
los escritos judiciales, por lo que se puede hablar de una reforma formidable en el ámbito judicial.

Esto no significa desconocer que el principal instrumento de disciplinamiento socio-


administrativo parece haber circundado a la militarización. Este proceso se ve reflejado en los títulos y
cargos que ocuparon los administradores, no solo de Moxos, Chiquitos, Montevideo o las Misiones (que
conformaban los cuatro grandes centros político-militares), sino varias intendencias de la región, como la
de Córdoba o el Paraguay, que se adjudicaron militares a su mando. Esto también se evidencia en las
ocupaciones que tenían los virreyes del Río de la Plata, es decir, eran todos militares de alto rango. Pero
la militarización no se limitó a los sectores altos ocupados por las dignidades virreinales, sino que la
presencia militar en los sectores subalternos conformó las abundantes milicias, cuerpos militares bien
acaudalados. Esto avanzó a tal punto que, la cuestión de si debían abonar o no el derecho de media
anata, era la característica diferenciadora sobre qué funciones eran propias del gobierno civil y cuáles del
gobierno militar. Tenemos miles de ejemplo de este proceso, como el general Rafael de Sobremonte
(virrey entre 1804 y 1807), el teniente Pedro Ximénez Castellanos (corregidor de Mendoza) o el teniente
coronel Benito Vial y Jarabeitía (gobernador de Chucuito -en el Alto Perú).

El componente militar pasa a ser omnipresente en toda la administración virreinal, motivo por
el cual comenzaron los roces y conflictos entre los militares y los integrantes de las estructuras político-
civiles. Por ello, los funcionarios civiles no perdieron oportunidad para despacharse contra las
desatenciones y faltas de respeto que padecían por parte de los oficiales, pues se hallaban más a gusto y
con mucha mayor fidelidad cuando estaban bajo las órdenes de jefes que no fueran militares, pudiendo
respaldarse en la real orden del 29 de junio de 1787 donde se declaraba que la tropa militar no manda,
sino que auxilia. Esa dependencia del auxilio militar para los elementos civiles introdujo en la practica
administrativa virreinal la influencia militar de gobierno, que generó una inestabilidad en las relaciones
establecidas entre los civiles y los armados. Ejemplo de ello es la relación tensa entre el cabildo de
Maldonado y el comandante militar de la villa o las desavenencias del cabildo de Santo Domingo Soriano
para con el capital Joaquín de Villafranca y otros capitanes de villas.

Este sometimiento a través de la militarización de la estructura administrativa tenía como


objetivo el mayor y mejor control de los territorios americanos, pues la instalación de contingentes de
veteranos como la burocratización administrativa de inspiración militar dieron forma a los aspectos
esenciales de un periodo signado por la implementación de reformas. Podemos decir que este proceso
es una característica de los postulados absolutistas y, en el caso borbónico, trató de adoptar dispositivos
tendientes a articular y controlar la sociedad local bajo elementos orgánicos verticalizados, reflejado en
el gobierno de Sobremonte, por ejemplo, que encuadró a la población en planes urbanísticos. Este
control está caracterizado por el orden, la jerarquía, la precisión y uniformidad.

La Corona le asignó un papel sumamente importante a la militarización, pues los militares de la


administración indiana se basaban en 4 conceptos:

1. La formación militar podía homologarse con la experiencia política y de conducción social,


copiando las formas de la vida castrense a las formas de la vida de la sociedad civil.
2. Los cargos civiles ejercidos por los militares eran “como su mayor recompensa en su
carrera” (esto de llegar a ser gobernador o virrey de algún territorio).
3. El ejercicio del gobierno no estaba emparentado con la experiencia de la realidad indiana
(véase Cisneros, era un teniente general enviado de España para controlar el Río de la Plata
al cual nunca había pisado).
4. Los destinos americanos no eran la culminación de una carrera administrativa (pues, si
tenían éxito, podían desempeñar algún cargo en la metrópoli).

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