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Esta instalación del Virreinato trajo consigo un auge de burocratización en calidad de la creación
de una vastedad de instituciones nuevas, además de la implantación de una política enfocada en el
sometimiento a la voluntad regia de todos los sectores y estamentos de la sociedad y el andamiaje
administrativo local. Precisamente, la sociedad rioplatense fue asimilando como una “inviolable
obligación” el sometimiento a las leyes impuestas por el rey, ejemplificado en los dichos de Vicente Nieto
(gobernador-intendente de La Paz) en 1810, quien amonestó a sus súbditos para que respeten las
autoridades legítimas, frente al convulsionado contexto del mes de mayo.
Por ordenanza del rey Carlos III, los virreinatos hispánicos se dividieron en administraciones más
pequeñas con el establecimiento de las intendencias, que reforzaban la sujeción de la sociedad y la
administración indiana a la Corona (además de la vigilancia e “intervención” de las universidades y la
reducción del poderío eclesiástico sobre la vida socio-económica de las poblaciones americanas -que
tuvo su auge con la expulsión de los jesuitas-). Los intendentes quedarán a cargo de las intendencias y
estarán bajo las órdenes de los virreyes y éstos, a su vez, a merced de la autoridad peninsular. Este
recambio en la administración significa una pérdida del poderío virreinal, ya que el ejército prescindía de
la voluntad del virrey.
El cabildo, como institución, fue uno de los lugares predilectos donde los funcionarios de la
Corona se fueron entrometiendo en las decisiones concejiles como la designación de asesores, controlar
la elección de los miembros capitulares, vigilar la gestión de los recursos económicos, entre otras. En
1782, el virrey rioplatense Juan José de Vértiz recogió una ley de la Recopilación de Leyes de Indias en la
cual se establecía que en ningún cabildo de la administración rioplatense se concediese la posesión de
oficios concejiles sin la aprobación previa del virrey o algún delegado de él. Prontamente, se hizo
evidente de la decadencia de los cabildos del Alto Perú, los cuales eran inactivos y tibios; frente a ello,
alcaldes jujeños, que habían expresado su adhesión y apoyo a los cabildos por ser “cuerpos respetables”,
presentaron quejas por la violencia atentada contra las libertades concejiles a manos de un intendente
de carácter despótico.
Pese a ello, en el interior de los cabildos rioplatenses se fueron filtrando muchos de los valores
vinculados con la militarización borbónica, como por ejemplo el empleo de los uniformes, tal cual lo
declara el virrey Vértiz en 1782: “los oficiales de las milicias deben ser admitidos con el uniforme propio
de su clase”. Este establecimiento de la política borbónica de disciplinamiento está conectado con la
aplicación de cánones de calidad técnica en el manejo de los papeles administrativos y forenses, pues se
fue imponiendo la idea de que los jueces no debían actuar más que como “meros ejecutores de la ley”.
Para ello, la Corte mediante la real cédula del 18 de noviembre de 1773 dispuso que no se admitiesen
recusaciones frívolas ni que se diese lugar a recusaciones universales. Por otra parte, la cédula del 19 de
febrero de 1775 impuso que los tribunales debían acomodarse a las leyes en la formación de los
procesos criminales, evitando cometer la atrocidad de prender y sentenciar a ningún vasallo sin
escucharle. También se destaca que en la capital virreinal se dispuso la exigencia de la firma letrada en
los escritos judiciales, por lo que se puede hablar de una reforma formidable en el ámbito judicial.
El componente militar pasa a ser omnipresente en toda la administración virreinal, motivo por
el cual comenzaron los roces y conflictos entre los militares y los integrantes de las estructuras político-
civiles. Por ello, los funcionarios civiles no perdieron oportunidad para despacharse contra las
desatenciones y faltas de respeto que padecían por parte de los oficiales, pues se hallaban más a gusto y
con mucha mayor fidelidad cuando estaban bajo las órdenes de jefes que no fueran militares, pudiendo
respaldarse en la real orden del 29 de junio de 1787 donde se declaraba que la tropa militar no manda,
sino que auxilia. Esa dependencia del auxilio militar para los elementos civiles introdujo en la practica
administrativa virreinal la influencia militar de gobierno, que generó una inestabilidad en las relaciones
establecidas entre los civiles y los armados. Ejemplo de ello es la relación tensa entre el cabildo de
Maldonado y el comandante militar de la villa o las desavenencias del cabildo de Santo Domingo Soriano
para con el capital Joaquín de Villafranca y otros capitanes de villas.