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Reformas controvertidas
Hacia siglo XVIII, los dominios coloniales debían funcionar efectivamente como
colonias. Para ello, necesitaban modificar el modo en que se gobernaban y
transformar el laxo régimen de consensos y negociaciones que había sostenido
hasta entonces la fidelidad de las elites coloniales.
En 1794 hubo otro avance en esa dirección: las gestiones que habían llevado
adelante los comerciantes porteños para desembarazarse de la regulación
comercial ejercida desde Lima se vieron recompensadas con la organización
del Consulado de Buenos Aires y sus disputaciones provinciales. La nueva
Institución era al mismo tiempo el órgano de representación del gremio
mercantil, el tribunal que entendía en las disputas comerciales y una junta
encargada de proponer medidas y políticas del fomento de la economía.
Reformas y rebeliones
Dada esta nueva situación, los cabildos se veían limitados en su autonomía por
la presencia de intendentes y subdelegados, al tiempo que esas mismas
autoridades esperaban que ejercieran un control más efectivo de la población y
en los territorios.
Durante la mayor parte del siglo XVIII, la Corona española había mantenido
una alianza con Francia, que derivó en crecientes conflictos con Gran Bretaña
y su principal aliado, Portugal. A partir de la revolución de 1789, este esquema
de alianzas se modificó radicalmente y en 1793 España se integró a las
coaliciones que intentaban acabar con la experiencia revolucionaria francesa.
Sin embargo, la incursión de las tropas francesas en la Península en 1794
obligó a la Corona a un brusco cambio de estrategia y a establecer una nueva
e insólita alianza entre la España absolutista y la Francia revolucionaria, que
habría de perdurar hasta 1808.
A comienzos de junio, llega al Río de la Plata una flota británica con 1500
hombres, para poco después tomar el control de la capital. La resistencia fue
prácticamente inexistente. El virrey Sobremonte abandonó la ciudad con su
guardia y los caudales del tesoro, y las principales corporaciones se rindieron.
Días después, los comandantes ingleses recibían los caudales a cambio del
compromiso de mantener a las autoridades en sus cargos y respetar la religión
católica. Los invasores anunciaron la instauración de la libertad de comercio, y
de esa forma varios grupos criollos imaginaron que la invasión era la ocasión
precisa para conformar un nuevo orden, por lo tanto adhirieron con entusiasmo.
Para finales de octubre, los ingleses bloquearon los puertos del Río de la Plata
y sitiaron Montevideo. El 3 de febrero ocuparon la ciudad, donde
permanecieron hasta septiembre. El 10 de febrero, una junta de guerra en la
que participaron 98 personas entre jefes militares, funcionarios, capitulares,
oidores y vecinos notables decidió el desplazamiento definitivo de Sobremonte
y la transferencia de la completa responsabilidad de la defensa de todo el
virreinato a Liniers. Meses después, la corte convalidó la decisión y separó a
Sobremonte de sus funciones.
Legados conflictivos
Esta movilización fue también muy intensa en la Banda Oriental, donde la lucha
contra la segunda invasión fue librada por partidas de milicianos y blandengues
en una virtual guerra de guerrillas. Una vez retiradas las tropas británicas, el
Cabildo de Montevideo solicitó al Rey que se instituyera un consulado en la
ciudad y que se la transformara en cabecera de una nueva intendencia.
En 1807, Napoleón firmó un tratado con Rusia que incluía en sus cláusulas
secretas la aceptación del Zar para que España y Portugal permanecieran en
poder Francés. Poco tiempo después, España permite el paso de las tropas del
Emperador por su territorio para invadir Portugal.
Este hecho tuvo sus consecuencias: la corte lusitana emigró a Río de Janeiro,
que se transformó en la capital virreinal en cabecera del imperio portugués.
Otra de las autorizaciones de España tenía que ver con la ocupación de ciertos
territorios del norte por parte de los ejércitos de Napoleón.
Sin embargo, el nuevo rey y el estatuto fueron rechazados por una nueva
sublevación que estalló a favor de Fernando VII.
La conmoción americana
La primera junta
A fines de 1808, estallaron las tensiones entre Buenos Aires y Montevideo. Elío
y el cabildo montevideano desconocieron la autoridad de Liniers y el 21 de
septiembre decidieron la formación de una junta interina encabezada por el
mismo Elío “para custodiar los derechos del rey prisionero”. El obispo de la
ciudad fue muy claro: Montevideo era “la primera ciudad de la América que
manifestase el noble y enérgico sentimiento de igualarse con las ciudades de
su Madre Patria”. El legitimismo era un recurso válido para fundamentar
reclamos autonómicos y aspirar a una reformulación del imperio.