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El intento de imponer una administración mejor organizada y centralizada afectó el frágil equilibrio entre el
poder de la Corona y aquellos arraigados en realidades económicas-sociales y jurídicas locales. Existía en
América una larga tradición de autogobierno, pervivencia de fueros, privilegios y libertades particulares en
las diferentes comunidades políticas que integraban los virreinatos. La política unificadora de los Borbones
avanzó sobre estos privilegios, en particular sobre el gobierno de los municipios, lo que terminó por
producir descontentos en los diversos estamentos de la sociedad colonial. Sin embargo, este descontento
no proporciona por si solo la clave de la crisis que condujo a la independencia. La emancipación de las ex-
colonias habría sido más bien el resultado conjugado del derrumbe de los imperios ibéricos, de la creciente
presión de Inglaterra a lo largo del siglo XVIII, y de los factores de resentimiento y disconformidad
existentes en casi todas las capas sociales americanas hacia fines del dominio colonial. Las revoluciones de
independencia siguieron, en lugar de preceder, a la crisis de la monarquía ibérica. En este sentido los
sucesos políticos peninsulares ocurridos entre 1808 y 1810 son fundamentales ya que muestran a la
monarquía como lo que todavía era en esos años: una unidad entre la península y los territorios
hispanoamericanos. Tanto en España como en América el rechazo del invasor y la fidelidad a Fernando VII,
así como también la formación de diferentes juntas, fueron fenómenos espontáneos. Surgieron entonces
dos interrogantes: quién gobierna y en nombre de quién. Responder a estas preguntas llevó de inmediato
al problema de la legitimidad de los nuevos gobiernos provisionales y al de la representación política. La
Junta Central Gubernativa del Reino, que gobernó en lugar y nombre del rey como depositaria de la
autoridad soberana fue reconocida en las colonias, pero su legitimidad fue precaria porque sólo estaba
constituida por delegados de la península
Mientras tanto, en las colonias, en un momento crítico se rompía la unidad española y los criollos
presenciaban como los españoles luchaban entre sí por el poder político. Paralelamente el malestar
americano se acrecienta en el curso de 1809 a medida que se hacia más incierto el futuro de la península.
proporcionó una fuerza militar a los criollos, sino que se constituyó en una organización “peligrosamente
independiente” del antiguo sistema administrativo y militar colonial.
Deterioro y crisis del sistema institucional colonial (1808-1810)
Tanto criollos como peninsulares permanecieron abiertos a las posibles salidas alternativas a la crisis
política iniciada en 1808 en la metrópoli, sin limitarse en sus búsquedas ni por una estricta fidelidad al rey
cautivo, ni por una identificación plena con las ideas independentistas. Ejemplos de ello son el carlotismo y
el levantamiento del 1º de enero de 1809. La crisis de la monarquía española también generó tensiones en
el ámbito económico. Las autoridades se vieron obligadas a tolerar el comercio con navíos neutrales y
aliados hasta su legalización por el Reglamento de comercio libre de 1809. Los debates que se suscitaron
en torno a la conveniencia de las nuevas medidas económicas opusieron a los comerciantes monopolistas
españoles con aquellos que defendían los intereses de los productores locales. En este marco Mariano
Moreno elaboró su Representación de los hacendados para defender el principio del comercio libre.
La crisis final del lazo colonial en el Río de la Plata se producirá sólo cuando lleguen las noticias de una
posible derrota total de España en manos de las tropas francesas. Y esto ocurre a mediados de mayo de
1810, cuando se difunden las nuevas oficiales que anuncian el traspaso de la autoridad de la Junta Central
al Consejo de Regencia y el asedio francés a Cádiz, único bastión de la resistencia española.
Ángel Rosenblat en “El nombre de la Argentina” describe la compleja historia de este nombre y sus
vicisitudes a lo largo de tres siglos. A principios del siglo XIX, argentino equivalía a rioplatense o
bonaerense en un sentido muy general e incluía también al español peninsular avecindado en Buenos
Aires mientras excluía a las castas nativas.
José Carlos Chiaramonte: se propone revisar el presupuesto de la existencia de una identidad nacional
prefigurada a fines del período colonial. Vocablos que no traducen la existencia de un sentimiento de
nacionalidad unívoco que estuviese por reemplazar al español. De las diversas formas de identidad
colectiva que convivieron a fines del período colonial, se distinguirán con mayor claridad 3 formas luego de
1810: la identidad americana; la urbana, luego provincial; y la rioplatense o argentina. Nación: alude tanto
a la nación española como a la nación americana. Implica una reunión de sus componentes, pueblos y
provincias intendenciales. Los pueblos; en el lenguaje de la época fueron las ciudades convocadas a
participar por medio de sus cabildos en la Primera Junta. Y fueron estos mismos pueblos convertidos -luego
de la retroversión de la soberanía del monarca- en soberanías de ciudad, los que protagonizaron gran parte
de los acontecimientos políticos de la década. Con la caída del poder central en 1820, los pueblos
tendieron a constituirse en estados soberanos bajo la denominación de provincias.
La legitimidad del nuevo poder que surge en mayo de 1810 no parece al principio estar en discusión.
Basados en la normativa vigente los participantes del Cabildo Abierto invocaron leal concepto de
reasunción del poder por parte de los pueblos, concepto que remite a la doctrina del pacto de sujeción de
la tradición hispánica por el cual, una vez caducada la autoridad del monarca, el poder retrovierte a sus
depositarios originarios: los pueblos. Al convocar a los pueblos del interior a participar, las nuevas
(julio de 1810) con la primera resistencia al nuevo poder. La ejecución de los jefes opositores en Cabeza de
Tigre revela una férrea voluntad de doblegar cualquier oposición.
La expedición al Paraguay no sólo es derrotada, sino que la provincia proclamó su autonomía de Buenos
Aires. El litoral ofreció un modelo rival al propuesto por Buenos Aires. De modo que pasados los primeros
meses, y a pesar de la victoria de Suipacha que libera al Alto Perú del dominio español a fines de 1810, el
poder revolucionario encuentra límites a su expansión, lo cual influyó en el agravamiento de las tensiones
políticas que comenzaban a surgir en el seno del movimiento.
Toma de medidas contra los realistas a lo largo de 1811 y 1812, ordenadas en su mayor parte lo que
acelera la ruptura con Saavedra. La adhesión de Moreno a las ideas republicanas y sus simpatías por la
revolución francesa se expresaron desde el inicio del proceso revolucionario, pero las ideas revolucionarias
que intentaba propagar entre los sectores populares se vinculan con una función de apoyo guiado, nunca
espontáneo, asignada a estos sectores.
Castelli, llevo a cabo una política más audaz. El 25 de mayo de 1811 frente a las ruinas de Tiahuanaco
proclamó el fin de la servidumbre. La liberación indígena constituyó sin duda un arma de guerra necesaria
para un ejército que requería de hombres y recursos, pero formaba parte asimismo de la concepción de la
revolución propia de los morenistas, que proclamaba la igualdad entre los hombres. La proclama de estas
medidas fue suficiente para alarmar a las clases altas altoperuanas que vivían del trabajo indígena. En las
Gobernaciones Intendencias de Tucumán y Cuyo, que debían asegurar el aprovisionamiento del ejército, la
política revolucionaria tendió por el contrario a preservar el equilibrio social, tratando de reducir al mínimo
las tensiones dentro de las elites locales.
La incorporación a la Junta de los delegados del interior, más adeptos a Saavedra que a Moreno, produjo el
18 de noviembre de 1810 el aplazamiento de la reunión del congreso, que debía establecer la futura forma
de gobierno, y el alejamiento definitivo de Moreno.
Club Morenista: su oposición sistemática al gobierno de Saavedra, calificado de “moderado”, terminó por
desencadenar las jornadas del 5 y 6 de abril, en la que son expulsados de la Junta Grande los morenistas.
Sin embargo, la derrota sufrida por las tropas criollas en Huaqui (julio de 1811) produjo un duro golpe al
poder del gobierno. Reemplazo de la Junta por un Triunvirato, mientras que los diputados de los pueblos
pasaron a formar la Junta Conservadora de la Soberanía. Saavedra ya no contaba con las mismas bases de
poder, las milicias urbanas fueron incorporadas al ejército regular. Se privilegia ahora la competencia
profesional y la disciplina militar. El Primer Triunvirato no tuvo éxito. En enero de 1812 resurge el club
morenista con el nombre de Sociedad Patriótica, y con Monteagudo como su portavoz. Esta forma
temprana de sociabilidad no implicó una real democratización del nuevo espacio público, porque para
integrar la sociedad era necesario poseer la calidad de letrado. Esta limitación de las prácticas democráticas
se acentuó aún más con la creación de la Logia Lautaro (octubre de 1812 a abril de 1815), que se organizó
en sociedad secreta, abandonó el recurso a la “opinión pública” como medio de acceso y control al poder.
En 1812 predominaba una divergencia de ideas en el conjunto de los protagonistas de la revolución.
Simultáneamente llegaba a Buenos Aires un grupo de oficiales criollos formados en los ejércitos
peninsulares, que impulsaron una nueva reforma en la organización militar rioplatense. En ese grupo se
destacaban José de San Martín y Carlos de Alvear, los cuales consideraban que el esfuerzo militar debía
servir a una causa más americana que local. La confluencia de las miras de la Sociedad Patriótica con los
recién llegados condujo a la creación de la Logia. El 8 de octubre de 1812, bajo su influjo, el ejército depuso
al gobierno y constituyó el Segundo Triunvirato. La iniciativa más importante de este período fue la reunión
de la primera Asamblea General Constituyente rioplatense en enero de 1813. Ésta dispone la libertad de
prensa, la extinción del tributo, la mita, el yaconazgo y el servicio personal, la supresión de los títulos y
signos de nobleza; sin embargo la independencia no es declarada.
Alvear desplaza a San Martín para convertirse en jefe de la Logia y en director supremo del Estado. Pero la
entrega de la Banda Oriental a Artigas terminó de socavar su prestigio en Buenos Aires. El 3 de abril de
1815 una división de su ejército se subleva en Fontezuela. Del gobierno de Alvear quedaba un triste
balance: bajo la concentración unipersonal de poder, la dirigencia revolucionaria se aisló de la clase política
urbana y del pueblo. La Banda Oriental, Corrientes, Entre Ríos y Santa Fe formaban la Liga de los Pueblos
Libres bajo la protección de Artigas. Por su parte el ejército del norte se autogobernaba apoyado en los
pueblos del noroeste. Cuyo, desde 1814, constituía la base de poder de San Martín, que desde allí
comienza a preparar una fuerza militar para la liberación de Chile y Perú. En el norte, la derrota de Sipe
Sipe (noviembre de 1815) obligó al ejército rioplatense a abandonar definitivamente el Alto Perú y a dar
lugar a la instalación en Salta del gobierno de Martín Güemes.
A la caída de Alvear había seguido una etapa de profunda crisis en el seno de la elite porteña. La
convocatoria a un nuevo congreso marcaba un cambio en su política, que con este gesto se mostraba más
atenta a los intereses de los pueblos mientras buscaba afirmarse con nuevas alianzas con figuras locales
influyentes. Así, el Congreso General Constituyente de las Provincias Unidas designó como nuevo director
supremo a Juan Martín de Pueyrredón (mayo de 1816). En este nuevo contexto resurgieron distintas
alternativas para salvar la revolución, dentro de las cuales los proyectos monárquicos ocuparon un lugar
importante. Pero los pueblos se oponen a cualquier solución monárquica, lo que lleva a la declaración, el 9
de julio de 1816, de la Independencia de las Provincias Unidas. Sin embargo, en 1819, el texto
constitucional de carácter centralista propuesto por el cuerpo representativo es rechazado por los pueblos
y el Congreso se disuelve.
Pueyrredón, entre 1816 y 1819, anuda una alianza con Güemes y San Martín, que le proporciona una
nueva base de poder, que no le resultó suficiente para impedir una gradual pérdida de su autoridad
política. Uno de los puntos más críticos lo constituyó su política pro Portugal, que lo llevó a partir de 1816 a
desentenderse del avance de las tropas portuguesas sobre la Banda Oriental. Finalmente, una nueva
tentativa de someter la disidencia artiguista lo llevó a lanzarse a una campaña contra Santa Fe que resultó
infructuosa. Luego de la firma del armisticio de San Lorenzo (febrero de 1819), que obliga a la evacuación
de las tropas directoriales del territorio santafesino, Pueyrredon renuncia a su cargo y es reemplazado por
Rondeau.
Los gobiernos revolucionarios que se sucedieron entre 1810 y 1820 se constituyeron en soluciones
provisorias destinadas a durar hasta que se reuniera la asamblea constituyente que definiría y organizaría
el nuevo Estado. De modo que la organización política del conjunto de los “pueblos” rioplatenses
permaneció indefinida. Esta provisionalidad conllevaba una indefinición respecto a rasgos sustanciales, a
saber: el de los fundamentos nacionales de los gobiernos centrales, los límites territoriales de su autoridad
o sus atribuciones soberanas. Pero hubo un instrumento preconstitucional que fijó provisoriamente las
bases para la organización del nuevo Estado, el Reglamento Provisorio para la Administración y Dirección
del Estado, del 3 de diciembre de 1817.
Para el primero de los casos fue frecuente el uso de un concepto equívoco, el de federalismo comunal.
Como consecuencia de esas aspiraciones de los pueblos al ejercicio de su soberanía, se inició un proceso
de disgregación de las antiguas provincias del régimen de intendencias, basado en el principio de
retroversión de la soberanía, que dará nacimiento a nuevas provincias. Estas primeras manifestaciones
autonómicas alcanzaron un punto crítico en la conmoción general del año 1815, con la caída de Alvear.
En el programa formulado por Artigas, el imaginario pactista adoptó una forma claramente confederal.
Además, desde su origen, la dirección del movimiento insurreccional en la Banda Oriental, se recluta en la
campaña misma al margen del sistema jerárquico tradicional. El desplazamiento de las bases de poder
alcanza aquí una intensidad excepcional y se funda en un ideario de contenido democrático.
La emergencia de una tendencia confederal no fue sin embargo privativa de la Banda Oriental; en la misma
Buenos Aires surgió una primera expresión pública de esta tendencia en 1816. Los confederacionistas de
Buenos Aires intentaron así crear una fuerza alternativa a los gobiernos centralistas, pero fueron
derrotados en 1816.
La cuestión de la soberanía se vinculó asimismo con otro rasgo sustancial de la vida política de los meses
posteriores a la revolución: las prácticas representativas inauguradas por el nuevo poder. Las nuevas
formas representativas comenzaron rigiéndose por aquellas desarrolladas en España en ocasión de la
convocatoria a diputados para las Cortes españolas de 1809. La definición moderna del concepto de
ciudadano apareció recién en el Estatuto de 1815 y se ajusta al principio de la soberanía popular y la
igualdad ante la ley. Otro rasgo característico de este período es el mandato imperativo, en virtud del cual
los representantes electos eran apoderados de sus electores y debían ajustar su actuación a las
instrucciones que les eran dadas.
De esta forma, entre 1810 y 1820, en Buenos Aires existieron conflictivamente el Cabildo y los gobiernos
centrales, dos ámbitos políticos de diferente naturaleza por su origen y funciones. Sólo a partir de 1820,
cuando el nuevo Estado provincial genere dos ámbitos de poder, el gobierno provincial con su Junta de
Representantes, y el Cabildo, se producirá una superposición de jurisdicciones que llevará a la supresión
del cabildo.
El legado de la revolución
Con los términos “barbarización del estilo político”, “militarización” y “ruralización”, Tulio Halperin Donghi
puso de relieve los efectos de la revolución y la guerra de independencia sobre las bases sociales del nuevo
poder. El cambio más notable es el que se vinculó al poder cada vez más amplio que la coyuntura guerrera
confirió a las autoridades locales encargadas de canalizar los recursos humanos y económicos de las zonas
rurales.