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Índice
1. Vida y obras
2. De las matemáticas a la filosofía
2.1. El origen psicológico de los conceptos aritméticos
2.2. Lógica pura y psicología
2.3. Teoría fenomenológica del conocimiento
3. La fenomenología como ciencia de la conciencia pura o trascendental
3.1. La ausencia de presupuestos
3.2. La reducción fenomenológica
3.3. La reducción eidética
4. La estructura general de la conciencia en sentido fenomenológico
4.1. La intencionalidad
4.2. Noesis y noema
4.3. El concepto de constitución
5. Tiempo, intersubjetividad y mundo de la vida
5.1. La conciencia interna del tiempo
5.2. De la subjetividad a la intersubjetividad. Empatía y constitución del otro
5.3. Fenomenología trascendental y mundo de la vida
6. La ética de Edmund Husserl
6.1. Hacia una ética científica
6.2. El amor como motivo fundamental de la ética husserliana
7. Bibliografía
7.1. Obras de Edmund Husserl
7.1.1. Escritos recogidos en “Husserliana” (Hua)
7.1.2. Otras obras
7.2. Selección de estudios sobre Edmund Husserl
8. Referencias en Internet
1. Vida y obras
En 1884/85 Husserl asiste en Viena a las lecciones que impartía Franz Brentano las
cuales provocan en él la decisión de dedicarse profesionalmente a la filosofía.
Especialmente atractiva para él es la concepción brentaniana de la psicología como la
disciplina que intenta describir el ámbito de la conciencia. De hecho, el primer nombre
que recibe la fenomenología es justamente “psicología descriptiva”. Para Brentano la
psicología, así entendida, constituye la ciencia filosófica fundamental sobre la cual las
otras disciplinas filosóficas se fundamentan.
Tras la muerte de Husserl el franciscano H.L. van Brenda viaja a Friburgo y salva el
voluminoso archivo de manuscritos de investigación de éste. Después de toda una serie
de avatares, estos manuscritos llegan a la Universidad Católica de Lovaina surgiendo así
el Husserl-Archiv. En los años 50 comienza la publicación de sus obras completas en la
serie Husserliana. Ahí han ido apareciendo obras importantes —muchas de ellas
surgidas a partir de manuscritos de investigación— en las cuales trabajó a lo largo de su
vida, pero que no llegó a publicar.
Con independencia de las peculiaridades de este análisis —el cual presenta, a veces,
grados importantes de complejidad— lo más destacable es el modo en el cual Husserl
procede. Influenciado profundamente por la psicología descriptiva brentaniana, el
fundador de la fenomenología opera metodológicamente apoyándose en actos del
conocimiento determinados psicológicamente como, por ejemplo, el acto de enlazar
colectivamente. Este modo de proceder le valió pronto la acusación por parte de Frege
de “psicologismo”. Pocos años después Husserl se da cuenta de las dificultades de esta
forma de análisis y emprende una crítica vigorosa, precisamente, al intento de fundar la
Lógica en la psicología. En cualquier caso y frente a ciertas interpretaciones demasiado
parcializantes de su pensamiento, nos encontramos ya en esta fase temprana del
pensamiento husserliano con la idea de que para iluminar la esencia de una cosa es
necesario remontarse al origen de su significación en la conciencia y a la descripción de
este origen. Poco a poco se va alumbrando en Husserl la idea de que este origen de la
significación de un objeto ante la conciencia no es tarea de un estudio de la conciencia
fáctica, esto es, de la peculiar constitución psicológica del ser humano, sino de una
nueva disciplina, la fenomenología.
En este orden de cosas, el punto de partida por así decir “natural” es considerar que,
dado que la Lógica y sus leyes se refieren a actos del pensamiento, las leyes de ésta han
de ser leyes referidas a estos actos y, por tanto, leyes psicológicas. Así la Lógica se
constituiría en una suerte de “ética del pensamiento”, de estudio de las normas de éste si
es que queremos evitar el error. Esta es, en definitiva, la forma de considerar esta
disciplina que está en la base de esa forma particular de fenomenismo empirista que se
conoce con el nombre de “psicologismo lógico”.
Los Prolegómenos a la lógica pura constituyen una de las críticas más vigorosas a la
interpretación psicologista de la Lógica. En ellos se muestra cómo el psicologismo
desconoce la diferencia fundamental entre leyes de la psicología y leyes de la lógica. No
reconocer esta diferencia supone cometer el error de la metabasis eis allo
genos consistente en transitar indebidamente de un plano ontológico a otro. Las dos
estrategias argumentativas husserlianas para refutar este error consisten en señalar, por
un lado, los prejuicios y, por otro, las consecuencias absurdas del psicologismo. Entre
estas últimas destacan la imposibilidad de fundamentar la absoluta necesidad de las
leyes lógicas y, lo que es más grave, el verse obligado a negar las condiciones más
universales del conocimiento. En última instancia, el psicologismo es una forma de
escepticismo.
Mientras que las leyes psicológicas enuncian relaciones causales de hechos, son fruto
de una generalización inductiva de datos de la experiencia y valen bajo ciertas
condiciones fácticas y no absolutamente, las leyes lógicas no enuncian relación alguna
de hechos, no se obtienen por generalización inductiva a partir de afirmaciones referidas
a hechos, valen en todas las condiciones fácticas, hacen referencia a las condiciones
(formales) del conocimiento científico, son universales y absolutamente necesarias,
tienen un carácter puramente formal y son dadas con evidencia apodíctica.
A la pregunta (1) Husserl responde desarrollando una compleja teoría —la cual no se
libra de una cierta sospecha de psicologismo— según la cual los objetos ideales
constituyen especies cuyos individuos son los caracteres de actos que los significan.
Responder a la pregunta (2) supone, en última instancia, abrirse ante la problemática
auténticamente fenomenológica, a saber, ante el estudio del darse de los objetos ideales
—y de los objetos, en general— a la conciencia. De esta forma, la conciencia aparece
como el dativo de la manifestación de los objetos. El descubrimiento de esta instancia
ante la cual los fenómenos son fenómenos constituye el resultado fundamental del
primer volumen de Investigaciones lógicas. A su estudio sistemático están dedicadas las
seis Investigaciones del segundo volumen de esta «obra de rompimiento», como su
autor la calificaba.
Cuando, desde fines de 1906 en adelante, Husserl procede a designar como un dato
fenomenológicamente evidente no sólo el acto, sino también el correlato intencional de
este acto, esto es, el objeto intencional tal como es intendido en este acto, se siguieron
importantes consecuencias para el desarrollo de la teoría fenomenológica del
conocimiento. Desde 1908 en adelante Husserl considera a la investigación de esta
compleja correlación de los múltiples actos y el objeto de conocimiento una tarea
fenomenológico-trascendental.
Como se decía al inicio, Husserl es cada vez más consciente del carácter de ciencia
fundante de la fenomenología. Así lo manifiesta claramente en 1913 en el primer
volumen de Ideas y en el discurso de toma de posesión de su cátedra en la Universidad
de Friburgo en Abril de 1916. En este orden de cosas, una de las tareas principales de
esta ciencia fundante es desvelar aquellos supuestos metafísicos y epistemológicos
asumidos acríticamente por las ciencias positivas y por la actitud en la que éstas se
desenvuelven, la llamada “actitud natural”. El supuesto más fundamental de las ciencias
positivas es la creencia implícita en la existencia de una realidad independiente de la
mente, de la experiencia. Este supuesto no sólo está presente en las ciencias positivas,
sino también en nuestra vida pre-teórica.
El primer paso para buscar este punto es la “desconexión” (Husserl habla también de
“puesta entre paréntesis”, “abstención de juzgar”, “puesta fuera de juego”, etc.) de la
creencia en la existencia del mundo (como estando ahí delante) que constituye la tesis
general de la actitud natural. A esta desconexión es a lo que Husserl denomina epoché o
reducción fenomenológica. Esta se constituye en el «primer y fundamental componente
del método de la teoría del conocimiento», en el «método para efectuar la purificación
radical del campo fenomenológico de la conciencia de todas las intromisiones de las
realidades objetivas» [Husserl, Aufsätze und Vorträge 1911-1921 (Hua XXV: 76)].
4.1. La intencionalidad
Por su parte, Husserl sostiene que nuestras vivencias intencionales están dirigidas a
sus objetos, sean reales o no, directamente, sin la mediación de representaciones
mentales algunas. Como escribe el propio Husserl: «Si me represento a Dios o a un
ángel, a un ser inteligible, o una cosa física, o un rectángulo redondo, etc., esto aquí
nombrado y trascendente es lo mentado, o con otras palabras, el objeto intencional;
siendo indiferente que este objeto exista, o sea fingido, o absurdo. El objeto es
‘meramente intencional’, no significa naturalmente que existe, pero sólo en la intentio y
por ende, como parte integrante real de ésta, ni que exista en ella ni una sombra de él.
Significa que existe la intención, el mentar un objeto de estas cualidades; pero no el
objeto. Si existe el objeto intencional, no existe meramente la intención, el mentar, sino
también lo mentado» [Husserl, Investigaciones lógicas, (Hua XIX: 425)].
Para referirse a la cuestión central del surgimiento de los objetos ante la conciencia,
Husserl utiliza el término técnico constitución. Es necesario recordar una vez más que
—como sostiene Biemel— el hilo conductor de la fenomenología husserliana no es sino
la idea de que para iluminar la esencia de una cosa es necesario remontarse al origen de
su significación en la conciencia y a la descripción de este origen. Esto pone de
manifiesto, a su vez, y como muy acertadamente ha señalado Robert Sokolowski, que
no sólo pensamos sobre las cosas que nos son dadas en la experiencia, sino también en
nosotros mismos como pensándolas. Vistas así las cosas, la fenomenología no sería sino
—en palabras de este autor— «el autodescubrimiento de la razón en la presencia de los
objetos inteligibles» [Sokolowski 2000: 4]. En este orden de cosas, en un texto de una
carta del 25 de enero de 1903 a W. E. Hocking, Husserl escribe: «La expresión ‘los
objetos se constituyen’ en un acto significa siempre la propiedad del acto de
representarse el objeto, ¡no ‘constituirlo’ en sentido propio!».
El primer nivel de la constitución tiene que ver con las cosas materiales objetivas,
con su darse ante la conciencia. En este sentido, como también señala Sokolowski,
pareciera que en los análisis de este primer nivel de la constitución existe un gran
olvidado, a saber, el sujeto que lleva a cabo este análisis. Se impone, entonces,
recuperar a aquel ante el cual las cosas aparecen, el dativo de la manifestación en la
terminología de este autor. Es necesario, por tanto, considerar cómo se acredita una cosa
de este tipo ante el sujeto. Es justamente en el marco de esta tarea de recuperación
donde se inscribe la tarea de tener en cuenta «mi contextura, la del sujeto
experimentante, referida a mi cuerpo y mi ‘sensibilidad normal’» [Husserl, Ideas
II (Hua IV: 88)]. Por consiguiente, y dicho con otras palabras, esta lucha contra el
olvido del sujeto ante el cual las cosas se constituyen o acreditan comienza con la
constatación de que se trata de un sujeto corpóreo. Ahí aparece el cuerpo como el
medio, el órgano de toda percepción, como el «punto de orientación cero, del aquí y
ahora, desde el cual el yo puro intuye el espacio y el mundo entero de los sentidos»
[Ibid]. Husserl dedica a estos análisis gran parte del volumen II de Ideas.
Si partimos del análisis de lo que sucede cuando, por ejemplo, escuchamos una
melodía, nos encontramos, por un lado, con el objeto temporal mismo y, por otro, con la
conciencia de ese objeto temporal. Al objeto temporal pertenecen un momento de ahora
(el tono escuchado ahora), un momento de lo que acaba de suceder (los tonos que
acaban de sonar) y un momento de lo que va a suceder inmediatamente (los tonos que
van a sonar enseguida). Por su parte, a la conciencia del objeto temporal —que es lo que
al fenomenólogo le interesa primordialmente— corresponden una “impresión
primordial” (Urimpression) o “impresión originaria” (Urempfindung), una retención,
esto es, una continuidad de recuerdos “frescos” o “primarios”, y una protención, la
cual intiende lo que viene inmediatamente. Estos tres momentos —impresión
primordial, retención y protención— constituyen para Husserl el presente vivo concreto,
esto es, el “campo temporal originario”. Este campo consiste en un ahora con una
“franja temporal”, esto es, con un horizonte vivo de lo ya no (lo recién pasado) y lo no
todavía (el ahora que se viene) en varias gradaciones. Toda fase perceptiva tiene su
campo temporal originario en sus tres momentos (impresión primordial, retención y
protención).
Este tema constituye una preocupación importante en los años maduros de Husserl,
como lo atestiguan muchos de los manuscritos de investigación publicados en tres
volúmenes de Husserliana que llevan por título Fenomenología de la intersubjetividad.
También la quinta de las Meditaciones cartesianas así como La crisis de las ciencias
europeas y la fenomenología trascendental abordan esta importante cuestión.
Como se decía más arriba, los dos primeros resultados de los análisis husserlianos
sobre esta problemática es que (1) lo que me es dado en sentido propio, originaliter, de
otro ser humano es exclusivamente el fenómeno de su cuerpo físico y (2) basándose
únicamente en este modo de darse, se llega —de algún modo— a la suposición de que
el otro está animado, a la suposición de la existencia del yo ajeno. ¿Cómo se llega a la
suposición de (2)? Existen, en principio, dos posibilidades: o bien mediante un
razonamiento o bien mediante alguna suerte de paso de la autodonación del yo propio a
la experiencia del otro. Al primer tipo de respuestas pertenecen las denominadas teorías
del razonamiento por analogía (Analogieschlusstheorien) mientras que las segundas
corresponden a las teorías de la empatía (Einfühlungstheorien). La teoría husserliana de
la experiencia puede enmarcarse dentro de este segundo grupo de teorías.
La solución para superar crisis pasa, según Husserl, por el descubrimiento de que la
conciencia científica emerge de formas no teóricas de la conciencia cotidiana, de lo que
denomina mundo de la vida. Éste constituye un “suelo”, un “horizonte” para todos, un
«campo universal de toda práctica efectiva y posible». Se trata de la realidad en la que
vivimos y que siempre nos es pre-dada. Por consiguiente, las ciencias construyen a
partir del mundo de la vida. La salida de la crisis en la que éstas se encuentran pasa por
el re-descubrimiento de las experiencias del mundo de la vida de las que han surgido. Se
impone, pues, una labor de de-construcción.
Ahora bien, estas dos vertientes de la ética de Edmund Husserl que se acaba de
señalar, si bien apuntan en direcciones diferentes, y en cierto modo hasta opuestas,
proceden ambas sobre la base de que es posible una ética que, aunque dé al amor —en
cuanto disposición afectiva fundamental— algún tipo de participación en los
fundamentos de la moral, no por ello cae en el subjetivismo ético.
La ética racionalista del imperativo categórico que Husserl defiende en una primera
etapa tiene que ver, a su vez, con la consideración husserliana de la filosofía como
ciencia racional. Tanto en sus escritos de carácter general como en sus lecciones de
Ética, Husserl distingue entre tres dominios de la razón: una razón lógico-teórica, una
razón axiológica y una razón práctica. Aunque a lo largo de la historia del pensamiento
ha existido una prevalencia del primero de estos dominios, el fundador de la
fenomenología considera que los principios supremos de la Ética han de ser
suministrados por un análisis fenomenológico de los correspondientes actos axiológicos
(sintientes-valorantes) y prácticos (volitivos-actuantes). Ahora bien, sería un error
considerar que se trata de razones diferentes. Como señala Iribarne, «si toda la doctrina
de la razón tiende por sí misma a la universalidad, no es posible hablar de ‘doctrinas de
la razón total o parcial’, todos los tipos fundamentales de intenciones y, en
consecuencia, todos los tipos fundamentales de razón se mezclan unos con otros. Por
tanto, la razón no puede comprenderse a partir del modelo del todo y de la parte;
tampoco se la puede concebir como dividida en dos mitades, una práctica y otra teórica;
los actos teóricos y los prácticos se entretejen, se contienen recíprocamente. Con esto se
confirma y enriquece la concepción de 1911, referida a ‘lados diferentes (…) pero no
partes’ de la razón» [Iribarne 2007: 27]. En resumen, la filosofía no puede limitarse a la
dimensión puramente teorética, sino que debe extenderse también al ámbito práctico,
entendiendo por práctico todo aquello que no puede ser adscrito a la esfera lógico-
cognoscitiva, esto es, lo que tiene que ver con la vida afectiva, emocional, del sujeto,
con lo que Husserl denomina Gemüt.
Como se decía más arriba, la crítica de la razón práctica y axiológica está dominada
en Husserl por la idea del paralelismo o analogía entre Lógica y Ética. Esta analogía
entre Lógica y Ética se basa, por un lado, en el paralelismo de los tres tipos de razón a
los anteriormente referidos y, por otro, en la idea de que existe una legalidad a priori en
la dimensión emotiva o afectiva de la razón. Por consiguiente, las descripciones de
algunas de las estructuras a priori de la esfera emotiva fundan el hablar de una razón
práctico-afectiva y, por consiguiente, de un a priori emocional. La consecuencia de todo
esto es la reevaluación de la esfera de las emociones, minusvalorada por una cierta
tradición filosófica moderna.
Como señala Melle, Husserl era consciente de que con el paralelismo entre Lógica y
Ética, y la consiguiente determinación formal de la razón volitiva, se había resuelto
«sólo una pequeña parte, aunque era la parte más fundamental de una ética científica y,
en primer lugar, a priori» [Melle 2004: 347]. El contexto general de estos análisis
husserlianos es el tránsito del yo puro inobjetivable, que se limita a vivir en sus actos, a
la persona singular entendida como unidad de determinaciones cualitativas. Este
tránsito, que coincide con el giro de Husserl desde una comprensión estática a una
comprensión genética del problema de la constitución, es efectuado por éste —como lo
manifiesta por ejemplo Ideas II— mediante el recurso a la libre motivación y a los
hábitos. Durante los años siguientes a la publicación de Ideas I, Husserl concibió, frente
al yo estático y, por así decir, “vacío”, el concepto mucho más concreto de yo personal
en correlación con su mundo circundante (Umwelt). En este orden de cosas, Husserl
intenta desarrollar un concepto fenomenológico de la esencia de la persona en el cual
ésta no es simplemente un mero polo de irradiación (Ausstrahlungspunkt) de vivencias
donde no se manifiesta nada de individualidad, sino un ente con una peculiaridad
individual en la cual los actos “dejan huella”. Esta peculiaridad individual que distingue
al yo se manifiesta en las actitudes del mismo, en sus intereses, en sus motivaciones, en
sus opiniones, decisiones, tomas de posición, convicciones, etc. En resumen, el yo no es
una noción puramente formal, vacía de contenido, como lo era para Kant. Más bien, está
lleno de actitudes, creencias, tiene un carácter hecho de “convicciones” y
“habitualidades” que han “sedimentado” en él. Es justamente en este contexto en el que
se enmarcan las reflexiones —la mayor parte de ellas contenidas en manuscritos de
investigación inéditos— sobre el amor realizadas por Husserl.
En el amor individual tiene lugar, según Husserl, una “concreción” del imperativo
categórico que se expresa en la vocación de cada persona. En esta la persona se
relaciona con un género de valores que encuentran en ella una resonancia especial.
Hacia estos valores, los cuales son reconocidos como los “suyos”, la persona profesa, en
expresión de Husserl en la primera de las lecciones Kaizo, un «amor personal de
devoción exclusiva». Puedo respetar y apreciar otros valores, pero no los amo «desde el
centro más íntimo de mi persona», «con toda mi alma», «(…) como los míos, como
aquellos a los que yo mismo, tal como soy, pertenezco inseparablemente». Estos valores
suscitan el entusiasmo del yo. A su vez, este entusiasmo “despierta” al yo más profundo
haciendo que éste se decida por y se ponga al servicio de ciertos valores objetivos,
individuales o de ciertos ámbitos de valores objetivos-ideales.