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Jornadas de Filosofía UNMDP. 2023.

Pensamiento y devenir.

NIETZSCHE Y LA FILOSOFÍA DE LA HISTORIA


Mariano Iriart

Resumen:
Friedrich Wilhelm Nietzsche (1844-1900) nació en Röcken, pueblo campesino de Sajonia, en el
seno de una familia protestante. Cursó sus estudios en el liceo de Pforta y ejerció como profesor
en Basilea hasta 1879, cuando renuncia a su cátedra y obtiene una pensión por invalidez,
iniciando su vida errante. Fallece tras un largo periodo improductivo en los albores del siglo XX.
Para referirse a Nietzsche en el ámbito amplio de la filosofía de la historia hay una situación
privilegiada que es su perspectiva genealógica, ligada a una teoría de la voluntad de poder que
se despliega en todo acontecer. Se trata de un procedimiento propio, característico de
Nietzsche, que emplea para todos sus libros, pero desarrolla de forma sistemática en La
genealogía de la moral, Un escrito polémico. Responde a la intención de reanudar el proyecto
de una crítica radical del hombre y del sujeto, señalando el umbral a partir del cual la filosofía
contemporánea pudo empezar a pensar de nuevo. La genealogía, como historia efectiva, se
sirve del sentido histórico para plantear una serie de investigaciones concretas que responden
al propósito de captar al fenómeno en su positividad. Estas investigaciones invalidan la
evidencia de muchas categorías habituales y supuestos familiares en la historia de las ideas
como en tantas otras formas de pensamiento.

Abstract:
Friedrich Wilhelm Nietzsche (1844-1900) was born in Röcken, a peasant town in Saxony, into a
Protestant family. He studied at the Pforta high school and worked as a teacher in Basel until
1879, when he resigned from his professorship and obtained a disability pension, beginning his
wandering life. He died after a long unproductive period at the dawn of the 20th century. To
refer to Nietzsche in the broad scope of the philosophy of history there is a privileged situation
that is his genealogical perspective, linked to a theory of the will to power that unfolds in all
events. This is a procedure characteristic of Nietzsche, which he uses for all of his books, but he
develops systematically in The Genealogy of Morals, A Polemical Writing. It responds to the
intention of resuming the project of a radical critique of man and the subject, pointing out the
threshold from which contemporary philosophy could begin to think again. Genealogy, as
effective history, uses the historical sense to propose a series of concrete investigations that
respond to the purpose of capturing the phenomenon in its positivity. These investigations
invalidate the evidence of many habitual categories and assumptions familiar in the history of
ideas as in so many other forms of thought.
Nietzsche y la historia de la filosofía.

1.º El título tergiversa el del célebre estudio de Gilles Deleuze respecto a la filosofía de
Nietzsche, y alude a una experiencia que me ha tomado por sorpresa. Surgió de haber
modificado en Filosofía de la historia, un poco el programa, y totalmente el ordenamiento de
mis clases: en lugar de leer a Kant, Hegel y Marx, los contenidos actualizados versan sobre
Nietzsche, Foucault y Arendt. Hicimos una inversión de las prioridades: lo que antes era objeto
de una atención puntual y detallada pasó a ser una vista general, sobrevolada, en beneficio de
profundizar en aquello que presentábamos solo someramente, al final del cuatrimestre, sin
tiempo. Eso no importa (a mí me importa, pero no viene al caso).
El hecho es que, exponiendo a Nietzsche, recibo de los participantes del curso esta curiosa
devolución: “nosotros no vimos Nietzsche en la facultad”. Curiosa expresión: “nunca vimos…”,
no por rara, más bien lo contrario es extraño: su reaparición constante; insistencia
reconfortante, pues ¿qué situación de clase mejor podría imaginarse que presentar temas
inauditos? E incluso, ¿qué sentido tendría ir a tomar clases de cosas ya vistas y conocidas?
Entonces, ¿por qué destacar lo esperado?, o ¿cuándo y cómo lo que se tiene por ordinario y
obvio empuja hasta manifestarse, exigiendo algún comentario, supongo?
Pero lo que me sorprendió a mí de este caso particular fue el retorno de un recuerdo del
estudiante que fui: porque yo me recibí hablando de Nietzsche. En siete u ocho de los finales
que preparé, recurrí al más sabio, al más inteligente y que mejor escribe para poder llegar a mi
destino. Con ocasión o sin ella – pues ahora estoy confundido – trepé sobre sus hombros en
busca de que su mirada me guíe, para instruirme. ¿Ejercía un derecho o asumí esa prerrogativa
por la fuerza?, ¿resulta que no he sido un buen alumno (en filosofía), como hasta ahora creía?
Al menos, no lo sería para mí, como educador, que rechazo “hablar de lo que me gusta”, en
beneficio de capturar alguna cuestión relevante de la asignatura. A favor de esa idea –y en mi
contra – debo admitir que este criterio que exijo tuvo un reconocimiento tardío en mi proceso
formativo, cuando me presenté al final de lingüística y me hundí con mi tema (que no era de
Nietzsche, sino la teoría Theta de Chomsky: había cursado filosofía del lenguaje y me sentía
hábil en semántica); me rescató la profesora que me hizo una pregunta sobre el lenguaje en
Saussure y ahí se me reveló: “eureka, este era el tema que tendría que haber elegido para que
me vaya genial”.

2.º Además, y en la misma dirección (es decir, en mi contra), podría argumentarse que, respecto
a Nietzsche, la facultad solo registraría la forma y condiciones en que él ingresó a la historia de
la filosofía: ignorado, falsificado, subestimado y con mucha mala prensa. Un escritor marginal
que ni siquiera cabe considerar filósofo. De él, a Primo Levi le fue lícito decir: “Yo detesto a
Nietzsche”.
De hecho, su reconocimiento no viene de la mano de la filosofía, sino de las bellas artes (que no
cultivaba, por tratarse de un artista de fe dionisíaca). En el ámbito filosófico fue recibido
tardíamente, hacia los años 30 del siglo pasado. Entre los primeros y más importantes lectores
que lo tomaron en serio, se destaca Heidegger que lo posiciona como el último representante
de la metafísica occidental; filósofo alemán sólido, robusto, de potente voluntad sustancial. Algo
que nunca fue, él: un germanófobo que se fue de Alemania para siempre y reivindicó su
descendencia de polaco “pura sangre”.
Este es un argumento fácil de refutar, considerando que desde hace casi un siglo sus lectores no
cesan de proliferar y entretanto unos siete mil libros se han dedicado a explorar su
pensamiento, a un ritmo de publicación que ronda en los cuatrocientos por año.
Y en tal variedad y dispersión, se han construido nietzsches para todos los gustos: El nazi
filofascista, el anraquista y hasta uno demócrata y liberal; uno metafísico-esotérico que ilumina
el secreto del ser del ente en su totalidad y otro, genealogista meticuloso, el más resuelto
adversario de cualquier tendencia a la metafísica; está el que es un niño-filósofo que crea y
destruye por jugar y también el viejo linyera que le habla a los hombres, a cada uno y a nadie en
particular; el que anuncia la aurora y sentencia el crepúsculo; el tímido regordete profesor y el
guerrero temerario, el jubilado enfermo y el superhombre… La deriva de Nietzsche es amplia y
diversa, pero ninguno es el auténtico. Porque Nietzsche ha sido muchos en realidad.

3.º El libro de Deleuze empieza: “Es evidente que la filosofía moderna, en gran parte, ha vivido y
aún vive gracias a Nietzsche.” Y agrega “pero no quizá como él hubiera deseado.” No es la
conclusión o el resultado de una investigación, sino un punto de partida para darle otro sentido
a la devolución ‘no vimos a Nietzsche en la carrera’, menos literal y consistiría en la
interpelación, que yo mismo haría, ¿por qué la ausencia de Nietzsche en las aulas? Pero a la que
no sabría responder, quedado en la sorpresa (‘yo me recibí hablando de Nietzsche’, etc.)
Habrá anacrónicos que todavía crean que Nietzsche no es un filósofo en serio, sino un esteta
excitante de efectos seductores. “Un pensador posmoderno” dirán, y no alguien a cuya
responsabilidad se ha encomendado nuestra humana existencia, para quien la humanidad se ha
hecho un asunto de su propia conciencia.
Nietzsche es un escritor inclasificable por su variedad de estilos y multiplicidad de oficios,
inaprensibles para cualquier disciplina. No se ofrece con facilidad a la interpretación pues lo que
dice es inseparable de cómo lo dice.
Nietzsche es un autor desconcertante: hace del olvido y la contradicción signos de vigorosa
salud; afirma que el conocimiento es una invención y la verdad, mera ilusión; llama a los buenos
“rencorosos”, “vengativo” al justo y “resentidos” a los compasivos; dice que el problema a
interpretar es la manera en que los débiles triunfan sobre los más fuertes y que hay que
proteger a los fuertes.
Nietzsche es un filósofo irritante. Hizo de la erudición adquirida en silenciosas bibliotecas un
arma polémica y de su disciplinado estudio sobre los griegos una crítica de la actualidad, crítica
que plantea un desafío con respecto a lo existente.
Nietzsche es también un psicólogo temido. Su inteligencia va a contrapelo de todas las
conveniencias y complacencias interiores. No se atrevió a pensar solo contra todos, su lema fue
“pensar es pensar contra uno mismo”.
¿Se comprende porque no es cómodo, ni agradable, ni conveniente, por lo general (ni en clases
ni en discusiones académicas), involucrarse demasiado con Nietzsche?

La filosofía de la historia y Nietzsche.

4.º Hablar de Nietzsche en el marco de “filosofía de la historia” en particular añade otras


dificultades, que son propias de la expresión, también muy extraña, no por su ambigüedad
constitutiva, sino antes, por construir una suerte de oxímoron, si se toma en cuenta la
tradicional rivalidad por la sabiduría de la filosofía frente a la historia, la oposición en su
búsqueda de la verdad y el mutuo desprecio entre sus respectivos despliegues.
Como disciplina estricta, la filosofía de la historia es producto de la modernidad. Entusiasmado
con el progreso, el ilustrado ciudadano cosmopolita encontró en la actualidad del mundo un
nuevo sentido para la vieja filosofía, y con ello una posición ante los demás y una misión que
realizar: la de entender y captar conceptualmente la realidad histórica y los acontecimientos
que hicieron al mundo moderno tal como es.
Ciertamente Nietzsche es uno de los adversarios más lúcidos contra ese punto de vista
“suprahistórico” (como él lo llamó), debido a su tendencia hacia la metafísica; pero fue la propia
realidad quien se encargó de probar la imposibilidad de cumplir con la tarea y decretar la
defunción del género.
En cuanto a la nueva filosofía sobre el relato histórico, Nietzsche nunca llegó a conocerla y, de
su parte, ella supo desarrollarse y construirse con indiferencia ante su crítica polémica. Pudo,
eventualmente, recurrir a algunas de sus ideas para aislarlas o parodiarlas, pero no sintió la
necesidad de confrontar abiertamente con sus desafíos teóricos para refutarlos o bien hacer
sacudir al mundo.
Pero a nadie debería sorprender que la disciplina plantee hacia él el mismo tipo de relación que
en general ha mantenido con toda la filosofía.

5.º Lo que me permito pensar es que a la expresión filosofía de la historia podría asignarse un
tercer sentido, que no invalidaría a los anteriores, porque va en otra dirección. Por un lado,
significa una reflexión filosófica sobre la historia: así abarcaría la efectuación del proceso
histórico y la naturaleza de la operación cognitiva y el estatus del conocimiento histórico. Y
referiría a su construcción como disciplina. Pero la misma expresión puede referirse también a
la modulación del hecho de que el pensamiento en tanto actividad está históricamente
enraizado y surge como acontecimiento. Otra imagen de la filosofía: siempre hay algo de
irrisorio en el discurso filosófico cuando, desde el exterior, quiere ordenar a los demás, decirles
donde está su verdad o cómo encontrarla. Pero es un derecho del pensamiento explorar lo que,
en su propio ser, puede transformar mediante el ejercicio que hace de un saber que le es
extraño.
No se trata de discutir el canon, sino de la necesidad de hacer pensar. O mejor dicho – pues
siempre un pensamiento anida, aún en las prácticas más familiares y silenciosas, y sobre todo
tratándose de filosofía, cuyo ejercicio está centrado sobre la misma actividad de pensar – de la
posibilidad de transformar la manera de pensar.

6.º Para referirse a Nietzsche en el ámbito amplio de la filosofía de la historia se impone, desde
luego, la lectura de las segundas Consideraciones intempestivas: Sobre la utilidad y perjuicios de
la historia para la vida, donde se asume adversario implacable de la cultura histórica y vuelca,
como una catarata, la totalidad de los argumentos que, desde entonces y como con balde, se
emplean para liberar y ventilar los estudios históricos. Presenta allí la cuestión en los términos
que son característicos del empirismo: impresiones, hábitos, utilidad, olvido; en dirección a
formular el problema como problema del valor (genealogía); pero lo hace a partir de una
inversión tan provocativa como poco considerada. Contra la idea superficial y corriente según la
cual la memoria es actividad y el olvido solo una fuerza inercial negativa, su punto de partida es
que el olvido está del lado de la actividad, como condición del actuar y de la posibilidad de
experimentar cualquier clase de bienestar o felicidad; mientras que la memoria es pasiva, reside
en la imposibilidad de sustraerse a una impresión una vez recibida. Y no solo pasiva, es
venenosa, enfermiza: lleva a los que la cargan a la enfermedad que denomina “resentimiento”,
“mala conciencia”. Añadamos que esta inversión (que reelaborará teóricamente y desarrollará
más tarde en La genealogía de la moral) es aquí, además, expresada en conceptos tan sencillos
e intuitivos, de manera tan serena y simple como si nos contara un cuento para niños. La
moraleja es que la historia es de una utilidad muy limitada y en circunstancias específicas; fuera
de ese terreno su cultivo es dañino para la vida. Después el discurso continúa, cambia
rotundamente el estilo, hay que leerlo todo. Hay un momento dramático al diagnosticar su
actualidad, cuando irrumpe un “exceso de historia” que modifica todo, como si un astro se
interpusiera y forzara al mundo a seguir otra órbita, la del historicismo.
Pero detengámonos por un instante ante esta inversión entre olvido y memoria que subvierte el
orden de nuestras creencias y apreciaciones. Solo enunciarla produce una sensación de vértigo
y horror cultural-psíquico, por designar de alguna manera la sensación de pensarla desde la
altura de una conciencia democrática cuyo triunfo se eleva unida a la voluntad de no olvidar.
Lejos estoy de pretender enfrentar un enunciado filosófico a cualquier fragmento de realidad
para así contenerlo o, al contrario, para refutar a aquel a partir de este. Más bien, hay que
tomarlo como una invitación a pensar, evitando las síntesis apresuradas y los apriorismos
ideológicos. Y considerar que lo que allí está puesto en juego es el fenómeno complejo llamado
“cultura”.

7.º Por lo demás, hay una situación privilegiada en la concepción nietzscheana sobre la
indagación histórica que es su perspectiva genealógica, ligada a una teoría de la voluntad de
poder que se despliega en todo acontecer. Se trata de un procedimiento propio, característico
de Nietzsche, que emplea para todos sus libros, pero desarrolla de forma sistemática en La
genealogía de la moral, que lleva por subtítulo la descripción de Un escrito polémico. Responde
a la intención de reanudar el proyecto de una crítica radical del sujeto. El objetivo de la crítica es
la moral, nuestra moral, pero no se realiza en nombre de otra moral. Cuestiona la existencia
misma de toda moral, examinando los procesos de creación de valores a través de un método
que critica el valor de los valores.
Este método resulta inseparable de su objeto, sin embargo es una perspectiva que puede
replicarse en muchos otros ámbitos: todos aquellos en los que, a través de un proceso de
desnaturalización, puedan caracterizarse como “invenciones”, maquinaciones o artificios. Es
decir, para cualquier fenómeno, institución, función, idea o cosa. Lo propio de una invención es
que exista un tiempo en el que no había nada anterior a su aparición para irrumpir en una
historia. Lo propio de Nietzsche es que su producción no estaba prefigurada, ni su posibilidad
contenida con anterioridad, ni es la réplica necesaria de una situación dada, sino que es siempre
una creación, un acto de realización artístico. El término “invención” tiene en Nietzsche un
sentido y una finalidad polémicas y lo emplea siempre en oposición al concepto de origen.
Para ser justo, debería mencionar a Foucault, uno entre muy pocos lectores como los que
Nietzsche deseaba para sus libros. Un auténtico nietzscheano, como lo acredita la anécdota de
su frustrado casamiento con una joven alegre y risueña con quien estaba dispuesto a contraer
matrimonio a condición de que pudiera asumir el apellido de soltera de su esposa que era
idéntico al de Cósima, la mujer de Richard Wagner. No se lo permitieron: solo la esposa añade a
su nombre el apellido de su cónyuge y puede reemplazarlo por el de aquel. De no ser por el
patriarcado, lo conoceríamos como Michel Von Bülow.
Según Michel, en Nietzsche encontramos un modelo consistente que inspira a hacer filosofía de
otra manera. Al menos de la forma que adquirió desde la modernidad, donde se ha privilegiado
la cuestión del conocimiento y el análisis de las condiciones de conocer, ateniéndose a un sujeto
de conocimiento como punto de origen a partir del cual el conocimiento es posible y aparece la
verdad. Pero con Nietzsche surge un tipo de discurso en el que se practica el análisis histórico de
la formación misma del sujeto y el análisis histórico de la producción de tipos de saber sin
presuponer la preexistencia de un sujeto de conocimiento.
La genealogía se opone a la búsqueda del origen. Es una perspectiva que rechaza las
indagaciones en torno a orígenes milagrosos desde el que se despliegan significaciones ideales e
indefinidos teleológicos. Pero no es un rechazo malhumorado ni se limita a una indignada
denuncia. Es, al contrario, un trabajo de erudición paciente, meticuloso y bien documentado,
que intenta mostrar cómo han podido formarse y surgir todo aquello que se creía era
previamente dado y de manera definitiva al Hombre, incluida la forma de “hombre”.

8.º El concepto de genealogía está etimológicamente relacionado con el de “origen”, pero


consiste en un enfoque crítico contrario a la presunción, alimentada por la metafísica, de
encontrar lo que ya estaba dado y recoger de allí su pura posibilidad para desvelar finalmente su
primera identidad. Rechaza, pues, lo que en definitiva no es más que otro punto de vista,
aunque no sea asumido de modo consciente como tal, porque pretende establecerse en lo
universal, lo inmóvil, lo eterno, lo imperecedero. Nietzsche inventa “una palabra fea para
nombrar a una cosa fea” que en el pensamiento moderno es una idea espontánea: misarquía. A
mí me parece una palabra preciosa, derivada del griego, se traduciría como “el odio al poder”.
Hace referencia a la inclinación “muy natural” de considerar al poder como algo esencialmente
malo. Es una creencia tan generalizada que no hace diferencias entre ideologías. Y si en algunos
hoy encuentra reparos y levanta alguna sospecha, se las debemos directa o remotamente a
Nietzsche. Más que una valoración aislada revela un modo de valorar que remite a una forma
de ser. Es a la que Nietzsche denomina nihilista, que caracteriza a la idiosincrasia del “esclavo”. A
esa “voluntad de nada” él contrapone su concepto operativo y plástico de la “voluntad de
poder”, para efectuar la más profunda transvaloración: la afirmación del poder. Zarathustra
anunciaba que falta aún la gran política y entiendo que iría en esta dirección. El poder no es el
mal, es un juego estratégico abierto. El poder no es represivo, es productivo: produce realidad.
Cabe una aclaración del contexto en el que introduce el nombre inactual de misarquía, que es el
importante párrafo 12 de la segunda parte de su Genealogía de la moral, donde señala y
desarrolla “el correcto método histórico”, cuyo principio reza: “la forma es fluida, pero la
finalidad lo es todavía más”. Su importancia reside en que cualquier especie de perspectivismo
histórico se apoya en el reconocimiento de esta regla metodológica, de acuerdo con la cual
debe distinguirse entre origen y sentido, dos cuestiones que están completamente separadas,
aunque de ordinario se la confunde. Pero la historia de cualquier cosa es la sucesión de las
diferentes interpretaciones que se han apropiado de esa cosa y que no están relacionadas entre
sí.
La genealogía, como historia efectiva, se sirve del sentido histórico para plantear una serie de
investigaciones concretas que responden al propósito de captar al fenómeno en su positividad,
como acontecimiento específico, allí donde produce sus efectos materiales. Estas
investigaciones dejan fuera de juego, invalidan, la evidencia de muchas categorías habituales y
supuestos familiares, tanto de la historia de las ideas como de tantas otras formas de
pensamiento. Se trata de orientar la atención al encuentro de las pequeñas incidencias,
desapercibidas y silenciosas, pero claves en operaciones sociales muy complejas, cuyo modo de
realización podría expresarse resumidamente por la reconstrucción de tres o cuatro palabras en
alemán: Erfindung (invención), Anfang (comienzo), Herkunft (procedencia) y Entstehung
(emergencia), y que se contraponen a la elevación de Urspung (origen).
Como ya lo hemos indicado con anterioridad, Nietzsche emplea la hipótesis de la invención para
restituir todas las cosas a la contingencia histórica de su aparición e impedir la tendencia del
pensamiento a creer que ellas caen naturalmente por su propio peso. Afirmar de algo que ha
sido un invento es afirmar que es el efecto de la violencia y del azar, que por sí se encuentra sin
identidad, que carece de esencia; que no obedece a leyes, ni porta un sentido oculto al que
habría que descifrar, ni un fin ulterior que tuviera que realizar. A la solemnidad que los filósofos
atribuyen al origen, le opone la bajeza, la crueldad, la villanía inconfesable de todos los
comienzos. Para el desarrollo de estas investigaciones, Nietzsche utiliza unos procedimientos
que se dirigen a la percepción e inteligibilización de su procedencia y su emergencia.
La procedencia o la fuente, se refiere a las cualidades de las fuerzas involucradas, su lugar de
inscripción es el cuerpo. La procedencia articula la historia y el cuerpo. Con frecuencia hace
intervenir la raza, el tipo social, los parentescos, pero no para encontrar en un individuo o una
idea unos rasgos genéricos que permitan trazar una filiación por la cual asimilarlos a otros, sino
para detectar las marcas singulares, subindividuales, que puedan entrecruzarse en él y formar
una raíz difícil de desenredar. El análisis de la procedencia permite disociarlas y ponerlas aparte
según sus diferencias, y en lugar de ofrecer una unidad continua, se esfuerza por hacer aparecer
una miríada de sucesos dispersos a partir de los cuales se ha formado.
La emergencia o el punto de aparición es la ley singular de un surgimiento. En lugar de descifrar
una significación que estuviera oculta en el origen, el análisis de la emergencia la determina
como el episodio actual de una serie de servidumbres. La historia de cualquier cosa, según esto,
nunca es un desarrollo progresivo, sino una cadena ininterrumpida de interpretaciones y
reajustes siempre nuevos, más o menos violentos, más o menos independientes entre sí. Las
diferentes emergencias que puedan percibirse no son las figuras sucesivas de una misma
significación, sino más bien efectos de sustituciones, emplazamientos, desplazamientos,
conquistas disfrazadas y desvíos sistemáticos.

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