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LOS PROCESOS DE ACONTECIMENTALIZACIÓN.

Mariano Iriart UNMDP

I. Ni historia, ni filosofía.

Michel Foucault, intelectual y crítico francés, historiador de los sistemas de pensamiento


configurados por la cultura occidental, principalmente durante la modernidad.
Se trata de un filósofo que no hace filosofía; por el material que analiza y los procedimientos que
emplea sus investigaciones lo aproximan a la práctica efectiva de los historiadores. Intentó durante un
tiempo captar la atención de los miembros de la escuela historiográfica francesa y suscitar interés por
ellas. Sin embargo, ni historiadores ni filósofos se mostraron receptivos a sus obras y consideraron que
su manera de pensar y su forma de teorizar resultaban ajenas a sus cuestionamientos; por lo que, salvo
contadas excepciones, fueron leídas, sino con indiferencia, como intromisiones de un extraño en
territorio cuyo dominio poseían con exclusivo derecho.
Injusto sería atribuir semejante reacción a la mezquina arrogancia de teóricos indigentes,
tratándose de individuos fieles a la exhaustiva exactitud, que asumen el rol de agrimensores del
continente de Lo Real. Hay que conceder que es adecuada al modo normal en que se desarrolla la
actividad científica. En vano se fundamentaría que la verdad es lo que es y no tiene dueño, pues como
forma universal derivada de la razón objetiva carece de lugar en las posibilidades de enunciación. Su
acreditación depende de los criterios institucionales que aplican los miembros asociados a la comunidad
de especialistas que operan como una verdadera policía del trabajo. Estos criterios se establecen en el
marco de una racionalidad histórica y se determinan en función de lo que excluyen. Determinación
histórica porque los criterios de exclusión varían y, para una cultura, lo que es rechazado en un momento
puede admitirse en otro, bajo diferente régimen de verdad.
En su descargo respondió que la cuestión de la identidad disciplinaria no le preocupaba. Como
“historiador”, no restituye a la conciencia de un sujeto fundador unos contenidos en los que podría
reconocerse. Como “filósofo”, no busca estructuras formales de validez universal, ni legitimar ciertos
modos de conocer. El interés teórico de su actividad ofrecía una forma de introducir fragmentos
filosóficos en canteras históricas. Al hacerlos emerger de un sustrato histórico, se ventilan algunos
problemas filosóficos; al dirigir la atención sobre las relaciones que articulan el discurso veraz con unos
mecanismos de sujeción, se amplía el catálogo de interrogantes de los hombres en relación con la masa
documental aneja a su cultura.
Define su pretensión en el ámbito de la ontología crítica del presente y de nosotros mismos como el
ejercicio de una investigación histórico-filosófica dirigida a extraer las condiciones específicas de una
problematización para hacer inteligible el funcionamiento racional de una práctica o un conjunto de
prácticas. A fin de analizar y evaluar el objeto que circunscribe tal empresa, iniciemos conceptualizando
cómo concibe la crítica, de qué forma efectúa esa práctica y cuáles son sus características.

II. La crítica como ontología histórico-política: crítica del valor de la actualidad.

Kant fue el primero en identificar la filosofía con la crítica, concibiendo su realización como
prolegómeno de toda filosofía por venir. Inauguró el proyecto de desarrollar, mediante un examen libre
y público de la razón, una crítica inmanente, total y positiva, para determinar las fuentes, el alcance y los
límites constitutivos del ser humano. Se puede señalar allí el surgimiento de un tipo de problematización
al cual tiende todavía nuestra forma de pensamiento o, por lo menos, de la que aún no nos hemos
separado del todo.
Por lo tanto, es procedente revisar el significado y el sentido que opera en la idea kantiana del
ejercicio de pensar bajo la función de la crítica.
En primer lugar, ese significado y ese sentido llegan hasta nosotros en los términos elaborados
durante el siglo XIX y prolongados en el siglo XX a partir de una particular lectura de Kant, que coloca la
crítica en posición de retroceso respecto al conocimiento. Ni siquiera Nietzsche, auténtico y audaz como
ningún otro, fue capaz de desarticular esa formación, y se limitó a denunciar el método para aplicarla. En
segundo lugar, abandonar la comprensión heredada por la tradición, reanudar su análisis, no se justifica
(ni pretende) imputar a tanto esfuerzo falsedad, superficialidad o confusión. No se trata de añadir otra
forma a las variantes múltiples habilitadas por la crítica de la razón, sino de insertarla en una historia que
pueda localizar su irrupción en una trama de acontecimientos y recorrer las líneas de sus variaciones
donde la filosofía kantiana constituye un episodio más. Incluso suponiéndola ajustada a las intenciones
del autor Kant al momento de escribir la crítica, nada impide – desplazando el eje de la cuestión del
conocimiento hacia la dominación – pensarla de otro modo y entender otra cosa.
Foucault introduce históricamente la cuestión de la crítica en reciprocidad con sus investigaciones
sobre el problema de la gubernamentalidad. Aparece allí como el adversario necesario de la forma de
gobernar y a la vez compañera inseparable de la reflexión sobre las artes de gobierno. Encuentra su
ejercicio asociado a algo, un ethos que es tenido por virtud, al que denomina “actitud crítica”. Actitud
moral y política, manera de ser y de pensar, que caracteriza como el arte de no ser tan gobernado o de
no ser así gobernado. Asocia su emergencia con la específica modalidad del poder pastoral de la iglesia
católica, donde cada individuo durante toda su vida y en el detalle de sus acciones debía dejarse
gobernar (es decir, conducido hacia su salvación) por alguien a quien está ligado por una relación, global
y meticulosa, de obediencia. Esta actividad permaneció durante siglos restringida a la vida conventual.
Sin embargo, observa que a partir del siglo XV, en los albores de la Reforma, ha habido una “explosión
del arte de gobernar a los hombres”, en dos sentidos: por un lado, la laicización de la sociedad desplazó
los métodos y las técnicas de este arte de gobierno limitado a grupos religiosos extendiéndolo sobre la
sociedad civil; y además, se ha multiplicado la aplicación del arte de gobernar en varios dominios: sobre
los niños, la familia, la casa, los pobres, las ciudades, los ejércitos, el estado, el propio cuerpo, el propio
espíritu, etc.
Concebida en relación al proceso histórico de gubernamentalización, la crítica entendida como
actitud se aproxima bastante a la definición que dio Kant de Ilustración (Aufklärung). Y frente a la
tradición precedente, asignó a la crítica como tarea primordial la de fijar los límites del conocimiento
posible. Desde entonces, gracias a la operación kantiana que la vincula de cierto modo con la Aufklärung,
la idea de crítica ha sufrido un desfasaje en dirección a un análisis sobre la legitimidad de los
conocimientos. Procedimiento masivamente seguido por las investigaciones filosóficas desde el siglo
XVIII que toma la forma de una analítica de la verdad.
Pero en lugar de continuar con ese modo de interrogación, Foucault va a sugerir una alternativa
para acercarse al problema de la Aufklärung. Revisando la respuesta de Kant a la pregunta sobre la
Ilustración en conexión con la segunda disertación del Conflicto de las facultades, ve perfilarse otro
modo de interrogación crítica desarrollada como ontología histórico política de nosotros mismos al
plantear la constitución de la actualidad como objeto de reflexión filosófica: “en el texto de Kant [sobre
la Aufklärung] aparece la cuestión del presente como acontecimiento filosófico al cual pertenece el
filósofo que habla de ello”. Y si la filosofía se considera una forma de práctica discursiva que tiene su
propia historia, es la primera vez que se la ve “problematizar su propia actualidad discursiva: actualidad a
la que interroga como acontecimiento, como un acontecimiento del que tiene que decir su sentido su
valor y su singularidad filosófica y donde tiene que hallar a la vez su propia razón de ser y el fundamento
de lo que dice” (QI: 69, 70).
Por eso, la puesta al día del proyecto de la crítica conlleva una resignificación. No ofrece
conocimientos completos y definitivos, señala trasformaciones puntuales sobre dominios concretos que
conciernen a nuestro modo de ser y de pensar. En lugar de aprehender las condiciones universales y
necesarias del conocimiento posible y de la acción moral posible, intenta hacer inteligible la producción
singular del acontecimiento. El análisis no determina estructuras formales (unitarias en lo posible,
inevitables en lo posible) como principio de inteligibilidad, busca los acontecimientos que condujeron a
reconocernos como sujetos de lo que hacemos y pensamos. Ya no es trascendental, ni su fin es hacer
posible la metafísica, sino arqueológica en su método y genealógica en su finalidad. Es todavía una
actividad dirigida a reflexionar sobre los límites, pero invierte su posición: en Kant la tarea consistía en
impedir su transgresión en el uso especulativo; ahora emprende la posibilidad de franquearlos en la
práctica. No se concibe como Tribunal al cual someter las pretensiones de conocimiento para que decida
si es legítima o se trata, en cambio, de una falsa ilusión. Se caracteriza como una prueba histórico-
práctica sobre nosotros mismos y procede en la forma de una acontecimentalización.

III. El modo de realización de la crítica: Introducción de una práctica histórico-filosófica

La realización de la crítica ejercida por la vía de la ontología política se plasma en una serie abierta
de investigaciones histórico-filosóficas que deben someterse a la prueba de la actualidad. Su desarrollo
es localizado en dominios concretos que conciernen a cuestiones actualmente percibidas como
“urgentes” y en las que todos estamos involucrados; sus resultados, inevitablemente, nunca pueden ser
completos ni definitivos.
Propone describir tan exactamente como sea posible, en su especificidad y en su intrincación, tres
elementos formales que en su heterogeneidad, irreductibilidad y determinación recíproca, resultan
constitutivos de la experiencia: el saber, el poder y el sujeto. Estos conceptos no representan objetos,
tienen una función metodológica, sirven como rejilla para el análisis. Detectar y nombrar las complejas
relaciones, concretas e históricamente transformables, por las que pasan, donde se estabilizan las
prácticas. Y el conjunto de las prácticas efectivas abarca, de acuerdo a esta teoría, todo lo que existe. No
como totalidad de la existencia, sino en el modo fundamental de ser. En esto consiste el nominalismo
metodológico de Foucault, asiento de una “revolución epistemológica” operada por él en el campo de la
historiografía. No hay ser, ni entidad, ni trascendental, oculto y permanente, detrás del hacer, solo el
hacer existe. Por lo tanto, la atención no recae sobre algunas instituciones, ni busca definir unas
mentalidades o un sistema de representaciones, ni se aplica a unos contenidos históricamente
elaborados a los que confiere el estatuto de hechos dados. Solo cuenta lo que los hombres hacen y la
manera en que lo hacen.
Pero el propósito no es enseñarle a los historiadores cómo ejercer su oficio, “su empresa es más
curiosidad por el pasado que historia y merece el nombre de filosofía porque es, indirectamente, una
reflexión sobre nosotros mismos y, además, porque incita a reaccionar” (AE: 79). En esta práctica
histórico-filosófica “se trata de fabricar como una ficción su propia historia, que estaría atravesada por la
cuestión de las relaciones entre las estructuras de racionalidad que articulan el discurso verdadero y los
mecanismos de sujeción que están ligados a él” (QC: 12). El objeto de investigación dispone sucesivos
regímenes sobre determinadas prácticas a través de las cuales llegar a comprender cómo nos
constituimos en nosotros mismos como sujetos de lo que hacemos y pensamos – no para saber al fin
quiénes somos (conocer nuestra identidad), sino para ver en qué y cómo sería posible ser distintos,
pensar diferente de como pensamos, percibir de otro modo. “Analizar unos regímenes de prácticas es
analizar programaciones de conducta que han sido simultáneamente efectos de prescripción con
respecto a lo por hacer (efectos de jurisdicción) y efectos de codificación con relación a lo por saber
(efectos de veridicción)” (IP: 59)
El objetivo es recuperar la forma específica de problematización, es decir, hacer manifiesto el
pensamiento que habita en cada práctica, irreductible, por tratarse de prácticas ejercidas por seres
humanos. La problematización se instala en el punto donde se cruzan el pensamiento y el ser (la
realidad)
El pensamiento no es el ejercicio natural de una facultad, no enraíza en la conciencia, no ocurre en
la cabeza de los sabios, no está en relación a la grandeza de la persona que piensa. Es el movimiento por
el cual unos comportamientos, instituciones o prácticas resultan indiferentes, o se aceptan sin discusión,
o aparecen y se remarcan como un problema para los individuos que se comportan de un modo
específico, que ponen en funcionamiento determinadas instituciones, que participan en campos
concretos y heterogéneos de prácticas. Pensar es típicamente una manera de reaccionar; pero su
expresión no es deducible del análisis previo del contexto del que proviene y en el que se aplica. Diversos
factores políticos, económicos o sociales, pueden ser agentes de incitación, pero no lo generan ni
determinan en sus variadas formas. Pueden preexistir durante mucho tiempo y producir sus efectos
antes que, emplazada por individuos definidos, surja una concreta forma de problematización elaborada
en el pensamiento.
El pensamiento tiene una historia. Su especificidad se aprehende allí donde hace efectiva su
intervención: definiendo los elementos de la realidad e indagando acerca de sus comprensiones,
determinaciones y propósitos. Para hacer aparecer este trabajo del pensamiento como un
acontecimiento hay que distinguir de qué modo recubre, segmenta, distribuye objetos, posiciona y
califica a los sujetos, formula reglas, establece sistemas de correlaciones, reflexiona focalizando ciertos
puntos, ocupando ciertos campos, colocando bajo su dominio diversos aspectos que define verdaderos;
definiendo lo que es blanco de su atención, foco de su inquietud y objeto de una valuación crítica; es
decir, hace su labor, una actividad que es eminentemente práctica.
Lo que fue posible pensar es restituible por el análisis de las condiciones específicas que lo hicieron
surgir frente a un conjunto de dificultades u obstáculos, ante los que se elaboran respuestas diversas
muchas veces contradictorias entre sí ofrecidas como solución, reforma o alternativa. El tipo de
investigación no es capaz de determinar cuál es la mejor solución, quién está en lo cierto, qué propuesta
práctica es más feliz; no realiza un balance de las reacciones. Tampoco busca refutarlas a todas para
mostrar que siempre se ha vivido equivocado, de izquierda a derecha. No encuentra la solución a un
problema en las soluciones dadas por otras personas de otros lugares en épocas diferentes para
problemas diferentes. Permite descubrir el suelo común (la forma general de problematización) que las
ha hecho posibles a una y a otra simultáneamente en su diversidad y aun en las inconsecuencias u
oposiciones que las afecten, sean más o menos oscuras o superficiales. Trata de mostrar que lo que
ajusta firmemente y bloquea al pensamiento es la aceptación – explícita o, como sucede a menudo,
implícita – de una problematización a partir de la cual se ofrecen las respuestas a modo de solución,
alternativa o reforma.

IV. El procedimiento de acontecimentalización.

La introducción de esta práctica histórico-filosófica ilumina una historia cuyo tema es el de los
modos de problematización, es conducida a través de un procedimiento que denomina la “prueba de
acontecimentalización”. Una metodología de análisis conveniente para reconstruir y aprender los
diferentes procesos de acontecimentalización.
¿Qué son estos procesos? Son los “objetos” (objetivaciones) que la misma práctica problematizante
crea en su despliegue y a los que se aplica, empleando sus instrumentos y sus recursos (“instrumentos”,
“recursos”, que –digámoslo – Foucault obtiene mayormente de los “talleres” donde trabajan aquellos
que, a pesar de realizar actividades muy distintas, “hacen historia” o se califican como “historiadores”.)
¿Cuál es el estatus de esos “objetos”?, ¿se trata de procesos reales o pertenecen a los juegos que
juega la imaginación consigo misma? Su estimación depende de la idea que seamos capaces de hacernos
del concepto de “realidad” (evaluación: Justifique cada caso: la “sociedad de clases”, el “sistema
capitalista”, el “poder del Estado”, los “micropoderes disciplinarios”: ¿son ítems en el inventario de lo
que contiene la realidad?). Foucault (que dice tener una imaginación tan limitada que es incapaz de
engendrar nada) extrae los procesos que su investigación genera de canteras históricas. No determinan
toda la realidad pero producen realidad. Son fragmentos de realidad que inducen específicos efectos de
realidad a los que la investigación trata de captar como acontecimientos.
¿Cómo se originan estos procesos? No se perciben en el modo que los historiadores discuten y
conciertan el trato con la materialidad del archivo. Es decir, otras pretensiones que “saber del pasado” le
interesan a Foucault al escribir del pasado. No evoca estructuras universales; no busca legitimar ciertos
modos de conocer, no sueña con conocerlo todo. El punto de partida lo constituye un problema que
percibe de la actualidad, alguna de las “cuestiones urgentes” que insisten en el presente y que nos afecta
a todos, a la que recoge para captarla en su singularidad y establecer su significado, su valor y su sentido
para ese presente, en que él mismo aparece como siendo un “sujeto”.
¿En qué consiste el procedimiento? La investigación comienza al seleccionar un conjunto de
elementos donde pueda percibirse, aproximativamente, de manera empírica y provisoria, variadas
relaciones entre unas estructuras de racionalidad articuladoras de discursos y unos mecanismos de
sujeción con las que está ligado; mecanismos diversos, contenidos heterogéneos. Y busca distinguir qué
lazos, qué conexiones pueden señalarse de uno a otro, qué juegos de reenvío y de sostén se desarrollan
entre ellos, qué hace que un elemento de conocimiento, verdadero, probable o falso, genere unos
efectos de poder y, recíprocamente, qué hace que un procedimiento de coerción adquiera la forma y la
justificación de un elemento calculado, racional, técnicamente eficaz, etc. Temas que se vinculan al saber
y su conexión con el poder y que tratan también del sujeto y de la verdad, (cuestiones que los
historiadores no piensan).
En un primer nivel, el dispositivo de saber-poder funciona como rejilla de análisis que actúa de
modo crítico frente a la noción de ideología, evitando hacer jugar de entrada las perspectivas de
legitimación, tanto cuando se hace en términos de conocimiento como de su pareja, la dominación. Las
palabras saber y poder no designan entidades o algo que sea trascendental. Son categorías que tienen un
papel metodológico, no son ellas mismas operantes: no se definen, a través de ellas, principios generales
de realidad, sino que fijan el tipo de elemento que es pertinente para el análisis. El “saber” remite a los
procedimientos y efectos de conocimiento aceptados en un momento dado en un dominio específico. El
“poder” vehiculiza la serie de mecanismos definidos y definibles susceptibles de inducir
comportamientos o discursos. Además, son categorías que no están en relación de exterioridad una
respecto de la otra: nada puede figurar como elemento del saber si al mismo tiempo no confirma un
sistema de reglas y obligaciones características y si no está dotado de efectos propios de coerción o
incitación; inversamente, nada puede funcionar como mecanismo de poder si no se despliega según
procedimientos, instrumentos, medios, objetivos que pueda validarse en sistemas más o menos
coherentes de saber. Se trata de describir el nexo de saber-poder que permite entender lo que
constituye la aceptabilidad de un sistema. Trata de clarificar qué hace que hayan sido aceptables en un
cierto momento y que hayan sido efectivamente aceptados.
Es un tipo de procedimiento que recorre y funda la positividad de un saber: de la observabilidad
empírica de un conjunto de elementos a su aceptación histórica en el momento y lugar que es
observable, el análisis extrae las condiciones del sistema de aceptabilidad basándose en el nexo de
saber-poder que lo sostiene. Lo que lo ha hecho aceptable no era evidente ni estaba prefigurado con
anterioridad; no ha requerido ninguna interioridad, ni se inscribe en algún tipo de a priori, ni se funda en
un derecho originario. La ubicación y registro de un sistema de aceptabilidad es indisociable de la
detección de lo que lo hacía difícil de aceptar: su arbitrariedad en términos de conocimiento, su violencia
en términos de poder, en suma, su energía. Este análisis, por lo tanto, no recurre a un acto fundador, ni
remata en una forma pura. Las positividades que define no se consideran universales a los que la historia
aportaría, con sus circunstancias particulares, unas modificaciones; no encarnan en una esencia, no
individualizan una especie. Se las busca en el campo de inmanencia de las singularidades puras.
En tanto singularidades puras referidas a simples condiciones de aceptabilidad, la investigación
depende de otra lógica que la de la explicación causal, que obedece a una exigencia de saturación por un
principio unitario, piramidal y necesario (o próximo a la necesidad). Se trata de establecer un circuito que
dé cuenta de esa singularidad como de un efecto. No pretende reconstruir un fenómeno obtenido de su
causa, sino hacer inteligible una positividad singular y precisamente en su singularidad. No se orienta
hacia la unidad de una causa principal productora que marca una descendencia múltiple, en cambio trata
de restituir las condiciones de aparición de una singularidad a partir de múltiples elementos
determinantes, de las que no surge como el producto, sino como el efecto.
Inteligibilización que no funciona según un principio de clausura. Porque las relaciones que señalan
la singularidad de un efecto proceden en buena medida de las interacciones entre individuos o grupos de
individuos; implican por tanto a sujetos, conductas, decisiones, elecciones. Su inteligibilidad no se
sostiene en la naturaleza de las cosas, sino en la lógica propia de un juego de interacciones con sus
márgenes siempre variables de incertidumbre. Y además, porque estas relaciones se constituyen en
desprendimiento constante de una respecto de las otras, instaurando niveles diferentes de manera que
ninguna de estas interacciones aparece como primaria o absolutamente totalizante. Fragilidad
constitutiva, cambio permanente, intrincación entre lo que reconduce el proceso mismo y lo que lo
transforma. En suma, se trata de poner en juego un análisis que permita aprehender las condiciones que
hacen aceptable una singularidad cuya inteligibilidad se establece por la detección de las interacciones y
de las estrategias en las que se integra; un tipo de investigación que considera la estructura del
acontecimiento como algo cuya estabilidad, raíz y fundamento es tal que siempre puede pensarse sino
su desaparición, al menos indicar aquello por lo que y a partir de lo que su desaparición es posible.

V. Gubernamentalidad

La práctica histórico-filosófica descripta se encuentra en relación privilegiada con un período


empíricamente determinable, designado como momento de formación de la modernidad: la época de la
Aufklärung. Se trata de un privilegio de hecho, pues allí aparecen para el pensamiento filosófico, en vivo
y en la superficie de unas transformaciones visibles, las relaciones problemáticas entre el poder, el sujeto
y la verdad, que son las que se somete a análisis. Pero es también privilegiada en el sentido de formar allí
una matriz aplicable – con sus costos, sus modificaciones, sus condiciones – a cualquier momento de la
historia, sobre la cuestión que introdujo la Aufklärung, la de las relaciones entre poder, sujeto y verdad.
De lo que se trata ahora es de desplazar un poco el análisis, dejar de lado las formas de saber-poder
y reemplazarla por la idea de gobierno, que ofrece una forma de inteligibilidad más amplia y mejor
compensada para describir el modo de ser de las relaciones de poder y precisar las conexiones que
integran junto a la verdad y el sujeto. El análisis de los dispositivos de saber-poder tuvo su utilidad como
instrumental crítico frente a la noción de ideología, pero se había vuelto reiterativo, monótono respecto
al poder. Para deshacerse de ellos, Foucault introdujo la idea del gobierno de los hombres por la verdad.
“Gobierno” entendido como arte, no como representación del Estado; definido en el sentido amplio de
conducir conductas, es decir, a partir de los procedimientos, los mecanismos y las estrategias destinadas
a dirigir las conductas de los hombres. Con ella intenta dar un contenido diferenciado y positivo a los
términos de saber y de poder.

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