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COLEGIO SANTA ANA

NIVEL SECUNDARIO

EDUCACIÓN ARTÍSTICA

DOSSIER BIBLIOGRÁFICO

2023

Compilado por: Profesora Cecilia Adriana Espinoza, para 3er. Año de la Educ.
Secundaria.
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UNIDAD 1

 La Improvisación. El juego dramático: imitación, reproducción e invención de


situaciones dramáticas.
 La creatividad. Factores. El monólogo.
 La estructura dramática: Sujeto/ Roles/ Personajes. Roles conocidos e imaginarios.
Opuestos y complementarios. Acciones/ Situaciones: Acciones reales e imaginarias.
Acciones e intención comunicativa. Conflicto: Con los demás, con el entorno y con las
cosas, con uno mismo.
 Teatro siglo XX. La barca sin pescador, de “Alejandro Casona”.

BIBLIOGRAFÍA SUGERIDA:
 Cañas José. (1992). Didáctica de la Expresión Dramática. Una aproximación a la
dinámica teatral en el aula. Barcelona: Octaedro.
 Finchelman María Rosa. (2.006). El teatro con recetas. Colección Homenaje al Teatro
Argentino. Buenos Aires: Instituto Nacional del Teatro.
 Vega Roberto. (2.009). El juego teatral: aportes para la transformación educativa.
Buenos Aires. Ediciones CICCUS.

UNIDAD 2

 Caldeamiento vocal: respiración, relajación. Música y sonido.


 Elocución y comunicación.
 Texto y dramaturgia.
 Las de Barranco, de “Gregorio de Laferrére”. Contexto.

BIBLIOGRAFÍA SUGERIDA:
 Holovatuck, J & Astrosky, D. (2001). Manual de Juegos y Ejercicios teatrales. Buenos
Aires: Instituto Nacional del Teatro.

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UNIDAD 1

EJERCICIO DRAMÁTICO
Los ejercicios dramáticos son acciones mecanizadas que se realizan repetidamente para vencer
una dificultad especifica o ganar una habilidad dramática determinada. A través de los
ejercicios se puede desarrollar los medios de expresión, atención, concentración, sensibilidad,
etc.
ACTIVIDAD 1:
 Hondom: Ubicados en círculo nos pasamos una palma. El de la derecha se la pasa al de
su derecha, y éste al de su lado derecho, y así sucesivamente. La palma va pasando
pero no hay que adelantarse, tienen que esperar que les llegue la palma para pasarla
al otro. Se van agregando dificultades: adelanto una pierna y digo “Hondom”, que
significa que dará vuelta la palma hacia el otro lado, si venía por la derecha se irá por la
izquierda.
Segunda dificultad: digo “AHÍ” señalando con la mano (como haciendo un doble en
básquet), cuando quiero que la palma salte un participante, es decir, vaya al siguiente.
Tercera dificultad: flexiono un poco las rodillas y simulo binoculares, diciendo “HAYA”
cuando quiero que la palma salte dos lugares.
Cuarta dificultad: cuando llega la palma digo “LA TIRO”, y tiro la palma hacia el techo.
Cualquiera de mis compañeros puede tomarla y decir “LA TOMO”, y continúa su
trayecto la palma. Si varios la toman, el que fue más rápido hace circular la palma.
Estos ejercicios son ideales para activar las neuronas y la energía. 
 La pelotita: También ubicados en círculo. Primer variable: lanzo la pelota diciendo al
mismo tiempo mi nombre, no luego que la lanzo sino al mismo tiempo. Empiezo a
proyectar mi voz. Segunda variable: digo el nombre de esa persona a la que lanzo la
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pelota, la miro y proyecto la voz hacia él o ella, abro el pecho y con energía lo/la
nombro y lanzo. Tercera variable: lanzo la pelota diciendo el nombre del que quiero
que esa persona le pase. Por ejemplo: le tiro a Pedro pero digo Laura, porque él le
tiene que pasar la pelota a Laura. Ésta le pasa a Nicolás diciendo Ana, y Nicolás le pasa
a Ana diciendo el nombre de quien tiene que recibir la pelota, y así sigue el juego.
 Juego de velocidad mental: se dice una palabra, por ejemplo “cartera”, y los demás
contestan de inmediato dando características del mismo (azul, alargada, pesada, etc.)
 Se dice una palabra, por ejemplo “oso polar” y el resto contesta con la idea que les
sugiere: “Me da miedo”, “tengo ganas de abrazarlo”, etc.
 Describir un fin de semana en el año 2.040.
 Metele emoción a la voz: ¿Cómo es una voz alegre? ¿Cómo es una voz triste? ¿Una
voz con miedo? Si escucho radio, qué me transmite esa voz. Una voz feliz en una voz
grande, que respira mucho. Una voz triste es una voz que se cae, que va para abajo,
que se pierde. Una voz con miedo se entrecorta, casi no puede respirar.
La mediadora repartirá un texto breve para que lo repitan, transmitiendo distintas
emociones con la voz. Es decir, leemos con voz triste, alegre, temerosa, apasionada,
etc. No importa tanto qué estamos diciendo, sino cómo lo estamos diciendo.
 En los gestos: transmitimos emociones o sentimientos sólo con el rostro. En diferentes
grados y niveles. Por ejemplo: poca bronca, mucha bronca. Podemos focalizar la
bronca en los ojos, en la boca, en la nariz, o en la mandíbula. Lo mismo con la alegría o
la felicidad. Se tienen que ver estas emociones en el rostro, hacerlo creíble: sorpresa,
tristeza, felicidad, miedo, enojo, etc.
 Brazos y manos: al ejercicio anterior le agregamos la posición de los brazos y las
manos. Estos colaboran con el rostro para expresar las emociones.
 Sólo con la mirada: la mirada dice un montón, transmite, expresa. Tenemos que
separar y focalizar las distintas emociones.
 Respiración: ésta es muy importante al momento de trasmitir una emoción, ya que no
respira igual una persona enamorada que una persona con miedo. Ésta última tendrá
la respiración entrecortada, el pecho cerrado; y el personaje enamorado suspirará.
Es muy importante que estos ejercicios se conecten, para que el trabajo corporal y
emocional del actor/actriz sea óptimo.

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IMPROVISACIONES
Es la creación de una escena dramática donde determinados personajes dialogan de manera
espontánea como consecuencia de un estímulo determinado, por ejemplo una palabra o
situación, una música, personajes, objetos, temas o narraciones.
Las improvisaciones pueden ser hechas con pantomima, títeres, con diálogo hablado o
cantado.
Para tener en cuenta durante la improvisación de una escena:
 No dar la espalda al público.
 No tapar a los compañeros de escena.
 Escuchar a los compañeros de escena.
 Evitar hablar al mismo tiempo que los compañeros, porque no se entiende ni lo de uno
ni lo del otro.
 Respetar a los compañeros de escena.

ACTIVIDAD 2:
a. Frisos: El friso es una acción detenida, congelada, una estampa. Tiene dos momentos.
La primera consigna es que cada subgrupo (puede estar integrados por ocho personas
aproximadamente) arme una estampa que contenga un conflicto, y le ponga un título
que explicite cuál es el conflicto y dónde ocurre el mismo. Por ejemplo: “deschave
(descubrir a alguien) en un boliche”. Será observado por los otros grupos quienes
intentarán descubrir el título de la imagen presentada. Una vez que emiten todos los
subgrupos se comunica la segunda consigna: que respeten la imagen presentada y le
armen las circunstancias y las consecuencias. En las circunstancias deben aprovechar
para presentar los personajes y establecer sus relaciones. Desde las situaciones se
valoriza el conflicto, y las consecuencias tendrán mayor o menor desarrollo de acuerdo
a esta valorización.
b. Mueva, mueva, estate quieto (Freeze): Muevan el cuerpo libremente como si
estuvieran bailando una música imaginaria (siempre tenemos en la mente una canción
o ritmo imaginario). Cuando la moderadora dice “STOP” paran, y así como quedaron,
donde frenaron, propongan algo relacionado con la posición en que quedaron.
c. Noticiero con lenguaje de señas: se inicia con 4 participantes, dos darán las noticias
del día, por ejemplo “el clima” y “policiales”, y los otros 2 informarán lo mismo pero
con señas. Serían los traductores, y también pueden utilizar la mímica. Lo importante
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del juego es que los traductores sean exagerados con sus movimientos y que
traduzcan palabra por palabra. Es necesaria una retroalimentación entre ambos
improvisadores.
d. Pantomima: Es el arte de comunicar ideas, a través de movimientos y actitudes
expresivas del cuerpo. Encontramos en la pantomima un valor formativo enorme ya
que estimula la imaginación, la sensibilidad, obliga a la concentración, y agudiza el
sentido de la percepción. Para hacer pantomima es necesario recordar emociones:
cómo hacemos cuando tenemos cólera, cuando estamos tristes, cuando estamos
felices, cuando planificamos algo, cuando nos salen bien las cosas, etc.
e. Juego con palabras: Se repartirán números a los improvisadores. Cada número será la
cantidad de palabras que deba decir la persona. Por ejemplo: si te tocó el número 2,
tendrás que empezar con dos palabras. Si te tocó el 4 deberás decir 4 palabras. Se
puede iniciar con dos improvisadores, y luego ir agregando otros participantes.
f. Sólo preguntas: solamente se puede hablar preguntando, no se puede afirmar ni
negar, y si tardas mucho perdés. Ejemplo: ¿Te gustó mi torta?/ ¿Le pusiste chocolate?/
¿No sentiste los granitos de chocolate amargo?/ ¿Eso era chocolate amargo?
g. Frases de tres palabras: crearán una situación en la que sólo hablarán con frases de
tres palabras. Ejemplo: ¡Alto, manos arriba!/ ¿Qué tengo yo?/Eso…ahí…vos.
h. Entreno memoria y movimiento: elegimos 3 movimientos (por ejemplo correr,
caminar, caminar en cámara lenta). En cada movimiento deben crear una historia
distinta. Cuando el mediador dé la señal, le tocará el turno a otro/a. Luego deberá
continuar su historia el anterior improvisador, recordando cada movimiento, y así
sucesivamente hasta finalizar cada historia.
i. Disparadores: a partir de un grito, que realizará la mediadora, improvisarán una
historia. A partir de un objeto, de una frase, de un movimiento.
j. Con música: crearán movimientos siguiendo el sonido de la música.

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EL MONÓLOGO
Un monólogo es un discurso elaborado por un solo individuo, en el que “habla consigo mismo”
o reflexiona aparte, si bien tiene como destinatario la audiencia o la lectoría. Es un recurso
muy empleado en el teatro (monólogo dramático o soliloquio) y en las otras formas literarias
como la narrativa o la poesía, aunque también en guiones y formas cómicas de espectáculo.
Ejemplo:
Soliloquio de Hamlet en Hamlet, de William Shakespeare:
HAMLET.- Ser o no ser, esa es la cuestión. ¿Qué es más noble para el alma sufrir los golpes y
las flechas de la injusta fortuna o tomar las armas contra un mar de adversidades y
oponiéndose a ella, encontrar el fin? Morir, dormir… nada más; y con un sueño poder decir
que acabamos con el sufrimiento del corazón y los mil choques que por naturaleza son
herencia de la carne. […]

ACTIVIDAD 4:
 Realicen un monólogo para compartir con el resto de los compañeros, como
espectadores. Entonarán la voz, usarán vestuario (el que deseen) y tratarán temas
actuales adolescentes, como por ejemplo: “¿Qué es el amor, para ustedes? ¿Cuál es tu
prioridad a esta edad? ¿Qué sueños tienes? Paz-guerra. Entre otros.

FACTORES DE LA CREATIVIDAD
FLUIDEZ: Capacidad para evocar una gran cantidad de ideas, palabras, respuestas. Consiste en
gran medida en la capacidad de recuperar información del caudal de la propia memoria, y se
encuentra dentro del concepto histórico de recordación de información aprendida.
FLEXIBILIDAD: Capacidad de adaptación, de cambiar una idea por otra, de modificarla.

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ORIGINALIDAD: Tiene un carácter de novedad. Mira a las soluciones nuevas, inhabituales que
aparecen en una escasa proporción en una población determinada. Es el factor más
determinante de la capacidad creadora.
REDEFINICIÓN: La solución de un problema desde diversas perspectivas. Sería reacomodar
ideas, conceptos, gente, cosas para transponer las funciones de los objetos y utilizarlas de
maneras nuevas.
ANÁLISIS: Capacidad para desintegrar un todo en sus partes. Mediante este factor se estudian
las partes de un conjunto. Permite descubrir nuevos sentidos y relaciones entre los elementos
de un conjunto.
SÍNTESIS: Mediante esto se pueden combinar varios elementos para conformar un todo. Es
mucho más que un simple resumen, es una “síntesis mental”.
SENSIBILIDAD ANTE LOS PROBLEMAS: El sujeto creador es sensible para percibir los
problemas, necesidades, actitudes y sentimientos de los otros. Tiene una aguda percepción de
todo lo extraño o inusual o prometedor que posee la persona, material o situación con los que
trabaja. El creador siente una especie de vacío, de necesidad de completar lo incompleto, de
organizar lo desordenado, de dotar de sentido a las cosas.
LA MEMORIA: Recoge datos y elementos, los conserva, los tiene en disposición de poder ser
relacionados, y éstos en un momento dado hacen saltar la chispa de la imaginación.
LA MOTIVACIÓN: Tiene una influencia cierta y definitiva sobre el proceso creador. Influye
sobre el recuerdo y la elaboración. Es la impulsora de la acción, la que mantiene el esfuerzo
permanentemente. Esta es individual y por tanto subjetiva.
LA JUSTIFICACIÓN: Se trata de hallar una razón a la invención, para que sea útil a la
humanidad.
LA ORGANIZACIÓN COHERENTE: Es la capacidad de organizar un proyecto, expresar una idea o
crear un diseño de modo tal que nada sea superfluo. En otras palabras, “obtener el máximo de
lo que se tiene para trabajar”. El sistema nervioso de las personas tiene un cierto nivel de
plasticidad, gracias al cual, nuestro cerebro tiene la capacidad de responder a los cambios de
manera flexible.

ACTIVIDAD 5:
a. Torbellino de ideas con temas tales como:
 Título de un cuento.

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 Nombre de los personajes.
 Lugares donde podemos ir de excursión.
 Actividades para realizar en una fiesta.
 Modos de lograr que todos seamos felices.
 Cosas que podrían ocurrir si no existieran los colores.
 Cómo podríamos comunicarnos si no existiera la palabra.
 Cosas que podrían inventarse.
 ¿Qué pasaría si tuviéramos cuatro brazos?
 Poner títulos a dibujos.
 Crear un gesto para saludarnos.
b. UNA PALABRA: MIL HISTORIAS.
El juego consiste en inventar un tema, historia o cuento de fantasía a partir de una sola
palabra que se da al jugador que está en el centro (rol rotativo).
¿QUÉ SUCEDIÓ? El maestro estimula el desarrollo de una historia, diciendo frases
como: “el otro día fui al zoo con mis padres y me perdí,..” ¿Qué crees que sucedió? Los
jugadores van contando lo que creen que pudo suceder.

LA ESTRUCTURA DRAMÁTICA
ROL Y PERSONAJE: DIFERENCIAS
ROL:
Es toda unidad social de conducta y función, pasada, presente o posible que no requiere
un cambio de ritmo orgánico en el sujeto que realza la acción.
Ejemplo: jugar el rol del médico sin modificar mi ritmo natural, aunque esa función y su
conducta no me pertenezcan cotidianamente. Rol no es sólo hacerse a sí mismo. Todos
somos personajes con distintos roles, vivenciados o posibles. Los vivenciados, más
próximos, nos permitirán recrearlos. A los posibles se les tiene que dar mayor fundamento
en sus circunstancias para crearlos y creer en ellos. El juego de roles es un juego asociado
de estímulo y respuesta. No requiere un control rítmico (de composición).

PERSONAJE:
Es un ritmo orgánico que para componerlo se tiene que variar notoriamente el ritmo
natural de quien lo realiza. Es juego disociado, pues se tiene que mantener el ritmo
compuesto, además de accionar adecuadamente los estímulos y respuestas. Jugar las
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acciones de un animal es jugar siempre personajes. Un personaje no es por la ropa que se
pone sino por el ritmo natural de quien lo realiza.
Rol cercano: Ritmo y conductas que me pertenecen (asociación). Tal cual yo accionaría.
Rol lejano: Ritmo que me pertenece (asociación). Conductas que no me pertenecen
(disociación). Tengo que inhibir impulsos para respetar acuerdos o soportes dramáticos
previos.
Personaje cercano: Ritmo que no me pertenece (disociación), donde es necesario
controlar la composición y el mantenimiento del ritmo creado, y conductas que me
pertenecen (asociación).
Personaje lejano: Ritmo y conducta que no me pertenecen (disociación).

CONFLICTO
El conflicto es la esencia del drama. Es lo que acontece entre los personajes (protagonista y
antagonista), el suceso por el cual se establece una lucha, un contraste que transforma el
objetivo de uno de ellos y determina el desenlace de una situación creada.
El conflicto es “el choque de dos o más fuerzas”. Que, desde el plano técnico, nunca ocurre en
el plano psíquico. Es común que el actor intente resolver su conflicto de forma intelectual
sobre la forma física.
Los conflictos reales son siempre interacciones dialógicas físico-psíquicas, imposibles de ser
pensados. El cuerpo es quién investiga, no la cabeza. Hay que hacer para comprender y no
comprender para hacer. Los componentes emocionales de una situación son producidos por el
accionar del actor. Éste es el que “construye” los factores físicos y psíquicos como tendencias
opuestas en su propia persona o bien lucha contra algo exterior. En estos procesos se
entrecruzan (difíciles de separar) la atención, el compromiso muscular, la voluntad y el
pensamiento, que se van ordenando naturalmente sin que el actor deba operar sobre cada
campo aisladamente. Para el actor, los conflictos jamás son palabras. Se trata siempre de
objetivos por alcanzar, hechos que se interponen.
Construir un personaje no es crear su psicología directamente sino su conducta partiendo de
sus hechos más materiales y controlables. Empezamos desde los comportamientos simples y
físicos para crear definiciones más psicológicas y sutiles.

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HAY TRES TIPOS DE CONFLICTOS:
Con el entorno: Es el lugar donde transcurre la ficción más las condiciones dadas. En este tipo
de conflictos el entorno es un factor invariable.
Con el otro: Es el más común. No se puede prever: sólo podemos conocer su
desencadenamiento. El resto aparece como consecuencia de la improvisación.
Con uno mismo: acompaña al “conflicto con el otro”. Está latente en el personaje, listo para
disparar acciones dramáticas. Están formados por una pulsión corporal primaria y que es
reprimida por una concepción cultural o una conveniencia social.
Acción: Es el movimiento general que hace que entre el principio y el fin de una obra, haya
nacido algo, se haya desarrollado y haya muerto. La acción dramática es el modo como se
desenvuelve el argumento de una pieza teatral, confiere y deslinda el carácter de los
personajes, avanza el argumento, mantiene el interés del espectador.
La acción es la que da la tónica, el movimiento, el clima de la obra.
Una acción puede ser externa, cuando los personajes la muestran, o interna, cuando la viven
en su interioridad. De las acciones (no confundir con movimiento), se pueden percibir las
actitudes y conductas del personaje.
Personajes: Para dar a conocer un personaje, éste debe actuar en el presente, ya sea que la
acción se desarrolle en el pasado o en el futuro. Además, un personaje no puede ser evocado.
Su presencia debe poder palparse; debe estar aquí, junto con los espectadores. A esto es a lo
que se llama el aquí y el ahora del teatro.
A un personaje teatral lo hacen:
 Un carácter determinado.
 Una voluntad firme.
 Su comportamiento frente a una situación o un medio ambiente que se opone a esa
voluntad.
Entorno, espacio: Puede ser visible o no visible o abstracto. El visible es el espacio en que se
desarrolla la acción; el espacio tridimensional que llamamos escenario y que completamos o
no con la escenografía. El no visible es aquel que imaginamos, que vemos a través de las
acciones de los personajes, pero que no se materializa en el escenario.
El entorno dramático, representa el contexto y está formado por el lugar físico y por las
condiciones dadas.

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Más allá de los espacios alternativos, el escenario (en cualquiera de sus versiones) es
considerado el entorno convencional del teatro. Se trata de un lugar destacado, donde ocurre
la ficción y presupone de un acuerdo tácito entre el espectador y el actor. El escenario cuenta
con un doble carácter: realidad física (tablones de madera) y realidad convencional (un palacio,
por ejemplo). El uso del espacio real no requiere de un entrenamiento específico, sino que el
trabajo está en el actor para convencer al público mediante su accionar. Éstas, son las
encargadas de fusionar la realidad y lo convencional.
El entorno, desde el punto de vista técnico, es el recipiente que contiene y limita la
operatividad. Modifica las acciones del actor, pero es a la vez su resultado.

ACTIVIDAD 6:
A. ¿Por qué el conflicto es importante en una obra?
B. Crea un ejemplo de cada conflicto (con uno mismo, con el otro, con el entorno).
C. ¿Cómo se conforma un personaje?
D. Explica con tus palabras el “doble carácter del escenario”.

TEATRO DEL SIGLO XX


El siglo XX europeo viene marcado por dos fechas fundamentales en su primera mitad; estas
fechas son las correspondientes al inicio y fin de las dos grandes guerras mundiales que en ese
medio siglo se producen.
La primera Guerra Mundial comienza en 1.914 y termina en 1.918, con un acontecimiento
histórico capital en 1917, la Revolución Rusa. La segunda Guerra Mundial comienza en 1.939,
justamente al finalizar la Guerra Civil española, y termina en 1.945. Son las dos guerras más
destructivas y dañinas que ha sufrido la humanidad; su influencia en el arte que se produce en
los períodos de preguerras, entreguerras y posguerras es indiscutible, y naturalmente también
en el teatro, que es un reflejo de la sociedad en que se desarrolla.
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Se acentúan avances del siglo XIX, se matizan y se presentan otras innovaciones y
perfeccionamientos. Estos aspectos son los siguientes:
1. Avances en la técnica y en la profesionalización de los actores y de los directores de
escena.
2. Escenografías y vestuario preciso, en el caso del teatro realista, y un despliegue
enorme de creatividad en este aspecto en el teatro no realista.
3. Avances técnicos en maquinaria, arquitectura teatral e iluminación.
4. Conciencia del teatro como vehículo de transmisión de ideas.
5. Gran desarrollo de la teoría teatral, que se estudia bajo los principios de la semiótica.
6. Concepción del teatro como un espectáculo total, que requiere la implicación de las
diferentes artes visuales, espaciales y auditivas, así como las disciplinas físicas y
psicológicas en la preparación del actor.
La característica principal en el siglo XX será la gran variedad de estilos, tendencias, ideologías
y corrientes teatrales. No podemos olvidar tampoco el papel decisivo que tienen la televisión y
el cine en la evolución posterior del teatro, que debido a la presencia y alcance masivo de
estos medios toma dos caminos diferentes: la producción de atractivos y grandiosos
espectáculos, como las comedias musicales, o la búsqueda de la esencia teatral pura.
Las principales corrientes dramáticas del siglo XX son las siguientes:
El teatro modernista.
El teatro del absurdo.
El teatro experimental e intelectual del 98 y del 27 en España.
El teatro político de Brecht.
El teatro existencialista de Sartre.

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DATOS DEL AUTOR: Alejandro Casona nació el 23 de marzo de 1903 en Besullo, Cangas del
Narcea, Asturias, España, en el seno de una familia de labradores, pastores y herreros.
Maestro de profesión al igual que sus padres, fue el director en Murcia de un grupo de teatro
infantil llamado "El pájaro pinto". Durante la Segunda República española, participó de manera
muy activa en la campaña cultural de las Misiones Pedagógicas.
Entre 1941 y 1964 escribió las siguientes obras: Las tres perfectas casadas (1941), La dama del
alba (1944), La barca sin pescador (1945), Los árboles mueren de pie (1949), La llave en el
desván (1951), Siete gritos en el mar (1952), La tercera palabra (1953), Corona de amor y
muerte (Doña Inés de Portugal, 1955), Carta de una desconocida, La casa de los siete
balcones, Tres diamantes y una mujer y El caballero de las espuelas de oro (1964).
Alejandro Casona murió el 17 de septiembre de 1965 en Madrid.

PERSONAJES:
Estela
Frida
La abuela
Enriqueta
Ricardo Jordán
El caballero de negro
Tío Marko
Juan
Banquero
Consejero 1º
Consejero 2°
ACTO PRIMERO
Despacho del financiero Ricardo Jordán. Lujo. Sobre la mesa, ticker y teléfonos. En las paredes,
mapas económicos con franjas de colores, banderitas agrupadas en los grandes mercados y
una gran esfera terrestre, de trípode. Reloj de péndulo. Invierno.
Enriqueta, sentada. Ricardo acude de mal humor al teléfono que llama desde que se levanta el
telón. Mientras él habla, ella retoca su maquillaje.

RICARDO: - ¡Hola! ¿Larga distancia...? Sí, sí, diga... Aquí también: otros cuatro enteros en
media hora. Pero le repito que no hay ningún motivo de alarma. No, eso nunca; mis órdenes
son terminantes y para todos los mercados. ¡Gracias! (Cuelga. Mira el ticker que señala la
cotización del momento.)
ENRIQUETA: - ¿Siguen las malas noticias?
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RICARDO: - Así parece.
ENRIQUETA: - Si te limitaras a evitarlo...
RICARDO: ¿Voy a acobardarme ahora?
ENRIQUETA: - No se trata de valor, sino de cifras. ¿Cuánto han subido hoy las acciones de la
Canadiense? ¿Hasta dónde puedes resistir la baja?
RICARDO: - No me importa el límite, puesto que se trata de una baja provocada
artificialmente. El juego está bien claro: o la Canadiense o yo. Veremos quién ríe último.
ENRIQUETA: - Ellos pueden permitirse el lujo de perder indefinidamente con tal de hundirte.
No se trata de una empresa que defienda sus intereses. Josué Méndel te odia.
RICARDO: -Josué Méndel... Un aprendiz. Los primeros negocios sucios que hizo los aprendió
conmigo. Yo le enseñaré a respetar a su maestro.
ENRIQUETA: - ¡Puedes arrastrar a la ruina a mucha gente contigo!
RICARDO: - No puedo perder mi tiempo pensando en los demás. ¿Qué es lo que me aconsejas?
¿Rendirme?
ENRIQUETA: - Pactar.
RICARDO: - ¿Con Méndel? Nunca. Él ha querido la guerra, pues tendremos guerra. Y por favor,
dejemos esto. ¿Por qué no me llamaste anoche?
ENRIQUETA: - Después de un día tan agitado supuse que necesitarías descanso. Estuve
cenando en el Claridge... con unas amigas. No quise despertarte.
RICARDO: - Qué extraño...
ENRIQUETA: - ¿Qué quieres insinuar...?
RICARDO: - ¡Seamos claros, Enriqueta! Hasta ayer nunca habías visto a ese hombre. ¿Dónde
aprendiste que Méndel tiene los ojos fríos?
ENRIQUETA: - ¡Ricardo...! ¿Una escena de celos ahora?
RICARDO: - Perdona.
(Entra Juan con una bandeja, dos vasos, coctelera y soda.)
JUAN: - Con permiso, señor.
RICARDO: - ¿Quién ha pedido eso?
JUAN: - Como el señor lleva tres noches sin dormir, me he permitido... ¡Pruébelo y me lo
agradecerá!; Pero con cuidado. ¡Es una fórmula para soñar de pie!
RICARDO: - Gracias Juan.
JUAN: — (Dejando la bandeja.) El Director del Banco y los Consejeros esperan.

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RICARDO: ­ Que pasen…
ENRIQUETA: - Escúchalos con calma. En estos momentos todo consejo puede ser útil. ¿Por qué
me miras así?
RICARDO: - No sé. Te encuentro muy extraña. Demasiado razonable, quizá. En fin, querida;
será que vamos envejeciendo. (La besa fríamente en la mejilla).
ENRIQUETA: - Piénsalo, Ricardo… piénsalo. (Sale. Ricardo se sirve un vaso. Juan abre la puerta
corredera del fondo, dejando pasar al Director del banco y dos Consejeros.)

RICARDO, BANQUERO, CONSEJEROS 1º y 2º


RICARDO: - Adelante, señores. ¿Algo nuevo?
CONSEJERO 1º: - Demasiadas cosas en poco tiempo. ¿Ha visto el curso de las cotizaciones?
Ayer cerramos a ciento ochenta y hoy hemos abierto a ciento sesenta y cinco.
BANQUERO: - He salido de la Bolsa cuando se lanzaban al mercado cuatro mil acciones más.
He visto el desconcierto de los agentes, las cifras derritiéndose como manteca en las pizarras.
RICARDO: - Sin embargo puedo garantizarles que es una falsa alarma.
BANQUERO: - No es una alarma. ¡Es el pánico!
CONSEJERO 2º: - Una alarma puede cortarse con un golpe de audacia. Contra el pánico no hay
fuerza humana que resista.
RICARDO: - Ahí está la única palabra; resistir. ¡Resistir! ¿A quién favorece este pánico? A
Méndel. Por eso lo paga. Cuando nuestras acciones estuvieran en el suelo, él vendría
tranquilamente a recogerlas y apoderarse de la empresa. Hace falta ser muy estúpido para no
ver el juego.
CONSEJERO 1º: - ¿Es decir, que usted se empeña en no ver en todo esto más que una simple
especulación?
RICARDO: - Conozco el sistema: la prensa comprada, los saboteadores a sueldo, los rumores
alarmistas. Se compra a los líderes. Bastará doblar el precio que les haya ofrecido Méndel.
BANQUERO: - ¿Y nuestros yacimientos de petróleo al otro lado de la frontera? El golpe de
estado nacionalista no reconoce los intereses extranjeros.
CONSEJERO 2º: - ¡Nuestros pozos serán expropiados al precio que ellos fijen!
RICARDO: - Propaganda política que nadie se atreverá a confirmar. ¡El petróleo no tiene patria!
CONSEJERO 1º: - No es una amenaza. Es noticia confirmada por nuestra agencia. Hay que
salvar lo que se pueda, antes que sea tarde.

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RICARDO: - En resumen: ¿qué es lo que me proponen? ¿Entregarnos a Méndel?
CONSEJERO 1º: - Hoy todavía estamos a tiempo de pactar. Mañana nos tendrá atados de pies y
manos.
RICARDO: - Rotundamente, ¡no! Mientras yo tenga la dirección de la empresa, mi única orden
es resistir. ¡Y luego, pegar!
BANQUERO: - ¿Con qué capital? En estas condiciones mi Banco no puede arriesgar nuevos
créditos.
RICARDO: - ¿También usted ha perdido la fe en mí?
BANQUERO: - ¿Y quién puede tenerla cuando el grito de alarma ha salido de este mismo
despacho? Esas cuatro mil acciones lanzadas al mercado esta misma mañana son de la
señorita Enriqueta. ¡Su propia amiga!
RICARDO: - ¡No es posible!
BANQUERO: - Anoche la vieron cenando con Méndel, en el Claridge.
RICARDO: - ¡Mienten! ¿Quién la ha visto?
CONSEJERO 1º: - Yo, señor Director.
CONSEJERO 2º: - Y yo.
RICARDO: - ¿También ustedes estaban? Ahora veo clara la maniobra. El barco se hunde y las
ratas se apresuran a abandonarlo. ¿No es eso? Pues no, señores. Yo sabré ponerlo a flote una
vez más. Y si el capital de la empresa no basta, yo lucharé con el mío, hasta el último céntimo.
BANQUERO: - Piénselo fríamente. Puede ser la ruina.
CONSEJERO 2º: - Los accionistas exigen su renuncia. ¡Es lo único que puede salvarnos a todos!
RICARDO: - ¡Basta! ¿Qué esperan? Vayan a arrodillar su miedo a los pies de Méndel. Por mi
parte sólo conozco una fórmula de lucha; o todo o nada. Es mi última palabra.
BANQUERO: - Está bien. También nosotros diremos la nuestra. ¡Vamos! (Salen.)
RICARDO: — (Solo, murmura, entre dientes.) Cobardes... cobardes... ¡Y ella...! (Se deja caer
abismado en un sillón. Bebe de nuevo. Rumor de lluvia. Las luces bajan visiblemente mientras
se oye un extraño fondo de música, monótona. La puerta del foro se abre lentamente, sin
ruido alguno, dando paso al Caballero de Negro; viste con traje y trae su carpeta de negocios.
Con sonrisa fría avanza en silencio y habla sobre el hombro de Ricardo con cierta solemnidad
confidencial).

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RICARDO y el CABALLERO DE NEGRO
CABALLERO: - No lo pienses más, Ricardo Jordán. Tu amante te ha traicionado. Tus amigos,
también. Estás al borde de la ruina. Tal vez de la cárcel. En estas condiciones, el único que
puede salvarte soy yo. (Ricardo mira sorprendido al desconocido).
RICARDO: — (Se levanta) ¿Quién es usted? Creo que he visto esa cara alguna vez... no sé
dónde.
CABALLERO: - En un libro de estampas que tenía tu madre, donde se hablaba ingenuamente
del cielo y del infierno. ¿Recuerdas? Página octava... a la izquierda.
RICARDO: — (Mirándole fijamente.) ¿Entre una nube de humo? ¿Con una capa roja?
CABALLERO: - Era el traje de la época. Ha habido que cambiar un poco el vestuario, para
ponerse a tono.
RICARDO: — (No queriendo creer.) ¡No...! (Se restriega los ojos.) Hablemos en serio, por
favor... ¿no pretenderá hacerme creer que estoy tratando con... con...?
CABALLERO: - Dilo sin miedo. Con el Diablo en persona.
RICARDO: - ¡Demonio!
CABALLERO: - También. Todos mis nombres se usan como exclamación.
RICARDO: — (Tratando de reaccionar.) Desconocido señor: yo no sé de qué manicomio se ha
escapado usted ni qué es lo que se propone. Pero le advierto que ha elegido muy mal
momento.
CABALLERO: - ¿Malo, por qué? ¿No estabas desesperado cuando llegué?
RICARDO: - Eso sí; puede jurarlo. ¿Pero se da cuenta de lo absurdo de esta situación? El diablo
no es un personaje de carne y hueso. Es una idea abstracta.
CABALLERO: - Y sin embargo aquí me tienes. De vez en cuando, hasta las ideas abstractas
necesitamos salir a estirar las piernas.
RICARDO: - No puede ser. Una aparición en estos tiempos... ¡y con esa facha!
CABALLERO: — (Ofendido, mirándose.) ¿Facha?
RICARDO: - Perdón; quiero decir, con ese aspecto provinciano, de pequeño burgués.
CABALLERO: Te diré; en realidad hay tres diablos distintos según la jerarquía de las almas.
Hay uno aristocrático y sutil, para tentar a los reyes y a los santos. Hay otro, apasionado y
popular, para uso de los poetas, y los campesinos. Yo soy el diablo de la clase media.
RICARDO: - Ahora me explico el traje; y hasta la carpeta de negocios. ¿No le parece demasiada
naturalidad?

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CABALLERO: - La naturalidad siempre está bien. Incluso para lo sobrenatural. Con permiso.
(Se sienta tranquilamente y se sirve un vaso.)
RICARDO: - Ea, basta de bromas estúpidas. O usted se retira ahora mismo o haré que lo
pongan en la calle.
CABALLERO: - Creo que vas a perder el tiempo: pero inténtalo. (Se sirve soda. Bebe. Ricardo
aprieta en vano el timbre y luego trata de llamar al teléfono. El Caballero de Negro comenta
sin mirar.) Es inútil. El timbre no sonará. El teléfono tampoco.
RICARDO: - (Llamando en voz alta.) ¡Juan...! ¡Juan...!
CABALLERO: - No te canses; mientras yo esté aquí, nadie se moverá ni escuchará tu voz. El
tiempo mismo se quedará dormido en los relojes. (Ricardo mira el reloj).
RICARDO: - Pero entonces... es verdad. ¿No estoy soñando?
CABALLERO: - Pronto te convencerás del todo. Siéntate tranquilo y hablemos como dos buenos
amigos.
RICARDO: - Si no hay otro remedio... (Se sienta) ¿Puede saberse a qué has venido?
CABALLERO: - Pasaba por la bolsa, ¡donde tengo tantos clientes! He visto tu caso y vengo a
proponerte un negocio. Naturalmente, un negocio espiritual. Mientras vosotros os preocupáis
sólo de la mecánica y la economía, yo sigo ocupándome exclusivamente del alma.
RICARDO: - ¿Crees que la mía merece la pena?
CABALLERO: - En este caso, sí. Se trata de un experimento.
RICARDO: - No creo que perder mi alma te cueste mucho trabajo; la pobre debe estar bastante
perdida ya.
CABALLERO: - (Sacando una ficha de su cartera.) En efecto; según la ficha que llevo de ella está
ya casi madura para la condenación. Pero todavía le falta un empujoncito: el último.
RICARDO: - Menos mal.
CABALLERO: - Tu lista está bien nutrida de traiciones, bajezas y escándalos. Ni el dolor humano
te ha conmovido nunca, ni has respetado la mujer de tu prójimo. En cuanto a aquello de no
codiciar los bienes ajenos creo que será mejor no hablar, ¿verdad?
RICARDO: - Sí; realmente, sería muy largo.
CABALLERO: - En una palabra; todo lo que la Ley te manda respetar, lo has atropellado. Hasta
ahora, sólo un mandamiento te ha detenido: "No matarás".
RICARDO: - (Inquieto, levantándose.) ¿Es un crimen lo que vienes a proponerme?

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CABALLERO: - Exactamente; lo único que falta en tu lista. Atrévete a completarla, y yo volveré
a tus manos las riendas del poder y del dinero, que acabas de perder.
RICARDO: - No, gracias. Habré llegado muy bajo, no lo niego. Pero un crimen es demasiado.
CABALLERO: - ¿Tan seguro estás de no haber cometido ninguno? Hay crímenes sin sangre, que
no están en el Código.
RICARDO: - ¿Por ejemplo...?
CABALLERO: - Por ejemplo... (Consulta nuevamente la ficha.) Cuando eras niño pobre rondabas
los muelles buscando plátanos podridos para saciar tu hambre. Treinta años después hacías
arrojar al mar centenares de vagones, para hacer subir los precios. ¿Cómo llamarían a eso los
niños hambrientos que siguen rondando los muelles?
RICARDO: - No puedo detenerme en sentimentalismos. El corazón es un mal negocio.
CABALLERO: - De acuerdo. Entonces dejemos los sentimientos y vamos a los números, que es
tu fuerte. (Vuelve a consultar la ficha.) En tu empresa trabajan tres mil hombres respirando los
gases de las minas y el humo de las fábricas. Según las estadísticas todos ellos mueren cinco
años antes de lo normal. Tres mil hombres a cinco años, son ciento cuarenta siglos de vida
truncada. ¡Linda cifra, eh! La historia del mundo no tiene tanto.
RICARDO: - Tampoco de eso es mía la culpa. Yo no inventé el sistema.
CABALLERO: - Pero vives de él cómodamente. Y todo esto sin contar a los que tosen en plena
juventud gracias a ti; y a los que engendran hijos raquíticos, gracias a ti; y a los viejos
prematuros, y a los mutilados...
RICARDO: - ¡Tenemos los mejores hospitales del país!
CABALLERO: - Lo de siempre: primero fabricáis los enfermos y después los hospitales.
RICARDO: - Entendámonos. ¿Has venido a perder mi alma o a darme una lección de moral?
CABALLERO: - Nunca he sabido hacer lo uno sin lo otro.
RICARDO: - ¡Ah! Pero de esos males de que me acusas, no soy el responsable yo sólo. Somos
muchos. ¡Todos!
CABALLERO: - En eso no te falta razón. Para emplear tu lenguaje yo diría que son... "crímenes
anónimos, de responsabilidad limitada".
RICARDO: - Exacto.
CABALLERO: - Por eso vengo a proponerte uno que sea exclusivamente tuyo; con plena
responsabilidad.
RICARDO: - Es inútil. ¡No mataré...! ¡No mataré!

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CABALLERO: - Calma. Un hombre de empresa como tú no rechaza un negocio sin escuchar las
condiciones.
RICARDO: - Por buenas que sean. Una cosa es encogerse de hombros ante la vida de los
demás, y otra muy distinta matar con las propias manos.
CABALLERO: - ¿Y si no hicieran falta las manos?
RICARDO: - ¿Qué quieres decir?
CABALLERO: - Que el hecho material no me importa. Basta con la intención moral. Pon tú la
voluntad de matar, y yo me encargo de lo demás.
RICARDO: - No me fío. Un negocio con tantas facilidades siempre es sospechoso.
CABALLERO: - Ah, ¿ya empieza a parecerte fácil?
RICARDO: - ¿Y a quién no? Si la víctima cae lejos, sin que yo tenga que verla, ¿qué puede
importarme?
CABALLERO: - Lo que esperaba. Para sufrir con el dolor ajeno, lo primero que hace falta es
imaginación: y tú no la tienes. Por ese lado, puedes estar tranquilo. Es un negocio limpio, sin
sangre.
RICARDO: - La proposición es tentadora… pero dicen que los criminales sueñan con sus
víctimas.
CABALLERO: - Tú no. Ni siquiera necesitarás conocerla. Puedes elegir un nombre cualquiera en
cualquier lugar de la tierra. Cuanto más lejos, mejor. Por ejemplo... (Se levanta; se descalza un
guante que deja sobre la mesa, y hace girar la esfera. Después la detiene con el dedo, al azar.)
Aquí… al otro lado del mar. Una pequeña aldea de pescadores en el Norte. ¿Has estado en el
Norte alguna vez?
RICARDO: - Nunca.
CABALLERO: - Mejor; conocer un paisaje es casi conocer al hombre. Ahora haz un esfuerzo
mental, y sígueme. Mira, ya es de noche en la aldea. Ahí tienes a Péter Anderson—un pescador
como otro cualquiera— subiendo la cuesta de su casa, frente al mar. Sopla un viento fuerte.
¿Lo oyes...? (Se oye el silbido del viento.)
RICARDO: - No sé... Es algo así como si me zumbaran los oídos...
CABALLERO: - Concéntrate más. Péter Anderson acaba de comprarse una barca, y sube
alegremente la cuesta, cantando una vieja canción... ¿La oyes? (Se oye la canción lejana).
RICARDO: - La siento acercarse. ¿No es una ilusión mía?

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CABALLERO: - No, es que tu alma está ahora allí. Péter Anderson ha bebido un poco de
whisky... el despeñadero sobre la playa es peligroso... y corre un viento capaz de derribar a un
hombre. Mañana, cuando lo encuentren en el fondo del acantilado, todo el mundo creerá que
fue el viento. (Pausa. Se oye más clara la canción y el silbar del viento.) ¿Qué esperas? Un
simple esfuerzo de voluntad, y toda la fortuna y el poder volverán de golpe a tus manos. Si no
te basta, puedo ofrecerte también la ruina de Méndel... ¿Qué esperas...?
RICARDO: - No sé... no puedo...
CABALLERO: - ¡Tiene que ser ahora mismo, al doblar la cuesta! ¡Cierra los ojos, Ricardo Jordán!
Es sólo un momento.
RICARDO: - (Baja instintivamente la voz.) ¿Qué tengo que hacer?
CABALLERO: - (Poniendo el contrato sobre la mesa.) Con una firma es bastante. Aquí (Ricardo
vacila. Crece el rumor del viento y la canción. El Caballero de Negro escucha conmovido.) Al
final de la cuesta hay una ventana iluminada... Péter levanta la mano para saludar... ¡Firma
ahora! ¡Es el momento! (Ricardo firma. Se oye un grito desgarrador de mujer).
GRITO: - ¡Péter! (La canción se corta y el viento cesa repentinamente. Silencio absoluto.)
CABALLERO: - Pobre Péter Anderson...
RICARDO: - (Conmovido, sin voz.) ¿Ya...?
CABALLERO: - Ya. ¿Ves qué sencillo? Una ráfaga de viento negro sobre el despeñadero, y un
pescador menos en la aldea. Es cosa de todos los días. (Guarda el documento.) En cuanto a tus
negocios, pronto recibirás buenas noticias. Enhorabuena. (Se dispone a salir.)
RICARDO: - Espera... ¿quién dio ese grito? Péter no estaba solo. Lo he oído perfectamente...
¡fue un grito de mujer!
CABALLERO: - No preguntes. ¡Cuanto menos sepas, tanto mejor para ti!
RICARDO: - Pero ese grito... ¡Si por lo menos no hubiera oído ese grito...!
CABALLERO: - (Irónico.) ¿Ya empezamos...? No vuelvas a pensar en ello. Y sobre todo, no
olvides tus propias palabras: el corazón es un mal negocio. (Se vuelve junto a la puerta con una
sonrisa ambigua.) De todos modos, pobre Péter Anderson ¿verdad? Cantaba como un
enamorado... Y parecía tan feliz. (Se inclina cortésmente.) Muchas gracias.
(La puerta se abre silenciosamente. Ricardo contempla en la esfera "el lugar del hecho". Por fin
reacciona restregándose los ojos como si despertara).

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RICARDO: - No puede ser. Aunque lo haya visto con mis propios ojos ¡no puede ser! (Golpea
impaciente el timbre, llamando al mismo tiempo.) ¡Juan...! ¡Juan...! (Juan abre la puerta del
fondo.) ¡Detén a ese hombre! ¡Tráelo acá otra vez!

JUAN y RICARDO
JUAN: - ¿A quién, señor?
RICARDO: - Tienes que haberte cruzado con él. ¡Acaba de salir por esa misma puerta! ¿Y no lo
has visto? Un caballero vestido de negro... con una carpeta...
JUAN: - Puedo jurarle que aquí no ha entrado ni salido nadie.
RICARDO: - ¿Vas a hacerme creer que estoy loco? ¿Y el viento? ¿Tampoco lo has oído?
JUAN: - ¿Viento? En el jardín no se mueve ni una hoja.
RICARDO: - ¿Y una canción? ¡Y ese grito... ese grito de mujer, ahí mismo!
JUAN: - (Mirando sospechosamente la coctelera.) Si el señor me permite un consejo, creo que
le conviene acostarse. Ya le advertí que la fórmula del cóctel, es para soñar de pie.
RICARDO: - Ojalá no hubiera sido más que un sueño. Pero lo he visto tan claro...
JUAN: - El señor lleva tres noches sin dormir, tiene trastornados los nervios... y ha bebido dos
vasos.
RICARDO: - ¿Dos...? ¿Quién te asegura que fui yo el que bebió los dos? No recuerdo haber
bebido más que el primero.
JUAN: - Tranquilícese; después del primero, no hay quien recuerde los otros.
RICARDO: - Tienes razón. Todo puede explicarse por las leyes naturales. Además, lo otro sería
tan absurdo... tan anacrónico. (Respira profundamente, aliviado.) Gracias, Juan. No sabes el
peso que me acabas de quitar de encima.
JUAN: - Conozco mi oficio, simplemente. (Recoge todo en la bandeja) ¿Este guante negro es
suyo?
RICARDO: - (Se sobresalta) ¿Un guante negro? (Lo toma y lo mira fijamente.) ¡Exacto! Por fin
un rastro de realidad. ¿Qué me dices ahora? Cuando tú sueñas con un árbol de manzanas, no
te encuentras una manzana al despertar, ¿verdad?
JUAN: - No es lo corriente.
RICARDO: - Pues aquí está la manzana. Si este guante que vemos los dos es verdad, quiere
decir que también fue verdad la mano... y el hombre de la mano.
JUAN: - (Inquieto.) ¿Le ocurre algo al señor?

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RICARDO: - Nada que tú puedas comprender. Lo que ha ocurrido aquí es un misterio. (Suena el
teléfono.) Puedes retirarte. (Sale Juan, meneando la cabeza compasivamente. Ricardo acude al
teléfono.) ¿Hola? Sí, yo mismo; diga... ¿Ya? sí, sí, lo esperaba; pero no tan pronto. Suspendan
todas las compras hasta nueva orden. Gracias. (Entra Enriqueta, radiante.)

RICARDO y ENRIQUETA
ENRIQUETA: - ¡Ricardo! ¡Qué alegría encontrarte solo! He venido corriendo; quería ser la
primera en darte la noticia...
RICARDO: - (Fríamente.) ¿Que he triunfado?
ENRIQUETA: - ¿Ya te lo han dicho?
RICARDO: - Sí. Ha habido un vuelco total en la Bolsa, y nuestros valores están subiendo…
ENRIQUETA: - ¡Si lo hubieras visto! Ha sido un espectáculo emocionante. ¡Es para creer en
milagros!
RICARDO: - Me extraña esa alegría. Si tu jugaste a vender y yo a comprar, es mala noticia para
ti.
ENRIQUETA: - No irás a reprocharme que haya tenido miedo. Me hicieron creer que todo
estaba perdido, y traté de salvar algo... pensando en los dos.
RICARDO: - Muy generoso. ¿Pero quiénes eran los dos?
ENRIQUETA: - Te juro que lo hice por ti. ¡Sólo por ti!
RICARDO: - Gracias, querida; no esperaba menos. Abajo tienes el coche, es mi último regalo.
ENRIQUETA: - ¿Debo entender que me pones en la calle?
RICARDO: - Te dejo donde te encontré. Mis saludos a Méndel.

DICHOS y CONSEJEROS 1º y 2º
Que aparecen al mismo tiempo por distintas puertas. Después el DIRECTOR del Banco.
CONSEJERO 1º: - ¡Señor Jordán...!
CONSEJERO 2º: - ¡Señor Jordán...!
RICARDO: - Sin prisa, señores. ¿Grandes noticias, verdad?
CONSEJERO 1º: - ¡Espléndidas! ¡Nuestros pozos del sur están a salvo!
RICARDO: - Eso es solo la primera parte. Algo más espectacular tiene que ocurrir aún. (Viendo
llegar al Director del Banco que agita triunfalmente un cablegrama.)
BANQUERO: - ¡Sensacional! Cable urgente. ¡Los pozos de petróleo de Méndel están ardiendo!
Permítame felicitarle. Sólo un cerebro como el suyo podía organizar una jugada así.
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RICARDO: - Gracias, señores, gracias. No esperaba menos. ¿Y bien? ¿Qué vienen a buscar
ahora? ¿Todos, heroicamente, a ayudar al vencedor?
BANQUERO: - Yo siempre tuve fe en usted.
CONSEJERO 1º: - Solo tratábamos de aconsejarle.
RICARDO: - No tengan miedo por sus migajas. La rueda de la fortuna está en marcha y nadie
puede detenerla ya. Pero ¿habrá bastante dinero en el mundo para borrar esa gota de sangre?
ENRIQUETA: - ¿Sangre?
BANQUERO: - ¿Dónde?
RICARDO: - ¡Allá! En un playa cualquiera de cualquier pueblo. Mañana un revuelo de gaviotas
descubrirá el sitio... (Se miran todos confusos.) A ustedes les pregunto, hombres que todo lo
compran y todo lo venden. ¿Cuánto cuesta arrancarse de los oídos un grito de mujer? ¿Qué río
de oro puede devolver la luz a esos ojos azules donde se están enfriando las estrellas?
ENRIQUETA: - ¡Ricardo!
BANQUERO: - (Deteniéndola, en vos baja.) Calma. Son los nervios.
RICARDO: - ¿Qué esperan aún? ¿No comprenden que lo que necesito ahora es estar solo...?
¡Solo!... ¡¡Solo!! (El Director se lleva del brazo a Enriqueta. Salen todos. Ricardo hace girar la
esfera rápidamente. Se oyen voces obsesivas que repiten como hablándole al oído.)
VOCES: - Péter Anderson... ¡Péter...! ¡Péter...! ¡Péter Anderson!
(Se oye nuevamente el grito. La esfera sigue girando.)
TELÓN
ACTO SEGUNDO
Tiempo después en casa de Péter Anderson. Hogar humilde de pescadores en una costa
nórdica, con el remo clavado en la puerta y redes colgadas en las barandas. Mesa rústica de
comedor, una vieja estufa de hierro o chimenea de leña.
Por la ventana y puerta del fondo se ve el acantilado, y más lejos la silueta del arrecife sobre el
mar. La Abuela, tiende la mesa mientras piensa y rezonga en voz alta.

LA ABUELA SOLA. DESPUÉS, FRIDA.


ABUELA: - Ahora los dos platos, y los dos cubiertos. Ayer también fueron dos; y antes de ayer...
y así para siempre. Cuando éramos tres, la casa se llenaba de voces. Desde que hay un plato
menos, la mesa es demasiado grande. (Frida aparece en la puerta).
FRIDA: - Abuela.

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ABUELA: - ¿Tú? Dichosos los ojos. Ya creí que se te había olvidado el camino de esta casa.
FRIDA: - Como te oí hablar alto...entré.
ABUELA: - Lo que no se dice se pudre dentro, y es peor. (Sigue arreglando la mesa) ¿Tu
marido?
FRIDA: - En casa; trabajando.
ABUELA: - Cuanto menos lo dejes solo, mejor. De un tiempo a esta parte Cristián bebe
demasiado; ojo con él. ¿Y el niño?
FRIDA: - Está bien.
ABUELA: - Está bien, está bien... ¡Eso es todo lo que se te ocurre decir de un hijo! ¿No ata
cacharros a la cola del gato? ¿No vuelca la marmita del agua caliente? ¿No tira piedras a las
gaviotas? ¡Nunca! Los hijos de mis nietos se limitan a estar bien, y se acabó.
FRIDA: - Pero, abuela, si lo has visto ayer mismo. Pasaba nada más. No sabía si iba a entrar.
ABUELA: - No sería la primera vez que te veo rondar y pasar de largo con la cabeza gacha.
FRIDA: - No es por ti.
ABUELA: - ¿Por quién entonces? ¿Por tu hermana?
FRIDA: - ¿Está en casa?
ABUELA: - Podando el huerto. ¿La llamo?
FRIDA: - No, deja. Prefiero decírtelo a ti sola.
ABUELA: - Cualquiera diría que le tienes miedo. ¿Es tu hermana la que te hace bajar la cabeza y
pasar de largo por mi puerta?
FRIDA: - Estela no es la misma de antes. Desde la muerte de Péter, a todos nos mira como
enemigos. Como si alguien tuviera la culpa de su desgracia.
ABUELA: - Siempre hay que perdonar a los que sufren. Ella se quedó sin nada, tú tienes todo lo
que hace falta para ser feliz. Y en tu mesa siempre sobra el pan.
FRIDA: - ¿Crees que eso me basta? Todo lo mío me parecería poco para dárselo. Pero no
acepta nada de mí.
ABUELA: - Ni de ti ni de nadie. El dolor de los pobres es muy orgulloso.
FRIDA: - ¿Comprendes ahora por qué paso de largo muchas veces sin levantar los ojos? Me
duele ver a mi hermana cosiendo redes ajenas, o tallando esos barcos en las noches de
invierno.
ABUELA: - Ella lo dice: la mejor manera de recordar a los que se fueron es ocupar su puesto.

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FRIDA: - ¿Por qué condenarse a esta soledad? Mi casa es grande; allí podríamos vivir todos
juntos.
ABUELA: - ¿Abandonar estas paredes ella? Un día le propuse alquilar esa habitación que da al
mar; siempre hay algún forastero que pagaría bien. Pero tampoco. Ni saldrá de aquí, ni
consentiría que ningún extraño se asome a la ventana donde se asomaba Péter.
FRIDA: - ¿Y hasta cuándo puede resistir así? Para sostener una casa con las redes colgadas y
una barca que no sale al mar, no basta el trabajo de una mujer.
ABUELA: - Ya van casi dos años, y hasta ahora, mal que bien, vamos saliendo adelante.
FRIDA: - No, Abuela. Tú lo sabes igual que yo: la renta de la huerta está sin pagar, y lo único
que tenéis para responder es la barca. ¿Vais a dejarla perder?
ABUELA: - Esa nadie nos la quitará. La defenderemos con uñas y dientes.
FRIDA: - No hay más defensa que una: pagar.
ABUELA: - Cincuenta coronas es demasiado para una casa sin hombre.
FRIDA: - En la mía hay uno, sano y fuerte. Eso es lo que venía a decirte. La barca de Péter está
salvada.
ABUELA: - ¿Cristián pagó? ¿Y te escondes de tu hermana para decirlo?
FRIDA: - Si ella supiera que ese dinero es nuestro, quizá no lo aceptaría.
ABUELA: - Pero entonces... ¿qué me estáis ocultando las dos? ¿Ha ocurrido algo entre
vosotras?
FRIDA: - Por mi parte, no. Por ella... ojalá fueran solamente imaginaciones mías. (Se acerca,
confidencial.) Dime, abuela, ¿Estela no te ha dicho nunca nada?
ABUELA: - ¿De quién?
FRIDA: - No sé... de mí... de Cristián. Era el compañero de Péter; siempre estaban juntos.
ABUELA: - Compañeros… sí; amigos… no lo fueron nunca, bien lo sabes. ¿Por qué recuerdas
eso ahora?
FRIDA: - (Se aparta.) Cosas que se le meten a una en la cabeza. Ya pasó.
ABUELA: - ¡Así, hija! Si algo te está mordiendo el alma, calla y repúdrete por dentro.
Como ella. Como todos. Silencio, silencio siempre. ¡Y yo aquí en medio, llena hasta la garganta
de palabras, sin tener con quién repartirlas!
FRIDA: - Todo lo que tenía que decirte te lo he dicho ya. Lo que te pido es que no lo sepa
Estela.

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ABUELA: - ¿Que no? ¡Pues buena soy yo para andar con secretos al escondite! Así nací y así me
quedo. (Aparece en la puerta tío Marko, un poco torpe. Trae un barquito de vela y tallas
marineras en una canasta de mimbre.)

ABUELA, FRIDA y Tío MARKO


MARKO: - Buenas…
ABUELA: - Otro…qué tal. ¿Le has oído alguna vez un saludo completo? "Buenas". Las tardes ya
tienes que ponerlas tú. Apostaría a que no has vendido nada.
MARKO: - Y apuesta bien. Ni una talla.
ABUELA: - ¿Con tanta gente como llegó en el barco de hoy? De esos que viajan porque sí, y
traen dinero de lejos, que siempre vale más.
FRIDA: - (Recogiendo el barquito para llevarlo a la repisa.) No es suya la culpa. Ya nadie compra
estas cosas como antes. Hoy las fábricas lo hacen todo más barato y te lo ponen en casa.
ABUELA: - ¿Cuánto pediste?
MARKO: - Lo que me mandaron; diez coronas.
ABUELA: - ¿Sin rebajar? Naturalmente, así todo parece caro. ¡Si me dejaran a mí! (Tomando el
barquito de manos de Frida.) "¿Cuánto vale este barquito? —Quince coronas, señor. Madera
de abeto. ¡Todavía huele a bosque! —Es muy caro. —Por ser usted se lo dejo en doce, y
pierdo. —Es mucho. — ¿Mucho? Son veinte noches de trabajo, señor. ¡Veinte noches de mujer
con las manos frías! —No doy más que diez. — ¿Diez? —Diez. — ¡Tómelo!" Y ya está. (Se
sacude las manos y devuelve el barco a Frida que va a ordenarlo junto a los otros.)
MARKO: - (Después de un esfuerzo de meditación.) Pues no veo la diferencia. Con más
palabras o con menos el precio es el mismo.
ABUELA: ¿Y es que las palabras no valen nada? Si el domingo en lugar de emborracharte
hubieras ido a la iglesia, habrías oído lo que dijo el pastor. Decía: "Cuando Jesús de Galilea
envió por toda la tierra a sus discípulos, que eran unos pobres pescadores como vosotros,
¿creéis que les dio para luchar la espada o el caballo? ¡No! Les dio la palabra. Y con la palabra
sola conquistaron el mundo".
MARKO: - Vender… no vendí. Pero hablar, si hablé.
ABUELA: - ¿Con quién?
MARKO: - Un pasajero del barco. Estaba abajo en la playa, mirando hacia el despeñadero con
los ojos fijos. Me preguntó: — ¿Hace usted esos barcos? — Yo no; la mujer de Péter Anderson.

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Al oír ese nombre se le mudó el color. Repitió dos veces en voz baja: "Péter Anderson... Péter
Anderson..."
FRIDA: - Qué extraño... ¿y después?
MARKO: - Después señaló hacia acá, como si conociera el pueblo, y me dijo: "La casa es
aquella, al final de la cuesta, ¿verdad?" Sí, señor; aquella. Entonces volvió a quedarse callado,
mirando... Y eso fue todo.
ABUELA: - ¿Y eso fue todo? ¿De modo que llega un hombre que viene de otras tierras, que ha
conocido a Péter, que pregunta por su casa... y ahí lo dejas sin más, como si fuera el pan de
cada día? (Llama a gritos.) ¡Estela...! ¡Estela!
FRIDA: - (Disponiéndose a salir para evitar el encuentro.) Adiós, abuela...
ABUELA: - ¡Quieta! ¿Qué prisa te ha entrado de repente?
FRIDA: - Es tarde ya. El niño estará solo...
ABUELA: - ¡Que esperes te digo! (Estela aparece en la puerta y detiene a la hermana.)
ESTELA: - ¿Te ibas porque llego yo?
FRIDA: - Se me ha hecho tarde.
ABUELA: - Nunca es tarde para poner las cosas claras. Con que si algo tenéis que hablar lo
habláis, y aquí paz y después gloria. (Frida vuelve a escena. Dispone sobre la mesa un brazado
de ramas verdes.)
ESTELA: - ¿Para eso me llamabas a gritos?
ABUELA: - Tío Marko tiene la culpa. Imagínate que ha llegado al puerto un amigo de Péter
preguntando por la casa, y aquí nos tienes sin saber quién es, ni por qué ha venido…
ESTELA: - ¿Un amigo...? ¿De dónde viene?
ABUELA: - ¿De dónde va a venir? Del sur. Llegó en el barco.
ESTELA: - El Sur no es ningún sitio, abuela.
ABUELA: - (A Marko.) ¿Es alto y enjuto? ¿Tiene el pelo de estopa y los ojos azules? ¿A que no?
MARKO: - No.
ABUELA: - ¿Lo ves? Del sur. ¡Vas a decirme a mí lo que es el sur!
ESTELA: - (Pensativa.) Puede ser. Péter había navegado por los cuatro rumbos del mar; y todos
los que le conocieron le querían.
ABUELA: - ¿La estás oyendo? ¿Qué esperas que no corres a buscar a ese hombre?
ESTELA: - Ve. La casa de Péter Anderson siempre estuvo abierta para sus amigos. (Sale Marko.)

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ABUELA: - (Deambula impaciente.) ¡Un amigo! ¡Un amigo que viene sabe Dios de dónde, y
nosotras sin nada que ofrecerle! ¡Hay que arreglar bien todo! ¡Hay que encender el fuego!
(Deteniéndose ante Frida.) Espera... ¿Qué me encargaste que no le dijera a tu hermana? Ah, sí;
lo de la renta. ¡Ella pagó las cincuenta coronas!
FRIDA: - ¿No podías callarte una vez siquiera?
ABUELA: - ¿Callarme yo? No, hija; ya habrá tiempo cuando tenga encima dos varas de tierra.
(Saliendo hacia la cocina.)

ESTELA y FRIDA
ESTELA: - ¿Por qué lo has hecho? Cien veces te he dicho que quiero sostener mi casa yo sola.
Nunca he pedido nada a nadie. No lo necesito.
FRIDA: - Es dinero mío, y para salvar la barca de Péter. ¿Vas a hacerme la ofensa de tirármelo a
la cara?
ESTELA: - No, Frida. Te lo devolveré con el mismo amor con que me lo has traído. Eso es todo.
Gracias.
FRIDA: - ¿Por qué ese afán de atormentarte? Muchas en el pueblo pasaron antes lo que pasas
tú, y supieron resistir. Hay que respetar la voluntad de Dios.
ESTELA: - Ellas podían hacerlo si lo creían así. Pero la muerte de Péter no la quiso Dios.
FRIDA: - ¿Quién maneja el viento?
ESTELA: - No fue un golpe de viento lo que lo empujó al despeñadero. Fue una mano de
hombre.
FRIDA: - ¿Sigues pensando que hubo un culpable?
ESTELA: - Yo lo vi desde esa ventana. Pero de nada me sirvió gritar. Fue de repente, como un
relámpago de sombra. Lo vi lanzarse contra él a traición, y desaparecer luego en la noche.
FRIDA: - ¿Por qué no dijiste eso cuando el juez te preguntó?
ESTELA: - No podía jurar quién fue. Y aunque pudiera, no me dejaría el miedo. Tú sabes cómo
querían todos a Péter; si yo señalara un culpable, el pueblo entero lo arrastraría por esa misma
cuesta.
FRIDA: - Pudo ser un engaño de tus ojos. El viento hace bailar las sombras de los árboles y
forma remolinos de bruma.

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ESTELA: - Era un hombre; eso es lo único que sé. ¿Pero, quién...? Cuando duermo todos
desfilan por mis sueños, uno a uno, como una procesión de niebla. A todos les pido la verdad
de rodillas. ¡Pero nadie me responde! ¡Nadie compadece este dolor!
FRIDA: - Comprendo que te apartes de todos. ¿Pero de mí, por qué? Desde tu puerta a la mía
hay apenas cien pasos para venir yo; para ir tú es como si hubiera cien leguas.
ESTELA: - Quiero vivir clavada aquí. Lo poco que me queda, todo está aquí dentro.
FRIDA: - ¿No soy yo nada tuyo?
ESTELA: - Tú no me necesitas. Tienes a tu marido, y a tu hijo.
FRIDA: - Parece que lo dices con rencor, como si el ver felices a otros aumentara tu desgracia.
ESTELA: - ¿Puedes creer eso de mí? No, Frida; nunca he sabido lo que es envidia del bien ajeno.
Y en cuanto a ti, óyelo bien por si alguna vez lo dudaste: si estuviera en mi mano aliviar este
dolor a costa de uno tuyo, antes me cortaría la mano que hacerte daño.
FRIDA: - Entonces, si no tienes nada contra mí, ¿por qué te niegas a poner los pies en mi casa?
(Se acerca más.) ¿Es por Cristián? (Hay una pausa tensa.) Contesta.
ESTELA: - Cristián es otra cosa. Los que no fueron amigos de Péter no pueden serlo míos. Son
cosas pasadas.
FRIDA: - No, Estela; aunque nos cueste trabajo a las dos es mejor hablar claro de una vez. Tú
siempre has creído que mi marido odiaba al tuyo.
ESTELA: - Odio, no sé; rivalidad, sí. La vida los puso frente a frente muchas veces.
FRIDA: - La primera, por ti. Antes de tu noviazgo con Péter, Cristián sólo tenía ojos para tu
ventana.
ESTELA: - ¿Para qué recordar viejas historias?
FRIDA: - Si entonces hubo celos entre ellos es cosa que ya no cuenta. El mismo día nos
casamos las dos, y después de la boda volvieron a ser amigos como antes.
ESTELA: - Pero la rivalidad seguía en pie con cualquier motivo. Cuando salían juntos al mar,
Péter era el mejor pescador. Cuando cantaban en la capilla o en la taberna, la voz de Péter era
la más hermosa.
FRIDA: - (Se levanta.) Bah, altercados de aldea. Hoy reñían y mañana volvían a abrazarse.
ESTELA: - Después fue la lucha por la barca. Los dos soñaban con la misma; los dos trabajaban
día y noche para conseguirla. La tuvo el que trabajó más y el que más la necesitaba. Ese día
riñeron por última vez... pero ya no volvieron a abrazarse. (Hondamente.) Fue la noche en que
murió Péter.

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FRIDA: - ¿Y es bastante una pelea de amigos para justificar una separación así? Tú lo has dicho:
primero celos de muchachos por una misma mujer, y después celos de pescadores por una
misma barca. Eso fue todo. ¿Puedes acusar a Cristián de algo más?
ESTELA: - ¿Lo he acusado alguna vez? Estate tranquila. No tengo nada contra Cristián, nada...
(Con voz contenida.) Si algo tuviera, me bastaría pensar en ti y en tu hijo para callar.
FRIDA: - (Horrorizada la mira intensamente.) ¡Estela! ¿Te das cuenta de lo que acabas de decir?
ESTELA: - (Angustiada.) ¡Yo no he dicho nada!
FRIDA: - ¡Has dicho demasiado, y ahora ya es tarde para volverse atrás! (Levantándole el
rostro.) ¡Mírame! ¡Por qué recordaste antes que riñeron la misma noche que murió Péter!
ESTELA: - (Desesperada.) ¡Por lo que más quieras! ¡Calla!
FRIDA: - ¿Quién es ese hombre que aparece en tus sueños? ¿Es Cristián?
ESTELA: - ¡Yo no lo he dicho! ¡No quise decirlo! (Esconde la cabeza entre los brazos.)
FRIDA: - (Queda rígida, como ante una revelación imposible.) ¡Es él... él...! ¿Y es mi propia
hermana la que ha podido pensarlo? (Frida se sienta con los ojos perdidos. Estela se arrodilla
junto a ella refugiándose en su regazo.)
ESTELA: - Perdóname, Frida. Te juro que tampoco yo quisiera creerlo; que daría toda mi vida
por no creerlo. ¡Pero es más fuerte que yo! Tú no sabes cómo he luchado contra esa idea,
repitiéndome: "No puede ser. Cristián es bueno". ¡Pero volvía a dormirme, y allí estaba
Cristián, como un relámpago negro sobre la sangre del despeñadero!
FRIDA: - (Inmóvil) Pretenderás aún que te agradezca el silencio. Más te hubiera valido acusarlo
lealmente. Él habría sabido defenderse.
ESTELA: - Esperaba poder convencerme a mí misma de su inocencia. Pero no; cada paso que da
no hace más que levantar nuevas sospechas. ¿Por qué, cuando Péter estaba ahí tendido, fue el
único que no vino a verlo? ¿Por qué bebe ahora, él que nunca bebía? ¿Por qué no ha vuelto a
sentarse a mi puerta y fumar una pipa sin temblarle la mano?
FRIDA: - ¡Basta! No puedo oírte más. (Se levanta.) Quizá seas tú más digna de lástima que yo;
pero algo muy hondo se ha roto hoy entre las dos.
ESTELA: - No te vayas así. Espera.
FRIDA: - ¿Qué más puedo esperar? Cuando salí de casa dejé allí a un hombre que era toda mi
fe. Ahora vuelvo con un silencio triste para enfriar la mesa. ¿Y eres tú la que se cortaría la
mano antes de hacerme daño? Me has hecho el peor que podías hacerme, el más inútil;
porque no has conseguido nada para recobrar tu paz, pero en cambio has envenenado la mía.

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Esa es tu obra. ¡Córtate la mano, Estela! ¡Córtate la mano! (Sale ahogada en sollozos. Estela
llora de rodillas. Vuelve la Abuela, secándose las manos.)

(Entra Tío Marko, conduciendo a Ricardo.)

DICHOS, TÍO MARKO y RICARDO


MARKO: - Estela Anderson... La abuela... (Se saludan sin palabras). Él no sé cómo se llama.
RICARDO: -(Avanza cohibido.) Jordán. Ricardo Jordán. (Se miran en silencio. Ricardo contempla
con emoción la casa.)
MARKO: -Como ven, tampoco el señor es de mucho hablar, con que, por mi parte, creo que
está todo. ¿No?
ESTELA: - Gracias, Tío Marko.
MARKO: - Buenas. (Volviéndose a la abuela, más fuerte.) ¡Noches! (Sale.)

ESTELA, la ABUELA y RICARDO


ESTELA: - Ricardo Jordán... No recuerdo haber oído ese nombre.
ABUELA: - No es extraño. Cuando Péter volvía de sus viajes hablaba de los barcos y los árboles
y las chimeneas grandes. Pero de la gente, poco.
ESTELA: - ¿Fue usted amigo suyo?
RICARDO: - Amigos no es la palabra. Le conocí sólo un momento, hace tiempo, cantando una
canción. Ese recuerdo es el que me trajo aquí.
ESTELA: - ¿Hizo el viaje por él? ¿No sabía...?
RICARDO: - Sí, lo sabía. Pero me atraía el afán de conocer su aldea, las cosas que fueron suyas,
las gentes que él quería.
ESTELA: - Las cosas pocas son: estas cuatro paredes y una barca inútil amarrada al puerto. La
gente que le quería, el pueblo entero, y nosotras.
ABUELA: - ¿Cómo puede recordarle tanto si le conoció sólo un momento?
RICARDO: - Hay momentos que valen una vida; aquel fue uno. Mi fortuna o mi desgracia
dependían de una firma, y el nombre de Péter Anderson lo decidió todo. Lo que yo no
imaginaba entonces es que la fortuna y la desgracia pudieran ser una misma cosa. Pero lo
cierto es que todo lo que tengo se lo debo. Y si aún fuera posible, todo me parecería poco para
pagar aquella deuda.

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ESTELA: -Gracias por el buen recuerdo. Pero lo que falta en esta casa, no hay dinero que pueda
pagarlo.
RICARDO: - Lo temía. Cien veces estuve a punto de hacer este viaje y otras tantas volví a
dejarlo por miedo a que fuera inútil.
ABUELA: -Eso no. ¿Qué venía usted a buscar? ¿Un amigo? Pues aquí tiene dos. ¿Creía que nos
debía algo? Pues con haber venido ya nos ha pagado de sobra. Habla tú, Estela; tú eres la que
manda. ¿Qué habría dicho Péter si estuviera aquí?
ESTELA: - Sólo tenía una frase para los que llegaban a él: ésta es mi mesa, éste es mi tabaco,
ésta es mi casa. Suyos son.
RICARDO: - (La mira emocionado, con respeto.) Gracias... señora.
ABUELA: - Qué bien sabe decir "señora" esta gente del sur. (Acercándole una silla.) Siéntese,
por favor; así, de pie, parece que se nos va a ir enseguida. ¿No está cansado del viaje?
RICARDO: -Tengo costumbre.
ABUELA. - ¿Cuándo vuelve a salir el barco?
RICARDO: -Mañana, al amanecer.
ABUELA: - ¿Tan pronto? ¿Pero esta noche cenará con nosotras, verdad? No, no, no, no me diga
que no. ¿Quiere beber algo? Puedo traer un jarro de cerveza.
RICARDO: - Gracias. No tengo sed.
ABUELA: - ¿Y frío? ¿Quiere que encienda el fuego?
RICARDO: - Tampoco; no se moleste.
ABUELA: - (Casi enfadada.) No está cansado, no tiene sed, no tiene frío... ¡Algo tiene que tener!
La gente siempre tiene algo.
ESTELA: - (Sonríe.) No se lo tome a mal. La abuela quisiera que todo el mundo tuviera sed para
darle de beber, y frío para encenderle el fuego. Es su manera de ser feliz.
ABUELA: - Enseguida está lista la cena. Eso sí, no hay más que anchoas, y que no falten. Pero
no al humo como por allá; frescos, frescos, del mar a la sartén. ¿Le gusta el arenque?
RICARDO: - No se preocupe por mí. A su lado, ya estoy viendo que acabaría por gustarme todo.
Muchas gracias.
ABUELA: - ¿A mí? ¿Gracias a mí? A usted habría que dárselas, hombre de Dios. Pon el otro
plato, Estela. Usted no sabe lo triste que es una mesa cuando sólo hay dos platos... y uno es el
de la abuela. (Saliendo feliz.) ¡Tres platos otra vez!... ¡Tres platos...! (Ricardo la mira ir
embelesado. Estela en silencio pone el otro plato.)

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ESTELA y RICARDO
RICARDO: - Agradable mujer... ¡Qué gentileza a su edad!
ESTELA: - Va a cumplir setenta años de juventud.
RICARDO: - ¿Y es siempre así?
ESTELA: - Siempre; en el buen tiempo y en el malo. Hay árboles que nunca pierden las hojas.
RICARDO: - Son ustedes un pueblo tranquilo y fuerte. En las granjas he visto muchachas
haciendo trabajos de hombre y cantando al mismo tiempo. Todas tenían una sonrisa clara y los
pañuelos dispuestos al saludo. Todas tenían los ojos azules.
ESTELA: - Es de tanto mirar al mar. ¿Le gusta el país?
RICARDO: - Acabo de conocerlo y ya quisiera que fuera el mío. Tío Marko me dijo que usted
también trabaja.
ESTELA: - Bah, un pequeño huerto, ahí mismo.
RICARDO: - ¿Hacía ese trabajo antes?
ESTELA: - Antes no era necesario. Cuando vivía Péter plantábamos rosales. Después hubo que
sembrar. Lo más triste de las casas donde falta el hombre es que hay que convertir en huertos
los jardines.
RICARDO: - ¿Por qué se niega a aceptar mi ayuda? Con lo que yo he gastado en una noche
puedo comprar lo que no produciría ese huerto en cien años.
ESTELA: - Su noche es suya. Mi trabajo es mío. Y me ayuda a recordar.
RICARDO: - Espero que no haya interpretado mal mis palabras.
ESTELA: - No; sé que son sinceras, se lo agradezco. (Pausa.) Parece que no es usted muy feliz
con su fortuna.
RICARDO: - ¿Para qué me sirve? Ya lo ve: ni puedo ahorrar con ella una fatiga de mujer, ni
comprar una hora de sueño tranquilo.
ESTELA: - ¿Tiene algo que olvidar?
RICARDO: - Ojalá pudiera...
ESTELA: - El tiempo le ayudará. Y los viajes. ¿Va muy lejos?
RICARDO: - No me espera nadie en ninguna parte. Me gustaría perder ese barco mañana y
aguardar aquí el regreso.
ESTELA: - Es una pobre aldea. No se acostumbraría usted.
RICARDO: - Es tan poco lo que necesito... y tan difícil de encontrar.
ESTELA: - ¿Descanso?

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RICARDO: - Descanso. Quién sabe si no está aquí la paz que ando buscando.
ESTELA: - (Lo mira pensativa.) ¿Cuánto tarda en regresar su barco?
RICARDO: - Un par de semanas.
ESTELA: - (Desvía los ojos) Si le basta una mesa de pino y una ventana al mar... arriba hay una
habitación vacía.
RICARDO: - ¿En esta casa? ¿Y es usted, Estela Anderson, la que me ofrece su techo?
ESTELA: - Siempre procuro hacer lo que hubiera hecho él. ¿Por qué baja los ojos?
RICARDO: - No sé... la falta de costumbre. Vengo de un mundo donde todo se hace por dinero;
hasta el más cobarde de los crímenes. Allí a todo desconocido se le mira como a un enemigo
posible. En cambio usted no me pregunta quién soy ni de dónde vengo para abrirme su puerta.
¿Comprende por qué bajé los ojos? ¡Son treinta años de vergüenza que se me han subido a la
cara!
ESTELA: - No piense ahora en eso. Lo que siento es lo poco que puedo ofrecerle. ¿Ha sido
usted rico siempre?
RICARDO: - Siempre no; de niño supe lo que es el hambre... y ahora estoy empezando a
recobrar la memoria.
ESTELA: - Entonces todo será más fácil.
RICARDO: - Pero mi pobreza no era voluntaria como la suya. Sé que su barca es la más
hermosa del pueblo y que muchos serían felices de poder comprarla.
ESTELA: - Antes pediría mi pan por los caminos que vender esa barca. Sería como venderlo a él.
RICARDO: - Conozco la historia. Péter la compró el mismo día que murió.
ESTELA: - Qué fácil es decir: "la compró". Una sola palabra y ya está. ¡Pero cuántos días de
fatiga y cuántas noches sin sueño hasta llegar ahí! Cuando era imposible salir al mar, Péter
trabajaba con el hacha en el bosque. Por la noche, tallábamos juntos esos barcos, ahorrando el
fuego. Pero todo era poco. Por fin llegó el gran día. Péter bajó al puerto, feliz. Yo había puesto
otra vez junto a su plato la pipa bien cargada, y le esperaba detrás de esos cristales, con un
alegrón de avispas en las venas. Desde lejos le sentí venir, cantando; al doblar la cuesta levantó
la mano para saludarme... y de repente, ahí mismo, delante de mis ojos... (Se le rompe la voz.)
¡No! No pudo ser la voluntad de Dios. ¡Dios no hubiera elegido esa noche! (Se domina con
esfuerzo.) Disculpe. No he debido recordar estas cosas. (Vuelve la abuela con la fuente de
pescado.)

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ESTELA, RICARDO y la ABUELA
ABUELA: - ¡A la mesa, que se enfría! ¿Tardé mucho, verdad? No sé qué me pasa hoy que todo
se me salta de las manos. La hogaza es de trigo, y tierna, recién traída; el pan de casa está bien
para los otros días. (Señalando a Ricardo la cabecera.) Aquí. El sitio del hombre es éste. Así. (Se
sientan los tres.)
ESTELA: - (Tendiéndole el cuchillo.) ¿Quiere partir? Aquí siempre es el hombre el que parte el
pan y bendice la mesa.
RICARDO: -Gracias. Partiré el pan. En cuanto a la oración, por mucho que quisiera no sabría
encontrar las palabras. (Corta el pan, que ofrece primero a la Abuela y después a Estela. Se oye
un Coro lejano de voces viriles que se acerca cantando la canción de Péter con
acompañamiento de acordeón. Ricardo deja caer el cuchillo. Estela crispa la mano sobre el
mantel para dominarse.)
ESTELA: - Esa ventana, abuela... esa ventana... (La Abuela cierra las maderas. Sigue oyéndose la
canción más apagada.)
ESTELA: - Señor: bendice en el bosque el hacha del leñador. Bendice en el mar las redes del
pescador. Haz que no falten en nuestra mesa el pan y los peces. Danos la paz en el trabajo y en
el sueño. Y si a alguien hemos hecho mal, perdónanos Señor, así como nosotros perdonamos...
(Respira hondo.) Así como nosotros perdonamos... (Solloza angustiada) ¡No! ¡Es mentira! ¡Yo
no he perdonado! ¡No puedo perdonar!... (Se oye más fuerte el coro de pescadores.)
TELÓN
ACTO TERCERO
Dos semanas después. Tío Marko, silbando entre dientes mezcla el polvo y la cola en un bote
de pintura, probándolo después en una tabla. Entra del huerto la Abuela con una fuente de
legumbres verdes.

LA ABUELA Y TÍO MARKO


MARKO: - ¿Ya empezó la cosecha?
ABUELA: - Los primeros guisantes de la temporada, menudos y tiernos como gotas de miel.
(Tío Marko llena su pipa despaciosamente y contempla un barquito de madera blanca, sin
terminar.) ¿Vas a pintar?
MARKO: - No: éste lo empezó el señor Jordán y quiere terminarlo él mismo antes de
despedirse.

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ABUELA: - No hables de despedidas. Ya llegará la hora sin que la llames. ¿Cuándo sale el barco?
MARKO: - Anochecido.
ABUELA: - ¿Tan pronto? ¡Y con lo cortas que son aquí las tardes! ¡Por qué tendría que llegar
hoy ese dichoso barco!
MARKO: - Para hoy estaba anunciado.
ABUELA: -Podía haberse perdido. O pasar de largo.
MARKO: - Le ha tomado cariño a su huésped. ¿Eh?
ABUELA: - ¿Y quién no? Todos en el pueblo son amigos suyos; para todos tiene buena palabra.
Y cuando se sienta a hablar con los viejos, parece uno de los nuestros.
MARKO: - Sabe hacerse querer. Y mal dispuesto no es: en dos semanas ha aprendido a tirar las
redes como el mejor.
ABUELA: - Y luego, siempre de humor; y tan llano con todos. ¡Con el mundo que ha visto y las
cosas que sabe!
MARKO: - ¡Alto ahí! Por ese lado ya no vamos bien; lo que se dice saber de verdad, no sabe
nada de nada. Esta mañana, sin ir más lejos, cuando vio brotar las amapolas en el musgo del
techo, me preguntó muy serio quién se dedicaba a sembrar flores en los tejados. ¿Pero quién
va a ser, señor? ¡El viento!
ABUELA: - ¡Valiente cosa! Como si él no tuviera nada más importante que guardar en la
cabeza.
MARKO: - Sí, sí, mucho de escuelas y de libros. Pero la verdad es que ni sabe distinguir un
fresno de un abedul, ni si va a haber tormenta, por el vuelo de las gaviotas, ni cuánto falta para
la noche, por la inclinación de la hierba. Para averiguar la hora tiene que echar mano al reloj.
¡Y eso es saber! El que lo sabe es el reloj.
ABUELA: - Esas son cosas de acá. Cada uno sabe las de su tierra.
MARKO: - Sí. ¡Pues déjelo de noche en el bosque y a ver si es capaz de guiarse por las estrellas!
¿O es que tampoco hay estrellas en su tierra?
ABUELA: - A lo mejor son otras...
MARKO: - (Sorprendido.) ¿Otras? ¿Pero es que hay otras...?
ABUELA: - Digo yo...
MARKO: - (Se tranquiliza.) ¡Ah! Eso bueno. Podrá haber otras plantas y otras maneras de
hablar; pero las estrellas no hay quien las mueva. El que clavó ahí la Polar, sabía lo que

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necesitaban los pescadores. (Llega Estela, fresca de campo. Trae al brazo un cestillo cubierto
de hojas.)

ABUELA, MARKO y ESTELA


ESTELA: - Qué fuerza trae el sol después de tanto tiempo…
ABUELA: - ¿Sola...?
ESTELA: - Ricardo viene enseguida. Tenía que bajar al puerto.
ABUELA: - ¿Qué traes ahí?
ESTELA: - Arándanos.
ABUELA: - ¿Le gustaron a Ricardo?
ESTELA: - ¿Y cuándo has visto algo que no le guste aquí? Es como un ciego que empieza a
descubrir el mundo. La primera vez que vio un arcoíris de noche creía que era un milagro. Y
ahora, comiendo los arándanos, se reía con toda la cara morada chorreando el jugo, como los
chicos. (Deja el cestillo. Se vuelve a Tío Marko.) Baje al puerto con él; puede necesitarle.
MARKO: - Voy... (Desde la puerta.) Una pregunta, Estela. ¿Sabía el señor Jordán lo que son
arándanos?
ESTELA: - No. ¿Por qué?
MARKO: - (Mirando satisfecho a la abuela.) Nada. Curiosidad. (Sale.)

ESTELA y ABUELA
ABUELA: - ¿A qué bajó tan pronto?
ESTELA: - A arreglar el pasaje y a decirle adiós a los amigos. Ya empieza la despedida.
ABUELA: - ¡La despedida! Maldito quien inventó esa palabra. La gente debía llegar siempre. No
debía irse nunca.
ESTELA: -Tenía que ser así. Ya lo sabías desde el primer día.
ABUELA: - También sabe una desde el primer día que tiene que morirse, y eso no es un
consuelo cuando llega la hora.
ESTELA: - Ya te acostumbrarás otra vez. Dos semanas no es tiempo para cambiar una vida.
ABUELA: - Por lo que trae dentro se mide el tiempo; y estas dos semanas estuvieron tan llenas.
¿Qué quieres ahora? ¿que le vea marchar sin más que levantar el pañuelo y buen viaje, como
si tal cosa?

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ESTELA: - Lo que te pido es que, si sientes algo más, aprendas a callar. Los hombres vienen y
van; las mujeres quedamos. Es nuestro destino.
ABUELA: - Vas a decirme que tú estás muy contenta, ¿no?
ESTELA: - Siempre dejan tristeza los barcos que se van.
ABUELA: - Centenares he visto pasar y nunca he sentido lo que hoy. La culpa la tiene una. No
se debía tomar cariño más que a los árboles: esos no se mueven de ahí... y siempre puedes
estar segura de marcharte antes que ellos.
ESTELA: - (Nerviosa.) ¡Basta, abuela! La vida de Ricardo está allá; la nuestra aquí. Es lo mejor
para todos.
ABUELA: - Yo no digo que se quede. Ya sé que lo que no puede ser no puede ser. Pero de eso a
no sentirlo... Cuando él llegó fue como si le salieran ventanas a la casa por todas partes. Tú
misma empezabas a verlo todo con otros ojos. Y ahora...
ESTELA: - (Firme.) Ricardo debe marcharse; eso es lo único que sé. Ojalá hubiera seguido viaje
aquella misma noche.
ABUELA: - ¿Tienes algo contra él?
ESTELA: - Lo tengo contra mí, que es peor. ¿No lo estás viendo? Antes, por lo menos, sabía lo
que quería; y sabía que mañana iba a querer lo mismo que hoy. Ahora en cambio ya no puedo
pensar tranquila en nada ni tener el pulso quieto, como cuando alguien te está mirando lo que
haces por detrás de los hombros. ¡No quiero seguir así! Necesito volver a estar en paz conmigo
misma. Un remo clavado en la puerta, y sentarse a esperar. Eso es todo.
ABUELA: - Figuraciones. Te estás echando culpas por cosas que sólo pasan por tu cabeza.
ESTELA: - No soy yo sola la que lo siente así. Cuando estamos juntos hay una falsa alegría, pero
tampoco él tiene sosiego, como si algo le remordiera por dentro.
ABUELA: - No irás a pensar que está ocultando alguna mala intención. Ricardo es un hombre
cabal; un verdadero amigo para ti.
ESTELA: - No, abuela; los amigos verdaderos se hablan tranquilos, mirándose a la cara.
Nosotros, no. Siempre hay algo oscuro entre los dos.
ABUELA: - Nunca me lo habías dicho.
ESTELA: - Hoy mismo cuando nos reíamos buscando arándanos en el matorral, nos tropezamos
las manos sin querer, y de repente los dos quedamos callados, sin mirarnos... Fue como una
pedrada en un árbol de pájaros. Yo sí sé por qué no me atrevía a levantar los ojos. ¿Pero él...?
¿Por qué se callaba él?

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ABUELA: - Siendo así, quizá tengas razón tú. Lo que no puede seguir, más vale terminarlo a
tiempo.
ESTELA: - Gracias. Es lo que esperaba oír de ti. (Respira aliviada. Pausa.) ¿La ropa está
preparada?
ABUELA: - Arriba. Planchada con agua de salvia para que lleve olor de aquí.
ESTELA: - ¿Cerraste el equipaje?
ABUELA: - Eso no es cuenta mía. Para abrir equipajes, todo lo que quieras. Para cerrarlos, ya
estoy muy vieja.
ESTELA: - (Dirigiéndose a la escalera.) Siempre fuiste la más joven de la casa; y la más fuerte.
No se te vaya a olvidar a última hora. (Sube.)
ABUELA: - Pierde cuidado, que si algo tengo, nadie lo va a notar. (Queda sola. Rezonga) Y claro
que lo tengo. Pues bueno sería que no lo tuviera. ¿Pero no hay más remedio que despedirse?
Pues "feliz viaje, amigo... y siga todo derecho, a ver si es verdad que el mundo es redondo".
Después un nudo a la garganta, y vuelta a empezar, por los días de los días, ¡amén! (Llega
Ricardo. Detrás Tío Marko.)

ABUELA, RICARDO, MARKO


RICARDO: - Salud, abuela. ¿Estaba hablando sola?
ABUELA: - Hay que ir acostumbrándose otra vez. No todos tienen tanta paciencia como usted.
RICARDO: - No es paciencia. Me encanta oírla; de verdad.
ABUELA: - Por lo menos lo disimula bastante bien. Y en último caso. ¿Qué trabajo cuesta? Si yo
no le pido a nadie que me conteste. Ni que me escuche siquiera. Con que me miren y muevan
la cabeza de vez en cuando ya estoy contenta. ¿Es mucho pedir?
RICARDO: - Le tiene usted un verdadero miedo al silencio.
ABUELA: - Esa es la palabra: miedo. Y con razón. ¿Cuándo se calla el mar? Cuando va a haber
tormenta. ¿Cuándo se calla el bosque? Cuando pasan los hombres con escopetas. Siempre que
hay un gran silencio, es que está el peligro en el aire. (Evocadora, íntima.) Me acuerdo una vez,
siendo muy niña. Éramos nueve hermanos, ocho varones grandes y yo. Una noche no sé lo que
había pasado en casa; a mi madre se le caían las lágrimas; mi padre apretaba los puños contra
el mantel, y los ocho hermanos hombres estaban pálidos, con los ojos clavados en el plato.
Nadie se atrevía a moverse ni a respirar siquiera. Había un silencio tan frío que se metía en la
sangre. Sólo se oía una gota de agua que escurría del cántaro. ¡Glúglú... glúglú... glúglú...!

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Gracias a ella no me eché a llorar. Y mire lo que son las cosas; después de sesenta años, de
aquello tan terrible que ocurrió en mi casa ya no me acuerdo. Pero lo que no podré olvidar
nunca, para darle las gracias, es aquél gluglú de agua, que era el único que se atrevía a hablar
para que yo no tuviera miedo. (Ricardo le aprieta cariñosamente los hombros. Pausa.)
RICARDO: -¡Abuela!
MARKO: -Buena gota de agua... Un chaparrón diario es lo que usted necesita.
ABUELA: -(En brusca transición.) Qué raro que no pegaras tú el coletazo. Siempre lo dije, eh: ya
de pequeño eras medio bruto, ¡y hay que ver lo que has crecido! (Ricardo contempla su
barquito, alisándolo con la escofina. ¿Va a trabajar ahora?
RICARDO: - Me hubiera gustado dejarlo terminado; pero ya no hay tiempo.
MARKO: - ¿De qué se ocupaba allá en su tierra?
RICARDO: - Jugaba a la Bolsa.
MARKO: - Ajá. (Pequeña pausa.) ¿Y después de jugar en qué trabajaba?
RICARDO: - La Bolsa no es un juego. Es un mercado.
MARKO: - ¿Un mercado?
RICARDO: - Pero no como los de acá. Ustedes compran y venden las cosas. Nosotros, los
nombres de las cosas.
MARKO: - No lo entiendo. ¿Cómo se puede comprar y vender trigo, sin trigo?
RICARDO: - Muy sencillo. Por ejemplo... (Toma cuatro vasos de la alacena y va disponiéndolos
en fila sobre la mesa.) Usted acaba de sembrar un trigo que no recogerá hasta la cosecha del
año que viene. Pero como hasta entonces necesita ir viviendo, yo le abro un crédito de cien
coronas a cuenta de ese trigo. (Pone el primer vaso.) Aquí está la carta de crédito. ¿Entendido?
MARKO: -Entendido.
RICARDO: -Ahora bien, si al llegar el verano la cosecha se ha perdido, no importa; usted puede
pagarme lo mismo con cien monedas de plata. ¿No es así?
MARKO: -Así es.
RICARDO: - (Coloca el segundo vaso.) Aquí están las cien monedas por el valor del trigo. Pero
como la plata anda escasa, el Banco la retira y pone en su lugar un papelito que dice: "Vale
cien coronas". (Pone el tercer vaso.) Aquí está el billete. Si a la hora de pagar usted no tiene a
mano el papel, tampoco importa: me firma un pagaré por el valor del billete. (Coloca el cuarto
vaso.) Aquí está el pagaré. Y ahí empieza el milagro. (Señalando.) Cien coronas del crédito, cien

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de la plata, cien del billete y cien del pagaré; total, cuatrocientas coronas en el mercado y ni un
solo grano de trigo verdadero. (Se sacude las manos.) ¿Ha comprendido ahora?
MARKO: -(Convencido.) Ahora sí. Hace dos años pasó por aquí otro señor que hacía lo mismo;
pero aquel lo hacía con un sombrero de copa y salían palomas. Lo que me gustaría es que nos
explicara usted la trampa.
RICARDO: -Aquí no hay trampa, tío Marko. Es decir... no sé...
ABUELA: - (Recogiendo los vasos.) ¿Y esto es la Bolsa? Señor, señor, lo que inventa la gente
cuando no tiene nada que hacer.
RICARDO: - Parece que no lo han tomado muy en serio.
ABUELA: -La falta de costumbre. Yo no sé cómo serán las cosas allá por el sur. Pero aquí, el
poco trigo que hay, siempre es de verdad. Y el hambre también. (Se oye la voz de Estela, que
grita bajando la escalera.)
ESTELA: -¡Abuela...! ¡Abuela...! ¿No oyen?
ABUELA: -¿Qué? (Prestan atención. Estela abre la puerta. Se oye una campana aguda,
insistente.)
ESTELA: -Es la campana del faro. ¡Alguien está en peligro!
ABUELA: -¿En el mar? Imposible. Las barcas no salen hasta mañana.
ESTELA: -Puede ser una avalancha. O un incendio. Corra a ver, tío Marko.
RICARDO: -Yo iré.
ABUELA: -Usted atienda a lo suyo, que ya va a caer el sol. ¡Vamos! (Sale rápida con tío Marko)

ESTELA y RICARDO
RICARDO: -Déjeme ir con ellos. Puedo hacer falta.
ESTELA: -(Le detiene con el gesto. Imponiéndole silencio.) Ya se oye más espaciada... Ya se va
perdiendo... Si era un aviso de peligro, pasó. Si fue una desgracia, no tiene remedio. (Cierra la
puerta.) Era un día demasiado hermoso para terminar bien.
RICARDO: -Desde que estoy aquí no había visto otro más feliz. Parecía una fiesta, con todo el
puerto blanco de velas y las redes brillantes de sal. Nunca vi a la gente más alegre.
ESTELA: -Es el primer día de sol y están aparejando para salir. El vuelo de los petreles anuncia
que ya suben los peces de los mares calientes. Mañana todas las barcas saldrán lejos. (Baja la
voz.) Todas, menos una.
RICARDO: -¿Qué puede haber ocurrido para que suene esa campana?

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ESTELA: -¡La hemos oído tantas veces! La vida aquí es un peligro de todos los días.
RICARDO: -No quisiera marchar sin saber qué fue.
ESTELA: -¿Tanto le interesa? Hace dos semanas esos hombres no eran nada para usted.
RICARDO: -Porque entonces no los conocía. El que me lo dijo lo sabía bien: "Para sufrir con el
dolor ajeno, lo primero que hace falta es imaginación". Un día sabemos que va a morir un
pescador en una aldea del Norte, y nos encogemos de hombros. Otro, leemos que en un frente
de guerra han caído treinta mil hombres, y seguimos tomando el café tranquilamente, porque
aquellas treinta mil vidas no son para nosotros, más que una cifra. Y no es que tengamos duro
el corazón, no. Es la imaginación la que tenemos muerta.
ESTELA: -¿No sabía eso antes?
RICARDO: -No. He necesitado llegar hasta aquí para aprender esta lección tan simple: que en la
vida de un hombre está la vida de todos los hombres.
ESTELA: -(Le mira con gratitud.) Me gusta oírle hablar así. ¿Sabe lo que me parece a veces?
Que usted ha nacido aquí, entre nosotros; que luego ha vivido lejos muchos años con la
memoria perdida. Y que ahora está empezando otra vez a reconocer a los suyos.
RICARDO: -Ojalá fuera así. Poder sentir esta tierra como propia y vivir siempre en ella.
ESTELA: -No se deje engañar por la impresión de unos días. Usted ha vivido feliz dos semanas
de vacaciones. Pero no sabe lo que es un invierno de ocho meses con el hielo pegado a los
cristales, y esas noches interminables, de dieciocho horas, desde la primera nieve hasta el
canto del cuclillo.
RICARDO: -¿Por qué no habría de soportar yo lo que puede soportar una mujer?
ESTELA: -Es distinto. Yo me acostumbré desde niña, y tengo una fe que me ayuda.
RICARDO: -¿Cuáles son las cosas en que usted cree? Me gustaría poder creer en las mismas.
ESTELA: -En realidad son muy pocas; pero esas pocas las siento muy hondo. Creo que la vida,
aunque a veces amargue, es un deber. Creo que en la tierra y en el mar está todo lo que
necesitamos. Y creo que Dios es bueno. Con eso me basta.
RICARDO: -Estela... (Le aprieta la mano sobre la mesa. Ha caído la tarde.)
ESTELA: -Es la hora de encender la lámpara... Como el día que usted llegó.
RICARDO: -¿Me permite que hoy la encienda yo?
ESTELA: -Gracias. (Ricardo enciende. Se oye la sirena del barco llamando. Ella se estremece,
pero se domina.) La sirena del barco. Creí que era más temprano.
RICARDO: -Es el primer toque. Todavía hay tiempo.

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ESTELA: -¡Tiempo de que! (Angustiada.) Váyase ya, Ricardo. Yo no sé despedirme. ¿Qué se
puede decir cuando están contados los minutos?
RICARDO: -No es usted la que tiene que hablar, Estela. El que tiene que hablar ahora soy yo.
(Se acerca.) Vine desde lejos para decirle una cosa; sólo una... y cada vez que iba a decirla, un
nudo de miedo y de vergüenza me apretaba la garganta.
ESTELA: - Si ha de ser triste, no la diga. Es mejor despedirse así, como amigos leales.
RICARDO: -No puedo callar más. Necesito decirlo y que usted me oiga. Por mucho que nos
duela a los dos, tiene que oírme.
ESTELA: -(Con miedo instintivo.) Hable.
RICARDO: -Se trata de la muerte de Péter. (Estela desvía los ojos.) Usted me lo dijo el primer
día; aquella muerte no la quiso Dios. Pues bien, tenía razón, Estela. Fue un hombre el que lo
hizo. ¡Y ese hombre está aquí!
ESTELA: -(Reacciona angustiada.) ¿Cómo lo ha descubierto? ¡Yo no he acusado a nadie! ¡No
puedo acusarlo! ¡Y si lo hiciera otro, yo diría cien veces que es mentira! Aunque haya
destrozado mi vida tiene que ser así... ¡Porque mi hermana y su hijo están entre los dos!
RICARDO: -¿Pero de quién está hablando?
ESTELA: -¡De Cristián!
RICARDO: -¿Sospecha de él?
ESTELA: - Ojalá no fuera más que una sospecha. ¡Pero no! Yo reconocí desde esa ventana su
zamarra de cuero. Yo misma borré a la madrugada la huella de sus botas. Me he mordido las
manos callando, noche a noche, mientras el alma se me rompía a gritos. ¿Y ahora quiere usted
deshacer mi obra? Por ese niño, Ricardo, ¡cállese!
RICARDO: -¡Ahora menos que nunca! Sabiendo lo que piensa, sería yo el último de los
cobardes si me callara un momento más. (La toma de las manos.) ¡Estela...!
FRIDA: -¡Estela...! ¡Estela...!
ESTELA: - (Asustada.) ¡Es Frida! Silencio... por favor... (Entra Frida. Se echa sollozando en brazos
de la hermana.)

ESTELA, RICARDO, FRIDA


FRIDA: -¡Estela!
ESTELA: -¿Ha ocurrido algo en tu casa?

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FRIDA: -¿No oíste la campana del faro? Cristián había salido a probar el timón nuevo; al doblar
el cantil, una racha lo arrastró y un golpe de mar le abrió el pecho contra la escollera…
ESTELA: -¿Grave?
FRIDA: -Eso he preguntado a todos. Pero nadie me contesta y todos bajan los ojos... ¡Yo sé lo
que quiere decir cuando los hombres se callan así alrededor de la sangre!
ESTELA: -¿Y él... él...?
FRIDA: -Él sólo pronuncia un nombre: el tuyo. No puedes dejarle morir así. Cristián te está
llamando. ¡Con nadie quiere hablar más que contigo! (Se deja caer en un asiento abrumada.)
ESTELA: -¿Conmigo...? (A Ricardo.) ¿Quiere dejarnos solas un momento?
RICARDO: -Perdón... (Sube.)
ESTELA: - (Espera a que haya salido.) ¿Te das cuenta de lo que significa eso, Frida? Si Cristián se
siente morir y me llama, sólo puede ser para decirme una cosa. (Inclinada sobre su hombro,
con la voz ahogada.) ¿Es?
FRIDA: - (Afirma sin mirar.) ¡Es!
ESTELA: - ¿Te lo ha confesado a ti?
FRIDA: - No necesitaba decírmelo. La tarde que salí de aquí maldiciéndote, iba con la frente
orgullosa, pero ya llevaba la espina dentro. Desde aquel día no dejé de pensar y unas cosas
fueron tirando de otras. Entonces comprendí por qué cuando le hablaba de repente, sacudía la
cabeza y los párpados como si despertase; y por qué se le apagaba tantas veces la pipa entre
los dientes; y aquellos insomnios de cien noches con los ojos clavados en el techo. Ahora ya no
puedo dudar.
ESTELA: -Vuelve a su lado. Dile que yo ya lo sabía, y que seguiré callando. ¡Pero no me obligues
a oírlo!
FRIDA: -Tienes que ser tú misma. ¿No comprendes que lo que siente Cristián no es el miedo a
la muerte? Cien veces la ha desafiado en la tierra y en el mar sin temblar como ahora. Es otro
miedo más hondo, que sólo una palabra es capaz de curar. Y esa palabra no puede decírsela
nadie más que tú. ¡Por todos nuestros recuerdos, no se la niegues!
ESTELA: - Pobre Frida. No imaginaba que le querías tanto.
FRIDA:-Tampoco yo. Creí que esta verdad me separaría de él. Y precisamente ahora que le veo
deshecho y culpable, ahora es cuando siento que le quiero más. ¡Que le querría siempre y por
encima de todo!
ESTELA: -Le llevaré la única fuerza que puedo darle. ¡Vamos! (Sale con ella.)

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FRIDA: -Gracias, Estela, gracias... (Ricardo baja la escalera, mirando pensativo hacia la puerta.)
RICARDO: -(Repite confuso.) Cristián... Cristián... ¿Será posible? (Se dirige a la puerta en actitud
de seguirlas. Y vuelve a oírse la extraña música del primer acto. En el umbral del huerto
aparece el Caballero de Negro.)

RICARDO y el CABALLERO DE NEGRO


CABALLERO: -Buenas noches, Ricardo Jordán.
RICARDO: -¿Tú aquí? ¡Demasiado tarde para engañarme otra vez! Ahora ya sé la verdad.
(Avanza hacia él.) No fui yo quien mató a Péter Anderson. Tú sabías que aquello iba a ocurrir, y
la hora y el sitio en que iba a ocurrir. ¿Por qué me hiciste creer que fui yo?
CABALLERO: -¡Calma! ¡No vas a tener más razón por levantar la voz!
RICARDO: -¿Qué es lo que te proponías? ¡Contesta!
CABALLERO: -Ya te dije que se trataba de un experimento. Y hasta ahora no me ha salido del
todo mal.
RICARDO: -No me importan tus experimentos. Lo único que está claro es que yo no maté.
Todo fue obra tuya.
CABALLERO: -¿Mía? El que puede disponer de la vida y de la muerte, no soy yo. Es... el Otro.
(Señala vagamente.) Esto lo saben hasta los chicos de las aldeas. Solamente los que habéis
leído muchos libros llegáis a olvidar las cosas más sencillas.
RICARDO: -¿Quién lo mató, entonces?
CABALLERO: -¿No lo sabes ya? Cristián. Sólo Cristián.
RICARDO: -¿Y si tú mismo lo confiesas, qué vienes a buscar ahora? Yo estoy libre de culpa.
CABALLERO: -Ahí es donde te equivocas. No has matado, de acuerdo. Pero has querido matar.
Y para mí esa es la verdad que vale. También te dije aquel día que el hecho material no me
importaba. Mi único mundo es el de la voluntad.
RICARDO: -Pero el mío es el de los hechos. Y por un mal pensamiento no hay ninguna ley ni
tribunal de la tierra que pueda castigarme. ¿Cómo puedo ser responsable si todo fue mentira?
CABALLERO: -Eso es lo que vamos a ver. Tus manos no mataron porque Cristián se te adelantó
un segundo. Pero es verdad que quisiste matar, ¿sí o no?
RICARDO: -Verdad.
CABALLERO: -Y el dinero que recibiste en cambio, fue de verdad. ¿Sí o no?
RICARDO: -Verdad.

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CABALLERO: -¿Y el remordimiento que te asaltó después, y que ahora mismo te hizo llegar al
borde de la confesión? ¿Y aquella secreta esperanza de que Péter Anderson fuera un canalla,
para justificarte ante ti mismo? ¿Y aquel afán que te impulsó hasta aquí, como arrastra a todos
los criminales hacia el lugar del crimen? ¿No fue todo verdad? Es asombrosa la cantidad de
verdades que puede engendrar una mentira.
RICARDO: -Ahora comprendo. ¿Era ese tu experimento?
CABALLERO: -Sólo la primera parte: medir hasta dónde llega el poder creador de una idea.
Pero queda una segunda parte más grave: el pago de la culpa.
RICARDO: -Estoy dispuesto a pagar.
CABALLERO: -¿Con qué? ¿Con unos golpecitos de pecho y unas lágrimas de arrepentimiento?
No, hijo mío; es un truco viejo y demasiado fácil.
RICARDO: -Renuncio a todo lo que me diste. Llévate tu dinero sucio, hasta el último céntimo.
CABALLERO: -Tampoco basta. Ese ya hace tiempo que no te servía de nada.
RICARDO: -¿Qué pretendes entonces? ¿A qué vienes?
CABALLERO: - Simplemente a avisarte que tu contrato sigue en pie. (Lo saca de su cartera.)
Aquí está firmada tu voluntad de crimen. Cuando llegue "la hora" yo presentaré esta cuenta.
RICARDO: -(Piensa un momento.) ¿Qué dice ese contrato?
CABALLERO: -Pocas palabras, pero claras. "Ricardo Jordán se compromete a matar a un
hombre."
RICARDO: -Sin sangre.
CABALLERO: -Sin sangre.
RICARDO: -Está bien. La mejor manera de liquidar un contrato es cumplirlo. He prometido
matar y mataré.
CABALLERO: -(Le mira sorprendido.) ¿A quién?
RICARDO: -Al mismo que firmó ese papel. ¿Recuerdas el día que llegaste a mi despacho? Allí
encontraste a un cobarde dispuesto a cualquier crimen con tal de no presenciarlo. Un cómodo
traficante del sudor ajeno. Un hombre capaz de arrojar al mar cosechas enteras sin pensar en
el hambre de los que las producen. Contra ese estoy luchando desde que llegué aquí; contra
ese lucharé ya toda mi vida. Y el día que no quede en mi alma ni un solo rastro de lo que fui,
ese día Ricardo Jordán habrá matado a Ricardo Jordán. ¡Sin sangre! (El diablo baja la cabeza,
confuso.) ¡Ya estamos los dos en el mundo de la voluntad! No lo esperabas, ¿verdad...?

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CABALLERO: -No, sinceramente. El que firmó este contrato era tan distinto... ¿Quién te ha
dado esa fuerza nueva? ¿Ella?
RICARDO: -Ella. Hasta que no llegué a esta casa no supe de verdad lo que es una casa. Hasta
que no conocí a Estela no supe de verdad lo que es una mujer.
CABALLERO: -Me lo temía. El amor... Siempre se me olvida ese pequeño detalle, y siempre es
el que me hace perder.
RICARDO: -¿Qué esperas ahora?
CABALLERO: -Nada... Ahora, todo lo que intentara contra ti ya sería inútil. Toma tu contrato.
Lástima... Era un lindo negocio.
RICARDO: -Pobre diablo. Te has quedado mustio, ¿eh?
CABALLERO: -(Con una melancolía elegante.) Oh, no tiene importancia. En una profesión tan
difícil como la mía, imagínate si estaré acostumbrado al fracaso. Pero ninguno como éste. Vine
a perder tu alma, y yo mismo te he puesto sin querer en el camino de la salvación. ¡Es para
jubilarse de una vez! (Va hacia la puerta del huerto. Se detiene.) ¿Puedo pedirte un favor... de
amigo a amigo?
RICARDO: -Di.
CABALLERO: -No le cuentes a nadie lo que ha pasado entre nosotros. A la gente le divierte
verme siempre en ridículo; y los más hipócritas hasta serían capaces de sacar una moraleja.
¿Prometido?
RICARDO: -Prometido.
CABALLERO: -Gracias. Buenas noches, Ricardo... Anderson... (Sale. Ricardo echa un vistazo al
contrato, y lo tira arrugado sobre la mesa al sentir abrir la puerta. Vuelve Estela con la fatiga de
quien ha cumplido un gran esfuerzo.)

RICARDO y ESTELA
RICARDO: -¿Hay alguna esperanza?
ESTELA: -¡Quién puede saberlo! Pero Cristián es más fuerte que la misma roca. Ahora ya está
tranquilo para esperarlo todo; la vida o la muerte. (Se sienta pesadamente.) ¡Nunca imaginé
que una palabra sola tuviera tanta fuerza!
RICARDO: -¿Perdón?
ESTELA: -Perdón. Creí que no iba a ser capaz de pronunciarla, y cuando se me cayó de los
labios, como una fruta madura, no fue sólo a Cristián a quien devolvió la paz. Yo misma me

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sentí más fuerte, con todos los nudos sueltos. (Se oye nuevamente el clamor de la sirena.
Estela se levanta sobresaltada.) La sirena otra vez. ¿Qué espera? ¡Su barco está ya soltando
amarras!
RICARDO: -¿Adónde voy a ir? Acabo de saber que he perdido toda mi fortuna. No tengo un
país que me llame, ni un solo amigo que me espere.
ESTELA: -¡Pero su vida está allá!
RICARDO: -Escúcheme, Estela. Ya no soy un extraño que viene a comprar el sueño por dinero.
Ahora soy un hombre sin más riqueza que las manos, como se viene al mundo. Déjeme
trabajar a su lado.
ESTELA: -¿Aquí? No se engañe a sí mismo. ¿Cree que podría acostumbrarse a esta pobreza?
RICARDO: -No hay nada que un hombre no sea capaz de hacer cuando una mujer le mira. ¿No
lo sabe?
ESTELA: -Lo sé. Esa es su gran fuerza.
RICARDO: -La única fuerza que puede hacer salir al mar todas las barcas y plantar otra vez
rosales en los huertos. (Le tiende las manos.) Estela... Tiene heladas las manos…
ESTELA: -No es nada. El primer día de sol siempre hace más frío por la noche. Encenderemos
juntos el fuego. (Viendo el contrato sobre la mesa.) ¿Le sirve ese papel?
RICARDO: -No. Ya no.
ESTELA: -Gracias. (Lo prende en el farol y se arrodilla a encender el fuego. Ricardo se inclina
junto a ella. Se oyen tres toques largos de sirena. Es el barco que se va).
TELÓN FINAL

ACTIVIDAD 7:
a. Luego de la lectura de la obra, identifiquen los elementos de su estructura:
 Roles, acción/es, entorno, Tiempo, conflicto. (Con uno mismo, con el otro, con el
entorno), y tema.
b. Puesta en escena, con vestuario correspondiente a la época de la historia y
escenografía acorde.

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UNIDAD 2

CALDEAMIENTO VOCAL
Durante los ensayos tendremos en cuenta la preparación vocal. El trabajo sobre la voz y la
dicción es fundamental, porque es la herramienta más importante de la actuación. Y la prueba
es que aunque cada vez vemos más actores y actrices paralizados en el escenario, diciendo el
texto como si su cuerpo se lo hubieran olvidado en el camerino, seguimos sin ver, fuera del
mimo, actores y actrices mudos (y eso muchas veces, nos gustaría).
Empecemos por el comienzo. ¿Cómo producimos la voz? La contracción de los pulmones, tal
que un fuelle, produce una columna de aire que pasa por unos tubos llamados bronquios y
tráquea, y hace vibrar las cuerdas vocales. Ese sonido se modifica en la faringe, la boca y las
fosas nasales. El resultado final va desde los primeros balbuceos que emitimos cuando somos
bebés, hasta, con algo de entrenamiento, la emisión perfecta para dos mil espectadores.
Somos, pues, un fuelle físico que debemos cuidar para poder utilizar al máximo nuestra
capacidad vocal.
Para que la voz esté perfectamente entrenada tienen que darse dos condiciones: la
amplificación del sonido por medio de los resonadores fisiológicos y la columna de aire, que
tiene que salir con fuerza y sin ningún obstáculo. Para conseguirlo, la faringe tiene que estar
abierta y las mandíbulas relajadas y suficientemente abiertas. Todo esto se logra sólo con una
respiración correcta (a continuación explicaremos los tipos de respiración). Si sólo se respira
con el pecho o con el abdomen, no se puede tener el suficiente aire y la persona se ve obligada
a economizar, con lo que la laringe se cierra y distorsiona la voz. Es necesaria una respiración
total.
Existen tres tipos de respiración. La respiración costal o pectoral o de la parte alta del tórax y
la respiración abdominal, que algunos también llaman diafragmática, que se produce sin la
intervención del pecho. Y finalmente, la llamada respiración total en la que intervienen las dos
primeras, aunque la abdominal es dominante. Ésta es nuestro objetivo, la más adecuada para
el actor.

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Vamos a proponer una serie de ejercicios para conseguir dominar la respiración total.
Intentaremos lograr el control de los órganos respiratorios.
ACTIVIDAD 1:
A. De pie, ponemos las manos en la parte de debajo de las costillas. El actor debe notar la
inspiración donde tiene colocadas las manos y continuar por el tórax hasta notar que
la columna de aire alcanza la cabeza. Primero se dilata el abdomen y la parte de debajo
de las costillas y después el aire pasa al pecho. Contraemos la pared abdominal y las
costillas permanecen expandidas; de esta manera, la pared abdominal tira de los
músculos de las costillas inferiores. Permanecemos en esta posición durante la
espiración tanto como podamos. La espiración va en sentido inverso, desde la cabeza
al pecho, hasta llegar a las manos. No debemos forzar, todo tiene que ser suave y sin
etapas.
B. Para una respiración rápida y silenciosa. Con las manos en las caderas aspiramos una
gran cantidad de aire con rapidez y suavidad, notando el aire entre los labios y los
dientes. Hacer una serie de respiraciones cortas y silenciosas aumentando la velocidad.
Espirar suave y lentamente.

Ahora, una vez conseguido el dominio del aire, vamos a despejar el camino de salida. Para que
la voz se proyecte en toda su potencia, no debe encontrar ningún obstáculo y éstos también se
encuentran en la parte final del trayecto.
C. Ejercicio para abrir la laringe. El actor inclina el cuerpo un poco hacia delante, relaja
completamente la mandíbula inferior y la hace descansar sobre el dedo pulgar de la
mano derecha o la izquierda si eres zurdo. El índice lo situamos bajo el labio inferior.
De esta manera sujetamos la mandíbula superior y las cejas, mientras se arruga el
entrecejo de tal modo que notaréis el estiramiento en las sienes, como al bostezar. Los
músculos en la parte superior y posterior de la cabeza y en la parte posterior del
cuello, se contraen ligeramente. Entonces deja salir la voz. Verás como suena.
D. Ejercicios de sensibilización de diversos resonadores del aparato fonador y del cuerpo.
Emitimos sonidos focalizando nuestra atención en la nariz, la boca, la oreja, el cráneo y
la cavidad bucodental sucesivamente. Veremos cómo el sonido que surge va
cambiando y cómo poco a poco se nos sensibilizan todas las posibilidades y somos
conscientes de la gran variedad de sonidos que realmente podemos emitir.

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E. Ejercicios de amplificación y proyección de voz, en el resonador labiodental. Hacemos
vibrar el aire en la zona de los labios, produciendo un sonido parecido a Brrr…
F. Ejercicios sobre la expresividad de los fonemas y las palabras. Emitimos fonemas
vocálicos dándoles previamente una emoción o sensación (gritar AAAah como si
tuvieras miedo, ieoossssss como si llamaras a un amigo por la calle, sssssssss como si
tuvieras mucho miedo).
G. Ejercicios sobre la expresividad onomatopéyica de las palabras. Escoger palabras,
especialmente monosilábicas o, como máximo, de dos sílabas, y probar de articularlas
de manera que la forma exprese el contenido (mama, padre).
H. El globo: parados todos en ronda, pies bien apoyados, determinando entre los pies
una distancia similar a la de la cadera o la existente entre los hombros, colocamos las
manos frente a la boca en posición de rezo. Luego respiramos y largamos el aire en
forma constante y fluida en soplo. Este aire deberá ir separando nuestras manos, es
decir deberemos crear una sintonía perfecta entre el soplo y la apertura de las manos,
simulando que inflamos un globo. El objetivo de este ejercicio es que con la práctica,
logremos cada vez inflar globos más grandes. Del simple globo de cumpleaños a la
piñata. Este ejercicio va a ser operativo en la medida en que el ritmo sea constante y
no variable porque sólo así lograremos ampliar nuestra capacidad pulmonar. Dado que
este ejercicio requiere de mucha práctica lo vamos a realizar siempre en clase, como
un hábito.
I. Relajación de cuello: movimiento de cabeza como diciendo NO en micromovimiento,
cuatro repeticiones muy lentas.
Movimiento de cabeza como diciendo SÍ en micromovimiento, cuatro repeticiones
muy lentas. Dos veces NO, dos veces SÍ.
Dejen caer la oreja hacia el hombro derecho. Pare, sienta la tensión, relaje en el centro
y vaya hacia el otro hombro. Movimiento de la cabeza llevando mentón hacia hombro,
mientras la mirada se extiende larga y lejana. Cuatro repeticiones.
Hemirrotación de cuello, comenzando hacia delante, en ocho tiempos, a ambos lados.
No deje caer la cabeza al ir hacia atrás.
J. Haga una toma de aire nasal costo-diafragmática. Pausa. Exhale el aire con sonido “S”
contando el tiempo que dura en segundos. Realice dos tomas y saque el promedio

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(entre 30 a 40 segundos). La “S” debe ser uniforme, sin tensiones y sin forzar el final
(toma siguiente impulsiva).
K. Caminar lento diciendo textos rápidamente. Caminar rápido diciendo textos
lentamente. Caminar numerando en voz alta cada paso. Caminar numerando en voz
alta cada dos pasos. Caminar numerando en voz alta cada tres pasos.
L. Contracara: en círculo, cada uno irá movilizando la musculatura de su cara y
masajeándola si es necesario, para entrar en calor y relajarla. Luego, en parejas, se
enfrentarán y de a uno por vez construirán con su propia cara una máscara, que
mostrarán durante unos segundos a su compañero para que éste la imite. Después
cambian los roles y así sucesivamente.
M. Mascarada: en círculo, todos en simultáneo realizan diferentes máscaras. Luego, se les
solicitará que limiten la máscara a un sector específico de la cara, por ejemplo: mitad
izquierda; mitad derecha; del labio superior hacia abajo; de la nariz para arriba; sólo
ojos; sólo cejas; ángulo superior derecho; etc. Una vez transitada esta experiencia
varias veces deben elegir una de las máscaras que cada uno realizó y con esa probar:
largar el aire, luego de la toma costo-diafragmática; emitir sonidos (graves, agudos,
diferentes velocidades y volúmenes); emitir palabras; relacionarse con los otros.
N. La goma de mascar: Con la boca cerrada comenzamos a masticar una goma de mascar
imaginaria trasladándola por todo el interior de la boca, a esta masticación se le
agrega el sonido de una M, tratando de llevar la vibración a la zona alta de la cabeza y
soltando lentamente el aire por la nariz. De esta manera lo que calentamos son los
resonadores.
O. Mimantra: este ejercicio siempre debe realizarse después de un caldeamiento fonal.
Masticar la M. Luego emitirla anteponiéndola a una vocal, por ejemplo: MAAAAAA,
manteniendo la intensidad del aire. Continuar con todas las vocales. El trabajo de
caldeamiento vocal sirve también para “ablandar” las palabras de los textos a trabajar.
Es decir, luego de realizase este ejercicio, podemos comenzar a trabajarlo con palabras
sueltas y luego con un texto escrito.
P. La broma: se divide al grupo en dos. Cada subgrupo debe elegir una broma a contar.
Luego se enfrentarán cada uno con un compañero del otro subgrupo y a la orden del
coordinador deberán contarla omitiendo el sonido. Es decir gestualidad y articulación
exagerada. Luego invierten los roles. En un segundo paso cada subgrupo se reunirá y

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reconstruirá la broma para contarla en voz alta a los otros. De esta manera se
constatará si fue comprendida.
Q. El ejercicio de la risa también debe ser incluido dentro de las tareas de objeto sonoro.
Corresponde trabajar siempre con apoyo ventral, o sea, con apoyo diafragmático pero
manejado por el músculo recto mayor, del abdomen, en empujes cortos, primero sólo
con aire y luego provocar la risa con vocales; desde la A hasta la U, buscando siempre
una significación interna para reír de manera natural. La tarea debe ser progresiva en
cuanto al volumen sonoro, teniendo en cuenta la masa de aire en la presión subglótida
y la comodidad de la zona muscular alta, de hombros, cuello, cara, principalmente del
cuello, durante la emisión.
R. Trabalalenguas: el coordinador previamente debe repartir el material, donde cada uno
reciba por lo menos un trabalenguas. Luego, reunidos por parejas los deben practicar.
Para mostrarlo existen dos posibilidades de acuerdo con el grado de desinhibición del
grupo: en ronda; en forma individual; aumentar la potencia sonora; a modo de
ejemplo:

Al arzobispo de Constantinopla,
lo quieren desarzobisconstantinopolizar.
El que lo desarzobisconstantinopolizara,
buen desarzobisconstantinopolizador será.

El cielo está engarambintintangulado.


¿Quién lo engarambintintanguló?
¡Quién lo desengarambintintangulara!
Un cielo desengarambintintangulado nos mostrará.

Alda ata la lata alta,


la lata alta Alda la ata
Como Alda ata la lata alta
La lata alta está atada.

Toto trota y tropa trata;


Trata tropa y trota Toto.
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S. El juglar: Buscar una poesía cada uno. En grupos de tres o cuatro personas, cada uno
deberá leer su poema, luego juntos tendrán que destacar cuál es el tema, de qué se
está hablando, cuál es la rítmica que utiliza el autor, cuáles les parecen que son las
palabras más importantes y dónde están los silencios. Con respecto a los silencios,
deben señalar la duración de los mismos, dado que una coma, un punto y coma o un
punto y aparte no responden a silencios iguales cuando leemos. Luego de intentar
rehacer la lectura, con estos datos deben explorar la expresividad de la misma
(texturas, imágenes, color, ritmo, etc.). Después pasarán de a uno por vez a leerla para
todo el grupo. Como variante de este ejercicio pueden realizar el mismo
procedimiento con textos narrativos e informativos.
T. Con sonidos articulatorios: pra – pru – pri – pro o bra – bru – bri – bro. A más
volumen, más aire.
U. En parejas: Lo primero es buscar nombres propios largos, que tengan un mínimo de
cuatro sílabas. Uno comienza a emitir, llamando al otro, que se encuentra de espaldas,
por el nombre que eligió. Lo hace manejando el espacio. El principio se ubican a dos
metros, luego, a un poco más lejos (8 a 10 metros) y desde allí, el llamado será a
distancias subjetivas: imaginar que el otro está en la calle, a cien metros o más. La
respiración baja, abundante, cómoda, evitando la sobretensión del cuello, sin
apresurarse, “estirando” las vocales, sin tocar la garganta, ni llegar al grito. Siempre
dentro del umbral del caudal de la voz.
Agregar variantes expresivas: el llamado con intención (más dulce, agresiva, sensual,
etc.) o desde distintos roles (viejito, bebé, borracho, etc.).

ACTIVIDAD 2:
La impostación de la voz nos lleva al conocimiento del esquema corporal vocal: ECV (conjunto
de hábitos de la fonación). Cuando captamos las sensaciones de vibración (resonadores
faciales, torso, cabeza) durante la emisión, junto a la percepción auditiva y “otra” imagen de
nuestro cuerpo, hemos llegado al conocimiento propioceptivo.
La resonancia, relacionada con las impresiones propioceptivas que el alumno pueda percibir,
creará un adecuado ECV si hay un normal funcionamiento de los órganos intervinientes.
A. En un solo tono: con M o B
Mommommommommomm.
Momomo.
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Miomiomio.
Moamoamoamo.
Miemiemiemim.
Muoaei.
Muuuuuuuuuuuuuuuuuoaei.
Muoooooooooooooaei.
Muoaaaaaaaaaaaaaaaaei.
Muoaeeeeeeeeeeeeei.
Muoaeiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii.
Mumomamemi mu mo ma me mi.
Con L
Lua lua lua laaa.
Lio lio lio looo.
Luoaei (iguales combinaciones que con M)
Mabadana madalaba
Emebedene medelebe
Mibidini midilibi
Mobodono modolobo
Mubudunu mudulubu.

EJERCICIOS DE ELOCUCIÓN Y COMUNICACIÓN


Es principalmente por medio de la voz y de la palabra, sea oral o escrita, que el ser humano se
manifiesta. Y cuanto más domine el lenguaje, más amplio sea su vocabulario y mayor su fluidez
expresiva, tanto más satisfactoriamente se comunicará. Podrá de este modo descargar
tensiones, convivir más inteligentemente con sus congéneres y tener una mayor comprensión
de sí mismo y del mundo que lo rodea.
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1. Los cuadrantes: Se divide el espacio en cuatro subespacios (puede hacerse dibujando
con tiza una gran cruz en el suelo). El coordinador define qué acción se hará en cada
área. En una se susurra, en otra se habla normalmente, en otra se canta, y en la última
se habla muy fuerte. Los alumnos deben desplazarse por todo el espacio y
comportarse de acuerdo al área que ocupan.
2. Efectos de sonidos: Todos caminan por el espacio. El coordinador menciona diferentes
ambientes y los alumnos deben emitir sonidos que se correspondan con ese ambiente.
Ejemplo: calle de ciudad, patio de escuela, cancha de fútbol, plaza, fiesta, hospital,
oficina, fábrica, selva.
3. La misma frase, distintas voces: Todos caminan por el espacio. Eligen una frase y la
van repitiendo de distintas maneras, con diferentes intenciones y tonalidades (suave,
fuerte, con temor, preocupados, con duda, con asco, con alegría, etc.) Luego, en
círculo, dicen a su turno la frase de tres formas distintas, dándose vuelta cada vez que
terminan una de las formas, y volviendo a mirar a los compañeros al decir la siguiente.
4. Lectura de distintos tipos de textos: El coordinador lleva textos que respondan a
diferentes tipos discursivos. Ejemplo: un poema, un cuento, una noticia, una carta, un
manual de instrucciones, una receta. De a uno por vez, los alumnos deben leer uno de
esos textos como si estuvieran ante un gran auditorio, ante un grupo de personas,
como si fueran oradores de una manifestación política.
5. Hablar durante tres o cuatro minutos sobre algún tema de interés para los pares. Ante
los compañeros del año o de otros años.
6. Inventar adivinanzas, tratando de describir un objeto de la mejor manera posible,
pero siempre intentando desorientar a los demás.
7. Crear oraciones con palabras sueltas: Crearán oraciones con las palabras que diga el
coordinador, por ejemplo “uvas, Mendoza, vino”: “Con las uvas de Mendoza se hacen
los mejores vinos”.
8. Describir un domicilio del año 2.025
9. Otros: Inventamos recetas de cocina, inventamos juegos, trazamos un proyecto para

decorar una habitación, un salón comercial, una galería de arte, etc.

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TEXTO Y DRAMATURGIA
Las voces “teatrista” y “dramaturgia de autor, actor, director y grupo” son algunas de las
nuevas categorías utilizadas para dar cuenta de la multiplicidad característica del teatro
argentino actual, ya sea porque la diversidad es encarnada en el mismo agente (uno que es
muchos, muchos en uno), ya sea porque abre el espectro de reconocimiento de la diversidad
de formas discursivas.
El término “teatrista” se ha impuesto desde hace unos quince años en el campo teatral
argentino, define al creador que no se limita a un rol teatral restrictivo (dramaturgia o
dirección o actuación o escenografía, etc.) y suma en su actividad el manejo de todos o casi
todos los oficios del arte del espectáculo.
Entre los cambios aportados por el campo teatral de la post-dictadura, debe contarse la
definitiva formulación de una noción teórica que amplía el concepto de dramaturgia. El
reconocimiento de prácticas de escritura teatral muy diversas ha conducido a la necesidad de
construir una categoría que englobe en su totalidad dichas prácticas y no seleccione unas en
desmedro de otras en nombre de una supuesta sistematización que es, en suma, tosco
reduccionismo. En el teatro, ¿sólo escribe el “autor”? Por supuesto que no.
En el camino de búsqueda de una respuesta a este problema, hoy sostenemos que un texto
dramático no es sólo aquella pieza teatral que posee autonomía literaria y fue compuesta por
un “autor” sino todo texto dotado de virtualidad escénica o que, en un proceso de
escenificación, ha sido atravesado por las matrices constitutivas de la teatralidad
(considerando esta última como resultado de la imbricación de tres acontecimientos: el
convivial, el lingüístico-poético y el expectatorial).
Este fenómeno de multiplicación del concepto de escritura teatral permite reconocer
diferentes tipos de dramaturgias y textos dramáticos: entre otras distinciones, la de
dramaturgia de autor, de director, de actor y de grupo, con sus respectivas combinaciones y
formas híbridas, las tres últimas englobables en el concepto de “dramaturgia de escena”. Se
reconoce como “dramaturgia de autor” la producida por “escritores de teatro”, es decir,
“dramaturgos propiamente dichos” en la antigua acepción restrictiva del término: autores que

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crean sus textos antes e independientemente de la labor de dirección o actuación.
“Dramaturgia de actor” es aquélla producida por los actores mismos, ya sea en forma
individual o grupal. “Dramaturgia de director” es la generada por el director cuando éste
diseña una obra a partir de la propia escritura escénica, muchas veces tomando como
disparador la adaptación libre de un texto anterior. La “dramaturgia grupal” incluye diversas
variantes, de la escritura en colaboración (binomio, trío, cuarteto, equipo…) a las diferentes
formas de la creación colectiva. En buena parte de los casos históricos estas categorías se
integran fecundamente.
El concepto de texto dramático no depende de la verificación de los mecanismos de notación
teatral (fijación textual: división en actos y escenas, didascalias, distinción del nivel de
enunciación de los personajes) hoy vigentes pero que, como se sabe, han mutado
notablemente a lo largo de la historia de la conservación y edición de textos dramáticos (baste
confrontar los criterios de notación de la tragedia clásica y de las piezas de Shakespeare en sus
respectivas épocas). Las matrices de representación –es decir, las marcas de virtualidad
escénica- muchas veces se resuelven en forma implícita, corresponden a lo “no-dicho” en el
texto, al subtexto.
Es digno de señalar que la formulación de esta nueva noción de dramaturgia no se ha
generado en abstracto del laboratorio de la teatrología sino que ha surgido de la interacción
de los teatristas con los teóricos, y especialmente a partir del reclamo de los primeros.
A pesar de que la multiplicación del concepto de dramaturgia viene desarrollándose desde
mediados de los ochenta, todavía hoy hay sectores reaccionarios –tanto entre los teatristas
como entre los investigadores y los críticos- que niegan este avance y perseveran en llamar
dramaturgia a un único tipo de texto. Hablamos de “avance” porque la recategorización
implica el beneficioso abandono de la “rígida estrechez del monoteísmo epistemológico” al
que hace referencia Santiago Kovadloff (1998, p. 21).
Otra de las grandes conquistas que aporta el nuevo concepto de dramaturgia radica en la
posibilidad de rearmar tradiciones de escritura hasta hoy escasamente estudiadas y, sin
embargo, increíblemente fecundas en la historia del teatro argentino y mundial. Por ejemplo,
la dramaturgia de actor, cuyo origen debe buscarse en los textos de los mimos griegos e
incluye una historia fecunda.
Este cambio en la consideración del dramaturgo hace que hoy se pueda releer la producción
dramática de la historia teatral argentina a partir del diseño de un nuevo corpus, muchísimo

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más vasto, e incorporar al inventario de textos los producidos por actores, directores y aunque
es cierto que estos textos engrosan la lista del “teatro perdido”, mucho es todavía el material
que puede ser recuperado, en especial el de las últimas décadas.

ACTIVIDAD 3:
A. Lee el texto anterior.
B. Explica la función del dramaturgo.
C. ¿Cómo era visto antes?
D. En grupo, escriban una breve obra teatral. Tengan en cuenta las ideas de cada
integrante, y la función que tiene un dramaturgo.

LAS DE BARRANCO
GREGORIO LAFERRÉRE
DATOS DEL AUTOR: Gregorio de Laferrère nació en Buenos Aires en el año 1.876. Fue un
comediógrafo argentino que reflejó en su obra los triunfos y derrotas, los miedos y vicios de la
sociedad ríoplatense de principios del siglo XX, con toda su carga de incertidumbre y
esperanza. Hijo de padre francés y madre argentina, pertenecía a una familia acomodada. No
cursó estudios universitarios, pero se educó en Francia, adonde lo llevó la familia en su
juventud. Fue un periodista y político que cultivó el teatro por afición, sin pretensiones
profesionales ni ambiciones literarias. Diputado provincial en 1.893 y diputado nacional de
1.898 a 1.908. Las de Barranco (1908), comedia urbana que refleja las situaciones de una
familia de clase media en decadencia, está considerada su mejor pieza.
Su última obra, Los invisibles (1911), es una sátira sobre el espiritismo; con ella regresó al tono
jocoso de sus primeras comedias. Gregorio murió de forma súbita a los 46 años de edad. En

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1.907 había fundado el Conservatorio Lavardén, que aún sigue en actividad y que sostuvo
económicamente él mismo, contratando profesores europeos y organizando concursos de
autores.
Acto primero
La escena representa un vestíbulo guarangamente amueblado: un gran cuadro con el retrato al
óleo de un capitán del ejército y otro conteniendo condecoraciones militares. Sobre una mesa
hay una caja de cartón y delante de ésta se encuentra de pie doña María examinando unas
blusas que va sacando del interior de la caja. A pocos pasos, en actitud de espera, un
muchacho.
DOÑA MARÍA. - (Concluyendo de examinar las blusas.) ¡Qué preciosura! ¡Son una monada!...
(Mirando al muchacho.) Dígale que muchas gracias. Y que Carmen le manda muchos
recuerdos... Dígale así. (Haciendo un gesto después que el muchacho saluda y se va) Son
regularcitas, no más... (Gritando.) ¡Carmen! (Volviendo al comentario.) Algún saldo que no le
servía... (Gritando con más fuerza.) ¡Carmen!... (A Carmen, que aparece) Mirá, el regalo que te
manda Rocamora, el del registro: una blusa para vos y otra para cada una de tus hermanas...
CARMEN. - (Frunciendo el ceño.) ¿Blusas? ¡No debía de habérselas recibido!
DOÑA MARÍA. - (Encarándose con ella.) ¡Che... che... che!... ¿Estás loca?... ¿Qué querés decir?
CARMEN. - (Con aflicción.) ¿Usted no sabe acaso, que Rocamora me pretende?
DOÑA MARÍA. - ¡Vaya novedad!... ¿y qué hay con eso?
CARMEN. - ¿Usted no sabe que le he dicho que no consentiré nunca en casarme con él?
DOÑA MARÍA. - Sí, y demasiado bueno es el pobre que todavía te hace regalos. ¡Razón de más
para agradecérselos! ¿O es que querés prohibirle ahora que sea generoso?
CARMEN. - (Con soberbia.) ¡Sí, mamá!... ¡que se guarde sus generosidades porque yo no las
necesito!
DOÑA MARÍA. - ¿Que no las necesitás?... (La mira desdeñosamente.) Decime, ¿qué es lo que te
has creído?... ¿No comprendés, acaso, que en nuestra situación necesitamos de todo el
mundo? Que los ciento cincuenta miserables pesos que nos da de pensión el gobierno no
alcanzan para nada ¿A qué vienen esos aires?
CARMEN. - (Con amargura.) ¡Pero si sabe que no lo puedo ver!... ¡Si lo sabe!... (Con arranque.)
DOÑA MARÍA. - (Con indiferencia.) ¡Bah, no seas zonza!... Con recibirle los regalos y ponerle
buena cara, estás del otro lado... Nadie te pide otra cosa... una sonrisa a tiempo ¡y se acabó!

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CARMEN. - (Con angustia.) ¡Pero si precisamente es lo que no puedo! No lo hago por él... ¡lo
hago por mí! En cada uno de sus regalos veo el pago anticipado de esa sonrisa que me
pretende arrancar... y me da tanta rabia y tal vergüenza ¡que siento ganas de tirarle por la cara
la porquería que me trae! (Con un gesto de rabia.) ¡Pero ya sé, mamá, que usted no me
entiende!...
DOÑA MARÍA. - (Con mucha amargura.) Te equivocás... te equivocás, ¡pretenciosa ridícula!
¡Demasiado que te entiendo! ¡Sos el retrato de tu pobre padre! (Mira al óleo del capitán.)¡Así
era él también y se le llenaba la boca con las mismas pavadas! ¡El capitán Barranco no se
vende!... ¡el capitán Barranco no se humilla!... ¡El capitán Barranco cumplirá con su deber! Y el
capitán Barranco, entre miserias y privaciones, terminó en un hospital... porque no había en su
casa recursos para atenderlo. ¡Eso es lo que sacó el capitán Barranco con sus delicadezas!
(Exaltándose y con acento duro.) Pero la viuda del capitán Barranco es otra cosa. No vive de
ilusiones... Sabe que tiene tres hijas que mantener, tres zánganas, que se lo pasan
preocupadas de moños y composturas, mientras la pobre madre tiene que buscarse como Dios
le ayude el zoquete diario que han de llevarse a la boca para no morirse de hambre. ¡Por eso
también, la viuda del capitán Barranco sabe lo que tiene que hacer! (Con tono imperativo y
lleno de amenaza.) Y ahora, lleve adentro esas blusas y ¡cuidado con que cuando venga
Rocamora no le dé usted las gracias con toda amabilidad!... (Carmen se dirige hacia el sitio
donde se encuentra la caja de blusas y en ese momento golpean las manos) Pero, ¡miren cómo
han puesto el suelo de papeles! (Empieza a levantar papeles.) ¡Estas haraganas no sirven para
nada! (Gritando.) ¡Manuela!... ¡Manuela!...
Voz de MANUELA - (Desde el interior.) ¿Qué quiere?
DOÑA MARIA. - Vení para acá. (Sigue recogiendo papeles.) Vení a ver cómo está esto.
Voz de MANUELA - No puedo, me estoy haciendo los rulos...
DOÑA MARÍA. - (Gritándole mientras sigue en la tarea de recoger papeles.) ¡Yo te voy a dar
rulos, sinvergüenza! ¡Deja no más! (En otro tono leyendo la inscripción de un trozo de papel
que recoge del suelo.) Se alquila... (Leyendo la del otro papel.) ¡Mire, esto! Se alquila con h.
¡Para qué les habrá servido la escuela a estas inservibles! (Leyendo otro papel.) ¡Otra!... pieza
con z... (Como dudando.) Con z... con z... (Resolviendo el caso.) ¡Qué barbaridad! ¡Parece
mentira!... (Interrumpiendo la tarea para aproximarse de nuevo a la izquierda y gritando.)
Decime, ¿le prendieron el cabo de vela a San Antonio?

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Voz de MANUELA - No sé, yo le dije a Pepa. (Gritando.) ¡Pepa! ¡Te llama mamá!... (Aparece por
la derecha doña Rosario saludando con la cabeza y precedida de Carmen.)
CARMEN. - Mamá, esta señora viene por la pieza desalquilada.
DOÑA MARÍA. - (Muy amable.) Pase adelante, señora, pase. (Tira a un lado una pelota de papel
que ha ido formando con los pedazos recogidos del suelo.)
DOÑA ROSARIO. - Sí, señora. Como vi papel en el balcón.
DOÑA MARÍA. - Sí, sí... tome usted asiento. (Le señala una silla.)
DOÑA ROSARIO. - (Sentándose.) Pero me dice esta señorita que la pieza es muy chica...
DOÑA MARÍA. - ¿Chica? ¡Qué ha de ser chica, señora! (Dirige una mirada furiosa a Carmen.) Es
una pieza muy decente... Ya la verá usted... (A Carmen.) Andá, abrila, que enseguida vamos
nosotras. ¡Como ésta es una casa tan tranquila!... No tengo sino otro inquilino, un estudiante
de las provincias.
Voz de MANUELA - (Levantando el tono.) Más zonza serás vos... ¿entendés?
DOÑA MARÍA. - (Apresuradamente) Estudiante de medicina... ¿Sabe? De medicina.
Voz de MANUELA - ¡La idiota sos vos!... ¿Qué te has creído?
DOÑA MARÍA. - (En alta voz y mirando hacia la izquierda.) ¡Manuela!
Voz de PEPA. - (Más lejana que la de Manuela.) ¿A que no me lo repetís?
DOÑA MARÍA. - (Levantando la voz.) ¡Niñas!...
Voz de PEPA. - ¡Guaranga!
Voz de MANUELA. - ¡Estúpida! (Se produce una gritería en la que las dos voces se insultan.)
DOÑA MARÍA. - (Sofocada.) Discúlpeme usted... (Dirigiéndose hacia la izquierda.) ¡Niñas!...
¡niñas!...
PEPA. (Apareciendo bruscamente por la izquierda y con la cara descompuesta.) ¿Es cierto que
usted me llama?... (Se detiene sorprendida al encontrarse con doña Rosario.)
DOÑA MARÍA. - (Con voz contenida por la ira.) Esta señora viene a alquilar la pieza... (Señala a
doña Rosario.)
PEPA. (A doña Rosario y tratando de sonreír.) Perdone, señora... ¡estábamos jugando!
MANUELA. - (Apareciendo a su vez por la izquierda, muy sofocada y con la cabeza llena de
papelitos.) ¡Mentira!, mamá, ¡ha sido ella!... (Se detiene confusa.)
CARMEN. - (Apareciendo por el foro.) Ya está abierta la pieza, pueden pasar.
DOÑA MARÍA. - (A doña Rosario con voz apagada y señalando a Manuela, Pepa y Carmen.) Son
mis tres hijas... (En otro tono.) ¿Quiere que pasemos?... (Le indica el foro.)

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DOÑA ROSARIO. - Vamos, señora. (Se dirigen ambas hacia el foro, y Manuela, Pepa y Carmen
las miran salir en silencio. Antes de desaparecer doña María, y sin que doña Rosario se
aperciba, hace señas de amenaza a Manuela y Pepa.)
PEPA. (A Manuela.) Ahí tenés lo que has sacado... ¿ves?
CARMEN. - ¿Qué ha sucedido?
PEPA. - Esta guaranga que se puso a gritar, haciendo un escándalo que ha oído esa vieja.
CARMEN.- (Con tristeza.) ¡Ustedes siempre lo mismo! ¿Cuándo acabarán estas cosas?
PEPA. - (Con aspereza.) ¡Ya salió la otra!... (Avanzando hacia Carmen.) Pero, decime, ¿qué es lo
que te has figurado?... ¡Cualquiera diría que te creés mejor que las demás! (Carmen, sin
responder, hace un movimiento de hombros.)
MANUELA. - (A Pepa, tomándola del brazo.) ¡Déjala, mujer!... ¡si es una romántica!
PEPA. - ¡Es que ya estoy hasta aquí... (Se pasa un dedo por la frente.) ...de las pavadas de ésta!
(Mira a Carmen de arriba abajo.)
(Aparece Morales.)
MORALES. - (Riendo) ¡Lo de siempre!...
CARMEN. - (Sonriendo.) ¡No pueden vivir sin pelear! ¿Ya se va al hospital?
MORALES. - (Mirando al reloj.) Sí, a las tres tengo clase. (Transición.) ¡qué milagro!... ¿No ha
venido nadie?
CARMEN. - Nadie... ¿por qué?
MORALES. - (Con intención.) ¡Como al Rocamora ese lo veo con tanta frecuencia!...
CARMEN. - (Haciendo un gesto de indiferencia.) ¡Ah!...
MORALES. - Y anteanoche había otro nuevo... Me dijeron que se llama Barroso... ¿no?
CARMEN. - Sí, es un dentista de aquí de la esquina.
MORALES. - (Después de mirarla un instante en silencio.)¡Ah! ¡Carmen!... ¡Carmen!...
CARMEN. - (Vivamente.) ¡Por favor, Morales!... no empecemos. Si hemos de ser amigos... (Con
amargura.) ¡No me mortifique usted también!...
MORALES. - (Apresuradamente y con pena.) Sí... sí... me callo... (Sacando del bolsillo un sobre
del que toma un papelito.) Aquí le he traído el palco... no encontré bajo, pero es adelante. (Le
extiende el billete.)
CARMEN. - (Con sorpresa y sin tomar el billete.) ¿Palco?... ¿qué palco?
MORALES. - Pero, el que me pidió su mamá en nombre suyo...
CARMEN. - (Frunciendo el ceño.) Yo no he pedido nada, Morales.

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MORALES. - (Sorprendido.) ¡Pero si me dijo la señora que usted deseaba ir al teatro, y que
quería que yo le consiguiera una localidad!
CARMEN. - (Con dureza.) Es mentira, Morales. ¡La eterna mentira que ya me tiene enferma!
Son cosas de mi madre... Yo no le he pedido a usted nada. ¡Llévese ese palco!
MORALES. - (Sorprendido.) Bueno, Carmen, bueno... ¡no es para tanto! Además tenga en
cuenta que yo...
CARMEN. - (Interrumpiéndolo) ¡Discúlpeme!... Pero... ¡entiéndame usted bien!... ¡No quiero
que me traiga usted nunca nada! (Levantando la voz.) Y aunque se lo digan... ¿oye?... ¡aunque
se lo digan, no lo crea! ¡Porque si mi madre y mis hermanas... (Deteniéndose) Pero...
(Haciendo un gesto resignación.) ¡Al fin es mi madre y son mis hermanas!... No hablemos más,
Morales.
MORALES. - Sí, Carmen, sí, lo comprendo...
CARMEN. - (Exaltándose de nuevo.) ¡Que hagan lo que quieran!... ¡Pero por lo menos que me
dejen a mí!... ¡que no me mezclen a mí!
MORALES. - Cálmese. No me perdono haberle causado esta contrariedad.
CARMEN. - (Exaltada.) ¡Es que es de todos los días!...¡usted lo sabe!... ¡es con todos los que
vienen a esta casa! ¡Y siempre soy yo el precio!... ¡siempre!... ¡Ah!... ¡Si supieran el efecto que
me hacen estas cosas!... ¡todo lo que sufro!... (Doña María y doña Rosario aparecen por el foro
discutiendo.)
DOÑA ROSARIO. - Imposible, señora, imposible...
DOÑA MARÍA. - (Agriamente.) ¡Pues no sé dónde va a encontrar mejor, ni más barata!
DOÑA ROSARIO. - Eso es cuestión mía, señora. Adiós. (Se dirige hacia la derecha)
DOÑA MARÍA. - (Gritándole rabiosa.) ¡Alquile la plaza Victoria, y así tendrá jardín!...
DOÑA ROSARIO. - (Dándose vuelta antes de salir.) ¡Y usted a su pieza póngale unos palitos y le
resultará pajarera...! (Desaparece.)
DOÑA MARÍA. - (A gritos.) ¡Con usted adentro como lechuza! (A Carmen con irritación.)
Enseguida das vuelta a San Antonio del lado de la pared. ¡Bonitos inquilinos los que trae!...
Ahí tenés lo que sacás... ¿ves?... ¿Por qué le dijiste que la pieza era chica?
CARMEN. - ¡Pero si de todos modos iba a verla! ... ¿O usted cree que no la alquila por lo que yo
le dije? ¿Y para qué mentir, mamá?
DOÑA MARÍA. - (Exasperada.) ¡Ni siquiera servís para eso!... (Dejando a Carmen y encarándose
con Morales.) ¿Y usted, por supuesto, se olvidó de mi encargo?...

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MORALES. - (Sonriendo.) No, señora, aquí lo tengo. (Saca del bolsillo del chaleco el boleto del
palco.) Pero... Carmen no lo quiere.
DOÑA MARÍA. - ¿Que no lo quiere?... ¡Traiga para acá, hombre!... (Le saca el boleto de las
manos.) ¡Si se está muriendo de ganas! ... ¡Es de puro delicada que es! ¡Usted no la conoce!...
CARMEN. - (Con arranque.) No diga eso, mamá, porque yo...
DOÑA MARÍA. - (Interrumpiéndola.) ¡Usted...se calla la boca! (Mira fijamente a Carmen) Desde
anoche no hace más que hablar del palco... (Guarda en el bolsillo el billete del palco.) Muchas
gracias, Morales.
MORALES. - (Mirando el reloj.) Me voy. Hasta luego.
DOÑA MARÍA. - (Gritándole a Morales antes de que salga.) ¿Va para el hospital?
MORALES. - (Deteniéndose.) Sí, señora.
DOÑA MARÍA. - (Amablemente.) Entonces... si llega a ir la mujer de las empanadas... ¡a ver si
se trae unas empanaditas, pues!
MORALES. - (Sonriendo.) ¡Cómo no! (Desaparece.)
DOÑA MARÍA. - (Duramente a Carmen.) ¿Con que ya le habías dicho que no?... ¡Ah! ¡Infeliz!
Llevate esas blusas para adentro y mostráselas a tus hermanas. (Carmen en silencio se acerca a
tomar las cajas de las blusas.)
(Manuela entra corriendo por la izquierda y sale en igual forma por la derecha.)
MANUELA. - (Al pasar.) ¡¡Ahí está!!
DOÑA MARÍA. - (Mirándola salir.) ¡Oh!... ¿y ésta?
CARMEN. - (Mientras se dirige a salir por la izquierda con la caja de las blusas.) Debe ser el
rubio flaco, a quien habrá visto desde el balcón...
DOÑA MARÍA. - ¿Qué rubio flaco?
CARMEN. - (Deteniéndose un momento.) Ese que se para siempre en la esquina, y que desde
hace unas cuantas tardes había desaparecido. Usted debía prohibirles eso... ¡es un escándalo!
(Sale.)
DOÑA MARÍA. - (Con fastidio.) ¡Ah! ... ¡es el de los pantalones cortos! ¡Mire que perder el
tiempo con semejantes tipos!... (Con pena.) Y que todos los de Manuela sean iguales... ¡qué
desgracia de muchacha!
MANUELA. - (Entrando por la derecha y riendo con fuerza.) ¡Qué casualidad! El flaco que tiraba
la carta a la escalera... (Muestra una carta que trae en la mano.) ¡Y Morales que bajaba!... ¡No
tuvo más remedio que alcanzármela!

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DOÑA MARÍA. - (Muy seria.) ¡Hum!... ¡ya no me está gustando mucho el flaco ese!... ¿Qué es lo
que quiere? ¡Yo no quiero atorrantes en mi casa!
MANUELA. - (Riendo.) No, mamá... ¡si ni piensa en venir!
DOÑA MARÍA. - (Dignamente.) Y cuidadito con contestarle las cartas... ¿eh?
MANUELA. - (Escandalizada.) ¡Pero, mamá, por Dios!... ¿Cómo se le ocurre que le voy a
escribir? (Con naturalidad.) Le contesto por señas desde el balcón.
DOÑA MARÍA. - (Natural.) Y eso mismo, que no sea cuando pase mucha gente. (Oyendo
golpear las manos hacia la derecha.) A ver, a ver, ahí golpean las manos... debe ser un
inquilino. (Mientras Manuela vase por la derecha.) (Se asoma por el foro la cocinera con una
cacerola en la mano.)
COCINERA. - Señora, no hay...
DOÑA MARÍA. - (Interrumpiéndola indignada.) Mándese mudar, ¡atrevida! ¿Quién le pregunta
si hay o no hay? ¡A la cocina! (La cocinera desaparece.)
MANUELA. - (Entrando por la derecha con un ramo de flores en la mano.) Es un ramo que
manda el dentista para Carmen.
DOÑA MARÍA. - ¿Qué dentista?
MANUELA. -Barroso, el de la esquina... (Doña María la mira como si no comprendiese.) ¡Ese
tilingo que se lo pasa en la azotea mirando con anteojo!
DOÑA MARÍA. - ¡Ah!... ¡Si será zonzo!... ¡mire que venirse tan luego con ramos!... Si fuera algo
que sirviera. (Imperativa.) A ver, traé para acá. (Toma el ramo, lo examina y después de una
pausa, bruscamente.) Decile a la cocinera que se lo lleve a la mujer del boticario y le diga de mi
parte que los cumpla muy felices.
MANUELA. - (Sorprendida y tomando el ramo.) ¡Ah!... ¿es el santo?... ¿Y usted cómo lo sabe?
DOÑA MARÍA. - ¡Qué sé yo si es o no es! pero, aparentando creerlo tendrá que quedar
agradecida, y puede que mande algo... (Manuela, con el ramo sale corriendo por el foro. Entra
Pepa, furiosa por la izquierda, trayendo una blusa en la mano.)
PEPA. - (Con voz temblorosa por la rabia.) ¿Y por qué han de elegirme la más fea para mí?...
(Agita la blusa con furor.)
DOÑA MARÍA. - ¡Che... che... che! ... ¡Dejate de historias! Eso se lo decís a Rocamora, si querés.
Cada una traía el nombre escrito.
MANUELA. - (Que ha entrado por el foro aproximándose a Pepa y examinando la blusa.) ¿Qué
es esto?... ¿qué es?

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PEPA. - (Estrujando la blusa.) ¡Pero si es horrible!... ¡¡horrible!!...
DOÑA MARÍA. - (A Manuela.) Ahí hay otra para vos.
MANUELA. - (Encantada.) ¿Para mí?... ¡para mí también! ... (Sale corriendo por la izquierda.)
DOÑA MARÍA. - ¡Ve quién golpea las manos... A ver, pronto!
PEPA. - Vienen a cobrar el alquiler. (Desaparece.)
(Aparece Castro por la derecha con una valija en la mano.)
DOÑA MARÍA. - (Con mucha amabilidad.) Entre... Entre... ¿cómo le va?
CASTRO. - (Secamente.) Aquí traigo los recibos. (Abre la valija y va a sacar algo de ella.)
DOÑA MARÍA. - (Sonriendo con mucha amabilidad.) ¡Ah!... ¿los recibos? Bueno... mire... ni los
saque. De todos modos, hasta la semana que viene no se los voy a poder pagar... (Señalándole
una silla.) Siéntese.
CASTRO. - (Secamente y quedándose de pie.) Muchas gracias... Pero le prevengo que no voy a
poder esperar más. Hace un mes que he recibido orden de demandarla...
DOÑA MARÍA. - ¡Bah!... ¡si es cuestión de unos días!... Le prometo que para la semana que
viene sin falta...
CASTRO. - (Meneando la cabeza.) ¡Siempre me dice usted lo mismo! Se van a juntar tres
recibos y es para mí una gran responsabilidad. ¡No!... lo siento mucho; pero hoy mismo iniciaré
la demanda. (Hace ademán de retirarse.)
DOÑA MARIA.- (Alarmada.) ¡No hará usted eso! ¡No puede ser!... ¡Sería una mala acción de su
parte!... (Gritando.) ¡Carmen!... ¡Carmen!
CARMEN.- (Apareciendo por la izquierda.) ¿Qué hay?
DOÑA MARÍA. - (Sonriendo.) Mirá, mirá quién está aquí... (Señala a Castro.)
CARMEN. - (Sin entusiasmo.) ¡Ah!... ¿Cómo le va?
CASTRO. - (Adelantándose a darle la mano y con amabilidad.) Muy bien, señorita... ¿y usted?
DOÑA MARÍA. - (Con aire irónico.) ¿Qué te parece?... Este señor quiere echarnos a la calle...
¡Así son los amigos!
CASTRO. - (Confuso.) ¡Señora... yo no hago sino lo que me mandan!
DOÑA MARIA. - (Intencionada.) ¡Cállese, hombre! ¡Si al fin no se trata sino de unos cuantos
días!... ¡de puro malo no más!... (Con sorna.) ¡Pero, siéntese! ¡Supongo que no pretenderá
crecer!... (Dándose vuelta hacia Carmen y en tono amenazador, mientras Castro se vuelve para
tomar una silla.) ¡O le ponés otra cara o me las pagás después! (Castro se sienta y doña María y
Carmen hacen lo mismo.)

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CASTRO. - Si por mí fuera sería otra cosa, pero...
DOÑA MARÍA. - (A Carmen) Pero... decile a este hombre para que se convenza. Nada más que
una semana...; me parece que no es una cosa del otro mundo... (Dirigiendo una mirada
amenazadora a Carmen.) Con ese dinero que vamos a recibir, todo quedará arreglado.
CARMEN. - (Con tono un tanto vacilante.) ¿No podría usted esperarnos una semana?
CASTRO. - (Indeciso.) ¿Una semana?... Si fuera algo seguro...
DOÑA MARÍA. - (Vivamente.) Pero, ¡ya lo creo!... (A Carmen, con calor.) ¡Decile... decile... vos
sabés muy bien!...
CARMEN. - (Con voz apagada que quiere ser firme.) Sí, señor... es seguro...
CASTRO. - (Decidiéndose.) Bien... esperaré...
DOÑA MARÍA. - (Triunfante.) ¡Ya decía yo!... ¡no podía ser de otro modo!... ¿Quiere tomar un
mate?
CASTRO. - No, muchas gracias, no tomo mate.
DOÑA MARÍA. - Pues otra cosa no puedo ofrecerle... ¡Esta es casa de pobres! (A Carmen,
indicándole la corbata de Castro.) Mirá, Carmen, qué bonita corbata... ¡como la que vos
querías!
CASTRO. - (Sorprendido y tocándose la corbata.) ¿Ésta?
DOÑA MARÍA. - ¡Es preciosa!... Carmen está desde hace tiempo deseando una corbata así, y no
puede encontrarla en ninguna parte.
CASTRO. - (Sonriendo a Carmen.) Si usted quiere se la enviaré, es nueva...
CARMEN. - (Vivamente.) No, señor, no.
DOÑA MARÍA. - (Intencionada.) ¡Bah!... ¿Y por qué no, zonza?... ¿Qué puede importarle a él
una corbata? Si fuera algo de valor... (A Castro.) No le haga caso y mándesela.
CARMEN. - (Poniéndose bruscamente de violencia.) ¡Y yo le repito que no me mande nada!
(Vase por la izquierda y haciendo un gesto de desesperación.)
CASTRO. - (Sorprendido y poniéndose de pie.) ¡Pero señorita Carmen!... (Hace ademán de
seguirla.)
DOÑA MARÍA. - (Con naturalidad.) ¡Deje, hombre, no vale la pena! ¿Se va a preocupar ahora
por semejante pavada?... Con mandársela no más...
CASTRO. - (Confuso.) Es que no quisiera que... (Mira a la izquierda.)
(Aparece por el foro Manuela, que viene corriendo.)
MANUELA. - (Sorprendida al encontrar todavía a Castro.) ¡Ah!... (Se queda cortada.)

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DOÑA MARÍA. - (Sonriendo.) Aquí tiene otra de mis hijas.
CASTRO. - (Distraídamente.) Sí... sí... la conozco. Bueno, señora, hasta la semana que viene,
entonces... (Le da la mano.) Adiós, señorita. (A Manuela. Se dirige hacia el foro.)
MANUELA. -Que le vaya bien. (Le saca la lengua, mientras Castro desaparece por la derecha.)
DOÑA MARÍA. - ¿Dónde anda Pepa?
MANUELA. - (Vivamente) ¡Ah!, eso venía a avisarle. ¡Es una bruta!... me ha tirado con una
maceta... ¡mire! ... (Le muestra el hombro, donde tiene restos de tierra.)
DOÑA MARÍA. - (Con ansiedad.) ¿Y la ha roto?
MANUELA. -No, si era uno de los Carritos de lata... (Con hipocresía.) ¡Fíjese que porque le dije
que le pidiera a San Antonio un novio!... ¡Qué bárbara!... (Se limpia el hombro.)
DOÑA MARÍA. - Y ¿para qué le hablás de novios? Ya sabés que la pobre se exaspera...
MANUELA. - (Con hipocresía.) La verdad... ¿eh? Mire que no haber tenido nunca a nadie que le
diga nada... ¡parece mentira! (Se ríe con malicia.)
DOÑA MARÍA. - (Con desdén.) Sí, ¡por bonitos que son los tuyos!... ¡Como para hablar!
(Aparece Petrona por la derecha.)
PETRONA. -Buenas tardes, tía.
DOÑA MARÍA. - (Con fastidio.) Che... ¡Vos parece que no tenés nada que hacer en tu casa!...
PETRONA. - (Sonriendo.) Me mandó mamá a comprar unas cosas, y aproveché para venirme
un ratito. (Se acerca a Manuela y la toma cariñosamente del brazo.)
DOÑA MARÍA. - (Con fastidio.) ¡Ya sé qué ratito es ése!... ¡Para pasártelo en el balcón
haciéndole gracias a los que pasan!
PETRONA. - (Con tristeza.) ¡Como en casa no hay balcón, es tan difícil encontrar quien se fije en
una!
DOÑA MARÍA. - Bueno, cuidado con lo que hacen...
MANUELA. - (A doña María.) ¡Ah!... mire que Pepa se quedó en el cuarto de Morales
registrándole los baúles.
DOÑA MARÍA. - (Con indiferencia.) ¡Bah!... ¡para lo que tendrá que esconder!...
MANUELA. - (Afligida.) Es que después puede creerse Morales que esta vez he sido yo
también... ¡El otro día se puso furioso!
(Aparece por el foro Pepa y se detiene al entrar, mostrando un tarro grande de vidrio que trae
en las manos.)
PEPA. - ¡Qué hombre cochino!... ¡Miren lo que tiene dentro del baúl!

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MANUELA. - ¿Qué es, che?... ¿qué es? (Examina el tarro de cerca.)
PETRONA. - (A Manuela, al verla dirigirse hacia Pepa.) Te espero en el balcón. (Desaparece por
la izquierda.)
PEPA. - (A Manuela.) Yo no sé, parece una oreja...
MANUELA. - (Riendo y muy gozosa.) Sí, es una oreja. Venga, mamá... ¡venga, vea qué raro! (A
Pepa, con sobresalto.) ¡Cuidado!... ¡no lo movás!
DOÑA MARIA. - (Acercándose.) ¿Oreja de qué?
PEPA. - ¡Qué sé yo!... tiene una cosa así como dedos... mire... (Las tres juntas examinan el
contenido del tarro.)
DOÑA MARÍA. - (Con enojo.) ¡Enseguida tiren eso! ¡Es lo que falta! ¡Que nos venga a traer las
pestes del hospital!... (Imperiosa.) ¡Llévenselo al fondo!
PEPA. - (Alarmada.) ¡Pero si se lo he sacado del baúl!
DOÑA MARÍA. - ¡Qué importa!... ¡en mi casa no se tienen esas cosas!
PEPA. - (Afligida.) ¡Es que estaba con llave... lo he abierto con una mía!
DOÑA MARÍA. - (Exasperada.) ¡Aunque sea con la de San Pedro! ¡Quién le manda traer
porquerías aquí!... ¡Al fondo con eso!... (Hace un ademán enérgico. Pepa y Manuela se dirigen
hacia el foro sosteniendo entre ambas el tarro, que no se cansan de examinar.)
PEPA. - (Empujando con el codo a Manuela.) Dejalo... ¡lo vas a voltear!... (Desaparece por el
foro discutiendo.)
PETRONA. - (Asomando la cabeza por la izquierda y con mucho interés.) ¿Y Manuela?
DOÑA MARÍA. - Fue para el fondo.
PETRONA. - ¡Caramba!... (Desaparece bruscamente.)
(Golpean las manos hacia la derecha y doña María encaminándose hacia el sitio, asoma la
cabeza al exterior.)
DOÑA MARÍA. - Adelante.
(Aparece Linares por la derecha.)
LINARES. - He visto que se alquila aquí una pieza.
DOÑA MARÍA. - Sí, señor, sí... una lindísima pieza... Acaba de dejarla la viuda de un coronel y
estoy segura que...
LINARES.- (Interrumpiéndola.) ¿Puede verse?
DOÑA MARÍA. - (Muy amable.) ¡Cómo no ha de poder verse!... ¡ya lo creo!... pero siéntese.
(Linares no se da por aludido.) Todos los que la han ocupado hasta ahora...

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LINARES. - (Interrumpiéndola y con cierta sequedad.) Desearía verla.
DOÑA MARÍA. - (Que al invitarle a sentarse a su vez lo ha hecho y que se pone de pie al
apercibirse de que Linares no lo hace.) Bueno, hombre, bueno... (Llamando en voz alta.)
¡Carmen!... (A Linares con despecho.) Siéntese un momento.
LINARES. - Gracias, estoy bien. (Se queda de pie.)
DOÑA MARÍA. - (Con fastidio.) Bueno... ¡no se siente entonces! (Acercándose hacia la
izquierda.) ¡Carmen!... (Después de un momento, a gritos y acercándose más a la izquierda.)
¡Carmen!... (A Carmen que aparece por la izquierda.) Acompaña al señor a ver la pieza.
CARMEN. - (A Linares.) Por aquí, señor... (Señala hacia el foro.)
(Linares se adelanta hacia el foro y antes de salir se detiene.)
LINARES. - (A Carmen.) Pase usted...
DOÑA MARÍA. - (Volviéndose al público.) ¿De dónde habrá salido ese erizo?... ¡Hum! ¡Me
parece que ahora aunque le guste, no se la alquilo!... ¡¡Yo soy así!!
(Aparece Pepa por el foro dando vuelta la cabeza, como si siguiera con la mirada a los
personajes que acaban de salir.)
PEPA. - (A doña María.) ¿Es algún inquilino?
DOÑA MARÍA. - Un inquilino.
PEPA. - (Con acritud.) ¡Es claro!... ¡y ya lo mandó con Carmen! ¿Por qué no me avisó a mí?...
(Ante un movimiento de hombros de doña María.) ¡Aquí parece que no existiera sino Carmen!
¡Todo el mundo con Carmen!... ¡Cualquiera diría que lo que no sea Carmen no sirve para
nada!...
DORA MARÍA. - (Impaciente.) ¡Pero, decime!, ¿acaso tengo yo la culpa de que nadie se haya
ocupado nunca de vos?... ¿Qué querés que yo le haga?
PEPA. - (Con rabia.) ¿Y cómo se han de ocupar si usted no hace más que meterles a Carmen
por los ojos?... ¡Usted tiene la culpa!
DOÑA MARÍA. - (Con sorna.) ¡Ah, sí!... ¡no ves que es por eso!... ¡pavota!...
PEPA. - ¡Claro que es por eso! (Con irritación.) ¿O usted también cree que Carmen es mejor
que nosotras?
DOÑA MARÍA. - (Impaciente.) ¡Callate... callate... no me hagas hablar!
PEPA. - (Exasperada.) ¡Hable!... ¡qué me importa! (Amenazadora.) ¡El día menos pensado yo sé
lo que va a suceder!

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DOÑA MARÍA. - (Perdiendo la paciencia.) ¡Te digo que basta! ¿Eh?... (Pepa, intimidada, guarda
silencio, estrujando nerviosamente una punta de la bata que tiene puesta.)
(Aparecen por el foro Carmen y Linares.)
LINARES. - Señora, he visto la pieza y me conviene.
DOÑA MARÍA. - (Con sorna.) ¿Ah, sí?... ¿con que le gusta, entonces?
LINARES. - Sí, señora, desde este momento corre por mi cuenta.
DOÑA MARÍA. - (Dándose importancia.) Bueno... bueno... pero ahora soy yo la que necesita
ciertos informes... algunos antecedentes respecto a su persona. Necesito saber qué es usted...
necesito...
LINARES. - (Metiendo la mano en el bolsillo e interrumpiéndola.) Voy a darle a usted una seña
y volveré mañana. (Le extiende un billete.)
DOÑA MARÍA. - (Encantada y tomando el billete.) ¡Ah!... perfectamente... perfectamente.
(Mientras guarda el billete.) ¿Quiere usted un recibito?
LINARES. - No hay necesidad. Hasta mañana. (Hace ademán de irse.)
PEPA. - (A doña María, rápidamente.) Pregúntele siquiera cómo se llama.
DOÑA MARÍA. - (A Linares muy amablemente.) ¿Su nombre?... ¿Quiere decirnos su nombre?
LINARES. - (Deteniéndose un momento.) Eduardo Linares, servidor... (Sale.)
DOÑA MARÍA. - ¡Que le vaya bien, don Eduardo!... ¡Adiós!, ¡adiós!... (Saludando hacia el
exterior.) ¡No, deje no más, no cierre!, ¡adiós! (Mirando después el billete que saca del bolsillo
y que vuelve a guardar.) ¡Al fin!... (Golpean las manos hacia la derecha.) Carmen, ve quién es.
(A Pepa, mientras Carmen vase por la derecha.) Decile a Manuela que te ayude a limpiar la
pieza.
(Entra Carmen por la derecha con un frasco en la mano.)
CARMEN. - La boticaria mandó este frasco de agua de colonia.
DOÑA MARÍA. - (Muy apurada tomando el frasco.) ¡Ah! ¡Sí!... ya sé. Traé para acá.
CARMEN. - Dice que aunque no es su santo le agradece lo mismo el recuerdo.
DOÑA MARÍA. - (Interrumpiéndola.) Bueno... bueno... ¡qué tanto hablar! ¡Está el frasco aquí y
se acabó! (Toma el frasco y se lo entrega a Pepa.) Ponémelo en mi cuarto. Y cuidadito con
gastar de esta agua, ¿eh? (Con aspavientos.) Ésta es para cuando yo tenga esos dolores de
cabeza tan fuertes que me suelen dar...
PEPA. - (Con acritud, señalando a Carmen.) Prevéngaselo a ella también. (Con rabia, viendo
que Carmen sonríe.) ¿De qué te reís?... ¿por qué no te lo han de prevenir a vos como a mí?...

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DOÑA MARÍA. - (A Pepa, con autoridad.) ¡Basta!... ¡vaya para adentro! (Viendo que Pepa no
obedece.) ¡Que se vaya, le digo!... (A gritos.) ¡Pronto! (A Carmen, con aire indiferente,
mientras Pepa vase por la izquierda.) Ahí te mandó unas flores el dentista Barroso. No sé por
dónde andarán... (Mira distraídamente a los lados, como buscándolas.)
CARMEN. - (Con fastidio.) ¿Barroso?... ¿y por qué se las recibió?
DOÑA MARÍA. - ¡Si te creerás que hemos de estarle haciendo guarangadas a la gente porque a
vos se te ocurra! ¿Por qué no le aceptaste la corbata al cobrador?... ¿Con qué derecho lo
desairaste? (Impaciente) ¿Por qué... decí?... (Carmen hace un gesto de impaciencia y quiere
retirarse.) ¿Qué?... ¿qué modos son ésos?... (La toma con rabia de un brazo.) ¡Contestá!
CARMEN. - (Con irritación.) ¿Qué quiere que le conteste?
DOÑA MARÍA. - ¿Por qué le dijiste que no te mandara la corbata?
CARMEN. - ¡Porque era una indecencia!
DOÑA MARÍA. - (Con gesto amenazador.) ¿Qué decís?... ¿qué decís, atrevida? (Extiende la
mano como si fuera a pegarle.)
CARMEN. - (Retrocediendo y con voz reconcentrada.) ¡Mamá... mamá... por Dios! ¡Ya es
demasiado!... ¡se lo pido por mi padre, mamá!... (Señala el retrato del capitán.) ¡No me haga
usted hacer una locura!
DOÑA MARÍA. - (Exasperada.) ¿Qué querés decir?... ¿Qué querés decir con eso?... ¡Explicate...
pronto! ¡Explicate!
CARMEN. - (Con voz sorda.) Que si continúa usted sometiéndome a esta vida de humillaciones
y de vergüenzas, ¡el día menos pensado no me verá usted más!
DOÑA MARÍA. - (Azorada.) ¿Qué decís?
CARMEN. - (Con firmeza.) ¡Yo no he nacido para vivir así, mamá!... ¡y aunque quisiera, no
podría!
DOÑA MARÍA. - (Después de un momento de vacilación, indecisa entre pegarle o no) ¡Ay!...
¡ay!... ¡es lo único que me faltaba!... (Se deja caer sobre una silla.) ¡Ya veo que te has
propuesto matarme a disgustos! ¡Eso es lo que querés!... ¡Ay! ¡ay!... ¡me ahogo! ... (Se lleva las
manos a la garganta.) ¡Me ahogo!
CARMEN. - (Acercándose alarmada.) Pero, mamá...
DOÑA MARÍA. (Rechazándola con ademán trágico.) ¡Salí!... ¡es tu obra, es lo que buscás! ¡hija
desnaturalizada!... ¡Ay!... ¡ay!... ¡me muero... (Aparenta una especie de convulsión).
CARMEN. - (Afligida.) ¡No, mamá, no!... ¡por Dios, mamá!... (Aproximando su cara a la de doña

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María, y gritando) ¡Manuela!... ¡Pepa!... (Vase corriendo por la izquierda y después que ha
desaparecido, doña María sin variar de posición, ni levantar la cabeza, se rasca con fuerza una
pierna y vuelve a quedar inmóvil.)
(Entran precipitadamente por la izquierda Manuela, Pepa y Petrona. Manuela viene comiendo
algo que tiene en la mano.)
MANUELA. - (Corriendo hacia Doña María.) ¿Qué es eso, mamá?... ¿qué tiene?
PETRONA. - ¿Qué le pasa, tía? (Se inclina sobre doña María.)
DOÑA MARÍA. - (Abriendo los ojos como si volviera de un desmayo y con voz desfallecida.)
¿Dónde estoy?
MANUELA. -Aquí, en casa...
DOÑA MARÍA. - (Suspirando.) ¡Entonces; no es nada!... (Buscando a Carmen con la mirada.)
¿Dónde está Carmen? (A Carmen, que ha entrado por la izquierda y se acerca a ella.) ¡Te
perdono, hija, te perdono!
PEPA. - ¿La perdona?... ¿y qué es lo que ha hecho? (Mirando a Carmen con irritación.)
DOÑA MARÍA. - (Con aire resignado.) Nada... nada... se acabó. (Suspira, y después a Manuela
con vos triste.) ¿Qué estás comiendo?
MANUELA. -Queso.
DOÑA MARÍA. - (Después de suspirar fuertemente otra vez.) Dame un poquito. (Manuela le da
lo que tiene en la mano y doña María come, mientras Petrona vase corriendo por la izquierda,
como si se volviera al balcón.)
PEPA. - (A Manuela.) ¿Querés que arreglemos la pieza?
MANUELA. -Bueno.
DOÑA MARÍA. - (Suspirando.) Y yo tengo que lavar el piso de la cocina... ¡qué trabajo!
PEPA. - Pero, mamá, deje que lo lave la cocinera.
DOÑA MARÍA. - (Siempre melancólica.) Sí, pero tengo que estar... (A Pepa.) Andá, traeme los
botines de Morales para no mojarme los pies. (Mientras Pepa vase por el foro, se sienta doña
María y se prepara, discretamente, a sacarse los botines que tiene puestos. Después golpean
las manos hacia la derecha.)
MANUELA. - (Echándose un poco para atrás y haciendo como que mira el sitio donde golpean
las manos.) ¡Ahí está Rocamora!
DOÑA MARÍA. - (A Manuela, con precipitación y poniéndose de pie.) ¡Pronto! ¡Que entre!

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(Mientras Manuela se dirige hacia la derecha, a Carmen, que ha querido huir, con voz
suplicante.) Por favor, Carmen, no estés seria con Rocamora... (Marcando el tono de súplica.)
¡Reíte un poco! (Carmen, resignada, se queda inmóvil.)
MANUELA. - Entre, Rocamora, entre... (Extiende la mano, inclinando el cuerpo como si indicara
el paso a alguien que viniera de afuera.)
Telón

Acto segundo
La misma decoración del acto anterior. Carmen se encuentra cosiendo en escena. De cuando
en cuando interrumpe su tarea llevándose el pañuelo a los ojos, para continuarla después
silenciosamente. Un momento después aparece por el foro Linares y se detiene al entrar.
LINARES. - (Desde el foro.) ¿Podría usted proporcionarme una aguja?
CARMEN. - (Levantando los ojos de la costura) ¡Cómo no! ¿Para qué la quiere?
LINARES. - Tengo que darle una puntada a esta corbata... (Muestra una corbata.)
CARMEN. - (Extendiendo la mano) Traiga yo se la daré.
LINARES. -No, ¡no hay necesidad de que usted se moleste!...
CARMEN. - (Insistiendo.) Pero si nada me cuesta. Démela.
LINARES. - (Entregándole la corbata.) Muchas gracias. (Mientras Carmen examina la corbata y
se prepara a coser, Linares se sienta a cierta distancia frente a ella.) ¿Y su mamá?
CARMEN. - (Sin levantar los ojos.) Salió a tiendas con las muchachas. (Después de una pausa.)
¿Qué le pasó a usted anoche al entrar?
LINARES. - (Sonriendo.) ¡Ah! ... ¿me sintió usted? ¡Fue una maceta que me llevé por delante! ¡y
como yo todavía no conozco bien el camino!... Anoche he salido por primera vez después de
dos semanas.
CARMEN. - (Interrumpiéndole con cierta sorpresa.) ¿Dos semanas ya?
LINARES. - (Sonriendo.) Mañana hace dos semanas que me mudé.
CARMEN. - (Después de pensar un momento.) Es verdad, fue un viernes... ¡tiene razón! ¡No
parecía!... (Después de una pausa.) ¿No le hace a usted daño escribir tanto?
LINARES. - ¡Qué voy a hacer! Lo necesito... (Sonriendo.) Vivo de lo que escribo.
CARMEN. - Ya está. (Señalando la corbata.) ¿Quiere que cosa la entretela también?
LINARES. - (Sonriendo.) Si no es abuso...
CARMEN. - ¡Bah!... (Sonriendo mientras examina la corbata.) ¡Aquí se ve la mano de usted!

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LINARES. - (Riendo.) ¿Por qué?
CARMEN. - (Riendo.) ¡Por lo mal cosido que está!
LINARES. - (Riendo.) ¡Pues se equivoca! Esa mano no es la mía.
CARMEN. - (Con risueña sorpresa.) ¿No? (Examinando la corbata.) De mujer no es...
LINARES. - (Haciendo con la cabeza una señal afirmativa.) ¡Y nada menos que de mi novia...!
¡Figúrese!
CARMEN. - (Riendo.) ¡Caramba!... discúlpeme entonces. (En tono de broma.) Bueno... estarían
ustedes conversando mientras ella cosía... ¿no es eso? (Vuelve a ponerse a coser.)
LINARES. - (Sonriendo.) Es muy posible... No conversemos entonces; no sea que esta costura
también salga mal...
CARMEN. - (Como si bruscamente se pusiera en guardia.) No es el mismo caso. (Linares la mira
sorprendido, mientras Carmen sigue cosiendo.)
MORALES. - (Entrando por la derecha.) Buenas tardes.
CARMEN. - (Levantando apenas la vista para seguir después su tarea.) Buenas tardes.
LINARES. - ¿Cómo?... ¿Ya está de vuelta?
MORALES. - (Malhumorado.) Salí sin unos apuntes que necesito para la clase de la tarde. ¿No
ha venido nadie?
LINARES. - ¡Que yo sepa!
MORALES. - (A Carmen, con cierta nerviosidad.) ¿A que no sabe, Carmen, a quién he visto hace
un rato, como viniendo para aquí?
CARMEN. - ¿A quién? (Lo mira dejando de coser.)
MORALES. - (Irónico.) Adivine...
CARMEN. - (Sonriendo.) No, ¡es mucho trabajo! (En otro tono a Linares, mostrándole la
corbata.) Voy a dar vuelta esta parte... ¿no le parece? (Linares hace una señal de asentimiento
y Carmen cose.)
MORALES. - (Insistiendo y con creciente ironía.) ¿No adivina entonces?
CARMEN. - (Con fastidio.) ¡Déjese de zonceras, hombre!
MORALES. - (Con brusquedad.) ¡Eso es! ¡Enójese ahora!... ¡Como si yo tuviera la culpa!... ¡Me
parece que no es por mí por quien viene!...
LINARES. - Pero, ¿de quién se trata?
MORALES. - (Agresivo.) De un amigo de Carmen... ¡uno que se mueve como con cuerda y habla
con tanta solemnidad que parece que estuviese siempre de luto! (Cambiando de tono, a

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Linares que sonríe.) ¡Hombre!, usted lo conoce; ese que cuando anoche estábamos en la
puerta vimos entrar con un chico que traía unas cajas al hombro...
CARMEN. - (Haciendo una exclamación de dolor.) ¡Ay!...
LINARES. - (A Carmen.) ¿Qué?... (Va a ponerse de pie.)
CARMEN. - (Llevándose el dedo a la boca.) Nada, me he pinchado.
MORALES. - (Cada vez más agresivo.) ¿Y qué diablos trae en esas cajas, Carmen? ¡Porque es
curioso!... ¡Nunca lo he visto sin el chico y las cajas!... ¡Parecen San Rafael, Tobías y el pescado!
CARMEN. - (Visiblemente molesta, poniéndose de pie y extendiendo a Linares la corbata.) Ahí
tiene la corbata, señor Linares.
LINARES. - (Tomándola) Gracias.
(Carmen se dirige sin decir nada a salir por la izquierda.)
MORALES. - (Después de un momento de indecisión.) ¡Carmen!
CARMEN. - (Deteniéndose) ¿Qué?
MORALES. - (En tono de arrepentimiento.) ¿Se ha enojado?
CARMEN. - (Sin poder disimular su fastidio.) ¡No hombre, no! (Sale).
LINARES. - Amigo Morales, ha estado usted mal. ¡Lo desconozco!
MORALES. - (Abatido) Sí... ¡Y lo peor es que sin razón!... ¡porque yo mismo lo comprendo, la
pobre no tiene la culpa!... (Exaltándose.) Pero... ¡qué quiere! ¡es que no puedo! Me da rabia de
verla tan... ¡qué sé yo! Tan paciente... tan sumisa...
LINARES. - ¿Quién es el individuo?
MORALES. - (Con abatimiento.) Un tal Rocamora, dueño de un registro. (Con rabia.) ¡Una
bestia a quien le da por los regalos y que se ha empeñado en volcar aquí todas las porquerías
que no le sirven en su casa!
LINARES. - Pero... ¿y Carmen?
MORALES. - (Con amargura.) ¡Carmen!... Carmen no le hace caso, pero ¡bah!... ¡para él no
valen ni los desprecios ni los desaires! Suceda lo que suceda continúa impasible, pues en su
mente no cabe que nadie pueda resistirse a la larga a un hombre que regala, vuelve a regalar y
continúa regalando... ¡Dígame si no es irritante!...
LINARES. - (Riendo.) ¡Curioso!...
MORALES. - (Indignado.) El hecho es que tiene encantada a la familia y que no sale de aquí. Lo
mismo que el dentista Barroso... ¡Ése es otro!... No hace más que reírse, ¡de todo se ríe! (Con
rabia.) ¡Dan ganas de pegarle para ponerlo triste!

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LINARES. - (Con malicia.) ¡Hum!... ¡me parece que ha de bastar ser pretendiente de Carmen
para no caerle a usted en gracia!
MORALES. - (Un tanto desconcertado.) ¿A mí?... ¡No, hombre! ¡A mí qué me importa!... ¡Es que
me indignan!... ¡En dos años he visto desfilar a tantos!... ¡Ahora son éstos, mañana serán otros,
y la pobre Carmen es la víctima!... (Con arranque.) ¡Es que usted no sabe!... ¡pero, esa vieja!...
¡¡¡ esa vieja!!!
LINARES. - (Riendo.) ¡Pero, hombre! Al fin es lo natural. Querrá casar a la hija...
MORALES. - (Sarcásticamente.) ¿Casarla?... ¡no sea usted inocente!... ¡Dios la libre a Carmen
de pensar en casarse! Si mañana llegara a tener interés por alguno, la madre sería la primera
en no dejarlo poner los pies más aquí. ¡No ve que casándose Carmen se concluye la ventaja y
la casa se derrumba!...
LINARES. - ¡Pues, no entiendo!...
MORALES. - Sí, yo antes tampoco lo entendía, pero así es... (Con amargura golpeándole el
hombro.) Aquí, amigo, sólo se compran amabilidades y sonrisas; tienen su precio... ¡como que
de eso se vive! Lo que sí que esas sonrisas son con frecuencia simples muecas con que se trata
de contener las lágrimas que quieren brotar...
LINARES. - Me lo imagino. La pobre Carmen...
MORALES. - La pobre Carmen vive en una continua rebelión y en un constante sometimiento.
No puede sublevarse del todo. Lo intenta, lo quiere; pero no puede... ¡la voluntad brutal de la
madre concluye por dominarla siempre!...
LINARES. - (Mirando hacia la derecha.) Parece que hay gente... (Ambos miran hacia la derecha
y escuchan. Después se oye golpear las manos.)
MORALES. - (En alta voz.) Adelante.
(Aparece Castro por la derecha.)
CASTRO. - (A Morales.) ¿Cómo está? (Le da la mano.) ¿Y la señora?
MORALES. - Ha salido.
CASTRO. - ¿No podría hablar con la señorita Carmen?
MORALES. - Tampoco está.
CASTRO. - ¡Pues, amigo, esta gente me tiene loco!... ¡Ya no sé qué hacer!
MORALES. - (Conciliador.) Hay que tener un poco de paciencia. Espérese unos días, cuando
cobren la pensión es posible que...

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CASTRO. - (Interrumpiéndolo.) ¡No, hombre, no! ¡ya lo estoy viendo!... ¡no me van a pagar! ¡Y
lo peor es que yo también voy a ir a la calle, pues he faltado a mi deber esperando más de lo
que debía! (Con un gesto de resignación.) ¡En fin!... Yo lo he hecho por la señorita Carmen...
¡que si no!... (Con cierto reproche.) Pero ella también ha procedido mal, porque... (Transición.)
Bueno... hasta la vista. (Hace ademán de irse.)
MORALES. - (Por decir algo.) Cuando lleguen les diré que ha venido usted.
CASTRO. - (Con disimulo.) Sí, ¡lo van a sentir mucho!... (Vase por la derecha.)
MORALES. - (Acercándose a Linares y cruzándose de brazos.) ¡Ya lo ve usted! ¡Siempre
Carmen!... ¡Y en todo es lo mismo!
LINARES. - (Con curiosidad.) Pero, dígame, ¿y las hermanas, las otras muchachas?...
MORALES. - (Haciendo un gesto significativo.) ¡¡¡¡Uf!!!... Manuela es una tilinguita, usted la ha
visto, una tilinguita y nada más; pero la otra ¡la Pepa!... ¡Dios lo libre de la Pepa, amigo!
Imagínese usted una mujer que hasta ahora no ha encontrado, ni por casualidad, un hombre
que le diga una palabra; ¿entiende?... ¡calcule cómo será!... ¡Es claro!... ya no es una mujer, ¡es
una fiera!... (Linares ríe.) ¡No se ría!... Muerde y araña como cualquier perro o cualquier gato...
LINARES. - (Riéndose.) Por lo pronto, no he conseguido todavía que me conteste cuando le doy
las buenas tardes.
MORALES. - (Encogiéndose de hombros.) ¡Qué va a contestar!... (Bruscamente.) ¡No, de veras!
¡A esa mujer hay que encontrarle un novio; de otro modo nos va a devorar!...
LINARES. - (Riéndose.) ¡Vaya una familia!
MORALES. - (Con amarga ironía.) Usted escribe novelas, ¿no?
LINARES. - (Sonriéndose.) Novelas, no.
MORALES. - Bueno, cuentos... (Señalando hacia la izquierda.) Pues ahí tiene tema para uno.
Llámelo "Flor de Pantano". (Dirigiéndose hacia el foro.) Voy a buscar los apuntes para la clase.
(Vase por el foro.)
LINARES. - ¡Pobre muchacha!... (En el momento en que va a salir golpean las manos hacia la
derecha. Se detiene.) ¡Adelante!
BARROSO. - (Apareciendo por la derecha.) ¿La señora de Barranco?...
LINARES. - No está, señor.
BARROSO. - ¡Cómo! ¿Que no está? (Ríe).
LINARES. - (Un tanto sorprendido.) ¡Pues, hombre!... ¿Qué le ve usted de extraño?
BARROSO. - ¡No!, ¡si digo, nomás!... (Ríe.)

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LINARES. - (Mirándolo con fijeza.) ¡Ah!... Usted se llama Barroso... ¿no?
BARROSO. - (Riendo.) Sí, señor. Leónidas Barroso... ¿en qué me ha conocido?
LINARES. - (Sonriendo.) ¡Se me ocurre, no más!...
BARROSO. - (Riendo.) ¡Ya sé! ¿Le habrán hablado de mí?...
LINARES. - Sí, mucho.
BARROSO. - (Riendo y muy contento.) ¿Quién?... ¿quién?... Diga quién...
LINARES. - (Serio.) ¿Con que buscaba usted a la señora?
BARROSO. - Sí, señor... (Riendo.) Pero, ¿usted quién es? (Lo examina con curiosidad.)
LINARES. - Pues la señora ha salido.
BARROSO. - (Serio.) ¡Caramba! ¿Y las muchachas? (Ríe.)
LINARES. -También.
BARROSO. - (Con pena.) ¡Pero vea!... y yo que les traía unos encargos que me habían hecho...
(Muestra unos paquetes que trae en la mano.)
LINARES. - Si quiere usted dejarlos... (Le señala un mueble como indicando que puede dejarlos
encima de él.)
BARROSO. - (Vacilando.) No, más bien volveré. ¿No sabe usted si tardarán mucho? (Linares
hace un gesto indicando que no sabe.) Bueno... no importa, volveré. (Extendiéndole la mano.)
Adiós, señor, ¿eh?... mucho gusto. (Ríe.)
LINARES. - (Acompañándolo.) Adiós, señor Barroso, que le vaya bien.
BARROSO. - (Aclarando.) Leónidas, Leónidas Barroso. (Riendo.) ¿Y usted quién es?
LINARES.- (Palmeándolo familiarmente.) Adiós, ¡eh!... adiós. (Lo empuja hacia afuera hasta y se
dirige después hacia el foro, por donde aparece Morales visiblemente irritado.)
MORALES. - (Mostrando algo que trae en la mano.) ¡¡Pero no ve, hombre!!... ¡¡Si da una
rabia!!... ¡me han puesto a la miseria la brocha de afeitar!
LINARES. - (Aproximándose.) ¿Qué le han hecho?
MORALES. - Llena de pintura verde. ¿No ve?
LINARES. - (Riendo.) Hoy vi a Pepa pintando las tinas del patio... ¡Debe ser eso!...
MORALES. - (Exasperado.) ¡Es claro!... ¡la han agarrado de pincel! ¡¡Si no digo!!... ¡¡Esta
familia!! (Con exaltación.) ¡¡Ah!!, si no fuera porque no quiero... (Dirigiendo una mirada hacia
la izquierda) ...porque no puedo irme, ¡mañana mismo me mandaba mudar!...
LINARES. - (Con malicia.) ¿Y por qué no puede?... (Con sorna.) ¡¡Con irse!!
MORALES. - (Con fastidio.) ¡Eso es! ¡Venga a embromar usted también!... (Se dirige a salir

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por el foro.)
LINARES.- (Gritándole.) ¡Oiga!... ¿Sabe quién vino?
MORALES. - (Deteniéndose.) ¿Quién?
LINARES. - Barroso.
MORALES. - (Volviéndose precipitadamente.) ¿Barroso? ¿y dónde está?... (Mira alarmado hacia
la izquierda.)
LINARES. - (Sonriendo.) Se fue. Le dije que no había nadie.
MORALES. - (Con entusiasmo.) ¡Muy bien hecho! (Le estrecha efusivamente la mano.)
LINARES. - (Retirando con viveza la mano.) ¡Eh!... ¡cuidado con la pintura!...
MORALES. - ¡No, hombre, no! (Con fastidio oyendo que golpean las manos hacia la derecha.)
¡Ahí golpean otra vez! (Vase bruscamente por el foro levantándose las solapas del saco.)
(Mientras Linares se adelanta, aparecen simultáneamente Rocamora por la derecha y Carmen
por la izquierda.)
ROCAMORA: (Saludando con la cabeza a Linares.) Buenas tardes. (Apercibiendo a Carmen,
cuya presencia en escena no ha notado todavía Linares y adelantándose hacia ella.) ¿Cómo
está, Carmencita? (Le da la mano.)
CARMEN. - (Llamando a Linares, que al apercibirse de la presencia de Carmen ha intentado
retirarse por el foro.) Señor Linares... (Presentando a Rocamora.) El señor Linares, el señor
Rocamora...
ROCAMORA. - (Solemne y afectado, dándole la mano.) Mucho gusto, señor. (A Carmen.) ¿La
señora y sus hermanitas?...
CARMEN. - Han salido.
LINARES. - (Haciendo una inclinación de cabeza.)Con el permiso de ustedes. (Hace ademán de
retirarse por el foro.)
CARMEN. - (Vivamente.) ¡Señor Linares! (Linares se detiene y Carmen vacila como si no supiera
qué decirle.) Vea, hágame el favor; dígale a Morales que venga un momento. (Linares hace una
señal de asentimiento y vase por el foro.)
ROCAMORA. - (Con solemnidad, después de salir Linares.) ¿Quién es ese joven? (Hace ademán
de ir a tomar una silla para sentarse.)
CARMEN. - El nuevo inquilino. (Nerviosamente y quedando de pie.) Mire, Rocamora,
discúlpeme; pero... no estando mi madre ni las muchachas, me parece que lo natural... (Se
detiene vacilando.)

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ROCAMORA. - (Deteniéndose antes de llegar a sentarse y demostrando extrañeza.) ¿Qué?...
CARMEN. - (Más resuelta.) Que volviese usted cuando ellas estuvieran.
ROCAMORA. - (Decepcionado.) ¡Como a usted le parezca! Pero le diré que no veo el motivo...
CARMEN. - (Vacilando.) Usted comprende, estando sola...
ROCAMORA. - (Con fastidio.) Acaba usted de llamar al estudiante, y justamente la he
encontrado acompañada por ese otro (Señala el foro) que, al fin y al cabo... En fin, no sé.
¡Pero si ellos están, no veo por qué no puedo estar yo!...
CARMEN. - (Con firmeza.) Morales y Linares son nuestros inquilinos. Viven aquí, están en su
casa.
ROCAMORA. - (Ofendido.) Bueno... bueno... me iré entonces... (Transcurre un instante en que
Rocamora la mira fijamente sin moverse del sitio y sin demostrar intención de irse.)
CARMEN. - (Impetuosamente a la cocinera.) ¡Dígale a Morales que lo estoy esperando! (La
cocinera vase por el foro.)
ROCAMORA. - (Después de hacer un gesto de fastidio se dirige a tomar su sombrero, que ha
dejado encima de una silla, y volviendo enseguida a Carmen y en tono de reproche.) ¿Qué le
pareció a usted la sombrilla de anoche?
CARMEN. - (Con voz contenida.) ¡Ah!, a propósito, Rocamora... ¿No le he pedido a usted que
me haga el favor de no traerme nada? ¿Por qué se empeña en hacerlo?
ROCAMORA. - (Meloso.) ¡Oh!... ¡tratándose de usted, Carmen!...
CARMEN. - (Conteniéndose.) ¡Pero, si no es eso!... Desde que yo se lo pido, desde que le digo
que no quiero que me traiga nada (con energía) , que no quiero...
ROCAMORA. - Lo hago con tanto gusto...
CARMEN. - (Con impaciencia.) ¡Pues aunque lo haga usted con gusto!... ¡Desde que yo me
opongo!...
ROCAMORA. - Para mí no es sacrificio.
CARMEN. - (Exasperada.) ¡Ah! ¡qué duro!, ¡qué duro es usted!... (Se pasea , nerviosamente.)
ROCAMORA. - (Sin inmutarse.) ¡Bah!... Usted sabe que la quiero, y al fin he de convencerla.
CARMEN. - (Exasperada, encarándose con él.) ¿Usted?... ¿Usted?...
ROCAMORA. - (Sonriendo con afectación.) Sí, yo Carmencita, yo. (Enfáticamente.) Si no soy
rico, por lo menos...
CARMEN. - (Con extraordinaria violencia.) ¡Nunca!... ¡nunca! ¡Entiéndalo usted bien!...
¡Primero cualquier cosa!... ¡todo!... ¡menos casarme con usted!

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ROCAMORA. - (Imperturbable.) No crea, no crea... (Se sonríe con fatuidad.)
LINARES. - (Asomando por el foro.) Señorita Carmen, me pide Morales que lo disculpe. Se está
vistiendo. (Hace ademán de retirarse.)
CARMEN. - (Impetuosamente.) ¡Entre, señor Linares! Hágame el favor, espérese. (Linares se
adelanta entonces algunos pasos. Durante un instante los tres personajes guardan silencio.
Rocamora no parece resuelto a irse. Carmen, en actitud de espera, no oculta su extrema
violencia y Linares, después de dirigir una significativa mirada a ambos, se decide
tranquilamente a tomar asiento y adopta una posición cómoda, demostrando a las claras que
está dispuesto a esperar todo el tiempo que sea necesario para que Rocamora se vaya.)
ROCAMORA. - (Bruscamente, pero sin abandonar su solemnidad.) ¡Perfectamente! ¡Servidor
de ustedes! (Se coloca ruidosamente el sombrero y vase por la derecha.)
LINARES. - (Que se ha puesto de pie siguiendo con la mirada a Rocamora.) He comprendido. La
presencia de ese hombre la estaba molestando a usted.
CARMEN. – (Estrujándose nerviosamente las manos.) ¡Sí, señor!... Sí, me molesta, ¡me
desespera! y ya no puedo... ¡no puedo más!
LINARES. - Pero... ¿Por qué no se lo dice usted claramente?
CARMEN. - (Con desesperación.) ¡Si se lo he dicho!... ¡hasta el cansancio se lo he dicho!, pero
¡es inútil! ¡Oh! ¡Usted no lo conoce!... Insiste e insistirá siempre, ¡convencido que con sus
regalos va a comprar poco a poco mi voluntad! (Exaltándose.) ¡Y si él supiera el efecto que me
hacen! ... (Con extrema exaltación.) ¡Hay momentos en que desearía ser hombre para darle de
bofetadas!... (Cubriéndose el rostro con las manos y rompiendo a llorar, mientras se deja caer
sobre una silla profundamente abatida.) ¡qué desgraciada soy!...
LINARES. - (Aproximándose a Carmen.) Vamos, ¡no sea niña! Levante esa cabeza, no llore...
¡No hay que afligirse así! (Carmen sigue, sollozando.) (Aparece Morales por el foro,
concluyendo de atarse la corbata y muy apurado. Al apercibirse de la actitud de Carmen se
acerca a ella precipitadamente.)
MORALES. - ¿Qué es eso? ¿Qué tiene Carmen?
CARMEN. - (Poniéndose de pie y enjugándose las lágrimas.) Nada Morales, no es nada. (Se
dirige a salir por la izquierda.)
MORALES. - (Afligido y siguiéndola.) ¿Cómo nada? ¿Por qué llora? (Volviéndose a Linares, al
ver que Carmen sin responder vase por izquierda.) ¿Qué le ha pasado?
LINARES. -No sé, parece que ha tenido una escena con el individuo ése... el Rocamora.

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MORALES. - ¡Ah! ¡Canalla!... pero, ¡cómo! ¿Estaba Rocamora aquí cuando Carmen me llamó?
(Con exaltación al ver una señal afirmativa que hace Linares con la cabeza.) Y, ¿por qué no me
lo dijo, hombre?... ¿por qué no me lo dijo?... (Se pasea nerviosamente.)
LINARES. - (Sonriendo.) ¿Para qué?, ¿para qué nos hubiera dado un espectáculo viniéndose en
camisa?...
PETRONA. - (Entrando por la derecha.) Buenas tardes. (Al ver que nadie le contesta.) Buenas
tardes...
LINARES. - Buenas tardes.
PETRONA. - ¿No está tía? (Ante una señal negativa de Linares.) Bueno, con permiso. (Se dirige
hacia la izquierda.)
MORALES. - (Con irritación.) ¿Ya se va al balcón?
PETRONA. - (Deteniéndose.) Sí, ¿y qué tiene?
MORALES. - (En el mismo tono.) ¿A buscar novio?
PETRONA. - (Deteniéndose.) Sí, ¿y qué tiene?
MORALES. - (Remedándole la voz.) No, no tiene nada. ¡Vaya no más!... (Mientras haciendo un
gesto de fastidio Petrona se va por la izquierda.)
LINARES.- (Riendo.) ¡Hemos quedado muy nerviosos, amigo Morales! (Entran por la derecha
doña María, Pepa y Manuela. Estas dos últimas vienen discutiendo en voz alta.)
MANUELA. - ¡Ah, sí! ¡Cómo no! ¡Ya lo creo!
PEPA. - (Rabiosamente.) ¡Ya verás! ¡Ya verás! ¿Qué te has creído?
DOÑA MARÍA. - (A gritos y cortando la discusión.) ¡Basta! (A Manuela.) Andá ligero a preparar
el mate. Vengo muerta de sed. (A Morales v a Linares, mientras se saca la gorra.) ¿Ustedes
aquí? (Manuela se va por el foro sacándole la lengua a Pepa, mientras Morales y Linares se
acercan a doña María. Pepa se precipita sobre la canastilla de costura que había utilizado
Carmen al principio del acto.)
PEPA. - (Muy irritada.) ¡No ve!, ¡ya han andado con mi canasta de costura! (Enfurecida
aproximándose hacia la izquierda, después de examinar la canastilla ligeramente.) ¡Carmen!...
LINARES. - (A doña María.) Todavía no he ido por la imprenta, señora. Así que no tengo las
invitaciones...
PEPA. - (Enfurecida asomándose por la izquierda.) ¡¡¡Carmen!!!
DOÑA MARÍA. - Bueno, tráigamelas mañana.

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PEPA. - (Volviéndose hacia doña María y exasperada al ver que Carmen no ha respondido.) ¡Ahí
tiene!... ¿ve? ¡Carmen me ha andado revolviendo la costura!... (Muestra la canastilla que tiene
en la mano.) ¿No dice usted que son invenciones mías?
DOÑA MARÍA. - (Fastidiada.) ¡Bueno, hombre, bueno! ¡Qué tanto alboroto!
PEPA. - (Enfurecida.) ¡Es que sabe que no quiero y lo hace de gusto por hacerme rabiar!
LINARES. - (Muy amablemente.) Señorita, yo, tal vez, tengo la culpa.
PEPA. - (Interrumpiéndole con violencia y adelantándose hacia él.) ¿Usted también? ¡Venga a
disculparla ahora!... ¿qué tiene que mezclarse usted? Diga... ¿qué tiene que mezclarse?
LINARES. - (Sorprendido y retrocediendo.) Pero, es que...
DOÑA MARÍA. - (Imperiosa a Pepa y desde lejos.) Te mando que te calles la boca. ¿Entiendes?
MORALES. - (Acercándose al oído a Linares.) ¡Mire que muerde!...
PEPA. - (Dirigiéndose enfurecida a Morales.) ¿Qué le está diciendo en voz baja? ¡Usted es un
zonzo! ¿Sabe? Ya le he dicho que no se meta conmigo...
DOÑA MARÍA. - (Irritada.) ¡Pepa!
MORALES. - (Indignado y avanzando hacia Pepa.) ¡Sí! Y a título de que soy zonzo, pinta usted
las tinas del patio con mi brocha de afeitar... ¿no es cierto?
PEPA. - (Encarándose con él.) Yo no he pintado nada, ¿entiende?... Yo no necesito nada de lo
suyo, ¿sabe?... ¿Qué es lo que se ha creído?
MORALES. - (A gritos.) Y yo le digo que sí ha pintado. ¡Y también le digo que no volverá a
pintar, porque ya estoy hasta aquí! (Se señala la frente.) ¿Comprende?... ¡hasta aquí!
PEPA. - (Enfurecida y desafiándolo.) ¿Y qué?... ¿y qué?...
DOÑA MARÍA. - (A gritos, a Pepa, mientras se interpone entre los dos.) ¡Callate la boca! (A
Morales en igual forma.) ¡Y usted también! (Aprovechando un silencio.) ¿Qué se han
imaginado? ¿Que así no más me van a faltar al respeto?... (Transición después de un momento
en que Morales y Pepa se han dirigido miradas de rencor sin decir nada.) ¡Parecen chicos! (A
Linares y muy calmada.) ¿Qué le parece?... ¡Tamaños zánganos peleándose como criaturas!...
(A Pepa, imperiosa.) Andá a llamar a tu hermana Carmen. (Con mucha naturalidad, a Linares.)
Siéntese, Linares. (Le señala un asiento.)
(Mientras Pepa vase en silencio por la izquierda sin cesar de dirigir miradas de indignación a
Morales, que le corresponde en igual forma, doña María toma asiento y la imita Linares.
Morales queda de pie.)
MANUELA. - (Apareciendo por el foro.) Mama, hay poca yerba.

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DOÑA MARÍA. - (Muy amable a Linares.) ¿Usted es aficionado al mate?
LINARES. - (Sonriendo.) Sí, señora, suelo tomar.
DOÑA MARÍA. - (Insinuante.) ¿Por qué no va entonces hasta el almacén de la esquina y se trae
un poco de yerba? Tomaremos unos matecitos... (Morales se da vuelta con un ataque de risa
que inútilmente intenta contener y doña María no cesa de dirigirle miradas de irritación.)
LINARES. - (Sonriendo.) No hay inconveniente, señora. (Metiendo la mano en el bolsillo.) Pero,
¿No sería lo mismo que fuese la cocinera? (Saca dinero.)
DOÑA MARÍA. - (Apresuradamente.) Sí, ¿por qué no? lo mismo es. (A Manuela, señalando el
dinero que tiene en la mano Linares y sin descuidar a Morales, que por ratos vuelve a reír.)
Decile a Gertrudis que se traiga un kilo de yerba. (Mientras Manuela toma el dinero de manos
de Linares.) ¿Le gusta con azúcar quemada?
LINARES. - (Sonriendo.) ¡Como lo tomen ustedes! ¡Me es igual!...
DOÑA MARÍA. - (Apresuradamente a Manuela.) Entonces que traiga un kilo de azúcar también.
(Mira nuevamente a Morales, mientras Manuela vase por el foro y después con mucha
tranquilidad a Linares.) ¡Yo no sé qué le pasa a esta muchacha! Desde hace días tiene algo
extraño... (Con intención.) ¿No se lo ha notado?
LINARES. - (Con sorpresa.) ¿Yo?... no, señora.
DOÑA MARÍA. - (Mirándolo de reojo y con intención.) Yo creo que está enamorada.
MORALES. - (Estallando de risa.) ¿Quién está enamorada? ¿Manuela?
DOÑA MARÍA. - (Con acritud a Morales.) ¿Y por qué no ha de estarlo? ¿Cree usted que la
pobrecita no puede enamorarse como cualquiera? (Con fastidio, viendo que Morales no cesa
de reír.) ¡No sé a qué viene esa risa!... (Fulminándolo con la mirada.) ¡Vaya una pavada!
LINARES. - (Interviniendo.) Bueno, ¡como yo la conozco tan poco!...
DOÑA MARÍA. - ¡Es claro, si se lo pasa escribiendo en su cuarto!... (En tono de amable
reconvención.) Es usted muy poco sociable; pero con nosotros déjese de cumplimientos y
véngase todos los días a tomar mate.
LINARES. - (Sonriendo.) Muchas gracias.
MORALES. - (A Linares, soltando a reír otra vez.) Aquí a la vuelta hay una yerba muy rica.
Apenas se dobla la esquina... (Acompaña a la palabra el ademán.)
DOÑA MARÍA. - (Con mucha rabia.) ¡Gracioso!... ¡Serán todos como usted!... ¡que es Nuestra
Señora del Triunfo! (Entra la cocinera por el foro y vase por la derecha.)

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PEPA. - (Entrando por la izquierda.) Ya va a venir Carmen. (Se sienta aislada a la izquierda y en
actitud que revela mal humor.)
DOÑA MARÍA. - (A Pepa.) Pero, acercate, mujer... ¿por qué te vas tan lejos?
PEPA. - (Malhumorada.) Déjeme, estoy con dolor de cabeza.
DOÑA MARÍA. - (A Morales.) Morales, ¿quiere ver por qué no viene Manuela con el mate?
MORALES. - ¡Pero si recién sale! No tiene tiempo...
DOÑA MARÍA. - (Insinuante.) No importa, vaya.
MORALES. - ¡Pero si recién sale!
DOÑA MARIA. - No importa, ¡hágame el favor!
MORALES. - Pero...
DOÑA MARÍA. - (Sulfurándose.) ¡Le digo que vaya! (A Linares en tono confidencial, mientras
Morales haciendo un gesto de rabia obedece yéndose por el foro.) Pues esta muchacha me
tiene preocupada. Fíjese y verá: está pálida, triste...
LINARES. - (Con aparente ingenuidad.) Le habrá hecho daño alguna cosa.
DOÑA MARÍA. - (Impacientándose.) ¡No, hombre! ¡No es eso lo que le digo! (Lo mira con
recelo, pero se tranquiliza ante su impasibilidad.) Me refiero a cierta clase de preocupaciones...
Esta tarde, sin ir más lejos, nos han ido siguiendo dos jóvenes muy bien que la festejan.
¡Pues ni por casualidad se ha dado vuelta para mirarlos! (A Pepa.) ¿Cómo es que se llama el
rubio, Pepa?
PEPA. - (Siempre displicente.) ¿Qué rubio?
DOÑA MARÍA. - El de Manuela.
PEPA. - (En igual tono.) Ruiz. (Entra Manuela con el mate y se dirige a Linares.)
DOÑA MARÍA. - (A Linares.) ¿No ve? Ruiz. El sobrino del ministro Ruiz...
MANUELA. - (Con ingenuidad a doña María.) ¿Quién? ¿El rubio?... ¡No, mama!, lo han criado
en la casa. (Ofrece el mate a Linares.)
DOÑA MARIA. - (Con fastidio a Manuela.) ¡Qué sabés vos, mujer!
MORALES. - (Cruza apresuradamente el foro a derecha, mirando el reloj.) ¡No alcanzo la clase!
DOÑA MARÍA. - (Gritándole.) ¡No se olvide de lo que me prometió! (Morales desaparece por la
derecha.)
LINARES. - (Devolviendo el mate a Manuela.) Muchas gracias, señorita.
MANUELA. - (Con zalamería.) ¿Estaba a su gusto? (Toma el mate.)
LINARES. - (Sonriendo.) ¡Como de sus manos!

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MANUELA. - (Riendo.) ¡Gracias! (Se dirige a salir por el foro.)
DOÑA MARÍA. - (Que ha observado con malicia la escena.) ¡Manuela! (Manuela se detiene.)
Quedate vos; que siga cebando Pepa. (A Pepa imperiosamente.) Vení, Pepa, seguí cebando.
(Se ha puesto de pie y colocada un poco detrás de Linares hace señas a Manuela indicándole
que debe sentarse al lado de éste.)
PEPA. - (Displicente.) ¿Yo?...
DOÑA MARÍA. - (Terminantemente.) Sí, vos. (Pepa de mala gana se dirige al sitio donde ha
quedado parada Manuela. Doña María pasando por detrás de Manuela y muy rápidamente
mientras la empuja hacia Linares.) ¡Contribuí siquiera con la yerba! (Se dirige hacia la izquierda
por donde aparece en ese momento Carmen.)
MANUELA. - (A Linares, aproximándose y entregando al pasar el mate a Pepa, que vase por el
foro.) ¡Ah!... me olvidaba de decirle que hoy estuvieron a buscarlo. (Se le sienta al lado.)
LINARES. -¿A mí?... ¿quién? (Siguen conversando en voz baja.)
(Entra la cocinera por la derecha trayendo unos grandes paquetes y sale por el foro.)
DOÑA MARÍA. - (Secamente a Carmen.) ¿Por qué has tardado tanto?
CARMEN. - Estaba arreglando una ropa.
DOÑA MARÍA. - Encontramos a Rocamora en la calle. ¿No has querido recibirlo? ¿No?
CARMEN. - (Con fastidio.) ¡Estaba sola!
DOÑA MARÍA. - ¡Jesús! ¡Ni que te fuera a comer!... (Amenazadora.) Ahora va a venir a tomar
mate. ¡Cuidado con lo que hacés! ¿Eh?
MANUELA. - (A doña María en voz alta y muy admirada.) ¡Mama! ¿Sabe quién es el joven que
estuvo esta mañana?
DOÑA MARÍA. - (Acercándose a ella mientras Carmen se sienta aislada en el sitio que antes
ocupó Pepa.) ¿Quién? (Entra Pepa por el foro con un mate que le da a doña María.)
MANUELA. -Un diputado amigo del señor Linares.
DOÑA MARÍA. - (Haciendo un movimiento de sorpresa y acercándose a Linares.) ¿Amigo suyo?
LINARES. - Sí, señora, hemos sido condiscípulos.
DOÑA MARÍA. - (Con ansiedad.) ¿Pero, entonces usted podría hacerme aumentar la pensión?
(Devuelve el mate a Pepa que vase por el foro.)
LINARES. - Lo intentaré por lo menos...
DOÑA MARÍA. - (Agitada.) ¡Pero hombre de Dios! ¡Y no decía usted nada!... (Llamando a
Carmen.) ¡Carmen! (A Manuela imperiosamente.) ¡Salí vos de ahí! Andá, seguí cebando mate.

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(A Carmen, mientras Manuela hace un gesto de contrariedad y se va por el foro.) ¿Has oído? El
señor Linares va a hacernos aumentar la pensión. Explícale bien de lo que se trata. (La toma
del brazo y la quiere hacer sentar en la silla que ha dejado vacía Manuela.) Explícale...
(Impaciente viendo que Carmen no se sienta.) ¡Sentate mujer, sentate!
LINARES. - (Apresurándose a ponerse de pie viendo la situación violenta de Carmen.) Tenemos
tiempo, señora.
DOÑA MARÍA. - (Alarmada.) ¿Se va?
LINARES. -Voy hasta mi cuarto a corregir unas pruebas.
DOÑA MARÍA. - (Solícita.) ¿No necesita que le ayuden?
LINARES. - (Sonriendo.) No, señora, no.
DOÑA MARÍA. - Pero se va a ocupar de nosotras, ¿no es cierto que se va a ocupar? Lo ha
prometido...
LINARES. - Sí, señora, esté tranquila. (Saluda y se dirige hacia el foro.)
DOÑA MARÍA. - (Afectuosamente.) ¡Y no trabaje tanto que se puede enfermar! (Solícita.) Si
precisa algo, avise... (Linares sonríe, saluda y vase por el foro.)
DOÑA MARÍA. - (Apresuradamente a Carmen y en tono de súplica.) ¡Carmencita! ¿Te das
cuenta? ¡Es preciso, es preciso que este hombre nos haga aumentar la pensión! ¡Yo te lo
suplico, Carmencita!
CARMEN. - Pero, ¡y qué quiere que yo haga!
DOÑA MARÍA. - (Insinuante.) ¡Ser de otro modo, mujer! ¡No ponerle esa cara de vinagre con
que ahuyentás a la gente! ¡Sé amable, reíte un poco!... (Con mucha suavidad.) Pero, ¿es
posible que alguna vez no entrés en razón? Pensá en tu pobre madre que está enferma y vieja,
que pocos años le quedan de vida, y que nada te cuesta complacerla! ¿Lo harás?...
¿no es verdad que lo harás?
CARMEN. - (Confusa.) ¡Pero si yo no sé qué!...
(Por el foro entra Manuela con el mate y doña María se lo toma bruscamente de las manos.)
DOÑA MARÍA. - (Extendiéndole el mate a Carmen.) Andá, llevale este mate.
CARMEN. - (Protestando.) Pero, mama. ¡Si estará en su cuarto!...
DOÑA MARÍA. - (Tranquilamente y con el brazo estirado.) ¡Y qué importa!... Se lo alcanzás
desde la puerta, andá.
CARMEN. - (Resistiendo y sin tomar el mate.) Pero, mama...

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DOÑA MARÍA. - (Imperiosamente.) Vamos, pronto, ¡andá! (Carmen no parece decidirse,
cuando se presenta por la derecha Rocamora.)
ROCAMORA. - Aquí me tienen ustedes. (Asomándose después hacia el exterior.) Entra...
CARMEN. - (Después de echar una rápida ojeada a Rocamora, arrebatándole el mate de las
manos a doña María y con mucha resolución.) ¡Traiga! (Vase bruscamente por el foro.)
DOÑA MARÍA. - (Muy amable.) Adelante, adelante. (Se dirige hacia Rocamora seguida por
Manuela, en tanto que aparece por la derecha un muchacho trayendo al hombro una caja de
cartón.)
ROCAMORA. - (Al muchacho.) Dejala allí. (Señala una silla sobre la que el muchacho deposita la
caja.) Andá no más. (El muchacho vase por derecha y Rocamora mira después a su alrededor
como buscando a alguien, mientras doña María y Manuela observan con curiosidad la caja sin
decir nada.)
DOÑA MARÍA. - (Después de un momento de espera.) Siéntese, pues; lo estábamos esperando.
(Siéntanse los tres personajes y en ese momento aparece por el foro Pepa y se detiene al
entrar, contrariada por encontrarse con Rocamora.)
PEPA. - ¡¡Oh!!!... (Vacila entre irse o quedarse.)
DOÑA MARÍA. - (Que la apercibe.) Entrá, Pepa, entrá.
PEPA. - (De mal humor.) Buenas tardes. (Toma asiento en el otro extremo del salón, en el sitio
que ocupó antes y adopta una actitud de absoluta indiferencia para el resto de los personajes.)
ROCAMORA. - Me pareció ver a Carmen al entrar...
DOÑA MARÍA. - (Muy amable.) Ya viene. Es que se ha empeñado en prepararle ella misma el
mate... ¡Está lo más contrariada por no haberlo podido recibir hoy!
ROCAMORA. - (Disimulando su despecho.) ¡Oh!... ¡qué importa!
DOÑA MARÍA. - (Con zalamería:) ¡Como en esta casa se le quiere a usted tanto!... ¡Todo el día
se habla de usted! Carmen con la sombrilla de anoche está encantada, no sabe qué hacer...
(Mira disimuladamente a la caja.)
MANUELA. - (Con aspavientos.) ¡Como que es preciosa! ¡También tiene usted un gusto!...
(Junta las manos en señal de admiración y mira a la caja.)
ROCAMORA. - (Echándose para atrás.) ¡Psh!, el hábito, la costumbre...
DOÑA MARÍA. - ¡Ah! ¡eso sí! ¡Todos sus regalos son del mejor gusto! ¡Yo no sé cómo hace
usted para elegir tan bien! ... (Quiere mirar a la caja y se contiene.) Siempre lo estamos
diciendo. ¿No es verdad, Pepa?

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PEPA. - (Desde su sitio y displicente.) ¿Qué?...
DOÑA MARÍA. - (Expresiva.) Los regalos de Rocamora... ¡tan bonitos!
PEPA. - (Con displicencia.) Sí, muy bonitos.
ROCAMORA. - (Tratando de sonreír sin abandonar su importancia.) Es mi lado flaco. ¡Toda la
vida me ha dado por los regalos! (Con mucho énfasis.) ¡Psh!... al fin es un placer como otro
cualquiera. (A doña María.) ¿No le parece?... ¡Desde que se puede!
DOÑA MARÍA. - (Con muchos aspavientos.) ¡Ya lo creo! ¡Es lo que yo siempre digo! ¡Se goza
regalando! (Hace un movimiento con los brazos, como quien tira un montón de cosas por
delante.)
ROCAMORA. - (Mirando hacia el foro y tratando de sonreír.) Pero, ¿saben ustedes que se hace
esperar el mate?
DOÑA MARIA. - (Con calma.) Es que debe estar quemando el azúcar... ¡Esta Carmen es tan
prolija!
BARROSO. - (Apareciendo bruscamente por la derecha con un montón de paquetes y
deteniéndose al entrar.) Buenas tardes. (Ríe imbécilmente.)
DOÑA MARÍA. - - (Levantándose bruscamente y precipitándose sobre Barroso.) ¡Ah! ¿lo trajo?
Justamente iba a mandar para allá! (Al acercársele, en voz baja.) ¡Estamos con un loco!
¡Salga ligero! (Barroso, con cara de susto, mira a Rocamora por encima del hombro de doña
María y desaparece por la derecha retrocediendo seguido de doña María que sale también.)
ROCAMORA. - (A Manuela.) ¿Quién en ese hombre?
MANUELA. - (Vacilando.) No sé, no lo conozco. (A Pepa.) Pepa, ¿no lo conocés vos?
PEPA. - (Displicente siempre.) Yo no.
ROCAMORA. - (Con mucha solemnidad.) Tiene cara de asesino.
MANUELA. - (Fingiéndose asustada.) ¡Ay!... ¿de veras? ¿Le parece?... (Se pone de pie.)
ROCAMORA. - (Muy grave.) ¡Por lo que he visto no me gusta nada!
MANUELA. - ¡Pobre mama! Voy a ver... (Va a dirigirse por la derecha cuando aparece por ésta
doña María.)
DOÑA MARÍA. - (Trayendo en los brazos los paquetes de Barroso y con mucha naturalidad.)
¡Estas tiendas están imposibles! (Aludiendo a los paquetes.) Unas compras de esta mañana,
que recién me las traen. (A Manuela.) Tomá, Manuela, llevá estas compras para adentro.
MANUELA. - (Que se ha adelantado a recibir los paquetes, en voz baja.) ¿Qué le dijo?
DOÑA MARÍA. - (Aparte y rápidamente.) Que era un pariente loco que le daba por pegar.

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(Manuela vase con los paquetes por la izquierda y doña María vuelve a su asiento.)
ROCAMORA. - (Muy grave.) Pues el mate no llega... (Mira hacia el foro.)
DOÑA MARÍA. - (Con calma.) ¡Oh!... no puede tardar. (A Pepa.) Pepa, ¿por qué no le recitás a
Rocamora esas versos tan bonitos que sabés?
PEPA. - (Sorprendida.) ¿Yo?
DOÑA MARÍA. - (Muy seria.) Naturalmente, hija. ¡Si recitás muy bien!... Vení, ¡dejate de
vergüenzas!... (Pepa la mira asombrada y no sabe si enojarse o no. Termina por hacer un gesto
y vuelve a su actitud de indiferencia.)
LINARES. - (Entrando por el foro y dirigiéndose a salir por la derecha llevando el sombrero en la
mano.) Buenas tardes. (Vase por la derecha y Rocamora no contesta.)
DOÑA MARIA. - Buenas tardes. (A Manuela que aparece por la izquierda y con mucha
resolución.) Andá, decile a Carmen que venga enseguida, que se deje de tantos preparativos,
que no la vamos a criticar. (Manuela vase por el foro.)
ROCAMORA. - (Secamente.) Ese joven que salió es el nuevo inquilino, ¿no?
DOÑA MARÍA. - (Con aparente desdén.) ¿Ese?... sí, el inquilino.
ROCAMORA. - ¿Cómo se llama?
DOÑA MARÍA. - Linares...
ROCAMORA. - ¿Es argentino?
DOÑA MARÍA. - Creo que sí.
ROCAMORA. - ¿En qué se ocupa?
DOÑA MARÍA. - En nada. Escribe... (Rocamora saca ceremoniosamente una libreta de apuntes
y toma notas sin levantar los ojos. Entretanto entra muy apresurada Manuela por el foro y le
dice algo muy rápido en el oído a doña María. Esta se levanta y vase por el foro, mientras
Manuela se sienta en la silla que aquélla deja vacía.)
ROCAMORA. - (Mientras sigue escribiendo.) ¿Cuántos años tiene?
MANUELA. - (Sorprendida.) ¿Quién?
ROCAMORA. - (Dándose cuenta.) ¡Ah!... (Continuando el interrogatorio.) ¿Cuántos años tiene
el nuevo inquilino?
MANUELA. - ¿Cuántos les parece? Tendrá veinticinco, treinta y cuatro... (Rocamora escribe.)
ROCAMORA. - ¿Soltero?
MANUELA. - ¡Naturalmente!
ROCAMORA. - ¿Sabe leer?

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MANUELA. - (Hace un gesto de ignorancia y después.) Escribir sabe... (Rocamora anota.)
ROCAMORA. - ¿Ha estado alguna vez preso?
MANUELA. - (Azorada.) Yo no sé.
ROCAMORA. - (Guardando la libretita muy ceremoniosamente.) ¡Cuando hable con él dígale
que lo tengo reventado!...
MANUELA. - ¿Por qué?... ¿por qué?... (Rocamora hace un movimiento con la mano como
indicando que hay que darle "tiempo al tiempo".)
(Aparece por el foro Carmen con un mate en la mano y seguida por doña María, que la viene
empujando con disimulo.)
DOÑA MARÍA. - (Triunfante.) ¿No le decía yo? ¡Empeñada en lucirse con usted!... Aquí la
tiene... (Rocamora sin mirar a doña María ni a Carmen y haciéndose el que no nota su
presencia, se levanta de pronto y con aire solemne, con la manifiesta intención de producir un
golpe teatral, dirígese lentamente al sitio en que está colocada la caja a que antes se ha hecho
referencia; la toma después y en actitud majestuosa se aproxima al sitio donde está Pepa y la
coloca delante de ella.)
ROCAMORA. - (Solemne.) Esto es para usted, Pepa. (Se inclina ceremoniosamente.)
PEPA. - (Poniéndose de pie bruscamente y con azoramiento.) ¿Para mí?... ¿para mí?...
ROCAMORA. - (Tratando de ser lo más suave posible.) Sí, para usted.
(Doña María, Carmen y Manuela han permanecido inmóviles a la distancia, presenciando
curiosamente la escena. Pepa, con una gran nerviosidad, abre la caja y saca de ella un lujoso
botón que levanta en alto y examina ávidamente.)
PEPA. - (Con voz un poco temblorosa por la emoción.) ¿Es para mí?
ROCAMORA. - (Galantemente.) ¡Esto y todo cuanto usted quiera! (Echa una rápida mirada
hacia Carmen, lo más disimulada posible.)
PEPA. - (Con voz emocionada.) Muchas gracias, Rocamora, muchas gracias. (Se aleja unos
pasos y se deja caer sobre una silla.)
DOÑA MARÍA. - (Azorada, a Manuela y mientras Carmen se adelanta con el mate en la mano.)
¿Qué quiere decir esto?
CARMEN. - (A Rocamora, ofreciéndolo el mate.) ¿Quiere un mate, Rocamora?
ROCAMORA. - (Haciéndose el sorprendido y aparentando desdeñosa indiferencia.) ¡Ah!... ¿es
usted, Carmen? (Toma el mate, lo chupa y devolviéndoselo enseguida.) Está frío, gracias. (Sin

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preocuparse más de ella se dirige hacia Pepa, a quien habla en voz baja y con mucha
afectación.)
DOÑA MARÍA. - (A Carmen, que pasa hacia el foro llevando e1 mate.) ¡A las mil maravillas,
hija!... ¡Con Linares iba a ser una complicación!
(Carmen sonríe y vase por el foro. Doña María se lleva después el dedo a los labios indicando a
Manuela que lo que corresponde es guardar silencio, yendo ambas a sentarse juntas en el
extremo opuesto, desde donde observan siempre a Rocamora y a Pepa, aparentando
conversar entre ellas.)
PEPA. - (A Rocamora en voz baja y emocionada y con mirada tierna.) ¡Fíjese en lo que está
diciendo!
ROCAMORA. - (Con calor.) ¡Es que es así, Pepa!
PEPA. - (Con voz temblorosa.) ¡No, no es cierto! ¡Me está usted engañando, Rocamora!
ROCAMORA. - (Con pasión.) ¡Yo se lo juro! (Dirige una rápida ojeada al grupo, deseoso de ver si
Carmen está presente. Doña María y Manuela, que desde un instante antes guardan silencio,
se ponen inmediatamente a conversar, disimulando.)
PEPA. - (Mirando a Rocamora, siempre lánguidamente.) Y entonces, ¿por qué?... (Se detiene.)
ROCAMORA. - ¿Qué?
PEPA. - (Con ansiedad.) ¿Por qué todo hacía suponer otra cosa?
ROCAMORA. - (Haciéndose el sorprendido.) ¿Otra cosa?
PEPA. - (Con suavidad.) ¡Oh!... ¡Usted sabe muy bien lo que le digo! (Entra Carmen por el foro
con el mate y se lo ofrece a doña María.)
ROCAMORA. - (Después de convencerse con una rápida ojeada de la presencia de Carmen.)
¡Pero, cómo!... ¿y ha podido creer usted en eso?... (Con vehemencia y accionando mucho para
aparentar gran interés en lo que debe suponer Carmen que está diciendo.) ¡Si yo, Pepa, hace
mucho que he deseado vivamente el momento feliz de podérselo decir!... (Rápida mirada a
Carmen.) ¡Si he ansiado la oportunidad de poder expresarle todo lo que siento, revelando este
secreto, Pepa, que ya no podía contener más tiempo! Si yo (nueva ojeada a Carmen) la quiera
a usted en silencio desde el primer momento que la vi. (Carmen recibe el mate de manos de
doña María y vase por el foro.) Desde aquella tarde, Pepa, en que entrando usted al registro
me pareció que el sol había entrado, que todo era luz, y que por todas partes...
(Rápida ojeada que le permite asegurarse de la ausencia de Carmen, lo que apaga
bruscamente su inspiración. Después, sin entusiasmo.) Desde entonces, Pepa...

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PEPA. - (Que lo ha escuchado con arrobamiento.) ¡Ah!... ¡no me engañe, Rocamora! ¡No me
engañe!... ¡:Sería un crimen que me engañara usted!
ROCAMORA. - (Tendiéndole la mano.) ¡No diga usted eso! Hasta mañana. (Recobra su
solemnidad habitual.)
PEPA. - (Tendiéndole la mano.) Hasta mañana. (Se pone de pie y lo sigue, mientras Rocamora
se aproxima a doña María y a Manuela, que parecen estar muy entretenidas en una
conversación que no les permite apercibirse de nada.)
ROCAMORA. - (Solemnemente a doña María.) Me voy, señora.
DOÑA MARÍA. - (Haciéndose la sorprendida.) ¡Ah!... ¡tanto gusto, Rocamora! (Le da la mano.)
ROCAMORA. - Adiós, Manuela. (Se dirige hacia la derecha y de pronto dase vuelta y con
afectación mira a los lados. Después, aparentando indiferencia.) No nada, es que no me
acordaba si estaba Carmen aquí... (Saluda ceremoniosamente y vase.)
(Inmediatamente después de salir Rocamora, doña María y Manuela corren hacia la caja que
contiene el batón, al que comienzan las dos a examinar. Entre tanto Pepa ha quedado en pie
cerca de la puerta derecha, con la vista fija en el suelo y revelando preocupación.)
PEPA. - (Después de un momento de silencio y con la cara resplandeciente de felicidad.) ¡Ay!...
Mama... mama... ¡qué contenta estoy!
DOÑA MARÍA. - (Preocupada, examina el batón.) ¡Y tenés razón! ¡Porque es precioso!
MANUELA. - (Ocupada en lo mismo.) ¡Lindísimo!
PEPA. - (Con voz desfallecida.) ¡No!... mama, no. ¡No es por eso!... (Se deja caer sobre una silla
y a pesar de tener la cara sonriente y expresando gran contento, se lleva el pañuelo a los ojos
para contener las lágrimas).
DOÑA MARÍA. - ¿Qué tenés? (Pepa sin contestar apoya la cabeza sobre los brazos y llora en
silencio, lo que hace detenerse a la distancia a doña María y a Manuela, que revelan estupor.
Después Manuela quiere precipitarse sobre Pepa y doña María la detiene con el brazo
extendido.) ¡Dejala! ¡Ni cuando murió su padre la había visto llorar!...
Telón

Acto tercero
Se oye la voz de doña María que gradualmente viene aproximándose y llamando a Manuela.
DOÑA MARÍA. - (Apareciendo por el foro.) ¡Manuela! (Haciendo un gesto al ver aparecer a
Manuela por la izquierda.) ¡Al fin, mujer!... ¿De dónde salís? Desde hoy te estoy llamando.

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MANUELA. -No la he oído, estaba en el balcón.
DOÑA MARÍA. - ¿Pero vos te lo pasás todo el día en el balcón? Bueno, andá, ayudá a tu
hermana Pepa.
MANUELA. - ¿Dónde está?
DOÑA MARÍA. - Amasando las tortas fritas que le prometió a Rocamora. Andá a ayudarla.
(Manuela vase por el foro y doña María se dirige hacia la izquierda) ¡Carmen! (Repitiendo el
llamado.) ¡Carmen! (Golpean las manos a la derecha y y entonces doña María se dirige hacia
ella.) ¡Adelante!
(Aparece por la derecha Jenaro.)
DOÑA MARÍA. - ¡Ah!... ¿sos vos?... ¿qué hay?
JENARO. - Dice el señor Barroso que conforme despache a un cliente que lo está embromando
va a venir a tomar mate.
DOÑA MARÍA. - Bueno, decile que lo esperamos, y que no se olvide de lo que prometió.
(Hace ademán de despedir a Jenaro, pero éste parece indeciso y no se va.) ¿Qué esperás?
JENARO. - (Vacilando.) ¿Y la niña Carmen? (Levantándose sobre la punta de los pies mira hacia
la izquierda, por sobre el hombro de doña María.)
DOÑA MARÍA. - ¿Qué querés con Carmen?
JENARO. - (Resolviéndose.) Es que me dijo que a escondidas le diera esto. (Con mucho trabajo
saca del pecho un ramito de violetas que trae oculto.)
DOÑA MARÍA. - (Tomándolo.) ¿Violetas?... Bueno, lo mismo es... Andate. (Jenaro desaparece
por la derecha y doña María se aproxima a la puerta de la izquierda mientras huele
desdeñosamente el ramito.) ¡Papanatas!... (Asomándose por la puerta izquierda.) ¡Carmen!
(Aparece Carmen por la izquierda.)
DOÑA MARÍA. - ¿No has oído que te llamaba?
CARMEN. - (Con suavidad.) Estaba vistiéndome.
DOÑA MARÍA. - (Extendiéndole,el ramito.) De parte de Barroso. (Carmen sin decir nada, toma
el ramito, lo arroja a la distancia y queda impasible mirando a doña María, que a su vez sin
enojarse y con toda calma, se acerca a recogerlo y lo vuelve a tirar hacia el exterior por la
puerta izquierda.) Tiralo por lo menos adentro, para que cuando venga no lo vea. (Volviéndose
hacia Carmen, con naturalidad.) ¿No le has preguntado a Linares si necesita algo?
CARMEN. - No, mama; tenía la pieza cerrada.
DOÑA MARÍA. - (Con naturalidad.) Golpeale la puerta. ¡Andá!

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CARMEN. - (Con impaciencia.) Pero, ¿para qué?
DOÑA MARIA. - (Imperativa.) ¡Te digo que vayás! ¡Qué tanta pregunta!
CARMEN. - (Suplicante.) Pero oiga, mama, oiga... ¡Me está usted haciendo hacer cosas que al
mismo Linares le chocan! (Ante un movimiento de impaciencia de doña María.) ¡Si no es para
que se enoje!... Pero escuche, ¡haga el favor (Doña María parece resignarse a escuchar.)
Durante estos últimos días he estado yendo a su pieza a cada rato. ¡Y siempre con pretextos
ridículos!... ¿Usted cree que él mismo no se da cuenta? ¡Si me lo dice, mama!... ¿Sabe lo que
me dijo ayer? ¡Que me tenía lástima!
DOÑA MARÍA. - ¿Lástima? ¿Y por qué te va a tener lástima?
CARMEN. - ¡Porque ve! ¡Porque comprende! ¡Porque no es como los otros, mama!... ¡Eso es lo
que usted no quiere entender!
DOÑA MARÍA. - ¡Pues no sé qué tenga de distinto a los demás!... Lo que es a mí, hijita, me
parece igual a todos.
CARMEN. - (Con convicción.) ¡Oh!... ¡no es lo mismo! (Mueve la cabeza para uno y otro lado.)
DOÑA MARÍA. (Con desdén.) ¡Bah!... (Maliciosamente.) ¿Te ha dicho algo?
CARMEN. - ¿Algo de qué? (Doña María sonríe con malicia y Carmen comprendiendo hace una
señal negativa con la cabeza.)
DOÑA MARÍA. - (Incrédula.) ¿No te ha hablado de amor? (Con sorpresa ante otra señal
negativa de Carmen.) ¿No?
CARMEN. - No, y precisamente por eso le estoy agradecida.
DOÑA MARÍA. - (Desconcertada.) Pues, hijita, ¡no entiendo!... (Incrédula.) Pero, entonces,
¿cómo se ha ocupado del asunto de la pensión? Ya ves, en sólo quince días ya tiene el
despacho favorable...
CARMEN. - ¿Y qué tiene que ver? ¿No le digo que es distinto a los demás?... (Doña María hace
con la cabeza una señal de incredulidad.) Ya ve, se ha empeñado en que copie los originales
que escribe... ¡Imagínese las copias que haré! Pues él no me dice nada, me deja hacer; pero
estoy segura que lo único que se propone es que aprenda a escribir... ¡Para eso sirven mis
copias!
DOÑA MARÍA. - (Sin dejarse convencer.) Sí, pero muy bien que de esa manera hemos
conseguido que se tome interés por nosotros.
CARMEN. - Hubiera hecho lo mismo sin necesidad de estas cosas.

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DOÑA MARÍA. - ¡Eso no lo sabemos!... (En otro tono). Y como ahora es preciso que se trate el
asunto en la Cámara, dejate de zonceras (Empujándola suavemente.) y andá, hijita, ¡andá!
CARMEN. - (Queriendo resistir.) Pero, escuche, mama...
DOÑA MARÍA. - (Perdiendo la paciencia e imperiosamente.) ¡Te digo que vayás! ¡¡Oh!!
(Carmen hace un gesto de resignación y vase por el foro. Aparece Petrona por derecha.)
PETRONA. - (Corriendo a abrazar a doña María y muy contenta.) ¡Ahora va a venir!
DOÑA MARÍA. - (Con extrañeza.) ¿Quién?
PETRONA. - (Alarmada.) ¿Cómo quién?... ¡mi novio! (Con ansiedad.) ¿Qué, no le dijo nada
Manuela?
DOÑA MARÍA. - (Recordando.) ¡Ah, sí!... ¡ni me acordaba!
PETRONA. - (Volviendo a recuperar la alegría.) Está en la esquina y espera una seña desde el
balcón. (Se frota las manos de contento.)
DOÑA MARÍA. - (Recapacitando.) Despacio, despacio y vamos a cuentas... Quiere decir que vos
tenés un novio y que, con el pretexto de venir a coser con las muchachas, querés verte aquí
con él, ¿no es eso?
PETRONA. - Sí, pues, sin que mama sepa nada.
DOÑA MARÍA. - (Categórica y resolviendo el punto.) Pues no puede ser.
PETRONA. - (Angustiada.) ¿No? ¿Por qué?
DOÑA MARÍA. - Porque me vas a meter en un lío con tu madre, y yo no quiero líos.
PETRONA. - (Afligida.) ¡¡Tía!!... ¡si usted lo conociera!... ¡es tan decente!... ¡tan bueno!...
DOÑA MARÍA. - (Desconfiada.) Y entonces, ¿por qué no lo quiere tu madre?
PETRONA. - ¡Por nada!... ¡por capricho!
DOÑA MARÍA. - ¿En qué se ocupa?
PETRONA. - Es de un diario.
DOÑA MARÍA. - (Con un poco más de interés.) ¡Ah!... ¿periodista? (Marcando el interés.) ¿No
sabés si escribe en la "vida social"?
PETRONA. - Eso no sé.
DOÑA MARÍA. - (Después de meditar un momento.) No, hijita, ¡no puede ser! (Da por
terminada la conversación, pero Petrona va a insistir, cuando aparece por el foro Pepa
trayendo una fuente de tortas y seguida por Manuela.)
PEPA. - (Riendo.) ¡Ya no hay más que freírlas! (Mostrando la fuente.) ¡Miren qué lindas!...

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100
(Manuela ha corrido hacia Petrona y ambas conversando animadamente se dirigen hacia la
izquierda y de pronto, como si hubieran tomado una brusca resolución, salen por ésta,
corriendo.)
DOÑA MARÍA. - (A Pepa, examinando las tortas.) Muy bien, muy bien, ¡cuidado con quemarlas
ahora!
PEPA. - (Riendo.) ¡Qué esperanza! ¡Ya va a ver!... (Se dirige hacia el foro.) ¡De chuparse los
dedos!...
DOÑA MARÍA. - (Antes de que llegue a salir.) ¿Y Carmen?
PEPA. - (Deteniéndose.) Conversando con Linares. (Resolviéndose de pronto a volver.) ¡Ah!...
Desde hace días quería decírselo: me parece que Linares se ocupa demasiado de aconsejar a
Carmen. ¡Quién sabe qué cosas le está metiendo en la cabeza!...
DOÑA MARÍA. - ¿Aconsejarla?... ¿Qué le aconseja?
PEPA. - Ayer al pasar oí que le decía que, aunque se lo mandasen, no debía hacer eso...
DOÑA MARÍA. - ¿Qué?
PEPA. - ¡Ah! ¡yo no sé de lo que estarían hablando!
DOÑA MARÍA. - (Con preocupación.) ¡Bah!... ¡bah!... Dejate de pavadas, y a ver si te apurás con
las tortas...
PEPA. - ¡Oh! enseguida están, ya verá. (Vase por el foro, mientras entran corriendo por la
izquierda Manuela y Petrona.)
MANUELA. - (Riendo.) ¡Ahí sube!
DOÑA MARÍA. - ¿Quién?
PETRONA. - ¡Mi novio!
MANUELA. - ¡El novio!
DOÑA MARÍA. - (Con enojo.) ¿Qué?... ¿Y por qué han hecho eso?
PETRONA. - (Abrazándola.) ¡Sí, tía, si! ¡No sea mala!
PÉREZ. - (Apareciendo por la derecha y deteniéndose al entrar, en actitud encogida.) Servidor...
(Da vueltas el sombrero entre las manos.)
PETRONA. - (Entusiasmada.) ¡Entrá! (Corrigiéndose.) Entre, entre. (Señalando a doña María.)
Esta señora es mi tía.
PÉREZ. - (Volviendo a saludar desde lejos y siempre cohibido.) Mucho gusto.
DOÑA MARÍA. - (A Petrona y con fastidio, después de haber estado observando a Pérez
curiosamente.) ¿Este es tu novio?

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PETRONA. - Sí, tía. (A Pérez, con impaciencia, comprendiendo que su empaque lo está
perjudicando.) ¡Pero, entre, hombre, entre! (Pérez adelanta un paso.)
DOÑA MARÍA. - (Con retintín.) ¿Conque usted es periodista?
PÉREZ. - (Con dejo de compadre.) Por lo menos de la familia... ¡Soy tipógrafo!
DOÑA MARÍA. - (Dirigiendo una furibunda mirada a Petrona.) ¡Ya decía yo!
PÉREZ. - (En igual forma.) Y en mis ratos desocupados me dedico a la fotografía. ¡Tengo gran
afición!
DOÑA MARÍA. - (Sin oírlo bien, tratando de asumir una actitud digna). Pues lo que ustedes
pretenden es imposible. Si mi cuñada se opone a las relaciones de ustedes, no es justo que yo
las favorezca. ¡Al fin es la madre y tiene derecho! Así que ya sabe... (Hace un movimiento con
el brazo señalando la salida.)
PETRONA. - (Angustiosamente.) ¡Tía!... ¡tía!... (La abraza.) ¡Por favor!
MANUELA. - (Suplicante.) ¡Déjelos, mama!
DOÑA MARÍA. - (Con energía.) ¡No y no! ¡Sería faltar a mi deber! (Hace un ademán
majestuoso.)
PÉREZ. - (Socarrón.) ¿Y ni me permitirá, siquiera, que les forme un grupo?
MANUELA. - (Saltando de alegría.) ¡Sí, mama, un grupo!
DOÑA MARÍA. - (Con extrañeza.) ¿Grupo?... ¿grupo de qué?
PÉREZ. - Un retrato, señora ¿No le digo que soy un gran aficionado? Me vengo con la
maquinita, y en un momento, ¡zás!... ¡en todas las posturas!
DOÑA MARÍA. - (Agradablemente sorprendida.) ¡Cómo!... ¿nos puede retratar?
PÉREZ. - (Riendo.) ¡Ya lo creo! ¡Mejor que Vicón!
MANUELA. - (Con aspaviento.) ¡Si vieras qué bien, mama!...
DOÑA MARÍA. - (Animándose.) Ah, eso sí... ¿por qué no? (Con arranque.) ¡Pero, entonces,
hombre!... ¿a qué salió con la pavada del tipógrafo? ¡Hubiera empezado por ahí, por lo del
grupo!
PETRONA. - (Apresuradamente) ¡Venite mañana a las tres!
DOÑA MARÍA. - (En tono de reproche.) ¡Niña!... ¿qué es eso?
PETRONA. - (Muy compungida y corrigiéndose.) Venga si puede a las tres.
PÉREZ. - (Riendo.) ¡Aquí estaré con la maquinita! ¡Vayan pensando en las posturas!
(Saluda con la cabeza y va a salir.)
DOÑA MARÍA. - (Con mucho interés.) No vaya a olvidarse, ¿eh?...

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DOÑA MARÍA. - (Después de salir Pérez, con naturalidad a Petrona.) Hija, has tenido una buena
idea. (Transición.) Acompáñenme a matar el grillo que estuvo gritando anoche; vamos a echar
agua en el zócalo.
MANUELA. - (Adelantándose, mientras doña María y Petrona se dirigen hacia la izquierda.)
¡Voy primero un ratito al balcón! (Vase por la izquierda corriendo.)
PETRONA. - (Abrazando bruscamente a doña María.) ¡Cuánto la quiero! ¡Qué buena es usted!
(Demuestra una gran nerviosidad.)
DOÑA MARIA. - (Separándola con fastidio.) ¡Dejate de pavadas! (Ambas vanse por la
izquierda.) (Aparece Rocamora por la derecha y lo sigue un muchacho trayendo unas cajas.)
ROCAMORA. - (Al muchacho, después de cerciorarse que no hay nadie.) Esperame afuera.
CARMEN. - (Aparece por el foro y se detiene sorprendida al encontrar a Rocamora.) ¿No saben
que está usted aquí? (Apresuradamente.) Voy a avisarles. (Hace ademán de salir por la
izquierda.)
ROCAMORA. - (Adelantándose en forma brusca.) ¡Oiga, Carmen! (Carmen se detiene.)
¿Continúa usted pensando lo mismo?
CARMEN. - (En tono de amenaza, pero conteniendo la risa.) Se lo cuento a Pepa... ¿eh? (Lo
amenaza con el dedo.) No continúe.
ROCAMORA. - (Con despecho.) Déjese usted de Pepa y conversemos... ¿quiere?
CARMEN. - (Siempre en tono de cómica amenaza.) A la primera palabra voy y se lo digo todo.
(Señala hacia el foro.)
ROCAMORA. - No, no lo hará usted.
CARMEN. - (Riendo.) ¿Qué no?... ¡Lo va usted a ver! (Hace ademán de salir por el foro.)
ROCAMORA. - (Alarmado.) ¡Oiga, Carmen, oiga! (Carmen se detiene y Rocamora queda un
tiempo silencioso mirándola fijamente.) ¡Qué buen humor tiene usted ahora! ¡Desde hace
pocos días la he visto reír por primera vez!
CARMEN. - (Entre seria y risueña, suspirando con fuerza.) ¡Oh!... ¡Rocamora! ¡Es que usted no
puede darse cuenta de lo que significa verse libre de usted!... Ahora la tengo a Pepa...
¡cuidado!
ROCAMORA. - (Con amargura.) Otras causas debe haber también. La noto a usted muy
distinta.
CARMEN. - (Un tanto confusa.) ¿A mí? ¡vaya! (Transición.) Bueno, mire que Pepa le ha
prohibido conversar conmigo, ¿eh?... (Mira hacia el fondo.)

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103
ROCAMORA. - (Mirando al foro también y con cierta alarma.) Sí, no avise nada, volveré más
tarde. (Suspira con fuerza y retrocede unos pasos hacia la derecha.)
CARMEN. - (Burlonamente.) Hasta luego, entonces.
ROCAMORA. - (Deteniéndose antes de salir y queriéndola tentar.) ¡Si viera usted qué encajes
más bonitos traigo ahí!... (Señalando hacia la derecha.) ¡Son una maravilla!
CARMEN. - (En tono burlón.) Déselos a Pepa.
ROCAMORA. - (Con pasión y avanzando otra vez.) ¡Carmen!... ¡Carmen!...
CARMEN. - (Dándose rápidamente vuelta hacia el foro y gritando.) ¡Pepa! ¡Pepa!
ROCAMORA. - ¡No! ¡No! (Vase bruscamente por la derecha y Carmen queda riendo.)
(Entra por la izquierda doña María seguida de Petrona.)
DOÑA MARÍA. - ¿Qué grito ha sido ése? (Transición al apercibirse de la risa de Carmen.)
¡Che!... ¡che!... ¡che!... ¿Te estás riendo sola? (Mira a los lados.) ¡Avisá!...
CARMEN. - (Conteniéndose, pero siempre risueña.) Llamaba a Petrona. (A Petrona.) Dice Pepa
que vayas a ayudarle a sacar las tortas; no quiere que yo las toque. (Petrona vase por el foro.)
DOÑA MARÍA. - (A Carmen.) ¿Y Linares?
CARMEN. - (Abandonando el aire risueño.) Está en su cuarto.
DOÑA MARÍA. - ¡Pero, hombre!... ¿te aburriste tan pronto?
CARMEN. - (Secamente.) ¿Y qué quiere que hiciera? Se ha puesto a escribir... (Con
imperceptible despecho.) ¡Ya sabe que todo el día escribe! (Aparece Morales por la derecha.)
MORALES. - (Secamente.) Buenas tardes. (Se dirige hacia el foro.)
CARMEN. - (Afablemente.) Buenas tardes, Morales. (Sonriendo.) ¿Qué significa ese aire tan
grave? ¿Qué le pasa?
MORALES. - (Volviéndose para encararse con doña María.) ¿Y qué significa, señora, ese
aumento de dos pesos en el alquiler de la pieza que me ha notificado esta mañana Pepa?
DOÑA MARÍA. - (Con naturalidad.) ¿Cómo qué significa? ¡Que se le aumentan dos pesos!
MORALES. - ¡Pero es un aumento ridículo, señora!
DOÑA MARÍA. - (Con sorna.) Si lo encuentra tan ridículo, le aumentaremos diez. ¿Qué le
parece?
MORALES. - (Con tristeza avanzando hacia el foro después de dirigir una mirada a Carmen.) Lo
que me parece es que usted abusa contando con que me he de callar. ¡Si así no fuera!... (Va a
salir.)
DOÑA MARÍA. - (Insinuante.) Vaya, le propongo un trato.

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MORALES. - (Deteniéndose.) ¿Qué trato?
DOÑA MARÍA. - En lugar de pagar dos pesos a fin de mes, pague uno adelantado.
MORALES. - (Después de vacilar un momento y haciendo un gesto de fastidio.) ¡Psh!... en
definitiva... ¡qué me importa! (Mete la mano al bolsillo y va a sacar dinero.)
DOÑA MARÍA. - (Deteniéndole con un ademán.) No, déselo a Pepa, no más. (Morales vase por
el foro.)
CARMEN. - (En tono de reproche, después de salir Morales.) ¿Y por qué ha hecho eso, mama?
¡Pobre Morales!...
DOÑA MARÍA. - (Con naturalidad.) Vos, callate. ¿No ves que es para las tortas?...
MANUELA. - (Entrando por la izquierda y muy desconsolada.) ¡Qué rabia! ¡No ha vuelto el
morocho!
PETRONA. - (Apareciendo por el foro.) ¡Ya están las tortas! ¡Riquísimas!...
BARROSO. - (Apareciendo por la derecha y riéndose.) ¡Aquí estoy yo!
DOÑA MARÍA, MANUELA y PETRONA. - (Saliendo a su encuentro.) ¡Barroso! ¡Señor Barroso!
¡Qué suerte! ¡Tanto gusto! (Apretones de mano.)
(Carmen aprovechando la confusión intenta desaparecer por el foro, pero es apercibida por
doña María.)
DOÑA MARÍA. - (Imperiosamente.) ¡Carmen! (Carmen se detiene cerca del foro.)
BARROSO. - (Adelantándose hacia Carmen.) ¿Cómo está, Carmencita? (Le da la mano.)
PEPA. - (Entrando por el foro y extendiéndole la mano a Barroso.) Tanto gusto, Barroso. (A
Carmen con malicia.) ¡Ahí está! ¿Cómo decías que no había de venir?...
CARMEN. - (En tono de protesta.) ¡Yo no he dicho nada!
DOÑA MARÍA. - (Interviniendo rápidamente.) ¡Eso es! ¡Disimulá ahora! (A Barroso.) No la crea.
Desde hoy no hace otra cosa que mirar el reloj.
BARROSO. - (Conmovido y acercándose más a Carmen.) Muchas gracias, Carmen, muchas
gracias.
CARMEN. - (Impetuosamente.) Pero si yo... (Con aire resignado se calla al apercibirse de las
señas desesperadas que le hace doña María.)
MANUELA. - (Desde lejos.) Aquí, siéntese aquí, Barroso. (Le prepara una silla. Barroso se
aproxima y doña María, Pepa y Petrona, rodeándolo, le siguen. Carmen se dirige hacia el otro
extremo del escenario.)

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105
DOÑA MARÍA. - (A Barroso, mientras van hacia Manuela.) ¡Dos días sin venir!... ¿Qué le había
pasado?
BARROSO. - (Riendo.) ¡Los clientes, señora, los clientes me tienen loco!
PEPA. - Pero, hombre, hágase negar. ¡No faltaba más!
MANUELA. - ¡Es claro! Dígales que no está. (Mostrándole la silla.) Siéntese. (Obedece Barroso y
a un lado se le sienta doña María y al otro va a sentarse Manuela.)
PEPA. - (Encarándose con Manuela.) Dejame a mí ahí.
MANUELA. - (Sentándose.) No quiero.
PEPA. - (Sulfurándose.) ¡Te digo que me dejés!
DOÑA MARÍA. - (Con tono de reproche.) ¡Pepa!
PEPA. - (Reaccionando y poniéndose a reír.) Bueno... bueno... No quiero enojarme. (Va a
sentarse en otro sitio.)
DOÑA MARÍA. - (Levantándose de su silla al notar que Carmen ha ido a sentarse al otro
extremo.) Carmen, sentate acá. (Se aproxima a Carmen y ésta parece que quiere resistirse,
pero ante la mirada amenazadora de doña María, obedece y cambia de asiento con ella.)
PEPA. - (Iniciando la conversación.) ¡Pues lo hemos extrañado mucho!
BARROSO. - (Riendo.) Muchas gracias.
MANUELA. - (Señalándose un diente.) Va a tener que arreglarme este diente.
BARROSO. - (Riendo.) ¡Cuando quiera!
PETRONA. - (Apresuradamente.) Y a mí, Barroso.
BARROSO.- (Riendo.) ¡Cómo no!
PEPA. - Mi emplomadura se me ha aflojado.
DOÑA MARÍA. - (Agriamente.) ¡Ah!... eso quería decirle. La mía también... ¿sabe? (En tono de
reconvención.) ¡Parece mentira, hombre! ¡Después de darle a una tanto trabajo!...
BARROSO. - (Riendo.) ¡Qué le vamos a hacer! (A Carmen.) ¿Y usted, Carmencita?
CARMEN. - Yo no necesito nada.
BARROSO. - (Compungido.) ¡Qué lástima!
CARMEN. - (Riendo.) Muchas gracias.
BARROSO. - (Confundido.) No, si digo no más...
DOÑA MARÍA. - (Haciendo como que contiene la risa.) ¿Lástima, dice? ¡Ja!... ¡ja!... ¡ja!... ¡Qué
Barroso éste!... ¡siempre tan gracioso!...
BARROSO. - (Cada vez más confundido.) ¿Yo? No, señora. Si es que...

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106
DOÑA MARÍA. - (Apresuradamente.) ¡Cállese, buena pieza! ¡Si ya sabemos lo pícaro que es
usted!... ¡ja!... ¡ja!... ¡ja!... (Pepa, Manuela y Petrona acompañan en las risas a doña María
hasta que Barroso toma el partido de reírse también, festejándose ruidosamente las buenas
ocurrencias del dentista.)
DOÑA MARÍA. - (Cesando de reír bruscamente y con tono imperativo.) Pepa, andá a preparar
el mate. (A Manuela, mientras Pepa vase por el foro.)Y vos traeme un pañuelo. (A Petrona,
mientras Manuela vase por la izquierda.) Decile a la cocinera si se acordó de lo que le dije. (A
Barroso, mientras Petrona vase por el foro.) Con permiso, ya vuelvo. (Vase majestuosamente
por el foro.)
BARROSO. - (A Carmen, después de quedar solos y poniendo los ojos en blanco.) ¡Carmen!
(Carmen no contesta.) ¡Carmencita!
CARMEN. - (Con abatimiento.) ¿Qué?
BARROSO. - ¡Yo la amo, Carmen!
CARMEN. - (Con suavidad.) Y ya le he dicho que yo no, Barroso. ¿Por qué insiste? ¡Dése
cuenta!... ¿Qué saca con insistir?
BARROSO. - (Afligido.) ¡Pero es preciso!... Ya ve, su mamá quiere, sus hermanitas quieren, yo
también quiero...
CARMEN. - (Con una leve sonrisa.) ¡Pero yo no!
BARROSO. - (Confuso.) Y entonces, ¿cómo hacemos?
CARMEN. - (Riendo.) ¡Qué sé yo!
BARROSO. - (Después de un momento de silencio y tomándole bruscamente una mano.) ¡Es
que yo la amo! ¡La amo!
CARMEN. - (Poniéndose violentamente de pie.) ¡No sea zonzo! ¿Eh?...
BARROSO. - (Afligido y poniéndose de pie también.) ¿La he ofendido? (Carmen parece que va a
decir algo pero se contiene.) Si la he ofendido, perdóneme; pero yo...
CARMEN. - (Apaciguándose y resignada.) Bueno... basta. (Se sienta.) Siéntese.
BARROSO. - (Sentándose a su vez y después de un instante de silencio.) ¡Porque yo la amo!
(Carmen lo mira y no puede menos de sonreír ligeramente.) ¡Se ríe!... ¡se ríe!... ¡ja!... ¡ja!...
(Dándole un golpecito sobre el hombro.)¡Así me gusta! ¡ja!... ¡ja!...
CARMEN. - (Indignada y poniéndose bruscamente de pie.) ¡Le he dicho que no me toque!
BARROSO. - (Afligido y poniéndose de pie a su vez.) ¿La he ofendido?...

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CARMEN. - (Con rabia.) ¡Imbécil! (Con repentina resolución corre hacia el foro y asomándose
por él.) ¡Mama! ¡Mama!
BARROSO. - (Suplicante y aproximándose.) Pero escuche, Carmen, ¡escuche!...
CARMEN. - (Sin atenderlo y a gritos.) ¡Mama! (Con voz vibrante de ira, a doña María que
aparece por el foro.) ¡Quédese usted si quiere! ¡porque yo me voy! (Desapareciendo
violentamente por la izquierda.)
DOÑA MARÍA. - (A Barroso después de presenciar sorprendida la salida de Carmen.) ¿Qué ha
pasado?
BARROSO. - (Confundido.) Yo no sé; yo no le he hecho nada... ¡no le he hecho nada! (Se besa
los dedos en cruz.)
DOÑA MARÍA. - (Con calma.) Sí, hombre, sí... Usted no necesita jurar, siéntese... (Se sientan
ambos.)
MANUELA. - (Entrando por la izquierda, y a Barroso mientras entrega a doña María un pañuelo
que trae en la mano.) Ahí acaban de salir de su casa dos señoras, muy paquetas. Las vi desde el
balcón...
BARROSO. - (Riendo.) Sí, las clientas, ¡me tienen loco!...
DOÑA MARÍA. - (A Manuela, después de haber mirado con curiosidad el pañuelo.) ¿Y para qué
me das esto?
MANUELA. - (En tono de reproche.) Pero, mama, el pañuelo que me pidió...
DOÑA MARÍA. - (Dándose cuenta.) ¡Ah!... ¡es cierto!... (Se suena gravemente la nariz.)
(Entra Pepa por el foro.)
PEPA. - Barroso, la cocinera tiene dolor de muelas ¿tendría inconveniente en verla?
BARROSO. - (Poniéndose de pie y riendo.) Con mucho gusto.
PEPA. - (A Manuela.) Acompañá a Barroso, Manuela.
MANUELA. - (A Barroso.) ¿Vamos?...
(Manuela y Barroso desaparecen por el foro.)
PEPA. - (Apresuradamente a doña María.) Ahora no más viene Rocamora. ¡Voy a vestirme
ligero! (Vase por la izquierda.)
DOÑA MARÍA. - (Gritándole.) ¡Decile a Carmen que venga! (Oyendo golpear las manos hacia la
derecha, en alta voz.) ¿Quién es? (Después de un momento de espera, viendo que no
contestan, se dirige hacia la derecha y se asoma por ella.) ¿Qué se le ofrece? (Vase por la
derecha haciendo un gesto de fastidio y al cabo de un instante entra leyendo un papel que trae

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en la mano.) La demanda del almacenero (Desdeñosamente.) ¡Bah! (Hace una pelota con el
papel y la tira en un rincón.)
(Aparece Linares por el fondo.)
LINARES. - (Con cierta nerviosidad.) ¿Y Carmen, señora? (Mira a los lados como buscándola.)
DOÑA MARÍA. - (Muy amable.) Ahí está, ¿qué necesita?
LINARES. - (Vacilando.) Es para pedirle que me haga unas copias. ¿Quiere hacerme el favor de
decirle que cuando se desocupe venga un momento por mi cuarto?
DOÑA MARÍA. - ¡Cómo no! (Gritando hacia la izquierda.) ¡Carmen! (Después a Linares.) ¿Y mi
asunto, señor Linares? ¿Cómo va?
LINARES. - (Distraídamente.) Esta semana quedará despachado.
DOÑA MARÍA. - (Muy gozosa.) ¿De veras?... ¡Oh, cuánto se lo vamos a agradecer! No se
imagina todo lo que se lo vamos a...
LINARES. - (Que está preocupado y no parece haberla oído siquiera.) ¿Ese que está adentro es
el dentista, ¿no?
DOÑA MARÍA. - Sí, Barroso... ¿por qué?
LINARES. - (Nerviosamente.) ¿Hace mucho que vino?
DOÑA MARÍA. - No, recién llega. (Apresuradamente.) ¿Qué?... ¿precisa algo? Es muy buen
amigo y no hay más que decírselo... (Hace ademán de arrancar un diente.)
LINARES. - No, gracias. (Transición.) Le ruego que no se olvide de prevenirle a Carmen que la
espero ¿eh?...
DOÑA MARÍA. - ¡Oh! enseguida. (Asomándose por la izquierda mientras Linares vase por el
foro.) ¡Carmen! ¡El señor Linares pregunta por vos! (Aparece Carmen por la izquierda.)
CARMEN. - ¿Dónde está Linares? (Lo busca con la mirada mientras doña María la contempla
con visible irritación.)
DOÑA MARÍA. - (Con furor contenido.) ¿Por qué no venías? (Con creciente irritación ante el
silencio de Carmen.) ¡Te prevengo que me estás quemando la sangre (Sacudiéndole el brazo.)
¿Qué es lo que te has creído vos?
CARMEN. - (Con energía, separándose de ella, bruscamente.) ¡Déjeme! (Mirándola de frente.)
¡Ya le he dicho que no quiero que me ponga las manos encima!
DOÑA MARÍA. - (Con furor reconcentrado.) ¡Carmen! ¡Carmen!...
CARMEN. - (Con resolución y mirándola de frente.) ¡Y sépalo de una vez por todas! ¡Esto se
acabó!... ¡se acabó para siempre!

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DOÑA MARÍA. - (Con estupor.) ¿Qué?
CARMEN. - (Con resolución.) ¡Que ya no soporto más!
DOÑA MARÍA. - (Exasperada.) ¡Es a tu madre!... ¡es a tu madre! ¡a la que estás hablando!
(Levanta el brazo amenazándola.)
CARMEN. - (Echándose para atrás, con la mirada extraviada y en la mayor exaltación.)
¡Cuidado!... mama. ¡Cuidado! (Doña María se detiene con el brazo levantado y va después
bajándolo con lentitud mientras ambas se miran fijamente y en silencio, hasta que llega a
descansar la mano sobre la cabeza y se retira unos pasos con afectado estupor, en tanto que
Carmen continúa con acento reconcentrado.) ¡No porque sea usted mi madre, tiene derecho
de hacer lo que está haciendo!
DOÑA MARÍA. - (Volviéndose bruscamente hacia Carmen.) ¿Quién te ha enseñado eso?... ¿de
dónde has sacado eso?
CARMEN. - (Levantando las manos hacia el óleo del capitán y con acento lleno de angustia.)
¡Padre!... ¡padre!... ¿por qué te has muerto? (Se deja caer sobre una silla y rompe en sollozos
ocultándose la cara.)
DOÑA MARÍA. - (Con irritación.) ¡Si tu padre viviera no me estarías faltando el respeto!
CARMEN. - (Levantando la cabeza y con profunda amargura.) ¡Si mi padre viviera!... ¡Si pudiera
darse cuenta!... ¡toda una vida honrada, llena de privaciones, llena de sacrificios! ¿Para qué?...
¡Señor!... ¿para qué?... (Llora desconsoladamente, mientras doña María visiblemente
desconcertada no sabe qué partido tomar.)
DOÑA MARÍA. - (Por decir algo.) Por eso en la casa de tu padre había hambre...
CARMEN. - (Irguiéndose.) ¡Sí!, ¡pero había también vergüenza!
DOÑA MARÍA. - (Tomando su partido.) ¡Ay!... ¡ay!... ¡me vas a matar!... (Se deja caer sobre una
silla.) ¡Me muero!... ¡me muero!... (Simula una convulsión.)
CARMEN. - (Poniéndose de pie con toda calma y secándose las lágrimas con el pañuelo.) No se
desmaye, mama, porque es inútil. (Se retira unos pasos.)
DOÑA MARÍA. - (Levantándose bruscamente.) ¡Ah! ¡Canalla! (Avanza furiosa hacia ella.)
¡Conque es inútil! (Carmen la mira serenamente y doña María se contiene de nuevo.)
CARMEN. - (Con firmeza.) Usted no quiere creerme; pero le repito que esto se acabó, se acabó
para siempre. (Con resolución.) Ahora mismo voy a echar a la calle a ese imbécil...
(Señala hacia el foro.)
DOÑA MARÍA. - (Azorada.) ¿Vos?... ¿vos?...

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(Se oyen las voces de Barroso, Manuela, Petrona y Morales que se aproximan hacia el foro.)
CARMEN. - Sí, yo, ¡ahora lo verá usted! (En actitud de desafío, mira hacia el foro con aire
resuelto.)
DOÑA MARÍA. - (Exasperada.) ¡Carmen! ¡Cuidado con lo que hacés! (Las voces se acercan.)
CARMEN. - (Con resolución.) ¡Hago lo que debo!
DOÑA MARÍA. - (Amenazadora, aproximándose.) ¡Carmen! (Aparecen por el foro Barroso,
Manuela. Petrona y Morales conversando y riendo todos a la vez. Carmen, en actitud de decir
algo, avanza hacia ellos y en ese instante doña María adelantándose se precipita sobre
Barroso, hablando muy ligero.)
DOÑA MARÍA. - Bueno... bueno... ¡cómo no! ¡Sí, ¡hasta mañana! (Empuja suavemente a
Barroso hacia la derecha y éste, sorprendido, se deja llevar.)
MANUELA y PETRONA. - (Después de apercibirse de la actitud de Carmen y dándose cuenta de
que algo grave sucede, ayudando a doña María.) ¡Hasta mañana, Barroso! Hasta mañana. Lo
esperamos. Hasta mañana. (Van conduciéndolo suavemente hasta hacerlo desaparecer por la
derecha y en tanto que una de ellas le entrega el sombrero, mientras Morales queda en el foro
observando a Carmen que, en actitud de desafío, presencia la escena.)
MANUELA. - (Después de salir Barroso y mirando alternativamente a doña María y a Carmen.)
¿Qué hay?, ¿qué ha sucedido? (Doña María sin contestar se dirige resueltamente hacia
Carmen, que ha continuado inmóvil en el mismo sitio, y en el momento en que, presa del
mayor furor, va a decirle algo, aparece Linares por el foro.)
LINARES. - (Desde el foro y en alta voz a Carmen.) Carmen, haga el favor un momento,
¿quiere?
CARMEN. - ¡Cómo no! (Se dirige hacia el foro.)
DOÑA MARÍA. - (Mientras Carmen desaparece por el foro, sonriendo y con mucha melosidad
para que la oiga Linares.) Andá, andá. ¡Desde hoy se lo estoy diciendo!
(Morales después de ver salir a Carmen y a Linares se dirige hacia el foro con la manifiesta
intención de salir también.)
DOÑA MARÍA. - (Rápidamente a Morales.) ¡Morales!
MORALES. - (Sin detenerse.) Ya vuelvo. (Desaparece por el foro.)
DOÑA MARÍA. - (Gritando.) ¡Oiga! (Viendo que no vuelve, a Petrona.) Corré, llamalo. (Petrona
sale apresuradamente por el foro y se la oye gritar llamando a Morales.)

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MANUELA. - (Acercándose con curiosidad a doña María.) ¿Qué hubo, mama? (Doña María no
contesta.)
PETRONA. - (Volviendo a entrar por el foro.) ¡No me ha hecho caso!... ¡Se fue!
(Golpean las manos a la derecha y aparece Castro, en tanto que Petrona se lleva con espanto
las manos a la cabeza al ver al cobrador.)
CASTRO. - (Secamente.) Buenas tardes.
DOÑA MARÍA. - (Al ver a Castro.) ¡Hola!... ¡tanto gusto! (Rápidamente a Manuela.) Decile a
Carmen que venga. (Manuela vase corriendo por el foro.)
CASTRO. - (Secamente.) Le vengo a avisar que mañana presento la demanda.
DOÑA MARÍA. - (Haciéndose la sorprendida.) ¿La demanda? ¿Pero está usted en su juicio?
¿Por qué?
CASTRO. - (Con brusquedad.) Porque no me paga. ¡Me parece suficiente razón!
DOÑA MARÍA. - ¡Pero, hombre de Dios!... ¿y no se le pagó?
CASTRO. - Sí, un mes, y se me debían tres... ¡y con este cuatro!
DOÑA MARÍA. - (Rápidamente a Petrona, que después sale corriendo por el foro.) ¡Que se
apure! (A Castro.) Pues así como se le pagó uno, se le pagarán los demás. (Señalándole una
silla.) Siéntese.
CASTRO. - (Secamente.) No, no me siento. Adiós. (Hace ademán de irse.)
DOÑA MARÍA. - (Con aflicción.) ¡Castro! ¡Castro! ¿Es posible, Castro?
CASTRO. - Es inútil, señora; queda usted notificada.
(Manuela llega corriendo hasta el foro y de alllí, disimulando, se adelanta con paso natural.)
DOÑA MARÍA. - (Al ver que Castro se va.) ¡Pero, Castro! ¡Un hombre como usted!...
¡Siempre tan bueno y complaciente! (Castro, sin darse por entendido, desaparece por la
derecha.)
MANUELA. - (Rápidamente a doña María.) ¡No quiere venir!
DOÑA MARÍA. - (Suspirando y precipitándose hacia la derecha.) Bueno, escuche, Castro; le voy
a pagar, venga. (Asoma la cabeza al exterior.) Entre.
CASTRO. - (Volviéndose receloso.) ¿Me va a pagar?
DOÑA MARÍA. - Sí, escuche... (Mientras Castro adelanta un paso, a Manuela, con voz
angustiada.) ¡Decile que por favor! (Manuela vase apresurada por el foro.)
CASTRO. - (Desconfiado.) ¿Los cuatro meses?

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DOÑA MARÍA. - (Insinuante y para ganar tiempo.) Sí, sí, los cuatro meses y hasta otros cuatro
adelantados, si usted quiere...
CASTRO. - (Receloso y moviendo la cabeza.) Señora... señora... (Entra Petrona por el foro.)
DOÑA MARIA. - (Indignada.) ¡Vaya una desconfianza, hombre!... ¿qué es lo que se ha creído?
¿Con quién cree usted que está hablando?
PETRONA. - (Rápidamente a doña María.) ¡Es inútil! ¡No quiere!
DOÑA MARÍA. - (Con altivez.) ¡Soy la viuda del capitán Barranco, que era todo un caballero...
(Señalando el cuadro.) ¡Ahí están sus medallas!...
CASTRO. - (Con sorna.)Y aquí están los recibos... (Le presenta los recibos y doña María los
toma.) (Entra Manuela por el foro y mirando a doña María le hace con disimulo señas de que
Carmen no viene.)
DOÑA MARÍA. - (A Castro, con dignidad, mientras le devuelve tranquilamente los recibos.) Le
repito que se los voy a pagar. Vuelva el lunes que viene.
CASTRO. - (Con indignación tomando los recibos.) ¡Ya verá qué lunes le voy a dar mañana!
(Vase bruscamente por la derecha.)
DOÑA MARÍA. - (Persiguiéndolo.) ¡Castro! ¡Castro! (Volviéndose rabiosa al ver que Castro no le
hace caso y se va.) ¿Dónde está esa canalla?
PETRONA. - Está con Linares y Morales.
MANUELA. - (Intrigando.) Y mire, mama: es Linares el que la aconseja. Estoy segura que él no la
dejaba venir...
DOÑA MARÍA. - (Con furor.) ¡Ah! ¿sí? ¿Linares?... (Con aire amenazador se dirige hacia el foro;
pero, de pronto, se detiene, vuelve y habla con voz natural.) ¿Cuándo dijo Linares que se
reunía la Cámara?
MANUELA. - Pasado mañana me parece.
DOÑA MARÍA. - (Con calma.) Bueno, vamos a contar la ropa para la lavandera. (Las tres se
dirigen hacia la izquierda.)
MANUELA. - ¡Ah! mama, dijo la mujer que no la llevaba más.
DOÑA MARÍA. - (Con despreocupación.) Buscaremos otra. (En ese momento golpean las manos
hacia la derecha y las tres se detienen. Aparece por la derecha Jenaro.)
JENARO. - Dice el señor Barroso que se ha olvidado el bastón y los guantes.
DOÑA MARÍA. - ¿El bastón y los guantes? (Mira alrededor como buscándolos.) ¿Pero dónde
tendrá la cabeza ese hombre? A ver, a ver, Manuela, buscalos.

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MANUELA. - (Señalando un sitio.) Allí está el bastón. (Se adelanta a tomarlo.) Y los guantes...
los guantes... (Mira a todos lados como buscándolos.)
DOÑA MARÍA. - (Apresuradamente a Jenaro.) Bueno... bueno... Llevale el bastón y decile que
aquí no hay ningún guante; que no debe haberlos traído... (Manuela entrega a Jenaro el
bastón.)
PETRONA. - (Mirando hacia un punto.) Allí, me parece... (Quiere correr hacia el sitio.)
DOÑA MARÍA. - (Reteniéndola de la muñeca, mientras con toda indiferencia habla a Jenaro.)
...que los hemos buscado por todas partes y que no está. (Jenaro vase por la derecha llevando
el bastón.)
PETRONA. - (Que mientras Jenaro salía se ha acercado a examinar el sitio que señaló antes.)
¡No son!
DOÑA MARÍA. - (Con naturalidad.) Bueno, si se encuentran les servirán para no estropearse las
manos cuando barran. (Aparece por la izquierda Pepa luciendo el batón que le regaló
Rocamora en el final del segundo acto, y que debe ser un poco llamativo, pero sin
exageración.)
PEPA. - (A Manuela.) Te prevengo que está el morocho en la esquina. (A doña María, riendo
mientras Manuela vase corriendo por la izquierda.) Salí al balcón para hacer rabiar a la hija del
relojero. (Se arregla unos pliegues del batón.)
DOÑA MARÍA. - (En tono de reproche.) ¡Dejate de pavadas! ¿Eh?... ¡Mirá que el reloj del
comedor ya anda atrasando!...
PEPA. - (Riendo.) ¡Se ha puesto la batita verde! ¡Si viera!... ¡parece una cotorra! (A Petrona,
aludiendo al batón que tiene puesto.) ¿Qué tal me queda de lado?
PETRONA. - (Contemplándola admirada.) ¡Lindísimo, che! (Aparece por el foro Carmen seguida
de Linares y Morales. Doña María se limita a dirigir una furibunda mirada a Carmen y ésta sin
darse por aludida se coloca hacia la derecha, junto al foro, donde se pone a conversar aparte
con Morales.)
LINARES. - (Adelantándose hacia doña María y después de contemplar sonriendo a Pepa.)
Presénteme a esta señorita... (Doña María sonríe a su vez.)
PEPA. - (Encantada.) ¡Jesús! ¿Y no me lo ve todas las tardes?... (Se mira el batón.) ¡No sé qué
tiene de particular!
LINARES. - (Con cómica sorpresa.) ¡Ah!... ¿es usted? No la había conocido. (Ríe.)
DOÑA MARÍA. - (Con intención) ¿Y las copias, Linares?

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LINARES. - Ya se las encargué a Carmen. (Dando vuelta la cabeza.) ¡Carmen! (Carmen
interrumpe su conversación con Morales para escuchar a Linares.) No se vaya a olvidar de las
copias, ¿eh?...
CARMEN. - Esta noche las hago. (Inmediatamente continúa su conversación con Morales. Doña
María va a sentarse aislada hacia la izquierda, primer término, y queda pronto silenciosa y
pensativa. Linares, Pepa y Petrona forman grupo aparte, al centro.)
MANUELA. - (Entrando por la izquierda, a Pepa y en tono de reproche.) ¡Mentirosa!
PEPA. - ¡Se habrá ido! Ahí estaba...
LINARES. - (Sonriendo, a Manuela.) ¿Qué le pasa?
MANUELA. - (Muy zalamera.) A usted tengo que pedirle un servicio.
LINARES. - Con mucho gusto.
MANUELA. - Usted tiene tantos amigos, ¿quiere averiguarme cómo se llama el morocho?
LINARES. - ¿Qué morocho?
MANUELA. - ¡Pero, hombre! Mi simpatía...
LINARES. - ¡No sé quién es!
MANUELA. - Era un amigo del rubio flaco, ¿se acuerda? Pasaban juntos... Después el rubio se
fue y quedó él.
PEPA. - (Riendo.) ¿Y cómo querés que sepa si no lo conoce?
MANUELA. - Pues por eso, que averigüe. (Sigue hablando en voz baja.)
DOÑA MARÍA. - (Desde lejos y con voz apagada.) ¡Petrona! (Petrona abandona el grupo de
Linares, Pepa y Manuela y se acerca a doña María.)A ver, pues, no estés de haragana. Ahí
encima de mi cama hay unas costuras. Traelas.
PETRONA. - (Suplicante.) ¡Ahora después! ¡Déjeme otro ratito!
DOÑA MARÍA. - (Imperativa y recobrando otra vez sus bríos.) ¡Le digo que vaya! ¿Se ha
figurado que va a estar de florcita? ¡Aquí todo el mundo trabaja! (Mientras Petrona sin
responder vase por la izquierda, en tono de nuevo apagado, a Linares.) ¡Linares!
LINARES. - (Interrumpiendo su conversación con Pepa y Manuela, pero sin moverse de su
sitio.) Señora...
DOÑA MARÍA. - (En igual forma.) Venga un momento. (Linares, antes de separarse de Pepa y
Manuela, dirige una mirada de extrañeza al grupo de Carmen y Morales, que continúan
conversando aparte. Cuando Linares da vuelta para acercarse a doña María, Manuela le hace
por la espalda una mueca y le saca la lengua.)

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DOÑA MARÍA. - (Amablemente a Linares.) Siéntese.
MANUELA. - (A Pepa, mientras Linares va a tomar una silla.) ¡Le tengo una rabia! ¡Ojalá que se
muriera! (Señala a Linares.)
PEPA. - (Riendo.) ¿Por qué?
MANUELA. - ¡De gusto no más!
PEPA. - (Riendo.) ¡No seas tilinga! Vení, ayudame. (Se sientan junto al foro en el rincón de la
izquierda, preparándose a un trabajo de labor que saca Pepa de los bolsillos del batón.)
DOÑA MARÍA. - (A Linares, en tono confidencial.) Después que me haga despachar el aumento
de la pensión tengo que pedirle otro favor.
LINARES. - Si depende de mí... (Dirige una mirada al grupo de Carmen y Morales.)
DOÑA MARÍA. - Es para una amiga mía, una excelente mujer que está en la miseria...
LINARES. - ¿Y yo qué puedo hacer? (Impaciente, mirando a Carmen y a Morales, pero tratando
de sonreír y consultando el reloj.) ¡Pero, amigo Morales!... Usted ya ha perdido la clase, ¿sabe
qué hora es?
MORALES. - (Interrumpiendo apenas su conversación con Carmen para contestar.) Ya me voy.
(Sigue conversando.)
DOÑA MARÍA. - (Insistiendo.) ¡Cómo que va a hacer usted! Con sus relaciones en la cámara.
LINARES. - (Sonriendo.) ¿Qué? ¿Otra pensión?
DOÑA MARÍA. - Naturalmente... (Linares vuelve a mirar a Carmen y a Morales.) Es hija de un
compañero del ilustre general... del general... (Como si tratara de recordar.) ¿cómo es que se
llamaba?... Espérese. (Después de un momento desistiendo.) ¡Vaya! ¡No me acuerdo!
LINARES. - (Que comienza a demostrar cierta nerviosidad, mirando de cuando en cuando a
Carmen y a Morales.) No, señora, es imposible.
DOÑA MARÍA. - Pero si hizo toda la campaña del Paraguay... ¡y hasta fue herido!
LINARES. - ¿Quién?
DOÑA MARÍA. - El general.
LINARES. - (Con fastidio.) ¿Y qué tiene que ver, señora?
DOÑA MARÍA. - Es que además de compadres, eran íntimos, y el general no ha dejado hijos ni
nada... (Linares hace un movimiento de hombros sin contestar, mientras observa a Morales y a
Carmen.)
PETRONA. - (Entrando por la izquierda, a Manuela.) Ahí está el morocho en la esquina.
(Manuela vase corriendo por la izquierda y Petrona ocupa su asiento.)

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DOÑA MARÍA. - (A Linares, decepcionada.) Entonces, ¿no se puede?
LINARES. - (Distraídamente y mirando a Carmen y a Morales.) No, señora, no. (Carmen
interrumpe su conversación con Morales.) ¿Cuándo va a hacer las copias?
CARMEN. - (Con naturalidad.) Pensaba hacerlas esta noche; pero si las quiere antes...
LINARES. - Sí, ¿sabe?... Porque son de apuro... Discúlpeme.
CARMEN. - Bueno... bueno. Entonces enseguida las haré. (Sigue conversando con Morales.)
(Entra Manuela por la izquierda y se acerca a Petrona.)
DOÑA MARÍA. - (Volviendo a la carga, a Linares.) Pues le prevengo que se le podría sacar
bastante, porque está en muy buena posición...
LINARES. - (Después de dirigir una mirada de irritación hacia Carmen y Morales.) ¿Quién?
DOÑA MARÍA. - La persona de quien le hablo.
LINARES. - (Impaciente.) Pero, ¿no dice que estaba en la miseria?
DOÑA MARIA. - (Con calma.) ¡Ah!, ¡bueno, pero no tanto!...
LINARES. - (Nervioso.) No, señora, yo no puedo. ¡No soy corredor de pensiones! (Se pone de
pie.)
MANUELA. - (A Linares, desde su asiento y muy zalamera.) ¿Quiere un mate?
LINARES. - Bueno.
MANUELA. - (Levantándose.) Se lo voy a cebar yo. ¡No quiero que se lo cebe nadie sino yo!
LINARES. - (Tratando de sonreír.) Muchas gracias. (Demostrando mucha nerviosidad dase
vuelta para mirar de nuevo a Carmen y a Morales y al volver la espalda a Manuela, ésta le saca
la lengua y vase por el foro después.)
DOÑA MARÍA. - (Con voz apagada.) Vení, Pepa. (Pepa se levanta y se aproxima a doña María,
mientras Linares, como si tomara de pronto una resolución, se acerca a Petrona y se sienta
bruscamente en frente de ella en el asiento que deja Pepa y dando la espalda al grupo de
Carmen y Morales, aparentando después iniciar conversación con Petrona.)
PEPA. - (A doña María.) ¿Qué quiere?
DOÑA MARÍA. - (En tono confidencial.) Es bueno que cuando venga Rocamora le echés unas
indirectas a propósito del mantel. Mirá que el que hay ya no se puede poner... (En ese
momento Petrona se ríe fuerte de algo que le dice Linares y Carmen con naturalidad da vuelta
la cabeza para mirarlos; los ve juntos y vuelve después a seguir la conversación con Morales.)
PEPA. - (A doña María.) El otro día se lo insinué; pero no me entendió.
DOÑA MARÍA. - ¡No se lo harías comprender claro! (Tiene de pronto un estremecimiento.)

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PEPA. - ¿Qué es eso?
DOÑA MARÍA. - No sé, una especie de escalofrío. ¿Cómo es que dicen? (Sonriendo, pero con
cierta tristeza en la voz.) ¡Ah! ¡sí!... ¡Deben haber pasado por encima del sitio donde me van a
enterrar!
PEPA. - (Riendo.) ¡Qué ocurrencia! (Se dirige a salir por izquierda. En este momento Petrona se
ríe con más fuerza que antes y Carmen -ahora nerviosamente-, vuelve a dar vuelta la cabeza y,
después de observarlos un instante, sigue de nuevo su conversación con Morales, pero sin
disimular cierta preocupación.)
DOÑA MARÍA. - (A Pepa.) ¿Qué vas a hacer?
PEPA. - Me tiene nerviosa la tardanza de Rocamora. Voy un rato al balcón.
DOÑA MARIA. - (Bruscamente.) ¿Qué ruido es ése? ¿Has oído?
PEPA. - (Deteniéndose y señalando los cuadros.) Es uno de esos cuadros. Hace tiempo que
están sonando, y el día menos pensado se va a venir al suelo.
CARMEN. - (Aprovechando el pretexto para interrumpir la conversación con Morales y
adelantándose hacia doña María.) ¡Ah! ¡sí! Hay que cambiarles las cuerdas. Hace mucho que se
lo quería advertir... (Mira con extrañeza a Linares y a Petrona que no se dan por apercibidos de
nada, pareciendo muy entretenida esta última en escuchar a Linares.)
DOÑA MARÍA. - Bueno, veremos...
MORALES. - (Mirando el reloj.) ¡Qué barbaridad! ¡Las tres! (Vase precipitadamente por la
derecha y Pepa por la izquierda.)
CARMEN. - (Acercándose a cierta distancia de Linares y tratando de sonreír.) Entonces... ¿voy a
hacer las copias?
LINARES. - (Interrumpiendo apenas su conversación con Petrona y aparentando indiferencia.)
Bueno. (Carmen, sorprendida, los observa un instante y después, sin decir nada, se dirige hacia
la izquierda por donde parece que va a salir, pero de pronto se detiene como si no se
resolviera a hacerlo y en momentos en que Manuela entra con el mate y se dirige a Linares,
ella va lentamente a asomarse por la puerta de la derecha.)
MANUELA. - (Entregando el mate a Linares.) A ver qué le parece...
LINARES. - (Después de chupar el mate.) Riquísimo.
DOÑA MARÍA. - (A Carmen, que vuelve a asomarse por la puerta de la derecha.) ¿Qué hay?
CARMEN. - (Secamente.) Nada, me pareció que llamaban.

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LINARES. - (Entregando el mate a Manuela, que después vase por el foro.) Gracias. (Sigue su
conversación con Petrona.)
DOÑA MARÍA. - (A Carmen, pasándose la mano por la frente.) ¡Qué raro!... ¡pues al mirar la
puerta, yo también hubiera jurado que había visto entrar a alguien!
CARMEN. - (Vacilando, a Linares desde lejos.) Hay que copiar de un solo lado del papel, ¿no?
LINARES. - (Con indiferencia.) Sí, de un solo lado. (Sigue conversando con Petrona. Carmen
parece que va a decir algo, pero se calla.)
DOÑA MARÍA. - (A Carmen.) En el cuarto de Pepa tenés tinta. (En ese momento Linares y
Petrona ríen con fuerza y Carmen bruscamente, sin mirarlos, vase por la izquierda.)
DOÑA MARÍA. - (Dándose vuelta para mirar a Linares y a Petrona.) ¡Caramba!... ¡Qué alegres
están ustedes!
LINARES. - (Sonriendo.) ¡Es que a Petrona de todo le da risa! (Entra Manuela por el foro con el
mate y se dirige a doña María.)
DOÑA MARÍA. - (Suspirando.) ¡Pues a mí no sé lo que me ha entrado!... De golpe me he puesto
así, sin saber por qué... (Demuestra abatimiento. Linares y Petrona siguen conversando.)
MANUELA. - (Ofreciendo el mate a doña María.) ¿Quiere? (Doña María lo toma.) ¿Qué dice
que tiene?
DOÑA MARÍA. - Nada, hija, estoy un poco cansada. (Chupa el mate.)
PETRONA. - (A Linares, riendo.) ¿Y quién era el que entró?
LINARES. - El amor.
PETRONA. - (Con mucho interés.) ¿Y el gigante qué hizo?
LINARES. - Tiró las botas y se quedó dormido. (Petrona ríe con fuerza y la conversación
continúa.)
DOÑA MARÍA. - (Devolviendo el mate a Manuela.) ¡Tomá, hombre! ¡Es pura yerba! (Manuela
vase por el foro en tanto que Carmen entra bruscamente por la izquierda, se cerciora con una
rápida mirada de que Petrona y Linares continúan juntos y aparenta después buscar algo
mirando a los lados.)
DOÑA MARÍA. - (Suavemente.) ¿Qué querés?
CARMEN. - Nada; creí que había dejado la... (Termina la frase entre dientes y se dirige hacia la
izquierda, por donde vuelve a desaparecer. )
DOÑA MARÍA. - (Con extrañeza y junto con la salida de Carmen.) ¿Qué?...
LINARES. - (A doña María, aparentando indiferencia.) ¿Qué dice Carmen que le ha pasado?

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DOÑA MARÍA. - ¡No le entendí! (Haciendo un brusco movimiento.) Pero... ¿han oído?
LINARES. - ¿Qué?
DOÑA MARÍA. - (Mirando a los cuadros.) Siguen crujiendo los cuadros.
LINARES. - No, señora, son ilusiones suyas.
DOÑA MARÍA. - (Mirando con un poco de temor al óleo del capitán.) ¡No, si hacen ruido!
PETRONA. - (A Linares, impaciente.) ¿Y después... ¿después?... (Entra Manuela por el foro y se
acerca a Linares con un mate.)
LINARES. - (A Petrona.) Después vino la princesa... (Toma el mate de manos de Manuela y sigue
conversando con Petrona, mientras Manuela se adelanta hacia doña María.)
MANUELA. - (A doña María.) La llama la cocinera.
(Entra Carmen por la izquierda y se acerca resueltamente a Linares trayendo unos papeles en
la mano.)
DOÑA MARÍA. - (A Manuela.) Bueno, ahora iré.
CARMEN. - (Bruscamente a Linares.) Hay aquí unas palabras que no entiendo...
LINARES. - Déjelas en blanco. (Va a seguir su conversación con Petrona.)
CARMEN. - (Con voz alterada.) ¿Cómo en blanco?
LINARES. - (Con tranquilidad y sin mirarla.) Sí, yo después las pondré.
CARMEN. - (Extendiéndole violentamente los papeles a Linares.) En esa forma... discúlpeme;
¡pero yo no puedo hacerle sus copias! (Linares sonriendo toma los papeles y se levanta,
entregando al mismo tiempo el mate a Manuela, mientras Carmen se separa bruscamente del
sitio y se dirige hacia la derecha, primer término, donde queda inmóvil y de pie. En momentos
en que Manuela le toma el mate a Linares, se asoma Pepa por la izquierda.)
PEPA. - (Muy apurada.) ¡Manuela! ¡Manuela! ¡Ahí está! (Desaparece.)
MANUELA. - (Haciendo que tome nuevamente el mate Linares.) ¡Tenga!, ¡tenga!, ¡tenga,
hombre! (Le abandona el mate y vase corriendo por la izquierda.)
DOÑA MARÍA. - (Con calma y poniéndose de pie.) ¡Ah! ¡Trastornadas!... Petrona, llevá ese
mate para adentro. (Mientras Petrona vase por el foro.) Voy a ver qué quiere la cocinera. (Vase
lentamente por el foro y con cierto abatimiento que no le es habitual. Durante un instante
Linares y Carmen conservan sus posiciones y guardan silencio. Linares contempla a Carmen
que no lo mira, observando una actitud altanera.)
LINARES. - (Adelantándose hacia ella.) Carmen, ¿se ha fastidiado?
CARMEN. - (Con altivez.) ¿Por qué? (Linares la contempla un momento.)

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LINARES. - (Con suavidad.) Le pido que me perdone.
CARMEN. - (Dulcificándose.) ¿Perdonarlo?... ¡Qué ocurrencia! (Sonriendo mientras toma de la
mano los papeles.) ¡Déme eso! (Linares la mira fijamente al entregarle los papeles y Carmen,
riendo, se dirige hacia la izquierda.) ¡Voy a hacer las copias!
LINARES. - (Sonriendo y con intención.) ¿Y las palabras que no entienda?
CARMEN. - (Riendo.) ¡Las dejaré en blanco! (Va a salir por la izquierda, pero de pronto se
detiene y vuelve hacia Linares.) Ah, vea: Morales me estaba hablando de una hermana que se
le está por casar y a quien los padres no la dejan...
LINARES. - (Con intención.) ¿Sí? Bueno. Y, ¿para qué me cuenta eso?
CARMEN. - (Turbada.) Es que me pareció... (Vacilando.) ¡Vaya! ¡Tiene razón! ¡Son zonceras
mías! (Quiere correr hacia la izquierda.)
LINARES. - ¡Oiga! (Carmen se detiene.) ¿De veras? ¿De eso conversaban?...
CARMEN. - (Acercándose.) De veras.
LINARES. - (Con intención.) ¿De nada más?
CARMEN. - (Con firmeza.) De nada más.
LINARES. - (Sonriendo.) Pues ya que me dice usted lo que hablaba con Morales, yo también
quiero decirle lo que conversaba con Petrona. Le estaba contando un cuento.
CARMEN. - (Incrédula.) ¡Un cuento!
LINARES. - (Riendo.) Un cuento de gigantes y princesas.
CARMEN. - (Incrédula.) ¡Sí, cómo no!
LINARES. - (Sonriendo.) ¿No me cree? (Entra Petrona por el foro y se dirige a salir por la
izquierda.)
CARMEN. - No.
LINARES. - (Riendo y en alta voz a Petrona.) ¿Qué le parecieron, Petrona, los casamientos del
gigante?
PETRONA. - (Sin detenerse y riendo a carcajadas.) ¡Lindísimos! (Desaparece por la izquierda.)
CARMEN. - (Sin poder reprimir un movimiento de gozo.) ¡Era cierto! (Transición.) ¡Y usted que
demostraba tanto interés al hablarla!
LINARES. - ¡Como usted en escuchar a Morales!
CARMEN. - (Con ímpetu.) ¡Yo estaba aburrida!
LINARES. - (Riendo.) ¡Y yo también! (Ambos se miran un instante en silencio.)
CARMEN. - (Bruscamente.) ¡Me voy! (Hace ademán de irse.)

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LINARES. - (Con emoción.) ¡No, Carmen, no! ¡Falta algo todavía!... ¡Tenemos otra cosa que
decirnos, y que ya es inútil callar! (La toma de las manos y la mira intensamente.) ¡Que nos
queremos!
CARMEN. - (Mirando con miedo hacia el foro.) ¡Cuidado!
LINARES. - (Con pasión.) ¡Que te quiero, Carmen! ¡Que con toda mi alma te quiero!
Telón

Acto cuarto
Entra Carmen con una canastilla de costura, cuando aparece Linares por la derecha, que viene
con sombrero puesto. Al verse, ambos se detienen, se cercioran de que nadie los ve y
adelantándose después el uno hacia el otro, toma Linares entre las manos la cabeza de
Carmen y simula darle un beso sobre la frente, apresurándose enseguida a desaparecer por el
foro, mientras Carmen queda con la mirada fija hacia la izquierda, como temerosa de haber
sido espiada. Un instante después entra Manuela corriendo por la izquierda y al encontrarse
con Carmen se detiene bruscamente y trata de hacerse la disimulada, aparentando buscar algo
a su alrededor.
CARMEN. - (Sonriendo amargamente.) ¿Me habías perdido de vista?
MANUELA. - (Fingiendo sorpresa.) ¿Por qué?
CARMEN. - ¡No seas tonta! ¿Crees que no sé que desde hace días me andás espiando por
encargo de mama?
MANUELA. - (Un poco confusa.) ¿Yo? ¡Qué más te quisieras!... ¡para lo que a mí me importa!
CARMEN. - (Con amargura.) ¡Hija!... ¡bonito oficio! (Le da la espalda.) ¡Seguí no más!
(Aparece doña María por la izquierda.)
DOÑA MARÍA. - (Con acritud.) ¿Qué están haciendo aquí? (Fija la vista en Carmen.)
CARMEN. - Salgo recién del cuarto. (Mostrando la canasta.) Iba a coser.
DOÑA MARÍA. - (Siempre mirando a Carmen, mientras Manuela se aproxima hacia la puerta
izquierda y se detiene cerca de ella.) ¿Está adentro el sinvergüenza ése?
CARMEN. - (Con dureza.) ¡No sé a quién se refiere!
DOÑA MARÍA. - No sabés... ¿eh? Pues me refiero a tu Linares, a quien felizmente ya voy a
tener pocos días más.
CARMEN. - (Alarmada.) ¿Pocos días?
DOÑA MARÍA. - Hoy le he pedido el desalojo. ¡No quiero sinvergüenzas en mi casa!

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CARMEN. - (Irritada.) ¡No era sinvergüenza cuando se trataba de conseguirle un aumento de la
pensión! ¡Así agradece!
DOÑA MARÍA. - (Ahuecando la voz.) ¡El aumento!... (Desdeñosa.) ¡Bonita porquería!...
¡cincuenta pesos!... (Bruscamente.) Pero, sobre todo, aquí no se trata de aumentos,
¿entendés? ¡No quiero que hablés con él! ¡No quiero que lo veas! (Exaltándose.) ¡Eso es lo que
no quiero!
CARMEN. - (Con firmeza.) ¡Desde que va a casarse conmigo!
DOÑA MARÍA. - (Furiosa.) ¿Casarse?... ¡Yo le voy a dar casarse a ese atorrante! ¡Canalla!
¡¡Muerto de hambre!! (Entra Pepa por la derecha con sombrero puesto y paquetes; deja el
sombrero y los paquetes sobre un mueble mientras Manuela se le aproxima.)
CARMEN. - (Indignada.) ¡No hable así mama! ¿Con qué derecho habla así?
DOÑA MARÍA. - (En el colmo del furor.) ¡Hablaré como me dé la gana!, ¿entendés? ¿Qué es lo
que te has creído? ¡Es lo que me faltaba ahora, que en mi propia casa no pueda decir lo que
quiera de un zaparrastroso! ¡De un pillo! ¡De un ladrón!
CARMEN. - (Estallando.) ¡Cállese! ¡Cállese! ¡Debía darle vergüenza hablar de esa manera!
(Vase bruscamente por la izquierda.)
DOÑA MARÍA. - (A gritos, a Pepa.) ¡Ahora mismo le decís a ese bandido que no quiero que pase
el día de mañana sin que se mande mudar! (En momentos en que Pepa va a salir por el foro.)
¡Y que me han dicho que le han visto en la azotea! ¡Que no quiero que suba a la azotea,
porque yo misma a empujones lo voy a bajar! (A Manuela, mientras Pepa vase por el foro.) Y
vos andá a ver a esa hipócrita, ¡no la perdás de vista! Es capaz de escribirle.
MANUELA. - (Encantada.) ¡No hay cuidado! (Vase por la izquierda.) (Aparece por el foro
Morales, revelando en su actitud, abatimiento.)
MORALES. - Señora, desde mañana puede disponer de la pieza.
DOÑA MARÍA. - (Sorprendida.) ¿Se va?... ¿Por qué se va?
MORALES. - (Después de un momento de vacilación.) He resuelto mudarme...
DOÑA MARÍA. - Pero, tendrá algún motivo...
MORALES. - No, señora, no. Quiero estar más cerca del hospital. Eso es todo.
DOÑA MARÍA. - (Incrédula.) Pero, ¿de veras se va?
MORALES. - (Con una sonrisa triste.) De veras. (Entra Manuela por la izquierda.)

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DOÑA MARÍA. - (A Morales.) Espéreme un momento, tenemos que hablar. ¡Usted no puede
irse así! (Morales indica con un gesto que tiene su resolución tomada y doña María vase por la
izquierda.)
MORALES. - (Sonriendo.) ¿Y qué tal los novios, Manuela?
MANUELA. - (Sonriendo.) Novios, no; simpatías no más.
MORALES. - Bueno, las simpatías.
MANUELA. - Esta de ahora me parece que... (Hace un gesto significativo, queriendo expresar
que la considera asegurada.) ¡Quién sabe!...
MORALES. - ¿Cómo se llama?
MANUELA. - ¡Ah!, el nombre no sé. Yo le llamo el del pajizo.
MORALES. - (Riendo.) ¡Ah!... ¡ahora es el del pajizo!
MANUELA. - (Con naturalidad.) Sí, era un amigo del morocho, ¿se acuerda? Siempre lo
acompañaba cuando venía por aquí.
MORALES. - ¿Y el morocho qué se hizo?
MANUELA. - (Con melancolía.) Se fue.
MORALES. - ¿Dejando al amigo? ¡Menos mal!
MANUELA. - (Con tristeza.) ¡Así es!
MORALES. - (Como si de pronto escuchara algún ruido extraño hacia la izquierda.) ¿Qué es?
MANUELA. - ¿Qué?
MORALES. - Oiga. (Indica hacia la izquierda y ambos hacen como que escuchan.)
MANUELA. -No es nada. Mama que está queriendo hacerle abrir la puerta a Carmen, que se ha
encerrado.
MORALES. - (Haciendo un gesto de lástima.) ¡Pobre Carmen!
PEPA. - (Entrando por el foro y muy irritada.) ¡Qué hombre más torpe! (Mostrando las manos.)
¡Miren cómo me he puesto las manos a fuerza de golpearle la puerta! ¡Y resulta que estaba en
la azotea! (A Manuela.) ¿Dónde anda mama?
MANUELA. - Está adentro. (Pepa vase por la izquierda, cuando aparece por ésta doña María.)
DOÑA MARÍA. - (Con irritación.) ¿Le dijiste?
PEPA. - Sí.
DOÑA MARÍA. - ¿Qué contestó?
PEPA. - Que está bien. (Pepa vase por la izquierda y doña María se aproxima a Morales y a
Manuela.)

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DOÑA MARIA. - (A Manuela.) Colocátele delante de la puerta. (Antes de que Manuela concluya
de salir por la izquierda.)Y no te movás, ¿eh?... (Después de salir Manuela y en otro tono.)
Siéntese, Morales. (En tono confidencial después de sentarse ambos.) Yo sé por lo que usted
se va.
MORALES. - Señora, ya se lo he dicho: el hospital.
DOÑA MARÍA. - No, no es cierto. Pero le voy a dar una noticia que lo hará cambiar de parecer.
(Con mucha intención.) Linares se muda. A Linares le he exigido que me deje la pieza. Linares
no continuará viviendo en esta casa.
MORALES. - (Con tristeza.) ¡Y bien, señora!... ¡Eso no modifica en nada mi resolución!
DOÑA MARÍA. - (Con enojo.) Tiene que modificarla, ¿cómo no la va a modificar? (Insinuante.)
Usted se va porque Linares lo incomoda, porque estoy segura que se ha imaginado entre
Carmen y él lo que en realidad no existe; pero, de todos modos, yéndose Linares, no tiene por
qué irse usted.
MORALES. - (Protestando débilmente.) No, señora, no. ¡Si no es eso!
DOÑA MARÍA. - ¡Qué no ha de ser, hombre! ¿O usted cree que soy ciega y no comprendo las
cosas? ¡Déjese de zonceras y no trate de hacer comedias conmigo! ¿No ve que he nacido
mucho antes que usted? (Viendo que Morales no contesta.) ¡Vaya!... usted se queda,
Linares se va, y todo vuelve como antes.
MORALES. - (Con profunda amargura.) ¡Y dice usted que no es ciega! ¡En medio de todo va a
concluir usted por darme lástima! (Se pone de pie paseándose nerviosamente.)
DOÑA MARÍA. - (Sorprendida.) ¿Qué dice?
MORALES. - (Encarándose bruscamente con ella.) ¡No, señora, no! ¡No se haga usted ilusiones!
¡No se engañe respecto a la situación que usted misma se ha creado con su atolondramiento y
sus inconsciencias!... ¡Ya su imperio se acabó!
DOÑA MARÍA. - ¡Morales! ¿Qué quiere decir esto? (Se pone de pie y toma una actitud de
dignidad ofendida.)
MORALES. - (Atenuando el tono.) ¡Sí, señora! ¡Lo que tenía que suceder ha sucedido! ¡Es
preciso resignarse! ¡Hasta ahora su egoísmo ha sido la única fuerza, subordinándolo todo a su
servicio! ¡De hoy en adelante hay algo que puede más que su egoísmo: el amor, señora, el
amor!... ¡que es el más fuerte!
DOÑA MARÍA. - (Indignada) . ¡No diga usted disparates! ¿A qué viene eso?

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MORALES. - (Con tristeza.) Carmen y Linares se quieren, ¡déjelos que sean felices! No trate de
oponerse usted... ¡sería inútil cuanto hiciera! Ya ve, yo también me resigno!... ¡Y sabe Dios lo
que me cuesta!
DOÑA MARÍA. - (Violentamente.) ¡Usted no es nadie! ¡Pero yo soy su madre y mientras viva no
se ha de hacer aquí sino mi voluntad!
MORALES. - (Con amargura.) ¡No se engañe! La autoridad de madre, en su alto concepto, no la
tiene, no la puede tener. ¡Usted misma se ha encargado de perderla! Ahora usted manda, pero
no convence. Inspira usted temor, pero no respeto. ¡Su autoridad es de esas a las que se
obedece en todo lo que se ve y cuando está presente! ¡No es la santa autoridad de madre a la
que por el placer de obedecerle se la obedece siempre!
DOÑA MARÍA. - (Con arrogancia.) ¡Pues con eso me basta! ¡Y se hará lo que yo mande!
(Con violencia.) ¡Y por lo pronto salga usted de aquí! (Le señala la puerta de salida con un
ademán enérgico.)
MORALES. - (Sin alterarse) Sí, señora, me voy; pero... ¡cuidado! ... ¡no se equivoque!
Carmen no está preparada para la lucha. Ha secado usted en ella todas las nobles fuentes de
resistencia, y no ha sabido usted cultivar ninguno de los sentimientos elevados capaces de
imponer el sacrificio. No tiene siquiera una noción clara de lo que es la vida, y aunque por
instinto sabe que no es lo que le ha enseñada usted, el instinto no basta, la confusión se
establece, y concluye el espíritu por perder el rumbo al contacto diario de miserias y flaquezas.
¡Vea que ese cariño es el único halago generoso y puro que ha conocido en la vida! ¡La primera
bocanada de aire sano que acaricia sus pulmones! ¡Se aferra a él porque siente que la levanta
y la dignifica! ¡No cometa el error de oponerse! ¡Carmen no puede luchar! ¡Es un leño al que
azotan todas las olas!... ¡Cuidado!... ¡no lo arrastre la corriente! (Se coloca el sombrero y vase
por la derecha, dejando a doña María suspensa y perpleja durante un instante.)
DOÑA MARÍA. - (Corriendo hacia la puerta derecha y asomándose por ella.) ¡Morales!
(Después de un rato, levantando la voz.) ¡Morales! (En el momento de asomarse doña María a
la puerta derecha ha aparecido Carmen por la izquierda y, al ver a doña María de espaldas,
vase apresuradamente por el foro sin que ésta se aperciba. Después de salir Carmen, doña
María hace un gesto de indiferencia al ver que Morales no vuelve y va a retirarse de la puerta,
cuando de pronto, como si oyera algún ruido hacia el exterior, vuelve de nuevo a asomarse y
escucha un momento.) ¿Quién anda ahí? (Escuchando.) ¡Oh! ¿qué es eso?
(Entra Petrona por la derecha llorando con fuerza.)

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DOÑA MARÍA. - ¡Es lo que faltaba! ¿Alguna pelea con el embrollón de tu novio?
PETRONA. - (Llorando.) ¡¡Es un cobarde!! ¡En el zaguán mismo acaba de darme una cachetada!
DOÑA MARÍA. - (Sorprendida.) ¿Una cachetada?
PETRONA. - (Llorando.) Venía siguiéndome desde casa, ¡y aprovechó cuando entré! ¡Es un
cobarde! (Mostrando una mejilla.) ¡Vea cómo me ha puesto!
DOÑA MARÍA. - (Azorada.) ¿Qué estás diciendo, mujer? ¿Tu novio te cachetea?
PETRONA. - (Siempre llorando.) ¡Con el pretexto de que tiene celos, me pega siempre! ¡Ya no
puedo más! ¡El domingo, en la isla de Maciel fue lo mismo!
DOÑA MARÍA. - ¡En la isla de Maciel! ¿Vos has ido con tu novio a la isla de Maciel?
¿Cuándo?... ¿con qué motivo? (Viendo que Petrona no contesta.) ¡Contestá! ¿qué quiere decir
esto? (Al ver que no contesta, en otro tono.) ¡Che... che... che...! Hoy mismo le voy a avisar a tu
madre.
PETRONA. - (Con angustia.) ¡No, no por Dios! ¡Si se lo dice no me va a dejar verlo más!...
DOÑA MARÍA. - (Sorprendida.) ¿Verlo?... ¿Y todavía pensás en verlo después de lo que te ha
hecho?
PETRONA. - (Con angustia.) ¡Y cómo quiere que no lo vea! (Llora.)
DOÑA MARÍA. - (Indignada.) ¡A ese miserable! ¡A ese canalla!
PETRONA. - (Con angustia.) Canalla no es.
DOÑA MARÍA. - (Indignada.) ¿No es canalla el que le pega a una mujer? ¿Qué es entonces?
PETRONA. -Me pega porque tiene celos y tiene celos porque me quiere, ¡y eso no es ser
canalla! ¿sabe?
DOÑA MARÍA. - (Azorada.) Pero, ¿te das cuenta de lo que estás diciendo, desgraciada? ¿Quiere
decir que encontrás muy bien que te maltrate?
PETRONA. - (Secándose las lágrimas.) ¡Eso no! ¡Pero desde que no hay otro remedio, qué se va
a hacer!... ¡Para eso es hombre! (Transición.) Deje que me moje un poco la cara y me voy. (Da
unos pasos hacia la izquierda.)
DOÑA MARÍA. - ¡Sí, y para no volver!
PETRONA. - (En tono de súplica y deteniéndose.) ¡Pero tía!
DOÑA MARÍA. - (Resueltamente.) ¡Ni una palabra! Elegí: o le aviso a tu madre, o no volvés a
poner los pies más aquí.
PETRONA. - (Resignada.) En ese caso, no volver. (Vase tristemente por la izquierda y doña
María la sigue con la mirada sin salir de su asombro.)

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DOÑA MARÍA. - (Acercándose después hacia la izquierda, por cuya puerta se asoma.)
¡Manuela! (En voz más alta.) ¡Manuela! (Después de un instante aparece Manuela por la
izquierda.)
DOÑA MARÍA. - (Con enojo.) ¿Dónde estabas?
MANUELA. - (Vacilando y confusa.) Ahí, donde usted me dijo. ¿Dónde quiere que estuviera?
DOÑA MARÍA. - Andá, golpeale otra vez. ¡Decile que si no abre le voy a echar la puerta abajo!
(Manuela vase apresuradamente por la izquierda a tiempo que entra por la misma Pepa, a
quien por poco lleva por delante.)
PEPA. - (Sulfurándose y a gritos hacia el exterior.) ¡Eh!... ¡más cuidado! ¿No tenés ojos?
(Arreglándose el vestido.) ¡Qué burra! (Transición.) ¿Sabe quién está en el balcón de enfrente
con la hija del relojero? ¡Barroso! (Se ríe.) ¡Dicen que se casa! ¿Será cierto?
DOÑA MARÍA. - (Distraída.) ¿Está cerrada la puerta del cuarto de Carmen?
PEPA. - No, si en el cuarto no está.
DOÑA MARÍA. - (Alarmada.) ¿Cómo que no está? ¿Quién no está?
PEPA. - Carmen. Vi a Petrona lavándose la cara. No hay nadie más.
DOÑA MARÍA. - (Avanzando hacia ella furiosa.) ¿No te dije que no te movieras del lado de la
puerta? (Levanta el brazo amenazándola.)
MANUELA. - (Agachándose y defendiéndose con los brazos.) ¡Me había asomado un ratito al
balcón.
DOÑA MARÍA. - (Agitada.) ¡A ver!... ¡ligero! ¡Corré! ¡Ligero! ¡Debe estar hablando con ese
canalla!... (Doña María, Manuela y Pepa se dirigen precipitadamente hacia el foro, cuando
aparece por éste Carmen, que viene muy abatida y enjuagándose las lágrimas.)
DOÑA MARÍA. - (Con mucha irritación al ver a Carmen.) ¿De dónde salís? ¿Qué has estado
haciendo?
CARMEN. - (Con voz temblorosa, señalando a Pepa y a Manuela.) Dígales que se vayan, que
nos dejen un momento. (Manuela hace ademán de irse pero Pepa permanece impasible;
entonces Manuela también se detiene.)
CARMEN. - (Con voz suplicante a Pepa y a Manuela.) ¿Por favor ! ¡Vayánse! (Pepa y Manuela,
sin decir nada, vanse por la izquierda.)
DOÑA MARÍA. - (Nerviosa.) ¿A qué viene esto, ahora?
CARMEN. - (Sollozando después de ver salir a Pepa y a Manuela.) ¡Mama!... ¡mama! ¡Téngame
lástima! (Corre hacia ella.) ¡Usted no puede desear mi desgracia!

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DOÑA MARÍA. - (Rechazándola.) ¿Te has vuelto loca? ¿Qué estás diciendo?
CARMEN. - Linares no puede irse solo de aquí. ¡Linares me quiere! ¡Consienta, mama, en que
nos casemos!
DOÑA MARÍA. - (Con irritación.) ¡Salí! ¿Y para esto soy tu madre? ¿Cómo podés imaginarte que
voy a consentir en semejante disparate?
CARMEN. - (Con voz suplicante y sollozando.) ¡Es mi felicidad la que le pido!
DOÑA MARÍA. - (Con sorda irritación.) ¡Tu felicidad! ¡Es claro!... ¡y con eso creés haberlo dicho
todo! ¿Quiere decir entonces que yo no soy nadie? ¿Que yo no significo nada? ¿Creés que te
he criado, que te he alimentado, que te hecho lo que sos, ¡sacrificándome toda la vida! para
que así, el mejor día, ¡porque se te ocurre! me dejés por un bribón cualquiera. ¿Encontrás eso
muy natural, muy razonable?
CARMEN. - (Con angustia.) Pero, ¿qué mayor satisfacción para usted, mama, que verme
contenta y feliz al lado del hombre que quiero?
DOÑA MARÍA. - (Exaltada.) Pero, ¿y yo?... ¿y yo? ¿No pensás en mí? ¿No pensás en mi
situación cuando vos estés lejos? ¿No soy nadie para vos? ¿Qué dirías si tus hermanas hicieran
lo mismo? Si me dejaran, si todas me abandonaran... (Con voz quejumbrosa.) ¿No te da lástima
imaginarte esta pobre vieja, ¡enferma y sola! tirada por sus hijas al medio de la calle, con el
pretexto de que cada una ha querido buscar la felicidad a su manera?
CARMEN. - (Con angustia.) ¿Y yo qué puedo hacer, mama?... ¿qué puedo hacer yo? ¡Piense un
poco también en mí! ¡Si lo quiero!... ¡¡lo quiero!!
DOÑA MARÍA. - ¡Olvidarlo! ¡No acordarte más de él! ¡Eso es lo que tenés que hacer!...
¡No acordarte de que existe en el mundo semejante pillo!...
CARMEN. - (Con mucha ternura.) ¡Pero, si para mí, mama, Linares es la vida! ¡Sin él no podría
vivir! ¡He llegado a quererlo tanto, que cuando pienso así, que pudiera faltarme, que pudiera
no volverlo a ver!... No sé explicarle lo que me pasa, no podría decirle lo que siento, pero es un
vacío tan grande, una angustia tan extraña, que sólo se me ocurre llorar... y lloraría, ¡lloraría
siempre, sin importarme de nada, ni preocuparme de otra cosa que de continuar llorando,
hasta que lo volviera a ver!
DOÑA MARÍA. - Pero... ¿y yo?, ¿y yo? ¡Pensá en nosotras! ¡Pensá en mí!
CARMEN. - (Con aflicción.) ¡Si no puedo! ¡Pienso en que lo quiero... y no puedo pensar más!
DOÑA MARÍA. - (Imperativa.) ¡Basta de ridiculeces! ¡Es preciso y se acabó!

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CARMEN. - (Angustiada.) ¿Pero usted no sabe entonces lo que es querer? ¡Querer mucho!...
querer así, ¡como yo quiero! ¿Acaso porque sea preciso se va a dejar de querer? ¿Cómo puede
decir eso, mama, usted que también tiene que haber querido?...
DOÑA MARÍA. - (Imperativa.) ¡Basta, he dicho!
CARMEN. - (Desesperada.) ¡Oh! ¡Se lo suplico!
DOÑA MARÍA. - (Exasperada.) ¡Te digo que basta!
CARMEN. - (Sollozando.) ¡Se lo suplico! ¡Mama, se lo suplico! ¡Fíjese por Dios en lo que hace!
¡¡Por última vez, mama!! (Cae de rodillas delante de doña María.)
DOÑA MARÍA. - (Fuera de sí.) ¡Basta! ¡Basta! ¿No entendés?
CARMEN. - (Con repentina resolución y enderezándose.) Está bien, basta. (Vase
silenciosamente por la izquierda y doña María la sigue con la mirada hasta que desaparece.)
(Entra Petrona por la izquierda y se dirige a salir por la derecha.)
PETRONA. - (Sin detenerse.) Adiós, tía.
DOÑA MARÍA. - (Secamente.) Adiós.
PETRONA. - (Deteniéndose antes de salir y con mucha humildad.) ¿Entonces, ¿no quiere que
vuelva?
DOÑA MARÍA. - ¡No! ¡Seguí no más!...
PETRONA. - (Con mucho sentimiento.) ¡Oh, no, tía estoy segura que ahora está esperándome
en la esquina! ¡Cada vez que me pega se pone después de cariñoso y de bueno!... ¡Pobre! ¡Da
lástima! (Desaparece por la derecha a tiempo que golpean las manos y en seguida vuelve a
aparecer.) Tía, aquí está el señor Rocamora. (Da paso a Rocamora y al muchacho que lo sigue
con unas cajas y vase nuevamente.)
ROCAMORA. - (Adelantándose a dar la mano a doña María, mientras el muchacho deja las
cajas sobre una silla y vase por la derecha) . Buenas tardes.
DOÑA MARÍA. - Un momento, Rocamora, voy a avisar a Pepa. Siéntese. (Se dirige a la
izquierda).
ROCAMORA. - Estoy bien, gracias. (Doña María vase por la izquierda y Rocamora empieza a
pasearse a lo largo del escenario. Al cabo de un instante se asoma Linares por el foro, observa
la escena sin que Rocamora lo aperciba y desaparece inmediatamente. Después de un
momento aparece Carmen por la izquierda y vase apresuradamente por el foro aprovechando
un instante en que Rocamora en sus paseos le da la espalda. En seguida de salir Carmen
aparece Manuela muy agitada por la izquierda y mira a todos lados, como buscando a alguien.)

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MANUELA. - (Bruscamente a Rocamora.) ¿No ha venido Carmen por aquí?
ROCAMORA. - (Sin interrumpir sus paseos.) No. (Manuela vuelve a desaparecer
apresuradamente por la izquierda.)
(Entran por la izquierda doña María y Pepa.)
PEPA. - (Secamente, adelantándose a Rocamora.) ¡Qué horas de venir!
ROCAMORA. - (Dándole la mano.) Discúlpeme. Un quehacer urgente.
PEPA. - (Nerviosamente.) Sí, sí, muy bonito. (En voz baja y olfateándole la ropa.) ¡Qué olor tan
raro! ¿De dónde salís?
ROCAMORA. - (En igual forma.) Del registro.
PEPA. - (Nerviosamente y aparte.) ¡Mentira! ¡Decí, decí!... ¿de dónde? (Rocamora aparenta
darle explicaciones en voz baja, accionando mucho.)
MANUELA. - (Entrando muy agitada por la izquierda y aparte a doña María.) ¡No la puedo
encontrar!
DOÑA MARÍA. - ¿A quién?
MANUELA. - ¡A Carmen!
DOÑA MARÍA. - (Alarmada.) ¿No está en su cuarto? ¿Has visto bien?
MANUELA. - (Apresuradamente.) Vuelva a ver usted! ¡Yo entretanto voy al fondo! (Mientras
Manuela vase corriendo por el foro, doña María vase precipitadamente por la izquierda.)
ROCAMORA. - (Solemne y después de dirigir una mirada a su alrededor.) Nos han dejado solos.
PEPA. - (Con falso pudor.) ¡Es verdad! (Mira a los lados y de pronto, aunque Rocamora ha
permanecido impasible.) ¡No quiero! ¡Estáte quieto! (Retrocede.)
ROCAMORA. - (Solemne.) ¿Qué?
PEPA. - (Haciéndose la confundida.) ¡Ah! no, yo creía. (Baja los ojos.)
ROCAMORA. - (Aproximándose a Pepa siempre solemne tratando de dar a la voz cierta
emoción.) ¡Pepa! (Entra corriendo Manuela por el foro y sale por la izquierda sin preocuparse
de Pepa ni de Rocamora.)
PEPA. - (Fingiéndose alarmada.) ¡Ahí tenés lo que sacás! ¡Nos ha visto!
ROCAMORA. - (Sorprendido.) ¿Y qué puede habernos visto?
PEPA. - (Bajando los ojos.) ¡Es una imprudencia!
ROCAMORA. - (Con emoción.) ¡Pepa!... (Se aproxima mucho a ella.)
PEPA. - (Con pasión) ¡Filiberto!... (Se miran un momento y después Rocamora le da un beso en
la frente y en ese instante entran Manuela y doña María, que se sorprende por el beso).

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DOÑA MARÍA. - (Avanzando con dignidad.) ¿Qué quiere decir esto? (Rocamora y Pepa bajan la
cabeza sin responder.) ¿Es ésta la manera que tiene usted de corresponder a la confianza con
que se le recibe en esta casa? ¡Sinvergüenza! ¿Es así como responde usted a las bondades que
con usted se tienen? (Con mucha energía.) ¡Inmediatamente sale usted de aquí!
PEPA. - (Levantando la cabeza.) ¡Eso no, mamá!
DOÑA MARÍA. - ¡Salga usted en seguida! (Rocamora hace ademán de irse.)
PEPA. - (precipitándose sobre Rocamora y tomándolo de los brazos.) ¡No! ¡No! ¡Vos no podés
irte! ¡No le hagás caso! ¡No! ¡No!
ROCAMORA. - (Desprendiéndose violentamente de Pepa, que cae de rodillas con el choque.)
¡Perfectamente! (Vase por la derecha.)
DOÑA MARÍA. - (Precipitándose sobre las cajas que trajo un momento antes Rocamora a las
que toma y arroja por la derecha.) ¡Y llévese también sus porquerías!
PEPA. - (Levantándose del suelo) ¡Rocamora! ¡Rocamora! (Volviéndose como una fiera hacia
doña María) ¿Qué es lo que ha hecho? ¿Con qué derecho me quita lo que es mío? ¡Diga!...
¿con qué derecho?
MANUELA. - (Gritando desde el interior del foro.) ¡Mama! ¡Mama! (Apareciendo.) ¡Carmen y
Linares no están por ninguna parte!
DOÑA MARÍA. - (Azorada.) ¿Qué?... ¿Qué decís? (Se abalanza hacia Manuela.)
MANUELA. - ¡Que Carmen se ha ido, mama!
DOÑA MARÍA. - (Precipitándose por el foro.) ¿Que se ha ido? (Con voz angustiosa.) ¡Carmen!
¡Carmen! ¡Carmen! (Manuela ha salido junto con ella y la voz de doña María se va apagando
gradualmente hasta apagarse del todo. Después de salir doña María, Pepa vacila un momento,
concluye por hacer un gesto enérgico y poniéndose precipitadamente el sombrero desaparece.
La escena queda vacía y después se derrumba con estrépito el cuadro de las medallas y el
telón comienza a descender lentamente mientras se oye de nuevo la voz de doña María que se
aproxima llamando a Carmen.)
Telón

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EDUCACIÓN ARTÍSTICA
Curso: 3er. Año “A”
Espacio Curricular: Educación Artística
Profesora a Cargo: Cecilia Adriana Espinoza
Ciclo Lectivo: 2.023

1. UNIDADES DIDÁCTICAS
UNIDAD Nº 1:
● La Improvisación. El juego dramático: imitación, reproducción e invención de
situaciones dramáticas. El monólogo.
● La creatividad. Factores.
● La estructura dramática: Sujeto/ Roles/ Personajes. Roles conocidos e imaginarios.
Opuestos y complementarios. Acciones/ Situaciones: Acciones reales e imaginarias.
Acciones e intención comunicativa. Conflicto: Con los demás, con el entorno y con las
cosas, con uno mismo.
● Teatro siglo XX. La barca sin pescador, de “Alejandro Casona”.

UNIDAD N° 2:
● Caldeamiento vocal: respiración, relajación. Música y sonido.
● Elocución y comunicación.
● Texto y dramaturgia.
● Las de Barranco, de “Gregorio de Laferrére”. Contexto.

2. EVALUACIÓN:
La evaluación de desempeño se centrará en verificar si el aprendizaje está siendo significativo
y vivencial. Se constatará en forma continua, clase a clase, atendiendo a las características
propias
de la práctica teatral en sus aspectos grupales e individuales. Se asumirá un criterio de
valoración de las actitudes en las distintas etapas, teniendo en cuenta los aspectos no sólo
cognitivos involucrados, sino también los afectivos, la predisposición al trabajo, el aporte a la
dinámica grupal, la comprensión y aplicación de las consignas dadas además de la apropiación
de la técnica teatral. Lo que se evaluará son niveles de esfuerzo, compromiso y logros de
aprendizaje.

3. BIBLIOGRAFÍA SUGERIDA:
• Cañas José. (1992). Didáctica de la Expresión Dramática. Una aproximación a la
dinámica teatral en el aula. Barcelona: Octaedro.
• Finchelman María Rosa. (2.006). El teatro con recetas. Colección Homenaje al Teatro
Argentino. Buenos Aires: Instituto Nacional del Teatro.
• Vega Roberto. (2.009). El juego teatral: aportes para la transformación educativa.
Buenos Aires. Ediciones CICCUS.

4. CRITERIOS DE EVALUACIÓN:
• Participación individual y colaborativa.
• Predisposición para las propuestas de trabajo.
• Compromiso y responsabilidad.
• Presentación de situaciones teatrales.
• Entrega en tiempo y forma de trabajos asignados.

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