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I

Traducción de
R o b er to R ey es M azzoni
g a n z l9 1 2
JEAN L. COHEN Y ANDREW ARATO

SOCIEDAD CIVIL
Y TEORÍA POLÍTICA

FONDO DE CULTURA ECONÓMICA


MÉXICO
ñera edición en inglés, 1992
:era edición en inglés, 1995
ñera edición en español de la tercera en inglés, 2000

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ohíbe la reproducción total o parcial de esta obra


luido el diseño tipográfico y de po rtad a—,
ral fuere el medio, electrónico o m ecánico,
consentim iento p o r escrito del editor.

>original:
Society and Political Theory
© 1992, M assachusetts Institute of Technology
:ado p o r m it Press, Cambridge, Mass.
0-262-53121-6 (edición rústica)

© 2000, Fondo de C ultura E conóM¡0É ¿ J Í Í


lera Picacho-Aju»co, 227; 14200 MmH m H R
ce.com.mx
g a n z l9 1 2

PREFACIO

Este libro tiene como propósito contribuir a la teoría democrática. Sin


embargo, a diferencia de otras aproximaciones al tema, la nuestra no se .
enfoca directam ente sobre las instituciones políticas. Tampoco se limita
al dominio de la filosofía política normativa, aunque tanto las institucio­
nes como la filosofía tienen su lugar en el texto. En realidad nuestro obje­
tivo es doble: dem ostrar la relevancia del concepto de sociedad civil para
la teoría política m oderna y desarrollar por lo menos la estructura de una
teoría de la sociedad civil adecuada a las condiciones contemporáneas.
En el proceso esperamos llenar una laguna evidente en las obras que se
han realizado recientemente en el campo de la teoría democrática. Toda
teoría de la democracia presupone un modelo de sociedad, a pesar de lo
cual ninguna se ha ocupado del problema relativo al tipo de sociedad civil
más adecuado para una política democrática m oderna.1 Para decirlo de
otra m anera, la relación entre los modelos normativos de la democracia o
los proyectos de democratización, y la estructura, instituciones y dinámi­
ca de la sociedad civil no ha quedado en claro, en parte porque no conta­
mos actualm ente con una teoría lo bastante compleja de la sociedad civil.
La tarea de este libro es em pezar a construir esa teoría. 0
El concepto de sociedad civil, en varios usos y definiciones, se ha puesto
de moda hoy en día gracias a las luchas en contra de las dictaduras comu-
nistas y militares en muchas partes del mundo. A pesar de todo, su status ^
es ambiguo en las democracias liberales. Para algunos, parece indicar lo f2
que Occidente ya ha conseguidq -y .p or consiguiente carece de cualquier
potencial crítico aparente para examinar las disfunciones e injusticias de
nuestro tipo de sociedad. Para otros, el concepto pertenece a las primeras ^ °
formas modernas de la filosofía política que carecen actualmente de im­
portancia para las complejas sociedades del presente. Sin embargo, nues­
tra tesis es que el concepto de sociedad civil indica un terreno en Occiden- 3 —
te que se ve amenazado por la lógica de los mecanismos administrativos y
económicos, pero que también es el principal espacio para la expansión
potencial de la democracia bajo los regímenes democrático-liberales “que
realmente existen”. Al presentar esta tesis, tratarem os de p ro b ar la m o­
dernidad e im portancia norm ativa y crítica del concepto de sociedad
civil para todos los tipos de sociedades contemporáneas.
Hay buenos argumentos para cada una de estas tres posiciones, y nos
ocuparemos de ellos en detalle. TVataremos de m ostrar que los dos prime-
7
8 PREFACIO

ros conjuntos de argumentaciones se fortalecen por las versiones inade­


cuadas del concepto que se han revivido irreflexivamente en la discusión
llevada a cabo hasta ahora en América Latina, Europa oriental y Occiden­
te. Una ambigüedad com ún es la que se refiere a la relación entre los
- términos de sociedad "civil" y "burguesa", una distinción que ni siquiera
es posible hacer en alemán (bürgerliche Gesellschaft) o en algunas lenguas
de la Europa oriental. Este no es sencillamente un problema terminológico,
porque el caso de la “sociedad civil vs. Estado”, que desafía a las dictadu­
ras estatistas que penetran y controlan tanto la economía como varios
dominios de la vida social independiente, parece defender la autonom ía
de lo civil y de lo burgués. Cierto es que los movimientos democráticos en
el Este dependen de las nuevas formas autónomas del discurso, de la
asociación y de la solidaridad, es decir, de los elementos de la sociedad
civil. Pero no han diferenciado lo suficiente entre la tarea de establecer
economías de mercado viables (cualquiera que sea la forma de propiedad
que remplace al control y a la propiedad estatal), por una parte, y el pro­
yecto de fortalecer a la sociedad civil frente al Estado y a las fuerzas del
mercado liberadas, por la otra. No obstante, tal como nos lo enseña la
historia de Occidente, las fuerzas espontáneas de la economía de m erca­
do capitalista pueden representar un peligro tan grande para la solidari­
dad social, la justicia social e incluso la autonomía, como el poder adm i­
nistrativo del Estado moderno. Nuestro punto es que sólo un concepto de
fsociedad civil que la diferencie adecuadamente de la economía (y por lo
tanto de la "sociedad burguesa”) puede convertirse en el centro de una
teoría política y social crítica en las sociedades en que la economía de
mercado ya ha desarrollado, o está en proceso de desarrollar, su propia
lógica autónoma. De otra manera, después de una exitosa transición de la
dictadura a la democracia, la versión no diferenciada del concepto conte­
nido en el lema "la sociedad vs. el Estado" perderá su potencial crítico. De
este modo, sólo una reconstrucción que implique un modelo de tres par­
tes, que distingue a la sociedad civil tanto del Estado como de la econo­
mía, podría respaldar el drástico papel opositor de este concepto en los
regímenes autoritarios y de renovar su potencial crítico en las democra­
cias liberales.
^ Empecemos con una definición operativa. Entendemos a la “sociedad
civil”2 como una esfera de interacción social entre la economía y el Esta­
do, compuesta ante todo de la esfera íntim a (en especial la familia), la
esfera de las asociaciones (en especial las asociaciones voluntarias), los
movimientos sociales y las formas de comunicación pública. La sociedad
civil m oderna se crea por medio de formas de autoconstitución y auto-
movilización. Se institucionaliza y generaliza mediante las leyes, y especial­
mente los derechos objetivos, que estabilizan la diferenciación social. Si
^« J i-t A ■*■**h -A O -Q .Q -K jm <3/ P^ a
PREFACIO 9

bien las dimensiones autocreativa e institucionalizada3pueden existir por


separado, a largo plazo se requiere tanto de la acción independiente como
de la institucionalización para la reproducción de la sociedad civil.
Sería desorientador identificar a la sociedad civil con toda la vida so­
cial fuera del Estado administrativo y de los procesos económicos en un
sentido limitado. Primero, es necesario y significativo distinguir a la so-
ciedad civil a la vez de una sociedad política de partidos, de organizacio- _ t
nes políticas y de públicos políticos (en particular los parlam entos) y de t
una sociedad económica compuesta de organizaciones de producción y ? ? y
distribución, por lo común empresas, cooperativas, sociedades y otras simi­
lares. La sociedad política y económica, por lo general, surge a partir de la
sociedad civil, comparte con ésta algunas de sus formas de organización y
comunicación y se institucionaliza mediante derechos (en especial, dere-jg® . f
chos políticos y de propiedad), que son una continuación del tejido de de- y
rechos que aseguran a la sociedad civil moderna. Pero los actores de la so­
ciedad política y económica participan directamente en el poder del Estado
y en la producción económica, a los cuales procuran controlar y manejar.
No pueden darse el lujo de subordinar los criterios estratégicos e instrumen­
tales a los patrones de la integración normativa y de la comunicación
abierta que caracterizan a la sociedad civil. Incluso la esfera pública de la
sociedad política, fundam entada en los parlamentos, conlleva limitacio­
nes formales y temporales importantes sobre el proceso de comunicación.
El papel político de la sociedad civil a su vez no está relacionado directa-
mente con el control o la conquista del poder, sino con la generación de
influencia mediante la actividad de las asociaciones democráticas y la
discusión no restringida en la esfera pública cultural. Tal papel político es
inevitablemente difuso e ineficaz. Por consiguiente, el papel m ediador de
la sociedad política entre la sociedad civil y el Estado es indispensable,
pero igual lo son las raíces d^la sociedad política en la sociedad civil. En
principio, también se presentan condiciones similares en lo que se refiere
a la relación entre la sociedad civil y la económica, incluso aunque histó- °)
ricamente en el capitalismo la sociedad económ ica'ha tenido más éxito
para aislarse de la influencia de la sociedad civil del que ha conseguido la
sociedad política, a pesar de lo que afirman las teorías elitistas de la de­
mocracia. No obstante, la legalización de los sindicatos, las negociacio­
nes colectivas, la codeterminación y otros elementos similares atestiguan
la influencia de la sociedad civil sobre la económica, y permiten que esta
última desempeñe un papel mediador entre la sociedad civil y el sistema
del mercado.
Segundo) la diferenciación de la sociedad civil tanto de la sociedad eco­
nómica como de la política parece sugerir que la categoría debe de alguna
manera incluir y referirse a todos los fenómenos de la sociedad que no
8 PREFACIO

ros conjuntos de argumentaciones se fortalecen por las versiones inade­


cuadas del concepto que se han revivido irreflexivamente en la discusión
llevada a cabo hasta ahora en América Latina, Europa oriental y Occiden­
te. Una ambigüedad común es la que se refiere a la relación entre los
>■términos de sociedad "civil” y "burguesa”, una distinción que ni siquiera
es posible hacer en alemán (bürgerliche Gesellschaft) o en algunas lenguas
de la Europa oriental. Este no es sencillamente un problema terminológico,
porque el caso de la “sociedad civil vs. Estado”, que desafía a las dictadu­
ras estatistas que penetran y controlan tanto la economía como varios
dominios de la vida social independiente, parece defender la autonomía
de lo civil y de lo burgués. Cierto es que los movimientos democráticos en
el Este dependen de las nuevas formas autónomas del discurso, de la
asociación y de la solidaridad, es decir, de los elementos de la sociedad
civil. Pero no han diferenciado lo suficiente entre la tarea de establecer
economías de mercado viables (cualquiera que sea la forma de propiedad
que remplace al control y a la propiedad estatal), por una parte, y el pro­
yecto de fortalecer a la sociedad civil frente al Estado y a las fuerzas del
mercado liberadas, por la otra. No obstante, tal como nos lo enseña la
historia de Occidente, las fuerzas espontáneas de la economía de m erca­
do capitalista pueden representar un peligro tan grande para la solidari­
dad social, la justicia social e incluso la autonomía, como el poder adm i­
nistrativo del Estado moderno. Nuestro punto es que sólo un concepto de
^sociedad civil que la diferencie adecuadamente de la economía (y por lo
tanto de la “sociedad burguesa") puede convertirse en el centro de una
teoría política y social crítica en las sociedades en que la economía de
mercado ya ha desarrollado, o está en proceso de desarrollar, su propia
lógica autónoma. De otra manera, después de una exitosa transición de la
dictadura a la democracia, la versión no diferenciada del concepto conte­
nido en el lema "la sociedad vs. el Estado” perderá su potencial crítico. De
este modo, sólo una reconstrucción que implique un modelo de tres par-
-tes, que distingue a la sociedad civil tanto del Estado como de la econo­
mía, podría respaldar el drástico papel opositor de este concepto en los
regímenes autoritarios y de renovar su potencial crítico en las dem ocra­
cias liberales.
k Empecemos con una definición operativa. Entendemos a la "sociedad
civil”2 como una esfera de interacción social entre la economía y el Esta­
do, compuesta ante todo de la esfera íntim a (en especial la familia), la
esfera de las asociaciones (en especial las asociaciones voluntarias), los
movimientos sociales y las formas de comunicación pública. La sociedad
civil moderna se crea por medio de formas de autoconstitución y auto-
movilización. Se institucionaliza y generaliza mediante las leyes, y especial­
mente los derechos objetivos, que estabilizan la diferenciación social. Si
jl , A ■**» y . <2/ S
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JU &*., O A v
PREFACIO 9

bien las dimensiones autocreativa e institucionalizada3pueden existir por


separado, a largo plazo se requiere tanto de la acción independiente como
de la institucionalización para la reproducción de la sociedad civil.
Sería desorientador identificar a la sociedad civil con toda la vida so­
cial fuera del Estado administrativo y de los procesos económicos en un
sentido limitado. Primero, es necesario y significativo distinguir a la so­
ciedad civil a la vez de una sociedad política de partidos, de organizacio­ i*
nes políticas y de públicos políticos (en particular los parlamentos) y de
me*
una sociedad económica compuesta de organizaciones de producción y
distribución, por lo común empresas, cooperativas, sociedades y otras simi­
lares. La sociedad política y económica, por lo general, surge a partir de la
sociedad civil, comparte con ésta algunas de sus formas de organización y
comunicación y se institucionaliza mediante derechos (en especial, d e r e - , f
chos políticos y de propiedad), que son una continuación del tejido de de­
rechos que aseguran a la sociedad civil moderna. Pero los actores de la so­
ciedad política y económica participan directamente en el poder del Estado
y en la producción económica, a los cuales procuran controlar y manejar.
No pueden darse el lujo de subordinarlos criterios estratégicos e instrum en
tales a los patrones de la integración normativa y de la comunicación
abierta que caracterizan a la sociedad civil. Incluso la esfera pública de la
sociedad política, fundam entada en los parlamentos, conlleva limitacio­
nes formales y temporales importantes sobre el proceso de comunicación.
El papel político de la sociedad civil a su vez no está relacionado directa-
mente con el control o la conquista del poder, sino con la generación de
influencia mediante la actividad de las asociaciones democráticas y la
discusión no restringida en la esfera pública cultural. Tal papel político es
inevitablemente difuso e ineficaz. Por consiguiente, el papel m ediador de
la sociedad política entre la sociedad civil y el Estado es indispensable,
pero igual lo son las raíces 4sJ$ sociedad política en la sociedad civil. En
principio, también se presentan condiciones similares en lo que se refiere
a la relación entre la sociedad civil y la económica, incluso aunque histó-
ricamente en el capitalismo la sociedad económ ica'ha tenido más éxito
para aislarse de la influencia de la sociedad civil del que ha conseguido la
sociedad política, a pesar de lo que afirm an las teorías elitistas de la de­
mocracia. No obstante, la legalización de los sindicatos, las negociacio­
nes colectivas, la codeterminación y otros elementos similares atestiguan
la influencia de la sociedad civil sobre la económica, y perm iten que esta
última desempeñe un papel mediador entre la sociedad civil y el sistema
del mercado.
Segundo) la diferenciación de la sociedad civil tanto de la sociedad eco­
nómica como de la política parece sugerir que la categoría debe de alguna
manera incluir y referirse a todos los fenómenos de la sociedad que no
10 PREFACIO

están vinculados en forma directa con el Estado y la economía. Pero éste


es el caso sólo en la medida en que nos concentremos en las relaciones de
asociación consciente, de autoorganización y de comunicación organiza­
da. De hecho, la sociedad civil representa nada más una dimensión del m un­
do sociológico de normas, papeles, prácticas, relaciones, competencias y
formas de dependencia o una forma particular de ver este m undo desde el
punto de vista de la construcción de asociaciones conscientes y de la vida
asociativa. Una forma de explicar esta limitación en la amplitud del concep­
to es distinguirlo de un mundo de la vida sociocultural que, como la catego­
ría más amplia de "lo social", incluye a la sociedad civil. De conformidad
con lo anterior, la sociedad civil se refiere a las estructuras de la socializa­
ción, asociación y formas de comunicación organizadas del m undo de la
vida, en la medida en que éstas han sido institucionalizadas o se encuen­
tran en proceso de serlo.
Finalmente* queremos destacar que en las democracias liberales sería
g ' e r r ó n e o ver a la sociedad civil como si por definición estuviera en oposi­
ción a la economía y al Estado. Nuestros conceptos de las sociedades econó­
mica y política (que reconocemos complican nuestro modelo de tres par­
tes) se refieren a esferas mediadoras a través de las cuales la sociedad civil
logra influir sobre los procesos político-administrativos y económicos. Una
relación antagónica de la sociedad civil, o de sus actores, con la economía
o el Estado surge sólo cuando estas mediaciones fracasan o cuando las
instituciones de las sociedades económica y política sirven para aislar el
proceso de tom a de decisiones y a quienes deciden de la influencia de las
organizaciones e iniciativas sociales, y délas formas de discusión pública.

La e s t r u c t u r a d e e s t e l ib r o

¿^'A rgum entarem os que lo que está en juego en los debates que dan vida a la
teoría política y social tanto en Oriente como en Occidente4 no es sencilla-
mente la defensa de la sociedad contra el Estado y la economía, sino qué
versión de la sociedad civil habrá de prevalecer. Sin embargo, hay otra
/ cuestión que subyace en estos debates. La desilusionada insistencia de
M ax Weber en que los modernos están viviendo en una era de desencantó
parece ser más cierta ahora que nunca. Las utopías políticas seculares
x aparentemente han seguido el mismo camino que las grandes concepcio­
nes religiosas del mundo que movilizaron a tantas personas en la era an­
terior. La decadencia de la utopía radical-democrática y socialista más
im portante de nuestro tiempo, el marxismo, ha hecho que los pensadores
proclamen el fin de la historia y el triunfo mundial de una versión poco
inspirada del liberalismo. Ahora que la retórica revolucionaria del comu-
PREFACIO 11

nismo ha sido finalmente desacreditada (y en forma merecida), el proble­


m a que enfrenta a los teóricos políticos es saber si es posible llegar a conce­
bir pensamientos utópicos, así como los correspondientes proyectos polí­
ticos radicales. O, ¿los ideales inspiradores de grandes movimientos que
fueron parte de las utopías anteriores se deberán arrojar al cubo de basu­
ra de la historia de las ideas?
Los grandes ideales generados en la era de las revoluciones dem ocráti­
cas —libertad, igualdad política y social, solidaridad y justicia— estaban
contenidos cada uno de ellos en utopías totalistas y m utuam ente exclusi­
vas: el anarquismo, el libertarismo, la democracia radical y el marxismo.
Una serena reflexión sobre la historia del pasado siglo y medio debe di­
suadir a las personas responsables de intentar revivir cualquiera de esaSjg
utopías en su forma original. No obstante, una sociedad sin norm as que ¿
orienten la acción, sin proyectos políticos, es igualmente indeseable, poi> t
que el aspecto privado civil o “realismo" resultante sería sólo otro nombre
del egoísmo, y la cultura política correspondiente carecería de suficiente
motivación para m antener y mucho menos expandir, los derechos, las ins­
tituciones democráticas, la solidaridad social, o la justicia que existen en
la actualidad.
Nuestra tesis es que el resurgimiento del discurso de la sociedad civil
proporciona algunas esperanzas en este respecto, ya que revela que los
actores colectivos y los teóricos que lo favorecen siguen orientándose por
los ideales utópicos de la modernidad —las ideas de los derechos básicos, L
la libertad, la igualdad, la democracia, la solidaridad y la justicia— inclu- *
so aunque la retórica revolucionaria, fundamentalista, dentro de la que **
estos ideales se articularon en cierto momento, haya entrado en decaden­
cia. De hecho, la propia sociedad civil ha surgido como una nueva clase
de utopía, una a la que llamamos “autolim itada”, una utopía que incluye
un rango de formas complementarias de democracia y un complejo con­
junto de derechos civiles, sociales y políticos que deben ser compatibles
con la diferenciación m oderna de la sociedad. Este ideal utópico es el que
desempeña un papel fundamental, si bien regulador, en la construcción de
nuestro libro como un todo, así como en sus partes. ^
Las partes i y n analizan las principales teorías y críticas del concepto ]
de sociedad civil que han surgido en los siglos XIX y XX. En la introducción 4
presentamos un panoram a general de la importancia teórica de la socie- 1
dad civil ubicándola en los términos de los tres debates centrales en la ^
teoría política contemporánea: entre la democracia de élite y la participa-
tiva, entre el liberalismo y el comunitarismo, y entre los críticos y los defen­
sores del Estado benefactor. En su mayor parte, esta discusión se funda­
menta en fuentes estadunidenses. Aquí nuestra intención no es demostrar
que el concepto da sociedad civil puede resolver todos los debates y anti-

vOtnaV4®*»0 u * k 'í 5 V- v.
0*.
12 PREFACIO

nomias importantes, sino más bien m ostrar que abre nuevas e inespera­
das posibilidades para la síntesis en cada caso.
Pero, ¿qué concepto? Usando con reservas la división operativa que
acabamos de proporcionar, el capítulo I introduce el concepto de socie­
dad civil de una m anera deliberadamente no sistemática, reproduciendo
Lsu uso heterogéneo actual por intelectuales que participan o están rela­
cionados con varios movimientos sociales y políticos. Como nuestro inte­
rés es la política, creemos que primero debemos aprender de los discursos
contemporáneos para contribuir algo a los mismos. Empezamos nuestro
examen de las motivaciones políticas im portantes para nuestra tarea con
una presentación de cuatro discursos políticos ideales: el polaco (la oposi­
ción democrática), el francés (la Segunda Izquierda), el alemán (los Ver­
des pragmáticos) y el latinoamericano (la nueva izquierda democrática).
En cada caso, el concepto y las categorías de sociedad civil se han vuelto
centrales para los esfuerzos por articular los proyectos normativos para la
liberalización y democratización. No suponemos que los discursos que
reproducimos son del todo representativos de lo que está disponible, y
mucho menos que por sí mismos puedan proporcionar o sustituir un aná­
lisis político de los cuatro contextos. Sólo en el caso de la Europa oriental
retornam os al análisis, esta vez sobre la base de una variedad de fuentes
primarias y secundarias, de la suerte del proyecto intelectual ante limitacio­
nes complejas. Completamos esta parte de nuestro análisis com parando y
contrastando los cuatro discursos diferentes de la sociedad civil, y sólo
entonces planteamos el problema de si es posible desarrollar un concepto
unificado de sociedad civil, con la suficiente fuerza crítica, a partir de los
contextos intelectuales relacionados con las formas contemporáneas de
acción. El capítulo m uestra la m anera en que estos esfuerzos heterogéneos
y no sistemáticos difieren, lo que tienen en común y la razón de que tenga
sentido vincularlos.
A pesar del resurgimiento de los conceptos de sociedad civil, es posible
argum entar que los acontecimientos del siglo XX hacen que las dimensio­
nes clave del concepto carezcan de importancia. Las norm as de la socie­
dad civil —derechos individuales, el derecho a la vida privada, la asocia­
ción voluntaria, la legalidad formal, la pluralidad, la publicidad, la libre
empresa— fueron, por supuesto, institucionalizados heterogéneamente y
de manera contradictoria en las sociedades occidentales. La lógica de la pro­
piedad privada capitalista y del mercado en muchos casos entra en con­
flicto con la pluralidad y la libre asociación; la de la burocratización, con la
voluntad parlamentaria. Los principios de un proceso de legislación políti­
co, inclusivo, representativo y controlado por la sociedad entran en conflic­
to con nuevas formas de exclusión y dominio en la sociedad, en la economía
y en el Estado. Además, en vista de los cambios estructurales ocurridos
PREFACIO 13

durante el último siglo, cualquier esfuerzo por igualar al “Estado" con lo


"político” o a "la sociedad civil" con "lo privado” parece anacrónico. Si
esto es así, ¿puede una categoría formulada en los inicios de la filosofía
política m oderna seguir teniendo im portancia para el m undo contempo­
ráneo?
En el capítulo II, presentamos una breve historia conceptual de las p r i- CtP-1
meras versiones modernas de sociedad civil y un análisis teórico de la m a - „ , n
gistral síntesis de Hegel. Estos pasos pertenecen a lo que consideramos
un prolegómeno necesario para una teoría de la sociedad civil en el á m b i- C
to de la historia de la teoría. En realidad, nadie puede con seriedad negar •' i
el lugar que ocupa Hegel como el predecesor e inspirador más im portante ^ £*/
en el siglo XIX de los análisis de la sociedad civil realizados en el siglo XX
La riqueza categórica del concepto de sociedad civil sólo puede recupe­
rarse mediante un análisis de la estructura de Hegel, que en sí misma
reúne todas las interpretaciones disponibles del concepto. Por supuesto,
no podemos pretender examinar la evolución de la filosofía política de
Hegel, ni todas sus obras importantes, ni el rango total de la literatura
secundaria que trata con el texto que más nos interesa a nosotros, Filoso­
fía del derecho. A pesar de todo, la teoría hegeliana es crucial porque recons­
truye a la sociedad civil en términos de los tres niveles de legalidad, plura­
lidad y asociación, y publicidad, y porque Hegel considera el vínculo entro
la sociedad civil y el Estado en términos de mediación e interpenetración, L*4<
Como se m uestra en el capítulo I, ningún discurso contemporáneo de la fciAH
sociedad civil ha logrado añadir ni siquiera una sola categoría fundam en-'
tal a las de legalidad, vida privada, pluralidad, asociación, publicidad y me­
diación, excepto la de los movimientos sociales, y los autores contempo­
ráneos más complejos —Michnik, O’Donnell y Cardoso, por ejemplo—
trabajan con todos estos niveles.
Las propias ambigüedades-de Hegel respecto a la sociedad civil, y qui­
zás incluso su recurrente estatismo en vista de la enajenación del sistema _
de necesidades, pueden atribuirse a su inclusión de la economía como
uno de los niveles de la sociedad civil. La importancia de Gramsci y Parsons
para nuestra estructura es su demostración de que el concepto básico rm*éi
hegeliano puede mejorarse si se introduce un modelo de tres partes que
diferencie a la sociedad civil tanto de la economía como del Estado. Sin
embargo, en el capítulo m, argumentamos que tanto el análisis de Gramsci
como el de Parsons se ven afectados por el hecho de que introducen estos
tres dominios en términos de formas de teoría excesivamente monistas y
funcionalistas. En el caso de Gramsci, esto condujo a una profunda
ambivalencia respecto a la sociedad civil moderna y su futuro en una so­
ciedad socialista libre. En el caso de Parsons, por otra parte, la simple
combinación de los enfoques normativo y funclonallsta nos deja con una
14 PREFACIO

teoría apologética explícita de la versión estadunidense contem poránea


de la sociedad civil. Queremos hacer consciente al lector de los peligros de
r ambas versiones del funcionalismo.
^ Juntos, los primeros tres capítulos m uestran que el concepto de socie­
dad civil continúa alimentando a los principales paradigmas de la teoría
• social y política contemporánea. El capítulo III, en particular, m uestra que
los objetivos teóricos de la síntesis de Hegel pueden alcanzarse más fácil­
mente si abandonamos su propio sesgo estatista y si diferenciamos a la
sociedad civil del sistema de necesidades de una forma más m arcada que
la propuesta por él. Gramsci y Parsons señalan, por lo tanto, más allá del
“economicismo" y estatismo dentro de los términos de la filosofía política
hegeliana.
Las distintas formas en que se ha usado el concepto de sociedad civil en
el siglo XX no carecen de críticos. De hecho, muchos han argumentado
s que el concepto de sociedad civil es anacrónico, dudoso desde el punto de
vista normativo, o ambos. Por consiguiente, en la parte II, reproducimos y
^ evaluamos cuatro tipos fundamentales de críticas frente a las que cree-
^jm os que son más o menos vulnerables todos los conceptos disponibles
actualmente de sociedad civil. Ciertamente, existen otras formas de es-
0 quem atizar los enfoques críticos y otros críticos que incluir —ningún aná-
^ lisis puede evitar la selectividad—. Hemos elegido dividir las perspectivas
jgpcríticas según cuatro modelos: el normativo (capítulo IV), el historicista
g ^ c a p ítu lo v), el genealógico (capítulo vi) y el de la teoría de sistemas (capí-
tulo Vil). Con excepción del modelo histórico, en el que hacemos referen-
£jjk cia a tres autores, a cada enfoque se le tipifica con un solo teórico. Emplea­
mos este procedimiento para producir un caso tan coherente como fuera
posible para cada perspectiva. Por la misma razón, en cada caso dejamos
implícitas nuestras críticas, reservando nuestra propia posición para más
adelante. Sin embargo, a medida que procedemos nos damos cuenta de
que varios críticos han reconstruido una dimensión del concepto clásico
de sociedad civil tal como lo heredamos de Hegel, incluso cuando se opo­
nen al concepto como un todo. Además, cada crítico ha contribuido a de­
bilitar la argumentación de por lo menos uno de los otros. Éste fue el caso
con la idea de Arendt de la esfera pública como un concepto político genui­
no (vs. Schmitt), con el redescubrimiento de Habermas de la bifurcación
de lo público en un modelo de mediación (vs. Arendt), con la genealogía
que propone Foucault de las relaciones de poder modernas (vs. todos los
modelos funcionalistas), y con la idea de la diferenciación de Luhmann
(vs. Schmitt y Habermas).
\ La parte III es más sistemática y de un carácter menos expositivo que las
dos prim eras. Teniendo en mente las dificultades que han surgido por
lg las discusiones políticas contemporáneas y por los cuatro tipos de críticas

A «O towof ^
PREFACIO 15

del concepto de sociedad civil, hemos producido cuatro estudios teóricos.


La finalidad de éstos es responder a las objeciones más im portantes que
no fueron rebatidas en la confrontación de los críticos entre sí, bosquejar
una teoría reconstruida de la sociedad civil y reconectar esta teoría a la '
política por medio del análisis de los movimientos sociales y de la desobe­
diencia civil.
En el capítulo VIH se empiezan a formular los fundamentos normativos ^
de una teoría de la sociedad civil, usando la ética discursiva d esarro llad a^ ih,
por Habermas y sus colegas. La presentación de la ética discursiva tieneiñtMl
una doble función. Primero, responde a los críticos normativos y genealó- enW
gicos al m ostrar la forma en que hoy en día se puede proporcionar una
justificación convincente de la sociedad civil. Segundo, m uestra que el
proyecto de institucionalización de los discursos es posible sólo con base
en una sociedad civil moderna. Es en este contexto que esperamos dar
una solución más comprensiva a la antinomia entre el liberalismo orienta­
do a los derechos y el comunitarismo de que se trata en la introducción,
teniendo en cuenta tam bién lo que sostiene la teoría dem ocrática par-
ticipativa. La tesis del capítulo VIII es que la viabilidad de los derechos y
la democracia depende de su interrelación conceptual y normativa, a pe­
sar del carácter aparentemente antitético de los dos paradigm as teóricos
en los cuales se articula y defiende cada uno de ellos.
Debido a que toda teoría de la democracia normativa, e incluso toda
teoría liberal, implica un modelo de sociedad, es natural que los teóricos
políticos añadan la dim ensión del análisis socioestructural a la filoso­
fía política normativa. Por supuesto, los que están convencidos de la uni­
versalidad de la metodología hermenéutica no necesitarán nada más que
la reconstrucción de los discursos contemporáneos de la sociedad civil
dentro de una teoría normativamente coherente para dem ostrar la validez
de los usos teóricos contemporáneos del concepto de sociedad civil. En
ese punto de vista, el hecho de que el concepto de sociedad civil contribuye a
la autocomprensión de los movimientos sociales basta para mostrar que
sigue siendo una base adecuada de la orientación simbólica de la acción
colectiva. Pero el "discurso de la sociedad civil”, incluyendo además las
mejores reformulaciones filosóficas del mismo, solamente puede ser ideo­
lógico. Cualesquiera que sean las intenciones de los actores sociales, los
requisitos funcionales de los sistemas económico y político modernos
pueden hacer que los proyectos basados en el concepto sean irrelevantes,
y que las identidades correspondientes resulten inestables y sesgadas las
interpretaciones. En vista de los desafíos al propio modelo de diferencia­
ción que se encuentra en el centro del discurso de la sociedad civil, resulta
esencial proporcionar una reconstrucción sistemática de sus presupues­
tos estructurales. Sin un análisis científico-social de la estructura y diná-
16 PREFACIO

mica de la sociedad moderna, no tenemos forma de evaluar la generali­


dad de una determ inada identidad, o las limitaciones globales que funcio­
nan sin que los actores sociales estén conscientes de ellas.
^ Además, la relación entre sociedad civil, economía y Estado requiere
un estudio más detallado. Ésta es la finalidad del capítulo IX, que empieza
describiendo el modelo de tres partes de la sociedad civil propuesto por
Gramsci, en términos de la distinción de Habermas entre el m undo de la
vida diaria y los subsistemas económico y político. Después intentam os
dem ostrar la modernidad de esta construcción. El capítulo IX debe leerse
como una revisión bien intencionada del marco teórico de Habermas. Nues­
tra principal contribución es la integración del concepto de sociedad civil
dentro del modelo general, con los necesarios ajustes. Convencidos de
que la teoría de la acción comunicativa representa los contornos más avan­
zados de la teoría social crítica hoy en día, tratam os de exponer las im­
plicaciones de toda esta concepción en el ámbito de la teoría política. En
realidad, nuestra reconstrucción de la sociedad civil debe verse tam bién
como una “traducción" política de la teoría crítica de Habermas, la que ha
sido guiada por las dramáticas luchas de nuestro tiempo bajo la égida de
sus propios valores y de los nuestros: libertad y solidaridad. Argumenta­
mos, contra Luhmann, que un modelo de diferenciación y modernización
no puede funcionar sin un sustrato cultural en última instancia, en el que
se racionaliza la coordinación de la acción normativa. También m ostra­
mos que nuestro modelo tiene la ventaja de ser capaz de acom odar los
fenómenos negativos asociados con la sociedad civil m oderna en la críti­
ca genealógica y en muchos más. Discutimos la institucionalización con­
tradictoria de las normas de la sociedad civil a la vez que insistimos tanto
en las implicaciones utópicas del modelo como en sus formas alternativas
de desarrollo. El capítulo IX concluye bosquejando una propuesta, basada
en el modelo de tres partes, para la continuación reflexiva del Estado be-
, (. nefactor y de la revolución democrática.
►ují Los dos últimos capítulos formulan estas políticas haciendo referencia
0 r a los movimientos sociales y a una de sus formas clave de impugnación: la
desobediencia civil. No queremos implicar que la política de la sociedad
civil puede tom ar sólo la forma de movimientos sociales. Las formas
institucionales normales de participación política —la votación, la partici­
pación de los partidos políticos, la creación de grupos de presión o inte­
rés— son parte de esta política. Pero la dimensión utópica de las políticas
radicales puede encontrarse sólo en el nivel de la acción colectiva. Así, en
el capítulo x, tratam os la relación entre la acción colectiva y la sociedad
civil desde un punto de vista ligeramente diferente del que se tuvo en el
capítulo I. En vez de concentrarnos en el discurso de los activistas, consi­
deramos los principales paradigmas teóricos que han evolucionado desde
PREFACIO 17

la década de 1960 para analizar los movimientos "Sociales y m ostrar que


cada uno de ellos presupone (en algunos casos en forma implícita, en otras
explícita) el concepto de sociedad civil. Además, dem ostramos que la so­
ciedad civil, más allá de los modelos funcionalistas y pluralistas, no debe
ser vista únicamente como algo pasivo, como una red de instituciones, sino
tam bién como algo activo, como el contexto y producto de actores colec­
tivos que se constituyen a sí mismos. Después tratam os de dem ostrar que
nuestro modelo estructural tripartito es el mejor marco con el cual pode­
mos enfocar las formas de acción colectiva “nuevas” y antiguas.
Concluimos con una reflexión sobre el problema de lo que es y de lo
que deben y pueden ser las relaciones entre la pluralidad societal, la auto­
nomía individual, los movimientos sociales y un sistema político demo-
crático-liberal. Los movimientos sociales no siempre son internam ente
democráticos, y a menudo realizan acciones que violan los procedimien­
tos o leyes democráticos generados por un orden político que a pesar de todo
es legítimo. ¿Qué modo de voz, acción y representación política es legíti­
ma para los actores sociales tanto en la sociedad como en el Estado? ¿Cuál
es el lugar adecuado de la actividad política y de qué m anera se deben
trazar las fronteras entre lo público y lo privado? ¿Cómo puede evitarse el
peligro de la movilización permanente? Nuestra discusión sobre la des­
obediencia civil en el capítulo XI responde a estas preguntas. Ante todo,
nuestro argumento acerca de la desobediencia civil procura dem ostrar
que los movimientos sociales y las iniciativas ciudadanas son capaces de
influir en la política y de modelar la cultura política sin entrar en el campo
de la política de poder y sin poner en peligro necesariamente las in stitu ­
ciones dem ocráticas o liberales. Así (retornando im plícitam ente al pri­
mer debate en nuestra introducción), proporcionamos una estructura para
la democratización en los contextos de las democracias de élite, sin caer
en las tram pas de las teorías? fundamentalistas de la participación. Tam­
bién reanudamos el debate entre los liberales orientados a los derechos y
los demócratas participativos, esta vez desde la perspectiva de las formas
adecuadas de la política no institucionalizada de la sociedad civil. Espera­
mos proporcionar, si no la solución a las antinomias entre la teoría social
y la teoría política contemporánea, por lo menos una forma para empezar
a reconsiderarlas.

NOTAS

1 Lo excepción, por supuesto, es la tradición pluralista de la teoría política. Véase la


Introducción para una evaluación de este enfoque. Obras recientes sobre la teoría demo­
crática comprenden las de David Hold, Modtts of Dtmocracy, Stanford, Stanford Unlverslty
Press, 1987; Robert Dahl, Dtmocracy and lis Grilles, New Haven, Yale Unlverslty Press,
18 PREFACIO

1989; y G iovanni Sartori, The Theory o f Democracy Revisited, 2 vols., C hatham , Nueva Jer­
sey, C hatham H ouse, 1987.
2 E stam os conscientes de los peligros de tra ta r de definir un térm ino usado hoy en día
en m uchos contextos diferentes y que tiene u n a historia conceptual larga y en evolución.
Además, creem os que si debem os tener una definición, lo m ejor sería m o stra r su desarrollo
p o r m edio de las etapas a través de las cuales la hem os obtenido. (E n el texto, nuestro
concepto de sociedad civil se desarrolla m ediante consideraciones político-herm enéuticas,
intelectuales-históricas y sistem áticas.) Pero tam bién estam os conscientes del peligro de
ser m alentendidos si no proporcionam os p o r lo m enos una definición operativa al prin ci­
pio. Véase, por ejem plo, A. K uhlm ann, "West-óstlich. D er Begriff ‘civil society”’, Frankfurter
Allgemeine, 9 de enero de 1961, donde el a u to r de una m an era algo artificial co n trasta los
p u n to s de vista de los europeos orientales J. Szacki y M. Szabo con los del "sociólogo
estadunidense" A. Arato. El au to r sostiene que los prim eros entienden la "sociedad civil" en
térm inos de las protecciones jurídicas de la esfera privada que de m an era inevitable depen­
den de la legislación estatal, en tan to que el últim o la construye en térm inos de m ovim ien­
tos extrapolíticos y de form as de presión sobre el propio Estado. En realidad, n u estra con­
cepción com prende estos dos niveles, y las diferencias entre los intérpretes de que se trata
sólo tienen que ver con la existencia y papel en E uropa oriental de u n a sociedad civil que en
nu estra opinión ha existido m ás en form a de m ovim ientos, protom ovim ientos e iniciativas
independientes desde los niveles inferiores, que de instituciones establecidas protegidas
p o r los derechos y el dom inio de la ley. La negación del papel de las sociedades civiles en el
proceso que culm inó en las transiciones de 1989 refleja (y en algunos casos tam b ién ju sti­
fica) algunas tendencias oligárquicas m uy reales en las nuevas sociedades políticas.
3 Para estos conceptos, véase C ornelius C astoriadis, The Imaginary Institution o f Society,
Cambridge, MIT Press, 1986.
4 Y cada vez con m ayor frecuencia en el Sur; véase el cap. I. Para u n a discusión de los
debates actuales y de la im portancia del concepto de sociedad civil p ara los m ism os, véase
nu estra introducción.
RECONOCIMIENTOS

Cada capítulo de este libro fue ampliamente discutido por los autores antes
de escribir su borrador. El prefacio, la introducción, y los capítulos VI, VIII,
X y XI, son principalmente obra de Jean L. Cohén; los capítulos I, II, III y VII
son ante todo obra de Andrew Arato; los capítulos IV, V y IX son esfuerzos
colaborativos.
Recibimos apoyo para este proyecto, individual y conjuntamente, de
más personas e instituciones de las que podemos mencionar aquí. Empeza­
mos con nuestros reconocimientos individuales.
Jean L. Cohén desea agradecer a la Russell Sage Foundation por el
apoyo intelectual e institucional mientras residió en ella como becaria de
posdoctorado en 1986-1987. También al Departamento de Ciencias Políti­
cas de la Universidad de Columbia por una licencia para ausentarm e que
me permitió llevar a cabo esta investigación. En especial agradezco a los
Consejos para la Investigación en las Humanidades y en las Ciencias Socia­
les de la Universidad de Columbia por las becas de verano concedidas en
1987 y 1988, que me permitieron realizar investigaciones en el extranjero.
La École des Hautes Études en Sciences Sociales y, en particular, Claude
Lefort y Pierre Rosanvallon, merecen mención especial por haberme permi­
tido trabajar como Directora de Estudios Asociada en teoría social y política
en 1989. Mientras estuve en París, di varias conferencias basadas en el li­
bro y recibí críticas muy provechosas. Agradezco profundamente a Jílrgen
Habermas el haberme patrocinado una beca de investigación de dos me­
ses en el Max Planck Instituteáiir Sozialwissenschaften en Stamberg en 1981 ¡
ahí pude familiarizarme con su trabajo reciente, que ha influido mucho en
mi pensamiento y en este libro. Deseo expresar mi reconocimiento al Ame­
rican Council of Learned Societies por financiar mi viaje a Dubrovnik, Yu­
goslavia, en 1984 y 1985, para dar unas conferencias en el curso de Filoso­
fía y Ciencias Sociales. En ese lugar, además, presenté mis ideas sobre los
movimientos sociales, sobre la ética discursiva y la sociedad civil y recibí
invaluables comentarios. Finalmente, deseo agradecer al Vienna Institute
l'ür die Wissenchaften vom Menschen, y en particular a Krzysztof Michalski
y Cornelia Klinger, que me invitaron a dar una conferencia en el progra­
ma de su escuela de verano en Cortona, Italia, en 1989 y 1990. En ese lu­
gar im partí unos seminarios sobre el tema de la sociedad civil a un intere­
sante grupo de estudiantes de posgrado de los Estados Unidos, Europa
oriental y la Unión Soviética, cuyas respuestas me fueron muy útiles.
19
20 RECONOCIMIENTOS

Andrew Arato, desea agradecer al Alexander von Hum boldt Stiftung


por su apoyo en 1980-1981, y al Max Planck Instituí für Sozialwissenschaf-
ten en Starnberg por proporcionarme una base de trabajo durante ese
tiempo. Aprecio en mucho la ayuda que recibí del profesor Habermas,
que entonces era director del Instituto, y,de sus colegas, para conocer la
estructura de la teoría de la acción comunicativa, que se utiliza frecuente­
mente en este libro. También quiero expresar mi reconocimiento a los
colegas en el Instituto de Sociología de la Academia de Ciencias de H un­
gría por el interés que m ostraron en mi trabajo sobre la sociedad civil y
por las muchas discusiones interesantes que com partieron conmigo. Re­
conozco mi deuda con los seminarios de la Facultad de Posgrado de la
New School for Social Research en la que tuve oportunidad de discutir
temas que se tratan en este libro —en particular, el Seminario sobre demo­
cracia, el Seminario sobre sociología para miembros del personal, y el Co­
loquio de Filosofía—. Conferencias sobre Hegel y Luhm ann en la Cardozo
Law School me dieron oportunidades excelentes para refinar mis ideas.
Finalmente, deseo agradecer a todos mis estudiantes, que han participa­
do tan activamente en los cursos relacionados con los problemas de la
sociedad civil.
Muchos amigos y colegas nos han ofrecido críticas útiles de los borra­
dores de los m anuscritos y sugerencias interesantes a lo largo de las pláti­
cas con ellos. Queremos mencionar, en particular, a Ken Baynes, Robert
Bellah, Seyla Benhabib, Gyórgy Bence, László Bruszt, José Casanova,
Cornelius Castoriadis, Juan Corradi, Drucilla Cornell, Ferenc Fehér, Car­
los Forment, Alessandro Ferrara, Jeffrey Goldfarb, Claus Guenter, Jürgen
Habermas, Elemér Hankiss, Agnes Heller, Dick Howard, George Kateb,
János Kis, Gyórgy M árkus, M aría M árkus, Alberto Melucci, Sigrid
Meuschel, Claus Offe, Guillermo O'Donnell, Alessandro Pizzorno, Carla
Pasquinelli, Ulrich Preuss, Zbigniew Pelczynski, Pierre Rosanvallon,
B ernhardt Schlink, Phillippe Schmitter, Alfred Stepan, Ivan Szelényi,
Mihály Vajda, Jeffrey W eintraub y Albrecht Wellmer.
Queremos hacer un reconocimiento especial a nuestro editor de serie,
Thomas McCarthy, así como a nuestro editor en m i t Press, Larry Cohén.
Sin su ayuda ciertamente este libro no habría sido posible.
Dedicamos este libro a nuestros hijos, Julián Cohén Arato y Rachel Arato.
INTRODUCCIÓN

Estamos en el umbral de otra gran transformación de la autocomprensión


de las sociedades modernas. Se han hecho muchos esfuerzos desde varios-
puntos de vista para darle un nombre a este proceso: los térm inos am bi­
guos sociedad “posindustrial” y "posmoderna" reflejan los puntos de vista
de preocupaciones económicas y culturales. Nosotros estamos interesa­
dos en la política. Desde esta perspectiva, los cambios que ocurren en los
conflictos sociales y en la cultura política están deficientemente caracteri­
zados por términos cuyos prefijos implican “después” o “más allá”. Cier-
tamente, por una variedad de razones empíricas y teóricas, los antiguos
paradigmas hegemónicos se han desintegrado, e igual ha ocurrido con las
certidumbres y garantías que los acompañaban. De hecho, estamos en
medio de un resurgimiento notable del pensamiento político y social que
se ha estado produciendo durante las dos últimas dos décadas.
Una respuesta al colapso de los dos paradigmas dominantes del perio­
do anterior —pluralismo y neomarxismo— ha sido el esfuerzo de revivir
la teoría política “introduciendo de nuevo al Estado”. Aunque este enfo­
que ha llevado a interesantes análisis teóricos y empíricos, su perspectiva
centrada en el Estado ha oscurecido una dimensión importante de lo que es
nuevo en las discusiones políticas y en lo que está en juego en las contien­
das sociales.1 Centrarse en el Estado es un antídoto útil para el funciona­
lismo reduccionista de muchos paradigmas neomarxistas y pluralistas que
harían del sistema político una extensión, reflejo, u órgano funcional de
las estructuras de selectivitfed y dominación de las clases económicas o
grupos sociales. A este respecto, el esfuerzo teórico sirvió a la causa de un
análisis más diferenciado. Pero en relación con todo lo que no es el Esta­
do, el nuevo paradigm a continúa la tendencia reduccionista del marxis­
mo y del neomarxismo identificando las relaciones e intereses de clase como
la clave para entender las formas contemporáneas de la acción colectiva.
Además, las esferas legal, asociativa, cultural y pública de la sociedad no
tienen un espacio teórico en este análisis. Por lo tanto, pierde de vista
gran parte de las formas interesantes y normativamente instructivas del
conflicto social de hoy en día.
El actual "discurso de la sociedad civil", por otra parte, se concentra
precisamente en las mismas formas, por lo general no basadas en la clase,
de la acción colectiva orientada y vinculada con las Instituciones legales,
asociativas y públicas de la sociedad. Éstas se diferencian no sólo del
21
22 INTRODUCCIÓN

Estado sino tam bién de la economía de mercado capitalista. Aunque no


podemos dejar de considerar al Estado y a la economía si queremos enten­
der los drásticos cambios que están ocurriendo en América Latina y en
Europa oriental en particular, el concepto de sociedad civil es indispensa­
ble si queremos entender lo que está en juego en estas "transiciones a la
democracia", así como la autocomprensión de los actores principales. Tam­
bién es indispensable para cualquier análisis que procura captar la impor­
tancia de esos cambios para Occidente, así como las formas originales
contemporáneas y las consecuencias del conflicto. Con el fin de descubrir,
después del derrumbe del marxismo, si no un proyecto normativo común
entre las "transiciones" y las iniciativas sociales radicales en las dem ocra­
cias liberales establecidas, por lo menos las condiciones que harían posi­
ble un diálogo fructífero entre ellas, debemos investigar el significado y
las formas posibles del concepto de sociedad civil.
Es cierto que nos inclinamos a postular un proyecto normativo común,
y en este sentido somos posmarxistas. En otras palabras, ubicamos el
núcleo pluralista de nuestro proyecto dentro del horizonte universalista
de la teoría crítica en vez del relativista de la “deconstrucción". No se trata
sólo de una elección teórica arbitraria. Realmente estamos im presiona­
dos por la im portancia en Europa oriental y América Latina, así como en
las democracias capitalistas avanzadas, de la lucha por los derechos y su
expansión, del establecimiento de asociaciones e iniciativas populares y
de la siempre renovada construcción de instituciones y foros de públicos
críticos. Ninguna interpretación puede hacer justicia a estas aspiraciones
sin reconocer a la vez las orientaciones comunes que trascienden la geo­
grafía e incluso los sistemas sociopolíticos, y a un patrón normativo co­
m ún que une los derechos, las asociaciones y el público. Creemos que la
sociedad civil, que de hecho es la categoría más im portante para muchos
de los actores relevantes y sus partidarios desde Rusia hasta Chile y desde
Francia hasta Polonia, es la mejor clave hermenéutica para acceder a es­
tos dos complejos de elementos comunes.
Por lo tanto, estamos convencidos de que el resurgimiento del “discurso
de la sociedad civil" se encuentra en el centro de una marea de cambios en
la cultura política contemporánea.2 Sin embargo, a pesar de la prolifera­
ción de este "discurso" y del propio concepto, nadie ha desarrollado una
teoría sistemática de la sociedad civil. Este libro es un esfuerzo por hacer
justamente eso. No obstante, no es posible construir una teoría sistemática
directamente a partir de la autocomprensión de los actores, que pueden
muy bien requerir los resultados de un examen más distanciado y crítico de
las posibilidades y limitaciones de la acción. Tal teoría debe estar relaciona­
da internamente con el desarrollo de los debates teóricos relevantes. A pri­
mera vista, la construcción de una teoría de la sociedad civil parece estar
INTRODUCCIÓN 23

obstaculizada por el hecho de que el interés de los debates contemporáneos


sobre la teoría política parece concentrarse en torno a ejes diferentes, del
par que predominó en el siglo XIX: sociedad y Estado. Nosotros creemos, n o
obstante, que el problema de la sociedad civil y de su democratización está
presente en forma latente en esas discusiones y que constituye él t e r r e n o
teórico en el que quizá puedan resolverse sus antinomias internas.
Tres debates de los últimos quince o veinte años parecen sobresalir del
resto. El primero continúa una antigua controversia dentro del campo
de la teoría democrática entre los defensores del modelo de democracia de
élite y los de la democracia participativa.3 El segundo, en su mayor parte
restringido al mundo angloamericano, es el que se da entre lo que se ha
dado en llam ar "el liberalismo orientado a los derechos" y el "comunita-
rism o”. Aunque cubre el mismo campo que la prim era controversia, los
términos de la segunda discusión son muy diferentes porque, a diferencia
de la primera, se presenta dentro del campo de la filosofía política norm a­
tiva en vez de entre los empíricos y los normativistas.4 El tercer debate,
que enfrenta a los defensores neoconservadores del m ercado libre con los
defensores del Estado benefactor, ha animado la discusión en ambas par*
tes del Atlántico.5 Por supuesto, su contexto es la notoria crisis del Estado
benefactor que afectó la conciencia política a mediados de la década de
1970. Estos debates están interrelacionados y, como ya se dijo, hay tras­
lapes. No obstante, cada uno de ellos ha culminado en un conjunto distin­
tivo de antinomias que conducen a una clase de estancamiento y a una
creciente esterilidad. Sin embargo, de lo que nadie parece haberse dado
cuenta es de que el discurso relativamente poco sistemático y heterogé­
neo del resurgimiento de la sociedad civil puede tenerse en cuenta en es­
tos debates y, de hecho, proporcionar una forma de superar las antinomias
que los afectan. Por consiguiente, en esta introducción los resumiremos
brevemente y m ostrarem osda m anera en que nuestro libro proporciona
un nuevo paradigm a para pensar sobre las cuestiones a medida que se
presentan.

LOS DEBATES EN LA TEORÍA POLÍTICA CONTEMPORÁNEA

Democracia elitista vs. democracia participativa

No sería exagerado decir que el debate entre los modelos elitista y partid-
pativo de la democracia ha marchado en círculo desde que Schumpeter
lanzó su desafío a los normativistas en 1942.6 La afirmación de Schumpe­
ter de que "el método democrático es aquel arreglo Institucional para lle­
gar a decisiones políticas en el que los individuos adquieren poder para
24 INTRODUCCIÓN

decidir mediante una lucha competitiva por el voto del pueblo"7 ha formado
el núcleo del modelo elitista de democracia desde entonces. No se define
la democracia como una clase de sociedad ni como un conjunto de fines
morales ni como un principio de legitimidad, sino más bien como un méto­
do para elegir a los líderes políticos y organizar los gobiernos. El modelo
elitista de democracia pretende ajustarse a la realidad, ser descriptivo,
empíricamente exacto y el único modelo apropiado para las condiciones
sociales modernas.
Lejos de hacerse ilusiones utópicas sobre la posibilidad de evitar el fe­
nómeno del poder o la brecha entre los gobernantes y los gobernados,
este enfoque supone que ninguna sociedad, y ciertam ente ninguna socie­
dad moderna, puede funcionar sin ambas. Una evaluación “realista” de
las sociedades democráticas debe aceptar que el impulsor del sistema po­
lítico es el poder, así como la impulsora de la economía es la ganancia. La
lucha para adquirir y usar el poder se encuentra en el centro de lo político.
Lo que distingue a las sociedades democráticas de las no democráticas es,
por lo tanto, la forma en que se adquiere el poder y en que se llegan a
tom ar las decisiones: mientras se respete algún conjunto nuclear de dere­
chos civiles y se realicen regularmente elecciones competitivas sobre la
base de un sufragio universal, mientras las élites acepten la alternancia en
el poder y ésta ocurra tranquilam ente sin violencia o discontinuidad
institucional, mientras la tom a de decisiones implique la concertación de
compromisos entre las élites y la aceptación (pasiva) por parte de la po­
blación, es posible considerar democrática la organización política de un
Estado con esa forma particular de gobierno. En este caso, el principal
interés es obviamente la habilidad del gobierno para producir decisiones,
para conseguir que se las acepte, y para asegurar transiciones ordenadas,
es decir, la estabilidad.
El modelo elitista de democracia se enorgullece de proporcionar una
explicación operativa y empíricamente descriptiva de las prácticas de los
estados cuya forma de organización política se considera democrática.
En él no hay ninguna pretensión de que los votantes establezcan la agen­
da política o tomen las decisiones políticas; ellos ni generan los temas a
tratar ni eligen las políticas. Más bien, los líderes (partidos políticos) agre­
gan los intereses y deciden cuáles habrán de ser relevantes políticamen­
te.8 Además, ellos seleccionan los temas y estructuran la opinión pública.
La verdadera función del voto es simplemente elegir entre las diferentes
élites políticas que aspiran al poder y aceptar su liderazgo. Los votantes
son consumidores, los partidos son los empresarios que ofrecen paque­
tes o personal alternativo; son ellos los que crean la demanda, respetando
la soberanía del consumidor sólo en lo que se refiere a la decisión de los
votantes respecto a cuáles de los candidatos preseleccionados serán "sus
INTRODUCCIÓN 25

representantes” (en realidad, usando este último térm ino de una forma
muy flexible).9 En resumen, las teorías empíricas de las democracias (eli­
tista, pluralista, corporativista, y los modelos de la elección racional) tien­
den muy abiertam ente a reducir el significado normativo del térm ino a
un conjunto de mínimos modelado con base en una concepción de la ne­
gociación, competencia, acceso y responsabilidad que se deriva más del
mercado que de los anteriores modelos de ciudadanía.
Por supuesto, la competencia en la adquisición del poder político y en
la tom a de las decisiones sobre las políticas se encuentra en el centro de
este modelo de democracia. Se percibe al elemento competitivo como la
fuente de creatividad, productividad, responsabilidad y sensibilidad ante
las solicitudes de la gente. Supuestamente, en última instancia la sanción
mediante los votos, junto con la necesidad por parte de las élites de compe­
tir por los mismos, hará que las cosas sean justas, alentando a las autori­
dades a responder a las múltiples demandas y a responsabilizarse ante los
ciudadanos, a la vez que fomentará su disposición a celebrar compromi­
sos entre sí. Ciertamente, este modelo de democracia se basa en algunas
precondiciones que supuestamente debe ser capaz de reproducir: un lide­
razgo de alta calidad toferante de las diferencias de opinión, un rango res­
tringido de decisión política10 y una cultura política de élite basada en el
autocontrol dem ocrático.11 A su vez, estas precondiciones se predican so­
bre el hecho del pluralismo o diferenciación social que el método demo­
crático institucionaliza en una competencia no violenta por los cargos y
las influencias. Una precondición final, considerada indispensable para
que un sistema político sea capaz de tom ar decisiones, es que debe estar
protegido de una participación excesiva por parte de la población: en todo
caso los ciudadanos deben aceptar la división del trabajo entre ellos y los
políticos que eligen.12 Por lo tanto, este modelo de democracia argumenta
que el voto secreto, los doaaehos civiles, la alternancia, las elecciones perió­
dicas y la competencia entre los partidos son centrales para toda concep­
ción moderna de la democracia si se quiere que ésta llegue a ocurrir en
todas las sociedades complejas modernas.
Tal como se presenta, encontramos que esta última afirmación es muy
convincente. Pero la crítica normativista del modelo de élite de la demo­
cracia también es convincente. Se dirige en especial contra la tendencia
del modelo de élite a ensalzar como principios democráticos la apatía,
la concentración del sector civil en lo privado y la necesidad de proteger al
sistema político de las demandas excesivas de la población, dejando que
el significado de estos excesos sea determinado exclusivamente por las éli­
tes. 13 Los normativistas señalan correctamente que lo que propicia la es­
tabilidad y la continuidad en la organización política de una sociedad no
es idéntico a lo que la hace democrática. Desde el punto de vista de la
26 INTRODUCCIÓN

teoría de la participación, el modelo elitista de democracia es a la vez de­


masiado amplio y demasiado limitado. Definir la organización política de
un Estado como democrática si realiza periódicamente elecciones com­
petitivas y garantiza los derechos civiles, sin tener en cuenta la clase de
instituciones públicas o acuerdos privado? que existan, es am pliar la legi­
timidad democrática a un rango enormemente extenso de sociedades, a la
vez que las protege de un escrutinio crítico.14Al mismo tiempo, el concep­
to de democracia en este caso es demasiado limitado, porque está defini­
do por procedimientos que poco tienen que ver con los procedimientos y
presuposiciones del acuerdo libre y de la formación discursiva de la volun­
tad.15 De hecho, los teóricos de la participación argumentan que el modelo
"realista" ha despojado al concepto de la democracia de tantos de sus ele­
mentos que ha perdido cualquier conexión con su significado anterior.16
¿Qué es lo que queda si uno abandona las ideas de la autodeterm inación,
participación, igualdad política, procesos discursivos de la formación de
la voluntad política entre iguales y la influencia de la opinión pública au­
tónom a sobre la tom a de decisiones? En resumen, el precio del realismo
del modelo de élite es la pérdida de lo que siempre se ha considerado el
núcleo del concepto democracia, esto es, el principio de la ciudadanía.
Además, al restringir el concepto de democracia a un método de selección
de los líderes y a los procedimientos de regular la competencia y la confor­
mación de las políticas por las élites, este modelo sacrifica los mismos
principios de legitimidad democrática de los que sin embargo depende.
Pierde todo criterio para distinguir entre el ritual formalista, la distorsión
sistemática, el consentimiento "coreográfico”, la manipulación de la opi­
nión pública y lo que realmente es la dem ocracia.17
El modelo participativo de la democracia sostiene que lo que hace a los
buenos líderes también hace a los buenos ciudadanos: la participación
activa en el gobernar y en el ser gobernado (es decir, en el ejercicio del
poder) y también en la formación de la voluntad y opinión públicas. En
este sentido, la democracia le perm itirá a todos los ciudadanos, y no sólo
a las élites, adquirir una cultura política democrática. Porque es mediante
la experiencia política como uno desarrolla un concepto de la virtud cívica,
aprende a tolerar la diversidad, a m oderar el fundam entalism o y el egoís­
mo, y a ser capaz y estar dispuesto a llegar a com prom isos.18 De aquí la
insistencia de que sin espacios públicos para la participación efectiva de
la ciudadanía en el gobernar y en el ser gobernada, sin una reducción de­
cisiva de la brecha entre los gobernantes y los gobernados, hasta el punto
de su abolición, la organización política de los estados es democrática
sólo de nom bre.19
Sin embargo, en su mayor parte, cuando se trata de conceptualizar las
alternativas, los teóricos de la participación ofrecen modelos institucionales
INTRODUCCIÓN 27

cuya finalidad es la de sustituir, en vez de complertientar, las formas su­


puestam ente no democráticas (y/o burguesas) del gobierno representati­
vo que existen hoy en día.20 Ya sea que el teórico retorne a un modelo ideal .
de la polis griega, a la tradición republicana de la ciudad-Estado medieval 't f í
tardía, o a las nuevas formas de democracia generadas dentro de los movi-
mientos de trabajadores (el comunismo de consejos, el sindicalismo revo­
lucionario), en cada caso se presenta la alternativa como el único principio
organizativo para la sociedad como un todo. Por lo tanto, la orientación
que subyace en estos modelos es la eliminación de la diferenciación de la
sociedad, el Estado y la economía. No es sorprendente que sus oponentes
acusen a su vez a los participacionistas de utopismo y/o antimodernismo.21
Para resumir, este debate nos deja con la siguiente antinomia: la teoría
democrática contemporánea implica o algunos ajustes más bien no de­
mocráticos a las "exigencias de la sociedades industriales complejas" au­
nados al abandono del núcleo normativo del propio concepto de demo­
cracia, u ofrece visiones normativas más o menos huecas que no pueden
reconciliarse con los requisitos institucionales de la sociedad m oderna,22

El liberalismo orientado a los derechos vs. el comunitarismo

El debate entre los liberales políticos y los com unitaristas reproduce algu­
nos de los argumentos descritos antes, pero en un campo diferente. En un
aspecto, ambas partes de este debate ponen en duda el modelo de demo­
cracia elitista/pluralista.23 Ambas rechazan la tendencia antinormativa,
cmpirista y utilitarista de este modelo, y ambas procuran desarrollar una
teoría normativa convincente de la legitimidad o justicia democrática. La ^
disputa es respecto al modo en que debe formularse esa teoría. No obs­
tante, a pesar de este camfekren el énfasis, este debate también culmina
en un conjunto de posiciones antinómicas de las que parece ser incapaz
de liberarse. .
En el centro de la controversia están dos cuestiones interrelacionadas,
una epistemológica, la otra política. La prim era gira en torno al problema «
de si es posible articular una concepción formal, universalista (deonto-
lógica) de la justicia sin presuponer un concepto sustantivo (histórica y
culturalmente específico) del bien.24 La segunda gira en torno al proble­
ma de cómo puede convertirse en realidad la libertad en el mundo moder­
no. Lo que está en juego aquí es si la idea de la libertad debe ser explicada
principalmente desde el punto de vista de los derechos individuales o de
los normas com partidas por la comunidad.25 Cada una de la partes pre­
senta un conjunto de respuestas diferentes, de hecho contrarias respecto
a lo que constituye los principios legitimadores de una democracia cons-
•‘’vjo \ <tMQ*** <te.v tqi lu x , . y*'
28 INTRODUCCIÓN

titucional. Sin embargo, en el proceso la propia concepción de la demo­


cracia liberal se desintegra en sus partes componentes.
Los teóricos liberales ven el respeto de los derechos individuales y el
principio de la neutralidad política como la norm a para la legitimidad en
las democracias constitucionales. La premisa central del liberalismo orien­
tado a los derechos es que los individuos como tales tienen derechos m ora­
les que funcionan como limitaciones sobre el gobierno y sobre otros —li­
mitaciones que están bajo el control del que tiene los derechos—. Estos
derechos los poseen no sobre la base de alguna convención social, utilidad
común agregada, tradición o don divino, sino en virtud de que tienen al­
guna "propiedad” (autonomía moral, dignidad hum ana) que los constitu­
ye en portadores de derechos.26 El liberal considera a la autonom ía indivi­
dual, al igualitarismo moral y al universalismo como algo inherente en la
idea de los derechos morales.27 Como tales, los derechos constituyen el
núcleo de una concepción de justicia que hace posible la pretensión de le­
gitimidad de cualquier sistema de organización política de un Estado mo­
derno. Las decisiones legales y políticas son obligatorias en la medida en
que respetan los derechos individuales.28
La crítica com unitarista de la tesis de los derechos se concentra en sus
presupuestos individualistas y sus afirmaciones universalistas. Respecto
los primeros, los com unitaristas argum entan que los ideales liberales de
""la autonomía moral y del autodesarrollo individual están basados en un
concepto atomístico, abstracto y en última instancia incoherente del ser
propio como el sujeto de los derechos.29 Se dice que esto conduce a concen­
trar la atención en las formas no políticas-de la libertad (la libertad negati­
va)* y a un concepto empobrecido de la identidad política, la agencia y la
vida ética. Por lo tanto, los comunitaristas recurren a un conjunto de argu­
mentos empíricos y normativos en contra de estos supuestos. Primero,
argumentan que los individuos están situados dentro de un contexto histó­
rico y social; se les socializa dentro de comunidades de las cuales derivan su
identidad individual y colectiva, su lengua, sus conceptos del mundo, sus
* El autor define de esta m anera la palabra inglesa freedom que hace referencia a la
ausencia de coacciones o restricciones im puestas. Así, se le utiliza p ara d ecir que alguien
quedó libre de la esclavitud, de alguna servidum bre o de alguna otra condición externa que
lim ita sus posibilidades de acción. Según algunos autores de habla inglesa, es u n a rem in is­
cencia del uso medieval, cuando no había libertades abstractas, sino m ás bien libertades
concedidas, no inherentes, en algunos casos equivalentes a los "fueros” del m undo hispano.
Por esto, se le puede considerar en cierto sentido u n a libertad negativa, pues consiste en la
desaparición de un a coacción. Liberty, p o r otra p arte, se usa frecuentem ente en el sentido
m ás am plio de tener libertad de elección y de acción, sería u n a libertad m ás activa, que
depende de un a acción y decisión del sujeto, adem ás de ten er un sentido m ás general. Así,
se habla de tener libertad de pensam iento, de expresión, de asociación, que dependen m ás
de un a elección del sujeto. Cohén y Arato u san los térm inos de esta m anera p ara diferen­
ciar los tipos de libertades "freedom (negative liberty) y Liberty", aunque actualm ente en el
inglés com ún en m uchos casos son intercam biables. [T.]

L • Ttt T Y
INTRODUCCIÓN 29

categorías morales, etc. De aquí que se defienda la primacía empírica de lo


social sobre lo individual frente a la supuesta prioridad del individuo asocial
respecto a la sociedad. Segundo, en el nivel normativo, los comunitaristas
acusan a los liberales de no percibir que las comunidades son fuentes inde­
pendientes de valores y que existen deberes y virtudes comunales (lealtad,
virtud cívica) diferentes de los deberes con otros como consecuencia de
su hum anidad abstracta. De hecho, los deberes de lealtad y los que impli­
ca la calidad de ser miembro son y deben ser primarios.
En lo que respecta al universalismo, los comunitaristas afirman que lo (
que el liberal ve como normas universales basadas en el carácter universal
de la hum anidad (dignidad o autonom ía moral) son de hecho norm as
particulares incorporadas en las comprensiones compartidas por comuni­
dades específicas. El individuo no puede tener una base firme para hacer
juicios morales sin obtenerla de una comunidad con la cual está compro­
metido. La afirmación más importante es que no hay deberes que pertenez­
can al hombre en abstracto, sino sólo a los miembros: la base adecuada de
la teoría moral es la comunidad y su bien, no el individuo y sus derechos.
De hecho, los individuos sólo tienen derechos en la medida en que éstos
emanen del bien común. Por lo tanto, la idea del derecho moral es un uni­
versalismo vacío que se abstrae equivocadamente de la única base real de
las demandas morales, la comunidad. Sólo sobre la base de una concep­
ción compartida de la vida buena, sólo dentro de la estructura de una comu­
nidad política ética concreta (con una cultura política específica) podemos
llevar vidas morales significativas y disfrutar de la verdadera libertad.
Para aquellos com unitaristas que se ven a sí mismos como dem ócra­
tas,30 el concepto de libertad tiene que ver no con la idea de los derechos
morales, sino con la forma específica en que los agentes llegan a decidir lo
que quieren y lo que deben hacer. En conjunto, las críticas empírica y nor­
mativa de la tesis de los dseechos implican que la libertad debe tener su
punto de origen no en el individuo aislado sino en la sociedad que es el
medio de la individualización: las estructuras, instituciones y prácticas de
la sociedad mayor como un todo. La virtud cívica en vez de la libertad\
negativa, el bien público a diferencia del derecho y la participación demo- ¡,
crática a diferencia de los derechos individuales (y de la cultura política (
concomitante contraria) implican una práctica comunal de la ciudadanía J
que debe difundirse por todas las instituciones de la sociedad en todos los
niveles y convertirse en algo habitual en el carácter, las costumbres y los sen­
timientos morales de cada ciudadano. Por implicación, y en la versión
más extrema de estas pretensiones, una sociedad en la que proliferan las
exigencias de derechos individuales no puede ser una comunidad solida­
ria, sino que debe ser enajenada, anómica, privatizada, competitiva y caren­
te de sustancia moral.
30 INTRODUCCIÓN

Este debate también conduce a una antinomia aparentem ente irreso­


luble. Por una parte, la propia tradición liberal, con su concentración en
los derechos individuales y sus ilusiones sobre la posibilidad de una neu­
tralidad política, aparece como la fuente de las tendencias egoístas,
desintegradoras de la sociedad moderna y, por lo tanto, como el principal
obstáculo para lograr la sociedad democrática predicada con base en las
virtudes cívicas. La otra parte responde con la afirmación de que las so­
ciedades m odernas no son precisamente comunidades integradas en tor­
no a un solo concepto de la buena vida. Las sociedades civiles modernas
están caracterizadas por una pluralidad de formas de vida; son diferentes
estructuralm ente y socialmente heterogéneas. Así, para poder conducir
una vida moral, deben asegurarse la autonomía individual y los derechos
del individuo. Según esta opinión, es la democracia, con su énfasis en el
consenso o por lo menos en el gobierno de la mayoría, la que es peligrosa
para la libertad, a menos que se la limite en forma conveniente mediante
derechos básicos garantizados constitucionalmente, que son los únicos
que pueden darle legitimidad a los ojos de las minorías.

La defensa del Estado benefactor


vs. el antiestatismo neoconservador

El debate entre los defensores del Estado benefactor y sus críticos parti­
darios del neolaissez-faire tam bién ha marchado en círculos, aunque du­
rante un tiempo más breve que la controversia que afecta a la teoría de­
m ocrática.31 También se han presentado argumentos en favor del Estado
benefactor basados en aspectos tanto económicos como políticos.32 Se­
gún la doctrina económica keynesiana, las políticas del Estado benefactor
sirven para estimular las fuerzas del crecimiento económico y prevenir re­
cesiones pronunciadas, alentando la inversión y estabilizando la demanda.
Los incentivos fiscales y monetarios a la inversión aunados al seguro social,
los pagos de transferencia y los servicios públicos para los trabajadores
compensan las disfunciones, incertidum bres y riesgos del mecanismo del
mercado y contribuyen a la estabilidad general. El resultado de esta polí­
tica debe ser altas tasas de crecimiento, pleno empleo y baja inflación.
Los aspectos políticos del Estado benefactor tam bién aum entarían la
estabilidad y productividad. Por una parte, el derecho legal a los servi­
cios estatales y a pagos de transferencias ayuda a los que sienten los efec­
tos negativos del sistema de mercado a la vez que elimina necesidades o
problemas potencialmente explosivos del escenario del conflicto indus­
trial. Por otra parte, el reconocimiento del papel formal de los sindicatos
de trabajadores en la negociación colectiva y en la formación de la políti-
INTRODUCCIÓN 31

ca pública "compensa” o "equilibra” la relación de poder asim étrica entre


la mano de obra y el capital y modera el conflicto de clases.33 El aumento
general de la justicia social llevará a menos huelgas, a una m ayor produc­
tividad, y al consenso general del capital y el trabajo de que tienen un
interés m utuo en el éxito del sistema económico y político: qué el creci­
miento y la productividad benefician a todos. El Estado benefactor con­
vertirá finalmente en realidad la afirmación que hacen las sociedades ca­
pitalistas liberales de que son igualitarias y justas, mediante el apoyo a los
que están en peores condiciones y la creación de las precondiciones para
una verdadera igualdad de oportunidades, que a los ojos de los defensores
del Estado benefactor es el único contexto en que los derechos civiles y
políticos pueden funcionar de m anera universal. En vez de preocuparse
por el status anómalo de los llamados derechos sociales, para un teórico
como T. H. Marshall éstos representan el tipo superior y más fundamental
de derechos de los ciudadanos.34
Cierto es que las sorprendentes tasas de crecimiento, la estabilidad re­
lativa y el aumento en el nivel de vida en las economías capitalistas occi­
dentales de la posguerra han hecho que, hasta hace poco, casi todos, con
unas pocas excepciones, acepten los argumentos en favor de la interven­
ción estatal. En un nuevo contexto de posibilidades más limitadas de creci­
miento, los defensores neoconservadores de un retom o al laissez-faire cri­
tican los supuestos éxitos económicos y políticos del modelo del Estado
benefactor. Desafortunadamente para este último, sus argumentos tam­
bién se sostienen. De hecho, no fue difícil para estos críticos señalar las
altas tasas de desempleo y de inflación y las bajas tasas de crecimiento
que han afectado a las economías capitalistas occidentales desde la déca­
da de 1970, como prueba de que la regulación burocrática estatal de la
economía es contraproducente. También pueden señalar el éxito en los
campos en que se han aplicado sus propias políticas.
Desde el punto de vista económico, son tres las acusaciones que se pre­
sentan contra las políticas de los estados benefactores: que conducen a un
desincentivo para invertir y para trabajar, y que constituyen una grave ame­
naza para la viabilidad de la clase media independiente.35 La carga impues­
ta por las políticas regulatorias y fiscales sobre el capital junto con el poder
de los sindicatos para obtener salarios altos contribuyen a la disminución de
las tasas de crecimiento y, en el contexto de una fuerte competencia, a la
opinión de que la inversión en los mercados nacionales no será lucrativa.1*
El desincentivo para trabajar se atribuye a las disposiciones generalizadas
del seguro social y del seguro de desempleo que le permiten a los trabajado­
res evitar los empleos poco deseables y escapar de las presiones normales
de las fuerzas del mercado. El número de trabajadores disponibles se redu­
ce a medida que sectores enteros de la clase trabajadora se convierten en
32 INTRODUCCIÓN

clientes del Estado benefactor, mientras que la ética de trabajo disminuye a


medida que los trabajadores se hacen simultáneamente más exigentes y me­
nos dispuestos a destinar su esfuerzo al trabajo. Finalmente, la clase media
independiente se encuentra aprisionada entre las altas tasas de impuestos y
la inflación. El surgimiento de la "nueva clase media" constituida por profe­
sionales del servicio civil y burócratas de alto nivel sólo agrava estos proble­
mas, ya que estos estratos están interesados en la reproducción y aum en­
to de la población cliente que recurre al Estado benefactor, pues de ellos
dependen sus trabajos. Las políticas económicas del Estado benefactor
son por lo tanto antinómicas en más de un aspecto. Las políticas cuya fi­
nalidad es la de estimular la demanda debilitan la inversión, las políticas
cuyo propósito es proporcionar seguridad económica a los trabajadores
disminuyen el deseo de trabajar, y las políticas para reducir los efectos la­
terales indeseables que se derivan de las fuerzas no reguladas del m erca­
do crean incluso problemas económicos más grandes en forma de un sec­
tor estatal considerablemente ampliado, costoso e improductivo.
En el frente político, los neoconservadores argum entan que los propios
mecanismos introducidos por los estados benefactores para resolver sus
conflictos y crear mayor igualdad de oportunidades, esto es, los derechos
legales y un sector estatal ampliado, han conducido a nuevos conflictos y
han violado los derechos y la libertad de algunos para favorecer a otros. Al
afectar el derecho central de los sistemas de mercado liberales, esto es, la
propiedad privada, la intervención y regulación del Estado m inan tanto
la libertad de los empresarios como el incentivo del logro en la población
trabajadora. Lejos de aum entar la justicia social o igualdad de oportuni­
dad, el Estado benefactor debilita las precondiciones para las dos. En re­
sumen, recompensa el fracaso en vez del éxito. Además, en el nombre de
la igualdad, la intervención estatal en la vida diaria de sus clientes presen­
ta una grave amenaza a la libertad, a la vida privada y a la autonomía.
Por si esto fuera poco, estos mecanismos han generado, se dice, un
conjunto de expectativas crecientes y un aum ento de las dem andas que
conducen a una situación general de ingobernabilidad.37 En realidad, las
mismas instituciones de la democracia masiva del Estado benefactor que
prom etían canalizar el conflicto político hacia formas aceptables y menos
dañinas (el fin de la ideología) e integrar a los trabajadores especialmente
en el sistema político y económico del capitalismo reciente (la desradi-
calización) —esto es, el sistema de partido (catch all) competitivo basado
en el sufragio universal, en la política de los grupos de presión, en la nego­
ciación colectiva y en amplios derechos sociales— condujeron a una peli­
grosa carga sobre el sistema político y a una crisis de autoridad.38 En
resumen, la explosión de derechos que tanto irrita a los comunitaristas
democráticos es incluso más alarmante para los críticos neoconservadores
INTRODUCCIÓN 33

del “estatismo”. Al asignarse a sí mismo obligaciones que no le es posible


cumplir,39 el Estado crea expectativas cada vez mayores pero imposibles
de satisfacer, se expande excesivamente y a la vez se debilita, y sufre de
una peligrosa pérdida de autoridad. De hecho, según este punto de vista,
hay una contradicción política central inherente al Estado benefactor: para
que la capacidad de desempeño del Estado se fortalezca respecto al nú­
mero de demandas, sería necesario lim itar las propias libertades, los mo­
dos de participación y el conjunto de derechos asociados a él.40
Sin embargo, las alternativas política y económica del neolaissez-faire
no escapan al destino de convertirse m eram ente en una de las partes
insostenibles de una estructura antinómica. Los economistas “ofertistas”
procuran desmantelar al Estado benefactor para elim inar los "desincen­
tivos” a la inversión, pero hacerlo así sería abolir precisamente los "amor­
tiguadores” que estabilizan la demanda.41'Si los apoyos socioeconómicos
para los trabajadores y los pobres se eliminan en nombre del fortaleci­
miento de la ética de trabajo, la motivación del mercado ciertamente re­
tornará, pero igual ocurrirá con las injusticias burdas, el descontento, la
inestabilidad y las confrontaciones de clase que caracterizaron a las eco­
nomías capitalistas antes délas políticas del Estado benefactor.
Por supuesto, el ataque sobre el Estado benefactor se sostiene con base
en la idea de que hay un potencial de crecimiento ilimitado para los bie­
nes y servicios que son objeto de comercio, el cual se presentará una vez
que se retorne al Estado a su terreno propio, mínimo. La privatización y
la desregulación supuestamente restaurarán la competencia y term inarán
con la inflación de las demandas políticas. No obstante, las presuposicio­
nes políticas de ese programa entran en conflicto con sus objetivos de paz
social y justicia social. Las políticas necesariamente represivas de los dere­
chos de asociación y los esfuerzos por eliminar los derechos sociales que
van desde la seguridad sosial a la compensación por desempleo, por no
decir nada de la asistencia pública, difícilmente conducen al consenso. Si
bien terminaría con las dimensiones de la intervención estatal que "amena­
zan a la libertad”, es decir la reglamentación de los' propietarios, la super>
visión y el control de los clientes, y el ciclo espiral de dependencia, igual
ocurriría con todos los avances logrados en la justicia social, en la igual­
dad y en los derechos. Además, los esfuerzos por restablecer la autoridad
estatal limitando su campo y protegiéndola de las demandas populares no
reducirían el activismo del Estado, sino que simplemente lo desplazarían
del terreno político al terreno administrativo. Porque, si uno reduce la ha­
bilidad de las instituciones democráticas, como el sistema de partidos, las
elecciones y los parlamentos, para proporcionar la articulación del conflic­
to político, se desarrollarán canales alternativos, como los acuerdos neocor-
porativistas que proliferan en Europa occidental. Aunque estos acuerdos
34 INTRODUCCIÓN

protegen con éxito al Estado de las demandas excesivas, difícilmente indi­


can un cambio de la regulación del Estado a la del mercado. Así, la alterna­
tiva del neolaissez-faire a la "crisis del Estado benefactor” es tan internamen­
te contradictoria como los males que se supone va a remediar.
Por consiguiente, nos queda la siguiente antinomia: o elegimos más inge­
niería social, más paternalism o y generalización, en resumen, m ás es­
tatismo, en nombre del igualitarismo y de los derechos sociales, u opta­
mos por el libre mercado y la renovación de formas sociales y políticas
autoritarias de organización y abandonamos los componentes dem ocrá­
ticos, igualitarios de nuestra cultura política con el propósito de obstacu­
lizar cualquier burocratización adicional de la vida diaria. Parece que las
sociedades de mercado democráticas liberales no pueden coexistir con, ni
pueden existir sin, el Estado benefactor.

El r e s u r g i m i e n t o d e l c o n c e p t o d e s o c ie d a d c iv il

El temprano concepto moderno de sociedad civil resurgió primero y ante


todo en las luchas de las oposiciones democráticas de la Europa oriental
contra los partidos estatales socialistas autoritarios. A pesar de diferentes con­
textos económicos y geopolíticos, no parece demasiado problemático apli­
car también el concepto a las "transiciones desde gobiernos autoritarios”
en el sur de Europa y de América Latina, sobre todo por la tarea común
compartida con las oposiciones de la Europa oriental de constituir democra­
cias nuevas y estables. Pero, ¿por qué debe un concepto semejante ser par­
ticularm ente im portante para Occidente? ¿No es el resurgimiento del dis­
curso de la sociedad civil en el Este y en el Sur simplemente parte del
proyecto para lograr lo que las democracias capitalistas avanzadas ya tie­
nen: una sociedad civil garantizada por el gobierno de la ley, los derechos
civiles, la democracia parlam entaria y una economía de mercado? ¿No es
posible argum entar que las luchas en nombre de la creación de una socie­
dad política y civil, en especial en el Este, son una clase de repetición de los
grandes movimientos democráticos de los siglos XVIII y XIX que crearon
un tipo de dualidad entre el Estado y la sociedad civil, que sigue siendo la
base de las instituciones democráticas y liberales de Occidente? Y, ¿no es
esto una admisión de que los teóricos elitistas, los neoconservadores, o por
lo menos los liberales están en lo correcto? Si se expresa de esta manera,
el resurgimiento del discurso de la sociedad civil parece ser solamente eso,
un resurgimiento, con poca im portancia política o teórica para las demo­
cracias liberales occidentales. Y de ser así, ¿por qué podría una perspectiva
orientada a la sociedad civil proporcionar una salida a las antinomias que
afectan al pensamiento social y político occidental?
INTRODUCCIÓN 35

Varias cuestiones interrelacionadas que se han presentado en el resurgi­


miento actual van más allá del modelo de los orígenes históricos de la socie­
dad civil en Occidente y, por lo tanto, tienen importantes lecciones que
ofrecer a las democracias liberales establecidas. Éstas incluyen la concep­
ción de la autolimitación, la idea de la sociedad civil compuesta por movi­
mientos sociales así como por un conjunto de instituciones, la orientación
a la sociedad civil como un nuevo terreno de la democratización,42la influen­
cia de la sociedad civil sobre la sociedad política y económica y, finalmente,
la comprensión de que la liberación de la sociedad civil no es necesaria­
mente idéntica a la creación de la sociedad burguesa, sino que más bien
implica una elección entre una pluralidad de tipos de sociedad civil. Todas
estas ideas señalan más allá de una limitación de la teoría de la sociedad
civil sencillamente a la fase constitutiva de las nuevas democracias.
La idea de la autolimitación, que con m ucha frecuencia se confunde
con las limitaciones estratégicas sobre los movimientos emancipadores,
en realidad se basa en un aprendizaje en el servicio del principio demo­
crático. Las “revoluciones” autolimitadas o "posrevolucionarias" del Este
ya no están motivadas por proyectos fundamentalistas cuyo objetivo era
suprim ir la burocracia, la racionalidad económica o la división social.
Los movimientos arraigados en la sociedad civil han aprendido de la tra­
dición revolucionaria que estos proyectos fundamentalistas conducen a
la desintegración de la conducción societal y de la productividad y a la
supresión de la pluralidad social, todos los cuales son después recons­
tituidos por las fuerzas del orden únicamente por medios muy autorita­
rios. Ese resultado conduce al colapso de las formas de autoorganizaclón
que en muchos casos eran las principales portadoras del proceso revolu­
cionario: las sociedades, consejos y movimientos revolucionarios. Para­
dójicamente, justo la autolimitación de esos actores permite la continua­
ción de su papel social y d-Érfü influencia más allá de la fase constituyente
y los proyecta a la fase de lo constituido.
Esta continuación de un papel de la sociedad civil más allá de la fase de
transición puede ir asociada con la domesticación, la desmovilización y
una relativa atomización. Esto significará la convergencia con la socie­
dad tal como la consideran los pluralistas de la élite occidental. Pero en el
escenario postautoritario, los actores que han rechazado el fundamen-
tulismo y elevado a la sociedad civil al nivel de un principio normativo
muestran que sí tenemos opción. Si bien la democratización total del Es-
ludo y de la economía no puede ser su objetivo, la propia sociedad civil es
un importante terreno de la democratización, de la construcción de institu­
ciones democráticas, como lo comprendió Tocqucville antes que cualquier
otro. Y si los opositores de Europa oriental se vieron obligados a seguir
primero esta alternativa sólo por los obstáculos que se les ponían en la
36 INTRODUCCIÓN

esfera de la organización estatal, ciertamente es muy probable que la idea


de la democratización adicional de la sociedad civil adquirirá im portan­
cia en vista de las desilusiones inevitables, visibles sobre todo en Hungría,
Alemania del Este y Checoslovaquia, con el surgimiento de las prácticas
típicas de las dem ocracias occidentales. Así, a los actores de las nuevas
sociedades políticas les convendría, si valoran en algo su legitimidad a
largo plazo, prom overla construcción de instituciones democráticas en la
sociedad civil, incluso aunque esto parezca aum entar el número de deman­
das sociales que se les presentan.
La idea de la democratización de la sociedad civil, a diferencia de su
mero resurgimiento, es extremadamente pertinente para las sociedades
occidentales ya establecidas. De hecho, la tendencia a ver los movimien­
tos e iniciativas extrainstitucionales además de las instituciones ya esta­
blecidas como partes integrales de la sociedad civil se presentó antes en
Occidente que en la experiencia del Este, a la que se está extendiendo
rápidam ente por medio de nuevos y antiguos movimientos e iniciativas.
Es muy posible que algunas de las nuevas constituciones de Europa oriental
incorporen en el futuro una nueva sensibilidad a una sociedad civil activa,
sensibilidad que a su vez debe influir en los desarrollos constitucionales
occidentales. Estos progresos normativos potenciales confirm arán, tanto
en Oriente como en Occidente, la idea de que pueden existir diferentes
tipos de sociedad civil: más o menos institucionalizadas, más o menos
democráticas, más o menos activas. Las discusiones dentro del sindicato
Solidaridad en Polonia presentaron estas opciones explícitamente desde
una fecha tan tem prana como 1980, junto con la elección de modelos
políticos vs. antipolíticos de la sociedad civil. En la actual oleada de libe­
ralismo económico en Polonia, Checoslovaquia y Hungría, otro problema
que surge inevitablemente se refiere a la conexión entre la economía y la
sociedad civil y a la elección entre una sociedad económica, individualis­
ta, y una sociedad civil basada en la solidaridad, protegida no sólo del
Estado burocrático sino también de la economía de mercado autorregu-
lada. También este debate será de im portancia directa para los contextos
occidentales, como ya se observó en América Latina y, a la inversa, las
controversias occidentales respecto al Estado benefactor y a los "nuevos
movimientos sociales” deberán contener mucho material intelectual que
ofrecer a los demócratas radicales del Este que esperan proteger el recur­
so de la solidaridad sin paternalismo.
El propósito de nuestro libro es desarrollar y justificar sistemáticamente
la idea de la sociedad civil, concibiéndola ahora parcialm ente en torno a
una noción de movimientos democratizadores autolimitados que procu­
ran extender y proteger espacios tanto para la libertad negativa como para
la libertad positiva y volver a crear las formas igualitarias de solidaridad
INTRODUCCIÓN 37

sin obstaculizar la autorregulación económica. Arates de ocuparnos de esta


tarea, quisiéramos concluir esta introducción aclarando la contribución
im portante, y quizá decisiva, de nuestra teoría de la sociedad civil a las
tres antinomias teóricas antes mencionadas.43

La s o c ie d a d c iv il y l a t e o r ía p o l ít ic a c o n t e m p o r á n e a

Pareciera que nuestra posición ya fue anticipada por una de las seis tradi­
ciones teóricas que participan en los debates a los que nos referimos an­
tes, es decir, la versión pluralista de la tradición democrática elitista de la
teoría política.44 En realidad, lo que los pluralistas aportaron al modelo
elitista de la democracia es precisamente la concepción de un “tercer cam­
po" diferente de la economía y del Estado (lo que llamamos "sociedad ci­
vil”).45 Según el análisis pluralista, una sociedad civil muy articulada con
divisiones a través de sus elementos, grupos que com parten miembros en
común y movilidad social es el presupuesto para una organización polí­
tica democrática estable, una garantía contra el dominio perm anente por
cualquier grupo y contra el surgimiento de movimientos masivos funda-
mentalistas e ideologías antidemocráticas.46 Además, se considera que una
sociedad civil constituida de esa m anera es capaz de adquirir influencia
sobre el sistema político por medio de la articulación de intereses que son
"agregados” por los partidos políticos y las legislaturas e influyen en la
toma de decisiones políticas, a la que a su vez se entiende dé conformidad
con los lineamientos del modelo elitista de democracia.
Aunque usamos muchos de los términos de este análisis en nuestra
obra sobre la sociedad civil, nuestro enfoque difiere en varios aspectos
clave del seguido por los pluralistas. Primero, no aceptamos el punto de
vista de que la “cultura cívica” más adecuada para la sociedad civil moderna
es la que se basa en la viaa privada civil y en la apatía política. Como es
bien sabido, los pluralistas le dan mucho valor a la participación en la fa­
milia propia, en los clubes privados, en las asociaciones voluntarias, y en
otros organismos similares por considerarlos actividades que alejan a
los ciudadanos del activismo o participación política.47 Supuestamente
esto es lo que contribuye a que un Estado tenga una forma de gobierno
democrático estable. Además, para este modelo no tiene im portancia cuál
es la estructura interna de las instituciones y de las organizaciones de la
sociedad civil.48 De hecho, en su apresuram iento por rem plazar "los prin­
cipios utópicos (democráticos participativos)” con realismo, los pluralis­
tas tienden a considerar los esfuerzos por aplicar las normas igualitarias
de la sociedad civil a las instituciones sociales como una m uestra de inge­
nuidad.49
38 INTRODUCCIÓN

Nosotros no compartimos esta opinión. En cambio, nos basamos en la


tesis de uno de los más im portantes predecesores del enfoque pluralista,
Alexis de Tocqueville, quien argumentó que sin la participación activa por
parte de los ciudadanos en instituciones igualitarias y en las asociaciones
civiles, así como en las organizaciones políticas relevantes, no habría for­
ma de conservar el carácter democrático de la cultura política o de las ins­
tituciones sociales y políticas. Precisamente debido a que la sociedad civil
moderna está basada en principios igualitarios y en la inclusión universal,
la experiencia en la articulación de la voluntad política y de la tom a de de­
cisiones colectiva es de importancia capital para la reproducción de la
democracia.
Por supuesto, éste es el punto que siempre han defendido los teóricos
de la participación. Nuestro enfoque difiere del de ellos porque argumenta­
mos en favor de más, no de menos, diferenciación estructural. Conside­
ramos importantes los principios normativos defendidos por los demócra­
tas radicales, pero ubicamos la génesis de la legitimidad democrática y de
las oportunidades para la participación directa no en algún ente político
idealizado, "desdiferenciado”, sino dentro de un modelo muy diferenciado
de la propia sociedad civil. Esto cambia el núcleo de la problemática de la
teoría democrática de los modelos descriptivos y/o especulativos al pro­
blema de la relación y de los canales de influencia entre la sociedad civil y
la política y entre ambas y el Estado por una parte, y por otra a la confor­
mación institucional y articulación interna de la propia sociedad civil.
Además, creemos que la democratización de la sociedad civil —la familia,
la vida asociativa y la esfera pública— necesariamente ayuda a abrir la
estructura de los partidos políticos y de las instituciones representativas.50
De hecho, esto abre el camino a una concepción dinámica de la sociedad
civil, una que evite el impulso apologético de la mayoría de los análisis
pluralistas. Lejos de considerar a los movimientos sociales como antitéticos
ya sea al sistema político democrático o a la esfera social adecuadamente
organizada (el punto de vista de los pluralistas), los consideramos como
una característica clave de una sociedad civil moderna, vital y una forma
im portante de participación ciudadana en la vida pública. No obstante,
no consideramos que los movimientos sociales prefiguren una forma de
participación ciudadana que habrá o incluso deberá sustituir a los acuer­
dos institucionales de la democracia representativa (que es lo que afirma
la posición democrática radical). Desde nuestro punto de vista, los movi­
mientos sociales para la expansión de los derechos, para la defensa de la
autonom ía de la sociedad civil y para su mayor democratización son los
que mantienen viva a una cultura política democrática. Entre otras cosas,
los movimientos introducen nuevos problemas y valores en la esfera pú­
blica y contribuyen a reproducir el consenso que presupone el modelo de
INTRODUCCIÓN 39

democracia de élite/pluralista, pero el que nunca se preocupa por expli­


car.51 Los movimientos piieden y deben complementar, en vez de querer
remplazar, a los sistemas partidarios competitivos. Nuestro concepto de
sociedad civil, por lo tanto, retiene el núcleo normativo de la teoría demo­
crática a la vez que sigue siendo compatible con las presuposiciones estruc­
turales de la modernidad. Finalmente, aunque también diferenciamos la
economía de la sociedad civil, diferimos de los pluralistas en que no cerra­
mos las fronteras entre ellas sobre la base de una supuesta libertad sacro­
santa para contratar o del derecho de propiedad. Tampoco buscamos "rein­
sertar" a la economía en la sociedad. En cambio, en nuestro análisis es
posible hacer que los principios de la sociedad civil influyan en las insti­
tuciones económicas dentro de lo que llamamos la sociedad económica.
El problem a aquí, como en el caso de la forma de organización política, es
qué canales y receptores de influencia pueden, deben existir y de hecho
existen.52 En realidad, podemos presentar esos problemas fundam entán­
donos en nuestro modelo sin correr el riesgo de sufrir las acusaciones de
utopismo o antimodernismo que tan frecuente y merecidamente se hacen
contra las versiones de democracia radical basada en los trabajadores.
Nuestra tesis también es que las tensiones entre el liberalismo orienta­
do a los derechos y, por lo menos, el comunitarismo orientado democráti­
camente pueden reducirse considerablemente, si no desaparecer del todo,
sobre la base de una nueva teoría de la sociedad civil. Mientras que la Idea
de los derechos y de una comunidad política democrática se derivan de
tradiciones diferentes de la filosofía política, hoy en día pertenecen a la
misma cultura política. No es necesario considerarlas antitéticas, aunque
en un nivel empírico los derechos de un individuo pueden entrar en con­
flicto con el gobierno de la mayoría y "el interés público", por lo que se re­
quiere un equilibrio entre las dos partes.53 Tampoco es necesario considerar
a éstas como si estuviera n ^ asadas en dos conjuntos de principios o de
presuposiciones en conflicto, de tal m anera que sólo podemos acomodar
al prim er conjunto en la medida en que sea instrum ental para lograr o
conservar al otro. Por el contrario, afirmamos que lo mejor del liberalis­
mo orientado hacia los derechos y del comunitarismo orientado demo­
cráticam ente constituye dos conjuntos de principios que se refuerzan
mutuamente y en gran parte se traslapan. Se necesitan dos pasos para
argum entar esta tesis y trascender las antinomias relevantes. Primero, se
debe m ostrar que hay una estructura filosófica que puede proporcionar
tina ética política capaz de rescatar las pretensiones normativas tanto del
liberalismo orientado a los derechos como de la democracia radical. Se­
gundo, se debe revisar la concepción de la sociedad civil como una esfera
privada, compartida por ambos paradigmas teóricos, con el fin de enten­
der las implicaciones institucionales de una ¿tica semejante.
40 INTRODUCCIÓN

También defendemos los principios de universalidad y de autonomía a


los que está ligada la tesis de los derechos, pero negamos que esto nos com­
prometa con la idea liberal de neutralidad o con una ontología individualista.
Los comunitaristas están en lo correcto: gran parte de la teoría liberal, en
especial la tradición del contrato desde Hobbes hasta Rawls, ha dependido
de uno o de ambos de estos principios.54 Sin embargo, la teoría haberma-
siana de la ética del discurso en la que nos basamos, proporciona una for­
ma de desarrollar conceptos de universalidad y autonomía que están libres
de esas presuposiciones. En esta teoría, la universalidad no significa neu­
tralidad respecto a una pluralidad de valores o de formas de vida, sino que
se refiere, en prim er lugar, a las metanormas de reciprocidad simétrica,55
que deben funcionar como principios reguladores que orientan al proceso
discursivo de la resolución del conflicto y, en segundo lugar, a las normas o
principios en las que pueden estar de acuerdo todos los que se ven afecta­
dos potencialmente. El procedimiento de universalización que defendemos
aquí implica un diálogo real en vez de hipotético. No requiere que uno se
abstraiga de su situación concreta, sus interpretaciones de necesidades o
sus intereses para llevar a cabo una comprobación moral no sesgada de los
principios. En cambio, requiere que éstos se articulen libremente. También
es un requisito que todos los afectados potencialmente por las normas ins­
titucionalizadas (leyes o políticas) estén abiertos a una multiplicidad de
perspectivas. Por consiguiente, la universalidad es un principio regulador
del proceso discursivo por medio del cual los participantes razonan juntos
sobre cuáles valores, principios e interpretaciones de necesidades merecen
ser institucionalizados como normas comunes.56 Así, el individuo atómico
incorpóreo que supuestamente presupone la ética procesal (deontológica)
no es de ninguna manera, enfatizamos, la base de este enfoque. Si se supo­
ne que las identidades individual y colectiva se adquieren mediante com­
plejos procesos de socialización, que implican tanto la interiorización de
normas o tradiciones sociales como el desarrollo de capacidades reflexivas
y críticas vis-á-vis normas, principios y tradiciones, esta teoría tiene como
núcleo un concepto intersubjetivo, interactivo, de la individualidad y de la
autonomía. De esta manera, es capaz de dar cabida a las intuiciones comu­
nitaristas respecto al núcleo social de la naturaleza hum ana sin abandonar
las ideas de universalidad o de derechos morales. De hecho, la ética del
discurso proporciona una base filosófica para la legitimidad democrática
que presupone derechos válidos, incluso aunque no todos estos derechos
puedan derivarse de ella.57
Si bien son los individuos, por supuesto, los que tienen derechos, el con­
cepto de los derechos no tiene que depender del individualismo filosófico o
metodológico, ni en este respecto, de la idea de la libertad negativa única­
mente. Aunque la mayoría de los teóricos liberales y comunitaristas han
INTRODUCCIÓN 41

supuesto que tal concepto de la libertad y del individualismo ya está presu­


puesto en el propio concepto de los derechos, creemos que sólo algunos de
éstos implican una libertad principalmente negativa, en tanto que ninguno
requiere un concepto filosóficamente atomista de la individualidad. Es aquí
donde debemos introducir en el análisis una concepción revisada de la socie­
dad civil, junto con una nueva teoría de los derechos. Porque toda teoría de
los derechos, toda teoría de la democracia, implica un modelo de sociedad.
Desafortunadamente, los comunitaristas y los liberales también están de
acuerdo en que el análogo societal de la tesis de los derechos es una socie­
dad civil construida como la esfera privada, compuesta por una aglomera­
ción de individuos autónomos, pero egoístas, exclusivamente interesados
en su propio ser, competitivos y posesivos, cuya libertad negativa debe pro­
teger el sistema de organización política del Estado. En lo que difieren es
en sus evaluaciones y no en sus análisis de esta forma de sociedad.
Pero ésta es sólo una de las versiones posibles de sociedad civil y cierta­
mente no es la única que puede “derivarse” de la tesis de los derechos.
Sólo si uno considera que la propiedad no es sencillamente un derecho
clave sino el núcleo de la concepción de los derechos —esto es, sólo si uno
ubica a la filosofía del individualismo posesivo como el elemento más im­
portante de la concepción que se tiene de la sociedad civil y después redu­
ce esta sociedad civil a la sociedad burguesa— llega a definirse la tesis de
los derechos de esta m anera.58 Sin embargo, si uno desarrolla un modelo
más complejo de la sociedad civil, reconociendo que tiene componentes
públicos y asociativos así como individuales y privados, y si, además, con­
sidera que la idea de la autonom ía moral no presupone un individualismo
posesivo,59 entonces la tesis de los derechos empieza a parecem os un poco
diferente. En resumen, los derechos no sólo aseguran la libertad negativa,
es decir, la autonom ía de individuos privados o desvinculados. También
aseguran la autonom ía (JUhse del control estatal) de la interacción comuni­
cativa de los individuos entre sí en las esferas pública y privada de la socie­
dad civil, así como una nueva relación de los individuos con las esferas
pública y política de la sociedad y del Estado (incluyendo, por supuesto,
los derechos de ciudadanía). De esta manera, los derechos morales no son
por definición apolíticos o antipolíticos, ni constituyen un dominio
exclusivamente privado respecto al cual el Estado se debe autolimitar. Por
el contrario, los derechos de comunicación, asamblea y asociación, entre
otros, constituyen las esferas pública y asociativa de la sociedad civil como
esferas de libertad positiva dentro de las cuales los agentes pueden debatir
colectivamente temas de interés común, actuar en concierto, afirmar nuevos
derechos y ejercer influencia sobre la sociedad política (y potencialmente
sobre la económica). Los principios democráticos, así como los liberales,
tienen su lugar aquí. Por consiguiente, alguna forma de diferenciación de
42 INTRODUCCIÓN

la sociedad civil, el Estado y la economía es la base de las instituciones


m odernas democráticas y liberales. Estas últimas no presuponen seres
atomísticos o comunales, sino más bien seres asociados. Además, en esta
concepción desaparece la oposición radical entre los fundamentos filosó­
ficos y las presuposiciones societales del liberalismo orientado a los de­
rechos y los del comunitarismo orientado democráticamente. Esta m ane­
ra de concebir a la sociedad civil no resuelve, por supuesto, el problema
de la relación entre la libertad negativa y la positiva, pero sí ubica al tema
dentro de un terreno societal y filosófico común. Es sobre este terreno
que debemos aprender a aceptar compromisos, a separarnos reflexivamen­
te de nuestra propia perspectiva para recibir otras, a aprender a evaluar la
diferencia, a reconocer o crear de nuevo lo que tenemos en común, y a
percibir qué dimensiones de nuestras tradiciones vale la pena conservar y
cuáles deben ser abandonadas o cambiadas.
Esto nos lleva al centro de nuestras diferencias con el modelo neocon-
servador de la sociedad civil. El lema neoconservador, "la sociedad contra
el Estado”, a menudo se basa en un modelo en que la sociedad civil es el equi­
valente del mercado o de la sociedad burguesa. Sin embargo, otra versión
de este enfoque reconoce la importancia de la dimensión cultural de la so­
ciedad civil. Tenemos serias objeciones incluso respecto a esta segunda ver­
sión, cuyas estrategias para quitarle cargas al Estado se dirigen en parte a
las instituciones que participan en la formación y transm isión de los valo­
res culturales (arte, religión, ciencia) y en la socialización (familias, escue­
las). Un componente importante de la tesis neoconservadora de la “ingo-
bernabilidad" es el argumento de que las dem andas materiales excesivas
que los ciudadanos hacen al Estado no se deben sólo a las instituciones de
bienestar en sí, sino también a nuestra cultura política, moral y estética
modernista. Esta última afirmación debilita a la vez los valores tradicio­
nales y las agencias del control social (como la familia) que m oderaron el
hedonismo en el pasado.60Desde este punto de vista, necesitamos dar va­
lor nuevamente a nuestra cultura política, revivir los debilitados valores
tradicionales como el autocontrol, la disciplina y el respeto a la autoridad
y al éxito, y reforzar los principios "no políticos" del orden (familia, pro­
piedad, religión, escuelas) de modo que una cultura de autodependencia
y autocontrol remplace a la cultura de la dependencia y de la crítica.61 Las
políticas culturales de los aeoconservadores que acom pañan a las políti­
cas de desregulación y privatización están basadas, entonces, en la defen­
sa o recreación de un mundo de la vida tradicionalista y autoritario.62
Nuestro concepto de sociedad civil apunta hacia una evaluación diferen­
te. Primero debemos tratar de m ostrar que los recursos de sentido, autori­
dad e integración social sen debilitados no por la modernidad cultural o
política (basada en los principios de la reflexión crítica, de la resolución
INTRODUCCIÓN 43

discursiva de los conflictos, de la igualdad, de la autonomía, de la partici­


pación y de la justicia) sino, más bien, por la expansión de una economía
de empresas privadas que cada vez tiene menos de liberal, así como por la
ampliación excesiva del aparato administrativo del Estado intervencionista
en el campo social. El uso del poder económico y político para réforzar o,
lo que es peor, para recrear el carácter "tradicional" jerárquico, patriarcal
y exclusivo de muchas de las instituciones de la sociedad civil es, desde nues­
tro punto de vista, lo que propicia la dependencia. Estamos de acuerdo en
que ciertos rasgos del Estado benefactor63 fragmentan a las colectivida­
des, destruyen las solidaridades horizontales, aíslan y hacen a los indivi­
duos privados dependientes del aparato estatal. No obstante, la expansión
capitalista sin restricciones tiene las mismas consecuencias destructivas.
Pero el hecho de recurrir a la familia, tradición, religión o com unidad
puede reforzar el fundamentalismo destructivo de comunidades falsas que
es fácil m anipular desde arriba, a menos que prim ero se defiendan los lo­
gros del liberalismo (el principio de los derechos), la democracia (los prin­
cipios de participación y del discurso), y la justicia (una precondición para
la solidaridad) y luego se les complemente con nuevas formas igualitarias
y democráticas de asociación dentro de la sociedad civil.
Además, optar por la preservación de las tradiciones, si va acom pañada
por una negación de la tradición universalista de la modernidad política y
cultural, implica fundamentalismo. Por consiguiente, la cuestión que sur­
ge de nuestro modelo se convierte en: ¿qué tradiciones, qué forma de fa­
milia, qué comunidad, qué solidaridades deben defenderse contra las in­
tervenciones que las perjudican? Incluso si la propia modernidad cultural
es sólo una tradición entre muchas, su proyección universal es la relación
reflexiva, no autoritaria, con la tradición —una orientación que puede
aplicarse a sí mism a y que implica autonomía (la que supuestam ente elo­
gian los n e o co n serv a d o res) .en vez de heteronomía—. De hecho, tradicio­
nes que se han tornado problemáticas sólo pueden ser conservadas en el
terreno de la modernidad cultural, es decir, mediante argumentos que
invocan principios. Esa discusión no significa la abolición de la tradición,
solidaridad o sentido; más bien, es el único procedimiento aceptable para
determ inar entre tradiciones, necesidades o intereses competitivos que
están en conflicto. Por lo tanto, nuestro modelo señala hacia la moderni­
zación adicional de la cultura y de las instituciones de la sociedad civil
como la única forma de llegar a la autonomía, a la autodependencia y a la
solidaridad entre iguales, las que supuestam ente desean los críticos
neoconservadores del Estado benefactor.64
Nuestro concepto de sociedad civil busca desmitificar la otra corriente
dentro del neoconservadurismo, es decir, que la única alternativa al patera
nalismo, a la ingeniería social y a la burocratización de nuestras vidas,
44 INTRODUCCIÓN

característicos de los sistemas del Estado benefactor, es retornar a la m a­


gia del mercado (y por supuesto renunciar a la justicia distributiva y al
igualitarismo). Esta "solución" no sólo es políticamente insostenible y
normativam ente indeseable; también está basada en el supuesto equivo­
cado de que no existe ninguna otra opción. Nuestra estructura, no obstan­
te, permite en principio un tercer enfoque, uno que no busca corregir la
penetración económica o estatal de la sociedad mediante una utilización
mayor o m enor de estos dos mecanismos orientadores. De hecho, la tarea
es garantizar la autonom ía del Estado y de la economía modernos a la vez
que se protege simultáneamente a la sociedad civil de la penetración y
funcionalización destructivas de los imperativos de estas dos esferas. Por
ahora, por supuesto, sólo tenemos algunos de los elementos de una teoría
que pueda tem atizar tanto la diferenciación de la sociedad civil respecto
del Estado y de la economía, como su influencia reflexiva sobre éstos por
medio de las instituciones de la sociedad política y económica. Pero cree­
mos que nuestra concepción tiene las mejores perspectivas para el futuro
progreso teórico y para integrar las diversas estrategias conceptuales que
están disponibles actualmente. El proyecto que implica evitaría corregir
los resultados del paternalism o estatal con otra forma de colonización de
la sociedad, en esta ocasión por una economía de mercado no regulada.
Procuraría lograr el funcionamiento de la política social mediante pro­
gramas basados en la sociedad civil, más autónomos y descentralizados
que los de los estados benefactores tradicionales, y el funcionamiento de
las reglamentaciones económicas por medio de formas de legislación no
burocráticas, menos intrusivas, “una ley reflexiva”, que se concentre más
en los procedimientos y no en los resultados.65 En nuestra opinión, este
proyecto sintético debe describirse no sólo con el térm ino de Habermas
"la continuación reflexiva del Estado benefactor”, sino tam bién con la
idea com plem entaria de la “continuación reflexiva de la revolución de­
m ocrática”. La prim era surge en el contexto de los estados benefactores
de Occidente, la última en la democratización de los regímenes autoritarios.
Es posible com binar las dos ideas y así debe hacerse. Hasta ahora, el re­
ciente resurgimiento y desarrollo del concepto de sociedad civil ha impli­
cado aprender de la experiencia de la “transición a la dem ocracia”. La
idea de la continuación reflexiva del Estado benefactor y de la dem ocra­
cia liberal debe, sin embargo, abrir el camino para enriquecer los recursos
intelectuales de los demócratas en los países del Este con lo que hemos
aprendido en una doble crítica de los estados benefactores ya estableci­
dos y de sus descontentos neoconservadores. Una teoría de la sociedad
civil alimentada por esas ideas tam bién debe contribuir a conform ar los
proyectos de todos los que en Occidente buscan la democratización adi­
cional de las democracias liberales.
INTRODUCCIÓN 45

NOTAS

1 Por supuesto, el libro de Karl Polányi, Great Transformation [1944] (Boston, Beacon
Press, 1957), que ha sido uno de los principales fundam entos de nuestro trabajo, "introdujo
de nuevo" al E stado a m ediados de la década de 1940. Pero véase de P eter Evans et al.,
(eds.), Bringing the State Back In, Cambridge, Inglaterra, C am bridge University Press, 1985.
Sin em bargo, concentrar la atención en el Estado h a ocasionado u n debate (y u n a nueva
investigación) m uy interesante e im portante sobre la relación de las m ujeres y el Estado
benefactor. En este caso se captó una nueva dim ensión que había sido ignorada en el pasa­
do. Véanse obras recientes como las de G retchen R itter y T heda Skocpol, "G ender and thc
Origins of M odern Social Policies in B ritain and the United S tates” (ms.); Linda Gordon,
"W hat Does Welfare Regúlate?", y Francés Fox Piven y R ichard Cloward, "Welfare Doesn't
Shore up Traditional Family Roles: A Reply to Linda Gordon", am bos en Social Research,
vol. 55, núm . 4, invierno de 1968, pp. 609-648; Cynthia E pstein, Deceptive Distinctions: Stx,
Gender and the Social Order, New Haven, Yale University Press, 1988; M im i Abramovltz,
Regulating the Lives ofWomen, Boston, South E nd Press, 1988; Nancy Fraser, Unruly Practices,
M inneápolis, University of M innesota Press, 1989; y H elga Hernes, Welfare State and Woman
Power: Essays on State Feminism, Oslo, Im p ren ta de la Universidad de N oruega, 1987.
2 Véase el cap. I.
3 Este debate empezó a m ediados de la década de 1950 y se presentó nuevam ente después
de la Nueva Izquierda. P ara u n a cronología véase John F. Manley, "N eo-Pluralism : A Clan
Analysis of Pluralism I and Pluralism II", American Political Science Review, vol. 77, núm. 2,
junio de 1983, pp. 368-383. La lista de los participantes en este debate es larga. Sólo men­
cionarem os unas pocas figuras clave y algunos trabajos representativos de cada una de lai
partes. Los teóricos de la élite incluyen a Joseph Schum peter, Capitalism, Socialism, a n d
Democracy, Nueva York, H arper& Row, 1942; S. M. Lipset, Political Man, Nueva York, Doubíeday,
1963; R obert Dahl, Polyarchy, New Haven, Yale University Press, 1971; W illiam Kornhauser,
The Politics o f Mass Society, Nueva York, Free Press, 1959; G. Almond y S. Verba, The Civic Cul­
ture, Boston, Little Brown, 1963. E ntre los dem ócratas participativos se encuentran Peter
Dachrach, The Theory o f Democratic Elitism: A Critique, Boston, Little Brown, 1967; Carole Pa-
lemán, Participation and Democratic Theory, Cambridge, Inglaterra, Cambridge University Press,
1970; Sheldon Wolin, Politics and Vision, Boston, Little Brown, 1960. Para un panorama
general del debate, véase Q uentin Skinner, “The E m pirical T heorists of Democracy and
i'lteir Crides: A Plague on Both T heir Houses", Political Theory, núm . 1, 1973, pp. 287-306.
4 La lista de los participantes en este debate tam bién es dem asiado larga para citarla
com pletam ente. Dos de las mejqgjfc,presentaciones del "liberalismo orientado a los derechos"
son las de John Rawls, A Theory o f Justice, Cambridge, H arvard University Press, 1971, y
Konald Dworkin, Taking Rights Seriously, Cambridge, H arvard University Press, 1977. Para
el concepto liberal de neutralidad, véase Bruce Ackerman, Social Justice in the Liberal State,
New I laven, Yale University Press, 1980, y Charles Larmore, Pattéms o f Moral Complexity, Cam­
bridge, Inglaterra, Cam bridge University Press, 1987. La m ejor y m ás original obra "neoco-
m unitaria" anterior al debate, pero sin duda proporcionando inform ación para el mismo, es
In de Ilannah Arendt, On Revolution, Nueva York, Penguin, 1963 [Sobre la revolución, Alianza
Editorial]; véase tam bién Sheldon Wolin, Politics and Vision, Boston, Little Brown, 1960, y
K. Ungcr, Knowledgeand Politics, Nueva York, M acm illan, 1975. Los críticos epistemológicos
contem poráneos del liberalism o incluyen a Alisdair M aclntyre, After Virtue, South Bend, Uní-
versily of Notre Dame Press, 1984, y Michacl Sandcl, Liberalism and the Limits o f Justice, Cam­
bridge, Inglaterra, Cambridge University Press, 1982. Los dem ócratas comunitarios incluyen
a Charles Taylor, Hegel, Cambridge, Inglaterra, Cam bridge University Press, 1975, y Phllo-
sophical Papers, vol. 2, Philosophy and the Human Sciences, Cambridge, Inglaterra, Cambridge
University Press, 1985; Michael Walzer, Spheres o f Justice, Nueva York, Basic, 1983, y Carole
Pnteman, The Probletn o f Political Obligation: A Critique o f Liberal Theory, Berkeley, University
of California Press, 1985. Un volum en que reúne ambas partes del debato os Michael Sandel
(ed.), Liberalism and lis Grilles, Nueva York, New York University Press, 1984.
46 INTRODUCCIÓN

Este debate tam b ién ha estru ctu rad o algunas de las controversias m ás im p o rtan tes
dentro de la teoría legal y política fem inista. Aunque siem pre ha existido u n d ebate entre
las fem inistas radicales, liberales y m arxistas/socialistas, hoy en día esta lucha se p resen ­
ta siguiendo lineam ientos sim ilares a los que m ostram os antes. Las fem inistas liberales
orientadas a la igualdad en los derechos que hacen énfasis en la n eu tralid ad del género se
en fren tan a las fem inistas co m u n itaristas de un l¿ado y a las fem inistas d eco n stru ccio n istas
del otro, las que hacen énfasis en las diferencias, el contexto y los lím ites de los análisis de
los derechos, negando la p ro p ia posibilidad de la n eu tralid ad y u niversalidad ta n to en las
leyes com o en la política. P ara dos p resentaciones ejem plares de la posición liberal/fem i-
nista, véase W endy W illiam s, "Equality's R iddle: P regnancy an d the E qual T reatm ent/
Special T reatm ent D ebate”, 13 N. Y. U. Rev. Law and Social Change, 325, 1984-1985, y
S usan Okin, Justice, Gender and the Family, Nueva York, Basic Books, 1989. Carol Gilligan,
In a Different Voice, Cam bridge, H arvard U niversity Press, 1982, es la p resen tació n clási­
ca de la posición fem inista co m u n itarista. P ara el enfoque d eco n stru ccio n ista, véase Joan
Scott, "D econstructing Equality-versns-D ifference: Of th e Uses of P o ststru c tu ra list Theory
for Fem inism ", Feminist Studies, vol. 14, núm . 1, prim avera de 1988, pp. 33-50. P ara un
enfoque neom arxista del problem a, véase C atherine M ackinnon, Toward a Feminist Theory
o f the State, Cam bridge, H arv ard U niversity Press, 1989.
5 Véase Michel C rozier et al. (eds.), The Crisis o f Democracy, Nueva York, New York
University Press, 1975, y Claus Offe, Contradictions o f the Welfare State, Cam bridge, mit
Press, 1984.
6 Joseph Schum peter, Capitalism, Socialism, and Democracy, Nueva York, H arp er & Row,
1942, pp. 232-302.
7 Ibid., p. 269.
8 El m odelo del partid o político es el p artid o que acepta a todos (catch all). P ara el
concepto véase Otto K irchheim er, "The T ransform ation of th e W estern E u ro p ean Party
System ”, en Frederic S. B urin y K urt L. Shell (eds.), Politics, Law and Social Change: Selected
Essays o f Otto Kirchheimer, Nueva York, C olum bia University Press, 1969, pp. 346-371. Al­
gunos teóricos elitistas que tam bién son pluralistas incluyen a los grupos de presión com o
actores en el sistem a político (véase Dahl, Polyarchy). Sin em bargo, la idea de que los gru­
pos de presión surgen espontáneam ente y en form a autónom a en la sociedad civil y des­
pués son agregados por los partidos políticos h a sido criticada no sólo p o r los m arxistas,
sino tam bién p o r los teóricos del neocorporativi’s mo. Para un excelente p an o ram a general
de estas críticas, véase Suzanne Berger, Organizing Interests in Western Europe, Cambridge,
Inglaterra, Cam bridge University Press, 1981, pp. 1-23.
9 En este m odelo no es posible que los intereses societales estén representados. Tampo­
co la opinión pública ni los m eros intereses individuales encuentran representación en el
sistem a político; p o r el contrario, las élites son las que agregan y d an relevancia política a
los intereses.
10 Según Schum peter, op. cit., pp. 292-293, no todo en u n a dem ocracia está sujeto al
m étodo dem ocrático. Por ejemplo, los jueces, las agencias federales y las burocracias están
m ás allá del cam po de este m étodo, pero no p or ello son antidem ocráticos. E stam os de
acuerdo con este argum ento, pero insistiríam os en que el alcance o los dom inios a los que
se deben de extender los principios dem ocráticos no es algo que puedan decidir los exper­
tos; es, m ás bien, un problem a norm ativo y em pírico que debe ser decidido dem ocrática­
m ente en cualquier caso. (Debemos indicar que el propósito de S chum peter era ir en con­
tra de los regím enes "totalitarios", que am plían tan to el cam po de lo político —aunque
difícilm ente el de la dem ocracia— que socavan la integridad y la eficiencia de la tom a de
decisiones políticas.)
11 Ibid., pp. 289-295. • -.
12 Qué es lo que se puede considerar com o u n a participación excesiva es u n a cuestión
discutible. M ientras que la escuela de la dem ocracia de élite acepta parcialm ente esta idea
y defiende un a m ezcla de activism o y apatía (véase Almond y Verba, The Civic Culture, y
Lipset, Political Man), ju n to con un sector civil privado, S chum peter fue m ás lejos en esta
dirección; ¡al argum entar en contra del gobierno im perativo, S chum peter insiste en que las -
personas deben aceptar la división del trabajo entre líderes y seguidores, abandonando la
INTRODUCCIÓN 47

idea de in stru ir a los delegados, e incluso d ejar de im portunad a sus rep resen tan tes con car­
tas y telegram as!
13 Véase B achrach, Theory o f Democratic Elitism, op. cit.
14 Como lo han m ostrado los teóricos del neocorporativism o, los estados organizados
políticam ente de esa m an era a m enudo tienen organizaciones sem ipúblicas poderosas que
están organizadas jerárquicam ente, participan en negociaciones ocultas entre sí y con el E s­
tado, no son internam ente dem ocráticas y no in teractú an de conform idad con los princi­
pios del procedim iento dem ocrático. Véanse los ensayos en P. Schm itter y G. Lehmbruch
(eds.), Trends toward Corporatist Intermediation, Londres, Sage Publications, 1979.
15 Jürgen H aberm as, “L egitim ation Problem s in the M odern S tate”, Communication and
the Evolution o f Society, Boston, Beacon Press, 1979, pp. 186-187,
16 B achrach, op. cit.
17 Es decir, pierde una n o rm a con la cual ju zg ar si el consentim iento, los procedim ientos
y otros elem entos sim ilares son lo que afirm an ser. Véase Phillippe C. Schmitter, “D em ocratic
T heory and N eocorporatist P ractice”, Social Research, vol. 50, núm . 4, invierno de 1983,
pp. 885-891.
18 Véase A rendt, On Revolution, op. cit., y Wolin, Politics and Vision, op. cit. Véase tam­
bién B enjam ín Barber, Strong Democracy, Berkeley, University of California Press, 1984.
19 Barber, Strong Democracy, op. cit.
20 Este no es el caso con Patem an, Participation and Democratic Theory, op. cit.
21 No debe olvidarse que la teoría dem ocrática clásica se basaba en u n a concepción
indiferenciada del Sittlichkeit, es decir, en u n consenso éticam ente su p erio r respecto al
bien al que todos se deben ad h erir si eligen quedarse. En un m undo m oderno caracterizado
por el pluralism o de valores y la contienda-de los dioses, ese concepto es anacrónico,
22 Tanto el m odelo de élite com o el participativo com eten el erro r de reducir el principio
de la legitim idad dem ocrática a los principios organizativos. El prim ero diluye el procedí-
m entalism o norm ativo dentro de los procedim ientos p a ra la obtención del poder, en tanto
que el segundo intenta d educir los m odelos organizativos a p a rtir del principio democráti­
co de legitim idad. Véase el capítulo vm p a ra una discusión de este problem a. Véase tam­
bién H aberm as, “L egitim ation Problem s", op. cit., pp. 186-187.
23 En cierto modo, este debate es una respuesta a las dim ensiones utilitaristas de ios
modelos elitista y pluralista de la dem ocracia. Rawls y Dworkin critican al utilitarismo,
argum entando que, sin una concepción de la justicia o u n a teoría de los derechos basadai/'V.
en principios, el m odelo de la dem ocracia u tilitarista de élite o p luralista no puede preten- ^
tler legitim idad. P or supuesto, los com unitaristas tam bién critican al modelo en su totali-
dad, pero concentran su atención m enos en el utilitarism o de los elitistas democráticos que
en la im portancia que concede a los derechos el liberalism o contem poráneo.
24 Véase nota 4.
23 Ibid.
26 Aquí lo nuevo vis-á-vis las prim eras tradiciones del liberalism o (o del pluralismo de
élite a este respecto) es que la propiedad ya no es ubicada en el centro de la concepción de loe
derechos; es u n derecho entre m uchos, pero está sujeta a u n "equilibrio". Rawls y Dworkin
son, por supuesto, decididos defensores del E stado benefactor.
27 La tesis de los derechos se predica con base en los siguientes supuestos:

1. no hay ninguna autoridad m ás que la razón hum ana para juzgar las dem andas morales;
2. a todos los individuos se les debe ver como socios iguales en el diálogo m oral cuando se
trata de afirm ar y defender la dem anda de derechos —se deben dar razones morales—;
cunlquíer tradición, prerrogativa o pretensión está sujeta a critica;
4. los valores que defienden los individuos, incluidos los derechos, son válidos porque se
puede nrgum entar en favor de ellos vis-á-vis otros sistem as m orales, Todos los valores
son valores para los individuos. Si algo es valioso p ara una com unidad, debe mostran-
se que tam bién es un valor para el Individuo.

Véase Joños Kls, L'Égah digniti. Essal sur Its fondemtnls d tt droits d* ih o m m t, Parts,
Nmill, 1989.
48 INTRODUCCIÓN

28 De aquí la prioridad del derecho o de la justicia sobre el bien.


29 Esto es, la prem isa supuestam ente antropológica de la tesis de los derechos es la de
individuos aislados, autosufícientes, fuera de la sociedad, com pletam ente dotados de razón
instrum ental y de autonom ía. Esos egos son independientes de sus fines y contexto social.
Esos egos “no restringidos" son considerados com o el locas original de la libertad de elec­
ción respecto a los fines, form as de vida, proyectos, etc., propios. Sandel, Taylor y W alzer
critican todos estos supuestos epistem ológicos que se afirm a subyacen en el liberalism o
orientado a los derechos. Amy G utm an “C om m unitarian Critics o f L íberalísm ”, Philosophy
and Public Affairs, vol. 14, núm . 4, 1985, pp. 308-322, rechaza la tesis p o r considerarla falaz.
30 Es decir, Charles Taylor, M ichael W alzer y Benjam in Barber.
31 Desde la década de 1970. P ara la crítica izquierdista del E stado benefactor, véase
Offe, Contradictions, caps. 3 y 6.
32 Para u n a discusión de varias defensas y críticas del E stado benefactor, véase Offe,
Contradictions, pp. 35-206, 252-302. Él da u n a definición en la página 194.
u ib id ., p. 147.
34 T. H. M arshall, Class, Citizenship and Social Development, Nueva York, Doubleday, 1964.
35 Offe, Contradictions, op. cit., pp. 149-154.
30 Los inversionistas pospondrán la inversión a la espera de incentivos tributarios especia­
les, o con la esperanza de que se elimine la carga de ciertas regulaciones. Como Claus Offe ha
argum entado convincentem ente, existan o no otras razones p ara que no se invierta, tales
como las tendencias inherentes a la crisis de la econom ía capitalista, incluso la acum ulación
excesiva, el ciclo de los negocios, o el cam bio tecnológico no controlado (ninguno de los
cuales tiene nada que ver con el Estado benefactor), lo significativo es que los inversionistas
privados tienen el poder de definir la realidad, y por tanto sus percepciones crean la realidad.
Cualquier cosa que ellos consideren una carga intolerable es u n a carga intolerable que de
hecho llevará a la reducción de la propensión a invertir. Véase Offe, op. cit., p. 151.
37 Véase en especial Crozier et al. (eds.), The Crisis o f Democracy, op. cit.
38 H untington, “The United States”, en Crozier et al, The Crisis o f Democracy, op. cit., p. 73.
39 Véase Jam es O’Connor, The Fiscal Crisis o f the State, Nueva York, St. M artin’s Press,
1973; H aberm as, Legitimation Crisis, p arte il; y Offe, Contradictions, op. cit., pp. 35-64.
40 Para las razones de esta afirm ación, véase Offe, ibid., pp. 67-76.
41 Claus Offe, Disorganized Capitalism, Cam bridge, MIT Press, 1985, p. 84.
42 Esto incluye a la fam ilia dentro de la sociedad civil. Véase nu estra discusión de Hegel
en el cap. II.
43 A su vez, estas discusiones han sido m uy instructivas p ara el desarrollo de nuestro
concepto.
44 Véase la nota 8.
45 Aunque ellos no usan el térm ino, los pluralistas incluyen las asociaciones voluntarias,
los grupos de interés, la prensa libre, y los derechos básicos dentro del cam po societal que
es distinto de la econom ía. El m odelo de tres partes m ás complejo que se en cuentra en la
teoría pluralista es el de Talcott Parsons (véase el cap. m).
46 Véase K ornhauser, The Politics o f Mass Society, op. cit.
47 E sto es del todo contrario al espíritu de Alexis de Tocqueville, al que los pluralistas
frecuentem ente citan com o uno de sus m ás im portante predecesores.
48 No le interesa saber si la fam ilia nuclear es p atriarcal o si los grupos de presión están
de hecho m uy burocratizados, u organizados jerárquicam ente.
49 Para u n análisis de estas norm as, véase el cap. VIH.
50 E n este sentido, no estam os de acuerdo con N orberto Bobbio, que p ro cu ra a ñ a d ir la
dem ocratización de la sociedad civil a las estru ctu ras dem ocráticas de élite que considera
dadas e inm utables. Tratarem os de d em o strar que una estrategia inevitablem ente defensi­
va consistente en dem ocratizar sólo a la sociedad civil debe fracasar y que son posibles
estrategias com plem entarias p ara dem o cratizar al E stado, a la econom ía y a la sociedad
civil, aunque en diferentes m edidas. En realidad, la dem ocratización de la sociedad civil en
sí m ism a abriría las puertas del cam po político. Por el contrario, la dem ocracia de élite,
debe o s u p rim ir las te n d e n c ia s d e m o c ra tiz a d o ra s de la so c ie d a d civil o responder
creativam ente a ellas y p or lo tanto al cam bio en sí m ism o. Véase Norberto Bobbio, The
INTRODUCCIÓN 49

Future o f Democracy, M inneápolis, University o f M innesota Press, 1987 [El futuro de la


democracia, f c e ], y nuestro tratam iento de las ideas de B obbio en cap. III.
51 A pesar de las diferencias entre los teóricos de la élite com o Schum peter y los pluralistas
com o Dahl (que no consideran que el ejercicio de la influencia p o r los grupos de presión
sobre los partidos políticos o los representantes en el Congreso sea u n a am enaza a la divi­
sión del trabajo entre los ciudadanos y los políticos), todos ellos reconocen la im portancia
del consenso respecto a los procedim ientos básicos del sistem a político p a ra el buen fun­
cionam iento del m ism o. Véase tam bién Dahl, Democracy and Its Crides, op. cit., p. 221.
52 Véase el cap. IX.
53 Tratamos este problem a en el cap. VIH, respecto a la relación entre la autonom ía moral
y las norm as políticas, y en el cap. XI respecto al problem a de la desobediencia civil en una
sociedad con un sistem a de organización política "casi justo, casi dem ocrático”.
54 Ni Hobbes ni Locke presupusieron la idea de neutralidad, pero ciertam ente basaron
sus teorías en un individualism o m etodológico y ontológico. Los teóricos com o Rawls y
Ackerman, por otra parte, aceptan el principio de neutralidad, así com o u n a versión del
individualism o m etodológico, pero no presuponen u n a ontología individualista.
55 Véase el cap. viii .
56 Véase el cap. viii . Excluye sólo aquellas interpretaciones de las necesidades y de las
form as de vida que son in com patibles con las m etan o rm as de recip ro cid ad simétrica,
esto es, las form as de vida que niegan un interés y respeto igual a otros, que silencian,
dom inan, denigran o de alguna otra m anera tratan a las personas com o sim ples medios,
57 D iscutim os este pu n to en detalle en el cap. viii , pero no som os los únicos que argu­
m entam os que uno puede defender la tesis de los derechos sin presu p o n er la teoría dal
individualism o posesivo o de un proceso de universalización privado, individual, Reciente^
m ente se han propuesto dos argum entos en favor de la teoría liberal de la neutralidad,
predicados sobre u na base dialógica p ara los derechos y u n concepto no consecuencia! de
la neutralidad. Aunque no aceptam os las clases de lim itaciones previas que estas teorfil
buscan im poner sobre el diálogo con el fin de asegurar la neutralidad, lo interesante el que
umbas se basan en la idea de la interacción com unicativa com o la parte central de une
teoría de la justicia o de los derechos políticos. Véase Ackerman, Social J u stic e ,.., op, c it,, y
I.urmore, Pattems o f Moral..., op. cit.
58 Éste es en realidad u n p u n to de vista extrem adam ente libertario en vez de liberal,
Véase R obert Nozick, Anarchy, State and Utopia, Nueva York, Basic Books, 1974.
59 Véase el cap. VIH p ara u n a concepción diferente de la autonom ía.
60 Véase a Daniel Bell, The Cultural Contradictions o f Capitalism, Nueva York, Basic
Books, 1976. Bell no es, en sentido estricto, u n neoconservador, ya que defiende a la demo­
cracia liberal así com o al socialism o en el cam po de la econom ía. Para un panorama gene­
ral de las suposiciones culturales neoconservadoras, véase Peter Steinfels, T h e N e o -C o m e r-
vatives, Nueva York, Sim ón y Scfñaster, 1979.
61 Para un argum ento en favor de la revaloración de lo político, véase Edward Shlll,
Ttadition, Chicago, University o f Chicago Press, 1981. P ara argum entos que lamentan nuei-
Iru cultura hedonista y defienden u n a vida fam iliar renovada,.véase C hristopher Lasch, The
Culture o f Narcissism, Nueva York, N orton, 1979, y Haven in a Heartless World, Nueva York, '^ 5
Bu.slc Books, 1977. Para críticas a la cultura m odernista de la crítica, véase Bell, C u ltu r a l
Contradictions o f Capitalism, y Alvin Gouldner, The Future o f Intellectuals and th e R ite o f th e
New Class, Nueva York, Seabury, 1979.
62 Una serie de libros sobre las "estructuras mediadoras" patrocinada por el American
Interprise Institute nos proporciona un ejemplo: véase John Neuhaus y Peter Berger, 7b
Empower People-The Role o f Mediating Structures in Public Policy, Washington, American
Enterprise Institute, 1978; Michael Novak (ed.), Democracy and Mediating S tr u c tu r e s , Was-
hlngton, American Enterprise Institute, 1990, y Nathan Glazer, The Limits o f S o c ia l P olicy,
Cambridge, Harvard University Press, 1988. Para una excelente discusión de la posición
neoconscrvadora expresada en estas obras, véase Robert Devlgne, "Recasting Conservatlim",
tesis doctoral inédito, Universidad de Columbio, 1990.
81 Ciertamente no todos ellos. No vemos de qué manera el seguro social, el seguro de
salud, los programas de capacitación para el trabajo dirigidos a los desempleados, el seguro
50 INTRODUCCIÓN

de desem pleo y los apoyos a las fam ilias, com o el cuidado diario (guarderías) o las licencias
a los padres, crean dependencia en vez de autonom ía, incluso aunque los requisitos adm inis­
trativos particulares para programas como AFDC (como la regla del hom bre en el hogar) sí
creen dependencia y sean hum illantes. Pero estos son asuntos em píricos. El problem a teó­
rico que subyace en esos asuntos es la m edida en que los servicios sociales y los apoyos
sociales son constituidos sim bólicam ente com o m edidas benefactoras p a ra "fracasados” o
com o apoyos p ara todos los m iem bros de la com unidad.
64 Este argum ento tam bién se puede aplicar contra los recientes esfuerzos p a ra crear
un a política a p a rtir de las teorías del posm odernism o. "Posm odernism o” hace referencia a
la obra de pensadores franceses com o Jacques D errida, Jacques L acan y Jean-Frangois
Lyotard. Para u na reseña general excelente, véase Peter Dewes, Logics o f Disintegration,
Londres, Verso, 1987. Para u n intento p o r desarrollar u n a política a p a rtir de este enfoque
general, véase C hantal Mouffe y E rnesto Laclau, Hegemonía y estrategia socialista: hacia
una radicalización de la democracia, Argentina, S. xxi, 1985.
El posm odem ism o se basa en un m undo de la vida totalm ente m oderno y es cualquier
cosa, m enos tradicionalista. Además, las investigaciones críticas de la lógica de “identidad"
m odernista y los dualism os de la filosofía del sujeto que subyacen en ella son extrem ada­
m ente perceptivos (aunque los teóricos críticos hicieron investigaciones sim ilares m uchos
años antes de que el posm odernism o se p u siera de m oda). Sin em bargo, la aplicación
política de esta orientación no es muy satisfactoria, principalm ente porque tiende a favore­
cer uno de los aspectos del dualism o frente al otro. De aquí la defensa de la diferencia
contra la igualdad, de la particu larid ad contra la universalidad, de la responsabilidad con­
tra los derechos, de la relación contra la autonom ía y del pensam iento concreto contra la
reflexión abstracta. En nuestra opinión, esto tiende a d escartar el problem a ju n to con las
propuestas p ara resolverlo. La tarea es, m ás bien, form ular u n segundo conjunto de prin ci­
pios de m anera que no elim inen o establezcan jerarq u ías p a ra la diferencia, la pluralidad o
la particularidad. Por ejem plo, debem os p ro cu rar concebir la igualdad sin insistir en ser lo
m ism o, la universalidad sin aniquilar la m ultiplicidad y a la auto n o m ía y los derechos sobre
la base de una filosofía de interacción com unicativa en vez del individualism o atom ista.
Además, los principios culturales de la m odernidad no son en sí m ism os responsables de su
aplicación o interpretación unilateral. Todos estos principios están abiertos a nuevas inter­
pretaciones. Pero tom ar partido p or la diferencia, la p articu larid ad y las situaciones indivi­
duales per se nos dejaría sin los in strum entos .teóricos necesarios p a ra explicar p or qué
debe uno tolerar, reconocer, o com unicar con las diferencias del otro.
65 Para el desarrollo de esta idea, véase el cap. IX.
P r im e r a P a rte

EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL


I. EL RESURGIMIENTO CONTEMPORÁNEO
DE LA SOCIEDAD CIVIL

F r a s e s que implican resurrección, reemergencia, reconstrucción o renaci­


miento de la sociedad civil se escuchan repetidas veces hoy en día. Estos
términos, que indican la continuidad de un paradigma político emergente
con las tendencias esenciales de la modernidad temprana, son desorienta­
dores en un aspecto importante: no sólo se refieren a algo moderno sino
también a algo significativamente nuevo. Una sencilla cronología deriva­
da en parte de Karl Polányi puede, en una forma muy preliminar, indicar
lo que está en juego. Según Polányi, durante la mayor parte del siglo XIX,
las fuerzas que representaban a la economía de mercado autorregulada
capitalista tom aron la ofensiva, afirmando una identidad con la socie­
dad liberal que estaba en proceso de emanciparse del Estado absolutista
y paternalista. Sin embargo, Polányi correctamente señaló que a finales
del siglo XIX y en gran parte del siglo XX ocurrió lo contrario. Ahora, las
élites que representan la lógica y los objetivos del Estado moderno afirma­
ban con éxito que expresaban los intereses de un conjunto heterogéneo de
grupos y tendencias sociales que se resistían y oponían a las tendencias
destructivas de la sociedad de mercado capitalista. No obstante, ni siquie­
ra Polányi anticipó que la fase estatista también tendría sus límites. En
la actualidad, durante un periodo de más de una década y media, las ini­
ciativas, asociaciones y movimientos ciudadanos se han orientado cada
vez más hacia la defensa y expansión de un campo societal descrito de va­
rias maneras, cuyas foranas y proyectos se distinguen claramente del es­
tatismo.
Aún quedan dos ambigüedades cruciales de la orientación "sociedad
contra el Estado”. Primero, aunque agrupaciones de actores colectivos
cada vez más significativas rechazan cualquier representación de su pro­
grama en términos de comunitarismo, otras continúan defendiendo un
(¡emeinschaft idealizado de redes premodernas de comunidades, solidarida­
des tradicionales y agrupaciones colectivas contra la propia modernidad.
Segundo, hay varias iniciativas neoconservadoras, neoliberales y libertarias
(raras veces movimientos, pero con una fuerza significativa detrás de ellos)
que identifican a la “sociedad” con la economía de mercado. Estas dos
tendencias son versiones regresivas del antiestatismo. La primera desea
retirarse del Estado moderno, eliminando así una precondición esencial
de la propia modernidad; la segunda desea repetir el experimento ya fra­
53
54 EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL

casado con la economía de mercado totalmente autorregulada del capita­


lismo clásico. No hay ninguna oportunidad de que la prim era tendencia
tenga siquiera un éxito temporal, aunque continuará desempeñando un
papel en la mayoría de los movimientos sociales. La segunda tendencia,
donde tiene éxito, amenaza transform ar la historia en una oscilación en­
tre el liberalismo económico y el paternalismo estatista.
Creemos que hoy en día hay im portantes elementos de un tercer pro­
yecto para recuperar la categoría de sociedad civil de la tradición de la
teoría política clásica. Éstos implican los esfuerzos para conform ar un
programa que busque representar los valores e intereses de la autonomía
social ante ambos, el Estado moderno y la economía capitalista, sin caer
en un nuevo tradicionalismo. Más allá de las antinomias del Estado y del
mercado, de lo público y lo privado, del Gesellschaft y el Gemeinschaft, y,
como lo mostraremos, de la reforma y la revolución, la idea de la defensa
y de la democratización de la sociedad civil es la mejor forma de caracte­
rizar a la realmente nueva corriente común de formas contemporáneas
de autoorganización y autoconstitución.
Los problemas de la autorreflexión y la autocomprensión dentro de los
movimientos y de las propias iniciativas a veces les impiden reconocer
claramente su diferencia con el comunalismo o libertarismo. En el mejor
de los casos la diferencia representa una pretensión que debe disputarse
internamente. Detrás de las muchas ambigüedades vinculadas con el con­
cepto de sociedad civil se encuentran esos conflictos. Junto con otros
muchos participantes, nuestro libro tom a una posición clara respecto a
estos conflictos en defensa de una sociedad civil moderna capaz de con­
servar su autonom ía y formas de solidaridad ante la economía y el Estado
modernos.
Ese proyecto emerge de los contextos de los propios conflictos sociales
y políticos. En este capítulo presentamos la idea examinando varios discur­
sos que han revivido la categoría de sociedad civil (aunque en versiones
diferentes), con el fin de interpretar críticamente los contextos políticos
del Este y de Occidente, del Norte y del Sur. Sin que sea nuestro propósito
una presentación completa de todos los puntos de vista relacionados den­
tro de cada contexto, deliberadamente hacemos hincapié en las perspecti­
vas que contiene cada uno y que pueden ser comparadas con las de otros
contextos. Tratamos de identificar las tendencias comunes, los modelos
alternativos, las diferencias significativas, así como los aspectos concep­
tuales poco claros en estas formas de interpretación y autointerpretación.
El resto del libro, esperamos, contribuirá al desarrollo adicional del dis­
curso de la sociedad civil y, por lo tanto, será de utilidad para los actores e
intérpretes que presentamos en este capítulo.
EL RESURGIMIENTO CONTEMPORÁNEO 55

La o p o s ic ió n d e m o c r á t ic a p o l a c a

El enfrentamiento entre la sociedad civil y el Estado hizo su retorno más


dramático en Europa oriental, en particular en la ideología de la opo­
sición polaca desde 1976 hasta la aparición de Solidaridad y los años si­
guientes. Las yuxtaposiciones son muy conocidas: la sociedad contra el
Estado, la nación contra el Estado, el orden social contra el sistema políti­
co, pays réel contra pays legal u officiel, la vida pública contra el Estado, la
vida privada contra el poder público, etc. La idea fue siempre la protec­
ción y autoorganización de la vida social frente al Estado totalitario o
autoritario. Adam Michnik proporcionó la elaboración teórica de este con­
cepto bajo el título de "nuevo evolucionismo”.1 Él también descubrió las
condiciones históricas de su posibilidad: el fracaso de una revolución po­
tencialmente total desde abajo (Hungría en 1956), y la eliminación de un
proceso de reforma desde arriba (Checoslovaquia en 1968).2 Michnik sacó
dos lecciones de estas derrotas. Primera, la transformación del sistéma de
tipo soviético de Europa central oriental sólo era posible dentro de límites
cuyos umbrales eran el sistema de alianza (amenazado en Hungría en
1956) y la confirmación del control de las instituciones del Estado por un
partido comunista de tipo soviético (desafiado de diferentes formas tanto
en Hungría como en Checoslovaquia en 1968). Segundo, ni la revolución
desde abajo ni la reforma desde arriba podían funcionar como una estra­
tegia para lograr lo que de hecho era posible.
En este contexto, el punto de vista de la sociedad civil busca una
reorientación doble. Primero, lá yuxtaposición de la sociedad contra el
Listado indica no sólo líneas de la lucha sino también un desplazamiento
respecto al objetivo de la democratización, de todo el sistema social a la
sociedad fuera de las instituciones estatales propiam ente dichas. Así, aun­
que el concepto implica ciertamente un retroceso de las formas de pene­
tración administrativas del Estado en varias dimensiones de la vida so-
eial, desde el principio tiene dentro de sí la idea dé la autolimitación: no se
desafiará el papel predominante del partido en la ^sfera del Estado (aun­
que ésta se esté reduciendo).
Segundo, el concepto también indica que el agente o el sujeto de la
transformación debe ser una sociedad independiente o más bien una socie­
dad que se autoorganiza y cuyo objetivo no es la revolución social sino una
reforma estructural obtenida como resultado de una presión organizada
desde abajo. Estos dos aspectos se unen en el término "revolución autoli-
miluda" acuñado por Jacek Kuron en el periodo del sindicato Solidari­
dad. En esa época, el nuevo concepto verdaderamente llegó a su madurez,
mostrando sus formidables poderes para promover la autocomprenslón
56 EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL

de los nuevos tipos de actores sociales. No obstante, debe observarse que


el “nuevo evolucionismo" o la "revolución autolimitada" representan una
ruptura estratégica y normativa con la tradición revolucionaria cuya lógi­
ca fue considerada antidemocrática e incongruente con la autoorganiza-
ción de la sociedad.3 Todas las principales revoluciones desde la francesa
hasta la rusa y la china no sólo desmovilizaron a las fuerzas sociales de las
que dependieron originalmente, sino que también establecieron condicio­
nes dictatoriales cuya finalidad era obstaculizar el resurgimiento de esas
fuerzas desde sus mismas raíces por tanto tiempo como fuera posible. Por
supuesto, el proyecto de la "revolución autolim itada” tiene el propósito
contrario: la construcción desde abajo de una sociedad civil muy articulada,
organizada, autónoma y movilizable.
Sin ocupam os por ahora de la fuerza lógica teórica general del concep­
to, debemos observar algunas graves ambigüedades en su elaboración en
el ambiente de la oposición democrática polaca.4 ¿Son los términos “so-
vj ciedad” y "sociedad civil” lo mismo? Después de todo, ambos se refieren a
una pluralidad de formas de grupos interdependientes (asociaciones, insti-
M Lf> tuciones, organizaciones colectivas, representación de intereses), así como
lino * a formas de opinión y comunicación pública independientes. Dicho de
otra manera, ¿cómo puede ser la sociedad civil a la vez el agente de la
transformación social y su resultado? Cierto es que uno puede tratar de
resolver la dificultad distinguiendo entre la sociedad y la sociedad civil.
Esta última representaría una versión de la primera, institucionalizada por
mecanismos legales o derechos, como ocurrió en los acuerdos de Gdansk
y los subsecuentes de agosto y septiembre de 1980.5 Pero la ambigüedad
persistiría, porque los “derechos” dentro de un Estado socialista autoritario
(ausencia de tribunales independientes; carencia de un código legal claró,
sin ambigüedades; falta de una profesión legal organizada) son fácilmente
revocables no sólo en principio sino también en la práctica política, que
depende de una demostración constante de esta revocabilidad. Además,
la continuidad institucional puede lograrse aparentem ente mediante la
información del público y la autoorganización incluso sin derechos, como
lo demostró la duración y crecimiento de las formas autónom as de cultu­
ra en el periodo de los 12 años que siguieron a 1976.6
Otro conjunto de dificultades conceptuales gira en torno a la interpre­
tación de la idea de sociedad, de la autoorganización social en un medio
supuestam ente totalitario. Respecto a esto, un punto de vista (Michnik) le
dio importancia a la eliminación de todas las solidaridades sociales y a
la resultante atomización social, excepto por complejos institucionales
cuidadosamente definidos (la Iglesia) o por determinados periodos histó­
ricos (1956, 1970-1971 y después de 1976). Otra posición, más congruente
con la teoría del nuevo evolucionismo, insistió en el fracaso del totalita­
i

EL RESURGIMIENTO CONTEMPORÁNEO 57

rismo, cualesquiera que hayan sido sus intenciones, para atom izar real­
m ente a la sociedad, o desorganizar completamente a las familias, a los
grupos en los cuales existe un contacto personal directo y a las redes cul­
turales.7 Sin embargo, esta posición habría requerido la elaboración de
un paradigm a para remplazar la tesis totalitaria como estructura teórica
del “nuevo evolucionismo", algo que en realidad nunca se intentó.
Más grave en principio es la falta de claridad respecto al tipo de sociedad
civil que se deberá construir o reconstruir. La confusión conceptual se deri­
va sobre todo de una renuencia común a tom ar una actitud crítica abierta
hacia el modelo liberal de la sociedad civil, a pesar de la participación en un
movimiento solidario de trabajadores, en muchos aspectos incompatible
con este modelo. En la década de 1980, cada vez más personas (por ejem­
plo, Krol, Spievak, los editores de Respublica) se convirtieron en defensores
de una versión del modelo liberal, basado en el individualismo económico
y las libertades de propiedad y empresa como los derechos centrales. Inclu­
so dentro del contexto de los que estaban muy relacionados con Solidari­
dad en su prim er gran periodo (1980-1981) hubo desacuerdos acerca de
las diferentes concepciones de la sociedad civil. A los modelos culturales
(Wojcicki) se les opusieron concepciones políticas (el Comité para la Defen­
sa de los Trabajadores o k o r ) por una parte, en tanto que por otra se deba­
tía acaloradamente el nivel de democracia que se requería en los movi­
mientos populares e instituciones. Mientras que, por lo general se reconocía
que la nueva sociedad civil debería ser pluralista,8 se aceptó en forma
temporal la necesidad de una organización única, abierta a todos para
responder a los intereses de esta pluralidad.9 Pero una vez que ha emergido
esa organización y ha logrado sobrevivir ante el poder "totalitario", ¿pue­
de terminarse fácilmente con su tendencia unitaria a abarcar todo?
Formular una estructura dual que abarque al Estado y a la sociedad
civil resultó ser aún másnfcfícil, en especial en la política práctica. ¿Debe­
ría ser la sociedad civil, tal como la representaba Solidaridad, del todo
apolítica, sin interés en el "poder”, o debería expandirse como una repú­
blica autogobernada que haría que el Estado en el viejo sentido de la pala­
bra fuera más o menos superfluo? A veces se encuentran aspectos de cada
una de estas concepciones incluso en el mismo autor.10 ¿No negaría un
sistema autocoordinador de la sociedad la idea de la autolimitación si te
de jara al Estado-partido sólo como un representante del poder soviético,
Hcargo del ejército, la policía y la política exterior y se le convirtiera par­
cialmente en una burocracia experta?11 Por otra parte, si la concepción
dual requiere mecanismos institucionales de compromiso entre las orga­
nizaciones socictales y las instituciones del Estado-partido, ¿tiene sentido
la Idea de construir un sistema híbrido basado en un nuevo tipo de socie­
dad junto con un Estado-partido no reformado? Y si es posible esperar e
58 EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL

incluso promover una reforma de las instituciones oficiales, en especial


del propio partido, si los pragmáticos del partido pueden considerarse
incluso como socios, si no es que aliados, ¿será posible conservar la iden­
tidad independiente de los movimientos sociales en la que tanto se insis­
te?12 ¿Cuál sería el propósito de esto si en muchos temas los pragmáticos
del partido y sectores del movimiento están más próximos uno al otro que
los elementos potencialmente diferentes de la oposición contra el Estado?
Es insuficiente responder que sólo una sociedad organizada, consciente
de su identidad, es capaz de negociar, porque justo esta unidad tendió a des­
movilizar a los socios potenciales en el partido. Los profundos problemas
de identidad del partido en el gobierno difícilmente pueden resolverse
ante una sociedad organizada que reclama con éxito para sí toda la legiti­
midad. Sin una nueva identidad del partido, los pragmáticos del mismo
pierden toda libertad de acción. Y en lo que se refiere al liderazgo del
partido, sin legitimidad, la única libertad de acción que les quedaba era
el ejercicio del poder soberano bruto.13
Muchas de las dificultades que se han tratado hasta aquí apuntaban al
fracaso de la reconstrucción de la sociedad civil o por lo menos de una
versión estable de la misma. No obstante, el propio fracaso produjo un
nuevo conjunto de relaciones sociales a las que otra vez se podía reinter­
pretar en térm inos de un nuevo modelo de oposición entre el Estado y la
sociedad. Así, en el contexto del fracaso de la “normalización", el concep­
to original “neoevolucionista" siguió constituyendo la forma básica de
orientación para los activistas teóricos como Michnik. Sin duda, el hecho
de que ahora era el tum o del Estado de?ley marcial para practicar (renuen­
temente) la autolimitación, reforzó la idea de que era posible defender de
alguna m anera una sociedad independiente. “La sociedad civil indepen­
diente” no estaba, según Michnik, aniquilada. “En vez de parecerse a un
sistema comunista después de una pacificación victoriosa, la situación
recuerda a una democracia después de un golpe de Estado militar.”14
A pesar de la reaparición de las metáforas marciales como “una lucha
dramática entre el poder totalitario y una sociedad que busca una vía para
lograr la autonom ía” y "la guerra estancada entre una sociedad civil y los
mecanismos del poder",15 la nueva situación era una que indicaba la lle­
gada a la madurez del modelo cultural de la sociedad independiente. Las
principales actividades independientes eran la publicación, las conferen­
cias, las discusiones y la enseñanza. Durante varios años, parece ser que
se esperaba la construcción de bases morales de estructuras y prácticas
democráticas, es decir, una cultura política democrática. Mientras que el
Estado-ejército parecía incapaz de enfrentar estas tendencias, tuvo m u­
cho éxito en m arginar a su principal oponente político: el sindicato clan­
destino Solidaridad. Sin embargo, este último, vinculado como estaba a
EL RESURGIMIENTO CONTEMPORÁNEO 59

los mecanismos de la cultura independiente, continuó sobreviviendo y


desempeñando una función.
A pesar de todo, en este contexto, la oposición dem ocrática que opera­
ba dentro del paradigma de la sociedad civil tuvo que enfrentar el proble­
ma de la forma y el momento en que la supervivencia e incluso la expansión
drástica de una cultura independiente, cada vez más pluralizada ideológi­
camente, podía ser el fundamento para la reemergencia de organizacio­
nes políticas, no clandestinas, reconocidas, capaces de presentar dem an­
das efectivas. La incapacidad del régimen para resolver la misma crisis
económica que se utilizó en 1980-1981 para debilitar la resistencia de la
población proporcionó nuevas oportunidades para la oposición. La estra­
tegia para restablecer la legitimidad del régimen mediante un referéndum
relativamente libre y, por lo tanto, para recuperar la libertad de acción e
imponer un programa de austeridad, fracasó en 1987 ante una oposición
sólo parcialm ente organizada. En este contexto y el de los movimientos
de huelga durante la primavera y verano de 1988, quedó claro que el régi­
men necesitaba socios para poder iniciar una política significativa, y que
sólo un sindicato Solidaridad reconstituido podía obtener una lealtad lo
suficientemente amplia para convertirse en un socio creíble.
Desde el punto de vista del liderazgo de Solidaridad, en vista de la crisis
económica y de las perspectivas de un debilitamiento simultáneo tanto
del régimen como de la oposición en un proceso continuo de polariza­
ción, ciertamente habría sido contraproducente no promover y utilizar
las reformas desde arriba, mientras éstas resultaran en progresos reales
en la institucionalización de una sociedad civil genuina.16 Después de la
"solución” negociada de la segunda ola de huelgas, el problema parece
liuber sido el siguiente: ¿podía el régimen hacer suficientes concesiones
que fueran intercam bios adecuados a cambio de legitim ar las fuertes
medidas de austeridad requeridas para una reforma económica que tu­
viera éxito? Si bien esas concesiones tenían que implicar aunque fuera en
forma mínima elementos legalizadores de la sociedad civil, no estaba cla­
ro que pudiera encontrarse una versión lo bastante democrática para la
población y que todavía fuera aceptable para los elementos del régimen.
Además, tampoco estaba claro que se pudiera conservar un mínimo de
unidad en una sociedad con intereses diferentes e ideologías cada vez más
diferenciadas, incluso en una situación de emergencia en la que ya no
hubiera ninguna otra alternativa excepto el cambio radical o la decaden­
cia social. Pero, ¿era posible todavía conceptualizar al cambio radical den­
tro de la estructura de una sociedad civil opuesta al Estado?
60 EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL

La id e o l o g ía d e la " S e g u n d a I z q u ie r d a ” en F r a n c ia

No es sólo en los regímenes autoritarios donde se presenta el problema de


la democratización en términos de la reconstrucción de la sociedad civil.
La categoría fue revivida en Francia a mediados de la década de 1970 co­
mo un referente principal de los proyectos democráticos por parte de grupos
im portantes de intelectuales y varios actores colectivos.17 Por supuesto,
fue aquí donde la crítica del totalitarismo y la simpatía por los disidentes de
Europa oriental tuvieron su mayor importancia intelectual.18También aquí
el totalitarismo fue definido como la absorción de la vida social indepen­
diente de la "sociedad civil" por el partido-Estado, que implicaba el rempla­
zo de todos los vínculos sociales por relaciones estatizadas. Parece claro
que el "discurso” francés de la sociedad civil derivó de una comprensión
favorable de los acontecimientos en Europa oriental. ¿Pero era posible
que una categoría derivada de esa m anera se aplicara a una sociedad ca­
pitalista occidental con un Estado parlam entario de múltiples partidos?
En Francia se usaron tres argumentos para justificar este movimiento
teórico. Primero, y en forma muy similar a la de Oriente, la cultura políti­
ca de la izquierda francesa (y no nada más del Partido Comunista), era
percibida como muy vinculada al fenómeno totalitario, es decir, una cultu­
ra política estatista derivada de una idea de la revolución fundam entada
en la fantasía de una sociedad sin divisiones o conflictos.19 Paradójica­
mente, una izquierda que en su propia existencia representa la diversi­
dad, el conflicto y la oposición societaíes niega justo estas presuposiciones
a la vez que espera usar al Estado como el instrum ento de progreso y el
agente de la creación de la sociedad buena que está más allá del conflicto.
Segundo, el papel real de un Estado moderno centralizado en la vida
política francesa es tradicionalmente mayor que en la mayoría de las de­
mocracias occidentales. Exagerando mucho, es posible hablar aquí de
una tendencia estatista "totalitarista” que suprime m uchas dimensiones
de una “sociedad civil" independiente.20 Tercero y último, si recordamos
la tesis de Herbert Marcuse, o de su contraparte francesa más compleja
en los escritos de Cornelius Castoriadis en la década de 1950 y principios
de 1960, es posible afirm ar —nuevamente exagerando mucho— que el
capitalismo se ha hecho más “totalitario”, abarcando todas las esferas de
la actividad social bajo la única dimensión de la actividad económica.21
Las últimas dos tesis respecto al Estado y al capitalismo convergen en
otra tesis que afirma que toda la solidaridad social autónom a es destruida
por el impacto de la penetración adm inistrativa de la sociedad por parte
del Estado benefactor (capitalista). Por supuesto, esta línea de pensamiento
no incluye teóricamente a Francia en un paradigma derivado del análisis
EL RESURGIMIENTO CONTEMPORÁNEO 61

del Oriente. P. Rosanvallon y P. Viveret nos advierten que, incluso si se


tom an en conjunto las tres tesis, no resultan en una concepción de las
democracias capitalistas como totalitarias en el sentido de Marcuse. Pero
la limitación se convierte en una ventaja: m ientras que en Europa orien­
tal, en una sociedad por completo totalitaria, no es posible supuestam en­
te ninguna oposición interna, las tendencias totalitarias de la sociedad
francesa pueden enfrentarse directamente mediante tendencias contra­
rias que implican la reconstrucción de las sociedades civil y política.
Vale la pena observar que la discusión en Francia ha conservado la
distinción de tres partes, elaborada por Tocqueville, entre la sociedad ci­
vil, la sociedad política y el Estado. La sociedad civil se define en términos
de asociaciones sociales que traspasan las relaciones de clase: los grupos
vecinales, las redes de ayuda m utua y las estructuras con base local que
proporcionan servicios colectivos.22 En forma más dinámica, se conside­
ra a la sociedad civil como el espacio de la experimentación social para el
desarrollo de nuevas formas de vida, nuevos tipos de solidaridad y de rela­
ciones sociales de cooperación y trabajo.23 Por otra parte, la sociedad po­
lítica es vista como el espacio en que se defiende la autonom ía de los
grupos y la articulación del conflicto entre ellos y en el que ocurre la dis­
cusión y el debate sobre las decisiones colectivas.24 Así, el concepto do
sociedad política incluye la esfera pública como su principal dimensión,
pero, dada la importancia que se asigna al conflicto (y a la negociación y
al compromiso), no es del todo reducible a esta última.
Tampoco deben identificarse como si fueran lo mismo sociedad civil y
política. Eliminar a la sociedad política del concepto o tratarla como si
lucra la sociedad civil, es yuxtaponer rígidamente la sociedad civil al Es­
tado. Esta alternativa es descrita de varias m aneras (y en forma algo con­
fusa) por Viveret y Rosanvallon como una elección entre el liberalismo, el
unarquismo apolítico y*«tópico, o el corporativismo como alternativas
ul estatismo.25 Sin embargo, sin mediaciones políticas, la integridad de la
sociedad civil ante el Estado no puede estabilizarse indefinidamente; el
modelo prefigura un nuevo resultado estatista. No obstante, defender y
ampliar sólo la sociedad política, buscar politizar todas las estructuras
civiles, lleva a un utopism o dem ocrático excesivamente politizado o
autogestionaire (autogestionario) del que el anarquismo político y el comu­
nismo de consejos han sido las principales concepciones históricas repre­
sentativas. Sin embargo, es dudoso que las formas de autoorganización
de la sociedad política puedan conservarse sin la protección y el desarro­
llo de formas apolíticas de solidaridad, interacción y vida de grupo inde­
pendientes.
La rígida división conceptual de las sociedades civil y política es difícil
de mantener en la forma específica en que se usa en la discusión francesa.
62 EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL

La solidaridad y el conflicto, al igual que las estructuras de comunicación


pública, se encuentran en ambos lados de la división. Sin embargo, políti­
camente la distinción tiene sentido porque implica una reorientación de
la política dem ocrática que la aleja del Estado y la dirige a la sociedad sin
promover la excesiva politización de ésta. Así, se evita la traducción exac­
ta de la tradición revolucionaria al lenguaje de la teoría democrática: Viveret
y Rosanvallon intentan reflexionar tanto sobre la democratización como
sobre la autolimitación de la democracia. En otras palabras, los compo­
nentes nucleares del modelo liberal de la sociedad civil, como la esfera de
la asociación privada y voluntaria garantizada por los derechos, se retie­
nen en un modelo que también incluye las dimensiones "democráticas"
de la publicidad y de la influencia política de actores no profesionales, es de­
cir, los ciudadanos.26
Sin embargo, lo que se busca no es sencillamente recom endar el paso
(típico de la socialdemocracia) de la revolución al reformismo dem ocrá­
tico. Ambos extremos de la antigua dualidad, la revolución o la reforma,
se orientaron mediante una estructura de demandas al Estado27 y a una so­
ciedad entendida en términos de una dicotomía de clase. La reorientación
hacia la sociedad civil y política transfiere el locus de la democratización del
Estado a la sociedad y entiende a esta última principalm ente en términos
de grupos, asociaciones y espacios públicos. Como argum entó Claude Le-
fort, los actores en los que se centra la estrategia no son las clases, sino los
movimientos sociales que se constituyen en una sociedad civil.28 Éstos ad­
quieren un status político en la concepción de Viveret y Rosanvallon a
través de las mediaciones disponibles en una sociedad política: la recons­
trucción de los partidos políticos (que remplazan al partido catch all, no ideo­
lógico, que agrupa todo tipo de intereses) y la renovación de los foros p ú ­
blicos de discusión y debate (lo que termina con la hegemonía de los medios
de comunicación establecidos y con la comunicación política que se ha
reducido a la medición de la opinión no pública, es decir, las encuestas).
El concepto de Viveret y Rosanvallon fue diseñado para promover la
autocomprensión de una dimensión de la izquierda francesa: la llamada
Segunda Izquierda, orientada al grupo Rocard de la década de 1970 en el
Partido Socialista y al sindicato de trabajadores CFDT. A medida que se
desarrollaba la concepción original, se asignaba a la reconstrucción de la
sociedad civil un papel aún más central en términos de la historia política
del periodo en que el momento culminante fue el ascenso del Partido So­
cialista al poder. Era necesario conservar la integridad de la sociedad civil
ahora incluso ante un Estado y una sociedad política controlados por los
socialistas. Sin embargo, como es lógico, puesto que se entendía a la so­
ciedad política en términos de la mediación entre la sociedad civil y el
Estado, su reorganización presuponía la reconstrucción de los vínculos
EL RESURGIMIENTO CONTEMPORÁNEO 63

sociales más fundamentales. Es fácil entender que una fuerte tendencia


dentro del entonces triunfante socialismo francés pusiera en peligro pre­
cisamente este nivel a causa de su conexión con una forma keynesiana de
estatismo. Como ha argumentado enérgicamente Pierre Rosanvallon, el
Estado benefactor desorganiza sobre todo las redes, asociaciones y soli­
daridades sociales, remplazándolas por relaciones administrativas con el
Estado. En los países en que más se ha desarrollado, el Estado benefactor
no sólo ha demostrado ser una estrategia de la conducción societal cada
vez más ineficiente e ineficaz, sino que, lo que es más im portante, su pri­
mer éxito ha implicado una verdadera crisis de solidaridad al rem plazar
las formas de ayuda mutua, de autoayuda y de cooperación lateral con
funciones organizadas sistemáticamente. Por lo tanto, la reificación de
las relaciones humanas en el contexto del estatismo social iguala plena­
mente a los efectos de la economía de mércado capitalista; un programa
orientado a la sociedad civil debe por consiguiente representar no sólo un
tercer camino entre el estatismo social y el neoliberalismo, sino una vía
diferente cualitativamente de las otras dos, a las que, a pesar de su oposi­
ción, se considera como parecidas en sus efectos sobre las relaciones de
solidaridad.
Lo que es extremadamente vago en el análisis es la naturaleza de la altcr>
nativa basada en la sociedad civil, con excepción de la dem anda de "un*
sociedad civil más profunda" que implica la creación de nuevas redes, nue­
vas formas de intermediación y asociación como fuentes de la solidaridad
personal y local. Es evidente que esa premisa general es compatible con Cbl
formas muy diferentes de la sociedad civil. Rosanvallon observa el fracaso - f
del comunitarismo de las décadas de 1960 y 1970 y procura evitar una ven J
Nión corporativista del retom o a la sociedad.29 No obstante, se muestra
escéptico respecto a la propia posibilidad de una respuesta teórica al pro­
blema de reconciliar la auteaom ía individual y las nuevas formas espontá­
neas de solidaridad, es decir, respecto a un modelo que esté más allá del
estatismo, neoliberalismo, corporativismo y comunitarismo. En general,
plantea convincentemente una relación complementaria entre una reduc­
ción (no regresiva) de las demandas sobre el Estado benefactor y la cons­
trucción de nuevas formas de sociabilidad. No obstante, la lista que presenta
respecto a estas últimas es limitada. Observa la existencia e importancia de
nuevas formas de servicios colectivos con base privada y de las formas
clandestinas de estructuras de la vida económica que no pertenecen al
mercado ni están orientadas por el Estado,30 pero las entiende sólo como
las primeras y más primitivas formas de lo que se requiere. Defiende enér-
gleamente la necesidad de nuevos tipos de estructuras legales generadas
Muclalmente, que no sean ni estatistas ni individualistas, pero encontra­
mos poco sobre la naturaleza de esas leyes o de su relación con la ley
64 EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL

pública y privada actual. Se postulan vagamente proyectos para construir


nuevas normas sociales, nuevas identidades culturales y una nueva esfera
pública, pero no encontramos mucho sobre la relación de los nuevos ac­
tores sociales (movimientos) con cualquiera de éstos. Además, existe cier­
ta grave ambigüedad en lo que se refiere a la relación de la solidaridad y el
conflicto en la construcción de una nueva forma de sociabilidad.
El análisis es más convincente en cuanto a la forma en que trata el
problem a del compromiso. Rosanvallon postula la necesidad del com­
promiso:

1. con los em presarios capitalistas (intercam biando racionalidad y


movilidad en el uso del capital por la autoadm inistración y el tiempo
libre);
2. con el Estado burocrático (reduciendo las dem andas a cambio del
reconocimiento de formas de servicios colectivos autónomos), y
3. dentro de la propia sociedad, lo que requiere la construcción de nue­
vas formas democráticas de debate público, negociación y agrega­
ción de intereses.

A pesar de todo, no está claro de qué m anera los dos proyectos mencio­
nados posteriores al Estado benefactor, poskeynesiano, postsocialdemó-
crata, la regulación por la autoadm inistración y la regulación intrasocial,
tendrían un efecto fundamental capaz de generar la fuerza necesaria para
esas formas de compromiso. La relación de estos proyectos, que supues­
tam ente representan respectivam ente a la sociedad política (autoad­
ministración) y a la civil (regulación intrasocial), está poco claro. En este
caso se introduce a la sociedad política no tanto como una rearticulación
política de la sociedad civil, sino más bien como un modelo competitivo.
Pero el concepto de la sociedad política que oscila entre la discusión pú­
blica y la autoadm inistración m uestra su naturaleza problemática, pues-
to que esta última noción amenaza con asimilar a la sociedad política al
mundo del trabajo o, por lo menos, a la democracia industrial. Por consi­
guiente, la idea de una regulación intrasocial que oscila entre los concep­
tos individualista y solidario de la sociedad civil amenaza abandonar parte
de lo que ya se ha logrado: la crítica de la lógica estatista del individualis­
mo. En tanto que la protección de los derechos individuales tiene su lugar
legítimo en el concepto normativo de una sociedad civil m oderna, al igual
que la democracia industrial puede volver a concebirse en una forma qui­
zás análoga a una sociedad política dem ocrática,31 los momentos que de­
ben reforzarse en el contexto de la crítica de la estatización y economización
de la sociedad, como lo reconoce Rosanvallon, son la solidaridad y la pu­
blicidad. Por desgracia, es precisamente su relación crucial lo que apenas
EL RESURGIMIENTO CONTEMPORÁNEO 65

es tratado por la tradición del análisis francés que asociamos con el térm i­
no la Segunda Izquierda. Bien pudiera ser que el eventual surgimiento de
formas de neoliberalismo en este medio pueda atribuirse, entre otras co­
sas, a la debilidad teórica del concepto original, esto es, a la dificultad de
formular conceptos adecuados de las sociedades civil y política, así como
de la relación entre ellas.

UNA TEORÍA PARA LOS VERDES DE ALEMANIA OCCIDENTAL

Una relación intelectual directa con las luchas “an tito ta lita ria s'’ o
"antiautoritarias" en favor de la democracia no es del todo indispensable
para interpretar las políticas de las democracias occidentales en términos
de la categoría de sociedad civil. Un buen ejemplo es el de Alemania occi­
dental, donde, a diferencia de Francia, los disidentes de Europa oriental
sólo han tenido un impacto ligero y ambiguo. Ahí tampoco había necesi­
dad de diferenciar las políticas radicales de las de un partido de masas
autoritario que seguía el modelo leninista. Cierto es que incluso en Ale­
mania occidental se puede insistir en alguna influencia del pensamiento
de la Segunda Izquierda francesa (en especial por medio de los escritos de
Gorz), y también es posible hacer énfasis en la cultura política estatista-
auloritaria e incluso represiva del partido socialdemócrata alemán.32 No
obstante, en nuestra opinión, dos acontecimientos relacionados, com u­
nes a todas las democracias occidentales, inclusive los Estados Unidos,
relacionan el redescubrimiento de la sociedad civil en Alemania al que
previamente había ocurrido en Francia: la crisis del Estado benefactor y
la emergencia de una crítica neoconservadora del "estatismo social”.
Se ha entendido al Estado benefactor no sólo como un mecanismo de
repolitización de la econdfffla sino también como una disolución de las
fronteras entre el Estado y la sociedad. Sin embargo, la crisis del Estado
benefactor hace surgir dudas respecto a la continuación de la efectividad
y legitimidad de la intervención estatal en la economía capitalista, así como
en varias esferas de la sociedad civil: la familia, las escuelas, las institu­
ciones culturales, etc. Como indicó un grupo de escritores radicales de
Izquierda de la década de 1970, la intervención estatal en la economía
capitalista crea problemas fiscales y administrativos insolubles a largo
plu/.o, en tanto que la intervención política en provecho de la economía
capitalista (en especial en el contexto de una efectividad decreciente) no
es legitimada fácilmente en el contexto de normas democráticas.33 Estas
proyecciones resultaron ser devastadoramente exactas y fueron aprove­
chadas por los oponentes conservadores del Estado benefactor con nom­
bres como la disminución de la productividad, la restricción de las ganan-
66 EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL

cias, la disolución de la tradición y de la autoridad, y la ingobernabilidad.34


Sin embargo, la alternativa política original propuesta por algunos de los
mismos escritores radicales, un estatismo democrático que aprovecharía
la repolitización de la economía y la sociedad, pero rom pería sus relacio­
nes con la acumulación privada de capital, fue más o menos abandonada
justo en el momento en que se confirmó el diagnóstico referente a la ter­
minación de los procesos de crecimiento garantizados por el Estado be­
nefactor. En Alemania, por lo menos, la razón de este sorprendente desa­
rrollo en la autocomprensión de un escritor de im portancia capital, Claus
Offe, fue el surgimiento de dos programas distintos de la sociedad contra
el Estado: los desafíos al Estado benefactor por los neoconservadores y
por los nuevos movimientos sociales. Lo que tienen en común estas dos
tendencias son muchos aspectos de un análisis económico sobre lo que
había funcionado mal en el Estado benefactor. Lo que es más importante,
cada desafío estaba dispuesto a ir más allá de una crítica de la ineficiencia
y las disfunciones para desarrollar una crítica diferente, basada norm ati­
vamente, que explorara las consecuencias negativas del Estado benefac­
tor, incluso donde había tenido más éxitos.
Si dejamos el análisis económico por el mom ento,35 los dos programas
de la sociedad civil contra el Estado resultantes ofrecen contrastes agudos.
El análisis neoconservador hace hincapié en la erosión de la autoridad
como una consecuencia de la manipulación política de las esferas no políti­
cas de la sociedad, lo que resultó en la introducción del conflicto y de la
controversia en las mismas fuentes de legitimidad. La autoridad sólo se
puede reforzar, por lo tanto, si se restablecen estándares económicos, mo­
rales y de conocimiento indisputables. En este programa, se deberá resta­
blecer la sociedad civil, pero su restablecimiento se entiende no sólo como
una defensa contra el Estado sino también, lo que es más importante, con­
tra la política. Así, los neoconservadores tienen en mente un modelo de
una sociedad civil despolitizada.36 En esta interpretación del neocon-
servadurismo se enfatiza la identificación de la libertad de la sociedad
civil con la del mercado. Lo que queda fuera del mercado debe ser reinte­
grado por medio de un modelo cultural y un mundo de la vida conserva­
dor que revalúe la tradición y que, por sí mismo, ayudará a integrar la
sociedad de mercado. Sin embargo, también es evidente que su modelo
procura fortalecer al Estado, específicamente a una versión autoritaria
del mismo.37 En su modelo, las fronteras entre el Estado y la sociedad de­
ben trazarse de nuevo para proporcionar un Estado más pequeño, pero
fortalecido, capaz de realizar un m enor núm ero de formas de acción m u­
cho más efectivas y autoritarias. A pesar de que explícitamente procuran
alcanzar este resultado, los neoconservadores han logrado canalizar y apro­
vechar buena parte del sentimiento político antiautoritarlo producido por
EL RESURGIMIENTO CONTEMPORÁNEO 67

las varias consecuencias del Estado benefactor en las diferentes esferas


de la vida.
Un programa alternativo para el restablecimiento de la sociedad civil,
según Claus Offe, debe empezar reconociendo que "el estatismo,social" o
"el estatismo del bienestar” tuvo en realidad consecuencias desastrosas
para todos los estratos, formas de vida, formas de participación, solidari­
dad y autonomía. En esto su análisis duplica los de los críticos del estatis­
mo de la Segunda Izquierda francesa. El programa de los nuevos movimien­
tos sociales para la reconstitución de la sociedad civil, al que Offe califica
de un socialismo no estatista,38 no hace concesiones al predominio de lo
privado en la economía o al autoritarism o estatista. Este programa:

busca politizar las instituciones de la sociedad civil en formas que no estén


limitadas por los canales de las instituciones políticas burocráticas represen­
tativas y, por lo tanto, r e c o n s t i t u y e una sociedad civil que ya no depende de
una mayor regulación, control e intervención. Para emanciparse del Estado,
la m ism a sociedad civil —sus instituciones de trabajo, producción, distri­
bución, relaciones familiares, relaciones con la naturaleza y sus estándares
de racionalidad y progreso— debe politizarse mediante prácticas que perte­
necen a una esfera intermedia entre los fines e intereses "privados", por una
parte, y los modos de política institucionales, sancionados por el Estado, por
la otra .39

Debe hacerse énfasis en dos características no del todo congruentes de


este concepto. Detrás de él se encuentra la defensa de valores modernos
pero posmateriales heredados de la Nueva Izquierda de la década de 1960,
que contrastan la participación, la autonomía y la solidaridad con el con­
sumo, la eficiencia y el crecimiento. Por lo tanto, en este caso el modelo
de la sociedad civil es una estructura culturalmente definida de lo social,
a la que debe distinguirálPcfé los modelos político y económico. Sin em­
bargo, por una parte, es un modelo de sociedad civil heredada de la di­
mensión antiautoritaria de la tradición marxista, que implica ante todo la
democratización del mundo del trabajo. Este modelo es uno que los auto­
res franceses tienden a llamar de la sociedad política, y la defensa de Offe,
tt diferencia de la de ellos, separa los argumentos en favor de la sociedad
política y de la sociedad civil en términos de escenarios alternativos y opues­
tos de la izquierda y de los neoconservadores. La sociedad civil en el sen­
tido de Rosanvallon y Viveret se identifica aquí con lo privado, y correlativa­
mente todo lo que no sea privado se considera politizado. Además, Offe
entiende que la nueva sociedad "política" representa un modelo de demo­
cracia alternativo a las instituciones de la democracia liberal, incluso aun­
que no quede claro si tenemos que considerar las dos como opuestas o
como potencialmentc complementarias.
68 EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL

El program a para restablecer la sociedad civil representado por Offe ha


conservado, en mayor medida que los autores de la Segunda Izquierda
francesa, sus vínculos con el concepto marxista clásico que ubica a la
economía política dentro de la sociedad civil. El modelo de la sociedad
civil politizada recapitula la importancia que inicialmente le dio Marx a la
reinterpretación de la democracia política y de la vida diaria. Lo que es
más importante, Offe opera dentro de los términos de una crítica marxis­
ta de la democracia liberal. En su concepción, la democracia liberal re­
presenta una mediación entre el Estado y la sociedad civil que en nuestro
tiempo está a punto de fracasar. Sin embargo, en este caso la sociedad
civil significa la sociedad burguesa capitalista, y la democracia liberal (una
versión particular de la "sociedad política”) también se identifica como
un principio m ediador entre dos elementos supuestamente incompatibles,
el capitalismo y la democracia.40 Siguiendo a Macpherson, Offe señala al
sistema de partido competitivo como el mecanismo específico que logra
la mediación entre el Estado y la sociedad civil, reconciliando en el p ro ­
ceso a la democracia y al capitalismo. Junto con la crisis del Estado bene­
factor, no obstante, la institución contem poránea más im portante del
sistem a de partidos competitivos, el partido que abarca toda clase de
intereses, ha caído en una crisis: nunca pudo (a diferencia de sus precur­
sores) generar identidades colectivas, y en una sociedad de “sum a cero” es
cada vez menos capaz de satisfacer los intereses de sus diversos grupos
constitutivos cuando esto ocurre.
El conflicto entre la legitimidad democrática y el orden económico no
democrático puede resolverse en una de dos direcciones "extrainstitucio­
nales",41 una antidemocrática (que representa a las élites gobernantes); la
otra democrática radical (que representa a los ciudadanos ordinarios). El
neocorporativismo representa el prim er tipo de solución para la articula­
ción y resolución del conflicto fuera de los canales democráticos libera­
les. Con las organizaciones privadas asumiendo funciones públicas, Offe
describe el neocorporativismo como un grado superior de fusión entre el
Estado y la sociedad, pública y privada, que el propio intervencionismo
estatal.42 Esta idea es paralela al punto de vista de Viveret y Rosanvallon,
según los cuales el neocorporativismo significa la desaparición de la so­
ciedad política como tal, es decir, de todas las mediaciones entre la socie­
dad civil y el Estado, que estabilizan su diferenciación.
La solución democrática radical “extrainstitucional” para el fracaso de
la democracia liberal tiene la consecuencia opuesta: la rediferenciación
en vez de la fusión. La revitalización de la sociedad política o de una ver­
sión política de la sociedad civil en forma de iniciativas ciudadanas y
movimientos sociales representa un modelo renovado para diferenciar al
Estado y la sociedad. Offe describe de varias m aneras y en forma algo
EL RESURGIMIENTO CONTEMPORÁNEO 69

incongruente esta opción, como una respuesta ya,sea al fracaso del siste­
ma de partido o al éxito (pero con sus tendencias excluyentes) del neocor­
porativismo. No obstante, en cada caso podemos hablar de la reconstitu­
ción de la sociedad civil (o política) fuera de una estructura institucional
establecida que ha amenazado provocar la desaparición de todas las for­
mas independientes de Vida social.
Las bases sobre las que es reconstituida la sociedad civil (política), si ya
ha ocurrido una fusión entre las esferas del Estado y de la sociedad, siguen
siendo poco claras en este análisis.43 Como no se contempla ninguna rup­
tura revolucionaria, de alguna m anera uno debe descubrir los fundam en­
tos de las nuevas estructuras independientes en la antigua sociedad al
nivel de las normas y de las formas no estatificadas de asociación.44 El
modelo de Offe de la reconstitución de la sociedad civil se concentra más
en los movimientos que las dos otras formas de análisis presentadas hasta
ahora. Los movimientos sociales desempeñan una función principal en
lodos ellos, pero sólo en el modelo de Offe hay un desplazamiento del én­
fasis hacia la política de los movimientos desde dos direcciones: las aso­
ciaciones, instituciones y formas de vida no políticas, por una parte, y las
políticas democráticas liberales, parlamentarias, por la otra. Aunque la cues­
tión puede ser de énfasis más que de omisión, la relación de una versión
política de la sociedad civil con su sustrato asociativo no político apenas
ha sido estudiada (aunque sin esto no es posible entender el origen de los
movimientos), mientras que la de los dos paradigmas de las políticas sólo
es examinada de una m anera incompleta.
Por supuesto, junto con la facción realista de los Verdes, Offe presu­
pone en la política práctica la complementariedad de partido y movimien­
to, así como de las formas parlam entaria y popular de la política. Sin
embargo, su anterior crítica de la democracia liberal oscilaba entre una
concepción que afirmabajLyja contradicción directa entre el liberalismo y
la democracia y otra que postulaba a la democracia liberal como un puen­
te democrático insuficiente entre la voluntad de los ciudadanos y el Esta­
do. Ambas versiones dejan todavía abierto el camino para la esperanza
secreta de la teoría marxista clásica: una sociedad política que incluye
lodos los poderes económicos y políticos en una sola estructura Ins­
titucional.45 Esa utopía más allá del dualismo del Estado y de la sociedad
civil no necesita ningún puente entre los dos extremos, y menos que nada
uno de tipo liberal democrático. Bajo el efecto de la nueva autolimitaclón
de los movimientos sociales contemporáneos, que procuran lim itar pero
no eliminar la versión existente del Estado moderno, Offe ya no parece
defender este punto de vista utópico particular. Su crítica del gobierno de
In mayoría46 le permite tratar el tema de la relación entre el impulso polí­
tico "extrainstitucional" de los nuevos movimientos sociales y la necesl-
70 EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL

dad del cambio constitucional dentro de la estructura de la democracia


liberal. Como esta crítica en realidad está dirigida a las formas centraliza­
das del gobierno de la mayoría, representadas por el Estado-nación de­
mocrático liberal, Offe propone complementar el gobierno de la mayoría
no tanto con las formas liberales clásicas de protección a las minorías
sino con varias formas, federales, descentralizadas y casi aristocráti­
cas (en el sentido de organismos autoelectos de los más interesados), ade­
más de formas representativas funcionales. Por supuesto, todas estas
formas complementarias de la democracia tendrían que depender en al­
guna forma del gobierno de la mayoría. Lo que aún no queda en claro en
este análisis es de nuevo el problema de la relación de las dos sociedades
políticas, en este caso la centralizada y la complementaria, y, en particu­
lar, el modo en que la forma centralizada, institucional, oficial habrá de
transform arse o al menos hacerse receptiva y a ser capaz de ser influida
por otras formas. Aunque la sugerencia de hacer que el gobierno de la
mayoría sea consciente de sus propios límites mediante una reinstitucio-
nalización del pouvoir constituant es im portante, esta propuesta (todavía
vaga y posiblemente impráctica) no se ocupa del problema de la estructu­
ra de la democracia parlam entaria, de partido. Nos queda la impresión
(también presente en algunos de los otros análisis que hemos presentado)
de que si bien la democracia liberal es reconocidamente peligrosa para la
autonom ía de una versión política de la sociedad civil, debido a sus ten­
dencias despolitizadoras, a largo plazo la sociedad civil no puede ser.
institucionalizada sin algunas de las posibilidades estructurales que, por
lo menos en Occidente, ofrece la democracia liberal.

L a s o c i e d a d c i v i l e n l a t r a n s i c i ó n l a t in o a m e r i c a n a
DE LAS DICTADURAS A LA DEMOCRATIZACIÓN

El concepto de sociedad civil también emergió en varios regímenes "autorita-


rios-burocráticos” como un término clave para la autocomprensión de los
actores democráticos, así como una variable importante en el análisis de la
transición a la democracia.47 Esta discusión ha sido la más rica, la más
abierta y la más sintética entre las que hemos tratado hasta ahora. Por su­
puesto, sólo podemos bosquejar las formas del discurso que creemos indi­
can los inicios de una nueva cultura política; está más allá de nuestras posibi­
lidades integrar este discurso en los diversos contextos sociales y políticos
implicados. A pesar de todo, estamos asombrados de la sorprendente uni­
dad de la discusión y por sus paralelos con los desarrollos en otras partes.
La principal preocupación de los teóricos latinoamericanos y de sus
colaboradores ha sido la transición a partir de un nuevo tipo de gobierno
EL RESURGIMIENTO CONTEMPORÁNEO 71

autoritario, militar-burocrático que involucra primero un periodo de "libe-


ralización” (definido como el restablecimiento o extensión de los dere­
chos individuales y de grupo); y segundo, una etapa de “democratización"
(entendida en términos del establecimiento de un principio de ciudadanía
basado por lo menos en "mínimo procedimental” de participación). Pero
se considera que estas transiciones dependen en gran medida de la “resu­
rrección de la sociedad civil".48 En este caso, la sociedad civil hace referen­
cia a una red de grupos y asociaciones entre (algunas versiones, incluyendo
a) las familias y los grupos de contactos directos personales, por una par-
te, y las organizaciones claramente estatales por la otra, que m edian entre
los individuos y el Estado, entre lo privado y lo público. Diferentes del
clan, del corrillo, de las sociedades secretas o de un grupo de protegidos
por alguna persona poderosa, las asociaciones de la sociedad civil tienen
en sí mismas una calidad cívica, pública, relacionada tanto con "un dere­
cho a existir reconocido” como a la capacidad “para deliberar abiertamente
sobre asuntos comunes y actuar en público en defensa de intereses justifica­
bles”.49 Otros añaden significativamente la noción de la autoexpresión a
la de la representación de los intereses, y proponen incluir en el concepto
a los movimientos junto con las asociaciones reconocidas.50 A menudo se
sugiere que la “resurrección” de la sociedad civil culmina en la forma al­
tamente concentrada y activa de la "movilización de m asas” y del "levanta­
miento popular", en los que varios estratos y capas de la sociedad civil
desarrollan, aunque sea temporalmente, una sola identidad colectiva.
La categoría de masa es desorientadora en este caso por dos razones.
Primero, el analista nos dice que en los estados autoritarios liberalizados,
la sociedad civil característicamente se moviliza en capas diferentes y su­
cesivas: los grupos intelectuales, las organizaciones de clase media, las
organizaciones de derechos humanos, las asociaciones profesionales, los mo­
vimientos de los trabajadores industriales, etc. (no necesariamente en este
orden).51 Incluso en los contextos de una alta movilización, en las transi­
ciones recientes a la democracia, los diferentes grupos, asociaciones y
organizaciones no se fusionan en una sola m asa.como fue característico
de los populismos anteriores que a menudo condujeron a las dictaduras.
Segundo, los foros de la sociedad civil revivida son típicamente “públicos"
en vez de "movimientos de m asas” y van desde las discusiones intelec­
tuales en las universidades, las librerías, los cafés, etc., hasta las formas
populares de asociación y reunión, que juntas representan los nuevos con­
textos en que "el ejercicio y el aprendizaje de la ciudadanía pueden flore­
cer en las deliberaciones sobre los problemas de interés diario".52 Los altos
niveles de movilización contra las recientes dictaduras característicamente
usaron, en vez de evitarlas, estas formas públicas. Esto es comprensible,
pues después de la reducción autoritaria de la discusión pública a "códi-
72 EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL

gos y términos" restringidos y controlados por el Estado, el restableci­


miento de esta esfera logró mucha importancia y, por algún tiempo, hizo
que las simplificaciones del discurso populista resultaran menos atracti­
vas. De todos modos, las distinciones entre los niveles bajo y alto de movi­
lización, así como entre las entidades colectivas más unificadas o más
particularizadas de la sociedad civil, siguen siendo importantes.
Si dejamos de lado algunas diferencias entre los autores relevantes res­
pecto al propio significado y a la importancia relativa del concepto de
sociedad civil, toda la línea de análisis está caracterizada por algunas im­
portantes dudas y ambigüedades. Según una interpretación característica
de los regímenes más represivos, como Argentina, esos regímenes autori­
tarios atomizan, despolitizan y privatizan la sociedad, creando una esfera
pública completamente m anipulada y controlada.53 Según otra, en algu­
nos contextos por lo menos (como el de Brasil), la sociedad o sus residuos
sobreviven al gobierno autoritario en forma de asociaciones de intereses
comunes, agencias autónomas, gobiernos locales y vida religiosa.54 De
acuerdo con una tercera línea de interpretación, la “resurrección de la
sociedad civil" que impulsa el proceso de democratización hacia adelante
es posible en ambos casos, con o sin la supervivencia de formas de asocia­
ción reconocidas, con o sin la memoria de las anteriores movilizaciones
de masas.55 Como lo expresa Francisco Weffort, de Brasil, “queremos una
sociedad civil, necesitamos defendernos del Estado monstruoso que nos
enfrenta. Esto significa que si ella no existe, necesitamos inventarla. Si
es pequeña, necesitamos hacerla más grande [...] En una palabra, queremos
una sociedad civil porque queremos libertad".56 En esta interpretación,
que recuerda los argumentos que se hicieron en Polonia, los fundamentos
sociales de la sociedad civil, empezando con la familia y los amigos y
continuando con la Iglesia, nunca desaparecieron en ninguna de las dic­
taduras del Sur.
La estrategia de "inventar" y "hacer más grande" es favorecida por el
hecho de que los regímenes autoritario-burocráticos nunca logran resol­
ver sus problemas de legitimidad.57 La constitución o reconstitución de
los elementos de la sociedad civil, promovida indirectamente por la dis­
minución del miedo y de los costos de la actividad autónoma, se convierte
en un medio para enfrentar estos problemas fundamentales.58 Aunque
siempre se espera que este esfuerzo desde arriba se mantenga cuidadosa­
mente dentro de los límites, no puede reducirse completamente a una
farsa si su objetivo es obtener la legitimidad, y los elementos de la real
democratización que se establecen de esta m anera son, por definición,
impredecibles y no se les puede m antener dentro de límites predefinidos.59
Sin embargo, todavía no está claro qué diferencia establece el estado de
desarrollo de la sociedad civil en un gobierno autoritario en términos del
EL RESURGIMIENTO CONTEMPORÁNEO 73

proceso de transición o de la estabilidad y naturaleza del resultado. Pare­


ce probable que la naturaleza de una sociedad civil movilizada se vea afectada
por patrones alternativos: más homogénea donde no existieron o no se con­
servaron las estructuras anteriores, más pluralista y estructurada donde no
se tuvo que crear a la sociedad civil después de un alto grado de atomiza­
ción. Esta diferencia tiene además muchas consecuencias potenciales.
Puede ser útil distinguir, en relación con las transiciones, los procesos
de iniciación, consolidación y terminación. El papel exacto de la sociedad
civil en el proceso de iniciación de la transición sigue en disputa. La tesis
predominante hace énfasis, sobre la base de muchos datos comparativos,
en que el inicio es ante todo una función de divisiones internas en el régi­
men autoritario, aunque todos los analistas aceptan que si tales divisiones
conducen a una “apertura” o liberalización, la resurrección de la sociedad
civil no se podrá contener fácilmente y desempeñará un papel im portante
en todos los pasos posteriores.60 Sin embargo, algunas interpretaciones
parecen argum entar que donde la movilización desempeña un papel en la
terminación del régimen autoritario, todo el proceso de "derrocam iento”
o "autodisolución" desde el inicio es en gran medida una función de la
relación del régimen con la sociedad civil.61 La idea de que el problem a de
la legitimidad es el talón de Aquiles de los regímenes autoritarios posterio­
res a 194562 parece implicar que la inestabilidad de los regímenes y el ímpe­
tu para la liberalización deben buscarse en la relación de los gobernantes
con grupos y opiniones externos al gobierno.
Las características de la sociedad civil son igual de im portantes para
los retrocesos potenciales, en particular los golpes militares, como para el
proceso de iniciación y de aceleración. Mientras que algunos analistas
temen a la movilización exagerada como un pretexto para los golpes de
Estado y la reunificación de las élites gobernantes, la posición dominante
hace énfasis en los costos de un conflicto con una sociedad civil movilizada
como un importante disuasivo para los “duros” que pueden usar los refor-
mistas.63 Aquí se puede añadir que no sólo el nivel de movilización sino
también la formación de estructura es importante porque es más fácil su­
primir una sociedad sin profundas raíces organizativas que una altamente
articulada, incluso si la prim era está movilizada superficialmente.
De igual importancia es el problema respecto a si la presión de la socie­
dad civil, una vez movilizada, es capaz de llevar hasta el final un proce­
lo de transición a la política democrática. Parece obvio que una estrategia
ivolutiva implica im portantes procesos de negociación y de concesiones
Con aquellos gobernantes autoritarios que son capaces y están dispuestos a
moderar su régimen, mientras que en una etapa posterior cualquier transi­
ción a la democracia debe im plicar la organización de elecciones. Sin em­
bargo, no es obvio en ninguno de estos contextos, de qué m anera las aso-
74 EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL

daciones cívicas, los movimientos sociales, las organizaciones populares,


o incluso los medios de comunicación pueden sustituir a la diferencia­
ción de un elemento político capaz de consideraciones estratégicas. De
hecho, en ninguna parte ha tenido éxito una estrategia desde abajo por sí
sola.
Aparte de las ideologías de reforma desde arriba, hay dos formas del
discurso disponibles para los participantes que buscan entender el lugar
de las organizaciones políticas en la transición a partir de un gobierno
autoritario; una es dialéctica y la otra más analítica. De conformidad con
la primera, como los regímenes autoritario-burocráticos suprim en o de­
form an gravemente todos los tipos de mediación entre la esfera privada y
el Estado (incluidas las organizaciones populares, así como las institucio­
nes para la ciudadanía política), la tarea de la democratización es princi­
palmente la de reconstituirlos.64 En realidad, la versión dialéctica del dis­
curso de la sociedad civil, a menudo llega a identificar la democratización
con la reconstitución de estas mediaciones. En esta versión, los autores
políticos capaces de interponerse entre la sociedad y el Estado emergen
del proceso de organización de nuevas asociaciones y movimientos so­
ciales como su continuación orgánica. Pero en su búsqueda de legitimi­
dad, los propios regímenes frecuentemente inician el proceso de reconsti­
tuir mediaciones diferentes de las "agrupaciones o círculos burocráticos" de
"intereses sociales” semipolíticas, constituidas por el Estado, que han fra­
casado como remplazos efectivos de los grupos de presión societales.65
Como consecuencia, quienes están en la oposición se encuentran en la
situación de elegir entre la “imbecilidad” de rehusar algunos grados de
autonomía social simplemente porque son ofrecidos o incluso aceptados
por los gobiernos, y el “oportunism o” de aceptar la autonomía limitada
demasiado rápido, entrando en un juego predeterminado y cooptador sin
poner a prueba las posibilidades reales de democratización.66 Una opción,
además de estas dos, parece ser el esfuerzo de organizar y defender la
nueva esfera de la sociedad civil no como una mediación, sino como una
finalidad en sí, como en sí misma política: “si la política va a tener un
nuevo significado, debe desarrollarse una nueva esfera de libertad para la
acción política. Para el Brasil político, la sociedad civil, previamente igno­
rada o considerada una masa inerte, empieza a significar esa esfera de
libertad”.67 Desde este punto de vista, es natural tratar incluso a los parti­
dos y asociaciones políticas como partes indiferenciadas del campo hete­
rogéneo de la autoorganización.68 En una versión antipolítica extrema en
Brasil, que combina los puntos de vista del "anarquismo secular con el
pensamiento solidario católico”, se debe tem er más que confiar en los
partidos, a causa de su propensión a participar en el juego del Estado. En
tanto la autoorganización tenga que ser completada con medidas políti-
EL RESURGIMIENTO CONTEMPORÁNEO 75

cas y legislativas, éstas se lograrán por movimientos de participación di­


recta organizados en torno a problemas individuales de gran interés para
sus propios integrantes.69
Ante un poder autoritario intacto, sin embargo, un alto nivel de movili­
zación sin mediaciones, simbolizado por la imagen de la sociedad civil
como “la celebridad política de la abertura”,70 puede tener consecuencias
desmovilizadoras. Incapaz de ir más allá de la polarización, la sociedad
civil puede derrotar las iniciativas estatales sin generar una alternativa
comprensiva propia. Como en los casos de Brasil y Chile, el tem or al régi­
men puede ser fácilmente remplazado por el tem or de la sociedad a sí
misma, el tem or a las consecuencias de su propio poder im potente.71 Tan­
to en teoría como en la práctica, una segunda estrategia llega a dar impor­
tancia a la necesidad de una orientación hacia la sociedad política para
completar la transición a la democracia. Esta estrategia es intelectual­
mente analítica porque no considera a las instituciones de la sociedad
política —los partidos, los mecanismos electorales, las formas de nego­
ciación y las legislaturas— ni como partes ni como continuaciones orgá­
nicas de los procesos de la autoorganización de la sociedad civil.72
Aunque parece desorientador identificar a la sociedad civil principal­
mente con la liberalización, y a la sociedad política sobre todo con la de­
m ocratización, ciertam ente es correcto insistir en que "la transición
democrática plena debe implicar a la sociedad política”.73 Sin la sociedad
política, es imposible establecer tanto las negociaciones necesarias para
la transición como el mecanismo de control societal de los estados postau-
loritarios. Esto ha quedado demostrado mediante análisis de las eleccio­
nes y los partidos políticos. En aquellas dictaduras cuyos mecanismos
electorales se conservaron, aunque muy limitados, ha sido posible canali­
zar la presión social en dirección de un cambio político considerable, aun­
que gradual ('“descompresión"').74 incluso en el contexto de un orden auto­
ritario intacto que no ha sido debilitado desde el exterior. Este fue el caso
en Brasil. De m anera similar, la existencia continua, aunque restringida,
de los partidos políticos representó el punto focal natural para las transi­
ciones negociadas en varios países, desde Brasil a Uruguay y (más recien-
(emente) Chile.75 De hecho, los partidos y las elecciones representaban
oportunidades para volver a movilizar a la sociedad civil en varios contex­
tos en que se presentó el fenómeno de la desmovilización después de que
luibían fracasado varios desafíos anteriores contra el gobierno autorita­
rio.76 Dondequiera que ha sido posible, la activación de la sociedad políti­
ca parece haber sido la clave para evitar confrontaciones polarizadas, que
en nada mejoran la situación, o que incluso la empeoran, entre las socie­
dades civiles organizadas y los regímenes autoritarios que han mantenido
alguna continuidad con el pasado.77
76 EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL

Independientemente de lo necesaria que sea, la orientación hacia la socie­


dad política tiene consecuencias potencialmente desmovilizadoras en lo que
se refiere a la sociedad civil, como muchos participantes y observadores han
manifestado. En este contexto, Cardoso llama correctamente la atención
sobre la doble naturaleza de los partidos políticos: su función m ediadora
es hecha posible por, pero no puede superar, las contradicciones dentro de
ellos, entre el movimiento y la administración, la participación y el elitismo,
la norm a dem ocráticay el cálculo estratégico.78 Sin embargo, en dos situa­
ciones puede dominar el lado elitista, administrativo y estratégico: los pactos
y las elecciones. A menudo posibles y necesarios como situaciones interme­
dias "no democráticas", muchos han hecho hincapié en que los pactos son
un medio im portante de evitar la violencia y sus riesgos en la transición a
la democracia.79 A pesar de todo, no parece del todo justificado pretender
que, cuando son posibles, los pactos entre los partidos de la oposición y
los elementos del régimen también son deseables, en especial cuando se ad­
mite demasiado pronto que por lo general son exclusivos, no públicos y orienta­
dos a reducir drásticamente el conflicto en el sistema político. Su violación
de las normas de la democracia80 puede tener consecuencias negativas en
el largo plazo para una cultura política. Una vez dicho esto, quizá deba
añadirse que los pactos en los que se garantizan ciertos intereses de quie­
nes ocupan el poder, tienen posibles consecuencias diferentes para la socie­
dad civil, según el momento en que se les realice. Si se presentan pronto
en un proceso de transición, los pactos pueden asegurar los elementos de
la liberalización, haciendo posible la reconstitución de la sociedad civil.
En este caso, con el surgimiento de nuevos actores y la activación de los
espacios públicos, hay buena oportunidad para que el pacto inicial sea he­
cho eventualmente a un lado.81 Sin embargo, si un pacto se realiza muy
tardíamente, después de la resurrección y posiblemente del levantamiento
de la sociedad civil, y en especial si garantiza posiciones de poder a todos
los partidos que lo celebran, incluso algunos de la oposición, su propio
objetivo implica una exclusión y desmovilización que puede tener éxito
durante un periodo muy largo. A m enudo la consecuencia es u na reapari­
ción del populismo en vez de procesos de democratización adicional.
Los únicos pactos "tardíos" que parecen evitar esta trayectoria son aque­
llos en los que los grupos de oposición no piden ninguna concesión para
sí mismos, sino para la sociedad como un todo. Más que nada, los pactos
que hacen arreglos para las elecciones y las reglas electorales pueden te­
ner este carácter. Pero las elecciones, incluso cuando ellas mismas no in­
corporan reglas fuertemente excluyentes, pueden ser ambiguas desde el
punto de vista de la sociedad civil movilizada.
Varios analistas presentan la pregunta parcialmente retórica, ¿por qué
deben las élites gobernantes aceptar elecciones que probablemente tcrmi-
EL RESURGIMIENTO CONTEMPORÁNEO 77

narán con su régimen? La respuesta que se da es' que estas élites esperan
canalizar la política “alejándola de la exaltación de la sociedad civil” y
quizás incluso ganar las elecciones dividiendo a la oposición y siendo re­
compensadas por el electorado.82 Cuando los controles sobre las eleccio­
nes sólo se eliminan en forma gradual, como en Brasil, lo que se espera es
retrasar el cambio a la vez que se obtiene legitimidad por el proceso. Las
esperanzas de victoria y legitimación generalmente se frustran, pero no
las de la desmovilización y, cuando es pertinente, del gradualismo.83 El
desplazamiento hacia los partidos electorales, con su forma menos intensa,
más inclusiva y más abstracta de identificación política y su m enor grado
de participación directa tiende a devaluar y a rem plazar a los movimien­
tos y asociaciones que tienen formas más particulares, pero también más
intensas y participativas de organización. Aunque esto depende de las re­
glas electorales específicas que se pongan en vigencia, la tendencia de la
elección moderna es reducir el número de partidos políticos capaces de
participar efectivamente en las elecciones. A su vez, en especial en los
periodos de transiciones difíciles, los partidos que potencialmente pue­
den tener éxito a menudo lim itarán a los movimientos de la sociedad civil
que pueden poner en peligro el resultado o incluso la posibilidad de las
elecciones.84 Además, los partidos principales com parten un interés co­
mún en lograr que las fuerzas que siguen al régimen autoritario obtengan
una parte más que representativa de los votos, para evitar una victoria
demasiado grande de la oposición.85 Así, puede decirse, no sólo de los
procesos que conducen a contiendas electorales no restringidas que ter­
minan con las dictaduras sino también de las propias elecciones, que son
negociaciones implícitas entre los regímenes y los partidos de oposición
que proporcionan espacio y tiempo para ‘‘redefinir sus papeles respecti­
vos”.86 Y aunque la legitimidad débil y las posibilidades de consulta al voto
popular directo (plebiscito-m ediante elecciones parcialmente restringi­
das pueden de hecho conducir a la movilización societal y a procesos de
aprendizaje fuera de la estructura social, la legitimidad democrática libe­
ral de la confrontación abierta proporciona mucho menos oportunidad
para ese resultado. Es posible que donde la sociedad civil sea subdesarro­
llada y pasiva, o está en proceso de contracción, las elecciones atraigan a
la política organizada a estratos que de otra m anera no participarían;87 en
el contexto de una sociedad civil muy movilizada, lo contrario puede ocu­
rrir, y los partidos pueden resultar ser “no sólo, o no tanto, agentes de la
movilización sino instrum entos del control social y político".88
Hay poca duda después de la experiencia de varios países de que el
nivel más alto de una sociedad civil movilizada no puede mantenerse du­
rante mucho tiempo,89 ¿Pero equivale la sociedad civil a esa moviliza­
ción? ¿No es una seflal de su debilidad el que pueda existir en algunos

.ftÜ ttf e .
78 EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL

países sólo en esta forma? Hay alguna incertidum bre teórica seria res­
pecto a lo que puede ocurrir después de la movilización. La pregunta es
si queda algo de la "sociedad civil resucitada” después de que la repre­
sión selectiva, la cooptación, la manipulación, los conflictos internos, la
fatiga, la desilusión y la canalización d éla oposición hacia los sistemas de
partido y electoral han afectado y desmovilizado “a la exaltación popu­
lar”.90 A este respecto, una interpretación hace hincapié en la despoliti­
zación, la reprivatización y el surgimiento d qghettos políticos, que en con­
junto pondrán en peligro la consolidación democrática y debilitarán la
capacidad de la sociedad para resistir al autoritarism o renovado. La idea
de que en algunos países, notoriamente Chile y Uruguay,91 un sistema de
partidos excesivamente desarrollado contribuye a una sociedad civil depen­
diente y subdesarrollada, es más congruente con esta clase de argumento
que el énfasis, en el caso de otros países, en la supervivencia de la vida
asociativa cívica incluso en el autoritarismo. Si uno identifica la desmo­
vilización con la atomización de la sociedad civil, es difícil ver de qué
m anera se puede hablar de una transición a la democracia en vez de un
retorno a los ciclos de democracia y dictadura, ninguno de los cuales pue­
de estabilizarse, en parte debido a los ciclos de politización y despolitiza­
ción de la sociedad civil dentro de cada forma de gobierno. La idea de salir
finalmente del ciclo92 debe entonces señalar más allá de la alternativa
entre una sociedad civil totalm ente movilizada y una totalm ente des­
politizada y privatizada.
Lógicamente, por lo menos la desmovilización de un levantamiento
popular no es necesariamente el fin de una sociedad civil políticamente
relevante. Tampoco es necesario que se olvide todo lo aprendido en los
ciclos previos. En este contexto, es significativo que algunos intérpretes
consideren el surgimiento de una nueva forma de diferenciación entre el
pluralismo societario de facto y el pluralismo democrático como un cam­
bio en los valores, como la transformación de la identidad colectiva de los
grupos y de las instituciones.93 El prim er tipo de pluralismo ha estado
presente en la mayoría de las sociedades de que se trata, pero el último ha
sido sólo un producto de las recientes luchas contra los regímenes auto­
ritarios que han conducido a que se remplace la imagen de la vía revo­
lucionaria con las ideologías democráticas.94 Después del fracaso de las
revoluciones ilusorias y de la experiencia de las dictaduras, se llegó a con­
siderar a la democracia cada vez más como un fin en sí mismo, en vez de
como un medio para la realización de los intereses sectoriales.95 Pero
para que ésta se convirtiera en un fin también para los grupos no elitistas,
tenía que ocurrir una reorientación hacia la sociedad civil, que de hecho
sucedió. “El descubrimiento del valor de la democracia es inseparable,
dentro de la oposición, del descubrimiento de la sociedad civil como un
EL RESURGIMIENTO CONTEMPORÁNEO 79

espacio político".96 Inevitablemente surge la pregunta, ¿qué le ocurrirá al


valor de la democracia a medida que el espacio de la sociedad civil se
reduce en beneficio de la sociedad política?
En realidad, uno debe distinguir tres posibilidades: 1) una sociedad
civil que pierde su valor para los actores sociales con el restablecimiento
de la democracia, un proceso en el que la sociedad política ha llegado a des­
em peñar el papel principal; 2) una sociedad civil politizada en exceso que
implícitamente, para beneficio de varios de sus sectores, busca abolir la
propia pluralidad societaria y devalúa las mediaciones entre ella y el Esta­
do, y 3) una sociedad civil que ha llegado a reflexionar sobre sí misma
mediante la determinación de sus temas y las norm as que se aplica a sí
misma, al igual que a través de su autolimitación vis-á-vis la sociedad
política.
El modelo autorreflexivo de la sociedad civil implica no sólo la idea de
la autolimitación de la misma, sino también su propio fortalecimiento.
Esto tiene consecuencias tanto para la sociedad civil como para la políti­
ca. El modelo es incompatible con el concepto individualista-liberal de la
sociedad civil, que implica tanto su total despolitización como su depen­
dencia de las fuerzas de la economía de mercado: “la desigualdad social y
la debilidad del individuo ante las empresas y la burocracia”. Cardoso
propone una alternativa que combina la im portancia que le da la demo­
cracia radical a la subjetividad colectiva y a la autoorganización (no obs­
tante, sin abandonar los derechos individuales), y una aceptación demo­
crática reformista de la necesidad del Estado. Esta síntesis "dual" lleva al
inicio de una propuesta, que se reconoce es necesario desarrollar adicional-
mente, para una mayor responsabilidad social por parte de las gerencias
de las empresas y de las burocracias, con un creciente control público de
sus procesos. Sin esto, la sociedad civil continúa indefensa y "privada en
el sentido estricto de la pSTSbra".97
Esta redefinición de la relación del Estado y la sociedad civil en una
democracia que está por crearse, modifica también el modelo de la socie­
dad política y, junto con éste, el de los partidos políticos. Ahora su tarea se
convierte en construir “puentes móviles en am bas partes de la an ti­
nomia".98 La idea no está bien explicada en términos de la noción de "con­
trarrestar la idea ampliamente difundida de que los partidos no son 'au­
ténticos' y sí incapaces de servir como un filtro para las aspiraciones del
electorado”.99 Parece que de lo que se trata aquí es más bien del rechazo a
tener que elegir entre lo elitista y lo dcmocrático-radical, entre las dim en­
siones estratégica y normativa-dcmocrática de la ambivalencia de los pajv
lidos modernos. Pareciera más bien que es el tom ar conciencia de esta
ambivalencia lo que perm itirá tanto la sensibilización de la sociedad civil
a lu necesidad de consideraciones estratégicas como la introducción de
80 EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL

elementos de la tom a de decisiones democrática dentro del Estado y de la


em presa.100
Aunque algo esquemático, el bosquejo de Cardoso para el desarrollo
de la teoría dem ocrática tiene varias ventajas. Es un modelo del propó­
sito de la transición que no pierde de vista las precondiciones de consoli­
dar la democracia y removilizar en su defensa. Se corresponde bien con
los requerimientos institucionales para la idea de O’Donnell de la cons­
trucción de una cultura política democrática basada en una sociedad civil.
Finalmente, el modelo señala más allá de la restricción de la democracia
a la esfera política (es decir, más allá de la democracia de élite o del plura­
lismo elitista) y nos indica la posibilidad de salir del ciclo histórico de una
forma que permite que la cuestión de “más dem ocracia” sea presentada
sin que se convierta en un subterfugio para una dictadura de la izquierda
o el pretexto para una dictadura de la derecha.

R e t o r n a n d o a l a E u r o p a o r ie n t a l
DE FINALES DE LA DÉCADA DE 1980

Como se indicó antes, el redescubrimiento de la sociedad civil en Polonia


fue el producto de dos experiencias de aprendizaje negativas: el fracaso
del cambio revolucionario total desde abajo (Hungría en 1956) y de la
reforma comprehensiva desde arriba (Checoslovaquia en 1968). Los refor­
mistas polacos decidieron que todavía era posible un cambio radical de la
sociedad si se seguía un tercer camino.' Éste tendría dos componentes: el
agente sería la sociedad organizada “desde abajo" y el objetivo sería la
sociedad civil en vez del Estado, dentro de un program a autolimitado.
Observe que según sus propias normas, la nueva estrategia estaba a su vez
abierta a la prueba de las nuevas experiencias de aprendizaje. Después
de la represión de Solidaridad en diciembre de 1981, surgió la pregunta
inevitable de si se había demostrado que el tercer camino, aparentem en­
te el último, no era viable en las sociedades de tipo soviético. (Aparente­
mente el último sobre la base de una concepción dualista que yuxtapone
rígidamente Estado y sociedad civil.)
En Polonia, la formulación dualista había sido sometida a una fuerte
crítica por Jadwiga Staniszkis. Aquí resumiremos y ampliaremos su línea
general de ataque:

1. La polarización de sociedad vs. Estado en Polonia está relacionada con


una historia política en que tres gobiernos imperiales extranjeros re­
presentaron al Estado.
2. La cultura polaca sobrevivió a la edad de las particiones conservando
EL RESURGIMIENTO CONTEMPORÁNEO 81

sus propias tradiciones, mentalidades, prácticas, sistema de educación


y religión aisladas del Estado (o de los estados).
3. Sin embargo, la estrategia fue siempre nada más defensiva y no es ade­
cuada para un cambio social real.
4. El Estado postotalitarío es más sutil y penetrante, más invisible y corrup­
tor, que los estados abiertamente represivos del pasado. Por lo tanto, en
principio el aislamiento del Estado y de la sociedad no es posible.
5. La unidad de la sociedad es ilusoria en el nivel empírico, y la uniformi­
dad populista y solidaria impuesta sobre la sociedad (que supuesta­
mente fue el caso durante los 16 meses de Solidaridad) es indeseable.
<5. La unidad del partido-Estado también es ilusoria y, desde un punto de
vista estratégico, difícilmente deseable. La idea de la oposición in ­
herente entre la sociedad y el Estado hace imposible aprovechar las
divisiones internas y las tensiones en’ el Estado y en el partido. Los
esfuerzos reformistas desde arriba y dentro de la estructura de gobier­
no deben ser considerados a priori como ilusorios, y el compromiso
sólo se puede entender como estratégico, es decir, en principio inestable.
Las oposiciones al partido son continuamente reintegradas en su seno.
7. La movilización y el conflicto populares bajo la égida del concepto dua­
lista sólo llega a constituir formas ritualizadas de canalización de la
oposición; no podrán producir ningún cambio significativo en el siste­
ma existente.101

Staniszkis se equivocaba en lo que respecta al poder movilizador de la


concepción dicotómica de la sociedad contra el Estado. En realidad, la con­
cepción en muchos aspectos se autorrealizaba: mientras Solidaridad fue
legal (1980-1981), la sociedad polaca por lo menos mostraba la tendencia
a organizarse a lo largo de las líneas de la dicotomía de la sociedad civil y
del Estado (partido), a pesa*4c los conflictos dentro de cada polo de la dua­
lidad. En retrospectiva, sin embargo, se cumplió una de las implicaciones
del análisis de Staniszkis: la concepción dicotómica reforzó un tipo de po­
larización en que resultaban imposibles las soluciones de compromiso,
por mucho que las deseara el sector de Solidaridad dirigido por Lech Wa-
lesa. P ara un com prom iso se necesitan socios, supuestam ente los
reformistas, y también instituciones (políticas) de mediación. En un contex­
to de polarización radical, buscada activamente por los sectores del régi­
men, pero favorecida por la ideología de Solidaridad, ninguno de los dos
podía surgir. La concepción dualista del proyecto original de autoliberaclón
de la sociedad civil, que tuvo éxito normativa y afectivamente, fue así par­
le de la constelación de elementos que condujo al fracaso estratégico.
En la década de 1980, sorprendentemente, este proyecto no sólo no fue
abandonado sino que se extendió a otros dos países: Hungría y la Unión
84 EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL

so a la fuerza de los grupos de cabildeo experimentados, monopólicos


(arraigados parcialm ente en el aparato del gobierno y en parte en las es­
tructuras m oderadam ente descentralizadas de la industria) que actual­
m ente controlan los procesos de negociación sobre la inversión, los sub­
sidios, las exenciones fiscales e incluso los precios, y que refuerzan el
carácter limitado en recursos e inherentem ente desperdiciador de la eco­
nom ía de la escasez.
Cuando se promovió desde arriba la reconstitución de la sociedad civil
como un componente de la reforma, en especial en la Unión Soviética, se
suponía que permanecería dentro de límites cuidadosamente definidos.
Las únicas instituciones de la sociedad civil que se habrían de reconstituir
eran las más im portantes para la racionalidad económica. Los actores
independientes sólo deberían cumplir con las tareas estrictam ente nece­
sarias. Pero ambos propósitos eran contradictorios. Las leyes y derechos
económicos lo son sólo en un contexto de Rechtsstaatlichkeit (constitucio­
nalismo), con implicaciones mucho más generales. Las asociaciones genui-
nam ente competentes para ejercer abiertam ente presiones económicas
también son capaces y tienen los motivos para tratar de otras cuestiones
sociales y políticas. A una esfera pública que permite la crítica del desper­
dicio económico, de la corrupción y de la resistencia al cam bio no se le
puede impedir fácilmente que se ocupe de otros temas. Todas estas transfor­
maciones presuponen una disminución del miedo en la sociedad, y la dismi­
nución del miedo se convierte en el estímulo de nuevas transformaciones.
Finalmente, los movimientos que pueden ser fácilmente restringidos no
pueden desempeñar un papel im portante para superar la resistencia a la
reforma, mientras que no es posible controlar a los que pueden desempe­
ñar ese papel, que son impredecibles. La fluctuación constante en la Unión
Soviética entre las medidas que conducen hacia adelante y las que reviven
las prácticas pasadas, entre la democratización y la centralización autori­
taria, puede explicarse mejor en estos términos. El régimen desea una
reforma radical, desencadena e incluso propicia el resurgimiento de la
sociedad civil, pero también desea im poner su prerrogativa para determi­
nar los límites de lo que se puede y no se puede cambiar, incluso la estruc­
tura y la dinámica de la propia sociedad civil.
No obstante, el proceso de movilización social y la construcción de por
lo menos algunas de las dimensiones de lo que los propios actores llaman
sociedad civil continúa en medio de la fluctuación. El nivel de la autoorga-
nización societal de hoy en día habría sido inconcebible hace un par de
años. Pero no está del todo claro que el resultado será una reforma radical
en vez de una polarización y estancamiento sin esperanza.109 Si la patología
de la reforma desde arriba es que remplaza un sistema de mando formal
con uno de regulación burocrática informal, el paso hacia la sociedad civil
EL RESURGIMIENTO CONTEMPORÁNEO 85

sólo proporciona la condición necesaria, pero no la suficiente para remediar­


la. Como descubrieron los polacos, incluso una sociedad civil organizada y
movilizada no puede, en especial en el contexto de la autolimitación, actuar
directamente sobre un Estado-partido que no realiza ningún cambio, y su­
perar la resistencia del aparato económico-político cuyo último reducto
importante se convierte en la economía burocrática no reconstruida.
Ésta fue la lección que inspiró a los que im portaron el proyecto polaco
de reforma radical a Hungría, en especial después de la ley marcial. Ele­
mentos clave de la oposición húngara110 reform ularon el program a en
términos de un minimalismo radical que no obstante implicaba que los
cambios en la sociedad deberían ser complementados por cambios nece­
sarios, aunque menos radicales, en la esfera del Estado-partido. Al princi­
pio, esto significó redefinir como derechos los elementos de una apertura
y diferenciación que ya se habían concedido en la sociedad húngara, así
como la redefinición del Estado discrecional (Massnahmenstaat) como
un Rechtsstaat autoritario que se autolimita, al menos en lo que se refiere
a los derechos que concede. La segunda versión, desarrollada en el mo­
mento de la crisis cada vez más intensa y con algún éxito en el involucra-
miento de los intelectuales en la actividad opositora, propuso a las fuer­
zas sociales independientes que exigieran el pluralismo en la esfera del
derecho privado (sociedad civil) y un Rechtsstaatlichkeit plenamente de*
sarrollado en la esfera del derecho público.111 Finalmente, en 1987, cuan­
do las bases del sistema de Kadar ya se estaban desmoronando, se propuso
un modelo detallado de reforma radical. El modelo, que apareció con el
nombre de Contrato social, implicaba el restablecimiento de la sociedad
civil en todas sus dimensiones y una reforma del sistema político para
incluir elementos de genuino parlamentarismo, un gobierno responsable
y una reconstrucción del lugar y papel del Partido Comunista que conser­
varía algunas de sus prerrogativas, pero sólo dentro de una estructura de
legalidad constitucional. Lo que nos im porta es la estructura, más que la
fórmula exacta, porque representó un llamado a la discusión, negocia­
ción y compromiso. Los partidarios del enfoque del Contrato social inten­
taron reconstruir el proyecto dual heredado de Polonia en términos de un
modelo que vinculaba la reconstrucción radical de la sociedad civil con
una reforma menos radical, pero que no obstante modificaba los princi­
pios de la esfera política. La idea no era abandonar la meta de la democra­
cia parlam entaria, sino com binar dos ritmos de cambio diferentes, uno
en la sociedad civil y otro en la esfera del Estado, de m anera que se refoi>
/aran mutuamente, y proporcionar a la vez el cambio necesario del “am ­
biente" para institucionalizar una economía de mercado verdadera.
El Contrato social retuvo una importante conexión con la política pola-
cu del “nuevo evolucionismo” manteniendo, contra otros enfoques de ese
86 EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL

momento que todavía seguían dirigiéndose a la negociación con el régi­


men o sus elementos reformistas,112 que los grupos, las asociaciones y de
hecho los movimientos fuera de las instituciones oficiales tendrían la ta­
rea prim aria de promover el cumplimiento de las reformas. En Hungría,
no obstante, la idea era paradójica, en .vista de la ausencia de algo que se
pareciera al nivel polaco de autoorganización societario.113
Sorprendentemente, los resultados políticos en Hungría resultaron ser
aún más radicales que los de Polonia. En realidad, después de que Kadar
salió del poder en mayo de 1988, el Partido Comunista húngaro hizo rápi­
dam ente varias concesiones: una esfera pública abierta de fado, una ley
de asociación y del derecho a la huelga, y una ley que perm itía la forma­
ción de partidos, aunque en un principio no como organizaciones electo­
rales. Además, para febrero de 1989 el partido aceptó la necesidad de elec­
ciones competitivas irrestrictas en una fecha próxima, y en junio de 1989
inició negociaciones respecto a las reglas y procedimientos electorales,
con ocho o nueve formaciones protopartido representadas por “la Mesa
Redonda de la oposición".
Hay dos formas de interpretar la lógica de estos cambios. La prim era
(F. Kószeg) toma el punto de vista de la debilidad de las organizaciones de
la sociedad independiente y señala la disolución interna del partido en el
poder (debido a la crisis económica, así como a los efectos desestabiliza­
dores de la política no intervencionista soviética) que lo hizo demasiado dé­
bil para resistir incluso un grado relativamente pequeño de presión so­
cial. Ciertamente, la tesis parece ser confirmada por la historia de varias
concesiones clave, que empezaron con-las propuestas cuya intención era
simplemente la cooptación, continuaron con intensas críticas públicas y
term inaron en una situación en la que el régimen cedió.114 Pero esta inter­
pretación no deja lugar para un im portante actor que se encontraba fuera
de la oposición, es decir, los grupos reformistas dentro del partido, que
desempeñaron un papel activo en varias de las mismas concesiones.
La segunda interpretación (J. Kis) buscaba corregir esta subestimación
haciendo hincapié en los esfuerzos realizados por parte de la facción refor­
mista, cada vez más predominante, por encontrar socios legítimos, via­
bles en la sociedad para instituir reformas económicas junto con los nue­
vos programas de austeridad. La búsqueda de socios pudo por sí sola
haber llevado a un esfuerzo de cooptar a las fuerzas sociales en forma­
ción, pero la necesidad de socios viables, en vista de la disminución de
la legitimidad del régimen, requería entes genuinamente independientes
que funcionaran en un terreno político competitivo, abierto.115 En este
análisis, la búsqueda de socios llevó al régimen, o a su facción dominan­
te, a la apertura del espacio requerido para la emergencia de la sociedad
política.
EL RESURGIMIENTO CONTEMPORÁNEO 87

Es provechoso com parar esta situación con el periodo de 1980-1981 en


Polonia. Entonces fue Solidaridad la que buscó, sin éxito, un “com prom i­
so histórico" con el régimen, que implicaba la creación de instituciones
de m ediación.116 Su propia concepción polarizada, y la confianza del régi­
men en la posibilidad de "normalización” y en sus poderes para llevar a
cabo la reforma económica, desempeñaron papeles importantes en el fra­
caso del compromiso. Quizás en ese tiempo, a diferencia de 1988, Solida­
ridad era tan fuerte, pues tenía el apoyo de toda la sociedad, que el régi­
men no le podía perm itir ningún papel genuino en la conformación de las
políticas. En 1990, elementos importantes de los antiguos regímenes tan­
to en Hungría como en Polonia habían aceptado la idea de un compro­
miso de gran alcance con oponentes relativamente más débiles, y esto
implicaba la creación de instituciones de mediación que requerían la par­
ticipación de actores independientes. Por esta razón, recurrieron a los
actores de la sociedad civil, promoviendo activamente su transformación
y estimulando en el proceso el surgimiento y consolidación de agentes
políticos que (ellos esperaban) no tenían (o tenían sólo débiles) raíces en
la sociedad civil. Para hacer que valiera la pena ese cambio en el patrón
existente de la política opositora, se concedieron procedimientos políti­
cos competitivos para la celebración de las elecciones. En vista del riesgo
de las elecciones para la supervivencia de los regímenes establecidos, las
élites que optaron renuentemente por este proceso buscaron su propia
supervivencia introduciendo elementos restrictivos en el compromiso (Po­
lonia) o asumiendo funciones como miembros de la nueva sociedad polí­
tica en formación (Hungría).117
Nuestro interés no está en lo correcto de esos cálculos, sino en los efec­
tos sobre la sociedad civil de la orientación hacia la sociedad política. Hoy
en día operan cuatro tipos ideales de cambios significativos en Europa
oriental: la reforma, la Deforma radical desde abajo (o la "nueva evolu­
ción”), la transición política a un nuevo sistema, y lo que recientemente se
ha llamado "revolución”.118 Cada una tiene sus actores, sus patologías y
sus formas potenciales de autocorrección. Cada una se ocupa de una di­
mensión diferente del problema de la sociedad civil. La estrategia de la
reforma, que aún domina en la Unión Soviética, tiene como agentes a
actores modernizadores del Estado. La patología de esta vía es que rem ­
plaza la discreción burocrática formal con variantes informales que, en
conjunto, no mejoran el funcionamiento económico y que, como ocurre
actualmente en la ex Unión Soviética, podrían en realidad debilitarlo. La
forma en que imaginamos que se le puede corregir es el retorno a la socie­
dad civil, que involucraría en el proceso de reforma a actores colectivos
(grupos, asociaciones, movimientos y público) que están fuera de la esfe­
ra estatal. En la Unión Soviética, incluso el haber recurrido a los mecanis-
88 EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL

mos electorales típicos de la sociedad política hizo a un lado y por algún


tiempo obstaculizó el surgimiento de actores políticos independientes,
aunque ayudó a la autoorganización y movilización de los actores infor­
males de la sociedad civil. Así, las elecciones de principios de 1989, y las
sesiones contradictorias e incongruentes del Congreso de Diputados de
los Pueblos,119 no tendieron a llevar a una mediación sino a una forma
de movilización que ya era polarizadora y que lo sería más a medida que
la reforma económica continuara estancándose. En ausencia tanto de una
violenta represión como de una mediación parlam entaria, los conflictos
tendrían que presentarse cada vez más en las calles.
La polarización, como hemos visto en Polonia, es la patología específi­
ca de la orientación hacia la sociedad civil y sus actores, a pesar de las
consecuencias dramáticas de este cambio para los procesos de aprendiza­
je societaly, específicamente, para la construcción de una cultura política
democrática. En Polonia, relacionada con la polarización se ha presenta­
do una excesiva unificación de la sociedad civil en que un solo movimien­
to ha sido el canal para los heterogéneos intereses e identidades sociales
que incluso compiten entre sí, lo cual ha obstaculizado (incluso aunque
éstas no hayan sido las intenciones de los participantes) el surgimiento
del pluralismo societario y, posteriormente, del político. En una sociedad
dividida nacionalmente como la Unión Soviética, una segunda forma de
polarización —entre grupos étnicos o nacionales en competencia, o entre
los movimientos democráticos y los nacionales— ha sido una consecuen­
cia incluso más negativa de la estrategia orientada a la sociedad civil.120
En este contexto, el surgimiento de grupos políticos capaces de nego­
ciación, de compromiso y de parlam entarism o genuino representa una
pequeña esperanza para la mediación, que únicamente puede funcionar
si se encuentran los medios institucionales para vincularlos con las líneas
cada vez más profundas de conflictos sociales que tienen que ver con te­
mas nacionales, económicos y políticos. Ahora el problem a es encontrar
la forma en que grupos de la sociedad civil cada vez más movilizados
puedan m anejar sus conflictos con el régimen y entre sí. En este contexto,
no parece existir una alternativa al estado de derecho y al parlam entaris­
mo multipartidario, que no sea una polarización cada vez más destructiva
que, en el centro ruso del imperio que se desmorona, puede eventualmen­
te tom ar la forma de un estancamiento entre las fuerzas societarias y el
Estado al que no pueden derrocar, o de un enfrentamiento violento entre
el movimiento democrático y el conservador-nacionalista, o incluso una
combinación de estos resultados.121
En Polonia y Hungría, ya se ha promovido el supuesto correctivo para
la polarización mediante el retorno a la sociedad política. Esto implica
que los agentes del proceso de transición serán cada vez más los actores
EL RESURGIMIENTO CONTEMPORÁNEO 89

de la sociedad política, que al menos al principio'incluirá a los reformis­


tas del Partido Comunista. ¿Tiene este modelo sus propias patologías po­
tenciales?, y de ser así, ¿cuáles son sus correctivos?
Como hemos visto en el caso de las transiciones latinoam ericanas, una
de las varias razones de que las élites gubernamentales se orienten a la
resurrección de la sociedad política es que las ayuda a desmovilizar a la so­
ciedad civil. Hacen esto tanto para protegerse a sí mismos y a la transi­
ción de los excesos de las demandas económicas como para excluir del
proceso político a los actores y formas de movilización que pueden llevar
a su propia exclusión. Mientras que las élites de los antiguos partidos go­
bernantes, o más bien de sus partes reformistas, no tienen el apoyo social
para convertirse en actores de la sociedad civil (con las muy dudosas ex­
cepciones de las burocracias de los sindicatos), esperan que al autocon-
vertirse en partidos electorales con ideologías socialdemócratas podrán
convertirse en actores en la nueva sociedad política. Por lo tanto, la orien­
tación hacia la sociedad política tiene claramente como su patología la
desmovilización de la sociedad civil y el fracaso para rem plazar sus for­
mas movilizadas con otras institucionalizadas. Éste es un grave problem a
en Europa oriental, donde la atomización y la fragmentación de los víncu­
los, solidaridades y asociaciones sociales superó incluso lo ocurrido en los
regímenes autoritario-burocráticos recientes, y donde la sociedad civil
parece existir por el momento sólo en una forma movilizada cuya contri­
bución al restablecimiento de la integración social ha sido limitada. Por
esta razón, una constelación que haga a un lado a la construcción de ins­
tituciones en la sociedad civil será muy desfavorable para el desarrollo de
una cultura política democrática y, por el contrario, donde este tipo de
cultura continúe desarrollándose, puede conducir a graves problem as
de legitimidad para las nuevas élites políticas.
Los esfuerzos realizad»s«por los elementos reformistas de las antiguas
élites para despolitizar e incluso fragmentar a la sociedad civil son muy
comprensibles. Para ellos, la cuestión implica no sólo conservar su poder
de decisión para determinar la política económica, sino también su supervi­
vencia como fuerza política. La raíz de la dificultad es aun más profunda,
por supuesto, y puede tener que ver con las tendencias básicas relacionadas
con la sociedad política moderna compuesta por partidos y parlamentos.
Por haber surgido de la sociedad civil y haber conservado algunas de las
características de su origen, así como por haber resistido la designación
de "partido", los nuevos partidos principales de Hungría, Polonia y Checos­
lovaquia han dado lugar al surgimiento, a pesar de todo, de expectativas
de que podrán resistir las tendencias "oligárquicas" de los partidos polí­
ticos m odernos.122 No obstante (o como consecuencia) frecuentemente
se les critica por rem plazar al gobierno de una élite por el de otra, por no
90 EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL

tener en cuenta las iniciativas civiles y los movimientos sociales e incluso


por intensificar los controles del Estado sobre los gobiernos locales y la
esfera pública, así como por no recurrir a las consultas sociales antes de
tom ar decisiones económicas im portantes.123 Significativamente, los es­
fuerzos por refutar esas acusaciones haciendo referencia a la soberanía
parlam entaria sólo han conducido a nuevas acusaciones de absolutismo
parlam entario e incluso a la acusación exagerada de que se ha creado una
dictadura de varios partidos.
Aunque una democracia elitista en la que la participación popular esté
limitada a votaciones periódicas no sea el ideal de los elementos principa­
les de muchos de los partidos o grupos participantes, el contexto actual
en muchos aspectos apunta en esta dirección. Nuevamente, las necesida­
des de la transición' económica, a la que algunos hacen muy rígida en
términos de una versión no solidaria, individualista de la sociedad civil
(es decir, burguesa), son responsables de ello en buena medida.124 En H un­
gría, todavía más que en Polonia, esas tendencias se ven reforzadas por
conceptos de soberanía parlam entaria basados en el llamado modelo de
Westminster, que están presentes en todos los partidos im portantes. Pero,
¿aceptará fácilmente una población acostum brada a las garantías socia­
les la legitimidad de decisiones que implican una nueva austeridad m era­
mente sobre la base de los acuerdos de las élites, independientemente de
su posesión formal de un m andato electoral? Existe am plia experiencia
proveniente de la historia de los populismos latinoamericanos de que no
la aceptará, haya o no elecciones. Existe el peligro de que el populismo,
que tiene fuertes raíces en la Europa orie'ntal, sea la respuesta al elitismo, de
parte de sociedades civiles desmovilizadas o subdesarrolladas, semiato-
mizadas y no solidarias.

Al g u n a s c o m p a r a c io n e s y p r o b l e m a s

Sería ilegítimo tratar de igualar los proyectos que acabamos de presentar.


Los modelos de sociedad civil que han emergido en estos diferentes con­
textos m uestran im portantes variaciones. De hecho, hay obvias dificulta­
des con cualquier estructura interpretativa única que busque preguntarse
sobre el significado de y proporcione orientación para estas varias conste­
laciones de estructura e historia. No obstante, es indispensable un marco
teórico en que se pueda fundam entar lo que a final de cuentas es una
discusión común a través de las fronteras. Una falsa unificación propor­
cionaría nada más soluciones ilusorias y, por lo tanto, debemos explorar
todo el rango de discursos disponibles hoy en día. Sin embargo, antes de
hacerlo, debemos por lo menos justificar nuestra presentación de los dife-
EL RESURGIMIENTO CONTEMPORÁNEO 91

rentes proyectos para reconstruir a la sociedad civil como un solo conjun­


to, en una forma que no se limite al uso obvio de la mism a terminología
en contextos diferentes. Esto lo haremos en dos pasos.
Primero, argum entam os en favor de antecedentes intelectuales co- .
muñes en el ámbito de la circulación de formas de discurso. En el contex­
to del pensamiento social crítico, hoy en día hay un notorio cambio inte­
lectual posmarxista, que produce una discusión de la sociedad civil que
verdaderamente es internacional. Segundo, presentamos dos posiciones
intelectuales, relacionadas con la crisis del marxismo, pero que no se pue- ¿ ■
den reducir a la misma, que son compartidas por los actores sociales en
los cuatro contextos políticos, como lo dem uestran nuestros “estudios
de caso”. Éstas son: 1) la crítica del Estado y 2) el deseo de ir más allá de
la alternativa de reforma y de revolución, en el sentido clásico de estos
términos.
Hoy en día la crisis del marxismo es un fenómeno mundial, por una
variedad de razones locales y globales. En los países capitalistas avanza­
dos, la continua incapacidad de la teoría marxista para explicar la estabi­
lidad relativa y la reconstrucción repetida del sistema existente es una de
las principales razones. Otra es el final decisivo de la era en que parecía
posible (por no decir deseable) que la clase trabajadora —o cualquier
otro estrato social o grupo único— desempeñara el papel de sujeto glo­
bal del cambio social. En América Latina, el factor decisivo fue la asocia­
ción del marxismo con la vía revolucionaria que no sólo fracasó para pro­
ducir alguna clase de Estado de bienestar socialista, sino que también
contribuyó directa y en algunos casos deliberadamente a la caída de la
democracia liberal y al surgimiento de dictaduras de derecha. Donde tu­
vieron éxito las llamadas revoluciones socialistas, los resultados difícil­
mente inspiran a la imitación. El modelo soviético de Europa oriental, en
el momento de su derrumbaf&hora casi umversalmente se reconoce como
ineficiente y deshumanizador. Este desarrollo, que se refleja en las accio­
nes y puntos de vista intelectuales de los disidentes, ha desacreditado de
antemano las metas de la mayoría de los comunistas occidentales y de los
países del Sur, o de los grupos ultraizquierdistas que han heredado el manto
del marxismo. Es significativo que las teorías y formas de análisis marxis-
las hayan fracasado repetidam ente en sus esfuerzos por comprender la
estructura de las sociedades de tipo soviético y por delinear orientaciones
posibles para los actores que procuraban transform arlas.125
Siempre es posible, por supuesto, pasar del marxismo a cualquier posi­
ción que puede ir del liberalismo y neoconservadurismo hasta el funda-
mentalismo religioso. Pero si se desea evitar rem plazar al dogmatismo
marxista por un dogma antimarxista, si uno se niega a cambiar la apolo­
gética de una forma de dominación por otra, se debe aceptar la posibili-
92 EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL

dad de que Marx realm ente estableció algunos puntos de vista críti­
cos ventajosos que no pueden ser abandonados en tanto que persista la
sociedad capitalista. En muchos casos, esto significa reinterpretar o re­
construir algunos de sus principales conceptos, conduciendo a proyec­
tos teóricos que van bastante más allá* de las implicaciones normativas
y analíticas de cualquiera de las versiones de la teoría marxista clásica,
incluidos los neomarxismos de Lukács, Gramsci y la antigua Escuela de
Francfort. Son estos proyectos teóricos los que queremos describir con
la designación de posmarxismo.126 Una posición común de todos los pos­
marxismos a pesar de las diferentes terminologías, es la revisión de la
identificación que hace Marx de la sociedad civil con la burguesa, así co­
mo de sus varios proyectos políticos que apuntaban a una reunifica­
ción de Estado y sociedad.127 Los posmarxistas no sólo se dan cuenta, al
igual que Gramsci,128 de la durabilidad de la sociedad civil en las demo­
cracias capitalistas y de la consecuente improbabilidad de la revolución
en el sentido marxista clásico, sino que además afirman lo norm ativam en­
te deseable que es la conservación de la sociedad civil. No obstante, el
posmarxismo se puede distinguir de todos los neoliberalismos (que a
su propia m anera también identifican a la sociedad civil con la burguesa)
por sus esfuerzos para desarrollar el tema de la transform ación democrá­
tica radical o pluralista radical de las versiones existentes de sociedad
civil.
Sostenemos que el concepto de sociedad civil, tal como ha sido usado
por nuestras diferentes fuentes, pertenece al mundo intelectual e incluso
a la cultura política del posmarxismo (y quizás del "posgramscianismo"). El
discurso contemporáneo de sociedad civil fue diseminado internacional-
mente, al menos en sus inicios, por la circulación de las ideas posmarxistas.
La amplia aceptación de un concepto semejante por prim era vez en nues­
tra historia reciente, que permitió un diálogo entre los críticos sociales del
Este y del Oeste, del Norte y del Sur, ha sido posible debido a los proble­
mas y proyectos compartidos entre esos contextos.
Se pueden encontrar dos de esos problemas/proyectos en las fuentes
que acabamos de citar. Primero, y en forma más relevante, está la críti­
ca del Estado y la búsqueda de una política “postestatista”. La incapacidad
de los regímenes de tipo soviético, de las dictaduras latinoam ericanas e
incluso de los estados benefactores para resolver todos o algunos de los
problemas sociales clave, y lo poco deseable de las soluciones que han
surgido, es uno de los temas de que tratan todas las fuentes relevantes.
Hubo un tiempo en que la respuesta a diagnósticos similares era propo­
ner un Estado más racional —"una dictadura del proletariado, es decir, de
la izquierda en vez de la derecha— o (en el caso del Estado benefactor)
simplemente más Estado, “nacionalizando" más esferas de la vid». Parece
EL RESURGIMIENTO CONTEMPORÁNEO 93

que después de nuestras recientes experiencias con las dictaduras, las


nacionalizaciones de las grandes industrias y las consecuencias de la pe­
netración de la vida social por las burocracias centrales, ninguna de las
antiguas respuestas puede tener el peso que tenían antes. Es cada vez más
difícil considerar al Estado como una síntesis pasiva de una pluralidad de
fuerzas sociales o como un instrum ento neutral en manos de cualquier
clase que ocupe la posición socialmente dominante o que logra que su
partido sea elegido al poder gubernamental. "Introducir de nuevo al Esta­
do" debe significar reconocer que el Estado moderno tiene su propia lógi­
ca y que constituye una constelación independiente de intereses.129Al con­
trario del espíritu de la gran rebelión decimonónica contra la economía
de mercado capitalista autorreguladora, el Estado no puede ser un medio
neutral a través del cual la sociedad pueda actuar sobre sí misma de una
m anera autorreflexiva.130
Segundo, la alternativa de reforma o revolución ha sido desacreditada
porque tanto los partidos reformistas como los partidos revolucionarios
han tenido parte de culpa en nuestras crisis presentes. Todos los casos que
hemos estudiado revelan, explícita o implícitamente, la misma renuncia a
la utopía de la revolución, al sueño de un modelo único, impuesto, de la
buena sociedad que rompe completamente con el presente, y que está
más allá de todo conflicto y división. Ese modelo no es compatible ni
siquiera en principio con cualquier noción moderna de la democracia. Al
mismo tiempo, lo que expresan los casos estudiados es más que una re­
forma meramente incremental; por lo menos, implican un reformismo
radical o estructural. No obstante, incluso estos térm inos acuñados por
A. Gorz131 no cubren todo lo que está enjuego. Hoy en día, tanto la revo­
lución como la reforma se entienden generalmente en términos de (y se
les condena por) su lógica estatista, y la idea de combinarlas a las dos de
alguna manera, como lo*¿gue sugiriendo el término "reformismo radi­
cal", se ha vuelto actualmente inaceptable. El térm ino “nuevo evolucio­
nismo" es dem asiado vago para que los pueda remplazar, pero tanto
"revolución autolim itada” o “radicalismo autolimítado" parecen adecua­
dos. En este caso la idea, elaborada por analistas tan diferentes como
J. Kuron, A. Gorz, N. Bobbio y J. Habermas, es que el objeto de la recons­
trucción radical y también sus sujetos (múltiples, no unificados) se des­
plaza del Estado a la sociedad. Por consiguiente, en lo que se refiere a las
estructuras existentes de las economías de Estado (y en el Occidente, ca­
pitalistas) tendría que e incluso debería practicarse una nueva clase de
autolimitación. Esta idea sobrevive en las dos temporalidades de cambio
que se refieren al Estado y a la sociedad civil, tal como se propone en el
Contrato social, e incluso en la orientación hacia la sociedad política que
implica una disminución no revolucionaria consciente del ritmo de cam-
\

94 EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL

bio mediante negociaciones y elecciones. En una versión occidental, la


m ism a idea es expresada m uy bien p o r la yuxtaposición que hace
Rosanvallon de la reconstrucción de la sociedad civil con necesarias con­
cesiones en lo que se refiere a las estructuras del Estado y de la economía.
La sociedad civil puede ayudar a cam biar esas estructuras, pero no debe
abolir todos los aspectos de su operación autónoma.
Es interesante que en la más antimarxista de nuestras tres constelacio­
nes, Europa oriental, el térm ino revolución se usa más a menudo para
indicar la transición desde el gobierno autoritario. No obstante, debe de­
cirse que el sentido del término difiere de los establecidos por las revolucio­
nes francesa y rusa. La búsqueda de la sociedad perfecta y transparente
asociada con estas revoluciones se rechaza explícitamente porque fortale­
ce al Estado y es inevitablemente terrorista. Algunos autores redefinen el
término en un sentido más conservador, procurando conservar las tradi­
ciones o culturas políticas más antiguas que todavía existen (o que se im a­
ginan que existen) amenazadas por la sovietización, o conservando la tra­
dición de otros pueblos (por ejemplo, el liberalismo clásico).132 Otros, que
parten del caso único de la derrotada revolución húngara de 1956, tratan
de entender las transiciones que se están forjando como una "revolución
política" pura que conduce al establecimiento de una nueva forma de so­
beranía democrática, un novus ordo seculorum.133 La prim era de estas
líneas de pensamiento, que en parte retom a a la noción prem oderna de la
revolución como un esfuerzo por restablecer una situación anterior, tiende
a om itirlo que es genuinamente nuevo en los proyectos actuales de trans­
formación. Puede dar credibilidad a puntos de vista que hacen referencia
a la "restauración" o la "contrarrevolución". La segunda no capta su ca­
rácter explícitamente autolimitado y evolucionario. Esto se ha m anifesta­
do repetidas veces en la búsqueda de un compromiso y de soluciones de
transición y en la aceptación deliberada de un ritmo de cambio menor.
Sorprendentemente, en vista de la naturaleza de los regímenes anteriores,
quienes los suceden no buscan ni una expropiación personal general de
los miembros de las élites anteriores ni su total exclusión de la actividad
política o profesional. De hecho, se evitan estas opciones de una m anera
reflexiva y consciente incluso ante los repetidos esfuerzos por convertir
a los poderes del pasado en los del futuro. La revolución autolim itada
evita la destrucción total de su enemigo, lo que inevitablemente significa­
ría ponerse a sí misma en el lugar del soberano,134 privando a la sociedad
de su autoorganización y autodefensa.
El térm ino "revolución autolim itada” (así como sus sinónimos, parcia­
les, la revolución “pacífica" y de “terciopelo”) evita las debilidades tanto
de la idea de la revolución "conservadora” como de la "popular". En vez de
protegerse detrás del significado moderno de "revolución” o de repetir su
EL RESURGIMIENTO CONTEMPORÁNEO 95

impulso totalizador, esta idea extiende el discursT» autorreflexivo y auto­


crítico de la modernidad a su concepto político más im portante, esto es,
la revolución.135
Ya hemos observado que la posición más o menos común de la revolu­
ción antiestatista, autolimitada, que descubrimos en nuestras diversas fuen­
tes, no se expresa en términos de una sola estructura categórica o de un
solo modelo para la reconstrucción de la sociedad civil. En ocasiones en­
contramos que se proponen diversas variantes dentro de un solo contexto
político-cultural, y por supuesto la variación entre los proyectos es inclu­
so más significativa cuando se trata de contextos diferentes. El núcleo co­
m ún de todas las interpretaciones, a pesar de todo, es el concepto de sociedad
civil, o mejor dicho, de algunos de los componentes de este concepto. To­
dos están de acuerdo en que la sociedad civil representa una esfera dife­
rente e incluso opuesta al Estado. Todas incluyen, casi siempre de m anera
no sistematizada, alguna combinación de redes de protección legal, aso­
ciaciones voluntarias y formas de expresión pública independiente. Unas
pocas concepciones parecen incluir a las familias y los grupos informales.
Algunas comprenden a los movimientos e incluso igualan a la sociedad
civil con la presencia de movimientos sociales; otras (como las del escri­
tor polaco Wojcicki) excluyen e incluso temen esta posibilidad como una
forma de politización inaceptable. En los textos relacionados con los cua­
tro proyectos políticos, sin embargo, no hemos encontrado ningún trata­
miento comprensivo de la relación entre las categorías de la sociedad civil
o, en cualquier caso, del nexo entre la sociedad civil como movimiento y
como institución. Pero no hay duda de que los elementos a los que se da
importancia en los diferentes contextos y textos son a m enudo muy dife­
rentes, incluso aunque se haya añadido poco (o se haya sustraído explíci­
tamente) a la lista clásica de leyes, asociaciones y públicos.136
Hay dos importantes cuestiones que produeen-relevantes desplazamien­
tos en las estructuras de las categorías.VPrimejx^gdebe incluirse o excluir­
se a la economía del^ o acento de sociedacfclyil (el modelo hegénáñÓÁzsTel
gramsciánoj? ^ e g u n d tv ^ d e b e uno procurar diferenciar a la sociedad
civil y a la política (el modelo dóTacqneviileVs. el hegeliano)? Los autores
neoliberales y residualmente neomarxistas tienden a estar de acuerdo en
la inclusión de la esfera económica dentro de la sociedad civil, aunque
por razones opuestas. Los primeros, ya sea en Occidente o ahora cada vez
más en Europa oriental, reafirman la identidad de lo civil y lo burgués,
lomen un modelo de derechos en que la propiedad no ocupe la posición
primaria, y rechazan la politización de la sociedad y la formación de mo­
vimientos sociales que exigirían la redistribución económica al Estado,
Aunque preocupados legítimamente por las consecuencias de las conexio­
nes entre populismo y estatismo, esta tendencia intelectual se olvida de
96 EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL

los efectos destructivos del mercado autorregulado sobre el tejido cul­


tural de la sociedad, que han sido descritos tan bien por Karl Polányi.
Aquellos que en Europa oriental olvidan esta lección a causa de su odio
hacia todas las formas de intervencionismo estatal buscan de hecho unir­
se a Europa no como es hoy en día, ,una Europa que se enfrenta a los
problemas ecológicos y sociales generados por la economía capitalista,
sino como era antes, lo que invita a que se repitan los desastres que ya
conocemos.
El segundo enfoque, el residualmente marxista representado por André
Gorz y en cierta medida incluso por Claus Offe, presupone estos efectos
destructivos, pero no considera en forma suficiente los resultados desas­
trosos de eliminar la racionalidad económica en el proceso de supervisar
la producción y la distribución. Mientras que los neoliberales reducen la
sociedad civil a una sociedad económica, los neomarxistas reducen la eco­
nomía futura (poscapitalista) a una sociedad política o proponen, en forma
parecida a los socialistas utópicos, alguna clase de economía reincorpora­
da socialmente. En Farewell to the Working Class de Gorz, se combinan
estas dos fórmulas. En la fórmula Verde realista (y para nosotros preferi­
ble) de Offe y sus colegas, se combina una esfera económica basada en la
reciprocidad, la mutualidad y la autoactividad (Eigenarbeit) con una eco­
nomía de mercado dirigida macroeconómicamente, pero a pesar de todo
genuina. En esta fórmula, las actividades económicas en el sentido sus­
tantivo se incluyen (al menos en parte) en la sociedad civil, pero la econo­
mía como un proceso formal está afuera de la m ism a.137
Cuando la sociedad civil en forma de movimientos sociales está en pro­
ceso de organizarse e institucionalizarse a sí misma, son pocos los auto­
res que argum entan en favor de su unidad o incluso continuidad con la
sociedad económica. No hay duda de ese reduccionismo, por ejemplo en
los escritos de Michniky Kuron. En cambio, ellos han argumentado consis­
tentemente en favor de la autonom ía de las estructuras legales, de las
asociaciones libres y de una vida pública genuina concebida en términos
de la promesa de una sociedad civil solidaria. Sin duda, el hecho de que
un elemento m enor en su argumento es la liberación de la economía de
los controles estatales desempeñó en este caso un papel im portante. Más
allá de la utopía de la democratización completa de la producción que
Kuron todavía proponía a mediados de la década de 1960, los escritores
de la oposición democrática polaca se ven obligados a enfrentar la dura
realidad de que sólo el restablecimiento del mercado, más allá de cual­
quier modelo de reincorporación social, puede superar la crisis polaca y
producir una economía moderna, viable. Incluso aunque la democracia
industrial desempeña un papel en sus propuestas, se reconoce que se la
debe hacer compatible con la necesidad de la gerencia experimentada
EL RESURGIMIENTO CONTEMPORÁNEO 97

que opere en un ambiente favorable para los cálculos racionales. Es com­


prensible, en el contexto de Europa oriental, que para los principales au­
tores de la oposición democrática no se hayan convertido directam ente
en un tem a los dañinos efectos que sobre la solidaridad social tiene una
economía de mercado capitalista com pletamente autónom a —efectos
que niegan los escritores neoliberales—. No obstante, el movimiento So­
lidaridad, debido a su naturaleza social así como a sus vínculos con la
tradición sindicalista católica, ha estado en cierta medida consciente de
estos peligros.
Significativamente, el curso de la vida intelectual y política de autores
latinoamericanos como O’Donnell y Cardoso es en muchos aspectos simi­
lar a la de Kuron y Michnik. En fecha tan tardía como 1978, O’Donnell
todavía usaba “sociedad civil" en el sentido neomarxista de sociedad b u r­ I
guesa. Las mediaciones que entonces propuso entre sociedad civil y Esta­ S.
do (nación, pueblo y ciudadanía) correspondían sólo a la estructura sub­
desarrollada de sociedades afectadas por ciclos de unificación populista y
fragmentación autoritaria. Bajo la influencia de las nuevas formas de
autoorganización y las luchas por la dem ocracia en las décadas siguien­
tes, O'Donnell y P. Schm itter cam biaron totalm ente su terminología y
empezaron a usar “sociedad civil” para describir una esfera entre la eco­
nomía y el Estado, caracterizada sobre todo por las asociaciones y los
públicos. Además, el fracaso de los esfuerzos autoritario-populistas, llevó
al rechazo de la inclusión contraria de la economía dentro de las institu­
ciones sociales o políticas. En el sutil análisis de Cardoso, el papel de la
democracia industrial parece ser el de establecer áreas clave de control
social sin perjudicar la racionalidad económica.
En conjunto, ni en América Latina ni en Europa oriental se ha estudia­
do adecuadamente la “interfase" entre sociedad civil y economía de mer­
cado.138 Sin embargo, es^aaiiálisis es una precondición para cualquier al­ Se
ternativa conceptual seria a los peligros del liberalismo económico y a las
falsas promesas del socialismo utópico.139 Sin esa alternativa, uno puede
esperar más vacilaciones entre el mercado y el Estado como agentes de la
liberación y un renovado descuido de los efectos destructivos de ambas
tanto en la solidaridad social como en la autonomía individual.
De igual im portancia es la división de opiniones sobre la interfase entre itfl
sociedad civil y Estado. Los autores franceses a que nos hemos referido
tienden a considerar a la sociedad civil y a la política como dos esferas, la S<
segunda como la que media las relaciones de la prim era con el Estado. En
esta concepción, tanto la sociedad civil como la política deben ser recons­
truidas para conservar y renovar los fundamentos de la vida asociativa y
pura hacer que éstos sean efectivos frente al Estado. En la mayoría de los
análisis de Europa oriental que provienen de la posición democrática, y
98 EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL

por lo menos en algunos autores latinoamericanos (por ejemplo, F. Wef-


fort), la categoría de sociedad civil incluye e incorpora los niveles de sus
mediaciones políticas. Finalmente, en otros modelos, las dos catego­
rías “civil” y “política” aparecen más como alternativas del tipo de so­
ciedad civil que es deseable o posible.,En los escritos de Claus Offe, por
ejemplo, la opción parece ser entre sociedad civil neoconservadora (des­
politizada) y sociedad civil democrática radical (política). En la argum en­
tación de O’Donnell y Schmitter, hay una sucesión de fases temporales, en
que la sociedad civil despolitizada representa la fase norm al que puede
sobrevivir incluso al gobierno autoritario, mientras que la sociedad civil
política es sólo la fase excepcional de movilización o levantamiento. En
este caso, los ciclos de los tipos de sociedad civil representan otra versión
del ciclo político de regímenes autoritarios y democráticos. El paso de la
sociedad civil desmovilizada a la movilizada implica el final del régimen
autoritario; la sociedad civil desmovilizada implica primero la estabiliza­
ción de la democracia y sólo eventualmente la posibilidad de un retorno a
la dictadura. Incluso en algunos análisis de Europa oriental se ha pro­
puesto una elección entre las interpretaciones no política y política (en
Polonia, por los intelectuales católicos) para resaltar la alternativa de la
antipolítica en una sociedad profundamente cansada de formas previas
de politización.
Si suponemos por el momento que la inflexible alternativa entre la socie­
dad política y la civil es función de una polarización política indeseable,
en que los neoconservadores han tenido la iniciativa, o un ciclo igualmente
indeseable, seguimos enfrentados a dos modelos competitivos que expre­
san la necesidad de com binar los niveles prepolíticos de la vida social con
formas políticas que pueden proporcionar una vida pública fuera de la
estructura de la autoridad política pública, es decir, del Estado. Éstos im­
plican, por una parte, un modelo de sociedad civil que incluye una esfera
pública política entre sus categorías y, por la otra, una estructura dentro
de la cual la sociedad civil y la política están claramente diferenciadas. En
cierta medida, la elección es un asunto de tradiciones intelectuales here­
dadas. La tradición alemana que proviene de Hegel y de Marx representó
una culminación de la diferenciación del topos clásico de la sociedad ciu­
dadana o política en una sociedad civil despolitizada y Estado. Esta tradi­
ción tiene lugar para la mediación entre sociedad civil y Estado dentro de
cada dominio, pero no para un dominio independiente entre ellas con
instituciones y dinámicas diferentes. Por contraste, la tradición francesa
derivada de Tocqueville nunca eliminó totalm ente la antigua categoría de
la sociedad política, sino que en cambio la estableció al lado de la socie­
dad civil y el Estado. Finalmente, y en forma muy confusa, la tradición
italiana que se remonta a Gramsci usa los tres términos pero tiende a
EL RESURGIMIENTO CONTEMPORÁNEO 99

identificar a la sociedad política con el Estado, ló que es un vestigio del


uso premoderno tradicional.
Los requerimientos políticos actuales son igualmente im portantes al
elegir entre los dos tipos de categorización. Tanto en América Latina como
en Europa occidental, la yuxtaposición de la sociedad civil y del Estado
fue un resultado conceptualmente dualista de un periodo de autoorgani-
zación societal que llevó a la polarización entre fuerzas democráticas y
autoritarias. La sociedad independiente era lo suficientemente fuerte para
sobrevivir e incluso desafiar la legitimidad del Estado autoritario. Pero no
era lo suficientemente fuerte para obligar a un compromiso genuino o
para asegurar una transición más allá del gobierno autoritario. Con el
surgimiento de posibilidades reales de negociación y de compromiso, o
incluso de acuerdo, respecto al desmantelamiento de los gobiernos auto­
ritarios en favor de escenarios electorales, la categoría de sociedad civil
les pareció a muchos autores (Cardoso, Kis, Stepan) poco adecuada para
describir las fuerzas sociales organizadas que ingresaban al proceso de
intercambio político con los actores estatales. Esto llevó a la resurrección
de la categoría de sociedad política (o sus equivalentes) incluso donde era
fuerte la influencia de Hegel, Marx y Gramsci. Algunos autores ofrecen ra­
zones normativas para el desplazamiento, insistiendo en que la orientación
hacia la sociedad política permite una pluralización deseable de la oposi­
ción, cuya ubicación al nivel de la sociedad civil implica, se dice, la unifi­
cación monolítica dentro del gran movimiento de la sociedad.140
Así, la elección entre los dos marcos teóricos no puede basarse en la
historia intelectual, los requerimientos políticos actuales, o incluso en SU
combinación; presupone consideraciones sistemáticas tradicionales que
bosquejaremos más adelante en este libro. Por ahora, sólo hacemos notar
que la elección de cualquiera de esos dos enfoques ha estado motivada
insuficientemente hasta átfSfa. En particular, las estructuras y formas de
acción que corresponderían a la sociedad civil, a diferencia de la sociedad
política, no han sido analizadas sistemáticamente por aquellos que pre­
suponen una aguda diferenciación de estos dos dominios. Para demostrar
su argumento, los defensores de la diferenciación tendrían que recurrir a
algo parecido a las antiguas distinciones de movimientos y élites, así comó
de la influencia y poder, para resaltar la diferencia entre lo "civil” y lo
"político". Sin embargo, quizá no deseen hacer esto por razones normati­
vas o ideológicas tácitas.
En realidad, las dos estructuras parecen tener relaciones diferentes con
las consideraciones normativas y analíticas. Desde un punto de vista ana­
lítico, la distinción entre sociedad civil y política ayuda a evitar la clase de
rcduccionismo que supone que actividades políticas con dimensión estra­
tégica son generadas fácilmente por las asociaciones y movimientos
100 EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL

societales, o son de alguna m anera innecesarias. Paradójicamente, un


concepto indiferenciado de sociedad civil nos presenta una rígida elec­
ción entre la despolitización de la sociedad (donde lo político se asigna al
Estado) y su politización excesiva (donde se considera que todas las di­
mensiones de la sociedad civil son políticas o deben ser politizadas). La
distinción entre lo civil y lo político, por otra parte, destaca el hecho de
que ninguno de estos dominios se reconstituye automáticamente al recons­
tituirse el otro. De hecho, incluso puede existir oposición y conflicto entre
los requerimientos de los dos proyectos.
Desde un punto de vista normativo, tratar a la sociedad política como
una mediación dentro de una sociedad civil de muchos niveles tiene la
posible ventaja de establecer la prioridad de los dominios no estratégicos
de solidaridad, asociación y comunicación. Diferenciar lo civil y lo políti­
co parece colocar a los dominios en una base normativa igual. Aunque
este último enfoque no hace que la reconstitución de la sociedad civil sea
una función autom ática de la existencia y actividad de las organizaciones
políticas, a pesar de todo tiende a liberar a los actores de la sociedad polí­
tica de la carga normativa que significa tener que construir o fortificar
instituciones civiles que pueden lim itar su propia libertad de acción. Éste
es un problema grave, porque aunque los actores de la sociedad civil pare­
cen aprender por sus fracasos que no pueden lograr sus propias metas sin
recurrir a la sociedad política, lo contrario desafortunadamente no es cierto,
como lo m uestra la historia de las democracias elitistas.141 Es sólo a largo
plazo que la viabilidad de una sociedad política democrática puede de­
pender de qué tan profundam ente esté arraigada en asociaciones y públi­
cos prepolíticos, independientes.
Dada la complementación normativa y las ventajas analíticas de las
dos concepciones, una de las cuales trata a la sociedad política como una
mediación en tanto que la otra hace hincapié en la diferenciación analíti­
ca de lo civil y lo político, nos proponemos usar ambas concepciones y en
ocasiones combinarlas. Creemos que es conveniente porque nuestra me­
todología combina los enfoques hermenéutico y analítico.
El problema de la relación entre la sociedad civil y la política está vincula­
do con el problema del locus de la democratización. Todas nuestras fuentes
im portantes ven a la democracia liberal como una condición necesaria
para colocar al Estado moderno bajo el control societal. También supo­
nen que la democracia liberal es incompatible con una pirámide democráti­
ca cuya base sea la participación directa. Además, han roto con el antiguo
sueño de abolir al Estado. No obstante, en Occidente este nuevo énfasis
tiende a vincularse con otro antiguo: la conciencia del carácter elitista de
las democracias liberales contemporáneas. Este conjunto de posiciones,
junto con la asignación de una im portancia algo m enor a la idea de la de-
EL RESURGIMIENTO CONTEMPORÁNEO 101

mocracia industrial (aunque no su abandono), ha llevado a muchos auto­


res occidentales a desplazar del Estado a la sociedad civil el proyecto de
"democratizar” la democracia de élite.142 En el program a de los Verdes,
tal como lo presenta Offe, este cambio también ha sido articulado en el
ám bito organizativo, en el esfuerzo de com binar las estrategias basadas
en el partido con las orientadas a los movimientos. En general, los que
buscan democratizar la sociedad civil, piensan que este dominio compren­
de tanto movimientos como instituciones.
Esto también ha sido cierto en Europa oriental y en América Latina,
donde los movimientos han tendido a ser más globales y comprehensivos
que en Occidente. No obstante, en las dictaduras hubo algo limitado y
artificial en el desplazamiento del proyecto de democratización a la socie­
dad civil: la esfera del Estado (por no m encionar a la economía) y de la
potencial mediación parlam entaria fue dejada fuera no por elección nor­
mativa, sino por necesidad estratégica. Como regla, se afirmó el objetivo a
largo plazo de la democracia parlam entaria, con excepción de aquellos
que hicieron un llamado a una cultura y tradición políticas diferentes (de­
ficiente o superior según fuera el caso). Cuando la crisis de los regímenes
convirtió a ésta en una meta posible a corto plazo, para muchos el proyec­
to de democratización se desplazó a la sociedad política. Algunos autores
incluso trataron de yuxtaponer la “liberalización”, orientada a la sociedad
civil, y la “democratización" cuyo espacio habría de ser principalm ente la
sociedad política.143 En Europa oriental, la comprensión teórica de las
élites sobre la democracia liberal de Europa occidental fue olvidada o
abandonada en favor de una versión cívica de libro de texto. La resurrec­
ción del liberalismo económico también aum entó la sospecha respecto a
las organizaciones societales capaces de hacer demandas sobre las nue­
vas élites políticas que pudieran traducirse en costos económicos inacep­
tables. Muchos de los quejju&can restringir la democratización acusan a
las organizaciones sociales como Solidaridad de no ser democráticas. Al­
gunos afirman que la democratización societal inhibe la creación de un
verdadero Estado moderno capaz de tom ar decisiones con eficacia.144
Por supuesto, hay tendencias contrarias arraigadas en el carácter del
movimiento de los polacos y también, en parte, en la oposición húngara.
Existe la tendencia de articular, más en la práctica que en la teoría, una
estrategia dualista que considera las diferentes formas de democracia y
democratización en la sociedad civil y en la política como complementa­
rias, cada una indispensable para un proyecto de "más democracia".
Cardoso, en América Latina, es el que más se ha acercado a articular un
programa semejante explícitamente. En un principio, por lo menos, la
dualidad de sindicato y partido en que el victorioso movimiento de Soli­
daridad se articuló, favoreció una formulación similar. Incluso después
102 EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL

de la división de este movimiento-partido, las dos nuevas organizaciones


que han emergido, la ROAD (Movimiento Cívico-Acción Democrática) li­
beral democrática y la Plataforma del Centro, derechista, parecen com­
partir esta herencia dual, como lo hacen todas las nuevas organizaciones
dinámicas de Hungría ( m d f S z DS z , Fidesz) y Checoslovaquia (el Foro Cí­
vico, Público Contra la Violencia). Los modelos organizativos de estos
nuevos “partidos" políticos, ninguno de los cuales tiene formalmente este
nombre, los han acercado, por lo menos inicialmente, al modelo dual bus­
cado, por lo general sin éxito, por algunos de los nuevos movimientos
sociales de Occidente, en especial los Verdes.
La tendencia actual, sin embargo, es la de profesionalizar y dar un mayor
"carácter de partido” a los nuevos partidos. Algunos todavía hablan, no
obstante, de desarrollar vínculos más complejos con las formas de la so­
ciedad civil dentro del marco de una creciente diferenciación respecto a
las mismas. Esos vínculos presupondrían tanto una apertura programática
de lo político a lo civil como un fortalecimiento suficiente de este último
que le perm itiría funcionar en formas institucionalizadas. Lo que se re­
quiere, en otras palabras, son programas que no sólo establezcan un pro­
ceso en desarrollo de intercambio político con las organizaciones y las
iniciativas fuera de la esfera política de los partidos sino que también
fortalezcan a la sociedad civil respecto a la nueva sociedad económica en
formación.145 Sólo un programa semejante pudo ofrecer algo genuina-
mente nuevo respecto a los modelos actuales de la política occidental,
trascendiendo así la mala elección entre liberalismo económico y demo­
cracia elitista o fundamentalismo democrático directo.
Pero incluso si fuera a surgir esa nueva estrategia orientada a la socie­
dad civil cuyas raíces se pueden descubrir en las variedades del discurso
político que hemos examinado aquí, sigue sin estar clara la razón por la
cual se le deba preferir a un renovado liberalismo (el cual está en ascenso)
o a una democracia igualitaria radical (que por el momento está declinan­
do). Y si se puede dem ostrar que es preferible normativam ente a esas
opciones, podría ser que consideraciones teóricas más complejas demos­
trarían precisamente que lo que es atractivo en las políticas de la sociedad
civil es incompatible con el desarrollo de la modernidad. Para estudiar
estos problemas con la suficiente seriedad, ahora abandonamos la discu­
sión de los actores contemporáneos y concentramos la atención en la re­
construcción teórica y crítica del concepto de sociedad civil.
EL RESURGIMIENTO CONTEMPORÁNEO 103

NOTAS

1 Aunque lo haya hecho en u n estilo de ensayo no explícitam ente teórico. Véase, en


particular, Adam M ichnik, “A New Evolutionism ", Letters from Prison and other Essays,
Berkeley, University of California Press, 1985.
2 E n principio, estas últim as son potencialm ente ilim itadas debido a la dram ática dem o­
cratización in tern a del partido en el gobierno.
3 M ichnik, Letters from Prison, op. cit., pp. 86, 88 y 95.
4 A. Arato, "The D em ocratic Theory of the Polish O pposition: N orm ative Intentions and
Strategic A m biguities”, Working Papers o f the Helen Kellogg Institute, N otre Dame, 1984.
5 M ichnik, op. cit., pp. 111-124.
6 Ibid., p. 77.
7 K. W ojcicki, "The R econstruction of Society", Telos, núm . 47, prim av era de 1981,
pp. 98-104.
8 “N ot to Lure the Wolves out of the W oods: An Interview w ith Jacek K uron", Telos,
núm . 47, prim avera de 1981, pp. 93-97.
9 Esto fue hecho en form a crítica p o r algunos, y con entusiasm o p o r otros. La distinción
que hace Touraine entre u n m ovim iento social (unificado) y u n m ovim iento p a ra la recons­
trucción (pluralista) de la sociedad ayuda a describir la am bigüedad de que se trata. Véase
A. Touraine etal., Solidarity. Poland 1980-1981, Cambridge, Inglaterra, C am bridge University
Press, 1983.
10 Com párese, p o r ejem plo, Michnik, Letters from Prison, op. cit., pp. 89-90, 129 y 158.
11 Véase la entrevista con Jacek K uron citada en la nota 8.
12 Michnik, op. cit., pp. 146-147.
13 Para análisis extensivos de los problem as de la reconstrucción de la sociedad civil en
el prim er periodo de Solidaridad, 1980-1981, véase A. Arato, "Civil Society against the State!
Poland 1980-1981", Telos, núm . 47, prim avera de 1981, pp. 23-47, y "Em pire vs, Civil So-
cicty: Poland 1981-1982”, Telos, núm . 50, invierno de 1981-1982, pp. 19-48.
14 Michnik, op. cit., p. 81.
15 Ibid., pp. 57 y 79.
16 El liderazgo de Solidaridad inició negociaciones con el objetivo de legalizar de nuevo
al m ovim iento sindicalista. En gran m edida, en el espíritu de la estrategia orientada hacia
la sociedad civil de agosto de 1980, quería evitar todo acuerdo p ara co m p artir el poder que
pudiera conducir a la responsabilidad sin poder genuino. El precio del régim en para lega­
lizar al sindicato fue que Solidaridad aceptara una tercera p arte de los escaños de la Cáma­
ra baja, cuyos ocupantes serían designados p o r m edio de una elección controlada, en tanto
que la fórm ula p ara un a Cám arífflSperior elegida librem ente fue el compromiso que acor­
daron los oponentes. Los resultados reales no fueron anticipados p o r ninguno de los parti­
cipantes. E ntre otras cosas, im plicaron u n cam bio en la estrategia de Solidaridad y un
desplazam iento de parte de su identidad hacia la sociedad política.
17 E ntre los autores m ás im portantes están Claude Lefort, André Gorz, Alain Touraine,
,1tuques Juilliard, Pierre Rosanvallon y Patrick Viveret. Todos son intelectuales para los que
1968 fue el m om ento de un im portante cam bio en la política de la izquierda, del que deri­
varon consecuencias dem ocráticas y liberales en vez de au toritarias. En diferente medida,
estaban asociados con el sindicato CFDT y el ala R ocardiana del Partido Socialista de la
década de 1970. El térm ino, no p articularm ente afortunado, Segunda Izquierda fue aplica­
do n esta tendencia p o r sus p artidarios, en tanto que sus oponentes se referían a ellos como
la izquierda estadunidense, su puestam ente por su énfasis en los nuevos movimientos socia­
les y en la sociedad civil. Para u n a historia del cfdt , véase Hervé Hamon y Patrick Rotman,
Im deuxiéme gauche, París, Ramsay, 1982.
11 Podría valer la pena hacer un estudio separado para determinar la razón de esto.
Nosotros haríamos énfasis en la continuada importancia durante la década de 1970 de un
Partido Comunista sin modificaciones y la presencia general de una cultura política Jacobl-
no-eslatlsta que distinguía a Francia de otros países de la Europa occidental. Como es
104 EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL

obvio, la lucha p o r el legado de mayo de 1968 tam bién desem peñó u n im p o rtan te papel, al
igual que los esfuerzos del Partido Socialista p o r definirse a sí m ism o a diferencia de la
tradición izquierdista dom inante en Francia.
19 Píerre R osanvallon y Patrick Viveret, Pour une nouvelle culture politique, París, Seuil,
1977, pp. 22-24.
20Ibid., pp. 7 y 129. Este punto, que fue presentado por p rim era vez p o r Tocqueville, fue
tom ado p o r la teoría política pluralista en la década de 1960 p ara explicar las excepcionales
características francesas y la existencia de m ovim ientos radicales en Francia.
22 Ibid., p. 112.
22 Pierre Rosanvallon, La crise de l'État-providence, edición revisada, París, Seuil, 1981, p. 117.
23 R osanvallon y Viveret, op. cit., pp. 113 y ss.
24 Ibid., pp. 103 y 129.
x Ibid., pp. 129-130.
26 Ibid., pp. 97-98.
27 Ibid., p. 112, véase tam bién Claude Lefort, “Politics and H um an Rights", The Political
Forms o f Modem Society, Cambridge, MIT Press, 1986, p. 266.
28 Lefort, op. cit.
29 Rosanvallon, La crise de l'État, op. cit., pp. 120-121 y 136.
30 Véase André Gorz, Farewell to the Working Class, Boston, South E nd Press, 1982.
31 Véase el cap. 9.
32 Claus Offe y Volker Gransow, "Political Culture and Social D em ocratic A dm inistration",
en Offe, Contradictions o f the Welfare State, Cambridge, MIT Press, 1984.
33 En particular, Jam es O’Connor, Jürgen H aberm as y Claus Offe.
34 Michel Crozier et al. (eds.), The Crisis o f Democracy, Nueva York, New York University
Press, 1975.
35 Véase Offe y Gransow, Contradictions, op. cit., caps. 2, 6, y 8.
36 Claus Offe, "The New Social M ovements: Challenging the B oundaries of Institutional
Politics”, Social Research, vol. 52, núm . 4, 1985, pp. 819-820.
37 Offe y Gransow, op. cit., pp. 289-290.
38 Ibid., p. 250.
39 Offe, "The New Social M ovem ents”, op. cit., p. 820.
40 Offe y Gransow, op. cit., pp. 182-183. Este argum ento es m ás antiguo que los otros dos
ya citados y conserva algo del estatism o dem ocrático de la posición an terio r de Offe. Aquí
se considera al Estado com o si fuera dem ocrático en la m edida en que está basado en el
sufragio universal; y, curiosam ente, las instituciones liberales d em ocráticas lo hacen un
poco m enos dem ocrático. E sta posición es idéntica a la de Cari Schm itt. O tra versión del
argum ento de Offe que hace de la dem ocracia liberal el “puente" entre los ciudadanos y el
E stado no tiene esta im plicación. Véase Contradictions, pp. 163 y ss.
41 E n p rin cip io este conflicto debe resolverse, com o alg u n o s lib erales c la ra m e n te
antidem ocráticos piensan, reforzando el lado elitista de la teoría elitista de la dem ocracia
p ara p roducir un “restablecim iento de la autoridad". E n vista de las norm as dem ocráticas
de legitim idad ya existentes, sin em bargo, no está de ninguna m an era claro que esa solu­
ción sea posible sin la creación de dictaduras capaces de eliminar, d u ran te algún tiem po, el
exceso de dem andas parlam entarias y extraparlam entarias.
42 Claus Offe, Disorganized Capitalism, Cambridge, MIT Press, 1985, pp. 224-226.
43 E sto lo afirm a repetid as veces el p ro p io Offe, véase, p o r ejem plo, Contradictions,
op. cit., p. 250.
44 Véanse los caps. 9 y 10. N osotros creem os que el significativo traslape entre las cate­
gorías del m undo en que vivimos y de la sociedad civil proporciona la clave de este proble­
m a, en especial en un m odelo de tres partes de la sociedad civil-económ ica-estatal.
45 Offe, Contradictions, p. 246.
46 Véase Offe, Disorganized Capitalism, op. cit., cap. 9.
47 G uillerm o O’Donnell y Philippe S ch m itter (eds.), Transitions from Authoritarian Rule,
vol. 4, B altim ore, Johns H opkins, 1986.
48 O’D onnell y S chm itter, "T entative C on clu sio n s a b o u t U n c e rta in D om ocracies",
Transitions, op. cit., vol. 4, pp. 48 y ss.
EL RESURGIMIENTO CONTEMPORÁNEO 105

49 Schm itter, "An Introduction to S outhern E uropean T ransitions from Authoritarian


Rule”, Transitions, op. cit., vol. 1, pp. 6-7.
50 Alfred Stepan, Rethinking Military Politics: Brazil and the Southern Cone, Princeton,
Princeton University Press, 1988, pp. 3-4.
51 O’Donnell y Schmitter, “Tentative C onclusions”, op. cit., pp. 49-52.
52 Ibid., pp. 51 y 53.
53 Ibid., p. 48.
54 Schm itter, "Introduction to S outhern E uropean Transitions", pp. 6-7; G. Pasquino,
"The Demise of the First Fascist Regime and Italy’s Transition to Democracy: 1943-1948", y
N. D iam andouros, “Regim e Change and the P rospects for D em ocracy in Greece: 1974-
1983”, Transitions, vol. 1, pp. 46, 58 y 154; M. A. G arreton, "The Political Evolution of the
Chilean M ilitary Regime and Problem s of the Transition to Democracy" Transitions, vol. 2,
pp. 116-117; O’Donnell y Schm itter, "Tentative Conclusions", op. cit., pp. 21-22. Los ejem ­
plos del su r de E uropa no se ajustan, p or supuesto, al m odelo de autoritarism o burocrático
desarrollado por O’Donnell.
55 O’Donnell y Schmitter, op. cit., p. 55.
56 F. Weffort, "Why D emocracy?”, en Alfred Stepan (ed.), Democratizing Brazil, Princeton,
Princeton University Press, 1989, p. 349.
57 E ste p u n to ta m b ié n es im p o rta n te p a ra los su eñ o s au to ritario s-elitistas de los
"neoconservadores" del "Norte”, m uchos de los cuales fueron grandes defensores de las
dictaduras liberales-autoritarias-burocráticas del “Sur" como, p o r ejem plo, en Chile.
58 G. O'Donnell, "Tensions in the B ureaucratic-A uthoritarian State an d the Problem of
Democracy", en D. Collier (ed.), The New Authoritarianism in Latín America, Princeton, Prince­
ton University Press, 1979, pp. 313 y ss.; y F. H. Cardoso, "Associated-Dependent Development
and D em ocratic Theory”, en Stepan (ed.), Democratizing Brazil, op. cit., pp. 312 y ss.
59 O’Donnell, "Tensions in the B ureaucratic-A uthoritarian State”, op. cit., p. 317,
60 O’Donnell y Schm itter, "Tentative C onclusions”, op. cit., p. 48.
61 D iam andouros, "Regime Change and Prospects for D em ocracy in Greece’’, p. 154.
N uevamente, el caso griego im plica un tipo de régim en algo diferente.
62 O’Donnell y Schm itter, op. cit., p. 15. .
63 E n la m ism a frase, O'Donnell y S chm itter argum entan que "la ausencia relativa de
este levantam iento reduce la probabilidad de u n a regresión inducida p o r un golpe de Esta­
do" y, “donde ‘el poder está con el pueblo’ o 'el pueblo está en las calles’ los promotores de
esos golpes de E stado probablem ente d u d arán ante la perspectiva de provocar una guerra
civil" (op. cit., p. 55).
64 O’Donnell, “Tensions in the B ureaucratic-A uthoritarian State”, pp. 287 y ss. En este
ensayo, O’Donnell denom ina a la esfera privada "sociedad civil”, usando u n a terminología
m arxista an terio r que pronto abandonó. El propio análisis, que hace énfasis en las media­
ciones com o la voz de una sociecMF'cívil que p or lo dem ás es silenciosa, ya se separa de las
eonceptualizaciones m arxistas de todo el problem a, y se o rienta implícitamente en una
dirección hegeliana.
65 Cardoso, "On the C haracterization of A uthoritarian Regimes in Latin America", en
Collier (ed.), The New Authoritarianism, op. cit., pp. 37 y 43-44.
66 O’Donnell, op. cit., p. 317.
67 Weffort, "Why D em ocracy?”, op. cit., p. 329.
68 C ardoso, "A ssociated-D ependent D evelopm ent an d D em ocratic Theory", op. cit.,
p. 319. Correctamente llam a a esto un retorno a una concepción diferente, aunque equivocada­
mente considera a "una concepción latina de la sociedad civil" igual a la sociedad política,
69 Ibid., pp. 313-314, y Stepan, Rethinking Military Politics, p. 5.
70 Stepan, ibid.
71 Este punto de vista fue presentado p or Juan C orradi en u n a conferencia ante el sem i­
nario sobre dem ocracia en la facultad de estudios de posgrado de la New School for Social
Kcsearch en la prim avera de 1987.
72 Stepan, op. cit., pp. 3-5.
73 Compárense las páginas 5 y 6 del libro de Stspan. Tanto como objeto de la democra­
tización y como agente para hacer avaluar al preetio, la sociedad civil es Indispensable en
106 EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL

u n punto de vista m ás am plio del que presupone en otras partes el propio Stepan. Véase su
“P ath s to w ard R ed em o c ra tiz a tio n : T h eo retical an d C om parative C o n sid e ra tio n s”, en
O'Donnell y S chm itter (eds.), Transitions, vol. 3, pp. 78-79. Com pare tam b ién las páginas IX
y XI en la introducción a Democratizing Brazil, op. cit.
74 B. Lam ounier, "A uthoritarian Brazil Revisited: The Im pact of Elections on the Aber­
tu ra ”, en Stepan (ed.), Democratizing Brazil, op. cit., p. 55.
75 Stepan, "Paths tow ard R edem ocratization”1, op. cit., pp. 79-81; O’Donnell y Schm itter,
"Tentative Conclusions”, op. cit., pp. 37-39.
76 Cardoso, "A ssociated-Dependent Developm ent”, pp. 45 y ss; Lam ounier, op. cit., p. 63.
77 Stepan, "State Pow er and the Strength of Civil Society in the S outhern Cone of Latín
A m erica”, en P eter Evans et al. (eds.), Bringing the State Back In, Cam bridge, Inglaterra,
C am bridge University Press, 1985.
78 Cardoso, op. cit., pp. 319-320. Todos los que han estudiado a los Verdes alem anes han
observado el m ism o problem a. Véase el cap. 10.
79 O’Donnell y Schm itter, op. cit., pp. 37 y ss.
m Ibicl., p. 42.
81 Ibid., pp. 42 y 47.
82 Ibid., pp. 57-58.
83 Lamounier, op. cit., p. 55.
84 O'Donnell y Schm itter, op. cit., pp. 58-59.
85 Ibid., p. 62.
86 Lamounier, op. cit., pp. 69-71.
87 Ibid., pp. 62-63.
88 Ibid., p. 58.
89 O’Donnell y Schm itter, op. cit., pp. 26 y 55-56.
90Véase A. H irschm an, Shifting Involvements, Princeton, Prínceton University Press, 1982.
91 Véase G arreton, "The Political E volution of the Chilean M ilitary R egim e”; tam bién,
C. G. Gillespie, "Uruguay’s Transition from Collegial M ilitary-Tecnocratic Rule", Transitions,
vol. 2.
92 O’Donnell, "Introduction to the Latín American Cases", Transitions, vol. 3, pp. 15-17.
93 Ibid.
94 N orbert Lechner, "De la révolution á la dem ocratie (le débat intellectuel en Amérique
du Sud)", Esprit, julio de 1986, pp. 1-13; Robert-Barros, "The Left and Democracy: R ecent
Debates in Latin America", Telos, verano de 1986, pp. 49-70; José Casanova, "Never Again",
m anuscrito inédito.
95 Weffort, "Why Democracy?", op. cit., pp. 332-333, 335-337.
98 Ibid., p. 345.
97 Cardoso, "A ssociated-Dependent D evelopm ent”, op. cit., pp. 323-324.
98 Ibid., p. 319.
99 Ibid., p. 321.
i°° Aquí nos estam os refiriendo al desarrollo de form as de la sociedad económ ica y
política que están abiertas a la influencia de la sociedad civil. D urante m uchos años, nues­
tras propias ideas sobre ese tem a se han parecido al m odelo elaborado p o r Cardoso. Véase
"Social M ovem ents, Civil Society and th e Problem of Sovereignty”, Praxis International,
vol. 4, núm . 5, octubre de 1985, pp. 266-283; "Civil Society an d Social Theory", Thesis
Eleven, núm . 21, 1988, pp. 40-64; “Polidcs and the R econstruction o f Civil Society”, en Axel
H onneth et al. (eds.), Zwischenbetrachtungen im Prozess der Aufklárung. lürgen Habermas
zum 60. Geburtstag, Francfort, Suhrkam p, 1989. Para nu estra concepción actual, véanse
los caps. 9 y 10.
101 J. Staniszkis, "On som e C ontradictions of Socialist Society”, Soviet Studies, abril de
1979, pp. 184-186; Poland's Self-limiting Révolution, Princeton, P rinceton University Press,
1984, pp. 36-67 y 144-145. Véase tam bién la crítica parcialm ente sim ilar p o r A. Arato, “The
D em ocratie Theory of the Polish O pposition: N orm ative Intentions and Strategic Ambi-
guities", Working Papers o f the Helen Kellogg Institute, N otre Dame, 1984, cuyo objetivo es la
reconstrucción —no el abandono, com o lo propone Staniszkis — de la teoría da la lOClcdad
civil.
EL RESURGIMIENTO CONTEMPORÁNEO 107

102 La Unión Soviética era el últim o garante de la disponibilidad de recursos m ateriales


clave en la periferia, a pesar de su utilización no económ ica (irracional y desperdiciadora).
E sta garantía fue m utuam ente dañina. Para el modelo básico, véase J. K ornai, Contradictions
and Dilemmas, Cambridge, MIT Press, 1986; para el análisis de las crisis del modelo, véase
G. M arkus, "Planning the Crisis: Rem arks on the Econom ic System o f Soviet-type Societies”,
Praxis International, vol. 1, núm. 3, octubre de 1981, pp. 240-257; T. Bauer, "From Cycles to
Crisis?; R ecent Developments in E ast E uropean Planned E conom ies an d the Theory of
Investm ent Crisis", en A. Arato y F. F eher (eds.), Crisis and Reform, T ransaction Books,
edición en preparación. Sobre el agotam iento del m odelo de la lim itación de recursos y sus
consecuencias, véase J. Kis, "Forr a világ”, Beszéló, núm . 26, 1989, pp. 5-12. El p rim er
artículo teórico im portante que habló del principio de una "crisis económ ica general" del
Bloque Soviético fue publicado en 1982 p or T. Bauer; fue traducido al inglés com o “The
Second Econom ic Reform and Ownership Relations”, Eastem European Economies, vol. 23,
núm s. 1-2, 1984.
103 C onferencia en la New School, 22 de febrero de 1988, de la que se inform ó en el New
York Times, 28 de febrero de 1988. Véase tam bién A. Nove, “W hat’s H appening in Moscow",
National Interest, verano de 1987.
104 Véase principalm ente, J. K ornai, "The H ungarian R eform Process: Visions, Hopes,
and Realities", Journal o f Economic Literature, núm . 24, diciem bre de 1986, pp. 1687-1737.
105 T. Bauer, "A m ásodik gazdasági reform és a tulajdonviszonyok”, Mozgó Világ, noviem ­
bre de 1982, pp. 17-42.
106 B auer vio este problema con m ucha claridad, p or lo m enos desde 1982.
107 K ornai, op. cit.
108 Tamás Sárkózy, Cazdaságpolitika, Szervezetrendszer, Jogpolitika, B udapest, K ossuth
kónyvkiadó, 1987.
109 Lo que es peor, ésta puede ser sólo una de varias polarizaciones no m ediadas que se
pueden p resentar dentro de la sociedad soviética, junto con las de las nacionalidades y el
centro, así com o entre las fuerzas nacionalistas y las dem ocráticas dentro del propio centro
ruso, y quizás tam bién en otras partes.
110 En particular, J. Kis y los editores de Beszéló. Véase Kis, "G ondolatok a kózeljüvürül"
(M editaciones sobre el futuro inm ediato), Beszéló, núm . 3, jun io de 1982, pp. 7-27.
111 J. Kis, "Korlátainkról és lehetóségeinkról" (Acerca de nuestros lím ites y posibilida­
des), A Monori Tanácskozás (una publicación clandestina), 1985.
112 Véase la obra colectiva "Fordulat és reform ” (M omento decisivo y reform a) y M. Bihari,
"Reform és dem ocracia”, ambos en Medvetánc, núm. 2, Budapest, 1987, pp. 5-129 y 165-225.
113 Incluso en Polonia, donde las negociaciones de principios de 1989 lograron u n a fórm u­
la de com prom iso con un asombroso parecido a la del Contrato social, no es posible decir que
esto ocurrió sólo como resultado de la abrum adora presión popular, que en realidad habla
conducido a un estancamientcMrfftés. Si bien los m ovim ientos de huelga de 1988 fueron
im portantes, fueron m ucho más débiles que los de 1980 y, no obstante (contra las intencione!
de los líderes de Solidaridad) lograron un resultado m ucho m ás comprensivo. Éste no (61o
consistió en una (re) legalización del sindicato sino tam bién elecciones que en gran m edida
fueron libres, abriendo el camino en junio de 1989 a una derrota "plebiscitaria” del Partido
Com unista, a un a C ám ara alta controlada p or Solidaridad y a u n Congreso com binado en
que la oposición podía vetar to d a legislación, así com o la elección del presidente de ll
R epública p o r parte del partido en el poder. El resultado fue, inesperadam ente p ara to d o i
los que participaron, la form ación de u n a coalición de gobierno dirigida p or S olidaridad.
114 Véase L. Bruszt, "On the R oad to a Constitutional State?”, m anuscrito inédito, 1989.
115 Kis, "Forr a világ" y tam bién su "A visszaszám lálás m egkezdódótt”, Beszéló, núm. 27,
1989. Kis argum enta que en Polonia, donde ya existía u n a organización social poderoia, IU
viabilidad com o socia no fue sacrificada (a pesar de las oposiciones que surgieron de loi
niveles inferiores), incluso aunque aceptara lim itaciones sobre los procesos de competen­
cia política. Sin em bargo, en H ungría, donde las nuevas organizaciones podían convertirte
en genuinam ente populares lólo en el contexto de elecciones abiertas, todas esas restriccio­
nes habrían puesto en peligro a los socios potenciales y tam bién los h abrían hecho inútiles
desde el punto de vista de IOS reform istas com unistas.
108 EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL

116 Véase Arato, “Civil Society against the State" y “E m pire vs. Civil Society”, op. cit.
117 C iertam ente dudaríam os en derivar las acciones de los líderes reform istas y de su
grupo del proyecto de élites m ás am plias p ara conservar o convertir sus poderes económ i­
cos existentes en nuevos acuerdos de propiedad y control. C om párese el excelente libro de
E. H ankiss, Kelet-európai alternativák, Budapest, Kózgazdasági és jogi kíadó, 1989, p. 300 y
el cap. 9. La conversión relevante p a ra una élite política pequeña es política: de u n Estado-
partido a un partido electoral e incluso presidencial de éxito. El fracaso de esta conversión
en H ungría no dem uestra que no fuera el motivo m ás im portante de los reform istas p rin ci­
pales, o que otras form as de conversión económ ica (aparentem ente) m ás exitosas eran
p arte de la m otivación del líder. Dentro del contexto de la transición, y la anticipación de un
conjunto diferente de reglas económ icas, las élites económ icas en gran m edida no o rgani­
zadas tuvieron la oportunidad de llevar a cabo esfuerzos de conversión descentralizados
que se convirtieron en u na razón p a ra no resistir al patró n de la transición, incluso aunque
lo hubieran podido hacer. Las m ism as críticas se aplican a los análisis algo diferentes de E.
Szalai "Elites and System Change in H ungary”, Praxis International, vol. 10, núm s. 1-2,
abril-julio de 1990, pp. 74-79. Szalai se concentra en una élite algo diferente con diferentes
alianzas políticas y, a diferencia de Hankiss, no cree que un sistem a tran sfo rm ad o de esa
m anera pueda resultar en una econom ía de m ercado que funcione. Véase tam bién su ensa­
yo "Az uj elite” (La nueva élite), Beszéló, núm . 27, 1989.
118 En algunos casos, algunas de éstas se com binan. M uchos u san ah o ra el térm ino
“revolución" p a ra describir a toda, excepto la p rim era opción, refo rm a desde arrib a. Si
bien las definiciones siem pre están sujetas a la deriva histórica, creem os que “revolución”
no es un a elección afortunada en el caso de Polonia, H ungría y la U nión Soviética, p or tres
razones por lo m enos: 1) la naturaleza necesariam ente autolim itante, gradual, de los proce­
sos que todos los actores tienen en m ente, no sólo debido a razones geopolíticas cuya im ­
portancia es cada vez menor, sino tam bién p o r razones de principio; 2) el rechazo por parte
de los actores más im portantes de la lógica fortalecedora del E stado que tienen las revolu­
ciones m odernas, descubierta p or p rim era vez p or Tocqueville, y 3) las im portantes conti­
nuidades de los m ovim ientos de E uropa oriental con los m ovim ientos del O ccidente y en
especial con los del S u r que buscan ir m ás allá de la alternativa de la reform a y de la revo­
lución, al m enos en el sentido tradicional de estos térm inos. El argum ento en co ntrario se
basa en un solo modelo: la Revolución húngara de 1956. Las diferencias entre la oposición
dem ocrática, con sus trece años de historia antes-de 1989, y el m ovim iento contra un régi­
m en estalínísta no m odificado son obvias, incluso aunque actualm ente, después que se han
logrado otros cam bios im portantes, m uchos de los objetivos de 1956 se en cu en tran de
nuevo en la agenda. (Sí bien no todos. Por ejem plo, hoy en día no se habla de una dem ocra­
cia industrial radical.) El levantam iento de 1956, com o todas las grandes revoluciones, no
tenía u n carácter autolim itante; m ás bien, tenía aspectos de u n a guerra civil, que es preci­
sam ente lo que los m ovim ientos actuales p ro cu ran desesperadam ente evitar. P or esta ra ­
zón, ni la “Revolución pacífica” en la Alemania oriental ni la “Revolución de terciopelo” en
Checoslovaquia deben entenderse com o versiones no violentas del m odelo de 1956. Es in te­
resante que aún sea un a pregunta sin respuesta la relativa a si estas “revoluciones" rep re­
sentan m odelos m ás o m enos radicales de la dem ocratización que los cursos no revolucio­
narios seguidos p o r los polacos y los húngaros. Véase A. Arato, "Revolution, Civil Society
and D em ocracy”, Praxis International, vol. 10, núm s. 1-2, abril-julio de 1990, pp. 24-38.
119 E stam os pensando en lo sorprendentem ente abiertos que fueron sus debates, por
una parte, y, p o r la otra, en el continuo control del proceso, en especial en la selección del
Soviet Suprem o (la legislatura real) p rim ero p o r el ap arato conservador y posteriorm ente
por el pequeño grupo de funcionarios de Gorbachov.
120 C onsideram os la movilización nacionalista, especialm ente la de una variedad par­
ticularista, agresiva, com o u n a patología de la sociedad civil. E n E uropa oriental y en la
Unión Soviética sus orígenes son complejos, y ap arte de las quejas legítim as nacionales y
étnicas de las m inorías y de los pueblos colonizados, refleja los siguientes elementos: I) Los
procesos insuficientes y superficiales de m odernización en los regímenes comunistas, que
pueden suprim ir las prácticas, sím bolos e ideologías tradicionales, pero que no pueden
transform arlos efectivam ente. 2) La creciente utilización, al decaer las formas de legitlml-
EL RESURGIMIENTO CONTEMPORÁNEO 109

dad m arxista-leninista, de las form as nacio n alista e histo rió ista de a u to p resen tació n y
autojustificación. 3) La inseguridad y debilitam iento económ ico cada vez m ayores del pe­
riodo de transición, que hace que la defensa de los intereses m ateriales sea cada vez más
precaria. Incluso aquéllos afectados m ás adversam ente p o r los cam bios en cu en tran difícil
oponerse a ellos en la m edida en que son necesarios p ara d esm an telar los regím enes odia­
dos. Como consecuencia, hay u n a tendencia a m ovilizarse en torno a tem as sim bólicos en
vez de m ateriales, en torno a la identidad en vez del interés. 4) El hecho de que u n llama­
m iento a u n a sociedad civil au to organizada im plica la posibilidad general de construir
nuevas identidades, pero sólo p a ra aquellos que son capaces de u n a participación intensa
en la vida de las organizaciones y las asociaciones. Para los que no p articip an en ellas, la
reconstrucción de la sociedad civil y de sus asociaciones parece ser sólo u n p ro g ram a de
atom ización, tanto m ás precario en el contexto de un p aternalism o estatal decadente. Los
llam ados a la identidad nacional y a la m ovilización nacionalista com pensan a estos estra­
tos con la esperanza de una "com unidad ilusoria”.
121 Cuando lo escribim os, nuestro texto no podía an ticip ar varios acontecim ientos im­
portantes. Ahora ya han surgido m ediaciones p arlam entarias viables en la Unión Soviética,
pero sólo en el ám bito de las repúblicas, incluyendo sorprendentem ente a la República
Federal Socialista Rusa. E sta situación, que refleja el desarrollo de u n a m ultiplicidad de
sociedades civiles, u n a para cada República, no resuelve p o r sí sola el problem a de la media­
ción p a ra toda la sociedad ni evita los peligros de la polarización (m últiple). Sólo lo convier-
le en un problem a entre los gobiernos de las repúblicas, apoyados p o r sus p ropias socieda­
des civiles, y un gobierno central, cuya estru ctu ra in tern a no p ro p o rcio n a mediaciones
suficientes. Lo que es peor, el fracaso del acuerdo (esperam os que tem poral) respecto a la
reform a económ ica entre los gobiernos de las repúblicas y el central ah o ra reproduce tam ­
bién la m ism a estructura del conflicto en lo económ ico, reforzando las líneas de división
políticas y culturales. A m enos de que se creen instituciones de m ediación que impliquen
un constitucionalism o y u n p arlam entarism o auténticos que incorporen de m an era convin­
cente u n a estructura federal o confederal, los resultados posibles son pocos y todos extre­
m adam ente precarios. (N ota añ ad id a en el verano de 1991.)
122 Véase, p o r ejemplo, Z. Bujak, "West of Centre", East European Repórter, vol. 4, núm, 3,
otoño-invierno de 1990. E sta posición no carece de contrarios. E n Checoslovaquia, J. Urban
argum entó enérgicam ente en favor de la conversión del Foro Cívico en un partido al estilo
de los de E uropa occidental. Véase "The Crisis of Civil Forum ", Uncaptive Minds, vol. 3,
núm. 4, agosto-octubre de 1990. E sta cuestión supera las fronteras ideológicas. En Hun­
gría, por ejemplo, el s z d s z está m ás satisfecho con la form a de partid o "m oderno"; el FIDBSZ
parece estarlo m enos. D entro del gobernante m d f derechista, parecen estar representadas
am bas posiciones.
123 Lena K o la rs k a -B o b in sk a ,.rj^ C h a n g in g Face of Civil Society in E astern Europe”,
m anuscrito inédito, 1990. P ara elóáSo húngaro véase F. Miszlivetz, "The Injuries of East
Central Europe: Is the A utotherapy of Civil Society Possible?”, m an u scrito inédito, 1990;
para el caso checo, véase la entrevista con Ladislav H ejdanek publicada como "Democracy
without O pposition Is N onsense”, East European Repórter, vol. 4; núm . 3, otoño-invierno de
1990, p. 96. Para u na evaluación teórica general véase Arato "Revolution, Civil Society, and
Democracy".
124 G. M. Tamas ha defendido esta perspectiva en varios escritos. Véase, por ejemplo,
"Glemp biboros intó szava”, Élet és irodalom, vol. 33, núm . 36, septiem bre de 1989. Hay
sectores im portantes en los tres partidos principales, así com o m uchos econom istas y res­
ponsables de la política económ ica que tom an la m ism a posición.
125 Véase los análisis de las mejores de estas teorías en los artículos que mencionamos a
continuación. De A. Arato: "Autoritárer Sozialismus und die Frankfurter Schule", en A.
Ilnnncth y A. Wellmer (eds.), Die Frankfurter Schule und die Folgen, Berlín, de Gruyter,
1986; "Bahro’s Alternative: From Western to Eastern Marxism", una reseña de U. Wolter
(cd.), Bahro: Critical R e s p o n s e s , T e lo s , núm. 48, verano de 1981, pp. 153-168; "Crltlcal
Sociology and Authorltarlan State Soclallsm", en D. Held y J. Thompson (eds.), H a b t r m a s :
Critical Debates, Cambridge, MIT Press, 1982; "Im m anent Critique and Authorltarlan
Soclallsm", C a n a d ia n J o u r n a l o f P o llt le a l and Social T h eory , vol. 7, núms. 1-2, invierno-
110 EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL

prim avera de 1983, pp. 146-162; “The B udapest School and Actually Existing Socialism ”,
Theory and Society, núm . 16, 1987; "Facing Russia: C astoriadis and Soviet Society", Revue
européenne des Sciences sociales, vol. 37, núm . 86, pp. 269-291.
126 Véase A. Arato, "M arxísm in E ast E urope”, en Tom B ottom ore (ed.), Dictionary o f
Marxism, Oxford, Blackwell, 1983, y "Marxism", en J. Eatwell el al. (eds.), The New Palgrave:
A Dictionary ofEconomics, Londres, M acm íllan, 1987.
127 Véase Jean L. Cohén, Class and Civil Society. The Limits o f Marx's Critical Theory,
Amherst, University of M assachusetts Press, 1982.
128 Véase el cap. 3.
129 Véase Evans et al. (eds.), Bringing the State Back In.
130 véase Jürgen H aberm as, “The New Obscurity", The New Conservatism, Cambridge,
MIT Press, 1989.
i3' Véase André Gorz, Strategy for Labor, Boston, Beacon Press, 1967.
U2 G. M. Tamas represen ta esta perspectiva, aunque la elabora en térm inos de la idea de
u na revolución “legal y no sangrienta” que se com binará eventualm ente con la "reform a”
desde arrib a después de que se constituya una form a legítim a de poder. O puesta a cual­
quier idea de "revolución social”, su concepción deliberadam ente deja ab ierta la posibili­
dad de los que detentan el poder hoy en día y convertirán su p o d er en propiedad económ i­
ca. Véase "Tájkép csata elótt” (El paisaje antes de la batalla), Élet és irodalom, 4 de agosto de
1989, y su conferencia en una reunión pública del szDSz la que fue publicada en Szabad
Demokraták, núm s. 4-5, 1989.
132 E sta posición ha sido expuesta p o r Agnes H eller y Ferenc F eh er en varias reuniones
y conferencias, pero, h asta donde sabem os, aún no se ha publicado. Definen a la revolución
política com o un rom pim iento en la estru ctu ra de la soberanía, com o el rem plazo ya sea de
un soberano o de una form a de soberanía p o r otra. Incluso la segunda versión, m ás convin­
cente, es a la vez dem asiado am plia y dem asiado lim itada para describir los cam bios en la
m ayoría de los países de E uropa oriental: dem asiado am plia porque descuida las co n tin u i­
dades en la estructura del gobierno político que sólo se elim inan gradualm ente (en p artic u ­
lar, el gobierno délos antiguos parlam entos y del partido gobernante en el pouvoir constituant
y la continuación de la validez del sistem a legal heredado); dem asiado lim itada porque las
transform aciones im plican un cam bio total de los sistem as y de ninguna m an era se lim itan
a la esfera de lo político. Es interesante que su definición corresponda m ejor al caso m ás
violento y m enos radical, es decir, R um ania.
134 En u na brillante exposición, que apareció dem asiado tard e p a ra ser incorporada en
nuestra argum entación, Ulrich Preuss ha m o strad o que las revoluciones de E u ro p a oriental
se alejan del m odelo de soberanía de Cari Schm itt, que desde su punto de vista había sido
establecido p o r la Revolución francesa, en especial en su au to in te rp re ta c ió n jaco b in a-
roussoniana ("La influencia de Cari Schm itt en el discurso legal de la R epública Federal de
Alem ania”, docum ento presentado en una conferencia sobre "El desafío de Cari Schm itt y
la teoría dem ocrática”, prim avera de 1990, F acultad de E studios de Posgrado, New School
for Social Research, Nueva York).
135 Reconocem os que un uso m ás bien anticu ad o del térm ino revolución ha surgido
ahora en algunos países, com o en H ungría. É ste com bina elem entos del uso prem oderno
(retorno, restauración) con elem entos de la sem ántica revolucionaria inventada p rim era­
m ente p o r los jacobinos y sus aliados, con el fin de com pensar la ausencia de una legitim i­
dad dem ocrática arraigada en la sociedad civil. El ala que prom ueve (principal pero no
exclusivam ente) este uso se vio obligada desafortunadam ente p or la lógica de su posición a
inventar enem igos así como a buscar desquites retroactivos, extralegales. A fortunadam en­
te, los llam ados basados en la sem ántica parecen en co n trar poca respuesta en u n contexto
que todavía es “posrevolucionario” en el sentido de n u estra idea de autolim itación. Sin
em bargo, sería ingenuo negar los peligros posibles de la dem agogia revolucionaria a m edi­
da que em peora la situación económ ica antes de que em piece su recuperación. El ascenso
de W alesa com o el cam peón de una derecha que espera "acelerar" el cam bio es una adver­
tencia suficiente en este contexto.
136 véase el cap. II. Por supuesto, lo que han añadido algunos (Incluidos nosotros), son
las fam ilias y los movim ientos.
EL RESURGIMIENTO CONTEMPORÁNEO 111
137 Para la distinción, véase el gran ensayo de Polányi, '"íhe Econom y as an Instituted
Process”, en G. Dalton (ed.), Primitive, Archaic and Modern Economies. The Essays o f Kart
Polányi, Boston, Beacon Press, 1968.
138 R ecientem ente, los defensores de la sociedad civil en H ungría h an hecho énfasis en
la pluralidad de las form as de propiedad dentro del proceso de privatización como la di­
m ensión a través de ¡a cual la sociedad civil puede obten er u n p u n to de apoyo den tro de la
nueva sociedad económ ica que se está form ando. Véanse los últim os ensayos en E. Szalai,
Gazdaság és hatalom, B udapest, Aula Kiado, 1990, que rep resen tan el m ejor tratam ien to de
esta cuestión desde el punto de vista de la teoría dem ocrática así com o del análisis econó­
mico riguroso. En nuestra opinión, la propiedad puede tener u n papel que desem peñar en
la relación de la sociedad civil con la sociedad económ ica, análogo al papel que desempe­
ñan los partidos políticos respecto a la sociedad política. La propiedad privada así como la»
organizaciones políticas sólo logran diferenciarse de la sociedad civil, m ien tras que se re­
quieren form as genuinam ente pluralistas de propiedad así com o p artid o s dem ocrático»
p ara m ediar un punto de apoyo de lo civil en lo económ ico y en lo político. Sin esas media­
ciones, la sociedad civil se hace burguesa y se atom iza, y la dem ocracia se convierte en una
dem ocracia de élite.
139 Véase el cap. vi y A. Arato, “Civil Society, H istory, and Socialism : Reply to John
K eane”, Praxis International, vol. 9, núm s. 1-2, abril-julio de 1989, pp. 133-152.
140 Éste es el punto de vista de J. Kis. La idea de una sociedad civil de múltiples nivele»,
incluidas sus "mediaciones” políticas, en principio puede satisfacer las necesidades intelectua­
les de un periodo en que la orientación vuelve a dirigirse a la política en el sentido m ás tradicio­
nal. Aunque es cierto que los partidarios de la sociedad civil a m enudo hacen hincapié en un
modelo “horizontal” que ubica a todas las asociaciones y organizaciones en el mismo nivel, la
dimensión "vertical” del concepto de la sociedad política está presente en la antigua idea hegellana
de la mediación. Sin embargo, por lo m enos en principio, es igual de posible para una sociedad
civil dividida por intereses e identidades alternativas estar organizada en forma pluralista, que
para una sociedad política convertirse en monolítica. Ciertamente, cuando la sociedad civil
tomó las funciones de la sociedad política ante un Estado autoritario cada vez más hostil y mál
o menos unificado, como en Polonia, la pluralización de la sociedad civil constantem ente pre­
dicada nunca se desarrolló realm ente más allá de sus inicios. Pero en este caso la pluralización
de la sociedad política incluso en su form a parlam entaria tam bién parece haberse retrasado
sorprendentem ente. Quizá podam os ver la razón de esto en una sociedad política que se ha
desarrollado como la mediación política de una sociedad civil unificada. Por otra parte, la
excesiva pluralización prem atura de una sociedad política —como en Hungría, donde el pro­
yecto de transición es m ás consensual de lo que parecería por los conflictos políticos— puede
tener la consecuencia desafortunada de contribuir aún más a la desmovilización de una socie­
dad asqueada por la agresión y dggjagogia innecesarias en la política.
141 Véase el ataque de G. M. Tamas a la independencia de la autoorganización societal en
Ihicaptive Minds. Ésos llam ados a u n nuevo estatism o en form a de absolutism o parlamen­
tario se escuchan en los dos principales partidos húngaros; la opinión de I. Csurka sobre la
independencia de la prensa, que espera rem p lazar p o r el control político del partido me­
diante un poder parlam entario de fado, rep resen ta el m ism o p u n to de vista. En ambo»
nisos, el argum ento se fundam enta en un reconocim iento de que la organización societal
representa poder y en la afirm ación de que el único p o d er legítim o es aquel que resulta de
las elecciones nacionales.
147 Esto difiere de la corrección p luralista de la dem ocracia de élite schumpeteriana en
un aspecto crucial. M ientras que Dahl et al. trataro n de incluir a la sociedad civil y a SU
"Influencia" en la sociedad política dentro de su concepto de la dem ocracia de élite, ello»
contuban con una desm ovilización general de la sociedad civil, una ausencia de movimien­
tos sociales, un síndrom e de privatización civil, el consenso con un grado mínimo de parti­
cipación dentro de la sociedad civil, y una lim itación de la participación a una forma espe­
cifica, esto es, al grupo de presión en favor de determ inados intereses.
Véase Stepan, R e th in k in g MiUtary Politics, op, cit., y la introducción a Stepan (ed,),
Ihtnocratizing Braiil, op, cit,. Este argumento es incongruente, pues aunoue la Institucio­
nal!/,ación de la sociedad civil representara sólo los resultados de la liberailzaclón, los mo-
112 EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL

vim ientos de dicha sociedad tam bién serían im portantes en el surgim iento de la sociedad
política así com o en el proceso general de dem ocratización.
144 Tamas, "Tájkép csata elótt”, op. cit.
145 En este contexto, el énfasis que da Cardoso a la dem ocracia in dustrial en cuentra
m uchos paralelos en las fuentes de E uropa oriental, que esperan adem ás in stitucionalizar
la autonom ía social sobre todo p o r m edio del desarrollo de u n a e stru ctu ra genuinam ente
pluralista de la propiedad privada, incluyendo rio sólo la propiedad privada en el sentido
lim itado del térm ino, sino tam bién la propiedad por parte de los em pleados, de las organi­
zaciones no lucrativas, y de los gobiernos locales, así com o la participación de los ciu d ad a­
nos ordinarios en los nuevos fondos m utuos de inversión. Esos in stru m en to s son im p o rtan ­
tes no sólo por razones norm ativas que provienen de la teoría dem ocrática, sino tam bién
com o las m ejores form as de lo g ra r un a celeram ien to n ecesario de la p riv atizació n y
desm onopolización de las econom ías de E u ro p a oriental. Véase Szalai, Gazdaság és hatalom,
op. cit.
II. HISTORIA CONCEPTUAL Y SÍNTESIS TEÓRICA

U n b o s q u e jo d e l in ic io
DE LA HISTORIA CONCEPTUAL MODERNA

Los MODELOS políticos actuales que usan el concepto de sociedad civil no


sólo se contradicen entre sí, sino que tam bién son relativam ente pobres
en categorías. Además, sus relaciones con una rica tradición de in terpre­
tación no son claras. Como esta tradición no se tem atiza, las diferencias
entre las nuevas versiones del concepto y Sus predecesores históricos tam ­
poco se examinan. Por lo tanto, se supone sim plem ente, pero no se dem ues­
tra, que un esquem a teórico heredado del pasado (o de m uchos pasados)
es adecuado a las condiciones m odernas.
En nuestra opinión, una historia conceptual del térm ino "sociedad ci­
vil” es una forma importante de empezar a realizar estas tareas. Esa histo­
ria debe, primero que nada, profundizar y am pliar la estructura categóri­
ca relevante que se usa hoy en día. Segundo, nos debe perm itir distinguir
los estratos modernos y premodernos en el concepto, indicando las versio­
nes que son dudosas e inadecuadas hoy en día. Aunque la historia concep­
tual no puede eliminar las contradicciones entre los usos contemporáneos,
sí nos puede ayudar a ver lo que está en juego en esas contradicciones y
qué opciones se han hecho imposibles, por lo menos hablando histórica­
mente. Por último, úna historia conceptual puede ayudar a enraizar los
usos de un concepto de sociedad civil en una cultura política cuyo poder
de motivación todavía nossaaha agotado: la cultura política de la época de
las revoluciones democráticas. A la inversa, la resurrección del concepto
hoy en día ayuda a validar esta cultura política particular.
La primera versión del concepto de sociedad civil aparece en Aristóteles
con el título de politike koinonia, sociedad/comunidad política. Éste es el
término que los latinos tradujeron como societas civilis. El concepto repre­
sentó la definición de la polis, entendida como el telos del ser hum ano co­
mo un animal político, zoonpolitikon. Se definió a \apolitike koinonia como
una comunidad ético-política pública de ciudadanos libres e iguales en
un sistema de gobierno definido legalmente. Sin embargo, a la propia ley
se le consideró como la expresión de un ethos (carácter o valores distinti­
vos), un conjunto común de normas y valores que definían no sólo los
procedimientos políticos sino también una forma de vida sustantiva basa-
du en un catálogo desarrollado de virtudes y formas de interacción pre­
til
k fli - ¡COHJ» f Otó ^Lu n - W» $
X üiMÉiSáiiáifeí'-:-
114 EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL

feridas.1 Actualmente, podemos representar simbólicamente la distancia


que nos separa de los griegos señalando la ausencia de una serie de distin­
ciones y oposiciones en el concepto de politike koinonia. Ante todo, la
noción aristotélica no daba lugar a nuestra distinción entre Estado y socie­
dad. La dualidad polis-oikos parece indipar lo contrario, pero el oikos, el
hogar doméstico se entendía principalmente como una categoría residual,
el fondo natural de la polis. Lógicamente, politike koinonia era sólo una
koinonia entre muchas, incluyendo quizás al oikos, pero más generalmen­
te a todas las formas de asociación hum ana desde los grupos ocupaciona-
les hasta los grupos de amigos, etc.; se le entendía más profundamente
como el sistema social comprensivo del que sólo quedaban fuera las relacio­
nes naturales.2 Así, no puede haber duda de que la polis y la oikos repre­
sentan dos sistemas de relaciones sociales o políticas (diferentes). Prime­
ro, el oikos no era una entidad legal: no estaba regulada por la ley sino por
un gobierno despótico o el dominio de su jefe. Segundo, la pluralidad de
familias no representaba ningún sistema. Se relacionaban entre sí (en teo­
ría) sólo mediante la polis; de hecho, estaban en la polis por medio de sus
jefes. A las relaciones económicas que salían de la familia se las conside­
raba nada más como complementarias y, más allá de cierto punto máxi­
mo, patológicas.3
El concepto resultante de politike koinonia era paradójico. Indicaba una
koinonia entre muchas, y a la vez, un todo con partes fuera del mismo.
Esta paradoja se pudo resolver gracias a la ausencia de una segunda distin­
ción; la distinción entre sociedad y comunidad. Koinonia en general desig­
naba a todas las formas de organización-independientemente del nivel de
solidaridad, intimidad, o intensidad de interacción. En el caso de la politike
koinonia, esto permitía una concepción que ya presuponía la existencia
de una pluralidad de formas de interacción, asociación y vida en grupo;
por lo tanto, algo parecido a nuestro concepto de “sociedad”. No obstante,
la pluralidad y la diferenciación fueron integradas drásticam ente en un
modelo que presuponía un único cuerpo solidario organizado, homogé­
neo, de ciudadanos capaces de actuar totalmente unidos —lo que se acerca
más a nuestra noción de comunidad, una "comunidad de sociedades”—.
En teoría por lo menos, la politike koinonia era una colectividad única,
una organización unificada con un solo conjunto de objetivos que era
posible derivar del ethos común. La participación de todos los ciudadanos
“en el gobernar y ser gobernados” representó un problema relativamente
pequeño en teoría, en vista del supuesto de un conjunto compartido de
metas basado en una sola forma de vida.4
Casi no hay duda de la naturaleza idealizada de la concepción aris­
totélica.5 Pero lo que nos im porta a nosotros es que fue esta concepción la
que entró en la tradición de la filosofía política. Prescindimo* de lus pri-
HISTORIA CONCEPTUAL Y SÍNTESIS TEÓRICA H5
15
meras traducciones romanas de politike koinonid como societas civilis, 1 64
porque, hasta donde es posible decirlo, el concepto jugó aquí sólo un pa­
pel menor. Más importantes fueron las adaptaciones latinas medievales
que seguían las traducciones de Aristóteles por William de Moerbeke y ei
Leonardo Bruni. Aunque algunas de las primeras formas en que lo usaron d| m
Alberto Magno y Tomás de Aquino tendieron a restringir la societas civilis íWt
a la ciudad-Estado medieval (como el equivalente disponible más cercano
de la antigua polis),6un uso tan prudente del concepto no se pudo mante-JJf ^
ner durante mucho tiempo, quizá porque la noción griega tam bién se re- «ut,
feria al nivel de soberanía que cubría todo lo demás. Sin embargo, sólo en
Italia las ciudades-Estado se acercaron a una condición de soberanía ple­
na, e incluso ahí esa situación se dio de hecho y no por ley. Como conse­
cuencia, cuando el concepto griego se utilizó más generalmente, el orden
feudal de unidades soberanas fragmentadas (gobernantes, patrimoniales
organismos corporativos, pueblos, etc.), al igual que las m onarquías e im­
perios medievales, se llegaron a describir en las diferentes fuentes como
societas civilis sive res publica.1 Sin que se notara, este uso introdujo un
nivel depluralización en el concepto que difícilmente podía unificarse bajo
la idea de un cuerpo colectivo, organizado, a pesar de la noción de res
publica Christiana.
Un segundo cambio importante, de dualización, ocurrió cuando el re-2\ ^
surgimiento concurrente de la autonomía monárquica y del derecho
blico favoreció la adaptación (sin im portar lo imposible) de la antigua
idea de república (con que se identificaba a la societas civilis) al Stándestaat
que equilibraba los nuevos poderes del príncipe con los de los estados
corporativos organizados que reunían a todos los que tenían poder y sta-
tus en la sociedad feudal. Sin embargo, aquí el dualismo no era, como ha W*'
insistido incansablemente Otto Brunner,8entre Estado y sociedad: se enten-6^ ^
día a la sociedad política-*=eivil como un tipo de Estado organizado en ta 4T
forma dual con el “príncipe" por una parte y la "tierra" o "pueblo" o "na­
ción" por otra, con los últimos términos designando a los estados privilegia­
dos. Si aceptamos el juicio de Marx en 1843 de que la antigua sociedad
corporativa fue inmediatamente política, entonces la historia del concep­
to de sociedad civil antes del absolutismo pertenece al menos en ese senti­
do al patrón fundamental establecido por el prototipo griego de la politike
koinonia, a pesar de las enormes diferencias entre las formaciones socia­
les de que se trata.
El desarrollo hacia el absolutismo representa la línea divisoria entre
los significados tradicional y moderno de “sociedad civil". Nosotros con- M i1
sideramos que la razón de esto se encuentra en dos desarrollos bien co- I
nocidos y complementarios. Primero, el desarrollo de la autoridad del uyi
príncipe que pasa de ser un primtts ínter pares entre una pluralidad y,oi!
116 EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL

detentadores de poder (el feudalismo clásico) y el miembro más impor­


tante de un sistema de autoridad dual (Standestaat) a convertirse en el
poseedor monopólico de los medios legítimos de violencia, lo que estable­
ció los fundamentos del Estado moderno. Segundo, la despolitización de
los antiguos detentadores de poder, los estamentos y los organismos corpo­
rativos, no destruyó su status organizado y corporativo. En cambio, produjo
una verdadera sociedad de órdenes. Ciertamente, la transición a una duali­
dad de Estado y sociedad no política podía haberse logrado por otras vías,
a veces complementarias, y de hecho así ocurrió; la emergencia de orga­
nismos religiosos autónomos tolerados por un Estado más secular (en
América del Norte),9 así como el surgimiento de nuevas formas de activi­
dad económica privada fuera de las políticas del Estado m ercantil (Gran
Bretaña). Sin embargo, en nuestra opinión el cambio de los entes corpora­
tivos del Standestaat a los de la sociedad despolitizada de órdenes no sólo
fue históricamente anterior, sino que además tuvo más im portancia, al
menos para el continente europeo. Antes de que el Estado absolutista pudie­
ra desorganizar y nivelar a sus rivales corporativos en nom bre del status
universal de los súbditos del Estado, un movimiento contrario empezó a
reorganizar la “sociedad” contra el Estado por medio de asociaciones y
formas de vida pública que pueden haber recurrido a los recursos de la
independencia de los estamentos, del disentimiento religioso y de la acti­
vidad empresarial económica, pero que incorporaba nuevos principios de
organización igualitaria y secular.10 No hay duda, por lo menos en lo que
a nosotros respecta, de que la "sociedad” de la ilustración, que constituía
V ^ ^ u n a nueva forma de vida pública, fue el-prototipo del concepto moderno
^ inicial de sociedad civil.
Por supuesto, la filosofía política que procuraba conservar la identi­
ficación de sociedad civil y sociedad política no registró inmediatamente
la emergencia de una nueva forma de esfera pública societal. Se desarro­
llaron tres o cuatro alternativas. La prim era trató de continuar, como lo
hizo Jean Bodin, a pesar de los decisivos cambios históricos que él tan
bien registró, la concepción standestaatliche de la res publica sive societas
civilis sive societas politicus. Reaplícado a la constelación de la m onarquía
absoluta y de la sociedad de órdenes, esta concepción falsificó el nuevo
tipo de dualidad que se estaba formando, dualidad que en lo demás de­
fendió Bodin. No obstante, el modelo persistió hasta la Alemania del si­
glo X V III.11
Gl La segunda pretendía identificar al propio Estado moderno con la m an­
l comunidad o sociedad política/civil. Esta fue la opción de Hobbes, quien
por supuesto creía que el poder soberano proporcionaba el único vínculo
“social" entre individuos naturalm ente no sociales pero racionales.12 En
la teoría de Hobbes, el contrato social crea un Estado, no una sociedad. La
HISTORIA CONCEPTUAL Y SÍNTESIS TEÓRICA 117

fusión de la sociedad solamente se logra por el póder del Estado. Aunque


Hobbes simplemente se aproximó al punto de vista griego que elaboró el
concepto de una sociedad política como un sistema de poder indiviso,
pronto llegó a darse cuenta de que el concepto antiguo se basaba en una
noción de ley moralizada arraigada en el ethos, en vez de en un derecho
positivo limitado sólo a su cumplimiento o mandato. Así, la últim a forma
en que la consideró en el Leviatán más o menos dejó fuera todo el concep­
to de sociedad civil (es decir, la idea normativa de ciudadanos libres e
iguales que constituyen el cuerpo político). No obstante, la identificación
de Estado y sociedad civil se conserva hasta nuestros días en algunas obras
angloamericanas.
La tercera opción implicó rom per con la antigua fórmula societas civilis
sive politicus sive res publica, al retener la identidad de sociedad civil y polí­
tica, pero distinguiendo ambas del Estado. La especificación que hace
Locke del producto del contrato social como “la sociedad civil o políti­
ca”13 parece continuar en el camino que inicialmente siguió Hobbes, y no
representa ningún rompimiento con la tradición. A prim era vista, su con­
cepto incluso comprende una identificación aparente del cuerpo político
con el gobierno.14 Sin embargo, Locke busca claramente diferenciar entre
el "gobierno” y "la sociedad". Distingue entre ceder poder a la sociedad y
al gobierno "al cual la sociedad ha establecido sobre sí m ism a”15 e incluso
más enfáticamente (a diferencia de Hobbes) entre la "disolución de la so­
ciedad" y la “disolución del gobierno”.16 No obstante, característicam ente
en este contexto Locke sigue cerca del antiguo concepto cuando habla de
una sociedad política en términos de "el acuerdo para incorporarse y actuar
como un solo cuerpo". Esta habilidad para convertirse y actuar como un
cuerpo todavía se asigna al poder legislativo del gobierno. Se propone que
la disolución del poder legislativo marca el final de una sociedad, pero Lo­
cke en forma incongruesfcepasigna la posibilidad de formar una nueva
legislatura a la misma sociedad cuando la antigua legislatura se disuelve,
o incluso cuando actúa en contra de su mandato.
La concepción de Montesquieu fue más sensible históricamente. Unió
la idea del siglo xvm de dos contratos (social y gubernam ental) con la
distinción que hacía el derecho romano entre el derecho civil y el derecho
público (en este caso "el derecho político").17 Mientras el derecho político
reglamenta las relaciones entre los gobernantes y los gobernados, el dere­
cho civil reglamenta las relaciones entre los miembros de la sociedad. Por
lo tanto, Montesquieu, siguiendo al escritor italiano Gravina, distingue
entre el gobierno (l'état politique) y la sociedad (l'état civile).xi El concepto
de sociedad de Montesquieu aparece dentro de una terminología cam­
biante. En el contexto del gobierno monárquico (¡que para él representa
al Estado modemo\) significa, alternativamente, los "poderes intermedios",
118 EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL

las “comunidades políticas" o las “sociedades o com unidades” heredadas


de la época del dualismo estam ental.19
Así, la estrategia antiabsolutista de Montesquieu dependía más de una
sociedad constituida por una sociedad tradicional jerárquica, a la que
deseaba repolitizar, que incluso la idea.de Locke de la sociedad política,
que contenía por lo menos la noción de una igualdad inicial de status.
Respecto a la concepción de la Ilustración, Montesquieu anticipó, aunque
en forma incongruente, la diferenciación, por razones polémicas, de Esta­
do y sociedad, en tanto que Locke redefinió la noción de la propia socie­
dad en términos de la idea de una igualdad formal derivada de un derecho
natural universal. A pesar de los rasgos ideológicos de sus concepciones
(que en el caso de Montesquieu todavía expresaban una visión de un mundo
con órdenes privilegiados pero despolitizados; en el caso de Locke, la de
un nuevo orden de status basado cada vez más en la propiedad privada),
estos dos filósofos proporcionaron una im portante preparación concep­
tual para la redefinición m oderna de la sociedad civil. Sus construcciones
apuntaron más allá de los límites ideológicos de las presentaciones origi­
nales.
Fue Hegel quien sintetizó mucho del pensamiento de finales del siglo
XVIII sobre el tema, de hecho entrelazando lineamientos de desarrollos
“nacionales", en cierto modo divergentes. Sin embargo, sería erróneo dar
exclusivamente a Hegel el crédito de la redefinición del concepto de la so­
ciedad civil.20 Por lo tanto, antes de ocuparnos de su síntesis y de la suerte
que corrió, hacemos una pausa para hablar de los otros pensadores que
contribuyeron al concepto.
1. La concepción a la que nos hemos referido como la noción de “socie­
dad” (a diferencia del Estado), de la Ilustración se desarrolló rápidamente
superando sus orígenes en Locke y Montesquieu. Paradójicamente, la nue-
^yva noción a menudo coexistió con la identificación más tradicional de so­
ciedad civil y política con Estado, como en el caso de Rousseau (y luego
Kant).21 En Francia, estas dos tendencias compartieron una actitud de opo­
sición cada vez mayor tanto al pluralismo societal, en el sentido de dere­
chos de grupo o colectivos identificados con los órdenes sociales, como
al absolutismo monárquico. Así, es posible decir que, a medida que la
concepción polémica de “la sociedad contra el Estado" era conformada
en los salones, los cafés, las hosterías y los clubs de ese tiempo,22 tanto la
retórica del antiabsolutismo (Montesquieu) como la oposición al privile­
gio (Voltaire) fueron unidas en una sola concepción de una sociedad
(civil) opuesta a un Estado cuyos componentes eran individuos autóno­
mos, formalmente iguales, que eran los únicos depositarios de derechos.
Este concepto se llegó a plasmar plenamente en una serie de concepciones
revolucionarias del derecho natural. La obra de Thomas Paine. Cotttnton
HISTORIA CONCEPTUAL Y SINTESIS TEÓRICA 119

Sense, las varias declaraciones de derechos de los Estados Unidos y la


Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano en Francia clara-
mente yuxtaponen una sociedad igualitaria, individualista, al gobierno
(¡incluso un estado constitucional!), con la sociedad convirtiéndose en la
única fuente de autoridad legítima.23
2. En Inglaterra, después de la Revolución Gloriosa, la ambigua sepa­
ración que había hecho Locke de sociedad y gobierno se erosionó lenta­
mente. Lo que contaba como sociedad fue organizado ahora como un
Estado que implicaba una fusión gradual entre la representación parla­
m entaria y el ejecutivo.24 El término “sociedad” a diferencia de "el Esta­
do" llegó a reservarse para la sociedad gentil o alta, los custodios de los
modales y de la influencia, pero no de alguna clase de proyecto político.
En general, el término “sociedad civil” conservó su identificación tradicio­
nal con la sociedad política o el Estado. Los pensadores de la Ilustración
escocesa —Ferguson, Hume y Smith, entre otros— que llegaron a enten­
der que la característica esencial de la sociedad "civilizada” o civil no esta­
ba en su organización política sino en la organización de la civilización
material, añadieron un nuevo componente a esta identificación. En este
caso ya se estaba preparando una nueva identificación (o reducción): la
de la sociedad civil y la sociedad económica, invirtiendo la antigua exclu­
sión aristotélica de lo económico de la politike koinonia.3*15
3. Las concepciones francesa y británica tuvieron una fuerte influencia
en Alemania, en las obras de Kant, Fichte y toda una serie de personajes
menos importantes. No obstante, cierto conservadurismo intelectual en
la historia política y en la intelectual, también desempeñó un papel histó­
rico importante en Alemania preparando el camino para la teoría de Hegel.
Nos referimos a la retención de la importancia que Montesquieu le daba a
los cuerpos o poderes intermedios en la noción del una neustündische
Gesellschaft en que los Stggydg o estamentos (en particular, der bürgerlichtr
Stand), estarían basados en la movilidad y mérito ocupacionales, en vez
del nacimiento y la herencia, así como en una forma del constitucionalismo
que representaba la modernización en vez de la 'abolición del dualismo
del Standestaat,26 A pesar de todo, el esfuerzo por m odernizar la noción de
estamentos fue opacado por la influencia de la redefinición que hizo Kant
de la sociedad civil como algo basado en derechos hum anos universales
por encima de todos los órdenes legales y políticos particularistas. En la
filosofía de la historia de Kant, se postuló una sociedad civil universal
basada en el estado de derecho como telos del desarrollo humano. Kant
rechazó explícitamente (siguiendo el espíritu de la Revolución francesa)
cualquier compromiso con los poderes corporativos y de estamentos de la
era absolutista.27 En vez del antiguo concepto, Kant y luego Fichtc pre­
sentaron la noción de una sociedad ciudadana staatsbürgerlicher Gesell-
120 EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL

schaft, a la que interpretaron de conformidad con los postulados de la


Declaración francesa de 1789.28 En especial en Fichte, según Manfred
Riedel, aparecen dos nociones específicamente modernas por prim era vez:
la tajante separación de Estado y sociedad, y la comprensión de la propia
sociedad en términos individualistas y universalistas. Al hacer este cam­
bio el joven Fichte pasó del liberalismo a la democracia radical.
Las dos ramas de la discusión alemana de la sociedad civil —el univer­
salismo de Kant y Fichte y el pluralismo de la línea de pensamiento más
conservadora—, se unieron en Hegel. Pero Hegel tam bién incluyó otras
líneas de pensamiento en su gran síntesis: en particular, la idea escocesa
de una sociedad económica o civilizada. Aunque la concepción que pre­
sentó Hegel de la sociedad civil puede no ser la prim era de la época mo­
derna, creemos que la suya es la prim era teoría m oderna de la sociedad
civil. Además, la inspiración teórica de la síntesis de Hegel todavía no se
ha agotado desde nuestro punto de vista. A pesar de algunas opiniones en
contrario (Riedel, Luhmann), argumentaremos que varias tradiciones teó­
ricas importantes que emergieron después de Hegel, con o sin una referen­
cia consciente a él, continuaron desarrollándose dentro de los términos
del análisis que él integró. Por esta razón, queremos presentar a Hegel no
en el contexto de una historia conceptual que analiza la estructura herme­
néutica de nuestros conceptos, sino más bien como el precursor teórico
más im portante de varios enfoques posteriores que han conservado su
potencial para proporcionar una orientación más global, intelectual, in­
cluso en nuestra propia época.

L a s ín t e s is d e H e g e l

Todas las ramas de la historia de la concepción de sociedad civil que se


han presentado hasta ahora se unieron en la Rechtsphilosophie de Hegel.
Él es el teórico representativo de la sociedad civil debido al carácter sinté­
tico de su obra y, más aún, porque fue a la vez el primero y el que tuvo más
éxito en presentar el concepto como una teoría de un orden social com­
plejo y muy diferenciado.
Ahora ya es un lugar común que Hegel intentó unir, en un esquema que
era a la vez prescriptivo y descriptivo, un concepto del ethos antiguo con
uno de la libertad moderna del individuo. Pero también debe hacerse én­
fasis en que, en su concepción, el Estado moderno podía, o al menos de­
bía, reconciliar las dimensiones de la sociedad política unificada, homo­
génea, de la Antigüedad con la tardía pluralidad medieval de los cuerpos
sociales autónomos. La antigua dimensión republicana de su concepción,
derivada de Aristóteles y otros pensadores clásicos, se fundamentaría en
HISTORIA CONCEPTUAL Y SÍNTESIS TEÓRICA 121

dos pilares: la vida ética (ethos o Sittlichkeit) y la libertad pública. La di­


mensión medieval derivada de Montesquieu y de fuentes alemanas implica­
ba un énfasis renovado en los cuerpos intermediarios ante el Estado mo­
derno.29 El componente específicamente moderno se encontraría en tres"5
características principales. Primero, Hegel tomó de la tradición del dere­
cho natural y de Kant la definición universalista del individuo como por­
tador de derechos y agente de la conciencia moral. Segundo, generalizó
la distinción que había hecho la Ilustración entre Estado y sociedad civil
de una manera que también implicó su interpenetración. Tercero, tomó de
Ferguson y de la nueva disciplina de la economía política la importancia
que se asignaba a la sociedad civil como el lugar en que se m anifestaba la
civilización material y como portadora de la misma. Sorprendentemente,
tuvo éxito en incorporar todos estos elementos en una estructura unifica­
da, aunque no estuviera libre de antinomias.
Una contradicción que se encuentra en casi toda la obra de Hegel es la
que existe entre la filosofía sistemática y la teoría social. Esta se expresa
políticamente como la antinomia de las posiciones estatista y antiestatista
presentes tanto en la doctrina de la sociedad civil como en la del Estado.30
La teoría social de Hegel presenta a la sociedad m oderna como un mundo
de alienación y a la vez como una búsqueda abierta de integración social.
Su sistema filosófico, por el contrario, llega a la conclusión de que esta
búsqueda ha term inado en el Estado moderno. Sin embargo, nunca que­
da del todo claro si hace referencia a un Estado que ya existe, a uno posi­
ble y deseable, o a uno que todavía no existe pero que es necesario. Sin
embargo, incluso en la versión más débil de este argumento, cuando iden­
tifica la forma posible y deseable del Estado con una versión modemizadora
y constitucional de m onarquía burocrática, las implicaciones estatistas
del sistema construido por Hegel se hacen claras. No obstante, al mismo
tiempo, las recurrentes argumentaciones de Hegel contra el absolutismo
monárquico y el republicanismo revolucionario reviven un énfasis antiesta­
tista en los cuerpos intermedios que limitan la soberanía burocrática y
proporcionan un espacio de libertad pública. Esta tendencia en su pensa­
miento sólo es compatible con la repetida negativa implícita (en ninguna
parte sistematizada) de que la búsqueda de integración social pueda ter­
minar en instituciones como "nuestros estados modernos", que sólo pue­
den proporcionar a los ciudadanos “una participación limitada en los asun­
tos del Estado".31
La contradicción se encuentra en el análisis de la sociedad civil de Hegel
en forma de dos preguntas interrelacionadas: 1. ¿Es la Sittlichkeit o vida
ética posible sólo como un ethos heredado e incuestionable al cual se de­
ben conformar los sujetos individuales para ser congruentes con su pro­
pia identidad, o es posible pensar sobre la vida ótica en una forma verda-
122 EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL

deram ente moderna, permitiendo e incluso requiriendo su propio cues-


tionamiento y crítica así como una pluralidad de formas de vida valora­
das normativamente? 2. ¿Debe concebirse a la sociedad civil como una
Sittlichkeit o Antisittlichkeit o como una combinación dinámica de ambos
"momentos"? ,
Por supuesto, las dos preguntas están profundamente relacionadas y,
en última instancia, pueden ser la misma. Para responderlas, debemos em­
pezar con algunas de las categorías básicas de la Rechtsphilosophie. Hegel
diferenció el espíritu objetivo (objektiver Geist), estructuras intersubjeti­
vas del significado ("espíritu"), racionalmente reconstruidas incorporado
en las instituciones ("objetivas”) en tres dimensiones: el derecho abstracto,
la moralidad, y la Sittlichkeit (vida ética). La diferenciación entre ellas no
es tanto la de sus contenidos (aunque éstos se hacen progresivamente más
ricos a medida que pasamos por los tres niveles) sino entre tres niveles de
la argumentación moral. El derecho abstracto representa una forma de ar­
gumentación sobre la base de primeros principios supuestos dogmática­
mente, como en las teorías de los derechos naturales. La moralidad, un ni­
vel que claramente se refiere a la ética kantiana, representa la autorreflexión
de un sujeto moral solitario como el fundamento propuesto para una argu­
m entación práctica universalista. Finalmente, la Sittlichkeit representa
una forma de razón práctica que, por medio de la autorreflexión, habrá de
elevar el contenido normativo y la lógica de las instituciones y tradiciones
heredadas a un ámbito universal. Únicamente la Sittlichkeit permite explo­
rar las cuestiones normativas (incluidos los “derechos" y la "moralidad")
en el nivel de las instituciones y prácticas históricamente emergentes, con­
cretas, que representan, por lo menos desde el punto de vista que tenía
Hegel del mundo moderno, la institucionalización o realización de la liber­
tad.32 La propia vida ética es diferenciada de una m anera (del todo propia
de Hegel) que combina las dos dualidades de oikos/polis y Estado/sociedad
en la estructura integrada por tres partes: la familia, la sociedad civil y el
Estado.33 A la sociedad civil (hürgerliche Gesellschaft) se le define de varias
maneras, pero la más reveladora es la que la considera una vida o sustan­
cia ética “en su bifurcación (Entzweiung) y aparición (Erscheinung)”.34
Para entender esta definición de la sociedad civil, debemos examinar la
noción de Sittlichkeit con más detalle. Charles Taylor ciertamente tiene
bases sólidas, por lo menos en una dimensión del texto de Hegel, cuando
interpreta el contenido de esta noción "como las normas de la vida públi­
ca de una sociedad [...] sostenidas por nuestra acción, y que no obstante
ya estaban presentes."35 Según Taylor, "en la Sittlichkeit no hay ninguna
brecha entre lo que debe ser y lo que es, entre el Sollen y el Sein" ,36 El
esquema general de Hegel repetidam ente hace énfasis en la identidad to­
tal de la voluntad (racional) del sujeto con las leyes y las instituciones,17 lo
HISTORIA CONCEPTUAL Y SÍNTESIS TEÓRICA 123

que hace que cualquier enfrentamiento entre la Voluntad particular y la


universal, entre el sujeto y el objeto, entre el derecho y el deber, sea impo­
sible o por lo menos irracional.38
Taylor pisa terreno menos firme cuando interpreta Moralitat y Sittlichkeit
simplemente en forma de oposición. La vida ética m oderna tal como la
presenta Hegel se distingue de todo el ethos antiguo porque contiene las
otras dos dimensiones éticas —derechos y m oralidad universalista— en
un nivel más alto, es decir, institucionalizado. En realidad, según Hegel,
se crea un espacio institucional para la moralidad privada, la que no debe
convertirse en "un asunto de legislación positiva".39 Sobre esta base, Hegel
pudo haber llegado a reconocer la posibilidad del conflicto instituciona­
lizado entre la teoría y la práctica, entre las normas y la realidad, como el
principal logro del mundo moderno. El que no lo haya hecho le permite a
Taylor interpretarlo principalmente como un "antiguo", lo que es comple­
tam ente contrario a las propias intenciones de Hegel. Por supuesto, Taylor
se concentra sólo en la principal línea que sigue la concepción de Hegel,
no en el todo antinómico. La propia definición de Sittlichkeit hecha por
Hegel implica un mayor énfasis en su producción y reproducción por medio
de la acción autoconsciente.40 ¿Deben encontrarse las bases para esa ac­
ción nada más en la Sittlichkeit, o también en la Moralitat o, por lo menos
para el mundo moderno, en una forma de vida ética que ha incorporado
la moralidad, junto con la tensión entre lo que es y lo que debería ser?
Cuando decimos que la Sittlichkeit, como las normas de la vida pública de
una sociedad, ya existe, la autoridad de Hegel sólo nos lleva hasta el he­
cho de registrar la existencia institucional de las norm as de que se trata,
posiblemente sólo en formas de discurso, o como legitimaciones o ideolo­
gías. Su carácter frecuentemente “contrafáctico" es observado por el propio
Hegel, por ejemplo, en el caso de los principios y la práctica de la ley po­
sitiva. DesafortunadamenÉes Hegel no descubrió que la sociedad civil
moderna está caracterizada por el conflicto no sólo de las moralidades
(del que a veces parece darse cuenta) sino también de las concepciones
normativas de la propia política. Así, no observó que era posible estable­
cer una nueva forma de Sittlichkeit que contuviera una pluralidad de for­
mas de vida; esto haría posible el consenso sólo al nivel de los procedi­
mientos, pero ese consenso puede llevar a com partir algunas premisas
sustantivas e incluso a una identidad común. Ciertamente, adm ite la
posibilidad de conflicto entre la norm a institucionalizada, la base real
de la posición moral y la práctica de las instituciones. Principalmente
por esta razón, su pensamiento y el mundo social que describe están abier­
tos a la crítica inmanente.
Debido a la división interna de su esfera institucional, la sociedad civil
es por excelencia la estructura donde surge la tensión entre lo que es y lo
124 EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL

que debería ser. Nuestro propósito es m ostrar que esta división difícilmen­
te desaparece en la teoría de Hegel incluso en la esfera del Estado, que se
supone es aquella en que se reconcilian todas las antinom ias.41 Aunque
Hegel recurrentemente implica que no debe considerarse a ningún E sta­
do de los que existen en la realidad como si ya fuera racional, afirma, no
obstante, que la sustancia ética (Sittliche) definida en términos de la iden­
tidad de la autorreflexión racional y las instituciones reales es la “wirkliche
Geist einer Familie und eines Volks’’.42 La ausencia de la sociedad civil y la
presencia de la familia y el Estado, este último nada más como pueblo,
son los rasgos notables de esta definición de la Sittlichkeit. De m anera
congruente, la sociedad civil reaparece en el siguiente párrafo sólo como
una versión “abstracta" y “externa" de la Sittlichkeit,43 La sección sobre la
transición entre la familia y la sociedad civil habla de "la desaparición de
la vida ética” y su resurgimiento sólo como un “mundo de apariencia éti­
ca ,44 Hegel continua hablando de la sociedad civil “como un sistema de
vida ética perdida en sus extremos”.45
De este modo, la sociedad civil es un nivel de Sittlichkeit donde las opo­
siciones de lo que debería ser/es, sujeto/objeto, derecho/deber, e incluso
de lo racional/lo que existe reaparecerían todas. Pero no sería difícil argu­
mentar que este nivel de Sittlichkeit es su misma antítesis, un Gegen- o
AntiSittlichkeit.46 Gran parte de la discusión de Hegel sobre la sociedad
civil enfatiza la desintegración de la forma supuestamente natural de vida
ética representada por la familia en un m undo de egoísmo y enajenación.
No obstante, cuando habla de las raíces éticas del Estado, se refiere a la
familia y a la corporación, esta última-“plantada en la sociedad civil”.47
Aquí está el verdadero sentido de considerar a la sociedad civil como “la
bifurcación de la vida ética", como a la vez Sittlichkeit y AntiSittlichkeit,
donde la unidad de la vida ética sustancial (según el juicio final de Hegel
sobre la sociedad civil) sólo se logra en apariencia.
Al seguir el despliegue que hace Hegel de las categorías de la sociedad
civil desde el sistema de necesidades y el sistema de leyes hasta la policía
(la autoridad general) y las corporaciones, e incluso más allá hasta la asam ­
blea estamental y la opinión pública, obtenemos una descripción de la
sociedad moderna como una dialéctica de Sittlichkeit y AntiSittlichkeit.
Sólo las ilusiones de la construcción de sistemas dan fin a este movimien­
to en la (muy incongruente) descripción del Estado como plenamente rea­
lizado pero ya sin que se le haya dado naturalm ente vida ética.48
Debemos detenemos a considerar la gran im portancia de una com­
prensión desde dos puntos de vista del concepto de sociedad civil de Hegel.
Si fuéramos a interpretarla sólo como enajenación, la integración social
tendría q u e ser concebida exclusivamente en los niveles de la familia y del
Estado. Entonces, en relación con la sociedad civil, las dimensiones pre-
HISTORIA CONCEPTUAL Y SÍNTESIS TEÓRICA 125

ceptiva o crítica de la teoría empezarían a destacarse, pero una versión


trascendente de la crítica49 tendría que tom ar o la forma de un comunalis-
mo romántico, con relaciones cara a cara como su estándar normativo, o
del estatismo, cuya autolegitimación puede tom ar varias formas republi­
canas o nacionalistas. Sin embargo, si la sociedad civil fuera interpretada
exclusivamente en térm inos de las form as de integración social que
emergen aquí, los elementos descriptivos y tendencialmente conformis­
tas de la teoría adquirirían relevancia, y se perderían de vista los aspectos
negativos de la sociedad civil burguesa que Hegel fue uno de los prim e­
ros en señalar con detalle. La riqueza y el poder de la teoría social de
Hegel se encuentran precisamente en que evita a la vez una crítica tras­
cendente de la sociedad civil y una apología de la sociedad burguesa.
Muchos interprétesele Hegel ven la interpretación de la sociedad mo­
derna como una serie de mediaciones entre la sociedad civil y el Estado.
Sin embargo, esta forma de presentar el problema ya está conformada
por la dimensión estatista en el pensamiento hegeliano. Si no vamos a
aceptar desde el principio que la única línea de pensamiento im portante
en Hegel supone que el Estado (¿pero qué elemento del Estado?) es el
nivel más alto, más completo y universal de integración social, el proble­
ma de la mediación debiera presentarse de forma diferente. En un nivel
más abstracto, ya debe estar claro que la mediación es entre la AntiSitt­
lichkeit y la Sittlichkeit. No obstante, en un nivel más concreto, lo que se
debe m ediar es la distancia entre lo privado y lo público, si entendemos al
primero como el "punto de fuga” en que la integración social de la familia
se disuelve antes de que empiecen las mediaciones características de la
sociedad civil. Por consiguiente, nuestra tesis es que la mediación de
la AntiSittlichkeit y la Sittlichkeit culmina en una noción de la vida pública
que Hegel sólo de m anera incongruente identificó con la autoridad del
Estado.50 Después de las |M¿aaeras críticas de Marx a la filosofía del Esta­
do de Hegel, poco quedará de esta identificación, excepto por el pequeño
detalle del papel del estatismo en las críticas de la economía de mercado
capitalista en el siguiente siglo y medio, incluidas las de los propios segui­
dores de Marx.51 Sin embargo, tanto en la obra de Hegel como en la de
Marx la tendencia estatista está en una situación de fuerte tensión con las
opciones antiestatistas.
Como cualquier lector de Hobbes sabe, el camino al estatismo es pre­
parado por la identificación de la sociedad que se encuentra fuera del
listado con la competencia y el conflicto egoístas. Tal es también el resul-
ludo de la bien conocida identificación marxista de la sociedad civil y de
la sociedad burguesa.52 La tradicional traducción alemana de societas civilis
como bürgerliche Gesellschaft no es la única base de este movimiento teó­
rico. El propio Hegel identifica repetidas wcesbürgerlich como bourgeois,**
126 EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL

y en ninguna parte usa la forma adjetiva en el sentido clásico de Bürger o


citoyen. Cuando afirma que los individuos como Bürger de la sociedad
civil, el "Estado externo”,54 son personas privadas,55 participa en un cam­
bio fundam ental en el concepto de la sociedad civil que lo aleja del signi­
ficado original de la sociedad ciudadanía. Al mismo tiempo, si se va a
entender al burgués como el homo oeconomicus, entonces claramente re­
presentaría sólo una dim ensión de lo que Hegel define como el sujeto de
la sociedad civil, la persona concreta.56 Por supuesto, esta últim a es de­
finida prim ero como “una totalidad de necesidades y una mezcla de nece­
sidad natural y de voluntad arbitraria (Willkür)". Pero éste es nada más el
punto de partida de Hegel: el sistema de necesidades es el prim er nivel de
la sociedad civil. A m edida que continúa el argum ento en los siguientes
niveles —“la adm inistración de la ley” y la "autoridad general y la corpo­
ración”—, encontramos de nuevo a la persona concreta con nuevas desig­
naciones: persona legal, cliente de la autoridad general y miembro de una
asociación.57 Es sólo en el nivel del sistema de necesidades, cuya descrip­
ción Hegel deriva de la economía política,58 que puede sostenerse congruen­
temente una descripción radical de la sociedad civil como una AntiSittlich-
keit. Por ejemplo, cuando Hegel define a la sociedad civil como un sistema
de Sittlichkeit “dividida en sus extremos y perdida",59 tiene en mente una
condición en que el individualismo egoísta —un extremo— es integrado
por medio de una generalidad abstracta (interdependencia universal) —el
otro extremo— que es totalmente ajeno a la voluntad de los individuos.
Por lo tanto, la sociedad civil como “un logro del mundo m oderno”60 impli­
ca la creación de un nuevo tipo de economía de mercado que integre las
"voluntades arbitrarias" de sujetos económicos autointeresados por me­
dio de un proceso objetivo y "externo” que logra un resultado universal no
intencional y no anticipado por los participantes.61 Este proceso objetivo
puede ser reconstruido por una ciencia específica del mundo moderno, a sa­
ber, la economía política, a la que Hegel considera totalmente paralela a
las ciencias de la naturaleza.62
El modelo de integración de Hegel al nivel del sistema de necesidades
parte de la descripción que hace Adam Smith del mercado autorregula-
do como una mano invisible que relaciona el autointerés y el bienestar pú­
blico. Pero sus argumentos son menos económicos que sociológicos, inclu­
so aunque el tremendo proceso de crecimiento económico implicado por
la economía de mercado m oderna subyace en toda la tesis.63 El ve tres ni­
veles de integración en este contexto: necesidades, trabajo y "estamentos".
En la sociedad moderna las necesidades se hacen cada vez más abstractas
al tom ar la forma del dinero, el cual hace posible m edir las necesidades de
todos. Es la monetarización lo que posibilita el reconocimiento general y
la satisfacción de las necesidades. Hegel también observa lo que subyace
HISTORIA CONCEPTUAL Y SÍNTESIS TEÓRICA 127

en el proceso: la abstracción de las necesidades pérmite su trem enda ex­


pansión. Y el resultado de la expansión sin límites de las necesidades sólo
puede ser un gran lujo y extravagancia al lado de la necesidad perm anen­
te, es decir, la incapacidad de agunos para satisfacer incluso las necesida­
des básicas.64 En la sociedad moderna el trabajo media entre la particula­
ridad y la universalidad a través del proceso de creación de valor (el trabajo
particular del individuo que crea productos que pueden medirse en forma
comparable con los productos de todos los demás) y de la división del tra­
bajo, lo que conduce a la "dependencia de los hombres entre sí y a su rela­
ción recíproca”.65 De nuevo, Hegel ve lo que subyace en el proceso, en esta
ocasión "la dependencia y miseria de la clase” que está atada a formas de
trabajo restringido y unilateral que "implican la incapacidad de sentir y
disfrutar de las libertades más amplias y en especial de los beneficios inte­
lectuales (geistigen) de la sociedad civil".66 Finalmente, Hegel tiene una
teoría de estratificación según la cual la diferenciación de los estratos so­
ciales de la sociedad civil a los que sigue llamando Stande (estamentos u
órdenes) integra a los. individuos como miembros de "uno de los mom en­
tos de la sociedad civil” con su propia rectitud y honor estam ental (Stan-
desehre).61
Hegel insiste en que sus estamentos son modernos y que los individuos
se convierten en parte de ellos libremente, mediante sus propios logros,
en vez de por atribución.68 No obstante, está claro que sólo ha descubierto
parcialmente el principio específicamente moderno de la estratificación,
es decir, la clase socioeconómica.69 La clase trabajadora, a la que (como lo
ha mostrado Avineri) restringe el nuevo término de clase (Klasse), no está
incluida en su esquema de los estamentos agrícola, de los negocios y uni­
versal (es decir, burocrático).70 Ésta es una grave omisión, en especial por­
que Hegel afirma que sus estamentos corresponden a la diferenciación
económica. No obstante, d e re c h o no descubrió la forma específicamen­
te moderna de estratificación basada en las divisiones socioeconómicas
del interés y las líneas del conflicto, porque no distinguió adecuadam en­
te entre la diferenciación y la integración. Así, sus instrum entos teóricos
le fallaron cuando se enfrentó a una clase cada vez más diferenciada, vic­
tima de la pobreza y de la enajenación de la mano de obra, a la que consi­
deró (lo que a la postre resultó equivocado), por lo tanto, incapaz de inte­
grarse en la sociedad civil e incapaz de contribuir a la integración de la
misma.
Hablando en sentido riguroso, la integración por medio de los esta­
mentos no pertenece al nivel del "sistema de necesidades" donde la inte­
gración es función de procesos objetivos, no derivados de la voluntad,
listo lo muestra el hecho de que el análisis simplemente duplica lo que en
otras partes Hegel asigna a la familia (la clase agrícola),71 a la corporación
128 EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL

(la clase de los negocios),72 y a la autoridad general (la clase de los funcio­
narios públicos).73 Es sólo lo que Hegel considera el lado inferior de este
proceso de emergencia de nuevos grupos de status no atribuido lo que
pertenece al nivel socioeconómico de su análisis. Por consiguiente, la cla­
se trabajadora representa una forma de, desigualdad producida por la so­
ciedad civil74 en la que la ausencia de herencia o de un ingreso no ganado
de alguna otra manera, así como una forma específica de vida, hacen impo­
sible acceder a la calidad de miembro de algún estamento y exponen a los
individuos a los riesgos de contingencias económicas que están más allá de
su control.75
Considerados en conjunto, la necesidad, la mano de obra y la diferen­
ciación alcanzan un nivel de universalidad en la sociedad civil sólo con un
gran costo social. Hegel está agudam ente consciente de esto, aunque
no observe, y no puede observarlo, el nivel correspondiente de potencial
de conflicto. A diferencia de algunos de los economistas políticos que
conocía (en particular Ricardo), no desarrolló rápidam ente el tema del
problema del conflicto en relación con la clase trabajadora,76 quizá debi­
do a su opinión de que los estamentos (es decir, los nuevos tipos de gru­
pos de status) por sí solos constituían el principio moderno de estrati­
ficación.77 A pesar de todo, entendió que la "integración del sistema" de
la sociedad civil era muy inestable, aunque no presentó este problema
en términos de categorías acción-teóricas. Aún así, entendió, más que cual­
quier economista político, que la integración social debe ocurrir fuera del
sistema de necesidades para que la propia economía de mercado pue­
da funcionar. Sin embargo, a diferencia de los primeros filósofos políti­
cos modernos que seguían la tradición de la ley natural, no limita este
nivel de integración al ejercicio del poder soberano, a la esfera del Estado
o a la familia, otra elección posible. Fue en oposición consciente a esas
opciones teóricas que desarrolló una teoría de la integración social que
constituyó uno de los actos fundadores de la sociología moderna, o al
menos del paradigma desarrollado por Durkheim, Parsons y Habermas,
entre otros.
La teoría de la integración social de Hegel procede en tres pasos: /) la
estructura legal (RechtspflegeJ; 2) la autoridad general (Polizei); 3) la cor­
poración; 4) el ejecutivo (burocrático); 5) la asamblea estamental o legis­
latura, 6) y la opinión pública. Mientras que a las tres prim eras se las
desarrolla como parte de la teoría de la sociedad civil, y las últimas tres
pertenecen a la teoría del Estado, o más bien al derecho constitucional, el
argumento resulta ser en lo esencial continuo.78 Quizá deberíamos pensar
en éstas como dos líneas de la argumentación, incluso cuando la forma de
proceder de Hegel yendo de uno al otro y retornando al primero está cons*
truida de tal manera que evita la aparición de esa diferenciación. Es en
HISTORIA CONCEPTUAL Y SÍNTESIS TEÓRICA 129

este doble argumento respecto a la integración sócial en el que nos con­


centraremos.
Como hemos mostrado, el sistema de necesidades de la teoría de Hegel
es en sí integrado, pero de una manera que es "externa" (fuera de la volun­
tad y la conciencia), incompleta (menos que totalm ente universalista) y
autocontradictoria. La integración más allá del sistema de necesidades
opera de acuerdo con dos lógicas diferentes: la lógica de la intervención
del Estado en la sociedad, y la de la generación de la solidaridad societal,
identidad colectiva y voluntad pública dentro de la propia sociedad civil.
En la mayor parte del texto es posible diferenciar claramente el desarrollo
de las dos lógicas. Una serie —estamento universal, autoridad general, co­
rona, ejecutivo— expresa la línea de la intervención del Estado; otra —los
estamentos, las corporaciones, las asambleas estamentales, la opinión
pública— sigue la de la generación autónoma de la solidaridad y la iden­
tidad.
Sólo en la “adm inistración de la ley" es difícil separar las dos líneas de
argumentación. En la exposición de Hegel, este nivel representa la posibi­
lidad de una resolución universalmente (o por lo menos generalmente)
válida de la lucha de particulares en la sociedad civil. La superación de la
Gegensittlichkeit como la división de lo particular y lo universal empieza
aquí, pero en una forma que nada más es capaz de generar una identidad
colectiva limitada. La persona legal se identifica con la colectiva sólo en la
forma de obligaciones abstractas. Hegel no sólo reconoce las presuposi­
ciones no económicas de la economía en el sentido moderno, en la ley de
la propiedad y del contrato,79 sino que también percibe que sus implica­
ciones van mucho más allá de la economía. En particular, la publicación
del código legal y, aún más, la difusión de los procedimientos legales son
cambios de importancia y de validez universal que hacen posible el surgi­
miento de un sentido universalista de justicia.80 Este argumento se hace
plenamente inteligible en el contexto del entendimiento que Hegel tenía
del concepto de lo público (Óffentlichkeit), que va más allá de la dicotomía
que hacía el derecho romano de lo público y lo privado. Más adelante
analizaremos con detalle este concepto, pero aquí simplemente subraya­
remos que Hegel ve una relación funcional entre la ley m oderna y el siste­
ma de necesidades: cada una de ellas es necesaria para la emergencia y
reproducción de la otra. Sin embargo, también insiste en que la institu-
cionalización del derecho subjetivo y de la ley objetiva protege la libertad
y la dignidad de los sujetos modernos de una m anera que pueden recono­
cer m utuam ente las personas privadas en vez de los individuos aislados
que hayan sido reunidos en un proceso público.81 Para Hegel, la institu­
ción del derecho como ley requiere tanto de la acción del Estado (él prefiere
fuertemente una codificación legal a lu adjudicación basada en preceden-

níÉMP'
130 EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL

tes)82 como de procesos culturales autónomos. No es ni un positivista legal


ni un teórico del derecho natural y ni siquiera un historicista. Para Hegel,
los derechos universales tienen una validez mayor que aquélla limitada
históricamente, incluso si surgen dentro de un desarrollo cultural y úni­
cam ente se les puede reconocer universalmente por medio de un proceso
de educación (Bildung) que sólo se ha hecho posible en la sociedad civil.83
No obstante, los derechos universales no logran una existencia objetiva
sin ser postulados como una ley (gesetzt ais Gesetz), lo que implica legisla­
ción, codificación y adm inistración por una autoridad pública (óffentliche
Machí). Sin los procesos culturales autónomos que los crean, los dere­
chos no pueden adquirir validez o reconocimiento. Pero sin los varios
actos necesarios del Estado y de sus órganos, no es posible ni una verda­
dera definición ni una relación sistemática con otros derechos.84 Única­
mente la combinación de los dos nos da una fuerza obligatoria. Hegel
reconoce prudentem ente la posible discrepancia de los dos mom entos,85
el cultural y el político, “entre el contenido de la ley y el principio de lo
correcto”.86 Sin embargo, dentro del análisis de la ley, sólo puede ofrecer
algunos requerimientos formales y de procedimiento que no deben violar
los legisladores y los jueces, en particular el requisito de que la ley se haga
pública y de su generalidad formal. Es posible que espere un ajuste más
estrecho entre el principio de derecho y el derecho positivo en lo que se
refiere a las reglas legales sustantivas, por medio de la capacidad de las
otras mediaciones institucionales de su teoría para crear leyes.

I n t e g r a c ió n p o r m e d io d e l E sta d o

Hegel no puede m antener la complementación entre las estrategias societal


y estatista de la integración social más allá de su análisis de la adm inistra­
ción de la ley. A partir de este punto en la argum entación,87 los dos tipos
de estrategia se identifican con diferentes complejos institucionales. La
tendencia estatista en el pensamiento de Hegel, que anticipa a Marx y en
especial al marxismo, está conectada claramente con la idea de la socie­
dad civil como una Gegensittlichkeit, fundamentada en el análisis del sis­
tema de necesidades.88 Las consecuencias patológicas del sistema de nece­
sidades, que implica extremos de riqueza y de pobreza, de carencia y de
lujo, así como una grave amenaza a la hum anidad y existencia misma
de la clase que hace trabajo directo, requiere medidas que le perm itan a
Hegel anticipar las características del Estado benefactor m oderno.89 En
particular, se pide una burocracia estatal (la clase universal, la clase de
funcionarios públicos civiles) que trate con las consecuencias disfuncio­
nales del sistema de necesidades, de dos maneras:
HISTORIA CONCEPTUAL Y SÍNTESIS TEÓRICA 131

1. Se recurre al estamento universal como el mecanismo clave para que


trate con el antagonismo de los estamentos. En este punto el análisis ado­
lece de una falta de referencia a la clase que Hegel reconocía a la vez co­
mo el producto del orden económico moderno y como la que estaba más
amenazada por este último. No obstante, el supuesto de que los estamentos
producen tanto integración dentro de los estratos como antagonismo en­
tre ellos, representa una im portante apertura para una sociología del con­
flicto. En este contexto, Hegel afirma que el honor conferido por el status
y la condición económica del Estado del servicio público implica que "los
intereses privados (o particulares) encuentran su satisfacción en su traba­
jo para lo universal".90 La condición asalariada del funcionario, el requisito
del acceso abierto a los cargos y las limitaciones para evitar que los cargos
se conviertan en patrimonios privados, todos inhiben la formación del ti­
po de Estado cerrado, autointeresado, que caracteriza a la mayoría de las
burocracias tradicionales. La educación del funcionario público hace que
la idea del servicio público sea consciente y deliberada.91 Por lo tanto, se­
gún Hegel, el estamento universal está en una posición única para resol­
ver el antagonismo de los estamentos.
No hay necesidad de repetir la brillante crítica que Marx hizo en 1843
de las pretensiones del punto de vista hegeliano acerca del estamento uni­
versal, en la que señaló sus intereses particulares y su conciencia de sta­
tus. Hegel se las arregló para engañarse a sí mismo en este respecto en
parte debido a la tendencia estatista de su pensamiento, y en parte porque
no vio ninguna razón para considerar los antagonismos sociales implica­
dos por la existencia de la "clase de trabajo directo". Por ser incapaces de
integrarse con los de su misma clase, en este punto de vista los trabajado­
res no parecían ser capaces de un conflicto con otras clases. La conse­
cuencia disfuncional de la difícil situación de esta clase se observa en la
existencia de una masa d ^ ^ fe n ta d a y aislada, el Póbel, cuya integración
requiere medidas dirigidas a los individuos (esto es, los clientes) en vez de
a grupos integrados. Pero cuando se elimina al estrato más pobre del es­
pacio del análisis, la idea de que la burocracia representa un interés gene­
ral sólo debe ser reconciliada con los intereses de las clases poseedoras de
(ierras.92
La discusión que hace Hegel de los funcionarios públicos se presenta
en dos secciones de su análisis: las que tratan del sistema de necesidades
de la sociedad civil y la que trata del ejecutivo del Estado. Esto se justifica
por el hecho de que la burocracia es a la vez un estrato social y una insti­
tución del Estado.93 Pero la decisión teórica de Hegel oculta el hecho de
que este estamento difiere de otros en dos aspectos. Primero, está consti­
tuido por el Estado y no por la división socictal del trabajo. Segundo, en el
Kstudo la burocracia encuentra su lugar institucional en el ejecutivo en
132 EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL

vez de en la asamblea estamental. Así, el argumento de Hegel respecto al


afortunado doble significado del término alemán Stande,94 el que hace
referencia tanto a los órdenes sociales como a una asamblea deliberativa,
no se aplica. Al llam ar a la burocracia un Stand, Hegel pierde la oportuni­
dad de descubrir la segunda forma de estratificación, prim ariam ente mo­
derna, cuyo principio constitutivo es el poder político. Lo que es aún más
im portante, disfraza el principio estatista de la forma de integración so­
cial que está considerando.
La forma en que la burocracia deberá lograr la integración de los esta­
mentos antagónicos revela, por lo menos, algunas de las consecuencias.
El ejecutivo del Estado o burocracia política tiene el papel de “incluir lo par­
ticular en lo universal" mediante la aplicación de las leyes. Hegel acepta el
supuesto parlamentario de que una asamblea estamental es capaz de gene­
rar una voluntad pública y general. Pero cree que en la sociedad civil to­
dos los intereses particulares reaparecerán, y que por esta razón, fuera de
la esfera del Estado propiam ente dicha, la burocracia debe ser el agente
de la universalidad. El hecho de que se sienta obligado a adm itir que se re­
quiere la autoridad de las comunidades locales (Gemeinden) y de las corpo­
raciones como una "barrera contra la intrusión del capricho subjetivo en
el poder confiado al funcionario público"95 muestra, a pesar de todo, que He­
gel está consciente de que la realidad puede ser muy diferente a su imagen
idealizada. Así, presentar a la burocracia como un estam ento de la socie­
dad civil no es sólo una forma de ocultar el nivel real de intervención
estatal que propone, sino que también es una forma de desviar la respon­
sabilidad por la intervención disfuncionál o incluso autoritaria del Estado
a un grupo social y al capricho subjetivo de sus miembros.
2. El modelo de integración por medio de la intervención del Estado es
desarrollado adicionalmente en la teoría de la policía o de la autoridad
general (Polizei o allgemeine Machí). Infortunadamente, el térm ino mo­
derno "policía" no cubre el significado que le da Hegel en este caso. De
acuerdo con el antiguo uso absolutista, se estaba refiriendo a algo más
que la prevención del crimen y al m antenim iento del orden público. Sin
embargo, Hegel también usa el térm ino "autoridad general” con significa­
dos que no cubre la sección sobre la Polizei. Así, quizá sea más sencillo ha­
cer una lista de los usos que hace de este concepto: vigilancia (relacionada
con el crimen y la delincuencia);96 intervención en la economía en forma
de controles de precios y regulación de las principales ramas industria­
les;97 y el bienestar público en forma de educación, caridad,98 obras públi­
cas99 y la fundación de colonias.100
La idea que se encuentra detrás de la vinculación de estas áreas apa­
rentemente diversas no es muy coherente. El funcionamiento del sistema
de necesidades se relaciona, en la concepción de Hegel, con dos fuctorcs
HISTORIA CONCEPTUAL Y SÍNTESIS TEÓRICA 133

más bien diferentes: una disfuncionalidad centrífuga basada en el capri­


cho subjetivo y en el descuido de los individuos, y efectos inducidos siste­
m áticamente basados en gran medida en la competencia a nivel mundial
y la división del trabajo. La “policía” representa la penetración del Estado
en la sociedad civil para servir a los intereses de la justicia y del orden
compensando ambos sin eliminar sus causas básicas, que se encuentran
en el dinamismo del sistema de necesidades. Como resultado, se dism inu­
yen, aunque no del todo, las consecuencias centrífugas y fragmentadoras
del conflicto. La "prevención del crim en” y el castigo a los criminales no
eliminan al crimen, sino que lo mantienen dentro de límites tolerables.
Las disposiciones para el bienestar social y la educación pública no elimi­
nan el conflicto y la enajenación, pero pueden impedir que la clase traba­
jadora se vea reducida a la condición de chusma (Póbel). En estos casos y
tam bién en el caso de los controles de precios y de la producción, el obje­
tivo que propone Hegel es la compensación de los efectos colaterales
disfuncionales del nuevo tipo de economía de mercado, una dimensión
central de la sociedad civil moderna. Los detalles de su análisis no siem­
pre aclaran si está defendiendo a las formas precapitalistas de interven­
ción paternalista o si están anticipando los rasgos del moderno Estado
benefactor. Sin embargo, la concepción general implica la compensación
reactiva de los efectos de un sistema de mercado genuino, más que una
sustitución estatista, proactiva, de las funciones del mercado.
La característica estatista de la doctrina de la policía se encuentra en
otras partes del texto. Hegel no distingue sistemáticamente entre la inter­
vención estatal en forma de una conducción económica (por ejemplo, los
controles de precios en un sistema de precios de mercado) y la interven­
ción en las esferas no económicas de la vida (por ejemplo, la vigilancia).
Aunque desde el punto de vista de la disfunción del mercado, cada una de
estas medidas representa qnp compensación nnst facto, la vigilancia y otras
formas de control social son proactivas desde el punto de vista de las for­
mas no económicas de la vida, y se remplazan, como lo observó Tocque-
ville, con relaciones estatizadas los vínculos sociales-horizontales.101 Puede
observarse un carácter proactivo parecido en las funciones de la autori­
dad general que se refieren a la administración que le ha sido confiada
por otros y a la educación.102 Por supuesto, el problema no es que Hegel
espere impedir que los huérfanos y los hijos de los pobres caigan en la
pobreza, sino que define los rem edios en térm inos de un “derecho” de
la sociedad en conjunto, más que como derechos de los individuos, fami­
lias y comunidades de los que se trata. Nuevamente, Hegel remplaza la
interacción y solidaridad social horizontales con los vínculos verticales
basados en el paternalismo estatal. Incluso si fuera cierto que la sociedad
civil destruye los lazos familiares que protegían a los individuos en la socie-
134 EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL

dad premoderna, la idea de que la autoridad general (el Estado) "toma el


papel de la familia para los pobres”103 es una mistificación de medidas
que no producen, sino que remplazan, a la solidaridad social.

La in t e g r a c ió n s o c ia l p o r m e d io d e la s o c ie d a d c iv il

Hegel no pretende que en este nivel el Estado produce una unificación


plena de la sociedad. Además, la clase de universalidad que logra equivale
a una forma de imposición y control "externos”.104 En la sociedad civil
encontramos al Estado sólo en forma de una externalidad, y la metáfora
de la sociedad civil como "la familia universal” está totalm ente fuera de
lugar en la teoría de la policía o de la autoridad general. Esta metáfora
pertenece en cambio a la segunda ram a de la concepción hegeliana de la
integración social, la ram a solidaria que va de la familia a la corporación,
a la asamblea estatal y a la opinión pública. Pero, como Hegel considera
(equivocadamente) que el papel integrador de la familia se ve negado en la
sociedad civil,105 la corporación se convierte en el punto de partida para
la autointegración de la sociedad civil. Como en el caso de la policía y de
los estamentos, uno puede legítimamente poner en duda si la teoría de la
corporación hegeliana revive una forma premoderna de vida social o an­
ticipa una forma posliberal de integración social. Retornaremos poste­
riormente a esta pregunta y aquí sólo haremos la observación de que Hegel
era a la vez un fuerte crítico de los ataques liberales y revolucionarios sobre
los antiguos entes corporativos a la vez que favorecía una forma de orga­
nización corporativa significativamente diferente de la del antiguo régi­
m en.106 En realidad, propuso y defendió una versión de corporación que
tenía ingreso y salida abiertos, que se basaba en un principio no heredita­
rio, que era voluntaria y no incluía a todos, y que no implicaba ninguna
suspensión de los derechos individuales de los miembros respecto al cuerpo
corporativo. Sin em bargo, a diferencia del caso del sindicato m oder­
no, tanto los patrones como los empleados serían miembros de las cor­
poraciones en la esfera económica. Además, Hegel no limitó la organiza­
ción corporativa a esa esfera: en el concepto también incluyó a organismos
académicos, iglesias y consejos locales.107
Las funciones prim arias de la corporación en la teoría de Hegel son la
socialización y la educación. En particular, se supone que la asociación de
negocios combina la capacitación vocacional con la capacitación para
la ciudadanía. Así, toda la vida corporativa, suponiendo la ya mencionada
modernización de su estructura, ayuda a superar la brecha que la socie­
dad civil produce entre los burgueses y los ciudadanos, educando a los
individuos para que "internalicen" el bien común y desarrollen la virtud
HISTORIA CONCEPTUAL Y SÍNTESIS TEÓRICA 135

cívica. En el proceso, se espera que se desarrollen solidaridades que afec­


tarán la estructura de motivos de los individuos, remplazando los motivos
egoístas por las preocupaciones e identificaciones colectivas. En este
contexto, el problema de Hegel era el mismo que el de Rousseau, es de­
cir, cómo pasar de lo particular a lo general, en vista de la individualidad
moderna. Pero su respuesta es significativamente diferente, porque Hegel
no creía que la realidad del Estado moderno de gran escala o que la socie­
dad civil m oderna con un sistema dinámico de necesidades podía o debía
ser dejada a un lado, o que individuos que son totalmente egoístas en su
vida privada puedan alcanzar lo general en la esfera política. En su opi­
nión, la generalidad sólo puede obtenerse mediante una serie de pasos
que incorporen algo del espíritu público en lo que es jurídicam ente la es­
fera privada. Las corporaciones que Rousseau, su antecesor filosófico en
la ley natural, y sus sucesores revolucionarios procuraban eliminar de la
vida social, remplazan a la particularidad en la teoría de Hegel con una
forma limitada de generalidad a un nivel en que la resocialización es real­
mente posible.
Mientras la corporación representa un paso crucial en el desarrollo de
la ram a del pensamiento hegeliano que hace énfasis en la autointegración
de la sociedad, la antinom ia de su posición política es, a pesar de todo,
visible en ella. Al igual que Montesquieu antes de él y que Tocqueville
después de él, buscó un nivel intermedio de poder entre el individuo y el
Estado; temía la impotencia de sujetos atomizados y procuró un control
de la arbitrariedad potencial de la burocracia estatal.108 Pero al mismo
tiempo, de conformidad con su doctrina del Estado, quiere defender un
modelo de socialización que hará posible la transición a un patriotismo
centrado en el Estado. En este contexto, el objetivo de Hegel es proporcio­
nar una transición fluida basada en la vida diaria, desde el Geist de la
corporación como la escuefc del patriotismo hacia el Geist del Estado,
donde el patriotism o debe lograr su plena "universalidad”.109 Por supues­
to, mucho depende de que el concepto de Estado implicado aquí esté ba­
sado en la generación parlam entaria, pública, de la identidad, o en una
imposición monárquica-burocrática de la unidad. Pero como la antino­
mia no se resuelve en el ámbito del Estado, el papel de la corporación en
la educación política también se torna ambiguo. Esto, a su vez, afecta la
relación de la corporación con la autoridad general; como lo m uestra
Heiman, Hegel nunca pudo decidir entre una doctrina medieval, que im­
plicaba la independencia corporativa y la personalidad legal, y una con­
cepción de conformidad con el derecho romano que hacía énfasis en el
control y supervisión del Estado.110
Cualesquiera que sean las ambigüedades de la doctrina corporativa de
Hegel, no es posible ignorar el diferente centro de gravedad en este caso
136 EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL

cuando se le com para con el concepto de policía. Tanto la policía como la


corporación son identificadas a veces como la segunda familia del indivi­
duo. También comparten algunas asignaciones funcionales, como la edu­
cación. Además las justificaciones normativas producidas para cada una
son igualmente convincentes. La corporación es una segunda familia lo
suficientemente pequeña y determinada en su propósito para perm itir
la genuina participación en ella de sus miembros. Sin embargo, estos miem­
bros sólo incluyen una parte de la población; aunque parece ser general
en lo que respecta a sus miembros, la corporación representa inevitable­
mente un interés particular referente a otros grupos y a los que no están
“incorporados'’. A pesar de todo, la corporación es capaz de crear motiva­
ciones internas, y no depende de sanciones externas para garantizarse
obediencia. Por otra parte, la regulación de la policía es universalista y no
debe perm itir la formación de agrupaciones particulares de intereses. Sin
embargo, la actividad de la policía sí se basa en la sanción externa, no
implica la participación de aquellos de que se trate y no conduce a la for­
mación de una motivación autónoma.
Como lo m uestra la comparación entre la policía y la corporación, el
estatismo en el pensamiento de Hegel está vinculado no sólo a alguna
clase de oportunismo político sino también a la idea de universalidad, sin
la cual no es posible ninguna concepción moderna de la justicia. Hegel
tiene buenas razones para no hacer una elección normativa definitiva entre
la policía y la corporación, entre la universalidad abstracta y la particula­
ridad sustancial. Estos momentos están separados en la sociedad civil y la
tesis de Hegel es que sólo se les puede reunir en el Estado. Será nada más
a este nivel que la corporación, como la segunda raíz ética del Estado
(después de la familia), alcanzará su universalidad.
Nuestra reconstrucción del pensamiento de Hegel se opone a interpre­
taciones que sugieren que las antinomias de la sociedad civil se resuelven
en el nivel supuestam ente más alto del Estado. En cambio, nosotros argu­
m entaríamos que es más fructífero interpretar el pensamiento de Hegel
como dualista o antinómico en ambos niveles. Lo que en forma simplista
llamamos las tendencias “estatista" y “solidarista" de su pensamiento apare­
cen en el análisis tanto de la sociedad civil como del Estado. Por consiguien­
te, la propia doctrina del Estado puede ser analizada en términos de estas
dos tendencias. Así, sería un error oponerse a la dimensión estatista del pensa­
miento hegeliano con base en un concepto casi liberal según el cual la socie­
dad civil, a diferencia del Estado, es la única fuente de normas genuinas. Tal
punto de vista sería tanto menos defendible debido al elemento inevitable
de particularismo asociado con los cuerpos intermediarios de la sociedad
civil. Por lo tanto, la transición a una norm a clave de modernidad —uni­
versalidad— no puede ocurrir sin alguna participación de las instilucio-
HISTORIA CONCEPTUAL Y SÍNTESIS TEÓRICA 137

nes del Estado. Incluso si observáramos que la protección de los derechos


individuales de los miembros puede incluirse en los estatutos de las cor­
poraciones modernas, el establecimiento de los derechos universales como
una ley positiva presupone, como lo hemos visto, la actividad del Esta­
do. Pero, ¿de qué dimensión del Estado? La pregunta que debemos con­
siderar es si, en la teoría de Hegel, la asam blea del Estado y la opi­
nión pública o la burocracia ejecutiva y la adm inistración pública es el
lugar o fuente del nivel más alto de integración social y de formación de la
voluntad.
En la concepción de Hegel, debemos recordar, la policía representa la
penetración del Estado en la sociedad civil. Análogamente, la asamblea
de los estamentos (estafes) representa una penetración de la sociedad civil
en el Estado (state). Sin embargo, la sociedad civil representada en el Es­
tado por medio de la asamblea de los estamentos ya está organizada; para
Hegel la presencia de una sociedad civil atomizada en el Estado sería muy
lamentable. De conformidad con la traducción libre, pero convincente de
Knox:

Los círculos de asociación en la sociedad civil ya son comunidades. Represen­


tar a estas comunidades como si de nuevo se fragmentaran en meras aglomera­
ciones de individuos tan pronto como ingresan en el campo de la política, es
decir, en el campo de la universalidad concreta más elevada, es e o i p s o conside­
rar que la vida civil y la vida política están separadas una de la otra y, por lo
tanto, dejar a esta última suspendida sin apoyo en el aire, porque entonces su
base sólo puede ser la individualidad abstracta del capricho y de la opinión,111

Esta concepción vincula directamente a los estamentos y a las corpora­


ciones de la sociedad civil con la asamblea de los estamentos. Si bien
Hegel al principio hace égía&is en el vínculo de los estados con la legisla­
tura, como lo indica el término alemán Stande, el fundamento teórico
más im portante de la asamblea es de hecho la corporación, cuya existen­
cia es la única evidencia real proporcionada para la afirmación de que la
organización y la comunidad son posibles en una sociedad civil por lo de­
más atomizada. Los diputados de la sociedad civil son “los diputados de
las varias corporaciones”.112 Antes, esta enunciación es limitada y amplia­
da. En forma atávica, el estamento agrícola (que repentinam ente sólo sig­
nifica la nobleza) debe estar presente directamente, como en las asam­
bleas del Standestaat. El estamento de los negocios, por otra parte, está
representado por los diputados de las asociaciones, comunidades y corpo­
raciones (Genossenschaften, Gemeinden, Korporationen), que son, todas,
formas de asociación en sociedades. Hegel ni siquiera siente la necesidad
de indicar y justificar su exclusión de la vida política de una clase, el tra­
138 EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL

bajo directo, que supuestam ente está totalmente desorganizado.113 Más


im portantes que los elementos conformistas y conservadores en su pensa­
miento son sus razones para recom endar su versión particular del gobier­
no representativo. De acuerdo con Hegel, cuando la sociedad civil elige a
sus diputados políticos, no está "dispersa en unidades atomísticas, que se
reúnen para realizar un acto único y temporal, y que se m antienen unidas
sólo por un mom ento y nada m ás”.114 Más bien, en el proceso de delibera­
ción y de elección de los diputados, las asociaciones y las asambleas de la
vida social adquieren un vínculo con la política en el mismo acto que le da
a la política un fundamento en la vida social organizada. Es precisam en­
te a este nivel, en el punto en que la sociedad civil y el Estado se interpe­
netran, que Hegel redescubre e integra, sin decirlo explícitamente, el anti­
guo topos de la sociedad política.
La asamblea de los estamentos tiene el papel de com pletar el trabajo
empezado por la corporación, pero a un nivel de generalidad que abarca a
toda la sociedad y al que él (y en especial su traductor al inglés) frecuente­
mente hace referencia como "universalidad”. Este trabajo o función es el
de hacer que existan los asuntos públicos y, aún más, la identidad públi­
ca.115 De modo paralelo a la doctrina de la corporación, a la legislatura se
le considera un órgano mediador, en este caso entre el gobierno (Regierung)
y el pueblo, diferenciados como individuos y asociaciones.116 Así, se pre­
viene que el prim ero se convierta en una tiranía y que el último se convier­
ta en un mero agregado, una masa con una opinión no organizada y por
lo tanto peligrosa. Por supuesto, Hegel da relevancia al papel de la asam ­
blea de los estamentos en la elaboración de la legislación e incluso de la
Constitución,117pero su principal interés en todo caso es constituir al agente
de la legislación y, aún más, a su medio adecuado. La categoría de lo pú­
blico indica que sólo los representantes genuinos del público están autori­
zados legítimamente para hacer las leyes. Las leyes que promulgan sólo
deben ser consideradas legítimas si se siguen rigurosamente los procedi­
mientos de la deliberación pública. Como Hegel insiste en una discusión y
deliberación genuina y sin restricciones, enfáticamente rechaza el man­
dato imperativo, el principio de Standestaat tradicional. La asamblea debe
ser “un cuerpo viviente en el que todos los miembros deliberan en común
y se instruyen y convencen recíprocamente”.118
La vehemente insistencia de Hegel en el genuino carácter público de la
legislatura (así como de los tribunales) tiene otras bases importantes. Desea
promover el conocimiento de los asuntos públicos en la sociedad y (sin
im portar lo incongruente que es en esto) hacer que la asamblea de los
estamentos sea susceptible a la influencia de la opinión pública. En forma
muy similar a Tocqueville, Hegel es ambivalente en lo que respecta a la
opinión pública. Definida como "la libertad subjetiva, formal, de los indi­
HISTORIA CONCEPTUAL Y SÍNTESIS TEÓRICA 139

viduos para expresar sus propios juicios, opiniones y recomendaciones en


lo que se refiere a los asuntos generales siempre que se les manifieste
colectivamente",119 la opinión pública es internam ente contradictoria y
"merece ser tanto respetada como despreciada (geachtet ais verachtet)".m
Se la debe respetar a causa de una tendencia oculta de racionalidad que,
sin embargo, está encubierta y es inaccesible a la opinión que la opinión
pública tiene de sí misma debido a su forma de expresión concreta, empí­
rica. Por lo tanto, interpretar la opinión pública es la función de las élites
políticas e intelectuales.121 Con el fin de prom overla formación de la opi­
nión pública, Hegel apoya una amplia libertad de comunicación pública
(en especial los discursos y la prensa), y sólo se preocupa ligeramente
acerca de sus posibles excesos. De hecho, cree que la publicidad genuina
de los debates legislativos tiene una buena oportunidad de transform ar la
opinión pública y de eliminar su componente arbitrario y superficial, ha­
ciéndola inofensiva en el proceso.122 No obstante, en esto tam bién está
implícito que los debates de la asamblea pueden transform ar a la opinión
pública precisamente en la medida en que su contenido esencial y sus ele­
mentos de racionalidad son elevados a un mayor nivel. En este sentido,
el público político de la legislatura no sólo controla la opinión pública (el
énfasis es de Hegel), sino que además una esfera pública prepolítica
desempeña un im portante papel en la conformación de la vida pública en
el sentido político.
El concepto de opinión pública desarrollado por Hegel no está libre de
las antinomias de su pensamiento político. En este contexto, la tendencia
estatista se ve expresada en la preocupación por el control y debilitamien­
to del poder de la opinión pública para hacerla compatible con la admi­
nistración del Estado. Por otra parte, la tendencia solidarista implica
la elevación de la opinión pública a un mayor nivel de racionalidad en
una estructura narlam en te ja entre el Estado y la sociedad, que a su vea
está expuesta a los controles de la publicidad. Desde el prim er punto de
vista, la opinión pública es en última instancia una amenaza, y la relación
adecuada con ella por parte de las élites políticas (incluso la parlamenta­
ria) es la manipulación. Desde el segundo punto de vista, la opinión públi­
ca es la condición que hace posible la vida pública política, y la relación
adecuada con ella por parte de las élites tendría que ser una de diálogo
público en que la verdad sería una cuestión abierta que sería decidida por
los argumentos más convincentes, en vez de por la posesión a priori de la
misma por una de las partes. La esfera pública de la asamblea de los esta­
mentos desempeña un papel en la ilustración y educación de la opinión
pública precisam ente porque en este caso la verdad no se conoce de an­
temano, sino que surge durante el propio debate, junto con las virtudes
que pueden servir como ejemplo a la audiencia más amplia.121 Una ten­
140 EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL

dencia en el pensamiento de Hegel implica que en los estados donde la


vida de la legislatura es genuinamente pública, la estructura de la propia
opinión pública cambiará: "lo que ahora se supone que es válido ya no
obtiene su validez por medio de la fuerza, incluso menos por el hábito y la
costumbre, sino por la perspicacia y la argumentación (Einsicht und Grün-
de)".124 Sin embargo, en otras ocasiones el modelo de diálogo de la delibera­
ción política racional está restringido a la esfera pública parlamentaria. En
estos contextos, la tendencia estatista en el pensamiento de Hegel, que se
apoya en la falsa analogía entre la búsqueda de la verdad científica y la
obtención de la verdad normativa en la política, le impide extender el
modelo a la esfera pública en su conjunto.
Lo que está en juego aquí, al igual que en la teoría política de Hegel
como un todo, es en última instancia el lugar y naturaleza de la libertad
pública. Aceptamos la interpretación según la cual Hegel procuró desa­
rrollar una doctrina política en términos de mediaciones que hacían rela­
tiva la distinción del derecho romano entre el derecho privado y el dere­
cho público.125 Pero la aceptamos con dos reservas.
Primero, vemos las mediaciones como dos series diferentes: funciona­
rios públicos/policía/ejecutivo/corona y estamentos/corporación/asamblea
de los estamentos/opinión pública. Las dos expresan las tendencias en
conflicto en el pensamiento de Hegel. En realidad, la m anera en que me­
dian entre las esferas reguladas por la ley privada y la ley pública es signi­
ficativamente diferente en cada caso. La prim era serie implica categorías
de la ley pública que tom an funciones tanto públicas como privadas. La
segunda indica entidades de la ley privada que desarrollan estructuras de
publicidad y tom an funciones públicas arraigadas en estas estructuras.126
Este segundo patrón es el mismo que el modelo en que los derechos consti­
tucionales constituyen los derechos de ley pública de los sujetos priva­
dos.127 Sin embargo, cuando se separan estos dos patrones, el significado de
la esfera pública en Hegel se torna incierto. ¿El paradigm a prim ario es el
de la autoridad pública o el de la comunicación pública? y, si mantiene
ambos paradigmas, ¿cuál es su relación?
Segundo, no aceptam os la identificación im plícita del Estado y del
público presupuesta por la interpretación, o la idea, de que cada paso
sucesivo en la exposición de Hegel representa (incluso en térm inos de su
propio argumento) un nivel de vida pública claram ente más alto que
el previo. Para Hegel, indudablemente el propósito más elevado de la vida
pública es generar una identidad universal racional a la que iguala con el
ethos patriótico del Estado. Lo que no está claro es si la generación de este
rasgo distintivo se asigna a la esfera estatal dominada por el ejecutivo y se
la vincula sólo con las proyecciones del Estado en la sociedad civil, o a
una esfera dominada por una legislatura que se apoya en recursos societales
HISTORIA CONCEPTUAL Y SÍNTESIS TEÓRICA 141

autónomos como la corporación y la opinión pública. El problema no


puede resolverse si sólo hacemos énfasis en la mediación entre los cam­
pos privados y público —la mayoría de las categorías de la teoría del
Sittlichkeit de Hegel, empezando con el sistema de necesidades, propor­
cionan esas mediaciones—. Pero sí se le puede resolver si vinculamos el
proceso de generación de una identidad colectiva racional, moderna, con
el concepto de libertad pública que Hegel usa repetidam ente en este con­
texto, es decir, con un proceso que permite la participación efectiva de los
individuos en la libre conformación del significado del térm ino "noso­
tros". Obviamente, la libertad pública es bastante más que la clase de liber­
tad de que disponen los agentes del sistema de necesidades, que no pueden
participar en la formación de ninguna identidad colectiva. Pero Hegel tam ­
bién registra graves dudas acerca de que el Estado moderno como tal
pueda ser el lugar de la libertad pública, dudas que van completamente en
contra de la tendencia estatista en su pensamiento.
Nuevamente debemos señalar que, aunque Hegel en ninguna parte
sistematiza un concepto de la esfera pública (óffentlichkeit), las categorías
de autoridad pública, libertad pública, espíritu público, opinión pública y
publicidad desempeñan papeles clave en su obra. Recordemos la tesis de
Ilting de que la Filosofía del derecho busca ante todo sintetizar la libertad
negativa del liberalismo moderno y la libertad positiva del pensamiento
republicano antiguo. Las categorías de la esfera pública representan for­
mas im portantes en que el republicanismo puede ser sostenido en el pen­
samiento de Hegel después de su vuelco supuestamente conservador. Pero
incluso en este caso hay una diferencia esencial con el republicanismo
antiguo. En vez de lim itar la formación de la libertad pública a un solo
nivel social —la sociedad política— Hegel elabora una teoría republicana
moderna en la que distintos niveles tienen funciones clave que desempe­
ñar, incluidos los derechos^úblicos de las personas privadas, la publici­
dad de los procesos legales, la vida pública de la corporación y la interacción
entre la opinión pública y la deliberación pública de la legislatura. No
todos estos procesos tienen un propósito político público. No obstante,
son etapas de aprendizaje que llevan a la formación de una identidad pú­
blica. Lo que es común a todos ellos es la libre participación pública de
los que están interesados en la formación de las decisiones.128 La fina­
lidad pública de los actos de la policía, a veces identificados como el po­
der general (allgemeine) e incluso público (óffentliche), no está en duda
para Hegel. Lo mismo es cierto para los actos del ejecutivo y, en un Rechts-
staat, para los de la corona también. No obstante, en estos casos Hegel no
habla de la formación del espíritu público ni de la actualización de la
libertad pública ni de la realización de la libertad pública. De hecho, se ha
observado que la discusión más explícita que hace Hegel de la libertad
142 EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL

pública yuxtapone la corporación, que pertenece a la sociedad civil, al


Estado moderno:
En nuestros estados modernos ( m o d e m e n S t a a t e n ) los ciudadanos sólo desempe­
ñan un papel restringido en los asuntos generales ( a l lg e m e i n e n ) del Estado; no
obstante, es esencial proporcionar a los hombres —entidades éticas— activida­
des de carácter general superiores y por encima de los asuntos privados. Esta
actividad general, que el Estado moderno no siempre proporciona, se encuen­
tra en la corporación .129

En este pasaje, Hegel no sólo registra la tensión entre el Estado moder­


no y la vida pública, sino que identifica un lugar diferente para la libertad
pública al que le asignaba la Antigüedad clásica. Las corporaciones son,
en sus palabras, "los pilares de la libertad pública (óffentlichen Freiheit) ”,130
No obstante, para Hegel la libertad pública posible en la corporación,
implicando un nivel relativamente alto de participación, no puede darse
prim ariam ente en la sociedad en conjunto. Pelczynski y otros seguramen­
te están en lo correcto cuando argumentan que Hegel creía que había
demostrado que “el Estado [moderno] es la realización de la libertad con­
creta”.131 Este argumento es apoyado, en general, por la mayor universali­
dad de la asamblea de los estamentos, esta verdadera corporación de cor­
poraciones, por encima de las asociaciones societales inevitablemente
particularistas. Pero también oculta la realidad del Estado moderno como
una jerarquía de cargos, como el poseedor monopólico del ejercicio de la
violencia y como una asociación obligatoria. Al invertir la jerarquía
sociológicamente obvia del Estado moderno, y hacer que la legislatura
sea lo prim ario y el ejecutivo lo secundario, Hegel está construyendo una
legitimación tanto en el sentido de justificar contrafácticamente una es­
tructura de autoridad como en el sentido de establecer un conjunto de
pretensiones normativas abiertas a la crítica. Estos potenciales críticos se
hacen presentes, por ejemplo, cuando se presenta a la asamblea de la que
se obtienen las pretensiones normativas del Estado como su penetración
por la sociedad civil.
Hegel, el teórico social sin par en su época, estaba claramente cons­
ciente de la sociología del Estado moderno. Afortunadamente tenemos
a nuestra disposición la cuidadosa reconstrucción que hace Ilting del cam­
bio en la posición de Hegel, desde un concepto anterior que hacía énfa­
sis en la libertad del ciudadano en el Estado a uno en que lo relevante era
la libertad del Estado.132 El cambio pudo haber tenido motivaciones intelec­
tuales independientes, que luego fueron reforzadas por la reacción de He­
gel ante los decretos reaccionarios de Karlsbad. Hegel conocía y rechaza­
ba tanto el estatismo absolutista como el revolucionario, así lo demuestra
gran parte de la Rechtsphilosophie. ¿Es exagerado suponer que un cam-
HISTORIA CONCEPTUAL Y SÍNTESIS TEÓRICA 143

bio reaccionario en la política prusiana le hizo tom prender (como su­


cedió con Tocqueville poco después) que las características de dos versio­
nes supuestam ente aberrantes del Estado moderno pertenecían a su tipo
ideal? Si esto fue así, el cambio hacia las instituciones de la sociedad ci­
vil como los pilares de la libertad pública sería lógico y tam bién indis­
pensable desde el punto de vista del fortalecimiento de esta dimensión en
las instituciones parlamentarias del Estado. Así, Hegel en su texto más
m aduro no sólo restringió la posibilidad de la libertad del ciudadano en
el Estado, sino que expandió, en palabras de Ilting, las libertades (Freiheits-
rechte) de la sociedad civil a los derechos de participación (Teilnehme-
rrechte).
La objeción más obvia a nuestra interpretación de Hegel sería que él
mismo no admitió y, por razones sistemáticas, habría rechazado la idea
de dos tendencias irreconciliables en su pensamiento. No estamos parti­
cularmente preocupados por esta crítica (en cualquier caso, la recons­
trucción de Ilting la refuta) o por los objetivos sistemáticos de la obra de
Hegel. Únicamente estamos interesados en la reconstrucción del concep­
to de Hegel en torno de lo que puede muy bien ser una antinomia subtextual
en su filosofía política, de modo que podamos trazar una nueva teoría de
la sociedad civil que retorne a la más elaborada institucionalm ente de las
concepciones, de la cual todavía podemos aprender. Así, una objeción más
grave a nuestra reconstrucción insistiría, como lo hizo el joven Marx en
1843, en que las dimensiones a las que damos especial relevancia repre­
sentan elementos en el pensamiento de Hegel que no son modernos, en
contraste con la modernidad de su concepción del sistema de necesida­
des, por una parte, y la burocracia, por la otra. En esta interpretación, la
"corporación" de Hegel es un esfuerzo por salvar a la doctrina corporativa
medieval; su asamblea de los estamentos, a las instituciones del Stdndestaat',
su idea de la opinión púbü?®; a la más antigua esfera pública burguesa y,
quizás, la propia idea de la libertad pública, a las antiguas ciudades-Esta-
do. Por consiguiente, si vamos a buscar la modernidad en la teoría social de
Ilegel, lo mejor sería que nos concentráramos en los aspectos críticos de su
representación de la economía capitalista (Lukács) o su anticipación del
Estado benefactor (Avineri).
Por supuesto, cada intérprete favorable a Hegel trata de interpretarlo a
través de una concepción específica, e incluso de considerarlo como un
apoyo a sus propias ideas. La teoría de la sociedad civil que estamos tra-
tundo de desarrollar no es una excepción a esta regla. No obstante; cree­
mos, en el contexto de la posterior historia social e intelectual, que las
categorías en las que hacemos énfasis no eran meros atavismos en el tiempo
de Hegel, y que lo eran aún menos en la época posliberal (y ahora en la
postestatista). En eate contexto, la historia de la teoría social ofrece una
144 EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL

prueba im portante, aunque difícilmente concluyente. M ientras la teoría


del sistema de necesidades fue desarrollada provechosamente por la tradi­
ción marxista, y la teoría de la burocracia se convirtió en una piedra angu­
lar de las obras de Weber y sus seguidores, la idea de la sociedad civil co­
mo el terreno central de la integración social y de la libertad pública habría
de ser igual de provechosa en una línea de desarrollo teórico que tuvo sus
principios en Tocqueville, su continuación en Durkheim, en el pluralismo
inglés, francés y estadunidense, y en Gramsci, así como su culminación
en Parsons y Habermas. En nuestra opinión, esta tradición interpretativa
ha mostrado por lo menos que las categorías básicas de la Rechtsphilosophie
de Hegel pueden traducirse completamente a términos modernos. Si va­
mos a creer en el testimonio de los actores sociales del Oriente y del Occi­
dente, del Norte y del Sur, esos términos de análisis reconstruidos aún no
han agotado su potencial crítico y constructivo.

NOTAS

1 M anfred Riedel, "Gesellschaft, bürgerliche”, en O. Brunner, W. Conze y R. Koselleck


(eds.), Geschichtliche Grundbegriffe, vol. 2, Stuttgart, Klett, 1975.
2 Niklas L uhm ann, "Gesellschaft”, Soziologische Aufklarung, vol. 1, O pladen, W estdeu-
tscher, 1970, p. 138.
3 K. Polányi, “Aristotle Discovers the Economy", en G. Dalton (ed.), Primitive, Archaic
and Modern Economies. Essays o f Kart Polányi, Boston, Beacon Press, 1968.
4 No es necesario hacer m ucho énfasis hoy en día en que la polis era u n a com unidad con
un a noción m uy lim itada de la ciudadanía, que excluía a los extranjeros, a las m ujeres y por
lo com ún tam bién a los trabajadores m anuales.
5 M. I. Finley, Politícs in the Ancient World, Cambridge, Inglaterra, C am bridge University
Press, 1983.
6 Riedel, “Gesellschaft, bürgerliche”.
7 O. B runner, Land und Herrschaft, 5a. ed., D arm stad t, W issenschaftliche B uchge-
sellschaft, 1973, parte 2, p. 115.
8 E n particular en su debate con Gierke y H intze. Véase Land und Herrschaft, op. cit.,
pp. 156-161 y ss.
9 G. Jellinek, The Declaration o f the Rights o f Man and Citizen, Nueva York, Henry Holt, 1901.
10 R einhart Koselleck, Critique and Crisis: Enlightenment and the Pathogenesis o f Modern
Society, Cambridge, MIT Press, 1988, originalm ente publicado com o Kritik und Krise, Friburgo,
Karl Alber, 1959.
11 Riedel, "Gesellschaft, bürgerliche”, op. cit., p. 740.
12 Talcott Parsons, The Structure o f Social Action, Nueva York, Free Press, 1949, pp. 89 y ss.
13 J. Locke, The Second Treatise on Government [1690], Indianápolis, Hackett, 1980, cap. 7,
[Segundo tratado sobre el gobierno. Un ensayo sobre el verdadero origen, alcance y final del
gobierno civil, Biblioteca Nueva.]
14 Ibid., cap. 8.
15 Ibid., cap. 4.
16 Ibid., cap. 19.
17 M ontesquieu, The Spirit o f the Laxvs [El espíritu de las Leyes, 1748], Nueva York, lla rp e ri,
1949, I (3), 5.
18 Ibid., p. 6; La traducción al inglés de Nugenl es gravem ente dcsorlcntudoi w.
HISTORIA CONCEPTUAL Y SÍNTESIS TEÓRICA 145

19 Ibid., 11(4); V (10, 11).


20 Z. A. Pelczynski (ed.), Hegel’s Political Philosophy: Problems and Perspectives, Cambridge,
Inglaterra, C am bridge University Press, 1971.
21 Para Rousseau, la sociedad civil es de hecho la sociedad de los ciudadanos; la libertad
política significa la participación de miembros libres e iguales en el gobernar y ser gobernados.
22 Véase Koselleck, Critique and Crisis, op. cit.
23 E sta "sociedad" tam bién fue contrapuesta a la familia. Esto fue desafortunado, porque
la oposición m ostró un sesgo "sexista" basado solam ente en la participación de los hom bres
en la sociedad civil y el confinam iento de las mujeres a la esfera dom éstica privatizada. Así,
m ientras las norm as igualitarias de la nueva sociedad civil fueron conceptualizadas en oposi­
ción a los principios de jerarquía, status y casta, toda la construcción se edificó sobre la con­
servación, en una form a nueva y omnipresente, de un sistema de castas basado en el género. A
diferencia de la propiedad, a la que en principio cualquier persona podía adquirir y con la
que, según Locke, todos habíam os em pezado (propiedad del propio cuerpo), la calificación
sexual para ser m iem bro de la sociedad civil era contraria a los propios principios de ésta.
24 Koselleck, Kritik und Krise, op. cit., p. 46; W erner Conze, "Die S pannungsfeld von
S taat und G esellschaft im Vormarz", en Conze (ed.), Staat und Gesellschaft im deutschen
Vormárz 1815-1848, Stuttgart, Klett, 1962, p. 208. .
25 Riedel, “Gesellschaft, bürgerliche”, op. cit., pp. 748-750.
26 Ibid., pp. 740-742; W. Conze, "Sozialgeschichte”, en H. U. Wehler (ed.), Modeme Deutsche
Sozialgeschichte, Kónigstein, Atheneum , 1981.
27 Riedel, op. cit., pp. 758-761.
23 Ibid., p. 764.
29 G. H eim an, "The Sources and Significance of Hegel's C orporate Doctrine", en Pelczynski
(ed.), Hegel's Political Philosophy, pp. 111-135.
30 En quizá su m ás im portante obra sobre la teoría política, el joven M arx prestó gran
atención al vínculo que estableció Hegel entre el estatism o y la construcción de sistema»;
véase su Critique o f Hegel's Philosophy o f Right, Cambridge, Inglaterra, C am bridge University
Press, 1970.
31 G. W. F. Hegel, Grundlinien der Philosophie des Rechts, Werke, vol. 7, Francfort,
Suhrkam p, 1970; de aquí en adelante se le citará com o Rechtsphilosophie, párrafo 255
addendum. La traducción de T. M. Knox en Hegel's Philosophy o f Right, Nueva York, Oxford
University Press, 1967 (de aquí en adelante PR) no es del todo correcta.
32 PR, párrafo 4, p. 142.
33 En cierta m edida, Hegel sigue a Aristóteles al co n stru ir a la fam ilia (el hogar) como el
escenario natural de la sociedad civil, pero tiene en m ente u n a form a fam iliar m uy diferen­
te del hogar "extenso” característico de la oikos. Hegel presupone u n a fam ilia nuclear bur-
guesa, despojada de m uchas de las funciones económ icas características de las formas més
antiguas, que ahora estaban sieííKF&Sümidas p or el m ercado. Por lo tanto, a m edida que se
um pliaban las funciones económ icas que no correspondían a los hogares, los jefes de estos
se relacionaron entre sí no sólo en el sistem a de organización política del Estado, sino
tam bién en la econom ía.
34 PR, párrafo 33.
35 Charles Taylor, Hegel, Cambridge, Inglaterra, Cambridge University Press, 1975, p. 382.
3* Ibid., p. 376.
37 PR, párrafos 147, 151, 155.
38 Por supuesto, no puede acep tar estas identidades sobre bases tradicionales, no re­
flexivas, y advierte contra u n a aceptación m eram ente habitual del ethos. S orprendentem ente,
su convicción de que, después de la reflexión, el ethos existente resultará ser racional siem­
pre, fue inquebrantable. Pero, ¿qué sucede si después de la m ás com pleta reflexión, lo
contrario resulta’ ser cierto? A este respecto, la m odernidad incom parablem ente mayor de
la concepción kantiana de la filosofía práctica es obvia.
39 PR, párrafo 213.
40 PR, párrafo 142.
41 Tampoco está ausente en el ámbito do la familia. La tensión entre el modelo norm ati­
vo de la familia burguesa monógama como una comunidad de amor, que presume una
146 EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL

form a de reconocim iento m u tu o entre iguales, y la estru ctu ra p atriarcal y jerárq u ica de la
fam ilia burguesa real, que se reproduce en la ley, está im plícita en la discusión de Hegel.
42 El espíritu de u n a fam ilia y de u n pueblo; véase PR, párrafo 156.
43 PR, párrafo 157.
44 PR, párrafo 181.
45 PR, párrafo 184. En realidad, el nivel de Sittlichkeit en que, en opinión de Hegel no hay
ninguna tensión entre lo que es y lo que debería ser, entre el bien com ún y el interés indivi­
dual, entre el derecho y el deber, no es el del Estado, com o lo pensó Taylor, sino el de la
fam ilia, el nivel “natural" de la Sittlichkeit.
46 Z. A. Pelczynski, "The Hegelian Conception of the State", en Pelczynski (ed.), Hegel’s
Political Phílosophy, p. 12. Pelczynski hace énfasis, en este a rtíc u lo y en o tro s, en la
reem ergencía de la integración social positiva dentro de la sociedad civil.
47 PR, párrafo 255.
48 Pero tam bién se debe a las ilusiones de la construcción de sistem as que la fam ilia
aparezca com o una form a n atural, inm ediata de la Sittlichkeit —una que no está dentro ni
fuera sino que es m ás bien externa y an terio r a la sociedad civil—. La división idiosincrásica
en tres partes que hace Hegel de la vida ética requiere com entario. Hegel contrapone la fa­
m ilia tanto a la sociedad civil com o al E stado, pero lo que nos interesa aquí es la p rim era
oposición. Ahora bien, la diferenciación entre la fam ilia y la sociedad civil, concebida como
el sistem a de necesidades, no es particularm ente sorprendente, puesto que la orientación
exclusiva al autointerés individual de actores en u n a econom ía de m ercado que están integra­
dos por m edio de relaciones im personales sí parece muy diferente de la m utualidad de senti­
mientos (amor), la com unidad de propósito (hijos), y la com unidad de intereses (la propiedad
de la familia) que son fundam entales p ara el concepto de Hegel de la fam ilia m onógam a. Sin
em bargo, a diferencia del concepto m arxista, la teoría de la sociedad civil de Hegel no se
detiene en el sistem a de necesidades. Por el contrarío, la intuición m ás im portante de Hegel
respecto a la sociedad civil es su reconocim iento de que im plica el principio de asociación
voluntaria y, con ello, nuevas form as de solidaridad, participación igualitaria, incorpora­
ción com o m iem bro y vida ética. Precisam ente, la función de las asociaciones de la socie­
dad civil (corporaciones, estados) es p ro p o rcio n ar contextos en que puedan surgir nuevas
form as de solidaridad, de identidad colectiva y de interés com ún. Su función m ás im por­
tante es la de m itigar las tendencias centrífugas del sistem a de necesidades, vincular a los
individuos entre sí en un propósito com ún y atem p erar el egoísm o del autointerés. Por esto
es que Hegel se refiere a la corporación com o la "segunda fam ilia” (PR, párrafo 252).
Entonces, ¿por qué en vez de ver a la propia fam ilia com o la asociación voluntaria p o r
excelencia, Hegel la excluye del todo de la sociedad civil, a la vez que la u sa com o la m etá­
fora p ara la solidaridad en todo su texto? Hegel se refiere a la sociedad civil com o la familia
universal, a la corporación com o la segunda fam ilia del individuo (PR, párrafos 238 y 239),
y al E stado com o la "sustancia ética autoconsciente que unifica el principio fam iliar con el
de la sociedad civil. La m ism a unidad que en la fam ilia es el sentim iento de am or está, en su
esencia, recibiendo sin em bargo [...] la form a de universalidad consciente". Enzyclopadie
der Philosophischen Wissenschaften (1830], H am burgo, Meiner, 1969, párrafo 595.
Podem os discernir dos razones p ara esto, u n a lógica, la otra ideológica. Dada la estruc­
tu ra sistem ática del texto de Hegel, si uno razo n a lógicam ente a p a rtir de la existencia de la
persona legal constituida por el sistem a de derecho ab stracto —el propietario individual
atom izado— entonces parece que se p resupone algo previo, es decir, el contexto en que la
persona literalm ente es generada, y este contexto no puede ser el propio sistem a de necesi­
dades. La existencia sustancial del individuo im plica u n “universal natural" (la especie y su
procreación), y todo individuo está situado, generado, p rim ero en el contexto de la familia.
Por lo tanto, Hegel ve a la fam ilia com o la presuposición lógica de la sociedad civil.
Sin em bargo, se requiere otro paso ideológico p ara c o n stru ir a la fam ilia com o la form a
natural, prerreflexiva, de la vida ética. Hegel reconoce que el facto r n atu ral, el vínculo
sexual, es elevado en la familia m onógam a a un significado espiritual —la u n anim idad del
am or y el sentim iento de confianza— pero lo es, insiste, en una form a prerreflexiva, como
un sentim iento. La fam ilia es la p rim era form a en que la unidad de lo» individuo» se mani­
fiesta en la realidad com o u n a com unidad de amor. Por medio de la lmtltuclón del matrl-

¿.Atitefcaw .
HISTORIA CONCEPTUAL Y SÍNTESIS TEÓRICA 147

m onio m onógam o, sin em bargo, se constituye un vínculo personal indivisible, que resulta
en un apego m oral y la com unidad de los intereses personales y privados. E n resum en, la
fam ilia m onógam a com bina la voluntad y los intereses de sus m iem bros, y hace que las
características de m utualidad y de com binación del am o r sean perm anentes.
Pero no hay nada natu ral en la form a de la fam ilia b urguesa m onógam a; es u n a cons­
trucción histórica, institucional y legal com o sin duda Hegel lo sabía. Parece que la carac­
teriza com o un a com unidad n atural porque supone que no hay ningún conflicto o incluso
diferencia de intereses entre los m iem bros de la fam ilia, a p esar de la diferencia física del
sexo, que “aparece a la vez com o una diferencia de tipo intelectual y m oral'' (Enzyclopádie
der Philosophischen Wissenschaften, párrafo 519). De hecho, el vínculo fam iliar, su unidad,
es supuestam ente tan com prehensivo que form a u n a sola persona de tal m an era que la
única persona que representa la propiedad de la fam ilia adquiere un interés ético.
Aquí es obvio que Hegel presupone sin cuestionam iento la forma de familia monógam a,
patriarcal burguesa. El motivo teórico menos obvio que subyace en la exclusión de la familia de
la sociedad civil es el doble supuesto de que el individuo presupuesto por el sistem a de necesi­
dades no puede ser producido por ella y que la única dinám ica realm ente im portante de intere­
ses conflictivos, antagónicos, es la constituida por el sistema de necesidades entre los actores
económicos. Por lo tanto, parecería que los miembros de la familia no tienen intereses separa­
dos mientras continúen en la familia. A esto se debe el indisoluble vínculo de la familia monógama.
Pero la única persona que nunca deja a la familia es, desde luego, la esposa. Los hijos e hijas,
cuando llegan a la edad adulta, la dejan para ingresar a su segunda familia, a la sociedad civil,
donde están en libertad de actuar ahora en favor de sus intereses independientes. Pero se
forman nuevas familias, parecería que excluyendo nuevamente a las mujeres de la sociedad
civil. Por supuesto Hegel no dice explícitamente que sólo los hombres son actores del sistema
de necesidades; se refiere en cambio a los jefes de los hogares. Pero la exclusión de la propia
familia de la sociedad civil y el supuesto de una arm onía perfecta de intereses dentro de la
m ism a sólo tiene sentido si se supone que uno de los dos m iembros adultos no tiene intereses
separados y nunca obtiene el status de persona legal, o por lo menos renuncia al mismo al
casarse (que era la situación legal de las mujeres casadas en toda E uropa en ese tiempo).
Entonces, debe ser el hom bre jefe del hogar el que ingrese a la sociedad civil y a través del cual
la propiedad de la familia aparece como un individuo en el sistema de necesidades.
Puede existir todavía una tercera razón p ara excluir a la fam ilia, en la form a en que
Hegel la defiende, de la sociedad civil, u n a de la que nunca trató Hegel pero que tendría
m ucho sentido. La fam ilia p atriarcal no se parece a ninguna o tra asociación en la sociedad
civil porque supuestam ente no reconcilia los intereses divergentes de las personas dentro
de la m ism a, sino que constituye u n a u n id ad inm ediata de los intereses. Pero tam bién
diverge de los dos principios de integración típicos de una sociedad civil m oderna; el con­
trato (y la integración del sistem^-fiearacterística del m ecanism o del m ercado) y la asocia­
ción voluntaria. A pesar de la m etáfora de un contrato m atrim onial, la fam ilia n o es un
arreglo contractual en el sentido norm al de la palabra. Puede "contratarse" librem ente,
pero en parte es indisoluble, y un im portante conjunto de sus m iem bros, los hijos, no en ­
tran p ara nada en el contrato. De hecho, en otras partes Hegel explícitam ente rechaza el
concepto kantiano de la fam ilia com o una relación contractual.
Sin em bargo, la fam ilia patriarcal tam poco es u n a asociación voluntaria p arecida a algu­
na otra, porque su estructu ra interna y su m odo de integración en tran en conflicto con el
modo igualitario y horizontal básico de la integración social que es el principio de la coor­
dinación de la interacción en las asociaciones voluntarias. Una fam ilia p atriarcal, en cam ­
bio, se integra m ediante el principio de la jerarq u ía y conserva un status de castas según el
sexo predicado con base en la ausencia de igualdad y autonom ía p a ra sus m iem bros fem e­
ninos. Para que la fam ilia pueda ser situada dentro de la sociedad civil, com o una form a
particular de asociación voluntaria, tendría que ab an d o n ar su form a p atriarcal y convertir­
se, al m enos en principio, en Igualitaria. Por supuesto, en lo que respecta a los hijos, la
igualdad y la autonom ía constituyen una meta, en vez del punto de p artida, pero esto no
afecta el problem a. Así, la familia en la forma en que Hegel la constituye debe ser excluida
de la sociedad civil y consideran* eomo una forma natural, prerreflexiva, de la vida ética a
pexur de su constitución patentemente aoclal, legal y cultural.
148 EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL

A p esar de todo, creem os que hubiera sido m ejor incluir a la fam ilia dentro de la socie­
dad civil, com o su p rim era asociación. E sta alternativa h ab ría sido m uy su p erio r a la que
eligió Hegel, tanto desde el punto de vista norm ativo com o del teórico. Porque entonces la
fam ilia podría h aber ocupado su lugar com o u n a institución clave de la sociedad civil, una
que, si se la concibe en térm inos igualitarios, pudo h ab er proporcionado u n a experiencia
de solidaridad horizontal, identidad colectiva y participación igualitaria a los individuos
autónom os que la integran —u n a tarea considerada fundam ental p a ra las o tras asociacio­
nes de la sociedad civil y p a ra el desarrollo en últim a instancia de la virtud cívica y de la
responsabilidad respecto a la form a de organización política.
49 T. W. Adorno, "C ultural Criticism and Society", Prisms, Cam bridge, MIT Press, 1981.
50 Sobre las raíces históricas de esta incongruencia, y sobre las tendencias republicanas
en el pensam iento de Hegel, véase K. H. Uting, “The S tru ctu re of Hegel's Philosophy o f
Right”, en Pelczynski (ed.), Hegel's Political Philosophy, y “Hegel's Philosophy of the State
and Marx’s Early Critique", en Z. A. Pelczynski (ed.), The State and Civil Society: Studies in
Hegel's Political Philosophy, Cambridge, Inglaterra, C am bridge University Press, 1984.
51 Karl Polányi, Great Transformation [1944], Boston, B eacon Press, 1957, es a la vez un
elocuente análisis y un síntom a de esta tendencia estatista.
52 Jean L. Cohén, Class and Civil Society: The Limits of Marxian Critical Theory, Amherst,
University of M assachusetts Press, 1982.
53 Véase por ejem plo, PR, párrafo 190.
54 PR, párrafo 187.
55 PR, párrafo 183.
56 PR, párrafo 182.
57 Sólo p ara el sistem a de necesidades puede Hegel m antener que en la sociedad civil
todos son un fin en sí m ism os y todos los dem ás no son nada. Véase PR, párrafo 182, add.
58 Georg Lukács, The Young Hegel, Cam bridge, MIT Press, 1975; Shlom o Avineri, Hegel’s
Theory o f the Modem State, Cambridge, Inglaterra, C am bridge University Press, 1972.
59 PR, párrafo 184.
69 Ibid.
61 Esto es lo que H aberm as ha llam ado "integración de sistem a" (PR, párrafos 187 y 199).
62 PR, párrafo 189 y add.
63 PR, párrafo 243.
64 PR, párrafo 195.
65 PR, párrafos 196 y 198.
66 PR, párrafo 243. Véase Avineri, Hegel’s Theory, pp. 108-109, 149, y en otras partes.
67 PR, párrafo 207.
68 PR, párrafos 206 y 207.
69 Véase Cohén, Class and Civil Society, op. cit.
70 E sto anticipa e influirá en la form ulación de M arx, según la cual el proletariado está
"en" pero no es “de” la sociedad civil.
71 PR, párrafo 203.
72 PR, párrafo 204.
73 PR, párrafo 205.
74 PR, párrafo 200.
75 PR, párrafo 241.
76 No obstante, observó el problem a del conflicto de la adm inistración p o r la au toridad
pública (párrafo 236).
77 El punto es que hay dos diferentes clases de integración funcionando en el concepto
de la sociedad civil de Hegel: la integración del sistem a y la integración social. Véase nues­
tro cap. in sobre Parsons y el cap. IX sobre H aberm as.
78 La contradicción política de Hegel entre el estatism o y el antiestatism o se revela en el
orden de la exposición. M ientras que el bosquejo del argum ento que se refiere al E stado en
el párrafo 273 procede de la legislatura al ejecutivo y finalm ente a la corona com o el nivel
superior, la exposición en los párrafos 275-320 pasa de la corona al ejecutivo y finalm ente a
la propia legislatura, culm inando en la d octrina de la opinión pública. Por supuesto, |la
legislatura es la sociedad civil en el Estadol
HISTORIA CONCEPTUAL Y SÍNTESIS TEÓRICA 149

79 PR, párrafos 213 y 2 18. »


80 PR, párrafos 215, 216 y 224.
81 PR, párrafo 217.
87 PR, párrafo 211.
83 PR, párrafo 209.
84 PR, párrafos 211 y 216.
85 E sto es contrario a la in terpretación que h ace Taylor del concepto Sittlichkeit, de
conform idad con la cual "la finalidad buscada p o r la ética superior ya se ha cum plido"
{Hegel, p. 383).
86 PR, párrafo 212.
87 Esto ocurre incluso antes en la argum entación, aunque debem os reconocer que parte
del sistem a de necesidades —la sección sobre los estam entos donde las dos lógicas ya son
visibles— pertenece, al m enos parcialm ente, a la discusión posterior de la integración so­
cial, en vez de a la integración del sistem a.
88 Para una discusión del desarrollo de este m odelo de la sociedad civil, véase Cohén,
Class and Civil Society, op. cit.
89 E sto es lo que subraya Avineri en Hegel's Theory of the Modern State, op. cit.
90 PR, párrafo 205.
91 PR, párrafo 296; Avineri, op. cit., pp. 107-108 y 158-160.
92 Lo que no siem pre es tan fácil como lo creyó Marx en 1843. El a u to r del 18 Brumario
nos puede enseñar tam bién esta lección.
93 Por consiguiente, Hegel ciertam ente no padece de los problem as señalados p o r Niklas
L uhm ann: que los teóricos de la dicotom ía Estado/sociedad se ven forzados a distrib u ir a
los individuos reales diestram ente a uno u otro lado de la división societal.
94 PR, párrafo 303.
95 PR, párrafo 295.
96 PR, párrafo 234.
97 PR, párrafo 236.
98 PR, párrafo 239.
99 PR, párrafo 245.
100 PR, párrafo 248.
101 The Oíd Regime and the French Revolution, 1856.
102 PR, párrafos 239 y 240.
103 PR, párrafo 241 y tam bién 239.
104 PR, párrafo 249.
105 Véase Rechtsphilosophie, párrafo 238. Si el interés prim ario de Hegel h u b iera sido la
dem ocratización en vez de la integración, entonces quizá la fam ilia en u n a form a igualitaria
hubiera podido tom ar su lu g ar dentro de la sociedad civil y habría servido com o un modelo
im portante de los vínculos hcjfl?ohtales, solidarios, p ara otras asociaciones voluntarias. El
problem a es que Hegel era ren u en te a llegar a las im plicaciones plenas del concepto moder­
no de asociación voluntaria. Sabía, p o r supuesto, que difería de la idea de comunidad,
porque presuponía m iem bros que eran individuos con intereses particulares así com o con
intereses de grupo. También sabía que u n a asociación voluntaria era algo m ás que el mode­
lo liberal de u n grupo de interés, porque es capaz de generar nuevos vínculos, solidaridades
e incluso identidades colectivas. Por ser voluntaria, la asociación debe p erm itir ingresos y
salidas libres. Como u n a asociación supuestam ente de iguales, debe conceder voz igual a
sus m iem bros y reconocim iento m u tu o com o m iem bros que co m parten u n a identidad co­
lectiva. Sólo en un a asociación igualitaria dem ocrática en la que el ingreso y la salida están
basados en criterios universalistas y en la que todos tienen igual voz, puede ser efectiva la
integración social de la m anera en que Hegel esperaba que lo sería. Pero p ara esto, p ara la au-
tointegración de la sociedad civil sobre una base plenam ente m oderna, se ten d rían que
abandonar las restricciones que Hegel establece sobre el núm ero y tipos de asociaciones
voluntarias en la sociedad civil.
i°6 Véase lleim an, "The sourccs and Slgnificunce of Hegel's Corporate Doctrine", o p , c ll,
107 T. M. Knox, notus del traductor a Hegel's P h ilo s o p h y o f R igh t, o p . c it., p. 360.
i»8 PR , párrafo 293.
150 EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL
109 PR, párrafo 289.
110 H eim an, op. ctí., pp. 125 y ss.
111 PR, párrafo 303; véase la traducción al inglés, p. 198.
112 PR, párrafo 311.
113 Hegel m enciona este tem a sólo en su polém ica contra la participación dem ocrática,
es decir, universal en política de todos los m iem bros de la sociedad civil. E n sus térm inos,
tiene en este caso un buen argum ento en la m edida en que desea in clu ir a los que ya están
organizados. No está claro p or qué no recom ienda (y parece excluir) que se organicen todos
los m iem bros de la sociedad civil en asociaciones, com unidades y corporaciones, de m odo
que puedan participar en política y en la elección de diputados. Además, el hecho de que los
no organizados voten p o r diputados que sí están organizados (com o ocu rría en los partidos
políticos de Inglaterra y de los E stados Unidos, incluso en los días de Hegel) no tendría la
consecuencia que tem ía Hegel: el surgim iento de una opinión atom izada en el escenario
político. Es otro asunto, com o el debate en torn o a los puntos de vista de Cari S chm itt
habría de m ostrar, que la representación de un electorado dem ocrático en la form a liberal
del siglo Xix p u d ie ra co n sid e ra rse com o u n a fu en te del p ro b le m a de "in d e c isió n ” o
“ingobernabilidad”. Para que esto suceda, ten d ría que p erd er su p o d er un com ponente
claro de la legislación tal com o la entendía Hegel, esto es, la discusión y deliberación p ú b li­
cas y racionales. Véase Cari Schm itt, The Crisis o f Parliamentary Democracy [1923], C am ­
bridge, MIT Press, 1985.
114 PR, párrafo 308.
115 PR, párrafo 301.
1,6 PR, párrafo 302.
117 PR, párrafo 298.
118 PR, párrafo 309.
119 PR, párrafo 316.
120 PR, párrafo 318.
121 Aunque Hegel correctam ente llam a n u estra atención hacia la volatilidad y facilidad
de m anip ular a la opinión pública, tam bién insiste m ucho en que las verdades esenciales de
la política tienen a este m edio com o su instrum ento de transm isión. Infortunadam ente,
tam bién dice que in terp re tar estas verdades es la función de los líderes y teóricos políticos.
C onsidera que seguir a la opinión pública, tanto en la vida com o en la ciencia, es el cam ino
a la m ediocridad. Y sin em bargo, no ve ningún problem a en la aceptación pasiva de las
opiniones sobre las élites p or p arte de la opinión pública (PR, párrafo 318).
122 PR, párrafo 319.
123 PR, párrafo 315.
124 PR, párrafo 316.
125 Véase Heiman, op. cit., pp. 129-135. Algo menos claro es el argum ento esencialmente
sim ilar de Uting según el cual en Hegel la "sociedad civil y el Estado” son "dos esferas d iferen­
tes de la vida publica” ("The S tru ctu re of Hegel's Philosophy o f Right”, op. cit., p. 107).
126 Véase Jürgen H aberm as, The Structural Transformation o f the Public Sphere [1962],
Cambridge, MIT Press, 1989.
127 Véase Jellinek, Declaration o f the Rights o f Man and Citizen, op. cit., pp. 2-3 y 49.
128 La crítica de Hegel del jacobinism o y del republicanism o se basa en su teoría altern a­
tiva de la sociedad civil. La oposición rígida entre el egoísm o privado y la virtud cívica en el
pensam iento jacobino y republicano se predicó con base en un m odelo de una sociedad
dividida p o r un dualism o público/privado rígido, que p erm itía sólo u n a superación m o ra­
lista de los intereses particulares y de los asuntos privados. E n ausencia de m ediaciones
entre los niveles del individuo y de la com unidad política, en últim a in stancia la lógica de
ese m oralism o era, en opinión de Hegel, el Terror. Véase la introducción a la edición de Knox
de Hegel's Philosophy o f Right, p. 22.
129 PR, párrafo 255 addendum, citado en Pelczynski, "Political C om m unity and Indivi­
dual Freedom ”, p. 72, en la traducción de Knox (que hem os tenido que revisar).
130 PR, párrafo 265.
131 Citado en Pelczynski, "Political C om m unity and Individual Freedom”, o p . c i t . , p. 76.
132 "Hegel’s Concept of the State and Marx's Early Critique", o p . c i t , , pp, 100*103.
III. DESARROLLO TEÓRICO EN EL SIGLO XX

Lo i n s o s t e n i b l e de la síntesis hegelianay el colapso de sus supuestos sis­


temáticos no constituyen el final de la teoría de la sociedad civil. Sin embar­
go, los teóricos posteriores tendieron a concentrarse sólo en dimensiones
específicas del complejo concepto hegeliano, desarrollándolas con exclu­
sión de todas las demás. Marx dio relevancia a los aspectos negativos de la
sociedad civil, sus características fragmentarias y deshumanizadoras; pero
al hacerlo así, logró profundizar el análisis de las dimensiones económi­
cas del sistema de necesidades y fue mucho más lejos que Hegel al analizar
las consecuencias sociales del desarrollo capitalista.1 Tocqueville elimi­
nó las ambigüedades de la discusión de la publicidad, descubrió en las
asociaciones voluntarias un equivalente moderno de la corporación anacró­
nica, y demostró la compatibilidad de la sociedad civil y de la democracia,
aunque en un contexto (los Estados Unidos) al que consideraba como una
versión no característica de la sociedad moderna. Gramsci invirtió la ten­
dencia reduccionista del análisis marxista al concentrarse en las dimen­
siones de las asociaciones y de las intermediaciones culturales, así como al
descubrir los equivalentes modernos de las corporaciones y estados de
Hegel. Finalmente, Parsons se concentró en la dimensión de la integra­
ción social en términos de instituciones que constituyen lo que llamó la
"comunidad societal”. Más similar a Hegel en sus aspiraciones sistem áti­
cas que cualquiera de los otros, Parsons intentó sintetizar las pretensio­
nes normativas de la tradición con las de la modernidad. Sus concesiones
a la ideología, que nuevJHwente nos recuerdan a Hegel, fueron el precio
que pagó por su fracasado intento.
En este capítulo nuestro interés principal está en los dos esfuerzos reali­
zados en el siglo XX por desarrollar teorías de la sociedad civil sobre las ba­
ses proporcionadas por Hegel. Nos parece que ésta es la mejor estrategia
para probar la viabilidad de una forma de hacer teoría originalmente vincu­
lada con el problema de los primeros estados modernos y de la sociedad
industrial, y basada en un modo de generalización empírica cuya viabili­
dad se fundamentaba en las ideologías supervivientes y en las institucio­
nes provenientes de constelaciones premodernas como las ciudades-Esta-
do, el Standestaaten y las sociedades de órdenes.
La combinación de Parsons y Gramsci se justifica fácilmente. Ambos son
influidos por Hegel, y ambos lo corrigen al diferenciar a la sociedad civil
de la economía asi como del Estado, El primero supera el rcduccionismo
131
152 EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL

liberal, el segundo, el marxista. Ambos tienden a interpretar a la sociedad


civil en términos funcionales, como la esfera responsable por la integración
social del todo. A la vez, ambos son conscientes, aunque ambiguamente,
de los logros normativos de la sociedad civil moderna. Las diferencias
cruciales entre ellos, relacionadas con sus tradiciones teóricas y supues­
tos políticos diferentes, pueden encontrarse en la forma en que combinan
la teoría normativa y la funcional. Parsons identifica lo deseable norm ati­
vamente con el funcionamiento real de la sociedad civil del presente, lo
cual lo hace caer en una apología poco convincente de la sociedad estadu­
nidense contemporánea. Gramsci, que se concentra en la deseabilidad
normativa de una sociedad civil futura (socialista), tiende a tratar a la so­
ciedad civil del presente sólo en términos de su función para un sistema
de dominio que rechaza completamente. Su combinación de un exceso de uto­
pía con un exceso de realismo no le permite adoptar una actitud genuina-
mente crítica respecto a la Unión Soviética, el país de la revolución donde
no sólo la sociedad burguesa, sino también toda la sociedad civil, fueron
suprimidas. Entonces, a final de cuentas, ninguno es lo suficientemente
crítico de su propia tradición ideológica y, como resultado, ninguno pue­
de presentar en forma temática la dualidad de la sociedad civil moderna
—su promesa liberadora, así como sus vínculos con la heteronomía.

P a r s o n s : la s o c ie d a d c iv il ,
ENTRE LA TRADICIÓN Y LA MODERNIDAD

La tradición sociológica clásica que fue completada por Talcott Parsons


raras veces usó el concepto de sociedad civil, porque sin duda lo considera­
ba un remanente del discurso presocial-científico acerca de los asuntos
humanos. Mucho más notable es la reaparición de tal concepto en la obra
de Parsons. Ciertamente, aparece tanto en una nueva forma como en el
contexto de un nuevo modelo de diferenciación. El concepto de Parsons de
una comunidad societal que se diferencia de la economía, de la organización
política de la sociedad y de la esfera cultural representa una síntesis del
concepto liberal de la sociedad civil como diferente del Estado, en que se
pone énfasis en la integración social, la solidaridad y la comunidad que
caracteriza a la tradición sociológica iniciada por Durkheim y Tónnies.
Esta síntesis, en la que son centrales tanto la individualización como
la integración, implica, notoriamente, un retorno parcial y consciente a la
teoría hegeliana de la sociedad civil.2 Mientras Parsons distingue (a dife­
rencia de Hegel, pero en forma similar a Gramsci) entre la comunidad
societal y la economía y el Estado, las continuidades entre las dos concep­
ciones son más notorias que las diferencias.
DESARROLLO TEÓRICO EN EL SIGLO XX 153

Para Parsons, al igual que para Hegel, la sociedad m oderna se encuen­


tra constituida por estructuras normativas de pluralidad (asociaciones) y
legalidad. La publicidad y la participación también están presentes, pero
como ocurre en la obra de Hegel, se les resta importancia. Además, Parsons,
al igual que Hegel, está dispuesto a declarar a una sola versión de la socie­
dad moderna (en su caso, los Estados Unidos) como la realización más o
menos superior de todos los potenciales de la modernidad. "El momento en
que se completará la sociedad [...] llamada moderna" ocurrirá cuando los
problemas de integración de esta sociedad o tipo de sociedad se resuel­
van. Finalmente, Parsons es consciente de la deuda que la sociedad mo­
derna tiene con el proyecto histórico de la era de las revoluciones democrá­
ticas, pese a que considera que este proyecto ya se realizó totalm ente (y
que por lo tanto se anuló como un proyecto) en las sociedades occidenta­
les desarrolladas: "Las sociedades más privilegiadas de finales del siglo XX
han institucionalizado con éxito en un grado impresionante, que habría
sido imposible predecir hace un siglo, los valores más 'liberales' y ‘progre­
sivos’ de ese tiempo.”3Por lo que se refiere a estas sociedades, la lucha por
la democratización queda relegada, en conjunto, al siglo XIX.4
Esta última tesis respecto a la consecución real de los valores de la era
de las revoluciones deja expuesto el concepto de la sociedad m oderna de
Parsons a la acusación de "apología de la burguesía”, que fue utilizada para
todos los usos de la “utopía" de la sociedad civil después de 1848.5No obs­
tante, Parsons únicamente es ideológico en el sentido en que lo fue Hegel,
es decir, en la medida en que mezcla las percepciones normativas con las
mistificaciones respecto a las instituciones ya existentes. No obstante, y
nuevamente al igual que Hegel, la teoría señala más allá de la ideología en
la medida en que vincula estas percepciones normativas con las potencia­
lidades de la sociedad existente, incluso cuando el propio Parsons no re­
conoce que éstas sólo se^am? realizado parcial y selectivamente.
La división que hace Parsons del sistema social en cuatro funciones o
subsistemas, parece claramente ahistórica si se com para con la especifi­
cación de Hegel, que es el desarrollo moderno el que produce la diferen­
ciación entre Estado y sociedad civil. Pero también Parsons insiste en que
las primeras sociedades, complejos institucionales no diferenciados, lle­
vaban a cabo más de una, y posiblemente todas, las principales funciones
sociales. Por ejemplo, en las sociedades tribales, el parentesco era la ins­
titución clave social, cultural, política y económica; el vínculo feudal en la
alta Edad Media organizó las relaciones sociales, económicas y políticas;
y el Estado absolutista-mercantilista era una entidad política y económi­
ca. Así, el desarrollo de la modernidad se concibe como la diferenciación
de lo que ya había existido implícitamente en todas las sociedades, en ins­
tituciones que pudieron haber tenido dimensiones que las vinculaban a
154 EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL

todas las funciones, pero cuyo centro de gravedad estaba relacionado con
una sola función. Esta interpretación teleológica de la historia puede muy
bien suponer una proyección inaceptable de las categorías occidentales
modernas hacia las sociedades premodernas y no occidentales, de modo
que la aplicabilidad universal de una categoría como la diferenciación
está consecuentemente expuesta a la duda.6A pesar de todo, la im portan­
cia de esta categoría para el propio desarrollo moderno es muy posible.7
Para Parsons la comunidad societal es el subsistema integrador de la
sociedad: su función es integrar un sistema social diferenciado, institucio­
nalizando los valores culturales como normas que son aceptadas y aplica­
das socialmente. La diferenciación de la comunidad societal respecto a los
subsistemas cultural, económico y político, se logró, según Parsons, me­
diante las tres revoluciones modernas: la industrial, la democrática y la
educativa. Cada una de ellas está representada como un paso en la “decla­
ración de independencia de la comunidad societal'' de los otros subsistemas,
que, sin embargo, también adquieren en el proceso sus propias institucio-
‘JÍ'nes diferenciadas.8 En realidad, en el análisis de Parsons, la diferenciación
de la comunidad societal empezó con los principales antecedentes ingle­
ses de las tres revoluciones:

1. el surgimiento de la pluralidad y tolerancia religiosa, que diferenció la


religión y el Estado uno del otro a la vez que en cierto grado liberó a la co­
munidad societal de una definición religiosa de la membresía plena;
2. el establecimiento de relaciones puram ente económicas mediante una
economía de mercado libre de restricciones sociales, aunque todavía
no políticas;
3. el desarrollo de una forma aristocrática de gobierno representativo que
diferenció al gobierno y a sus electores (principalmente la aristocracia
y la alta burguesía) y estabilizó sus relaciones por medio de la repre­
sentación parlamentaria, y
4. el desarrollo de una forma de ley que ayudó a crear una esfera societal
que no estaba abierta a la intervención arbitraria ni siquiera por parte
del propio Estado.

Al presentar estos antecedentes, Parsons simplifica al reunir en un solo


proceso las etapas en la diferenciación de cada uno de los cuatro subsiste­
mas, incluso aunque este paso tenga consecuencias para los otros subsis­
temas. Así, por ejemplo, el desarrollo del gobierno de la ley, el que vincula
con la institucionalización de la profesión legal y la estabilización de un
sistema de tribunales independientes, es también la preparación más im ­
portante para una comunidad societal diferenciada.
De m anera significativa, Parsons considera que el proceso de diferen­
DESARROLLO TEÓRICO EN EL SIGLO XX 155

ciación de la comunidad societal habría estado incompleto sin cada una


de las tres revoluciones. En una versión de su argumento, estas revolucio­
nes representan la diferenciación del subsistema integrador de uno de los
otros subsistemas en cada caso.9 En otra versión,10 Parsons insiste en que
cada revolución en realidad fortaleció al otro subsistema: el económico
en un caso, el burocrático administrativo en el otro. Sin embargo, no hay
ninguna incongruencia en esto, porque Parsons ve a la diferenciación como
un proceso recíproco y de suma cero, que implica la construcción de ins­
tituciones en todas las esferas relevantes. Pero sí hay una im portante in­
congruencia en su explicación: en ninguna parte trata sobre la diferencia­
ción de la comunidad societal de la economía de mercado en la doctrina
de las tres revoluciones, a pesar de las afirmaciones generales de lo con­
trario. Como consecuencia, el argumento debe renunciar a su estructura
paralela; en particular, el dramático proceso en que la com unidad societal
declara su independencia del Estado, vividamente descrito por Parsons,
no tiene un paralelo en la relación de la com unidad societal con el nuevo
tipo de economía de mercado. Podemos sugerir que con esto Parsons se
enfrentó a un problema al que trataba de restar importancia: el problema
del capitalismo y de un siglo de respuestas socialistas al mismo, que sim­
bolizaban, como lo observó Karl Polányi, la autodefensa de la sociedad
contra la economía.
En la concepción de Parsons, la revolución democrática, cuyo centro
fue Francia, ciertamente condujo a un tremendo fortalecimiento del po­
der del Estado que se construyó por prim era vez en la época del absolutis­
mo. A pesar de todo, desde el punto de vista de la com unidad societal, la
contribución original de esta revolución fue la creación de un nuevo tipo
de solidaridad, la colectividad nacional cuyos miembros pueden aspirar
por igual a los derechos políticos, así como a los derechos civiles que ya
habían sido establecidosse**;el desarrollo inglés.11 La emergencia de este
nuevo tipo de colectividad implica una inversión de la prim acía respectó
a la era absolutista: “La comunidad societal habría de diferenciarse del
gobierno como su superior, con derecho legítimo á controlarlo.”12 Nueva­
mente, no hay ninguna incongruencia al postular el fortalecimiento si­
multáneo del poder del Estado y el desarrollo de una sociedad más autó­
noma capaz de defenderse a sí misma contra este poder, porque Parsons
correctamente no considera que el poder sea un juego de suma cero (en el
que lo que uno gana lo pierde el otro).13
Obviamente, Parsons pensaba en la "Revolución" industrial como si fue­
ra del todo paralela a la democrática. Sin embargo, esto sólo es cierto si
consideramos que la relación entre la organización política y la economía
es el eje central de interés. De conformidad con lo anterior, la Revolución
Industrial, cuyo centro fue Oran Bretaña, completó la tendencia del desa-
156 EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL

rrollo capitalista inicial ampliando enormemente la división del trabajo


social (en el sentido de Durkheim) y diferenciando a una sociedad econó­
micamente definida del Estado (en el sentido de Polányi), lo que resultó
en el crecimiento complementario de ambos subsistemas (como Durkheim
y Polányi observaron). >
Hasta aquí, el paralelo entre las dos revoluciones funciona. Pero si elegi­
mos como nuestro eje el de comunidad societal-economía, como lo hizo
Polányi (del cual depende considerablemente en otros aspectos Parsons),
el paralelismo termina. En lugar de la diferenciación y la expansión comple­
mentaria, la Revolución industrial produjo una sociedad económica (la
economía de mercado) que am enazaba subsum ir y reducir a normas, rela­
ciones e instituciones sociales autónomas. Aunque difícilmente esperaría­
mos que Parsons fuera sensible a las discusiones marxistas sobre la reifi-
cación y la mercantilización, de hecho es sorprendente que no estudie la
tesis de Polányi de que el mercado autorregulado produce una "economi-
zación” de la sociedad, contra la cual surgió en el siglo XIX un programa
de autodefensa de la sociedad. De hecho, este program a tenía muchas
características paralelas a la confrontación liberal de la sociedad y del Esta­
do en el siglo XVIII, a la cual se refiere en parte la concepción que presenta
Parsons de la revolución democrática.
Por supuesto, algunos aspectos del énfasis que pone Polányi en la auto­
defensa de la sociedad contra las tendencias destructivas del capitalismo
clásico, vuelven de hecho a presentarse en la discusión de las caracte­
rísticas del Estado benefactor y del sindicalismo del siglo X X .'4 Pero, ca­
racterísticamente, Parsons considera que el problema se resuelve con el
desarrollo del Estado benefactor. En realidad, este último parece "trascen­
der” tanto al capitalismo como al socialismo. No obstante, en forma poco
característica, el problema no es considerado dentro del contexto de la
tesis de la diferenciación. Surge la sospecha de que esta tesis no podía
aplicarse en forma congruente y convincente al eje economía-comunidad
societal.
La tesis de la revolución educativa trata nuevamente el mismo proble­
ma, aunque en esta ocasión en una perspectiva más o menos futurista. Es
curioso que sea en este contexto que encontremos algunas de las observa­
ciones más críticas de Parsons respecto al desarrollo capitalista clásico:
La alternativa capitalista puso énfasis, primero, en la liberación del pasado
basado en atributos adscriptos (el linaje, el derecho divino, etc.), y luego en la
protección de la "interferencia” gubernamental. La alternativa socialista propu­
so la movilización del poder gubernamental para instituir la igualdad funda­
mental, ignorando casi del todo las exigencias de la eficiencia económica
ninguna logró fundamentarse en concepciones adecuadas de la comunidad
societal y de las condiciones necesarias para conservar su solidaridad.15
DESARROLLO TEÓRICO EN EL SIGLO XX 157

La revolución educativa centrada en los Estádos Unidos, ubicada de


m anera abstracta sobre el eje cultura-comunidad societal, implica, según
Parsons, una liberación más congruente de la estructura social de todos
los patrones de estratificación basados en atributos adscriptos que la que
puede proporcionar la propiedad privada (capitalismo) o el desempeño
gubernam ental (socialismo), dando igualdad de oportunidad (aunque no
asegura la igualdad de los resultados). Lo que es más im portante, afirma
que el complejo institucional central de esta revolución, la universidad,
proporciona el desarrollo de un patrón asociativo de organización social
que debe distinguirse y contraponerse a las formas burocráticas e indivi­
dualistas promovidas por el Estado y la economía de mercado respectiva­
mente. Así, considera que la revolución educativa es, sorprendentemente,
un correctivo solidarista no sólo del socialismo y del capitalismo, sino
tam bién de las revoluciones democrática e industrial. En resumen, ofrece
el potencial para completar una modernidad capaz de asegurar la autono­
mía e integración del subsistema integrador, la com unidad societal, es
decir, la sociedad civil.
La afirmación de Parsons de que la universidad m oderna proporciona
un modelo de organización alternativo al del mercado y al de la burocra­
cia sería sorprendente si no se tratara simplemente de un caso especial de
su argumento general sobre el carácter asociativo de la sociedad estadu­
nidense contemporánea. Pero, antes de pasar a su mistificación ideológi­
ca de los aspectos de esta sociedad debemos destacar otra deficiencia de su
concepción.
Ya hemos observado que por lo menos una ram a de la concepción de
Parsons, aparentem ente en contradicción con la otra, considera que
la emergencia de la comunidad societal moderna es el resultado residual
de la autodiferenciación de los otros subsistemas en las tres revoluciones.
Dentro de un esquema puram ente funcionalista, tal representación hace
que no existan contradicciones internas, pero Parsons sólo puede conti­
nuar operando dentro de ese esquema en la medida en que su modelo
evolutivo se niega a sí mismo la posibilidad de explicar los mecanismos
reales del cambio social que implican acción y conflicto. Sólo puede ha­
cer esto como sociólogo; como historiador, repetidam ente se encuentra
con el problema de los movimientos y conflictos sociales. Pero el sociólo­
go funcionalista tiene prestam ente una respuesta: el movimiento demo­
crático radical, los socialistas y la Nueva Izquierda son descritos como
alas fundamentalistas de las tres revoluciones,16 cuyos proyectos aparen­
temente omiten considerar los procesos de solución de problema, omi­
sión atribuida a los "movimientos orientados hacia valores” por Neil Smel-
ser.17 No obstante, Parsons se olvida del otro tipo de movimiento al que
hace referencia Smelser, el "movimiento orientado hacia norm as” que es
158 EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL

capaz de influir positivamente en el cambio social. Esta omisión en el pla­


no de la teoría es tanto más extraña cuanto que el propio Parsons descri­
bió el movimiento de derechos civiles en los Estados Unidos en términos
de este paradigm a.18
Como resultado de la omisión teórica >en el enfoque de Parsons de los
movimientos sociales, hay dos problemas que ni siquiera puede presentar y
m ucho menos resolver: el problem a de las agencias im plicadas en la
autoconstitución del nuevo tipo de comunidad societal que él describe y el
problema de la resistencia de una comunidad societal cada vez más moder­
na a las tendencias que amenazan su diferenciación. Nos ocuparemos de
éstos a continuación.
Respecto al prim er problema, en el análisis de Parsons la agencia apa­
rentemente sólo puede impedir el cambio social causado por los procesos
objetivos. Sin embargo, en el caso de los otros subsistemas, quienes cons­
truyen al Estado y los juristas, los empresarios y los gerentes, los educa­
dores y los fiduciarios nunca son descritos como fundamentalistas de nin­
guna clase. Así, la acción en favor del cambio social es posible, pero nada
más por parte de élites y para otros subsistemas diferentes a la com uni­
dad societal, cuya diferenciación se torna residual en este sentido.
Respecto al segundo problema, con el movimiento democrático, el de
la clase trabajadora y el estudiantil, que son todos descritos como funda­
mentalistas, nos da la impresión de que sus formas de acción, así como
sus metas, estaban dirigidas a la desdiferenciación en cada caso, es decir,
a la absorción de la economía moderna, el Estado y el sistema educativo
en una comunidad societal solidaria cuyá propia modernidad sería, como
consecuencia, dudosa. Estos movimientos, de hecho, tienen algunos ele­
mentos e ideologías que fueron fundamentalistas exactamente en este sen­
tido. Sin embargo, Parsons no observó que otras dimensiones de esos mis­
mos movimientos lucharon precisamente por la autonom ía social y, por
lo tanto, por la diferenciación de la comunidad societal, junto con sus nor­
mas e instituciones. Éste es simplemente el otro lado de su fracaso al te­
ner en cuenta las tendencias del Estado moderno, de la economía capitalista
e incluso de la ciencia moderna para la eliminación de la diferenciación,
es decir, la absorción y penetración de las otras esferas sociales. Una teo­
ría de la sociedad m oderna que no observa estas tendencias forzosamente
se hace ideológica y apologética.19
La teoría de Parsons de la comunidad societal es un excelente objeto de
crítica inm anente porque elabora los logros normativos de la modernidad
y a la vez los representa como si ya estuvieran institucionalizados. De
hecho, facilita el trabajo de los críticos al señalar los problemas de inte-
gración que implícitamente arrojan mucha duda sobre las pretensiones
de institucionalización venturosa. La concepción de la comunidad societal
DESARROLLO TEÓRICO EN EL SIGLO XX 159

representa otra respuesta a Hobbes y Austin, al m antener la existencia de


un orden normativo sin el deus ex machina de la soberanía.20 El propio
concepto, que reúne al bien conocido par Gemeinschaft/Gesellschaft de
Tónnies, pretende conscientemente la misma clase de síntesis de las catego­
rías antiguas y modernas que presentó Hegel en su doctrina de la socie­
dad civil. En el menor de los casos, el modelo de Parsons parece dar una
mayor importancia que Hegel a los elementos que las sociedades moder­
nas y tradicionales tienen en común. Define a la com unidad societal en
términos de las dos dimensiones de “norm atividad” y “colectividad". La
prim era es un sistema de orden legítimo producido por la institucionali-
zación de los valores culturales; la otra es el aspecto de la sociedad como
una entidad única, vinculada y organizada. Queremos observar que Par­
sons, al igual que Hegel, está dispuesto a ver el todo como una colectivi­
dad “políticamente organizada” de colectividades: “quizás el prototipo de
una asociación es la propia comunidad societal, considerada como un cuer­
po corporativo de ciudadanos que mantienen relaciones principalmente
consensúales con su orden normativo”.21 Pero en el caso de una sociedad
moderna, se da igual énfasis a la multiplicidad de grupos, estratos, lealta­
des y funciones que frecuentemente están en conflicto; la comunidad socie­
tal m oderna es, en el mejor de los casos, "colectividad de colectividades”.
Tal solidaridad colectiva que lo cubre todo, que basta para producir la
capacidad, así como la motivación para la acción colectiva efectiva,22 sólo
es posible debido a normas basadas en el consenso. También en este caso
Parsons supone una clase de unificación difícilmente característica de las
sociedades modernas; su idea de que en última instancia "los valores son
legitimados principalmente en términos religiosos" tiende a comprometerlo
con el punto de vista de que el orden social legítimo se fundam enta en
valores sustantivos compartidos. Pero, una vez más, está dispuesto a tra ­
tar de modernizar este consegro haciendo referencia (incongruentemente)
a un "consenso relativo", el que sólo es un “asunto de grado",23 pero que
difícilmente puede desempeñar el papel de representante del foro decisi­
vo que resuelve el conflicto de lealtades entre los individuos e incluso den­
tro de cada individuo. Un asunto de grado no puede proporcionar aquella
"posición elevada en cualquier jerarquía estable de lealtades" que Parsons
trata de atribuir a la lealtad hacia la propia com unidad societal.24
Si los contornos generales de la concepción están abiertos a la acusa­
ción de que representan insuficientemente a la sociedad moderna, en su
detalle el argumento es capaz de tratar con esta objeción. De nuevo, exis­
ten intrigantes semejanzas con Hegel, en esta ocasión en términos de la
estructura misma de la presentación: se entiende a la comunidad societal
moderna ante todo como una estructura de leyes y asociaciones. Como ya
hemos argumentado respecto a Hegel, hay una ausencia notable: el siste-
i
/
160 EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL

ma de necesidades; y una presencia notable: el complejo de ciudadanía.


Este último, entendido en términos de tres categorías de derechos, es de
hecho un producto del sistema de leyes.
Para Parsons, el paso más im portante en la emergencia de un sistema
jurídico moderno es la transición desde el derecho como un instrum ento
de la política del Estado a la ley como una "interfase m ediadora” entre el
Estado y la comunidad societal, que constituye formalmente la diferencia­
ción de estos últimos. Tal sistema jurídico coloca al Estado en "la posición
dual de definir y hacer cumplir ciertas restricciones contenidas en las le­
yes sobre sus propios poderes”. Esta paradoja puede sostenerse sobre las
bases de la independencia judicial, la integridad corporativa de la profe­
sión jurídica y en especial la apertura de los límites del sistema jurídico
“para perm itir aproximaciones tentativas al consenso antes de la ‘legali­
zación' plena de una norm a y su entrada en vigor" con base en la “solida­
ridad colectiva, los estándares morales y el pragm atism o".25 Mientras
Parsons asigna aquí una definitiva prioridad al desarrollo de la ley común
respecto a las variables de la Europa continental, resulta muy evidente
que el desarrollo del "constitucionalismo”, es decir, la capacidad de hacer
cumplir la constitución incluso contra la política del Estado, estaba relacio­
nada estructuralm ente en todos los casos con la diferenciación de una co­
munidad societal moderna y del Estado.26
El complejo de ciudadanía, un resultado del constitucionalismo y del
gobierno de la ley, representa su desarrollo adicional en tres áreas:

1. Incorporando norm as universales, lo's derechos modernos fundamen­


tan las constituciones en principios superiores a las tradiciones de las
sociedades particulares.
2. Representando el paso de la ley objetiva al derecho subjetivo, la ciuda­
danía moderna hace posible que los individuos y los grupos puedan
actuar en lo que se refiere a las afirmaciones constitucionales.
3. Como consecuencia, el complejo de ciudadanía no sólo diferencia adicio­
nalmente a la comunidad societal y al Estado, sino que además estable­
ce la prioridad de la prim era sobre este último en el sentido tanto del
principio normativo como de la acción política.

La definición que da Parsons de la "sociedad” como el sistema social


que tiene un mayor nivel de autosuficiencia, definitivamente está presenta­
da en términos de unidades territoriales delimitadas políticamente, es decir
las "naciones-Estado”.27 Las estructuras normativas que definen la identi*
dad de una sociedad, por lo tanto, nunca están libres de una dimensión de
particularismo, incluso cuando los órdenes de valores culturales en que
está fundam entada la legitimidad de las normas a menudo trascienden
DESARROLLO TEÓRICO EN EL SIGLO XX 161

los límites de cualquier sociedad en particular.28 El complejo moderno de


ciudadanía, con su tendencia igualitaria a la membresía libre de todas las
características adscriptas, está arraigado en un esfuerzo im portante para
b a sa r las norm as de las sociedades m odernas no sólo en valores
transocietales, sino en realidad universales, cuya prim era versión fue la
doctrina de los derechos naturales. Así, en nombre de algo superior, los
derechos constitucionales se convirtieron en la manifestación norm ati­
va de los principios universales que representan las limitaciones sobre el
poder del Estado vinculado a los intereses de una sociedad con una orga­
nización política particular. La revolución democrática, en la concepción
de Parsons, intentó convertir esas pretensiones filosóficas a favor de la su­
perioridad de la comunidad societal, "la nación”, en una prim acía política
real. El complejo de ciudadanía en este argumento consta de tres conjun­
tos de componentes, civil-político-social, que representan el proyecto de ins-
titucionalización de esa primacía. Considera el "perfil estructural” de la
ciudadanía m oderna "completo, aunque no del todo institucionalizado”.29
Para Parsons, la ciudadanía en un sentido moderno significa iguales
condiciones para ser miembro en la comunidad societal, y no en el Esta­
do.30 Su componente cívico o legal consiste en que los derechos legales
garanticen formas de acción autónomas respecto al Estado —en otras pa­
labras, “las libertades negativas"—. Los derechos que suponen propie­
dad, comunicación, religión, asociación, asamblea y seguridad individual
junto con igualdad sustantiva y de procedimiento ante la ley fueron formu­
lados por prim era ocasión en la tradición de la ley natural y están incor­
porados en la declaración francesa de los derechos del hombre, así como
en la Ley de derechos de los Estados Unidos. En la presentación de Parsons,
estos derechos representan el principio del constitucionalismo reformulado
como los derechos subjetivos de las personas privadas; como tales, su
función es la de estabiliza^& diferenciación entre la com unidad societal y
el Estado.31
Los derechos políticos son derechos positivos de igual participación, y no
"libertades particulares o fueros" o “libertad en general”. Implican tanto
la participación indirecta en el gobierno representativo por medio del dere­
cho al sufragio, como los derechos para influir en política. Es muy signifi­
cativo que Parsons, por lo menos en la primera enunciación de su posición,
haya incluido aquí nuevamente los derechos de la libertad de expresión y
de asamblea.32 La trasposición significa que los derechos de participación,
especialmente cuando están tan fuertemente vinculados a los derechos
negativos, no significan una desdiferenciación sino más bien el surgimiento
de nuevas estructuras mediadoras33 que contribuyen indirectamente a la di­
ferenciación por medio de la interpenetración y de nuevas formas de inte­
gración. Se supone que ion ellas estructuras las que establecen la prima-
162 EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL

cía de la com unidad societal, al ir más allá del Estado constitucional (Re-
chtsstaat) que ya ha sido establecido por los derechos negativos.
Finalmente, los componentes sociales de la ciudadanía, a los que Parsons
no llama "derechos”, consisten en los "recursos y capacidades” requeridos
para la vigencia de los derechos, y para oportunidades "reales" en vez de
meramente "formales” de que haya igualdad en su utilización. De lo que se
trata es de los “estándares mínimos adecuados de ‘vida’, cuidado de la salud
y educación". Aunque Parsons menciona aquí una clase de "igualdad de
condiciones", su verdadero interés es defender una versión genuina, a dife­
rencia de una “vacía”, de la “igualdad de oportunidad”. Ahora debemos pre­
guntarnos si logra hacerlo de una manera convincente.
Según Parsons, “en un sentido el componente ‘social’ de la ciudadanía
es el más fundamental de los tres.”34 No se nos dice exactamente en qué
sentido es cierto esto de la adición temporalmente tardía al complejo de
ciudadanía. En todo caso, en otras partes Parsons observa una carencia
de paralelismo entre el “ciudadano” y el “cliente” del Estado benefactor.35
El hecho de que no hable de derechos sociales, de que no observe una
trasposición en este caso con otras partes del complejo de ciudadanía como
en el caso de los derechos políticos y socialeáj indica la conciencia de una
carencia fundamental de simetría. Sí presenta una buena argumentación
a favor de la necesidad de un componente social de la ciudadanía. El pro­
blema teórico es sólo que este caso no pertenece primariamente al complejo
de problemas de la diferenciación de la comunidad societal y del Estado y de
la estabilización de esta diferenciación. Aunque es posible argum entar
que la autonomía de la comunidad societal depende de los recursos y ca­
pacidades de sus miembros, la amenaza a estos no sólo proviene del Esta­
do moderno sino también del orden económico capitalista moderno. Y
aunque al menos en un contexto Parsons menciona al componente “so­
cial” de la ciudadanía en relación con la diferenciación de la economía y
la comunidad societal,36la discusión no lleva a ningún lado, porque Parsons
quiere negar la necesidad funcional o, incluso, la plausibilidad tanto de
los derechos como de las formas de participación respecto al orden econó­
mico moderno.37 Esta renuencia asocia definitivamente al componente
“social” con el papel de cliente, lo que claramente no pertenece a ningún
complejo de ciudadanía. Lo que es más, esto contradice en realidad la
idea de la ciudadanía, que no puede ser congruente con ninguna forma de
paternalismo.
En términos generales, Parsons está muy interesado en la diferencia­
ción de la comunidad societal tanto de la economía com o del Estado, pe­
ro aunque argumenta a favor de un principio de organización específico
de la comunidad societal, estableciendo así el patrón de diferenciación, la
estructura de mediación que proporciona, estabiliza esta diferenciación
DESARROLLO TEÓRICO EN EL SIGLO XX 163

sólo entre la comunidad societal y la organización'política. Ya hemos obser­


vado que Parsons considera que el principio de la asociación es la forma
de organización de la comunidad societal, paralelo a la burocracia en el
caso de la organización política y al mercado en el caso de la economía. La
estructura primordial de las asociaciones está vinculada a la solidaridad
m utua de los miembros y esto es lo que distingue a la comunidad societal
de los diferentes patrones individualistas del mercado y de la burocracia.
De hecho, junto con el tercer tipo de patrón individualista representado
por el complejo de ciudadanía, la dimensión solidaria de la comunidad
societal es el factor secreto de las varias síntesis en que hace hincapié Par­
sons, entre la modernidad y la tradición, entre el individualismo y la colec­
tividad, entre Gesellschaft y Gemeinschaft.
En la concepción de Parsons, una asociación representa un cuerpo cor­
porativo cuyos miembros son solidarios entre sí, en el sentido de tener
una relación consensual con una estructura normativa común.38Parsons
cree que este consenso, por lo general establecido por el prestigio y la
reputación, es la fuente de la "identidad" de la asociación, de que ésta se
convierta en "nosotros”. El principio de asociación supone no sólo una
base solidaria de identidad sino también una determinación diferente de
la acción colectiva: en este caso las decisiones básicas emergen de la pro­
pia organización y no son meramente aplicadas por ella, como en el caso
del principio burocrático. Para Parsons, todas las estructuras organizadas
tienen componentes asociativos, pero sólo en los casos en que estos son
dominantes (a diferencia de la empresa moderna o de los gobiernos autori­
tarios) podemos hablar de una asociación.39 Según su punto de vista, la
tendencia contemporánea en la organización es hacia las asociaciones en
vez de hacia las burocracias, y afirma que esta tendencia que emana de la
comunidad societal penetra también al gobierno y a las empresas de nego­
cios, aunque en el últim&sesiso (respecto al cual Parsons no es congruente)
sin llegar a ser primaria.
La emergencia del consenso recurriendo al prestigio y a la reputación,
deliberadamente contrapuestos a la aceptación de la argumentación vá­
lida,40 señala la existencia de asociaciones que no son completamente
modernas. En realidad, en varios contextos, como el papel del principio
asociativo en la votación, Parsons habla explícitamente del "tradicionalis­
mo" como algo que va en contra de la acción racional.41 No obstante, en el
caso de la comunidad societal contemporánea, está interesado en descu­
brir el tipo de asociación específicamente moderno. Incluso en relación
con el sufragio, sostiene que la movilidad asociativa y la posibilidad de
pertenecer a una multiplicidad de asociaciones contrarresta en parte las
consecuencias tradlcionaliltai de todas las asociaciones (con la posible
excepción de la familia),41 Bitas características son funciones del primer
164 EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL

principio específicamente moderno de las asociaciones: la voluntariedad,


que permite una entrada y salida relativamente fáciles, basada en el princi­
pio normativo de la libertad de asociación. El segundo de esos principios
es la igualdad de los miembros, que constituye un patrón de organización
horizontal en vez de jerárquico. La teroera es la del procedimiento, en el
sentido tanto de proporcionar reglas formales definitivas tanto para regu­
lar la discusión como para votar. Puesto que la estructura de la discusión
y de la deliberación es entendida como el espacio en que se construye el
consenso por medio de la persuasión, es posible ver a estos tres principios
como la aplicación de la gran tríada m oderna de libertad, igualdad y soli­
daridad al modelo de la asociación.
De nuevo, la modernidad del modelo depende de la interpretación de
los términos “consenso”, “persuasión”, "solidaridad” e "influencia”. Parsons,
por ser un estudioso de Durkheim, está obviamente consciente de la dife­
rencia entre la solidaridad tradicional y la moderna. La solidaridad lograda
por medio del consenso se identifica en algunos contextos específicamente
con el tipo ideal de asociación voluntaria.43 Pero Parsons tam bién observa
la importancia de otra solidaridad, del tipo del Gemeinschaft, “una rela­
ción m utua de solidaridad difusa” basada en “una pertenencia com ún”.44
Así, los dos modelos parecen ser: 1) la obtención de la solidaridad por
medio de la discusión y la deliberación entre individuos que eligen li­
bremente participar en una asociación, y 2) la generación de consenso en­
tre individuos sobre la base de una solidaridad prexistente, difusa, que no
está sujeta a discusión o a explicación. Desafortunadamente, el concepto
clave de influencia tiende a subsum ir el prim er modelo en el segundo, y a
los dos se les trata casi intercambiablemente como la base para tener in­
fluencia.
El concepto de influencia desempeña un im portante papel estructural
en la teoría de Parsons de la diferenciación de la com unidad societal. Jun­
to con el dinero, el poder y los valores a los que se comprometen las perso­
nas, la influencia es uno de los cuatro medios de intercambio simbólico
generalizados que remplazan a las relaciones de la negociación directa o
“trueque" en los cuatro subsistemas, regulando sus relaciones internas así
como los intercambios entre ellos.45 Si bien Parsons insiste menos que
Niklas Luhmann en los procesos históricos de la evolución de las formas
de acción reguladas por los medios, su teoría también implica que la im­
portancia real de los medios emerge en las sociedades modernas, diferen­
ciadas, que ellos ayudan a constituir. En relación con la modernidad de la
influencia como un medio, hay, sin embargo, tres tendencias no resueltas
en su pensamiento. Primero, la analogía con el dinero y el poder, y la idea
de que la influencia es plenamente intercambiable con estos medios, indi­
can un principio de integración moderno que reduce la comunicación a la
DESARROLLO TEÓRICO EN EL SIGLO XX 165

producción y recepción de códigos, y a la acción «a una adaptación a las


interconexiones establecidas "a espaldas de los actores". Esta concepción
no puede fundamentar la diferencia entre el principio organizador de la
comunidad societal y los de la economía y el sistema de organización
político, y trata la integración por medio de la solidaridad como una for­
ma de control.46 Segundo, el argumento de que la influencia “debe operar
por medio de la persuasión [...] en que su objeto debe ser convencido de
que decidir tal como lo sugiere la influencia es actuar en interés de un
sistema colectivo con el que ambos son solidarios”47 señala a un modelo
que es específicamente moderno y, no obstante, significativamente dife­
rente, en principio, del dinero y del poder. La diferencia está claramente
indicada por la idea de que, en tanto que el dinero y el poder funcionan
modificando las situaciones de los actores, la influencia (junto con el com­
promiso con determinados valores) funciona haciendo que una persona
tenga algún efecto sobre las intenciones de otra.48 Finalmente, mientras
que Parsons no es capaz de tom ar una decisión respecto a la forma en que
la influencia funciona realmente como “medio generalizado de persua­
sión”,49 pone énfasis claramente en la reputación y el prestigio de indivi­
duos influyentes y no en la validez "intrínseca” de su argumentación. Aquí,
el modelo fácilmente se desplaza a uno de integración tradicional de la
acción a menos que, en forma más congruente que Parsons, fuéramos a
especificar que los fundamentos en última instancia de la reputación de
un individuo, con respecto a problemas determinados, deben ser capaces
tanto de ser defendidos como desafiados en términos de argumentación.
Aunque esta idea está presente en Parsons,50 es incompatible con aquélla
de que la habilidad de una persona para influir en otra está basada en un
antecedente de solidaridad difusa, del tipo Gemeinschaft.
Por supuesto, Parsons asume plenamente que ha logrado fundam entar
la diferenciación de la ceaaunidad societal m oderna del Estado y de la
economía, en términos de sus categorías de asociación e influencia. Dé
este modo, se enfrenta al problema hegeliano de tratar de tem atizar las
mediaciones relevantes. Respecto al eje comunidad societal-Estado, éstas
resultan ser las clásicas de la tradición pluralista heredada de Hegel y
Tocqueville: el público, los grupos de cabildeo, los partidos políticos y la
legislatura, que son los canales para la influencia societal sobre la adm i­
nistración del Estado.51 Su operación efectiva, según Parsons, presupone
el sistema de comunicación de masas que según él es el "equivalente fun­
cional de algunos rasgos de la sociedad Gemeinschaft", con lo que de nue­
vo cae en todas las ambigüedades que caracterizan a su teoría de la in­
fluencia. En toda esta línea de su argumentación, presupone que los
constituyentes sociales se comunican con contrapartes en el sistema polí­
tico de maneras que no ion distorsionadas en absoluto ni por el dinero ni
166 EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL

por el poder, y que existe una relación de intercambio simétrica entre “el
apoyo público” y "la influencia pública”.
Como el estudio que hace Parsons del problema de la diferenciación de
la comunidad societal y de la economía no es satisfactorio, no debe sor­
prendernos que no se dé cuenta de que su teoría, a diferencia de la de
Hegel, necesita además una serie de mediaciones en este contexto.52 Esas
mediaciones se presentan en forma limitada en varios ensayos. Por ejem­
plo, nos enteramos de que la tendencia asociativa también penetra la eco­
nomía en forma de asociaciones profesionales y de juntas fiduciarias. No
obstante, en el caso de la empresa moderna, tam bién encontramos que
los miembros de la asociación (los accionistas) desempeñan un papel pa­
sivo, en tanto que la junta es considerada similar a la adm inistración buro­
crática.53 En lo que se refiere a los trabajadores, Parsons rechaza cual­
quier modelo de participación democrática en la gerencia,54 y limita el
papel de los sindicatos, en la brecha entre el hogar y el lugar de trabajo, al
de m ejorar la posición económica de la clase trabajadora.55
La discusión de Parsons sobre la relación de la comunidad societal con
la economía, eleva la práctica capitalista existente al nivel de norma, o por
lo menos de necesidad funcional. Sin embargo, su teoría de la comunidad
societal en conjunto, conscientemente (aunque sin éxito), procura llegar
a un modelo que va más allá de las alternativas que pueden ser descritas
como economicismo capitalista y estatismo socialista. La parte sorpren­
dente de su teoría es la pretensión de que tal modelo poscapitalista, postso­
cialista no sólo es la construcción, no derivada de los hechos, normativa, de
un proyecto sociopolítico, sino que en realidad ya existe, aunque todavía
no completamente, en la sociedad estadunidense contemporánea. Una
vez más, todo lo racional es real, y todo lo real es racional:

El nuevo tipo de comunidad societal de los Estados Unidos, más que cualquier
otro factor único, justifica que le concedamos la primacía en la última fase de la
modernización. Hemos sugerido que sintetiza en alto grado la igualdad de opor­
tunidad en que hace hincapié el socialismo. Presupone un sistema de mercado,
un vigoroso orden jurídico relativamente independiente del gobierno y una
"nación-Estado” emancipada del control religioso y étnico específicos [...] Ante
todo, la sociedad estadunidense ha ido más lejos que cualquier sociedad compa­
rable, de gran tamaño, en su alejamiento d élas antiguas desigualdades atribui­
das a causas supuestas [pertenencia a un orden, a un linaje] y la institucionali-
zación de un patrón básicamente igualitario [...] la sociedad de los Estados
Unidos [...] ha institucionalizado un rango mucho más amplio de libertades
que cualquier sociedad anterior.56

En opinión de Parsons, los Estados Unidos no sólo es el hogar adecua­


do de la revolución educativa con su énfasis en el "patrón asociativo” sino
DESARROLLO TEÓRICO EN EL SIGLO XX 167

tam bién la síntesis más exitosa de los resultados-de las revoluciones de­
mocrática e industrial. Los modelos estadunidenses de gobierno repre­
sentativo y de federalismo proporcionan el mayor nivel de diferenciación
entre el Estado y la comunidad societal. Éste es el caso porque esta socie­
dad es la más libre de las definiciones políticas y hereditarias de la membre-
sía y (lo que es mucho menos plausible) este sistema político se ve menos
obstaculizado por las restricciones sociales sobre la participación en cual­
quier nivel. El gobierno representativo hace que todos los miembros so-
cietales sean sus electores, pero la separación de poderes le proporciona
al sistema político propiamente dicho una amplia libertad de acción. Las
estructuras de la representación, nacional y federal, median adecuada­
mente, de acuerdo con Parsons, entre el Estado y la com unidad societal.
Parsons es menos capaz (pero, dada la incongruencia de su concepto
normativo, está menos obligado) de pretender un grado similar de dife­
renciación entre la comunidad societal y la economía. Sí parece adm itir
que como "el componente social de la ciudadanía” en Estados Unidos va
retrasado respecto al de los estados benefactores europeos,57 la racionali­
dad económica del mercado tiene un mayor poder sobre la vida social. No
obstante, afirma que la sociedad estadunidense está tam bién más allá de
las obsoletas alternativas fracasadas del capitalismo y el socialismo, a los
que define principalmente en términos de una ausencia de controles gu­
bernamentales sobre la economía versus el control gubernam ental total.3'
Para ser justos, el análisis de Parsons contiene la sugerente idea de que ni
el capitalismo ni el socialismo están fundamentados en "concepciones
adecuadas de la comunidad societal y de las condiciones necesarias para
m antener su solidaridad". Sin embargo, su presentación de los Estados
Unidos como una sociedad poscapitalista, postsocialista, se centra princi­
palmente en la emergencia de la economía mixta y, aparentemente, no se
da cuenta de la posibilidad-de que los estados benefactores interven­
cionistas modernos también sean capaces de am enazar y desplazar a la
solidaridad social. Puede ser que Parsons supone, en este contexto por lo
menos, que la superación de los efectos disfuncionales del capitalismo
mediante la regulación y redistribución del Estado, dentro de los límites
de la economía de mercado, establece un control social sobre la econo­
mía. Y quizá considera que tal control opera a través de la mediación
secundaria del gobierno representativo, que proporciona una forma más
directa de control sobre el Estado. No obstante, la asim etría entre las dos
formas de supuesto control es obvia. Cualquier identificación del control
social con la regulación del Estado viola implícitamente la propia impor-
lancia que le da Parsons a la diferenciación de estas esferas. E incluso la
idea de que el gobierno representativo es el medio de control social haría
caso omiso, en una forma no válida,] de la descripción que hace Parsons
168 EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL

de la diferenciación interna del sistema político y de su énfasis en las


élites como las que proveen el mecanismo real de gobierno.
Para ser justos, Parsons también afirma la existencia de posiciones es­
tructurales desde cuyo punto de vista puede concebirse un control análo­
go sobre el Estado y la economía. Se entiende a la sociedad de los Estados
Unidos como el espacio posible más favorable para el principio de la aso­
ciación, que Parsons presenta como la alternativa al capitalismo y al esta­
tismo, que simbolizan respectivamente una economía y un Estado mo­
dernos libres de cualquier control social. Continuando la línea de análisis
iniciada por Tocqueville, Parsons rastrea profundam ente la im portancia
de una versión pluralista de asociación en la historia de los Estados Uni­
dos. La organización del protestantism o estadunidense ha favorecido al
pluralismo y a la asociación, a esta última por la estructura de la organi­
zación interna de muchas de las iglesias, y a la prim era por la multiplici­
dad de denominaciones y la historia relativamente larga de tolerancia.
Pero tam bién los patrones seculares contribuyeron considerablemente a
estas tendencias, en particular una historia excepcionalmente larga de
asociaciones voluntarias y un posterior, pero incluso más im portante, pa­
trón de inclusión en la sociedad estadunidense de toda una serie de gru­
pos étnicos, que no obstante pudieron conservar sus identidades indivi­
duales. La lucha de los negros americanos por los derechos civiles, respecto
a la cual Parsons escribió uno de sus mejores ensayos, representó para él
precisamente una gran culminación de los patrones normativos y organiza­
tivos preexistentes de la historia de los Estados Unidos.59
En este contexto, Parsons pudo ver qüe los movimientos en las socie­
dades modernas contemporáneas no implican necesariamente un funda-
mentalismo, sino que pueden llevar a la práctica potenciales normativos,
universales (aquí nos encontram os con las premisas de la revolución
democrática), de una m anera capaz de crear y conservar identidades par­
ticulares. No obstante, desafortunadamente parece esperar que la asocia­
ción será generalizada no por nuevos movimientos que siguen este pa­
trón, sino sólo por medio de las consecuencias sociales de las revoluciones
llamadas educativas y su patrón de organización supuestam ente univer­
sitario. Sin embargo, Parsons no explica de qué m anera las formas
asociativas de la universidad habrán de transform ar las estructuras buro­
cráticas en el resto de la sociedad, o de qué m anera estas formas pueden
^ Qser protegidas contra la penetración de la riqueza económica y del poder po-
~ lítico. Una de las razones por la que este problema no es presentado, a pesar
de la familiaridad obvia de Parsons con las universidades contem porá­
neas, es que lo identifica con las pretensiones de un supuesto fundamenta-
lismo. Por ejemplo, insistió en considerar nada más al fundamentalismo,
al lado comunitario de la Nueva Izquierda y del movimiento estudiantil, y
DESARROLLO TEÓRICO EN EL SIGLO XX 169

no al grupo que exigía democracia universitaria (yderechos de asociación)


así como autonomía y diferenciación respecto a las instituciones económi­
cas y políticas. Al rechazar dogmáticamente estos movimientos, se cerró a
un importante discurso que en muchos aspectos es continuación del suyo.60
Esto es importante, porque Parsons reconoce plenamente que el "aso-
ciacionismo" de hoy en día no puede ser defendido sobre la base decimonó­
nica del ejemplo de los Estados Unidos integrado por pequeños pueblos
que, incluso Tocqueville, consideró un atavismo.61 Pero sus varios intentos
por proporcionar alternativas modernas adecuadas fracasan todos por­
que nunca tiene en cuenta los potenciales negativos de las instituciones
contemporáneas. Aunque está en lo correcto al observar, más allá de la teo­
ría de la élite sobre la democracia, el elemento de control social inherente
a las instituciones representativas, se equivoca al om itir sus tendencias
oligárquicas y al estilizar las élites políticas existentes presentándolas como
el "equivalente funcional de la aristocracia" que "las democracias necesi­
tan urgentem ente”.62 Está en lo correcto al insistir en las im portantes
implicaciones normativas de las tradiciones pluralistas de la sociedad
estadunidense, pero su omisión de la selectividad y asim etría específi­
cas, construidas en la práctica existente del pluralismo, es a la vez poco so­
fisticada y mal orientada.63 Finalmente, está en lo correcto al no conside­
rar muy seriamente la tesis de la sociedad de masas, así como al insistir en
la importancia continua de “el parentesco y la am istad” junto con "las ac­
tividades y relaciones asociativas”,64 pero se equivoca al pensar que esto
elimina las bases de otra distinción, la que existe entre la "cultura pública"
y la “cultura de masas”. De hecho, sus opiniones respecto a la cultura de ma­
sas y a los medios de comunicación de masas pueden haberse basado en
la elim inación de la percepción de la existencia de dos tendencias
identificables con esta distinción, una hacia la manipulación y la otra ha­
cia la comunicación dena©«¡Fática.65 En cambio, después de observar las
posibilidades de la concentración excesiva, la manipulación, la decaden­
cia de las normas culturales y la apatía política como consecuencias posi­
bles de los medios de comunicación de masas modernos, ¡descarta, o por
lo menos le quita mucha importancia a la relevancia de estas tendencias
para la sociedad estadunidense!, y después de presentar al sistema de co­
municaciones de masas como una suerte de mercado,66 en forma incon­
gruente declara que este sistema representa “un equivalente funcional de
algunos rasgos de la sociedad Gemeinschaft”.61
Dadas las dificultades para basar su teoría de la asociación en tenden­
cias específicamente modernas, no es sorprendente que Parsons busque
un equivalente funcional de la Gemeinschaft. Sin embargo, en este con­
texto su elección de los medios de comunicación de masas puede equiva­
ler sólo a una admisión tácita de su derrota. En la teoría de Parsons, esta
170 EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL

derrota implícita aparece en la forma en que trata el tema de los proble­


mas de integración en la sociedad estadunidense contemporánea, cuya
solución completaría la propia modernidad. En realidad, debemos obser­
var que no admite que la diferenciación de la comunidad societal y su
forma de organización asociativa sean en algún aspecto incompletas. Tam­
poco considera que los valores culturales de las sociedades modernas sean
en ningún sentido deficientes o contradictorios. Más bien, su tesis es que
la diferenciación y reorganización venturosas han producido brechas o re­
trasos en la integración que no se ha tratado aún con éxito, porque no se
han institucionalizado, de m anera adecuada, normas capaces de generar
niveles suficientemente altos de motivación, legitimidad y solidaridad. Co­
mo resultado, la comunidad societal es "el centro de la torm enta" de los
conflictos futuros a los que no se podrá tratar mediante el control del di­
nero y el poder. Por otra parte, la dem anda de los nuevos movimientos por
participación y comunidad, considerados exclusivamente en sus versio­
nes fundamentalistas como signos de las tensiones de la integración, sólo
pueden proporcionar soluciones al costo de una desdiferenciación y regre­
sión masivas. Entre estos dos extremos, no está claro en qué dirección
buscaría Parsons una solución.
En abstracto, su teoría lo compromete con la posición de que sólo la
generación de nuevas formas de influencia podría conducir hacia un
consenso normativo que proporcione recursos simbólicos capaces de inte­
grar a la comunidad societal (solidaridad), así como de regular sus inter­
cambios con el Estado (legitimidad) y la economía (motivación). Desafor­
tunadamente, como su teoría de la influencia no está determinada, es
difícil encontrar soluciones posibles a los problemas de integración social
que se pueden derivar de ella. La asimilación de la influencia al dinero y al
poder conduce, por ejemplo, a la solución tecnocrática de la planificación
y manipulación de sus fuentes y condiciones de aplicación, supuestam en­
te a través de los medios de comunicación de masas. Alternativamente,
una interpretación de la influencia como algo arraigado en el prestigio y
la reputación vinculados a la solidaridad tradicional, conduce a una op­
ción neoconservadora que esperaría restaurar un fundamento autorita­
rio, y posiblemente religioso, para normas que no estarían sujetas a cuestio-
namientos ni críticas. Finalmente, una comprensión de la influencia en
términos de argumentación racional como "los medios intrínsecos de la
persuasión”, conduce a una alternativa democrática que tendría pocas
posibilidades de éxito, a menos que la democratización se continuara como
un proceso abierto realizado, en parte, por movimientos sociales, posibi­
lidad que Parsons rechaza explícitamente. De hecho, parece no ser cons­
ciente de que todas estas diferentes opciones son compatibles con uno u
otro complejo de valores sustantivos contradictorios heredados por las
DESARROLLO TEÓRICO EN EL SIGLO XX 171

sociedades modernas, o que sus diferentes form as de institucionalización


presupondrían cambios organizativos inevitables. Sobre todo, no nota que
ellos implican los proyectos de tres versiones alternativas de la com uni­
dad societal moderna o sociedad civil, entre los cuales los actores sociales
pueden de hecho elegir. Sospechamos que Parsons nunca decide entre
estas alternativas, que postula las tres, o más bien una combinación de
ellas en la cual sus ponderaciones respectivas no están claras. Así, se ex­
pone a la objeción de que los elementos democráticos en su teoría impli­
can sólo una legitimidad superficial y aparente para un modelo tradicio­
nal de la sociedad civil que se ha tornado imposible, o para un modelo
tecnocrático que es la culminación de la genealogía de la carencia de li­
bertad.
No obstante, en realidad la situación puede haber sido la contraria.
Quizá los elementos tradicionales y apologéticos en el pensamiento de
Parsons interfieren con sus genuinas intuiciones respecto al lugar crítico
de la sociedad civil en la modernidad. Esta interpretación es sugerida por
los dos últimos ensayos que publicó.68 En ellos, Parsons demostró que su
reconstrucción del concepto de sociedad civil no representaba un callejón
sin salida y era más bien capaz de desarrollos adicionales. Sin embargo,
el contexto no era la construcción de sistemas sino la crítica inm anen­
te, ante todo la del im portante libro de R. M. Unger, Law in Modem Socie-
ty. Unger ofrece una crítica de las estructuras de la ley que son a la vez
formalistas, sustancialistas y orientadas al mercado y a la intervención esta­
tal, desde el punto de vista de los amenazados valores de la solidaridad y
del reconocimiento mutuo. Ante los antiguos modelos del capitalismo li-.^-»,
beral y del Estado benefactor contemporáneo, busca justificar una terce-1"'0 “
ra forma, comunitaria, de organización, que combina la justicia sustantiva
con una moralidad basada en las relaciones cara a cara. No obstante, Unger
no puede salvar su model®s«teda acusación de primitivismo. Concede que y w
si bien el Estado benefactor en cierto sentido ha retornado a formas de
derecho anteriores, burocráticas, su propia alternativa tam bién completa
un ciclo histórico al retom ar al derecho consuetudinario. Calificar a este
movimiento de espiral en vez de circular no evita la dificultad.
A pesar de sus propias ambigüedades respecto a la organización tradi­
cional para la comunidad societal, Parsons no quiere tener nada qué ver
con el comunitarismo, al que identifica como la absolutización de la di­
mensión de la integración social (en una forma muy desorientadora, ha­
bla del “absolutismo de la ley").69 Pero está dispuesto a aceptar el desafío
de Unger de llevar la crítica de la ley formal (y por lo tanto del capitalismo
liberal) y de la ley sustantiva o p^opositíva (y por lo tanto del Estado bene­
factor) hasta el punto en que se^m pieza a percibir el bosquejo de una
tercera opción. Debemos observar, aunque él no lo haya hecho, que las
172 EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL

dos opciones criticadas no son, como en sus trabajos anteriores, el capita­


lismo liberal y el socialismo con el Estado benefactor representando su
síntesis final. Sin darse cuenta, tomó de la teoría crítica de Unger la pre­
misa de que la crítica debe tener como objetivo ir más allá de todas las
formaciones contemporáneas.70 El punto clave, desde el punto de vista de
su propia concepción de la sociedad civil como la com unidad societal ba­
sada en las normas y asociaciones y contrapuesta tanto a la economía co­
mo al sistema de organización político,71 es que en este caso puede formu­
lar una crítica bilateral del mercado y del Estado en térm inos que eviten
toda regresión a estructuras históricamente obsoletas de ley y sociedad.
Encuentra el punto de equilibrio en el propio Unger, el que distingue
entre patrones sustantivos y de procedimiento de la desformalización
(rematerialización) de la ley. El derecho sustantivo supone intervenciones
cuya finalidad es producir resultados sociales específicos que benefician
a intereses específicos; no obstante, el derecho procesal (“la gran catego­
ría intermedia y m ediadora”) sólo procura la igualdad de socios cuya ne­
gociación bajo procedimientos cuidadosamente determinados tiene la fi­
nalidad de alcanzar un acuerdo respecto a los medios y fines. La preferencia
de Unger, al igual que la de muchos defensores del Estado benefactor
(como T. H. Marshall), es por la ley sustantiva; considera que el derecho
procesal todavía está dentro de la tradición de la ley formal debido a que
mantiene el principio de la generalidad legal en el “metanivel” del proce­
dimiento. Por supuesto, para Parsons este elemento de continuidad que
preserva el status de la ley como limitación en vez de como instrum ento
del poder soberano es atractiva: la diferenciación de la comunidad socie­
tal del sistema de organización político que depende de ella. Además, la ley
procesal conserva la posibilidad inherente en la ley contractual, que no es
reconocida ni por el positivismo legal ni, para ese caso, por Unger, de que
la ley puede ser creada por entidades sociales diferentes del Estado.
De igual im portancia es que Parsons descubrió la relación del derecho
procesal con su propio concepto de asociacionismo, en contraste con la
burocracia y el mercado. Sin embargo, va demasiado lejos, e identifica a
todas las instituciones gobernadas por procedimientos como el dominio
del derecho procesal, desde los tribunales y parlamentos hasta las eleccio­
nes y asociaciones voluntarias. De esta manera, incluso el mismo corporati-
vismo que le parece a Unger un peligro para los rasgos públicos y posi­
tivos de la ley, es reformulado por Parsons como un caso de creación
independiente de las leyes por la sociedad. A partir de un supuesto indicio
de la descomposición de la ley autónoma, obtiene así prueba de la continui­
dad esencial. Es lamentable que su análisis inicialmente prom etedor haya
tenido un resultado tan insulso.
¿Qué es lo que está mal? Primero, Parsons sesga su propio punto de vis-
DESARROLLO TEÓRICO EN EL SIGLO XX 173

ta im portante respecto a la relación del derecho procesal y las asociacio­


nes al confundir el procedimiento y el derecho procesal. Si bien toda clase
de instituciones pueden ser reguladas por los procedimientos, incluso las
que no son democráticas y las jerárquicas, el derecho procesal en la intere­
sante definición de Unger de hecho es reflexivo y trata con procedimien­
tos (de igualación) que tienen como objeto otros procedimientos. Así, para
dar un ejemplo ajeno a Unger y Parsons, mientras que las asociaciones
que participan en las negociaciones corporativas pueden y por lo general
son reguladas por procedimientos, la ley procesal trataría con estos proce­
dimientos para producir democracia interna y la protección de los indivi­
duos y las minorías. De nuevo, aunque se puede llegar a negociaciones
secretas entre un número limitado de asociaciones bajo procedimientos
fijos, el derecho procesal busca hacer que este proceso sea público y abier­
to para otras partes interesadas. Así, el derecho procesal no sólo refleja la
existencia de las asociaciones, como lo sugiere Parsons, sino que busca
la democratización de su vida interna así como de sus interrelaciones.
Hay dos razones para el error analítico de Parsons. Primero, identifica la
ley procesal con "una estructura cooperativa [...] dentro de la cual las 'par­
tes', ya sean individuos o grupos, pueden ser 'reunidas' para ajustar sus
intereses unas con otras bajo un orden normativo”.72 Esta definición sólo
captura la m itad de lo que significa el derecho procesal, porque coloca los
procedimientos no bajo una ley de procedimientos, sino bajo un orden
normativo superior cuya definición no se desarrolla. Si ese orden fueran
normas legales, entonces la definición no enfrentaría el problem a respec­
to al tipo de ley (formal, procesal o sustantivo) que éstas supondrían. Pero
tenemos buenas razones para creer que lo que Parsons tenía en mente no
era de ninguna m anera una ley, sino el orden normativo (religioso-moral)
superior de la sociedad. Habiéndose ocupado de esa m anera el "metani-
vel”, Parsons aparentemen^waq ve ninguna razón im portante para distin­
guir entre los procedimientos propiam ente dichos y los procedimientos
que producen o regulan los procedimientos. En otras palabras, no puede
descubrir el significado del derecho procesal como uña regulación especí­
ficamente moderna, reflexiva e intersubjetiva de la producción de nor­
mas, porque para los acuerdos y quizá las leyes pueden producirse sólo
como la institucionalización de lo que ya existe en un nivel normativo
superior.
Segundo, aunque no observa que por medio de una crítica inmanente
de Unger ha llegado implícitamente a una posición crítica de todas las
sociedades existentes, definitivamente trata de escapar a ésta consecuen­
cia en un nivel más concreto. Como siempre, está presto a declarar que la
sociedad de los Estados Unidos es la solución de todas las antinomias, en
esta ocasión del capitalismo liberal y del Estado benefactor, por lo menos
174 EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL

desde el punto de vista legal. Si el derecho procesal es la solución del pro­


blema, como lo observa perspicazmente dentro del texto de Unger, enton­
ces la gran mayoría de la ley estadunidense debería ser ley procesal. Sin
embargo, esta afirmación apologética sólo puede ser sostenida mediante
la identificación equivocada del derecho procesal y del procedimiento.
Una vez más, su descubrimiento del terreno potencialmente crítico de la
sociedad civil, en este caso al nivel de la teoría legal, es viciado por la for­
ma apologética en que trata a la sociedad estadunidense como represen­
tante de algún tipo de "fin de la historia”. A este respecto, Parsons siguió
siendo completamente un hegeliano hasta el fin de su vida.

G r a m s c i y l a id e a d e la s o c ie d a d c iv il s o c ia l is t a

Si de Parsons se puede decir que representa una rehabilitación en el siglo XX


de la idea hegeliana de Sittlichkeit en términos teórico-sociales, con conse­
cuencias inevitablemente apologéticas para las sociedades civiles contem­
poráneas, de Gramsci puede decirse que refleja una renovación moderna
de la crítica radical de izquierda de la sociedad civil. Sin embargo, no
se debe considerar que esta caracterización implica que simplemente sigue
el análisis y la crítica marxistas clásicos de la sociedad civil. Aunque es un
seguidor de Marx, Gramsci generó su propia concepción de sociedad civil
directamente a partir de Hegel.73 A diferencia de Marx, no recurrió al sis­
tema de necesidades sino a la doctrina de las corporaciones para su inspi­
ración. Consciente, sin duda, del uso marxista del térm ino bürgerliche
Gesellschaft, la interpretación que hace Gramsci de Hegel fue al mismo
tiempo una crítica implícita a la que hicieron Marx y Engels. Pese a desco­
nocer el texto de Marx, que denunciaba el concepto de la corporación
como medievalismo, Gramsci era claramente consciente de esa interpreta­
ción. No obstante, al leer la concepción de Hegel, principalm ente en un
plano analítico abstracto, se convenció de que a los contenidos del m undo
del antiguo régimen se les podía dar, y de hecho se les dio, sustitutos moder­
nos. De conformidad con lo anterior, Gramsci reconoció las nuevas for­
mas de pluralidad y de asociación específicas de la sociedad civil moderna
en las iglesias, sindicatos, instituciones culturales, clubes, asociaciones
vecinales y especialmente partidos políticos, del m undo moderno.
El alejamiento más decisivo de Gramsci tanto de Hegel como de Marx
es su opción muy original por una estructura conceptual tripartita. A dife­
rencia de la versión de Hegel, y más convincentemente, Gramsci situó a la
familia y a la cultura política al nivel de la sociedad civil. Sin embargo, a
diferencia de Hegel y Mane no incluyó la economía capitalista en este ám­
bito. Únicamente podemos especular sobre las razones de la segunda de
DESARROLLO TEÓRICO EN EL SIGLO XX 175

estas decisiones.74 Gramsci era esencialmente un pensador político que es­


taba interesado en la teoría en aras de la orientación política. En esto se
enfrentó a dos problemas grandes y, para él, decisivos. El fracaso de la re­
volución en Occidente y su (supuesto) éxito en Rusia. En ninguno de estos
contextos la reducción economicista de la sociedad civil a la economía polí­
tica, tan prevalente en el marxismo, permitía que se planteara seriamente
el problema de la transición a una sociedad genuinamente democrática.
En Occidente, la reducción condujo a la desaparición de las "trincheras"
defensivas del sistema: formas de cultura y de asociación que protegen a
la sociedad burguesa incluso cuando la economía está en crisis y el poder
del Estado se ha derrumbado.75 Sólo la diferenciación “metodológica"76 de
la sociedad civil, tanto de la economía como del Estado, perm itía una ar­
gumentación seria de la generación del consenso mediante la hegemonía
cultural y social como una variable independiente y, a veces, decisiva en la
reproducción del sistema.
En la Unión Soviética, donde el “Estado era todo" y la sociedad civil era
“prim ordial” y "gelatinosa”, el colapso del Estado hizo posible la revolu­
ción, pero en vista de que el nuevo poder revolucionario se constituyó en
una forma estatista (“estatolatría”), e incluso "cesarista” o “bonapartista"
y “totalitaria", el proyecto de crear una sociedad libre que pudiera absor­
ber el poder del Estado fue puesto en duda. La misma constelación que
hizo posible la revolución era aparentemente el mayor obstáculo para de­
sarrollar una sociedad libre. Así, también en este contexto, Gramsci llegó
a concentrarse en el problema de la sociedad civil como independiente
del desarrollo económico y del poder del Estado.
Por supuesto, había otras razones para la relevancia que le daba Gramsci
a la sociedad civil. Una de ellas tiene que ver ciertamente con las peculiari­
dades de la situación italiana. Perspicaz analista de la historia y estructu­
ra social italianas, Gramsgi^sa consciente del fracaso del liberalismo para
lograr la “hegemonía” después del Risorgimento. En su evaluación fue in­
fluido directamente por el gran filósofo e historiador italiano Benedetto
Croce. Al igual que Croce, atribuía este fracaso, éh parte, al poder de la
Iglesia en la vida cultural y social de Italia. Aunque la Iglesia ya no tenía
poder político en el Estado italiano, su poder dentro de la sociedad civil
seguía siendo impresionante. De hecho, por medio de su organización de
la vida social diaria en instituciones “civiles", por ejemplo, las funciones
de la Iglesia, la educación, los festivales de los barrios y su propia prensa,
la Iglesia católica fue capaz de ocupar muchas de las trincheras de la socie­
dad civil y de constituirse en una poderosa barrera contra la formación de
la hegemonía liberal, secular burguesa, en este campo. Por lo tanto, la so­
ciedad civil italiana se veía obstaculizada para convertirse en una socie­
dad plenamente moderna. Simultáneamente, al igual que muchos otros
176 EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL

intelectuales de su época y, más específicamente, bajo la influencia de


Georges Sorel, Gramsci creía que Italia y todo Occidente habían sufrido
una crisis general de cultura. Relacionaba la "ola de m aterialism o” con­
temporáneo con la crisis de autoridad debida a la incapacidad de la clase
gobernante de generar consenso (hegemonía) y el correspondiente aleja­
miento de las masas de sus ideologías tradicionales. Así, la clase gober­
nante sólo era dominante, no hegemónica. “La crisis consiste precisamente
en el hecho de que lo antiguo está m uriendo y lo nuevo no puede nacer.”77
En otras palabras, el momento para el triunfo de la ideología liberal se
había perdido, m ientras los antiguos puntos de vista orientados a la ac­
ción se habían vuelto anacrónicos y eran debilitados cada vez más por los
desarrollos sociales y estructurales. De esta manera, la sociedad civil, y en
especial sus instituciones culturales, parecían ser el terreno central a ser
ocupado en la lucha por la emancipación.
La concepción de Gramsci se presenta en una terminología notoria­
mente confusa.78 A la sociedad civil se le define de varias maneras: como
la contraparte del Estado (del que se dice que es idéntico a la sociedad
política o su principal forma organizativa), como parte del Estado junto
con la sociedad política pero contrapuesta a ésta, e idéntica al Estado.
La idea que se encuentra en todos estos esfuerzos de definición es que la
reproducción del sistema al exterior de la "base" económica ocurre por
medio de dos combinaciones prácticas: hegemonía y dominación, con­
senso y coerción que, a su vez, operan a través de dos estructuras insti­
tucionales: 1) las asociaciones sociales, políticas y las instituciones cultu­
rales de la sociedad civil, y 2) el aparato legal, burocrático, policial y militar
del Estado o sociedad política (dependiendo de la terminología).79 Aquí
puede ser útil recordar la insistencia de Norberto Bobbio en que Gramsci
com batió dos formas de reduccionismo, una de las cuales reducía la
superestructura a la base, y la otra, los procesos culturales a la coerción.
Dentro de la estructura del materialismo histórico marxista clásico, Gramsci
simplemente buscó afirm ar la independencia e incluso la prim acía de la
superestructura. Nosotros iríamos más lejos que Bobbio, argumentando
que, en contra de los propósitos de Gramsci, este desplazamiento volvía
irrelevante toda la doctrina de la base y de la superestructura.80 Y, no obs­
tante, este dualismo irrelevante, ahora en forma de una inversión idealis­
ta, puede haber desorientado a Gramsci a veces, de modo que trató las
dos dimensiones dentro de la supuesta superestructura, sociedad civil y
Estado, como si fueran una o por lo menos como si expresaran el mismo
principio y la misma lógica. Una de sus terminologías, la que integra a la
sociedad civil y a la política en el Estado, parece expresar esta opción. No
obstante, cuando se vio obligado a enfrentar las consecuencias de reducir
la integración social a la coerción política, postuló que la oposición entre
DESARROLLO TEÓRICO EN EL SIGLO XX 177

sociedad civil y política (que en este caso significa* Estado) era de hecho
uno de dos principios diferentes, la hegemonía y la dominación.81 Por
consiguiente, se podría decir que Gramsci desarrolló su doctrina de socie­
dad civil en términos de dos "declaraciones de independencia", una de la
economía y la otra del Estado, y que la concepción tripartita resultante,
sin im portar su incongruencia, fue más allá los límites del materialismo
histórico.
Como teórico, sin duda Gramsci siguió un camino que lleva de Marx a
Hegel, pese a que su proyecto político siguió siendo marxista.82 Por supues­
to, el Hegel de la Filosofía del derecho también demostró ser inadecuado
para sus propósitos. No sólo quería usar una concepción tripartita distinta
a la de Hegel, una que no lo condujese ni al economicismo ni al estatismo,83
sino que además consideró que la doctrina corporativa, a la que ubica en el
núcleo de la teoría hegeliana de la sociedad civil, es inevitablemente obsoleta
en su forma original. Gramsci observa que el concepto de Hegel “de la aso­
ciación no podía dejar de ser vago y primitivo, a medio camino entre lo
político y lo económico; correspondía a la experiencia histórica de ese tiem­
po, que era muy limitada y ofrecía sólo una forma perfeccionada de organi­
zación —la ‘corporativa’ (una política vinculada directamente con la econo­
mía)”.84
Así, al igual que Marx, Gramsci es plenamente consciente de que el Es­
tado moderno destruye las antiguas formas de vida corporativa que consti­
tuyeron “un poder dual" en el mundo medieval tardío (esto es, en el Stündes-
taat). Incluso es consciente, al igual que Tocqueville, de la existencia de una
forma intermedia —el Estado absolutista y la sociedad despolitizada de
los órdenes—85 de la cual se obtuvieron los contenidos del modelo de Hegel.
Sin embargo, lo más im portante es que Gramsci, a diferencia de Marx e
incluso de Tocqueville, entendió en forma muy completa que contraria­
mente a los esfuerzos de l«s«jecobinos y de los conformadores burocráti­
cos del Estado, las antiguas formas corporativas eran capaces de tener
remplazos modernos. Hace hincapié en particular en el surgimiento del
sindicalismo moderno y de las asociaciones culturales.86Y si bien las igle­
sias modernas, abandonando su papel anterior en el Estado, tam bién se
convirtieron en instituciones del nuevo tipo de sociedad civil, los partidos
políticos modernos las remplazaron gradualmente como la principal for­
ma organizativa de los intelectuales.87
Aunque es claramente consciente de que los creadores modernos del
Estado procuran abolir todas las asociaciones intermediarias, Gramsci
no hace hincapié en el punto obvio de que su reaparición en forma m oder­
na tenía que ser, por lo menos en parte, resultado de lo que se acostumbraba
llamar la lucha de la sociedad coihra el Estado. En cambio, tiende a argu­
mentar, de una m anera más o menos funcionalista, que la dem anda del
178 EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL

Estado por el consentimiento, y su tendencia a organizar y educar ese con­


sentimiento, es la mayor razón para la emergencia y estabilización de nue­
vos tipos de asociaciones.88 Por supuesto, Gramsci consideraba al contenido
particular y a la forma de la sociedad civil como resultado y objeto de una
lucha de clases. Desde este punto de vista, el resultado depende de cuál gru­
po social haya sido o se esté convirtiendo en hegemónico. Donde la burgue­
sía es hegemónica, la sociedad civil es la sociedad burguesa, y sus garan­
tías constitucionales (derechos) y su expresión política (la representación
parlam entaria) son simplemente fachadas para el gobierno burgués.
Vale la pena observar que las formas asociativas que remplazan a las
corporaciones de Hegel pueden, para Gramsci, convertirse en vehículos
clave para los movimientos sociales, pese a que Gramsci no pone énfasis
en la oposición Estado/sociedad en este contexto. En realidad, no sólo
descubrió los remplazos modernos de la corporación, sino que también
añadió la dimensión de los movimientos sociales al concepto de sociedad
civil, dándole dinamismo, además de independencia, del sistema de necesi­
dades. Sin embargo, lo que se da con una mano se quita con la otra, por­
que el dinamismo de la sociedad civil como terreno de los movimientos
sociales sólo dura m ientras la clase trabajadora está en la oposición. Una
vez que la sociedad civil se hace socialista, la razón de ser de los movi­
mientos sociales, es decir, de la lucha de clases, habrá desaparecido. Como
mostraremos, una tendencia de su pensamiento, a saber, la reducción
funcionalista de la cultura política (democracia representativa y derechos)
y de las formas asociativas de la sociedad civil moderna (clubes, grupos
de interés, partidos políticos burgueses); a la reproducción de la hegemo­
nía burguesa y/o a la creación de la hegemonía socialista (sindicatos, par­
tidos comunistas), encierra a Gramsci en una concepción demasiado es­
quemática que es a la vez demasiado realista y demasiado utópica.
Ya hemos señalado la convicción de Gramsci de que las asociaciones e
instituciones culturales de la sociedad civil en los países capitalistas desa­
rrollados, como las “trincheras" internas del sistema establecido, han con­
tribuido mucho a la estabilidad de esta forma de dominación. A la vez,
observa su abolición en las dictaduras contemporáneas. Es justo por este
aspecto de su gobierno que las llama “totalitarias”.89 Así, Gramsci parece
registrar cinco fases de la relación entre el Estado y la sociedad civil:

1. El corporativismo y dualismo medieval (el Standestaat).


2. El dualismo absolutista del Estado y de los órdenes despolitizados, pri­
vilegiados.
3. La tem prana disolución en la época m oderna de las antiguas formas
corporativas que, en sentido estricto, existen sólo durante el terror revo­
lucionario.
DESARROLLO TEÓRICO EN EL SIGLO XX 179

4. El dualismo del Estado moderno y las nuevas "formas de asociaciones,


y, finalmente
5. El Gleichschaltung totalitario de las asociaciones y formas culturales
modernas.

Lo más significativo en esta reconstrucción tipológica de la historia de


la sociedad civil es que el "totalitarism o”, a diferencia de las formas
estatistas anteriores, ¡es mostrado como la disolución y atomización de las
formas modernas de la integración social y cultural! pero, ¿por qué y de
qué manera se disuelven las formas efectivas de la integración social, de la
organización del consentimiento?, y si es disuelta bajo el totalitarismo,
¿tiene la sociedad civil una segunda oportunidad de ser reconstruida?
Estas preguntas son difíciles de contestar debido a tres ambigüedades
sistemáticas o "antinomias” en el análisis de Gramsci. La prim era provie­
ne de su aplicación del término "totalitarismo" tanto a las versiones "pro­
gresiva” y "regresiva”; la segunda se origina en su discusión del status
normativo de la sociedad civil, que a veces supone la consolidación de un
sistema de dominación por medio de la organización del consentimiento,
y en otras ocasiones el debilitamiento e incluso la abolición eventual de la
dominación; y el tercero proviene de su concepción de una sociedad libre,
que alterne entre una sociedad civil pluralista y una sociedad-Estado uni­
ficada.90 Las tres antinomias están vinculadas al intento de elaborar teo­
rías críticas de dos sociedades muy diferentes: la Rusia soviética (a la cual
Gramsci seguía apoyando) y las sociedades capitalistas contemporáneas
y su variante totalitaria (a la que se oponía invariablemente).
Pese a no distinguir en absoluto entre la forma de organización social y
las prácticas políticas represivas en la Unión Soviética, Gramsci trata de
distinguir entre versiones “regresivas" y “progresivas" del totalitarismo,
las cuales implican la abdéeión de la independencia de las instituciones
de la sociedad civil.

Una política totalitaria tiene como objetivo precisamente: 1) asegurar que los
miembros de un partido particular encuentren en él todas las satisfacciones
que anteriormente encontraban en una multiplicidad de organizaciones, es­
to es, romper todos los lazos que unen a estos miembros con organismos cul­
turales extraños al partido; 2) destruir todas las organizaciones o incorporar­
las en un sistema cuyo único regulador es el partido. Esto ocurre 1) cuando
el partido de que se trata es el portador de una nueva cultura —entonces uno
tiene una fase progresivá—; 2) cuando el partido de que se trata desea impe­
dir que otra fuerza, la portadora de una nueva cultura, se convierta ella misma
en "totalitaria" —entonces uno tiene una fase reaccionaria y objetivamente
regresiva.91 \
180 EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL

A las políticas de los dos totalitarismos respecto a la sociedad civil se


las m uestra como si fueran exactamente iguales; ambas suprim en el signi­
ficado cultural, la solidaridad social, las formas de organización que se
encuentran fuera de un Estado-partido unificado, term inando así con las
divisiones sociales. Pero sus intenciones supuestamente son totalmente di­
ferentes. En este sentido, la defensa de la Unión Soviética por un antifas­
cista debe parecer extraña. Sin embargo, si omitimos los compromisos
políticos de Gramsci, todo el argumento se deriva congruentemente del
hecho de su representación funcionalista (todavía vinculada al marxismo
clásico) de las instituciones de la sociedad civil en los países capitalistas
avanzados como formas de organización del consentimiento, cuyo papel
es exclusivamente la estabilización de la dominación, esto es, de su inte­
gración social. En vista de esta interpretación, la destrucción de estas ins­
tituciones mediante la subordinación a un Estado-partido monolítico puede
describirse al menos en parte como la obra negativa de la emancipación
social. (Retornaremos a la cuestión de lo que se suponía era la parte posi­
tiva de este trabajo.) El totalitarismo es regresivo o reaccionario en esta
interpretación, únicamente cuando su finalidad es la de obstaculizar al
totalitarismo “progresivo" en vez de crear una nueva cultura, en un con­
texto donde las trincheras internas de la sociedad civil están lo suficiente­
mente debilitadas como para hacer surgir la perspectiva de su elimina­
ción por razones progresivas. En general, Gramsci parece indicar sólo
tres posiciones políticas posibles: una defensa conservadora de la versión
existente de la sociedad civil cuya función es la integración social de la
dominación capitalista; una eliminación totalitaria-revolucionaria de esta
sociedad civil en aras de la construcción de una nueva cultura, y una eli­
minación totalitaria-revolucionaria cuya finalidad es la de conservar la
estructura existente de dominación.
También es posible descubrir en Gramsci los fundamentos (o por lo
menos indicios) para otra versión diferente de la política “progresiva”,
una que es radicalmente reformista en vez de totalitaria-revolucionaria.
Bobbio desarrolla esa interpretación basándose en el énfasis que pone
Gramsci en la construcción de una nueva hegemonía cultural por el Par­
tido Socialista en la sociedad civil.92 El contraste obvio es entre el trabajo
cultural de construir un nuevo consenso que erosionará las antiguas for­
mas de consentimiento y un programa de derrocamiento revolucionario
utilizando medios violentos.
Es difícil identificar tal estrategia en Gramsci debido a su segunda “anti­
nomia": una concepción marxista-funcionalista de la sociedad civil como
el lugar para producir la hegemonía que estabilizará la dominación burgue­
sa, y una concepción teórica antagónica de un espacio donde dos estrate­
gias alternativas para la construcción de la hegemonía contienden entre
DESARROLLO TEÓRICO EN EL SIGLO XX 181

sí.93 En el contexto de la prim era posición, una estrategia para construir


contrahegemonía simplemente integraría a la clase trabajadora a la red
institucional ya establecida de la sociedad civil, que tendría que ser total­
mente eliminada con el fin de rom per con el sistema existente de domina­
ción. En el contexto de la segunda, sin embargo, que postula la oportunidad
de construir una hegemonía cultural incompatible con el sistema exis­
tente, las instituciones de la sociedad civil tendrían ellas mismas una do­
ble estructura, vinculada tanto a la dominación como a la em ancipa­
ción. Una estrategia reformista-radical tendría que construirse sobre esta
estructura dual.
En términos de la versión funcionalista de la teoría de Gramsci, una es­
trategia de construcción de hegemonía podría ser del todo instrum ental,
como en la mayoría de los casos realmente lo era, en vista de las dificulta­
des que las trincheras de la sociedad civil burguesa colocan en el camino
a la transformación revolucionaria directa. La finalidad, en esta interpreta­
ción, es erosionar las formas existentes de integración social, crear asocia­
ciones alternativas y preparar el sujeto de la política revolucionaria. No
obstante, dada su evaluación negativa en esta interpretación de la socie­
dad civil preexistente, las asociaciones y formas de una contrahegemonía
tendrían que ser consideradas instrumentalmente: los partidos indepen­
dientes y los sindicatos de la clase trabajadora tendrían la función de produ­
cir disfunciones dentro de la forma existente de integración social, ayudan­
do así a producir una crisis en la que la parte contraria tendría que basarse
sólo en la dominación. En esta interpretación, por lo tanto, una ruptura
revolucionaria en la que la fuerza se oponga a la fuerza, debe com pletar la
obra interna de transformación.94 Lo que es más im portante para nuestro
argumento, por lo menos en este contexto, es que no habría ninguna ra­
zón por la que organizaciones independientes implicadas en la construc­
ción de una contrahegeraw^ía, deban desempeñar papel alguno después
de la revolución. Gramsci apoya este punto de vista, en especial cuando
asigna la tarea de construir una sociedad y civilización nuevas princi­
palmente al Estado, y cuando afirma que es esencial que los antiguos me­
canismos mediante los cuales se producía la hegemonía burguesa sean
eliminados. Dentro de la interpretación funcionalista, por supuesto, esto sig­
nificaría el final de un sistema pluralista de partidos, sindicatos e iglesias.
La alternativa, el punto de vista de una teoría de conflicto sobre la cons­
trucción de la hegemonía en la sociedad civil implica (pese a que Gramsci
nunca llegara explícitamente a esa conclusión) una actitud normativa po­
sitiva respecto a la versión existente de la sociedad civil o, más bien, algu­
nas de sus dimensiones institucionales. Claramente una versión funda­
mentada en los principios del fd'ormismo radical puede basarse en esa
aetitud. La renuencia o Incapacidad de Gramsci para desarrollar esa con-
182 EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL

cepción se hace patente en la presencia de una opción funcionalista-revo-


lucionaria más desarrollada en su pensamiento. En realidad, uno podría
decir que el desarrollo más explícito de la opción reform ista radical ha­
bría presupuesto una opción política que Gramsci nunca tomó: una críti­
ca muy completa de la versión de totalitarismo de la Unión Soviética. No
sería posible elegir una estrategia de construcción de nuevas instituciones
de la vida cultural y asociativa como bases alternativas de la hegemo­
nía en la sociedad existente, y también como estructuras principales de
una nueva sociedad, si se acepta en general la erradicación brutal de esas
nuevas instituciones junto con todo lo antiguo, bajo un estatismo revolu­
cionario.
Para resum ir lo que hemos tratado hasta ahora, aunque Gramsci evita
el reduccionismo económico y político diferenciando las dimensiones
asociativa y cultural de la sociedad civil de la economía y del Estado, la
tendencia funcionalista de su pensamiento, com binada con sus objetivos
y lealtades políticas estratégicas, lo llevaron a representar a las institucio­
nes de la sociedad civil de m anera unidimensional. Aunque autónomas,
las formas asociativas (los tipos de partidos y sindicatos políticos), las
instituciones culturales y los valores de la sociedad civil son precisamente
los más adecuados para reproducir la hegemonía burguesa y fabricar el
consentimiento por parte de todos los estratos sociales. En resumen, no
son de naturaleza dual, sino totalm ente burguesas. Esta versión de la so­
ciedad civil debe, por lo tanto, ser destruida y remplazada por formas
alternativas de asociación (clubes de trabajadores, la nueva forma del par­
tido proletario, o el “príncipe moderno"), de vida cultural e intelectual (la
idea del intelectual orgánico), y de valores, que ayudarán a crear una
contrahegemonía proletaria que eventualmente podría rem plazar a las
formas burguesas existentes. No obstante, incluso la estrategia de cons­
truir una contrahegemonía es sólo eso, una estrategia. Gramsci nunca ve
las instituciones y las formas culturales de la contrahegemonía como fi­
nes al igual que como medios, porque no desea aceptar que dentro de la
sociedad civil burguesa algunas posibilidades inm anentes se extienden
más allá de la estructura establecida de dominación. Por lo tanto, en sí mis­
mo, el enfocar a los medios culturales (la organización del consentimien­
to) en la sociedad civil, como contrarios a los medios coercitivos del Esta­
do, no trae consigo que un proyecto reformista radical haya remplazado
al revolucionario. Seguimos tratando con una teoría que busca el remplazo
total de una forma de sociedad por otra.95
Además, la doctrina de Gramsci de la sociedad civil nunca es presenta­
da en términos que supongan una hostilidad sin compromisos hacia el
estatismo. También esta actitud es congruente con la tendencia funcio­
nalista de su pensamiento. Aunque a veces concibe la hegemonía como
DESARROLLO TEÓRICO EN EL SIGLO XX 183

un producto de la sociedad civil, así como la coerción es un producto del


Estado, de igual m anera en otras formulaciones tanto la hegemonía/con-
sentimiento como la dominación/coerción son funciones del Estado, con
el prim er par operando en el terreno de la sociedad civil, y el último en el
de la sociedad política. Esta segunda formulación es la que es congruente
con el reduccionismo funcionalista de la sociedad civil.96 Según su lógica,
uno debe considerar la hegemonía no como algo producido autónom a­
mente dentro la sociedad civil sino como una de las formas en que el
poder del Estado funciona efectivamente. Las formas de establecimiento
de la contrahegemonía dentro de la sociedad antigua pueden entonces ser
consideradas, principalmente, como si nos señalaran el camino a un nue­
vo poder estatal, que tendría que establecer sobre una base enteramente
nueva los términos de su propia operación, incluyendo una nueva base en
una "civilización" para el consentimiento. Las observaciones de Gramsci
sobre la misión "civilizadora” del Estado apoyan esta interpretación.
Gramsci pone énfasis en la idea del Estado como agente civilizador en
dos contextos particulares: el fracaso histórico de la unificación italiana,
que condujo al Risorgimento del siglo XIX y los problemas del desarrollo
soviético en el siglo XX. Para nuestros fines actuales, nos interesa su aná­
lisis del contexto soviético, que él también usó para hacer comparaciones
con la Italia fascista. Al igual que otros marxistas, Gramsci se basó en el
análisis que hizo Marx del bonapartismo (“cesarismo”) para analizar las
semejanzas estructurales de las dictaduras modernas, todas las cuales usan
una forma más o menos autónoma de poder estatal para organizar un
sistema de dominación que, de otra manera, sería inestable. Sin embargo,
a diferencia de Trotsky, Gramsci no argumentó a favor de una diferencia
específica en el caso de una versión supuestam ente progresiva del
bonapartismo que provendría de la clase trabajadora, de alguna manera
dominante pero que aún^fito gobierna, a nombre de la cual actuaría el
poder del Estado. En cambio, explica la diferencia en términos de la cons­
trucción de una nueva cultura o de la conservación de la antigua. Pero,
¿cuál es el significado de esta nueva cultura? Gramsci ofrece dos interpre­
taciones, de las cuales sólo una es congruente con la orientación de su
propia teoría. Primero, argum enta que, para una forma progresiva de es­
tatismo, “el punto de referencia del nuevo m undo en gestación" es "el
mundo de la producción; el trabajo", es decir, la organización de “la vida
intelectual y colectiva [...] con miras a un rendimiento máximo del apara­
to productivo”.97 Este argumento, que se alinea con los supuestos del
materialismo histórico y con apologías de corto alcance de la sociedad
soviética, es congruente con laaceptación de la eliminación de la versión
existente de la sociedad civil erLnombre de una agenda "progresiva". De
hecho, Gramsci habla en este contexto de la actividad represiva del Esta-
i
184 EL D I S C U R S O DE LA SOCIEDAD CIVIL

do, de su racionalización y de la “taylorización” de la sociedad, así como de


su dependencia de sanciones punitivas.98 No obstante, el argumento no es
congruente con la orientación antieconomicista de la teoría social de Grams-
ci: si la base no determina a la superestructura, ¿cómo puede el carácter
de una nueva cultura y de una nueva sociedad ser determinado simplemen­
te por la transformación de la estructura económica?, y aunque Gramsci
puede haber creído que en algunos contextos la esfera social debía ser
reducida por las sanciones del Estado a un mero complemento de la trans­
formación económica, no está para nada clara la forma en que esto ha­
bría de ser la fuente de una nueva cultura, en especial de una que conduz­
ca a una sociedad libre.
Este último punto se hace especialmente evidente a la luz de la segun­
da interpretación, que presupone la propia posición original de Gramsci
dentro del marxismo. En ella, se dice que el papel positivo del Estado que
puede justificar incluso la "estatolatría”, es
el movimiento para crear una nueva civilización, un nuevo tipo de hombre e
incluso un nuevo ciudadano [...] la voluntad de construir dentro de la cubierta
de la sociedad política una sociedad civil compleja y bien articulada, en la que
el individuo pueda gobernarse a sí mismo sin que su autogobierno entre en
conflicto con la sociedad política —y en la que más bien se convierta en su
continuación normal, su complemento orgánico .99

Este criterio de lo que constituye la versión progresiva del estatismo es


muy diferente del primero, esto es, de la creación de una sociedad civil
compleja, bien articulada, capaz del autogobierno como la característica
distintiva de una nueva cultura. Dada la eliminación totalitarista de la
sociedad civil, sin embargo, la tesis es muy paradójica. Puede ser que
Gramsci tuviera en mente la experiencia histórica de muchos de los prim e­
ros estados modernos que abolieron las instituciones de la sociedad corpo­
rativa europea tradicional sólo para perm itir e incluso promover la emer­
gencia de una estructura moderna de la sociedad civil. Pero la analogía no
funciona del todo. Aboliría antigua sociedad de órdenes fue tarea conjun­
ta del Estado y de los esfuerzos democráticos desde abajo que también
mantuvieron su distancia del poder estatal. Así, es casi imposible ubicar
históricamente en la mayoría de los países de Europa occidental (excepto
quizá durante el reino del terror) el momento pasajero en que las antiguas
asociaciones fueron eliminadas y las nuevas aún no habían emergido. Por
el contrario, cuando los gobiernos totalitarios abolieron la sociedad civil,
disolviendo formas ya modernas en vez de tradicionales de cultura y aso­
ciación, específicamente desaprobaron la formación de nuevos tipos de
asociaciones independientes de ellos mismos, incluyendo quizás especial­
mente, las organizaciones y movimientos sociales independientes que ha-
DESARROLLO TEÓRICO EN EL SIGLO XX 185

bían ayudado a derrocar al antiguo régimen. Entonces, ¿qué tan convin­


cente era esperar que una forma de estatismo más irreductiblemente hos­
til a la vida civil que cualquiera de esos predecesores crearía desde arriba
una "sociedad civil compleja, bien articulada", que sería capaz de gober­
narse a sí misma, más o menos independientemente? y, ¿cuáles podrían
ser las formas de este nuevo tipo de sociedad civil que serían creadas des­
de arriba, tan diferente de la moderna como esta última lo era de su prede-
cesora tradicional? Esta segunda pregunta es im portante porque la analo­
gía que Gramsci trata de construir con los estatismos pasados fracasa si
meramente vamos a suponer que un "totalitarismo" que disuelve un mo­
delo de sociedad civil es progresivo si recrea desde arriba más o menos el
mismo modelo, o incluso una de sus variantes.
Gramsci argumenta que la estatolatría “abandonada a sí mism a” o "con­
cebida como perpetua" debe estar sujeta a críticas. No dice qué tan fuerte
debe ser esta crítica ni cuáles pueden ser sus consecuencias políticas. No
obstante, uno se queda con la fuerte impresión de que es consciente de lo
que debe haber sido una consecuencia muy problem ática de su propio
pensamiento, es decir, que un totalitarismo de izquierda no sería norm a­
tivamente diferente de uno de derecha si no hace ninguna contribución a
la reconstrucción de la sociedad civil. Y por supuesto, sólo un tonto (de
los cuales hubo muchos en la década de 1930, aunque Gramsci no fue uno
de ellos) pudo haber pensado que la Rusia de Stalin satisfacía los criterios
normativos que en este caso se asignaban a las dictaduras progresivas.
En este contexto, es posible que Bobbio esté en lo correcto al argum en­
tar que Gramsci estaba por lo menos al borde de reconocer que la aboli­
ción de la sociedad civil no es la mejor forma de reconstruirla, incluso
aunque uno busque crear un nuevo tipo de sociedad civil. Si en realidad
había una tendencia reformista radical en su pensamiento, habría estado
basada en la percepción cfc?^füe las instituciones por medio de las cuales^
los movimientos radicales pueden construir su hegemonía, son parte de
cualquier forma m oderna significativamente concebida de autogobier­
no social y, como tal, tienen valor en y por sí mismas. En otras palabras,
habría estado basada en un reconocimiento del carácter dual de por lo
menos algunas de las instituciones principales de la sociedad civil m oder­
na. En resumen, Gramsci habría tenido que reconocer que las norm as y
principios organizativos de la sociedad civil moderna —desde la idea de
los derechos hasta los principios de la asociación autónom a y de la com u­
nicación libre, horizontal (publicidad)— no son simplemente burgueses o
funcionales para la reproducción de la hegemonía capitalista o de cual­
quier otra clase. Más bien, constituyen la condición que hace posible la au-
loorganización, la Influencia y vo/, de todos los grupos, incluso de la clase
trabajadora. De conformidad con ip anterior, la tarca de la reformu ra-
186 EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL

dical sería am pliar esas estructuras en una dirección que reduzca las posi­
bilidades de que sean funcionalizadas para los fines del poder económico
o político. Pero tal posición lo habría llevado a un rechazo abierto de la re­
volución totalitaria, paso que Gramsci, a diferencia de muchos de sus here­
deros, no dio. 1
Aparte de las razones políticas indudablemente decisivas por las que
Gramsci no dio ese paso, lo que hemos llamado su tercer antinom ia tam ­
bién obstaculizaba su revaluación del problema de la sociedad civil desde
un punto de vista normativo. Esta antinom ia se da entre una concepción
de una sociedad libre en términos de una sociedad civil pluralista, democrá­
tica, y una en térm inos de una sociedad-Estado unificada. El prim ero de
estos modelos, congruente con la línea de la teoría del conflicto en su pensa­
miento, y en especial con el concepto de la estructura dual de la sociedad
civil existente, modera temporalmente la utopía con imágenes de una con­
tinuidad institucional parcial. En este caso, la utopía es la realización de
las posibilidades normativas existentes, a las cuales se ha obstaculizado.
El segundo modelo, congruente con el funcionalismo (la crítica unidim en­
sional de la sociedad civil burguesa y el llamado a la ruptura revoluciona­
ria total), sufre de un utopismo excesivo y de vínculos potenciales con el
autoritarismo. Uno puede decir que la línea del pensamiento de Gramsci
que supone el “desenmascaramiento” incesante del papel de las instituciones
y de la cultura política de la sociedad civil burguesa en la reproducción de
las relaciones capitalistas de dominación, ayudó a preparar el camino para
una posición autoritaria vis-á-vis la sociedad civil en general.
Desde nuestro punto de vista, esta segunda línea es la que dominó el
pensamiento de Gramsci. En este caso, no se le puede culpar de timidez
en su crítica de la Unión Soviética, porque, a pesar de su sim patía general
y la renuencia a llevar sus críticas demasiado lejos, puede haber tenido
dudas reales de que se fuera a crear una sociedad genuinamente libre en
ese caso. Por lo tanto, en contraste con el proyecto totalitario en que la
sociedad civil es absorbida por el Estado, Gramsci retorna al programa
marxista de abolición del Estado, al que llama, con alguna variación res­
pecto a la fórmula original, “la reabsorción de la sociedad política en la
sociedad civil”.100 Marx, en su crítica más explícita de la bürgerliche
Gesellschaft (en “Zur Judenfrage”), escribió sólo de una absorción en la
"sociedad".101 La diferencia parece ser tanto más significativa porque, como
Gramsci imagina a "los elementos coercitivos del Estado debilitándose
poco a poco por grados”, postula la emergencia correspondiente de "ele­
mentos cada vez más conspicuos de la sociedad regulada (o del Estado
ético o de la sociedad civil)".102 Así, su identificación de la nueva forma de
organización social a la que con más frecuencia llama "sociedad regula­
da” con por lo menos una versión de la sociedad civil, es muy deliberada.
DESARROLLO TEÓRICO EN EL SIGLO XX 187

La sociedad regulada, una sociedad sin Estado, parece estar definida


por dos premisas: 1) una premisa de igualdad y 2) una prem isa del rem ­
plazo de la ley por la moralidad. En otras palabras, la nueva sociedad
estará caracterizada por una aceptación espontánea de la ley por indivi­
duos libres e iguales sin ninguna coerción o sanción. Esta idea se acerca
peligrosamente a la ilusa utopía marxista de una sociedad sin institucio­
nes.103Pero la transición a la sociedad regulada que Gramsci tiene en mente
parece diferente. Se refiere a una fase en que de hecho, el Estado será un
vigilante nocturno, en el sentido de salvaguardar los "elementos en proli­
feración continua de la sociedad regulada" y en el proceso reducirá progre­
sivamente "sus propias intervenciones autoritarias y obligatorias”.104 Se
supone que este proceso es idéntico a la construcción “dentro de la cu­
bierta social política" de una sociedad civil compleja, bien articulada, auto-
gobernada. Así, no es una exageración argum entar que la reformulación
de Gramsci de la idea del camino al socialismo, consiste en la construc­
ción de un nuevo tipo de sociedad civil autogobernada que gradualmente
ocuparía el lugar del control estatal sobre la vida social, y conduciría a
una lenta desaparición del Estado y de la sociedad política. No obstante, y
sorprendentemente, no cree que el nuevo tipo de sociedad civil en forma­
ción y sus formas de autogobierno entrarán en conflicto con el Estado, cu­
yos poderes deberán erosionar y remplazar. En cambio, la sociedad civil
se convertirá en la "continuación normal” y “complemento orgánico” de lo
que llama "sociedad política”, es decir, el Estado.105
Aquí hay dos imágenes que no pueden mezclarse. Por una parte, tene­
mos la idea de algo similar a la emergencia de un poder dual: dos formas
de organización social existen lado a lado; una basada en el autogobierno
democrático y la solidaridad social, que habrá de rem plazar a otra basada
en las sanciones y la coerción administrativas. Por otra parte, Gramsci
nos deja con una idea de íMFpbder estatal que, gradualmente, convierte sil
forma de dominación en una forma igualmente efectiva de control social
por medio de las instituciones de la sociedad civil. Así, la antinom ia entre
la sociedad civil como una consolidación o normalización de la dom ina­
ción y la sociedad civil como un principio genuinamente alternativo a la
dominación, retom a inmediatamente. Esta vez, las dos nociones apare­
cen como una sola debido a que la idea utópica de la absorción total del
Estado por la sociedad civil eliminaría lógicamente la distinción entre un
poder estatal que actúa por medio de las instituciones de la sociedad civil
y una forma de autogobierno basada en esas instituciones. Sin embargo,
hasta que la sociedad alcance la utopía, la ambigüedad persistirá y la eli­
minación del conflicto del modelo ciertamente parece implicar que la su­
puesta transición que postula Gramsci a una sociedad libre es en última
instancia sólo un autoritarismo estatlstu con una cara humana.
188 EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL

La utopía de una sociedad civil (moderna) que absorbe a la sociedad


política y al Estado, el supuesto telos que resolverá la más im portante de
las antinomias de Gramsci, es incoherente incluso en sí misma. Primero
que nada, no está claro cuál absorbe a la otra en la relación entre la socie­
dad civil y la política. Aquí, en las escuetas descripciones de Gramsci, el
énfasis parece estar en la “sociedad política", tal como la entendió Toc-
queville, por ejemplo, como organizaciones políticas en vez de como Es­
tado (lo que sucede en la forma en que Gramsci usa el término). La socie­
dad regulada se autogobiema, incluso si sus "leyes" se hacen cum plir como
reglas morales "internalizadas” que no necesitan recurrir a sanciones ex­
ternas. Este postulado, altamente irreal, tiene implicaciones autoritarias,
al menos en el mundo moderno, que rara vez enfrentan sus defensores.
Incluso si suponemos que un periodo de transición estatista ha eliminado
las antiguas formas de heterogeneidad y pluralidad, la sociedad regulada
de Gramsci no tendría un espacio social para una oposición que consistie­
ra de nuevas minorías y pluralidades que pueden estar deseosas de obede­
cer las leyes, pero que no se pueden identificar con ellas y quizá desearan
organizarse a sí mismas con el fin de revertirías.106 Al eliminarse la esfera
de la asociación prepolítica o fusionarla con la de la asociación política,
en principio no puede ocurrir esa organización. De hecho, el modelo de la
obligatoriedad moral en vez de legal, elimina el espacio en el que puede
surgir esa oposición: la conciencia autónoma, que en alguna medida siem­
pre está en conflicto con las leyes. El postulado de una aceptación basada
moralmente en la ley, tiende en sí a presuponer la homogeneidad social y
a excluir a la organización pluralista.107Por definición, “pluralismo" signi­
fica algún conflicto acerca de la política y por lo tanto es incompatible
con la aceptación “internalizada” de las decisiones de las mayorías. Así,
no está claro de qué manera, y sobre qué bases normativas y empíricas,
los individuos y los grupos pueden tener derechos contra la sociedad regu­
lada y monolítica de Gramsci.
El problema puede presentarse desde el punto de vista de la modernidad
de la idea de Gramsci de una sociedad regulada. ¿Puede una sociedad civil
ser una sociedad moderna si el poder del Estado es abolido o absorbido?
¿No constituiría la dualidad de la sociedad civil y del Estado (de la cual
Gramsci es un importante analista), por no mencionar la diferenciación entre
la sociedad civil y la economía, la modernidad de ambos términos? Parece­
ría que abolir el Estado, lo que es imposible de hecho pero que ciertamente
lo podemos imaginar, nos llevaría no a una sociedad civil autónoma, plural,
que en todo lo demás se pareciera a su predecesora moderna, sino a la
restauración de la sociedad civil-política tradicional sin la administración
moderna, pero también sin una estructura moderna de derechos y liberta­
des que creara espacios autónomos respecto al mundo de la política.108
DESARROLLO TEÓRICO EN EL SIGLO XX 189

En vista de una estructura ya establecida, resistente y compleja, de la


sociedad civil, aunque del modelo burgués, la sociedad regulada de Gramsci
sólo puede ser establecida mediante una ruptura totalitaria revoluciona­
ria. La mayoría de las instituciones ya existentes m ilitarían contra ella,
incluso las de la clase trabajadora: la pluralidad existente de formas de
vida, cultura y asociación, que presupone el conflicto social, necesita una
estructura de leyes y derechos vinculada a sanciones. También requiere
los resultados mediadores y los agregados de intereses de un Estado m o­
derno. Ninguna estrategia reformista radical puede reducir en sí misma
esta complejidad, y de hecho la organización y movilización de nuevos
actores sociales aum entaría la heterogeneidad de intereses e incrementaría
el potencial de conflicto de la sociedad. Desafortunadamente para la tesis
de Gramsci, una destrucción estatista-revolucionaria de la versión exis­
tente de la sociedad civil, tendría incluso menos posibilidades de condu­
cir a la sociedad regulada. La elección que Gramsci realmente enfrentaba
no era entre el reformismo radical y la democracia revolucionaria prepa­
rada por una abolición totalitaria de la sociedad civil.109 Más bien era en­
tre la sociedad civil, tout court y un sistema autoritario que ciertamente
habría intentado perpetuarse a sí mismo. Gramsci proporcionó concep­
tos im portantes para los que desafiarían m ilitantem ente versiones poste­
riores de ese sistema, pero esto fue algo que ni intentaba ni anticipaba. Y
los que habrían de aceptar el desafío pudieron postular el valor de una
sociedad civil independiente sólo cuando abandonaron completamente la
utopía democrática radical de la sociedad regulada, cuyas raíces más pro­
fundas implicaban, como Marx lo sabía pero Gramsci aparentem ente ol­
vidó, un odio a la sociedad civil moderna.

Ap é n d ic e l o s s u c e s o r e s d e G r a m s c i:
A l t h u s s e r , An d e r s o n y B o b b io

La posición intelectual antinómica de Gramsci abre dos vías distintas y


opuestas para continuar. Aunque son posibles diferentes combinaciones
entre sus alternativas, hay una afinidad más que electiva entre una acti­
tud apologética hacia la Unión Soviética, un reduccionismo funcionalista
respecto a la versión existente de la sociedad civil, y un proyecto utópico
(o un contramodelo normativo) de una sociedad-Estado unificada. Con
énfasis en el componente reduccionista funcionalista, esta combinación
marca el camino de Louis Althusser y sus seguidores, que insisten en m an­
tener intacto el proyecto maneota de la revolución. De manera similar, la
relación interna es igualmente fuerte entre la crítica de la Unión Soviética,
una concepción dual y basada en la teoría de conflicto de la sociedad civil
190 EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL

existente, y un modelo normativo democrático pluralista de la sociedad


civil. Esta combinación es la que sigue Norberto Bobbio, que reciente­
m ente ha enfocado a la sociedad civil como la estructura adecuada para
el proyecto reformista radical contemporáneo de democratización.
Althusser descarta del todo aquella versión de la teoría de Gramsci que
supone una oposición entre el Estado y la sociedad civil y decididamente
se concentra en la versión secundaria en la que la sociedad civil y la políti­
ca, la hegemonía y la dominación son todos aspectos funcionales del Es­
tado.110 En este caso la sociedad política se convierte en “aparato del Estado
represor” definido en términos de una estructura supuestam ente unitaria
del gobierno, la administración, el ejército, la policía, los tribunales y las
prisiones. La “sociedad civil” (las comillas son suyas) a su vez se convierte
en una estructura diferenciada, en la que el “aparato ideológico del Esta­
do” consta de componentes religiosos, educativos, familiares, legales, sindi­
cales, de comunicación y culturales. Althusser tiene notorias dificultades
cuando trata de dem ostrar que todos estos dominios pertenecen al Esta­
do.111 Hace caso omiso, en parte correctamente, de la objeción de que su
status es privado, a diferencia del “aparato represivo" público del Estado,
como un mero legalismo burgués para ocultar las funciones reales de las
instituciones. Pero esta estrategia sólo justifica una diferenciación de la
esfera privada, económica, no una inclusión en la estructura del Estado.
Argumentar que la clase gobernante tiene el poder estatal, que la ideolo­
gía que unifica las varias instituciones de que se trata por la que ellas
"funcionan masiva y predominantemente", es la ideología de la clase gober­
nante, y que por lo tanto los "aparatos ideológicos” son instituciones del
Estado, es a la vez falaz lógicamente y dudoso empíricamente. Es falaz
lógicamente porque, incluso si el Estado fuera el aparato de la clase gober­
nante, aún así los dos términos no serían idénticos, que es lo que presupo­
ne el “silogismo” de Althusser. Y es empíricamente falaz porque, como lo
sabemos por la historia de la socialdemocracia, por ejemplo, muchos es­
tratos y grupos no burgueses pueden ocupar el poder estatal en las socie­
dades capitalistas, y porque las instituciones a las que se refiere Althusser
se caracterizan por una gran diversidad ideológica, internam ente (catoli­
cismo vs. iglesias protestantes, sindicatos cristianos vs. seculares, etc.) y
entre sí. A pesar de estos problemas aparentem ente obvios, este argum en­
to ha ejercido una amplia influencia.
Lo que es más importante para nosotros es la propia incapacidad de
A lthusser para apegarse a una versión congruente de esta posición
funcionalista. Repite correctamente la posición de Gramsci conforme a la
cual ninguna forma de poder puede ser estable durante mucho tiempo sin
“hegemonía sobre y en los aparatos ideológicos del Estado".112 Pero esta
tesis no es interpretada de acuerdo con su propia versión del funcionalismo
DESARROLLO TEÓRICO EN EL SIGLO XX 191

cuando argumenta que la función de los aparatos y de la ideología, que


supuestam ente producen, es reproducir las relaciones existentes de pro­
ducción.113 Este último argumento separa a la sociedad civil del Estado y
relaciona funcionalmente a sus instituciones, junto con las del Estado, a
la reproducción de la economía capitalista. Una vez liberado de la absur­
da carga de tener que convertir a la sociedad civil en una dimensión del
Estado, Althusser puede referirse a los aparatos ideológicos de este últi­
mo, es decir, a las instituciones de la sociedad civil, como "múltiples, dis­
tintas y relativamente autónomas, así como capaces de proporcionar un
campo objetivo para las contradicciones, que expresan en formas que
pueden ser limitadas o extremas, los efectos de los enfrentamientos entre
la lucha de la clase capitalista y la lucha de la clase proletaria".114 Este
argumento no sólo se desplaza implícitamente entre los dos funcionalismos
(estatista y capitalista) presentes en Gramsci; tam bién se aproxima al
redescubrimiento de la otra posición, dem ocrática-pluralista y de teoría
del conflicto, que puede encontrarse en la obra de Gramsci.115 Sin em bar­
go, como es mucho más dogmático y tradicional en sus compromisos so­
cialista-estatales y revolucionarios que Gramsci, Althusser es todavía me­
nos capaz de seguir este camino que su predecesor. Incluso en una forma
muy modificada, la vía funcionalista elegida por Althusser no puede lle­
var a una revaluación genuina de la doble naturaleza normativa de la
sociedad civil.
La brillante interpretación de Gramsci hecha por Perry Anderson, que
en alguna ocasión fue un seguidor de Althusser, es un caso ilustrativo.114
Anderson destruye la reconstrución que hace Althusser de las ideas de Grams­
ci tanto textual como políticamente. En este último caso, considera que la
reconstrucción es desastrosa porque no puede distinguir entre las versio­
nes fascista-autoritaria y la liberal-democrática de la sociedad capitalista;
sólo la prim era absorbe l®6«i»stituciones sociales de la reproducción cultu­
ral dentro del Estado.117 Pero también está textualmente equivocado en fa
medida en que se concentra en una estrategia consensual secundaria en
la obra de Gramsci, sin tener en cuenta el uso prim ario que diferencia al
Estado y a la sociedad civil.
Anderson argumenta que Gramsci desarrolló este segundo uso, en que la
sociedad civil es absorbida por el Estado, a causa de las dificultades que
acarreaba su uso primario. No sólo es la sociedad civil la que tiene legiti­
midad cultural; también la tiene el Estado, en particular por medio de sus
instituciones educativas y legales (mencionadas por Gramsci) y sus es­
tructuras parlam entarias (omitidas por Gramsci, pero fuertemente desta­
cadas por Anderson). La respuesta de Gramsci fue convertir coerción y
hegemonía en funciones Unto de la sociedad civil como del Estado. Las
dificultades de esta concepelón\que amenaza la definición del Estado
192 EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL

moderno como el monopolio de la violencia legítima, supuestam ente lle­


varon a Gramsci a incluir la sociedad civil en el Estado e incluso a identi­
ficar a ambas esferas.118
La propia solución de Anderson, que en un sentido combina las de Grams­
ci y Althusser, es m antener la separación de la sociedad civil y del Estado
pero insistir en que, aunque las instituciones de la sociedad civil produ­
cen sólo hegemonía y consentimiento cultural, las estructuras del Estado
—debido al papel considerablemente importante de las instituciones parla­
mentarias— producen consentimiento así como coerción. Esta idea asimila
la noción de Althusser de los aparatos estatales ideológicos, pero m antie­
ne el énfasis que pone Gramsci en que la producción de ideología fuera
fiel Estado es secundaria. Por medio de este paso conceptual, Anderson de
hecho supera la mala opción entre una diferenciación abiertamente esque­
mática del Estado y la sociedad civil en la principal versión de la argumen­
tación de Gramsci, y la completa ausencia de diferenciación en la versión
secundaria. En el proceso, sin darse cuenta, se acerca a la noción hegeliana
del parlamento como institución de mediación entre la sociedad civil y
el Estado, como el lugar donde simultáneamente la sociedad civil penetra al
Estado y se forma una voluntad política unificada. Se aproxima a ese pun­
to de vista pero, como veremos, no lo suficiente.
De hecho, el nuevo argumento no supera las limitaciones del funciona­
lismo marxista. Anderson es muy claro: la sociedad civil tal como la conoce­
mos no sólo pertenece a la reproducción funcional de la sociedad capi­
talista; "las instituciones ‘privadas’ de la sociedad civil" no tienen lugar en
"ninguna formación social en que la clase'trabajadora ejerza el poder colec­
tivo”.119 Si tenemos en cuenta este supuesto, es del todo congruente al te­
mer y rechazar toda la estrategia de Gramsci para tratar de construir una
contrahegemonía dentro de la versión existente de la sociedad civil, cierta­
mente más congruente que los que esperan usar esa estrategia como una
vía para el establecimiento revolucionario de una sociedad-Estado unifica­
da. Anderson comparte este último sueño y por lo tanto rechaza la vía del
reformismo radical que implícitamente supone la conservación de dimen­
siones clave de la sociedad civil existente. Como esa estrategia es im po­
tente contra la garantía en última instancia del sistema existente, es decir,
la posesión de los medios de violencia y de represión, sólo puede servir
para integrar a la clase trabajadora dentro de la sociedad establecida.120
La referencia a la violencia y a la represión ya indican un cambio al
nivel del "aparato estatal". Una razón clave por la que la construcción de
la contrahegemonía en la sociedad civil debe fracasar, es que la principal
instancia de reproducción ideológica del sistema es ejercida por el parla­
mento, dentro de la esfera del Estado. Sin embargo, esta instancia es re­
forzada por su vínculo con la violencia potencial y no puede ser simple-
DESARROLLO TEÓRICO EN EL SIGLO XX 193

mente dejada de lado o desplazada por medio de-instituciones alternati­


vas. Mientras las instituciones parlamentarias no sean derrocadas, su pri­
macía en la producción del consentimiento no puede ser desafiada con
éxito. Tal, según Anderson, es la respuesta real al problema de Gramsci en
lo que se refiere a la estabilidad de las democracias liberales.
Esta respuesta no puede escapar a la antinomia entre los dos puntos de
vista de la sociedad civil que tenía Gramsci, uno monístico-funcionalista
y el otro dualista y conforme a una teoría de conflicto. El problem a se en­
cuentra en la peculiaridad del parlamento como institución m ediadora en
el sentido hegeliano, en el hecho de que aparece como la institución por
medio de la cual el Estado es "penetrado" por la sociedad civil. Como
Anderson no reconoce esto plenamente, debe sufrir las consecuencias de
su propio argumento. Él se pregunta, ¿por qué tienen los parlamentos
tanto éxito para generar el consentimiento? ¿Por qué son desafiados radi­
calmente tan pocas veces en las democracias liberales? Es meritorio que
Anderson sospeche de las doctrinas de manipulación cultural, de la genera­
ción de pasividad en lugar del trabajo, e incluso de la habilidad de los be­
neficios del Estado benefactor para comprar el consentimiento.121 Los p ar­
lamentos no se basan en el consentimiento producido por las instituciones
culturales, sociales y económicas, sino que generan el suyo propio. Lo ha­
cen presentando a individuos desiguales y que no son libres en la socie­
dad civil, una imagen de igualdad ante el Estado y de participación activa,
por medio de sus representantes, en la formación de la voluntad política. A
su vez, esta imagen produce el código ideológico (igualdad, libertad, etc.)
del que dependen todas las actividades secundarias de la generación del
consentimiento.122
La idea del parlamento como centro de integración ideológica aproxima
a Anderson a la doctrina de Althusser de los "aparatos ideológicos del Esta­
do”,123 a los que finalmengjgJ.pgra hacer coherentes indicando un proceso
que en realidad se origina en el Estado y que produce la unidad ideológica de
todos los "aparatos" diferentes.124 Pero Anderson es incluso menos capaz
que Althusser de seguir siendo congruente dentro del modo funcionalista.
Poruña parte, se dice que el código ideológico general que em ana del p ar­
lamento simplemente enm ascara las formas prevalecientes de desigual­
dad y falta de libertad. Por otra parte,

el código es m á s p o d e ro so p o rq u e los d erechos ju d ic ia les de la c iu d a d a n ía no


son u n m e ro espejism o: p o r el co n tra rio , las lib e rtad e s cívicas y los su frag io s
de las dem o cracias b urguesas son una realidad tangible, cuyo estab lecim ien to se
co m pletó h istó ric a m e n te en p a rte p o r las activid ad es del p ro p io m o v im ien to
laboral y cuya p é rd id a «cría urta d erro ta im p o rta n tísim a p a ra la clase tra b a ­
ja d o ra .1211 \
194 EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL

Anderson continúa describiendo la autonomía del parlamento, que hace


a todos esos organismos dobles, pues se expresan tanto las necesidades
funcionales de la reproducción cultural del capital como los logros, aún
potentes históricamente, que expresan los ideales de la burguesía revolu­
cionaria.
Anderson puede adm irar estos ideales, pero él sugiere que no los com­
parte; Sin duda rechaza la estrategia, que casi pudiera pertenecer a Grams-
ci, de usarlos a ellos y a los espacios que proporcionan para la construc­
ción de una hegemonía alternativa. No obstante, no queda en claro qué es
lo que pondría en su lugar, cómo los aboliría sin promover una vez más
otra "derrota decisiva para la clase trabajadora”, cuyos miembros siguen
apegados a la igualdad y libertad en el sentido del parlamentarismo contem­
poráneo, como él lo reconoce. Anderson propone que este apego sólo pue­
de term inarse en la experiencia posrevolucionaria de la dem ocracia pro­
letaria, “en los partidos o en los concejos [szc]” donde pueden aprenderse
y superarse históricamente “los límites reales de la democracia burgue­
sa”.126 Desafortunadamente, nos dice poco acerca de esta democracia al­
ternativa; lo que es más importante, su tesis implica que sus principios no
pueden ni siquiera ser presentados convincentemente a los que ahora expe­
rim entan la democracia en términos de los procedimientos establecidos.
La relación entre las dos democracias tendría por lo tanto que ser en princi­
pio una relación antidemocrática, una recomendación más bien extraña
a los que en la actualidad valoran los beneficios de las democracias libera­
les. A uno se le pide que acepte una estrategia revolucionaria basado en la
fe en que, de alguna manera, conducirá a una forma de democracia cuali­
tativamente diferente, aunque no se tenga experiencia de ella y aunque
dentro de la sociedad presente no pueda de ninguna m anera ser puesta a
prueba.
Que no existe tal forma alternativa de democracia es la tesis más cono­
cida de Norberto Bobbio. Y, no obstante, Bobbio es un teórico socialista
de izquierda de la democratización. Aunque no es un mero seguidor de
Gramsci, su justam ente famosa interpretación de Prison Notebooks [Cua­
dernos de la cárcel] es la clave de su propia posición teórica distintiva so­
bre la cuestión de la democracia. De acuerdo con Bobbio, Gramsci luchó
en dos frentes contra los que buscaban asim ilar la sociedad civil (y el
Estado) a la economía (deterministas económicos), y los que buscaban
subordinarla al Estado y al culto de la fuerza. Quería trascender no sólo
las condiciones de la sociedad burguesa sino tam bién "la forma falsa de
trascender estas condiciones”.127 De esta manera, por supuesto en cierta
medida ahistórica, Bobbio procura distinguir a Gramsci de las políticas
socialdemócrata y leninista. Para Bobbio, como ya hemos argumentado,
Gramsci era un estratega de la "reforma” en sentido riguroso, que desea-
DESARROLLO TEÓRICO EN EL SIGLO XX 195

ba transform ar no sólo la política y la economía, siño también las “costum­


bres y la cultura”. De hecho, en este caso se pone énfasis en la construc­
ción de una hegemonía cultural alternativa que debe preceder a la con­
quista del poder, y que implica no sólo al partido político sino también, y
en especial, a la actividad de todas las instituciones de la sociedad civil
que participan en la producción y difusión de cultura.128 Así, el centro de
la estrategia radical en esta interpretación se reubica totalm ente y se tras­
lada del Estado a la sociedad civil, donde deberá combatirse una prolon­
gada guerra "de posiciones” para la conquista de la hegemonía cultural.
En su famoso artículo sobre Gramsci, Bobbio no parece notar ninguna
incongruencia entre esta estrategia radical, centrada en la sociedad civil,
y el objetivo de una sociedad regulada en la que la sociedad civil absorbe
al Estado;129 tampoco observa que los puntos de vista de Lenin del futuro
distante (aunque obviamente no de la realidad soviética), coincidieron
con la esencia (aunque no con la terminología) de la posición de Gramsci.
No obstante, la visión de Gramsci de una sociedad monolítica, regulada,
en que la sociedad civil absorberá al Estado no se encuentra en la teoría
de la democracia y la democratización que Bobbio desarrolló en la dé­
cada de 1970 y en especial en los años ochenta.130 Por el contrario, sus obras
de este periodo rechazaron tajantemente la idea de una democracia direc­
ta monolítica. En vez del enfoque sustancialista radical, Bobbio insiste en
que los principios procesales normativos de la democracia representativa
constituyen criterios necesarios, aunque reconocidamente no suficientes,
para que se considere democrático a cualquier Estado. Entonces, el pro­
blema real para la reforma democrática radical es identificar las razones
por las que las democracias liberales no han logrado cum plir sus prom e­
sas, y articular un program a para su democratización adicional.
Por consiguiente, Bobbio enuncia lo que él considera una definición
realista(viable) y normatnsePtie la democracia. Todo gobierno dem ocráti­
co tiene tres prerrequisitos básicos: la participación (colectiva y general,
aunque sea mediada, en la tom a de todas las decisiones que se aplican a
toda la comunidad); el control desde abajo (sobre la base del principio de
que se tiende a abusar de todo el poder que no es controlado de esa mane­
ra), y la libertad de disentir.131 Por supuesto, Bobbio no se hace ninguna
ilusión respecto a la realización de estos principios en las democracias
liberales existentes. Argumenta que estas promesas no se han cumplido ni
siquiera en los estados en los que las instituciones democráticas se han
desarrollado más completa y formalmente. También en este caso, como
en toda sociedad moderna, hay por lo menos cuatro paradojas de la de­
mocracia que dificultan realizar sus principios adecuadamente:
196 EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL

En forma muy breve, estos cuatro enemigos de la democracia —cuando ha­


blo de la democracia me refiero al m étodo óptimo para tomar decisiones co­
lectivas— son la gran escala de la vida social moderna, la creciente burocrati-
zación del aparato estatal, el creciente tecnicism o de la decisiones que es
necesario tomar y, la tendencia de la sociedad civil a convertirse en una socie­
dad de m asas .132

En síntesis, los modernos parecemos estar exigiendo cada vez más y más
democracia en condiciones que son cada vez menos propicias. Además, es­
tas paradojas parecen exacerbarse en los sistemas parlamentarios represen­
tativos. Los fenómenos de la apatía política, de la participación distor­
sionada y m anipulada por las élites, que tienen un monopolio del poder
ideológico, han militado contra la promesa de la participación. El control
desde abajo es despojado de significado a medida que el centro del poder
se desplaza, alejándose de las instituciones que logran controlar los ciu­
dadanos: los instrum entos y centros significativos de poder real, como el
ejército, la burocracia y las grandes empresas, no están sujetos al control
democrático. Finalmente, el derecho a disentir se ve limitado en forma im­
portante en las sociedades capitalistas en las que el sistema económico do­
minante nunca ofrece la posibilidad de una alternativa radical.
Entonces, ¿qué caso tiene decir que las sociedades occidentales contem­
poráneas son democráticas? Al identificar los principios definitorios (mí­
nimos) con las promesas clásicas (incumplidas) de la democracia, las obras
de Bobbio, en la década de 1970, tendieron a hacer imposible responder a
esta pregunta. En la década de 1980 enfrentó el problema con una orien­
tación procesal de su pensamiento, diferenciando la definición mínima
de la promesa normativa. Ahora definió a la democracia en términos de
un mínimo de procedimientos que incluyen: 1) la participación del mayor
número posible de los interesados, 2) el gobierno de la mayoría en la toma
de decisiones, 3) la existencia de alternativas reales (personas y políticas)
entre las cuales elegir, y 4) la existencia de garantías a la libre opción en
forma de derechos básicos de opinión, expresión, discurso, asamblea y
asociación.133
Así, la democracia moderna es, por definición, la democracia liberal,
incluso aunque Bobbio crea que también hay un conflicto inherente entre
la democracia y las dimensiones de las actividades económicas y políticas
que requieren un gobierno fuertemente lim itado.134 Igualmente impor­
tante es que la democracia moderna también es una forma de democracia
de masas elitista u oligárquica, pluralista, particularista e insuficiente­
mente pública cuyo carácter democrático está limitado únicamente al
espacio de la política. Esta caracterización equivale, en opinión de Bobbio,
a una serie de promesas rotas respecto al modelo clásico de democracia,
DESARROLLO TEÓRICO EN EL SIGLO XX 197

incluso en sus primeros postulados modernos, liberales, todos los cuales


suponían una relativización de la distinción entre gobernante y goberna­
do junto con énfasis variables en el individualismo, el universalismo, la
publicidad y una ciudadanía educada.135 A pesar de un conjunto heterogé­
neo de causas que disminuyen el carácter democrático de las organizacio­
nes políticas modernas —la sobrevivencia de prácticas políticas secretas
o invisibles, el carácter capitalista de las economías modernas, la afinidad
electiva entre la democracia y la burocracia, la sobrecarga de las dem an­
das producida por la política de partidos democráticos y el creciente pa­
pel de los conocimientos técnicos en la vida moderna—, incluso estas vio­
laciones de la promesa clásica de la democracia no eliminan el carácter
m ínim am ente democrático de las democracias liberales actuales, que
procesalmente se define por la ley de la mayoría, la competencia electoral
y las libertades civiles.136 Sin embargo, este punto puede invertirse: el mí­
nim o procesal aparentem ente no puede dism inuir la form a elitista,
particularista, no pública y despolitizada de la democracia en las socieda­
des modernas.
Ciertamente, Bobbio no está satisfecho con esta conclusión. Enfatiza
los aspectos socializadores del mínimo procesal de la democracia, que
promueve los valores de la tolerancia y la no violencia en la resolución de
los conflictos y, menos convincentemente, los de la solidaridad y apertura
a las experiencias radicales de aprendizaje cultural.137 Lo más im portan­
te es que él cree firmemente que es posible una mayor democratización
de las democracias que ya existen. Trata este problema en tres niveles: el
lugar posible de la democracia directa; el papel de formas alternativas de
representación; y la posibilidad de am pliar el espacio de la democracia
del Estado a la sociedad civil.
Ya en la década de 1970, Bobbio insistía en la ausencia de alternativa
completa realizable a lasdemocracia representativa, que pueda satisfacer
la promesa clásica de la democracia mejor de lo que ya lo hace el modelo
existente.138 De una m anera que recuerda mucho a Roberto Michels,
Bobbio m uestra convincentemente que ni las instituciones individuales
de la "democracia directa" —referendos, comités o asambleas locales,
mandato obligatorio—■ni su combinación, ofrecen un remplazo viable del
sistema representativo. Los referendos por sí solos no abarcan todos los
problemas que deben debatirse y resolverse colectivamente en las socie­
dades complejas modernas. Los problemas que un comité o una asam ­
blea locales pueden discutir competentemente, muy raras veces son idén­
ticos a los que enfrenta una organización política nacional. Ya existen
mandatos obligatorios donde hay un sistema de partidos fuertes (la disci­
plina del partido es el equivalente funcional del mandaí imperatif), y don­
de no existen, sigue vigente el problema de la naturaleza de una autoridad
198 EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL

aceptable capaz de revocar un mandato. Finalmente, un modelo alternativo


de democracia "socialista" basado en la estrategia dual de la reforma estruc­
tural y la ampliación de la participación se enfrentaría a dos dificultades
adicionales. Primero, es difícil imaginar una reforma estructural que afecte
radicalmente a la economía sin invocar medios violentos, lo que nunca ha
conducido a un aum ento en la democracia. Segundo, la ampliación de la
participación democrática en la esfera del poder económico se enfrenta a lo
que parece ser una característica permanente o una contratendencia co­
mún a los estados socialistas y capitalistas, esto es, el desplazamiento del
poder económico alejándolo del campo del control democrático desde
abajo. Aunque puede debatirse si las condiciones que favorecen al poder
autocrático en esta esfera están determinadas objetiva o históricamente,
Bobbio sostuvo (por lo menos en la década de 1970) que hay buenas razo­
nes para sospechar que la ampliación progresiva de la base democrática
eventualmente encontrará una insuperable barrera cuando trate de pasar
las puertas de la fábrica.139
Pero, ¿debe verse a las democracias directa y representativa como al­
ternativas excluyentes? En los años ochenta, Bobbio empezó a verlas como
posiblemente complementarias. Primero, existía una posibilidad de for­
mas mixtas o intermedias como la representación con m andatos obligato­
rios. Segundo, uno también podía incluir formas democráticas directas
como los referendos, las revocaciones y las asambleas locales en las consti­
tuciones de las democracias representativas.140 Bobbio sigue m ostrándo­
se escéptico con respecto a las formas intermedias que menciona, y rechaza
cualquier extensión adicional del m andato imperativo, del cual ya se ha
abusado demasiado. Además, considera el papel de los instrum entos com­
plementarios directamente democráticos importante, pero necesariamente
limitado. Por ejemplo, cree que el referéndum sólo es adecuado cuando se
trata de unos pocos asuntos en los que no es posible el compromiso. Así,
su propio modelo de democratización depende principalm ente de exten­
der nuevas formas representativas, en vez de directas.
Dentro de la esfera de las instituciones estatales, a menudo se han pro­
puesto ideas de una democracia funcional por creerse que extienden la ló­
gica de la democracia a un nivel que en la sociedad m oderna se ha vuelto
más importante que el territorial, según Emile Durkheim, su m ás famoso
exponente. La propuesta más conocida de esa representación —articulada
por los socialistas gremiales y los marxistas austríacos, entre otros— su­
pone una cámara parlam entaria adicional que representa a las asociacio­
nes profesionales que se encuentran fuera del sistema de partidos. Para
Bobbio, ese esquema constituye una alternativa deficiente e incluso peli­
grosa a la representación territorial. Esa representación de grupos de in­
terés simplemente entregaría el parlam ento al cabildeo de loa grupos de
DESARROLLO TEÓRICO EN EL SIGLO XX 199

presión y a los tratos que hacen. En la medida en que ésta es ya una tenden­
cia "degeneradora” de las formas existentes de parlamentarismo, no se la
debe em peorar elevándola al nivel de un principio y de una institución.
Aunque Bobbio no cree que en los parlamentos contemporáneos emerja
algo similar a un interés general, no obstante, afirma que los partidos
políticos que dominan estas estructuras representan una forma superior
de mediación entre el individuo y el Estado que los grupos de intereses. A
los patrones necesariamente rígidos de la representación de los grupos de
intereses, contrapone las visiones generales disponibles en los movimien­
tos políticos que conducen a un manejo potencialmente creativo y flexible
de los temas. Así, los partidos políticos representan los múltiples intere­
ses de los ciudadanos, interpretados de diferentes maneras, a diferencia
de los limitados e inflexibles intereses de los miembros de un grupo.141
Elegir un partido significa elegir una estrúctura general de interpretación
fundam entada en opiniones políticas. Por otra parte, no elegimos nuestro
grupo de interés; nuestra relación con él por lo común no es política, sino
que está definida por intereses sociales y económicos compartidos.
Sólo en este contexto polémico obtenemos una descripción glorificada
de la lógica de la representación por medio del sistema de partidos. No
obstante, la imagen idealizada distorsiona lo que pudo haber sido un aná­
lisis y una propuesta más diferenciados. Bobbio pudo haber hecho hinca­
pié en la posibilidad de una forma de complementar, en vez de remplazar
a la democracia representativa tal como se la practica oficialmente hoy en
día. Hay disponibles buenos argumentos y modelos para esas propuestas.
Si la negociación neocorporativa ya caracteriza a los procesos políticos
contemporáneos, como lo reconoce repetidas veces, puede existir alguna
virtud significativa en sacar esas negociaciones a la luz de la esfera públi­
ca, disminuyendo así su carácter corporativo, al que Bobbio es comprensi­
blemente reacio, dada la-9*periencia fascista.142 Además, una segunda cá­
m ara parlam entaria puede desempeñar un papel secundario en relación
con la primera; sus decisiones pueden estar sujetas a la primera sobre la
base de una mayoría calificada en la cám ara territorial, y sus funciones
podrían estar limitadas a ciertos tipos de temas. Todo esto es importante
porque, como lo veremos, la estrategia alternativa de Bobbio para demo*
cratizar a la sociedad civil puede ser fútil si los canales que permiten a las
asociaciones, organizaciones y movimientos democráticos influir en el
sistema político no aumentan en comparación con la práctica ordinaria
de la democracia de élite de los partidos políticos.
Dentro de un programa general de democratización, Bobbio pone én­
fasis en la expansión de las formas de la democracia representativa más
allá de la esfera política, De hecho, espera redimir dos "promesas" que no
eran inherentes ni al modelo clásico de la democracia ni al modelo liberal
200 EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL

de la misma: expandir el espacio de la tom a de decisiones dem ocrática y


explotar el potencial del pluralismo. En este contexto, menciona una va­
riedad de papeles que pueden ser democratizados (en particular, papeles
familiares, ocupacionales, educativos y de cliente) así como dos institu­
ciones im portantes que en el presente no,están organizadas dem ocrá­
ticamente: la escuela e (incongruentemente) el lugar de trabajo. Su justifi­
cación para elegir a éstos es la usada por Durkheim para su teoría de la
representación funcional, es decir, que es ahí donde "la mayoría de los
miembros de la sociedad m oderna pasan la mayor parte de sus vidas”.143
De lo que se trata no es de la invención o recreación de formas nuevas y
directas de democracia, sino de una "infiltración” de nuevos espacios, los
espacios de la sociedad civil, por “formas muy tradicionales de la democra­
cia, como la democracia representativa".
Es interesante que no se resuelvan las dudas anteriores de Bobbio res­
pecto a la democratización de la vida económica; aquí se sigue diciendo
que las perspectivas son inciertas, al igual que lo son para la esfera de la
administración. No obstante, insiste en que si bien el proceso de demo­
cratización de la sociedad civil sólo ha empezado, ya se ha realizado un
progreso considerable en áreas como la escolar, respecto a la cual destaca
la participación de los padres en los consejos escolares, lo que en aparien­
cia era una experiencia relativamente nueva en Italia. Sobre la base de
esos ejemplos, Bobbio sostiene que en el futuro un nuevo índice de dem o­
cratización será proporcionado no "por el número de personas que tienen
derecho de votar, sino por el número de contextos fuera de la política en
los que se ejerce el derecho a votar".144
Esta conclusión parece prem atura sobre la base del apoyo empírico
que proporciona Bobbio, pero tiene una línea de razonam iento más teóri­
ca para apoyarla. Argumenta que el pluralismo, aunque no es de origen
democrático, proporciona a la vez una razón y una oportunidad para de­
m ocratizar a la sociedad civil. Intuitivamente, Bobbio m uestra los oríge­
nes del pluralismo y la democracia modernos en dos situaciones polémi­
cas diferentes. Originalmente opuesto no tanto a la autocracia como a las
formas monocráticas de poder, el pluralismo o la poliarquía está en con­
flicto con los modelos monolíticos de democracia, sean antiguos o moder­
nos. En otras palabras, dados los modelos dominantes de democracia en
el periodo moderno temprano, el pluralismo era antidemocrático. Y no
obstante, Bobbio tiene razón: el pluralismo, basado en la heterogeneidad
de constelaciones de intereses en conflicto, no puede ser eliminado en
una sociedad compleja. En lo que a él respecta, este hecho representa una
violación de la promesa de la democracia, porque centros de poder orga­
nizados de m anera no democrática hacen que grupos de interés particula­
res influyan en los procesos de toma de decisiones y también sacan a estos
DESARROLLO TEÓRICO EN EL SIGLO XX 201

im portantes centros del campo de los controles derhocráticos. No obstan­


te, las formas antipluralistas, individualistas, de resistencia por parte de
la democracia, por supuesto, serían inútiles en condiciones genuinamente
modernas. La democracia sólo puede contratacar si atrae a su propia lógi­
ca a los centros de poder extraestatales e incluso no políticos. En el con­
texto de la sociedad pluralista, la promesa de la democracia sólo puede
ser rescatada mediante la ampliación de los procesos de democratización
a través de toda la gama de la asociación humana. Y esto requiere no un
program a fundamentalista de democracia directa, sino la introducción
de la democracia representativa en los centros poliárquicos relevantes de
la sociedad.
Hasta ahora el argumento es convincente. Pero Bobbio tam bién afirma
que la mayor distribución del poder característica del propio pluralismo
"abre la puerta a la democratización de la sociedad civil".145 Para uno resul­
ta difícil encontrar una explicación en su texto de la m anera en que una
organización pluralista proporciona los objetivos de la dem ocratización e
incluso facilita ese proceso, aunque en un punto se refiere al disentimiento
promovido o escudado por las organizaciones pluralistas. Además, lo que
afirma es contradicho implícitamente por la siguiente aserción:

El proceso de democratización ni siquiera ha empezado a tocar la superficie de


los dos grandes bloques de poder jerárquico y descendente en toda sociedad
compleja, en las grandes empresas y en la administración pública. Y mientras
estos dos grandes bloques resistan las presiones desde abajo, no se puede decir
que la transformación democrática de la sociedad esté completa. No podemos
ni siquiera decir si esta transformación es posible .'46

Parece, por lo tanto, que algunos de los más im portantes centros de


poder se resisten en grado eewsiderable a su propia democratización. Des­
afortunadamente, el caso es que si medimos la democratización por el
grado en que un solo conjunto de estándares procesales se extiende a las
diferentes esferas de la sociedad, los resultados serán inevitablemente
mixtos, y los espacios no democráticos o centros de poder seguirán sien­
do probablemente “tan numerosos y tan grandes, y su im portancia tan
considerable"147 que pondrán en cuestión el proyecto en su conjunto.
Sin desear rem plazar la conclusión en cierta m anera pesim ista de
Bobbio respecto a la democratización por un escenario más optimista,
creemos que unos pocos comentarios críticos pueden ayudar a aclarar las
razones por las que su propio programa centrado en la sociedad civil ha
llegado a un punto muerto. Primero, Bobbio no opera congruentemente
con la noción de Gramscl de una sociedad civil diferenciada de la econo­
m ía.148 Como resultado, no puede distinguir claramente las esferas cuya
202 EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL

lógica interna facilita la democratización radical de las esferas cuyas re­


producciones sólo son congruentes con formas subsidiarias de participa­
ción democrática. Su definición excesivamente procesal de la democracia
no le funciona bien en este contexto: le hace exigir muy poco de las élites
en algunas esferas (por ejemplo, los partidos políticos) y demasiado de las
élites en otras esferas (por ejemplo, las gerencias capitalistas).
Segundo, Bobbio no se pregunta sobre las relaciones internas de las di­
ferentes esferas democratizadas. En consecuencia, su conclusión, según
la cual las esferas de la sociedad pueden ser democratizadas en un orden
que más o menos invierte su importancia social general, parece reducir
indebidamente lo que está en juego en la democratización. Lo que se necesi­
ta es una demostración de la forma y de las condiciones bajo las cuales las
nuevas esferas democratizadas pueden influir en los espacios menos demo­
cráticos de la sociedad. En este contexto, su pesimismo general respecto a
la introducción de nuevas estructuras en las versiones ya existentes de la
democracia política, no le es muy útil.
Finalmente, Bobbio no distingue entre el pluralismo como un contexto
de instituciones que pueden y deben ser democratizadas y la pluralidad de
actores colectivos que habrán de llevar a cabo la labor de democratización.
Sus comentarios sobre los movimientos sociales y la desobediencia civil no
muestran mucha confianza en los actores "extrainstitucionales" como agen­
tes de la democratización.149Por lo tanto, nos quedamos con la sospecha de
que encomienda esos procesos a las élites que actualmente se resguardan
en las instituciones pluralistas relevantes, incluso los partidos del sistema
político. Esa posición sería una razón suficiente para el pesimismo; el tra­
bajo de la democratización no puede por lo común encomendarse a los be­
neficiarios de los acuerdos menos democráticos o incluso no democráticos.
No compartimos la crítica de Perry Anderson de la forma en que la
izquierda socialista se apropió de las tesis de Gramsci. En nuestra opi­
nión, tiene poco sentido criticar a Bobbio sobre la base de que su estrate­
gia no puede conducir a una ruptura radical con las instituciones de la
democracia parlamentaria, puesto que él especifica, y correctamente re­
chaza, la idea de la ruptura. Tampoco hace de la transición al socialismo
la meta respecto a la cual la política democrática puede ser reducida a un
simple medio; en general, parece que el propio significado de socialismo
se reduce aquí a la radicalización de la dem ocracia.150 Con todo esto esta­
mos de acuerdo.
Nuestra crítica de Bobbio tiene que ver con la naturaleza inconclusa de
su programa de democratización, que en parte está relacionada con la
naturaleza no desarrollada e incluso ambigua de su concepción de la socie­
dad civil. Pero esta crítica no debe ocultar nuestro acuerdo fundamental
con dos de las características más importantes de la concepción de Bobbio:
DESARROLLO TEÓRICO EN EL SIGLO XX 203

su desplazamiento del terreno de la democratización del Estado a la socie­


dad civil, y su insistencia en un programa no fundamentalista en el que la de­
mocracia formal y representativa proporciona el modelo general que debe
seguirse en las varias esferas de la sociedad. Estas ideas, basadas en una
interpretación específica de Gramsci, vinculan a Bobbio con las estrate­
gias más im portantes de emancipación de las décadas de 1970 y 1980. No
obstante, sigue siendo dudoso que su concepción pueda dotar a esas ini­
ciativas de una adecuada estructura de orientación y de autocomprensión.
No se trata sólo de sus ambigüedades respecto al concepto de la sociedad
civil, sus concesiones quizá demasiado generosas a la teoría de la élite de
la democracia, su concepción unilateral del pluralismo y la forma en que
resta im portancia a los movimientos sociales en favor de los partidos po­
líticos. Estas imperfecciones pueden ser corregidas dentro de los térm i­
nos de su teoría. Desde una perspectiva más profunda (y ésta es una difi­
cultad que comparte con las formas del discurso dentro de los movimientos
sociales), no es automáticamente obvio que el concepto de sociedad civil
tomado de Hegel y otros autores del siglo XIX pueda, con unas pocas correc­
ciones, sostener un programa de democratización y a pesar de todo evitar
la utilización ideológica con que culmina la teoría de Parsons. Bobbio
nunca considera la posibilidad de que toda la estrategia conceptual puede
estar relacionada estrechamente con las ahora obsoletas condiciones del
siglo XIX, antes de la “fusión” del Estado y de la sociedad; que incluso en
su utilización original puede implicar no sólo antiestatismo sino también
despolitización; que puede representar sólo a un conjunto de fachadas
institucionales para estrategias autoritarias más profundas y refinadas y,
finalmente, que el modelo de diferenciación social que presupone es un
modelo falso y poco sofisticado que resulta inadecuado para las realida­
des de las sociedades complejas.
Desde nuestro punto d& ^sta, la clase de teoría que Bobbio procura
desarrollar no puede ser construida hasta que estas críticas sean conside­
radas en detalle. Creemos además que varios paradigmas de la crítica de
la sociedad civil asociados con Cari Schmitt, Hannah Arendt, Reinhart
Koselleck, Jürgen Habermas, Michel Foucault y Niklas Luhm ann harán
importantes contribuciones a nuestros esfuerzos por construir teoría. A
continuación tratarem os de esas críticas.

NOTAS

1 Para una reconstrucción y critica dedos puntos de vista de Marx sobre la sociedad civil,
víase Joan L. Cohén, Clan and CMI Soelifo: The Umits of Marx's Critical Theory, Amherst,
IJnlversity oí Massachuaetti Press, 1913,
204 EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL

2 Talcott Parsons, The System o f Modem Societies, Englewood Cliffs, Nueva Jersey, Prentice-
Hall, 1971, p. 1 [El sistema de las sociedades modernas, Trillas].
Ubid., p. 115.
4 Ibid., p. 84. El gran ensayo de Parsons, "Full Citizenship for the Negro A m erican?”,
reim preso en Politics and Social Structure, (Nueva York, Free Press, 1969), rep resen ta una
excepción im portante a esta tesis del final de la revolución d em ocrática. P ero Parsons,
debido a su actitud generalm ente sospechosa de lós m ovim ientos sociales, n unca trató de
generalizar este modelo. Por supuesto, tam poco era consciente de la m ayoría de las áreas
en que se podía y se debía co n tin u ar la revolución dem ocrática, com o los derechos de las
m ujeres.
5 Véase, L o th ar Gall, “L iberalism us and bürgerliche Gesellschaft. Zu C h aracter und
Entwicklung der liberalen Bewegung in D eutschland”, en L. Gall (ed.), Liberalismus, 2a. ed.,
K ónigstein, Verlag Antón H ain, 1980.
6 Véase las críticas de dos m iembros de la escuela de Polányi: Terence K. H opkins,
"Sociology and the Sustantive View of the Econom y", y H arry W. Pearson, “Parsons and
Sm elser on the Economy", en K. Polányi et al. (eds.), Trade and Market in the Early Empires,
Nueva York, Free Press, 1957.
7 Cf. G. Poggi, The Development o f the Modem State (Stanford, S tanford U niversity Press,
1978, pp. 13 y ss.), quien argum enta de otra m anera, dejando de lado la consideración de la
relación que establece Parsons entre la diferenciación y la integración, conduciendo así a
la com plejidad pero no a la desdiferenciación.
8 Parsons, The System, op, cit., p. 99. La incongruencia del análisis de Parsons es señala­
da p o r Jü rg en H ab erm as en Theorie des kom m unikativen Handelns, vol 2, F ran cfo rt,
Suhrkam p, 1981, pp. 423-424 y la n o ta 131.
9 Parsons, op. cit., p. 101.
10 Ibid., p. 87.
11 Creemos que Parsons, erróneam ente, discute tam bién de los derechos sociales en el
contexto de la revolución dem ocrática, cuya línea central de conflicto se en cu en tra en el eje
del E stado-com unidad societal. La idea de igualdad inherente a los derechos sociales im pli­
ca, en cam bio, una reacción defensiva sobre el eje econom ía-com unidad societal.
12 Parsons, op. cit., p. 84. Com pare con la tesis de H aberm as sobre la esfera pública, de
que se tratará posteriorm ente en el cap. IV.
13 Véase su ensayo: “On the Concept of Política! Power”, Politics and Social Structure, op. cit.
14 Parsons, op. cit., pp. 106-107.
15 Ibid., p. 97.
'‘‘ Ibid., pp. 99-100, 107-118.
17 Neíl Smelser, Theory o f Collective Behavior, Nueva York, Free Press, 1963.
18 Incluso el análisis de Sm elser de este tipo de m ovim iento, difícilm ente carecía de
am bigüedades o era del todo favorable al m ism o. Para la concepción de Parsons, m ás bien
diferente, véase “Full C itizenship for the Negro A m erican?”.
19 En el caso del Estado m oderno, incluso Niklas L uhm ann, p or ejem plo, observa esta
tendencia. Véase su Grundrechte ais Institution, Berlín, D uncker & H um blot, 1965. Aquí la
función de los derechos fundam entales es estabilizar la diferenciación de la sociedad. A
m edida en que se desarrolló el tra b a jo de L u h m an n , se atrib u y ó e sta fu n ció n a o tro
subsistem a: el sistem a jurídico, en el que se en cu en tran los derechos ju n to con todos los
otros instrum entos. No obstante, lo que este enfoque no puede resolver es la form a en que
el sistem a jurídico debe ser protegido contra las tendencias desdiferenciadoras que am en a­
zan a este m ism o subsistem a. Parece que la idea de la diferenciación de la sociedad desa­
rrollada por la teoría de sistem as no puede sostenerse si nos m antenem os dentro de los
límites de esa m ism a teoría. Véase el cap. Vil.
20 Parsons, The System, p. 12, y "The Political Aspect of Social S tru ctu re and Process", en
Politics and Sncial Structure, p. 345.
21 Parsons, The System, p. 24. P ara la crítica que hace L uhm ann de esta concepción,
véase el cap. vil.
22 Parsons, "On the Concept of Political Power", p. 355.
23 Parsons, op. cit., pp. 9-10. Lo que no observa es que, para una colectividad de colcctl-
DESARROLLO TEÓRICO EN EL SIGLO XX 205

vidades, el consenso sólo puede ser respecto a procedim ientos que son com patibles con los
diferentes conjuntos de valores, pero que no im plican en sí m ism os form as de vida, com o lo
hacen los valores sustantivos.
* Ibid., p. 13.
25 Ibid., pp. 62-64.
26 Ibid., pp. 18-19.
27 Ibid., pp. 8-10. “El núcleo de una sociedad [...] es el p atró n de orden norm ativo m e­
diante el cual está organizada colectivam ente la vida de u n a población... El cum plim iento
de un sistem a norm ativo parece vinculado inherentem ente al control [...] de las sanciones
ejercidas por y en contra de un pueblo que reside realm ente dentro de un territorio", Parsons,
Societies. Evolutionary and Comparative Perspectives, E nglew ood Cliffs, N ueva Jersey,
Prentice-Hall, 1966.
28 Véase “On the Concept of Influence”, Politics and Social Structure, op. cit., p. 418,
donde distingue entre las bases asociativas, que inevitablem ente son particulares, y la refe­
rencia a la norm a, que tiende a la universalidad.
29 Parsons, op. cit., p. 93.
30 "Full C itizenship for the Negro A m erican?”, op. cit., p. 253. Todo el análisis del com ­
plejo de ciudadanía aprovecha repetidam ente la obra de T. H. M arshall, Class, Citizenship
and Social Development, Nueva York, Doubleday, 1964. Véase tam bién The System, op. cit.,
pp. 20-22 y 82-83.
31 Parsons, op. cit., p. 21; véase tam bién L uhm ann, Grundrechte, passim .
32 Cf. “Full Citizenship for the Negro A m erican?’’, op. cit., p. 260, y The System, p. 21.
33 Muy en el sentido hegeliano de este térm ino; véase "Full Citizenship for the Negro
A m erican?”, op. cit., p. 260. E stam os de acuerdo con esta concepción de los derechos com o
si institucionalizaran u n a sociedad civil diferenciada y su influencia sobre el E stado (por
m edio de la sociedad política), pero creem os que ciertas clases de derechos sociales (com o
la negociación colectiva) desem peñan el m ism o papel respecto a la econom ía.
34 Parsons, op. cit., p. 83.
35 P arsons, "Polity an d Society; Som e G eneral C o n sid eratio n s”, Politics and Social
Structure, p. 507.
36 Parsons, The System, op. cit., p. 110.
37 La participación dem ocrática en la vida económ ica es de hecho rechazada rep etid a­
mente; véase The System, op. cit., p. 103, y "Polity and Society”, pp. 500-502.
38 Parsons, op. cit., pp. 24-26. P ara una definición an terio r y diferente de la solidaridad,
que no la distingue adecuadam ente del poder, véase Talcott Parsons, Economy and Society,
Nueva York, Free Press, 1956, p. 49.
39 Parsons, "The Political Aspect of Social S tru ctu re and Process”, pp. 334 y 340.
40 Ibid., p. 336.
41 Parsons, '"Voting’ an d the Equrfibrium of the A m erican Political System ”, Politics and
Social Structure, op. cit., pp. 214, 217-218.
42 Ibid., p. 220.
43 Parsons, “Polity and Society", op. cit., p. 503.
44 Parsons, “On the Concept of Influence”, op. cit., pp. 416 y 418.
45 Parsons, The System, op. cit., pp. 14 y 27; véase tam bién los tres ensayos sobre el poder,
la influencia y los valores con los que se com prom eten las personas en Politics and Social
Structure, op. cit.
46 Véase Parsons, Economy and Society, op. cit., p. 49, donde se expresa m ás explícita­
m ente este punto de vista.
47 Parsons, The System, op. cit., p. 14.
48 Parsons, “On the Concept of Influence”, Politics and Social Structure, op. cit., p. 410;
“On the Concept of Value-Comm itment", op. cit., p. 363.
49 ¿Se le apoya por una referencia en última instancia a los "persuasores intrínsecos”, es
decir, a la información capaz de determinur dónde reside el interés del otro? (Véase "On the
Concept of Influence”, op. cit., p. 416), Esta Ideu, que posteriormente rechazó (pp, 422-
423), acercaría nuevamente la influencia al modelo del dinero y del poder, que funciona en
estructuras de interese» a loa une •« punible objetivar y de las sanciones relevantes. ¿Está
206 EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL

apoyada por la posibilidad de justificación en térm inos de norm as consideradas com o obliga­
torias tanto p ara "ego” com o p a ra “alter” (p. 417)? O ¿en ú ltim a in stancia el punto de refe­
rencia son la reputación y el prestigio de las personas influyentes fu ndam entados en una
solidaridad del tipo Gemeinschaft?
50 Parsons, “The Political Aspect of Social S tructure and Process”, p. 335-336.
51 Parsons, “Full C itizenship for the Negro American?”, op. cit., p. 260; '"Voting’and the
E quilibrium of the American Political System ”, op.'cit., pp. 208-209; The Political Aspect of
Social Structure and Process", p. 339.
52 El problem a es evitado de u n a form a ilusoria, cuando Parsons, basándose en la confor­
m ación arquitectónica de su sistem a, vincula la econom ía con el subsistem a "latente” rep re­
sentado p o r los hogares, en vez de con la com unidad societal representada p o r el público.
(¿Por qué razón la fam ilia no es p arte de la com unidad societal cuando en el resto del texto
se la trata com o un a form a paradigm ática de asociación?). Por supuesto, u n acceso total­
m ente individualista a la econom ía es u n a tendencia del m ercado de laissez-faire ideal, pero
la existencia de sindicatos, cooperativas y asociaciones profesionales, a las que introduce
en otras partes, es contraria a esta tendencia.
53 Parsons, "The Political Aspect of Social S tructure and Process", p. 340.
54 Parsons, Politics and Social Structure, op. cit., pp. 500 y ss., y 512.
55 Parsons, The System, op. cit., pp. 109-111.
56 Ibid., p. 114.
57 Ibid., p. 93.
58 Ibid., pp. 97 y 106-107.
59 Véase Parsons, “Full Citizenship for the Negro American?”, op. cit., pp. 285-288. Por lo
m enos en este contexto, Parsons considera que la form a de m ovim ientos en las sociedades
contem poráneas no necesariam ente significan fundam entalism o, sino que tam bién puede
significar la realización de potenciales normativos universalistas (aquí encontram os las premisas
de la revolución dem ocrática) de una m anera capaz de form ar identidades particulares.
60 E n este contexto, G. Almond y S. Verba van m ás lejos que Parsons, pero no lo suficien­
te. Véase The Civic Culture, Boston, Little Brown, 1965. La experiencia de los m ovim ientos
fascistas y com unistas de m asas fue claram en te fo rm ativa p a ra to d a la generación de
pluralistas de la posguerra.
61 Véase Parsons, “The D istribution of Pow er in American Society", en Politics and Social
Structure, op. cit.
62 Parsons, The System, op. cit., p. 102.
63 Véase Parsons, "The D istribution of Pow er”, op. cit.
64 Ibid., p. 198, y "The Mass M edia and the S tru ctu re of A m erican Society”, Politics and
Social Structure, op. cit., p. 251.
65 Parsons, "The Mass M edia”, op. cit., pp. 248-250.
6Í Ibid., p. 244.
67 Parsons, The System, op. cit., p. 117.
68 Talcott Parsons, "Law as an Intellectual Stepchild", Sociological Inquiry, vol. 47, núm s.
3-4, 1977, pp. 11-57. Véase tam bién su reseña de R. M. Unger, Law in Modern Society, N ue­
va York, Free Press, 1976, en Law and Society Review, vol. 12, núm . 1, otoño de 1978,
pp. 145-149.
69 Desde el p u n to de vista de su construcción de sistem as, identifica cu atro "absolutis­
m os” que am enazan a nuestro entendim iento (y quizás a la sobrevivencia) de la ley m oder­
na; el absolutism o económ ico en Marx y Friedm an; el absolutism o político en Weber; el
absolutism o m oral en Bellah, y el absolutism o legal en Unger. Tanto dentro de sus sistem as
com o en relación con los supuestos co m unitaristas de Unger, h abría sido m ejo r h ab lar en el
últim o caso de la absolutización de la dim ensión de la integración social, lo que a su vez
conduciría a la desdiferenciación, la tradicionalización de la com unidad societal y la des­
aparición de la ley en el sentido m oderno. Véase "Law as an Intellectual Stepchild”, op. cit.,
pp. 13-15, 16, 26, 31,33, y 44. Las tesis respecto al absolutism o político y económ ico antici­
pan el concepto de H aberm as de colonización del m undo en que se vive, m ientras que las
del absolutism o m oral y legal anticipan nuestra crítica del fundamentalismo dem ocrático
(véase el cap. VIH).
DESARROLLO TEÓRICO EN EL SIGLO XX 207

70 En realidad, protesta contra la propia posibilidad cuande, p o r ejemplo, insiste en que


U nger exagera las dificultades de la autonom ía legal en las sociedades posliberales (Ibid.,
pp. 40 y ss.).
11 L am enta que U nger sólo use el concepto dicótom o del E stado y de la sociedad, sin
notar claram ente que esta posición lo deja sin fundam entos para criticar tanto a la reducción
económ ica como política de la ley, y lo lleva a d a r relevancia a los com ponentes trad icio n a­
les de la sociedad en vez de a la m odernidad (Ibid., p. 37).
72 Ibid., p. 42.
73 Para un a excelente com paración de los puntos de vista relevantes de los tres, véase
N orberto Bobbio, “Gramsci and the Concept of Civil Society”, en J. Keane (ed.), Civil Society
and the State. New Europea» Perspectivas, Londres, Verso, 1988. No es im posible argum en­
tar que Gramsci derivó su noción del 18 Brumario de Louis Bonaparte, de Marx, com o lo h a­
ce Perry Anderson en "The A ntinom ies of Antonio G ram sci”, New Left Review, núm . 100,
noviem bre de 1976-enero de 1977, pp. 5-78. El status algo idiosincrásico de esta posición en
la obra de Marx y el uso p or G ramsci de u n a versión tran sfo rm ad a de la doctrina co rp o ra­
tiva de Hegel van en contra de esa interpretación. Pero no se puede negar la gran influencia
del 18 Brumario en el concepto de Gramsci.
74 Q uizá debam os observar que el desinterés o .el escepticism o respecto a la tran sfo r­
m ación de las relaciones económ icas existentes obviam ente no fue una de estas razones.
Véase A. Arato, "Civil Society, History, and Socialism: Reply to John Keane", Praxis Interna­
tional, vol. 9, núms. 1-2, abril-julio de 1989, pp. 133-152.
75 A ntonio G ram sci, Prison Notebooks, Nueva York, In tern atio n al P ublishers, 1971,
pp. 235-238.
76 Ibid., p. 160.
77 Bajo la influencia de Sorel (a través de Croce), G ram sci creía que lo “nuevo" cuyo na­
cim iento se necesitaba era o un m ito o un p u n to de vista unificado del m undo que podía
proporcionar significado y orientación p ara la acción colectiva. Para Gramsci, esta nueva
cultura estaba disponible en la teoría del m arxism o, pero tenía que ser construida en la
práctica p o r m edio de la organización de u n conjunto de contrainstituciones, asociaciones,
form as culturales, etc., sobre el terreno de la sociedad civil. En otras palabras, se debían
desarrollar la hegem onía de la clase trabajadora y la sociedad civil socialista en el terre­
no de la sociedad civil, p ara c o n trarrestar los m oribundos m odelos liberales y religiosos del
pasado y convertir a las m asas en un actor colectivo consciente de su clase. Para una discu­
sión de las diferencias entre Gramsci y Croce sobre la sociedad civil, véase W alter L. Adamson,
“G ramsci and the Politics of Civil Society”, Praxis International, vol. 7, núms. 3-4, invierno
de 1987-1988, p. 322.
78 La obra de Anderson, “The Antinom ies of Antonio G ram sci”, op. cit., p arece la gula
m ás confiable para los cam bios term inológicos de Gramsci. Un enfoque alternativo, no tan
bien motivado, pero no obstan te posible, es el de Christine Buci-Glucksmann en Gramsci
and the State, (Londres, Lawrence and W ishart, 1980); ella argum enta que G ramsci opera­
ba con dos conceptos del Estado: “el E stado en el sentido riguroso del térm ino" y el "Estado
integral", que incluía a la sociedad civil y política, en tanto que el prim ero excluía a la
sociedad civil. Aunque esta sugerencia correspondería a la distinción que hace Hegel entre
el "Estado político” y el “Estado", no resolvería todos los problem as term inológicos y teóri­
cos. Term inológicam ente, todavía careceríam os de u n a form a p a ra explicar las veces en
que G ramsci afirm a u na identidad entre la sociedad civil y el Estado. En teoría, sigue sien­
do difícil establecer los lím ites del “E stado en el sentido integral”. Es interesante que, en
una interpretación aparentem ente posterior, B uci-G lucksm ann parece optar p or u n a solu­
ción historicista, según la cual la diferenciación de la sociedad civil y del Estado correspon­
de al capitalism o liberal (o a la descripción que hace G ramsci del m ism o), en tan to que la
noción del Estado integral m uestra al capitalism o con intervención estatal. Véase Christine
Buci-Glucksmann, "Hegemony and Consent: A Political Strategy”, en A. Show stack Sassoon
(ed.), Approaches to Gramsci, Londres, Wrlters and Rcaders Cooperativo Society, 1982. Este
argum ento, com o todos los argumentos de fusión congruentes, queda abierto a la objeción
presentada por Anderson de que oscurece la diferencia entre los sistem as democráticos
liberales y los capitalistas autoritarios,
208 EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL

79 Sin em bargo, el problem a no sólo es term inológico. Si se entiende que la sociedad civil
está en contraste con el E stado, entonces en el esquem a funcional de G ram sci tanto la
hegem onía com o la dom inación, aparecerían como funciones de un sistem a de rep ro d u c­
ción arraigado en la base económ ica. Si se entiende a la sociedad civil y a la sociedad
política de tal m anera que am bas queden dentro del Estado, entonces se en tendería a la
hegem onía y a la dom inación com o funciones del Estado. Es la últim a posibilidad la que
orienta la interpretación de A lthusser en "Ideology and the Ideological S tate A pparatuses",
Lenin and Philosophy, Nueva York, M onthly Revíew Press, 1971.
80 W alter Adam son rechaza la in terpretación de Bobbio, argum entando que G ram sci no
asignó prim acía a la superestructura, sino que m ás bien retuvo la idea de la prim acía de lo
económ ico a la m anera m arxista tradicional, a la vez que m odificaba su papel en la teoría
de la revolución. Por supuesto, insiste en esto p a ra co n trarrestar la acusación de idealista.
Sin em bargo, si la clave p ara en ten d e r las posibilidades revolucionarias se convierte en “el
análisis esencialm ente político-cultural de la hegem onía y de la contrahegem onía dentro
de las superestructuras de la sociedad civil”, ("Gram sci and the Politics o f Civil Society",
op. cit., p. 323), entonces es difícil ver la prim acía de funciones de la econom ía. La irrelevancia
del m odelo base/superestructura, así com o de la oposición m aterialista-idealista es la con­
clusión m ás convincente (ibid ., pp. 320-339).
81 Se podría objetar que, incluso si aceptam os la idea de que en conjunto G ram sci dife­
rencia sociedad civil y E stado, esto no necesariam ente im plica que el consentim iento y la
coerción, la hegem onía y la dom inación, puedan ser diferenciados rigurosam ente siguien­
do los m ism os lincam ientos. Algunos intérpretes insisten en que, p o r lo general, Gramsci
supone al E stado en la generación de la hegem onía. Véase Cari Boggs, The Two Revolutions:
Antonio Gramsci and the D ikm m as o f Western Marxism, Boston, S outh E nd Press, 1984,
pp. 191-192. A nderson elabora este p u n to al afirm ar que G ram sci com prendió (o debió
com prender) que, aunque la coerción (legitim a) está ausente de la sociedad civil, el E sta ­
do y, en particular, el parlam ento, abarcan tanto la coerción com o el consentim iento ("The
A ntinom ies of Antonio G ram sci”, op. cit., pp. 31-32 y 41). En n u estra opinión, esta idea
se articularía m ejor haciendo hincapié en el concepto hegeliano de las instituciones m e­
diadoras entre sociedad civil y E stado. Tanto Boggs com o A nderson parecen darse cuen­
ta de que la teoría de la diferenciación de G ram sci es dem asiado rígida y tiene m uy pocos
térm inos.
82 Lo que nos interesa en este capítulo no son Jos detalles o la trayectoria del proyecto
m arxista, sino la concepción de sociedad civil tal com o fue desarrollada dentro de esa es­
tructura, en form a m ás abierta y m enos dogm ática. Entonces, debe tenerse en m ente que el
p rincipal interés de G ram sci era la revolución pro letaria y la creación de u n a sociedad
socialista. De conform idad con lo anterior, todo su análisis está enm arcado dentro del p a ra ­
digm a general de la teoría de clases m arxista y orientado a los problem as estatégicos que
surgen del proyecto revolucionario, es decir, de qué m anera desarrollar la conciencia de la
clase trabajadora, u na contrahegem onía socialista y, en últim a instancia, el p o d er de la cla­
se trabajadora. De hecho, la ortodoxia m arxista de G ram sci le im pidió, a p esar de ser el
m ás interesante de todos los revisionistas, d esarrollar los resultados de su doble "declara­
ción de independencia" de la sociedad civil respecto a la econom ía y al E stado. Porque
aunque G ram sci descubrió tan to las form as de asociación m odernas de la sociedad civil
com o la autonom ía de sus m ecanism os coordinadores (consentim ientos), diferenciando
así entre lo que ahora llam am os la integración social y la de sistem as, persistió en conside­
ra r que la prim era era instrum ental p ara la últim a. In terp reta la dinám ica y la lógica de la
integración social p o r m edio de la teoría de la lucha de clases y el objetivo de la revolución
de la clase trabajadora —un enfoque que le im pidió ver la diferencia entre la coordina­
ción com unicativa y la estratégica de la in teracción—. Por supuesto, G ram sci entendía que
la econom ía de m ercado y el Estado están integrados p or medio de m ecanism os organiza­
dos p o r el dinero y el p o d ery que la sociedad civil, p o r el contrario, está coordinada m ediante
m edios de com unicación para generar el consentim iento. Pero entendía la interacción com u­
nicativa principalm ente en térm inos estratégicos. E sta orientación le perm itió ver lo que
estaba oculto, por decirlo así "en la com unicación de m asas" y señalar las form as en que las
clases dom inantes o que aspiran a d o m in ar procuran m an ip u lar y cre a r una opinión favo-
DESARROLLO TEÓRICO EN EL SIGLO XX 209

rabie a sus proyectos. Pero, com o veremos, lo encerró en un análisis funcionalista de la


interacción com unicativa y de la sociedad civil, lo que presentó grandes dificultades para
su análisis teórico general.
83 O tra diferencia clave entre G ram sci y Hegel, relacionada con el an tiestatism o del
prim ero, es que G ram sci despoja al Estado de la sustancia ética que le atribuyó Hegel. Para
G ram sci, el E stado se integra p rincipalm ente sobre la base del poder y de la dom inación;
sus arm as son ante todo coercitivas. La sociedad civil se convierte p o r excelencia en el
terreno de la vida ética, es el lugar de la legitim idad política o, en el lenguaje de G ramsci,
el lugar donde se genera y se asegura la hegem onía, tan funcional p ara la reproducción del
poder del Estado (al igual que del poder de la clase dom inante). Véase A dam son, "Gramsci
and the Politics of Civil Society”, op. cit., p. 322.
84 G ram sci, Prison Notebooks, op. cit., p. 259; aquí hay una m otivación, vis-á-vis Hegel,
p ara sep arar sociedad civil de econom ía. Para G ram sci, su fusión relativa era u n rezago
medieval en Hegel, en la m edida en que las asociaciones m odernas no necesitan organizar­
se exclusivam ente siguiendo líneas económ icas.
85 Ibid., p. 268; véase Alexis de Tocqueville, The Oíd Regime and the French Revolution,
Nueva York, Doubleday, 1955.
86 Ibid., p. 54.
87 Ibid., p. 245; véase Bobbio, “G ram sci and the C oncept of Civil Society’’, op. cit., p. 95.
88 E ste es sólo uno de los contextos en que la dom inación y la hegem onía, las form as de
control características de la sociedad política y social, están presentes com o instrum entos
del m ism o poder estatal. Claram ente, los argum entos funcionalistas convergen con los ca ­
racterizados p o r un m aterialism o histórico invertido y residual.
89 Gramsci, Prison Notebooks, op. cit., pp. 54, 265.
90 Adam son considera que la antinom ia central en G ram sci es la que existe entre las
concepciones de la sociedad civil com o u n a com petencia dem ocrática ab ierta con libre
com unicación, p o r una parte, y com o el espacio dentro del cual u n a cu ltu ra unificada y
unitaria puede ser rem plazada p o r o tra ("Gramsci and th e Politics of Civil Society", op. cit.,
pp. 331-332). Aunque no estam os convencidos de que el trabajo de G ram sci tenga un m ode­
lo de com unicación, consideram os que en lo básico la posición de A dam son sobre este
asunto es correcta. No obstante, dividim os u n a antinom ia en dos: al nivel analítico, entre
un m odelo funcionalista y otro orientado al conflicto; y en el nivel norm ativo, entre una
utopía unitaria y otra pluralista.
91 G ramsci, Prison Notebooks, op. cit., p. 265.
92 Véase Bobbio, "Gram sci and the Concept of Civil Society”, op. cit., p. 92. Cari Boggs
tam bién espera localizar los fundam entos de esa política en G ram sci, pero se ve obligado a
adm itir am bigüedades y contradicciones internas al in ten tar hacerlo así. Véase los últim os
dos caps, en The Two Revolutions.
93 A nderson destacó la p rirS e ra fy A dam son la segunda, en sus artículos citados. La
posición de Adam son es apoyada p o r J. Femia, Gramsci’s Political Thought, Nueva York,
Oxford University Press, 1981. Creemos que am bas posiciones están presentes en la obra
de G ramsci y que él nun ca se dio cuenta de su incom patibilidad.
94Véase Anderson, "The Antinom ies of G ram sci”, op. cit., p. 69; y Fem ia, Gramsci’s Political
Thought, op. cit., especialm ente el cap. VI. F uera de Italia, pocos h an argum entado que
G ramsci rem plazó un a estrategia revolucionaria de la tom a del p o d er p o r u n a p ara cons­
truir u na estructura alternativa de hegem onía, y de esta m an era u n a nueva sociedad civil.
Sin em bargo, los que están interesados en la dim ensión dem ocrática radical de su p en sa­
m iento, pocas veces son conscientes de la contradicción de esta dim ensión, no sólo con el
leninism o, del que todos ellos se dan cuenta, sino con la d octrina de la tom a revolucionaria
del poder en las dem ocracias liberales.
98 Además, aunque G ram sci sabe que la "sociedad civil burguesa”, ap u n talad a p o r con­
juntos de derechos com o la libre expresión, la libertad de reunión y de asociación, era
condición necesaria para la em ergencia de form as proletarias de organización y de expre­
sión cultural, para él esto (Implemento significaba un desplazam iento del cam po de batalla
desde el Estado a la sociedad, y no que nublara algo que valiera la pena conservar en la
conform ación institucional 0 Jurídica de las versiones existentes de la sociedad civil.
210 EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL

96 Esto sólo es cierto si se evita otro funcionalism o, que reduce a la sociedad civil a una
función de la reproducción de la base económ ica. A nosotros nos parece que G ram sci, a
diferencia de algunos de sus seguidores, n unca cayó en esta versión del funcionalism o
marxista.
97 Gramsci, Prison Notebooks, op. cit., p. 242.
9* ¡bid., p. 247.
99Ibid., p. 268 i
i» ¡bid., p. 253. Acerca de este punto véase Anne Show stack Sassoon, Gramsci’s Politics,
Mineápolis, University of M innesota Press, 1987, pp. 224-225.
101 De hecho, M arx pensaba que la existencia de la sociedad civil y del E stado com o entes
diferenciados era la causa de, o idéntica a, la enajenación política. N unca articuló un p ro ­
yecto para reconstituir, dem o cratizar o incluso conservar alguna versión de la sociedad
civil. Véase Cohén, Class and Civil Society, op. cit.
102 Gramsci, Prison Notebooks, op. cit., p. 263.
loi Esta crítica es desarrollada p or Com elius Castoriadis en varias obras im portantes.
Véase, por ejem plo, The Imaginary Institution o f Society, Cambridge, MIT Press, 1987.
104Gramsci, Prison Notebooks, op. cit., p. 263.
i® ¡bid., p. 268.
106 Gramsci deliberadam ente no hace n inguna concesión al liberalism o respecto a este
problema. Véase Prison Notebooks, op. cit., p. 263.
i»7En últim a instancia, el postulado está relacionado con la subyacente ortodoxia marxís-
ta de Gramsci, porque, si bien su m odelo de tres partes es tan heterodoxo com o su rechazo al
materialismo histórico, nunca abandona la teoría de clases. Por lo tanto, defiende una con­
cepción pluralista de la acción colectiva y un am plio sistem a de alianzas de clase (y u n m ode­
lo complejo de la vida asociativa de la sociedad civil), com o la estrategia que debe seguirse
en la ruta hacia la hegem onía socialista, pero u n a vez que se ha logrado esa hegem onía,
describe a las asociaciones, instituciones y norm as de la nueva sociedad civil com o si fue­
ran tan m onolíticas, unidim ensionales y funcionales com o las de su predecesora burguesa.
ios Sin un a ad m in istració n experta que libere a la sociedad de las lim itacio n es del
tiempo, una sociedad no puede ser sim ultáneam ente m o d ern a y dem ocrática. Así, la idea
de abolir el E stado es incom patible con la dem ocracia p o r razones funcionales.
i»9 Se puede en co n trar una versión de esta interpretación en Adamson, "G ram sci and
the Politics of Civil Society”, op. cit., p. 331. Adam son arg u m en ta que la principal an tin o ­
mia en el pensam iento de G ram sci se en cuentra entre: 1) Una concepción de la sociedad
civil como el espacio público afuera del E stado en que se pueden d em o cratizar las organi­
zaciones y puede existir com unicación libre entre una multiplicidad de partes sociales y 2) un
modelo cultural o punto de vista totalizador, unitario (el m arxism o com o Sittlichkeit). Este
último supuestam ente resolvería la crisis de la cu ltu ra de m an era distintivam ente a n ti­
pluralista y rem plazaría la enajenación y carencia de significado de la sociedad civil bur­
guesa con u n a "co ncepción de la vida y del h o m b re c o h e re n te , u n ita ria , d ifu n d id a
nacionalmente", u n a filosofía que se h a convertido en u n a "cultura”. E n este sentido, com o
lo observa correctam ente Adamson, se h ab ría term inado la política de la sociedad civil.
Pero Adamson parece tener pocas bases p ara arg u m en tar que la categoría central de la
reconstrucción de la sociedad civil de G ram sci es la de la esfera pública, y se equivoca
al interpretar el concepto de hegem onía, de organización del consentim iento de G ram sci,
a través del lente del concepto haberm asiano de interacción com unicativa (pp. 331-333).
Para Gramsci, la com unicación, la cultura y la vida intelectual siem pre están vinculadas a
alguna finalidad estratégica; de hecho, lo que rechaza explícitam ente G ram sci son p recisa­
mente las norm as de la esfera pública y la noción de la com unicación y la discusión orien ­
tadas a la argum entación racional. El concepto de hegem onía es la alternativa a esta ideo­
logía “burguesa" de neutralidad.
339Althusser, "Ideology and the Ideological State A pparatuses", op. cit., pp. 142 y ss. y la
nota 7.
"< Ni siquiera se molesta en tra ta r de m ostrar lo que ciertam ente no puede mostrarse: que
todos ellos representan "aparatos” (es decir, mecanismos burocráticos, administrativos).
i'7Althusser, "Ideology and the Ideological State Apparatuses", op, cit,, p. 146.
DESARROLLO TEÓRICO EN EL SIGLO XX 211

113 Ibid., pp. 148 y ss. Por supuesto, es posible ab an d o n ar el .argum ento de que la función
de la sociedad civil es rep ro d u cir el poder del Estado (un p u n to p o r lo m enos posible para
las instituciones políticas, legales y educativas) y arg u m en tar que la sociedad civil p erten e­
ce a la estructura del Estado (lo que es m uy poco probable p a ra todas las instituciones,
excepto las educativas), y así afirm a r que su función, ju n to con las instituciones represivas,
es ayudar a reproducir a todo el sistem a. Althusser n unca utiliza esta estrategia conceptual
em píricam ente dudosa.
114 Ibid., p. 149.
115 Buci-G lucksm ann ( Gramsci and the State, op. cit., p. 66), observa u n a an tin o m ia entre
las posiciones de la teoría del conflicto y la funcionalista en Althusser, que de hecho raras
veces abandona la perspectiva funcionalista, sin que aparentem ente la haya observado en
G ramsci, cuya perspectiva está caracterizada toda ella p or esta tensión dual.
116 Anderson, “The Antinom ies of Antonio G ramsci”, op. cit., pp. 35 y ss.
117 Ibid., pp. 35-36. Anderson no observa lo que pudo h ab er sido la principal motivación
de A lthusser para h ab er tom ado esa posición. En todas las sociedades con estados socialis­
tas, en especial en la Unión Soviética y en China, a las instituciones sociales se las estatizaba
m ucho m ás com únm ente que en el fascismo, situación que originó algunas críticas renuentes
por p arte de Gramsci. Si afirm am os que las instituciones sociales tam bién son parte del
aparato estatal en Occidente, se pierde u n punto crítico ventajoso frente a los socialismos
existentes, y la política del P artido C om unista Francés, en vez de la de los partidos euroco-
m unistas, estaría reivindicada. La referencia que en este contexto hace A nderson a la Revolu­
ción Cultural China es incom prensible.
118 Ibid., pp. 31-34. D esafortunadam ente, después de haber distinguido antes entre incluir
a la sociedad civil en el E stado e identificar a las dos (lo que es m uy raro en Gramsci), An­
derson parece seguir adelante e identificar las dos opciones. La severidad de su crítica a
A lthusser está relacionada en cierta m edida con esta falla.
119 Ibid., p. 22. Lo que es peor, en el contexto de que se trata, el p u n to de referencia de
Anderson fue la Unión Soviética, a la que consideraba u n E stado (¿deform ado?) de loa
trabajadores.
120 Ibid., pp. 44-46.
121 Ibid., pp. 27-29.
122 Ibid., p. 28.
123 También Althusser pensó p or u n m om ento hacer hincapié en los parlam entos de esta
m anera, antes de ad o p tar su propio candidato para la prim acía ideológica en el capitalism o
avanzado, esto es, las instituciones educativas. Véase “Ideology and the Ideological State
A pparatuses", op. cit., pp. 152-155.
124 E n el periodo enero-abril de 1969 (!), Althusser pudo señalar sólo la resistencia de
unos pocos profesores aislados, heroicos, que en condiciones espantosas lograban enseflar
en contra de las tendencias de STSeblogia prevaleciente (Ibid., p. 157).
125 Anderson, “The Antinom ies of Antonio Gramsci", op. cit., p. 28.
126 Ibid., p. 71.
127 Bobbio, "Gram sci and the Concept of Civil Society", op. eit., pp. 88-90.
128 Ibid., pp. 92-93.
125 Ibid., pp. 94-95.
130 Véase en especial Which Socialism? [1976], Oxford, Polity Press, 1987, y The Futurt of
Democracy, [1984], Oxford, Polity Press, 1987. No obstante, incluso aquí, no encontramoa
una crítica de las opiniones de Gramsci sobre la “sociedad regulada”. Éstas son proporciona­
das por el editor británico de Bobbio, R ichard Bellamy, en la introducción a Which Socialism?
131 Bobbio, Which Socialism?, op. cit., p. 43. Véase tam bién la p. 66 p a ra una discusión
más detallada de los principios del gobierno por la m ayoría, etc. E xtrañam ente, en este
ensayo posterior, B obbio abandona la idea del control desde abajo en su definición.
132 Ibid., p. 99.
133 Bobbio, The Futurt of Democracy, pp. 24-25. La definición proporcionada en las pp. 19-
20 de esta obra, cuyo origen aparentemente es incluso posterior, nuevamente es menos pro­
cesal, pero también rompe con el modelo clásico de las obras anteriores de Bobbio al concen­
trarse en la agregación de los Intereses y en el compromiso. Sin embargo, no es obvia la razón
212 EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL

p o r la que este últim o modelo deba ligarse en absoluto a instituciones form alm ente dem ocrá­
ticas, y por lo tanto, ciertam ente no se le puede usar p ara definir a estas instituciones.
134 Com pare las pp. 25-26 de The Future o f Democracy, op. cit., con las pp. 114-116.
n iIbid., pp. 27-36. D esafortunadam ente, esta lista es m ás bien heterogénea. El pluralism o
no es tanto una prom esa incum plida de individualismo com o una teoría y u n a prom esa de
dem ocracia alternativas, que se rem onta a M ontesquieu y en especial a Tocqueville. Y nunca
hubo una prom esa, ni en las tradiciones clásicas ni en las liberales, de extender la dem ocracia
m ás allá de la política. Este problem a sólo se presenta en las obras de los críticos de estos
modelos dem ocráticos, en especial de los utopistas, los m arxistas y los anarquistas.
136Ibid., p. 40.
137Ibid., pp. 41-42.
138Bobbio insiste en que la situación es incluso peor en las sociedades socialistas actu a­
les (Which Socialism?, op. cit., p. 75).
U9Ibid., p. 101.
140Bobbio, The Future o f Democracy, op. cit., pp. 52-54.
141 Ibid., pp. 50-51.
142Incluso cuando la negociación de los grupos de intereses se hace form alm ente p ú b li­
ca, las decisiones reales pueden o cu rrir en secreto, en cuartos llenos de hum o, p o r decirlo
así. E n este caso, u n a segunda cám ara no sería diferente a la prim era. Pero en am bos casos,
los representantes de los partidos o de los grupos de interés tam b ién se verían obligados a
articular sus posiciones de tal m an era que se las pueda justificar públicam ente. Sostene­
m os que este requisito m odifica considerablem ente las posiciones y las negociaciones que
em ergen. P or supuesto, B obbio p o d ría resp o n d er que aunque los rep resen tan tes de un
partido tendrían que justificar sus opiniones ante toda la sociedad, los rep resen tan tes de
los grupos de interés sólo tendrían que hacerlo así ante sus propios grupos. Pero los p a rti­
dos políticos tam bién procu ran a tra e r grupos específicos de partidarios, m ientras que la
necesidad de justificar las decisiones ante el propio grupo de interés puede en sí m ism a
representar un im portante avance respecto a los acuerdos actuales en m uchos países.
143Bobbio, The Future o f Democracy, op. cit., pp. 54-55.
144Ibid., p. 56.
145Ibid., p. 62.
146Ibid., p. 57.
147Ibid.
148Véase especialm ente ibid., página 105, donde claram ente reto rn a a un m odelo m arxista
y liberal de dos partes.
'i9Ibid., pp. 69 y 77.
150E n este caso, todo lo que nos queda del socialism o en el sentido tradicional es un re ­
nuente llam ado a la dem ocracia económ ica y u n a argum entación m ás d eterm in ad a a favor
de un nuevo contrato social que h a b rá de resolver el problem a de la justicia siguiendo el ra ­
zonam iento sugerido p o r Rawls. Véase The Future o f Democracy, op. cit., cap. vi.
S e g u n d a P arte

LOS DESCONTENTOS
DE LA SOCIEDAD CIVIL

-& S S & -S
IV. LA CRÍTICA NORMATIVA: HANNAH ARENDT

U n a d e las críticas más agudas, y ciertamente la más apasionada, de la


sociedad civil moderna, ha sido presentada por Hannah Arendt en una
serie de libros y ensayos.1El principal antagonista de Arendt a n n q n a r a .
si no se le menciona, es Hegel. Su ataque se centra privilegiadamente en
él concepto de “sociedad” como espacio interm edio entre lo privadojy lo
público, entre la vida lamiIIaF^ylarpoIítica. La "sociedad" es el campo He
las~mediaciones~dondeTos intereses,TaJaotívidades y las instituciones pri­
vados asumen papeles públícosTeñ tan tonqúe las instituciones públicas
asumen funciones privadas "domésticas". Así, para Arendt, instituciones
como las corporaciones y la policía hegelianas no estabilizan ni regulan
la diferenciación entre lo público y lo privado, sino que más bien disuel­
ven la clara línea que los separa y am enazan la integridad y autonom ía de
ambos. A diferencia de Hegel. Arendt no busca una síntesis de la sociedad
m oderna y del republicanism o antiguo. En cambio, defiende decidi-
dameñféTel modelo de la sociedad política "clásica, lapolitike koinonia, así
como su clara separación de la oikos o esfera privada, contra la modernb
dad, en particular co n trae! Estado moderno (la b urocracia) y la sociedad
(de m asas) m oderna7sü~ cn5ca^T íorníativa y está fundam entada enTo 1
que acepta como los valores de la vida pública clásica (igualdad políti- i
ca, discurso público y honor) y de la vida privada (singularidad, diferen- J
cia, e individualidad). A diferencia de la del joven Marx en 1843, al que en'
muchos aspectos se parece, la de Arendt no es una crítica inmanente. El
resurgimiento político reai^pda reinstitucionalización de estos valores re­
quiere una ruptura casi total con todas las instituciones que ya existen.
Una historia de la decadencia desde la emergencia de la "sociedad” hasta
la sociedad de masas, que se cree es más o menos'inexorable, priva a la
modernidad de su único logro recoñocldd: el desarrollo y enriquecimien-
to de la esferá~prívada como uña esfera de la intimldad7 Así7’de mañiefa"’
muy sim ilar a la de Walter Benjamin, Arendt conscientemente practi­
ca una forma de crítica redentora que, en aras de un posible futuro, inten­
ta salvar algunos aspectos apreciados del pasado de la desintegración
de la tradición que es posible percibir, incluida la tradición de la moder­
nidad tem prana.2
Es importante estudiar la crítica de Arendt en detalle por varias razo­
nes. Primero, ella nos ayudará a equilibrar la concepción de Parsons, al
proporcionamos valiosas reflexiones sobre el lado oscuro de la institucio-
ais 6n
216 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL

nalización de la sociedad civil moderna. Segundo, las contradicciones inter­


nas de su análisis nos ayudarán a mostrar que ni siquiera Arendt fue capaz
de sustentar una teoría moderna de la libertad en la abolición de la so­
ciedad civil; también ella se vio obligada a suponer, sin im portar cuán
renuentemente, la necesidad de su conservación. Tercero, una compara­
ción con las primeras obras de Reinhart Koselleck y Jürgen Habermas nos
perm itirá m ostrar que en el mundo moderno sólo es posible darle sentido
al proyecto basado normativamente de Arendt, que se desarrolla en tom o al
concepto de la esfera pública, si se le reubica en tom o a la esfera interme­
diaria de lo social que ella busca eliminar.
El concepto de lo social en la obra de Arendt corresponde al topos
hegeliano del bürgerliche Gesellschafty, de hecho, se contrapone tanto a la_
sociedadApolítica de~Ios áHHguoscomo a la sociedad civil de los liberales
m odernos. Si bien estas dos conceptualizaciones ponen énfasis en la esfe­
ra pública en el caso de los antiguos y en la privada en el caso del liberalis­
mo, “el campo social”, supone una creación de la m odernidad obstruida
por estas dos filosofías políticas, supone una mezcla e interpretación de los
dos campos y de sus principios constitutivos.3Para entender esta mezcla, de­
bemos prim ero analizar sus componentes.
La teoría de Arendt de lansfera pública, aunque sistematizada en torno a_
una teoría de la acción, se deriva de la forma en que entiende el m odelo de.
Tas antiguas repúblicas. Concibe a la polis como “la organización de las
'personas ital como surge del hablar y actuar juntos”.4A su vez se entiende
a la acción como la autorrevelación e incluso la autorrenovación del actor a
través del medio del habla, que se hace posible sólo en presencia de otros
que ven y oyen y que, por lo tanto, son capaces de establecer la realidad de
una expresión subjetiva.5De este modo, la acción es siempre interacción
que, al mismo tiempo, confirma la pluralidad de la experiencia y personali­
dad únicas y establece un mundo común, “que relaciona y separa” simultá­
neamente a los actores humanos. Este m undo común es la esfera pública.
Una dificultad notoria de la concepción de Arendt es que describe a la_
vez una condición antropológicamente constitutiva de la vida hum ana, y
una constelación históricamente específica v única: la antigua ciudad repú-
"BEca (y sus supuestas resurrecciones m odernas, reconocidamente excep­
cionales). En esto sigue los prejuicios de los griegos, y trata de escapar a la
dificultad resultante por medio de su concepción del poder.
La acción, o más bien la interacción, es constitutiva de la esfera pública,6 '
pero supuestamente sólo el poder puede preservar su existencia.7 A su vez,
se define el poder como un actuar en concierto, sobre la base de hacer y
cum plir promesas, vincularse m utuam ente unos a otros y realizar alian­
zas.8 Mientras que el modelo de acción de Arendt hace hincapié en jos
esfuerzosdeTactor por obtener lafíama e Incluso la "Inmortalidad”, que
LA CRITICA NORMATIVA: HANNAH ARENDT 217

pueden logra rse-par-medin r]p la antnpresentar.ión tfeatral dramática basada


en la habilidad retórica "de encontrar las palabras correctas en los momen­
tos adecuados",gsu concepto de poder señala la acción orientada a los prin-
"Cipios normativos que derivan su fuerza de la estructura profunda, de una
forma de comunicación basada en el reconocimiento y la solidaridad
m utuas.10De este modo, el concepto de acción puede entenderse como un
constituyente antropológico general de la "condición hum ana”, pero el con-|
cepto de poder, y junto con él una esfera pública plenamente instituciona-l
lizada, parece requerir un modelo republicano para su total realización. Y
Arendt de hecho relaciona al poder más estrechamente con el discurso
político que con la acción, en su sentido "retórico" prim ordial.11
De acuerdo con Arendt, la esfera pública presupone una pluralidad de
individuos desiguales por naturaleza que, sin embargo, son "construidos"
como políticamente iguales. Según ella, el significado de polis como isono-
mia (literalmente, la igualdad en relación con la ley) ,es el de “no gobier-
no”, en el sentido de una ausencia de diferenciación entre gobernantes y v
gobernados dentro del CTreipo-eTudadaiio.lj'De este modo, la esfera publT-
£a establece un modelo de interacción caracterizado por el discurso no
'coercitivo entre ciudadanos que inicialmente tienen e intercam bian libre­
mente una verdadera pluralidad de opiniones.13 Este modelo resulta ser
más bien restrictivo. Basado en la diferenciación entre acción y trabajo, T><^
praxis y poiesis, a veces Arendt sigue lo que consideraba era la forma grie- /
ga de excluir la legislación, la decisión por votación, e incluso la funda-***^’
ción de ciudades, de las actividades propiam ente públicas, políticas.14Sin
embargo, cuando pasa de Grecia a Roma, en On Revolution, hizo del acto
de fundación —la elaboración de constituciones o el ejercicio de le pouvoir
constituant— la actividad política pública por excelencia. No obstante, se
mantuvo la coherencia entre las dos posiciones, esto es, elp u n to de vista
de que lá vida pública debeafigr considerada exclusivamente como un fin
éñ sí mismo. Así, según el último punto de vista. la genuína elaboración
republicana de constituciones no debería tener otra finalidad que la de
institucionalizar la propia esfera pública.15 Por lo tanto, Arendt rechazó
enérgicamente, como contrario al mismo principio de publicidad, la idea
de que los actores lleven a sus debates públicos los intereses, necesidades
y preocupaciones de sus vidas y hogares privados.
Arendt describe la muy importante relación de lo público y de lo privado
en términos de diferenciación, complementariedad y conflicto. Empieza
diferenciando principios descritos de varias m aneras en términos de ac­
ción vs. mano de obra y trabajo, realidad construida vs. realidad natu­
ral, singularidad vs, diferencia real, libertad vs. necesidad, no gobierno
vs. dominación, o ig u a ld a d Vi, desigualdad.16 Para Arendt, se requiere una
diferenciación institucional real y m u y completa para la operación de los
218 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL

principios de lo privado y de lo público, por dos razones: prim era, el papel


complementario de lo privado vis-á-vis lo público, sólo puede realizarse
en el contexto de su separación. Segunda, en el terreno del otro, cada uno
de los dos principios tiene una fuerte tendencia a viciar e incluso a abolir
al otro. >
En abstracto, la libertad de la vida pública requiere la conquista de la
necesidad, la tarea de lo privado en su capacidad económica, como oikos}1
Por lo tanto, la organización del hogar es tal que proporciona a su jefe
suficiente tiempo para ejercer la libertad pública. Pero el énfasis de Arendt
está puesto en las condiciones requeridas para la emergencia del ciudada­
no como sujeto independiente, que posee opiniones sustanciales e inde­
pendientes. La forma institucional de lo privado como propiedad (en con­
traste con la riqueza móvil) garantiza esta independencia, estableciendo
límites “externos” entre ciudadanos y hogares; su “interior”, que ofrece un
lugar donde se está libre de la luz de la publicidad, es la precondición para
promover los aspectos únicos de la personalidad sin los cuales la vida se
torna enteramente “superficial”.18
A pesar de la importancia de un campo privado diferenciado para el
espacio público, este último también implica tem or y sospecha del prim e­
ro. Esto se basa en la posible distracción del ciudadano por un modelo de
felicidad privada, pero más incluso, en la tentación de im poner sobre la
polis las formas despóticas de gobierno, desigualdad y diferenciación que
caracterizan a la oikos.19Aunque en este contexto Arendt menciona la “ame­
naza permanente" de lo privado a lo público, en otras partes sostiene que
en el mundo antiguo el mayor peligro erá "la tendencia del poder público
a expandirse y traspasar el campo de los intereses privados”. Esta posibili­
dad, “inherente al gobierno republicano", sólo puede controlarse institu­
cionalizando la propiedad privada o eventualmente por su alternativa
moderna, nacida en la experimentación republicana renovada, de elabo­
rar leyes que garanticen públicamente los "derechos” a la vida privada, es
decir, la creación de los derechos constitucionales?*-
AunqulTAreñHTsíempre mantiene un decidido apoyo a esos derechos,
argumenta, sin embargo, que no bastan para proteger la diferenciación
de lo público y lo privado en las condiciones modernas. En particular, ni las
formas específicamente modernas de invasión de lo público por lo priva­
do ni los resultantes ataques sobre la vida privada y la intim idad por una
nueva y corrupta forma de vida pública, pueden ser contrarrestados por
los derechos públicos de personas privadas. Arendt relaciona ambas tenden­
cias con un solo fenómeno: el ascenso de lo social.
r~Tncluso cuando de esta m anera adm ita tendencias dentro de lo público
y lo privado a invadir el dominio de la otra esfera, Arendt de m anera con­
gruente afirma que las repúblicas antiguas lograron mantener la diferen-
LA CRÍTICA NORMATIVA: HANNAH ARENDT 219

ciación que pertenecía a sus propias condiciones constitutivas. La interpe­


netración e incluso la fusión actual de las dos, es un producto de la moder­
nidad, de la creciente importancia del campo social que es blanco de la
crítica que hace Arendt de la sociedad civil. La interpenetración, de acuer­
do con las tendencias latentes de ambas esferas, pública y privada, se m a­
nifiesta en ambos sentidos. El Estado (es decir, la asociación obligatoria
territorial modema)-asume funciones de reproducción material, o "domés­
ticas", m ientras que la vida colectiva, en la forma de nación, asume las es­
tructuras y formas de conducta de una familia sobrehumana. La fórmula
de Arendt para la forma política del ascenso de lo social, la nación-Estado.
* fc>
expresa esta interpenetración bilateral?1
El resultado d éla interpenetración m utua de lo público y lo privado, es
la desaparición de cualquier frontera estable entre los "dos campos [que]
constantemente fluyen el uno hacia el otro”.22 Sin embargo, en la nueva
situación, se crea un tipo totalmente nuevo de estructura híbrida que se
convertirá en el centro dinámico de un proceso que conduce'a la desapa-
rición eventual tanto de lo público como deJa^Jfívado.
Los orígenes de este campo social son-ánalizados de m aneras muy dife­
rentes en las distintas obras de Arpiícft. Por lo menos pueden distinguirse 7
tres puntos de origen entre estosfla economía política o nacional moderna
de los primeros tiempos; lar'sociedad despolitizada cortesana y la emer- CD*
gencia de la sociedad de-tos salones, y la revolución democrática moderna. ^
En cada caso, el papel del Estado moderno inicial, creado por el a b s o lu ^ j ^
tismo, es c e n tr a r ía prim era expücaüftnj», que se acerca más a la tradición^11'
marxista,23 pone énfasis en la aütoorganización de la m onarquía absoluta-^
“como una im presionante empresa de negocios" que fracasó, según una
versión del argumento, en su esfuerzo por encontrar una adecuada base
de clase.24 En esta versión, fue el Estado el que elevó los asuntos m eram en­
te domésticos al espació^pEfelico, deformando en el proceso ese espacio
con asuntos que eran incompatibles con sus principios básicos.25 Debe
observarse que en este contexto “lo social” se vuelve sinónimo de “econo­
mía política”. Su expansión, supuestamente casi incontrolable, está aso­
ciada con el fenómeno moderno del crecimiento económico ilimitado. En
este caso, el paso a un argumento neomarxista centrado en la economía
es relativamente fácil, y Arendt en realidad lo da cuando describe el creci­
miento económico ilimitado como la expansión del campo privado a cos­
ta del espacio público.26
f i a segunda línea de argumentación es parcialmente derivada de Toe-
qu¿ville.Xa~Tesis de que el absolutismo destruyó su propia base de clase al
despolitizar al Stündestaat en forma de una sociedad de órdenes, cuyo
modelo e institución prominente era la sociedad cortesana.27 Este argu­
mento subraya el conformismo, le manipulación secreta y la intriga como
220 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL

resultados de la '‘despolitización" y no de la "economización”. La conse­


cuencia más im portante fue que la nobleza francesa quedó reducida a la
insignificancia. En otras palabras, este desarrollo de lo social ocurrió a
costa de la sociedad política.
Estos dos argumentos pueden en realidad ser compatibles, pero compar­
ten el mismo error: ambos parecen asumir que, antes del proceso de despoli­
tización y/o economización absolutista, existían espacios públicos y privados
diferenciados, que operaban cada uno de acuerdo con su propia lógica.
Sin embargo, debido a que ella se basa en un modelo normativo derivado
de las antiguas ciudades-repúblicas, Arendt explícitamente contradice esta
afirmación implícita. Correcta o incorrectamente, sitúa la pérdida de la
comprensión griega de la política en el periodo medieval y la ausencia de
un espacio público en la esfera secular durante la época feudal. Puesto
que representa la vida corporativa medieval como si hubiera establecido
un patrón basado en el hogar para todas las actividades hum anas, es muy
poco posible que considere al Stándestaat basado en ese patrón como m o­
delo de la vida pública, en el sentido que ella da a este concepto.28
La tercera línea de argumentación de Arendt, desarrollada en On Revo-
lution, propone un modelo que elude esta dificultad, pero en el proceso
deja en duda la im portancia histórica de las otras dos tesis. En este caso
Arendt resuelve el problema de lo que precede a la despolitización atribu­
yendo al momento "republicano” de las revoluciones m odernas la recrea­
ción del modelo clásico de lo público. En ese caso tiene sentido argumentar
que fue el fracaso de institucionalizar este momento y/o la emergencia de
la cuestión “social", lo que condujo a la subsecuente desdiferenciación de lo
público y lo privado, y a su decadencia. En el caso de la Revolución Fran­
cesa, sin embargo, el argumento respecto al aum ento de la importancia
de lo social es totalmente nuevo. Según Arendt, la revolución en su fase
radical abrió el campo de lo político a los pobres, a la m ultitud motivada
por necesidades materiales, y en el proceso hizo públicos asuntos que por
su propia naturaleza pertenecían al campo privado de lo doméstico y no
podían ser resueltos por medios públicos-políticos, sino sólo por medios
administrativos.29 Así, una vez más, a pesar del carácter republicano de
los revolucionarios, el gobierno se convirtió en administrador. Por supuesto,
la conversión del gobierno en adm inistrador fue anticipada por los funda­
dores monárquicos absolutistas del Estado moderno. Recordando sus ar­
gumentos anteriores como un contrapunto, Arendt afirm a que si bien en
el antiguo régimen se podía decir que los problemas económicos y finan­
cieros habían “invadido" la esfera pública, el "pueblo” penetró violenta­
mente en ella.30 Y además, si la “alta sociedad" impuso sus costumbres y
normas morales sobre la política, reduciéndola a la intriga y a la perfidia,
la sociedad de los pobres, motivada también por su exclusión anterior de
LA CRÍTICA NORMATIVA: HANNAH ARENDT 221

la sociedad, transformó la vida pública en su misma negación: brutalidad


y violencia.31
Entonces, evidentemente y de manera algo incongruente, Arendt ve la
economización mercantilista de fá política, la cfcspoíitización absolutista.
de la aristocracia y la~socTaIIzación revolucionaria de la vida pública como
formas sucesivasjy cada vez más destructivas del surgimiento del espacio
social, que serán seguidas por formas sucesivas de la sociedad-de masas v
deTtotaITfansmo7Io~que lleva a la erradicación total de lo público y de lo
pnvado. Su análisis de la revolución estadunidense, sin embargo, indica
que la tendencia general supuesta por la tesis del aumento de la im portan­
cia de lo social no requiere las etapas que acaban de describirse. La historia
de los Estados Unidos sólo conoce intentos fracasados de economización
mercantilista, e incluso aún más, de despolitización absolutista. En particu­
lar, Arendt argumenta que el problema social no invadió el escenario públi­
co-político de los Estados Unidos y que en ese país, a diferencia de todas
las otras revoluciones, la institucionalización de una esfera privada dife­
renciada, protegida por derechos constitucionales tuvo mucho éxito.32 A
pesar de todo, lo excepcional de estas situaciones obviamente no pudo im­
pedir que los Estados Unidos desarrollaran su propia clase de sociedad de
masas, que para muchos es en realidad, el modelo paradigmático.
Al igual que otros analistas, Arendt tiene dificultad para percibir la rea­
lidad del Estado moderno detrás de las instituciones del federalismo y
pluralismo estadunidenses. No obstante, esta realidad aparece cuando
Arendt analiza el fracaso de los Estados Unidos para fundar instituciones
duraderas de libertad republicana. Las razones de esto, incluyen el fraca­
so para institucionalizar estructuras a pequeña escala de participación
política directa y una creciente identificación de la libertad, así como de
los objetivos del gobierno con las libertades negativas de la vida privada,
protegida por los derecho®e«5istitucionales. Pero estos puntos no están al
mismo nivel que los argumentos que tratan de la creciente importancia
de la esfera social; de hecho, sólo implican el fortalecimiento de lo privado
a costa de lo público.
No obstante, Arendt afirma que la retirada hacia los valores de lo privado
en £of¡tralIe~Ia felicidaípuEIica^yda reducción de la libertad a exclusiva­
mente las libertades civiles, junto con el ascenso de los criterios utilitaris­
tas en la política y el dominio de la vida pública por una opinión pública
homogénea, uniforme, también corresponden en Jos Estados Unidos, "con
gran precisión a la invgslóTr'cTel espacio público por la sociedad."33 En
Id que sé refiere'a esta invasión, ió lo obtenemos dos razones relaciona- 2
das, que no equivalen a una explicación al nivel del resto de la tesis de
Arendt. Para empezar, habla de un “crecimiento económico rápido y cons­
tante", que equivale a “la expansión continuamente creciente del campo
222 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL

privado” a costa del campo público.34 Ésta es una versión simplificada de


una tesis marxista clásica, que en sí misma no explica la emergencia de un
nuevo espacio estructural, el campo social. En este campo, Arendt, a dife­
rencia de Tocqueville,35 logra descubrir sólo los orígenes europeos. Según
una línea muy poco convincente de su argumento, los inmigrantes pobres
de Europa, al enfrentarse a la riqueza de los Estados Unidos basada en la
expansión económica y en la innovación tecnológica, trajeron consigo el
problema social desde sus lugares de origen. Se nos lleva a creer que fue por
esta razón ante todo, que el sueño estadunidense de la “fundación de la li­
bertad” se convirtió en el de la satisfacción de todos los deseos m ateria­
les.36 Así, en los Estados Unidos la inmigración supuestamente desempeñó
un papel similar al de la fase radical de la Revolución francesa; es decir,
convirtió estructuras y prácticas republicanas instituidas inadecuadam en­
te en el gobierno de una opinión pública cuyo interés, en últim a instancia,
era la satisfacción de las necesidades que corresponden a la esfera privada
—las necesidades del consumo.
Independientemente del problem a de los orígenes, Arendt representa
a la esfera “híbrida77délo social como extremadam ente dinámica, que tie­
ne consecuencias devastadoras parado público y lo privado. Incluso para
aquellos que, cómonósOTrós,'jüz^m5s”quFiu"añarisis es unilateral, la re­
presentación ofrece un impresionante análisis de lo subyacente en la ins-
titucionalización de la sociedad civil moderna, que sólo puede comparar­
se con el de Marx antes de ella, y con el de Foucault después.37
Los térm inos clave en el análisis de Arendt de la deformación del cam­
po público son la burocracia, ¿1 Estado b en efacto ría opinión pública y la
corrupEiompoIíIIca!T)dservámos qué los íré's primeros corresponden con
"alguna precisión a las categorías del análisis hegeliano de la sociedad civil
y el Estado, que median entre lo privado y lo público: el servicio civil (los
funcionarios del gobierno), la “policía" y la opinión pública. La categoría
de la corrupción, a su vez, conduce a una crítica de la representación de
los intereses en el sistema de partidos, que es implícitamente una variante
moderna de la cuarta mediación hegeliana, la corporación.
Sggún Arendt^ la burocraciales la form a "social" de gobierno gar exce-
llence, porque el problem a social, es decir, los problemas del bienestar
"colectivo, sólo..-pueden tener soluciones adm inistrativas.38 En realidad,
Arendt no niega la necesidad de un servició civil o de una adm inistración
pública bajo las formas modernas de gobierno. Argumenta solamente que,
cuando los asuntos de bienestar se convierten en asuntos dominantes o
incluso exclusivos en la vida del Estado (como en el Sozialstaat o Estado be­
nefactor), el resultado es la burocracia, en su terminología el gobierno de
la administración, que se puede convertir en la forma más tiránica de to­
das.39 La burocracia es una forma especialmente arbitraria de gobierno
LA CRÍTICA NORMATIVA: HANNAH ARENDT 223

porque supone el gobierno por decreto, en el que*quienes detentan el po­


der discrecional se hacen anónimos e invisibles detrás de la fachada de
otras formas, aparentem ente más políticas, de deliberación y de toma
de decisiones. Si la tiranía es “el gobierno que no tiene que responder por
sus actos", entonces la burocracia, como el gobierno "por nadie", llega tan
lejos que oculta a los agentes que de otra m anera tendrían la responsabi­
lidad.40 Según Arendt, éste es el caso de los estados benefactores m oder­
nos, donde la idea de democracia se convierte, en vez de en la partici­
pación, en la obtención, a través de los medios de adm inistración más
eficientes posibles, de los objetivos del bienestar público.41
Sin em bargo, los procedimientos de la participación pública no son
m eramente deformados desde arriba; también se les vacía de contenido
desde deñtróTtaTorma~social de lá~politicá es Incorrupción de la políti- 5
c^TequIereTr^TormasTélacionadas con el status, la riqueza, y la necesidad,
respectivamente. Los miembros de las ordenes' aristocráticas despoliti-
zadas~3el antiguo régimen continuaron actuando en conjunto en la so­
ciedad de la corte para m ejorar su status, pero no lo podían hacer en el
sentido político propiam ente dicho, que depende del discurso abierto. Asi,
la deliberación y la persuasión públicas fueron remplazadas por las "las
influencias, las presiones y los trucos de las camarillas”, lo que resultó en
costumbres y norm as morales que abren la puerta a la intriga y a la perfi­
dia.42 La venta de influencias remplazó a la generación de poder. E l mis­
mo patrón ocurrió en la sociedad de los salones. De hecho, el ataque de
Rousseau contra la "sociedad” en el siglo XVIII, que reproduce Arendt, fue
un ataque a la hipocresía de la corte y sus análogos, los salones aristocrá­
ticos y el poder hipócrita, no natural, de las mujeres.43 Pero Arendt no
limita la noción de la corrupción de la política a este ejemplo obvio. Pues
es como parte de una vida pública genuina, en que los dueños de propie­
dades emergen de un cai*jfȒ}> privado protegido para buscar ocuparse de
los asuntos públicos. Sin embargo, cuando la propiedad es remplazada
por la "riqueza", y la búsqueda de objetivos políticos por la defensa y la ge­
neración de una riqueza cada vez más amplia, las formas corruptas de ac­
ción conjunta, generadas por la sociedad aristocrática, se convirtieron
también en los mejores medios para que la "burguesía" procurara metas
privadas, que por su propia naturaleza no pueden ser validadas pública­
mente. Por último, la respuesta popular a la corrupción del status y de la
riqueza, la brutalidad del pueblo motivado por la necesidad, corrompe a
su vez a la política y puede ser corrompida por los "políticos". También en
este caso, el medio adecuado de conflicto y competencia políticos, es rem ­
plazado por un principio que difiere totalmente de él: en vez de la in­
teracción secreta de las camarillas y de las mafias, la violencia de aquéllos
desprovistos de discurso político.44 \
224 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL

Lo que une a estos ejemplos de corrupción política, en el contexto del go­


bierno burocrático despolitizador ejercido por nadie, es la interacción, casi
política, de personas en su capacidad privada, que carecen de las institu­
ciones de una esfera pública que pueda hacer valer sus aptitudes como ciu­
dadanos. A pesar de todo, parte de la tesis, de Arendt es que las revolucio­
nes del siglo xvill buscaban establecer precisamente esas instituciones. Su
fracaso no es simplemente resultado de la intervención de la burocracia y
de la riqueza privada en la esfera pública, problemas que incluso los anti­
guos tuvieron que enfrentar, como Arendt bien lo sabía. El núcleo de su tesis
jpbreja^decadencia específicamente m oderna de la polítícaT'epuEIIcaña
depende, por lo FantoT^eréTecto de fo sociaTiobre la propia estructura de
-f^ji'iblico: la transform ación deTéspiritu~público en opinión pública.
' Una vez más, Arendt asigna un papel de vanguardia a la “alta sociedad",
a la corte absolutista y a su extensión en el salón aristocrático.45 En reali­
dad, este desarrollo cultural es el que, a diferencia de los problemas de la
burocracia y la pobreza, es propio de la modernidad y por lo tanto un punto
básico de análisis. Es aquí, en un espacio que no es ni privado ni político,
dominado por la conciencia del status y por convenciones uniformes va­
cías, que la vida pública por primera vez adquirió, según Arendt, las formas
de interacción características de una opinión colectiva unificada, conformis­
ta, corrupta. Todos los que trataban de ingresar a la “alta sociedad” o “socie­
dad" se vieron obligados a someterse a esta lógica, generando conformidad
y asimilación.46 La sociedad de la corte y del salón, caracterizada por la
búsqueda más baja de los intereses privados, la intriga, las ostentaciones no
naturales, la preocupación por el status y -el estilo, y la corrupción (en el
sentido de una falta total de preocupación por la res publica) se convirtió en
el modelo de conducta a ser emulado por el resto de la sociedad.47
Pero ¿cuál es la dinámica de la dramática extensión de esta lógica más
allá de la "sociedad”, en el sentido limitado de la palabra, cuyo principio
puede atribuirse a la supresión absolutista del discurso significativo políti­
camente y de la pluralidad de la opinión política dentro de la aristocracia?
Para Arendt, la transferencia revolucionaria de la noción de soberanía del
rey al pueblo y el concomitante surgimiento de la política de los grupos de
interés, son las mejores representaciones simbólicas de las tendencias re­
levantes.48 La respuesta “compasiva" de los revolucionarios radicales en
Francia a la multitud motivada por la necesidad, les llevó a sustituir la volun­
tad en lugar del consentimiento, la unidad en lugar de la pluralidad, y una
sola opinión en vez del conflicto de opiniones, porque cualquier acomodo
del consentimiento, de la pluralidad y del conflicto parecía comprometer las
medidas más urgentes y desesperadas que se requerían para resolver el
"problema social". La soberanía mitológica del pueblo, en el sentido de una
voluntad colectiva cuyo único objeto era el interés general unificado, se
LA CRÍTICA NORMATIVA: HANNAH ARENDT 225

convirtió así, en el fundamento de una opinión pública que sólo podía verse
amenazada por la vida pública independiente, incluidas las nuevas institucio­
nes descentralizadas, inevitablemente plurales de los propios estratos popu­
lares.49 Y si bien la personificación dictatorial de esta voluntad, supues­
tamente general, no surgió de una opinión pública uniforme o realmente
unificada, sí estaba en posición de crear esa opinión.50
Mientras que el hecho del nacionalismo le permite a Arendt extender
su crítica de la soberanía más allá de los regímenes populistas-dictatoria-
les, el argumento no funciona lo suficientemente bien para los Estados
Unidos, donde críticos del siglo XIX, como Tocqueville, descubrieron una
opinión pública de uniformidad y poder asimilador sin paralelo. Arendt sí
recuerda una parte del argumento de Tocqueville que contrasta democra­
cia y república. Una sociedad democrática supone la clase de nivelación
social que puede abrir el camino hacia una nueva clase de pluralidad, una
pluralidad de opiniones, sólo en el contexto de la creación de instituciones
republicanas genuinas, basadas en la comunicación libre, incluso al nivel
micropolítico. Por haber fracasado en gran parte este esfuerzo, la democra­
cia en los Estados Unidos llegó a revelar algunas de las características des­
póticas que temían sus fundadores, y se remplazó al espíritu público, basa­
do en una multiplicidad de opiniones, por una opinión pública unificada
y homogénea. Arendt insiste en que esta tendencia fue controlada políti­
camente por medio de la supervivencia de algunas instituciones republica­
nas en los ámbitos nacional y estatal. No obstante, el ascenso de las polí­
ticas de intereses, común tanto a Europa como a los Estados Unidos, tendió
a com pletar el proceso destructivo.
El interés, a diferencia de la opinión (genuina), sólo es políticamente
im portante cuando pertenece a un grupo, de hecho a un grupo grande. La
representación del interés vincula en menor o mayor medida a los represen­
tantes e interfiere con el inteweambio y formación de opinión genuinos. El
sistema moderno de partidos en particular, al estar concentrado en la re­
presentación de los intereses, termina remplazando la discusión parlamen­
taria por las opiniones colectivas en competencia de los grupos de partido
disciplinados. La estructura jerárquica y oligárquica del partido se convierte
así en el modelo de la política contemporánea. El Estado benefactor pue­
de ser democrático porque representa los intereses de muchos, pero es
oligárquico en el sentido de que limita drásticamente la participación en
lodos los niveles del Estado, excepto en los más altos.51 El esfuerzo hcge-
Iiano por m ediar las esferas privada y pública, mediante organismos inter­
mediarios sociopolíticos, termina así reduciendo el espacio para la liber­
tad pública dentro de la estructura del Estado.
Esta situación empeora en la evaluución de Arendt, porque la decaden­
cia de lo público no beneficia a lo privado; lo social tiende a d e stru ir
236 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL

za que éste origina, Arendt ve un campo fértil para la emergencia de mo-


vimientos extraparlam entarios y extrapartidistas. Cuanto m ás evidentes
"seanTos fracasos del sistema de partidos, tanto más fácil será que los movi­
mientos surjan y atraigan un gran número de partidarios. Pero en ausen­
cia de instituciones públicas genuinas, los rpovimientos o bien organizan
Iasm asas. o convierten en masas a süForgariizados. Los movimientos so­
ciales son movimientos de masas, y estos últimos continúan la obra del
principio social al invadir y nivelar todos los dominios hasta entonces priva­
dos de la vida, incluida la familia, la educación y la cultura.86 Así, los m o­
vimientos sociales son protototalitarios, y la conclusión totalitaria del as­
censo de la sociedad no es posible sin ellos.
En vista de su punto de partida en la sociedad y su movilización de las
nécesiHaHesymotivaciones sociales, los movimientos no pueden reinventar
formas de^Tda publTcX^cEémos observar que esta tesis coincide con la
concepción délos moviiTiicntossoc.i a 1es quejo red ominaba en Jos p aradig­
mas que se presentaron inm ediatam ente, después de la segunda-Guerra
Mundial, y. que estudiaban los movimientos sociales bajo los nom bres de
conducta colectiva y sociedad de m asas.87 La filosofía política dem ocráti­
ca radical de Arendt distinguió su trabajo de estos paradigmas. Pero al
inspirarse parcialmente en ellos, probablemente bajo el impacto de su pro­
pia experiencia con los movimientos totalitarios, privó a su filosofía políti­
ca de cualquier política posible.88 Si hoy en día los movimientos no pueden,
debido al inevitable terreno social de su emergencia y existencia, reinventar
o extender la esfera pública, y si la acción colectiva orientada a los dere­
chos es una amenaza al amor por la libertad pública, entonces no está na­
da claro que, en nuestra época, los experimentos de los movimientos de la
clase trabajadora en la creación de instituciones políticas puedan tener
alguna continuidad. Si Arendt está en lo correcto sobre los movimientos
sociales como tales, su sueño de la resurrección del republicanismo debe
ser declarado finalmente muerto.

NOTAS

1En particular, en The Origins o f Totalitarianism [1951], 2a. ed., Nueva York, M eridian
Books, 1958 [Orígenes del totalitarismo, Alianza E ditorial], al que de ah o ra en adelante
citarem os com o OT; The Human Condition, Chicago, University of Chicago Press, 1958, de
aquí en adelante HC\ On Revolution [1963], Nueva York, Penguin Books, 1977, de aquí en
adelante OR; y el ensayo "The Crisis in Culture" [1960], Betwéen Past and Future, Nueva
York, M eridian, 1963, de aquí en adelante "Crisis".
2Jürgen H aberm as, "Walter Benjam ín: C onsciousness Raising orR edem ptivc Criticism",
en Philosophical-Political Profiles, Cambridge, MIT Press, 1983.
J En el presente contexto no es particu larm en te im portante que Arendt tenga dos con­
cepciones m uy diferentes de lo social, la p rim era basada en una propensión n atural e inclu-
LA CRÍTICA NORMATIVA: HANNAH ARENDT 237

so preh u m an a a la asociación (HC, op. cit, pp. 23-24), y la segunda, el punto de vista dom i­
nante, que tiene que ver con una creación específicam ente m oderna a p artir de com ponen­
tes institucionales prexistentes. Aunque, la m ayor parte del tiempo las dos concepciones pue­
den reconciliarse, a veces un énfasis en la prim era conduce a la concepción p articu lar del
cam po social moderno como la invasión de la vida política p o r un principio n atural.
4 HC, p. 198.
5Ibid., pp. 50 y ss., pp. 176-179.
6Ibid., p. 198.
7 Ibid., p. 200.
8 OR, p. 75.
9 HC, p. 26 y nota 9.
10 E stos dos énfasis son diferentes en sus principales obras; HC depende principalm ente
del m odelo retórico-dram ático, m ientras que OR subraya las obligaciones y prom esas m u ­
tuas. A diferencia de H aberm as, Arendt nunca se dio cuenta de que se tra ta de dos m odelos
de acción diferentes. Ambos m odelos im plican el reconocim iento m utuo: el prim ero está
vinculado con el reconocim iento de la personalidad singular de cada individuo; el segundo,
en el reconocim iento m utuo com o m iem bros iguales de u n a com unidad política solidaria.
De hecho, am bos presuponen la norm a de la igualdad, aunque de m an eras diferentes. El
prim ero la presupone en el sentido de la preocupación y respeto igualitario p ara la singula­
ridad de cada individuo; el segundo, la igualdad en el sentido de una participación y m em -
bresía pareja en la com unidad política. Arendt nunca distingue adecuadam ente entre estos
modelos de acción, porque situó a am bos en una sola esfera pública: la polis griega.
11 De acuerdo con Arendt, los dos se diferencian cada vez m ás históricam ente, d á n d o ­
nos de hecho dos m odalidades de acción (HC, op cit., pp. 26-27). Sin em bargo, nuevam ente
Afendt se expone a la objeción que considera al poder com o u n a condición constitutiva de
todas las form as de gobierno estable; véase On Violence, Nueva York, H arcourt B race Jova-
novich, 1969, pp. 41 y ss. A veces, este ensayo parece lim itar el poder a un com ponente del
gobierno: la generación del consentim iento o al logro de la legitim idad m ediante la genera­
ción del consentim iento (véase Haberm as, "Hannah Arendt: On the Concept of Power", Phi-
losophical-Political Profiles). Pero cualesquiera que sean las am bigüedades respecto a sus
conceptos generales de la acción y del poder, la teoría de Arendt de la esfera pública es ex­
plícitam ente histórica, y depende conscientem ente de las repúblicas de la A ntigüedad como
los m odelos originales que, p o r lo m enos en este punto, continúan siendo insuperables.
12 Obviamente, ésta no es u n a presentación im plausible de la propuesta de Aristóteles
en la que se debía ser gobernante y gobernado por turnos.
13 Pero com o la esfera pública es capaz de procesar sólo opiniones en vez de conoci­
m iento, y com o la idea de una pluralidad original irreductible de opiniones excluye la posi­
bilidad de un consenso normativo ptgggj§>tente, no está claro sobre qué bases se puede persuadir
a los individuos en este modelo, que sé enfrenta a dificultades, p ara ir m ás allá del arte de
la retórica. Este problem a está relacionado con otro que se refiere a los objetivos de la vida
y de la deliberación públicas.
14HC, op cit., pp. 194-195.
15 Este objetivo nunca se ha cum plido, según Arendt, ni siquiera en los Estados Unidos.
En el m ejor de los casos el gobierno constitucional se ha lim itado a la búsqueda de objeti­
vos que, en su opinión, son apolíticos o prepolíticos dentro de una estru ctu ra de derechos
fundam entales y del gobierno de la ley. Por lo tanto, no queda claro cuál sería la finalidad
de una esfera pública ya institucionalizada, aparte de la generación continua del poder
necesario para m antener su existencia. Aún m enos clara es la form a en que este propósito
deberá ser cum plido por individuos que no com parten una base para la m utua persuasión.
16 Arendt no es consistente cuando describe al m undo privado en térm inos de singula­
ridad y diferencia, pues en su m odelo la opinión del cam po privado es hom ogénea y unifi­
cada (HC, op. cit., pp. 39-40.) Así, en este modelo, sólo el jefe hom bre de la familia, com o un
producto de la esfera privada, es el verdadero representante del principio de la diferencia
frente a otros jefes de hogares, Thmpoco es consistente al defender la intim idad com o el
singular logro de la forma moderna de la lamilla (burguesa, nuclear), a la vez que no dice
nada sobre las relaciones desIgUilMi patriarcales dentro de esta forma, que en tran en coníllc-
238 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL

to con la obtención de la verdadera intim idad. El problem a se en cu en tra en la adopción, sin


crítica alguna por parte de Arendt, de la insistencia republicana com ún en la incorporación
institucional, uno a uno, de los principios de lo público y lo privado, identificados literalm ente
com o la esfera dom éstica frente a la esfera política. Esto, ju n to con su análisis de la em er­
gencia de la sociedad en térm inos de u n a erupción de necesidades, intereses e "intereses
dom ésticos", desde la esfera privada, ha sido criticado correctam ente p o r los teóricos fem i­
nistas com o un conjunto patriarcal, sexista, de dicotofnías predicadas con base en la exclu­
sión de las m ujeres y de "sus” asuntos (naturaleza, vida, necesidades, intereses), de un
cam po público que sólo sería el terreno de la virtud civil. Véase Jean Elshtain, Public Man,
Prívate Woman, Princeton, Princeton University Press, 1981, y Joan Landes, Women and the
Public Sphere in the Age o f the French Revolution, Ithaca, Cornell U niversity Press, 1988,
acerca de las presuposiciones patriarcales del pensam iento republicano. Aquí no querem os
afirm ar que las distinciones ab stractas entre lo público y lo privado, la au to n o m ía y la
libertad política, la intim idad y la publicidad, sean en sí m ism as objetables, sino que la in ­
terpretación institucional y norm ativa m ás concreta de estas instituciones, ad o p tad a p or
A rendt acerca del pensam iento republicano, se basa en u n subtexto sexista y se en cuentra
al centro de su análisis contradictorio de la vida privada y de lo social, y de su sorprendente
ingenuidad respecto a la exclusión de los intereses y necesidades del alcance de la esfera
pública.
17 HC, op. cit., pp. 30-31.
18 Ibid., pp. 61-65, 71. Incluso en este texto, Arendt observa los aspectos "no privativos”
de lo privado; no obstante, sería difícil im aginar que en el oikos se prom oviera la perso n a­
lidad única de cualquier persona que no fuera jefe potencial de un hogar.
19 OT, op. cit., p. 301. Es sorprendente que, a diferencia de H aberm as, A rendt n unca se
preguntó si la esfera privada podía estar organizada con base en algún o tro principio, es
decir, de acuerdo con norm as igualitarias. Esto es m uy sorprendente pues la form a de la
fam ilia m oderna no está basada en la presencia de "extraños” —sirvientes, trabajadores
dom ésticos, esclavos—, y por lo tanto, en principio puede (y de hecho éste es su principio,
y no su práctica) organizarse de u n a m anera igualitaria. Tampoco pone en d uda el conteni­
do específico de la virtud cívica que tanto alaba com o el valor específico de la esfera públi­
ca. No obstante, en el pensam iento republicano ésta siem pre se trad u cía en el concepto del
ciudadano-soldado, cuyas virtudes principales eran el honor, la gloria, el patriotism o, y la
disposición a com batir y sacrificar el interés privado p o r el interés público y el bien com ún.
20 OR, op. cit., p. 252.
21 HC, op. cit., pp.28-29. E n realidad, su crítica em pieza con la del m odelo de la nación-
E stado en OT. E n esa época, Arendt ya lo consideraba com o u n m odelo de la decadencia de
la política genuina, en el sentido de hacer im posible la construcción de la igualdad bajo el
gobierno de la ley. En su obra anterior no criticó a la sociedad civil com o form a del au m en ­
to de la im portancia de un cam po social mixto; en realidad, veía, de u n a m an era que recuer­
da al joven Marx, un a creciente división entre el E stado y la sociedad com o el otro lado del
E stado absolutista que se organizaba a sí m ism o com o u n a inm ensa em presa de negocios
(OT, op. cit., p. 17). La abolición de la frontera entre lo público y lo privado se atribuye a las
pretensiones espurias de los m ovim ientos totalitarios (OT, op. cit., p. 336) y la preparación
de la a to m iz a c ió n en la so cie d a d de m a s a s (en el to ta lita r is m o ) se a trib u y e a la
instrum entalización burguesa de la política, a la despolitización —en realidad, a la priva­
tización— de todas las clases de la sociedad burguesa (OT, op. cit., p. 275). La única an tici­
pación del posterior concepto de lo social se p resenta cuando A rendt describe el papel del
conform ism o social p ara la casta, hasta entonces paria, de los judíos, que obtienen la igual­
dad com o advenedizos en el contexto de la despolitización, (OT, pp. 52-56, y 64-65).
22 HC, op. cit., p. 33.
23 Dentro de la estructura de OT, esta explicación se presentó de hecho en térm inos de
co n cep to s que p erten ecían a e sta tra d ic ió n , h acie n d o h in c a p ié en las co n secu en cias
despolitizadoras de la separación, en vez de la fusión de lo público y lo privado.
24 OT, op. cit., p. 17.
25 HC, op. cit., pp. 28-29.
26 OR, op. cit., p. 252.
LA CRÍTICA NORMATIVA: HANNAH ARENDT 239

27 "Crisis", op. cit., pp. 199 y ss. «


28 HC, op. cit., pp. 34-35. Es otro tem a totalm ente diferente el que la vida política de los
estados m edievales pueda representarse en térm inos de otro significado de la publicidad, el
de un "público representativo”. Véase Jürgen H aberm as, The Structural Transformation o f
the Public Sphere, Cambridge, MIT Press, 1989, pp. 5 y ss.
29OR, op. cit., pp. 48, y 90-91.
30Ibid., p. 91.
31 Ibid., p. 105.
22Ibid., pp. 115, y 218.
33 Ibid., p. 221.
24 Ibid., p. 252.
35 Tocqueville descubrió las form as y (según él) las raíces de la sociedad de m asas
estadunidense antes de que em pezaran los dos procesos que resalta Arendt, la producción
en m asa y la inm igración a gran escala.
36 OR, op. cit., p. 139.
37 También com parte algunos rasgos problem áticos de sus análisis. El m ás notable es
que usa la categoría de “norm alización” p ara describir un m odelo de integración social y
socialización que im plica la internalización de norm as, de tal m an era que privan al indivi­
duo de toda posibilidad autónom a de acción (HC, op. cit., pp. 40-41). Incluso si esta concep­
ción corresponde a los supuestos de lo que fue el paradigm a d om inante (pero n unca el
único disponible) en la teoría de la socialización, la yuxtaposición resultante de la acción
política y la integración social, es u n a extensión m uy desafortunada de la crítica que Arendt
hace de lo social. Da la im presión de que la acción política pública de n inguna m anera está
o rientada hacia las regulaciones, y que la orientación hacia las reglas n u n ca puede ser
autónom a o "posconvencional". El contraste resultante de la sociedad antigua y la m oderna
nos ofrece, así, u n a tesis de m odernización inversa inaceptable, que om ite de m an era injus­
tificable el papel de la tradición, de la costum bre, de la convención, e incluso de la ley en el
m undo antiguo, así com o la concepción m arxista del ascenso y enajenam iento sim ultáneos
de la libertad individual en el m undo m oderno.
38HC, op. cit., p. 40.
39 OT, op. cit., pp. 43-45.
40On Violence, op. cit., pp. 38-39.
41 OR, op. cit., p. 269.
42 HC, op. cit., p. 203; OR, op. cit., p. 105.
43 En este caso, Arendt tiende a rep ro d u cir en form a poco crítica el análisis que hace
R ousseau de la sociedad y, en consecuencia, de las m ujeres. Véase J. J. R ousseau, Emite
[ 1762], Nueva York, D utton, 1974, libro 5, en especial las pp. 348 y ss, 352 y ss; y el "Discourse
on the Sciences and the Arts”, en k D. M asters, (ed.), The First and Second Discourses,
Nueva York, St. M artin’s Press, 1 9 o íp
44 OR, op. cit., p. 105.
45 "Crisis", op. cit., p. 199; HC, op. cit., pp. 40-41; p ara u n punto de vista m uy diferente,
véase R einhart Koselleck, Critique and Crisis: Enlightenment and the Pathogenesis o f Módem
Society [1959], Cambridge, MIT Press, 1988.
46OT,op. cit., pp. 64-65.
47 Arendt tiende a rep ro d u cir la crítica republicana de la sociedad de salón, que poste­
riorm ente se dirigió, entre otras cosas, a silenciar y despojar de poder a las m ujeres.
4 íOR, op. cit., pp. 76-78, y 226-228.
49 Vale la pena observar que los dos acontecim ientos que A rendt parece com binar en
una sola lógica —la transferencia revolucionaria de la noción de soberanía del rey al pueblo
y el surgim iento de u n a política de intereses (es decir, la in tru sió n de los pobres y sus
dem andas en el escenario político)— no están lógicamente conectados. De hecho, Arendt in­
cluso los separa en su propia narración en On Revolution. La m ayor p arte de este libro,
incluido el capítulo central sobre el problem a social, pone énfasis en el colapso de las in ­
cipientes instituciones republicanas fundadas por los revolucionarios (el gobierno de lo
ley, la Asamblea Nacional) ante la presión de los sansculottes o le ptuple, a los que Robespierre
afirm aba "representar" Or más bien, personificar. El pueblo aparece en la m ayoría de los
240 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL

casos com o una m uchedum bre necesitada que pide pan. E n el m ism o contexto, A rendt
em pieza un a larga crítica de R ousseau, cuya clase de republicanism o basado en las ideas
de la soberanía indivisible, la voluntad general y el odio a la p luralidad (las facciones, el
federalism o, los organism os corporativos, etc.) fue h eredada p or los jacobinos. S upuesta­
m ente ésta es la razón ideológica p a ra que la Revolución francesa se desviara de la tare a de
fu n d ar instituciones políticas y se concentrara, en cam bio, en la resolución de los proble­
m as sociales p o r cualquier m edio que fuera necesaria, violando en el proceso incluso la
legalidad revolucionaria, e iniciando el Terror. En este caso, sin em bargo, A rendt se acerca
al punto de vista de los actores revolucionarios (los jacobinos), aceptando su ideología en
u n sentido literal. No debe olvidarse que para R ousseau el pueblo soberano, cuya voluntad
e interés no pueden ser divididos o enajenados, no era de n inguna m an era los m iserables,
los pobres o ni siquiera los trabajadores asalariados, sino m ás bien una co m unidad ideali­
zada de agricultores independientes. Por ¡o tanto, la lógica un itaria que A rendt critica co­
rrectam ente —que va de la soberanía del rey a la soberanía indivisible del pueblo, que no
puede ser representada sino sólo personificada, que no puede ser in stitucionalizada en una
asam blea porque no cabrían en ningún salón, y que conduce a la lógica del sustitucionalism o,
de la inestabilidad y a la com petencia entre rivales que afirm an personificar esta voluntad,
a la m anipulación, a la aprobación p o r plebiscito y al terro r— no es la lógica de la m iseria
hecha pública, y sí en cam bio un dilem a inherente en cualquier m odelo de dem ocracia
radical que rechaza en principio la representación. Posteriorm ente, en su texto (pp. 240-
241) A rendt corrige su propio registro histórico y afirm a que en F rancia, al igual que en los
E stados Unidos, se crearon instituciones republicanas reales d u ran te el curso de la revolu­
ción y las creó el propio pueblo. Finalm ente, aquí el pueblo aparece n o com o u n a m u ch e­
dum bre que exige pan, sino com o actores colectivos que crean sus p ropias instituciones
políticas. Tam bién indica que R obespierre destruyó estos espacios libres desarrollados por
el pueblo —las sociedades populares, las secciones de la C om una de París, el consejo revo­
lucionario m unicipal, los clubes—, en nom bre de “la gran Sociedad p o p u lar de todo el
pueblo francés’’. E sta p retensió n difiere de las m edidas de em ergencia necesarias p a ra
su p erar la horrenda m iseria. Quizá las dos lógicas se unieron históricam ente, pero no obs­
tante están separadas, y en las m anos de R obespierre la confusa separación entre ellas le
p erm itió desarrollar u na ideología conveniente. La brillante crítica que hace A rendt de
estas dos lógicas no la lleva a reflexionar sobre los dilem as políticos de la d em ocracia direc­
ta (lo que ella denom ina “republicanism o”), porque com parte algunas de sus prem isas cen­
trales, principalm ente, el rechazo de la representación de los intereses y del p arlam en taris­
mo. Su propio m odelo de consejo pluralista, federal, cuidadosam ente elaborado está p o r lo
tan to sujeto a algunos de los m ism os dilem as que ella critica, pero que luego oscurece al
atribuirlos a la cuestión socioeconóm ica.
50 La conexión entre lo social como la alta sociedad y el problem a de la pobreza aún no
está clara. E n realidad, no estam os convencidos de que haya u n a conexión. Sin em bargo,
p o r lo m enos al nivel simbólico, Arendt claram ente los vio relacionados. C iertam ente no
cree que las intrigas de u na sociedad cortesana a cuya élite se le niega poder político real,
sea exclusiva de las m onarquías absolutas del siglo xvill —la vida cortesana de m uchos
despotism os orientales puede describirse de m an era sim ilar— . No obstante, lo que era
único y podría ser el eslabón perdido en un nivel sim bólico entre los dos extrem os de su
concepto de lo social (la alta sociedad y los pobres), era el papel p rom inente e invisible de
las m ujeres en am bos extrem os. Después de todo, las m ujeres eran las anfitrionas de los
salones de la alta sociedad, justo antes de la Revolución francesa, y ellas introdujeron las
preocupaciones del hogar en la arena pública d u ran te esa revolución. El odio republicano
de lo inm oral, de lo falso, de lo hipócrita, de lo no n atu ral y de la co nducta frívola de la
sociedad aristocrática llegó a ser sim bolizado p o r las m ujeres excesivam ente visibles (las
precieuses) del salón, contra las cuales se dirigió explícitam ente el discurso m oralista del
republicanism o. Este discurso fue transform ado con facilidad en una condena a las m uje­
res revolucionarias desordenadas, cada vez m ás visibles en las calles y en las secciones
cuando llegó el m om ento de reprim ir las voces de la sociedad en nom bre de los principios
republicanos (la virtud civil para, y la acción pública responsable por, lo» hom bres; la vida
dom éstica y la virtud privada para las m ujeres). Las m ujeres fueron la» prim eras en ser
LA CRÍTICA NORMATIVA: HANNAH ARENDT 241

excluidas de los clubes y secciones radicales, las prim eras en ser silenciadas p o r la dictadu­
ra jacobina y la excepción m ás notable de los derechos universales del hom bre y del ciuda­
dano. Es irónico que, si bien Arendt aborrece esta solución "republicana" del problem a
social, que por supuesto pronto pasó de la exclusión de las m ujeres del cam po público a la
destrucción de éste y al abandono del propio republicanism o, com parte las m ism as catego­
rías del discurso republicano que justificaron el proceso. Es una lástim a que su crítica del
jacobinism o no abarcó este discurso; pero, en vista de su e stru ctu ra de categorías, esa
crítica era im posible. Véase Landes, Women and The Public Sphere, op. cit.
51 OR, op. cit., pp. 268-269.
52HC, op. cit., pp. 59-61, 64, 67 (nota 72) y 70-72.
53lbid., pp. 126 y 133-134.
54lbid., p. 40.
55lbid., pp. 38 y 50.
i6Ibid., pp. 47, 50 y 70. C aracterísticam ente, el m odelo de la intim idad elaborado p or
A rendt no presupone el m odelo de las relaciones intersubjetivas, basadas en la com unica­
ción y la solidaridad, en el que hace hincapié la E scuela de Fran cfo rt desde Max H orkheim er
hasta Jürgen H aberm as. Las esferas privada y pública, a pesar de la intim idad, no están
organizadas en una form a estructuralm ente hom ólogá. M ás bien, se b asan en m odelos de
organización com petitivos. La esfera pública está com puesta de iguales y organizada sobre
la base de principios igualitarios; la esfera privada está com puesta p or desiguales y se
organiza con base en los principios del patriarcado. Como consecuencia, A rendt no tiene
form a de postular continuidad alguna entre la esfera de la fam ilia y la esfera pública. El
concepto de intim idad que p resen ta A rendt refuerza la noción de u n a separación total
entre ellas, lo que en su estru ctu ra siem pre sigue siendo deseable. La intim idad es im por­
tante p a ra Arendt porque crea la individualidad m oderna y la literatu ra m oderna. E n vista
de la estru ctu ra patriarcal de la esfera íntim a, sin em bargo, está claro que sólo los hom bres
pueden convertirse en individuos plenos ; son los que son criados en la esfera privada-ínti­
m a p ara que se desarrollen hasta convertirse en individuos autónom os y luego salgan de la
m ism a p ara ser reconocidos com o individuos en la esfera pública. Así, una de las p rin cip a­
les razones por las que la intim idad de la esfera privada no puede resistir el em bate de lo
“social” —es decir, de la nivelación y penetración por p arte del E stado— es que la esfera
privada en sí está institucionalizada en u n a form a contradictoria; p o r u n a p arte, la fam ilia
m oderna se basa en las norm as de igualdad, libertad, asociación voluntaria, subjetividad,
reconocim iento m utuo y, por lo tanto, de intim idad; p o r la otra, está estru ctu rad a jerárq u i­
cam ente y se la predica con base en la subyugación de las m ujeres.
57 Este punto de vista de hecho aparece en el posterior ensayo de A rendt sobre la deso­
bediencia civil, pero lo hace así a p esar de, en vez de basado en, su estru ctu ra de catego­
rías. (Véase el capítulo XI.) En otraj-ji&labras, aunque A rendt tiene la finalidad de revivir a
la sociedad política, su m ism a concepción de la sociedad m oderna le im pide desarrollar la
otra categoría crucial de Tocqueville y exam inar la relación en tre la sociedad civil y la p o ­
lítica. La sociedad civil aparece sólo com o la esfera privada conservada p o r m edio de los
derechos individuales o com o u n a sociedad de m asas. Los com ponentes asociativos de la
sociedad civil m o d ern a son ignorados o bien in terp retado s en térm in o s de los grupos
de interés.
5 tOR,op. cit., pp. 169-171.
59lbid., p. 255 y passim.
60lbid., p. 168.
61 ¡bid., p. 179. Ella om ite las restricciones basadas en el nacim iento en form a de género
o de raza.
62lbid., pp. 275-279.
63lbid., p. 273.
64¡bid., p. 232.
¡b id ., p. 144.
M lb id ., p. 182.
67 l b id ., pp. 189-190.
M Ib (d ., p, 147,
242 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL

69 OT.op. cit., pp. 290-297.


70 Ibid., pp. 252 y ss.
?! A id., pp. 92, 115, 134 y 218.
72 OR, op. cit., pp. 108-109.
73 Ibid., pp. 126-127.
74/bíd., p. 143.
75Ibid., pp. 32 y 108. '
76Ibid., pp. 217-218.
77Ibid., p. 32; observe la form a en que se expresa la frase.
7SIbid., p. 218.
79OT, op. cit., pp. 295-297.
80 É sta es la posición que la m ism a Arendt h abría de to m ar en Crisis in The Republic
(Nueva York, H arcourt B race Jovanovich, 1969), en su discusión sobre la desobediencia
civil, pese a la base de su estructu ra teórica, y no gracias a ésta.
81HC, op. cit., p. 215.
i2Ibid., pp. 215-220. É sta es u n a derivación de la fórm ula de Marx "en, pero no de la
sociedad civil", en su "Critique of Hegel's Philosophy o f Right: An In tro d u ctio n ” 1843, en
Carlos Marx y Federico Engels, Collected Works, vol. 2, Nueva York, International, 1975.
E ste vínculo ayuda a establecer, filológicam ente, la crítica que hace A rendt de lo social
com o u n a crítica de la sociedad civil, si es que se necesitara esa prueba.
83 OR, op. cit., pp. 273-275.
84 HC, op. cit., p. 219.
85 De hecho, parece com o sí Arendt deseara rem plazar al sistem a p arlam en tario de par­
tidos con un m odelo federal de consejos de los trabajadores y una adm inistración estatal
eficiente, pero considerablem ente dism inuida —el prim ero sería el espacio político p ro p ia­
m ente dicho y el segundo el espacio en el que se procesarían las dem andas de los grupos de
interés—. La sociedad civil estaría protegida p or los derechos individuales, pero, en este
modelo, ciertam ente, no se podría proteger contra el E stado ya que no ten d ría ninguna
form a política, ningún organism o o persona que la rep resen tara p ú blicam ente y ningún
espacio público interno diferente de los consejos que ab arcan a la sociedad política. En
resum en, la sociedad civil estaría indefensa no sólo contra la adm inistración del Estado
sino tam bién contra la propia sociedad política.
86 OR, op. cit., p. 270.
87 Véase el cap. X. La escuela de Blum er de la “co n d u cta colectiva", antes de la guerra, no
identificó autom áticam ente los m ovim ientos sociales con los m ovim ientos de m asas y, de
hecho, todavía era capaz de ver su dim ensión "pública".
88 Para u na distinción entre estos dos conceptos de lo político y la política, véase Dick
Howard, The Marxian Legacy, 2a. ed., Mineápolis, University of M innesota Press, 1989. H ow ard
dem uestra de m anera convincente que Claude Lefort y, especialm ente, Cornelius C astoriadis
tienen un a actitud m uy diferente a la de A rendt respecto a la política m oderna. E sto es
sorprendente en vista de los m uchos paralelos im p o rtan tes entre su obra y la de Arendt.
V. LA CRÍTICA HISTORICISTA: CARL SCHMITT,
REINHART KOSELLECK Y JÜRGEN HABERMAS

LOS ORÍGENES DE LA ESFERA PÚBLICA LIBERAL;


CARL SCHMITT Y R e in h a r t K o s e l l e c k

H a n n a h Ar e n d t fracasó al intentar dem ostrar que su ideal normativo de


la esfera pública es compatible con la modernidad. Hemos argumentado
que este fracaso estaba fuertemente relacionado con su crítica intransi­
gente de la esfera social de mediación, a la que identificó como la dim en­
sión específicamente m oderna de la vida institucional. Por lo tanto, es de
gran importancia que exista una tradición alternativa de interpretación
que se concentre en el problema de la esfera pública. El enfoque de Jürgen
Habermas y sus seguidores contrapone una forma arraigada socialmente
de la esfera pública al antiguo modelo identificado con el E stado.1Es dig­
no de notar que esta segunda tradición se remonta a Cari Schmitt que pro­
curó defender una concepción de “lo político” fundam entada en un mode­
lo de guerra, contra lo que consideró una concepción apolítica basada en la
discusión pública, un modelo que habría de definir los impulsos más pro­
fundos tanto de Arendt como de Habermas.2
Según Schmitt, una de las mejores formas de entender el liberalismo mo­
derno es a través de su expresión "política”, es decir, el parlamentarismo. El
principio de este último e s. discusión pública o deliberación abier­
ta.3Además de la m era negociación y de los regateos, lo que Schmitt tiene
en mente es un modelo de discusión en el sentido de

un intercam bio de opinión que está regido p o r el propósito de persu ad ir al


oponente de la verdad o justicia de algo, o de hacer posible que uno sea p ersua­
dido de que algo es verdadero y justo [...] A la discusión pertenecen conviccio­
nes com partidas com o prem isas, el deseo de ser persuadido, la independencia
de los vínculos del partido, la libertad y el hecho de haberse liberado de los
intereses egoístas [...] A la esencia del parlam ento pertenecen, p o r lo tanto, la
deliberación pública de argum entos y contraargum entos, el debate público y
la discusión pública.4

Así, del proceso de confrontación gcnuina y abierta de opiniones dife­


rentes resulta una voluntad política común. Se supone que este proceso
243
244 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL

es público en dos sentidos: porque se refiere al trabajo de un cuerpo públi­


co autónomo, libre para deliberar sin compulsión externa alguna sobre
sus miembros, y por estar genuinamente abierto al exterior. En ambos
sentidos, el parlam entarism o moderno contrasta definitivamente con sus
predecesores, las asambleas de los estados, que se basaban en el m andato
imperativo, y en las sesiones cerradas. En el parlam entarism o moderno,
en vez de la presión directa de los votantes o de alguna forma de represen­
tación atada o comprometida con un mandato, se supone que la opinión
pública "influye” al público parlamentario sólo por medio de la argum en­
tación y de la persuasión que presupone, en vez de suspender la indepen­
dencia de los representantes.
Schmitt anticipa y adjudica al parlam entarism o liberal tanto la defensa
que hace Arendt de la opinión contra los intereses, como el modelo de
Habermas de la argumentación genuina como algo diferente de los usos
estratégicos, retóricos del discurso político. Sin embargo, a diferencia de
ambos, trata al modelo de discusión como si fuera profundam ente apolí­
tico, vinculándolo con la fe liberal fundamental, en que la competencia
irrestricta, que en el campo intelectual tom a la forma de la discusión, pro­
duce arm onía.5 Según Schmitt, este modelo liberal de la esfera pública
parlamentaria ha sido tomado del discurso moral e intelectual por una par­
te y de la economía por la otra. Convierte a un "pueblo unido políticamente"
en un público interesado culturalmente o en un organismo industrial que
opera en un mercado, despolitizando y desmilitarizando en el proceso a
la esfera política, convirtiendo al Estado en sociedad.6
Schmitt es claramente consciente de que ’el Estado y la política en el
sentido que él les da no desaparecen, por consiguiente, en la sociedad libe­
ral. El principio no corresponde, ni debe, ni puede corresponder plenamen­
te a la práctica real. Como lo expresa en frases algo oscuras, "hay heteroge­
neidad de propósitos [...] pero no hay heterogeneidad de principios”.7 El
principio de la discusión pública abierta es en realidad un principio de
legitimidad, un principio normativo e incluso metanormativo. Como tal,
su importancia inmediata es que constituye la base para la validez de otras
normas. En particular, Schmitt hace hincapié en que las norm as de la
independencia de los representantes, su libertad de expresión e inm uni­
dad, y la apertura de los procedimientos, reciben todos su validez del prin­
cipio de la discusión pública como el único método legítimo de obtener
una voluntad colectiva.8 Incluso la afirmación del siglo XX de que el parla­
mento es el “mejor" método para la selección de las élites, obtiene su legi­
timidad del modelo de discusión (o de lo que resta de él en una estructura
de creciente interacción retórica), pues los líderes se ponen a prueba en su
desempeño en el debate y con el hecho de tener la capacidad para tener
éxito al intentar persuadir a otros.9
LA CRÍTICA HISTORICISTA 245

Schmitt es muy consciente de que el principio de ía publicidad sólo era


capaz de operar en un mundo distinto al de sus propios supuestos, lo que
trae consigo una reducción de todas las políticas a la discusión. Aunque el
propósito más arraigado del liberalismo, en teoría por lo menos, era redu­
cir el Estado a la sociedad, ya fuera en el sentido económico o en el cultu­
ral, en realidad, el liberalismo presuponía y no podía sobrevivir sin el Esta­
do, o sin la coexistencia dual del Estado y la sociedad. Además, y éste es el
punto importante, Schmitt, a diferencia de Arendt, se dio cuenta de que el prin­
cipio de la discusión pertenece al nivel de la sociedad y no al del Estado.
Por lo tanto, dentro del mismo espíritu de la Rechtsphilosophie de Hegel,
se ve al parlamento como una penetración de la sociedad en el Estado, que
reproduce de hecho el dualismo sociedad-Estado en la propia esfera estatal,
"mediando" de esa m anera la separación entre los polos de la dualidad.
La reconstrucción m odernizada que hace Schm itt de la estructura
hegeliana es mucho más burda que la del maestro, cuya concepción de la
"asamblea de estamentos" cita.10En particular, no distingue entre el siste­
ma de necesidades y los otros niveles de la sociedad civil, ni reconoce al­
guna mediación distinta de la del parlamento entre la sociedad y el Esta­
do. Para él, todas las polaridades políticas fundamentales de la época de
las m onarquías constitucionales (príncipe vs. pueblo, gobierno vs. repre­
sentación popular, administración vs. autoadministración), en las que sub­
sume (incongruentemente) al liberalismo clásico, expresan un dualismo
fundamental: sociedad vs. Estado.11 Este dualismo es, a su vez, una fun­
ción de la actitud "polémica” de las fuerzas sociales (económicas, intelec­
tuales y religiosas), respecto al Estado administrativo-militar unificado
burocráticam ente y heredado de la época del absolutismo.12
Pero tam bién era función de este Estado perm anecer independiente y
lo suficientemente fuerte para mantenerse por encima de las demás fuer­
zas sociales: ser una amena*»*!© suficientemente fuerte como para m oti­
var la relativización de las otras formas de oposición y conflicto social (eco­
nómicas, religiosas, culturales) y también la autoconstitución resultante
de una "sociedad" más o menos unificada. A la vez, este Estado tenía que
ser bastante autosuficiente como para em prender y sobrevivir (y quizá ser
tam bién fortalecido p o r ella) a una p o lítica de no intervención y
autoneutralización vis-á-vis las esferas societales, permitiéndoles a éstas
(economía, cultura) desarrollar sus lógicas autónomas.
La estabilidad y el equilibrio de la dualidad resultante es lograda por la
mediación del parlamento. “La representación popular, el parlamento, el
cuerpo legislativo son concebidos como el escenario (Schauplatz) donde
la sociedad se enfrenta al Estado”.13 En este escenario, el Estado y la socie­
dad se “integran el uno dentlro del otro". En términos de forma, el resulta­
do es dual, comprendiendo una "legislatura estatal” y un Estado "cjccull-
246 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL

vo", en que el primero, el Gesetzgebungsstaat, gradualmente logra prim a­


cía a medida que transcurre el siglo XIX. Este desarrollo corresponde a la
ideología del parlam entarism o que ya hemos tratado, según la cual sólo
las decisiones logradas mediante la “discusión y el conflicto de opiniones"
son legítimas. La idea sólo contradice aparentemente la noción de Schmitt
de que el principio de la discusión es social y en realidad apolítico. La
metáfora de un escenario parece indicar que lo que en realidad ocurre, en
este caso, es sólo una representación o dem ostración, necesaria para
integrar las fuerzas sociales y legitimar las decisiones reales que se toman
en otros lugares y de otra manera.
La actitud polémica de la sociedad contra el Estado m uestra que esa si­
tuación no puede aceptarse. En especial, cuando la idea de la autoorgani-
zación de la sociedad se democratiza. Porque a las fuerzas democráticas
que se identifican con sus representantes parlamentarios, les debe pare­
cer ilegítimo el poder residual no parlam entario para tom ar decisiones
que tiene el ejecutivo, que ignora la pluralidad de opiniones sociales, en
vez de integrarlas. No obstante, el objetivo de un Estado completamente
legislativo no puede lograrse. No se trata aquí de que un Estado parla­
m entario puro no sea más fácil de encontrar en la realidad que cualquier
otro de los tipos de Estado puro. Más bien, el Estado parlamentario, a di­
ferencia de otras formas, representa el ideal del Estado como autoorgani-
zación de la sociedad, como organización del Estado de acuerdo con el
principio societal de la discusión. Según Schmitt, a medida que este ideal
se aproxima a su realización bajo el impacto de la democratización, paradó­
jicamente el principio parlamentario de la' integración pierde sus funda­
mentos, y el propio Estado, privado de otro principio de unidad, se ve
amenazado por la desintegración.
En la concepción de Schmitt, la capacidad de los que se encuentran fue­
ra del parlam ento para identificarse con sus representantes, se basa en
una actitud polémica hacia el Estado que garantiza la unificación de una
sociedad, que de otra manera estaría dividida potencialmente por conflic­
tos tanto de ópinión como de intereses. Pero esto no nos dice todo. Las
formas de autoconstitución y de autoprotección del parlam ento frente al
ejecutivo, en realidad resultan ser idénticas a los mecanismos que diferen­
cian a la sociedad y el Estado. Claramente, la discusión parlam entaria ca­
recería de significado sin las libertades de opinión y de expresión, así como
sin la inmunidad de los representantes. Éstos son presupuestos de la consti­
tución de un cuerpo público genuino. Pero Schmitt tam bién indica que
una esfera pública parlam entaria supone la libertad de una vida pública
fuera del parlam ento.14 Interpretando a Guizot, afirma que la apertura de
los procedimientos parlamentarios carecería de significado sin las liberta­
des generales de opinión, de expresión y de prensa. Sin estas libertades,
LA CRÍTICA HISTORICISTA 247

todas las formas de control social sobre el parlamento que se requieren


para la representación parlamentaria de la sociedad ante el Estado desapa­
recerían. Como el modedo de Schmitt presupone y requiere la capacidad
de los individuos privados para adquirir y com unicar sus opiniones libre­
mente, parece que algunas otras libertades, como las de asamblea y asocia­
ción en sus formas extraparlamentarias, tam bién representan "asuntos de
vida o m uerte para el liberalismo".15 Pero Schmitt no presta atención a las
consecuencias sociales de estas últimas libertades, que le proporcionaron
a Hegel la posibilidad de mediaciones diferentes a la parlam entaria entre
el individuo y el Estado. Finalmente (y en forma congruente), Schmitt no
hace ninguna mención de los derechos fundamentales que no pueden de­
rivarse del principio de la publicidad parlam entaria, sin considerar la
importancia que puedan tener para la época liberal (por ejemplo, la propie­
dad). Sin embargo, esta congruencia sólo le permite la absurda formula­
ción de que, con la decadencia del parlamentarismo, "todo el sistema de
libertad de expresión, de asamblea y de prensa, de las reuniones públicas,
de las inmunidades parlam entarias y de los privilegios pierde su razón de
ser", lo que está basado en la creencia de que “las leyes justas y las políti­
cas correctas pueden lograrse mediante artículos de periódico, discursos
en manifestaciones y debates parlam entarios".16
El análisis de Schmitt conduce a esta conclusión, independientemente
de sus predilecciones políticas, porque su perceptivo reconocimiento de los
fundamentos sociales del modelo de la discusión, va unido con una concep­
ción que establece algo más que la afirmación de que la existencia de los
parlamentos, en el sentido moderno, presupone la diferenciación de la so­
ciedad y el Estado. Él también afirma lo contrario, es decir, que la unidad
y la diferenciación de la sociedad dependen estructuralm ente (al menos a
largo plazo) de la existencia de una representación parlam entaria ante el
Estado, a la cual, a difereseé» de Hegel, reduce todo el problema de la me­
diación. No obstante, observa de paso que no hay muchas personas qué
"quieran renunciar a las antiguas libertades liberales, en particular a la
libertad de expresión y de prensa", incluso cuando su eficacia política se
ha tornado dudosa.17 Sin embargo, en todo el análisis político y en la crí­
tica del liberalismo de Schmitt, no queda clara la razón por la que alguien
se aferra a estas normas, una vez que su eficacia política ha desaparecido.
Ciertamente, en su análisis hay algunos indicios de que la oposición
entre la sociedad y el Estado e incluso la constitución de una esfera públi­
ca no son, en realidad, idénticas al problema del parlamentarismo, de que
de hecho lo antecedieron históricamente. Escribe:

La opinión pública alo m ad este carácter absoluto prim ero en el siglo xvm, du­
rante la Ilustración, La luE de lo público es la luz de la Ilustración, una libera-
248 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL

ción de la superstición, el fanatism o y la intriga am biciosa. En todo sistem a de


despotism o ilustrado, la opinión pública desem peña el papel de un correctivo
absoluto.18

Esta tesis, relativamente secundaria en lp propia obra de Schmitt, fue


am pliada enérgicamente por un historiador sobre el cual ejerció una fuer­
te influencia, Reinhart Koselleck, en su Kritik und Krise (1959).19 Según
Koselleck, el Estado absolutista en el continente europeo, formado como
respuesta a la guerra civil religiosa, creó los fundamentos para un dualis­
mo político al liberarse así de todas las normas, de conformidad con la
doctrina de la razón de Estado.20 La resultante separación de la política y
la moral, así como el creciente desinterés del Estado (anticipado por Hob-
bes) en controlar la conciencia individual privada, creó un posible punto
de apoyo para la constitución de una nueva formación, "la sociedad”, primero
aparte del Estado y posteriormente contra éste. El antiguo régimen, por
supuesto, nunca creó una sociedad completamente estatizada, monista:
los antiguos estados, ahora despolitizados, conservaron su existencia corpo­
rativa. Además, había nuevas formas organizativas de una clase burguesa
emergente, compuesta por los beneficiarios de la prim era política eco­
nómica verdaderamente nacional en la historia europea. De estos dos es­
tratos, uno de las cuales poseía el dinero, el reconocimiento social y la
influencia intelectual, pero no el poder político, en combinación con ele­
mentos de las élites intelectuales y judiciales, provinieron las bases socia­
les de la Ilustración.
No obstante, la "sociedad" de la Ilustración se organizó teniendo como
sus formas principales al salón privado, al café, al club, a la biblioteca, a
la logia masónica y, posteriormente, a la sociedad secreta. De conformi­
dad con Koselleck, muchas de estas formas de asamblea y asociación no
políticas estaban, de hecho, protegidas por los funcionarios del Estado
absolutista.21 A pesar de esa protección, su orientación se haría antiestatal
a medida que avanzaba el siglo XVIII.
El apoyo de los funcionarios estatales ilustrados es relativamente fácil
de explicar, puesto que la nueva formación, “la sociedad”, tal como estaba
tipificada por la ideología masónica, tenía un carácter igualitario y se opo­
nía a la sociedad privilegiada de los órdenes eclesiástico y aristocrático,
que a su vez era la principal enemiga del “absolutismo ilustrado". Ade­
más, se suponía que la sociedad no sería una amenaza para el Estado
porque su autocomprensión era m oral y no política. Precisamente, sobre
la base de la comprensión absolutista de la política como una razón de
Estado, la virtud moral fue redefinida como el estar libre de la política.
Esta ampliación de la conciencia individual y privada, postulada por
Hobbes ya no era, sin embargo, compatible con la lógica interna de la
LA CRÍTICA HISTORICISTA 249

despolitización absolutista. Siguiendo a Schmitt, Koselleck asume que la


unidad de los elementos heterogéneos de la “sociedad" sólo se podían man­
tener en oposición al Estado. De hecho, como lo m uestra su análisis del
movimiento masónico, esa oposición fue posible por el hecho de que los
instrum entos de los poderes establecidos fueron utilizados, al menos al
principio, para la autoorganización de la sociedad: lo secreto del régimen
absolutista y la organización jerárquica de los órdenes sociales fueron el
elemento aglutinante detrás de la ideología de la fraternidad y de la soli­
daridad.
Por supuesto, la Ilustración se volvió a la vez más pública y más
igualitaria a medida que se convirtió en un movimiento amplio. Según
Koselleck, esa transformación, que condujo a una polarización entre la
sociedad y el Estado, ya estaba implícita en la rígida yuxtaposición entre
moralidad y política. La misma constitución de una “sociedad" basada en
la moral representó el juicio y el rechazo de una soberanía absolutista, sin
ningún ataque visible sobre las instituciones del Estado. El rechazo de la
política constituyó, simultáneamente, el establecimiento de un punto de
vista moral ventajoso para criticar y juzgar la política. Las presiones mo­
rales que em anaron de la “sociedad" y que creaban todo un sistema de
valores alternativos a los ya establecidos, no pudo evitar convertirse en
fuente de influencias sobre la acción y por lo tanto en una forma indirecta
de poder político. La moral era claramente apolítica, pero justo por esta
razón podía cuestionar a un Estado amoral y convertirse así, después de
todo, en política, aunque lo fuera indirectamente.22
La radicalización del programa de la sociedad contra el Estado pospu­
so la aparición de un programa totalmente apolítico. En la presentación
de Koselleck, este program a pasó por las etapas de distanciarse de la polí­
tica, criticarla, juzgarla y actuar. Como el Estado absolutista no podía ser
eliminado, se tuvo que pr-aetisar la autolimitación. En un principio esta
autolimitación contuvo un componente que, debido a la abrum adora dis­
paridad del poder, fue meramente estratégico. Pero también tenía un com­
ponente antipolítico validado normativamente y basado en principios. No
obstante, este último se anulaba en la medida en que, incluso a una m ora­
lidad antipolítica le era difícil reconciliarse con la inmoralidad en el m un­
do de la política. Entonces, en la Ilustración radical, la esfera moral se
constituyó a sí misma, en secreto, como una esfera política alternativa. El
propósito de esta sociedad política ya no era la coexistencia con el Estado,
sino más bien su disolución y remplazo. Los métodos de la educación, de
la instrucción formal, de la propaganda y de la Ilustración, ya no eran
adecuados para esta nuevu finalidad, y esto condujo a que incluso la auto-
limitación estratégica tuviera que ser considerada como algo meramente
temporal. \
250 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL

De esta manera, Koselleck revive convincentemente la idea de una co­


nexión intrínseca entre la Ilustración y la crisis del Antiguo Régimen, y
entre esta crisis y la revolución que habría de presentarse. Es en este contex­
to donde busca ubicar el topos de la emergencia de la esfera pública libe­
ral de que habla Schmitt, que en este caso representaba el cambio político
de la sociedad en oposición al Estado. La idea de Pierre Bayle de una
república de las letras, que según Koselleck es el modelo de la democracia
radical de Rousseau, indica lo que está en juego. Por una parte, esta “re­
pública" todavía se basa en el contraste entre una ley moral sin poder y un
poder amoral. Por otra, se interpreta este contraste como la confronta­
ción del régne de la critique con el gobierno del Estado, indicando que la
crítica, el arm a por excelencia de la esfera pública, se ha vuelto política.
Esta transformación tenía sus riesgos. Tomando el punto de vista del
Estado, Koselleck argum enta que la idea de la crítica, si se dirige hacia
dentro, a la propia sociedad, debe fracasar como medio de integración
social y, en última instancia, llevará a la reaparición en la esfera privada
de la guerra civil suprimida por el absolutismo. Aquí se m uestra el poten­
cial profundamente apolítico de la idea liberal de la esfera pública, al igual
que en la doctrina de Schmitt. A la vez, mientras exista el Estado como
"enemigo”, el desafío crítico, polémico, de su legitimidad proporciona la
cohesión del componente “amigable" de la polaridad, la sociedad política
alternativa. Este desafío se lleva a cabo en medio de la crítica pública. En
el campo público, la crítica se convierte en un instrum ento de resonancia
de la opinión pública, exponiendo todo, destruyendo todos los tabúes, y pri­
vando a sus enemigos políticos, organizados en torno al Estado, de la legi­
timidad y de los instrumentos de cohesión.23 El Estado absolutista, cons­
truido efectivamente para contrarrestar la crítica de las armas, fracasa
contra las armas de la crítica que, debido a su naturaleza supuestamente
apolítica, desarma una respuesta política adecuadamente militante.
Como está interesado en el ascenso de la dicotomía del Estado y de la
sociedad, el análisis de Koselleck pone énfasis en la dimensión política
de la esfera pública liberal en vez de en las implicaciones potencialmente
apolíticas que, en la concepción de Schmitt, caracterizan al triunfo de la
sociedad sobre el Estado burocrático-militar. A pesar de todo, estas poten­
cialidades apolíticas aparecen, en la representación de Koselleck, en la
tendencia de los agentes a ocultar la dimensión política de sus acciones,
no sólo del Estado, sino de ellos mismos. Paradójicamente, tal negación
de la política por los agentes políticos es lo que conduce tanto a la disolu­
ción del Estado absolutista, como a la incapacidad de establecer un nuevo
modelo de lo político. Incluso antes del colapso del Antiguo Régimen al
insistir en reconocer sólo su propia motivación moral, la crítica cae presa
de la hipocresía.
LA CRÍTICA HISTORICISTA 251

La concepción de Koselleck de la hipocresía de*la antipolítica durante


la Ilustración adopta el-punto de vista del propio Estado. La crítica del
poder y el esfuerzo por limitarlo son calificados sin vacilación como hipó­
critas, aunque el autor no decide si busca culpar a la voluntad de poder de
la razón crítica o a su tendencia implícita hacia la guerra civil. Esta am bi­
güedad también puede encontrarse en Schmitt. Aunque Koselleck avanza
más que Schmitt en el descubrimiento de las raíces del parlam entarism o
liberal en la Ilustración, en su propio análisis basado en las ideas de Schmitt,
todo lo que obtenemos es una anticipación del ascenso y decadencia de la
esfera pública política en la lógica que lleva a la revolución. En realidad, es
difícil relacionar esta prehistoria en Francia, donde el colapso del Antiguo
Régimen no condujo inicialmente a un resultado parlam entario estable,
con la historia del parlamentarismo tal como la analiza Schmitt. Sólo se
puede establecer la relación cuando se reconoce que el dualismo de la
Ilustración, con la esfera pública como su mediación central, no era sólo
una estrategia para quitar el poder al Estado por competidores débiles
políticamente, pero con un inexorable deseo de poder, sino que también
se le podía institucionalizar como una nueva alternativa política.24
Koselleck se acerca a esa tesis sólo cuando, en forma poco característi­
ca en él, utiliza argumentos marxistas con el fin de reforzar una posición
que esencialmente corresponde a Schmitt. Por ejemplo, argum enta que la
burguesía se constituyó a sí misma como una nueva élite, precisamente
por medio de la figura dual del pensamiento. No obstante, incluso en este
caso, el argumento es que la concepción dual, como una preparación para
la tom a del poder, sólo sirvió para eliminar todos los dualismos. Desafor­
tunadam ente para Koselleck, ni el logro normativo de la esfera pública
liberal ni su posible y eventual institucionalización pueden tematizarse
en ese argumento. Sin embargo, Jürgen Habermas insistió en ambas en
un análisis que de mucha#fffáTLeras le debe al de Koselleck, aunque es a la
vez muy diferente de él.

D e una e s f e r a pú b lic a l it e r a r ia a una e s f e r a pú b lic a p o l ít ic a :


J ü rg en H aberm as

La tesis de Schmitt, respecto a que los fundamentos del parlam entarism o


se encuentran en la diferenciación de la sociedad y del Estado, puede verse
como una versión limitada de la concepción hegeliana. En particular, el
problema de la mediación se reduce a un solo componente, la esfera pú­
blica política, que a su vez es presentada de una manera normativamente
agresiva, totalmente desinteresada en la discusión pública, como un fin
en sí mismo. Por otra parta, la concepción de Habermas intenta trascen­
252 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL

der esta reducción en dos aspectos: primero, recapturar un conjunto más


rico de mediaciones entre la sociedad civil y el Estado y, segundo, ponien­
do un nuevo énfasis y revalorando sus pretensiones normativas. El análi­
sis de Habermas tam bién aprovecha el proyecto hegeliano de unir los pro­
gresos normativos tanto de los antiguos cpmo de los modernos (y lo hace
con mucho más éxito que Hannah Arendt).
La teoría original de la esfera pública de Habermas, concebida en el
ambiente intelectual de la antigua Escuela de Francfort, representa una
especie de Verfallsgeschichte, una historia de decadencia. Esta semejanza
con la concepción de Arendt tiende a ocultar la relación totalm ente dife­
rente de los dos esquemas con la historia. Como hemos visto, de la esfera
pública de Arendt, modelada sobre una concepción idealizada de la polí­
tica griega o ateniense, paradójicamente se dice que decae con el ascenso
de la sociedad, del Estado y de la economía modernos, aunque ella admite
que el modelo original había desaparecido desde mucho tiempo atrás. Ade­
más, su teoría de la decadencia no impide de ninguna m anera que Arendt,
postule la repetida, aunque siempre temporal, reemergencia de los expe­
rimentos en libertad pública durante las revoluciones modernas. Es como
si la libertad y la falta de la m isma se movieran en dos temporalidades se­
paradas que sólo se conectan ocasionalmente; en otras palabras, la liber­
tad siempre (pero también únicamente) es posible cuando la dialéctica de
la historia se detiene.25
Habermas, por el contrario, sitúa la emergencia y decadencia de un
nuevo tipo de esfera pública en el interior de la historia de la sociedad m o­
derna. En tanto que Arendt asoció sólo la decadencia de lo público con el
ascenso del Estado y economía modernos, en la concepción de Habermas
el ascenso, la institucionalización contradictoria y la subsecuente decaden­
cia de esta esfera están todos relacionados con este evento. Por lo tanto, se
considera a la nueva esfera pública como burguesa, porque en ella, due­
ños independientes de la propiedad, divididos en sus actividades econó­
micas competitivas, egoístas, que han crecido hasta superar ampliamente
los límites del hogar, son capaces de generar, por lo menos en principio,
una voluntad colectiva por medio de la comunicación racional, no lim ita­
da. Pero también es liberal, porque en ella los conjuntos de derechos que
se consideran necesarios para asegurar la autonomía de esta esfera (las li­
bertades de expresión, prensa, asamblea y comunicación), junto con aque­
llas dimensiones de la autonomía individual que presupone (“los dere­
chos a la privacidad"), simultáneamente, constituyen los dominios público
y privado de la sociedad civil y sirven como límites para el alcance del
poder del Estado. En realidad, la nueva esfera pública también es en princi­
pio democrática: la emergencia de una nueva forma de autoridad pública
burocrática, unificada, despersonalizada, el Estado moderno, debe ser li­
LA CRÍTICA HISTORICISTA 253

mitada, supervisada, e incluso controlada no sólo por el gobierno de la ley


sino tam bién por una segunda esfera pública política (que emerge dentro
de la sociedad y penetra al Estado en forma de los parlamentos) que desa­
fía la razón de Estado así como los arcana imperii. La tendencia del Estado
moderno a nivelar y desmantelar todas las organizaciones corporativas y
de los órdenes o estamentos de una soberanía antiguamente dividida, es
contrarrestada por la emergencia de una razón fundamentada normativa­
mente, diferente, que opera a la vista de todos los interesados, dentro de
las nuevas instituciones societales que llegan a penetrar en el dominio de la
propia política.26
La representación que ofrece Habermas de la emergencia de las insti­
tuciones de un nuevo tipo de vida pública, polémicamente yuxtapuesta
tanto al Estado absolutista como a la sociedad privilegiada de los órde­
nes, aprovecha considerablemente la imagen que ofrece Koselleck de la
organización de la Ilustración. Sin embargo, tres dimensiones de la con­
cepción de Habermas difieren de las de su predecesor:

Primero, Habermas cree que la lógica peculiar de la nueva vida pública


continúa con (y constituye una proyección de) la forma de interacción de
la nueva esfera íntima de la familia burguesa, una esfera que Arendt con­
sideró como el producto más característico de la modernidad.
Segundo, distingue no sólo entre la esfera pública literaria y la política
—una distinción a la que Koselleck no le da mucha im portancia porque
sospecha que la hipocresía está presente en cualquier pretensión de ser an­
tipolítico—, sino también entre la interacción de los pequeños grupos re­
presentada por el salón, el café, la sociedad de comidas o charlas y la lo­
gia, y la extensión y generalización del discurso público a través de los
medios de comunicación, sobre todo de la prensa.
Finalmente, Habermassdistingue entre por lo menos tres variantes na­
cionales (inglesa, francesa y alemana) de la institucionalización de la e í1
fera pública política, y en el proceso muestra el desarrollo de normas co­
munes en el contexto de un conjunto heterogéneo de proyectos políticos a
los que es difícil reducir a uno común, en especial al deseo de poder de los
débiles.
Empezaremos con estos tres puntos y luego pasaremos a un análisis
más sistemático de la concepción de Habermas.

/. La forma en que Habermas representa el campo de fuerza entre el in­


dividuo y el Estado, a diferencia de la de Schmitt, supone por lo menos
tres niveles de mediación: la familia, el público literario y las esferas públi­
cas políticas. Estos nlvelés no son idénticos a las categorías hegclianas co­
rrespondientes, y su elección cambia el papel teórico de la "mediación''. La
254 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL

categoría de la familia tiene gran importancia en este contexto. En el es­


quema de Hegel, la familia es la precondición de la individualidad burgue­
sa, y como tal, es anterior y está fuera de la sociedad civil por razones
principalmente lógicas, que no tienen sentido sociológico en las condicio­
nes de la modernidad.27 Para Habermas, Ja familia patriarcal, burguesa,
de pequeño tamaño, de los primeros tiempos de la época m oderna no sólo
es (como lo era para Hegel) el lugar de origen de la Bürgerliche Gesellschaft;
ni siquiera es lo que podría ser en una concepción hegeliana ortodoxa
sociológicamente ampliada, es decir, uno de los niveles de integración de
individuos egoístas en la cultura del Estado. En la versión de Habermas,
la esfera íntima de la familia burguesa de pequeño tamaño, tam bién re­
presenta el establecimiento de un principio contrapuesto que pertenece
tanto a la economía como al Estado modernos. No es que descuide la idea
hegeliana de que la familia representa el medio en que ocurre la socializa­
ción, que es condición de posibilidad para la existencia de los individuos
de la sociedad civil; más bien (y más en el sentido de Arendt), de ser un
punto de origen, convierte a este medio en una institución que continúa par­
ticipando en la vida social y a la cual los individuos pueden retornar conti­
nuam ente como su hogar. Por esta razón, la familia impide la disolución
de la individualidad en los varios niveles de la colectividad. Así, al igual
que en la teoría de Arendt, representa una esfera privada sin la cual la es­
fera pública, basada en individuos autónomos, no sería posible. Pero mien­
tras que Arendt ve la complementación de lo privado y lo público como
algo posible sólo a causa de sus principios radicalmente diferentes, conce­
bidos siguiendo los lincamientos de la antigua dualidad de la polis y de la
oikos, Habermas usa la noción de Arendt de lo íntimo, para generar un
solo principio para ambas, uno que se adecúa normativam ente al ideal
moderno (aunque no a la realidad) de la familia: la interacción que está li­
bre del dominio y de las restricciones sociales externas. Este ideal, que
conduce a una nueva concepción de la humanidad, es analizado adicio­
nalm ente28 en sus componentes de voluntad, comunidad emocional y cul­
tivo personal: "parece que la familia es establecida y mantenida voluntaria­
mente por individuos libres sin ninguna limitación; que está basada en la
com unidad emotiva perdurable de sus miembros; que garantiza el desa­
rrollo de todas las capacidades que hacen a una persona cultivada como
fines en sí mismos".29 No es difícil reconocer una versión específica de las
ideas de libertad, solidaridad, reconocimiento m utuo e igualdad en esa
concepción de la humanidad.
De conformidad con la crítica marxista clásica, Habermas señala pronta­
mente el carácter contrafáctico, e incluso aún más la función legitimado­
ra, del ideal que presenta. Pone énfasis en su choque con las funciones
económicas reales del nuevo tipo de familia, así como con sus formas pa­
LA CRÍTICA HISTORICISTA 255

triarcales de subordinación, las que también penetran la elaboración inte­


lectual de las utopías burguesas.30 De todas maneras, siguiendo un famo­
so análisis de Horkheimer en 1936, Habermas sostiene que el ideal no es
pura ideología. Las nuevas formas solidarias que desempeñan un papel
en la legitimación de los acuerdos de una economía privada competitiva y
no solidaria, siempre están en tensión con lo establecido, prometiendo una
trascendencia en este mundo de todas las situaciones incompatibles con
la libertad, solidaridad y el cultivo personal. Así, estas normas represen­
tan tanto la ideología como los fundamentos de la crítica de la ideología.31
Además, la familia, aunque es incapaz de eliminar las limitaciones del
mundo económico e incluso de liberarse de su propia herencia patriarcal,
defiende, a pesar de todo, la experiencia subjetiva íntima y las relaciones
intersubjetivas de sus miembros, como seres humanos, ante los poderes
externos. De igual importancia es que representa la fuente viva de expe­
riencias del autoexamen emotivo y de la búsqueda racional de la com­
prensión mutua, que son capaces de encontrar otras formas de institucio-
nalización diferentes a la propia familia.32
Habermas argum enta a favor de una conexión empírica entre el m un­
do privado de la familia burguesa y las formas primordiales de la esfera
pública literaria. Aunque reconoce que el salón se origina en la sociedad
aristocrática, el salón burgués pierde sus funciones representativas y ritua­
les: su forma de comunicación ya no es ni teatral ni retórica; su estructura
social ya no refleja la jerarquía de una sociedad de órdenes.33Arquitectónica
y socialmente vinculado a los espacios residenciales privados de la fami­
lia, el nuevo salón extiende y amplía el principio original de intimidad, re­
velando la subjetividad de cada individuo en presencia del otro, vinculan­
do de esta m anera lo privado con lo público. Se mantiene el ideal de buscar
la comprensión mediante el razonamiento abierto y la persuasión mutua,
sin tener en cuenta el prestigió y el status. En una forma algo más distante,
Habermas considera a las instituciones del club, el café, y la logia como
extensiones del mismo principio. No obstante, anota explícitamente la ex­
clusión de las mujeres de estas últimas instituciones de la Ilustración, y
relaciona esta exclusión con la discusión de lo político y lo económico, y no
de asuntos principalmente literarios y artísticos.34 A pesar de todo, la cone­
xión de las primeras instituciones de una audiencia para las obras de arte, y
en especial de los círculos literarios y de lectura, con los salones dominados
por las mujeres sigue siendo cercana, y es por medio de estas agencias, quo
el público racional, modelado sobre la base de la familia íntima, empezó
por primera vez a tener algún tipo de importancia universal.35 Esta relación
con la recepción del arte, también desarrolla una dimensión del público li­
terario que está presenlejen la nueva esfera íntima, sólo en forma de auto-
rreflexión y autoexamen! la crítica de todas las ideas y significados recibidos.
256 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL

2. Si bien Koselleck tiende a centrar su análisis en las instituciones de


la Ilustración, desde la logia hasta la sociedad secreta, que paradójica­
mente buscan establecer el principio de publicidad negándolo, y para las
que la crítica eventualmente se convirtió en un medio en vez de un fin en
sí, la atención de Habermas se concentra en las instituciones cuyo camino
hacia la política, aunque más lento y menos completo, no supone ni un
compromiso de los principios fundamentales ni una renunciación m era­
mente hipócrita del poder. La esfera pública, en su concepción, aparece
no por medio de la politización de la interacción íntim a cara a cara en pe­
queña escala, sino mediante el establecimiento de una audiencia crítica
para las obras literarias por medio de los periódicos, las revistas y las repre­
sentaciones públicas. Sólo esta vía permite la conversión de los principios
de la intimidad en los de la publicidad crítica. Pero incluso en este cami­
no más largo, el público literario madura hacia la política, hacia una esfera
pública política con una estructura diferente de la que tienen las organiza­
ciones políticas dedicadas a la búsqueda del poder. Incluso si ambos ca­
minos estuvieron en la realidad separados del mundo más femenino del
salón, la esfera pública política conservó algo de su espíritu en la idea de
la crítica como un fin en sí.
La tesis de Habermas de que la emergencia de una esfera pública polí­
tica a partir de la esfera literaria crítica mantiene el principio de com uni­
cación irrestricta, establecida originalmente en la esfera íntim a del nuevo
tipo de familia. A diferencia de Koselleck, que apunta hacia un proyecto
de contrapoder que hipócritamente busca destruir y rem plazar al poder
establecido, insiste en que lo que está en juego aquí es la transformación
del principio según el cual el poder, antiguo o nuevo, consiste en operar.36
En este modelo, la crítica trata de lograr su propia institucionalización en
vez de en una conversión hacia una nueva forma de poder que se sentiría
potencialmente amenazado por la razón crítica. Incluso en el análisis de
Habermas, el Estado moderno, en su forma originalmente absolutista, repre­
senta el desafío que motiva el establecimiento de una verdadera contraso­
ciedad, una sociedad contra el Estado. Pero esta sociedad, aun cuando se
hace política, no busca ni la destrucción utópica del Estado ni convertirse
en uno nuevo, y por último, ni siquiera la unificación de estos objetivos,
como ocurrió en el reino del terror, sino más bien una nueva forma de
dualismo político en que una esfera pública política controlará a la auto­
ridad pública del Estado moderno.
El argumento va en contra no sólo de las ideas del análisis de Koselleck
influido por Schmitt, sino también contra la concepción marxista de la re­
volución burguesa. No obstante, Habermas espera salvar parte de esta úl­
tim a insistiendo en que la burguesía, cuyo poder es por definición priva­
do, no puede gobernar y sin embargo no puede aceptar una forma de
LA CRÍTICA HISTORICISTA 257

Estado que sea potencialmente arbitrario y no esté controlado. Una com­


plicación adicional: esta misma clase, a diferencia de los oponentes aris­
tocráticos del absolutismo, necesita y desea una forma de poder soberano
unificado, capaz de garantizar las precondiciones políticas y legales de
una economía de mercado capitalista privada, dentro e incluso más allá
de los límites territoriales nacionales. La solución histórica fue la de con­
servar al Estado moderno creado por el absolutismo, pero formalizar y
racionalizar su operación en términos del gobierno de la ley, para obligar­
lo a establecer formas de autolimitación, tal como la definen los derechos
fundamentales, y para someterlo al escrutinio y control social mediante el
establecimiento de una esfera pública política, arraigada a su vez en los
derechos de comunicación y de sufragio. Son estas limitaciones norm ati­
vas las que tiene en mente Habermas cuando hace referencia a cam biar el
principio de la operación del poder.
3. No está claro que el sugerente tipo ideal pueda salvar la tesis de una
revolución burguesa. En Francia, donde sí ocurrió una revolución, una que
difícilmente fue burguesa,37 el patrón delineado por Habermas fue estable­
cido originalmente sólo en forma transitoria, durante la m onarquía cons­
titucional. Además, en vista del resultado, no es difícil argum entar que las
formas de vida pública que describe Habermas, extendiendo el análisis de
Koselleck al periodo revolucionario (periódicos, panfletos, clubes, asam ­
bleas populares), representaron los proyectos de las contraélites que es­
peraban rem plazar a la élite existente (y, en breve tiempo, remplazarse
una a otra). Para m ostrar que se pudo haber establecido un principio al­
ternativo, Habermas se ve obligado a desplazar el énfasis del terreno de la
política francesa, que es el que utiliza Koselleck, y que culmina con la re­
volución y el terror (el contexto que prefieren los oponentes conservado­
res de la idea liberal de la política), al contexto inglés de la transformación
evolutiva del absolutismosjwndamentario. Este “modelo", a su vez, es usa­
do como estándar para evaluar las monarquías constitucionales de los pri­
meros años de la época liberal. Desde su punto de vista, los acontecimien­
tos franceses en el periodo de mayor absolutismo parecen increíblemente
retrasados. En apariencia siguieron una vía más lenta, pero fundam en­
talmente inglesa, durante la mayor parte del siglo xvm, cuando las polé­
micas contra el régimen absolutista desde los puntos de vista de los es­
tados tradicionales y de las nuevas formas públicas no siempre eran fáciles
de distinguir.38 El periodo revolucionario impuso esta distinción de m a­
nera dram ática en un proceso de creación trem endam ente acelerado
de formas políticas públicas (la transformación de la asamblea de los
estados en un parlamento moderno, la creación de los periódicos, clubes,
asociaciones y asambleas y, ante todo, lu institución de las garantías consti­
tucionales formales para^odos estos). Sin embargo, la dictadura revolu-
258 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL

donaría y Napoleón destruyeron las instituciones de la esfera pública polí­


tica y Francia, paradójicamente (y de forma incongruente y con muchos
retrocesos), participó del modelo básico del desarrollo liberal sólo hasta
la Restauración. Por lo tanto, en esta representación de los acontecimien­
tos franceses desde la perspectiva de la esfera pública liberal, la revolu­
ción acelerada resulta ser sólo un paréntesis. Desde la misma perspectiva,
los desarrollos en las Alemanias mediante varios modelos de Rechtsstaat
autoritario aparecen simplemente como versiones más lentas, y quizá nun­
ca del todo terminadas, del modelo inglés.
La elección de Inglaterra para bosquejar un curso histórico real, que es
de alguna m anera adecuado desde el punto de vista de la construcción
normativa de la esfera pública liberal, ayuda a eliminar la duda presenta­
da por Schmitt de que el Estado parlamentario, como una forma de autoor-
ganización de la sociedad, se fragmenta en el momento de su realización.
Contra esta objeción, Habermas puede m ostrar la institucionalización del
dualismo en términos de parlam ento y esfera pública política. Sin embar­
go, esa misma elección sigue expuesta potencialm ente a la crítica de
Koselleck, que podría concentrarse, en el contexto inglés, en la burguesía
hipócrita, en vez de hacerlo en el carácter hipócritam ente estatista de la
esfera pública liberal. En otras palabras, en el caso inglés el proyecto para
la publicidad liberal parece haber sido un manto que ocultaba el deseo de
poder de las clases propietarias. No obstante, la acusación no es tan fuerte
como puede parecer a primera vista, porque el absolutismo parlam enta­
rio que surgió por la Revolución Gloriosa ya era plenamente compatible
con los intereses económicos y la representación política de las clases pro­
pietarias. La lucha por una esfera pública política y por los derechos de
expresión, prensa, asamblea, asociación y sufragio que habrían de soste­
nerla, no se limitaba a los dueños de la propiedad burguesa, ni se detuvo
con la total victoria política de su program a en la Nueva Ley de Pobres. Si
bien es posible argum entar que el resultado de estas luchas ayudó a legi­
tim ar al gobierno parlamentario y estabilizó así la dominación burguesa,
esta legitimidad era, a pesar de todo, una función de nuevas formas de
protección, autoorganización, y supervisión pública obtenidas por estra­
tos sociales, cuyas formas tradicionales de vida se vieron socavadas por la
transición desde una economía paternalista, moral, a un sistema autorre-
gulado de mercados liberales.39
El absolutismo inglés no termina, en la descripción de Habermas, con
la reducción del monarca a un “rey en el parlam ento”, sino con la nueva
relación entre esfera pública y Estado expresada en la publicidad total de
las sesiones del parlamento.40 Sin embargo, cuando la publicidad, original­
m ente un arma, se convierte en un principio relacionado con la expe­
riencia normativa de todos los que son capaces de razonar, no se la puede
LA CRÍTICA HISTORICISTA 259

restringir ni institucionalmente (a la prensa y a los partidos) ni social­


mente (a las clases medias)-41 La creciente conversión de problemas políti­
cos fundamentales en temas cada vez más públicos, conduce a la organi­
zación de reuniones políticas, clubes, asociaciones y comités,42 que a su
vez, proporcionan formas para la autoorganización de estratos que no
son incluidos formalmente en el sistema político hasta fin del siglo. En sí
misma la democratización no conduce, como desafortunadam ente lo su­
giere Habermas,43 a la decadencia de la capacidad crítica del público: en
realidad, es después de la primera Ley de Reforma cuando los partidos de­
ben dirigirse a un público electoral socialmente mucho más heterogéneo
que antes, cuando se ven obligados a hacer públicos sus program as elec­
torales y a discutirlos en términos de argumentos y principios en vez de
lemas, personalidades o, incluso, limitados intereses sectoriales.44
La relación que hace Habermas de su estudio del desarrollo de la esfera
pública burguesa-liberal con un patrón histórico específico de desarrollo,
no debe llevarnos a descuidar su modelo teórico de esta esfera, sin im por­
tar lo típico-ideal o, incluso, lo compuesto que pueda parecer. Esto es tan­
to más im portante porque él insiste en que este modelo abstracto, en vez
de cualquier versión histórica particular, es el que alcanzó un sta tu s norma­
tivo y hasta utópico para la sociedad moderna. Hablando en términos am­
plios (en la tradición de Hegel), Habermas no sólo diferencia entre la so­
ciedad civil y el Estado, sino que también considera relativa la distinción
tradicional de lo privado y lo público con que los liberales y Marx identifi­
caron la nueva polaridad. Hace esto al dividir cada esfera, la pública y la
privada, en dos:

Privada: esfera íntima (familia) economía privada


Pública: esfera pública autoridad pública (Estado)

Nosotros esperamos que haya un papel específico correspondiente a


cada una de las esferas, aunque Habermas sólo lo explícita en el caso de la
esfera privada:45

Privada: ser hum ano (homme) burgués


Pública: [ciudadano] [sujeto]

Habermas reconoce que la relación de esta estructura categórica de


cuatro partes con el concepto de sociedad civil, o bürgerliche Gesellschaft,
es ambigua.46 En un sentido limitado (el de Marx), la sociedad bürgerliche se
refiere a la esfera de lo privado, a la economía burguesa. Cuando se la usa
en este sentido, debe entenderse la esfera pública como una mediación en­
tre la sociedad y el Batido. Sin embargo, en el sentido más amplio (el de
260 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL

Hegel), el término sociedad civil incluye todas las esferas de la sociedad


yuxtapuestas al Estado.47 En ese caso, incluirá la esfera pública y la domés­
tica y por lo tanto tendrá tres papeles fundamentales (de los cuales Haber-
mas sólo hace hincapié en los dos primeros): el ser humano, el burgués y
el ciudadano. ,
Si Habermas no adopta congruentemente este segundo uso, más hege-
liano, es porque es sensible a una identificación ficticia criticada por el
joven Marx: la que se hace entre l’homme y el bourgeois.4S También consi­
dera que esta identificación oculta el carácter burgués de la nueva esfera
pública y de una ideología que subordina la esfera del ciudadano a los
imperativos de la economía privada. Como consecuencia, y con la finali­
dad de proporcionar un contraste analítico a la ideología liberal, Haber-
mas se niega a convertir la categoría de la esfera pública en una simple
autodeterm inación interna o mediación de la sociedad civil.
Por lo tanto, no logra encontrar un lugar adecuado, incluso en princi­
pio, para la actividad del ciudadano. Su deseo de diferenciar las esferas se
trunca exactamente en esta categoría. No obstante, está en camino de ha­
cer esto cuando indica una segunda ficción en la ideología liberal: la identi­
ficación de los públicos literario y político como una opinión pública unifi­
cada. Desafortunadamente, tiende a considerar esta identificación sólo
como el vehículo por el que la prim era ficción, la identidad entre el hom­
bre y el burgués, pretende tener una superioridad normativa sobre el ciuda­
dano. Así, parece que no se da cuenta de la necesidad, en este caso, de otra
diferenciación analítica adicional de lo que la ideología identifica incorrec­
tamente: el hombre y el ciudadano. Esta omisión parece ceder el campo al
punto liberal que subordina la fuente normativa del status de ciudadano
en el mundo moderno a la norm a de la nueva concepción de humanidad,
así no sea en su versión burguesa.
El modelo básico es diferenciado, a veces, como si Habermas deseara
evitar ambas identificaciones ficticias:49

Privada: íntima economía privada


Pública: literaria política Estado

Este esquema corresponde al desarrollo histórico de la esfera pública


política, que puede haber surgido de la esfera pública literaria, pero que
sólo la puede remplazar o subsum ir a costa de un gran riesgo. “La hum a­
nidad del público literario", dice en forma muy indirecta, "sirve como una
mediación para la efectividad de lo público político”.50 Por otra parte, sin
embargo, el argumento presupone que una esfera pública literario-cultu-
ral no puede por sí misma controlar o influir directamente en el Estado
moderno. Habermas hace hincapié en la diferenciación de los dos públi-
LA CRÍTICA HISTORICISTA 261

eos en términos de dos audiencias, cuyos miembros provienen de diferen­


tes fuentes, una principalmente de mujeres, la otra exclusivamente de
hom bres.51 Todo esto parecería indicar una diferenciación siguiendo la
tradición de Tocqueville entre la sociedad civil y la política, que corres­
ponde a la propia diferenciación que hace Habermas de dos públicos (el
literario y el político) y de dos papeles (el de ser hum ano y el de ciudada­
no). Sin embargo, es justo esta diferenciación, que supone fronteras más
rígidas entre la esfera pública política y la prepolítica, lo que desea evitar
Habermas. En la medida en que los dos públicos tienen continuidades
im portantes e incluso similaridades formales, Habermas está en lo co­
rrecto. Pero aquí también está presente otro motivo, uno que produce
cierta reacción exagerada. Con el fin de preservar lo moderno de su con­
cepción frente a la estilización que hace Arendt de la antigua noción de
ciudadanía, Habermas desea rom per definitivamente con el antiguo sig­
nificado de la societas civilis que contenía el nivel de la sociedad política.
Con todo, en vez de elegir una estrategia de diferenciación, abandona tal
noción. En su concepción, todo lo que queda de la sociedad política es la
esfera pública política como una proyección de lo público literario hacia
áreas que tratan de los problemas de la economía política.
Habermas construyó deliberadamente su modelo de la esfera pública
en la posición estructural que Arendt consideró la negación misma de la
vida pública, el campo mixto o intermediario entre la esfera privada y el
Estado, que ella llamó "la sociedad”.52 Aunque admite que la inspiración
ideológica del modelo griego continúa hasta la actualidad, Habermas a
menudo pone en duda su relevancia institucional. A diferencia de Arendt,
no ve ningún uso para un concepto de sociedad política que, de alguna ma­
nera, conserve lo que es esencial de la antigua idea republicana de la ciuda­
danía, aunque admite que sigue siendo un componente de la concepción de
la societé civile o z¿ví7sozf*f#£* en el siglo xvm. Esta idea es entendida por
Habermas como el ser miembro de un cuerpo genuinamente político, la
res publica, que actuaba de manera colectiva para garantizar la justicia y
la seguridad militar.53 La tarea "política” de la esfera pública burguesa es,
por el contrario, la regulación del bürgerliche Geselbchaft, en el sentido de
asegurar el intercambio de mercancías en el mercado. 54
De este modo, Habermas parece hacer del supuesto de las tareas del
oikos, la definición funcional de la nueva esfera pública burguesa; esto es
lo que Arendt consideró la base de la decadencia de la publicidad como
tal. Pero tanto la dimensión liberal como la burguesa de la esfera pública
moderna es, lo que separa la publicidad de la noción de ciudadanía de la
Antigüedad. Al contrario del modelo griego, la esfera pública moderna es
jurídicamente privada. Llegalmente separada del Estado, esta esfera y sus
miembros tienen una relación argumentativa polémica, crítica, con el Esta­
262 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL

do, en vez de una participativa. Pueden supervisar, influir y quizá de algu­


na m anera “controlar” el poder, pero no pueden ellos mismos poseer una
parte del poder del Estado.
A pesar de algunas graves incongruencias, el modelo de Habermas
de la esfera pública política no se refiere principalmente, como lo hace el de
Schmitt, al cuerpo deliberativo parlam entario propiam ente dicho, cuyos
miembros de hecho tienen un status legal público. La im portancia de las
deliberaciones parlam entarias se establece sólo con su publicidad, y esto
es lo que vuelve a esta forma de gobierno singularmente susceptible a la
observación de un público compuesto de individuos privados. Si los dipu­
tados parlamentarios son parte de una esfera pública política, esto es así
debido a su continuidad con la sociedad de individuos privados, raciona­
les, que componen esa esfera. Este punto se pierde en cierta medida cuan­
do Habermas argum enta que la opinión pública llegó a considerarse a sí
misma única fuente legítima de la ley.55 Pero interpreta esta pretensión en
términos del contraste entre el gobierno de la ley y el gobierno por los hom­
bres, con la sociedad, supuestamente, logrando una condición más allá de
toda dominación por medio de una transformación de la forma de la ley
(generalidad) y de la forma en que se hacen las leyes (publicidad). Así,
Habermas argumenta que la esfera pública política “pone al pouvoir como
tal abierto a debate".56
Este argumento parece oponerse a la concepción dual según la cual la
esfera pública debe coexistir con el Estado moderno, cuyo principio de
operación, pero no su existencia, debe ser puesto en duda. Por supuesto,
Habermas es muy consciente de la resistencia de la adm inistración "pú­
blica” y de otros órganos del poder ejecutivo al principio de publicidad.57
Pero sigue la lógica interna de la concepción liberal de la esfera pública
hasta tal punto que la única forma de control social efectivo del Estado
que parece ser posible lógicamente es su abolición. Al rechazar correc­
tamente la antigua noción de ciudadanía propuesta por Arendt, Habermas
no fue capaz de señalar, al menos dentro de la tradición que reconstruyó,
un modelo intermediario moderno. En resumen, el modelo liberal de la
esfera pública literaria, con sus normas generalizadoras de hum anidad y
de razón crítica, tiende, una vez "politizado", a dirigirse no a la participa­
ción dentro del poder estatal, sino a su abolición, de hecho, del poder tout
curt, y a su remplazo por un sistema cerrado de normas legales.
Es interesante, en vista del profundo análisis que hace Habermas de
Hegel, que no use la concepción de este último de una pluralidad de asocia­
ciones dentro de la esfera privada, que podrían preparar la participación
de los ciudadanos. También en su crítica de Tocqueville hay poco interés o
sensibilidad respecto a la dimensión prepolítica de la autoorganización a
pequeña escala requerida para una limitación efectiva y democrática de
LA CRÍTICA HISTORICISTA 263

la soberanía dem ocrática.58 Sin duda, estos niveles de análisis que hacen
hincapié en la necesidad>de poderes intermediarios, no parecen comple­
m entar su propio análisis de la mediación a través de la esfera pública.
Probablemente parecían indicar atavismos irrelevantes o anticipar la defor­
mación corporativa de la propia publicidad. Pero sigue siendo verdad que
su identificación de la dimensión prepolítica de la esfera pública con un
público literario, aunque esencial como un antecedente legitimador, que
supone cierta reducción en comparación con el modelo clásico de Hegel,
torna a la esfera pública política demasiado débil ante el poder del Esta­
do. Habermas es consciente de esta debilidad pero no de todas las causas
o de las alternativas disponibles. Por lo tanto, se ve obligado a registrar
más bien pasivamente que la “persona” de la esfera pública política resul­
ta ser, después de todo, el homme de la extensión literaria de la esfera
íntima; no es capaz de proponer un concepto de lo político para contra­
rrestar la "erosión característica de las fronteras entre los dos públicos”59
que fue el propio objeto de la devastadora crítica de los ideales libera­
les que hizo Schmitt.60
Habermas considera que esta dificultad no es una función del proyecto
normativo, sino de la institucionalización contradictoria de la esfera públi­
ca. Así, es la forma específica de la institucionalización de la nueva norma
de "hum anidad”, la que demuestra carecer de poder para im pedir el triun­
fo de lo burgués y de lo oficial. Sin embargo, a partir de esta yuxtaposi­
ción crítica de la norm a y de la institución, Habermas no puede derivar
los fundamentos filosóficos para una institucionalización alternativa. En
relación con la economía capitalista y el Estado moderno, el valor de la
humanidad, a diferencia del de la ciudadanía, está destinado a seguir siendo
algo discutible.
La institucionalización contradictoria de la esfera pública ya apare­
ce en su modelo original^ lg. esfera íntima. Habermas la describe en téJ>
minos de la ambivalencia dé la familia, que es la representante de la socie­
dad y, no obstante, en cierta forma, también encama la idea de emanciparse de
la sociedad contra la sociedad, manteniéndose unida por el dominio pa­
triarcal por una parte y por la intimidad por la otra.61 Precisamente, la
compulsión que enfrenta la familia burguesa es la función de su papel
específico en el proceso de "valorizar” el capital y de la transm isión de las
restricciones político-legales por medio de la socialización. Habermas, que
sigue presuponiendo la doctrina del Estado y de la ley como una superes­
tructura, desafortunadamente trata estas dos dimensiones como si fueran
funcionalmente idénticas. En esta concepción, la autoridad patriarcal,
expresada en la subordinación de las mujeres y de los hijos, es una correa
de transmisión para los poderes económicos y políticos, que luego defor­
man los componentes de la humanidad; la autonomía, la comunidad
264 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL

emotiva y el cultivo personal, se subordinan al dinero por medio de los


instrum entos del poder.
Es válido preguntarse si los ideales de la esfera pública liberal-burgue­
sa son deformados ellos mismos por la autoridad patriarcal, o si la deforma­
ción ocurre cuando el Estado y la economí^ capitalista logran im poner su
lógica sobre la esfera pública política. Habermas parece elegir la segunda
de estas opciones, aunque a veces también dice que la ideología refleja la
ambivalencia. Sin embargo, esta elección puede ser un error significativo,
puesto que las nociones de homme, que surgían de los salones dominados
por las mujeres, en los que pone énfasis Habermas, y de ciíoyen, forjadas
en las sociedades secretas dominadas por los hombres, en las que pone
énfasis Koselleck, parecen representar lados opuestos de la mism a defor­
mación en el campo político: el ser humano carente de poderes y el ciudada­
no inhumano.
La institucionalización contradictoria de la esfera pública, y en particular
de su dimensión política, es paralela a la ambivalencia de la esfera íntima.
Habermas explora la contradicción desde el punto de vista de la función
burguesa y luego, desde el de la estructura liberal de lo público político. La
primera está vinculada al concepto restringido de sociedad civil heredado de
Marx, y representa la interacción orientada al mercado de sujetos econó­
micos privados, liberados (en dos etapas de desarrollo —absolutista y li­
beral—) de la jerarquía de los estados y del paternalism o estatal. En esta
línea de argumentación materialista-funcionalista, la tarea de la esfera
pública política es mediar entre la sociedad civil, o más bien burguesa, y
“el poder del Estado que corresponde a sus necesidades". Primero y ante
todo, la tarea de este Estado es la de crear, adm inistrar y proteger un siste­
ma de ley privada que establece, por medio de las leyes de la propiedad,
de la contratación, del empleo y de la herencia, una esfera privada en el
sentido riguroso del térm ino.62
Entonces, paradójicamente, la tarea de la intervención del Estado es li­
berar a la sociedad civil de esta intervención, para distinguir y m antener
la diferenciación entre el Estado y la sociedad civil. Esta paradoja se pre­
senta al nivel de las leyes que establecen las instituciones mediadoras de
la esfera pública. La relación de la acción del Estado en el Rechtsstaat o
Estado regido por la ley con norm as generales, y la publicidad de la elabo­
ración y aplicación de la ley, da campo no sólo a la autolimitación del
poder soberano, sino también a la ilusión de su desaparición. Esta ilu­
sión, en el presente argumento, se rem onta a la interacción de dueños
relativamente iguales de pequeñas propiedades, que im aginan que las re­
glas de la esfera de competencia hacen imposible el predominio de un
dueño sobre el otro. Estos agentes no desean ninguna reglamentación
política en sus asuntos, ya sea que la ejerza el Estado o incluso ellos mis­
LA CRÍTICA HISTORICISTA 265

mos, y no obstante, requieren disposiciones legislativas para su actividad.


La esfera pública política'habría de ser la solución de esta dificultad, por­
que supone la producción de medidas basadas exclusivamente en la ra­
zón en vez de en la voluntad.
Dejando de lado los conflictos con el poder arbitrario, que implican el
ejercicio de la voluntad en vez de la persuasión racional, y que sobreviven
en la resistencia que presentan el ejecutivo y su adm inistración la supervi­
sión por parte de la esfera pública, la división entre voluntad y razón en el
concepto de ley, no puede ser eliminada de la propia esfera pública política.
Por una parte, se puede considerar a esta institución como el fundamento
de la racionalidad de la ley, puesto que vincula las legislaturas con la dis­
cusión crítica vigente por parte de un público racional. Por otra parte, las
leyes que emergían de esos procesos de comunicación tenían que conser­
var su aspecto coercitivo en relación con aquéllos a los que se aplicaban.63
Así, resulta que el gobierno de la ley no implica la abolición de la regla
como tal, sino la institución de una regla por la legislatura. La idea bur­
guesa liberal de abolir el Estado, remplazándolo como agencia de gobier­
no, por un sistema de normas que no omitieran nada, validado solamente
por la esfera pública, resultó ser incoherente e imposible de realizar.
Hablando en términos formales, la idea liberal de la esfera pública se
refiere no a la sociedad burguesa, sino a un concepto más amplio de la
sociedad civil que establece, al nivel de los derechos constitucionales, no
meramente una sociedad económica, sino la propia esfera pública libre de
la intervención estatal arbitraria. Habermas presenta un catálogo clásico
de derechos fundamentales, para indicar la centralidad de la defensa de la
esfera pública (la libertad de expresión, opinión, prensa, asamblea, aso­
ciación, etc.) y de la esfera íntima (la inviolabilidad de la persona y de la re­
sidencia de la misma, etc.). Las constituciones también garantizan los de­
rechos de los individuos ajpaajticipar en la actividad política, en la esfera
pública (derechos de petición y de sufragio, etc.) y en la actividad econó­
mica, en la esfera privada (igualdad ante la ley, derecho de propiedad,
etc.).64 Finalmente, al establecer la centralidad de lá esfera pública en los
procesos políticos, las constituciones van más allá del nivel de los dere­
chos de los individuos privados; en particular, las garantías constituciona­
les de la publicidad de los procedimientos, tienen como finalidad estable­
cer la "influencia” del público sobre las discusiones parlam entarias y la
"supervisión" del público sobre los tribunales.
Según Habermas, el modelo de sociedad civil supuesto por esta versión
clásica del constitucionalismo "no corresponde de ninguna m anera a la
realidad de la sociedad civil’’,65 Hay dos razones para esto. Primero, el nú­
mero de individuos privados que poseen la autonomía asegurada por la
propiedad y por el mejoramiento personal garantizado por la educación,
266 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL

es pequeño. En realidad, una segunda minoría, las clases tradicionales


arraigadas en la propiedad de la tierra, el ejército y la adm inistración, si­
guen teniendo un poder significativo. Segundo, las constituciones liberal-
burguesas no tienen en cuenta a los que no poseen recursos para partici­
par en las esferas públicas literaria y polítipa, ni protegen contra aquellos
que pueden generar y utilizar poder en secreto. De nuevo, reaparece la di­
mensión de la dominación: la de la esfera pública sobre aquéllos exclui­
dos de la práctica de los derechos, y la de los que son capaces de excluirse
a sí mismos de los deberes que se exigen al resto de la sociedad.
De todos modos, la intención de Habermas no es interpretar la dim en­
sión liberal de la esfera pública como un mero instrumento para la exclusión.
“La esfera pública burguesa se sostiene o cae con el principio de la accesibi­
lidad general. Una esfera pública de la cual grupos políticos definibles son
excluidos eo ipso, no sólo es imperfecta sino que además no es de ninguna
m anera pública”.66 Habermas no afirma que la esfera pública burguesa
fuera un simple engaño. Aunque tenía en su base intereses de clase, tam ­
bién hay algún nivel de coincidencia con intereses generales.67 Dejando a
un lado esta formulación dogmática, tradicional, parece que de lo que se
trata aquí es de que los límites de la exclusión no pueden ser fijados debi­
do a la propia norma de la publicidad. En otras palabras, esta norma, esta­
blecida por medio de garantías constitucionales y legales, practicada ade­
más en los procesos del discurso crítico, hizo que los límites de la esfera
pública fueran penetrados por temas y personas que representaban a los inte­
reses de aquéllos que estaban excluidos. La esfera pública era una ideolo­
gía, pero como contenía una promesa utópica, era algo más que una mera
ideología.68 Después, este punto se reformula de dos maneras. Primero,
la idea de la publicidad, "en principio opuesta a toda dominación, ayudó a
fundar un orden político cuyas bases sociales no hicieron que la domina­
ción fuera después de todo superflua”. Esta formulación yuxtapone una
idea vinculada con la liberación a instituciones que establecen una nueva
forma de dominación. Segundo, la ideología condujo a pesar de todo y so­
bre la base de la dominación de una clase sobre la otra, al desarrollo de
instituciones “que contenían, como su significado objetivo, el ideal de su
propia abolición". Esta segunda formulación supone que algo del ideal li­
berador de la publicidad fue en realidad institucionalizado en la esfera
pública burguesa.
La noción de la institucionalización contradictoria de la esfera pública
liberal, señala hacia una dirección congruente con la segunda interpre­
tación. Pero la idea de que la contradicción se resolverá, de acuerdo con
los requerimientos normativos, aboliendo todo el complejo institucional,
apoya a la primera. De hecho, varios puntos no quedan claros en el aná­
lisis. Primero, como lo preguntamos antes, ¿están las expresiones norma­
LA CRÍTICA HISTORICISTA 267

tivas del principio de la publicidad libres de las contradicciones de su ins-


titucionalización? Segundo, ¿cuál sería la forma de una institucionaliza-
ción no contradictoria ya sea del ideal original o de la su versión recons­
truida?
Las dificultades que Habermas encuentra para responder a estas pre­
guntas tienen que ver con la influencia tanto de la utopía marxista como
de la liberal, sobre su construcción. Intenta m antener unidas estas dos lí­
neas de pensamiento, por medio de la noción de crítica inm anente. Por lo
tanto, afirma que Marx no sólo desenmascaró a la opinión pública como
una conciencia falsa, sino que también lo hizo en nombre de un ideal
firmemente sostenido de una esfera pública liberal.69 Sin embargo, el ar­
gumento de Habermas no puede tener éxito en la medida en que la crítica
marxista siempre supone tanto elementos inm anentes como trascenden­
tes. Si Marx en realidad deseaba m antener una versión radicalizada del
ideal de la política, basada en la comunicación democrática y en la toma
de decisiones, a pesar de esto, rechazó el ideal de la diferenciación entre
lo público y lo privado, entre el Estado y la sociedad civil, que esta política
presupone.70 Obviamente, uno no puede defender el ideal de una esfera
pública liberal sin el modelo de la diferenciación, que tiene consecuencias
normativas propias, expresadas en catálogos de derechos fundamentales.
Sin embargo, Marx considera que la diferenciación es el secreto de la de­
formación, en la medida en que una sociedad civil diferenciada, en el sen­
tido de economía privada, evita de esa m anera la posibilidad del control y
supervisión públicos, un proceso que inevitablemente convierte al citoyen
moderno en el instrum ento del bourgeois, que se disfraza de homme. Esta
línea de análisis lleva concordantemente al establecimiento de una socie-
dad-Estado desdiferenciada por una clase revolucionaria que no está in­
teresada en la diferenciación. La estrategia también indica un nuevo mo­
delo normativo de individualidad: en vez de la identidad ficticia del hombre
y del burgués, Marx, según Habermas, postula la identidad real del hom ­
bre y del ciudadano.71 Este objetivo parece ser aceptado por el propio
Habermas.72
Sin embargo, sin im portar las características trascendentales de la crí­
tica marxista en contra, el propio Habermas defendió enérgicamente la
idea liberal de la esfera pública. Por lo tanto, aunque no rechazó el proyecto
marxista de la desdiferenciación, coloca a su lado otro, uno de la redife­
renciación. Esto lo consiguió por medio de una original crítica inm anen­
te. Desde el punto de vista del modelo de la diferenciación, implícitamente
acusa a la esfera pública burguesa de estar insuficientemente diferencia­
da. En particular, la identidád ficticia del burgués y del hombre, expresa la
penetración muy real de la esfera íntima por los procesos de la economía
privada. Por consiguiente) el verdadero objetivo de la economía-sociedad-
268 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL

Estado controlada públicamente, es liberar la esfera íntim a de las limita­


ciones económicas y de la intervención social.73 Este argumento, atribui­
do a Engels, en la versión de Habermas equivale a un proyecto para estable­
cer una nueva forma de autonomía privada.74
Lo que Habermas no nos dice, es de qué m anera esa autonom ía priva­
da puede institucionalizarse sin derechos, aunque ciertam ente es posible
que simplemente presuponga alguna versión del catálogo clásico. Pero si
vamos a retornar a ese catálogo de derechos, ¿cómo vamos a evitar reafir­
m ar el modelo normativo de la diferenciación comprensiva que estos dere­
chos garantizan por medio de su misma forma? Habermas pudo, quizá, con­
trarrestar este argumento haciendo referencia a la necesidad de redefinir
el corpas de derechos que hemos heredado, y en especial su jerarquía in­
terna. Su noción, adjudicada a Marx, de que la autonom ía en el nuevo
modelo estaría basada en la esfera pública en vez de en la propiedad privada
apunta en esta dirección.75 Pero en este caso los peligros de un modelo ge­
neral basado en la unificación en vez de en la diferenciación se hacen pre­
sentes; lo que habría sido una im portante intuición en el contexto de una
teoría de los derechos, insuficientemente desarrollada aquí, se convierte
en algo peligroso dentro del proyecto, realmente propuesto, de una demo­
cracia no liberal:

La autonom ía privada es un producto de una autonom ía original, que es pro­


ducida p o r la colectividad de ciudadanos-sociales, que ejercen las funciones de
la esfera pública am pliada a la m an era socialista. S o n l o s i n d i v i d u o s p r i v a d o s
l o s q u e s o n c o n s i d e r a d o s i n d i v i d u o s p r i v a d o s d e lo p ú b l i c o , e n v e z d e lo p ú b l i c o
En lugar de la identidad del b u r g u é s y
c o m o lo p ú b l i c o d e i n d i v i d u o s p r i v a d o s .
del h o m m e [...] tenem os la identidad del c i t o y e n y el h o m m e . La libertad del
individuo privado se d eñ n irá de acuerdo con el papel de los seres hum anos
com o ciudadanos sociales ( G e s s e l l s c h a f t s b ü r g e r ) ; la libertad de los seres h u m a­
nos com o dueños de propiedad, ya no definirá el papel del ciudadano del E sta­
do ( S t a a t s b ü r g e r ).16

Este texto m uestra que Habermas representa una posición, sin el me­
nor vestigio crítico, que rompe explícitamente con el ideal burgués-liberal
de la esfera pública. El punto no es sólo que una funcionalización de la
esfera íntima sea remplazada por el proyecto de otra. Más generalmente,
el modelo remplaza la desdiferenciación burguesa, que viola las normas
constitucionales de la esfera pública liberal en el propio argumento de
Habermas, con un esquema de una desdiferenciación inversa, que sería
igualmente incompatible con estas norm as si se las m antuviera o se las
restableciera. Aunque puede argumentarse que el proyecto aquí bosque­
jado continúa la dimensión democrática del modelo normativo de la esfe­
ra pública, ciertamente rompe con su dimensión liberal igualmente im-
LA CRÍTICA HISTORICISTA 269

portante y constitutiva. Que Habermas era, por lo menos en 1962, insensi­


ble ante tal resultado lo mUestra la forma en que estudia a los pensadores
"liberales" J. S. Mili y Tocqueville.77
Habermas acierta al usar a Marx para criticar el modelo de la esfera pú­
blica burguesa, su tensión entre la norma y la institucionalización. Mu­
cho más dudosa es su obvia preferencia por Marx, frente a Mili y Tocque­
ville, en el desarrollo adicional del modelo normativo. Argumentando desde
el punto de vista de la democracia radical marxista, por ejemplo, no ve
ninguna utilidad en el interés que Mili muestra, consistentemente sobre
la base de la diferenciación, en defender la autonom ía privada y la liber­
tad de las minorías del mayor poder democrático, el poder de la opinión
pública. Inexplicablemente, considera que esta idea, en realidad una precon­
dición para la racionalidad de la deliberación pública, es una disminu­
ción de la propia esfera pública.78 Además,' no parece entender que la idea
de lo público como abolición del poder político supone una renuncia a la
necesidad misma de limitar todo el poder, utilizando los únicos medios
posibles, el establecimiento de contrapoderes y de organizaciones, y por
lo tanto, se m uestra impotente ante el creciente poder del Estado burocrá­
tico moderno. Desde el punto de vista de una estrategia de desdiferencia­
ción democrática, finalmente, Habermas no m uestra ninguna simpatía
por la importancia que Tocqueville asigna a las asociaciones voluntarias,
como cuerpos intermediarios requeridos para la estabilización de la dife­
renciación y el establecimiento de la mediación democrática. No compren­
de que este modelo, requerido para la preparación de la ciudadanía en los
niveles en que la participación sigue siendo posible en las sociedades mo­
dernas, conlleva a una relación potencial entre el homme y el citoyen que
escapa a la odiosa alternativa de seres humanos sin poder y del ciudadano
inhumano. Las asociaciones de la sociedad civil en la teoría de Tocquevi­
lle preparan a los individusseprivados para el ejercicio del poder público,
tarea que la esfera pública literaria es incapaz de realizar por sí sola. A la
vez, estas asociaciones conservan la conexión de los ciudadanos con las
redes sociales prepolíticas que sirven como su antecedente.79 En lugar de
la identidad marxista entre el hombre y el ciudadano, Tocqueville propo­
ne, por lo tanto, un modelo diferenciado e interdependiente del ser social
y del ciudadano.
Es cierto que Mili y Tocqueville sólo se preocupan parcialmente por las
implicaciones desdiferenciadoras del vínculo entre hombre y burgués.
Habermas acierta al recurrir a Marx cuando procura am pliar los procesos
de la crítica y supervisión públicas a la esfera económica.80 Sin embargo,
no está claro si el ideal probueslo supone una abolición de la economía a
la manera en que la utopía liberal (Juzgada incoherente e imposible por el
propio Habermas) busca abolir el poder político como tal, rcmplazándolo
270 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL

por la discusión pública. Una alternativa habría sido afirm ar la diferen­


ciación del campo económico y de sus papeles específicos, y postular nue­
vas formas de complementación e interdependencia entre los actores eco­
nómicos, los individuos privados, los miembros de las asociaciones y los
participantes en la esfera pública. ,
Por supuesto, Habermas habría considerado irrelevante la com bina­
ción de la crítica marxista y de las normas liberales democráticas propues­
ta aquí, sobre la base de algunas de las tendencias de sus prim eras obras,
porque creía que ni Marx ni las utopías liberales eran guías adecuadas
para explorar lo que ocurrió en la esfera pública liberal. En su análisis, nin­
guna de las opciones que presentamos aquí —marxista, liberal o incluso
su combinación—, correspondía a la realidad actual. En cambio, lo pú­
blico liberal-burgués sufrió un cambio de estructura totalm ente incompa­
tible con su proyecto normativo original. Tocqueville y Marx habrían am ­
bos entendido la causa de este cambio fundamental, es decir, la expansión
impresionante de la medida y poder del Estado administrativo moderno,
que ha resistido continuamente la invasión de procesos y procedimientos
públicos. Lo que ni Tocqueville ni Marx podían haber imaginado era que,
aparte de la sociedad-Estado socialista, a la que uno temía y que el otro
deseaba fervientemente, podía ocurrir una comprensiva repolitización de
la sociedad que supuestam ente eliminara el campo de fuerza en que la
esfera pública burguesa estaba constituida, y aboliera aparentemente la di­
ferenciación entre sociedad civil y Estado, a la que la publicidad servía
como una mediación estabilizadora. Fue Cari Schmitt el prim ero que ela­
boró una teoría comprensiva de la decadencia de la esfera pública en tér­
minos de la supuesta fusión de la sociedad y del Estado.

L a f u s ió n d e la s o c ie d a d c iv il y d e l E s t a d o : C a r l S c h m it t

El desplazamiento del lugar de la publicidad genuina desde el Estado (el


modelo de la Antigüedad), a una esfera societal jurídicam ente privada y
organizada independientemente, no evita en sí la tesis de la fusión y de la
decadencia. Como ya se indicó, Carl Schmitt desarrolló su interpretación
del parlam entarism o en torno a esta transm utación del concepto de publi­
cidad. Así, es tanto más sorprendente que él fuera el prim er pensador im­
portante que relacionara el fin de la era liberal con la refusión de la socie­
dad y del Estado —un proceso que supuestam ente eliminó la única esfera
capaz de sostener los reclamos de publicidad en condiciones modernas—.
Por consiguiente, la discusión parlam entaria, y con ella "todo el sistem a”
de protección de la comunicación social, se han convertido, hoy en día, en
una formalidad vacía.81 El parlamento es, en la actualidad, nada más que la
LA CRÍTICA HISTORICISTA 271

antesala del poder real: las oficinas o comités de gbbernantes invisibles.82


La etapa parlam entaria ha sido transform ada de un Schauplatt para la
“libre deliberación de representantes independientes que buscan unidad",
en un arena donde la “pluralidad de fuerzas sociales divididas y no obs­
tante altamente organizadas" se enfrentan y chocan.83 En el proceso, to­
dos los antiguos reclamos de publicidad se han derrumbado.
Por un complejo conjunto de razones, es la democracia, o más bien la de­
mocratización, a la que Schmitt considera la tendencia fundamental de la
era moderna, la responsable de la crisis del parlamento y de su legitimi­
dad. Para empezar, argumenta que la democracia y el parlam entarism o
liberal tienen principios del todo diferentes. La democracia es una forma
de gobierno que se fundamenta en la homogeneidad social (en la m oder­
nidad: nacional) y “si surge la necesidad, en la eliminación y erradicación
de la heterogeneidad”. En vista de la diferencia estructural y real entre los
gobernantes y gobernados, la democracia es posible sólo cuando, sobre la
base de la homogeneidad, los gobernados pueden “identificarse" con los
gobernantes. Tomando como punto de partida la idea de Rousseau según
la cual la democracia es la identidad real de los que m andan y de los que
obedecen,84 Schmitt termina reduciendo esto a una cadena de identificacio­
nes que no se basa en ninguna “realidad visible [...] algo que de hecho es
igual legal, política y sociológicamente”, sino sólo en el “reconocimiento
de la identidad”.85 Además, si se cuenta con una identificación suficien­
te, la dictadura, en especial si es apoyada por pretensiones pedagógicas,
es compatible con la democracia, según esta opinión; en realidad, Schmitt
cree que la democracia radical conduce a la dictadura, debido a la inevita­
ble falta de preparación de las maisas para el autogobierno.
Schmitt argum enta que el liberalismo es muy diferente de la dem ocra­
cia. Ante todo, es un modelo profundamente apolítico porque se basa en
la discusión en vez de en hpid«ntificación, y presupone una pluralidad co­
rrespondiente de opiniones en vez de su homogeneidad. Schmitt no consi­
dera en ningún momento la posibilidad de que la conexión estructural de
la opinión pública y de la publicidad parlam entaria establezca un medio
de identidad genuina, aunque incompleta, entre los gobernantes y los go­
bernados. Para él, la democracia está fundam entada no en la identidad
institucional real aunque incompleta, sino en una identidad completa,
aunque necesariamente mitológica. Así, los dos principios, el parlam enta­
rismo liberal y la democracia, son contrarios e incompatibles.
Hay un contexto histórico en que el liberalismo y la democracia se pre­
sentan como aliados. En el difícil e impresionista estilo de argumentación
de Schmitt, lo que se requirió para esta alianza fue la "identificación" de
la “gente" extraparlamentarla ( con el público parlamentario como su repre­
sentante. En vista de las diferencias muy reales entre los notables parla­
272 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL

m entados y sus representados fuera del parlamento, y de los últimos entre


sí, la ilusión de la homogeneidad y unidad necesarias dentro de la socie­
dad y de la sociedad con el parlamento, puede surgir sólo ante un enemi­
go: el poder estatal no controlado. Es esa relación amigo-enemigo la que
logró la unidad temporal de la sociedad, y no alguna de las actividades
integradoras hegelianas del Estado, la responsable de la identidad iluso­
ria del liberalismo y la democracia.
Sin embargo, el problem a no es que esta identificación sea ilusoria,
sino que sea temporal. Aunque la existencia de un Estado no democrático
y no liberal es necesaria para la alianza del liberalismo y la democracia,
ambas ideologías, aunque por diferentes razones, pugnan por su abolición
o su transformación en un Estado, como la autoorganización de la socie­
dad. El Estado militar-administrativo es inaceptable para los principios li­
berales, porque estos reconocen la legitimidad de las decisiones sólo si se
ha llegado a ellas por medio del principio político de la discusión. Cierta­
mente, el liberalismo es escéptico respecto a cualquier Estado y busca
una variante reducida del "velador nocturno”. No intenta ni abolir totalmen­
te ni rem plazar al Estado militar-administrativo. Sin embargo, este últi­
mo, en la medida en que es un vestigio de una era jerárquica y autoritaria,
es mucho menos aceptable para la democracia. Además, una vez que las
fuerzas democráticas se identifican con el parlam entarism o liberal, ellas,
a diferencia de las fuerzas liberales, no pueden tolerar el hecho de que el
Estado no sea idéntico a este parlamento.
Paradójicamente, a medida que el triunfo de la alianza del liberalismo
y de la democracia se acerca a su meta, can la creación de un Estado que
representa la autoorganización de la sociedad (mediante la ampliación
del sufragio, que es una precondición de la alianza), ya no existe la posibi­
lidad de un Estado respecto al cual sea necesaria, y posible, una actitud
polémica. Junto con su (supuesta) desaparición, las condiciones de la uni­
dad social también desaparecen, lo que lleva al liberalismo, a la dem ocra­
cia y al propio Estado a una crisis.86 Schmitt explora la naturaleza de esta
crisis, mediante el análisis de dos desarrollos relacionados con el proceso
de democratización. La emergencia de un nuevo tipo de partido burocrá-
tico-de masas, y el advenimiento del intervencionismo estatal. El primero
conduce a una transformación fundamental de las instituciones y proce­
sos que el modelo de discusión liberal presuponía, incluso en contra de
los hechos. El segundo representa un cambio con incluso más ramifica­
ciones radicales: la “desdiferenciación funcional” de la sociedad y del Esta­
do. Esta “fusión" de lo político y de lo social elimina el espacio para una
forma discursiva pública de intermediación, transform ando —de hecho
disolviendo, por decirlo así— los espacios públicos tanto en la sociedad
como en el Estado.
LA CRÍTICA HISTORICISTA 273

Según Schmitt (que obviamente tom a a Inglaterra como modelo), el


sistema del partido liberal se basó originalmente en la libre competencia,
a través de los medios de discusión y persuasión, por los votos de un pú­
blico educado e independiente (élite). De hecho, los partidos liberales se
habrían de conformar en la esfera de la opinión pública, esto es, en el par­
lamento. Este principio encontró su correlación sociológica en los parti­
dos relativamente pequeños, colegiados, de notables. Debido a una falta de
vínculos con intereses fijos y con estructuras organizativas, se suponía que
los representantes electos por los partidos poseían libertad de acción y deli­
beración en el parlamento; por lo tanto, de aquí el supuesto de que como
cuerpo, ellos estaban en posición de generar una voluntad unificada del
Estado por medio de la discusión y de la persuasión m utua.87 No obstan­
te, la democratización ha conducido a la emergencia de un tipo totalmente
nuevo de partido competitivo basado en una membresía de masas, relacio­
nado sociológicamente con una constelación específica de intereses, y muy
burocratizado con numerosos funcionarios pagados.88 Un partido de este
tipo no valora la neutralidad respecto a sus miembros y tiende a inm is­
cuirse profundam ente en la vida social, económica y cultural de su "clien­
tela”, en todas las etapas del ciclo humano. Tampoco tolera las formas de
vida representadas por sus competidores. Cada partido "democrático" tiene
tendencias totalizantes, en la medida en que busca la posesión plena del
aparato estatal, al que considera instrumento para la realización sus objeti­
vos sociales. La multiplicidad de esos partidos hace que cada uno de ellos
se vea limitado; juntos, constituyen un Estado partido pluralista (a diferen­
cia del Estado de un solo partido), un “Estado de coaliciones muy pro­
pensas a modificarse”. Schmitt conscientemente sostiene que este tipo de
Estado ha logrado un carácter total respecto a su predecesor, representan­
do, en efecto, una totalidad fragmentada o parcelada, en la que todo com­
plejo organizado de poderfessca convertir en realidad una totalidad, en sí
y para sí (in sich selbst und für sich selbst).
La explicación que da Schmitt del carácter cambiante de los partidos
políticos en el contexto de la democratización política, difiere de los análisis
conservador y socialista de estos fenómenos. Mientras los conservadores
dieron importancia a la supuestamente inevitable burocratización de la
política, en vista de los problemas de organizar a los no educados y a las
"masas" atomizadas, los socialistas se concentraron en la tendencia a crear
nuevos mecanismos de exclusión y despolitización, reconciliando la "partici­
pación" de los explotados con los imperativos del mantenimiento del siste­
ma socioeconómico explotador existente. Schmitt, a pesar de su extraño
conjunto de afinidades con parias lincas de pensamiento conservador, así co­
mo con las versiones autoritarias del marxismo, no se ocupa de estas expli­
caciones y en cambio se centra en el fin de la polémica relación del Estado
274 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL

y la sociedad bajo el impacto del parlamentarismo democrático. La unidad


de las diversas formaciones sociológicas de una sociedad despolitizada, de­
pendió de la supervivencia de la forma del Estado autoritario. La emergen­
cia del Estado como la autoorganización de la sociedad y el debilitamien­
to del ejecutivo, fragmenta a la sociedad en términos de una pluralidad de
intereses y creencias. Las convocatorias políticas que traspasan las líneas
divisorias sociológicas se hacen imposibles, y ahora los partidos políticos
se deben organizar dentro de categorías muy rígidas. Además, el éxito de las
convocatorias electorales depende ahora de la satisfacción de las dem an­
das económicas, culturales e ideológicas sectoriales. Por lo tanto, el cam­
po del parlamento se vuelve nuevamente reflejo de una sociedad más gran­
de. Sin embargo, en esta ocasión, la sociedad que refleja está organizada
pluralmente, y cada segmento demanda desempeños específicos en la po­
lítica económica, social y cultural. Así como el Estado se convierte en el
Estado parlamentario, el propio parlamento se convierte en la expresión de
pluralidades societales m utuam ente hostiles, capaces de compromisos es­
tratégicos, pero no de un acuerdo genuino.
Además, ya no se puede lograr el compromiso por medio de la discu­
sión de la verdad y justicia de una determ inada política, ni se puede llegar
a él abierta y públicamente, porque el compromiso y la discusión pública
violan los principios del nuevo tipo de partido político totalizante. La dis­
cusión parlam entaria es una formalidad vacía, una m era fachada, locali­
zada
en una gigantesca antecámara que se encuentra enfrente de las oficinas o co­
mités de gobernantes invisibles [...] Pequeños y exclusivos comités de partidos
y coaliciones de partidos toman sus decisiones detrás de puertas cerradas, y
aquello que acuerdan los representantes de los grandes grupos de interés capi­
talistas en los pequeños comités, es más importante para la suerte de millones
de personas, quizá, que cualquier decisión política .89

La preocupación de Schmitt, a diferencia de la de los críticos marxis-


tas del pluralismo, no es que los mismos intereses siempre dominen por
medio de presiones y tratos extraparlamentarios. Debido a que los comi­
tés de partido deben trabajar por medio de un parlamento elegido, el gobier­
no por parte de ellos crea resultados incongruentes, que dependen de los
resultados de las elecciones y coaliciones que fortalecen a una u otra fac­
ción. El verdadero peligro que teme no es la oligarquía, sino lo que poste­
riormente se llamó "ingobemabilidad", puesto que está convencido de que
el Estado de partidos pluralista fragmenta las dos fuentes concebibles de
unidad: el Estado y la sociedad.
Esta fragmentación es de hecho simultánea, a medida que el Estado y
la sociedad se convierten en uno solo. Sin embargo, la tesis de la fusión de
LA CRITICA HISTORICISTA 275

Schmitt no se basa simplemente en la actualización' del programa del Esta­


do como la autoorganización de la sociedad. En realidad, esta idea basada
en generalizaciones superficiales del caso Weimar no es convincente a
pesar de la virtuosidad dialéctica envuelta en la versión del argumento
hegeliano. La realidad del Estado moderno, de hecho, no desaparece cuan­
do la transformación democrática de la democracia parlam entaria es com­
pleta. Ciertamente, éste no es el caso en los sistemas presidenciales, pero
incluso históricamente, en los sistemas parlam entarios un aum ento del
poder del ejecutivo ha acompañado a la democratización. Este crecimien­
to del ejecutivo es a la vez una condición de la constitución de la sociedad
civil y una amenaza para su independencia y diferenciación.90 Así, si la fu­
sión del Estado y de la sociedad es un presupuesto de la decadencia de la
esfera pública parlamentaria, esta fusión debe tener fundamentos adiciona­
les a los procesos de democratización formales, los de un tipo que esté
vinculado con la expansión, en vez de con el debilitamiento del Estado
moderno.
Schmitt proporciona una segunda línea de argumentación para la fu­
sión del Estado y de la sociedad, cuyas consecuencias son mucho más
generales respecto a las raíces de la vida social independiente. Esta argu­
mentación, que se concentra en la interpenetración m utua del Estado y
de la sociedad, es difícil de separar del énfasis prim ario puesto en la socia­
lización del Estado, pero en un análisis más detallado resulta que se trata
específicamente de una desdiferenciación funcional en dos direcciones.
Por lo tanto, el Estado liberal del siglo XIX se diferenció de la sociedad no
sólo en el sentido de ser independiente de las constelaciones segmentarias
de los intereses sociales fijos, sino también en el sentido de que era neu­
tral respecto a las grandes esferas funcionales de la sociedad que son despo­
litizadas de esa manera: religión, cultura, economía, derecho, ciencia.91
En este caso el modelo de Sefemitt es ante todo el del orden económico de
laissez-faire y un Estado que interviene cuando mucho para restablecer las
condiciones perturbadas de la competencia económica. Desde este punto
de vista, obtenemos una lista modificada de derechos y libertades funda­
mentales liberales (libertad personal, las libertades de expresión de opi­
nión, de contrato, de empresa, de propiedad), que ni siquiera incluye las
libertades claves de la comunicación (asamblea y asociación).92 Aquí la
función de los derechos es conservar la diferenciación y la despolitización,
en vez de garantizar la precondición de la comunicación pública.
Según Schmitt, el modelo liberal de diferenciación funcional es ataca­
do desde dos direcciones. El Estado posliberal es un "Estado total que po-
tcncialmente abarca todo dominio”.93 Esta enunciación tiene un doble
significado. Primero, el nuevo tipo de Estado ya no es neutral respecto a
las varías esferas de la sociedad y se convierte de hecho en un Estado eco­
276 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL

nómico, benefactor, cultural, educativo, científico e incluso “religioso” —en


una palabra que Schmitt no parece usar en este contexto, es un Sozialstaat
o Estado social—,94 Segundo, el nuevo tipo de Estado interviene en todas
las esferas de la sociedad a las cuales politiza. Lo que se supone aquí es
que la distinción Estado-sociedad es abolida en forma tan radical que
la propia esfera privada, estabilizada por los derechos modelados sobre el
de la propiedad, es penetrada, politizada y abolida como una esfera inde­
pendiente. Aunque el modelo del ascenso de la diferenciación segmenta­
ria pluralista parece hacer que sólo algunos derechos —los relacionados
con la comunicación— sean políticamente irrelevantes, el modelo de la
desdiferenciación funcional en realidad apoya la afirmación de Schmitt de
que los derechos liberales como tales se han hecho obsoletos.
La relación de estos dos modelos en el argumento de Schmitt es com­
pleja. La única “explicación” que proporciona para la desdiferenciación
funcional es, una vez más, la democratización, que por razones más bien
poco claras “debe deshacerse de [...] las formas de despolitización carac­
terísticas del siglo XIX liberal”.95 De hecho, nuevamente el argumento parece
sostenerse en la medida en que el programa de la "democracia liberal”
puede establecer al Estado como la autoorganización de la sociedad. A
este respecto, Schmitt nos hace pensar que la idea de un Sozialstaat en el
sentido de un Estado económico, benefactor, cultural, etcétera, y la de la
sociedad convirtiéndose en el Estado (zum Staat gewordene Gesellschaft),
son lo mismo. Pero en su propia argumentación, la combinación del Esta­
do como la autoorganización de la sociedad sólo conduce a la fragmenta­
ción —es decir, a la segmentación siguiendo las líneas de los intereses y la
ideología— de la sociedad que se apodera del Estado. El resultado, como
hemos mostrado, es un Estado de partidos pluralista y fragmentado cuya
soberanía se divide entre las unidades. Schmitt nunca aclaró su argumenta­
ción, la cual parece depender del tipo de partido democrático-de masas-
ideológico, que se apodera de todos los aspectos de la vida social de sus
miembros. Un partido de ese tipo posiblemente busque un Estado mode­
lado en sí mismo, e intervendrá en la sociedad a favor de los intereses
económicos, culturales y de otro tipo que representa. A menos que Schmitt
tenga en mente los ejemplos específicos de la relación de los socialde-
m ócratas con la economía o del partido católico del centro con la religión,
es muy poco clara la razón de que el nuevo sistema de partido deba con­
ducir a un proceso total de desdiferenciación funcional del Estado y de la
sociedad. De hecho, incluso el Estado de partido único de Mussolini pudo
coexistir durante algún tiempo con un orden económico liberal.
Una vez más, creemos que la fuente de su confusión es la renuencia
de Schmitt a conceder que, mientras que en el caso de la segmentación la
fuente se encuentra en los complejos sociales que procuran apoderarse o
LA CRITICA HISTORICISTA 277

por lo menos dividir al Estado, en el caso de la desdiferenciación funcio­


nal estamos tratando con un poderoso Estado administrativo-burocrático
que busca penetrar en la sociedad. Desde esta perspectiva muy compro­
metida con el modelo de Weimar, Schmitt vio a la “socialdemocratiza-
ción”, pero no al intervencionismo estatal, como una fuerza dinámica que
conducía a la crisis política. No obstante, es consciente de dos resultados
posibles que están de acuerdo con las dos tendencias que nos obligó a
separar en su pensamiento. De las dos versiones del Estado “total" que bos­
queja, la variedad pluralista fragmentada es producto de la tendencia ha­
cia la segmentación; la variedad autoritaria es producto de la desdiferen­
ciación funcional motivada por la lógica del propio Estado.96
Schmitt parece tener alguna idea de que las dos versiones del Estado
total provienen de diferentes significados del término “Estado-social" o "so-
ciedad-Estado”, uno de los cuales supone la prim acía de lo social, en tan­
to que el otro supone la de lo político. Afirma que el “estado de partido
pluralista" se convierte en “total" no debido a la fuerza, sino a la debili­
dad; interviene en todas las áreas de la vida porque debe satisfacer las de­
mandas de todos los interesados”.97 No obstante, también cree que la varie­
dad fragmentada del Estado total no es tanto un resultado alternativo de
la repolitización de la sociedad como un producto artificial, que por defi­
nición casi siempre está en crisis, un resultado de la supervivencia de ins­
tituciones legales y parlam entarias obsoletas. En particular, cree que la
culminación de la tendencia contra la neutralización liberal del Estado y
la despolitización de la sociedad, ya ha producido los fundamentos de
otra forma autoritaria de poder que se basa en la legitimidad democráti-
co-plebiscitaria. De hecho, es una consecuencia implícita de su argum en­
to que tal resultado puede incluso convergir con la autoabolición lógica
del sistema de partidos, con el remplazo del gobierno de muchos partidos
por el de uno solo monopéfeco. Así, las dos tendencias hacia la fusión,
segmentación y desdiferenciación funcional, pueden converger en un nuevo
tipo de dictadura "democrática".
Sin embargo, sobre la base de su interpretación de la experiencia de
Weimar, Schmitt está convencido de que el funcionamiento de la legali­
dad parlamentaria, incluso si ya no está en posición de producir un Esta­
do legislativo, es a pesar de todo capaz de impedir la emergencia de una
forma estatal genuinamente política —es decir, autoritaria—,98 Un parla­
mento que garantice los derechos políticos de una pluralidad de partidos,
es capaz de anular las decisiones del ejecutivo que surgen fuera de las
condiciones determinadas de la formación de coaliciones. Y es posible aña­
dir que la supervivencia de la estructura liberal de protección legal fuera
del parlamento, hace que sea casi imposible rem plazar un sistema de plu­
ralidad de partidos por el unlpartldista.99
278 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL

De conformidad con Schmitt, la alianza del liberalismo y de la demo­


cracia no puede restablecerse (en el presente). El instrum ento del gobier­
no de la mayoría en el parlamento pierde su oportunidad de aceptación
popular cuando grupos políticos muy organizados predeterm inan todos
los resultados posibles, establecen una ventaja irreversible de quienes ya
están ocupando los cargos, y hacen muy rígida una determ inada estructu­
ra de mayorías y minorías, e incluso de exclusión política total. Así, los so­
cios de la antigua unión del liberalismo y de la democracia están ahora en
crisis: la legitimidad democrática junto con el principio parlamentario.
Sus crisis producen una tercera, la del propio Estado, en la medida en que
se bloquean soluciones más allá del liberalismo y de la forma existente de
democracia, y en que se reducen continuamente las posibilidades de deci­
sión. Para Schmitt, parece haber dos opciones inherentes a esta situación:
la continuación de un Estado pluralista de partidos, antipolítico, en crisis
permanente pero protegido y enmascarado por los principios liberales, o
la creación de un Estado genuinamente político, autoritario, ya no plura­
lista, legitimado por una nueva versión plebiscitaria de la "democracia”.
No tiene caso negar que Schmitt elige la segunda opción. De hecho, fue
esta elección la que le permitió m ostrar entusiasmo por el fascismo italia­
no y la que hizo que su conversión al nacionalsocialismo fuera intelectual­
mente auténtica, si no es que inevitable. Para Schmitt ningún retorno a un
régimen conservador, autoritario, no plebiscitario, puede proporcionar una
solución para la crisis del Estado, puesto que esa alternativa, al reconsti­
tuir a su adversario polémico anterior, llevaría a la reconstitución de la
alianza del liberalismo y de la democracia, y de nuevo socavaría al Esta­
do. Al igual que los izquierdistas y derechistas que admiraba, Schmitt pro­
puso una unión alternativa: la de la democracia con el autoritarism o.
En cualquier caso, con el advenimiento del Estado total, ninguna de las
dos opciones (pluralista o autoritaria) es congruente con un dualismo Es­
tado-sociedad, o con la operación de una mediación parlam entaria entre
ellos. Lo que no se le ocurre a Schmitt es la posibilidad, tan obvia en el
contexto estadunidense, de que los dos principios, el estatista y el pluralis­
ta, estabilizados en una estructura de derechos liberales, puedan combi­
narse para constituir una nueva versión del dualismo Estado-sociedad
civil. Tres características de su pensamiento fueron responsables de esta
miopía: una renuencia a reconocer la existencia continua de un Estado
que tendía al autoritarism o en la era pluralista; la incapacidad de ver toda
la gama de razones, incluyendo en especial las económicas, del interven­
cionismo estatal en la sociedad; y el fracaso para observar la emergencia
de un nuevo tipo adicional de partido político, el partido donde todos tie­
nen cabida, basado en partidarios de muy diferentes tipos, que no está
interesado ni en dominar totalmente ni en fragmentar al sistema político,
LA CRÍTICA HISTORICISTA 279

pero que es capaz de una gran fluidez en el escenario parlam entario y de


un compromiso, más que Aleramente estratégico, con sus adversarios.
La desaparición del Estado en la descripción que presenta Schmitt de
la democracia liberal difícilmente era inocente: trataba de reforzar una
adm inistración autoritaria a la que presentaba como debilitada, y para
hacer esto tenía que ocultar su papel en la crisis del orden político de
Weimar. Pretender que el elemento autoritario del Estado estaba m oribun­
do, a pesar del poder del ejército, de la adm inistración y del sistema legal
aliado a la administración, por no decir nada de las prerrogativas presi­
denciales del sistema constitucional, le ayudó a atacar al sistema de pai>
tidos pluralista que produjo nuevos vínculos así como nuevas tensiones
entre la democracia y el liberalismo.

E l a r g u m e n t o d e l a f u s ió n
EN EL "STRUKTURWANDEL" DE HABERMAS

En vista de sus intenciones autoritarias apenas enm ascaradas, es tanto


más sorprendente que el argumento de la fusión que elaboró Schmitt fue­
ra adoptado, y de hecho im presionantemente reelaborado, por los pensa­
dores de la Escuela de Francfort. Su actitud hacia el liberalismo, la demo­
cracia y el autoritarism o era contraria a la de Schmitt, a pesar de lo cual el
argumento de la fusión se convirtió para ellos en un rasgo significativo de
la “crítica del Estado autoritario".
Consistentemente, ni la alianza del liberalismo y la democracia ni la
supuesta decadencia de su adversario, el poder ejecutivo autoritario, es­
tán presentes en los análisis de la Escuela de Francfort. Esta estructura
del argumento es remplazada por una nueva: la gran transformación del
orden económico capitalista que pasa de liberal a monopólico y, finalmen­
te, al capitalismo organizado por el Estado. El argumento, aunque desa­
rrollado por prim era vez en relación con el ascenso de los estados auto­
ritarios, también demostró ser aplicable en el periodo de la posguerra, cuando
se reconstruyó la democracia liberal.100 La teoría de Habermas de la deca­
dencia de la esfera pública, sin im portar cuánto haya sido influida por laa
tesis anteriores de Schmitt y Arendt, se deriva ante todo de las varias ra­
m ificaciones de los análisis de la Escuela de F rancfort en la déca­
da de 1930. En realidad, en última instancia, Habermas logró replantear
casi todas estas ramificaciones en una nueva estructura teórica, en la que
se volvieron muy útiles para una teoría democrática orientada a la prácti­
ca. Pero en 1962, cuando (estaba escribiendo Strukturwandel der óffentlich-
keit, Habermas aún no n^abfa llegado a esta posición. Como conclusión,
infortunadamente, relacionó la noción de la transformación de la esfera
280 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL

pública con la filosofía negativa de la historia de Adorno y Horkheimer, y


en consecuencia fue incapaz de ver mucho más allá de la tesis de la deca­
dencia, excepto en la limitada medida en que él, a diferencia de sus maes­
tros, todavía abrigaba algunos supuestos marxistas clásicos. La aplica­
ción de la teoría de la esfera pública a la política contem poránea tuvo que
esperar.
Aquí sólo necesitamos resum ir la síntesis multidimensional de Haber-
mas. El argumento está compuesto de seis niveles:

1. La tesis del intervencionismo del Estado en la economía capitalista.


Este argumento, que está casi del todo ausente en Schmitt, supone algo
diferente, cualitativamente, de la expansión de la adm inistración del Es­
tado y de la burocracia política durante las épocas absolutista, e incluso
liberal, en las que hicieron hincapié Marx, Tocqueville y, a su propia m a­
nera, Arendt. El Estado moderno interviene en la economía capitalista
liberal, a costa de su carácter liberal, para proteger la estructura capitalis­
ta am enazada por las tendencias de la crisis endógena y los procesos de
autorregulación limitada. El Estado procura corregir los desequilibrios
producidos tanto por los procesos autorreguladores del mercado como por
los fenómenos de la competencia imperfecta, oligopólica (regulación fis­
cal y m onetaria del ciclo económico), para apoyar los procesos de inver­
sión, acumulación e innovación técnica, y reforzar la dem anda agregada
por medio de los gastos del Estado benefactor. Esta tesis, que más bien
fue poco desarrollada en el Strukturwandel, fue integrada plenamente a la
tradición de Francfort porF. Pollock y sus'colegas (1932-1941) en relación
con el "Estado autoritario". Fue am pliada significativamente en los escri­
tos de Habermas y de Claus Offe después de 1968, en forma de una crítica
de la adm inistración de la crisis por el Estado benefactor.101
2. La tesis de la tom a de poderes públicos por las asociaciones privadas
(el nuevo corporativismo). Esta tesis, introducida por prim era vez en las
discusiones de Francfort por O. Kirchheimer,102 se deriva de la crítica que
hizo Schmitt al pluralismo de Weimar. En el argumento de Habermas en
1962, la crítica se amplió hasta abarcar el nivel prepolítico. En los proce­
sos de la competencia oligopólica, las organizaciones privadas son capa­
ces, en contra del capitalismo liberal, de form ular lo que es de hecho una
política económica pública.103 Los acuerdos colectivos entre las asocia­
ciones privadas —en particular, los sindicatos y las asociaciones patrona­
les— pierden su status legal privado a favor de uña forma de creación de
reglas que previamente estaba reservada a los entes legales públicos. Mien­
tras que ahora im portantes áreas de la adm inistración caen en manos de
los entes legales privados, el propio Estado usa cada vez más instrum en­
tos contractuales legales privados para regular sus relaciones con sus aso­
LA CRÍTICA HISTORICISTA 281

ciados sociales. Este argumento, aunque Habermas le haya restado im por­


tancia en sus obras posteriores, fue ampliado en forma muy enérgica por
Offe en la década de 1980.104 Sin embargo, vale la pena hacer hincapié en
que lo hizo no sólo para indicar un componente de la estructura general del
Estado benefactor (en todo caso, un componente que no tiene la misma
im portancia en todos los estados benefactores) sino, bajo el impacto del
desafío neoconservador, para poner énfasis en una vía potencial, aunque
internam ente problemática (¡y normativamente poco atractiva!), para re­
ducir las cargas administrativas y legitimizadoras del Estado interven­
cionista.
3. La tesis de la decadencia de la esfera íntim a de la familia. Esta tesis,
componente im portante del análisis de Arendt, cuya formulación es re­
producida por Habermas ("la polarización de las esferas social e íntim a”),
fue una contribución clave de Horkheimer y sus colegas en los años treinta
a la teoría social. El análisis de Habermas en 1962, que aprovecha nuevas
obras, subraya la destrucción de la cubierta privada de la propiedad bur-
guesa en torno a la intimidad, causada por la pérdida de las funciones eco­
nómicas familiares y el aumento de las relaciones como cliente del Esta­
do que proporciona el seguro social. La familia pierde cada vez más sus
funciones de “educación, defensa, cuidado y dirección, e incluso de pro­
porcionar tradiciones y orientaciones [...] su poder para form ar conduc­
tas en áreas que eran consideradas las esferas más internas de los miem­
bros de las familias burguesas".105 La decadencia de la autoridad del padre
es, desde este punto de vista, ambigua: la familia no sólo pierde sus fun­
ciones represivas, sino también defensivas. Las nuevas formas de intim i­
dad aun más intensa, son consideradas como irremediablemente defensi­
vas, a la m anera de Arendt; la vida privada se torna cada vez más abierta
a la m irada de los de afuera, incluso al mismo nivel de la arquitectura. La
falsa intimidad de la com»«ieación pública, en la que hacen hincapié tan­
to Adorno como Arendt, representa, para Habermas, a la vez una forma
de subsum ir a la esfera íntim a y la degradación del público en la m uche­
dumbre [público de m asas].106
4. La tesis de la decadencia de la esfera pública literaria y el ascenso de
la cultura de masas. Este complejo de argumentos, representa la dim en­
sión más conocida y que ha tenido más éxito de la teoría de la primera épo­
ca de la Escuela de Francfort, sobre todo de Adorno. En la versión de Ha-
bermas se hace hincapié en el crecimiento de lo público literario dentro
de la esfera del consumo y del ocio manipulado. Esto está relacionado
con la decadencia de las instituciones (basadas en la familia) de la recep­
ción y crítica cultural, así domo con la transformación industrial-comercial
do los medios de comunicación. Un mercado ya no es la precondición del
arte autónomo; la posibilidad de comercialización se convierte en un prin-
282 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL

cipio de la producción industrial de arte. La “dem ocratización” de la cul­


tura es una pseudodemocratización; lo que se democratiza ya no es cultu­
ra. La im presionante expansión de la esfera pública literaria coincide con
la decadencia de su carácter crítico.107 Los nuevos medios propician una
forma meramente pasiva de participación. La supervivencia del arte avant-
garde y de la cultura sólo divide la esfera pública literaria clásica en “una
m inoría de expertos razonadores, ya no públicos, y a la gran m asa de con­
sumidores públicos”.108
La erosión de la esfera íntima y de un público literario genuino, lleva a
la desparición de la tensión entre homme y burgués, aboliendo el funda­
mento privado de la autonom ía sin proporcionar un nuevo fundamento
público. En este caso, la tesis de la decadencia de la familia y del ascenso
de la cultura de masas está relacionada con la tesis clásica de Franc­
fort de la decadencia del individuo.
5. La tesis de la transformación de la esfera pública política representa
una extensión selectiva de argumentos desarrollados en relación con las
dimensiones prepolíticas de la publicidad. Es interesante que a la inter­
vención estatista-burocrática en la economía, que para Arendt es el rempla­
zo por excelencia de la interacción pública igualitaria por el paternalismo,
de alguna m anera se le reste importancia en el análisis, aunque Habermas
menciona el aum ento y creciente independencia de una adm inistración
que resistió con éxito, incluso en la era liberal, las dem andas de publici­
dad. Tanto más im portante es el argumento de Schmitt, en el que hace
hincapié tam bién Kirchheimer, según el cual, la tom a de poderes públicos
por asociaciones privadas lleva a la emergencia de procesos corporativistas
de negociación, tratos y compromisos que soslayan los procesos públicos de
escrutinio109, y reducen la discusión y debate parlam entarios a un proceso
post hoc de decisiones legitimadoras a las que se llega bajo la protección
de un nuevo “conocimiento secreto". Los discursos en el parlamento, que
ya no son esfuerzos de los representantes por convencerse entre sí, bus­
can ahora movilizar una opinión plebiscitaria fuera del parlamento. Como
argumentó Schmitt, los representantes obligados por la disciplina de par­
tido pierden su independencia a medida que se revive algo parecido al
mandato obligatorio. Habermas reconoce que la concepción de Schmitt
de la transformación del sistema de partidos desde grupos colegiados débi­
les, unidos por una opinión común, hasta partidos que conforman rígidos
grupos sociológicos, ya no corresponde a la realidad. El nuevo tipo de
"partido para todos”, en el que hace hincapié Kirchheimer, entre otros,
una etapa adicional en la "democratización” y "masificación” del sistema
político, sólo aum enta la despolitización, reduciendo aún más el nivel del
discurso y argumento políticos.110 Por supuesto, el nuevo tipo de partido
ya no está asociado, en este caso, con la fragmentación del poder sobera-
LA CRITICA HISTORICISTA 283

no. Su resultado más importante, la "desaparición de la oposición polí­


tica", para usar la frase de Kirchheimer, tiene el efecto de reducir los contro­
les públicos sobre la administración, tal como lo subrayó Max Weber, for­
taleciendo así el poder autoritario sin medios autoritarios.
6. Habermas amplía la tesis de Schmitt de que el papel del parlamento,
como esfera de mediación entre una burocracia fortalecida y las asociacio­
nes privadas, debe disminuir. Sin embargo, de igual importancia fue su em­
pleo de la tesis de la Escuela de Francfort sobre la cultura de masas para
desmitificar el carácter supuestamente “democrático” de los componentes
plebiscitarios de la nueva situación, como lo señala Schmitt. En la tradi­
ción de Adorno y Lowenthal, que pusieron énfasis en el potencial político
autoritario de la nueva cultura de masas y sus medios de comunicación,
Habermas indica el lugar de la propaganda en el discurso político contem­
poráneo. La manipulación política moderna presupone las formas de los
anuncios comerciales que se han hecho dominantes, a medida que la com­
petencia de precios cesa de ser el mecanismo que coordina las agrupacio­
nes oligopólicas en su lucha por partes del mercado. Como bien sabían
Adorno y sus colegas —la comercialización y “venta" de líderes políticos,
partidos y políticas—, presupone audiencias pasivas, acríticas, ya formadas,
y que sin embargo pueden ser movilizadas. Aunque los anuncios como
tales se dirigen a los individuos en sus capacidades privadas, ayudando
así a descom ponerla esfera íntima, la forma interm ediaria de las "relacio­
nes públicas" se dirige y deforma la "opinión pública" mediante "la cons­
trucción del consentimiento".111 Esta tarea se torna central para los parti­
dos políticos de tipo contemporáneo, en el parlam ento y especialmente en
el proceso electoral. Esos partidos no necesitan tanto una "membresía de
masas" como un aparato capaz, a intervalos periódicos, de movilizar el
apoyo electoral de una m anera similar a la de una agencia de publicidad.
Aunque la reconstitución^fÉfiSlguna clase de esfera pública política en la»
campañas electorales es inevitable,112 los blancos preferidos de los parti­
dos son aquellos individuos que generalmente no son miembros de asocia­
ciones o de grupos de status elevados, que no tienen acceso a lo que aquí
mostramos como formas residuales de un público racional. La aproxima­
ción a los votantes de que se trata, no se hace mediante una ilustración,
sino a través de llamados a una conducta consumista, y no por agitadores, o
incluso "propagandistas” del tipo antiguo, sino por expertos publicistas.1,J
Para tener éxito, “los organizadores de elecciones no sólo deben recono­
cer la desaparición de una esfera pública política genuina, sino que ade­
más deben contribuir conscientemente a este proceso".114 El resultado no
es una comprensión de las políticas o la aceptación de las mismas, sino
una "identificación simbóluia^con los líderes, identificación que se puede
medir y que está abierta adornáí » hv manipulación, por medio de índices
284 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL

de popularidad y encuestas de opinión “pública”, que hacen referencia ex­


clusivamente a una opinión fragmentada y no pública. Incluso si los parti­
dos y gobiernos fueran responsables frente a una “opinión no pública", el
resultado se parecería todavía más a un absolutismo ilustrado que a la for­
mación genuina de una voluntad demoorática basada en la transform a­
ción de la opinión personal, por medio de procesos de deliberación racio­
nal, en una opinión pública verdadera.115
El objetivo de Habermas en todos estos niveles del análisis no es sólo
dem ostrar la deformación y deterioro del principio de la libre com unica­
ción pública. Incluso más importante para nosotros es su tesis complemen­
taria: la destrucción del modelo de diferenciación entre la sociedad civil y
el Estado mediante una fusión de niveles. Si la deformación de las institu­
ciones mediadoras en sí misma promueve la desdiferenciación, también
puede argum entarse que las tendencias hacia la fusión del Estado y de la
sociedad eliminan el espacio social en que la esfera pública liberal puede
funcionar. En un nivel, la diferencia entre los dos procesos es sólo de énfa­
sis: Habermas está interesado en la decadencia y resurgimiento de la esfe­
ra pública, que en 1962 todavía creía posible sin un modelo que diferen­
ciara entre el Estado y la sociedad civil. Nosotros, por otra parte, estamos
interesados en reconstruir el modelo diferenciado, que no creemos posi­
ble, o normativamente deseable, sin una renovación del proyecto liberal y
democrático de la esfera pública.
Pero tam bién hay una diferencia sistemática entre nuestros dos enfo­
ques, en la medida en que el modelo de la decadencia de la esfera pública
se refiere a un proceso mucho más completo de fusión e incluso de "unidi-
mensionalidad”, que el proceso de la nueva relación del Estado y la socie­
dad. Esto puede observarse en la estructura del argumento de Habermas.
Nos dice, correctamente, que el modelo de la repolitización de la sociedad
por medio de la intervención del Estado en la economía no puede, por sí
solo, establecer un argumento de fusión, pues la actividad económica pri­
vada podría estar limitada en forma importante, sin que tal intervención
afectara la naturaleza privada de grandes áreas de la interacción perso­
nal. Pero está equivocado al sugerir que esta situación puede completarse
haciendo referencia a la toma complementaria de poderes públicos por
las asociaciones privadas. Incluso si los dos procesos producen una esfera
interm ediaria a la que ya no se apliquen las distinciones de lo privado y de
lo público, de la sociedad y del Estado, no hacen por sí solos que la distin­
ción desaparezca, como parece implicar los términos “estatizar la socie­
dad” y "socializar el Estado”. En particular, la esferas de la intimidad y de
la publicidad propiamente dichas no son descompuestas directamente por
los dos procesos; para que esto ocurra, se necesita una "reificación” e instru-
mentalización de estas dos esferas, en última instancia culturales. Si se
LA CRÍTICA HISTORICISTA 285

quiere que los dos procesos complementarios qúe llevan a la fusión lo­
gren su objetivo, la “reificación" del espacio entre ellos, el de la cultura,
debe ser más o menos total. La prim era tesis presentada por Schmitt sólo
puede salvarse con ayuda de la teoría cultural de la Escuela de Francfort,
en especial en la versión de Adorno. Pero esta elección llevaría, también en
el caso de la propia tesis de Habermas, a un público m anipulado cuyos
agentes son del todo pasivos y cuya dinámica presente de ninguna m ane­
ra puede llevar a la resurrección de su promesa original.116
Una constelación de ese tipo todavía estaría abierta a rupturas revolu­
cionarias, en el sentido de Arendt. Y, en realidad, es justo preguntar al
final del libro de Habermas, en qué medida ha escapado al antiguo mode­
lo republicano de la esfera pública que criticó en la obra de Arendt. Al
estudiar las consecuencias del argumento de la fusión, nos dice repenti­
nam ente que "el modelo del público burgués estaba basado en una rígida
separación de las esferas pública y privada, puesto que la esfera pública
de individuos privados organizados como público contaba como priva­
da".117 Aunque jurídicam ente es correcto, este argumento diverge del ar­
gumento anterior de Habermas, más hegeliano, según el cual era precisa­
m ente la rígida distinción entre lo público y lo privado la que era
relativizada por los varios niveles de mediación.
Además, debemos observar que la utopía de Habermas derivada de Marx,
que implica la dualidad de una sociedad-Estado pública y la esfera ínti­
ma, junto con la prim acía de la primera, coincide con el modelo republi­
cano de Arendt. La teoría de la decadencia de Habermas tam bién postula
la emergencia de un campo mixto, que no es público ni privado, lo que lleva
al colapso de la publicidad genuina. Para Arendt, el modelo de la esfera pública
liberal elaborado por Habermas, que está muy interesado en la mediación
entre el Estado y la sociedad por medio de la regulación de las precondi­
ciones de la economía deteaaercado, ya era esta esfera mixta y no podía
suponer ninguna vida ni acción públicas genuinas. La idea de un campó
público que controle e influya en el Estado sin com partir el poder, le ha­
bría parecido carente de sentido a Arendt. De todos modos, puede argu­
mentarse que la única diferencia real entre los análisis de ambos es que
Habermas le da al modelo de la decadencia de Arendt un punto de partida
claramente histórico, después del cual puede em pezar a ocurrir la deca­
dencia. Y de hecho, sin im portar que tan incongruente sea, a Habermas
también le pareció que la emergencia de un campo mixto privaba a la
"esfera pública de su antigua base sin darle una nueva".118 Por supuesto,
ésta no fue una función.del ascenso del Estado moderno como tal, sino de
las relaciones posliberafM del Estado y la economía. Obviamente, Haber-
mas y Arendt comparten interés en elaborar de nuevo esa base, Sin
embargo, en este contaxtó debemos recordar también que Habermas re-
286 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL

petidamente afirma que lo que él quiere es reinstitucionalizar el modelo


liberal y no el modelo de la esfera pública que prevaleció en la Antigüedad
clásica.
El ideal de la esfera pública liberal contiene para Habermas el de la
democratización. Paradójicamente, los procesos históricos de la demo­
cratización, hayan sido de la política como en el sistema de partidos o de la
cultura como en la cultura de masas, contribuyeron a la decadencia de las
instituciones que sostuvieron este ideal, en una forma contradictoria, redu­
ciéndolo a un principio abstracto de legitimidad. La decadencia en las
instituciones liberales puede verse, sin embargo, desde dos puntos de vis­
ta: el de la diferenciación Estado-sociedad civil tal como la expresa el prin­
cipio de los derechos, o bien el de la esfera pública tal como la expresa el
principio de la comunicación racional. Por lo tanto, es ambiguo argum en­
tar a favor de una reinstitucionalización de los principios liberales, a me­
nos que se haga referencia específica a ambos o a uno de ellos. La propen­
sión obvia de Habermas es la de defender ante todo el principio de la
comunicación. Cierto es que los catálogos clásicos de derechos postula­
ron este principio en términos de una serie de derechos bien conocidos
(libertades de expresión, asamblea, sufragio, etc.). Pero el mismo significa­
do de "derechos” en este caso, al igual que en otros, implicaba algo más: los
derechos como libertades distinguían entre la esfera privada y la autoridad
pública, e implicaban la protección no sólo de la esfera pública mediado­
ra del poder del Estado sino también de la esfera privada ante ambos
elementos públicos.
Como Habermas no quiere abandonar esos catálogos, argum enta por
su redefinición y reconstrucción. En este contexto, afirma no sólo que la
tendencia actual de la jurisprudencia del Estado benefactor sigue una di­
rección que transform a la estructura negativa, meramente defensiva, de
los derechos constitucionales heredados, sino además que este desarrollo
representa lo que es en realidad la única tendencia inm anente en nuestras
sociedades hacia una reinstitucionalización de la esfera pública.119 Enton­
ces, él no sólo habla de la supervivencia del principio de la esfera pública
liberal a nivel normativo, sino que también afirma, que tanto la letra como
el espíritu de las normas constitucionales que buscan regular la transi­
ción del Rechtsstaat liberal al Estado benefactor, anticipan las nuevas for­
mas de reinstitucionalización de este principio, contradiciendo así las prác­
ticas institucionales de los estados benefactores existentes.120 Es en este
punto donde un argumento que previamente trató las esferas pública e
íntim a modernas como objetos pasivos de los procesos económicos y po­
líticos que conducían a su desorganización, repentinam ente descubre que
las normas que se originan en estas esferas son posibles puntos de orien­
tación para una estrategia alternativa. De acuerdo con esto, Habermas

I
LA CRÍTICA HISTORICISTA 287

propone un modelo de reconstrucción. No debe seV una gran sorpresa que


obtengamos una nueva versión de la antinomia que encontram os tanto en
Hegel como en Gramsci, que supone dos orientaciones opuestas, una esta-
tista y otra hacia la sociedad civil.
Debe observarse que el argumento que trata con los desarrollos legales
en el Estado benefactor, de repente se aleja de la tendencia general del
análisis de Habermas que lo alinea con la filosofía negativa de la historia
y la teoría social de los últimos años de la Escuela de Francfort, y también
con la teoría jurídica de esa escuela. Habermas hace referencia a Franz
Neumann al sugerir que, con la fusión del Estado y de la sociedad, la ge­
neralidad de las normas jurídicas no se puede mantener, más bien, el dere­
cho y la administración se desdiferencian cada vez m ás.121 Neumann argu­
mentaría, sin embargo, que sin la generalidad de las normas sería imposible
sostener el principio de los derechos fundamentales, que se volvería inco­
herente de no tener limitación alguna, e imposible si las limitaciones no
se definieran de acuerdo con estándares rigurosamente generales. Haber-
mas, por otra parte, afirma que bajo el constitucionalismo del Estado bene­
factor únicamente los aspectos negativos y defensivos de los derechos ante
el Estado son los que se ven cuestionados.122
Las motivaciones del Estado en este contexto son claras: con su inter­
vención en la sociedad, la autolimitación respecto a la autonom ía social
puede ser obsoleta, y lo que es más importante, se requieren nuevas justi­
ficaciones que puedan validar las nuevas formas de acción del Estado co­
mo justas. En vista de la supervivencia de normas liberales como legiti­
maciones, esa validación puede desarrollarse con base en la lógica interna
de los derechos liberales. Y dada la decadencia del sistema de economía
competitivo en el contexto de un Estado intervencionista y redistributivo,
el “cumplimiento positivo" de los derechos defensivos, negativos, en térm i­
nos de una capacidad real papa practicar las libertades de expresión, asam­
blea y asociación así como las de participación política, ya no se presenta
más o menos automáticamente. Por lo tanto, el Estado debe proporcionar
las garantías positivas y, de hecho, materiales para la participación en
términos de nuevos derechos sociales. Desde el punto de vista de los pro­
pios derechos liberales, si éstos van a “mantenerse fíeles a sus intenciones
originales", su "interpretación normativa debe cam biar”. Si bien los dere­
chos negativos como "el estar libre de algo” (Freiheitsrechte) son conserva­
dos en las constituciones de los estados benefactores, ahora se les debe
ver como derechos de participación (Teilnehmerrechte), los que serán inter­
pretados en términos de derechos sociales positivos (Sozialrechte) a las
actividades del Estado, en vez de formas de autodefensa y autodiferencia-
ción respecto del Estado,
Sin duda, hay cierto truco etLestorlncluso las constituciones que Ha-
288 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL

bermas considera las más avanzadas contienen, lo admite, derechos ne­


gativos, derechos de participación y derechos sociales unos al lado de otros.
Esto hace surgir la pregunta de si el propio Habermas quiere afirm ar la
necesidad tanto de derechos negativos como positivos, o si está argum en­
tando a favor de una transición de los primeros a los segundos. Aunque la
presentación del tema es ambigua, parece considerar que la superviven­
cia de los derechos negativos es m arca de una superación insuficiente del
carácter de "Estado-fiscal” (Steverstaat) burgués del Estado benefactor,
en que sólo se ha realizado en forma incompleta el objetivo de una socie-
dad-Estado que subordine los procesos económicos a su dirección.124 A la
luz de este objetivo, según él, incluso los derechos de la esfera íntima, que
ya no están protegidos por la cubierta exterior de la propiedad, deben ser
redefinidos como funciones o derivaciones de los procesos públicos de
participación dem ocrática.125 En este contexto, Habermas parece apo­
yar por completo la afirmación de W. Abendroth, de que las implicaciones
supuestam ente autoritarias de ese modelo, en realidad contienen para la
mayoría de los individuos sólo una transición de la dependencia de un
poder privado de intereses particulares a la dependencia de procesos de
control colectivo, "cuya unidad superior de decisión es el propio Estado".
Lo único que añade Habermas a este modelo claramente estatista y auto­
ritario es el desiderátum de que el Estado, como el órgano de planificación
y control unificado de todos los procesos sociales, a su vez está subordina­
do, en la sociedad-Estado unificada, a procesos de "opinión pública y for­
mación de voluntad de los ciudadanos”.126 Se supone que después este
estatismo democrático vuelve superfluos 'los derechos negativos de los
individuos y grupos.
Habermas tam bién observa y afirma un modelo competitivo dentro de
la jurisprudencia orientada al Estado benefactor. En'feste modelo, la fun­
ción de la mediación entre los intereses sociales y las decisiones del Esta­
do no desaparece en el Estado benefactor, sólo se abandona su carácter
público. Las organizaciones privadas-públicas que asumen este papel, y
que surgen en parte de la esfera privada (asociaciones y organizaciones
sociales) y en parte de la esfera pública (partidos), cooperan con la adm i­
nistración del Estado e intentan asegurar la aceptación “pública" m edian­
te procedimientos manipuladores, jerárquicos.127 Lo que queda de una
esfera pública privada es dominado por estas entidades, una de cuyas
tareas es la de influir en las actividades redistributivas que representan
las garantías positivas detrás de los “derechos sociales". Los procesos rea­
les de negociación en que esto ocurre no son públicos, y las demandas de
publicidad exigidas a las agencias estatales no pasan por esta estructura
jurídicam ente privada de las negociaciones. En este contexto, Habermas
subraya la tendencia presente en el constitucionalismo del Estado bene­
LA CRÍTICA HISTORICISTA 289

factor a extender las demandas de publicidad pará que abarquen no sólo


al Estado sino también a las asociaciones sociales y partidos políticos re­
levantes, y a los procesos de su interacción con el Estado. Sólo esa legisla­
ción puede reavivar la discusión pública en la esfera que realmente im­
porta, sustituyendo “un público ya no intacto de personas privadas que
interactúan sólo como individuos, por un público de individuos privados
organizados". Esta tendencia es la que Habermas considera idéntica al pro­
yecto de establecer una esfera pública crítica en condiciones contem porá­
neas, en un conflicto profundo, pero aún no decidido, con la tendencia
ahora aparentemente dominante de la manipulación de la publicidad.128
Habermas no parece darse cuenta de que este modelo pluralista de la
esfera pública crítica, entra también en conflicto con el ideal de un Esta­
do-sociedad unificado. Sin duda, identificó tanto al agente (la actividad
legislativa del Estado), como al resultado final (un proceso público de deci­
siones pleno que se refiere a todos los problemas sociales im portantes) de
los dos procesos. De cualquier modo, el proyecto de establecer un Estado-
sociedad unificado, expresado en la transición de los derechos negativos
que limitan al Estado, a los derechos positivos que implican la acción del
Estado, apunta hacia una sociedad democrática monolítica con un solo
actor colectivo que promueve la participación de los individuos en una
sola esfera pública societal unificada. En ese contexto, las minorías como
grupos e incluso las asociaciones con intereses e identidades particulares
no estarían protegidas; sólo lo estarían los miembros individuales como
ciudadanos del todo. Incluso si ese modelo no se convierte en la máscara
de un gobierno autoritario estatista, no ofrece ninguna salvaguarda con­
tra una democracia totalitaria.
En comparación, el proyecto de dem ocratizar las asociaciones y parti­
dos existentes es pluralista y no colectivista. Aunque su objetivo es resta­
blecer la esfera pública, esteRge hará en términos del establecimiento de
pequeños públicos en cada asociación, vinculados en térm inos de proce­
sos de interacción generales y, nuevamente, públicos. Incluso si la legisla­
ción del Estado va a desempeñar un papel en el establecimiento de este
modelo, la antigua actitud polémica hacia las dimensiones autoritarias de
la administración del Estado retornarán inevitablemente, y el Estado se
verá presionado no sólo para garantizar materialmente a los nuevos públi­
cos, sino también para limitarse a sí mismo. A menos que creamos que la
administración del Estado puede desaparecer del todo, esta doble rela­
ción de loS'públicos con el Estado tendría que ser institucionalizada, un
requisito reflejado precisamente en la ambigüedad de la estructura gene­
ral de los derechos que seqncuentra en las constituciones modernas. Las
nuevas formas de publicIdaaKobviamente, requieren no sólo insumos m a­
teriales del Estado, lino tambldn formas de protección ante la interferen-
290 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL

cia estatal. Los pequeños públicos de asociaciones y partidos, que deben ser
autónomos ante el proceso público mayor que regula su interacción, no
pueden desempeñarse sin derechos negativos y positivos. Sin embargo,
este requisito restablece los dos fundamentos normativos de la esfera pú­
blica liberal: la diferenciación y la comunicación. No obstante, este punto
no se aplica sólo a los derechos de comunicación. Los miembros de las
asociaciones democratizadas necesitan la misma doble protección. Para
poder participar en cualquier medida, necesitan apoyos positivos y garan­
tías; para ser capaces de funcionar libremente, necesitan derechos y liber­
tades negativos.129
Sin duda, Habermas creía que sus dos modelos competían sólo en la
medida en que tenían el objetivo de dem ocratizar a los dos procesos sepa­
rados que conducen a la fusión: “la estatización de la sociedad” (interven­
cionismo estatal) y “la socialización del Estado" (el neocorporativismo).
Al suponer en última instancia la fusión, supuso tam bién la convergencia
de los dos procesos democratizadores. De lo que no se dio cuenta es que de
su prim er proceso dem ocratizador produce sólo las condiciones sociales
necesarias para el ejercicio de la libertad pública, en forma de "derechos
sociales”, que en sí mismos son muy compatibles con un absolutismo ilus­
trado y paternalista. Sólo el segundo proceso revitaliza la interacción consti­
tutiva de la propia esfera pública, en la forma de “derechos de participa­
ción” genuinos. Los dos procesos no convergen completamente, y de hecho
reproducen la diferenciación que el intervencionismo del Estado y el cor-
porativismo pusieron juntos en peligro. Además, provienen de dos tradi­
ciones teóricas diferentes: la utopía marxista del Estado-sociedad y el pro­
yecto de Tocqueville de restablecer las asociaciones interm ediarias de las
sociedades civil y política en una forma democrática.
La segunda razón de que parezca que los dos modelos convergen es el
proceso común por el que se les debe instituir: la acción legislativa del
Estado benefactor. Habermas postula la supervivencia del valor liberal de
la publicidad, que sirve como marco normativo para actores estatales que
buscan legitimidad en el contexto de un creciente intervencionismo. Pero
las normas no están vinculadas a otros actores en su provecho, porque
esto es casi imposible en el contexto de una esfera pública deformada y
manipulada.
Lógicamente, por lo menos, la acción estatal puede buscar su auto-
limitación. De todas maneras, hay razón para creer que los modelos de
diferenciación basados en los derechos, nunca han sido establecidos sin
actores que se encuentren fuera del Estado y que incluso sean antagóni­
cos al mismo. El modelo de la esfera pública deformada, sin embargo,
supone una sociedad sin oposición y la pasividad de los actores sociales
potenciales. La elección de Habermas es consecuencia de su análisis. La
LA CRÍTICA HISTORICISTA 291

identificación implícita de lo$ dos modelos para restaurar la vida pública


no sólo es resultado de sus convicciones socialistas, sino tam bién de su
diagnóstico de un cambio estatista irreversible en la organización de las
sociedades modernas. Por lo tanto, la elección entre los dos modelos de
estatización de la sociedad —uno público-democrático y el otro manipu-
lativo-democrático— resulta no ser ninguna elección en absoluto. Para­
dójicamente, el analista que más ha hecho para identificar al ideal nor­
mativo de la esfera pública m oderna con la diferenciación del Estado y de
la sociedad civil, llegó a la conclusión de que este ideal sólo puede ser
salvado aceptando lo que ya ha ocurrido: la desdiferenciación y la aboli­
ción de una sociedad civil independiente.

NOTAS

1Jürgen H aberm as, The Structural Transformaíion o f the Public Sphere [1962], Cambridge,
mit Press, 1989; de aquí en adelante citado com o Public Sphere.
2 No obstante, el punto de partida del rescate que hace Schmitt del topos de la publicidad
—la afirm ación de que la discusión y la ap ertu ra representan el principio del parlamenta­
rism o— puede interpretarse de dos m aneras que conducen a cada uno de estos pensadores.
Una de éstas parece señalar un m odelo del E stado —un E stado parlam en tario basado en la
discusión pública— que conduce a Arendt. La otra, que se concentra en el surgimiento de
una esfera social y apolítica en el Estado, conduce a H aberm as.
3 Cari Schm itt, The Crisis o f Parliamentary Democracy [1923], Cam bridge, MIT Press,
1985; de aquí en adelante se la citará com o Crisis, pp. 2-5.
4 Ibid., pp. 5 y 34.
5 Él no percibe la diferencia fundam ental entre una integración m ediante el cálculo estra­
tégico y por medio de la persuasión m utua: (Lo m ism o es cierto de los liberales que hablan
del “m ercado de ideas”.) Para un desarrollo más exhaustivo de la diferencia, véase Jürgen
Haberm as, Theory o f Communicative Action, vol. 1, Boston, Beacon Press, 1984, caps. I y IV.
6 Crisis, op. cit., p. 35; Cari Schm itt, The Concept o f the Political [1932], New Brunswick,
Nueva Jersey, R utgers U niversit^jjsess, 1976, pp. 71-72.
7 Crisis, op. cit., p. 3. Dice, adem ás, "las grandes decisiones políticas [...] hoy en di»
[ 1923] ya no resultan (si es que alguna vez lo hicieron) del equilibrio de las opiniones y contra
opiniones en un debate público" (p. 49) [las cursivas son nuestras]. Lo que im p o rta es que
Schm itt trata la idea de la decisión p o r m edio de la discusión pública com o un principio de
legitim ación norm ativo no basado en los hechos, que tiene, no obstante, algunos funda­
m entos institucionales. Así, tiene tan poco sentido criticarlo p or co n trasta r al p rincipio de
discusión con la realidad del siglo XIX, como p or el hecho de que recurra a tipos no discursivo!,
preliberales, de parlam entarism o. Véase, p or ejemplo, John Keane, Democracy and Civil
Society, Londres, Verso, 1988, pp. 164-170. Estos dos elem entos representan contrastes esen­
ciales para la propia tesis de Schm itt.
8 Der Hüterder Verfassung, 2a. ed., Berlín, Duncker & Humblot, 1931, (de aquí en ade­
lante citado como Hilter). Sería inútil negar que estas normas secundarlas derivadas de la
primaria recibieron su expresión institucional bajo las condiciones del siglo XIX. Schmitt
no considera su importancia continua en el siglo XIX, pero ciertamente tiene razón en la
medida en que sólo en el últlmojcontexto se desarrolló una práctica comprensiva de la po­
lítica de partidos, que tendió • reducir en forma impresionante la importancia de normal
vinculadas con la metanorma de 1» publicidad, Max Weber está en lo correcto cuando
encuentra las raíces de este polillo* de plrttdo» en el siglo xix, a pesar de lo cual también
292 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL

distingue a las políticas de partid o s dem ocráticos del parlam entarism o clásico. Véase, p o r
ejem plo, "Parliam ent and G overnm ent in a R econstructed G erm any", en Economy and
Society, vol. II, Berkeley, University o f California Press, 1978. La tesis de S ch m itt respecto a
u n cam bio fundam ental en el p arlam entarism o no puede ser refutada p o r la presencia o
ausencia em píricas del discurso público genuino, que no se postula con base en los hechos,
sino sólo refutando la tesis de W eber sobre la transform ación de la política de partidos, que
fue en realidad la fuente p rim aria p ara Crisis, op. cit.
9 Crisis, op. cit., pp. 3-4.
10 Ibid., p. 47.
11 Hüter, op. cit., pp. 73-74
12 E ste análisis no se ajusta m uy bien a Inglaterra, cuyo absolutism o era p arlam entario
y cuyo E stado, incluso en la época liberal, era la autoorganización de u n a sociedad (conce­
b ida en un sentido lim itado). Véase W erner Conze “Die S pan n u n g sfeld von S ta a t und
G esellschaft im V ormarz", en W erner Conze (ed.), Staat und Gesellschaft im deutschen
Vormárz 1815-1848", S tuttgart, Klett, 1962, pp. 208-210. El contraste polém ico en el m undo
anglosajón fue desarrollado m ejor p o r Thom as Paine en Common Sense, tom ando el punto
de vista de los “parlam ento s” coloniales en contra del E stado p arlam entario.
13 Hüter, op. cit., pp. 73-74. Observe el cam bio desde un m odelo de publicidad basado en
la discusión a uno teatral.
14 Aunque con m enos claridad que el Marx del 18th Brumaire o f Louis Bonaparte, Nueva
York, International Publichers, 1963, pp. 65-66.
15 Crisis, op. cit., pp. 36, y 39.
16 Ibid., pp. 49-50.
17 Ibid., p. 50.
13 Ibid., p. 38.
19 R einhart Koselleck, Kritik und Krise [1959], Francfort, Suhrkam p, 1973, publicado en
inglés com o Critique and Crisis: Enlightenment and the Pathogenesis o f Modern Society,
Cam bridge, MIT Press, 1988.
20 Koselleck no incluye a Inglaterra en su tesis, aunque sí hace hincapié en que H obbes
y Locke fueron los prim eros que trataro n el tem a de las consecuencias duales del absolutis­
mo. Según él, en época de la Ilustración, la sociedad de élite inglesa rep resen tad a en el
p arlam ento logró evitar una polarización polém ica con el ejecutivo real (p. 46). Véase ta m ­
bién Conze, “Die Spannungsfeld”, op. cit., p. 208. Ni' Conze ni Koselleck se dan cuenta de la
obvia incongruencia de esta excepción inglesa con la im agen que p resen ta S ch m itt de
la estabilización polém ica del parlam entarism o liberal.
21 Kritik und Krise, op. cit., pp. 46-54.
22 Ibid., pp. 65-68.
23 Ibid., pp. 81-97.
24 Koselleck puede responder que lo que ocurrió en Francia en un periodo m u y breve,
d urante el ascenso y colapso del parlam entarism o revolucionario en su cam ino a la dem o­
cracia, habría de ocurrir en los estados alem anes d u ran te un periodo m ucho m ás largo,
sim plem ente porque el E stado burocrático-m ilitar no se d errum bó sino h asta 1918. Esto
suena convincente, pero su desarrollo genera u n a incongruencia con la tesis de Schm itt. En
efecto, aparte de unas pocas constelaciones que dem o straro n ser tem porales, el E stado
m oderno creado p o r el absolutism o no se derrum bó, y su lim itación p arlam en taria (societal-
pública) siguió siendo extrem adam ente im portante. La decadencia del p arlam entarism o,
aunque posible em píricam ente, tiene que ser analizada en térm inos diferentes a los de la
tesis de que el Estado fue subsum ido p o r la sociedad.
25 E sta sem ejanza con la idea de W alter B enjam ín de la Dialektik im Stillstand no es ca ­
sual. Véase el ensayo de Arendt que p resenta Illuminations d e B enjam ín, Nueva York, Scho-
cken, 1969.
26 No consideram os el hecho de que en esa época H aberm as era m ás bien un m arxista
clásico para quien el ascenso del Estado m oderno era una función del desarrollo del capitalis­
mo, y el m om ento liberal de los prim eros tiem pos de la esfera pública m oderna estaba subor­
dinado al de la burguesía. En realidad, su rico análisis, que se concentra en la lucha ilustrada
contra el absolutism o, contradice en m uchos aspectos este simple esquem a marxista.
LA CRÍTICA HISTORICISTA 293

27 D iscutim os las razones de este prejuicio en el cap. II. «


28 Public Sphere, op. cit., pp. 53-55.
29 Ibid., p. 46 [traducción nuestra].
30 Ibid., pp. 55-56.
31 Incluidas las críticas fem inistas a la ideología del m odelo burgués de la esfera íntim a
de la fam ilia, así com o a la esfera pública liberal-burguesa.
32 Uno espera que tam bién puedan ser institucionalizadas en u n a form a no p atriarcal de
la familia.
33 P ara una discusión de esta transición desde u n p u n to de vista fem inista, véase Joan
Landes, Women and the Public Sphere in the Age o f the French Revolution, Ithaca, Cornell
University Press, 1988. Su tesis es que, ju n to con las nuevas form as del discurso, los m is­
m os ideales de la esfera pública burguesa fueron penetrados p o r u n a ideología republicana
profundam ente patriarcal, explícitam ente construida sobre y co ntra las form as del d iscur­
so y dei poder de la m ujer en la sociedad del salón preburgués. El blanco de la esfera
pública burguesa era la estru ctu ra jerárquica, los privilegios, la hipocresía, la corrupción y
los m ecanism os excluyentes de la sociedad de órdenes, pero la sociedad de salón presidida
por las precieuses llegó a sim bolizar todo lo m alo del Antiguo Régim en. Así, la disolución
del salón, ju n to con la exclusión de las m ujeres de todos los aspectos de la vida pública y su
confinam iento a la em ergente nueva esfera dom éstica, fue considerada esencial p ara que
se desarrollaran las nuevas form as de publicidad fuera de esta esfera. Landes argum enta
que la m ism a articulación de la norm a general de la publicidad burguesa —la interacción
libre de la dom inación— en térm inos de un conjunto de dicotom ías com o la universalidad
contra la particularidad, y la objetividad contra la em otividad, reflejó u n a separación rígi­
da, basada en el género, entre las esferas pública y privada (dom éstica). Este código sim bó­
lico sólo ap aren tem en te universal era de hecho m asculino: encerró a las m ujeres y las
silenció (en p arte haciendo que sus esfuerzos p o r re p re se n ta r sus intereses parecieran
particularistas o irracionales). En general, las m ujeres habían sufrido u n a pérdida de p o ­
der, privilegio y posición legal en com paración con el antiguo régim en, en tanto que la es­
fera pública burguesa basada en la ideología republicana em ergió com o fuertem ente sesgada
en lo que se refiere a los géneros —en esencia, y no en form a circunstancial, m asculina.
34 Public Sphere, op. cit., p. 33.
35 Ibid., pp. 53 y 55.
36 Ibid., pp. 28 y 82.
37 Véase Alfred Cobban, The Social Interpretation o f the French Revolution, Cambridge,
In g laterra, C am bridge U niversity Press, 1964; F rangois F uret, Interpreting the French
Revolution, Cam bridge, Inglaterra, C am bridge University Press, 1982.
38 Public Sphere, op. cit., pp. 67 y ss.
39 E. P. T hom pson, The Making o f the English Working Class, Nueva York, R andom
H ouse, 1963. :* * * » •
40 Public Sphere, op. cit., pp. 59-64. Para ver la relación entre los intereses particulares y las
norm as generales, vale la pena ver con m ás detalle la descripción que hace H aberm as del
desarrollo del m odelo inglés de la esfera pública política. Según él, este desarrollo supusOi
con algunas conexiones históricas con la "sociedad de la casa de café”, la emergencia de la
opinión pública como una institución desde un contexto en que el periodism o político y el
ascenso de una "oposición" se condicionaron m utuam ente. La prensa política, establecida
prim ero com o un órgano del gobierno, en realidad sólo alcanzó su plenitud a m anos de lai
oposiciones whig prim ero, y posteriorm ente tory, que trataban, a veces con éxito, de influir
en la política desde fuera del parlam ento, movilizando y m anipulando a la o p i n i ó n p ú b l ic a .
En realidad, es por m edio del periodism o político, en vez de las reuniones y organizaciones
públicas, que la oposición dirigida por Bolingbroke se institucionalizó a sí m ism a p or prim e­
ra vez en el largo periodo dei gobierno whig bajo Walpole. La em ergencia de la esfera pública
política puede ser descrita en térm inos instrum entales, que se aplicarían al periodism o de
Dcfoe, Swift y Bolingbroke; entonces, la opinión pública sería un Instrum ento m ediante el
cual una oposición puede elercerv retener algún poder, un instrum ento permitido renuen­
tem ente por el partido de goolernomie tiene una dudosa busc electoral con el fin de evitar un
retorno al conflicto abierto, es deeit^aHmaHnTerra civil, No obstante, Habermas no pono
294 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL

énfasis en este carácter instrum ental. Con el fin de movilizar a la opinión pública ya form ada
por el espíritu crítico de las audiencias de la literatura y el arte, incluso Bolingbroke se ve
obligado a tratar de dem ostrar la justicia y rectitud del caso, que la oposición presenta contra el
partido corrupto en el gobierno. Aun de m ás im portancia es que la institucionalización de las
form as de escrutinio público sobre las acciones del gobierno, prom ovida p or el periodismo
opositor, conduce a las instituciones que com prom eterán a esta m ism a oposición cuando esté
en el poder. La transform ación gradual de las deliberaciones del parlam ento en sesiones públi­
cas, un desarrollo que tom ó un siglo y medio, perm itió la transform ación de un público razona­
dor, que originalmente era el instrum ento de los partidos, en la principal agencia para ejercer la
supervisión política. Parece algo exagerado que H aberm as declare que el parlam ento después
de la prim era Ley de Reform a era un "órgano de opinión pública". Puede ser m ás adecuado
describir al "público crítico”, socialm ente m ás am plio que la representación parlam entaria,
incluso después de la Ley de Reforma, com o un prim er plano en constante expansión ante las
deliberaciones parlam entarias capaz de ejercer una influencia sobre esas deliberaciones.
41 Public Sphere, op. cit., pp. 84-85.
42 Ibid., p. 65.
43 Ibid., p. 4: "Las tendencias que señalan el colapso de la esfera pública son inconfundi­
bles, porque m ientras su cam po se está expandiendo im presionantem ente, su función se ha
hecho progresivam ente cada vez m ás insignificante".
44 Ibid., pp. 66-67.
45 Véase Cohén, Class and Civil Society. The Limits o f Marx Critica! Theory, A mherst,
University of M assachusetts Press, 1983, p. 34.
46 Public Sphere, op. cit., p. 30.
47 La posibilidad adicional de diferenciar a la sociedad civil de la econom ía burguesa y
del E stado, sugerida la p rim era vez p o r G ram sci y finalm ente aprovechada p o r H aberm as,
no aparece todavía en Public Sphere.
48 Public Sphere, op. cit., pp. 55-56.
49 É sta es u na versión m odificada del esquem a (Ibid., p. 30).
50 Ibid., pp. 55-56.
51 Ibid.
32 Ibid., p. 19.
53 Ibid., p. 4.
34 Ibid., pp. 51-52.
33 Ibid., p. 54.
36 Ibid., pp. 82-83 (traducción al inglés m odificada).
57 Ibid., p. 84.
38 Ibid., pp. 136-138.
39 Ibid., p. 55.
60 La ironía de este desarrollo es notoria. El ideal de h u m anidad que proviene de la
esfera íntim a de la fam ilia y que se difunde p o r toda la esfera pública literaria es p o r su­
puesto m oral, universalista y antipolítico —un claro reflejo de la posición de las m ujeres en
la sociedad civil burguesa—. Las m ujeres llegaron a rep resen tar la "m oralidad” y los "inte­
reses de la hum anidad” en virtud de su carencia de p o d er y "desinterés" (su supuesta falta
de u na fuerte personalidad propia con intereses particu lares reales), sin que se las conside­
ra ra capaces de llegar a un punto de vista m oral racional, universalista, p o r sí m ism as; su
presencia com o audiencia de la esfera pública literaria y com o sím bolo de la hum anidad
m oral estaba relacionada con su exclusión de todas las esferas de la sociedad civil y de la
organización política, aparte la familia. É sta es la razón de que p udieran sim bolizar, en vez
de llegar a tener, un punto de vista moral, universalista y que la propia norm a de hum anidad
reflejara la problem ática posición de las m ujeres: una hum an id ad sin poder. Tal ideal de
hum anism o m oralista que busca abolir el p o d er de las instituciones —se encuentren en
la sociedad civil o en el Estado— es am biguo, p o r no d ecir m ás. P or lo tanto, la identifica­
ción de l'homme y del citoyen es doblem ente ideológica.
61 Public Sphere, op. cit., pp. 55-56.
62 Ibid., pp. 74-75.
63 Ibid., pp. 81-82.
LA CRÍTICA HISTORICISTA 295

64 Ibid., p. 83.
65 Ibid., p. 84. '
66 Ibid., p. 85.
67 N osotros añadiríam os tam bién los intereses de género.
68 Public Sphere, op. cit., p. 88.
69 Ibid., pp. 123-124.
70 Ibid., p. 125.
71 Ibid., pp. 127-128.
72 Ibid., p. 161.
78 Ibid., p. 129.
74 Sin em bargo, no nos dice qué es lo que ocu rrirá con el carácter p atriarcal de la fam ilia
burguesa. ¿H abrá supuesto H aberm as en 1962 sim plem ente que, u n a vez que la fam ilia ya
no es burguesa, un a vez que el poder económ ico ya no penetre en la esfera íntim a, el p ro ­
blem a del patriarcado desaparece? E sta posición m arxista están d ar no es convincente.
75 Public Sphere, op. cit., p. 129.
76 Ibid. (traducción y cursivas del autor).
77 Es erróneo estilizarlos com o liberales, tal com o lo hace H aberm as, aunque, a diferen­
cia de Marx, sí conservan la idea plena de la esfera pública liberal.
78 Public Sphere, op. cit., p. 136.
79 Para Tocqueville y Mili, la participación en asociaciones voluntarias dem ocráticas e
igualitarias y otros tipos de cuerpos deliberantes en la sociedad civil (com o los jurados),
proporciona la experiencia de la libertad a los ciudadanos privados. En ese modelo, la p ri­
m era asociación en que se puede ad q u irir experiencia y capacitación p ara el ejercicio de la
libertad sería, p o r supuesto, u n a form a igualitaria, no p atriarcal y no burguesa de la fam i­
lia. Sin em bargo, a diferencia de Hegel, Tocqueville y Mili n unca suponen que los indivi­
duos abandonan sus intereses particulares dentro de las asociaciones a las que pertenecen:
tom an los intereses (relativam ente) m ás generales de las asociaciones, sin p erd er sus p ro­
pios intereses y objetivos particulares.
80 Public Sphere, op. cit., pp. 128-129.
81 "Hoy en día” se refiere aquí al periodo de la R epública de Weimar.
82 Crisis, op. cit., pp. 6-7.
83 Hüter, op. cit., p. 89. Aquí Schm itt supone que esta unificación era, después de todo,
real. En otras partes afirm a que sólo era un teatro. La am bigüedad tiene paralelo en sus dos
argum entos que sostienen, respectivam ente, la em ergencia de u n a (simple teatro) a dife­
rencia de dos voluntades (real) del E stado en el liberalism o.
84 Para Schm itt, este m odelo basado en R ousseau es com pletam ente inviable.
85 Crisis, op. cit., pp. 8-9, 13-14 y 26-27.
a6Ibid., p. 15.
87 Hüter, op. cit., pp. 83-88. ESSf^únto es incongruente respecto a la idea de u n a relación
polém ica del parlam ento con el ejecutivo. El problem a es sab er si hay, de conform idad con
Schm itt, dos voluntades del E stado parcialm ente antagónicas en el parlam entarism o libe­
ral, un punto de vista difícil de reconciliar con otras afirm aciones suyas, en p articu lar con
su insistencia casi hegeliana en el E stado com o centro unificado de lealtad (véase Hüter, op.
cit., p. 90).
88 Véase Weber, “Parliam ent and G overnm ent in a R econstructed G erm any", op. cit,, El
análisis de W eber es análogo al de Schm itt, respecto al objetivo del m odelo parlam entarlo
liberal de la em ergencia de buenos líderes. Sin em bargo, la preocupación norm ativa de
Weber, a diferencia de Schm itt, era encontrar un contrapeso p ara el E stado burocrático.
89 Crisis, op. cit., pp. 7 y 49-50.
90 Véase Claude Lefort, "Politics and H um an Rights", The Political Forms o f M odtm
Society, Cam bridge, MIT Press, 1986.
91 Concept o f the P o litic a l, op. c it,, pp. 22-23.
92 Hüter, op. cit., p. 78, \
93 Concept o f the P o litica l, op, c it., p. 22.
94 Ibid., p. 23; Hüter, op. cit„ p, 79,
91 C o n c ep t o f th e P o litic a l, op, c it,, pt Z i
296 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL

96 C onfundir las dos form as de diferenciación lleva a una actitud am bivalente, observa­
da p o r Leo Strauss (sin que hubiera percibido la razón real), hacia la diferenciación funcio­
nal. Se defiende contra una form a de segm entación que im plica la prim acía de lo social,
que es un a am enaza m ayor a la soberanía, pero se le abandona en el caso de la totalización
o desdiferenciación funcional que im plica la prim acía de lo político.
97 Cari Schm itt, Legalitdt und Legitimitat [1932], 3a. ed., Berlín, D uncker & H um blot,
1980, p. 96. ,
9S Ibid., pp. 89-90. E n la página 98, argum enta que, en realidad, el resultado era la exis­
tencia de dos constituciones en una.
99 O tto K irchheim er afirm ó que el E stado au toritario en A lem ania no logró su p erar la
pluralización y fragm entación interna. Véase sus “Changes in the S tru ctu re of Political
Com prom ise” [1941], en Andrew Arato y Eike G ebhardt (eds.), The Essential Frankfurt School
Reader, Nueva York, Urizen, 1978, pp. 49-70.
100 Los autores de la Escuela de Francfort previeron esta posibilidad desde fechas tem ­
pranas, com o se observa en la distinción que hace Friedrich Poliock entre las versiones
dem ocrática y autoritaria del capitalism o de E stado. Véase su "State C apitalism ’’ [1941], en
Arato y G ebhardt (eds.), The Essential Frankfurt School Reader, pp. 71-94.
101 Jürgen H aberm as, ''Technology and Science as Ideology”, Toward a Rational Society,
Boston, B eacon Press, 1970; Legitimation Crisis, Boston, Beacon Press, 1975; Claus Offe,
Strukturprobleme des kapitalistischen Staates, Francfort, Suhrkam p, 1972. Es im portante
observar que, bastante antes de la em ergencia del neoconservadurism o, Offe subrayó que
el intervencionism o del E stado producía disfunciones en la racionalidad adm inistrativa (la
“crisis de la adm inistración de la crisis"), m ientras que H aberm as insistió en las brechas
inevitables, en la legitim idad dem ocrática en lo que se refiere al uso de la intervención
pública p ara fines privados, en vista de los decrecientes recursos en la m otivación cultural.
102 Otto K irchheim er, "Changes in the S tructure of Political Com prom ise" "In Search of
Sovereignty”, Politics, Law and Social Change, Nueva York, C olum bia University Press, 1969.
103 Public Sphere, op. cit., p. 144.
104 Véase sus ensayos en Contradictions o f the Welfare State, Cam bridge, m it Press, 1984,
y Disorganized Capitalism, Cambridge, MIT Press, 1985.
105 Public Sphere, op. cit., p. 155.
106Ibid., pp. 159 y 162.
107 Ibid., p. 169.
108 Ibid., p. 175.
W9 Ibid., p. 198.
110 Ibid., pp. 203-204,
111 Ibid., pp. 193 y ss.
112 Ibid., pp. 211 y 213.
1¡3Ibid., p. 215.
U4Ibid., p. 216.
115 Ibid., pp. 218-219.
116 Éste fue especialm ente el caso porque, incluso en la década de 1960, H aberm as no
usó los argum entos de W alter Benjam ín respecto a las posibilidades de em ancipación inhe­
rentes a la situación cultural de la m odernidad.
117 Public Sphere, op. cit., p. 176.
. Ibid., p. 177.
119 Este argum ento tam bién rom pe con A rendt, que no podía ver nada positivo en el
E stado benefactor. H aberm as critica sus consecuencias despolitizadoras pero encuentra
positiva su desdiferenciación del E stado y la sociedad civil, en la m edida en que anticipa un
Estado-sociedad unificado m arxista. Como yuxtapone este ente en proyecto a u n a esfera
ín tim a no económ ica, al final produce una síntesis de Marx y A rendt que es m ás dualista
que la utopía de Marx pero, a diferencia de la de A rendt, incluye los asuntos económ icos en
las deliberaciones públicas.
120 Public Sphere, op. cit., pp. 222-225.
121 Ibid., pp. 178-179.
122 Ibid., pp. 224-225. También este argum ento fue introducido en las discusiones de la
LA CRÍTICA HISTORICISTA 297

E scuela de F rancfort por Otto K irchheim er; véase "W eim ar und w as dann?", traducido al
inglés com o "Weimar-and W hat Trien?”, en Politics, Law and Social Change. K irchheim ar
posteriorm ente lo abandonó con el desarrollo del E stado au toritario, que rep entinam ente
volvió inaceptable el abandono crítico de los derechos negativos.
123 Public Sphere, op. cit., p. 226.
124 Ibid., p. 229.
,2SIbid., p. 229. E videntem ente H aberm as in terp re ta el térm ino am biguo Teilhaberrechte
(derechos de participación o derechos de m em bresía) en el sentido de una “p articip ació n ”
dem ocrática activa en vez de u n a simple pertenencia pasiva.
1™Ibid., pp. 229-231.
n i Ibid., pp. 177-178.
128 Ibid., pp. 232-233. Según H aberm as, este conflicto no se ha decidido todavía en el
presente. No debem os to m ar m uy en serio su evaluación optim ista que se ajusta a un m o ­
delo del “List der Vernunft" hegeliano, que busca concebir “la esfera pública que opera en
condiciones de u n estado b enefactor com o un proceso de autorrealización: que sólo es
capaz de establecerse a sí m ism a gradualm ente, en com petencia con la otra tendencia que,
volviéndose contra sí m ism a, reduce el poder crítico del principio de lo público en una
esfera pública trem endam ente am pliada" (p. 233, la traducción es del autor).
129 Véase el cap. vm.
VI. LA CRÍTICA GENEALÓGICA:
MICHEL FOUCAULT

S e PUEDE interpretar la obra de Foucault como una crítica del Estado


benefactor paralela a la de Arendt, Schmitt y Habermas, aunque se deriva
de una tradición teórica diferente y usa medios distintos. De mayor impor­
tancia para nosotros es el hecho de que Foucault presenta una crítica más
constante de la sociedad civil m oderna que cualquiera de sus predeceso­
res o contemporáneos. Aunque comparte con Arendt su desconfianza res­
pecto a la génesis y funcionamiento de lo social, y, si bien su explicación
genealógica de las relaciones de poder modernas tienen el mismo objetivo
de la crítica historicista de Schmitt (el modelo liberal-democrático del de­
recho y la concepción normativa de la sociedad civil), la orientación de su
análisis no es ni favorable ni contraria a las tendencias estatistas. Más
bien, su objetivo comprende las categorías de la sociedad civil. Éstas pa­
san a ocupar el centro del escenario y desempeñan papeles clave en la
historia del nacimiento, crecimiento y dinámica de las relaciones de po­
der modernas. Sin duda, el Estado benefactor contemporáneo desempe­
ña un papel en la globalización y profundización de las formas modernas
de dominación, pero no es ni su fuente ni su principal actor.
De hecho, aunque Foucault ciertamente estaría de acuerdo con la for­
ma en que Habermas explica el modo en que funciona la esfera pública
deformada, así como con su tesis de una interpenetración de las relacio­
nes de poder societales y estatales, rechazaría la propia noción de defor­
midad a la que Habermas contrapuso la im portancia continuada de las
normas de la sociedad civil. Por lo menos en este respecto, el análisis de
Foucault es paralelo al de Niklas Luhmann. Ambos argum entan que la
concepción normativa de la legitimidad, las leyes, la publicidad y los dere­
chos es un rem anente obsoleto del sistem a aristocrático-m onárquico.
Aunque ambos son conscientes de que estos conceptos (junto con la demo­
cracia) fueron tomados por los reformistas y revolucionarios de finales
del siglo XVIII y principios del XIX, insisten en que son irrelevantes para las
sociedades descentralizadas modernas. No obstante, Luhm ann y Foucault
dan razones más bien diferentes para esta tesis. Como veremos en el capí­
tulo vil, Luhmann ubica su explicación en la modificación del principio
prim ario de la diferenciación societal, es decir, en la reorganización del
sistema social de estratificación hacia una diferenciación funcional. En
los sistemas sociales diferenciados, modernos, ya n o e s p o s ib l e represen-
298
LA CRÍTICA GENEALÓGICA 299

tar la unidad de la sociedad;la representación y lafc categorías normativas


de la sociedad civil se han tornado inevitablemente románticas. En cam­
bio, para Foucault no es la diferenciación funcional sino la emergencia de
nuevas formas de estratificación y nuevas relaciones de poder lo que hace
que el modelo jurídico normativo se vuelva anacrónico. Problema de la
dominación que pasa a un segundo plano en la obra de Luhmann, es cen­
tral en la de Foucault. Por lo tanto, y en contraste con Habermas, la ver­
sión de Foucault del ascenso y desarrollo de la sociedad civil m oderna es,
sin am bigüedad alguna, negativa desde el principio. Además, como se les
concibe como el producto de tecnologías modernas del poder, ninguna de
las categorías de la sociedad civil puede proporcionar un punto de refe­
rencia para cualquier proyecto que desafíe las estructuras de dominio que
prevalecen en nuestras sociedades. Ahora nos ocuparemos de esta con­
cepción alarmante de la sociedad civil.

M a r x , g e n e r a l iz a d o

En muchos aspectos, lo más im portante para entender la crítica que hace


Foucault de la sociedad civil es la obra de Carlos Marx, y no la de sus
propios contemporáneos. Si Marx fue el crítico sin p ar de la sociedad
m oderna en el siglo X IX ,1 seguramente Michel Foucault merece heredar
el título para el siglo XX. Al igual que Marx, su propósito es analizar las
formas y técnicas de una modalidad de poder que es singularmente mo­
derna. Su análisis, que de nuevo nos recuerda a Marx, recupera las cate­
gorías centrales de la sociedad civil —la ley, los derechos, la autonomía,
la subjetividad, la publicidad, la pluralidad, lo social— para demostrar
que, lejos de articular los límites de la dominación, constituyen su sopor­
te. Aunque nuestra intenciéwwes m ostrar que este análisis de hecho es uni­
lateral, que Foucault está atrapado por el mismo punto de vista de la mo­
dalidad de poder que analiza (la razón estratégica), queda claro que
ninguna teoría de la sociedad civil puede ignorar su contribución si desea
evitar la apología.
A pesar de im portantes diferencias, el análisis de Foucault de lo especí­
fico de la sociedad m oderna se construye a partir de una intuición central
de Marx: la modernidad supone la emergencia de una nueva forma pe­
netrante de dominación y estratificación. Esto no es sugerir que Foucault
opera dentro del universo del discurso marxista; en realidad, la dialéctica,
el determinismo económico, el materialismo histórico, el modelo de base/
superestructura, la preocupación por la ideología, la estrategia de la críti­
ca inmanente y el enfoque déla lucha de clases están todos ausentes en su
obra.2 Foucault abandona explícitamente este discurso por varias razo­
300 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL

nes. Primero, el enfoque marxista de la economía nos da una explicación


inadecuada de las relaciones de p o d er—ni las formas ni las estrategias ni
el funcionamiento real del poder pueden ubicarse en la economía o ser
colocados en una posición subordinada respecto a ella—.3 Segundo, la
teoría dialéctica de la historia que postula el potencial em ancipador de un
macrosujeto capaz de aglutinar las resistencias locales en un movimiento
político revolucionario que puede term inar con la dominación societal de
una vez por todas, está muy desorientada y es peligrosamente utópica.4
Además, la teoría totalizante en cualquiera de sus formas es, a la vez, un
obstáculo para la investigación y políticamente desventajosa. Según Fou-
cault la teoría sistematizadora, global, tiende a simplificar los detalles, las
formas locales y la especificidad de los mecanismos de poder, a la vez que
conserva todo en su lugar en vez de hacer más flexible el rígido control de
los discursos unitarios de nuestro pensam iento.5 Foucault no rechaza el
marxismo simplemente para resaltar los progresos positivos de la socie­
dad civil moderna. Por el contrario, lo hace para proporcionar una explica­
ción superior de las nuevas clases de relaciones de poder que se presentan
en toda la vida social en forma más completa y extensa de lo que Marx
imaginó posible.
Foucault no usa el térm ino “sociedad civil”, pero presupone la diferen­
ciación entre Estado y sociedad que, según Marx, era señal característica
de la m odernidad.6 Además, al igual que Marx, argum enta que el lugar de
las relaciones de poder m odernas es la sociedad, independiente y diferen­
te del Estado soberano. Foucault no reduce la sociedad a su subestructura
económica ni considera las relaciones de clase como la forma paradigmáti­
ca de las relaciones de poder o de lucha en la sociedad moderna. En cam­
bio, tom a la percepción marxista de la "anatomía" de la sociedad civil y va
un paso más allá;7 así como Marx descubrió las relaciones de poder en la
fábrica, constituidas y ocultadas por las peculiaridades jurídicas del con­
trato de trabajo, Foucault descubre relaciones asimétricas de poder en las
otras instituciones clave de la sociedad moderna: hospitales, escuelas,
prisiones, asilos, ejércitos, familia y así sucesivamente. En realidad, lo
que Marx afirma respecto a las relaciones de intercambio y a la ley contrac­
tual es, según Foucault, cierto de todas las formas jurídicas y de todas las
principales instituciones de la sociedad moderna: la norma, la legalidad y
los derechos van aunados a la disciplina, las relaciones de poder y la sub­
yugación:

Históricamente, el proceso por el que la burguesía se convirtió, en el curso del


siglo xvm, en la clase dominante políticamente fue ocultado por el estableci­
miento de una estructura jurídica explícita, codificada y formalmente igualitaria
que fue posible por la organización de un régimen parlamentario, representati-
LA CRÍTICA GENEALÓGICA 301

vo. Pero el desarrollo y generalización de los m ecanismos disciplinarios consti­


tuyó el otro lado, el oscuro, de estos procesos. La forma jurídica general que
garantizaba un sistema de derechos que en principio eran igualitarios fue apo­
yada por estos pequeños m ecanismos diarios, físicos, por todos aquellos sis­
temas de micropoder que son esencialmente no igualitarios y asimétricos a
los que llamamos las disciplinas. Y aunque [...] el régimen representativo ha­
ce posible [...] que la voluntad de todos forme la autoridad fundamental de
la soberanía, las disciplinas proporcionan, en la base, una garantía de sum i­
sión de las fuerzas y de los cuerpos. L a s d i s c i p l i n a s r e a le s , c o r p ó r e a s , c o n s t i t u ­
y e r o n l o s f u n d a m e n t o s d e la s l ib e r t a d e s f o r m a l e s , j u r í d i c a s ,a [Las cursivas son
nuestras.]

Así, Foucault también observa lo que está detrás de las relaciones jurí­
dicas de los regímenes democráticos liberales y de la sociedad de m erca­
do aparentemente igualitaria y descubre las formas sistemáticas (no acci­
dentales) de dominio dentro de la sociedad. De hecho, una preocupación
central del proyecto de Foucault es acabar de una vez por todas con lo que
llama el “modelo jurídico de poder", que aún domina nuestro pensam ien­
to, con el fin de dirigir nuestra atención (y resistencia) a la forma de poder
sutil y no obstante penetrante, característica de las sociedades modernas
que escapa a la articulación en términos jurídicos.9 Como la suerte de las
categorías de la sociedad civil está vinculada con el contraste que estable­
ce entre los dos modelos de poder, vale la pena estudiarlos.
Según Foucault, el modelo jurídico de poder y la construcción legal de
nuestra propia sociedad son heredados del antiguo régimen. La revitali*
zación de la ley rom ana empezó en el siglo xil, y junto con los discursos de
soberanía, legitimidad y los derechos, desempeñó un papel constitutivo
en el establecimiento del poder absoluto y la autoridad de la monarquía. En
Occidente, el derecho es, según Foucault, el derecho del rey. Incluso cuan­
do el discurso jurídico se i5p©ne al control del m onarca (por ejemplo, en
nombre de la conservación de los derechos feudales o del establecimiento
de los derechos individuales contra el Estado), siempre son los límites de
este poder soberano los que se ponen en duda, y son sus prerrogativas las
que se desafían. Ya sea que el discurso jurídico del derecho estuviera dirigi­
do a lim itar o a afirm ar el carácter absoluto del poder del rey, su propósito
era constituir el poder como su derecho. "El papel esencial de la teoría del
derecho, desde los tiempos medievales en adelante, era el de fijar la legiti­
midad del poder; éste es el principal problema en torno al cual se organiza
toda la teoría del derecho y de la soberanía."10 En resumen, se define a la
soberanía en términos jurídicos, mientras que la ley constituye el poder
como el derecho legítimo ge la soberanía.
En parte, por supuesto, est*construcción jurídica sirvió para ocultar la
dominación intrínseca al poderThaelendo que este último apareciera como
302 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL

el derecho legítimo del soberano y com portara la obligación legal de obe­


decerlo. En parte, también sirvió como instrum ento y justificación para
construir monarquías administrativas de gran escala. Por lo tanto, lo ju rí­
dico articula la forma en que el poder era ejercido en las m onarquías
absolutas, esto es, la relación entre soberano y súbdito.11 En realidad, el
modelo jurídico articula una concepción específica de las m aneras en que
se ejerce el poder: se basa en un modelo de poder que opera por medio del
mecanismo de la ley, del tabú y de la censura, de límites, de obediencia y
de transgresión.

Ya sea que uno le atribuya a él la forma del príncipe que formula derechos, o
del padre que prohíbe, o del censor que obliga al silencio, o del señor que enuncia
la ley; en cualquier caso uno esquematiza el poder en una forma jurídica, y uno
define sus efectos como obediencia. Confrontado por un poder que es la ley, el
sujeto que está constituido como súbdito —que está “sujeto”— es el que obede­
ce [...] Por una parte un poder legislativo, por la otra un sujeto obediente .'2

En resumen, el modelo de poder que corresponde a lo jurídico es repre­


sivo. De aquí que el poder parece ser “extrañamente restrictivo”: es pobre
en recursos, austero en sus métodos, monótono en las tácticas que utiliza.
La única fuerza que tiene es la fuerza de lo negativo, el poder de decir no
—postula límites, no produce—. Este poder es incapaz de hacer algo, excep­
to impedirle a lo que domina hacer algo diferente de lo que se le permite
hacer. Como tal, de hecho, el poder soberano está limitado, en la medida
en que implica el derecho sobre la vida y la m uerte sólo en el caso del
ejercicio del derecho de matar o de abstenerse de matar, de dejar vivir o de to­
m ar una vida. No es accidental que el símbolo de tal poder sea la espada,
porque el modelo jurídico-político del poder era en realidad ejercido como
un medio de deducción, un mecanismo de sustracción, un derecho a apro­
piarse de una parte de la riqueza, un impuesto sobre los productos, bie­
nes, servicios, mano de obra y sangre que se cobraba a los súbditos. Esa
forma de poder silencia, reprime, prohíbe, tom a y se apodera, pero eso es
todo.13
. Obviamente, la tesis central de Foucault es que el nuevo tipo de poder
que empezó a desarrollarse en los siglos XVII y x v m , y se globalizó y per­
feccionó en los siglos XIX y XX, es incompatible con las relaciones de sobera­
nía y es en todo respecto la antítesis del mecanismo de poder descrito por
la teoría de la soberanía. El nuevo tipo de poder disciplinario, uno de los
grandes inventos de la sociedad burguesa (sic),u es irreductible a la repre­
sentación de la ley: lo jurídico no puede servir como su sistema de represen­
tación.15Tampoco puede el modelo de represión explicar el modo, las técni­
cas, o el ejercicio de esta forma de poder. A pesar de todo, este modelo
LA CRÍTICA GENEALÓGICA 303

continúa predominando hoy en día, en parte como ideología del derecho,


en parte como principio organizador de los códigos legales de Europa
adquiridos en el siglo XIX.16 Sigue siendo hegemónico en el campo de la
teoría política, e informa a las versiones liberal y dem ocrática radical del
contractualismo.
En realidad, en una m anera que recuerda mucho a Marx (y a Cari
Schmitt), Foucault se mofa de la teoría política liberal que ve en los legalis-
mos universales de la sociedad (en la igualdad formal, los derechos y la
democracia parlamentaria), límites impuestos por una comunidad societal
libre (compuesta de individuos soberanos) sobre el ejercicio del poder. La
ilusión contractual de que el poder puede hacerse visible, localizado y res­
tringido al Estado político, cuyos alcances están delimitados claramente
por los derechos del sujeto jurídico, por supuesto tuvo un papel que desem­
peñar en la construcción del modelo de la democracia parlam entaria en
oposición a las monarquías absolutistas, administrativas y autoritarias.
Pero sigue prisionera del modelo jurídico del poder erigido por prim era
vez por estas monarquías: las críticas contractualistas de la m onarquía en
el siglo XVIII no estaban dirigidas contra el sistema jurídico, sino que más
bien hablaban en nombre de una legalidad más pura y más rigurosa a la
que se conformarían todos los mecanismos del poder. “La crítica política
aprovechó, por lo tanto, todo el pensamiento jurídico que acompañó al
desarrollo de la monarquía, con el fin de condenar esta última; pero no de­
safió el principio que afirmaba que la ley tenía que ser la misma forma del
poder, y que el poder siempre debía ser ejercido en forma de ley."17 Ni la
transposición roussoniana, radical democrática, de la soberanía del rey al
pueblo, ni la idea liberal de derechos que antecedieron al gobierno tras­
ciende el concepto jurídico del poder, la doctrina de la soberanía, o la pre­
ocupación por la legitimidad —ambas suponen que el gobierno de la ley y
la codificación de los derecf^fk acen que el poder sea legítimo y controla­
ble—. Ambas discuten el poder en términos del Estado, la soberanía, el
consentimiento, el contrato, y los derechos, lo que implica que el poder es
visible, localizable en un lugar, limitable y que deberá ejercerse de acuer­
do con una legalidad fundamental.
La mism a idea de un contrato entre individuos que establece el poder
legítimo limitándolo por medio de la ley y los derechos, construye el po­
der como un derecho original de soberanía al cual se renuncia cuando se
establece la sociedad política, en favor del soberano artificial. Este mode­
lo presenta a la opresión como transgresión de los límites de los términos
del contrato. El derecho a rebelarse contra el poder que ha traspasado sus
límites, violando así los deWchos de otro, es el derecho a restablecer el
poder legítimo, limitado Jurídicamente. Por lo tanto,
304 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL

la representación del poder ha continuado bajo el hechizo de la monarquía. En


— el pensamiento y análisis político, aún no hemos cortado la cabeza del rey. De
aquí la importancia que la teoría del poder le da al problema del derecho y de la
violencia, de la ley y de la ilegalidad, de la libertad y de la voluntad, y en espe­
cial del Estado y la soberanía (incluso si se cuestiona a esta última en la medida
en que está personificada en un ser colectivo y ya no en un individuo sobera­
no). Concebir al poder sobre la base de estos problemas es hacerlo en términos
de una forma histórica que es característica de nuestras sociedades: la monar­
quía jurídica. Característica pero transitoria. Porque aunque muchas de sus
formas han persistido hasta el presente, gradualmente ha sido penetrada por
mecanism os muy nuevos de poder que probablemente no pueden reducirse a
la representación de la ley.18

El punto de Foucault es, por supuesto, que este modelo de poder es


anacrónico. Pero, ¿por qué se le acepta todavía? Aparte de las razones históri­
cas antes mencionadas, Foucault hace referencia a otros tres papeles que
^ lo jurídico desempeña en la sociedad moderna. El prim ero es claramente
ideológico, a pesar de que Foucault rechaza la noción de ideología, por­
que afirma muchas veces que el discurso de la ley y de los derechos oculta
la operación del poder al distraer nuestra atención de los nuevos discur­
sos que están surgiendo de las propias disciplinas, y al ocultarlos mecanis­
mos del poder disciplinario que operan afuera, por debajo y por medio de
la ley. En otras palabras, nos orienta a los problemas de legitimidad e ile­
gitimidad, en vez de a los temas de la lucha y de la sumisión, a las relacio­
nes de soberanía en vez de a las de dominio:

La teoría de la soberanía, y la organización de un código legal centrado en ella, ha


permitido que se sobreimponga un sistema de derechos sobre los mecanismos
de disciplina, de tal manera que se oculten sus procedimientos reales, el elemen­
to de dominación inherente en sus técnicas, y se garantice a todos, por virtud
de la soberanía del Estado, el ejercicio de sus propios derechos soberanos .19

En realidad, las disciplinas tienen su propio discurso, que no es el de


las normas, sino el déla normalización. El discurso de los derechos oculta
la discursividad mucho más importante de las disciplinas. Aquí, la relación
del discurso del derecho con las relaciones reales de poder es de forma y de
contenido. Entonces, la sociedad moderna, desde el siglo XIX hasta nues­
tros días, ha estado caracterizada, por una parte, por una legislación, un
discurso y una organización con base en el derecho público (cuyo princi­
pio de articulación es el cuerpo social y el status delegado de cada ciudada­
no); y por la otra, por una red estrechamente relacionada de coerciones
disciplinarias cuya finalidad es de hecho asegurar la cohesión de este mis­
mo cuerpo social. El prim er discurso anacrónico, y no obstante útil norma-
LA CRITICA GENEALÓGICA 305

tivamente, del derecho y d$ la soberanía, oculta las'nuevas relaciones de


poder de la m odernidad.20
Por supuesto, Foucault discute un nuevo desarrollo moderno del dis­
curso y de la organización de la ley y el derecho. Pero como Habermas ha
indicado, la reorganización del derecho en la que hace hincapié Foucault
no tiene nada que ver con los desarrollos normativos internos a la ley
desde el siglo XVIII o con la explosión de los derechos civiles en nuestro
siglo.21 Foucault no sólo descuida totalmente el desarrollo de estructuras
normativas en relación con la formación m oderna del poder, sino que
además su discusión de lo “jurídico" como parte integral del poder "feu­
dal monárquico” no trata de las diferencias entre la antigua concepción
de los privilegios y la m oderna concepción de los derechos. De hecho,
parece creer que las estructuras modernas de derecho que son constituti­
vas de los varios dominios de la sociedad civil y de la nueva relación entre
los ciudadanos y la esfera pública son esencialmente las mismas que las
de los regímenes absolutistas. Aparentemente, debemos concluir por su
análisis que el interés por los principios procesales de la legitimidad de­
mocrática —por los derechos civiles, políticos y sociales—, en resumen,
por el constitucionalismo, es un rezago de un periodo de absolutismo:22

Hemos ingresado a una fase de regresión jurídica en comparación con las so­
ciedades anteriores al siglo xvn con las que estamos familiarizados; no debemos
ser engañados por todas las constituciones que se han elaborado en todo el
mundo desde la Revolución francesa, los códigos que se han escrito y revisado,
y la continua y vociferante actividad legislativa. Éstas fueron las formas que
hicieron que un poder esencialmente normalizador fuera aceptable .23

Si el derecho sólo sirve para establecer la legitimidad del poder sobera­


no, ocultando simultáneamente la dominación, entonces la estrategia de
Foucault parece ser la desmitificación del primero para hacer visible la
última.
Pero el discurso de los derechos y de la concepción jurídica del poder
tiene otras funciones. No sólo es la cubierta ideológica de una nueva for­
ma de dominación, sino que es un elemento constitutivo de esta última:
“el sistema de derechos, el dominio de la ley, son agentes permanentes de
estas relaciones de dominio, son técnicas polimorfas de subyugación. Creo
que el derecho se debe ver no en términos de una legitimidad que hay que
establecer, sino en términos de los métodos de subyugación que instiga".24
Como se indicó antes, las disciplinas reales, corpóreas, constituyen los fun­
damentos de las libertades formales, jurídicas. En realidad, lo que el nue­
vo desarrollo, no anacrónico cno normativo), del discurso y de las formas
jurídicas acarrean es su " c o lo n líid ó n ^ o r los procedimientos de la ñor-
306 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL

malización, por las disciplinas empíricas de la sociología y de la medicina


hasta la psicología. Los derechos individuales, la ley individualizadora y
la penetración de la antigua estructura normativa de la ley por las discipli­
nas convierten a la propia ley en un medio efectivo de (y en un socio de)
las técnicas disciplinarias, n o rm a liz a d o ^ de la dominación, a pesar de la
heterogeneidad en última instancia de los niveles de disciplina y de sobera­
nía.25 Además, son precisamente estos desarrollos no normativos dentro
de la ley y los discursos legales, los que la implican en la estructura moder­
na del poder. El uso de expertos en medicina, psicología, sociología e in­
formación estadística, en resumen, en información em pírica y lenguajes
no legales dentro del discurso legal para presentar el caso de una persona,
constituye la prueba de que las disciplinas han penetrado las estructuras
jurídicas y las han tornado positivas, empíricas, funcionales y casi disci­
plinarias. Así, la ley no pasa necesariamente a un segundo plano en los
siglos XIX y XX, sino que ahora opera más y más al servicio de la normaliza­
ción a medida que la institución jurídica es incorporada en un continuo
de aparatos médicos, administrativos, etc., cuyas funciones son en su mayor
parte reguladoras.26
La idea del papel constitutivo de la ley ante la subyugación evoca la an­
tigua crítica funcionalista-marxista de los derechos y de las formas jurídi­
cas. También en este caso las estructuras jurídicas son constitutivas de la
modalidad moderna del poder y el sujeto jurídico se presenta no como
límite de, sino más bien como efecto del poder. La analogía con el con­
trato de trabajo como la forma legal que codifica, oculta y constituye las
relaciones de poder asimétricas en la esfera de la producción es en reali­
dad bastante fuerte. Sin embargo, para Foucault, las formas modernas del
poder no contradicen o violan las norm as igualitarias de la sociedad civil,
sino que más bien son sus fundamentos. Esta función norm alizadora de
una concepción cada vez más positivista y empírica de la ley colonizada es­
tá ausente en Marx. De aquí que, a diferencia de algunas versiones del
marxismo, Foucault argumente que los principios normativos de la socie­
dad civil no pueden servir como referente para una crítica de la domina­
ción o proporcionar orientaciones válidas para los movimientos sociales
que pueden intentar plasmarlos en la realidad más completamente. En la
medida en que siguen siendo normativos, los principios del derecho, del
gobierno por la ley, de la legitimidad, etc., son anacrónicos; en la medida
en que la ley es colonizada por las disciplinas y se torna empírica, sirve a
la dominación. Para sintetizar, Foucault explícitamente rechaza la vía de la
crítica inmanente.
La tercera razón para la persistencia del modelo jurídico del poder que
presenta Foucault es casi psicológica. El modelo del contrato erige al po­
der como un mero límite sobre los deseos o libertades de la persona —el
LA CRÍTICA GENEALÓGICA 307

poder legítimo está limitado ante los derechos y libertades reservados pa­
ra las personas—. En este modelo, seguimos estando en libertad de hacer
lo que la ley no prohíbe. El poder como un mero límite de la libertad supo­
ne que una parte de la libertad (la libertad negativa) permanece intacta. De
hecho, ésta es la forma general de su aceptabilidad en nuestra sociedad.
Así, la explicación social-psicológica de lo atractivo del modelo jurídico
del poder se predica con base en el hecho de que el "poder es tolerable só­
lo a condición de que oculte una parte sustancial de sí mismo. Su éxito es
proporcional a su habilidad para ocultar sus propios mecanismos. ¿Sería
aceptado el poder si fuera totalmente cínico?"27
Aunque esta explicación suena sospechosamente similar a la teoría de
la legitimidad, Foucault rechazaría esa interpretación. El modelo jurídico
de poder no es el discurso legitimador del poder disciplinario, sino una
táctica distractora; los discursos de las disciplinas son muy diferentes.
Aunque nosotros mostraremos que, a pesar de sus negativas, Foucault
necesita una teoría de la legitimidad y que, de hecho, en afirmaciones co­
mo la anterior, introduce de nuevo tal concepto en su estructura; difícil­
mente es ésta la forma en que él desearía ser interpretado. Lejos de llevamos
a analizar los problemas de la legitimidad, el consentimiento, la sobera­
nía y la obediencia, desea dirigimos en la dirección opuesta, hacernos ob­
servar directamente la dominación/subyugación en sus ejemplos m ateria­
les, en sus formas y técnicas reales positivas. En realidad, todo interés por
la distinción normativa entre poder legítimo e ilegítimo, problemas de la
justicia, discurso de derechos, y otros similares, debe ser abandonado y
remplazado con un modo contrario de análisis, uno que empiece con las
microtécnicas de la dominación en regiones locales diferentes de la socie­
dad en vez de con una concepción del poder soberano, del Estado y de la
legitimidad.28
Sin embargo, para est<5*?eynecesita un concepto distinto de poder. Si
bien el modelo jurídico fue útil para representar un poder centrado en tor­
no a la deducción y la muerte, es "del todo incongruente con los nuevos
métodos del poder cuya operación no es asegurada por el derecho sino
por la técnica, no por la ley sino por la normalización, no por el castigo si­
no por el control, métodos que son empleados en todos los niveles y en
formas que van más allá del Estado y de sus mecanismos".29 Se nos ofrece
un análisis de este nuevo tipo moderno del poder en Discipline and Punish,
luego en una serie de ensayos compilados en Power/Knowledge y, finalmen­
te, en el prim er volumen de The History o f Sexuality. A diferencia del modelo
jurídico, que concibe al poder como algo que es poseído por un individuo
o grupo, que es intercambiable y recuperable, sujeto a límites legales y di-
suelto por el conocimiento3*verdad y el discurso auténtico, este poder
disciplinario, normalizador «• cónecbido ante todo como una relación de
308 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL

fuerzas: se ejerce, no se intercambia, y opera por medio de una asociación


íntim a con los discursos de la verdad y la producción de la verdad. Por
consiguiente,

El poder debe ser analizado como algo que circula, o más bien como algo que
_ sólo funciona en forma de cadena. Nunca está localizado aquí o allí, nunca está
en las manos de alguien, nunca es posible apropiárselo como una mercancía o
una pieza de riqueza. El poder es empleado y ejercido por medio de una orga­
nización similar a una red. Y los individuos no sólo circulan entre sus tramas;
siempre están simultáneamente en posición de sufrir y ejercer este poder.30

Además, lejos de estar localizado en una macroinstitución como el Es­


tado, el poder es coextensivo al cuerpo social —no hay espacios de liber­
tad prim aria entre sus tram as—. Más bien, las relaciones del poder están
entretejidas con otras clases de relaciones, incluyendo las de producción,
de parentesco, de familia, de conocimiento, sexualidad y otras similares.
Las relaciones de poder son, por decirlo así, los efectos inm ediatos de las
divisiones, desigualdades y desequilibrios que ocurren en estas últimas y
a la inversa, son las condiciones internas de tales diferenciaciones. Aun­
que las relaciones de poder son sui generis,31 y surgen en escenarios disper­
sos, heterogéneos, localizados y se les ejerce por medio de un rango de
"microtécnicas", se las puede integrar en estrategias más globales y servir,
por ejemplo, a objetivos económicos o estatales.
En resumen, Foucault remplaza la concepción jurídica del poder por
un modelo estratégico de relación asimétrica hostil de fuerzas.32 El poder
está en todas partes, no porque abarque todo, sino porque proviene de todas
partes.33 Además, el poder moderno no es ejercido por medio de la prohibi­
ción y la negación. Más bien opera mediante una multiplicidad de técnicas
de control, filtración, vigilancia e interrogación productivas —de nue­
vos discursos, conocimiento y verdades, de nuevas clases de individuos o
sujetos, de conductas requeridas y resultados funcionales—. Las relaciones
de poder son a la vez intencionales y no subjetivas, basadas en el cáfculo y
una lógica claramente descifrable y objetivos que a pesar de todo son anóni­
mos.34 Finalmente, no hay relaciones de poder sin que se formen resisten­
cias allí donde se ejercen las relaciones de poder.
Aunque esta concepción es ciertamente más profunda que la del mode­
lo liberal-legalista, Foucault no es el único que considera al poder de esta
manera. Es posible encontrar una concepción no muy diferente del poder,
como suma positiva, tanto en la obra de Talcott Parsons como en la de Ni-
klas Luhmann.35 Sin embargo, Foucault proporciona un análisis detalla­
do y convincente de dos de las principales formas en que este modelo del
poder llegó a ser ejercido, así como una tesis única respecto a la relación
LA CRÍTICA GENEALÓGICA 309

entre conocimiento, poder y verdad que éstas suponen. El poder normali-


zador-disciplinario, orientado a la subyugación de los cuerpos y ejercido
mediante "una política anatómica del cuerpo humano", es analizado con
profundidad en Discipline and Punish. Por otra parte, The History o f Sexua-
lity se concentra en el biopoder regulador-productivo orientado al control
de las poblaciones —su salud, su esperanza de vida y su longevidad—,
ejercido por medio de una "biopolítica de la población”. Aunque no son
idénticas, estas dos formas de poder (que emergen en los siglos XVII y
XVIII, respectivamente), constituyeron los dos polos alrededor de los cua­
les se desplegó la organización productiva del poder sobre la vida.36 Cada
una desarrolló un rango específico de técnicas, tipos de discurso y conoci­
miento, y cada una resultó en un producto específico: el alma, el cuerpo
dócil y el hombre en el prim er caso; el individuo con deseos y la sexua­
lidad en el segundo.
Las nuevas ciencias hum anas de la criminología, medicina, psicología,
educación, sociología, etc., se unen con las nuevas técnicas de vigilancia,
examen, selección, individualización y normalización para constituir la
disciplina. Es por medio de estas disciplinas y de la aplicación de la discipli­
na que el cuerpo es reducido al menor costo como fuerza política y maximi*
zado como fuerza útil.37 Estas formas de conocimiento y de técnica de po­
der tam bién constituyen el alma como el producto de la m irada juiciosa
de los profesores, los doctores, los educadores, los guardias de prisión, y
los trabajadores sociales. El efecto del poder disciplinario/conocimiento
es, así, el hombre al que es posible conocer, calcular, norm ar y utilizar.
El biopoder tam bién opera por medio de la discursividad, produce nue­
vos tipos de individuos, y resulta en un conocimiento que está relaciona­
do con un régimen de poder. La explosión del discurso respecto a la sexua­
lidad —que proliferó en el siglo x v iii y constituyó a los individuos como
sujetos con deseos—, tatffbfén hizo uso de técnicas que emergieron en
ambientes dispares. Foucault cita a las técnicas confesionales desarrolla­
das dentro de los monasterios y perfeccionadas por la psicología y la recopi­
lación hecha por la policía de información estadística sobre la riqueza, la
fuerza de trabajo, la capacidad productiva y la salud de la población. Tam­
bién trata de las ciencias humanas correspondientes —en especial la demo­
grafía, la medicina, la biología, la psiquiatría, la psicología, la ética, la pe­
dagogía y la urbanología— que concentrándose en las tasas de natalidad
y de mortalidad, la esperanza de vida, la fertilidad y los patrones de dieta y
vivienda, generaron una discusión interminable sobre los detalles de la
conducta sexual. Estas pucvas formas de conocimiento constituyen a las
personas como una población que deberá ser regulada y controlada en
nombre del aum ento de suVl^a, productividad, salud y utilidad. También
constituyen al individuo eom oun-sefeon deseos sexuales cuyos anhelos
310 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL

secretos deben ser expuestos, manifestados y canalizados en una dirección


adecuada (útil) por medio de los procesos de autointerrogación con la
ayuda, por supuesto, de expertos. Así, el sexo se encuentra en el centro de
las nuevas técnicas de vida. También, en este caso lo que está en juego "es
el tipo de poder que hace ejercer sobre el Guerpo y el sexo. De hecho, este
poder no tiene ni forma de ley ni los efectos del tabú. Por el contrario, ac­
tuó multiplicando las sexualidades singulares [...] amplió las varias formas
de sexualidad”.38 Las nuevas sexualidades que aparecen —la sexualidad
infantil, las perversiones, la mujer histérica— y que rondan los espacios del
hogar, la escuela, la prisión, "todas están correlacionadas con los procedi­
mientos exactos del poder”.39 En el proceso, el sexo en sí se constituye como
un problema para la verdad y como el objetivo de un inmenso mecanis­
mo (médico/psicológico) para producir la verdad sobre nosotros mismos.
Estos análisis de las formas de las relaciones de poder modernas son, a
la vez, instructivos y convincentes. Lo que es cuestionable, sin embargo,
son los presupuestos teóricos del método genealógico de analizar el poder
y sus implicaciones para una teoría de la modernización y de la sociedad
civil moderna. Como esta última es lo que nos interesa principalmente,
sólo tratarem os brevemente de la primera.

L a g e n e a l o g ía d e la s o c ie d a d c iv il m o d e r n a

Las ambigüedades filosóficas y normativas de la genealogía

Los presupuestos filosóficos de lo que Foucault llama hum anism o sirven


de principal contraste para su propio enfoque genealógico. La idea de que
hay un alma hum ana o un yo mismo, subjetividad, una naturaleza hum a­
na interna (ya sea como un ser con deseos sexuales o como un sujeto so­
berano autónomo), o una esencia del hombre universal, que puede servir
como el fundamento de los valores básicos de autonomía, igualdad, liber­
tad y vida, y a la que puede expresar y liberar el conocimiento desinteresa­
do, es rechazada por Foucault en su magistral crítica del propio concepto
de hombre en The Order o f Things. Tanto la dualidad sujeto/objeto, como
los supuestos fundacionalistas que se encuentran al centro del hum anis­
mo conducen a antinomias imposibles de resolver. Pero esto no es todo.
La genealogía del alma moderna presentada en Discipline and Punish va
más allá de la crítica filosófica para revelar que las mismas nociones de
subjetividad, del alma, del yo mismo, de la autonomía y de la normatividad
(siempre interpretada como normalización) son productos del poder disci-
plinario/conocimiento.40 Por lo tanto, Foucault nos previene contra la idea
errónea de que el conocimiento puede existir independientemente de los
LA CRÍTICA GENEALÓGICA 311

intereses de poder o sólo donde las relaciones de'poder están suspendi­


das. En el análisis genealógico no hay ningún conocimiento que no presu­
ponga, y al mismo tiempo constituya, relaciones de poder.41 Las ciencias
hum anas, las disciplinas, nos dan el conocimiento objetivo del hombre, el
alma, el sujeto y el individuo requeridos por el poder disciplinario.
Lo mismo es cierto para el lado de la ecuación correspondiente al sujeto
y para la discursividad. La idea de que un autocuestionamiento intenso, y
de que manifestar o comunicar la verdad que hemos descubierto sobre no­
sotros mismos a otros, es la vía para el autodominio, autenticidad y libe­
ración de la represión es tan ingenua como la idea del conocimiento obje­
tivo desinteresado. Lejos de disolver los efectos del poder, el individuo
auténtico que dice la verdad sobre sí mismo —sus deseos, necesidades,
identidad, intereses más íntimos— es el producto de técnicas de poder
confesionales. La explicación genealógica de la sexualidad trata de mos­
trar que el sujeto hermenéutíco es el producto histórico de un régimen de
poder/conocimiento que funciona en y a través del discurso. La genealo­
gía analiza las técnicas discursivas de la constitución de seres propios/
sujetos que indagan en las profundidades de sí mismos (por medio del
autocuestionamiento) y expresan/confiesan las verdades descubiertas de
esa manera. Los rituales del discurso confesional implican la presencia
real o virtual de un socio que está en la posición de autoridad y prescribe
y evalúa la confesión, juzga, castiga o perdona, y consuela a la persona
que la realiza.42 Así, no sólo los discursos objetivadores de las ciencias
sociales, sino también los discursos subjetivadores realizados por noso­
tros y acerca de nosotros mismos, están profundamente relacionados con
el poder en el análisis genealógico. Lejos de tener una afinidad con la
libertad o con la universalidad, la razón y la verdad están imbuidas de re­
laciones de poder y siempre son específicamente históricas. De aquí que
Foucault vea a sus investigaciones genealógicas como parte de una "histo­
ria política de la verdad".43 El conocimiento, la verdad, la razón y el poder
están interrelacionados y son relativos al contexto; las investigaciones
genealógicas en los campos del conocimiento, los tipos de normatividad,
las formas de subjetividad, las identidades individuales y colectivas reve­
lan las tecnologías del poder por medio de las cuales se producen la ver­
dad, el conocimiento y la identidad.
Los problemas de esta posición nietzscheana con respecto a las normas,
la razón y la verdad han sido indicados muchas veces. Sólo mencionaremos
algunas de las objeciones más frecuentes que tienen im portancia para las
dimensiones normativas,de nuestro concepto de la sociedad civil.
Primero, está el problema de la ambigüedad normativa de la explicación
genealógica que hace Foucault de la normatividad. ¿Habremos de conside­
rar que ésta es una entre muChtw críticas de las mctainterpretaciones
312 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL

fundacionalistas de los valores humanistas o está dirigida al núcleo sustan­


tivo de estos valores en sí? Si esto último es el caso, y los otros aspectos de
la genealogía que estudiaremos más adelante indican que sí lo es, enton­
ces Foucault queda en la posición paradójica de tener que negar cualquier
status normativo a sus propios análisis críticos o de ser incapaz de justifi­
car las implicaciones políticas normativas de su obra.44
Segundo, si uno acepta literalmente a Foucault respecto a la relación
de la verdad con el poder, entonces surge la pregunta obvia: ¿cuál es el sta­
tus de las "verdades” reveladas por las propias investigaciones genealógi­
cas de Foucault?, ¿qué intereses, qué estrategias, qué formas de relacio­
nes de poder defiende Foucault?45
Tercero, ¿no es la afirmación de que todo conocimiento y la propia
racionalidad se derivan de las prácticas de poder basadas en un concep­
to indiferenciado del poder? ¿Son iguales todas las relaciones de poder?
¿Cuál es la diferencia entre poder y dominación, si es que hay alguna?46
La ofuscación en el concepto de poder de Foucault se encuentra, según
Habermas, en su misteriosa transición del concepto de voluntad al de
conocimiento.47Y esto, a su vez, se basa en un uso ambiguo de la catego­
ría "poder”. Como lo indica Habermas, la forma en que Foucault emplea
el concepto de poder reproduce la “ambigüedad trascendental-em pírica”
que incesantemente descubre en la concepción hum anista del hombre:
por una parte', es usada descriptivamente en los análisis empíricos de las
tecnologías de poder; por otra, es un concepto básico dentro de una teoría
de constitución.48 Lo primero explica el contexto social funcional de las
ciencias del hombre; lo segundo, la condición de posibilidad de un discur­
so científico sobre el hombre. Pero, el enfoque genealógico que afirma
hacer esas dos cosas a la vez, ¿no remplaza simplemente el objetivismo de
las ciencias humanas con un subjetivismo radicalm ente historicista?49
Y la ambigüedad trascendental-empírica de su concepto de poder, ¿no condu­
ce a Foucault a generalizar en exceso e incluso a dar un carácter demasia­
do ontológico a las relaciones de poder?50 Además, el equiparar la razón, el
conocimiento y el discurso con la racionalidad de la dominación, ¿no se
deriva de esta excesiva ontología del poder e implica una concepción
reduccionista, unilateral, estratégica-instrumental de la propia razón?51
Una cuarta objeción a los supuestos genealógicos es que el concepto de
la relatividad de la verdad respecto a un régimen (poder) es en última
instancia incoherente. En la tesis de la relatividad, la transform ación de
un régimen en otro no puede ser fuente de un progreso en la verdad, ni
pueden existir transformaciones liberadoras al interior de un régimen. No
hay tal cosa como una verdad independiente de su régimen, puesto que
cada régimen produce su propia verdad. Pero entonces, ¿cuál es el signi­
ficado de la afirmación de Foucault de que la verdad m anufacturada por
L¿í CRÍTICA GENEALÓGICA 313

el poder es su máscara, su disfraz, es decir, una falsedad?52 ¿Se sobrepone


simplemente una “no verdad” a otra? o ¿es el discurso de las disciplinas
más verdadero que el discurso jurídico?
Quinto, y para terminar, la propia idea de las relaciones de poder tal co- ^
mo las usa Foucault, es decir, siempre con la calificación “no igualitarias”, ¿no
implica dominación? y ¿no carece este último concepto de significado sin
su contrario, la libertad?53 Además, aunque aceptemos la idea de un poder
sin un sujeto (global), incluso si reconocemos que siempre hay un contex­
to estratégico en que están incorporadas las relaciones de poder y que no
está bajo el control de los actores, ¿tiene sentido hablar de estrategias de
poder sin proyectos o de la sociedad en términos de relaciones anónimas
de fuerzas?54 La insistencia de Foucault en que las relaciones de poder
son desiguales e intencionales, en que no hay ningún poder sin resisten­
cia, supone por lo menos que hayan intereses específicos implicados en el
ejercicio y conservación del poder, y víctimas específicas interesadas en
el derrumbe de esas relaciones de poder. Pero ¿qué intereses están implica­
dos en el desarrollo y conservación de las relaciones de poder disciplina-
rio-regulador moderno? Una vez que éstos han sido establecidos ¿cómo
es posible la resistencia en la sociedad civil carcelaria, y en nombre de qué
resiste uno? Ahora pasamos a ocuparnos de estos problemas.

La explicación genealógica de la modernización

Según Foucault, los procesos históricos que constituyeron la esfera social


en que vive el individuo moderno han privado al ideal del sujeto soberano
autónomo de cualquier contenido progresivo55 y han despojado a las ins­
tituciones sociales de cualquier solidaridad autónoma o relaciones hori­
zontales. Ni el concepto de íffáividuo ni las normas, estructura o dinám i­
ca de la sociedad civil pueden ser entendidas como la obtención de una
mayor libertad o servir como un referente para la política emancipatoria.
Retornaremos a esta teoría de la individualidad y socialidad modernas,
pero primero vale la pena ver brevemente la "genealogía" histórica de la
sociedad moderna cuyo propósito es claramente rem plazar la teoría m a­
terialista de la historia y privar a los críticos de su dialéctica alentadora.
El prim er libro en que Foucault presenta su teoría del poder, Discipline
and Punish, también proporciona el enunciado más claro de su teoría ge­
nealógica de la modernización, es decir, de la transformación envuelta en
ia conformación de nuestra soeicdad "carcelaria", “disciplinaria”.56 Aun­
que el libro se concentra en lágenealogía de la prisión moderna, claramente
el propósito es que sea lomaHqcomo ejemplo para un amplio rango de
cambios homólogos que caraclct lzan la transición de la “época clásica”
314 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL

(la edad del absolutismo o, más generalmente, el antiguo régimen) a la


sociedad m oderna (de finales del siglo XVIII hasta el presente).57 Porque
la tesis de Foucault es que las relaciones de poder asimétricas y las técni­
cas para aprender sobre el cuerpo y las formas de disciplinarlo que fueron
perfeccionadas en la prisión, ahora se encuentran en un rango cada vez
más amplio de las instituciones societales contemporáneas y afectan a
todas las personas. De hecho, "el archipiélago carcelario transportó esta
técnica desde la institución penal a todo el cuerpo social".58 Así, la genea­
logía de la prisión moderna revela una modalidad de poder que se en­
cuentra en toda la sociedad civil moderna.
Las innovaciones en la explicación genealógica de Foucault de la mo­
dernidad no se encuentran en las épocas específicas bosquejadas en la
trayectoria histórica que él presenta.59 Estas épocas son muy estándares
en la teoría de la modernización. En resumen, se nos presentan descripcio­
nes de dos tipos societales y de un periodo transicional entre ellos: la so­
ciedad tradicional o el "antiguo régimen”, compuesto por una sociedad de
órdenes y el Estado absolutista60 (siglos x v n a x ix ) , y la sociedad moder­
na, que emerge en el siglo XVIII y se desarrolla durante todo el siglo XX. El
periodo de transición se trata mediante el análisis de las teorías de la Ilus­
tración y el discurso de los reformistas que precedieron o surgieron du­
rante la Revolución francesa.
La evaluación que hace Foucault de estos cambios en términos de un
remplazo de una forma de dominación por otra tampoco es particular­
mente nueva o sorprendente, a pesar del desafío que presenta a las expli­
caciones liberales comunes (las teorías del contrato o de la Ilustración).
De hecho, a prim era vista, las semejanzas del enfoque de Foucault con
por lo menos una importante corriente dentro de las teorías sociológicas
de la modernización son notorias.61 El punto principal del texto de Foucault
es el tema de la emergencia del individuo moderno como la historia de
una forma nueva y muy penetrante de dominación que evoluciona por
medio de dos procesos interrelacionados: la destrucción de las solidarida­
des del grupo tradicional y la fragmentación o nivelación de las personas,
órdenes, y grupos sociales coherentes; y la consolidación de las técnicas
disciplinarias de la vigilancia y del control de los cuerpos que fabrican
una nueva forma de individualidad cuya ilusión de soberanía es la contra­
parte de la ausencia de cualquier vida autónom a de grupo o de identidad
de grupo, tradiciones significativas, formas de asociación o recursos de
poder. La única diferencia im portante al nivel dél contenido entre esta
versión de la modernización y la de Tocqueville o Nisbet, por ejemplo, es
que estos últimos atribuyen la forma de poder individualizadora, nivelado­
ra, principalmente a la emergencia del Estado moderno, m ientras que
Foucault la ve como el resultado de una multiplicidad de fuerzas institu-
LA CRÍTICA GENEALÓGICA 315

cionales o desarrollos en la sociedad, economía y forma de organización


política. No obstante, para ambos (así como para Marx) la sociedad civil'- - '
moderna es, a pesar de todo, ese terreno colonizado donde la solidaridad,
la asociación, la autonomía de grupo y la espontaneidad han sido rem ­
plazados por una nueva forma de control social.
Ciertamente, Foucault no describe el contraste entre el antiguo régimen
y la sociedad moderna con el fin de idealizar los cuerpos políticos interm e­
dios del Stándestaat, que representaron, para Tocqueville por lo menos,
el lugar crucial de la vida política que limitaba el poder administrativo del
Estado.62 De hecho, no hay ninguna distinción sistemática en la obra de
Foucault entre el tipo de acción política dentro de la estructura de las
asambleas y la acción estatal característica de las relaciones de poder ad­
m inistrativas.63 Fue precisamente esta clase de distinción, no obstante, la
que hizo que Tocqueville buscara equivalentes modernos para las anti­
guas formas de asociación, autonom ía y contrapoder —una búsqueda
destinada al fracaso en la teoría de Foucault.64
Tampoco asigna Foucault un valor positivo a las tradiciones culturales
o a las funciones integradoras aseguradas por los antiguos cuerpos inter­
mediarios (como lo hizo Nisbet).65 Por el contrario, parece que Foucault
tiene nostalgia de las oportunidades para el desorden en los intersticios
de las sociedades de órdenes, durante el periodo absolutista. Así, lo que
Foucault señala (y de alguna m anera idealiza) en su contraste entre la so­
ciedad tradicional y la moderna, no es ni la vida política de la aristocracia
ni las tradiciones integradas en común y muy variadas de las órdenes
sociales o de las regiones semiautónomas, sino el control, regulación, orga­
nización y disciplina incompletos de la sociedad en el periodo premoderno
y los espacios que esto creaba para la solidaridad y la rebelión espontá­
nea. Es justo esta relativa ausencia de control eficiente lo que contrasta
en forma tan aguda con la S^dñización, disciplina y técnicas de vigilan­
cia inexorables de la modernidad. Y en esto radica la originalidad de la
forma en que Foucault trata el problema.66
La tesis de Foucault es que la naturaleza específica del ejercicio y de la
modalidad del poder absolutista alentaron la emergencia de revueltas po­
pulares. Esta tesis se dem uestra mediante un análisis de la forma y signifi­
cado del castigo en los regímenes absolutistas. Por una parte, el “suplicio”
o tortura y ejecución públicos del criminal simbolizan el poder absoluto del
soberano para codificar la falta de poder de sus súbditos.67 La publicidad,
la visibilidad y la luz de la apariencia son todos atributos exclusivos del
soberano —los medios de expresar y representar su poder personal y su
monopolio y control del espacio público—. El poder soberano, como se
indicó antes, es una mezcla d ere^resió n y de control jurídico —el sobera­
no es el que hace la ley y, por tanto, está por encima de ella— ,68 Aquí el
316 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL

discurso de los derechos es el discurso de este poder —de jurisdicción e in­


m unidad—,69 El poder del soberano es el poder de silenciar, expulsar, cas­
tigar y aniquilar a quienes transgreden su ley. El crimen es considerado
como un ataque a la voluntad y al cuerpo del soberano omnipresente, es de­
cir, un acto de guerra o de traición.70 El castigo, como la ceremonia del po­
der soberano que m arca el cuerpo del ofensor, restablece y reconstituye la
soberanía; revela la fuerza, el terror y la venganza de un poder que es per­
sonal y arbitrario, que se hace público por medio de su expresión periódi­
ca y, no obstante —y ésta es la clave—, es discontinuo en el tiempo y en el
espacio.
Discontinuo en dos sentidos. Primero, dentro de la estructura de la socie­
dad de órdenes, los fenómenos de los derechos y de las inm unidades (en
la terminología de Foucault, las ilegalidades) constituyen una fuente de
contrapoder y de solidaridad autónom a de grupo para los privilegiados,
representando lo incompleto y la falta de penetración total del poder so­
berano. Pero Foucault está más interesado en otro tipo de discontinuidad
o "ilegalidad", esto es, la del estrato menos favorecido —el pueblo—. Las
órdenes inferiores no tenían privilegios positivos, pero se beneficiaban de
un espacio de tolerancia obtenido "por la fuerza o por la sagacidad", en
el que se practicaba regularmente la ilegalidad, o la posibilidad de actuar
fuera de la ley y de la costumbre o bien de ignorarlas: hablando en tér­
minos aproximados, uno podía decir que, en el antiguo régimen, cada
uno de los diferentes estratos sociales tenía su margen de ilegalidad tolera­
da: la no aplicación de la regla, el incumplimiento de innum erables edic­
tos u órdenes era una condición del funcionamiento político y económico
de la sociedad.71 Esta tolerancia de la ilegalidad no era un signo de la be­
nevolencia del soberano, sino de la discontinuidad del poder monárquico.
Estaba vinculada con una penetración relativamente débil del cuerpo so­
cial por su poder y, correspondientemente, con la existencia de espacios
dentro de la sociedad para la emergencia de solidaridades autónom as y
revueltas.
En realidad, junto al monopolio de la publicidad y de la acción por el
único individuo real, el soberano, había otra forma de acción y publicidad
que estaba disponible para el pueblo, es decir, los motines y las revueltas.
Éste es el otro lado del suplicio. La presencia necesaria del pueblo en las
ejecuciones públicas proporcionó la ocasión para constituir centros de
ilegalidad en el mismo ejercicio de la venganza del soberano. El especta­
dor, el garante del castigo, podía, en otras palabTas, volverse rebelde y de­
safiar al poder punitivo.72 Es aquí, en esta inversión de las reglas similar a
lo que ocurre en un carnaval, en la burla a la autoridad, y en la transfor­
mación del criminal en héroe,73 que Foucault sitúa la relación entre la
ilegalidad, la solidaridad espontánea de todo un segmento de la población
LA CRÍTICA GENEALÓGICA 317

(los vagos, los pobres, los mendigos, etc.) y la revuelta. Esta espontanei­
dad del populacho reunido es el referente incontrolable e indomable del
propio ejercicio del poder soberano. Su resistencia al control central indi­
ca una autonom ía local, tradiciones culturales y recursos morales todavía
intactos para constituir identidades y solidaridades colectivas opuestas al
proyecto del soberano para monopolizar el poder. Estas solidaridades
populares fueron glorificadas en volantes y panfletos destinados a denigrar­
las;74 como espacios que quedaron abiertos para las ilegalidades popula­
res por la forma discontinua del poder soberano, se convirtieron en el blan­
co de la nueva modalidad moderna de disciplina y vigilancia.
La descripción hecha por Foucault del poder soberano es sorprenden­
temente similar al análisis de Habermas de la reprasentative ÓffentHchkeit
preburguesa. Ambas se centran en la ostentación pública de la magnificen­
cia y del poder en la dimensión demostrativa de los excesos del soberano,
en el despliegue de la fuerza como representante del poder, y en la codifi­
cación de su monopolio por el soberano. Pero un análisis del otro aspecto
del "poder público” en el antiguo régimen, de las “ilegalidades” y volantes
de las clases populares, de las interrelaciones entre la publicidad repre­
sentativa y la publicidad disponible para el pueblo, no se encuentra en el
estudio de Habermas. Esta es una importante omisión. Habermas, por
el contrario, analiza dos dimensiones adicionales de la publicidad dentro
de la sociedad absolutista a los que extrañamente se les presta poca aten­
ción en la explicación de Foucault: el emergente aparato administrativo
del Estado caracterizado por el término “cargo público”, y el desarrollo de
la “esfera pública burguesa” en los cafés, salones, clubes literarios, perió­
dicos, y otros similares del siglo x v iii .75 En el estudio de Habermas, como
hemos visto, éstos prefiguran dimensiones im portantes de la libertad pú­
blica en la sociedad moderna, en la medida en que el principio moderno
de legitimidad democrátrejpyla concepción del cargo público como servi­
cio público, que implica responsabilidad, tienen sus orígenes en ellos.
Ciertamente, Foucault es consciente de los procesos de conformación
del Estado en el antiguo régimen, pero su énfasis es distinto al de Haber-
mas.76 Foucault señala que fue el aparato centralizado de la adm inistra­
ción pública que surgía el que empezó a obtener información "útil" —datos
demográficos sobre los nacimientos, muertes, salud, crímenes, pobreza,
bienestar y otros similares— sobre una población cada vez más nivelada
(desde el punto de vista del Estado), convirtiendo a los súbditos del so­
berano en objetos de conocimiento y poder. Este conocimiento estaba
íntimamente relacionado con una nueva forma de poder disciplinario
(el "biopodcr") que estaña surgiendo dentro de las agencias adm inistra­
tivas del Estado junto con loa.dlscursos jurídicos de la soberanía y la legiti­
midad.
318 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL

No obstante, Foucault insiste repetidas veces en que las nuevas tecno­


logías de poder no pueden comprenderse ni mediante conceptos jurídicos
—como una relación entre los soberanos y los súbditos—, ni en términos
de la oposición entre el Estado y la sociedad. Porque el Estado no es su
única fuente, y ni siquiera es su fuente principal; más bien, emergieron
lentamente en una am plia gama de instituciones (el convento, el ejército,
la clínica, la escuela, la fábrica, la prisión) junto con el despliegue visible
de soberanías en el periodo absolutista. Estos procesos constituyen para
Foucault el nacimiento de lo moderno dentro del seno de la antigua socie­
dad. Por lo tanto, no hay ninguna necesidad de poner énfasis en la nueva
forma del Estado como jerarquía de cargos públicos, ni de m encionar su
contraparte —las nuevas formas de publicidad burguesa que surge entre
la sociedad civil, con sus proyectos específicos de liberalización y demo­
cratización—. El carácter público, impersonal, atado a las reglas de las
burocracias estatales no hace nada para dism inuir o restringir el alcance
o amplitud del poder administrativo; por el contrario, lo hace más eficien­
te. Además, podemos suponer que se trata suficientemente de las afir­
maciones que se hacen para la esfera pública burguesa como parte del
discurso del reformador. En nuestra opinión, éste es un error pleno de
consecuencias, porque son precisamente las nuevas formas de publici­
dad, de asociación y de derechos que emergen en el terreno de la sociedad
civil moderna, las que se convertirán en las armas clave en m anos de acto­
res colectivos que buscan lim itar el alcance del Estado y de otras formas
societales de poder disciplinario.
Como consecuencia de la decisión teórica de restringir el concepto de
soberanía como forma de poder al antiguo régimen, Foucault de hecho
está de acuerdo con aquellos reformistas que se concentran exclusiva­
mente en sus dimensiones jurídicas (en el lugar adecuado del poder y en
su legalidad y legitimidad), sólo para declarar que todo discurso es ana­
crónico. La discusión de los derechos, del contrato, de la soberanía popu­
lar y de temas similares es, por lo tanto, nada más que una inversión fácil
de los atributos del rey hacia el "pueblo", o una im putación de los mismos
a este último. En vez de la publicidad representativa del poder del rey,
la publicidad, tal como la exigen los reformadores para el pueblo, debe serla
expresión de su soberanía recientemente adquirida y su modo de limitar
el poder del Estado (es decir, la ley). Sin embargo, este discurso es un
epifenómeno, en la medida en que ocurre por encima del verdadero lugar
de las relaciones de poder m odernas.77 La discusión de los reformistas
sobre el poder en términos de Estado, soberanía, consentimiento, contra­
to y derechos supone que el poder sigue siendo público, localizable en un
solo lugar y limitable. En otras palabras, el concepto de poder jurídico
liberal no capta la esencia del nuevo modo de dominación. Concentrarse
LA CRÍTICA GENEALÓGICA 319

en el edificio de los derechos y de la publicidad contenidos en las constitu­


ciones y parlamentos, poner énfasis en el desarrollo y la democratización
del Estado, es engañarse respecto a la verdadera dinámica del poder en las
sociedades modernas.
Por consiguiente, Foucault argumenta que el discurso de la reforma
en el periodo transicional —la concepción de un poder transparente que
encuentra su límite legal en la noción de dignidad humana, que castiga
hum anam ente con miras a restaurar en vez de destruir la integridad del
criminal, junto con los temas de la soberanía, el consentimiento y la legi­
timidad— constituye un modelo utópico de sociedad que nunca fue, ni
podrá ser, institucionalizado. A pesar de todo, este discurso tiene ciertas
consecuencias no del todo involuntarias. La más im portante de éstas es el
desplazamiento del "derecho" a castigar del soberano a la "sociedad". Se
logra en realidad una mayor compasión en la determinación del castigo,
pero con el corolario de que ya no se considera que el crimen sea un ata­
que contra la soberanía del monarca (esto es, del otro), sino más bien un
ataque contra la sociedad como un todo (nosotros), lo que convierte al
ofensor en un “enemigo público" o monstruo al que debe rehabilitarse
para que vuelva a surgir como un sujeto jurídico y moral. "La sociedad
que ha redescubierto sus leyes ha perdido al ciudadano que las viola."78
En otras palabras, una vez que se considera al crimen como una violación
de las leyes de la propia sociedad, la solidaridad entre las ilegalidades po­
pulares y el criminal se termina. De hecho, la destrucción de la solidaridad
entre el ofensor, el rebelde, el crim inal que rechaza la ley y la población
resulta ser el verdadero objetivo de los proyectos de los reformistas.79 "El
verdadero objetivo del movimiento de reforma, incluso en sus formulacio­
nes más generales, no era tanto el de establecer un nuevo derecho a castigar
basado en principios equitativos, como establecer una nueva economía
del poder de castigar [...] de=*»odo que se le pudiera distribuir en circuitos
homogéneos capaces de operar en todas partes, de una m anera continua,
hasta en la partícula más pequeña del cuerpo social.”80
Insertar el poder de castigar más profundamente dentro del cuerpo social
podía lograr dos cosas: controlar las ilegalidades populares, que se habían
vuelto demasiado costosas, y el desarrollo de una economía más eficiente
del poder. La dimensión de los proyectos de los reformadores que se ajus­
taba a este objetivo más admirablemente era, por supuesto, el descubri­
miento de las ventajas de las tecnologías disciplinarias. El Panóptico de
Bentham da más sustento a la posición de Foucault que todas las teorías
de la legalidad, de la soberanía popular, de los derechos y de la legitimi­
dad. "La 'Ilustración' que descubrió las libertades también inventó las dis­
ciplinas."81 Así, por una parte, el discurso del reformador funciona dentro
de la representación, vislbilidttd, publicidad (del juicio y de las senten­
320 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL

cias), y transparencia del poder para castigar y de las leyes que definen los
crímenes y los castigos adecuados a los mismos. Por otra parte, se descu­
bre una tecnología disciplinaria que implica procesos secretos, continuos
y autónomos de castigo —en resumen, un poder que opera del otro lado
de la legalidad, aislado tanto del cuerpo social como del poder jurídico—.
El modelo jurídico reintegra al sujeto jurídico en la sociedad; la práctica
tecnológica crea sujetos obedientes y cuerpos dóciles. Entonces, según
Foucault no debemos buscar una nueva forma de publicidad, legislación
y legalidad para encontrar la semilla de lo moderno en la transición del
antiguo al nuevo régimen. Más bien debemos observar las nuevas tecno­
logías de poder que se desarrollaban en las instituciones societales y se
articulaban en los proyectos de reforma. Los discursos a los que vale la
pena prestar atención son los de las ciencias humanas, que, junto con las
nuevas técnicas disciplinarias, proporcionan los medios para constituir,
controlar y aprender sobre el individuo moderno. Hay una nueva forma
importante de "publicidad” que vale la pena observar, pero no es la de las
elecciones, legislación, derechos, tribunales y otros similares, más bien es
la visibilidad de individuos individualizados, subyugados, ante la mirada
de un poder ahora invisible —una visibilidad que al principio fue la del
recluso ante los supervisores de las instituciones cerradas, pero que en
última instancia es la exposición ante toda la sociedad de aquel cuya con­
ducta se desvía.
El enfoque genealógico de "la modernización" descarta así, por consi­
derarla irremediablemente ingenua, cualquier interpretación de los princi­
pios de la sociedad civil —la legalidad, los derechos, la pluralidad, la pu­
blicidad— como una base para la emergencia de espacios dentro de la
sociedad m oderna para nuevas formas de asociaciones autónomas y de
solidaridad. La visión que tiene Foucault del poder disciplinario y moder­
no como algo completo y continuo y su interpretación (a veces funciona-
lista, a veces constitutiva) de los derechos como los que estabilizan este
poder le impide reconocer que, al igual que las inm unidades en un perio­
do anterior, las libertades modernas civiles y políticas tam bién proporcio­
nan espacios para la autonom ía, la asociación, las solidaridades y la
autoconstitución de la vida de grupo, de nuevas identidades y del desarro­
llo de contrapoderes —el sine qua non de la resistencia al biopoder que, a
pesar de todo, él todavía considera posible—. Además, la actitud positi­
vista de Foucault y su énfasis en la dimensión estratégica de los proyectos
de los reformadores lo predisponen a considerar las nuevas tecnologías
disciplinarias como la innovación “real" junto a la cual los principios nor­
mativos y simbólicos de la sociedad civil m oderna aparecen como secun­
darios —en el mejor de los casos funcionales respecto al poder disciplina­
rio, pero en última instancia accesorios irrelevantes de este último.82
LA CRÍTICA GENEALÓGICA 321

Independientemente de lo anterior, el análisis dé Foucault de la emergen­


cia de la sociedad m oderna no niega la tesis de la diferenciación como un
elemento clave de la modernización. En realidad, su discusión de la géne­
sis de las tecnologías del poder y su globalización dentro de la sociedad con­
tem poránea presupone tal diferenciación. Como es bien sabido, Foucault
insiste en que una multiplicidad de proyectos y de intereses se reunieron pa­
ra producir una nueva economía política del castigo, disciplina y control.
Argumenta que los filósofos de la Ilustración y los grupos sociales asocia­
dos con ellos contribuyeron a esta transform ación pero que "no fueron
ellos solos; en este proyecto general de una nueva distribución del poder
de castigar, y de una nueva distribución de sus efectos, se unieron muchos
intereses diferentes”.83 En la línea de Weber, Foucault argum enta que las
técnicas disciplinarias específicas fueron descubiertas independientemente
y en forma local en instituciones distintas como el monasterio, el ejército,
la fábrica y la prisión. Por supuesto, multiplicidad no es lo mismo que di­
ferenciación: algunas de éstas son instituciones estatales, otras son socie-
tales. Sin embargo, Foucault sí diferencia entre Estado y sociedad cuando
se trata de identificar los intereses que se encuentran tras la globalización,
si no es que en la génesis, de las técnicas modernas de poder. De hecho, a
pesar de negar la teoría de clases marxista y las teorías del poder estatal,
los dos conjuntos de intereses implicados en la globalización del poder
disciplinario-regulador resultan ser los de la burguesía y los del Estado
administrativo. Consideremos sucesivamente cada uno de éstos.
Dentro de la sociedad modernizadora del antiguo régimen, hay un con­
junto principal de intereses detrás de la lucha contra el poder monárquico
arbitrario y la sociedad de órdenes: el interés de la burguesía en la aboli­
ción de las ilegalidades populares, en especial vis-á-vis los derechos de
propiedad.84 Según Foucault, fue la necesidad de proteger la acum ula­
ción del capital m ercan ti^fíid u strial más que cualquier otra cosa la que
r equería una severa represión de la ilegalidad popular.85

Surgió la necesidad de una constante supervisión preocupada esencialmente


por esta ilegalidad de la propiedad. Se hizo necesaria para liberarse de la anti­
gua economía del poder de castigar, basada en una confusa e inadecuada mul­
tiplicidad de autoridades [...] Se hizo necesaria para definir una estrategia y
técnicas de castigo en que una economía de continuidad y permanencia rempla­
zaría a la del gasto y el exceso.86

En resumen, la reforr^ia pcnul era esencial para que surgiera y funcio­


nara una economía d e m c r c u d o capitalista; de aquí la lucha contra el "su-
prapoder” del s o b e r a n o , c o n SU» aspectos incalculables, y contra el "infra-
poder" de los p r iv ile g io ! a d q u t r k i o s y las ilegalidades toleradas. Por lo
322 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL

tanto, dentro del confuso conjunto de intereses y metas im plicado en la


transición del absolutismo a la modernidad, Foucault resalta la im portan­
cia de esa nueva estructura diferenciada, el sistema de mercado capitalis­
ta, y en sus requerimientos específicos.
Los intereses de clase de la burguesía también están en juego en el
desarrollo de la segunda dimensión de la forma moderna del poder: el bio-
poder regulador. En este caso, Foucault rechaza explícitamente la tesis
neomarxista de que la sexualidad de las clases medias, y en especial de las
clases bajas, tenía que ser reprim ida porque era incompatible con una
ética de trabajo general e intensa.87 La principal preocupación no era la
represión del sexo de las clases que se habrían de explotar, sino el cuerpo,
el vigor, la longevidad y la progenie de las clases “gobernantes".88 La auto-
afirmación y la necesidad de diferenciarse a sí mismo como una clase
independiente de los enfermizos órdenes inferiores y de la nobleza dege­
nerada son los intereses que están operando al revestir a su propio sexo
con la tecnología del poder y conocimiento que la propia burguesía había
inventado. En parte, esto suponía una transposición de las formas de cas­
ta de la nobleza, basadas en la sangre, a la burguesía en la forma de precep­
tos biológicos, médicos o eugenésicos centrados en la salud corporal, la
extensión indefinida de la fuerza, el vigor y otros aspectos similares. Sólo
posteriormente, en la segunda mitad del siglo XIX, se generalizaron las
técnicas de poder biorregulador al resto de la población. Esto es, sólo des­
pués de que se presentara la necesidad de una fuerza de trabajo estable y
competente y se contara ya con una tecnología segura de control (por
medio de la educación, las políticas de vivienda, la higiene pública, las
instituciones de asistencia y de seguros, la dotación de servicios médicos
generales a la población), se le concedió al proletariado un cuerpo y una
sexualidad y se les impusieron los valores de la clase media. Sin embargo,
esto no se opone a la afirmación principal de que "la sexualidad es origi­
nalmente, históricamente, burguesa".89
El lugar del Estado y de sus intereses es algo más ambiguo en el análi­
sis de Foucault. Por una parte, la crítica del modelo de soberanía tenía el
propósito de alejarnos del Estado como un lugar central del poder o como
la fuerza clave en la creación de técnicas disciplinarias. Por otra parte, la
mayoría de los lugares en que se desarrollaron las tecnologías del poder
disciplinario fueron (en Francia, el referente de Foucault) las institucio­
nes estatales: los ejércitos, las escuelas, las clínicas, las prisiones, etc. Ade­
más, Foucault acepta la inmensa importancia del desarrollo de una organi­
zación centralizada de la policía, "la expresión más directa del absolutismo
real”.90 Porque es la policía del Estado la que asume las funciones previa­
mente fragmentadas de la vigilancia de la criminalidad y de la supervisión
económica y política, y las unifica en un solo mecanismo administrativo,
LA CRÍTICA GENEALÓGICA 323

asegurando la continuidad del control. Y por lo menos esta dimensión de


la soberanía del Estado perdura con la transición a la modernidad. Aun­
que Foucault insiste en que el Estado no es el único origen del poder dis­
ciplinario, acepta que “la organización del aparato de la policía en el siglo
XVIII sancionó una generalización de las disciplinas que se hizo coextensiva
al propio Estado".91 De hecho, la principal función del aparato estatal era
asegurar que la disciplina reinara sobre la sociedad como un todo.92 Esta
amplitud de la disciplina junto con la continuidad de su ejercicio, poten­
cial o real, son propias de la dominación moderna. Lo que se ha dicho de
la burguesía puede por lo tanto decirse también del Estado: los aparatos
estatales administrativos centralizados, recientemente diferenciados, tam­
bién tenían interés en abolir las antiguas formas de poder personal incalcu­
lables y costosas y sustituirlas con sus nuevas técnicas. El Estado, enton­
ces, como actor clave en la generalización del poder disciplinario, desempeña
un papel im portante en la explicación que presenta Foucault de la transi­
ción a la modernidad.
Los intereses del Estado también desempeñan un papel central en la
globalización del biopoder. Los inicios del siglo XVIII vieron un ascenso
demográfico acompañado por un incremento en la riqueza y el final de
los grandes azotes de las plagas y las hambrunas; como resultado, la preocu­
pación societal por la muerte es remplazada por una preocupación por la
administración de la vida y la acumulación de personas. Por consiguien­
te, el Estado se interesa en la obtención de información y en el control de
la salud, la riqueza, los recursos humanos, los recursos en general, la repro­
ducción y el bienestar de esa nueva entidad, "la población" como un me­
dio de increm entar el poder estatal. La recopilación de información y la
supervisión, que suponían la maximización de las fuerzas individuales y
colectivas en vez de la represión del desorden, ahora resultaba ser una
función natural para la póíffffá:

Debemos consolidar y aumentar, por medio de la sabiduría de sus reglamenta­


ciones, el poder interno del Estado; y como este poder consiste no sólo en la
República en general y en cada uno de los miembros que la constituyen, sino
también en las facultades y talentos de los que pertenecen a ella, de esto SO
deduce que la policía debe interesarse en estos medios y hacer que sirvan al
bienestar público. Y sólo pueden obtener este resultado por medio del conoci­
miento que tienen de esos diferentes bienes.93

El interés del Estado en el conocimiento-poder generado por las disci­


plinas emergentes para el propósito de adm inistrar y optim izar la vida
y la utilidad de la población bajo su control es, así, de prim era im por­
tancia en la globalización deU^lopoder.94 El sexo se encontraba al centro
de esta economía política de la^obToción: "Era esencial que el Estado
324 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL

supiera lo que estaba sucediendo con el sexo de sus ciudadanos, y el uso


que hacían del mismo”,95 porque el poder está situado y se ejerce al nivel de
la vida, la especie, la raza y los fenómenos en gran escala de la población.
En realidad, es el nuevo interés por parte del Estado en la vida y en la po­
blación lo que m arca el “umbral de la modernidad" de una sociedad, se­
gún Foucault.96
Además, parece que la tesis de Foucault es que a finales del siglo XIX se
unieron las dos formas de poder —la disciplina y la regulación de las pobla­
ciones— y los dos grandes intereses que se encontraban detrás de su globa-
lización. Estas técnicas llegaron a "revelar su utilidad política y a prestar­
se a sí mismas para la ganancia económica [...] de repente llegaron a ser
colonizadas y sostenidas por mecanismos globales y todo el sistema del
Estado".97 Obviamente, el apogeo de este desarrollo es el Estado benefac­
tor contemporáneo. Por medio de sus controles reguladores, el Estado
benefactor constituye lo social como un objeto-dominio distinto del gran
interés “público”, a la vez que hace uso de las técnicas disciplinarias, con­
fesionales, ya perfeccionadas por las disciplinas societales y las institucio­
nes para controlarlo. Sin embargo, en la explicación de Foucault no es la
lógica de la economía o del Estado la que penetra y coloniza la sociedad
civil. Para Foucault, la razón funcional opera en sentido contrario: las ins­
tituciones y prácticas de la sociedad civil generan las tecnologías de poder
que después son tomadas y globalizadas por el Estado y la burguesía.
Esto debe proporcionar una clave para resolver la am bigüedad que
hemos observado respecto al lugar que ocupa el Estado en el análisis de
las relaciones de poder de Foucault. Debido a que insiste en la descentra­
lización y en la desinstitucionalización del poder, y no obstante identifica
a los aparatos del Estado como los lugares clave del poder disciplinario-
regulador, los comentaristas han llegado a interpretaciones diametralmen­
te opuestas del lugar del Estado en su análisis general. Axel Honneth, entre
otros, acusa a Foucault de ignorar completamente al Estado en virtud de
su concepto de poder descentralizado.98 Sin embargo, Peter Dewes afirma
que, para analizar las varias instituciones disciplinarias del asilo, la clínica
y la prisión, “Foucault desea m ostrar que desde el principio la interven­
ción y el control administrativo han definido al Estado moderno".99 Se­
gún Dewes, Foucault está interesado en m ostrar que la intervención en un
dominio societal de las agencias del Estado es una característica más funda­
mental de las sociedades modernas que una economía liberada de las rela­
ciones de dominio directamente políticas.100 Para un intérprete, el Estado
no desempeña ningún papel en las relaciones de poder modernas; para el
otro, lo es todo.
A Foucault se le preguntó directamente sobre esta ambigüedad. Su res­
puesta indicó que el Estado, la economía y la sociedad son tres elementos
LA CRÍTICA GENEALÓGICA 325

distintos dentro de los sistemas sociales modernos', cada uno de los cuales
tiene sus relaciones de poder, tecnologías disciplinarias y modos de fun­
cionamiento.101 Aunque el Estado (la adm inistración gubernam ental)102
se convierte en un centro coordinador del poder disciplinario societal,
aunque sus agencias administrativas penetran en las instituciones socia­
les, éstas, a pesar de todo, retienen relaciones de poder internas específicas
que tienen una configuración propia y "autonomía relativa”.103 El Estado,
no a través del soberano, sino a través del gobierno,104 penetra la sociedad
y, no obstante, "sería erróneo creer que las funciones disciplinarias fueron
confiscadas y absorbidas en su totalidad por un aparato estatal”.105 En re­
sumen, Foucault sostiene que el Estado no puede ocupar todo el campo de
las relaciones de poder y que nada más puede operar sobre la base de rela­
ciones de poder ya existentes que conectan a la familia, al conocimiento, a
la tecnología, a la fábrica, a la sexualidad, etc., con las que el Estado se
relaciona como superestructura. El Estado es un lugar de la tecnología
disciplinaria entre muchos.
Podemos rotar que, al igual que la modalidad de poder que describe, la
meta de Foucault es hacer visible no al Estado, sino a la sociedad. Y, por
supuesto, está en lo correcto al insistir que las relaciones de poder no
están localizadas exclusivamente en, ni em anan de, un lugar en particular
en la sociedad moderna. No obstante, a pesar de la elegancia de algunas
de sus formulaciones, no resuelve el dilema articulado por sus intérpre­
tes. Más bien, parece validar ambas posiciones antinómicas. Pero si el
Estado es simplemente uno de los lugares del poder disciplinario entre
otros, entonces el propio significado moderno del Estado se pierde, por­
que el término se refiere a una entidad diferenciada que logra monopoli­
zar los medios (legítimos) de guerra y de violencia y, en las formas de
organización política no federales, también los de la administración. Tal
"orden” es difícilmente "une¿.entre muchos. Al usar la tesis del poder des­
centralizado para negar la soberanía del Estado, Foucault reproduce la
posición de los pluralistas filosóficos (aunque por razones opuestas) y se
expone a la objeción que presenta Cari Schmitt de’que un Estado que es
como cualquier otra asociación u organización de poder en la sociedad,
no es de ninguna m anera un Estado. Si, por el contrario, el Estado es el
mecanismo coordinador del poder disciplinario, si las instituciones socia­
les son los apoyos y complementos necesarios de la adm inistración es­
tatal, si dentro de las instituciones societales uno encuentra formas ho-
mólogas de dominación, y si, en resumen, la "sociedad” es equivalente al
campo donde los aparatos administrativos operan, entonces de hecho el Es­
tado, o por lo menos su "lógica” o modo de operación, se encuentra en to­
das partes. Pero ésta es unVkiea convincente sólo respecto al significado
simbólico de los regímenes 'T&taUlarkss”.104
326 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL

Foucault puede sostener ambas posiciones porque considera al Estado


y a la sociedad sólo desde el punto de vista de las relaciones de poder
estratégicas.107 En realidad, el Estado, la sociedad y la economía son pre­
sentados como tres campos estratégicos que esencialmente tienen la mis­
ma dinámica interna y, como se dijo ante^, tecnologías homologas de po­
der. La modernidad no está caracterizada por un Estado que penetra en
la sociedad o por poderes socioeconómicos que penetran y controlan al
Estado. Más bien, está construida en términos de la penetración de ca­
da campo distinto por las tecnologías disciplinarias del poder y por las
relaciones de poder estratégicas. Lo que esto significa es que el Estado, la
economía y la sociedad están diferenciados el uno del otro no en términos
de una racionalidad específica de la acción, del modo de integración, o de
las formas de interacción; sino solamente, de alguna manera, como si­
tios de poder separados. Ésta es una diferenciación que no parece hacer
ninguna diferencia.108

La n e g a t iv id a d d e l a s o c i e d a d c iv il
Y LA PÉRDIDA DE LO SOCIAL

Foucault nos presenta un análisis muy inquietante del lado oscuro de la


sociedad civil moderna. Como se dijo antes, lejos de constituir un "aumento
en la libertad" (Marx), el desarrollo de los componentes de la sociedad ci­
vil en la modernidad —una nueva forma de individualidad, subjetividad,
derechos, pluralidad, publicidad, legalidad y socialidad— ahora parece
no ser más que un efecto de las relaciones de poder. En resumen, la socie­
dad civil es equivalente a su negatividad.
Lo que se pierde en este enfoque es un concepto distintivo de lo social.109
Ésta es la razón real por la que Foucault proporciona una discusión tan
unilateral de los derechos y de la democracia.110 Necesitamos ver de nuevo
la evaluación que hace Foucault de cada uno de estos componentes clave
de la sociedad civil m oderna para establecer nuestro punto.
Ya hemos visto que para Foucault el sujeto jurídico es m eramente el
apoyo del poder disciplinario. La persona legal moderna dotada de derechos
es una dimensión de la individualidad m oderna que, lejos de indicar auto­
nomía, es funcional a (e incluso el producto de) el control disciplinario.
Por medio de la observación, de la supervisión continua, de la selección,
de la división, de la jerarquización, de los exámenes, de la capacitación y de
los juicios, la disciplina crea la contraparte material del sujeto jurídico al
recubrir el cuerpo de relaciones de poder.
Pero la genealogía de Foucault del individuo moderno no se limita a re­
velar lo que subyace en la "ficción legal" del sujeto jurídico; se amplía
LA CRÍTICA GENEALÓGICA 327

hasta convertirse en un ataque a la subjetividad autorreflexiva moderna co­


mo tal.111 Las prácticas disciplinarias objetivan al sujeto y crean conjun­
tos de dicotomías, cada aspecto de las cuales es un efecto del poder: loco/
cuerdo, enfermo/sano, criminal/buen ciudadano, anormal/normal. Lo que
Hegel consideró los dos logros clave de la sociedad civil m oderna —el
derecho abstracto de la persona legal y el principio de la libertad subjeti­
va del sujeto moral cuyas intenciones y voluntad deben ser considerados
en cualquier juicio de un acto—112 se convierten en manos de Foucault en
productos de relaciones de poder. El sujeto m oral es el resultado del juicio
norm alizador que se ejerce por medio de la vigilancia, del examen y con la
ayuda de las ciencias objetivadoras del hombre: la criminología, la socio­
logía, la medicina, la psicología, la psiquiatría, la estadística, la demogra­
fía, etc. Además, no es por medio de la "internalización” de valores y de
normas que se crea la "falsa conciencia" del sujeto moral, ni se puede eman­
cipar a este sujeto por medio del desarrollo de una "verdadera” conciencia.
El poder no se detiene donde empieza el conocimiento y la autorreflexión.
Más bien, el conocimiento, la verdad, la subjetividad y la conciencia reflexiva
son los coproductores y el producto de las disciplinas objetivadoras. Cons­
tituyen, junto con la m irada normalizadora del guardia, del doctor, y del
profesor, un sujeto (sometido) objeto del poder/conocimiento.
Por supuesto, lo mismo es cierto para el alma o la psique. Éstas no son
el producto de un proceso emancipador de autocomprensión, sino de un
"poder pastoral" cuyas técnicas de autovigilancia, autocuestionamiento,
confesión y, por lo tanto, autoconstitución y autodisciplina, iniciadas por
la Iglesia, se han secularizado y generalizado en la cultura y sociedad mo­
dernas. Así, el eje político de la individualización se ha invertido con el
cambio de la sociedad feudal a la sociedad moderna. La creciente individua­
lización que refleja el poder, el privilegio y el status de una familia o gru­
po es remplazada por un^-iftdividualización decreciente que aum enta la
visibilidad y singularidad de los subyugados y sujetos a las técnicas disci­
plinarias. En otras palabras, a medida que el poder se hace más anónimo
y personal, aquéllos sobre los que se ejerce tienden'a ser individualizados
con mayor fuerza y a hacerse visibles.113 El individuo moderno es el efec­
to combinado del poder disciplinario y del pastoral —un sujeto autosu-
pervisado que funciona como su propio soldado-sacerdote.
Esta teoría de la individualización tiene consecuencias claras para el
significado y papel de la nueva forma de publicidad propia de la sociedad
civil moderna. A medida que las disciplinas se desinstitucionalizan y circu­
lan libremente en la sociedad,114 "es el polvo de los acontecimientos, las
acciones, la conducta, la^ opiniones, —'todo lo que sucede'—" lo que se
hace visible, público a la Vigilancia omnipresente de la mirada anónima
del poder.115 En realidad, como juccde con el proceso de individualiza­
328 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL

ción, las relaciones públicas y privadas se invierten con el desarrollo de la


sociedad moderna. En vez del espectáculo de la representación pública
del poder soberano, ahora es la población la que se hace visible a la m ira­
da “pública", en tanto que el poder retrocede a un segundo plano. Por
supuesto, éste es el punto de la metáfora panóptica. El desplazamiento de
la publicidad del castigo al juicio no significa que se respeten los princi­
pios de la dignidad y de la libertad moral, sino más bien que la justicia ya
no asume responsabilidad pública por la violencia ligada con su práctica.
También significa que toda la sociedad, indirecta (por medio de la publici­
dad) o directamente, asume el papel de juez y participa en juicios norma-
lizadores. Incluso después de que la prisión y el castigo han sido abiertos
al escrutinio público, el público sigue siendo cómplice de una tecnología
del castigo que por definición crea visibilidad y control para el observador.
Porque "la disciplina hace posible la operación de un poder relacional que
se sostiene a sí mismo por su propio mecanismo y para el cual el espectácu­
lo de los eventos públicos sustituye al juego ininterrum pido de las m ira­
das calculadas”.116 En lugar del soberano que m uestra su poder, tenemos
una sociedad carcelaria que m uestra sus sujetos disciplinados al observa­
dor anónimo. Así, si el individuo producido por el poder pastoral disciplina­
rio se parece al soldado-sacerdote, el público ante el cual se hace visible el
ejercicio del poder difícilmente puede distinguirse de la policía.117
De acuerdo con lo anterior, la democratización, o el control público del
funcionamiento administrativo, de ninguna m anera lim ita el poder, como
lo afirm arían los liberales, o genera alguna clase de poder diferente del
control administrativo: simplemente asegura su funcionamiento adecua­
do. El “control" democrático de los mecanismos disciplinarios por medio de
la publicidad implica la accesibilidad a los grandes Comités Tribunales
del mundo. Para Foucault esto simplemente significa que cualquiera puede
llegar y ver con sus propios ojos la forma en que funcionan las escuelas,
los hospitales, las fábricas y las prisiones.118 La publicidad m oderna no
proporciona ninguna alternativa, límite o desafío al poder disciplinario
pastoral.
La pluralidad, el tercer elemento en la sociedad civil moderna, elogiado
por sus partidarios, no tiene m ejor suerte en manos de Foucault. Se la re­
duce simplemente a los muchos lugares de las relaciones y estrategias de
poder, y a la multiplicidad de individuos fragmentados que ya son produc­
tos de las relaciones de poder-conocimiento. El discurso de estos indivi­
duos, su "consenso", es tanto un instrum ento de las relaciones de poder
como lo es el discurso de las ciencias modernas: normaliza y normatiza, a
la vez que mantiene sometido al objeto del poder y como un actor poten­
cial sólo en el sentido puram ente estratégico. Así, ni la publicidad ni la
pluralidad constituyen un límite al poder.
LA CRÍTICA GENEALÓGICA 329

Pero ¿qué ocurre con el térm ino final de nuestra ecuación, lo social?
Dijimos antes que Foucault pierde el concepto de lo social en su análisis
de la sociedad moderna. En sentido estricto esto no es correcto. Más bien,
nos presenta un concepto de lo social que es idéntico a la red de relacio­
nes de poder estratégicas descritas antes. Como ya se indicó, la sociedad
es el terreno de los aparatos e instituciones con múltiples formas de subyu­
gación. Para Foucault, la dimensión “normativa", tan im portante para la
comprensión que tuvieron Durkheim y Parsons de la integración social
es, como sabemos, simplemente normalización. El vínculo social, lejos de
ser un compromiso moral o un consenso normativo construido a través
del medio del lenguaje, de la tradición y/o de una relación discursiva, reflexi­
va con partes de la tradición, es la red de estrategias interrelacionadas que
se refuerzan mutuamente.119 De hecho, Foucault es capaz de ver la plu­
ralidad, la publicidad y la individualidad én términos puramente estraté­
gicos y funcionales porque su propio concepto de sociedad moderna es el
de un campo estratégico penetrado por las tecnologías administrativas.
Estas tecnologías nivelan, individualizan y normalizan, pero también orde­
nan y seleccionan a los individuos y a las poblaciones de una manera jerár­
quica que sólo permite la comunicación por medio de un tercer elemento
—las relaciones de poder desiguales—. Éste es el nuevo modo de estratifi­
cación que sustituye a la interacción social autónom a y horizontal.
Ya hemos visto que las solidaridades populares fueron blanco del po­
der disciplinario. La sociedad moderna que tiene éxito en destruirlas es
una "en que los elementos principales ya no son la comunidad y la vida
pública, sino, por una parte, los individuos privados y, por la otra, el Esta­
do".120 Esa imagen de la sociedad m oderna impide cualquier significado
de socialidad distinto al de coordinación “desde arriba" (por medio de
técnicas administrativas) y/o la interacción estratégica. También niega la
existencia de cualquier espasio dentro de la modernidad para la emergen­
cia de nuevas formas de solidaridad y asociación. De hecho, puesto que
Foucault sostiene que el poder disciplinario/pastoral sé extiende más allá
de la institución cerrada para convertirse en completo, consistente y total,
para la finalidad de la producción eficiente y económica de riqueza, conoci­
miento e individuos útiles, nada más parece ser posible. La organización
disciplinaria del espacio societal multiplica las comunicaciones y los con­
tactos, pero sólo dentro del marco de estrategias y aparatos que ya han
reconocido y controlado el terreno. De una m anera que recuerda la no­
ción marxiana de cooperación dentro de la fábrica capitalista, la sociedad
moderna de Foucault es preesquematizada por la m irada del estratega:
“La edad clásica vio el naamlento de la gran estrategia política y militar
por la que las naciones enmontaron sus fuerzas económicas y demográfi­
cas; pero también vio ol nacimicniode tácticas meticulosas militaros y
330 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL

políticas por las que se ejerció el control de los cuerpos y de las fuerzas
individuales dentro de los estados".121 Por lo tanto, la sociedad civil m o­
derna está compuesta sólo de estrategas individualizados que participan
en una lucha de todos contra todos, impregnada de poder y de política
entendidos como guerra continuada por ptros m edios.122
Como dijimos desde el principio, un análisis del lado negativo de la
sociedad civil y de las formas específicamente modernas de dominación y
de estratificación es un componente im portante de cualquier teoría críti­
ca. De hecho, uno podría argum entar que esto es todo lo que Foucault
quería hacer y que es injusto acusarlo de presentar un modelo general de
la sociedad. En resumen, uno puede afirmar que él analizó la lógica y el pro­
yecto de las formas contemporáneas de las relaciones de poder —el lado
negativo, no el todo, de la sociedad civil—, tal vez. No obstante, sigue sien­
do el caso que la crítica de Foucault se ve a su vez atrapada por la razón
estratégica que él mismo propone.123 Porque, sobre la base de su estructu­
ra teórica, no puede señalar ninguna otra categoría de acción, ningún
otro modo de integración y de interacción, que sirva de base para analizar
las luchas contra el poder disciplinario, o el "lado positivo" de la m oderni­
dad, si es que lo tiene.
Foucault insiste en que "no hay relaciones de poder sin resistencias;
estas últimas son tanto más reales y efectivas porque se forman justo en el
punto en que se ejercen las relaciones de poder.124 Pero, habiendo iguala­
do a la legalidad y la normatividad con la normalización, a la subjetividad
con la subyugación, a la autorreflexión, moralidad, autoconciencia y al­
ma con los productos del poder pastoral- disciplinario; al discurso y a la
verdad con las estrategias administrativas de control; y a las ciencias hum a­
nas con las disciplinas que sirven o mejor dicho que son partes del poder,
a Foucault no le queda ningún medio intelectual para describir las resis­
tencias como algo más que contraestrategias del poder. Por lo tanto, no
aclara nada respecto a la utilidad práctica de la estrategia genealógica del
análisis, a la que no obstante Foucault presenta como una forma de parti­
cipación política.
Sin embargo, una cosa queda clara: Foucault no es partidario de una
inversión simplista de valores. El análisis genealógico revela las estrate­
gias de poder implicadas en la constitución de nuevos objetos e identida­
des (el homosexual, la m ujer histérica, el pervertido, el delincuente, la
demencia, la sexualidad) y los significados peyorativos que van unidos a
ellos. Pero el propósito de esos análisis no es el de alentar una revaluación
en que la homosexualidad, las perversiones, el crimen, la demencia y la
sexualidad sean liberadas, consideradas naturales, despojadas de sus ata­
duras para hablar con voz propia. Esa estrategia no haría nada para cues­
tionar la categorización en prim er lugar o socavar las agencias y los me-
LA CRITICA GENEALÓGICA 331

canismos que perpetúan el control del poder sobre los cuerpos, los place­
res y las formas de conocimiento. En cambio, la finalidad de la genealogía
es desafiar no sólo las evaluaciones morales de lo norm al y de lo perverso,
por ejemplo, sino la misma tendencia normalizadora asociada con la de­
m anda de que nos entendamos a nosotros mismos por medio de nuestra
sexualidad, como si esto dijera quiénes somos.
Quizás la utilidad crítica de la genealogía es simplemente descubrir las
estrategias de poder implicadas en la génesis de los regímenes de poder/
conocimiento con el fin de perturbar la forma global, unitaria, que éstos
toman, y revelar su carácter histórico y por consiguiente contingente. Tal
proyecto ubicaría a Foucault muy cerca de la teoría crítica de la escuela
de Francfort.125 Supuestamente, esta estrategia revelaría las líneas de bata­
lla y crearía la posibilidad de una contraofensiva. En realidad, uno puede
interpretar su énfasis en la génesis societa'l y en los múltiples lugares de la
dominación como un esfuerzo para recurrir a una estrategia de resisten­
cia orientada a la sociedad civil, tanto contra las estructuras de poder
local dentro de la misma como contra su globalización/colonización por
el Estado.
Sin embargo, esa interpretación no resuelve las dificultades creadas
por la implacable crítica del poder que hace Foucault, porque todavía no
está en condiciones de articular “lo otro” —o las formas de acción que
escapan a la lógica de las relaciones de poder estratégicas desiguales—.
Por una parte, le quita fuerza a la crítica, incluso a la suya propia, me­
diante un análisis que iguala el discurso, la reflexión, y la verdad con las
estrategias de poder. Por otra parte, no puede hablar por la víctima, como
lo hizo Walter Benjamín, u ofrecer una noción naturalista de lo que es re­
primido por el poder disciplinario, como lo hizo Herbert M arcuse,126 por­
que la víctima al igual que su psique son ya productos del poder, y porque
Foucault ha rechazado l^-tasis "represiva" respecto a las relaciones de
poder. De hecho, si la resistencia es sólo la contraestrategia de ese produc­
to del poder, el individuo moderno, entonces ¿por qué apoyarla?, ¿por qué
es incluso interesante?, ¿qué diferencia haría?127 Aparentemente, todo lo
que la resistencia exitosa puede producir, es la sustitución de una estrate­
gia de poder por otra.
En resumen, no hay ninguna base dentro de la obra de Foucault para
distinguir la resistencia de otras formas estratégicas de acción o de las
estrategias de control. No puede recurrir a las normas articuladas por
actores colectivos, porque cualquier recurso a las normas o bien reprodu­
ce el discurso del poder (y condena a los que resisten la normalización), o
constituye simplemente otra estrategia de poder. De hecho, Foucault con­
sidera la coordinación de Wacción por medio de normas como estratégi­
ca en esencia. Tampocopuedeseguitelxurso tomado por Habermas, quien
332 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL

identifica a la interacción comunicativa como el núcleo de una práctica


em ancipadora que supone una reflexión sobre (y un desafío a) las nor­
mas, instituciones y prácticas en nombre de normas e instituciones alter­
nativas (más justas, m ás dem ocráticas, más liberales), porque, para
Foucault, la comunicación es sólo un medio de transm itir información y
(mediante las pretensiones de presentar la verdad) controlar y quitar po­
der a sus oponentes. La estrategia teórica de abrir las norm as a la re­
flexión está cerrada para el teórico que considera las reflexiones como
una simple estrategia. En otras palabras, sobre la base de la estructura de
categorías de Foucault, no queda para nada claro a qué objetivos o princi­
pios pueden invocar los que resisten el poder disciplinario con el fin de
obtener nuestra solidaridad. El único indicio que nos da son unos pocos
enunciados elípticos en el sentido de que "el punto de unión para el con­
trataque al despliegue de la sexualidad no debe ser el deseo sexual, sino
los cuerpos y los placeres".128 Sin embargo, como el mismo Foucault mos­
tró en el segundo y en el tercer volumen de su historia de la sexualidad, ni los
cuerpos ni sus placeres son asuntos meramente fácticos. Ambos son cons­
truidos simbólicamente, como objetos de conocimiento e identidad, aun­
que de diferentes m aneras en diferentes tipos de sociedades. Así, postular
al cuerpo y sus placeres como una forma de rom per con el régimen del
deseo sexual es ambiguo, por no decir más. No obstante, sin este referente
a Foucault únicamente le queda el simple hecho de la resistencia al poder,
pero este simple hecho no tiene ningún peso normativo, porque también
quedaría expuesto a la mirada cínica del genealogista y se le revelaría
como otra estrategia de poder.
Pero hay una pregunta previa a la que se presentó antes respecto a las
razones para ser partidario de la resistencia. Sobre la base del análisis de
Foucault, ¿de qué m anera es incluso posible la resistencia a nivel colec­
tivo? Se tendría que entender a esa resistencia como una acción defen­
siva de grupos cuyas identidades y solidaridades todavía no han sido pe­
netradas por los aparatos disciplinarios, o como las contraestrategias en
los niveles locales de individuos que ya son sus productos y, por lo tanto,
son actores puram ente estratégicos, que se autosupervisan. En el prim er
caso, estaríamos viendo solidaridades prem odernas en una posición pu­
ramente defensiva; en el segundo, a rebeldes modernos sin ninguna nor­
ma, institución, principio o discurso al cual recurrir, porque estos ya son
mecanismos de cooptación. Los últimos sólo podrían recurrir o apuntar a
"lo otro" abstracto o a la diferencia per se. De hecho, no está claro de qué
manera, sobre la base de la teoría de Foucault, los individuos que desean
resistir pueden unirse para form ar los grupos, las asociaciones y las iden­
tidades colectivas solidarias y autónomas que son el sine qua non para
la acción colectiva en prim er lugar. El cuerpo podría presentar alguna re-
LA CRÍTICA GENEALÓGICA 333

sistencia al entrenamiento, el “sujeto" podría alejarse de la vigilancia


y el individuo podría luchar contra la m anipulación del biopoder, pero
incluso si Foucault estuviera dispuesto a postular lo otro de razón y dis­
curso en su vitalidad prim ordial (lo que explícitamente no desea hacer),
esto difícilmente bastaría para explicar la emergencia, solidaridad, recur­
sos, identidades colectivas y proyectos de a ctores co lec tiv o s que desafían
las formas modernas de dominación. El análisis de Foucault ha privado al
rebelde moderno de cualquier recurso institucional, normativo o perso­
nal para constituirse a sí mismo en términos diferentes de aquéllos que
son puestos a su disposición por las fuerzas que ya lo controlan. Las tradi­
ciones, solidaridades y espacios para la acción autónoma que dejaba abier­
tos la modalidad del poder ineficiente, discontinuo, en el antiguo régimen
no encuentra, en la obra de Foucault, equivalentes modernos. Esto no es
así porque él haya tenido la intención de analizar otra cosa sino más bien,
porque la explicación genealógica de las relaciones de poder moderna
convierte al propio concepto de asociación voluntaria autónom a en un
anacronismo en la sociedad carcelaria. La a u to n o m ía es la ilusión de la
filosofía del sujeto, el consentimiento v o lu n ta rio es parte del engañoso
discurso jurídico, la a so cia ció n (en nuestro punto de vista, la dimensión
verdaderamente moderna de la socialización) es simplemente imposible
en una sociedad concebida como un campo estratégico construido por
una clase de G leich sch altu n g de todas las organizaciones por los aparatos
administrativos disciplinarios. Nos queda así una crítica del poder que
afirma que existe la resistencia, pero que no puede decirnos cómo ella es
posible, cuál es su propósito, o la razón por la que merece nuestro apoyo.
Pero, ¿no es obvio que el poder disciplinario en la sociedad moderna
está dirigido contra las n u eva s solidaridades, asociaciones y movimientos
que emergen en el terreno de la propia sociedad civil moderna? y ¿no está
claro que los actores c o le c te s pueden articular proyectos distintos, nuevas
identidades colectivas y hablar en nombre de valores y normas específicos
si es que quieren convertirse en actores colectivos y actuar de alguna m a­
nera? Además, al hacerlo así, recurren precisamente a aquellas nuevas
tradiciones (o discursos), normas e instituciones, que se originan en las
revoluciones democráticas de los siglos XVIII y XIX, a las que Foucault ha des­
calificado tan ingeniosamente: libertad, justicia, solidaridad, democracia y,
más concretamente, parlamentos, elecciones, asociaciones, derechos y mu­
chos otros elementos similares. Sin un análisis de los d o s a sp ec to s de estas
instituciones,129 por no decir nada de las formas modernas de individuali­
zación y autorreflexión, la idea de que surgen continuamente movimientos
sociales modernos y desafían al poder disciplinario sería incomprensible.
Charles Taylor hace una observación similar respecto a la tradición del
humanismo cívico, los movlmientusquc inspiró y las instituciones libres
334 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL

creadas en su nombre. Correctamente indica que las disciplinas colecti­


vas pueden funcionar de dos maneras diferentes: como estructuras de do­
minación, y como bases para la acción colectiva igualitaria. Esas discipli­
nas pueden, por supuesto, sufrir un cambio en su función, desplazándose, por
decirlo así, de las políticas igualitarias de su fundación hacia el servicio de
la dominación. Pero el análisis del poder moderno que hace Foucault oscu­
rece estos procesos, revelando sólo el lado negativo de la m odernidad. De
este modo, cumple el papel de un “terrible simplificateur”.130
Nuestra tesis es que la condición de posibilidad para la emergencia de
los movimientos sociales modernos, con sus solidaridades autónomas,
identidades recientemente creadas y recursos estratégicos, es precisamente
la estructura diferenciada de la sociedad civil m oderna:131 legalidad, publi­
cidad, derechos (de reunión, de asociación y de comunicación libre de cual­
quier regulación externa), y los principios de legitimidad democrática. En
realidad, afirmamos que la concepción moderna de los derechos funda­
mentales es por lo menos tan importante, en este respecto, como la tradi­
ción de humanismo cívico citada por Taylor. ¿De qué otra m anera puede
uno explicar los movimientos de trabajadores, los movimientos de dere­
chos civiles, los movimientos feministas, el movimiento ecológico, las
luchas regionales por la autonomía, o cualquier otro movimiento social
moderno o, en tal caso, de las fuerzas que se alinean contra ellos? A me­
nos que uno observe el aspecto dual de los derechos y de la legalidad, se
vería obligado a concluir que los actores colectivos que recurren a los de­
rechos —y que reinterpretan las normas clave de la sociedad civil moderna
con sus demandas por más autonomía, más democracia, por el reconoci­
miento público como individuos y como miembros del grupo distintos
uno del otro a pesar de lo cual merecen una atención y respeto iguales—
están de algún modo todos equivocados, en cierto sentido, articulando prin­
cipios irrelevantes, anacrónicos y proyectos ridículos.132 Como Foucault
rechaza la única alternativa concebible —el proyecto de la revolución to­
tal—, se ha colocado en un círculo vicioso: o las normas y proyectos articu­
lados por los movimientos sociales son estrategias del contrapoder y como
tales no tienen mayor mérito que los otros buscadores de poder, o simple­
mente reproducen los discursos existentes del poder. Para una teoría críti­
ca con una intención partidista, como seguramente lo es la de Foucault,
ésta es realmente una grave deficiencia.
Es revelador que Foucault no pueda m antener congruentemente esta
posición, al menos respecto a las normas y los derechos. Aunque reduce la
normatividad a la normalización, siempre habla de las relaciones de poder
modernas como desiguales, asumiendo que serían preferibles relaciones
igualitarias. Siempre describe a estas últimas con la imagen de un campo
estratégico nivelado del poder, pero es obvio que todo su análisis depende
LA CRÍTICA GENEALÓGICA 335

vitalmente de la norma de igualdad, sin importar lo mucho que desprecie las


normas. De m anera similar, insiste en que los derechos deben verse no en
términos de legitimidades a establecer, sino en términos de los métodos
de subyugación que instigan.133 En parte, esto es así porque en nuestro tiem­
po los derechos han sido reorganizados, en la medida en que han sido in­
vadidos por los procedimientos de la normalización que colonizan la ley,
lo que vuelve irrelevante el problema de la legitimidad.134 Incluso observa la
tendencia, por parte de los que buscan resistir las disciplinas y todos los
efectos del poder y conocimiento que están vinculados con ellas, a resuci­
tar el discurso de los derechos y de la legitimidad. Pero considera que éste
es un callejón sin salida, porque “no es por medio del recurso de la sobera­
nía contra la disciplina que se pueden limitar los efectos del poder discipli­
nario".135 Los nuevos discursos del siglo XX sobre los derechos sociales ope­
ran en el terreno de la ley colonizada, normalizada, mientras que los antiguos
discursos de los derechos civiles y políticos son anacrónicos.
No obstante, incluso Foucault se ve obligado a retornar al lenguaje de
los derechos cuando trata de articular la lucha contra el poder discipli­
nario:

Si uno desea buscar una forma no disciplinaria de poder o, mejor dicho, luchar
contra las disciplinas y el poder disciplinario, no debe dirigirse al antiguo dere­
cho de la soberanía, sino a la posibilidad de una nueva forma de derecho, uno
que debe ser en realidad antidisciplinario pero que a la vez esté liberado del
principio de la soberanía.136[Las cursivas son nuestras.]

No es sorprendente que éste sea el punto en que abandona el tema.


Foucault no puede decir nada positivo sobre esta "nueva forma de dere­
cho" porque ha privado a la propia categoría de derechos y/o ley de su
multidimensionalidad. CieftÜfífente, la ley puede funcionar como un me­
dio de dominación y control, y algunos derechos sí parecen quitarle poder
a los sujetos de derechos. Pero con seguridad ésta no es toda la historia o
incluso ni siquiera la parte principal de la misma. Como observamos an­
tes, Foucault no capta las dimensiones normativas y dotadoras de poder
de la ley y de los derechos porque él, al igual que Marx, tom a la ideología
liberal de los derechos en su sentido literal, sólo para rechazarla. En esta
explicación, el discurso de los derechos significa el discurso de la legitimi-
dad-contrato-soberanía que es transpuesta del rey al pueblo, y construida
en esta ocasión como el polo opuesto de lo político, del Estado y del poder.
Esta forma del discurso de los derechos es, por supuesto, ideológica e
inaceptable. Pero hay otro significado de la concepción y efecto de la afir­
mación de los derechos: en uhasocicdad civil moderna, los derechos no
son sólo elementos morales quedebefían existir, sino que también pro-
336 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL

porcionan poder. Los derechos no sólo individualizan, tam bién son un


medio de comunicación, asociación y solidaridad. No despolitizan nece­
sariamente; tam bién pueden constituir una conexión vital entre los indi­
viduos privados y las nuevas esferas pública y política en la sociedad y en
el Estado. Tampoco es cierto que los problemas de justicia y legitimidad
sean, en cierto sentido, anacrónicos en la sociedad disciplinaria moderna:
éstos continúan siendo im portantes en cualquier sociedad, sin im portar
la forma que tome el poder.
Foucault acierta al argum entar que la sociedad civil m oderna no es
equivalente a sus principios de libertad, igualdad, democracia, justicia,
derechos, autonom ía y solidaridad. Pero tampoco es equivalente a sus
estrategias de dominación y control. El doctor Mengele no es la verdad
del conocimiento y práctica médicos, sino sólo su perversión; el uso de las
instituciones mentales para castigar a los opositores políticos no es la ver­
dad en la psiquiatría o el psicoanálisis, sino su abuso. Las norm as institu­
cionalizadas (en forma de ley, derechos y costumbres) no sólo norm ali­
zan, también proporcionan poder y un punto de vista y espacio para criticar
y desafiar los arreglos institucionales específicos y crear nuevas identida­
des colectivas e individuales. En realidad, la dimensión simbólica del dis­
curso no puede ser reducida a sus funciones “reales”. La articulación insti­
tucional de la sociedad civil proporciona una forma m oderna de lo social
que es más que los aparatos disciplinarios, analizados por Foucault a la
vez que es diferente de ellos. Los dos m archan a la par; ambos son moder­
nos, pero ni son idénticos ni del mismo tipo. Únicamente una estructura
analítica lo suficientemente amplia como para abarcar los lados oscuro y
luminoso de la modernidad puede explicar las condiciones que hacen posi­
bles los numerosos e importantes movimientos sociales o "resistencias" que
animan y dinamizan la sociedad civil moderna. Y sólo dentro de esa es­
tructura puede uno ubicar en su perspectiva correcta a la fructífera, y no
obstante peligrosa, obra unilateral de Foucault.

NOTAS
1 Para un análisis detallado de las fortalezas y lím ites de la crítica m arxista de la socie­
dad civil véase Jean L. Cohén, Class and Civil Society: The Limits o f Marxian Critical Theory,
Amherst, University of M assachusetts Press, 1982.
2 Por supuesto, como el m ás im portante de los estudiantes de Louis Althusser, Foucault
era versado en marxismo. Sin embargo, rechaza tanto el enfoque hum anista como la estructural
de la teoría y ve al m arxism o no como un rom pim iento radical con el pensam iento m oderno
(siglo xix), sino como un elemento dentro del mism o. Como lo expresa en The Order ofThings,
Nueva York, Random House, 1970; "el m arxism o existe en el pensam iento del siglo XIX como
pez en el agua: es decir, es incapaz de respirar en cualquier otra parte” (p. 262).
3 Michel Foucault, Power/Knowledge, Nueva York, Pantheon, 1972, p. 89.
LA CRÍTICA GENEALÓGICA 337

4 Véase Foucault, The Order o f Things, pp. 250-263 y 367-337, p ara la crítica del p en sa­
m iento utópico. La sección sobre el “El hom bre y sus dobles” constituye una crítica im por­
tante de la tradición filosófica com enzada p or Descartes a la que se ha llegado a llam ar
"filosofía del sujeto”. Según Foucault, la teoría m arxista no escapa a las antinom ias típicas
de esa tradición filosófica, a p esar de su autocom prensión revolucionaria. E n realidad, la
teoría m arxista de un m acrosujeto revolucionario (el proletariado) com parte el proyecto de
prem inencia que es característico de todas las versiones de la filosofía del sujeto y en este
respecto es m uy peligrosa.
5 Foucault, Power/Knowledge, op. cit., pp. 81 y 145.
6 Véase Cohén, Class and Civil Society, op. cit., pp. 23-52.
7 P ara u na discusión de la tesis m arxista de que la anato m ía de la sociedad civil debe
ubicarse en las relaciones económ icas y en la categoría del trabajo, véase Cohén, Class and
Civil Society, op. cit., pp. 53-82. P ara u n a excelente crítica del análisis de los derechos que
hace Marx, véase Claude Lefort, "Politics and H um an Rights", The Political Forms o f Modem
Society, Cam bridge, MIT Press, 1986, pp. 239-272.
8 Michel Foucault, Discipline and Punish, Nueva York, Pantheon, 1977, p, 222. [Vigilary
castigar, Siglo XXI.]
9 Foucault, Power/Knowledge, op. cit., p. 95.
i» Ibid.
11 Foucault argum enta que, incluso p ara el absolutism o, el concepto jurídico-político
del poder no era de ninguna m anera adecuado p ara describir la form a en que se ejercía el
poder; no obstante, es el código de acuerdo al cual el p o d er se p resenta a sí m ism o.
12 Michel Foucault, The History o f Sexuality, vol. 1, Nueva York, Pantheon, 1978, p. 85.
[Historia de la sexualidad, Siglo XXI.]
13 Ibid., p. 136.
14 Foucault, Power/Knowledge, op. cit., pp. 104-105.
15 Foucault, History o f Sexuality, op. cit., p. 89.
16 Foucault, Power/Knowledge, p. 105.
17 Foucault, History o f Sexuality, op. cit., p. 88.
18 Ibid., pp. 88-89.
19 Foucault, Power/Knowledge, op. cit., p. 105.
20 Ibid., p. 106.
21 Para una discusión de este punto, véase Jürgen H aberm as, The PhüosophicalDiscourse
o f Modernity, Cam bridge, MIT Press, 1987, pp. 286-293.
22 Ibid., p. 290.
23 Foucault, History o f Sexuality, op. cit., p. 144.
24 Foucault, Power/Knowledge, op. cit., p. 96.
28 Ibid., p. 107. - w
26 Foucault, History o f Sexuality, op. cit., p. 144. Foucault claram ente tiene en m ente los
desarrollos legales del E stado benefactor, orientados a regular, c o n tro lar y a u m e n ta r el
bienestar y la seguridad de la vida.
27 Ibid., p. 86.
28 Para una discusión de las am bigüedades norm ativas de la obra de Foucault, véase
Nancy Fraser, Unruly Practices, M ineápolis, University o f M innesota Press, 1989.
29 Foucault, History o f Sexuality, op. cit., p. 89.
30 Foucault, Power/Knowledge, op. cit., p. 98.
31 Para u n a crítica de la hipostatización del concepto de p o d er p o r p arte de Foucault,
véase B ernard Flynn, "Foucault and the Body Politic", Man and World 20, 1987, pp. 65-84,
32 Foucault, Power/Knowledge, op. cit., p. 142; e History o f Sexuality, op. cit., pp, 92-93.
33 Foucault, History o f Sexuality, op. cit., p. 93.
34 Ibid., pp. 94-95.
35 Véase los capítulos III y VII
36 Foucault, History o f Sexuality, op. cit., p. 139.
37 Foucault, Discipline and Punlitf,op. cit., p, 221.
38 Foucault, History of Sexuality, op, cit., p, 47,
39 Ibid., pp. 47-48. ------

-- .
338 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL

40 Discipline and Punish, op. cit,, pp. 29-30. E sta alm a real, incorpórea, no es u n a sustancia
es el elem ento en que se articulan los efectos de un cierto tipo de poder y la referencia de un
cierto tipo de conocim iento, el m ecanism o po r el que el poder da origen a cierto corpas de co­
nocim iento [...] Sobre esta realidad-referencia se han construido varios conceptos y se han
forjado varios dom inios del análisis: la psique, la subjetividad, la personalidad, la conciencia,
etc.; sobre ella se han construido técnicas y discursos científicos, y las pretensiones m orales
del hum anism o: Véase tam bién la discusión en Fráser, Unruly Practices, op. cit., pp. 35-53.
41 Discipline and Punish, op. cit., p. 27.
42 Foucault, History o f Sexuality, op. cit., pp. 60-61. Por supuesto, nosotros m ism os p o d e­
m os ser esta autoridad.
43 Ibid., p. 60.
44 Véase Fraser, Unruly Practices, op. cit., pp. 42-43.
45 Véase H aberm as, Philosophical Discourse o f Modemity, op. cit., p. 270.
46 Fraser, Unruly Practices, op. cit., pp. 17-54.
47 H aberm as, op. cit., p. 270.
48 Ibid.
49 Ibid., p. 276. Véase tam bién Charles Taylor, "Foucault on Freedom an d T ruth’’, en
David Couzens H oy (ed.), Foucault: A Critica} Reader, Oxford, Blackwell, 1986, pp. 69-102; y
T hom as McCarthy, "The Critique of Im pure Reason: F oucault and the F ran k fu rt School”,
Ideáis and Illusions: On Reconstruction and Deconstruction in Contemporary Critical Theory,
Cambridge, MIT Press, 1991, pp. 43-75.
50 Flynn, "Foucault and the Body Politic”, op. cit., critica la explicación positivista de las
relaciones de poder que p resenta Foucault.
51 H aberm as, op. cit., pp. 286-293. Véase tam bién McCarthy, "The C ritique of Im pure
Reason", en op. cit.
52 Taylor, "Foucault on Freedom and Truth", op. cit., p. 94.
33 Ibid., pp. 90-91.
54 Foucault, Power/Knowledge, op. cit., p. 61.
55 El concepto de sujeto es uno de los principales blancos de la o b ra de Foucault. Los
dilem as y tram pas de la teoría m oderna de la subjetividad constituyen el prin cip al centro
de atención de The Order o f Things. P ara un análisis de la crítica de F oucault de la teoría
m oderna del sujeto y una com paración con las teorías relevantes de A dorno y Horkheim er,
véase Peter Dewes, Logics o f Disintegration, Londres, Verson, 1987, pp. 144-171. Véase tam ­
bién los capítulos sobre Foucault en Axel H onneth, The Critique o f Power, Cam bridge, MIT
Press, 1991; y H aberm as, The Philosophical Discourse o f Modemity, op. cit., pp. 238-266.
56 Foucault ya había analizado la conexión en tre el discurso y las prácticas, el conoci­
m iento y el poder, en Madness and Civilization [1961], Nueva York, R andom H ouse, 1965.
La reclusión y la continua supervisión, el aislam iento, la individualización, la regulación y
la m anipulación del recluso constituyeron las nuevas técnicas (prácticas) sociales que esta­
ban estrecham ente relacionadas con las disciplinas em ergentes de las ciencias hum anas
(psicología, pedagogía, sociología, penalogía, etc.) que som etían al objeto de observación a
la m irada supervisora del especialista. La discusión de la reclusión, supervisión y diferencia­
ción refinada de los reclusos de las nuevas instituciones totales (prim ero el asilo y la clíni­
ca, pero luego las barracas, la escuela, la prisión y la fábrica) desde el principio se basó en
u na concepción de prácticas que im plicaban la disciplina coercitiva de algunos p o r otros.
Pero en The Birth o f the Clinic [1963](Nueva York, R andom House, 1973), Foucault a b an d o ­
nó el enfoque herm enéutico y lo rem plazó p o r u n análisis estru ctu ralista de los discursos
que se abstenía de buscar acceso alguno a los excluidos y reprim idos. The Archaeology o f
Knowledge [1969] (Nueva York, H arper & Row, 1972) [La arqueología del saber, Siglo XXI]
es el enunciado m etodológico de F oucault de este cam bio en orientación. No obstante, el
concepto básico del poder no fue refinado y articulado hasta Discipline and Punish. De
m an era similar, las divisiones que m arcaro n época y que caracterizan al desarrollo del
sistem a penal m oderno son las m ism as que las descritas en la o b ra an terio r de Foucault,
Madness and Civilization.
57 En sus obras anteriores, en especial Madness and Civilization y The Order o f Things, se
hizo hincapié en cuatro épocas de la historia: la Alta Edad Media, el R enacim iento, la edad
LA CRÍTICA GENEALÓGICA 339

clásica, y la m odernidad. P ara nuestros fines, tom am os las'd o s últim as etap as tal com o
aparecen en Discipline and Punish.
58 Foucault, Discipline and Punish, op. cit., p. 298; véase tam bién pp. 299-308. El punto
de Foucault aquí es que el poder disciplinario y las técnicas de vigilancia y control han
aparecido en las instituciones no penales (la asistencia pública dentro del orfanato, el re ­
form atorio, la escuela, la sociedad caritativa, el taller, el hospital, etc.) y ahora constituyen un
proceso continuo de “norm alización" —continuo dentro de las instituciones societales y a
través de todas ellas, continuo en criterios y técnicas, continuo en que considera com o una
desviación no sólo al crim en sino a cualquier desviación de la norm a. De hecho, la propia
prisión com o institución cerrada puede volverse anacrónica a m edida que redes disciplina­
rias a través de todo el cuerpo social asum an las funciones judiciales del juicio norm ali-
zador y tom en u na porción aún m ayor de los poderes de supervisión y de evaluación.
59 Como se indicó antes, estas épocas corresponden a m odelos estándares de la historia
cultural y social. La propia em presa de F oucault al p ro p o n er la historiografía genealógica
pretende ser u n a nueva form a de hacer historia. P ara nuestros fines, las innovaciones con­
ceptuales y m etodológicas, y los problem as im plicados en la genealogía, no están som eti­
dos directam ente a discusión, aunque tienen im portancia p ara nu estra problem ática y vale
la pena dedicarles un breve com entario. En The Order o f Things y The Archaeology ofKnowled-
ge, Foucault ya ha analizado las “form aciones discursivas" y "prácticas” propias de las nuevas
ciencias hum anas y de la filosofía m oderna de la conciencia iniciadas p o r Kant. A rgum entó
que "la voluntad de llegar a la verdad" es típica del esfuerzo inexorable de ese ente m oder­
no, el sujeto cognitivo, hacia la m eta im posible del dom inio de sí m ism o y del m undo
externo. Las ciencias del hom bre (la crim inología, la pedagogía, la p siquiatría, la m edicina,
la psicología, etc.) entran en este proyecto creando y controlando al sujeto individual por
m edio de sus técnicas sociales específicas, que tom an form a en las instituciones relevantes
(prisiones, escuelas, clínicas, hospitales) y construyen un vínculo entre el conocim iento y el
poder. El recurso a la historiografía genealógica coloca al poder en el centro no sólo de la
form ación discursiva m oderna o de los tipos de pretensiones a la verdad de las ciencias h u ­
m anas, sino de todos los discursos en toda sociedad. El térm ino es de Nietzsche; véase Mi-
chel Foucault, "Nietzsche, Genealogy, H istory”, Language, Counter-Memory, Practice: Selected
Essays and Interviews, Itaca, Cornell University Press, 1977, pp. 139-164, y la introducción
a The Archaeology o f Knowledge, pp. 3-17. El entrelace m oderno del conocim iento y poder
es nada m ás un a de las m uchas form as históricam ente distintas de la "voluntad de p o d er”,
cada u na de las cuales ap arentem ente tiene su propio tipo de pretensiones conocim iento/
verdad. La genealogía desenm ascara estas relaciones, revelando las conexiones en tre el
ascenso, la form a y el desplazam iento de las form aciones discursivas y la em ergencia, técnicas
y cam bios de u na relación de fuerzas a otra. Discipline and Punish es ejem plar en este res­
pecto. R esponde a la pregunta nsssá*«itestada anteriorm ente de la form a en que se relacio­
nan los discursos y prácticas científicos: la investigación genealógica revela la productividad
de las tecnologías de poder que no sólo instrum entalizan el discurso, sino que son sus precon­
diciones constitutivas. (Como lo indica H aberm as, aunque este_ problem a se resuelve úni­
cam ente al costo de intro d u cir otro conjunto de problem as, uno de los cuales, y no de loi
menores, es el uso "ambiguo" de la categoría del propio poder p o r Foucault.) La historiografía
genealógica, ju n to con u n a concepción de p o d er que com prende todo pero que nunca d
definida, constituye un universo teórico y metodológico dentro del cual es posible articular
las relaciones sociales, las afirm aciones de poseer la verdad, las form as de conocimiento y
los proyectos sociales/políticos sólo com o form as, expresiones o estrategias de poder.
60 Las fechas difieren de las de otras teorías de la m odernización y todo el énfasis difiere
del enfoque m arxista en un aspecto crucial: a lo que otros llam an la sociedad tradicional,
Marx llam a "feudalism o”, y él m ism o descuida el E stado absolutista. Para un esfuerzo
ncom arxista de tra ta r con el periodo absolutista directam ente y ajustarlo dentro de la tra­
yectoria m arxista, véase Perry Andcrson, Lineages of the Absolutist State, LondreSi New Left
Hrooks, 1974, pp. 15-59, \
41 La obra clásica en esta área es la de Alexis de Tocqueville, The Oíd Regime and the
French Revolutlon, Nueva York, Doublsdey, 1955. Véase tam bién R obert Nlsbet, The Queit
For Communitv, Nueva York) Oxford University Press, 1953, y Readings on Social Cfunge,
340 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL

Englew ood Cliffs, Nueva Jersey, Prentice-Hall, 1967, y Theodor A dorno y Max Horkheim er,
Dialectic of Enlightenment, Nueva York, H erder an d Herder, 1972.
62 Tocqueville, op. cit.
63 E sto es, la distinción entre las discusiones, deliberaciones y debates característicos de
las legislaturas y las form as burocrático/adm inistrativas de tom a de decisiones. P ara un
análisis de las distinciones sistem áticas entre estas form as de "acción”, véase H an n ah Arendt,
The Human Condition, Chicago, University of Chicago Press, 1958.
64 Alexis de Tocqueville, Democracy in America, Nueva York, Doubleday, 1969. [La demo­
cracia en América, FCE.]
65 Véase N isbet, op. cit.; F oucault no ofrece n in g u n a teoría de la integración social.
A parentem ente, cree que la sociedad puede ser integrada solam ente p o r m edio de las rela­
ciones de poder estratégicas y las tecnologías disciplinarias. Como no tom a en cuenta los
varios modelos de integración ofrecidos p o r la teoría sociológica (la integración social a tra ­
vés del medio de la lengua, los valores, las norm as o los procesos de entendim iento m utuo) y
no recurre a las teorías de sistem as o del intercam bio como una alternativa, es incapaz de
explicar la estabilización de las formas de interacción o de la institucionalización del poder.
Véase Honneth, The Critique o f Power, y Habermas, The Philosophical Discourse o f Modemity,
pp. 287-288.
66 Esto, por supuesto, a pesar de la negativa genealógica en lo que se refiere a la posibi­
lidad de u na m edida com ún sobre la base de la cual puedan com pararse dos regím enes de
poder-verdad diferentes. F oucault claram en te quiere d ecir que las relaciones de p o d er
asim étricas son m ás penetrantes, m ás intrusivas y controlan m ás las vidas diarias de las
personas en la sociedad m oderna que en el antiguo régim en.
67 Foucault, Discipline and Punish, op. cit., p. 48.
68 É sta era la definición com ún de la soberanía en el siglo XVIII. Véase la discusión de
F o u cau lt del en ten d im ien to histó rico del concepto de so b e ra n ía en Power/Knowledge,
op. cit., pp. 92-108.
69 Sólo en una exposición separada y, extrañam ente, anterior, F oucault arg u m en ta que
la soberania y los derechos son los que están en juego en la lucha entre los cam pos rivales
en lo que se refiere al sistem a general de poder (Power/Knowledge, op. cit., p. 103). Éste es el
único indicio que es posible en c o n tra r de la com petencia en tre la sociedad de órdenes
y el proyecto de E stado del m o n arca absoluto.
70 Foucault, Discipline and Punish, op. cit., p. 47. Es interesante co m p arar la explicación
de Foucault con la de Em ile D urkheím , The División o f Labor in Society, Nueva York, Free
Press, 1933. En realidad, F oucault parece estar invirtiendo la tesis clásica de Durkheim .
71 Foucault, Discipline and Punish, op. cit., p. 82.
72 Ibid., p. 59.
73 Ibid., p. 91.
74 Por lo tanto, la ley del soberano p o d ía ap arecer com o algo im puesto desde arriba. El
desafío de la ley p o r el crim inal podía así activar el apoyo y la solidaridad de la población.
El crim inal podía convertirse en u n héroe porque se tra ta de la ley del otro, no de la com u­
nidad local. E n este caso el castigo crea el terro r en los corazones de la gente, pero no la
identifica con el soberano y su ley. Por el contrario, la identidad que se crea es entre el pue­
blo y el crim inal, al que se ve com o uno de ellos. E sto es lo que cam bia cuando, bajo la
afirm ación de la soberanía popular y de la jurisprudencia liberal, basadas en la idea de la ley
com o si em anara de la com unidad en conjunto y del sujeto m oral com o co n trap arte de
la personal legal, se crea al crim inal com o u n enem igo de la sociedad.
75 Foucault, Disciplíne and Punish, op. cit., pp. 27-141.
76 Para un análisis favorable a Foucault de esta diferencia, véase John Rajchman, "Habermas'
Complaint”, New Germán Critique, núm . 45, otoño de 1988, pp. 163-191. Para una explicación
favorable a Habermas, véase Dewes, Logics o f Disintegration, op. cit., pp. 144-245.
77 Foucault (Power/Knowledge, p. 122) afirm a:
Presentar el problem a en térm inos del E stado significa co n tin u ar presentándolo en té r­
m inos de la soberanía y del soberano, es decir, en térm inos de la ley. Si uno describe
todos estos fenóm enos del poder com o dependientes del ap arato estatal, esto significa
considerarlos com o esencialm ente represivos [...] No quiero decir que el Estado no es
LA CRÍTICA GENEALÓGICA 341

im portante; lo que deseo expresar es que las relaciones de poder, y p or lo tan to el an áli­
sis que se debe hacer de las m ism as, necesariam ente va m ás allá de los lím ites del
E stado [...] El E stado es u n a su p erestru ctu ra respecto a toda u n a serie de redes de poder
que com prenden al cuerpo, la sexualidad, la fam ilia, el parentesco, el conocim iento, la
tecnología y otros sim ilares.
78 Foucault, Disr.ipline and Punish, op. cit., p. 110.
79 Ibid., p. 63.
80 Ibid., p. 80.
81 Ibid., p. 222.
82 Véase Flynn, "Foucault and the Body Politic”, op. cit., p ara u n a crítica del positivism o
y reduccionism o de Foucault vis-á-vis la dim ensión sim bólica de la vida social, incluso en
su análisis del antiguo régim en.
88 Foucault, Discipline and Punish, op. cit., p. 81.
84 Ibid., p. 85.
88 Ibid.
86 Ibid., p. 87.
87 Foucault, History o f Sexuality, op. cit., p. 6. Pero véase la página 114 p ara u n a afirm a­
ción en cierto m odo contradictoria.
88 Ibid., p. 123.
89 Ibid., p. 127.
90 Foucault, Discipline and Punish, op. cit., p. 213.
91 Ibid., p. 215.
92 Ibid., pp. 216-217.
93 Foucault, History o f Sexuality, op. cit., p. 25.
94 Foucault, Power/Knowledge, op. cit., p. 171.
95 Foucault, History o f Sexuality, op. cit., p. 26.
96 Ibid., p. 143.
97 Foucault, Power/Knowledge, p. 101.
98 H onneth, The Critique o f Power, op. cit., pp. 157-175.
99 Dewes, Logics o f Disintegration, op. cit., pp. 145-146 y passim.
100 Ibid. Esto es lo que distingue su análisis tanto de las teorías liberales clásicas com o de
las neom arxistas que ven la intervención estatal com o u n fenóm eno relativam ente reciente.
Dewes está usando claram ente un m odelo de tres partes y su in terpretación de F oucault
seguram ente lleva la im plicación de que la sociedad civil es, desde el principio, un dom inio
perm eado p o r las relaciones de poder y de dom inio.
101 Foucault, Power/Knowledge, op. cit., p. 188.
102 Para u na discusión de la teoría de Foucault de la "gubem am entalización del Estado",
véase Barry Sm art, Foucault, Magójjn, and Critique, Londres, Routledge, 1983, pp. 119-122.
103 Ibid., p. 188.
104 Ibid., pp. 116-119.
105 Foucault, Discipline and Punish, op. cit., p. 215.
106 No queda claro de qué m an era uno diferenciaría entrer regím enes "totalitario»” o
m odernos "autoritarios”, y las dem ocracias occidentales, desde el pu n to de vista de Foucault.
107 Véase Honneth, The Critique o f Power, op. cit., capítulo V; y H aberm as, The P h ilo so p h ic a l
Discourse o f Modem’ity, op. cit., pp. 266-294. Para un a explicación neom arxista, véase Smart,
Foucault, Marxism, and Critique, pp. 120-122. La breve discusión de S m art p resenta tanto
el análisis de lo social po r Foucault com o el de su discípulo, Donzelot. Según Foucault y
Donzelot, "lo ‘social’ denota un evento histórico particular, es decir, la em ergencia de una
red o de un relevo de instituciones y funciones p or m edio de las cuales se ejerce un p o d e r
productivo, positivo sobre las poblaciones” (p. 122). La em ergencia de lo social se refiere a
uqucllas dim ensiones de la vida que deben ser "protegidas" de los efectos de las fluctuacio­
nes económ icas y a las que se debe proporcionar cierta seguridad. Así, lo social y la» m edi­
das y m ecanism os sociales relacionados dirigidos a dim ensiones de la población como la
fertilidad, la edad, la salud, la actividad económ ica, el bienestar y la educación, rep resen ­
tan un cam bio en la forma en Que se oJcrce el poder sobre los Individuos y une forma
particular de cohesión dentro de la suciedad. El prlm ero es el ejercicio del poder relaciona-
342 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL

do con el conocim iento ad q u irid o m ediante fórm ulas ad m inistrativas, tecn o cráticas de
adm inistración social. El últim o, la solidaridad, es en realidad u n a p alab ra código p ara la
ayuda por m edio del control que es característica de los program as de b ien estar social. En
am bos casos, “lo social” no es algo autónom o, sino un producto de las técnicas de p o d er y
u n objeto que es creado literalm ente m ediante técnicas del control.
108 Lo que no queda claro en todo esto es justam ente qué significa la globalización de las
relaciones de poder por el E stado y la burguesía. ¿És ésta u n a teoría de la desdiferenciación
del E stado, la sociedad y la econom ía? ¿Es u n a teoría del reciente E stado benefactor capi­
talista? ¿Tiene el propósito de alejarnos de los proyectos de dem ocratización del E stado o
de la sociedad o de la econom ía y en frentar los problem as de la legitim idad con los proble­
m as de las relaciones de fuerzas? Si él poder es globalizado ¿qué sucede con la resistencia
al poder global? Parece que en los textos de F oucault no encontram os respuesta a estas
preguntas inquietantes.
109 Foucault parece reducir lo social a la sum a de conjuntos de relaciones de poder en la
que la acción es coordinada únicam ente p o r m edio de la “reciprocidad” de los cálculos
estratégicos. Pero para los sociólogos h a estado claro, p o r lo m enos desde la crítica que
hizo D urkheim del m odelo co n tractual de la sociedad de Spencer, que las form as estratégi­
cas de interacción no bastan p ara m an ten er el vínculo social o, en térm inos m ás m odernos,
la integración social. No obstante, si todas las antiguas solidaridades, tradiciones y asocia­
ciones autónom as son, en realidad, gleichgestaltet, si las n orm as son in strum entos de la
norm alización, entonces ¿cuál es el vínculo social adem ás de poder? Como verem os, esta
concepción unilateral de lo social es de la m ayor im portancia p ara la teoría de la resistencia
de Foucault, porque lo deja sin un m edio conceptual necesario p a ra explicar la lógica o
incluso la posibilidad de la acción colectiva, que presupone form as de solidaridad, asocia­
ción y nexos sociales que no pueden reducirse a la lógica de la interacción estratégica.
Paradójicam ente, la "pérdida” del E stado en el análisis del antiguo régim en es com plem en­
tad a por la "pérdida” de la sociedad en la discusión del nuevo.
110 Sobre la falta de discusión de la dem ocracia en la obra de F oucault, véase Flynn,
"Foucault and the Body Politic", op. cit., pp. 65-84.
111 Véase la explicación en Dewes, Logics ofDisintegration, op. cit., pp. 145-199. Esto está
relacionado con la crítica de la filosofía del sujeto.
112 É sta es una clara referencia a la discusión de Hegel de estos logros de la m odernidad.
Véase la traducción de Knox al inglés, Hegel s PhiloSophy ofRight, Oxford, Oxford University
Press, 1952, pp. 75-104.
1.3 Foucault, Discipline and Punish, op. cit., p. 193.
1.4 La tesis de Foucault es que las técnicas disciplinarias se originan en instituciones
cerradas específicas y luego son desinstitucionalizadas y circulan librem ente a través de
toda la sociedad, Discipline and Punish, p. 211.
1.5 Foucault, Discipline and Punish, op. cit., pp. 213-214.
n * Ibid„ p. 177.
117 Para H aberm as, p or el contrarío, es precisam ente la em ergencia dentro del antiguo
régim en de los aparatos adm inistrativos del E stado m oderno, ju n to y en contradicción con
la sociedad de órdenes con su publicidad representativa, lo que es específicam ente m oder­
no. La soberanía del E stado y la em ergencia de u n a nueva form a de publicidad burguesa
(de la cual es parte el discurso del reform ador) constituyen los dos polos clave de la vida p ú ­
blica m oderna. Por supuesto, H aberm as sabe que las relaciones de p o d er se desarrollan
dentro de la sociedad y la econom ía así com o en el E stado. Además, él, al igual que Fou­
cault, reconoce que el sueño de los reform istas de la Ilustración de u n a sociedad libre de la
dom inación y de un E stado cuyo poder esté claram ente delim itado y controlado p o r los re ­
presentantes públicos de la sociedad n u n ca se llega a realizar. No obstante, la “instituciona-
lización contradictoria" de la esfera pública burguesa —la creación de parlam entos, un
Rechtsstaat, derechos, y espacios públicos en la sociedad civil— es m ás que un m ero velo o
que un p ortador de u na nueva m odalidad de dom inación. La diferenciación entre E stado y
sociedad iniciada en el antiguo régim en p o r m edio de los procesos de conform ación del
E stado, de las luchas desde abajo y de la articulación legal, constitucional, de los derechos,
estableció nuevos espacios para la emergencia de solidaridades nuevas y autónomas en el
LA CRÍTICA GENEALÓGICA 343

terreno de una sociedad civil ah o ra m oderna. En resum en, el tfiscurso continuo de la so b era­
nía y la legitim idad en la sociedad m oderna no es un anacronism o. Es testigo de dos hechos
institucionales clave: la existencia de u n p o d er estatal centralizado diferente de la sociedad
y la institucionalización de algunos de los principios clave de la esfera pública burguesa y
de los derechos individuales. Esto constituye la posibilidad de la em ergencia de nuevas
form as de asociación, publicidad, pluralidad, solidaridad y co ntrapoder dentro de la estruc­
tura de la sociedad civil m oderna. Los derechos civiles, políticos y sociales no son sim plem en­
te la expresión de las técnicas de poder individualizadoras; constituyen u n cam po social,
un terreno en el cual los individuos privados pueden jun tarse, asociarse, com unicarse y
articular públicam ente sus opiniones en form a im presa, en el arte o en las discusiones. La
esfera pública, que posteriorm ente se convertirá en un terreno de disputa entre los grupos
y proyectos en conflicto, debe verse p o r lo m enos com o dual.
Si H aberm as se equivoca al concentrarse exclusivam ente en el ascenso, discurso y es­
tru ctu ra de la esfera pública burguesa, descuidando su relación co n tradictoria con las for­
m as plebeyas, proletarias y fem eninas de asociación y publicidad, F oucault se equivoca al
om itir toda la categoría de la esfera pública y, con ella, todas las form as de asociación
voluntaria autónom a.
118 Foucault, Discipline and Punish, op. cit., p. 207.
119 Véase Foucault, Power/Knowledge, op. cit,, p. 106.
120 Foucault, Discipline and Punish, op. cit., p. 216.
121 Ibid., p. 168.
122 Ibid.; y Foucault, Power/Knowledge, op. cit., p. 208.
123 Para un análisis que sostiene que la crítica queda atrap ad a en la filosofía del sujeto,
véase H aberm as, Philosophical Discourse o f Modemity, caps. IX y X.
124 Foucault, Power/Knowledge, op. cit., p. 142.
125 Véase McCarthy, "The Critique of Im pure Reason", op. cit.
126 H erbert M arcuse, Eros and Civilization, Boston, Beacon Press, 1955. É sta fue la an te­
rior estrategia de Foucault, que después rechazó en Madness and Civilization.
127 H aberm as ha hecho p recisam ente estas p reguntas sobre la base de su crítica de
Foucault, Philosophical Discourse o f Modemity, op. cit., p. 284.
128 Foucault, History of Sexuality, op. cit., p. 157. N uestro análisis h a estado basado en la
obra de Foucault hasta este texto. Algunos han argum entado que otro cam bio en su pensa­
m iento está indicado en el segundo y el tercer volum en de su historia de la sexualidad:
Michel Foucault, The Uses o f Pleasure, Nueva York, R andom H ouse, 1990; y The Care o f the
Self, Nueva York, R andom H ouse, 1988. En estos textos, se dice que F oucault abandonó su
concepción unilateral del yo m ism o y del sujeto, m oderó su noción de p o d er totalm ente
penetrante y proporcionó los rudim entos de una nueva concepción social. Puede ser asi,
pero esto difícilm ente afecta n u ^ f e a análisis general de su posición sobre la sociedad civil,
Ninguna de estas dos obras tra ta dé los tiem pos m odernos: la p rim era trata de Grecia, la
segunda de Rom a. Estos textos se cen tran en los procesos y concepciones autoform ativas
de los p laceres del cu erp o y la sex u alid ad que no c o n stitu y en el su je to con deseos,
hcrm enéutico, de la sexualidad atacado por Foucault en el p rim er volum en de la serie,
Aunque haya interesantes discernim ientos en estos volúm enes, Foucault m urió antee de
que tuviera oportunidad p ara d esarrollar las nuevas líneas de pensam iento que sugieren.
Creemos que su evaluación de la sociedad civil com o u n a sociedad carcelaria tendrá qUC
ser revisada radicalm ente para que rindan frutos sus discernim ientos posteriores sobre el
yo mism o, la subjetividad y lo social. Para u n pu n to de vista crítico, véase McCarthy, “The
Critique of Im pure Reason", op. cit., y Peter Dews, "The R eturn of the Subject in the Late
Foucault", Radical Philosophy, 51, prim avera de 1989.
129 Véase el cap. IX.
130 Taylor, "Foucault on Frecdom and TVuth”, op. cit., pp. 82-83.
131 N uestra tesis tam bién es que los m ovim ientos sociales luchan p o r el poder para
definir lus norm as, las identldwes colectivas, etc. Para una discusión de esta lógica do la
acción colectiva, véase la iecclómK>bro Tovtruinc en el cap. X.
132 Véase el cap. IX para una dlactHdóndtriuaxios caros de las Instituciones de la sociedad
civil y la relación de los movimientos sociales con este dualism o.
344 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL

133 Foucault, Power/Knowledge, op. cit., p. 96.


134 Ibid., p. 107. Sospecham os que toda la discusión que hace Foucault de lo "jurídico"
tiene sentido sólo en lo que se refiere a la concepción francesa de la ley tal com o se deriva
de R ousseau. La ley articula la voluntad general y protege al individuo co n tra la arb itra rie ­
dad del ejecutivo. Según este p u n to de vista hay poca necesidad de u n a distinción en tre los
derechos individuales frente al E stado y la ley. F oucault nunca dio im p o rtan cia a esta dis­
tinción. 1
135 Ibid., p. 108.
136 Ibid.
VIL LA CRÍTICA DE LA TEORÍA DE SISTEMAS:
NIKLAS LUHMANN

HEREDAMOS el concepto de sociedad civil de dos fuentes: la historia de los


conceptos y de las teorías y la autocomprensión de los movimientos so­
ciales. Los ideólogos de los movimientos sociales parecen confirm ar que
no se ha agotado una rica tradición de interpretación, que continúa siendo
una base adecuada para la orientación simbólica de los actores sociales
contemporáneos. Este argumento puede.ser utilizado fácilmente contra
las tesis historicistas de Riedel, Koselleck, Arendt, y las prim eras obras de
Habermas, según las cuales la importancia del concepto moderno inicial
de sociedad civil, para bien o para mal, debe limitarse a sus orígenes en
los siglos XVlii y xix. De hecho, su propio e intenso interés ayuda a negar
estas afirmaciones y ha contribuido a la resurrección del concepto. Y, no
obstante, no puede ignorarse fácilmente la argumentación de los críticos,
porque su afirmación de que el propio concepto de la sociedad civil es
anacrónico, está relacionado con un análisis de la sociedad contem porá­
nea como si implicara una fusión de campos —en particular los del Esta­
do y la sociedad— que fueron diferenciados en los inicios de la época
liberal. Para responderles debemos ir más allá del esfuerzo de la recupe­
ración hermenéutica.
Profundamente convencidos de las limitaciones de incluso una crítica
herm enéutica,1 creemos que es esencial examinar el concepto de socie­
dad civil tam bién a la luz de una teoría elaborada social y científicamente
que, por lo menos, incorpSfe una perspectiva objetivadora. La relación,
entre la historia de los conceptos y la autocomprensión de los movimien­
tos puede estar basada en una doble proyección dudosa: las mismas cate­
gorías que dan forma a la autocomprensión de los actores sociales contem­
poráneos pueden ser proyectadas hacia atrás por los historiadores, que
nunca están libres de los intereses contemporáneos, y luego proyectad*
hacia adelante por los ideólogos de los movimientos para dem ostrar la
profundidad e historicidad de sus proyectos.2 Si bien la teoría social tam ­
bién ha internalizado estructuras de interpretación y de compromiso, en
conjunto éstas incluyen precisamente la objetivación de los contextos mo­
dernos, globales, societa]es que ni los historiadores ni los teóricos de los
movimientos están deseosos o son capaces de lograr. Así, las narrativas
que forman identidades puedan ser confrontadas con mat*rl*lfla descrip­
tivos y explicativos.
345
346 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL

Lo que es más im portante, como la ciencia social m oderna ha adopta­


do una actitud polémica hacia las categorías de la filosofía política tradi­
cional, es en este contexto que encontramos algunos de los mejores ar­
gum entos contra las aplicaciones contem poráneas del concepto de
sociedad civil. De este modo, una confrontación con los resultados de la
ciencia social representa una im portante prueba para quienes tratan de
salvar o revivir el concepto clásico. Nosotros creemos que esta prueba
sólo puede sostenerse si la confrontación implica una reconstrucción teó­
rica a la luz de los desarrollos contemporáneos de que se ocupa la teoría
social sistemática.
Debido a la herencia normativamente marcada del concepto, es difícil
encontrar teóricos sociales sistemáticos que traten el tem a de la socie­
dad civil. Por ejemplo, en las grandes obras de Max Weber, apenas hay
alguna mención del térm ino o de algún sustituto obvio. Talcott Parsons y
Niklas Luhmann representan excepciones im portantes a esta tendencia.3
Ya hemos presentado el concepto de Parsons de la com unidad societal
como un esfuerzo por traducir la categoría hegeliana de sociedad civil,
enriquecida por el concepto de lo social de Durkheim, a térm inos contem ­
poráneos. Luhmann, sin embargo, está en lo correcto cuando observa que
este paso de Parsons implica una ruptura con los supuestos de la teoría de
sistemas de su propia obra, sin ninguna justificación teórica general. Aquí
hay un indicio de la razón de la sorprendente preocupación de Luhm ann
por el problem a de la sociedad civil.4 Sin duda, su interés proviene de que
la convicción de que sociólogos como Durkheim, Parsons (su principal
predecesor)5 y Habermas (su rival más im portante) todavía están bajo la
influencia de este im portante concepto de la “antigua” filosofía práctica
europea. La estrategia de Luhmann contra el concepto de sociedad civil y
sus derivados social-científicos es identificarlos con la societas civilis tra­
dicional y m ostrar las inadecuaciones resultantes para el estudio de las
condiciones modernas.
Paradójicamente, la propia teoría compleja de la diferenciación de
Luhmann, desarrollada en un contexto totalmente diferente, remplaza la
noción de Cari Schmitt de la fusión entre esferas previamente diferencia­
das con una de cada vez más complejas relaciones de insumo-producto
entre ellas. En este respecto, es muy importante para nosotros porque resu­
cita potencialmente un aspecto del concepto de sociedad civil. Sin embar­
go, enfáticamente rechaza la noción de que una de las esferas diferenciadas
deba ser entendida como alguna clase de remplazo de la sociedad civil o de
la integración social o normativa. Ni siquiera la ley, el último receptáculo
importante de un "estilo normativo de expectativa" desempeña ese papel en
su teoría. En su análisis, el término sociedad representa sólo la totalidad de
la sociedad, y en algunas versiones incluso a la "sociedad mundial''.4
LA CRÍTICA DE LA TEORÍA DE SISTEMAS 347

Por supuesto, Luhmann “reconstruye" muchas* de las prim eras sub­


categorías m odernas de la sociedad civil en el terreno de la teoría de siste­
mas. Sin embargo, en cada caso la reconstrucción implica un rom pim ien­
to decisivo con las intenciones de los primeros años de la modernidad: se
considera que la ley positiva carece de normas en sus fundamentos más
profundos, se entiende a la asociación como una organización burocráti­
ca y la opinión pública es reducida a la manipulación de los temas de la
comunicación. Es característico que se identifique a la democracia con la
función sociocibernética general del "significado”, esto es, con el m ante­
nimiento de una complejidad reducida. Sobre la base de la teoría de siste­
mas, todo lo que queda del concepto moderno de la sociedad civil es el
mero hecho de la propia diferenciación.7 Así, Luhm ann tam bién es im­
portante para nosotros porque, al nivel de la ciencia social sistemática,
construye un desafío muy comprehensivo para toda la tradición del con­
cepto de sociedad civil.
La preocupación de Luhmann por el problema de la sociedad civil es
en realidad sorprendente, en vista de sus propios supuestos e intereses
teóricos. Sus esfuerzos de una versión sociológica de la historia concep­
tual se encuentran entre los mejores en este campo. Según él, politike
koinonia, traducido como "sociedad política" fue usado por prim era vez
como un concepto para describir y desarrollar ideas a partir de la em er­
gencia de una etapa revolucionaria del desarrollo humano, esto es, la cons­
titución del gobierno político que suprimió o redujo considerablemente la
importancia de las asociaciones arcaicas, basadas en los nexos familiares
y el poder de la religión en las relaciones inmediatas de las sub y super
ordinaciones.8 Las instituciones del cargo político y del procedimiento
político fueron los medios por los que se logró la reordenación de la socie­
dad, cuyo principal resultado fue "la posibilidad de resolver conflictos por
medio de decisiones obligáfllJFfás para las partes". Ciertamente, el gobier­
no político significó la emancipación de los seres humanos qua indivi­
duos. Pero también significó su integración sin líneas divisorias en una
estructura societal definida políticamente.
Luhm ann es poco claro sobre la razón por la cual la “autotematización”
de este desarrollo ocurrió sólo en la ciudad-Estado griega, en particular
en \&polis democrática de Atenas.9 Más reveladora que su explicación es
su añadido del principio de ciudadanía, al que en cierto sentido se le da
poca importancia, cuando habla de la polis como una versión del gobier­
no constituido políticamente.10 No se da cuenta de que el gobierno políti­
co necesita ser y puede ser tematizado sólo cuando los que detentan los
Instrumentos de dominación (en este caso, los déspotas patriarcas de la
oikos) constituyen un público^Su propio énfasis está en la dimensión de
la dominación en vea de la acción-pública. El gobierno real en cualquier
348 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL

sociedad política es el de una parte (en las repúblicas griegas, los ciudada­
nos) sobre el todo. Para Luhmann, varias paradojas lógicas asociadas con
el concepto de la politike koinonia deben atribuirse a este estado de cosas.
Por medio de su forma lingüística y su oposición al oikos, es posible
com prender la politike koinonia sólo como un tipo de koinonia entre otras.
No obstante, también es el sistema social que lo abarca todo, la polis. Así,
es un todo al que paradójicamente se le concibe como su propia parte.110 es
un todo que tiene partes fuera de sí mismo, en particular la oikos.12 Pa­
ra Luhm ann la lección es clara: la sociedad que se tematizó a sí misma
como una sociedad política se entendió mal. Era sólo un sistema social
en el que un nuevo subsistema político diferenciado tenía la prim acía fun­
cional.13
Para Luhmann, una segunda dificultad relacionada con la concepción
clásica de la politike koinonia se encuentra en el intento de considerar a la
sociedad como acción. Esto fue posible, según él, porque el sistem a polí­
tico, supuestam ente orientado a la acción correcta, justa y virtuosa fue
identificado con el total de la sociedad. De igual im portancia fue el enten­
dimiento de la sociedad política como un cuerpo, como una unidad cor­
porativa capaz de acción.14 En este contexto, la existencia relativamente
excepcional de organizaciones especializadas, diferenciadas y su ligero
impacto sobre la sociedad permitió una concepción de la sociedad políti­
ca como un todo, como si fuera ella misma una organización, un cuerpo
organizado. Por supuesto, la acción y las metas de este supuesto cuerpo
eran en realidad las acciones y las metas de su parte gobernante; sólo esta
parte constituyó una organización.
Según Luhmann, los conceptos de politike koinonia y, posteriormente,
de sociedad civil en todas sus variantes, tem atizaron la integración de
esta organización de gobernantes y la orientación de sus actores indivi­
duales en términos de las categorías normativas de m oralidad y ley (en
último caso, la ley moralizada). La sociedad política fue estabilizada por
medio de la institucionalización de “reglas [...] relativamente universales
[...] para el respeto interpersonal y la estimación m utua”.15 En otras pala­
bras, la “moralidad generalizada" de las sociedades políticas sirvió así como
la legitimación básica de la autoridad política. No obstante, Luhmann
afirma que sólo fue necesaria funcionalmente (y no lógicamente) para
entender a la sociedad política en términos normativos.16 Quizá lo que
tenía en mente es que, aunque el medio del poder ya ha remplazado a la
comunicación ordinaria a través del lenguaje como un medio de transfe­
rir las decisiones, su falta de desarrollo total o la ausencia de otros "me­
dios de comunicación generalizada" ha hecho que fuera inevitable una
continua dependencia de las antiguas formas de modelos lingüísticos, di­
rectos, de mando y obediencia. Sin embargo, estos últimos no pueden
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LA CRÍTICA DE LA TEORÍA DE SISTEMAS 349

operar sin formas normativas de justificación. Es Ynás probable que este


punto pueda ser relacionado con su noción de que el medio del poder
requiere un código lingüístico construido normativam ente para su opera­
ción.17 El código binario de lo correcto y lo erróneo, que permite en prin­
cipio la esquematización de todas las decisiones, no representa al poder
tal como en realidad opera; de aquí que el lenguaje normativo en realidad
no sea indispensable para la descripción de la sociedad organizada políti­
camente. Tampoco lo necesitan sus actores para orientarse dentro de un
sistema de poder. Pero mientras la ley todavía no se ha hecho positiva, se
requiere este lenguaje moralista-legal para representar la operación del
poder y el funcionamiento de la sociedad política a su am biente social,
que aún no está relacionado al subsistema político por otros medios
funcionalmente intercambiables.
De este modo, en la terminología de Luhmann, la institucionalización
del medio del poder permite un remplazo importante, pero incompleto, de
los estilos normativos de expectativa por otros cognitivos. No obstante,
aunque al nivel de la autorreflexión social una moralidad secular ha tomado
ahora el papel central en la integración social, en realidad la emergencia
del poder como el prim er "medio de comunicación generalizado simbóli­
cam ente''18 le dio por prim era vez inmensa im portancia y, de hecho, la
prim acía funcional a un subsistema que dependía de una actitud cogniti-
va en vez de normativa respecto a las propias normas sociales. Este subsis­
tema sigue vinculado a una estructura de reglas que, aunque ya no estén
ligadas a la interacción inmediata, sólo es capaz de reducir lo contingente
de la acción por medio de orientaciones universalistas, generalizadoras, y
expectativas m utuas que siguen siendo normativas en el sentido de ser
"contrafácticamente” incluso de cara a "desilusiones” empíricas. Esta rela­
ción es necesaria funcionalmente, por lo menos hasta que es remplazada
por equivalentes funcion3fes*?con el fin de librar al sistema de poder de
algunas de las necesidades de integración y protegerlo así (¿y a la socie­
dad?) de su potencial ampliación excesiva o “inflación".
La filosofía práctica de la Antigüedad, nuestra prim era fuente del con­
cepto de sociedad civil, constituyó en este contexto la tematización teóri­
ca tanto de la primacía de lo político como de la moralización de la polí­
tica. De acuerdo con Luhmann, sus errores implicaron una confusión de
la parte (política) con el todo (sociedad), de la acción con el sistema, del
poder (como un medio) con la moralidad (ligada a la interacción ordina­
ria realizada por medio del lenguaje), y de la moralidad como una reali­
dad social con la moralidad de los m oralistas.19
La teoría de la sociedacfburguesa es culpable de errores análogo*, aun­
que su número sea menor, Bürgtrliche Gesellschaft representa para Luh­
mann sólo superficialmente una-renovación de la antigua socittaa eivilis,
350 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL

a pesar de la derivación etimológica de la prim era categoría a p artir de la


segunda. En realidad, como lo indica el término alternativo sugerido, “so­
ciedad económica", la bürgerliche Gesellschaft se refiere a un topos que no
es idéntico, sino paralelo a la "sociedad política”. A su vez, los dos resul­
tan ser estructuralm ente diferentes.20 De nuevo, Luhm ann empieza con la
autotematización de la sociedad económica, que es representada clásica­
mente por la teoría social marxista. En ella se entiende a la sociedad eco­
nómica como un nuevo tipo de sociedad en que la producción y aún más,
“un sistema de necesidades fundamentado metabólicamente" remplaza a
la política como el proceso social central.21 Desde un punto de vista dife­
rente, también característico del marxismo, la sociedad es burguesa si una
“parte” gobernante definida políticamente (esto es, Bürger en el sentido de
citoyen) es ahora remplazada como el estrato dominante por los propieta­
rios (Bürger en el sentido de bourgeois). Las reservas de Luhm ann respec­
to a la teoría marxista (así como burguesa) de la sociedad económica son
paralelas a sus críticas de la filosofía política de Aristóteles entendida como
una teoría de la sociedad política. Ambas cometen el error comprensible
de tom ar a la parte por el todo, de identificar un subsistema societal con
el total de la sociedad. El error es comprensible debido a la naturaleza
dram ática de la emergencia de cada uno de los subsistemas y de su prim a­
cía funcional (durante un tiempo) en relación con las otras esferas de la
sociedad.22 No obstante, sólo esta prim acía funcional debió haber sido
afirm ada en el caso de la economía, y no la reducción de todas las esferas
de la vida a la economía. Únicamente la noción de la primacía funcional de
la economía es compatible con el hecho empírico de que la medida y com­
plejidad interna del subsistema político continuó aum entando en toda la
época capitalista.23 Porque la prim acía funcional sólo im plica que el
subsistema prim ario tiene la mayor complejidad interna y que la nueva
etapa de desarrollo de la sociedad está caracterizada por las tareas y pro­
blemas que se originan principalmente en esta esfera.
Así, sociedad "política" y sociedad "económica" representan no sólo
procesos paralelos de diferenciación, junto con formas paralelas de auto­
tematización, sino también etapas evolutivas sucesivas. Para Luhmann,
los diversos niveles de complejidad indican tres diferencias estructurales
entre la sociedad política inicial y la posterior, más compleja, sociedad
económica: 1) la transformación del significado de la primacía; 2) el rem ­
plazo de un estilo (principal o parcialmente) normativo por un estilo cog-
nitivo de expectativas; y 3) la pérdida de la capacidad para la acción por
parte del principal subsistema como un todo (por no m encionar al siste­
ma social). TVataremos sucesivamente cada una de éstas.
Primero, al discutir la relación de la economía con los otros subsiste­
mas, ya no se puede representar ni siquiera aproximadamente a la prima-
LA CRÍTICA DE LA TEORÍA DE SISTEMAS 351

cía en términos de autoridad o dominación, sino sólo por la preminencia


del problema de que trata la economía. La diferencia se deriva de la dis­
tinción que hace Luhmann entre las estructuras del poder y el dinero como
medios de comunicación, pues el dinero es el medio en torno al cual
se organiza el subsistema económico diferenciado. En el caso del poder, se
toma una decisión selectiva por alguien más que está motivado para acep­
tarla o para llevar a cabo esta decisión específica por medio de un código
particular, y en vista de la existencia de sanciones negativas. En el caso del
dinero, uno toma una decisión por sí mismo y el otro se ve motivado a
tom ar su propia decisión complementaria, pero por lo general diferente,
en vista de las posibles recompensas o de sanciones positivas.24 En el pri­
m er caso, se transfieren decisiones; en el segundo, sólo los problemas con
los que se debe tratar: por esta razón, el nivel de diferenciación social
permitido por la primacía funcional del subsistema económico es mucho
mayor que el nivel posible en la "sociedad política". Esta capacidad es
tematizada prim ero en términos de la “falsa dicotomía" de Estado y socie­
dad, una cuestión de la que volveremos a tratar.
Segundo, la prim acía del subsistema económico ya no requiere una
moralidad generalizada para la integración de la sociedad. "Parece que la
permanencia de la moralidad en el transcurso del tiempo, que es apoyada
por toda la sociedad, puede ser remplazada por la permanencia en el tiempo
de oportunidades puram ente económicas.”25 Mientras que la política to­
davía requería (¿sólo en la época de su primacía?) "una clase de 'cubierta'
moral o de legitimidad",26 el subsistema económico no la requiere ni
"funcionalmente”, ni “lógicamente", ni al nivel de su representación, ni al
de su operación. Esto es así debido a que la emergencia del subsistema
económico implica "el cambio de una actitud normativa a una cognitiva.
Las expectativas que son normativas —esto es, contrarias a los hechos e
incapaces de adaptarse a lasae®ndiciones cambiantes— son remplazadas
por expectativas que pueden aprender y adaptarse al cambio".27 La inte­
gración moral de la vida económica y la necesidad de la sociedad en gene­
ral por este tipo de integración disminuyen con la diferenciación del
subsistema económico. La sociedad en que este subsistema se ha conver­
tido en prim ario puede por lo tanto (contrariamente a la opinión de Dur-
kheim y Parsons) prescindir gradualmente de lo normativo o confinarlo
al subsistema único de la ley, cuyos propios fundamentos también se to r­
nan cognitivos.
Por último, la desaparición de una moralidad generalizada como for­
ma de integración social indica (y en parte es causada por) la pérdida de
la capacidad de la sociedadpara la acción. Con el dominio de la economía
de mercado, es imposible entender al todo social como un cuerpo. "Nadie
puede pretender ser el repreaentante-plénipotenciario de la economía."21
352 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL

El sistema económico no es una colectividad. Tampoco puede uno repre­


sentar de esa m anera a la sociedad en que es primario. Cualquier esfuerzo
por descubrir una agencia unificada o por representar subjetivamente a
esta sociedad es simplemente una trasposición ilegítima de una posibili­
dad parcialmente genuina de la sociedad política y conduce inevitable­
mente a una mitología conceptual. De igual im portancia es el estímulo
que se da en la sociedad económica a la diferenciación de las organizacio­
nes del resto de la sociedad y entre sí. El resultado de este proceso es que
la propia sociedad ya no puede ni siquiera aparentar cum plir los requisi­
tos de una organización, de un cuerpo organizado. Una pluralidad de or­
ganizaciones en la sociedad es integrada no por medio de una organiza­
ción superordinal, sino, por el funcionamiento de los medios sistémicos
del poder y del dinero. Así (dejando de lado la noción de interacción o
intersubjetividad), la transición a la primacía funcional del subsistema
económico significa, para Luhmann, el remplazo necesario de la integra­
ción social por la integración de sistemas, de la acción como un paradig­
ma teórico por el sistema. Conceptos tales como "sociedad civil" y “comuni­
dad societal” son las víctimas teóricas obvias de este cambio. A esta cuestión
también retom arem os posteriormente.
Luhm ann considera obsoleto no sólo el concepto de sociedad política o
civil, sino también el concepto que la remplazó. La sociedad económica
—o incluso la prim acía del subsistema económico—, es ahora una cosa
del pasado. Esta primacía ha conducido a efectos colaterales disfuncio­
nales para sus varios "ambientes” que pueden no tener soluciones estric­
tamente económicas.29 En una versión de su argumento, cuando la pri­
macía de la economía está terminando, ningún subsistema es capaz de
dom inar o incluso de representar al todo. En una versión anterior, se deja
abierta la posibilidad de la subordinación de la economía y de la política a
una coordinación o control científicos conscientes. Pero esa subordina­
ción podría representar una etapa de desarrollo sólo si la integridad del
subsistema económico se conservara, como se conservó antes la del sub­
sistema político, y si, además de esto, aum entara la diferenciación de la
sociedad. En esta etapa la prim acía pertenecería al subsistema de la cien­
cia30 y no al de la política, como ocurre en las sociedades del tipo soviéti­
co. Para esa sociedad, una concepción de la societas scientifica represen­
taría una forma adecuada de falsa conciencia, aunque el nivel de reflexión
característico del subsistema de la ciencia también puede conducir a una
tematización más apropiada (es decir, la teoría de sistemas) de la nueva
forma de primacía funcional, evitando en esta ocasión la falaz hipostatiza-
ción del pars pro íoío.31
Cualquiera que sea la versión que elijamos (y la reciente concepción de
la autoformación de sistemas claramente apunta hacia la primera), las
LA CRITICA DE LA TEORÍA DE SISTEMAS 353

tres consecuencias de la prim acía del subsistema económico continua­


rían aplicándose a la forma en que Luhm ann entiende la sociedad moder­
na. Para él, una mayor diferenciación, la decadencia de la integración
normativa y el final de la capacidad de la sociedad (o incluso de una-parte
representativa de la misma) para la acción, impiden cualquier concep­
ción justificable de la sociedad moderna, o incluso de uno de sus subsis­
temas diferenciados, como la sociedad política o la civil. Sin embargo,
desde el punto de vista del concepto desarrollado en este libro, que no está
vinculado con ninguna utopía de la sociedad como agente, sujeto u orga­
nización unificada, parece que, respecto al argumento de la fusión desa­
rrollado por pensadores que van de Schmitt y Arendt a Habermas y Offe,
la teoría de la diferenciación de Luhmann renueva un im portante aspecto
del concepto que se encuentra amenazado. Y, no obstante, aunque en el
nivel más abstracto sí ofrece una alternativa a la tesis de la fusión, ésta no
puede beneficiar ninguna concepción de la sociedad civil, por lo menos
en su modelo. La razón para esto parece ser que considera que la dicoto­
mía Estado-sociedad civil es falsa y la remplaza por un modelo que esta­
blece las líneas de diferenciación en forma muy distinta, y que (incluso en
un modelo ampliado de la diferenciación), no ve ninguna necesidad de
incluir una esfera cuyo centro es la integración social por medio de las
normas y la participación en asociaciones.
El argumento para la fusión del Estado y la sociedad siempre se ha
visto afectado por una contradicción clave: muchos proponentes de esta
tesis (en especial los neomarxistas) la invocan cuando alternativamente
describen a la misma época como la de la repolitización de la economía y
de la sociedad y la de la transición del Estado desde una dependencia
total en la "subordinación positiva” a la economía (capitalista), o a una
"autonomía relativa" y "subordinación negativa".32 Así, deben afirm ar la
desdiferenciación y la diféfSffCiación al mismo tiempo. Esta contradic-c
ción desaparece en la versión anterior, "tecnocrática", del argumento de
Luhmann, así como en la posterior versión liberal. En un caso, hablará
de un movimiento desde una prim acía funcional a la otra, de la economía
a la de la planificación científica, ampliando la diferenciación entre las
esferas o, mejor dicho, subsistemas. En el otro, hablará de la creciente
diferenciación que permite y es permitida por subsistemas cada vez más
complejos cuya red de m utuas relaciones insumo-producto puede volver­
se correspondientemente más densa, dando la apariencia de fusión. Como
él indica, la autonom ía del si^tjkna político nunca significa su aislamien­
to. Los acontecimientos ^n la economía, por ejemplo, pueden ayudar a
constituir problemas y motivaciones en la política, aunque un sistema
político autónomo tendrá que producir decisiones relevantes según sus pro­
pios criterios. Así, la comunicación-entre los sistemas se intensifica, no se
354 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL

reduce; “con la independencia de la política, su dependencia en la socie­


dad también aum enta”.33 En vez de fusión, Luhm ann nos proporciona un
modelo persuasivo del crecimiento tanto de la diferenciación como de la
interdependencia, tanto de la autoclausura sistémica como de la apertura
a otros sistemas. “Las dependencias recíprocas y las independencias entre
los subsistemas se increm entan simultáneamente. En principio, esto es
posible porque hay un aumento en las circunstancias en que uno puede
ser dependiente e independiente."34
De acuerdo con Luhmann, toda la discusión que se refiere a la separa­
ción del Estado y de la sociedad ha entendido mal este fenómeno de la
creciente diferenciación e interdependencia. En el espíritu de su tesis, uno
puede decir que el argumento de la fusión equivale a una autotematiza-
ción parcialmente falsa de la mayor complejidad intersocial que caracte­
riza a la etapa evolutiva que sigue a la de la prim acía del subsistema eco­
nómico. Desafortunadamente para la concepción dicótoma común de la
oposición del Estado y de la sociedad civil, sin embargo, esta crítica del
argumento de la fusión no puede modificar el punto de vista de Luhmann
de que ella, también, representó una forma de “falsa conciencia", en esta
ocasión del nuevo nivel histórico de diferenciación característico de la
sociedad económica.35 La crítica de una forma de conciencia falsa no puede
renovar una forma anterior.
Pero ¿cuál es el argumento de Luhm ann para afirm ar que la dicotomía
entre Estado y sociedad es falsa? Primero (y quizá de m enor im portan­
cia), piensa que la categoría del Estado es demasiado difusa: significa todo
desde el gobierno a la burocracia, desde u n a parte del sistema político
hasta el todo.36 Sin embargo, no es obvio de qué forma esta crítica se
aplica a definiciones relativamente rigurosas del Estado como la de Max
Weber,37 que pueden usarse, y a menudo han sido usadas en la ciencia
política, para reform ular la oposición del Estado y la sociedad. Quizá
Luhm ann respondería que el concepto comprensivo del Estado como una
organización política que monopoliza, por medio de su personal adminis­
trativo, el uso legítimo de los instrum entos de la violencia en un territorio
determinado viola la diferenciación interna y organizacional del sistema
político, o reduce el sistema político m eramente a uno de sus aspectos.38
Segundo (y siguiente en importancia), Luhm ann rechaza la supuesta
implicación de la dicotomía —que el Estado y la sociedad (o la sociedad
civil) consisten cada uno en conjuntos de individuos hum anos concretos
separados uno del otro en términos de su sida total—.39 Mientras que esta
objeción se aplica a muchas versiones (prevalentes en especial en los
movimientos) de la yuxtaposición polémica de sociedad y Estado, incluso
un estudio superficial de las concepciones más complejas de que se ha
tratado aquí debería dar cuenta de lo mismo. Para Hegel, por ejemplo, los
LA CRÍTICA DE LA TEORÍA DE SISTEMAS 355

miembros de los “estados” y los "funcionarios públicos”, se encuentran


tanto en la sociedad civil como en el Estado, aunque en diferentes "pape­
les” y relaciones “funcionales". Sin embargo, Luhm ann podría responder
que los papeles políticos diferenciados deben ser comparados con la m ul­
tiplicidad de papeles sociales, un contraste que todavía permanece oculto
por la división de los seres humanos en sólo dos papeles, o públicos o
privados, el citoyen y el bourgeois, o el ciudadano y el hombre.
Este argumento está basado en la objeción final y más im portante de
Luhm ann. Él hace notar una característica vaguedad en el concepto
de sociedad cuando se le yuxtapone al de Estado. Suponiendo que sabe­
mos lo que significa "Estado" (y, en el mejor de los casos, para Luhmann
significa ¡"sistema político”!), el térm ino “sociedad” es uno muy amplio
que describe todo su ambiente.40 En tanto que la sociedad política de la
Antigüedad —entendiéndose a sí m isma como el todo—, no reconoció su
ambiente para nada, la noción de Estado expresa el punto de vistá del
sistema político cuando es capaz de verse a sí mismo como parte de un
todo diferenciado, un desarrollo que presupone la neutralización política
de los papeles religiosos, culturales y de parentesco, y de los complejos de
significados.41 Este nivel de autotematización a su vez presupone, por lo
menos en la versión principal del argumento, una institucionalización de
la primacía funcional de lo económico, lo que hace posible un nuevo nivel
de diferenciación societal. No obstante, incluso el subsistema económico
no representa a todo el ambiente social del subsistema político. De hecho,
la diferenciación de un subsistema legal permitió la diferenciación del
"Estado” de la religión (por medio de la ley constitucional) y de la econo­
mía (por medio de la ley privada).42 No tan im portantes para la diferen­
ciación del sistema político, son las referencias a una institucionalización
de los subsistemas de la familia, la ciencia y la cultura o del arte en el
mismo contexto histórico. ItKlbs estos subsistemas, que no se pueden re­
ducir a una única "organización" o "colectividad” o “esfera" o "lógica" o,
menos aún, "sistema", constituyen el ambiente social internam ente diná­
mico y diferenciado del sistema político, que tiene relaciones separadas
insumo-producto con cada uno de ellos. Además, tam bién tienen relacio­
nes insumo-producto entre sí. No constituyen una entidad coherente (para
Luhmann, un sistema) en relación con el sistema político. Así, la noción
de la sociedad civil es más bien descompuesta que salvada por el mode­
lo de la diferenciación.43
Pero ¿qué concepción de la sociedad civil es descompuesta de esa ma­
nera? Ciertamente, los modelos dicotómicos liberal o marxlsta no resis­
ten la crítica de Luhm ann/La teoría hegeliana, por Otra part6| aunque no
Incluye el arte ni la ciencia nH ^fam ilia, estaba muy diferenciada interna­
mente. A la objeción de que este modelo no difertndnbilflAl ti lubils-
356 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL

tema económico de la ley, de las asociaciones, etc., que su heredero mar-


xista, la respuesta de Gramsci, diferenciando la economía y la sociedad
civil, puede parecer suficiente. El resultado potencial se hace más claro
en Parsons, quien distingue los sistemas cultural y económico tanto del
sistema político como de la comunidad isocietal, entendida esta última
como el subsistema de integración de la sociedad. Es esta últim a esfera de
la sociedad (integrada por com ponentes normativo-legales y asociacio-
nales), la que consideramos es la reconstrucción más avanzada del con­
cepto de sociedad civil dentro de la ciencia social académica. Luhmann
comparte esta interpretación de Parsons, pero hace todo lo que puede para
eliminar cualquier esfera semejante, en cualquiera de sus formas, de la
teoría de sistemas de la sociedad.
En este punto la estrategia de Luhmann asume dos vertientes. Primero,
establece una línea que define a la organización del sistema político de tal
m anera que incluya dentro de él a todas las asociaciones y públicos rele­
vantes políticamente. De acuerdo con esto, las instituciones que otros teó­
ricos arraigaron en la sociedad civil y que sirvieron como mediaciones
con el Estado están localizadas ahora dentro del sistema político propia­
mente dicho. Sin embargo, en el proceso, Luhmann corta la conexión de
estas instituciones con la comunicación racional e incluso con el “medio”
de influencia parsoniano que depende de estos procesos. Segundo, inter­
preta la función de la ley y de los derechos en la diferenciación de la sociedad
como si pertenecieran sólo a la (auto)limitación del sistema político, y no
a la institucionalización de cualquier esfera específica que necesitara pro­
tección de la penetración administrativa: Como rechaza explícitamente
la idea de que los derechos pueden también proteger contra las tenden­
cias económicas a la desdiferenciación, pone énfasis en la noción liberal
estándar de proteger las esferas privadas del Estado. Este modelo de ley
aparentemente sí crea una reserva para la normatívidad. Desafortuna­
damente, dentro de los términos de la teoría de Luhmann, los límites de
un subsistema legal que no está estabilizado por un medio que siga el
modelo del poder o del dinero no pueden mantenerse fácilmente contra
un estilo cognitivo de expectativa o, más concretamente, contra el sub­
sistema administrativo del subsistema político. En el resto de este capítu­
lo, tratarem os con más detalle primero el análisis de Luhm ann de las rela­
ciones entre el sistema político y la sociedad civil y, luego, de las que se
dan entre el sistema legal y la sociedad civil.
1. La diferenciación del sistema político en administración, partidos y
públicos parece ser común a Parsons y Luhmann. En realidad, la concep­
ción de Parsons es muy diferente de la forma en que Luhmann la interpre­
ta. Para Parsons, los partidos y los públicos como instituciones pueden
desempañar un papel en el "sistema de apoyo” de la política porque están
LA CRÍTICA DE LA TEORÍA DE SISTEMAS 357

arraigados en la comunidad societal. Lo que pardee ser una ambigüedad


entre varios textos de Parsons respecto a la localización prim aria de estas
instituciones en el sistema de organización política o en la comunidad
societal es, más bien, un ejemplo de un movimiento teórico casi hegqliano
que se enfoca en la mediación, en el sentido de proporcionar tanto dife­
renciación, como la interpenetración requerida para estabilizar a la di­
ferenciación.44 Si, desde el punto de vista del sistema político, la función
de los públicos y de los partidos que operan en la esfera pública es generar
consentimiento y lealtad para decisiones obligatorias, desde el punto de
vista de la comunidad societal su papel es principalmente la integración
social y, secundariam ente, establecer elementos de control social sobre
el Estado. Localizado prim ero y ante todo en la comunidad societal,45 el
público es capaz de generar apoyo para el sistema político sólo en la me­
dida en que puede aprovechar los recursos de solidaridad generados por
asociaciones autónomas más que burocráticas en la sociedad civil.46 Mien­
tras que Parsons reconoce la posibilidad de manipulación y de creación
de opinión por los medios de comunicación masivos, cree que tendencias
aun más fuertes hacia la expresión y la discusión autónomas contrarres­
tan esta posibilidad.47 En la concepción de Parsons, la diferenciación interna
del sistema político en subsistemas de liderazgo, administrativos, integra-
tivos y legitimadores48 (o gobierno, burocracia, legislatura y partidos, y
judicial) le da a estos dos últimos el papel de generar legitimidad y com­
promisos motivacionales para las decisiones producidas y ejecutadas por
los dos primeros. Pero no comparte lo que él ve como la ilusión de la teo­
ría de la élite de la democracia, es decir, que estos recursos pueden ser ge­
nerados totalmente desde arriba. Tampoco acepta el punto de vista del
positivismo legal de que la aprobación legislativa es la única fuente de la
ley, o incluso de su validez. La m era idea de ver al “sistema de apoyo” en
términos de un doble intesesrobio entre el sistema de organización políti­
co y la comunidad societal presupone importantes intercambios: a través
de las mismas instituciones se aum enta el poder político y se le expone al
genuino control social.49
Así, es justo concluir que, al igual que Hegel pero menos congruentemente,
Parsons presenta a las instituciones de la asociación política y de la publi­
cidad en térm inos de una doble ubicación que a la vez diferencia e inter­
conecta al Estado y a la sociedad civil. Sin embargo, para Luhmann el
supuesto doble papel de las instituciones políticas, en el que basa Parsons
su concepción topológica dual, sólo refleja la diferencia entre la versión
oficial, del libro de texto, de la política y la realidad accesible a la ciencia
social. Además, una diferenciación interna del alaterna político que refleje
término por término la diferenciación de su ambientó (Parsons, Hegel)
pondría en grave peligro la aukmomfarde este slstemRiMH l* Ser autóno-
358 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL

mo, el sistema político debe tener tiempo, lo que a su vez presupone una
estructura interna que no necesita reaccionar inm ediatamente a los insu­
mos provenientes de sus varios ambientes. Pero esto no se podría evitar si
las estructuras del ambiente se reprodujeran dentro del sistema político,
o se vincularan directamente como componentes a los subsistemas de la
organización política. “Si todos los subsistemas tuvieran representantes
legítimos en el sistema político, la política se enfrentaría continuamente a
una sobreproducción de lo posible.”51 Éste es el resumen que hace Luh-
mann del topos de Schmitt de una forma de democracia ingobernable, en
la que no es posible tom ar decisiones. Sin embargo, en su concepción, és­
ta no es necesariamente la implicación del partido político contem porá­
neo y de las instituciones parlamentarias. Por el contrario, cuando funcionan
adecuadamente, no operan ni en términos de la función tradicional de
proporcionar un puente entre la sociedad y el Estado, ni en térm inos de la
fusión de estos dos dominios, sino como formas autónomas dentro de un sis­
tema político separadas sólo de aquellos tipos de insumo que conducen a
los problemas de la gobernabilidad.
La autonom ía del sistema político también depende de su “aceptación”
por sus varios ambientes. No obstante, esta aceptación es favorecida por
la diferenciación del ambiente, que fragmenta las varias fuentes posibles
de demandas. Por lo tanto, puede ser prim ariam ente una función de los
procesos internos del sistema político, y nada más secundariam ente de
los intercambios con los varios ambientes. De hecho, la diferenciación in­
terna del sistema político en público, política y administración, favorece
la cristalización de ciertos papeles cuya función es relacionar a los am­
bientes de un modo deseable, pero también tiende a lim itar esta relación
a formas que están separadas de otros papeles y que están fragmentadas
internamente. Así, el cliente, el elector y el participante de lo público son
separados del miembro de la familia, del trabajador y del profesional, por
una parte y, por otra, no llegan a conformar un papel ciudadano compren­
sivo. Es ante todo esta especialización en papeles políticos separados la
que produce una forma de aceptación de las decisiones políticas a la que
Luhmann repetidamente describe como casi autom ática y casi sin m oti­
vación. Esta tesis requiere una redefinición de los significados de publici­
dad, políticas de partido, elecciones y representaciones parlamentarias (en
este caso una parte de la administración), todas las cuales fueron vincula­
das en alguna ocasión a la categoría de sociedad civil pero a las que ahora
se ubica dentro del sistema político. ¿Es ésta una rediferenciación sin una
diferencia? La redefinición que hace Luhm ann de la democracia es nues­
tro prim er indicio de que no lo es.
Según Luhmann (que en este caso sigue la tradición de Schumpeter),
cualquier definición normativa de la democracia —ya sea que se base en
LA CRÍTICA DE LA TEORÍA DE SISTEMAS 359

la participación, la representación o una competencia pluralista— debe


ser abandonada. Una razón es que cada una trata de hacer que tenga sen­
tido la idea del autogobierno o autorreglam entación popular, lo que de
hecho es incompatible con la lógica de un sistema político autónom o di­
ferenciado de las otras esferas de la sociedad. Además, cualquier esquema
para am pliar la participación en los asuntos del gobierno, ya sea en térm i­
nos de un papel directo en la producción de decisiones o de un control y
supervisión de aquellos que en realidad tom an las decisiones, sólo puede
convertirla frustración perpetua en principio, debido a la escasez del tiem­
po para participar en relación con la cantidad y complejidad de lo que
debe ser decidido.52
La segunda razón es aún más reveladora. Cualquier definición norm a­
tiva am enaza con prejuiciar al sistema político propio (en este caso, los
sistemas occidentales de varios partidos) en contra de los "equivalentes
funcionales” (en particular, los regímenes de un solo partido del tipo so­
viético). Para Luhmann, incluso lo que queda de la teoría dem ocrática en
Schumpeter —esto es, la existencia de partidos competitivos y de eleccio­
nes competitivas— representa una consideración m eram ente secundaria
en el análisis del carácter democrático de una sociedad. En cambio, uno
debe prestar atención a asuntos más abstractos y desarrollar un concepto
de democracia que pueda aplicarse a una variedad de sistemas, siempre
que sean lo suficientemente complejos.53 Luhm ann produce esa defini­
ción. Como los procesos de decisión implican la reducción de la comple­
jidad, una selección de un segmento relativamente pequeño del campo de
eventos posibles y la eliminación del resto, “la democracia significa el
mantenimiento de la complejidad a pesar del trabajo de decisiones que se
realiza, el m antenim iento una y otra vez de una esfera de selectividad tan
amplia como sea posible para decisiones diferentes y futuras".54
Luhm ann se da c u e n ta j^ q iie esta definición asocia la democracia con
su differentia specifica de los sistemas sociales como tales, es decir, “el pro­
pio significado”, entendido como una forma de reducción de la comple­
jidad que mantiene a las opciones descartadas dehtro del horizonte de
posibilidades.55 Sin embargo, no observa que este paso tiende a definir a
todas las sociedades como democráticas; cuando mucho, sólo puede ha­
ber diferencias de grado que parecen corresponder principalm ente al ni­
vel de complejidad. De hecho, el partido único de estilo soviético y las
sociedades dirigidas ideológicamente son calificadas repetidas veces como
democráticas —de hecho tan democráticas como los sistemas de varios
partidos—, mientras la ideología sea “protegida de los dogmatismos y se
practique en forma oporí(jnista”, lo que significa la posibilidad continua
de cambiar las relacione» )de prioridad entre un alto número de valores
centrales.36 Luhmann reconocequeelgobierno de un solo partido ame­
360 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL

naza con restringir la comunicación social de consecuencias a un peque­


ño grupo politocrático y convertir a las otras esferas de la sociedad en
funciones secundarias del sistema político, que las convierte en sus ins­
trumentos. Esta tendencia es una de desdiferenciación y es contraria al
aum ento de la complejidad. Característicamente para esa época (1968),
Luhmann propone que la recuperación de la prim acía de una economía
diferenciada representa, en el contexto de un régimen de partido único, la
principal dimensión del esfuerzo de democratización.57 De hecho, consi­
dera que la liberación de las expectativas y demandas sociales, así como
de la "opinión pública”, de la ideología y de la expansión radical de los
elementos del pluralismo dependiente es incompatible con la naturaleza
de un sistema de ese tipo.58 Aunque representan algún límite ideal sobre
el nivel de complejidad que puede obtenerse, estas restricciones no son de
una clase que coloque a las sociedades de tipo soviético fuera del rango
que las define como democráticas. También es en este sentido que son los
equivalentes funcionales de las democracias liberales de hoy en día. Al
lector le es difícil evitar la sospecha de que éste es el caso sólo porque
Luhmann ha adoptado el punto de vista más “desilusionado” y "realista"
acerca de las democracias multipartidistas occidentales.59
El realismo de Luhmann es bien recibido en muchos aspectos. Por ejem­
plo, nos ayuda a ver que, desde el punto de vista del m antenim iento de
una complejidad estructuralm ente permisible, la asimilación de los pro­
gramas de los partidos entre sí y la eliminación sistemática de muchas
opciones inteligentes de la discusión política disminuye el rango de op­
ciones democráticas. Es aún más im portante adm itir la tensión entre los
horizontes abiertos de la posibilidad para la acción y la experiencia, y el
reconocimiento pragmático por los individuos de que en realidad “no pue­
den cam biar nada".60 Sin embargo, es a la vez prem aturo y dogmático
definir esta paradoja como democracia y declarar que el objetivo de institu­
cionalizar la habilidad para cam biar algo es por definición irrelevante y
obsoleto. Además, no es nada convincente descartar todos los esfuerzos
de reforma basados en la extensión de la comunicación que políticamente
puede tener consecuencias con una simple mención de la falta de tiempo.
Una vez que se ha hecho esto, nos quedamos con la fuerte impresión de
que, en opinión de Luhmann, tanto las sociedades de tipo soviético (al
menos aquéllas que tienen economías reformadas), como los regímenes
m ultipartidistas de Occidente en sus formas actuales no pueden en prin­
cipio ser penetrados por los esfuerzos de transform ación estructural de
sus sistemas políticos, en el sentido de democratización.61 Así, en el caso
de las sociedades occidentales, las formas de interacción sociopolítica que
otros han criticado fuertemente —en particular una esfera pública asimilada
a la cultura de masas, partidos despolitizados, elecciones plebiscitarias y
LA CRÍTICA DE LA TEORÍA DE SISTEMAS 361

un parlam ento teatral— resultan ser elementos de'la organización m adu­


ra de un sistema político diferenciado, genuinamente autónomo.
Luhmann, al igual que Habermas, presenta el modelo liberal de la esfera
pública como si estuviera limitado históricamente a una sola época, tal
como lo indica su relación con la polémica noción que la Ilustración tenia
de la “sociedad” —que es otra versión de la falacia anterior a la teoría de
sistemas delparspro toto—. Todos los públicos, antiguos, liberales y moder­
nos representan, según Luhmann, una neutralización de las demandas de
un papel provenientes de esferas sociales diferenciadas. La versión liberal
implica la diferenciación de una esfera de pequeños círculos de comunica­
ción integrada por medio de la discusión pública respecto a subsistemas de
la sociedad diferenciados funcionalmente, que ya son modernos: la econo­
mía, la política, la ciencia, la religión y la familia. La diferenciación interna
de esta nueva esfera pública fue anacrónicamente segmentaria; externamen­
te era una esfera diferenciada sin una función específica. Sin una función, el
nuevo público (una parte) puede entenderse (mal) a sí mismo como si fuera
la sociedad (el todo), pero sólo durante un momento de transición, debido
a su inestabilidad inherente. Su estructura de papeles no sólo no estaba en
posición de controlar a las demás esferas de la sociedad, sino que lo dejaba
completamente a merced de los papeles funcionales, con sus accesos al
dinero, el poder, etc.62 Contra Habermas, Luhmann niega por lo tanto que
una estructura de comunicación racional, heredada de un público no dife­
renciado funcionalmente, pueda ser revivida hoy en día (como parte de un
programa de democratización) dentro de organizaciones diferenciadas
funcionalmente y que por necesidad están basadas en la “parcialización de
la conciencia”. Así, afirma no sólo la transformación estructural de la esfe­
ra pública, sino también la obsolescencia de sus supuestos normativos.
Luhmann trata de salvar algo de la idea liberal, pero sólo en el contexto
de trasponer la esfera públisa-dentro del sistema político como uno de sus
subsistemas. Ahora la neutralización se convierte en la función integradora
específica del sistema político como un todo; su papel es el de establecer
una forma de comunicación que no sea determinada por los papeles no
políticos de la sociedad (familiares, comerciales, científicos, religiosos) o
incluso por intereses políticos parciales (del partido político o burocráti­
cos).63 Esto puede parecer como una nueva presentación de la norm a li­
beral en una envoltura funcionalista, pero existen dos diferencias im por­
tantes. Primero, el propósito de la neutralización es ahora separar de la
sociedad a la política y, en particular, a los procesos de decisión, y no la crea­
ción de una nueva forma de control social sobre el Estado. Segundo, el
proceso de neutralizaciólino se encuentra en el nivel de interacción abier­
ta de los participantes, sino en el de la formación de los temas implícitos
de sus varias formas de cortiufricaeiómpolítica.
362 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL

En realidad, aquí se define a la opinión pública no en térm inos de “pu­


blicidad inalcanzable” de toda la comunicación política, sino como la
estructuración incluso de la comunicación no pública por temas institu­
cionalizados. Son los temas, definidos fenomenológicamente como “pre­
comprensiones, preentendim ientos, compactados durante el curso de
la comunicación dentro de límites sistémicos más o menos firmes en un
m undo real com únm ente aceptado, presupuestos de m anera no arti­
culada”, que estructuran la comunicación política, no las opiniones articu­
ladas y expresadas.64 Así, la opinión pública no sólo se refiere (sino que
también deriva de ellos su unidad relativa) a temas institucionalizados (es
decir, subtextos de la comunicación), en vez de la generalización de las
opiniones articuladas. Estos temas contribuyen a la toma de decisiones al
lim itar la naturaleza arbitraria de lo que es posible políticamente. Pero
también contribuyen a la democracia tal como se la define aquí al m ante­
ner vivas las posibilidades según una lógica diferente de la seguida por
la tom a de decisiones. Sin embargo, no son parte de los mecanismos de la
democracia en ninguna otra definición; la opinión pública “asume la fun­
ción de un mecanismo orientador que, aunque no determ ina el ejercicio
del gobierno y la generación de opinión, establece los límites de lo posible
en cualquier momento dado".65
En lo que se refiere a temas como las prioridades entre los distintos
valores, el significado y la percepción de la crisis, el status de diversos
individuos que desempeñan papeles importantes en la comunicación, la
novedad (relativa) de los acontecimientos y la definición del dolor social­
mente relevante o de los sustitutos del dolor (la amenaza, la tensión, la
pérdida); los temas clave de la opinión pública son entendidos en última
instancia como reglas que determinan, en el contexto de la escasez de los
recursos de atención, aquéllo a lo que puede y debe prestarse atención en
un mom ento determinado. Estos temas o reglas de atención son conside­
rados contingentes y variables, de acuerdo con los requerimientos orien­
tadores de sistemas complejos. Se deja en duda su origen y lógica de des­
arrollo. Por una parte, se dice que la institucionalización de los temas
depende de la estructura del sistema político, que regula a la opinión pú­
blica sin determ inarla rígidamente.66 Esta opinión, congruente con el ob-
jétivo de presentar al sistema político como totalm ente autónomo, parece
implicar ante todo que la estructura del sistema político determina qué
institucionalización de los temas es posible, no lo que es en realidad insti­
tucionalizado. Sin embargo, en vista de la función que se ha enunciado de
la opinión pública, en última instancia esto significa que la estructura del
sistema político determina qué temas son posibles, lo que a su vez deter­
mina qué decisiones son posibles. Entonces, en realidad la estructura del
sistema político determina lo que es posible políticamente, y la opinión
LA CRÍTICA DE LA TEORÍA DE SISTEMAS 363

pública representa sólo el proceso dependiente porm edio del cual esto se
logra.
Por otra parte, Luhmann también quiere sugerir que la opinión pública
tiene importantes efectos recíprocos o retroalimentaciones (Rückwirkungen)
sobre la estructura del sistema político. Pero esto tom a la forma particu­
lar de desarrollar modos de organización y de procesos que no se verán
afectados por la variabilidad de los temas —en particular, la neutralidad y
el procedimiento respecto a los valores—. En otras palabras, la respuesta a
la opinión pública es generar y mantener formas que le perm itan al siste­
ma político no responder a la opinión pública.
Esa forma tan reveladora de hablar tam bién es im portante en el pre­
sente contexto, porque implica que proteger al sistema político de la pu­
blicidad es parte de la conservación de su autonomía, como si la opinión
pública tuviera, después de todo, algo que ver con el am biente no político
de lo político. Y, de hecho, Luhmann califica como un juicio apresurado
aquél que nos dice que la opinión pública ha quedado reducida ahora a
un medio interno del sistema político sin ninguna función social general,
convertida sólo en el lenguaje de la interacción de los políticos dentro de
un sistema político totalmente diferenciado del mundo real social, diario
y difuso.67 En este contexto se ve obligado a reformular y, de hecho, a aban1
donar parcialmente su hipótesis de la neutralización. Aunque siga siendo
cierto que los papeles no políticos son neutralizados en el sistema político
por la esfera pública, no es cierto lo mismo de la comunicación política fue­
ra del sistema político.68
Pero ¿puede existir de alguna manera comunicación política fuera del
sistema político, el que es definido en términos de procesos de comunica­
ción específicos? Luhmann insiste en que la diferenciación no representa
un desgarre del tejido social de la comunicación y el establecimiento de
subsistemas cerrados autcwwferenciales. Así, la comunicación de la opi­
nión pública no puede ser asignada exclusivamente al subsistema políti­
co; sus temas tienen un carácter relativamente libre de contexto que pue­
de estructurar a la comunicación en contextos cuya naturaleza no política
es autoconsciente.69 Pero ahora la neutralización de los insumos no polí­
ticos no puede definirse como la función dé la esfera pública. En cambio,
y más bien sorprendentemente, Luhmann retom a a la función clásica de
la ‘‘mediación" (Vermittlung) , definida tanto en términos de diferencia­
ción como de integración entre los contextos político y no político. Sin
embargo, la presentación de la mediación la empobrece sorprendente­
mente: se dice que la posibilidad de trasponer loa temas de un contexto
político a uno no p o lític o s la activación de loa dlferentea papeles de la
misma persona, políticos y no políticos, ayudan a estabilizar las diferen­
cias entre lo político y lo no poU ticorül objetivo ligue siendo la dife­
364 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL

renciación y autonom ía del sistem a político; la m ediación logra esto


no m ediante la neutralización, sino obligando a los procesos de la com u­
nicación intersistém ica a seguir canales limitados y políticam ente m a­
nejables.70
A pesar de estos esfuerzos, Luhmann po logra presentar un concepto
de la esfera pública que proteja completamente a lo político de lo no polí­
tico. Su segundo modelo, el del ciclo de vida, del origen y lógica de la opi­
nión pública es un indicio de este fracaso. Según el modelo del ciclo de
vida, temas que pueden ser articulados por cualquiera en su “fase latente”
se convierten en temas políticos sólo cuando caen en las manos de quie­
nes hacen política con temas cambiantes, es decir, los políticos. Pero el
que lo hagan así (y con qué fuerza) depende de la energía de sus proveedo­
res, generalmente no políticos, y del éxito de estos proveedores en hacer
que el tema se "popularice” y “se ponga de m oda”. Después que esto ocu­
rre, los que detentan el poder ya no están en posición de censurar los
temas. Ahora, los políticos sólo pueden com petir en la introducción de
estos temas dentro de los procesos de decisión de la adm inistración o en
retrasar esto tanto como sea posible. De cualquier manera, la im portan­
cia que tienen los temas según sea su novedad dism inuirá y nuevos te­
mas ocuparán su lugar.71 Toda esta línea de argumentación indica que el
vínculo que establece Luhmann entre el modelo de la opinión pública y
un escenario prepolítico no restablece el significado liberal que se encuen­
tra detrás de lo que de hecho es un topos “liberal”, sino que más bien liga
las dimensiones no políticas de la publicidad a Los mecanismos de la co­
municación comercial, de hecho manipulada. También en este caso sigue
la tradición de Schumpeter.
Luhmann parece negar el papel necesario de la manipulación, definido
en contraste con la interacción como una forma de comunicación a la que
no es posible responder.72 Pero cuando admite la posibilidad de evitar la
opinión pública o usarla tácticamente, su análisis es mucho más detalla­
do y convincente que el de la "mediación".73 Técnicamente, según su defi­
nición sólo los métodos que evaden la opinión pública son m anipulado­
res. Además, estas dos formas y las que instrum entaliza la opinión pública
son presentadas como maneras de regular los procesos internos del siste­
ma político. A pesar de todo, las técnicas que menciona, como la produc­
ción de pseudocrisis, pseudonovedades o pseudoexpresiones de la voluntad
del electorado, representan utilizaciones directas, en el sistema político, de
métodos de publicidad manipuladora, comercial, que de hecho, desdife­
rencian al sistema político convirtiendo a uno de sus subsistemas en un
espectáculo comercializado.74 .
Sin duda, Luhmann no cree que los mecanismos manipuladores de
cualquiera de esos tipos agoten las posibilidades de la formación de opi-
LA CRÍTICA DE LA TEORÍA DE SISTEMAS 365

nión pública. No obstante, es precisamente en estfe contexto que llega a la


siguiente conclusión: “Bajo las condiciones descritas, en el campo de la po­
lítica podemos contar con la multiplicación de las posibilidades de con­
ducta y a la vez con la limitación de las posibilidades de participación
activa”. A causa de las habilidades técnicas especializadas que se requie­
ren para el uso táctico de la opinión pública, lo que se inicia como "una
gerencia por participación" invariablemente term ina convirtiéndose en
"participación por gerencia”.75
El modelo de diferenciación y de nexos manipuladores se encuentra en
toda la discusión que presenta Luhm ann de las elecciones y las legislatu­
ras —trasladando el análisis al interior del sistema político—, cuya rela­
ción con su subsistema público duplica la relación de este último con las
esferas no políticas de la sociedad. Más exactamente, se considera que las po­
líticas electorales y las estructuras de los partidos políticos constituyen el
subsistema "político” propio del sistema político, en tanto que las legisla­
turas son ubicadas dentro del subsistema administrativo. La función del
primero es construir apoyo político, proporcionar un mecanismo para el
reclutamiento de funcionarios, y administrar y absorber los conflictos y las
protestas. Sólo el último desempeñará un papel en la toma de decisiones, a la
que se entiende como una combinación particular, que separa y reconec­
ta a los procesos reales de toma de decisiones con el de la “presentación” de
su producción. Al ubicar las legislaturas en el campo de la administración
entendida “en sentido amplio", Luhmann hace un cambio dentro del siste­
ma político que es paralelo a la forma en que desplaza a lo público hacia el
interior del sistema político. En cada caso, mueve una estructura que ha
sido entendida clásicamente como ün elemento de la mediación pública en­
tre la sociedad y el Estado, acercándola al interior del propio sistema po­
lítico, entendido como la tom a de decisiones administrativas.
Es de notar que en estosa«ambios Luhmann no puede eliminar del todo
el carácter público que parece estar unido a las elecciones y parlamentos. El
papel específicamente político del votante se relaciona con su participa­
ción en lo público76 hasta el punto en que realmente ejerce su voto; se dice
que la determinación de los temas que son capaces de consenso está entre las
tarcas de la política de los partidos;77 el mantenimiento de la imagen de
los políticos se encuentra entre las tareas del parlam ento y, finalmente,
se dice que la presentación pública de los fundamentos y argumentos en
las sesiones del parlam ento reduce en forma im portante la elección de las
posiciones representables.78 En todo esto, parece que está implícito m u­
cho más que la mera utilidad de ser capaz de representar el proceso de
toma de decisiones mediante dos relatos: un relato del libro de texto de ci­
vismo, "oficial”, que es importante para crear apoyo y proteger al proceso
de toma de decisiones real, noptlblieoy un relato "real" (el de Luhmann)
366 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL

que es importante para la autorreflexión (o por lo menos para la compren­


sión científica correcta) del sistema político. Característicamente, la función
democrática de mantener una complejidad reducida en el campo de lo posi-
sible se asigna no sólo al público sino también a la política79y a los parlamen­
tos,80 relacionada en particular con la institución de la oposición, cuyas
alternativas sobreviven incluso a la derrota electoral o parlam entaria.
Una vez dicho esto, la función esencial tanto de la política como de la
legislatura sigue siendo (desde el punto de vista del sistema social como
un todo) la de diferenciar al sistema político y asegurar su autonom ía se­
parando la toma de decisiones política de los insumos sociales. Este proble­
ma no se resuelve mediante la separación total, sino por los procesos de
filtración y selección que adm inistran a la sociedad y crean a la vez apoyo
político (un “problem a perm anente” al desaparecer las formas premoder­
nas de legitimación). Los procedimientos electorales convierten el proble­
ma del apoyo de uno que depende en los papeles no políticos del gobernante
(premoderno), en uno que se basa en la diferenciación rigurosa de los pa­
peles políticos de los votantes.81 En su papel como votantes, a los indivi­
duos se les garantiza acceso al sistema político, independientemente de
otros papeles o status sociales (sufragio universal, igualdad de los votan­
tes), y se minimiza la influencia de los vínculos y presiones sociales (voto
secreto).82 De hecho, la elección particular, atomizada, del votante, que
casi no tiene consecuencias en otros aspectos de la vida del individuo,
incluso en sus otros papeles políticamente relevantes, no implica ninguna
responsabilidad social y no puede ser la fuente de ningún conflicto so­
cial.83 Este punto tiene varias consecuencias, todas las cuales fortalecen
la autonom ía del sistema político. Al no estar abierto a la “influencia so­
cial", el votante está más expuesto a la influencia política inmanente, su­
puestam ente por los mecanismos de la opinión pública. Al buscar influir
en los procesos políticos, el votante puede elegir entre un pequeño grado
de influencia al costo mínimo (votar) o una mayor influencia a un gran
costo (las asociaciones voluntarias, las solicitudes, las cartas a los perió­
dicos, etc.). En vista de la separación de ambas formas de influencia en el
proceso de toma de decisiones, Luhmann no tiene ninguna duda de que
se elegirá la prim era opción, aunque la continua presencia de la segunda
contribuye a la democracia, por lo menos en el sentido de que “todo es
posible, pero yo no puedo hacer nada al respecto”. No obstante, incluso la
influencia restringida y minimizada del papel del votante distingue al indi­
viduo de un súbdito (Untertan) del gobierno que recibe pero nunca envía
comunicaciones políticas, contribuyendo así a la legitimidad mediante el
procedimiento.84
La situación es análoga para los actores colectivos orientados al con­
flicto con intereses específicos. Luhm ann acepta el punto de vista de que
LA CRÍTICA DE LA TEORÍA DE SISTEMAS 367

las elecciones no son adecuadas para la expresión de los intereses particula­


res. Como los que son elegidos reciben apoyo generalizado y no están com­
prometidos con ninguna constelación de intereses, los procesos electorales
no pueden producir fácilmente decisiones en caso de conflictos concretos.
A pesar de todo, sí le permiten al sistema político que en vez de suprim ir
los conflictos los canalice (incluso hacia las protestas radicales), hacia el
interior del subsistema de partidos políticos en una forma manejable. En
este caso, la ventaja de las elecciones competitivas sobre las elecciones no
disputadas, en las que participa un sólo partido, se manifiesta por sí mis­
ma. Desafortunadamente, los multipartidarios con listas contrapuestas no
resuelven el problema de m anera automática debido a la tendencia a pre­
sentar programas no diferenciados. El dilema continuo de los subsistemas
de partidos políticos consiste tanto en evitar reproducir demasiado con•/}
flicto social (que am enazaría la diferenciación y la estabilidad del sistema ^
político) como en evitar absorber demasiado conflicto (lo que podría sig­
nificar la reaparición de un conflicto no manejable fuera del sistema polí­
tico).85
Característicamente, Luhm ann casi no nos dice nada sobre lo que ocu­
rre en el contexto de una situación en que se ha caído en uno de los lados
del dilema de tener demasiado o muy poco conflicto en el sistema políti­
co. Parecería que la legislatura juega un papel en la resolución de dema­
siados conflictos políticos. Aquí, Luhmann se encuentra con la tesis de
Cari Schmitt de la fragmentación de la soberanía y de la reducción del
parlamento a una m era representación. Para Luhmann, la tesis se basa en
el supuesto falso de que las sesiones abiertas del parlam ento estuvieron
en algún momento o deberían estar en el centro de la real toma de decisio­
nes. El parlamento, en especial en sus sesiones plenarias, es y debe ser
sólo una m era "representación", en el sentido de presentar simbólicamen- .
te la producción de las decisiones de acuerdo con nuestro guión oficial de r
la política. Tal representación (con sus importantes funciones para la de­
mocracia, en el sentido de Luhmann) pueden dejar amplio espacio para
los intereses plurales, el conflicto abierto y la autopresentación de las per­
sonalidades políticas.86 Sin embargo, son los mecanismos informales, pro­
tegidos y ocultos por el procedimiento formal, los que constituyen el con­
tenido del guión real de la tom a de decisiones. Mientras que el proceso
parlamentario como un todo —como lo comprendió incluso la teoría clá­
sica de la representación libre—, no debe reflejar los conflictos sociales, la
aparición del sistema de partidos, al menos en la versión analizada por
Schmitt, amenaza con hacer precisamente esto. Luhmann implícitamen­
te acepta en este punto ¡{^decadencia del principio clásico de representa­
ción y admite algunos de los peligros para la autonom ía del proceso de
toma de decisiones. En sui própios tórmlnos, existe el peligro de un "em­
368 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL

botellamiento" entre los subsistemas político y administrativo de la políti­


ca.87 Los modelos de discusiones o conflictos interminables sólo indican
el problema, en vez de la solución en este contexto. En cambio, la separa­
ción de la tom a de decisiones del procedimiento parlam entario formal
implicada por la dependencia en mecanismos informales o que incluso se
desvían de lo acostum brado88 resuelve el “em botellamiento” potencial y
reduce la influencia de la política a su medida adecuada. La toma de deci­
siones real ocurre en otras partes distintas al procedimiento parlam enta­
rio, aunque la conversión del poder político en un juego de suma cero por
los mecanismos formales del gobierno de la mayoría simplifica conside­
rablemente los procesos de interacción y de negociación de quienes real­
mente toman las decisiones.
Así, la antigua tesis respecto a la crisis del parlam entarism o es resuelta
por Luhmann en una forma que indica algo similar a la dualidad neocorpo-
rativista entre procesos públicos y secretos, formales e informales, parla­
mentarios y funcionalistas de suma de intereses. Sin embargo, es lo sufi­
cientemente perceptivo para darse cuenta de que en la actualidad hay una
nueva amenaza al parlamentarismo. Una crisis de legitimidad parlam en­
taria puede deberse no sólo a demasiados insumos societales y a dem asia­
do conflicto entre los partidos, sino tam bién a una excesiva apatía social y
a una excesiva absorción del conflicto. El método de proteger a los mecanis­
mos de toma de decisiones puede tener demasiado éxito; el número de al­
ternativas sociales posibles lógicamente pierde su vínculo con lo que real­
mente es posible si el sentimiento de "yo no puedo hacer nada" se generaliza
y se convierte en un tema público.
En este contexto, Luhmann desaprovecha la oportunidad de construir
sobre la base del único elemento genuino de legitimidad dem ocrática que
aparece en su presentación. En su concepción, son ante todo los elemen­
tos teatrales de las elecciones y los parlamentos los que tienen la función de
“inform ar” a los desinformados, de alentar a los apáticos, de simbolizar a
la democracia como un horizonte abierto de posibilidades que de alguna
m anera están presentes y plenas de significado, aunque se encuentren se­
paradas de las posibilidades de acción. Pero este argumento, como lo obser­
va en otras partes, amenaza con desdiferenciar a la política, en esta oca­
sión en relación con el arte o la cultura de masas y el entretenimiento. Se
dice que el ciudadano participa en la política en la medida en que es ca­
paz de identificarse con algunos de los actores de la representación, convir­
tiéndose en parte del público en el sentido de audiencia (Publikum),89 No
obstante, es difícil m antener la calidad de la representación o incluso del
nivel de entretenimiento cuando las personas empiezan a observar que no hay
nada enjuego. Esta línea de argumentación pronto nos devuelve al concep­
to de opinión pública de Luhmann, el que implica el apremio de producir
LA CRÍTICA DE LA TEORÍA DE SISTEMAS 369

novedades en vista de la obsolescencia previsible' de los tem as que están


de moda e incluso del uso manipulador de esta opinión para producir
pseudoacontecimientos, pseudocrisis y pseudopersonalidades.
Sin embargo, en algún punto Luhm ann indica otro tipo de fenómeno e,
implícitamente, un modelo de lo público que en otras partes denunció
como obsoleto. Durante las sesiones plenarias del parlamento, los funda­
mentos en que se apoya la persona, a diferencia de las motivaciones y los
partidarios, tienen que ser presentados públicamente y expuestos a la crí­
tica de los oponentes. Esto restringe la elección de las posiciones que es
posible representar".90 Luhmann no nos dice —y nosotros creemos que
no puede decirnos—, dónde se origina esta compulsión para defender
posiciones “con ayuda de argumentos y razones para las decisiones (Ar­
gumenten uná Entscheidungsgründen)”. Algunos candidatos para una po­
sible respuesta, como una cultura política con estándares de racionali­
dad, elaborados internamente o un mundo real que ha pasado por un
aprendizaje normativo así como cognitivo, o una esfera pública organiza­
da según la posibilidad del discurso racional en vez de m eram ente teatral
o como un órgano de cultura de masas, están en principio excluidos de su
teoría.
Nosotros no pretendemos negarla importancia empírica de la descrip­
ción que hace Luhm ann del sistema político, basada en la prim acía de un
sistema administrativo capaz de proteger su autonom ía y sus procesos de
selección interna mediante círculos externos de políticas y públicos. Más
bien, deseamos registrar una difícil relación entre los dos escenarios que
Luhmann asocia con el sistema político, el "real" y el “oficiar. Este último,
para poder desempeñar su papel, no puede limitarse a un status teatral.
Pero eliminar sus componentes racionales o discursivos que, en la opi­
nión frecuentem ente expresada por Luhmann, representan restriccio­
nes (societales) indeseabl©»=s?0bre la libertad, la variabilidad y la naturale­
za pragmática de las decisiones caso por caso, colocaría toda la legitimidad
procesal del orden político en peligro.91
2. Luhmann está plenamente consciente de que una extensión excesiva
de la lógica del sistema político sería dañina para el propio sistema. Su
teoría de la autonomía del sistema político respecto a los insumos societales
no es automáticam ente una teoría de la libertad de las varias esferas so­
ciales respecto a la penetración política. Un sistema político diferenciado
es en realidad mucho más poderoso que sus predecesores y tiene a la vez
posibilidades mucho más grandes de intervención, y un mayor interés en
ella. Luhmann sin duda acepta el discernimiento de Schum peter de que
mí el modelo realista de la democracia va a funcionar, debe tenerse cuida­
do de que los mecanismos políticos no se extiendan a una parte demasiado
grande de la sociedad.92 Tambión^stá de acuerdo en que esa limitación
370 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL

debe ser ante todo una autolimitación del sistema político. Sin embargo,
en contraste con la versión de Schumpeter del positivismo legal, afirma
que el mecanismo puede ser el de la promulgación de leyes, lo que necesa­
riam ente es el resultado de la decisión política. De hecho, desarrolla una
teoría funcional de los derechos fundamentales como formas de protec­
ción contra la extensión excesiva de lo político. Ese desarrollo, si dem ues­
tra ser justificable, puede atenuar preocupaciones como la de Schumpeter
respecto a que la promulgación de leyes positivas no basta por sí sola para
lim itar al poder político. No obstante, a diferencia de Parsons, Luhmann
no localiza un centro societal de integración normativa y de vida asociativa
como el núcleo de lo que debe ser protegido por la autolim itación del
sistema político.
Es instructivo com parar las concepciones de los derechos fundam enta­
les en Parsons y en Luhmann. Derivados de la igualdad —uno de los valo­
res centrales de la “revolución democrática"—, los derechos en la teoría
de Parsons parecen tener más que ver con la estructura interna de la “co­
munidad societal", que con su diferenciación de la forma de organización
política, de la economía o de la cultura. Siguiendo un texto famoso y muy
influyente de T. H. Marshall,93 Parsons descompone la ciudadanía en dere­
chos civiles y políticos y en sus prerrequisitos sociales.94 La participación
igual en estos tres componentes define la admisión plena o la membresía
en —es decir, la ciudadanía en— la comunidad societal democrática m o­
derna.95 Por supuesto, Parsons entiende la revolución dem ocrática y en
especial sus valores centrales, libertad y fraternidad, en térm inos de pro­
cesos de diferenciación a gran escala entre la com unidad societal y el sis­
tem a de organización político. Además, la prehistoria de la revolución de­
mocrática (en especial los desarrollos legales ingleses), ya implicaba una
transform ación de la ley de un “instrum ento de gobierno” a una "interfase
mediadora" entre Estado y sociedad. En particular, se considera que el
establecimiento de los "derechos de los ingleses" (como el habeos corpas,
el juicio justo y la protección contra las búsquedas arbitrarias por parte
de la autoridad) desempeñó un im portante papel en este desarrollo.96 Así,
mientras que Parsons nunca unió las diferentes líneas de su argum enta­
ción sobre los derechos, es justo decir que, aparte del problema fundamental
de la inclusión a la que vincula todo su complejo ciudadano, su concep­
ción enfatiza tanto la diferenciación como la integración, y en ella los de­
rechos civiles desempeñan un papel mucho más obvio en la diferencia­
ción, en tanto que los derechos políticos proporcionan nuevas formas de
integración (“mediación") entre las esferas del Estado y de la sociedad
(sistema de organización política y comunidad societal).
Llama la atención que Luhmann haga un esfuerzo decidido por reducir
la función de los derechos fundamentales a la sola dimensión de la dife-
LA CRÍTICA DE LA TEORÍA DE SISTEMAS 371

renciación.97 Su pesimista concepción "realista” del sistema político mo­


derno y del político como potencialmente “totalitarios", cuyo propósito
es la politización de todas las esferas de la vida, subyace en esta tesis.98
A pesar de todo, el sistema político moderno nace de la diferenciación
social. Su modernidad presupone la diferenciación y su desempeño para
otros subsistemas societales requiere la economía de los recursos del po­
der.99 El establecimiento y el autoestablecimiento de límites al poder del
Estado es así un juego de suma positiva. Cualquiera que hayan sido los
orígenes históricos de los derechos básicos,100 ni el Estado ni una esfera
puram ente social los producen por sí solos; representan avances en la au­
tonomía de lo no político y en el poder de lo político.101 La paradoja lógica
del positivismo legal respecto a los derechos —la supuesta imposibilidad
de la autolimitación del poder político por medio de legislación política—
se puede así resolver sociológicamente. Los derechos fundamentales o/
constitucionales no están arraigados en un orden extrapolítico o extrale­
gal, sino que son presuposiciones y productos de la diferenciación de la
sociedad. Aunque no son las únicas instituciones que estabilizan esta di­
ferenciación, por lo menos hoy en día son indispensables para este pro­
pósito.102
Por lo tanto, no es posible deducir la estructura de los derechos a partir
de un solo principio como la "libertad individual" o la "sociedad contra el
Estado". Tampoco se les puede ordenar según una jerarquía.103 La razón
es que los derechos fundamentales consisten en varios complejos, cada
uno de los cuales regula la relación del sistema político a uno u otro sub­
sistema según requerimientos estructurales diferentes y singulares. Para
empezar, las libertades o las libertades negativas (Freiheitsrechte, el estar
libre de algo) tienen que ver no con la autonom ía del individuo en un
sentido estricto, sino con la protección de la personalidad del individuo
(ella m isma un subsistem»=presupuesto por los otros subsistemas), lo que
u su vez depende en gran medida de la conservación de las condiciones
para la adecuada autopresentación. Éstas dependen de que el actor esté
libre de cualquier limitación visible y abierta, en particular de las decisio­
nes obligatorias y de una consistencia básica de la autopresentación, que
aquí se define como la esencia de la dignidad. Dentro de lo que, por lo
común, son consideradas libertades negativas, Luhmann distingue entre
los derechos a la libertad y los de la dignidad, relacionados respectiva­
mente con las precondiciones externas e internas de la presentación del
yo (se//).104 Como bienes que existen antes que el Estado, no son produc­
ios de los derechos y sólo son protegidos por éstos respecto al sistema
político. En sentido riguroso, los derechos a la libertad protegen el espa­
cio de acción y expresión individual. El derecho de expresión en todas sus
formas parece central en esto contexto. Luhmann considera que los "de-
372 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL

rechos a la dignidad" son más difíciles de definir y establecer, y observa


cierta tendencia en muchos sistemas legales (en especial en los liberales)
a subsumirlos bajo las Freiheitsrechte. No obstante, los considera en prin­
cipio muy diferentes, como algo que debe ser conectado con la protección
de una esfera íntima a la que debe separarse de la correspondiente a la
acción pública.105 La llamada libertad de conciencia es el m ejor ejemplo
contemporáneo de este requisito.106 Sin ella, el individuo pierde la res­
ponsabilidad de crear por sí mismo una autopresentación congruente y
convincente.
Como sucede en el caso de la libertad, Luhmann considera que la pro­
tección de la dignidad por los derechos fundamentales sólo tiene im portan­
cia cuando la amenaza proviene del Estado.107 Sin embargo, cree que la
falsa dicotomía entre Estado y sociedad lleva sólo al equivocado esfuerzo
liberal por derivar todos los derechos fundamentales de las libertades.108
No obstante, se siente obligado a señalar la im portancia de las Freiheits­
rechte en la estabilización de otros complejos de derechos, de im portancia
para otras esferas de la sociedad, todos los cuales presuponen la posibili­
dad de la libre autopresentación de la personalidad individual. Éste pare­
ce ser el caso en especial para las llamadas libertades de comunicación.
Observemos, de paso, que Luhm ann también considera que los derechos
de la personalidad están ligados a un tipo de comunicación, esto es, la
autoexpresión en una forma que los otros puedan reconocer como libre y
digna.
En el caso de los derechos de reunión, asociación, prensa y opinión, sin
embargo, el contexto cambia de la personalidad a la cultura, de la subjetivi­
dad a la intersubjetividad y a sus presuposiciones. Al igual que antes, Luh­
mann considera que los derechos fundamentales son importantes proteccio­
nes de la comunicación sólo cuando ésta se ve amenazada potencialmente
por el Estado.109 No tiene mucho éxito al tratar de relacionar en una for­
ma clara un conjunto de funciones de la comunicación (la cultura y su
internalización, la especificación de la necesidad del consenso, la movili­
dad de los contactos, y la determinación de los temas de la opinión públi­
ca) con una serie de derechos (de religión y creencia, de asociación y re­
unión, prensa, arte, investigación y enseñanza científica, y muchas otras
en una lista ecléctica). No obstante, el punto es lo suficientemente claro: de
diferentes maneras, el Estado moderno necesita, y no obstante amenaza
potencialmente, una estructura de muchos niveles de comunicación socie-
tal que en parte puede ser estabilizada por medio de los derechos funda­
mentales.
La am enaza es la estatización y no la politización como tal. Para
Luhmann la dicotomía Estado/sociedad es una base desorientadora para
construir los derechos de la comunicación, porque supuestam ente impli­
LA CRÍTICA DE LA TEORÍA DE SISTEMAS 373

ca la neutralización política de las esferas no estatales. Los problemas


políticos y el poder político surgen no sólo en el sistema político, sino
tam bién en las estructuras de la comunicación social protegida. Este po­
der societal debe ser absorbido y procesado por el sistema político, en vez de
que se le elimine mediante la estatización. Lo esencial es no sobrecargar
al Estado, incluso al costo de los riesgos políticos que surgen de otras
esferas sociales.110
Como en el caso de los derechos que importan para la personalidad,
también aquí Luhmann afirma un status preminente para los derechos de
la comunicación. Todos los sistemas e identidades sociales, incluso la perso­
nalidad, presuponen procesos de comunicación social y requieren su protec­
ción ante un sistema político moderno dinámico. Los derechos económicos
no parecen tener la misma importancia fundamental en esta presentación.
Aunque ellos mismos presuponen una personalidad y una comunicación
libres, no se argumenta lo contrario (a diferencia de las afirmaciones libe­
rales y neoliberales). Ciertamente, Luhmann también se opone a derivar de
las Freiheitsrechte el derecho a la propiedad y a la “libertad” de elegir la
profesión.111 En el caso de la economía no son las personas sino los pape­
les y las funciones los que deben ser protegidos. Una vez más, a pesar de la
posibilidad de que otras esferas sociales (la familia, la religión, la ciencia,
etc.) inhiban los procesos económicos, Luhmann sostiene que los derechos
fundamentales sólo son importantes cuando el Estado es la fuente de la
amenaza. Si bien el Estado moderno y un orden económico diferenciado
han sido durante largo tiempo presuposiciones el uno para el otro,112 el Es­
tado como fuente de decisiones creadores de obligaciones tiene, sin em bar­
go, una tendencia a intervenir directamente en los procesos económicos.
Los derechos a la propiedad y las libertades de contratación y de profesión
protegen la diferenciación de los procesos y papeles económicos. Impiden
ulgunas intervenciones, no!;eif,íiombre de la justicia y de la injusticia, sino
con el fin de proteger a la economía de la incertidum bre y la desorgani­
zación.113 Por esta razón, se puede hacer que estos derechos sean compati­
bles, y por lo general así ocurre, con formas de intervención que aumentan
la interdependencia sin desdiferenciación y con intervenciones que incre­
mentan la eficiencia económica.114
Luhmann se distingue de la idea de los derechos clásica liberal y neo­
liberal —basada en un rechazo polémico de la intervención estatal en la
sociedad—, a pesar de lo cual se mantiene dentro de esta tradición en la me­
dida en que afirma repetidam ente que los derechos fundamentales por su
nuturalcza, y no sólo históricamente, representan formas de protección ante
el Estado o, en otras palabras, formas de autollmitación del Estado. Una
ruzón para esta p referen c ia^ en cu en tra en IU definición de los derechos
como formas de autolim itación>orm edio de UM dieposlülón legal. Para
374 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL

el positivista legal, la única fuente de esa disposición es el Estado. En el


contexto presente, sin embargo, esta posición conduce a la consecuencia
paradójica de que, aunque la primacía de la economía ha remplazado a
la del sistema político,115 y en principio la muy precaria economización
de las otras esferas de la sociedad, incluida la política, es considerada co­
mo un peligro verdadero,116 no es posible introducir y no debe introducirse
la autolimitación en la forma de “constitucionalismo" económico.117 En
el esquema de Luhmann, no hay derechos contra la economía. Este prejui­
cio lo lleva a depender aún más de las intervenciones desde el sistema po­
lítico para adm inistrar los riesgos de un subsistema económico muy diná­
mico, posición que en realidad no es compatible con su intención de limitar
la intervención política a los actos diseñados para m ejorar su funciona­
miento interno. De hecho, como sabemos, la intervención política del tipo
que defendió prestam ente en fechas tan tardías como los primeros años
de la década de 1970, puede volverse disfuncional desde el punto de vista
económico a largo plazo, y producir en el proceso efectos colaterales ne­
gativos adicionales.
Este resultado, en parte autocontradictorio, es tanto más paradójico
porque Luhmann no puede restringir congruentemente la noción de los
derechos fundamentales a las autolimitaciones del Estado en los contex­
tos en que el sistema político representa la principal fuente de riesgos
para los otros subsistemas. Uno de estos casos son los derechos políticos,
que para Parsons representaban los principios mediadores e integradores
primordiales. Renunciando a esta interpretación, Luhm ann salva su con­
cepción general basada en la diferenciación invirtiendo su perspectiva.
Los derechos políticos como el sufragio, el voto secreto, así como los dere­
chos de las asociaciones políticas (partidos) y de los funcionarios elegidos
representan para Luhmann —sin im portar lo paradójico que parezca—,
formas de protección del subsistema político contra las presiones exter­
nas (¡incluso las económicas!). En última instancia son mecanismos que
separan y aíslan selectivamente a la administración, la instancia superior
para producir decisiones obligatorias.118 Ya hemos visto esta línea de pen­
samiento en la sociología política de Luhmann. Él hace hincapié en pre­
servar las elecciones como el canal más estrecho posible por medio del
cual el conflicto, la comunicación y la influencia societales pueden ingre­
sar al sistema político desde el exterior y entrar en el subsistema adminis­
trativo desde los subsistemas público y político del sistema político. Mien­
tras que, en comparación con los sistemas de tipo soviético,119 parece
observar el papel de los derechos políticos en la protección de la sociedad
de la politización excesiva y el subsistema político de la burocratización
excesiva, su énfasis en lo que se refiere a las democracias liberales occi­
dentales se dirige totalmente a la protección de lo político y lo administra-
LA CRÍTICA DE LA TEORÍA DE SISTEMAS 375

tivo. En realidad, en este contexto la protección del procedimiento electo­


ral y público-político solamente puede tener como propósito la legitima­
ción de las decisiones de una administración, a las que se llega por medio
de procedimientos totalmente internos y no controlados.120
La afirmación de Luhmann de que los derechos políticos son la auto-
protección de la esfera política en vez de su autolimitación respecto a
otras esferas sociales, no sólo es incongruente con su concepción en con­
junto, sino que además es un aspecto estatista de su doctrina de los dere­
chos. Este énfasis sólo se explica en parte por la búsqueda legal-positivis-
ta de motivaciones políticas adecuadas para la autolimitación del sistema
político por medio de disposiciones legales (o incluso constitucionales).
La idea de que los derechos políticos son la autoprotección de lo político
ayuda una vez más a que Luhmann demuestre lo inadecuado de un mode­
lo de derechos derivado de la idea de defender a la sociedad contra el
Estado. Para cada complejo de derechos, ha usado tanto la idea dé la di­
ferenciación de las esferas que deben ser protegidas como la idea misma
de la "independencia interdependiente" para criticar el modelo rígidamente
dual de la sociedad y el Estado. En su modelo de los derechos, la diferen­
ciación opera inicialmente por medio de las disposiciones político-lega­
les, que en sí mismas son una forma de interdependencia. Como se vio en
el caso de los derechos económicos, esta diferenciación tampoco excluye
la posibilidad de nuevas interrelaciones. Sin embargo, aquí estas considera­
ciones no conducen a Luhmann a afirm arla completa obsolescencia de la
dicotomía Estado/sociedad. En cambio, argumenta en favor de su conser­
vación por medio de la generalización en una concepción de sistemas que
se comunican entre sí.121
Este nuevo modelo no está diseñado para salvar el concepto de socie­
dad civil. Por el contrario, Luhmann busca en particular descomponer la
idea de una esfera en qíR féstructuras normativas que se refuerzan y
estabilizan mutuamente, formas de asociación y la comunicación pública
enfrentan al Estado moderno y a la economía moderna. Ciertamente, su
sugerencia de que los derechos de personalidad y de comunicación repre­
sentan las presuposiciones del otro en el nivel más profundo supera su
estructura de rígida diferenciación. Se presenta a la personalidad y a la
comunicación en algunos contextos (aunque sea vagamente) como si cada
una fuera la base de la otra, no como sistemas lógicamente separados
aunque interdependientes. Pero Luhmann no desarrolla esta idea, aun­
que le pudo haber servido como el fundamento de una teoría más profun­
da de los derechos. Para él, los derechos fundamentales diferencian y pro­
tegen a los sistemas dirorenciados; no tienen su base y justificación en
una sola estructura unificada a la que, juntos, ayudaron a establecer al
Igual que a diferenciar,
376 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL

Quizás una excepción sea el propio sistema legal. Sin im portar qué
otra cosa ayudan a diferenciar los derechos, su capacidad de funcionar
parece depender totalm ente de la diferenciación de un sistema de proce­
dimientos en que se les puede interpretar y aplicar autónom am ente, e
incluso quizá por disposición legal.122 Si los derechos van a defender la
diferenciación de las presiones del sistema político, parecería que ellos
mismos deben ser diferenciados de este sistema. Y de hecho Luhmann
intenta tratar (cada vez más, a medida que desarrolla su sociología legal)
al sistema legal como un subsistema diferenciado de la sociedad. Los dere­
chos, que para él son instituciones legales iguales a cualquier otra, aunque
con funciones específicas, pertenecen a este subsistema. Puesto que Luh­
mann considera que la ley está ligada fundamentalmente a un estilo norm a­
tivo de expectativa, podemos suponer que el propio subsistema legal repre­
senta un remanente diferenciado de las concepciones de la sociedad civil
construidas en parte en tomo a estructuras normativas fundamentales com­
partidas. Según nuestro punto de vista, sin embargo, y probablemente en
el suyo propio, el esfuerzo de Luhmann por rom per con el concepto de la
sociedad civil es demasiado radical para perm itir esa interpretación. El
problem a aquí es el de saber si él puede elaborar una teoría adecuada y
congruente del sistema legal, diferenciado del político, en el contexto de su
j cam paña radical contra la sociedad civil.
La reevaluación del problema de las normas en la sociología legal de Luh­
mann y el restablecimiento de un lugar central para las normas en su análi­
sis sociológico es sorprendente, en vista de su polémica previa contra la teo­
ría de la integración normativa en Durkheim y Parsons. Ahora esta polémica
sólo es suavizada parcialmente. Argumenta que las normas son importantes
en la estructura social, pero que construirlas como idénticas a esa estructura
es entender mal su lugar.123 Tampoco se deben considerar sinónimas a las
normas y las instituciones: no todas las instituciones incorporan normas y
no todas las normas son institucionalizadas. Finalmente, es equivocado su­
poner que la integración normativa de la sociedad se basa en normas comu­
nes y compartidas. En todas las sociedades diferenciadas se pone en duda
las normas y éstas representan elementos importantes de conflicto.124 En
esta teoría, las normas legales, que representan sólo una pequeña parte de
los fenómenos normativos,125 desempeñan un papel crucial en la adminis­
tración y estabilización del conflicto normativo en vez de expresar, simboli­
zar y reafirmar el orden normativo.
Según Luhmann, las normas son "expectativas de conducta estabili­
zadas contrafácticamente”.126 Las leyes son normas institucionalizadas,
estabilizadas en términos de procedimientos, cuya estructura de expecta­
tivas es protegida de las desilusiones, y restablecida después de éstas, por
las sanciones}21 Estas definiciones se basan en consideraciones teóricas
LA CRÍTICA DE LA TEORÍA DE SISTEMAS 377

detalladas que aquí sólo podemos bosquejar. En contexto de complejidad


y contingencia, la acción social sólo puede ser coordinada mediante estruc­
turas de expectativas complementarias y mecanismos capaces de tratar
con la desilusión.128 Para Luhmann, las expectativas "internas” de los indi­
viduos respecto a las acciones de otros generalmente remplazan a la coordi­
nación por medio de la comunicación real, a la que se entiende como un
recurso que consume intensivamente tiempo y que por lo tanto es escaso,
por lo cual es mejor reservarla para unos pocos conflictos abiertos, general­
mente en contextos no establecidos.129 Sin embargo, la expectativa, como
una respuesta a la contingencia de las acciones del otro, es puesta en ries­
go por el hecho de que el otro es lo mismo que uno y tiene sus propias ex­
pectativas. Esto conduce potencialmente a una doble contingencia: cada
uno puede ser desilusionado por el otro. Por lo tanto, la coordinación de la
acción social sólo es posible si se estabilizan las expectativas de las expec-
lativas.130
En la sociedad, en gran medida silenciosa, de Luhmann, hay dos y sólo
dos estilos básicos de expectativa: el estilo cognitivo, que es capaz de apren-'
der y de modificar las expectativas en vista de las desilusiones, y el estilo
normativo, que implica la incapacidad o, más bien, la renuencia a apren­
der. Lo que característicamente es considerado como una forma necesa­
ria, y no obstante muy precaria, de proyectar la autoidentidad en el caso
de la psique individual (el no aprender como algo que implica reacciones
inmunes que lindan con lo patológico) se convierte, en el caso de las ex­
pectativas normativas, en una estructura estabilizada y garantizada so­
cialm ente.131 Tanto para la proyección psicológica como para la norm a
social, el principal objetivo es estabilizar una estructura de expectativas
relacionada con la identidad en vez de asegurar una obediencia em píri­
ca. Pero aunque el origen y la operación de la proyección psíquica puede
ser totalm ente interna áMJítíividuo, Luhm ann es capaz de indicar meca­
nismos sociales genuinam ente externos para estabilizar y reproducir las
normas.
La forma en que Luhm ann trata el problema de los orígenes es inade­
cuada. El único proceso social de creación de norm as que puede indicar
-la comunicación real y el llegar a un acuerdo para crear o modificar las
reglas y definir las desviaciones— lo considera como algo excepcional,
característico únicamente de sistemas sociales de pequeña escala. En rea­
lidad, la propia validez de las normas supuestamente depende de la impo­
sibilidad de la comunicación real respecto a ellas, o por lo menos en lo
que se refiere a todas las que se encuentran dentro del mismo horizonte
temporal.132 \
Lu diferenciación de lu sycledud implica una creciente diferenciación/
tic los estilos normativo y cogttlAvü de expectativa. En su forma pura.
378 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL

cada uno está abierto a nuevos riesgos: en un caso el riesgo del endureci­
miento de las identidades sociales, en el otro, el de un futuro completa­
mente contingente y, por lo tanto, insoportable. La principal respuesta en
la sociedad m oderna no es la desdiferenciación sino combinaciones que
implican “ordenamientos contrarios”, tal como los perm ite la estructura
reflexiva de la expectativa de expectativas. En particular, uno puede es­
perar cognitivamente una expectativa normativa y normativam ente espe­
rar una expectativa cognitiva.133 La prim era combinación, la expectativa
cognitiva de lo normativo, tiene una importancia clave para la teoría legal
de Luhmann.
Las normas sólo se convierten en leyes si se las institucionaliza en tér­
minos de sanciones y procedimientos. La creación de instituciones des­
empeña un papel crucial en la administración del conflicto normativo.
Luhmann define la institucionalización como la posibilidad de basar las
expectativas en “las expectativas de la expectativa por parte de un terce­
ro”.134 Por ser diferentes de los observadores externos, las terceras partes
son miembros del mismo tejido de interacciones que potencialmente pue­
den coexperimentar y coesperar, aunque permanezcan desconocidas y
anónimas. El papel del juez se cristaliza históricamente en torno a la figu-
Ta de la tercera parte. Para Luhmann, las instituciones, al igual que las
normas, no dependen de la comunicación real o de consenso. El consenso
real es muy raro, y la institucionalización lo usa económicamente. En vez
de crear o presuponer el consenso, las instituciones implican un mejor
uso de la pequeña cantidad disponible, distribuyéndolo en las áreas rele­
vantes. Para su propio funcionamiento, las instituciones sólo necesitan
una anticipación del consenso, con las terceras partes relevantes, en lo
que se refiere a la expectativa de expectativas, un presupuesto que pocas
veces es sometido a prueba.135 Aunque empíricamente hay poco que obje­
tar a esta concepción, observamos nuevamente la repetida incapacidad
de Luhm ann para relacionar los mecanismos de la comunicación real
y de la construcción de consensos, a los que no puede descuidar del todo,
con sus otros mecanismos de estabilización, o incluso para asignar algu­
na otra razón para su existencia que no sea la implícita de que se necesita
algún consenso real para hacer posible la anticipación, o la “sobreestim a­
ción exitosa” del consenso.
En el caso de las normas legales como instituciones, los mecanismos
reales que se requieren para estabilizar las expectativas son las sanciones
y los procedimientos. La importancia de la sanción estriba no en su tarea
secundaria de motivar el cumplimiento, sino en la posibilidad de aliviar
la desilusión por medio de una restitución simbólica de la norma. En las
sociedades desarrolladas, según Luhmann, las sanciones son la única for­
ma de demostrar “el supuesto consenso de las terceras partes”. Así, la coer-
LA CRÍTICA DE LA TEORÍA DE SISTEMAS 379

ción ocasional simboliza el consenso anticipado y por lo tanto puede rem ­


plazar al consenso de hecho en el modelo de ley de Luhmann. En este mo­
delo, sin embargo, el funcionamiento continuo de la ley no se basa princi­
palmente en la coerción, un instrum ento que perdería efectividad por su
propio uso. Hay necesidad de representar la continuidad por medio de un
mecanismo que esté del todo presente y del cual se pueda suponer que
existe más allá de la comunidad actual de participantes. Los procedimien­
tos diferenciados desempeñan este papel y por lo tanto tienen prioridad
en la institucionalización de la ley.136 Los procedimientos son mejores que
las sanciones para simbolizar la continuidad porque pueden cam biar el
enfoque de los (cada vez menos probables) acuerdos sobre los resultados
a un enfoque de aceptación mutua, aunque sólo sea implícita, de una es­
tructura abstracta para determ inar los .resultados posibles.137
Los procedimientos son la presuposición central para la emergencia—
del derecho positivo. No sólo son el único mecanismo disponible para la
operación del nuevo nivel de reflexión implicado en la “regulación nor­
mativa de la creación de norm as”,138 son el (quasi) m édium 139 en tom o al
cual se hace posible la diferenciación de ley, religión, m oralidad y verdad
científica. Según Luhmann, la premisa central del derecho positivo es SU
producción y modificación por medio de una disposición legal, es decir,
por medio de decisiones procesalmente correctas. Esto se puede expresar
de dos maneras —una legal, la otra política— que indican reflexividad: las
normas regulan la elaboración de normas y las decisiones regulan la toma
de decisiones. Las normas que guían la elaboración de norm as (como las
constituciones) son un conjunto de normas igual que las demás. También
lo son las decisiones que regulan la tom a de decisiones. El derecho positi­
vo significa rechazar la posibilidad de fuentes extralegales de la ley e in­
cluso de una jerarquía de niveles legales. No obstante, sería erróneo inter­
pretar la positividad dé^íSTéy como si significara que las decisiones válidas
normativamente son la única fuente de la ley. Las normas, incluso las nor­
mas potencialmente legales, surgen en todas las esferas de la sociedad. La
legislación implica un proceso de hacer una selección de lo que es proyec­
tado desde otras partes como una ley potencial y luego validar esa selec­
ción como ley. En este modelo sólo lo que pasa por el filtro procesal de la
legislación se convierte en una ley válida.140
El tratam iento de Luhmann, a diferencia de otras versiones del positi­
vismo legal, deja espacio para fuentes de creación de leyes diferentes a las
disposiciones legislativas. Aunque de esa m anera prepara el camino para
reconciliar a las jurisprudencias histórica y positiva, lo hace así en una
forma indiferenclada en ambos extremos. Primero, no distingue entre las ¡
fuentes societalcs activas y pasivas de creación de leyes. Esto está relacio-(
mulo con su concentración efTlurRiibsi.stemas aislados y en una vida día-
380 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL

ría indeterminada, carente de bases teóricas, en vez de (a la m anera de Par-


sons), una esfera social organizada en que se intersectan la cultura y las
asociaciones. Aunque observa que los patrones o instituciones en cual­
quier esfera de la sociedad pueden convertirse en normas legales, no se da
cuenta de la diferencia entre las normas sociales y los hechos sociales que
son elevados al nivel de la validez legal. Así, no contempla el problema de
si lo normativo a diferencia de la validez legal puede ser producido aparte
de la legislación y sí, por lo tanto, el proceso legislativo en el caso de las
normas válidas es una fuente de mayor validez o sólo una forma de obli­
gatoriedad y posiblemente de universalización. Lo más im portante es que
no se plantea la pregunta de si los procesos de creación de la norma, por
medio de un entendimiento como el que ha descrito, desempeñan un pa­
pel especial como fuente de normas para el sistema legal.
Segundo, su esquema expresa incertidumbre, similar a la de la tradición
del positivismo legal considerado en conjunto, respecto al carácter legal,
a diferencia del político, de la ley positiva. El problema es saber si la creación
y operación de la ley positiva son o no funciones de un subsistema políti­
co, de una m anera que recuerda la incorporación de otras dimensiones y
mediaciones de la sociedad civil en este subsistema. En sus primeros es­
critos sobre este tema (1967), Luhmann tendió simplemente a afirm ar
que el subsistema político apoya y administra los mecanismos del derecho
positivo.141 Posteriormente (1976), con la diferenciación y autonom ía del
subsistema legal ya afirmados, Luhmann siguió limitado a indicar el trasla­
pe de las instituciones y eventos de los dos subsistemas y a observar las di­
ficultades para la creación de leyes inherentés a la legislación por un cuerpo
político, el parlam ento.142 De hecho, este traslape va tan lejos que las insti­
tuciones para hacer, aplicar y ejecutar la ley resultan ser las tres ramas
(legislativa, ejecutiva y judicial) del subsistema de la política central, admi­
nistrativa y en cual se toman las decisiones.143 Así, su afirmación de la
autonomía del sistema legal tiene alguna dificultad para superar su descrip­
ción anterior, según la cual el derecho positivo es ley "estatal" cuyo “desti­
no está ligado al del sistema político de la sociedad”.144
Luhmann sí menciona diferentes selectividades145 y, posteriormente,
diferentes conexiones, nexos y exclusiones146 de los dos sistemas, legal y
político, incluso en el caso de instituciones y eventos compartidos. Se po­
dría argum entar (aunque él no lo hace) que la tom a de decisiones legisla­
tiva selecciona las normas que se habrán de legalizar, m ientras que los
procedimientos legislativos dotan a las leyes de una estructura de validez.
Finalmente, como es el caso en la reciente concepción de la ley por Luh­
m ann como un sistema autoformativo, sería posible considerar a la ley
como normativamente cerrada y a la vez cognitivamente abierta. La pri­
m era de estas dimensiones nos daría la autonomía legal y la autorrcpro-
LA CRÍTICA DE LA TEORÍA DE SISTEMAS 381

ducción, en tanto que la segunda proporcionaría la apertura al sistema


político en el que ocurre el aprendizaje.147 La razón por la que ninguna de
estas estrategias tendrá éxito en la diferenciación y autonom ía del siste­
ma legal se encuentra en lo más profundo de la concepción que tiene
Luhmann del derecho positivo y en el cambio contenido en ella hacia un
estilo cognitivo de expectativa.
Aquí se entiende al derecho positivo como un sistema de normas que se crea
mediante la decisión y puede ser cambiado por medio de la decisión. Encontra­
m os en los procesos de ley que postulan decisiones principalmente un aprendi­
zaje cognitivo, determinado por objetivos, uno que casi no está estructurado
por normas [...] Correspondientemente, los que se ven afectados por la ley de­
ben aprender constantemente los cambios en la misma, ya sea o no que estén
desilusionados. Tendrán que tomar ante todo una actitud cognitiva hacia la ley.1,8

Lo que está implicado aquí no es un simple cambio de un estilo norm a­


tivo a uno cognitivo de expectativa, sino un cambio a una combinación
("ordenamiento contrario”) en que cognitivamente esperamos un estilo
normativo de expectativa. El derecho positivo puede adoptar esa estructura
debido a la diferenciación de los procedimientos y papeles legales. En el
contexto de la alterabilidad general de todas las normas legales, incluso
de las constitucionales, la actitud natural es la de aprendizaje. Pero el de­
recho positivo, para seguir siendo ley, debe conservar su función norm ati­
va dentro de la alterabilidad. En principio, esto es posible siempre que las
estructuras no se conviertan en problemas en las situaciones que estruc­
turan y mientras estas situaciones estén diferenciadas de otras en que las
mismas estructuras son puestas en duda y quizá cam biadas.149 Es el pro­
cedimiento judicial y el papel del juez el que institucionaliza una actitud
normativa hacia las estructuras dentro de un sistema de derecho positivo.
Por supuesto, en vista de4a=©fevia alterabilidad de la ley, incluso los jueces^
deben "aprender a no aprender”. Aunque la tarea del legislador es la ere
procesar la desilusión, corregir las expectativas y asum ir la responsabili­
dad por el fracaso para aprender, por lo común el juez está decidido a no
aprender de aquél que viola la ley y aprende la forma de no aprender al ser
confrontado por la violación de las norm as.150 De m anera paradójica, uno
do los mecanismos para esto en el tribunal es la técnica de convertir los
conflictos sobre las normas en conflictos sobre los hechos, las cuestiones
normativas en cuestiones cognitivas. De esta manera, los jueces no nece-
n1la n exponer nunca sus propias normas a la duda d éla crítica y no necesi-
lan aprender de aquéllos que han desilusionado sus expectativas debido a
expectativas norm atlvasyiternativas.151
¿Puede un sistema que cbmblna las expectativas normativas y cognitivas
xer descrito todavía como Brlnbfpalmefite normativo? Luhmann no se hace
382 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL

esta pregunta, pero la responde indirectamente. Presenta el problem a de


la legitimidad como una forma de tratar con el carácter obligatorio del
sistema legal como un todo. También aquí la cuestión es la combinación
del aprendizaje y del no aprendizaje, de la expectativa cognitiva y la nor­
mativa. Tanto los que tom an decisiones pomo los que son afectados por
ellas evitan aprender en el contexto de la contingencia legal sólo bajo su
propio riesgo. En este contexto se define la legitimidad como la posibili­
dad de suponer “que cualquier tercera parte espera norm ativam ente que
las personas afectadas de m anera directa se preparen cognitivamente a sí
mismas para lo que quienes tom an las decisiones comunican como expec­
tativas normativas”.152 Un supuesto es una expectativa cognitiva. La legi­
timidad es un círculo de expectativas cognitivas en que se tiene la expec­
tativa de que sólo las terceras partes —los jueces— tengan expectativas
normativas, e incluso su expectativa normativa respecto de otros es sólo
que se adaptarán cognitivamente a la expectativa normativa de los jueces.
No debe sorprender que Luhmann, casi el único en la literatura sociológi­
ca, considere que la fuerza física sea un factor legitimador esencial,153
muy probablemente porque es la base de la expectativa que tienen los
jueces, frecuentemente equivocada pero no por eso abandonada, de que
quienes pueden potencialmente violar la ley se adaptarán cognitivamente.
La estructura de la ley en esta concepción se basa sólo en actitudes de
expectativa cognitiva y la falsa conciencia aprendida por los jueces.
Una vez dicho esto, la idea de la ley como un sistema autoformativo,
normativamente cerrado y cognitivamente abierto, parece ser sólo una
■~J^. solución verbal del problema o, en el mejor de los casos, un desiderátum
normativo para la reconstrucción de la ley. Es difícil ver de qué m anera
Luhm ann reconcilia en la realidad las dos premisas de que "puede existir
el control político de la legislación, pero sólo la ley puede cam biar a la
ley".154 Incluso si su inserción dentro del sistema legal, con sus propios
requerimientos internos, es lo que convierte a la legislación en ley, una
actitud normativa de la expectativa sólo podría salvarse como una carac­
terística de un sistema puram ente intelectual incapaz de realizar funcio­
nes para el resto de la sociedad, aparte de motivar funcionalmente la ne­
cesaria falsa conciencia de los jueces. Como nunca ha encontrado un medio
integrador de la ley comparable al dinero o al poder, la defensa que hace
Luhm ann de la conservación de los límites, de la autonom ía autopro-
ductiva, no parece convincente. Así, mientras que la dimensión abierta
cognitivamente de la ley permanecería arraigada en el sistema político,
que a su vez no se abre a los insumos normativos de la ley, su dimensión
cerrada normativamente quedaría suspendida sin fundamentos sociales
o, en el m enor de los casos, se convertiría en uno de los sistemas de go­
biernos cerrados establecidos e institucionalizados exclusivamente en la
LA CRÍTICA DE LA TEORÍA DE SISTEMAS 383

esfera cultural. Ésas son las consecuencias de abandonarlos vínculos cons­


titutivos de la ley a una estructura de acciones, asociaciones y comuni­
caciones societales, y de la aceptación unilateral de la relación privilegia­
da de la ley con el sistem a político, una deficiencia equilibrada sólo
parcialm ente por la afirmación de fuentes societales heterogéneas de la
creación de normas.
A pesar de la autocomprensión de Luhmann, la idea de la ley como un sis­
tema autoformativo puede ser un desiderátum normativo surgido en un
contexto caracterizado por dudas crecientes sobre la intervención del Estado
benefactor en la sociedad, que parece implicar una pérdida de formalidad
y autonom ía legal. Pero incluso como un proyecto de reconstrucción, la
idea de la autonom ía de la ley respecto a la política requiere un contexto
institucional independiente en el que pueda basarse la ley, sin los peligros
de una instrumentalización alternativa (por ejemplo, económica). Esta
percepción requiere no sólo una noción de la sociedad civil, sino también
su reconstrucción en términos diferentes al de un subsistema de la socie­
dad a la m anera de la comunidad societal de Parsons. Es en el contexto de
esa reconstrucción donde la noción de Luhm ann de la autoform ación lle­
ga a servir para un modelo postintervencionista de las relaciones del siste­
ma político con las otras esferas de la sociedad.

NOTAS

1 Véase en especial la crítica que hace Habermas de la hermenéutica, "A Review of


Gudamers T r u th a n d M e th o d " en Fred Dallmayr y Thomas McCarthy (eds.), U n d e r s la n d in g
tm d S o c ia l I n q u i r y , Notre Dame, University of Notre Dame Press, 1977, y “The Hermeneutlc
Cluim to Universality”, en Josef Bleicher (ed.), H e r m e n e u t i c s a s M e th o d , P h il o s o p h y a n d C ri­
tiq u e , Londres, Routledge, 1980. Para una síntesis del debate, vea Thomas McCarthy, T h i
C r ilic a l T h e o r y o f J ü r g e n H aberT fiSF , Cambridge, MIT Press, 1978. Recientemente varios au­
tores, incluyendo a Dieter Misgeld, Thomas McCarthy, Nancy Fraser y Hans Joas, han desa­
liado nuevamente la posición de Habermas en este debate, en especial en lo que se refiere
a lu distinción sistema/mundo vital. Véase el número especial de N e w G e r m á n C r itiq u e ,
miin. 35, primavera-verano de 1985, y la respuesta de Habermas a algunos de sus críticos
en Axel Honneth y Hans Joas (eds.), C o m m u n ic a t iv e A c t io n , Cambridge, MIT Press, 1991.
2 Cari Schmitt y algunos historiadores sociales han descubierto tal proyección doble en
el caso del concepto liberal de la sociedad civil. Véase, por ejemplo, Otto Brunner, L a n d u n d
llr r r s c h a f t , 5a. ed., Darmstadt, Wissenschaftliche Buchgesellschaft, 1973. Pero surgen difi­
cultades similares para los conceptos orientados a la p o l i s de Arendt y Castoriadis y los
conceptos medievalistas de Gierke, Maitland, Figgis y Laski.
’ El uso del concepto de sociedad civil en la obra de Reinhardt Bendix y S. N. Eisenstadt
es Inteligente y creativo, pero ninguno ha examinado la validez social-cientlfica de este
concepto esencialmente filosófico, al que toman directamente de la historiografía y de la
historia de la teoría política. Vitase Reinhardt Bendix, R in g s a n d P e o p le , Bcrkelcy, University
ol' California Press, 1978, pp, 357-377, 523 y ss.; y S. N. Eisenstadt, 7Y a d itio n , C h a n g t a n d
M n d t r n i t y , Nueva York, Wlíay. IVTÍUpp, 231 y ss. Identificando a la sociedad civil más o
menos con los c o r p s i n l e r m ú l i s l n s tta'MofttcsquIcu, Bendix t i e n e alguna dificultad para
384 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL

d iferen ciar en tre u n a so cied ad de órdenes y u n a sociedad civil m o d ern a. E isen stad t,
sorprendentem ente en el estilo del joven Marx, identifica a la sociedad civil con la de clases
y así se pierde la dim ensión en la que insiste Bendix, ju n to con la de un nuevo tipo de esfera
pública. N inguno reconstruye el concepto siguiendo la rica trayectoria que Talcott Parsons
describió, quizá porque sólo Parsons vio su concepción en térm inos del m odelo hegeliano
de varios niveles.
4 El problem a se presenta u n a y otra vez erí ensayos com o "Interaction, O rganization,
and Society", "Positive Law and Ideology”, “Politics as a Social System", “The E conom y as
a Social System ”, “W orld-time and System History" y "The S elf-them atization of Society”,
todos en Niklas L uhm ann, The Differentiation o f Society, Nueva York, Colum bia Universi-
ty Press, 1982, a la que de aquí en adelante citarem os com o Differentiation', "M oderne Sys-
tem theorien ais F orm gesam tgesellschaftlicher Analyse”, en Jürgen H ab erm as y Niklas
L uhm ann, Theorie der Gesellschaft oder Sozialthechnologie, Francfort, S uhrkam p, 1971, de
aquí en adelante citada com o Sozialtechnologie; “Politische Planung”, en Niklas L uhm ann,
Politische Planung, O pladen, W estdeutscher, 1971, de aquí en adelante citada com o Planung',
"Gesellschaft", en Niklas Luhm ann, Soziologische Aufklarung, vol. 1, Opladen, W estdeutscher,
1970, de aquí en adelante citada com o Aufklarung 1; y “Die W eltgesellschaft”, Soziologische
Aufklarung, vol. 2, O pladen, W estdeutscher, 1982, de aq u í en adelante citada com o Aufkla­
rung 2.
5 Differentiation, op. cit., pp. 73 y 223.
6 Véase "Die Weltgesellschaft", Aufklarung 2, op. cit.
7 “Interaction, O rganization an d Society”, "Positive Law and Ideology", "Politics as a
Social System", "The Econom y as a Social System" y "The D ifferentiation o f Society”, en
Differentiation, op. cit.; "Gesellschaft", Aufklarung 1, op. cit., “Die W eltgesellschaft", Aufkla­
rung 2, op. cit. y “Offentliche M einung” y "K om plexitát u n d D em okratie", Planung, op. cit.
8 Planung, op. cit., p. 36; Differentiation, op. cit., p. 333.
9 Differentiation, op. cit., pp. 335-336.
10 Véase H annah Arendt, La condición humana, Chicago, University of Chicago Press,
1958; y el artículo de Cornelius C astoriadis sobre Aristóteles en Crossroads in the Labyrinth,
Cam bridge, MIT Press, 1984.
11 "M oderne S y stem th e o rie n ais F o rm g e sa m tg e se llsc h a ftlic h e r A nalyse”, Sozial­
technologie, op. cit., pp. 7-8; Aufklarung 1, p. 138.
12 Differentiation, op. cit., pp. 161 y 295.
13Aufklarung 1, op. cit., p. 138; Differentiation, op. cit., p. 19.
14 Differentiation, op. cit., pp. 78-80, 336-337 y 339. L uhm ann considera que este punto
de vista persiste en el esfuerzo realizado p o r Parsons p a ra ver al subsistem a político com o
un a form a de acción colectiva dedicada a la obtención de objetivos sociales com unes. Sus­
tituye la generación de decisiones obligatorias p or varios usos sociales posibles com o la
función de un subsistem a político organizado en torno al m edio del poder.
15 Ibid., pp. 334-335.
16 Aufklarung 2, op. cit., pp. 51-52.
17 Differentiation, op. cit., p. 334.
18 Aquí tom a u na posición opuesta a la de Parsons y H aberm as, que parecen h ab er elegi­
do al dinero. Por lo tanto, L uhm ann ¡parece aceptar m ás literalm ente la autotem atización de
la sociedad política en la filosofía política de la Antigüedad!
19 Differentiation, op. cit., p. 337.
20 Ibid., pp. 193 y 338.
21 Ibid., pp. 341-343.
22 Ibid., pp. 191, 222 y 338.
23 Ibid., p. 338.
24 Ibid., p. 205.
25 Ibid., pp. 203-204.
26 Ibid., p. 340.
27 Ibid., p. 202.
28 Ibid., p. 338.
29 Ibid., p. 342.
LA CRÍTICA DE LA TEORÍA DE SISTEMAS 385
30 Ibid., p. 225.
31 Ibid., pp. 357 y ss.
32 Véase Clauss Offe, Contradictions o f the Welfare State, Cam bridge, MIT Press, 1985,
pp. 35-64.
33 Niklas L uhm ann, Legitimation ais Verfahren, 2a. ed., D arm stadt, L uchterhand, 1975,
pp. 160-161 de aquí en adelante citada com o Legitimation.
34 Niklas L uhm ann, A Sociological Theory ofLaw, Londres, Routledge, 1972, pp. 149, 283
y ss., de aquí en adelante citada com o Sociology o f Law.
35 Differentiation, op. cit., p. 340; Aufklarung 1, op. cit., p. 141.
36 Differentiation, op. cit., p. 138.
37 Max Weber, Economy and Society, vol. 1, Berkeley, U niversity of C alifornia Press,
1978, pp. 54 y 56.
38 Differentiation, op. cit., p. 132. En obras posteriores, este reduccionism o que identifica
al sistem a político con el E stado es relacionado con el punto de vista de la adm inistración
"que se tom a a sí m ism a p o r el todo", e incluso con "la protección y pan talla de la burocra­
cia", así com o se identifica al entendim iento de la política com o dem ocracia y liderazgo
con los reduccionism os de los sistem as público y de partido, respectivam ente. Véanse loi
ensayos com pilados en Niklas L uhm ann, Political Theory in the Welfare State, Berlín, de
Gruyter, 1990, pp. 55 y 148 (citado de aquí en adelante com o Political Theory). E stos ensa­
yos tam bién expresan u n a concepción algo diferente, aunque no necesariam ente incon­
gruente, que im plica la posibilidad co n tin u ad a e incluso la inevitabilidad de hablar del
Estado y de la oposición del E stado y de la sociedad (p. 109 y n o ta 100) al nivel de la teoría
política y no de la ciencia política. La conclusión es p resentada incluso en una forma aún
más explícita respecto al concepto del Estado en el ensayo "State and Politics”, Political
Theory, op. cit., pp. 123, 128, 134, 136, 141-146 y 152-153. En este contexto es crucial la
distinción entre dos tipos de teoría: m ientras que se dice de las teorías de las ciencias
políticas (o de cualquier ciencia) que son program as de investigación que operan en el
subsistem a de la ciencia y que son validados únicam ente p o r criterios científicos, la teoría
política (o cualquier otra "teoría que reflexione" sobre un subsistem a determ inado) es pre­
sentada aquí com o u n a form a de actividad intelectual dentro del subsistem a, cuya función
es construir elem entos de autorreflexión, autobservación e incluso autocrítica en sus pro­
cesos, en este caso los procesos políticos. La teoría política se basa en la ciencia política (es
"subsidiada” por la ciencia), pero no necesita operar dentro de los lím ites estrictos de la
form ación y validación de conceptos científicos (Political Theory, op. cit., pp. 24-25, 54-56 y
107-109). El nivel de com plejidad de las teorías de reflexión es necesariam ente m en o r que
el de los subsistem as, así com o del de las "teorías científicas" de esos subsistem as (ibid,,
pp. 118-119 y 152). No obstante, la teoría política, a diferencia de la ciencia política, puede
desem peñar un papel en el político del cual es un elem ento; de hecho, es crucial
- pura la form ación de la autoideñfídad p or m edio de la autobservación (ibid., pp. 119-120,
136 y 153). E n este contexto, L uhm ann p o r p rim era vez denuncia la falacia científica de
Im aginar que en todos los respectos los entendim ientos científicos y sus aplicaciones son
más adecuados p ara la realidad política que la autocom prehsión de los actores políticos,
Luhm ann debe este discernim iento a su teoría de los sistem as autoform ativos, incluso a u n ­
que esto no lo haya motivado a in corporar u n a perspectiva herm enéutica en su concepción,
Tumpoco ha sido él capaz de m ostrar si, y de qué m anera, es posible u n a com unicación en
dos sentidos entre la ciencia política y la teoría política. N uestra presentación y crítica de
Luhm ann se enfocan en lo que él entiende com o su análisis científico de la política. Aunque
nosotros entendem os nuestro propio trabajo com o una teoría política en gran m edida en el
sentido que acabam os de exponer, estam os de acuerdo con L uhm ann en que él no tiene
éxito en producir esa teoría en Political Theory (véase la página 115). Sin em bargo, lo que
está en juego es algo m ás que su estilo de presentación, que es lo que él parece implicar.
Jg Differentiation, op, cif,,,pp, 140 y 378 nota 3.
4" Ibid., p. 236. \
41 Planung, op. cit,, pp, 54-5$.
41 Differentiation, op. cit,, ppLt2f>129,
41 En sus enunciados ImpsrUtnMiTnArmHonlcx, Luhmann no lo rosta tanta Importan-
386 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL

cía a la diferenciación del E stado y la sociedad. Ya hem os visto que, al nivel de la teoría
política, considera que la distinción y el concepto del E stado es (hasta ahora) u n a parte
irrem plazable de la autoidentificación del subsistem a político, a p esar de ser insostenible
científicam ente. Pero incluso en el nivel de la ciencia social, o m ás bien de su historia,
L uhm ann ahora concede que la diferenciación del E stado y la sociedad rep resen tó u n tem ­
p rano entendim iento de la diferenciación del sistem a social, tan to desde el p u n to de vista
del desarrollo de u na econom ía diferenciada com ó del de la delim itación del sistem a polí­
tico p o r la ley constitucional. Véase Political Theory, op. cit., p. 133 y n o ta 28.
44 Talcott Parsons, Politics and Social Structure, Nueva York, Free Press, 1969, pp. 208-209.
45 Ibid., pp. 209 y 240.
46 Ibid., pp. 214 y 334.
47 Ibid., pp. 248-249.
48 D esafortunadam ente, esto se p resenta en form a am bigua en "The Political Aspect of
Social S tructure and Process", Politics and Social Structure, op. cit., pp. 339-342. Sin em bar­
go, parecería que el esquem a de cuatro p artes p resentado aquí es su p alab ra final, ya que
corresponde a la arquitectura general de su sistem a. Tres de los cu atro subsistem as están
im plicados en los procesos de "intercam bio d o b le”: la b u ro cracia con la econom ía; el
subsistem a legitim ador o constitucional con la cultura; y el subsistem a íntegrativo o a so ­
ciativo con la com unidad societal. E sta sim etría es fastidiosa porque todos los subsistem as
del sistem a de organización política tienen intercam bios con la co m unidad societal, com o
lo indica el sistem a de tres partes de los derechos de m em bresía que Parsons ad o p ta de
M arsh all (civil: su b sistem a c o n stitu c io n a l; político : su b siste m a aso cia c io n a l; social:
subsistem a burocrático).
49 Parsons, Politics and Social Structure, op. cit., p. 377.
50 Differentiation, op. cit., p. 144.
51 Planung, op. cit., p. 40.
52 Ibid., pp. 39 y 44.
53 Ibid., p. 35.
54 Ibid., p. 40.
55 Véase Sozialtechnologie, op. cit., cap. II.
56 Planung, op. cit., p. 42.
57 Ibid., p. 43.
58 Differentiation, op. cit., pp. 114-115.
59 M ás recientem ente, L uhm ann h a redefinido la dem ocracia de m an eras que ya no
perm iten com prender la política en las sociedades soviéticas com o u n a especie de gobier­
no dem ocrático. Ahora entiende la dem ocracia com o idéntica a la versión política (o de los
p artid o s políticos, no está claro cuál de las dos) de la c a racterística general de la au-
to observación en los sistem as auto fo rm ativ o s, o com o la co d ificación del su b sistem a
político del sistem a político en térm inos del partido en el p o d er (o gobierno) y de la opo­
sición. Las dos están relacionadas porque se considera la codificación b in aria en térm i­
nos del concepto de oposición (correctam ente desde n uestro p u n to de vista) com o el m é­
todo prim ario de prom over la autoobservación en la política. Véase Political Theory, op. cit.,
p. 105, así com o los caps. V, IX. [No p rofundizarem os en el hecho de que L u h m an n es
incongruente, y que en otras partes describe la dem ocracia com o la autoobservación o
autoreflexión del subsistem a público del sistem a político (ibid., p. 51). En n u estra opinión,
esta am bigüedad es u na concesión a u n a teoría de la dem ocracia m ás am plia que la suya;
de hecho, en un contexto por lo m enos, las dos concepciones que vinculan a las políticas
públicas y a las de partido parecen estar incluidas bajo el térm ino de “dem ocracia” (ibid.,
p. 125).]
Desde nuestro punto de vista, la nueva concepción de la dem ocracia basada en la codi- J
ficación oposición-gobierno sigue siendo lim itada e inadecuada p a ra los fines de la teoría
política, en el sentido en que L uhm ann u sa este térm ino. La definición de la dem ocracia en
térm inos del gobierno y de la oposición tiende a p e rd e r su carácter específico especialm en­
te cuando se define al m ism o p a r de conceptos com o el código (en u n a form a poco posible,
en vista del código am igo-enem igo del to talitarism o m oderno) de la política m oderna com o
tal: véase Ecological Communication, Chicago, Universlty of Chicago Presa, 1989, p. 86. Por
LA CRÍTICA DE LA TEORÍA DE SISTEMAS 387

supuesto, L uhm ann está consciente de la naturaleza todavía afgo excepcional de las políti­
cas del gobierno y de la oposición; en respuesta, a h o ra se ve obligado a co n sid erar a los
sistem as sin un a oposición política com o reversiones a u n orden jerárq u ico del gobierno y
de los gobernados, adem ás de considerarlos insuficientem ente diferenciados, lo que im pli­
ca p o r lo tanto que no son ni m odernos ni dem ocráticos. No obstante, p a ra los sistem as
políticos diferenciados, m odernos, identifica el código constitutivo básico de la política con
la dem ocracia. Como consecuencia, im plícitam ente hace im procedentes todos los proble­
m as relativos a la existencia de m ás o m enos d em ocracia en n uestro tipo de sociedad.
Todos los proyectos de dem ocratización se convierten p ara él necesariam ente (y no sólo
em píricam ente, com o en m uchos casos im portantes) en esfuerzos p or ab o lir el código de
gobierno y de oposición y p o r consiguiente, p or definición, son proyectos no dem o cráti­
cos. (Véase "The Theory of Political O pposition" [1987], Political Theory, op. cit., pp. 167
y 174-175).
Este análisis está expuesto a una crítica inm anente. Afirma que el antiguo código go­
bierno-gobernados no es rem plazado, sino sólo suplido p o r el del gobierno-oposición. En
este caso, el pro b lem a de la dem o cracia al igual que el de la d e m o cratizació n puede
redefinirse en térm inos de la relación de los dos códigos, el tipo de equilibrio a que se ha
llegado entre ellos y las condiciones bajo las cuales cada uno tiene prim acía. L uhm ann
ha podido hacer esto m uy bien con los códigos que com piten entre sí de las organizaciones
[véase Machí (Stuttgart, Enke, 1975), cap. m ] y en el caso de su análisis de los ciclos oficia­
les y no oficiales de la política en térm inos de norm alidad-conflicto (véase Political Theory,
op. cit., pp. 48-50). La identificación de la dem ocracia con la m era presencia del código
gobierno-oposición, protege p or lo tanto al código gobierno-gobernado de las críticas. Esta
posición, al nivel de la teoría política, no apoya a u n a oposición política viable y es com pa­
tible con su “desaparición” de hecho, si no es que formal, docum entada, p o r ejem plo, p or
Kirchheimer. L uhm ann adm ite esto (Political Theory, op. cit., p. 177).
N osotros creem os que la viabilidad de la oposición, y po r lo tan to de la dem ocracia, S0
debe sólo a la superioridad del código gobierno-oposición respecto al de gobierno-goberna­
dos. Esa superioridad, o incluso u n a relación verdaderam ente equilibrada en tre los dos
códigos, depende del establecim iento de u n tercer código, uno que L uhm ann rechaza des­
de el principio: el de la política parlam en taria y no p arlam entaria, el de la sociedad política
y la sociedad civil. Sin em bargo, esta idea vuelve a p en etrar subrepticiam ente en su análisis
en dos lugares. Prim ero, la im agen del "parásito" señala hacia el público com o el beneficia­
rio no intencional del conflicto entre el gobierno y la oposición. Excluido p o r el sistem a de
política "formal" u "oficial", y confinado sólo a la política "ilusoria" de las elecciones, el
público "retorna subrepticiam ente” en el nivel inform al o no oficial debido a las o p o rtu n i­
dades que presentan un gobierno que protege su posición y u n a oposición que busca ocu-
pur el gobierno. Ambos im plícitggisnte hacen llam am ientos al público fuera del sistem a
formal de tom a de decisiones (Political Theory, op. cit., pp. 178-179). Segundo, el antagonis­
mo real entre la oposición y el gobierno dism inuye puesto que los dos elem entos de un
sistem a bipolar, en vez de jerárquico, en realidad se p resuponen uno al otro, e h ipotética­
m ente siem pre se pueden im aginar a sí m ism os en el lugar del otro. Pero L uhm ann indica
In tendencia a p roducir conflictos verbales e incluso ilusorios, la que in terp re ta com o "una
form a de a p ertu ra p o r m edio de la cual los intereses societales pued en ser asignados a
unu u otra parte" (Political Theory, p. 184). No se da cuenta de que a m enos que los intereses
en realidad estén organizados y articulados p o r asociaciones y organizaciones fuera del
sistem a político, y de que a m enos que éstas —sin im p o rtar lo com plejo de la form a en que
lo hagan— sean rearticuladas y agregadas en el sistem a político, los conflictos de este últi­
mo serán vistos com o u n a m era representación, com o m era "política" en el sentido negati­
vo del térm ino, con unas consecuencias profundam ente dañinas p ara el código de gobierno
y oposición.
40 Planung, op. cit., p. 44. \
41 Véase Jürgen Haberme!, Ligitimation Crisis, Boston, Beacon Press, 1975, p. 130. Su
critica se enfoca en el problema c a la dem ocratización de la planificación; nuestro proble­
ma es la dem ocratización de la lo c itd td c lv lljn d e sus mediaciones.
41 Planung, op, cit., pp, 10-12 y 21,
388 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL

63 Ibid., p. 21.
64 Ibid., p. 13.
63 Ibid., p. 20.
66 Ibid., p. 17.
67 Ibid., p. 26.
63 Ibid., pp. 22-23.
69 Ibid., p. 27.
70 Ibid., p. 28. E n el contexto de su análisis m enos sistem ático (su “teoría política"),
L uhm ann usa en form a aún m enos restringida las categorías de la sociedad civil fuera del
sistem a político propiam ente dicho. En particular, las personas, la ley y la opinión pública
(obsérvese la correspondencia con los tres dom inios del m undo de vida de H aberm as: la
personalidad, la sociedad y la cultura) son entendidas com o form as "externalizadoras" de
la resolución de problem as políticos fuera de la estru ctu ra del sistem a político pro p iam en ­
te dicho. Véase Political Theory, pp. 60-62.
71 Ibid., pp. 18-19.
72 Ibid., p. 13.
73 Ibid., pp. 24-25.
74 Una posibilidad que L uhm ann m enciona en una ocasión respecto a las elecciones
(véase Legitimation, op. cit., p. 162).
75 Planung, op. cit., p. 26.
76 Legitimation, op. cit., p. 158.
11 Ibid., p. 183.
78 Ibid., p. 190.
79 Ibid., pp. 154 y 161.
80 Ibid., p. 200.
81 Ibid., p. 158.
82 Ibid., p. 159.
Ibid., p. 169.
84 Ibid., pp. 166-167.
85 Ibid., pp. 161-163.
86 Ibid., pp. 174 y 190.
87 Ibid., pp. 183 y ss.
88 É stos incluyen la distinción im plícita entre "amigo" y "enem igo” en las interacciones;
la negociación con im portantes intereses sociales seleccionados; las relaciones personales
y de grupo; y la dependencia en u n a inform ación ad m in istra d a y p rese n ta d a b u ro c rá ­
ticam ente.
89 Legitimation, op. cit., p. 194.
90 Ibid., p. 190.
91 En un texto posterior (Political Theory, op. cit., pp. 48-50), las versiones oficial y no
oficial de los procesos políticos m odernos son presentadas en térm inos de dos dinám icas
cíclicas alternativas. E n el ciclo "oficial", el público influye en los partidos políticos a través
de las elecciones, los partidos establecen los lím ites y las prioridades p a ra las decisiones
adm inistrativas m ediante m edios legislativos y de o tra clase, la adm inistración som ete al
público a sus decisiones obligatorias y así sucesivam ente. En el ciclo “no oficial" o “c o n tra­
rio", la adm inistración elabora los proyectos de ley p a ra los partid o s p arlam entarios, los
partidos influyen en el voto del electorado y el público influye en la adm inistración "por
m edio de varios canales, com o los grupos de interés y solicitudes em otivas". L uhm ann
sigue afirm ando que el m odelo no oficial (que en esta versión im plica a la "sociedad civil"
en la política, aunque lim itada a form as corporativistas y populistas) p redom ina en los
casos norm ales. Pero ahora argum enta que el m odelo oficial, que se basa en la "autoridad
regulada legalm ente" predom ina en los casos de conflicto. Según nosotros, esta ú ltim a
eventualidad im plicaría al público en su p ecu liar rol m ediador, com o una institución tanto
de la sociedad civil com o política. De acuerdo con L uhm ann, hay un equilibrio entre los dos
ciclos que lentam ente se desplaza hacia el m odelo inform al o no oficial. E sta tesis vincula
a L uhm ann con la crítica que hace S chm itt del p arlam entarism o, aunque en una form a
m enos fuerte que en el caso de su concepción anterior, que tendía a red u cir la versión
LA CRÍTICA DE LA TEORÍA DE SISTEMAS 389

oficia] a una m era representación. De hecho, el énfasis en el, papel de esta versión en los
casos de conflicto representa u n a respuesta irónica, a la m an era de Schm itt, a este últim o,
quien afirm ó la irrelevancia de las instituciones form ales en las "em ergencias”.
92 J. S chum peter, Capitalism, Socialism and Democracy, 3a ed., N ueva York, H a rp e r
& Row, 1947, pp. 291-292.
93 T. H. M arshall, “Citizenship and Social Class”, Class, Citizenship and Social Development,
Nueva York, Doubleday, 1964, pp. 71 y ss.
94 Parsons, a diferencia de M arshall, no llam a derechos a estos p rerrequisitos sociales.
95 Talcott Parsons, Politics and Social Structure, Nueva York, Free Press, 1969, pp. 259-
260; The System o f Modem Societies, Englewood Cliffs, Nueva Jersey, Prentice-Hall, 1971,
pp. 81-83.
96 Véase Parsons, The System of Modem Societies, op. cit., pp. 62-63; véanse tam bién las
páginas 92-94 p ara u na discusión del com ponente cívico en térm inos de diferenciación en
vez de inclusión.
97 Y esto en un a época en que estaba bajo u n a considerable influencia de Parsons. Véase
Niklas L uhm ann, Grundrechte ais Institution, Berlín, D uncker & H um blot, 1965, citado de
aquí en adelante como Grundrechte. Es cierto que no tuvo acceso a "Full Citizenship for the
Negro A m erican?" (reim preso en Politics and Social Structure), publicado p o r Parsons en
1965, en el que introdujo la estru ctu ra de M arshall. Ya sea o no que conociera la concepción
de los derechos de Parsons, sus propias raíces en el positivism o legal lo dirigieron al proble­
m a de la diferenciación debido a u n a cuestión que era de poco interés p a ra Parsons: la
autolim itación de lo político p o r m edio de la ley establecida políticam ente. El problem a de
la inclusión, heredado de M arshall y Parsons, sí aparece en u n a o b ra p o sterio r (Political
Theory, op. cit., pp. 34-37), pero en ella el concepto se in terp reta lim itadam ente en térm inos
del sistem a político y no en térm inos de la com unidad societal o de sus equivalentes, lo que
proporcionaría m ás m em b resía o ciu d ad an ía social general. Y a u n q u e L u h m an n observa
la transform ación, en el contexto del desarrollo del E stado benefactor, de la sem ántica de la
inclusión política que p a sa de los beneficios a las exigencias, incluso esta percepción no
lo conduce a vincular el problem a de la inclusión con el de los derechos. Evidentem ente,
sólo relaciona la dim ensión social de la ciudadanía de M arshall a la inclusión, y no a las
dim ensiones civil y política.
98 Grundrechte, p. 24.
99 Véase G ünther Teubner, "Substantive and Reflexive E lem ents in M odern Law", Law
and Society Review 17, núm . 2, 1983, pp. 239-301. Teubner indica la tensión entre las ten­
dencias inflacionarias que em anan de la función del sistem a político de p ro d u c ir decisio­
nes obligatorias y la necesidad de adm in istrar las com plicadas relaciones insum o-producto
con otros subsistem as. E n este argum ento, la reflexión es la que resuelve la tensión y da
origen a la autolim itación. Justo esta autolim itación, creem os, es la que representa el lado
político de la creación de derecHtíSfíín p u n to que L uhm ann todavía no p resentaba en 1965.
En nuestra opinión, los derechos fundam entales son los m ejores ejem plos de la ley reflexi­
va (Teubner) o de la ley com o institución (H aberm as).
100 Grundrechte, op. cit., p. 23.
i»' Ibid., pp. 43 y 182-183.
102 Ibid., pp. 24 y 41.
103 Ibid., p. 36.
104 Ibid., p. 63.
Ibid., p. 73.
i°‘ Ibid., p. 76.
107 Ibid., p. 75 y en especial la nota 60.
108 Ibid., p. 81.
109 Ibid., p. 96, respecto a la protección del m atrim onio basado en el amor, am enazado
por la familia, no p o r el Estado.
no ¡bid., pp, 95 y 99.
n i Ibid., p. 107.
" í Ibid., p. 115.
Ibid., p. 126.
390 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL

114 Differentiation, op. cit., pp. 212-213.


1,5 E n 1965, L uhm ann todavía no sostenía esta posición tan claram ente (véase Crund-
rechte, op. cit., p. 113, n ota 13) com o lo hizo en su ensayo de 1970, "W irtschaft ais soziales
System ”, Differentiation, op. cit., pp. 190-225.
116 Grundrechte, op. cit., p. 115; Differentiation, op. cit., pp. 201 y 210-211.
117 Grundrechte, op. cit., p. 115.
118 Ibid., pp. 138 y ss, 151 y ss. >
U9 Ibid., p. 149.
'20 Ibid., pp. 140-144.
121 Ibid., p. 99. Su obra posterior parece dejar abierta la posibilidad de que se em pleen
am bos modelos de diferenciación, uno al nivel de la ciencia de la política y el otro al nivel de
la teoría política (véase Political Theory, op. cit., p. 109 y la n o ta 100, y la p. 133, n o ta 28).
Véase tam bién la nota 38 de este capítulo p ara la distinción entre los dos tipos de teoría, una
de las cuales interroga a los participantes relevantes e interviene en la política observando
y criticándola desde dentro, en tan to que la otra observa científicam ente a esta esfera desde
afuera (incluso su autoobservación).
122 Se presenta este argum ento p ara el sistem a legal com o u n todo en el ensayo de 1976,
"The A utonom y of the Legal System", Differentiation, op. cit., pp. 128-129. Además, se im ­
plica fuertem ente que el fin de la autonom ía del sistem a legal —p o r ejem plo, si la ley se
convierte en u n a especificación de la política (p. 127)— ten d ría consecuencias desdife-
renciadoras p ara la sociedad com o u n todo (p. 130).
123 Sociology ofLaw , op. cit., p. 17.
124 Niklas L uhm ann, “N orm en in soziologischer Perspektive”, Soziale Welt, vol. 8, núm . 20,
1969, p. 40, de aquí en adelante citado com o "N orm en”.
125 Ibid., pp. 47-48, por ejem plo, L uhm ann frecuentem ente usa un concepto de la vida
co tidiana o del m undo de la vida p ara indicar los papeles, en la interacción, de estru ctu ras
que no están incluidas en los subsistem as diferenciados. Es a este nivel que repetidam ente
ubica la m ayor parte de la experiencia y expectativa norm ativas. Infortu n ad am en te, la rela­
ción del m undo de la vida con el sistem a no es aclarad a en su m odelo y el uso parece
incongruente respecto a su m odelo sistem a/am biente de los sistem as y subsistem as socia­
les. Cf. Sociology ofLaw , p. 47.
126 “N orm en”, p. 37; Sociology ofLaw, p. 33. A diferencia de Foucault, L uhm ann d istin­
gue entre “norm a” y “norm alización". La norm alización rep resen ta u n a e stru ctu ra no dife­
renciada prenorm ativa de expectativas, que no im plica ningún esfuerzo p or re to rn a r a la
conform idad a lo que se "desvía" de la m ism a, cuya conducta no se entiende com o "seria”,
"libre" o "interesada". La norm alización está dirigida a las condiciones en vez de a las accio­
nes y no im plica n inguna creación de están d ares “universales" (.Sociology ofLaw , op. cit.,
pp. 36-37).
127 Sociology o f Law, op. cit., pp. 77-80. É sta es n u estra interpretación, a un nivel inferior
de abstracción, de la propia definición que hace L uhm ann de la ley com o “expectativas de
conducta norm ativa generalizadas congruentem ente", p. 77.
128 "N orm en”, op. cit., p. 30-31; Sociology ofLaw , op. cit., pp. 24 y ss.
129 “N orm en”, op. cit., p. 32; Sociology o f Law, op. cit., p. 27.
130 Sociology o f Law, op. cit., p. 26.
131 "N orm en”, op. cit., pp. 33 y ss; Sociology o f Law, op. cit., pp. 29 y ss.
132 "N orm en”, op. cit., pp. 3 3 ; Sociology ofLaw, op. cit., pp. 30-31. E s crucial, al igual que
posible, refu tar la prem isa de L uhm ann de que el aprendizaje norm ativo es u n a contradic­
ción de térm in o s (véase el cap. IX). E n p articu lar, la noción de la creació n o revisión
com unicativa de las norm as, m arginalizada p or L uhm ann, es un indicio de la dirección que
podría to m ar esta dem ostración. V inculada a la idea de la com unicación crítica sobre las
norm as, la noción de contrafactualidad puede ser u tilizada en lo que se refiere al ap ren d i­
zaje por m edio del m odelo de desarrollo m oral de Piaget-K ohlberg-H aberm as. El propio
m odelo que propone L uhm ann de un estilo norm ativo de expectativa es identificado sólo
con u n a actitud tradicional o convencional hacia las norm as. Paradójicam ente, com o lo
m uestra el m odelo ontogenético basado em píricam ente de Kohlberg, u n a actitud cognitiva
hacia las norm as representa el m enor nivel de desarrollo norm ativo. Para Luhmann, sólo
LA CRÍTICA DE LA TEORIA DE SISTEMAS 391

un retroceso hacia exactam ente esta actitud representaría el.aprendizaje. Sólo es posible
responderle si se puede dem o strar que u n a relación posconvencional con las n orm as es
com patible con una estru ctu ra norm ativa (contraria a los hechos). Parece que, p o r lo m e­
nos p a ra H aberm as, la tendencia co ntraria a los hechos persiste en el nivel de las condicio­
nes ideales del discurso, que no deben ser identificadas con los procesos em píricos para
llegar a un entendim iento, que no obstante las presuponen (véase el cap. VIII).
133 Sociology o f Law, op. cit., pp. 38-40.
134 Ibid., pp. 49 y ss.
135 Ibid., pp. 51-52.
136 Ibid., pp. 78-79 y 84-85.
»37 Ibid., p. 138.
138 Differentiation, op. cit., p. 95.
139 Quasimedium porque en Sociology ofLaw, op. cit., pp. 167-168, L uhm ann en realidad
nunca asigna el papel de trad u cir la selectividad o las decisiones selectivas al procedim ien­
to, y m enciona sólo “la selección de decisiones colectivam ente obligatorias". En realidad,
su principal o b ra sobre la sociología de la ley n unca tra ta a la ley directam ente com o un
m edio y por lo tanto es am bigua sobre el status de la ley com o un subsistem a de la sociedad.
O bras posteriores son m ás claras sobre este tem a. E n la concepción de la ley com o un
subsistem a autoform ativo, autorreferencial, cerrado norm ativam ente y ab ierto cognitlva-
m ente, p o r lo m enos se afirm a su igualdad plena con otros subsistem as autónom os. Véase,
por ejem plo, el capítulo sobre la ley en Ecológical Communication. Su o b ra Polítical Thtory,
op. cit., pp. 82 y ss, es única, sin em bargo, porque tra ta a la ley com o un m edio, totalm ente
paralelo al dinero.
140 Sociology o f Law, op. cit., p. 160.
141 Differentiation, op. cit., p. 104.
142 Ibid., pp. 122 y 132.
143 Sociology ofLaw ,op. cit., p. 188.
144 Ibid., p. 187.
145 Differentiation, op. cit., p. 132.
146 Niklas L uhm ann, "The Self-R eproduction of Law and Its Lim its", en G. T eubner
(ed.), Dilemmas o f Law in the Welfare State, Berlín, de Gruyter, 1986, p. 113.
147 Ibid., pp. 113 y 124.
148 "N orm en”, op. cit., p. 47.
149 Sociology o f Law, op. cit., pp. 161-162 y 182.
>50 Ibid., pp. 182-183.
151 "Norm en", op. cit., pp. 46-47. Es interesante que la concepción de L uhm ann, en la
que la orientación norm ativa (contra los hechos) de los jueces rep resen ta la ú n ica garantía
de la reproducción de la ley com o u n sistem a norm ativo, se parezca a la insistencia de H. L.
A. H art de que en u n orden legaW ós jueces (o los “funcionarios”) deben se r capaces de
lom ar u na perspectiva interna-evaluadora (en vez de sólo observacional) respecto a la vali­
dez de las leyes. Pero las diferencias entre H a rt y L uhm ann son incluso m ás reveladoras,
porque p ara el prim ero la división de la población en funcionarios y todos los d em ás rep re­
senta un caso lím ite casi patológico de lo que aú n constituye u n orden legal. En cualquier
sociedad “sana", nos dice H art, m uchas personas ordinarias ("norm alm ente [...] la m ayoría
de la sociedad") regularm ente asum en la perspectiva interna, aunque debe suponerse que
hay algunos que sim plem ente desean observar si se siguen o no ciertas leyes y si se las
hacen cumplir, p ara actu a r de conform idad con lo que observen. Véase H. L. A. H art, The
Concept o f Law, Oxford, Oxford University Press, 1961, pp, 86-88 y 113. Debem os indicar
que el significado de la perspectiva in tern a en H art no se reduce, com o sucede en L uhm ann,
a una renuencia m ás o m enos convencional a aprender con el fin de m a n te n e r norm as
contrarias a los hechos, sino que se expresa en térm inos de u n a actitu d crítica-evaluadora
que Implica una actitud reflexiva, posconvencional. Sin duda, am bos significados e incluso
su com binación son posibles én el caso de juicios de la validez legal.
1,1 Sociology o f Law, op, clt,}p, 201,
>» Ibid., p. 202, X
1,4 L uhm ann, "The S elf-R eproductiatrof Law", op. cit,, p. 113.
T er c era Parte

LA RECONSTRUCCIÓN
DE LA SOCIEDAD CIVIL
VIII. LA ÉTICA DEL DISCURSO
Y LA SOCIEDAD CIVIL

Tenem os ante nosotros dos t o p o i teóricos: la sociedad civil moderna y la


ética del discurso. La primera evoca el tema clásico del liberalismo: el término
“sociedad civil” hoy en día nos trae a la mente los derechos a la vida priva­
da, a la propiedad, a la publicidad (la libertad de expresión y de asociación)
y a la igualdad ante la ley. La segunda, con su énfasis en la participación igua­
litaria de todos los interesados en las discusiones públicas de las normas
políticas que son cuestionadas, se refiere obviamente a los principios de la
democracia. La moda actual en la teoría política es (una vez más) conside­
rar al liberalismo y a la democracia como fundamentalmente antitéticos.
Los defensores de los postulados centrales del liberalismo clásico tienden a
ver a la democracia (con su énfasis en el gobierno y en la participación de la
mayoría), como algo ilusorio o, incluso peor, peligroso para las libertades
que ya existen, a menos que se le controle o restrinja de una m anera conve­
niente.1 Los defensores de la democracia directa o radical, por otra parte,
han llegado a estigmatizar a la propia tradición liberal como el principal
impedimento para lograr una sociedad participativa democrática.2 No obs­
tante, afirmamos que la posibilidad de cada una depende de su íntima rela­
ción conceptual y normativa con la otra. Aún más, suponemos que la defen­
sa y expansión de las libertades adquiridas se apoya en la democratización
udicional de las instituciones de la sociedad civil moderna y en su obten­
ción de mayor influencia sobre la forma de organización política. Demos­
traremos esta tesis estudiando los conceptos de legitimidad democrática y
de derechos básicos en el marco de la teoría de la ética del discurso y está-
blcciendo la conexión de ambos con una concepción coherente de una so­
ciedad civil moderna, potencialmente democrática’.
Afortunadamente, no estamos hablando en el vacío. La conexión entre
los dos principios ha sido hecha por muchos actores colectivos contem­
poráneos en Occidente y en el Este que han incluido el proyecto de la
defensa y/o democratización de la sociedad civil en sus agendas políticas.1
Por "sociedad civil”, estos actores tienen en mente el modelo normativo
de un campo societal diferente del Estado y la economía, y que tiene los
siguientes componentes:

I. pluralidad: familias, V u p o s informales y asociaciones voluntarias cu­


yas pluralidad y autonomfa permiten una variedad da formas de vida;
395
396 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

2. publicidad.-, instituciones de cultura y comunicación;


3. vida privada: un dominio del autodesarrollo y elección moral del in­
dividuo; y
4. legalidad: estructuras de leyes generales y derechos básicos que son
necesarias para dem arcar la pluralidad, la vida privada y la publici­
dad al menos en lo que se refiere al Estado y, tendencialmenté, la
economía. Juntas, estas estructuras aseguran la existencia insti­
tucional de una sociedad civil m oderna diferenciada.

El redescubrimiento de los componentes clave de la sociedad civil por


los actores colectivos contemporáneos, sin embargo, no implica por sí solo
su justificación normativa. Los proyectos de los movimientos sociales di­
fícilmente se validan a sí mismos. Además, los ideales normativos de la
sociedad civil no carecen de críticos. Como hemos visto, H annah Arendt y
Michel Foucault han presentado cada uno de ellos poderosos argumentos
que atacan esas pretensiones.4 Para Arendt, la diferenciación de un cam­
po social distinto del Estado fue el principio de una ominosa despolitización
de la sociedad, que condujo al colapso de la frontera entre lo público y lo
privado y a la emergencia tanto de la sociedad de masas como del totalita­
rismo. Para Foucault, las mismas normas de la sociedad civil constituye­
ron sólo el apoyo visible de disciplinas sociales y microtecnologías menos
obvias que se combinan en un nuevo sistema de servidumbre en el que no
hay líneas de separación. Debemos recordar, además, que el joven Marx
—el precursor de estos puntos de vista— presentó poderosos argum en­
tos para equiparar a la sociedad civil con la burguesa y a la separación del
Estado y de la sociedad con la enajenación política.5 Si se quiere respon­
der a ésta y otras críticas de las normas de la sociedad civil, deberá ha­
cerse sobre las bases de una filosofía política práctica nueva, comprensiva
y justificable. Lo que nosotros sostenemos es que la ética del discur­
so, reinterpretada adecuadamente, es el mejor candidato para lograr esta
tarea.
Es cierto que la teoría de la ética del discurso tam bién tiene sus dificul­
tades. Primero, hay algún problema respecto a si su campo de aplicación
es la moral, la política o ambas. Segundo, se ha argumentado que la teoría
tiene implicaciones autoritarias. Tercero, no es seguro que la ética del
discurso pueda hacer afirmaciones universales genuinas sin prescribir una
forma particular de vida. Finalmente, la relación de la ética del discurso
con las instituciones democráticas y liberales nunca ha sido estudiada
satisfactoriamente.
Esperamos m ostrar que es posible articular respuestas viables a todos
estos problemas. Lo haremos en cinco pasos. Empezando con una discu­
sión de la versión más detallada de Habermas sobre la ética del discurso,
LA ÉTICA DEL DISCURSO Y LA SOCIEDAD CIVIL 397

consideramos primero el dominio que constituye* propiam ente el objeto


de la teoría. Luego argumentamos que, cuando se le reinterpreta adecuada­
mente, la ética del discurso evita las implicaciones autoritarias. Para presen­
tar este punto remplazamos los "intereses generalizables” con la "identidad
colectiva racional” como el referente sustantivo legítimo de los procedi­
mientos discursivos formales. En seguida nos concentramos en la rela­
ción de la ética del discurso con las formas de vida concretas (Sittlichkeit).
Continuamos argumentando que aunque no se derive un solo modelo de
la vida buena a partir de la ética del discurso, esto no significa que la teo­
ría tenga un defecto institucional imposible de resolver. Es en este contex­
to en el que la categoría de sociedad civil nos permite unir una pluralidad
de formas de vida con un modelo político que implica la institucionaliza-
ción de los discursos. Específicamente, relacionamos la ética del discurso
y la sociedad civil moderna por medio de las categorías de legitimidad
democrática y derechos básicos. Finalmente, tratarem os de m ostrar que
nuestra reinterpretación de la ética del discurso tiene como horizonte utópi­
co lo que llamaremos una "pluralidad de democracias”.

El d o m in io q u e e s o b j e t o d e la é t ic a d e l d is c u r s o

La estructura básica de la ética del discurso consta de dos dimensiones.6 La


primera especifica las condiciones de posibilidad de llegar a un acuerdo
racional legítimo; la segunda especifica los contenidos posibles (a un ni­
vel formal) de ese acuerdo.7 Un procedimiento legítimo o racional para
llegar a un acuerdo ha sido definido por Habermas como la metanorma
que prescribe el único procedimiento válido para fundam entar o justifi­
car las normas de acción.8No se supone que alguna norma sea válida desde
el principio —sólo el procedimiento para validar las norm as puede hacer
que esa pretensión sea legítima—. Según Habermas, una norm a de ac­
ción tiene validez sólo si todos aquellos que posiblemente se vean afecta­
dos por ella (y por los efectos secundarios de su aplicación) llegan, como
participantes en un discurso práctico, a un acuerdo (motivado racional­
mente) de que esa norm a puede ser puesta en vigencia y perm anecer en
vigencia.9 Sin embargo, lo que se debe entender como un acuerdo motiva­
do racionalmente tiene precondiciones muy exigentes. Con el fin de que
lodos los afectados tengan una "igualdad efectiva de oportunidades para
«sumir papeles en el diálogo", debe haber un reconocimiento m utuo y
recíproco, sin limitaciones, de cada uno por todos como sujetos raciona­
les, autónomos, cuyas p r e n s io n e s serán reconocidas si se las apoya con
argumentos válidos.10 PeroKPora que el diálogo sea capaz de producir
resultados válidos debe ser un proceso comunicativo del todo público, no
398 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

limitado por la fuerza política o económica. También debe ser público en


términos de acceso: cualquier persona capaz de hablar o de actuar, que se
vea afectada potencialmente por las normas de que se trate, debe ser capaz
de participar en la discusión en términos iguales. Además, los participan­
tes deben ser capaces de modificar el nivel del discurso para estar en posi­
ción de desafiar las normas tradicionales que puedan presuponerse táci­
tam ente.11 En otras palabras, nada puede o debe ser tabú para el discurso
racional —ni los dominios del poder, ni de la riqueza, ni de la tradición o
de la autoridad—. En resumen, los principios procesales que subyacen en la
posibilidad de llegar a un consenso racional sobre la validez de una nor­
ma implican simetría, reciprocidad, y reflexividad.12
Estos rasgos constituyen una "situación ideal de habla” en que las preten­
siones de validez que se presentan implícitamente en cualquier acto de co­
municación pueden ser rescatadas discursivamente. Sin embargo, hay que
decir desde el principio que no se debe confundir una teoría de la legitimidad
con una teoría de la organización. Si consideramos el concepto, muy discu­
tido, "de la situación ideal de habla” como un conjunto de criterios (meta-
normas) que le permiten a uno distinguir entre normas legítimas e ile­
gítimas, podemos evitar la confusión causada por interpretaciones que
identifican las reglas formales de la expresión o discurso argumentativo
como una utopía concreta. La “situación ideal de habla" se refiere sólo a
las reglas que tendrán que seguir los participantes si quieren un acuerdo
motivado únicamente por la fuerza del mejor argumento. Si no se satisfa­
cen estas condiciones —por ejemplo, si los actores en un debate no tienen
oportunidades iguales para hablar o para poner en duda los supuestos; si
están sujetos a la fuerza y a la m anipulación—, entonces los participantes
no están tomando todos los demás argumentos seriamente como argumen­
tos y, por lo tanto, no están participando en realidad en la expresión argu­
mentativa.
Claramente, no todos los procesos para llegar a un acuerdo satisfacen
esas condiciones. Habermas (y Karl-Otto Apel) distingue repetidas veces
entre consenso "racional" y "empírico". La mayoría de los procesos de
formación del consenso son “sólo empíricos”.13 Las norm as del discurso
que son fuente de validez no son producidas por acuerdos; más bien, son
las condiciones de posibilidad de los acuerdos válidos. Los resultados de
los acuerdos reales sólo tienen validez normativa en la m edida en que son
congruentes con las metanormas. Por otra parte (y algunos piensan que
paradójicamente), Habermas insiste en un diálogo real en vez de virtual
porque sólo un discurso que realmente sea realizado permite el intercam ­
bio de papeles de cada uno con todo actor y por lo tanto una verdadera
universalización de la perspectiva, que no excluye a nadie.14 De esa mane­
ra se distingue de todos los enfoques que suponen que los acuerdos se
LA ÉTICA DEL DISCURSO Y LA SOCIEDAD CIVIL 399

derivan de una verdad monológicamente obtenible, así como de la mayo­


ría de las tradiciones de la teoría del contrato (que postulan un modelo
discursivo sólo en términos de un mito de orígenes). Sólo un discurso
práctico, real, en el que participen cooperativamente todos los participan­
tes potencialmente afectados por las normas que se están discutiendo,
puede conducir a un consenso racional sobre su validez, porque sólo bajo
esas condiciones podemos ver que nosotros —juntos y no en forma pri­
vada— estamos convencidos de algo. Las m etanorm as de la ética del dis­
curso son, por lo tanto, peculiares en el sentido de que sus implicaciones
normativas sólo están disponibles en los contextos del diálogo real.
De conformidad con lo anterior, Habermas ha reformulado el im perati­
vo categórico kantiano siguiendo líneas compatibles con las reglas proce­
sales del argumento:

En vez de prescribir a todos los demás como válida una máxima que yo quiero
que sea una ley general, tengo que ofrecer mi máxima a todos con el propósito
de comprobar discursivamente su pretensión de universalidad. El énfasis se
desplaza de lo que cada uno puede desear sin contradicción que sea una ley
general, a lo que todos pueden desear, puestos de acuerdo, que sea una norma
universal.15

Sin embargo, la idea de un consenso racional implica más que la parti­


cipación de hecho de toda persona afectada en la discusión relevante.
Además de un proceso de formación de voluntad consensual, nuestra afir-
mación de que una norm a es legítima significa que consideramos que es
correcta y no sólo algo que puede ser conformado por nuestra voluntad
colectiva. Habermas insiste en que la ética del discurso, al igual que toda
ética cognitiva, supone que las pretensiones de validez normativa tienen
.significado cognitivo y qwepueden ser manejadas, con ciertos ajustes, co­
mo pretensiones de verdad cognitiva.16 El que una com unidad reconozca
de hecho una norma, meramente indica que la norma puede ser válida. Su
validez sólo se puede determ inar si utilizamos un “principio puente" que
establece una conexión entre el proceso de formación de la voluntad y los
criterios para juzgar la aceptabilidad de una norm a particular. El juicio
Vnparteilichkeit debe complementar a la Unbeinflussbarkeit de la forma­
ción de la voluntad colectiva.17
Al elaborar este segundo aspecto de la ética del discurso, Habermas
trata la dimensión del contenido a que se aludió antes. Esto nos lleva al
segundo aspecto de la ética del discurso: el contenido formal de los acuer­
dos. Habermas sostienevque para ser objetivas ( u n p a r t é i l i c h ) , racionales y
legítimas, las normas de acción en las que estamos de acuerdo deben ex­
presar un interés generalizabiefíLteda norma válida debe satisfacer la si-
400 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

guíente condición: “Todos los afectados pueden aceptar las consecuen­


cias y los efectos laterales que se anticipa tendrá su cumplimiento general
para la satisfacción de los intereses de todos (y estas consecuencias son
preferibles a las de posibilidades alternativas de regulación)”.19 Este "prin­
cipio de universalización” requiere de discursos reales para que los afec­
tados puedan discernir aquello en lo que todos pueden estar de acuerdo
en reconocer como norm a universal.
Hasta ahora, sencillamente hemos resumido la formulación de Haber-
mas de la ética del discurso. No obstante, como varios críticos han indica­
do recientemente, el status o dominio objeto de la teoría no está claro.20
Por una parte, Habermas claramente considera que la suya es una teoría
moral universalista en la tradición de Kant. Por la otra, tam bién presenta
la ética del discurso como el núcleo de una teoría de legitimidad demo­
crática y como el punto central de una concepción universalista de los
derechos humanos que proporciona alternativas a las teorías tradiciona­
les y neocontractuales. Para complicar aún más las cosas, Habermas ha
argumentado que, como principio de legitimidad, la ética del discurso
puede resolver la aparente separación entre legalidad y m oralidad al reve­
lar la ética política que subyace a la ley.21 Su finalidad es explicar la rela­
ción entre moralidad y legalidad de una m anera que -—a diferencia de los
enfoques marxistas, que buscan abolir la distinción entre las dos— presu­
pone su diferenciación y, a pesar de todo, ajusta la ley formal a principios
morales. Entonces, la prim era pregunta es, ¿cuál es exactamente el domi­
nio objeto de la ética del discurso? ¿Es una teoría de la m oralidad o una
teoría de la legitimidad política? ¿Puede ser ambas?
Nuestra intención es defender la ética del discurso como una ética polí­
tica y como una teoría de la legitimidad democrática y de los derechos bási­
cos. Sostenemos que proporciona un estándar con el cual podemos poner
a prueba la legitimidad de las normas sociopolíticas. Términos como “diálo­
go público", “intereses generales", “todos los afectados" y “normas sociales”
de hecho recuerdan las categorías de la filosofía política. La teoría se sobre­
carga innecesariamente cuando es presentada como algo más que esto. En
realidad, las dos objeciones más significativas que se han presentado con­
tra la capacidad de la ética del discurso para servir como una teoría moral
se enfocan en aquellas dimensiones que la convierten en candidata posible
para una teoría de la legitimidad dem ocrática, esto es, el principio re-
for-mulado de la universalización y el requerimiento de un diálogo real.22
Queremos poner entre paréntesis la pregunta de qué teoría general funcio­
na mejor en el campo del juicio m oral autónomo. Creemos que, a pesar de
todo, es posible defender la ética del discurso como una ética política sin
que sea necesario comprometerse con una filosofía moral específica.
Esto significa que construimos el proyecto de la ética del discurso como
LA ÉTICA DEL DISCURSO Y LA SOCIEDAD CIVIL 401

un esfuerzo por emplear los aportes de la teoría'ética deontológica, ante


todo contra el positivismo legal y el realismo legal, así como contra la teo­
ría de sistemas del tipo de la de Luhmann. En resumen, la tarea es mos­
trar que existe un componente de legalidad y de política al que es posible
defender normativa y racionalmente que, independientemente de las san­
ciones o de los motivos empíricos, explica la dimensión obligatoria de las
normas legales y la legitimidad de un sistema sociopolítico.
No obstante, diferenciar entre una teoría m oral general y una teoría de
la legitimidad política, nos deja con una pregunta clave: ¿cómo se deberá
establecer el límite entre las dos? No basta decir que la m oralidad supone
las reflexiones individuales de una conciencia moral m ientras que la jus­
ticia se refiere a las normas sociales y requiere un diálogo real, porque
tanto la moralidad como la legalidad están relacionadas con las normas
societales y el problem a que estamos tratando es precisamente el de saber
hasta dónde llega la ley respecto a estas normas. Tampoco son convincen­
tes aquellos esfuerzos que tratan de establecer una frontera entre las dos
designando ciertas esferas de la vida como privadas por definición y, por
consiguiente, fuera del campo de la ley, y a otras como públicas y por lo
tanto abiertas a la regulación legal-normativa. En nuestra opinión, este
enfoque no puede funcionar, porque el entendimiento que tiene una so­
ciedad de los acuerdos institucionales y de las relaciones que deben esta­
blecerse más allá de la justicia y dejarse al juicio individual cambia con el
transcurso del tiempo. Además, la designación de “privado" respecto a las
instituciones y a las relaciones, no las exime de satisfacer las dem andas de
justicia sino que, más bien, implica una forma diferente de regulación
legal-normativa.23 No es posible razonar a partir de una metáfora o divi­
sión espacial entre las instituciones para establecer el límite entre lo pri­
vado y lo público, entre lo que debe dejarse a la elección moral o al juicio
personal de los individuos^lo que debe ser regulado legalmente. En cam­
bio, debemos partir del supuesto de que la vida privada le da al individúo
ciertas capacidades (como un sujeto moral autónomo), respecto a ciertas
elecciones (las que tienen que ver con las necesidades de identidad) y den­
tro del marco de ciertas relaciones (amistad, intimidad) que debemos estar
dispuestos a analizar y a dar argumentos para defender. De hecho, las
"esferas" privada (e incluso la íntim a) siem pre han sido constituidas y
reguladas por la ley, incluso cuando lo que es constituido incluya un dom i­
nio de juicio autónomo que puede entrar en conflicto con la ley. Así, insis­
timos en retenerla distinción analítica entre dominio de reflexión o juicio
moral autónomo y dominio de normas legales, pero rechazamos cual­
quier esfuerzo por establecer una correspondencia de uno a uno entre
esto distinción y las esferoide la vida o el conjunto de instituciones, Más
bien, la ley debe ser autolirnitante-reSpccto a los juicios autónomos de los
402 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

individuos, siempre que esto no implique la violación de los principios


básicos de justicia. Los derechos de privacidad operan precisamente de es­
ta manera, aunque, por supuesto, está abierto a debate y revisión cuáles con­
tenidos caen dentro de la protección de un derecho a la vida privada.
Desde el otro punto de vista, nuestra interpretación de la ética del
discurso como una teoría de la legitimidad dem ocrática y de los dere­
chos básicos presupone la percepción sociológica que se refiere a la "posi-
tivización” de la ley y la correspondiente separación entre las esferas de
la legalidad y de la moralidad. No obstante, nuestra versión de la teoría
rechaza el punto de vista de que la desnormativización total de la políti­
ca o de la ley y la despolitización de la moralidad son las consecuencias
inevitables de este proceso. ¿Cómo puede resolverse esta aparente pa­
radoja?
Está claro que la opinión de Habermas (y la nuestra) es que el desarro­
llo de una moralidad universalista autónoma, así como la emergencia de
un sistema de ley positiva formal (diferenciado) debe verse como un in­
menso progreso histórico. Además, estos desarrollos están vinculados con
la emergencia de concepciones específicamente m odernas de la dem ocra­
cia y de los derechos, que representan las condiciones constitutivas de
una versión m oderna de la sociedad civil. Sin embargo, hay otro aspecto
en este proceso: la separación de las normas legales positivas del campo
de la moralidad privada con base en los principios que acom pañaron la
emergencia de los estados constitucionales y de las economías de m erca­
do capitalistas supone un conflicto potencial entre la lealtad del ciudadano
a las reglas abstractas del sistema legal (que sólo son válidas para el área
"pacificada” por un Estado particular) y el "cosmopolitismo del ser hum a­
no", cuya moralidad personal presenta exigencias generales.24 Aún más
importante es que desde la decadencia de las teorías de la ley natural
modernas y el ascenso del positivismo legal, la afirmación de que las leyes
tienen un contenido normativo más allá de lo correcto de los procedimien­
tos legislativos y legales adecuados, que obligan a su cumplimiento inde­
pendientemente de las sanciones relevantes, ha sido puesta en duda repe­
tidas veces. La diferenciación entre legalidad y m oralidad ha implicado
tanto la separación de la política de la vida diaria de los ciudadanos como
la desnormativización de la propia legalidad, al menos según una buena
parte de la teoría legal desde el siglo XIX.25
Además, cuando se entiende la ley como la voluntad o m andato del
soberano (Hobbes, Austin) y cuando se declara que las constituciones y
derechos fundamentales son sólo casos especiales de la ley positiva, los re­
sultados van más lejos que la separación de la m oralidad y la ley. En efec­
to, el positivismo legal anuncia la desnormativización de la ley, su transfor­
mación en una clase de hechos empíricos. La obligación se convierte en
LA ÉTICA DEL DISCURSO Y LA SOCIEDAD CIVIL 403

conducta prudente ante la posibilidad de sanciones. Incluso dentro del


positivismo legal (H. L. A. Hart), esos resultados extremos son rechazados
a menudo y ya se han refutado decisivamente las ideas que consideran a
la ley como un mandato y a la obligación como un cálculo. No obstante, es
difícil ver de qué m anera una concepción de la ley como un sistema cuyos
términos puram ente legales sólo necesitan estar relacionados entre sí y
satisfacer únicamente las exigencias de congruencia (Kelsen) o de validez
en términos de un orden legal "secundario” (Hart), puede llevar a algo
parecido a una ética política genuina capaz de fundam entar la legitimi­
dad legal o política. Esto es aún más difícil de ver en el caso de la opinión
que reduce la ley a predicciones sociológicas de lo que los tribunales, legis­
laturas, comunidades y funcionarios políticos u otros detentadores del po­
der desearán hacer cum plir mediante sanciones (realismo legal; algunas
versiones de los estudios legales críticos).
En su debate con Weber y Luhmann respecto a los fundamentos de la
dominación legal-racional, Habermas repetidam ente ha indicado la im­
posibilidad de derivar la legitimidad de un sistema legal moderno como
un todo únicamente de la formalidad y naturaleza sistem ática de los pro­
cedimientos legales.26 La ley como autoridad legítima se basa en fuentes
extralegales de justificación. Las referencias a las constituciones como la
fuente última de autoridad, al menos por parte de los estados formalmen­
te democráticos, implican que la legitimidad de la ley en últim a instancia
depende de los principios de la democracia y de los derechos básicos —in­
corporados en las constituciones y en los procesos democráticos que supues­
tamente están detrás del desarrollo de las constituciones—. Los principios
de la legitimidad democrática y de los derechos básicos subyacen a la au­
toridad de la ley. Sin embargo, ya no es posible defender estos principios
como algo sagrado, “como verdades autoevidentes”, como lo fueron en las
teorías del derecho n atu rsd ^ en las teorías republicanas de la virtud cívi-
' cu. La tarea de la ética del discurso es proporcionar un equivalente contem­
poráneo de esas teorías a la vez que evitar sus presuposiciones. Por lo
lunto, los principios de democracia a los que justifica no deben verse como
algo dado por una sola vez y para siempre, sino como los resultados de un
proceso comunicativo original repetible que asegura la generalidad de ñor-
mus admisibles y la reivindicación discursiva de las pretensiones de validez
con las que se presentan.
Nosotros proponemos definir la legalidad en términos de la antigua
referencia a las sanciones formales que invocan potencialmente los po­
deres ejecutivo y judicial del Estado moderno en favor de las normas váli­
das. No es posible recurkr a las reglas morales para ejecutar ese cumpli­
miento. En consecuenciajxk ética del discurso tal como la vemos, se
aplicaría al sistema político yiefaLeóm o un todo, así como a complejos
404 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

particulares de normas legales que dependen tanto de las sanciones como


de la interpretación y obediencia de las personas de que se trata. En pri­
mera instancia, reinterpretam os la ética del discurso como un principio
de legitimidad democrática. En segunda, como parte de una teoría de los de­
rechos básicos que puede ser institucionalizada. Como lo mostraremos,
estas dos dimensiones del discurso ético implican un espacio de juicio
moral autónomo que está más allá de su alcance, pero que, a pesar de to­
do, es su presuposición y debe ser garantizado por los derechos básicos.
Trataremos primero de esta última cuestión.
Estamos suponiendo que la ética del discurso pertenece a la esfera de
la legalidad en dos dimensiones interdependientes y no obstante distin­
tas: la legitimidad democrática y los derechos básicos. Cada una de estas
dimensiones está relacionada con la moralidad. Sin embargo, incluso
aunque podam os decir em píricam ente dónde em pieza la legalidad y
dónde term ina el juicio autónom o haciendo referencia a sanciones for­
males, aún no hemos tratado la pregunta norm ativa sobre dónde debe­
rían fijarse estas fronteras. Por supuesto, todas las sociedades civiles
m odernas establecen una frontera entre el campo de un juicio autóno­
mo y lo que puede ser regulado legalmente, pero las establecen en dife­
rentes lugares. En el caso de las disputas, la cuestión es inevitable si
deben establecerse esos límites desde el punto de vista de la legalidad o
del juicio individual, del discurso público o de la reflexión m oral priva­
da. En nuestra opinión, en esos casos la ética del discurso debe ser con­
siderada superior a cualquier punto de vista moral al que se ha llegado
monológicamente, por lo menos en prim era instancia. Esto es así por­
que sólo m ediante una discusión real con todos los afectados potencial­
mente por una norm a legal podemos descubrir lo que nos es com ún a
todos —si es que algo lo es—, cuál debe ser el dominio de la regulación
legal, qué formas de tom a de decisiones políticas son legítimas, qué debe
dejarse al juicio personal autónom o del sujeto y sobre qué debemos lle­
gar a un compromiso. En otras palabras, es sólo después de que se han
discutido públicam ente cuestiones debatibles cuando podem os decidir
qué es lo que debe ser considerado “privado”, esto es, dejarse a la deter­
minación del juicio autónomo del individuo respecto a un ideal personal
de la vida buena.27
Así, la ética del discurso tiene un status doble: su dominio objeto espe­
cífico comprende relaciones sociales institucionalizadas, el sistema polí­
tico y legal como un todo, y las leyes y derechos particulares. También
proporciona una forma de decidir el problem a del límite entre el juicio
individual autónomo y la justicia. Ciertamente, los límites establecidos
desde el punto de vista de procesos discursivos reales pueden no ser acep­
tables desde el punto de vista de las convicciones morales o de las necesi-
LA ÉTICA DEL DISCURSO Y LA SOCIEDAD CIVIL 405

dades de identidad de los individuos o grupos. Una mayoría podría tratar


de regular legalmente áreas de la toma de decisiones que previamente
habían sido consideradas privadas y que una minoría no desea someter a
esa regulación. La objeción consciente y la desobediencia civil son opcio­
nes legítimas desde el punto de vista moral. Debe respetárseles como es­
fuerzos por reconocer públicamente fronteras establecidas a la vez que
tratan de hacerlas a un lado o cambiarlas desde el punto de vista de una
preocupación inusualmente intensa. Sin embargo, en estos casos, las afir­
maciones de la justicia tienen prioridad en el siguiente sentido: no se pue­
de obligar a nadie a renunciar a su forma de vida, identidad, o conviccio­
nes morales y, no obstante, la conciencia moral que no desea ser injusta
debe ser autolim itante en cuanto a que debe aceptar el principio de la
legitimidad democrática y de los derechos básicos siempre que éstos a su
vez sean autolimitantes. En otras palabras, deben proteger el espacio para
articular la diferencia. Esto significa que, en el caso de conflicto entre las
concepciones de la vida buena y la legalidad, no debe considerarse antiético
que el individuo siga su conciencia o juicio moral y actúe de conformidad
con él. No obstante, uno debe actuar según los dictados de la autolimi-
tación. Dentro de la estructura de una forma de organización política cons­
titucional democrática, una violación legítimamente moral de la ley pre­
supone el conocimiento de principios constitucionales, la aceptación del
orden democrático y una orientación simbólica de la acción para influir
en la opinión pública y desarrollar un nuevo consenso normativo.28 La
respuesta legal a esa acción debe ser capaz de distinguirla de las accio­
nes criminales comunes y evitar así ser demasiado dura.29 Todos los actos
de desobediencia que se deben a un principio, desde los actos individua­
les de conciencia hasta las tácticas de los movimientos sociales, se basan
en estas ideas.
Por lo tanto, nuestra interpretación no hace desaparecer la frontera
entre moralidad y legalidad. Por el contrario, conserva un espacio de jui­
cio autónomo para el individuo. A la vez, protege a la ley positiva de las
interferencias potencialmente incapacitadoras de'los juicios morales ab­
solutos sin dejarla por esto en manos de los positivistas legales. En reali­
dad, una vez que se ha restringido la importancia de la ética del discurso
a los problemas de la legitimidad democrática y de los derechos, deja campo
para una amplia variedad de principios morales, valores culturales y for­
mas de vida. Sin tener que juzgar lo adecuados que sean internam ente
cada uno de éstos, la ética del discurso sólo se adjudica entre ellos en ca­
sos de conflicto acerca de las normas societales generales. Así, la autono­
mía de conciencia y la pluralidad de formas de vida son respetadas por los
principios de lcgitimldatEdcrnocrática y de los derechos básicos, aunque
estos últimos traen consigo principios que influyen en los dominios de la
406 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

ley y de la política. Aunque también en este caso los procesos de forma­


ción de la voluntad discursiva decidirán el límite entre lo "privado" y lo
"público”, no pueden abolir del todo lo privado (entendido como el domi­
nio de la elección o juicio moral individual autónomo).
La propias m etanormas del discurso presuponen (aunque no la puedan
fundamentar) la autonom ía de la conciencia moral individual. Si todas
las personas afectadas tienen la oportunidad de participar en el diálogo, si
el diálogo no debe estar sujeto a restricciones, si cada individuo puede
cam biar el nivel del discurso y si todos pueden articular sus interpretacio­
nes sobre la necesidad, entonces el discurso práctico presupone indivi­
duos autónomos con la capacidad no sólo de ser autorreflexivos respecto
a sus propios valores, sino también de poner en duda cualquier norm a
dada desde el punto de vista de un principio. Los procesos necesarios
para el requisito de la socialización de los individuos serían imposibles
sin institucionalizar la autonom ía moral y el reconocimiento m utuo de
diferencias garantizadas por los derechos.
Así, las propias reglas que subyacen al argumento y a la búsqueda co­
operativa del consenso implican una distinción entre m oralidad y legali­
dad. Al articular las metanormas del principio de legitimidad democrática
y de algunos derechos clave, la ética del discurso presupone la justifica­
ción de la autonom ía de la esfera moral y, por decirlo así, su propia auto-
limitación. Hay incluso otra razón para esto. Ningún consenso, sin impor­
tar lo unánim e o perdurable que sea, puede ser considerado en sí como
permanente, porque no hay ninguna coincidencia automática entre lo justo y
lo moral, entre lo que es considerado correcto normativam ente en un m o­
mento determ inado para una com unidad solidaria y lo que siem pre es
aceptable m oralm ente para cada individuo. Incluso si la norm a legal ha
sobrevivido a los procesos m ás ideales de pruebas discursivas, todavía
puede entrar en conflicto con los valores particulares o requerimientos de
identidad de un individuo. Ni la autonomía m oral ni la identidad indivi­
dual pueden sacrificarse a una identidad colectiva o al consenso de un
grupo, porque esto violaría la misma raison d'étre de la ética del discurso:
proporcionar un principio formal para la legitimidad de las norm as en
una sociedad que es plural y está integrada por individuos con concepciones
distintas y diferentes de la vida buena. Incluso en una situación que se acer­
que mucho a los requerimientos de reciprocidad simétrica, no hay ningu­
na base para suponer ni la ausencia de la diferencia ni la ausencia del
cambio. Todo consenso es, después de todo, sólo empírico y debe quedar
abierto al desafío y a la revisión.30 Desde el punto de vista de la justicia,
no podemos saber si el cambio en valores por parte de una minoría de
individuos hoy no se convertirá en la voluntad general del mañana. Así, al jui­
cio individual, a las diferentes formas de vida y a los experimentos con
LA ÉTICA DEL DISCURSO Y LA SOCIEDAD CIVIL 407

nuevas formas se les debe otorgar autonom ía del consenso actual acerca
de lo que es justo.
No obstante, se podría objetar, desde el punto de vista de una conciencia
moral, que es innecesaria una teoría de la ética separada para el campo de
la ley y de la política. Como sujeto moral, yo obedezco la ley porque está
en lo correcto, y cuando se vuelve moralmente errado hacerlo así, tendría que
desobedecer a la ley, sin im portar las consecuencias que yo tenga que su­
frir. La moralidad es ciertamente más amplia que la legalidad —tanto des­
de el punto de vista objetivo como del subjetivo—. La ley formal no regula
todo dominio de la acción, mientras que, desde el punto de vista subjeti­
vo, la moralidad debería hacerlo. La conciencia moral puede aceptar la
necesidad de la ley y de las sanciones porque no somos dioses, no siempre
somos morales y por lo tanto necesitamos limitaciones externas en cien-
tos casos. Pero si el componente moral de la ley es equivalente a lo que
pueden llegar las reflexiones morales de un actor individual, entonces no
hay ninguna necesidad de una teoría ética separada para la política. ¿Por
qué desarrollar entonces una ética del discurso?
En el contexto moderno, existen dos razones por las que no podemos
pasar directamente de la moralidad a la legalidad o resintetizarlas, por
decirlo así. Primero, como es bien sabido, los modernos vivimos en un
universo moral plural —la pluralidad de los sistemas de valores, de los
modos de vida y de las identidades sería violada si las leyes o las decisio­
nes políticas se hicieran desde el punto de vista de alguna de ellas—. Por
lo tanto, todo buen liberal puede argum entar en contra de convertir un
punto de vista moral en único y absoluto para toda la sociedad. Hacerlo
así llevaría a que la dignidad individual y los derechos estuvieran subyu­
gados a los intereses del bienestar general o a violar la integridad de aqué­
llos que no com parten el concepto particular de buena vida que se ha
vuelto dominante. No tedas la acción, ni siquiera la acción moral, puede O
debe ser regulada institucionalmente.
La segunda razón, y más convincente, por la que no podemos igualar la
dimensión obligatoria de las normas sociales/pólíticas con lo que motiva
incluso al actor moral posconvencional es que la génesis de la legalidad, a
diferencia de la moralidad, puede y debe implicar en principio al discurso
real. Ciertamente, el propio Habermas tiende a fusionar la m oralidad y la
legalidad porque correctamente observa que el examen moral implica un
diálogo interno al que se aplican las reglas de la argum entación.11 Así,
parecería posible, si uno siguiera estas reglas y considerara los efectos
colaterales potenciales de una máxima sobre las demás, que uno puede
llegar al mismo juicio^al que conduciría un discurso real. Sin embargo, la
diferencia central entrrtm diálogo virtual y uno real continuaría persis­
tiendo: sólo un diálogo rMtaiLqiKf todos los interesados puedan partid-
408 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

par en términos iguales de m utuo reconocimiento im plicaría una inver­


sión de las perspectivas y nos daría o reafirm aría un nosotros, una colecti­
vidad solidaria, con una identidad colectiva y la capacidad para articular
un interés común o general. Como lo indicó desde hace mucho Hannah
Arendt, sólo en un espacio público pued$ surgir la opinión pública. Inclu­
so si uno im aginara un sujeto moral ideal, capaz de considerar todos los
argumentos posibles de todos los interesados, el resultado no convergería
autom áticam ente con el juicio político de un público debidamente consti­
tuido, porque faltaría la identidad colectiva emergente, relevante. En el
mejor de los casos, un juicio moral autorreflexivo, idealizado, puede im­
plicar tolerancia de otros y de diferentes argumentos, pero no puede dar­
nos o reafirm ar la solidaridad de una colectividad o un entendimiento de
lo que es nuestra realidad colectiva y, a partir de ésta, lo que nuestros
intereses generales podrían ser. No obstante, éste es el dominio objeto de
las norm as institucionalizadas. Tampoco nos daría alguna visión de pers­
pectivas totalm ente diferentes de las nuestras, y así faltaría la posibilidad
de una solidaridad con la diferencia y los límites que esto implica sobre la
regulación normativa. De hecho, es muy posible que un juicio pueda ser
moral y, no obstante, no ser justo. En nuestra interpretación, la ética del
discurso implica que la justicia de la justicia, la legitimidad y la fuerza
normativa de la ley, se derivan en principio de la formación de la voluntad
democrática y de la articulación de un interés general en la norma. Desde
el punto de vista de la moralidad, una ley im puesta por un déspota ilustra­
do podría ser moral según el punto de vista personal de todos, y podría
incluso articular un interés general (el bien común). No obstante —y éste
es el límite del punto de vista de la conciencia moral— incluso aunque
fuera moral, incluso si llegara a coincidir con lo que una com unidad hu­
biera acordado como su interés, no sería justa, porque la justicia requiere
que los que se ven afectados determinen esto por sí mismos, en un proce­
so discursivo de formación de una voluntad colectiva.
Resumamos lo que hemos argumentado hasta ahora. /) La división
entre moralidad y legalidad es un logro im portante y característico de la
modernidad. 2) La ética del discurso proporciona el núcleo de una teoría
normativa de legitimidad política y de una teoría de los derechos, pero no
puede servir como una teoría moral que influya en las elecciones de los
individuos en todas las áreas de la vida. 3) Interpretam os el significado de
justicia siguiendo las líneas de un concepto de legitimidad democrática y
derechos básicos. De acuerdo con lo anterior, el dominio objeto de la ética
del discurso comprende las normas institucionalizadas que llevan consi­
go sanciones legales. 4) La ética del discurso otorga autonom ía a otros
modos de razonam iento m oral. 5) Basada en la teoría de la acción
comunicativa, la ética del discurso puede explicar el aspecto obligatorio
LA ÉTICA DEL DISCURSO Y LA SOCIEDAD CIVIL 409

de las normas sociales que es diferente de las sanóiones que van ligadas a
ellas. 6) Se puede hacer a las instituciones políticas e instituciones legales
responsables ante el discernimiento moral, sin implicar el colapso de la
legalidad y de la moralidad. En realidad, en las democracias constitucio­
nales con sociedades civiles, los principios de la legitimidad democrática
y de los derechos básicos son ya, en última instancia, la fuente para justi­
ficar las normas y los procesos políticos.

L a a c u s a c i ó n d e a u t o r i t a r is m o

La acusación de autoritarismo, presentada específicamente contra la ver­


sión de la ética del discurso de Habermas, afirma que el enfoque en el con­
senso racional implica una supresión jacobina-bolchevique de las formas
de vida independientes y, por lo tanto, de la sociedad civil. Empezaremos
refutando esta acusación y desarrollando una versión de la ética del dis­
curso que sea inm une a la misma. Nuestro siguiente paso será negar una
relación intrínseca entre la ética del discurso y cualquier ethos o Sittlichkeit
concreto o específico, a la vez que demostramos que esto no la deja como
algo m eramente formalista o vacío. De hecho, argumentarem os que la
ética del discurso tiene una afinidad electiva por un acuerdo societal que
permite que coexistan una pluralidad de formas de vida. De esta manera
esperamos m ostrar que, entre las versiones de la sociedad civil, sólo las
modernas son de im portancia para la ética del discurso.
Parece que contra la ética del discurso de Habermas se han hecho dos
acusaciones aparentem ente contradictorias: por una parte, el autoritaris­
mo y, por la otra, el excesivo formalismo. Supuestam ente es posible com­
binar estas dos acusaciones: o la ética del discurso es tan formalista que
lio tiene consecuencias institucionales o, si las tiene, inevitablemente tie­
nen implicaciones autoritarias. Preferimos tratar con estas acusaciones
por separado, ya que los temas de que se trata son totalm ente diferentes.
La acusación de autoritarism o tiene diversas variables. La prim era im­
plica una aplicación general de la crítica de Hegel a Kant, que relaciona
lit moralidad abstracta y el terror con la ética del discurso como un todo.
En este nivel, la objeción ha sido refutada con éxito por Albrecht Well-
mer.12 Objeciones más específicas descubren un potencial autoritario en
dos conjuntos particulares de distinciones hechas por Habermas: 1) entre
el consenso “empírico” y el "racional", y 2) entre los intereses “particulares”
y “universales” o "generales”. Según Robert Spaeman, por ejemplo, con
estas distinciones "el objetivo utópico de abolir la dominación sirve preci­
samente como legitimación de la dominación por parte de "ilustradores”
MUtodcslgnados.33 -----
410 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

1. Ciertamente es errado aplicar esta objeción a Habermas como si él sim­


plemente perteneciera a la generación anticapitalista, romántica, de mar-
xistas de principios del siglo XX. No obstante, la distinción entre el con­
senso "empírico" y el "racional" (si se le interpreta como si requiriera la
abolición de uno en aras del otro) realmente recuerda al desprecio de los
jacobinos-bolcheviques clásicos por las personas m eramente empíricas o
la clase trabajadora.
Sin embargo, Habermas ha tenido cuidado de evitar esta consecuen­
cia. Incluso después de rechazar la aplicabilidad plena de un modelo psi-
coanalítico de reflexión a una crítica de la sociedad, se aferra al supuesto
de que “sólo las técnicas del discurso (deben ser utilizadas) para estable­
cer las condiciones en que pueden iniciarse posibles discursos".34 Va más
allá de ese modelo insistiendo en que, en el discurso cuya función es esta­
blecer o restablecer el discurso "sólo puede haber participantes", porque
ninguno puede tener "un acceso privilegiado a la verdad”.35 La consecuen­
cia del argumento de Habermas, en otras palabras, no es la de rem plazar
forzosamente la condición de un tipo de discurso con las de otro, sino
establecer nuevas formas lado a lado con las antiguas y, quizá, revitalizar
las formas existentes de la vida pública. En realidad, Habermas niega ex­
plícitamente un discurso privilegiado de intelectuales o de organizacio­
nes políticas que desempeñarán un "papel principal” respecto a los proce­
sos empíricos de la comunicación.36
Es Albrecht Wellmer, sin embargo, el que va más lejos en una dirección
antiautoritaria al m anifestar francamente que el consenso real por necesi­
dad implica el consenso de hecho.11 Entonces, ¿cómo podemos decir cuán­
do un consenso empírico es racional? Dudar de la racionalidad de un con­
senso empírico significa, o proponer argumentos contrarios específicos, o
dudar de la racionalidad de los participantes. Sin embargo, esta última no
se puede alcanzar con ayuda de las condiciones estructurales de la situa­
ción de comunicación ideal. La duda sigue siendo una hipótesis que sólo
puede sostenerse realizando un nuevo discurso y llegando a un nuevo acuer­
do: los participantes deben reconocer su sinrazón previa. Como lo expre­
sa Agnes Heller, las normas del argumento, junto con la insistencia en un
diálogo real abierto a todos, implican un proceso democrático de forma­
ción de la voluntad tal que la voluntad general sólo podrá ser, después de
todo, la voluntad de todos.38 Incluso si un consenso es el producto de una
"sociedad organizada racionalmente", que permite tanto el discurso como
el disentimiento en sus espacios públicos, no podemos suponer que la
racionalidad del procedimiento garantiza la verdad absoluta o lo correcto
del resultado. La verdad de las normas no puede ser establecida de una
vez por todas. El contenido de un consenso racional no es necesariamente
cierto —nosotros lo consideramos racional debido a las norm as procesa-
LA ÉTICA DEL DISCURSO Y LA SOCIEDAD CIVIL 411

les; verdadero debido a los buenos fundamentos'que ofrecemos en la dis­


cusión y que son aceptados como tales—.39Pero podemos estar equivoca­
dos o, para expresarlo mejor, las clases de razones que estamos dispuestos
a aceptar pueden cam biar con el tiempo. En el mejor de los casos, pode­
mos llegar a un fundamento racional de la convicción de la verdad a la
que debemos tratar como cierta pero que, a pesar de esto, nosotros, como
reflexivos modernos, debemos considerar falible y abierta a nuevos argu­
mentos. Así, la idea de un consenso racional no significa la obtención de
la verdad absoluta. La posibilidad de estar de acuerdo en las normas ¡im­
plica la posibilidad de un desacuerdo racional! En resumen, un consenso
empírico racional —el producto del discurso— está abierto al aprendizaje
y, por supuesto, al disentimiento.
2. Si la distinción entre el consenso racional y el empírico (relacionada
con las dimensiones procesales de la formación de la voluntad colectiva)
puede ser protegida así contra las implicaciones autoritarias, la distinción
entre los intereses particulares y los generales (ligados al principio de la
universalización) expone a Habermas una vez más a estas acusaciones,
en esta ocasión respecto a cuestiones de contenido y no de forma. Como
ya se dijo, la ética del discurso pone a prueba la validez de las normal
según articulen o no intereses generalizables. Tanto en sus primeras
formulaciones como en las más recientes, Habermas sostiene que la ética
del discurso introduce interpretaciones de las necesidades en las discu­
siones de las normas, de modo que un consenso libre de limitaciones per-
mite sólo lo que todos pueden desear.40 Únicamente si las norm as expre­
san intereses generalizables, además de ser el producto de una voluntad o
acuerdo general, están basadas en un consenso racional y verdadero. Sin
embargo, en vista de la tesis de que, en sociedades basadas en clases,
formalmente democráticas, capitalistas, los resultados de los procesos
.discursivos empíricos sifpFfftien los “intereses generalizables”, Habermas
lia recurrido repetidamente al lenguaje condicional de la atribución: "es-
laría de acuerdo si [ellos] ingresaran en un discurso sin restricciones",
etc.41 El status que le da a esas atribuciones es sólo el de hipótesis social-
científica que requiere comprobación y conformación en los procesos reales
de la discusión práctica. No obstante, la teoría es ambigua en este nivel.
Mientras que las “normas redimibles discursivamente" o los intereses ge­
nerales universalizables deben "ser formados y descubiertos en los proce­
sos del discurso práctico”,42 Habermas también parece im plicar que, en
.sentido riguroso, sólo desde la "perspectiva de la tercera persona, diga­
mos el científico social", puede aplicarse críticamente el modelo de los
Intereses generalizablesvEn textos anteriores, Habermas habló de "inte­
reses generalizables supronidos" con el propósito de relacionar la teoría
críticamente con aquellos liltormtl sociales que impiden el surgimiento
412 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

de las condiciones necesarias para el discurso práctico. El punto de vista


aparentem ente objetivo que postula para la ciencia social (el del que no
participa y que llega "monológicamente” a los verdaderos intereses gene­
rales) parece corresponder al antiguo punto de vista leninista o de Lukács
utilizado para distinguir entre lo "universal" "real” y los intereses particu­
lares "empíricos", "falsos”. El status ambiguo del concepto de los intere­
ses generalizables suprimidos deja así expuesto a Habermas a la acusa­
ción de autoritarism o.
Una forma de evitar esta acusación sería argum entar que el modelo de
intereses generalizables no es tan central para la ética del discurso como
han sostenido algunos intérpretes, incluyendo al propio Habermas. Es
cierto que Habermas insiste en que la satisfacción de los intereses no debe
ser necesariamente un juego de suma cero, y que de hecho algunos intere­
ses en todas las sociedades son generalizables. No obstante, uno puede
argum entar que la ética del discurso podría sobrevivir una situación em­
pírica que en gran medida fuera la contraria. Suponiendo sólo los intere­
ses particulares, el discurso que se necesita para llegar a un acuerdo sobre
las reglas de su coordinación puede considerarse todavía como una ex­
presión de lo general. Incluso un compromiso estable necesita bases nor­
mativas y se basa en un consenso respecto a su carácter obligatorio, ya
sea tradicional o discursivo. Habermas tiene la tendencia a interpretar la
pluralidad en términos individualistas, a las formas grupales de la plurali­
dad como particularistas y al compromiso como estratégico.43 No obstan­
te, él insiste ahora en la necesidad de ubicar discursivamente las fronteras
de la generalidad y la pluralidad, del consenso y el compromiso, dándole
a todos estos términos un fundamento comunicativo.44
En su texto más reciente sobre el tema,45 Habermas ha corregido su
formulación anterior en que el compromiso parecía corresponder al fra­
caso de la acción comunicativa. Todavía distingue entre el esfuerzo de
todos los interesados por aclarar lo que es de interés com ún y el esfuerzo
de aquéllos que buscan el compromiso para llegar a un equilibrio entre
intereses particulares en conflicto. Pero ha llegado a ver que el compro­
miso obligatorio también requiere condiciones específicas. Los que parti­
cipan en un compromiso obligatorio suponen que puede lograrse un equi­
librio justo sólo si todos los interesados pueden participar en términos
iguales. “Pero estos principios de la formación de compromiso a su vez
requieren discursos prácticos reales para su justificación."46 Una relación
no estratégica de la estructura del compromiso que implica aceptar su
normatividad subyacente es el sine qua non para que ocurran com prom i­
sos estables. Las reglas del juego se deben tom ar en serio. Si la estructura
del propio compromiso tiene la capacidad de obligar, entonces está en el
interés común de todos.
LA ÉTICA DEL DISCURSO Y LA SOCIEDAD CIVIL 413

Los fundamentos comunicativos del compromiso entre una pluralidad


de intereses particulares pueden fortalecerse si el caso típico de una "forL
mación racional del acuerdo” fuera interpretado como el de un argumen­
to racional en favor de una pluralidad de puntos de vista, formas de vida o
intereses que pueden conducir a un compromiso. Según Wellmer, el índi­
ce de particularidad que va ligado a las situaciones humanas no debe ser
considerado una "posible limitación a la autodeterm inación racional y a
la comunicación”, sino como "momentos circunstanciales" que deben in­
cluirse dentro del concepto de razón. "Exactamente donde la unificación
no puede lograrse, por lo menos todos deben tener el mismo derecho de
que se escuchen sus argumentos y de participar en las decisiones."47 Así,
se vincula la generalidad no al contenido de los intereses, sino a la estruc­
tura que les permite a todos articular sus intereses particulares, y esto es
lo que conduce a un compromiso válido y obligatorio.
Tan atractiva como es esta solución al problema presentado por la con­
cepción del interés general, no es del todo convincente. En realidad,
I labermas ha tratado explícitamente con otra versión de este argumento,
la de Ernst Tugendhat, y la ha rechazado. Tugendhat intentó igualar la
argumentación con los procesos de formación de la voluntad colectiva y
eliminar la dimensión cognitiva de la teoría de la ética comunicativa.4*
Sobre la base de la posición de que todo “acuerdo racional” es de hecho
un acuerdo empírico, argum enta que el tema es sólo el de elaborar princi­
pios para la participación simétrica, igual, en los actos de elección colec­
tiva. En este caso los problemas de justificación no son relevantes —los
actos de elección colectiva son actos de voluntad, no de razón—.
Contra esta posición, Habermas indica que el precio de elim inar la di­
mensión cognitiva de la ética del discurso es que ya no somos capaces de
diferenciar entre la aceptación social de facto de una norm a y su validez.49
Si remplazamos el UnpatWiUchkeit, del juicio por el Unbeinflussbarkeit de
la formación de la voluntad, ya no podemos decir por qué incluso el pro­
ducto de una elección colectiva unánime tiene que ser obligatorio, si no lo
subyace ningún principio además del acuerdo momentáneo. Ésta es la
objeción clásica contra las teorías de la formación de la voluntad demo­
crática y del gobierno de la mayoría. Un consenso meramente empírico
no produce por sí mismo una obligación legítima. Ni, en ese caso, tam po­
co es estable. Además, no tiene ningún carácter de autoridad si se le pue­
de cam biar a voluntad y si depende sólo de un acuerdo momentáneo. Así,
I labermas repite su énfasis en la centralidad de la idea del interés general
para la ética del discurso.
La insistencia en el copiponcnte cognitivo de las norm as también tiene
la finalidad de servir comOxtaae a una réplica al decisionismo inevitable
que por lo general acempáflairta-teafíde Wcber de la guerra de loi dioica,
414 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

es decir, de la pluralidad irreductible e incluso de lo irreconciliable de los


valores en las sociedades modernas. Habermas sostiene que podemos dar
bases racionales para un reconocimiento intersubjetivo de las pretensio­
nes de validez sin recurrir a la metafísica o al dogmatismo. Tales preten­
siones de validez de las normas no estáp, por lo tanto, localizadas en actos
de voluntad irracionales de las partes contratantes, sino en un “reconoci­
miento motivado racionalm ente de las normas, a las que se puede poner
en duda en cualquier momento".50 El hecho del pluralismo no necesaria­
mente significa que es imposible separar, mediante argumentos, los inte­
reses generalizables de los que son y seguirán siendo particulares. No obs­
tante, insiste en que
el componente cognitivo de las normas no se limita al contenido propositivo de
las expectativas de conducta normada. La pretensión de validez normativa es
en sí misma cognitiva en el sentido de la suposición (sin embargo lo contraria
a los hechos), de que puede ser redimida discursivamente por medio de la pre­
sentación de razones y de la obtención de discernimientos, es decir, basada en
el consenso de los participantes por medio de la argumentación.51
Habermas confunde varias cuestiones diferentes. Insistir en que el ca­
rácter cognitivo de un interés general es lo que da validez a una norma
confunde varios significados del térm ino “cognitivo". Una cosa es argu­
m entar que los principios de la argumentación pueden proporcionar una
m etanorm a a la cual pueden recurrir los participantes al som eter a prue­
ba los resultados (normas) de un consenso empírico ya existente. Otra muy
diferente es localizar el estándar para la validez de las norm as en un con­
cepto del interés general que, por su misma naturaleza, es posible descu­
brir desde el punto de vista social-científico o del observador. La última
estrategia revive una falacia naturalista que iguala a la generalidad obje­
tiva de los intereses con la universalidad de las normas. En realidad,
Habermas parece estar confundiendo dos significados de "racionalidad”,
a los que en otras partes se esforzó en diferenciar. El proceso racional de
llegar a un acuerdo implica principios de argumentación que son cogniti-
vos en el sentido de que podemos someterlos a prueba en el discurso. No
obstante, los procesos de presentar y argum entar pretensiones de vali­
dez respecto alo correcto de una norm a son diferentes de la racio n a­
lidad o carácter cognitivo de las pretensiones de verdad implicadas en las
exposiciones de hechos. Tratar las pretensiones de validez normativa como
pretensiones de una verdad cognitiva confundiría los dominios objeto es­
tudiados por los discursos práctico y teórico respectivamente. El discurso
práctico se refiere a un mundo (el “mundo social”) experimentado e inclu­
so reconstruido en la actitud performativa, es decir, la actitud de los par­
ticipantes. Está implicado en una doble herm enéutica y siempre depen-
LA ÉTICA DEL DISCURSO Y LA SOCIEDAD CIVIL 415

de de las pretensiones de validez que hacen los actores sociales relevan­


tes. El discurso teórico, incluso sobre la sociedad, requiere objetivar a los
actores sociales y sus acciones. El lenguaje de los intereses generales o
generalizables es teórico en este sentido. Remplaza a las opiniones de los
participantes sobre lo que ellos quieren, necesitan y desean con un juicio
objetivo (basado en un análisis) sobre sus intereses. De este modo, el énfa­
sis que pone Habermas en el criterio de los intereses generales, en res­
puesta a la renuncia de Tugendhat a las pretensiones de racionalidad con­
tenidas en las metanormas de la argumentación, se basa en la prueba
discursiva ¿quivocada. La generalidad de los intereses no proporciona la
validez de la norma. De hecho, la idea de que la legitimidad de una n o r­
ma dependa del hecho de que refleja un interés general hace que el con­
senso sea superfluo, porque implica que como la norm a refleja ese interés
(sin im portar de qué m anera se descubra éste) de esto se derivará el con­
senso sobre su validez. En resumen, el consenso seguirá a la validez en
vez de lo contrario.52
La negativa de Tugendhat de que las bases metateóricas del discurso
tengan alguna im portancia y la insistencia de Habermas en el concepto
del interés general como un estándar para com probar la validez de las
normas representan dos soluciones erróneas al problem a de la obliga­
ción. La prim era implica arbitrariedad; la segunda, objetivismo. En favor
de Habermas hay que reconocer que está consciente de las dificultades
que enfrenta un modo reflexivo de justificación en el contexto del plura­
lismo de valores, la ley postradicional y el razonamiento moral poscon-
vcncional. La parte viable de su respuesta es su insistencia en que la obje­
tividad (Unparteilichkeit) de juicio está arraigada en la propia estructura
de la argumentación —no se le introduce como un valor desde el exterior
porque nosotros lo elijamos—.53Aunque todo consenso sólo puede ser empí­
rico, esto no significa q u ed es quedemos con una voluntad colectiva arbi­
traria. Pueden darse bases racionales no sólo para la verdad de los valorés
per se, sino también para su incorporación en las normas sociopolíticas,
Los principios de la argumentación pueden proporcionar una m etanorm a
(la reciprocidad simétrica) a la que pueden recurrir los participantes al
someter a prueba los resultados (normas) de un diálogo empírico. La ra­
cionalidad de un consenso puede someterse a prueba refiriendo las pre­
tcnsiones de validez a los metaprincipios que son los únicos que pueden
hacerlas válidas y obligatorias. Así, los principios del discurso que im­
plican tanto la consideración de todo argumento racional como el respeto
a lodos los que son capaces de argumentar, nos permiten llegar a lo que es
correcto normativamente. Ésta es la parte convincente de la posición de
Habermas.
Pero aún no queda claro el papel del concepto de "interés general" y de
416 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

lo que el “principio de universalización" añade a los principios del proce­


dimiento argumentativo de la ética del discurso. Si los "intereses genera­
lizares" se refieren a interpretaciones “burdas” de las necesidades, en­
tonces sería legítima la objeción que por prim era vez presentó Hume y
que repite Agnes Heller de que una discusión en torno a intereses y a
necesidades no podría ser concluyente.54 Por otra parte, ya hemos demos­
trado que si el concepto del interés general se refiere a los intereses obje­
tivos de un grupo, entonces esto no puede ser usado como el criterio para
determ inar lo correcto de las normas sin implicaciones autoritarias.
No obstante, el concepto de interés es im portante para nuestra inter­
pretación de la ética del discurso. Sugerimos que el térm ino "interés gene­
ral” debe ceder su lugar, o más bien su prioridad, a la idea de “identidad
común". En las sociedades caracterizadas por una pluralidad de sistemas
de valores, modos de vida e identidades individuales, la ética del discur­
so proporciona una forma de descubrir o reafirm ar lo que tenemos en co­
mún, si es que algo tenemos, quienes nos interrelacionam os y quienes
somos afectados por las mismas decisiones y leyes políticas. Como se dijo
antes, mediante el discurso afirmamos y en parte constituimos quiénes
somos, y bajo qué leyes queremos vivir juntos, aparte de nuestras identi­
dades y diferencias personales o particulares —es decir, cuál es nuestra
identidad colectiva como miembros de la misma sociedad civil—. Inter­
pretado de esta m anera, el descubrimiento de los intereses generalizables
en la discusión implica algo anterior, es decir, que a pesar de nuestras
diferencias, hemos descubierto, reafirmado o creado algo en común que
corresponde a una identidad social general (que a su vez está abierta al
cambio). Una discusión pública puede mostrarnos que, después de todo,
sí tenemos algo en común, que somos un nosotros, y que estamos de acuer­
do en, o presuponemos, ciertos principios que constituyen nuestra identi­
dad colectiva. Estos se convierten en las dimensiones del contenido de las
normas legales legítimas y en la base de la solidaridad social. La identidad
colectiva de una comunidad puede entonces proporcionar el criterio mí­
nimo, respecto al contenido, de la legitimidad de las norm as en el sentido
negativo como aquello que no puede ser violado.
En sus obras sobre los problemas de legitimización, Habermas ha m a­
nifestado explícitamente que la afirmación de legitimidad está relaciona­
da con la conservación social-integradora de una identidad social deter­
m inada normativamente. “Las legitimizaciones sirven para probar esta
pretensión, es decir, para m ostrar de qué m anera y por qué las institucio­
nes que ya existen (o que se recomienda que existan) son capaces de em­
plear el poder político de tal m anera que los valores constitutivos de la
identidad de una sociedad se realizarán.”55 La integración social, la soli­
daridad social y la identidad colectiva son referentes "societales” (en tén-
LA ÉTICA DEL DISCURSO Y LA SOCIEDAD CIVIL 417

minos de Habermas, el mundo de vida) de las pretensiones normativas a


la legitimidad política por parte de las formas de organización política.
Mientras que el sistema político-administrativo no puede crear identidad
(o significado), su pretensión de legitimidad implica la no violación de la
identidad colectiva y el refuerzo de la solidaridad social y de la integra­
ción social.56
Es posible objetar que recurrir al concepto de identidad colectiva sim­
plemente traspasa a otro nivel los problemas mencionados antes que se
refieren al concepto de los intereses generales. ¿Qué le impide a una iden­
tidad colectiva determinada ser autoritaria? ¿De quién será la interpreta­
ción de la identidad de grupo que habrá de prevalecer? ¿Cómo puede ser
algo más que particular y por qué presentar afirmaciones universalis­
tas para defenderlas? La respuesta se encuentra en las peculiaridades de
una identidad colectiva que tiene como su componente central los prin­
cipios de legitimidad democrática y de derechos. El principio de legiti­
midad democrática implica que las condiciones de la justificación —los
procedimientos y presuposiciones de los propios acuerdos racionales—
adquieren fuerza legítima y se convierten en bases legitimadoras (meta-
normas), que remplazan a principios de justificación materiales como
naturaleza o Dios.57 El principio de la legitimidad democrática implica un
nivel de justificación que se ha vuelto reflexivo y un principio procesal
que es universalizable. Esto significa que el principio procesal moderno
de la legitimidad dem ocrática presupone una orientación postradicio­
nal, posconvencional, hacia nuestra propia tradición, o por lo menos a
los aspectos de nuestra tradición e identidad colectiva que se han vuelto
problemáticos. Además, implica que sólo aquellos aspectos de nuestra
identidad colectiva y tradición común que son com patibles con los prin­
cipios de la legitimidad democrática y los derechos básicos pueden pro­
porcionar el contenido d®*w»rmas políticas válidas. El hecho de que la dis­
cusión y los principios democráticos constituyen una parte de nuestra
tradición opera contra la tendencia autoritaria del concepto de la identi­
dad colectiva, porque significa que sólo podemos aceptar como insumos
válidos para las norm as sociopolíticas aquellas dimensiones de nuestra
cultura política que no violan las metanormas de la resolución de conflictos
discursiva.
Tratemos de aclarar nuestra argumentación para rem plazar "interés
general” por "identidad colectiva" como el referente sustantivo de una
ética del discurso definida procedimentalmente, retornando después a este
problema. Proponemos nuestra interpretación como una alternativa a tres
posiciones que resultan Inaceptables por razones diferentes. Primero está
la propia posición de Ilabermus que hace de los intereses generalizabas
el punto central de un nuevb'prindplo de universalización. Esto neccsa-
418 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

ñám ente hace de una categoría objetiva —una que está abierta al análisis
desde el punto de vista de la tercera persona— el núcleo de la formación de
la voluntad discursiva, pero tiene consecuencias autoritarias inevitables que
el propio Habermas no desea. Segundo, está la posición opuesta que evita el
problema de los intereses generalizables identificando a todos los consen­
sos como algo meramente empírico y convirtiendo al propio acuerdo em­
pírico en el objetivo de los procedimientos discursivos. Los resultados de
los consensos empíricos se convierten entonces, por definición, en la jus­
ticia en el sentido político. Creemos que las objeciones de Habermas a
esta posición (inestabilidad y una extrema variedad de resultados que puede
conducir a un escepticismo moral similar al del positivismo legal y, en
especial, del realismo legal) son correctas. Una tercera posición (como la
de Karl-Otto Apel) busca evitar el problema de los intereses generalizables
insistiendo en el consenso racional (en vez del empírico) como un fin en sí
mismo. Quienes participan en una argumentación, según esta interpreta­
ción, deben buscar institucionalizar y difundir la institucionalización del
discurso racional con el fin de evitar contradicciones performativas. Pero
este enfoque tiende a devaluar todo discurso real o empírico en nombre
de una situación contrafáctica que siempre está desapareciendo y que,
por lo tanto, no puede ni siquiera empezar a especificar sus propias condi­
ciones de institucionalización.
Nuestra posición implica dos pasos interrelacionados. Primero, empe­
zamos con las norm as empíricas, las tradiciones y los consensos que afir­
man ser democráticos, pero sostenemos que pueden ser evaluados (por
los participantes) en términos de su grado posible de racionalidad y de­
m ocratización, esto es, a la luz de las m etanorm as proporcionadas por
la ética del discurso. Segundo, seguimos conscientes, a pesar de todo, de la
inestabilidad de los resultados incluso en el caso de consensos empíricos
debatidos racionalmente y procuramos rem ediar esto mediante un argu­
mento basado en la identidad colectiva en prim era instancia y en los inte­
reses generales y la solidaridad social en segunda. Nos concentramos en
los procesos reales del discurso público que pueden (si se les racionaliza o
democratiza) constituir o reafirmar una identidad colectiva democrática,
racional, o una cultura política. En esos contextos, la ética del discurso
proporciona los estándares con los cuales seleccionar aquellos aspectos
de nuestra tradición, identidad colectiva y cultura política, que deseamos
conservar y desarrollar y que pueden proporcionar el contenido para noi>
mas legítimas. Los procesos de comunicación pública constituyen el no­
sotros de la acción colectiva, ciertamente antes de que sea posible pregun­
tar (hablando en términos formales) cuáles pueden ser los intereses de
una sociedad o de un grupo y antes de que puedan estudiarse las condi­
ciones de solidaridad de sus miembros entre sí.
LA ÉTICA DEL DISCURSO Y LA SOCIEDAD CIVIL 419

Por supuesto, ninguna identidad colectiva es sencilla o exclusivamente


autorreflexiva, ni puede ser universal en todos sus aspectos. Los princi­
pios universalizables de la legitimidad democrática y de los derechos bá­
sicos sólo pueden ser componentes de una identidad común, no la totali­
dad de la misma. Su reproducción en el nivel simbólico presupone el
descubrimiento o reapropiación de las tradiciones, memorias colectivas,
patrones prexistentes de interacción, valores establecidos y prácticas rele­
vantes (mundo de la vida) que son las fuentes de solidaridades que pue­
den sostener el núcleo racional de una identidad colectiva política. Desde
el punto de vista de una identidad colectiva posconvencional, discursiva,
esta reapropiación debe ser postradicional, es decir, crítica en relación
con la tradición. Debe seleccionar las tradiciones del discurso y de la soli­
daridad empírica que no son compatibles con una identidad colectiva
posconvencional y establecer una relación muy crítica con ellas. Estas úl­
timas no pueden servir como el contenido de normas políticas. Así, mien­
tras que cualquier identidad colectiva es por definición particular, los que
son capaces de tener una relación crítica con sus propias tradiciones pue­
den desarrollar contenido que no es incompatible con los principios de la
resolución de conflictos discursiva. Sin im portar lo que hayamos sido,
nosotros como miembros de sociedades civiles modernas ahora partici­
pamos en una cultura política predicada con base en el principio de que
debemos resolver los conflictos discursivamente. En otras palabras, tene­
mos algo más que el mero procedimiento discursivo limitado y restringi­
do temporalmente para validar nuestras decisiones y abarcar nuestra iden-
tidad colectiva (que de otra m anera sería muy frágil) y no tenemos que
depender de intereses interpretados objetivamente para este "más". El dis­
curso público libre que afirma nuestra identidad tiene una tradición que
le da a esta identidad sustancia en el transcurso del tiempo. Así, el nivel de
generalidad buscado porfTctbermas puede, en prim era instancia, ser deri­
vado de la participación en el discurso. Pero se le puede fundam entar más
firmemente en discursos cuyo propósito sea renovar las tradiciones del
discurso que subyacen en el principio de legitimidad democrática en las
sociedades civiles modernas.
En nuestra definición, la identidad común no equivale al interés gene­
ral. No obstante, una vez que se ha establecido o reafirmado una identi­
dad común, entonces es posible llegar a una comprensión de lo que cons­
tituyen los intereses generales de la comunidad. Estos implicarían aquellas
Instituciones o acuerdos que se requieren para reproducir "materialmen­
te” (a diferencia de normativamente) la identidad colectiva relevante de la
comunidad. Aquí, el pum o de vista social-científico tiene un lugar. Por
ejemplo, es posible arguníiMStar, como lo hace Habermas, que diferenciar
entre sistema y m undo da l i vtdfryfcproducir alguna clase de economía
420 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

m oderna y de Estado político favorecen el interés general de todos los que


participan en la vida m oderna y tienen la correspondiente identidad co­
lectiva moral y cultural posconvencionales que esto presupone. Es posi­
ble, en resumen, especificar las precondiciones estructurales necesarias
para reproducir una identidad común cuyos principios han sido valida­
dos discursivamente. Aun así todavía tendríamos que argum entar en fa­
vor de que se generalicen estos intereses aum entando las pretensiones de
validez cognitiva en lo que se refiere a su verdad. Además, debemos estar
dispuestos al debate sobre si se requieren acuerdos institucionales especí­
ficos para nuestra identidad común, o si una variedad de acuerdos institu­
cionales puede servir a este fin, quizás algunos de ellos incluso mejor que
los que ya existen. En realidad, debemos tener en mente una im portante
distinción entre los requerimientos institucionales (intereses generales)
que son necesarios para la reproducción de una identidad colectiva pos­
convencional y aquellos que son contingentes. Ninguno llega a constituir
toda una forma de vida y el prim ero incluso puede tener equivalentes
funcionales. También debemos tener cuidado en evitar confundir los prin­
cipios de la legitimidad democrática y los derechos básicos o justicia con
algún acuerdo organizacional específico. Con estas estipulaciones, po­
demos dar un lugar a los criterios ofrecidos por el principio de universali­
zación, esto es, que los intereses justificados por normas válidas deben
ser generales. Esto no implica derivar objetivamente la legitimidad de la
norma.
El concepto de identidad colectiva también ayuda a resolver el proble­
ma de la estabilidad o autoridad de un consenso. Incluso si uno acepta
que los principios metateóricos del discurso argumentativo nos dan meta-
normas, ¿es posible m antener todavía que éstas se aplican sólo en contex­
tos empíricos y luego preguntar qué le da a estas aplicaciones su estabili­
dad o autoridad? No hay ninguna aplicación correcta única de las
metanormas. Esto significa que las aplicaciones pueden variar día con día,
de tradición a tradición, de forma de vida a forma de vida. En resumen,
todavía es posible sostener que después de todo nada se deriva realmente
de las metanormas. Nuestra respuesta es que la "identidad com ún” media
entre los metaprincipios y los intereses (que tam bién pueden variar) de un
grupo, proporcionando así la estabilidad y la autoridad de las aplicacio­
nes acordadas, aunque ellas tam bién siguen estando abiertas al cambio.
En el caso en que el m undo de vida m oderno y los órdenes políticos hacen
exigencias democráticas, la identidad común del grupo tiene dos compo­
nentes que le perm iten desempeñar este papel mediador:

1. la dimensión universal posconvencional, que implica la autorreflexión


y una actitud no tradicional ante normas problemáticas,
LA ÉTICA DEL DISCURSO Y LA SOCIEDAD CIVIL 421

2. la dimensión de una tradición particular, la fuente del contenido que,


sin embargo, implica (entre otros elementos) modos específicos de
institucionalizarlos discursos, los derechos básicos y las tradiciones
particulares para aplicar las metanormas. Cuando se las pone en
duda, éstas pueden quedar abiertas a la discusión sobre la base de la
actitud anterior sin que por esto se destruya la estructura de la iden­
tidad común.

Basarse en esta tradición no nos lleva de un autoritarism o a otro, de los


intereses generales concebidos objetivamente a una tradición herme-
néuticamente accesible a la que se trata como algo sagrado. Como la tra­
dición del discurso permite —e incluso requiere— una relación no tradi­
cional con ella mism a (obtenible sólo en procedim ientos discursivos
genuinos), la posibilidad de rechazar o renovar sus instituciones y proce­
dimientos concretos —e incluso de crear otros totalm ente nuevos en el
contexto de una identidad colectiva renovada— se convierte en algo dis­
ponible. Los únicos intereses realmente generales en la sociedad moder­
na están basados en esta identidad colectiva, a su vez arraigada en tradi­
ciones que se han vuelto autorreflexivas y autocríticas.
Incluso las sociedades modernas caracterizadas por el pluralismo de
valores y una pluralidad de grupos con diferentes identidades colectivas
no serían sociedades si no existieran principios compartidos que regula­
ran su interacción y si no hubiera ninguna identidad común (política)
compartida por sus miembros, sin im portar lo diferentes que puedan ser
entre sí. El pluralismo radical (la guerra de los dioses descubierta por la
filosofía y la sociología en el corazón de la sociedad moderna) no puede
ser tan radical que excluya la coordinación normativa significativa y la co-
munalidad, sin im portar lo mínima que sea, a la que todos reconocemos,
por lo menos implícitamqRfce* en la medida en que nos comunicamos y
' actuamos juntos.
A diferencia de la solidaridad mecánica presentada por Durkheim, ba­
sada en la homogeneidad de un solo grupo integrado por medio de una
Ñola identidad colectiva, en las sociedades civiles modernas es posible
compartir una identidad política colectiva mínima o "débil" entre una plu­
ralidad de grupos, cada uno con su propia versión particular de lo que es
"la vida buena”. Con la ética del discurso (restringida al dominio de la
legalidad) como su fundamento, esa identidad colectiva es capaz de ex­
presar a la comunalidad. Puede ser una fuente de solidaridad precisa­
mente porque puede ser un componente de las identidades de grupos so­
ciales muy diferentes. \
Este es el significado realde la Insistencia de Habcrmas en que el prin­
cipio de universalización tambWn cs una metanorm a implícita en toda
422 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

interacción comunicativa. Interpretado de esta manera, este principio no


puede tener implicaciones autoritarias.

La é t i c a d e l d i s c u r s o y l a v id a b u e n a
)

Nuestra interpretación de la ética del discurso introduce una dimensión


sustantiva en la discusión que tiene que ver con las acusaciones de formalis­
mo mencionadas antes. De hecho, puede objetarse que, en vista del carác­
ter procesal y formal de la ética del discurso, la introducción de considera­
ciones de identidad viola su status de teoría deontológica. El concepto de
identidad sí parece incluir supuestos sustantivos sobre lo que constituye
la "vida buena", implicando juicios sobre la validez de formas de vida par­
ticulares.58 Este problema es especialmente pertinente para nuestra inter­
pretación de la ética del discurso como principio político de legitimidad
(democrática) y de los derechos básicos, porque es posible ver los estánda­
res de legitimidad, así como las leyes de cualquier forma de organización
política como parte de su forma concreta general de vida (como articula­
ciones de su ethos o Sittlichkeit) y, por lo tanto, como algo particular. Pero,
las teorías éticas deontológicas separan las cuestiones de la “justicia" de los
juicios evaluativos sobre lo que constituye la vida buena. En el espíritu de
esa ética, Habermas ha descalificado a la ética del discurso como una que
nos puede proporcionar juicios sobre la validez o calidad de una forma de
vida o de una historia de vida particular.59 Por lo tanto, el consenso racio­
nal sobre la validez de una norma no. proporciona criterios para elegir
entre diferentes formas de vida o para desarrollar una jerarquía de inter­
pretaciones de necesidades.
Por otra parte, el principio de universalización de Habermas pretende
ser capaz de m anejar el contenido en la medida en que considera las inter­
pretaciones de necesidades de todos aquellos que pueden ser afectados por
una norma. Los discursos prácticos encuentran determinado su contenido
en el horizonte del mundo de la vida de un grupo social —aquí es de don­
de provienen las normas en prim er lugar—. El concepto de identidad co­
lectiva parece tener también un lugar aquí, después de todo. Así, nos en­
frentamos a una paradoja: la ética del discurso aparentem ente insiste a la
vez en que juzguemos y en que nos abstengamos de juzgar las formas de
vida.60
Desde el punto de vista de la teoría democrática, esta paradoja parece
inquietante. Puede plantearse en el siguiente problema: ¿de qué m anera
pueden las exigencias de solidaridad de los grupos sociales particulares
reconciliarse con las demandas más generales de justicia tanto dentro de
las sociedades pluralistas compuestas por muchos grupos como entre esas
LA ÉTICA DEL DISCURSO Y LA SOCIEDAD CIVIL 423

sociedades? Aquí están implícitas dos cuestiones:,el carácter deontológico


de la ética del discurso y el problem a de la motivación. Si la ética del
discurso trata de interpretaciones de necesidades, ¿cómo puede uno ex­
cluir los juicios relativos a los valores (que subyacen en las interpretacio­
nes de necesidades) o las formas de vida de su campo de estudio? ¿No
están en lo correcto los críticos al afirm ar que, sin esos juicios, sin la in­
tegración de asuntos sustantivos en la ética del discurso, ésta se convierte
en algo formalista, vacío y lebensweltlich "irrelevante"? No obstante, si la
ética del discurso implica una forma específica de vida, si presupone un
conjunto de valores y por lo tanto “un concepto oculto del bien” (Charles
Taylor), ¿cómo puede pretender ser universal o neutral respecto a mode­
los competitivos de la vida buena? ¿No representa sólo otro modelo más
entre muchos?61 Por otra parte, el problema motivacional que surge es el
de por qué actores de sistemas de valores- en conflicto estarán deseosos de
ingresar en un diálogo o de considerar que los puntos de vista de los otros
son válidos o que vale la pena escucharlos. Trataremos estas cuestiones
una por una.

El formalismo excesivo

La ética del discurso, al igual que todas las teorías procesales, parece vulne­
rable a la acusación de un formalismo excesivo.62 Parece excluir un interés
por el bienestar de los seres humanos y relegar consideraciones que se re­
fieren al "bien”. Se evitan preguntas como qué es lo que constituye una for­
ma armoniosa de vida social o la exitosa conducción de una vida indivi­
dual. En respuesta a estas objeciones, los críticos más favorables a Habermas
han introducido un principio adicional en la estructura general de la ética
del discurso. Postulan un criterio bajo el nombre de una ética de la benevo­
lencia, de la em patia, dgjgkintuición o del cuidado, como un legitimo
/ punto de vista moral autónomo que complementa las consideraciones de
justicia.63
El principal problema con estos enfoques es que implican una alterna­
tiva a la concepción de justicia de la ética del discurso, en cuyo nombre
puede suspenderse o descartarse, en vez de presuponer un puente que sea
capaz principalmente de mediar entre la justicia y el bien. Lo que por lo
común se supone aquí es una interpretación extremadamente limitada del
significado de justicia como algo que simplemente implica un tratam ien­
to justo o igual de las personas. En resumen, la justicia es reducida al
status de un principio (derechos iguales) y luego complementada por un
segundo principio, la benevolencia, y se considera que ambos son deri-
vublcs de un principio süperlor: el respeto igual por la integridad o digni­
dad de cada persona, Pero, como lo ha indicado correctamente Habermas
424 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

en su respuesta a un esfuerzo similar hecho por Lawrence Kohlberg, ese


enfoque no puede tener éxito, en parte porque se equivoca respecto al
concepto de la persona.
El respeto igual para cada persona e n g e n e r a l como sujeto capaz de acción au­
tónoma significa trato igual; sin embargo', el respeto igual para cada persona
c o m o s u j e t o i n d i v i d u a l , individualizado mediante una historia de vida puede
significar algo más bien diferente del trato igualitario: en vez de la protección
de la persona como un ser autodeterminador, puede significar el apoyo a esa
persona como un ser autorrealizador .64

El respeto a la integridad no implica el cuidado del bienestar de otra


persona. Además, un principio de benevolencia derivado del principio del
igual respeto se refiere sólo a los individuos y no al bienestar común o al
sentido de comunidad. Así, en la estrecha concepción de justicia supuesta
por los críticos más favorables a Habermas, las cuestiones del bien deben
aparecer como externas. Como tal, la justicia excluye la sensitividad an­
te la particularidad de cada individuo, a las consideraciones del bienestar
de la comunidad y a los intereses del "otro concreto". La justicia se tradu­
ce en libertades negativas y derechos subjetivos de las personas, y eso es
todo.
Estas interpretaciones pierden de vista la riqueza de las presuposicio­
nes comunicativas e Ínter subjetivas de la ética del discurso. El discurso es
una forma reflexiva de interacción comunicativa que implica más que el
trato igual a los afectados. El punto de partida analítico de la ética del
discurso no es una concepción de la individualidad soberana, desconecta­
da, incorpórea, sino más bien la infraestructura comunicativa intersub­
jetiva de la vida social diaria. Los individuos actúan dentro de relaciones
de reconocimiento mutuo en las que adquieren y afirman su individuali­
dad y su libertad intersubjetivamente. En el proceso de diálogo, todo par­
ticipante articula sus puntos de vista o interpretaciones de necesidades y
adquiere sus papeles ideales en una discusión práctica pública. Esta pro­
porciona la estructura en que el entendimiento de las interpretaciones de
necesidades de los otros se hace posible por medio de un discernimiento
moral y no sólo a través de la empatia. Es aquí donde la presencia de
comunalidades es sometida a prueba y se afirma potencialmente el respe­
to por la diferencia.
Habermas desarrolla estos temas en dos ensayos recientes en que usa
los conceptos de identidad y solidaridad sistemática por prim era vez.65 Es
capaz de mostrar que no hay necesidad de una teoría ética adicional para
complementar la teoría de la justicia porque todo el tiempo ha estado “for­
malmente” presente una dimensión "sustantiva". En resumen, Habermas
insiste en que el concepto complementario adecuado para la justicia no es
LA ÉTICA DEL DISCURSO Y LA SOCIEDAD CIVIL 425

la benevolencia, la empatia, la intuición o el cuidado, sino la solidaridad, y


que la justicia y la solidaridad no representan dos principios morales dife­
rentes, sino que son dos aspectos del mismo principio.
El argumento funciona de la siguiente manera: los seres humanos son
individualizados por medio de los procesos de socialización comunicativos
(Vergesellschaftung) en el contexto de una comunidad de habla y del m un­
do de vida compartido intersubjetivamente. Adquieren una identidad in­
dividual sólo como miembros de una colectividad y, simultáneamente,
por decirlo así, de alguna m anera adquieren una identidad de grupo. A
medida que se realiza más individualización, más se diferencia el mundo
de vida y más se ve implicado el individuo en una red densa y sutil de in­
terdependencias múltiples y recíprocas. En realidad, la extremada vulne­
rabilidad de las identidades individual y colectiva se deriva del hecho de
que "la persona forma un núcleo interno sólo en la medida en que simul­
táneam ente se externaliza en relaciones interpersonales producidas
comunicativamente".66 Las moralidades se han diseñado para proteger
las identidades vulnerables.
Los incrementos en la reflexividad, el universalismo y la individualiza­
ción que acompañan a los procesos de diferenciación implicados en la
modernización del mundo de vida, por supuesto refuerzan nuestra con­
ciencia de la vulnerabilidad crónica de la identidad individual y de la co­
lectiva.67 Pero es precisamente a través de los medios “discontinuos” de la
reivindicación discursiva de las pretensiones como la continuidad del sig­
nificado y de la solidaridad se mantiene en esas situaciones.

Debido a que los discursos son una forma reflexiva de acción orientada al en­
tendimiento que, por decirlo así, se sustenta en esta última, su perspectiva cen­
tral en la compensación moral por las debilidades profundamente arraigadas
de los individuos vulnerables sólo puede derivarse del propio medio de las inter-
. acciones mediadas lingüílffcéímente a las que los individuos socializados de­
ben su vulnerabilidad. Las características pragmáticas del discurso hacen posi­
ble la formación de una voluntad discernidora por la que los intereses de cada
individuo pueden tomarse en cuenta sin destruir los nexos sociales que vincu­
lan a cada individuo con todos los demás .68

Ciertamente, tanto las identidades colectivas como individuales esta­


blecidas por medio de los procesos de socialización necesitan ser reafir­
madas, puesto que requieren un reconocimiento mutuo permanente y están
continuamente abiertas al desafío y al cambio. Los individuos jam ás pue­
den conservar su identidad en aislamiento. La integridad del individuo no
puede asegurarse sin la Integridad del mundo de vida compartido inten
subjetivamente, la que hace posible sus relaciones intcrpersonales com­
partidas y sus relaciones de reconocimiento mutuo.
426 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

Habermas llama a esto "el aspecto doble del fenómeno moral": las dis­
posiciones morales para la protección de la identidad individual no pue­
den asegurar la integridad de personas individuales sin asegurar a la vez
la red vitalmente necesaria de relaciones de reconocimiento m utuo en
que los individuos puedan estabilizar sus frágiles identidades sólo m utua
y simultáneamente con la identidad de su grupo.69 De hecho, Habermas
insiste en que toda ética tiene dos tareas: debe asegurar la inviolabilidad
de individuos socializados requiriendo un trato y respeto igual para la
dignidad de cada uno de ellos, y debe proteger las relaciones intersubjetivas
de reconocimiento recíproco requiriendo solidaridad entre los individuos
como miembros de una comunidad en la que son socializados. Así, la
solidaridad está arraigada en la experiencia de que cada uno debe asum ir
la responsabilidad por el otro, porque como consociados todos compar­
ten un interés en la integridad de su contexto de vida común —en resu­
men, una identidad colectiva—. Entonces, desde la perspectiva de la teo­
ría de la comunicación, el interés por el bienestar de los demás y por el
bienestar general están relacionados estrechamente por medio del con­
cepto de identidad. La identidad del grupo y de individuos únicos se re­
produce por medio de relaciones intactas de reconocimiento mutuo. Por
lo tanto, el concepto complementario de la justicia debe serla solidaridad
y no alguna noción vaga de empatia o de benevolencia. Los principios
procesales de la justicia, entendidos en el sentido deontológico del respe­
to a las personas y del trato igual a los compañeros en el diálogo, requie­
ren de la solidaridad como su contraparte —son dos aspectos de la misma
cosa.70
Cierto es que Habermas no distingue, como lo hacemos nosotros, entre
la moralidad y los principios de la justicia. Para él, la ética del discurso
sirve para ambos. No obstante, la discusión anterior claramente se aplica
más adecuadamente a los temas de un principio político de legitimidad.
De conformidad con este punto de vista, la justicia se refiere a las iguales
libertades de individuos autodeterm inadores y únicos —las norm as legíti­
mas son las aceptadas por todos los participantes potencialmente afecta­
dos en un proceso discursivo. Así, la solidaridad se refiere tanto al interés
de los consociados, vinculados en el mundo de vida por la integridad de
una identidad común compartida, así como por las identidades indivi­
duales e incluso del subgrupo. Por lo tanto, las normas legítimas "no pue­
den proteger a uno sin proteger al otro: no pueden proteger los derechos y
libertades iguales de los individuos sin proteger el bienestar del com pañe­
ro de uno y de la comunidad a la cual pertenecen los individuos".71 Así, la
ética del discurso presupone a la vez la autonom ía y la integridad de los
individuos y su incorporación previa en una forma de vida intersubjetiva.
El mismo contenido de las reflexiones sobre la justicia de las normas se
LA ÉTICA DEL DISCURSO Y LA SOCIEDAD CIVIL 427

deriva de formas de vida compartidas o que se traslapan. Ésta es la fuen­


te del vínculo oculto entre la justicia y el bien común. La consideración de
los intereses en lo que respecta a su potencial para generalizarlos y pa­
ra llegar a un com prom iso respecto a ellos im plica así la consideración
de los aspectos "estructurales” de la “vida buena" que pueden ser gene­
ralizados desde el punto de vista de la socialización comunicativa y que
son característicos de todas las formas de vida —esto es, los requisitos de
respeto y protección de la integridad del individuo y de las identidades
colectivas.72
Esta dimensión estructural del bien que se encuentra dentro de la ética
del discurso proporciona el estándar de acuerdo con el cual el principio
de universalización debe operar, es decir, la articulación y la considera­
ción de los requerimientos de identidad de todos los individuos y grupos
afectados por una norma. Además de articular el estándar de equidad y de
respeto por los derechos abstractos de personas abstractas, los discursos
reproducen reflexivamente aquellos logros comunicativos intersubjetivos
(reconocimientos recíprocos) que reafirman y reproducen los componen­
tes centrales de las identidades individuales y de grupo. “Incluso aquellas
interpretaciones en que el individuo identifica las necesidades que le son
más peculiares a él mismo, están abiertas a un proceso de revisión en el
que todos participan [y que] añade la reciprocidad del reconocimiento
mutuo a la suma de las voces individuales."73 El concepto estructural del
bien que es operativo aquí puede por lo tanto formularse de la sig u ien te
manera: la institucionalización de cualquier norm a que puede causar u ií
daño irreparable a la integridad de las identidades de individuos y grupos
que están dispuestos a discutir y conformarse con los principios procesa­
les de la reciprocidad simétrica queda prohibida. Por supuesto, ésta es
otra forma de decir que los discursos no pueden legislar o juzgar formas
de vida. No obstante, aquíitay.implícito algo más. Como las interpretacio-
' ñcs de necesidades y las cuestiones de la identidad son incluidas en la dis­
cusión, el propio diálogo se orienta por los principios del respeto a las
dimensiones abstractas y situacionales de la personalidad, por una parte,
y por el mínimo de solidaridad requerido para m antener la identidad indi­
vidual o de grupo, por la otra.
Este concepto del bien responde a la acusación de un formalismo vacío
sin violar el status deontológico de la ética del discurso. El respeto por la
capacidad de cada uno para formular un modelo coherente de la buena
vida y de la solidaridad entre aquéllos que tienen diferentes formas de vida
y que no obstante com parten el mismo o diferentes mundos de vida que
se traslapan —y por lo átenos algunos aspectos clave de una identidad
colectiva política—, no favorece injustamente ningún modelo particular
del bien. 1N0 obstante ellos tándtbensweltliche relevantes! Ibmpoco equi-
428 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

valen a un concepto oculto, concreto del bien que debilita el carácter


deontológico de la ética del discurso (la acusación formulada por Taylor).
La práctica del discurso respeta tanto la individualización como las for­
mas de vida compartidas intersubjetivamente. Cada individuo debe ser ca­
paz de participar en los procesos solidarios del diálogo que presupone y
potencialmente reafirma la solidaridad, puesto que implica considerarla po­
sición del otro y una actitud abierta ante las necesidades de identidad del
otro. En realidad, la calidad de un Zusammenleben debe medirse tanto
por el grado de solidaridad y el bienestar que asegura, como por la medi­
da en que se considera que los intereses (requerimientos de identidad) de
cada individuo son considerados dentro del interés com ún.74
Esta discusión de los aspectos estructurales del bien internos a la ética
del discurso se basan a pesar de todo en la diferenciación entre el derecho
y el bien, entre lo universal(izable) y lo particular, entre las cuestiones de
justicia y las cuestiones que se refieren a la autorrealización de los indivi­
duos, es decir, sus historias de vida, requerimientos de identidad y formas
de vida particulares. Las interpretaciones de necesidades individuales
pueden, por supuesto, ser introducidas en los discursos para que poda­
mos descubrir qué dimensiones de éstas se pueden convertir en el conte­
nido de una norm a generalizable. Pero después de tal discurso, siguen
existiendo las dimensiones de las historias de vida, las concepciones del
bien y las formas de vida individuales que no pueden ser generalizadas y
que, por lo tanto, continúan siendo particulares. Incluso si establecemos
una línea divisoria entre el derecho y el bien después del discurso, el últi­
mo por definición hace surgir problema-s evaluativos que escapan a la
exigente lógica del discurso, porque implican diferencias sobre las cuales
no podemos llegar a un consenso y a las que no podemos juzgar por me­
dio de un discurso. Aquellos componentes necesariamente particulares
de la identidad individual y del grupo constituyen el límite del alcance de ■
la ética del discurso. Por lo que se ha dicho antes respecto a las estructu­
ras del reconocimiento m utuo dentro de las cuales se forman las identi­
dades individual y de grupo, está claro que Habermas cree que los princi­
pios de justicia no deben violar —de hecho, que deben proteger— la forma
de vida com partida intersubjetivamente de la cual obtienen sus recursos
la solidaridad y la autonom ía individual. Sin embargo, como los aspectos
estructurales de la vida buena pueden distinguirse de las totalidades con­
cretas de las formas de vida particulares (y de las historias de vida), conti­
núa vigente la pregunta respecto a la relación entre la ética del discurso
en su “concepción estructural del bien" y las necesidades de identidad
particulares, los valores, etc., de los individuos o grupos.
En la medida en que esas cuestiones no influyen en asuntos de justicia,
es decir, en la medida en que implican formas de conducta que ni desea-
LA ÉTICA DEL DISCURSO Y LA SOCIEDAD CIVIL 429

mos ver generalizadas más allá de un contexto específico ni ver entrando


en conflicto con cualquier principio de justicia, éstas se ajustan al estándar
de “aquello que no debe ser violado" o incluso sometido a pretensiones de
justicia que en principio son irrelevantes. De lo que se trata aquí es de es­
tándares de acción, de valores y de los componentes de las identidades
de los individuos o grupos que merecen reconocimiento (mutuo) como
un dominio de diferencia, de la elección personal, diferentes del dominio
al que deben aplicarse las normas legales. El reconocimiento legal de ese
dominio que está más allá de la justicia, de la m anera que sea, puede to­
m ar la forma de derechos fundamentales que aseguran la autonom ía del
juicio individual y la autolimitación de la regulación legal. La ética del dis­
curso es autolim itadora precisamente respecto a este dominio; se "refiere
negativamente a la vida dañada en vez de indicar afirmativamente la vida
buena”.75
Pero está claro que lo que a un individuo o a un grupo le parece que son
los componentes constitutivos de la forma de vida de uno, de la identidad
de uno, puede entrar en conflicto con las demandas de justicia. En los ca­
sos de conflicto entre las demandas de autorrealización y las de justicia,
nuestro impulso inmediato es decir que aquellas necesidades o componen­
tes de las identidades que violan los principios de reciprocidad simétrica y
se han vuelto controvertidas, debe ser las que cedan. Sin embargo, queda
la opción de la objeción consciente y de la desobediencia civil cuando el
propio concepto de justicia es el que está en disputa.

¿ Universalidad?

Aunque los requerimientos de reconocimiento recíproco pueden rastrearse


hasta las condiciones d e tra c c ió n comunicativa e identificarse como la
raíz común de la justicia y de la solidaridad, estos deberes no llegan más
allá del mundo concreto de un grupo particular, sea éste una familia, una
tribu, una ciudad o un Estado.76 Si interpretamos la ética del discurso
como una ética de la ciudadanía, como un principio de legitimidad demo­
crática y de derechos básicos, ¿cómo podemos establecer pretensiones
universales para la misma?, ¿no varían la ética y la ciudadanía con la
forma particular de la forma de organización política con la cual están
relacionados?, ¿cómo llegamos a aquella única posición universal que nos
permitirá basar no sólo la tolerancia sino también la solidaridad con una
pluralidad de identidades de grupo, sin retornar al formalismo kantiano?77
La respuesta de Habermas es que los discursos constituyen formas más
exigentes de comunicación que la práctica comunicativa diaria. Son re­
flexivos, gobernados por losprlneipios del habla argumentativa y llegan
430 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

más allá de la particularidad de las costumbres de una com unidad sin por
eso rom per el vínculo social. El principio de solidaridad pierde su carácter
etnocéntrico cuando se convierte en parte de una teoría universal de la justi­
cia y se le construye a la luz de la idea de la formación de la voluntad dis­
cursiva. Los argumentos trascienden los mundos de la vida particulares.
"El discurso generaliza, abstrae, ensancha al máximo las presuposiciones
de las acciones comunicativas ligadas al contexto, expandiendo su campo
para incluir a sujetos competentes más allá de los límites provinciales de
su propia forma de vida particular."78Los límites del mundo de la vida de una
familia, tribu o Estado pueden trascenderse en un contexto en que los dis­
cursos son institucionalizados y se respeta el principio estructural del bien.79
Además, la argumentación m oral puede implicar la invocación de princi­
pios que difieren de las normas de una comunidad, y la com unidad debe
entonces responder con argumentos buenos y convincentes, o de lo contra­
rio aceptar el argumento convincente de alguien que piensa diferente. Lejos
de reprim ir la particularidad o la "comunidad”, la orientación universali-
zadora de la ética del discurso, por virtud de su propio carácter abstracto,
es la única base sobre la cual se puede otorgar legitimidad a la diferencia
y requerir solidaridad con ésta. "A medida que los intereses y las orientacio­
nes de los valores se hacen más diferenciados en las sociedades modernas,
las normas moralmente justificadas que controlan el campo de acción del
individuo en favor del interés del todo, se hacen cada vez más generales y
abstractas".80
Habermas justifica esta pretensión de universalidad en su análisis de
las presuposiciones pragmáticas de la acción comunicativa que se forma­
lizan en el discurso. Sin embargo, en nuestra opinión, este argumento no
es del todo satisfactorio, porque implica una forma de universalismo abs­
tracto y, por lo tanto, incompleta. Aunque es muy probable que otras cul­
turas además de la nuestra puedan hacer las transiciones de la acción
''"^norm ativa a la comunicativa y de esta última al discurso, tam bién es cier­
to que esos pasos son imposibles e irrelevantes para m uchas culturas, en
especial aquéllas que no son modernas y que no son autorreflexivas. Sería
absurdo que nosotros requiriéramos que una cultura de ese tipo renun­
ciara a su identidad por ideales impuestos externamente sobre ella. En
estos casos debe predom inar el respeto por la identidad colectiva del otro,
quizás en la forma de tolerancia. Pero ese respeto no puede ser igualado
con la solidaridad que uno siente por aquéllos con los que tiene, por lo
menos, algunos componentes de identidad colectiva o algunos principios
en común.
En esto seamos claros. Hay dos contextos en que la solidaridad se vuel­
ve problemática: dentro de las sociedades civiles plurales y entre las dife­
rentes sociedades. El concepto moderno de solidaridad que tenemos en
LA ÉTICA DEL DISCURSO Y LA SOCIEDAD CIVIL 431

mente no requiere em patia o igualdad con el otro con el que somos soli­
darios. La solidaridad complementaria de la ética del discurso sí implica,
sin embargo, la capacidad de identificarse con aquéllo que no es idéntico.
En otras palabras, implica la aceptación del otro como otro, como uno al
que debemos dar la misma oportunidad de articular sus necesidades de
identidad y sus argumentos de la misma m anera en que quisiéramos que
se nos concediera a nosotros. Las situaciones discursivas dentro de una
sola sociedad en que los conflictos sobre las normas son adjudicados, es­
tablecen la posibilidad de esa solidaridad, porque en este caso uno puede
colocarse en el lugar del otro, comprender cuáles son sus necesidades e
intereses, y descubrir, constituir o reafirmar aspectos en común y una iden­
tidad colectiva. Esos procesos deben enriquecer la autocomprensión de to­
dos los que participan. Por otra parte, la solidaridad hace que el discurso
sea significativo y reafirma la lógica del reconocimiento recíproco que se
encuentra al centro del mismo. En otras palabras, podemos tener solida­
ridad con otros con los que compartimos una identidad colectiva sin com-
partir o incluso sin que necesariamente nos gusten sus valores y necesida-^
des personales (suponiendo que no son incompatibles con la precondición
líe la resolución o compromiso discursivos del conflicto). Pero tenemos que
aceptar estas diferencias en la medida en que se les constituye como pri­
vadas en el discurso.
La cuestión de la solidaridad entre colectividades que no com parten ¡
lina identidad política común es más compleja. El caso más sencillo se'-J
refiere a la interacción entre dos sociedades que están arraigadas en tradi­
ciones culturales diferentes, pero que tienen tanto discursos institucio­
nalizados como principios de legitimidad democrática y de derechos bá­
lticos. Ya hemos visto que la solidaridad refuerza la identidad política
colectiva de los miembros de una sociedad civil moderna, integrando a
los que difieren entre sí y iSS^bstante com parten la cultura política de la
sociedad en general. Esta clase de identidad colectiva es capaz de afirm ar
un nosotros a la vez que promueve la solidaridad entre las muchas identi­
dades de grupo que componen una sociedad civil moderna. Esta versión
de la identidad colectiva m oderna (y de una forma tam bién m oderna de
solidaridad social) es la que podemos esperar que se expanda en una direc­
ción universal para incluir la solidaridad con aquéllos que no son miem­
bros de la misma sociedad civil, pero que son miembros de otras socieda­
des civiles. Hacia las culturas que no han institucionalizado el discurso o
los derechos, debemos dem ostrar respeto, si no solidaridad.
Hay, sin embargo, dos puntos en que las implicaciones universales de
In ética del discurso se aplican a todas las culturas. Primero, cuando se
presentan dem andas de paHfclpación democrática y derechos básicos
dentro de una determinada cultura, no podemos evitar la solidaridad con
432 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

quienes las articulan. El significado mínimo de los derechos humanos es


que aquéllos que los exigen, pueden tenerlos ante cualquier Estado. Esos
derechos sólo se pueden garantizar dentro del contexto de la ciudadanía
en un sistema de organización política particular. Pero su referente (los
derechos hum anos universales) señala más allá de cualquier sistema de
organización política determinado. Segundo, en la medida en que varias cul­
turas se encuentran la una con la otra en paz y en guerra potencial (y hoy
en día es difícil que alguna cultura se vea excluida de esa posibilidad), la
ética del discurso implica que los principios del diálogo racional entre
iguales representan la única forma normativamente aceptable de resolu­
ción del conflicto. Esta versión del universalismo es, además, la única ba­
se en la que puede concebirse la solidaridad con aquéllos que son verda­
deramente diferentes, porque abre la posibilidad de llegar a norm as o
principios comunes y al reconocimiento mutuo.
La idea de Habermas de que quienes actúan comunicativamente pue­
den, en principio, elevarse al nivel del discurso no tiene que im plicar una
métrica universal que nos permita juzgar (e incluso menos, interferir con)
formas de vida radicalmente diferentes a la nuestra. Pero sí permite tratar
los dos casos en que se encuentran culturas radicalmente diferentes. La
existencia de formas de vida diferentes dentro de las sociedades civiles
modernas nos permite pensar que la internalización de esa relación de
reconocimiento m utuo y de respeto por la individualidad y la diferencia
no es imposible en principio. Esto no implicaría ni la mala fe de pretender
llevar todas las formas de vida al mismo nivel que la nuestra (relativismo)
ni una posición universalista abstracta-que es incapaz de dar a cada parti­
cularidad su propia dignidad.
El referente universal, en el último caso de los discursos en el sentido
anterior, es, por supuesto, la “comunidad ideal de habla”. La identidad a
que esto se refiere es nuestra identidad como seres humanos; el concepto
formal del bien que implica es el de la solidaridad con toda la hum anidad
capaz de hablar.81 Éste es un ideal regulador, práctico, en el dominio de
una ética política. Así, la ética del discurso conserva la percepción del
siglo xviil de que la justicia sin solidaridad no puede sostenerse. En reali­
dad, éste es el principio que se encuentra detrás de la idea de los derechos
humanos. No obstante, presupone diferencia, no igualdad, dentro del rubro
general y básicamente vacío de caracterizaciones de la humanidad. Así,
cuando se le interpreta en términos de los conceptos de identidad y soli­
daridad colectiva, el entendimiento estructural del bien puede en realidad
operar como el otro lado de la teoría de la justicia:

Sin libertades individuales irrestrictas para tomar una posición sobre las pre­
tensiones de validez normativa, el acuerdo al que se llega en realidad no puede
LA ÉTICA DEL DISCURSO Y LA SOCIEDAD CIVIL 433

ser verdaderamente universal; pero sin la empatia dé cada persona en la situa­


ción con todos los demás, derivada de la solidaridad, no puede encontrarse
ninguna resolución capaz de obtener el consenso.82

Las identidades a las que se llega (o que se reafirman) en un proceso


discursivo de autoconstitución que implica una prueba posconvencional
de las candidatas a normas políticas, dejan espacio para las solidaridades
transculturales que tienen implicaciones universales en un sentido más
profundo que cualquier supuesto interés universal. Con el fin de sentir so­
lidaridad con el otro, debemos tener acceso potencial a una forma no vio­
lenta de resolución del conflicto cuando nos encontramos el uno con el
otro. Un nosotros constituido en parte por medio del discurso tiene un
acceso fácil al único medio posible para tal resolución del conflicto: la
com unicación interculturalm ente relevante. Para lograr en cualquier
grado la posibilidad de solidaridad, debemos tener acceso a una tradi­
ción cultural: pero para poder sentir solidaridad con otro (con el que te­
nemos poco en común), debemos ser capaces de criticar nuestra propia
tradición política. Estos dos pasos tomados en conjunto implican la posi­
bilidad de am pliar las identidades colectivas en una dirección universal
sin rom per los vínculos sustantivos con una pluralidad de tradiciones y,
por lo tanto, de identidades diferentes.
Esto no equivale a una síntesis de Kant y Aristóteles, porque todavía
siguen siendo válidas las restricciones respecto a los juicios de valores
sobre el mérito de la identidad individual y de grupo. La ética del discurso
no nos obliga a juzgar formas de vida pasadas que nunca han desarrolla­
do formas discursivas de normas básicas. Pero sí implica que, en el caso
del contacto entre pluralidades (nacional o internacionalmente), la única
forma aceptable de resolución del conflicto es el discurso. Permítanos
repetirlo: en vez de proporsémar un estándar sustantivo del bien con el cual
juzgar formas particulares de vida, el concepto estructural del bien prohíbe ■
normas que pueden dañar la integridad de las identidades individuales y de\J~
grupo. Los componentes de identidades que resisten los procesos de reso­
lución discursiva del conflicto, en el caso de normas societales en disputa,
o que violan las metanormas de la ética del discurso (aquéllas basadas en
formas de dominación, exclusión, desigualdad, etc.) tendrían que ceder
mi lugar a una ética política que tiene en cuenta la autonom ía moral y la
solidaridad con la diferencia.
434 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

Motivación

El punto anterior hace surgir el problema de la motivación. Como se dijo


antes, los juicios procesales deontológicos parecen ofrecer respuestas
desmotivadas a preguntas descontextuálizadas. En realidad, las meta-
normas del discurso se aplican sólo a la propia situación del diálogo y no
pueden ni motivar la participación ni proporcionar criterios para aplicar
los resultados. Tampoco el principio de solidaridad que es el otro lado de
la ética del discurso proporciona una respuesta fácil a este problema. Tie­
ne limitaciones precisamente porque uno es renuente a participar en pro­
cesos comunicativos discursivos que implican modificar la perspectiva
propia y posiblemente incluso aspectos de la forma de vida de uno. ¿Por
qué debe alguien participar en el discurso?
Hay toda clase de razones pragmáticas o estratégicas para participar
en el diálogo. Por ejemplo, uno puede llegar a la conclusión de que formas
dialógicas, pacíficas, de resolución de los conflictos son mejores que el
uso de la fuerza y la violencia, en vista de las constelaciones de intereses y
del equilibrio del poder existentes. Pero en el diálogo no habría nada in­
trínseco que produjera automáticamente una obligación. De hecho, el diá­
logo no equivale al discurso.
La respuesta de Habermas al problema de la motivación a que se en­
frentan todas las teorías morales deontológicas es doble. Primero, insiste
en que las presuposiciones del discurso son realmente una forma reflexi­
va de acción comunicativa, y así las reciprocidades que subyacen en el
reconocimiento m utuo de sujetos competentes ya están construidas en la
acción orientada a llegar a un entendimiento, que es la acción en que se
fundam enta la argumentación. En respuesta a la posición del escéptico
radical que se rehúsa a argumentar, rechazando así el punto de vista mo­
ral, Habermas insiste, por lo tanto, en que uno no puede excluirse de la
práctica comunicativa de la vida diaria. Como las presuposiciones de la inter­
acción comunicativa son por lo menos en parte idénticas a las presuposi­
ciones de la argumentación como tal, la opción de excluirse en realidad
no es una opción.

Para llegar a un entendimiento sobre algo en el mundo, los sujetos que partici­
pan en la acción comunicativa se orientan a sí mism os hacia las pretensiones
de validez, incluyendo [...] las pretensiones de validez normativa. Por esto es
que no hay forma de vida sociocultural que no esté por lo menos implícitamente
orientada a mantener la acción comunicativa por medio del argumento, se tra­
te de la forma real de argumentación que es tan rudimentaria o de la institu-
cionalización de la construcción del consenso discursivo por incompleta que
sea .83
LA ÉTICA DEL DISCURSO Y LA SOCIEDAD CIVIL 435

Segundo, Habermas reconoce el hecho de que el discurso práctico se­


para las acciones y las normas problemáticas de la ética sustantiva de sus
contextos vivos, sometiéndolas al razonamiento hipotético. Concede que,
a menos que la ética del discurso sea apuntalada por el empuje de los
motivos y por instituciones socialmente aceptadas, los discernimientos
morales que ofrece serán inefectivos en la práctica. El discurso no puede
por sí mismo asegurar que se satisfagan las condiciones necesarias para
la participación real de todos los interesados. La ética del discurso depende
de una forma de vida que "la encuentra a m itad del cam ino”.
Tiene que haber un mínimo de congruencia entre la moralidad y las prácticas
de la socialización y la educación. Estas últimas deben promover la necesaria
internalización del control del superego y la abstracción de las identidades del
ego. Además, debe haber un mínimo de ajuste entre la moralidad y las institu­
ciones sociopolíticas .84

En otras palabras, lo que Rawls denomina las “circunstancias de la


justicia” deben predom inar para que la ética del discurso sea complemen­
tada con el complejo motivacional adecuado. Para Habermas, esto signi­
fica que lo que se requiere es por lo menos el principio de la instituciona-
Ii/.ación de los discursos, la articulación del principio de los derechos
básicos, procesos de socialización necesarios tales que sea posible apren­
der las disposiciones y habilidades requeridas para tom ar parte en la ar­
gumentación moral y condiciones materiales de vida que no estén tan
degradadas ni tan desesperadamente empobrecidas que hagan «relevan­
tes las exigencias morales universalistas. El punto de vista de Habermas
es que en las sociedades civiles modernas el principio de los derechos
básicos y de los discursos públicos ha sido institucionalizado (aunque se­
lectivamente y en forma titubeante) en los espacios públicos de la socie­
dad civil y de la sociedad pdflffca. Esto significa que la comprobación dis­
cursiva de la validez normativa ya es parte de nuestras percepciones sobre
In legitimidad de las instituciones. Así, es posible entender el sometimien­
to de normas controversiales al discurso con base en el modelo del "equi­
librio reflexivo" de Rawls, como una reconstrucción de las intuiciones
diarias que subyacen al juicio imparcial de las instituciones sociales y po­
líticas en la sociedades civiles modernas.
Pero incluso si la participación en los discursos que tratan de las ñor-
mus implícitamente compromete al participante a las metanormas de la
reciprocidad simétrica, sigue siendo posible mantener una relación estra­
tégica general respecto a la participación de uno en discursos específicos.
No obstante, la participación puede tener sus propios efectos sociallza-
dores, y los principios relevw{tes son tales que todoa podemos llegar a
aceptarlos. Es en ese proceso dohded&'resoluoidn'tMieurliVt del conflicto
436 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

puede adquirir ella misma un poder normativo. Aunque se necesita la


phronesis (el buen juicio) para la aplicación de los principios de la ética
del discurso, el aprendizaje normativo necesario para resolver el proble­
ma motivacional desde el lado del insumo es, en principio, posible en so­
ciedades con m undos de la vida modermizadores, puesto que esas socieda­
des proporcionan, por lo menos, la posibilidad de internalizar unos pocos
principios abstractos y universales que surgen de la argumentación prác­
tica. Al discutir el nivel posconvencional de conciencia moral necesario
para la ética del discurso, Habermas insiste en que la brecha entre las per­
cepciones morales y los motivos empíricos culturalm ente habituales ne­
cesita ser com pensada por

un sistema de controles internos de conducta que se active a través de juicios


morales basados en principios (convicciones que forman la base de las motiva­
ciones). Este sistema debe funcionar autónomamente. Debe ser independiente
de las presiones externas de un orden legítimo reconocido ya existente, sin
importar lo pequeña que pueda ser esta presión. Estas condiciones se satisfa­
cen sólo mediante la internalización completa de unos pocos principios univer­
sales y muy abstractos que, como lo muestra la ética del discurso, se derivan
lógicamente del procedimiento de justificación de la norma .85

Más allá de esto, ninguna teoría deontológica puede o debe decir más.
El problema de la generación de motivos empíricos para participar en la
resolución discursiva del conflicto pertenece por lo tanto a los dominios
de la teoría social o de la psicología social.

¿ U n d é f ic it in s t it u c io n a l ?

La ética del discurso no prescribe una forma particular de vida. Una gran
variedad de formas puede ser com patible con ella, a pesar de lo cual
ninguna forma moderna de vida (incluyendo aquella que la hizo históri­
camente posible) puede escapar de su potencial crítico. El concepto de
“forma de vida" incluye los patrones socializadores, institucionales y cultu­
rales de una sociedad. Un concepto tan amplio puede llevar fácilmente a
juicios erróneos sobre las implicaciones de la ética del discurso. Por lo
tanto, vale la pena observar que la crítica puede restringirse a esferas socia­
les específicas sin llevar a una evaluación de formaciones sociales o civiliza­
ciones completas. No obstante, interpretar la ética del discurso como una
teoría de la justicia puede implicar que, sin determ inar enteras formas de
vida, la concepción conduzca a un modelo específico de práctica políti­
ca.86 En realidad es difícil concebir la legitimidad democrática sin insti-
LA ÉTICA DEL DISCURSO Y LA SOCIEDAD CIVIL 437

tuciones democráticas. No obstante, insistimos ^en que ningún modelo


único de instituciones democráticas se deriva de la ética del discurso. Ade­
más, ninguno debe ser derivado de la misma, si se quiere que la teoría
democrática evite una orientación autoritaria frente a patrones de democra­
cia (aunque sean deficientes). No obstante, argumentarem os en esta sec­
ción y en la siguiente que 1) la ética del discurso sí tiene una relación con
un nivel institucional del análisis, y 2) los principios de legitimidad demo­
crática y de los derechos básicos que fundamenta implican una pluralidad
abierta de democracias y por lo tanto proyectos de democratización que
presuponen a la vez las sociedades civiles modernas y una relación crítica
con ellas.
El punto fundamental de nuestro argumento es la distinción entre los
principios de legitimidad, p oruña parte, y la institucionalización (u organi­
zación social) de la dominación (o del gobierno) por la otra.87 Habermas
usa esta distinción para demostrar las insuficiencias de las teorías realistas
y normativas de la democracia. Desde Weber hasta Schumpeter y autores
posteriores, las teorías "realistas” de la “democracia de élite” identifican
como democrático un procedimiento (de competencia de las élites) que
en el mejor de los casos tiene una relación mínima con las normas democrá­
ticas. No está basado en presuposiciones para llegar a un acuerdo libre o
a una formación de voluntad discursiva pública o a una orientación hacia
los intereses generales. El problem a de la legitimidad, o se reduce al pro­
blema empírico de la aceptación de las reglas de esos procedimientos, o se
le descarta completamente. Por el contrario, los teóricos de la democracia
directa, desde Rousseau hasta Arendt, derivan un conjunto de prácticas
idealizadas de un principio democrático genuino de legitimidad. No obstan­
te, sus argumentos ponen en duda la propia posibilidad de la democracia
genuina.
La rigurosa separacióitdeda legitimidad y de la institucionalización del
' gobierno puede llevarnos más allá de estas alternativas. No obstante,,es
fácil suponer, por la misma línea de pensamiento de Habermas, que sim­
plemente está combinando los dos tipos de teoría, derivando su énfasis en
la legitimidad democrática de los normativistas y su aceptación de los
procedimientos empíricos de organización de los realistas. Correctamen­
te abandona la ilusión de Arendt con respecto a la deseabilidad y posibili­
dad de la ausencia del gobierno en la vida pública dem ocrática.88 No obs­
tante, al mismo tiempo, parece dejar atrás alguna impresión weberiana
de que la organización democrática es simplemente una forma de domi­
nación entre otras.
Las concesiones aparente! a la teoría realista se deben a una combina­
ción de agnosticismo antrlM utopías democráticas y de pesimismo ante
la etapa actual de la democraeht^jarlumcntarla. Nos gustaría desarrollar
438 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

nuestra propia concepción en relación con estas dos posiciones. Habermas


define la democracia como todos los órdenes políticos que satisfacen un
tipo procesal de legitimidad, en el sentido de procedimientos validados por
la ética del discurso: “las democracias se distinguen de otros sistemas de
dominación por un principio racional de iegitimización".89 En principio,
hay muchas formas de organización que pueden calzar en esta definición.
Se no§ dice que una elección entre ellas "depende de condiciones políticas
y sociales concretas, de la amplitud de disposición, de la información". Sin
embargo, la democracia al nivel organizacional debe entenderse en térm i­
nos de democratización, definida en términos de un “proceso de aprendiza­
je autocontrolado” que es capaz de perm itir e incluso de generar el cam­
bio institucional.90
Habermas afirma que, en el tipo procesal moderno de la legitimidad
democrática que elaboró primero Rousseau, las condiciones formales de
la posible formación del consenso, en vez de las bases de éste en última
instancia, son las que obtienen fuerza legitimadora. Esto significa que el
nivel de justificación en sí se ha tornado reflexivo. Por lo tanto, cualquier
consenso dado, incluso el que exista sobre las estructuras organizacionales
para llegar al consenso, queda, en principio, abierto al aprendizaje y a la
revisión, orientadas por los criterios articulados por la ética del discurso
y presupuestos por ella como las condiciones constitutivas del discur­
so. La democratización entendida como un proceso de aprendizaje auto-
controlado significa precisamente esto.
Hasta ahora, no encontramos ningún problema con esta línea de pen­
samiento. Nosotros también pensamos que la legitimidad democrática es
anterior a las formas inevitablemente plurales de la organización demo­
crática. Nosotros también vemos la democratización como un proceso
abierto en sus extremos. Pero creemos que, aunque niega correctamente
que alguna forma particular de organización (por ejemplo, la dem ocrati­
zación de consejos) pueda derivarse del principio de la legitimidad demo­
crática, Habermas ha omitido dar las condiciones mínimas necesarias
para organizar las instituciones democráticas. El enunciado sobre las pre­
condiciones históricas en este contexto dice demasiado poco. Más allá de
esto, Habermas sólo puede reiterar que “es asunto de encontrar acuerdos
que puedan fundam entar el presupuesto de que las instituciones básicas
de la sociedad y las decisiones políticas básicas pueden construirse con el
acuerdo no obligatorio de todos los interesados, si ellos pueden partici­
par, como libres e iguales, en la formación de la voluntad discursiva”.91
Característicamente, esta afirmación nos saca del problema de las ins­
tituciones. Habermas está describiendo aquí, en el sentido de la ética del
discurso, los procedimientos que pueden proporcionar las bases legi­
tim adoras para aceptar cualquier acuerdo como dem ocrático. Debe-
LA ÉTICA DEL DISCURSO Y LA SOCIEDAD CIVIL 439

mos observar, sin embargo, que la reenunciación de la ética del discurso


se ve afectada por el hecho de que evita el problem a institucional. Hay un
notable desplazamiento en el paso del discurso real al virtual. Una "presu­
posición” de que ciertas instituciones y decisiones "generarían consenti­
miento" si los interesados “pudieran participar” requiere, o bien interpre­
tar estados mentales, en el sentido del concepto weberiano de verstehen, o
del análisis social-científico de constelaciones de intereses, en el sentido
de la tradición marxista. Ningún enfoque es congruente con la profunda
fuerza de la ética del discurso que implica que la formación de la identi­
dad y el análisis de los intereses depende de la comunicación y el diálogo
públicos. Así, la legitimidad democrática requiere por lo menos estable­
cer procesos reales del discurso al nivel de la organización. Sin este m íni­
mo, puede surgir la ilusión de que hablamos de legitimidad democrática
sin insistir en la presencia de instituciones que tengan alguna relación
interna (incluso aunque no sea la de una simple derivación de una de la
otra) con los procedimientos de la validación y justificación discursi­
va. Aunque los requerimientos de un discurso válido no son satisfechos
generalmente o por completo por el discurso institucionalizado empí­
rico real, hay una conexión intrínseca entre las norm as contrafác-
ticas y los procesos reales del discurso. Hemos argumentado que el dis­
curso es siempre un discurso real y que las normas del discurso están
disponibles sólo para quienes participan en el discurso institucionalizado
empírico.
La idea de institucionalizar el discurso difícilmente está ausente de la
concepción general de Habermas y es útil exam inar el lugar de la demo­
cracia formal m oderna en este contexto. La institucionalización del dis­
curso hace referencia a la existencia de una “expectativa obligatoria y ge­
neralizada de que, en condiciones definidas, puede llevarse a cabo u n
discurso".92 Se entiende queisg ejemplos históricos reales de las incorpo­
raciones sociales de las normas discursivas son variables, contingentes y
precarios.93 Habermas incluye tres .de esos ejemplos: el comienzo de la
filosofía en Atenas, el ascenso inicial de la ciencia experimental moderna
y la creación de una esfera pública política durante la Ilustración y las
revoluciones de los siglos XVII y XVIII.94 Aquí estamos interesados sólo e n
el significado y suerte del último ejemplo.
Según Habermas, la democracia "burguesa" afirmó vincular "todos los
procesos de decisión que tenían consecuencias políticas a una formación
de voluntad discursiva del público ciudadano garantizada legalmente".95
Ksta afirmación indica que la idea de un consenso válido penetra la es­
tructura del propio goblet^no en “la forma de democratización".94 Así, por
lo menos para el momento se la génesis de la democracia parlam entaria
moderna, Habermaa reconoce ©l vínculo interno que hemos postulado
440 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

entre legitimación y gobierno. Pero él también argumentó que, en el cur­


so de su desarrollo, legitimación y gobierno se separan. Las pretensiones de
la democracia burguesa han seguido siendo (o se han convertido en) una
ficción (sin im portarlo efectivo de la legitimación, en el sentido de Weber).
En consecuencia, se ha desarrollado una profunda división entre quienes
son cada vez más cínicos respecto a la sustancia de las pretensiones demo­
cráticas y los teóricos normativos de la democracia.97 Habermas siempre
ha sido crítico no sólo del “elitismo” y del "realismo" sino también de sus
dos antagonistas: las críticas marxistas de la democracia formal y las teo­
rías normativas de la democracia. Rechaza el modelo de los consejos como
alternativa a la democracia representativa porque está basado en un error
en las categorías. Mas, vale la pena indicar que no considera los instrum en­
tos de cualquiera de esas formas de democracia como mecanismos organi-
zacionales incompatibles con el modelo discursivo. Los mecanismos forma­
les, como el gobierno de la mayoría, la protección de las minorías o la
inm unidad parlamentaria, son instrum entos políticos potencialmente im­
portantes que delimitan y, no obstante, conservan los procedimientos discur­
sivos ante la realidad de la escasez de materiales y de tiempo y ante la
multitud de intereses e identidades.98 Por otra parte, las formas democrá­
ticas directas tienen potencial para aum entar las características partici-
pativas de la democracia representativa; no necesariamente implican una
im portante restricción de la complejidad.99 No obstante, con el desarrollo
de la modernidad, cada uno de estos modelos de democracia, representati­
vo y directo, entra en crisis. La ampliación de la democracia directa llega
a chocar con la "violencia estructural" incorporada en aquellas institucio­
nes que parecen excluirla introducción de formas genuinas de participación.
Pero si uno fuera a dirigirse a un modelo plenamente participativo sólo de
una m anera discursiva, esta última se enfrenta al problem a insoluble de
encontrar el medio de establecer prim ero el discurso en donde se le exclu­
ye o deforma.
La posición de Habermas sigue siendo algo ambigua respecto a la de­
mocracia formal, representativa. Por una parte (desde sus prim eras obras
hasta la actualidad) ha presentado la historia de este modelo como un
proceso de decadencia concebido de varias maneras. Por otra parte, no
está satisfecho con un mero replanteamiento de la dicotomía neokantiana
entre la Sollen (legitimidad) y las Sein (instituciones) al nivel de la teoría
democrática. Advierte que una teoría ética necesariamente contrafáctica
no debe im plicar "ignorar radicalm ente [...] las ideas de justicia ya
operativas, las orientaciones de los movimientos sociales ya presentes, las
formas de libertad ya existentes”.10° Aunque el blanco de esta observación
es la interpretación de las implicaciones políticas de la ética del discurso
en términos de una ruptura revolucionaria, los referentes exactos de los
LA ÉTICA DEL DISCURSO Y LA SOCIEDAD CIVIL 441

términos justicia y libertad son difíciles de localizar. También es difícil


especificar precisamente de qué m anera los movimientos sociales que ya
existen se ajustan a esta clase de términos. La justicia y la libertad pare­
cen hacer referencia a instituciones de la política democrática y a los de­
rechos establecidos. Pero incluso la última versión de la teoría de Habermas
pone en duda la posibilidad de que un aumento en la libertad y la justicia
en estos contextos pueda ser asunto de institucionalización adicional. Aquí
Habermas m uestra las grandes etapas históricas de la formación del Esta­
do que conducen al desarrollo del Estado democrático de bienestar mo­
derno como épocas de "juridificación”.101 De éstas, el Rechtsstaat del siglo
XIX y su contemporáneo más reciente, el Estado constitucional democrá­
tico, son presentados inicialmente como garantes de las libertades (o dere­
chos) ante el Estado moderno, mientras que su sucesor común, el Estado
democrático de bienestar del siglo XX, es presentado como ambiguo desde
el punto de vista de la libertad, porque sus "mismos medios de garantizar
la libertad [...] ponen en peligro la libertad de los beneficiarios”.102 Haber-
mas tiene en mente las características negativas del Estado benefactor
que implican supervisión, control y burocratización de la vida diaria. Des­
de este punto de vista, sin embargo, el Estado constitucional democrático del
siglo XIX tam bién se vuelve ambiguo. Mientras Habermas insiste en que
los principios de los derechos de participación continúan (a diferencia de los
principios propios del Estado benefactor) “garantizando la libertad sin
umbigüedades", la organización (institucionalización) de estos derechos
es considerada ya como burocrática. Así, “la posibilidad de la formación
espontánea de opinión y de la formación de voluntad discursiva” se ven li­
mitadas considerablemente "por medio de la segmentación del papel del
elector, de la competencia de las élites líderes, de la formación de opinión
vertical en los aparatos de los partidos muy burocratizados, de los cuer­
pos parlamentarios autóne»i©s, de las poderosas redes de comunicación
' y de otros elementos similares”.103
Por lo tanto, parece ilusorio proceder desde el lado de las instituciones
políticas contemporáneas para ubicar el mínimo nécesario de legitimidad
democrática. Más que presentarse como ejemplos de discursos reales, estas
Instituciones parecen reducir los principios de la legitimidad democrática a
su status contrafáctico. Los estándares de la ética del discurso parecen le­
vantar el velo democrático de las prácticas políticas de las democracias de
musas, en vez de encontrar apoyos institucionales en ellas.
Puede presentarse la objeción de que los derechos civiles y políticos
establecidos fuera de la esfera del Estado representan institucionali-
saciones de la libertad yt la justicia. De hecho, si uno procede desde el
punto de vista de la sodeda^elvll en vez desde el correspondiente al siste­
ma político, se abre una v(a mAa-alhLdc la antinomia del desarrollo ñor-
442 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

mativo y la decadencia institucional.104 Más específicamente, la concep­


ción de los derechos puede llevar a una teoría de la sociedad civil como el
marco mínimo para la institucionalización de la ética del discurso.
Afirmamos antes que tanto el principio de la legitimidad democrática
como el principio de los derechos pued,en ser justificados por la ética del
discurso. En prim er lugar, debe estar claro que el discurso democrático
público tiene un papel que desempeñar en la generación y conservación
de los derechos. Ya hemos mostrado que, como principio de legitimidad
democrática, la ética del discurso implica que la generación de la ley y del
poder debe referirse a una previa participación dem ocrática de todos los
interesados con el fin de que se le considere legítima. En el caso de los de­
rechos básicos, en la medida en que se les institucionalizará, nuestra tesis
es que requieren que se les establezca mediante procesos discursivos, así
como oportunidades de participar en los discursos públicos. En otras pa­
labras, el proceso discursivo es duplicado al nivel del origen constitucio­
nal de los derechos y al nivel de la argumentación renovada y de la parti­
cipación necesaria para su sostenim iento. Argumentaremos que esta
segunda dimensión depende de las oportunidades para reunirse, asociar­
se y articular posiciones públicamente en el terreno de la sociedad civil.
Lo que está en juego es la relación entre la afirmación de los derechos
y la legalización de los derechos. Si bien los derechos en el sentido moder­
no presuponen la posítivización de la ley, no pueden ser reducidos a la ley
positiva. Los derechos que tenemos pueden hacerse efectivos y estables
sólo cuando se les incorpora en las constituciones y códigos legales. Pero
esos derechos son necesariamente paradójicos: formalmente representan
una autolimitación voluntaria del poder del Estado que puede ser anula­
da por una acción legislativa (en Inglaterra, por ejemplo, 51% de los votos
del parlamento puede abolir cualquier derecho). Pero los derechos no
surgen simplemente ni son sostenidos o ampliados como meros actos de
la legislación positiva. Lo que el Estado puede retom ar al nivel legal-cons-
titucional no lo debe retom ar desde un punto de vista normativo, y no lo
puede retom ar si se cumplen ciertas condiciones sociohistóricas.
La ética del discurso indica las condiciones de posibilidad de este no
poder desde el punto de vista sociológico y las bases de este deber ser desde
el punto de vista filosófico. Primero, la supervivencia y expansión de los
derechos básicos depende en gran medida de culturas políticas vitales
que permiten e incluso promueven la movilización en favor de los dere­
chos de grupos de electores interesados. Las demandas individuales de
las protecciones otorgadas por los derechos básicos carecerían de conte­
nido si no se las pudiera apoyar m ediante asambleas y discusiones públi­
cas y, en muchos casos, movimientos sociales que practiquen la desobe­
diencia civil. Por lo tanto, el principio de los derechos requiere la posibilidad
LA ÉTICA DEL DISCURSO Y LA SOCIEDAD CIVIL 443

de participación en los espacios públicos societales. La ética del discurso


tiene una importancia obvia en este caso, porque implica una institucio-
nalización de los discursos en la sociedad civil que es crucial para propo­
ner y defender los derechos.
Segundo, la ética del discurso no sólo indica el proceso sociológico de
creación y ampliación de los derechos, sino que también proporciona par­
te de la base para una teoría de los derechos. Nos proporciona argum en­
tos para tener derechos fundamentales y nos ayuda a aislar los grupos de
derechos más im portantes entre ellos. De hecho, el núcleo del propio sig­
nificado de los derechos básicos implica el “derecho" de afirm ar los dere­
chos por parte de la ciudadanía. Por supuesto, este “derecho” no es ni un
derecho positivo particular ni una libertad negativa, sino más bien un
principio político que implica una nueva y activa relación por parte de los
ciudadanos con una esfera pública que está localizada dentro de la socie­
dad civil.105 Creemos que las metanormas de la ética del discurso pueden
justificar el principio del derecho de afirm ar los derechos y, por lo tanto,
la propia idea de los derechos.
Esta pretensión se basa en un conjunto crucial de distinciones que aquí
sólo podemos resumir. ¿Qué relación existe, si es que existe alguna, entre
los metaprincipios de la ética del discurso y los derechos fundamentales?
Hay tres formas posibles de conceptualizar esa relación:

1. la ética del discurso puede presuponer derechos universales funda­


mentales, pero las metanormas del discurso racional no podrían por sí
mismas proporcionar “la base” o el principio para esos derechos;
2. los derechos fundamentales pueden entrar como el contenido de un
posible consenso racional, o
3. los derechos fundamentales pueden estar implícitos en los meta-
principios de la ética del discurso.

Argumentaremos que se presentan las tres formas de relacionar la éti­


ca del discurso y los derechos básicos, dependiendo de qué clase de dere­
chos se esté considerando. Trataremos cada una de estas posiciones por
«eparado.

/. Supongamos que los principios del constitucionalismo incluyen la idea ¡


de que durante el curso de escribir y enm endar las constituciones llega­
mos a establecer derechos (constitucionales) mediante un acuerdo. No obs­
tante, la idea de los derechos en un sentido fuerte no puede reducirse a la
positividad legal constitucional.104 En un sentido crucial son siempre el
antecedente de la ley positiva^incluso de la ley positiva superior (constitu­
ciones). No obstante, no es necesardo que retornemos a los dogmas de los
444 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

derechos naturales para explicar el carácter de los derechos como ante­


cedentes. En cambio, podemos relacionar la idea de los derechos con las
metacondiciones del discurso: sin individuos cuya autonom ía esté carac­
terizada por los derechos, las precondiciones exigentes del discurso ra­
cional (contra el cual se puede medir cualquier acuerdo empírico) no pue­
den ser satisfechas en principio. De conformidad con lo anterior, se puede
interpretar a los derechos como requerim ientos norm ativos de p arti­
cipación en los discursos prácticos que tratan de la sociedad.107 Si nuestra
autonom ía individual y colectiva no estuviera garantizada por los dere­
chos, nuestra participación en los discursos no estaría protegida de las
limitaciones cuya ausencia nunca puede dar por sentado el individuo, in­
cluso aunque esas limitaciones hayan sido aprobadas democráticamente.
Los derechos civiles y políticos constituyen las precondiciones para un
discurso institucionalizado que pretende ser democrático. En otras pala­
bras, tanto los derechos como la discusión democrática presuponen indi­
viduos autónomos capaces de afirm ar normas o valores morales como
candidatos posibles para un consenso racional. En este sentido, los
metaprincipios del discurso racional "demandan" el principio de los dere­
chos básicos.
Sin embargo, es necesario desarrollar este argumento. Estamos supo­
niendo que detrás de la idea de los derechos básicos hay un "principio
moral sustantivo”, el principio de autonom ía.108 Por una parte, hay una
concepción de autonomía que proviene directamente de la ética del discur­
so (basada en la teoría de la pragmática universal). En este contexto, auto­
nomía significa la habilidad para asum ir papeles en el diálogo, para parti­
cipar recíprocamente en la toma ideal de papeles, para lograr reflexividad
ante estos papeles y para articular las necesidades, los intereses y los valo­
res propios con el fin de determ inar su universalidad y llegar a un acuerdo
común sobre las normas generales.109 Pero esta concepción de la autono­
mía no basta para abarcar todo lo que se piensa cuando uno habla del ca­
rácter antecedente de los derechos básicos o del individuo autónomo como
el sujeto de los derechos básicos. La concepción teórico-comunicativa de
la autonom ía establece una relación entre los metaprincipios del discurso
(reciprocidad simétrica) y una concepción del individuo que va a partici­
par en ese discurso. Pero esta concepción es, a pesar de todo "parásita”,
pues depende de un principio de autonom ía más complejo que no puede
derivarse de los metaprincipios del discurso racional. El concepto de au­
tonom ía que tenemos en mente aquí tiene dos componentes que se aña­
den a las dimensiones abstractas y de situación de la personalidad, respec­
tivamente. El prim ero puede ser construido como el principio de la
autodeterm inación y de la elección individual siguiendo el pensamiento
kantiano que es presupuesto en la concepción abstracta y general de la
LA ÉTICA DEL DISCURSO Y LA SOCIEDAD CIVIL 445

persona que tiene derechos. El segundo se refiere á la habilidad para cons­


truir, revisar y seguir el plan de vida de uno mismo (Mili, Rawls); este
componente se relaciona con la idea de la personalidad única y de la diná­
mica de la formación de la identidad individual. Uno u otro aspecto de
esta concepción dual de la autonom ía ha sido invocado siempre como el
principio central de la libertad o de la personalidad inviolada que subyace
a la idea liberal de los derechos individuales básicos. Constituye un prin­
cipio moral irreductible a las metanormas del discurso racional que sub­
yacen a la idea de la legitimidad democrática, aunque, como se dijo antes,
la ética del discurso siempre ha tenido un papel que desempeñar en el
proceso de la afirmación de los derechos. En nuestra opinión, la concep­
ción dual de la autonomía, comprende el "contenido de verdad" de los
argumentos liberales en favor de los derechos fundamentales basados en
una concepción de la libertad como una libertad negativa o en el libre
autodesarrollo de personalidades invioladas, únicas.
Sin embargo, no es necesario cargar las ideas de la libertad negativa y
de la personalidad inviolada con concepciones asociales, atomistas, del
individuo o establecer el paradigma de los derechos de la propiedad como
el núcleo conceptual de los derechos que protegen la autonom ía indivi­
dual. Ya hemos mencionado la fragilidad de la identidad individual debi­
da al hecho de que la individualización ocurre en procesos de interacción
comunicativa, intersubjetivos y complejos. Las identidades individua­
les son vulnerables porque nunca se les establece de una vez por todas.
Uno desarrolla su propia identidad en el transcurso de su propia vida y
depende de la dinámica del reconocimiento m utuo para su estabilidad
y autoestima. Así, el conjunto de derechos que articulan el respeto por la
dignidad, la singularidad y la inviolabilidad de individuos socializados
(libertad, personalidad y derecho a la vida privada) son garantías indispen-
pnbles de autonom ía en tesedos sentidos antes mencionados. Si bien po­
demos necesitar alguna forma de derechos de propiedad (sobre nuestras ca-
sus, nuestras posesiones personales, etc.) para poder ser capaces de concretar
nuestra libertad negativa y expresar nuestra personalidad, sólo lo pode­
mos hacer con base en el insostenible supuesto del individualismo posesi­
vo de que pueden igualarse la libertad negativa, la personalidad inviolada
y la propiedad en el sentido económico. En resumen, los derechos de pro­
piedad, reducidos adecuadamente, pueden ser uno de los muchos conjun­
tos de derechos que necesitamos, pero no son el núcleo conceptual de la
Idcu de autonomía.
Así, los principios de la reciprocidad simétrica comprenden las me-
lanormas del diálogo practico, en tanto que los aspectos nucleares del
principio de autonomía constituyen la metanorma que subyace a la con­
cepción del Individuo qua habrtLde partlcipar en ese diálogo. De acuerdo
446 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

con lo anterior, existe un sentido en el que una im portante dim ensión de


los derechos implica las libertades negativas y los derechos a la perso­
nalidad que no em anan directamente de la ética del discurso.
2. Como lo ha observado Albrecht Wellmer, la dimensión de la libertad
negativa, ligada a las determinaciones, del tipo y estructura de los dere­
chos de propiedad y a las relaciones de mercado, puede ser vinculada a la
ética del discurso en el segundo modelo antes mencionado, es decir, al nivel
del contenido. En otras palabras, "delegar al mercado las funciones de es­
tablecer las direcciones (como una esfera de libertad negativa) puede con­
siderarse, por lo menos, como si resultara potencialmente de y estuvie­
ra limitada por un proceso democrático de toma de decisiones. Esta clase de
legitimación de una esfera de acción económica ‘estratégica’ es la que se
construye dentro de la teoría de la acción comunicativa de H aberm as”.110
Lo mismo es cierto para los que han llegado a ser llamados “derechos
sociales" o cuestiones de justicia redistributiva. En este caso, también el
rango preciso y la variedad de los derechos sociales que deseamos conceder­
nos unos a otros tendrá que entrar en un discurso al nivel del contenido,
aunque por supuesto podemos estar de acuerdo en construirlos como liber­
tades básicas. Como tales, los derechos de propiedad y los derechos sociales
pueden ser el contenido de una discusión democrática. No se presentan
como límites externos a la misma.
3. Hay una tercera clase de derechos que media entre autonom ía y legi­
timidad democrática: los derechos de comunicación (del habla, de reunión,
de asociación, de expresión y todos los derechos de ciudadanía). Nuestra
afirmación es que esta clase de derechos está implicada por la ética del
discurso, es decir, que tienen la estructura de derechos básicos (pueden
ser concebidos como antecedentes de cualquier consenso democrático e
inviolables por el mismo), pero en la medida en que son las condiciones
de posibilidad de que cualquier consenso pretenda ser legítimo, se les puede
interpretar directamente de los principios de la reciprocidad simétrica
que subyacen a la idea de la propia ética del discurso. Esta clase de dere­
chos es constitutiva del discurso. Estos derechos no entran ni como posibles
contenidos de una discusión (no se les puede rechazar sin violar los princi­
pios de procedimiento del discurso) ni como límites al alcance de una dis­
cusión posible, sino más bien como principios constitutivos de la propia
discusión. Por supuesto, nosotros argum entam os que estos derechos
institucionalizan los espacios públicos dentro de la sociedad civil en que
se genera la legitimidad democrática.
Ahora podemos dar sentido a la posible oposición entre los derechos y
la democracia que acosa a la teoría política liberal y a la democrática.
Incluso si se requieren los derechos para la propia concepción del discuP
so democrático, es posible, a pesar de todo, que exista un conflicto entre las
LA ÉTICA DEL DISCURSO Y LA SOCIEDAD CIVIL 447

decisiones democráticas y los derechos de comunicación y entre la demo­


cracia y los derechos de autonomía. ¿Están estos conflictos al nivel de princi­
pio o son conflictos entre las formas en que se institucionalizan dos principios
diferentes pero interdependientes? Creemos que este último es el caso, no
el primero. Esta afirmación se basa en nuestros esfuerzos por reinterpretar
la idea central de los derechos básicos en términos de la idea de a u t
mía y del principio democrático del "derecho a tener derechos^rEsta rein­
terpretación implica los siguientes pasos. Primero, separamos la idea de la < f í .
autonomía de la carga innecesaria de los supuestos antropológicos de indi­
viduos asociales, que constituyen unidades divididas mínimas de una so­
ciedad. Segundo, la liberamos de la ideología del individualismo posesivo v,
en que la propiedad aparece como el paradigma de todos los derechos y
de las propias libertades negativas. Ciertamente, la percepción "comuni-
tarista” de que la individualización ocurre por medio de la socialización y
la participación en la cultura, las tradiciones y las instituciones de la so­
ciedad, y que el individuo y las identidades colectivas surgen juntos por
medio de procesos complejos de interacción comunicativa no hacen na­
da para dism inuir las pretensiones de autonom ía individual, el principio
de libertad negativa o la idea de los derechos fundamentales. Tercero, «'I
explicamos un complejo clave de derechos en términos de las metanormas
de la propia ética del discurso, es decir, los derechos de comunicación que
son el sine qua non para que el principio de la legitimidad dem ocráti­
ca encuentre un lugar institucional. Cuarto, argumentam os que la socie-
dad civil y la política están constituidas por estos conjuntos básicos de
derechos y que ellas son las que proporcionan su institucionalización. Fi­
lialmente, argumentamos que la idea del derecho a tener derechos es un t i
principio político democrático que implica la participación activa de los
Individuos en las esferas públicas institucionalizadas de la sociedad civil
y la sociedad política y tawbién en las esferas públicas no institucionali­
zadas que surgen en el medio de los movimientos sociales. La afirmación
de los derechos se considera así un acto político, incluso aunque su orien-
tnción sea, en parte, establecer un espacio de autonom ía individual res­
pecto al cual la tom a de decisiones dem ocrática debe ser autolim ita-
dorn. Estos pasos disminuyen considerablemente la distancia entre las
teorías liberales orientadas a los derechos y las teorías democráticas partl-
dputivas.
El discurso empírico puede violar tanto las precondiciones com uni­
cativas del discurso como sus precondiciones al nivel de la autono-
inla. Desde la perspectiva de las pretcnsiones de los individuos autóno­
mos, todo discurso es sólo empírico y siempre puede ser corregido. Éste
es el caso más obvio y el mátfácll de manejar teóricamente. Pero incluso
desde el punto de vista d« una Comunicación racional ideal, es concebible
448 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

la existencia de un conflicto entre la democracia y la autonomía. No trata­


mos de negar esto. En realidad, empezamos esta discusión restringiendo
el dominio objeto de la ética del discurso a las normas legales y al sistema
legal como un todo, insistiendo en que debe respetarse un campo de juicio
autónomo para el individuo, campo que se encuentra más allá del alcance
de la ley. Obviamente, el juicio de un individuo puede entrar en conflicto
con una determ inada norm a política, incluso cuando se haya llegado a
ella democráticamente. Como lo indicó Wellmer, las demandas de raciona­
lidad comunicativa en cualquier contexto histórico específico tendrán algu­
na clase de definición pública en términos de instituciones, creencias mo­
rales, opinión pública o normas societales, y éstas deben estar abiertas a
la crítica y a la revisión y deben dejar campo para el disentim iento.111 Sin
embargo, es erróneo construir esto como una oposición entre los princi­
pios de los derechos tout court y la democracia.
Ciertos derechos institucionalizan las posiciones de la conciencia mo­
ral y del juicio individual como puntos de vista legítimo, basado en princi­
pios, desde los cuales puede desafiar cualquier norm a em pírica. El dere­
cho a disentir, el derecho a ser diferente, el derecho a actuar según el
juicio propio y los derechos a la vida privada protegen la libertad negativa
y la personalidad inviolable. No obstante, de lo que se trata aquí no es,
como lo cree Wellmer, de un derecho a ser irracional, sino más bien del
derecho, basado metapolíticamente, a ser autónomo y diferente. La liber­
tad de conciencia y el derecho a la particularidad se derivan de esto, pero
éstos siguen siendo derechos racionales. Entonces, la conciencia moral
puede ejercer estos derechos de acuerdo con sus propios estándares, ra­
cionales o irracionales. La autonom ía individual se perdería de hecho si
insistiéramos en una forma específica de ejercer la libertad de conciencia
o de buscar realizar la propia concepción particular del bien. Pero tam ­
bién se perdería si en nuestra propia esfera violáramos la autonom ía de
otros.
Los principios de los derechos y de la democracia, cada uno a su propia
manera, definen las condiciones limitantes de lo que puede ser el conteni­
do legítimo de un consenso empírico. Cada uno permite el disentimiento,
el prim ero delimitando el alcance de ese consenso (con el que deben estar
de acuerdo, sin embargo, todos los implicados), el segundo delimitando
los principios de los procedimientos por medio de los cuales puede llegar-
se a un consenso válido. En otras palabras, ambos proporcionan un punto
de referencia basado en principios con el cual uno puede desafiar la legi­
timidad de un acuerdo empírico.
Por lo que hemos dicho hasta ahora debe quedar claro que sólo algu­
nos derechos implican libertades negativas y que el propio principio de
los derechos es profundamente político. No obstante, hay una pregunte
LA ÉTICA DEL DISCURSO Y LA SOCIEDAD CIVIL 449

sobre los límites del alcance de la toma de decisiones democráticas. El


contenido específico de los derechos, las normas acordadas dentro de un
diálogo y las formas en que uno realiza su propia libertad negativa y sus
objetivos de identidad dentro de limitaciones acordadas generalmente,
influyen en esta pregunta sobre el límite. Los conceptos de la libertad ne­
gativa, de la personalidad inviolable y de la vida privada establecen límites
al alcance de la toma democrática de decisiones en nombre de la particu­
laridad y de la autonomía individual y se apoyan en fundamentos indepen­
dientes de los del propio consenso. Aunque la línea divisoria entre los de­
rechos básicos a la autonomía y la toma de decisiones democrática no
puede establecerse antes de una discusión del contenido, a pesar de todo
tiene que ser establecida en principio. No hay forma de solucionar antes de
un discurso práctico las controversias sobre lo que constituye los asuntos
de la buena vida y lo que pertenece al dominio de los "intereses” generali­
z a r e s .112 Pero insistimos en que una vez que se ha establecido esa línea
divisoria, aquellos asuntos que son particulares (la determinación de mi
plan de vida, de mi identidad y de la forma en que procuraré conseguirlos)
están entonces fuera de la toma de decisiones democrática, a pesar de lo
cual retienen un valor moral —no se les puede reducir a un error, al egoísmo,
al compromiso de intereses o a cuestiones de gusto— porque de lo que se
trata es de la identidad individual, de la autonomía moral o de una forma
de vida (como miembro de un grupo particular dentro de un todo social
más amplio o simplemente como un individuo con una identidad única).
Las controvertidas necesidades de identidad necesitan ser incluidas en una
discusión general cuando afectan a las normas de acción generales. El
primer conjunto de derechos protege este dominio. Uno puede obtener cier­
ta reflexividad respecto al proyecto de uno mismo, pero sería demasiado
exigir que, en aras de la justicia, uno renunciara a su propia identidad,
porque seguramente esta^ae-sería justo. En otras palabras, en este caso el
estándar del “efecto menos perjudicial" sobre las necesidades de identi­
dad de que se trató en la sección previa respecto a la identidad colectiva,
es introducido en referencia a la identidad individual —y proporciona un
límite a la determinación democrática de lo que es justo—, con una condi­
ción: aquellas dimensiones de la particularidad que violan la autonomía
de otros o las metanormas del discurso (la reciprocidad simétrica) no
pueden pretender legitimidad. En este sentido, el derecho y el bien, los
derechos a la autonomía y la legitimidad democrática, deben ser m utua­
mente autolimitadores.
Por lo tanto, los dos conjuntos de derechos más fundamentales para la
existencia institucional de una sociedad civil plenamente desarrollada son
los que aseguran la Integridad, autonomía y personalidad de la persona
y aquéllos que tienen que vetuconJtr libre comunicación. Sin embargo,
450 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

todos los derechos, incluso los que aseguran la autonom ía moral, re­
quieren de su validación mediante el discurso. Desde este punto de vista,
parece que los derechos de la comunicación son los más fundam enta­
les, puesto que son constitutivos del discurso mismo y, por lo tanto, de la
institución clave de la sociedad civil moderna: la esfera pública. Esta apa­
riencia se debe en parte a la prim acía sociológica de los derechos de co­
municación.
De hecho, la ética del discurso presupone lógicamente ambas clases de
derechos. Al basar los derechos no en una ontología individualista (co­
mo lo han hecho los liberales clásicos) sino en la teoría de la interacción
comunicativa, tenemos fuertes razones para poner énfasis en el grupo de
los derechos de la comunicación. Ciertamente sería posible argum entar
que otros grupos de derechos, como los de la vida privada y del sufragio
son requeridos para conservar este complejo clave. Los derechos a la vida
privada y a la autonom ía serían afirmados debido a la necesidad de pro­
ducir a la persona autónoma sin la cual el discurso racional sería imposi­
ble. Tal sería el resultado de una deducción de los derechos al estilo de
Habermas a partir de la ética del discurso entendida como la suma total
de la filosofía práctica.113 Sin embargo, en nuestro argumento los dos con­
juntos de derechos representan los dos pilares de la vida ética que son
irreductibles el uno al otro. A partir de uno podemos razonar hasta llegar
al principio de la interacción comunicativa y limitada; a partir del otro,
podemos llegar al principio de la persona autónom a y única. Ambos son
precondiciones del discurso real que procura ser racional. Así, se requie­
ren ambos como precondiciones de la legitimidad democrática, aunque
no sea de la misma manera. Desde este punto de vista, los derechos a la
comunicación m arcan el dominio legítimo de la formulación y la defensa
de los derechos. Los derechos a la personalidad identifican a los sujetos
que tienen el derecho a tener derechos.
Este catálogo de los derechos constitutivos de las esferas pública e ínti­
ma de la sociedad civil es crucial para cualquier versión de la comunica­
ción racional, en el sentido de la ética del discurso. Los derechos políticos
y socioeconómicos también son importantes, aunque de m anera menos
directa. Alguna versión de éstos representa la precondición para estabili­
zar las esferas pública y privada y, por lo tanto, para institucionalizar el
discurso, mediando "entre ellas" y los estados y economías modernos.
Recientemente, Habermas argumentó que los derechos fundamentales
son realizaciones del contenido universal de normas que no sólo son legí­
timas (en el sentido de la ética del discurso), sino que tam bién son centra­
les para la sustancia moral (Sitílichkeit) de nuestro sistema legal.114 En
Occidente, ha ocurrido de hecho una realización cada vez menos selecti­
va de las normas de esa ética precisamente en la medida en que se ha
LA ÉTICA DEL DISCURSO Y LA SOCIEDAD CIVIL 451

presentado una expansión de los derechos.115 No obstante, la selectividad


y la unilateralidad han sido la regla en el ejercicio y en la interpretación de
los derechos en la economía capitalista m oderna y en el Estado moderno.
Dividiendo los derechos en general en libertades (Freiheitsrechte) y los
derechos de membresía (Teilhaberrechte), H aberm as sugiere que estos úl­
timos están organizados hoy en día de tal m anera que las burocracias
restringen la participación real y la formación espontánea de la voluntad
pública.116 En las sociedades capitalistas, las prim eras están construidas
sobre la base de premisas individualistas. Resumidos de estas dos for­
mas, los derechos aparecen como la prerrogativa del individuo privado,
separado de los principios de la solidaridad y ciudadanía que, sobre la
base de la interpretación comunicativa, deberían idealmente implicarse.
Así, una vez más, al nivel de las norm as .y de los principios es posible
hablar de la expansión de la “justicia” y de la "libertad", pero a su incorpo­
ración institucional se le presenta principalm ente como negativa o muy
selectiva.117
Hay una diferencia crucial entre estas dos opciones. De hecho, Habermas
lia tomado un im portante paso que lo aleja de la tesis de la decadencia
Institucional y lo aproxima a la tesis de la institucionalización selectiva.
Su énfasis en las instituciones legales (contrapuestas a los medios legales
que tienen funciones conductoras y a los que se puede desconectar de la
sustancia normativa de la interacción diaria) y en la institucionalización
selectiva de los potenciales emancipadores de la m odernidad señala más
allá de la antinomia del desarrollo normativo y de la decadencia insti­
tucional. Por lo tanto, argumentam os que incluso si los derechos y las li­
bertades son institucionalizadas selectivamente en las democracias de m a­
sas capitalistas contem poráneas (es decir, si se les lim ita a derechos
Concebidos individualmente), a pesar de todo están institucionalizados.
Además, el derecho a teneftleí'echos ha llegado a ser reconocido como el
Componente central de la cultura política democrática. Como lo ha m ostra­
do Claude Lefort, el significado simbólico de los derechos es la posibili­
dad abierta de luchar por su realización, expansión y reinterpretación más
ilenas, así como por la creación de nuevos derechos.118Incluso si el desairó­
flo normativo que representa el lado positivo de la m odernidad está sólo
selectivamente establecido en instituciones estables, esos logros parciales
Crean el espacio para que los movimientos sociales renueven y restablezcan
loi principios relevantes de maneras menos selectivas.
Hubcrmas ha argumentado que los movimientos sociales son el factor
dinámico detrás de la expansión de los derechos. La práctica de los movi­
mientos puede culminar en la alteración “de las interpretaciones que se
dan a necesidades o deseos reconocidos públicamente” y a tcmatizar los
contenidos normativos de las Instituciones de la vida diaria, hadándolos
452 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

“accesibles a la comunicación”. No obstante, por lo que se refiere al pre­


sente, Habermas sostiene que, “el concepto de 'democratización' no es
adecuado para lo que está enjuego, porque, en algunos casos, las iniciati­
vas y los movimientos [...] probablemente no amplíen el campo para la
participación efectiva en las decisiones políticas".119 Es justo decir que
Habermas continúa poniendo énfasis en la contribución de los movimien­
tos sociales a una nueva cultura política o a una nueva economía cultural
que sólo está conectada indirectamente, a largo plazo, y de una forma
indeterm inada a las instituciones dem ocráticas.120 La razón de esta eva­
luación bosquejada de los efectos de los movimientos sociales es que
Habermas no relaciona el principio de la legitimidad dem ocrática (como
lo hace con el concepto de los derechos básicos) con las instituciones que
expresan en la realidad los procesos democráticos. Así, tiene que lim itar
las consecuencias de los movimientos a la transform ación de la cultura
política —un proceso que puede afectar la viabilidad de los derechos, pero
no conducir a su expansión—. La paradoja de esta posición consiste en
que la institucionalización no selectiva de los derechos básicos que re­
quiere la ética del discurso es inconcebible sin la generación de nuevas
instituciones democráticas, y esto requiere la contribución de los movi­
mientos sociales. La transición de una estructura de los derechos pura­
mente individualista a otra organizada comunicativamente es imposible
sobre la base única de una cultura política democratizada. Una nueva
definición de los derechos necesita nuevos tipos de actividad legislativa.
Pero los mecanismos excluyentes y la selectividad de los sistemas repre-,
sentativos contemporáneos establecen límites clave al requisito de la am­
pliación de los derechos básicos. La cuasi legislación por medio de los
tribunales puede proporcionar algunos de los elementos que están ausen­
tes para la democratización de los derechos pero, sin un sistema político
dem ocratizado, ese activismo tiene im portantes límites. El apego de
Habermas a la tesis dé la decadencia de la democracia de masas, sin em­
bargo, abre sólo una perspectiva muy limitada para la institucionalización
de la legitimidad democrática. Así, la relación de la ética del discurso al
análisis institucional sigue siendo profundamente antinómica en su obra,
Sería injusto no hacer énfasis en aquellas dimensiones de su teoría so‘
cial que, en algunos aspectos, apuntan más allá de la antinomia. Las recien­
tes discusiones que presenta Habermas del sistema y del m undo de vida
indican una dirección que considera las instituciones como duales.121 En
vez de localizar el desarrollo normativo exclusivamente en los niveles de
la personalidad y la cultura, a la vez que construye a las institucional
sociales como unidimensionales, la reciente construcción teórica recono­
ce las características duales de una variedad de instituciones que van desde
la ley, la comunicación de masas y la familia hasta las estructuras políti-
LA ÉTICA DEL DISCURSO Y LA SOCIEDAD CIVIL 453

cas del compromiso. Este enfoque hace insostenible la yuxtaposición rí­


gida de la legitimidad democrática y de las formas pseudodemocráticas
de dominación. Más bien, en este modelo queda en claro que las formas
institucionales democráticas contemporáneas presentan dos aspectos, que
ellas internalizan la antinom ia como un conjunto de posibilidades duales
de desarrollo, conclusión que de cualquier modo se deriva de la idea de la
propia legitimidad democrática. Ya hemos argumentado lo mismo en el
caso de los derechos básicos. Lo que aún queda en duda es la forma en
que, al nivel de una teoría de la legitimidad democrática, la ética del dis­
curso puede arrojar luz sobre las posibilidades duales de las instituciones
democráticas que ya existen, en vez de hacer énfasis sólo en su distancia
de las pretensiones normativas de esta forma de legitimidad. Nuestra
rcformulación de la legitimidad democrática separa la ética del discurso
de una forma de vida e incluso de un conjunto específico de instituciones
políticas que supuestamente se derivan de ella. Rompe así con cualquier
utopía de un discurso totalm ente transparente como una forma de vida al
igual que con el correspondiente descuido de todas las dimensiones de la
existencia hum ana que le dan su índice de particularidad.122 Pero aún no
hemos pasado más allá de una concepción que se concentra en el carácter
contrario a los hechos de este principio. La conclusión más paradójica de
este análisis sería negar cualquier posibilidad de derivar consecuencias
Institucionales del principio de la legitimidad democrática a la vez que se
diagnostica a las sociedades existentes como del todo no democráticas.
Esa concepción equivaldría a una reformulación de la dialéctica de la ilus­
tración por la teoría del discurso. Nuestro punto no es que la teoría social
de Habermas no sea nada más que esa reformulación; esto fue cierto (par­
cialmente) sólo para la Strukturwandel der Offentlichkeit. Más bien, esta­
mos proponiendo que la ética del discurso necesita ser refinada aún más
n I se la va a relacionar a tig rad am en te con la teoría social dual que surge

' ile la Teoría de la acción comunicativa.


Se trata de la noción del consenso racional. Sostenemos que es la formu­
lación extrema de esta noción la que conduce o a una utopía insostenible
husada en una situación del habla ideal o a una reenunciación del dua­
lismo neokantiano del Sein y el Sollen en términos de la ética y de las
Instituciones. Sin embargo, no proponemos remplazar al consenso racional
con la noción democrática liberal del consenso empírico o de hecho. Acep-
turnos la objeción de que ese remplazo sería impotente ante el consenso
manipulado u obligado. No obstante, creemos, al igual que Wellmer, que
todo el consenso es empírico. Los parámetros de la ética del discurso pue­
den existir sólo en contentos empíricos. La racionalidad en esos contextos
sólo puede ser un asuntOxde grado. Además, siempre es cuestión de un
proceso de racionalización, dn cl scnUdo del desarrollo de la potencialidad
454 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

para la coordinación comunicativa de la acción. Por lo tanto, cualquier


duda respecto a la racionalidad de un consenso debe ser considerada como
una hipótesis que sólo puede sostenerse realizando otro discurso que cul­
mine en un consenso "más racional” en el sentido de que los participantes
reconocen su previa sinrazón.123
Con esta reformulación, ¿nos comprometemos con una interpretación
abiertam ente m inimalista de la ética del discurso? Así lo estaríamos ha­
ciendo si fuéramos a afirm ar con Wellmer que ninguna evaluación de la
legitimidad de las instituciones concretas puede derivarse del principio
del discurso, porque "nunca es posible derivar de los principios lo que es
posible en situaciones históricas concretas".124 Este enunciado regresa la
versión reform ulada de la noción del consenso a la cam isa de fuerza
antinómica que ya hemos analizado. Pero Wellmer también nos dice que:

1. es posible basar un procedimiento negativo para criticar las institu­


ciones existentes en el principio de Merleau-Ponty de que “no podemos
pretender la realización del sentido, sólo la eliminación de lo que carece
de sentido",125 y
2. el principio del discurso nos puede dar una dirección [...] que dem an­
da la expansión del campo de la racionalidad discursiva hasta aquel lími­
te que [...] sólo podemos encontrar en la práctica histórica.126

Así, podemos decir de acuerdo con el espíritu de esta concepción que


un enunciado más sucinto de la ética del discurso en realidad abre el cam­
po para sus implicaciones institucionales: podemos criticar las institucio­
nes que ya existen y planificar nuevas si tenemos en cuenta tanto lo que el
principio requiere como lo que es posible en situaciones históricas con­
cretas. No es sólo el desarrollo de la conciencia moral y de la identidad del
ego lo que pertenece a la historia del despliegue de los principios univer­
sales, sino tam bién “la historia de las instituciones y de las revolucio-
nes . '
Pero, ¿cómo se debe tener en cuenta a esta historia concreta? La tradi­
ción occidental marxista desde Lukács hasta Adorno tiende a postular
una ruptura con la historia, suponiendo implícitamente que la em ancipa­
ción no tiene una base histórica. No obstante, Habermas y Wellmer han
repostulado explícitam ente la continuidad histórica sin usar la base
productivista marxista ortodoxa a la que objetaron sus predecesores teó­
ricos.128 En el nuevo argumento, la emancipación tiene precondiciones
normativas que, según Wellmer y Habermas, existen en las sociedades
formalmente democráticas en forma de los principios de la legitimidad
democrática y de los derechos básicos, que han sido establecidos desde
los siglos xvil o x v iii . Pero las implicaciones de esta posición en relación
LA ÉTICA DEL DISCURSO Y LA SOCIEDAD CIVIL 455

con las instituciones heredadas no está clara. De hecho, Wellmer encuen­


tra dos líneas de pensamiento en la obra de Habermas que no coexisten
fácilmente —una hace hincapié en la continuidad, la otra en la disconti­
nuidad; una está relacionada con la tradición hegeliana revisada, la otra
con una tradición marxista interpretada políticam ente.129
La tradición hegeliana implica la teoría de la sociedad civil. Adherirse a
ella críticamente significa no aceptar ni la visión de Hegel del Estado mo­
derno ni una visión inmutable del sistema económico capitalista. No obs­
tante, significa que la diferenciación de una esfera de libertades negativas
junto con los mecanismos directivos del mercado no puede ser superada*'^ ü
sin la regresión generalizada del totalitarismo. Lo mismo es cierto para la
cuestión relacionada del universalismo y el formalismo legal: en el modelo
hegeliano, ésta no puede ser superada por una forma sustantiva de la liber­
tad social supuestamente superior. No es posible conservar la autonomía
de la ley sin diferenciar culturalmente la esfera de la legalidad de aquélla de
la moralidad, el arte y la ciencia, y distinguir a todos éstos de la vida prácti­
ca diaria. Incluso una sociedad organizada racionalmente en ese modelo
revisado hegeliano implicaría contingencia, particularidad y, por lo tanto,
la existencia continuada de relaciones sociales llenas de conflictos. Final­
mente, la emancipación tendría el significado de realizar el potencial pleno
de estructuras ya institucionalizadas de la ley universal y de la moralidad.
Pero Wellmer insiste en que también hay otra utopía marxista presente
en la obra de Habermas, utopía que implica una traducción a la teoría de
la comunicación del proyecto de una república de consejos directament<T“ ]
democrática: "una sociedad libre de dominio sería aquella en que los pro­
cesos colectivos de la formación de la voluntad han tom ado la forma de
asociaciones constituidas discursivamente, sin compulsión”.130 Ya hemos
aceptado la crítica de Wellmer al uso de la teoría de la comunicación como
la estructura constitutiva 3<±*»«na utopía anticipada de esta clase, y el mis­
mo Habermas había abandonado ese concepto a mediados de la década
ile 1970. En realidad, el modelo no resiste posiblemente la crítica de Hegel de
un concepto de la libertad ilustrado y racional. No obstante, Wellmer está
igualmente incómodo con el modelo de la sociedad civil derivado de He-
gcl,131 porque ya no parece perm itir una conceptualización clara, defini-
du, de la idea de una sociedad racional y por lo tanto de la emancipación.
Oucrcmos im pugnar esta última idea.
Wellmer observa la relación interna entre la ética del discurso y el con­
cepto de la sociedad civil y, lo que es incluso más im portante, la relación
entre la sociedad civil y la institucionalización de los discursos en las esferas
públicas políticas y los {Wlamcntos. Habla de una legitimidad democrá­
tica como si estuviera en timiama institucionalizada; la propiedad priva­
da capitalista ahora aparees eoftULSudimilación en vez de como el grillete
456 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

de las fuerzas de producción. Sin embargo, la formulación de este punto


es algo ambigua: las relaciones capitalistas de la producción "obstaculi­
zan la realización institucional real de este principio organizacional de la
legitimidad dem ocrática”.132 En el contexto de esta metáfora, las alternati­
vas marxista y hegeliana parecen nuevos enunciados de la antigua opción
"revolución o reform a” y Wellmer, después de toda nuestra experiencia
con todos estos procesos, puede generar poco entusiasmo por cualquiera
de ellas. No sorprende que la antinomia habermasiana de la legitimidad de­
mocrática (cuyo despliegue se asigna al desarrollo de nuevas identidades
y cultura política) y de las instituciones pseudodemocráticas reaparezca
periódicamente en su obra.133
/ Nuestra propia concepción de la sociedad civil, en la tradición de
Tocqueville, Gramsci, Parsons y (como lo mostraremos) la nueva teoría
social dual del propio Habermas, tiene una oportunidad de vincularse
con la ética del discurso de una forma que evite un resultado negativo en
última instancia que implique el “trilem a” de la reforma, la revolución o
la resignación. Usando un modelo de tres partes de la economía, la socie­
dad civil y el Estado, eliminamos la conexión que existe casi por defini­
ción (en Hegel, e incluso aún más en Marx) entre la economía capitalista
y la sociedad civil moderna. Al concentrarnos en las antinomias de las
instituciones y el desarrollo institucional contradictorio de la sociedad,
evitamos el modelo de la decadencia derivado de la antigua Escuela de
Francfort, la metáfora de la m atriz que presenta Marx y tam bién todas las
apologías pluralistas de la sociedades existentes. Al ligar las nociones de
la diferenciación y de la democracia, derivamos un modelo de la plurali­
dad de las democracias que restablece el pensamiento utópico que Wellmer
temía se había perdido con el modelo hegeliano sin aceptar los fundamenta-
lismos que implican, o una desdiferenciación, o el remplazo total de los
mecanismos de dirección por la coordinación comunicativa de la acción.

L a é t ic a d e l d is c u r s o y la s o c ie d a d c iv il

El concepto de sociedad civil que defendemos difiere del modelo de Hegel


en tres aspectos esenciales. Primero, presupone una estructura social más
diferenciada. Basándonos en Gramsci y Parsons, postulamos la diferen­
ciación de la sociedad civil no sólo del Estado sino tam bién de la econo­
m ía.134 Nuestro concepto no está ni centrado en el Estado, como lo estaba
el de Hegel —sin im portar qué tan ambiguamente—, ni en la economía,
como lo estaba el de Marx. El nuestro es un modelo centrado en la socie­
dad.135 Segundo, siguiendo a Tocqueville y a las prim eras obras de
Habermas, hacemos de las esferas públicas de la comunicación societal y
LA ÉTICA DEL DISCURSO Y LA SOCIEDAD CIVIL 457

de la asociación voluntaria, las instituciones centrales de la sociedad civil.


Por supuesto, lo privado, entendido como el dominio del juicio individual
autónomo, es también crucial para una sociedad civil moderna. Tercero, ^
concebimos la institucionalización de la sociedad civil como un proceso
que siempre (como en Hegel) implica una estabilización de las institucio­
nes societales sobre la base de los derechos (“el derecho abstracto”), pero
también como uno que tiene la posibilidad inm anente de hacerse más
democrático y cuyas normas requieren democratización.
La sociedad civil en el sentido histórico es el campo de la posibilidad de
toda la ética política moderna, desde la ley natural secular hasta la ética
del discurso. En particular esta última (cuyas predecesoras se rem ontan
al siglo x ix ) no habría sido posible sin la institucionalización del discur­
so en la esfera pública liberal moderna. Empero, la ética del discurso di-
l'ierc de todas las otras éticas políticas modernas (los derechos natura­
les, el utilitarismo, la filosofía política kantiana, e incluso los recientes
neocontractualismo y neoaristotelismo) en que sus implicaciones políti­
cas se centran en la necesidad normativa y en la posibilidad empírica de
la democratización en la sociedad civil. Por lo tanto, es la única ética que
reconcilia las afirmaciones del liberalismo clásico con la democracia ra­
dical.
Aceptamos el argumento de que diferentes modelos de organización
democrática son compatibles con el principio ético del discurso de la legi­
timidad democrática. Esta compatibilidad no necesita considerarse sólo
en términos de una oposición entre la democracia representativa y la di­
recta. Los requisitos del principio de la legitimidad dem ocrática pueden
cumplirse, en principio por lo menos, mediante una democracia directa
ilc consejos organizada piramidalmente, así como por un tipo representa- . |
llvo de democracia cuyas autoridades delegadas son controladas por esfe­
ras públicas viables con^wceso general y poder real. Pero, en otro eje, el
principio es compatible con una forma de organización política federalis­
ta, así como con una organizada, siguiendo lineamientos centralistas. Fi­
nalmente, incluso puede ser compatible con esferas de vida que no están
organizadas discursiva o democráticamente, siempre que la necesidad de
principios organizacionales no discursivos y los límites entre ellos y las
organizaciones democráticas sean establecidos y conformados en proce­
sos discursivos. No obstante, afirmamos que la ética del discurso no pue­
de hacerse fácilmente compatible con la supresión de las formas que ya
existen de la democracia. Esta afirmación implica que la revolución total
no es legítima en los contextos democráticos. Con esto no queremos ne- ”
g u r ni lu legitimidad de tas revoluciones bajo el autoritarism o, ni el dere­
cho de personas o gruposexcluldos de rebelarse incluso contra condicio­
nes "democráticas” que loi wteluyen: 136 Sin embargo, si queremos poner
458 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

en duda los esfuerzos por derribar las instituciones formalmente demo­


cráticas de las sociedades civiles contemporáneas por personas que, en
principio, sí tienen acceso a ellas (con las improbables excepciones de
casos en que los procedimientos discursivos le han permitido a todos los
interesados un acceso directo a esta decisión). Tomamos esta posición
porque las estructuras de la democracia representativa proporcionan el
único acceso para grandes números de personas a los procesos globales
de la formación de la voluntad democrática. Como lo ha reconocido fran­
b camente Hannah Arendt, la democracia directa que implica niveles altos
constantes de participación política es inevitablemente aristocrática. Así,
nuevas formas de democracia que tienen la finalidad de rem plazar a las
antiguas nunca pueden, en principio, remplazarías para todas las personas.
Esto no niega que muchos de aquéllos cuyo acceso era previamente débil
no encontrarán, al introducirse nuevas formas, estructuras participativas
más significativas. Por esta razón, argumentamos que las formas existen­
tes de democracia pueden ser suplidas, complementadas o dem ocratiza­
das según los requerimientos de la ética del discurso, pero no se las puede
remplazar.
La afinidad de la ética del discurso con una pluralidad de formas de la
democracia y su implicación de que las formas existentes no sean supri­
midas nos relaciona con la sociedad civil de dos maneras. Primero, la
z sociedad civil y las formas existentes de la democracia representativa pre­
suponen política y jurídicam ente la una a la otra. Segundo, sólo sobre la
base de la sociedad civil puede concebirse a la pluralidad institucionalizada
de democracias. Examinemos estas dos afirmaciones por separado.

Primero, la sociedad política organizada en la forma de la democracia,


representativa y la sociedad civil moderna com parten dos instituciones
clave que “median" entre ellas: la esfera pública y las asociaciones volun-i
tarias. Las estructuras de la discusión pública políticamente relevante (los
medios, los clubes políticos y las asociaciones, las camarillas de partido/
etc.) y la discusión parlam entaria y el debate resultan continuos. Como
incluso Marx lo observó, es incongruente (incluso aunque sea posible tem-.
poralmente) que un parlamento, formalmente un cuerpo de discusión y,
debate, trate de eliminar e incluso de lim itar en forma im portante la dis­
cusión política o la asociación voluntaria en la sociedad.137 Pero, de igual
importancia, las formas que ya existen de los públicos políticamente rele-,
vantes en la sociedad, por medio de su lógica construida internamente,
deben implicar el establecimiento eventual de esa esfera pública dentro
de la red institucional del propio Estado, o más bien dentro de la sociedad
política.138 Además, una sociedad civil dinámica, plural, encuentra en una
estructura parlam entaria (junto con otras estructuras de compromiso,
LA ÉTICA DEL DISCURSO Y LA SOCIEDAD CIVIL 459

incluidos los partidos políticos) la estructura general más posible en que


se pueden m ediar políticamente los conflictos de los grupos e individuos
que la integran, agregar los intereses rivales y explorar la posibilidad de llegar
a un consenso. Las estructuras parlam entarias de la agregación de intere­
ses y de mediación de los conflictos, por otra parte, funcionan bien sólo si
hay una articulación más o menos abierta de estos en el nivel social. En
resumen, en las democracias representativas, la sociedad política a la vez
presupone y debe estar abierta a la influencia de la sociedad civil.139
Al nivel jurídico, el concepto de los derechos indica una relación simi­
lar. La democracia representativa y la sociedad civil moderna com parten
derechos como presuposiciones comunes: los derechos de comunicación,
los políticos, son presuposiciones de la democracia parlamentaria, en tanto
que los derechos de comunicación y los derechos privados hacen posible
la sociedad civil moderna. Los derechos políticos perm iten y regulan el
acceso de los ciudadanos a la representación parlamentaria (y local), mien­
tras que los derechos privados y de comunicación garantizan la autono­
mía de las personas y de las asociaciones de la sociedad civil. Así, los
derechos de la comunicación tienen una función doble. Las libertades de
expresión, asociación y otras similares extienden la autonom ía de la so­
ciedad civil, pero, además, sin ellas la esfera pública parlam entaria no es
posible. Sin embargo, la relación de la democracia representativa y la so­
ciedad civil al nivel de los derechos es aún más profunda. Los derechos, a
diferencia de los privilegios, inmunidades o libertades del tipo (concedido
por el) Estado, empiezan y son reafirmados cuando los reivindican los
individuos, grupos o movimientos en los espacios públicos de la sociedad
civil. Pueden y deben ser garantizados por la ley positiva, pero como dere­
chos, es decir, como límites sobre el propio Estado, no son lógicamente
derivables de éste. En el dominio de los derechos, la ley asegura y estabiliza
lo que ha sido logrado por*!»*,actores sociales en la sociedad civil. Sin
embargo, en este contexto la ley positiva es la sociedad civil que está sien­
do constituida y reconstituida por sus propios actores por medio de una
mediación legislativa-política o judicial-política.
Por varias razones la sociedad civil moderna no puede ser institucio­
nalizada sin la reafirmación política de los derechos a través de la ley
positiva. Primero, la complejidad de la sociedad civil moderna (y probar
lilemente de cualquier sociedad posprimitiva) requiere regulación jurídi-
eo-legal en todas las esferas de la vida. Incluso las esferas íntimas, priva-
tlus, están protegidas como tales por las dispensas legales. Es decir, la
moralidad y la Sittlichkeit no pueden y no deben (como bien lo sabía Hegel)
NtiNtituir plenamente a la l¿y, a cuulquier esfera de una sociedad moderna,
o hacer a la ley del todo luperflua. Este punto es válido también para los
derechos fundaméntalo!: loi conflictos sociales por estos y su interpreta-
460 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

ción y puesta en vigencia requieren un alto grado de regulación legal.


Segundo, el propio poder del Estado moderno para intervenir en la socie­
dad no puede ser contenido sin límites legales autoimpuestos sobre esa
intervención. La legalización de los derechos fundamentales tiene este
significado de límites autoimpuestos sojbre el Estado. En otras palabras,
los derechos se convierten en límites en este sentido sólo cuando se les
postula legalmente.
En este punto hay una "afinidad electiva" entre los derechos funda­
mentales y la política democrática, representativa moderna. En tanto que
históricamente muchos derechos individuales pudieron ser legislados por
estados autoritarios o simplemente liberales constitucionales, el catálogo
de derechos que hemos indicado como constitutivos de la sociedad civil
moderna sólo puede ser establecido y defendido de una m anera convin­
cente por democracias representativas. Incluso si excluimos a los dere­
chos políticos que tautológicamente implican esa forma de organización
política, muchos de los derechos de comunicación (a diferencia de los
privados) de nuestro catálogo se verían amenazados seriamente en todos
los otros sistemas políticos que conocemos. Así, su aceptación de estos
derechos sólo puede ser una concesión táctica. La diferenciación de la
sociedad civil moderna del Estado por medio de los derechos implica fuer­
temente a la democracia representativa.
Segundo, sostenemos que la sociedad civil m oderna no sólo presupone
y facilita lógicamente (desde el punto de vista histórico) la emergencia de
la democracia representativa, sino que tam bién posibilita históricam en­
te la democratización de la democracia representativa. Esto está de acuerdo
con la tendencia de la ética del discurso a defender las formas existentes
de la democracia a la vez que demanda democratización adicional. Tanto
la complejidad como la diversidad dentro de las sociedades civiles contem­
poráneas requiere presentar el problem a de la democratización en térm i­
nos de una variedad de procesos, formas y lugares diferenciados, depen­
diendo del eje de la división considerada. En realidad, la sociedad civil
m oderna es el terreno en que puede emerger una pluralidad institucio­
nalizada de democracias. Podemos identificar dos conjuntos de distin­
ciones como las más im portantes en este respecto. La prim era tiene que
ver con las posibilidades estructurales y los límites a la democratización
específicos a cada esfera diferenciada: la sociedad civil, la política y la eco­
nómica. La segunda se refiere a la pluralización de las formas democráticas
dentro de cada esfera.
Marx presentó el punto de que, si la democracia es limitada a una esfe­
ra (el Estado) mientras que prevalecen formas despóticas de gobierno en
la economía o en las asociaciones civiles, entonces las formas dem ocráti­
cas de la prim era esfera se verán socavadas. Por otra parte, toda nuestra
LA ÉTICA DEL DISCURSO Y LA SOCIEDAD CIVIL 461

experiencia histórica después de Marx indica qu'e la diferenciación pre­


senta límites a la democratización. Debe respetarse la necesidad de meca­
nismos de dirección para el Estado y la economía si esperamos que fun­
cionen eficientemente. Como bien se sabe, esto funciona en contra de la
democratización total, siguiendo los lincamientos de los modelos partici-
pativos directos. No obstante, sería falaz concluir que en estos dominios
no es posible ninguna democratización. Por el contrario, una vez que uno
tiene en cuenta las diferentes lógicas de los mecanismos coordinadores
de cada esfera, se hace evidente que hay formas de democracia adecuadas
para cada una, incluso si es necesario que varíen de acuerdo con las condi­
ciones estructurales relevantes. Este punto se aclara si nos concentramos
en las esferas de la sociedad económica y la sociedad política, como los
niveles institucionales en que el mecanismo del Estado y la economía es­
tán asentados.
La democracia representativa al nivel de la sociedad política articula el
grado mínimo de participación democrática requerido por las interpreta­
ciones modernas del principio de ciudadanía. Al mismo tiempo, son ob­
vios los límites que se presentan a la participación directa por la misma
existencia del Estado, cuyas funciones son coordinadas mediante relacio­
nes de poder y al que se define por su monopolio del uso legítimo de la
fuerza. La separación de poderes, el gobierno de la ley y el requerimiento
de un funcionamiento burocrático eficiente orientado por el principio de
debido proceso, excluyen la participación directa de todos en la confor-
rnación de las políticas al nivel del Estado. Cuando mucho, los participan-
les pueden operar a este nivel indirectamente por medio de los partidos y
de la supervisión, control y publicidad parlam entaria en otras palabras,
por medio de las instituciones de la sociedad política. La democratización
adicional de un sistema de organización política formalmente dem ocráti­
co debe respetar estos líflfff&S.
La sociedad política no está limitada a las estructuras globales o nacio­
nales. Éstas pueden ser complementadas por estructuras locales y regio­
nales que podrían perm itir una participación más directa de lo que es
comúnmente el caso hoy en día. Además, los procedimientos para revisar
los principios o normas constitucionales pueden hacerse más abiertos.
También, en algunos países, ciertas estructuras de la representación fun­
cional, aunque en formas corporativistas, no democráticas, complemen­
tan estructuras representativas fundamentadas territorialmente. Éstas se
encuentran, en principio por lo menos, abiertas a más democracia y parti­
cipación, el antiguo sueño de Durkheim y de los pluralistas filosóficos.140
Lo que parece faltar en todas purtcs es la institucionalización del insumo
social total por cuerpos locales y funcionales en procedimientos públicos
abiertos, globales, que comparten-legitimidad con los cuerpos represontu*
462 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

tivos establecidos. El recurrente llamado a una segunda cám ara parla­


mentaria por los socialistas guildistas, los austrom arxistas y otros socia­
listas democráticos, entre ellos algunos movimientos sociales contempo­
ráneos, apunta en esta dirección. Por supuesto, en nuestro contexto más
abstracto no es posible discutir el instrum ento exacto para la dem ocrati­
zación en esta área.
La noción de la representación funcional ya toca cuestiones de democra­
cia económica. Sin embargo, está claro que, en lo que se refiere a la econo­
mía o más bien a la sociedad económica, los requerimientos de eficiencia
y de racionalidad del mercado sólo pueden ser descartados en nombre de
la democracia a costa de ambas. Aquí, los niveles de representación y de par­
ticipación necesitan ser reconciliados con las necesidades sociales de la pro­
ducción y del consumo. Las formas de la democracia económica no necesi­
tan ser tan inclusivas como las de la forma de organización política. No
obstante, como lo indica la institucionalización de los mecanismos de la
negociación colectiva, de la codeterminación y de los consejos representa­
tivos de los trabajadores, la democratización no es en sí incompatible con
el funcionamiento eficiente.
La pluralidad de las formas democráticas que son posibles y deseables
respecto a la sociedad económica pueden incluir, entre otras, cooperati­
vas de consumo y de producción, representación de los sindicatos y de las
organizaciones patronales dentro de los cuerpos corporativos, los conse­
jos con varios poderes, los comités de quejas y, como ahora lo vemos en
Europa Oriental, nuevas formas de propiedad. Cada una de éstas puede
en principio hacerse compatible con los requerimientos de eficiencia y en­
tre sí (o por lo menos puede m antenerse dentro de límites aceptables la
pérdida de eficiencia que implican). La democratización adicional de la so­
ciedad económica implicaría institucionalizar estas varias formas de par­
ticipación hasta el punto en que se amenaza a la dirección eficiente, y esto
puede hacerse sin desdiferenciar a la economía, la sociedad y el Estado.
Los campos intermediarios de la sociedad económica y la política tienen
por lo tanto un papel doble: estabilizan la diferenciación a la vez que actúan
como receptores de la influencia de la sociedad civil dirigida a la econo­
mía ya la forma de organización política.
Nuestra tesis central es que la democracia puede ir mucho más allá en
el nivel de la sociedad civil que en el nivel de la sociedad política o econó­
mica, porque aquí el mecanismo coordinador de la interacción com uni­
cativa tiene prioridad fundamental. Aparte de los aspectos sistemáticos
de esta afirmación, a la que retomaremos en el próximo capítulo, inductiva­
mente es cierto que el funcionamiento de las asociaciones societales, la
comunicación pública, las instituciones culturales y las familias permite
grados potencialmente altos de participación directa, igualitaria y de toma
LA ÉTICA DEL DISCURSO Y LA SOCIEDAD CIVIL 463

de decisiones colegiada —mayor de la que es posible para los partidos


políticos o los sindicatos, por ejemplo—. Por supuesto, la experimenta­
ción con los niveles de participación sólo puede ocurrir donde ya existe
un amplio rango de asociaciones, públicos y grupos informales y está ga­
rantizada por los derechos. Donde existe esa pluralidad, la participación
en pequeña escala se puede convertir, como lo esperaba Tocqueville, no
sólo en la sustancia real del gobierno local democrático, sino tam bién en
una base para los procesos de autoeducación que pueden conducir a una
cultura política democrática. Muchas sociedades civiles contemporáneas
están vinculadas con lo que son, de hecho, prácticas políticas casi oligár­
quicas, a pesar de lo cual ya están bien establecidos los fundamentos para
la pluralidad, en las asociaciones voluntarias, en las universidades e incluso
en las iglesias. Estas estructuras no siempre son democráticas y raras veces
implican una participación genuina, pero en el contexto de las norm as de­
mocráticas son el blanco constante de la democratización.
En Strukturwandel der Óffentlichkeit, Habermas también argumentó por
la democratización de las entidades corporativas existentes como una so­
lución posible a la decadencia de la esfera pública.141 Creemos que el prin­
cipio de la legitimidad democrática, cuando está ligado a la teoría de la
sociedad civil, conduce a una revitalización y extensión de esta clase de
alternativa, por tres razones. Primero, la participación en las sociedades
modernas es en última instancia sólo ilusoria si no hay ninguna participa­
ción en pequeña escala además de los parlamentos representativos. Se­
gundo, no se puede u sarla ética del discurso en este contexto para validar
In supresión de las pluralidades que ya existen en nombre de un proceso
discursivo que lo incluye todo. Tercéro, la democratización de las plurali­
dades existentes es más compatible con la conservación de las estructuras
modernas que su "totalización” por alguna clase de modelo de consejos,
listo último implicaría la pesteorporación de los mecanismos de direc­
ción (administraciones, mercados) en relaciones directamente sociales y
esto entraría en conflicto con la presuposición de una sociedad civil mo­
derna, es decir, con la diferenciación. No obstante, los límites a la demo­
cratización en el nivel de los mecanismos de dirección serían compensa­
dos en parte por la democratización de las asociaciones societales que
pueden influir indirectamente tanto en el Estado como en la economía.
Las normas de la esfera pública en la sociedad civil —aunque se les
distorsione—, reflejan una demanda constante de supervisión, control, y
democratización de las formas de asociación que ya existen. Originalmente
Una forma de control discursivo generado p o r la sociedad sobre el po­
der burocrático-cstatal, la esfera pública liberal ha decaído en la medida
tn que las asociaciones privadas se han transformado en organizaciones en
gran escala con un carácter casipoUtleo que tienen en parte la responsa-
464 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

bilidad por las tareas de la conducción económica y política. Las dem an­
das normativas de la publicidad en la nueva situación implican inheren­
temente la exposición al público y la democratización de estas asociacio­
nes privadas, aunque sea en diferentes grados en la sociedad civil, la política
y la económica. Históricamente, justoiesos desarrollos, junto con la reno­
vación de las organizaciones formales, públicas, alternativas, han com­
plementado los procesos que defienden la esfera pública liberal. La reno­
vación de la vida pública política es una potencialidad siempre presente
de este aspecto del proceso general.
Más allá de las normas de la publicidad en sí, dos componentes de la
ética del discurso operan a favor de la pluralidad de las democracias:
la crítica de la exclusión de cualquiera que esté interesado y la atención
en la participación real. De hecho, todas las formas existentes de democra­
cia tienen internamente procesos de exclusión. La democracia representati­
va liberal en el modelo del siglo XIX excluía a los ciudadanos pasivos. La
democracia representativa m oderna resta la im portancia de (si bien no
los excluye formalmente) aquellos que no son miembros de fuertes aso­
ciaciones voluntarias o de organizaciones de partido. La democracia direc­
ta excluye a los que no buscan la felicidad pública ante todo (es decir, a los
políticam ente inactivos). La dem ocracia territorial discrim ina contra
los productores, la democracia industrial contra los consumidores. El
federalismo puede reducir la im portancia de las grandes mayorías nacio­
nales así como la de los individuos y grupos opositores dentro de cada
unidad miembro. La centralización de la democracia no proporciona nin­
gún incentivo para las unidades que pueden potencialm ente ser im ­
portantes unidades autogobernadas. Aunque ninguna combinación de
estos principios excluiría del todo la exclusión, la promoción de una plura­
lidad de formas de democracia ofrece la promesa de una participación
significativa en varios niveles que de otra m anera verían dism inuir su im­
portancia.
Resumiendo. La legitimidad democrática y los derechos básicos in­
terpretados en el sentido de la ética del discurso implican fuertem en­
te una pluralidad de democracias para la que la sociedad civil repre­
senta un terreno institucional que le proporciona potencialidad de dos
maneras:

1. La diferenciación del Estado, la sociedad y la economía como esferas


institucionales —y de la sociedad política y económica entre ellas— per­
mite definir la democracia y la democratización según las diferentes lógi­
cas de estas esferas.
2. Las estructuras de la pluralidad —reales y potenciales— en la propia
sociedad civil permiten la posibilidad de dem ocratizar a la esfera social
LA ÉTICA DEL DISCURSO Y LA SOCIEDAD CIVIL 465

en térm inos de participación y publicidad. En la actñalidad el problem a de


la democracia ha retornado a la esfera en que surgió por primera vez la de la
sociedad civil. La democratización adicional de las formas de organiza­
ción política formalmente democráticas debe plantearse con referencia a
la sociedad civil y no simplemente respecto al Estado o a la economía. La
ética del discurso tal como la hemos interpretado, junto con una teoría
revisada de la sociedad civil, no sólo permite ese enfoque, sino que, como
una ética de la democratización, también lo exige. Si el principio de los de­
rechos basado en la ética del discurso implica la protección de la sociedad
civil moderna, el principio de la legitimidad democrática implica su de­
mocratización más allá del modelo democrático-liberal.

La pluralidad de democracias tal como se concibe aquí es utópica. El


significado de esta utopía, sin embargo, está abierto a dos interpretacio­
nes muy diferentes. La prim era presupondría la continuidad con la es­
tructura institucional que ya existe de la sociedad civil moderna. Esto
implicaría un proyecto institucional en parte articulado sobre la base de
una ética filosófica que, por supuesto, necesitaría agencias dinámicas
de todas clases para su realización. Wellmer indica correctamente que la
probabilidad histórica no puede derivarse de una ética filosófica. Sin em­
bargo, una estructura institucional que ya existe puede m ediar entre el
deber y el ser, entre la filosofía y la sociedad existente.
Si la estructura institucional de la sociedad civil resulta ser anacrónica
a la luz de lo que sabemos sobre los estados y economías contem porá­
neos, en realidad estaríamos tratando con una utopía en un segundo sen-
lido de un deber puro que no debe ser impuesto en una realidad recal­
citrante. En este caso, la ética del discurso ciertamente debería liberarse
del peso inútil del concepto de la pluralidad de democracias. Entonces
lo que está en juego es lasaáabilidad de un concepto reformulado de la
'sociedad civil respecto a las condiciones contemporáneas. Tal reform u­
lación —usando el lenguaje y los argumentos de la teoría social moderna,
que creemos todavía proporciona nuestro mejor acceso a la sociedad con­
temporánea— es nuestro próximo objetivo.

NOTAS
1Para la mejor defensa reciente del liberalismo orientado a los derechos, véase Ronald
Dworkin, Taking Rights Seriously, Cambridge, Harvard University Press, 1978. Para una
Ihiciui discusión de la Idea llboral do la neutralidad, véase Charles Larmore, Pattems of
Mora! Complexity, Cambridge, Inglaterra, Cambridge University Press, 1987.
2Véase Carolo Pateman, Parlwlpatlpn and Democratic Theory, Cambridge, Inglaterra,
Cambridge University PreM, 1970, y ThiProblém of Política! Obligation: A Critlcal Analyuin
466 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

o f Liberal Theory, Nueva York, Wiley, 1979. Véase tam bién C. B. M acPherson, The Life and
Times o f Liberal Democracy, Oxford, Oxford University Press, 1977, y Democratic Theory,
Oxford, Clarendon Press, 1973.
3 Aquí estam os pensando en las dim ensiones clave de los "nuevos m ovim ientos sociales"
en el Occidente, incluyendo los m ovim ientos ecologista, de iniciativas ciudadanas, fem inis­
ta y pacifista, y en la Solidaridad polaca en el Oriente. Para una discusión de estos nuevos
m ovim ientos, véase el cap. x. Véase tam bién Andrew Arato, "Civil Society vs. the S tate”,
Telos, núm . 50, invierno de 1981-1982, pp. 19-48; Jean L. Cohén, "R ethinking Social Move-
m ents”, Berkeley Journal o f Sociology, núm . 28, 1983, pp. 97-113, y "Strategy or Identity:
New Theoretical Paradigms and Contemporary Social Movements”, Social Research, vol. 52,
núm. 4, invierno de 1985, pp. 663-716; Andrew Arato y Jean L. Cohén, "The G erm án Green
Party”, Dissent, 8, verano de 1984, pp. 327-333, y "Social M ovem ents, Civil Society and the
Problem of Sovereignty", Praxis International, vol. 4, núm . 3, 1984, pp. 266-283.
4 Andrew Arato y Jean L. Cohén, "Civil Society and Social Theory”, Thesis Eleven, núm .
21, 1988, pp. 40-64. Véase los caps. IV y VI. Lo m ism o es cierto p ara Niklas L uhm ann (véase
el cap. Vil).
5 Jean L. Cohén, Class Society and Civil Society: The Limits o f Marxian Critical Theory,
A mherst, University of M assachusetts Press, 1982.
6 Lo que sigue es u na reenunciación de los supuestos centrales de la ética del discurso
que son com partidos, a pesar de form ulaciones diferentes, p o r los dos principales p ro p o n en ­
tes de la teoría: Jürgen H aberm as y Karl-Otto Apel. Nos basam os principalm ente en la ver­
sión de H aberm as. Todavía no queda claro si a la ética del discurso se le puede d ar un funda­
m ento trascendental (Apel), pragm ático-universal (H aberm as) o sólo histórico (Castoriadis),
ni si un argum ento (H aberm as) o decisión (Heller) racional deberá tener la prio rid ad en
últim a instancia en lo que se refiere a nuestra “elección" de esa ética. Un im presionante
debate entre C astoriadis y H aberm as en Dubrovnik, Yugoslavia, en 1982, nos convenció de
que pueden darse argum entos igualmente buenos tanto en favor de la historicidad como de la
universalidad. De este debate quedó en claro que el elem ento com ún en las dos posiciones
es la dualidad de los niveles de análisis; se requieren tipos de argum entación m ás fuertes
p a ra el m etanivel (el nivel procesal de la institucionalización) que p ara el nivel histórico
(aquello que ya ha sido instituido). Para la obra de K arl-Otto Apel, en la que nos basam os,
véase Towards the Transformation o f Philosophy, Londres, Routledge y Kegan Paul, 1980,
pp. 225-285, y "Norm ative Ethics and Strategic R ationality: The Philosophical Problem of a
Political E thics”, The Gradúate Faculty Philosophy Journal, vol. 9, núm . 1, invierno de 1982,
pp. 81-109. P ara Jü rg en H ab erm as, véase "D iscourse E thics: N otes on a P ro g ram of
Philosophical Justification”, en su libro Moral Consciousness and Communicative Action,
Cambridge, MIT Press, 1990 [Conciencia moral y acción comunicativa, Península].
7 Estas dos dim ensiones son separables, con prio rid ad de la prim era. Véase H aberm as,
“Discourse E thics”, op. cit., y tam bién su respuesta a Lukes en John B. T hom pson y David
Held (eds.), Habermas: Critical Debates, Cam bridge, mit Press, 1982, p. 254.
8 Véase tam bién Apel, "Norm ative E thics”, op. cit., pp. 100-101.
9 Jürgen H aberm as, “A Reply to My Critics”, en T hom pson y H eld (eds.), Habermas:
Critical Debates, op. cit., p. 257. Véase tam bién Jürgen H aberm as, Legitimation Crisis, Boston,
Beacon Press, 1975, p. 89, y "Discourse Ethics" op. cit.
10 Véase T hom as McCarthy, The Critical Theory o f Jürgen Habermas, Cam bridge, MIT
Press, 1978, p. 325; Albrecht Wellmer, Praktische Philosophie und Theorie der Gesellschaft,
C onstanza, Universítátsverlag K onstanz, 1979, pp. 10-11; Apel, Towards the Transformation
o f Philosophy, op. cit., pp. 227, 258-259.
11 Jürgen Haberm as, "W ahrheitstheorien", Wirklichkeit und Reflexión: Festschrift fur Walttr
Schulz, Pfullingen, 1973, pp. 251-252, citada en McCarthy, Critical Theory, op. cit., p. 316.
Véase tam bién H aberm as, "Discourse E thics”, op. cit., pp. 99 y ss., p a ra la form ulación m il,i
reciente de las reglas de la argum entación. 1
12 Para u na form ulación breve en inglés véase, Seyla B enhabib, Critique, Norm, a n d
Utopia, Nueva York, Colum bia University Press, 1986, pp. 284-285.
13 Véase Apel, Towards the Transformation o f Philosophy, op. cit., pp. 238-239, d o n d l
caracteriza de esa m anera a los procesos de la burocracia burguesa.
LA ÉTICA DEL DISCURSO Y LA SOCIEDAD CIVIL 467

14 H aberm as, "Reply”, op. cit., p. 257. Véase tam bién Wellmer, Praktische Philosophie,
op. cit., pp. 33-34.
15 H aberm as, “Discourse E thics”, op. cit., p. 67.
16 Para un a buena discusión de este punto, véase A lessandro F errara, "A Critique o f Ha-
berm as, D iscourse E thic”, Telos, núm . 64, verano de 1985, pp. 45-74.
17 H aberm as, "Discourse E thics”, op. cit., pp. 68-76.
18 Haberm as, Legitimation Crisis, p. 108. McCarthy hace énfasis en esta dim ensión de la teo­
ría, en tanto que los textos de W ellmer inten tan darle un carácter residual.
19 H aberm as, “Discourse E thics”, op. cit., p. 65.
20 Las m ejores discusiones son las de Albrecht Wellmer, "Zur K ritik d er Diskursethik",
Ethik und Dialog, Francfort, Suhrkam p, 1986, y Agnes Heller, “The D iscourse E thic of Haber-
mas: Critique and A ppraisal”, Thesis Eleven, núm . 10/11, 1985, pp. 5-17. La m ayoría de las
discusiones de la teoría de la ética del discurso se centran en to rno a su habilidad p ara ser­
vir com o una teoría m oral general. Creemos que la nuestra es la p rim era discusión com pren­
siva de su capacidad para servir com o una teoría de la legitimidad dem ocrática y de los dere­
chos básicos.
21 H aberm as, Legitimation Crisis, p. 88; véase tam bién Jürgen H aberm as, “Legitim ation
Problem s and the M odern State", Communication and the Evolution o f Society, B oston,
Beacon Press, 1979. Para decirlo de otra m anera, la ética del discurso de H aberm as puede
ser considerada com o un esfuerzo “posthegeliano” p a ra u n ir al p rin cip io liberal de los
derechos básicos (y a la concepción de la libertad negativa) y a la antigua concepción rep u ­
blicana (y de inicios de la m odernidad) de la libertad positiva den tro de la estru ctu ra de una
teoría que presupone la diferenciación. A diferencia del modelo hegeliano, sin embargo, la teo­
ría de la ética del discurso no nos lleva a co n stru ir la concepción norm ativa de la política (o
los principios norm ativos que subyacen en la ley) en térm inos de una concepción m onista,
sustantiva y en últim a instancia no dem ocrática de la vida ética. En cam bio, com o una
teoría de la legitim idad dem ocrática, la ética del discurso hace posible concebir u n a nueva
lorm a de libertad pública adecuada a u n a pluralidad de form as de vida, que p resupone y en
parte ju stifica el p rincipio de los derechos básicos; véase Jean L. Cohén, “M orality o r
Sittlichkeit: Towards a Post-Hegelian Solution”, Cardoso Lave Review, vol. 10, núm s. 5-6,
m arzo-abril, de 1989, pp. 1389-1414.
22 Heller, “The D iscourse E thic”, op. cit., p. 7; Wellmer, "Zur Kritik der D iskursethik", op.
cit., pp. 51-55.
23 Para u na crítica de la dicotom ía público/privado siguiendo estas líneas, véase Susan
Okin, Justice, Gender and the Family, Nueva York, Basic Books, 1989. Okin pone en duda el
supuesto de que com o la fam ilia es un “espacio privado", se en cu en tra "m ás allá de la
luslicia”. Convincentem ente argum enta que las “circunstancias de la justicia" discutidas
por H um e y Rawls se presentan e n la familia: los esposos, las esposas y los hijos tienen
(unto intereses com unes com o diferentes. Por lo tanto, todos los m iem bros de la fam ilia
pueden afirm ar sus derechos. N uestra inclusión de la fam ilia dentro de la sociedad civil
está de acuerdo con este argum ento. Por supuesto, la ley fam iliar difiere de la ley contrac­
tual o adm inistrativa, pero esta "esfera privada” está a p esar de todo regulada legalm ente,
Incluso cuando ciertas decisiones dentro de la m ism a sean consideradas privadas.
24 H aberm as, Legitimation Crisis, op. cit., pp. 87-89. Para una buena discusión de la crítica
de Wellmer, véase Alessandro Ferrara, “Critical Theory and Its D iscontents: On W ellmer’s
Critique of H abermas", Praxis International, vol. 9, núm. 3, octubre de 1989, pp. 305-320.
25 H aberm as específicam ente se refiere a la versión que p resenta W eber de esta tesis.
26 H aberm as, L e g i t i m a t i o n C r is is , o p . c it., pp. 95-117; tam bién su T h e T h e o r y o f C o m m u -
tiic a tiv e A c t io n , vol. 1, Boston, Beacon Press, 1984, pp, 254-270 [T e o r ía d e la a c c ió n c o m u ­
n ic a tiv a . C o m p l e m e n t o s y e s t r u c tu r a s , Iberoam ericana],
27Aquí es necesaria una aclaración. Habermas presenta a la ética del discurso como una
leuría moral general. Al hacerlo así, distingue entre el punto de vista moral ("el derecho") y
Ion asuntos de identidad individual o de grupo, o de sistemas de valores culturales (“el
bien"). Su propia versión de la dicotomía público/privado se refiere así a la distinción entre
los principios morales universallelaripúblicos) y los valores particulares que una persona
considera en su forma de vida, neoeiluadde-idóntldad, plun de vida, etc. (privados), Aun-
468 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

que él argum enta que los valores culturales pueden ser candidatos a c o n stitu ir norm as
societales generales, la distinción se basa en el supuesto de que esos valores culturales,
necesidades de identidad y com ponentes de la form a de vida que no pued en ser unlversali­
zados, no pertenecen al cam po de lo m oral, sino que im plican en cam bio problem as estético-
evaluativos. E ste tipo de afirm ación causa un acalorado debate entre los teóricos de la
m oral. Algunos argum entan que uno nunca puede sep arar el bien del m al. O tros, que esta
form a de separar a los dos lim ita innecesariam eíite el dom inio de la m oral, a la vez que
degrada en form a inaceptable las cuestiones del bien, del nivel de los asuntos de principio
al de los asuntos de gusto. H em os p rocurado evitar el debate en este nivel p resen tan d o a la
ética del discurso com o un subconjunto especifico de la teo ría m oral, subconjunto que
trata con los principios que subyacen en la tom a de decisiones legítim a en u n a dem ocracia
constitucional. Pero nuestra versión de la teoría sí presupone un dom inio de juicio m oral
autónom o que constituye un lím ite al alcance de la tom a de decisiones dem ocrática. Este
"dom inio” es reconocido p o r el principio de los derechos fundam entales, que, com o m os­
trarem os, tiene una com pleja relación con los principios de la ética del discurso. Por lo
tanto, lo que nosotros llam am os “privado” se refiere a reflexiones y elecciones m orales de
los individuos así com o a sus juicios respecto a sus proyectos y necesidades de identidad.
Los derechos a la vida "privada”, com o verem os, aseguran precisam ente este terreno. Aun­
que todos los derechos están conectados con u n principio público p orque debe afirm árseles,
estar de acuerdo sobre ellos e institucionalizárseles com o ley, lo que protegen (en especial
en el caso de la vida privada) queda fuera de los lím ites de lo público, lo legal o el control
político. E n otras palabras, articulados en u n a form a pública, los derechos privados pro te­
gidos legalm ente constituyen un cam po de juicio autónom o que está m ás allá de la regula­
ción política. E m pero, la vida privada com o tal no está ligada a n ingún dom inio in stitu ­
cional particular, sino que se refiere a aspectos de funcionam iento individual en todos los
ám bitos de la vida. Además, esta concepción de la vida privada no se basa en un m odelo
atom ístico del sujeto soberano o del individuo asocial. Por el contrario, p recisam ente por­
que los individuos desarrollan sus identidades personales y colectivas en procesos interactivos
com plejos y siem pre están incorporados en u n a red de relaciones con otros, y p orque existe
un a pluralidad de concepciones m orales en cualquier sociedad civil m oderna, la capacidad
para to m ar decisiones m orales autónom as y la habilidad p ara d esarrollar proyectos perso­
nales requieren de protección y reconocim iento. En esta concepción interactiva o inter­
subjetiva de la individualidad, la com unicación -con otros en form a de la exposición de
razones o de explicar las necesidades de identidad tiene, p or supuesto, un papel central.
Pero tam bién lo tiene el diálogo ideal a diferencia del real, la abstención así com o la p a rti­
cipación en la interacción. Además, la interacción com unicativa no es lo m ism o que el
discurso. En realidad, estam os de acuerdo con H aberm as en que esos valores, necesidades
de identidad, com ponentes de form as de vida y proyectos individuales que no pueden unl­
versalizarse no están sujetos a las estructuras de la ética del discurso, aunque no les nega­
rem os un status m oral. En resum en, suponem os que hay dos cam pos norm ativos: el priva­
do y el público. El privado se refiere a reflexiones, decisiones, juicios y responsabilidad
individual m orales autónom as; el público se refiere al cam po que queda bajo las norm as
políticas y legales o justicia. Así, sim ultáneam ente lim itam os el alcance de la ética del dis­
curso, liberándola de la carga que le significaba ser u n a teoría m oral general, y am pliam os
el status de la m oral hasta lo que se ha considerado privado.
28 Jürgen H aberm as, "Civil Disobedience: Litm us Test for the D em ocratic C onstitutional
S tate”, Berkeley Journal o f Sociology, 30, 1985, pp. 95-116. P ara u n a discusión m uy com ple­
ta de estos problem as, véase el cap. XI.
29 Véase el cap. vm p a ra u n a discusión com pleta de este punto. Véase tam bién el capítu­
lo sobre la desobediencia civil en Dworkin, Taking Rights Seriously, op. cit., pp. 206-222.
30 F errara argum enta bien este punto. Sin em bargo, su análisis se co ncentra p rincipal­
m ente en la ética del discurso com o una teo ría m oral general y no aclara el problem a que sa
presen ta respecto a u n a teo ría de la legitim idad política. Véase F errara, “A C ritique of
H aberm as’ D iscourse Ethic", op. cit., pp. 71-74. Es un erro r com ún de quienes la in terp re­
tan suponer que la ética del discurso in genuam ente im plica la posibilidad y validez de
cualquier consenso del discurso práctico. Éste no es el punto. Más bien, la ética del discuiv
LA ÉTICA DEL DISCURSO Y LA SOCIEDAD CIVIL 469

so articula los criterios que deben guiar a las discusiones prácticas sobre las n orm as y que
pueden o no conducir a un acuerdo. Un consenso que viola los principios de la ética del
discurso no puede ser considerado racional.
31 H aberm as argum enta que el paso del discurso virtual al real debe hacerse en el dom i­
nio m oral. Pero nosotros creem os que la crítica de W ellmer a esta afirm ación es poderosa.
W ellmer niega que se requiera un discurso real en el dom inio m oral. Tam bién argum enta
que las presuposiciones de la argum entación no bastan p a ra sostener un p rincipio m oral.
Como no querem os to m ar partido en lo que se refiere a qué tipo de teoría m oral posconven­
cional constituye la etapa superior de razonam iento m oral, aceptam os que el razo n am ien ­
to m oral posconvencional basado en principios no necesita im plicar un diálogo real. Ni la
teoría kantiana ni la m oral u tilitarista la requiere, no o bstante am bas son posconvencionales
según los criterios de H aberm as. Para una discusión de este tem a, véase T hom as McCarthy,
"Rationality and Relativism: H aberm as' 'Overcoming' of H erm eneutics”, en T hom pson y
lleld (eds.), Habermas: Critical Debates, op. cit., pp. 57-78. Véase tam bién Wellmer, Ethik
und Dialog, op. cit., pp. 102-113.
32 Véase Wellmer, Praktische Philosophie, op. cit., pp. 11, 31 y ss.
33 Citado en Jürgen H aberm as, "Die Utopie des guten H errschers", Kultur und Kritik,
Francfort, Suhrkam p, 1973, p. 386; Alvin Gouldner, The Future o f Intellectuals and the Rise
o f the New Class, Nueva York, Seabury, 1979, pp. 38-39.
34 H aberm as, “Utopie des guten H errschers”, op. cit., p. 387.
35 Jürgen H aberm as, Theory and Practice, Boston, Beacon Press, 1973, pp. 37-40.
36 Apel va incluso m ás lejos y postula explícitam ente u n a relación dialéctica entre la
“com unidad de habla real” y la "ideal”, según la cual la segunda es anticipada contrariamente
a los hechos en la p rim era com o u n a "posibilidad real" ( Towards the TYansformation o f
Philosophy, pp. 280-281). Apel vacila entre dos posiciones: u n a que considera las formas que
ya existen de la dem ocracia como form as de "consenso empírico", y que asigna el status de
"com unidad de com unicación real” (plena de posibilidades) a todas las comunidades, y
oirá que descubre que las instituciones de las dem ocracias contem poráneas son el lugar da
tu dialéctica entre la com unicación real y la ideal (“N orm ative E thics”, pp. 102-103),
37 Wellmer, Praktische Philosophie, op. cit., pp. 46-47.
38 Heller, "The D iscourse Ethic", op. cit., pp. 13-16.
39 Wellmer, "Über V ernunft, E m an zip atio n , u n d Utopie", Ethik und Dialog, op, cit,,
pp. 208-221.
40 H aberm as, Legitimation Crisis, p. 89, y "Discourse E thics”, pp. 65-66.
41 Ibid.
42 McCarthy, Critical Theory, op. cit., pp. 327-328.
43 H aberm as, Legitimation Crisis, pp. 65-117.
44 ¡bid. Véase tam bién HaberqjafoJ'Reply”, op. cit., pp. 257-258; McCarthy, Critical Theory,
, o)), cit., p. 331, y H aberm as, "Utopie des guten H errschers”, op. cit., p. 384.
43 H aberm as, "Discourse E thics”, op. cit., p. 72.
48 Ibid.
47 Wellmer, "Über V ernunft”, op. cit., p. 206.
48 Véase la sección que H aberm as dedica a Tugendhat en "Discourse E thics1', op. cit,,
pp. 68-76. Seyla B enhabib, "In the Shadow of Aristotle and Hegel: C om m unicative Ethics
Niul C urrcnt Controversies in Practical Philosophy”, en M ichael Kelly (ed.), Hermeneutics
and Critical Theory in Ethics and Politics, Cambridge, MIT Press, 1990, pp. 1-31, también
elimina el principio de universalización pero, a diferencia de Tugendhat, insiste en el carác­
ter cognitivo de la ética del discurso.
4,1 llubcrm as, "Discourse Ethics", op. cit., p. 74.
,0 H aberm as, Legitimation Crisis, op. cit., p. 105.
>' Ibid.
81 Debemos esta percepción a Alessuiulro Ferrara.
n Ésta es la posición de Agnes Heller en Reyond Justice, Oxford, Blackwell, 1987. Para
Una critica del decisionlsmo de Heller, véase Joan L. Cohén, "Heller, Habermas and Justice”,
famls International, vol, 8, mlm, 4fWl(ro de lj!89, pp. 491-497.
470 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

55 H aberm as, Communication and the Evolution o f Society, op. cit., p. 183.
56 Desde el p u n to de vista de H aberm as, el m undo de vida es el concepto com plem enta­
rio de la acción com unicativa y el discurso es u n a form a reflexiva de la acción com unicativa.
Aunque el lenguaje y la cultura constitutivos de la identidad form an el fondo, los com ponentes
estructurales del m undo de la vida —m odelos culturales de la natu raleza y de n uestro lugar
en ella, relaciones interpersonales legítim am ente ordenadas, estru ctu ras y capacidades de
la personalidad— tam bién funcionan doblem ente com o com ponentes de los m undos obje­
tivo, social y subjetivo a los que podem os tem atizar y reflexionar sobre ellos. La estru ctu ra
descentralizada de la com prensión m oderna del m undo y la diferenciación entre nuestros
conceptos form ales del m undo significa que "el m undo de vida pierde su p o d er prejuicioso
sobre la práctica com unicativa diaria al grado de que los actores deben su entendim iento
m utuo a sus propios desem peños interpretativos", H aberm as, The Theory o f Communicative
Action, vpl. 2, Boston, Beacon Press, 1987, p. 133. En otras palabras, u n a vez que la re p ro ­
ducción de los com ponentes estructurales del m undo de vida ya no es m eram en te canali­
zada a través del m edio de la acción com unicativa, sino que tam bién depende de los logros
interpretativos de los propios actores, los com ponentes centrales de las identidades indivi­
dual y colectiva pierden su “d eterm inabilidad". Se hace posible reflexionar sobre estas
identidades y evaluar sus dim ensiones críticam ente desde el p u n to de vista m oral y tam ­
bién desde el p u n to de vista de los proyectos p ara la autorrealización. Los discursos, la
form a m ás exigente de la acción com unicativa, no crean identidades colectivas de la nada,
sino que las identidades colectivas pueden ser reafirm adas, revisadas o reinterpretadas en el
proceso de los discursos.
57 H aberm as, Communication and the Evolution o f Society, op. cit., p. 184. H aberm as
argum enta que este nivel se alcanza, en teoría por lo m enos, con R ousseau y K ant. A dife­
rencia de Weber, H aberm as en cuentra en las teorías de la ley natu ral de la obligación m ás
que "una m etafísica de la razón” que, al disolverse, deja sólo leyes positivas y procedim ien­
tos legales com o su propia autolegitim ación. En resum en, descubre la idea de u n acuerdo
racional bajo condiciones de reciprocidad sim étrica, la que reform ula com o el principio
procesal de la legitim idad dem ocrática.
58 Para nosotros, el concepto de identidad no rem plaza a la razón práctica en la ética
política. Mas bien, relaciona o m edia entre los principios de la razón práctica (el m om ento
procesal) y los intereses particulares o interpretaciones de necesidades.
59 H aberm as, "Discourse Ethics", op. cit., p. 104.
60 E sta paradoja ha llevado a interpretaciones opuestas de la ética del discurso. Por
ejem plo, Alessandro F errara, en "Critical Theory and Its D iscontents” la ha interpretado
m uy rigurosam ente com o una teoría deontológica que excluye la posibilidad de u n discur­
so sobre las interpretaciones de necesidades o valores culturales. Por el contrario, Seyla
B enhabib, en "In the Shadow of Aristotle an d Hegel”, op. cit., p. 16, afirm a que la discusión
de las interpretaciones de necesidades tiene u n lugar en la ética del discurso, siem pre que se
le de una interpretación deontológica "débil" y que ese discurso hace que nuestras concepcio­
nes de la buena vida sean accesibles a la reflexión m oral y a la transform ación m oral. Hay
am plia evidencia p ara argum entar que en su o b ra m ás reciente, H aberm as sigue suponien­
do que las interpretaciones de necesidades de quienes pueden ser afectados p o tencialm en­
te por un a norm a son contenidos adecuados p a ra el discurso, pero esta in terpretación sólo
tiene sentido si uno tom a el significado del térm ino "intereses generalizables" en la versión
de H aberm as del principio de la universalización, en el sentido de que se refiere a aquellas
interpretaciones de necesidades basadas en valores culturales que son universalizables (véase
"Discourse E thics”, op. cit., p. 104). Lo extraño en la posición de B enhabib es que desea
elim inar de la teoría el "principio reform ulado de la universalización” de H aberm as, a la vez
que afirm a que las cuestiones de la buena vida son accesibles a la reflexión m oral. Esta
posición confunde los asuntos de la autorrealización con los asuntos del autodesarrollo
(m oral), bajo la noción equivocada de que com o podem os com unicarnos, discu tir y, por
lo tanto, hacer fluidas a nuestras interpretaciones de necesidades, estas clases de discusio­
nes equivalen a un discurso. Pero, hablando en sentido estricto, éste no es el caso para
H aberm as. La discusión no es lo m ism o que el discurso. Más bien, el discurso en que
entran las interpretaciones de necesidades es un discurso que establecería la línea divisoria
LA ÉTICA DEL DISCURSO Y LA SOCIEDAD CIVIL 471

entre el derecho y el bien en térm inos de lo que es generalizable y de lo que debe perm an e­
cer particular. El principio de la universalización es esencial p ara esa tarea. U na vez que se
ha establecido esa lineadlas interpretaciones de necesidades pueden ser asu n to de discu­
sión y crítica, pero no del discurso argum entativo en el sentido estricto. A unque estam os de
acuerdo con B enhabib en que uno no puede establecer la línea divisoria en tre el derecho y
el bien a priori, nuestra posición es que uno no puede evaluar ad ecuadam ente de qué m an e­
ra las dim ensiones del bien en tran en la ética del discurso a m enos que se retenga el prin ci­
pio de universalización y se introduzca u n a variable in term ediaria —el concepto de identi­
dad— en la consideración de los intereses generalizables. De otra m anera, uno tiende a
disolver la distinción entre el derecho y el bien que continúa siendo la p ied ra angular p or la
que se sostiene o cae la teoría de H aberm as.
61 C harles Taylor, "Die M otive einer V erfahrensethik”, en W olfgang K uh lm an (ed.),
Moralitát und Sittlichkeit, Francfort, Suhrkam p, 1986, pp. 101-134.
62 H aberm as, "Discourse E thics”, op. cit., p. 106.
63 Véase Benhabib, Critique, Norm, and Utopia, op. cit., pp. 327-353; F errara, "A Critique
of H aberm as' Discourse Ethic" op. cit. La discusión de F errara es p ertin en te p a ra lo que nos
interesa. Su m ejor idea es que el propio prin cip io de la universalizació n ofrecido p or
H aberm as im plica que las consideraciones de identidad son centrales a la ética del d iscur­
so. C orrectam ente observa que las disputas acerca de la legitim idad de las norm as im plican
el choque de diferentes identidades en sociedades com plejas y que H aberm as presupone
un concepto de autonom ía m uy diferente al de Kant, es decir, uno que com bina la dignidad
con el desarrollo de m uchos aspectos (la capacidad p ara vivir plenam ente la vida propia,
según el plan de vida que uno haya elegido). En un pasaje extrem adam ente sugerente, pide
que se incluya en la noción procesal de justicia un concepto ''form al" del bien, entendido
como el respeto a las necesidades de identidad de cada individuo. E ste concepto form al se
centra en la integridad de las identidades individuales afectadas potencialm ente p o r una
norm a que está bajo consideración. Sin em bargo, F errara no distingue entre la ética del
discurso com o un a teoría m oral general y com o u n a teoría de legitim idad política. Bn
realidad, la m ayor parte de su argum ento está dirigido a la teoría com o u n a teoría m oral,
l’or lo tanto, difiere fundam entalm ente de la nuestra. Además, los m edios teóricos que usa
Ferrara p ara p resen tar su caso son poco convincentes. Considera al están d ar del "efecto
menos destructivo de las necesidades de identidad de todos los interesados” com o externo
itl principio de justicia, esto es, com o u n principio adicional cuyo p ro pósito es equilibrar al
principio de justicia. De hecho, llega incluso a decir que si, después de que la situación
nublada ideal ha llegado a un final satisfactorio, uno cree que el m ejo r argum ento no hace
Justicia plena a algunas necesidades de identidad que p ara el juicio m editado de uno m ism o
«crían m ejor satisfechas m ediante u n a solución en cuyo favor uno es incapaz de presentar
el mejor argum ento, entonces ygjg^gstá justificado si descarta el resultado de la situación de la
•discusión hablada ideal y actúa según su m ejor intuición [p. 70], Esa posición es confusa res­
pecto a una teoría m oral general y peligrosa en el caso de la teoría de la legitimidad política,
«I no se la califica. Si F errara quiere decir que uno puede realizar u n acto de rechazo cons­
ciente o de desobediencia civil p o r u n a am enaza a las necesidades de identidad, todo está
bien, pero si significa que uno puede sim plem ente hacer caso om iso del resultado de una
discusión dem ocrática, entonces el problem a de m an ten er el com prom iso con el procedi­
miento dem ocrático sería abrum ador. N uestro análisis de la relación entre la moralidad y
In legalidad p o r un lado, y la justicia y la solidaridad p or el otro, resuelve las dificultades.
M Jürgen H aberm as, "Justice and Solidarity: On the Discussion C oncerning Stage 6", en
Tilomas E. W ren (ed.), The Moral Domain: Essays in the Ongoing Debate between Philosophy
und the Social Sciences, Cambridge, MIT Press, 1990, p. 242.
65 Ibid.; véase también el ensayo de H aberm as "M orality and E thical Life: Does Hegel's
Critique of K ant Apply to Discourse E thics?”, Moral Consciousness and Communicalive
Action, op. cit. ,
M Habermas, "Justice anavSolldarlty", op. cit., p. 243, y "Morality and Ethical Life", op,
vil\, pp. 199-202. \
*7 Habermas, "Justice and dolldai lly ", op, cll„ p 225, y Jürgen Habermas, The Phllotophlcal
Discourse of Modemlly, Cambridge, MTTÉttria, 1987, pp. 337-366.
472 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

68 H aberm as, "Justice and Solidarity”, op. cit., pp. 245-246.


69 Ibid., p. 243.
70 Ibid., pp. 243-244.
71 Ibid., p. 244.
72 Ibid., p. 247.
72 Ibid.
14 H aberm as, "M orality and E thical Life”, op. 'cit., p. 203.
75 Ibid., p. 205.
76 Ibid., p. 202.
77 Ibid., pp. 203-204.
78 Ibid., p. 202.
79 H aberm as, “Justice an d Solidarity", op. cit., pp. 245-246. H aberm as enuncia que estos
lím ites pueden ser traspasados si los discursos han sido institucionalizados. C onsecuente­
m ente, la ética del discurso reconstruye las intuiciones m orales de quienes viven en las
sociedades civiles m odernas, o en sociedades en que los discursos o los derechos básicos
han tom ado su lugar.
80 H aberm as, "M orality and E thical Life”, op. cit., p. 205.
81 H aberm as, "Justice and Solidarity”, op. cit., pp. 246-247.
82 Ibid., p. 247.
83 H aberm as, "Discourse E thics”, op. cit., p. 100.
84 H aberm as, “M orality and E thical Life", op. cit., p. 207.
85 H aberm as, Moral Consciousness and Communicative Action, op. cit., p. 183. Alessandro
F errara ha indicado que este argum ento probablem ente no satisfará ni a los tradicionalis-
tas antim odem os —que rechazarían la perspectiva de som eter la orientación de las norm as
de uno al nivel posconvencional, en vista del anonim ato, incertidum bre y falta de integra­
ción social relacionadas con la m odernidad—, ni a los posm odernistas —que alegarían que
la experiencia de norm atividad es sólo otra expresión del poder— . En el capítulo vi se trató
de esta últim a objeción. Se tra ta rá de la prim era objeción en el capítulo IX. Aquí sim ple­
m ente hacem os ver que el sesgo obvio de la teoría a favor de la m odernidad no significa que
sea una apología de las instituciones existentes o de los procesos de m odernización. En
cam bio, la ética del discurso, ju n to con u n a teoría social dual, p roporciona u n a posición
crítica ante la "colonización" del m undo de la vida. Tampoco p resenta la teoría un deber
abstracto en favor de la m odernización de las sociedades tradicionales. Sin em bargo, sí
ayuda a d esenm ascarar las estrategias de retradicionalización en los m undos de la vida
m odernizadores. Éstas pueden ser interpretadas como luchas de poder en favor de form as
patriarcales, jerárquicas y autoritarias de vida y contra instituciones igualitarias, dem ocráti­
cas y no sexistas que por lo m enos son potencialm ente posibles en el terreno de un m undo
de vida m oderno.
86 La acusación opuesta, que la ética del discurso es tan form alista que no tiene ninguna
consecuencia institucional, presenta dos variantes: una que acepta el proyecto de una ética
discursiva, pero que busca la m ediación institucional, y otra que pone en d u d a a todo el
proyecto. P ara la p rim era , véase Jean L. C ohén, "Why More P olitical T heory?”, Telos,
núm . 49, verano de 1979, pp. 70-94, y Jack M endelson, “The H aberm as-G adam er Debate",
New Germán Critique, núm . 18, 1979, pp. 44-73. P ara la segunda, véase, Seyla B enhabib,
"M odernity and the Aporias of Critical T heory”, Telos, núm . 49, otoño de 1981, pp. 39-59, y
Steven Lukes, "Of Gods and Demons: H aberm as and Practical R eason", en Thom pson y
Held (eds.), Habermas Critical Debates, op. cit., pp. 134-148.
87 H aberm as, Communication and the Evolution o f Society, op. cit., pp. 183, 186-187.
88 No es accidental que H annah A rendt traduzca erróneam ente el concepto aristotélico
de isonomía para que signifique "ningún gobierno" en lugar de "participar en gobernar y
ser gobernado”. Véase H annah A rendt , La condición humana, Chicago, University of Chicago
Press, 1958, p. 22.
89 H aberm as, Communication and the Evolution o f Society, op. cit., p. 186.
90 Ibid.
91 Ibid.
92 H aberm as, “Utopie des guten H errschers", op. cit., p. 382. Ln prim er» discusión im-
LA ÉTICA DEL DISCURSO Y LA SOCIEDAD CIVIL 473

portante de la institucionalización de los discursos o de la creación de los espacios públicos


en la ob ra de H aberm as se en cuentra en The Structural Transformation o f the Public Sphere:
An Inquiry into a Category o f Bourgeois Society, [1962], Cambridge, MIT Press, 1989.
93 H aberm as, Theory and Practice, op. cit., p. 25; McCarthy, Critical Theory, op. cit.,
p. 324.
94 H aberm as, Theory and Practice, op. cit., pp. 25-26; H ab erm as, "U topie des guten
H errschers”, op. cit., p. 383. La tesis de la esfera pública burguesa im plica la idea de que el
nuevo principio de la legitim idad dem ocrática afecta el poder p o r m edio de u n a institucio­
nalización de los espacios públicos, com o los parlam entos, que ejercen el control sobre el
poder ejecutivo (por lo m enos en principio). Pero en su crítica de R ousseau p o r h a b er
confundido el nivel del principio de la legitim idad con el de la o rganización, H aberm as
no parece darse cuenta de que p recisam ente este paso le p erm itió a R ousseau p a sa r de un
m odelo del discurso virtual a uno del discurso real (Communication and the Evolution o f
Society, op. cit., pp. 185-186). No obstante, sigue siendo insostenible id en tificar la legiti­
m idad dem ocrática o incluso a un consenso dem ocrático real con un m odelo ú nico de
organización. Por o tra parte, la dem ocracia, com o m eram en te u n prin cip io de legitim i­
dad, fácilm ente se puede co n v ertir en u n a fuente de “leg itim izació n ” de p rá c tic a s no
dem ocráticas.
95 H aberm as, “Utopie des guten H errschers”, op. cit., p. 383.
9* Ibid.
97 Ibid. O tra división ocurre entre la teoría de la élite dem ocrática “realista” y las críticas
m arxistas a la dem ocracia form al. Véase H aberm as, Theory and Practice, op. cit., p. 27.
98 H aberm as, “Die Utopie des guten H errschers”, op. cit., p. 385.
99 Ibid., p. 383, y H aberm as, Legitimation Crisis, op. cit., pp. 130 y ss.
100 H aberm as, "Reply", op. cit., p. 252.
101 Jürgen H aberm as, Theory o f Communicative Action, op. cit., vol. 2, pp. 524 y ss. Para
lu versión m ás detallada, pero unilateral, véase H aberm as, Structural Transformation, op.
cit., pp. 181-250. Véase tam bién Cohén, "Why More Political Theory"? op. cit.
102 H aberm as, Theory o f Communicative Action, op. cit., vol. 2, p. 362. P resentam os una
discusión m ás detallada del problem a en el cap. IX.
103 Ibid., p. 364. Respecto al precursor del Estado dem ocrático, el Rechtsstaat, que ahora
se convierte paradójicam ente en la única etapa que sin am bigüedades garantiza la libertad, el
listado dem ocrático gana al nivel del principio de legitimidad y pierde al nivel del desarrollo
Institucional real —una extraña conclusión que H aberm as podría desear no presentar.
104 Parece haber u na diferencia significativa en la form a en que H aberm as tra ta del
problem a de las instituciones desde los dos puntos de vista norm ativos clave establecidos
por la ética del discurso: la legitim idad dem ocrática y los derechos básicos. La p rim era
lleva a un callejón sin salida, ú ltim a parece p ro m eted o ra p orque, u n a vez que
,Habermas desplaza el análisis de los derechos desde el m arco conceptual de la dicotom ía
desarrollo norm ativo/decadencia institucional a la dicotom ía sistem a/m undo de vida, los
derechos parecen establecer ese m ínim o básico al nivel institucional que se necesita p ara la
él lea del discurso y se abre así la posibilidad de u n desarrollo dual.
105 Para u na discusión de esta idea, véase Claude Lefort, "Politics and H um an R ights”,
The Political Forms o f Modern Society, Cambridge, MIT Press, 1986. L efort aprovecha la obra
de H annah A rendt’s On Totalitarianism, Nueva York, 1958, p. 296, p ara esta idea.
,0A Para la idea de los derechos universales fundam entales en el sentido fuerte, véase
Dworkin, "Taking Rights Seriously", Taking Rights Seriously op. cit.
1117 Véase Janos Kis, L’Egale Dignité, París, Seuil, 1989.
108 A lbrecht W ellmer, "M odcls of Freedom in th e M odern W orld", en Kelly (ed.),
Ilenneneutics and Critical Theory in Ethics and Politics, op. cit., p. 247.
1119 McCarthy, Critical Theory, op, cit., pp. 327-328, 352. No hay razón p o r la que los
aspectos de las varias concepciones de la autonom ía no puedan com binarse. Así, la autono­
mía en el sentido de autoleBlllacldn y Juicio moral (Kant), la habilidad de elegir el propio
plan de vida de uno y la vía para eiqiu lodosa rrol lo (Mili), y la habilidad para tomar papeles
•n el diálogo y lograr la reflottlvldad ante estos papeles (Habermas) son todas constitutivas
de la Idcu de autonomía d i qua M MtíTrSTando aquí. Obviamente, suponemos que es
474 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

posible form ular u na concepción de autonom ía que evite el autom onitoreo, las tendencias
represivas asociadas con la idea de señorío, tan im placablem ente criticadas p o r Foucault.
110 Wellmer, “M odels of Freedom ”, op. cit., p. 241.
111 Ibid., pp. 227-252.
112 B enhabib, "In the Shadow of Aristotle and Hegel” op. cit.
113 Esto equivaldría a una inversión del enfoque liberal clásico, que considera a los dere­
chos de com unicación (reunión, asociación, m edios) y a la participación política (sufragio,
derecho a ocupar cargos públicos) com o instrum entos para asegurar el com plejo central de
los derechos: aquéllos que instituyen el dom inio de la libertad negativa (a la que se puede
co n stru ir en u na form a extrem adam ente libertaria de m odo que la propiedad privada sea el
derecho central y el núcleo del concepto de los derechos, o en u n a form a liberal m enos
extrem a que perm ite la asistencia y seguridad social y otros tipos de poseer propiedad).
Desde nuestro p u n to de vista, no obstante, los derechos a la com unicación hacen m ás que
proteger del E stado a un dom inio de la sociedad civil. También son precondiciones políti­
cas p ara la form ación de la voluntad dem ocrática. De hecho, la legitim idad y la p articip a­
ción dem ocrática son generadas en este m ism o terreno.
114 H aberm as "M orality and E thical Life", op. cit., p. 205 [Escritos sobre moralidad y
eticidad, Paidósj.
H5 Ibid., p. 268.
116 H aberm as, Theory o f Communicative Action, op. cit., vol 2, pp. 362-363. Este texto no
tiene reservaciones paralelas sobre las libertades institucionalizadoras.
1,7 Todavía sería posible objetar que las norm as pueden defenderse precisam ente como
instituciones (com o lo hace Parsons y, a veces, H aberm as). E n este caso, tendríam os que
h ab lar del desarrollo institu cio n al vis-á-vis los derechos, a d iferencia de la decadencia
organizacional. Sin em bargo, hem os em pezado con u n uso que yuxtapone las norm as (la
legitim idad) a la institucionalización u organización.
118 Lefort tam bién presenta u n convincente argum ento co n tra la ideología liberal de los
derechos que los construye com o garantes exclusivam ente m orales y apolíticos de la liber­
tad negativa. El propio Marx fue atraído p o r esta interpretación, al p u n to de im aginar una
sociedad que no necesitaba derechos. Sería desastroso rep ro d u cir esa in terpretación p o r­
que las únicas conclusiones posibles serían, u n a vez m ás, la apología o la revolución, y
buscam os una vía diferente a este conjunto inaceptable de alternativas.
119 Júrgen H aberm as, "On Social id en tity ”, Telos, núm . 9, prim avera de 1974, p. 100.
120 Véase Júrgen H aberm as, "The New Obscurity: The Crisis o f the W elfare State an d the
Exhaustion of Utopian Energies", The New Conservatism: Cultural Criticism and the Historian ’s
Debate, Cambridge, mit Press, 1985. Véase tam bién Andrew Arato y Jean L. Cohén, "Politice
and the R econstruction of the C oncept of Civil Society", en Axel H onneth et al. (eds.),
Zwischenbetracthungen Im Prozess der Aufklarung, Francfort, Suhrkam p, 1989.
121 H aberm as, Theory ommunicative Action, op. cit., vol. 2, caps. VI y vm.
122 Wellmer, "Über Ve íft”, p. 198.
123 Ibid., pp. 214-221.
124 Ibid.
125 Ibid.,
p. 220.
126 Ibid.,
p. 198.
127 Ibid.,
p. 209.
128 Ibid.,
pp. 175-181.
129 Ibid.,
pp. 190-199.
130 Ibid.,
pp. 216-217.
131 Ibid.,
pp. 189-199.
132 Ibid.,
pp. 178-179.
133 Ibid.,
pp. 200-201.
134 Respecto a Hegel,

sociedad política y la económ ica. Su teoría sólo im plica a la p rim era, en u n a term inología'
m ás dialéctica, diferente.
135 Sin em bargo, a d iferencia del concepto de la com u n id ad societal dé P arsons, nuce»
tra concepción de la sociedad civil es en sí "descen tralizad a”. No está co n stru id a com o
LA ÉTICA DEL DISCURSO Y LA SOCIEDAD CIVIL 475

una colectividad (de colectividades) o com o u n cuerpo social u n ificado que in teg ra a toda
la sociedad, sino com o u n a dim ensión institu cio n al diferenciada, plural, del m u n d o de la
vida.
136 G uillerm o O’D onnell y P hilippe Schm itter, Transitions from Authoritarian Rule,
Baltimore, Johns H opkins, 1986. E sta obra dem uestra que los proyectos p a ra la revolución
total no resultan en dem ocracia política. E ste m ism o punto ha sido arg u m en tad o en el
contexto de los regím enes "totalitarios" por la teoría de K uron de la revolución autolim ita-
dora. Véase Andrew Arato, “The D em ocratic Theory of the Polish O pposition: N orm ative
Intentions and Strategic Ambiguities”, Working Papers o f the Helen Kellogg Institute, N otre
Dame, 1984.
137 Karl Marx, The Eighteenth Brumaire o f Louis Bonaparte, Nueva York, International
Publishers, 1969, p. 66.
138 Arato y Cohén, "The Politics of Civil Society", op. cit.
139 Para una discusión m ás detallada de la influencia de la sociedad civil en la sociedad
política, véase los caps. IX y X.
140 G. D. H. Colé, Guild Socialism Restated, New B runsw ick, Nueva Jersey, Transaction
Books, 1980; H arold Laski; Studies in the Problem o f Sovereignty, New Haven, Yale University
Press, 1917; Authority in the Modem State, New Haven, Yale University Press, 1919, y The
b'oundations o f Sovereignty and Other Essays, Nueva York, H arco u rt Brace, 1921.
141 Para una discusión de la im portancia de la dem ocratización de las estructuras neocor-
porativas del com prom iso, véase H aberm as, Structural Transformation, op. cit., sección 23.
IX. TEORIA SOCIAL Y SOCIEDAD CIVIL

R e c o n s t r u c c ió n d e la s o c ie d a d c iv il

Q u iz á porque se ha puesto de moda, la idea de la sociedad civil es cada


vez más ambigua en la actualidad. Cuando es articulada por los actores
sociales, la noción de reconstruir o defender a la sociedad civil ciertam en­
te tiende a aum entar la movilización. Pero su imagen no es realmente
adecuada como una base para la autorreflexión crítica o incluso para la
orientación en relación con las limitaciones más im portantes sobre la ac­
ción colectiva. Es igualmente fácil para esos actores caer en posiciones
fundamentalistas o identificar el proyecto de la sociedad civil con los ob­
jetivos de las élites económicas o de los partidos políticos, renunciando
así a su propia autonom ía y originalidad. Lo que se necesita es una con­
cepción de la sociedad civil que se pueda reflejar en el núcleo de nuevas
identidades colectivas y articular los términos dentro de los cuales los
proyectos basados en esas identidades pueden contribuir a la emergencia
de sociedades más democráticas y más libres.
Incluso las mejores teorías de la sociedad civil heredadas del pasado no
pueden cum plir esta tarea hoy en día. La debilidad contem poránea de
proyectos basados directamente en las concepciones de Hegel, Tocqueville,
Gramsci o Parsons se deriva no sólo de sus antinomias internas muy rea­
les, a las que hemos estudiado, sino tam bién de su relativa vulnerabilidad
ante críticas como las de Arendt, Schmitt, el joven Habermas y Foucault.
Sin duda, las tesis que se refieren a la decadencia de la esfera pública y a,
la transformación de lo social en nuevas formas de manipulación, control
y dominación, corresponden por lo menos igual de bien a la experiencia,
de los países capitalistas avanzados que los puntos de vista optimistas de
los defensores teóricos de la sociedad civil que ven en todas partes públi­
cos democráticos, solidaridades intactas y formas de autonomía. Pero cuan­
do las opiniones de un analista que se ajusta fuertemente a la realidad de
la sociedad existente, como es el caso de Luhmann, empiezan a parecerse
a las de los críticos más radicales,1 los defensores de la sociedad civil,
cuyos ojos están cerrados frecuentemente a los fenómenos negativos, en­
tonces comienzan a caer bajo la sospecha de estar sometidos a una fuerte
influencia ideológica.
Para que se la pueda usar hoy en día, la categoría de sociedad civil debe
ser reconstruida. Definimos "reconstrucción” en un sentido no sistemático,
TEORÍA SOCIAL Y SOCIEDAD CIVIL 477

como "separar una teoría en sus partes y volverla A juntar en una nueva
forma para obtener más plenamente el objetivo que se ha fijado a sí mis­
ma".2 Ésta es la forma normal de “tratar con una teoría que necesita revi­
sarse en muchos aspectos, pero cuyo potencial para estim ular el pensa­
miento todavía no ha sido agotado".3 En nuestra reconstrucción de la
categoría de sociedad civil, dependeremos, aunque críticamente, del segun­
do paso de la propia estrategia teórica de dos pasos de Habermas, es decir,
el desarrollo de una teoría dual que diferencia y relaciona las metodologías
igualmente necesarias que tratan con el "mundo de la vida" y el "siste­
ma”.4 Procedemos mediante los siguientes pasos.

1. Usando un modelo de tres partes del mundo de la vida y de los sub­


sistemas político y económico,5 profundizamos el paradigm a heredado
de Gramsci y Parsons, y también lo desarrollamos para reflejar la teoría
más avanzada de la diferenciación disponible en Luhmann, para ayudar a
relativizar y lim itar el argumento de la fusión de Schmitt y de otros.
2. Ante las objeciones teórico-sistémicas de Luhmann, tratam os de de*
inostrar la modernidad de la sociedad civil, entendida en términos de un mun­
do de la vida capaz de racionalización. En particular, mostramos el papel del
aprendizaje normativo y de los derechos fundamentales en la estabiliza­
ción de las sociedades civiles modernas.
3. Para tratar con los ataques genealógicos e ideológicos sobre la so­
ciedad civil, usamos las nociones de reificación y de colonización del m un­
do de la vida para m ostrar que todos los fenómenos negativos en que
hacen énfasis los críticos pueden ser acomodados en nuestra concepción,
a diferencia de versiones anteriores del modelo de tres partes. En particu­
lar, demostramos el vínculo histórico entre las luchas unilaterales por la
emancipación y la emergencia de las relaciones economía-sociedad-Estado
gravadas por nuevas formas*teterónomas, culminando en las formas de
Colonización características de los estados benefactores.
4. No obstante, insistimos contra aquellos que dudan de las implicacio­
nes críticas del concepto de sociedad civil y nos acusan de “reformismo
lili alma", que el modelo de una sociedad civil diferenciada retiene su
promesa utópica en los estados benefactores así como en los estados gober­
nudos formalmente por el socialismo de Estado, promesa que señala ha-
clu la reconstrucción y defensa de la publicidad y de la vida íntima en un
nuevo modelo de derechos.
5. Tratamos de m ostrar que la utopía de la «ociedad civil no es nada
más un "deber" abstracto en relación con las versiones heterónomas que
yn existen. En vista de las varias teorías del tipo de la Escuela de Francfort
sobre la unidimensionalidadxV administración total* bosquejamos una
concepción que muestra que loHenómenos negativos en los que hemos
478 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

insistido, representan sólo un aspecto del tejido institucional de las demo­


cracias capitalistas. Finalmente, en la sección más larga de este capítulo,
presentamos un proyecto político detallado para dem ocratizar a las socie­
dades civiles existentes, en términos de la continuación reflexiva tanto de
la revolución dem ocrática como del Espado benefactor. Creemos que ese
proyecto perm itiría también una reorientación de las estrategias políticas
en Europa oriental, alejándola de la probablemente inviable (y según no­
sotros, indeseable) alternativa del pasado y presente de Occidente, hacia
un modelo basado en un futuro común posible (y en nuestra opinión,
normativamente deseable).

La sociedad civil, el mundo de la vida


y la diferenciación de la sociedad

La superioridad de una estructura de tres partes para entender a la socie­


dad civil es fundamental para nuestra concepción.6El modelo dicotómico
de Estado y sociedad (que todavía usan algunos marxistas y en particular
los neoliberales) neoconservadores y los herederos actuales del socialis*
mo utópico,7 representa u n a figura del pensam iento esencialm ente:
decimonónico. Sus dos fundamentos histórico-sociales están incluidos en
el término ambiguo “liberal”: la lucha antiabsolutista presuponía y cimentó
temporalmente la unidad "polémica" de todas las fuerzas sociales (Schmitt),
y la emergencia, probablemente por prim era y últim a vez en la historia/
de una "sociedad económica” dominada por un mecanismo de mercado!
autorregulador (Polányi).
Como lo ha mostrado Luhmann, las ideas inconsistentes de una socie|
dad económica que lo incluye todo y de una dicotomía entre el Estado y I
sociedad representan formas características de la conciencia (para él, "concier
cia falsa”) de la época liberal.8 Marxistas y liberales sofisticados, en especial
cuando trataron de la política, prefirieron la concepción dicótoma del bü
gerliche Gesellschaft a la puram ente económica. Desde el punto de vista d
la reseña que hemos hecho, la razón parece obvia. Ya sea que aceptemos ■
argumento de Polányi de que se presentó una tendencia a reducir tod?
las relaciones sociales (el hábitat, el status, la cultura) a la economía de me '
cado, o la tesis de Luhm ann de la emergencia de una nueva prim acía fun
cional de la economía, no podemos evitar observar que el crecimiento dOv
una economía autorregulada no negó, sino que ocurrió junto con la emer»
gencia del aparato cada vez más diferenciado del Estado moderno. En téxv
minos de los conceptos de Polányi, esto puede explicarse por las dem anda!
políticas implicadas en el m antenim iento de las precondiciones negativa*
mente “utópicas" de la reducción de la tierra, la mano de obra y la empresa
TEORÍA SOCIAL Y SOCIEDAD CIVIL 479

productiva a mercancías "ficticias".9 Como él dice, a diferencia del inicio


de la planificación, “el laissez-faire fue planeado".10Para Luhmann, la prima­
cía de la economía permite, por razones estructurales, una mayor diferencia­
ción que la primacía anterior de lo político, y alienta la transform ación de
una estructura difusa de dominación político-religiosa-social-económica
en un Estado moderno que es más po-deroso que su predecesor.
Aunque menos reduccionista que la idea de la sociedad económica, el
modelo dicotómico de Estado y sociedad (económico-civil) sigue siendo
reduccionista. En términos de Luhmann, la economía nunca es el único
ambiente social del Estado; la diferenciación de la economía supone y
promueve la diferenciación de otras esferas: la jurídica, la de la ciencia, el
arte y la familia.11 Incluso en el modelo más dinámico de Polányi (que es
mucho más sensible a los peligros de nuestra civilización), la utopía del
mercado autorregulador y la creación de una "sociedad de mercado" nun­
ca tuvo, ni podía tener, un éxito total en sus esfuerzos por autocerrarse,
como lo m uestra el “contramovimiento de la sociedad”. Por lo tanto, la
"sociedad” del siglo XIX contenía "dos principios organizadores” muy dis­
tintos entre los que había un profundo conflicto potencial: la autorregula­
ción económica y la autoprotección societal.12 Nosotros añadiríam os que
el conflicto entre los dos principios (el liberal-económico y el dem ocráti­
co) aum enta y sale a la luz, en especial a medida que el antiguo enemigo
de las fuerzas societales, el Estado autoritario-burocrático en su forma
heredada, es abolido o debilitado decididamente. El modelo dicotómico,
cualesquiera que sean sus méritos relativos para describir a la época libe­
ral clásica, no puede describir ni las fuerzas que se encuentran detrás de
su transformación ni la nueva estructura de la sociedad.
Tal es la m atriz de los orígenes del modelo de tres partes en las relacio­
nes sociedad civil-economía-Estado. El descubrimiento de Polányi fue vi-
eludo por su propia identifioseión en última instancia de la regulación del
Estado e incluso de la estatización de la economía con la autodefensa de
Iii sociedad. E nfrentándose a las versiones m arxistas y liberales del
l'rduccionismo, Gramsci y Parsons fueron, respectivamente, los primeros
en ver que la sociedad contemporánea se reproduce no sólo mediante
procesos económicos y políticos, o incluso de su fusión nueva o renovada,
lino por medio de la interacción de las estructuras legales, las asociacio­
nes sociales, las instituciones de la comunicación y las formas culturales,
ludas las cuales tienen un grado significativo de autonomía. Ambos auto­
res fueron influidos por Hegel. Ambos entendieron la resurrección de la
vida asociativa no como la fusión de las lógicas de lo privado y de lo públi­
co, de la economía y del Euado, sino como la recreación de un tejido de
Intermediaciones societaloi más antiguo que las revoluciones industrial y
francesa, en u n a f o r m a n u e v a y p o a t r a d i c i o n a l .
480 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

Es dudoso que los modelos de Gramsci o de Parsons puedan sostenerse


contra el argumento de la fusión que hemos visto en Schmitt, en el Struk-
turwandel de Habermas e incluso en Arendt, que es la forma alternativa
de concebir a la “gran transformación" de la sociedad liberal. Gramsci fue
notoriamente incapaz de distinguir claramente entre el Estado y la socie­
dad civil, entre la dominación y la hegemonía, y fue capaz de (o deseaba)
tem atizar la mayor parte del tiempo a las instituciones independientes de
la sociedad civil sólo en términos de su función para reproducir al Estado
y a la economía ya existentes. En esta representación, la sociedad civil
aún se puede ver como una extensión del propio Estado, que sirve a la re­
producción del orden económico establecido. Así, la hegemonía seguiría
siendo la continuación de la dominación por otros medios. Parsons, quien
había hecho a la comunidad societal el centro normativo de la sociedad,
pudo declarar su independencia, pero la forma en que trató a la com uni­
dad societal, el Estado, y la economía como subsistemas totalmente análo­
gos, cada uno regulado por un medio discreto de intercambio, implica que
ha remplazado al reduccionismo sustantivo con el metodológico. Por esta
razón, entre otras, es totalmente insensible al fenómeno de la estatización
y de la economización en que ponen énfasis los teóricos de la fusión. Como
lo indica su adopción unilateral del argumento de Polányi, que le permite
ver sólo la diferenciación pero no el dominio (transicional) del mercado
autorregulador, es incapaz de concebir la amenaza a la sociedad civil por
parte de la lógica de las grandes estructuras en expansión del Estado moder­
no y de la economía capitalista. Así, las diferentes formas de funcionalismo
de Gramsci y de Parsons tienen consecuencias opuestas y, no obstante,
igualmente indeseables para una teoría de la sociedad civil. La prim era
nos da una imagen exageradamente integrada en una determ inada es­
tructura de dominación y la segunda nos lleva a un modelo de autorregu­
lación y conservación de los límites que es irrealmente inm une a la hete-
ronomia.
Necesitamos una teoría capaz de considerar como un tema tanto a la
amenaza como a la promesa. La “crítica de la razón funcionalista"13 de
Habermas proporciona la mejor estructura conceptual disponible para
reconstruir el modelo de tres partes de la sociedad civil. A prim era vista,
la distinción dual metodológica entre el sistema y el mundo de la vida
parece ser la versión de Habermas de la dualidad Estado/sociedad civil
utilizada en los modelos liberal y marxistas estándar. Sin embargo, si se
analiza con más detalle, la tesis de que dos subsistemas están diferencia­
dos entre sí y del mundo de la vida implica un modelo que corresponde
más de cerca a la estructura tripartita tipo de Gramsci. En esta teoría, los
medios del dinero y el poder, que integran respectivamente a la economía
y al Estado, son considerados como menos análogos en su operación de lo
TEORÍA SOCIAL Y SOCIEDAD CIVIL 481

que propone Parsons. Sus "situaciones estándares” implican una estruc­


tura fundamentalmente diferente: en el caso del dinero el intercambio
vinculado a la ganancia y en última instancia a una "sanción positiva”; en
el caso del poder, un sub y un superordenam iento, vinculados en última
instancia a una "sanción negativa” ejercida desde una posición diferen­
ciada jerárquicam ente que conserva un elemento de comando directo.
Esta diferencia no sólo conduce a condiciones de simbolización más dé­
bil en un sistema mucho más heterogéneo de códigos, circulación menos
(luida, acumulación menos estable, mayores dificultades en la medición y
una mayor dependencia en la organización, sino también a la necesidad
de com pensar las asimetrías en las posibilidades de gobernar y ser gober­
nado, por medio de la legitimación directa vinculada a la tradición o al
acuerdo.14 La estructura de la institucionalización por medio de la ley ci­
vil y pública refleja esta diferencia: sólo la última está relacionada con la
"obligación".15 Además, a diferencia del dinero, generar e incluso conser­
var el poder presupone la regeneración en el mundo de la acción comu­
nicativa.16 No obstante, el poder, al igual que el dinero, está ligado a una
referencia a motivaciones empíricas (intereses) y proporciona cierto "auto­
matismo" en la interacción basada en una capacidad para sustituir teatral­
mente a la comunicación propia del lenguaje ordinario. De acuerdo con
lo anterior, está institucionalizado como el medio de dirección constitu­
tivo del Estado moderno, aunque en un nivel de formalización inferior al
del dinero.17
Así, el dualismo metodológico se conserva respecto a la "lógica" de las
tres esferas institucionales. Los dos medios/subsistemas participan en la
misma función social fundamental, la de integración de sistemas, que hace
referencia a las interdependencias funcionales no intencionales de los efec­
tos de la acción coordinada, sin referirse a las orientaciones o norm as de
l.os actores.18 No obstanté^Sftlualismo metodológico lleva a una estructu­
ra de tres partes. Las diferencias y similaridades en las formas de institucio­
nal! zación del Estado moderno y de la economía capitalista, aunque los
distinguen del mundo de la vida, bastan para indicar tres patrones dife­
rentes dentro de una teoría de "dos pasos” de la sociedad. Los dos tipos de
diferenciación, entre las lógicas en un caso y las formas de instituciona­
lización en el otro, tam bién influyen en el significado de la interacción de
estas tres esferas. Aunque la dirección de la influencia del grado de inter­
penetración entre el m undo de la vida y el sistema implica cuestiones de
principio normativo, el grado de interpenetración del Estado y la econo­
mía (su "doble intercambio”) y su direccionalidad ahora se convierten
"meramente” en problemas técnicos.
El concepto del mundodfl lajyldn, integrado socialmcntc por medio de
interpretaciones de un consenso asegurado normativamente o creado
482 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

comunicativamente, ocupa un espacio teórico similar al de la sociedad ci­


vil en el modelo tripartito. En realidad, Habermas con frecuencia introdu­
ce el mundo de la vida como una traducción de la noción de la comunidad
societal de Parsons, aunque en una síntesis más amplia que a veces inclu­
ye a la cultura y en otras ocasiones, también a la personalidad.19 Una vez
dicho esto, no es para nada autoevidente, incluso a nivel superficial, que
el concepto de mundo de la vida pueda ser traducido sin distorsión como el
de sociedad civil. Por el contrario, estos conceptos parecen operar en ni­
veles categóricos muy diferentes, en especial si uno piensa en la tradición
fenomenológica de la conceptualización del m undo de la vida.20
A pesar de todo, nuestra tesis es que el concepto de mundo de la vida, tal
como lo presenta Habermas, tiene dos niveles distintos que, si se les di­
ferencia y clarifica adecuadam ente, nos perm itirán ubicar con precisión
el lugar exacto de la sociedad civil dentro de la estructura general (véase el
cuadro ix.l).21 Por una parte, el mundo de la vida se refiere a la reserva de
tradiciones conocidas implícitamente, a los supuestos ya existentes que
están incorporados en la lengua y en la cultura y a los que recurren los
individuos en la vida diaria. Esta existencia estructurada lingüísticamen­
te de conocimiento, la reserva de nuestras convicciones inamovibles, y las
formas de solidaridad y competencia que se usan y de las que se depende
son dadas a los actores sin cuestionamientos. Así, los individuos no pue­
den ni salir de su m undo de la vida ni ponerlo en duda como un todo. Es­
pecialmente es este nivel que Habermas integró los niveles más profundos
del concepto de cultura de Parsons, dándole, sin embargo, la estructura de
significados y recursos lingüísticos interpenetrantes en vez del de un siste­
ma que mantiene los límites.
Según Habermas, el mundo de la vida tiene tres componentes estructu­
rales —cultura, sociedad y personalidad— y éstos pueden ser diferencia­
dos el uno del otro.22 En la medida en que los actores se entienden m utua­
mente y están de acuerdo sobre su situación, com parten una tradición
cultural. En la medida en que coordinan su acción por medio de normas

C u a d r o ix .i

Subsistema: Economía Estado

Institución del
m undo de la vida: Personalidad Integración social Cultura
Recurso simbólico: Competencia Solidaridad Significado
Contexto estructural: Mundo de la vida lingüísticc/cultural
TEORÍA SOCIAL Y SOCIEDAD CIVIL 483

reconocidas intersubjetivamente, actúan como miembros de un grupo


social solidario. A medida que los individuos crecen dentro de una tradi­
ción cultural y participan en la vida del grupo, internalizan las orientacio­
nes de valor, adquieren competencias de acción generalizadas y desarro­
llan identidades individuales y sociales.23 La reproducción no sólo del con­
texto cultural-lingüístico sino tam bién de la segunda dim ensión del
mundo de la vida —sus componentes "institucionales” o “sociológicos"—
ocurre en el medio de la com unicación.24 Esto im plica los procesos
reproductivos de transm isión cultural, integración social y socialización.
Pero, y éste es el principal punto para nosotros, la diferenciación estruc­
tural del m undo de la vida (que es parte del proceso de modernización)
ocurre por medio de la emergencia de instituciones especializadas en la
reproducción de tradiciones, solidaridades e identidades.
La discusión que hace Habermas de los componentes estructurales del
mundo de la vida se concentra en la reconstrucción de la forma del inven­
tario de conocimientos, de las solidaridades de las que se depende y de las
competencias abstractas de las personalidades que nuestra cultura pone
a nuestra disposición. Pero esta reconstrucción implica un rango de insti­
tuciones que no puede igualarse ni con el conocimiento de los anteceden­
tes culturales en el cual se apoyan, ni con los mecanismos de dirección
que coordinan la acción en la economía (dinero) o en las organizaciones
formalmente organizadas, estructuradas burocráticam ente (poder).25 Es
aquí, al nivel institucional del m undo de la vida, que uno puede arraigar
un concepto de sociedad civil accesible hermenéuticamente por estar inte­
grado socialmente. Este concepto incluiría todas las instituciones y for-
mas asociativas que requieren la interacción comunicativa para su repro­
ducción, y que dependen principalmente de los procesos de la integración
social para coordinar la acción dentro de sus fronteras.
Identificar a la sociedffLcivil (una categoría de la teoría política y de la
sociología política) con los términos de una sociología general, llevaría a
un entendimiento exageradamente politizado de la estructura social. Ni
la com unidad societal de Parsons ni el m undo de la vida de Habermas de­
ben ser entendidos en una forma tan limitada. Por tanto, es conveniente
restringir el esfuerzo por traducir estos conceptos de la sociología política
y económica al estudio de las instituciones y procesos que son directam en­
te relevantes política y económicamente y que tam bién están arraigados
en la estructura social general. El mismo Habermas nos ayuda en este
esfuerzo y lo que es interesante, en el proceso relaciona su teoría social
dual con su anterior comprensión de lo público y de lo privado. Postula
que el dinero y el poder político requieren, para su establecimiento y
fundamentación cofnon)fdl(BS, Unn institucionalización en el propio m un­
do de la vida del cual catán diferenciados. Esto se logra mediante los meca-
484 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

nismos de la ley civil (o privada) y de la ley pública, respectivamente.26 Es­


tos mecanismos constituyen y están arraigados en dos complejos distintos
de instituciones: lo privado y lo público. Así, si se le observa desde el pun­
to de vista de los sistemas de dirección, el modelo de tres partes se articula
como un modelo de cuatro partes entendido en términos de la duplicación
no sólo de la esfera pública (como en el Strukturwandel) sino tam bién de
la esfera privada.27
A diferencia del modelo del Strukturwandel, en el presente contexto las
esferas pública y privada son vistas no como mediaciones, sino como es­
feras dentro del mundo de la vida con las que la economía y el Estado
pueden tener relaciones de insumo-producto estructuradas exclusivamente
en términos de intercambio de dinero y de poder, que también estructuran
a las relaciones Estado-economía. Este punto de vista de la teoría de siste­
mas, de cuyas deficiencias nos ocuparemos posteriormente, tiene algunas
ventajas importantes. La prim era y más obvia es que podemos seguir a
Luhmann en el remplazo de la noción de fusión con la de relaciones de
insumo-producto cada vez más complejas, aum entado simultáneamente
la autonom ía y la interdependencia. Puede parecer que esto trae consigo
el aspecto negativo de aceptar una estructura de diferenciación en que la
sociedad civil y sus varios remplazos desaparecen o son absorbidos por el
sistema político —un argumento que implica, como ya hemos visto, una
nueva enunciación de la tesis de la fusión desde el punto de vista de la
teoría de sistemas—, pero los propios esfuerzos de Luhm ann para descu­
brir la función de la esfera pública y del sistema legal tam bién llevan a
una duplicación característica, dentro y fuera del subsistem a político.
El esquema de Habermas (véase el cuadro X l.2 ), que retiene los términos
de intercambio de la teoría de sistemas, es de hecho idéntico a este resul­
tado del intento parcialmente fallido de Luhm ann para erradicar la cate­
goría de sociedad civil. A diferencia del punto de vista del m undo de la ’
vida, este esquema no tiene estructuras de integración entre las esferas pú­
blica y privada. En vez de destruir a la sociedad civil absorbiéndola, en este
caso el peligro es por la destrucción mediante la fragmentación. Posterior­
mente retom arem os a este punto.
La segunda ventaja de esta estructura sobre los modelos duales del
Estado y de la sociedad civil es que permite aclarar las interrelaciones
estructurales entre la sociedad civil, la economía y el Estado, term inando
con la correlación ideológica uno a uno de la sociedad civil con la esfera
privada y del Estado con la esfera pública. Los dos conjuntos de dicotomías
públicas y privadas, una al nivel de los subsistemas (Estado/economía) y
la otra al nivel de la sociedad civil (esfera pública/familia), perm iten una
distinción entre los dos significados de privatización y de "la ampliación
de lo público”. Como resultado, la intervención estatal en la economía no
TEORÍA SOCIAL Y SOCIEDAD CIVIL 485

equivale automáticam ente a la penetración del Estado en la esfera priva­


da, al menos no más de lo que la liberalización de la economía debe signi­
ficar lógicamente la erosión de las esferas pública y privada. Por el con­
trario, en vista de los dos significados de "privado”, a diferencia del caso
del modelo dicótomo del Estado y la sociedad, en este caso la retirada del
Estado no necesita ser en beneficio de la expansión de la economía priva­
da, y la limitación de la economía privada no debe verse necesariamente
como el otro lado del crecimiento de la intervención estatal.28
Aquí tam bién hay una desventaja correspondiente a este modelo, aun­
que no en beneficio de su competidor dicótomo más sencillo. Desde el
punto de vista de las relaciones de intercambio de los dos subsistemas y la
sociedad civil, la estructura es demasiado simétrica. Es en este contexto
que la esquematización del mundo de la vida por parte de la teoría de
sistemas (desde el punto de vista de las esferas que pueden participar en
las relaciones insumo-producto monetarias y de poder) nos m uestra nue­
vamente sus límites. De las tres dimensiones institucionales del mundo de
la vida, las nociones de lo público y de lo privado tal como se las usa aquí
activan sólo las de la reproducción de la cultura y de la personalidad. Las
instituciones de la integración social, los grupos institucionalizados, co­
lectivos y las asociaciones son omitidos en esta forma de tratar el tema, a
pesar de su obvia importancia política y económica. En su ausencia, la
posibilidad de que las instituciones del mundo de la vida puedan influir
"en los dominios de la acción organizada formalmente”29 no es tratada
realmente como un tema; la idea de que la comunicación entre el mundo
de la vida y el sistema de vida puede usar canales diferentes a los de los
medios del dinero y del poder ni siquiera se presenta. Retornaremos a
estos problemas, que reproducen nuevamente en el esquema de Habermas
algunas de las limitaciones del modelo de Luhmann.
La teoría que adoptaraee^responde al argumento de la fusión en dos
niveles: al reconceptualizar la diferenciación de una m anera similar a la
de Luhmann, y al diferenciar las esferas (economía, esfera privada, etc.)
agrupadas tradicionalmente como los objetivos supuestos de la desdiferen­
ciación. Desde el punto de vista empírico, ambas elecciones teóricas pue­
den ser importantes; además, en cualquier contexto dado, es posible que
ninguna versión, o que ni siquiera su combinación, pueda eliminar la po­
sibilidad de la “desdiferenciación". A diferencia de Parsons, no queremos
remplazar lo que siempre tuvo la finalidad de ser un “diagnóstico em píri­
co" (es decir, la fusión) por una distinción analítica previa (es decir, la
diferenciación).30 Incluso Luhmann considera la desdiferenciación, con
el sistema político como au centro, como una posibilidad genuina en las
sociedades modcrnai, L» f o r m a en que Polányi trata del m ercado
autorregulador tiene C O n itO U e n cia s análogas respecto al dinamismo del
486 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

C u a d r o i x .2

Público Privado

Sistema Subsistem a político Subsistem a económ ico


o "Estado"

Mundo de la vida Esfera pública Esfera privada

sistema económico. El modelo que hemos adoptado está abierto em píri­


camente a estas formas de fusión o desdiferenciación.31
En el siglo XX, los casos de politización "totalitaria” nos m uestran lo
absurdo de aplicar literalmente el argumento de la fusión a los estados
benefactores democráticos.32 Como lo indican las experiencias de las so­
ciedades de tipo soviético, es posible politizar completamente "desde arri­
ba" durante periodos relativamente largos a todas las cuatro esferas que
hemos aislado: la economía, los campos de la cultura, la personalidad y la
vida asociacional. No obstante, nuestra concepción a dos niveles del mundo
de la vida nos permite decir que aún en este caso el sustrato lingüístico-
cultural de la sociedad civil no fue destruido, conservando así las condi­
ciones constitutivas (significados, solidaridades, competencias) para los
esfuerzos posteriores de reconstitución.
La situación es más compleja para el intervencionismo y el corporati-
vismo en las democracias capitalistas. Incluso si consideramos que éstas
son casi totalitarias, en la tradición de la antigua Escuela de Francfort, e
incluso si pensáramos que las tendencias hacia la politización desde arri­
ba y al corporativismo desde abajo se complementan plenamente la una
con la otra, aún tendríamos que adm itir la posibilidad disponible en el
totalitarismo —es decir, la reconstitución de la sociedad civil fuera de las
instituciones oficiales sobre la base de los potenciales culturales del m un­
do de la vida—,33 En un examen más detallado, el problema resulta ser
más un producto de una extensión exagerada inaceptable de un modelo
de totalitarismo, que una derivación de un modelo de dos partes. Esto es­
tá claro en la obra de Claus Offe, quien ha observado dos problemas sepa­
rados: m antener los puentes democráticos (liberales) o las mediaciones
entre el ciudadano y el Estado,34 y la compatibilidad de la democracia y el
capitalismo.35 En este contexto, el corporativismo (que implica la fusión y
la reducción de la mediación) y el intervencionismo del Estado benefac­
tor (que implica sólo el crecimiento de relaciones complejas de insumo-
producto con la economía), no atacan o ponen en peligro a las mismas
estructuras societales. Su complementación funcional para la reproduc­
ción del “capitalismo democrático”, no necesita verse como parte del pro-
TEORÍA SOCIAL Y SOCIEDAD CIVIL 487

ceso singular de fusión. El corporativismo nunca elimina o remplaza a


una red comprensiva de asociaciones voluntarias; el intervencionismo
estatal deja en su lugar grandes sectores competitivos y orientados al m er­
cado de las economías capitalistas. La am enaza a la integración social
representada por ambos procesos —el prim ero directam ente, el segundo
indirectamente mediante la extensión del medio del dinero— es real. Pero
tam bién lo son los recursos institucionalizados y culturales de una socie­
dad civil que potencialmente pueden contrarrestar a aquéllos: los dere­
chos legales, las asociaciones y las instituciones autónomas de la cultura
en un nivel; los significados compartidos, las solidaridades y las compe­
tencias personales en el otro.

Más allá de la sociedad-civil tradicional

Una teoría de la diferenciación no puede por sí sola reconstruir el concepto


de sociedad civil. Hemos visto la forma en que una teoría como la desarro­
llada por Luhm ann tiende a conducir a la absorción o a la fragmentación
del topos. Y m ientras que Luhmann no puede evitar rediferenciar la lega­
lidad y la publicidad, resiste su reubicación en una sola red de vida
institucional, que en su opinión, sólo era posible en forma de una organi­
zación corporativa, tradicional, de la sociedad civil-política. Por otra par­
te, aunque reconoce la conexión interna de la personalidad y de la com u­
nicación bajo las condiciones de la modernidad, se rehúsa a considerar la
posibilidad de que esta condición interna tenga un sustrato, esto es, el
mundo de la vida. Aunque un mundo de la vida relacionado con los proce­
sos reales de llegar a un entendimiento aparece en su concepción, sólo lo
hace bajo condiciones premodemas, antes del surgimiento de los medios
generalizados, cuando lgs&adición daba los fundamentos de un consenso
que podía ser inm une a los temas discursivos y eliminar la necesidad de
discusiones que consumieran demasiado tiempo.36 Aunque reconstruir el
concepto de la sociedad civil en términos del m undo de la vida puede ser
posible lógicamente en la estructura de Luhmann, la síntesis como un
todo quedaría consignada a la sociedad tradicional. Así, él pondría en
duda, no la posibilidad, sino la modernidad del modelo de sociedad civil
que hemos propuesto.
Creemos que nuestra reconstrucción responde al problema de la mo­
dernidad mucho m ejor que cualquier teoría anterior de la sociedad civil,
La diferenciación entre las dos dimensiones del m undo de la vida no sólo
marca el locus de la sociedad civil dentro de una concepción sistemática
general, sino que^tatnblán nos permite desarrollar, en todos los niveles
relevantes, la distlnoloíTtnifortante entre una sociedad civil tradicional y
488 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

una moderna. Dicho de otra manera, las distinciones analíticas entre el


sistema y el m undo de la vida, y entre los dos niveles del m undo de la vida
indican una vía que supera la elección, en la que insiste Luhm ann, entre
una sociedad civil tradicional (organizada corporativamente, que depende de
un ethos o Sittlichkeit) y una estructura m oderna de diferenciación que no
tiene lugar para la sociedad civil incluso si se presenta bajo la apariencia
de una comunidad societal o un mundo de la vida reproducido com unica­
tivamente.
Para empezar, la concepción de dos niveles del m undo de la vida nos
permite concebir a la unidad de una sociedad civil no en el nivel de insti­
tución, de la organización o incluso de un orden normativo compartido
fundam entalm ente no cuestionado. El contexto cultural-lingüístico, la
fuente de la unidad que subyace a todo el complejo del m undo de la vida,
no es ni una institución ni una organización, sino una red de recursos
para las instituciones y organizaciones. Además, sólo puede tener un con­
tenido normativo compartido indiscutible en una sociedad tradicional, e
incluso entonces esto no es necesario. De hecho, la sociedad tradicional
se define aquí no en términos de una tradición común, sino de su relación
tradicional con las tradiciones y en últim a instancia, con el propio mundo
de la vida. La idea de la modernización del mundo de la vida, por otra
parte, implica dos procesos entrelazados: una diferenciación, al nivel so­
ciológico, de los componentes estructurales e institucionales del mundo
de la vida y su resultante racionalización interna; y la racionalización del
sustrato cultural-lingüístico del mundo de la vida.
Es difícil separar estos dos procesos e imposible asignarles priorida­
des. En alguna medida, cada uno presupone y promueve al otro. La di­
ferenciación al nivel sociológico im pide la posibilidad, ya algo ilusoria,
de tratar a la sociedad como una sola red organizada de instituciones (de
parentesco o de la sociedad civil-política). Lo que es implícito aquí es la
diferenciación no sólo de las instituciones de la socialización (la familia,
la educación), la integración social (grupos, colectivos y asociaciones) y la
reproducción cultural (religiosa, artística, científica), sino tam bién de los
constitutivos de las esferas de la personalidad, "la sociedad" y la cultura.
En el proceso, las instituciones sociales gradualmente se separan de los
puntos de vista que se tienen del m undo y de las personas concretas, el
alcance de la contingencia para form ar identidades personales y relacio­
nes interpersonales se libera de los valores tradicionales y de las institu­
ciones, y la renovación y creación de la cultura se libera del dominio de
las instituciones sociales que tienen propósitos diferentes a los culturales;
el resultado es el surgimiento de una relación crítica y reflexiva con la
tradición.37
El proceso de diferenciación continúa dentro de cada complejo insti-
TEORÍA SOCIAL Y SOCIEDAD CIVIL 489

tucional. En este contexto, la llamada racionalización cultural representa


el puente a la modernización del sustrato lingüístico-cultural más profun­
do del mundo de la vida. La racionalización de la cultura involucra la di­
ferenciación de las esferas culturales en conjuntos de instituciones agru­
padas en torno a valores cognitivos-instrumentales, estético-expresivos y
morales-prácticos o a formas de validez sobre las cuales llam aron por
prim era vez la atención Nietzsche, Weber y los neokantianos. Para Ha-
bermas, esta modernización de las esferas culturales del m undo de la vida
es la que hace posible (pero no necesario) el desarrollo de formas de aso­
ciación, publicidad, solidaridad e identidad postradicionales y reflexivas,
coordinadas comunicativamente. Únicamente sobre esa nueva base cul­
tural puede concebirse el remplazo de una sociedad civil tradicional por
una postradicional. Esta modernización cultural, a medida que sus resul­
tados se retroalim entan desde las instituciones especializadas en la co­
municación diaria, promueve poderosamente la transform ación de los
supuestos lingüísticos-culturales del mundo de la vida y de su modo de
operación en relación con la acción.38
Un mundo de la vida modernizado, racionalizado, involucra una aper­
tura comunicativa del núcleo sagrado de las tradiciones, las norm as y la
autoridad a los procesos de cuestionamiento, así como el remplazo de un
consenso normativo basado convencionalmente, por uno que está funda­
mentado “comunicativamente". El concepto de la acción comunicativa es,
por lo tanto, central al de la racionalización del mundo de la vida y a nues­
tro concepto de una sociedad civil postradicional. La acción comunicativa
implica un proceso intersubjetivo, mediado lingüísticamente, por el cual
los actores establecen sus relaciones interpersonales, ponen en duda y
rcinterpretan las normas, y coordinan su interacción negociando defini­
ciones de la situación y llegando a un acuerdo. Al distinguir analíticam en­
te este modelo de acción « a re n a l de las racionalidades de otros cuatro ti­
pos de acción, Habermas proporciona el instrumento teórico para m ostrar
que la disolución de las formas tradicionales de solidaridad y autoridad
no necesariamente resulta, por definición, en la emergencia de una socie­
dad unidimensional compuesta solamente de individuos que actúan es­
tratégica o instrum entalm ente y que carecen de los recursos para la soli­
daridad autónoma. En resumen, la teoría de la acción implica que una
coordinación gemeinschaftliche de la acción social (la acción normativa
basada en estándares incuestionables) puede tener sustitutos m odernos.39
En otras palabras, sobre la base del concepto de la acción comunicativa
de Habermas, el análisis de la racionalización del m undo de la vida (a
diferencia del de la economía o del Estado), nos permite alejar al concep­
to parsoniano de la '^^TU inidadjociclar' (o sociedad civil) de su polo es­
tratégico de interpretacidnTñfíentrag que su polo tradicionalista es ubica-
490 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

do en el contexto de la posible modernización de la propia tradición, lo


que no significa su abolición, sino una relación nueva y reflexiva, una
relación no tradicional con la tradición.
Como ya se observó, la racionalización del m undo de la vida es tam ­
bién una presuposición y un estímulo para la m odernización adicional de
sus componentes estructurales y esferas institucionales. En particular, per­
mite la emergencia de una nueva forma de asociación voluntaria con de­
rechos iguales de membresía, libre de las restricciones del parentesco,
patriarcales u otras atribuibles a causas supuestas (herencia, riqueza, no­
bleza, status) para pertenecer y ocupar un cargo que renueva sus formas
de solidaridad principalmente en la interacción libre de sus miembros
actuales. De igual importancia son la emergencia y la estabilización de los
tipos posconvencionales de personalidad y de formas críticas de cultura
(el arte postaurático, la moralidad posconvencional, la ciencia), que pre­
suponen una relación cambiada de la acción con su m undo de la vida y la
habilidad de tem atizar y criticar cualquiera de sus componentes, incluso
a las estructuras normativas. Mientras que las etapas de la dirección nor­
mativa fueron descubiertas prim ero en el contexto del desarrollo de la
personalidad, las presuposiciones para adquirir las competencias siguen
arraigadas en las estructuras del m undo de la vida en el que deben crecer
los individuos.40 La modernización del m undo de la vida es así, la base
para el paralelismo entre las formas individuales, sociales y culturales de
la conciencia moral.
De gran importancia para una teoría de la sociedad civil es la penetra­
ción de la estructura m oderna del mundo de la vida en las instituciones
legales y la práctica legal, mediante las formas de una esfera de valores
culturales diferenciada moral-legalmente, que se libera gradualmente de
todos los restos de un orden sagrado. El resultado es la institucionalización
de la ley positiva. Luhmann interpretó que este proceso significaba que
las bases de la ley positiva son principalm ente cognitivas en vez de nor>
mativas. También definió la actitud normativa de la expectativa como una
que se resiste a aprender, debilitando así uno de los componentes institu­
cionales clave de una sociedad civil diferenciada de las esferas de la po-
lítica y de la economía orientadas al éxito. También debemos recordar
que Luhmann entiende al desarrollo legal como un proceso de dos pasos que
implica la diferenciación de las actitudes normativa y cognitiva de las
expectativas y su revinculación, sin desdiferenciación, en nuevas combi­
naciones reflexivas, expectativas de expectativas. M ediante estos pasos de
desarrollo, la estructura contraria a los hechos de las expectativas, su­
puestam ente es incorporada en norm as invariables, reforzadas por el
aprendizaje.
A diferencia de la línea de argumentación de Luhmann, la idea de la
TEORÍA SOCIAL Y SOCIEDAD CIVIL 491

modernización del mundo de la vida implica la fundamentación del apren­


dizaje normativo en dos sentidos: uno docum entado por la psicología
cognitiva del desarrollo,41 y otro por la posibilidad de transponer sus re­
sultados dentro de una teoría de la evolución social.42 De acuerdo con lo
anterior, las bien conocidas etapas de la conciencia moral y legal precon­
vencional, convencional y posconvencional, representan el desarrollo real
de las estructuras normativas, no sólo en el sentido de la diferenciación de
la norm a del hecho (incluida la sanción), que en realidad sólo explica la
emergencia de la etapa convencional, sino también el desarrollo de foi>
mas de argumentación a las que recurrimos cuando tratam os de restable­
cer, en el caso de expectativas no cumplidas (Luhmann), los fundamentos
de la intersubjetividad que es puesta en peligro (Habermas).

En la etapa preconvencional, en la que todavía se percibe a las acciones, moti­


vos y a los sujetos actuantes en el mismo plano de realidad, sólo se evalúan las
consecuencias de la acción en los casos de conflicto. En la etapa convencional,
se puede evaluar a los motivos independientemente de las consecuencias de la
acción concreta; lo común es la conformidad con cierto papel social o con un
sistema de normas existente. En la etapa posconvencional, estos sistemas de
normas pierden su validez casi natural; requieren que se les justifique desde
puntos de vista universales.43

La etapa de las estructuras posconvencionales de la argumentación


moral supone el aprendizaje, tanto respecto a las anteriores etapas evo­
lutivas, como dentro de esta mism a etapa. En realidad, puede decirse
que las estructuras posconvencionales institucionalizan el aprendizaje
normativo continuo, sin por ello abandonar un estilo normativo de expec­
tativa.
La duplicación de la esfan4egal, en el contexto de las estructuras poscon-
' vcncionales de la conciencia y argumentación morales, en términos de los
dos niveles de norm as y principios (Kohlberg) o de reglas y principios
(Dworkin), es crucial.44 Si bien en "casos fáciles” puede ser posible aplicar
dogmáticamente normas e incluso convertir conflictos normativos en pro­
blemas cognitivos, los "casos difíciles" representan o dificultades de inter­
pretación o conflictos normativos profundos que no pueden resolverse
sin recurrir a un nivel normativamente más alto de principios válidos.45
Sería fútil tratar a las reglas y principios, fundamentalmente como fun­
ciones de los mismos tipos de decretos y aplicaciones (Luhmann), o como
meros ejemplos de la distinción entre reglas prim arias y secundarias (H.
1.. A. Hart).46 La razón es que recurrir a los principios (en defensa de los
derechos o particlpación domocrátlca) implica una forma de argumenta­
ción totalmente diferente y eatructurulmente más exigente, un discurso
492 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

normativo que no puede mantenerse dentro del marco institucional o tem­


poral del decreto y aplicación legal. En esos casos, simplemente es falso
decir (como lo hace Luhmann) que el juez, en especial los tribunales supe­
riores (a diferencia de las mayorías parlamentarias), pueden no aprender
de aquel que rompe la ley; el caso de la desobediencia civil es un ejemplo
en contrario.47 Por supuesto, ese aprendizaje puede ocurrir y no obstante
evitar una orientación cognitivo-pragmática sólo si los constitutivos con-
trafácticos de un procedimiento discursivo continúan aplicándose; es de­
cir, si las condiciones del discurso empírico son corregidas continuam en­
te en términos de estos principios.48
Así, sería erróneo considerar que la positivización de la ley conduce a
un debilitamiento de las estructuras normativas o incluso sostener, como
parece hacerlo Habermas en ocasiones, que la vigencia de la regla se ve
obligada a depender de justificaciones normativas de un nuevo tipo sólo
al nivel de la legitimización del sistema legal como un todo.49 No obstan­
te, este aspecto de la legitimización del sistema legal como un todo en tér­
minos de estructuras normativas capaces de resistir la prueba de la argu­
mentación posconvencional —ante todo, los derechos fundamentales y
los procedimientos democráticos— es una dimensión im portante de la
institucionalización de la ley positiva. La ley positiva m oderna está en
una posición especialmente favorable para producir regulaciones detalla­
das de los sistemas económico y administrativo modernos. Las norm as de
la sociedad civil, por lo tanto, se convierten en constitutivos y reguladores
directos de los procesos económicos, que a su vez producen (indirecta­
mente) gran parte de su propia regulación legal. Lo mismo puede decirse
probablemente del desarrollo del derecho público como ley y reglamento
administrativo. Como lo expresa Habermas (en relación con la ley civil y
con la economía burguesa), la ley pierde así su status privilegiado como
una metainstitución, disponible para la resolución del conflicto y para
asegurar contra las posibilidades de ruptura de la integración.50 La dupli­
cación de la regla y del principio, de la ley y de la ley constitucional, se
hace posible por los subsistemas emergentes del Estado moderno y de la
economía capitalista, a los que a su vez estabiliza.
De conformidad con lo anterior, los dos procesos generales constituti­
vos de la modernización de la sociedad como un todo —la emergencia de
los subsistemas económico y administrativo, y la racionalización de los
niveles lingüístico-cultural y societal del mundo de la vida— se presuponen
el uno al otro. El mundo de la vida no puede ser modernizado sin facilitar
estratégicamente la coordinación de la acción comunicativa mediante el
desarrollo de los dos subsistemas. Éstos, a su vez, requieren una base ins­
titucional en un mundo de la vida que sigue estando estructurado simbó­
licamente, coordinado lingüísticamente y no obstante, en cierta medida
TEORÍA SOCIAL Y SOCIEDAD CIVIL 493

por lo menos, modernizado. Esta necesidad no se limita a la existencia de


metainstituciones de regulación del conflicto. El sujeto del derecho priva­
do es necesario en una economía coordinada mediante el intercambio mo­
netario (basada en las relaciones contractuales) así como la adm inistra­
ción del Estado organizada por medio de relaciones de poder estructu­
radas burocráticamente necesita un sujeto capaz de obligaciones políticas
(y posteriorm ente de los derechos de los ciudadanos). Estos "sujetos” sólo
pueden surgir si las competencias morales y cognitivas, y las estructuras
institucionales requeridas están disponibles en el mundo de la vida. Tal
precondición implica cambios dentro de las instituciones de la sociedad ci­
vil que son responsables de la reproducción cultural, integración social y
desarrollo de la personalidad, en la relación de estas instituciones entre sí
y en la relación de las instituciones del mundo de la vida con su sustrato
lingüístico-cultural modernizado.
Es im portante tener en mente la complementación de las dos dimen­
siones de la modernización, si uno se va a com prom eter con alguna de
ellas. La comunicación puede desempeñar un papel postradicional y po-
lencialmente democrático en la integración social porque, como lo ha sos­
tenido Luhmann, otras formas de coordinación social —los medios del
dinero y el poder, en particular— liberan a la comunicación de muchas de
sus limitaciones de tiempo. A la vez, como no hay un límite natural para
la "mediatización” del mundo de la vida, la expansión de los subsistemas
coordinada por el dinero y el poder representa un remplazo posible de la
coordinación de la acción comunicativa en cualquier área dada.51 Los
mismos procesos que se encuentran entre las condiciones constitutivas
de un mundo de la vida moderno también representan las mayores ame­
nazas potenciales a ese mundo de la vida.
Esta circunstancia nos obliga a redefinir nuestro concepto de la socie­
dad civil como la estructUPK’Histitucional de un m undo de la vida m oder­
no estabilizado por los derechos fundamentales, que incluirán dentro de su
campo las esferas de lo público y de lo privado, en esta ocasión desde el
punto de vista de un mundo de la vida. La institución de los derechos fun­
damentales representa un componente esencial de la modernización del
mundo de la vida porque su estructura posconvencional está ligada a prin­
cipios legales en vez de a reglas normativas, y tam bién porque los de­
rechos pueden contribuir a la modernización en el sentido de la diferen­
ciación.
Una sociedad civil en formación, que está siendo moldeada por movi­
mientos y otras iniciativas civiles (como ocurrió recientemente en Europa
oriental), podría durante un tiempo tener que sostenerse sin una estructu­
ra establecida de dereefagl. No .obstante, argumentaríamos que el índice
de su éxito en la Initituelofliltaación de la sociedad civil es el establecí-
494 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

miento de los derechos, no sólo en el papel sino como proposiciones ope­


rativas. La razón de esto se encuentra en lo que subyace a la modernidad:
el poder y la expansión de las esferas o subsistemas coordinados por los
medios que hacen a las estructuras de este mundo de la vida moderno
singularmente precarias. En vista de la posible penetración y distorsión
de los procesos internos y de la reproducción de las instituciones cultura­
les, sociales y socializadoras, éstas pueden ser estabilizadas sólo sobre la
base de la forma históricamente nueva de la juridificación representada
por los derechos. Ciertamente, uno puede de hecho ubicar el terreno e in­
cluso determ inar el tipo de la sociedad civil m oderna en térm inos de los
derechos fundamentales universales y subjetivos del periodo moderno.
Por supuesto, este espacio puede ser defendido sólo en el contexto de una
forma adecuadamente moderna de cultura política que valora la autoor-
ganización societal y la publicidad. La práctica de los derechos y de las
correspondientes formas de aprendizaje social ayuda, a su vez, a estable­
cer precisamente esa cultura política.
Si nos concentramos en las esferas institucionales de la sociedad civil,
podemos aislar tres complejos de derechos: los que se refieren a la repro­
ducción cultural (las libertades de pensamiento, prensa, expresión y comu­
nicación); los que aseguran la integración social (la libertad de asociación
y de reunión); y los que aseguran la socialización (la protección de la vida
privada, de la intim idad y de la inviolabilidad de la persona). Otros dos
complejos de derechos median entre la sociedad civil y la economía de
mercado (los derechos de propiedad, de contrato y del trabajo) o el Esta­
do burocrático moderno (los derechos políticos de los ciudadanos y los
derechos de los clientes al bienestar). Las relaciones internas de estos com­
plejos de derechos determ inan el tipo de sociedad civil que es insti­
tucionalizada. Retornaremos a este tema cuando consideremos las dimen­
siones negativas y la utopía de la sociedad civil moderna.
El discurso de los derechos ha sido acusado de ser puram ente ideológi­
co y lo que es peor, de ser el portador de la penetración estatista y del
control de la población. La objeción marxista clásica es que los derechos
formales son meramente el reflejo ideológico de la propiedad capitalista y
de las relaciones de intercambio. Sin embargo, claramente sólo algunos
derechos tienen una estructura individualista y no todos ellos pueden re­
ducirse a los derechos de propiedad.52 La posición anarquista típica
(ejemplificada por Foucault) es que los derechos son simplemente el pro­
ducto de la voluntad del Estado soberano, articulada a través del medio
de la ley positiva y facilitando la vigilancia de todos los aspectos de la
sociedad.53 Nadie puede obligar al Estado a respetar su propia legalidad;
únicamente lo hace así cuando sus propios intereses lo llevan a hacerlo.
Por ejemplo, esto se puede ver en la canalización de la protesta dentro de
TEORÍA SOCIAL Y SOCIEDAD CIVIL 495

canales estrechos y manejables, como en el caso del derecho de huelga,


que va unido a una obligación de evitar formas ilegales de los conflictos
laborales.
Aunque el Estado es la agencia de la legalización de los derechos, no es
ni la fuente ni la base de su validez. Los derechos empiezan como dem an­
das presentadas por grupos e individuos en los espacios públicos de una
sociedad civil emergente. Pueden ser garantizados por la ley positiva pero
no equivalen a la ley ni son derivables de la misma; en el dominio del
derecho, la ley asegura y estabiliza lo que se ha logrado en forma autóno­
ma por actores sociales. No obstante, no se debe entender a los derechos
como productos de un conflicto de suma cero. Las tendencias a la desdife­
renciación de la economía m oderna (Polányi) y el Estado moderno (Luh-
mann) representan amenazas a la modernidad y a la institucionalización
de estas esferas. Si desde el punto de vista de los actores los derechos
tienden a ser creados y defendidos desde abajo, desde el punto de vista de
los sistemas sociales, representan, como lo ha mostrado Luhmann, el prin­
cipio de diferenciación. Por supuesto, éste es un proyecto para aum entar
el poder, pero ocurre mediante una limitación del poder en vez de su ex­
tensión y ampliación (por medio de redes de vigilancia, por ejemplo). Esta
convergencia de los dos puntos de vista metodológicos apunta hacia una
de nuestras tesis clave: los derechos fundamentales deben ser vistos como
el principio organizador de una sociedad civil m oderna.54

La dimensiones negativas de la sociedad civil

Las formas de la modernidad cultural han desempeñado un importante


papel en la emergencia de láS'SbCiedades civiles. No obstante, argumenta­
remos que el potencial pleno de es!as formas nunca se ha realizado en lugar
alguno. Por el contrario, la modernización en Occidente ha procedido se­
gún patrones que han distorsionado las instituciones de la sociedad civil y
los potenciales de un mundo de la vida modernizado. Habermas ofrece una
tipología histórica que muestra la forma en que los procesos de la diferen­
ciación entre el sistema y el mundo de la vida han producido una moderni­
dad cargada de dimensiones negativas.55 Según nosotros, esta tipología se
vuelve especialmente útil si se le revisa y reconstruye críticamente.
En la discusión de Habermas, las principales etapas de la juridificación
(Verrechtlichung) resultan ser un verdadero conjunto de relaciones Esta­
do-sociedad civil-economía,94 El análisis es parcialmente paralelo a los
argumentos que ae encuentran en obras como The Great Transformation
de Polányi e In Sltrch o f Community de Nisbet, pero evita las ingenuas
496 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

expectativas del prim ero ante el Estado y la inocencia del último ante la
economía de mercado capitalista. En realidad, la tipología histórica reve­
la las virtudes de un modelo de tres partes en comparación con una concep­
ción polémica, simplista, de sociedad contra Estado. Lo hace así evitando
la identificación de la economía y de la sociedad, del poder económico y
del estatal, o de los intereses sociales y los del Estado. Todas estas identi­
ficaciones term inan reflejando constelaciones históricas transitorias. La
autonom ía de la sociedad civil en particular depende de su habilidad para
protegerse contra ambos subsistemas.
H aberm as indica cuatro etapas en el desarrollo de la relación entre
el mundo de la vida y el Estado y economía modernos: el Estado burgués; el
Estado constitucional-burgués (bürgerliche Rechtsstaat); el Estado cons­
titucional democrático, y el Estado constitucional democrático y social
(benefactor).57 El primero es un término desorientador para el Estado
absolutista, al que aparentemente se entiende mal en este análisis, repre­
sentando una proyección más bien ahistórica del modelo político de
Hobbes a esta era.58 Preocupado por las "oleadas de juridificación”, Ha-
bermas define al Estado absolutista en términos de su establecimiento de
órdenes legales que garantizan la propiedad privada, la seguridad y la
igualdad ante la ley (todos en forma de ley objetiva en vez de derechos
subjetivos procesables). El objetivo es la institucionalización de los nue­
vos medios, sin ninguna preocupación por el medio de vida, considerado
nada más como una fuente de una resistencia todavía tradicional. Sin
embargo, en el mejor de los casos esta proyección representa un punto
de inicio estilizado para el análisis, que se concentra en las tendencias de de­
sarrollo en que el Estado soberano moderno y la economía capitalista
apoyan simbióticamente la libertad de movimiento del otro a la vez que
privan al mundo de la vida (tradicional) de toda protección. Incluso en
Inglaterra, éste no fue el caso en la era del absolutismo (parlamentario)
que estaba caracterizado por muchas estructuras de protección paternalista
y de "economía moral”. El modelo es incluso menos aplicable al absolu­
tismo continental propiam ente dicho, una nueva creación histórica que
combinaba los elementos de un Estado parcialmente m oderno y burocrá­
tico con una sociedad de órdenes (las órdenes despolitizadas del Standes-
taat). Hasta los proyectos del despotismo ilustrado y especialmente hasta
las codificaciones legales de finales del siglo XVIII y principios del XIX, este
sistema doble estaba arraigado también en la estructura de la ley. Aun­
que en realidad carecían de derechos, como en la concepción de Habermas,
los sistemas legales absolutistas protegían un m undo de la vida tradicio­
nal mediante privilegios ordenados jerárquicam ente.59
El problema con este modelo erróneo del Estado absolutista es que
prepara la evaluación de las siguientes etapas de una manera equivocada,
TEORÍA SOCIAL Y SOCIEDAD CIVIL 497

Aunque Habermas expresa varios grados de duda sobre el carácter garan-


tizador de la libertad de la mayoría de sus etapas, omite hacerlo así en el
caso del Estado constitucional. Tampoco presenta sus variantes liberal y
burocrática-autoritaria. Habermas está totalm ente en lo correcto al hacer
hincapié en la prim era institucionalización de los derechos civiles (a dife­
rencia de los políticos), subjetivos o libertades para actuar sin coacciones
(Freiheitsrechte) como demandas a las cuales es posible responder. Sin em­
bargo, no está en una buena posición para evaluar el carácter amenazador
del mundo de la vida de esta etapa. Habiendo localizado bajo el absolutis­
mo el establecimiento de los subsistemas del Estado y economía moder­
nos, con todas las consecuencias devastadoras para las relaciones socia­
les y culturales, ve el funcionamiento del Rechtsstaat sólo en términos de
limitar la amenaza de uno de estos subsistemas: el Estado. De lo que en
realidad se trataba era de un intercambio desde el punto de vista del m un­
do de la vida: la limitación del Estado se obtuvo a costa de establecer una
sociedad económica por prim era vez en la historia. Sólo la oposición re­
formista y revolucionaria (“desde arriba”), tanto al Estado absolutista como
a la sociedad de órdenes, puede explicar este resultado. Pero el estableci­
miento del Rechtsstaat junto con la economía capitalista ciertamente debe
describirse como muy ambiguo desde el punto de vista de “garantizar
la libertad de las coacciones impuestas". La ambigüedad es evidente en
el modelo particular de derechos subjetivos establecido, que implica en
todas partes la centralidad y el carácter modelo de los derechos de pro­
piedad.
El mismo punto es más o menos válido para el otro curso de desarrollo
más allá del absolutismo: el curso revolucionario de los movimientos de­
mocráticos que conducen al establecimiento (rápido o eventual) del Esta­
do constitucional democrático. En este caso, un conjunto más amplio de
derechos civiles y políticq®?*protegen al mundo de la vida (que se está
modernizando) del Estado, limitándolo pero también intentando colocan
lo bajo cierto grado de control social. Si el Rechtsstaat protegía sólo a las
esferas privada e íntima contra el Estado moderno, él Estado constitucio­
nal democrático añadió también la protección institucionalizada de la
esfera pública. Sin embargo, aquí debemos decir (en contra de Habermas)
que el fortalecimiento de la economía a costa del mundo de la vida societal
ocurre precisamente en esta fase (y no en la absolutista anterior), como lo
lia demostrado convincentemente Polányi. Así, se logra proteger al m un­
do civil o sociedad civil del Estado nuevamente a costa del fortalecimien­
to del otro subsistema, igualmente amenazador, un resultado que está
documentado n u e v a m e n t e p o r la primacía de los derechos de propiedad
e n el c a tá lo g o d e loa o e r t c h o O n c t u s o aunque sean menos centrales que
b n jo las c o n d i c io n e s del /Uch í m t a a t predemocrático.
498 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

En el caso del Estado constitucional democrático, Habermas observa


una ambigüedad en la estructura de juridificación desde el punto de vista
del mundo de la vida. Procura explicarla por el contraste parcialmente
falso de los derechos civiles (Freiheitsrechte) y los derechos políticos en­
tendidos como el derecho de membrpsía (Teilhaberrechte). Estos últimos
están organizados de tal m anera que restringen "las posibilidades de la
formación espontánea de opinión y de la formación de la voluntad discur­
siva".60Los propios derechos (sufragio, asamblea, asociación, prensa, etc.)
no son los culpables, sino el partido político burocratizado democrático
de élite y las formas culturalmente manipulativas de su organización. A di­
ferencia de la conceptualización más limitada de los derechos políticos que
presenta Luhmann, la que conduce a un sistema político autónomo, aquí
los derechos a ser miembro señalan intrínsecamente las formas de control
sobre la burocracia política: los derechos de participación (Teilnehme-
rrechte). Como resultado, no está claro por qué la descripción de Luhmann
resulta ser correcta después de todo, en el sentido de que los derechos po­
líticos están, a pesar de su propia teleología, organizados burocráticamente
en vez de autónomamente. Es desorientador, si no del todo incorrecto,
explicar esta anomalía recurriendo al establecimiento de los derechos en la
ley formal burguesa. Las leyes formales son de hecho mejores para demar­
car negativamente la autonomía privada que para garantizar positivamente
la inclusión en el sentido de participación en la esfera pública.61 Pero esto
es sólo parte de la historia. Además, debemos subrayar que, precisamen­
te bajo esta etapa de la juridificación, una sociedad civil organizada co­
mo una sociedad económica es comparativamente débil en su habilidad
de utilizar los canales positivos abiertos por los derechos políticos for­
males.62
La sociedad civil y un m undo de la vida moderno fueron fortalecidos
por el movimiento contra el m ercado autorregulado encabezado por los
movimientos de la clase trabajadora industrial, que establecieron a los es­
tados burocráticos de bienestar social. Pero la ventaja es de nuevo am bi­
gua. Esta situación es, en cierto sentido, lo contrario de las dos etapas
previas: el subsistema al que se sometió a nuevas formas de limitación es
el de la economía, y el intercambio fortalece al Estado adm inistrador
intervencionista.63 Nuevamente, Habermas trata de indicar la diferencia
en términos de derechos sociales concebidos con base en el modelo de
libertades y en el modelo de los derechos de membresía (Teilhaberrechte).
La legislación laboral protege sin ambigüedades al m undo de la vida con­
tra las fuerzas económicas incontroladas, pero algunos conjuntos que com­
prende de derechos concedidos por el Estado benefactor (aunque pueden
tener la intención de promover la autonom ía y reconstruir la integración
social) tienen el efecto opuesto debido a la manera burocrática, estatista,
TEORÍA SOCIAL Y SOCIEDAD CIVIL 499

de su implementación. Y no obstante, como lo réconoció T. H. Marshall


(aunque llegó a una conclusión opuesta), éstos, en vez de los derechos del
trabajo, representan los “derechos" sociales clásicos del Estado benefac­
tor. Desde otro punto de vista, uno tiene buena razón para dudar que los
beneficios, cuyo ejercicio no depende prim ariam ente de la libre actividad
de sus beneficiarios, sean en absoluto derechos.64 La estructura de los be­
neficios, a diferencia de la de los derechos políticos de participación, tiene
una afinidad electiva con la implementación burocrática. Al contrario de
lo que piensa Marshall, los derechos sociales del tipo que da derecho a un
beneficio, logran la ventaja de la membresía para los individuos como
clientes, en vez de como ciudadanos. Así, a diferencia de los derechos del
trabajo, en su forma presente fortalecen al Estado administrativo y no a la
sociedad civil.65
Los "derechos" sociales (en el sentido de dar derecho a recibir algo) son
posibles, y en realidad existen en sociedades sin una estructura de dere­
chos en absoluto. En este contexto, añadiríam os al socialismo de Estado
autoritario a nuestra tipología. Ésta es una formación peculiar que com­
bina características de un sucesor revolucionario del absolutismo y de la
respuesta estatista a la economía de mercado capitalista, y que, no obs­
tante, no puede ser identificado con ninguna de esas dos formas. Desde el
punto de vista de la juridificación, esta sociedad, de conformidad con su
ideología socialista-estatista, sólo busca protección de uno de los dos
subsistemas: el económico. En este respecto, el socialismo de Estado es
distinto del Estado benefactor democrático, cuya estructura legal con­
serva tam bién las limitaciones liberales y democráticas sobre el Esta­
do. Supuestamente, el mundo de la vida en el socialismo autoritario está
protegido no por una estructura de derechos, sino por un sistema com­
prehensivo de patem alism o estatal. Así, el partido-Estado se presenta a sí
mismo recubierto por el^SSMcter familiar, asociacional e incluso por los
movimientos del m undo de la vida, el que de hecho carece totalm ente de
protección contra un intervencionismo que no contiene ninguna au«
tolimitación. El carácter jurídico de esta formación es el de la prim acía de
la prerrogativa del Estado, en una estructura dual en que los límites siem­
pre cambiantes de la práctica normativa y discrecional son determinados
a discreción.66 El socialismo de Estado autoritario, una formación sin
derechos o constitucionalismo, es una respuesta a las amenazas económi­
cas contra el mundo de la vida, pero toma la forma de suprim ir a la socie­
dad civil junto con la sociedad burguesa (con la cual se identifica a la
sociedad civil). Como tal, representa un grave peligro a la modernidad del
mundo de la vida, *1 funcionamiento de la economía politizada y a la ra ­
cionalidad del propU Hiiftm ft^om ico.
Habermas pudo haber omitido al socialismo de Estado de su tipología,
500 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

a causa de las dificultades de adaptarlo a cualquier teoría de la moderni­


zación y debido a su renuencia a declarar —como lo hizo Parsons— que el
modelo soviético constituye un callejón sin salida de la modernización.
No obstante, toda la discusión respecto a las oleadas de juridificación cae
dentro de una tradición de la teoría de modernización abierta. Las dife­
rencias con el tratam iento más tardío de la diferenciación y de la moder­
nización de la "comunidad societal” por parte de Parsons son instructi­
vas. Prim ero, H aberm as trata al periodo contem poráneo como muy
ambiguo desde el punto de vista de la autonomía del m undo de la vida (es
decir, la comunidad societal/sociedad civil), como lo m uestra su crítica
del Estado benefactor a partir de la publicación de Legitimation Crisis.
Segundo, aunque Parsons consideró que los movimientos sociales eran
los fundamentalismos ineficaces de cada época correspondiente a las nue­
vas etapas del desarrollo de la comunidad societal, Habermas trata a los
movimientos de emancipación "burguesa" y a los movimientos de la clase
trabajadora como la dinámica clave que promueve las transformaciones
institucionales relevantes, a la vez que defienden al m undo de la vida. Así,
estos movimientos desempeñan un papel de la mayor im portancia en la
realización de los potenciales de la modernidad cultural. La ambigüedad
de la última etapa de desarrollo (y en nuestra opinión de las últimas cua­
tro etapas, incluyendo la experiencia decididamente negativa del socialis­
mo de Estado) es, sin embargo, una consecuencia involuntaria de las ac­
ciones de los defensores de la sociedad (sin im portar que Habermas sólo
vincule con la acción de los movimientos a la parte de los resultados que
garantizan la libertad). Podríamos decir que la ausencia de reflexión en
cada caso sobre ambos subsistemas que am enazan al m undo de la vida
lleva a un fortalecimiento del uno o el otro en nombre de la defensa del
mundo de la vida.
El modelo de etapas que acabamos de describir indica que la recons­
trucción de la teoría de la sociedad civil en términos de la dualidad siste-
ma/mundo de la vida busca considerar el lado negativo de la sociedad
civil en el que pusieron énfasis Foucault y otros. Sin embargo, en el mode­
lo de etapas, las dimensiones negativas aparecen principalm ente como
amenazas contra la sociedad civil que provienen de afuera. La compleja
discusión de Habermas sobre la tesis de Weber de la "pérdida de significa­
do" y la “pérdida de libertad” implicadas en la modernización (en sus tér­
minos, el empobrecimiento cultural y la colonización del m undo de la
vida) indican que estas dimensiones deben encontrarse dentro de la pro­
pia sociedad civil moderna.
El contraste conceptual entre los patrones de modernización poten­
cialmente no selectivos y los reales selectivos le permite a Habermas com­
binar las evaluaciones diametralmente opuestas de la sociedad civil con-
TEORÍA SOCIAL Y SOCIEDAD CIVIL 501

tem poránea, que aquí hemos esquem atizado como las posiciones de
Parsons y de Foucault, como alternativas dentro de la modernidad. Ade­
más, nuestro concepto de sociedad civil, reconstruido sobre la base del
concepto de m undo de la vida de Habermas, tiene la ventaja de indicar
el lado negativo de la modernidad sin hacer que todas las instituciones de
la sociedad civil se vean iguales a su desarrollo unilateral. En resumen, el
modelo existente de la sociedad civil que ha institucionalizado selectiva­
mente los potenciales de la modernidad cultural es sólo uno de sus cursos
lógicamente posibles.67 No es completamente negativa, pero debe tenerse
en cuenta el lado negativo. En términos más concretos, Habermas sostie­
ne que la racionalización del mundo de la vida respecto a la realización de
los potenciales culturales incorporados en los dominios estético y moral/
práctico ha sido obstaculizada en una medida significativa. La racionali­
zación de los subsistemas económico y ádministrativo, y la importancia
preponderante que se le da a sus imperativos reproductivos, se ha llevado
a cabo a costa de la racionalización de la sociedad civil. La brecha resultante
entre las culturas de expertos que participan en la diferenciación de las
esferas de valor del conocimiento científico, del arte y de la moralidad, y
las del público en general, conducen a un empobrecimiento cultural de
un mundo de la vida cuya sustancia tradicional ha sido erosionada. Sin
embargo, al contrario de la tesis de Weber,68 no es la propia modernidad
cultural sino su institucionalización selectiva, la que resulta en el empo­
brecimiento cultural.
Además, la institucionalización unilateral de los potenciales cognitivo-
instrumentales de la racionalización cultural (en la institución de la cien­
cia y en los dos subsistemas) prepara el campo para una penetración de
los medios del dinero y el poder en las esferas de la reproducción de la
sociedad civil, que requiere integración por medio de procesos comuni­
cativos. Los sujetos capaseetíde actuar se subordinan a los imperativos de
aparatos que se han vuelto autónomos y que sustituyen a la interacción
comunicativa. Pero la distinción entre sistema y mundo de la vida, entre
el Estado, la economía y la sociedad civil, nos permiten m ostrar que no es
la emergencia de los subsistemas político y económico diferenciados y su
coordinación interna por medio de la integración de sistemas la que produce
la "pérdida de libertad’’, sino más bien la penetración de un mundo de la vida
ya modernizado por su lógica, ayudada por el patrón selectivo de institucio­
nalización. Habermas llama a esta penetración la reificación o coloniza­
ción del m undo de la vida, reteniendo y revisando a la vez de esa manera
la categoría clave de Lukács.
La discusión dql lado negativo de una sociedad civil racionalizada
.selectivamente, colonizada o n parte y por lo tanto insuficientemente mo­
derna, implica que la vorildnexlatentc de la sociedad civil es sólo una de
502 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

las vías lógicamente posibles de la institucionalización de los potenciales


de la m odernidad cultural. Lo que está en juego es el hecho de la diferen­
ciación y también la relación entre los términos modelo sistema/mundo
de la vida. La modernización societal siempre implica el remplazo de al­
gún aspecto de lo social por la integración de sistema.69 Pero uno debe
distinguir entre los efectos de la diferenciación de los subsistemas de un
m undo de la vida tradicionalmente estructurado y los que resultan de la
penetración de los mecanismos de dirección en un m undo de la vida que
ha empezado a modernizarse. En el prim er caso, el costo es la destruc­
ción de las formas tradicionales de vida y el desarrollo de instituciones
políticas y económicas penetradas por la dominación. Pero lo que se gana,
además de la eficiencia económica y administrativa relativa, es la apertu­
ra del mundo de la vida a la modernización y la creación de potenciales de
una cultura posconvencional de la sociedad civil. En el segundo caso (co­
lonización) el costo es el socavamiento de la práctica comunicativa de un
mundo de la vida ya (parcialmente) modernizado, y la obstaculización de
la modernización adicional de la sociedad civil. Es un verdadero proble­
ma saber si es posible continuar considerando los beneficios (como la
seguridad garantizada por el Estado) sin ambigüedades en ese contexto.
A medida que las instituciones especializadas en la socialización, la inte­
gración social y la transm isión cultural son funcionalizadas cada vez más
para servir a los imperativos de subsistemas que se expanden continua­
mente y sin control, y a medida que la coordinación de la acción comu­
nicativa en las áreas relevantes es remplazada por los medios del dinero y
el poder, habrá más y más consecuencias patológicas.70
Esto puede aclararse respecto a la relación entre las esferas pública y
privada de la sociedad civil, y la economía y el Estado en los sistemas del
Estado benefactor. Cuando los subsistemas penetran a la esfera privada
de la familia y la subordinan a sus imperativos, entonces el papel del con­
sumidor (respecto a los requerimientos económicos) llega a predom inar
sobre los papeles del trabajador y la solidaridad autónom a como miem­
bro de la familia. La unilateralidad de los estilos de vida que se concen­
tran en el consumismo fue uno de los principales temas de la crítica cultu­
ral en la década de 1960. Si los imperativos sistémicos penetran en la
esfera pública (respecto a los requerimientos administrativos de lealtad),
entonces el papel del ciudadano se fragmenta y se neutraliza, con el resul­
tado de que la carga de la despolitización debe ser soportada por un papel
exagerado como cliente arraigado en la esfera privada.
Habermas interpreta esta transform ación en las esferas pública y pri­
vada de la sociedad civil, y los efectos laterales reificadores y patológicos
que la acompañan, en términos de la tesis de la colonización. De esa m a­
nera es capaz de explicar las dimensiones negativas de la sociedad civil
TEORÍA SOCIAL Y SOCIEDAD CIVIL 503

moderna sin confundir el lado negativo con el todo. Concreta su análisis


de este aspecto de los desarrollos contemporáneos en su discusión de la
política social del Estado benefactor que implica la penetración adm inis­
trativa (por medio de la juridificación) de las áreas de la sociedad civil que
previamente estaban libres de esas formas de interferencia.71 Como se
dijo antes, la monetarización y la burocratización de las relaciones socia­
les de la sociedad civil son procesos muy ambivalentes que crean un con­
junto de beneficios y seguridades sociales al costo de crear un nuevo ran­
go de dependencias y de destruir, tanto la solidaridad como la capacidad
de los actores para la autoayuda y para resolver problemas mediante la
comunicación. Por ejemplo, el manejo administrativo del cuidado de los
ancianos, de las relaciones interfamiliares y de los conflictos respecto a
las escuelas implica procesos de burocratización e individualización que
definen al cliente como un actor estratégico con intereses privados espe­
cíficos a los que se puede tratar sobre una base de caso por caso. Pero esto
implica una abstracción violenta y dolorosa de los individuos de una si­
tuación social existente y daña su autoestima y las relaciones interper­
sonales que constituyen a las instituciones relevantes. La monetarización
de estas áreas de la vida también tiene consecuencias negativas. Los pa­
gos por retiro o jubilación no pueden compensar la pérdida de un senti­
do de finalidad y de autoestima de un individuo anciano al que se ha obligado
a dejar su trabajo a causa de su edad. Finalmente, la “terapeutización" de la
vida diaria promovida por las agencias de servicio social contradice el
mismo propósito de la terapia —lograr la autonomía y dar poder al pacien­
te—. Cuando profesionales (basados administrativamente) afirman ser
expertos y tienen el poder legal para apoyar sus pretensiones, se crea un
ciclo de dependencia entre un paciente que se ha convertido en cliente y el
aparato terapéutico.
En cada caso, el dilema cerniste en que la intervención del Estado be­
nefactor (en nombre de la satisfacción de las necesidades de la sociedad)
civil promueve la desintegración de ésta y obstaculiza la racionalización
adicional. La descripción que hace Foucault de las técnicas de vigilancia,
individualismo, disciplina y control es incluida explícitamente en el análi­
sis de Habermas.
No obstante, y a pesar de las apariencias, Habermas no se une en la
crítica del tipo de la de Foucault (o, para el caso, la neoconservadora) del
Estado benefactor. Para él, la legalidad, la normatividad, la publicidad y
la legitimidad no son sólo los portadores de mecanismos disciplinarios o
de los velos para ocultar a los mismos. Incluso en esta época del supuesto
fin de la utopía, Habermas nos desafía a no perder de vista la promesa
utópica de las normas liberales y democráticas de la sociedad civil, que
para él no se reducen • une mera "legitimación” de la situación contraria.
504 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

La utopía de la sociedad civil

En una época en que las utopías revolucionarias totalizadoras han sido


desacreditadas, el modelo dual de la sociedad civil que hemos reconstrui­
do evita el reformismo "sin alma" al permitirnos desarrollar el tema de
una utopía autorreflexiva y autolim itadora de la sociedad civil. Así pode­
mos vincular el proyecto de la democracia radical, reinterpretado en tér­
minos de nuestra noción de la "pluralidad de dem ocracias”,72 algunas
premisas institucionales clave de la modernidad.
A menudo, el lema “la sociedad contra el Estado” se ha entendido como
un llamado fundamentalista para generalizar la tom a de decisiones de­
mocrática participativa (como un principio coordinador) a todas las esfe­
ras de la vida social, incluyendo el Estado y la economía. En realidad, el
ideal de la asociación voluntaria libre, estructurada dem ocráticamente y
coordinada comunicativamente, siempre se ha alimentado en la utopía
de la sociedad civil (política), desde Aristóteles hasta el joven Marx en
1843. Pero esa utopía “democrática", si se la generalizara totalmente,
amenaza la diferenciación de la sociedad que constituye la base de la moder­
nidad. Además, desde un punto de vista normativo, cualquier proyecto de
desdiferenciación es contradictorio, porque implicaría tal sobrecarga de pro­
cesos democráticos que desacreditaría a la democracia asociándola con
la desintegración política o abriéndola a la subversión por medio de una ac­
ción estratégica oculta, no regulada.
Al contrario de esto, la utopía autolim itadora de la democracia radical
basada en el modelo dual de la sociedad civil abriría “el horizonte utópico
de una sociedad civil”. Para citar a Habermas:

la racionalización del mundo de la vida permite, por una parte, la diferencia­


ción de subsistemas independientes y abre, por otra parte, el horizonte utópico
de una sociedad civil en que las esferas de la acción de la burguesía organiza­
das formalmente (el aparato económ ico y el estatal) constituyen los fundamen­
tos para el mundo de la vida postradicional del l ' h o m m e (esfera privada) y del
c i t o y e n (esfera pública ).73

Esta utopía es de diferenciación en vez de unificación. Por supuesto, la


idea de la diferenciación en sí no es utópica. Implica un modelo nor­
mativamente deseable de una sociedad alternativa, una que “regula" al
pensamiento crítico (por lo tanto una “utopía”) sólo por medio de su rela­
ción con otra idea: la creación de instituciones capaces de realizar plena­
mente los potenciales de la reproducción comunicativa y de un mundo de
la vida moderno.74 En particular, el desarrollo de estructuras posconven­
cionales de cultura permitiría la proyección de instituciones interconec-
TEORÍA SOCIAL Y SOCIEDAD CIVIL 505

tadas de la vida íntima y de la publicidad, que rem plazarían a las relacio­


nes de dominación tradicionales no examinadas, por formas no limitadas
de solidaridad, producidas y reproducidas por medio de la interacción
libre, voluntaria. Esta segunda idea genuinamente utópica, está vincula­
da con una teoría de la diferenciación que implica procesos de autorre-
flexión y autolimitación.
En vista de la experiencia de la utopía liberal del mercado autorregu­
lador, por una parte, y del socialismo, con su utopía sintética de una socie­
dad organizada (planificada) racionalmente de productores libres (o de
individuos trabajadores, creadores), por la otra, está claro que el pensa­
miento utópico sólo puede ser rescatado si es posible incorporar en él la
reflexión autocrítica. Un elemento que las dos utopías fallidas tienen en
común es su esfuerzo por totalizar un modelo único de una sociedad "ra­
cional", arraigada en uno o ambos subsistemas, cada una vinculada a un
valor único: en un caso la libertad negativa, en el otro la igualdad sustantiva.
Hoy en día sabemos que la propia aceptabilidad de estas utopías, y lo que
las vincula a ellas con la misma lógica de la historia, depende del dinam is­
mo de una razón instrum ental centrada en la economía, en un caso, y de
una razón funcional centrada en el Estado, en el otro.75 Ahora debemos
estar conscientes de las consecuencias negativas de cada uno de estos
tipos de reduccionismo. Aunque cada una de estas utopías hizo mayores o
menores concesiones a los modelos democráticos de la organización so­
cial, el hincapié en la racionalidad de un mercado plenamente autónomo
o en una forma de poder capaz de com binar a una economía que no era
de mercado, pero moderna, era incompatible con la reproducción del
sustrato del m undo de la vida de la coordinación democrática de la ac­
ción. Que esto no era un dilema interno fundamental para ninguno de los
dos modelos lo m uestra la existencia de versiones autoritarias de ambas
utopías, la del mercado y itftte la planificación.76 Desde el punto de vista
de la política democrática, ambas utopías tenían que hacerse sospecho­
sas, y de hecho lo fueron, incluso antes de que las desastrosas consecuen­
cias se m anifestaran en la práctica.
Desde su emergencia, aproximadamente en 1919, la tradición del m ar­
xismo occidental siempre ha estado consciente de los peligros de las uto­
pías productivistas del socialismo clásico: las alternativas de Lukács, Bloch
y Marcuse tienen poco que ver con una sociedad trabajadora. En cambio,
estos pensadores desarrollaron algunas teleologías inherentes a las esfe­
ras modernas de la cultura estética (el joven Lukács, Bloch) y de la perso­
nalidad (Marcuse en sus últimos años), siguiendo orientaciones utópicas
y totalizadoras. Sus afinidades con la avant-garde leninista —explícita­
mente para Lukáca y BteghjJmplfalamente para Marcuse— indican, sin
embargo, que no podían realmente liberarse de la utopía del poder, Cier-
506 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

tam ente parece ser el caso que utopías principalmente culturales, en la


medida en que son fundamentalistas y revolucionarias, basan im plícita­
mente su promesa de la transformación social en el potencial dinámico
del medio del poder. Dentro de la tradición marxista, únicamente Adorno
y Horkheimer fueron capaces de escapar de la atracción del poder, al pre­
cio, no obstante, de desarrollar una utopía de solidaridad cuyos términos
no pueden ser vinculados a ninguna política o incluso articulados explíci­
tamente.77
Reconocidamente, las utopías democráticas que aprovechan el recurso
de la solidaridad y proyectan la vasta expansión de los procesos comuni­
cativos de la formación de la voluntad también pueden ser, y a menudo lo
han sido, totalizadoras. Esta característica del fundamentalismo demo­
crático, siempre que está presente, ha tendido a hacer que las utopías anar­
quistas sean, o cubiertas transparentes para proyectos de poder, o proyec­
tos para la desdiferenciación primitivista de la sociedad. Mientras que la
totalización llevó a la destrucción de la democracia en el caso de las uto­
pías del mercado y del poder, en las primeras versiones de la utopía de la
comunicación el resultado fue su autodestrucción. La razón para esta di­
ferencia es que, en el caso de la utopía de la comunicación, la totalización
representa en principio una contradicción. El mundo de la vida no se pa­
rece al dinero y al poder; incluso sus instituciones organizadas en forma
asociativa no pueden fácil o espontáneamente invadir y subsum ir a los
subsistemas diferenciados. Aún más importante es que su propia moderni­
zación depende de la diferenciación de la economía y el Estado moder­
nos; su desdiferenciación privaría a la sociedad civil de tiempo (recursos
de tiempo) para la deliberación y tom a de decisiones democráticas. Así, la
totalización de la lógica (comunicativa) de la asociación democrática no
sólo conduce a efectos disfuncionales y patologías en el corto y en el largo
plazo. Es en principio autocontradictoria. Por lo tanto, es evidente que la
autorreflexión del pensamiento utópico conduce tanto a la idea de la limita­
ción de las lógicas del poder y del dinero, "jalando el freno de emergencia*'
en lo que se refiere a su dinamismo, como también a la idea de la autoli-
mitación de la democracia radical. Este doble establecimiento de límites
requiere diferenciación.
Hay todavía otra razón para la autolimitación del utopismo democrá­
tico, y ésta es la relación, reconocidamente contingente, entre muchas
utopías históricas y la idea de la ruptura revolucionaria. Cualesquiera que
sean sus proyectos, las revoluciones en el sentido moderno son realizadas
por (o por lo menos las ganan) organizaciones de poder que, en una rup­
tura genuina con la antigua sociedad y en el inevitable caos y vacío de
poder que siguen, se ven motivadas a aum entar en vez de lim itar al poder
soberano.78 Por ejemplo, esta constelación es la que llevó a la diferencia
TEORÍA SOCIAL Y SOCIEDAD CIVIL 507

de espíritu entre la constitución y la ley de derechos estadunidenses y la


declaración francesa de los derechos del hombre.79 Mientras que las uto­
pías del poder tienen una afinidad electiva con la ruptura total, la utopía
de la comunicación democrática es amenazada por la revolución a pesar de
sus propios orígenes revolucionarios.80 Obviamente, el tema de lo desea­
ble de la revolución en un determinado contexto no puede decidirse úni­
camente desde el punto de vista de los proyectos utópicos, en especial cuan­
do se trata de derrocar a un sistema opresor. Pero es importante observar los
peligros de la ruptura revolucionaria para la dem ocracia y tam bién dar­
se cuenta de una precondición indispensable para su legitimidad: la úni­
ca legitimidad posible de la democracia se encuentra en un principio con­
trario a la lógica revolucionaria; esto es, la institucionalización perdurable
de un nuevo poder acom pañada por límites en términos de derechos para
equilibrar las nuevas formas del poder.81
Incluso una revolución democrática debe ser limitada por los derechos.
Tal es la consecuencia de la utopía de la diferenciación. Esto equivale a
decir que la revolución democrática nada más puede seguir siendo demo­
crática en el mundo moderno si institucionaliza la sociedad civil. De he­
cho esto nunca es posible sobre la base de la abolición de modelos incluso
imperfectos de la sociedad civil. Y no obstante, la utopía de la comunica­
ción, la pluralidad de democracias, no puede ser simplemente un proyec­
to de establecer cualquier clase de sociedad civil o cualquier modelo de
derechos. La utopía de sociedad civil que tenemos en mente no es idénti­
ca a los modelos de la sociedad civil de que hemos tratado hasta ahora y la
estructura de derechos implicada no equivale a ninguna de las que se en­
cuentran en las constituciones de hoy en día. Los principios legitimadores
de la democracia y los derechos son compatibles sólo con un modelo de
sociedad civil que institucionaliza la comunicación democrática en una
multiplicidad de públicos yYfefiende las condiciones de autonom ía indivi­
dual liberando a la esfera íntim a de todas las formas tradicionales, así
como m odernas, de desigualdad y carencia de libertad.82 El modelo de
derechos que requerim os ubicaría a los derechos de la com unicación (la
esfera pública) y a los derechos de la esfera íntim a (o “privada”) en el
centro del catálogo de libertades constitucionales. Éstas tendrían priori­
dad sobre todos los derechos políticos, económicos y sociales, que sólo
constituirían sus prerrequisitos. El establecimiento de ese catálogo sin
duda significaría la institucionalización de un nuevo modelo de socie­
dad civil.
Estamos conscientes del vínculo que existe en todo el pensamiento utó­
pico entre la justificación práctica-moral y la motivación orientada por el
ufccto. Para algunos,ls u topía dé la sociedad civil desarrollada aquí pue­
de parecer, debido a su lojanía de los objetivos culturales sustantivos y de
508 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

las formas concretas de la vida, deficiente en lo que se refiere a su capaci­


dad motivacional. Pero a pesar de su énfasis legal-político, la utopía de la
sociedad civil (entendida en términos de la diferenciación de un mundo
de la vida moderno) no necesita rom per con todas las concepciones de la
transformación cultural. Hay un nexo fundamental en nuestro análisis
entre la colonización del mundo de la vida ("la pérdida de la libertad”) y la
institucionalización selectiva de los potenciales de una cultura diferen­
ciada m oderna (“pérdida de significado”). El proyecto de una sociedad ci­
vil democrática, su modelo de diferenciación, es obviamente el de desco­
lonizar al mundo de la vida. Es precisamente la colonización del mundo
de la vida por las lógicas del dinero y del poder, la que en la actualidad
promueve un patrón de realimentación selectiva, principalmente cognitiva-
instrumental, de los potenciales culturales. La organización de institucio­
nes dem ocráticas y nuevos tipos de relaciones interpersonales dentro
de la sociedad civil, haría que el enriquecimiento de la práctica com uni­
cativa diaria por medio de recursos culturales, morales y estéticos resulta­
ra deseable y posible. Por supuesto, se tendría que establecer una nueva
relación entre las culturas de expertos en estas esferas y la comunicación
diaria para que esas realimentaciones ocurrieran en una escala significa­
tiva. Si tuviera éxito, esta transformación sí afectaría los niveles más pro­
fundos del propio mundo de la vida. A la vez, en este modelo utópico la
transformación cultural podría despojarse de su potencial totalizador des­
plazando su contribución al micronivel, a las vidas de las asociaciones y
grupos que han construido la idea de la autolimitación en su práctica
diaria.
Resumiendo: el "horizonte utópico de la sociedad civil” (tal como se le
concibe aquí) se basa en la conservación de los límites entre los diferen­
tes subsistemas y el mundo de la vida (y como veremos, tam bién en la
influencia de consideraciones normativas basadas endos imperativos dé
la reproducción del m undo de la vida, sobre las esferas de acción organiza­
das formalmente). Los contextos del mundo de la vida, liberados de los im­
perativos del sistema, podrían entonces abrirse para perm itir el remplazo,
cuando fuera conveniente, de normas aseguradas tradicionalmente por
normas logradas comunicativamente —proceso que ya ha empezado, pero
que de ninguna m anera ha sido completado, como lo dem uestra la situa­
ción de las mujeres y de los niños en la “familia m oderna”—. El aspecto
autolim itador de la utopía se refiere a la restricción de la coordinación co­
municativa de la acción al núcleo institucional de la propia sociedad civil,
en lugar de imponer este principio organizador a toda la sociedad y des­
diferenciar así a los mecanismos de dirección y por lo tanto a la sociedad
como un todo.
TEORÍA SOCIAL Y SOCIEDAD CIVIL 509

La doble dimensionalidad institücional


de la sociedad civil existente

Las utopías totalizadoras, en especial las relacionadas con la idea de la


ruptura revolucionaria, tienen como objetivo una relación constitutiva,
en vez de reguladora, con la política. El modelo construido racionalm ente
se habrá de actualizar en la práctica. Esas utopías pueden depender com­
pletamente de una crítica trascendental de la realidad existente, con el
movimiento revolucionario como una clase de Deus ex machina que des­
truye las estructuras existentes y crea otras totalmente nuevas. Las uto­
pías revolucionarias pueden usar versiones de la crítica inm anente ge-
nuina sólo inconsistentemente, si se basan en las contradicciones entre
las normas contrafácticas y las instituciones reales, puesto que la idea
de la ruptura excluye la noción de que hay algo que intrínsecam ente val­
ga la pena salvar.83 Sin embargo, desde ese punto de vista, la norm as de
una sociedad no son nada más que un subterfugio transparente para
la acción estratégica, y ésta es una actitud incompatible con la crítica
inmanente.
La relación adecuada de las utopías autolim itadoras con la reali­
dad debe ser reguladora. Los proyectos de reconstrucción deben ser orien­
tados por principios normativos que determinen sólo los procedimientos
legítimos pero no los contenidos actuales de la nueva vida institucional.
Ante todo, esas utopías no tienen el propósito de imponer una sóla forma
de vida que esté por encima de todo conflicto. Al igual que todas las uto­
pías, la que tenemos en mente tiene un elemento de trascendencia res­
pecto a la realidad existente. Pero el utopismo autolimitador tiene una
relación intrínseca con la crítica inm anente, puesto que no puede y
no debe construir a la nueva sociedad (ni siquiera idealmente) a partir
de su propia sustancia. A%#fte utopía que defendemos debe combinar, co­
mo lo previo Adorno, formas trascendentes e inmanentes de la crítica
social.
Tanto más grave es, entonces, la sospecha de Adorno, a la cual hace eco
Marcuse, de que tanto en Occidente como en Oriente las sociedades unidi­
mensionales y administradas totalmente, caracterizadas por la reificación
de todas las esferas de vida, han llegado a dominar. En esas sociedades des­
aparecen las ideologías en el verdadero sentido de la palabra, llevándo­
se con ellas el único objeto posible de la crítica inmanente.8,1 Este juicio
radical, que aparentem ente se basa en una identificación poco plausible
de las dem ocracias liberales capitalistas con las sociedades to talita­
rias, de hecho fue apoyado por \.od& la tradición de análisis de la econo­
mía, política, culturaLftun lllay ^ rso n a lid a d , realizados por la Escuela de
Francfort.
510 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

La utopía de la sociedad civil empieza a partir de la contratesis ob­


viamente plausible según la cual las democracias liberales occidentales,
a diferencia de las sociedades de tipo soviético, son sociedades civiles, sin
im portar lo imperfectas que sean. Si esto es cierto, esta afirmación vali­
daría el status autolim itador y regulador de esta utopía y le daría un
vínculo potencial a la política mediante una crítica inm anente renovada.
A diferencia de la tesis de la unidimensionalidad, que apoyó la inves­
tigación interdisciplinaria, la idea de la crítica inm anente de la socie­
dad civil tiene en este momento relativamente poca ciencia social crítica
apoyándola. Aún peor, algunos de los modelos más rigurosos de la socio­
logía establecida —la teoría de sistemas de Luhm ann en particular— apo­
yan la idea del fin de la sociedad civil así como m uchas de las particulari­
dades de la tesis de la unidimensionalidad, en especial en la sociología
política.
No obstante, creemos que nuestro concepto reconstruido de la socie­
dad civil hace posible tom ar en serio el fenómeno de la reificación sin
forzarnos a construir a toda la sociedad existente de esta manera. Ahora
es posible distinguir la reificación y la formación de los medios del dinero
y del poder (identificados implícitamente por Lukács). El remplazo del
lenguaje ordinario por los medios en la coordinación de la interacción
diaria, no equivale al remplazo de las formas tradicionales de la hetero-
nomia por las formas modernas de las carencias de libertad relacionadas
con el ascenso de nuevos sistemas formales, impersonales. El desarrollo
de la interacción orientada por los medios permite una ampliación tre­
menda de las posibilidades de la comunicación, que constituye así un jue­
go de suma positiva, por decirlo de esa manera, que implica el desarrollo
simultáneo de los medios y de nuevas formas modernas de coordinación
de la acción comunicativa. Por lo tanto, la reificación no equivale ni a la
emergencia de los subsistemas ni al remplazo de las estructuras tradicio­
nales del mundo de la vida por otras modernas. Más bien, consiste en que
estas últimas son subsumidas y erosionadas por el dinero y el poder. Desde
el punto de vista teórico, la modernización de las instituciones del mundo
de la vida puede estudiarse en términos de un aspecto doble, como reifica­
ción y como racionalización comunicativa.
Este doble aspecto representa el mejor punto de vista desde el cual
explorar los dominios institucionales de la familia, la cultura y las asocia­
ciones, así como el dominio de la legalidad que es tan im portante para los
subsistemas modernos. Aquellos aspectos de las instituciones contempo­
ráneas que contribuyen a la autonom ía y a la racionalización adicional de
la sociedad civil constituyen el lado positivo; las estructuras reificadas
que promueven la colonización, el negativo. Aquí sólo podemos indicar los
bosquejos de la concepción que tendría que desarrollarse para una teoría
TEORÍA SOCIAL Y SOCIEDAD CIVIL 511

de la dinámica institucional de la sociedad civil (Contemporánea. En esta


etapa nuestra evidencia está constituida por la tradición de la teoría so­
cial y política que procura desafiar a las tesis opuestas de la unidimensio­
nalidad y de la integración de sistemas. Incluso desde ese punto de vista
preliminar, creemos que es posible afirm ar que los desarrollos institu­
cionales de la familia moderna, de las esferas públicas (política y cultural)
y de las asociaciones son todas similarmente duales.

1. Respecto a la familia, apoyamos el desafío de Habermas a la antigua


tesis de Francfort (que él compartió) de que el supuesto de la socializa­
ción por las escuelas y por los medios de comunicación de masas, así
como la pérdida de la base de la propiedad de la familia patriarcal de
clase media lleva consigo, junto con la abolición de la autoridad del pa­
dre, el fin de la autonom ía del ego. Desde él punto de vista de la distinción
sistema/mundo de la vida, la imagen parece ser más bien diferente. La
liberación de la familia de muchas funciones económicas y la diversifica­
ción de las agencias de la socialización crean el potencial para relaciones
interfamiliares igualitarias y para procesos de socialización liberalizados.
Así, el potencial de racionalidad en la interacción comunicativa en esta
esfera es liberado. Por supuesto, aparecen nuevos tipos de conflictos e
incluso de patologías cuando se obstaculiza a estos potenciales y cuando
las demandas de los subsistemas organizados formalmente, en que los
adultos deben participar, entran en conflicto con las capacidades y expec­
tativas de aquellos que han experimentado estos procesos de socializa­
ción em ancipadores.85
2. Los principios de la legitimidad y representación democráticas im­
plican la libre discusión de todos los intereses dentro de las esferas públi­
cas institucionalizadas (parlamentos) y la prim acía del mundo de la vida
respecto a los dos subsistemas. Sin embargo, como hemos visto en Luh-
' mann, la separación de la esfera pública centralizada de la participa­
ción genuina lleva a la exclusión de un amplio rango de intereses y temas
de la discusión general. El papel de los partidos políticos y el proceso
electoral es el de agregar ciertas constelaciones sociales im portantes de
intereses y limitar, en el tiempo y en el espacio, insumos societales más
generales de la política a los canales más estrechos de individuos, des­
politizados, privatizados. Las organizaciones políticas que van a m ediar
entre la sociedad civil y la política se convierten en organizaciones buro­
cráticas del mismo sistema político, y, en vez de hacer realidad la partici­
pación democrática, la debilitan. En este punto de vista, los parlamentos
se especializan en la representación de la toma de decisiones; son cortinas
de humo para decisiones tomadas afuera de toda discusión pública. Fi­
nalmente, la esfera públloá política es meramente la extensión de una
512 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

cultura de masas comercializada y es m anipulada de igual forma que esta


última.
Pero ésta no es toda la historia. Por ejemplo, Luhm ann nunca puede
dem ostrar la forma en que la democracia de élite puede evitar, tanto la
repolitización, como que de nuevo adquieran un carácter público las esfe­
ras que se encuentran afuera del sistema político, o la difusión de las for­
mas disfuncionales de la apatía respecto a la política. Tampoco explica
satisfactoriamente la razón de que las democracias de élite se vean obli­
gadas no sólo a propagar la concepción oficial de la teoría clásica de la
democracia, sino tam bién a estructurar, de conformidad con ésta, impor­
tantes partes de las representaciones del proceso político. No considera la
inversión de las relaciones de poder que hace posible esta representación
que fácilmente se puede desempeñar como "real”. El caso empírico para que
el proceso predom inante (casi exclusivo), de comunicación política se fil­
tre hacia abajo no es convincente. Grandes cambios estructurales como la
creación de los estados benefactores, pero tam bién la actual corriente
neoliberal, parecen responder a muchas iniciativas que vienen desde las
bases. Además, el partido burocrático (que da cabida a todos) presupues­
to por los teóricos de la élite no parece proporcionar suficientes centros
de identificación social, ni es capaz de responder bien al surgimiento de
nuevos problemas con gran urgencia. Así, algunos países han experimen­
tado la aparición de oposiciones o partidos extraparlam entarios con un
nuevo tipo de relación respecto a los movimientos. Esos fenómenos han
afectado también la estructura de la esfera política pública. Mientras que la
esfera política pública central, constituida por los parlam entos y los prin­
cipales medios de comunicación, sigue permaneciendo cerrada e inacce­
sible (¡pero no por igual en todas partes!), una pluralidad de públicos al­
ternativos, diferenciados pero interrelacionados, revive una y otra vez los
procesos y la calidad de la comunicación política. Con el surgimiento de
nuevos tipos de organizaciones políticas, incluso la discusión pública en
los parlamentos y en las asambleas de los partidos tiende a verse afectada,
como ha sido el caso en Alemania occidental. Por lo tanto, parece que
junto con las tendencias de la democracia de élite, oligárquica, hacia la
desaparición de la vida política pública, debemos postular una tendencia
contraria, aunque más débil, de redem ocratización, basada en los nue­
vos potenciales culturales (prácticos, estéticos y cognitivos) del mundo de
la vida.
3. Tampoco es posible construir el desarrollo de los medios de comuni­
cación de masas como una señal puramente negativa de la mercantilización
o de la distorsión administrativa de la comunicación. Este punto es de
especial importancia porque, en la prim era tesis de Habermas sobre la
esfera pública, el argumento de la fusión (que implicaba la eliminación de
TEORÍA SOCIAL Y SOCIEDAD CIVIL 513

los puentes entre el Estado y la sociedad civil) sólo funciona si la sustancia


cultural de la mediación es “mercantilizada" e "industrializada”. Hay poca
razón para negar el inmenso papel que en nuestras sociedades tiene un mo­
delo de comunicación de masas que va de arriba hacia abajo y del centro
a la periferia. No obstante, las formas generalizadas de la comunicación
también desprovincializan, amplían y crean nuevos públicos. En el área
de las comunicaciones generales, lo que hemos dicho sobre la diferencia­
ción y pluralización de los públicos políticos es incluso más cierto. De las
subculturas a las grandes instituciones educativas, de los públicos políti­
cos a los científicos, de los movimientos sociales a las microinstituciones,
los espacios para la comunicación crítica, de consecuencias, han sido
ampliados enormemente junto con el crecimiento de las estructuras co­
mercializadas y manipuladas de las relaciones públicas, la publicidad y la
cultura industrial. Desde que se articuló el proyecto de una esfera pública
ilustrada, no hemos tenido ni una historia única de decadencias (el ascen­
so de la cultura de masas) ni un proceso de "democratización", sino dos
historias simultáneas que han sido posibles gracias a la democratización:
una de la penetración de la cultura por medio del dinero y el poder, y otra
de la renovación de una vida pública pluralista, más universal e inclusiva,
que ha sido posible gracias a la modernización del mundo de la vida. Mien­
tras que el prim ero de estos procesos frecuentemente parece ser el domi­
nante, esto no se debe a una inevitabilidad latente en los medios técnicos
de la comunicación. El desarrollo técnico de los medios electrónicos no
lleva necesariamente a la centralización; puede implicar formas horizon­
tales, creativas, autónomas de pluralismo de los medios.86
4. El problema de las asociaciones, que se excluye del análisis de Haber-
mas,87 es paralelo al de la cultura, con el que está relacionado por medio
de las estructuras de la esfera pública. Como Durkheim y Gramsci com­
prendieron, la hostilidad (M is ta d o y economía modernos hacia los cuer­
pos y asociaciones corporativas no puede im pedir su reemergencia y mo­
dernización. En este contexto, la burocratización de las asociaciones y el
surgimiento de formas pseudopluralistas y corporativas de representa­
ción y agregación de los intereses (una dimensión clave del argumento de
la fusión) no puede ser considerada como la única tendencia en la vida
asociacional contemporánea. La existencia de un inmenso número de aso­
ciaciones voluntarias en todas las democracias liberales,88 la emergencia
de nuevas asociaciones de ese tipo en el contexto de la negociación cor­
porativa, y su papel en las iniciativas ciudadanas y en los movimientos
sociales89 pueden no dem ostrar la afirmación (en cierto sentido unilate­
ral) de Parsons de que la nuestra es la edad de la asociación y no de la
burocracia; pero está «M ^quejas^críticas izquierdistas legítimas de una
tesis pluralista que cierre el acceso altamente diferencial de los varios ti-
514 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

pos de asociaciones al sistema político no debe cerrarnos los ojos a la


validez de esta tesis contra todas las afirmaciones de que nuestras socie­
dades se han fragmentado o convertido en sociedades de masas. La resis­
tencia de las asociaciones y la resurrección periódica de su dinamismo
pueden explicarse por medio de la modernización del m undo de la vida y
su contribución normativa al recurso escaso de la solidaridad.
5. Finalmente, el desarrollo de la legalidad hasta el Estado benefactor
democrático contemporáneo implica, a la vez, la modernización de la so­
ciedad civil y su penetración por las agencias administrativas. Además, es
en la propia doble naturaleza de la ley que se debe localizar el carácter
ambiguo de la juridificación contemporánea de la sociedad. Según Haber-
mas, la ley, como un “medio", funciona a la m anera de un instrum ento
organizativo junto con el dinero y/o el poder para constituir la estructura
de la economía y de la administración, de tal m anera que se les pueda
coordinar independientemente de la comunicación directa. Por otra par­
te, como una "institución”, la ley es “un componente societal del m undo
de la vida [...] incorporado en un contexto social, político y cultural más
amplio [...] en un continuo con normas morales y áreas de acción sobre­
puestas estructuradas comunicativamente".90 En este sentido la juridifi­
cación desempeña un papel regulador en vez de uno constitutivo, que
expanda y da una forma obligatoria a (los principios éticos de) las áreas
de acción coordinadas comunicativamente. Esta dimensión otorgadora de
poder de al menos algunos tipos de regulación legal es promovida por la
propia juridificación. En este respecto, el error de Foucault (característi­
co de todas las posiciones anarquistas) es el de haberse concentrado ex­
clusivamente en el papel de la ley como un medio, a la vez que hacía caso
omiso, como una mera representación, del momento institucional que
asegura la libertad y concede poder. Ambas dimensiones están presentes
en Luhmann, pero por definición siempre están presentes, y por lo tanto
no puede surgir la tensión entre las dos opciones ni la posibilidad de ele­
gir entre ellas. La distinción entre sistema y m undo de la vida nos permite
contrastar y elegir (en algunas áreas de la vida por lo menos) entre dos
formas de regulación legal, sólo una de las cuales es compatible con la
autonom ía de la vida institucional de la sociedad civil.91
A prim era vista, la ley como institución parece un débil competidor de
la ley como medio, pues esta última expresa principalm ente la extensión
de la actividad de propósitos reguladores de las adm inistraciones del Es­
tado benefactor. El hecho de que esta actividad interfiere en la reproduc­
ción del mundo de la vida puede parecer una externalidad irrelevante. Sin
embargo, la reducción de la ley totalm ente a un medio, que es más com­
pleta en el caso de la instrumentalización política de la ley moderna, no
sólo es una forma ineficiente de intervención en muchas esferas de la
TEORÍA SOCIAL Y SOCIEDAD CIVIL 515

vida, incluida la economía, sino que también conduce al debilitamiento


de lo normativo en la ley, al que Luhm ann en alguna ocasión consideró
que era la función de la positivización de la ley.92 Este resultado afectaría
el código binario del bien-mal por medio del cual debe operar la ley y
debilitaría la legitimidad del sistema legal como un todo. La ley como me­
dio, a pesar de su tendencia a rem plazar a la ley como institución, sólo es
posible si la ley es también una institución. Se necesita por lo menos una
elección parcial de la ley como institución si se quiere proteger a las fun­
ciones de dirección de la ley.
La elección entre la ley como un medio y la ley como una institución no
ayuda con otro problem a apremiante: la regulación legal de los propios
subsistemas. Al igual que el análisis de Habermas en Teoría de la acción
comunicativa de otras alternativas dentro de las estructuras de las socie­
dades civiles existentes, la idea de la ley como institución sólo nos dice lo
que debemos defender contra la colonización. De aquí que su propensión,
posteriormente invertida, a considerar a los nuevos movimientos sociales
como reacciones principalmente defensivas ante la colonización, difícil­
mente constituya una política. Puede ser que la ausencia del concepto de
asociación, tanto dentro del análisis institucional de la sociedad civil como
respecto a las dinámicas de los movimientos sociales, llevó a H abermas a
revivir la tesis clásica del colapso que entiende a los movimientos simple­
mente como reacciones a la desintegración normativa o a otros tipos de
dislocaciones que acompañan a la modernización.93 Nuestra tarea es de­
m ostrar que la recuperación del concepto de asociación, cuando se le re­
laciona a las nuevas ideas de los públicos y de la regulación legal, permite
la formulación de una nueva política de la sociedad civil.

L a p o l ít ic a ’W I a s o c ie d a d c iv il

Hemos reconstruido el concepto de sociedad civil en térm inos de las cate­


gorías de sistema y mundo de la vida con el fin de desarrollar una teoría
política que pueda contribuir a los proyectos democráticos contem porá­
neos tanto en Occidente como en el Oriente. Por lo menos nos interesa la
emergencia de tres interpretaciones, cada vez más dominantes, de la re­
construcción de la sociedad civil: un modelo neoliberal que identifica a la
sociedad civil con lo burgués; un modelo antipolítico que yuxtapone rígi­
damente la sociedad al Estado; y una interpretación antim oderna que tra ­
ta de subsum ír a la economía moderna en una sociedad menos diferen­
ciada. Estos enfoques tienen todos en común un modelo dicótomo de la
sociedad civil y del EltedoLatunqucjmrformas diferentes. En oposición
al socialismo estatal en Oriente y al Estado benefactor en Occidente, los
516 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

neoliberales, los antipolíticos y los antimodernos buscan de varias m ane­


ras reconstruir una sociedad de mercado, una sociedad anim ada por m o­
vimientos culturales o sociales y no obstante libre de los grupos de interés
y de las políticas de los partidos, o una economía incorporada socialmen­
te no diferenciada. ,
Sólo el modelo que diferencia a la sociedad civil, tanto del Estado como
de la economía, y analiza las mediaciones entre ellos, puede evitar esas
malas interpretaciones de los proyectos para su reconstrucción. Además,
creemos que nuestra interpretación particular de ese modelo de tres par­
tes da lugar a una evaluación crítica del Estado benefactor que evita a la
vez las tram pas neoliberales y las neoconservadoras, sin adoptar las ilu­
siones de un fundamentalismo antipolítico o antieconómico.94 El proyec­
to político desarrollado a partir de esta crítica debe ser significativo no
sólo para Occidente sino también para Oriente, donde las fuerzas demo­
cráticas que buscan "reunirse con Europa" se ven repentinam ente atrapa­
das en el dilema constituido por los dos modelos del pasado (liberalismo
económico) y del presente (el intervencionismo del Estado benefactor) de
la Europa occidental.

Crítica del Estado benefactor

La crítica tradicional que hace la izquierda del Estado benefactor, basada


en el rechazo del “compromiso de clases", es ahora irrelevante. Sin alguna
idea significativa de una sociedad socialista a la que se llega mediante un
rompimiento radical con el presente y de una agencia revolucionaria cons­
tituida por la clase trabajadora, no hay razón por la cual los trabajadores
y otros no deban tratar de representar sus intereses por medio del com­
promiso así como mediante estrategias basadas en la presión económica
y política.95 Hoy en día, una nueva crítica izquierdista se concentra en los
efectos colaterales destructivos de la intervención administrativa (que tras­
pasa las fronteras entre las clases) sobre la personalidad, la solidaridad
social, la cultura y la ecología, así como sobre el papel del ciudadano (que
ahora queda reducido al de cliente). Valoramos esta línea de crítica y he­
mos tratado sobre ella apropiándonos de las perspectivas de la segunda
izquierda francesa y de los verdes "realistas” alemanes96 y explorando el
“lado negativo" de la sociedad civil como un m undo de la vida colonizado,
tal como lo describen Foucault y Habermas.97
Todavía nos falta ocuparnos de las críticas neoliberales (y neocon­
servadoras). Éstas fueron anticipadas y en parte reapropiadas por los crí­
ticos izquierdistas, que en realidad fueron los primeros en interpretar la
falta de racionalidad del intervencionismo del Estado benefaclor como una
TEORIA SOCIAL Y SOCIEDAD CIVIL 517

"crisis de la adm inistración de la crisis".98 Según esta línea de análisis,


las políticas intervencionistas y redistributivas tienen los siguientes
inconvenientes: crean cargas inaceptables sobre las finanzas públicas,
desorganizan a la adm inistración generando demandas excesivas y con­
flictivas por parte de los diferentes públicos (incluidas las propias burocra­
cias) e inhiben la inversión y la acumulación bajo el peso de los impuestos
y de la regulación; reducen la movilidad y la motivación de la mano de
obra y el capital, favorecen aumentos salariales que exceden los aum en­
tos de la productividad, y hacen que el sostenimiento de los actuales nive­
les de gasto social dependa de niveles de crecimiento imposibles e inde­
seables; en ausencia de ese crecimiento, producen niveles inaceptables de
inflación. En realidad, la política de compensaciones del Estado benefac­
tor depende para su éxito de un crecimiento firme y continuo, pero por
sus mismas actividades este Estado interfiere con la posibilidad de ese
crecimiento. Directa o indirectamente, las formas de la disfunción econó­
mica del Estado benefactor no sólo interfieren con los mecanismos de la
economía capitalista, sino que perjudican a muchos de los estratos para
los cuales se diseñó el apoyo de las políticas redistributivas. Esto es cierto
porque la expansión del sector público improductivo se convierte en un
lastre sobre la acumulación de capital, lo que a su vez restringe los recur­
sos fiscales disponibles para el gasto público.
Es posible aceptar mucha de la descripción neoconservadora sin que
por ello se tengan que aceptar también sus premisas normativas o sus
conclusiones políticas. Claus Offe ha argumentado convincentemente que
los diagnósticos de la derecha retienen su validez empírica, aunque en las
democracias liberales sea imposible crear coaliciones políticas para insti­
tuir versiones radicales del escenario neoliberal orientado al mercado,
que de cualquier modo dejaría a la mayoría de las sociedades capitalistas
"en un explosivo estado de co»ftfeto y anarquía”.99 Sin embargo, si combi­
namos las críticas izquierdista y derechista del Estado benefactor, cierta­
mente podemos llegar a darnos cuenta de que, no sólo un conjunto de
estrategias particulares asociadas con unas pocas democracias capitalis­
tas avanzadas, sino todo un modelo de cambio social asociado con el tér­
mino "socialismo”, se han vuelto obsoletos.100
Habermas ha visto claramente lo que está en juego. Ha argumentado
que el establecimiento del Estado benefactor representó, a la vez, una
defensa del mundo de la vida contra la economía capitalista y una pe­
netración del mundo de la vida por el Estado administrativo. Esta segun­
da consecuencia no fue intencional. El objetivo del Estado benefactor era
promover y desarrollar la solidaridad, no desorganizarla. La raíz de su
fracaso en este reipectoW ^ncuenli>^n un modelo particular de demo­
cracia, uno identificado con el"iiociulismo”, que implicaba la posibilidad
518 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

de que la “sociedad”, hablando en términos globales, actuara sobre sí mis­


m a a través del medio supuestam ente neutral del poder político.101 Sin
embargo, la acción societal global sobre la propia sociedad en la presen­
cia paradójica, sin im portar lo débil que fuera, del autoconocim iento
societal (basado en las esferas públicas (nterrelacionadas que aprovecha­
ban el conocimiento de los antecedentes comunes del m undo de la vida),
pero tam bién en la inevitable ausencia de un sujeto global capaz de una
acción colectiva, resultó ser imposible; de aquí las disfunciones y efectos
destructivos colaterales producidos por la intervención del Estado bene­
factor. Como lo ha visto Luhmann, ni el cuerpo de ciudadanos ni el Esta­
do pueden actuar por la sociedad como un todo. En el m ejor de los casos,
los ciudadanos pueden participar en la reflexión colectiva, pero no en la
acción colectiva; el sistema político organizativamente sólo es un subsis­
tema de la sociedad, que está expuesto a conflictos y tensiones internas a
pesar de su selectividad. Peor aún, el Estado que es capaz de acción de
hecho está (como Luhm ann y otros lo han mostrado), en gran medida,
desvinculado de los procesos públicos de reflexión sobre la sociedad, a
pesar (o incluso a causa) de los procedimientos de la democracia electo­
ral. Además, como lo demuestra el carácter doble de los fenómenos de
juridificación (Verrechtlichung) (la fragmentación, el control, la norm a­
lización, la burocratización, la disciplina y la vigilancia de la vida diaria),
el poder no es un medio neutral; la penetración del Estado salva al mundo
de la vida y a la solidaridad del medio del dinero sólo al costo de una
“colonización” adicional.102 El poder, como lo expresa adecuadamente
Habermas, es incapaz de crear significado o solidaridad, o de rem plazar a
estos recursos una vez que hayan sido disipados por la administración.
Como resultado, la acción de la sociedad como un todo sobre el subsis­
tema económico moderno es también una ilusión estatista que conduce a
graves consecuencias. Convergiendo con la concepción de Luhm ann de
los sistemas autocreadores, ahora podemos proporcionar una interpreta­
ción general de lo que resultó mal con la intervención estatal en la eco­
nomía, supuestam ente a favor del m undo de la vida. La introducción del
medio del poder en las relaciones económicas sobre una base generaliza­
da, como lo sabemos por la experiencia del socialismo estatal, remplaza a
la pragmática limitación presupuestal requerida para la autorregulación
económica con mecanismos de tom a de decisiones y negociaciones buro­
cráticas.103 Los resultados en ese escenario tienen una lógica de sistema
que nunca corresponde, de hecho, ni a las intenciones de los actores ni a
la lógica económica que recom pensaría a los que son eficientes, innova­
dores y productivos y castigaría a los que no lo son.104 En los estados
benefactores capitalistas, la competencia interna e internacional signifi­
cativas y la existencia de los mercados de capital (sin im portar lo imper-
TEORÍA SOCIAL Y SOCIEDAD CIVIL 519

fectos), continúan haciendo que las limitaciones presupuéstales sean re­


lativamente fuertes. No obstante, entre otros factores, el establecimiento
oligopólico de un “margen de beneficio" en los precios, el principio del
“costo de producción más una tasa fija de ganancias” usado por las pro­
veedurías del Estado (en especial las militares), la protección estatal de
las industrias nacionales (a veces obsoletas), las garantías estatales para las
instituciones de crédito, la flexibilización de los requisitos de crédito para
estimular la producción, la negociación y el cabildeo de las corporacio­
nes, y las políticas de impuestos y subsidios dirigidas a m antener el em­
pleo pleno y los servicios sociales, sí “suavizan" esas limitaciones en un
grado variable, pero a veces considerable.105
Por supuesto, las fuentes y las justificaciones de estos fenómenos deben
ser diferenciadas. Algunas de ellas se deben principalmente a la concentra­
ción oligopólica y a la "competencia imperfecta", o al gasto m ilitar más que
al gasto en el bienestar. Pero el Estado benefactor exacerba considerable­
mente las tendencias que hacen perder el control del presupuesto en el
capitalismo avanzado, y durante mucho tiempo ha tenido un mandato po­
pular para hacerlo así. Debido a las presiones sociales y a la ideología
paternalista del Estado benefactor, parece difícil, además, separar las inter­
venciones que debilitan a las limitaciones presupuéstales de aquéllas que
no lo hacen así. Es igual de difícil diferenciar las áreas de vida que deben
ser sacadas de la influencia de los mercados, de aquéllas cuya autorregula­
ción económica es garantía de dinamismo comercial y de innovación técni­
ca.106 En estas condiciones, tenemos una situación paradójica en que el
mundo de la vida está protegido insuficientemente contra la penetración de
la racionalidad económica, mientras que la autorregulación económica no
funciona adecuadamente. A la vez, la misma regulación externa funciona
cada vez menos con el transcurso del tiempo, a medida que la intervención
y apoyo estatal rutinarios sg.ha.cen predecibles para las empresas, que aho­
ra sólo invertirán cuando tengan garantías disponibles (exenciones de im­
puestos, reservas para depreciaciones, etc.).107 Con el fin de promover la
inversión, la magnitud de la intervención reguladora aumenta más allá de
los requerimientos técnicos de la política fiscal y monetaria efectiva. Ese
contexto produce una forma de expectativas específicamente no económi­
cas que vinculan el éxito no a la sensibilidad a las señales del mercado, a la
reducción de los costos o a la innovación; sino al cabildeo, a la negociación
y a la participación en las redes del poder político.
Al nivel macro, la distinción que hace Kornai entre las limitaciones
presupuéstales firmes y las débiles indica dos relaciones de la economía
con su ambiente; en una, este ambiente se rehúsa a com pensar el fracaso
económico; en la otraVlo hace usí por razones extraeconómicas. Para nues­
tros fines, es incluao mál lmpertantc que la limitación presupuesta! firme
520 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

indique un alto nivel de diferenciación, basado en una estructura de ex­


pectativas en que el éxito y el fracaso dependen de formas económicas de
competencia con otras unidades económicas. La limitación presupuestal
débil implica un m enor nivel de diferenciación entre la política y la eco­
nomía en que las unidades económicas se basan en relaciones jerárquicas
con instituciones políticas, extraeconómicas, y el éxito depende del poder
que estas unidades pueden generar y/o del grado de paternalism o estatal.
La dependencia en el poder, propio o del Estado, significa que la raciona­
lidad específicamente económica se verá afectada, incluso aunque en Oc­
cidente no se llegue al grado de flexibilidad presupuestaria que producen
los fenómenos de escasez.108 A diferencia de lo anterior, la idea de una li­
mitación presupuestaria fuerte, incluso si se interpreta en térm inos de
una rigidez relativamente grande en vez de absoluta, dirige nuestra aten­
ción a la necesidad de m antener una economía diferenciada con un consi­
derable nivel de autorregulación.

Continuación reflexiva del Estado benefactor


y de la democracia liberal

La crisis del Estado benefactor nos presenta opciones políticas difíciles.


Aunque estamos de acuerdo con algunos aspectos de los diagnósticos eco­
nómicos neoconservador y neoliberal, no podemos aceptar la estrategia
de privatización y desregulación o el énfasis neoconservador en la tradi­
ción y la autoridad. Hablando desde un punto de vista sistemático, estas
recetas piden la reeconomización de la sociedad y la destrucción por me­
dio de las relaciones monetarias (y a veces de la represión política) de
muchas de las instituciones y potenciales culturales de una sociedad civil
moderna. Pero tampoco nos podemos identificar con los defensores lea­
les (generalmente socialdemócratas) del Estado benefactor en Europa, o
con sus contrapartes en los Estados Unidos, por su insensibilidad a los
fenómenos de la colonización por el poder y al fracaso económico a largo
plazo del intervencionismo estatal. La socialdemocracia ha estado intere­
sada históricamente en la ampliación de los campos de la libertad y de la
solidaridad, pero Adam Przeworski está en lo correcto cuando argumenta
que el Estado benefactor keynesiano fue el único proyecto genuinamente
político producido por el reformismo socialdemócrata, la única estrategia
democrática de la izquierda que tuvo éxito. Con ese modelo actualmente
en crisis, el reformismo se ha reducido a una forma de administración de la
crisis, una estrategia básicamente conservadora incapaz de tratar con su
propia ambigüedad en lo que se refiere a la libertad y a la solidaridad.109
Finalmente, creemos que los programas del "gran rechazo", ya sea que
TEORÍA SOCIAL Y SOCIEDAD CIVIL 521

estuvieran dirigidos contra el Estado en nombre de una sociedad civil que


sospechaba de todas las políticas, o contra la economía m oderna en nom­
bre de una clase de economía que no es de m ercado reincorporada social­
mente y basada en la mutualidad, la reciprocidad y la cooperación direc­
ta, son incompatibles con la modernidad y con las presuposiciones de la
democracia moderna, a pesar de la autocomprensión de muchos de sus
proponentes.110 Desde el punto de vista de nuestro modelo de tres partes,
una sensitividad grande y justificada a la colonización por el dinero y/o el
poder ha llevado a los fundamentalistas del movimiento a diferenciar a la
sociedad civil respecto a la economía y/o el Estado. Aquí los problemas
van más allá de la autocomprensión de los activistas del movimiento y.
afectan también algunas teorías de la sociedad civil. Los que trabajan con
un modelo de dos partes Estado-sociedad civil, por ejemplo, pueden ser
capaces de ver las desventajas de la oposición fundam entalista al Estado,
pero no pueden ver el problema paralelo respecto a la economía. Por lo
tanto, para evitar el neoconservatismo, term inan adoptando una especie
de socialismo utópico.111
Creemos que el fundamentalismo representa sólo un aspecto de los nue­
vos movimientos sociales. De hecho, la característica notable de muchos
movimientos radicales contemporáneos, desde los Verdes hasta Solidari­
dad, es su autolimitación por principio. Además, afirmando la necesidad de
un reformismo renovado que depende de actores políticos institucionali­
zados, durante mucho tiempo hemos argumentado en favor de una estra­
tegia política dual que combine movimientos diferenciados y formas de
partido como la mejor esperanza para dem ocratizar a la sociedad civil.112
La estructura introducida aquí nos permite desarrollar esta posición más
allá de sus prim eras versiones.
La idea de Habermas de una continuación reflexiva del Estado bene­
factor113 es un im portante iftdieio (aunque unilateral y todavía no desa­
rrollado del todo) de lo que se necesita hacer. La idea es im portante, al
nivel más obvio, porque el Estado benefactor representa muchas formas
de protección social que no deben ser abandonadas' ni como realidades
(Europa occidental) ni como aspiraciones (en los Estados Unidos y ahora
en Europa oriental). Sin embargo, es cierto que históricamente el Estado
benefactor promovió, respecto a la economía capitalista, "una com bina­
ción muy innovadora de poder y de autolimitación"114 que sirvió a la soli­
daridad sin promover la desdiferenciación. Esta estrategia fracasó en par­
le debido a que la creencia en la neutralidad del poder político obstaculizó
el desarrollo cuando llegó el momento de defender a la sociedad también
contra el Estado. La idea de la continuación “reflexiva” del Estado bene­
factor, en nombre de aiLpropio vulortdc solidaridad, significa la aplicación
de la misma combinaciónTnrrovadora de poder y autolimitación que el Es-
522 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

tado en alguna ocasión aplicó a la economía de mercado y al propio Esta­


do benefactor, en esta ocasión desde un ventajoso punto equidistante del
Estado administrativo y de la economía capitalista. “La esfera pública
política [...] logra una distancia similar del sistema político al que tuvo
antes del económico.”115
El proyecto del movimiento de trabajadores organizados (y ahora de
otros sujetos) debe continuarse en el sentido de ser redirigido a su propio
logro anterior, el propio Estado benefactor. Pero ese proyecto reflexivo y
autolim itador no puede tener éxito a menos que se le complemente con
otro: la aplicación de sus resultados a las revoluciones democráticas que
crearon a la sociedad civil moderna. Una "continuación reflexiva” de la
democracia liberal significaría entonces la aplicación de la estrategia de
la dem ocratización autolim itadora a la dem ocracia liberal en nom bre
de su propio valor, la libertad. Como hemos visto, los movimientos libera­
les y democráticos, incluso los que están activos hoy en día, desean poner
bajo control al Estado moderno, pero sin buscar abolirlo. Esas estrategias
tam bién se distinguen por combinaciones innovadoras de poder y autoli-
mitación, pero no llegan a incluir una reflexión suficiente sobre las conse­
cuencias socialmente destructivas del otro subsistema dirigido por los
medios: la economía. Para evitar una mera repetición de los resultados an­
teriores, la democracia liberal debe aprender hoy en día a lim itar su pro­
pia tendencia inherente a contribuir a la colonización económ ica del
mundo.
El programa de defensa del m undo de la vida (respecto a ambos subsis­
temas) puede ser alcanzado igual de bien desde la democracia liberal como
desde la socialdemocracia. Por ejemplo, no hay necesidad de una desvia­
ción socialdemócrata donde todavía no se ha establecido un Estado bene­
factor.116 Más generalmente, no hay necesidad de presentar proyectos con­
tra la economía capitalista o el Estado administrativo que simplemente
fortalecerían al otro, respecto al m undo de la vida. Debemos buscar en
cambio formas innovadoras de lim itar a estos dos subsistemas. Nuestra
actitud respecto a los derechos debe reflejar esa nueva posición. Por ejem­
plo, sería erróneo pensar que las instituciones, y específicamente la es­
tructura de los derechos de la democracia liberal, será menos esencial
para el nuevo modelo que las protecciones o los derechos sociales del Es­
tado benefactor. Por esta razón tam bién es im portante identificar al nue­
vo proyecto explícitamente como la continuación de la democracia libe­
ral. Sólo entonces podremos retenerla sensibilidad, sin patemalismo, ante
los movimientos democráticos actuales en el Oriente y en el Sur, así como
ante los nuevos movimientos sociales en Occidente.
TEORÍA SOCIAL Y SOCIEDAD CIVIL 523

Defensa del mundo de la vida '

La formulación del proyecto político de la dem ocracia autorreflexiva,


autolimitadora, apenas está en sus principios.117 Pero esto es sólo parte
del problema. El propio enunciado prelim inar de Habermas sigue más
orientado hacia la protección del mundo de la vida que hacia el proyecto,
igualmente importante, de controlar y redirigir a los subsistemas político
y económico. Cierto es que él no sólo menciona la necesidad de establecer
"umbrales de la limitación” en y por el mundo de la vida, para lim itar la
penetración de los medios del dinero y del poder, sino tam bién la necesi­
dad de crear "sensores" que puedan influir indirectamente en la opera­
ción de los mecanismos de dirección de los propios m edios.118 Los dos
pasos se presuponen el uno al otro. Sólo una sociedad civil adecuadam en­
te defendida, diferenciada y organizada puede supervisar e influir en el
resultado de los procesos de dirección, pero sólo una sociedad civil capaz
de influir en el Estado y en la economía puede ayudar a restringir o redirigir
las tendencias expansivas de los medios, que son, paradójicamente, forta­
lecidos en vez de debilitados por los procesos de diferenciación. No obs­
tante, la teoría de sistemas y del mundo de la vida en su estado presente
tiene dificultades para formular el proyecto del establecimiento de sensores
dentro de subsistemas aparentemente cerrados, autorreguladores, y auto-
creadores.
Examinemos las dos dimensiones del establecimiento de los "umbra­
les” o "barreras" de protección y de “sensores” de influencia. Lo que las
barreras deben proteger ante todo es el recurso de solidaridad, que se re­
fiere a la habilidad de los individuos para responder a otros e identificarse
entre sí sobre la base de la m utualidad y de la reciprocidad, sin intercam ­
biar cantidades iguales de apoyo, sin calcular las ventajas individuales,
y sobre todo sin compulsiónsdfca* solidaridad implica un deseo de com par­
tir la suerte del otro, no como el ejemplar de una categoría a la que el
propio yo pertenece, sino como una persona única y diferente. A pesar
de esta orientación a la "diferencia", el recurso de solidaridad presupo­
ne la pertenencia como miembro a algún grupo real o ideal, y más allá de
esto también a algunas normas, símbolos y memorias comunes. Los in­
dividuos solidarios están arraigados conscientem ente en los mismos
mundos de la vida, o en mundos de la vida que se traslapan significativa­
mente, y esto garantiza el consenso acerca de asuntos im portantes, inclu­
so en un mundo de la vida moderno en que se puede discutir y desafiar su
contenido.
La solidaridad no ea un recurso de dirección como el dinero o el po­
der.11* No puede lo g raln u proploatítocierre y autoprotección. Es aún
menos capaz de aometer otroa medios a su control. La tarea de proteger la
524 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

solidaridad le corresponde a las instituciones interrelacionadas de la so­


ciedad civil, las asociaciones y los públicos, que a su vez presuponen los
derechos de asociación y de comunicación.120 Las asociaciones parecen
presuponer la solidaridad, puesto que de otra m anera son susceptibles a
los problemas del “oportunism o”, perp también pueden salir adelante
mediante incentivos o limitaciones selectivas, así como por medio de la
motivación de la libertad pública.121 En especial en este último caso, pue­
den construir, si se les da suficiente tiempo, una identidad y solidaridad
comunes. Las pequeñas esferas públicas dentro de las asociaciones vo­
luntarias que perm iten la participación directa y la transparencia relativa
(sino es que la eliminación) de las relaciones de poder y m onetarias son
cruciales para conservar y renovar este recurso escaso y precario.
La transform ación estructural de la esfera pública, el desarrollo de la
industria de la cultura y la emergencia de acuerdos corporativos que evi­
tan a la esfera pública política, impiden cualquier optimismo ingenuo res­
pecto a la asociación y a la publicidad actualmente. No obstante, la posi­
bilidad de renovación de la solidaridad por medio de la reemergencia
continua de una pluralidad de asociaciones cuya estructura es pública e
igualitaria y m uestran a la vez un considerable interés en otros públicos
similares, ha sido docum entada por la tradición pluralista de la teoría
política, aunque desde un punto de vista restrictivo. Las investigaciones
recientes sobre los movimientos sociales cuya finalidad era refutar el con­
cepto pluralista de la sociedad de masas ha confirmado esta afirmación
desde otro punto de vista.122 Pero mientras que los efectos de la reconsti­
tución de las microestructuras de la publicidad sobre la preservación de
la solidaridad son claros, es menos obvia la m anera en que la fórmula
puede implicar, como Habermas lo sugiere, una influencia indirecta sobre
los sistemas políticos, económicos y funcionales que están “autorreferen-
cialmente cerrados” y por lo tanto son "inmunes a la intervención direc­
ta". Relacionar la publicidad con las asociaciones, la mayoría de las cua­
les tiene propósitos distintos a los de fom entar la com unicación, se
convierte en un problem a precisamente a medida que se traspasa el um ­
bral de protección del mundo de la vida en la dirección de influir a la eco­
nomía y al Estado.
No es evidente en qué medida las nuevas formas de autoorganización
pueden ser capaces de acción más allá de estos umbrales, incluso si uno
busca conceptualizar esto en térm inos de una influencia mucho menos
directa y total, que el proyecto de una sociedad (global) que actúa sobre sí
misma a través del medio supuestam ente neutral del poder. Las nuevas
asociaciones de bases, capaces de esparcir la ilustración, pierden sus raí­
ces en el mundo de la vida cuando traspasan el límite para convertirse en
organizaciones formales complejas capaces de reducir la complejidad. En
TEORÍA SOCIAL Y SOCIEDAD CIVIL 525

otras palabras, el costo de ser capaz de actuar sobre los sistemas político
y económico parece ser la penetración de la autoorganización societal
por la lógica de la burocracia, es decir, el medio del poder. A la vez, si la
autoorganización societal resueltamente permanece en el lado correspon­
diente del umbral al mundo de la vida, es difícil ver de qué m anera puede
hacer algo más que contribuir al desarrollo de "la cultura política" o de
“nuevas identidades".
El problem a es de qué m anera los movimientos pueden resistir a la ley
de hierro de la oligarquía de Roberto Michels. ¿No producirán ellos mis­
mos estructuras organizativas determinadas por el poder y el dinero en el
momento en que intenten influir en los subsistemas del Estado y de la
economía? ¿Puede la forma del movimiento sobrevivir a su paso a través
de las fronteras del m undo de la vida, e influir a estructuras coordinadas
a través de medios diferentes de la interacción normativa o comunicativa,
sin sucum bir a la presión de la autoinstrumentalización? En resumen
¿puede uno avanzar hacia adelante sin renunciar a la distinción entre el
mundo de la vida/sistema, lo que parece abandonar a las esferas más po­
derosas a la racionalidad de los sistemas? Retornaremos a estas pregun­
tas en el capítulo siguiente.

¿Soluciones duales?

La combinación de asociaciones, públicos y derechos, cuando es apoyada


por una cultura política en que las iniciativas independientes y los movi­
mientos representan una opción siempre renovable, legítima, política; en
nuestra opinión representa un conjunto efectivo de defensas en torno a la
sociedad civil dentro de cuyos límites es posible formular gran parte del
programa de la democraciíFFadical. No obstante, incluso esta combina­
ción no ofrece un sistema de “sensores” efectivo capaz de someter al con­
trol social a los sistemas político y económico, que están separados de la
sociedad civil en los arreglos capitalistas y de la democracia de élite. Sería
posible estilizar este resultado en términos de un proceso de cambio polí­
tico dirigido hacia adentro de la sociedad civil, el mundo de la vida y el
"reino de la libertad”, dejando al(los) "reino(s) de la necesidad" afuera del
rango de las organizaciones libres. André Gorz postuló en sus obras de
la década de 1970 una solución al problema de la transform ación econó­
mica que implicaba la creación de dos campos socioeconómicos.123 El
primero fue definido, siguiendo al Marx del tercer volumen de El Capital,
como el reino de la necesidad estructurado por el trabajo y el empleo, que
debe ser coordinado pot^^lanifioación central estatal de la producción
de las necesidades, la euelfóietdgrarsc "con el máximo de eficiencia y el
526 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

m enor gasto de esfuerzo y recursos”, campo que sólo puede ser hum ani­
zado parcialmente por medio de la democracia en el lugar del trabajo (en
vez de al nivel de la em presa).124 El proyecto de Gorz es ante todo reducir
el alcance de esta esfera y en especial los recursos de tiempo que se le
dedican, para beneficiar el reino de la libertad, definido por la actividad
autónom a y coordinado por la cooperación, reciprocidad y creatividad.
Gorz insiste además en que el reino de la necesidad o heteronom ia debe
subordinarse al reino de la libertad, aunque ni siquiera empiece en algún
momento a decirnos cómo es posible esto en su rígido modelo dual.125
El análisis de Gorz padece de una contradicción entre una estructura
de tres partes que diferencia al Estado, la economía y la sociedad civil; y
una de dos partes que identifica al reino de la necesidad sólo con el Estado.
Por una parte, habla de dos tipos de actividad heterónoma en el campo de
la necesidad, una de las cuales corresponde a la producción social de las
necesidades y la otra a la adm inistración (material) de toda la sociedad.126
Por otra parte, las dos se convierten simplemente en funciones diferentes
del Estado, porque no deja campo en su propuesta para la coordinación de
la producción social por el mercado, que él piensa conduce sólo a la des­
igualdad y a la dominación de clase.127 Es posible evitar la penetrante
organización económica por parte del Estado en esta estructura de dos
partes sólo en la dirección del reino de la libertad, una sociedad civil que no
está coordinada ni por el mercado ni por el Estado. Sorprendentemente,
no se nos dice la forma en que se puede obtener la "eficiencia máxima y el
m enor gasto en esfuerzos y recursos” sin la operación de los mercados en
una economía mixta.
El problema con el excesivo énfasis que pone Gorz en la propiedad y
planificación estatal no se encuentra en que "la planificación estatal futu­
ra de la producción socialmente necesaria no pueda funcionar racional­
mente sin la democracia en el lugar de trabajo".128 Más bien, el punto es
que ni la planificación en el sentido económico genuino, y por lo tanto
necesariamente limitado, ni la democracia industrial (al nivel de la em­
presa y del lugar del trabajo), pueden funcionar racionalm ente sin los
mercados. Así, los partidarios de Gorz se quedan con un problema que
depende en parte de cuánto tiempo y actividad desea uno asignar a los
campos de la necesidad y de la libertad, respectivamente. Si uno trata de
evitar un retomo al estatismo socialista tradicional (el cual preocupa menos
a Gorz), uno debe proponer una considerable reducción del tiempo de
trabajo (controlado por el Estado) y un aumento de la actividad autóno­
ma (en la sociedad civil). Sin embargo, en este caso nos encontramos con
la crítica que hace Gorz de la identificación de la sociedad civil con las
comunidades autárquicas modernas. Obviamente, esto también implica­
ría una reducción grave e inaceptable de la complejidad y eficiencia eco-
TEORÍA SOCIAL Y SOCIEDAD CIVIL 527

nómicas. Pero si uno tom a esta crítica seriamente,*la estructura de Gorz


sólo tiene sentido si se asigna una parte mucho más grande de las activi­
dades económicas al reino de la necesidad, donde debe predom inar el
criterio de eficiencia; y esto significa, en el modelo de dos partes, recurrir
al Estado y a un gran incremento (en las sociedades occidentales), en su
actividad planificadora y coordinadora. La única forma de evitar la op­
ción poco deseable entre el estatism o y el socialismo utópico es, prim e­
ro, reconocer que hay una diferencia en principio entre la producción
orientada al mercado, económ icamente eficiente, y la distribución y la
pluralidad de las actividades materiales incorporadas socialmente que no
tienen un carácter estrictamente económico y, segundo, afirm ar alguna
versión de la primera, en una nueva combinación o interrelación tanto
con el Estado como con la sociedad civil.
Expresado de otra manera, la necesidad, tanto de racionalidad econó­
mica, como de solidaridad societal no puede tratarse efectivamente en un
solo programa de liberación de la sociedad civil del Estado porque concep­
tualmente son dos cuestiones diferentes. Lo que es aún más im portante,
la racionalidad económica y la solidaridad social representan demandas
en competencia. Así, la liberación de cada una de ellas del Estado sólo
puede ocurrir a costa de la otra: la solidaridad puede ser sacrificada a un
programa de liberalismo económico; la racionalidad económica puede
ser sacrificada a una utopía de economía moral, que vuelve a ser reincor­
porada al modelo. Un program a lleva a la apología de la versión capitalis­
ta de la modernidad, el otro, al abandono de un prerrequisito esencial de la
propia modernidad.
Un proyecto alternativo que tiene el propósito de separar al campo de
la libertad del de la necesidad empieza con esta premisa. Claus Offe y sus
colegas principian reconociendo la división de facto del m ercado de traba­
jo hoy en día entre los trabajtss bien pagados, de prestigio, en un sector
formal; y los trabajos mal pagados, menos prestigiosos (el extremo infe­
rior de la economía de los servicios) junto con un rango de servicios y
actividades materiales que son “intercambiadas”, pero no a través del medio
del dinero.129 Luego proponen una forma de dualización que igualaría la
participación así como los resultados económicos y de status, tanto en
las formas de la actividad productiva orientadas al mercado, como en las
no orientadas al mercado. A diferencia del modelo de Gorz, este enfoque
se basa en la productividad de una economía de mercado menos regulada
que tiene el potencial de liberar tiempo de trabajo, que a su vez puede ser
usado en parte para remplazar, sobre una base informal pero organizada
socialmente, algunos de los ahora inposteables servicios del Estado bene­
factor. Al igual que el modelodejOorz, sin embargo, este enfoque ofrece
poco en lo que se refiera aleitableclmlento de algunas formas de control
528 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

indirecto sobre el reino de la necesidad; en este caso, el problem a es el


mecanismo de dirección de la economía de mercado, cuya lógica es hoy
en día ciertamente incompatible con el establecimiento y sobrevivencia
de una “economía” informal de actividad libre, sin im portar lo atractiva
que sea la forma en que se le ha concebido.130
Offe también menciona la posibilidad de una “constitucionalización"
del empleo en la prim era economía, en términos de la extensión de los
derechos del trabajo ("los derechos del ciudadano industrial"). Interpre­
tando esta "muy ambivalente” estrategia en términos del intervencionismo
y juridificación del Estado benefactor, se enfrenta al siguiente dilema: o
las posiciones dependientes del mercado, jerárquicam ente inferiores de
los trabajadores no se verán afectadas por derechos m eramente formales,
o se verán afectadas pero al costo de una grave interferencia con la pro­
pensión a invertir. Por lo tanto, en ambos casos los trabajadores salen
perdiendo, a pesar de sus nuevos derechos.131 Este análisis, aunque indu­
dablemente es correcto en lo que hemos expuesto, subestim a la im portan­
cia real del establecimiento de esos derechos, porque éstos serán más sig­
nificativos en estructuras que estén más allá del instrum entalism o legal
del Estado benefactor, dentro de modelos nuevos y diferentes de la regula­
ción posregulatoria.

El retomo de la mediación

La categoría de los "derechos", aunque en un nivel abstracto, va más allá


de los programas de reorganización dual. Ya hemos hecho énfasis en que
los derechos son cruciales para establecer los umbrales para defender el
mundo de la vida contra los medios. Así, para los movimientos, represen­
tan objetivos importantes que pueden alcanzarse sin la autoburocratiza-
ción.132 Pero los derechos también representan la institucionalización de
formas de autorreflexión y autolimitación, que hasta ahora se han encon­
trado y han provenido principalmente del subsistema político. Si vemos
a los derechos desde el punto de vista de la creación de norm as sociales
y presión institucional, sigue siendo notable que su vigencia, aplicación y
cumplimiento legales se deje a los órganos del Estado cuyas incapacidades
son establecidas por los derechos constitucionales. Las motivaciones de
los actores del Estado no son difíciles de entender: pueden estar actuando
bajo presión o bajo el impacto de reconocer que se está estableciendo un
juego de suma positiva en que el Estado tam bién gana. Más bien, es el
proceso por el que los derechos operan de una manera relativamente con­
tinua sin ser reinstrumentalizados constantemente (sobre una base caso
por caso en vez de general) lo que es notable. El fenómeno puede explicar-
TEORÍA SOCIAL Y SOCIEDAD CIVIL 529

se sólo por medio de la institucionalización de un nivél más alto de apren­


dizaje y reflexión dentro de las instituciones del Estado. Además, en la
medida en que los derechos representan una regulación del Estado por
las instituciones de la sociedad civil, esta regulación es una forma de
autorregulación. Los derechos son ejemplos por excelencia de la ley como
institución, pero también son ejemplos de la regulación legal posregulatoria
en un sentido más general.
Sin embargo, los derechos representan una forma de autorregulación
del sistema político cuya consecuencia es sólo el fortalecimiento de las
barreras que defienden al mundo de la vida. No van por sí mismos más
allá de la prim era fase del programa de "barreras" y "sensores". No obs­
tante, su particular status doble, como institución de la sociedad civil y
como autolimitación del Estado, recuerda el papel m ediador original de
toda una serie de instituciones en la teoría clásica de la sociedad civil.
La autoorganización societal, las asociaciones y la esfera pública son, por
supuesto, las categorías de la sociedad civil que hemos heredado y desarro­
llado. Inicialmente, a Habermas le parecía totalmente aceptable vincular
estas categorías entre sí (y posiblemente, con las instituciones legales) sólo
a nivel horizontal, e incluso en ese caso sobre la base de una teoría explíci­
ta no de la sociedad civil, sino de la dimensión del mundo de la vida que
institucionaliza significados, solidaridades y competencias acumulados. Sin
embargo, el concepto de sociedad civil, a diferencia del de mundo de la
vida, también implica relaciones verticales, las que pueden ser concebidas
ya sea como mediaciones, entre individuos y grupos, entre grupos e institu­
ciones sociales y entre instituciones sociales e instituciones políticas globales
(y posiblemente económicas), o, en el caso de este último conjunto, como
una sociedad analíticamente separada pero política (y económicamente)
complementaria. En el sistema hegeliano, este papel es desempeñado por
la familia, las corporaciones*tSSrestados y los parlamentos estatales; en la
obra de Habermas acerca de la esfera pública, lo desempeña la familia, la es­
fera literaria pública y la esfera política pública. En el análisis de Tocqueville,
muchas de estas mediaciones están localizadas al nivel analítico separado
de la sociedad política, que en el modelo de tres partes debe ser comple­
mentado lógicamente por la sociedad económica.
En cualquiera de las dos variantes que elijamos, la hegeliana o la de
Tocqueville, nos parece que la actual teoría del sistema y del m undo de la
vida de Habermas, a la que queremos defender al nivel más abstracto, no
permite fácilmente ninguna de esas mediaciones entre la sociedad y los
subsistemas o esferas analíticamente separadas de la sociedad política y
económica que desempeñen papeles análogos. No obstante, es posible usar
la estructura analítica dlHabcrmas de una forma diferente a aquélla en
que él la ha empleado.111
530 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

Las categorías abstractas del sistema y del mundo de la vida sólo indi­
can dónde se encuentra el peso de la coordinación en una determ inada
estructura institucional. Las instituciones culturales, sociales y reproduc­
toras de la personalidad tienen su centro de gravedad en las formas comuni-
cativas/normativas de la coordinación de la acción. No obstante, es posi­
ble localizar las dim ensiones estratégicas tam bién com o form as de
administración y monetarización en las instituciones del mundo de la vida
(un punto que ha intranquilizado innecesariamente a críticos como Axel
Honneth y Nancy Fraser) sin consecuencias patológicas, siempre que per­
manezcan subordinados a la coordinación y definición comunicativas de
objetivos y mientras no se les perm ita desarrollar su propia lógica —el sig­
nificado adecuado de colonización—. Siempre que es pertinente, hablan­
do normativamente, esta estructura nos permite (así como Habermas)
hablar de la descolonización sobre la base de las posibilidades inmanentes
dentro de esas instituciones del m undo de la vida. Pero nosotros vamos
más allá, al insistir en la posibilidad de dem ocratizar a las instituciones
económicas y políticas. Aquí, el centro de gravedad de los mecanismos
coordinadores (en una sociedad moderna) está y debe estar en el nivel del
desempeño de dirección a través de los medios del dinero y del poder, es
decir, a través de la racionalidad del sistema. Pero esto no impide la posi­
bilidad de introducir formas institucionales de la acción comunicativa en
las instituciones estatales o económicas. Todos los tipos de acción pueden
y de hecho ocurren en las instituciones societales, ni siquiera la economía
de mercado puede ser entendida exclusivamente en térm inos de cálculos
instrum entales o estratégicos. El proye'cto normativam ente deseable de
introducir a la democracia económica (que implica diferentes formas po­
sibles de participación en los varios niveles del taller y de la empresa)
debe ser atemperado por la necesidad de m antener intacta la autorregu­
lación de los sistemas de dirección. Pero la m era existencia (sin im portar
lo inadecuado) de los parlamentos y de las formas de autoadministración,
codeterminación y negociación colectiva de los talleres indica que se pue­
den construir públicos incluso dentro de instituciones que son dirigidas
principalmente por sistemas. Éstos constituirán y en algunos casos se cons­
tituyen en receptores de la influencia societal dentro del "estómago de la
ballena”, si se nos permite la expresión. Entonces, en el cuadro IX.3, las
instituciones que deben ser coordinadas comunicativamente son m ostra­
das bajo el título de “sociedad civil”, m ientras que aquellas que deben ser
dirigidas por el dinero y/o el poder se m uestran bajo el título de nivel ins*
titucional del sistema. A ninguna de las dos dimensiones se le debe conce­
bir como "cerrada autorreferencialmente", porque ambas están abiertas a
la democratización (aunque en diferentes medidas).
Este diagrama esquemático m uestra que el problema político es cómo
TEORÍA SOCIAL Y SOCIEDAD CIVIL 531

C u a d r o i x .3

Mundo de la vida

Instituciones del m undo de la vida-sociedad civil


Sociedad política y económ ica
(instituciones de m ediación política y económ ica)
M ecanism os de dirección política y económ ica

introducir espacios públicos dentro del Estado y las instituciones econó-


micas (sin abolir los mecanismos de dirección o de la acción estratégica/
instrumental) estableciendo continuidad con una red de comunicación
societal que consiste de esferas públicas, asociaciones y movimientos. Por
ejemplo, de esta m anera se puede debatir la determinación de las prefe­
rencias entre las elecciones económicas y políticas, teniendo en mente las
necesidades articuladas en los públicos societales. Sin embargo, la autoli-
mitación significaría que el debate sobre cuántas y cuáles formas de de­
mocratización son deseables en las instituciones económicas y del Estado
debe reconocer en cada caso las necesidades del m antenim iento del siste­
ma. Tal es el significado de una democratización que complemente la idea
de descolonización de Habermas. Correspondientemente, la eliminación
o instrum entalización pura de la participación política y económica cons­
tituye una forma de falta de libertad que es una contraparte a la coloniza­
ción de cualquier institución.134

La ley reflext^&^'ía regulación posregulatoria

La propuesta para extender la teoría del mundo de la.vida y del sistem a en


dirección de instituciones que penetren a los subsistemas, esto es, la sociedad
"política" y “económica", se presenta exclusivamente desde el punto de
vista del mundo de la vida. Desafortunadamente, la compatibilidad de ese
esquema con el funcionamiento del sistema no está asegurada, incluso si
se concibe a la viabilidad del desempeño de la dirección como el límite más
allá del cual la democratización no debe proceder y más allá del cual en
realidad no puede ir. Por ejemplo, podría ser el caso que la introducción
de procesos democráticos en el Estado y en la economía no los limite de
ninguna forma significativa o que sólo lo haga al costo de dañar gravemente
a la autorregulación.1D tta^uajeT nita, entonces, es de la posibilidad de
una regulación poararalttofia desdo el punto de vista de los sistemas.
532 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

Precisamente este tema es del que tratan los especialistas legales que
procuran extender la teoría de los sistemas autoformativos en una direc­
ción socio-crítica. Aunque le agrada la idea de promover a la “ley como
institución", G. Teubner considera una estrategia que se concentra en la
defensa de aquellos cuyo mundo de la vida es insuficiente.135 Como lo
m uestra la crisis del Estado benefactor, los subsistemas dirigidos por los
medios pueden sufrir de regulación excesiva, y ésta puede dem ostrar ser
dañina para el medio legal usado para la regulación. La idea de la ley
como institución, que garantiza la autonomía de una determ inada esfera,
indica la condición necesaria pero no suficiente para una nueva, más ventu­
rosa, forma de regulación del subsistema. En particular, Teubner observa
los peligros para el am biente social de los subsistemas político y económi­
co no regulados, peligros que pueden ser eliminados sólo si se canaliza su
autonom ía m ediante una form a de autorregulación que im plique la
autolim itación.136
Siguiendo a Luhmann, este argumento insiste en la imposibilidad de
dirigir a la sociedad desde un solo centro de control sin una desdiferencia­
ción regresiva, principalmente a causa de la ausencia de un conocimiento
adecuado sobre los subsistemas afuera de éstos.137 La única alternativa es
basarse en la autorregulación de los subsistemas o, más bien, regular legal­
mente los procesos de la autorregulación. El objetivo de esta regulación
de la autorregulación es promover formas de reflexividad que producen au­
tolimitación con el fin de contrarrestar, tanto los efectos laterales negati­
vos, como las contradicciones internas en la dirección.
Es interesante que se diga que la nueva forma de regulación legal indi­
recta que promueve la reflexividad en los subsistemas hace realidad a la
propia estructura de la ley. La ley puede tener en cuenta sus propios lími­
tes al regular subsistemas en la medida en que surge una nueva forma
más abstracta, menos directa y, de hecho, autolim itante de ley regulatoria
orientada por propósitos sociales, pero que conserva la autonom ía de las
esferas sociales reguladas que están surgiendo. En la prim era alternativa,
la ley reflexiva es como la ley sustantiva, intervencionista; respecto a la
segunda, sin embargo, se parece a la ley formal.
Hoy en día, el programa de la ley reflexiva parece ser sólo un programa,
aunque uno muy ingenioso. Sin embargo, su potencial está indicado por
las formas y prácticas legales existentes que ahora parecen representar
elementos incongruentes dentro de los sistemas de ley formal, o especial­
mente sustantiva. La ley reflexiva restablece el estado de derecho en opo­
sición a la discreción política al basarse en lo que Habermas llama "cons­
titución externa", que restringe la intervención directa a hacer cum plir un
número limitado de principios legales generales predefinidos todas las
veces que éstos sean violados.138 Pero la ley reflexiva, a diferencia de la ley
TEORÍA SOCIAL Y SOCIEDAD CIVIL 533

como institución, no se puede detener en esta dimensión. En vez de insis­


tir directam ente y de hacer cumplir objetivos que se deben lograr en un
área regulada, la ley reflexiva trata de establecer norm as de procedimien­
to, organización, membresía y competencia que pueden alterar la tom a
de decisiones, cam biar las ponderaciones de los diferentes partidos y sus
miembros, y hacer que los procesos generales de decisión sean sensibles a
los efectos secundarios y a las externalidades.139 Común a todos estos ins­
trum entos es e l deseo de lograr nuevos efectos por medio de la modifica­
ción de los procedimientos, es decir, por medio de la ley procesal en vez de
por la ley formal o sustantiva.140
Según Teubner, la negociación y codeterminación colectivas, son ejem­
plos de reflexividad en el derecho laboral actual.141 Su objetivo es genera­
lizar su lección por medio de un programa que introduzca principios cons­
titucionales en las instituciones económicas y administrativas. Hablando
en térm inos generales, este programa, derivado de las prim eras obras de
Habermas (entre otras fuentes), corresponde al proyecto de dem ocratiza­
ción a favor del cual se argumenta en este libro. A diferencia de las prim e­
ras obras de Habermas, sin embargo, Teubner le da un nuevo significado
a la democratización en relación con los subsistemas. El objetivo no es
aum entar la participación como un fin en sí, ni debe juzgarse a los resul­
tados por esta medida. En cambio, la ley reflexiva procura la realización
de un nivel y tipo específico de participación que haría que las institucio­
nes fueran “sensibles a los efectos externos de sus esfuerzos internos por
maximizar la racionalidad interna”.142 Es debido a esta autolim itación del
proyecto participativo que la ley reflexiva tiene una oportunidad de m e­
diar los requerim ientos de dos tipos de racionalidad: la práctica y la
funcional.
Es im portante hacer hincapié en que el establecimiento de sensores en
los subsistemas, en términos**!© formas discursivas, debe ser compatible
éon la racionalidad interna. En el caso del sistema económico, por ejem­
plo, el establecimiento de nuevos procedimientos para la tom a de decisio­
nes debe ajustarse a los límites de la racionalidad ec'onómica —rentabili­
dad en particular— produciendo niveles de ganancias e inversión dentro
del rango de soluciones organizativas funcionalmente equivalentes. La
confianza de Teubner de que esto es posible en principio se basa en el su­
puesto de que, sino se le regula y no se le limita, la búsqueda de la racio­
nalidad interna es en sí paradójica desde el punto de vista de las organi­
zaciones. La búsqueda de ganancias, como la pueden definir los líderes
de una organización, frecuentemente es incompatible con los objetivos de
inversión y acumulación a largo plazo. De manera similar, en el caso del
sistema político, la fuñelón de producir decisiones obligatorias y el aspec­
to del desempeño de la generación y conservación del poder entran en
534 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

conflicto debido a que la tendencia casi inevitable a la extensión excesiva


de la toma de decisiones políticas tiende a disipar el poder. La reflexividad
que conduce a la autolimitación ayuda a reconciliar estas dos dimensio­
nes.143 En resumen, entonces, la ley reflexiva tiene como finalidad esta­
blecer estructuras organizativas orientadas al equilibrio óptimo del des­
em peño y de la función teniendo en cuenta los requerim ientos del
am-biente externo.144
Hay una cierta asim etría en este análisis entre lo político y los otros
subsistemas. Como se insiste en la autolim itación reflexiva de todos los
subsistemas, el sistema político no puede ser una excepción. Si Teubner
no trata de las características relevantes de la ley constitucional que ha­
cen posible la autolimitación de lo político y su autorregulación en térm i­
nos de las necesidades sociales externas (los derechos, las formas discur­
sivas del procedimiento), esto puede deberse a que el problema del Estado
benefactor, que domina la discusión de la ley reflexiva, parece dar la m a­
yor importancia a la regulación económica y a la autorregulación. No obs­
tante, es una pregunta abierta la que se refiere a la medida en que los pro­
cedimientos existentes en los sistemas políticos conformados en los estados
liberales o de bienestar social, ya han institucionalizado el nivel adecuado
de reflexividad. Esto im porta porque la política puede promover el auto­
control reflexivo en la economía sólo si se controla reflexivamente a sí
misma. Sin embargo, esta formulación ya indica la asimetría que tenemos
en mente: el poder político parece seguir siendo una fuente de presión
externa indispensable para la autorregulación de los otros sistemas, in­
cluso aunque en este caso este poder deba ser tratado m ás "económica­
m ente” que en sistemas de ley sustantiva orientada a fines.145
La posición privilegiada de la política es comprensible, pero hace sur­
gir algunas preguntas. El problema no es que el sistema político sea una
fuente de compulsión, sino que su posición especial parece implicar al­
gún papel coordinador para su definición de las necesidades e intereses
comunes que deben ser protegidos m ediante las varias formas de autorre­
gulación. La única diferencia entre la regulación instrum entalista y la
posregulatoria sería entonces que el sistema político en el último caso
habría aprendido que la regulación tiene más éxito si trata de estimular la
autorregulación. Teubner tiende a evitar esta implicación al desnormalizar
y descentralizar su argumento. Él observa, por ejemplo, que la generaliza­
ción de la perspectiva de la ley como institución a la de la ley reflexiva
tiende a dejar atrás las preocupaciones normativas de Habermas, que están
arraigadas en el mundo de la vida.146 Sin embargo, en el argumento de Teub­
ner el mundo de la vida no es remplazado como el punto central de refe­
rencia; los subsistemas relevantes deben ser descentralizados y estar to­
talmente desconectados.
TEORÍA SOCIAL Y SOCIEDAD CIVIL 535

Esta estrategia es paradójica por dos razones. Primero, Teubner parece


indicar que la autorregulación tom a la forma de un autocontrol moral
descentralizado.147 Segundo, en una vena "neohaberm asiana”, postula
(aunque no consistentemente para todas las áreas de la ley) que la reflexi­
vidad en los subsistemas sólo es posible mediante el establecimiento de es­
tructuras discursivas.148 Sin embargo, parece que Teubner no puede pre­
sentar ningún argumento desde un punto de vista congruente de la teoría
de sistemas respecto a la fuente de la m oralidad relevante o del potencial
universal de cualquiera de los discursos parciales que establecen la re­
flexividad. El requisito de reconciliar la función, el desempeño y los efec­
tos laterales no conduce en sí mismo a un procedimiento organizacional
compatible con normas universales o incluso a la com patibilidad entre
los funcionamientos de los diferentes subsistemas. En resumen, no hay
garantía de que las estructuras discursivas institucionalizadas en los va­
rios subsistemas serán en realidad sensibles a problemas ambientales que
a ellas o a la adm inistración experta les podría parecer simple y sencilla­
mente "ruido”.
La formulación de H. Willke del programa de la ley reflexiva ("progra­
mas relaciónales”) procura superar estas deficiencias rompiendo parcial­
mente con la estructura de la teoría de sistemas. Aunque observa que la
ley no puede surgir sin “orientación legislativa”, su énfasis desplaza al
Estado en dos niveles. Al igual que Teubner, insiste en que la regulación
externa, en la forma de “autolimitación legislativa”, debe ser limitada a
propiciar muy indirectamente la autorregulación por medio del estableci­
miento de procedimientos capaces de la autolimitación reflexiva. Así, el
Estado depende del uso y de la activación del poder para procesar la infor­
mación y resolver los problemas de los actores relevantes. Además, con
más claridad que Teubner, Willke afirma que el Estado (en sí mismo un
subsistema) no puede establecer autoritariamente metas y propósitos para
las varias formas de autorregulación. Este problema es especialmente se­
rio desde el punto de vista de la coordinación de las formas de autorre­
gulación de los diferentes subsistemas, que para Willke es la preocupa­
ción principal. Propone un modelo que no sólo rompe con el de Teubner
sino con todo el paradigm a monístico de los sistemas autoformativos. Ins­
pirándose en esta ocasión en las obras algo posteriores de Habermas (en
especial el Legitimationsprobleme de 1973), él propone una estructura dis­
cursiva fuera de todos los sistemas regulados en la que "representantes de
los intereses afectados centralmente son orientados procesalmente para
que encuentren su causa común, su 'sentido com ún’, sus 'intereses generali-
zables'".149Mientras que Teubner identifica las formas de la autorregulación
procesal en loa aubHttemas con el establecimiento de estructuras dis­
cursivas y no ve ningÚn^BM Kiyprobublcmente ningún tiempo!) para un
536 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

proceso discursivo metasistémico, Willke hace exactamente lo contrario.


No identifica a los "discursos” empíricos que se deberán establecer dentro
de los subsistemas en los términos contrarios a los hechos de una ética del
discurso, sino que espera institucionalizar a esta últim a en un suple­
mento de la teoría de la com unicación a la estructura de la teoría de
sistem as.150
Desde la perspectiva de un mundo de la vida, la superioridad de esta
versión del modelo de la ley reflexiva es obvia. El modelo alternativo, ba­
sado en una teoría consistente de sistemas autoformativos, debe o supo­
ner una coordinación milagrosa de la autorregulación regulada151 o pro­
poner que un subsistema siga siendo su ventaja central. Sin embargo, en
este último caso es difícil tratar de la posibilidad de que este subsistema
(por ejemplo, la política o la ley) o su medio, pueden ser autolimitados
exactamente en el mismo sentido de los subsistemas regulados. Por ejem­
plo, ¿cuál será la fuente de la regulación externa necesaria? La concep­
ción dual que Willke adopta implícitamente tiene lo necesario para ofre­
cer una solución más convincente. El mundo de la vida, debido a su m enor
nivel de complejidad, sólo puede afectar indirectamente los subsistemas,
con una obligatoriedad mucho menor. Su posición normativa superior no
puede desarrollarse hasta convertirse en una posición de control superior
—el peligro que existe con la regulación del Estado.152
Aquí vale la pena considerar la diferencia entre los mecanismos de la
influencia y los del dinero y el poder. Las diferencias son obvias incluso en
Parsons, que intentó tratar a la influencia como un m edio.153 Habermas
está en lo correcto al insistir en hacer que esta diferencia entre las fuentes
estratégicas y las consensúales de la motivación sea una diferencia de
principio.154 A diferencia del dinero o el poder, la influencia actúa sobre
las intenciones en vez de sobre la situación de otros actores, ofreciendo el
valor normativo de una acción deseada (en vez de un valor positivo o una
sanción negativa) como su propia recompensa. En el caso de la influencia
los actores se orientan, no al éxito o a las consecuencias generales, sino a
llegar a un entendimiento entre sí. Dependiendo en principio de la per­
suasión, “los persuasivos intrínsecos” que se encuentran detrás de la in­
fluencia son argumentos (razones y justificaciones) en vez de hechos o
asuntos de información. El tipo de presión de que se trata está, por lo tan­
to, a un nivel totalmente diferente al del caso del poder. Esto es así incluso
cuando la influencia no puede depender de procesos reales, detallados, de
com unicación ordinaria m ediante el lenguaje, debido a lim itaciones
de tiempo y espacio. Tanto Parsons como Habermas llaman nuestra aten­
ción sobre la posibilidad de generalizar la influencia como un medio o un
cuasi medio. Sin embargo, Habermas está en lo correcto cuando insiste
que esta posibilidad no conduce a la reificación del m undo de la vida.
TEORÍA SOCIAL Y SOCIEDAD CIVIL 537

Poniendo énfasis en la vinculación de la influencia separada de la argu­


m entación real con los recursos de personalidad de la cultura, asigna el
potencial de influencia a las personas e instituciones capaces de disponer
de los recursos culturales de la argumentación normativa, cognitiva y es­
tética. Un poco más útil para nuestros fines es la insistencia de Parsons en
su categoría central de integración por medio de las asociaciones, según
la cual la generalización de la influencia se basa en un antecedente de
solidaridad difusa que depende de la constitución de una identidad colec­
tiva y que a la vez la refuerza.155 Las personas influyentes pueden influir
sólo a quienes constituyen con ellos un "nosotros”, en el sentido de perso­
nas que están unidas en virtud de opiniones, normas o formas de partici­
pación comunes —todas las posibles bases de la formación de grupos y de
la solidaridad—. Tener influencia, por lo tanto, no se limita a los miem­
bros de las élites culturales. Los que articulan las opiniones y proyectos de
grupos y asociaciones también pueden ser influyentes, pero pueden in­
fluir mediante argumentos sólo a los que están abiertos a la posibilidad de
ser influidos.
Nuestro uso de la categoría influencia tiene la finalidad de indicar que
la teoría que estamos bosquejando es sensible a las preocupaciones de Teub-
ner y Willke. Estamos de acuerdo con Willke en que el problem a del esta­
blecimiento de metas y propósitos no puede resolverse dentro de una es­
tructura de la teoría de sistemas, y que sólo la idea de la institucionalización
del discurso puede ayudarnos en este contexto. La categoría de la influen­
cia indica, entonces, el tipo de presión que pueden ejercer los discursos
institucionalizados sobre los subsistemas sin dañar su autorregulación.
Pero tam bién estamos de acuerdo con el argumento implícito de Teubner
de que la idea de una esfera pública discursiva central no puede ser resu­
citada para resolver el problem a de la coordinación entre los subsistemas.
Además, concordamos ensefee, debido a la escasez de tiempo y de infor­
mación entre otras razones, deben establecerse discursos que implican
formas más restringidas de participación, como parte de los procedimien­
tos autorreguladores de los propios subsistemas. Además, creemos que
sin esos sensores en la economía y en el Estado, los procesos discursivos
afuera de ellos no pueden influir de ninguna m anera en los subsistemas.
En este sentido, el punto de las formas discursivas en los subsistemas no
es el de aum entar la participación per se, sino constituir estructuras de
sensibilidad a los resultados de la participación. Por consiguiente, es im­
portante que la pluralidad de democracias sea articulada en térm inos de
ambos tipos de forma discursiva, en instituciones vinculadas a los subsis­
temas, como en las instituciones de la sociedad civil.1,6
538 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

Otra mirada al Este

¿Es nuestra reconstrucción de la categoría de sociedad civil, y de las políticas


de la sociedad civil que se derivan de ella, importante sólo para los tardíos
estados benefactores capitalistas, como parecen sugerirlo las ideas de la con­
tinuación reflexiva del Estado benefactor y de la ley reflexiva? Esto sería
paradójico debido a que el ímpetu histórico mundial para revivir la catego­
ría, en la teoría y en la acción, proviene ante todo de los países del socialis­
mo de Estado. En realidad, la sospecha más común (de Timothy Garton-
Ash, por ejemplo) es que la política de la sociedad civil no tiene importancia
para la política de Occidente contemporáneo. Si no reflexionamos bien, po­
dríamos reducir este punto al absurdo añadiendo que, ahora que el Este
está a punto de "unirse al Occidente", la categoría de la sociedad civil y
todas las políticas de la autolimitación serán irrelevantes en todas partes.157
En este contexto, es útil distinguir entre las fases constitutiva y consti­
tuida de la creación de instituciones libres, que corresponde a la distin­
ción que hace Alain Touraine entre los movimientos históricos y los socia­
les.158 La reconstitución de la sociedad civil es una señal del gran proceso
de transición del que hemos sido testigos desde el ascenso de Solidaridad
hasta el presente, incluyendo los proyectos actuales de democratización
en la Unión Soviética. Las dramáticas formas de autolimitación y autodisci­
plina que distinguen a los movimientos principalmente democráticos de
los principalmente nacionales, están arraigadas en experiencias de apren­
dizaje cuyos lugares son los públicos, las asociaciones y las normas cultu-¡
rales de la sociedad civil.
En la fase constitutiva, el proceso de transición puede estar centrada
en la sociedad civil (Polonia) o en la sociedad política (Hungría). Es imr
portante no ver esto como una opción entre una u otra. Aparte de una fase
defensiva dual, ninguna transición puede completarse sin recurrir por ló
menos parcialmente a la sociedad política, como lo muestra, por ejemplo,i
la ubicuidad de las mesas de negociaciones entre varios participantes era
todas partes de Europa oriental. Incluso un proceso de colapso evidente
del régimen gobernante requiere actores políticos alternativos, que pue­
den provenir de la transformación de los movimientos en actores políti­
cos (Foro Cívico) o de fuentes externas (como en el movimiento de loS
partidos gubernamentales de Alemania occidental hacia la antigua Repú­
blica Democrática Alemana). Pero sin la participación de la sociedad ci­
vil, sea en una forma no institucional muy movilizada (como en la RDA) o.
en una forma más institucional (como en el caso del referéndum Húngaro
de 1989), el proceso debe recurrir a las transiciones desde arriba caracte­
rísticas de la democracia elitista, lo que pondría en grave peligro la legiti­
midad de todo el proceso.159
TEORÍA SOCIAL Y SOCIEDAD CIVIL 539

La situación es algo diferente respecto a las relaciones entre la socie­


dad económica y la sociedad civil. Los neoliberales tienden a identificar,
incluso para el proceso de transición, la liberación de lo económico y de
lo civil. Esto es menos perjudicial si los actores que se encuentran detrás
del dinamismo del proceso son civiles en vez de políticos, puesto que el
proyecto necesario de liberar a la economía en este caso debe ocurrir lado
a lado con la autoorganización de los dominios no económicos. Que esto
es posible, que los actores democráticos son compatibles con el estableci­
miento de los mercados, lo m uestra la prim era fase de la restructuración
económica polaca. Pero estos actores no serán capaces de aceptar la polí­
tica económica liberal si no es como una transición, ya que un mercado
totalmente automático destruiría la tram a y la solidaridad sociales. La
lección de Karl Polányi no debe olvidarse, en particular en su país de ori­
gen, y de hecho los actores de la sociedad civil ciertam ente la volverán a
aprender.
Sin embargo, cuando los que están a cargo son los actores políticos,
persiste la posibilidad de que las élites procuren lim itar la reconstrucción
de la sociedad civil a la dimensión de un am biente adecuado para la auto­
rregulación económica del mercado, en vista de que la creación de ese
ambiente será un problema grave durante un periodo que durará bastan­
te más que la transición política. Aunque este program a de una “sociedad
civil mínima" ya ha fracasado en la forma de "dictadura de la reforma",
puede seguir siendo una opción por algún tiempo en su forma de la demo­
cracia elitista.
Es en este contexto que nuestra propuesta para reconstruir la política
de la sociedad civil como una continuación reflexiva tanto de la revolu­
ción democrática como del Estado benefactor adquiere im portancia para
Occidente y para el Este, en especial para actores que esperan salvar algo
del "espíritu” de la transie#é» dem ocrática.160 Nuestra prim era tesis es
que la cultura política requerida para sostener a las nuevas democracias
y para evitar los ciclos destructivos entre el autoritarismo y el populismo
no puede desarrollarse sin institucionalizar la sociedad civil en el sentido
más amplio posible. Esta institucionalización pertenece a la fase consti­
tutiva y requiere una creación consciente de instituciones incluso don­
de las movilizaciones sociales desempeñaron un papel principal en las
transiciones.
Nuestra segunda tesis se deriva de nuestro análisis (basado normati­
vamente) de la política de la sociedad civil en Occidente, y hace referencia
a la fase "constituida” de las nuevas democracias. La sociedad civil que se
necesita para reproducir la cultura política democrática puede ser desa­
rrollada y defendida sólo por medió de un doble proceso que limite a las
tendencias colonizadorasdeTEstado administrativo y de la economía de
540 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

mercado, y que establezca nuevas formas de control social sobre estos


subsistemas. Admitimos la necesidad de que primero hay que construir sub­
sistemas diferenciados: una adm inistración experta y una economía de
mercado autorregulada. En este sentido, no hay ningún sustituto para el
establecimiento de un sistema económico de limitaciones presupuésta­
les rígidas basadas en precios libres, la desmonopolización y la abolición
de un sistema paternalista de subsidios y negociaciones.161 Pero elevar un
program a de transición liberal al status de un modelo a largo plazo puede
tener consecuencias económicas negativas, como la destrucción de formas
de empresa potencialmente productivas junto con las formas ineficientes,
y tam bién consecuencias sociales dramáticamente negativas. Aunque las
econom ías de recursos lim itados del tipo soviético son m ucho más
destructivas del am biente que las economías de mercado, las estrategias
radicales orientadas al mercado no ofrecen una solución a los ambientes
devastados. Aunque el paternalismo en su forma de Estado socialista haya
llevado al colapso de las protecciones sociales y del bienestar social, se
requerirá más que la magia del mercado para restablecer el mínimo de ni­
vel de vida para los segmentos marginalizados de la población. Finalmen­
te, aunque sólo los movimientos y actores democráticos pueden instituir
legítimamente hoy en día a economías de mercado que (por lo menos al,
principio) exigen grandes sacrificios de parte de los que han sido víctimas
de la última fase del socialismo estatal, su legitimidad sólo se puede m an­
tener si sus objetivos incluyen mejoras económicas tangibles e intercam ­
bios políticos que la combinación de la economía liberal y de la dem ocra­
cia elitista no pueden proporcionar. Quienes prom ueven esta últim a
combinación para el largo plazo, se enfrentan al riesgo del conflicto social
y, como lo sabemos por la experiencia latinoam ericana, a un ciclo des­
tructivo entre el populismo y el autoritarism o.
Desafortunadamente, la creación de un Estado benefactor del tipo oc­
cidental tampoco es una opción, excepto quizá para el caso especial de la
Alemania oriental. Esa estrategia puede reforzar las formas de paternalismo
existentes y debilitar las restricciones presupuestarias en el periodo de
transición (que puede ser muy prolongado en el área de la vida econó­
mica); además, no está claro sobre qué base financiera podrían los esta­
dos socialistas actualmente en bancarrota o las futuras economías capita­
listas dependientes financiar esos arreglos, cuando estos mismos son cada
vez menos costeables en el propio Occidente. A pesar de todo, no pode­
mos aceptar la pretensión de Kornai de que aun los que desean establecer
economías capitalistas mixtas hoy en día deben, durante un periodo pro­
longado, promover la versión no regulada del pasado.162 Primero, no exis­
te ninguna garantía de que un sistema económico liberal clásico conduci­
rá a un Estado benefactor del tipo tradicional. Segundo, no es para nada
TEORÍA SOCIAL Y SOCIEDAD CIVIL 541

seguro que en realidad funcionará (ni en el sentido etonóm ico, ni en el so­


cial, ni en el político) como un modelo de desarrollo. En vez de copiar
soluciones del pasado y del presente del Occidente, sería bueno que las
nuevas democracias procuraran entender las razones por las que, tanto
los modelos liberal como el del Estado benefactor, están enfrentando (hoy
en día) nuevos problemas. Esto no significa que uno debe buscar una ter­
cera vía mítica entre el capitalismo y el socialismo, entre Occidente y Orien­
te, a la m anera del socialismo de mercado o de los varios neopopulismos.
Si hay alguna solución para este problema, se encuentra en la experiencia
de Occidente, y no señala ni a su pasado ni a su presente, sino a su futuro.
En otras palabras, unirse al Occidente no debe significar unirse al Occi­
dente tal como era, o incluso como es, sino como puede ser en respuesta a
los actuales desafíos.
Nuestro análisis de la política de la sociedad civil se enfoca, sin im­
portar qué tan tentativamente, en por lo menos un posible futuro del Oc­
cidente. Su combinación de subsistemas diferenciados y una sociedad
civil bien defendida —en que esta últim a deberá tener la prim acía—
no implica ni los costos económicos, ni los efectos sociales laterales de
los modelos que implican la dominación social de uno u otro subsistema,
y que son los que han prevalecido hasta ahora en la historia europea
moderna. Promete a la vez la autorregulación y sacar de la economía
a im portantes esferas de la vida, al mismo tiempo que se pregunta so­
bre la forma en que esta autorregulación puede ser regulada sin esta­
tismo y paternalismo. La política de la influencia de la sociedad civil so­
bre la sociedad económica y la sociedad política pasa a ocupar el lugar
más im portante aquí. A pesar de su naturaleza program ática y elemen­
tos utópicos, esta propuesta puede representar una vía más pragm áti­
ca de reconstrucción en Occidente y en el Este que los programas bien co­
nocidos y aplicados que htW íJiostrado sus efectos imprevistos en otros
lugares y que no satisfacen simultáneamente ni el criterio de eficiencia,
ni la aceptación popular en las nuevas democracias más o menos mo­
vilizadas de la actualidad.

NOTAS

1 Como hemos visto, incluso la defensa que hace Luhmann de la diferenciación no re­
dunda en beneficio de la sociedad civil, cuyas instituciones absorbe dentro del sistema
político en su concepción.
2 Habermas reintrodujo si concepto de la sociedad civil en su estudio comprehensivo de
una de sus categorías básioM: la esfera pública. Bajo la influencia de la filosofía de la histo­
ria de la Escuela d eF ranofortyaprop iín doso directa o indirectamente de una versión de
la obra de Cari Schmitt sobra !• fusión Bstado/socledad, Habermas estudió un proceso de la
542 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

decadencia, incluso del final, de la sociedad civil. Sus esfuerzos posteriores p a ra recons­
tru ir las nociones clave de la doctrina clásica de la política, com o la praxis o techne, hicieron
énfasis en el nivel m etateórico. D urante un tiempo, sólo los oponentes com o L uhm ann se
dieron cuenta de que la relación de H aberm as con el concepto clásico de la sociedad civil
era en realidad m ás profunda. Sin em bargo, m ientras H aberm as estuvo ocupado en u n a re­
construcción del m aterialism o histórico, no se pudo liberar de los prejuicios de Marx y de
la m ayor parte del m arxism o en lo que se refiere a la sociedad civil. A rgum entaríam os que
esta ruptura fundam ental ocurre con Teoría de la Acción Comunicativa, que no sólo invierte
(por prim era ocasión) el som brío veredicto an terio r respecto al concepto de sociedad civil,
sino que incluso equivale a su reconstrucción.
3 Jürgen H aberm as, C o m m u n i c a t i o n a n d th e E v o l u t i o n o f S o c ie ty , Boston, Beacon Press,
1979, p. 95. Los nuevos m edios conceptuales requeridos p a ra la reconstrucción de la socie­
dad civil en este sentido —el desarrollo de u n a teoría diferenciada de la acción y u n a estruc­
tu ra teórica dual que haga hincapié tan to en el m undo de la vida com o en el sistem a—
fueron desarrollados p o r H aberm as d u ran te u n periodo de m ás o m enos quince años. Sin
em bargo, sólo en T e o ría d e la A c c i ó n C o m u n i c a ti v a es finalm ente satisfactoria la interrelación
de estos dos pasos fundam entales y sólo en esta o b ra quedan en claro las relaciones p oten­
ciales con una teoría de la sociedad civil.
4 Como es bien sabido, el p rim er paso de esta estrategia es el desarrollo de u n a teoría de
la acción com unicativa que diferencia los conceptos de la acción y trasciende las lim itacio­
nes de todas las filosofías del sujeto, ju n to con el concepto de la acción teleológica.
5 Véase Agh Attila, "The Triangle Model of Society and Beyond", en V. Gathy (ed.), S ta te
a n d C iv il S o c ie ty : R e l a ti o n s h i p s in F lu x , Budapest, 1989. No creem os exacto darle el crédito
a Polányi por el descubrim iento de esta concepción de tres partes. Por ejem plo, en T h e
G r e a t T r a n s fo r m a tio n , no distingue entre los ataques económ icos y los societales sobre el
paternalism o de principios del siglo xix, o entre las form as societal y estatista de respuesta
al m ercado autorregulador posteriorm ente en ese m ism o siglo. La verdadera contribución
de Polányi a la concepción de que estam os tratando se encuentra en su descubrim iento dé
la tensión, oscurecida en los modelos dicótom os liberales y marxistas, entre la econom ía y la
sociedad civil. N uestro análisis general le debe m ucho a él, incluso aun q u e seam os m enos
positivos que él en lo que se refiere al p aternalism o p reindustrial y m ás negativos sobre los
modelos del estatism o posliberal. E stas actitudes pueden defenderse precisam ente debido
al m odelo de tres partes que todavía no estaba disponible en su tiem po.
6 Debemos el prim er estím ulo crítico en este contexto a Gyórgy M arkus, quien hizo
hincapié en la superioridad de este m odelo p a ra enten d er a Solidaridad desde 1981.
7 Véase A. Arato, "Civil Society, H istory and Socialism: Reply to John K eane”, Praxis
International, vol. 9, núm s. 1-2, abril-julio de 1989, pp. 140-144.
8 Véase el cap. IV.
9 Véase Karl Polányi, T h e G r e a t T r a n s fo r m a tio n , Nueva York, R inehart and Co., 1944, p. 71.
10 I b id ., p. 141.
11 La teoría de la m odernidad de Max W eber se presen ta con base en este supuesto.
12 Polányi, T h e G r e a t T r a n s fo r m a tio n , o p . c it., pp. 130-132.
13 Esta crítica está libre del reduccionism o m etodológico; véase Jürgen H aberm as, T h e
T h e o r y o f C o m m u n ic a t iv e A c t io n , 2 vols. [1981], Boston, Beacon Press, 1984, 1987; de aquí
en adelante citado com o T C A .
14 T C A , o p . c it., vol. 2, pp. 267-272.
15 Ibid., pp. 185, 270-271.
16 I b id ., p. 269; véase tam bién Jürgen H aberm as, "H annah Arendt: On the Concept of
Power”, P h ilo s o p h ic a l-P o litic a l P r o file s , Cam bridge, MIT Press, 1983.
17 Además del artículo fundam ental de Parsons, "The Concept o f Pow er”, P o litic s and
S o c i a l S t r u c tu r e , Nueva York, Free Press, 1969; véase tam bién Niklas L uhm ann, Machí,
S tuttgart, Enke Verlag, 1975. La concepción de la adm inistración del E stado com o un siste­
m a integrado por el m edio del poder ha sido desafiada radicalm ente p o r T hom as McCarthy,
que parece estar m ás deseoso que algunos críticos m enos cuidadosos de conceder este status
a la economía del m ercado y al dinero. Véase su ensayo "Complexity and Democracy; The
Seducements of Systems Theory", Ideáis and Illusions: On Reconstruction and Deconstruction
T E O R ÍA SO C IA L Y S O C IE D A D C IV IL 543

in Contemporary Social Theory, Cambridge, MIT Press, 1991. S orprendentem ente, en vista
de su deseo obvio de contin u ar usando esta concepción, H aberm as ha elegido resp o n d er a
esta crítica de una m anera algo esquem ática y tentativa; véase "A Reply”, en Axel H onneth
y H ans Joas (eds.), Communicative Action, Cam bridge, m it Press, 1991. A unque no pode­
m os llevar a cabo el desarrollo m etateórico adicional de la posición de H aberm as que se
necesitaría para hacer plenam ente convincente este aspecto de su teoría social dual, la centra-
lidad de la concepción de dos subsistem as, dos m edios, p ara n uestro argum ento general
requiere que respondam os a McCarthy.
1. M cCarthy m ás o m enos no tiene en cuenta el hecho de que H aberm as, a diferencia de
Parsons y de L uhm ann, hace hincapié sistem áticam ente en la diferencia entre el dinero y el
poder m ás allá del punto único de que sólo el poder requiere legitimación. De hecho, Haberm as,
según nosotros correctam ente, ofrece una concepción jerárquica en que el m edio del dinero
representa la form a m ás abstracta y autom ática de funcionam iento, seguida p o r el m edio del
poder (con sus códigos múltiples, un m enor nivel de circulación y la dependencia en la ac­
ción, etc.) que a su vez es seguido p or form as generalizadas de com unicación com o la in­
fluencia y la reputación (que todavía sustituyen al lenguaje de com unicación ordinario).
Muchas de las diferencias entre el dinero y el poder en las que hace énfasis M cCarthy pueden
ya ser acom odadas en este nivel del argum ento original de H aberm as.
2. Siguiendo el ocasional m al ejemplo de H aberm as, McCarthy parece identificar el estar
"organizado form alm ente" con el hecho de op erar com o un subsistem a. La organización
form al es ciertam ente un requisito (y por lo tanto una m arca de identificación) de la construc­
ción del subsistem a de poder, pero la organización form al es una condición necesaria de la
institucionalización y no su mecanism o fundam ental. Al igual que Luhm ann, podríam os decir
que las reglas form ales y en especial las legales representan u n código de p o d er que no debe
confundirse con su operación. Además, no es (a diferencia del dinero en el caso de la econo­
mía) el único código relevante. (Para Luhm ann, los símbolos del poder, los usos simbólicos del
poder y la jerarquía de los status representan algunos de los otros códigos de poder posi­
bles, y nosotros añadiríam os tam bién a las reglas inform ales, incluso el propio código de lo
form al-inform al así com o las reglas del género.) Finalm ente, la categoría del p a r form al-
inform al no debe ser identificada con la del sistem a-m undo de la vida, pues puede h ab er
códigos de m edios inform ales, p or u n a parte, y relaciones form ales (estructuras de p a ren ­
tesco) en el m undo de la vida, p o r la otra.
Por estas razones, la evidencia de la teoría de la organización m oderna respecto al papel
de lo "inform al” en las organizaciones (al que hace referencia M cCarthy) no va en co n tra de
la o p eració n del p o d er com o u n m edio, que con siste en la tra n sfe re n c ia de selectividad
—de la habilidad para determ inar lo que puede decirse y hacerse— sin com unicación m ediante
el lenguaje ordinario, dependiendo en un condicionam iento de las expectativas (y de las ex­
pectativas de las expectativas) por-jgjjgdio de relaciones inversas de com binaciones de alter­
nativas relativam ente preferidas y relativam ente rechazadas de, p o r lo m enos, dos personas.
(Típicamente, y con una simplificación acción-teórica: quienes detentan el poder prefieren una
com binación de no cum plim iento y sanción a u n a de no cum plim iento y ninguna sanción, en
tanto que las partes m ás débiles prefieren el cumplimiento y ninguna Sanción al no cumplimiento
y sanción. Es im portante que cada una deba ser capaz de anticipar las preferencias de la otra.)
Esa transferencia puede o cu rrir m ediante el m ando y la am enaza, pero su eficacia se ve
fortalecida considerablem ente cuando es facilitada p o ru ñ a dependencia en códigos binarios.
F.ste es el punto crucial. Éstos pueden ser reglas formales codificadas com o legal-ilegal, pero
tumbién pueden tom ar la form a (y en las organizaciones reales, siem pre la tom an) de "códi­
gos subsidiarios", com o reglas inform ales codificadas en térm inos de relaciones formales-
Informales, superior-inferior, m ás alto-m ás bajo, relaciones partidario-oponente. Sin duda,
los com andos y acuerdos reales entre iguales (aunque los acuerdos entre desiguales deben
tratarse con cuidado) también desempeñan un papel en la tom a de decisiones organizativas.
SI se supone la habilidad bien documentada de las organizaciones (|que se hace realidad
cuando lo Informal y lo formal se refuerzan en vez de oponerse en tre sil) para reducir
considerablemente las llmltMones creadas nór el tiem po necesario para tomar decisiones y
roduclr formas más o menos SUtomáticai do funcionamiento, sigue siendo muy probable
K
acer énfasis en el papel oeflttt) de lo« códigos formales e Informales del poder, a diferencia
544 LA R E C O N S T R U C C IÓ N D E LA S O C IE D A D C IV IL

de la com unicación form al e inform al por m edio del lenguaje ordinario. E n vista de su depen­
dencia en la evidencia de la teoría reciente de la organización, dudam os que M cCarthy qui­
siera explicar la eficiencia de las organizaciones, y su im presionante aum ento de poder, con
base en una concepción de la teoría de la acción w eberiana en que la organización es de
hecho un instrum ento en m anos de quien encabeza form alm ente la jerarquía, y que es a la
vez el único actor genuino. Véase Níklas Luhm ann, "Ends, D om ínation and System", The
Differentiation o f Society, Nueva York, Columbih University Press, 1982.
3. M cCarthy está en lo correcto cuando pone en duda que la teoría social dual perm ita una
estrategia política basada en las propias prem isas norm ativas de H aberm as, y que el hacer
dem asiadas concesiones a la teoría de sistem as produzca u n a concepción política que es
innecesariam ente defensiva. Se acerca a descubrir la razón de que estas dudas sean correctas
cuando indica las am bigüedades en los conceptos de H aberm as del sistem a político, del
sistem a adm inistrativo y del aparato estatal. E n realidad, la aceptación de la vinculación que
hace la teoría de sistem as de todo el dom inio del "Estado" —que es difícilm ente consistente
en H aberm as y que converge con la antigua noción de la Escuela de Francfort de la total
reducción adm inistrativa de la esfera pública—, lleva a una concepción innecesariam ente
defensiva. Todo nuestro argum ento es un esfuerzo por m ostrar que la teoría social dual en sí
no conduce a ese resultado y que la teoría norm ativa de H aberm as, form alizada en la ética
del discurso, puede interpretarse m ejor en térm inos de esta teoría social como conduciendo
a un program a de dem ocracia radical autolim itadora. En particular, introducim os el concep­
to de sociedad política com o un nivel m ediador que, desde el punto de vista del m undo de la
vida, representa u na avanzada de la publicidad y de la influencia societal potencial y, desde el
punto de vista de la teoría de sistem as, representa form as reflexivas de regulación que provie­
nen del exterior por m edio de la autorregulación.
4. La concepción alternativa a la que hace alusión frecuentem ente McCarthy, pero a la que
en realidad no adopta (o rechaza decididam ente) esto es, u n a retraducción filosófica-prácti-
ca de la teoría de la acción comunicativa, puede m uy bien im plicar un retorno a los sueños
fundam entalistas de la conversión de todos los sistem as "reificados" en regím enes de partici­
pación dem ocrática directa. Estam os teniendo alguna dificultad p ara in terp retar la idea de la
desdiferenciación no regresiva de la econom ía y el Estado, que M cCarthy parece p resentar en
form a de un a pregunta abierta. No explica qué sería “regresivo" y qué "no regresivo”. Ade­
más, no aclara si por "desdiferenciación" significa sim plem ente redefinir los límites entre el
sistem a y el m undo en que se vive, estableciendo relaciones m ás complejas de insum o-producto
entre las esferas, o incluso introduciendo instituciones de m ediación en que am bas form as
de coordinación, com unicación y poder, desem peñan un papel (tres opciones que nosotros
tam bién favorecemos), o si cree que todo el dom inio político, incluyendo el sistem a adm inis­
trativo del Estado, puede y debe convertirse en esferas de participación dem ocrática y de
coordinación de la acción com unicativa principalm ente. La asim ilación de las “funcione»
latentes" al m undo de la vida como fondo parece indicar esta últim a alternativa. N uestra
propia opinión no es que los elementos del funcionam iento del sistem a no puedan aprovecharse
y ser un tem a en contextos comunicativos (de una m anera sim ilar a los elem entos que confor­
m an el fondo de un m undo de la vida) y quizás reabsorbidos en el m undo de la vida, pero que
(a diferencia de los elem entos del m undo de la vida que representan las reservas pasivas de
significado a las que pueden recurrir los actores) los contextos de sistem a regulado p or los
medios son dinám icos y tienen un autodesenvolvimiento "lógico”, objetivo (por ejemplo, la
proliferación de cargos burocráticos a pesar de los propósitos de todos los interesados).
C om partim os las razones de H aberm as p a ra a b a n d o n a r su p rim era interpretación de la
dem ocratización en térm inos de d em ocracia p articipativa, vinculada a la planificación
global —una posición que M cCarthy vuelve a proponer, pero sin a rg u m en tar realm ente a
favor de ella— . Incluso si la hostilidad a u n a econom ía que funciona sistem áticam ente no
puede en general ser atribuida a McCarthy, y p o r lo tan to su posición no llega a ser un re*
torno com pleto a la filosofía tradicional de la práctica, sí evita criticar los supuestos de esta
últim a respecto al Estado, cuyas características sistém icas en u n contexto por lo menos,
está dispuesto a atrib u ir a la m ercantilización, es decir, a la penetración por p arte de una
lógica económ ica, externa. E n nuestra opinión, tal enfoque, completamente a la manera de
Lukács, si se le desarrollara plenam ente, tendría que revivir antiguas concepciones que
T E O R ÍA SO C IA L Y S O C IE D A D C IV IL 545
consideran al E stado potencialm ente com o u n instrum ento Totalmente n eutral en manos
de personas dem ocráticas que tom an las decisiones; concepciones que sólo pueden legiti­
m ar al propio estatism o obstaculizando la lógica del E stado m oderno. Podem os estar cons­
cientes de esta lógica y aprender a restringirla sólo si no tratam os a toda la esfera del Es­
tado, y en p articu lar al sistem a adm inistrativo-estatal, com o u n m undo de la vida o un
reflejo del sistem a económ ico. Aceptam os que concepciones futuras nos pueden d a r otras
form as de entender la lógica del E stado que la que nos ofrece la teoría de sistem as. De
cualquier m odo, M cCarthy casi no nos ofrece m odelos p ara u n tipo alternativo deseado de
análisis funcional, a parte del Das Kapiíal, que quizás nos p ueda llevar a u n a concepción
más dinám ica de la lógica de la econom ía que la ofrecida p or H aberm as, pero sólo al costo
del reduccionism o respecto al E stado y de las ilusiones (com o lo han m ostrado G. Markus,
J. Kis y G. Bence en un m anuscrito inédito de 1971, “Is a Critique of Political Economy At
All Possible?”) de rem plazar la anarquía de la producción con u n a planificación central.
(La antes m encionada teoría de la reificación de Lukács es sólo u n derivado del modelo
de Marx, m ientras que la concepción w eberiana de la buro cracia se basa en la teoría de la
acción y en cualquier caso debe ser descartada a la luz de los argum entos de la teoría de
la organización usados p o r McCarthy.) Nos parece que los ideales norm ativos de Habermas
(y las intensiones políticas que probablem ente com partim os con M cCarthy) pueden ser
bien articuladas en térm inos de la teoría social dual que distingue entre los subsistemas de
la adm inistración estatal y de la econom ía y que dichos ideales son incom patibles, tanto
con el fundam entalism o dem ocrático, com o con el estatism o al que ese fundamentallsmo
está necesariam ente ligado.
18 TCA, op. cit., vol. 2, cap. vi, contiene un análisis sistem ático de la distinción entre
sistem a y m undo de la vida.
19 Véase Jürgen H aberm as, "Technology an d Science as Ideology”, Toward a Rattonal
Society, Boston, Beacon Press, 1970; TCA, op. cit., vol. 2, cap. vil.
20 H aberm as discute varios enfoques del concepto del m undo de la vida, incluso el enfo­
que fenom enológico de H usserl y el enfoque sociológico de Schutz y L uckm ann, en TCA,
vol. 2, pp. 126 y ss.
21 Véase los diagram as de H aberm as, TCA, op. cit., vol. 2, pp. 142-144. En respuesta a las
críticas, H aberm as se ve obligado a articu lar el hecho de que su concepto del mundo de la
vida tiene dos niveles: uno filosófico (pragm ático form al) y otro sociológico; véase "A Reply'\
op. cit., p. 245.
22 Siguiendo a Parsons y a Weber, H aberm as argum enta que con el establecim iento de
los procesos de m odernización, estos com ponentes del m undo de la vida se están diferen­
ciando cada vez m ás el uno del otro; véase TCA, op. cit., vol. 2, p. 145.
2}Ibid, pp. 137-138.
24 Identificar los niveles soqiajqgico e institucional del m u n d o de la vida im plica una
sobresim plificación "so cio lo g ista: Los tres “com ponentes estructurales del m undo de la
vida” pueden ser considerados cada uno de ellos desde el punto de vista de tres procesos:
la reproducción cultural, la integración social y la socialización. H ablando en sentido rigu­
roso, sólo llegamos al nivel institucional considerando a los tres com ponentes estructura­
les, cada uno vinculado a los recursos del significado, so lidaridad y de la competencia
personal, desde el punto de vista de la integración social. E sta perspectiva conduce a loi
tres complejos institucionales en que concentram os nuestra atención; las instituciones de
socialización; los grupos sociales y las asociaciones; y las instituciones de cultura. La simpli­
ficación excesiva es aceptable en nuestro contexto ya que el problem a de la sociedad civil
pertenece a la sociología, en vez de a la psicología o a la teoría cultural.
25 Nos referim os a instituciones com o la familia, las escuelas, las universidades y aque­
llas que participan en la producción y disem inación del arte, la ciencia, etc. N unca hubo
ninguna justificación p ara que Hegel hubiera om itido a la fam ilia de la sociedad civil o para
que Gram sci la hubiera Ignorado.
26 TCA, op. cit., vol. 2, pp, 185, 270-271.
” Ibid„ pp. 319-320, C /
2> para que lo contrarlalnft-fl^itBUmenle cierto, debe haber una solución a las limita­
ciones de tiempo en la toma d t dtslllonei que no Implique lu dependencia en el medio cuya
546 LA R E C O N S T R U C C IÓ N D E LA S O C IE D A D C IV IL

am plitud no se está reduciendo. E sta dificultad surge porque, al red u cir la am p litu d de un
m edio, es difícil descubrir u n a form a de "descolonización" que ponga en duda el funciona­
m iento de los m edios per se, y esto viola los requerim ientos de la m odernidad. Sin em bargo,
ciertam ente no es posible arg u m en tar que cualquier restricción determ in ad a de la tom a de
decisiones dem ocrática está ju stificad a debido a las lim itaciones de tiem po. T ratarem os
de m o strar que en principio es posible am pliar el cam po de la participación dem ocrática
p o r m edio de un a com binación de instituciones, m ovim ientos e iniciativas representativas
que usan el m ecanism o de la influencia.
29 TCA, op. cit., vol. 2, p. 185.
3°/b id ., p. 186.
31 Sin em bargo, no puede ser am pliado indiscrim inadam ente a todos los m edios en el
m odelo general de L uhm ann, com o el am o r o la verdad científica.
32 E n realidad, la aplicación que hace Cari S chm itt del argum ento a la república de
W eim ar tenía la intención de legitim ar estados totalitarios que ya existían (la Italia fascista)
o que se deseaba existieran (posiblem ente) en el futuro.
33 Claus Offe, "New Social M ovem ents: Challenging the B oundaries o f In stitu tio n al
Politics”, Social Research, vol. 52, núm . 4, invierno de 1987, pp. 817-820.
34 Claus Offe, “The Separation of Form and Contení in Liberal Democracy”, Contradictions
o f the Welfare State, Cam bridge, MIT Press, 1985.
35 Offe, "Competitive Party Democracy and the Keynesian W elfare State", op. cit.
36 Con el supuesto em pequeñecim iento de este tradicional m undo de la vida, las rep eti­
das referencias de L uhm ann a alguna clase de papel p ara la discusión real en los proce­
sos institucionalizados continúan siendo anóm alas y sin fundam entos.
37 TCA, op. cit., vol. 2, pp. 145-146.
38 TCA, op. cit., vol. 1, pp. 340-341.
39 Éste es un paso que va m ás allá de las ideas de Parsons, cuyo concepto de la com uni­
dad societal perm ite sólo la coordinación norm ativa de la acción y u n a relación convencio­
nal respecto a los estándares.
40 H aberm as, "Toward a R econstruction o f H istorical M aterialism ”, Communication and
the Evolution o f Society, op. cit., pp. 154-155. H aberm as originalm ente arraigó en últim a
instancia todos los desarrollos m orales y legales en la sucesión de tres m odelos de acción
com unicativa: la in teracció n m ed iad a sim b ó licam en te, el habla d iferen ciad a p ro p o si-,
cionalm ente y el habla argum entativa; que corresponden respectivam ente a estructura»
m orales preconvencionales, convencionales y posconvencionales. En sus últim os escritos,
la idea de m odernizar el m undo de la vida se enfoca en la transición del segundo al te rc e í
modelo. Es interesante que el desarrollo norm ativo en L uhm ann, que im plica la diferencia­
ción de los estilos norm ativo y cognitivo, se enfoca en la transición del prim ero al segundo
m odelo.
41 H aberm as, "Moral Developm ent and Ego Identity", Communication and the Evolution!
o f Society, op. cit., pp. 77-90. f
42 H aberm as, "H istorical M aterialism and the D evelopment o f N orm ative S tructures”
Communication and the Evolution o f Society, op. cit., p. 118.
43 H aberm as, "Toward a R econstruction of H istorical M aterialism ”, op. cit., p. 156. Con­
centrarse en las form as de la argum entación no reduce la estru ctu ra de las expectativa»
m utuas a la com unicación actual, com o puede acu sar L uhm ann. De hecho, incluso él adJ
m ite reservar los recursos escasos de la com unicación real a los casos del conflicto, sin v ef j
(no obstante) la necesidad de investigar las estru ctu ras posibles de esa com unicación. Solí
precisam ente estas estru ctu ras las que perm iten la conservación de u n estilo norm ativo dti
expectativa en el caso de la ley p ositiva, algo que L u h m an n desea p ero que no es c a p a s
de explicar. Véase, por ejemplo, “The Self-Reproduction of Law and Its Limits", en G. Teubnef
(ed.), Dilemmas o f Law in the Welfare State, Berlín, de Gruyter, 1986, p. 125.
44 R onald Dworkin, Taking Rights Seriously, Cam bridge, H arvard University Press, 1978,'
especialm ente los caps. II y III.
45 Dworkin, “H ard Cases”, Taking Rights Seriously, op. cit.
46 H. L. A. H art, The Concept o f Law, Oxford, Oxford University Press, 1961.
47 Véase el cap. XI.
T E O R ÍA SO C IA L Y S O C IE D A D C IV IL 547
48 Véase el cap. VIII. '
49 TCA, op. cit., vol. 1, pp. 260-261. Su propia distinción entre la ley com o institución y
com o m edio (otra versión m ás de la distinción principio/norm a) va en co n tra de esta Inter­
pretación.
50 TCA, op. cit., vol. 2, p. 178.
51 TCA, op. cit., vol. 1, p. 341.
52 Véase ¿laude Lefort, “H um an Rights and Politics”, The Political Forms o f Modem Society,
Cambridge, MIT Press, 1986; y Jean L. Cohén, Class Society and Civil Society: The Limits o f
Marxian Critical Theory, Amherst, University of M assachusetts Press, 1982, cap. I.
53 Véase Anthony Giddens, The Nation State and Violence, Berkeley, University o f California
Press, 1985, cap. vni. La posición de Giddens carece de congruencia interna, pues ve a los
derechos alternativam ente com o form as de vigilancia que se convierten en cam pos de con­
tienda entre la vigilancia y la autonom ía, y como form as de respuesta a los tipos de vigilancia
en la sociedad. Tenemos m enos objeciones para la segunda posición que p ara la prim era, que
convertiría a la adm inistración del E stado en la fuente de los derechos, en tan to que las
iniciativas civiles sólo producirían interpretaciones alternativas de estos derechos.
54 E stam os usan d o este concepto del p rin cip io o rg a n iz a d o r p a ra in d ic a r el núcleo
institucional de u na sociedad que es responsable p o r su identidad social, localizada en el
punto de intersección de la integración de sistem as y de lo social. Véase Jürgen H aberm as,
Legitimation Crisis, Boston, Beacon Press, 1975; y Communication and the Evolution o f
Society, op. cit., pp. 154 y ss. Además, encontram os convincente que, p a ra u n a determ inada
form ación, el m odelo de ley y de m oralidad indica la estru ctu ra de su principio de o rgani­
zación. Véase TCA, op. cit., vol. 2, pp. 173-175. Para la form ación social de la sociedad civil
(H aberm as habla de la diferenciación E stado/econom ía sólo en este contexto), en co n tra­
mos que este principio está ligado no a la institución de la ley form al (H aberm as) o de la
positividad de la ley (Luhm ann), sino a la de los derechos fundam entales. Es revelador que
H aberm as tam bién explora la tipología de las relaciones del E stado m oderno y de la socie­
dad desde este punto de vista.
55 Al hacerlo así, ofrece la conexión m ás clara de su análisis del m undo de la vida con el
concepto de la sociedad civil. E n particular, su dependencia en u n a yuxtaposición del E sta­
do-econom ía-m undo de la vida, o de todos sus tipos históricos, indica que debió revisar su
discusión ocasional del principio organizativo de la época m oderna, en térm inos de la dife­
renciación del E stad o y de la sociedad económ ica (o civil); véase, p o r ejem plo, Com­
munication and the Evolution o f Society, p. 154; TCA, op. cit., vol. 2, p. 178.
56 TCA, op. cit., vol. 2, pp. 357 y ss.
37 Ibid.
58 La preocupación de H aberm as al crear esta tipología era principalm ente ten e r en
cuenta las distorsiones que se qgigjnan en la naturaleza capitalista de la econom ía y en SU
extensión exagerada, y posteriorm ente en las im plicaciones estatistas de los sistem as de
bienestar social. Debemos observar que esta historia puede rescribirse desde la perspectiva
de o tra grave perversión de los potenciales disponibles culturalm ente, esto es, la recons-
Irucción de la fam ilia en el terreno m oderno. R ecluir a la m u jer en los papeles de esposa y
m adre deform ó la función y e stru ctu ra de la esfera ín tim a respecto al desarrollo de la
subjetividad e individualidad de sus m iem bros y tam bién deform ó la im portación de las
jerarquías dom ésticas del género en la diferenciación sistém ica del trab ajo y de los papeles
políticos (esto es, la interpretación de estos papeles com o algo exclusivo del hom bre).
59 Así, debe verse a Jean Bodin, en vez de a Thom as H obbes, com o el teórico representa-
livo de esta época.
60 TCA, op. cit., vol. 2, p. 364.
“ Ibid.
62 Por supuesto, éstos no pueden seguir siendo derechos sin su carácter protector, negati­
vo, que indica las limitaciones del soberano. Véase H. L. A. Hart, "Rights", Essays on Bentham:
Studies in Jurisprudence and Political Theory, Oxford, Oxford University Press, 1982.
11 TCA, op. cit., vol. 2,p. 361. V
64 Véase Hart, "Rights", o>r«tt^Esxotíceblble que algún beneflülo pueda tomar la estruc­
tura de un derecho. Pero para que un beneficio sea un dertehó, MI vei del resultado de una
548 LA R E C O N S T R U C C IÓ N D E LA S O C IE D A D C IV IL

política, tendría que to m ar la estru ctu ra de un derecho fundamental: ten d ría que ser to ta l­
m ente “actuable", lim itable sólo p o r otro derecho y de aplicación universal (es decir, no
relacionada a las características de un grupo en particu lar sino que pertenezca a los indivi­
duos com o tales). E sas consideraciones llevaron a Rawls a tra ta r a los llam ados derechos
sociales sólo com o precondiciones de los derechos o libertades genuinas. Véase John Rawls,
A Theory o f Justice, Cambridge, H arvard University Press, 1971, pp. 204-205; y tam bién a
Dworkin, Taking Rights Seriously, op. cit. 1
65 P or lo tanto, el co n tra ste e n tre los Teilhaberrechte, en el sen tid o de derechos de
m em bresía, y los Freiheitsrechte, en el sentido de libertades negativas o libertades, sería
bien aceptado aquí. Pero el punto no debe trasponerse a los que deberían ser llam ados
Teilnehmerrechte, derechos de participación, incluso si en am bos casos podem os h a b lar
de im plem entación burocrática que lleva a la contradicción. En el caso de los derechos de
m em bresía, la estru ctu ra de beneficios de su form ulación m u estra p redisposición a la
im plem entación burocrática. Sin em bargo, los derechos de participación in corporan una
dim ensión negativa al igual que positiva y p o r lo tan to son derechos verdaderos.
66 Andrew Arato, “Critical Sociology and A uthoritarian State Socialism ”, en David Held
y John Thom pson (eds.), Habermas: Critical Debates, Cambridge, MIT Press, 1982; E. Fraenkel,
The Dual State, Oxford, Oxford University Press, 1941.
87 TCA, op. cit., vol. 1, pp. 221-223 y 233.
68 La definición de H aberm as de la m odernidad cultural com o algo que im plica la de­
cadencia de la razón sustantiv a y la diferenciación de las esferas de valor del arte, de la
ciencia y de la m oralidad sigue a Weber. W eber atribuye a la m o dernidad cultural y a la se­
cularización los fenóm enos de pérdida de significado y p érdida de libertad. H orkheim er y
A dorno reproducen esta tesis. Véase la discusión en TCA, op. cit., vol. 1, pp. 346-352.
69 TCA, op. cit., vol. 2, pp. 153 y ss.
70 Ibid., pp. 330-331.
71 Ibid., pp. 361-364.
72 Véase el cap. viii .
73 TCA, op. cit., vol. 2, p. 328. Hem os traducido bürgeriichen como "civil”. Es u n erro r obvio
describir como "burguesa" a una sociedad cuyos tres niveles son indicados p o r bourgeois,
citoyen, y homme. (Por supuesto, l'homme en este caso significa hum anidad, no hom bres.)
74 Véase el cap. viii y Jürgen H aberm as, "The New O bscurity: The Crisis of the Welfare
S tate and the E xhaustion of Utopian Energies", The New Conservatism: Cultural Criticism
and the Historians' Debate, Cambridge, MIT Press, 1989.
73 Ibid.
76 Vemos poca razón p ara describir com o utópico al m odelo del E stado benefactor para
com pensar por la enajenación del trabajo, incluso en el m om ento cum bre del reform ism o,
com o lo hace H aberm as en "The New O bscurity”. En realidad, no consideram os a la orga­
nización racional de una sociedad de trabajadores com o u n a característica p rim aria de la
an terio r utopía socialista, en especial p orque m uchas versiones de esta u topía no im plica­
b an la hum anización del trabajo, sino la d ram ática m in im ización del tiem po de trab ajo
—de hecho, la abolición del trabajo—. La utopía socialista es principalm ente una de poder
(organizar a toda la sociedad y no sólo a la producción), así com o la utopía liberal económ ica
es una de m ercado. Fue cuando incorporaron los sueños liberales del crecim iento de la pro­
ducción que la organización del trabajo se convirtió en un factor en las utopías socialistas.
77 Véase en especial la obra m ás utópica de T. W. Adorno, Negative Dialectics, Nueva
York, Seabury Press, 1973.
78 El ejem plo en contrario que presenta H an n ah Arendt, la revolución estadunidense, es
en este contexto un a revolución conservadora en el m ejor de los casos, puesto que podía
basarse en instituciones que ya existían (Estado) com o su pouvoir constituant. N inguna
utopía revolucionaria encontró su inspiración en este m odelo. Debem os observar que la
propia utopía de A rendt (basada parcialm ente en este m odelo) es claram ente u n m odelo de
com unicación autolim itado. Se rehúsa a to talizar al poder dem ocrático y busca lim itarlo
p o r m edio de la ley y la tradición. O tra cosa es que en On Revólution (Nueva York, Penguin
Books, 1977) vincule a la tradición de la lim itación del gobierno con la desaparición de la
participación dem ocrática.
TEORÍA SOCIAL Y SOCIEDAD CIVIL 549

79 Véase M. G auchet, "The Rights of Man", en F. F u ret y M1. O zouf (eds.), A Critical
Dictionary o f the French Revolution, Cambridge, H arvard University Press, 1989.
80 Véase Fran^ois Furet, ¡nterpreting the French Revolution, C am bridge, In g laterra,
C am bridge University Press, 1971.
81 Véase el cap. I.
82 Véase el cap. X.
83 La m ejor discusión de la relación entre la crítica in m anente y-la trascendente sigue
siendo la de T. W. A dorno “Cultural Criticism and Society”, Prisms, Cam bridge, MIT Press,
1981. Véase tam bién Cohén, Class and Civil Society, y A ndrew A rato, “In tro d u c tio n to
Sociology of C ulture”, en Andrew Arato y Eike G ebhardt (eds.), The Essential Frankfurt
School Reader, Nueva York, Urizen Press, 1979.
84 T. W. Adorno, “Ideology", en Frankfurt Institute for Social Research, Aspects o f Sociology,
Boston, Beacon Press, 1972; H erbert M arcuse, One-DimensionalMan, Boston, Beacon Press,
1972. M arcuse, en Soviet Marxism (Nueva York, Vintage, 1961), todavía no había proyectado
el calificativo de unidim ensionalidad a la sociedad civil soviética, con su ideología supues­
tam ente genuina de m arxism o ortodoxo. No obstante, unos pocos años después abandonó
esta reserva.
85 Para un interesante análisis histórico que apoya está tesis, véase, Cari Degler, At Odds:
Women and the Family in America From the Revolution to the Present, Oxford, Oxford
University Press, 1980. Degler argum enta que el desarrollo de la esfera íntim a de la familia,
junto con la doctrina de las esferas separadas y la nueva concepción de la niñez, abrió el
espacio en que las m ujeres pudieron experim entar los principios de u n sentido del yo, a
pesar del hecho de que estaba ligado al papel de esposa y de mujer. Fue esta nueva concep­
ción la que las proyectó en la esfera "pública" y en últim a instancia llevó a sus demanda* de
autonom ía e individualidad en todas las esferas de la vida, desafiando de esa manera el
carácter patriarcal de la prim era form a de la fam ilia de com pañeros y, en últim a Instancia,
la propia doctrina de las esferas separadas. Véase el cap. X.
86 Desde W alter Benjam ín hasta H ans-M agnus Enzensberger, quienes han interpretado
este desarrollo han hecho énfasis en esto frente al punto de vista opuesto de Adorno.
87 H aberm as puede excluirlas debido a un exagerado tem o r de todo corporativism o y
particularism o; véase “The New Obscurity", op. cit. E n este contexto, el correctivo sugerido
—u na com binación de justificaciones norm ativas universales y el pluralism o de las sub-
culturas— está justificado. El tem o r de que estas subculturas sim plem ente constituyan
“una im agen refleja de la zona gris del neocorporatism o” no está justificado, sin embargo,
en vista de la relación de las asociaciones a form as de públicos alternativos que pueden
serlo todo m enos esa zona gris.
88 La discusión en Gabriel A. Almond y Sidney Verba, Civic Culture: Political Attitudes
and Democracy in Five Nations (Prjgcgton, Princeton University Press, 1963), sigue siendo
im presionante en este punto, y los ntievos m ovim ientos del periodo que siguieron a la
publicación de su libro dem ostraron que estaban en lo correcto.
89 Véase el cap. X.
90 TCA, op. cit., vol. 2, cap. vm.
91 La idea de la ley como un medio no significa que la concebimos como un medio de
comunicación al igual que el dinero y el poder sino, más bien, que entendemos a la ley en
algunas de sus capacidades, las dominantes en la sociedad contemporánea, como si se la
hubiera funcionalizado para facilitar la operación de los medios del Estado administrativo
y de la economía de mercado. En este punto de vista, la ley representa el código por medio
del cual operaría el medio genuino del poder, para usar el término de Luhmann. La distin­
ción entre la ley como institución y la ley como un medio, además, puede referirse al mis­
mo código legal operando de dos maneras diferentes; por ejemplo, el mismo estatuto puede
ser aplicado por tribunales administrativos y también por tribunales de jurados. Por su­
puesto, podríamos considerar a la total instrumentación política de la ley como su reduc­
ción a un medio, pero éste seria Idéntico al medio del poder, que con el fin de operar debe
ser representado en un código que sea, *1 ya no genuinamente legal, entonces quizá moral,
histórico-fllosóflco o r*llgloso, Des»fortun«damente, hay suficientes ejemplos de cada una
de estas opciones hoy an día.
550 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

N uestra idea de que hay alternativas en los procesos legales contem poráneos puede ser
derivada por m edios diferentes a la distinción entre la ley com o u n m edio y la ley com o una
institución. E n particular, la distinción que hace Unger entre la ley form al, sustantiva y
procesal representa un punto de vista alternativo provechoso. Parsons fue el prim ero en
ob servar la afinidad electiva en tre la ley form al y la sociedad económ ica, e n tre la ley
sustantiva y la adm inistración del Estado, y entre la ley procesal y la sociedad civil. Podría
ser m ejor de hecho tra ta r a las propias leyes form al y sustantiva, en analogía a la juridificación
liberal y del E stado benefactor, com o am bigua desde el punto de vista de la sociedad civil,
p o r d ar poder a los grupos y a los individuos a la vez que prom ueve nuevas form as de
dependencia y de ausencia de libertad. Como u n a form a de ley reflexiva, la ley procesal (es
decir, los procedim ientos aplicados a otros procedim ientos) no puede rem p lazar a los otros
tipos de ley m oderna. El m etanivel presupone niveles a los que debe ser aplicada, en este
caso de u na m anera reflexiva. Sin em bargo, el creciente uso de la ley procesal puede refor­
zar la dim ensión de la ley sustantiva y form al p ara otorgar poder. Por supuesto, esto puede
verse com o reforzando la dim ensión, aspecto o aplicación de la ley com o u n a institución.
Aunque argum entarem os posteriorm ente que la ley reflexiva ayuda a in tro d u cir u n a nueva
form a de regulación posregulatoria del Estado y la econom ía, tam bién puede rep resen tar
u n a im portante defensa del m undo de la vida contra la colonización que opera a través de
los códigos legales.
92 Véase R. M. Unger, Law in Modem Society, Nueva York, Free Press, 1976, pp. 192-200;
F. Ewald, "A Concept of Social Law", y G. Teubner, "After Legal Instrum entalism ? Strategic
M odels of Post-regulatory Law", am bos en Teubner (ed.), Dilemmas o f Law in the Welfare
State. Ahora incluso Luhm ann parece estar m ás dispuesto a aceptar esta posición historicista,
señalando la politización de la ley en los estados benefactores; véase "The Self-R eproduction
of Law and Its Limits", Dilemmas o f Law in the Welfare State. No obstante, se equivoca al
considerar que el proyecto de la "ley reflexiva” es incluso m ás destructivo de las norm as
que la instrum entalización. A veces, Unger parece com eter u n erro r similar, al tra ta r a la ley
sustantiva y a la procesal de u n m odo indiferenciado, com o si am bas expresaran ra z o n a ­
m ientos legales conducentes a un propósito que destruyen el gobierno de la ley; véase, por
ejem plo, Law in Modem Society, op. cit., p. 195. A p e sa r de lo anterior, en o tras partes
observa correctam ente la incorporación de la form alidad en la ley procesal, que así se
convierte en un com prom iso entre la ley form al y la sustantiva; véase, p o r ejem plo, Law in
Modem Society, op. cit., p. 212.
53 Véase el cap. X.
94 De acuerdo con nuestro p u n to de vista, el neoconservatism o añade la defensa de una
sociedad civil tradicional, autoritaria, al culto neoliberal de la m agia del m ercado. R equeri­
ríam os m ucho tiem po p ara determ in ar cuál de estos enfoques es viable políticam ente, en
especial porque creem os que am bos están plagados de contradicciones in tern as que tienen
que ver con el esfuerzo neoliberal p o r im aginar u n a sociedad sin integración social y el
deseo neoconservador de hacer a la tradición y a la au to rid ad com patible con u n a raciona­
lidad de m ercado totalm ente autónom a. No obstante, am bos, el neoliberalism o y el neo-
conservadurism o, siguen siendo m ás viables que el rechazo fu n dam entalista tan to del E s­
tado m oderno com o de la econom ía m oderna.
95 V éase A. Przew orski, Capitalism and Social Democracy, C am bridge, In g la te rra ,
C am bridge University Press, 1985. Véase tam bién Claus Offe, "Bindung, Fessel, Bremse",
en Axel H onneth et al. (eds.), Zwischenbetrachtungen im Prozess der Aufklárung, Francfort,
S uhrkam p, 1989:
No sabem os de qué instituciones políticas y económ icas consiste el socialism o; aunque
lo supiéram os, el cam ino a ellas sería desconocido; aun q u e éste fuera conocido, partes
im portantes de la población no estarían dispuestas a seguirlo; incluso aunque estuvie­
ran dispuestas a seguirlo, no existiría n inguna g aran tía de que las condiciones estableci­
das serían capaces de funcionar e inm unes a las regresiones; incluso si se p u diera g aran­
tizar todo esto, u na gran parte de la actual tem ática politizada de los problem as sociales
seguiría sin resolverse (p. 746, n o ta 9).
96 Véase la introducción y el cap. I.
97 Véase el cap. VI sobre Foucault.
TEORÍA SOCIAL Y SOCIEDAD CIVIL 551

98 E n este respecto tenem os en m ente a Jam es O’Connor, Fiscal Crisis o f the State, Nueva
York, St. M artin’s Press, 1973; los ensayos de Claus Offe en Strukturprobleme des kapitalis-
tischen Staates, Francfort, Suhrkam p, 1982; y posteriorm ente en Contradictions o f the Welfare
State, op. cit., y H aberm as, Legitimation Crisis, op. cit.
99 Offe, Contradictions o f the Welfare State, op. cit., pp. 149-154.
100 Después de todo, aparte de la desastrosa experiencia del socialism o estatal, el E stado
benefactor ha sido la única realización institucional de algunas de las expectativas signifi­
cativas de los m ovim ientos socialistas, incluso aunque evolucionara den tro de la estru ctu ra
de las econom ías capitalistas. Como un tipo de experim ento socialista, el socialism o-dem ó­
crata term ina, no con los varios program as de Bad Godesberg, sino con la transición de las
estrategias expansionistas keynesianas a la adm inistración de la crisis de los estados bene­
factores establecidos. Véase Przeworski, Capitalism and Social Democracy, op. cit.
!°i Véase, Jürgen H aberm as, The Philosophical Discourse o f Modemity, Cam bridge, MIT
Press, 1987, pp. 358 y ss.
102 Ibid.; véase tam bién H aberm as, "The New O bscurity”, op. cit.
103 En varias obras, Janos Kornai desarrolló el concepto de la limitación presupuestal "sua­
ve”, que, a diferencia de los conceptos de "escasez" o "lim itación de recursos" puede aplicarse
a las econom ías capitalistas. Véase en particular The Economics o f Shortage (Amsterdam,
North-Holland, 1980), los ensayos “The Reproduction of Shortage”, “H ard and Soft Budget
Constraints", y "Degrees of Patem alism ", Contradictions and Dilemmas, Cambridge, MIT Press,
1986, y "A puha kóltségvetési korlát”, Tervgazdasági fórum, núm . 3, Budapest, 1986.
104 E sta lógica fue reconstruida p ara el socialism o estatal en las teorías de los ciclos de
econom istas com o T. B auer y K. A. Sós. Los ciclos de inversión bajo el socialism o de Estado
son la m ejor evidencia de la capacidad del m edio del poder p a ra co n stitu ir sistem as, puesto
que sabem os que la estructu ra de expectativas y negociación que subyace en estos ciclos es
una estru ctu ra política en que la posesión del poder, y no la eficiencia económ ica, es la que
determ ina los resultados.
105 K ornai, “A puha kóltségvetési korlát”, op. cit., pp. 11 y ss.
106 De esa m anera, algunas áreas im portantes carecen de suficiente regulación, en tanto
que otras están sobrerreguladas.
107 Offe, “Competitive Party D emocracy and the K eynesian Welfare S tate”, p. 200. Un
aspecto interesante de la concepción de K ornai es tam bién que no es sólo la intervención
estatal com o tal, sino u na estru ctu ra de expectativas de intervenciones ru tin arias, la que
debilita las lim itaciones presupuéstales y orienta las em presas a la com petencia política,
jerárquica, en vez de a la económ ica, horizontal; véase, p or ejem plo, "The R eproduction of
Shortage", op. cit., p. 14.
108 Uno debe distinguir en tre los fenóm enos relacionados de la escasez y de la inflación,
incluso aunque am bos se puedan deber a la dem anda excedente. Por lo m enos en Occiden­
te, la inflación es un fenóm eno deWWBOmías lim itadas p o r la d em anda en que la demanda
excedente lleva a precios m ás altos p ara los bienes disponibles. La escasez o producción
insuficiente (shortage), en las econom ías de tipo soviético, en que hay lim itación de recur­
sos [a la que no se debe igualar con la categoría económica general de la escasez (scarcity)]
representa u na situación en que los bienes no están disponibles ni siquiera a u n precio
inflacionario. P ara la distinción en tre las econom ías lim itadas p o r la d em an d a y las eco­
nom ías lim itadas p o r los recursos, véase K ornai, "The R eproduction of S h o rtag e”, op. cit.
109 Véase Przeworski, Capitalism and Social Democracy, op. cit. H aberm as observa que,
por lo m enos en E uropa, los conservadores son los leales al E stado benefactor; véase “The
New O bscurity”, op. cit.
no v éase H aberm as, “The New Obscurity", op. cit.) y Arato, “Civil Society, H istory and
Socialism", op. cit., pp. 140-144.
n i Véase Arato, "Civil Society, H istory and Socialiim ".
Véase, por ejemplo, Jean L. Cohén, "Rethinking Social Movementi”, Btrktlty Journal of
Sociology, 28, 1983, pp. 97-113. Andrew Arato y Jean L. Cohan, "Soeial Movements, Civil Society
and the Problem of Sovereignty”, Praxis International, vol, 4, núm. 1, 1984, pp. 266-283.
113 Habermas, "The New Obscurity", op. c it., p. 64,
>'« Ibid. ' -------
552 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

115 H aberm as, Philosophical Discourse o f Modemity, op. cit., pp. 363-364. El térm ino
"reflexivo” adoptado de L uhm ann, significa la aplicación de un proceso o u n a estrategia a
sí m ism o (procedim iento a p rocedim iento, decisión a decisión, etc.). V éase L u h m an n ,
"Reflexive M echanism en", Soziologische Aufklárung, vol. 1, Opladen W estdeutscher Verlag,
1970, pp. 92-112.
116 Aquí el punto no es que países com o los Estados Unidos con u n a protección m ínim a
contra las fuerzas del m ercado (que carece de un seguro universal de salud y de program as
de capacitación p ara el empleo, p o r ejem plo) deban de alguna m an era re n u n ciar a éstas,
sino m ás bien que no es necesario seguir el curso que siguieron prim ero las socialdemocracias
europeas y sólo después im ag in ar nuevas form as de d esm antelar las estru ctu ras costosas,
opresivas, burocráticas y paternalistas que se han construido en nom bre de la solidaridad.
Todavía es posible in corporar selectivam ente los logros de los estados benefactores m ás
avanzados —p o r ejem plo, su stitu ir p o r beneficios universalistas, beneficios “som etidos a
p rueba p o r los m edios” en ciertos casos.
117 H aberm as, correspondencia personal, 1986.
118 H aberm as, Philosophical Discourse o f Modemity, op. cit., p. 364. No obstante, en esta
p arte la traducción es inadecuada; véase la edición alem ana, Der philosophische Diskurs der
Modeme, Francfort, Suhrkam p, 1985, pp. 422-433.
119 Parsons parece argum en tar lo contrario; véase especialm ente Talcott P arsons y Neil
Smelser, Economy and Society, Nueva York, Free Press, 1956. Por un fugaz m om ento H aberm as
parece haber caído en esta posición; véase "The New Obscurity”, op. cit., p. 65. Así como
H aberm as afirm a que algunos de los seguidores de Luhm ann se ven obligados a p erm itir que
la teoría de la acción com unicativa vuelva a ser incluida en form a indirecta debido a proble­
m as que de otra m anera resultarían insolubles, él m ism o parece experim entar en ocasiones
u n a tentación sim ilar respecto a la teoría de los sistem as autocreadores. E n este caso, sin
embargo, poco tiem po después H aberm as rechazó la idea de que un nuevo m edio de direc­
ción de otro nuevo subsistem a pueda colocar a los sistem as autocreadores bajo form as
au tolim itantes de control; véase Philosophical Discourse o f Modemity, op. cit., p. 363.
120 Así, es un grave error co ntraponer la solidaridad y los derechos com o lo hace Unger
en su análisis (en otros aspectos m uy elaborado) del concepto de solidaridad (Law in Modem
Society, op. cit., pp. 206-213).
121 M ancur Olson, The Logic o f Collective Action, Cam bridge, H arv ard U niversity Press,
1973; A lbert H irschm an, Shifting Involvements, P rinceton, P rin ceto n U niversity Press,
1982, cap. V.
122 Sobre este últim o punto, véase el cap. X. Debem os decir que H aberm as ha revisado
ahora las tesis generales pesim istas de The Structural Transformation o f the Public Sphere y
retornado a su propuesta originalm ente vacilante según la cual la resurrección de la p rem i­
sa em ancipadora de la esfera pública clásica en el m undo contem poráneo sólo puede ser
obra de u na pluralidad de asociaciones, intern am en te públicas en su organización y que
tienen el objetivo de reconstituir la discusión pública en todos los niveles de la sociedad. Al
d a r este paso, H aberm as coloca a su teoría de los m ovim ientos sociales sobre nuevas bases,
rem plazando a la teoría de la fragm entación (em píricam ente falsa) con una teoría de la
asociación que opera al nivel m icro de la sociedad.
123 André Gorz, Farewell to the Working Class, B oston, South E n d Press, 1982.
124 Ibid., pp. 97-100.
125 Ibid., p. 97. John Keane en Democracy and Civil Society (Londres, Verso, 1988) repite
el sesgo de Gorz respecto a la planificación estatal del cam po de la necesidad: parece iden­
tificar a la propiedad nacionalizada o cuyo dueño es el E stado con la propiedad socializada,
y espera salvar a los m ercados introduciéndolos aju stad am en te en el cam po de la libertad
o de la sociedad civil ju n to con la cooperación, la reciprocidad y el trueque. E sta operación
no tom a en cuenta la idea de que los m ercados, p o r u n a parte, y las asociaciones y los
públicos p o r la otra, representan lógicas del todo diferentes y tienen relaciones diferentes
con la "necesidad". Este acto de prestidigitación produce im potencia teórica ante la asim i­
lación del funcionam iento de uno al del otro, lo que lleva o al prim itivism o económ ico o a
la colonización del m undo de la vida. De lo que se tra ta no es tan to de la posibilidad o
incluso de la necesidad de la actividad m aterial coordinada por la reciprocidad, la coopera-
TEORÍA SOCIAL Y SOCIEDAD CIVIL 553

ción y la m utualidad, y relacionada con diferentes form as de p ropiedad com o los funda­
m entos m ateriales de la autonom ía y de la solidaridad en la sociedad civil. No hay razón
p ara poner en duda la im portancia de la actividad “económ ica” en el sentido "sustantivo"
en que Polányi usa el térm ino, p a ra rep ro d u cir a la sociedad civil. Sin em bargo, en lo que
insistim os, y que K eane descuida, es la im p o rtan cia p a ra to d a sociedad genuin am en te
m oderna y en especial p ara la sociedad civil, de la existencia de m ecanism os económ icos
diferenciados de todas las form as de integración social —en otras palabras, de la im p o rtan ­
cia de la econom ía en el sentido "form al” de Polányi—. E sta dim ensión no puede ser aco­
m odada en la estructura dicótom a del E stado y de la sociedad civil sin re to rn a r a las ilusio­
nes de una coordinación estatista de la econom ía m oderna, las que reaparecen en Gorz.
126 Gorz, Farewell to the Working Class, p. 104.
127 Puede ser que Gorz considera a la estru ctu ra de tres partes indispensable p ara des­
cribir al presente capitalista, que im plica p o r lo m enos la relativa independencia m u tu a de
la econom ía de m ercado y de la adm inistración p o r el E stado, y que él propone el modelo
de dos partes que im plica la estatización de toda la vida económ ica d iferenciada de la
sociedad civil sólo para el futuro. Incluso ese m odelo sería un testim onio de la ortodoxia
m arxista de su concepción.
128 Keane, Democracy and Civil Society, op. cit., p. 87.
129 Véase, en particular, Claus Offe, Disorganized Capitalism, Cam bridge, MIT Press, 1985,
cap. II y m.
130 No es del todo convincente que la form a presente del arreglo propuesto, que implica
ingresos garantizados, sea com patible con la existencia de algún m ercado de trabajo genui­
no y que algún ajuste detallado de los diferenciales del ingreso p u ed a m a n ten er simultánea­
m ente el prestigio de las form as de actividad en el segundo sector y las ventajas económicas
relativas del trabajo en el prim ero. No estam os en condiciones de evaluar la viabilidad del
m odelo general. No obstante, bajo las circunstancias actuales, apoyam os la estrategia polí­
tica de red u cir el tiem po de trabajo form al, así com o las iniciativas p ara u n a evaluación
m ás am plia y u na utilización m ás extensiva p o r los dos sexos de form as de actividad coope­
rativas y recíprocas, que hoy en día form an u n a esfera de actividad que corresponde mál
que nada a las m ujeres.
131 Offe, Disorganized Capitalism, op. cit., pp. 70-71.
132 Véase el cap. XI.
133 H aberm as em plea su propia estru ctu ra de u n a m anera que a veces se acerca preca­
riam ente a los esquem as duales de Gorz, a los que sin em bargo rechaza en un nivel político
más concreto.
134 E n nuestra concepción, las asociaciones políticas, los p artid o s y los parlam entos
represen tan las instituciones clave de la sociedad política. Todas ellas p u ed en in co rp o rar
la dimensión de la publicidad, aunque ésta debe hacerse compatible con las dem andas de la
razón estratégica. Por lo tanto, a dire^Sbia de los públicos de la sociedad civil, los de la socie-
dád política no pueden g aran tizar una com unicación abierta, to talm ente sin restricciones y
sólo pueden lograr una relativa igualdad de acceso y participación m ediante reglas form a­
les de procedim iento. A pesar de esta lim itación, el público política es u n a estru ctu ra a b ier­
ta debido a su perm eabilidad a la com unicación social general. Debem os a d m itir que es
difícil aplicar la m ism a concepción a la sociedad económ ica, donde las condiciones de
publicidad y por lo tanto las posibilidades de dem ocratización están incluso m ás restringi­
das. A ctualm ente nos inclinam os a d a r im portancia a la propiedad y la participación como
las categorías clave de la m ediación de la sociedad económ ica. Puede ser que el m enor
grado de participación en esta esfera se p ueda com pensar m ediante u n a p luralidad de
form as de propiedad, a través de las cuales la sociedad civil y sus instituciones podrían en
principio obtener acceso a la sociedad económ ica. De hecho, la participación de las com u­
nidades, de las organizaciones no lucrativas e incluso de las agencias de bienestar social
com o dueñas de propiedad productiva, puede en principio rem p lazar a las form as de regu­
lación del E stado benefactor. Además, instituciones com o la negociación colectiva, la re­
presentación de los trabajadores en la» iuntatr directivas de las com pañías y los procedi­
m ientos de quejas son todas parte d»la>oetedad económica".
139 Teubner, "After Legal Inatrurnenfalism?", op. cit., p. 315.
554 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

136 G. Teubner, "C orporate Fiduciary Duties and their Beneficiaries", en K. J. H opt y G.
T eubner (eds.), Corporate Govemance and Directors Liabilities, Berlín, de Gruyter, 1985,
p. 162; "After Legal Instrum entalism ?”, op. cit., pp. 315-316.
137 G. Teubner, “Substantive and Reflexive Elem ents in M odera Law”, Law and Society
Review, vol. 17, núm . 2, 1983, p. 272; "After Legal Instrum entalism ?", op. cit., p. 312.
138 TCA, op. cit., vol. 2, p. 371; Teubner, "After Legal Instrum entalism ?", op. cit., p. 317.
139 Teubner, "Substantive and Reflexive E lem ents in M odera Law”, op. cit., p. 275.
149 Ibid., pp. 257, 267 y 275.
141 Teubner, “After Legal Instrum entalism ?”, op. cit., p. 317. Tam bién m enciona ejem ­
plos desarrollados en diferente grado, en la ley sobre la propiedad (Ibid., p. 317), la ley
contractual ("Substantive and Reflexive Elem ents in M odera Law”, op. cit., p. 256), y en la
ley de sociedades anónim as (“C orporate Fiduciary Duties and th eir B eneficiaries”, op. cit.,
pp. 166 y ss).
142 Teubner, "Substantive and Reflexive E lem ents in M odera Law”, op. cit., p. 278.
143 Ibid., pp. 272-273.
144 Teubner, "C orporate Fiduciary Duties and th eir Beneficiaries”, op. cit., p. 165.
145 Teubner, "After Legal Instrum entalism ?", op. cit., pp. 316-317.
146 Ibid., p. 316.
147 Teubner, "C orporate Fiduciary Duties and th eir B eneficiaries”, op. cit., p. 159.
148 Teubner, “Substantive and Reflexive Elem ents in M odera Law”, op. cit., p. 273.
149 H. Willke, "Three Types of Legal Structure: The Conditional, the Purposive and the Rela-
tional Program ”, en Teubner (ed.), Dilemmas ofLaw in the Welfare State, op. cit., pp. 290-291.
150 Aquí no nos interesa que el ejem plo em pírico de Willke —la Konzertierte Aktion (Ac­
ción C oncertada) neocorporativa establecida p o r los socialdem ócratas de la gran coalición
en 1967— sea fundam entalm ente un discurso no público que no estaba ab ierto a la p artici­
pación de todos los intereses afectados centralm ente. E sta debilidad puede originarse en la
concepción general de Willke. En la m edida en que le es difícil conceptualizar las implican
ciones constitucionales de la parte de su análisis que se basa en el m odelo discursivo, retro ­
cede hacia u n discurso que parece desem peñar un papel coordinador en el contexto elegi­
do, el de la negociación entre el gobierno, los trabajadores y los negocios. Sin em bargo, la
elección neocorporativa no ayuda en el segundo problem a; el establecim iento legítim o de
m etas y finalidades para todos los subsistem as relevantes.
151 Para L uhm ann puede ser m enos difícil tra ta r con este problem a, debido a que su
p ropuesta de un a autoform ación restablecida es m enos intrusiva, m enos intervencionista.
Sólo argum enta p o r la autorregulación p er se y no p o r la regulación indirecta de la autorre-,
gulación. Es la idea residual de la regulación norm ativa la que deja expuesto a T eubner a la
pregunta: ¿cuál es la fuente de esta regulación com ún? y ¿de qué m an era puede reconciliáis
se al hecho de tener esa fuente com ún con la autorregulación?
152 H aberm as, Philosophical Discourse o f Modemity, op. cit., pp. 364-365.
153 Véase Talcott Parsons, "On the Concept of Political Pow er” y "On the Concept o£
Influence", Politics and Social Structure, pp. 363 y ss, 410-418 y 432-436.
134 TCA, op. cit., vol. 2, pp. 182 y ss y 278-282.
155 Parsons, "On the C oncept of Influence", op. cit., pp. 416-418.
156 E studiarem os la naturaleza de los procesos discursivos societales que pueden ser
im portantes para la dirección en los cap. X y XI. ¡
157 Véase M. González (P. Piccone), “Exorcising Perestroika", Telas, núm . 81, otoño de 1989,
158 Alain Touraine, The Voice and the Eye, Cam bridge, Inglaterra, C am bridge University
Press, 1981, cap. V y VI.
159 Sólo una Alem ania oriental totalm ente incorporada a O ccidente podría orientara*
plenam ente en dirección de la dem ocracia elitista sin perd er legitim idad. De aq u í la deca­
dencia del Neues Forum , u n a organización que obviam ente pertenece a la sociedad civil.
E n otros países, organizaciones constituidas de m an era sim ilar han seguido siendo impor-
tantes, pues se orientaron en form a m ás decidida que el Neues Forum en dirección de la
sociedad política.
160 É sta es la tarea que se les p resenta a todos los actores políticos y, según Hannah
Arendt, constituye parte de u n pouvoir constituant.
TEORÍA SOCIAL Y SOCIEDAD CIVIL 555

161 E n esta m edida, estam os de acuerdo con el p rogram a "liberal conservador” de Janos
K om ai —com o lo expresa, p o r ejem plo, en Road to a Free Economy, Nueva York, N orton,
1990— incluso si nos es difícil enten d er la razón p o r la que propone d ejar al secto r de
propiedad estatal en su form a actual (excepto p o r un a m uy poco p robable reducción de sus
apoyos y subsidios presupuéstales). Quizás él considera que las otras soluciones sugeridas,
en ausencia de com pradores privados legítimos y de "capital de operación” (com o los esque­
m as de propiedad de los trabajadores o de distribución de acciones públicas), son sim ple­
m ente nuevas encarnaciones de las ilusiones de un socialism o de m ercado que co n d u cirá a
la burocratización inform al en form as legítimas. Así, en su opinión, no sería tan probable
que estos esquem as condujeran a reducciones de los subsidios al "sector b u ro crático ”, com o
los actuales acuerdos, ya desacreditados. Según nosotros, lo con trario es lo cierto en el
contexto de las actuales redes inform ales "clientelistas”, a las que los antig u o s gerentes
tienen acceso en tanto que los consejos de trabajadores o los ciudadanos p ropietarios no.
162 Llega tan lejos que se opone incluso a todo im puesto sobre la ren ta significativo para
los em presarios actuales, a p esar de la ab u n d an te evidencia en O ccidente de que esa políti­
ca no prom ueve necesariam ente ni los ahorros ni la inversión.
X. LOS MOVIMIENTOS SOCIALES
Y LA SOCIEDAD CIVIL

N uestra tesis es que los movimientos sociales constituyen el elemento di­


námico en procesos que podrían convertir en realidad los potenciales posi­
tivos de las sociedades civiles modernas. También afirmamos que nuestra
teoría reconstruida de la sociedad civil es indispensable para entender
adecuadamente la lógica, lo que está enjuego y los potenciales de los mo­
vimientos sociales contemporáneos. Como se indicó en el prim er capítu­
lo, el tema de la autodefensa de la “sociedad contra el Estado" (y contra la
economía de mercado capitalista no regulada) ha sido planteado por varios
actores colectivos contemporáneos que luchan por una sociedad civil autó­
noma y democrática. También hemos demostrado la continua importancia
de las categorías clave de la sociedad civil m oderna y el carácter bidimen-
sional de sus instituciones centrales. Lo que queda por m ostrar es: 1) la
relación sistemática entre los potenciales de una sociedad civil que ya es
moderna (aunque incompletamente) y los proyectos de actores colectivos
contemporáneos, y 2) la importancia de nuestra reconstrucción de la cate­
goría de sociedad civil en términos de la distinción sistem a/m undo de la
vida para una interpretación (reconocidamente partidista) de estos proyec­
tos. Tratamos el prim er tema demostrando la centralidad de los rasgos
clave de la sociedad civil moderna para sus dos principales paradigmas teó­
ricos en el estudio de los movimientos sociales. Mediante el ejemplo del
movimiento feminista, tratam os luego de m ostrar que la estrategia dual
de los movimientos contemporáneos que buscan la democratización políti­
ca y societal puede entenderse mejor a la luz del análisis estructural de la
sociedad civil contemporánea que se bosquejó en el capítulo IX.

N u e v o s p a r a d ig m a s t e ó r i c o s
Y MOVIMIENTOS SOCIALES CONTEMPORÁNEOS

El término "nuevos movimientos sociales" ha obtenido amplia aceptación


entre los teóricos simpatizantes de los movimientos pacifistas, feministas,
ecologistas y a favor de la autonomía local que han proliferado en Occidente
desde mediados de la década del setenta. Pero aún no está claro si realmente
hay algo significativamente nuevo en estos movimientos y cuál es la im­
portancia teórica o política de las innovaciones. En realidad, hay poco
556
L O S M O V IM IE N T O S S O C IA L E S Y LA S O C IE D A D C IV IL 557

acuerdo entre los teóricos sobre lo que es exactamente un movimiento,


sobre lo que se puede calificar como un nuevo tipo de movimiento y sobre
el significado de un movimiento social distinto a un partido político o un
grupo de interés.
Hemos tratado muchos de estos temas en otras partes.1Aquí no nos in­
teresa ni la definición ni lo nuevo de los movimientos sociales per se, sino
más bien la relación entre la acción colectiva contemporánea y la socie­
dad civil. Nos aproximaremos a este tem a estudiando la forma en que se
le trata en los dos paradigmas que compiten en este campo: el paradigma de
la “movilización de recursos” y el paradigma “orientado a la identidad".2
Cada aproximación supone una estructura teórica que excluye el principal
foco de atención del otro. Trataremos de m ostrar que estas aproximacio­
nes no son necesariamente incompatibles, en parte porque ambas depen­
den de rasgos clave de la sociedad civil m oderna para señalar lo que es es­
pecífico a los movimientos sociales modernos. Ninguno de los paradigmas
trata directam ente la importancia teórica de la odisea de la sociedad civil
para la emergencia y transformación de los movimientos modernos, pero
una m irada general a los análisis desarrollados dentro de cada perspecti­
va revela la centralidad del concepto de sociedad civil para cada una de
ellas.
Nuestra presuposición es que los movimientos contemporáneos son "nue­
vos” de alguna m anera significativa. Lo que tenemos en mente, ante todo,
es la autocomprensión que abandona los sueños revolucionarios a favor
de una reforma radical que no se orienta, ni necesaria ni principalmente,
al Estado. Llamaremos "radicalismo autolim itado” a los proyectos para la
defensa y la democratización de la sociedad civil que aceptan la diferencia­
ción estructural y reconocen la integridad de los sistemas políticos y econó­
micos. No creemos que sea posible justificar esta afirmación sobre lo que
es nuevo en los movimiento$Mt^iaaando como base una filosofía de la histo­
ria que vincule la “esencia verdadera" de lo que los movimientos "realmente
son” (sin im portar lo heterogéneo de sus prácticas y formas de concien­
cia) a una supuesta nueva etapa de la historia (la sociedad postindustrial).
Tampoco el tema de la "sociedad contra el Estado", que com parten todos
los movimientos contemporáneos (incluyendo algunos de la derecha), im­
plica en sí algo nuevo en el sentido de una ruptura radical con el pasado.
Por el contrario, supone la continuidad con lo que vale la pena conservar
(aunque se le dispute acaloradamente) en las instituciones, normas y cultu­
ras políticas de las sociedades civiles contemporáneas. Entonces, el proble­
ma es saber si este tema ha sido conectado, y de qué manera, con nuevas
identidades, formas de organización y escenarios de conflicto.
Hay dos formas posibles de responder a estas preguntas. La primera
supone una aproxlmaolól^hermendutica a la autocomprensión de los acto-
558 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

res colectivos contemporáneos vis-á-vis su identidad, objetivos, metas y


estrategias.3Pero la pregunta por la identidad de los movimientos contem­
poráneos basada en interpretaciones de formas teóricas de autoexpresión
no debe absolutizarse metodológicamente. En particular, confrontar este
método con la ciencia social sistemática debe ser muy útil. Por ejemplo,
sería importante, al juzgar la contribución de paradigmas sociales-cientí-
ficos en competencia, determ inar la medida en que cada uno es capaz de
explicar las experiencias articuladas por las teorías para y dentro de los
movimientos. Si queremos evitar la falacia objetivista que define la "ver­
dad" como posesión única del sistema de la ciencia, tenemos que insistir
en el aprendizaje no sólo sobre los movimientos, sino tam bién de los mo­
vimientos. Pero también debemos tener cuidado de evitar la falacia her­
menéutica. La investigación hermenéutica debe ser com plementada por
un enfoque que implica tom ar el punto de vista del observador, en vez del
de los participantes. Esto nos perm itirá evaluar las formas en que el con­
texto y las transformaciones de la sociedad civil están relacionados con la
aparición y lógica de la acción colectiva. Este caso supone un diferente
nivel analítico —el de la ciencia social objetivadora—. Las teorías de los
movimientos contemporáneos deben, por lo tanto, plantear las siguientes
preguntas: ¿En qué tipos de sociedad ocurren los movimientos? ¿Qué con­
tinuidades o discontinuidades existen respecto al pasado? ¿De qué ins­
tituciones se trata? ¿Cuáles son los intereses políticos generales de los
conflictos? y ¿cuáles son las posibilidades de desarrollo disponibles para
los actores colectivos? M ostraremos que las categorías de la sociedad
civil proporcionan indicios para responder en ambos paradigmas. Tam­
bién estructuran el enfoque "clásico” del estudio de los movimientos
sociales ante el cual los nuevos paradigmas se distinguen explícitamente.
Resumiremos este enfoque con el fin de subrayar los cambios en la eva- ¡
luación de la interrelación entre la sociedad civil y los movimientos socia­
les que sirven como el punto de partida de ambos paradigmas contem­
poráneos.
El paradigma teórico clásico, que predominó hasta principios de la
década de 1970, fue la tradición social sociopsicológica de la Escuela de
Chicago.4 Las variantes a las que los teóricos contemporáneos han presta­
do más atención y crítica, han sido las teorías de la sociedad de masas
(Kornhauser, Arendt, etc.) y el modelo estructural-funcionalista de la con­
ducta colectiva presentado por Smelser.5 Hay im portantes diferencias en­
tre estas versiones de la teoría de la conducta colectiva, pero todas com­
parten los siguientes supuestos:1

1. Hay dos clases diferentes de acción: la institucional-convencional y la


no institucional-colectiva.
LOS MOVIMIENTOS SOCIALES Y LA SOCIEDAD CIVIL 55 9

2. La acción no institucional-colectiva es una accióh que no está orienta­


da por las normas sociales existentes, sino que se forma para hacer
frente a situaciones no definidas o no estructuradas.
3. A estas situaciones se les entiende en términos de un colapso, debido a
cambios estructurales, ya sea de los órganos de control social o de lo
adecuado de la integración normativa.
4. La presión, descontento, frustración y agresiones resultantes hacen que
los individuos participen en la conducta colectiva.
5. La conducta no institucional-colectiva tiene un “ciclo de vida", abierto
al análisis causal, que pasa de la acción espontánea de la m ultitud a la
formación de públicos y de movimientos sociales.
6. La emergencia y crecimiento de los movimientos dentro de este ciclo
ocurre por medio de procesos simples de comunicación: la com unica­
ción rápida, el rumor, la reacción circular, la difusión, etcétera.

Los teóricos de la conducta colectiva se han concentrado en la explica­


ción de la participación individual en los movimientos sociales, conside­
rando los reclamos y valores como respuestas al rápido cambio social
(presión) y a la desorganización social. Por supuesto, no todos los teóricos
en esta tradición consideran que la conducta colectiva es una respuesta
anormal o irracional al cambio por parte de individuos no vinculados. No
obstante, todos consideran a la multitud como el átomo básico de la ana­
tomía de la conducta colectiva. Todos los teóricos de la conducta colecti­
va ponen énfasis en las reacciones psicológicas ante el colapso, los modos
burdos de comunicación y metas cambiantes. Esto m arca un sesgo implí­
cito al considerar la conducta colectiva como una respuesta no racional o
irracional al cambio. Es dicho sesgo, más explícito en los enfoques de la
sociedad de masas del tipo de Smelser, el que ha generado la crítica de los
teóricos contemporáneos. sesgo también es el que impide cualquier
examen de la relación entre la acción colectiva y la modernización de la
sociedad civil, porque presupone desde el principio que la acción colecti­
va se deriva del colapso (normativo e institucional) de la sociedad civil.
Lo inadecuado de la tradición clásica se hizo patente en las décadas de
1960 y 1970, cuando surgieron movimientos sociales de gran escala en los
Estados Unidos y Europa. El desarrollo de los movimientos en los siste­
mas de organización política caracterizados por los pluralistas como de­
mocráticos y en sociedades civiles con una multiplicidad de asociaciones
voluntarias y esferas pública y privada vitales, puso en cuestión la ver­
sión de la sociedad de masas del paradigma de la conducta colectiva.
También contribuyó el hecho de que los actores en los movimientos de la
Nueva Izquierda, de derecho! civiles y feministas difícilmente se ajusta­
ban a la imagen de dilGOfiformei sociales anómicos, fragmentados e Irra-
560 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

cionales. Tampoco el modelo de Smelser (presión estructural/creencia ge-


neralizada/explosión) es adecuado para explicar el momento, el carácter
cognitivo, las formas organizativas, la conducta ni las metas de los ac­
tores de los movimientos. Los movimientos de las décadas de 1960 y 1970
no fueron respuestas a la crisis económjca o al colapso normativo. Supo­
nían metas concretas, valores e intereses generales claramente articula­
dos, y cálculos racionales de estrategias. Quedaba claro que requerían un
^ huevo enfoque teórico. En los Estados Unidos la respuesta fue el paradig-
\ ma de la "movilización de recursos"; en Europa occidental, lo fue el pa­
radigma de los "nuevos movimientos sociales".
A pesar de diferencias cruciales, ambos paradigmas suponen que los mo­
vimientos sociales se basan en conflictos entre grupos organizados con
asociaciones autónomas y formas sofisticadas de comunicación (redes,
públicos). Ambos argumentan que la acción colectiva conflictiva es normal
y que los participantes por lo común son miembros racionales bien integra­
dos en organizaciones. En resumen, la acción colectiva supone formas de
asociación y de estrategias propias del contexto de una sociedad civil plu­
ralista moderna. Este contexto incluye los espacios públicos (las institucio-
nes sociales), los medios de masas (la prensa), los derechos (de asociación,
de expresión, de reunión), las instituciones políticas representativas y el
sistema legal autónomo, todos los cuales son blanco de los movimientos so­
ciales que tratan de influir en la política o de iniciar un cambio. Ambos
enfoques también distinguen entre dos niveles de acción colectiva: la dimen­
sión manifiesta de las movilizaciones a gran escala (huelgas, mítines, mani­
festaciones, plantones, boicots) y el nivel-menos visible, latente, de las for­
mas de organización y comunicación entre grupos que hacen posible la
vida diaria y la continuidad de la participación de los actores. Es la insis­
tencia de estos enfoques en la organización previa de los actores sociales
y en la racionalidad del conflicto colectivo lo que desafía directam ente a
las teorías clasicas de los movimientos sociales, porque implica que ca­
racterísticas que antes se consideraban exclusivas de la acción colectiva
"convencional” son también vigentes para las formas no convencionales
de conducta colectiva. En otras palabras, ¡es la sociedad civil, con sus
asociaciones intermedias y autónomas tan apreciadas por los pluralistas,
y no su terrorífica imagen de la sociedad de masas la que allana el terreno
en el que aparecen los anatematizados movimientos sociales!

E l p a r a d ig m a d e l a m o v i l i z a c i ó n d e r e c u r s o s

Los teóricos de la movilización de recursos empezaron rechazando el én­


fasis en los sentimientos y en los reclamos, el uso de las categorías psico-
LOS MOVIMIENTOS SOCIALES Y LA SOCIEDAD CIVIL 561

lógicas y la concentración en el colapso característico del enfoque de la


conducta colectiva. Además, reunieron una cantidad impresionante de
evidencia empírica para refutar la idea de que individuos desvinculados,
motivados por la presión social, son los principales actores en los movimien­
tos sociales.6 Más significativo desde su propio punto de vista, los teóricos
de la movilización de recursos dem ostraron que se necesitan formas
organizativas y modos de comunicación complejos que van más allá de los
burdos mecanismos descritos en la literatura clásica para movilizar a la
acción colectiva.
Basados en la obra de economistas (Olson), de científicos políticos (Sa-
lisbury) y de historiadores (Rudé, Hobsbawm, Soboul, Wolff), los teóricos
de la movilización de recursos resaltan en variables “objetivas” como la or­
ganización, los intereses, los recursos, las oportunidades y las estrategias
para explicar las movilizaciones en gran escala. A estas variables se les tra­
ta desde el punto de vista de una lógica neoutilitarista imputada a los acto­
res colectivos. El "actor racional" (el individuo y el grupo) que emplea un
razonamiento estratégico e instrumental, remplaza a la multitud como re­
ferente central para el análisis de la acción colectiva. Por supuesto, hay dife­
rentes orientaciones dentro de este paradigma, que van desde la lógica ri­
gurosamente individualista, utilitaria, del enfoque del actor puram ente
racional (propuesta inicialmente por Olson) hasta el enfoque organizati-
vo-empresarial de McCarthy y Zald, y el modelo de los procesos políticos
propuesto por los Tilly, Oberschall, Gamson, Klandermans y Tarrow.7 La ma­
yoría de los miembros de este último grupo hacen menos rígido el riguroso
cálculo individualista de intereses característico de Olson, al postular a gru­
pos de solidaridad con intereses colectivos como los protagonistas de la ac­
ción colectiva. A pesar de sus diferencias, todas las versiones del enfoque
de la movilización de recursos analizan la acción colectiva en térm inos de
la lógica de la interacción estratégica y de los cálculos costo-beneficio.8
Los teóricos de la movilización de recursos com parten los siguientes
supuestos:

/. Debe entenderse a los movimientos sociales en términos de una teoría


de conflicto de la acción colectiva.
2. No hay ninguna diferencia fundamental entre la acción colectiva insti­
tucional y la no institucional.
J. Ambas suponen conflictos de intereses construidos dentro de las rela­
ciones de poder institucionalizadas.
4. La acción colectiva implica la búsqueda racional de intereses por los
grupos.
5. Los objetivos y rociamos son productos permanentes de las relaciones
de poder y no puadan^fXplicar la formación de los movimientos.
562 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

6. Los movimientos se forman debido a cambios en los recursos, organi­


zación y oportunidades para la acción colectiva.
7. El éxito implica el reconocimiento del grupo como un actor político o la
obtención de mayores beneficios materiales.
8. La movilización implica organizaciones formales a gran escala, con un
propósito especial, burocráticas.9

Organización y racionalidad son palabras clave de este enfoque. El aná­


lisis no procede de una relación hermenéutica con la ideología o autocom-
prensión de los actores colectivos. Por supuesto, desde el punto de vista
de la hermenéutica, se puede responder que el punto de vista del análisis
sí se aproxima al de un organizador de movimientos interesado en los im­
perativos de la movilización, pero es más justo decir que lo que domina
aquí es el punto de vista de un observador del ambiente político, punto de
vista que puede ser útil para los organizadores.
No obstante, encontramos sorprendente que las referencias a “comuni­
dades todavía viables o parcialmente viables” o “grupos asociativos organi­
zados para fines distintos de la oposición" (Oberschall); a la existencia de
“intereses colectivos” (Tilly); “incentivos sociales” (Fireman, Gamson) o a
"bases sociales con conciencia" que donan recursos (McCarthy, Zald) abun­
den en la literatura sobre el tema, lo que supone el reconocimiento de una
base societal “civil” y no "de masas” de la acción colectiva racional, or­
ganizada, m oderna.10 Lo que sigue siendo problemático en todo el enfo­
que es que no da una explicación adecuada de las formas organizativas que
presupone. Tal explicación requeriría explorar el terreno social y político
que constituye la condición de posibilidad para la emergencia y el éxito de
los movimientos modernos.
La reconstrucción hecha por Charles Tilly del impacto del desplaza-
miento de las estructuras de poder locales a las nacionales sobre las for­
mas organizativa y tipos de acción colectiva da un paso im portante en
esta dirección. Además, su versión de la teoría de la modernización des­
cribe la emergencia del repertorio de acciones y los tipos de asociaciones
presupuestos por la teoría de la movilización de los recursos. Así, su aná­
lisis histórico-comparativo ubica y a la vez trasciende su estructura, y m u­
chos de sus descubrimientos más significativos respecto a las nuevas formas
de vida del grupo tienen consecuencias para el desarrollo de dimensiones
clave de la sociedad civil que no pueden reducirse a las categorías analíti­
cas de su enfoque de la movilización de recursos.11 Tampoco ofrece me­
dios adecuados para explicarlas nuevas formas de organización o los pro­
yectos de los movimientos contemporáneos que no simplemente tienen
como objetivo que la economía o el Estado los incluyan o les concedan
beneficios materiales. En realidad, el límite del correctivo de Tilly al mo-
LOS MOVIMIENTOS SOCIALES Y LA SOCIEDAD CIVIL 563

délo de la movilización de recursos es que permite a la sociedad civil (dife­


renciada del Estado y de la economía), aparecer como el terreno, pero no
como el blanco de la acción colectiva. No obstante, como presenta el más
fuerte argumento a favor de la importancia de la sociedad civil para enten­
der a los movimientos modernos, vale la pena estudiar con más detalle el
modelo de Tilly.
A pesar de su polémica explícita con las versiones de Smelser y de Dur-
kheim del modelo del "colapso" de la conducta colectiva, Tilly retiene la
tesis de que el cambio estructural en gran escala ("la modernización")
afecta a la acción colectiva.12 Demuestra que las teorías comunes del co­
lapso están equivocadas porque el momento y la rapidez de la urbaniza­
ción y la industrialización no rigen el ritmo de la acción colectiva y porque
no es posible vincular directamente las dificultades, la anomia, a las crisis
y al conflicto. Pero su análisis del cambio estructural no pone en duda el
hecho de la diferenciación en la transición de la "comunidad” a la "socie­
dad”. En cambio, muestra la forma en que la transform ación económica,
la urbanización y la conformación del Estado producen un desplazamiento
a largo plazo en el carácter y en las personas de la acción colectiva. Estos
procesos (junto con el desarrollo de los medios de comunicación de ma­
sas) facilitan la emergencia de nuevos tipos de movilizaciones y organi­
zaciones que debilitan a otros. Lo que es nuevo en la versión de Tilly de la
teoría de la modernización es la relación que establece entre un repertorio
de acción específico y cambios estructurales que tienen un efecto sobre la
vida diaria de los actores relevantes: "La reorganización de la vida diaria
transformó el carácter del conflicto [...] la reconformación a largo plazo
de las solidaridades, en vez de la producción inm ediata de la presión y de
la tensión, constituyeron el efecto más im portante del cambio estructural
sobre el conflicto político".13
Por medio del análisis dé*KJ§;fcambios en las rutinas diarias de las pobla­
ciones —su lugar y modo de trabajo, la estructura de vida en vecindades,
los desplazamientos de la población del campo a la ciudad y los cambios
en los espacios del poder— Tilly m uestra la forma en que los repertorios
de la acción desarrollados por los actores colectivos se interrelacionan
con sus formas de asociación y la razón por la que emergen nuevas for­
mas. El desarrollo a largo plazo supone el remplazo de las solidaridades
comunales por las asociaciones voluntarias. Esto, a su vez, supone un
desplazamiento de la acción colectiva alejándose de las asambleas rutina­
rias de grupos comunales y de los mercados locales, festividades y reunio­
nes aprobadas oficialmente, hacia reuniones convocadas deliberadam en­
te por grupos organizado! formalmente.14 Así, las principales formas de
acción colectiva cambian! loa motines para pedir alimentos, las rebelio­
nes por impueatoa y lafaollcltudc» a las autoridades paternalistas que
564 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

caracterizaron al "repertorio de acciones del siglo XVlll” son remplazados


por las demostraciones y las huelgas características del “repertorio de ac­
ciones del siglo Xix”.
Las categorías analíticas que propone Tilly para los tipos de acción co­
lectiva captan este cambio general. El repertorio de acciones del siglo XVlll
supone demandas “competitivas" y "reactivas". Las primeras implican con­
flictos entre grupos comunales existentes a nivel local sobre los recursos
pretendidos por rivales. La acción colectiva “reactiva” compromete a gru­
pos comunales amenazados por los esfuerzos de los partidarios del Esta­
do por obtener el control de la población general y sus recursos. También
supone una resistencia al crecimiento del mercado nacional y una insis­
tencia en la prioridad de las necesidades y tradiciones locales. En este
caso, un grupo reacciona a las demandas de otro grupo por un recurso
que actualmente está bajo su control. En ambos casos, la acción colectiva
es realizada por comunidades solidarias preexistentes. Da cuenta de una
acción ricamente simbólica y expresiva, admirablemente descrita por Tilly
a pesar de su énfasis general en la racionalidad estratégica, incluso de
estos tipos de conflictos.15
Por otra parte, las acciones colectivas “proactivas” asumen las deman­
das grupales de poder, privilegios o recursos que previamente no existían.
En este caso, los esfuerzos por controlar y no rechazar, a los elementos de
las estructuras nacionales, llevan a la formación de organizaciones com­
plejas que tienen finalidades especiales, en lugar de los grupos comunales.
Los tipos de movilización que corresponden a los últimos dos tipos de
demandas son “defensivos" y “ofensivos”;respectivamente. Las luchas reac­
tivas implican movilizaciones defensivas ante una am enaza del exterior.
Claramente, lo que está en juego es la defensa de un mundo de la vida tra­
dicional, estructurado comunalmente, contra la “modernización". Las
movilizaciones ofensivas características de los dem andantes proactivos
suponen la constitución de un fondo de recursos para obtener reconoci­
miento o una mayor participación en el poder.
Tilly continuamente nos advierte que no hay que ver a las acciones
colectivas competitivas, reactivas y proactivas como etapas en un proceso
evolutivo. Además, argumenta que los elementos de un repertorio de ac­
ciones pueden usarse para lanzar una variedad de demandas. Una m ani­
festación no es por definición ni proactiva ni ofensiva. No obstante, él
describe un cambio a largo plazo, en que las dos prim eras dominan hasta
mediados del siglo XIX y la tercera a partir de esa fecha. El cambio ocurrió
porque las "grandes estructuras” obtuvieron el control de recursos que
anteriormente manejaban los hogares, las comunidades u otros grupos
pequeños. Además, la urbanización y los medios de comunicación de masas
redujeron los costos de la movilización a gran escala para las asociacio-
LOS MOVIMIENTOS SOCIALES Y LA SOCIEDAD CIVIL 565

nes organizadas formalmente. El nuevo lugar del pbder y las nuevas es­
tructuras de la vida diaria promovieron la selección de un nuevo reperto­
rio de acción y la emergencia de nuevas formas asociativas. El conflicto
social tomó cada vez más la forma de luchas proactivas, ofensivas, por la
inclusión en las estructuras que controlan los recursos a nivel nacional.
Finalmente, pero no menos importante, el desarrollo de la política electo­
ral de masas creó un ambiente favorable a la asociación voluntaria y a la
movilización a gran escala.
En realidad, Tilly argumenta que el aumento de la im portancia de las
elecciones y el principio de la participación popular en la política nacio­
nal promovió la difusión de la manifestación como una form a clave de
acción colectiva, porque suponía una cubierta legal que podía extenderse
a más y más grupos y tipos de reuniones. "El otorgamiento de legalidad a
una asociación electoral o asamblea electoral proporciona una base para
la legalidad de asociaciones y asambleas que no son del todo electorales,
no sólo electorales, o no electorales por el m omento,”16 Los derechos de
organizarse, reclutar, hablar en público, de celebrar asambleas, de solici­
tar, de hacer algo público y de manifestarse (los componentes institucio­
nales clave de la sociedad civil moderna) son, por supuesto, esenciales
para un sistema m ultipartidista que operan en un contexto de sufragio
universal. La presencia de élites con un fuerte interés en una definición
amplia de la actividad política aceptable, hace difícil para los gobiernos,
con el transcurso del tiempo, dejar fuera de estos derechos a otros actores
sociales. Así, la política electoral ofrece un incentivo a los actores sociales
para seleccionar la manifestación, la reunión pública y la huelga como
modos de la acción colectiva, puesto que "los grupos que por lo general
tienen más éxito son los que pueden producir el mayor número, com pro­
miso y articulación de las dem andas”.17
Esto significa que la soci&deté civil se ha convertido en el terreno indis­
pensable en el que se reúnen, organizan y movilizan los actores sociales,
pese a que sus objetivos sean la economía y el Estado. Por lo tanto, la obra
de Tilly se opone a las conclusiones de Foucault, qué sostiene que todos
los medios para lograr una solidaridad autónoma, efectiva, han sido abo­
lidos por las técnicas "individualizadoras” y “normalizadoras" que han
traído consigo las formas m odernas de poder. Tilly m uestra que las solida­
ridades comunales de los famosos cuerpos intermediarios del antiguo ré­
gimen, junto con los sitios y tipos de reuniones polémicas propias de las
estructuras de la vida diaria en las condiciones “prem odem as” (siglo XVlll)
eventualmente desaparecieron. Pero lo que él afirma es que fueron rem ­
plazadas por nuevas formas de solidaridad, de asociación, de recursos de
poder y de modos de conflicto en el terreno de la sociedad civil moderna.
¡De hecho, Tilly considera estas formas de organización y protesta como
566 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

“más autónomas" que las reuniones “espontáneas" características del reper­


torio de acciones del siglo XVIII, las que Foucault describe tan atractiva­
mente!
Desde nuestro punto de vista, la obra de Tilly m uestra que la acción co­
lectiva m oderna presupone el desarrollo de espacios sociales y políticos
autónomos dentro de las sociedades civil y política, que están garantiza­
dos por los derechos y apoyados por la cultura política democrática que sub­
yace en las instituciones políticas representativas "formales”. Pero pone
énfasis principalmente en las oportunidades políticas y en las implicaciones
estratégicas que aquéllos tienen para la emergencia del repertorio de accio­
nes del siglo XIX. En resumen, sólo observa las dimensiones de estos pro­
cesos que son relevantes para la movilización de grupos organizados que
compiten por el poder. El trabajo histórico de Tilly implica que la transfor­
mación de los espacios del poder y los correspondientes cambios en la
forma de la acción colectiva presuponen la creación de nuevos significa­
dos, nuevas organizaciones, nuevas identidades y un espacio social (es
decir, la sociedad civil) en el cual éstos puedan aparecer. Pero la perspec­
tiva de la movilización de recursos que él acepta, lo lleva a tratar a estos
últimos meramente como precondiciones obvias para la acción colectiva
efectiva. Los modelos del sistema de organización política y de moviliza­
ción com binados18 enfocan la atención en la interacción entre la repre-
sión/facilitación, poder y oportunidad/am enaza por una parte, y los inte­
reses, la organización y la movilización de las capacidades por la otra. Se
presupone que la acción colectiva supone costos y trae beneficios en for­
ma de bienes colectivos (incluyendo la inclusión). Se representa la lucha
como si se diera entre miembros y competidores por la inclusión en el
sistema de organización política (acceso al poder) y por las recompensas
materiales que esto puede traer consigo. En resumen, los conflictos socia­
les (en y acerca de las instituciones de la sociedad civil) y la forma de la
esfera pública política son considerados sólo unilateralmente: como reac­
ciones defensivas u ofensivas a las cambiantes relaciones del poder.
Hay varias desventajas en este limitado enfoque. Primero, presupone al­
go que se ha vuelto problemático y que requiere ser explicado, con la transi­
ción de la base comunal a la asociacional de la identidad de grupo. En otras
palabras, la propia obra histórica de Tilly sugiere que la construcción de
la identidad de grupo, el reconocimiento de los intereses compartidos y la
creación de solidaridad dentro y entre los grupos ya no pueden, con la em er­
gencia de la sociedad civil moderna, ser tratados como si estuvieran da­
dos. Éstos son logros que han llegado a ser cada vez más reconocidos por
los actores implicados en estos procesos. La creciente autorreflexión res­
pecto a la construcción social de la identidad y de la realidad, supone el
aprendizaje siguiendo dimensiones no estratégicas. Estas cuestiones se
LOS MOVIMIENTOS SOCIALES Y LA SOCIEDAD CIVIL 567

vuelven cada vez más urgentes si consideramos a los actores colectivos


contemporáneos que no simplemente convierten al Estado o a la economía
en el blanco de sus esfuerzos por ser incluidos o por obtener beneficios
mayores, y cuyas identidades no pueden deducirse de estos subsistemas.
En resumen, el enfoque de Tilly excluye la posibilidad de analizar las "po­
líticas de identidad" de los actores colectivos contemporáneos.
Segundo, aunque Tilly proporciona instrum entos para analizar la for­
ma en que las instituciones de la sociedad civil y de la política pueden
ofrecer medios para que grupos excluidos y relativamente impotentes
puedan ejercer presión sobre los que tienen el poder (y el dinero), con el fin
de ingresar al sistema de organización política, su concentración en el obje­
tivo de la inclusión y en la adquisición de poder lo lleva a oscurecer las
consecuencias de la "política de la influencia" dirigida a la sociedad políti­
ca. La influencia, como ya hemos visto, es un "medio” peculiar que se
ajusta específicamente a las sociedades civiles modernas cuyas esferas
públicas, derechos e instituciones democráticas representativas están, al
menos en principio, abiertas a los procesos discursivos que informan,
tematizan y potencialmente alteran las normas sociales y las culturas políti­
cas. Es posible para los actores colectivos en la sociedad civil ejercer in­
fluencia sobre los actores en la sociedad política, hacer uso del discurso
público no sólo para obtener poder y dinero, sino también para restringir
el papel de los medios de poder y de dinero en el mundo de la vida con el
fin de asegurar la autonomía y modernizar (democratizar y liberalizar)
las instituciones y las relaciones sociales de la sociedad civil. Al fusionar
implícitamente el “poder” y la "influencia”, Tilly no ve la lógica de la ac­
ción colectiva que busca aplicar los principios de la sociedad civil a ella
misma y realizarlos más plenamente dentro de las instituciones sociales.
Nuestra tesis es que en los movimientos sociales contemporáneos, una
política dual de identidad yste»influencia, dirigida tanto a la sociedad civil
éomo al sistema de organización político (o sociedad política), remplaza
a la lógica monista de la acción colectiva en la que hace hincapié Tilly.
Además, Tilly ha rechazado explícitamente la idea de que los cambios
en las tácticas (huelgas con plantones, manifestaciones de masas, ocupa­
ción de locales), los temas (autonomía local, igualdad de géneros, ecología,
derecho a un estilo de vida diferente) o actores (prevalencia de las nue­
vas clases medias) que participan de la acción colectiva contemporánea
equivalen a un nuevo repertorio de acción. "Sin embargo, si se les obsei>
va con detalle, casi todos estos casos suponen formas de acción que ya tie­
nen sus propias historias.”19 A pesar de algunas innovaciones, los actores
colectivos contemporineos continúan usando las rutinas de las reunio­
nes, manifestaclonfli, huelgas, etc, Entonces, para Tilly aunque los temas
y las alineaciones han ' ‘ 1 ho fundamental es la continuidad
568 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

—los medios de la acción han seguido siendo los mismos—. Pero ¿tienen
el mismo significado? ¿Son las manifestaciones, las reuniones, etc., de los
nuevos movimientos realmente nada más proactivas y ofensivas? Está
claro que en el caso de las nuevas dimensiones de los movimientos femi­
nista, homosexual, ecológico, pacifista y favorables a la autonom ía local,
esto no es así. Y el mismo Tilly ha argumentado que ninguna acción es en
sí misma proactiva o reactiva, ofensiva o defensiva. En realidad, los movi­
mientos contemporáneos combinan las características de los dos tipos
principales de Tilly. Son frecuentemente defensivos y reactivos, pero no
protegen a comunidades tradicionales preexistentes de las penetraciones
del exterior. Más bien, defienden espacios para la creación de nuevas
identidades y solidaridades y buscan hacer a las relaciones dentro de las
instituciones de la sociedad civil más igualitarias y democráticas. Aunque
están organizadas asociativamente las asociaciones son tratadas no como
grupos de interés sino como fines en sí mismos. Tampoco se construye a
los espacios públicos ampliados, a las esferas contrapúblicas literarias y
basadas en los medios, a las formas de la resolución discursiva de los
conflictos y a la participación democrática sólo como medios con el fin de
obtener mayores beneficios materiales o la inclusión como grupo de inte­
rés para el acceso y ejercicio del poder. Finalmente, los nuevos movimien­
tos también tienen un lado "ofensivo", no sólo en el sentido de luchas por
la inclusión y el poder en el sistema de organización político, sino en la
medida en que suponen esfuerzos para influir en los actores de la socie­
dad política para que tomen decisiones políticas e inicien reformas ade­
cuadas a las nuevas identidades colectivas.
Muchos teóricos de la movilización de recursos han reconocido los as­
pectos únicos de los movimientos contemporáneos. De hecho, el paradig­
ma fue elaborado inicialmente por los teóricos comprometidos o afectados
directamente por la Nueva Izquierda. Estos teóricos trataron explícita­
mente las innovaciones en las organizaciones, procesos de movilización,
estrategias y objetivos de los movimientos de la década de 1960 y princi­
pios de la de 1970.20 Según uno de los análisis más significativos, estos
movimientos eran nuevos precisamente en la medida en que los moviliza­
ban "Organizaciones profesionales de Movimientos Sociales", OMS (SMO,
por sus siglas en inglés) (líderes externos en vez de nativos), que cuidado­
samente calculaban y dirigían la acción colectiva con el propósito de que
obtuviera la cobertura de los medios de comunicación y la simpatía públi­
ca hacia su objetivo con la finalidad de influir de esa m anera sobre la
conciencia de los integrantes de las élites para que proporcionaran finan-
ciamiento y defensa que pudiera resultar en la profesionalización adicio­
nal (burocratización) del descontento social y éxito en el sentido de ase­
gurar la representación de los insuficientemente representados por medio
LOS MOVIMIENTOS SOCIALES Y LA SOCIEDAD CIVIL 569

de grupos de interés viables.21 Claramente, la meta dé esta teoría es la de


explicar la posibilidad y el éxito de la acción colectiva por parte de aqué­
llos que están excluidos de la representación directa dentro del sistema
político ya sea por los partidos o por los grupos de interés predominantes.
El análisis de esta estrategia particular de influencia por parte de las OMS
profesionales m uestra que la acción colectiva contem poránea no implica
simplemente luchas de poder directas entre los "contendientes” y las auto­
ridades. De hecho, la estructura descentralizada, pública y pluralista de la
sociedad civil alienta los esfuerzos por influir a los sectores de la opinión
pública, en este caso la opinión de “electorados conscientes" externos, es
decir, élites sociales.
Este análisis es muy convincente si se piensa en grupos desorganizados
y sin poder que de otra m anera no estarían representados, como los ni­
ños, los pobres o los consumidores. Sin embárgo, como en el caso de Tilly,
el centro de atención exclusivamente en las estrategias para obtener repre­
sentación y beneficios políticos resulta en una comprensión unilateral del
“poder” peculiar de la influencia y oscurece la distinción entre movimien­
tos sociales y grupos de interés. Los movimientos quedan reducidos a orga­
nizaciones profesionales que movilizan a las acciones colectivas de masas
por razones político-instrumentales. Según este análisis, los actores colecti­
vos no pueden ser ni movilizados ni tener influencia sin dinero ni poder, y
obtener influencia equivale a obtener dinero y poder (y recursos organi­
zativos). No obstante, la política de la influencia es el recurso por excelen­
cia de los que carecen relativamente de poder, de los que se encuentran
fuera de la política y de los que no tienen fuerza económica. De aquí la
importancia de las “OMS profesionalés". Sin im portar lo convincente que
esta lógica pueda ser en abstracto, en el caso de la teoría de McCarthy y de
Zald resulta que incluir a la influencia en los medios del dinero y el poder
tiene un efecto poco afortunaetede que la dinámica y la lógica de los movi­
mientos sociales contemporáneos más im portantes son representadas de
manera equivocada.
Como lo demuestran Jenkins y Eckert, entre otros, los nuevos movimien­
tos sociales fueron desafíos nativos organizados por líderes locales que
emergieron de las poblaciones "ofendidas" y obtuvieron el apoyo de redes
autónomas de asociaciones locales, grupos de bases, clubes sociales, igle­
sias (para el movimiento de derechos civiles), etc., para movilizar a la ac­
ción colectiva.22 Se organizaron en "oms clásicas", asociaciones depen­
dientes del trabajo voluntario de los beneficiarios directos y emplearon
lácticas innovadoras que obtuvieron éxitos notables antes de que tuviera
lugar la profesionalización. Sus estrategias buscaban influir a la opinión
pública y, por lo tantO( indirectamente a las élites, no para obtener su
apoyo o, en primera inita^eia» ni siquiera el poder político, sino para con-
570 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

vencer a otros de la justicia de su causa.23 De hecho, una vez que las OMS
profesionales se convirtieron en las más importantes, como ocurrió en la
década de 1980, se inició (aunque ellas no lo causaron, en lo que estamos
de acuerdo con Piven y Cloward) la decadencia del ciclo de protestas y del
carácter de movimiento de la acción cqlectiva. Así, hemos confirmado
nuestra tesis de que las asociaciones autónomas, voluntarias y nativas
^dentro de la sociedad civil que usan y amplían el discurso público y los
yv'*' gspacios públicos para el discurso son la differentia specifica de los movi-
mientos sociales contemporáneos.
Incluso cuando el "éxito" es definido en los términos usuales de la teo­
ría de la movilización de recursos como la inclusión política de grupos
anteriormente excluidos o como beneficios materiales mayores, sería impo­
sible entender el éxito del movimiento de los derechos civiles si se confun­
diera la influencia con el poder y si los blancos de la influencia se reduje­
ran a patrocinadores potenciales o adversarios políticos. Las ocupaciones
de locales, los boicoteos y las marchas por la libertad tenían el propósi­
to de influir en la opinión pública y por lo tanto en las cortes (federales y
Suprema) para que hicieran cumplir las leyes federales e invalidaran, por
inconstitucionales, disposiciones locales que institucionalizaban la segrega­
ción. Fue la influencia, no el dinero o el poder, lo que estaba operando
aquí. Ciertamente, la estrategia de la influencia también estaba dirigida a
persuadir a las élites políticas en el Congreso para que aprobaran la legisla­
ción. En el contexto de una “estructura de oportunidad política” favora­
ble, estas estrategias orientadas a la influencia de la acción colectiva lleva­
ron a las leyes de derechos civiles de 1964 a 1965 y a la institucionalización
de significativos éxitos durante los primeros años de la década de 1970.24
Todos éstos fueron éxitos de la organización nativa y de un movimiento
de masas.25
El patrocinio y la profesionalización de hecho ocurrieron en los movi­
mientos de derechos civiles y de otro tipo, pero este proceso no inició,
controló, tranquilizó o cooptó a los movimientos. Más bien, desempeña­
ron un papel importante en lo que ocurrió después de sus victorias. "Como
lo han demostrado los movimientos feministas y ecologistas, el litigio, la
supervisión muy de cerca de las agencias gubernamentales y el cabildeo
profesionalizado pueden ser muy efectivos si van acompañados de un
movimiento nativo y si hay una base claramente legal y administrativa
para su realización.”26 Además, la disminución de los movimientos no
se debió a la cooptación o a la profesionalización, como algunos críticos
de McCarthy y Zald han afirmado, sino a los éxitos de los movimientos
y a sus lógicas internas de desarrollo, ninguno de los cuales suponía la
transformación de los objetivos y tácticas a cambio de la incorporación
política.27
LOS MOVIMIENTOS SOCIALES Y LA SOCIEDAD CIVIL 571

El análisis de Jenkins y Eckert debe ser tom ado cómo un correctivo en


vez de como una alternativa al paradigma de la movilización de recursos.
Aunque dem uestran que la acción colectiva de éxito debe im plicar ahora,
a la vez, movimientos de masa nativos (basados en asociaciones autóno­
mas y locales) y grupos de interés profesional, todavía definen el éxito
como "introducir a un grupo excluido en el sistema de organización polí­
tico”. Aunque amplían los objetivos de la influencia para incluir no sólo a
los adversarios políticos o a los patrocinadores potenciales sino también a
la opinión pública en general, sigue existiendo un fuerte sesgo político
en la discusión que lleva a una interpretación unilateral de los movimien­
tos contemporáneos. De conformidad con lo anterior, el carácter dual de
la acción colectiva contemporánea únicamente es reconocido respecto
a la organización (las asociaciones de base además de los grupos de inte­
reses); el blanco último de estas organizaciones y de la acción colectiva en
general se sigue construyendo monísticamente. El reconocimiento pleno
y la inclusión dentro del sistema de organización político, y no la defen­
sa y la transform ación de la sociedad civil, es lo que se trata en esta inter­
pretación. Sin embargo, el objetivo del movimiento de derechos civiles no
era sólo adquirir derechos civiles, sino también m odernizar la sociedad
civil en el sentido de desmantelar las estructuras tradicionales de la domi­
nación, exclusión y desigualdad arraigadas en las instituciones sociales,
las normas, las identidades colectivas y los valores culturales basados en
el prejuicio racial y de clases. Para tom ar otro ejemplo, el movimiento
feminista convierte en su blanco a las instituciones patriarcales de la so­
ciedad civil y trabaja a favor del cambio normativo y cultural tanto como
por obtener poder económico y político. En realidad, la preocupación ge­
neral por parte de todos los actores colectivos contemporáneos por la au­
tonomía, la identidad, los discursos, las normas sociales y los significados
culturales queda sin explicáí*^ esta teoría.28
La teoría de la movilización de recursos se ve limitada en general por
su concentración en el poder para tratar el tema de los usos estratégicos
de la influencia. En otras palabras, el enfoque se centra en la expansión de
la "sociedad política" para incluir nuevos actores o aumentar el poder de los
antiguos. Ciertamente, ésta es una dimensión im portante de la acción
colectiva contemporánea, como lo es el éxito definido en términos de la
inclusión en el sistema de organización política y en términos de mayores
beneficios. Pero esto difícilmente es toda la historia. Un enfoque orienta­
do hacia la sociedad civil puede destacar dos dimensiones adicionales de
la acción colectiva contemporánea: la política de la influencia (de la so­
ciedad civil en la sociedad política) y las políticas de identidad (el enfoque
en la autonomía, la idantidad y la democratización de las relaciones so­
ciales por fuera del ■lat«f(|a de organización política).
572 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

A pesar de todo, con estos límites en mente sería posible aplicar algu­
nos de los conceptos centrales del enfoque de la movilización de recursos
a los movimientos contemporáneos. En el espíritu de la obra de Tilly, pode­
mos preguntar si se está conformando un nuevo repertorio de acción para
el siglo XX. Podríam os intentar correlacionar cam bios en las formas
organizativa, objetivos y tácticas de la acción colectiva (los intereses de
la movilización de recursos internos) con los cambios en el locus y en la
tecnología del poder. Los recursos y la oportunidad política (temas "exter­
nos” del modelo del sistema de organización política), alteraciones en las
relaciones entre el Estado, la economía y la sociedad, y transformaciones
en las experiencias y estructuras de la vida diaria. En otras palabras, los
elementos abstractos del enfoque de la movilización de recursos pueden
usarse para desarrollar una explicación teórica de los cambios reconoci­
dos por todos en los aspectos de las acciones colectivas contemporáneas.
El mismo Tilly acepta la legitimidad de esa investigación.29
Sin embargo, esta investigación debe trascender la lim itada estructura
y el enfoque de la teoría de la movilización de recursos. Los actores colec­
tivos contemporáneos luchan conscientemente por el poder, para cons­
truir nuevas identidades, para crear espacios democráticos tanto dentro
de la sociedad civil como del sistema de organización política para la
acción social autónom a y para reinterpretar las norm as y reconform ar las
instituciones. Por lo tanto, el teórico debe ver la sociedad civil a la vez
como el objetivo y el terreno de la acción colectiva, observar los procesos
por los que los actores colectivos crean identidades y solidaridades que de­
fienden, evaluar las relaciones entre los adversarios sociales y lo que está
en juego en sus conflictos, analizar la política de la influencia ejercida
por los actores de la sociedad civil sobre los de la sociedad política, y ana­
lizar los desarrollos estructurales y culturales que contribuyen a una m a­
yor autorreflexión de los actores.

E l p a r a d ig m a d e l o s n u e v o s m o v i m i e n t o s s o c i a l e s

El paradigma de los nuevos movimientos sociales pretende hacer todo


esto. Los teóricos europeos de los movimientos contemporáneos recurrie­
ron a la dimensión de la integración social en la acción colectiva, no obstan­
te, sin reproducir la orientación de Durkheim hacia la tesis del colapso, o
los modelos de Smelser de la conducta colectiva. Estos teóricos también
son conscientes de lo inadecuado de los análisis marxistas de los movi­
mientos sociales, a pesar de su simpatía con las dimensiones del neomar-
xismo que ponen énfasis en la im portancia de la conciencia, la ideología,
la lucha social y la solidaridad para la acción colectiva. Estos pensadores
LOS MOVIMIENTOS SOCIALES Y LA SOCIEDAD CIVIL 573

"posmarxistas" argum entan que las teorías que subrayan la prim acía de
las contradicciones estructurales, de las clases económicas y de las crisis
en la determinación de la identidad colectiva no son adecuadas para en­
tender los actores colectivos contemporáneos. También afirm an que uno
no puede sentirse satisfecho con la aplicación de modelos neoutilitaristas,
de actores racionales, al conflicto contemporáneo (en la forma en que lo
hace la teoría de la movilización de recursos) porque la acción colectiva
no está limitada a los intercambios, negociaciones y cálculos estratégicos
políticos entre los adversarios. Hoy en día, los actores colectivos se con­
centran principalmente en temas relacionados con las norm as sociales y
con la identidad colectiva. Esto significa que la lógica de la interacción
colectiva lleva a algo más que la racionalidad estratégica o instrum ental.
Sin embargo, sería equivocado suponer que se ha formado un nuevo
paradigma en tom o a un modelo de identidad puro como el propuesto por
Pizzorno.30 En realidad, este modelo tiene graves dificultades y ha sido
criticado en un enfoque teórico más complejo articulado por Alain Touraine
y su escuela.31
Touraine define a los movimientos sociales como interacciones orienta­
das normativamente entre adversarios con interpretaciones en conflicto y
modelos societales opuestos de un campo cultural com partido.32 No obs­
tante, rechaza explícitamente un análisis puram ente orientado a la identi­
dad de los movimientos sociales, argumentando que estos análisis tienden
a reproducir la autocomprensión ideológica de los actores o a caer en una
explicación sociopsicológica de la interacción a costa de un auténtico análi­
sis sociológico de la lucha. Esto es especialmente riesgoso en el caso de
actores colectivos contemporáneos. Sus búsquedas de identidad personal
y comunal, su defensa de la acción expresiva y no de la estratégica y el
centro de su atención en la participación directa implican una tendencia
a "retirarse a la autonomía" a^Sbandonar el campo de la lucha sociopolítica
y volverse hacia sí mismos a la m anera de los grupos comunitarios o secta­
rios—. Así, un enfoque exclusivamente teórico en la creación de la identi­
dad sólo sería paralelo a la tendencia de algunos actores contemporáneos
a construir sus propias representaciones ideológicas de las relaciones socia­
les (directas, democráticas, comunales) como un principio organizador
utópico para toda la sociedad y a igualar su desarrollo expresivo de la
identidad con los intereses culturales de la lucha. Aunque Touraine afir­
ma que la orientación cultural no puede ser separada del conflicto social,
insiste en la objetividad de un campo cultural común compartido por los
oponentes. Los varios potenciales institucionalts del campo cultural com­
partido, y no simplemente la identidad definida de un grupo en particular,
comprenden lo que está en juego en la lucha. Loe actores y analistas que
se centran exclusivamente en el análisis de la dinámica de la formación
574 LA R E C O N S T R U C C IÓ N D E LA S O C IE D A D C IV IL

de la identidad tienden por lo tanto a salir de los límites de los movimien­


tos sociales.
Sin embargo, es posible argum entar que el rasgo sobresaliente de los
nuevos movimientos sociales no es que participen en la acción expresiva
o afirmen sus identidades, sino que comprometen a actores que han adqui­
rido conciencia de su capacidad para crear identidades y de las relaciones
de poder implicadas en la construcción social de esas identidades. Los
actores contemporáneos están interesados no sólo en afirm ar el conteni­
do de una identidad específica, sino también en los elementos formales
comprendidos en la formación de identidad. Han articulado el principio
formal de que todos deben de tener igual oportunidad para participar en
los procesoá del grupo por medio de los cuales se forman las identidades,
y se han vuelto autorreflexivos en lo que se refiere a los procesos sociales
de la formación de identidad.33
Esta mayor autorreflexión también se aplica a las norm as societales
existentes y a las estructuras de dominación implicadas en su conservación.
En otras palabras, los actores colectivos contemporáneos ven que la crea­
ción de identidad supone un conflicto social en lo que se refiere a la reinter­
pretación de las normas, a la creación de nuevos significados y al desafío
de la construcción social de los límites mismos entre los dominios de la
acción pública, la privada y la política.
Sobre esta base, es posible decir que los actores colectivos se esfuerzan
por crear una identidad de grupo dentro de una identidad social general,
cuya interpretación ponen en duda. Sin embargo, incluso un énfasis en la
nueva autorreflexión de los movimientos sóciales respecto a los problemas
de la identidad, no introduce por sí solo la dimensión de las relaciones
sociales plenas de conflicto entre los adversarios. Ni siquiera la defensa
autorreflexiva de una identidad ya existente o recientemente creada su­
pone un objetivo político generalizable. Así, lo que se necesita es un enfo­
que que contemple los aspectos políticos del conflicto y nos pueda decir
por qué la identidad se ha convertido hoy en día en el principal punto de
atención.
No obstante, los análisis que se centran exclusivamente en las estrate­
gias también tienden a salir del ámbito de los movimientos sociales. La
acción estratégica es apenas social y relacional. Por supuesto, implica te­
ner en cuenta los cálculos probables de otros de acuerdo con las reglas de
juego e implica la interacción en este sentido mínimo. Pero los cálculos
estratégicos excluyen la referencia explícita a un campo cultural común o
a relaciones sociales estructuradas entre los actores.

Un concepto estratégico del cambio implica la reducción de la sociedad a las


relaciones entre los actores y en particular a las relaciones de poder, separadas
L O S M O V IM IE N T O S S O C IA L E S Y LA S O C IE D A D C IV IL 575

de cualquier referencia a un sistema social [...] no hajr nada en juego en la


relación social y no hay ningún campo distinto al de la relación en sí .34

Por lo tanto, una estructura analítica que se concentra exclusivamente


en la interacción estratégica es incapaz de captar, ni la orientación cultu­
ral, ni las dimensiones estructurales del conflicto y por lo tanto no contem­
pla lo que es propio de los movimientos sociales.
Touraine ve las orientaciones que sólo consideran a la identidad y a la
estrategia como dos caras de la misma moneda. Ambas contemplan los
conflictos sociales en términos de una respuesta al cambio a largo plazo
(modernización) en vez de en términos internos de la estructura social.3*
Además, ambas corresponden a una imagen de la sociedad contem porá­
nea como un conjunto débil sujeto a una espiral permanente de innovación
tecnológica y cambio estructural conducidas por las élites gerenciales-em-
presariales o por el Estado. Desde este punto de vista, la "sociedad" está
estratificada en términos de la habilidad de los actores para adaptarse
con éxito al cambio (las élites), a su éxito para asegurarse protección del
cambio (operativos) o a su victimización por el cambio (las masas margi­
nadas).36
Las dos explicaciones “no sociales" de la acción colectiva teorizan so­
bre la conducta en el conflicto de "actores" concebidos en uno de esos tres
términos. El modelo de identidad puro corresponde a la conducta defensU
va de actores que se resisten a ser reducidos al status de consumidores del
cambio sin poder y dependientes, replegándose a contraculturas o recha­
zando innovaciones que am enazan los privilegios existentes o la integri­
dad cultural de los grupos. Por el contrario, el análisis estratégico puro
corresponde al punto de vista de las élites gerenciales o estatales, incluso
cuando se supone que tom an el partido de “la persona ordinaria" y presen­
tan el punto de vista desde afcSf».-37 Cuando lo que está en juego en la ac­
ción colectiva se construye como la posibilidad de pertenecer a las élites
que controlan los recursos del desarrollo, la acción colectiva se presenta
como luchas proactivas, ofensivas, de grupos de interés que compiten por
el poder y el privilegio en áreas abiertas por el desarrollo o m oderniza­
ción. En este caso el esfuerzo no es para resistir al cambio, sino para
adaptarse al mismo. El problema con este enfoque es que ni la dirección
del cambio ni las relaciones estructurales de dominación que éste supone
parecen estar abiertas a disputa porque los actores se relacionan con un
ambiente cambiante, en vez de entre ellos. En resumen, estas teorías de la
ucción colectiva sólo articulan aquellas dimensiones de la conducta de
conflicto que corresponden a desarrollos organizativo o a crisis estructura­
les del Estado y del sistema político.31
El propio enfoque de Touraine empieza desde una relación hermenéutica
576 LA R E C O N S T R U C C IÓ N D E LA S O C IE D A D C IV IL

con la autocomprensión y las ideologías de los movimientos contemporá­


neos. Pero trasciende este nivel de formación de identidad para explicar el
contexto histórico y estructural del conflicto social y los nuevos intereses
y características de la lucha —la autorreflexión respecto a la creación de
la identidad y de las normas, el énfasis en la democratización de la socie­
dad civil, la autolimitación y la concentración en temas culturales—. Su
obra se desarrolla a dos niveles analíticos: la elaboración de una teoría de
las dimensiones estructurales y culturales de la sociedad contemporánea
y el análisis mediante la teoría de la acción de los procesos plenos de con­
flicto de la construcción de identidades y de la formación de proyectos
políticos por los actores colectivos. Además, se centra en la dimensión so­
cial de la acción colectiva, rescatando en parte el concepto de sociedad
civil. De hecho, su estructura teórica nos permite ver la razón de que la
sociedad civil sea a la vez el lugar y el objetivo de los movimientos sociales
contemporáneos y de que éste sea el caso sobre todo en los países que ya
tienen sociedades civiles vitales.
Para aclarar la diferencia entre los modos de conducta de conflicto des­
critos antes y el concepto de un movimiento social, Touraine introduce la
distinción analítica entre el “patrón de desarrollo” de una sociedad (eje
diacrónico) y su modo de funcionar (eje sincrónico). El Estado, las crisis i
del sistema, el cambio y la conducta de conflicto que opone las élites a laS
masas están situados en el eje diacrónico. Las relaciones sociales y el "sis­
tema de acción histórica” —es decir, los procesos plenos de conflicto por
los cuales los actores sociales crean y cuestionan las normas, las institucio­
nes y los patrones culturales— están situadas en el eje sincrónico. Las ac­
ciones colectivas en las que está interesado Touraine y para las cuales
reserva el término "movimiento social”, son las luchas en torno a los poten­
ciales institucionales de los patrones culturales de un determinado tipo
societal. ;'
Así Touraine reintroduce muchas de las dimensiones de la acción cor»
lectiva en que hacían hincapié los conductistas colectivistas, puesto que,
argum enta que los conflictos sociales entre actores deben ser entendidos
en términos culturales y normativos. Pero hay tres diferencias entre el
enfoque de Touraine y el de la tradición clásica. Primero: Touraine recha­
za todas las versiones de la tesis del colapso; en su modelo, el colapso y el
desarrollo gobiernan la conducta de conflicto sobre el eje diacrónico del
cambio. Segundo: considera que los movimientos sociales no son ocurren­
cias anormales, sino creadoras de vida social por medio de la producción
y desafío de las prácticas, norm as e instituciones sociales. Tercero: a dife­
rencia de Parsons, no cree que las orientaciones culturales de una deter­
minada sociedad (su patrón de conocimiento, tipo de inversión e imagen
de la relación de los humanos con la naturaleza) sean algo incuestionable,
L O S M O V IM IE N T O S S O C IA L E S Y LA S O C IE D A D C IV IL 577

dado, traspuesto inseparablemente dentro de las norm as e instituciones


sociales. En cambio, argumenta que la forma en que una sociedad insti­
tucionaliza sus orientaciones culturales supone a la vez el conflicto social
y las relaciones sociales de dominación. A la propia sociedad se le entien­
de como "el producto cambiante, inestable, aproximadamente coherente de
las relaciones sociales, la innovación cultural y los procesos políticos”.39 A
diferencia del modelo societal de los teóricos de la acción estratégica, sin
embargo, este panoram a fluido supone una concepción de la sociedad
como un conjunto de sistemas de acción o de relaciones sociales estruc­
turadas entre los actores. En consecuencia, las dimensiones de la acción
social ignoradas por la teoría de la movilización de recursos pasan a ocu­
par el centro del análisis. El enfoque se dirige a los campos de relacio­
nes sociales alterables, pero no obstante estructuradas, en vez de al desa­
rrollo, el Estado o el mercado. En este caso, lo civil en vez de la sociedad
política, es lo que pasa a ocupar el centro del escenario, en tanto que las
dimensiones culturales de la sociedad civil adquieren una gran impor­
tancia.
Por lo tanto, se redefine el significado de la acción colectiva. La acción
se refiere ahora a la capacidad de las sociedades hum anas para desarro­
llar y modificar su propia orientación —es decir, para generar su norma-
tividad y sus objetivos—.40 Una acción sólo es social si está orientada
normativamente y situada en un campo de relaciones que incluya al po­
der y a orientaciones culturales compartidas. Un movimiento social supone
una doble referencia a orientaciones culturales y a relaciones sociales, y
no a los proyectos sociales ni a las cuestionadas estructuras de dom ina­
ción. Por lo tanto, el campo social que impugnan los movimientos no pue­
de ser concebido como un campo de batalla para el que sea adecuado el
modelo m ilitar de acción (estrategia).
Pero ¿cuál es el terrenc?5®eial cuestionado que no es ni el Estado ni el
mecanismo del mercado?, es, por supuesto, la sociedad civil. Según Tou­
raine, la sociedad civil es el lugar del "lado ligero".de la acción colectiva
—de los movimientos sociales—. En realidad, surgen y caen juntos: am ­
bos requieren cierta autonomía del Estado para existir y ambos pueden
ser aplastados por un Estado total. No obstante, los movimientos sociales
no van dirigidos contra el Estado; implican confrontaciones entre adver­
sarios sociales, civiles, dentro y acerca de las instituciones de la sociedad
civil. Entonces, se ve a la sociedad civil, en términos de la acción, como el
dominio de las luchas, de los espacios públicos y de los procesos políticos.
Comprende el campo social en que se ubica la creación de normas, iden­
tidades, instituciones y relaciones sociales de dominio y resistencia.
Touraine sabe de las teorías que niegan implícita o explícitamente la
importancia de la "lOOiidad Civil" para los sistemas sociales contemporá-
578 LA R E C O N S T R U C C IÓ N D E LA S O C IE D A D C IV IL

neos. De hecho, acepta que la creciente capacidad de la sociedad contem ­


poránea para actuar sobre sí misma a costa del poder absoluto del Estado
y las garantías metasociales del orden social también abre el camino para
aum entar el papel del Estado en la vida social y cultural.41 No obstante,
sostiene que la creciente autorreflexión societal implica la expansión de
la sociedad civil y el campo público. Esta doble visión revela, al menos al
nivel descriptivo, los nuevos intereses que están en juego para los movi­
mientos contemporáneos. La idea de Touraine de la “expansión” de la so­
ciedad civil está relacionada directamente con los movimientos contem­
poráneos que desafían el control de un rango cada vez mayor de actividades
sociales que previamente estaban protegidas del escrutinio público por la
tradición, por una esfera privada rígidamente definida, o por garantías
metasociales:

El espacio público — Ó ffe n tlic h k e it — rigurosamente limitado en una sociedad bur­


guesa, fue ampliado hasta abarcar los problemas del trabajo de una sociedad
, industrial y ahora se difunde por todos los campos de la experiencia [...] los
k principales problemas políticos hoy en día tratan directamente con la vida priva­
da: la fecundación y el nacimiento, la reproducción y la sexualidad, la enferme­
dad y la muerte y, de una manera diferente, el consumo de los medios de masas en
los hogares [...] La distancia entre la sociedad civil y el Estado está aumentando,
en tanto que la separación entre la vida privada y la pública está desapareciendo .41

Los temas presentados por los movimientos feminista, ecologista, pacifis­


ta y por la autonomía local están, por lo tanto, relacionados con los cambian-
tes límites entre la vida pública, la privada y la social e implican luchas en
contra de las antiguas y nuevas formas de dominación en estas áreas.
En los países que ya han asegurado las instituciones vitales de la socie­
dad civil por medio de los derechos, el terreno recientemente abierto es
vulnerable a la penetración y al control estatales. Por esto es que el Estado
m odernizador que impone regulaciones económicas y el Estado adminis-
trativo que interviene en las organizaciones sociales y culturales, tanto
como lo hace en el orden económico; se han convertido en los blancos de
la resucitada corriente liberal que pone énfasis en la expansión de los de­
rechos humanos y en la autonomía de la sociedad ante el Estado. No obs­
tante, en una de sus percepciones más im portantes, Touraine insiste en
que, como movimientos sociales, lo que está en juego en los conflictos
contemporáneos no es simplemente la defensa y autonom ía de la socie­
dad civil frente al Estado. Más bien, lo que im porta es, ante todo, qué clase
de sociedad civil es la que deberá defenderse. No basta asegurarla autono­
mía o incluso la prim acía de la sociedad civil frente al Estado, porque, co­
mo lo m uestra el ejemplo del capitalismo liberal en los Estados Unidos e
Inglaterra, esto podría significar simplemente la prim acía de las élites so-
L O S M O V IM IE N T O S S O C IA L E S Y LA S O C IE D A D C IV IL 579

cioeconómicas sobre las administrativas.43 Más bien, los movimientos


sociales deben esforzarse por defender y dem ocratizar todas aquellas insti­
tuciones de la sociedad civil en que se ha hecho visible y se ha desafiado la
discriminación, la desigualdad y la dominación. Si seguimos nada más en
el eje diacrónico, entonces el proyecto liberal de defensa de la sociedad
contra el Estado en realidad parecería anacrónico o, en el mejor de los ca­
sos, una acción de contención que serviría principalm ente a los intereses
de las élites dominantes en las instituciones no estatales. Pero si continua­
mos centrando nuestra atención exclusivamente en el eje sincrónico, po­
demos perder de vista el hecho de que el Estado moderno siempre es ca­
paz de intervenir en el campo de los movimientos sociales, modificando
decididamente o incluso aboliendo las condiciones que hacen posibles los
movimientos sociales y su lucha. La doble perspectiva que ofrece Touraine
es por lo tanto crucial para una comprensión de la razón por la que, en la
mayoría de las sociedades civiles en Occidente, la autonomía y la dem ocra­
tización de las instituciones de la sociedad civil contemporánea siguen
encontrándose al centro de los conflictos sociales contemporáneos:

Pero como hemos tenido el privilegio de haber vivido varios siglos en socieda­
des cada vez más civiles, ¿no es nuestro deber buscar la gran alianza entre la lu­
cha liberadora contra el Estado y un conflicto social que busca impedir que la
misma se realice únicamente en beneficio de los líderes de la sociedad civil?44

En resumen, sería un gran error apoyar sólo el proyecto liberal de de­


fender a la sociedad frente al Estado, porque esto dejaría intactas las rela­
ciones de dominación y de desigualdad dentro de la sociedad civil.
Sin embargo, en vez de continuar y aclarar esta sugerente línea de in­
vestigación, Touraine se orienta a un nivel analítico diferente y construye
un modelo de nuestro tipo sóífSf-al contemporáneo al que llama "postin­
dustrial” o "programado”, con el fin de especificar los intereses de los
movimientos contemporáneos y fundamentar la afirmación de que son ra­
dicalmente discontinuos en relación con los movimientos anteriores. Si bien
este modelo teórico puede señalar los nuevos escenarios que se abren al
conflicto, tiene la desventaja de que oscurece la importancia del concepto
de sociedad civil que es tan central para la comprensión de la propuesta de
Touraine, a la vez que conduce a un punto de vista unilateral de los movi­
mientos sociales contemporáneos.
La sociedad postindustrial es supuestamente un nuevo tipo societal
caracterizado por nuevos espacios de poder, nuevas formas de dom ina­
ción, nuevos modos do Inversión y un modelo cultural "autorreflexivo". El
poder, la inversión y U dominación se ubican al nivel de la propia produc­
ción cultural. Las innovifitanei en la producción de conocimientos (me-
580 LA R E C O N S T R U C C IÓ N D E LA S O C IE D A D C IV IL

dios, computadoras, bancos de datos) transform an nuestra representa­


ción de la naturaleza hum ana y del mundo externo. “Por estas razones, la
investigación y el desarrollo, el procesamiento de información, la cien­
cia y las técnicas biomédicas, y los medios de comunicación de masas son
los cuatro principales componentes de una sociedad postindustrial.'’45 Cada
vez más dominios de la vida social son abiertos a los proyectos tecnocrá-
ticos de control o a proyectos alternativos para conservar la autonom ía
y asegurarla estructura democrática interna del terreno recientem ente en
disputa. En resumen, la sociedad postindustrial se representa a sí misma
como capaz de producir su propio conocimiento, guías normativas y for­
mas socioculturales. Lo que está en riesgo en el conflicto social se refiere
a la institucionalización de este modelo cultural: instituciones autó­
nomas, autogobernadas, igualitarias vs. estructuras controladas por las
élites, manejadas tecnocráticamente y saturadas por las relaciones de do­
minación.
El aumento en la autorreflexión acarreado por estos desarrollos rige el
cambio en la identidad de las acciones colectivas y las clases de movimien­
tos que desarrollan. La lucha por instituciones sociales autónomas, de­
mocráticas, y el interés en las formas participativas de asociación por par­
te de los actores colectivos contemporáneos, se deben al reconocimiento
de que los medios y los fines de la producción social son productos socia­
les. Por esto es que se concentran en las dimensiones culturales y norm a­
tivas de la vida diaria y conciben sus luchas en términos de un derecho de
la población a elegir su propia clase de vida e identidad. Las nuevas dimen­
siones de identidad de los actores contemporáneos y lo que hace que sean
radicalm ente discontinuos respecto a los movimientos anteriores, no es
por lo tanto su repertorio de acciones sino el nivel de autorreflexión y el
cambio en el lugar y en los intereses de las luchas que corresponden a la
emergencia de un nuevo tipo societal.46
La circularidad en este modo de argumentación es obvia. La acción
colectiva contemporánea es nueva porque supone la lucha alrededor de
áreas abiertas por la sociedad postindustrial, pero la sociedad postindus­
trial es un nuevo tipo societal porque hace surgir nuevas formas de acción
colectiva. Sin embargo, el modelo teórico de Touraine no pretende ser neu­
tral. De hecho, espera evitar la circularidad del argumento teórico por
medio de su método partidista de intervención sociológica. Su propósito
es obtener de la conducta conflictiva existente la dimensión de un movi­
miento social (en nuestros términos, la nueva identidad colectiva auto-
limitada):

Lo que debemos descubrir ahora es la manera en que, e n n u e s tr a s c la s e s d e p a í s e s ,


las reacciones defensivas contra el cambio permanente pueden ser transforma-
L O S M O V IM IE N T O S S O C IA L E S Y LA S O C IE D A D C IV IL 581

das en conflictos sociales y acción antitecnócrata, y la manera en que esas luchas


se extienden hasta el área de la actividad política y crean lo que podríamos
llamar un nuevo Ó f f e n t l ic h k e i t [...] El principal problema es pasar de la defensa
a la contraofensiva, de la búsqueda de la identidad a la acción colectiva, para
controlar el proceso de cam bio .47

Aunque este método proporciona interesantes datos sobre la autointer-


pretación de los actores colectivos contemporáneos, a la vez que revela,
en algunos casos, la emergencia de una nueva identidad autorreflexiva,
no libra a la teoría de su circularidad.
En otros escritos hemos criticado los aspectos dogmáticos de la meto­
dología de Touraine y su creación de una jerarquía de formas de la lucha
social para que correspondan a la teoría de los tipos sociales.48 También
hemos criticado su insistencia en la discontinuidad radical entre los tipos
societales y los movimientos sociales como antitética del uso del concep­
to de sociedad civil. Al usar "nuestra clase de países", Touraine hace refe­
rencia a los países que han tenido (y todavía tienen) luchas para consep
var y am pliar la sociedad civil. Pero la idea de que la sociedad civil existía
en Occidente por lo menos desde el siglo XVII implica una continuidad
institucional y cultural con nuestro propio pasado —idea que se contra­
pone a la tesis de tipos societales, modelos culturales y movimientos so­
ciales radicalmente discontinuos—. Mientras que la distinción entre los
ejes sincrónico y diacrónico hace visibles las innovaciones de las luchas
contemporáneas, a la vez que proporciona un espacio para el análisis ins­
titucional de la sociedad civil; la teoría evolutiva implícita de los tipos so­
cietales oculta la continuidad entre el pasado y el presente. Por lo tanto, se
hace imposible explicar los procesos de aprendizaje por parte de actores
colectivos respecto a los movimientos, formas institucionales y proyec­
tos societales pasados. El cojisfi.pto “tipo societal" es demasiado abstracto
para el análisis institucional de la sociedad civil. Además, el concepto más
bien bosquejado de la sociedad postindustrial obliga a representar como
regresivos o anacrónicos aquellos aspectos de la lucha que no implican
una nueva identidad colectiva autorreflexiva.
A la vez, la tesis de un nuevo lugar de dominación, inversión, poder
y protesta, parece ofrecer una explicación del carácter dual —defensivo y
ofensivo— de las nuevas dimensiones de las acciones colectivas contem ­
poráneas. El prim ero incluye la preocupación defensiva por la identidad
y la autonomía; el segundo, una tendencia a asum ir la contraofensiva y a
participar en las luchas por el control y la democratización de las institu­
ciones sociales. Para Toufalne, a diferencia de Tilly, la acción "ofensiva"
se refiere no a una batalla competitiva orientada estratégicamente por la
inclusión y el poder en llstoma de organización político, sino a la lu-
582 LA R E C O N S T R U C C IÓ N D E LA S O C IE D A D C IV IL

cha por am pliar el campo de la actividad política y dem ocratizar los espa­
cios públicos existentes y nuevos a costa del control del Estado y del modelo
tecnocrático de la sociedad. Tanto las reacciones defensivas al cambio
permanente como las luchas ofensivas contra los proyectos tecnocráticos
por m onopolizar y reprivatizar el contrpl de las instituciones sociales y la
innovación cultural son elementos de la acción colectiva contemporánea.
No obstante, la distinción entre los ejes sincrónico y diacrónico de la ac­
ción sí tiene una im portante desventaja: le impide ver a Touraine una im­
portante dimensión de la acción colectiva, esto es, las luchas por parte de
los actores sociales para asegurar la influencia de las instituciones democrá­
ticas en y a través de todo el sistema político y de la economía. Sin esta
dimensión, la sociedad civil sigue siendo vulnerable al poder económico y
político, y el foco de la acción colectiva se reduciría a una sola dimensión.
La estructura teórica de Touraine no es lo suficientemente compleja como
para permitirle construir un modelo que integre las mejores partes de la
teoría de la movilización de los recursos.
Además, aunque Touraine ofrece una sociología de la acción de los nue­
vos rasgos de los movimientos contemporáneos, no desarrolla una teoría
del tipo de acción que presupone la tesis de una mayor autorreflexión,
Por supuesto, sí analiza los procesos de comunicación en que participan
los actores colectivos contemporáneos a medida que articulan nuevas
identidades y proyectos societales. Pero una autorreflexión teórica de la
acción comunicativa del tipo ofrecido por Habermas puede articular lo est
pecífico de estos procesos, indicar sus límites y abrir el camino a la compren­
sión de las relaciones entre todos los tipos de acciones en los conflictos
colectivos. Debido a que este nivel de análisis le falta a su teoría, Tourai­
ne comete la equivocación de excluir a la interacción estratégica del con­
cepto de un movimiento social y de su vaga imagen de la sociedad ci­
vil. Acierta al afirm ar que un enfoque unilateral sobre la estrategia omite
las dimensiones sociales y las orientadas a las normas de las luchas con­
temporáneas que son centrales para la emergencia de nuevas identida­
des colectivas. Pero se equivoca al restringir la interacción estratégica a
los niveles inferiores del conflicto o al eje diacrónico del cambio porque,
como lo dem uestra claramente la teoría de la movilización de recursos,
tanto los movim ientos sociales como la sociedad civil suponen una
interacción estratégica.
La reciente reformulación, por parte de Habermas, de la teoría de U
acción comunicativa nos permite ver la m anera en que el paradigm a de
la acción colectiva antes discutido puede ser complementario. Su tipología
de la acción corresponde muy bien a las varias lógicas de la acción colecti­
va.49 El concepto de "acción teleológica” presupone un actor que elige re­
cursos alternativos de acción (medios) con vistas a obtener un fin. Esto
L O S M O V IM IE N T O S S O C IA L E S Y LA S O C IE D A D C IV IL 583

implica relaciones entre un actor y un m undo de situaciones existentes


(estados existentes) que pueden ser obtenidas o realizadas mediante una
intervención con un propósito. El grado de racionalidad de la acción pue­
de ser evaluado por una tercera persona respecto al éxito y a la "verdad"
—es decir, al ajuste entre las percepciones del actor y el caso real—.50 Así,
la acción teleológica corresponde al concepto de la acción racional que se
encuentra al centro de la teoría de la movilización de recursos.
El "modelo de proceso político" de Tilly, Tarrow y otros, supone un cam­
bio de las teorías de la acción racional a las teorías de la interacción racio­
nal, que corresponde a una expansión que nos lleva del modelo ideológi­
co a uno estratégico en que los cálculos del éxito implican la anticipación
de las decisiones por parte de al menos otro actor. Este tipo de acción si­
gue presuponiendo sólo al “mundo objetivo" pero ahora incluye dentro de
él a la tom a de decisiones por otros. Se trata a otros actores como facto­
res externos a los que hay que reconocer, no como sujetos con los cuales
uno com parte un entendimiento.
El modelo puro de la identidad argum enta (en pro de una racionalidad
de la acción) que es específica a los nuevos movimientos sociales que se
ajusta al modelo de Habermas de la acción representada. Este tipo de
acción implica la fabricación intencional y expresiva de la subjetividad
de la persona, así como su manifestación (sentimientos, deseos, experien­
cia, identidad) a un conjunto de otros que constituyen un público. Aquí,
se presuponen por lo menos dos "relaciones con el m undo”: una orienta­
ción al mundo subjetivo del actor y una al mundo externo. La "presentación
del yo mism o” implica un esfuerzo por obtener que se reconozca la iden­
tidad y la subjetividad de uno mismo. Pero desde el punto de vista del ac­
tor, las relaciones interpersonales reguladas norm ativam ente sólo son
consideradas como hechos sociales. Así, la acción dram atúrgica puede
asumir cualidades estratégicas latentes y convertirse en una adm inistra­
ción cínica de la impresión. La dimensión de la acción colectiva que abarca
la afirmación expresiva de una identidad no es, por lo tanto, un asunto de
expresividad espontánea sino que implica una representación estilizada y
planificada de la identidad propia con el fin de obtener reconocimiento o
influencia.
El concepto de Smelser de un movimiento social orientado norm ativa­
mente corresponde al concepto de la acción normativa. Según Habermas,
el concepto de acción normativamente regulada se refiere a los integrantes
de un grupo que orientan sus acciones a valores comunes (institucio­
nalizados) que tienen una fuerza obligatoria general para las relaciones
intcrpersonales. Cada U ÍIO tiene derecho a esperar que otros cumplirán
con las normas compartidas. Así, además de presuponer el mundo exter­
no, la acción normativfkimplica una relación con un mundo social y una
584 LA R E C O N S T R U C C IÓ N D E LA S O C IE D A D C IV IL

identidad social —es decir, un contexto normativo que designa la totali­


dad de las relaciones interpersonales legítimas—. Esto significa que las
dimensiones cognitiva y motivacional son im portantes para la evaluación
de la validez de la acción normativa y que el aprendizaje puede ocurrir a
ambos niveles. Se puede evaluar la acción en términos de su conformidad
con una norm a determinada; las normas pueden ser evaluadas en térm i­
nos de si merecen o no ser reconocidas sobre la base de un estándar acep­
tado. Debe observarse que, para Smelser, los movimientos que no actúan
en nombre de un orden de normas válidas en últim a instancia, se vuelven
irracionales.
La interacción comunicativa lleva más lejos al segundo nivel de cues-
tionamiento de las normas. Este concepto traspasa los límites de la teo­
ría de la acción de Parsons y de Smelser. Se refiere a un proceso inter­
subjetivo, mediado lingüísticamente, por el que los actores establecen sus
relaciones interpersonales y coordinan sus acciones, y que implica la ne­
gociación de las definiciones de las situaciones (normas) y el logro de un
acuerdo. Mientras que la acción normativa presupone un consenso que
simplemente se reproduce con cada acto interpretativo, la acción co­
municativa supone una comunicación sin restricciones entre actores que
primero deben crear un consenso. Esto implica una relación autorreflexi-
va con las dimensiones de los tres “mundos" —el objetivo, el subjetivo y el
social—. En este caso, cualquier aspecto de nuestro conocimiento incor­
porado culturalmente que se haya vuelto problemático puede ser temati-
zado y puesto a prueba por medio de la determinación de la validez de las
demandas. El concepto de Touraine de u n movimiento social utiliza esta
concepción de la acción comunicativa.
Si aplicamos este análisis abstracto de la acción a las estrategias con­
ceptuales antes descritas, queda en claro que, aunque cada una tiende a
“filtrar” las formas de acción analizadas por nosotros, todas pueden infor­
m ar al estudio de la acción colectiva. Es perfectamente concebible que un
movimiento social concreto pueda com prom eter a todas las formas de ac­
ción. Esto es obvio en el caso de las acciones colectivas contemporáneas.
Sectores clave de los nuevos movimientos —desde el feminismo hasta el
ecológico—, tienen una relación autorreflexiva con los mundos objetivos,
subjetivos y sociales en la medida en que tratan los temas de la identidad
personal y social, defienden a las norm as existentes, im pugnan las inter­
pretaciones sociales de las normas, crean comunicativamente nuevas nor­
mas y proponen formas alternativas de relacionarse con el ambiente. Como
se dijo antes, toda acción colectiva supone también actividad estratégica,
instrum ental y normativa. Por lo tanto, no hay razón para que el análisis
de las varias lógicas de la acción colectiva deba verse como incompatible,
en tanto que no se las presente como única forma de racionalidad de la
L O S M O V IM IE N T O S S O C IA L E S Y LA S O C IE D A D C IV IL 585

acción colectiva con exclusión de las demás. Sobre la base de este análi­
sis, tam bién es posible ver que los movimientos pueden luchar sim ultá­
neamente por la defensa y la democratización de la sociedad civil y por la
inclusión dentro de la sociedad política así como por la expansión de esta
última.
Mientras que el análisis de los tipos de acción puede incluir a las varias
lógicas de la actividad colectiva, no puede ni explicar una configuración
particular dentro de un determinado movimiento, ni u n irlo s tipos en una
estructura teórica coherente. Para esto, se debe recurrir a un análisis de la
sociedad civil. La obra de Touraine señala la dirección correcta, pero él no
ofrece una teoría de la sociedad civil. En cambio, hace uso de la categoría
sin explicar su articulación interna. Tampoco explica qué mecanismos
conectan a las varias esferas entre sí con el Estado y la economía. En con­
secuencia, la lógica dual de los movimientos contemporáneos se repre­
senta erróneam ente como alternativas que son dirigidas únicam ente a la
sociedad civil. El enfoque de la movilización de los recursos adolece de lo
contrario, al poner énfasis sólo en las estrategias dirigidas a las estructu­
ras políticas y económicas. Los paradigmas en competencia del estudio
de los movimientos sociales nos dejan así con una elección insatisfacto­
ria: o uno interpreta a los movimientos en términos de la lógica estratégi­
ca de la organización —supuesta en la presión sobre las "grandes estruc­
turas" del Estado y de la economía—, o uno opta por poner énfasis en los
modelos de identidad, de normas y de cultura, y en las formas asociativas
articuladas por los propios actores más innovadores, cuyo blanco son las
instituciones de la sociedad civil. Lo que necesitamos es una estructura
teórica que pueda dar cabida a ambos enfoques y explicar la lógica dual
de los movimientos contemporáneos.

L a TEORÍA SOCIAL DUAL Y LOS MOVIMIENTOS


SOCIALES CONTEMPORÁNEOS

Empezamos afirmando que los nuevos movimientos sociales consideran


a los modelos culturales, las normas y las instituciones de la sociedad civil
como los principales elementos en juego en el conflicto social. Claramen- /
te, los esfuerzos por influir en las estructuras económicas y en la política
de Estado también tienen un im portante papel en estos movimientos. Por
ejemplo, los ecologistas han recurrido al Estado para que ejerza presión
sobre los actores económicos que saquean el ambiente, en tanto que los
activistas de derechos humanos y las feministas, han tratado por medio
de varias estrategias organizativas, de ejercer presión sobre el Estado para
que promulgue y hagaoumpllr leyes que garanticen los derechos de las
586 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

minorías y de las mujeres en la economía, la sociedad civil y el sistema de


organización político. Algunos componentes de los nuevos movimientos
han organizado partidos políticos (el ejemplo más famoso son los Verdes
de Alemania occidental), en tanto que otros han buscado trabajar den­
tro de los partidos que ya existen o ejercer presiones sobre la sociedad
política mediante esfuerzos de cabildeo, todo sin renunciar a sus vínculos
con los activistas de los movimientos y las asociaciones que se encuentran
fuera del sistema político. Así, los movimientos contemporáneos tienen
una apariencia y una lógica organizativa duales. En el capítulo IX, revi­
samos los presupuestos socioteóricos de esta afirmación, reformulando
las categorías de la sociedad civil en términos de la distinción sistema/
m undo de la vida desarrollada por Habermas. Ahora queremos hacer más
explícito el vínculo entre la teoría social dual y los movimientos. Ar­
gum entarem os que la reconstrucción de la distinción sistem a/m undo
de la vida en térm inos de las categorías de la sociedad civil y de la so­
ciedad política nos brinda los instrum entos necesarios para explicar, tan­
to los aspectos defensivos, como los ofensivos de los movimientos contem­
poráneos.
Las contribuciones más significativas de Habermas a la teoría de los
movimientos contemporáneos son tres tesis que, en conjunto, ofrecen per­
cepciones de los elementos más im portantes de la acción colectiva con­
temporánea.51 La prim era enuncia que la emergencia de la modernidad
cultural —o de las esferas diferenciadas de la ciencia, el arte y la morali-
dad, organizadas en tom o a sus propias pretensiones de validez interna-^
lleva consigo el potencial para una mayor autorreflexión (y una subjetivi*
dad descentralizada) respecto a todas las dimensiones de la acción y de
las relaciones con el mundo. Esto abre la posibilidad de una relación
pos tradicional, posconvencional, con las dimensiones clave de la vida so­
cial, política y cultural, y de su coordinación por medio de procesos autóno­
mos de interacción comunicativa. Esto formaría una base para una ma­
yor modernización del mundo de la vida por medio de la incorporación de
los potenciales realizados de la modernidad cultural en la vida diaria, lo
que implica el remplazo de la coordinación gemeinschaftliche con formas
potencialmente autorreflexivas.
La segunda tesis sostiene la “institucionalización selectiva” de los po­
tenciales de la modernidad (autorreflexión, autonomía, libertad, igual­
dad, significado). Un modelo dual de sociedad, que distingue entre siste­
ma y mundo de la vida, se encuentra en el núcleo de esta tesis. En este
modelo, los procesos implicados en la m odernización de la economía y
del Estado son distintos de los implicados en la "racionalización" del mundo
de la vida. Por una parte, tenemos el desarrollo de estructuras orientadas
por los medios en que la racionalidad estratégica e instrum ental es libera-
LOS MOVIMIENTOS SOCIALES Y LA SOCIEDAD CIVIL 587

da y ampliada; por otra, el desarrollo de instituciones igualitarias, cultu­


rales, sociales y socializadoras coordinadas, comunicativamente adecua­
das a las nuevas formas de subjetividad descentralizada que son posibles
gracias a la modernización cultural. La racionalización societal ha sido
dominada, sin embargo, por los imperativos de los subsistemas; es decir,
los requerimientos del crecimiento capitalista y de la dirección adm inis­
trativa han predominado sobre los intereses del m undo de la vida. La
"institucionalización selectiva" de los potenciales de la m odernidad ha
producido así una excesiva complejidad y nuevas formas de poder sistémico
y el empobrecimiento y subdesarrollo de la promesa institucional del m un­
do de la vida. La “colonización del mundo de la vida” relacionada con el
desarrollo capitalista y el proyecto tecnocrático de las élites adm inistrati­
vas ha obstaculizado y continúa obstaculizando estos potenciales.
La tercera tesis insiste en el carácter bilateral de las instituciones de
nuestro m undo de la vida contemporáneo, esto es, la idea de que la racio­
nalidad societal ha acarreado desarrollos institucionales en la sociedad
civil que han incluido no sólo la dominación sino tam bién las bases para
la emancipación. La teoría dual de la sociedad ubica así a los elementos
nucleares de la sociedad civil —la legalidad, la publicidad, las asociaciones
civiles, la cultura de m asas, la fam ilia— al centro de la discusión.
Ésta es la dimensión del análisis institucional ausente en la teoría de los
tipos societales de Touraine. Para nosotros lo importante es que el bosquejo
de Habermas de los desarrollos dentro de una sociedad civil ya moderna
(aunque incompletamente) proporciona una vía para entender el carácter
doble de los movimientos contemporáneos así como sus continuidades o
discontinuidades con el pasado. La idea del carácter doble de la confor­
mación institucional de la sociedad civil es un progreso real porque va
más allá del énfasis unilateral en la enajenación o en la dominación (Marx,
Foucault) y que un enfoqnft«igualmente unilateral en la integración
(Durkheim, Parsons). Se nos permite, por lo tanto, contar con un medio
teórico para evitar la sombría opción entre las apologías y la revolución
total. Si las sociedades modernas no son reificadas del todo, si nuestras
instituciones no han sido penetradas totalmente por las relaciones de po­
der desiguales, entonces es posible pensar en térm inos de potenciales
positivos de la modernidad que vale la pena defender y am pliar por medio
de una política radical pero autolimitada. Considerados junto con la te­
sis de la colonización, éstos nos permiten explicar la razón de que la so­
ciedad civil sea el objetivo así como el terreno de la acción colectiva con­
temporánea.
En conjunto, estas tosli rcvclan los elementos importantes de los movi­
mientos contemporáneos en su lucha por la destradicionalización y de­
mocratización de las relaciones sociales en la sociedad civil. La redefinición
588 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

de las normas culturales, de las identidades individuales y colectivas, de


los papeles sociales adecuados, de los modos de interpretación y de la
forma y contenido de los discursos (a la que aquí hemos llamado “la polí­
tica de la identidad") es parte de este proyecto. Sin embargo, como las
instituciones autoritarias frecuentemente son reforzadas por el control
desigual del dinero y del poder, y como la colonización de las institucio­
nes de la sociedad civil por estos medios impide continuar con su moder­
nización, los actores colectivos contemporáneos tam bién deben dirigirse
a la sociedad política. Una “política de inclusión" se dirige a las institucio­
nes políticas para obtener reconocimiento para nuevos actores políticos
como miembros de la sociedad política y para lograr beneficios para aque­
llos a los que "representan”. También es indispensable una “política de
influencia” dirigida a cam biar el universo del discurso político para que
genere espacios para nuevas interpretaciones de necesidades, para nue­
vas identidades y para nuevas normas. Sólo con esa combinación de esfuer­
zos puede restringirse y controlarse la colonización administrativa y econó­
mica de la sociedad civil, que tiende a m antener las relaciones sociales de
dominación y a crear nuevas dependencias.
Finalmente, la democratización adicional de las instituciones políticas
y económicas (una "política de reforma”) también es central para este
proyecto. Sin este esfuerzo, cualquier progreso dentro de la sociedad civil
sería en realidad tenue. Mientras que la democratización de la sociedad
civil y la defensa de su autonom ía frente a la “colonización” económica o
administrativa puede ser considerada como el objetivo de los nuevos mo­
vimientos, la creación de "sensores” dentro de las instituciones políticas y
económicas (reforma institucional) y la democratización de la sociedad
política (la política de la influencia y la inclusión), que abrirían estas ins­
tituciones a las nuevas identidades y a las normas igualitarias articuladas
en el terreno de la sociedad civil, son los medios para asegurar esta meta.S2
No estamos argumentando que el propio Habermas haya proporcionado
el paradigma teórico sintético de los movimientos sociales que su estructu­
ra hace posible. Si bien las teorías disponibles sobre los movimientos tienen
mucho que aprender de esa estructura, la propia teoría social de Habermas
también podría beneficiarse si integrara los resultados de otros análisis
contemporáneos. En realidad, su más reciente discusión de los nuevos
movimientos sociales es desorientadora porque se basa en una interpre­
tación unilateral del concepto dual de la sociedad que él mismo introdujo.
El enfoque de Habermas de los movimientos sociales ha evolucionado
en el transcurso del tiempo. Su prim er análisis se parecía mucho al de
Alain Touraine.53 Al igual que Touraine, considera a la Nueva Izquierda y
en especial al movimiento estudiantil como agentes potenciales de la de­
mocratización societal frente a los proyectos tecnocráticos para fundo-
LOS MOVIMIENTOS SOCIALES Y LA SOCIEDAD CIVIL 589

nalizar a las instituciones sociales y la esfera pública'existente. Estos mo­


vimientos parecen contener la promesa de nuevas identidades sociales
racionales y de una reavivida cultura política democrática en la medida
en que buscan am pliar y dem ocratizar los espacios públicos de la univer­
sidad al sistema político.
En térm inos más teóricos, Habermas atribuyó dos papeles interrela­
cionados a los movimientos sociales. Primero, se vio a los movimientos co­
mo el elemento dinámico en los procesos de aprendizaje social y de for­
mación de identidad. Aprovechando los potenciales incorporados en las
tradiciones culturales y las nuevas formas de socialización, los movimien­
tos sociales trasponen estructuras de racionalidad disponibles en forma
latente a la práctica social, de tal modo que puedan incorporarse en nue­
vas identidades y normas. Segundo, los movimientos con proyectos demo­
cráticos tienen el potencial de iniciar procesos por los que la esfera públi­
ca puede ser reanim ada y los discursos institucionalizados, dentro de una
amplia gama de instituciones sociales. Estos papeles fueron situados sólo
en una forma muy abstracta en los desarrollos institucionales contempo­
ráneos, sin embargo, debido a la antigua tesis de la Escuela de Francfort
de la "unidimensionalidad” que aún influía en la evaluación de Haber-
mas de las instituciones sociales, económicas y políticas existentes. Así,
aunque él (al igual que Touraine) criticó la retórica revolucionaria de los
movimientos de los años sesenta por desviar la atención del proyecto
de democratización de las instituciones políticas y sociales en favor de
su total destrucción, no pudo proporcionar ninguna alternativa a su crítica
totalizadora de la sociedad moderna.54 Hemos criticado la prim era ver­
sión de la teoría de Habermas por su "déficit institucional", es decir, por
localizar los potenciales emancipadores al nivel abstracto de la m oderni­
dad cultural y en los procesos de socialización y no en la articulación
institucional de la sociedad ííMl.55
Habermas resolvió esta dificultad introduciendo la concepción dual de
la sociedad como una base para analizar el carácter bilateral de las insti­
tuciones contemporáneas.56 Interpreta los potenciales ambivalentes de
nuestras instituciones sociales en términos de un choque entre los im pe­
rativos del sistema y las estructuras de comunicación independiente. Como
consecuencia, estas instituciones están abiertas tanto a las luchas defen­
sivas para proteger y dem ocratizar la infraestructura comunicativa de la
vida diaria como a proyectos ofensivos de reforma institucional radical.
Es tanto más irónico que su obra reciente también nos ha dado lo que
consideramos una interpretación extremadamente unilateral de los nue­
vos movimientos sociales, porque en esta concepción, estos movimientos
aparecen principalmente como reacciones defensivas contra la coloniza­
ción del mundo de la vida.57 ...
590 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

Habermas sostiene que lo que está en juego en las nuevas formas de


resistencia y conflicto no es la defensa del mundo de la vida sociocultural
tradicional (comunal, atributivo, difuso) sino de un m undo de la vida que
ya está en parte modernizado. También distingue entre las defensas de la
propiedad y del estatus adquirido en el terreno de un m undo de la vida
modernizado y la acción "defensiva” que comprende experimentos en nue­
vas formas de cooperación y comunidad. Estos últimos forman el núcleo
del nuevo potencial de conflicto. No obstante, se considera a los nuevos
movimientos como formas de resistencia y de retirada que buscan dete­
ner la m area de los sistemas de acción organizados formalmente a favor
de las estructuras comunicativas. Aunque representan la capacidad conti­
nua del mundo de la vida para resistir la reificación, y por lo tanto tom an
un significado positivo, Habermas es escéptico respecto a su "potencial
em ancipador” y sospecha de su naturaleza aparentem ente antinstitucio-
nal, defensiva, antirreformista. En resumen, no ve a los nuevos movimien­
tos como portadores de nuevas identidades sociales (racionales) sino como
estancados en el particularismo. Tampoco los ve como orientados hacia
la promoción de la institucionalización de los potenciales positivos de la
modernidad, o a trascender una política expresiva de retirada, ni cree que
sean capaces de hacerlo.
No obstante, Habermas presenta una idea interesante cuando argu­
m enta que los nuevos conflictos surgen en el “punto de contacto entre el
sistema y el mundo de la vida" —acerca, precisamente, de aquellos pape­
les que institucionalizan los medios del dinero y del poder y median entre
las esferas pública y privada y los subsistemas económicos y adm inistrati­
vos—. El rechazo a los papeles funcionalizados del empleado y el consu­
midor, del ciudadano y el cliente, seguramente caracterizan m ucha de la
acción colectiva contemporánea:

Son justo estos papeles los que son blanco de la protesta. La práctica alternati­
va es dirigida contra la [...] movilización dependiente del mercado del poder de
la mano de obra, contra la extensión de las presiones de la competencia y del
desempeño hasta los niveles básicos de la escuela primaria. También se dirige con­
tra la monetarización de los servicios, de las relaciones y del tiempo, contra la
redefinición consumista de las esferas privadas de la vida y de los estilos de vi­
da personales. Además, la relación de los clientes con las agencias de servicios
públicos debe abrirse y reorganizarse de un modo participativo[...] Finalmen­
te, ciertas formas de protesta niegan las definiciones del papel del ciudadano .51

Sin embargo, desde el punto de vista de Habermas, los desafíos de lo s


movimientos a estos papeles son puramente defensivos. Representa a los es­
fuerzos de los actores colectivos por crear contrainstituciones dentro d e l
mundo de la vida para lim itar la dinámica interna de los sistemas cconó-
LOS MOVIMIENTOS SOCIALES Y LA SOCIEDAD CIVIL 591

mico y político-administrativo, no sólo como “reactivbs", sino como proyec­


tos comunalistas con tendencias antimodernas de desdiferenciación y reti­
ro.59 La única excepción que observa es el movimiento feminista. Sólo
éste tiene una lógica dual y un potencial claramente emancipador: un as­
pecto ofensivo, universalista, interesado en la inclusión política y en la
igualdad de derechos, junto con un aspecto particularista, defensivo, que
se concentra en la identidad, los valores alternativos y la superación de
formas concretas de vida marcadas por los monopolios masculinos y una
práctica diaria racionalizada unilateralm ente.60 La prim era dimensión
vincula al feminismo con la tradición de los movimientos de liberación bur­
gueses socialistas y con los principios morales universalistas. La segunda
lo relaciona con los nuevos movimientos sociales. No obstante, como se
indicó antes, los nuevos movimientos de resistencia, incluyendo la segun­
da dimensión del feminismo, suponen exclusivamente reacciones defensi­
vas a la colonización. De aquí que se les califique de "particularistas" por
su preocupación por las identidades, las normas, y los valores alternati­
vos, y de aquí la acusación de una “retirada” hacia las categorías atributivas
o biológicas del género. Según Habermas, la dimensión emancipadora
del feminismo no implica por lo tanto nada nuevo, en tanto que la nueva
dimensión del feminismo adolece de las mismas desventajas que los otros
movimientos nuevos.
Creemos que este análisis de los nuevos movimientos en general y del
feminismo en particular es desorientador. De hecho, la interpretación de
Habermas de lo que es nuevo en estos movimientos como reacciones
particularistas y defensivas a la penetración de la vida social por los me­
dios del dinero y el poder, supone ¿1 rescate de la tesis clásica del colap­
so.61 Esto a su vez, se deriva de una interpretación unilateral de su propia
teoría social dual. Así, el análisis de Habermas de los movimientos no ha­
ce justicia al potencial de síPt&oría, por dos razones. La prim era tiene que
ver con su fracaso para traducir las categorías del mundo de la vida en una
conceptualización plena de la sociedad civil y política. Los sugerentes
pasajes sobre las instituciones públicas y privadas del mundo de la vida
descuidan aquella dimensión clave que le habría permitido evitar la tesis
del colapso, es decir, la de las asociaciones. A pesar de su reconocimiento de
que las luchas contemporáneas se localizan en tomo a las dimensiones de la
reproducción cultural, la integración social y la socialización, no vincula
a éstas con el lado positivo de las instituciones dentro de la sociedad civil
y de la sociedad política.62 En vez de reconocer que los nuevos movimien­
tos tienen un papel quejdesempeñar en la modernización adicional de
estas esferas, sólo percibe su carácter defensivo ante la expansión de los
mecanismos de dirección, Bn el mejor de los casos considera que los nue­
vos movimientos tienen^fl potencial de contribuir al aprendizaje alguien-
592 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

do las dimensiones de la transm isión y socialización cultural, pero no de


acuerdo al cambio institucional dentro de la sociedad civil.
Habermas está equivocado al concluir a partir de su seguimiento de la
reinterpretación de las tradiciones y de las identidades, que lo que está
im plicado en los nuevos m ovim ientos es sólo una política cultural
antiinstitucional. Los movimientos también generan nuevas solidarida­
des, alteran la estructura asociativa de la sociedad civil y crean una plura­
lidad de nuevos espacios públicos, a la vez que amplían y revitalizan los
espacios que ya están institucionalizados. Esto supone desafiar los pape­
les mediadores entre el sistema y el mundo de la vida. El otro lado de la
acción colectiva contemporánea, sin embargo, supone el cambio institu­
cional siguiendo la dimensión de la integración social. Implica conflicto
acerca de las relaciones sociales en instituciones civiles que van de la fa­
milia a las esferas públicas.
La tendencia de Habermas a considerar los subsistemas como "cerra­
dos autorreferencialm ente" im pide ver la posibilidad de la reform a
institucional también en estos dominios. Su separación excesivamente
rígida entre los dominios del sistema y del mundo de la vida le impide ver
las estrategias ofensivas de los movimientos contemporáneos que buscan
crear o dem ocratizar receptores dentro de los subsistemas, porque vuelve
el éxito tautológicamente imposible. En consecuencia, su explicación de
los movimientos no hace justicia a la tesis del doble carácter institucional
a que se aludió antes, y al cual está dirigida la lógica dual de los movi­
mientos. Por lo tanto, cae en un análisis reduccionista de la ecología, de
las iniciativas ciudadanas, de los movimientos de los Verdes y de los movi­
mientos Juveniles, y en una representación equivocada de la lógica dual
cuando la logra percibir, como ocurre en el caso del feminismo.
Nuestra reconstrucción de la distinción sistema/mundo de la vida, de
conformidad con los lincamientos de una teoría de la sociedad civil corri­
ge estos dos puntos ciegos. Por una parte, traducimos el concepto de mundo
de la vida como la articulación institucional de una sociedad civil garanti­
zada por los derechos. Por otra parte, argumentam os que hay receptores
para la influencia de la sociedad civil dentro de la sociedad política (y
económica) y que éstos pueden, dentro de ciertos límites, ser ampliados
y democratizados. En consecuencia, en nuestra versión de la concepción
dual de la sociedad, la lógica dual de los nuevos movimientos puede ha­
cerse evidente. Nuestro enfoque nos permite ver que los movimientos ope­
ran a ambos lados de la división sistema/mundo de la vida, y así podemos
tener en cuenta las contribuciones de ambos paradigmas de la acción
colectiva.
Nuestra estructura también nos ofrece una interpretación más sintéti­
ca del significado de la acción colectiva "defensiva ’ y "ofensiva” de la que
LOS MOVIMIENTOS SOCIALES Y LA SOCIEDAD CIVIL 593

es posible encontrar en cualquiera de los enfoques discutidos antes. En


esta explicación, el aspecto "defensivo” de los movimientos supone con­
servar y desarrollar la infraestructura comunicativa del m undo de la vida.
Esta formulación capta el aspecto dual de los movimientos discutido por
Touraine así como la percepción (Habermas) de que los movimientos pue­
den ser portadores de los potenciales de la m odernidad cultural. Ésta es la
condición sirte qua non de los esfuerzos venturosos por redefinir las iden­
tidades, re in te rp re ta r las norm as y d esarro llar form as asociativas
igualitarias y democráticas. Los modos de la acción colectiva expresivos,
normativos y comunicativos tienen su lugar adecuado aquí; pero esta di­
mensión de la acción colectiva también implica esfuerzos por asegurar
los cambios institucionales dentro de la sociedad civil que corresponden
a los nuevos significados, identidades y normas que se crean.
El aspecto “ofensivo” de la acción colectiva está dirigido a la sociedad
política y económica —los campos de la "mediación" entre la sociedad ci­
vil y los subsistemas del Estado administrativo y de la economía—. Cier­
tamente, esto implica el desarrollo de organizaciones que puedan ejercer
presión para que se les incluya en estos dominios y obtener beneficios de
ellos. Los modos estratégico instrumentales de la acción colectiva son in­
dispensables para esos proyectos. Pero la política ofensiva de los nuevos
movimientos no sólo implica luchas por el reconocimiento monetario 0
político, sino también una política de influencia dirigida a los que se en­
cuentran dentro del sistema político (y quizás económico) y proyectos
(autolimitadores) de reforma institucional. ¿De qué otra m anera vamos
a entender los esfuerzos por volver a estos subsistemas más receptivos a
los nuevos temas e intereses, más receptivos a las necesidades y a la auto-
comprensión de los actores en la sociedad civil, y más democráticos ínter-
namente de lo que son ahora? En otras palabras, aquellos elementos de
los nuevos movimientos quesswdirigen a la sociedad política (y que quizás
un día se dirigirán también a la sociedad económica) articulan un proyec­
to de reforma institucional autolimitador, democrático, dirigido a ampliar
y dem ocratizar las estructuras del discurso y del compromiso ya existen­
tes en estos dominios.

U n a c r ít ic a f e m i n i s t a d e l a t e o r í a s o c i a l d u a l

Aunque creemos que es posible analizar en estos términos a todos los


movimientos sociales contemporáneos, nos vamos a concentrar en el le­
vantamiento feminista para presentar nuestro punto. Ya han aparecido
varias discusiones interesantes de la importancia de la teoría social dual
de Habermas para t i ' metimiento feminista contemporáneo.*1 Bn el ar
594 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

tículo más comprehensivo sobre el tema, Nancy Fraser argum enta que,
lejos de facilitar una comprensión del feminismo, la teoría social dual de
Habermas —y en especial su distinción entre sistema y mundo de la vida—,
no sólo “es insensible al género" sino también, "en im portantes respec­
tos, androcéntrica e ideológica”.64 Fraser propone una crítica mucho más
radical de la teoría social dual que la que nosotros hemos bosquejado an­
tes. Como su crítica está dirigida al propio aparato conceptual de la teoría
social dual del que nos hemos apropiado y revisado, la consideraremos
con cierto detalle. Comprende cinco afirmaciones clave:

1. Fraser sostiene que la distinción entre sistema/mundo de la vida nos


lleva a representar a la familia como una institución integrada socialmen­
te que nada más tiene una relación extrínseca incidental con el dinero y el
poder.65 Ubicar a la familia m oderna y a la economía capitalista oficial en
los lados opuestos de la separación sistema/mundo de la vida es ocultar el
hecho de que las familias contemporáneas son sistemas económicos y
lugares de trabajo, coerción, intercambio, explotación y violencia. Ade­
más, esto legitima la separación institucional moderna de la familia y d?
la economía oficial, de la crianza de los niños y del trabajo pagado, y de la?
esferas pública y privada que han sido anatem a para el feminismo c o n :'
temporáneo.66 Así, supuestam ente Habermas ignora el hecho de que 1$
crianza de los niños es el trabajo no pagado por supervisar la producción
del poder de mano de obra adecuadamente socializada que la familia
intercam bia por salarios.67
2. Se presenta un argumento ligeramente distinto respecto a la distinción
que hace Habermas entre las formas normativamente aseguradas, conven*
cionales, de la integración social y las establecidas comunicativamente, i
autorreflexivas, posconvencionales. Fraser concede que esta distinción pror i
porciona recursos críticos para analizar las relaciones interfamiliares al
hacer que los "consensos” sobre las normas y papeles familiares sean so?j
pechosos en la medida en que o son prerreflexivos o se ha llegado a ello?;
por medio de un diálogo viciado de injusticia, coerción o desigualdad. Nty
obstante, afirma que se da una importancia insuficiente al hecho de qufl
las acciones coordinadas por el consenso asegurado normativam ente en
la familia nuclear patriarcal son acciones reguladas por el poder. Aquí el
error se encuentra en la aparente restricción que hace Habermas del u s o .
del término “poder”, limitándolo a los contextos burocráticos. Como conse­
cuencia, las relaciones de poder dentro de la familia son construidas comQ1
si fueran resultado de presiones externas sobre la misma (presiones econói
micas en el caso del capitalismo clásico; presiones burocráticas en el caso
del Estado benefactor).68
3. Este enfoque tiene la consecuencia, según Fraser, de que el dominio
LOS MOVIMIENTOS SOCIALES Y LA SOCIEDAD CIVIL 595

masculino es un signo de la insuficiente modernidad de las relaciones so­


ciales. El hecho de que el patriarcado es intrínseco al capitalismo, en vez
de un derivado accidental del mismo, se ve obscurecido de esa m anera.69
4. Aunque Fraser (de forma inconsistente) alaba la ampliación que hace
Habermas de la distinción público/privado clásica en un esquema de cua­
tro partes de la familia, la esfera pública, la economía y el Estado (claramen­
te basada en la distinción entre el sistema/mundo de la vida), argum enta
que el potencial crítico de este modelo se ve obstaculizado por la ceguera
respecto al género del enfoque general. Habermas erróneam ente concep-
tualiza los papeles en torno a los cuales se conforman las relaciones de
intercambio entre los cuatro términos del modelo (trabajador, consum i­
dor, cliente, ciudadano) en términos neutrales al género. Además, no men­
ciona el hecho de que estos papeles son complementados por un quinto
papel crucial de las personas que crían a los niños.70 Aquí el punto de Fra­
ser es que las relaciones entre los dos conjuntos de esferas pública y priva­
da son aclaradas por igual, tanto a través del medio del género, como a
través de los medios del dinero y el poder.71
5. Finalmente, Fraser argum enta que la tesis de la colonización lleva a
Habermas a representar erróneamente las causas y a construir en forma
equivocada la amplitud del desafío feminista al capitalismo del Estado
benefactor. Según esta tesis, las esferas privada y pública de la sociedad
civil dejan de subordinar los sistemas económico y administrativo a las
normas y valores de la vida diaria, y en cambio son cada vez más subordi­
nadas a los imperativos de esos sistemas. Sin embargo, Fraser indica que
las norm as patriarcales continúan estructurando la economía capitalista
regulada por el Estado y la adm inistración estatal, como lo indica la con­
tinua separación de la fuerza de trabajo y la estructura de los sistemas de
bienestar social. Así, los canales de influencia entre los sistemas y el m un­
do de la vida son multidirecVtSHales. El análisis de Habermas de la am bi­
valencia de las reformas del Estado benefactor, sin embargo, no tom a en
cuenta el subtexto de género que contienen estos desarrollos. El hecho de
que las mujeres sean abrumadoramente las nuevas clientes de precisamen­
te esas reformas “ambivalentes" del sistema benefactor no se observa. La te­
sis de la colonización para el Estado benefactor agrava así los errores y
omisiones que se derivan de la concepción teórica original de la separa­
ción entre el sistema/mundo de la vida. Ignora la perspectiva de género y
es androcéntrica.
Esta crítica presenta cuestiones que no es posible descartar, en especial
si uno desea argumentar qqe la teoría social dual (tal como la hemos recons­
truido) contribuye a la comprensión de los movimientos contemporáneos.
Es cierto que HabermM no prestó mucha atención al género, y que el no
considerar la penpeotiw de género en su modelo de hecho oculta impor-
596 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

tantes características de los acuerdos institucionales que desea entender.


No obstante, la afirmación de que la distinción entre el sistem a/m undo de
la vida y la tesis de la colonización son antitéticas a esas cuestiones no es
convincente. Creemos que el potencial crítico de la teoría y su im portan­
cia para los movimientos feministas puede ser demostrado. De hecho, la
mayoría de las dificultades citadas por Fraser se encuentran no en el mo­
delo teórico general, sino en la interpretación del mismo por Habermas.72
Así, m ostrarem os que, en gran medida, la parte válida de su crítica puede
encontrar cabida en nuestra versión revisada del modelo, que a su vez
puede arrojar luz sobre algunas de las formas de dominación y de conflic­
to propias del feminismo contemporáneo.73

1. Como hemos visto, Fraser rechaza la distinción sistema/mundo de la


vida, argumentando que no hay m anera de diferenciar categóricamente
entre las esferas de la mano de obra pagada y la no pagada, entre la eco­
nomía de la familia y la “oficial”.74 En realidad, argumenta que no hay nin­
guna garantía para suponer que una organización sistémica integrada de
la crianza de los niños sería algo más patológica que la de cualquier otro
trabajo. Sin embargo, esta respuesta no capta el sentido real de la distin­
ción entre sistema e integración social y a su vez es poco convincente.
Si bien Habermas, en sus momentos más marxistas, trata de distinguir
entre los procesos reproductivos simbólicos y materiales, el núcleo de su
teoría se basa en la distinción mucho más im portante entre los modos de
coordinación de la acción y no en los elementos sustantivos de la propia
acción. En resumen, la afirmación que Fraser no ha refutado de ninguna
m anera es que hay una diferencia fundamental entre los procesos (repro­
ducción cultural, integración social, socialización), las relaciones sociales
y las instituciones en que la ponderación de la coordinación debe ser
comunicativa y las que pueden ser "dirigidos por los medios” sin distor­
sión, como los mercados o las burocracias. Esto es así, no porque la acti­
vidad de la mano de obra o actividad creativa/productiva se realice sólo
en el segundo dominio, sino porque los significados, las norm as y las iden­
tidades no pueden ser mantenidas, reinterpretadas o creadas a través de
sustitutos funcionales de los efectos coordinadores de la interacción
comunicativa. Lo central de la diferencia entre conjuntos formalmente
organizados de relaciones sociales (subsistemas) y otros, se encuentra en
la tendencia de los primeros a neutralizar los antecedentes normativos de
contextos de acción informal, regulada por costumbre o moralmente, que
están ligados a pretensiones de validez y a sustituir éstos por contextos de
interacción generados por la ley positiva y "dirigidos por los medios".75
Estos últimos son coordinados por medios que operan a través de códigos
lingüísticos; sin embargo, estos códigos liberan a los actores de la necesl-
LOS MOVIMIENTOS SOCIALES Y LA SOCIEDAD CIVIL 597

dad de acordar m utuam ente la definición de la situación implicada en


toda interacción relevante, evitando así (o haciendo imposible) la referen­
cia a las pretensiones de validez normativa. Los significados, las norm as y
las identidades no son creadas en esos contextos, aunque se las usa (o se las
refuerza) para fines sistémicos.
Considerar a la familia como un sistema económico implicaría, por lo
tanto, o una aceptación total de la teoría de sistemas76 (haciéndola así in­
mune a la crítica normativa que quiere hacer Fraser), o una comprensión
equivocada de lo que es un sistema en la teoría de Habermas: un conjunto
de relaciones sociales organizado formalmente y dirigidas por los medios.
Si uno tiene la intención de desafiar los significados, norm as e identida­
des constitutivos de la desigualdad de género, entonces éste es el cami­
no equivocado. El enfoque de la teoría de sistemas destruye las mismas
dimensiones en que éstos se crean y reproducen. Aunque las familias rea­
lizan funciones económicas, aunque pueden ser funcionalizadas, (y de
hecho lo son) por los imperativos del subsistema económico adm inistrati­
vo, aunque hay interacciones estratégicas dentro de ellas así como intercam­
bios de servicios y de mano de obra por dinero o apoyo, y aunque éstos se
distribuyen siguiendo la separación de los géneros, las familias no por eso
son sistemas económicos. No están ni organizadas formalmente ni dirigi­
das por los medios. Por lo mismo, no se las puede describir como sistemas
administrativos aunque ciertamente sí contienen relaciones de poder.77
El trabajo realizado por las mujeres dentro de la familia no es conoci­
do, no se le rem unera y no se le recompensa, y por lo tanto pone en des­
ventaja a las mujeres incluso en el mercado de trabajo "oficial" (lo que re­
fuerza la imagen de la dependencia en un hombre "que es el que gana
el pan”). No obstante, no es útil describir la crianza de los niños como si
fuera igual al resto del trabajo social. El hecho es que se le puede transferir
parcialmente, y así ha ocunáéo, a centros de cuidado diario o guarderías,
y aunque se trate de un trabajo remunerado esto no significa que se le
pueda organizar formalmente de la manera en que es posible con otros tra­
bajos, o que sea deseable o posible transferir el cuidado de los niños total­
mente a un ambiente institucional integrado sistémicamente. La coordi­
nación comunicativa de la interacción sigue siendo el elemento central
del cuidado y crianza de los niños, como lo sabe cualquier padre, trabajador
social encargado del cuidado de niños o profesor de una guardería. A menos
que uno esté proponiendo la institucionalización total de los niños en
edad prescolar y la mercantilización total de la crianza de los niños como
la única alternativa a serpriados por madrea de tiempo completo, enton­
ces se debe suponer que los niños van a la caía en algún momento del día
—m om ento en el cual requieren atención y Cuidado—, Además, las
guarderías, los centros de cuidado diario y laa MOUClai ion instituciones
598 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

dentro de la sociedad civil. Tienen su propio lado económico y burocráti­


co, por supuesto, pero cuando los requisitos organizativos o económicos
superan las tareas comunicativas de la crianza y de la enseñanza, socavan
la raison d'étre de las instituciones y tienen consecuencias patológicas (ni­
ños desnutridos o ignorantes). i
Aunque ciertam ente podemos concebir que más tareas del hogar pue­
den trasladarse del hogar al mercado, con seguridad hay y debe haber un
límite a esto. No estamos de acuerdo con la noción de que todas las activida­
des creativas, productivas o reproductivas deben necesariamente tom ar
la forma del trabajo asalariado. Incluso cuando así lo hacen, esto no significa
que las estructuras institucionales en que ocurren estas actividades pueden
ser analizadas como sistemas económicos. Sólo sobre el supuesto des­
orientador de que todo "trabajo social” es equivalente y por lo tanto igual-*
mente favorable a la distorsión por la integración sistémica, es posible con­
siderar a la socialización y crianza prim arias de la m isma m anera que los
demás trabajos. En resumen, sólo si se construye a las familias simple­
mente como espacios de tiempo de trabajo socialmente necesario no pa­
gado, pueden las diferencias entre las relaciones sociales de producción y
las relaciones interfamiliares desaparecer de nuestra vista. Pero esta clase
de supuesto ha sido criticado por muchas feministas por am pliar exage­
radam ente las categorías de la crítica marxista del capitalismo a tem as
que no fueron considerados cuando se les elaboró.78
Si uno está dispuesto a aceptar que la economía m oderna requiere que
algunas formas de trabajo sean mercantilizadas y organizadas formal­
mente, la pregunta central para la teoría crítica es ¿de qué m anera se
distinguirán las clases de actividades que deben dejarse al mecanismo de
mercado u organizarse formalmente, de aquellas en las que no debe ser
así? Aquí hay dos cuestiones distintas. Por ejemplo, las críticas feministas
de "los contratos de m aternidad sustituía” se oponen a la conveniencia de*
intercam biar bebés por dinero (reificación) y de tratar al embarazo y al
nacimiento de los niños con base en el modelo del contrato de trabajo. La
mercantilización en esos casos parece distorsionar la relación de las mu­
jeres con su cuerpo, su propio ser y su hijo, y no es necesario explicar esta
intuición sobre la base de argumentos naturalistas o esencialistas.79 La
idea de la infraestructura comunicativa de las relaciones sociales de la
sociedad civil basta para explicar la distorsión que surge al entregar estas
relaciones al mercado. Y aunque el cuidado diario y la escuela suponen*
trabajo pagado (la mercantilización de los servicios de los profesores y de
los trabajadores sociales encargados del cuidado de los niños), eso no sig­
nifica que estas actividades puedan o deban ser organizadas formalmen­
te. No tienen la misma forma, finalidad o significado que otro trabajo
asalariado. Las instituciones públicas y privadas en las que se da cuidado
LOS MOVIMIENTOS SOCIALES Y LA SOCIEDAD CIVIL 599

y enseñanza a los niños son componentes centrales de la sociedad civil, a


pesar del hecho de que los servicios profesionales de que se trata son re­
munerados. En resumen, se requiere algún criterio para evaluar si la mer­
cantilización o la organización formal tendrán alguna consecuencia res­
pecto a ciertas formas de actividad o interacciones que son inaceptables y
que no son necesarias en una sociedad moderna. Nuestra teoría de la so­
ciedad civil ofrece un buen principio en esta dirección.
En vez de intentar hacer compatibles los papeles del trabajador y de la
persona que cuida a los niños —asimilando esta últim a al prim ero—, un
análisis que procede de la distinción entre el sistema y el m undo de la vi­
da nos llevaría a cuestionar el subtexto de género de ambos papeles, a la
vez que se insiste en su diferencia. La modernización ya ha traído consigo
la migración del trabajo (incluyendo la educación) del hogar al mercado.
Pero con certeza una gran parte de la solución específicamente feminista
a la doble carga de la madre trabajadora, a la subordinación e inseguridad
vinculadas con el papel de quien conforma el hogar, y a las desigualdades
del mercado de la mano de obra debe incluir la eliminación de la asig­
nación a un género de las tareas del cuidado y crianza de los niños y del
cuidado del hogar junto con una lucha contra la división según el género
de la mano de obra en el lugar de trabajo. Los salarios por el trabajo en el
hogar y el cuidado de los niños sólo reforzarían su carácter sexista y relega­
rían a las mujeres aún más decisivamente a los trabajos de servicios mal
pagados. La “división del trabajo” doméstica supone claramente una rela­
ción de poder basada en parte en la dependencia económica de la mujer,
que la priva de una elección real y de una voz igual en la distribución de
esas tareas; se deriva de su posición inferior en el mercado de trabajo, a la
vez que la refuerza.80 Esta relación es la que hay que cuestionar.
Pero este enfoque no se basa en una analogía forzada entre las familias
y los sistemas económicos, y’gfftfe el cuidado de los niños y otros trabajos
productivos. En cambio, supone un cuestionamiento a las normas patriar­
cales que definen a la familia y asignan a los géneros las tareas en el hogar
o de otro tipo. En realidad, la misma posibilidad de articular y poner en
duda las formas en que la economía capitalista m oderna y la familia nu­
clear (igualmente moderna) se intersectan (por medio de papeles asigna­
dos según el género) presupone su diferenciación. Los cambios en la iden­
tidad, en la concepción normativa y en la estructura interna de los papeles
de la familia no modificarían el hecho de que las relaciones interfamiliares
—incluido el cuidado de los niños— deben ser coordinadas comunicativa­
mente. Por el contrario, ni>iquiera es posible criticar a la familia contem­
poránea como injuita, como deformada por la distribución desigual del
dinero, del poder y por relaciones de género asimétricas, si uno no presu­
pusiera su infraeitlVO -81
600 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

2. La distinción entre las orientaciones convencional y posconvencional


capta una dimensión clave del poder en las normas de género existentes.
La forma que el dominio de los hombres toma en la familia nuclear patriar­
cal y las formas en que estructura las categorías del trabajo (y las relacio­
nes de cliente en el Estado benefactor) y la^ correspondientes identidades
de género son modernas en el sentido descriptivo, histórico.82 Pero no son
ni racionales ni modernas en el sentido normativo, es decir, en la forma en
que Habermas usa estas palabras. Las normas que fundam entan el domi­
nio de los hombres son un ejemplo de tradicionalismo por excelencia, es
decir, se basan en un "consenso” normativo convencional invariable y per­
petuado por las relaciones de poder y de desigualdad que lleva a toda cla­
se de patologías en el m undo de la vida. La actitud tradicionalista hacia
las normas de facto basadas en ese consenso no significa que las normas
relevantes sean restos de formas de desigualdades premodernas de status.
Significa que están aisladas de la crítica y tradicionalizadas, por decirlo
así. En realidad, se basan en una sociedad civil selectivamente racionali­
zada, y es precisamente a los obstáculos para su mayor modernización en
el sentido normativo los que la teoría de Habermas trata de articular. Ade­
más, como se indicó en el capítulo IX, la diferenciación de los subsistemas
de la economía y del Estado del m undo de la vida es una precondición
para desencadenar los potenciales culturales de la modernidad y para libe­
rar a la interacción comunicativa de la reproducción ritual de normas
convencionales, sacralizadas. El mundo de la vida no puede ser diferencia­
do internamente, las instituciones de la sociedad civil no pueden ser moder­
nizadas, la subjetividad no puede ser descentralizada y los papeles no
pueden ser cuestionados a menos que la interacción comunicativa se libe­
re de la tarea de coordinar todas las áreas de la vida.
3. No obstante, hay más en lo que respecta al dominio de los hombres
que incluso una rama moderna de tradicionalismo y Fraser hace una contri­
bución real al indicar una dimensión omitida en el análisis del poder de
Habermas, aunque ella no intenta llenar esa omisión. Es desorientador
restringir el térm ino “poder" a relaciones estructuradas jerárquicam ente
en ambientes burocráticos sin proporcionar otro término para articular
las relaciones sociales asimétricas en otras instituciones. Sería mejor distin­
guir entre diferentes clases de poder o, más bien, entre varios códigos de
poder y modos de operación del poder. De otra manera, nos quedamos sin
medios para conceptualizar la habilidad diferencial de im poner normas,
definir identidades y silenciar interpretaciones alternativas de la feminidad,
la masculinidad y las necesidades. El tradicionalismo resulta de esta habi­
lidad, pero no la explica. Es im portante que conozcamos las maneras en
que operan las varias formas del poder en la construcción del género, có­
mo se introducen en los procesos de socialización y de qué forma las ñor-
LOS MOVIMIENTOS SOCIALES Y LA SOCIEDAD CIVIL 601

mas y las identidades generadas en la sociedad civil‘se conectan con el


funcionamiento del poder como medio en los am bientes burocráticos.
Esto implica un análisis de las relaciones de poder que es complemen­
tario (y no de antitético) a la concepción del poder como medio coordina­
dor. Hemos argumentado que la organización formal es una precondición
(y por tanto una señal de identificación) de la construcción del subsistema
autónomo del poder.83 Es un prerrequisito necesario para que el poder
funcione como medio de dirección (y para que sea institucionalizado como
tal). Pero no es ni el único modo en que opera el poder ni su único código.
Como muchos lo han indicado, dentro de las organizaciones existe poder
generado fuera de las reglas formales; existían relaciones de poder antes
de la emergencia histórica del medio del poder y las relaciones de poder
operan en contextos que no están organizados formalmente.84
Nos permitiremos definir al poder en términos generales como la transfe­
rencia de selectividad (la habilidad para determ inar lo que puede hacerse
y decirse). El poder opera por medio del condicionamiento de las expectati­
vas (y de las expectativas de las expectativas), relacionando las combinacio­
nes de alternativas relativamente preferidas y relativamente rechazadas
por dos personas al menos.85 Esta transferencia presupone tanto la dispo­
nibilidad de sanciones negativas como un código (o varios códigos) de
poder. Pero no todos los códigos de poder incorporan formas de desigual­
dad que distinguen entre los individuos como si fueran de mayor nivel o de
nivel más bajo, o superiores e inferiores.
En una de sus apariencias, dentro de contextos formalmente organiza­
dos, el poder opera como un medio de dirección que puede ampliarse
hacia afuera para funcionalizar relaciones e instituciones de la sociedad
civil que no están organizadas formalmente y por lo tanto lograr así metas
administrativas.86 Como tal, el medio de poder separa la coordinación de
la acción de la formación deieasusenso en el lenguaje y neutraliza la res­
ponsabilidad de los participantes en la interacción.87 Lo que im porta aquí
no es la presencia de una jerarquía burocrática rígida o la estructura de
dominación en el sentido de una cadena clara de m ando,88 sino la forma-
lización de un contexto de la acción de tal tipo que las reglas abstractas y
los papeles impersonales (sean cargos o funciones) se convierten por lo
menos en el canal oficial (entre varios) a través del cual circula la corrien­
te de poder (selección de lo que se puede o no se puede decir o hacer). Así,
la esquematización binaria de las interacciones en conjuntos de códigos
formales (en especial legal/ilegal) produce una actitud objetivadora hacia
la situación de la acción, umi abstracción de las personas concretas y una
cierta calidad automática de lu continuación de la interacción.89
El poder no opera nada más como medio de dirección.90 Hay, por su­
puesto, relacione! de poder dentro de ambientes institucionalea que no
602 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

están organizados formalmente y que por lo tanto carecen de una condi­


ción necesaria para asegurar al medio del poder. También en este caso el
poder opera por medio de "códigos binarios" que transfieren la selectivi­
dad, aceleran la comunicación y evitan los riesgos del disenso mientras
no se les cuestiona. Pero estos "códigos" tienen una estructura diferente
de los que están vinculados a los medios de dirección en contextos organi­
zados formalmente. Lo que es más importante, no rem plazan del todo al
lenguaje ordinario en su función coordinadora; en cambio, suponen proce­
sos de segundo orden de formación de consenso en el lenguaje. Tampoco
implican relaciones sociales despersonalizadas. Habermas ha analizado
el prestigio y la autoridad moral de esta manera, distinguiendo estas "for­
mas de comunicación generalizada” de los medios de dirección. El presti­
gio y la autoridad moral pueden motivar a la acción o a la obediencia,
pero las pretensiones de validez que los fundam entan tam bién pueden ser i
impugnadas; y si éstas no sobreviven a la crítica, su base normativa y su
poder de motivación se derrumba. Además, la autoridad m oral y el presti­
gio siguen fuertemente ligados a personas y contextos particulares.91
Es razonable suponer que la lista de "formas generalizadas de com uni­
cación” puede ampliarse para que incluya el status, la autoridad y el géne­
ro.92 Además, de acuerdo con la distinción de Habermas entre la acción
normativa y la comunicativa, debemos distinguir entre formas que perm i­
ten la tematización comunicativa y las dudas hasta cierto punto fijo (como
la autoridad tradicional), y las formas que están construidas de tal mane­
ra que perm iten en principio la tematización, el cuestionamiento e inclu­
so la crítica sin ninguna restricción. También es posible para la estructura
de una forma generalizada de comunicación cambiar, por ejemplo, de la
autoridad tradicional a la democrática, del status al mérito, o de un con­
cepto de género a otro.
Sostenemos que el género es una forma generalizada de comunicación o,
más bien, el código de esa comunicación. Los códigos existentes de géne­
ro —incluso aunque cambien históricamente y en ese sentido difícilmen­
te sean tradicionales— están construidos de tal m anera que no se pone en
duda un complejo de significado supuestam ente irrefutable al que se defi­
ne como “natural". El núcleo paradigmático más im portante de cualquier
teoría a la que se pueda considerar feminista es que el poder opera a tra­
vés de códigos de género, reduciendo la libre selectividad de algunas per­
sonas y ampliando la de otras. El género no es otro medio de dirección,
sino más bien un conjunto de códigos en el cual y por medio del cual
opera el poder. Afuera de las organizaciones formales (en las que puede
servir como un código secundario del medio del poder), el género conti­
núa desplazando a la comunicación por medio del lenguaje ordinario y
facilita la operación del poder. Sin embargo, la codificación del género no
LOS MOVIMIENTOS SOCIALES Y LA SOCIEDAD CIVIL 603

separa totalm ente a la interacción del conocimiento ¿ultural, norm as vá­


lidas y motivaciones responsables com partidas en el contexto del m undo
de la vida. Las normas e identidades de género están basadas en últim a
instancia en el reconocimiento intersubjetivo de pretensiones de validez
cognitivas y normativas. Aunque los entendimientos convencionales del
género tam bién reducen el gasto de energía interpretativa y los riesgos
que acom pañan al entendimiento mutuo, su habilidad para motivar a la
acción y al cumplimiento sigue estando vinculada a las alternativas del
acuerdo o del consenso fallido.93 Este "efecto de alivio" no es neutral en re­
lación con el reconocimiento intersubjetivo de las norm as, identidades o
significados.
Por supuesto, el poder peculiar de las interpretaciones convencionales
en este dominio se encuentra en el hecho de que los significados y las nor­
mas de que se trata están ligados a identidades que se transm iten m edian­
te la socialización primaria, y a las que se refuerza en los procesos de
socialización secundarios durante toda la vida adulta. El poder que opera
en el código de género no delimita únicamente lo que uno entiende com o
objetos y fines sexuales naturales/no naturales, naturales/culturales, hom-
bres/mujeres, femenino/masculino, atractivo/no atractivo y adecuado/no
adecuado; sino que también construye el significado de los cuerpos y ope­
ra sobre ellos. Las normas e identidades de género se ven, además, refor­
zadas por sanciones directas o indirectas, positivas o negativas que pue­
den (aunque no necesariamente) estar vinculadas con un acceso desigual
al dinero y al poder en la forma de medios. Por lo tanto, se las debe desa­
fiar en dos frentes: los códigos de poder convencionales basados en el
género deben ser disueltos por actores que asumen la responsabilidad de
crear nuevos significados y nuevas interpretaciones ellos mismos, m ien­
tras que las desigualdades en la distribución del dinero y el poder deben
ser impugnadas.
4. Es en este sentido que la identidad de género relaciona a los dom i­
nios público y privado de la sociedad civil entre sí y con la economía y la
administración del Estado.94 Considerar al género como una forma de
comunicación generalizada, un código de poder distinto, pero reforzado
por los medios del dinero y del poder generados en los subsistemas, nos
da una rica estructura teórica para articular la distinción público/privado
en términos del género.
La principal brecha en la obra de Habermas es que no consideró el ca­
rácter de género de los papeles del trabajador y el ciudadano que emergen
en el mundo de la vida juntp con la diferenciación de la economía de mer­
cado y del Estado moderno. Las historiadoras feministas han documenta­
do la construcción paralela de los papeles de ama de casa y de madre y la
restricción de la m ujtr a tatos papeles (como una persona encargada del
604 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

cuidado de otros), como uno de los aspectos de la transición de la econo­


mía familiar al modo capitalista de producción y del remplazo del constitu­
cionalismo autocrático/monárquico con formas republicanas/liberales.95 A
medida que el trabajo asalariado se hizo dominante, el papel del trabaja­
dor asalariado se llegó a entender como qn papel masculino, determinado
por el género, en tanto que a la familia se la concibió como una esfera
privada, el dominio de las mujeres, en la que no se hacía ningún trabajo
"real". Lo mismo es cierto de la concepción republicana del ciudadano/
soldado, que por definición excluyó a las mujeres.96 No es casual que a
medida que los papeles del hombre como el que gana el pan y como ciuda­
dano cristalizaron, surgió un culto a la domesticidad para proporcionar
los componentes ideológicos del nuevo papel de esposa y madre. Por su­
puesto, también se desarrolló un papel de padre, pero éste era un papel
sin contenido, otro nombre para el que ganaba el pan. Por lo tanto, como
un medio de comunicación generalizado, las relaciones de poder basadas
en el género han sido incorporadas en todos los papeles desarrollados en
una sociedad moderna (racionalizadas selectivamente).97
Debería ser obvio que esta reconstrucción del subtexto de género de la
articulación institucional de las sociedades capitalistas m odernas en con­
juntos de relaciones públicas y privadas, no debilita la teoría social dual
que hemos estado defendiendo. Más bien, presupone el argum ento de que
el mundo de la vida "reacciona de una m anera característica” a la emer­
gencia de los subsistem as económico y estatal diferenciándose inter­
nam ente a sí mismo en las esferas pública y privada de la sociedad civil,
en conjuntos de instituciones orientadas a la transm isión cultural, inte­
gración social, socialización e individualización.98 En nuestro análisis de
la sociedad civil, la adquisición de derechos civiles por los que se puede ac­
tuar, sin tom ar en cuenta lo selectivo y lo problemáticos que éstos puedan
ser, institucionaliza a las esferas pública y privada de la sociedad civil y
somete a la economía y al Estado a sus normas. Las norm as de que se
trata aquí no son, por supuesto, las que Fraser tenía en mente cuando
aprovecha la concepción del carácter multidireccional de la influencia
entre las varias esferas públicas y privadas del capitalismo clásico. Las
normas patriarcales de género difícilmente "garantizan la libertad" y han
justificado la exclusión de las mujeres de los derechos y norm as que se
han reconocido. Como consecuencia, las norm as de género que confor­
man los papeles sociales clave que median entre las instituciones deben
estar sujetas a la crítica y ser remplazadas por identidades y papeles no
patriarcales.
5. Por supuesto, lo mismo es cierto para los sistemas de los estados
benefactores. Hemos argumentado que las norm as de las sociedades civil
y política continúan ejerciendo influencia sobre la economía y el Estado a
L O S M O V IM IE N T O S S O C IA L E S Y LA S O C IE D A D C IV IL 605

través de las instituciones mediadoras de la socieda'd política y económi­


ca. Los "receptores” de las influencias societales en estas esferas están, sin
embargo, limitados y además son muy selectivos respecto a las normas
que movilizan o refuerzan. Las normas patriarcales de género ciertam en­
te se encuentran entre estas últimas, y ellas estructuran los papeles y las
políticas establecidas por muchas reformas de los estados benefactores.
Como estas normas (ya apoyadas por las desigualdades en dinero y po­
der) representan a las mujeres como dependientes, no es sorprendente
que ellas sean la mayoría de quienes se han convertido en clientes. Hoy en
día la pregunta clave no es si las normas del m undo de la vida serán deci­
sivas, sino más bien cuáles de ellas lo serán.99
La tesis de la colonización destaca los problemas asociados con la di­
rección opuesta del intercambio: la penetración de los medios del dinero
y el poder (y de la organización formal) en las infraestructuras comunica­
tivas de la vida diaria. Esto tiende a reificar y agotar los recursos cultura­
les no renovables que se necesitan para m antener y crear identidades per­
sonales y colectivas. Esto incluye los recursos necesarios para crear normas
no patriarcales en el m undo de la vida y desarrollar las asociaciones de
solidaridad y la participación activa que les ayudará a ejercer su influen­
cia en los subsistemas.
El análisis esquemático —pero extremadamente sugerente— que presen­
ta Habermas de las nuevas formas de juridificación utilizadas por los es­
tados de bienestar, destaca las ambigüedades implicadas en el proceso
doble de intercam bio entre el sistema y el m undo de la vida. Por una par­
te, la juridificación en el dominio de la familia implica la extensión de
principios legales básicos a las mujeres y a los niños, a los que anteriormen­
te se les negaba la calidad de persona legal bajo la doctrina de la cobertu­
ra (por lo menos en los países angloamericanos). En otras palabras, los
principios igualitarios rerríptezan a las normas patriarcales en forma de
derechos —de los hijos contra los padres, de la esposa contra el esposo,
etcétera—. Estos nuevos derechos tienden a desm antelar la posición del
pater familias en favor de una distribución más igual de competencias y
derechos entre los miembros de la familia. La dirección de la influencia
en este caso claramente proviene de la sociedad civil y se dirige al Estado,
suponiendo una elección de normas. Son estas normas las que el Estado
refuerza en la sociedad civil como resultado final de la creación de leyes.
Por otra parte, si la estructura de la juridificación supone controles
administrativos y judiciales que no complementan m eramente a los con­
textos integrados socialmjnte con instituciones legales, sino que remplazan
a éstas por la operación del medio de la ley, como es el caso frecuente­
mente bajo la ley del Bltado benefactor, entonces la emancipación en la
familia se logra al ootto4e un nuevo tipo de posible dependencia.109 Los
606 LA R E C O N S T R U C C IÓ N D E LA S O C IE D A D C IV IL

expertos (jueces o terapistas) se convierten en adjudicadores de los nue­


vos derechos y de los conflictos que los rodean. Intervienen con sus me­
dios jurídicos o administrativos en relaciones sociales que son formalizadas,
disociadas y reconstruidas como casos individualizados a los que se debe
m anejar adm inistrativa o jurídicamente, al igual que cualquier otro con­
junto de relaciones entre adversarios. Los juicios formales, individualiza-
dores y por lo tanto universalizadores, que no pueden tratar con las com­
plejidades contextúales, despojan de poder a los clientes al anular sus
capacidades para participar activamente en la búsqueda de soluciones a
sus problemas. Así, es el propio medio de la ley el que viola las estructuras
comunicativas de la esfera que ha sido juridificada de esta manera. Esta
forma de juridificación va más allá de la codificación legal externa de los
derechos. La penetración administrativa de la sociedad civil que implica,
impide el desarrollo de procedimientos para resolver conflictos adecua­
dos a las estructuras de la acción orientada por el entendimiento mutuo.
Obstaculiza la emergencia de los procesos discursivos de la formación de
la voluntad, de procedimientos de negociación y de tom a de decisiones
orientados por el consenso. También hace necesariamente abstracción
del contexto, condiciones, relaciones y necesidades específicas de cada
"caso" individual. Son precisamente los efectos despojadores de poder de
esta clase de tom a de decisiones descontextualizada, individualizadora y
formalista los que han sido descritos y criticados con algún detalle por las
analistas feministas de las reformas recientes en la ley familiar.101
El debate y la confusión acerca del significado y deseabilidad de la bú$r
queda de derechos en este dominio, se encuentra en toda la discusión fe*
minista. Creemos que la distinción entre la ley como institución y la le¡jf¿
como un medio, y la tesis de la colonización son de ayuda en este caso»
Una teoría de la sociedad civil construida siguiendo estos lincamientos
permite conceptualizar un aspecto im portante de lo que hace a los nuaj'
vos "derechos” tan ambiguos. En este enfoque, queda claro que la ambiy
valencia de las feministas en lo que se refiere a la legislación de los “dere*
chos iguales" en este dominio se basa en un dilema real: la adquisición <
igualdad formal a través de medios y técnicas que hacen abstracción de lofe
contextos particulares, nivelan las diferencias y obstaculizan la creación
de relaciones sociales igualitarias dentro de la sociedad civil, es en realidad?
una ganancia ambigua. En un contexto no sólo de desigualdad sustantivé;
(la antigua percepción marxista) sino tam bién de identidades frágiles y
puestas en duda, esos medios o generarán nuevas dependencias o promove».
rán la resurrección de las antiguas norm as patriarcales como una defen*
sa contra los efectos laterales desintegradores de la penetración del Esteta
do. Las formas de vida patriarcal tradicionales han sido despojadas da
legitimidad con los nuevos derechos para las mujeres y los niños, pero las
L O S M O V IM IE N T O S S O C IA L E S Y LA S O C IE D A D C IV IL 607

relaciones cliente/experto (que proliferan en la sociedad civil a través del


medio de la ley) no eliminan las desigualdades sustantivas en el poder o
en la capacidad de expresión, ni facilitan la creación de nuevos significa­
dos, identidades y normas. En efecto, las nuevas relaciones verticales en­
tre el sujeto legal y el juez o trabajador social sustituyen a las interaccio­
nes comunicativas horizontales que se necesitan para generar nuevas
solidaridades, normas igualitarias y formas de vida que remplacen a las
antiguas. En consecuencia, se obstaculiza los procesos de adquisición de
poder colectivo y la creación de identidades no patriarcales en la sociedad
civil.102
Sin embargo, sería extremadamente desorientador suponer que todas
las reformas del Estado de bienestar tienen la misma estructura o lógica.
Ciertamente, las reformas legales que aseguran la libertad de los trabaja­
dores asalariados para organizar sindicatos y negociar colectivamente,
que los protegen del despido por haber llevado a cabo esta acción colectiva
y que aseguran al trabajador la representación en las juntas de la compa­
ñía son de una clase diferente a las donaciones, después de que se ha com­
probado su necesidad, a hogares con un sola madre/padre y a los servicios
sociales que "instruyen" a los clientes sobre la forma en que deben funcior
nar adecuadamente para criar a sus hijos y ser proveedores responsables
de conformidad con algún modelo preconcebido.103 La diferencia entre
estos tipos de reformas no es captada plenamente haciendo referencia a
los géneros (o, para tal caso, a la raza) de las personas a las que están
dirigidas. Además de enunciar que las mujeres son objeto de un tipo de
reforma y los hombres de otra, uno debe poder decir qué es lo que tienen
las propias reformas que hace que algunas fortalezcan y otras debiliten.
La teoría social dual nos permite hacer justam ente esto. El prim er con­
junto de reformas, a diferencia del último, no crea clientes aislados de
una burocracia estatal, sin e^ u e les da a los individuos el poder de actuar
juntos colectivamente, de desarrollar nuevas solidaridades y de lograr un
mayor equilibrio de las relaciones del poder porque están dirigidas a un área
que ya está formalmente organizada.104 Esas reformas crean "receptores"
en el subsistema económico para la influencia de las norm as y modos de
acción de la sociedad civil, al establecer procedimientos para la resolu­
ción del conflicto discursivo, asegurando así el control de la últim a sobre
la primera sin desdiferenciarlas. El segundo tipo de reforma hace lo contra­
rio: lleva la fuerza plena de las agencias administrativas a áreas que no
están organizadas formalmente, y que no deben estarlo. Esto am enaza la
infraestructura comunicativa y la autonomía de la sociedad civil y debili­
ta las capacidades de los "beneficiarios" para actuar por sí mismos o arre­
glar los conflictos discursivamente. No obstante, ciertam ente uno no de­
searía argumentar <]Ue4a Juridlllcación, la regulación o los beneficios
608 LA R E C O N S T R U C C IÓ N D E LA S O C IE D A D C IV IL

monetarios en la sociedad civil por definición, humillan o despojan de


poder a los que se supone que van a beneficiar. El problem a que surge no
es el de si la juridificación (la creación de nuevos derechos) o la interven­
ción estatal (la concesión de nuevos beneficios) deben ocurrir en la socie­
dad civil, sino qué clase de derechos legales, relaciones administrativas o
beneficios monetarios deben establecerse. Si consideramos que las muje­
res son los principales blancos/beneficiarias de las acciones de asistencia
en este dominio, ciertamente ese problem a no “queda fuera” de los intere­
ses feministas.105
Una versión feminista de la crítica del Estado de bienestar debe im pli­
car su continuación reflexiva.106 Así, la descolonización de la sociedad
civil y su modernización (en el sentido de rem plazar norm as patriarcales
sostenidas convencionalmente por normas logradas comunicativamen­
te) son ambos proyectos feministas. También lo es el desarrollo de institu­
ciones igualitarias que puedan influir en los sistemas administrativo y
económico. El prim er proyecto perm itiría la juridificación sólo en formas
que le dan poder a los actores en la sociedad civil sin someterlos al control
administrativo. El segundo eliminaría la dominación m asculina en las
instituciones tanto públicas como privadas. El tercero im plicaría refor­
mas estructurales en la sociedad económica y política, para hacerlas re­
ceptivas y complementarias a las nuevas identidades y a las nuevas insti­
tuciones democratizadas, igualitarias, de la sociedad civil.107

L a POLÍTICA DUAL: EL e je m p l o d e l m o v im ie n t o f e m in is t a

Ahora estamos en posición de presentar nuestra alternativa a la interpre­


tación de Habermas de la lógica dual de los movimientos feministas con­
temporáneos. Hemos argumentado que los objetivos principales de los
nuevos movimientos sociales son las instituciones de la sociedad civil.
Estos movimientos crean nuevas asociaciones y nuevos públicos, tratan*
de volver a las instituciones existentes más igualitarias, enriquecer y am-
pliar la discusión pública en la sociedad civil e influir en los espacios públi­
cos ya existentes de la sociedad política, ampliando a éstos potencialmenta
y complementándolos con formas adicionales de participación ciudada­
na. En el caso del feminismo, el centro de atención en la eliminación dé
formas de vida concretas, basadas en el dominio de los hombres y en la
reinterpretación de las identidades de género, complementan los esfuer­
zos para asegurar la influencia de nuevas identidades de género m ál
igualitarias dentro de los espacios públicos de la sociedad civil y la políti-
ca y obtener la inclusión política en estos térm inos.108
En vista de la estructura institucional dual de las esferas pública y priva-
L O S M O V IM IE N T O S S O C IA L E S Y LA S O C IE D A D C IV IL 609

da de la sociedad civil moderna, no hay razón para considerar a la prim e­


ra orientación como un retroceso. Construir a la política defensiva del
feminismo simplemente como una reacción a la colonización, que busca
sólo evitar la penetración de los sistemas de acción organizados formal­
mente, es muy desorientador. También lo es el tono peyorativo del adjeti­
vo “particularista” para el interés por las identidades, las concepciones de
género, las nuevas interpretaciones de necesidades y otras similares. Esto
no se debe considerar como indicio de un retroceso a las comunidades
organizadas en torno a las categorías naturales de la biología y del sexo.
Por el contrario, tampoco son simplemente reactivas. Más bien, estos in­
tereses se concentran en las presuposiciones normativas y en la articulación
institucional de la sociedad civil. La intervención feminista constituye un
desafío a las normas y prácticas sexistas particularistas que dominan, tanto
en las esferas públicas, como en las privadas. Intenta iniciar e influir dis­
cursos sobre las normas e identidades en toda la sociedad. Esos proyectos
son universalistas en la medida en que ponen en duda las restricciones y
las desigualdades en los procesos comunicativos (en lo público y en lo
privado) que generan las normas, interpretan las tradiciones y constru­
yen identidades. Ciertamente, el contenido de las nuevas identidades que
emergen de esos desafíos es particular. Como Touraine lo ha mostrado
claramente, ninguna identidad, colectiva o individual, puede ser univer­
sal. Pero algunas identidades implican un mayor grado de autorreflexión
y de autonom ía del ego que otras, y esto es lo que distingue a las identida­
des particulares de género que están basadas en normas sexistas jerárqui­
cas de las que no lo están.
En vista de la permeabilidad de las instituciones políticas y económicas
a las normas societales, no hay ninguna razón para descartar la posibili­
dad del desarrollo de instituciones igualitarias y democráticas capaces de
influir y controlar el sistémasete organización política y la economía. Los
movimientos feministas cuestionan las normas y estructuras del domi­
nio masculino que han penetrado en toda la sociedad civil, pero también
desafían el modo en que éstas dan forma a la estructuración de los subsis­
temas en general y de la política social en particular. La dimensión "ofen­
siva” de la política feminista ciertamente va dirigida al Estado y a la eco­
nomía, ejerciendo presión sobre ellas para que se perm ita la inclusión de
las mujeres en iguales términos.109Es "emancipadora y universalista" como
correctamente argum enta Habermas, pero el universalismo y la inclusión
igualitaria de las mujeres en el mundo del trabajo y de la política, supone
un desafío a las normas masculinas que se encuentran detrás de la estruc­
tura (supuestamente neutral) de estos dominios. Una vez que el "trabaja­
dor típico” ya no es representado como el hombre que se gana el pan, la
estructura del tiempo de trabajo, la duración del día de trabajo, la naturale-
610 LA R E C O N S T R U C C IÓ N D E LA S O C IE D A D C IV IL

za de los beneficios y el valor de los empleos deben ser revisados concordan-


temente. Y una vez que el “ciudadano responsable" ya no es representado
como el hombre soldado, la inclusión de las mujeres en las esferas polí­
tica y estatal debe implicar cambios significativos tam bién en estos domi­
nios. En resumen, la política ofensiva de la "inclusión" debe suponer la re­
forma institucional para ser realmente universalista. La lógica dual de la
política feminista implica, por lo tanto, una política comunicativa, dis­
cursiva, de la identidad e influencia que se dirija a la sociedad civil y polí­
tica y a una política de inclusión y reforma organizada, estratégicamente
racional, que esté dirigida a las instituciones políticas y económicas.
En realidad, casi todos los principales análisis del movimiento feminis­
ta (en los Estados Unidos y en Europa) han mostrado la existencia y la im­
portancia de la política dual.110 Un breve vistazo a la trayectoria del movi­
miento estadunidense dem ostrará nuestro punto.
Los teóricos de la movilización de recursos y de la oportunidad política
argumentan que la organización, las redes, los aliados, la presencia de un ci­
clo de protesta y un ambiente de reforma son centrales para la emergenciá
y éxito de los movimientos. La disponibilidad de estos factores a finales
de la década de 1960 y principios de la de 1970, ha sido bien docum entada
por los análisis de la "segunda ola" del feminismo.111 También lo ha sido el
efecto sobre las mujeres de los cambios estructurales que facilitaron su
ingreso en grandes números a la fuerza de trabajo remunerada, la universi­
dad y el sistema de organización político.112 Pero ni el cambio estructural
ni el aumento en el número de miembros de las organizaciones femeninas
así como de su experiencia política, ni la existencia de aliados poderosos
bastó para convertir en realidad las agendas feministas o los derechos de la
mujer.113 Los recursos, la organización y el liderazgo para un movimiento
de las mujeres habían existido desde inicios de siglo; lo que faltaba era un
número im portante de miembros que desearan apoyar las dem andas de’
derechos para las mujeres, es decir, una conciencia fem inista.114
Los analistas de los movimientos también incluyen la emergencia de la
conciencia de grupo, la solidaridad y un sentido de discriminación injusta
entre las precondiciones para la acción política colectiva, aunque la for­
ma que toma esa acción varía dependiendo de la estructura del Estado y
las instituciones políticas en el país (sindicatos, partidos).115En el caso de las
mujeres, la obtención de una conciencia de grupo suponía un desafío explí­
cito a las formas tradicionales que identificaban a las mujeres (principal­
mente) en términos de los papeles de m adre y esposa, y justificaban las
desigualdades, la exclusión y la discriminación. En resumen, la com pren­
sión tradicional del lugar e identidad de las mujeres tenía que ser cambiado,
y se debían construir nuevas identidades, antes de que los desafíos a la dis­
criminación por sexo pudieran parecer un tema legítimo y fuera posible
L O S M O V IM IE N T O S S O C IA L E S Y LA S O C IE D A D C IV IL 611

movilizar a las mujeres en torno al mismo. En reálidad, pronto se volvió


evidente para sectores clave del movimiento de las mujeres que había un
problema más profundo tras la resistencia de otra m anera inexplicable a
los derechos iguales: las identidades convencionales de género construi­
das socialmente conservaban los privilegios masculinos y operaban en
contra de la autonom ía de las mujeres y de la autodeterm inación de las
mismas. Así, antes de que cualquier política ofensiva de reform a e inclu­
sión pudiera dar resultados, tenía que desarrollarse una conciencia e ideolo­
gía feminista por parte de las mujeres de los movimientos y ésta debía ser
comunicada a otras mediante una política diferente de identidad, dirigida
a las esferas pública y privada de la sociedad civil.116 De aquí que la aten­
ción se concentrara precisamente en aquellos arreglos y procesos institucio­
nales implicados en la construcción de la identidad de género y en el le­
ma de que "lo personal es político".
Por lo tanto, no debe sorprender que el movimiento feminista adoptara
una estrategia dual dirigida tanto al Estado (y a la economía) como a la so­
ciedad civil. No es sorprendente que esta dualidad encontrara su expre­
sión organizativa en dos ramas distintas e inconexas del movimiento. La
ram a "antigua" (antigua en términos de la edad promedio de las activistas
y también la prim era temporalmente) incluía un rango de grupos de in­
terés que se concentraban en la inclusión política y económica y se esfor-
zaban por ejercer influencia mediante el sistema legal y político para
com batir la discriminación y obtener iguales derechos.117 La ram a "más
joven”, que emergió de la Nueva Izquierda y del movimiento de derechos
civiles, se formó como grupos de base autónomos conectados de forma
débil y que dirigieron su mira a las formas de dominio masculino dentro de
las esferas privada y pública de la sociedad civil. Éstos fueron los grupos
que articularon los temas de "género”, del aborto, de la contraconcepción,
de la violación y de la vidttflfféia contra las mujeres, y otros similares, que
tuvieron una gran fuerza para movilizar a las personas. Su centro de aten­
ción en la identidad, la autoayuda, el fortalecimiento de la conciencia y el
proselitismo por medio de la prensa "subterránea”, sus propias publicacio­
nes alternativas y las universidades tenían la finalidad de difundir la con­
ciencia feminista y de lograr cambios institucionales en las relaciones socia­
les basadas en las normas tradicionales, no igualitarias, del género en la
sociedad civil.118 Para finales de la década de 1960, las dos ramas del movi­
miento empezaron a aproximarse. Personas que ya se encontraban den­
tro del sistema político empezaron a apoyar muchos de los temas articula­
dos por las feministas "activistas”, mientras que estas últimas comenzaron
a entra! en grandes números a los capítulos locales de las organizaciones
políticas nacionales.11* A mediados de la década de 1970, "las organiza­
ciones del movimiento de mujeres siguieron todo camino político para
612 LA R E C O N S T R U C C IÓ N D E LA S O C IE D A D C IV IL

cam biar la política. Se aproxim aron a los partidos políticos, al Congreso,


a las Cortes y a la ram a ejecutiva; usaron las enmiendas constitucionales,
el cabildeo legislativo y la protesta política".120 A la vez, las organizacio­
nes que originalmente habían limitado su actividad a las tácticas comunes
de presión política empezaron a usar también los métodos de la protesta
y de la persuasión iniciados por los grupos más radicales.121 Como conse­
cuencia —a pesar de su diversidad organizativa—, es posible hablar del
movimiento feminista contemporáneo en singular, compuesto de varias
asociaciones y organizativa que participan en una amplia gama de estra­
tegias a pesar de lo cual com parten una conciencia fem inista.122
No puede haber duda de que la estrategia dual del movimiento contem­
poráneo de mujeres ha tenido algunos logros en términos políticos, cultu­
rales e institucionales. Sólo en 1972, el Congreso de los Estados Unidos
aprobó más legislación para promover los derechos de las mujeres que las
diez legislaturas previas combinadas.123 Las organizaciones del movimien­
to de mujeres ayudaron a iniciar una ola de acción legislativa sobre temas
feministas que no tiene igual en la historia de los Estados Unidos.124 Entre
1970 y 1980, el acceso de las mujeres y su influencia sobre las élites políti­
cas aumentó dramáticamente. Y más mujeres fueron elegidas o desig­
nadas a cargos públicos que nunca antes en la historia de los Estados
Unidos.125 Además, las Cortes se convirtieron en un blanco im portante y
productivo de los movimientos en sus dos formas y en sus dos frentes. La
decisión —que hizo época— en Reed vs. Reed en 1971 inició una serie de
casos que usaron la cláusula de igual protección de la Constitución para
eliminar leyes sexualmente discriminatorias en el mercado de trabajo. La
decisión en Roe vs. Wade en 1973, usó el derecho a la privacidad para le­
galizar el aborto, registrando y alentando de esa m anera cambios en las
relaciones de los géneros en general y en una institución clave de la socie­
dad civil: la familia en particular.126 Sin embargo, como lo recalcan la
mayoría de los analistas, estos éxitos políticos y legales tuvieron como su
prerrequisito y precondición el éxito en el sentido cultural —en la difu­
sión previa de la conciencia feminista—.127 Aquí el punto no es el obvio de
que un movimiento de masas puede ayudar estratégicamente a nuevos
grupos que buscan poder e influencia sino, más bien, que sin una política
de identidad dirigida a las normas, relaciones sociales, arreglos institu­
cionales y prácticas construidas en la sociedad civil, y sin una política de
influencia dirigida a la sociedad política, el éxito en lo prim ero sería poco
probable y lim itado.128
La difusión de la conciencia feminista está bien documentada. La en­
cuesta Virginia Slims de 1980 encontró que 64% de las mujeres favorecía
los esfuerzos para cam biar y fortalecer el status de las mujeres, en con­
traste con 40% en 1970.129 Además, para 1980, 60% de la población creía
L O S M O V IM IE N T O S S O C IA L E S Y LA S O C IE D A D C IV IL 613

que la sociedad —no la naturaleza— le enseñaba a las mujeres a preferir


las labores domésticas en vez de trabajar afuera de la casa.130 Además,
51% prefería un matrimonio en que el esposo y la esposa com partieran
las responsabilidades del hogar, y 56% favorecía una responsabilidad
com partida en el cuidado de los hijos.131 Estas estadísticas indican cam ­
bios culturales que van bastante más allá de la aceptación de los derechos
iguales y de la inclusión de la m ujer en la esfera pública política, aunque
esta últim a tam bién es aceptada (por lo menos en principio) por la mayo­
ría de la población.132
Así, una política de influencia que recibía forma de las nuevas concep­
ciones de la identidad del género, hizo posible convertir el acceso a las
élites políticas en las medidas necesarias para lograr los objetivos femi­
nistas. Y lo que fue cierto para los Estados Unidos tam bién ha sido cierto
para Italia, Alemania, Inglaterra y Francia.133 Para citar un ejemplo, Jane
Jenson ha mostrado que la inserción de las necesidades y de los intereses
de las mujeres en la agenda política en Francia fue posible sólo después de
que el movimiento de las mujeres tomó como su objetivo fundam ental la
especificación de una nueva identidad colectiva. Argumenta que "la contri­
bución fundamental del movimiento moderno de las mujeres fue su ca­
pacidad de modificar el ‘universo del discurso político’ y presionar así a
favor de sus objetivos de maneras muy diferentes a las usadas por las
anteriores movilizaciones de mujeres".134
Según Jenson, el movimiento feminista cambió el universo del discur­
so político que las había excluido, mediante la creación de una nueva
identidad colectiva para las mujeres y logrando que las élites políticas
aceptaran esta identidad. Jenson también m uestra que las reform as desde
arriba que am pliaron los derechos de las mujeres no suponen, en ausen­
cia de un movimiento feminista, un cambio en el universo del discurso
político o un cambio en la identidad de las mujeres. Después de la segun­
da Guerra Mundial, las mujeres de Francia adquirieron el derecho de vo­
tar y un acceso más libre a los métodos anticonceptivos, pero el universo
tradicional del discurso político que las definía como esposas, como apén­
dices de los hombres y como madres no fue modificado por estas refor-
m ás.135 No fue sino hasta que el movimiento feminista penetró en el espa­
cio abierto por la Nueva Izquierda en 1968 y empezó a tra ta r temas
relacionados con las mujeres (como la crítica de la vida diaria y el dere­
cho a la igualdad y a la autonomía, además de redefinir la identidad colec­
tiva de las mujeres en términos feministas) que el universo tradicional del
discurso político empezó a modificarse y ocurrieron reformas cuya inten­
ción e impacto eran feministas.
Es revelador que Jenaon so centre en el debate en torno a la legaliza­
ción del aborto para demostrar el impacto del movimiento de las mujeres
614 LA R E C O N S T R U C C IÓ N D E LA S O C IE D A D C IV IL

sobre el universo de discurso. En realidad, la mayoría de los analistas del


feminismo coinciden en que lo que es nuevo y propio de los movimientos
contemporáneos de las mujeres en todo Occidente, y lo que llevó a las mu­
jeres a entrar al escenario público en masa, fueron los grandes temas
movilizadores del aborto, de la violencia,contra las mujeres (la violación, el
maltrato a la esposa), la coerción sexual, el acoso sexual y los estereoti­
pos.136 Las feministas demandaron que los estándares de justicia se aplica­
ran en todas las esferas de la sociedad civil, incluyendo la familia. Después
de que se otorgaron los derechos de ciudadanía formales a las mujeres, y
junto con los esfuerzos por obtener derechos políticos iguales, term inar la
discriminación económica en la paga y en la oportunidad y com batir la dis­
criminación sexual en la fuerza de trabajo así como su segmentación,
todos los movimientos feministas modernos se han movilizado principal­
mente alrededor de estos temas anteriorm ente "privados", "no políticos" y
de la "sociedad civil”.137 Y todo movimiento feminista moderno ha procu­
rado explícitamente reconformar el universo del discurso de tal manera
que sea posible escucharlas voces de las mujeres, percibir sus preocupacio­
nes, reconstruir sus identidades y debilitar las concepciones tradicionales
de los papeles, cuerpos e identidades de las mujeres y el dominio masculi­
no que les daba sustento. Para tener un carácter feminista, los nuevos de­
rechos y las reformas institucionales tienen que reflejar los cambios en la
identidad de género y en las aspiraciones de las mujeres.
El tema del aborto abarcaba todas estas preocupaciones. Pronto se hizo
evidente que este tema desafiaba al universo tradicional del discurso por­
que significaba un cambio fundam ental en la definición y en el status de
las mujeres.138 El tema de la libertad de elección y la dem anda por el "con­
trol sobre nuestros propios cuerpos" expresó algo más que un deseo por
derechos iguales. Simbolizó una dem anda de autonom ía respecto a los
procesos autoformativos, de autodeterm inación y de integridad corpo­
ral: en resumen, del derecho de las mujeres a decidir por sí mismas qué
quieren ser, incluyendo si quieren o no convertirse en madres, y cuándo
desean hacerlo así. Considerada junto con el tema de la violencia contra
las mujeres, las demandas por leyes que legalizaran el aborto y penaliza­
ran la violencia y la violación en el matrim onio fueron dirigidas contra
una esfera de la sociedad civil que, bajo la apariencia de “vida privada",
no había estado sujeta previamente a ese escrutinio. Por una parte, la vida
privada como autonomía estaba siendo exigida por y para las mujeres;
por la otra, la noción de que una institución social podía ser privada en el
sentido de ser inm une a los principios de la justicia, estaba siendo cues­
tionada en forma im portante.139
Los desafíos a la identidad y papeles tradicionales asignados a las m u­
jeres, articulados en los debates relativos al tema del aborto, influyeron y
L O S M O V IM IE N T O S S O C IA L E S Y LA S O C IE D A D C IV IL 615

alteraron el universo del discurso político: "por prim era vez, las mujeres
solas y afuera de una estructura de referencia familiar se convirtieron en su­
jeto del discurso político [...] el nuevo discurso sobre la reforma del abor­
to llegó a simbolizar nada menos que un cambio en el status de las muje­
res y en su relación con su propio cuerpo y el Estado".140 Este discurso
implicó una concepción de las mujeres como autónomas y como un géne­
ro (es decir, con su propia situación específica), y como diferentes y no
obstante merecedoras de una preocupación y respeto iguales.141 Por esto
es que el tema del aborto no puede ser construido en términos de la polí­
tica de inclusión, siguiendo las líneas de los "movimientos burgueses de
em ancipación” que introducen a los excluidos en el sistema de organiza­
ción política o en la economía, en términos iguales. Más bien, es una cues­
tión vinculada a la "nueva” dimensión del movimiento feminista, porque
presenta un desafío fundamental a las identidades tradicionales de los
géneros, a las concepciones tradicionales de la familia, al poder patriarcal
y a la concepción estándar liberal de las esferas pública y privada de la
sociedad civil. Es un ejemplo paradigmático de la lógica dual del movi­
miento feminista.

L a so c ie d a d c iv il y la po l ít ic a d u a l : u n r e s u m e n TEÓRICO

Hemos argumentado que la traducción de las dimensiones relevantes del


mundo de la vida como sociedad civil, permite dotar de sentido a la doble
tarea política de los nuevos movimientos sociales: la adquisición de influen­
cia por los públicos, las asociaciones y las organizaciones en la sociedad
política, y la institucionalización dentro del mundo de la vida de lo que
han obtenido (nuevas identidades, formas asociativas igualitarias autóno­
mas, instituciones democratizadas). Hemos tratado de explicar la lógica
' organizativa dual de los nuevos movimientos en estos términos.
Sin embargo, hay otra interpretación posible de la lógica dual de la ac­
ción colectiva contemporánea. Es posible intentar un'a explicación en térmi­
nos de un modelo de etapas (o ciclo de vida) en que todos los movimientos
sociales se mueven de formas no institucionales de la acción de protesta
de masas, no institucionales, al grupo de interés rutinario, institucionali­
zado, o a la política de partido.142 Empiezan en forma de redes amplias, y
no obstante flexibles, de asociaciones locales y grupos de base, con una
distinción mínima entre los “líderes” y los seguidores, los miembros y los
que no lo son. En esta etapa inicial, los actores colectivos poseen dem an­
das difusas, plenas de valores, no negociables, que son articuladas en accio­
nes de protesta de malas. Este tipo de acción colectiva es propio del pro­
ceso de formación de identidad do los nuevos actores colectivos. La primera
616 LA R E C O N S T R U C C IÓ N D E LA S O C IE D A D C IV IL

tarea de los nuevos movimientos es formar al propio sujeto que se debe


convertir en el actor colectivo que participará en las negociaciones e inter­
cambios políticos y que posteriormente será el que reciba las ganancias
y las pérdidas. “Hay una categoría de acción que puede observarse en
los conflictos sociales, a la que se puede entender no preguntando qué
ganancias y pérdidas producirán para los actores, sino si producirán solida­
ridad. Estas acciones denotan el proceso de formación de una identidad."143
Así, en el periodo formativo de los movimientos sociales, la acción expre­
siva y la participación directa son adecuadas para la m eta de articular una
identidad colectiva nueva, y la política de influencia es dirigida a la esfe­
ra pública con el propósito de obtener reconocimiento del nuevo actor
colectivo.
La segunda etapa de la actividad del movimiento social implica la ruti­
na, la inclusión y finalmente la institucionalización.144 Una vez que el nue­
vo actor colectivo logra form ar una identidad y obtener reconocimiento
político, la acción cambia de expresiva a instrumental/estratégica. La organi­
zación formal remplaza a las redes flexibles, emergen líderes y papeles de
los miembros, y la representación remplaza las formas directas de partici­
pación. La lógica de la acción colectiva en esta etapa es estructurada por
la política de la inclusión política; el éxito significa que los que estaban
afuera han entrado en un sistema de organización política ampliado. El
cambio en la racionalidad de la acción colectiva (de expresiva a instru­
mental) y el cambio en la estructura organizativa (de informal a formal)
son vistos como un proceso de aprendizaje que supone la adaptación racio­
nal de las metas a las estructuras políticas. La institucionalización plena
implicaría el reconocimiento del grupo (desmovilizado) representado por
los nuevos participantes políticos como un interés especial legítimo, cu­
yas demandas son susceptibles de negociación y de intercambio político.
El éxito significa la inclusión de los “representantes” en la política normal
que supone competencia de los partidos, participación en las elecciones,
representación parlamentaria, la formación de grupos de interés o de ca­
bildeo y eventualmente la ocupación de posiciones en el gobierno.145
La teoría de las etapas explica la lógica dual de la política de los movi­
mientos en términos de un modelo lineal de desarrollo. Además, parece
proporcionar una respuesta tranquilizadora al dilema de Michels, el que pa­
recen enfrentar todos lo movimientos en algún momento —el temor de que
cualquier avance hacia la organización formal, la inclusión y la institucio­
nalización debilitará las metas del movimiento y am enazará la existencia
continua de la acción colectiva en forma de movimiento—. En la medida
en que estos procesos implican la cooptación, la desradicalización, la pro-
fesionalización, la burocratización y la centralización; el "éxito", en tér­
minos de inclusión institucional, indica el final del movimiento y la diso-
L O S M O V IM IE N T O S S O C IA L E S Y LA S O C IE D A D C IV IL 617

lución de sus objetivos (la famosa ley de hierro de la oligarquía). Ya que,


en su forma original, este dilema se derivaba lógicamente de la retórica
revolucionaria del movimiento de trabajadores que ha sido subsecuente­
mente abandonada, los teóricos del ciclo de vida pueden descartarlo como
utópico, irreal o peligroso. Cuando los fundamentalistas de los movimien­
tos articulan esos temores hoy en día, en ausencia de cualquier preten­
sión de estar participando en una política revolucionaria, se les puede
acusar de una renuencia o incapacidad a aprender. En resumen, si la tra­
yectoria normal de la acción colectiva es un cambio de la acción expresiva
a la instrum ental, a la adaptación a las limitaciones del sistema político
y a la inclusión política y a la reforma iniciada desde adentro, entonces el
dilema de Michels desaparece.
Aunque el modelo de etapas ciertamente capta im portantes aspectos
de la dinámica del desarrollo de los movirriientos sociales, es incapaz de
explicar las características específicas de los nuevos movimientos que
encontram os más significativas. En realidad, nuestra breve discusión
de la trayectoria del movimiento feminista estadunidense contradice m u­
chas de sus presuposiciones. Este movimiento tuvo una lógica organizativa
desde sus inicios. Aunque ha ocurrido una rutinización e institucionaliza­
ción, esto no ha excluido o sustituido a la acción colectiva de masas, a las
asociaciones de bases, a las organizaciones de autoayuda autónom as o a
la política, orientada a la identidad.146 En vez de conformarse al modelo
lineal de desarrollo, el movimiento feminista ha recurrido alternativamente
a la acción de masas y a la presión política, dependiendo de las oportuni­
dades políticas disponibles y del tema de que se trate.
Tampoco ha supuesto el aprendizaje (por parte de los activistas) un
cambio unidireccional de la racionalidad expresiva a la instrumental. Nues­
tra discusión del desarrollo organizativo del movimiento m uestra que ha
ocurrido aprendizaje en ana&ess lados y en ambas direcciones —los que
están dentro del sistema político tom an los temas y los métodos de los
activistas de base, mientras que muchos activistas se han unido a organi­
zaciones formales—. Esto no quiere decir que se hayan fusionado los dos
aspectos del movimiento, sino más bien que la división del trabajo entre
lós dos segmentos del movimiento cambia con el tiempo.
Finalmente, las nociones de que el blanco de los movimientos feminis­
tas es principalmente el sistema político (y, a través de éste, la economía)
y de que el éxito puede construirse en términos de inclusión, reforma des­
de arriba o de beneficios, son muy desorientadoras. Nuevamente, la lucha
por el aborto es un buen ejemplo de lo contrario. Los intereses organiza­
dos que ejercieron presión sobre las Cortes (en los Estados Unidos) o so­
bre los partidos políticos y los purlumcntos (en Europa) fueron necesarias
para lograr importante! cambios en los derechos sobre el aborto. Pero los
618 LA R E C O N S T R U C C IÓ N D E LA S O C IE D A D C IV IL

desafíos a las definiciones tradicionales del papel, lugar e identidad de las


mujeres se encuentran en el centro del tema, como lo entienden tanto los de­
fensores como los recientemente movilizados oponentes de los derechos
al aborto. De hecho, los esfuerzos por alterar las normas, los papeles y las
identidades de las mujeres dentro de la$ esferas pública y privada de la
sociedad civil han generado mucho más resistencia (e incluso contram o­
vimientos) que las dem andas de igualdad formal en el lugar del trabajo o
de inclusión en la esfera política pública. El éxito del movimiento Pro
Vida en la movilización de sus miembros y en el debilitamiento de los de­
rechos al aborto, junto con el fracaso del esfuerzo por obtener la aproba­
ción de la enmienda de iguales derechos en los Estados Unidos debe en­
tenderse en estos térm inos.147 Así, la reforma legal y la inclusión política
difícilmente bastan para definir o asegurar el éxito. La política de la iden­
tidad y la movilización de las bases permanecen en la agenda.148
Es una virtud del modelo de las etapas haber llamado la atención sobre
el hecho de que los movimientos sociales se dirigen, tanto a la sociedad
civil como a la política. No obstante, el modelo es desorientador en la
medida que presenta estas orientaciones en términos exclusivos y describe
la trayectoria normal de la acción colectiva como un movimiento lineal
de la sociedad civil a la política. Hay dos problemas básicos con el modelo.
Primero, opera con una concepción exageradamente simple del aprendi­
zaje. Se supone que los actores colectivos aprenden sólo en la dimensión
cognitivo-instrumental. Es decir, se define su aprendizaje como un recono­
cimiento gradual de que la política orientada a la identidad, simbólica, no
les puede ayudar a lograr sus metas, y el resultado de este aprendizaje es
un cambio hacia una organización jerárquica disciplinada y hacia un mo­
delo instrumental-estratégico de acción. Este punto de vista (que es típi­
co de los partidos políticos) tiende a quitarle im portancia a la conserva­
ción de la identidad y de la solidaridad para la acción estratégica a largo
plazo. No sólo implica una falta de reflexión con respecto a las raíces de
los actores de la sociedad política en la sociedad civil, sino tam bién la no­
ción de que los movimientos sociales no pueden concentrarse sim ultá­
neamente en los requerimientos estratégicos y en la construcción de iden­
tidad. El supuesto tácito de este enfoque es que las identidades no pueden
hacerse más racionales. En consecuencia, la construcción de identidades no
puede llegar al nivel de reflexión que permite incorporar la tensión entre
la identidad y la estrategia. La historia de los movimientos que han combi­
nado conscientemente las políticas de identidad y de estrategia es descaí^
tada afirmando que a fin de cuentas esas combinaciones no tienen ni ten­
drán “éxito".
En oposición a este punto de vista, creemos que la evidencia empírica
es mucho más ambigua respecto a los movimientos pasados y presentes, y
L O S M O V IM IE N T O S S O C IA L E S Y LA S O C IE D A D C IV IL 619

que el criterio para el éxito en sí necesita ser redefinido. Por ejemplo, los
logros y la continuidad de los movimientos de la clase trabajadora se han
debido en parte a su habilidad para com binar intereses culturales y políti­
cos.149 Lo reciente de los nuevos movimientos en este respecto se encuen­
tra, no tanto en su carácter dual, como en su más enfática tematización
de este dualismo. Así, su negativa a instrumentalizar la política cultural y la
construcción de identidad en aras de un éxito político concebido en forma
muy limitada, no debe ser representada simplemente como una renuen­
cia fundamentalista a aprender. Más bien, uno puede interpretar la resis­
tencia a la "autorracionalización” por parte de muchos actores colectivos
contemporáneos, como un resultado de la percepción de un rango de pro­
blemas propios de la sociedad civil contemporánea que no puede ser rectifi­
cado por medios políticos "normales”. Si los instrumentos convencionales
de la intervención del gobierno no son adecuados para los problemas que
surgen en áreas como el género y las relaciones familiares, la socialización
y las prácticas de la educación y la biotecnología, entonces la acción colec­
tiva autónom a que se concentra en el fortalecimiento de la conciencia, de
la autoayuda y de la creación de poder local sí implican aprendizaje des­
pués de todo. En las áreas donde las identidades, los significados convencio­
nales, las normas institucionalizadas, los patrones de consumo del estilo
de vida y las prácticas de socialización deben ser modificadas para produ­
cir soluciones a los problemas sociales, se requiere el aprendizaje siguiendo
las líneas de la dimensión moral-práctica. Una política autorreflexiva de la
identidad encuentra aquí un lugar adecuado.150
El segundo error tiene que ver con cierta pobreza en la concepción
política del modelo. El modelo de las etapas añade la política de la identi­
dad a la política de la inclusión y de la reforma articulada por la perspecti­
va de la movilización de recursos, aunque como una etapa transitoria. Si
los dos principales terrenosT^wa la política de movimientos son la socie-
dád civil y la política, entonces las políticas de identidad y de inclusión
pueden entenderse análogamente, pues describen la emergencia de los acto­
res en cada dominio. Las políticas de identidad constituyen los actores de
la sociedad civil; las políticas de inclusión, después de las transform acio­
nes necesarias en la organización y en la orientación de estos actores, los
establece como miembros de la sociedad política. Finalmente, la política
de reforma implica la actividad estratégica de organizaciones y partidos
políticos en la generación de la política del Estado. Lo que falta es una con­
cepción de la relación entre los actores colectivos de sociedad civil y los de
la sociedad política. Esto sucede así porque en el modelo de las etapas la
primera desaparece efectivamente al emerger la última. Se supone que la so­
ciedad civil (a diferencia de la sociedad política) sólo puede actuar sobre sí
misma. Siguiendo loe paeoe de la teoría de la élite de la democracia, el mo-
620 LA R E C O N S T R U C C IÓ N D E LA S O C IE D A D C IV IL

délo rompe así el vínculo entre la sociedad civil y la política, entre los ac­
tores civiles y los políticos. No hay lugar para una política de la influencia
por actores colectivos en la sociedad civil dirigida a los que se encuentran
en la sociedad política. Pero así como la sociedad política es capaz de ac­
tuar sobre la adm inistración del Estado, Jos actores de la sociedad civil
son capaces de influir en el discurso y en los actores de la sociedad políti­
ca. Esta política de influencia, para la que existe una gran cantidad de evi­
dencia empírica (como lo hemos mostrado en el caso del movimiento de
las mujeres) es el elemento clave que falta en la mayoría de los paradig­
mas usados para estudiar a los movimientos sociales actualmente.
Con esta concepción en mente, podemos volver al dilema de Michels
que el modelo de las etapas convierte en su paradigm a positivo. Para nos­
otros, la transformación sin rastro de los movimientos en partidos políti­
cos burocráticos o en grupos de cabildeo, sigue siendo un modelo negati­
vo y evitable. Reconocemos la tendencia de los movimientos a reproducir
las estructuras organizativas determinadas por el poder y el dinero en el
momento en que intentan actuar directamente sobre los subsistemas de
la administración estatal y de la economía de mercado. Creemos que la for­
ma de movimiento no puede sobrevivir a su salida de los límites del mundo
de la vida. Los movimientos no pueden influir a las estructuras coordinadas
por medios diferentes de la interacción normativa o comunicativa sin su­
cum bir a la presión de la autoinstrumentalización. En esto, la distinción
sistema/mundo de la vida continúa proporcionando límites que no pueden
ser ignorados por los activistas de los movimientos si quieren ser efectivos.
La autoburocratización no sigue a la política de la influencia. Ninguna
“ley de hierro de la oligarquía" está vinculada con la actividad de los mo­
vimientos dirigida a las estructuras interm ediarias de la sociedad política
o a las formas de la esfera pública que existen en este nivel. Nuestra res­
puesta al dilema de Michels es indicar la duplicación potencial y real de
los actores en la sociedad civil y en la política, y la posibilidad de un nue­
vo tipo de relación entre ellos. Reconocemos las tensiones entre las aso­
ciaciones de base en el mundo de la vida que tienen como su blanco a la
sociedad civil y las organizaciones capaces de afectar estratégicamente al
Estado y a los sistemas económicos, pero sólo al costo de la burocratización
(penetración por el medio de poder). No obstante, creemos que un mayor
nivel de autorreflexión, arraigada en un diálogo entre la teoría y sus
interlocutores en los movimientos, tiene la posibilidad de dism inuir estos
antagonismos. El programa de la democracia radical autolim itada impli­
ca una crítica del fundamentalismo democrático —característico de los
actores colectivos basados en la sociedad civil— y una crítica del elitismo
democrático característico de aquellos basados en la sociedad política.
Sin embargo, esta crítica teórica sería impotente a menos que los actores
L O S M O V IM IE N T O S S O C IA L E S Y LA S O C IE D A D C IV IL 621

civiles avanzaran hacia una política capaz de influir á los actores políti­
cos en vez de replegarse en el otro lado del fundamentalismo, que es la
pasividad.
Finalmente, nuestra concepción dual ofrece un criterio para el éxito de
los movimientos que difiere del de los fundamentalistas de los movimien­
tos y de los profesionales políticos. Consideramos muy deseable el desa­
rrollo de actores autorreflexivos y autolimitados, capaces de influir en la
discusión política, como lo son los partidos políticos que m antienen un
alto grado de apertura a la sociedad civil sin abandonar los prerrequisitos
de la acción estratégica efectiva. Esto se deriva autom áticam ente de nues­
tro argumento. Pero las nociones del éxito en la sociedad civil y en la
sociedad política no deben asimilarse las unas a las otras. En la sociedad
política, el automantenimiento organizativo es un desiderátum; en la so­
ciedad civil, no lo es, y si se le presta m ucha atención puede ocurrir una
transgresión del límite entre el sistema y el mundo de la vida.
El éxito de los movimientos sociales al nivel de la sociedad civil debe
ser concebido, no en términos del logro de ciertas metas sustantivas o de
la perpetuación del movimiento, sino más bien en térm inos de la demo­
cratización de los valores, normas e instituciones que en últim a instancia
están arraigados en una cultura política. Ese desarrollo no puede perenni­
zar a una organización o movimiento determinados, pero sí puede asegu­
rar a la forma del movimiento como un componente normal de socieda­
des civiles autodemocratizadoras. Por ejemplo, si parte del logro de los
movimientos es la institucionalización de los derechos, entonces el fin de
un movimiento social —ya sea a causa de su transform ación organizativa
o de su absorción en las nuevas identidades culturales creadas—, no sig­
nifica que se termine el contexto de la generación y constitución de movi­
mientos sociales. Los derechos obtenidos por los movimientos estabilizan
los límites entre el mundo d^sfepvida, el Estado y la economía; pero tam ­
bién son un reflejo de las identidades colectivas recientemente adquiri­
das, y constituyen la condición que hace posible la emergencia de nuevos
acuerdos institucionales, asociaciones, asambleas y movimientos. Los
derechos clásicos obtenidos por las revoluciones democráticas y los mo­
vimientos de los trabajadores ya han funcionado de esta m anera ante los
movimientos de derechos civiles y de otro tipo. Los teóricos aún no han
formulado los nuevos derechos adecuados para desafiar al Estado y a la
economía que presentan los movimientos contemporáneos. Actualmente,
los dos modelos de derechos prevalecientes —uno vinculado con la posi­
ción preeminente de los derechos de la propiedad, y el otro estructurado
en torno a ún modelo de beneficios asegurados por el Estado— han mos­
trado su lado oculto.111 No obstante, los derechos institucionalizados son
u lu vez importantes puntos de apoyo y catalizadores (precisamente debi-
622 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

do a sus contradicciones internas) para las luchas contem poráneas por


los derechos. Esto es cierto en especial para las iniciativas que “continúan
reflexivamente” los programas de la revolución democrática y del Estado
de bienestar al establecer un lugar preeminente de los derechos de asocia­
ción y comunicación. ,
Este programa sólo puede ser completado sobre la base de una estrate­
gia dual en que las políticas de identidad, influencia, inclusión y reforma
tengan todas papeles importantes que desempeñar. Desde el punto de vista
de una teoría de la sociedad civil, la política de la influencia es la más cen­
tral de éstas, puesto que es el único medio de desplazar al fundamentalismo
de los movimientos y de obstaculizar la vía al elitismo político. Sin ella, la
política de la sociedad civil se convierte en una antipolítica. Así, la política
de la influencia amerita un estudio más detallado desde el punto de vista de
la teoría política; ésta es la tarea del capítulo XI sobre la desobediencia civil,
uno de los medios más importantes por medio del cual los movimientos
sociales pueden esperar influir en la sociedad moderna.

NOTAS

1 Véase Jean L. Cohén, "Rethinking Social M ovem ents”, Berkeley Journal o f Sociology,
28, 1983, pp. 97-113; Andrew Arato y Jean L. Cohén, "The G erm án Green Party”, Dissent,
verano de 1984, pp. 327-333; Andrew Arato y Jean L. Cohén, “Social M ovem ents, Civil
Society and the Problem of Sovereignty”, Praxis International, 4, octubre de 1984, pp. 266-
283; y Jean L. Cohén, "Strategy or Identity: New Theoretical P aradigm s and C ontem porary
Social Movements", Social Research, vol. 52, núm . 4, invierno de 1985, pp. 663-716.
Hay m uchas otras clases de movimientos contem poráneos. Algunos, com o los de la de­
recha religiosa y el movimiento del derecho a la vida, hablan en nom bre de la autonom ía de la
sociedad civil a la vez que defienden un m undo de vida tradicionalista contra su modernización
adicional. Los movimientos inspirados p or la ideología neoconservadora buscan defender a
la econom ía (los derechos de propiedad) de la intervención estatal y de la reform a igualitaria,
Y el movim iento de los trabajadores todavía existe. Sin embargo, en este capítulo nos concern
trarem os solam ente en los movimientos orientados a la dem ocratización y m odernización
(en el sentido norm ativo) adicionales de las instituciones sociales, políticas o económicas.
2 Véase Cohén, "Strategy or Identity”: Bert K landerm ans and Sidney Tarrow, "Movilization
into Social M ovements: Synthesizing E uropean and American Approaches", International
Social Movement Research, 1, 1988, pp. 1-38.
3 Cohén, op. cit., pp. 667-668.
4 R alph H. T urner (ed.), Robert E. Park on Social Control and Collective Behavior: Selected
Papers, Chicago, University of Chicago Press, 1967; H erbert Blumer, "Collective Behavior",
en Alfred McClung Lee (ed.), New Outline o f the Principies o f Sociology, Nueva York, B arn el
& Noble, 1951 y "Collective Behavior", en J. B. G ittler (ed.), Review of Sociology: Analysis o f
a Decade, Nueva York, Wiley, 1957; R. G. Turner y L. M. Killian, Collective Behavior, Englewooa
Cliffs, Nueva Jersey, Prentice-Hall, 1957. Para u n resum en de las teorías de la conducta
colectiva, véase Gary T. Marx y Jam es L. Wood, "Strands o f Theory and R esearch in Collectiv*
Behavior”, Annual Review o f Sociology, 1, 1975, pp. 368-428.
5 W. Kornhauser, The Politics o f Mass Society, Nueva York, Free Press, 1959; H annah Arendt,
The Origins o f Totalitarianism, Nueva York, H arcourt Brace Jovanovlch, 1951; Neil Smelier,
LOS MOVIMIENTOS SOCIALES Y LA SOCIEDAD CIVIL 623

The Theory o f Collective Behavior, Nueva York, Free Press, 1962. Con la excepción de la obra
de Arendt, de la que tratam os en el cap. IV, las teorías de la sociedad de m asas y de loi
movimientos de m asas constituyen una síntesis de las teorías pluralista y de élite de la dem ocra­
cia. E n esta explicación, la dem ocracia im plica u n sistem a político caracterizado p o r eleccio­
nes libres, com petencia y alternación en el poder y se la predica con base en u n m odelo de la
sociedad civil caracterizado p o r el privatism o civil m ás la participación p o r m inorías activai
a través de los grupos de interés y de los partidos políticos. En este caso, las acciones colecti­
vas ''extrainstitucionales" m otivadas p o r convicciones ideológicas fuertes p a recen ser
antidem ocráticas y am enazan el consenso que subyace en las instituciones de u n a sociedad
civil. En otras palabras, parecen presagiar el ataque de la "sociedad de m asas”, cuyo significa­
do se asim ila a la clase de sociedad creada p o r los m ovim ientos fascista y com unista. Irónica­
mente, el concepto de la sociedad de m asas fue usado por los teóricos de la Escuela de Francfort
(Adorno, Horkbeimer, M arcuse) p ara analizar el modelo de la sociedad civil alabado p o r lot
pluralistas (en especial en la que parece ser su encarnación m ás perfecta, los Estados Uni­
dos). Uno puede verse tentado a concluir que estos últim os teóricos defendieron un modelo
m ás igualitario y políticam ente activo de la sociedad civil que la escuela de la élite-pluralista
o de la conducta-colectiva, pero el hecho es que su orientación neom arxista les im pidió desa­
rrollar u na teoría adecuada de la sociedad civil o de los movimientos sociales.
6 Para u na reseña de la evidencia, véase J. Craig Jenkins, "Resource M obilization Theory
and the Study of Social M ovements", Annual Review o f Sociology, 9, 1983, pp. 527-553;
Anthony Oberschall, Social Conflict and Social Movements, Englew ood Cliffs, Nueva Jersey,
Prentice-H all, 1973.
7 M ancur Olson, The Logic o f Collective Action, Cam bridge, H arvard University Press,
1965; John D. M cCarthy y M ayer N. Zald, "Resource M obilization and Social Movements: A
P ardal Theory", American Journal o f Sociology, 82, mayo de 1977, pp. 212-241; Charles Tilly,
Louise Tilly y Richard Tilly, The Rebellious Century: 1830-1930, Cambridge, H arvard University
Press, 1975; Willian G amson, The Strategy o f Social Protest, H om ew ood, 111., Dorsey, 1975;
O berschall, Social Conflict and Social Movements, op. cit., Sidney Tarrow, "Struggling to
Reform : Social M ovem ents and Policy Change during Cycles of Protest", W estern S o c ie tie s
Paper núm . 15, Cornell University, 1983; B. K landerm ans, H. Kriesl y S. Tarrow, "From
S tructure to Action: C om paring Social M ovem ent R esearch Across Cultures", In te r n a tio n a l
Social Movement Research, 1, 1988.
8 Charles Perrow, "The Sixties Observed", en M ayer N. Zald y Jo h n D. M cCarthy (eds.),
The Dynamics o f Social Movements, Cambridge, W inthrop, 1979, p. 199. Perrow caracterizó
a la versión del proceso político de la teoría de la m ovilización de recursos com o "influida
por Clausewitz”, porque concibe la protesta com o la continuación de la política ordenada por
otros m edios (desordenados) —com o surgiendo de la búsqueda de intereses que de Otra
m anera no se podrían obtener—- ^ f ero se equivoca al arg u m en tar que sólo el modelo orea*
nizativo-em presarial es económ icista p orque atribuye cálculos del costo-beneficio a lo*
actores colectivos. El m odelo de Tilly adolece de dificultades sim ilares.
9 Algunos m iem bros de la escuela de la movilización de recursos reconocen una varie­
dad de form as organizativas p ara los m ovim ientos m odernos; pero el énfasis general es en
la organización formal. Se ha acusado a la escuela de ser incapaz de d istinguir entre los
grupos de interés y las asociaciones los m ovim ientos sociales. Véase Jenkins, "Resource
M obilization Theory”, op. cit., pp. 541-543.
i° Véase Bruce Firem an y W. A. G amson, "U tilitarian Logic in the R esource M obilization
Perspective”, en Zald y M cCarthy (eds.), Dynamics o f Social Movements, op. cit., pp. 1-44,
ii ¡bid.
it Véase Tilly, Tilly y Tilly, T he Rebellious Century, op. cit., p. 6.
13 Ibid., p. 86 [las cursivas son nuestras],
14 C harles Tilly, "European Violence and Collective Action since 1700", versión revisada
de una ponencia p re se n ta d a s la Conferencia sobre Violencia Política y Terrorismo, Insti­
tuto Casio Cattaneo, Bolonia, Junio de 1982.
15Para una discusión ds estos tipos de acciones, véase Tilly, Tilly y Tilly, R e b e llio u s C entury,
op. cit., pp. 48-55,249<2M, y Charles Tilly, From Mobilization to R e v o lu tio n , Readlng, Mase.
Addison-Wesley, 1971, pp, Í41>lll,
624 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

16 Tilly, From Mobilization to Revolution, op. cit., p. 167.


17 Tilly, "E uropean Violence", op. cit., p. 11.
18 Tilly, From Mobilization to Revolution, op. cit., pp. 52-97.
19 Tilly, “E u ro p ean V iolence”, op. cit., p. 24. Véase tam b ié n C harles Tilly, "Fights
and Festivals in 20lh Century lie de France”, D ocum ento de trabajo núm . 305, Centro de
Investigación sobre la O rganización Social, U niversidad de M ichigan, diciem bre de 1983,
pp. 63-68. '
20 Por supuesto, algunos teóricos hicieron énfasis en esas innovaciones en las organiza­
ciones y en los procesos de m ovilización, com o la elección deliberada de estru ctu ras descen­
tralizadas, de la participación de bases y de organizaciones nacionales federadas. También
observaron la im portancia que se daba a m etas como la participación personal directa en la
acción política, la autoayuda, el cam bio personal, y la creación de nuevas identidades y
solidaridades. Sin em bargo, la m ayoría de los analistas en la tradición de la m ovilización de
los recursos concluyeron que estas nuevas orientaciones, p o r sí solas, resu ltab an en una
pérdida de la efectividad estratégica. E sto es cierto a pesar del argum ento an terio r de Zald
y Ash de que estructuras organizativas diferentes son efectivas p ara diferentes objetivos.
Véase M. N. Zald y R. Ash, “Social M ovem ent O rganizations: G rowth, Decay, and Change”,
Social Forces, vol. 44, núm . 3, 1966, pp. 327-341.
21 John M cCarthy y M ayer Zald, The Trend o f Social Movements, M orristow n, Nueva
Jersey, G eneral Learning, 1973, "O rganizational Intellectuals and the Criticism of Society”,
Social Science Review, 49, 1975, pp. 344-362, y “R eso u rce M o b ilizatio n a n d S ocial
M ovem ents ", American Journal o f Sociology, 82, 1977, pp. 1212-1241.
22 Véase J. Craig Jenkin s y Craig M. E ckert, “C hannelling B lack Insurgency: E lite
Patronage and Professional Social M ovem ent Organizations in the Developm ent of the Black
M ovem ent”, American Sociological Review, 51, 1986, pp. 812-829.
28 Ibid.
24 Ibid., p. 816. Citan la creciente participación de los votantes negros, la im portancia de
los negros com o un bloque de electores, el creciente núm ero de negros que ocupan cargos
públicos y la dism inución de las form as m ás abiertas de discrim inación en la educación y
en el empleo.
25 Ibid., p. 820. Aunque las crecientes oportunidades políticas (por ejem plo, las decisio­
nes favorables de la Suprem a Corte de Justicia, las leyes federales de derechos civiles)
facilitaron el ascenso del m ovim iento, éstas fueron oportunidades, no un patrocinio direc­
to. Un grupo excluido no podía co n tar con que las OMS profesionales y los patrocinadores
en la élite los protegerían y prom overían sus intereses contra oponentes poderosos sin una
movilización nativa sostenida. Esto no es negar el papel de las o m s profesionales en el éxito
de los m ovim ientos de derechos civiles, sino sim plem ente hacer énfasis en que tanto la
política de identidad fundam entada en las bases y la influencia, com o u n a política de refor­
m a e inclusión, fueron im portantes.
26 Ibid., p. 827. Esto tam bién es cierto p ara el m ovim iento de derechos civiles.
27 Véase Alessandro Pizzom o, "Political Exchange and Collective Identity in Industrial
Conflict", en C. C rouch y A. Pizzorno (eds.), The Resurgence o f Class Conflict in Western
Europe since 1968, vol. 2, Londres, M acm illan, 1978, pp. 277-298.
28 Este sesgo político es especialm ente evidente en la reciente expansión de la teoría de
la movilización de recursos para to m ar en consideración lo que Sidney Tarrow en "Struggling
to R eform ”, op. cit., ha llam ado la “estructura de op o rtu n id ad política”. Con base en las im ­
plicaciones de la obra de Wilson, Lipsky, Tilly y otros, Tarrow usa este concepto p ara diferen­
ciar a variables "externas” que son im portantes en la explicación del éxito de los m ovim ien­
tos a p artir de la movilización de recursos "interna". Por supuesto, tam bién define al éxito
en térm inos políticos, como el desenvolvimiento de un proceso de innovación de políticas en
el sistem a político que está dirigido a responder a las necesidades m anifestadas por los que
protestan, pero su análisis de la estru ctu ra de la oportunidad política y su concepto de lo l
ciclos de protesta y de reform a am plían la lim itada discusión de la influencia en la teoría
anterior de la movilización de recursos. A la vez, su obra indica los límites de un enfoque que
se concentra exclusivam ente en el sistem a político p ara el análisis de los objetivos y ¡as per­
sonas o grupos a las que dirigen sus dem andas los m ovim ientos sociales contemporáneos.
LOS MOVIMIENTOS SOCIALES Y LA SOCIEDAD CIVIL 625

La estru ctu ra de la oportunidad política incorpora tres características del sistem a polí­
tico que son significativas para el éxito del m ovim iento: el grado de ap ertu ra de las in stitu ­
ciones políticas form ales, el grado de estabilidad de los alineam ientos políticos dentro del
sistem a político, y la disponibilidad y posición estratégica de los grupos de apoyo. La p ri­
m era refleja factores formales, estructurales y coyunturales de los sistem as políticos, en
tanto que la segunda y la tercera se refieren a los blancos de la influencia de la acción
colectiva. Tarrow especifica un am plio rango de personas y grupos a los que se dirigen los
m ovim ientos, incluyendo los grupos de apoyo entre la sociedad civil pero externos al p ro ­
pio m ovim iento; los grupos de interés con acceso institucional, que pueden se r m otivados
e im pulsados p o r la actividad de los m ovim ientos p ara p resio n ar p o r objetivos co m p arti­
dos; las élites políticas y adm inistrativas en todos los sectores del sistem a político, cuyo
grado de unidad y percepción de los realineam ientos electorales que puedan resu lta r de la
acción colectiva afectan su ap ertu ra ante los objetivos del m ovim iento; y los partid o s polí­
ticos, que p ueden resp o n d e r a la activ id ad de m o v im ien to s a u tó n o m o s a d o p ta n d o o
cooptando las dem andas de los m ovim ientos. Sin em bargo, ni una estru ctu ra de o p o rtu n i­
dad política favorable ni una organización interna eficiente bastan p ara explicar el éxito de
un m ovim iento. Además, el im pacto de la protesta sobre la reform a debe ser analizado a
la luz de "la com binación de recursos y lim itaciones que son características de periodos
de movilización general en sistem as sociales totales”. En esos periodos em erge un ciclo de
protesta en el que hay un alto nivel de conflicto que se difunde p o r todo el territo rio n a­
cional, im plicando a m ás de un sector social e incluyendo la aparición de nuevas técnicas
de protesta y de nuevas form as de organización (Tarrow, “Struggling to R eform ", op. cit.,
pp. 37-39). Incluso si la relación causal entre un ciclo de reform a y oleadas de protesta
social sigue siendo problem ática (algunos ciclos de protesta sim plem ente desaparecen, en
tanto que otros son generados por reform as que los precedieron), frecuentem ente coinci­
den, y el éxito de los m ovim ientos individuales a m enudo es contingente a la posibilidad de
que puedan surgir y al m om ento en que lo hagan así d u ran te el ciclo. En o tras palabras, la
estructura de la oportunidad política y la receptividad de las élites políticas y de los grupos
de apoyo a las estrategias de influencia de parte de los m ovim ientos sociales depende p a l'
cialm ente de la dinám ica de los ciclos de protesta. Aunque hasta este p u n to lo que se ha
dicho es convincente, el análisis am pliado de los objetivos de la influencia sigue estando
indebidam ente lim itado p o r los lím ites del enfoque general. Es sorprendente que una es­
tru ctu ra teórica orientada al análisis de la influencia no trate o le reste im portancia a temas
tan obviam ente relevantes com o los cam bios en la opinión pública, el papel de los m edios
y la transform ación en el universo del discurso político. La m ism a form a en que se toca a
estos tem as y se les descarta es en sí reveladora. Los cam bios en la "opinión de las m asas",
(por lo que Tarrow entiende el cam bio de valores, son considerados u n a causa posible de
protesta social (p. 39, de la m anerg^ggque lo hace Inglehart), y luego se les d escarta porque
esto no está dem ostrado. Pero ¿no podría ser posible que la opinión pública y el cambio
cultural form en uno de los objetivos y blancos de la influencia de la acción colectiva? El
cubrim iento por los m edios tam bién se trata de u n a form a puram ente in stru m en tal, com o
algo que facilita u obstruye la actividad de los m ovim ientos siguiendo a O berschall, "Social
Conflict", op. cit., y a Todd Gitlin, The Whole World is Watching, Berkeley, University of Ca­
lifornia Press, 1980. Pero ¿no son la iniciación y la expansión de la discusión pública de los
tem as y de las norm as y la dem ocratización de la esfera pública cultural tam bién p osi­
bles objetivos del m ovim iento? Seguram ente una de las características m ás n o to rias de los
m ovim ientos m odernos es la creación de redes de com unicación alternativas —periódicos,
Im prentas, librerías, institutos, program as de estudio, publicaciones de toda clase— que
am plían a la esfera pública pero que en prim era instancia están dirigidos a "influir" no a las
élites, sino a los participantes potenciales y a los "electorados conscientes". Las esferas
públicas alternativas tienen "éxito" en la m edida en que generan reflexión, sobreviven com o
escenarios de la comunicación ojie convierten en parte de la esfera pública institucionalizada,
rinulm cn'.í, aunque Thrrow acepta que lu evolución general de la opinión informada o de
élite es relevante para el éxito del movimiento, afirm a que los cambios en el "universo del
discurso" político comprenden un área "nebulosa” (p. 34) que puede afectar a la estructu­
ra de oportunidad polltlea pero B la que no se puede hacer "operativa". Quizás, pero esta
626 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

área nebulosa resulta ser uno de los blancos centrales de la acción colectiva con tem p o rá­
nea. De hecho, el universo del discurso político, ju n to con las norm as sociales, los papeles
sociales que son reguladas p o r las norm as y la conciencia de los actores colectivos así como
de las élites, son todos "destinatarios” de la estrategia de influencia de los m ovim ientos
sociales contem poráneos. Pero sólo si uno se da cuenta de que la sociedad civil —su estru c­
tu ra institucional, relaciones sociales y articulación norm ativa— no sólo es el terreno sino
el blanco de los nuevos m ovim ientos sociales, puede llegar a evaluar la significación de esa
estrategia.
29 Tilly, "Fights and Festivals in 20th C entury lie de France", op. cit.
30 Pizzorno, "Political Exchange”, op. cit., p. 293, y “On the R ationality of D em ocratic
Choice", Telos, núm . 63, prim avera de 1985, pp. 41-69. Véase la discusión del enfoque de
Pizzorno en Cohén, "Strategy or Identity", op. cit., pp. 691-695.
31 Aquí la situación es la co n traria de la que predom ina en el parad ig m a de la m oviliza­
ción de recursos. Ha surgido u n a verdadera escuela, en este caso, en torno al m odelo am ­
pliado de Touraine, en vez de en torno al "m odelo de identidad simple".
32 Alain Touraine, The Voice and the Eye, Cam bridge, Inglaterra, C am bridge University
Press, 1981, pp. 31-32.
33 Alberto Melucci, "The New Social M ovements: A Theoretical Approach”, Social Science
Information, vol. 19, núm . 2, 1980, pp. 199-226.
34 Touraine, The Voice and the Eye, op. cit., p. 56.
35 Alain Touraine, "An Introduction to the Study of Social Movements", Social Research,
vol. 52, núm . 4, 1985, pp. 749-787.
36 Alain Touraine, "Triumph or Downfall of Civil Society?", Humanities in Review, vol. 1,
Cambridge, Inglaterra, C am bridge University Press, 1983, p. 223.
37 Ibid., pp. 221-227.
38 De aquí la devastadora crítica de Touraine al parad ig m a de la m ovilización de recur­
sos en su "Introduction to the Study of Social M ovements", op. cit.
39 Touraine, "Triumph or Downfall”, op. cit., p. 220. En otras palabras, los m ovim ientos
sociales se enfrentan p o r el tipo de sociedad civil que deberá ser institucionalizado, m ien­
tras que los “m ovim ientos históricos", situados en el eje diacrónico, luchan p a ra establecer
a la sociedad civil y a u n a sociedad política representativa.
40 Touraine, The Voice and the Eye, op. cit., p. 61.
41 Ibid., p. 115. Por "garantías m etasociales" del orden social, Touraine significa cosas
com o la religión, la filosofía de la historia, las leyes económ icas y las teorías evolutivas del
progreso.
42 Véase Touraine, "Introduction to the Study of Social M ovem ents”, op. cit.
43 Touraine, "Triumph orD o w fall”, op. cit., pp. 106-107.
“ Ibid., p. 138.
45 Véase Touraine, “Introduction to the Study of Social M ovem ents”, op. cit.
46 P ara u n a discusión de los otros tipos societales. Véase Alain T ouraine, The Self-
Production o f Society, Chicago, University of Chicago Press, 1977, pp. 92-109.
47 Touraine, "Triumph or Downfall”, op. cit., p. 329, las cursivas son nuestras.
48 Cohén, Class and Civil Society, op. cit., pp. 214-228.
49 Jürgen H aberm as, The Theory o f Communicative Action, vol. 1, Boston, Beacon Press,
1984, p. 86.
50 Ibid., pp. 85-101.
51 Véase Jürgen H aberm as, The Theory o f Communicative Action, vol. 2, Boston, Beacon
Press, 1985, pp. 332-403. Para u n a discusión crítica del enfoque de H aberm as de los m ovi­
m ientos sociales en el transcurso de los años. Véase Cohén, "Estrategy, o r Identity”, op. cit.,
pp. 708-716.
52 Véase la sección final de conclusiones de este capítulo p a ra u n a discusión m ás com­
pleta de los cuatro com ponentes de la lógica dual de los m ovim ientos contem poráneos.
53 Alain T ouraine, The May Movement, N ueva York, R andom H ouse, 1971; Jürgen
H a b e rm a s , Student und Politik, F ra n c fo rt, S u h rk a m p , 1961, Protestbewegung und
Hochschulreform, Francfort, Suhrkam p, 1969, y Towards a Rational Society, Boston, Beacon
Press, 1970.
LOS MOVIMIENTOS SOCIALES Y LA SOCIEDAD CIVIL 627

54 Jürgen H aberm as, Die neue Unübersittlichkeit, Francfort, S uhrkam p, 1985, pp. 81-82,
ofrece u n a revaluación de su p rim era evaluación política de la Nueva Izquierda.
55 Véase Cohén, Class and Civil Society, pp. 194-228; Jean L. Cohén, "Why More Political
Theory?, Telos, núm . 40, verano de 1970, pp. 70-94.
56 Véase la discusión en H aberm as, The Theory o f Communicative Action, vol, 2, pp. 301 -
403.
57 E n tre los m ovim ientos a los que se refiere H aberm as com o nuevos están los fem inis­
tas, los ecologistas, los pacifistas, los juveniles, los de las m inorías, los antinucleares y los
de iniciativa ciudadana (The Theory o f Communicative Action), op. cit., vol. 2, p. 393.
58 H aberm as, The Theory o f Communicative Action, op. cit., vol. 2, p. 395.
59 Ibid., p. 396.
60 Así, redescubre los tipos "reactivo" y "proactivo” de la acción colectiva que ya había
m encionado Tilly.
61 A este respecto, su análisis es m enos perceptivo que el de Touraine, el que observó que
los m ovim ientos sociales cuyos objetivos son las norm as y las identidades de la sociedad
civil im plican u n a lucha con u n adversario social y que lo que está en juego en esa lucha es
la conform ación futura de las instituciones de la sociedad civil.
62 H aberm as, The Theory o f Communicative Action,- op. cit., vol. 2, p. 392.
63 N ancy Fraser, "What's C ritical about C ritical Theory? The Case of H ab erm as and
Gender", New Germán Critique, núm . 35, prim avera/verano de 1985, pp. 97-131. P ara un
punto de vista diferente, véase Linda Nicholson, Gender and History: The Limits o f S o c i a l
Theory in the Age o f the Family, Nueva York, Colum bia University Press, 1986.
64 Fraser, "What's Critical about Critical Theory?”, op. cit., p. 111.
65 Ibid., p. 107. De conform idad con Fraser, H aberm as liga esta distinción con la que
existe entre la reproducción m aterial y la simbólica.
66 Ibid., p. 109.
67 Ibid., p. 115.
68 Ibid., p. 109.
69 Ibid., p. 124.
70 Ibid., p. 115.
71 Ibid., p. 113. Fraser expresa:
Al om itir cualquier m ención del papel de quien cría a los niños, y al no tra ta r el tem a del
subtexto del género que subyace en los papeles del trabajador y del consum idor, H aberm as
no com prende precisam ente la form a en que el lugar de trabajo capitalista está vincula­
do con el jefe m asculino de la fam ilia nuclear m oderna, restringida. De m an era similar,
al no tra ta r el tem a del subtexto m asculino del papel del ciudadano, no percibe [...] la
form a en que el papel del ciudadano-soldado-protector m asculino relaciona al E stado y
a la esfera pública no sólo entr&g|pgjno tam bién con la fam ilia y con el lugar del trabajo
pagado [...] tam poco percibe, finalm ente, la form a en que el papel fem enino de crianza
de los niños relaciona a las cuatro instituciones entre sí al supervisar la construcción de
sujetos según su género m asculino y fem enino necesaria p a ra llenar todo papel en el
capitalism o clásico [p. 117].
72 Además, F raser presupone características clave de la teo ría de la m o d e rn id a d de
H aberm as incluso cuando la crítica e incluso cuando reconstruye su subtexto del género
qúe no ha sido tratado con ella.
73 De ninguna m anera querem os arg u m en tar que esta teoría basta p a ra tra ta r con to ­
dos los intereses fem inistas. Ciertam ente, tendrá que ser suplem entada p o r co ntribucio­
nes cruciales de la filosofía fem inista psicoanalítica y posm oderna. Pero p o r lo que respecta
a la te o r ía s o c ia l, encontram os que la teoría dual de la sociedad civil es notablem ente prove­
chosa.
74 Fraser, "What's Critical about Critical Theory?", op. cit., pp. 99-103. Ella toma literal­
m ente a Habermas en el sontldpde que esta distinción está vinculada con una distinción
sustantiva ature la reproducción simbólica y material del mundo de la vida. Correctamente
argumenta que no es poalble distinguir entre las actividades sobre la base de una distinción
de "clases-naturales" «ñire le material y lu simbólico, y critica a Habermas por basarse en
esc supuesto. Esta erfllM es llmller a la nuestra: véase Andrew Aralo y Jean L. Cohén,
628 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

“Politics and the R econstruction of the Concept of Civil Society”, en Axel H onneth et al.
(eds.), Zwischenbetrachtungen Im Prozess der Aufklarung, Francfort, Suhrkam p, 1989. No
obstante, no es cierto que la teoría social dual se sostenga o se d erru m b e con la distinción
reificada entre lo sim bólico y lo m aterial.
75 H aberm as, The Theory o f Communicative Action, op. cit., vol. 2, p. 310. P ara u n a discu­
sión m ás detallada de estos puntos, véase el cap. IX.
76 P ara un esfuerzo no convincente, véase N ildas L u h m an n , Love as Passion: The
Codification o f Intimacy, Cam bridge, H arvard University Press, 1987.
77 Fraser, sin em bargo, tam bién tiende a fusionar el nivel del análisis de los m ecanism os
coordinadores con el análisis de los varios tipos de acción. Así, insiste en que la acción
estratégica e instrum ental ocurre en las instituciones del m undo de la vida —en las fam i­
lias— y que la acción com unicativa (basada en norm as patriarcales) se p resen ta en los
subsistem as. Pero éste no es un argum ento im portante contra la distinción sistem a/m undo
de la vida; de hecho, esto es afirm ado a m enudo p o r el propio H aberm as. Todos los tipos de
acción aparecen en todas las instituciones. Las categorías abstractas de sistem a y del m u n ­
do de la vida indican sólo dónde se encuentra el peso de la coordinación en u n a determ inada
estructura institucional. También rechazaríam os las referencias a la fam ilia com o un siste­
m a económ ico por otro conjunto de razones: la psicodm ám ica de la form ación de id en ti­
dad en general y de las identidades de los géneros en particular, difícilm ente pueden ser
analizadas en esos térm inos.
78 Véase Alison M. Jaggar, Feminist Politics and Human Nature, Totowa, Nueva Jersey,
Row m an and Littlefield, 1988, pp. 51-83 y 207-249. Véase tam bién el artículo clásico de
Heidi H artm ann, "The U nhappy M arriage of M arxism an d Fem inism : Towards a More
Progressive Union”, en Lydia Sargent (ed.), Women and Revolution, Boston, South E nd Press,
1981, pp. 1-42.
79 Véase B arbara Stark, "C onstitutional Analysis of the B aby M. D ecisión", Harvard
Wornens Law Journal, 11, 1988, pp. 19-53.
80 Los estudios sobre la división dom éstica del trabajo indican que m uchas m ujeres
desean u na división m ás equitativa del trabajo dom éstico, pero que no lo pueden lograr de­
bido a los diferenciales de poder y de capacidad de tener ingresos. Para una discusión de los
patrones fam iliares cam biantes y de las form as en que se priva a las m ujeres de u n a voz
igual en la fam ilia, véase K athleen Gerson, Hard Choices, Berkeley, University of California
Press, 1985. Véase tam bién Susan Okin, Justice, Gender, and the Family, Nueva York, Basic
Books, 1989, pp. 134-170.
81 Además, en n uestra opinión, es precisam ente porque la fam ilia es u n a institución
nuclear en y de la sociedad civil (y no u n a presuposición n atu ral de la sociedad civil ni sólo
u n com ponente m ás del subsistem a económ ico) que se pueden aplicar a ella los principios
igualitarios en u na m edida m ucho m ás grande que a u n a em presa o u n a burocracia.
82 Para una interesante explicación de la em ergencia de los papeles m odernos de los
géneros en los Estados Unidos en el siglo XIX, véase Cari Degler, At Odds: Women and the
Family in America from the Revolution to the Present, Nueva York, Oxford University Press,
1980. Degler tam bién ofrece u n a buena explicación del debate sobre el efecto de la forma
de fam ilia de com pañeros [form a de m atrim onio en que la fam ilia decide el núm ero de
hijos, el hom bre trabaja afuera de la casa, la m u jer se dedica a las tareas dom ésticas, existe
la posibilidad de divorcio, en especial p or acuerdo m u tu o en el caso de que no tengan hijos,
y la atención se concentra en la educación de los hijos, y n inguna de las partes tiene ningún
derecho legal sobre la otra] y el culto a la dom esticidad que se form ó en lo relativo al re-
legam iento de la m ujer a los papeles de esposa y m adre en la segunda m itad del siglo XIX
(véase en especial las pp. 210-328).
83 Véase el cap. IX, nota 17.
84 Véase Niklas L uhm ann, Machí, S tuttgart, E nke Verlag, 1975, pp. 47-48, L uhm ann
m enciona sólo ejemplos que preceden a la institucionalización del m edio del poder, pero
claram ente acepta la posibilidad de la generación y utilización del poder afuera del subsis­
tem a político (pp. 91 y ss: explícitam ente m enciona al poder en la fam ilia). L uhm ann no
proporciona ninguna razón en co ntra de la existencia de form as de p o d er no reguladas por
los m edios, a pesar de su identificación general de la m odernidad con las form as de Ínter-
LOS MOVIMIENTOS SOCIALES Y LA SOCIEDAD CIVIL 629

acción organizadas por los m edios. Como puede esperarse, la o b rá de F oucault sobresale
en el análisis de las form as de poder m últiples, no sistém icas.
85 L uhm ann, Machí, op. cit., pp. 7, 11-12 y 22-24.
86 En u n a organización form al con varios códigos operativos, pueden existir diferentes
form as de desigualdad —que pueden o no convergir en la cum bre jerárq u ica— así com o
relaciones de poder no jerárquicas, operando todas al m ism o tiem po.
87 H aberm as, The Theory o f Communicative Action, op. cit., vol. 2., p. 263. "Si resp o n sab i­
lidad significa que uno puede o rien tar sus propias acciones a dem andas cuya validez es
criticable, entonces la coordinación de la acción que ha sido separada del consenso logra­
do com unicativam ente ya no requiere de p articipantes responsables.”
88 Tal sería la concepción de la dom inación en la teoría de la acción de Weber.
89 H aberm as, The Theory o f Communicative Action, op. cit., vol. 2, pp. 268-270. H aberm as
explica la form a en que el poder difiere del dinero com o u n m ecanism o de dirección.
90 Los códigos responsables por la transm isión del poder pueden tom ar la form a de com an­
dos vinculados a am enazas e im plican com unicación por m edio del lenguaje ordinario. Es
decir, el poder puede operar como una "dom inación” en el sentido de la teoría de la acción.
También puede operar como una form a general de com unicación: véase m ás adelante.
91 H aberm as, The Theory o f Communicative Action, op. cit., vol. 2, p. 275.
92 L uhm ann, por ejem plo, bajo el título análogo de generalización de la influencia, habla
de autoridad, reputación y liderazgo, todos localizados en el nivel de funcionam iento entre
el poder com o un m edio y las órdenes directas. Véase L uhm ann, Machí, pp. 75-76. Esto
confirm a n uestra afirm ación de que las form as generalizadas de la com unicación pueden
actu a r com o form as de poder. Sin em bargo, insistim os en que los códigos n unca son total­
m ente fijos, sino que están abiertos a la reinterpretación, a los desafíos y a las apropiacio­
nes creativas p o r parte de los actores.
93 P roporcionan un alivio de la com plejidad del m undo de la vida pero, a diferencia de
los m edios de dirección, no tecnifican al m undo de la vida. Véase la discusión de Habermas
en The Theory o f Communicative Action, op. cit., vol. 2, p. 277.
94 F raser sugiere tra ta r al género com o "un m edio de in tercam bio” con el fin de explicar
la form a en que relaciona a los varios dom inios institucionales. Fraser, "What’s Critical
about Critical Theory?”, op. cit., pp. 113 y 117. Por supuesto, F raser quiere in terp re tar al gé­
nero com o un m edio sim ilar al dinero y al poder. No capta la distinción entre los medios de
dirección y las form as de com unicación generalizadas y p o r lo tanto llega a la errónea opi­
nión de que el género como u n código de poder funciona de la m ism a m anera que estos otros
m edios. Pero esto no puede ser así, por las razones que se dan en el texto.
95 Para u na visión general de estos procesos en los E stados Unidos, véase Julie Matthaei,
An Economic History o f Women in America, Nueva York, Schocken Books, 1982; Degler, A t
Odds, op. cit.; Joan B. Landes, Women#&¿t¡ie Public Sphere in the Age o f the French R e v o l u t io n ,
Ithaca, Cornell University Press, 1988.
96 L andes, Women and the Public Sphere, op. cit.; Ju d ith Shklar, Men and C i t i z e n s ,
Cambridge, Inglaterra, C am bridge University Press, 1969.
97 Sin em bargo, sería equivocado deducir de la perspectiva fem inista sobre la diferencia­
ción de que tratam os antes, que la articulación institucional de la sociedad civil m oderna es
totalm ente negativa. Por el contrario, los potenciales culturales de la m odernidad han entrado
en sü articulación institucional, aunque selectivam ente. De aquí, el carácter am bivalente,
que se refleja en los debates entre las teóricas fem inistas, de la fam ilia m oderna. La familia
“de com pañeros", com puesta del hom bre que gana el pan, de la m ujer am a de casa y de los
hijos, sí produjo vida íntim a, privacidad y un nuevo foco en la individualidad de los niños.
También constituyó un terreno ideológico e institucional en el que las m ujeres pudieron
em pezar a desarrollar su propia concepción del ser y el poder p ara afirm ar el control sobre
sus cuerpos y vidas. Sin em bargo, la restricción de la m ujer a la esfera dom éstica se presen­
tó a la par con la negativa de log-dercchos m ás básicos y de los s t a t u s de individualidad
autónom a, de personería y de ciudadanía, que parecían incom patibles con el papel del amo
de casa.
Para finales del sillo XIX, el desarrollo del sistema del salario familiar (por el que lucha-
ion hombres trabajadores organlsados), la exclusión de lu mujer del movimiento sindical y
630 LA R E C O N S T R U C C IÓ N D E LA S O C IE D A D C IV IL

las "leyes de trabajo protecto ras’’ que excluían a la m ujer de la m ayoría de los em pleos,
había encerrado a las m ujeres en u n a situación de dependencia que sólo recientem ente se ha
em pezado a poner en duda seriam ente, desde el p u n to de vista ideológico y estructural. Así,
la perspectiva fem inista revela el carácter doble de la fam ilia que es paralelo a las dualidades
de todas las instituciones públicas y privadas de la sociedad civil m oderna, de las que se
trató en el cap. IX.
98 F raser adm ite esto: "Una interpretación sensitiva al género de estos acuerdos [...]
apoya la afirm ación de H aberm as de que, en el capitalism o clásico, la econom ía (oficial) no
es todopoderosa sino que, m ás bien, en alguna m edida significativa está dentro de las nor­
m as y los significados de la vida diaria, a los cuales adem ás está sujeta”. Véase “W hat’s
Critical about Critica! Theory?", op. cit., p. 118.
99 Fraser, "W hat’s Critical about Critical Theory?", op. cit., p. 124.
100 H aberm as, The Theory o f Communicative Action, op. cit., vol 2, p. 369.
101 Véase L enore W eitzm an, The Divorce Revolution, Nueva York, Free Press, 1985;
D eborah L. Rhode, Justice and Gender, Cambridge, H arvard University Press, 1989; M artha
Finem an y Nancy T hom adsen (eds.), At The Boundaries o f Law, Nueva York, Routledge,
1991.
102 E xtrañam ente, es precisam ente la idea de u n a am enaza a la in fraestru ctu ra com u­
nicativa de la sociedad civil, articulada en la teoría social dual, a la que F raser presen ta m ás
objeciones. D isputa la idea de que exista alguna distinción categórica que sea necesario
hacer entre las reform as del Estado benefactor dirigidas al lugar del trabajo pagado y las
dirigidas a la dinám ica interna de la familia. P ara ella, la am bivalencia "em pírica" de la
reform a en este últim o caso se origina por el carácter p atriarcal de los sistem as de bienes­
ta r social y no p o r el carácter inherentem ente sim bólico de las instituciones del m undo de
la vida. En realidad, después de rechazar la distinción entre sistem a y m u n d o de la vida p or
considerarla androcéntrica, argum enta que no hay ninguna base teórica p ara evaluar en
form a diferente las dos clases de reform a; véase Fraser, "W hat's C ritical a b o u t Critical
Theory?", op. cit., p. 124. No estam os de acuerdo.
103 É sta parece ser la propia posición de F raser cuando indica que hay dos clases dife­
rentes de program as en los estados benefactores; u n a "m asculina”, dirigida a beneficiar
principalm ente a los proveedores del pan, y la o tra "fem enina”, o rien tad a a "los negativos
de individuos posesivos", a "los fracasos domésticos" ("W hat’s Critical about Critical Theory?”,
op. cit., pp. 122-123).
104 H aberm as, The Theory o f Communicative Action, op. cit., vol. 2, p. 35.
105 De hecho, si ignoram os estos temas, no desaparecerán sino que se les form ulará (y
esto ya ha ocurrido) de m aneras antitéticas al fem inism o. E stam os pensando en la crítica
neoconservadora del E stado benefactor, que procura elim inar los m ecanism os integradores
del sistem a de la sociedad civil a la vez que retradicionaliza a ésta.
106 Ya existe un interesante debate entre las fem inistas sobre este tem a. La literatu ra es
am plia; p ara un a introducción a la discusión véase Linda G ordon, "W hat Does Welfare
Regúlate?”, Social Research, vol. 55, núm. 4, invierno de 1988, pp. 609-630; y Francés Fox
Piven y R ichard A. Cloward, “Welfare Doesn’t Shore Up Traditional Fam ily Roles: A Reply
to Linda Gordon", Social Research, vol. 55, núm . 4, invierno de 1988, pp. 631-648.
107 Por ejem plo, u n a vez que ya no se construye al trab ajad o r típico com o u n hom bre
que sale a ganarse el pan, sino com o una m u jer o un hom bre que p robablem ente tam bién
sea responsable en algún m om ento del cuidado de sus hijos o de sus padres, la necesidad de
revisar la estructura del trabajo y del tiempo de trabajo se hace obvia, y el argum ento en
favor de los centros de cuidado o guarderías en el lugar del trabajo, de los horarios de tra ­
bajo flexibles y de la licencia p or motivo de m atern id ad o de cuidado de los hijos, por
ejem plo, se refuerza. Seguram ente no es accidental que las fem inistas hayan em pezado a
articular y luchar por estas clases de reformas. Claram ente, esos esfuerzos deben com ple­
m en tar los intentos p o r transfo rm ar las jerarq u ías de los géneros den tro de las institucio­
nes de la sociedad civil.
i°8 Para u na discusión reciente de la necesidad de aplicar norm as de justicia a la familia
en particular y a las relaciones del género en general, véase Okin, J u s t i c e , G e n d e r , a n d t h e
Family, op. cit. Por supuesto hay mucho* m ovim ientos nuevos que buscan el objetivo con-
L O S M O V IM IE N T O S S O C IA L E S Y LA S O C IE D A D C IV IL 631

trario: por ejem plo, el m ovim iento del derecho a la vida, tiene domo su m eta básica una
retradicionalización de las instituciones centrales de la sociedad civil.
109 E sto im plica u n a am plia variedad de estrategias que van desde los cabildeos en el
Congreso o el Poder Ejecutivo, las políticas orientadas a los derechos cuya atención se cen­
tra en las Cortes, y el trabajo realizado dentro de los p artidos políticos, dependiendo de la
estructura de oportunidades políticas.
no Para un enfoque herm enéutico, de observación participativa, véase S ara Evans, Per­
sonal Politics, Nueva York, R andom House, 1979. Para un análisis que aprovecha la teoría
de la m ovilización de los recursos así com o las explicaciones de la tensión en el papel y la
privación relativa, véase Jo Freem an, The Politics ofW om en’s Liberation, Nueva York, McKay,
1975. Los ensayos en el volum en editado p o r Mary Fainsod K atzenstein y Carol McClurg
M ueller (eds.), Women’s Movements o f the United States and Europe, Filadelfia, Temple
University Press, 1987, enfocan su atención en las estru ctu ras de o p o rtunidad política y de
la política pública; m ientras que Ethel Klein, Gender Politics, Cambridge, H arvard University
Press, 1984, se concentra en el papel de la conciencia en los m ovim ientos fem inistas. A
pesar de sus enfoques variados, todas estas obras confirm an nu estra tesis de que u n a lógica
dual siem pre estuvo operando en los m ovim ientos fem inistas.
111 Aunque sus énfasis varían, la m ayoría de las discusiones del origen de la "segunda
ola" del fem inism o hacen hincapié en los siguientes cam bios "estructurales” y desarrollos
tecnológicos que transform aron el papel de la m ujer en el siglo xx: los progresos en la cien­
cia m édica que dism inuyeron la tasa de natalidad y el tiem po dedicado a la crianza de los
niños, la inestabilidad m arital en aum ento, los instrum entos que ah o rran trabajo y que le
dieron a la m ujer m ás tiem po p ara otras tareas que no fueran las del trabajo dom éstico, las
m ejoras en las oportunidades educativas, la integración de las m ujeres en la fuerza de tra ­
bajo, la integración form al de las m ujeres en el sistem a de organización política p or medio
de la adquisición del derecho a votar, el ingreso en grandes núm eros de las m ujeres a las
universidades, el desplazam iento de las funciones fem eninas fuera del hogar p or medio
de la urbanización y la industrialización, y una creciente participación gubernam ental en la
oferta de los servicios sociales. Sin em bargo, p or sí solos, los cam bios estructurales no p u e­
den explicar la génesis o lógica del movimiento; véase Klein, Gender Politics, op. cit., pp. 1-32,
112 Klein, Gender Politics, op. cit., pp. 32-81.
113 E ntre 1890 y 1925 se construyeron una base organizativa, recursos y liderazgo a nivel
nacional en form a de las organizaciones voluntarias tradicionales de las m ujeres (que o ri­
ginalm ente no tenían un a ideología fem inista, pero que se concentraban en los intereses
de las m ujeres), y estas asociaciones usaron sus recursos p a ra prom over los derechos de las
m ujeres hasta la década de 1960. Como en el caso de los m ovim ientos de m ujeres en el siglo
xix, el m ovim iento fem inista contem poráneo em ergió en el contexto de otros m ovim ientos
sociales vitales. Además, aprovech4jfctoqrientación reform ista general de los años de las ad ­
m inistraciones de Kennedy y Johnson. E n 1961, el presidente K ennedy estableció una co­
m isión presidencial sobre el status de las m ujeres, el prim ero en su clase, y pronto se crea­
ron organizaciones estatales sobre el status de las m ujeres. Véase Evans, Personal P o l i t i c s ,
op. cit., y Klein, Gender Politics, op. cit.
114 Como lo expresa convenientem ente Ethel Klein, este cabildeo tradicional no podía,
por sí solo, ten er éxito en la aprobación de u n espectro am plio de la legislación de los
derechos de la mujer. Los esfuerzos de organizaciones específicam ente fem inistas, com o la
NOW, WEAL, NWPC, y de grupos radicales de m ujeres, fueron de im portancia crítica p a ra u n ir
a las m ujeres y form ar el m ovim iento social que se requería p ara convertir en acción el
interés por los tem as que afectaban a las m ujeres [Gender Politics, op. cit., p. 5],
Véase tam bién Freem an, The Politics o f Women's Liberation, op. cit., pp. 28-29; Joyce
Gelb y M arian L. Palley, Women and Public Policies, Princeton, P rinceton University Press,
1982, p. 18.
115 Para una comparación d é las form as que tom aron los m ovim ientos de m ujeres en
varios países véase Joyce Oelb, "Social M ovem ent 'Success': A C om parative Analysis of
Fem inlsm ln the United States and the United Kingdom", en K atzenstein y M ueller (eds.),
Women's M o v e m e n tl o f the U n ited S t a t e s a n d E u r o p e , o p . c i t . , pp. 267-289; "Equality and
Autonomy: Fem lnlll Polltloi in the United States and West G ermany", i b i d . , pp. 172-195; y
632 LA R E C O N S T R U C C IÓ N D E LA S O C IE D A D C IV IL

K aren Beckwith, "Response to Fem inism in the Italian Parliam ent: Divorce, Abortion, and
Sexual Violence Legislation", ibid., pp. 153-171.
116 Las principales excepciones a este respecto son Suecia y N oruega. Allí, la existencia
de partidos socialdem ócratas poderosos constituyó u n a "estructura de op o rtu n id ad políti­
ca diferente" a la de los E stados Unidos, Francia e Italia. Se obtuvieron m uchos beneficios
p a ra las m ujeres por m edio de presiones dentro de estos partidos y no p or m edio de las
actividades de m ovim ientos fem inistas autónom os1. Sin em bargo, hoy en día han em pezado
los debates sobre la conveniencia de u n a sociedad civil m ás autó n o m a y u n m ovim iento fe­
m inista autónom o. Véase Sylvia Hewlett, A Lesser Life, Nueva York, W illiam Morrow, 1986,
pp. 341-383; Helga H ernes, Welfare State and Woman Power, Oslo, Im p ren ta de la Universi­
dad de N oruega, 1987.
117 Véase Freem an, The Politics ofW om en’s Liberation, op. cit., pp. 48-50; Klein, Gender
Politics, op. cit., pp. 9-31; Gelb y Palley, Women and Public Policies, op. cit., pp. 24-61; Ann N.
Costain y W. Douglas Costain, "Strategy and Tactics of the Women's M ovem ent in the United
States: The Role of Political Parties”, en K atzensteiny M ueller (eds.), The Women's Movements
o f the United States and Western Europe, op. cit., pp. 196-214.
118 Para una explicación de la em ergencia de esta ram a del m ovim iento fem inista, véase
Evans, Personal Politics, op. cit.
119 M ientras que las prim eras al principio evitaban los dram áticos esfuerzos p o r la ac­
ción directa de los últim os grupos, y éstos tenían poco interés en los esfuerzos de cabildeo
de las que ya estaban dentro del sistem a político como el NOW; la distinción clara entre las de­
fensoras de los derechos de las m ujeres ("fem inistas liberales”) y los grupos de liberación
de las m ujeres (“fem inistas radicales”) desapareció después de 1968. NOW em pezó a p artici­
p a r patrocinando acciones de protesta de masas; y cuando un considerable núm ero de fe­
m inistas m ilitantes se unió a los capítulos locales, tam bién adoptó m uchos de los tem as de
las prim eras radicales com o el aborto), así com o su ideología participativa y su co n cen tra­
ción en la autodeterm inación y en la autonom ía ju n to con los derechos iguales. A la vez, en
virtud de su unión a organizaciones com o NOW, las activistas de los m ovim ientos apren d ie­
ron la im portancia de la política de la influencia. P ara análisis detallados de esta trayec­
toria en el fem inism o estadunidense, véase Costain y Costain, "Strategy and Tactics of the
Women's M ovement in the U nited States”, op. cit., y Gelb y Palley, Women and Public Policies,
op. cit.
120 Costain y Costain, "Strategy and Tactics o f the W omen’s M ovem ent in the United
States", op. cit., p. 201.
121 Como Wilma Scott Heide, directora de NOW en 1972, lo describe:
NOW ha trabajado dentro y fuera del sistem a p a ra in iciar el cam bio y convertir en reali­
dad los derechos de las m ujeres y las leyes y decretos ejecutivos en los contratos p ú ­
blicos [...] N uestras tácticas y estrategia incluyen cartas corteses, la in terru p ció n de las
conferencias y de los com ités del Senado, las m anifestaciones y las consultas, convocar
y coordinar las huelgas del 26 de agosto en favor de la igualdad, la retó rica y program as
positivos, el fortalecim iento de la conciencia al criar a las herm anas y herm anos, los
experim entos con nuevos p atrones organizativos y con estilo de liderazgo [citado en
Costain y Costain, "Strategy and Tactics of the W omen's M ovem ent in the U nited States",
op. cit., p. 200].
122 Hoy en día, el m ovim iento fem inista está integrado p o r al m enos cinco tipos de
grupos: las organizaciones de m asas; las organizaciones fem inistas especializadas (inclu­
yendo los grupos de litigios legales e investigación) los grupos profesionales de cabildeo; los
grupos que prom ueven un solo tema; los grupos tradicionales de m ujeres; y un sector de
cam pañas electorales que incluye al PAC y a los grupos que operan dentro de la estructura
del partido dem ocrático. Las asociaciones fem inistas contin ú an floreciendo en la sociedad
civil y siguen organizando incontables periódicos, revistas, folletos, acciones directas, luga­
res de refugio para las m ujeres golpeadas p or sus esposos, guarderías infantiles, grupos
p ara crear conciencia y otros sim ilares. A pesar de la ap aren te dism inución de las espectacu­
lares acciones colectivas de m asas, el m ovim iento fem inista continúa teniendo en la m ira a
la esfera pública p ara influir en la conciencia y cam b iar las n orm as de los géneros, La
sorprendente difusión de los estudios sobre lus m ujeres en las universidades y en lus escue-
L O S M O V IM IE N T O S S O C IA L E S Y LA S O C IE D A D C IV IL 633

las de derecho es tam bién algo digno de m encionar. Véase Gelb y Palley, Women and Public
Policies, op. cit., pp. 26-27; Jo Freem an, "Whom You Know vs. W hom You Represent: Fem inist
Influence in the D em ocratic an d R epublican Parties", en K atzenstein y M ueller (eds.),
Women's Movements o f the United States and Europe, op. cit., pp. 215-246.
123 Gelb y Palley, Women and Public Policies, op. cit., pp. 26-27; Feem an, "W hom You
Know”, op. cit.; Klein, Gender Politics, op. cit., pp. 29-33.
124 Costain y Costain, "Strategy and Tactics of the W om en’s M ovem ent in the United
States", op. cit., p. 203.
125 Gelb y Palley, Women and Public Policies, op. cit., pp. 26-27; Freem an, "W hom You
Know", op. cit.
126Reed vs. Reed, 404, U.S. 71 (1971); Roe vs. Wade, 410 U.S. 113 (1973). A veces los éxitos
han sido lim itados o seguidos p o r im portantes derrotas. E n el caso de la discrim inación por
el sexo, las fem inistas no han podido obtener que se incluya al sexo com o u n a "clasificación
sospechosa" bajo la decim ocuarta enm ienda o aseg u rar la aprobación de la era . En lo que
respecta al aborto, desde el caso Roe vs. Wade las Cortes y las legislaturas han estado lim i­
tando los derechos de las m ujeres a elegir si abortan o no, y ha surgido u n vocal m ovim ien­
to contra el aborto. Además, dentro del m ovim iento fem inista, se h an iniciado debates en
torno a todo “éxito”, a m edida que se han dejado sentir los lím ites de la reform a legal en lo
que se refiere a los derechos iguales. N ada de esto debilita nuestro pu n to m ás general.
127 No estam os argum entando que las fem inistas o las m ujeres iniciaron las reform as
que se han m encionado antes. En m uchos casos, los procesos de reform a fueron iniciados
p o r otros grupos de interés p o r razones que no tienen nada que ver con los intereses de las
m ujeres o con las preocupaciones feministas. La institución del divorcio sin falta en California
e incluso la iniciación de la reform a de las leyes de aborto son algunos de estos casos. No
obstante, la dinám ica de estas reform as se vio alim entada p o r el discurso fem inista y, poco
después, por las activistas fem inistas. Véase W eitzman, The Divorce Revolution, op. cit., y
K ristin Luker, Abortion and the Politics o f Metherhood, Berkeley, U niversity of California
press, 1984.
128 H asta que se llegó a p ercibir a las m ujeres com o individuos, la política de los d ere­
chos iguales no tenía ninguna posibilidad de éxito. Y hasta que la estru ctu ra p atriarcal de la
esfera dom éstica y su influencia negativa en otros dom inios de la sociedad fue convertida
en un tem a y desafiada, los derechos iguales o equivalentes n u n ca pudieron ser iguales
p ara las m ujeres.
129 Gelb y Palley, Women and Public Policies, op. cit., p. 45.
130 Klein, Gender Politics, op. cit., p. 92.
131 Ibid.
132 Sin em bargo, en la práctica las cosas lucen diferentes. P ara u n a discusión de la
división de las tareas en el hogar ^ w ^ el lugar del trabajo, basada en el género, y las dificul­
tades que esto continúa im poniendo sobre las m ujeres, véase Gerson, Hard Choices, op. cit.
Para estadísticas de la continuación de la brecha salarial entre las m ujeres y los hom bres y
la fem inización de la pobreza en los E stados Unidos, véase Hewlett, A Lesser Life, op. cit.,
pp. 51-138.
133 K atzenstein y M ueller (eds.), Women's Movements o f the United States and Europe,
passim.
134 Jane Jenson, "Changing Discourse, Changing Agendas: Political Rights and Repro-
ductive Policies in France”, en K atzenstein y M ueller (eds.), Women's Movements o f the
United States and Europe, op. cit., pp. 64-65. Por “universo del discurso político", Jenson
hace referencia al conjunto de crencias sobre la form a en que debe conducirse la política,
los lím ites de la discusión política, y las clases de conflictos que pueden resolverse m edian­
te procesos políticos. El universo del discurso político funciona com o el portero del acceso
a la acción política, seleccionando o Inhibiendo el rango de los actores, tem as, alternativas
políticas, estrategias de allántese Identidades colectivas disponibles paru logrur el cam bio,
135 Ibid., pp. 68*80, Las mujeres obtuvieron el voto en Francia en 1945 como una recom­
pensa por sus servicios en la resistencia, en un momento en que el movimiento femlnlsiu
está moribundo, La t a i N euw ilih de 1968 legalizó el uso de medios anticonceptivos para lus
mujeres casadas, pero también restringió In publicldud de los anticonceptivos y su uso por
634 LA R E C O N S T R U C C IÓ N D E LA S O C IE D A D C IV IL

las m ujeres solteras. La intención principal de la ley era ayudar a las fam ilias a co n tro lar su
fertilidad p ara poder satisfacer los objetivos fam iliares de bienestar m aterial y apoyo em o­
cional p ara sus hijos, no p ara d ar a las m ujeres una elección respecto a ten e r o no hijos. Las
m ujeres seguían siendo definidas dentro de u n a estructura fam iliar de referencia.
Ibid., pp. 80-86.
137 Gelb y Palley, Women and Public Policies, op t cit., p. 30. Las fem inistas tam bién han
desafiado las concepciones m asculinas de los estándares de justicia.
138 El debate sobre el aborto tam bién ha desafiado las concepciones m asculinas de los
derechos o, m ás bien, de la persona a la que se aplican los derechos. No debe so rprender
que este debate haya presentado un desafío fundam ental a la pro p ia concepción de los
derechos, puesto que ha sido notoriam ente difícil concebir u n derecho al aborto siguiendo
los lineam ientos tradicionales de u n derecho sobre el cuerpo de uno m ism o com o la propia
propiedad de uno, cuando en ese cuerpo hay otra persona potencial que claram ente no le
"pertenece a" uno com o propiedad. Pero con base en un m odelo de derechos no posesivo,
individualista, queda claro que la personalidad legal, subjetiva m oral e identidad p articu lar
de las m ujeres está en juego, y éstas superan el interés del E stado en la vida fetal en su
p rim er trim estre.
139 Véase Anita Alien, Uneasy Access: Privacy for Women in a Free Society, Totowa, Nueva
Jersey, Row m an and Littlefield, 1988.
140 Jenson, "Changing D iscourse, Changing Agendas", op. cit., pp. 82-83. Para un análisis
perceptivo del discurso fem inista sobre el aborto y su conflicto con el discurso tradiciona-
lista, véase Luker, Abortion and the Politics o f Motherhood, op. cit.
141 Al insistir que las m ujeres sean reconocidas com o individuos, personas y ciudadanos,
así como m ujeres en un a situación particular, el m ovim iento fem inista contem poráneo reú ­
ne los valores del universalism o, la pluralidad y la diferencia. Por im plicación, el concepto de
igualdad ante la propia ley se está m odificando, porque ya no puede significar que los dere­
chos iguales y no discrim inatorios se aplican sólo a aquellos que están colocados sim ilarm en­
te. Esto es así porque las m ujeres y los hom bres n unca pueden estar situados análogam ente
cuando se tra ta del problem a del aborto o de los derechos reproductivos en general.
142 Véase Jenkins y Eckert, "Channelling Black Insurgency”, op. cit., o Pizzorno, "Political
Exchange and Collective Identity in Industrial Conflict", op. cit.
143 Pizzorno, "Political Exchange and Collective Identity in Industrial Conflict”, op. cit.,
p. 293.
144 Para un análisis del "modelo de etapas” del m ovim iento fem inista, véase Costain y
Costain, “Strategy and Tactics of the W omen’s M ovem ent in the United S tates”. Véase tam ­
bién Claus Offe, “Reflections on the Institutional Self-Transform ation of M ovem ent Politics:
A Tentative Stage Model", en Russell Dalton y M anfred K üchler (eds.), Challenging the Political
Order: New Social and Political Movements in Western Democracies, Oxford, Oxford University
Press, 1990. Offe presenta un interesante análisis de las contradicciones que enfrentan los
nuevos m ovim ientos sociales en las varias etapas de su desarrollo. Sin em bargo, argum enta
que incluso en la últim a etapa —la de la institucionalización— existirán buenas razones
p a ra que estos m ovim ientos retengan im p o rtan tes aspectos de u n a política “defensiva"
o rientada a la sociedad civil.
145 Offe, “Reflections on the Institutional Self-Transform ation of M ovem ent Politics",
op. cit., p. 15.
146 El gran aum ento en la política electoral y en el cabildeo p o r profesionales organiza­
dos en la década de 1980 fue u n indicio de la institucionalización del m ovim iento de las
m ujeres en los E stados Unidos. Sin em bargo, la continua fuerza de las dem ostraciones
favorables a la elección libre en el caso del aborto y de los grupos de autoayuda indica que
la política orientada a la identidad sigue estando en form a im p o rtan te dentro de la agenda,
147 Jane M ansbridge, Why We Lost the ERA, Chicago, University of Chicago Press, 1986;
Luker, Abortion and the Politics o f Motherhood, op. cit. La principal oposición a la ERA p ro­
vino no de los actores económ icos sino del tem o r a que el papel de las m ujeres en la familia
cam biara.
148 Los intereses del m ovim iento feminista se en cu en tran scbre todo en la lnstltuciona-
lización de un a interpretación posconvencional de la identidad del género y en relaciones
L O S M O V IM IE N T O S S O C IA L E S Y LA S O C IE D A D C IV IL 635

no jerárquicas entre los géneros en la sociedad civil. Si las m ujeres tuvieran "éxito" p ara
obtener que se les reconociera sim plem ente com o otro interés especial "diferente y p a rtic u ­
lar", com o o tro grupo de cabildeo o de m iem bros de los p artid o s políticos, la presión
transform adora y universal de las “cuestiones de las m ujeres” desaparecería de la vista. Por
otra parte, si sólo se construyera el fem inism o com o u n a lucha p o r la inclusión y los d ere­
chos iguales, se oscurecerían los tem as de la identidad del género, de la integridad del
cuerpo, de la naturaleza de la fam ilia y de la estru ctu ra de las instituciones y de las relacio­
nes sociales dentro de las esferas públicas y privadas de la sociedad civil.
149 Véase E. P. Thom pson, The M akingof the English Working Class, Nueva York, R andom
House, 1963.
15° Véase Cohén, "Rethinking Social M ovements", op. cit.
151 Es decir, la vulnerabilidad a la econom ía capitalista p o r u n a p arte y al control ad m i­
nistrativo por las agencias del Estado benefactor p o r la otra.
XI. DESOBEDIENCIA CIVIL
Y SOCIEDAD CIVIL

HEMOS arg u m en ta d o que la n u eva teoría de la so cied a d civil n o s p erm ite


reco n cilia r las tra d icio n es lib eral y d em o crá tica de la teoría p o lítica nor­
m ativa. E n el ca p ítu lo VIII p ro p u sim o s que la ética d el d iscu rso su p o n e
la com patib ilid ad , de h ech o la in terrelación íntim a, entre los derech os y la
d em ocracia , y que esta in terrela ció n n o es só lo in stru m en tal. N u estro p ro­
p ó sito era m o stra r que la leg itim id a d de lo s reg ím en es co n stitu cio n a les
m o d ern o s que afirm an ser d e m o crá tico s y resp etar lo s d erech o s, d ep en d e
en ú ltim a in sta n c ia de p r e su p o sic io n e s n orm ativas su p ralegales tan to de
la teoría d em o crá tica co m o de la liberal, es decir, de id ea s de la le g itim i­
dad d em o crá tica y d e lo s d erech o s m o r a le s .1
Hay muchos regímenes que son considerados democracias liberales; el
problema es que los modelos (y teorías) prevalecientes de la democracia
liberal no son, en nuestra opinión, lo suficientemente democráticos. Des­
de el punto de vista del modelo liberal estándar de la oposición de la so­
ciedad civil y el Estado, la democracia está concebida en su totalidad de
una m anera instrum ental,2 pero ese punto de vista es incompatible con
nuestra concepción. En cambio, nosotros concebimos la sociedad civil
como el lugar de la legitimidad democrática y de los derechos, compuesta
de una esfera privada, pero también de esferas pública y social política­
mente relevantes en que los individuos hablan, se reúnen, se asocian y ra­
zonan juntos sobre asuntos de interés público, además de actuar en concier­
to con el fin de influir en la sociedad política e indirectamente en la toma
de decisiones. Esta concepción rompe con la estructura dicótoma públi-
co/privado del liberalismo clásico y eleva la democracia al nivel de un
valor fundamental, a la vez que desafía simultáneamente todas las con­
cepciones monistas de las formas y lugares posibles de la democracia.
Entonces ¿por qué concluir un libro sobre la sociedad civil con una
discusión sobre la desobediencia civil? Hemos sostenido que la política
del fundamentalismo revolucionario es antitética al proyecto de demo­
cratizar la sociedad civil moderna. Hemos proporcionado argumentos nor­
mativos y estructurales para apoyar esta tesis. Al mismo tiempo, hemos
argumentado a favor de la posibilidad y deseabilidad de una reforma insti­
tucional radical y hemos interpretado los proyectos de los nuevos movi­
mientos sociales siguiendo estas líneas. No obstante, puede parecer que
hemos sacrificado al realismo el núcleo utópico del proyecto de la demo-
63 6
D E S O B E D IE N C IA C IV IL Y S O C IE D A D C IV IL 637

cracia radical, esto es, el objetivo de lograr una participación ciudadana


genuina en la vida pública. Los modelos de élite, realistas, dejan la políti­
ca a los profesionales en la sociedad política y proponen "el privatismo ci­
vil” para los miembros de la sociedad civil. Esperamos que una discusión
del papel de la desobediencia civil dentro de las sociedades civiles m oder­
nas desvanecerá esta interpretación. Además, en el contexto del abando­
no del marxismo —el proyecto de emancipación más im portante de este
siglo—, es necesario considerar la relación entre nuestra teoría de la socie­
dad civil y los proyectos emancipadores. ¿Es posible concebir una política
radical de la sociedad civil? Creemos que una reflexión acerca de la des­
obediencia de la sociedad civil puede proporcionar una respuesta a esta
pregunta, mostrando que de hecho hay una alternativa a la elección entre
el “reformismo sin alma" y el fundamentalismo revolucionario, entre el
privatismo civil y la politización total de la sociedad.
Los movimientos sociales son una dimensión normal (aunque extra­
institucional) de la acción política en las sociedades civiles modernas.
Hemos interpretado sus proyectos de radicalismo autolim itador como
esfuerzos por am pliar los derechos y dem ocratizar las instituciones. La
política de la sociedad civil es, por lo tanto, a la vez defensiva y ofensiva.
Los movimientos sociales buscan dem ocratizar a la sociedad civil, para
protegerla de la “colonización" económica y política, y ejercer influencia
sobre la sociedad política. Aunque esto compromete las políticas de iden­
tidad, inclusión, reforma e influencia, esta última es la más im portante
para nuestro interés actual, puesto que está dirigida a m antener la rela­
ción entre la sociedad civil y la política.
Nuestra discusión de los movimientos sociales hace surgir un nuevo
conjunto de preguntas para la teoría democrática (y liberal). Los movi­
mientos sociales no son siempre democráticos internamente, y tienden a
evitar los canales políticos:*jer&'ya existen para ejercer influencia. De he­
cho, los actores colectivos frecuentemente recurren a la desobediencia
civil.3 Las preguntas que nos enfrentan, entonces, son las siguientes: ¿qué
pretensiones de legitimidad pueden tener los movimientos sociales que re­
curren a la desobediencia civil dentro de un régimen constitucional "casi
democrático”, “casi justo”?4 ¿Hay alguna justificación para violar leyes de­
bidamente promulgadas por legislaturas democráticas o para actividades
políticas que no usan los procedimientos e instituciones existentes para
expresar sus intereses políticos? ¿No violan los actos de desobediencia
civil los derechos de la mayoría para hacer leyes obligatorias,5 desafiando
así tanto los principios democráticos como los liberales? ¿Cómo puede la
acción política ilegal, cualquiera que sea su finalidad, ser reconciliada
con los principios de un llatema de organización política liberal y dem o­
crático; el gobierno por la layi al gobierno de la mayoría y el respeto a los
638 LA R E C O N S T R U C C IÓ N D E LA S O C IE D A D C IV IL

derechos de todos? y ¿por qué es necesario para la teoría política norm a­


tiva tratar de la cuestión de la desobediencia civil?
Nuestra tesis es que la desobediencia civil, entendida adecuadamente,
es una forma clave que la dimensión utópica de las políticas puede tom ar
en las sociedades civiles modernas. Partimos del supuesto de que los
derechos y la democracia, tal como los hemos interpretado, suponen en
parte, principios políticos utópicos (en el sentido kantiano de principios
reguladores) que subyacen a todas las dem ocracias constitucionales.
Argumentaremos que la desobediencia civil, como una forma no insti­
tucional de acción política específica a los ciudadanos de las sociedades
civiles modernas, está relacionada íntimamente con estos principios utó­
picos.
La peculiaridad de la acción colectiva que supone la desobediencia ci­
vil es que se mueve entre los límites de la insurrección y de la actividad
política institucionalizada, entre la guerra civil y la sociedad civil. Por
definición, la desobediencia civil es extrainstitucional: un derecho legal
para participar en la desobediencia civil es autocontradictorio. Pero no
por ello viola los principios de la sociedad civil. Más bien, la acción políti­
ca directa en forma de desobediencia civil mantiene vigente el horizonte
utópico de una sociedad civil democrática y justa, por dos razones. Primero,
la desobediencia civil es una acción colectiva basada en principios que
presuponen por lo menos una institucionalización parcial de los derechos
y de la democracia; es decir, presupone los derechos que establecen y pro­
tegen a la sociedad civil, así como un sistema político representativo que
pretende legitimidad democrática (en el sentido de representar y responder
a las opiniones e intereses de los ciudadanos) y permite por lo menos
alguna participación política. Segundo, una sociedad civil democrática y
justa es, por supuesto, una utopía en el sentido clásico; nunca se puede
realizar o completar plenamente, pero opera como un ideal regulador que
inform a los proyectos políticos. Las sociedades civiles siempre pueden
ser más justas, más democráticas. Los actores colectivos tom an en serio
esta utopía y esperan realizarla. De hecho, sin esta clase de poderosa mo­
tivación no habría movimientos sociales. No obstante, los actos de des­
obediencia civil son ejemplos por excelencia de radicalismo autolimitado.
Por una parte, los practicantes de la desobediciencia civil extienden el
rango de la actividad ciudadana legítima —aunque inicialmente fuera ex­
tralegal—, aceptada por una determ inada cultura política. Hoy en día po­
cos se indignarían por una huelga de trabajadores, la ocupación de un
local, un boicoteo o una manifestación de masas. Estas formas de acción
colectiva han llegado a ser consideradas normales, a pesar de que todas
fueron en alguna ocasión ilegales o extralegales y podrían volver a ser
ilegales en algunas condiciones. Así, la desobediencia civil inicia un pro-
D E S O B E D IE N C IA C IV IL Y S O C IE D A D C IV IL 639

ceso de aprendizaje que expande el rango y las formas de participación


abiertas a los ciudadanos privados dentro de una cultura política madura.
Además, es bien sabido que históricamente la desobediencia civil ha sido
el m otor de la creación y expansión, tanto de los derechos, como de la
democratización. Por otra parte, la desobediencia civil define los límites
externos de la política radical dentro de la estructura general de las socie­
dades civiles. Acepta los principios básicos de un gobierno constitucional.
A la vez, argumentarem os que la integridad del constitucionalismo de­
pende de que una cultura política acepte el carácter normativo y valioso
de la acción colectiva ilegal en forma de desobediencia civil. Por lo tanto,
evaluamos la desobediencia civil no sólo como una táctica, sino también
como una expresión de la acción ciudadana legítima. Vemos a la desobe­
diencia civil como uno de los medios disponibles para que los ciudada­
nos ordinarios ejerzan influencia sobre los miembros de la sociedad polí­
tica y para asegurar que los políticos profesionales sigan respondiendo a
la opinión pública. Trataremos por lo tanto, a un nivel conceptual y nor­
mativo, de reivindicar la afirmación de que "toda dem ocracia consti­
tucional que esté segura de sí misma considera a la desobediencia civil
como un componente normalizado —porque es necesario— de su cultura
política".6
Para los fines de este argumento, consideramos el papel y la adecuación
de la desobediencia civil en circunstancias en cierto modo ideales, den­
tro de la estructura de una democracia constitucional que es “casi" justa y
democrática.7 El problema de la desobediencia civil es, en realidad, co­
mo ha argumentado John Rawls, un "caso de prueba crucial para cualquier
teoría sobre la base moral de la democracia".8 Sin embargo, “la base mo­
ral de la democracia” no tiene el mismo significado en la tradición liberal
que en la tradición democrática de la filosofía política. Para la prim era, la
base moral de la democraciass&tá localizada en el principio de los dere­
chos; mientras que para la última, se deriva del principio de la legitimidad
democrática. De acuerdo con esto, el problema de la desobediencia civil
es presentado de formas un tanto diferentes. En el prim er caso, se trata el
problema dentro de la estructura de un conflicto potencial entre las deci­
siones (leyes, políticas) de una autoridad democrática legítimamente es­
tablecida y el principio de los derechos individuales (o autonomía). En el
segundo caso, el tema es la calidad de los procedimientos democráticos.
En otras palabras, para el demócrata, el problema de la desobediencia
civil se plantea respecto al grado de representatividad e inclusividad de un
determinado procedimiento, de las posibilidades de participación o el lu­
gar adecuado de la soberanía. Cada enfoque tiende a oscurecer el otro pun­
to de vista.
El problema al que nos enfrentamos se refiere al papel de dos concep-
640 LA R E C O N S T R U C C IÓ N D E LA S O C IE D A D C IV IL

ciones normativas contrafácticas (e incluso utópicas) de los derechos y


de la democracia dentro de las sociedades civiles m odernas regidas por
el principio del constitucionalismo. En realidad, la idea de una sociedad
civil asegurada por los derechos y anim ada por la participación de los ciu­
dadanos, y una acción colectiva que es capaz de influir en los "represen­
tantes” de la sociedad política es en sí una utopía, aunque sea autolimita-
dora. Relaciona la continuidad de los logros institucionales y culturales
del pasado al cambio radical. Mostraremos la m anera en que la proble­
mática de la desobediencia civil ha sido tratada dentro de las tradicio­
nes liberal y democrática de la teoría política m oderna con el fin de mos­
trar que cada una, para ser consistente, debe incluir la perspectiva de la
otra y, además, que esto se puede hacer sobre la base de nuestro m ode­
lo de la sociedad civil.9

LA TEORÍA DEMOCRÁTICA LIBERAL CONTEMPORÁNEA


])] Y LA DESOBEDIENCIA CIVIL

No debe sorprendernos que dos de los teóricos contemporáneos más influ­


yentes en la tradición liberal —John Rawls y Ronald Dworkin— hayan de­
dicado varios ensayos a la cuestión de la desobediencia civil.10 Aunque
algunos de estos ensayos fueron escritos en respuesta a acontecimientos
políticos,11 son muy reveladores de las fortalezas y límites de la teoría po­
lítica liberal contemporánea. Ambos, Rawls y Dworkin, entienden la des­
obediencia civil como implicando acciones contrarias a la ley dentro de
los límites de la fidelidad a la m ism a.12Ambos buscan establecer la legitimi­
dad y los límites de la tolerancia a la desobediencia civil dentro de una de­
mocracia constitucional “casi justa" (Rawls). Además, los ensayos que han
escrito sobre el tem a constituyen los momentos más "democráticos" de
sus teorías generales. Como veremos, aquí (si no es que en otras partes) el
ciudadano remplaza al legislador, al ejecutivo y al juez como el actor polí­
tico clave y como la corte final de apelaciones. No obstante, no es del todo
cierto que para estos teóricos la desobediencia civil constituya una "prue­
ba para determ inar la presencia o ausencia de dem ocracia”.13 Más bien, la
desobediencia civil en cada caso pone a prueba el grado en que las demo­
cracias constitucionales son liberales, es decir, el grado en que toman se­
riam ente los derechos. La desobediencia civil por su propia naturaleza
plantea la pregunta del grado y clase de participación ciudadana legítima
en la vida política —una cuestión que es central para la teoría dem ocráti­
ca—. Sin embargo, ni Rawls ni Dworkin representan la desobediencia
civil como una respuesta a deficiencias percibidas en la amplitud o cali­
dad de los procedimientos democráticos en el sistema de organización
D E S O B E D IE N C IA C IV IL Y S O C IE D A D C IV IL 641

política. Si la legislatura se ajusta a los procedimieiítos y principios de la


justicia establecidos en las constituciones, y si no se violan los derechos
civiles y políticos del ciudadano, entonces la desobediencia civil no es la
forma adecuada de tratar con esta clase de situaciones; de hecho, para el
dem ócrata liberal ni siquiera existen. Las cuestiones de la democracia
se traducen al lenguaje de los derechos. Además, se supone que el princi­
pio de legitimidad democrática puede ser institucionalizado plenamente
dentro del sistema político del gobierno representativo, asegurado por los
derechos a votar, ocupar un cargo, presentar solicitudes, reunirse, expre­
sarse y asociarse.14
En realidad, se considera la desobediencia civil como una respuesta
legítima sólo en caso de violaciones a la justicia, es decir, de transgresio­
nes por la mayoría democrática debidamente constituida (en la legislatu­
ra) de los derechos individuales o de las minorías. Por supuesto, los princi­
pios de la justicia constituyen para cada teórico "los fundamentos morales
de la democracia". No obstante, estos fundamentos resultan ser una con­
cepción de las libertades básicas de conformidad con las cuales los regí­
menes constitucionales y los procedimientos democráticos deben ser consti­
tuidos y deben funcionar. Se supone que los ciudadanos en esas sociedades
le deben lealtad a las instituciones establecidas constitucionalmente. El
deber de obedecer varía con el respeto de los derechos por parte del gobier­
no, no con el grado de participación disponible para los ciudadanos.
En otras palabras, la medida de la obligación de un individuo a obede­
cer la ley se formula en términos de lo que el ciudadano puede legítima­
mente hacer o rehusarse a hacer en casos de injusticia, en vista de la leal­
tad que se debe en principio a la democracia constitucional.15 Cada teórico
construye las libertades básicas o derechos de una m anera algo distinta,
pero ambos suponen que la justicia de un Estado constitucional puede ser
evaluada en términos del gpsete en que asegura la más amplia libertad
básica compatible con la libertad de otros (Rawls), o una preocupación y
respeto iguales (Dworkin) y, por lo tanto, derechos básicos para todos.14
El tema del disenso legítimo o desobediencia civil presenta, por lo tanto,
la cuestión del límite entre el Estado y la sociedad civil, estableciendo el
punto en que las mayorías democráticas en los estados constitucionales
deben ser autolimitadoras. La legislación que viola los derechos básicos
traspasa sus límites correctos. Rawls dice que:

El problema de la desobediencia civil, tal como lo interpretaré, surge sólo den­


tro de un Estado democrático más o menos justo para aquellos ciudadanos que
reconocen y aceptan la legitimidad de la constitución. La dificultad consiste en
un conflicto de deberes. ¿En quá momento el deber de obedecer las leyes pro­
mulgadas por una mayoría legislativa (o los actos del ejecutivo apoyados por
642 LA R E C O N S T R U C C IÓ N D E LA S O C IE D A D C IV IL

esa m ayoría) dejan de ser obligatorios ante el derecho a defender las libertades
de uno m ism o y el d eber de oponerse a la injusticia? E sta p regunta supone la
naturaleza y los lím ites del gobierno p o r la m ayoría.17

Para Rawls y Dworkin la desobediencia pivil cumple el papel de prote­


ger los derechos individuales frente al sistema de organización político de­
mocrático.
La base moral de la democracia constitucional está localizada, para el
liberal, en el principio de los derechos.18 La teoría política liberal parte del
supuesto de la pluralidad. Presupone una sociedad civil m oderna com­
puesta de grupos e individuos con formas de vida y concepciones del bien
diferentes e incluso opuestas, y que son capaces, sin embargo, de llegar a
una concepción compartida de la justicia política.19 Sin embargo, ni Rawls
ni Dworkin defienden la prim acía absoluta de la conciencia moral del
individuo frente a la ley pública. De hecho, ni siquiera es el problema
central de la desobediencia civil. Por el contrario, ambos teóricos distin­
guen cuidadosamente entre la negativa consciente y la desobediencia ci­
vil, en términos del carácter político de la prim era frente al carácter apo­
lítico de la segunda. Rawls define la desobediencia civil como "un acto
público, no violento, consciente y no obstante, político, contrario a la ley,
cumplido por lo común con el propósito de producir un cambio en la
misma o en las políticas del gobierno.”20 La desobediencia civil es un acto
político en el sentido de que es un acto justificado por principios morales
que definen una concepción de la sociedad civil y del bien público. Es un
acto político no sólo porque está dirigido a-la mayoría que detenta el po­
der político, sino también porque es orientado y justificado por los princi­
pios políticos de justicia que regulan la constitución. “El que practica ac­
tos de desobediencia civil se dirige al sentido de justicia de la mayoría de
la comunidad y declara que en la opinión meditada de uno mismo, los
principios de la cooperación social entre hombres libres e iguales no se
están respetando”.21 Lo que distingue a la desobediencia civil de la obje­
ción de conciencia es el hecho de ser pública en el sentido dual de no estar
oculta o disimulada y de apelar a los principios políticos generales de
justicia, supuestamente compartidos por todos en un régimen constitu­
cional, en vez de a la moralidad o la religión de una persona, o a los intere­
ses de un grupo.22 La objeción de conciencia, es decir, la negativa a obede­
cer un mandato legal directo o una orden administrativa, puede ser pública
en el sentido de no estar oculta, pero se basa en un razonamiento apolíti­
co porque ni recurre al sentido de justicia de la mayoría, ni trata por defi­
nición de convencer a otros o de causar cambios en la ley o en la forma de
organización política. De hecho, Rawls insiste en la prim acía de lo políti­
co en esos casos. El grado de tolerancia a la objeción de conciencia debe
D E S O B E D IE N C IA C IV IL Y S O C IE D A D C IV IL 643

ser determinado desde el punto de vista de una teoría* política de la justi­


cia, en términos de lo que es necesario para conservar y fortalecer institucio­
nes justas, y no desde el punto de vista de un respeto absoluto por parte de
la ley a los dictados de la conciencia individual.23 Esto último sería clara­
mente insostenible en una sociedad civil pluralista.
Si las instituciones sociales están basadas en una concepción compar­
tida de la justicia, ¿por qué surge la desobediencia civil en una dem ocra­
cia constitucional "casi justa"? La respuesta que dan Rawls y Dworkin es,
en prim era instancia, muy sencilla: las mayorías legislativas pueden errar
o, lo que es peor, ser mal orientadas por el prejuicio y violar así los princi­
pios morales que subyacen a la constitución.24 No obstante, hay una dife­
rencia significativa en la forma en que los dos teóricos entienden el status
de estos principios morales. Como el rango, e incluso la función de la des­
obediencia civil tolerable, varía según sus dos interpretaciones, vale la
pena explorar esta diferencia en algún detalle.
Rawls define una democracia constitucional justa como aquélla cuya
constitución ha sido acordada por delegados racionales en una conven­
ción constitucionalista, qué son guiados por los dos principios de justicia.
Las leyes y las políticas justas son las que serían promulgadas por legisla­
dores racionales limitados por una constitución justa y orientados por los
dos principios de justicia. Estos últimos son los principios que serían ele­
gidos en una posición original que es justa.25 Y en realidad, en opinión de
Rawls, estos dos principios de justicia constituyen el soporte moral del
principio del gobierno de la mayoría, sin el cual ese gobierno sería simple­
mente un instrum ento de procedimiento que consolidaría el poder de los
números. Además, como ningún procedimiento político puede garantizar
que la legislación promulgada sea justa, en vista de la inevitable condi­
ción de la "justicia procesal imperfecta" que se presenta incluso en la mejor
de las formas de organizacióli^J&lftica, es obvio que quienes tienen el de­
recho constitucional de hacer leyes pueden aprobar leyes injustas.26 Algu­
na forma del principio de la mayoría es necesaria, pero es posible que la
mayoría se equivoque más o menos voluntariamente en lo que legisla.27
Así, cuando la mayoría infringe la concepción de justicia com partida por
la comunidad general e incorporada en la constitución, crea el escenario
para actos justificables de desobediencia civil.
Rawls no afirma que la injusticia de la ley sea una justificación sufi­
ciente para esa acción. Por el contrario, insiste en que estamos obligados
a obedecer leyes injustas si la injusticia no excede ciertos límites. Bajo los
principios del gobierno deja mayoría, es probable que haya efectos que
las minorías consideren injustos, pero mientras éstos no excedan ciertos
límites, el deber de apoyar a instituciones justas incluye un deber a obede­
cer leyes injustas. Bn asta sentido, tampoco es la aprobación de la ley a los
644 LA R E C O N S T R U C C IÓ N D E LA S O C IE D A D C IV IL

dos principios de justicia una condición suficiente para la obligación po­


lítica. De hecho, el concepto de obligación política, en sentido estricto, se
aplica sólo a ciertas categorías de individuos: aquellos que han aceptado
voluntariam ente los beneficios de los acuerdos institucionales o aprove­
chado las oportunidades que ofrecen para promover sus intereses.28 Por
lo demás, Rawls afirma que hay un "deber natural” a obedecer las leyes y
las políticas de una forma de organización política casi justa. Además, los
deberes naturales se aplican a nosotros sin im portar nuestros actos volun­
tarios: "Cada uno está obligado a obedecer estas instituciones indepen­
dientemente de sus actos voluntarios, seanperformativos o de otro tipo”.29
Rawls argum enta que el deber natural de la justicia debe entenderse como
el resultado de un acuerdo o contrato hipotético y, por lo tanto, supone un
consentimiento hipotético. Sin embargo, insiste en que no se presupone
ningún acto de consentimiento, expreso o tácito, ni ningún acto volunta­
rio para el deber de justicia —éste se aplica incondicionalmente—. Las
razones que Rawls da para rechazar la acción voluntaria como la base del
deber de obedecer a instituciones justas es que ésta sería superflua: en
vista de los dos principios de justicia y la prioridad de la libertad, el com­
plemento pleno de libertades iguales ya está garantizado y no se requiere
ninguna garantía adicional. Además, el reconocimiento de un deber natu­
ral de justicia proporciona estabilidad y protege contra el oportunism o.30
La desobediencia civil supone un conflicto entre el deber natural a obede­
cer leyes promulgadas por una mayoría legítima y el derecho a defender
las libertades de uno mismo y oponerse a la injusticia. Pero ¿cuándo se
suspende el deber de obedecer?, ¿cuáles son los límites que no pueden ser
traspasados por las mayorías legislativas? Rawls menciona dos formas en
que puede surgir esa injusticia: los acuerdos institucionales o legales pue­
den alejarse del concepto de justicia aceptado públicamente, o este pro­
pio concepto puede ser irracional o injusto.31 Trata de la desobediencia '
civil sólo respecto a la prim era posibilidad, sin embargo, y sólo bajo cier­
tas circunstancias.32 En casos de injusticia sustancial y clara se suspende
el derecho natural a obedecer y se justifica la desobediencia civil: “Hay
una presunción a favor de lim itar la desobediencia civil a las violaciones
graves del prim er principio de la justicia, el principio de la libertad igual y
a las violaciones descaradas de la segunda parte del segundo principio: el
principio de la igualdad de oportunidad justa.”33 Según Rawls, por lo co­
m ún se percibe claramente cuando están siendo violados los derechos
políticos y civiles, porque im ponen requerim ientos rigurosos visibles
expresados en instituciones. Las infracciones de la prim era parte del se­
gundo principio de justicia, del requisito de que las desigualdades deben
favorecer a aquellos que están en peor situación, son mucho más impreci­
sas porque implican asuntos de política económica y social, opiniones es-
D E S O B E D IE N C IA C IV IL Y S O C IE D A D C IV IL 645

peculativas, información estadística, etc. Así, la solución de estos asuntos


es mejor dejarla al proceso político.
En esta concepción, la desobediencia civil es una forma de discurso
público, dirigido a la mayoría que tiene el poder político, expresando la
convicción política consciente y profunda de que (en la opinión meditada
de uno), la mayoría política ha violado la concepción aceptada de la justi­
cia y los fundamentos morales de la cooperación social.34 Funciona como
un correctivo y como un instrum ento estabilizador. Despierta a las mayo­
rías que se han desviado y devuelve el sistema legislativo al statu quo ante. Al
nivel de la cultura política, la disposición a participar en la desobediencia
civil justificada sirve como un remedio contra desviaciones potenciales
de la justicia y, por lo tanto, introduce estabilidad en una sociedad bien
ordenada.35
Si bien Rawls ofrece de esa m anera una im portante justificación para
la desobediencia civil, proporciona una concepción relativamente estre­
cha de su rango y legitimidad. Supone que la sociedad política está pre­
dispuesta a responder a las preocupaciones de la sociedad civil respecto a
los derechos, y que esta última puede ejercer alguna influencia en la pri­
m era por medio de la acción colectiva (entendida como un proceso discur­
sivo en vez de como un juego de poder). La orientación política de la
desobediencia civil y de las formas correspondientes de acción colectiva
está limitada, sin embargo, a una posición puram ente defensiva por parte
de aquellos cuyos derechos han sido violados. Además, el tipo de "error”
que la mayoría puede cometer cuando promulga una ley injusta se limita
a la violación de algún aspecto de los dos principios de justicia. Rawls
supone que existe una concepción coherente de la justicia, aceptada en
principio por todos los miembros de la organización política, y que se
puede recurrir a ella cuando la mayoría se equivoca. Esos errores sólo
im plican violaciones de ;tesp\derechos individuales y no, por ejemplo,
malentendidos de la voluntad popular, representaciones inadecuadas de
la opinión pública o consideraciones públicas insuficientes de los asuntos
importantes. En realidad, para Rawls, la concepción de la justicia está, en
una democracia constitucional, fijada de una vez por todas —y esto signi­
fica que no hay ninguna forma extralegal legítima para someter a prueba
o am pliar esta concepción sin desafiar a toda la institución de la sociedad.
Así, aquéllos cuyos derechos no son violados pero que creen, por ejem­
plo, que las instituciones y procedimientos existentes de la sociedad y de
la forma de organización política —aunque justas y en parte dem ocráti­
cas— no son suficientes^se enfrentan a una elección difícil: o trabajan a
través de las propias instituciones que consideran inadecuadas o partici­
pan en actos que pueden lólo ser considerados como una revuelta; o acep­
tan la concepción prevftlteiente de la Justicia y a las instituciones que la
646 LA R E C O N S T R U C C IÓ N D E LA S O C IE D A D C IV IL

incorporan, o se convierten en militantes.36 Ésta es una concepción excesi­


vamente estática de la función de la desobediencia civil: puede corregir
violaciones de los derechos ya existentes, puede estabilizar al gobierno
por la mayoría o, en el mejor de los casos, puede am pliar los derechos
asegurando que se respeten los de todos, y que la concepción de la justicia
se aplique por igual y en forma justa a todos. Los cuestionamientos sobre
la concepción de la justicia, sobre nuevas clases o interpretaciones de los
derechos y sobre más y nuevas clases de participación no tienen lugar
dentro de una forma de organización política bien ordenada; sólo pueden
conducir a su remplazo.
La restricción de la desobediencia civil a la defensa de los derechos que
plantea Rawls, se deriva del modelo liberal que él presupone de la socie­
dad civil, del Estado y de su interrelación.37 Dentro de esta estructura, se
representa a la sociedad civil como la esfera privada. Es el lugar de la au­
tonomía individual, de una plétora de grupos con formas de vida y concep­
ciones del bien distintas, de asociaciones voluntarias de esos grupos sin
ninguna motivación política, y de la expresión pública garantizada por los
derechos. La vida política está ubicada firmemente dentro de la sociedad
política; ocurre en el terreno del Estado en forma de la legislatura, com­
plementada por el aparato usual de elecciones, partidos, grupos de inte­
rés y procedimientos articulados constitucionalmente. Estos comprenden
el único terreno legítimo para la acción política y las únicas formas de
participación política abiertas al ciudadano bajo circunstancias normales
(cuando no se violan ni los derechos ni la neutralidad política). Además,
la función puram ente defensiva de la desobediencia civil en la teoría de
Rawls —la protección de derechos ya adquiridos o su ampliación en nom­
bre de principios claros institucionalizados de la justicia— se basa en una
concepción estática de la frontera entre lo público y lo privado, entre el
Estado y la sociedad civil y de la cultura política en general.
Incluso con estas restricciones, la discusión que presenta Rawls de la
desobediencia civil tiende a eliminar este dualismo rígido. Por una parte,
la formulación de la desobediencia civil como un discurso público que
apela a la concepción de justicia de la mayoría política en la legislatura
parece reducir esa acción a un modelo de persuasión moral que simple­
mente extiende la defensa liberal clásica del derecho a la conciencia y el
llamado a que se tolere un conjunto muy restringido de acciones colecti­
vas.38 Por otra parte, Rawls también argum enta que la desobediencia civil
apela al sentido de justicia de la mayoría de la comunidad, es decir, a la
opinión pública en la propia sociedad civil. Esto es lo que tiene en mente
cuando argumenta que la instancia suprem a de apelación no es ni la le­
gislatura ni la Corte Suprema ni el Ejecutivo, sino el electorado como un
todo.39 Es en este contexto en el que el núcleo de la idea democrática del
D E S O B E D IE N C IA C IV IL Y S O C IE D A D C IV IL 647

pueblo soberano que tiene la autoridad final hace sü única aparición en el


texto. Aquí argumenta que, tanto la legitimidad dem ocrática como la idea
de los derechos proporcionan los fundamentos morales de la estructura
puram ente legal de la democracia constitucional.40
Además, Rawls entiende la legislación dentro de la esfera pública par­
lam entaria como un proceso discursivo, dirigido a lograrla mejor política
o ley para la comunidad, en el que los legisladores votan según su juicio
personal y no de acuerdo con los intereses de sus electorados particulares.
Pero este juicio no es sólo privado; debe ser una interpretación meditada
de los principios y cultura política de la sociedad. Por implicación, la opi­
nión pública debe ser capaz de influir en la mayoría legislativa. Los actores
en la sociedad civil deben ser capaces de influir en los actores en la socie­
dad política. Rawls cree que éste es frecuentemente el caso.41 Sin embar­
go, si a lo que apela la desobediencia civil es al sentido de justicia de la co­
munidad, si la ciudadanía es la instancia suprema de apelación, si la idea
de legitimidad democrática proporciona la base moral del constituciona­
lismo no sólo en el principio de los derechos, entonces el rango de accio­
nes colectivas legítimas (aunque ilegales) dentro de la sociedad civil no
puede limitarse a las leyes que entran en conflicto con la concepción de
justicia de la mayoría legislativa, a la violación de los derechos de una
minoría por esa mayoría o a la dimensión de los derechos de los funda­
mentos morales de las democracias.42 Por implicación, la propia sociedad
civil tendría que entenderse como una dimensión activa, relevante política­
mente: la acción colectiva dentro de la sociedad civil, pero fuera de los
canales institucionalizados del sistema político, tendría que considerar­
se como algo normal. En otras palabras, la relevancia política de los dere­
chos de expresión, asamblea y asociación tendría que ser tratada en una
forma más seria, como algo que garantiza la legitimidad de la acción ciu­
dadana que procura influí**’®*! la sociedad política e, indirectamente, en
las decisiones políticas y legales.43
Sin embargo, Rawls evita abordar las implicaciones de estas ideas. En
ninguna parte nos dice qué canales de influencia existen o deberían exis­
tir entre la legislatura y los públicos dentro de la sociedad civil. Tampoco
concede en ninguna parte que, si no se trata de una violación de los dere­
chos, un objetivo legítimo de la desobediencia civil podría ser la creación
o ampliación de esos canales. Además, supone que los principios de la
legitimidad democrática son totalmente institucionalizados por las eleccio­
nes, los parlamentos y otras formas constitucionales.44 Después de una con­
vención constitucional -^o más bien, después de la ratificación de una
constitución— la concepción de justicia de la sociedad es institucionalizada
de una vez por todas, y las personas dejan, en circunstancias normales, de
ser actores políticos en cualquier otra forma que no sea la de electorado.
648 LA R E C O N S T R U C C IÓ N D E LA S O C IE D A D C IV IL

Aparte de esto, la política sigue siendo el monopolio de la sociedad políti­


ca. Por medio de esta teoría, Rawls es aparentemente capaz de circunscri­
bir la “soberanía” o autoridad extrainstitucional del "pueblo” tal como se
expresa en los actos de desobediencia civil dentro de los estrechos límites
de la defensa de los derechos que todo rqundo ya tiene en principio.
Pero ¿qué pasa si la concepción de justicia de la sociedad, supuesta­
mente establecida en la constitución y que sirve como guía para la legisla­
ción y el estándar contra el cual se pone a prueba la legitimidad, no son
claros y autoevidentes? ¿Qué sucede si los principios morales articulados
en la constitución que se encuentran en el núcleo de la idea de los dere­
chos fundamentales, están abiertos a diferentes interpretaciones y, por lo
tanto, aplicaciones? De hecho, según Dworkin, es gracias a que cualquier
constitución fusiona cuestiones morales y legales, haciendo que la validez
de una ley dependa de la respuesta a complejos problemas morales, que el
problem a de qué derechos morales tienen los ciudadanos siempre ha es­
tado abierto a nuevas interpretaciones.45 Además, incluso si la mayoría no
interfiriera con la constitución, y aunque ésta fuera adecuadamente inter­
pretada por una corte suprem a, ninguna constitución puede institu­
cionalizarlos derechos morales que tienen los ciudadanos. En otras pala­
bras, no puede existir un momento en el que uno pueda decir que todos
los derechos fundamentales están establecidos y protegidos, porque el
propio significado, interpretación y rango de los derechos fundamentales
se desarrolla en el transcurso del tiempo. Lo que puede establecer una
constitución es un reconocimiento de que los individuos tienen derechos
morales fundamentales frente al Estado.-Puede enum erar algunos de es­
tos derechos en términos amplios, pero no puede articularlos todos, no
porque la lista fuera demasiado larga, sino porque las interpretaciones de
los derechos cambian y se afirman nuevos derechos que están de acuerdo
con el principio de tener derechos morales contra el Estado, pero que di­
fícilmente se han derivado de esta idea. Por lo tanto, debe haber una com­
pleja hermenéutica operando en la interpretación de los derechos, una
que implique la reflexión sobre los principios constitucionales, la tradi­
ción, el precedente y la moralidad política contemporánea.
Así, Dworkin ofrece una respuesta más compleja que Rawls a las pre­
guntas ¿por qué, en una democracia constitucional casi justa que recono­
ce los derechos, la desobediencia civil puede surgir legítimamente? y ¿por
qué razón se la debe tratar en forma diferente a los actos criminales o a
los actos de abierta rebeldía? En realidad, como veremos, amplía la teoría
liberal hasta sus más amplios límites concebibles —aunque, por razones
que se harán evidentes, la teoría sigue quedándose en el umbral del prin­
cipio de la legitimidad democrática y por lo tanto sólo es parcial—. Dworkin
está de acuerdo con Rawls en que si el gobierno promulga una ley que
D E S O B E D IE N C IA C IV IL Y S O C IE D A D C IV IL 649

invade equivocadamente los derechos de uno contra el gobierno, uno tie­


ne derecho moral a rom per la ley. Éste no es un derecho separado, sino
una característica de tener derechos contra el gobierno.46 Sin embargo,
Dworkin tom a un paso significativo más allá de la posición de Rawls, al
argum entar que no hay ningún deber general de obedecer la ley en todos
los casos, y ciertamente ninguno cuando se violan los derechos morales.
De hecho, el problema real no es el caso obvio que acabamos de mencio­
nar, sino la situación en que la ley no es clara, de modo que puede haber
dudas sobre su validez. "Cuando la ley es incierta, en el sentido de que
ambas partes pueden presentar un caso plausible, entonces un ciudadano
que sigue su propio juicio no se está comportando de una m anera injus­
ta".47 Por supuesto, esto es una definición muy general de la ley incierta:
la falta de claridad no se refiere al texto escrito de la ley, sino más bien a
una situación en que la norm a legal es cuestionada.
En los Estadosj^nidos, el papel de la Corte Suprema es decidir las cues­
tiones de interpretación sobre leyes dudosas con respecto a los dere­
chos. No obstante, como lo observa Dworkin, la Corte puede “cam biar de
opinión". De hecho, cualquier corte puede anular sus propias decisiones.
Así, no podemos suponer que, en cualquier momento dado en el tiempo,
la constitución es lo que la Corte Suprema dice que es.48 No se puede
argum entar de manera convincente que los ciudadanos pueden, en el caso
de una ley dudosa, seguir sus propios juicios sólo hasta que la institución
con autoridad pertinente decida el caso. Por el contrario, si los ciudada­
nos deben actuar como si la ley dudosa fuera válida y la corte superior
fuera el locus final del juicio, “entonces perderíamos el principal instru­
mento que tenemos para desafiar la ley por motivos morales, y con el
transcurso del tiempo la ley que obedecemos ciertam ente se haría menos
equitativa y justa, y la libertad de nuestros ciudadanos sin duda dismi­
nuiría".49 Sin nadie que pas*§ra en duda una ley aparentem ente ya esta­
blecida en nombre de los derechos fundamentales, entonces no seríamos
capaces de reconocer los cambios que ocurren con el transcurso del tiem ­
po en la m oralidad de la comunidad.50 Sin la presión del disenso, aum en­
taríamos la "oportunidad” de ser gobernados por principios que ofenden
los principios que compartimos. En realidad, la ley se desarrolla en parte
por medio de la experimentación de los ciudadanos y por medio del pro­
ceso contrario, y la desobediencia civil ayuda a conformar los temas so­
bre los que se deberá decidir.51 Como la ley está en un proceso constante
de adaptación y revisión, la desobediencia civil puede ser la que fije el
ritmo para correcciones o innovaciones que se deberían haber hecho des­
de mucho antes, sin las cuales una república vital no puede m antener la
creencia de sus ciudadanos en la legitimidad continua de las leyes hereda­
das del pasado.
650 LA R E C O N S T R U C C IÓ N D E LA S O C IE D A D C IV IL

Esta discusión de la validez legal es central en la defensa que hace


Dworkin de la desobediencia civil y requiere explicación adicional. Según
él, la validez de la ley depende de procesos de prueba perm anente en que
los tribunales desempeñan un papel que incluye la consideración de inter­
pretaciones moralmente relevantes de los principios que influyen en la
constitución. Claramente, lo que está enjuego no es sólo qué tan correcto
es desde el punto de vista procesal el proceso legislativo que generó la ley,
sino también la interpretación de los principios morales que alimentan a
una cultura política articulada constitucionalmente. Y así como los jue­
ces pueden reflexionar sobre estos principios, tam bién lo pueden hacer
los ciudadanos ordinarios; someter a prueba la ley no es monopolio de los
jueces.
Este argumento está relacionado con la distinción que hace H. L. A.
H art entre la perspectiva interna o participativa y la perspectiva externa o
del observador. Esta distinción corresponde implícitamente a los dos ni­
veles de análisis respecto a la validez de la ley: el respeto a las leyes y
requerimientos procesales establecidos y a la validez moral. Los asuntos
relacionados con la corrección procesal dentro del "modelo de reglas”
suponen sólo el punto de vista del observador. Las cuestiones de validez
frecuentemente son interpretadas también de esta manera: se considera
que una ley es válida si tanto su creación como sus aplicaciones han sido
juzgadas como procesalmente correctas y no violan otras reglas válidas.
Someter a prueba la validez en este sentido requiere que quienes hacen la
prueba se coloquen en la posición de "abogados objetivos” que estiman
las posibilidades de un cuestionamiento exitoso. Estarán de acuerdo en
someterse incondicionalmente a la decisión judicial subsecuente siempre
que ésta a su vez sea procesalmente correcta.52 En este modelo, las leyes
que no son anuladas o repelidas son leyes válidas. Las leyes que son repe­
lidas o anuladas sobre la base de una interpretación constitucional cam­
biante (aunque es difícil fijar la frontera exacta en este caso) no pierden
retroactivamente su status de ley.
Dworkin, que sin duda está pensando en casos “difíciles” y no en los
rutinarios, no está satisfecho con este modelo de validez. Su comprensión
de la validez implica perspectivas desde el punto de vista del observador
y del participante. Puede haber casos de prueba en los que quienes violan
la ley se consideran a sí mismos como parte de un proceso objetivo cuya
finalidad es aclarar la validez de la ley, pero en la medida en que los casos
de prueba impliquen una afirmación de que los principios morales (dere­
chos) incorporados en la constitución han sido violados, la perspectiva de
un participante también se considera en la evaluación. De acuerdo con
Dworkin, esta clase de acto interpretativo es realizado tanto por las cortes
como por aquéllos que violan la ley con el fin de probar su validez. Los
D E S O B E D IE N C IA C IV IL Y S O C IE D A D C IV IL 651

casos de prueba que implican acciones ilegales por ciudadanos que creen
que una determ inada ley viola derechos morales básicos y por lo tanto es
inválida, son una parte integrante del proceso por el cual las cortes eva­
lúan la constitucionalidad, es decir, la validez de la ley. En este modelo
amplio del caso de prueba, el resultado de un cuestionamiento exitoso es
que la ley de que se trate sea declarada inválida desde el mom ento de su
promulgación, esto es, que no es ni ha sido ley, independientem ente de
que las bases para anularla impliquen procedimiento, adecuación consti­
tucional o un principio normativo superior.
En este modelo, se interpreta la desobediencia civil como un tipo de
caso de prueba, ya sea que los desobedientes estén motivados por un pre­
supuesto de invalidez o por una opinión más general sobre la injusticia o
ilegitimidad de la ley o de la política. En realidad, en esta interpretación,
si la ley que ha sido desafiada por quienes cometen actos de desobedien­
cia civil resulta ser inválida, no se ha violado ninguna ley después de todo.
Sin embargo, la interpretación es poco satisfactoria porque subestima
la tensión específica dentro de la desobediencia civil entre el traum a de la
violación de la ley por individuos que por lo demás presuponen y respetan
el sistema legal, y la obediencia a una ley superior o principio normativo.
Dos ejemplos dem uestran este punto. Primero, quizá la mayoría de los
actos de desobediencia civil, a diferencia de todos los actos que intencional­
mente se cometen para crear el caso de prueba, implican la violación de
leyes que no son leyes o políticas específicas que quienes participan
en actos de desobediencia civil buscan desafiar. De hecho, los ejemplos de
desobediencia civil a los cuales se refiere Dworkin —el movimiento con­
tra la guerra de Vietnam (con la posible excepción de la resistencia al
reclutamiento), el movimiento de derechos civiles (con excepción de las
ocupaciones de restaurantes), y el movimiento antinuclear— caen dentro
de esta categoría y, por lo -tan*©, no se les puede entender como casos
prueba en el sentido usual del término. Toda la discusión de Dworkin
está, de hecho, dirigida a esta clase de actos ilegales y no a los casos de
prueba comunes. Segundo, la desobediencia civil dirigida contra políticas
específicas, cuya legitimidad Dworkin restringe pero no niega, no desafía
la consitucionalidad de las leyes, sino que argum enta que estas leyes son
poco aconsejables, inmorales o ambas a la vez. Las políticas de que se
trata no son inválidas y por lo tanto sólo pueden ser abolidas (aunque no
retroactivamente) por un rechazo o remplazo legislativo. En estos casos,
en realidad el problema es la legitimidad en vez de la validez de la ley. Esta
legitimidad es cuestionadapor actores que asumen un punto de vista pu­
ramente participativo, ea decir, que se colocan a sí mismos en el lugar de
la legislatura y en realidad entran en un proceso de comunicación con sus
representantes y con todo el electorado (o público).
652 LA R E C O N S T R U C C IÓ N D E LA S O C IE D A D C IV IL

Creemos que tiene sentido separar la desobediencia civil de los casos


de prueba, al menos para fines analíticos.53 En la desobediencia civil pro­
piamente dicha el punto de vista principal es participativo, y de lo que se
trata es sobre todo de una dem anda respecto a la legitimidad de la ley. En
los casos que ponen a prueba la ley propiam ente dicha, de lo que se trata
es de la regularidad procesal, tanto antes de la prueba como durante el
mismo proceso judicial de prueba, así como de la consistencia del sistema
de reglas legales. Cualquiera que sea la motivación de quien lleva a cabo
la prueba, ésta sólo presupone el punto de vista de un observador.
Hay, por supuesto, casos en que la prueba de la ley y la desobediencia
civil no se pueden separar con facilidad, en los que el tema no es sólo el
procedimiento correcto o la legitimidad, sino la validez en el sentido com­
plejo de Dworkin. Hay obviamente casos de desobediencia civil, como la
resistencia al reclutam iento y las ocupaciones de locales, en los que el te­
ma de la validez no esté excluido y los que desobedecen una ley usando
las técnicas de la acción colectiva tam bién esperan un cambio en el status
de validez de la ley. Puede haber también casos de pruebas de la ley en los
que quien la desafía no esté dispuesto a aceptar la predicción de los abo­
gados o el juicio de la corte y lo que se supone es que las acciones dentro
del tribunal dram atizarán la injusticia y de hecho la ilegitimidad, para los
agentes y grupos que están afuera del procedimiento legal. A pesar de
estos casos mixtos y en contraste con Dworkin, creemos que es útil distin­
guir entre la prueba de la ley y la desobediencia civil. Aunque él no hace la
distinción, para los propósitos de esta discusión creemos estar justificados
al suponer que está interesado en la desobediencia civil propiam ente di­
cha. Aunque tiende a enfatizar la validez y no de la legitimidad y asimila
la desobediencia civil al caso de prueba, la relación que establece entre la
desobediencia civil y los procesos de defensa de los derechos fundamentales
(en los que incluso la decisión de la Corte Suprema no puede ser la palabra
final) compromete a los principios más altos de nuestro orden legal como un
todo y obviamente va más allá del caso de prueba como modelo general.
Entonces, lo que tenemos aquí es una justificación de la desobediencia
civil en situaciones diferentes a las violaciones flagrantes de los derechos
individuales existentes. Se puede ver la desobediencia civil como un com­
ponente crucial del cambio dentro de una democracia constitucional. Es
una fuente im portante para crear derechos (es decir, para institucionalizar
derechos morales que previamente no habían sido institucionalizados), e
inicia un proceso de aprendizaje que contribuye al desarrollo de la cultu­
ra política y el cambio institucional. El referente de la desobediencia civil
es la opinión pública, en el sentido profundo de lo que consideramos nues­
tros principios morales políticamente relevantes. El papel de la acción
ciudadana políticamente relevante es ampliado, de esta manera, más allá
D E S O B E D IE N C IA C IV IL Y S O C IE D A D C IV IL 653

de las reacciones defensivas a violaciones específicas de los derechos indi­


viduales, para que incluya problemas como el de qué principios, qué nor­
mas, deben ser legislados para convertirse en ley. Para Dworkin, esas pre­
guntas deben ser traducidas al lenguaje de los derechos, pero el tipo de
acción implicada en afirm ar (y no sólo en defender los ya existentes) los
derechos en este modelo es ciertamente política. Así, Dworkin ofrece un
entendimiento dinámico del papel de la desobediencia civil en el proceso
de creación de derechos y en la ilustración de la opinión pública.
Precisamente porque los actos de desobediencia civil son interpretados
en este sentido más amplio de acción política por parte de ciudadanos
orientados a la defensa y creación de derechos, y precisamente porque
suponen el ejercicio de influencia sobre el proceso político por medio de
las esferas públicas de la sociedad civil, esos actos requieren una justifica­
ción más fuerte que los actos de objeción de conciencia. Estos últimos
suponen objeciones morales a leyes específicas y buscan exenciones indivi­
duales; los primeros están dirigidos a las instituciones políticas y buscan
contribuir al cambio. En una democracia constitucional donde, después
de todo, los derechos de los ciudadanos a la participación están asegura­
dos y el gobierno por la mayoría es el principio clave para la legislación,
les corresponde a los defensores de la desobediencia civil m ostrar que
ésta no viola los principios del gobierno por la mayoría y que, además, no
es antidemocrática.
Esto nos lleva a la segunda explicación de la razón por la que, incluso
en una democracia constitucional casi justa, la desobediencia civil es un
dimensión probable e importante de la cultura política. Al igual que Rawls,
Dworkin interpreta procesalmente la legitimidad del principio del gobier­
no por la mayoría: la ley tiene un carácter obligatorio si se han seguido los
procedimientos correctos en un sistema político representativo. Sin em­
bargo, hay una condición ÍH*p<©rtante: los derechos de la minoría no de­
ben violarse. Como cualquier consenso mayoritario que siempre es sola­
mente empírico, puede equivocarse, como lo ha sostenido Rawls. Éste es
un riesgo inherente al proceso político democrático. Un consenso mayori­
tario puede ser simplemente la combinación de los prejuicios, enem ista­
des personales, intereses de la mayoría y racionalizaciones de la legislatu­
ra o de la opinión pública. Además, "La mayor parte de la ley —aquella
parte que define y lleva a cabo la política social, económica y exterior— no
puede ser neutral. Debe enunciar, en su mayor parte, el punto de vista de
la mayoría sobre el bien común”.54En una sociedad civil pluralista, compleja,
diferenciada, la institución de los derechos restringe el rango y el tipo de
decisiones abierto a las mayorías legislativas. Por lo tanto, los derechos
no son antitéticos a los principios democráticos, porque la institución de los
derechos representa la promesa de la mayoría a las minorías, de quo su
654 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

dignidad e igualdad será respetada —más aún, las restricciones sustanti­


vas sobre la tom a de decisiones por la mayoría que representa los dere­
chos fundamentales frente al Estado, son la propia fuente de legitimi­
dad del principio del gobierno por la mayoría—,55 De hecho, la tesis de
los derechos presupone que hay algo detrás de la ley, es decir, principios
morales, que sirven como base para la legitimidad del sistema legal en
conjunto. Para el liberal, este algo es el principio de los derechos morales
individuales.
Pero, ¿cómo sabemos cuándo están en juego los derechos?, ¿cómo dis­
tinguimos entre los actos de desobediencia civil y los actos que desafían
los principios del sistema constitucional?56 Dworkin responde a esta pre­
gunta distinguiendo dos clases distintas de asuntos públicos: los que im ­
plican decisiones políticas respecto a una meta colectiva de la comunidad
como un todo y los que implican asuntos de principio, es decir, decisiones
que afectan algún derecho del individuo o de un grupo.57 Esta distinción
entre política y principio es tomada en cuenta en la taxonomía de los ti­
pos de desobediencia civil de Dworkin y en su esfuerzo por especificar
cuando la desobediencia civil es legítima y cuando no lo es. Si uno rompe
la ley en nombre de la defensa de los derechos de una m inoría contra los
intereses o los objetivos de la mayoría, uno está participando en una desobe­
diencia civil "basada en la justicia". Si uno rompe la ley, no por creer que
una política es inmoral o injusta, sino porque parece im prudente, estú­
pida o peligrosa para la sociedad, uno está participando en una desobe­
diencia civil "basada en la política".58 Aunque estos dos tipos de deso­
bediencia civil son “ofensivos” en el sentido de ser instrum entales y
estratégicos (el objetivo es un cambio en la política o en la ley) debemos
distinguir adicionalmente entre dos tipos de estrategias: estrategias de
persuasión dirigidas a obligar a la mayoría a escuchar los argumentos en
contra, con la esperanza de que después cam biará de opinión, y estrate­
gias no persuasivas, dirigidas a increm entar los costos de llevar a cabo
una política, con la esperanza de que la mayoría encontrará los nuevos
costos inaceptablemente altos. Entonces, en forma e intención, la desobe­
diencia civil puede ser discursiva (una política de influencia) o no discursiva
(una estrategia de poder). Una estrategia de persuasión en la desobedien­
cia civil no desafía el principio del gobierno por la mayoría de ninguna ma­
nera fundamental, porque la lógica de la acción colectiva ilegal es captar
la atención de la mayoría y hacer que ésta tome en cuenta sus argum en­
tos. Busca influir en la sociedad política. Las estrategias no persuasivas,
aunque no sean violentas, son inferiores desde un punto de vista moral,
pero pueden ser aceptables si uno cree que una política es profundamente
injusta. No debilitan radicalmente los principios de la democracia consti­
tucional, porque la propia idea de los derechos contra el Estado se basa en
DESOBEDIENCIA CIVIL Y SOCIEDAD CIVIL 655

la idea de que la mayoría debe respetar los derechos y«que se le puede obli­
gar a ser justa al margen de su voluntad.59 No obstante, respecto a la des­
obediencia basada en la política, en la que no se trata de un asunto de los
derechos de la minoría y por lo tanto no es un asunto de principios sino de
preferencias en conflicto, las estrategias no persuasivas van dirigidas con­
tra el núcleo del principio de la mayoría y no puede justificárseles.
Esta distinción entre estrategias persuasivas y no persuasivas es ilu­
m inadora e im portante. Pero no es obvio que la distinción entre la des­
obediencia basada en la justicia y la basada en la política pueda hacerse
de la m anera en que lo in tenta Dworkin, es decir, respecto a áreas
sustantivas de la toma de decisiones. O bien la distinción entre el princi­
pio y la política evade el problema —puesto que se pueden construir ar­
gumentos relacionados con los derechos respecto a casi cualquier tema
político, y en algunos casos es precisamente esta línea divisoria lo que
está en duda—60 o sólo se le puede sostener al precio de un modelo pura­
mente utilitario de los procesos políticos democráticos y del bien común.
Esta última orientación predomina en la obra de Dworkin. En efecto,
Dworkin tiende a revivir la distinción liberal estándar entre política y
moralidad, ubicando al gobierno de la mayoría, a las opiniones mayorita-
rias, a las preferencias, al interés común y a los asuntos de política dentro
del proceso político democrático normal, y a los asuntos de principios
morales o derechos fuera de este proceso. Como consecuencia, y a pesar
de sus afirmaciones contrarias, los derechos y la democracia, la m oral y la
política, parecen estar en oposición después de todo. Con base en esta
interpretación, la opinión pública tiende a ser reducida en el mejor de los
casos a un conjunto de preferencias, en el peor, a conjuntos de preferen­
cias externas, y se priva a los "procesos democráticos normales" y a la
legislación de su carácter normativo, basado en principios, a la vez que se
les reduce a la suma de intenses, compromisos y respuestas ante la pre­
sión —en resumen, al modelo utilitarista del pluralismo de los grupos de
interés—. Por lo mismo, la sociedad civil es presentada como una esfera
moral (no política) en que la acción orientada políticamente para influir
en la sociedad política con el propósito de proteger los derechos, es la
única acción política extrainstitucional considerada legítima. Es fácil ver
la razón por la cual los derechos deben prevalecer sobre la democracia,
definida de esa manera, y que no se considere a las decisiones políticas
como si implicaran asuntos de principio.
Este modelo de la política vicia las propias percepciones de las dim en­
siones creativas de la desobediencia civil que articula Dworkin y la reduce
una vez más a una estrategia defensiva. También le impide a Dworkin
reconocer que su comprensión de la sociedad civil como políticas de in­
fluencia cuestiona la dicotomía liberal estándar de lo público y lo privado:
656 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

la sociedad civil como la esfera de la vida privada y de la autonom ía indi­


vidual, y el Estado o sociedad política, como el dominio de la acción políti­
ca normal. Si la desobediencia civil implica un proceso de aprendizaje y
tiene un papel que desempeñar en el desarrollo de nuestra cultura política
democrática liberal y de las instituciones, si el blanco de la acción colec­
tiva relevante es, ante todo, la opinión pública dentro de la sociedad civil
y, por lo tanto, en segundo lugar, la legislatura o las cortes de justicia;61 enton­
ces, el proceso político democrático debe com prender más que la agre­
gación de intereses y la actividad políticamente relevante en la sociedad
civil, debe tener dimensiones diferentes a la promoción de los intereses y
de la defensa de los derechos individuales. Porque esto es lo que presupo­
ne una política de influencia, a diferencia de una estrategia de poder. De
otra manera, los esfuerzos extrainstitucionales para cam biar a las institu­
ciones políticas, para iniciar una reforma institucional radical dentro de
los límites de la fidelidad a los principios constitucionales, y para influir
la legislación por medio de llamamientos a la opinión pública en nombre
de la moral de la comunidad, cuando no están en juego los derechos indi­
viduales, tendrían que aparecer como demagogia antidemocrática.
Dworkin, al igual que otros liberales, no puede evitar esas conclusiones
porque ubica la legitimidad de la democracia constitucional sólo en los
derechos morales individuales que conserva. Los derechos ciudadanos
están incluidos dentro del catálogo de derechos morales fundamentales,
pero los liberales suponen que ellos, y con ellos el propio principio de la
democracia, están totalm ente institucionalizados con la universalización
del derecho a votar y a ocupar cargos públicos.62 El principio de la legiti­
midad democrática es disuelto así en la idea de derechos individuales y de
procedimientos electorales que han sido institucionalizados para el ejer­
cicio del principio de la mayoría. Si a una cierta categoría de ciudadanos
se le niegan derechos políticos plenos, entonces la desobediencia civil esta­
ría a la orden del día, pero la desobediencia civil con el propósito de de­
m ocratizar aún más a la sociedad civil o política, para hacer a esta última
más representativa de los puntos de vista de los ciudadanos o para am­
pliar su influencia sobre el Estado, está totalm ente ausente en la posición
liberal. Esto queda en claro por el esfuerzo poco convincente de Dworkin
para interpretar los actos contemporáneos de desobediencia civil que él
defiende solamente en términos de cuestiones relativas a los derechos.63
Incluso queda aún más claro, por su tendencia a interpretar la desobedien­
cia civil en situaciones que no pueden resolverse en términos de dem an­
das de derechos individuales, como si com prom etieran temas políticos y
estrategias no persuasivas y por lo tanto ilegítimas.64 Al discutir sobre la
protesta antinuclear alemana, por ejemplo, Dworkin insiste en que el tras­
lado y ubicación de los cohetes y las estrategias disuasivas son temas po-
DESOBEDIENCIA CIVIL Y SOCIEDAD CIVIL 657

líticos complejos y que la discusión en esas circunstancias no puede ser


ilum inada por actos ilegales. Acusa al movimiento pacifista de seguir una
estrategia no persuasiva dirigida a increm entar el costo de una política a
la que se opone.65 La debilidad de la distinción entre política y principio
es particularm ente obvia en este caso, porque se podría argum entar fácil­
mente que es justo esta distinción de lo que se trataba en los actos relevantes
de desobediencia civil. Lejos de hacer que el público en general prestara
menos atención a los temas complejos de que se trataba, que es la acusa­
ción presentada por Dworkin, el propósito del movimiento era precisa­
mente el contrario: am pliar el discurso y el debate público a áreas que
previamente habían sido el dominio exclusivo de las burocracias estatales
y de la raison d'état, y desafiar al monopolio estatal, no en lo que se refería
a los medios de la violencia, sino de las políticas y cuestiones morales im­
plicadas en el uso legítimo de estos medios'.66 No estaban en juego los de­
rechos individuales, sino los principios democráticos. En realidad, es difí­
cilmente razonable interpretar las cadenas hum anas y los plantones como
una m uestra de fuerza, como un uso no persuasivo del poder, en vez de
como un ejercicio público dirigido a iniciar un debate "obligando a sufi­
cientes personas a m editar sobre el tema, por considerar vergonzoso no
hacerlo así”.67 Estaban en juego por lo menos dos principios normativos
en este caso: la moralidad de una clase particular de herram ientas y la ca­
lidad democrática o representativa de la sociedad política que tomó la
decisión política. De lo que se trata aquí no es de que la distinción entre
los temas políticos y los relacionados con los derechos sea insostenible,
sino de que ambas clases de temas pueden implicar cuestiones de princi­
pio y que, si esto no se reconoce, se corre el riesgo de tergiversar el carác­
ter de los actos respectivos de desobediencia civil.
El liberalismo orientado a los derechos no puede hacer justicia al proble­
ma de la desobediencia civíUaR-democracias casi constitucionales sobre la
base del principio estrechamente concebido de la legitimidad con que ella
opera. Los liberales piden eliminar el carácter criminal de los actos de deso­
bediencia civil orientados hacia los derechos, argum entando que hay una
base moral extrainstitucional para rom per la ley que, cuando se tiene en
cuenta, reafirma, en vez de debilitar, el respeto por el gobierno de la ley. Sin
embargo, lo que no reconocen, es que hay una base normativa extrains­
titucional doble para la legitimidad de la ley en sistemas de organización
política guiados por los principios del constitucionalismo. La propia deso­
bediencia civil, a diferencia de cualquier otro derecho moral no puede, sin
caer en contradicciones,j>er convertida en un derecho legal o constitucio­
nal. El derecho de afirm ar los derechos no es, en sentido estricto, un dere­
cho de ninguna m anera —no se refiere a una concepción de la moralidad
distinta de la política sino que se refiere directamente a los principios
658 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

normativos de la propia política, de hecho a la concepción democrática


de lo político—. La desobediencia en la defensa de los derechos individua­
les se deriva de la idea de los derechos fundamentales, pero la desobe­
diencia civil propiam ente dicha, en especial si implica la creación de nue­
vos derechos, se deriva del segundo sustento normativo de las democracias
constitucionales, de la otra base del constitucionalismo olvidada por los
liberales, esto es, la idea de legitimidad democrática.
Ahora podemos presentar nuestra propia definición operativa. La des­
obediencia civil implica actos ilegales —por lo común por parte de acto­
res colectivos, que son públicos, defienden principios y cuyo carácter es
simbólico—, implica principalmente medios no violentos de protesta y un
llamado a la capacidad de razonamiento y al sentido de justicia de la gen­
te común. El objetivo de la desobediencia civil es persuadir a la opinión
pública en las sociedades civil y política (o en la sociedad económica) de
que una ley o política particular es ilegítima y que se requiere un cambio.
Los actores colectivos que participan en la desobediencia civil invocan los
principios utópicos de las democracias constitucionales, apelando a las
ideas de los derechos fundamentales o a la legitimidad democrática. Así,
la desobediencia civil es un medio para reafirm ar el vínculo entre la socie­
dad civil y la política (o entre la sociedad civil y la económica), cuando los
esfuerzos legales por ejercer la influencia de la prim era sobre la segunda
han fracasado y se han agotado otros caminos.68
Así, la desobediencia civil es una forma ilegal de participación política
por parte de actores colectivos. Es una acción política con un objetivo
político que por definición activa las esferas públicas de la sociedad civil y
supone la actividad ciudadana extrainstitucional. En últim a instancia, su
justificación en un sistema de organización política dem ocrática debe es­
tar en la propia democracia, así como en la idea de los derechos morales
fundamentales. Pero nunca escaparemos del círculo vicioso si supone­
mos que la democracia es la suma total de procedimientos e instituciones
articulados en una constitución, y que éstos pueden ser captados teórica­
mente por un modelo utilitario de la política. En ese caso, no puede haber
ningún argumento democrático para la desobediencia civil (excepto el
argumento de los derechos) que no llegue a desafiar en algún momento
el principio del gobierno de la mayoría. La solución se encuentra en un
modelo diferente del proceso democrático, la sociedad civil, sus supues­
tos normativos y su interrelación.
Y en realidad, en su debate con Lord Devlin, Dworkin sí bosqueja un
modelo no utilitario del proceso político democrático. Sostiene que cuan­
do la legislación no puede ser neutral —cuando implica temas que tratan de
la moralidad de la comunidad—,69 los legisladores deben realizar una re­
flexión hermenéutica moral similar a la de los jueces. Es decir, el esfuerzo
DESOBEDIENCIA CIVIL Y SOCIEDAD CIVIL 659

por determ inarla posición moral de la comunidad sobre un tema específico


no es cuestión de hacer una encuesta de opinión o de agregar preferencias
(políticas), sino más bien de discernir los principios morales inherentes a
la identidad colectiva que la comunidad desea preservar. Así, "si ha ocu­
rrido un debate público que abarca columnas editoriales, discursos de sus
colegas, el testimonio de los grupos interesados [...] el legislador debe es­
tudiar estos argumentos y posiciones procurando determ inar cuáles son
prejuicios o racionalizaciones, y cuáles presuponen principios generales
o teorías”.70 En resumen, el legislador debe negarse a tom ar la indigna­
ción popular, la intolerancia y el enojo como la convicción moral de la
comunidad.
Si Dworkin deseaba evitar una acusación de elitismo moral, habría te­
nido que analizar las implicaciones de esta clase de relación entre la opi­
nión pública y la legislación para la concepción de la democracia y el
principio del gobierno de la mayoría. De lo que se trata aquí es de que hay
más que la representación de intereses en el proceso político, más en la
legislación que el compromiso entre los intereses, más en el bien común o
el interés común que las preferencias agregadas y más en los principios
morales que dan sustento al constitucionalismo y al gobierno de la mayo­
ría que la protección de los derechos individuales. La idea de que los legis­
ladores deben tratar de discernir los principios morales de la comunidad,
y que una opinión pública informada, y formada, debería ser capaz de
com unicar estos principios a los legisladores y tener influencia sobre la
legislación, indica que la sociedad civil posee una dimensión im portante
políticamente. En realidad, indican que hay una dimensión de la legisla­
ción que supone la interpretación de la cultura política o de la identidad
colectiva de la comunidad. Éstas son formuladas en la sociedad civil. La
influencia de la sociedad civil sobre la política a este respecto es una di­
mensión central de la denfSCfífcia. Las leyes que institucionalizan aspec­
tos de la moralidad de una comunidad (y a este respecto ninguna forma
de organización política puede llegar a ser neutral) no se pueden reducir
ni a decisiones políticas ni a derechos. Además, el proceso discursivo
público requiere una relación reflexiva con la identidad colectiva de la
comunidad (tradiciones y norm as comunes), como en el caso de los de­
rechos morales. Aquí tampoco puede haber una sola instancia de autori­
dad, pero la apelación más allá del cuerpo legislativo en este caso no se
hace a las cortes (suponiendo que no se trate de asuntos de derechos indi­
viduales), sino a la propia opinión pública. El público resulta ser la corte
final de apelaciones; el lugar último de la legitimidad de las decisiones a
las que se llega en la esfera pública parlamentaria es la opinión desarro­
llada y articulada en las esferas públicas de la sociedad civil. Los liberales
entienden que es fundamental eontar con espacios públicos vitales dentro
660 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

de la sociedad civil garantizados por los derechos (expresión, asamblea,


asociación) para la defensa de los derechos. Pero tam bién son fundam en­
tales para los principios de la democracia. Esta concepción destruye el
dualismo rígido de la moralidad y la política, de la sociedad civil construi­
da como una esfera privada no política y del Estado construido como el
único lugar legítimo de la política. También acaba con la concepción uti­
litaria del proceso democrático. Aunque los derechos individuales a expre­
sarse, reunirse en asamblea y asociarse, son la precondición para institu­
cionalizar los espacios públicos dentro de la sociedad civil, el principio que
los anima es profundamente político: es el propio principio de la legitimidad
democrática.

La t e o r ía d em o c r á t ic a y la d e s o b e d ie n c ia c iv il

La teoría democrática radical procede de los principios de la legitimidad


democrática, en vez de partir de la idea de los derechos individuales con­
tra el Estado. Esta tradición se niega a abandonar las norm as dem ocrá­
ticas utópicas de la participación directa por los ciudadanos en la vida
pública, a favor de modelos de élite “más realistas" de la democracia, com­
plementados por catálogos de derechos individuales. Asume la segunda
idea utópica de la sociedad civil: articular un acuerdo institucional que
convertirá en realidad los principios clásicos de la ciudadanía sobre bases
igualitarias, modernas, esto es, la participación de todos en el gobierno y
en el ser gobernados.
Las preguntas que enfrentamos son: ¿qué papel, si es que hay alguno,
tendría la desobediencia civil en una democracia constitucional “casi de­
mocrática”? y ¿qué constituiría un argumento democrático a favor de la
desobediencia civil? ¿Habría incluso necesidad de desobediencia civil en
un modelo democrático radical de la sociedad civil?, ¿no es éste solamen­
te un problema liberal?
Como en el caso de la teoría liberal, podemos identificar dos orienta­
ciones generales dentro de la tradición democrática radical: la prim era
tiende a rechazar la desobediencia civil en un sistema de organización
política “casi dem ocrática”; la segunda la justifica sobre la base de las
normas democráticas. Veamos cada una por separado.
La formulación más influyente del ideal democrático radical de la de­
mocracia participativa es la de Jean-Jacques Rousseau. La solución clásica
de Rousseau al problema de la obligación moral del ciudadano a obede­
cer las leyes tiene la siguiente estructura: en una sociedad democrática,
bajo el gobierno de la ley, los ciudadanos no están sujetos a una voluntad
extraña, sino que sólo se obedecen a sí mismos. Como resultado, toda
DESOBEDIENCIA CIVIL Y SOCIEDAD CIVIL 661

persona es a la vez ciudadano y súbdito. El conflicto entre el ciudadano


(interesado en el bien público) y el ser propio (que busca la felicidad priva­
da), se convierte en algo interior. La obligación moral del ciudadano a
obedecer la ley se deriva a la vez de un supuesto consentimiento, y del he­
cho de que la brecha entre el gobernante y el gobernado ha sido abolida.
Todo ciudadano se ha convertido en un legislador por medio de un acuerdo
institucional que crea una identidad entre el gobernante y el gobernado.
Así, un ciudadano que se niega a obedecer la voluntad general, a la ley, o
está equivocado o es un egoísta y debe obligársele a que sea libre.
Siempre ha existido ambigüedad en la versión de Rousseau de la teoría
dem ocrática radical: ¿es la voluntad general obligatoria porque es justa
(porque expresa el interés general o el bien común) o porque es la volun­
tad del pueblo? Para nuestros propósitos, ambas alternativas son proble­
máticas. Trataremos de la segunda respuesta porque influye más de cerca
en nuestro problema y tiene la relación más clara con el modelo procesal de
legitimidad democrática. La concepción de Rousseau de la legitimidad
democrática está guiada por el principio de que todas las decisiones que
tienen consecuencias políticas deben estar relacionadas con la formación
discursiva de la voluntad del público ciudadano. Rousseau traduce este
principio directamente en el problema de la adecuada organización de la
soberanía. Una forma de organización política democrática, o proporcio­
na la participación directa de los ciudadanos en la tom a de decisiones
políticas, o no es democrática. Se supone que las normas de legitimidad
democrática pueden ser plenamente institucionalizadas en una com uni­
dad bien organizada políticamente. Pierden su carácter contrafáctico en
la medida en que se postula una identidad entre gobernante y gobernado,
entre norm a y organización.71
El ideal de Rousseau de la democracia participativa se conceptualiza
en un modelo institucional-que tiene la finalidad de sustituir (en vez de
Complementar) a la institución burguesa, no democrática, del parlam en­
to representativo. De hecho, al insistir en una identidad entre el gober­
nante y el gobernado, se ha eliminado automáticam ente el potencial de­
m ocrático de cualquier versión del principio de representación (por
ejemplo, un consejo de consejos), porque la representación siempre im­
plica una distancia entre los representantes y los representados. La única
excepción es la identificación mística de la voluntad general con las posi­
ciones a las que llegan los representantes. Por implicación, las presuposicio­
nes estructurales de la democracia parlam entaria —la separación del Es­
tado y la sociedad civil, de lo público y de lo privado y el énfasis en los
derechos individuales—Yon consideradas como fuente de enajenamiento
político.72 Desde este punto de vista, no hay ninguna diferencia si el teóri­
co retorna a un modelo idealizado de lu polis griega (Arendt), a la antigua
662 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

tradición republicana medieval (Rousseau), o a las nuevas formas de demo­


cracia directa generadas dentro del medio del movimiento de los trabaja­
dores y generalizadas como un principio organizacional para la sociedad
como un todo (el comunismo de consejos, el sindicalismo revoluciona­
rio). En cada caso, se supone que sólo un ú^iico principio organizador pa­
ra todas las instituciones sociales, políticas y económicas puede llevarnos
a la utopía democrática.
Debe quedar en claro que el modelo de Rousseau de la democracia
radical (junto con los modelos neoaristotélico y socialista) tiene un telos
de desdiferenciación. Tiende a fusionar la moralidad y la política en una
concepción de la virtud cívica que no da lugar a desafiar lo que colectiva­
mente ha sido considerado como surgido de un punto de vista moral. La
sociedad civil y la sociedad política tam bién se han fusionado. La desobe­
diencia a la voluntad general o al consenso existente sería injusta y an­
tidemocrática porque no hay ninguna m oral fuera de la virtud cívica o del
bien común. En otras palabras, en una democracia constitucional casi de­
mocrática, donde el principio procesal del gobierno de la mayoría está
basado en una discusión abierta, total, no excluyente y en la participación
de todos los interesados en los debates pertinentes; casi no habría lugar o
justificación para los actos de desobediencia civil, es decir, para los desa­
fíos a las leyes a las que se ha llegado por medio de procesos democráticos
o para los actos que ignoran este proceso.
La única justificación concebible para la desobediencia civil (en esa for­
ma de organización política) sería la de que se haya introducido alguna
forma de exclusión. Uno puede afirm ar que las instituciones no son sufi­
cientemente democráticas, que se ha silenciado la voz de un grupo, que se
ha prestado insuficiente atención a los argumentos de uno, y así sucesiva­
mente. Pero siempre se podría hacer la afirmación de que las institucio­
nes de una democracia participativa radical no son lo suficientemente
democráticas. Reconocer esto, sin embargo, sería reintroducir una diferen­
cia entre el locus de la legitimidad y la organización de la soberanía, entre
el gobernante y el gobernado, entre el representante y el representado, y
entre la sociedad civil y la sociedad política —precisamente la brecha que
los demócratas radicales buscan cerrar.
Un dem ócrata real tendría que ir más allá y reconocer que la democra­
cia nunca puede ser totalmente institucionalizada,73 No puede haber nin­
gún punto en el tiempo en el cual uno pueda relajarse y decir que hemos
llegado a una institucionalización procesal perfecta de los principios de la
legitimidad democrática. Al igual que el principio de los derechos, la de­
mocracia debe verse como una verité á faire, un proceso de aprendizaje,
sin im portar qué arreglo institucional haya logrado el sistema de organi­
zación política. Toda forma organizativa empírica de la democracia tiene
DESOBEDIENCIA CIVIL Y SOCIEDAD CIVIL 663

mecanismos excluyentes: la democracia representativa m oderna dism inu­


ye la im portancia de aquellos que no son miembros de asociaciones vo­
luntarias fuertes o de partidos; la democracia directa excluye a todas las
personas inactivas políticamente que no buscan la felicidad pública ante
todo; la democracia territorial discrimina a los productores; la democracia
industrial, a los consumidores. El federalismo aum enta la im portancia de
los miembros débiles de la federación al costo de los individuos y grupos
que disienten dentro de cada unidad miembro. La democracia centraliza­
d o s no proporciona ningún incentivo para que se formen unidades auto-
gobernadas potencialmente importantes. Además, ninguna combinación
de estos principios dejaría fuera del todo a la exclusión. Argumentamos
en cambio por una pluralidad de formas democráticas como la institucio-
nalización ideal de una sociedad civil moderna, pero nuestro punto es que
incluso si nos moviéramos en esta dirección, todavía tendríamos que dis­
tinguir entre los principios normativos de la legitimidad democrática y el
problema de la organización de la soberanía, de tal m anera que el prim e­
ro pueda funcionar como un punto de referencia moral desde el cual sea
posible criticar a esta última.
El segundo enfoque es el de dos de los mejores teóricos contempo­
ráneos de la legitimidad democrática, Hannah Arendty Jürgen Habermas.
Cada uno ha rechazado la versión de Rousseau de la teoría dem ocrá­
tica radical sin abandonar sus ideales normativos.74 Cada uno de ellos ha
ubicado el concepto de la esfera pública en el centro de su teoría política.
Además, lo que es interesante, cada uno ha escrito sobre el problem a de
la desobediencia civil dentro de la estructura de una teoría dem ocrá­
tica que está libre de muchas de las deficiencias del enfoque de la demo­
cracia radical.75 Resumiremos brevemente sus posiciones y m ostrare­
mos cómo ofrecen una posibilidad de síntesis con lo mejor de la tradición
liberal. -***>.?
Podemos ver los límites teóricos y políticos de las teorías liberales de la
desobediencia civil tan pronto como pasamos a estudiar las teorías que
proceden no desde el punto de vista de la ley o incluso de los derechos,
sino del de la democracia. Arendt es muy explícita en este punto; en reali­
dad, sus principales argumentos dependen de ello. Arendt afirma que, a
pesar de los esfuerzos por distinguir la desobediencia civil de la obje­
ción de conciencia, el enfoque liberal y principalmente el jurídico no pue­
den hacer esto adecuadam ente.76 Cuando los juristas tratan de justifi­
car la desobediencia civil sobre bases morales y legales, construyen el caso
a imagen del objetor de conciencia, o del individuo que pone a prueba la
constitucionalidad de una ley. "La mayor falacia en el presente debate
(1969) me parece que es el supuesto de que estamos tratando con indivi­
duos que se oponen subjetiva y conscientemente a las leyes y costumbres
664 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

de la comunidad —un supuesto compartido por los defensores y por los de­
tractores de la desobediencia civil.77
El problema es que la situación del desobediente civil no puede ser
análoga a la de cualquier individuo aislado, por la simple razón de que el
desobediente sólo puede funcionar y sobrevivir como miembro de un gru­
po.78 A diferencia de los objetores de conciencia que se niegan a obedecer
una ley específica que viola sus conciencias morales individuales, los des­
obedientes civiles a menudo violan leyes que son en sí inobjetables con el
fin de protestar por otras leyes, políticas u órdenes ejecutivas injustas. En
otras palabras, un aspecto crucial de la naturaleza política de los actos de
desobediencia civil —y de hecho, lo que los hace políticos para Arendt—
es que el actor no actúa solo. Estamos tratando con una acción colectiva,
movimientos sociales, individuos que actúan como partes de una m inoría
organizada, unida por una opinión común (por encima de los intereses
comunes). Además, su acción se origina en un acuerdo entre ellos y es es­
te acuerdo, y no la fibra moral subjetiva del individuo, la que le da credibi­
lidad y convicción a su opinión.
Entonces, lo que está en juego no es la integridad moral individual o las
reglas de conciencia subjetiva (la cuestión de la intención que motiva a
los juristas a distinguir entre esos actos y la criminalidad) sino la legitimi­
dad de la acción política ilegal por parte de ciudadanos que actúan en
concierto. Así, mientras que la desobediencia civil sí implica alguna for­
ma de expresión (aunque esté dirigida a las mayorías con el propósito de
influir en ellas) también es una acción política dentro de los espacios pú­
blicos de la sociedad civil, dirigida a influir en los actores de la sociedad
política. Trasciende los principios de la Primera Enm ienda que protegen
la libertad de expresión. Según Arendt:

La desobediencia civil surge cuando un número significativo de ciudadanos se ha


convencido de que los canales normales para el cambio ya no funcionan, y que
no se escucharán las quejas o no se actuará para resolverlas, o de que, por el
contrario, el gobierno está a punto de cambiar y ha iniciado y persiste en modos
de acción cuya legalidad y constitucionalidad están sujetas a graves dudas.79

Esta definición hace énfasis en el hecho del cambio, en lo adecuado de


los canales para que la sociedad civil influya en la sociedad política (y por
lo tanto en el Estado) y en los principios de legitimidad (constitucionalidad)
que deben orientar y lim itar todas las acciones estatales.
Arendt también quiere situar la desobediencia civil entre la crim inali­
dad y la revolución abierta, pero, a diferencia del liberal o del jurista, no
insiste en la no violencia como característica distintiva de la desobedien­
cia civil, ni hace énfasis en la violación de los derechos individuales. De
DESOBEDIENCIA CIVIL Y SOCIEDAD CIVIL 665

hecho, cita a todo el corpas de la legislación laboral —el derecho a la nego­


ciación colectiva, el derecho a organizarse y a preparar huelgas— como
ejemplos de derechos que tendemos a dar por sentados hoy en día, pero que
fueron precedidos por décadas de desobediencia civil violenta que desafia­
ba lo que en última instancia demostraron ser leyes obsoletas.80 Por tanto,
lo específico de la desobediencia civil debe ser situado en otro lugar. El
principal problema que enfrentan las democracias constitucionales es si las
instituciones de la libertad son lo suficientemente flexibles para sobrevivir
la abrumadora presión por el cambio sin una guerra civil o una revolución.
La relación de la desobediencia civil con la ley depende de la respuesta a
esta pregunta. El punto de Arendt no es afirmar la violencia, porque ve a la
violencia como lo contrario de la acción política, y la desobediencia civil
como acción política par excellence. Pero la acción colectiva es compleja;
no es el carácter violento o no violento de un conflicto lo que distingue a
la desobediencia civil de la insurrección, sino más bien el espíritu de la ac­
ción y el espíritu de las leyes a las cuales está dirigida.
La tesis de Arendt es que mientras la desobediencia civil hoy en día es
un fenómeno mundial, su origen y sustancia son estadunidenses. Afirma
que ningún otro lenguaje tiene un nombre para ella. A diferencia de Dwor-
kin, sin embargo, Arendt no localiza lo específico del constitucionalismo
estadunidense en el principio de los derechos morales que articula o en
un entendimiento legalista de la separación de poderes. Para ella, el espíritu
único detrás de la peculiar concepción de la ley y del constitucionalismo
de la república estadunidense es el principio del consentimiento activo, en
el sentido de apoyo activo y participación continua por las personas en asun­
tos de interés público y de interés común. Además, el pueblo no se concibe
como una masa indiferenciada, unificada, con una sola voluntad y una
sola opinión (Rousseau) sino como debidamente constituido en una plura­
lidad de cuerpos locales;«regionales y nacionales políticos (el principio
' federal de la separación de poderes) dentro del cual pueden tener voz una
pluralidad de opiniones públicas diferentes. Arendt argumenta que la auto­
ridad y la legitimidad de la Constitución estadunidense se basa en el princi­
pio del poder del pueblo: el poder otorgado a las autoridades y al gobierno
es limitado, delegado y revocable.
Aquí lo que trata Arendt es conectar la desobediencia civil con las tra­
diciones de la cultura política republicana que subyacen al constitucio­
nalismo estadunidense: la tradición de la asociación voluntaria, la prácti­
ca de establecer vínculos y obligaciones por medio de promesas m utuas y
la tradición de que los^iudadanos privados se reúnan y actúen concer­
tadamente. "Lo que afirmo es que los desobedientes civiles no son nada
más que la última forma de U asociación voluntaria y que están de acuen-
do con las tradiciones más antiguas del país."11 El consentimiento, el dere-
666 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

cho a disentir y el arte de asociarse para articular una opinión m inoritaria


y dism inuir así el poder moral de la mayoría, constituyen la virtud cívica
en una república moderna, y Arendt correctamente ve en las dem ostracio­
nes de masas de finales de la década de 1960 un ejemplo im portante de la
continuación de las antiguas tradiciones. También observa que las mino­
rías organizadas por medio de los actos de desobediencia civil pueden
tener una sorprendente influencia en la opinión de las mayorías. Esta ac­
tividad política —que es la desobediencia civil— en el centro de la socie­
dad civil es por lo tanto el principio asociativo en acción.
Arendt nunca nos proporciona una teoría de la sociedad civil adecuada
para la concepción de la desobediencia civil que ella defiende en su ensa­
yo. Al igual que otros com unitaristas neoaristotélicos, opera con una con­
cepción teórica anacrónica. No obstante, cuando se enfrenta al fenómeno
de la desobediencia civil en los Estados Unidos, se ve obligada a introdu­
cir algunas de las dimensiones centrales del concepto de sociedad civil
que entran en conflicto con su estructura teórica general.82 El caso más
notorio es su referencia al modelo del contrato social de Locke, que se
ajusta mejor a la experiencia prerrevolucionaria de los Estados Unidos de
pactos (compacts), alianzas (covenants) y acuerdos. Aunque Arendt se había
referido antes al modelo de Locke,83 su interpretación en este ensayo es
muy nueva. Argumenta que Locke supuso que los pactos no conducen al
gobierno, sino a la sociedad (societas), una asociación voluntaria entre
miembros individuales que después celebran un contrato para su gobier­
no, una vez que se han vinculado m utuam ente entre ellos mismos.84 Sin
embargo, en esta ocasión interpreta la versión “horizontal” del contrato
social como la que limita el poder de cada miembro individual, pero deja
intacto el poder de la sociedad. Este poder no puede revertirse hacia el
individuo mientras la sociedad perdure, pero tampoco puede el gobierno
apropiárselo in toto —el poder que el gobierno tiene es limitado y lo tiene
por disposición de la sociedad—. Lo que es nuevo aquí es que Arendt usa
el modelo horizontal de la formación de pactos, de la acción concertada,
no para describir la fundación revolucionaria de un nuevo cuerpo políti­
co, sino para explicar el fenómeno de la desobediencia civil, en que la
acción colectiva forma asociaciones voluntarias dentro de la estructu­
ra de movimientos sociales, cuya finalidad no es la revolución en el sentido
de rem plazar las formas existentes de la sociedad política o incluso de
crear nuevas formas.
Arendt no ha cambiado su evaluación de la sociedad moderna o del sis­
tema político moderno, en los Estados Unidos o en otras partes. Los Esta­
dos Unidos siguen siendo para ella principalm ente una sociedad de m a­
sas en que el consentimiento es del todo ficticio y el gobierno representativo
está en crisis
DESOBEDIENCIA CIVIL Y SOCIEDAD CIVIL 667

en parte porque ha perdido con el transcurso del tiefnpo todas las instituciones
que permitían la participación real de los ciudadanos y en parte porque actual­
mente está afectado gravemente por la enfermedad que padece el sistema de
partidos: la burocratización y la tendencia de los dos partidos a no representar
a nadie, excepto a las maquinarias del partido.85

De hecho, el punto de vista desde el cual critica a las instituciones existen­


tes es un modelo externo, idealizado, de la democracia directa. Las normas
de la legitimidad democrática son trascendentes respecto a los sistemas
políticos constitucionales modernos. De aquí la ambigüedad de toda su
defensa de la desobediencia civil. Por una parte, parece proporcionar ai^
gumentos convincentes a favor de la normalidad de la desobediencia civil
cuando se trata de defender la participación política de los ciudadanos
privados en la sociedad civil y de am pliar su influencia sobre la sociedad
económica y la sociedad política; por otra parte, con base en su estructura
teórica general, parece considerar la tradición de la asociación voluntaria
como un potencial sustituto en vez de la presuposición societal de las
instituciones políticas representativas de los partidos políticos y parla­
mentos. Después de todo, la tradición de los pactos y de la asociación a la
que hace referencia, como argumenta en On Revolution, fue aquélla en
que por prim era vez se fundaron las instituciones políticas (la experiencia
colonial) y en la que posteriorm ente fueron recreadas (la experiencia re­
volucionaria). Para Arendt, constituyen los espacios políticos para la par^
ticipación democrática directa: son embriones para la reorganización fu­
tura del sistema político alejándolo de los partidos y de los parlamentos
hacia alguna clase de modelo de consejos.
No obstante, en su ensayo sobre la desobediencia civil, Arendt redescu­
bre algunas de las dimensiones centrales de la sociedad civil moderna
—la asociación volu ntándolos movimientos sociales— a la vez que seña­
la el tipo de acción política extrainstitucional y virtud cívica propias de los
ciudadanos privados de una sociedad diferenciada moderna. En este en­
sayo por lo menos, localiza los principios de la legitimidad democrática,
no el sistema político o en el gobierno sino, implícitamente al menos, en
la sociedad civil como diferenciada de ambos. Además, su ventajoso pun­
to de vista desde la teoría democrática y no desde la liberal le perm ite ver
claramente el carácter político de la desobediencia civil, así como su fun­
ción política: la desobediencia civil en aras de una democratización adicio­
nal de la sociedad civil, del sistema de organización política y de la econo­
mía es una acción política legítima. Arendt defendería la desobediencia
civil cuyo objetivo es la defensa o la afirmación de los derechos de la mi­
noría o la democratización de la sociedad política y (muy inconsisten­
temente) de las instituciones económicas.
668 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

Aunque no puede haber una justificación legal para violar la ley, Arendt
argum enta que es concebible un nicho para la desobediencia civil dentro
de las instituciones del gobierno. No está cubierta por los derechos de liber­
tad de expresión afirmados por la Primera Enmienda, puesto que implica
acción política, pero un componente crupial de la desobediencia civil, que
se encuentra en el centro de la cultura política estadunidense, puede ser
articulado como un derecho constitucional: esto es, el derecho de asocia­
ción (que no existe en la Ley de Derechos de los Estados Unidos). Esta
sería, concluye, una enmienda que valdría la pena. Porque si la libertad de
asociación junto con la desobediencia civil es un peligroso expediente para
eliminar un peligro aún más formidable, ella argumenta, citando a Tocqiie-
ville, “es por el disfrute de libertades peligrosas que los estadunidenses
aprenden el arte de hacer menos formidables los peligros de la libertad”.86
Es por medio del arte de la asociación que se crea y dispersa el poder (el
poder de quienes actúan concertadamente y forman una nueva opinión
pública) a través de la sociedad civil. O, por decirlo de otra manera, lo que
hace que el gobierno limitado siga siendo limitado es el deseo de los ciu­
dadanos de asociarse, de formar opiniones públicas y actuar colectivamente
por cuenta propia dentro de la sociedad civil e influir así en el gobierno.
Por implicación, aunque Arendt nunca lo dice,87 la legitimidad democrá­
tica en una democracia constitucional, tendría que encontrar su lugar no
sólo en un modelo federal del sistema de organización política en que la
autoridad fluye hacia arriba desde los cuerpos políticos locales,88 sino tam ­
bién en la opinión pública de ciudadanos privados (asociados voluntaria­
mente) que actúan colectivamente y articulan sus puntos de vista en los
espacios públicos de la sociedad civil, que se distinguen de los de la socie­
dad política.
Éste es el núcleo de la concepción de Habermas de la esfera pública
moderna y la base sobre la cual ha elaborado su propia teoría de la legitimi­
dad democrática. El análisis de Habermas de la esfera pública m oderna
es de hecho complementario a la discusión que hace Arendt de los princi­
pios de la asociación voluntaria. Se elabora con base en la otra institución
nuclear de la sociedad civil moderna, que es central a cualquier entendi­
miento de la clase de entidad política abierta al ciudadano privado, que
no es un político profesional. Su teoría de la legitimidad democrática, sin
embargo, es un paso importante más allá de la estructura teórica de Arendt,
porque sus pretensiones normativas trascienden los límites de una tradi­
ción o cultura política particulares (Arendt se concentra en los Estados
Unidos) y proporciona principios que le dan a una práctica particular (el
hábito de la asociación voluntaria y de la promesa) un carácter normativo
y obligatorio. Reintroduce un punto de vista normativo (no basado en los
hechos) respecto a las instituciones existentes que no es trascendente ni
DESOBEDIENCIA CIVIL Y SOCIEDAD CIVIL 669

anacrónico. A la vez, no considera las esferas de fe sociedad civil como un


remplazo o alternativa potencial, sino como complementarias, una pre­
condición, de las instituciones representativas y democráticas de la socie­
dad política. De esta manera, Habermas evita las ambigüedades del enfo­
que de Arendt.
En el capítulo VIH tratam os de la concepción haberm asiana sobre la
esfera pública y de la teoría de la legitimidad democrática. Aquí nos concen­
trarem os en sus consecuencias para una defensa de la desobediencia civil
sobre bases democráticas en vez de liberales. Al igual que Rawls y Dworkiiy1
(al que cita), Habermas supone que el Estado constitucional m oderno a la
vez requiere yes capaz de poseer una justificación moral. También, procede
de la "pretensión desusadamente alta de legitimidad del Estado constitu­
cional m oderno”, del hecho de que el Estado constitucional democrático
—con sus principios constitucionales legitimadores— tiene un alcance que
va más allá de la incorporación positiva legal de éstos.89 Para Habermas,
sin embargo, esta justificación moral no se encuentra en el principio de
los derechos individuales, como lo está para Rawls y en especial para Dwor-
kin, sino en el principio de legitimidad democrática según el cual sólo se
pueden justificar aquellas normas (constitucionales) que expresan un inte­
rés generalizable y que por lo tanto pueden depender del acuerdo medi­
tado de todos los interesados —un acuerdo vinculado a un proceso de for­
mación razonada de la voluntad—.90 Como Arendt —aunque sobre bases
diferentes— argum enta que el Estado constitucional democrático está ba­
sado en una adhesión condicionada y calificada de sus ciudadanos a la
ley, porque la democracia institucionaliza “la desconfianza hacia la razón
falible y la naturaleza corruptible del hombre”. Paradójicamente, "debe
proteger y sostener la desconfianza hacia la injusticia que aparece en for­
mas legales, aunque esa desconfianza no puede tom ar una forma asegurada
institucionalm ente”.91 FgPtfia falibilidad en este caso no se refiere a la po­
sibilidad de que una mayoría pueda violar los derechos individuales (Rawls
y Dworkin), sino a la posibilidad de que la mayoría institucionalizada pueda
tom ar decisiones de una m anera insuficientemente democrática, incluso
aunque respete la legalidad procesal. Habermas sitúa a la desobediencia
civil entre la legitimidad y la legalidad. Las presiones plebiscitarias de la
desobediencia civil, su status como un medio no convencional para
influir en la formación de la voluntad política, indica el hecho de que el
Estado constitucional democrático no puede reducirse a su orden legal.
No obstante, hay principios democráticos contrafácticos en los cuales se
basan nuestras instituciones políticas, a los que se puede recurrir cuando
se pone en duda el carácter democrático de una toma de decisiones que su­
perficialmente parece respetar los principios procesales del gobierno de
la mayoría y que pueden Justificar los actos de desobediencia civil que
670 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

tienen como propósito una mayor democratización del proceso de tom a


de decisiones.
Así, el foco del análisis que hace Habermas de la desobediencia civil
como política de influencia, es su relación con los principios dem ocráti­
cos que subyacen al constitucionalismo y abproceso por medio del cual se
realizan esos principios. En vez de asociar la desobediencia civil con el
caso extremo de un orden injusto o incluso de una crisis grave, Habermas
supone que es una respuesta normal a situaciones que surgirán una y otra
vez porque "la realización de severos principios constitucionales con
un contenido universal es un proceso a largo plazo que, históricamente, nun­
ca ha sido lineal”.92 En realidad, afirma que la desobediencia civil es con
frecuencia la última oportunidad para corregir errores en el proceso de
realización de los principios democráticos o para poner en m archa inno­
vaciones dirigidas al ciudadano promedio que no ha sido dotado de opor­
tunidades privilegiadas para influir en el sistema político.93
Al igual que Dworkin, Habermas nos recuerda el hecho de que el Esta­
do constitucional se enfrenta a una alta dem anda de revisión, como lo
indica la proliferación de instituciones para la autocorrección, desde la lec­
tura en tres ocasiones de las leyes parlam entarias hasta el proceso de la
revisión judicial. Esta alta dem anda de revisión entra en juego respecto
no sólo a los derechos individuales, sino también a los principios regulado­
res de la legitimidad democrática. Se deriva de las precondiciones para el
gobierno de la mayoría, que incluyen los derechos individuales, pero que
van más allá de ellos. Entre los prerrequisitos mínimos que debe cumplir
el principio de la mayoría si quiere conservar su poder legitimador está el
de evitar las minorías permanentes y la revocabilidad de sus decisiones.
Tampoco es autoevidente en dónde se encuentra el lugar adecuado de la
tom a de decisiones en cada caso. Pueden presentarse disputas sobre la dis­
tribución adecuada de la soberanía entre los cuerpos deliberativos loca­
les, regionales y centrales, y de hecho así ocurre.94 Igual sucede con los
desacuerdos acerca del espacio de la autoridad del sistema político vis-á-
vis el de la sociedad civil. Claus Offe ha argum entado a favor de un uso
reflexivo del gobierno de la mayoría en esas situaciones.95 Esto supondría
ubicar a los objetos, modalidades y límites del propio principio de la m a­
yoría dentro de la discreción de la mayoría —el principio se aplicaría re­
flexivamente a sí mismo—. Aunque esta reflexibidad en sí debe ser colo­
cada a disposición de la mayoría, debe estar orientada por el siguiente
estándar: “¿en qué medida, decisiones que el proceso del gobierno de la
mayoría hace posibles bajo condiciones de recursos limitados de tiempo e
información divergen de los resultados ideales de un acuerdo logrado
discursivamente o de un compromiso presuntam ente justo?"96
Cuando surgen desafíos que afectan los intereses y preocupaciones de
DESOBEDIENCIA CIVIL Y SOCIEDAD CIVIL 671

todos los ciudadanos, Habermas manifiesta que tantcrla colectividad como


los ciudadanos individuales deben asum ir los "derechos originales del
soberano”; el Estado constitucional democrático debe depender, en últi­
ma instancia, de este guardián de la legitimidad.97 La acción colectiva que
supone la desobediencia civil en aras de la democratización debe, sin em­
bargo, ser autolimitadora: la adopción de medios extraordinarios debe ade­
cuarse a la situación. Sin embargo, más im portante que un mero com pro­
miso táctico con la no violencia es una identificación con los principios
constitucionales de una república democrática. Los que realizan actos de
desobediencia civil evitan una actitud elitista cuando su acción está ba­
sada en la convicción de que los actos de protesta tienen un carácter sim­
bólico y apelan a la capacidad de raciocinio y al sentido de justicia de
la mayoría de la población.98 Así, la desobediencia civil se presenta en la
estructura de un Estado constitucional democrático que sigue totalmente
intacto. Aunque ese Estado es neutral respecto a las convicciones persona­
les de sus ciudadanos, no es neutral respecto a los fundamentos morales
de la legalidad reconocidos intersubjetivamente. La desobediencia civil
está basada en un recurso a estos principios y no en la naturaleza absolu­
ta de las convicciones privadas del individuo. La autolim itación de esa
acción, así como de la respuesta de las élites políticas, es un indicio de
madurez de una cultura política.99
Así, la teoría democrática llega a un punto similar al de la teoría liberal
respecto a la de definición, naturaleza y función de la desobediencia civil
en una democracia constitucional. Los liberales y los demócratas están en
desacuerdo, no obstante, sobre el tipo de razones que pueden justificar
los actos de desobediencia civil y sobre los actos que llenan los requisitos
para ser considerados como tales. Los límites de la teoría democrática
liberal y de la radical son simétricos. Por sí solos, cada uno elimina una
dimensión de la utopía de lasa^eiedad civil. Los liberales conceden la legi­
timidad de la acción colectiva ilegal sólo para la defensa o creación de los
derechos individuales; los demócratas se concentran en la defensa o ex­
pansión de la democracia. Como lo hemos m ostrado,la idea liberal de los
derechos morales frente al Estado presupone un modelo m ás amplio de
sociedad civil y de acción ciudadana de lo que los liberales están dispues­
tos a reconocer, porque los espacios públicos y privados garantizados por
los derechos son im portantes políticamente, y la acción colectiva que los
amplía y los defiende es profundamente política.
Por otra parte, el principio de la legitimidad democrática también tiene
consecuencias morales y políticas extrainstitucionales. Primero, presupo­
ne que la democratización siempre está en la agenda y que los actos de la
desobediencia civil —en nombro de una mayor democratización de las
democracias representativas— toman en serio el principio de la represen-
672 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

tación y son legítimos. En este contexto, la democratización significa con­


servar abiertos los canales de la comunicación y de la influencia entre la
sociedad civil y la política. También aquí uno debe presuponer un modelo
más amplio, más diferenciado de sociedad civil, que el que ofrecen Arendt
o Habermas, porque los demócratas deben reconocer y aceptar lo que la
idea de los derechos morales garantiza lo que los liberales prefieren lla­
m ar la libertad negativa o autonomía individual y la dignidad de los intere­
ses particulares. Como hemos argumentado en el capítulo vm, la ética del
discurso que fundam enta el principio de la legitimidad dem ocrática tam ­
bién supone la idea de derechos individuales, fundamentales. Esto presu­
pone individuos autónomos con capacidades morales posconvencionales.
¿Quién más puede desafiar los tabúes y límites que se establecen para la
discusión? ¿Quién más puede decir que un consenso tradicional o pasado
ya no es válido? ¿Quién más puede promover nuevos valores que puedan
ser institucionalizados en normas políticas o derechos básicos? Si la de­
mocracia participativa no va a ser tradicionalista o autoritaria, presupone
derechos básicos y un modelo de sociedad civil diferenciado del de socie­
dad política.
Dos principios morales le dan legitimidad al principio procesal del go­
bierno de la mayoría dentro del proceso legislativo: los principios de los
derechos y de la legitimidad dem ocrática.100 Estos son los dos polos nor­
mativos del constitucionalismo. La situación del principio de legitimidad
democrática respecto a las esferas públicas y al sistema político institu­
cionalizado, es paralela a la idea de los derechos morales respecto al siste­
m a legal. Así como es imposible afirm ar en cualquier punto en el tiempo
que todos nuestros derechos morales han sido garantizados por la ley,
tam bién es inconcebible afirm ar que cualquier conjunto de acuerdos po­
líticos ha institucionalizado plenamente el principio de legitimidad de­
mocrática. Los espacios institucionales para expresar y form ar opinión
pública, y los mecanismos para que ésta influya en la legislación, deben
ser proporcionados en cualquier sistema democrático. No obstante, al igual
que la idea de los derechos morales, los principios de legitimidad demo­
crática retienen su status de normas no basadas en hechos. Esto significa
que tanto los derechos, como la democracia, suponen procesos de aprendi­
zaje que nos perm iten pensar que las instituciones democráticas pueden
hacerse más democráticas.101
La desobediencia civil orientada a la democratización adicional de las
instituciones dentro de una democracia constitucional, reivindica los prin­
cipios del gobierno de la mayoría. Esas acciones buscan influir en la opi­
nión mayoritaria fuera de las legislaturas, dentro de la sociedad civil, y
hacen que ésta influya en el proceso legislativo. Presupone que el gobier­
no de la mayoría debe ser medido no sólo en comparación con el estándar
DESOBEDIENCIA CIVIL Y SOCIEDAD CIVIL 673

de los derechos individuales, sino también frente al de los principios de


legitimidad democrática. También presupone que, en última instancia,
los principios de los derechos y de legitimidad democrática tienen su locus,
prim ero que nada, en los espacios público y privado de una sociedad civil
vital. Por lo tanto, la desobediencia civil es la prueba del grado de presen­
cia o ausencia tanto de la democracia como del liberalismo: del liberalis­
mo porque revela las dimensiones políticas de la sociedad civil y la nor­
malidad de los movimientos sociales; de la democracia porque supone
respeto a los derechos y a un punto de vista m oral que es políticamente
relevante fuera del consenso y procedimientos democráticos que han sido
institucionalizados. Una sociedad civil moderna, diferenciada, pluralista,
dem anda una cultura política lo suficientemente m adura como para acep­
tar la prom esa y los riesgos de la ciudadanía liberal y democrática. Nues­
tra esperanza es que nos estemos moviendo en esa dirección.

NOTAS

1Véase el cap. vm.


2 Véase los caps. II y III. En otras palabras, nuestro argum ento depende del supuesto de
que el ideal de la dem ocracia —p articip ar en la vida pública y p articip ar de las leyes y
políticas bajo las cuales vivimos— es u n ideal de autonom ía colectiva que com plem enta a la
idea de la autonom ía m oral.
3 Véase Míchael Walzer, O bligations, Cambridge, Harvard University Press, 1970, pp. 24-45.
4 É sta es un a paráfrasis de la form ulación de Rawls. Véase John Rawls, A T heory o f
J u stic e, Cam bridge, H arvard University Press, 1971. Rawls habla de u n a dem ocracia cons­
titucional casi ju sta p ara indicar que ninguna regla procesal política puede g aran tizar un
resultado justo en el sentido de que todos los derechos estarán protegidos y no serán viola­
dos. Añadimos la noción de u n a dem ocracia constitucional casi dem ocrática p ara indicar
que ningún procedim iento único, o com binación de procedim ientos, puede g aran tizar la
plena realización de la participació^n^democrática o u n resultado que todos pued an aceptar.
5 Para u n a de las prim eras discusiones de los varios argum entos en favor y en contra de
la desobediencia civil, véase Cari Cohén, C ivil D iso b ed ien ce: C on scien ce, Tactics, a n d the
L a w , Nueva York, C olum bia University Press, 1971. P ara u n a visión general de lo que se ha
llegado a llam ar la teoría ortodoxa de la desobediencia civil, véase G.-G. Jam es, “The Orthodox
Theory of Civil Disobedience", S o c ia l T heory a n d P ractice, vol. 2, núm . 4, 1973, en especial
las.referencias en la nota 2. Para una discusión com prensiva reciente, véase Kent Greenawalt,
C o n flicts o f L a w a n d M o ra lity, Oxford, Oxford University Press, 1987.
6 Jürgen H aberm as, “Civil Disobedience: Litm us Test for the D em ocratic C onstitutional
S tate”, B erkeley J o u rn a l O f S o cio lo g y, 30, 1985, p. 99.
7 No estam os tratando a la desobediencia civil dentro de la estructura de regímenes auto­
ritarios, que busca institucionalizar el principio de los derechos y la dem ocracia rep resen ta­
tiva. Más bien, el tem a al que nos enfrentam os es la justificación y el papel de la desobediencia
civil en dem ocracias constitucionales con sociedades civiles vitales, en las que los derechos,
los procedim ientos d e m o c r á tic o ^ el gobierno de la ley ya están institucionalizados. Véase
Rawls, A Theory o f J u stice, op. c it., p, 363, para una discusión de este asunto.
8 Rawls, op. c it., p. 363.
9 Hay una muy numerosa literatura sobre la desobediencia civil y la obligación polftica.
La mayor parte de la misma cae dentro de la estructura de la teoría política liberal basada
674 LA R E C O N S T R U C C IÓ N D E LA S O C IE D A D C IV IL

en el m odelo del contrato social o en las reflexiones de la ju risprudencia. D iscusiones filo­


sóficas serias de este tem a em pezaron en 1961, cuando la división O riental de la American
Philosophical Association realizó un Sim posium sobre el tem a. Algo sim ilar a un punto de
vista de liberal ortodoxo es com partido, con variaciones poco im portantes, p o r Hugo Bedau,
John Rawls, Ronald Dworkin, Christian Bay, R udolph W eingartner, Joseph Betz y Cari Cohén.
P ara las referencias, véase Jam es, “The O rthodox Theory of Civil D isobedience", o p . c it.,
p. 496. Véase tam bién Rawls, A T h e o r y o f J u s t i c e , o p . c it. cap. vi, y R onald Dworkin, T a k in g
R ig h t s S e r io u s ly , Cambridge, H arvard University Press, 1978, cap. VIH, y A M a tte r o f P r in c ip ie ,
Cam bridge, H arvard University Press, 1985, cap. IV.
Para u na discusión de la desobediencia civil dentro de la tradición de la teoría políti­
ca dem ocrática, véase H ow ard Zinn, D is o b e d ie n c e a n d D e m o c r a c y , Nueva York, R andom
H ouse, 1978; Walzer, O b lig a tio n s , o p . c it., H an n ah Arendt, C r is is in th e R e p u b l ic , Nueva
York, H arcourt Brace and Jovanovich, 1969, pp. 51-102; Carole Patem an, T h e P r o b le m o f
P o litic a l O b lig a tio n , Berkeley, University of California Press, 1979; H aberm as, "Civil Diso­
bedience", o p . c it.
P ara referencias a la literatu ra basada en la jurisprudencia, véase H an n ah Arendt, C r is is
in th e R e p u b l ic , o p . c it., pp. 51-57, notas. P ara u n a visión m ás reciente, véase G reenawalt,
C o n flic ts o f L a w a n d M o r a lity , o p . c it.
10 Según Dworkin, "es ingenuo h ab lar del d eber a obedecer la ley com o tal”, T a k in g
pp. 192-193.
R ig h t s S e r io u s ly , o p . c it.,
11 Los ensayos citados en la nota 4 fueron escritos después de los m ovim ientos de d ere­
chos civiles y contrarios a la guerra en los E stados Unidos. El segundo ensayo de Dworkin
en A M a tte r o f P r in c ip ie fue escrito en resp u esta al m ovim iento pacifista alem án de 1981.
12Rawls, A T h e o r y o f J u s tic e , o p . c it., pp. 366-367; Dworkin, T a k in g R ig h t s S e r io u s ly , o p .
c it., pp. 206-222. Ambos suponen que los actores deben h ab er tratad o antes de p resen tar su
caso p o r m edio de los canales legales y políticos ordinarios. Pero hay ocasiones en que esto
no es posible. Por ejem plo, un a m ujer em barazada que quiere u n ab o rto no puede esperar
la decisión legislativa o de un tribunal. Los activistas de derechos civiles no p u dieron u sar
las cortes o el proceso legislativo en el Sur porque estas instituciones eran precisam ente las
que negaban justicia a los negros.
13É sta es la form a en que H aberm as in terp reta a Rawls y Dworkin, pero de hecho él usa
sus argum entos basados en los derechos individuales p ara p resen tar su propio caso en
favor de los principios de la legitim idad dem ocrática.
14Se entiende a todo el rango de los derechos del ciudadano ju n to con ciertos derechos
civiles que garantizan la libertad de expresión, de asam blea, etc., com o derechos del indivi­
duo que perm iten la participación en el sistem a político p o r m edio de las instituciones, los
partidos, la prensa, las elecciones, los parlam entos y los grupos de interés. E s t o s , ju n to con
otras garantías como la separación de los poderes y la publicidad, protegen a los ciudada­
nos de abusos del poder por sus representantes a la vez que aseguran su participación en el
sistem a político representativo. Cuando éstos funcionan bien, p arecería que no hay necesi­
dad de actividad política extrainstitucional ilegal con excepción de la actividad que tiene
com o finalidad la defensa de los derechos individuales.
15Para un m odelo horizontal de obligación, véase H an n ah Arendt, “Civil Disobedience",
C r is is i n th e R e p u b l ic , pp. 85-86. Carole P aterm an h a desarrollado este p u n to de vista; véase
T h e P r o b le m o f P o litic a l O b lig a tio n , o p . c i t ., pp. 1-36. Para otro m odelo de las obligaciones
horizontales basadas en una concepción filosóficam ente pluralista, véase Walzer, O b lig a tio n s ,
o p . c it., pp. 1-23.
16Por supuesto, p ara am bos una sociedad ju sta debe incluir la justicia distributiva (con­
sidérese el segundo principio de justicia de Rawls y la discusión de D workin del m ecanism o
de bienestar basado en las dem andas de igualdad). Pero ninguno de ellos acepta la desobe­
diencia civil en aras de la justicia distributiva.
17Rawls, A T h e o r y o f J u s t i c e , o p . c it., p. 363.
,s También se le ubica en los procedim ientos establecidos en la constitución para la
división de poderes, el gobierno por la ley, el derecho de votar, etc. Para la mejor discusión
del significado de un derecho m oral com o algo que indica un momento suprainstitucional,
véase Dworkin, T a k in g R ig h t s S e r io u s ly , o p . c i t ., En realidad, tanto la obra de Rawls como la
D E S O B E D IE N C IA C IV IL Y S O C IE D A D C IV IL 675

de D workin revelan un a evolución im portante dentro de la teoría liberal, pues b uscan desa­
rrollar u n a teoría de los derechos en cuyo centro esté u n concepto de la au to n o m ía indivi­
dual en vez del concepto de la propiedad privada. A este respecto, R obert Nozick, A n a r c h y ,
S ta te , a n d U to p ia , Nueva York, Basic Books, 1968, representa un paso hacia atrás.
19 Véase Rawls, A T h e o r y o f J u s tic e , o p . c it., p. 27, sobre la p lu ralid ad , y D workin,
“Liberalism ", A M a tte r o f P r in c ip ie , o p . c it., pp. 181-204. El principal problem a a que se
enfrenta Rawls es la form a en que podem os llegar a principios de justicia obligatorios cuya
justificación no se derive de alguna concepción p articu lar del bien. El argum ento de la
elección racional en A T h e o r y o f J u s t ic e , que ap aren tem en te se aplica a todos en todas
p artes, p ro p o rcio n a un a resp u esta. El ensayo de Rawls, "The Id ea o f an O verlapping
Consensus", O x fo r d J o u r n a l o f Ile g a l S t u d i e s , vol. 7, núm . 1, 1987, pp. 1-25, proporciona
otra. Para nuestra posición sobre este tem a, véase el cap. vm.
20Rawls, A T h e o r y o f J u s t i c e , o p . c it., pp. 364-365. D workin distingue en tre el objetor por
conciencia y la desobediencia civil en térm inos algo diferentes: su desobediencia civil "ba­
sada en la integridad” es lo m ism o que la objeción p o r conciencia de Rawls, y su desobedien­
cia civil “basada en la justicia" es sim ilar al concepto general de Rawls de la desobediencia
civil. D workin tam bién habla de desobediencia civil "basada en la política" (A Matter o f
P r in c ip ie , o p . c it., p. 107).
21 Rawls, A T h e o r y o f J u s tic e , o p . c it., p. 365.
22Es decir, se deben d a r argum entos neutrales o, m ás bien, argum entos que no se funda­
m entan en ninguna concepción p articu lar del bien, sino sólo en la concepción compartida
del derecho. Así, la desobediencia civil puede im plicar la violación de u n a ley distinta a
aquella contra la cual se está protestando; tam bién es m ás que u n sim ple caso de prueba,
porque los actores relevantes están dispuestos a oponerse a la ley incluso si se la mantiene,
Véase Rawls, o p . c it., p. 365.
23 Rawls, o p c it., p. 370.
24 I b i d ., pp. 356-362; Dworkin, T a k in g R ig h t s S e r io u s ly , o p . c it., pp. 211-212. Dworkin
hace referencia a la legislación basada en prejuicios com o la im posición de “preferendai
externas”, pp. 234-235.
25 Los dos principios de justicia son:
1) Cada persona tendrá igual derecho al sistem a total m ás am plio de libertades básicas
iguales com patible con un sistem a de libertad sim ilar p ara todos. 2) Las desigualdades
sociales y económ icas pueden ser tratad as de tal m an era que a la vez: a ) produzcan mayor
beneficio p ara los m enos favorecidos (congruente con el principio del ahorro justo), y b) se
las ligue con cargos y posiciones abiertas a todos bajo condiciones de igualdad de oportuni­
dad justas (Rawls, A T h e o r y o f J u s t ic e , o p . c it., p. 302).
Para la posición original de Rawls, véase ib id ., pp. 17-22. P ara la definición de una
constitución justa, de una legislacaé^justa y la discusión del s t a t u s del gobierno de la ma­
yoría, véase ib id ., pp. 195-201 y 356-362.
26Para la definición de u n a justicia procesal im perfecta, véase Rawls, A Theory o f Justice,
o p . c it., pp. 353-354 y 356.
27 I b id ., pp. 371-377.
28I b id ., pp. 111-116 y 342-350. A estas categorías de individuos privilegiados se aplica el
"principio de lo ju sto ”; es decir, adem ás de su deber n atu ral a obedecer, estos Individuos
que obtienen ventajas reales de un sistem a social están incluso m ás obligados a obedecer.
La preocupación de Rawls al añadir este principio de obligación al deber n atural es evitar
el oportunism o (p. 116). Sobre este tem a, véase tam bién Patem an, The Problem o f Political
O b lig a tio n , o p . c it., pp. 118-120.
29 Rawls, A T h e o r y o f J u s t ic e , o p . c it., p. 115.
30 Ibid., pp. 335-336. Muchos comentaristas han indicado que la forma en que Rawls
entiende al contrato como "hipotético” lo hace irrelevante para el problema de la obliga­
ción política, tal como ésta surge respecto a la desobediencia civil. Véase Dworkin, 7bklng
Rights Seriously, op. cit., p. 151. En realidad, como hemos visto, Rawls usa poco la idea del
contrato cuando trata el problema de la desobediencia civil,
11 Rawls, op, cit,, p. 352.
12 Por implicación, para Rawls el segundo caso Involucra actos más graves de rebellón o
676 LA R E C O N S T R U C C IÓ N D E LA S O C IE D A D C IV IL

de resistencia dirigidos a establecer u n a nueva sociedad basada en u n a concepción diferen­


te de la justicia.
33 Rawls, o p . c it., p. 372.
34 P or lo tanto, las tres condiciones que deben presen tarse antes de que sea posible
realizar actos de desobediencia civil son: prim ero, no debe ser violenta, no debe interferir
con las libertades civiles de otros y no debe to m a rla form a de u n a am enaza. Segundo, debe
existir un a injusticia grave. Tercero, uno debe haber recu rrid o a los canales adecuados y
descubierto que no puede influir en la m ayoría legisladora. Véase Rawls, A T h e o r y o f J u s tic e ,
o p . c it., pp. 372-374.
35 Sirve com o un preventivo de dos m aneras. Prim ero, disuade a los que están en el
poder de abusar del m ism o —u n a im portante fuente potencial de inestabilidad— y segun­
do, funciona contra el fundam entalism o p or p arte de los actores colectivos. La desobedien­
cia civil no es u na acción basada en un derecho absoluto p a ra actu a r según la conciencia
m oral de uno. E n cam bio, está basada en u n a apelación a las concepciones políticas com ­
partidas de la justicia y a los principios constitucionales. En este sentido, es autolim itadora.
36 Rawls, o p . c it., pp. 367 y ss.
37E sta restricción no sólo lim ita el rango de la desobediencia civil respecto a las decisio­
nes políticas de la legislatura, sino que tam b ién excluye todo un rango de actividad, esto
es, la acción ciudadana respecto a la economía. Esto lo fundam enta Rawls teóricam ente, ne­
gando el s t a t u s de los derechos com o "dem andas socioeconóm icas" basadas en la d istin­
ción entre el valor de la libertad y la propia libertad. El prim ero se refiere a los perm isos o
autorizaciones legales ( e n t i tl e m e n t s ) u otros m edios que perm iten que n u estra libertad te n ­
ga un valor para nosotros; la segunda se refiere a los derechos. Rawls tiene en m ente cues­
tiones de justicia distributiva, pero su concepción no incluye el tem a de la estru ctu ra de la
autoridad y de la tom a de decisiones dentro del propio lugar de trabajo. No hay cabida en
su teoría p ara un derecho a la negociación colectiva o a cualquier otra cosa que caiga bajo
el calificativo de dem ocratización o constitucionalización del lugar de trabajo. É sta es una
grave om isión, porque ciertam ente pueden presentarse argum entos en favor de la legitim i­
dad de la desobediencia civil en este dom inio. P ara una excelente discusión de este tem a,
véase Walzer, O b lig a tio n s , o p . c it., cap. II. E stam os de acuerdo en que la desobediencia civil
p a ra el propósito de establecer la negociación colectiva y derechos sim ilares, es adecuada y
legítima. La sociedad civil debe ser capaz de influir sobre la sociedad económ ica así com o
sobre la política. Es capaz de influir en la form a de organización política p orque ya existen
las correspondientes estructuras abiertas en principio (parlam entos o cortes, p or ejem plo)
a la influencia (sociedad política). Las m ism as clases de "receptores” deberían de existir en
la econom ía (sociedad económ ica). Véase tam bién Greenawalt, C o n fiic ts o f l a w a n d M o r a lity ,
o p . c it., pp. 230-233.
38 P ara u n a crítica a Rawls a este respecto, véase Patem an, T h e P r o b le m o f P o litic a l
O b lig a tio n , o p . c it., pp. 118-129.
39 Rawls, A T h e o r y o f J u s t ic e , o p . c it., p. 390.
40 I b id ., p. 385.
41 El sentido de justicia de u n a com unidad ten d rá m ás p robabilidad de ser revelado p or
el hecho de que la m ayoría (política) no puede decidirse a to m ar los pasos necesarios p ara
suprim ir a la m inoría y castigar los actos de desobediencia civil com o la ley lo perm ite [...]
A p esar de su poder superior, la m ayoría puede ab an d o n ar su posición y acep tar las p ro ­
puestas de los que disienten (A T h e o r y o f J u s t ic e , o p . c it., p. 387).
42 Otros han argum entado que la concepción de Rawls es excesivam ente restrictiva por­
que om ite del rango de razones legítim as p a ra la desobediencia civil a los principios m o ra­
les que no son aceptados generalm ente en u n a sociedad. Rawls sí tra ta de este problem a
bajo el título de negativa consciente, pero no tra ta el tem a de los esfuerzos que realizan
ciudadanos preocupados p ara p resen tar su posición m oral com o una candidata a ser in ­
cluida en la cultura política de la sociedad p o r m edio de actos de desobediencia civil. Debi­
do a que las norm as políticas son valores m orales institucionalizados y a que, en el tra n s­
curso del tiem po, el repertorio de norm as políticas cam bia, se institucionalizan nuevos
valores y se reinterpreta a las norm as antiguas; esta om isión es importante. Creemos que
puede deberse a la concepción relativam ente estática de la justicia en la teoría de Rawls.
D E S O B E D IE N C IA C IV IL Y S O C IE D A D C IV IL 677

Para u n a discusión de este problem a, véase Peter Singer, D e m o c r a c y a n d D is o b e d ie n c e ,


Oxford, Oxford University Press, 1973, pp. 86-92.
43 Incluim os a las cortes en nuestra concepción de la "sociedad política". Las cortes no
están abiertas a la presión económ ica o al poder político, pero los jueces deben estar abier­
tos a la influencia en el sentido de aju star las interpretaciones de la ley a los principios,
tradiciones y al sentido prevaleciente de justicia de la com unidad.
44 Singer, o p . c it., p. 385.
45Dworkin, T a k in g R ig h t s S e r io u s ly , o p c it., p. 185.
46 I b i d ., p. 192. Dworkin hace u n a im portante distinción entre lo que es correcto (la
perspectiva de la conciencia m oral) y tener derechos (pp. 198-199). Tener derechos m orales
frente al E stado significa que hay lím ites que el E stado no puede trasp asar sin u n a buena
razón, principios que no puede violar sin com eter injusticia. E sto incluye un dom inio del
juicio m oral individual (libertad negativa) en el que cada p erso n a puede d ecidir lo que es
correcto hacer. Sin em bargo, los derechos no se derivan de ningún juicio m oral del indivi­
duo, sino de u na concepción de la dignidad o igualdad hum ana que se encuentra en el centro
de una concepción de justicia com ún a la com unidad. H acen que el juicio de c ad a persona
sea autónom o, pero que se fundam ente en principios políticos que les pertenecen a todos.
Los derechos constitucionales son la intersección d e los derechos m orales y del derecho
legal; consisten de principios m orales que h an sido reconocidos com o norm as válidas.
47I b id ., p. 215. El problem a no consiste en que la ley no se haya enunciado claram ente,
sino en que existan buenos argum entos p or am bas partes.
48 I b id ., pp. 211-212.
49 I b id ., p. 212. Como u n a sociedad posconvencional, abierta, consideraría tanto a la
m oralidad (principios) com o al precedente, no puede h ab er u n a instancia con la au toridad
de la interpretación. Ni siquiera la corte de m ayor nivel tiene u n acceso privilegiado a la
verdad.
50 I b i d ., p. 212.
51 I b i d ., pp. 212, 214, 216-217 y 219-220.
52 G reenawalt, C o n flic ts o f L a w a n d M o r a lity , o p . c it., p. 227.
53 I b i d ., pp. 227-229. Los esfuerzos p o r argum entar que se puede defender a los d ere­
chos básicos sin apelar al debido proceso sustantivo o a los valores fundam entales, no son
convincentes porque la legitim idad dem ocrática procesal tam bién se basa en u n valor fun­
dam ental, esto es, en la dem ocracia representativa. Para el argum ento relativo al proceso,
véase John H art Ely, D e m o c r a c y a n d D i s t r u s t , Cambridge, H arvard University Press, 1980.
54Dworkin, T a k in g R ig h t s S e r io u s ly , o p . c it., p. 205.
55I b id . La legitim idad del gobierno de la m ayoría requiere que los derechos básicos de
las m inorías no sean violados y que se les dé una atención y un respeto iguales.
56 A diferencia de la m ayoría de los teóricos liberales de la desobediencia civil, que
tratan de hacer esas d istin c io n lsso íire la base del contenido del acto (violento o no violen­
to, el uso o no uso de la fuerza), la intención del acto o la integridad de los actores (probidad
m oral o irresponsabilidad), D workin reconoce que ese enfoque es poco convincente, Todos
los actos de desobediencia civil son complejos, es difícil definir la fuerza, y la violencia en
esos actos es frecuentem ente una respuesta a la represión gubernam ental.
57Dworkin, T a k in g R ig h t s S e r io u s ly , o p . c it., p. 82.
58 Dworkin, A M a tte r o f P r in c ip ie , o p . c it., p. 107. Un tercer tipo de desobediencia civil
—básicam ente la que Rawls defíne com o objeción consciente— es llam ada p o r Dworkin
"desobediencia civil basada en la integridad".
59 I b id ., p. 111.
60 El propio Dworkin ha presentado esos argumentos respecto a los temas de política
exterior. Intentó defender al movimiento contra la guerra en Vietnam sobre la base de argu­
mentos basados en los derechos, pero en última instancia su modo de argumentar no es
convincente. Aunque había aspectos del movimiento que hacían surgir problemas de derechos
individuales (las exenciones a los estudiantes), el movimiento también estaba desafiando
una decisión política tomada por un gobierno, y lo habría hocho incluso si se hubieran
tenido en cuenta los tecnicismos constitucionales. Nuestra opinión es que ciertos actos de
desobediencia civil desafían una politice cuando no están implicados directamente los dere-
678 LA R E C O N S T R U C C IÓ N D E LA S O C IE D A D C IV IL

chos individuales de nadie, pero se trata en cam bio de asuntos de la tom a de decisiones
dem ocráticas y de la m oralidad política; y si bien éstos no pueden justificarse m ediante un
argum ento basado en los derechos, sí es posible a p esar de todo justificarlos éticam ente
m ediante argum entos basados en principios dem ocráticos. Véase m ás adelante, la nota 63.
61 Las cortes deben ser inm unes a las presiones ejercidas p or m edio del dinero o el
poder, pero los jueces deben estar abiertos a la influencia indirecta, m ediada a través de
argum entos, por la cultura política contem poráneai. Como tales, son p arte de la sociedad
política.
62 Apoyados p o r los im portantes derechos civiles de la libertad de expresión, asam blea,
asociación y otros sim ilares.
63 Obsérvese, por ejem plo, su discusión del m ovim iento contra la guerra de Vietnam:
trata de trad u cir las dem andas de los opositores en la clase de dem anda de derechos que
p resentaría un abogado. Esto funciona en el caso de las desigualdades contem pladas en la
ley de reclutam iento, pero es difícilm ente convincente respecto a la objeción m oral de que los
E stados Unidos estaban usando arm as y tácticas cuestionables o que los E stados Unidos no
tenían ningún interés en juego en Vietnam que justificara obligar a sus ciudadanos a arries­
g ar sus vidas en ese lugar. Lo que estaba en juego era claram ente la form a en que se to m a­
ban las decisiones de guerra, la creación de un debate público, la insistencia en que se
tratab a de tem as políticos m orales y norm ativos y no sólo de "razones de Estado", y la insis­
tencia en que, en una dem ocracia, el pueblo debe poder influir sobre ese proceso de tom a
de decisiones. El meollo de la cuestión no era u n a negativa consciente, puesto que los que
participaron en el m ovim iento no eran sólo aquéllos que tenían el riesgo de ser reclutados.
Véase Dworkin, A M a tte r o f P r in c ip ie , o p . c i t ., pp. 208-209.
64 A pesar de su defensa de la desobediencia civil basada en la política, in terp reta el
único ejem plo que da com o si fuera no persuasivo en u n a form a oculta.
65 Dworkin, A M a t te r o f P r in c ip ie , o p . c it., p. 112.
66 Véase H aberm as, “Civil D isobedience” o p . c it.
67 La frase u sada por Dworkin p ara el m ovim iento de derechos civiles estadunidense,
que in ten tab a educar a la opinión pública, crear espacios públicos p a ra su expresión y
en co n trar form as de dejar sentir su influencia (A M a tte r o f P r in c ip ie , o p . c i t . , p. 112). Debe­
m os observar que acciones com o las de la O peración Rescate en los E stados Unidos no
calificarían com o desobediencia civil justificada sobre estas bases, puesto que im plican
tácticas de intim idación en vez de persuasión y pro cu ran im poner a la sociedad un punto
de vista p articu lar sobre el m undo, en vez de re c u rrir a los principios de justicia de la
com unidad.
68 Todo elem ento de esta definición puede ser puesto en duda; éste es el riesgo que se
enfrenta al in ten tar u na definición. P ara ayudar a evitar los peores abusos de esos ejerci­
cios, debem os aclarar algunos puntos. Por "público", hacem os referencia al hecho de que el
acto ilegal debe ser conocido, aunque no necesariam ente m ientras está siendo com etido (si
bien éste es usualm ente el caso). Tampoco es absolutam ente necesario que los auto res del
acto se hagan conocer, aunque esto tam bién debería ser o rd in ariam en te del conocim iento
público. Un ejem plo instructivo es el de la sangre que se arrojó sobre los archivos de reclu­
tam ien to du rante las protestas contra la guerra de V ietnam . E stos actos o cu rriero n en
secreto y los actores retuvieron su carácter anónim o, pero estos actos fueron claram ente
sim bólicos y tenían la intención de hacerse del conocim iento público.
Por "ilegal” querem os decir que hay una violación intencional de la ley que no tiene el
propósito de poner en duda el gobierno de la ley com o u n todo o al propio sistem a consti­
tucional. La disposición a acep tar las consecuencias legales de las transgresiones de la
legalidad dem uestran la fidelidad de los actores a u n a constitución "casi ju sta, casi d em o­
crática" pero que no es requerida en absoluto.
Por “no violenta", hacem os referencia a que el carácter de la protesta es sim bólico y
com unicativo o, en la frase de Dworkin, persuasivo. Los juegos del p o d er estratégicos que
im plican la violencia son difíciles de justificar com o desobediencia civil. No obstante, en
situaciones concretas puede o cu rrir la violencia. La evaluación de la violencia debe hacerse
con referencia a los que la iniciaron, al contexto general y al propósito del acto. La historia
del m ovim iento laboral proporciona m uchos ejem plos de hucigas violentas a las que se
D E S O B E D IE N C IA C IV IL Y S O C IE D A D C IV IL 679

puede ver com o actos de desobediencia civil. La fuerza y la violencia son n o toriam ente
difíciles de definir y su significado se puede extender p a ra que incluya todas las form as de
coerción, o se puede lim itar p ara que signifique sólo la violencia física. A ceptam os la for­
m ulación de G ünter Frankenberg en "Ziviler U ngehorsam un d rechtsstaatliche Demokratie",
J u r i s t e n z e i tu n g , 39, m arzo de 1984, pp. 266 y ss: “Sólo son civiles aquellas infracciones que
no contravienen la "proporcionalidad de los m edios" y , en especial, las que salvaguardan la
integridad física y psíquica de los oponentes de la protesta y de los observadores inocentes".
Finalm ente, p o r apelaciones a la capacidad de razón y al sentido de justicia de la pobla­
ción, querem os indicar que la desobediencia civil es u n llam ado a los m iem bros tan to de la
sociedad civil, com o de la sociedad política, para que reflexionen sobre los principios bási­
cos que subyacen en un a dem ocracia constitucional y p a ra que cam bien las leyes, políticas
y acuerdos institucionales que violan estos principios.
69 P or ejem plo, obsérvese que aquí "no n eu tral” significa que la legislación im plica n o r­
m as generales que incorporan una concepción del bien, m ientras que en otras partes Dworkin
la interpreta p ara referirse sólo a decisiones de las políticas social, económ ica y externa.
70 Dworkin, T a k in g R ig h t s S e r io u s ly , o p . c i t . , p. 255.
71 P ara u na discusión del concepto de identidad en la teoría d em ocrática radical, véase
Cari Schm itt, T h e C r is is o f P a r lia m e n ta r y D e m o c r a c y [1923], Cam bridge, m it Press, 1985.
Véase tam bién la sección sobre Schm itt en el cap. III.
72 E sta posición es característica de los n eo co m u n itaristas co n tem p o rán eo s de tipo
neoaristotélico (M aclntyre) o neorrepublicano (Sandel, Taylor e t a l.).
73 E sto ha sido reconocido tam bién p o r los no dem ócratas. Cari S chm itt p arte de la
prem isa de que la soberanía p opular no puede ser institucionalizada —la voluntad del p u e­
blo en form a del p o u v o i r c o n s t i t u a n t siem pre perm anece p o r encim a o afuera de la ley—. Las
conclusiones a que llega con esta percepción difícilm ente son, p or supuesto, dem ocráticas.
Como la voluntad del pueblo no puede ser representada ni bajo las condiciones m odernas,
ni form ada en una asam blea general, sólo puede ser incorporada en u n a persona que afir­
m a hacerlo así y el cual es confirm ado en esta pretensión p o r m edio de las técnicas de la
aclam ación. De acuerdo con lo anterior, el líder reúne en su persona la legitim idad (los
principios que se encuen tran detrás de la ley) y la soberanía (la capacidad de to m ar decisio­
nes en situaciones de em ergencia). Por esta razón, sobre la base del m odelo de la dem ocra­
cia com o identidad, que encuentra en Rousseau, en el jacobinism o y en bolchevism o, Schm itt
concluye que la línea entre la dem ocracia y la d ictadura es en realidad m uy tenue.
74Esto es m enos cierto de Arendt que de H aberm as. La gran falla en la teoría general de
Arendt es su antipatía hacia la sociedad civil m oderna y su estru ctu ra categórica dicótom a,
anacrónica (véase el capítulo iv). Su ensayo sobre la desobediencia civil, escrito en respues­
ta a problem as prácticos en los E stados Unidos, tiende a sobrepasar las rigideces de su
m odelo teórico.
75Arendt, C risis in th e R ep u b liffT o p '. c i t . , pp. 51-102; H abermas, "Civil Disobedience” op. cit.
76 D workin llega b astan te lejos porque, a diferencia de la m ayoría de los defensores
liberales y legalistas, no hace hincapié en que u n acto de desobediencia civil es legítim o
sólo si quien viola la ley está dispuesto a acep tar el castigo p o r su acto. En cam bio, su
énfasis es en la descrim inalización, en el castigo benévolo, etcétera.
77 Arendt, o p . c it., p. 98.
78I b i d ., p. 55. Véase tam bién Walzer, O b lig a tio n s , o p . c it., p. 4.
79 Arendt, o p . c i t ., p. 74.
80Vale la pena n o tar aquí que u n a dim ensión que falta en las discusiones liberales (y en
la m ayoría de las dem ocráticas) sobre la desobediencia civil, es el papel y legitim idad respecto
a la econom ía. No es sorprendente que los liberales preocupados p o r las libertades básicas
ignoraran esas consideraciones, pero es extraño que la teoría dem ocrática no hubiera tra ta ­
do acerca de ellas directam ente. Arendt sólo las m enciona de pasada. Rawls explícitam ente
rechaza la legitim idad de los actos de la desobediencia civil respecto a los asuntos de la Jus­
ticia distributiva. Dworkin y Fíaberm as guardan silencio sobre el tem a. W alzer es uno de
los pocos dem ócratas radicales que han discutido la desobediencia civil respecto a las ins­
tituciones económ icas. Él argum enta que la corporación económica privada debe ser con­
siderada com o una com unidad política dentro de la m ayor comunidad del Estado. Hoy en
68 0 LA R E C O N S T R U C C IÓ N D E LA S O C IE D A D C IV IL

día las corporaciones recaudan im puestos en provecho del E stado, m antienen los estándares
requeridos p o r el E stado, gastan el dinero del E stado y hacen cum plir las reglas y regla­
m entos en últim a instancia con el apoyo del E stado. R ealizan funciones sem ioficiales y
ejercen poder y autoridad sobre los trabajadores. Pero la au to rid ad de los funcionarios
corporativos raras veces es legitim ada en u n a form a dem ocrática. El p o d er corporativo se
ejerce sobre em pleados-sujetos en una form a que no es diferente a la de los estados a u to ri­
tarios. Algunos sujetos de la au toridad corporativa hán logrado, p or supuesto, o btener de­
rechos contra ella que están protegidos p o r el E stado, especificando aspectos com o las
horas de trab ajo o el derecho a la huelga. De hecho, la huelga d u ran te m u ch o tiem po fue
la form a m ás com ún de la desobediencia civil de la clase trabajad o ra. F recuentem ente, la
violencia y la fuerza eran parte de la estrategia de plantones o de ocupación de locales p o r
p arte del m ovim iento de los trabajadores y W alzer argum enta que esas acciones —incluso
si parecen revolucionarias porque tienen la finalidad de cam biar la d istribución del poder
dentro de la corporación—, caen dentro de los lím ites de lo civil siem pre y cuando la revo­
lución no esté dirigida contra el propio E stado ( O b lig a tio n s , o p . c it., p. 31). El pu n to que él
presenta aq u í es que frecuentem ente no hay canales legales m ed ian te los cuales dirigir
estas protestas. Así, estos actos de desobediencia civil "revolucionaria" lim itada pueden ser
considerados com o esfuerzos p or extender los principios constitucionales dem ocráticos a
un cam po en que las pretensiones de p o d er absoluto de p arte de los funcionarios, basadas
en los derechos de propiedad, son m uy poco convincentes. M ientras que los funcionarios
corporativos y del E stado tienden a ver a la corporación com o un objeto de propiedad en
vez de com o u n a com unidad política (como la sociedad económ ica, en n u estra term in o lo ­
gía), claram ente im plica am bas. Lo que está e n ju e g o en estos actos de desobediencia civil
no es quién será dueño de la corporación, sino lo que im plica esa propiedad y qué poderes
gubernam entales puede pretender legítim am ente la adm inistración. W alzer indica que un
rasgo característico de los regím enes feudales es que ser dueño de u n a propiedad im plica
poderes gubernam entales, pero ningún E stado m oderno y ciertam ente n ingún E stado cons­
titucional dem ocrático puede tolerar esa situación. Así, arg u m enta que los intereses de un
E stado dem ocrático serían m ejor servidos p or la dem ocratización corporativa. Por lo ta n ­
to, hay un tipo de desobediencia civil que desafía no a las leyes y políticas del Estado, sino
sólo a las autoridades corporativas que el E stado protege. E stam os de acuerdo con este
argum ento con u na condición: la eficiencia económ ica no debe ser sacrificada in to to a la
presión dem ocrática.
81 Arendt, C r is is i n th e R e p u b lic , o p . c it., p. 96.
82 Véase el cap. IV. Estam os pensando en la rígida oposición entre las esferas pública y
privada, por u na parte, y la concepción de la sociedad m oderna como u n a sociedad de masas,
p or la otra. Este modelo teórico excluye, p o r definición, la concepción de sociedad civil que
hemos estado form ulando. En el m ejor de los casos, perm ite una concepción de la sociedad
política entre la esfera privada, concebida individualm ente, y el Estado com o gobierno. Pero
la form a en que Arendt entiende a la desobediencia civil im plica u n m odelo de sociedad
política abierto a la influencia de ciudadanos privados que actúan colectivam ente y p resu p o ­
ne u n m odelo complejo de sociedad civil en que el poder está dispersado y delegado sólo en
p arte y condicionalm ente a la sociedad política o al E stado. E n resum en, la discusión de la
desobediencia civil la obliga a rein tro d u c ir al nivel del contenido, aun q u e no de la teoría,
algunos de los com ponentes centrales del concepto de la sociedad civil; las asociaciones y
los m ovim ientos sociales, que son diferentes de los m ovim ientos de m asas protototalitarios.
83Véase e l cap. IV.
84 Obsérvese el cam bio en la posición de A rendt en T h e H u m a n C o n d i t i o n , Chicago,
University of Chicago Press, 1958, p. 23, donde critica a la s o c ie ta s com o la p érdida de lo
político.
85 Arendt, C r is is i n th e R e p u b lic , o p . c it., pp. 89 y 95.
86 I b id ., p. 97.
87 Hay razones teóricas de la incapacidad de A rendt p ara expresar esto, principalm ente
su supuesto de la decadencia de la esfera pública con el surgim iento de la m odernidad y la
em ergencia y expansión de ese confuso cam po que m ezcla lo público y lo privado, esto es,
la sociedad (la sociedad civil).
D E S O B E D IE N C IA C IV IL Y S O C IE D A D C IV IL 681

88 É ste es el m odelo descrito al final del libro de Arendt Q n R e v o l u t i o n , Nueva York,


Penguin Books, 1977.
89 H aberm as, "Civil D isobedience”, o p . c i t ., pp. 101 y 106.
90 I b id ., p. 102.
oí I b id ., p. 103.
92 I b id ., p. 104.
93Es decir, los que no son m iem bros de los parlam entos, sindicatos o partidos (la sociedad
política), los que no tienen acceso a los m edios de com unicación de m asas, los que no pue­
den am enazar retener sus inversiones durante las cam pañas electorales —en resum en, aqué­
llos sin m ucho dinero o poder—. Véase H aberm as, “Civil Disobedience”, o p . c it., p. 104.
94 Por ejem plo, las disputas acerca de cuál instancia de la tom a de decisiones gub ern a­
m ental debe decidir la ubicación de u n a p lan ta de energía nuclear. P ara u n a excelente
d iscu sió n de estos tem as, véase C laus Offe, “L e g itim atio n th ro u g h M ajo rity R u le?”,
D is o r g a n iz e d C a p ita lis m , Cambridge, mit Press, 1985, pp. 259-299.
93 I b id .
96 H aberm as, "Civil D isobedience”, o p . c it., p. 111.
97 I b id ., p. 105. Aquí tenem os a la teoría dem ocrática propia del p o u v o i r c o n s t i t u a n t .
H aberm as llega a conclusiones m uy diferentes partiendo de u n a percepción sim ilar a la de
Cari Schm itt. Es cierto que el p o u v o i r c o n s t i t u a n t no puede ser institucionalizado plena­
m ente en un régim en dem ocrático. La idea de que las elecciones (adem ás de u n sistem a de
partidos com petitivo y el gobierno de la ley) pueden institucionalizar o circu n scrib ir a la
soberanía popular es poco convincente. Schm itt, en su argum ento co n tra el liberalism o,
convierte su percepción en una justificación p ara el decisionism o y la voluntad soberana,
arbitraria, del Ejecutivo. Pero hay otra form a de llegar a las im plicaciones de esta percep­
ción sobre la naturaleza de lo político. En un Estado constitucional-dem ocrático, uno puede
tom arla en el sentido de que, com o han argum entado Offe y H aberm as, el constituciona­
lismo, con sus principios de derechos y legitim idad dem ocrática, se basa en u n a institu-
cionalización parcial del p o u v o i r c o n s t i t u a n t , y de hecho proporciona institucionalm ente la
reversión de la soberanía al pueblo en las ideas de las convenciones constitucionales y de
las enm iendas constitucionales. La teoría de ¡a desobediencia civil va un paso m ás allá. No
es posible institucionalizar la desobediencia civil. Pero aunque no se la puede hacer legal,
puede ingresar en u na cu ltu ra política. Los m ovim ientos sociales que operan fuera del
sistem a existente de partidos políticos pueden reconocer la necesidad de u n a revisión con­
tinua de las dem ocracias constitucionales sin p or ello convertirse en revoluciones p erm a­
nentes o desafiar al orden legal como u n todo. La percepción de que la soberanía nunca
puede ser totalm ente institucionalizada no necesita, p or lo tanto, caer en los argum entos
de S chm itt p ara fortalecer al p o d er ejecutivo, sino que en cam bio puede reafirm a r los
principios de la legitim idad dem ocrática.
98 H aberm as argum enta q u e^ sfo és lo que distingue a los nuevos m ovim ientos sociales
de la nueva izquierda con sus falsos ideales revolucionarios.
99 H aberm as, a diferencia de Dworkin, argum entó que esto era cierto de las protestas
alem anas contra el traslado y ubicación de cohetes de finales d e la década de 1980, a las
que interpreta com o u n a serie de acciones colectivas sim bólicas dirigidas a convencer a la
opinión pública y a influir en la m ayoría legislativa, y no com o un juego de poder elitista.
100En otras palabras, si el principio del gobierno de la m ayoría va a ser viable respecto
a los com ponentes norm ativos de la legislación, donde la sim ple cuenta de preferencias es
inadecuada y no se tra ta de u n a cuestión de derechos individuales, debe retornársele a un
conjunto de principios m orales que subyace en la teoría dem ocrática. Tratam os este tem a
bajo el título de legitim idad dem ocrática en el cap. vil!.
101 Al igual que la idea de los derechos m orales, el principio de legitim idad dem ocrática
o p era com o un co n ju n to de n o rm a s no b a sad as en los h ech o s que el E sta d o p uede
institucionalizar en parte, perq nunca com pletam ente. El E stado m onopoliza el uso legíti­
mo de la violencia, pero no puede m onopolizar la política sin volverse antidem ocrático, sin
violar la idea de la soberanía p opular y la legitim idad dem ocrática vinculada con ella.
I

1
INDICE ANALITICO

A bendroth, Wolfgang: 288 antiestatism o: 30-34, 53; v é a s e t a m b i é n libe­


75
a b e r tu r a : ralism o; neoconservadurism o; estatismo
aborto: 613-615, 617, 633-634nl26 anuncios com erciales, propaganda: 283-284
absolutista, v é a s e E stado absolutista apatía política: 37, 196, 369, 512; y los teóri­
acción; Arendt y dos modelos de la: 2 3 7 n l0; cos de la élite: 646n 11; v é a s e t a m b i é n des­
estratégica: 575-576, 583; pública: 216- politización
217, 348, 351; teleológica: 582; v é a s e t a m ­ Apel, Karl-Otto: 398, 418
b ié n acción, repertorio de, acción colec­ Aquino, Tomás de: 115
tiva; acción com unicativa Arendt, H annah: 203, 345, 408, 458, 476; co­
acción colectiva: 577-580; com petitiva: 564- m o u n a teórica de la dem ocracia direc­
565; en el esquem a de Foucault: 342n 109; ta: 437, 458; crítica norm ativa de la so­
proactivas (ofensivas): 564-565, 568, 582, ciedad civil por: 215-236; On Rtvolution:
590, 593, 594; reactivas (defensivas): 564- 217, 220, 567; y desobediencia civil: 672,
565, 568, 582, 590, 593-594, 645; v é a s e 663-668; y el argum ento de la fusión en
identidad colectiva; m ovim ientos socia­ S t r u k t u r w a n d e l de H aberm as: 261, 262,
les; y desobediencia civil: 647; v é a s e t a m ­ 274, 279, 281, 282, 284-286, 480; y Fou­
b ié n desobediencia civil cault: 298, 396; y la esfera pública: 216,
acción com unicativa: 415, 483,489-490,492, 226, 232, 2 37nl6, 239n47, 244
582, 584, 600, 602; tres m odelos de: 546 Argentina: 72
n40; v é a s e ta m b ié n comunicación; ética del argum entación; y la ética del discurso: 413-
discurso; y el m undo de la vida: 470n56 415, 421, 430; y la influencia: 536-537; y
acción, repertorio de: 567 las estructuras posconvencionales de la:
adm inistración, el gobierno como: 270, 516; 490-491; v é a s e t a m b i é n com unicación
la concepción de Arendt de la adm inis­ Aristóteles y el aristotelism o: 44, 114, 120,
tración: 220, 228; la concepción de Fou­ 350, 433, 457, 504
cault de la: 315, 322; la concepción de asociaciones voluntarias: 9, 22, 41, 42, 53,
H aberm as de la: 259-260; la concepción 62, 71, 83, 490, 504, 563; desde el punto
de L uhm ann de la adm inistración: 357, de vista de Foucault: 315,320, 329; el con­
358, 365; y dem ocracia: 210nl08; v é a s e cepto de Parsons sobre las: 163-164, 165,
t a m b i é n burocracia y burocratización 168-169, 172-173; en los primeros tiem­
Adorno, T heodor W.: 280, 2 8 1 ,4S4f506, 509 pos de la historia conceptual moderna:
' Alemania, la Ilustración en: 119-120; v é a s e 115-116; en opinión de Hegel: 149nl05¡
t a m b i é n Alemania oriental; Verdes; Ale­ en opinión de L uhm ann: 347, 353, 356(
m ania occidental 375,383; su ausencia en el análisis de Ha-
Alemania occidental: 96, 512, 538; v é a s e t a m ­ berm as: 269, 513-514, 515; y el argumen­
b ié n Verdes to de la fusión en el Strukturwandel de
Alemania oriental: 36, 540-541 H aberm as: 280-281, 288-289, 290; y la
alma: 309, 310, 327; v é a s e t a m b i é n ciu d ad a­ defensa del m undo de la vida: 524-525; y
nía; h o m m e , individualism o e individua­ la desobediencia civil: 665-666; y la ética
lidad; persona legal del discurso: 457, 458-459, 462-463; y la
Althusser, Louis: 189-191 idea de G ramsci de la sociedad civil so­
América Latina: 22, 34, 36, 89, 97, 101, 540; cialista: 177,178-180,181-185; véase tam­
y las dictaduras: 70,80, 91,101; v é a s e t a m ­ b ié n estados, movimientos sociales
b ié n Argentina; Brasil; Chile; Uruguay Austin John: 159, 402
anarquism o: 61 ^ autollmitación: 35, 79, 85; de la democra­
Andcrson, Perry: 191-194, 202 cia: 62, 449, 506, 533; de la desobedien­
anonim ato, anónim o: 223 cia civil: 671-672; de la sociedad civil: 56,
Antlslttllchktlt: 122, 124-125 80, 85; do los movimientos sociales: 34-
683
68 4 ÍN D IC E A N A L ÍT IC O

35, 69, 521; v é a s e t a m b i é n m ovim ientos tituciones y constitucionalism o; y la es­


sociales; de los subsistem as: 532, 533; del fera pública: 261,270, 293n 33; v é a s e t a m ­
Estado: 264, 290,373-374,442; v é a s e t a m ­ b ié n esfera pública; y la idea de Gram sci
b ié n Estado; del sistem a político: 370,375; de u n a sociedad civil socialista: 178, 182,
Ilustración: 249; individual: 405, 449; y 185;ylos sucesoresde G ramsci: 190, 193,
la oposición dem ocrática polaca: 56, 58; 194; v é a s e t a m b i é n capitalism o; liberalis­
y los derechos: 528; v é a s e t a m b i é n dere­ m o' m arxism o y neom arxism o
chos; v é a s e t a m b i é n diferenciación auto- buro cracia y buro cratizació n : 34, 79, 163,
rreflexión: 544, 576, 578, 580, 582, 586; 196, 252, 273, 312, 347; desde el punto
v é a s e t a m b i é n autolim itación de vista de H aberm as: 280, 282, 283; des­
autonom ía: 28, 252; am enazas a la: 231-232, de el punto de vista de Hegel: 127, 130;
282; rechazo de la, por Foucault: 310,315, en opinión de Arendt: 222-223, 224, 667;
335; y la ética del discurso: 428, 431,447, y el argum ento de la fusión: 273-274,286,
450, 450; y liberalism o: 28, 252, 266; y la 288; v é a s e t a m b i é n a d m in istra c ió n , el
tesis de los derechos: 41, 648n29; v é a s e gobierno como; E stado benefactor
tam bién individualism o e individualidad;
liberalism o; libertad negativa; esfera p ri­ cam po de la libertad: 525, 526, 527
vada; derechos cam po de la necesidad: 525, 526, 527
au to ridad m oral: 602 capitalism o: 22, 196, 455, 456, 478, 492; Al-
autoritarism o: 8, 60,67, 75, 84,391,457, 540; thusser, opinión sobre el: 190-191; dem o­
en E uropa oriental y América Latina: 94, crático: 486-487; H aberm as, opinión so­
98-99; y la ética del discurso: 409-422; y bre el: 280, 282, 283, 451, 493, 498-499,
el argum ento de la fusión en el S t r u k tu r - 503, 511, 513; irrestricto: 43, 53-54, 97,
w a n d e l de H aberm as: 282, 288-289; y la 162; y el E stado benefactor: 32-33, 172,
fusión de la sociedad civil y el Estado: 270, 174, 517-518; y la idea de G ram sci de la
274, 277, 278, 279; y la idea de Gramsci sociedad socialista: 174-175, 178, 179,
de la sociedad civil socialista: 186,187,191; 180, 185; y la ideología de la Segunda Iz­
v é a s e dom inación; élites; neoconserva- quierda en Francia: 60, 63, 65; y la opi­
durismo; estatismo; totalitarism o nión de Parsons: 155, 156, 162, 166, 167,
Avineri, Shlom o: 127, 143 172, 173; y la sociedad civil: 190-191, 192-
193, 455-456; v é a s e t a m b i é n burguesía y
Bayle, Pierre: 250 el burgués; lucha de clases; sociedad eco­
B enjam in, Walter: 215 nóm ica; dem ocracia liberal; liberalism o;
biopoder: 309, 317, 322-323 neoconservadurism o; clase trab ajad o ra y
Bloch, Marc: 505 m ovim iento de los trabajadores
Bobbio, Norberto: 93, 176,180,185, 189, 194, Cardoso, F ernando H.: 13, 76, 79, 80
195, 204 cargo público: 317-318
Bodin, Jean: 116 castigo: 315-317, 319,328; v é a s e t a m b i é n tec­
bonapartism o: 175, 183 nologías disciplinarias; prisión
Brasil: 72, 74, 75, 77 C astoriadis, Cornelius: 60
B runi, Leonardo: 115 católica, Iglesia, y sociedad civil: 175
B runner, Otto: 115 cesarism o: 174, 183
b uena vida, la, y la ética del discurso: 422- circunstancias de la justicia (Rawls): 435
436 c ito y e n , v é a s e ciudadanía
B ü r g e r lic h (burgués): 125 ciudad-E stado, v é a s e t a m b i é n p o lis ; m edie­
B ü r g e r lic h e G e s e lls c h a ft (sociedad civil): 8, val: 27
122, 125, 174, 186-187, 216, 254 ciudadana, sociedad: 119, 251
B ü r g e r lic h e r S t a n d : 119 ciudadanía: 113,114,126, 355, 466,486, 502,
burguesía y lo burgués: 251; desde el punto 504; com plejo de: 160-162; L uhm ann, su
de vista de Hegel: 125-126; desde el p u n ­ concepto de la: 518; subtexto m asculino
to de vista de L uhm ann: 350; desde el de la: 628n71, 630; v é a s e t a m b i é n dom i­
punto de vista de Marx: 396; en opinión nación: hom bre: 630n97; m ujer: subyu­
de Foucault: 300, 301,302, 303, 321,324; gación de; v é a s e t a m b i é n h o m m e ; indivi­
en opinión de H aberm as: 252, 255, 256- dualism o e individualidad; derechos; v s .
257, 284, 496, 500; E stado burgués-cons­ el yo privado: 660-661; y desobediencia
titucional: 496-497; v é a s e ta m b ié n cons­ civil: 640-641,649, 651-653,656, 660-661,
ÍN D IC E A N A L ÍT IC O 685
667, 670; y la esfera pública: 260,262,264, conflicto; político, en el esquem a de L uh­
268, 270; y los derechos de las mujeres: m ann: 366-367; y la ética del discurso:
604, 610, 614; y los derechos: 231 419, 422, 423, 459-460; y la ley en el es­
civil, privatism o: 646nl2, 636 quem a de L uhm ann: 376, 381
clase m edia, “nueva": 31 Congreso de los D iputados del Pueblo: 88
clase trabajadora y m ovim iento de los tra ­ consejos, gobiernos por: 228-229, 235, 455,
bajadores: 91, 322, 410, 619, 662; Ander- 463
son, concepto de: 192, 193; Arendt, en el consenso: 123, 175-176, 378; em pírico y ra­
esquem a de: 234-235; G ramsci, idea de cional (H aberm as): 409-422, 448, 453-
la sociedad socialista: 178-179; Haber- 454; en el esquem a de Parsons: 155, 160,
mas, concepto de: 500; Hegel, en el es­ 163-164; y el m undo de la vida: 481, 487;
quema de: 126-127; Parsons, concepto de: y la ética del discurso: 396, 399, 405-406,
158, 166; y el E stado benefactor: 516, 528 428, 438, 459; v é a s e t a m b i é n consenti­
cobertura: 605 m iento; constituciones y co n stitu cio n a­
“códigos binarios” de poder: 602 lismo; dem ocracia; legitim idad democrá­
colapso, la tesis del: 563, 576, 591 tica, principio de; hegem onía y contra­
colectividad: 159; v é a s e t a m b i é n identidad hegem onía; legitim idad y legitimación;
colectiva gobierno de la m ayoría
colonización: 477, 500, 502, 508, 515, 530; consentim iento: 193, 224, 227, 283, 333; véa­
por el dinero y el poder: 587-588; y el se t a m b i é n consenso
desafío fem inista: 595, 605-606; y los constitución externa (H aberm as): 532
m ovim ientos sociales: 637; y el E stado co n stitu cio n es y co n stitu cio n alism o : 662-
benefactor: 517, 518, 520; v é a s e ta m b ié n 669; en el esquem a de Arendt: 217, 218,
reificación 228-233; en el esq u em a de Habermas:
Comité para la Defensa de los Trabajadores 265, 286-287, 403-442, 443,460; en el es­
( k o r ): 57 quem a de Hegel: 119, 128, 139; en el es­
competencia: 25; económica: 33; p or poder quem a de L uhm ann: 374, 379, 382; en el
político: 25-26, 68; v é a s e elecciones esquem a de Parsons: 160, 161; Foucault,
compromiso: 412-413 su concepto de: 305, 319; y la desobe­
comunicación: 251, 252, 256, 281, 290, 332, diencia civil: 639-672, 681n97; véase tam­
336; derechos de: 446-456, 459-460, 507; b ié n dem ocracia; p arlam en tarism o ; de­
v é a s e t a m b i é n derechos; y creación de rechos
consenso según L uhm ann: 378; y la ética consum ism o: 283, 502-503
del discurso: 396, 416, 419, 454, 456, 459; C o n tr a to S o c i a l (Polonia): 85-86, 93
y la ley desde el punto de vista de L uh­ contrato social, teoría del: 116-117, 227, 394,
mann: 347, 348-349, 350, 385; v é a s e t a m ­ 666-667
b ié n ley; y el m undo de la vida: 481, 483; contratos de m atern id ad sustituía: 598
y el sistem a político de Lulyjyyjn: 353, contratos y contractualism o: 303, 304, 306,
356, 362; v é a s e t a m b i é n argum entación; 318; y justicia: 644; v é a s e también teoría
acción com unicativa; discurso; medios de del contrato social
com unicación de m asas; opinión públi­ corporación, teoría de la, Hegel: 127, 141,
ca; expresión o habla pública 144, 222; y la idea de Gramsci de una so­
com unicaciones de masas: 165; v é a s e t a m ­ ciedad civil socialista: 174, 177; y la Inte­
b ié n m edios de m asas gración social por medio de la sociedad
comunicativa, interacción: 41, 42 civil: 135-138,140-142; véase también aso­
comunismo; consejos: 61; v é a s e ta m b ié n con­ ciaciones voluntarias; asamblea de los
sejos, gobiernos por; del tipo soviético: estados; estados
54 corporativismo: 286, 486-487; ncocorpora-
comunitarismo: 63, 168, 171, 447; tensión tivlsmo: 647nl4
del... con el liberalismo orientado a los corrupción, política: 222, 223-224
derechos: 27, 28, 29, 34-42 costo-benoficlo, cálculos: 561
conciencia: 121, 188, 249, 3>6, 405, 448; y crimen: 316,317-320,322; véase también Ile­
desobediencia civil: 640, 676n35; véase galidad; ley y sistema legal
también desobediencia civil; véase tam­ crisis, administración do la: 242nB5, S20
bién principios morales crisis de la administración da la crisis: 296
confesionales, técnicas: 309, 311, 327 nlOI, 517
686 ÍNDICE ANALÍTICO

crítica de la razón funcionalista (Habermas): 199-202; en América Latina: 70-71, 74,75,


480 101; en Europa: 56, 60, 63, 67, 96, 101-
crítica inmanente: 123, 171, 173, 335, 336, 102; Foucault, su concepto de la: 319,321;
509-510; de la redeflnícíón de Luhmann Habermas, su concepto de la: 159, 437,
de la democracia: 386-387n59 438,439,452,460-465; Luhmann, su con­
Croce, Benedetto: 175 cepto de la: 360-361; Parsons, su concep­
cultura: 482, 487-488, 490, 510; véase tam­ to de la: 170-173; Schmitt, su concepto de
bién sociedad de masas y cultura la: 246, 271, 272, 273, 274-275, 277; y
cultural, modernidad; véase modernidad y desobediencia civil: 639, 671 -673; y la de­
modernización: cultural cadencia de la esfera pública (Habermas):
culturales, valores: 42 282-283,285-286; véase también democra­
cia
Checoslovaquia: 36, 55, 81, 122 derechos: 27, 33, 41, 56; Arendt, concepto de
Chile: 22, 76, 78 los: 227,231-234; civiles vs. políticos: 497-
498; como mediación: 528-530; de la es­
Declaración de los derechos del hombre y del fera privada: 507, 612, 615 \véase también
ciudadano: 119, 120, 161, 232, 507 esfera privada; Foucault, concepto de los:
deconstrucción: 22 301,308; Hegel, concepto de los: 121,122,
democracia: 93, 486; alcance de la, social: 130; Kant, concepto de los: 119; libera­
646nl0; centralización de la: 457, 464; les: 27-30, 40-41; véase también liberalis­
concepto de democracia de Habermas: mo; Luhmann, concepto de los: 356, 369-
437-456; concepto de la democracia de 383; Parsons, concepto de los: 160-162;
Bobbio: 195-204,464-465; concepto de la posición anarquista sobre los: 494; su­
democracia de Luhmann: 358-360, 386- puestos de los: 47n27; tres complejos de:
387n59; de élite vs. participativa: 23, 25, 494; véase también autonomía; constitu­
27; en el concepto de Schmitt: 270, 279; ciones y constitucionalism o; libertad
en América Latina: 78-88; fase constitui­ [freedom]; individualismo e individuali­
da de la: 538-541; fase constitutiva de la: dad; ley y sistema legal; libertad negati­
538-539; federalista: 457,464, 663; indus­ va; principios morales; propiedad; vs. lo
trial: 464, 663; pluralidad y: 458,462,463, que es correcto: 676n37; y "demandas
465; véase también pluralismo; represen­ socioeconómicas”: 676n37; y acción co­
tativa: 197, 199-201, 440-441, 457, 464, lectiva: 565; y desobediencia civil: 638-
661, 663, 671, 672; véase también parla­ 639, 645-646, 648-649, 652, 654-660, 671;
mentarismo; socialista: 198, 520; territo­ y el argumento de la fusión en el Struk-
rial: 464; y la desobediencia civil: 660-673; turwandel de Habermas: 286, 296; y el
véase también gobiernos de consejos; Es­ desafío feminista: 606-609; y el dominio
tado democrático constitucional; legiti­ objeto de la ética del discurso: 399-409; y
midad democrática, principio de; demo­ el Estado absolutista: 496; y el éxito de
cratización; democracia directa; modelo los movimientos sociales: 621-622; véase
de élite de la democracia; fundamentalis- también movimientos sociales; y el m un­
mo; democracia liberal; democracia ra­ do de la vida: 477, 487, 493-495; véase
dical; republicanismo; revolución: demo­ también mundo de la vida; y el neocon-
crática; Estado benefactor: democrático servadurismo: 32-33; y Estado benefac­
democracia directa; Arendt, su concepto de tor democrático: 498-499; y Estado cons­
la: 240n49; Bobbio, su concepto de la: titucional burgués: 496-497; y Estado
197-198, 201; y desobediencia civil: 660, constitucional democrático: 497-498; y la
663, 667; y la ética del discurso; 437, 438, ética del discurso: 459-460,465,473nl04;
464 véase también ética del discurso; y la
democracia radical; y desobediencia civil: institucionalización de la ética del dis­
660-662; y el modelo dual de la sociedad curso: 442-456; y las esferas públicas li­
civil: 504, 505, 506, 525; y fusión del Es­ teraria y política: 252, 256, 266, 268; y
tado y de la sociedad civil: 271, 283; véa­ legitimidad democrática: 417-419; y re­
se también democracia; democracia di­ volución democrática: 507-508; y socia­
recta; fundamentalismo lismo autoritario: 499
democratización: 23, 36, 38, 44, 54; concep­ desdiferenciaciór.¡ 27; y la decadencia de las
to de Bobbio de la: 190, 194, 195, 197, esferas pública y privada; 220, 268; y lo
ÍNDICE ANALÍTICO 687
fusión del Estado y la sociedad: 276, 277, dignidad: 28, 1T0, 423; véase también auto­
284-285, 291,465-486;y la participación: nomía; derechos
161, 269, 504, 662; y las sociedades de ti­ dinero y monetarización: 126, 137, 248,487,
po soviético: 359-360; y las expectativas 493
de expectativas: 378; y los derechos fun­ dinero y poder: 263; defensa del mundo de la
damentales: 373, 495; y los movimientos: vida contra: 523-525; diferencia entre: 351,
158; véase también diferenciación; fusión 480, 543nl7; dimensiones negativas del:
del Estado y la sociedad 501,502; en el Estado benefactor: 518,521;
desobediencia civil: 202, 492, 636-640; “ba­ en el mundo de la vida: 480, 483, 484,485,
sada en la justicia”: 429, 654; "basada en 493, 505-508; en la crítica feminista: 594,
la política": 654; autolimitación de la: 671 - 595, 596, 604, 605; la bidimensionalidad
672; estrategias no persuasivas de la: 654, del: 510-513; Luhmann, concepto de: 382,
656-657; estrategias persuasivas de la: 484,485, 493; Parsons, concepto del: 164,
654; pública, ilegal y no violenta: 678- 165, 166, 170; reacciones contra el: 590-
679n68; tres condiciones de la: 676; véa­ 591; véase también capitalismo; medios;
se también ley y sistema legal: y desobe­ poder; vs. influencia: 536-537, 567, 569,
diencia civil; legitimidad y legitimación 588; y la ley de hierro de la oligarquía: 621;
de la desobediencia civil; derechos y deso­ y los sistemas de dirección: 530-531
bediencia civil; y la economía: 676, 679- discurso: 537; institucionalización del: 439-
680n80; y la ética del discurso: 405, 442; 440; motivación para el: 434-436; y la acu­
y la teoría demócrata-liberal contempo­ sación de autoritarismo en la ética del dis­
ránea: 640-660; y la teoría democrática: curso: 409, 414, 417-419; y universalidad
640, 660-673 de la ética del discurso: 430; v é a s e t a m ­
despolitización: 49, 96, 97, 203, 306, 502; bién comunicación; acción comunicativa;
Arendt, su concepto de la: 219, 220-221, expresión o habla pública
223, 228, 235; Schmitt, su concepto de la: discurso, ética del: 40, 672; como una teoría
273,275,276,277; véase también apatía; co­ m oral general: 467-468n27; como una
lonización; sociedad de masas y cultura teoría de la legitim idad democrática:
desregulación y el Estado benefactor: 33 467n21; dificultad con la teoría de la: 396-
Devlin, Lord: 658 397; déficit institucional de la: 456, 589,
Dewes, Peter: 327 590; dominio objeto de la: 397-407; Inter­
dicotomía Estado-sociedad; Arendt, concep­ pretaciones opuestas de la: 470n60; y de­
to de la: 244-245; inferioridad como mo­ rechos: 473n 104; véase también derechos;
delo para la sociedad civil: 478-479, 484, y universalidad: 429-433; y la acusación
515, 516; Luhmann, concepto de la: 332- de autoritarismo: 409-422; y la buena vi­
333; Schmitt y Koselleck, concepto de la: da: 436; y modernidad: 472n85; v é a s e t a m ­
248; véase también modelo tripartito; y bién modernidad y modernización; y mo­
dualidad sistema/mundo de kynda: 481 tivación: 239-242; y la sociedad civil: 456-
dictaduras, véase autoritarismo; totalitarismo 465; y la democratización: 460-465; y el
diferenciación: 38, 84, 90, 100, 117-118, 162, formalismo excesivo: 429
175, 188, 190, 203, 204, 487, 557; Arendt, domesticidad, culto de la: 604
su concepto de la: 217, 227, 229, 233; dominación; en-la esfera pública: 262, 266;
Luhmann, su concepto de la: 246,254-258, Foucault, concepto de la: 298-310,319,370;
370-381,477, 479; Marx, su concepto de la: masculina: 595, 600-603, 605, 611; y la ac­
21 On 101; Parsons, su concepto de la: 156, ción colectiva postindustrial: 577-581,582,
160, 163, 167-169, 172; véase también des­ 587-588; v é a s e autoritarismo; colonización;
diferenciación; mediación; autolim ita­ tecnologías disciplinarlas; totalitarismo
ción; integración social; solidaridad; y el dualización: 115-116
análisis de Foucault: 260, 326; y el argu­ Durkheim, Emile: 128,389,513; y larepresenta­
mento de la fusión en el Strukturwandel ción funcional: 198, 200, 461; y la solidari­
de Habermas: 209-211; y el mundo de la dad: 424; y Parsons: 156,164,351,376,587
vida; 425; y la esfera pública; 259, 261, Dworkin, Ronald: 491; y la desobediencia ci­
264, 267, 270; y la ética del ilicurso: 456- vil: 640-643, 648-660, 665, 669-670
465; y la utopia de la sociedad civil; 504,
50B; y sociedad civil y el mundo da la vida: economía, véase sociedad económica
478-487, 488-489 economistas ofertlstas: 33
688 In d i c e a n a l ít ic o

efecto de alivio: 603 estabilidad: económica: 30; gobierno: 24, 25,


ejecutiva, rama: 275-277 91
ejes sociales de Touraine; diacrónicos: 576, Estado; Arendt, concepto del: 219, 230-231;
579, 581, 582; sincrónicos: 576, 579, 581, Foucault, concepto del: 322-325; interven­
583 ción del: 277-280, 282; véase también esta­
elecciones: 24, 75, 369, 374, 512; y acción tismo; Estado benefactor; moderno, ascen-
colectiva: 565; véase también consenso; sb del: 116-117; véase también Estado
influencia; voto absolutista; fusión del Estado y de la socie­
élites: 53, 196, 202; como actores sociales: dad; dicotomía Estado-sociedad; estatismo
565, 569, 570, 575, 580, 671; en Europa Estado absolutista: 121, 153, 155, 220, 228,
oriental: 87-90; en el esquema de Hegel: 245, 280; en los inicios de la historia con­
138-140; en América Latina: 76-77, 89-90; ceptual moderna: 115-116; Foucault, y su
en el esquema de Parsons: 158-168; véa­ concepto del: 302, 314-315; Habermas,
se también autoritarismo; modelo de élite concepto del: 256-257; Koselleck, concep­
de la democracia to del: 248-250
enfoque del actor-racional; 561 Estado benefactor: 30, 33, 42, 280, 286, 287,
enfoque organizativo-empresarial: 561 298, 382; "para personas fracasadas”: 631
Engels, Federico: 174 nl03; ambigüedad del, respecto a la liber­
Enmienda de los derechos iguales y derechos tad: 441; anticipación por Hegel del: 134,
iguales: 611, 618, 633-634nl26; política 143; Arendt, concepto del: 222-223, 226;
de: 634, 635nl41 continuación reflexiva del: 44, 520; crítica
escritores de la oposición democrática pola­ del: 516-520; defensa del, vs. el antiesta­
ca; véase también Polonia tismo neoconservador: 30-34; democráti­
esfera privada; 37, 190, 328, 391, 397, 457; co: 496, 498-499; Foucault, concepto del:
Arendt, concepto de la: 215-220,222,225- 324; Habermas, concepto del: 287-288; Par­
227, 231, 232, 234-245, 284-285, 238nl9; sons, concepto de: 156,167,171, 172, 173,
fusión con la esfera pública: 284-285; 495; promesa de: 477-478; tipo occidental,
Hegel, concepto de: 125, 140-141; y m un­ como una opción en Oriente: 540-541; véa­
do de la vida: 484-486; véase también se también Estado: intervencionismo; es­
mundo de la vida; y esfera pública políti­ tatismo; y el consumismo: 502; y la críti­
ca y literaria: 252-257, 259, 261,263-266; ca feminista: 604-609; y la ideología de la
y el dominio objeto de la ética del discur­ Segunda Izquierda en Francia: 63, 65-67
so: 404-406; véase también autonomía; ca­ Estado constitucional democrático:496-497;
pitalism o; fam ilia; libertad negativa; véase también constituciones y constitu­
mundo de la vida; principios morales; cionalismo
propiedad; esfera pública; derechos estados, Asamblea de los: 245; véase también
esfera pública: 318, 328, 357, 395-396, 439; estados, parlamentarismo
Arendt, teoría de la: 216-218, 221-223, estados (Stande): 127-128,248; feudales: 115;
226-227, 231, 232, 234-245, 252, 663; de la universal: 131; véase también asociacio­
literaria a la política (Habermas): 250-270, nes voluntarias; corporación, teoría de
282-283; en el esquema de Foucault: 342- Hegel de la; parlamentarismo; y der bür-
343nll7; en el esquema de Hegel: 125, gerlicher Stand: 119
140-141; Habermas, concepto de la: 252- estatismo: 25, 33, 46, 47, 64, 67, 121, 203,
270, 279-288; modelo inglés de la, políti­ 228; en el pensamiento de Gramsci: 185,
ca: 293n40; véase también sociedad econó­ 189; en el pensam iento de Hegel: 130;
mica; mediación; sociedad política; esfera véase también antiestatismo; marxismo y
privada; y el mundo de la vida: 484-486; neomarxismo; sociedad regulada; Esta­
véase también mundo de la vida; y la bi- do; totalitarismo; Estado benefactor
dimensionalidad de la sociedad civil: 511- estratificación social: 127-128, 157,299,330;
516; y la ética del discurso: 457, 458, 463 véase también lucha de clases
esfera pública liberal: 457; orígenes de: 243, ethos: 113, 114, 117, 488-489; en el esquema
251, 361, 463y véase también burguesía y de Hegel: 121, 122, 123, 145n38
lo burgués; esfera pública; y el argumento Europa oriental: 22, 35, 87, 90, 94, 104; a
de la fusión en el Strukturwandel de Ha- finales de los años ochenta: 80-90; com­
bermas: 285, 286, 287; y la esfera públi­ paraciones y problem as en la: 90-102;
ca política y literaria: 257, 258, 262, 267 véase también Checoslovaquia; Alcmanlu
ÍNDICE ANALÍTICO 689

oriental; Hungría; Polonia; y la política concepto de>la: 353-357; Schmitt, concep­


de la sociedad civil: 22, 538-541 to de la: 270-279; y totalitarismo: 486; véa ­
expectativas, normativas y cognitivas: 349, se también colonización; desdiferencia­
350, 376, 378, 381, 382, 490 ción; estatismo; totalitarismo

familia: 116,124,174,200-201,395,462,508, Garton-Ash, Tímothy: 538


605; como una institución central de la Gegensittlichkeit: 129,135; véase ta m b ié n A n -
sociedad civil: 629n81; decadencia de la es­ tisittlichkeit
fera íntima de la: 281-282; desde el pun­ genealogía, de la sociedad civil moderna:
to de vista del sistema al del mundo de la 3 19-326; y modernización: 313-316; como
vida: 511, 512; en el esquema de Arendt: una nueva forma de hacer historia: 339
217-219, 226; en el esquema de HegeL n59; ambigüedades filosóficas y norma­
127, 146-148n48, 175; en la Ilustración: tivas de la: 310-313
145n23; véase también niños; parentesco; género, insensibilidad frente al: 595, 596; co­
■mujeres; y la crítica feminista: 594-60 mo un medio: 595, 602-606
y la esfera pública: 253-254,256, 263-264 gobierno de la mayoría: 30-67,278; y desobe­
fascismo italiano: 278 diencia civil: 643,653-655,656; véase t a m ­
feminismo, y teoría social dual: 594-609; véase bién consenso; democracia
también movimiento feminista; mujeres Gorz, André: 43, 65, 525-528; F a rew ell to th e
Ferguson, Adam: 119, 121 Working Class: 96
Fichte, Johann Gottlieb: 120 Gramsci, Antonio: 143, 144, 287; C u a d e rn o s
"forma de vida’’: 436 de la cárcel: 194-195; dos conceptos del
formalismo excesivo y la ética del discurso, Estado de: 207-208n78; estructura con­
véase también procedimientos y procesa- ceptual de tres partes: 98, 174, 210nl07¡
lismo sucesores de: 189-204; y cinco fases de
Foucault, Michel: 203, 476, 503, 565-566, relación entre el Estado y la sociedad ci­
587; como anarquista: 494, 514; Discipli­ vil: 178-179; y la idea de la sociedad civil
ne and Punish: 494, 514; Power/Knowled- socialista: 174, 189; y la revolución pro­
ge: 307; The History o f sexuality: 307, 308; letaria: 208-209n82; y la tradición alema­
The Order o f Things: 310; y Arendt: 222, na: 92, 99, 287, 356, 476, 479; y Parsons:
396; y el lado negativo de la sociedad ci­ 456, 476, 477, 479, 480
vil: 500, 503, 516; véase también genealo­ "gran rechazo”: 520
gía; y la crítica genealógica de la socie­ Gravina, Gian Vincenzo: 117
dad civil: 298-336; y la pérdida de lo so­ guerra de los dioses: 413, 419
cial: 326-336; y Marx: 310, 337n2 Guizot, Franfois-Pierre-Guillaume: 247
Francia: 22, 155, 251, 257, 258; ideología de
la Segunda Izquierda en: 60-65, 103nl7, Habermas, Jürgen: 203, 216, 251, 345, 346,
516; Ilustración en: 120; y lacu jtu ra po­ 353, 361, 476, 663; acerca de la ley y la
lítica estatista jacobina: 103, l04nl8 regulación: 532, 535, 536-537; fusión de
Francfort, Escuela de: 92, 252, 331; tesis de la sociedad civil y el Estado en el S t r u k ­
la unidimensionalidad: 456,477,486,509, turwandel de: 299, 303; L e g itim a r o n C ri­
511, 589; y el argumento de la fusión en sis: 500, 504, 535; S t r u k t u r w a n d e l d e r
el Strukturwandel de Habermas: 279,283, Offentlichkeit: 249-291,453,463,480,484;
. 285, 287 T he T heory o f C o m m u n ic a tiv e A c tio n : 433,
Fraser, Nancy: 530; crítica de la teoría social 515, 583-584; y el déficit institucional de
dual por: 594, 609 la ¿tica del discurso: 436-456; y el domi­
francesa, Revolución; véase Revolución fran­ nio objeto de la ética del discurso; 397-
cesa 409; y el Estado benefactor: 542,517-522;
funclonalista reduccionismo: 21, 189, 190, y el movimiento feminista: 312,317,593-
191,478,479 615; y el mundo de la vida: 477,514,523-
fundamentalismo: 43,44,102,456, 506,516, 525, 529-531, 605; véa se ta m b ié n mundo
620, 636; en el esquema deParsons: 157, de la vida; y Foucault: 298-299; y Hegel:
158, 168; v éa se ta m b ié n democracia di­ 128; y Koselleck: 216, 253, 256, 257; y la
recta; democracia radical acusación de autoritarismo: 409-422;y la
fusión del Estado y de la sociedad; Haber- defensa del mundo do la vida: 323-I23;
mas, concepto de la; 279-291; Luhmann, v é a te ta m b ié n mundo de la vida; y la das-
690 ÍNDICE ANALÍTICO

obediencia civil: 668, 672; y la esfera pú­ 574, 575-576, 583; política de: 566-567,
blica: 251-270, 356-370, 463; véase tam­ 572, 588, 619; y razón práctica: 470n58;
bién esfera pública; y la ética del discur­ véase también identidad colectiva; indi­
so y la buena vida: 422-436; y la teoría de vidualismo e individualidad
la ética del discurso: 40; y la teoría de los identidad colectiva: 229, 333, 573, 576; Ha-
movimientos sociales: 586-594; y Luh- bermas, su concepto de la: 416-417, 420-
mann: 353, 361; y Schmitt: 243, 251,253- 422/425, 426,430,431, 433; véase acción
254, 256 colectiva; voluntad colectiva; colectividad;
habla o expresión, situación ideal: 398, 409, solidaridad
432, 453 identidad común; véase identidad colectiva
hablar o expresarse en público: 216,286,287, identidad, paradigma orientado a la: 557,618
664; como desobediencia: 645 , véase tam­ ideología: 255, 266, 276, 304, 359, 476, 509
bién comunicación; comunicativa; discur­ ideológicos, aparatos estatales: 190, 191,192
so; opinión pública igualdad, sustantiva: 505
Hart, H. L. A.: 487, 491, 650 ilegalidad: 316, 317, 319, 321; véase también
Hegel, G. W, F.: 45, 114, 174, 192, 203, 222, crimen; ley y sistema legal
476, 479; y la ética del discurso: 455-456, Ilting, Karl-Heinz: 140-141, 142
457, 459; y la fusión de la sociedad civil Ilustración: 314, 361, 439; dialéctica de la:
con el Estado: 273,286; y la integración de 453; escocesa: 120; Habermas, concepto
la sociedad civil mediante el Estado: 120; de la: 253, 255, 259; hipocresía de la
y Luhmann: 354; y Parsons: 154, 159, 165, antipolítica en la: 250-251, 253, 255, 258;
174; y la esfera pública: 244-245, 247, 248, Koselleck, concepto de la: 248-250, 253,
251, 254, 260, 264; Rechtsphilosophie (Fi­ 255, 256, 257; sociedad: 115-120, 121
losofía del derecho): 122, 177; y la inte­ imperativo categórico: 138
gración social por medio de la sociedad inclusión, política de: 588, 619; y el aborto:
civil: 529; síntesis de la sociedad civil: 120- 615
130; y la teoría de la sociedad civil: 454-456 individualismo e individualidad: 21, 29, 64,
hegemonía y contrahegemonía: 180-181,182, 217, 424-429; Arendt concepto de: 217;
183, 190, 191, 192-193, 195, 480; véase el concepto de Foucault de: 314, 326,329;
también dominación Hegel, concepto de: 126; posesiva: 41-42;
Heiman, G.: 136 véase también autonom ía; ciudadanía;
Heller, Agnes: 416 homme, liberalismo; neoconservaduris-
hermenéutica: 558 mo; -propiedad; derechos; alma; y la éti­
hermenéutica, falacia: 544 ca del discurso: 424, 429
Hobbes, Thomas: 40, 159, 248, 249; Levia- influencia: 265, 536-537; en el esquema de
than: 117 Luhmann: 356, 360, 374; en el esquema
hogar, véase Oikos de Parsons: 164-166, 170, 356, 536-537;
homme (ser humano): 355, 504; y burgués: política de: 567, 569, 572, 588, 593, 612,
259,260,263-264,267,268,282; y citoyen 616, 622, 637-638, 654, 655-656, 669; sin
(ciudadano): 263, 264, 267-268, 269, poder: 223, 248; véase también eleccio­
294n60, 504; véase también autonomía; nes; intereses; opinión pública
ciudadanía; individualismo e individua­ Inglaterra: 155, 258-259, 496; después de la
lidad; alma Revolución gloriosa: 119-120; y las revo­
Honneth, Axel: 324, 479 luciones modernas: 154
Horkheimer, Max: 255, 280, 281, 506 ingobemabilidad: 42-43
humanas, ciencias: 308, 309 ingresos garantizados: 553nl30
humanismo: 310, 334 insum o-producto, relaciones de: 352-355,
Hume, David: 117, 416 484-486
húngara, Revolución 1956:36,85,90,101,102 institucionalización selectiva: 586
Húngaro, Partido Comunista: 86 institucionalizadas, normas: 336, 376, 378
Hungría: 36, 55,82,85-90,101, 102, 538; fra­ integración social: 151; en el esquema de
caso de la conversión en: 108nll7; véase Foucault: 340n65; Hegel, su teoría de la:
también sistema kadarista 127, 134; véase también diferenciación;
mediación; solidaridad
identidad: 422-428; como mediación; 470 intereses: 199, 235, 503, 511, 655; general
n58, 470-47ln60, 471n63; modelo: 573, vs, particular: 409,422,427,470-47ln60;
ÍNDICE ANALÍTICO 691

política de: 224; véase también influen­ 648, 656,658; y teoría democrática y des­
cia; motivación; y fusión de la sociedad obediencia civil: 661, 667-673
civil con el Estado: 273-274, 276; y parti­ legitim idad y legitimación; de asam bleas
dos: 46n8, 46n9, 212nl42 constitutivas: 230; de la desobediencia
intermediaciones culturales: 36 civil: 637-639, 641, 658, 660; véase t a m ­
íntima, esfera, véase familia; esfera privada bién desobediencia civil; de la domina­
inversionistas: 448n36, 551nl04 ción: 409; véase también dominación; de
isonomia: 217, 472, 472n88 la ley: 651-653; véase también ley y siste­
Italia: 175-176, 183 ma legal; de los valores sociales: 159; Fou­
cault, concepto de: 303, 307, 319, 326;
Jenkins, J. Craig y Craig M. Eckert: 569, 571 Luhm ann, concepto de: 351, 369-371,
Jenson, Jane: 613 375, 382; véase también consenso; consti­
jueces: 381-383, 391nl51, 492, 650 tución y constitucionalismo; contratos y
justicia: 27-28, 129; dos principios de: 675 contractualismo; democracia; legitim i­
n25; véase también ley y sistema legal; de­ dad democrática, principio de; gobierno
rechos; y desobediencia civil: 641, 660; y de la mayoría; teoría del contrato social;
la ética del discurso: 428-429 y consentimiento: 227; véase t a m b i é n con­
sentimiento; y la esfera pública liberal;
kadarista, sistema: 82, 83, 85 286, 287, 290-291; véase t a m b i é n esfera
Kant, Immanuel: 433, 440,444,457, 489; co­ pública; y neoconservadurismo: 66; y re­
mo un precursor ilustrado de Hegel: 118, gímenes autoritarios: 32, 33, 74, 77, 277;
119, 120, 121, 409; y el imperativo cate­ véase también autoritarismo
górico: 399, 400, 429 leninista, avant-gardism: 505
Karlsbad, decretos de: 142 Ley de Derechos (Estados Unidos); 119, 66S
keynesiana, doctrina económica: 30, 63, 64, ley de hierro de la oligarquía (Mlchels): 525,
520 617, 620-621
Kirchheimer, Otto: 280, 282, 283 ley y sistema legal: 83, 85,187, 188,244,245,
Kis, János: 86, 99 290,295,412,493; absolutista: 496; Arendt,
Kohlberg, Lawrence: 424, 491 concepción de: 228,230-231; civil y públi­
Kornai, János: 519, 540 ca: 483-484; como ethos: 113; v é a s e ta m ­
Koselleck, Reinhart: 203,216,345; Kritik und bién ethos; como medio e institución; 514-
Krise: 248-251; y los orígenes de la esfera 515, 606; etapas de: 490-491; Foucault,
pública liberal: 248-251, 253, 256, 258, concepto de: 301 -307, 316 , 318, 321, 326,
264 327, 336; Hegel, concepto de: 128, 140;
Kószeg, F.: 76 Kant, concepto de: 119; legitimidad da:
Kuron, Jacek: 55, 93, 96 651 -653; Luhmann, concepto de; 347,348,
373-383; Montesquieu, concepto de: 117;
Lefort, Claude: 62, 451 wj<e* natural: 118; obligación a obedecer; 641,
, legislación laboral: 665 643, 649-650; Parsons, concepto de: 154,
legislatura, véase también ley y sistema le­ 171, 174, 207n68, 207n69, 490; penetra­
gal; parlamentarismo ción del mundo de la vida en la; 490; pers­
legitimidad democrática, principio de, y es­ pectivas del observador y del participan­
fera pública burguesa: 473n94; como un te de la: 391,650-653; poniendo a prueba
^ principio organizativo: 647n22; véase la validez de la: 650-653; positiva; 490-
también democracia; legitimidad y legiti­ 493; reflexiva, y regulación posregulato-
mación; y acusación de autoritarism o ria: 531-537; v é a s e t a m b i é n Justicia; noi^
contra la ética del discurso: 279, 419,420; mas; parlamentarismo; procedimientos y
y el déficit institucional de la ética del procesallsmo; derechos; v é a s e t a m b i é n
discurso: 436-440, 442, 445-456; y el do­ principios morales; y desobediencia ci­
minio objeto de la ética del discurso: 397- vil: 636, 660; y la ética del discurso: 459-
409; y justicia: 47n23; y la ética del dis­ 460; y teoría moral: 491-492
curso y la sociedad civil: ^57, 461, 463, liberal, democracia: 100, 101, 360, 374; en
464; y la utopia de la sociedad civil; 506; América Latina: 91; en el esquema de An-
y las dos dimensiones Institucionales de derson: 191, 194; en el esquema de Bob-
la sociedad civil: 511; y teoría demócra­ blo: 195,196,200; Offe, orillos del 61-70;
ta-liberal y desobediencia civil: 541,647- Schimtt, concepto de le: 27J-J79| vdaie
692 ÍNDICE ANALÍTICO

también democracia; liberalismo; y conti­ estratificación social; clase trabajadora y


nuación reflexiva del Estado benefactor; movimiento de los trabajadores
520-522; y la desobediencia civil: 640-660: Luhmann, Niklas: 120, 164, 203, 204, 477,
y la sociedad civil: 510, 513, 522 498; y el Estado benefactor: 518; y Fou­
liberalismo: 97,101, 176, 216,245; ambigüe­ cault: 298-299, 308; y la crítica de la teo-
dad del: 478-479; neoliberalismo: 58, 65, ría(de sistemas: 345-383; y la diferencia­
273, 539, 550n94; Offe, crítica del: 68-70; ción de la sociedad: 477, 478, 479, 484,
orientado a los derechos: 23, 27-28, 247- 485; y la doble dimensionalidad institu­
248, 252, 373; reduccionismo del: 479; cional de la sociedad civil existente: 510-
Schm itt, concepto del: 272-279; véase 511, 512, 514, 515; y la ética del discur­
también liberal, democracia; esfera públi­ so: 401, 403; y la sociedad civil tradicio­
ca liberal; y democracia de élite: 104n41; nal: 487, 490-491, 492, 493, 495
véase también modelo de élite de la demo­ Lukács, Georg: 93, 454, 501, 505, 510
cracia; élites; y democracia: 395; y des­
obediencia civil: 673; y el Estado benefac­ Macpherson, C. B.: 68
tor: 517-518,520-521,540-541; véase tam­ McCarthy, JohnD .y MayerN. Zald: 561, 562,
bién Estado benefactor; y la esfera pública: 569, 571
260,265, 269; véase también esfera públi­ Magno, Alberto: 175
ca; y libertad negativa: 140-141; véase m andato imperativo: 138
también libertad negativa; y neutralidad: mandatos, obligatorios: 197
39, 72; véase también neutralidad y neu­ manifestaciones: 565; de masas de finales de
tralización; y republicanismo: 228; véase los sesenta: 666
también republicanismo manipulación: 139, 347, 364-365
liberalismo orientado a los derechos: 27-30; Marcuse, Herbert: 65, 331, 505, 509
véase también liberalismo; derechos; vs. Marshall, T. H.: 31, 142, 370, 499
comunitarismo: 27; véase también comu- Marx, Carlos: 192, 396, 587; “Zur Judenfra-
nitarismo ge”: 186; El capital: 525; véase también
liberalización: 70-71 marxismo y neomarxismo; y Arendt: 215,
libertad [freedom]: 27,28,47,74,161; Arendt, 222, 231; y el argumento de la fusión en
concepto de la: 217-218, 227, 232-233, el Strukturwandel de Habermas: 280,285;
252; Foucault, concepto de la: 306-307, y Foucault: 299, 310, 326, 330, 335; y
310, 311, 312, 313, 327, 333; Hegel, con­ Gramsci: 174, 175, 176, 177, 183, 187,
cepto de la: 120, 122; Ilustración y la: 240; 189; y Hegel: 130, 131; y la esfera públi­
Luhmann, concepto de la: 371-372, 373; ca: 255, 260, 264; y la ética del discurso:
y el neoconservadurismo: 66; y el Estado 456, 458, 459; y la utopía de la sociedad
benefactor: 441; véase también ley y sis­ civil: 504
tema legal; libertad negativa; derechos marxismo y neomarxismo: 21, 120,156, 190,
libertad negativa: 28, 29, 36, 40, 161, 307; en 219; crisis del: 91-92, 637; en el esquema
el esquema de Arendt: 221, 233; en el es­ de Luhmann: 350, 353, 355; tradición del
quema de Parsons: 161; en Filosofía del occidental: 505; véase también Marx, Car­
derecho de Hegel: 140-142; utopía fallida los; y el argumento de la fusión: 214, 280,
de la: 505; véase también autonomía; liber­ 290; y Europa oriental: 96, 97; y la crítica
tad [freedom]; liberalismo; esfera priva­ de los derechos: 494; y la esfera pública:
da; propiedad; derechos; y autonomía: 251, 254, 256, 267, 270, 273; y la idea de
445, 448; véase también autonomía; y la Gramsci de la sociedad socialista: 174,
sociedad civil diferenciada: 455, 672; y los 176, 180, 181, 184, 187; y la obra de Ha-
derechos de participación: 286-288, 474 bermas: 440, 454, 455, 456; y la repre­
n i 13 sión sexual: 322; y los Verdes de la Alema­
libertad positiva: 140-141 nia occidental: 67, 68, 69; y una sociedad
limitaciones presupuestarias, rígidas-flexi- económica que lo abarca todo: 478-479
bles: 518-519 masónica, logia: 248
lingüísticos, códigos: 597 materialismo histórico: 176, 183
Locke, John: 117-118, 119, 227, 666 mediación: 125, 303; Arendt, crítica de: 234,
Lowenthal, Leo: 283 243; e identidad común: 420-421; Luh­
lucha de clases: 177,191,301 -302; véase mar­ mann, concepto de la: 363-364, 374, 380;
xismo y neomarxismo; reforma; revolución, política: 100,111; v é a s e t a m b i é n dlferen-
ÍNDICE ANALÍTICO 693

ciación; mundo de vida; integración so­ 260; y la tradición en la sociedad civil:


cial; parlamentarismo; movimientos so­ 174, 487-495
ciales; solidaridad; y el argumento de la Montesquieu, Charles-Louis de Secondat:
fusión en el Strukturwandel de Habermas: 117, 118, 119, 120
283, 285, 288; y el mundo de la vida: 484, moralidad: 28-29, 162, 459; Habermas, con­
486; y el retorno a la política de la socie­ cepto de la: 420, 425; Hegel, concepto de
dad civil: 528-531; y la esfera pública; 252, la: 123-124; Koselleck, concepto de la:
253-257, 263, 265, 276,458-459; y los orí­ 248-249; Luhmann, concepto de la: 348-
genes de la esfera pública liberal: 245-248 349, 351; véase también ethos; derechos;
medios: 510, 523; dirección: 481, 547, 596, y desobediencia civil: 642-643, 650, 651,
602; véase también comunicación; medios 652, 654, 659; véase también desobedien­
de masas; mediación; dinero y poder cia civil; y el discurso: 469n31; véase tam­
medios de masas: 169, 170, 283, 284, 511, bién discurso
512-513; véase también comunicaciones motín y revuelta: 317
de masas; sociedad y cultura de masas; motivación: 236, 481; en el esquema de Luh­
opinión pública mann: 351, 357, 369, 423; en el esquema
Merleau-Ponty, Maurice: 454 de Parsons: 159, 170; véase también Inte­
metanorma: 397, 398, 406 reses; y ética del discurso: 434-436
Michels, Roberto: 197-198, 525, véase tam­ movimiento antinuclear: 651, 656-657
bién ley de hierro de la oligarquía movimiento contra la guerra de Vietnamí
Michnik, Adam: 13 656, 667-678n60
Mili, John Stuart: 269, 270, 445 movimiento de Derechos Civiles: 570, 571,
modelo de élite de la democracia: 22, 38-39, 651
169,228,498; y Bobbio: 199,202,308; y des­ movimiento feminista: 571, 591; cinco tipos
obediencia civil: 637, 660; véase también de grupos en el: 633nl22; controversia
desobediencia civil; y democratización de dentro del: 646n4; en Francia: 613-614,
la sociedad civil: 649n51; y la ética del la ram a antigua del: 611-612; la rama Jo­
discurso: 437,440; y Luhmann: 511-512; ven del: 611; véase también feminismo; y
vs. el modelo participativo: 23-27, 80, el modelo del ciclo de vida: 617-618; y la
646nl2; véase también democracia; élites difusión de la conciencia feminista: 612;
modelo de etapas de la acción colectiva, véase y la interpretación posconvendonal del
modelo del ciclo de vida género: 635nl48
modelo de identidad pura, véase modelo de movimientos sociales: 58, 62, 64, 70-71, 74,
identidad 95-98, 99; Arendt, concepto de los: 234,
modelo de tres partes: 484, 496, 104n44; su­ 235-236; autolimitación de los: 34-35; Bo­
perioridad sobre el modelo dicótomo: 456, bbio, concepto de los: 202, 203; contem­
515; véase también dicotomía Estado-so­ poráneos, y la teoría social dual: 585-594;
ciedad; y el argumento de la fusión: 477, contemporáneos, y los nuevos paradig­
479-481 mas teóricos: 543-547; criterios para el
modelo del ciclo de vida: 364, 615-622 éxito de los: 619-622,625-626n28; dos am­
modelo estratégico-instrumental: 618 bigüedades cruciales de los: 53-54; Grams­
modelo estructural-funcíonalísta de la con­ ci, concepto de los: 178; Habermas, con­
ducta colectiva: 558 cepto de los: 440,442; ideólogos de los: 345-
modernidad y modernización: 45, 53, 164; 346; orientados norm ativam ente; 583;
cultural: 500-501, 586, 593, 548n68; del Parsons, concepto de los: 157-158, 170;
mundo de la vida: 510; en el esquema de particularismo de los: 108-109nl20, 590,
Arendt: 215,216, 219; en el esquema de He­ 591,592,609; véase también identidad co­
gel: 121; explicación genealógica de la: lectiva; véase también asociaciones volun­
313-326; lado negativo de la: 501, 502; tarias; mundo de la vida; esfera pública;
véase también diferenciación; y diferen­ teoría social dual; solidaridad; y el nuevo
ciación: 154, 188, 277; y división entre paradigma de los movimientos sociales;
moralidad y legalidad: 408; y dominación: 573-585; y el paradigma de la movilisa-
299; y el déficit institucional de la ética ción de recursos: 561, 572; y Europa
del discurso: 440-451; y el trabajo migra­ oriental a finales de loe ailos ochenta; II-
torio: 599; y la acción colectiva: 563-568; 84, 86, 89; y Foucault: 334-135,116; y la
y la esfera pública: 247, 249, 252, 254, desobediencia civil: 637-6301 y la lóele-
694 ÍNDICE ANALÍTICO

dad económica y política: 95-98; y los Ver­ Nisbet, Robert Alexander: 314; In Search o f
des de Alemania occidental: 66, 67-70 Community: 495
movimientos sociales, organizaciones (OMS): normas; diferenciadas de los hechos: 490;
568, 569, 570; y el movimiento de los de­ Luhmann, concepto de las: 375-383, 390-
rechos civiles: 625n25 391nl32; H aberm as, concepto de las:
movilización de masas: 71-72, 73 397-409, 411-422, 426, 427, 433
movilización y desmovilización, véase tam­ Nueva Izquierda: 168, 568, 588, 613
bién movimientos sociales nueva ley de los pobres: 258
mujeres: 261,263; Arendt, en el esquema de: nuevo evolucionismo: 25, 57, 58, 85, 87
239n46,240-241n50,241; subyugación de nuevo paradigma de los movimientos socia­
las: 241n56, 293n33, 294-295, 547n58; les: 560, 572, 586
véase también dominación: masculina; véa­
se también familia; feminismo; movimien­ objeción de conciencia: 405, 429, 650-653,
to feminista 663-664
multitud: 546-548 objetivista, falacia: 557-558
mundo de la vida: 425, 427, 436, 487; com­ O’Donnell, Guillermo: 13, 80, 97, 98,
ponentes estructurales del: 482-483, 488- Offe, Claus: 96, 98, 107, 353, 486, 517, 670; y
489, 545n24; cuatro etapas del, en rela­ el argumento de la fusión en el Struktur-
ción con el Estado y la economía: 495- wandel de Habermas: 280, 281; y el pro­
500; diferenciado del sistema: 419, 477, yecto de separar a la libertad de la necesi­
480-481,488,502,531,583, 587,592,595, dad: 527-528; y los Verdes de la Alemania
599, 600-601, 605-606; en el esquema de occidental: 66, 68, 70
Luhmann: 390nl25; penetración en las oikos: 114,215,218;polis, dualidad: 218,254;
instituciones legales del: 490-493; racio­ véase también familia, esfera privada
nalización del: 488-490, 493, 501, 504, Olson, Mancur: 561
510, 586; y acción comunicativa: 470n56; opinión pública: 569; Arendt, concepto de
véase también acción comunicativa, de­ la: 221,222, 224-225; Habermas, concep­
fensa del: 523-525; y la regulación: 535- to de la: 260-261,267,269; Hegel, concep­
537; y la utopía de la sociedad civil: 504, to de la: 124, 128-129, 150nl21; Luh­
506, 507; y los derechos: 493-495; y re­ mann, concepto de la: 347, 360, 362-365,
construyendo a la sociedad civil: 476,515; 366, 368; Schmitt, concepto de la: 246-
y sociedad civil y diferenciación de la 247; véase también comunicación; acción
sociedad: 478-487 comunicativa; comunicaciones de masas;
movimientos sociales; habla o expresión
nación-Estado: 160, 238-239n21 pública; y el dominio objeto de la ética
nacional socialismo: 278 del discurso: 405-406; y la desobediencia
natural, deber: 644 civil: 646-647,652,653,656, 658-660,665,
naturalista, falacia: 414 668, 672; y la fusión del Estado y de la
necesidades, véase también sistema de nece­ sociedad civil: 267, 269, 271, 284, 288
sidades
negros estadunidenses: 167; véase también Paine, Thomas, El sentido común: 92, 118
movimiento de derechos civiles Panopticon (Bentham): 319, 328
neoconservadurismo: 23, 32, 34, 42, 43, 65, paradigma de la movilización de recursos:
68, 92, 550n94; vs. la defensa del Estado 557, 560, 561,572,583, 585, 610, 620; va­
de bienestar: 30-34,517,520-521; y los mo­ riables “objetivas" en el: 561
vimientos sociales: 623nl parentesco: 153, 169, 347; véase también fa­
neocorporativismo: 68-69 milia
Neumann, Franz: 287 parlamentarismo: 88, 90, 101, 178, 225, 235,
neutralidad y neutralización: 28, 40, 502, 458; Ánderson, concepto del: 191, 194;
518; Luhmann, concepto de la: 355, 361- Bobbio, concepto del: 196,198; Foucault,
362, 364, 371, 373; véase también despo­ concepto del: 303, 319, 333; Habermas,
litización; y la tesis de los derechos: concepto del: 252,257-258, 261,282-283,
49n55, 49n58 285, 455; Luhmann, concepto del: 361,
Nietzsche, Friedrich: 489 365,369,380,511; Schmitt, concepto del:
niños: 264, 605; y la crianza de niños: 594- 243, 248, 271, 275, 277-279; v é a s t t a m ­
598, 628n71 b ié n corporación; democracia; aiamblea
ÍNDICE ANALÍTICO 695
de los estados; estados; partidos políti­ lítica; y ef dominio de los hombres: 594,
cos; y la desobediencia civil: 647,661,667 600-602; y la acción colectiva: 566; y la
Parsons, Talcott: 204,206,308,369, 380,456, teoría de la organización moderna: 543n2;
536-537, 584, 587; véase también comu­ y los derechos: 496; véase también derechos;
nidad societal; y diferenciación: 479,480, y regulación: 534-535
481, 482, 485, 500; y Foucault: 308, 329; polaca, oposición democrática: 54-59; véase
y Luhmann: 346, 374, 376, 379, 388; y so­ también Polonia
ciedad civil: 172 polaca, Solidaridad: 36; a finales de los aflos
participación, véase dem ocracia; libertad ochenta: 80, 81, 84, 101; y el movimiento
[freedom]; libertad negativa; esfera públi­ sindical: 103nl6, 107nl 13; y la oposición
ca: derechos democrática polaca: 55-59
partidos políticos; Arendt, concepto de los: 225- Polányi, Karl: 53, 76, 155, 156, 497, 539; La
226,234; Bobbio, concepto de los: 199,203; gran transformación: 495; y la diferencia­
en Europa oriental: 89-90; Gramsci, concep­ ción de la sociedad: 478, 479, 480, 485
to de los: 181, 182; Habermas, concepto polarización: 88, 99
de los: 288-289,511,512; Luhmann, concep­ policía: 132-133, 135-136, 137, 141,322-323,
to de los: 357, 359, 360, 366, 367; que dan 328
cabida a todos: 32,46n8 278,279,283,512; pcdis: 27, 115, 216, 217, 347, 661; noción res­
Schmitt, concepto de los: 274, 277, 278, trictiva de la ciudadanía en la: 144n4;
279, 283; véase también asociaciones vo­ oikos, dualidad: 114, 218, 254
luntarias; elecciones; parlamentarismo; política, estructura de oportunidad: 610, 625,
movimientos sociales; y sociedad civil en 626n28; en Noruega y Suecia: 632nl 16
transición de una dictadura: 75-80 política, sociedad: 75, 79, 82, 261; Althusser,
patriarcado, véase dominación: hombre; fa­ concepto de la: 189-191; Arendt, concep­
milia; mujeres: subyugación de las to de la: 216, 227; como alternativa a la
Pelczynski, Zbigniew A.: 142 sociedad civil: 98-101; democratización
periodismo, político: 293-294n40 de la: 553nl34; en los inicios de la histo­
persona legal: 326-329 ria conceptual moderna: 113-120; Luh­
personalidad: 482, 487, 490 mann, concepto de la: 347-369; véa se ta m ­
phronesis: 435-436 bién sociedad civil; democracia; sociedad
Pizzorno, Alessandro: 573 económica; mundo de la vida;po/íft7c* k o i-
plataforma del centro: 102 nonia-, esfera pública; movimientos socia­
pluralismo: 21, 30, 37-39, 47, 88, 188, 200; les; y desobediencia civil: 645, 646; y Eu­
Bobbio, concepto del: 200-203; estaduni­ ropa oriental a finales de los aflos ochen­
dense: 168, 169; Foucault, concepto del: ta: 87-89, 93; y la ética del discurso: 496-
411-414,416-417,421; véase también aso­ 462; y la idea de Gramsci de la sociedad
ciaciones voluntarias; democracia; diferen­ civil socialista: 184, 187, 188; y la Ideolo­
ciación; partidos políticos¿jgapvimientos gía de la Segunda Izquierda en Francia;
sociales; y la acusación de autoritarismo 60-61,74; y la teoría de la movilización
contra la ética del discurso; y la crítica de recursos: 571-572
izquierdista: 513-514; y la fusión de la política de influencia, v é a s e t a m b i é n Influen­
sociedad civil y el Estado: 328-329; y la cia
universalidad de la ética del discurso: política de intereses, v é a s e t a m b i é n Interés
430-433 políticas postestatistas: 92, 93
pluralización: 115 p o l i t i k e k o i n o n i a (sociedad polltlca/comunl-
Primera Enmienda: 664, 668 dad): 113,115,119,215,227-228,317-318;
Primera Ley de Reforma: 293-294n40, 258 v é a s e t a m b i é n sociedad política; esfera
p O b e l (la chusma): 131 pública
poder: 23, 116, 117, 132, 155, 187, 190, 195, Polonia: 22,36,72, 538, 539; a finales de los
201; Arendt, concepto del: 216, 227-233, aflos ochenta: 101-102; v éa se ta m b ié n So­
665, 668; como un medio neutral: 518, lidaridad polaca; y la oposición democrá­
521; v é a s e t a m b i é n neutralidad y neutrali­ tica: 55-59
zación; como una relación asimétrica Pollock, Frledrlch: 280
hostil de fuerzas (Foucault): 307-334; mo­ populismo: 71,90, 95, 98, 540
delo jurldlcodel (Foucault): 299,307; véa ­ posmarxismo: 22; véa se ta m b ié n Mará, Caí*
se ta m b ié n dinero y podar; sociedad po­ los; marxismo y noomerxlsmo
696 ÍNDICE ANALÍTICO

posmodemismo, políticas del: 50n65 relaciones públicas como mediación: 283-


prestigio: 602; véase también influencia 284
principios: 491; véase también metanorma; República : 57, 116-117, 228, 261; Christiana:
principios morales; derechos 115
prisión: 313-314, 328 República Democrática Alemana (RDA): 538
procedimientos y procesalismo: 123, 164, republicanismo: 250, 261; Arendt, concepto
533; y la ley: 172-174, 376-383, 650, 653, del: 220, 227, 228, 230, 236; Hegel, con­
669; véase también ley y sistema legal cepto del: 121, 150nl28; véase también
procesos políticos; modelo: 561, 583; versio­ democracia
nes oficial y no oficial (Luhmann): 388n91 resistencia al reclutamiento: 651, 652
profesionalización de los movimientos: 570, resistencias (Foucault): 330-336, 342nl08,
571, 616 342nl09
proletariado, véase clase trabajadora y movi­ restauración: 258
miento de los trabajadores retroalimentación: 363
propaganda: 283; véase también coloniza­ revolución: 55, 56, 62, 78, 87, 506; Arendt,
ción; medios de masas concepto de la: 229, 232, 252; burguesa:
propiedad: 28, 41, 95, 157; derechos de: 256-259; democrática: 155, 161,167, 168,
47n26, 321, 373, 497; véase también esfe­ 219, 333, 370, 478, 506-507; educativa:
ra privada; libertad negativa; derechos; 156-157, 166, 167; en E uropa oriental:
y autonomía social: 112nl45; y autono­ 110nl34, 11 On 135; industrial: 155, 167;
mía: 265, 268, 445; véase también auto­ política, definición de Heller y Fehér de
nomía; y privacidad: 218, 226, 231; véase la: 11 Onl33; tres tipos modernos de: 154-
también esfera privada; y sociedad eco­ 158; vs. la reforma: 62, 91, 93, 96, 108
nómica: 111n 138 ni 18, 455; y la idea de Gramsci de una so­
psicología del desarrollo cognitivo: 497 ciedad civil socialista: 175,189;ylaUnión
psicología social, tradición de la: 558 Soviética: 175
Przeworski, Adam: 520 "revolución autolimitada”: 93, 94
Revolución estadunidense: 221, 231
racionalización; véase mundo de la vida, ra­ Revolución francesa: 220, 221, 224,258,314,
cionalización del 344; véase también Declaración de los De­
radical, democracia, véase democracia radi­ rechos del Hombre y del Ciudadano; reino
cal del terror
radicalismo autolimitado: 93, 556-557 Revolución gloriosa: 119, 258
Rawls, John: 40, 435, 445; y desobediencia Ricardo, David: 118
civil: 640-648, 649, 653, 669 Riedel, Manfred: 345
“receptores": 605, 607 riqueza: 223-224, 226; véase también dinero
Rechtsstaat (Estado constitucional): 162 y poder
Rechtsstaatlichkeit (constitucionalismo): 84,85 Risorgimento: 175, 183
Reed vs. Reed: 612, 633-634nl26 ROAD (Movimiento Cívico-Acción Democrá­
referéndum: 197 tica): 102
reforma: 55, 56, 82, 86; como una crisis de Rocard, grupo: 63
la administración: 520; del Estado bene­ Roe vs. Wade: 612, 633-634nl26
factor: 607-609; Foucault, concepto de la: Rosanvallon, Pierre: 62, 63; y Patrick Viveret:
318-319; políticas de: 588, 619, 637; sin 61, 62
alma: 477, 504; vs. revolución: 54, 62, 91, Rousseau, Jean-Jacques: 14, 118; y Hegel:
93-95,108nl 18,455; y la idea de Gramsci 136; y la democracia radical: 250, 271,
de una sociedad civil socialista: 181-182, 303, 437, 660-662; y legitimación demo­
185, 189; y la nueva evolución: 87; véase crática: 439
también neoevolucionismo
reforma; revolución; estratificación social; salón, sociedad de: 317; Arendt, concepto de
clase trabajadora y el movimiento de los la sociedad de: 219, 223, 224; y la esfera
trabajadores pública: 248,253,255, 256, 264; y las mu­
reificación: 284,509,510,536-537; véase tam­ jeres: 240n47, 240-241 n50, 293n33
bién colonización sanciones: 351, 376, 378, 481
reino del terror: 184, 256; véase también Re­ Schmitt, Cari: 203, 209, 476; y el argumento
volución francesa de la fusión en el S tr u k t u r w a n d t l de Ha-
ÍNDICE ANALÍTICO 697

bermas: 280, 282-283; y Foucault: 303, gatividad de la..., y pérdida de lo social


325-326; y la fusión de la sociedad civil (Foucault): 326-336; núcleo común de to­
y el Estado: 270, 271,279,477, 478,480; y das las interpretaciones de la: 65; Offe,
ios orígenes de la esfera pública liberal: programa de la: 67-69; política de la: 515-
243-246, 247,250,251,254,256,258,262, 542; reconstrucción de la: 476-515; resur­
270; y Luhmann: 346, 353, 367 gimiento del concepto de la: 23, 34-37;
Schmitter, Phillipe C.: 97, 98 retorno de las mediaciones a 'la política
Schumpeter, Joseph: 23, 358, 359, 369, 434 de la: 528-531; socialista, idea de la (Grams­
Segunda Izquierda francesa: 60-65, 67, 68 ci): 173-180; soluciones duales a la polí­
"sensores”: 523, 529, 533, 537, 588 tica de la: 525-528; tradicional, más allá
servicio público, véase también burocracia y de la: 458-495; utopía de la: 504-509; véa­
burocratización se también sociedad económica; mundo
sexualidad: 89-90,310-311,322-324,331,332 de la vida; sociedad política; esfera pú­
"significado”: 347, 361 blica; movimientos sociales; y el mundo
sindicato cfdt: 62 de la vida y la diferenciación de la socie­
sindicatos: 30, 156, 166, 177, 181, 182, 234, dad: 477-458; véase también diferencia­
236 ción; mundo de la vida; y la acción colec­
sistema/mundo de la vida, distinción, véase tiva: 576, 577-579; y la creación de ins­
mundo de la vida diferenciado del siste­ tituciones libres en Oriente: 538-540; y la
ma ética del discurso: 442-443, 456, 466; y la
sistemas, integración de: 481 integración por medio del Estado, en la
sistema de necesidades: 151, 159-160, 174, síntesis de Hegel: 131-134; y la oposición
178, 245; en el esquema de Hegel: 124 democrática polaca: 50-54; y la política
sistemas, teoría de, y la familia: 597; véase dual: 615-622; y la Segunda Izquierda
también Luhmann, Niklas; y regulación: francesa: 60-61; y la síntesis de Hegel:
535-536, 537 120-130; y la teoría política contemporá­
Sittlichkeit (conducta ética): 121, 127, 174, nea: 37-44
397, 409; y la teoría democrática clásica: sociedad de los Estados Unidos; concepto de
47 Arendt de la: 665-668; concepto de Par­
Smelser, Neil: 157, 559, 583 sons de la: 144, 167-169, 173
Smith, Adam: 119, 126 sociedad económica: 38, 165-168, 219, 231 -
soberanía: 301, 303, 315, 316, 319 232, 396; Habermas, concepto de la: 462-
social, campo (Arendt): 216, 218-236 464; Luhmann, concepto de la: 350-352,
social, ciencia: 338n56, 345-346, 558 354, 356, 373-374, 479; véase también ca­
social, evolución: 419-492 pitalismo; sociedad civil; mundo de la vi­
socialdemócrata, Partido (Alemania): 65 da; sociedad política; esfera pública; y de­
socialismo: 153, 156, 157, 202, 478, 505; Es­ mocratización: 553nl34
tado autoritario: 499; f r a n c é s :! ^ sociedad feudal: 153
üocialstaat (Estado social): 276 sociedad de masas, teorías de la: 558, 623n5
sociedad, véase sociedad de los Estados Uni­ sociedad regulada: 186, 188-189, 195; víase
dos; sociedad civil; sociedad económica; también estatismo; Estado benefactor
mundo de la vida; sociedad de masas y sociedad y cultura de masas: 196,512; Arendt,
cultura; sociedad política; movimientos concepto de la: 215, 221, 226, 235-236;
.sociales; societal, comunidad véase también medios de masas; y el argu­
sociedad civil: 22, 23; dimensiones negati­ mento de la fusión en el Struhturwandel
vas de la: 495-504; doble dimensionalidad de Habermas: 281-283
Institucional de la: 509-515; en la transi­ societal, comunidad: 352, 357,370,482,489;
ción de las dictaduras latinoamericanas: véase también Parsons, Talcott; y la so­
34, 71-72; entre la tradición y la moder- ciedad civil: 154, 155, 158, 173
nldad (Parsons): 145-173; Europa orien­ societas científica: 352
tal y las políticas de la: 22; fusión con el societas civilis: 113, 115, 116, 125
Estado (Schmitt y Habermas): 279-291; solidaridad: 197, 217, 357, 408; como com­
historia conceptual moderna inicial de la: plemento de la Justicia: 425-426; como
113-120; Integración social mediante la, palabra clave para control: 342, 421; «n
•n la síntesis de Hegel: 130; moderna, el esquema de Hegel: 129; en el esquema
genealogía de la (Foucault): 310-326; ne- de Parsons: 152, 157, 158, I64>I6S, 167,
698 ÍNDICE ANALÍTICO

170,171,408; Ilustración: 248,255; supre­ Teubner, G.: 532-535, 537


sión de la: 97, 180; véase también identi­ Tilly, Charles: 581, 583; y el paradigma de la
dad colectiva; identidad; m undo de la movilización de recursos: 561, 562-569,
vida; Solidaridad polaca; y el mundo de 572
vida: 483; y la acción comunicativa: 489- Tilly, Louise, Charles y Richard: 561
490; y la defensa del mundo de la vida: tipos sociales, teoría de los: 581-582
523; y la explicación genealógica de la mo­ Tocqueville, Alexis de: 280, 290, 476, 529; y
dernización: 375-377,319,320; y la identi­ Arendt: 219, 222, 225, 228, 668; y Fou-
dad colectiva: 418, 421; y la ideología de cault: 311, 315; y Gramsci: 177, 188; y
la Segunda Izquierda francesa: 61,63,64; Hegel: 96, 134, 136, 138, 142, 143; y la
y la modernización: 563; y la negatividad democratización de la sociedad civil: 35-
de la sociedad y la pérdida de lo social: 38, 290; y la ideología de la Segunda Iz­
327, 331-333; y la universalidad: 429-434 quierda francesa: 61; y la tradición fran­
sociedad tribal: 153 cesa: 98; y las esferas públicas política y
Sollen y Sein ("deber" y "ser”), tensión en­ literaria: 261, 262, 268, 270; y Parsons:
tre: 122-123, 124, 440, 453 165, 168, 169
Sorel, Georges: 176 Tónnies, Ferdinand: 146, 159, 160
Spaeman, Robert: 409 totalitarismo: 61, 326, 370-371,455; Arendt,
Stande, véase estados concepto del: 221, 226, 236; la idea de
Standestaat; 315, 496; Arendt, concepto del: Gramsci de una sociedad socialista: 178-
219, 220, 228; en la historia conceptual 180, 184, 189; Luhmann, concepto del:
moderna inicial: 115-116, 119; Gramsci, 396; véase también Estado absolutista; au­
concepto de: 177, 178; Hegel, concepto de: toritarismo; estatismo; y el argumento de
139, 140, 143, 145 la fusión: 486; y la oposición democráti­
Staniszkis, Jadwiga: 81 ca polaca: 56, 57, 59
Stepan, Alfred: 99 Touraine, Alan: 538, 588, 593, 609; circula-
supervisión, vigilancia: 322, 326, 328, 333, ridad del modelo de: 579-581; y el nuevo
339n58; véase también Panopticon; visi­ paradigma de los movimientos sociales:
bilidad 573-585
Suprema Corte: 648, 649 trabajo asalariado y hogar: 597-598
trabajo, lugar de: 200, 201, 526
Tarrow, Sidney: 561, 583 trabajo y ética del trabajo: 32, 33, 137, 197-
Taylor, Charles: 122, 224, 423, 428 198; véase también trabajo asalariado y
tecnologías disciplinarias: 308-310, 325 trabajo doméstico; trabajador
teoría crítica: 9 trabajador: 604, 609; libre de la discrimina­
teoría de la acción estratégica: 576, 577 ción según el género: 631nl07
teoría política; debates en la: 11-34; y cien­ tradicionalismo: 41-43; y la sociedad civil:
cia política: 385n38,390nl 21; y defensa del 174, 487-495; véase también liberalismo;
Estado benefactor vs. el antiestatismo neo- modernidad y modernización; neoconser-
conservador: 30-34; y democracia de élite vadurismo
vs. participativa: 25-28; y el liberalismo Trotsky, León: 183
orientado a los derechos vs. el comuni- Tugendhat, Ernst: 412-413, 414, 415
tarista: 28-30; y sociedad civil: 37-44
teoría social dual; alternativa de McCarthy Unger, Roberto M., Law in Modem Society:
a la: 544n4; como innecesariamente de­ 171-174
fensiva: 544n3; crítica feminista de la: Unión Soviética: 22, 352, 359, 360, 500, 538;
593-609; véase también mundo de la vida; em ergencia de las m ediaciones p arla­
y el movimiento feminista: 608-615; y mentarias en la: 109n 121; polarizaciones
movimientos sociales contemporáneos: en la sociedad de la: 107nl09; y Europa
585-594; y sociedad civil: 616-622 oriental a finales de los años ochenta: 81-
teoría totalizadora: 300 83, 84, 87-88, 91; y la idea de Gramsci de
teorías éticas deontológicas: 422-423, 426, la sociedad civil socialista: 175, 179, 181-
427, 439 189
“terapeutización”: 503 universalismo: 380, 425; Habermas, concep­
tesis de la unidimensionalidad: 284,477,489, to del: 399,400,414; Hegel, concepto del:
589, 549n84 121; véase ta m b ié n universalización, prin-
I n d ic e a n a l ít ic o m
cipio de; liberal: 27-29, 39-40; y la ética violencia y represión: 192
del discurso (Habermas): 425, 429-433 Viveret, Patrick, v é a s e Rosanvallon, PÍW TW
universalización, principio de: 400,416,417- voluntad colectiva: 24-25,164, 200, 224| v*H
419, 470-471 n60 s e t a m b i é n identidad colectiva
Uruguay: 75, 78 voto: 24; v é a s e t a m b i é n consenso; elecclonttl
utopías y utopismo: 319, 453, 662; autolimi- gobierno de la mayoría
tadora: 509; burguesa: 255; de Arendt:
548n78; de Gramsci: 186-189; de Haber- Walesa, Lech: 83
mas: 257-260, 290, 398, 434, 455; de los Weber, Max: 324, 354, 403, 437, 489; teiia da
trabajadores: 299, 662; de Polányi: 478; la "guerra de los dioses”: 410; y "la pérdi­
del Estado benefactor: 548n76; democrá­ da de libertad y significado": 500, 501; y
tica excesivamente politizada: 51; liberal: la teoría de la burocracia: 144, 283, 3211
505; socialista: 548n76; totalizadora: 509- y v e r s t e h e n (análisis social-científico): 439
510; y desobediencia cívica: 637-638; y Weffort, Francisco: 72, 98
legitimidad democrática: 453; y plurali­ Weimar: 275, 277-278, 279, 280
dad de democracias: 464-465; y sociedad Wellmer, Albrecht: 410, 413, 465; y la ética
civil: 423, 451, 478, 504-508 del discurso: 448, 456
Westminster, modelo de parlamento: 90
verdad, relatividad de la: 311, 312 William de Moerbeke: 115
Verdes (Alemania occidental): 65-70,516,586 Willke, H.: 535-536, 537
Verfallsgeschichte (historia de decadencia): Wojcicki, K.: 95
252
visibilidad: 321, 327 Zald, 570

w sev
ÍNDICE GENERAL

Prefacio........................................................................................................ 7
La estructura de este lib r o ............................................................. 10

Reconocimientos ....................................................................................... 19

Introducción............................................................................................... 21
Los debates en la teoría política contem poránea...................... 23
D em ocracia elitista vs. dem ocracia participativa, 23; El liberalism o o rien ­
tado a los derechos vs. el com unitarism o, 27; La defensa del E stado bene­
factor vs. el antiestatism o neoconservador, 30
El resurgimiento del concepto de sociedad c iv il........................ 34
La sociedad civil y la teoría política contem poránea............. . 37

Primera Parte
EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL

I. El resurgimiento contemporáneo de la sociedad c i v i l ................. 53


La oposición democrática polaca.................................................. 55
La ideología de la "Segunda Izquierda” en Francia ................. 60
Una teoría para los verdes de Alemania occidental.................... 65
La sociedad civil en la transición latinoamericana de las dicta*
duras a la democratización ...................................................... 70
Retornando a la Europá'oriental de finales de la década de 1980 80
Algunas comparaciones y problemas........................................... 90

II. Historia conceptual y síntesis teórica ......................................... 113


Un bosquejo del inicio de la historia conceptual moderna . . . . 113
La síntesis de Hegel....................................................................... .. 120
Integración por medio del E sta d o ................................................ 130
La integración social por medio de la sociedad civil................. 134

III. Desarrollo teórico en el siglo x x .................................................... 151


Parsons: la sociedad civil, entre la tradición y la modernidad . 152
Gramsci y la idea de la sociedad civil so cia lista ........................ 174
Apéndice sobre los sucesores de Gramsci: Althusser, Anderson
y Bobbio ...................................................................................... 189
701
702 ÍNDICE GENERAL

Segunda Parte
LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL

IV. La crítica normativa: Hannah Arendt . . ....................................... 215

V. La crítica historicista: Cari Schmitt, Reinhart Koselleck y Jürgen


Habermas....................................................................................... 243
Los orígenes de la esfera pública liberal: Cari Schm itt y Rein­
hart K oselleck.............................................................................. 243
De una esfera pública literaria a una esfera pública política: Jür­
gen H ab erm as.............................................................................. 251
La fusión de la sociedad civil y del Estado: Cari S c h m itt......... 270
El argumento de la fusión en el “Strukturwandel” de Habermas . 279

VI. La crítica genealógica: Michel Foucault....................................... 298


Marx, generalizado .......................................................................... 299
La genealogía de la sociedad civil m oderna................................. 310
Las am bigüedades filosóficas y norm ativas de la genealogía, 310; La expli­
cación genealógica de la m odernización, 313
La negatividad de la sociedad civil y la pérdida de lo so cial. . . 326

VIL La crítica de la teoría de sistemas: Niklas L u h m a n n .................... 345

Tercera Parte
LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL

VIII. La ética del discurso y la sociedad c iv il....................................... 395


El dominio que es objeto de la ética del d is c u rs o ...................... 397
La acusación de auto ritarism o ...................................................... 409
La ética del discurso y la vida b u e n a ............................................ 422
El form alism o excesivo, 423; ¿Universalidad?, 429; M otivación, 434
¿Un déficit in stitu cio n al?............................................................... 436
La ética del discurso y la sociedad c iv il....................................... 456

IX. Teoría social y sociedad c i v i l ........................................................ 476


Reconstrucción de la sociedad c iv il.............................................. 476
La sociedad civil, el m undo de la vida y la diferenciación de la sociedad, 478;
Más allá de la sociedad civil tradicional, 487; La dim ensiones negativas de
la sociedad civil, 495; La utopía de la sociedad civil, 504; La doble dim en-
sionalidad institucional de la sociedad civil existente, 509
La política de la sociedad c iv il...................................................... 515
Crítica del E stado benefactor, 516; C ontinuación reflexiva del E stado bene­
factor y de la dem ocracia liberal, 520; Defensa del m undo de la vida, 523;
ÍNDICE GENERAL 703

¿Soluciones duales?, 525; El reto rn o de la m ediación, ¿28; La ley reflexiva y


la regulación posregulatoria, 531; O tra m irada al Este, 538

X. Los movimientos sociales y la sociedad c iv il................................. 556


Nuevos paradigmas teóricos y movimientos sociales contempo­
ráneos ................................... 556
El paradigm a de la movilización de re c u rs o s ............................ 560
El paradigma de los nuevos movimientos so ciales.................... 572
La teoría social dual y los movimientos
sociales contem poráneos........................................................... 585
Una crítica feminista de la teoría social dual ............................ 593
La política dual: el ejemplo del movimiento fem in ista............. 608
La sociedad civil y la política dual: un resumen te ó ric o ........... 615

XI, Desobediencia civil y sociedad c iv il................................................ 636


La teoría democrática liberal contemporánea y la desobedien­
cia civil........................................................................................... 640
La teoría democrática y la desobediencia c iv il.......................... 660

Indice analítico........................................................................................... 683

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