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Traducción de
R o b er to R ey es M azzoni
g a n z l9 1 2
JEAN L. COHEN Y ANDREW ARATO
SOCIEDAD CIVIL
Y TEORÍA POLÍTICA
https://www.facebook.com/groups/417603588391937/
>original:
Society and Political Theory
© 1992, M assachusetts Institute of Technology
:ado p o r m it Press, Cambridge, Mass.
0-262-53121-6 (edición rústica)
PREFACIO
La e s t r u c t u r a d e e s t e l ib r o
¿^'A rgum entarem os que lo que está en juego en los debates que dan vida a la
teoría política y social tanto en Oriente como en Occidente4 no es sencilla-
mente la defensa de la sociedad contra el Estado y la economía, sino qué
versión de la sociedad civil habrá de prevalecer. Sin embargo, hay otra
/ cuestión que subyace en estos debates. La desilusionada insistencia de
M ax Weber en que los modernos están viviendo en una era de desencantó
parece ser más cierta ahora que nunca. Las utopías políticas seculares
x aparentemente han seguido el mismo camino que las grandes concepcio
nes religiosas del mundo que movilizaron a tantas personas en la era an
terior. La decadencia de la utopía radical-democrática y socialista más
im portante de nuestro tiempo, el marxismo, ha hecho que los pensadores
proclamen el fin de la historia y el triunfo mundial de una versión poco
inspirada del liberalismo. Ahora que la retórica revolucionaria del comu-
PREFACIO 11
vOtnaV4®*»0 u * k 'í 5 V- v.
0*.
12 PREFACIO
nomias importantes, sino más bien m ostrar que abre nuevas e inespera
das posibilidades para la síntesis en cada caso.
Pero, ¿qué concepto? Usando con reservas la división operativa que
acabamos de proporcionar, el capítulo I introduce el concepto de socie
dad civil de una m anera deliberadamente no sistemática, reproduciendo
Lsu uso heterogéneo actual por intelectuales que participan o están rela
cionados con varios movimientos sociales y políticos. Como nuestro inte
rés es la política, creemos que primero debemos aprender de los discursos
contemporáneos para contribuir algo a los mismos. Empezamos nuestro
examen de las motivaciones políticas im portantes para nuestra tarea con
una presentación de cuatro discursos políticos ideales: el polaco (la oposi
ción democrática), el francés (la Segunda Izquierda), el alemán (los Ver
des pragmáticos) y el latinoamericano (la nueva izquierda democrática).
En cada caso, el concepto y las categorías de sociedad civil se han vuelto
centrales para los esfuerzos por articular los proyectos normativos para la
liberalización y democratización. No suponemos que los discursos que
reproducimos son del todo representativos de lo que está disponible, y
mucho menos que por sí mismos puedan proporcionar o sustituir un aná
lisis político de los cuatro contextos. Sólo en el caso de la Europa oriental
retornam os al análisis, esta vez sobre la base de una variedad de fuentes
primarias y secundarias, de la suerte del proyecto intelectual ante limitacio
nes complejas. Completamos esta parte de nuestro análisis com parando y
contrastando los cuatro discursos diferentes de la sociedad civil, y sólo
entonces planteamos el problema de si es posible desarrollar un concepto
unificado de sociedad civil, con la suficiente fuerza crítica, a partir de los
contextos intelectuales relacionados con las formas contemporáneas de
acción. El capítulo m uestra la m anera en que estos esfuerzos heterogéneos
y no sistemáticos difieren, lo que tienen en común y la razón de que tenga
sentido vincularlos.
A pesar del resurgimiento de los conceptos de sociedad civil, es posible
argum entar que los acontecimientos del siglo XX hacen que las dimensio
nes clave del concepto carezcan de importancia. Las norm as de la socie
dad civil —derechos individuales, el derecho a la vida privada, la asocia
ción voluntaria, la legalidad formal, la pluralidad, la publicidad, la libre
empresa— fueron, por supuesto, institucionalizados heterogéneamente y
de manera contradictoria en las sociedades occidentales. La lógica de la pro
piedad privada capitalista y del mercado en muchos casos entra en con
flicto con la pluralidad y la libre asociación; la de la burocratización, con la
voluntad parlamentaria. Los principios de un proceso de legislación políti
co, inclusivo, representativo y controlado por la sociedad entran en conflic
to con nuevas formas de exclusión y dominio en la sociedad, en la economía
y en el Estado. Además, en vista de los cambios estructurales ocurridos
PREFACIO 13
A «O towof ^
PREFACIO 15
NOTAS
1989; y G iovanni Sartori, The Theory o f Democracy Revisited, 2 vols., C hatham , Nueva Jer
sey, C hatham H ouse, 1987.
2 E stam os conscientes de los peligros de tra ta r de definir un térm ino usado hoy en día
en m uchos contextos diferentes y que tiene u n a historia conceptual larga y en evolución.
Además, creem os que si debem os tener una definición, lo m ejor sería m o stra r su desarrollo
p o r m edio de las etapas a través de las cuales la hem os obtenido. (E n el texto, nuestro
concepto de sociedad civil se desarrolla m ediante consideraciones político-herm enéuticas,
intelectuales-históricas y sistem áticas.) Pero tam bién estam os conscientes del peligro de
ser m alentendidos si no proporcionam os p o r lo m enos una definición operativa al prin ci
pio. Véase, por ejem plo, A. K uhlm ann, "West-óstlich. D er Begriff ‘civil society”’, Frankfurter
Allgemeine, 9 de enero de 1961, donde el a u to r de una m an era algo artificial co n trasta los
p u n to s de vista de los europeos orientales J. Szacki y M. Szabo con los del "sociólogo
estadunidense" A. Arato. El au to r sostiene que los prim eros entienden la "sociedad civil" en
térm inos de las protecciones jurídicas de la esfera privada que de m an era inevitable depen
den de la legislación estatal, en tan to que el últim o la construye en térm inos de m ovim ien
tos extrapolíticos y de form as de presión sobre el propio Estado. En realidad, n u estra con
cepción com prende estos dos niveles, y las diferencias entre los intérpretes de que se trata
sólo tienen que ver con la existencia y papel en E uropa oriental de u n a sociedad civil que en
nu estra opinión ha existido m ás en form a de m ovim ientos, protom ovim ientos e iniciativas
independientes desde los niveles inferiores, que de instituciones establecidas protegidas
p o r los derechos y el dom inio de la ley. La negación del papel de las sociedades civiles en el
proceso que culm inó en las transiciones de 1989 refleja (y en algunos casos tam b ién ju sti
fica) algunas tendencias oligárquicas m uy reales en las nuevas sociedades políticas.
3 Para estos conceptos, véase C ornelius C astoriadis, The Imaginary Institution o f Society,
Cambridge, MIT Press, 1986.
4 Y cada vez con m ayor frecuencia en el Sur; véase el cap. I. Para u n a discusión de los
debates actuales y de la im portancia del concepto de sociedad civil p ara los m ism os, véase
nu estra introducción.
RECONOCIMIENTOS
Cada capítulo de este libro fue ampliamente discutido por los autores antes
de escribir su borrador. El prefacio, la introducción, y los capítulos VI, VIII,
X y XI, son principalmente obra de Jean L. Cohén; los capítulos I, II, III y VII
son ante todo obra de Andrew Arato; los capítulos IV, V y IX son esfuerzos
colaborativos.
Recibimos apoyo para este proyecto, individual y conjuntamente, de
más personas e instituciones de las que podemos mencionar aquí. Empeza
mos con nuestros reconocimientos individuales.
Jean L. Cohén desea agradecer a la Russell Sage Foundation por el
apoyo intelectual e institucional mientras residió en ella como becaria de
posdoctorado en 1986-1987. También al Departamento de Ciencias Políti
cas de la Universidad de Columbia por una licencia para ausentarm e que
me permitió llevar a cabo esta investigación. En especial agradezco a los
Consejos para la Investigación en las Humanidades y en las Ciencias Socia
les de la Universidad de Columbia por las becas de verano concedidas en
1987 y 1988, que me permitieron realizar investigaciones en el extranjero.
La École des Hautes Études en Sciences Sociales y, en particular, Claude
Lefort y Pierre Rosanvallon, merecen mención especial por haberme permi
tido trabajar como Directora de Estudios Asociada en teoría social y política
en 1989. Mientras estuve en París, di varias conferencias basadas en el li
bro y recibí críticas muy provechosas. Agradezco profundamente a Jílrgen
Habermas el haberme patrocinado una beca de investigación de dos me
ses en el Max Planck Instituteáiir Sozialwissenschaften en Stamberg en 1981 ¡
ahí pude familiarizarme con su trabajo reciente, que ha influido mucho en
mi pensamiento y en este libro. Deseo expresar mi reconocimiento al Ame
rican Council of Learned Societies por financiar mi viaje a Dubrovnik, Yu
goslavia, en 1984 y 1985, para dar unas conferencias en el curso de Filoso
fía y Ciencias Sociales. En ese lugar, además, presenté mis ideas sobre los
movimientos sociales, sobre la ética discursiva y la sociedad civil y recibí
invaluables comentarios. Finalmente, deseo agradecer al Vienna Institute
l'ür die Wissenchaften vom Menschen, y en particular a Krzysztof Michalski
y Cornelia Klinger, que me invitaron a dar una conferencia en el progra
ma de su escuela de verano en Cortona, Italia, en 1989 y 1990. En ese lu
gar im partí unos seminarios sobre el tema de la sociedad civil a un intere
sante grupo de estudiantes de posgrado de los Estados Unidos, Europa
oriental y la Unión Soviética, cuyas respuestas me fueron muy útiles.
19
20 RECONOCIMIENTOS
No sería exagerado decir que el debate entre los modelos elitista y partid-
pativo de la democracia ha marchado en círculo desde que Schumpeter
lanzó su desafío a los normativistas en 1942.6 La afirmación de Schumpe
ter de que "el método democrático es aquel arreglo Institucional para lle
gar a decisiones políticas en el que los individuos adquieren poder para
24 INTRODUCCIÓN
decidir mediante una lucha competitiva por el voto del pueblo"7 ha formado
el núcleo del modelo elitista de democracia desde entonces. No se define
la democracia como una clase de sociedad ni como un conjunto de fines
morales ni como un principio de legitimidad, sino más bien como un méto
do para elegir a los líderes políticos y organizar los gobiernos. El modelo
elitista de democracia pretende ajustarse a la realidad, ser descriptivo,
empíricamente exacto y el único modelo apropiado para las condiciones
sociales modernas.
Lejos de hacerse ilusiones utópicas sobre la posibilidad de evitar el fe
nómeno del poder o la brecha entre los gobernantes y los gobernados,
este enfoque supone que ninguna sociedad, y ciertam ente ninguna socie
dad moderna, puede funcionar sin ambas. Una evaluación “realista” de
las sociedades democráticas debe aceptar que el impulsor del sistema po
lítico es el poder, así como la impulsora de la economía es la ganancia. La
lucha para adquirir y usar el poder se encuentra en el centro de lo político.
Lo que distingue a las sociedades democráticas de las no democráticas es,
por lo tanto, la forma en que se adquiere el poder y en que se llegan a
tom ar las decisiones: mientras se respete algún conjunto nuclear de dere
chos civiles y se realicen regularmente elecciones competitivas sobre la
base de un sufragio universal, mientras las élites acepten la alternancia en
el poder y ésta ocurra tranquilam ente sin violencia o discontinuidad
institucional, mientras la tom a de decisiones implique la concertación de
compromisos entre las élites y la aceptación (pasiva) por parte de la po
blación, es posible considerar democrática la organización política de un
Estado con esa forma particular de gobierno. En este caso, el principal
interés es obviamente la habilidad del gobierno para producir decisiones,
para conseguir que se las acepte, y para asegurar transiciones ordenadas,
es decir, la estabilidad.
El modelo elitista de democracia se enorgullece de proporcionar una
explicación operativa y empíricamente descriptiva de las prácticas de los
estados cuya forma de organización política se considera democrática.
En él no hay ninguna pretensión de que los votantes establezcan la agen
da política o tomen las decisiones políticas; ellos ni generan los temas a
tratar ni eligen las políticas. Más bien, los líderes (partidos políticos) agre
gan los intereses y deciden cuáles habrán de ser relevantes políticamen
te.8 Además, ellos seleccionan los temas y estructuran la opinión pública.
La verdadera función del voto es simplemente elegir entre las diferentes
élites políticas que aspiran al poder y aceptar su liderazgo. Los votantes
son consumidores, los partidos son los empresarios que ofrecen paque
tes o personal alternativo; son ellos los que crean la demanda, respetando
la soberanía del consumidor sólo en lo que se refiere a la decisión de los
votantes respecto a cuáles de los candidatos preseleccionados serán "sus
INTRODUCCIÓN 25
representantes” (en realidad, usando este último térm ino de una forma
muy flexible).9 En resumen, las teorías empíricas de las democracias (eli
tista, pluralista, corporativista, y los modelos de la elección racional) tien
den muy abiertam ente a reducir el significado normativo del térm ino a
un conjunto de mínimos modelado con base en una concepción de la ne
gociación, competencia, acceso y responsabilidad que se deriva más del
mercado que de los anteriores modelos de ciudadanía.
Por supuesto, la competencia en la adquisición del poder político y en
la tom a de las decisiones sobre las políticas se encuentra en el centro de
este modelo de democracia. Se percibe al elemento competitivo como la
fuente de creatividad, productividad, responsabilidad y sensibilidad ante
las solicitudes de la gente. Supuestamente, en última instancia la sanción
mediante los votos, junto con la necesidad por parte de las élites de compe
tir por los mismos, hará que las cosas sean justas, alentando a las autori
dades a responder a las múltiples demandas y a responsabilizarse ante los
ciudadanos, a la vez que fomentará su disposición a celebrar compromi
sos entre sí. Ciertamente, este modelo de democracia se basa en algunas
precondiciones que supuestamente debe ser capaz de reproducir: un lide
razgo de alta calidad toferante de las diferencias de opinión, un rango res
tringido de decisión política10 y una cultura política de élite basada en el
autocontrol dem ocrático.11 A su vez, estas precondiciones se predican so
bre el hecho del pluralismo o diferenciación social que el método demo
crático institucionaliza en una competencia no violenta por los cargos y
las influencias. Una precondición final, considerada indispensable para
que un sistema político sea capaz de tom ar decisiones, es que debe estar
protegido de una participación excesiva por parte de la población: en todo
caso los ciudadanos deben aceptar la división del trabajo entre ellos y los
políticos que eligen.12 Por lo tanto, este modelo de democracia argumenta
que el voto secreto, los doaaehos civiles, la alternancia, las elecciones perió
dicas y la competencia entre los partidos son centrales para toda concep
ción moderna de la democracia si se quiere que ésta llegue a ocurrir en
todas las sociedades complejas modernas.
Tal como se presenta, encontramos que esta última afirmación es muy
convincente. Pero la crítica normativista del modelo de élite de la demo
cracia también es convincente. Se dirige en especial contra la tendencia
del modelo de élite a ensalzar como principios democráticos la apatía,
la concentración del sector civil en lo privado y la necesidad de proteger al
sistema político de las demandas excesivas de la población, dejando que
el significado de estos excesos sea determinado exclusivamente por las éli
tes. 13 Los normativistas señalan correctamente que lo que propicia la es
tabilidad y la continuidad en la organización política de una sociedad no
es idéntico a lo que la hace democrática. Desde el punto de vista de la
26 INTRODUCCIÓN
El debate entre los liberales políticos y los com unitaristas reproduce algu
nos de los argumentos descritos antes, pero en un campo diferente. En un
aspecto, ambas partes de este debate ponen en duda el modelo de demo
cracia elitista/pluralista.23 Ambas rechazan la tendencia antinormativa,
cmpirista y utilitarista de este modelo, y ambas procuran desarrollar una
teoría normativa convincente de la legitimidad o justicia democrática. La ^
disputa es respecto al modo en que debe formularse esa teoría. No obs
tante, a pesar de este camfekren el énfasis, este debate también culmina
en un conjunto de posiciones antinómicas de las que parece ser incapaz
de liberarse. .
En el centro de la controversia están dos cuestiones interrelacionadas,
una epistemológica, la otra política. La prim era gira en torno al problema «
de si es posible articular una concepción formal, universalista (deonto-
lógica) de la justicia sin presuponer un concepto sustantivo (histórica y
culturalmente específico) del bien.24 La segunda gira en torno al proble
ma de cómo puede convertirse en realidad la libertad en el mundo moder
no. Lo que está en juego aquí es si la idea de la libertad debe ser explicada
principalmente desde el punto de vista de los derechos individuales o de
los normas com partidas por la comunidad.25 Cada una de la partes pre
senta un conjunto de respuestas diferentes, de hecho contrarias respecto
a lo que constituye los principios legitimadores de una democracia cons-
•‘’vjo \ <tMQ*** <te.v tqi lu x , . y*'
28 INTRODUCCIÓN
L • Ttt T Y
INTRODUCCIÓN 29
El debate entre los defensores del Estado benefactor y sus críticos parti
darios del neolaissez-faire tam bién ha marchado en círculos, aunque du
rante un tiempo más breve que la controversia que afecta a la teoría de
m ocrática.31 También se han presentado argumentos en favor del Estado
benefactor basados en aspectos tanto económicos como políticos.32 Se
gún la doctrina económica keynesiana, las políticas del Estado benefactor
sirven para estimular las fuerzas del crecimiento económico y prevenir re
cesiones pronunciadas, alentando la inversión y estabilizando la demanda.
Los incentivos fiscales y monetarios a la inversión aunados al seguro social,
los pagos de transferencia y los servicios públicos para los trabajadores
compensan las disfunciones, incertidum bres y riesgos del mecanismo del
mercado y contribuyen a la estabilidad general. El resultado de esta polí
tica debe ser altas tasas de crecimiento, pleno empleo y baja inflación.
Los aspectos políticos del Estado benefactor tam bién aum entarían la
estabilidad y productividad. Por una parte, el derecho legal a los servi
cios estatales y a pagos de transferencias ayuda a los que sienten los efec
tos negativos del sistema de mercado a la vez que elimina necesidades o
problemas potencialmente explosivos del escenario del conflicto indus
trial. Por otra parte, el reconocimiento del papel formal de los sindicatos
de trabajadores en la negociación colectiva y en la formación de la políti-
INTRODUCCIÓN 31
El r e s u r g i m i e n t o d e l c o n c e p t o d e s o c ie d a d c iv il
La s o c ie d a d c iv il y l a t e o r ía p o l ít ic a c o n t e m p o r á n e a
Pareciera que nuestra posición ya fue anticipada por una de las seis tradi
ciones teóricas que participan en los debates a los que nos referimos an
tes, es decir, la versión pluralista de la tradición democrática elitista de la
teoría política.44 En realidad, lo que los pluralistas aportaron al modelo
elitista de la democracia es precisamente la concepción de un “tercer cam
po" diferente de la economía y del Estado (lo que llamamos "sociedad ci
vil”).45 Según el análisis pluralista, una sociedad civil muy articulada con
divisiones a través de sus elementos, grupos que com parten miembros en
común y movilidad social es el presupuesto para una organización polí
tica democrática estable, una garantía contra el dominio perm anente por
cualquier grupo y contra el surgimiento de movimientos masivos funda-
mentalistas e ideologías antidemocráticas.46 Además, se considera que una
sociedad civil constituida de esa m anera es capaz de adquirir influencia
sobre el sistema político por medio de la articulación de intereses que son
"agregados” por los partidos políticos y las legislaturas e influyen en la
toma de decisiones políticas, a la que a su vez se entiende dé conformidad
con los lineamientos del modelo elitista de democracia.
Aunque usamos muchos de los términos de este análisis en nuestra
obra sobre la sociedad civil, nuestro enfoque difiere en varios aspectos
clave del seguido por los pluralistas. Primero, no aceptamos el punto de
vista de que la “cultura cívica” más adecuada para la sociedad civil moderna
es la que se basa en la viaa privada civil y en la apatía política. Como es
bien sabido, los pluralistas le dan mucho valor a la participación en la fa
milia propia, en los clubes privados, en las asociaciones voluntarias, y en
otros organismos similares por considerarlos actividades que alejan a
los ciudadanos del activismo o participación política.47 Supuestamente
esto es lo que contribuye a que un Estado tenga una forma de gobierno
democrático estable. Además, para este modelo no tiene im portancia cuál
es la estructura interna de las instituciones y de las organizaciones de la
sociedad civil.48 De hecho, en su apresuram iento por rem plazar "los prin
cipios utópicos (democráticos participativos)” con realismo, los pluralis
tas tienden a considerar los esfuerzos por aplicar las normas igualitarias
de la sociedad civil a las instituciones sociales como una m uestra de inge
nuidad.49
38 INTRODUCCIÓN
NOTAS
1 Por supuesto, el libro de Karl Polányi, Great Transformation [1944] (Boston, Beacon
Press, 1957), que ha sido uno de los principales fundam entos de nuestro trabajo, "introdujo
de nuevo" al E stado a m ediados de la década de 1940. Pero véase de P eter Evans et al.,
(eds.), Bringing the State Back In, Cambridge, Inglaterra, C am bridge University Press, 1985.
Sin em bargo, concentrar la atención en el Estado h a ocasionado u n debate (y u n a nueva
investigación) m uy interesante e im portante sobre la relación de las m ujeres y el Estado
benefactor. En este caso se captó una nueva dim ensión que había sido ignorada en el pasa
do. Véanse obras recientes como las de G retchen R itter y T heda Skocpol, "G ender and thc
Origins of M odern Social Policies in B ritain and the United S tates” (ms.); Linda Gordon,
"W hat Does Welfare Regúlate?", y Francés Fox Piven y R ichard Cloward, "Welfare Doesn't
Shore up Traditional Family Roles: A Reply to Linda Gordon", am bos en Social Research,
vol. 55, núm . 4, invierno de 1968, pp. 609-648; Cynthia E pstein, Deceptive Distinctions: Stx,
Gender and the Social Order, New Haven, Yale University Press, 1988; M im i Abramovltz,
Regulating the Lives ofWomen, Boston, South E nd Press, 1988; Nancy Fraser, Unruly Practices,
M inneápolis, University of M innesota Press, 1989; y H elga Hernes, Welfare State and Woman
Power: Essays on State Feminism, Oslo, Im p ren ta de la Universidad de N oruega, 1987.
2 Véase el cap. I.
3 Este debate empezó a m ediados de la década de 1950 y se presentó nuevam ente después
de la Nueva Izquierda. P ara u n a cronología véase John F. Manley, "N eo-Pluralism : A Clan
Analysis of Pluralism I and Pluralism II", American Political Science Review, vol. 77, núm. 2,
junio de 1983, pp. 368-383. La lista de los participantes en este debate es larga. Sólo men
cionarem os unas pocas figuras clave y algunos trabajos representativos de cada una de lai
partes. Los teóricos de la élite incluyen a Joseph Schum peter, Capitalism, Socialism, a n d
Democracy, Nueva York, H arper& Row, 1942; S. M. Lipset, Political Man, Nueva York, Doubíeday,
1963; R obert Dahl, Polyarchy, New Haven, Yale University Press, 1971; W illiam Kornhauser,
The Politics o f Mass Society, Nueva York, Free Press, 1959; G. Almond y S. Verba, The Civic Cul
ture, Boston, Little Brown, 1963. E ntre los dem ócratas participativos se encuentran Peter
Dachrach, The Theory o f Democratic Elitism: A Critique, Boston, Little Brown, 1967; Carole Pa-
lemán, Participation and Democratic Theory, Cambridge, Inglaterra, Cambridge University Press,
1970; Sheldon Wolin, Politics and Vision, Boston, Little Brown, 1960. Para un panorama
general del debate, véase Q uentin Skinner, “The E m pirical T heorists of Democracy and
i'lteir Crides: A Plague on Both T heir Houses", Political Theory, núm . 1, 1973, pp. 287-306.
4 La lista de los participantes en este debate tam bién es dem asiado larga para citarla
com pletam ente. Dos de las mejqgjfc,presentaciones del "liberalismo orientado a los derechos"
son las de John Rawls, A Theory o f Justice, Cambridge, H arvard University Press, 1971, y
Konald Dworkin, Taking Rights Seriously, Cambridge, H arvard University Press, 1977. Para
el concepto liberal de neutralidad, véase Bruce Ackerman, Social Justice in the Liberal State,
New I laven, Yale University Press, 1980, y Charles Larmore, Pattéms o f Moral Complexity, Cam
bridge, Inglaterra, Cam bridge University Press, 1987. La m ejor y m ás original obra "neoco-
m unitaria" anterior al debate, pero sin duda proporcionando inform ación para el mismo, es
In de Ilannah Arendt, On Revolution, Nueva York, Penguin, 1963 [Sobre la revolución, Alianza
Editorial]; véase tam bién Sheldon Wolin, Politics and Vision, Boston, Little Brown, 1960, y
K. Ungcr, Knowledgeand Politics, Nueva York, M acm illan, 1975. Los críticos epistemológicos
contem poráneos del liberalism o incluyen a Alisdair M aclntyre, After Virtue, South Bend, Uní-
versily of Notre Dame Press, 1984, y Michacl Sandcl, Liberalism and the Limits o f Justice, Cam
bridge, Inglaterra, Cambridge University Press, 1982. Los dem ócratas comunitarios incluyen
a Charles Taylor, Hegel, Cambridge, Inglaterra, Cam bridge University Press, 1975, y Phllo-
sophical Papers, vol. 2, Philosophy and the Human Sciences, Cambridge, Inglaterra, Cambridge
University Press, 1985; Michael Walzer, Spheres o f Justice, Nueva York, Basic, 1983, y Carole
Pnteman, The Probletn o f Political Obligation: A Critique o f Liberal Theory, Berkeley, University
of California Press, 1985. Un volum en que reúne ambas partes del debato os Michael Sandel
(ed.), Liberalism and lis Grilles, Nueva York, New York University Press, 1984.
46 INTRODUCCIÓN
Este debate tam b ién ha estru ctu rad o algunas de las controversias m ás im p o rtan tes
dentro de la teoría legal y política fem inista. Aunque siem pre ha existido u n d ebate entre
las fem inistas radicales, liberales y m arxistas/socialistas, hoy en día esta lucha se p resen
ta siguiendo lineam ientos sim ilares a los que m ostram os antes. Las fem inistas liberales
orientadas a la igualdad en los derechos que hacen énfasis en la n eu tralid ad del género se
en fren tan a las fem inistas co m u n itaristas de un l¿ado y a las fem inistas d eco n stru ccio n istas
del otro, las que hacen énfasis en las diferencias, el contexto y los lím ites de los análisis de
los derechos, negando la p ro p ia posibilidad de la n eu tralid ad y u niversalidad ta n to en las
leyes com o en la política. P ara dos p resentaciones ejem plares de la posición liberal/fem i-
nista, véase W endy W illiam s, "Equality's R iddle: P regnancy an d the E qual T reatm ent/
Special T reatm ent D ebate”, 13 N. Y. U. Rev. Law and Social Change, 325, 1984-1985, y
S usan Okin, Justice, Gender and the Family, Nueva York, Basic Books, 1989. Carol Gilligan,
In a Different Voice, Cam bridge, H arvard U niversity Press, 1982, es la p resen tació n clási
ca de la posición fem inista co m u n itarista. P ara el enfoque d eco n stru ccio n ista, véase Joan
Scott, "D econstructing Equality-versns-D ifference: Of th e Uses of P o ststru c tu ra list Theory
for Fem inism ", Feminist Studies, vol. 14, núm . 1, prim avera de 1988, pp. 33-50. P ara un
enfoque neom arxista del problem a, véase C atherine M ackinnon, Toward a Feminist Theory
o f the State, Cam bridge, H arv ard U niversity Press, 1989.
5 Véase Michel C rozier et al. (eds.), The Crisis o f Democracy, Nueva York, New York
University Press, 1975, y Claus Offe, Contradictions o f the Welfare State, Cam bridge, mit
Press, 1984.
6 Joseph Schum peter, Capitalism, Socialism, and Democracy, Nueva York, H arp er & Row,
1942, pp. 232-302.
7 Ibid., p. 269.
8 El m odelo del partid o político es el p artid o que acepta a todos (catch all). P ara el
concepto véase Otto K irchheim er, "The T ransform ation of th e W estern E u ro p ean Party
System ”, en Frederic S. B urin y K urt L. Shell (eds.), Politics, Law and Social Change: Selected
Essays o f Otto Kirchheimer, Nueva York, C olum bia University Press, 1969, pp. 346-371. Al
gunos teóricos elitistas que tam bién son pluralistas incluyen a los grupos de presión com o
actores en el sistem a político (véase Dahl, Polyarchy). Sin em bargo, la idea de que los gru
pos de presión surgen espontáneam ente y en form a autónom a en la sociedad civil y des
pués son agregados por los partidos políticos h a sido criticada no sólo p o r los m arxistas,
sino tam bién p o r los teóricos del neocorporativi’s mo. Para un excelente p an o ram a general
de estas críticas, véase Suzanne Berger, Organizing Interests in Western Europe, Cambridge,
Inglaterra, Cam bridge University Press, 1981, pp. 1-23.
9 En este m odelo no es posible que los intereses societales estén representados. Tampo
co la opinión pública ni los m eros intereses individuales encuentran representación en el
sistem a político; p o r el contrario, las élites son las que agregan y d an relevancia política a
los intereses.
10 Según Schum peter, op. cit., pp. 292-293, no todo en u n a dem ocracia está sujeto al
m étodo dem ocrático. Por ejemplo, los jueces, las agencias federales y las burocracias están
m ás allá del cam po de este m étodo, pero no p or ello son antidem ocráticos. E stam os de
acuerdo con este argum ento, pero insistiríam os en que el alcance o los dom inios a los que
se deben de extender los principios dem ocráticos no es algo que puedan decidir los exper
tos; es, m ás bien, un problem a norm ativo y em pírico que debe ser decidido dem ocrática
m ente en cualquier caso. (Debemos indicar que el propósito de S chum peter era ir en con
tra de los regím enes "totalitarios", que am plían tan to el cam po de lo político —aunque
difícilm ente el de la dem ocracia— que socavan la integridad y la eficiencia de la tom a de
decisiones políticas.)
11 Ibid., pp. 289-295. • -.
12 Qué es lo que se puede considerar com o u n a participación excesiva es u n a cuestión
discutible. M ientras que la escuela de la dem ocracia de élite acepta parcialm ente esta idea
y defiende un a m ezcla de activism o y apatía (véase Almond y Verba, The Civic Culture, y
Lipset, Political Man), ju n to con un sector civil privado, S chum peter fue m ás lejos en esta
dirección; ¡al argum entar en contra del gobierno im perativo, S chum peter insiste en que las -
personas deben aceptar la división del trabajo entre líderes y seguidores, abandonando la
INTRODUCCIÓN 47
idea de in stru ir a los delegados, e incluso d ejar de im portunad a sus rep resen tan tes con car
tas y telegram as!
13 Véase B achrach, Theory o f Democratic Elitism, op. cit.
14 Como lo han m ostrado los teóricos del neocorporativism o, los estados organizados
políticam ente de esa m an era a m enudo tienen organizaciones sem ipúblicas poderosas que
están organizadas jerárquicam ente, participan en negociaciones ocultas entre sí y con el E s
tado, no son internam ente dem ocráticas y no in teractú an de conform idad con los princi
pios del procedim iento dem ocrático. Véanse los ensayos en P. Schm itter y G. Lehmbruch
(eds.), Trends toward Corporatist Intermediation, Londres, Sage Publications, 1979.
15 Jürgen H aberm as, “L egitim ation Problem s in the M odern S tate”, Communication and
the Evolution o f Society, Boston, Beacon Press, 1979, pp. 186-187,
16 B achrach, op. cit.
17 Es decir, pierde una n o rm a con la cual ju zg ar si el consentim iento, los procedim ientos
y otros elem entos sim ilares son lo que afirm an ser. Véase Phillippe C. Schmitter, “D em ocratic
T heory and N eocorporatist P ractice”, Social Research, vol. 50, núm . 4, invierno de 1983,
pp. 885-891.
18 Véase A rendt, On Revolution, op. cit., y Wolin, Politics and Vision, op. cit. Véase tam
bién B enjam ín Barber, Strong Democracy, Berkeley, University of California Press, 1984.
19 Barber, Strong Democracy, op. cit.
20 Este no es el caso con Patem an, Participation and Democratic Theory, op. cit.
21 No debe olvidarse que la teoría dem ocrática clásica se basaba en u n a concepción
indiferenciada del Sittlichkeit, es decir, en u n consenso éticam ente su p erio r respecto al
bien al que todos se deben ad h erir si eligen quedarse. En un m undo m oderno caracterizado
por el pluralism o de valores y la contienda-de los dioses, ese concepto es anacrónico,
22 Tanto el m odelo de élite com o el participativo com eten el erro r de reducir el principio
de la legitim idad dem ocrática a los principios organizativos. El prim ero diluye el procedí-
m entalism o norm ativo dentro de los procedim ientos p a ra la obtención del poder, en tanto
que el segundo intenta d educir los m odelos organizativos a p a rtir del principio democráti
co de legitim idad. Véase el capítulo vm p a ra una discusión de este problem a. Véase tam
bién H aberm as, “L egitim ation Problem s", op. cit., pp. 186-187.
23 En cierto modo, este debate es una respuesta a las dim ensiones utilitaristas de ios
modelos elitista y pluralista de la dem ocracia. Rawls y Dworkin critican al utilitarismo,
argum entando que, sin una concepción de la justicia o u n a teoría de los derechos basadai/'V.
en principios, el m odelo de la dem ocracia u tilitarista de élite o p luralista no puede preten- ^
tler legitim idad. P or supuesto, los com unitaristas tam bién critican al modelo en su totali-
dad, pero concentran su atención m enos en el utilitarism o de los elitistas democráticos que
en la im portancia que concede a los derechos el liberalism o contem poráneo.
24 Véase nota 4.
23 Ibid.
26 Aquí lo nuevo vis-á-vis las prim eras tradiciones del liberalism o (o del pluralismo de
élite a este respecto) es que la propiedad ya no es ubicada en el centro de la concepción de loe
derechos; es u n derecho entre m uchos, pero está sujeta a u n "equilibrio". Rawls y Dworkin
son, por supuesto, decididos defensores del E stado benefactor.
27 La tesis de los derechos se predica con base en los siguientes supuestos:
1. no hay ninguna autoridad m ás que la razón hum ana para juzgar las dem andas morales;
2. a todos los individuos se les debe ver como socios iguales en el diálogo m oral cuando se
trata de afirm ar y defender la dem anda de derechos —se deben dar razones morales—;
cunlquíer tradición, prerrogativa o pretensión está sujeta a critica;
4. los valores que defienden los individuos, incluidos los derechos, son válidos porque se
puede nrgum entar en favor de ellos vis-á-vis otros sistem as m orales, Todos los valores
son valores para los individuos. Si algo es valioso p ara una com unidad, debe mostran-
se que tam bién es un valor para el Individuo.
Véase Joños Kls, L'Égah digniti. Essal sur Its fondemtnls d tt droits d* ih o m m t, Parts,
Nmill, 1989.
48 INTRODUCCIÓN
de desem pleo y los apoyos a las fam ilias, com o el cuidado diario (guarderías) o las licencias
a los padres, crean dependencia en vez de autonom ía, incluso aunque los requisitos adm inis
trativos particulares para programas como AFDC (como la regla del hom bre en el hogar) sí
creen dependencia y sean hum illantes. Pero estos son asuntos em píricos. El problem a teó
rico que subyace en esos asuntos es la m edida en que los servicios sociales y los apoyos
sociales son constituidos sim bólicam ente com o m edidas benefactoras p a ra "fracasados” o
com o apoyos p ara todos los m iem bros de la com unidad.
64 Este argum ento tam bién se puede aplicar contra los recientes esfuerzos p a ra crear
un a política a p a rtir de las teorías del posm odernism o. "Posm odernism o” hace referencia a
la obra de pensadores franceses com o Jacques D errida, Jacques L acan y Jean-Frangois
Lyotard. Para u na reseña general excelente, véase Peter Dewes, Logics o f Disintegration,
Londres, Verso, 1987. Para u n intento p o r desarrollar u n a política a p a rtir de este enfoque
general, véase C hantal Mouffe y E rnesto Laclau, Hegemonía y estrategia socialista: hacia
una radicalización de la democracia, Argentina, S. xxi, 1985.
El posm odem ism o se basa en un m undo de la vida totalm ente m oderno y es cualquier
cosa, m enos tradicionalista. Además, las investigaciones críticas de la lógica de “identidad"
m odernista y los dualism os de la filosofía del sujeto que subyacen en ella son extrem ada
m ente perceptivos (aunque los teóricos críticos hicieron investigaciones sim ilares m uchos
años antes de que el posm odernism o se p u siera de m oda). Sin em bargo, la aplicación
política de esta orientación no es muy satisfactoria, principalm ente porque tiende a favore
cer uno de los aspectos del dualism o frente al otro. De aquí la defensa de la diferencia
contra la igualdad, de la particu larid ad contra la universalidad, de la responsabilidad con
tra los derechos, de la relación contra la autonom ía y del pensam iento concreto contra la
reflexión abstracta. En nuestra opinión, esto tiende a d escartar el problem a ju n to con las
propuestas p ara resolverlo. La tarea es, m ás bien, form ular u n segundo conjunto de prin ci
pios de m anera que no elim inen o establezcan jerarq u ías p a ra la diferencia, la pluralidad o
la particularidad. Por ejem plo, debem os p ro cu rar concebir la igualdad sin insistir en ser lo
m ism o, la universalidad sin aniquilar la m ultiplicidad y a la auto n o m ía y los derechos sobre
la base de una filosofía de interacción com unicativa en vez del individualism o atom ista.
Además, los principios culturales de la m odernidad no son en sí m ism os responsables de su
aplicación o interpretación unilateral. Todos estos principios están abiertos a nuevas inter
pretaciones. Pero tom ar partido p or la diferencia, la p articu larid ad y las situaciones indivi
duales per se nos dejaría sin los in strum entos .teóricos necesarios p a ra explicar p or qué
debe uno tolerar, reconocer, o com unicar con las diferencias del otro.
65 Para el desarrollo de esta idea, véase el cap. IX.
P r im e r a P a rte
La o p o s ic ió n d e m o c r á t ic a p o l a c a
EL RESURGIMIENTO CONTEMPORÁNEO 57
rismo, cualesquiera que hayan sido sus intenciones, para atom izar real
m ente a la sociedad, o desorganizar completamente a las familias, a los
grupos en los cuales existe un contacto personal directo y a las redes cul
turales.7 Sin embargo, esta posición habría requerido la elaboración de
un paradigm a para remplazar la tesis totalitaria como estructura teórica
del “nuevo evolucionismo", algo que en realidad nunca se intentó.
Más grave en principio es la falta de claridad respecto al tipo de sociedad
civil que se deberá construir o reconstruir. La confusión conceptual se deri
va sobre todo de una renuencia común a tom ar una actitud crítica abierta
hacia el modelo liberal de la sociedad civil, a pesar de la participación en un
movimiento solidario de trabajadores, en muchos aspectos incompatible
con este modelo. En la década de 1980, cada vez más personas (por ejem
plo, Krol, Spievak, los editores de Respublica) se convirtieron en defensores
de una versión del modelo liberal, basado en el individualismo económico
y las libertades de propiedad y empresa como los derechos centrales. Inclu
so dentro del contexto de los que estaban muy relacionados con Solidari
dad en su prim er gran periodo (1980-1981) hubo desacuerdos acerca de
las diferentes concepciones de la sociedad civil. A los modelos culturales
(Wojcicki) se les opusieron concepciones políticas (el Comité para la Defen
sa de los Trabajadores o k o r ) por una parte, en tanto que por otra se deba
tía acaloradamente el nivel de democracia que se requería en los movi
mientos populares e instituciones. Mientras que, por lo general se reconocía
que la nueva sociedad civil debería ser pluralista,8 se aceptó en forma
temporal la necesidad de una organización única, abierta a todos para
responder a los intereses de esta pluralidad.9 Pero una vez que ha emergido
esa organización y ha logrado sobrevivir ante el poder "totalitario", ¿pue
de terminarse fácilmente con su tendencia unitaria a abarcar todo?
Formular una estructura dual que abarque al Estado y a la sociedad
civil resultó ser aún másnfcfícil, en especial en la política práctica. ¿Debe
ría ser la sociedad civil, tal como la representaba Solidaridad, del todo
apolítica, sin interés en el "poder”, o debería expandirse como una repú
blica autogobernada que haría que el Estado en el viejo sentido de la pala
bra fuera más o menos superfluo? A veces se encuentran aspectos de cada
una de estas concepciones incluso en el mismo autor.10 ¿No negaría un
sistema autocoordinador de la sociedad la idea de la autolimitación si te
de jara al Estado-partido sólo como un representante del poder soviético,
Hcargo del ejército, la policía y la política exterior y se le convirtiera par
cialmente en una burocracia experta?11 Por otra parte, si la concepción
dual requiere mecanismos institucionales de compromiso entre las orga
nizaciones socictales y las instituciones del Estado-partido, ¿tiene sentido
la Idea de construir un sistema híbrido basado en un nuevo tipo de socie
dad junto con un Estado-partido no reformado? Y si es posible esperar e
58 EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL
La id e o l o g ía d e la " S e g u n d a I z q u ie r d a ” en F r a n c ia
A pesar de todo, no está claro de qué m anera los dos proyectos mencio
nados posteriores al Estado benefactor, poskeynesiano, postsocialdemó-
crata, la regulación por la autoadm inistración y la regulación intrasocial,
tendrían un efecto fundamental capaz de generar la fuerza necesaria para
esas formas de compromiso. La relación de estos proyectos, que supues
tam ente representan respectivam ente a la sociedad política (autoad
ministración) y a la civil (regulación intrasocial), está poco claro. En este
caso se introduce a la sociedad política no tanto como una rearticulación
política de la sociedad civil, sino más bien como un modelo competitivo.
Pero el concepto de la sociedad política que oscila entre la discusión pú
blica y la autoadm inistración m uestra su naturaleza problemática, pues-
to que esta última noción amenaza con asimilar a la sociedad política al
mundo del trabajo o, por lo menos, a la democracia industrial. Por consi
guiente, la idea de una regulación intrasocial que oscila entre los concep
tos individualista y solidario de la sociedad civil amenaza abandonar parte
de lo que ya se ha logrado: la crítica de la lógica estatista del individualis
mo. En tanto que la protección de los derechos individuales tiene su lugar
legítimo en el concepto normativo de una sociedad civil m oderna, al igual
que la democracia industrial puede volver a concebirse en una forma qui
zás análoga a una sociedad política dem ocrática,31 los momentos que de
ben reforzarse en el contexto de la crítica de la estatización y economización
de la sociedad, como lo reconoce Rosanvallon, son la solidaridad y la pu
blicidad. Por desgracia, es precisamente su relación crucial lo que apenas
EL RESURGIMIENTO CONTEMPORÁNEO 65
es tratado por la tradición del análisis francés que asociamos con el térm i
no la Segunda Izquierda. Bien pudiera ser que el eventual surgimiento de
formas de neoliberalismo en este medio pueda atribuirse, entre otras co
sas, a la debilidad teórica del concepto original, esto es, a la dificultad de
formular conceptos adecuados de las sociedades civil y política, así como
de la relación entre ellas.
Una relación intelectual directa con las luchas “an tito ta lita ria s'’ o
"antiautoritarias" en favor de la democracia no es del todo indispensable
para interpretar las políticas de las democracias occidentales en términos
de la categoría de sociedad civil. Un buen ejemplo es el de Alemania occi
dental, donde, a diferencia de Francia, los disidentes de Europa oriental
sólo han tenido un impacto ligero y ambiguo. Ahí tampoco había necesi
dad de diferenciar las políticas radicales de las de un partido de masas
autoritario que seguía el modelo leninista. Cierto es que incluso en Ale
mania occidental se puede insistir en alguna influencia del pensamiento
de la Segunda Izquierda francesa (en especial por medio de los escritos de
Gorz), y también es posible hacer énfasis en la cultura política estatista-
auloritaria e incluso represiva del partido socialdemócrata alemán.32 No
obstante, en nuestra opinión, dos acontecimientos relacionados, com u
nes a todas las democracias occidentales, inclusive los Estados Unidos,
relacionan el redescubrimiento de la sociedad civil en Alemania al que
previamente había ocurrido en Francia: la crisis del Estado benefactor y
la emergencia de una crítica neoconservadora del "estatismo social”.
Se ha entendido al Estado benefactor no sólo como un mecanismo de
repolitización de la econdfffla sino también como una disolución de las
fronteras entre el Estado y la sociedad. Sin embargo, la crisis del Estado
benefactor hace surgir dudas respecto a la continuación de la efectividad
y legitimidad de la intervención estatal en la economía capitalista, así como
en varias esferas de la sociedad civil: la familia, las escuelas, las institu
ciones culturales, etc. Como indicó un grupo de escritores radicales de
Izquierda de la década de 1970, la intervención estatal en la economía
capitalista crea problemas fiscales y administrativos insolubles a largo
plu/.o, en tanto que la intervención política en provecho de la economía
capitalista (en especial en el contexto de una efectividad decreciente) no
es legitimada fácilmente en el contexto de normas democráticas.33 Estas
proyecciones resultaron ser devastadoramente exactas y fueron aprove
chadas por los oponentes conservadores del Estado benefactor con nom
bres como la disminución de la productividad, la restricción de las ganan-
66 EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL
incongruente esta opción, como una respuesta ya,sea al fracaso del siste
ma de partido o al éxito (pero con sus tendencias excluyentes) del neocor
porativismo. No obstante, en cada caso podemos hablar de la reconstitu
ción de la sociedad civil (o política) fuera de una estructura institucional
establecida que ha amenazado provocar la desaparición de todas las for
mas independientes de Vida social.
Las bases sobre las que es reconstituida la sociedad civil (política), si ya
ha ocurrido una fusión entre las esferas del Estado y de la sociedad, siguen
siendo poco claras en este análisis.43 Como no se contempla ninguna rup
tura revolucionaria, de alguna m anera uno debe descubrir los fundam en
tos de las nuevas estructuras independientes en la antigua sociedad al
nivel de las normas y de las formas no estatificadas de asociación.44 El
modelo de Offe de la reconstitución de la sociedad civil se concentra más
en los movimientos que las dos otras formas de análisis presentadas hasta
ahora. Los movimientos sociales desempeñan una función principal en
lodos ellos, pero sólo en el modelo de Offe hay un desplazamiento del én
fasis hacia la política de los movimientos desde dos direcciones: las aso
ciaciones, instituciones y formas de vida no políticas, por una parte, y las
políticas democráticas liberales, parlamentarias, por la otra. Aunque la cues
tión puede ser de énfasis más que de omisión, la relación de una versión
política de la sociedad civil con su sustrato asociativo no político apenas
ha sido estudiada (aunque sin esto no es posible entender el origen de los
movimientos), mientras que la de los dos paradigmas de las políticas sólo
es examinada de una m anera incompleta.
Por supuesto, junto con la facción realista de los Verdes, Offe presu
pone en la política práctica la complementariedad de partido y movimien
to, así como de las formas parlam entaria y popular de la política. Sin
embargo, su anterior crítica de la democracia liberal oscilaba entre una
concepción que afirmabajLyja contradicción directa entre el liberalismo y
la democracia y otra que postulaba a la democracia liberal como un puen
te democrático insuficiente entre la voluntad de los ciudadanos y el Esta
do. Ambas versiones dejan todavía abierto el camino para la esperanza
secreta de la teoría marxista clásica: una sociedad política que incluye
lodos los poderes económicos y políticos en una sola estructura Ins
titucional.45 Esa utopía más allá del dualismo del Estado y de la sociedad
civil no necesita ningún puente entre los dos extremos, y menos que nada
uno de tipo liberal democrático. Bajo el efecto de la nueva autolimitaclón
de los movimientos sociales contemporáneos, que procuran lim itar pero
no eliminar la versión existente del Estado moderno, Offe ya no parece
defender este punto de vista utópico particular. Su crítica del gobierno de
In mayoría46 le permite tratar el tema de la relación entre el impulso polí
tico "extrainstitucional" de los nuevos movimientos sociales y la necesl-
70 EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL
L a s o c i e d a d c i v i l e n l a t r a n s i c i ó n l a t in o a m e r i c a n a
DE LAS DICTADURAS A LA DEMOCRATIZACIÓN
narán con su régimen? La respuesta que se da es' que estas élites esperan
canalizar la política “alejándola de la exaltación de la sociedad civil” y
quizás incluso ganar las elecciones dividiendo a la oposición y siendo re
compensadas por el electorado.82 Cuando los controles sobre las eleccio
nes sólo se eliminan en forma gradual, como en Brasil, lo que se espera es
retrasar el cambio a la vez que se obtiene legitimidad por el proceso. Las
esperanzas de victoria y legitimación generalmente se frustran, pero no
las de la desmovilización y, cuando es pertinente, del gradualismo.83 El
desplazamiento hacia los partidos electorales, con su forma menos intensa,
más inclusiva y más abstracta de identificación política y su m enor grado
de participación directa tiende a devaluar y a rem plazar a los movimien
tos y asociaciones que tienen formas más particulares, pero también más
intensas y participativas de organización. Aunque esto depende de las re
glas electorales específicas que se pongan en vigencia, la tendencia de la
elección moderna es reducir el número de partidos políticos capaces de
participar efectivamente en las elecciones. A su vez, en especial en los
periodos de transiciones difíciles, los partidos que potencialmente pue
den tener éxito a menudo lim itarán a los movimientos de la sociedad civil
que pueden poner en peligro el resultado o incluso la posibilidad de las
elecciones.84 Además, los partidos principales com parten un interés co
mún en lograr que las fuerzas que siguen al régimen autoritario obtengan
una parte más que representativa de los votos, para evitar una victoria
demasiado grande de la oposición.85 Así, puede decirse, no sólo de los
procesos que conducen a contiendas electorales no restringidas que ter
minan con las dictaduras sino también de las propias elecciones, que son
negociaciones implícitas entre los regímenes y los partidos de oposición
que proporcionan espacio y tiempo para ‘‘redefinir sus papeles respecti
vos”.86 Y aunque la legitimidad débil y las posibilidades de consulta al voto
popular directo (plebiscito-m ediante elecciones parcialmente restringi
das pueden de hecho conducir a la movilización societal y a procesos de
aprendizaje fuera de la estructura social, la legitimidad democrática libe
ral de la confrontación abierta proporciona mucho menos oportunidad
para ese resultado. Es posible que donde la sociedad civil sea subdesarro
llada y pasiva, o está en proceso de contracción, las elecciones atraigan a
la política organizada a estratos que de otra m anera no participarían;87 en
el contexto de una sociedad civil muy movilizada, lo contrario puede ocu
rrir, y los partidos pueden resultar ser “no sólo, o no tanto, agentes de la
movilización sino instrum entos del control social y político".88
Hay poca duda después de la experiencia de varios países de que el
nivel más alto de una sociedad civil movilizada no puede mantenerse du
rante mucho tiempo,89 ¿Pero equivale la sociedad civil a esa moviliza
ción? ¿No es una seflal de su debilidad el que pueda existir en algunos
.ftÜ ttf e .
78 EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL
países sólo en esta forma? Hay alguna incertidum bre teórica seria res
pecto a lo que puede ocurrir después de la movilización. La pregunta es
si queda algo de la "sociedad civil resucitada” después de que la repre
sión selectiva, la cooptación, la manipulación, los conflictos internos, la
fatiga, la desilusión y la canalización d éla oposición hacia los sistemas de
partido y electoral han afectado y desmovilizado “a la exaltación popu
lar”.90 A este respecto, una interpretación hace hincapié en la despoliti
zación, la reprivatización y el surgimiento d qghettos políticos, que en con
junto pondrán en peligro la consolidación democrática y debilitarán la
capacidad de la sociedad para resistir al autoritarism o renovado. La idea
de que en algunos países, notoriamente Chile y Uruguay,91 un sistema de
partidos excesivamente desarrollado contribuye a una sociedad civil depen
diente y subdesarrollada, es más congruente con esta clase de argumento
que el énfasis, en el caso de otros países, en la supervivencia de la vida
asociativa cívica incluso en el autoritarismo. Si uno identifica la desmo
vilización con la atomización de la sociedad civil, es difícil ver de qué
m anera se puede hablar de una transición a la democracia en vez de un
retorno a los ciclos de democracia y dictadura, ninguno de los cuales pue
de estabilizarse, en parte debido a los ciclos de politización y despolitiza
ción de la sociedad civil dentro de cada forma de gobierno. La idea de salir
finalmente del ciclo92 debe entonces señalar más allá de la alternativa
entre una sociedad civil totalm ente movilizada y una totalm ente des
politizada y privatizada.
Lógicamente, por lo menos la desmovilización de un levantamiento
popular no es necesariamente el fin de una sociedad civil políticamente
relevante. Tampoco es necesario que se olvide todo lo aprendido en los
ciclos previos. En este contexto, es significativo que algunos intérpretes
consideren el surgimiento de una nueva forma de diferenciación entre el
pluralismo societario de facto y el pluralismo democrático como un cam
bio en los valores, como la transformación de la identidad colectiva de los
grupos y de las instituciones.93 El prim er tipo de pluralismo ha estado
presente en la mayoría de las sociedades de que se trata, pero el último ha
sido sólo un producto de las recientes luchas contra los regímenes auto
ritarios que han conducido a que se remplace la imagen de la vía revo
lucionaria con las ideologías democráticas.94 Después del fracaso de las
revoluciones ilusorias y de la experiencia de las dictaduras, se llegó a con
siderar a la democracia cada vez más como un fin en sí mismo, en vez de
como un medio para la realización de los intereses sectoriales.95 Pero
para que ésta se convirtiera en un fin también para los grupos no elitistas,
tenía que ocurrir una reorientación hacia la sociedad civil, que de hecho
sucedió. “El descubrimiento del valor de la democracia es inseparable,
dentro de la oposición, del descubrimiento de la sociedad civil como un
EL RESURGIMIENTO CONTEMPORÁNEO 79
R e t o r n a n d o a l a E u r o p a o r ie n t a l
DE FINALES DE LA DÉCADA DE 1980
Al g u n a s c o m p a r a c io n e s y p r o b l e m a s
dad de que Marx realm ente estableció algunos puntos de vista críti
cos ventajosos que no pueden ser abandonados en tanto que persista la
sociedad capitalista. En muchos casos, esto significa reinterpretar o re
construir algunos de sus principales conceptos, conduciendo a proyec
tos teóricos que van bastante más allá* de las implicaciones normativas
y analíticas de cualquiera de las versiones de la teoría marxista clásica,
incluidos los neomarxismos de Lukács, Gramsci y la antigua Escuela de
Francfort. Son estos proyectos teóricos los que queremos describir con
la designación de posmarxismo.126 Una posición común de todos los pos
marxismos a pesar de las diferentes terminologías, es la revisión de la
identificación que hace Marx de la sociedad civil con la burguesa, así co
mo de sus varios proyectos políticos que apuntaban a una reunifica
ción de Estado y sociedad.127 Los posmarxistas no sólo se dan cuenta, al
igual que Gramsci,128 de la durabilidad de la sociedad civil en las demo
cracias capitalistas y de la consecuente improbabilidad de la revolución
en el sentido marxista clásico, sino que además afirman lo norm ativam en
te deseable que es la conservación de la sociedad civil. No obstante, el
posmarxismo se puede distinguir de todos los neoliberalismos (que a
su propia m anera también identifican a la sociedad civil con la burguesa)
por sus esfuerzos para desarrollar el tema de la transform ación democrá
tica radical o pluralista radical de las versiones existentes de sociedad
civil.
Sostenemos que el concepto de sociedad civil, tal como ha sido usado
por nuestras diferentes fuentes, pertenece al mundo intelectual e incluso
a la cultura política del posmarxismo (y quizás del "posgramscianismo"). El
discurso contemporáneo de sociedad civil fue diseminado internacional-
mente, al menos en sus inicios, por la circulación de las ideas posmarxistas.
La amplia aceptación de un concepto semejante por prim era vez en nues
tra historia reciente, que permitió un diálogo entre los críticos sociales del
Este y del Oeste, del Norte y del Sur, ha sido posible debido a los proble
mas y proyectos compartidos entre esos contextos.
Se pueden encontrar dos de esos problemas/proyectos en las fuentes
que acabamos de citar. Primero, y en forma más relevante, está la críti
ca del Estado y la búsqueda de una política “postestatista”. La incapacidad
de los regímenes de tipo soviético, de las dictaduras latinoam ericanas e
incluso de los estados benefactores para resolver todos o algunos de los
problemas sociales clave, y lo poco deseable de las soluciones que han
surgido, es uno de los temas de que tratan todas las fuentes relevantes.
Hubo un tiempo en que la respuesta a diagnósticos similares era propo
ner un Estado más racional —"una dictadura del proletariado, es decir, de
la izquierda en vez de la derecha— o (en el caso del Estado benefactor)
simplemente más Estado, “nacionalizando" más esferas de la vid». Parece
EL RESURGIMIENTO CONTEMPORÁNEO 93
NOTAS
obvio, la lucha p o r el legado de mayo de 1968 tam bién desem peñó u n im p o rtan te papel, al
igual que los esfuerzos del Partido Socialista p o r definirse a sí m ism o a diferencia de la
tradición izquierdista dom inante en Francia.
19 Píerre R osanvallon y Patrick Viveret, Pour une nouvelle culture politique, París, Seuil,
1977, pp. 22-24.
20Ibid., pp. 7 y 129. Este punto, que fue presentado por p rim era vez p o r Tocqueville, fue
tom ado p o r la teoría política pluralista en la década de 1960 p ara explicar las excepcionales
características francesas y la existencia de m ovim ientos radicales en Francia.
22 Ibid., p. 112.
22 Pierre Rosanvallon, La crise de l'État-providence, edición revisada, París, Seuil, 1981, p. 117.
23 R osanvallon y Viveret, op. cit., pp. 113 y ss.
24 Ibid., pp. 103 y 129.
x Ibid., pp. 129-130.
26 Ibid., pp. 97-98.
27 Ibid., p. 112, véase tam bién Claude Lefort, “Politics and H um an Rights", The Political
Forms o f Modem Society, Cambridge, MIT Press, 1986, p. 266.
28 Lefort, op. cit.
29 Rosanvallon, La crise de l'État, op. cit., pp. 120-121 y 136.
30 Véase André Gorz, Farewell to the Working Class, Boston, South E nd Press, 1982.
31 Véase el cap. 9.
32 Claus Offe y Volker Gransow, "Political Culture and Social D em ocratic A dm inistration",
en Offe, Contradictions o f the Welfare State, Cambridge, MIT Press, 1984.
33 En particular, Jam es O’Connor, Jürgen H aberm as y Claus Offe.
34 Michel Crozier et al. (eds.), The Crisis o f Democracy, Nueva York, New York University
Press, 1975.
35 Véase Offe y Gransow, Contradictions, op. cit., caps. 2, 6, y 8.
36 Claus Offe, "The New Social M ovements: Challenging the B oundaries of Institutional
Politics”, Social Research, vol. 52, núm . 4, 1985, pp. 819-820.
37 Offe y Gransow, op. cit., pp. 289-290.
38 Ibid., p. 250.
39 Offe, "The New Social M ovem ents”, op. cit., p. 820.
40 Offe y Gransow, op. cit., pp. 182-183. Este argum ento es m ás antiguo que los otros dos
ya citados y conserva algo del estatism o dem ocrático de la posición an terio r de Offe. Aquí
se considera al Estado com o si fuera dem ocrático en la m edida en que está basado en el
sufragio universal; y, curiosam ente, las instituciones liberales d em ocráticas lo hacen un
poco m enos dem ocrático. E sta posición es idéntica a la de Cari Schm itt. O tra versión del
argum ento de Offe que hace de la dem ocracia liberal el “puente" entre los ciudadanos y el
E stado no tiene esta im plicación. Véase Contradictions, pp. 163 y ss.
41 E n p rin cip io este conflicto debe resolverse, com o alg u n o s lib erales c la ra m e n te
antidem ocráticos piensan, reforzando el lado elitista de la teoría elitista de la dem ocracia
p ara p roducir un “restablecim iento de la autoridad". E n vista de las norm as dem ocráticas
de legitim idad ya existentes, sin em bargo, no está de ninguna m an era claro que esa solu
ción sea posible sin la creación de dictaduras capaces de eliminar, d u ran te algún tiem po, el
exceso de dem andas parlam entarias y extraparlam entarias.
42 Claus Offe, Disorganized Capitalism, Cambridge, MIT Press, 1985, pp. 224-226.
43 E sto lo afirm a repetid as veces el p ro p io Offe, véase, p o r ejem plo, Contradictions,
op. cit., p. 250.
44 Véanse los caps. 9 y 10. N osotros creem os que el significativo traslape entre las cate
gorías del m undo en que vivimos y de la sociedad civil proporciona la clave de este proble
m a, en especial en un m odelo de tres partes de la sociedad civil-económ ica-estatal.
45 Offe, Contradictions, p. 246.
46 Véase Offe, Disorganized Capitalism, op. cit., cap. 9.
47 G uillerm o O’Donnell y Philippe S ch m itter (eds.), Transitions from Authoritarian Rule,
vol. 4, B altim ore, Johns H opkins, 1986.
48 O’D onnell y S chm itter, "T entative C on clu sio n s a b o u t U n c e rta in D om ocracies",
Transitions, op. cit., vol. 4, pp. 48 y ss.
EL RESURGIMIENTO CONTEMPORÁNEO 105
u n punto de vista m ás am plio del que presupone en otras partes el propio Stepan. Véase su
“P ath s to w ard R ed em o c ra tiz a tio n : T h eo retical an d C om parative C o n sid e ra tio n s”, en
O'Donnell y S chm itter (eds.), Transitions, vol. 3, pp. 78-79. Com pare tam b ién las páginas IX
y XI en la introducción a Democratizing Brazil, op. cit.
74 B. Lam ounier, "A uthoritarian Brazil Revisited: The Im pact of Elections on the Aber
tu ra ”, en Stepan (ed.), Democratizing Brazil, op. cit., p. 55.
75 Stepan, "Paths tow ard R edem ocratization”1, op. cit., pp. 79-81; O’Donnell y Schm itter,
"Tentative Conclusions”, op. cit., pp. 37-39.
76 Cardoso, "A ssociated-Dependent Developm ent”, pp. 45 y ss; Lam ounier, op. cit., p. 63.
77 Stepan, "State Pow er and the Strength of Civil Society in the S outhern Cone of Latín
A m erica”, en P eter Evans et al. (eds.), Bringing the State Back In, Cam bridge, Inglaterra,
C am bridge University Press, 1985.
78 Cardoso, op. cit., pp. 319-320. Todos los que han estudiado a los Verdes alem anes han
observado el m ism o problem a. Véase el cap. 10.
79 O’Donnell y Schm itter, op. cit., pp. 37 y ss.
m Ibicl., p. 42.
81 Ibid., pp. 42 y 47.
82 Ibid., pp. 57-58.
83 Lamounier, op. cit., p. 55.
84 O'Donnell y Schm itter, op. cit., pp. 58-59.
85 Ibid., p. 62.
86 Lamounier, op. cit., pp. 69-71.
87 Ibid., pp. 62-63.
88 Ibid., p. 58.
89 O’Donnell y Schm itter, op. cit., pp. 26 y 55-56.
90Véase A. H irschm an, Shifting Involvements, Princeton, Prínceton University Press, 1982.
91 Véase G arreton, "The Political E volution of the Chilean M ilitary R egim e”; tam bién,
C. G. Gillespie, "Uruguay’s Transition from Collegial M ilitary-Tecnocratic Rule", Transitions,
vol. 2.
92 O’Donnell, "Introduction to the Latín American Cases", Transitions, vol. 3, pp. 15-17.
93 Ibid.
94 N orbert Lechner, "De la révolution á la dem ocratie (le débat intellectuel en Amérique
du Sud)", Esprit, julio de 1986, pp. 1-13; Robert-Barros, "The Left and Democracy: R ecent
Debates in Latin America", Telos, verano de 1986, pp. 49-70; José Casanova, "Never Again",
m anuscrito inédito.
95 Weffort, "Why Democracy?", op. cit., pp. 332-333, 335-337.
98 Ibid., p. 345.
97 Cardoso, "A ssociated-Dependent D evelopm ent”, op. cit., pp. 323-324.
98 Ibid., p. 319.
99 Ibid., p. 321.
i°° Aquí nos estam os refiriendo al desarrollo de form as de la sociedad económ ica y
política que están abiertas a la influencia de la sociedad civil. D urante m uchos años, nues
tras propias ideas sobre ese tem a se han parecido al m odelo elaborado p o r Cardoso. Véase
"Social M ovem ents, Civil Society and th e Problem of Sovereignty”, Praxis International,
vol. 4, núm . 5, octubre de 1985, pp. 266-283; "Civil Society an d Social Theory", Thesis
Eleven, núm . 21, 1988, pp. 40-64; “Polidcs and the R econstruction o f Civil Society”, en Axel
H onneth et al. (eds.), Zwischenbetrachtungen im Prozess der Aufklárung. lürgen Habermas
zum 60. Geburtstag, Francfort, Suhrkam p, 1989. Para nu estra concepción actual, véanse
los caps. 9 y 10.
101 J. Staniszkis, "On som e C ontradictions of Socialist Society”, Soviet Studies, abril de
1979, pp. 184-186; Poland's Self-limiting Révolution, Princeton, P rinceton University Press,
1984, pp. 36-67 y 144-145. Véase tam bién la crítica parcialm ente sim ilar p o r A. Arato, “The
D em ocratie Theory of the Polish O pposition: N orm ative Intentions and Strategic Ambi-
guities", Working Papers o f the Helen Kellogg Institute, N otre Dame, 1984, cuyo objetivo es la
reconstrucción —no el abandono, com o lo propone Staniszkis — de la teoría da la lOClcdad
civil.
EL RESURGIMIENTO CONTEMPORÁNEO 107
116 Véase Arato, “Civil Society against the State" y “E m pire vs. Civil Society”, op. cit.
117 C iertam ente dudaríam os en derivar las acciones de los líderes reform istas y de su
grupo del proyecto de élites m ás am plias p ara conservar o convertir sus poderes económ i
cos existentes en nuevos acuerdos de propiedad y control. C om párese el excelente libro de
E. H ankiss, Kelet-európai alternativák, Budapest, Kózgazdasági és jogi kíadó, 1989, p. 300 y
el cap. 9. La conversión relevante p a ra una élite política pequeña es política: de u n Estado-
partido a un partido electoral e incluso presidencial de éxito. El fracaso de esta conversión
en H ungría no dem uestra que no fuera el motivo m ás im portante de los reform istas p rin ci
pales, o que otras form as de conversión económ ica (aparentem ente) m ás exitosas eran
p arte de la m otivación del líder. Dentro del contexto de la transición, y la anticipación de un
conjunto diferente de reglas económ icas, las élites económ icas en gran m edida no o rgani
zadas tuvieron la oportunidad de llevar a cabo esfuerzos de conversión descentralizados
que se convirtieron en u na razón p a ra no resistir al patró n de la transición, incluso aunque
lo hubieran podido hacer. Las m ism as críticas se aplican a los análisis algo diferentes de E.
Szalai "Elites and System Change in H ungary”, Praxis International, vol. 10, núm s. 1-2,
abril-julio de 1990, pp. 74-79. Szalai se concentra en una élite algo diferente con diferentes
alianzas políticas y, a diferencia de Hankiss, no cree que un sistem a tran sfo rm ad o de esa
m anera pueda resultar en una econom ía de m ercado que funcione. Véase tam bién su ensa
yo "Az uj elite” (La nueva élite), Beszéló, núm . 27, 1989.
118 En algunos casos, algunas de éstas se com binan. M uchos u san ah o ra el térm ino
“revolución" p a ra describir a toda, excepto la p rim era opción, refo rm a desde arrib a. Si
bien las definiciones siem pre están sujetas a la deriva histórica, creem os que “revolución”
no es un a elección afortunada en el caso de Polonia, H ungría y la U nión Soviética, p or tres
razones por lo m enos: 1) la naturaleza necesariam ente autolim itante, gradual, de los proce
sos que todos los actores tienen en m ente, no sólo debido a razones geopolíticas cuya im
portancia es cada vez menor, sino tam bién p o r razones de principio; 2) el rechazo por parte
de los actores más im portantes de la lógica fortalecedora del E stado que tienen las revolu
ciones m odernas, descubierta p or p rim era vez p or Tocqueville, y 3) las im portantes conti
nuidades de los m ovim ientos de E uropa oriental con los m ovim ientos del O ccidente y en
especial con los del S u r que buscan ir m ás allá de la alternativa de la reform a y de la revo
lución, al m enos en el sentido tradicional de estos térm inos. El argum ento en co ntrario se
basa en un solo modelo: la Revolución húngara de 1956. Las diferencias entre la oposición
dem ocrática, con sus trece años de historia antes-de 1989, y el m ovim iento contra un régi
m en estalínísta no m odificado son obvias, incluso aunque actualm ente, después que se han
logrado otros cam bios im portantes, m uchos de los objetivos de 1956 se en cu en tran de
nuevo en la agenda. (Sí bien no todos. Por ejem plo, hoy en día no se habla de una dem ocra
cia industrial radical.) El levantam iento de 1956, com o todas las grandes revoluciones, no
tenía u n carácter autolim itante; m ás bien, tenía aspectos de u n a guerra civil, que es preci
sam ente lo que los m ovim ientos actuales p ro cu ran desesperadam ente evitar. P or esta ra
zón, ni la “Revolución pacífica” en la Alemania oriental ni la “Revolución de terciopelo” en
Checoslovaquia deben entenderse com o versiones no violentas del m odelo de 1956. Es in te
resante que aún sea un a pregunta sin respuesta la relativa a si estas “revoluciones" rep re
sentan m odelos m ás o m enos radicales de la dem ocratización que los cursos no revolucio
narios seguidos p o r los polacos y los húngaros. Véase A. Arato, "Revolution, Civil Society
and D em ocracy”, Praxis International, vol. 10, núm s. 1-2, abril-julio de 1990, pp. 24-38.
119 E stam os pensando en lo sorprendentem ente abiertos que fueron sus debates, por
una parte, y, p o r la otra, en el continuo control del proceso, en especial en la selección del
Soviet Suprem o (la legislatura real) p rim ero p o r el ap arato conservador y posteriorm ente
por el pequeño grupo de funcionarios de Gorbachov.
120 C onsideram os la movilización nacionalista, especialm ente la de una variedad par
ticularista, agresiva, com o u n a patología de la sociedad civil. E n E uropa oriental y en la
Unión Soviética sus orígenes son complejos, y ap arte de las quejas legítim as nacionales y
étnicas de las m inorías y de los pueblos colonizados, refleja los siguientes elementos: I) Los
procesos insuficientes y superficiales de m odernización en los regímenes comunistas, que
pueden suprim ir las prácticas, sím bolos e ideologías tradicionales, pero que no pueden
transform arlos efectivam ente. 2) La creciente utilización, al decaer las formas de legitlml-
EL RESURGIMIENTO CONTEMPORÁNEO 109
dad m arxista-leninista, de las form as nacio n alista e histo rió ista de a u to p resen tació n y
autojustificación. 3) La inseguridad y debilitam iento económ ico cada vez m ayores del pe
riodo de transición, que hace que la defensa de los intereses m ateriales sea cada vez más
precaria. Incluso aquéllos afectados m ás adversam ente p o r los cam bios en cu en tran difícil
oponerse a ellos en la m edida en que son necesarios p ara d esm an telar los regím enes odia
dos. Como consecuencia, hay u n a tendencia a m ovilizarse en torno a tem as sim bólicos en
vez de m ateriales, en torno a la identidad en vez del interés. 4) El hecho de que u n llama
m iento a u n a sociedad civil au to organizada im plica la posibilidad general de construir
nuevas identidades, pero sólo p a ra aquellos que son capaces de u n a participación intensa
en la vida de las organizaciones y las asociaciones. Para los que no p articip an en ellas, la
reconstrucción de la sociedad civil y de sus asociaciones parece ser sólo u n p ro g ram a de
atom ización, tanto m ás precario en el contexto de un p aternalism o estatal decadente. Los
llam ados a la identidad nacional y a la m ovilización nacionalista com pensan a estos estra
tos con la esperanza de una "com unidad ilusoria”.
121 Cuando lo escribim os, nuestro texto no podía an ticip ar varios acontecim ientos im
portantes. Ahora ya han surgido m ediaciones p arlam entarias viables en la Unión Soviética,
pero sólo en el ám bito de las repúblicas, incluyendo sorprendentem ente a la República
Federal Socialista Rusa. E sta situación, que refleja el desarrollo de u n a m ultiplicidad de
sociedades civiles, u n a para cada República, no resuelve p o r sí sola el problem a de la media
ción p a ra toda la sociedad ni evita los peligros de la polarización (m últiple). Sólo lo convier-
le en un problem a entre los gobiernos de las repúblicas, apoyados p o r sus p ropias socieda
des civiles, y un gobierno central, cuya estru ctu ra in tern a no p ro p o rcio n a mediaciones
suficientes. Lo que es peor, el fracaso del acuerdo (esperam os que tem poral) respecto a la
reform a económ ica entre los gobiernos de las repúblicas y el central ah o ra reproduce tam
bién la m ism a estructura del conflicto en lo económ ico, reforzando las líneas de división
políticas y culturales. A m enos de que se creen instituciones de m ediación que impliquen
un constitucionalism o y u n p arlam entarism o auténticos que incorporen de m an era convin
cente u n a estructura federal o confederal, los resultados posibles son pocos y todos extre
m adam ente precarios. (N ota añ ad id a en el verano de 1991.)
122 Véase, p o r ejemplo, Z. Bujak, "West of Centre", East European Repórter, vol. 4, núm, 3,
otoño-invierno de 1990. E sta posición no carece de contrarios. E n Checoslovaquia, J. Urban
argum entó enérgicam ente en favor de la conversión del Foro Cívico en un partido al estilo
de los de E uropa occidental. Véase "The Crisis of Civil Forum ", Uncaptive Minds, vol. 3,
núm. 4, agosto-octubre de 1990. E sta cuestión supera las fronteras ideológicas. En Hun
gría, por ejemplo, el s z d s z está m ás satisfecho con la form a de partid o "m oderno"; el FIDBSZ
parece estarlo m enos. D entro del gobernante m d f derechista, parecen estar representadas
am bas posiciones.
123 Lena K o la rs k a -B o b in sk a ,.rj^ C h a n g in g Face of Civil Society in E astern Europe”,
m anuscrito inédito, 1990. P ara elóáSo húngaro véase F. Miszlivetz, "The Injuries of East
Central Europe: Is the A utotherapy of Civil Society Possible?”, m an u scrito inédito, 1990;
para el caso checo, véase la entrevista con Ladislav H ejdanek publicada como "Democracy
without O pposition Is N onsense”, East European Repórter, vol. 4; núm . 3, otoño-invierno de
1990, p. 96. Para u na evaluación teórica general véase Arato "Revolution, Civil Society, and
Democracy".
124 G. M. Tamas ha defendido esta perspectiva en varios escritos. Véase, por ejemplo,
"Glemp biboros intó szava”, Élet és irodalom, vol. 33, núm . 36, septiem bre de 1989. Hay
sectores im portantes en los tres partidos principales, así com o m uchos econom istas y res
ponsables de la política económ ica que tom an la m ism a posición.
125 Véase los análisis de las mejores de estas teorías en los artículos que mencionamos a
continuación. De A. Arato: "Autoritárer Sozialismus und die Frankfurter Schule", en A.
Ilnnncth y A. Wellmer (eds.), Die Frankfurter Schule und die Folgen, Berlín, de Gruyter,
1986; "Bahro’s Alternative: From Western to Eastern Marxism", una reseña de U. Wolter
(cd.), Bahro: Critical R e s p o n s e s , T e lo s , núm. 48, verano de 1981, pp. 153-168; "Crltlcal
Sociology and Authorltarlan State Soclallsm", en D. Held y J. Thompson (eds.), H a b t r m a s :
Critical Debates, Cambridge, MIT Press, 1982; "Im m anent Critique and Authorltarlan
Soclallsm", C a n a d ia n J o u r n a l o f P o llt le a l and Social T h eory , vol. 7, núms. 1-2, invierno-
110 EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL
prim avera de 1983, pp. 146-162; “The B udapest School and Actually Existing Socialism ”,
Theory and Society, núm . 16, 1987; "Facing Russia: C astoriadis and Soviet Society", Revue
européenne des Sciences sociales, vol. 37, núm . 86, pp. 269-291.
126 Véase A. Arato, "M arxísm in E ast E urope”, en Tom B ottom ore (ed.), Dictionary o f
Marxism, Oxford, Blackwell, 1983, y "Marxism", en J. Eatwell el al. (eds.), The New Palgrave:
A Dictionary ofEconomics, Londres, M acm íllan, 1987.
127 Véase Jean L. Cohén, Class and Civil Society. The Limits o f Marx's Critical Theory,
Amherst, University of M assachusetts Press, 1982.
128 Véase el cap. 3.
129 Véase Evans et al. (eds.), Bringing the State Back In.
130 véase Jürgen H aberm as, “The New Obscurity", The New Conservatism, Cambridge,
MIT Press, 1989.
i3' Véase André Gorz, Strategy for Labor, Boston, Beacon Press, 1967.
U2 G. M. Tamas represen ta esta perspectiva, aunque la elabora en térm inos de la idea de
u na revolución “legal y no sangrienta” que se com binará eventualm ente con la "reform a”
desde arrib a después de que se constituya una form a legítim a de poder. O puesta a cual
quier idea de "revolución social”, su concepción deliberadam ente deja ab ierta la posibili
dad de los que detentan el poder hoy en día y convertirán su p o d er en propiedad económ i
ca. Véase "Tájkép csata elótt” (El paisaje antes de la batalla), Élet és irodalom, 4 de agosto de
1989, y su conferencia en una reunión pública del szDSz la que fue publicada en Szabad
Demokraták, núm s. 4-5, 1989.
132 E sta posición ha sido expuesta p o r Agnes H eller y Ferenc F eh er en varias reuniones
y conferencias, pero, h asta donde sabem os, aún no se ha publicado. Definen a la revolución
política com o un rom pim iento en la estru ctu ra de la soberanía, com o el rem plazo ya sea de
un soberano o de una form a de soberanía p o r otra. Incluso la segunda versión, m ás convin
cente, es a la vez dem asiado am plia y dem asiado lim itada para describir los cam bios en la
m ayoría de los países de E uropa oriental: dem asiado am plia porque descuida las co n tin u i
dades en la estructura del gobierno político que sólo se elim inan gradualm ente (en p artic u
lar, el gobierno délos antiguos parlam entos y del partido gobernante en el pouvoir constituant
y la continuación de la validez del sistem a legal heredado); dem asiado lim itada porque las
transform aciones im plican un cam bio total de los sistem as y de ninguna m an era se lim itan
a la esfera de lo político. Es interesante que su definición corresponda m ejor al caso m ás
violento y m enos radical, es decir, R um ania.
134 En u na brillante exposición, que apareció dem asiado tard e p a ra ser incorporada en
nuestra argum entación, Ulrich Preuss ha m o strad o que las revoluciones de E u ro p a oriental
se alejan del m odelo de soberanía de Cari Schm itt, que desde su punto de vista había sido
establecido p o r la Revolución francesa, en especial en su au to in te rp re ta c ió n jaco b in a-
roussoniana ("La influencia de Cari Schm itt en el discurso legal de la R epública Federal de
Alem ania”, docum ento presentado en una conferencia sobre "El desafío de Cari Schm itt y
la teoría dem ocrática”, prim avera de 1990, F acultad de E studios de Posgrado, New School
for Social Research, Nueva York).
135 Reconocem os que un uso m ás bien anticu ad o del térm ino revolución ha surgido
ahora en algunos países, com o en H ungría. É ste com bina elem entos del uso prem oderno
(retorno, restauración) con elem entos de la sem ántica revolucionaria inventada p rim era
m ente p o r los jacobinos y sus aliados, con el fin de com pensar la ausencia de una legitim i
dad dem ocrática arraigada en la sociedad civil. El ala que prom ueve (principal pero no
exclusivam ente) este uso se vio obligada desafortunadam ente p or la lógica de su posición a
inventar enem igos así como a buscar desquites retroactivos, extralegales. A fortunadam en
te, los llam ados basados en la sem ántica parecen en co n trar poca respuesta en u n contexto
que todavía es “posrevolucionario” en el sentido de n u estra idea de autolim itación. Sin
em bargo, sería ingenuo negar los peligros posibles de la dem agogia revolucionaria a m edi
da que em peora la situación económ ica antes de que em piece su recuperación. El ascenso
de W alesa com o el cam peón de una derecha que espera "acelerar" el cam bio es una adver
tencia suficiente en este contexto.
136 véase el cap. II. Por supuesto, lo que han añadido algunos (Incluidos nosotros), son
las fam ilias y los movim ientos.
EL RESURGIMIENTO CONTEMPORÁNEO 111
137 Para la distinción, véase el gran ensayo de Polányi, '"íhe Econom y as an Instituted
Process”, en G. Dalton (ed.), Primitive, Archaic and Modern Economies. The Essays o f Kart
Polányi, Boston, Beacon Press, 1968.
138 R ecientem ente, los defensores de la sociedad civil en H ungría h an hecho énfasis en
la pluralidad de las form as de propiedad dentro del proceso de privatización como la di
m ensión a través de ¡a cual la sociedad civil puede obten er u n p u n to de apoyo den tro de la
nueva sociedad económ ica que se está form ando. Véanse los últim os ensayos en E. Szalai,
Gazdaság és hatalom, B udapest, Aula Kiado, 1990, que rep resen tan el m ejor tratam ien to de
esta cuestión desde el punto de vista de la teoría dem ocrática así com o del análisis econó
mico riguroso. En nuestra opinión, la propiedad puede tener u n papel que desem peñar en
la relación de la sociedad civil con la sociedad económ ica, análogo al papel que desempe
ñan los partidos políticos respecto a la sociedad política. La propiedad privada así como la»
organizaciones políticas sólo logran diferenciarse de la sociedad civil, m ien tras que se re
quieren form as genuinam ente pluralistas de propiedad así com o p artid o s dem ocrático»
p ara m ediar un punto de apoyo de lo civil en lo económ ico y en lo político. Sin esas media
ciones, la sociedad civil se hace burguesa y se atom iza, y la dem ocracia se convierte en una
dem ocracia de élite.
139 Véase el cap. vi y A. Arato, “Civil Society, H istory, and Socialism : Reply to John
K eane”, Praxis International, vol. 9, núm s. 1-2, abril-julio de 1989, pp. 133-152.
140 Éste es el punto de vista de J. Kis. La idea de una sociedad civil de múltiples nivele»,
incluidas sus "mediaciones” políticas, en principio puede satisfacer las necesidades intelectua
les de un periodo en que la orientación vuelve a dirigirse a la política en el sentido m ás tradicio
nal. Aunque es cierto que los partidarios de la sociedad civil a m enudo hacen hincapié en un
modelo “horizontal” que ubica a todas las asociaciones y organizaciones en el mismo nivel, la
dimensión "vertical” del concepto de la sociedad política está presente en la antigua idea hegellana
de la mediación. Sin embargo, por lo m enos en principio, es igual de posible para una sociedad
civil dividida por intereses e identidades alternativas estar organizada en forma pluralista, que
para una sociedad política convertirse en monolítica. Ciertamente, cuando la sociedad civil
tomó las funciones de la sociedad política ante un Estado autoritario cada vez más hostil y mál
o menos unificado, como en Polonia, la pluralización de la sociedad civil constantem ente pre
dicada nunca se desarrolló realm ente más allá de sus inicios. Pero en este caso la pluralización
de la sociedad política incluso en su form a parlam entaria tam bién parece haberse retrasado
sorprendentem ente. Quizá podam os ver la razón de esto en una sociedad política que se ha
desarrollado como la mediación política de una sociedad civil unificada. Por otra parte, la
excesiva pluralización prem atura de una sociedad política —como en Hungría, donde el pro
yecto de transición es m ás consensual de lo que parecería por los conflictos políticos— puede
tener la consecuencia desafortunada de contribuir aún más a la desmovilización de una socie
dad asqueada por la agresión y dggjagogia innecesarias en la política.
141 Véase el ataque de G. M. Tamas a la independencia de la autoorganización societal en
Ihicaptive Minds. Ésos llam ados a u n nuevo estatism o en form a de absolutism o parlamen
tario se escuchan en los dos principales partidos húngaros; la opinión de I. Csurka sobre la
independencia de la prensa, que espera rem p lazar p o r el control político del partido me
diante un poder parlam entario de fado, rep resen ta el m ism o p u n to de vista. En ambo»
nisos, el argum ento se fundam enta en un reconocim iento de que la organización societal
representa poder y en la afirm ación de que el único p o d er legítim o es aquel que resulta de
las elecciones nacionales.
147 Esto difiere de la corrección p luralista de la dem ocracia de élite schumpeteriana en
un aspecto crucial. M ientras que Dahl et al. trataro n de incluir a la sociedad civil y a SU
"Influencia" en la sociedad política dentro de su concepto de la dem ocracia de élite, ello»
contuban con una desm ovilización general de la sociedad civil, una ausencia de movimien
tos sociales, un síndrom e de privatización civil, el consenso con un grado mínimo de parti
cipación dentro de la sociedad civil, y una lim itación de la participación a una forma espe
cifica, esto es, al grupo de presión en favor de determ inados intereses.
Véase Stepan, R e th in k in g MiUtary Politics, op, cit., y la introducción a Stepan (ed,),
Ihtnocratizing Braiil, op, cit,. Este argumento es incongruente, pues aunoue la Institucio
nal!/,ación de la sociedad civil representara sólo los resultados de la liberailzaclón, los mo-
112 EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL
vim ientos de dicha sociedad tam bién serían im portantes en el surgim iento de la sociedad
política así com o en el proceso general de dem ocratización.
144 Tamas, "Tájkép csata elótt”, op. cit.
145 En este contexto, el énfasis que da Cardoso a la dem ocracia in dustrial en cuentra
m uchos paralelos en las fuentes de E uropa oriental, que esperan adem ás in stitucionalizar
la autonom ía social sobre todo p o r m edio del desarrollo de u n a e stru ctu ra genuinam ente
pluralista de la propiedad privada, incluyendo rio sólo la propiedad privada en el sentido
lim itado del térm ino, sino tam bién la propiedad por parte de los em pleados, de las organi
zaciones no lucrativas, y de los gobiernos locales, así com o la participación de los ciu d ad a
nos ordinarios en los nuevos fondos m utuos de inversión. Esos in stru m en to s son im p o rtan
tes no sólo por razones norm ativas que provienen de la teoría dem ocrática, sino tam bién
com o las m ejores form as de lo g ra r un a celeram ien to n ecesario de la p riv atizació n y
desm onopolización de las econom ías de E u ro p a oriental. Véase Szalai, Gazdaság és hatalom,
op. cit.
II. HISTORIA CONCEPTUAL Y SÍNTESIS TEÓRICA
U n b o s q u e jo d e l in ic io
DE LA HISTORIA CONCEPTUAL MODERNA
L a s ín t e s is d e H e g e l
que debería ser. Nuestro propósito es m ostrar que esta división difícilmen
te desaparece en la teoría de Hegel incluso en la esfera del Estado, que se
supone es aquella en que se reconcilian todas las antinom ias.41 Aunque
Hegel recurrentemente implica que no debe considerarse a ningún E sta
do de los que existen en la realidad como si ya fuera racional, afirma, no
obstante, que la sustancia ética (Sittliche) definida en términos de la iden
tidad de la autorreflexión racional y las instituciones reales es la “wirkliche
Geist einer Familie und eines Volks’’.42 La ausencia de la sociedad civil y la
presencia de la familia y el Estado, este último nada más como pueblo,
son los rasgos notables de esta definición de la Sittlichkeit. De m anera
congruente, la sociedad civil reaparece en el siguiente párrafo sólo como
una versión “abstracta" y “externa" de la Sittlichkeit,43 La sección sobre la
transición entre la familia y la sociedad civil habla de "la desaparición de
la vida ética” y su resurgimiento sólo como un “mundo de apariencia éti
ca ,44 Hegel continua hablando de la sociedad civil “como un sistema de
vida ética perdida en sus extremos”.45
De este modo, la sociedad civil es un nivel de Sittlichkeit donde las opo
siciones de lo que debería ser/es, sujeto/objeto, derecho/deber, e incluso
de lo racional/lo que existe reaparecerían todas. Pero no sería difícil argu
mentar que este nivel de Sittlichkeit es su misma antítesis, un Gegen- o
AntiSittlichkeit.46 Gran parte de la discusión de Hegel sobre la sociedad
civil enfatiza la desintegración de la forma supuestamente natural de vida
ética representada por la familia en un m undo de egoísmo y enajenación.
No obstante, cuando habla de las raíces éticas del Estado, se refiere a la
familia y a la corporación, esta última-“plantada en la sociedad civil”.47
Aquí está el verdadero sentido de considerar a la sociedad civil como “la
bifurcación de la vida ética", como a la vez Sittlichkeit y AntiSittlichkeit,
donde la unidad de la vida ética sustancial (según el juicio final de Hegel
sobre la sociedad civil) sólo se logra en apariencia.
Al seguir el despliegue que hace Hegel de las categorías de la sociedad
civil desde el sistema de necesidades y el sistema de leyes hasta la policía
(la autoridad general) y las corporaciones, e incluso más allá hasta la asam
blea estamental y la opinión pública, obtenemos una descripción de la
sociedad moderna como una dialéctica de Sittlichkeit y AntiSittlichkeit.
Sólo las ilusiones de la construcción de sistemas dan fin a este movimien
to en la (muy incongruente) descripción del Estado como plenamente rea
lizado pero ya sin que se le haya dado naturalm ente vida ética.48
Debemos detenemos a considerar la gran im portancia de una com
prensión desde dos puntos de vista del concepto de sociedad civil de Hegel.
Si fuéramos a interpretarla sólo como enajenación, la integración social
tendría q u e ser concebida exclusivamente en los niveles de la familia y del
Estado. Entonces, en relación con la sociedad civil, las dimensiones pre-
HISTORIA CONCEPTUAL Y SÍNTESIS TEÓRICA 125
(la clase de los negocios),72 y a la autoridad general (la clase de los funcio
narios públicos).73 Es sólo lo que Hegel considera el lado inferior de este
proceso de emergencia de nuevos grupos de status no atribuido lo que
pertenece al nivel socioeconómico de su análisis. Por consiguiente, la cla
se trabajadora representa una forma de, desigualdad producida por la so
ciedad civil74 en la que la ausencia de herencia o de un ingreso no ganado
de alguna otra manera, así como una forma específica de vida, hacen impo
sible acceder a la calidad de miembro de algún estamento y exponen a los
individuos a los riesgos de contingencias económicas que están más allá de
su control.75
Considerados en conjunto, la necesidad, la mano de obra y la diferen
ciación alcanzan un nivel de universalidad en la sociedad civil sólo con un
gran costo social. Hegel está agudam ente consciente de esto, aunque
no observe, y no puede observarlo, el nivel correspondiente de potencial
de conflicto. A diferencia de algunos de los economistas políticos que
conocía (en particular Ricardo), no desarrolló rápidam ente el tema del
problema del conflicto en relación con la clase trabajadora,76 quizá debi
do a su opinión de que los estamentos (es decir, los nuevos tipos de gru
pos de status) por sí solos constituían el principio moderno de estrati
ficación.77 A pesar de todo, entendió que la "integración del sistema" de
la sociedad civil era muy inestable, aunque no presentó este problema
en términos de categorías acción-teóricas. Aún así, entendió, más que cual
quier economista político, que la integración social debe ocurrir fuera del
sistema de necesidades para que la propia economía de mercado pue
da funcionar. Sin embargo, a diferencia de los primeros filósofos políti
cos modernos que seguían la tradición de la ley natural, no limita este
nivel de integración al ejercicio del poder soberano, a la esfera del Estado
o a la familia, otra elección posible. Fue en oposición consciente a esas
opciones teóricas que desarrolló una teoría de la integración social que
constituyó uno de los actos fundadores de la sociología moderna, o al
menos del paradigma desarrollado por Durkheim, Parsons y Habermas,
entre otros.
La teoría de la integración social de Hegel procede en tres pasos: /) la
estructura legal (RechtspflegeJ; 2) la autoridad general (Polizei); 3) la cor
poración; 4) el ejecutivo (burocrático); 5) la asamblea estamental o legis
latura, 6) y la opinión pública. Mientras que a las tres prim eras se las
desarrolla como parte de la teoría de la sociedad civil, y las últimas tres
pertenecen a la teoría del Estado, o más bien al derecho constitucional, el
argumento resulta ser en lo esencial continuo.78 Quizá deberíamos pensar
en éstas como dos líneas de la argumentación, incluso cuando la forma de
proceder de Hegel yendo de uno al otro y retornando al primero está cons*
truida de tal manera que evita la aparición de esa diferenciación. Es en
HISTORIA CONCEPTUAL Y SÍNTESIS TEÓRICA 129
níÉMP'
130 EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL
I n t e g r a c ió n p o r m e d io d e l E sta d o
La in t e g r a c ió n s o c ia l p o r m e d io d e la s o c ie d a d c iv il
NOTAS
form a de reconocim iento m u tu o entre iguales, y la estru ctu ra p atriarcal y jerárq u ica de la
fam ilia burguesa real, que se reproduce en la ley, está im plícita en la discusión de Hegel.
42 El espíritu de u n a fam ilia y de u n pueblo; véase PR, párrafo 156.
43 PR, párrafo 157.
44 PR, párrafo 181.
45 PR, párrafo 184. En realidad, el nivel de Sittlichkeit en que, en opinión de Hegel no hay
ninguna tensión entre lo que es y lo que debería ser, entre el bien com ún y el interés indivi
dual, entre el derecho y el deber, no es el del Estado, com o lo pensó Taylor, sino el de la
fam ilia, el nivel “natural" de la Sittlichkeit.
46 Z. A. Pelczynski, "The Hegelian Conception of the State", en Pelczynski (ed.), Hegel’s
Political Phílosophy, p. 12. Pelczynski hace énfasis, en este a rtíc u lo y en o tro s, en la
reem ergencía de la integración social positiva dentro de la sociedad civil.
47 PR, párrafo 255.
48 Pero tam bién se debe a las ilusiones de la construcción de sistem as que la fam ilia
aparezca com o una form a n atural, inm ediata de la Sittlichkeit —una que no está dentro ni
fuera sino que es m ás bien externa y an terio r a la sociedad civil—. La división idiosincrásica
en tres partes que hace Hegel de la vida ética requiere com entario. Hegel contrapone la fa
m ilia tanto a la sociedad civil com o al E stado, pero lo que nos interesa aquí es la p rim era
oposición. Ahora bien, la diferenciación entre la fam ilia y la sociedad civil, concebida como
el sistem a de necesidades, no es particularm ente sorprendente, puesto que la orientación
exclusiva al autointerés individual de actores en u n a econom ía de m ercado que están integra
dos por m edio de relaciones im personales sí parece muy diferente de la m utualidad de senti
mientos (amor), la com unidad de propósito (hijos), y la com unidad de intereses (la propiedad
de la familia) que son fundam entales p ara el concepto de Hegel de la fam ilia m onógam a. Sin
em bargo, a diferencia del concepto m arxista, la teoría de la sociedad civil de Hegel no se
detiene en el sistem a de necesidades. Por el contrarío, la intuición m ás im portante de Hegel
respecto a la sociedad civil es su reconocim iento de que im plica el principio de asociación
voluntaria y, con ello, nuevas form as de solidaridad, participación igualitaria, incorpora
ción com o m iem bro y vida ética. Precisam ente, la función de las asociaciones de la socie
dad civil (corporaciones, estados) es p ro p o rcio n ar contextos en que puedan surgir nuevas
form as de solidaridad, de identidad colectiva y de interés com ún. Su función m ás im por
tante es la de m itigar las tendencias centrífugas del sistem a de necesidades, vincular a los
individuos entre sí en un propósito com ún y atem p erar el egoísm o del autointerés. Por esto
es que Hegel se refiere a la corporación com o la "segunda fam ilia” (PR, párrafo 252).
Entonces, ¿por qué en vez de ver a la propia fam ilia com o la asociación voluntaria p o r
excelencia, Hegel la excluye del todo de la sociedad civil, a la vez que la u sa com o la m etá
fora p ara la solidaridad en todo su texto? Hegel se refiere a la sociedad civil com o la familia
universal, a la corporación com o la segunda fam ilia del individuo (PR, párrafos 238 y 239),
y al E stado com o la "sustancia ética autoconsciente que unifica el principio fam iliar con el
de la sociedad civil. La m ism a unidad que en la fam ilia es el sentim iento de am or está, en su
esencia, recibiendo sin em bargo [...] la form a de universalidad consciente". Enzyclopadie
der Philosophischen Wissenschaften (1830], H am burgo, Meiner, 1969, párrafo 595.
Podem os discernir dos razones p ara esto, u n a lógica, la otra ideológica. Dada la estruc
tu ra sistem ática del texto de Hegel, si uno razo n a lógicam ente a p a rtir de la existencia de la
persona legal constituida por el sistem a de derecho ab stracto —el propietario individual
atom izado— entonces parece que se p resupone algo previo, es decir, el contexto en que la
persona literalm ente es generada, y este contexto no puede ser el propio sistem a de necesi
dades. La existencia sustancial del individuo im plica u n “universal natural" (la especie y su
procreación), y todo individuo está situado, generado, p rim ero en el contexto de la familia.
Por lo tanto, Hegel ve a la fam ilia com o la presuposición lógica de la sociedad civil.
Sin em bargo, se requiere otro paso ideológico p ara c o n stru ir a la fam ilia com o la form a
natural, prerreflexiva, de la vida ética. Hegel reconoce que el facto r n atu ral, el vínculo
sexual, es elevado en la familia m onógam a a un significado espiritual —la u n anim idad del
am or y el sentim iento de confianza— pero lo es, insiste, en una form a prerreflexiva, como
un sentim iento. La fam ilia es la p rim era form a en que la unidad de lo» individuo» se mani
fiesta en la realidad com o u n a com unidad de amor. Por medio de la lmtltuclón del matrl-
¿.Atitefcaw .
HISTORIA CONCEPTUAL Y SÍNTESIS TEÓRICA 147
m onio m onógam o, sin em bargo, se constituye un vínculo personal indivisible, que resulta
en un apego m oral y la com unidad de los intereses personales y privados. E n resum en, la
fam ilia m onógam a com bina la voluntad y los intereses de sus m iem bros, y hace que las
características de m utualidad y de com binación del am o r sean perm anentes.
Pero no hay nada natu ral en la form a de la fam ilia b urguesa m onógam a; es u n a cons
trucción histórica, institucional y legal com o sin duda Hegel lo sabía. Parece que la carac
teriza com o un a com unidad n atural porque supone que no hay ningún conflicto o incluso
diferencia de intereses entre los m iem bros de la fam ilia, a p esar de la diferencia física del
sexo, que “aparece a la vez com o una diferencia de tipo intelectual y m oral'' (Enzyclopádie
der Philosophischen Wissenschaften, párrafo 519). De hecho, el vínculo fam iliar, su unidad,
es supuestam ente tan com prehensivo que form a u n a sola persona de tal m an era que la
única persona que representa la propiedad de la fam ilia adquiere un interés ético.
Aquí es obvio que Hegel presupone sin cuestionam iento la forma de familia monógam a,
patriarcal burguesa. El motivo teórico menos obvio que subyace en la exclusión de la familia de
la sociedad civil es el doble supuesto de que el individuo presupuesto por el sistem a de necesi
dades no puede ser producido por ella y que la única dinám ica realm ente im portante de intere
ses conflictivos, antagónicos, es la constituida por el sistema de necesidades entre los actores
económicos. Por lo tanto, parecería que los miembros de la familia no tienen intereses separa
dos mientras continúen en la familia. A esto se debe el indisoluble vínculo de la familia monógama.
Pero la única persona que nunca deja a la familia es, desde luego, la esposa. Los hijos e hijas,
cuando llegan a la edad adulta, la dejan para ingresar a su segunda familia, a la sociedad civil,
donde están en libertad de actuar ahora en favor de sus intereses independientes. Pero se
forman nuevas familias, parecería que excluyendo nuevamente a las mujeres de la sociedad
civil. Por supuesto Hegel no dice explícitamente que sólo los hombres son actores del sistema
de necesidades; se refiere en cambio a los jefes de los hogares. Pero la exclusión de la propia
familia de la sociedad civil y el supuesto de una arm onía perfecta de intereses dentro de la
m ism a sólo tiene sentido si se supone que uno de los dos m iembros adultos no tiene intereses
separados y nunca obtiene el status de persona legal, o por lo menos renuncia al mismo al
casarse (que era la situación legal de las mujeres casadas en toda E uropa en ese tiempo).
Entonces, debe ser el hom bre jefe del hogar el que ingrese a la sociedad civil y a través del cual
la propiedad de la familia aparece como un individuo en el sistema de necesidades.
Puede existir todavía una tercera razón p ara excluir a la fam ilia, en la form a en que
Hegel la defiende, de la sociedad civil, u n a de la que nunca trató Hegel pero que tendría
m ucho sentido. La fam ilia p atriarcal no se parece a ninguna o tra asociación en la sociedad
civil porque supuestam ente no reconcilia los intereses divergentes de las personas dentro
de la m ism a, sino que constituye u n a u n id ad inm ediata de los intereses. Pero tam bién
diverge de los dos principios de integración típicos de una sociedad civil m oderna; el con
trato (y la integración del sistem^-fiearacterística del m ecanism o del m ercado) y la asocia
ción voluntaria. A pesar de la m etáfora de un contrato m atrim onial, la fam ilia n o es un
arreglo contractual en el sentido norm al de la palabra. Puede "contratarse" librem ente,
pero en parte es indisoluble, y un im portante conjunto de sus m iem bros, los hijos, no en
tran p ara nada en el contrato. De hecho, en otras partes Hegel explícitam ente rechaza el
concepto kantiano de la fam ilia com o una relación contractual.
Sin em bargo, la fam ilia patriarcal tam poco es u n a asociación voluntaria p arecida a algu
na otra, porque su estructu ra interna y su m odo de integración en tran en conflicto con el
modo igualitario y horizontal básico de la integración social que es el principio de la coor
dinación de la interacción en las asociaciones voluntarias. Una fam ilia p atriarcal, en cam
bio, se integra m ediante el principio de la jerarq u ía y conserva un status de castas según el
sexo predicado con base en la ausencia de igualdad y autonom ía p a ra sus m iem bros fem e
ninos. Para que la fam ilia pueda ser situada dentro de la sociedad civil, com o una form a
particular de asociación voluntaria, tendría que ab an d o n ar su form a p atriarcal y convertir
se, al m enos en principio, en Igualitaria. Por supuesto, en lo que respecta a los hijos, la
igualdad y la autonom ía constituyen una meta, en vez del punto de p artida, pero esto no
afecta el problem a. Así, la familia en la forma en que Hegel la constituye debe ser excluida
de la sociedad civil y consideran* eomo una forma natural, prerreflexiva, de la vida ética a
pexur de su constitución patentemente aoclal, legal y cultural.
148 EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL
A p esar de todo, creem os que hubiera sido m ejor incluir a la fam ilia dentro de la socie
dad civil, com o su p rim era asociación. E sta alternativa h ab ría sido m uy su p erio r a la que
eligió Hegel, tanto desde el punto de vista norm ativo com o del teórico. Porque entonces la
fam ilia podría h aber ocupado su lugar com o u n a institución clave de la sociedad civil, una
que, si se la concibe en térm inos igualitarios, pudo h ab er proporcionado u n a experiencia
de solidaridad horizontal, identidad colectiva y participación igualitaria a los individuos
autónom os que la integran —u n a tarea considerada fundam ental p a ra las o tras asociacio
nes de la sociedad civil y p a ra el desarrollo en últim a instancia de la virtud cívica y de la
responsabilidad respecto a la form a de organización política.
49 T. W. Adorno, "C ultural Criticism and Society", Prisms, Cam bridge, MIT Press, 1981.
50 Sobre las raíces históricas de esta incongruencia, y sobre las tendencias republicanas
en el pensam iento de Hegel, véase K. H. Uting, “The S tru ctu re of Hegel's Philosophy o f
Right”, en Pelczynski (ed.), Hegel's Political Philosophy, y “Hegel's Philosophy of the State
and Marx’s Early Critique", en Z. A. Pelczynski (ed.), The State and Civil Society: Studies in
Hegel's Political Philosophy, Cambridge, Inglaterra, C am bridge University Press, 1984.
51 Karl Polányi, Great Transformation [1944], Boston, B eacon Press, 1957, es a la vez un
elocuente análisis y un síntom a de esta tendencia estatista.
52 Jean L. Cohén, Class and Civil Society: The Limits of Marxian Critical Theory, Amherst,
University of M assachusetts Press, 1982.
53 Véase por ejem plo, PR, párrafo 190.
54 PR, párrafo 187.
55 PR, párrafo 183.
56 PR, párrafo 182.
57 Sólo p ara el sistem a de necesidades puede Hegel m antener que en la sociedad civil
todos son un fin en sí m ism os y todos los dem ás no son nada. Véase PR, párrafo 182, add.
58 Georg Lukács, The Young Hegel, Cam bridge, MIT Press, 1975; Shlom o Avineri, Hegel’s
Theory o f the Modem State, Cambridge, Inglaterra, C am bridge University Press, 1972.
59 PR, párrafo 184.
69 Ibid.
61 Esto es lo que H aberm as ha llam ado "integración de sistem a" (PR, párrafos 187 y 199).
62 PR, párrafo 189 y add.
63 PR, párrafo 243.
64 PR, párrafo 195.
65 PR, párrafos 196 y 198.
66 PR, párrafo 243. Véase Avineri, Hegel’s Theory, pp. 108-109, 149, y en otras partes.
67 PR, párrafo 207.
68 PR, párrafos 206 y 207.
69 Véase Cohén, Class and Civil Society, op. cit.
70 E sto anticipa e influirá en la form ulación de M arx, según la cual el proletariado está
"en" pero no es “de” la sociedad civil.
71 PR, párrafo 203.
72 PR, párrafo 204.
73 PR, párrafo 205.
74 PR, párrafo 200.
75 PR, párrafo 241.
76 No obstante, observó el problem a del conflicto de la adm inistración p o r la au toridad
pública (párrafo 236).
77 El punto es que hay dos diferentes clases de integración funcionando en el concepto
de la sociedad civil de Hegel: la integración del sistem a y la integración social. Véase nues
tro cap. in sobre Parsons y el cap. IX sobre H aberm as.
78 La contradicción política de Hegel entre el estatism o y el antiestatism o se revela en el
orden de la exposición. M ientras que el bosquejo del argum ento que se refiere al E stado en
el párrafo 273 procede de la legislatura al ejecutivo y finalm ente a la corona com o el nivel
superior, la exposición en los párrafos 275-320 pasa de la corona al ejecutivo y finalm ente a
la propia legislatura, culm inando en la d octrina de la opinión pública. Por supuesto, |la
legislatura es la sociedad civil en el Estadol
HISTORIA CONCEPTUAL Y SÍNTESIS TEÓRICA 149
P a r s o n s : la s o c ie d a d c iv il ,
ENTRE LA TRADICIÓN Y LA MODERNIDAD
todas las funciones, pero cuyo centro de gravedad estaba relacionado con
una sola función. Esta interpretación teleológica de la historia puede muy
bien suponer una proyección inaceptable de las categorías occidentales
modernas hacia las sociedades premodernas y no occidentales, de modo
que la aplicabilidad universal de una categoría como la diferenciación
está consecuentemente expuesta a la duda.6A pesar de todo, la im portan
cia de esta categoría para el propio desarrollo moderno es muy posible.7
Para Parsons la comunidad societal es el subsistema integrador de la
sociedad: su función es integrar un sistema social diferenciado, institucio
nalizando los valores culturales como normas que son aceptadas y aplica
das socialmente. La diferenciación de la comunidad societal respecto a los
subsistemas cultural, económico y político, se logró, según Parsons, me
diante las tres revoluciones modernas: la industrial, la democrática y la
educativa. Cada una de ellas está representada como un paso en la “decla
ración de independencia de la comunidad societal'' de los otros subsistemas,
que, sin embargo, también adquieren en el proceso sus propias institucio-
‘JÍ'nes diferenciadas.8 En realidad, en el análisis de Parsons, la diferenciación
de la comunidad societal empezó con los principales antecedentes ingle
ses de las tres revoluciones:
cía de la com unidad societal, al ir más allá del Estado constitucional (Re-
chtsstaat) que ya ha sido establecido por los derechos negativos.
Finalmente, los componentes sociales de la ciudadanía, a los que Parsons
no llama "derechos”, consisten en los "recursos y capacidades” requeridos
para la vigencia de los derechos, y para oportunidades "reales" en vez de
meramente "formales” de que haya igualdad en su utilización. De lo que se
trata es de los “estándares mínimos adecuados de ‘vida’, cuidado de la salud
y educación". Aunque Parsons menciona aquí una clase de "igualdad de
condiciones", su verdadero interés es defender una versión genuina, a dife
rencia de una “vacía”, de la “igualdad de oportunidad”. Ahora debemos pre
guntarnos si logra hacerlo de una manera convincente.
Según Parsons, “en un sentido el componente ‘social’ de la ciudadanía
es el más fundamental de los tres.”34 No se nos dice exactamente en qué
sentido es cierto esto de la adición temporalmente tardía al complejo de
ciudadanía. En todo caso, en otras partes Parsons observa una carencia
de paralelismo entre el “ciudadano” y el “cliente” del Estado benefactor.35
El hecho de que no hable de derechos sociales, de que no observe una
trasposición en este caso con otras partes del complejo de ciudadanía como
en el caso de los derechos políticos y socialeáj indica la conciencia de una
carencia fundamental de simetría. Sí presenta una buena argumentación
a favor de la necesidad de un componente social de la ciudadanía. El pro
blema teórico es sólo que este caso no pertenece primariamente al complejo
de problemas de la diferenciación de la comunidad societal y del Estado y de
la estabilización de esta diferenciación. Aunque es posible argum entar
que la autonomía de la comunidad societal depende de los recursos y ca
pacidades de sus miembros, la amenaza a estos no sólo proviene del Esta
do moderno sino también del orden económico capitalista moderno. Y
aunque al menos en un contexto Parsons menciona al componente “so
cial” de la ciudadanía en relación con la diferenciación de la economía y
la comunidad societal,36la discusión no lleva a ningún lado, porque Parsons
quiere negar la necesidad funcional o, incluso, la plausibilidad tanto de
los derechos como de las formas de participación respecto al orden econó
mico moderno.37 Esta renuencia asocia definitivamente al componente
“social” con el papel de cliente, lo que claramente no pertenece a ningún
complejo de ciudadanía. Lo que es más, esto contradice en realidad la
idea de la ciudadanía, que no puede ser congruente con ninguna forma de
paternalismo.
En términos generales, Parsons está muy interesado en la diferencia
ción de la comunidad societal tanto de la economía com o del Estado, pe
ro aunque argumenta a favor de un principio de organización específico
de la comunidad societal, estableciendo así el patrón de diferenciación, la
estructura de mediación que proporciona, estabiliza esta diferenciación
DESARROLLO TEÓRICO EN EL SIGLO XX 163
por el poder, y que existe una relación de intercambio simétrica entre “el
apoyo público” y "la influencia pública”.
Como el estudio que hace Parsons del problema de la diferenciación de
la comunidad societal y de la economía no es satisfactorio, no debe sor
prendernos que no se dé cuenta de que su teoría, a diferencia de la de
Hegel, necesita además una serie de mediaciones en este contexto.52 Esas
mediaciones se presentan en forma limitada en varios ensayos. Por ejem
plo, nos enteramos de que la tendencia asociativa también penetra la eco
nomía en forma de asociaciones profesionales y de juntas fiduciarias. No
obstante, en el caso de la empresa moderna, tam bién encontramos que
los miembros de la asociación (los accionistas) desempeñan un papel pa
sivo, en tanto que la junta es considerada similar a la adm inistración buro
crática.53 En lo que se refiere a los trabajadores, Parsons rechaza cual
quier modelo de participación democrática en la gerencia,54 y limita el
papel de los sindicatos, en la brecha entre el hogar y el lugar de trabajo, al
de m ejorar la posición económica de la clase trabajadora.55
La discusión de Parsons sobre la relación de la comunidad societal con
la economía, eleva la práctica capitalista existente al nivel de norma, o por
lo menos de necesidad funcional. Sin embargo, su teoría de la comunidad
societal en conjunto, conscientemente (aunque sin éxito), procura llegar
a un modelo que va más allá de las alternativas que pueden ser descritas
como economicismo capitalista y estatismo socialista. La parte sorpren
dente de su teoría es la pretensión de que tal modelo poscapitalista, postso
cialista no sólo es la construcción, no derivada de los hechos, normativa, de
un proyecto sociopolítico, sino que en realidad ya existe, aunque todavía
no completamente, en la sociedad estadunidense contemporánea. Una
vez más, todo lo racional es real, y todo lo real es racional:
El nuevo tipo de comunidad societal de los Estados Unidos, más que cualquier
otro factor único, justifica que le concedamos la primacía en la última fase de la
modernización. Hemos sugerido que sintetiza en alto grado la igualdad de opor
tunidad en que hace hincapié el socialismo. Presupone un sistema de mercado,
un vigoroso orden jurídico relativamente independiente del gobierno y una
"nación-Estado” emancipada del control religioso y étnico específicos [...] Ante
todo, la sociedad estadunidense ha ido más lejos que cualquier sociedad compa
rable, de gran tamaño, en su alejamiento d élas antiguas desigualdades atribui
das a causas supuestas [pertenencia a un orden, a un linaje] y la institucionali-
zación de un patrón básicamente igualitario [...] la sociedad de los Estados
Unidos [...] ha institucionalizado un rango mucho más amplio de libertades
que cualquier sociedad anterior.56
tam bién la síntesis más exitosa de los resultados-de las revoluciones de
mocrática e industrial. Los modelos estadunidenses de gobierno repre
sentativo y de federalismo proporcionan el mayor nivel de diferenciación
entre el Estado y la comunidad societal. Éste es el caso porque esta socie
dad es la más libre de las definiciones políticas y hereditarias de la membre-
sía y (lo que es mucho menos plausible) este sistema político se ve menos
obstaculizado por las restricciones sociales sobre la participación en cual
quier nivel. El gobierno representativo hace que todos los miembros so-
cietales sean sus electores, pero la separación de poderes le proporciona
al sistema político propiamente dicho una amplia libertad de acción. Las
estructuras de la representación, nacional y federal, median adecuada
mente, de acuerdo con Parsons, entre el Estado y la com unidad societal.
Parsons es menos capaz (pero, dada la incongruencia de su concepto
normativo, está menos obligado) de pretender un grado similar de dife
renciación entre la comunidad societal y la economía. Sí parece adm itir
que como "el componente social de la ciudadanía” en Estados Unidos va
retrasado respecto al de los estados benefactores europeos,57 la racionali
dad económica del mercado tiene un mayor poder sobre la vida social. No
obstante, afirma que la sociedad estadunidense está tam bién más allá de
las obsoletas alternativas fracasadas del capitalismo y el socialismo, a los
que define principalmente en términos de una ausencia de controles gu
bernamentales sobre la economía versus el control gubernam ental total.3'
Para ser justos, el análisis de Parsons contiene la sugerente idea de que ni
el capitalismo ni el socialismo están fundamentados en "concepciones
adecuadas de la comunidad societal y de las condiciones necesarias para
m antener su solidaridad". Sin embargo, su presentación de los Estados
Unidos como una sociedad poscapitalista, postsocialista, se centra princi
palmente en la emergencia de la economía mixta y, aparentemente, no se
da cuenta de la posibilidad-de que los estados benefactores interven
cionistas modernos también sean capaces de am enazar y desplazar a la
solidaridad social. Puede ser que Parsons supone, en este contexto por lo
menos, que la superación de los efectos disfuncionales del capitalismo
mediante la regulación y redistribución del Estado, dentro de los límites
de la economía de mercado, establece un control social sobre la econo
mía. Y quizá considera que tal control opera a través de la mediación
secundaria del gobierno representativo, que proporciona una forma más
directa de control sobre el Estado. No obstante, la asim etría entre las dos
formas de supuesto control es obvia. Cualquier identificación del control
social con la regulación del Estado viola implícitamente la propia impor-
lancia que le da Parsons a la diferenciación de estas esferas. E incluso la
idea de que el gobierno representativo es el medio de control social haría
caso omiso, en una forma no válida,] de la descripción que hace Parsons
168 EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL
G r a m s c i y l a id e a d e la s o c ie d a d c iv il s o c ia l is t a
sociedad civil y política (que en este caso significa* Estado) era de hecho
uno de dos principios diferentes, la hegemonía y la dominación.81 Por
consiguiente, se podría decir que Gramsci desarrolló su doctrina de socie
dad civil en términos de dos "declaraciones de independencia", una de la
economía y la otra del Estado, y que la concepción tripartita resultante,
sin im portar su incongruencia, fue más allá los límites del materialismo
histórico.
Como teórico, sin duda Gramsci siguió un camino que lleva de Marx a
Hegel, pese a que su proyecto político siguió siendo marxista.82 Por supues
to, el Hegel de la Filosofía del derecho también demostró ser inadecuado
para sus propósitos. No sólo quería usar una concepción tripartita distinta
a la de Hegel, una que no lo condujese ni al economicismo ni al estatismo,83
sino que además consideró que la doctrina corporativa, a la que ubica en el
núcleo de la teoría hegeliana de la sociedad civil, es inevitablemente obsoleta
en su forma original. Gramsci observa que el concepto de Hegel “de la aso
ciación no podía dejar de ser vago y primitivo, a medio camino entre lo
político y lo económico; correspondía a la experiencia histórica de ese tiem
po, que era muy limitada y ofrecía sólo una forma perfeccionada de organi
zación —la ‘corporativa’ (una política vinculada directamente con la econo
mía)”.84
Así, al igual que Marx, Gramsci es plenamente consciente de que el Es
tado moderno destruye las antiguas formas de vida corporativa que consti
tuyeron “un poder dual" en el mundo medieval tardío (esto es, en el Stündes-
taat). Incluso es consciente, al igual que Tocqueville, de la existencia de una
forma intermedia —el Estado absolutista y la sociedad despolitizada de
los órdenes—85 de la cual se obtuvieron los contenidos del modelo de Hegel.
Sin embargo, lo más im portante es que Gramsci, a diferencia de Marx e
incluso de Tocqueville, entendió en forma muy completa que contraria
mente a los esfuerzos de l«s«jecobinos y de los conformadores burocráti
cos del Estado, las antiguas formas corporativas eran capaces de tener
remplazos modernos. Hace hincapié en particular en el surgimiento del
sindicalismo moderno y de las asociaciones culturales.86Y si bien las igle
sias modernas, abandonando su papel anterior en el Estado, tam bién se
convirtieron en instituciones del nuevo tipo de sociedad civil, los partidos
políticos modernos las remplazaron gradualmente como la principal for
ma organizativa de los intelectuales.87
Aunque es claramente consciente de que los creadores modernos del
Estado procuran abolir todas las asociaciones intermediarias, Gramsci
no hace hincapié en el punto obvio de que su reaparición en forma m oder
na tenía que ser, por lo menos en parte, resultado de lo que se acostumbraba
llamar la lucha de la sociedad coihra el Estado. En cambio, tiende a argu
mentar, de una m anera más o menos funcionalista, que la dem anda del
178 EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL
Una política totalitaria tiene como objetivo precisamente: 1) asegurar que los
miembros de un partido particular encuentren en él todas las satisfacciones
que anteriormente encontraban en una multiplicidad de organizaciones, es
to es, romper todos los lazos que unen a estos miembros con organismos cul
turales extraños al partido; 2) destruir todas las organizaciones o incorporar
las en un sistema cuyo único regulador es el partido. Esto ocurre 1) cuando
el partido de que se trata es el portador de una nueva cultura —entonces uno
tiene una fase progresivá—; 2) cuando el partido de que se trata desea impe
dir que otra fuerza, la portadora de una nueva cultura, se convierta ella misma
en "totalitaria" —entonces uno tiene una fase reaccionaria y objetivamente
regresiva.91 \
180 EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL
dical sería am pliar esas estructuras en una dirección que reduzca las posi
bilidades de que sean funcionalizadas para los fines del poder económico
o político. Pero tal posición lo habría llevado a un rechazo abierto de la re
volución totalitaria, paso que Gramsci, a diferencia de muchos de sus here
deros, no dio. 1
Aparte de las razones políticas indudablemente decisivas por las que
Gramsci no dio ese paso, lo que hemos llamado su tercer antinom ia tam
bién obstaculizaba su revaluación del problema de la sociedad civil desde
un punto de vista normativo. Esta antinom ia se da entre una concepción
de una sociedad libre en términos de una sociedad civil pluralista, democrá
tica, y una en térm inos de una sociedad-Estado unificada. El prim ero de
estos modelos, congruente con la línea de la teoría del conflicto en su pensa
miento, y en especial con el concepto de la estructura dual de la sociedad
civil existente, modera temporalmente la utopía con imágenes de una con
tinuidad institucional parcial. En este caso, la utopía es la realización de
las posibilidades normativas existentes, a las cuales se ha obstaculizado.
El segundo modelo, congruente con el funcionalismo (la crítica unidim en
sional de la sociedad civil burguesa y el llamado a la ruptura revoluciona
ria total), sufre de un utopismo excesivo y de vínculos potenciales con el
autoritarismo. Uno puede decir que la línea del pensamiento de Gramsci
que supone el “desenmascaramiento” incesante del papel de las instituciones
y de la cultura política de la sociedad civil burguesa en la reproducción de
las relaciones capitalistas de dominación, ayudó a preparar el camino para
una posición autoritaria vis-á-vis la sociedad civil en general.
Desde nuestro punto de vista, esta segunda línea es la que dominó el
pensamiento de Gramsci. En este caso, no se le puede culpar de timidez
en su crítica de la Unión Soviética, porque, a pesar de su sim patía general
y la renuencia a llevar sus críticas demasiado lejos, puede haber tenido
dudas reales de que se fuera a crear una sociedad genuinamente libre en
ese caso. Por lo tanto, en contraste con el proyecto totalitario en que la
sociedad civil es absorbida por el Estado, Gramsci retorna al programa
marxista de abolición del Estado, al que llama, con alguna variación res
pecto a la fórmula original, “la reabsorción de la sociedad política en la
sociedad civil”.100 Marx, en su crítica más explícita de la bürgerliche
Gesellschaft (en “Zur Judenfrage”), escribió sólo de una absorción en la
"sociedad".101 La diferencia parece ser tanto más significativa porque, como
Gramsci imagina a "los elementos coercitivos del Estado debilitándose
poco a poco por grados”, postula la emergencia correspondiente de "ele
mentos cada vez más conspicuos de la sociedad regulada (o del Estado
ético o de la sociedad civil)".102 Así, su identificación de la nueva forma de
organización social a la que con más frecuencia llama "sociedad regula
da” con por lo menos una versión de la sociedad civil, es muy deliberada.
DESARROLLO TEÓRICO EN EL SIGLO XX 187
Ap é n d ic e l o s s u c e s o r e s d e G r a m s c i:
A l t h u s s e r , An d e r s o n y B o b b io
En síntesis, los modernos parecemos estar exigiendo cada vez más y más
democracia en condiciones que son cada vez menos propicias. Además, es
tas paradojas parecen exacerbarse en los sistemas parlamentarios represen
tativos. Los fenómenos de la apatía política, de la participación distor
sionada y m anipulada por las élites, que tienen un monopolio del poder
ideológico, han militado contra la promesa de la participación. El control
desde abajo es despojado de significado a medida que el centro del poder
se desplaza, alejándose de las instituciones que logran controlar los ciu
dadanos: los instrum entos y centros significativos de poder real, como el
ejército, la burocracia y las grandes empresas, no están sujetos al control
democrático. Finalmente, el derecho a disentir se ve limitado en forma im
portante en las sociedades capitalistas en las que el sistema económico do
minante nunca ofrece la posibilidad de una alternativa radical.
Entonces, ¿qué caso tiene decir que las sociedades occidentales contem
poráneas son democráticas? Al identificar los principios definitorios (mí
nimos) con las promesas clásicas (incumplidas) de la democracia, las obras
de Bobbio, en la década de 1970, tendieron a hacer imposible responder a
esta pregunta. En la década de 1980 enfrentó el problema con una orien
tación procesal de su pensamiento, diferenciando la definición mínima
de la promesa normativa. Ahora definió a la democracia en términos de
un mínimo de procedimientos que incluyen: 1) la participación del mayor
número posible de los interesados, 2) el gobierno de la mayoría en la toma
de decisiones, 3) la existencia de alternativas reales (personas y políticas)
entre las cuales elegir, y 4) la existencia de garantías a la libre opción en
forma de derechos básicos de opinión, expresión, discurso, asamblea y
asociación.133
Así, la democracia moderna es, por definición, la democracia liberal,
incluso aunque Bobbio crea que también hay un conflicto inherente entre
la democracia y las dimensiones de las actividades económicas y políticas
que requieren un gobierno fuertemente lim itado.134 Igualmente impor
tante es que la democracia moderna también es una forma de democracia
de masas elitista u oligárquica, pluralista, particularista e insuficiente
mente pública cuyo carácter democrático está limitado únicamente al
espacio de la política. Esta caracterización equivale, en opinión de Bobbio,
a una serie de promesas rotas respecto al modelo clásico de democracia,
DESARROLLO TEÓRICO EN EL SIGLO XX 197
presión y a los tratos que hacen. En la medida en que ésta es ya una tenden
cia "degeneradora” de las formas existentes de parlamentarismo, no se la
debe em peorar elevándola al nivel de un principio y de una institución.
Aunque Bobbio no cree que en los parlamentos contemporáneos emerja
algo similar a un interés general, no obstante, afirma que los partidos
políticos que dominan estas estructuras representan una forma superior
de mediación entre el individuo y el Estado que los grupos de intereses. A
los patrones necesariamente rígidos de la representación de los grupos de
intereses, contrapone las visiones generales disponibles en los movimien
tos políticos que conducen a un manejo potencialmente creativo y flexible
de los temas. Así, los partidos políticos representan los múltiples intere
ses de los ciudadanos, interpretados de diferentes maneras, a diferencia
de los limitados e inflexibles intereses de los miembros de un grupo.141
Elegir un partido significa elegir una estrúctura general de interpretación
fundam entada en opiniones políticas. Por otra parte, no elegimos nuestro
grupo de interés; nuestra relación con él por lo común no es política, sino
que está definida por intereses sociales y económicos compartidos.
Sólo en este contexto polémico obtenemos una descripción glorificada
de la lógica de la representación por medio del sistema de partidos. No
obstante, la imagen idealizada distorsiona lo que pudo haber sido un aná
lisis y una propuesta más diferenciados. Bobbio pudo haber hecho hinca
pié en la posibilidad de una forma de complementar, en vez de remplazar
a la democracia representativa tal como se la practica oficialmente hoy en
día. Hay disponibles buenos argumentos y modelos para esas propuestas.
Si la negociación neocorporativa ya caracteriza a los procesos políticos
contemporáneos, como lo reconoce repetidas veces, puede existir alguna
virtud significativa en sacar esas negociaciones a la luz de la esfera públi
ca, disminuyendo así su carácter corporativo, al que Bobbio es comprensi
blemente reacio, dada la-9*periencia fascista.142 Además, una segunda cá
m ara parlam entaria puede desempeñar un papel secundario en relación
con la primera; sus decisiones pueden estar sujetas a la primera sobre la
base de una mayoría calificada en la cám ara territorial, y sus funciones
podrían estar limitadas a ciertos tipos de temas. Todo esto es importante
porque, como lo veremos, la estrategia alternativa de Bobbio para demo*
cratizar a la sociedad civil puede ser fútil si los canales que permiten a las
asociaciones, organizaciones y movimientos democráticos influir en el
sistema político no aumentan en comparación con la práctica ordinaria
de la democracia de élite de los partidos políticos.
Dentro de un programa general de democratización, Bobbio pone én
fasis en la expansión de las formas de la democracia representativa más
allá de la esfera política, De hecho, espera redimir dos "promesas" que no
eran inherentes ni al modelo clásico de la democracia ni al modelo liberal
200 EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL
NOTAS
1 Para una reconstrucción y critica dedos puntos de vista de Marx sobre la sociedad civil,
víase Joan L. Cohén, Clan and CMI Soelifo: The Umits of Marx's Critical Theory, Amherst,
IJnlversity oí Massachuaetti Press, 1913,
204 EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL
2 Talcott Parsons, The System o f Modem Societies, Englewood Cliffs, Nueva Jersey, Prentice-
Hall, 1971, p. 1 [El sistema de las sociedades modernas, Trillas].
Ubid., p. 115.
4 Ibid., p. 84. El gran ensayo de Parsons, "Full Citizenship for the Negro A m erican?”,
reim preso en Politics and Social Structure, (Nueva York, Free Press, 1969), rep resen ta una
excepción im portante a esta tesis del final de la revolución d em ocrática. P ero Parsons,
debido a su actitud generalm ente sospechosa de lós m ovim ientos sociales, n unca trató de
generalizar este modelo. Por supuesto, tam poco era consciente de la m ayoría de las áreas
en que se podía y se debía co n tin u ar la revolución dem ocrática, com o los derechos de las
m ujeres.
5 Véase, L o th ar Gall, “L iberalism us and bürgerliche Gesellschaft. Zu C h aracter und
Entwicklung der liberalen Bewegung in D eutschland”, en L. Gall (ed.), Liberalismus, 2a. ed.,
K ónigstein, Verlag Antón H ain, 1980.
6 Véase las críticas de dos m iembros de la escuela de Polányi: Terence K. H opkins,
"Sociology and the Sustantive View of the Econom y", y H arry W. Pearson, “Parsons and
Sm elser on the Economy", en K. Polányi et al. (eds.), Trade and Market in the Early Empires,
Nueva York, Free Press, 1957.
7 Cf. G. Poggi, The Development o f the Modem State (Stanford, S tanford U niversity Press,
1978, pp. 13 y ss.), quien argum enta de otra m anera, dejando de lado la consideración de la
relación que establece Parsons entre la diferenciación y la integración, conduciendo así a
la com plejidad pero no a la desdiferenciación.
8 Parsons, The System, op, cit., p. 99. La incongruencia del análisis de Parsons es señala
da p o r Jü rg en H ab erm as en Theorie des kom m unikativen Handelns, vol 2, F ran cfo rt,
Suhrkam p, 1981, pp. 423-424 y la n o ta 131.
9 Parsons, op. cit., p. 101.
10 Ibid., p. 87.
11 Creemos que Parsons, erróneam ente, discute tam bién de los derechos sociales en el
contexto de la revolución dem ocrática, cuya línea central de conflicto se en cu en tra en el eje
del E stado-com unidad societal. La idea de igualdad inherente a los derechos sociales im pli
ca, en cam bio, una reacción defensiva sobre el eje econom ía-com unidad societal.
12 Parsons, op. cit., p. 84. Com pare con la tesis de H aberm as sobre la esfera pública, de
que se tratará posteriorm ente en el cap. IV.
13 Véase su ensayo: “On the Concept of Política! Power”, Politics and Social Structure, op. cit.
14 Parsons, op. cit., pp. 106-107.
15 Ibid., p. 97.
'‘‘ Ibid., pp. 99-100, 107-118.
17 Neíl Smelser, Theory o f Collective Behavior, Nueva York, Free Press, 1963.
18 Incluso el análisis de Sm elser de este tipo de m ovim iento, difícilm ente carecía de
am bigüedades o era del todo favorable al m ism o. Para la concepción de Parsons, m ás bien
diferente, véase “Full C itizenship for the Negro A m erican?”.
19 En el caso del Estado m oderno, incluso Niklas L uhm ann, p or ejem plo, observa esta
tendencia. Véase su Grundrechte ais Institution, Berlín, D uncker & H um blot, 1965. Aquí la
función de los derechos fundam entales es estabilizar la diferenciación de la sociedad. A
m edida en que se desarrolló el tra b a jo de L u h m an n , se atrib u y ó e sta fu n ció n a o tro
subsistem a: el sistem a jurídico, en el que se en cu en tran los derechos ju n to con todos los
otros instrum entos. No obstante, lo que este enfoque no puede resolver es la form a en que
el sistem a jurídico debe ser protegido contra las tendencias desdiferenciadoras que am en a
zan a este m ism o subsistem a. Parece que la idea de la diferenciación de la sociedad desa
rrollada por la teoría de sistem as no puede sostenerse si nos m antenem os dentro de los
límites de esa m ism a teoría. Véase el cap. Vil.
20 Parsons, The System, p. 12, y "The Political Aspect of Social S tru ctu re and Process", en
Politics and Sncial Structure, p. 345.
21 Parsons, The System, p. 24. P ara la crítica que hace L uhm ann de esta concepción,
véase el cap. vil.
22 Parsons, "On the Concept of Political Power", p. 355.
23 Parsons, op. cit., pp. 9-10. Lo que no observa es que, para una colectividad de colcctl-
DESARROLLO TEÓRICO EN EL SIGLO XX 205
vidades, el consenso sólo puede ser respecto a procedim ientos que son com patibles con los
diferentes conjuntos de valores, pero que no im plican en sí m ism os form as de vida, com o lo
hacen los valores sustantivos.
* Ibid., p. 13.
25 Ibid., pp. 62-64.
26 Ibid., pp. 18-19.
27 Ibid., pp. 8-10. “El núcleo de una sociedad [...] es el p atró n de orden norm ativo m e
diante el cual está organizada colectivam ente la vida de u n a población... El cum plim iento
de un sistem a norm ativo parece vinculado inherentem ente al control [...] de las sanciones
ejercidas por y en contra de un pueblo que reside realm ente dentro de un territorio", Parsons,
Societies. Evolutionary and Comparative Perspectives, E nglew ood Cliffs, N ueva Jersey,
Prentice-Hall, 1966.
28 Véase “On the Concept of Influence”, Politics and Social Structure, op. cit., p. 418,
donde distingue entre las bases asociativas, que inevitablem ente son particulares, y la refe
rencia a la norm a, que tiende a la universalidad.
29 Parsons, op. cit., p. 93.
30 "Full C itizenship for the Negro A m erican?”, op. cit., p. 253. Todo el análisis del com
plejo de ciudadanía aprovecha repetidam ente la obra de T. H. M arshall, Class, Citizenship
and Social Development, Nueva York, Doubleday, 1964. Véase tam bién The System, op. cit.,
pp. 20-22 y 82-83.
31 Parsons, op. cit., p. 21; véase tam bién L uhm ann, Grundrechte, passim .
32 Cf. “Full Citizenship for the Negro A m erican?’’, op. cit., p. 260, y The System, p. 21.
33 Muy en el sentido hegeliano de este térm ino; véase "Full Citizenship for the Negro
A m erican?”, op. cit., p. 260. E stam os de acuerdo con esta concepción de los derechos com o
si institucionalizaran u n a sociedad civil diferenciada y su influencia sobre el E stado (por
m edio de la sociedad política), pero creem os que ciertas clases de derechos sociales (com o
la negociación colectiva) desem peñan el m ism o papel respecto a la econom ía.
34 Parsons, op. cit., p. 83.
35 P arsons, "Polity an d Society; Som e G eneral C o n sid eratio n s”, Politics and Social
Structure, p. 507.
36 Parsons, The System, op. cit., p. 110.
37 La participación dem ocrática en la vida económ ica es de hecho rechazada rep etid a
mente; véase The System, op. cit., p. 103, y "Polity and Society”, pp. 500-502.
38 Parsons, op. cit., pp. 24-26. P ara una definición an terio r y diferente de la solidaridad,
que no la distingue adecuadam ente del poder, véase Talcott Parsons, Economy and Society,
Nueva York, Free Press, 1956, p. 49.
39 Parsons, "The Political Aspect of Social S tru ctu re and Process”, pp. 334 y 340.
40 Ibid., p. 336.
41 Parsons, '"Voting’ an d the Equrfibrium of the A m erican Political System ”, Politics and
Social Structure, op. cit., pp. 214, 217-218.
42 Ibid., p. 220.
43 Parsons, “Polity and Society", op. cit., p. 503.
44 Parsons, “On the Concept of Influence”, op. cit., pp. 416 y 418.
45 Parsons, The System, op. cit., pp. 14 y 27; véase tam bién los tres ensayos sobre el poder,
la influencia y los valores con los que se com prom eten las personas en Politics and Social
Structure, op. cit.
46 Véase Parsons, Economy and Society, op. cit., p. 49, donde se expresa m ás explícita
m ente este punto de vista.
47 Parsons, The System, op. cit., p. 14.
48 Parsons, “On the Concept of Influence”, Politics and Social Structure, op. cit., p. 410;
“On the Concept of Value-Comm itment", op. cit., p. 363.
49 ¿Se le apoya por una referencia en última instancia a los "persuasores intrínsecos”, es
decir, a la información capaz de determinur dónde reside el interés del otro? (Véase "On the
Concept of Influence”, op. cit., p. 416), Esta Ideu, que posteriormente rechazó (pp, 422-
423), acercaría nuevamente la influencia al modelo del dinero y del poder, que funciona en
estructuras de interese» a loa une •« punible objetivar y de las sanciones relevantes. ¿Está
206 EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL
apoyada por la posibilidad de justificación en térm inos de norm as consideradas com o obliga
torias tanto p ara "ego” com o p a ra “alter” (p. 417)? O ¿en ú ltim a in stancia el punto de refe
rencia son la reputación y el prestigio de las personas influyentes fu ndam entados en una
solidaridad del tipo Gemeinschaft?
50 Parsons, “The Political Aspect of Social S tructure and Process”, p. 335-336.
51 Parsons, “Full C itizenship for the Negro American?”, op. cit., p. 260; '"Voting’and the
E quilibrium of the American Political System ”, op.'cit., pp. 208-209; The Political Aspect of
Social Structure and Process", p. 339.
52 El problem a es evitado de u n a form a ilusoria, cuando Parsons, basándose en la confor
m ación arquitectónica de su sistem a, vincula la econom ía con el subsistem a "latente” rep re
sentado p o r los hogares, en vez de con la com unidad societal representada p o r el público.
(¿Por qué razón la fam ilia no es p arte de la com unidad societal cuando en el resto del texto
se la trata com o un a form a paradigm ática de asociación?). Por supuesto, u n acceso total
m ente individualista a la econom ía es u n a tendencia del m ercado de laissez-faire ideal, pero
la existencia de sindicatos, cooperativas y asociaciones profesionales, a las que introduce
en otras partes, es contraria a esta tendencia.
53 Parsons, "The Political Aspect of Social S tructure and Process", p. 340.
54 Parsons, Politics and Social Structure, op. cit., pp. 500 y ss., y 512.
55 Parsons, The System, op. cit., pp. 109-111.
56 Ibid., p. 114.
57 Ibid., p. 93.
58 Ibid., pp. 97 y 106-107.
59 Véase Parsons, “Full Citizenship for the Negro American?”, op. cit., pp. 285-288. Por lo
m enos en este contexto, Parsons considera que la form a de m ovim ientos en las sociedades
contem poráneas no necesariam ente significan fundam entalism o, sino que tam bién puede
significar la realización de potenciales normativos universalistas (aquí encontram os las premisas
de la revolución dem ocrática) de una m anera capaz de form ar identidades particulares.
60 E n este contexto, G. Almond y S. Verba van m ás lejos que Parsons, pero no lo suficien
te. Véase The Civic Culture, Boston, Little Brown, 1965. La experiencia de los m ovim ientos
fascistas y com unistas de m asas fue claram en te fo rm ativa p a ra to d a la generación de
pluralistas de la posguerra.
61 Véase Parsons, “The D istribution of Pow er in American Society", en Politics and Social
Structure, op. cit.
62 Parsons, The System, op. cit., p. 102.
63 Véase Parsons, "The D istribution of Pow er”, op. cit.
64 Ibid., p. 198, y "The Mass M edia and the S tru ctu re of A m erican Society”, Politics and
Social Structure, op. cit., p. 251.
65 Parsons, "The Mass M edia”, op. cit., pp. 248-250.
6Í Ibid., p. 244.
67 Parsons, The System, op. cit., p. 117.
68 Talcott Parsons, "Law as an Intellectual Stepchild", Sociological Inquiry, vol. 47, núm s.
3-4, 1977, pp. 11-57. Véase tam bién su reseña de R. M. Unger, Law in Modern Society, N ue
va York, Free Press, 1976, en Law and Society Review, vol. 12, núm . 1, otoño de 1978,
pp. 145-149.
69 Desde el p u n to de vista de su construcción de sistem as, identifica cu atro "absolutis
m os” que am enazan a nuestro entendim iento (y quizás a la sobrevivencia) de la ley m oder
na; el absolutism o económ ico en Marx y Friedm an; el absolutism o político en Weber; el
absolutism o m oral en Bellah, y el absolutism o legal en Unger. Tanto dentro de sus sistem as
com o en relación con los supuestos co m unitaristas de Unger, h abría sido m ejo r h ab lar en el
últim o caso de la absolutización de la dim ensión de la integración social, lo que a su vez
conduciría a la desdiferenciación, la tradicionalización de la com unidad societal y la des
aparición de la ley en el sentido m oderno. Véase "Law as an Intellectual Stepchild”, op. cit.,
pp. 13-15, 16, 26, 31,33, y 44. Las tesis respecto al absolutism o político y económ ico antici
pan el concepto de H aberm as de colonización del m undo en que se vive, m ientras que las
del absolutism o m oral y legal anticipan nuestra crítica del fundamentalismo dem ocrático
(véase el cap. VIH).
DESARROLLO TEÓRICO EN EL SIGLO XX 207
79 Sin em bargo, el problem a no sólo es term inológico. Si se entiende que la sociedad civil
está en contraste con el E stado, entonces en el esquem a funcional de G ram sci tanto la
hegem onía com o la dom inación, aparecerían como funciones de un sistem a de rep ro d u c
ción arraigado en la base económ ica. Si se entiende a la sociedad civil y a la sociedad
política de tal m anera que am bas queden dentro del Estado, entonces se en tendería a la
hegem onía y a la dom inación com o funciones del Estado. Es la últim a posibilidad la que
orienta la interpretación de A lthusser en "Ideology and the Ideological S tate A pparatuses",
Lenin and Philosophy, Nueva York, M onthly Revíew Press, 1971.
80 W alter Adam son rechaza la in terpretación de Bobbio, argum entando que G ram sci no
asignó prim acía a la superestructura, sino que m ás bien retuvo la idea de la prim acía de lo
económ ico a la m anera m arxista tradicional, a la vez que m odificaba su papel en la teoría
de la revolución. Por supuesto, insiste en esto p a ra co n trarrestar la acusación de idealista.
Sin em bargo, si la clave p ara en ten d e r las posibilidades revolucionarias se convierte en “el
análisis esencialm ente político-cultural de la hegem onía y de la contrahegem onía dentro
de las superestructuras de la sociedad civil”, ("Gram sci and the Politics o f Civil Society",
op. cit., p. 323), entonces es difícil ver la prim acía de funciones de la econom ía. La irrelevancia
del m odelo base/superestructura, así com o de la oposición m aterialista-idealista es la con
clusión m ás convincente (ibid ., pp. 320-339).
81 Se podría objetar que, incluso si aceptam os la idea de que en conjunto G ram sci dife
rencia sociedad civil y E stado, esto no necesariam ente im plica que el consentim iento y la
coerción, la hegem onía y la dom inación, puedan ser diferenciados rigurosam ente siguien
do los m ism os lincam ientos. Algunos intérpretes insisten en que, p o r lo general, Gramsci
supone al E stado en la generación de la hegem onía. Véase Cari Boggs, The Two Revolutions:
Antonio Gramsci and the D ikm m as o f Western Marxism, Boston, S outh E nd Press, 1984,
pp. 191-192. A nderson elabora este p u n to al afirm ar que G ram sci com prendió (o debió
com prender) que, aunque la coerción (legitim a) está ausente de la sociedad civil, el E sta
do y, en particular, el parlam ento, abarcan tanto la coerción com o el consentim iento ("The
A ntinom ies of Antonio G ram sci”, op. cit., pp. 31-32 y 41). En n u estra opinión, esta idea
se articularía m ejor haciendo hincapié en el concepto hegeliano de las instituciones m e
diadoras entre sociedad civil y E stado. Tanto Boggs com o A nderson parecen darse cuen
ta de que la teoría de la diferenciación de G ram sci es dem asiado rígida y tiene m uy pocos
térm inos.
82 Lo que nos interesa en este capítulo no son Jos detalles o la trayectoria del proyecto
m arxista, sino la concepción de sociedad civil tal com o fue desarrollada dentro de esa es
tructura, en form a m ás abierta y m enos dogm ática. Entonces, debe tenerse en m ente que el
p rincipal interés de G ram sci era la revolución pro letaria y la creación de u n a sociedad
socialista. De conform idad con lo anterior, todo su análisis está enm arcado dentro del p a ra
digm a general de la teoría de clases m arxista y orientado a los problem as estatégicos que
surgen del proyecto revolucionario, es decir, de qué m anera desarrollar la conciencia de la
clase trabajadora, u na contrahegem onía socialista y, en últim a instancia, el p o d er de la cla
se trabajadora. De hecho, la ortodoxia m arxista de G ram sci le im pidió, a p esar de ser el
m ás interesante de todos los revisionistas, d esarrollar los resultados de su doble "declara
ción de independencia" de la sociedad civil respecto a la econom ía y al E stado. Porque
aunque G ram sci descubrió tan to las form as de asociación m odernas de la sociedad civil
com o la autonom ía de sus m ecanism os coordinadores (consentim ientos), diferenciando
así entre lo que ahora llam am os la integración social y la de sistem as, persistió en conside
ra r que la prim era era instrum ental p ara la últim a. In terp reta la dinám ica y la lógica de la
integración social p o r m edio de la teoría de la lucha de clases y el objetivo de la revolución
de la clase trabajadora —un enfoque que le im pidió ver la diferencia entre la coordina
ción com unicativa y la estratégica de la in teracción—. Por supuesto, G ram sci entendía que
la econom ía de m ercado y el Estado están integrados p or medio de m ecanism os organiza
dos p o r el dinero y el p o d ery que la sociedad civil, p o r el contrario, está coordinada m ediante
m edios de com unicación para generar el consentim iento. Pero entendía la interacción com u
nicativa principalm ente en térm inos estratégicos. E sta orientación le perm itió ver lo que
estaba oculto, por decirlo así "en la com unicación de m asas" y señalar las form as en que las
clases dom inantes o que aspiran a d o m in ar procuran m an ip u lar y cre a r una opinión favo-
DESARROLLO TEÓRICO EN EL SIGLO XX 209
96 Esto sólo es cierto si se evita otro funcionalism o, que reduce a la sociedad civil a una
función de la reproducción de la base económ ica. A nosotros nos parece que G ram sci, a
diferencia de algunos de sus seguidores, n unca cayó en esta versión del funcionalism o
marxista.
97 Gramsci, Prison Notebooks, op. cit., p. 242.
9* ¡bid., p. 247.
99Ibid., p. 268 i
i» ¡bid., p. 253. Acerca de este punto véase Anne Show stack Sassoon, Gramsci’s Politics,
Mineápolis, University of M innesota Press, 1987, pp. 224-225.
101 De hecho, M arx pensaba que la existencia de la sociedad civil y del E stado com o entes
diferenciados era la causa de, o idéntica a, la enajenación política. N unca articuló un p ro
yecto para reconstituir, dem o cratizar o incluso conservar alguna versión de la sociedad
civil. Véase Cohén, Class and Civil Society, op. cit.
102 Gramsci, Prison Notebooks, op. cit., p. 263.
loi Esta crítica es desarrollada p or Com elius Castoriadis en varias obras im portantes.
Véase, por ejem plo, The Imaginary Institution o f Society, Cambridge, MIT Press, 1987.
104Gramsci, Prison Notebooks, op. cit., p. 263.
i® ¡bid., p. 268.
106 Gramsci deliberadam ente no hace n inguna concesión al liberalism o respecto a este
problema. Véase Prison Notebooks, op. cit., p. 263.
i»7En últim a instancia, el postulado está relacionado con la subyacente ortodoxia marxís-
ta de Gramsci, porque, si bien su m odelo de tres partes es tan heterodoxo com o su rechazo al
materialismo histórico, nunca abandona la teoría de clases. Por lo tanto, defiende una con
cepción pluralista de la acción colectiva y un am plio sistem a de alianzas de clase (y u n m ode
lo complejo de la vida asociativa de la sociedad civil), com o la estrategia que debe seguirse
en la ruta hacia la hegem onía socialista, pero u n a vez que se ha logrado esa hegem onía,
describe a las asociaciones, instituciones y norm as de la nueva sociedad civil com o si fue
ran tan m onolíticas, unidim ensionales y funcionales com o las de su predecesora burguesa.
ios Sin un a ad m in istració n experta que libere a la sociedad de las lim itacio n es del
tiempo, una sociedad no puede ser sim ultáneam ente m o d ern a y dem ocrática. Así, la idea
de abolir el E stado es incom patible con la dem ocracia p o r razones funcionales.
i»9 Se puede en co n trar una versión de esta interpretación en Adamson, "G ram sci and
the Politics of Civil Society”, op. cit., p. 331. Adam son arg u m en ta que la principal an tin o
mia en el pensam iento de G ram sci se en cuentra entre: 1) Una concepción de la sociedad
civil como el espacio público afuera del E stado en que se pueden d em o cratizar las organi
zaciones y puede existir com unicación libre entre una multiplicidad de partes sociales y 2) un
modelo cultural o punto de vista totalizador, unitario (el m arxism o com o Sittlichkeit). Este
último supuestam ente resolvería la crisis de la cu ltu ra de m an era distintivam ente a n ti
pluralista y rem plazaría la enajenación y carencia de significado de la sociedad civil bur
guesa con u n a "co ncepción de la vida y del h o m b re c o h e re n te , u n ita ria , d ifu n d id a
nacionalmente", u n a filosofía que se h a convertido en u n a "cultura”. E n este sentido, com o
lo observa correctam ente Adamson, se h ab ría term inado la política de la sociedad civil.
Pero Adamson parece tener pocas bases p ara arg u m en tar que la categoría central de la
reconstrucción de la sociedad civil de G ram sci es la de la esfera pública, y se equivoca
al interpretar el concepto de hegem onía, de organización del consentim iento de G ram sci,
a través del lente del concepto haberm asiano de interacción com unicativa (pp. 331-333).
Para Gramsci, la com unicación, la cultura y la vida intelectual siem pre están vinculadas a
alguna finalidad estratégica; de hecho, lo que rechaza explícitam ente G ram sci son p recisa
mente las norm as de la esfera pública y la noción de la com unicación y la discusión orien
tadas a la argum entación racional. El concepto de hegem onía es la alternativa a esta ideo
logía “burguesa" de neutralidad.
339Althusser, "Ideology and the Ideological State A pparatuses", op. cit., pp. 142 y ss. y la
nota 7.
"< Ni siquiera se molesta en tra ta r de m ostrar lo que ciertam ente no puede mostrarse: que
todos ellos representan "aparatos” (es decir, mecanismos burocráticos, administrativos).
i'7Althusser, "Ideology and the Ideological State Apparatuses", op, cit,, p. 146.
DESARROLLO TEÓRICO EN EL SIGLO XX 211
113 Ibid., pp. 148 y ss. Por supuesto, es posible ab an d o n ar el .argum ento de que la función
de la sociedad civil es rep ro d u cir el poder del Estado (un p u n to p o r lo m enos posible para
las instituciones políticas, legales y educativas) y arg u m en tar que la sociedad civil p erten e
ce a la estructura del Estado (lo que es m uy poco probable p a ra todas las instituciones,
excepto las educativas), y así afirm a r que su función, ju n to con las instituciones represivas,
es ayudar a reproducir a todo el sistem a. Althusser n unca utiliza esta estrategia conceptual
em píricam ente dudosa.
114 Ibid., p. 149.
115 Buci-G lucksm ann ( Gramsci and the State, op. cit., p. 66), observa u n a an tin o m ia entre
las posiciones de la teoría del conflicto y la funcionalista en Althusser, que de hecho raras
veces abandona la perspectiva funcionalista, sin que aparentem ente la haya observado en
G ramsci, cuya perspectiva está caracterizada toda ella p or esta tensión dual.
116 Anderson, “The Antinom ies of Antonio G ramsci”, op. cit., pp. 35 y ss.
117 Ibid., pp. 35-36. Anderson no observa lo que pudo h ab er sido la principal motivación
de A lthusser para h ab er tom ado esa posición. En todas las sociedades con estados socialis
tas, en especial en la Unión Soviética y en China, a las instituciones sociales se las estatizaba
m ucho m ás com únm ente que en el fascismo, situación que originó algunas críticas renuentes
por p arte de Gramsci. Si afirm am os que las instituciones sociales tam bién son parte del
aparato estatal en Occidente, se pierde u n punto crítico ventajoso frente a los socialismos
existentes, y la política del P artido C om unista Francés, en vez de la de los partidos euroco-
m unistas, estaría reivindicada. La referencia que en este contexto hace A nderson a la Revolu
ción Cultural China es incom prensible.
118 Ibid., pp. 31-34. D esafortunadam ente, después de haber distinguido antes entre incluir
a la sociedad civil en el E stado e identificar a las dos (lo que es m uy raro en Gramsci), An
derson parece seguir adelante e identificar las dos opciones. La severidad de su crítica a
A lthusser está relacionada en cierta m edida con esta falla.
119 Ibid., p. 22. Lo que es peor, en el contexto de que se trata, el p u n to de referencia de
Anderson fue la Unión Soviética, a la que consideraba u n E stado (¿deform ado?) de loa
trabajadores.
120 Ibid., pp. 44-46.
121 Ibid., pp. 27-29.
122 Ibid., p. 28.
123 También Althusser pensó p or u n m om ento hacer hincapié en los parlam entos de esta
m anera, antes de ad o p tar su propio candidato para la prim acía ideológica en el capitalism o
avanzado, esto es, las instituciones educativas. Véase “Ideology and the Ideological State
A pparatuses", op. cit., pp. 152-155.
124 E n el periodo enero-abril de 1969 (!), Althusser pudo señalar sólo la resistencia de
unos pocos profesores aislados, heroicos, que en condiciones espantosas lograban enseflar
en contra de las tendencias de STSeblogia prevaleciente (Ibid., p. 157).
125 Anderson, “The Antinom ies of Antonio Gramsci", op. cit., p. 28.
126 Ibid., p. 71.
127 Bobbio, "Gram sci and the Concept of Civil Society", op. eit., pp. 88-90.
128 Ibid., pp. 92-93.
125 Ibid., pp. 94-95.
130 Véase en especial Which Socialism? [1976], Oxford, Polity Press, 1987, y The Futurt of
Democracy, [1984], Oxford, Polity Press, 1987. No obstante, incluso aquí, no encontramoa
una crítica de las opiniones de Gramsci sobre la “sociedad regulada”. Éstas son proporciona
das por el editor británico de Bobbio, R ichard Bellamy, en la introducción a Which Socialism?
131 Bobbio, Which Socialism?, op. cit., p. 43. Véase tam bién la p. 66 p a ra una discusión
más detallada de los principios del gobierno por la m ayoría, etc. E xtrañam ente, en este
ensayo posterior, B obbio abandona la idea del control desde abajo en su definición.
132 Ibid., p. 99.
133 Bobbio, The Futurt of Democracy, pp. 24-25. La definición proporcionada en las pp. 19-
20 de esta obra, cuyo origen aparentemente es incluso posterior, nuevamente es menos pro
cesal, pero también rompe con el modelo clásico de las obras anteriores de Bobbio al concen
trarse en la agregación de los Intereses y en el compromiso. Sin embargo, no es obvia la razón
212 EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL
p o r la que este últim o modelo deba ligarse en absoluto a instituciones form alm ente dem ocrá
ticas, y por lo tanto, ciertam ente no se le puede usar p ara definir a estas instituciones.
134 Com pare las pp. 25-26 de The Future o f Democracy, op. cit., con las pp. 114-116.
n iIbid., pp. 27-36. D esafortunadam ente, esta lista es m ás bien heterogénea. El pluralism o
no es tanto una prom esa incum plida de individualismo com o una teoría y u n a prom esa de
dem ocracia alternativas, que se rem onta a M ontesquieu y en especial a Tocqueville. Y nunca
hubo una prom esa, ni en las tradiciones clásicas ni en las liberales, de extender la dem ocracia
m ás allá de la política. Este problem a sólo se presenta en las obras de los críticos de estos
modelos dem ocráticos, en especial de los utopistas, los m arxistas y los anarquistas.
136Ibid., p. 40.
137Ibid., pp. 41-42.
138Bobbio insiste en que la situación es incluso peor en las sociedades socialistas actu a
les (Which Socialism?, op. cit., p. 75).
U9Ibid., p. 101.
140Bobbio, The Future o f Democracy, op. cit., pp. 52-54.
141 Ibid., pp. 50-51.
142Incluso cuando la negociación de los grupos de intereses se hace form alm ente p ú b li
ca, las decisiones reales pueden o cu rrir en secreto, en cuartos llenos de hum o, p o r decirlo
así. E n este caso, u n a segunda cám ara no sería diferente a la prim era. Pero en am bos casos,
los representantes de los partidos o de los grupos de interés tam b ién se verían obligados a
articular sus posiciones de tal m an era que se las pueda justificar públicam ente. Sostene
m os que este requisito m odifica considerablem ente las posiciones y las negociaciones que
em ergen. P or supuesto, B obbio p o d ría resp o n d er que aunque los rep resen tan tes de un
partido tendrían que justificar sus opiniones ante toda la sociedad, los rep resen tan tes de
los grupos de interés sólo tendrían que hacerlo así ante sus propios grupos. Pero los p a rti
dos políticos tam bién procu ran a tra e r grupos específicos de partidarios, m ientras que la
necesidad de justificar las decisiones ante el propio grupo de interés puede en sí m ism a
representar un im portante avance respecto a los acuerdos actuales en m uchos países.
143Bobbio, The Future o f Democracy, op. cit., pp. 54-55.
144Ibid., p. 56.
145Ibid., p. 62.
146Ibid., p. 57.
147Ibid.
148Véase especialm ente ibid., página 105, donde claram ente reto rn a a un m odelo m arxista
y liberal de dos partes.
'i9Ibid., pp. 69 y 77.
150E n este caso, todo lo que nos queda del socialism o en el sentido tradicional es un re
nuente llam ado a la dem ocracia económ ica y u n a argum entación m ás d eterm in ad a a favor
de un nuevo contrato social que h a b rá de resolver el problem a de la justicia siguiendo el ra
zonam iento sugerido p o r Rawls. Véase The Future o f Democracy, op. cit., cap. vi.
S e g u n d a P arte
LOS DESCONTENTOS
DE LA SOCIEDAD CIVIL
-& S S & -S
IV. LA CRÍTICA NORMATIVA: HANNAH ARENDT
convirtió así, en el fundamento de una opinión pública que sólo podía verse
amenazada por la vida pública independiente, incluidas las nuevas institucio
nes descentralizadas, inevitablemente plurales de los propios estratos popu
lares.49 Y si bien la personificación dictatorial de esta voluntad, supues
tamente general, no surgió de una opinión pública uniforme o realmente
unificada, sí estaba en posición de crear esa opinión.50
Mientras que el hecho del nacionalismo le permite a Arendt extender
su crítica de la soberanía más allá de los regímenes populistas-dictatoria-
les, el argumento no funciona lo suficientemente bien para los Estados
Unidos, donde críticos del siglo XIX, como Tocqueville, descubrieron una
opinión pública de uniformidad y poder asimilador sin paralelo. Arendt sí
recuerda una parte del argumento de Tocqueville que contrasta democra
cia y república. Una sociedad democrática supone la clase de nivelación
social que puede abrir el camino hacia una nueva clase de pluralidad, una
pluralidad de opiniones, sólo en el contexto de la creación de instituciones
republicanas genuinas, basadas en la comunicación libre, incluso al nivel
micropolítico. Por haber fracasado en gran parte este esfuerzo, la democra
cia en los Estados Unidos llegó a revelar algunas de las características des
póticas que temían sus fundadores, y se remplazó al espíritu público, basa
do en una multiplicidad de opiniones, por una opinión pública unificada
y homogénea. Arendt insiste en que esta tendencia fue controlada políti
camente por medio de la supervivencia de algunas instituciones republica
nas en los ámbitos nacional y estatal. No obstante, el ascenso de las polí
ticas de intereses, común tanto a Europa como a los Estados Unidos, tendió
a com pletar el proceso destructivo.
El interés, a diferencia de la opinión (genuina), sólo es políticamente
im portante cuando pertenece a un grupo, de hecho a un grupo grande. La
representación del interés vincula en menor o mayor medida a los represen
tantes e interfiere con el inteweambio y formación de opinión genuinos. El
sistema moderno de partidos en particular, al estar concentrado en la re
presentación de los intereses, termina remplazando la discusión parlamen
taria por las opiniones colectivas en competencia de los grupos de partido
disciplinados. La estructura jerárquica y oligárquica del partido se convierte
así en el modelo de la política contemporánea. El Estado benefactor pue
de ser democrático porque representa los intereses de muchos, pero es
oligárquico en el sentido de que limita drásticamente la participación en
lodos los niveles del Estado, excepto en los más altos.51 El esfuerzo hcge-
Iiano por m ediar las esferas privada y pública, mediante organismos inter
mediarios sociopolíticos, termina así reduciendo el espacio para la liber
tad pública dentro de la estructura del Estado.
Esta situación empeora en la evaluución de Arendt, porque la decaden
cia de lo público no beneficia a lo privado; lo social tiende a d e stru ir
236 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL
NOTAS
1En particular, en The Origins o f Totalitarianism [1951], 2a. ed., Nueva York, M eridian
Books, 1958 [Orígenes del totalitarismo, Alianza E ditorial], al que de ah o ra en adelante
citarem os com o OT; The Human Condition, Chicago, University of Chicago Press, 1958, de
aquí en adelante HC\ On Revolution [1963], Nueva York, Penguin Books, 1977, de aquí en
adelante OR; y el ensayo "The Crisis in Culture" [1960], Betwéen Past and Future, Nueva
York, M eridian, 1963, de aquí en adelante "Crisis".
2Jürgen H aberm as, "Walter Benjam ín: C onsciousness Raising orR edem ptivc Criticism",
en Philosophical-Political Profiles, Cambridge, MIT Press, 1983.
J En el presente contexto no es particu larm en te im portante que Arendt tenga dos con
cepciones m uy diferentes de lo social, la p rim era basada en una propensión n atural e inclu-
LA CRÍTICA NORMATIVA: HANNAH ARENDT 237
so preh u m an a a la asociación (HC, op. cit, pp. 23-24), y la segunda, el punto de vista dom i
nante, que tiene que ver con una creación específicam ente m oderna a p artir de com ponen
tes institucionales prexistentes. Aunque, la m ayor parte del tiempo las dos concepciones pue
den reconciliarse, a veces un énfasis en la prim era conduce a la concepción p articu lar del
cam po social moderno como la invasión de la vida política p o r un principio n atural.
4 HC, p. 198.
5Ibid., pp. 50 y ss., pp. 176-179.
6Ibid., p. 198.
7 Ibid., p. 200.
8 OR, p. 75.
9 HC, p. 26 y nota 9.
10 E stos dos énfasis son diferentes en sus principales obras; HC depende principalm ente
del m odelo retórico-dram ático, m ientras que OR subraya las obligaciones y prom esas m u
tuas. A diferencia de H aberm as, Arendt nunca se dio cuenta de que se tra ta de dos m odelos
de acción diferentes. Ambos m odelos im plican el reconocim iento m utuo: el prim ero está
vinculado con el reconocim iento de la personalidad singular de cada individuo; el segundo,
en el reconocim iento m utuo com o m iem bros iguales de u n a com unidad política solidaria.
De hecho, am bos presuponen la norm a de la igualdad, aunque de m an eras diferentes. El
prim ero la presupone en el sentido de la preocupación y respeto igualitario p ara la singula
ridad de cada individuo; el segundo, la igualdad en el sentido de una participación y m em -
bresía pareja en la com unidad política. Arendt nunca distingue adecuadam ente entre estos
modelos de acción, porque situó a am bos en una sola esfera pública: la polis griega.
11 De acuerdo con Arendt, los dos se diferencian cada vez m ás históricam ente, d á n d o
nos de hecho dos m odalidades de acción (HC, op cit., pp. 26-27). Sin em bargo, nuevam ente
Afendt se expone a la objeción que considera al poder com o u n a condición constitutiva de
todas las form as de gobierno estable; véase On Violence, Nueva York, H arcourt B race Jova-
novich, 1969, pp. 41 y ss. A veces, este ensayo parece lim itar el poder a un com ponente del
gobierno: la generación del consentim iento o al logro de la legitim idad m ediante la genera
ción del consentim iento (véase Haberm as, "Hannah Arendt: On the Concept of Power", Phi-
losophical-Political Profiles). Pero cualesquiera que sean las am bigüedades respecto a sus
conceptos generales de la acción y del poder, la teoría de Arendt de la esfera pública es ex
plícitam ente histórica, y depende conscientem ente de las repúblicas de la A ntigüedad como
los m odelos originales que, p o r lo m enos en este punto, continúan siendo insuperables.
12 Obviamente, ésta no es u n a presentación im plausible de la propuesta de Aristóteles
en la que se debía ser gobernante y gobernado por turnos.
13 Pero com o la esfera pública es capaz de procesar sólo opiniones en vez de conoci
m iento, y com o la idea de una pluralidad original irreductible de opiniones excluye la posi
bilidad de un consenso normativo ptgggj§>tente, no está claro sobre qué bases se puede persuadir
a los individuos en este modelo, que sé enfrenta a dificultades, p ara ir m ás allá del arte de
la retórica. Este problem a está relacionado con otro que se refiere a los objetivos de la vida
y de la deliberación públicas.
14HC, op cit., pp. 194-195.
15 Este objetivo nunca se ha cum plido, según Arendt, ni siquiera en los Estados Unidos.
En el m ejor de los casos el gobierno constitucional se ha lim itado a la búsqueda de objeti
vos que, en su opinión, son apolíticos o prepolíticos dentro de una estru ctu ra de derechos
fundam entales y del gobierno de la ley. Por lo tanto, no queda claro cuál sería la finalidad
de una esfera pública ya institucionalizada, aparte de la generación continua del poder
necesario para m antener su existencia. Aún m enos clara es la form a en que este propósito
deberá ser cum plido por individuos que no com parten una base para la m utua persuasión.
16 Arendt no es consistente cuando describe al m undo privado en térm inos de singula
ridad y diferencia, pues en su m odelo la opinión del cam po privado es hom ogénea y unifi
cada (HC, op. cit., pp. 39-40.) Así, en este modelo, sólo el jefe hom bre de la familia, com o un
producto de la esfera privada, es el verdadero representante del principio de la diferencia
frente a otros jefes de hogares, Thmpoco es consistente al defender la intim idad com o el
singular logro de la forma moderna de la lamilla (burguesa, nuclear), a la vez que no dice
nada sobre las relaciones desIgUilMi patriarcales dentro de esta forma, que en tran en coníllc-
238 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL
casos com o una m uchedum bre necesitada que pide pan. E n el m ism o contexto, A rendt
em pieza un a larga crítica de R ousseau, cuya clase de republicanism o basado en las ideas
de la soberanía indivisible, la voluntad general y el odio a la p luralidad (las facciones, el
federalism o, los organism os corporativos, etc.) fue h eredada p or los jacobinos. S upuesta
m ente ésta es la razón ideológica p a ra que la Revolución francesa se desviara de la tare a de
fu n d ar instituciones políticas y se concentrara, en cam bio, en la resolución de los proble
m as sociales p o r cualquier m edio que fuera necesaria, violando en el proceso incluso la
legalidad revolucionaria, e iniciando el Terror. En este caso, sin em bargo, A rendt se acerca
al punto de vista de los actores revolucionarios (los jacobinos), aceptando su ideología en
u n sentido literal. No debe olvidarse que para R ousseau el pueblo soberano, cuya voluntad
e interés no pueden ser divididos o enajenados, no era de n inguna m an era los m iserables,
los pobres o ni siquiera los trabajadores asalariados, sino m ás bien una co m unidad ideali
zada de agricultores independientes. Por ¡o tanto, la lógica un itaria que A rendt critica co
rrectam ente —que va de la soberanía del rey a la soberanía indivisible del pueblo, que no
puede ser representada sino sólo personificada, que no puede ser in stitucionalizada en una
asam blea porque no cabrían en ningún salón, y que conduce a la lógica del sustitucionalism o,
de la inestabilidad y a la com petencia entre rivales que afirm an personificar esta voluntad,
a la m anipulación, a la aprobación p o r plebiscito y al terro r— no es la lógica de la m iseria
hecha pública, y sí en cam bio un dilem a inherente en cualquier m odelo de dem ocracia
radical que rechaza en principio la representación. Posteriorm ente, en su texto (pp. 240-
241) A rendt corrige su propio registro histórico y afirm a que en F rancia, al igual que en los
E stados Unidos, se crearon instituciones republicanas reales d u ran te el curso de la revolu
ción y las creó el propio pueblo. Finalm ente, aquí el pueblo aparece n o com o u n a m u ch e
dum bre que exige pan, sino com o actores colectivos que crean sus p ropias instituciones
políticas. Tam bién indica que R obespierre destruyó estos espacios libres desarrollados por
el pueblo —las sociedades populares, las secciones de la C om una de París, el consejo revo
lucionario m unicipal, los clubes—, en nom bre de “la gran Sociedad p o p u lar de todo el
pueblo francés’’. E sta p retensió n difiere de las m edidas de em ergencia necesarias p a ra
su p erar la horrenda m iseria. Quizá las dos lógicas se unieron históricam ente, pero no obs
tante están separadas, y en las m anos de R obespierre la confusa separación entre ellas le
p erm itió desarrollar u na ideología conveniente. La brillante crítica que hace A rendt de
estas dos lógicas no la lleva a reflexionar sobre los dilem as políticos de la d em ocracia direc
ta (lo que ella denom ina “republicanism o”), porque com parte algunas de sus prem isas cen
trales, principalm ente, el rechazo de la representación de los intereses y del p arlam en taris
mo. Su propio m odelo de consejo pluralista, federal, cuidadosam ente elaborado está p o r lo
tan to sujeto a algunos de los m ism os dilem as que ella critica, pero que luego oscurece al
atribuirlos a la cuestión socioeconóm ica.
50 La conexión entre lo social como la alta sociedad y el problem a de la pobreza aún no
está clara. E n realidad, no estam os convencidos de que haya u n a conexión. Sin em bargo,
p o r lo m enos al nivel simbólico, Arendt claram ente los vio relacionados. C iertam ente no
cree que las intrigas de u na sociedad cortesana a cuya élite se le niega poder político real,
sea exclusiva de las m onarquías absolutas del siglo xvill —la vida cortesana de m uchos
despotism os orientales puede describirse de m an era sim ilar— . No obstante, lo que era
único y podría ser el eslabón perdido en un nivel sim bólico entre los dos extrem os de su
concepto de lo social (la alta sociedad y los pobres), era el papel p rom inente e invisible de
las m ujeres en am bos extrem os. Después de todo, las m ujeres eran las anfitrionas de los
salones de la alta sociedad, justo antes de la Revolución francesa, y ellas introdujeron las
preocupaciones del hogar en la arena pública d u ran te esa revolución. El odio republicano
de lo inm oral, de lo falso, de lo hipócrita, de lo no n atu ral y de la co nducta frívola de la
sociedad aristocrática llegó a ser sim bolizado p o r las m ujeres excesivam ente visibles (las
precieuses) del salón, contra las cuales se dirigió explícitam ente el discurso m oralista del
republicanism o. Este discurso fue transform ado con facilidad en una condena a las m uje
res revolucionarias desordenadas, cada vez m ás visibles en las calles y en las secciones
cuando llegó el m om ento de reprim ir las voces de la sociedad en nom bre de los principios
republicanos (la virtud civil para, y la acción pública responsable por, lo» hom bres; la vida
dom éstica y la virtud privada para las m ujeres). Las m ujeres fueron la» prim eras en ser
LA CRÍTICA NORMATIVA: HANNAH ARENDT 241
excluidas de los clubes y secciones radicales, las prim eras en ser silenciadas p o r la dictadu
ra jacobina y la excepción m ás notable de los derechos universales del hom bre y del ciuda
dano. Es irónico que, si bien Arendt aborrece esta solución "republicana" del problem a
social, que por supuesto pronto pasó de la exclusión de las m ujeres del cam po público a la
destrucción de éste y al abandono del propio republicanism o, com parte las m ism as catego
rías del discurso republicano que justificaron el proceso. Es una lástim a que su crítica del
jacobinism o no abarcó este discurso; pero, en vista de su e stru ctu ra de categorías, esa
crítica era im posible. Véase Landes, Women and The Public Sphere, op. cit.
51 OR, op. cit., pp. 268-269.
52HC, op. cit., pp. 59-61, 64, 67 (nota 72) y 70-72.
53lbid., pp. 126 y 133-134.
54lbid., p. 40.
55lbid., pp. 38 y 50.
i6Ibid., pp. 47, 50 y 70. C aracterísticam ente, el m odelo de la intim idad elaborado p or
A rendt no presupone el m odelo de las relaciones intersubjetivas, basadas en la com unica
ción y la solidaridad, en el que hace hincapié la E scuela de Fran cfo rt desde Max H orkheim er
hasta Jürgen H aberm as. Las esferas privada y pública, a pesar de la intim idad, no están
organizadas en una form a estructuralm ente hom ólogá. M ás bien, se b asan en m odelos de
organización com petitivos. La esfera pública está com puesta de iguales y organizada sobre
la base de principios igualitarios; la esfera privada está com puesta p or desiguales y se
organiza con base en los principios del patriarcado. Como consecuencia, A rendt no tiene
form a de postular continuidad alguna entre la esfera de la fam ilia y la esfera pública. El
concepto de intim idad que p resen ta A rendt refuerza la noción de u n a separación total
entre ellas, lo que en su estru ctu ra siem pre sigue siendo deseable. La intim idad es im por
tante p a ra Arendt porque crea la individualidad m oderna y la literatu ra m oderna. E n vista
de la estru ctu ra patriarcal de la esfera íntim a, sin em bargo, está claro que sólo los hom bres
pueden convertirse en individuos plenos ; son los que son criados en la esfera privada-ínti
m a p ara que se desarrollen hasta convertirse en individuos autónom os y luego salgan de la
m ism a p ara ser reconocidos com o individuos en la esfera pública. Así, una de las p rin cip a
les razones por las que la intim idad de la esfera privada no puede resistir el em bate de lo
“social” —es decir, de la nivelación y penetración por p arte del E stado— es que la esfera
privada en sí está institucionalizada en u n a form a contradictoria; p o r u n a p arte, la fam ilia
m oderna se basa en las norm as de igualdad, libertad, asociación voluntaria, subjetividad,
reconocim iento m utuo y, por lo tanto, de intim idad; p o r la otra, está estru ctu rad a jerárq u i
cam ente y se la predica con base en la subyugación de las m ujeres.
57 Este punto de vista de hecho aparece en el posterior ensayo de A rendt sobre la deso
bediencia civil, pero lo hace así a p esar de, en vez de basado en, su estru ctu ra de catego
rías. (Véase el capítulo XI.) En otraj-ji&labras, aunque A rendt tiene la finalidad de revivir a
la sociedad política, su m ism a concepción de la sociedad m oderna le im pide desarrollar la
otra categoría crucial de Tocqueville y exam inar la relación en tre la sociedad civil y la p o
lítica. La sociedad civil aparece sólo com o la esfera privada conservada p o r m edio de los
derechos individuales o com o u n a sociedad de m asas. Los com ponentes asociativos de la
sociedad civil m o d ern a son ignorados o bien in terp retado s en térm in o s de los grupos
de interés.
5 tOR,op. cit., pp. 169-171.
59lbid., p. 255 y passim.
60lbid., p. 168.
61 ¡bid., p. 179. Ella om ite las restricciones basadas en el nacim iento en form a de género
o de raza.
62lbid., pp. 275-279.
63lbid., p. 273.
64¡bid., p. 232.
¡b id ., p. 144.
M lb id ., p. 182.
67 l b id ., pp. 189-190.
M Ib (d ., p, 147,
242 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL
La opinión pública alo m ad este carácter absoluto prim ero en el siglo xvm, du
rante la Ilustración, La luE de lo público es la luz de la Ilustración, una libera-
248 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL
la soberanía dem ocrática.58 Sin duda, estos niveles de análisis que hacen
hincapié en la necesidad>de poderes intermediarios, no parecen comple
m entar su propio análisis de la mediación a través de la esfera pública.
Probablemente parecían indicar atavismos irrelevantes o anticipar la defor
mación corporativa de la propia publicidad. Pero sigue siendo verdad que
su identificación de la dimensión prepolítica de la esfera pública con un
público literario, aunque esencial como un antecedente legitimador, que
supone cierta reducción en comparación con el modelo clásico de Hegel,
torna a la esfera pública política demasiado débil ante el poder del Esta
do. Habermas es consciente de esta debilidad pero no de todas las causas
o de las alternativas disponibles. Por lo tanto, se ve obligado a registrar
más bien pasivamente que la “persona” de la esfera pública política resul
ta ser, después de todo, el homme de la extensión literaria de la esfera
íntima; no es capaz de proponer un concepto de lo político para contra
rrestar la "erosión característica de las fronteras entre los dos públicos”59
que fue el propio objeto de la devastadora crítica de los ideales libera
les que hizo Schmitt.60
Habermas considera que esta dificultad no es una función del proyecto
normativo, sino de la institucionalización contradictoria de la esfera públi
ca. Así, es la forma específica de la institucionalización de la nueva norma
de "hum anidad”, la que demuestra carecer de poder para im pedir el triun
fo de lo burgués y de lo oficial. Sin embargo, a partir de esta yuxtaposi
ción crítica de la norm a y de la institución, Habermas no puede derivar
los fundamentos filosóficos para una institucionalización alternativa. En
relación con la economía capitalista y el Estado moderno, el valor de la
humanidad, a diferencia del de la ciudadanía, está destinado a seguir siendo
algo discutible.
La institucionalización contradictoria de la esfera pública ya apare
ce en su modelo original^ lg. esfera íntima. Habermas la describe en téJ>
minos de la ambivalencia dé la familia, que es la representante de la socie
dad y, no obstante, en cierta forma, también encama la idea de emanciparse de
la sociedad contra la sociedad, manteniéndose unida por el dominio pa
triarcal por una parte y por la intimidad por la otra.61 Precisamente, la
compulsión que enfrenta la familia burguesa es la función de su papel
específico en el proceso de "valorizar” el capital y de la transm isión de las
restricciones político-legales por medio de la socialización. Habermas, que
sigue presuponiendo la doctrina del Estado y de la ley como una superes
tructura, desafortunadamente trata estas dos dimensiones como si fueran
funcionalmente idénticas. En esta concepción, la autoridad patriarcal,
expresada en la subordinación de las mujeres y de los hijos, es una correa
de transmisión para los poderes económicos y políticos, que luego defor
man los componentes de la humanidad; la autonomía, la comunidad
264 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL
Este texto m uestra que Habermas representa una posición, sin el me
nor vestigio crítico, que rompe explícitamente con el ideal burgués-liberal
de la esfera pública. El punto no es sólo que una funcionalización de la
esfera íntima sea remplazada por el proyecto de otra. Más generalmente,
el modelo remplaza la desdiferenciación burguesa, que viola las normas
constitucionales de la esfera pública liberal en el propio argumento de
Habermas, con un esquema de una desdiferenciación inversa, que sería
igualmente incompatible con estas norm as si se las m antuviera o se las
restableciera. Aunque puede argumentarse que el proyecto aquí bosque
jado continúa la dimensión democrática del modelo normativo de la esfe
ra pública, ciertamente rompe con su dimensión liberal igualmente im-
LA CRÍTICA HISTORICISTA 269
L a f u s ió n d e la s o c ie d a d c iv il y d e l E s t a d o : C a r l S c h m it t
E l a r g u m e n t o d e l a f u s ió n
EN EL "STRUKTURWANDEL" DE HABERMAS
quiere que los dos procesos complementarios qúe llevan a la fusión lo
gren su objetivo, la “reificación" del espacio entre ellos, el de la cultura,
debe ser más o menos total. La prim era tesis presentada por Schmitt sólo
puede salvarse con ayuda de la teoría cultural de la Escuela de Francfort,
en especial en la versión de Adorno. Pero esta elección llevaría, también en
el caso de la propia tesis de Habermas, a un público m anipulado cuyos
agentes son del todo pasivos y cuya dinámica presente de ninguna m ane
ra puede llevar a la resurrección de su promesa original.116
Una constelación de ese tipo todavía estaría abierta a rupturas revolu
cionarias, en el sentido de Arendt. Y, en realidad, es justo preguntar al
final del libro de Habermas, en qué medida ha escapado al antiguo mode
lo republicano de la esfera pública que criticó en la obra de Arendt. Al
estudiar las consecuencias del argumento de la fusión, nos dice repenti
nam ente que "el modelo del público burgués estaba basado en una rígida
separación de las esferas pública y privada, puesto que la esfera pública
de individuos privados organizados como público contaba como priva
da".117 Aunque jurídicam ente es correcto, este argumento diverge del ar
gumento anterior de Habermas, más hegeliano, según el cual era precisa
m ente la rígida distinción entre lo público y lo privado la que era
relativizada por los varios niveles de mediación.
Además, debemos observar que la utopía de Habermas derivada de Marx,
que implica la dualidad de una sociedad-Estado pública y la esfera ínti
ma, junto con la prim acía de la primera, coincide con el modelo republi
cano de Arendt. La teoría de la decadencia de Habermas tam bién postula
la emergencia de un campo mixto, que no es público ni privado, lo que lleva
al colapso de la publicidad genuina. Para Arendt, el modelo de la esfera pública
liberal elaborado por Habermas, que está muy interesado en la mediación
entre el Estado y la sociedad por medio de la regulación de las precondi
ciones de la economía deteaaercado, ya era esta esfera mixta y no podía
suponer ninguna vida ni acción públicas genuinas. La idea de un campó
público que controle e influya en el Estado sin com partir el poder, le ha
bría parecido carente de sentido a Arendt. De todos modos, puede argu
mentarse que la única diferencia real entre los análisis de ambos es que
Habermas le da al modelo de la decadencia de Arendt un punto de partida
claramente histórico, después del cual puede em pezar a ocurrir la deca
dencia. Y de hecho, sin im portar que tan incongruente sea, a Habermas
también le pareció que la emergencia de un campo mixto privaba a la
"esfera pública de su antigua base sin darle una nueva".118 Por supuesto,
ésta no fue una función.del ascenso del Estado moderno como tal, sino de
las relaciones posliberafM del Estado y la economía. Obviamente, Haber-
mas y Arendt comparten interés en elaborar de nuevo esa base, Sin
embargo, en este contaxtó debemos recordar también que Habermas re-
286 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL
I
LA CRÍTICA HISTORICISTA 287
cia estatal. Los pequeños públicos de asociaciones y partidos, que deben ser
autónomos ante el proceso público mayor que regula su interacción, no
pueden desempeñarse sin derechos negativos y positivos. Sin embargo,
este requisito restablece los dos fundamentos normativos de la esfera pú
blica liberal: la diferenciación y la comunicación. No obstante, este punto
no se aplica sólo a los derechos de comunicación. Los miembros de las
asociaciones democratizadas necesitan la misma doble protección. Para
poder participar en cualquier medida, necesitan apoyos positivos y garan
tías; para ser capaces de funcionar libremente, necesitan derechos y liber
tades negativos.129
Sin duda, Habermas creía que sus dos modelos competían sólo en la
medida en que tenían el objetivo de dem ocratizar a los dos procesos sepa
rados que conducen a la fusión: “la estatización de la sociedad” (interven
cionismo estatal) y “la socialización del Estado" (el neocorporativismo).
Al suponer en última instancia la fusión, supuso tam bién la convergencia
de los dos procesos democratizadores. De lo que no se dio cuenta es que de
su prim er proceso dem ocratizador produce sólo las condiciones sociales
necesarias para el ejercicio de la libertad pública, en forma de "derechos
sociales”, que en sí mismos son muy compatibles con un absolutismo ilus
trado y paternalista. Sólo el segundo proceso revitaliza la interacción consti
tutiva de la propia esfera pública, en la forma de “derechos de participa
ción” genuinos. Los dos procesos no convergen completamente, y de hecho
reproducen la diferenciación que el intervencionismo del Estado y el cor-
porativismo pusieron juntos en peligro. Además, provienen de dos tradi
ciones teóricas diferentes: la utopía marxista del Estado-sociedad y el pro
yecto de Tocqueville de restablecer las asociaciones interm ediarias de las
sociedades civil y política en una forma democrática.
La segunda razón de que parezca que los dos modelos convergen es el
proceso común por el que se les debe instituir: la acción legislativa del
Estado benefactor. Habermas postula la supervivencia del valor liberal de
la publicidad, que sirve como marco normativo para actores estatales que
buscan legitimidad en el contexto de un creciente intervencionismo. Pero
las normas no están vinculadas a otros actores en su provecho, porque
esto es casi imposible en el contexto de una esfera pública deformada y
manipulada.
Lógicamente, por lo menos, la acción estatal puede buscar su auto-
limitación. De todas maneras, hay razón para creer que los modelos de
diferenciación basados en los derechos, nunca han sido establecidos sin
actores que se encuentren fuera del Estado y que incluso sean antagóni
cos al mismo. El modelo de la esfera pública deformada, sin embargo,
supone una sociedad sin oposición y la pasividad de los actores sociales
potenciales. La elección de Habermas es consecuencia de su análisis. La
LA CRÍTICA HISTORICISTA 291
NOTAS
1Jürgen H aberm as, The Structural Transformaíion o f the Public Sphere [1962], Cambridge,
mit Press, 1989; de aquí en adelante citado com o Public Sphere.
2 No obstante, el punto de partida del rescate que hace Schmitt del topos de la publicidad
—la afirm ación de que la discusión y la ap ertu ra representan el principio del parlamenta
rism o— puede interpretarse de dos m aneras que conducen a cada uno de estos pensadores.
Una de éstas parece señalar un m odelo del E stado —un E stado parlam en tario basado en la
discusión pública— que conduce a Arendt. La otra, que se concentra en el surgimiento de
una esfera social y apolítica en el Estado, conduce a H aberm as.
3 Cari Schm itt, The Crisis o f Parliamentary Democracy [1923], Cam bridge, MIT Press,
1985; de aquí en adelante se la citará com o Crisis, pp. 2-5.
4 Ibid., pp. 5 y 34.
5 Él no percibe la diferencia fundam ental entre una integración m ediante el cálculo estra
tégico y por medio de la persuasión m utua: (Lo m ism o es cierto de los liberales que hablan
del “m ercado de ideas”.) Para un desarrollo más exhaustivo de la diferencia, véase Jürgen
Haberm as, Theory o f Communicative Action, vol. 1, Boston, Beacon Press, 1984, caps. I y IV.
6 Crisis, op. cit., p. 35; Cari Schm itt, The Concept o f the Political [1932], New Brunswick,
Nueva Jersey, R utgers U niversit^jjsess, 1976, pp. 71-72.
7 Crisis, op. cit., p. 3. Dice, adem ás, "las grandes decisiones políticas [...] hoy en di»
[ 1923] ya no resultan (si es que alguna vez lo hicieron) del equilibrio de las opiniones y contra
opiniones en un debate público" (p. 49) [las cursivas son nuestras]. Lo que im p o rta es que
Schm itt trata la idea de la decisión p o r m edio de la discusión pública com o un principio de
legitim ación norm ativo no basado en los hechos, que tiene, no obstante, algunos funda
m entos institucionales. Así, tiene tan poco sentido criticarlo p or co n trasta r al p rincipio de
discusión con la realidad del siglo XIX, como p or el hecho de que recurra a tipos no discursivo!,
preliberales, de parlam entarism o. Véase, p or ejemplo, John Keane, Democracy and Civil
Society, Londres, Verso, 1988, pp. 164-170. Estos dos elem entos representan contrastes esen
ciales para la propia tesis de Schm itt.
8 Der Hüterder Verfassung, 2a. ed., Berlín, Duncker & Humblot, 1931, (de aquí en ade
lante citado como Hilter). Sería inútil negar que estas normas secundarlas derivadas de la
primaria recibieron su expresión institucional bajo las condiciones del siglo XIX. Schmitt
no considera su importancia continua en el siglo XIX, pero ciertamente tiene razón en la
medida en que sólo en el últlmojcontexto se desarrolló una práctica comprensiva de la po
lítica de partidos, que tendió • reducir en forma impresionante la importancia de normal
vinculadas con la metanorma de 1» publicidad, Max Weber está en lo correcto cuando
encuentra las raíces de este polillo* de plrttdo» en el siglo xix, a pesar de lo cual también
292 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL
distingue a las políticas de partid o s dem ocráticos del parlam entarism o clásico. Véase, p o r
ejem plo, "Parliam ent and G overnm ent in a R econstructed G erm any", en Economy and
Society, vol. II, Berkeley, University o f California Press, 1978. La tesis de S ch m itt respecto a
u n cam bio fundam ental en el p arlam entarism o no puede ser refutada p o r la presencia o
ausencia em píricas del discurso público genuino, que no se postula con base en los hechos,
sino sólo refutando la tesis de W eber sobre la transform ación de la política de partidos, que
fue en realidad la fuente p rim aria p ara Crisis, op. cit.
9 Crisis, op. cit., pp. 3-4.
10 Ibid., p. 47.
11 Hüter, op. cit., pp. 73-74
12 E ste análisis no se ajusta m uy bien a Inglaterra, cuyo absolutism o era p arlam entario
y cuyo E stado, incluso en la época liberal, era la autoorganización de u n a sociedad (conce
b ida en un sentido lim itado). Véase W erner Conze “Die S pan n u n g sfeld von S ta a t und
G esellschaft im V ormarz", en W erner Conze (ed.), Staat und Gesellschaft im deutschen
Vormárz 1815-1848", S tuttgart, Klett, 1962, pp. 208-210. El contraste polém ico en el m undo
anglosajón fue desarrollado m ejor p o r Thom as Paine en Common Sense, tom ando el punto
de vista de los “parlam ento s” coloniales en contra del E stado p arlam entario.
13 Hüter, op. cit., pp. 73-74. Observe el cam bio desde un m odelo de publicidad basado en
la discusión a uno teatral.
14 Aunque con m enos claridad que el Marx del 18th Brumaire o f Louis Bonaparte, Nueva
York, International Publichers, 1963, pp. 65-66.
15 Crisis, op. cit., pp. 36, y 39.
16 Ibid., pp. 49-50.
17 Ibid., p. 50.
13 Ibid., p. 38.
19 R einhart Koselleck, Kritik und Krise [1959], Francfort, Suhrkam p, 1973, publicado en
inglés com o Critique and Crisis: Enlightenment and the Pathogenesis o f Modern Society,
Cam bridge, MIT Press, 1988.
20 Koselleck no incluye a Inglaterra en su tesis, aunque sí hace hincapié en que H obbes
y Locke fueron los prim eros que trataro n el tem a de las consecuencias duales del absolutis
mo. Según él, en época de la Ilustración, la sociedad de élite inglesa rep resen tad a en el
p arlam ento logró evitar una polarización polém ica con el ejecutivo real (p. 46). Véase ta m
bién Conze, “Die Spannungsfeld”, op. cit., p. 208. Ni' Conze ni Koselleck se dan cuenta de la
obvia incongruencia de esta excepción inglesa con la im agen que p resen ta S ch m itt de
la estabilización polém ica del parlam entarism o liberal.
21 Kritik und Krise, op. cit., pp. 46-54.
22 Ibid., pp. 65-68.
23 Ibid., pp. 81-97.
24 Koselleck puede responder que lo que ocurrió en Francia en un periodo m u y breve,
d urante el ascenso y colapso del parlam entarism o revolucionario en su cam ino a la dem o
cracia, habría de ocurrir en los estados alem anes d u ran te un periodo m ucho m ás largo,
sim plem ente porque el E stado burocrático-m ilitar no se d errum bó sino h asta 1918. Esto
suena convincente, pero su desarrollo genera u n a incongruencia con la tesis de Schm itt. En
efecto, aparte de unas pocas constelaciones que dem o straro n ser tem porales, el E stado
m oderno creado p o r el absolutism o no se derrum bó, y su lim itación p arlam en taria (societal-
pública) siguió siendo extrem adam ente im portante. La decadencia del p arlam entarism o,
aunque posible em píricam ente, tiene que ser analizada en térm inos diferentes a los de la
tesis de que el Estado fue subsum ido p o r la sociedad.
25 E sta sem ejanza con la idea de W alter B enjam ín de la Dialektik im Stillstand no es ca
sual. Véase el ensayo de Arendt que p resenta Illuminations d e B enjam ín, Nueva York, Scho-
cken, 1969.
26 No consideram os el hecho de que en esa época H aberm as era m ás bien un m arxista
clásico para quien el ascenso del Estado m oderno era una función del desarrollo del capitalis
mo, y el m om ento liberal de los prim eros tiem pos de la esfera pública m oderna estaba subor
dinado al de la burguesía. En realidad, su rico análisis, que se concentra en la lucha ilustrada
contra el absolutism o, contradice en m uchos aspectos este simple esquem a marxista.
LA CRÍTICA HISTORICISTA 293
énfasis en este carácter instrum ental. Con el fin de movilizar a la opinión pública ya form ada
por el espíritu crítico de las audiencias de la literatura y el arte, incluso Bolingbroke se ve
obligado a tratar de dem ostrar la justicia y rectitud del caso, que la oposición presenta contra el
partido corrupto en el gobierno. Aun de m ás im portancia es que la institucionalización de las
form as de escrutinio público sobre las acciones del gobierno, prom ovida p or el periodismo
opositor, conduce a las instituciones que com prom eterán a esta m ism a oposición cuando esté
en el poder. La transform ación gradual de las deliberaciones del parlam ento en sesiones públi
cas, un desarrollo que tom ó un siglo y medio, perm itió la transform ación de un público razona
dor, que originalmente era el instrum ento de los partidos, en la principal agencia para ejercer la
supervisión política. Parece algo exagerado que H aberm as declare que el parlam ento después
de la prim era Ley de Reform a era un "órgano de opinión pública". Puede ser m ás adecuado
describir al "público crítico”, socialm ente m ás am plio que la representación parlam entaria,
incluso después de la Ley de Reforma, com o un prim er plano en constante expansión ante las
deliberaciones parlam entarias capaz de ejercer una influencia sobre esas deliberaciones.
41 Public Sphere, op. cit., pp. 84-85.
42 Ibid., p. 65.
43 Ibid., p. 4: "Las tendencias que señalan el colapso de la esfera pública son inconfundi
bles, porque m ientras su cam po se está expandiendo im presionantem ente, su función se ha
hecho progresivam ente cada vez m ás insignificante".
44 Ibid., pp. 66-67.
45 Véase Cohén, Class and Civil Society. The Limits o f Marx Critica! Theory, A mherst,
University of M assachusetts Press, 1983, p. 34.
46 Public Sphere, op. cit., p. 30.
47 La posibilidad adicional de diferenciar a la sociedad civil de la econom ía burguesa y
del E stado, sugerida la p rim era vez p o r G ram sci y finalm ente aprovechada p o r H aberm as,
no aparece todavía en Public Sphere.
48 Public Sphere, op. cit., pp. 55-56.
49 É sta es u na versión m odificada del esquem a (Ibid., p. 30).
50 Ibid., pp. 55-56.
51 Ibid.
32 Ibid., p. 19.
53 Ibid., p. 4.
34 Ibid., pp. 51-52.
33 Ibid., p. 54.
36 Ibid., pp. 82-83 (traducción al inglés m odificada).
57 Ibid., p. 84.
38 Ibid., pp. 136-138.
39 Ibid., p. 55.
60 La ironía de este desarrollo es notoria. El ideal de h u m anidad que proviene de la
esfera íntim a de la fam ilia y que se difunde p o r toda la esfera pública literaria es p o r su
puesto m oral, universalista y antipolítico —un claro reflejo de la posición de las m ujeres en
la sociedad civil burguesa—. Las m ujeres llegaron a rep resen tar la "m oralidad” y los "inte
reses de la hum anidad” en virtud de su carencia de p o d er y "desinterés" (su supuesta falta
de u na fuerte personalidad propia con intereses particu lares reales), sin que se las conside
ra ra capaces de llegar a un punto de vista m oral racional, universalista, p o r sí m ism as; su
presencia com o audiencia de la esfera pública literaria y com o sím bolo de la hum anidad
m oral estaba relacionada con su exclusión de todas las esferas de la sociedad civil y de la
organización política, aparte la familia. É sta es la razón de que p udieran sim bolizar, en vez
de llegar a tener, un punto de vista moral, universalista y que la propia norm a de hum anidad
reflejara la problem ática posición de las m ujeres: una hum an id ad sin poder. Tal ideal de
hum anism o m oralista que busca abolir el p o d er de las instituciones —se encuentren en
la sociedad civil o en el Estado— es am biguo, p o r no d ecir m ás. P or lo tanto, la identifica
ción de l'homme y del citoyen es doblem ente ideológica.
61 Public Sphere, op. cit., pp. 55-56.
62 Ibid., pp. 74-75.
63 Ibid., pp. 81-82.
LA CRÍTICA HISTORICISTA 295
64 Ibid., p. 83.
65 Ibid., p. 84. '
66 Ibid., p. 85.
67 N osotros añadiríam os tam bién los intereses de género.
68 Public Sphere, op. cit., p. 88.
69 Ibid., pp. 123-124.
70 Ibid., p. 125.
71 Ibid., pp. 127-128.
72 Ibid., p. 161.
78 Ibid., p. 129.
74 Sin em bargo, no nos dice qué es lo que ocu rrirá con el carácter p atriarcal de la fam ilia
burguesa. ¿H abrá supuesto H aberm as en 1962 sim plem ente que, u n a vez que la fam ilia ya
no es burguesa, un a vez que el poder económ ico ya no penetre en la esfera íntim a, el p ro
blem a del patriarcado desaparece? E sta posición m arxista están d ar no es convincente.
75 Public Sphere, op. cit., p. 129.
76 Ibid. (traducción y cursivas del autor).
77 Es erróneo estilizarlos com o liberales, tal com o lo hace H aberm as, aunque, a diferen
cia de Marx, sí conservan la idea plena de la esfera pública liberal.
78 Public Sphere, op. cit., p. 136.
79 Para Tocqueville y Mili, la participación en asociaciones voluntarias dem ocráticas e
igualitarias y otros tipos de cuerpos deliberantes en la sociedad civil (com o los jurados),
proporciona la experiencia de la libertad a los ciudadanos privados. En ese modelo, la p ri
m era asociación en que se puede ad q u irir experiencia y capacitación p ara el ejercicio de la
libertad sería, p o r supuesto, u n a form a igualitaria, no p atriarcal y no burguesa de la fam i
lia. Sin em bargo, a diferencia de Hegel, Tocqueville y Mili n unca suponen que los indivi
duos abandonan sus intereses particulares dentro de las asociaciones a las que pertenecen:
tom an los intereses (relativam ente) m ás generales de las asociaciones, sin p erd er sus p ro
pios intereses y objetivos particulares.
80 Public Sphere, op. cit., pp. 128-129.
81 "Hoy en día” se refiere aquí al periodo de la R epública de Weimar.
82 Crisis, op. cit., pp. 6-7.
83 Hüter, op. cit., p. 89. Aquí Schm itt supone que esta unificación era, después de todo,
real. En otras partes afirm a que sólo era un teatro. La am bigüedad tiene paralelo en sus dos
argum entos que sostienen, respectivam ente, la em ergencia de u n a (simple teatro) a dife
rencia de dos voluntades (real) del E stado en el liberalism o.
84 Para Schm itt, este m odelo basado en R ousseau es com pletam ente inviable.
85 Crisis, op. cit., pp. 8-9, 13-14 y 26-27.
a6Ibid., p. 15.
87 Hüter, op. cit., pp. 83-88. ESSf^únto es incongruente respecto a la idea de u n a relación
polém ica del parlam ento con el ejecutivo. El problem a es sab er si hay, de conform idad con
Schm itt, dos voluntades del E stado parcialm ente antagónicas en el parlam entarism o libe
ral, un punto de vista difícil de reconciliar con otras afirm aciones suyas, en p articu lar con
su insistencia casi hegeliana en el E stado com o centro unificado de lealtad (véase Hüter, op.
cit., p. 90).
88 Véase Weber, “Parliam ent and G overnm ent in a R econstructed G erm any", op. cit,, El
análisis de W eber es análogo al de Schm itt, respecto al objetivo del m odelo parlam entarlo
liberal de la em ergencia de buenos líderes. Sin em bargo, la preocupación norm ativa de
Weber, a diferencia de Schm itt, era encontrar un contrapeso p ara el E stado burocrático.
89 Crisis, op. cit., pp. 7 y 49-50.
90 Véase Claude Lefort, "Politics and H um an Rights", The Political Forms o f M odtm
Society, Cam bridge, MIT Press, 1986.
91 Concept o f the P o litic a l, op. c it,, pp. 22-23.
92 Hüter, op. cit., p. 78, \
93 Concept o f the P o litica l, op, c it., p. 22.
94 Ibid., p. 23; Hüter, op. cit„ p, 79,
91 C o n c ep t o f th e P o litic a l, op, c it,, pt Z i
296 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL
96 C onfundir las dos form as de diferenciación lleva a una actitud am bivalente, observa
da p o r Leo Strauss (sin que hubiera percibido la razón real), hacia la diferenciación funcio
nal. Se defiende contra una form a de segm entación que im plica la prim acía de lo social,
que es un a am enaza m ayor a la soberanía, pero se le abandona en el caso de la totalización
o desdiferenciación funcional que im plica la prim acía de lo político.
97 Cari Schm itt, Legalitdt und Legitimitat [1932], 3a. ed., Berlín, D uncker & H um blot,
1980, p. 96. ,
9S Ibid., pp. 89-90. E n la página 98, argum enta que, en realidad, el resultado era la exis
tencia de dos constituciones en una.
99 O tto K irchheim er afirm ó que el E stado au toritario en A lem ania no logró su p erar la
pluralización y fragm entación interna. Véase sus “Changes in the S tru ctu re of Political
Com prom ise” [1941], en Andrew Arato y Eike G ebhardt (eds.), The Essential Frankfurt School
Reader, Nueva York, Urizen, 1978, pp. 49-70.
100 Los autores de la Escuela de Francfort previeron esta posibilidad desde fechas tem
pranas, com o se observa en la distinción que hace Friedrich Poliock entre las versiones
dem ocrática y autoritaria del capitalism o de E stado. Véase su "State C apitalism ’’ [1941], en
Arato y G ebhardt (eds.), The Essential Frankfurt School Reader, pp. 71-94.
101 Jürgen H aberm as, ''Technology and Science as Ideology”, Toward a Rational Society,
Boston, B eacon Press, 1970; Legitimation Crisis, Boston, Beacon Press, 1975; Claus Offe,
Strukturprobleme des kapitalistischen Staates, Francfort, Suhrkam p, 1972. Es im portante
observar que, bastante antes de la em ergencia del neoconservadurism o, Offe subrayó que
el intervencionism o del E stado producía disfunciones en la racionalidad adm inistrativa (la
“crisis de la adm inistración de la crisis"), m ientras que H aberm as insistió en las brechas
inevitables, en la legitim idad dem ocrática en lo que se refiere al uso de la intervención
pública p ara fines privados, en vista de los decrecientes recursos en la m otivación cultural.
102 Otto K irchheim er, "Changes in the S tructure of Political Com prom ise" "In Search of
Sovereignty”, Politics, Law and Social Change, Nueva York, C olum bia University Press, 1969.
103 Public Sphere, op. cit., p. 144.
104 Véase sus ensayos en Contradictions o f the Welfare State, Cam bridge, m it Press, 1984,
y Disorganized Capitalism, Cambridge, MIT Press, 1985.
105 Public Sphere, op. cit., p. 155.
106Ibid., pp. 159 y 162.
107 Ibid., p. 169.
108 Ibid., p. 175.
W9 Ibid., p. 198.
110 Ibid., pp. 203-204,
111 Ibid., pp. 193 y ss.
112 Ibid., pp. 211 y 213.
1¡3Ibid., p. 215.
U4Ibid., p. 216.
115 Ibid., pp. 218-219.
116 Éste fue especialm ente el caso porque, incluso en la década de 1960, H aberm as no
usó los argum entos de W alter Benjam ín respecto a las posibilidades de em ancipación inhe
rentes a la situación cultural de la m odernidad.
117 Public Sphere, op. cit., p. 176.
. Ibid., p. 177.
119 Este argum ento tam bién rom pe con A rendt, que no podía ver nada positivo en el
E stado benefactor. H aberm as critica sus consecuencias despolitizadoras pero encuentra
positiva su desdiferenciación del E stado y la sociedad civil, en la m edida en que anticipa un
Estado-sociedad unificado m arxista. Como yuxtapone este ente en proyecto a u n a esfera
ín tim a no económ ica, al final produce una síntesis de Marx y A rendt que es m ás dualista
que la utopía de Marx pero, a diferencia de la de A rendt, incluye los asuntos económ icos en
las deliberaciones públicas.
120 Public Sphere, op. cit., pp. 222-225.
121 Ibid., pp. 178-179.
122 Ibid., pp. 224-225. También este argum ento fue introducido en las discusiones de la
LA CRÍTICA HISTORICISTA 297
E scuela de F rancfort por Otto K irchheim er; véase "W eim ar und w as dann?", traducido al
inglés com o "Weimar-and W hat Trien?”, en Politics, Law and Social Change. K irchheim ar
posteriorm ente lo abandonó con el desarrollo del E stado au toritario, que rep entinam ente
volvió inaceptable el abandono crítico de los derechos negativos.
123 Public Sphere, op. cit., p. 226.
124 Ibid., p. 229.
,2SIbid., p. 229. E videntem ente H aberm as in terp re ta el térm ino am biguo Teilhaberrechte
(derechos de participación o derechos de m em bresía) en el sentido de una “p articip ació n ”
dem ocrática activa en vez de u n a simple pertenencia pasiva.
1™Ibid., pp. 229-231.
n i Ibid., pp. 177-178.
128 Ibid., pp. 232-233. Según H aberm as, este conflicto no se ha decidido todavía en el
presente. No debem os to m ar m uy en serio su evaluación optim ista que se ajusta a un m o
delo del “List der Vernunft" hegeliano, que busca concebir “la esfera pública que opera en
condiciones de u n estado b enefactor com o un proceso de autorrealización: que sólo es
capaz de establecerse a sí m ism a gradualm ente, en com petencia con la otra tendencia que,
volviéndose contra sí m ism a, reduce el poder crítico del principio de lo público en una
esfera pública trem endam ente am pliada" (p. 233, la traducción es del autor).
129 Véase el cap. vm.
VI. LA CRÍTICA GENEALÓGICA:
MICHEL FOUCAULT
M a r x , g e n e r a l iz a d o
Así, Foucault también observa lo que está detrás de las relaciones jurí
dicas de los regímenes democráticos liberales y de la sociedad de m erca
do aparentemente igualitaria y descubre las formas sistemáticas (no acci
dentales) de dominio dentro de la sociedad. De hecho, una preocupación
central del proyecto de Foucault es acabar de una vez por todas con lo que
llama el “modelo jurídico de poder", que aún domina nuestro pensam ien
to, con el fin de dirigir nuestra atención (y resistencia) a la forma de poder
sutil y no obstante penetrante, característica de las sociedades modernas
que escapa a la articulación en términos jurídicos.9 Como la suerte de las
categorías de la sociedad civil está vinculada con el contraste que estable
ce entre los dos modelos de poder, vale la pena estudiarlos.
Según Foucault, el modelo jurídico de poder y la construcción legal de
nuestra propia sociedad son heredados del antiguo régimen. La revitali*
zación de la ley rom ana empezó en el siglo xil, y junto con los discursos de
soberanía, legitimidad y los derechos, desempeñó un papel constitutivo
en el establecimiento del poder absoluto y la autoridad de la monarquía. En
Occidente, el derecho es, según Foucault, el derecho del rey. Incluso cuan
do el discurso jurídico se i5p©ne al control del m onarca (por ejemplo, en
nombre de la conservación de los derechos feudales o del establecimiento
de los derechos individuales contra el Estado), siempre son los límites de
este poder soberano los que se ponen en duda, y son sus prerrogativas las
que se desafían. Ya sea que el discurso jurídico del derecho estuviera dirigi
do a lim itar o a afirm ar el carácter absoluto del poder del rey, su propósito
era constituir el poder como su derecho. "El papel esencial de la teoría del
derecho, desde los tiempos medievales en adelante, era el de fijar la legiti
midad del poder; éste es el principal problema en torno al cual se organiza
toda la teoría del derecho y de la soberanía."10 En resumen, se define a la
soberanía en términos jurídicos, mientras que la ley constituye el poder
como el derecho legítimo ge la soberanía.
En parte, por supuesto, est*construcción jurídica sirvió para ocultar la
dominación intrínseca al poderThaelendo que este último apareciera como
302 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL
Ya sea que uno le atribuya a él la forma del príncipe que formula derechos, o
del padre que prohíbe, o del censor que obliga al silencio, o del señor que enuncia
la ley; en cualquier caso uno esquematiza el poder en una forma jurídica, y uno
define sus efectos como obediencia. Confrontado por un poder que es la ley, el
sujeto que está constituido como súbdito —que está “sujeto”— es el que obede
ce [...] Por una parte un poder legislativo, por la otra un sujeto obediente .'2
Hemos ingresado a una fase de regresión jurídica en comparación con las so
ciedades anteriores al siglo xvn con las que estamos familiarizados; no debemos
ser engañados por todas las constituciones que se han elaborado en todo el
mundo desde la Revolución francesa, los códigos que se han escrito y revisado,
y la continua y vociferante actividad legislativa. Éstas fueron las formas que
hicieron que un poder esencialmente normalizador fuera aceptable .23
poder legítimo está limitado ante los derechos y libertades reservados pa
ra las personas—. En este modelo, seguimos estando en libertad de hacer
lo que la ley no prohíbe. El poder como un mero límite de la libertad supo
ne que una parte de la libertad (la libertad negativa) permanece intacta. De
hecho, ésta es la forma general de su aceptabilidad en nuestra sociedad.
Así, la explicación social-psicológica de lo atractivo del modelo jurídico
del poder se predica con base en el hecho de que el "poder es tolerable só
lo a condición de que oculte una parte sustancial de sí mismo. Su éxito es
proporcional a su habilidad para ocultar sus propios mecanismos. ¿Sería
aceptado el poder si fuera totalmente cínico?"27
Aunque esta explicación suena sospechosamente similar a la teoría de
la legitimidad, Foucault rechazaría esa interpretación. El modelo jurídico
de poder no es el discurso legitimador del poder disciplinario, sino una
táctica distractora; los discursos de las disciplinas son muy diferentes.
Aunque nosotros mostraremos que, a pesar de sus negativas, Foucault
necesita una teoría de la legitimidad y que, de hecho, en afirmaciones co
mo la anterior, introduce de nuevo tal concepto en su estructura; difícil
mente es ésta la forma en que él desearía ser interpretado. Lejos de llevamos
a analizar los problemas de la legitimidad, el consentimiento, la sobera
nía y la obediencia, desea dirigimos en la dirección opuesta, hacernos ob
servar directamente la dominación/subyugación en sus ejemplos m ateria
les, en sus formas y técnicas reales positivas. En realidad, todo interés por
la distinción normativa entre poder legítimo e ilegítimo, problemas de la
justicia, discurso de derechos, y otros similares, debe ser abandonado y
remplazado con un modo contrario de análisis, uno que empiece con las
microtécnicas de la dominación en regiones locales diferentes de la socie
dad en vez de con una concepción del poder soberano, del Estado y de la
legitimidad.28
Sin embargo, para est<5*?eynecesita un concepto distinto de poder. Si
bien el modelo jurídico fue útil para representar un poder centrado en tor
no a la deducción y la muerte, es "del todo incongruente con los nuevos
métodos del poder cuya operación no es asegurada por el derecho sino
por la técnica, no por la ley sino por la normalización, no por el castigo si
no por el control, métodos que son empleados en todos los niveles y en
formas que van más allá del Estado y de sus mecanismos".29 Se nos ofrece
un análisis de este nuevo tipo moderno del poder en Discipline and Punish,
luego en una serie de ensayos compilados en Power/Knowledge y, finalmen
te, en el prim er volumen de The History o f Sexuality. A diferencia del modelo
jurídico, que concibe al poder como algo que es poseído por un individuo
o grupo, que es intercambiable y recuperable, sujeto a límites legales y di-
suelto por el conocimiento3*verdad y el discurso auténtico, este poder
disciplinario, normalizador «• cónecbido ante todo como una relación de
308 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL
El poder debe ser analizado como algo que circula, o más bien como algo que
_ sólo funciona en forma de cadena. Nunca está localizado aquí o allí, nunca está
en las manos de alguien, nunca es posible apropiárselo como una mercancía o
una pieza de riqueza. El poder es empleado y ejercido por medio de una orga
nización similar a una red. Y los individuos no sólo circulan entre sus tramas;
siempre están simultáneamente en posición de sufrir y ejercer este poder.30
L a g e n e a l o g ía d e la s o c ie d a d c iv il m o d e r n a
(los vagos, los pobres, los mendigos, etc.) y la revuelta. Esta espontanei
dad del populacho reunido es el referente incontrolable e indomable del
propio ejercicio del poder soberano. Su resistencia al control central indi
ca una autonom ía local, tradiciones culturales y recursos morales todavía
intactos para constituir identidades y solidaridades colectivas opuestas al
proyecto del soberano para monopolizar el poder. Estas solidaridades
populares fueron glorificadas en volantes y panfletos destinados a denigrar
las;74 como espacios que quedaron abiertos para las ilegalidades popula
res por la forma discontinua del poder soberano, se convirtieron en el blan
co de la nueva modalidad moderna de disciplina y vigilancia.
La descripción hecha por Foucault del poder soberano es sorprenden
temente similar al análisis de Habermas de la reprasentative ÓffentHchkeit
preburguesa. Ambas se centran en la ostentación pública de la magnificen
cia y del poder en la dimensión demostrativa de los excesos del soberano,
en el despliegue de la fuerza como representante del poder, y en la codifi
cación de su monopolio por el soberano. Pero un análisis del otro aspecto
del "poder público” en el antiguo régimen, de las “ilegalidades” y volantes
de las clases populares, de las interrelaciones entre la publicidad repre
sentativa y la publicidad disponible para el pueblo, no se encuentra en el
estudio de Habermas. Esta es una importante omisión. Habermas, por
el contrario, analiza dos dimensiones adicionales de la publicidad dentro
de la sociedad absolutista a los que extrañamente se les presta poca aten
ción en la explicación de Foucault: el emergente aparato administrativo
del Estado caracterizado por el término “cargo público”, y el desarrollo de
la “esfera pública burguesa” en los cafés, salones, clubes literarios, perió
dicos, y otros similares del siglo x v iii .75 En el estudio de Habermas, como
hemos visto, éstos prefiguran dimensiones im portantes de la libertad pú
blica en la sociedad moderna, en la medida en que el principio moderno
de legitimidad democrátrejpyla concepción del cargo público como servi
cio público, que implica responsabilidad, tienen sus orígenes en ellos.
Ciertamente, Foucault es consciente de los procesos de conformación
del Estado en el antiguo régimen, pero su énfasis es distinto al de Haber-
mas.76 Foucault señala que fue el aparato centralizado de la adm inistra
ción pública que surgía el que empezó a obtener información "útil" —datos
demográficos sobre los nacimientos, muertes, salud, crímenes, pobreza,
bienestar y otros similares— sobre una población cada vez más nivelada
(desde el punto de vista del Estado), convirtiendo a los súbditos del so
berano en objetos de conocimiento y poder. Este conocimiento estaba
íntimamente relacionado con una nueva forma de poder disciplinario
(el "biopodcr") que estaña surgiendo dentro de las agencias adm inistra
tivas del Estado junto con loa.dlscursos jurídicos de la soberanía y la legiti
midad.
318 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL
cias), y transparencia del poder para castigar y de las leyes que definen los
crímenes y los castigos adecuados a los mismos. Por otra parte, se descu
bre una tecnología disciplinaria que implica procesos secretos, continuos
y autónomos de castigo —en resumen, un poder que opera del otro lado
de la legalidad, aislado tanto del cuerpo social como del poder jurídico—.
El modelo jurídico reintegra al sujeto jurídico en la sociedad; la práctica
tecnológica crea sujetos obedientes y cuerpos dóciles. Entonces, según
Foucault no debemos buscar una nueva forma de publicidad, legislación
y legalidad para encontrar la semilla de lo moderno en la transición del
antiguo al nuevo régimen. Más bien debemos observar las nuevas tecno
logías de poder que se desarrollaban en las instituciones societales y se
articulaban en los proyectos de reforma. Los discursos a los que vale la
pena prestar atención son los de las ciencias humanas, que, junto con las
nuevas técnicas disciplinarias, proporcionan los medios para constituir,
controlar y aprender sobre el individuo moderno. Hay una nueva forma
importante de "publicidad” que vale la pena observar, pero no es la de las
elecciones, legislación, derechos, tribunales y otros similares, más bien es
la visibilidad de individuos individualizados, subyugados, ante la mirada
de un poder ahora invisible —una visibilidad que al principio fue la del
recluso ante los supervisores de las instituciones cerradas, pero que en
última instancia es la exposición ante toda la sociedad de aquel cuya con
ducta se desvía.
El enfoque genealógico de "la modernización" descarta así, por consi
derarla irremediablemente ingenua, cualquier interpretación de los princi
pios de la sociedad civil —la legalidad, los derechos, la pluralidad, la pu
blicidad— como una base para la emergencia de espacios dentro de la
sociedad m oderna para nuevas formas de asociaciones autónomas y de
solidaridad. La visión que tiene Foucault del poder disciplinario y moder
no como algo completo y continuo y su interpretación (a veces funciona-
lista, a veces constitutiva) de los derechos como los que estabilizan este
poder le impide reconocer que, al igual que las inm unidades en un perio
do anterior, las libertades modernas civiles y políticas tam bién proporcio
nan espacios para la autonom ía, la asociación, las solidaridades y la
autoconstitución de la vida de grupo, de nuevas identidades y del desarro
llo de contrapoderes —el sine qua non de la resistencia al biopoder que, a
pesar de todo, él todavía considera posible—. Además, la actitud positi
vista de Foucault y su énfasis en la dimensión estratégica de los proyectos
de los reformadores lo predisponen a considerar las nuevas tecnologías
disciplinarias como la innovación “real" junto a la cual los principios nor
mativos y simbólicos de la sociedad civil m oderna aparecen como secun
darios —en el mejor de los casos funcionales respecto al poder disciplina
rio, pero en última instancia accesorios irrelevantes de este último.82
LA CRÍTICA GENEALÓGICA 321
distintos dentro de los sistemas sociales modernos', cada uno de los cuales
tiene sus relaciones de poder, tecnologías disciplinarias y modos de fun
cionamiento.101 Aunque el Estado (la adm inistración gubernam ental)102
se convierte en un centro coordinador del poder disciplinario societal,
aunque sus agencias administrativas penetran en las instituciones socia
les, éstas, a pesar de todo, retienen relaciones de poder internas específicas
que tienen una configuración propia y "autonomía relativa”.103 El Estado,
no a través del soberano, sino a través del gobierno,104 penetra la sociedad
y, no obstante, "sería erróneo creer que las funciones disciplinarias fueron
confiscadas y absorbidas en su totalidad por un aparato estatal”.105 En re
sumen, Foucault sostiene que el Estado no puede ocupar todo el campo de
las relaciones de poder y que nada más puede operar sobre la base de rela
ciones de poder ya existentes que conectan a la familia, al conocimiento, a
la tecnología, a la fábrica, a la sexualidad, etc., con las que el Estado se
relaciona como superestructura. El Estado es un lugar de la tecnología
disciplinaria entre muchos.
Podemos rotar que, al igual que la modalidad de poder que describe, la
meta de Foucault es hacer visible no al Estado, sino a la sociedad. Y, por
supuesto, está en lo correcto al insistir que las relaciones de poder no
están localizadas exclusivamente en, ni em anan de, un lugar en particular
en la sociedad moderna. No obstante, a pesar de la elegancia de algunas
de sus formulaciones, no resuelve el dilema articulado por sus intérpre
tes. Más bien, parece validar ambas posiciones antinómicas. Pero si el
Estado es simplemente uno de los lugares del poder disciplinario entre
otros, entonces el propio significado moderno del Estado se pierde, por
que el término se refiere a una entidad diferenciada que logra monopoli
zar los medios (legítimos) de guerra y de violencia y, en las formas de
organización política no federales, también los de la administración. Tal
"orden” es difícilmente "une¿.entre muchos. Al usar la tesis del poder des
centralizado para negar la soberanía del Estado, Foucault reproduce la
posición de los pluralistas filosóficos (aunque por razones opuestas) y se
expone a la objeción que presenta Cari Schmitt de’que un Estado que es
como cualquier otra asociación u organización de poder en la sociedad,
no es de ninguna m anera un Estado. Si, por el contrario, el Estado es el
mecanismo coordinador del poder disciplinario, si las instituciones socia
les son los apoyos y complementos necesarios de la adm inistración es
tatal, si dentro de las instituciones societales uno encuentra formas ho-
mólogas de dominación, y si, en resumen, la "sociedad” es equivalente al
campo donde los aparatos administrativos operan, entonces de hecho el Es
tado, o por lo menos su "lógica” o modo de operación, se encuentra en to
das partes. Pero ésta es unVkiea convincente sólo respecto al significado
simbólico de los regímenes 'T&taUlarkss”.104
326 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL
La n e g a t iv id a d d e l a s o c i e d a d c iv il
Y LA PÉRDIDA DE LO SOCIAL
Pero ¿qué ocurre con el térm ino final de nuestra ecuación, lo social?
Dijimos antes que Foucault pierde el concepto de lo social en su análisis
de la sociedad moderna. En sentido estricto esto no es correcto. Más bien,
nos presenta un concepto de lo social que es idéntico a la red de relacio
nes de poder estratégicas descritas antes. Como ya se indicó, la sociedad
es el terreno de los aparatos e instituciones con múltiples formas de subyu
gación. Para Foucault, la dimensión “normativa", tan im portante para la
comprensión que tuvieron Durkheim y Parsons de la integración social
es, como sabemos, simplemente normalización. El vínculo social, lejos de
ser un compromiso moral o un consenso normativo construido a través
del medio del lenguaje, de la tradición y/o de una relación discursiva, reflexi
va con partes de la tradición, es la red de estrategias interrelacionadas que
se refuerzan mutuamente.119 De hecho, Foucault es capaz de ver la plu
ralidad, la publicidad y la individualidad én términos puramente estraté
gicos y funcionales porque su propio concepto de sociedad moderna es el
de un campo estratégico penetrado por las tecnologías administrativas.
Estas tecnologías nivelan, individualizan y normalizan, pero también orde
nan y seleccionan a los individuos y a las poblaciones de una manera jerár
quica que sólo permite la comunicación por medio de un tercer elemento
—las relaciones de poder desiguales—. Éste es el nuevo modo de estratifi
cación que sustituye a la interacción social autónom a y horizontal.
Ya hemos visto que las solidaridades populares fueron blanco del po
der disciplinario. La sociedad moderna que tiene éxito en destruirlas es
una "en que los elementos principales ya no son la comunidad y la vida
pública, sino, por una parte, los individuos privados y, por la otra, el Esta
do".120 Esa imagen de la sociedad m oderna impide cualquier significado
de socialidad distinto al de coordinación “desde arriba" (por medio de
técnicas administrativas) y/o la interacción estratégica. También niega la
existencia de cualquier espasio dentro de la modernidad para la emergen
cia de nuevas formas de solidaridad y asociación. De hecho, puesto que
Foucault sostiene que el poder disciplinario/pastoral sé extiende más allá
de la institución cerrada para convertirse en completo, consistente y total,
para la finalidad de la producción eficiente y económica de riqueza, conoci
miento e individuos útiles, nada más parece ser posible. La organización
disciplinaria del espacio societal multiplica las comunicaciones y los con
tactos, pero sólo dentro del marco de estrategias y aparatos que ya han
reconocido y controlado el terreno. De una m anera que recuerda la no
ción marxiana de cooperación dentro de la fábrica capitalista, la sociedad
moderna de Foucault es preesquematizada por la m irada del estratega:
“La edad clásica vio el naamlento de la gran estrategia política y militar
por la que las naciones enmontaron sus fuerzas económicas y demográfi
cas; pero también vio ol nacimicniode tácticas meticulosas militaros y
330 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL
políticas por las que se ejerció el control de los cuerpos y de las fuerzas
individuales dentro de los estados".121 Por lo tanto, la sociedad civil m o
derna está compuesta sólo de estrategas individualizados que participan
en una lucha de todos contra todos, impregnada de poder y de política
entendidos como guerra continuada por ptros m edios.122
Como dijimos desde el principio, un análisis del lado negativo de la
sociedad civil y de las formas específicamente modernas de dominación y
de estratificación es un componente im portante de cualquier teoría críti
ca. De hecho, uno podría argum entar que esto es todo lo que Foucault
quería hacer y que es injusto acusarlo de presentar un modelo general de
la sociedad. En resumen, uno puede afirmar que él analizó la lógica y el pro
yecto de las formas contemporáneas de las relaciones de poder —el lado
negativo, no el todo, de la sociedad civil—, tal vez. No obstante, sigue sien
do el caso que la crítica de Foucault se ve a su vez atrapada por la razón
estratégica que él mismo propone.123 Porque, sobre la base de su estructu
ra teórica, no puede señalar ninguna otra categoría de acción, ningún
otro modo de integración y de interacción, que sirva de base para analizar
las luchas contra el poder disciplinario, o el "lado positivo" de la m oderni
dad, si es que lo tiene.
Foucault insiste en que "no hay relaciones de poder sin resistencias;
estas últimas son tanto más reales y efectivas porque se forman justo en el
punto en que se ejercen las relaciones de poder.124 Pero, habiendo iguala
do a la legalidad y la normatividad con la normalización, a la subjetividad
con la subyugación, a la autorreflexión, moralidad, autoconciencia y al
ma con los productos del poder pastoral- disciplinario; al discurso y a la
verdad con las estrategias administrativas de control; y a las ciencias hum a
nas con las disciplinas que sirven o mejor dicho que son partes del poder,
a Foucault no le queda ningún medio intelectual para describir las resis
tencias como algo más que contraestrategias del poder. Por lo tanto, no
aclara nada respecto a la utilidad práctica de la estrategia genealógica del
análisis, a la que no obstante Foucault presenta como una forma de parti
cipación política.
Sin embargo, una cosa queda clara: Foucault no es partidario de una
inversión simplista de valores. El análisis genealógico revela las estrate
gias de poder implicadas en la constitución de nuevos objetos e identida
des (el homosexual, la m ujer histérica, el pervertido, el delincuente, la
demencia, la sexualidad) y los significados peyorativos que van unidos a
ellos. Pero el propósito de esos análisis no es el de alentar una revaluación
en que la homosexualidad, las perversiones, el crimen, la demencia y la
sexualidad sean liberadas, consideradas naturales, despojadas de sus ata
duras para hablar con voz propia. Esa estrategia no haría nada para cues
tionar la categorización en prim er lugar o socavar las agencias y los me-
LA CRITICA GENEALÓGICA 331
canismos que perpetúan el control del poder sobre los cuerpos, los place
res y las formas de conocimiento. En cambio, la finalidad de la genealogía
es desafiar no sólo las evaluaciones morales de lo norm al y de lo perverso,
por ejemplo, sino la misma tendencia normalizadora asociada con la de
m anda de que nos entendamos a nosotros mismos por medio de nuestra
sexualidad, como si esto dijera quiénes somos.
Quizás la utilidad crítica de la genealogía es simplemente descubrir las
estrategias de poder implicadas en la génesis de los regímenes de poder/
conocimiento con el fin de perturbar la forma global, unitaria, que éstos
toman, y revelar su carácter histórico y por consiguiente contingente. Tal
proyecto ubicaría a Foucault muy cerca de la teoría crítica de la escuela
de Francfort.125 Supuestamente, esta estrategia revelaría las líneas de bata
lla y crearía la posibilidad de una contraofensiva. En realidad, uno puede
interpretar su énfasis en la génesis societa'l y en los múltiples lugares de la
dominación como un esfuerzo para recurrir a una estrategia de resisten
cia orientada a la sociedad civil, tanto contra las estructuras de poder
local dentro de la misma como contra su globalización/colonización por
el Estado.
Sin embargo, esa interpretación no resuelve las dificultades creadas
por la implacable crítica del poder que hace Foucault, porque todavía no
está en condiciones de articular “lo otro” —o las formas de acción que
escapan a la lógica de las relaciones de poder estratégicas desiguales—.
Por una parte, le quita fuerza a la crítica, incluso a la suya propia, me
diante un análisis que iguala el discurso, la reflexión, y la verdad con las
estrategias de poder. Por otra parte, no puede hablar por la víctima, como
lo hizo Walter Benjamín, u ofrecer una noción naturalista de lo que es re
primido por el poder disciplinario, como lo hizo Herbert M arcuse,126 por
que la víctima al igual que su psique son ya productos del poder, y porque
Foucault ha rechazado l^-tasis "represiva" respecto a las relaciones de
poder. De hecho, si la resistencia es sólo la contraestrategia de ese produc
to del poder, el individuo moderno, entonces ¿por qué apoyarla?, ¿por qué
es incluso interesante?, ¿qué diferencia haría?127 Aparentemente, todo lo
que la resistencia exitosa puede producir, es la sustitución de una estrate
gia de poder por otra.
En resumen, no hay ninguna base dentro de la obra de Foucault para
distinguir la resistencia de otras formas estratégicas de acción o de las
estrategias de control. No puede recurrir a las normas articuladas por
actores colectivos, porque cualquier recurso a las normas o bien reprodu
ce el discurso del poder (y condena a los que resisten la normalización), o
constituye simplemente otra estrategia de poder. De hecho, Foucault con
sidera la coordinación de Wacción por medio de normas como estratégi
ca en esencia. Tampocopuedeseguitelxurso tomado por Habermas, quien
332 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL
Si uno desea buscar una forma no disciplinaria de poder o, mejor dicho, luchar
contra las disciplinas y el poder disciplinario, no debe dirigirse al antiguo dere
cho de la soberanía, sino a la posibilidad de una nueva forma de derecho, uno
que debe ser en realidad antidisciplinario pero que a la vez esté liberado del
principio de la soberanía.136[Las cursivas son nuestras.]
NOTAS
1 Para un análisis detallado de las fortalezas y lím ites de la crítica m arxista de la socie
dad civil véase Jean L. Cohén, Class and Civil Society: The Limits o f Marxian Critical Theory,
Amherst, University of M assachusetts Press, 1982.
2 Por supuesto, como el m ás im portante de los estudiantes de Louis Althusser, Foucault
era versado en marxismo. Sin embargo, rechaza tanto el enfoque hum anista como la estructural
de la teoría y ve al m arxism o no como un rom pim iento radical con el pensam iento m oderno
(siglo xix), sino como un elemento dentro del mism o. Como lo expresa en The Order ofThings,
Nueva York, Random House, 1970; "el m arxism o existe en el pensam iento del siglo XIX como
pez en el agua: es decir, es incapaz de respirar en cualquier otra parte” (p. 262).
3 Michel Foucault, Power/Knowledge, Nueva York, Pantheon, 1972, p. 89.
LA CRÍTICA GENEALÓGICA 337
4 Véase Foucault, The Order o f Things, pp. 250-263 y 367-337, p ara la crítica del p en sa
m iento utópico. La sección sobre el “El hom bre y sus dobles” constituye una crítica im por
tante de la tradición filosófica com enzada p or Descartes a la que se ha llegado a llam ar
"filosofía del sujeto”. Según Foucault, la teoría m arxista no escapa a las antinom ias típicas
de esa tradición filosófica, a p esar de su autocom prensión revolucionaria. E n realidad, la
teoría m arxista de un m acrosujeto revolucionario (el proletariado) com parte el proyecto de
prem inencia que es característico de todas las versiones de la filosofía del sujeto y en este
respecto es m uy peligrosa.
5 Foucault, Power/Knowledge, op. cit., pp. 81 y 145.
6 Véase Cohén, Class and Civil Society, op. cit., pp. 23-52.
7 P ara u na discusión de la tesis m arxista de que la anato m ía de la sociedad civil debe
ubicarse en las relaciones económ icas y en la categoría del trabajo, véase Cohén, Class and
Civil Society, op. cit., pp. 53-82. P ara u n a excelente crítica del análisis de los derechos que
hace Marx, véase Claude Lefort, "Politics and H um an Rights", The Political Forms o f Modem
Society, Cam bridge, MIT Press, 1986, pp. 239-272.
8 Michel Foucault, Discipline and Punish, Nueva York, Pantheon, 1977, p, 222. [Vigilary
castigar, Siglo XXI.]
9 Foucault, Power/Knowledge, op. cit., p. 95.
i» Ibid.
11 Foucault argum enta que, incluso p ara el absolutism o, el concepto jurídico-político
del poder no era de ninguna m anera adecuado p ara describir la form a en que se ejercía el
poder; no obstante, es el código de acuerdo al cual el p o d er se p resenta a sí m ism o.
12 Michel Foucault, The History o f Sexuality, vol. 1, Nueva York, Pantheon, 1978, p. 85.
[Historia de la sexualidad, Siglo XXI.]
13 Ibid., p. 136.
14 Foucault, Power/Knowledge, op. cit., pp. 104-105.
15 Foucault, History o f Sexuality, op. cit., p. 89.
16 Foucault, Power/Knowledge, p. 105.
17 Foucault, History o f Sexuality, op. cit., p. 88.
18 Ibid., pp. 88-89.
19 Foucault, Power/Knowledge, op. cit., p. 105.
20 Ibid., p. 106.
21 Para una discusión de este punto, véase Jürgen H aberm as, The PhüosophicalDiscourse
o f Modernity, Cam bridge, MIT Press, 1987, pp. 286-293.
22 Ibid., p. 290.
23 Foucault, History o f Sexuality, op. cit., p. 144.
24 Foucault, Power/Knowledge, op. cit., p. 96.
28 Ibid., p. 107. - w
26 Foucault, History o f Sexuality, op. cit., p. 144. Foucault claram ente tiene en m ente los
desarrollos legales del E stado benefactor, orientados a regular, c o n tro lar y a u m e n ta r el
bienestar y la seguridad de la vida.
27 Ibid., p. 86.
28 Para una discusión de las am bigüedades norm ativas de la obra de Foucault, véase
Nancy Fraser, Unruly Practices, M ineápolis, University o f M innesota Press, 1989.
29 Foucault, History o f Sexuality, op. cit., p. 89.
30 Foucault, Power/Knowledge, op. cit., p. 98.
31 Para u n a crítica de la hipostatización del concepto de p o d er p o r p arte de Foucault,
véase B ernard Flynn, "Foucault and the Body Politic", Man and World 20, 1987, pp. 65-84,
32 Foucault, Power/Knowledge, op. cit., p. 142; e History o f Sexuality, op. cit., pp, 92-93.
33 Foucault, History o f Sexuality, op. cit., p. 93.
34 Ibid., pp. 94-95.
35 Véase los capítulos III y VII
36 Foucault, History o f Sexuality, op. cit., p. 139.
37 Foucault, Discipline and Punlitf,op. cit., p, 221.
38 Foucault, History of Sexuality, op, cit., p, 47,
39 Ibid., pp. 47-48. ------
-- .
338 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL
40 Discipline and Punish, op. cit,, pp. 29-30. E sta alm a real, incorpórea, no es u n a sustancia
es el elem ento en que se articulan los efectos de un cierto tipo de poder y la referencia de un
cierto tipo de conocim iento, el m ecanism o po r el que el poder da origen a cierto corpas de co
nocim iento [...] Sobre esta realidad-referencia se han construido varios conceptos y se han
forjado varios dom inios del análisis: la psique, la subjetividad, la personalidad, la conciencia,
etc.; sobre ella se han construido técnicas y discursos científicos, y las pretensiones m orales
del hum anism o: Véase tam bién la discusión en Fráser, Unruly Practices, op. cit., pp. 35-53.
41 Discipline and Punish, op. cit., p. 27.
42 Foucault, History o f Sexuality, op. cit., pp. 60-61. Por supuesto, nosotros m ism os p o d e
m os ser esta autoridad.
43 Ibid., p. 60.
44 Véase Fraser, Unruly Practices, op. cit., pp. 42-43.
45 Véase H aberm as, Philosophical Discourse o f Modemity, op. cit., p. 270.
46 Fraser, Unruly Practices, op. cit., pp. 17-54.
47 H aberm as, op. cit., p. 270.
48 Ibid.
49 Ibid., p. 276. Véase tam bién Charles Taylor, "Foucault on Freedom an d T ruth’’, en
David Couzens H oy (ed.), Foucault: A Critica} Reader, Oxford, Blackwell, 1986, pp. 69-102; y
T hom as McCarthy, "The Critique of Im pure Reason: F oucault and the F ran k fu rt School”,
Ideáis and Illusions: On Reconstruction and Deconstruction in Contemporary Critical Theory,
Cambridge, MIT Press, 1991, pp. 43-75.
50 Flynn, "Foucault and the Body Politic”, op. cit., critica la explicación positivista de las
relaciones de poder que p resenta Foucault.
51 H aberm as, op. cit., pp. 286-293. Véase tam bién McCarthy, "The C ritique of Im pure
Reason", en op. cit.
52 Taylor, "Foucault on Freedom and Truth", op. cit., p. 94.
33 Ibid., pp. 90-91.
54 Foucault, Power/Knowledge, op. cit., p. 61.
55 El concepto de sujeto es uno de los principales blancos de la o b ra de Foucault. Los
dilem as y tram pas de la teoría m oderna de la subjetividad constituyen el prin cip al centro
de atención de The Order o f Things. P ara un análisis de la crítica de F oucault de la teoría
m oderna del sujeto y una com paración con las teorías relevantes de A dorno y Horkheim er,
véase Peter Dewes, Logics o f Disintegration, Londres, Verson, 1987, pp. 144-171. Véase tam
bién los capítulos sobre Foucault en Axel H onneth, The Critique o f Power, Cam bridge, MIT
Press, 1991; y H aberm as, The Philosophical Discourse o f Modemity, op. cit., pp. 238-266.
56 Foucault ya había analizado la conexión en tre el discurso y las prácticas, el conoci
m iento y el poder, en Madness and Civilization [1961], Nueva York, R andom H ouse, 1965.
La reclusión y la continua supervisión, el aislam iento, la individualización, la regulación y
la m anipulación del recluso constituyeron las nuevas técnicas (prácticas) sociales que esta
ban estrecham ente relacionadas con las disciplinas em ergentes de las ciencias hum anas
(psicología, pedagogía, sociología, penalogía, etc.) que som etían al objeto de observación a
la m irada supervisora del especialista. La discusión de la reclusión, supervisión y diferencia
ción refinada de los reclusos de las nuevas instituciones totales (prim ero el asilo y la clíni
ca, pero luego las barracas, la escuela, la prisión y la fábrica) desde el principio se basó en
u na concepción de prácticas que im plicaban la disciplina coercitiva de algunos p o r otros.
Pero en The Birth o f the Clinic [1963](Nueva York, R andom House, 1973), Foucault a b an d o
nó el enfoque herm enéutico y lo rem plazó p o r u n análisis estru ctu ralista de los discursos
que se abstenía de buscar acceso alguno a los excluidos y reprim idos. The Archaeology o f
Knowledge [1969] (Nueva York, H arper & Row, 1972) [La arqueología del saber, Siglo XXI]
es el enunciado m etodológico de F oucault de este cam bio en orientación. No obstante, el
concepto básico del poder no fue refinado y articulado hasta Discipline and Punish. De
m an era similar, las divisiones que m arcaro n época y que caracterizan al desarrollo del
sistem a penal m oderno son las m ism as que las descritas en la o b ra an terio r de Foucault,
Madness and Civilization.
57 En sus obras anteriores, en especial Madness and Civilization y The Order o f Things, se
hizo hincapié en cuatro épocas de la historia: la Alta Edad Media, el R enacim iento, la edad
LA CRÍTICA GENEALÓGICA 339
clásica, y la m odernidad. P ara nuestros fines, tom am os las'd o s últim as etap as tal com o
aparecen en Discipline and Punish.
58 Foucault, Discipline and Punish, op. cit., p. 298; véase tam bién pp. 299-308. El punto
de Foucault aquí es que el poder disciplinario y las técnicas de vigilancia y control han
aparecido en las instituciones no penales (la asistencia pública dentro del orfanato, el re
form atorio, la escuela, la sociedad caritativa, el taller, el hospital, etc.) y ahora constituyen un
proceso continuo de “norm alización" —continuo dentro de las instituciones societales y a
través de todas ellas, continuo en criterios y técnicas, continuo en que considera com o una
desviación no sólo al crim en sino a cualquier desviación de la norm a. De hecho, la propia
prisión com o institución cerrada puede volverse anacrónica a m edida que redes disciplina
rias a través de todo el cuerpo social asum an las funciones judiciales del juicio norm ali-
zador y tom en u na porción aún m ayor de los poderes de supervisión y de evaluación.
59 Como se indicó antes, estas épocas corresponden a m odelos estándares de la historia
cultural y social. La propia em presa de F oucault al p ro p o n er la historiografía genealógica
pretende ser u n a nueva form a de hacer historia. P ara nuestros fines, las innovaciones con
ceptuales y m etodológicas, y los problem as im plicados en la genealogía, no están som eti
dos directam ente a discusión, aunque tienen im portancia p ara nu estra problem ática y vale
la pena dedicarles un breve com entario. En The Order o f Things y The Archaeology ofKnowled-
ge, Foucault ya ha analizado las “form aciones discursivas" y "prácticas” propias de las nuevas
ciencias hum anas y de la filosofía m oderna de la conciencia iniciadas p o r Kant. A rgum entó
que "la voluntad de llegar a la verdad" es típica del esfuerzo inexorable de ese ente m oder
no, el sujeto cognitivo, hacia la m eta im posible del dom inio de sí m ism o y del m undo
externo. Las ciencias del hom bre (la crim inología, la pedagogía, la p siquiatría, la m edicina,
la psicología, etc.) entran en este proyecto creando y controlando al sujeto individual por
m edio de sus técnicas sociales específicas, que tom an form a en las instituciones relevantes
(prisiones, escuelas, clínicas, hospitales) y construyen un vínculo entre el conocim iento y el
poder. El recurso a la historiografía genealógica coloca al poder en el centro no sólo de la
form ación discursiva m oderna o de los tipos de pretensiones a la verdad de las ciencias h u
m anas, sino de todos los discursos en toda sociedad. El térm ino es de Nietzsche; véase Mi-
chel Foucault, "Nietzsche, Genealogy, H istory”, Language, Counter-Memory, Practice: Selected
Essays and Interviews, Itaca, Cornell University Press, 1977, pp. 139-164, y la introducción
a The Archaeology o f Knowledge, pp. 3-17. El entrelace m oderno del conocim iento y poder
es nada m ás un a de las m uchas form as históricam ente distintas de la "voluntad de p o d er”,
cada u na de las cuales ap arentem ente tiene su propio tipo de pretensiones conocim iento/
verdad. La genealogía desenm ascara estas relaciones, revelando las conexiones en tre el
ascenso, la form a y el desplazam iento de las form aciones discursivas y la em ergencia, técnicas
y cam bios de u na relación de fuerzas a otra. Discipline and Punish es ejem plar en este res
pecto. R esponde a la pregunta nsssá*«itestada anteriorm ente de la form a en que se relacio
nan los discursos y prácticas científicos: la investigación genealógica revela la productividad
de las tecnologías de poder que no sólo instrum entalizan el discurso, sino que son sus precon
diciones constitutivas. (Como lo indica H aberm as, aunque este_ problem a se resuelve úni
cam ente al costo de intro d u cir otro conjunto de problem as, uno de los cuales, y no de loi
menores, es el uso "ambiguo" de la categoría del propio poder p o r Foucault.) La historiografía
genealógica, ju n to con u n a concepción de p o d er que com prende todo pero que nunca d
definida, constituye un universo teórico y metodológico dentro del cual es posible articular
las relaciones sociales, las afirm aciones de poseer la verdad, las form as de conocimiento y
los proyectos sociales/políticos sólo com o form as, expresiones o estrategias de poder.
60 Las fechas difieren de las de otras teorías de la m odernización y todo el énfasis difiere
del enfoque m arxista en un aspecto crucial: a lo que otros llam an la sociedad tradicional,
Marx llam a "feudalism o”, y él m ism o descuida el E stado absolutista. Para un esfuerzo
ncom arxista de tra ta r con el periodo absolutista directam ente y ajustarlo dentro de la tra
yectoria m arxista, véase Perry Andcrson, Lineages of the Absolutist State, LondreSi New Left
Hrooks, 1974, pp. 15-59, \
41 La obra clásica en esta área es la de Alexis de Tocqueville, The Oíd Regime and the
French Revolutlon, Nueva York, Doublsdey, 1955. Véase tam bién R obert Nlsbet, The Queit
For Communitv, Nueva York) Oxford University Press, 1953, y Readings on Social Cfunge,
340 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL
Englew ood Cliffs, Nueva Jersey, Prentice-Hall, 1967, y Theodor A dorno y Max Horkheim er,
Dialectic of Enlightenment, Nueva York, H erder an d Herder, 1972.
62 Tocqueville, op. cit.
63 E sto es, la distinción entre las discusiones, deliberaciones y debates característicos de
las legislaturas y las form as burocrático/adm inistrativas de tom a de decisiones. P ara un
análisis de las distinciones sistem áticas entre estas form as de "acción”, véase H an n ah Arendt,
The Human Condition, Chicago, University of Chicago Press, 1958.
64 Alexis de Tocqueville, Democracy in America, Nueva York, Doubleday, 1969. [La demo
cracia en América, FCE.]
65 Véase N isbet, op. cit.; F oucault no ofrece n in g u n a teoría de la integración social.
A parentem ente, cree que la sociedad puede ser integrada solam ente p o r m edio de las rela
ciones de poder estratégicas y las tecnologías disciplinarias. Como no tom a en cuenta los
varios modelos de integración ofrecidos p o r la teoría sociológica (la integración social a tra
vés del medio de la lengua, los valores, las norm as o los procesos de entendim iento m utuo) y
no recurre a las teorías de sistem as o del intercam bio como una alternativa, es incapaz de
explicar la estabilización de las formas de interacción o de la institucionalización del poder.
Véase Honneth, The Critique o f Power, y Habermas, The Philosophical Discourse o f Modemity,
pp. 287-288.
66 Esto, por supuesto, a pesar de la negativa genealógica en lo que se refiere a la posibi
lidad de u na m edida com ún sobre la base de la cual puedan com pararse dos regím enes de
poder-verdad diferentes. F oucault claram en te quiere d ecir que las relaciones de p o d er
asim étricas son m ás penetrantes, m ás intrusivas y controlan m ás las vidas diarias de las
personas en la sociedad m oderna que en el antiguo régim en.
67 Foucault, Discipline and Punish, op. cit., p. 48.
68 É sta era la definición com ún de la soberanía en el siglo XVIII. Véase la discusión de
F o u cau lt del en ten d im ien to histó rico del concepto de so b e ra n ía en Power/Knowledge,
op. cit., pp. 92-108.
69 Sólo en una exposición separada y, extrañam ente, anterior, F oucault arg u m en ta que
la soberania y los derechos son los que están en juego en la lucha entre los cam pos rivales
en lo que se refiere al sistem a general de poder (Power/Knowledge, op. cit., p. 103). Éste es el
único indicio que es posible en c o n tra r de la com petencia en tre la sociedad de órdenes
y el proyecto de E stado del m o n arca absoluto.
70 Foucault, Discipline and Punish, op. cit., p. 47. Es interesante co m p arar la explicación
de Foucault con la de Em ile D urkheím , The División o f Labor in Society, Nueva York, Free
Press, 1933. En realidad, F oucault parece estar invirtiendo la tesis clásica de Durkheim .
71 Foucault, Discipline and Punish, op. cit., p. 82.
72 Ibid., p. 59.
73 Ibid., p. 91.
74 Por lo tanto, la ley del soberano p o d ía ap arecer com o algo im puesto desde arriba. El
desafío de la ley p o r el crim inal podía así activar el apoyo y la solidaridad de la población.
El crim inal podía convertirse en u n héroe porque se tra ta de la ley del otro, no de la com u
nidad local. E n este caso el castigo crea el terro r en los corazones de la gente, pero no la
identifica con el soberano y su ley. Por el contrario, la identidad que se crea es entre el pue
blo y el crim inal, al que se ve com o uno de ellos. E sto es lo que cam bia cuando, bajo la
afirm ación de la soberanía popular y de la jurisprudencia liberal, basadas en la idea de la ley
com o si em anara de la com unidad en conjunto y del sujeto m oral com o co n trap arte de
la personal legal, se crea al crim inal com o u n enem igo de la sociedad.
75 Foucault, Disciplíne and Punish, op. cit., pp. 27-141.
76 Para un análisis favorable a Foucault de esta diferencia, véase John Rajchman, "Habermas'
Complaint”, New Germán Critique, núm . 45, otoño de 1988, pp. 163-191. Para una explicación
favorable a Habermas, véase Dewes, Logics o f Disintegration, op. cit., pp. 144-245.
77 Foucault (Power/Knowledge, p. 122) afirm a:
Presentar el problem a en térm inos del E stado significa co n tin u ar presentándolo en té r
m inos de la soberanía y del soberano, es decir, en térm inos de la ley. Si uno describe
todos estos fenóm enos del poder com o dependientes del ap arato estatal, esto significa
considerarlos com o esencialm ente represivos [...] No quiero decir que el Estado no es
LA CRÍTICA GENEALÓGICA 341
im portante; lo que deseo expresar es que las relaciones de poder, y p or lo tan to el an áli
sis que se debe hacer de las m ism as, necesariam ente va m ás allá de los lím ites del
E stado [...] El E stado es u n a su p erestru ctu ra respecto a toda u n a serie de redes de poder
que com prenden al cuerpo, la sexualidad, la fam ilia, el parentesco, el conocim iento, la
tecnología y otros sim ilares.
78 Foucault, Disr.ipline and Punish, op. cit., p. 110.
79 Ibid., p. 63.
80 Ibid., p. 80.
81 Ibid., p. 222.
82 Véase Flynn, "Foucault and the Body Politic”, op. cit., p ara u n a crítica del positivism o
y reduccionism o de Foucault vis-á-vis la dim ensión sim bólica de la vida social, incluso en
su análisis del antiguo régim en.
88 Foucault, Discipline and Punish, op. cit., p. 81.
84 Ibid., p. 85.
88 Ibid.
86 Ibid., p. 87.
87 Foucault, History o f Sexuality, op. cit., p. 6. Pero véase la página 114 p ara u n a afirm a
ción en cierto m odo contradictoria.
88 Ibid., p. 123.
89 Ibid., p. 127.
90 Foucault, Discipline and Punish, op. cit., p. 213.
91 Ibid., p. 215.
92 Ibid., pp. 216-217.
93 Foucault, History o f Sexuality, op. cit., p. 25.
94 Foucault, Power/Knowledge, op. cit., p. 171.
95 Foucault, History o f Sexuality, op. cit., p. 26.
96 Ibid., p. 143.
97 Foucault, Power/Knowledge, p. 101.
98 H onneth, The Critique o f Power, op. cit., pp. 157-175.
99 Dewes, Logics o f Disintegration, op. cit., pp. 145-146 y passim.
100 Ibid. Esto es lo que distingue su análisis tanto de las teorías liberales clásicas com o de
las neom arxistas que ven la intervención estatal com o u n fenóm eno relativam ente reciente.
Dewes está usando claram ente un m odelo de tres partes y su in terpretación de F oucault
seguram ente lleva la im plicación de que la sociedad civil es, desde el principio, un dom inio
perm eado p o r las relaciones de poder y de dom inio.
101 Foucault, Power/Knowledge, op. cit., p. 188.
102 Para u na discusión de la teoría de Foucault de la "gubem am entalización del Estado",
véase Barry Sm art, Foucault, Magójjn, and Critique, Londres, Routledge, 1983, pp. 119-122.
103 Ibid., p. 188.
104 Ibid., pp. 116-119.
105 Foucault, Discipline and Punish, op. cit., p. 215.
106 No queda claro de qué m an era uno diferenciaría entrer regím enes "totalitario»” o
m odernos "autoritarios”, y las dem ocracias occidentales, desde el pu n to de vista de Foucault.
107 Véase Honneth, The Critique o f Power, op. cit., capítulo V; y H aberm as, The P h ilo so p h ic a l
Discourse o f Modem’ity, op. cit., pp. 266-294. Para un a explicación neom arxista, véase Smart,
Foucault, Marxism, and Critique, pp. 120-122. La breve discusión de S m art p resenta tanto
el análisis de lo social po r Foucault com o el de su discípulo, Donzelot. Según Foucault y
Donzelot, "lo ‘social’ denota un evento histórico particular, es decir, la em ergencia de una
red o de un relevo de instituciones y funciones p or m edio de las cuales se ejerce un p o d e r
productivo, positivo sobre las poblaciones” (p. 122). La em ergencia de lo social se refiere a
uqucllas dim ensiones de la vida que deben ser "protegidas" de los efectos de las fluctuacio
nes económ icas y a las que se debe proporcionar cierta seguridad. Así, lo social y la» m edi
das y m ecanism os sociales relacionados dirigidos a dim ensiones de la población como la
fertilidad, la edad, la salud, la actividad económ ica, el bienestar y la educación, rep resen
tan un cam bio en la forma en Que se oJcrce el poder sobre los Individuos y une forma
particular de cohesión dentro de la suciedad. El prlm ero es el ejercicio del poder relaciona-
342 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL
do con el conocim iento ad q u irid o m ediante fórm ulas ad m inistrativas, tecn o cráticas de
adm inistración social. El últim o, la solidaridad, es en realidad u n a p alab ra código p ara la
ayuda por m edio del control que es característica de los program as de b ien estar social. En
am bos casos, “lo social” no es algo autónom o, sino un producto de las técnicas de p o d er y
u n objeto que es creado literalm ente m ediante técnicas del control.
108 Lo que no queda claro en todo esto es justam ente qué significa la globalización de las
relaciones de poder por el E stado y la burguesía. ¿És ésta u n a teoría de la desdiferenciación
del E stado, la sociedad y la econom ía? ¿Es u n a teoría del reciente E stado benefactor capi
talista? ¿Tiene el propósito de alejarnos de los proyectos de dem ocratización del E stado o
de la sociedad o de la econom ía y en frentar los problem as de la legitim idad con los proble
m as de las relaciones de fuerzas? Si él poder es globalizado ¿qué sucede con la resistencia
al poder global? Parece que en los textos de F oucault no encontram os respuesta a estas
preguntas inquietantes.
109 Foucault parece reducir lo social a la sum a de conjuntos de relaciones de poder en la
que la acción es coordinada únicam ente p o r m edio de la “reciprocidad” de los cálculos
estratégicos. Pero para los sociólogos h a estado claro, p o r lo m enos desde la crítica que
hizo D urkheim del m odelo co n tractual de la sociedad de Spencer, que las form as estratégi
cas de interacción no bastan p ara m an ten er el vínculo social o, en térm inos m ás m odernos,
la integración social. No obstante, si todas las antiguas solidaridades, tradiciones y asocia
ciones autónom as son, en realidad, gleichgestaltet, si las n orm as son in strum entos de la
norm alización, entonces ¿cuál es el vínculo social adem ás de poder? Como verem os, esta
concepción unilateral de lo social es de la m ayor im portancia p ara la teoría de la resistencia
de Foucault, porque lo deja sin un m edio conceptual necesario p a ra explicar la lógica o
incluso la posibilidad de la acción colectiva, que presupone form as de solidaridad, asocia
ción y nexos sociales que no pueden reducirse a la lógica de la interacción estratégica.
Paradójicam ente, la "pérdida” del E stado en el análisis del antiguo régim en es com plem en
tad a por la "pérdida” de la sociedad en la discusión del nuevo.
110 Sobre la falta de discusión de la dem ocracia en la obra de F oucault, véase Flynn,
"Foucault and the Body Politic", op. cit., pp. 65-84.
111 Véase la explicación en Dewes, Logics ofDisintegration, op. cit., pp. 145-199. Esto está
relacionado con la crítica de la filosofía del sujeto.
112 É sta es una clara referencia a la discusión de Hegel de estos logros de la m odernidad.
Véase la traducción de Knox al inglés, Hegel s PhiloSophy ofRight, Oxford, Oxford University
Press, 1952, pp. 75-104.
1.3 Foucault, Discipline and Punish, op. cit., p. 193.
1.4 La tesis de Foucault es que las técnicas disciplinarias se originan en instituciones
cerradas específicas y luego son desinstitucionalizadas y circulan librem ente a través de
toda la sociedad, Discipline and Punish, p. 211.
1.5 Foucault, Discipline and Punish, op. cit., pp. 213-214.
n * Ibid„ p. 177.
117 Para H aberm as, p or el contrarío, es precisam ente la em ergencia dentro del antiguo
régim en de los aparatos adm inistrativos del E stado m oderno, ju n to y en contradicción con
la sociedad de órdenes con su publicidad representativa, lo que es específicam ente m oder
no. La soberanía del E stado y la em ergencia de u n a nueva form a de publicidad burguesa
(de la cual es parte el discurso del reform ador) constituyen los dos polos clave de la vida p ú
blica m oderna. Por supuesto, H aberm as sabe que las relaciones de p o d er se desarrollan
dentro de la sociedad y la econom ía así com o en el E stado. Además, él, al igual que Fou
cault, reconoce que el sueño de los reform istas de la Ilustración de u n a sociedad libre de la
dom inación y de un E stado cuyo poder esté claram ente delim itado y controlado p o r los re
presentantes públicos de la sociedad n u n ca se llega a realizar. No obstante, la “instituciona-
lización contradictoria" de la esfera pública burguesa —la creación de parlam entos, un
Rechtsstaat, derechos, y espacios públicos en la sociedad civil— es m ás que un m ero velo o
que un p ortador de u na nueva m odalidad de dom inación. La diferenciación entre E stado y
sociedad iniciada en el antiguo régim en p o r m edio de los procesos de conform ación del
E stado, de las luchas desde abajo y de la articulación legal, constitucional, de los derechos,
estableció nuevos espacios para la emergencia de solidaridades nuevas y autónomas en el
LA CRÍTICA GENEALÓGICA 343
terreno de una sociedad civil ah o ra m oderna. En resum en, el tfiscurso continuo de la so b era
nía y la legitim idad en la sociedad m oderna no es un anacronism o. Es testigo de dos hechos
institucionales clave: la existencia de u n p o d er estatal centralizado diferente de la sociedad
y la institucionalización de algunos de los principios clave de la esfera pública burguesa y
de los derechos individuales. Esto constituye la posibilidad de la em ergencia de nuevas
form as de asociación, publicidad, pluralidad, solidaridad y co ntrapoder dentro de la estruc
tura de la sociedad civil m oderna. Los derechos civiles, políticos y sociales no son sim plem en
te la expresión de las técnicas de poder individualizadoras; constituyen u n cam po social,
un terreno en el cual los individuos privados pueden jun tarse, asociarse, com unicarse y
articular públicam ente sus opiniones en form a im presa, en el arte o en las discusiones. La
esfera pública, que posteriorm ente se convertirá en un terreno de disputa entre los grupos
y proyectos en conflicto, debe verse p o r lo m enos com o dual.
Si H aberm as se equivoca al concentrarse exclusivam ente en el ascenso, discurso y es
tru ctu ra de la esfera pública burguesa, descuidando su relación co n tradictoria con las for
m as plebeyas, proletarias y fem eninas de asociación y publicidad, F oucault se equivoca al
om itir toda la categoría de la esfera pública y, con ella, todas las form as de asociación
voluntaria autónom a.
118 Foucault, Discipline and Punish, op. cit., p. 207.
119 Véase Foucault, Power/Knowledge, op. cit,, p. 106.
120 Foucault, Discipline and Punish, op. cit., p. 216.
121 Ibid., p. 168.
122 Ibid.; y Foucault, Power/Knowledge, op. cit., p. 208.
123 Para un análisis que sostiene que la crítica queda atrap ad a en la filosofía del sujeto,
véase H aberm as, Philosophical Discourse o f Modemity, caps. IX y X.
124 Foucault, Power/Knowledge, op. cit., p. 142.
125 Véase McCarthy, "The Critique of Im pure Reason", op. cit.
126 H erbert M arcuse, Eros and Civilization, Boston, Beacon Press, 1955. É sta fue la an te
rior estrategia de Foucault, que después rechazó en Madness and Civilization.
127 H aberm as ha hecho p recisam ente estas p reguntas sobre la base de su crítica de
Foucault, Philosophical Discourse o f Modemity, op. cit., p. 284.
128 Foucault, History of Sexuality, op. cit., p. 157. N uestro análisis h a estado basado en la
obra de Foucault hasta este texto. Algunos han argum entado que otro cam bio en su pensa
m iento está indicado en el segundo y el tercer volum en de su historia de la sexualidad:
Michel Foucault, The Uses o f Pleasure, Nueva York, R andom H ouse, 1990; y The Care o f the
Self, Nueva York, R andom H ouse, 1988. En estos textos, se dice que F oucault abandonó su
concepción unilateral del yo m ism o y del sujeto, m oderó su noción de p o d er totalm ente
penetrante y proporcionó los rudim entos de una nueva concepción social. Puede ser asi,
pero esto difícilm ente afecta n u ^ f e a análisis general de su posición sobre la sociedad civil,
Ninguna de estas dos obras tra ta dé los tiem pos m odernos: la p rim era trata de Grecia, la
segunda de Rom a. Estos textos se cen tran en los procesos y concepciones autoform ativas
de los p laceres del cu erp o y la sex u alid ad que no c o n stitu y en el su je to con deseos,
hcrm enéutico, de la sexualidad atacado por Foucault en el p rim er volum en de la serie,
Aunque haya interesantes discernim ientos en estos volúm enes, Foucault m urió antee de
que tuviera oportunidad p ara d esarrollar las nuevas líneas de pensam iento que sugieren.
Creemos que su evaluación de la sociedad civil com o u n a sociedad carcelaria tendrá qUC
ser revisada radicalm ente para que rindan frutos sus discernim ientos posteriores sobre el
yo mism o, la subjetividad y lo social. Para u n pu n to de vista crítico, véase McCarthy, “The
Critique of Im pure Reason", op. cit., y Peter Dews, "The R eturn of the Subject in the Late
Foucault", Radical Philosophy, 51, prim avera de 1989.
129 Véase el cap. IX.
130 Taylor, "Foucault on Frecdom and TVuth”, op. cit., pp. 82-83.
131 N uestra tesis tam bién es que los m ovim ientos sociales luchan p o r el poder para
definir lus norm as, las identldwes colectivas, etc. Para una discusión de esta lógica do la
acción colectiva, véase la iecclómK>bro Tovtruinc en el cap. X.
132 Véase el cap. IX para una dlactHdóndtriuaxios caros de las Instituciones de la sociedad
civil y la relación de los movimientos sociales con este dualism o.
344 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL
sociedad política es el de una parte (en las repúblicas griegas, los ciudada
nos) sobre el todo. Para Luhmann, varias paradojas lógicas asociadas con
el concepto de la politike koinonia deben atribuirse a este estado de cosas.
Por medio de su forma lingüística y su oposición al oikos, es posible
com prender la politike koinonia sólo como un tipo de koinonia entre otras.
No obstante, también es el sistema social que lo abarca todo, la polis. Así,
es un todo al que paradójicamente se le concibe como su propia parte.110 es
un todo que tiene partes fuera de sí mismo, en particular la oikos.12 Pa
ra Luhm ann la lección es clara: la sociedad que se tematizó a sí misma
como una sociedad política se entendió mal. Era sólo un sistema social
en el que un nuevo subsistema político diferenciado tenía la prim acía fun
cional.13
Para Luhmann, una segunda dificultad relacionada con la concepción
clásica de la politike koinonia se encuentra en el intento de considerar a la
sociedad como acción. Esto fue posible, según él, porque el sistem a polí
tico, supuestam ente orientado a la acción correcta, justa y virtuosa fue
identificado con el total de la sociedad. De igual im portancia fue el enten
dimiento de la sociedad política como un cuerpo, como una unidad cor
porativa capaz de acción.14 En este contexto, la existencia relativamente
excepcional de organizaciones especializadas, diferenciadas y su ligero
impacto sobre la sociedad permitió una concepción de la sociedad políti
ca como un todo, como si fuera ella misma una organización, un cuerpo
organizado. Por supuesto, la acción y las metas de este supuesto cuerpo
eran en realidad las acciones y las metas de su parte gobernante; sólo esta
parte constituyó una organización.
Según Luhmann, los conceptos de politike koinonia y, posteriormente,
de sociedad civil en todas sus variantes, tem atizaron la integración de
esta organización de gobernantes y la orientación de sus actores indivi
duales en términos de las categorías normativas de m oralidad y ley (en
último caso, la ley moralizada). La sociedad política fue estabilizada por
medio de la institucionalización de “reglas [...] relativamente universales
[...] para el respeto interpersonal y la estimación m utua”.15 En otras pala
bras, la “moralidad generalizada" de las sociedades políticas sirvió así como
la legitimación básica de la autoridad política. No obstante, Luhmann
afirma que sólo fue necesaria funcionalmente (y no lógicamente) para
entender a la sociedad política en términos normativos.16 Quizá lo que
tenía en mente es que, aunque el medio del poder ya ha remplazado a la
comunicación ordinaria a través del lenguaje como un medio de transfe
rir las decisiones, su falta de desarrollo total o la ausencia de otros "me
dios de comunicación generalizada" ha hecho que fuera inevitable una
continua dependencia de las antiguas formas de modelos lingüísticos, di
rectos, de mando y obediencia. Sin embargo, estos últimos no pueden
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LA CRÍTICA DE LA TEORÍA DE SISTEMAS 349
mo, el sistema político debe tener tiempo, lo que a su vez presupone una
estructura interna que no necesita reaccionar inm ediatamente a los insu
mos provenientes de sus varios ambientes. Pero esto no se podría evitar si
las estructuras del ambiente se reprodujeran dentro del sistema político,
o se vincularan directamente como componentes a los subsistemas de la
organización política. “Si todos los subsistemas tuvieran representantes
legítimos en el sistema político, la política se enfrentaría continuamente a
una sobreproducción de lo posible.”51 Éste es el resumen que hace Luh-
mann del topos de Schmitt de una forma de democracia ingobernable, en
la que no es posible tom ar decisiones. Sin embargo, en su concepción, és
ta no es necesariamente la implicación del partido político contem porá
neo y de las instituciones parlamentarias. Por el contrario, cuando funcionan
adecuadamente, no operan ni en términos de la función tradicional de
proporcionar un puente entre la sociedad y el Estado, ni en térm inos de la
fusión de estos dos dominios, sino como formas autónomas dentro de un sis
tema político separadas sólo de aquellos tipos de insumo que conducen a
los problemas de la gobernabilidad.
La autonom ía del sistema político también depende de su “aceptación”
por sus varios ambientes. No obstante, esta aceptación es favorecida por
la diferenciación del ambiente, que fragmenta las varias fuentes posibles
de demandas. Por lo tanto, puede ser prim ariam ente una función de los
procesos internos del sistema político, y nada más secundariam ente de
los intercambios con los varios ambientes. De hecho, la diferenciación in
terna del sistema político en público, política y administración, favorece
la cristalización de ciertos papeles cuya función es relacionar a los am
bientes de un modo deseable, pero también tiende a lim itar esta relación
a formas que están separadas de otros papeles y que están fragmentadas
internamente. Así, el cliente, el elector y el participante de lo público son
separados del miembro de la familia, del trabajador y del profesional, por
una parte y, por otra, no llegan a conformar un papel ciudadano compren
sivo. Es ante todo esta especialización en papeles políticos separados la
que produce una forma de aceptación de las decisiones políticas a la que
Luhmann repetidamente describe como casi autom ática y casi sin m oti
vación. Esta tesis requiere una redefinición de los significados de publici
dad, políticas de partido, elecciones y representaciones parlamentarias (en
este caso una parte de la administración), todas las cuales fueron vincula
das en alguna ocasión a la categoría de sociedad civil pero a las que ahora
se ubica dentro del sistema político. ¿Es ésta una rediferenciación sin una
diferencia? La redefinición que hace Luhm ann de la democracia es nues
tro prim er indicio de que no lo es.
Según Luhmann (que en este caso sigue la tradición de Schumpeter),
cualquier definición normativa de la democracia —ya sea que se base en
LA CRÍTICA DE LA TEORÍA DE SISTEMAS 359
pública representa sólo el proceso dependiente porm edio del cual esto se
logra.
Por otra parte, Luhmann también quiere sugerir que la opinión pública
tiene importantes efectos recíprocos o retroalimentaciones (Rückwirkungen)
sobre la estructura del sistema político. Pero esto tom a la forma particu
lar de desarrollar modos de organización y de procesos que no se verán
afectados por la variabilidad de los temas —en particular, la neutralidad y
el procedimiento respecto a los valores—. En otras palabras, la respuesta a
la opinión pública es generar y mantener formas que le perm itan al siste
ma político no responder a la opinión pública.
Esa forma tan reveladora de hablar tam bién es im portante en el pre
sente contexto, porque implica que proteger al sistema político de la pu
blicidad es parte de la conservación de su autonomía, como si la opinión
pública tuviera, después de todo, algo que ver con el am biente no político
de lo político. Y, de hecho, Luhmann califica como un juicio apresurado
aquél que nos dice que la opinión pública ha quedado reducida ahora a
un medio interno del sistema político sin ninguna función social general,
convertida sólo en el lenguaje de la interacción de los políticos dentro de
un sistema político totalmente diferenciado del mundo real social, diario
y difuso.67 En este contexto se ve obligado a reformular y, de hecho, a aban1
donar parcialmente su hipótesis de la neutralización. Aunque siga siendo
cierto que los papeles no políticos son neutralizados en el sistema político
por la esfera pública, no es cierto lo mismo de la comunicación política fue
ra del sistema político.68
Pero ¿puede existir de alguna manera comunicación política fuera del
sistema político, el que es definido en términos de procesos de comunica
ción específicos? Luhmann insiste en que la diferenciación no representa
un desgarre del tejido social de la comunicación y el establecimiento de
subsistemas cerrados autcwwferenciales. Así, la comunicación de la opi
nión pública no puede ser asignada exclusivamente al subsistema políti
co; sus temas tienen un carácter relativamente libre de contexto que pue
de estructurar a la comunicación en contextos cuya naturaleza no política
es autoconsciente.69 Pero ahora la neutralización de los insumos no polí
ticos no puede definirse como la función dé la esfera pública. En cambio,
y más bien sorprendentemente, Luhmann retom a a la función clásica de
la ‘‘mediación" (Vermittlung) , definida tanto en términos de diferencia
ción como de integración entre los contextos político y no político. Sin
embargo, la presentación de la mediación la empobrece sorprendente
mente: se dice que la posibilidad de trasponer loa temas de un contexto
político a uno no p o lític o s la activación de loa dlferentea papeles de la
misma persona, políticos y no políticos, ayudan a estabilizar las diferen
cias entre lo político y lo no poU ticorül objetivo ligue siendo la dife
364 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL
debe ser ante todo una autolimitación del sistema político. Sin embargo,
en contraste con la versión de Schumpeter del positivismo legal, afirma
que el mecanismo puede ser el de la promulgación de leyes, lo que necesa
riam ente es el resultado de la decisión política. De hecho, desarrolla una
teoría funcional de los derechos fundamentales como formas de protec
ción contra la extensión excesiva de lo político. Ese desarrollo, si dem ues
tra ser justificable, puede atenuar preocupaciones como la de Schumpeter
respecto a que la promulgación de leyes positivas no basta por sí sola para
lim itar al poder político. No obstante, a diferencia de Parsons, Luhmann
no localiza un centro societal de integración normativa y de vida asociativa
como el núcleo de lo que debe ser protegido por la autolim itación del
sistema político.
Es instructivo com parar las concepciones de los derechos fundam enta
les en Parsons y en Luhmann. Derivados de la igualdad —uno de los valo
res centrales de la “revolución democrática"—, los derechos en la teoría
de Parsons parecen tener más que ver con la estructura interna de la “co
munidad societal", que con su diferenciación de la forma de organización
política, de la economía o de la cultura. Siguiendo un texto famoso y muy
influyente de T. H. Marshall,93 Parsons descompone la ciudadanía en dere
chos civiles y políticos y en sus prerrequisitos sociales.94 La participación
igual en estos tres componentes define la admisión plena o la membresía
en —es decir, la ciudadanía en— la comunidad societal democrática m o
derna.95 Por supuesto, Parsons entiende la revolución dem ocrática y en
especial sus valores centrales, libertad y fraternidad, en térm inos de pro
cesos de diferenciación a gran escala entre la com unidad societal y el sis
tem a de organización político. Además, la prehistoria de la revolución de
mocrática (en especial los desarrollos legales ingleses), ya implicaba una
transform ación de la ley de un “instrum ento de gobierno” a una "interfase
mediadora" entre Estado y sociedad. En particular, se considera que el
establecimiento de los "derechos de los ingleses" (como el habeos corpas,
el juicio justo y la protección contra las búsquedas arbitrarias por parte
de la autoridad) desempeñó un im portante papel en este desarrollo.96 Así,
mientras que Parsons nunca unió las diferentes líneas de su argum enta
ción sobre los derechos, es justo decir que, aparte del problema fundamental
de la inclusión a la que vincula todo su complejo ciudadano, su concep
ción enfatiza tanto la diferenciación como la integración, y en ella los de
rechos civiles desempeñan un papel mucho más obvio en la diferencia
ción, en tanto que los derechos políticos proporcionan nuevas formas de
integración (“mediación") entre las esferas del Estado y de la sociedad
(sistema de organización política y comunidad societal).
Llama la atención que Luhmann haga un esfuerzo decidido por reducir
la función de los derechos fundamentales a la sola dimensión de la dife-
LA CRÍTICA DE LA TEORÍA DE SISTEMAS 371
Quizás una excepción sea el propio sistema legal. Sin im portar qué
otra cosa ayudan a diferenciar los derechos, su capacidad de funcionar
parece depender totalm ente de la diferenciación de un sistema de proce
dimientos en que se les puede interpretar y aplicar autónom am ente, e
incluso quizá por disposición legal.122 Si los derechos van a defender la
diferenciación de las presiones del sistema político, parecería que ellos
mismos deben ser diferenciados de este sistema. Y de hecho Luhmann
intenta tratar (cada vez más, a medida que desarrolla su sociología legal)
al sistema legal como un subsistema diferenciado de la sociedad. Los dere
chos, que para él son instituciones legales iguales a cualquier otra, aunque
con funciones específicas, pertenecen a este subsistema. Puesto que Luh
mann considera que la ley está ligada fundamentalmente a un estilo norm a
tivo de expectativa, podemos suponer que el propio subsistema legal repre
senta un remanente diferenciado de las concepciones de la sociedad civil
construidas en parte en tomo a estructuras normativas fundamentales com
partidas. Según nuestro punto de vista, sin embargo, y probablemente en
el suyo propio, el esfuerzo de Luhmann por rom per con el concepto de la
sociedad civil es demasiado radical para perm itir esa interpretación. El
problem a aquí es el de saber si él puede elaborar una teoría adecuada y
congruente del sistema legal, diferenciado del político, en el contexto de su
j cam paña radical contra la sociedad civil.
La reevaluación del problema de las normas en la sociología legal de Luh
mann y el restablecimiento de un lugar central para las normas en su análi
sis sociológico es sorprendente, en vista de su polémica previa contra la teo
ría de la integración normativa en Durkheim y Parsons. Ahora esta polémica
sólo es suavizada parcialmente. Argumenta que las normas son importantes
en la estructura social, pero que construirlas como idénticas a esa estructura
es entender mal su lugar.123 Tampoco se deben considerar sinónimas a las
normas y las instituciones: no todas las instituciones incorporan normas y
no todas las normas son institucionalizadas. Finalmente, es equivocado su
poner que la integración normativa de la sociedad se basa en normas comu
nes y compartidas. En todas las sociedades diferenciadas se pone en duda
las normas y éstas representan elementos importantes de conflicto.124 En
esta teoría, las normas legales, que representan sólo una pequeña parte de
los fenómenos normativos,125 desempeñan un papel crucial en la adminis
tración y estabilización del conflicto normativo en vez de expresar, simboli
zar y reafirmar el orden normativo.
Según Luhmann, las normas son "expectativas de conducta estabili
zadas contrafácticamente”.126 Las leyes son normas institucionalizadas,
estabilizadas en términos de procedimientos, cuya estructura de expecta
tivas es protegida de las desilusiones, y restablecida después de éstas, por
las sanciones}21 Estas definiciones se basan en consideraciones teóricas
LA CRÍTICA DE LA TEORÍA DE SISTEMAS 377
cada uno está abierto a nuevos riesgos: en un caso el riesgo del endureci
miento de las identidades sociales, en el otro, el de un futuro completa
mente contingente y, por lo tanto, insoportable. La principal respuesta en
la sociedad m oderna no es la desdiferenciación sino combinaciones que
implican “ordenamientos contrarios”, tal como los perm ite la estructura
reflexiva de la expectativa de expectativas. En particular, uno puede es
perar cognitivamente una expectativa normativa y normativam ente espe
rar una expectativa cognitiva.133 La prim era combinación, la expectativa
cognitiva de lo normativo, tiene una importancia clave para la teoría legal
de Luhmann.
Las normas sólo se convierten en leyes si se las institucionaliza en tér
minos de sanciones y procedimientos. La creación de instituciones des
empeña un papel crucial en la administración del conflicto normativo.
Luhmann define la institucionalización como la posibilidad de basar las
expectativas en “las expectativas de la expectativa por parte de un terce
ro”.134 Por ser diferentes de los observadores externos, las terceras partes
son miembros del mismo tejido de interacciones que potencialmente pue
den coexperimentar y coesperar, aunque permanezcan desconocidas y
anónimas. El papel del juez se cristaliza históricamente en torno a la figu-
Ta de la tercera parte. Para Luhmann, las instituciones, al igual que las
normas, no dependen de la comunicación real o de consenso. El consenso
real es muy raro, y la institucionalización lo usa económicamente. En vez
de crear o presuponer el consenso, las instituciones implican un mejor
uso de la pequeña cantidad disponible, distribuyéndolo en las áreas rele
vantes. Para su propio funcionamiento, las instituciones sólo necesitan
una anticipación del consenso, con las terceras partes relevantes, en lo
que se refiere a la expectativa de expectativas, un presupuesto que pocas
veces es sometido a prueba.135 Aunque empíricamente hay poco que obje
tar a esta concepción, observamos nuevamente la repetida incapacidad
de Luhm ann para relacionar los mecanismos de la comunicación real
y de la construcción de consensos, a los que no puede descuidar del todo,
con sus otros mecanismos de estabilización, o incluso para asignar algu
na otra razón para su existencia que no sea la implícita de que se necesita
algún consenso real para hacer posible la anticipación, o la “sobreestim a
ción exitosa” del consenso.
En el caso de las normas legales como instituciones, los mecanismos
reales que se requieren para estabilizar las expectativas son las sanciones
y los procedimientos. La importancia de la sanción estriba no en su tarea
secundaria de motivar el cumplimiento, sino en la posibilidad de aliviar
la desilusión por medio de una restitución simbólica de la norma. En las
sociedades desarrolladas, según Luhmann, las sanciones son la única for
ma de demostrar “el supuesto consenso de las terceras partes”. Así, la coer-
LA CRÍTICA DE LA TEORÍA DE SISTEMAS 379
NOTAS
d iferen ciar en tre u n a so cied ad de órdenes y u n a sociedad civil m o d ern a. E isen stad t,
sorprendentem ente en el estilo del joven Marx, identifica a la sociedad civil con la de clases
y así se pierde la dim ensión en la que insiste Bendix, ju n to con la de un nuevo tipo de esfera
pública. N inguno reconstruye el concepto siguiendo la rica trayectoria que Talcott Parsons
describió, quizá porque sólo Parsons vio su concepción en térm inos del m odelo hegeliano
de varios niveles.
4 El problem a se presenta u n a y otra vez erí ensayos com o "Interaction, O rganization,
and Society", "Positive Law and Ideology”, “Politics as a Social System", “The E conom y as
a Social System ”, “W orld-time and System History" y "The S elf-them atization of Society”,
todos en Niklas L uhm ann, The Differentiation o f Society, Nueva York, Colum bia Universi-
ty Press, 1982, a la que de aquí en adelante citarem os com o Differentiation', "M oderne Sys-
tem theorien ais F orm gesam tgesellschaftlicher Analyse”, en Jürgen H ab erm as y Niklas
L uhm ann, Theorie der Gesellschaft oder Sozialthechnologie, Francfort, S uhrkam p, 1971, de
aquí en adelante citada com o Sozialtechnologie; “Politische Planung”, en Niklas L uhm ann,
Politische Planung, O pladen, W estdeutscher, 1971, de aquí en adelante citada com o Planung',
"Gesellschaft", en Niklas Luhm ann, Soziologische Aufklarung, vol. 1, Opladen, W estdeutscher,
1970, de aquí en adelante citada com o Aufklarung 1; y “Die W eltgesellschaft”, Soziologische
Aufklarung, vol. 2, O pladen, W estdeutscher, 1982, de aq u í en adelante citada com o Aufkla
rung 2.
5 Differentiation, op. cit., pp. 73 y 223.
6 Véase "Die Weltgesellschaft", Aufklarung 2, op. cit.
7 “Interaction, O rganization an d Society”, "Positive Law and Ideology", "Politics as a
Social System", "The Econom y as a Social System" y "The D ifferentiation o f Society”, en
Differentiation, op. cit.; "Gesellschaft", Aufklarung 1, op. cit., “Die W eltgesellschaft", Aufkla
rung 2, op. cit. y “Offentliche M einung” y "K om plexitát u n d D em okratie", Planung, op. cit.
8 Planung, op. cit., p. 36; Differentiation, op. cit., p. 333.
9 Differentiation, op. cit., pp. 335-336.
10 Véase H annah Arendt, La condición humana, Chicago, University of Chicago Press,
1958; y el artículo de Cornelius C astoriadis sobre Aristóteles en Crossroads in the Labyrinth,
Cam bridge, MIT Press, 1984.
11 "M oderne S y stem th e o rie n ais F o rm g e sa m tg e se llsc h a ftlic h e r A nalyse”, Sozial
technologie, op. cit., pp. 7-8; Aufklarung 1, p. 138.
12 Differentiation, op. cit., pp. 161 y 295.
13Aufklarung 1, op. cit., p. 138; Differentiation, op. cit., p. 19.
14 Differentiation, op. cit., pp. 78-80, 336-337 y 339. L uhm ann considera que este punto
de vista persiste en el esfuerzo realizado p o r Parsons p a ra ver al subsistem a político com o
un a form a de acción colectiva dedicada a la obtención de objetivos sociales com unes. Sus
tituye la generación de decisiones obligatorias p or varios usos sociales posibles com o la
función de un subsistem a político organizado en torno al m edio del poder.
15 Ibid., pp. 334-335.
16 Aufklarung 2, op. cit., pp. 51-52.
17 Differentiation, op. cit., p. 334.
18 Aquí tom a u na posición opuesta a la de Parsons y H aberm as, que parecen h ab er elegi
do al dinero. Por lo tanto, L uhm ann ¡parece aceptar m ás literalm ente la autotem atización de
la sociedad política en la filosofía política de la Antigüedad!
19 Differentiation, op. cit., p. 337.
20 Ibid., pp. 193 y 338.
21 Ibid., pp. 341-343.
22 Ibid., pp. 191, 222 y 338.
23 Ibid., p. 338.
24 Ibid., p. 205.
25 Ibid., pp. 203-204.
26 Ibid., p. 340.
27 Ibid., p. 202.
28 Ibid., p. 338.
29 Ibid., p. 342.
LA CRÍTICA DE LA TEORÍA DE SISTEMAS 385
30 Ibid., p. 225.
31 Ibid., pp. 357 y ss.
32 Véase Clauss Offe, Contradictions o f the Welfare State, Cam bridge, MIT Press, 1985,
pp. 35-64.
33 Niklas L uhm ann, Legitimation ais Verfahren, 2a. ed., D arm stadt, L uchterhand, 1975,
pp. 160-161 de aquí en adelante citada com o Legitimation.
34 Niklas L uhm ann, A Sociological Theory ofLaw, Londres, Routledge, 1972, pp. 149, 283
y ss., de aquí en adelante citada com o Sociology o f Law.
35 Differentiation, op. cit., p. 340; Aufklarung 1, op. cit., p. 141.
36 Differentiation, op. cit., p. 138.
37 Max Weber, Economy and Society, vol. 1, Berkeley, U niversity of C alifornia Press,
1978, pp. 54 y 56.
38 Differentiation, op. cit., p. 132. En obras posteriores, este reduccionism o que identifica
al sistem a político con el E stado es relacionado con el punto de vista de la adm inistración
"que se tom a a sí m ism a p o r el todo", e incluso con "la protección y pan talla de la burocra
cia", así com o se identifica al entendim iento de la política com o dem ocracia y liderazgo
con los reduccionism os de los sistem as público y de partido, respectivam ente. Véanse loi
ensayos com pilados en Niklas L uhm ann, Political Theory in the Welfare State, Berlín, de
Gruyter, 1990, pp. 55 y 148 (citado de aquí en adelante com o Political Theory). E stos ensa
yos tam bién expresan u n a concepción algo diferente, aunque no necesariam ente incon
gruente, que im plica la posibilidad co n tin u ad a e incluso la inevitabilidad de hablar del
Estado y de la oposición del E stado y de la sociedad (p. 109 y n o ta 100) al nivel de la teoría
política y no de la ciencia política. La conclusión es p resentada incluso en una forma aún
más explícita respecto al concepto del Estado en el ensayo "State and Politics”, Political
Theory, op. cit., pp. 123, 128, 134, 136, 141-146 y 152-153. En este contexto es crucial la
distinción entre dos tipos de teoría: m ientras que se dice de las teorías de las ciencias
políticas (o de cualquier ciencia) que son program as de investigación que operan en el
subsistem a de la ciencia y que son validados únicam ente p o r criterios científicos, la teoría
política (o cualquier otra "teoría que reflexione" sobre un subsistem a determ inado) es pre
sentada aquí com o u n a form a de actividad intelectual dentro del subsistem a, cuya función
es construir elem entos de autorreflexión, autobservación e incluso autocrítica en sus pro
cesos, en este caso los procesos políticos. La teoría política se basa en la ciencia política (es
"subsidiada” por la ciencia), pero no necesita operar dentro de los lím ites estrictos de la
form ación y validación de conceptos científicos (Political Theory, op. cit., pp. 24-25, 54-56 y
107-109). El nivel de com plejidad de las teorías de reflexión es necesariam ente m en o r que
el de los subsistem as, así com o del de las "teorías científicas" de esos subsistem as (ibid,,
pp. 118-119 y 152). No obstante, la teoría política, a diferencia de la ciencia política, puede
desem peñar un papel en el político del cual es un elem ento; de hecho, es crucial
- pura la form ación de la autoideñfídad p or m edio de la autobservación (ibid., pp. 119-120,
136 y 153). E n este contexto, L uhm ann p o r p rim era vez denuncia la falacia científica de
Im aginar que en todos los respectos los entendim ientos científicos y sus aplicaciones son
más adecuados p ara la realidad política que la autocom prehsión de los actores políticos,
Luhm ann debe este discernim iento a su teoría de los sistem as autoform ativos, incluso a u n
que esto no lo haya motivado a in corporar u n a perspectiva herm enéutica en su concepción,
Tumpoco ha sido él capaz de m ostrar si, y de qué m anera, es posible u n a com unicación en
dos sentidos entre la ciencia política y la teoría política. N uestra presentación y crítica de
Luhm ann se enfocan en lo que él entiende com o su análisis científico de la política. Aunque
nosotros entendem os nuestro propio trabajo com o una teoría política en gran m edida en el
sentido que acabam os de exponer, estam os de acuerdo con L uhm ann en que él no tiene
éxito en producir esa teoría en Political Theory (véase la página 115). Sin em bargo, lo que
está en juego es algo m ás que su estilo de presentación, que es lo que él parece implicar.
Jg Differentiation, op, cif,,,pp, 140 y 378 nota 3.
4" Ibid., p. 236. \
41 Planung, op. cit,, pp, 54-5$.
41 Differentiation, op. cit,, ppLt2f>129,
41 En sus enunciados ImpsrUtnMiTnArmHonlcx, Luhmann no lo rosta tanta Importan-
386 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL
cía a la diferenciación del E stado y la sociedad. Ya hem os visto que, al nivel de la teoría
política, considera que la distinción y el concepto del E stado es (hasta ahora) u n a parte
irrem plazable de la autoidentificación del subsistem a político, a p esar de ser insostenible
científicam ente. Pero incluso en el nivel de la ciencia social, o m ás bien de su historia,
L uhm ann ahora concede que la diferenciación del E stado y la sociedad rep resen tó u n tem
p rano entendim iento de la diferenciación del sistem a social, tan to desde el p u n to de vista
del desarrollo de u na econom ía diferenciada com ó del de la delim itación del sistem a polí
tico p o r la ley constitucional. Véase Political Theory, op. cit., p. 133 y n o ta 28.
44 Talcott Parsons, Politics and Social Structure, Nueva York, Free Press, 1969, pp. 208-209.
45 Ibid., pp. 209 y 240.
46 Ibid., pp. 214 y 334.
47 Ibid., pp. 248-249.
48 D esafortunadam ente, esto se p resenta en form a am bigua en "The Political Aspect of
Social S tructure and Process", Politics and Social Structure, op. cit., pp. 339-342. Sin em bar
go, parecería que el esquem a de cuatro p artes p resentado aquí es su p alab ra final, ya que
corresponde a la arquitectura general de su sistem a. Tres de los cu atro subsistem as están
im plicados en los procesos de "intercam bio d o b le”: la b u ro cracia con la econom ía; el
subsistem a legitim ador o constitucional con la cultura; y el subsistem a íntegrativo o a so
ciativo con la com unidad societal. E sta sim etría es fastidiosa porque todos los subsistem as
del sistem a de organización política tienen intercam bios con la co m unidad societal, com o
lo indica el sistem a de tres partes de los derechos de m em bresía que Parsons ad o p ta de
M arsh all (civil: su b sistem a c o n stitu c io n a l; político : su b siste m a aso cia c io n a l; social:
subsistem a burocrático).
49 Parsons, Politics and Social Structure, op. cit., p. 377.
50 Differentiation, op. cit., p. 144.
51 Planung, op. cit., p. 40.
52 Ibid., pp. 39 y 44.
53 Ibid., p. 35.
54 Ibid., p. 40.
55 Véase Sozialtechnologie, op. cit., cap. II.
56 Planung, op. cit., p. 42.
57 Ibid., p. 43.
58 Differentiation, op. cit., pp. 114-115.
59 M ás recientem ente, L uhm ann h a redefinido la dem ocracia de m an eras que ya no
perm iten com prender la política en las sociedades soviéticas com o u n a especie de gobier
no dem ocrático. Ahora entiende la dem ocracia com o idéntica a la versión política (o de los
p artid o s políticos, no está claro cuál de las dos) de la c a racterística general de la au-
to observación en los sistem as auto fo rm ativ o s, o com o la co d ificación del su b sistem a
político del sistem a político en térm inos del partido en el p o d er (o gobierno) y de la opo
sición. Las dos están relacionadas porque se considera la codificación b in aria en térm i
nos del concepto de oposición (correctam ente desde n uestro p u n to de vista) com o el m é
todo prim ario de prom over la autoobservación en la política. Véase Political Theory, op. cit.,
p. 105, así com o los caps. V, IX. [No p rofundizarem os en el hecho de que L u h m an n es
incongruente, y que en otras partes describe la dem ocracia com o la autoobservación o
autoreflexión del subsistem a público del sistem a político (ibid., p. 51). En n u estra opinión,
esta am bigüedad es u na concesión a u n a teoría de la dem ocracia m ás am plia que la suya;
de hecho, en un contexto por lo m enos, las dos concepciones que vinculan a las políticas
públicas y a las de partido parecen estar incluidas bajo el térm ino de “dem ocracia” (ibid.,
p. 125).]
Desde nuestro punto de vista, la nueva concepción de la dem ocracia basada en la codi- J
ficación oposición-gobierno sigue siendo lim itada e inadecuada p a ra los fines de la teoría
política, en el sentido en que L uhm ann u sa este térm ino. La definición de la dem ocracia en
térm inos del gobierno y de la oposición tiende a p e rd e r su carácter específico especialm en
te cuando se define al m ism o p a r de conceptos com o el código (en u n a form a poco posible,
en vista del código am igo-enem igo del to talitarism o m oderno) de la política m oderna com o
tal: véase Ecological Communication, Chicago, Universlty of Chicago Presa, 1989, p. 86. Por
LA CRÍTICA DE LA TEORÍA DE SISTEMAS 387
supuesto, L uhm ann está consciente de la naturaleza todavía afgo excepcional de las políti
cas del gobierno y de la oposición; en respuesta, a h o ra se ve obligado a co n sid erar a los
sistem as sin un a oposición política com o reversiones a u n orden jerárq u ico del gobierno y
de los gobernados, adem ás de considerarlos insuficientem ente diferenciados, lo que im pli
ca p o r lo tanto que no son ni m odernos ni dem ocráticos. No obstante, p a ra los sistem as
políticos diferenciados, m odernos, identifica el código constitutivo básico de la política con
la dem ocracia. Como consecuencia, im plícitam ente hace im procedentes todos los proble
m as relativos a la existencia de m ás o m enos d em ocracia en n uestro tipo de sociedad.
Todos los proyectos de dem ocratización se convierten p ara él necesariam ente (y no sólo
em píricam ente, com o en m uchos casos im portantes) en esfuerzos p or ab o lir el código de
gobierno y de oposición y p o r consiguiente, p or definición, son proyectos no dem o cráti
cos. (Véase "The Theory of Political O pposition" [1987], Political Theory, op. cit., pp. 167
y 174-175).
Este análisis está expuesto a una crítica inm anente. Afirma que el antiguo código go
bierno-gobernados no es rem plazado, sino sólo suplido p o r el del gobierno-oposición. En
este caso, el pro b lem a de la dem o cracia al igual que el de la d e m o cratizació n puede
redefinirse en térm inos de la relación de los dos códigos, el tipo de equilibrio a que se ha
llegado entre ellos y las condiciones bajo las cuales cada uno tiene prim acía. L uhm ann
ha podido hacer esto m uy bien con los códigos que com piten entre sí de las organizaciones
[véase Machí (Stuttgart, Enke, 1975), cap. m ] y en el caso de su análisis de los ciclos oficia
les y no oficiales de la política en térm inos de norm alidad-conflicto (véase Political Theory,
op. cit., pp. 48-50). La identificación de la dem ocracia con la m era presencia del código
gobierno-oposición, protege p or lo tanto al código gobierno-gobernado de las críticas. Esta
posición, al nivel de la teoría política, no apoya a u n a oposición política viable y es com pa
tible con su “desaparición” de hecho, si no es que formal, docum entada, p o r ejem plo, p or
Kirchheimer. L uhm ann adm ite esto (Political Theory, op. cit., p. 177).
N osotros creem os que la viabilidad de la oposición, y po r lo tan to de la dem ocracia, S0
debe sólo a la superioridad del código gobierno-oposición respecto al de gobierno-goberna
dos. Esa superioridad, o incluso u n a relación verdaderam ente equilibrada en tre los dos
códigos, depende del establecim iento de u n tercer código, uno que L uhm ann rechaza des
de el principio: el de la política parlam en taria y no p arlam entaria, el de la sociedad política
y la sociedad civil. Sin em bargo, esta idea vuelve a p en etrar subrepticiam ente en su análisis
en dos lugares. Prim ero, la im agen del "parásito" señala hacia el público com o el beneficia
rio no intencional del conflicto entre el gobierno y la oposición. Excluido p o r el sistem a de
política "formal" u "oficial", y confinado sólo a la política "ilusoria" de las elecciones, el
público "retorna subrepticiam ente” en el nivel inform al o no oficial debido a las o p o rtu n i
dades que presentan un gobierno que protege su posición y u n a oposición que busca ocu-
pur el gobierno. Ambos im plícitggisnte hacen llam am ientos al público fuera del sistem a
formal de tom a de decisiones (Political Theory, op. cit., pp. 178-179). Segundo, el antagonis
mo real entre la oposición y el gobierno dism inuye puesto que los dos elem entos de un
sistem a bipolar, en vez de jerárquico, en realidad se p resuponen uno al otro, e h ipotética
m ente siem pre se pueden im aginar a sí m ism os en el lugar del otro. Pero L uhm ann indica
In tendencia a p roducir conflictos verbales e incluso ilusorios, la que in terp re ta com o "una
form a de a p ertu ra p o r m edio de la cual los intereses societales pued en ser asignados a
unu u otra parte" (Political Theory, p. 184). No se da cuenta de que a m enos que los intereses
en realidad estén organizados y articulados p o r asociaciones y organizaciones fuera del
sistem a político, y de que a m enos que éstas —sin im p o rtar lo com plejo de la form a en que
lo hagan— sean rearticuladas y agregadas en el sistem a político, los conflictos de este últi
mo serán vistos com o u n a m era representación, com o m era "política" en el sentido negati
vo del térm ino, con unas consecuencias profundam ente dañinas p ara el código de gobierno
y oposición.
40 Planung, op. cit., p. 44. \
41 Véase Jürgen Haberme!, Ligitimation Crisis, Boston, Beacon Press, 1975, p. 130. Su
critica se enfoca en el problema c a la dem ocratización de la planificación; nuestro proble
ma es la dem ocratización de la lo c itd td c lv lljn d e sus mediaciones.
41 Planung, op, cit., pp, 10-12 y 21,
388 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL
63 Ibid., p. 21.
64 Ibid., p. 13.
63 Ibid., p. 20.
66 Ibid., p. 17.
67 Ibid., p. 26.
63 Ibid., pp. 22-23.
69 Ibid., p. 27.
70 Ibid., p. 28. E n el contexto de su análisis m enos sistem ático (su “teoría política"),
L uhm ann usa en form a aún m enos restringida las categorías de la sociedad civil fuera del
sistem a político propiam ente dicho. En particular, las personas, la ley y la opinión pública
(obsérvese la correspondencia con los tres dom inios del m undo de vida de H aberm as: la
personalidad, la sociedad y la cultura) son entendidas com o form as "externalizadoras" de
la resolución de problem as políticos fuera de la estru ctu ra del sistem a político pro p iam en
te dicho. Véase Political Theory, pp. 60-62.
71 Ibid., pp. 18-19.
72 Ibid., p. 13.
73 Ibid., pp. 24-25.
74 Una posibilidad que L uhm ann m enciona en una ocasión respecto a las elecciones
(véase Legitimation, op. cit., p. 162).
75 Planung, op. cit., p. 26.
76 Legitimation, op. cit., p. 158.
11 Ibid., p. 183.
78 Ibid., p. 190.
79 Ibid., pp. 154 y 161.
80 Ibid., p. 200.
81 Ibid., p. 158.
82 Ibid., p. 159.
Ibid., p. 169.
84 Ibid., pp. 166-167.
85 Ibid., pp. 161-163.
86 Ibid., pp. 174 y 190.
87 Ibid., pp. 183 y ss.
88 É stos incluyen la distinción im plícita entre "amigo" y "enem igo” en las interacciones;
la negociación con im portantes intereses sociales seleccionados; las relaciones personales
y de grupo; y la dependencia en u n a inform ación ad m in istra d a y p rese n ta d a b u ro c rá
ticam ente.
89 Legitimation, op. cit., p. 194.
90 Ibid., p. 190.
91 En un texto posterior (Political Theory, op. cit., pp. 48-50), las versiones oficial y no
oficial de los procesos políticos m odernos son presentadas en térm inos de dos dinám icas
cíclicas alternativas. E n el ciclo "oficial", el público influye en los partidos políticos a través
de las elecciones, los partidos establecen los lím ites y las prioridades p a ra las decisiones
adm inistrativas m ediante m edios legislativos y de o tra clase, la adm inistración som ete al
público a sus decisiones obligatorias y así sucesivam ente. En el ciclo “no oficial" o “c o n tra
rio", la adm inistración elabora los proyectos de ley p a ra los partid o s p arlam entarios, los
partidos influyen en el voto del electorado y el público influye en la adm inistración "por
m edio de varios canales, com o los grupos de interés y solicitudes em otivas". L uhm ann
sigue afirm ando que el m odelo no oficial (que en esta versión im plica a la "sociedad civil"
en la política, aunque lim itada a form as corporativistas y populistas) p redom ina en los
casos norm ales. Pero ahora argum enta que el m odelo oficial, que se basa en la "autoridad
regulada legalm ente" predom ina en los casos de conflicto. Según nosotros, esta ú ltim a
eventualidad im plicaría al público en su p ecu liar rol m ediador, com o una institución tanto
de la sociedad civil com o política. De acuerdo con L uhm ann, hay un equilibrio entre los dos
ciclos que lentam ente se desplaza hacia el m odelo inform al o no oficial. E sta tesis vincula
a L uhm ann con la crítica que hace S chm itt del p arlam entarism o, aunque en una form a
m enos fuerte que en el caso de su concepción anterior, que tendía a red u cir la versión
LA CRÍTICA DE LA TEORÍA DE SISTEMAS 389
oficia] a una m era representación. De hecho, el énfasis en el, papel de esta versión en los
casos de conflicto representa u n a respuesta irónica, a la m an era de Schm itt, a este últim o,
quien afirm ó la irrelevancia de las instituciones form ales en las "em ergencias”.
92 J. S chum peter, Capitalism, Socialism and Democracy, 3a ed., N ueva York, H a rp e r
& Row, 1947, pp. 291-292.
93 T. H. M arshall, “Citizenship and Social Class”, Class, Citizenship and Social Development,
Nueva York, Doubleday, 1964, pp. 71 y ss.
94 Parsons, a diferencia de M arshall, no llam a derechos a estos p rerrequisitos sociales.
95 Talcott Parsons, Politics and Social Structure, Nueva York, Free Press, 1969, pp. 259-
260; The System o f Modem Societies, Englewood Cliffs, Nueva Jersey, Prentice-Hall, 1971,
pp. 81-83.
96 Véase Parsons, The System of Modem Societies, op. cit., pp. 62-63; véanse tam bién las
páginas 92-94 p ara u na discusión del com ponente cívico en térm inos de diferenciación en
vez de inclusión.
97 Y esto en un a época en que estaba bajo u n a considerable influencia de Parsons. Véase
Niklas L uhm ann, Grundrechte ais Institution, Berlín, D uncker & H um blot, 1965, citado de
aquí en adelante como Grundrechte. Es cierto que no tuvo acceso a "Full Citizenship for the
Negro A m erican?" (reim preso en Politics and Social Structure), publicado p o r Parsons en
1965, en el que introdujo la estru ctu ra de M arshall. Ya sea o no que conociera la concepción
de los derechos de Parsons, sus propias raíces en el positivism o legal lo dirigieron al proble
m a de la diferenciación debido a u n a cuestión que era de poco interés p a ra Parsons: la
autolim itación de lo político p o r m edio de la ley establecida políticam ente. El problem a de
la inclusión, heredado de M arshall y Parsons, sí aparece en u n a o b ra p o sterio r (Political
Theory, op. cit., pp. 34-37), pero en ella el concepto se in terp reta lim itadam ente en térm inos
del sistem a político y no en térm inos de la com unidad societal o de sus equivalentes, lo que
proporcionaría m ás m em b resía o ciu d ad an ía social general. Y a u n q u e L u h m an n observa
la transform ación, en el contexto del desarrollo del E stado benefactor, de la sem ántica de la
inclusión política que p a sa de los beneficios a las exigencias, incluso esta percepción no
lo conduce a vincular el problem a de la inclusión con el de los derechos. Evidentem ente,
sólo relaciona la dim ensión social de la ciudadanía de M arshall a la inclusión, y no a las
dim ensiones civil y política.
98 Grundrechte, p. 24.
99 Véase G ünther Teubner, "Substantive and Reflexive E lem ents in M odern Law", Law
and Society Review 17, núm . 2, 1983, pp. 239-301. Teubner indica la tensión entre las ten
dencias inflacionarias que em anan de la función del sistem a político de p ro d u c ir decisio
nes obligatorias y la necesidad de adm in istrar las com plicadas relaciones insum o-producto
con otros subsistem as. E n este argum ento, la reflexión es la que resuelve la tensión y da
origen a la autolim itación. Justo esta autolim itación, creem os, es la que representa el lado
político de la creación de derecHtíSfíín p u n to que L uhm ann todavía no p resentaba en 1965.
En nuestra opinión, los derechos fundam entales son los m ejores ejem plos de la ley reflexi
va (Teubner) o de la ley com o institución (H aberm as).
100 Grundrechte, op. cit., p. 23.
i»' Ibid., pp. 43 y 182-183.
102 Ibid., pp. 24 y 41.
103 Ibid., p. 36.
104 Ibid., p. 63.
Ibid., p. 73.
i°‘ Ibid., p. 76.
107 Ibid., p. 75 y en especial la nota 60.
108 Ibid., p. 81.
109 Ibid., p. 96, respecto a la protección del m atrim onio basado en el amor, am enazado
por la familia, no p o r el Estado.
no ¡bid., pp, 95 y 99.
n i Ibid., p. 107.
" í Ibid., p. 115.
Ibid., p. 126.
390 LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL
un retroceso hacia exactam ente esta actitud representaría el.aprendizaje. Sólo es posible
responderle si se puede dem o strar que u n a relación posconvencional con las n orm as es
com patible con una estru ctu ra norm ativa (contraria a los hechos). Parece que, p o r lo m e
nos p a ra H aberm as, la tendencia co ntraria a los hechos persiste en el nivel de las condicio
nes ideales del discurso, que no deben ser identificadas con los procesos em píricos para
llegar a un entendim iento, que no obstante las presuponen (véase el cap. VIII).
133 Sociology o f Law, op. cit., pp. 38-40.
134 Ibid., pp. 49 y ss.
135 Ibid., pp. 51-52.
136 Ibid., pp. 78-79 y 84-85.
»37 Ibid., p. 138.
138 Differentiation, op. cit., p. 95.
139 Quasimedium porque en Sociology ofLaw, op. cit., pp. 167-168, L uhm ann en realidad
nunca asigna el papel de trad u cir la selectividad o las decisiones selectivas al procedim ien
to, y m enciona sólo “la selección de decisiones colectivam ente obligatorias". En realidad,
su principal o b ra sobre la sociología de la ley n unca tra ta a la ley directam ente com o un
m edio y por lo tanto es am bigua sobre el status de la ley com o un subsistem a de la sociedad.
O bras posteriores son m ás claras sobre este tem a. E n la concepción de la ley com o un
subsistem a autoform ativo, autorreferencial, cerrado norm ativam ente y ab ierto cognitlva-
m ente, p o r lo m enos se afirm a su igualdad plena con otros subsistem as autónom os. Véase,
por ejem plo, el capítulo sobre la ley en Ecológical Communication. Su o b ra Polítical Thtory,
op. cit., pp. 82 y ss, es única, sin em bargo, porque tra ta a la ley com o un m edio, totalm ente
paralelo al dinero.
140 Sociology o f Law, op. cit., p. 160.
141 Differentiation, op. cit., p. 104.
142 Ibid., pp. 122 y 132.
143 Sociology ofLaw ,op. cit., p. 188.
144 Ibid., p. 187.
145 Differentiation, op. cit., p. 132.
146 Niklas L uhm ann, "The Self-R eproduction of Law and Its Lim its", en G. T eubner
(ed.), Dilemmas o f Law in the Welfare State, Berlín, de Gruyter, 1986, p. 113.
147 Ibid., pp. 113 y 124.
148 "N orm en”, op. cit., p. 47.
149 Sociology o f Law, op. cit., pp. 161-162 y 182.
>50 Ibid., pp. 182-183.
151 "Norm en", op. cit., pp. 46-47. Es interesante que la concepción de L uhm ann, en la
que la orientación norm ativa (contra los hechos) de los jueces rep resen ta la ú n ica garantía
de la reproducción de la ley com o u n sistem a norm ativo, se parezca a la insistencia de H. L.
A. H art de que en u n orden legaW ós jueces (o los “funcionarios”) deben se r capaces de
lom ar u na perspectiva interna-evaluadora (en vez de sólo observacional) respecto a la vali
dez de las leyes. Pero las diferencias entre H a rt y L uhm ann son incluso m ás reveladoras,
porque p ara el prim ero la división de la población en funcionarios y todos los d em ás rep re
senta un caso lím ite casi patológico de lo que aú n constituye u n orden legal. En cualquier
sociedad “sana", nos dice H art, m uchas personas ordinarias ("norm alm ente [...] la m ayoría
de la sociedad") regularm ente asum en la perspectiva interna, aunque debe suponerse que
hay algunos que sim plem ente desean observar si se siguen o no ciertas leyes y si se las
hacen cumplir, p ara actu a r de conform idad con lo que observen. Véase H. L. A. H art, The
Concept o f Law, Oxford, Oxford University Press, 1961, pp, 86-88 y 113. Debem os indicar
que el significado de la perspectiva in tern a en H art no se reduce, com o sucede en L uhm ann,
a una renuencia m ás o m enos convencional a aprender con el fin de m a n te n e r norm as
contrarias a los hechos, sino que se expresa en térm inos de u n a actitu d crítica-evaluadora
que Implica una actitud reflexiva, posconvencional. Sin duda, am bos significados e incluso
su com binación son posibles én el caso de juicios de la validez legal.
1,1 Sociology o f Law, op, clt,}p, 201,
>» Ibid., p. 202, X
1,4 L uhm ann, "The S elf-R eproductiatrof Law", op. cit,, p. 113.
T er c era Parte
LA RECONSTRUCCIÓN
DE LA SOCIEDAD CIVIL
VIII. LA ÉTICA DEL DISCURSO
Y LA SOCIEDAD CIVIL
El d o m in io q u e e s o b j e t o d e la é t ic a d e l d is c u r s o
En vez de prescribir a todos los demás como válida una máxima que yo quiero
que sea una ley general, tengo que ofrecer mi máxima a todos con el propósito
de comprobar discursivamente su pretensión de universalidad. El énfasis se
desplaza de lo que cada uno puede desear sin contradicción que sea una ley
general, a lo que todos pueden desear, puestos de acuerdo, que sea una norma
universal.15
nuevas formas se les debe otorgar autonom ía del consenso actual acerca
de lo que es justo.
No obstante, se podría objetar, desde el punto de vista de una conciencia
moral, que es innecesaria una teoría de la ética separada para el campo de
la ley y de la política. Como sujeto moral, yo obedezco la ley porque está
en lo correcto, y cuando se vuelve moralmente errado hacerlo así, tendría que
desobedecer a la ley, sin im portar las consecuencias que yo tenga que su
frir. La moralidad es ciertamente más amplia que la legalidad —tanto des
de el punto de vista objetivo como del subjetivo—. La ley formal no regula
todo dominio de la acción, mientras que, desde el punto de vista subjeti
vo, la moralidad debería hacerlo. La conciencia moral puede aceptar la
necesidad de la ley y de las sanciones porque no somos dioses, no siempre
somos morales y por lo tanto necesitamos limitaciones externas en cien-
tos casos. Pero si el componente moral de la ley es equivalente a lo que
pueden llegar las reflexiones morales de un actor individual, entonces no
hay ninguna necesidad de una teoría ética separada para la política. ¿Por
qué desarrollar entonces una ética del discurso?
En el contexto moderno, existen dos razones por las que no podemos
pasar directamente de la moralidad a la legalidad o resintetizarlas, por
decirlo así. Primero, como es bien sabido, los modernos vivimos en un
universo moral plural —la pluralidad de los sistemas de valores, de los
modos de vida y de las identidades sería violada si las leyes o las decisio
nes políticas se hicieran desde el punto de vista de alguna de ellas—. Por
lo tanto, todo buen liberal puede argum entar en contra de convertir un
punto de vista moral en único y absoluto para toda la sociedad. Hacerlo
así llevaría a que la dignidad individual y los derechos estuvieran subyu
gados a los intereses del bienestar general o a violar la integridad de aqué
llos que no com parten el concepto particular de buena vida que se ha
vuelto dominante. No tedas la acción, ni siquiera la acción moral, puede O
debe ser regulada institucionalmente.
La segunda razón, y más convincente, por la que no podemos igualar la
dimensión obligatoria de las normas sociales/pólíticas con lo que motiva
incluso al actor moral posconvencional es que la génesis de la legalidad, a
diferencia de la moralidad, puede y debe implicar en principio al discurso
real. Ciertamente, el propio Habermas tiende a fusionar la m oralidad y la
legalidad porque correctamente observa que el examen moral implica un
diálogo interno al que se aplican las reglas de la argum entación.11 Así,
parecería posible, si uno siguiera estas reglas y considerara los efectos
colaterales potenciales de una máxima sobre las demás, que uno puede
llegar al mismo juicio^al que conduciría un discurso real. Sin embargo, la
diferencia central entrrtm diálogo virtual y uno real continuaría persis
tiendo: sólo un diálogo rMtaiLqiKf todos los interesados puedan partid-
408 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL
de las normas sociales que es diferente de las sanóiones que van ligadas a
ellas. 6) Se puede hacer a las instituciones políticas e instituciones legales
responsables ante el discernimiento moral, sin implicar el colapso de la
legalidad y de la moralidad. En realidad, en las democracias constitucio
nales con sociedades civiles, los principios de la legitimidad democrática
y de los derechos básicos son ya, en última instancia, la fuente para justi
ficar las normas y los procesos políticos.
L a a c u s a c i ó n d e a u t o r i t a r is m o
ñám ente hace de una categoría objetiva —una que está abierta al análisis
desde el punto de vista de la tercera persona— el núcleo de la formación de
la voluntad discursiva, pero tiene consecuencias autoritarias inevitables que
el propio Habermas no desea. Segundo, está la posición opuesta que evita el
problema de los intereses generalizables identificando a todos los consen
sos como algo meramente empírico y convirtiendo al propio acuerdo em
pírico en el objetivo de los procedimientos discursivos. Los resultados de
los consensos empíricos se convierten entonces, por definición, en la jus
ticia en el sentido político. Creemos que las objeciones de Habermas a
esta posición (inestabilidad y una extrema variedad de resultados que puede
conducir a un escepticismo moral similar al del positivismo legal y, en
especial, del realismo legal) son correctas. Una tercera posición (como la
de Karl-Otto Apel) busca evitar el problema de los intereses generalizables
insistiendo en el consenso racional (en vez del empírico) como un fin en sí
mismo. Quienes participan en una argumentación, según esta interpreta
ción, deben buscar institucionalizar y difundir la institucionalización del
discurso racional con el fin de evitar contradicciones performativas. Pero
este enfoque tiende a devaluar todo discurso real o empírico en nombre
de una situación contrafáctica que siempre está desapareciendo y que,
por lo tanto, no puede ni siquiera empezar a especificar sus propias condi
ciones de institucionalización.
Nuestra posición implica dos pasos interrelacionados. Primero, empe
zamos con las norm as empíricas, las tradiciones y los consensos que afir
man ser democráticos, pero sostenemos que pueden ser evaluados (por
los participantes) en términos de su grado posible de racionalidad y de
m ocratización, esto es, a la luz de las m etanorm as proporcionadas por
la ética del discurso. Segundo, seguimos conscientes, a pesar de todo, de la
inestabilidad de los resultados incluso en el caso de consensos empíricos
debatidos racionalmente y procuramos rem ediar esto mediante un argu
mento basado en la identidad colectiva en prim era instancia y en los inte
reses generales y la solidaridad social en segunda. Nos concentramos en
los procesos reales del discurso público que pueden (si se les racionaliza o
democratiza) constituir o reafirmar una identidad colectiva democrática,
racional, o una cultura política. En esos contextos, la ética del discurso
proporciona los estándares con los cuales seleccionar aquellos aspectos
de nuestra tradición, identidad colectiva y cultura política, que deseamos
conservar y desarrollar y que pueden proporcionar el contenido para noi>
mas legítimas. Los procesos de comunicación pública constituyen el no
sotros de la acción colectiva, ciertamente antes de que sea posible pregun
tar (hablando en términos formales) cuáles pueden ser los intereses de
una sociedad o de un grupo y antes de que puedan estudiarse las condi
ciones de solidaridad de sus miembros entre sí.
LA ÉTICA DEL DISCURSO Y LA SOCIEDAD CIVIL 419
La é t i c a d e l d i s c u r s o y l a v id a b u e n a
)
El formalismo excesivo
La ética del discurso, al igual que todas las teorías procesales, parece vulne
rable a la acusación de un formalismo excesivo.62 Parece excluir un interés
por el bienestar de los seres humanos y relegar consideraciones que se re
fieren al "bien”. Se evitan preguntas como qué es lo que constituye una for
ma armoniosa de vida social o la exitosa conducción de una vida indivi
dual. En respuesta a estas objeciones, los críticos más favorables a Habermas
han introducido un principio adicional en la estructura general de la ética
del discurso. Postulan un criterio bajo el nombre de una ética de la benevo
lencia, de la em patia, dgjgkintuición o del cuidado, como un legitimo
/ punto de vista moral autónomo que complementa las consideraciones de
justicia.63
El principal problema con estos enfoques es que implican una alterna
tiva a la concepción de justicia de la ética del discurso, en cuyo nombre
puede suspenderse o descartarse, en vez de presuponer un puente que sea
capaz principalmente de mediar entre la justicia y el bien. Lo que por lo
común se supone aquí es una interpretación extremadamente limitada del
significado de justicia como algo que simplemente implica un tratam ien
to justo o igual de las personas. En resumen, la justicia es reducida al
status de un principio (derechos iguales) y luego complementada por un
segundo principio, la benevolencia, y se considera que ambos son deri-
vublcs de un principio süperlor: el respeto igual por la integridad o digni
dad de cada persona, Pero, como lo ha indicado correctamente Habermas
424 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL
Debido a que los discursos son una forma reflexiva de acción orientada al en
tendimiento que, por decirlo así, se sustenta en esta última, su perspectiva cen
tral en la compensación moral por las debilidades profundamente arraigadas
de los individuos vulnerables sólo puede derivarse del propio medio de las inter-
. acciones mediadas lingüílffcéímente a las que los individuos socializados de
ben su vulnerabilidad. Las características pragmáticas del discurso hacen posi
ble la formación de una voluntad discernidora por la que los intereses de cada
individuo pueden tomarse en cuenta sin destruir los nexos sociales que vincu
lan a cada individuo con todos los demás .68
Habermas llama a esto "el aspecto doble del fenómeno moral": las dis
posiciones morales para la protección de la identidad individual no pue
den asegurar la integridad de personas individuales sin asegurar a la vez
la red vitalmente necesaria de relaciones de reconocimiento m utuo en
que los individuos puedan estabilizar sus frágiles identidades sólo m utua
y simultáneamente con la identidad de su grupo.69 De hecho, Habermas
insiste en que toda ética tiene dos tareas: debe asegurar la inviolabilidad
de individuos socializados requiriendo un trato y respeto igual para la
dignidad de cada uno de ellos, y debe proteger las relaciones intersubjetivas
de reconocimiento recíproco requiriendo solidaridad entre los individuos
como miembros de una comunidad en la que son socializados. Así, la
solidaridad está arraigada en la experiencia de que cada uno debe asum ir
la responsabilidad por el otro, porque como consociados todos compar
ten un interés en la integridad de su contexto de vida común —en resu
men, una identidad colectiva—. Entonces, desde la perspectiva de la teo
ría de la comunicación, el interés por el bienestar de los demás y por el
bienestar general están relacionados estrechamente por medio del con
cepto de identidad. La identidad del grupo y de individuos únicos se re
produce por medio de relaciones intactas de reconocimiento mutuo. Por
lo tanto, el concepto complementario de la justicia debe serla solidaridad
y no alguna noción vaga de empatia o de benevolencia. Los principios
procesales de la justicia, entendidos en el sentido deontológico del respe
to a las personas y del trato igual a los compañeros en el diálogo, requie
ren de la solidaridad como su contraparte —son dos aspectos de la misma
cosa.70
Cierto es que Habermas no distingue, como lo hacemos nosotros, entre
la moralidad y los principios de la justicia. Para él, la ética del discurso
sirve para ambos. No obstante, la discusión anterior claramente se aplica
más adecuadamente a los temas de un principio político de legitimidad.
De conformidad con este punto de vista, la justicia se refiere a las iguales
libertades de individuos autodeterm inadores y únicos —las norm as legíti
mas son las aceptadas por todos los participantes potencialmente afecta
dos en un proceso discursivo. Así, la solidaridad se refiere tanto al interés
de los consociados, vinculados en el mundo de vida por la integridad de
una identidad común compartida, así como por las identidades indivi
duales e incluso del subgrupo. Por lo tanto, las normas legítimas "no pue
den proteger a uno sin proteger al otro: no pueden proteger los derechos y
libertades iguales de los individuos sin proteger el bienestar del com pañe
ro de uno y de la comunidad a la cual pertenecen los individuos".71 Así, la
ética del discurso presupone a la vez la autonom ía y la integridad de los
individuos y su incorporación previa en una forma de vida intersubjetiva.
El mismo contenido de las reflexiones sobre la justicia de las normas se
LA ÉTICA DEL DISCURSO Y LA SOCIEDAD CIVIL 427
¿ Universalidad?
más allá de la particularidad de las costumbres de una com unidad sin por
eso rom per el vínculo social. El principio de solidaridad pierde su carácter
etnocéntrico cuando se convierte en parte de una teoría universal de la justi
cia y se le construye a la luz de la idea de la formación de la voluntad dis
cursiva. Los argumentos trascienden los mundos de la vida particulares.
"El discurso generaliza, abstrae, ensancha al máximo las presuposiciones
de las acciones comunicativas ligadas al contexto, expandiendo su campo
para incluir a sujetos competentes más allá de los límites provinciales de
su propia forma de vida particular."78Los límites del mundo de la vida de una
familia, tribu o Estado pueden trascenderse en un contexto en que los dis
cursos son institucionalizados y se respeta el principio estructural del bien.79
Además, la argumentación m oral puede implicar la invocación de princi
pios que difieren de las normas de una comunidad, y la com unidad debe
entonces responder con argumentos buenos y convincentes, o de lo contra
rio aceptar el argumento convincente de alguien que piensa diferente. Lejos
de reprim ir la particularidad o la "comunidad”, la orientación universali-
zadora de la ética del discurso, por virtud de su propio carácter abstracto,
es la única base sobre la cual se puede otorgar legitimidad a la diferencia
y requerir solidaridad con ésta. "A medida que los intereses y las orientacio
nes de los valores se hacen más diferenciados en las sociedades modernas,
las normas moralmente justificadas que controlan el campo de acción del
individuo en favor del interés del todo, se hacen cada vez más generales y
abstractas".80
Habermas justifica esta pretensión de universalidad en su análisis de
las presuposiciones pragmáticas de la acción comunicativa que se forma
lizan en el discurso. Sin embargo, en nuestra opinión, este argumento no
es del todo satisfactorio, porque implica una forma de universalismo abs
tracto y, por lo tanto, incompleta. Aunque es muy probable que otras cul
turas además de la nuestra puedan hacer las transiciones de la acción
''"^norm ativa a la comunicativa y de esta última al discurso, tam bién es cier
to que esos pasos son imposibles e irrelevantes para m uchas culturas, en
especial aquéllas que no son modernas y que no son autorreflexivas. Sería
absurdo que nosotros requiriéramos que una cultura de ese tipo renun
ciara a su identidad por ideales impuestos externamente sobre ella. En
estos casos debe predom inar el respeto por la identidad colectiva del otro,
quizás en la forma de tolerancia. Pero ese respeto no puede ser igualado
con la solidaridad que uno siente por aquéllos con los que tiene, por lo
menos, algunos componentes de identidad colectiva o algunos principios
en común.
En esto seamos claros. Hay dos contextos en que la solidaridad se vuel
ve problemática: dentro de las sociedades civiles plurales y entre las dife
rentes sociedades. El concepto moderno de solidaridad que tenemos en
LA ÉTICA DEL DISCURSO Y LA SOCIEDAD CIVIL 431
mente no requiere em patia o igualdad con el otro con el que somos soli
darios. La solidaridad complementaria de la ética del discurso sí implica,
sin embargo, la capacidad de identificarse con aquéllo que no es idéntico.
En otras palabras, implica la aceptación del otro como otro, como uno al
que debemos dar la misma oportunidad de articular sus necesidades de
identidad y sus argumentos de la misma m anera en que quisiéramos que
se nos concediera a nosotros. Las situaciones discursivas dentro de una
sola sociedad en que los conflictos sobre las normas son adjudicados, es
tablecen la posibilidad de esa solidaridad, porque en este caso uno puede
colocarse en el lugar del otro, comprender cuáles son sus necesidades e
intereses, y descubrir, constituir o reafirmar aspectos en común y una iden
tidad colectiva. Esos procesos deben enriquecer la autocomprensión de to
dos los que participan. Por otra parte, la solidaridad hace que el discurso
sea significativo y reafirma la lógica del reconocimiento recíproco que se
encuentra al centro del mismo. En otras palabras, podemos tener solida
ridad con otros con los que compartimos una identidad colectiva sin com-
partir o incluso sin que necesariamente nos gusten sus valores y necesida-^
des personales (suponiendo que no son incompatibles con la precondición
líe la resolución o compromiso discursivos del conflicto). Pero tenemos que
aceptar estas diferencias en la medida en que se les constituye como pri
vadas en el discurso.
La cuestión de la solidaridad entre colectividades que no com parten ¡
lina identidad política común es más compleja. El caso más sencillo se'-J
refiere a la interacción entre dos sociedades que están arraigadas en tradi
ciones culturales diferentes, pero que tienen tanto discursos institucio
nalizados como principios de legitimidad democrática y de derechos bá
lticos. Ya hemos visto que la solidaridad refuerza la identidad política
colectiva de los miembros de una sociedad civil moderna, integrando a
los que difieren entre sí y iSS^bstante com parten la cultura política de la
sociedad en general. Esta clase de identidad colectiva es capaz de afirm ar
un nosotros a la vez que promueve la solidaridad entre las muchas identi
dades de grupo que componen una sociedad civil moderna. Esta versión
de la identidad colectiva m oderna (y de una forma tam bién m oderna de
solidaridad social) es la que podemos esperar que se expanda en una direc
ción universal para incluir la solidaridad con aquéllos que no son miem
bros de la misma sociedad civil, pero que son miembros de otras socieda
des civiles. Hacia las culturas que no han institucionalizado el discurso o
los derechos, debemos dem ostrar respeto, si no solidaridad.
Hay, sin embargo, dos puntos en que las implicaciones universales de
In ética del discurso se aplican a todas las culturas. Primero, cuando se
presentan dem andas de paHfclpación democrática y derechos básicos
dentro de una determinada cultura, no podemos evitar la solidaridad con
432 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL
Sin libertades individuales irrestrictas para tomar una posición sobre las pre
tensiones de validez normativa, el acuerdo al que se llega en realidad no puede
LA ÉTICA DEL DISCURSO Y LA SOCIEDAD CIVIL 433
Motivación
Para llegar a un entendimiento sobre algo en el mundo, los sujetos que partici
pan en la acción comunicativa se orientan a sí mism os hacia las pretensiones
de validez, incluyendo [...] las pretensiones de validez normativa. Por esto es
que no hay forma de vida sociocultural que no esté por lo menos implícitamente
orientada a mantener la acción comunicativa por medio del argumento, se tra
te de la forma real de argumentación que es tan rudimentaria o de la institu-
cionalización de la construcción del consenso discursivo por incompleta que
sea .83
LA ÉTICA DEL DISCURSO Y LA SOCIEDAD CIVIL 435
Más allá de esto, ninguna teoría deontológica puede o debe decir más.
El problema de la generación de motivos empíricos para participar en la
resolución discursiva del conflicto pertenece por lo tanto a los dominios
de la teoría social o de la psicología social.
¿ U n d é f ic it in s t it u c io n a l ?
La ética del discurso no prescribe una forma particular de vida. Una gran
variedad de formas puede ser com patible con ella, a pesar de lo cual
ninguna forma moderna de vida (incluyendo aquella que la hizo históri
camente posible) puede escapar de su potencial crítico. El concepto de
“forma de vida" incluye los patrones socializadores, institucionales y cultu
rales de una sociedad. Un concepto tan amplio puede llevar fácilmente a
juicios erróneos sobre las implicaciones de la ética del discurso. Por lo
tanto, vale la pena observar que la crítica puede restringirse a esferas socia
les específicas sin llevar a una evaluación de formaciones sociales o civiliza
ciones completas. No obstante, interpretar la ética del discurso como una
teoría de la justicia puede implicar que, sin determ inar enteras formas de
vida, la concepción conduzca a un modelo específico de práctica políti
ca.86 En realidad es difícil concebir la legitimidad democrática sin insti-
LA ÉTICA DEL DISCURSO Y LA SOCIEDAD CIVIL 437
todos los derechos, incluso los que aseguran la autonom ía moral, re
quieren de su validación mediante el discurso. Desde este punto de vista,
parece que los derechos de la comunicación son los más fundam enta
les, puesto que son constitutivos del discurso mismo y, por lo tanto, de la
institución clave de la sociedad civil moderna: la esfera pública. Esta apa
riencia se debe en parte a la prim acía sociológica de los derechos de co
municación.
De hecho, la ética del discurso presupone lógicamente ambas clases de
derechos. Al basar los derechos no en una ontología individualista (co
mo lo han hecho los liberales clásicos) sino en la teoría de la interacción
comunicativa, tenemos fuertes razones para poner énfasis en el grupo de
los derechos de la comunicación. Ciertamente sería posible argum entar
que otros grupos de derechos, como los de la vida privada y del sufragio
son requeridos para conservar este complejo clave. Los derechos a la vida
privada y a la autonom ía serían afirmados debido a la necesidad de pro
ducir a la persona autónoma sin la cual el discurso racional sería imposi
ble. Tal sería el resultado de una deducción de los derechos al estilo de
Habermas a partir de la ética del discurso entendida como la suma total
de la filosofía práctica.113 Sin embargo, en nuestro argumento los dos con
juntos de derechos representan los dos pilares de la vida ética que son
irreductibles el uno al otro. A partir de uno podemos razonar hasta llegar
al principio de la interacción comunicativa y limitada; a partir del otro,
podemos llegar al principio de la persona autónom a y única. Ambos son
precondiciones del discurso real que procura ser racional. Así, se requie
ren ambos como precondiciones de la legitimidad democrática, aunque
no sea de la misma manera. Desde este punto de vista, los derechos a la
comunicación m arcan el dominio legítimo de la formulación y la defensa
de los derechos. Los derechos a la personalidad identifican a los sujetos
que tienen el derecho a tener derechos.
Este catálogo de los derechos constitutivos de las esferas pública e ínti
ma de la sociedad civil es crucial para cualquier versión de la comunica
ción racional, en el sentido de la ética del discurso. Los derechos políticos
y socioeconómicos también son importantes, aunque de m anera menos
directa. Alguna versión de éstos representa la precondición para estabili
zar las esferas pública y privada y, por lo tanto, para institucionalizar el
discurso, mediando "entre ellas" y los estados y economías modernos.
Recientemente, Habermas argumentó que los derechos fundamentales
son realizaciones del contenido universal de normas que no sólo son legí
timas (en el sentido de la ética del discurso), sino que tam bién son centra
les para la sustancia moral (Sitílichkeit) de nuestro sistema legal.114 En
Occidente, ha ocurrido de hecho una realización cada vez menos selecti
va de las normas de esa ética precisamente en la medida en que se ha
LA ÉTICA DEL DISCURSO Y LA SOCIEDAD CIVIL 451
L a é t ic a d e l d is c u r s o y la s o c ie d a d c iv il
bilidad por las tareas de la conducción económica y política. Las dem an
das normativas de la publicidad en la nueva situación implican inheren
temente la exposición al público y la democratización de estas asociacio
nes privadas, aunque sea en diferentes grados en la sociedad civil, la política
y la económica. Históricamente, justoiesos desarrollos, junto con la reno
vación de las organizaciones formales, públicas, alternativas, han com
plementado los procesos que defienden la esfera pública liberal. La reno
vación de la vida pública política es una potencialidad siempre presente
de este aspecto del proceso general.
Más allá de las normas de la publicidad en sí, dos componentes de la
ética del discurso operan a favor de la pluralidad de las democracias:
la crítica de la exclusión de cualquiera que esté interesado y la atención
en la participación real. De hecho, todas las formas existentes de democra
cia tienen internamente procesos de exclusión. La democracia representati
va liberal en el modelo del siglo XIX excluía a los ciudadanos pasivos. La
democracia representativa m oderna resta la im portancia de (si bien no
los excluye formalmente) aquellos que no son miembros de fuertes aso
ciaciones voluntarias o de organizaciones de partido. La democracia direc
ta excluye a los que no buscan la felicidad pública ante todo (es decir, a los
políticam ente inactivos). La dem ocracia territorial discrim ina contra
los productores, la democracia industrial contra los consumidores. El
federalismo puede reducir la im portancia de las grandes mayorías nacio
nales así como la de los individuos y grupos opositores dentro de cada
unidad miembro. La centralización de la democracia no proporciona nin
gún incentivo para las unidades que pueden potencialm ente ser im
portantes unidades autogobernadas. Aunque ninguna combinación de
estos principios excluiría del todo la exclusión, la promoción de una plura
lidad de formas de democracia ofrece la promesa de una participación
significativa en varios niveles que de otra m anera verían dism inuir su im
portancia.
Resumiendo. La legitimidad democrática y los derechos básicos in
terpretados en el sentido de la ética del discurso implican fuertem en
te una pluralidad de democracias para la que la sociedad civil repre
senta un terreno institucional que le proporciona potencialidad de dos
maneras:
NOTAS
1Para la mejor defensa reciente del liberalismo orientado a los derechos, véase Ronald
Dworkin, Taking Rights Seriously, Cambridge, Harvard University Press, 1978. Para una
Ihiciui discusión de la Idea llboral do la neutralidad, véase Charles Larmore, Pattems of
Mora! Complexity, Cambridge, Inglaterra, Cambridge University Press, 1987.
2Véase Carolo Pateman, Parlwlpatlpn and Democratic Theory, Cambridge, Inglaterra,
Cambridge University PreM, 1970, y ThiProblém of Política! Obligation: A Critlcal Analyuin
466 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL
o f Liberal Theory, Nueva York, Wiley, 1979. Véase tam bién C. B. M acPherson, The Life and
Times o f Liberal Democracy, Oxford, Oxford University Press, 1977, y Democratic Theory,
Oxford, Clarendon Press, 1973.
3 Aquí estam os pensando en las dim ensiones clave de los "nuevos m ovim ientos sociales"
en el Occidente, incluyendo los m ovim ientos ecologista, de iniciativas ciudadanas, fem inis
ta y pacifista, y en la Solidaridad polaca en el Oriente. Para una discusión de estos nuevos
m ovim ientos, véase el cap. x. Véase tam bién Andrew Arato, "Civil Society vs. the S tate”,
Telos, núm . 50, invierno de 1981-1982, pp. 19-48; Jean L. Cohén, "R ethinking Social Move-
m ents”, Berkeley Journal o f Sociology, núm . 28, 1983, pp. 97-113, y "Strategy or Identity:
New Theoretical Paradigms and Contemporary Social Movements”, Social Research, vol. 52,
núm. 4, invierno de 1985, pp. 663-716; Andrew Arato y Jean L. Cohén, "The G erm án Green
Party”, Dissent, 8, verano de 1984, pp. 327-333, y "Social M ovem ents, Civil Society and the
Problem of Sovereignty", Praxis International, vol. 4, núm . 3, 1984, pp. 266-283.
4 Andrew Arato y Jean L. Cohén, "Civil Society and Social Theory”, Thesis Eleven, núm .
21, 1988, pp. 40-64. Véase los caps. IV y VI. Lo m ism o es cierto p ara Niklas L uhm ann (véase
el cap. Vil).
5 Jean L. Cohén, Class Society and Civil Society: The Limits o f Marxian Critical Theory,
A mherst, University of M assachusetts Press, 1982.
6 Lo que sigue es u na reenunciación de los supuestos centrales de la ética del discurso
que son com partidos, a pesar de form ulaciones diferentes, p o r los dos principales p ro p o n en
tes de la teoría: Jürgen H aberm as y Karl-Otto Apel. Nos basam os principalm ente en la ver
sión de H aberm as. Todavía no queda claro si a la ética del discurso se le puede d ar un funda
m ento trascendental (Apel), pragm ático-universal (H aberm as) o sólo histórico (Castoriadis),
ni si un argum ento (H aberm as) o decisión (Heller) racional deberá tener la prio rid ad en
últim a instancia en lo que se refiere a nuestra “elección" de esa ética. Un im presionante
debate entre C astoriadis y H aberm as en Dubrovnik, Yugoslavia, en 1982, nos convenció de
que pueden darse argum entos igualmente buenos tanto en favor de la historicidad como de la
universalidad. De este debate quedó en claro que el elem ento com ún en las dos posiciones
es la dualidad de los niveles de análisis; se requieren tipos de argum entación m ás fuertes
p a ra el m etanivel (el nivel procesal de la institucionalización) que p ara el nivel histórico
(aquello que ya ha sido instituido). Para la obra de K arl-Otto Apel, en la que nos basam os,
véase Towards the Transformation o f Philosophy, Londres, Routledge y Kegan Paul, 1980,
pp. 225-285, y "Norm ative Ethics and Strategic R ationality: The Philosophical Problem of a
Political E thics”, The Gradúate Faculty Philosophy Journal, vol. 9, núm . 1, invierno de 1982,
pp. 81-109. P ara Jü rg en H ab erm as, véase "D iscourse E thics: N otes on a P ro g ram of
Philosophical Justification”, en su libro Moral Consciousness and Communicative Action,
Cambridge, MIT Press, 1990 [Conciencia moral y acción comunicativa, Península].
7 Estas dos dim ensiones son separables, con prio rid ad de la prim era. Véase H aberm as,
“Discourse E thics”, op. cit., y tam bién su respuesta a Lukes en John B. T hom pson y David
Held (eds.), Habermas: Critical Debates, Cam bridge, mit Press, 1982, p. 254.
8 Véase tam bién Apel, "Norm ative E thics”, op. cit., pp. 100-101.
9 Jürgen H aberm as, “A Reply to My Critics”, en T hom pson y H eld (eds.), Habermas:
Critical Debates, op. cit., p. 257. Véase tam bién Jürgen H aberm as, Legitimation Crisis, Boston,
Beacon Press, 1975, p. 89, y "Discourse Ethics" op. cit.
10 Véase T hom as McCarthy, The Critical Theory o f Jürgen Habermas, Cam bridge, MIT
Press, 1978, p. 325; Albrecht Wellmer, Praktische Philosophie und Theorie der Gesellschaft,
C onstanza, Universítátsverlag K onstanz, 1979, pp. 10-11; Apel, Towards the Transformation
o f Philosophy, op. cit., pp. 227, 258-259.
11 Jürgen Haberm as, "W ahrheitstheorien", Wirklichkeit und Reflexión: Festschrift fur Walttr
Schulz, Pfullingen, 1973, pp. 251-252, citada en McCarthy, Critical Theory, op. cit., p. 316.
Véase tam bién H aberm as, "Discourse E thics”, op. cit., pp. 99 y ss., p a ra la form ulación m il,i
reciente de las reglas de la argum entación. 1
12 Para u na form ulación breve en inglés véase, Seyla B enhabib, Critique, Norm, a n d
Utopia, Nueva York, Colum bia University Press, 1986, pp. 284-285.
13 Véase Apel, Towards the Transformation o f Philosophy, op. cit., pp. 238-239, d o n d l
caracteriza de esa m anera a los procesos de la burocracia burguesa.
LA ÉTICA DEL DISCURSO Y LA SOCIEDAD CIVIL 467
14 H aberm as, "Reply”, op. cit., p. 257. Véase tam bién Wellmer, Praktische Philosophie,
op. cit., pp. 33-34.
15 H aberm as, “Discourse E thics”, op. cit., p. 67.
16 Para un a buena discusión de este punto, véase A lessandro F errara, "A Critique o f Ha-
berm as, D iscourse E thic”, Telos, núm . 64, verano de 1985, pp. 45-74.
17 H aberm as, "Discourse E thics”, op. cit., pp. 68-76.
18 Haberm as, Legitimation Crisis, p. 108. McCarthy hace énfasis en esta dim ensión de la teo
ría, en tanto que los textos de W ellmer inten tan darle un carácter residual.
19 H aberm as, “Discourse E thics”, op. cit., p. 65.
20 Las m ejores discusiones son las de Albrecht Wellmer, "Zur K ritik d er Diskursethik",
Ethik und Dialog, Francfort, Suhrkam p, 1986, y Agnes Heller, “The D iscourse E thic of Haber-
mas: Critique and A ppraisal”, Thesis Eleven, núm . 10/11, 1985, pp. 5-17. La m ayoría de las
discusiones de la teoría de la ética del discurso se centran en to rno a su habilidad p ara ser
vir com o una teoría m oral general. Creemos que la nuestra es la p rim era discusión com pren
siva de su capacidad para servir com o una teoría de la legitimidad dem ocrática y de los dere
chos básicos.
21 H aberm as, Legitimation Crisis, p. 88; véase tam bién Jürgen H aberm as, “Legitim ation
Problem s and the M odern State", Communication and the Evolution o f Society, B oston,
Beacon Press, 1979. Para decirlo de otra m anera, la ética del discurso de H aberm as puede
ser considerada com o un esfuerzo “posthegeliano” p a ra u n ir al p rin cip io liberal de los
derechos básicos (y a la concepción de la libertad negativa) y a la antigua concepción rep u
blicana (y de inicios de la m odernidad) de la libertad positiva den tro de la estru ctu ra de una
teoría que presupone la diferenciación. A diferencia del modelo hegeliano, sin embargo, la teo
ría de la ética del discurso no nos lleva a co n stru ir la concepción norm ativa de la política (o
los principios norm ativos que subyacen en la ley) en térm inos de una concepción m onista,
sustantiva y en últim a instancia no dem ocrática de la vida ética. En cam bio, com o una
teoría de la legitim idad dem ocrática, la ética del discurso hace posible concebir u n a nueva
lorm a de libertad pública adecuada a u n a pluralidad de form as de vida, que p resupone y en
parte ju stifica el p rincipio de los derechos básicos; véase Jean L. Cohén, “M orality o r
Sittlichkeit: Towards a Post-Hegelian Solution”, Cardoso Lave Review, vol. 10, núm s. 5-6,
m arzo-abril, de 1989, pp. 1389-1414.
22 Heller, “The D iscourse E thic”, op. cit., p. 7; Wellmer, "Zur Kritik der D iskursethik", op.
cit., pp. 51-55.
23 Para u na crítica de la dicotom ía público/privado siguiendo estas líneas, véase Susan
Okin, Justice, Gender and the Family, Nueva York, Basic Books, 1989. Okin pone en duda el
supuesto de que com o la fam ilia es un “espacio privado", se en cu en tra "m ás allá de la
luslicia”. Convincentem ente argum enta que las “circunstancias de la justicia" discutidas
por H um e y Rawls se presentan e n la familia: los esposos, las esposas y los hijos tienen
(unto intereses com unes com o diferentes. Por lo tanto, todos los m iem bros de la fam ilia
pueden afirm ar sus derechos. N uestra inclusión de la fam ilia dentro de la sociedad civil
está de acuerdo con este argum ento. Por supuesto, la ley fam iliar difiere de la ley contrac
tual o adm inistrativa, pero esta "esfera privada” está a p esar de todo regulada legalm ente,
Incluso cuando ciertas decisiones dentro de la m ism a sean consideradas privadas.
24 H aberm as, Legitimation Crisis, op. cit., pp. 87-89. Para una buena discusión de la crítica
de Wellmer, véase Alessandro Ferrara, “Critical Theory and Its D iscontents: On W ellmer’s
Critique of H abermas", Praxis International, vol. 9, núm. 3, octubre de 1989, pp. 305-320.
25 H aberm as específicam ente se refiere a la versión que p resenta W eber de esta tesis.
26 H aberm as, L e g i t i m a t i o n C r is is , o p . c it., pp. 95-117; tam bién su T h e T h e o r y o f C o m m u -
tiic a tiv e A c t io n , vol. 1, Boston, Beacon Press, 1984, pp, 254-270 [T e o r ía d e la a c c ió n c o m u
n ic a tiv a . C o m p l e m e n t o s y e s t r u c tu r a s , Iberoam ericana],
27Aquí es necesaria una aclaración. Habermas presenta a la ética del discurso como una
leuría moral general. Al hacerlo así, distingue entre el punto de vista moral ("el derecho") y
Ion asuntos de identidad individual o de grupo, o de sistemas de valores culturales (“el
bien"). Su propia versión de la dicotomía público/privado se refiere así a la distinción entre
los principios morales universallelaripúblicos) y los valores particulares que una persona
considera en su forma de vida, neoeiluadde-idóntldad, plun de vida, etc. (privados), Aun-
468 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL
que él argum enta que los valores culturales pueden ser candidatos a c o n stitu ir norm as
societales generales, la distinción se basa en el supuesto de que esos valores culturales,
necesidades de identidad y com ponentes de la form a de vida que no pued en ser unlversali
zados, no pertenecen al cam po de lo m oral, sino que im plican en cam bio problem as estético-
evaluativos. E ste tipo de afirm ación causa un acalorado debate entre los teóricos de la
m oral. Algunos argum entan que uno nunca puede sep arar el bien del m al. O tros, que esta
form a de separar a los dos lim ita innecesariam eíite el dom inio de la m oral, a la vez que
degrada en form a inaceptable las cuestiones del bien, del nivel de los asuntos de principio
al de los asuntos de gusto. H em os p rocurado evitar el debate en este nivel p resen tan d o a la
ética del discurso com o un subconjunto especifico de la teo ría m oral, subconjunto que
trata con los principios que subyacen en la tom a de decisiones legítim a en u n a dem ocracia
constitucional. Pero nuestra versión de la teoría sí presupone un dom inio de juicio m oral
autónom o que constituye un lím ite al alcance de la tom a de decisiones dem ocrática. Este
"dom inio” es reconocido p o r el principio de los derechos fundam entales, que, com o m os
trarem os, tiene una com pleja relación con los principios de la ética del discurso. Por lo
tanto, lo que nosotros llam am os “privado” se refiere a reflexiones y elecciones m orales de
los individuos así com o a sus juicios respecto a sus proyectos y necesidades de identidad.
Los derechos a la vida "privada”, com o verem os, aseguran precisam ente este terreno. Aun
que todos los derechos están conectados con u n principio público p orque debe afirm árseles,
estar de acuerdo sobre ellos e institucionalizárseles com o ley, lo que protegen (en especial
en el caso de la vida privada) queda fuera de los lím ites de lo público, lo legal o el control
político. E n otras palabras, articulados en u n a form a pública, los derechos privados pro te
gidos legalm ente constituyen un cam po de juicio autónom o que está m ás allá de la regula
ción política. E m pero, la vida privada com o tal no está ligada a n ingún dom inio in stitu
cional particular, sino que se refiere a aspectos de funcionam iento individual en todos los
ám bitos de la vida. Además, esta concepción de la vida privada no se basa en un m odelo
atom ístico del sujeto soberano o del individuo asocial. Por el contrario, p recisam ente por
que los individuos desarrollan sus identidades personales y colectivas en procesos interactivos
com plejos y siem pre están incorporados en u n a red de relaciones con otros, y p orque existe
un a pluralidad de concepciones m orales en cualquier sociedad civil m oderna, la capacidad
para to m ar decisiones m orales autónom as y la habilidad p ara d esarrollar proyectos perso
nales requieren de protección y reconocim iento. En esta concepción interactiva o inter
subjetiva de la individualidad, la com unicación -con otros en form a de la exposición de
razones o de explicar las necesidades de identidad tiene, p or supuesto, un papel central.
Pero tam bién lo tiene el diálogo ideal a diferencia del real, la abstención así com o la p a rti
cipación en la interacción. Además, la interacción com unicativa no es lo m ism o que el
discurso. En realidad, estam os de acuerdo con H aberm as en que esos valores, necesidades
de identidad, com ponentes de form as de vida y proyectos individuales que no pueden unl
versalizarse no están sujetos a las estructuras de la ética del discurso, aunque no les nega
rem os un status m oral. En resum en, suponem os que hay dos cam pos norm ativos: el priva
do y el público. El privado se refiere a reflexiones, decisiones, juicios y responsabilidad
individual m orales autónom as; el público se refiere al cam po que queda bajo las norm as
políticas y legales o justicia. Así, sim ultáneam ente lim itam os el alcance de la ética del dis
curso, liberándola de la carga que le significaba ser u n a teoría m oral general, y am pliam os
el status de la m oral hasta lo que se ha considerado privado.
28 Jürgen H aberm as, "Civil Disobedience: Litm us Test for the D em ocratic C onstitutional
S tate”, Berkeley Journal o f Sociology, 30, 1985, pp. 95-116. P ara u n a discusión m uy com ple
ta de estos problem as, véase el cap. XI.
29 Véase el cap. vm p a ra u n a discusión com pleta de este punto. Véase tam bién el capítu
lo sobre la desobediencia civil en Dworkin, Taking Rights Seriously, op. cit., pp. 206-222.
30 F errara argum enta bien este punto. Sin em bargo, su análisis se co ncentra p rincipal
m ente en la ética del discurso com o una teo ría m oral general y no aclara el problem a que sa
presen ta respecto a u n a teo ría de la legitim idad política. Véase F errara, “A C ritique of
H aberm as’ D iscourse Ethic", op. cit., pp. 71-74. Es un erro r com ún de quienes la in terp re
tan suponer que la ética del discurso in genuam ente im plica la posibilidad y validez de
cualquier consenso del discurso práctico. Éste no es el punto. Más bien, la ética del discuiv
LA ÉTICA DEL DISCURSO Y LA SOCIEDAD CIVIL 469
so articula los criterios que deben guiar a las discusiones prácticas sobre las n orm as y que
pueden o no conducir a un acuerdo. Un consenso que viola los principios de la ética del
discurso no puede ser considerado racional.
31 H aberm as argum enta que el paso del discurso virtual al real debe hacerse en el dom i
nio m oral. Pero nosotros creem os que la crítica de W ellmer a esta afirm ación es poderosa.
W ellmer niega que se requiera un discurso real en el dom inio m oral. Tam bién argum enta
que las presuposiciones de la argum entación no bastan p a ra sostener un p rincipio m oral.
Como no querem os to m ar partido en lo que se refiere a qué tipo de teoría m oral posconven
cional constituye la etapa superior de razonam iento m oral, aceptam os que el razo n am ien
to m oral posconvencional basado en principios no necesita im plicar un diálogo real. Ni la
teoría kantiana ni la m oral u tilitarista la requiere, no o bstante am bas son posconvencionales
según los criterios de H aberm as. Para una discusión de este tem a, véase T hom as McCarthy,
"Rationality and Relativism: H aberm as' 'Overcoming' of H erm eneutics”, en T hom pson y
lleld (eds.), Habermas: Critical Debates, op. cit., pp. 57-78. Véase tam bién Wellmer, Ethik
und Dialog, op. cit., pp. 102-113.
32 Véase Wellmer, Praktische Philosophie, op. cit., pp. 11, 31 y ss.
33 Citado en Jürgen H aberm as, "Die Utopie des guten H errschers", Kultur und Kritik,
Francfort, Suhrkam p, 1973, p. 386; Alvin Gouldner, The Future o f Intellectuals and the Rise
o f the New Class, Nueva York, Seabury, 1979, pp. 38-39.
34 H aberm as, “Utopie des guten H errschers”, op. cit., p. 387.
35 Jürgen H aberm as, Theory and Practice, Boston, Beacon Press, 1973, pp. 37-40.
36 Apel va incluso m ás lejos y postula explícitam ente u n a relación dialéctica entre la
“com unidad de habla real” y la "ideal”, según la cual la segunda es anticipada contrariamente
a los hechos en la p rim era com o u n a "posibilidad real" ( Towards the TYansformation o f
Philosophy, pp. 280-281). Apel vacila entre dos posiciones: u n a que considera las formas que
ya existen de la dem ocracia como form as de "consenso empírico", y que asigna el status de
"com unidad de com unicación real” (plena de posibilidades) a todas las comunidades, y
oirá que descubre que las instituciones de las dem ocracias contem poráneas son el lugar da
tu dialéctica entre la com unicación real y la ideal (“N orm ative E thics”, pp. 102-103),
37 Wellmer, Praktische Philosophie, op. cit., pp. 46-47.
38 Heller, "The D iscourse Ethic", op. cit., pp. 13-16.
39 Wellmer, "Über V ernunft, E m an zip atio n , u n d Utopie", Ethik und Dialog, op, cit,,
pp. 208-221.
40 H aberm as, Legitimation Crisis, p. 89, y "Discourse E thics”, pp. 65-66.
41 Ibid.
42 McCarthy, Critical Theory, op. cit., pp. 327-328.
43 H aberm as, Legitimation Crisis, pp. 65-117.
44 ¡bid. Véase tam bién HaberqjafoJ'Reply”, op. cit., pp. 257-258; McCarthy, Critical Theory,
, o)), cit., p. 331, y H aberm as, "Utopie des guten H errschers”, op. cit., p. 384.
43 H aberm as, "Discourse E thics”, op. cit., p. 72.
48 Ibid.
47 Wellmer, "Über V ernunft”, op. cit., p. 206.
48 Véase la sección que H aberm as dedica a Tugendhat en "Discourse E thics1', op. cit,,
pp. 68-76. Seyla B enhabib, "In the Shadow of Aristotle and Hegel: C om m unicative Ethics
Niul C urrcnt Controversies in Practical Philosophy”, en M ichael Kelly (ed.), Hermeneutics
and Critical Theory in Ethics and Politics, Cambridge, MIT Press, 1990, pp. 1-31, también
elimina el principio de universalización pero, a diferencia de Tugendhat, insiste en el carác
ter cognitivo de la ética del discurso.
4,1 llubcrm as, "Discourse Ethics", op. cit., p. 74.
,0 H aberm as, Legitimation Crisis, op. cit., p. 105.
>' Ibid.
81 Debemos esta percepción a Alessuiulro Ferrara.
n Ésta es la posición de Agnes Heller en Reyond Justice, Oxford, Blackwell, 1987. Para
Una critica del decisionlsmo de Heller, véase Joan L. Cohén, "Heller, Habermas and Justice”,
famls International, vol, 8, mlm, 4fWl(ro de lj!89, pp. 491-497.
470 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL
55 H aberm as, Communication and the Evolution o f Society, op. cit., p. 183.
56 Desde el p u n to de vista de H aberm as, el m undo de vida es el concepto com plem enta
rio de la acción com unicativa y el discurso es u n a form a reflexiva de la acción com unicativa.
Aunque el lenguaje y la cultura constitutivos de la identidad form an el fondo, los com ponentes
estructurales del m undo de la vida —m odelos culturales de la natu raleza y de n uestro lugar
en ella, relaciones interpersonales legítim am ente ordenadas, estru ctu ras y capacidades de
la personalidad— tam bién funcionan doblem ente com o com ponentes de los m undos obje
tivo, social y subjetivo a los que podem os tem atizar y reflexionar sobre ellos. La estru ctu ra
descentralizada de la com prensión m oderna del m undo y la diferenciación entre nuestros
conceptos form ales del m undo significa que "el m undo de vida pierde su p o d er prejuicioso
sobre la práctica com unicativa diaria al grado de que los actores deben su entendim iento
m utuo a sus propios desem peños interpretativos", H aberm as, The Theory o f Communicative
Action, vpl. 2, Boston, Beacon Press, 1987, p. 133. En otras palabras, u n a vez que la re p ro
ducción de los com ponentes estructurales del m undo de vida ya no es m eram en te canali
zada a través del m edio de la acción com unicativa, sino que tam bién depende de los logros
interpretativos de los propios actores, los com ponentes centrales de las identidades indivi
dual y colectiva pierden su “d eterm inabilidad". Se hace posible reflexionar sobre estas
identidades y evaluar sus dim ensiones críticam ente desde el p u n to de vista m oral y tam
bién desde el p u n to de vista de los proyectos p ara la autorrealización. Los discursos, la
form a m ás exigente de la acción com unicativa, no crean identidades colectivas de la nada,
sino que las identidades colectivas pueden ser reafirm adas, revisadas o reinterpretadas en el
proceso de los discursos.
57 H aberm as, Communication and the Evolution o f Society, op. cit., p. 184. H aberm as
argum enta que este nivel se alcanza, en teoría por lo m enos, con R ousseau y K ant. A dife
rencia de Weber, H aberm as en cuentra en las teorías de la ley natu ral de la obligación m ás
que "una m etafísica de la razón” que, al disolverse, deja sólo leyes positivas y procedim ien
tos legales com o su propia autolegitim ación. En resum en, descubre la idea de u n acuerdo
racional bajo condiciones de reciprocidad sim étrica, la que reform ula com o el principio
procesal de la legitim idad dem ocrática.
58 Para nosotros, el concepto de identidad no rem plaza a la razón práctica en la ética
política. Mas bien, relaciona o m edia entre los principios de la razón práctica (el m om ento
procesal) y los intereses particulares o interpretaciones de necesidades.
59 H aberm as, "Discourse Ethics", op. cit., p. 104.
60 E sta paradoja ha llevado a interpretaciones opuestas de la ética del discurso. Por
ejem plo, Alessandro F errara, en "Critical Theory and Its D iscontents” la ha interpretado
m uy rigurosam ente com o una teoría deontológica que excluye la posibilidad de u n discur
so sobre las interpretaciones de necesidades o valores culturales. Por el contrario, Seyla
B enhabib, en "In the Shadow of Aristotle an d Hegel”, op. cit., p. 16, afirm a que la discusión
de las interpretaciones de necesidades tiene u n lugar en la ética del discurso, siem pre que se
le de una interpretación deontológica "débil" y que ese discurso hace que nuestras concepcio
nes de la buena vida sean accesibles a la reflexión m oral y a la transform ación m oral. Hay
am plia evidencia p ara argum entar que en su o b ra m ás reciente, H aberm as sigue suponien
do que las interpretaciones de necesidades de quienes pueden ser afectados p o tencialm en
te por un a norm a son contenidos adecuados p a ra el discurso, pero esta in terpretación sólo
tiene sentido si uno tom a el significado del térm ino "intereses generalizables" en la versión
de H aberm as del principio de la universalización, en el sentido de que se refiere a aquellas
interpretaciones de necesidades basadas en valores culturales que son universalizables (véase
"Discourse E thics”, op. cit., p. 104). Lo extraño en la posición de B enhabib es que desea
elim inar de la teoría el "principio reform ulado de la universalización” de H aberm as, a la vez
que afirm a que las cuestiones de la buena vida son accesibles a la reflexión m oral. Esta
posición confunde los asuntos de la autorrealización con los asuntos del autodesarrollo
(m oral), bajo la noción equivocada de que com o podem os com unicarnos, discu tir y, por
lo tanto, hacer fluidas a nuestras interpretaciones de necesidades, estas clases de discusio
nes equivalen a un discurso. Pero, hablando en sentido estricto, éste no es el caso para
H aberm as. La discusión no es lo m ism o que el discurso. Más bien, el discurso en que
entran las interpretaciones de necesidades es un discurso que establecería la línea divisoria
LA ÉTICA DEL DISCURSO Y LA SOCIEDAD CIVIL 471
entre el derecho y el bien en térm inos de lo que es generalizable y de lo que debe perm an e
cer particular. El principio de la universalización es esencial p ara esa tarea. U na vez que se
ha establecido esa lineadlas interpretaciones de necesidades pueden ser asu n to de discu
sión y crítica, pero no del discurso argum entativo en el sentido estricto. A unque estam os de
acuerdo con B enhabib en que uno no puede establecer la línea divisoria en tre el derecho y
el bien a priori, nuestra posición es que uno no puede evaluar ad ecuadam ente de qué m an e
ra las dim ensiones del bien en tran en la ética del discurso a m enos que se retenga el prin ci
pio de universalización y se introduzca u n a variable in term ediaria —el concepto de identi
dad— en la consideración de los intereses generalizables. De otra m anera, uno tiende a
disolver la distinción entre el derecho y el bien que continúa siendo la p ied ra angular p or la
que se sostiene o cae la teoría de H aberm as.
61 C harles Taylor, "Die M otive einer V erfahrensethik”, en W olfgang K uh lm an (ed.),
Moralitát und Sittlichkeit, Francfort, Suhrkam p, 1986, pp. 101-134.
62 H aberm as, "Discourse E thics”, op. cit., p. 106.
63 Véase Benhabib, Critique, Norm, and Utopia, op. cit., pp. 327-353; F errara, "A Critique
of H aberm as' Discourse Ethic" op. cit. La discusión de F errara es p ertin en te p a ra lo que nos
interesa. Su m ejor idea es que el propio prin cip io de la universalizació n ofrecido p or
H aberm as im plica que las consideraciones de identidad son centrales a la ética del d iscur
so. C orrectam ente observa que las disputas acerca de la legitim idad de las norm as im plican
el choque de diferentes identidades en sociedades com plejas y que H aberm as presupone
un concepto de autonom ía m uy diferente al de Kant, es decir, uno que com bina la dignidad
con el desarrollo de m uchos aspectos (la capacidad p ara vivir plenam ente la vida propia,
según el plan de vida que uno haya elegido). En un pasaje extrem adam ente sugerente, pide
que se incluya en la noción procesal de justicia un concepto ''form al" del bien, entendido
como el respeto a las necesidades de identidad de cada individuo. E ste concepto form al se
centra en la integridad de las identidades individuales afectadas potencialm ente p o r una
norm a que está bajo consideración. Sin em bargo, F errara no distingue entre la ética del
discurso com o un a teoría m oral general y com o u n a teoría de legitim idad política. Bn
realidad, la m ayor parte de su argum ento está dirigido a la teoría com o u n a teoría m oral,
l’or lo tanto, difiere fundam entalm ente de la nuestra. Además, los m edios teóricos que usa
Ferrara p ara p resen tar su caso son poco convincentes. Considera al están d ar del "efecto
menos destructivo de las necesidades de identidad de todos los interesados” com o externo
itl principio de justicia, esto es, com o u n principio adicional cuyo p ro pósito es equilibrar al
principio de justicia. De hecho, llega incluso a decir que si, después de que la situación
nublada ideal ha llegado a un final satisfactorio, uno cree que el m ejo r argum ento no hace
Justicia plena a algunas necesidades de identidad que p ara el juicio m editado de uno m ism o
«crían m ejor satisfechas m ediante u n a solución en cuyo favor uno es incapaz de presentar
el mejor argum ento, entonces ygjg^gstá justificado si descarta el resultado de la situación de la
•discusión hablada ideal y actúa según su m ejor intuición [p. 70], Esa posición es confusa res
pecto a una teoría m oral general y peligrosa en el caso de la teoría de la legitimidad política,
«I no se la califica. Si F errara quiere decir que uno puede realizar u n acto de rechazo cons
ciente o de desobediencia civil p o r u n a am enaza a las necesidades de identidad, todo está
bien, pero si significa que uno puede sim plem ente hacer caso om iso del resultado de una
discusión dem ocrática, entonces el problem a de m an ten er el com prom iso con el procedi
miento dem ocrático sería abrum ador. N uestro análisis de la relación entre la moralidad y
In legalidad p o r un lado, y la justicia y la solidaridad p or el otro, resuelve las dificultades.
M Jürgen H aberm as, "Justice and Solidarity: On the Discussion C oncerning Stage 6", en
Tilomas E. W ren (ed.), The Moral Domain: Essays in the Ongoing Debate between Philosophy
und the Social Sciences, Cambridge, MIT Press, 1990, p. 242.
65 Ibid.; véase también el ensayo de H aberm as "M orality and E thical Life: Does Hegel's
Critique of K ant Apply to Discourse E thics?”, Moral Consciousness and Communicalive
Action, op. cit. ,
M Habermas, "Justice anavSolldarlty", op. cit., p. 243, y "Morality and Ethical Life", op,
vil\, pp. 199-202. \
*7 Habermas, "Justice and dolldai lly ", op, cll„ p 225, y Jürgen Habermas, The Phllotophlcal
Discourse of Modemlly, Cambridge, MTTÉttria, 1987, pp. 337-366.
472 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL
posible form ular u na concepción de autonom ía que evite el autom onitoreo, las tendencias
represivas asociadas con la idea de señorío, tan im placablem ente criticadas p o r Foucault.
110 Wellmer, “M odels of Freedom ”, op. cit., p. 241.
111 Ibid., pp. 227-252.
112 B enhabib, "In the Shadow of Aristotle and Hegel” op. cit.
113 Esto equivaldría a una inversión del enfoque liberal clásico, que considera a los dere
chos de com unicación (reunión, asociación, m edios) y a la participación política (sufragio,
derecho a ocupar cargos públicos) com o instrum entos para asegurar el com plejo central de
los derechos: aquéllos que instituyen el dom inio de la libertad negativa (a la que se puede
co n stru ir en u na form a extrem adam ente libertaria de m odo que la propiedad privada sea el
derecho central y el núcleo del concepto de los derechos, o en u n a form a liberal m enos
extrem a que perm ite la asistencia y seguridad social y otros tipos de poseer propiedad).
Desde nuestro p u n to de vista, no obstante, los derechos a la com unicación hacen m ás que
proteger del E stado a un dom inio de la sociedad civil. También son precondiciones políti
cas p ara la form ación de la voluntad dem ocrática. De hecho, la legitim idad y la p articip a
ción dem ocrática son generadas en este m ism o terreno.
114 H aberm as "M orality and E thical Life", op. cit., p. 205 [Escritos sobre moralidad y
eticidad, Paidósj.
H5 Ibid., p. 268.
116 H aberm as, Theory o f Communicative Action, op. cit., vol 2, pp. 362-363. Este texto no
tiene reservaciones paralelas sobre las libertades institucionalizadoras.
1,7 Todavía sería posible objetar que las norm as pueden defenderse precisam ente como
instituciones (com o lo hace Parsons y, a veces, H aberm as). E n este caso, tendríam os que
h ab lar del desarrollo institu cio n al vis-á-vis los derechos, a d iferencia de la decadencia
organizacional. Sin em bargo, hem os em pezado con u n uso que yuxtapone las norm as (la
legitim idad) a la institucionalización u organización.
118 Lefort tam bién presenta u n convincente argum ento co n tra la ideología liberal de los
derechos que los construye com o garantes exclusivam ente m orales y apolíticos de la liber
tad negativa. El propio Marx fue atraído p o r esta interpretación, al p u n to de im aginar una
sociedad que no necesitaba derechos. Sería desastroso rep ro d u cir esa in terpretación p o r
que las únicas conclusiones posibles serían, u n a vez m ás, la apología o la revolución, y
buscam os una vía diferente a este conjunto inaceptable de alternativas.
119 Júrgen H aberm as, "On Social id en tity ”, Telos, núm . 9, prim avera de 1974, p. 100.
120 Véase Júrgen H aberm as, "The New Obscurity: The Crisis o f the W elfare State an d the
Exhaustion of Utopian Energies", The New Conservatism: Cultural Criticism and the Historian ’s
Debate, Cambridge, mit Press, 1985. Véase tam bién Andrew Arato y Jean L. Cohén, "Politice
and the R econstruction of the C oncept of Civil Society", en Axel H onneth et al. (eds.),
Zwischenbetracthungen Im Prozess der Aufklarung, Francfort, Suhrkam p, 1989.
121 H aberm as, Theory ommunicative Action, op. cit., vol. 2, caps. VI y vm.
122 Wellmer, "Über Ve íft”, p. 198.
123 Ibid., pp. 214-221.
124 Ibid.
125 Ibid.,
p. 220.
126 Ibid.,
p. 198.
127 Ibid.,
p. 209.
128 Ibid.,
pp. 175-181.
129 Ibid.,
pp. 190-199.
130 Ibid.,
pp. 216-217.
131 Ibid.,
pp. 189-199.
132 Ibid.,
pp. 178-179.
133 Ibid.,
pp. 200-201.
134 Respecto a Hegel,
sociedad política y la económ ica. Su teoría sólo im plica a la p rim era, en u n a term inología'
m ás dialéctica, diferente.
135 Sin em bargo, a d iferencia del concepto de la com u n id ad societal dé P arsons, nuce»
tra concepción de la sociedad civil es en sí "descen tralizad a”. No está co n stru id a com o
LA ÉTICA DEL DISCURSO Y LA SOCIEDAD CIVIL 475
una colectividad (de colectividades) o com o u n cuerpo social u n ificado que in teg ra a toda
la sociedad, sino com o u n a dim ensión institu cio n al diferenciada, plural, del m u n d o de la
vida.
136 G uillerm o O’D onnell y P hilippe Schm itter, Transitions from Authoritarian Rule,
Baltimore, Johns H opkins, 1986. E sta obra dem uestra que los proyectos p a ra la revolución
total no resultan en dem ocracia política. E ste m ism o punto ha sido arg u m en tad o en el
contexto de los regím enes "totalitarios" por la teoría de K uron de la revolución autolim ita-
dora. Véase Andrew Arato, “The D em ocratic Theory of the Polish O pposition: N orm ative
Intentions and Strategic Ambiguities”, Working Papers o f the Helen Kellogg Institute, N otre
Dame, 1984.
137 Karl Marx, The Eighteenth Brumaire o f Louis Bonaparte, Nueva York, International
Publishers, 1969, p. 66.
138 Arato y Cohén, "The Politics of Civil Society", op. cit.
139 Para una discusión m ás detallada de la influencia de la sociedad civil en la sociedad
política, véase los caps. IX y X.
140 G. D. H. Colé, Guild Socialism Restated, New B runsw ick, Nueva Jersey, Transaction
Books, 1980; H arold Laski; Studies in the Problem o f Sovereignty, New Haven, Yale University
Press, 1917; Authority in the Modem State, New Haven, Yale University Press, 1919, y The
b'oundations o f Sovereignty and Other Essays, Nueva York, H arco u rt Brace, 1921.
141 Para una discusión de la im portancia de la dem ocratización de las estructuras neocor-
porativas del com prom iso, véase H aberm as, Structural Transformation, op. cit., sección 23.
IX. TEORIA SOCIAL Y SOCIEDAD CIVIL
R e c o n s t r u c c ió n d e la s o c ie d a d c iv il
como "separar una teoría en sus partes y volverla A juntar en una nueva
forma para obtener más plenamente el objetivo que se ha fijado a sí mis
ma".2 Ésta es la forma normal de “tratar con una teoría que necesita revi
sarse en muchos aspectos, pero cuyo potencial para estim ular el pensa
miento todavía no ha sido agotado".3 En nuestra reconstrucción de la
categoría de sociedad civil, dependeremos, aunque críticamente, del segun
do paso de la propia estrategia teórica de dos pasos de Habermas, es decir,
el desarrollo de una teoría dual que diferencia y relaciona las metodologías
igualmente necesarias que tratan con el "mundo de la vida" y el "siste
ma”.4 Procedemos mediante los siguientes pasos.
C u a d r o ix .i
Institución del
m undo de la vida: Personalidad Integración social Cultura
Recurso simbólico: Competencia Solidaridad Significado
Contexto estructural: Mundo de la vida lingüísticc/cultural
TEORÍA SOCIAL Y SOCIEDAD CIVIL 483
C u a d r o i x .2
Público Privado
expectativas del prim ero ante el Estado y la inocencia del último ante la
economía de mercado capitalista. En realidad, la tipología histórica reve
la las virtudes de un modelo de tres partes en comparación con una concep
ción polémica, simplista, de sociedad contra Estado. Lo hace así evitando
la identificación de la economía y de la sociedad, del poder económico y
del estatal, o de los intereses sociales y los del Estado. Todas estas identi
ficaciones term inan reflejando constelaciones históricas transitorias. La
autonom ía de la sociedad civil en particular depende de su habilidad para
protegerse contra ambos subsistemas.
H aberm as indica cuatro etapas en el desarrollo de la relación entre
el mundo de la vida y el Estado y economía modernos: el Estado burgués; el
Estado constitucional-burgués (bürgerliche Rechtsstaat); el Estado cons
titucional democrático, y el Estado constitucional democrático y social
(benefactor).57 El primero es un término desorientador para el Estado
absolutista, al que aparentemente se entiende mal en este análisis, repre
sentando una proyección más bien ahistórica del modelo político de
Hobbes a esta era.58 Preocupado por las "oleadas de juridificación”, Ha-
bermas define al Estado absolutista en términos de su establecimiento de
órdenes legales que garantizan la propiedad privada, la seguridad y la
igualdad ante la ley (todos en forma de ley objetiva en vez de derechos
subjetivos procesables). El objetivo es la institucionalización de los nue
vos medios, sin ninguna preocupación por el medio de vida, considerado
nada más como una fuente de una resistencia todavía tradicional. Sin
embargo, en el mejor de los casos esta proyección representa un punto
de inicio estilizado para el análisis, que se concentra en las tendencias de de
sarrollo en que el Estado soberano moderno y la economía capitalista
apoyan simbióticamente la libertad de movimiento del otro a la vez que
privan al mundo de la vida (tradicional) de toda protección. Incluso en
Inglaterra, éste no fue el caso en la era del absolutismo (parlamentario)
que estaba caracterizado por muchas estructuras de protección paternalista
y de "economía moral”. El modelo es incluso menos aplicable al absolu
tismo continental propiam ente dicho, una nueva creación histórica que
combinaba los elementos de un Estado parcialmente m oderno y burocrá
tico con una sociedad de órdenes (las órdenes despolitizadas del Standes-
taat). Hasta los proyectos del despotismo ilustrado y especialmente hasta
las codificaciones legales de finales del siglo XVIII y principios del XIX, este
sistema doble estaba arraigado también en la estructura de la ley. Aun
que en realidad carecían de derechos, como en la concepción de Habermas,
los sistemas legales absolutistas protegían un m undo de la vida tradicio
nal mediante privilegios ordenados jerárquicam ente.59
El problema con este modelo erróneo del Estado absolutista es que
prepara la evaluación de las siguientes etapas de una manera equivocada,
TEORÍA SOCIAL Y SOCIEDAD CIVIL 497
tem poránea, que aquí hemos esquem atizado como las posiciones de
Parsons y de Foucault, como alternativas dentro de la modernidad. Ade
más, nuestro concepto de sociedad civil, reconstruido sobre la base del
concepto de m undo de la vida de Habermas, tiene la ventaja de indicar
el lado negativo de la modernidad sin hacer que todas las instituciones de
la sociedad civil se vean iguales a su desarrollo unilateral. En resumen, el
modelo existente de la sociedad civil que ha institucionalizado selectiva
mente los potenciales de la modernidad cultural es sólo uno de sus cursos
lógicamente posibles.67 No es completamente negativa, pero debe tenerse
en cuenta el lado negativo. En términos más concretos, Habermas sostie
ne que la racionalización del mundo de la vida respecto a la realización de
los potenciales culturales incorporados en los dominios estético y moral/
práctico ha sido obstaculizada en una medida significativa. La racionali
zación de los subsistemas económico y ádministrativo, y la importancia
preponderante que se le da a sus imperativos reproductivos, se ha llevado
a cabo a costa de la racionalización de la sociedad civil. La brecha resultante
entre las culturas de expertos que participan en la diferenciación de las
esferas de valor del conocimiento científico, del arte y de la moralidad, y
las del público en general, conducen a un empobrecimiento cultural de
un mundo de la vida cuya sustancia tradicional ha sido erosionada. Sin
embargo, al contrario de la tesis de Weber,68 no es la propia modernidad
cultural sino su institucionalización selectiva, la que resulta en el empo
brecimiento cultural.
Además, la institucionalización unilateral de los potenciales cognitivo-
instrumentales de la racionalización cultural (en la institución de la cien
cia y en los dos subsistemas) prepara el campo para una penetración de
los medios del dinero y el poder en las esferas de la reproducción de la
sociedad civil, que requiere integración por medio de procesos comuni
cativos. Los sujetos capaseetíde actuar se subordinan a los imperativos de
aparatos que se han vuelto autónomos y que sustituyen a la interacción
comunicativa. Pero la distinción entre sistema y mundo de la vida, entre
el Estado, la economía y la sociedad civil, nos permiten m ostrar que no es
la emergencia de los subsistemas político y económico diferenciados y su
coordinación interna por medio de la integración de sistemas la que produce
la "pérdida de libertad’’, sino más bien la penetración de un mundo de la vida
ya modernizado por su lógica, ayudada por el patrón selectivo de institucio
nalización. Habermas llama a esta penetración la reificación o coloniza
ción del m undo de la vida, reteniendo y revisando a la vez de esa manera
la categoría clave de Lukács.
La discusión dql lado negativo de una sociedad civil racionalizada
.selectivamente, colonizada o n parte y por lo tanto insuficientemente mo
derna, implica que la vorildnexlatentc de la sociedad civil es sólo una de
502 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL
L a p o l ít ic a ’W I a s o c ie d a d c iv il
otras palabras, el costo de ser capaz de actuar sobre los sistemas político
y económico parece ser la penetración de la autoorganización societal
por la lógica de la burocracia, es decir, el medio del poder. A la vez, si la
autoorganización societal resueltamente permanece en el lado correspon
diente del umbral al mundo de la vida, es difícil ver de qué m anera puede
hacer algo más que contribuir al desarrollo de "la cultura política" o de
“nuevas identidades".
El problem a es de qué m anera los movimientos pueden resistir a la ley
de hierro de la oligarquía de Roberto Michels. ¿No producirán ellos mis
mos estructuras organizativas determinadas por el poder y el dinero en el
momento en que intenten influir en los subsistemas del Estado y de la
economía? ¿Puede la forma del movimiento sobrevivir a su paso a través
de las fronteras del m undo de la vida, e influir a estructuras coordinadas
a través de medios diferentes de la interacción normativa o comunicativa,
sin sucum bir a la presión de la autoinstrumentalización? En resumen
¿puede uno avanzar hacia adelante sin renunciar a la distinción entre el
mundo de la vida/sistema, lo que parece abandonar a las esferas más po
derosas a la racionalidad de los sistemas? Retornaremos a estas pregun
tas en el capítulo siguiente.
¿Soluciones duales?
m enor gasto de esfuerzo y recursos”, campo que sólo puede ser hum ani
zado parcialmente por medio de la democracia en el lugar del trabajo (en
vez de al nivel de la em presa).124 El proyecto de Gorz es ante todo reducir
el alcance de esta esfera y en especial los recursos de tiempo que se le
dedican, para beneficiar el reino de la libertad, definido por la actividad
autónom a y coordinado por la cooperación, reciprocidad y creatividad.
Gorz insiste además en que el reino de la necesidad o heteronom ia debe
subordinarse al reino de la libertad, aunque ni siquiera empiece en algún
momento a decirnos cómo es posible esto en su rígido modelo dual.125
El análisis de Gorz padece de una contradicción entre una estructura
de tres partes que diferencia al Estado, la economía y la sociedad civil; y
una de dos partes que identifica al reino de la necesidad sólo con el Estado.
Por una parte, habla de dos tipos de actividad heterónoma en el campo de
la necesidad, una de las cuales corresponde a la producción social de las
necesidades y la otra a la adm inistración (material) de toda la sociedad.126
Por otra parte, las dos se convierten simplemente en funciones diferentes
del Estado, porque no deja campo en su propuesta para la coordinación de
la producción social por el mercado, que él piensa conduce sólo a la des
igualdad y a la dominación de clase.127 Es posible evitar la penetrante
organización económica por parte del Estado en esta estructura de dos
partes sólo en la dirección del reino de la libertad, una sociedad civil que no
está coordinada ni por el mercado ni por el Estado. Sorprendentemente,
no se nos dice la forma en que se puede obtener la "eficiencia máxima y el
m enor gasto en esfuerzos y recursos” sin la operación de los mercados en
una economía mixta.
El problema con el excesivo énfasis que pone Gorz en la propiedad y
planificación estatal no se encuentra en que "la planificación estatal futu
ra de la producción socialmente necesaria no pueda funcionar racional
mente sin la democracia en el lugar de trabajo".128 Más bien, el punto es
que ni la planificación en el sentido económico genuino, y por lo tanto
necesariamente limitado, ni la democracia industrial (al nivel de la em
presa y del lugar del trabajo), pueden funcionar racionalm ente sin los
mercados. Así, los partidarios de Gorz se quedan con un problema que
depende en parte de cuánto tiempo y actividad desea uno asignar a los
campos de la necesidad y de la libertad, respectivamente. Si uno trata de
evitar un retomo al estatismo socialista tradicional (el cual preocupa menos
a Gorz), uno debe proponer una considerable reducción del tiempo de
trabajo (controlado por el Estado) y un aumento de la actividad autóno
ma (en la sociedad civil). Sin embargo, en este caso nos encontramos con
la crítica que hace Gorz de la identificación de la sociedad civil con las
comunidades autárquicas modernas. Obviamente, esto también implica
ría una reducción grave e inaceptable de la complejidad y eficiencia eco-
TEORÍA SOCIAL Y SOCIEDAD CIVIL 527
El retomo de la mediación
Las categorías abstractas del sistema y del mundo de la vida sólo indi
can dónde se encuentra el peso de la coordinación en una determ inada
estructura institucional. Las instituciones culturales, sociales y reproduc
toras de la personalidad tienen su centro de gravedad en las formas comuni-
cativas/normativas de la coordinación de la acción. No obstante, es posi
ble localizar las dim ensiones estratégicas tam bién com o form as de
administración y monetarización en las instituciones del mundo de la vida
(un punto que ha intranquilizado innecesariamente a críticos como Axel
Honneth y Nancy Fraser) sin consecuencias patológicas, siempre que per
manezcan subordinados a la coordinación y definición comunicativas de
objetivos y mientras no se les perm ita desarrollar su propia lógica —el sig
nificado adecuado de colonización—. Siempre que es pertinente, hablan
do normativamente, esta estructura nos permite (así como Habermas)
hablar de la descolonización sobre la base de las posibilidades inmanentes
dentro de esas instituciones del m undo de la vida. Pero nosotros vamos
más allá, al insistir en la posibilidad de dem ocratizar a las instituciones
económicas y políticas. Aquí, el centro de gravedad de los mecanismos
coordinadores (en una sociedad moderna) está y debe estar en el nivel del
desempeño de dirección a través de los medios del dinero y del poder, es
decir, a través de la racionalidad del sistema. Pero esto no impide la posi
bilidad de introducir formas institucionales de la acción comunicativa en
las instituciones estatales o económicas. Todos los tipos de acción pueden
y de hecho ocurren en las instituciones societales, ni siquiera la economía
de mercado puede ser entendida exclusivamente en térm inos de cálculos
instrum entales o estratégicos. El proye'cto normativam ente deseable de
introducir a la democracia económica (que implica diferentes formas po
sibles de participación en los varios niveles del taller y de la empresa)
debe ser atemperado por la necesidad de m antener intacta la autorregu
lación de los sistemas de dirección. Pero la m era existencia (sin im portar
lo inadecuado) de los parlamentos y de las formas de autoadministración,
codeterminación y negociación colectiva de los talleres indica que se pue
den construir públicos incluso dentro de instituciones que son dirigidas
principalmente por sistemas. Éstos constituirán y en algunos casos se cons
tituyen en receptores de la influencia societal dentro del "estómago de la
ballena”, si se nos permite la expresión. Entonces, en el cuadro IX.3, las
instituciones que deben ser coordinadas comunicativamente son m ostra
das bajo el título de “sociedad civil”, m ientras que aquellas que deben ser
dirigidas por el dinero y/o el poder se m uestran bajo el título de nivel ins*
titucional del sistema. A ninguna de las dos dimensiones se le debe conce
bir como "cerrada autorreferencialmente", porque ambas están abiertas a
la democratización (aunque en diferentes medidas).
Este diagrama esquemático m uestra que el problema político es cómo
TEORÍA SOCIAL Y SOCIEDAD CIVIL 531
C u a d r o i x .3
Mundo de la vida
Precisamente este tema es del que tratan los especialistas legales que
procuran extender la teoría de los sistemas autoformativos en una direc
ción socio-crítica. Aunque le agrada la idea de promover a la “ley como
institución", G. Teubner considera una estrategia que se concentra en la
defensa de aquellos cuyo mundo de la vida es insuficiente.135 Como lo
m uestra la crisis del Estado benefactor, los subsistemas dirigidos por los
medios pueden sufrir de regulación excesiva, y ésta puede dem ostrar ser
dañina para el medio legal usado para la regulación. La idea de la ley
como institución, que garantiza la autonomía de una determ inada esfera,
indica la condición necesaria pero no suficiente para una nueva, más ventu
rosa, forma de regulación del subsistema. En particular, Teubner observa
los peligros para el am biente social de los subsistemas político y económi
co no regulados, peligros que pueden ser eliminados sólo si se canaliza su
autonom ía m ediante una form a de autorregulación que im plique la
autolim itación.136
Siguiendo a Luhmann, este argumento insiste en la imposibilidad de
dirigir a la sociedad desde un solo centro de control sin una desdiferencia
ción regresiva, principalmente a causa de la ausencia de un conocimiento
adecuado sobre los subsistemas afuera de éstos.137 La única alternativa es
basarse en la autorregulación de los subsistemas o, más bien, regular legal
mente los procesos de la autorregulación. El objetivo de esta regulación
de la autorregulación es promover formas de reflexividad que producen au
tolimitación con el fin de contrarrestar, tanto los efectos laterales negati
vos, como las contradicciones internas en la dirección.
Es interesante que se diga que la nueva forma de regulación legal indi
recta que promueve la reflexividad en los subsistemas hace realidad a la
propia estructura de la ley. La ley puede tener en cuenta sus propios lími
tes al regular subsistemas en la medida en que surge una nueva forma
más abstracta, menos directa y, de hecho, autolim itante de ley regulatoria
orientada por propósitos sociales, pero que conserva la autonom ía de las
esferas sociales reguladas que están surgiendo. En la prim era alternativa,
la ley reflexiva es como la ley sustantiva, intervencionista; respecto a la
segunda, sin embargo, se parece a la ley formal.
Hoy en día, el programa de la ley reflexiva parece ser sólo un programa,
aunque uno muy ingenioso. Sin embargo, su potencial está indicado por
las formas y prácticas legales existentes que ahora parecen representar
elementos incongruentes dentro de los sistemas de ley formal, o especial
mente sustantiva. La ley reflexiva restablece el estado de derecho en opo
sición a la discreción política al basarse en lo que Habermas llama "cons
titución externa", que restringe la intervención directa a hacer cum plir un
número limitado de principios legales generales predefinidos todas las
veces que éstos sean violados.138 Pero la ley reflexiva, a diferencia de la ley
TEORÍA SOCIAL Y SOCIEDAD CIVIL 533
NOTAS
1 Como hemos visto, incluso la defensa que hace Luhmann de la diferenciación no re
dunda en beneficio de la sociedad civil, cuyas instituciones absorbe dentro del sistema
político en su concepción.
2 Habermas reintrodujo si concepto de la sociedad civil en su estudio comprehensivo de
una de sus categorías básioM: la esfera pública. Bajo la influencia de la filosofía de la histo
ria de la Escuela d eF ranofortyaprop iín doso directa o indirectamente de una versión de
la obra de Cari Schmitt sobra !• fusión Bstado/socledad, Habermas estudió un proceso de la
542 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL
decadencia, incluso del final, de la sociedad civil. Sus esfuerzos posteriores p a ra recons
tru ir las nociones clave de la doctrina clásica de la política, com o la praxis o techne, hicieron
énfasis en el nivel m etateórico. D urante un tiempo, sólo los oponentes com o L uhm ann se
dieron cuenta de que la relación de H aberm as con el concepto clásico de la sociedad civil
era en realidad m ás profunda. Sin em bargo, m ientras H aberm as estuvo ocupado en u n a re
construcción del m aterialism o histórico, no se pudo liberar de los prejuicios de Marx y de
la m ayor parte del m arxism o en lo que se refiere a la sociedad civil. A rgum entaríam os que
esta ruptura fundam ental ocurre con Teoría de la Acción Comunicativa, que no sólo invierte
(por prim era ocasión) el som brío veredicto an terio r respecto al concepto de sociedad civil,
sino que incluso equivale a su reconstrucción.
3 Jürgen H aberm as, C o m m u n i c a t i o n a n d th e E v o l u t i o n o f S o c ie ty , Boston, Beacon Press,
1979, p. 95. Los nuevos m edios conceptuales requeridos p a ra la reconstrucción de la socie
dad civil en este sentido —el desarrollo de u n a teoría diferenciada de la acción y u n a estruc
tu ra teórica dual que haga hincapié tan to en el m undo de la vida com o en el sistem a—
fueron desarrollados p o r H aberm as d u ran te u n periodo de m ás o m enos quince años. Sin
em bargo, sólo en T e o ría d e la A c c i ó n C o m u n i c a ti v a es finalm ente satisfactoria la interrelación
de estos dos pasos fundam entales y sólo en esta o b ra quedan en claro las relaciones p oten
ciales con una teoría de la sociedad civil.
4 Como es bien sabido, el p rim er paso de esta estrategia es el desarrollo de u n a teoría de
la acción com unicativa que diferencia los conceptos de la acción y trasciende las lim itacio
nes de todas las filosofías del sujeto, ju n to con el concepto de la acción teleológica.
5 Véase Agh Attila, "The Triangle Model of Society and Beyond", en V. Gathy (ed.), S ta te
a n d C iv il S o c ie ty : R e l a ti o n s h i p s in F lu x , Budapest, 1989. No creem os exacto darle el crédito
a Polányi por el descubrim iento de esta concepción de tres partes. Por ejem plo, en T h e
G r e a t T r a n s fo r m a tio n , no distingue entre los ataques económ icos y los societales sobre el
paternalism o de principios del siglo xix, o entre las form as societal y estatista de respuesta
al m ercado autorregulador posteriorm ente en ese m ism o siglo. La verdadera contribución
de Polányi a la concepción de que estam os tratando se encuentra en su descubrim iento dé
la tensión, oscurecida en los modelos dicótom os liberales y marxistas, entre la econom ía y la
sociedad civil. N uestro análisis general le debe m ucho a él, incluso aun q u e seam os m enos
positivos que él en lo que se refiere al p aternalism o p reindustrial y m ás negativos sobre los
modelos del estatism o posliberal. E stas actitudes pueden defenderse precisam ente debido
al m odelo de tres partes que todavía no estaba disponible en su tiem po.
6 Debemos el prim er estím ulo crítico en este contexto a Gyórgy M arkus, quien hizo
hincapié en la superioridad de este m odelo p a ra enten d er a Solidaridad desde 1981.
7 Véase A. Arato, "Civil Society, H istory and Socialism: Reply to John K eane”, Praxis
International, vol. 9, núm s. 1-2, abril-julio de 1989, pp. 140-144.
8 Véase el cap. IV.
9 Véase Karl Polányi, T h e G r e a t T r a n s fo r m a tio n , Nueva York, R inehart and Co., 1944, p. 71.
10 I b id ., p. 141.
11 La teoría de la m odernidad de Max W eber se presen ta con base en este supuesto.
12 Polányi, T h e G r e a t T r a n s fo r m a tio n , o p . c it., pp. 130-132.
13 Esta crítica está libre del reduccionism o m etodológico; véase Jürgen H aberm as, T h e
T h e o r y o f C o m m u n ic a t iv e A c t io n , 2 vols. [1981], Boston, Beacon Press, 1984, 1987; de aquí
en adelante citado com o T C A .
14 T C A , o p . c it., vol. 2, pp. 267-272.
15 Ibid., pp. 185, 270-271.
16 I b id ., p. 269; véase tam bién Jürgen H aberm as, "H annah Arendt: On the Concept of
Power”, P h ilo s o p h ic a l-P o litic a l P r o file s , Cam bridge, MIT Press, 1983.
17 Además del artículo fundam ental de Parsons, "The Concept o f Pow er”, P o litic s and
S o c i a l S t r u c tu r e , Nueva York, Free Press, 1969; véase tam bién Niklas L uhm ann, Machí,
S tuttgart, Enke Verlag, 1975. La concepción de la adm inistración del E stado com o un siste
m a integrado por el m edio del poder ha sido desafiada radicalm ente p o r T hom as McCarthy,
que parece estar m ás deseoso que algunos críticos m enos cuidadosos de conceder este status
a la economía del m ercado y al dinero. Véase su ensayo "Complexity and Democracy; The
Seducements of Systems Theory", Ideáis and Illusions: On Reconstruction and Deconstruction
T E O R ÍA SO C IA L Y S O C IE D A D C IV IL 543
in Contemporary Social Theory, Cambridge, MIT Press, 1991. S orprendentem ente, en vista
de su deseo obvio de contin u ar usando esta concepción, H aberm as ha elegido resp o n d er a
esta crítica de una m anera algo esquem ática y tentativa; véase "A Reply”, en Axel H onneth
y H ans Joas (eds.), Communicative Action, Cam bridge, m it Press, 1991. A unque no pode
m os llevar a cabo el desarrollo m etateórico adicional de la posición de H aberm as que se
necesitaría para hacer plenam ente convincente este aspecto de su teoría social dual, la centra-
lidad de la concepción de dos subsistem as, dos m edios, p ara n uestro argum ento general
requiere que respondam os a McCarthy.
1. M cCarthy m ás o m enos no tiene en cuenta el hecho de que H aberm as, a diferencia de
Parsons y de L uhm ann, hace hincapié sistem áticam ente en la diferencia entre el dinero y el
poder m ás allá del punto único de que sólo el poder requiere legitimación. De hecho, Haberm as,
según nosotros correctam ente, ofrece una concepción jerárquica en que el m edio del dinero
representa la form a m ás abstracta y autom ática de funcionam iento, seguida p o r el m edio del
poder (con sus códigos múltiples, un m enor nivel de circulación y la dependencia en la ac
ción, etc.) que a su vez es seguido p or form as generalizadas de com unicación com o la in
fluencia y la reputación (que todavía sustituyen al lenguaje de com unicación ordinario).
Muchas de las diferencias entre el dinero y el poder en las que hace énfasis M cCarthy pueden
ya ser acom odadas en este nivel del argum ento original de H aberm as.
2. Siguiendo el ocasional m al ejemplo de H aberm as, McCarthy parece identificar el estar
"organizado form alm ente" con el hecho de op erar com o un subsistem a. La organización
form al es ciertam ente un requisito (y por lo tanto una m arca de identificación) de la construc
ción del subsistem a de poder, pero la organización form al es una condición necesaria de la
institucionalización y no su mecanism o fundam ental. Al igual que Luhm ann, podríam os decir
que las reglas form ales y en especial las legales representan u n código de p o d er que no debe
confundirse con su operación. Además, no es (a diferencia del dinero en el caso de la econo
mía) el único código relevante. (Para Luhm ann, los símbolos del poder, los usos simbólicos del
poder y la jerarquía de los status representan algunos de los otros códigos de poder posi
bles, y nosotros añadiríam os tam bién a las reglas inform ales, incluso el propio código de lo
form al-inform al así com o las reglas del género.) Finalm ente, la categoría del p a r form al-
inform al no debe ser identificada con la del sistem a-m undo de la vida, pues puede h ab er
códigos de m edios inform ales, p or u n a parte, y relaciones form ales (estructuras de p a ren
tesco) en el m undo de la vida, p o r la otra.
Por estas razones, la evidencia de la teoría de la organización m oderna respecto al papel
de lo "inform al” en las organizaciones (al que hace referencia M cCarthy) no va en co n tra de
la o p eració n del p o d er com o u n m edio, que con siste en la tra n sfe re n c ia de selectividad
—de la habilidad para determ inar lo que puede decirse y hacerse— sin com unicación m ediante
el lenguaje ordinario, dependiendo en un condicionam iento de las expectativas (y de las ex
pectativas de las expectativas) por-jgjjgdio de relaciones inversas de com binaciones de alter
nativas relativam ente preferidas y relativam ente rechazadas de, p o r lo m enos, dos personas.
(Típicamente, y con una simplificación acción-teórica: quienes detentan el poder prefieren una
com binación de no cum plim iento y sanción a u n a de no cum plim iento y ninguna sanción, en
tanto que las partes m ás débiles prefieren el cumplimiento y ninguna Sanción al no cumplimiento
y sanción. Es im portante que cada una deba ser capaz de anticipar las preferencias de la otra.)
Esa transferencia puede o cu rrir m ediante el m ando y la am enaza, pero su eficacia se ve
fortalecida considerablem ente cuando es facilitada p o ru ñ a dependencia en códigos binarios.
F.ste es el punto crucial. Éstos pueden ser reglas formales codificadas com o legal-ilegal, pero
tumbién pueden tom ar la form a (y en las organizaciones reales, siem pre la tom an) de "códi
gos subsidiarios", com o reglas inform ales codificadas en térm inos de relaciones formales-
Informales, superior-inferior, m ás alto-m ás bajo, relaciones partidario-oponente. Sin duda,
los com andos y acuerdos reales entre iguales (aunque los acuerdos entre desiguales deben
tratarse con cuidado) también desempeñan un papel en la tom a de decisiones organizativas.
SI se supone la habilidad bien documentada de las organizaciones (|que se hace realidad
cuando lo Informal y lo formal se refuerzan en vez de oponerse en tre sil) para reducir
considerablemente las llmltMones creadas nór el tiem po necesario para tomar decisiones y
roduclr formas más o menos SUtomáticai do funcionamiento, sigue siendo muy probable
K
acer énfasis en el papel oeflttt) de lo« códigos formales e Informales del poder, a diferencia
544 LA R E C O N S T R U C C IÓ N D E LA S O C IE D A D C IV IL
de la com unicación form al e inform al por m edio del lenguaje ordinario. E n vista de su depen
dencia en la evidencia de la teoría reciente de la organización, dudam os que M cCarthy qui
siera explicar la eficiencia de las organizaciones, y su im presionante aum ento de poder, con
base en una concepción de la teoría de la acción w eberiana en que la organización es de
hecho un instrum ento en m anos de quien encabeza form alm ente la jerarquía, y que es a la
vez el único actor genuino. Véase Níklas Luhm ann, "Ends, D om ínation and System", The
Differentiation o f Society, Nueva York, Columbih University Press, 1982.
3. M cCarthy está en lo correcto cuando pone en duda que la teoría social dual perm ita una
estrategia política basada en las propias prem isas norm ativas de H aberm as, y que el hacer
dem asiadas concesiones a la teoría de sistem as produzca u n a concepción política que es
innecesariam ente defensiva. Se acerca a descubrir la razón de que estas dudas sean correctas
cuando indica las am bigüedades en los conceptos de H aberm as del sistem a político, del
sistem a adm inistrativo y del aparato estatal. E n realidad, la aceptación de la vinculación que
hace la teoría de sistem as de todo el dom inio del "Estado" —que es difícilm ente consistente
en H aberm as y que converge con la antigua noción de la Escuela de Francfort de la total
reducción adm inistrativa de la esfera pública—, lleva a una concepción innecesariam ente
defensiva. Todo nuestro argum ento es un esfuerzo por m ostrar que la teoría social dual en sí
no conduce a ese resultado y que la teoría norm ativa de H aberm as, form alizada en la ética
del discurso, puede interpretarse m ejor en térm inos de esta teoría social como conduciendo
a un program a de dem ocracia radical autolim itadora. En particular, introducim os el concep
to de sociedad política com o un nivel m ediador que, desde el punto de vista del m undo de la
vida, representa u na avanzada de la publicidad y de la influencia societal potencial y, desde el
punto de vista de la teoría de sistem as, representa form as reflexivas de regulación que provie
nen del exterior por m edio de la autorregulación.
4. La concepción alternativa a la que hace alusión frecuentem ente McCarthy, pero a la que
en realidad no adopta (o rechaza decididam ente) esto es, u n a retraducción filosófica-prácti-
ca de la teoría de la acción comunicativa, puede m uy bien im plicar un retorno a los sueños
fundam entalistas de la conversión de todos los sistem as "reificados" en regím enes de partici
pación dem ocrática directa. Estam os teniendo alguna dificultad p ara in terp retar la idea de la
desdiferenciación no regresiva de la econom ía y el Estado, que M cCarthy parece p resentar en
form a de un a pregunta abierta. No explica qué sería “regresivo" y qué "no regresivo”. Ade
más, no aclara si por "desdiferenciación" significa sim plem ente redefinir los límites entre el
sistem a y el m undo en que se vive, estableciendo relaciones m ás complejas de insum o-producto
entre las esferas, o incluso introduciendo instituciones de m ediación en que am bas form as
de coordinación, com unicación y poder, desem peñan un papel (tres opciones que nosotros
tam bién favorecemos), o si cree que todo el dom inio político, incluyendo el sistem a adm inis
trativo del Estado, puede y debe convertirse en esferas de participación dem ocrática y de
coordinación de la acción com unicativa principalm ente. La asim ilación de las “funcione»
latentes" al m undo de la vida como fondo parece indicar esta últim a alternativa. N uestra
propia opinión no es que los elementos del funcionam iento del sistem a no puedan aprovecharse
y ser un tem a en contextos comunicativos (de una m anera sim ilar a los elem entos que confor
m an el fondo de un m undo de la vida) y quizás reabsorbidos en el m undo de la vida, pero que
(a diferencia de los elem entos del m undo de la vida que representan las reservas pasivas de
significado a las que pueden recurrir los actores) los contextos de sistem a regulado p or los
medios son dinám icos y tienen un autodesenvolvimiento "lógico”, objetivo (por ejemplo, la
proliferación de cargos burocráticos a pesar de los propósitos de todos los interesados).
C om partim os las razones de H aberm as p a ra a b a n d o n a r su p rim era interpretación de la
dem ocratización en térm inos de d em ocracia p articipativa, vinculada a la planificación
global —una posición que M cCarthy vuelve a proponer, pero sin a rg u m en tar realm ente a
favor de ella— . Incluso si la hostilidad a u n a econom ía que funciona sistem áticam ente no
puede en general ser atribuida a McCarthy, y p o r lo tan to su posición no llega a ser un re*
torno com pleto a la filosofía tradicional de la práctica, sí evita criticar los supuestos de esta
últim a respecto al Estado, cuyas características sistém icas en u n contexto por lo menos,
está dispuesto a atrib u ir a la m ercantilización, es decir, a la penetración por p arte de una
lógica económ ica, externa. E n nuestra opinión, tal enfoque, completamente a la manera de
Lukács, si se le desarrollara plenam ente, tendría que revivir antiguas concepciones que
T E O R ÍA SO C IA L Y S O C IE D A D C IV IL 545
consideran al E stado potencialm ente com o u n instrum ento Totalmente n eutral en manos
de personas dem ocráticas que tom an las decisiones; concepciones que sólo pueden legiti
m ar al propio estatism o obstaculizando la lógica del E stado m oderno. Podem os estar cons
cientes de esta lógica y aprender a restringirla sólo si no tratam os a toda la esfera del Es
tado, y en p articu lar al sistem a adm inistrativo-estatal, com o u n m undo de la vida o un
reflejo del sistem a económ ico. Aceptam os que concepciones futuras nos pueden d a r otras
form as de entender la lógica del E stado que la que nos ofrece la teoría de sistem as. De
cualquier m odo, M cCarthy casi no nos ofrece m odelos p ara u n tipo alternativo deseado de
análisis funcional, a parte del Das Kapiíal, que quizás nos p ueda llevar a u n a concepción
más dinám ica de la lógica de la econom ía que la ofrecida p or H aberm as, pero sólo al costo
del reduccionism o respecto al E stado y de las ilusiones (com o lo han m ostrado G. Markus,
J. Kis y G. Bence en un m anuscrito inédito de 1971, “Is a Critique of Political Economy At
All Possible?”) de rem plazar la anarquía de la producción con u n a planificación central.
(La antes m encionada teoría de la reificación de Lukács es sólo u n derivado del modelo
de Marx, m ientras que la concepción w eberiana de la buro cracia se basa en la teoría de la
acción y en cualquier caso debe ser descartada a la luz de los argum entos de la teoría de
la organización usados p o r McCarthy.) Nos parece que los ideales norm ativos de Habermas
(y las intensiones políticas que probablem ente com partim os con M cCarthy) pueden ser
bien articuladas en térm inos de la teoría social dual que distingue entre los subsistemas de
la adm inistración estatal y de la econom ía y que dichos ideales son incom patibles, tanto
con el fundam entalism o dem ocrático, com o con el estatism o al que ese fundamentallsmo
está necesariam ente ligado.
18 TCA, op. cit., vol. 2, cap. vi, contiene un análisis sistem ático de la distinción entre
sistem a y m undo de la vida.
19 Véase Jürgen H aberm as, "Technology an d Science as Ideology”, Toward a Rattonal
Society, Boston, Beacon Press, 1970; TCA, op. cit., vol. 2, cap. vil.
20 H aberm as discute varios enfoques del concepto del m undo de la vida, incluso el enfo
que fenom enológico de H usserl y el enfoque sociológico de Schutz y L uckm ann, en TCA,
vol. 2, pp. 126 y ss.
21 Véase los diagram as de H aberm as, TCA, op. cit., vol. 2, pp. 142-144. En respuesta a las
críticas, H aberm as se ve obligado a articu lar el hecho de que su concepto del mundo de la
vida tiene dos niveles: uno filosófico (pragm ático form al) y otro sociológico; véase "A Reply'\
op. cit., p. 245.
22 Siguiendo a Parsons y a Weber, H aberm as argum enta que con el establecim iento de
los procesos de m odernización, estos com ponentes del m undo de la vida se están diferen
ciando cada vez m ás el uno del otro; véase TCA, op. cit., vol. 2, p. 145.
2}Ibid, pp. 137-138.
24 Identificar los niveles soqiajqgico e institucional del m u n d o de la vida im plica una
sobresim plificación "so cio lo g ista: Los tres “com ponentes estructurales del m undo de la
vida” pueden ser considerados cada uno de ellos desde el punto de vista de tres procesos:
la reproducción cultural, la integración social y la socialización. H ablando en sentido rigu
roso, sólo llegamos al nivel institucional considerando a los tres com ponentes estructura
les, cada uno vinculado a los recursos del significado, so lidaridad y de la competencia
personal, desde el punto de vista de la integración social. E sta perspectiva conduce a loi
tres complejos institucionales en que concentram os nuestra atención; las instituciones de
socialización; los grupos sociales y las asociaciones; y las instituciones de cultura. La simpli
ficación excesiva es aceptable en nuestro contexto ya que el problem a de la sociedad civil
pertenece a la sociología, en vez de a la psicología o a la teoría cultural.
25 Nos referim os a instituciones com o la familia, las escuelas, las universidades y aque
llas que participan en la producción y disem inación del arte, la ciencia, etc. N unca hubo
ninguna justificación p ara que Hegel hubiera om itido a la fam ilia de la sociedad civil o para
que Gram sci la hubiera Ignorado.
26 TCA, op. cit., vol. 2, pp, 185, 270-271.
” Ibid„ pp. 319-320, C /
2> para que lo contrarlalnft-fl^itBUmenle cierto, debe haber una solución a las limita
ciones de tiempo en la toma d t dtslllonei que no Implique lu dependencia en el medio cuya
546 LA R E C O N S T R U C C IÓ N D E LA S O C IE D A D C IV IL
am plitud no se está reduciendo. E sta dificultad surge porque, al red u cir la am p litu d de un
m edio, es difícil descubrir u n a form a de "descolonización" que ponga en duda el funciona
m iento de los m edios per se, y esto viola los requerim ientos de la m odernidad. Sin em bargo,
ciertam ente no es posible arg u m en tar que cualquier restricción determ in ad a de la tom a de
decisiones dem ocrática está ju stificad a debido a las lim itaciones de tiem po. T ratarem os
de m o strar que en principio es posible am pliar el cam po de la participación dem ocrática
p o r m edio de un a com binación de instituciones, m ovim ientos e iniciativas representativas
que usan el m ecanism o de la influencia.
29 TCA, op. cit., vol. 2, p. 185.
3°/b id ., p. 186.
31 Sin em bargo, no puede ser am pliado indiscrim inadam ente a todos los m edios en el
m odelo general de L uhm ann, com o el am o r o la verdad científica.
32 E n realidad, la aplicación que hace Cari S chm itt del argum ento a la república de
W eim ar tenía la intención de legitim ar estados totalitarios que ya existían (la Italia fascista)
o que se deseaba existieran (posiblem ente) en el futuro.
33 Claus Offe, "New Social M ovem ents: Challenging the B oundaries o f In stitu tio n al
Politics”, Social Research, vol. 52, núm . 4, invierno de 1987, pp. 817-820.
34 Claus Offe, “The Separation of Form and Contení in Liberal Democracy”, Contradictions
o f the Welfare State, Cam bridge, MIT Press, 1985.
35 Offe, "Competitive Party Democracy and the Keynesian W elfare State", op. cit.
36 Con el supuesto em pequeñecim iento de este tradicional m undo de la vida, las rep eti
das referencias de L uhm ann a alguna clase de papel p ara la discusión real en los proce
sos institucionalizados continúan siendo anóm alas y sin fundam entos.
37 TCA, op. cit., vol. 2, pp. 145-146.
38 TCA, op. cit., vol. 1, pp. 340-341.
39 Éste es un paso que va m ás allá de las ideas de Parsons, cuyo concepto de la com uni
dad societal perm ite sólo la coordinación norm ativa de la acción y u n a relación convencio
nal respecto a los estándares.
40 H aberm as, "Toward a R econstruction o f H istorical M aterialism ”, Communication and
the Evolution o f Society, op. cit., pp. 154-155. H aberm as originalm ente arraigó en últim a
instancia todos los desarrollos m orales y legales en la sucesión de tres m odelos de acción
com unicativa: la in teracció n m ed iad a sim b ó licam en te, el habla d iferen ciad a p ro p o si-,
cionalm ente y el habla argum entativa; que corresponden respectivam ente a estructura»
m orales preconvencionales, convencionales y posconvencionales. En sus últim os escritos,
la idea de m odernizar el m undo de la vida se enfoca en la transición del segundo al te rc e í
modelo. Es interesante que el desarrollo norm ativo en L uhm ann, que im plica la diferencia
ción de los estilos norm ativo y cognitivo, se enfoca en la transición del prim ero al segundo
m odelo.
41 H aberm as, "Moral Developm ent and Ego Identity", Communication and the Evolution!
o f Society, op. cit., pp. 77-90. f
42 H aberm as, "H istorical M aterialism and the D evelopment o f N orm ative S tructures”
Communication and the Evolution o f Society, op. cit., p. 118.
43 H aberm as, "Toward a R econstruction of H istorical M aterialism ”, op. cit., p. 156. Con
centrarse en las form as de la argum entación no reduce la estru ctu ra de las expectativa»
m utuas a la com unicación actual, com o puede acu sar L uhm ann. De hecho, incluso él adJ
m ite reservar los recursos escasos de la com unicación real a los casos del conflicto, sin v ef j
(no obstante) la necesidad de investigar las estru ctu ras posibles de esa com unicación. Solí
precisam ente estas estru ctu ras las que perm iten la conservación de u n estilo norm ativo dti
expectativa en el caso de la ley p ositiva, algo que L u h m an n desea p ero que no es c a p a s
de explicar. Véase, por ejemplo, “The Self-Reproduction of Law and Its Limits", en G. Teubnef
(ed.), Dilemmas o f Law in the Welfare State, Berlín, de Gruyter, 1986, p. 125.
44 R onald Dworkin, Taking Rights Seriously, Cam bridge, H arvard University Press, 1978,'
especialm ente los caps. II y III.
45 Dworkin, “H ard Cases”, Taking Rights Seriously, op. cit.
46 H. L. A. H art, The Concept o f Law, Oxford, Oxford University Press, 1961.
47 Véase el cap. XI.
T E O R ÍA SO C IA L Y S O C IE D A D C IV IL 547
48 Véase el cap. VIII. '
49 TCA, op. cit., vol. 1, pp. 260-261. Su propia distinción entre la ley com o institución y
com o m edio (otra versión m ás de la distinción principio/norm a) va en co n tra de esta Inter
pretación.
50 TCA, op. cit., vol. 2, p. 178.
51 TCA, op. cit., vol. 1, p. 341.
52 Véase ¿laude Lefort, “H um an Rights and Politics”, The Political Forms o f Modem Society,
Cambridge, MIT Press, 1986; y Jean L. Cohén, Class Society and Civil Society: The Limits o f
Marxian Critical Theory, Amherst, University of M assachusetts Press, 1982, cap. I.
53 Véase Anthony Giddens, The Nation State and Violence, Berkeley, University o f California
Press, 1985, cap. vni. La posición de Giddens carece de congruencia interna, pues ve a los
derechos alternativam ente com o form as de vigilancia que se convierten en cam pos de con
tienda entre la vigilancia y la autonom ía, y como form as de respuesta a los tipos de vigilancia
en la sociedad. Tenemos m enos objeciones para la segunda posición que p ara la prim era, que
convertiría a la adm inistración del E stado en la fuente de los derechos, en tan to que las
iniciativas civiles sólo producirían interpretaciones alternativas de estos derechos.
54 E stam os usan d o este concepto del p rin cip io o rg a n iz a d o r p a ra in d ic a r el núcleo
institucional de u na sociedad que es responsable p o r su identidad social, localizada en el
punto de intersección de la integración de sistem as y de lo social. Véase Jürgen H aberm as,
Legitimation Crisis, Boston, Beacon Press, 1975; y Communication and the Evolution o f
Society, op. cit., pp. 154 y ss. Además, encontram os convincente que, p a ra u n a determ inada
form ación, el m odelo de ley y de m oralidad indica la estru ctu ra de su principio de o rgani
zación. Véase TCA, op. cit., vol. 2, pp. 173-175. Para la form ación social de la sociedad civil
(H aberm as habla de la diferenciación E stado/econom ía sólo en este contexto), en co n tra
mos que este principio está ligado no a la institución de la ley form al (H aberm as) o de la
positividad de la ley (Luhm ann), sino a la de los derechos fundam entales. Es revelador que
H aberm as tam bién explora la tipología de las relaciones del E stado m oderno y de la socie
dad desde este punto de vista.
55 Al hacerlo así, ofrece la conexión m ás clara de su análisis del m undo de la vida con el
concepto de la sociedad civil. E n particular, su dependencia en u n a yuxtaposición del E sta
do-econom ía-m undo de la vida, o de todos sus tipos históricos, indica que debió revisar su
discusión ocasional del principio organizativo de la época m oderna, en térm inos de la dife
renciación del E stad o y de la sociedad económ ica (o civil); véase, p o r ejem plo, Com
munication and the Evolution o f Society, p. 154; TCA, op. cit., vol. 2, p. 178.
56 TCA, op. cit., vol. 2, pp. 357 y ss.
37 Ibid.
58 La preocupación de H aberm as al crear esta tipología era principalm ente ten e r en
cuenta las distorsiones que se qgigjnan en la naturaleza capitalista de la econom ía y en SU
extensión exagerada, y posteriorm ente en las im plicaciones estatistas de los sistem as de
bienestar social. Debemos observar que esta historia puede rescribirse desde la perspectiva
de o tra grave perversión de los potenciales disponibles culturalm ente, esto es, la recons-
Irucción de la fam ilia en el terreno m oderno. R ecluir a la m u jer en los papeles de esposa y
m adre deform ó la función y e stru ctu ra de la esfera ín tim a respecto al desarrollo de la
subjetividad e individualidad de sus m iem bros y tam bién deform ó la im portación de las
jerarquías dom ésticas del género en la diferenciación sistém ica del trab ajo y de los papeles
políticos (esto es, la interpretación de estos papeles com o algo exclusivo del hom bre).
59 Así, debe verse a Jean Bodin, en vez de a Thom as H obbes, com o el teórico representa-
livo de esta época.
60 TCA, op. cit., vol. 2, p. 364.
“ Ibid.
62 Por supuesto, éstos no pueden seguir siendo derechos sin su carácter protector, negati
vo, que indica las limitaciones del soberano. Véase H. L. A. Hart, "Rights", Essays on Bentham:
Studies in Jurisprudence and Political Theory, Oxford, Oxford University Press, 1982.
11 TCA, op. cit., vol. 2,p. 361. V
64 Véase Hart, "Rights", o>r«tt^Esxotíceblble que algún beneflülo pueda tomar la estruc
tura de un derecho. Pero para que un beneficio sea un dertehó, MI vei del resultado de una
548 LA R E C O N S T R U C C IÓ N D E LA S O C IE D A D C IV IL
política, tendría que to m ar la estru ctu ra de un derecho fundamental: ten d ría que ser to ta l
m ente “actuable", lim itable sólo p o r otro derecho y de aplicación universal (es decir, no
relacionada a las características de un grupo en particu lar sino que pertenezca a los indivi
duos com o tales). E sas consideraciones llevaron a Rawls a tra ta r a los llam ados derechos
sociales sólo com o precondiciones de los derechos o libertades genuinas. Véase John Rawls,
A Theory o f Justice, Cambridge, H arvard University Press, 1971, pp. 204-205; y tam bién a
Dworkin, Taking Rights Seriously, op. cit. 1
65 P or lo tanto, el co n tra ste e n tre los Teilhaberrechte, en el sen tid o de derechos de
m em bresía, y los Freiheitsrechte, en el sentido de libertades negativas o libertades, sería
bien aceptado aquí. Pero el punto no debe trasponerse a los que deberían ser llam ados
Teilnehmerrechte, derechos de participación, incluso si en am bos casos podem os h a b lar
de im plem entación burocrática que lleva a la contradicción. En el caso de los derechos de
m em bresía, la estru ctu ra de beneficios de su form ulación m u estra p redisposición a la
im plem entación burocrática. Sin em bargo, los derechos de participación in corporan una
dim ensión negativa al igual que positiva y p o r lo tan to son derechos verdaderos.
66 Andrew Arato, “Critical Sociology and A uthoritarian State Socialism ”, en David Held
y John Thom pson (eds.), Habermas: Critical Debates, Cambridge, MIT Press, 1982; E. Fraenkel,
The Dual State, Oxford, Oxford University Press, 1941.
87 TCA, op. cit., vol. 1, pp. 221-223 y 233.
68 La definición de H aberm as de la m odernidad cultural com o algo que im plica la de
cadencia de la razón sustantiv a y la diferenciación de las esferas de valor del arte, de la
ciencia y de la m oralidad sigue a Weber. W eber atribuye a la m o dernidad cultural y a la se
cularización los fenóm enos de pérdida de significado y p érdida de libertad. H orkheim er y
A dorno reproducen esta tesis. Véase la discusión en TCA, op. cit., vol. 1, pp. 346-352.
69 TCA, op. cit., vol. 2, pp. 153 y ss.
70 Ibid., pp. 330-331.
71 Ibid., pp. 361-364.
72 Véase el cap. viii .
73 TCA, op. cit., vol. 2, p. 328. Hem os traducido bürgeriichen como "civil”. Es u n erro r obvio
describir como "burguesa" a una sociedad cuyos tres niveles son indicados p o r bourgeois,
citoyen, y homme. (Por supuesto, l'homme en este caso significa hum anidad, no hom bres.)
74 Véase el cap. viii y Jürgen H aberm as, "The New O bscurity: The Crisis of the Welfare
S tate and the E xhaustion of Utopian Energies", The New Conservatism: Cultural Criticism
and the Historians' Debate, Cambridge, MIT Press, 1989.
73 Ibid.
76 Vemos poca razón p ara describir com o utópico al m odelo del E stado benefactor para
com pensar por la enajenación del trabajo, incluso en el m om ento cum bre del reform ism o,
com o lo hace H aberm as en "The New O bscurity”. En realidad, no consideram os a la orga
nización racional de una sociedad de trabajadores com o u n a característica p rim aria de la
an terio r utopía socialista, en especial p orque m uchas versiones de esta u topía no im plica
b an la hum anización del trabajo, sino la d ram ática m in im ización del tiem po de trab ajo
—de hecho, la abolición del trabajo—. La utopía socialista es principalm ente una de poder
(organizar a toda la sociedad y no sólo a la producción), así com o la utopía liberal económ ica
es una de m ercado. Fue cuando incorporaron los sueños liberales del crecim iento de la pro
ducción que la organización del trabajo se convirtió en un factor en las utopías socialistas.
77 Véase en especial la obra m ás utópica de T. W. Adorno, Negative Dialectics, Nueva
York, Seabury Press, 1973.
78 El ejem plo en contrario que presenta H an n ah Arendt, la revolución estadunidense, es
en este contexto un a revolución conservadora en el m ejor de los casos, puesto que podía
basarse en instituciones que ya existían (Estado) com o su pouvoir constituant. N inguna
utopía revolucionaria encontró su inspiración en este m odelo. Debem os observar que la
propia utopía de A rendt (basada parcialm ente en este m odelo) es claram ente u n m odelo de
com unicación autolim itado. Se rehúsa a to talizar al poder dem ocrático y busca lim itarlo
p o r m edio de la ley y la tradición. O tra cosa es que en On Revólution (Nueva York, Penguin
Books, 1977) vincule a la tradición de la lim itación del gobierno con la desaparición de la
participación dem ocrática.
TEORÍA SOCIAL Y SOCIEDAD CIVIL 549
79 Véase M. G auchet, "The Rights of Man", en F. F u ret y M1. O zouf (eds.), A Critical
Dictionary o f the French Revolution, Cambridge, H arvard University Press, 1989.
80 Véase Fran^ois Furet, ¡nterpreting the French Revolution, C am bridge, In g laterra,
C am bridge University Press, 1971.
81 Véase el cap. I.
82 Véase el cap. X.
83 La m ejor discusión de la relación entre la crítica in m anente y-la trascendente sigue
siendo la de T. W. A dorno “Cultural Criticism and Society”, Prisms, Cam bridge, MIT Press,
1981. Véase tam bién Cohén, Class and Civil Society, y A ndrew A rato, “In tro d u c tio n to
Sociology of C ulture”, en Andrew Arato y Eike G ebhardt (eds.), The Essential Frankfurt
School Reader, Nueva York, Urizen Press, 1979.
84 T. W. Adorno, “Ideology", en Frankfurt Institute for Social Research, Aspects o f Sociology,
Boston, Beacon Press, 1972; H erbert M arcuse, One-DimensionalMan, Boston, Beacon Press,
1972. M arcuse, en Soviet Marxism (Nueva York, Vintage, 1961), todavía no había proyectado
el calificativo de unidim ensionalidad a la sociedad civil soviética, con su ideología supues
tam ente genuina de m arxism o ortodoxo. No obstante, unos pocos años después abandonó
esta reserva.
85 Para un interesante análisis histórico que apoya está tesis, véase, Cari Degler, At Odds:
Women and the Family in America From the Revolution to the Present, Oxford, Oxford
University Press, 1980. Degler argum enta que el desarrollo de la esfera íntim a de la familia,
junto con la doctrina de las esferas separadas y la nueva concepción de la niñez, abrió el
espacio en que las m ujeres pudieron experim entar los principios de u n sentido del yo, a
pesar del hecho de que estaba ligado al papel de esposa y de mujer. Fue esta nueva concep
ción la que las proyectó en la esfera "pública" y en últim a instancia llevó a sus demanda* de
autonom ía e individualidad en todas las esferas de la vida, desafiando de esa manera el
carácter patriarcal de la prim era form a de la fam ilia de com pañeros y, en últim a Instancia,
la propia doctrina de las esferas separadas. Véase el cap. X.
86 Desde W alter Benjam ín hasta H ans-M agnus Enzensberger, quienes han interpretado
este desarrollo han hecho énfasis en esto frente al punto de vista opuesto de Adorno.
87 H aberm as puede excluirlas debido a un exagerado tem o r de todo corporativism o y
particularism o; véase “The New Obscurity", op. cit. E n este contexto, el correctivo sugerido
—u na com binación de justificaciones norm ativas universales y el pluralism o de las sub-
culturas— está justificado. El tem o r de que estas subculturas sim plem ente constituyan
“una im agen refleja de la zona gris del neocorporatism o” no está justificado, sin embargo,
en vista de la relación de las asociaciones a form as de públicos alternativos que pueden
serlo todo m enos esa zona gris.
88 La discusión en Gabriel A. Almond y Sidney Verba, Civic Culture: Political Attitudes
and Democracy in Five Nations (Prjgcgton, Princeton University Press, 1963), sigue siendo
im presionante en este punto, y los ntievos m ovim ientos del periodo que siguieron a la
publicación de su libro dem ostraron que estaban en lo correcto.
89 Véase el cap. X.
90 TCA, op. cit., vol. 2, cap. vm.
91 La idea de la ley como un medio no significa que la concebimos como un medio de
comunicación al igual que el dinero y el poder sino, más bien, que entendemos a la ley en
algunas de sus capacidades, las dominantes en la sociedad contemporánea, como si se la
hubiera funcionalizado para facilitar la operación de los medios del Estado administrativo
y de la economía de mercado. En este punto de vista, la ley representa el código por medio
del cual operaría el medio genuino del poder, para usar el término de Luhmann. La distin
ción entre la ley como institución y la ley como un medio, además, puede referirse al mis
mo código legal operando de dos maneras diferentes; por ejemplo, el mismo estatuto puede
ser aplicado por tribunales administrativos y también por tribunales de jurados. Por su
puesto, podríamos considerar a la total instrumentación política de la ley como su reduc
ción a un medio, pero éste seria Idéntico al medio del poder, que con el fin de operar debe
ser representado en un código que sea, *1 ya no genuinamente legal, entonces quizá moral,
histórico-fllosóflco o r*llgloso, Des»fortun«damente, hay suficientes ejemplos de cada una
de estas opciones hoy an día.
550 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL
N uestra idea de que hay alternativas en los procesos legales contem poráneos puede ser
derivada por m edios diferentes a la distinción entre la ley com o u n m edio y la ley com o una
institución. E n particular, la distinción que hace Unger entre la ley form al, sustantiva y
procesal representa un punto de vista alternativo provechoso. Parsons fue el prim ero en
ob servar la afinidad electiva en tre la ley form al y la sociedad económ ica, e n tre la ley
sustantiva y la adm inistración del Estado, y entre la ley procesal y la sociedad civil. Podría
ser m ejor de hecho tra ta r a las propias leyes form al y sustantiva, en analogía a la juridificación
liberal y del E stado benefactor, com o am bigua desde el punto de vista de la sociedad civil,
p o r d ar poder a los grupos y a los individuos a la vez que prom ueve nuevas form as de
dependencia y de ausencia de libertad. Como u n a form a de ley reflexiva, la ley procesal (es
decir, los procedim ientos aplicados a otros procedim ientos) no puede rem p lazar a los otros
tipos de ley m oderna. El m etanivel presupone niveles a los que debe ser aplicada, en este
caso de u na m anera reflexiva. Sin em bargo, el creciente uso de la ley procesal puede refor
zar la dim ensión de la ley sustantiva y form al p ara otorgar poder. Por supuesto, esto puede
verse com o reforzando la dim ensión, aspecto o aplicación de la ley com o u n a institución.
Aunque argum entarem os posteriorm ente que la ley reflexiva ayuda a in tro d u cir u n a nueva
form a de regulación posregulatoria del Estado y la econom ía, tam bién puede rep resen tar
u n a im portante defensa del m undo de la vida contra la colonización que opera a través de
los códigos legales.
92 Véase R. M. Unger, Law in Modem Society, Nueva York, Free Press, 1976, pp. 192-200;
F. Ewald, "A Concept of Social Law", y G. Teubner, "After Legal Instrum entalism ? Strategic
M odels of Post-regulatory Law", am bos en Teubner (ed.), Dilemmas o f Law in the Welfare
State. Ahora incluso Luhm ann parece estar m ás dispuesto a aceptar esta posición historicista,
señalando la politización de la ley en los estados benefactores; véase "The Self-R eproduction
of Law and Its Limits", Dilemmas o f Law in the Welfare State. No obstante, se equivoca al
considerar que el proyecto de la "ley reflexiva” es incluso m ás destructivo de las norm as
que la instrum entalización. A veces, Unger parece com eter u n erro r similar, al tra ta r a la ley
sustantiva y a la procesal de u n m odo indiferenciado, com o si am bas expresaran ra z o n a
m ientos legales conducentes a un propósito que destruyen el gobierno de la ley; véase, por
ejem plo, Law in Modem Society, op. cit., p. 195. A p e sa r de lo anterior, en o tras partes
observa correctam ente la incorporación de la form alidad en la ley procesal, que así se
convierte en un com prom iso entre la ley form al y la sustantiva; véase, p o r ejem plo, Law in
Modem Society, op. cit., p. 212.
53 Véase el cap. X.
94 De acuerdo con nuestro p u n to de vista, el neoconservatism o añade la defensa de una
sociedad civil tradicional, autoritaria, al culto neoliberal de la m agia del m ercado. R equeri
ríam os m ucho tiem po p ara determ in ar cuál de estos enfoques es viable políticam ente, en
especial porque creem os que am bos están plagados de contradicciones in tern as que tienen
que ver con el esfuerzo neoliberal p o r im aginar u n a sociedad sin integración social y el
deseo neoconservador de hacer a la tradición y a la au to rid ad com patible con u n a raciona
lidad de m ercado totalm ente autónom a. No obstante, am bos, el neoliberalism o y el neo-
conservadurism o, siguen siendo m ás viables que el rechazo fu n dam entalista tan to del E s
tado m oderno com o de la econom ía m oderna.
95 V éase A. Przew orski, Capitalism and Social Democracy, C am bridge, In g la te rra ,
C am bridge University Press, 1985. Véase tam bién Claus Offe, "Bindung, Fessel, Bremse",
en Axel H onneth et al. (eds.), Zwischenbetrachtungen im Prozess der Aufklárung, Francfort,
S uhrkam p, 1989:
No sabem os de qué instituciones políticas y económ icas consiste el socialism o; aunque
lo supiéram os, el cam ino a ellas sería desconocido; aun q u e éste fuera conocido, partes
im portantes de la población no estarían dispuestas a seguirlo; incluso aunque estuvie
ran dispuestas a seguirlo, no existiría n inguna g aran tía de que las condiciones estableci
das serían capaces de funcionar e inm unes a las regresiones; incluso si se p u diera g aran
tizar todo esto, u na gran parte de la actual tem ática politizada de los problem as sociales
seguiría sin resolverse (p. 746, n o ta 9).
96 Véase la introducción y el cap. I.
97 Véase el cap. VI sobre Foucault.
TEORÍA SOCIAL Y SOCIEDAD CIVIL 551
98 E n este respecto tenem os en m ente a Jam es O’Connor, Fiscal Crisis o f the State, Nueva
York, St. M artin’s Press, 1973; los ensayos de Claus Offe en Strukturprobleme des kapitalis-
tischen Staates, Francfort, Suhrkam p, 1982; y posteriorm ente en Contradictions o f the Welfare
State, op. cit., y H aberm as, Legitimation Crisis, op. cit.
99 Offe, Contradictions o f the Welfare State, op. cit., pp. 149-154.
100 Después de todo, aparte de la desastrosa experiencia del socialism o estatal, el E stado
benefactor ha sido la única realización institucional de algunas de las expectativas signifi
cativas de los m ovim ientos socialistas, incluso aunque evolucionara den tro de la estru ctu ra
de las econom ías capitalistas. Como un tipo de experim ento socialista, el socialism o-dem ó
crata term ina, no con los varios program as de Bad Godesberg, sino con la transición de las
estrategias expansionistas keynesianas a la adm inistración de la crisis de los estados bene
factores establecidos. Véase Przeworski, Capitalism and Social Democracy, op. cit.
!°i Véase, Jürgen H aberm as, The Philosophical Discourse o f Modemity, Cam bridge, MIT
Press, 1987, pp. 358 y ss.
102 Ibid.; véase tam bién H aberm as, "The New O bscurity”, op. cit.
103 En varias obras, Janos Kornai desarrolló el concepto de la limitación presupuestal "sua
ve”, que, a diferencia de los conceptos de "escasez" o "lim itación de recursos" puede aplicarse
a las econom ías capitalistas. Véase en particular The Economics o f Shortage (Amsterdam,
North-Holland, 1980), los ensayos “The Reproduction of Shortage”, “H ard and Soft Budget
Constraints", y "Degrees of Patem alism ", Contradictions and Dilemmas, Cambridge, MIT Press,
1986, y "A puha kóltségvetési korlát”, Tervgazdasági fórum, núm . 3, Budapest, 1986.
104 E sta lógica fue reconstruida p ara el socialism o estatal en las teorías de los ciclos de
econom istas com o T. B auer y K. A. Sós. Los ciclos de inversión bajo el socialism o de Estado
son la m ejor evidencia de la capacidad del m edio del poder p a ra co n stitu ir sistem as, puesto
que sabem os que la estructu ra de expectativas y negociación que subyace en estos ciclos es
una estru ctu ra política en que la posesión del poder, y no la eficiencia económ ica, es la que
determ ina los resultados.
105 K ornai, “A puha kóltségvetési korlát”, op. cit., pp. 11 y ss.
106 De esa m anera, algunas áreas im portantes carecen de suficiente regulación, en tanto
que otras están sobrerreguladas.
107 Offe, “Competitive Party D emocracy and the K eynesian Welfare S tate”, p. 200. Un
aspecto interesante de la concepción de K ornai es tam bién que no es sólo la intervención
estatal com o tal, sino u na estru ctu ra de expectativas de intervenciones ru tin arias, la que
debilita las lim itaciones presupuéstales y orienta las em presas a la com petencia política,
jerárquica, en vez de a la económ ica, horizontal; véase, p or ejem plo, "The R eproduction of
Shortage", op. cit., p. 14.
108 Uno debe distinguir en tre los fenóm enos relacionados de la escasez y de la inflación,
incluso aunque am bos se puedan deber a la dem anda excedente. Por lo m enos en Occiden
te, la inflación es un fenóm eno deWWBOmías lim itadas p o r la d em anda en que la demanda
excedente lleva a precios m ás altos p ara los bienes disponibles. La escasez o producción
insuficiente (shortage), en las econom ías de tipo soviético, en que hay lim itación de recur
sos [a la que no se debe igualar con la categoría económica general de la escasez (scarcity)]
representa u na situación en que los bienes no están disponibles ni siquiera a u n precio
inflacionario. P ara la distinción en tre las econom ías lim itadas p o r la d em an d a y las eco
nom ías lim itadas p o r los recursos, véase K ornai, "The R eproduction of S h o rtag e”, op. cit.
109 Véase Przeworski, Capitalism and Social Democracy, op. cit. H aberm as observa que,
por lo m enos en E uropa, los conservadores son los leales al E stado benefactor; véase “The
New O bscurity”, op. cit.
no v éase H aberm as, “The New Obscurity", op. cit.) y Arato, “Civil Society, H istory and
Socialism", op. cit., pp. 140-144.
n i Véase Arato, "Civil Society, H istory and Socialiim ".
Véase, por ejemplo, Jean L. Cohén, "Rethinking Social Movementi”, Btrktlty Journal of
Sociology, 28, 1983, pp. 97-113. Andrew Arato y Jean L. Cohan, "Soeial Movements, Civil Society
and the Problem of Sovereignty”, Praxis International, vol, 4, núm. 1, 1984, pp. 266-283.
113 Habermas, "The New Obscurity", op. c it., p. 64,
>'« Ibid. ' -------
552 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL
115 H aberm as, Philosophical Discourse o f Modemity, op. cit., pp. 363-364. El térm ino
"reflexivo” adoptado de L uhm ann, significa la aplicación de un proceso o u n a estrategia a
sí m ism o (procedim iento a p rocedim iento, decisión a decisión, etc.). V éase L u h m an n ,
"Reflexive M echanism en", Soziologische Aufklárung, vol. 1, Opladen W estdeutscher Verlag,
1970, pp. 92-112.
116 Aquí el punto no es que países com o los Estados Unidos con u n a protección m ínim a
contra las fuerzas del m ercado (que carece de un seguro universal de salud y de program as
de capacitación p ara el empleo, p o r ejem plo) deban de alguna m an era re n u n ciar a éstas,
sino m ás bien que no es necesario seguir el curso que siguieron prim ero las socialdemocracias
europeas y sólo después im ag in ar nuevas form as de d esm antelar las estru ctu ras costosas,
opresivas, burocráticas y paternalistas que se han construido en nom bre de la solidaridad.
Todavía es posible in corporar selectivam ente los logros de los estados benefactores m ás
avanzados —p o r ejem plo, su stitu ir p o r beneficios universalistas, beneficios “som etidos a
p rueba p o r los m edios” en ciertos casos.
117 H aberm as, correspondencia personal, 1986.
118 H aberm as, Philosophical Discourse o f Modemity, op. cit., p. 364. No obstante, en esta
p arte la traducción es inadecuada; véase la edición alem ana, Der philosophische Diskurs der
Modeme, Francfort, Suhrkam p, 1985, pp. 422-433.
119 Parsons parece argum en tar lo contrario; véase especialm ente Talcott P arsons y Neil
Smelser, Economy and Society, Nueva York, Free Press, 1956. Por un fugaz m om ento H aberm as
parece haber caído en esta posición; véase "The New Obscurity”, op. cit., p. 65. Así como
H aberm as afirm a que algunos de los seguidores de Luhm ann se ven obligados a p erm itir que
la teoría de la acción com unicativa vuelva a ser incluida en form a indirecta debido a proble
m as que de otra m anera resultarían insolubles, él m ism o parece experim entar en ocasiones
u n a tentación sim ilar respecto a la teoría de los sistem as autocreadores. E n este caso, sin
embargo, poco tiem po después H aberm as rechazó la idea de que un nuevo m edio de direc
ción de otro nuevo subsistem a pueda colocar a los sistem as autocreadores bajo form as
au tolim itantes de control; véase Philosophical Discourse o f Modemity, op. cit., p. 363.
120 Así, es un grave error co ntraponer la solidaridad y los derechos com o lo hace Unger
en su análisis (en otros aspectos m uy elaborado) del concepto de solidaridad (Law in Modem
Society, op. cit., pp. 206-213).
121 M ancur Olson, The Logic o f Collective Action, Cam bridge, H arv ard U niversity Press,
1973; A lbert H irschm an, Shifting Involvements, P rinceton, P rin ceto n U niversity Press,
1982, cap. V.
122 Sobre este últim o punto, véase el cap. X. Debem os decir que H aberm as ha revisado
ahora las tesis generales pesim istas de The Structural Transformation o f the Public Sphere y
retornado a su propuesta originalm ente vacilante según la cual la resurrección de la p rem i
sa em ancipadora de la esfera pública clásica en el m undo contem poráneo sólo puede ser
obra de u na pluralidad de asociaciones, intern am en te públicas en su organización y que
tienen el objetivo de reconstituir la discusión pública en todos los niveles de la sociedad. Al
d a r este paso, H aberm as coloca a su teoría de los m ovim ientos sociales sobre nuevas bases,
rem plazando a la teoría de la fragm entación (em píricam ente falsa) con una teoría de la
asociación que opera al nivel m icro de la sociedad.
123 André Gorz, Farewell to the Working Class, B oston, South E n d Press, 1982.
124 Ibid., pp. 97-100.
125 Ibid., p. 97. John Keane en Democracy and Civil Society (Londres, Verso, 1988) repite
el sesgo de Gorz respecto a la planificación estatal del cam po de la necesidad: parece iden
tificar a la propiedad nacionalizada o cuyo dueño es el E stado con la propiedad socializada,
y espera salvar a los m ercados introduciéndolos aju stad am en te en el cam po de la libertad
o de la sociedad civil ju n to con la cooperación, la reciprocidad y el trueque. E sta operación
no tom a en cuenta la idea de que los m ercados, p o r u n a parte, y las asociaciones y los
públicos p o r la otra, representan lógicas del todo diferentes y tienen relaciones diferentes
con la "necesidad". Este acto de prestidigitación produce im potencia teórica ante la asim i
lación del funcionam iento de uno al del otro, lo que lleva o al prim itivism o económ ico o a
la colonización del m undo de la vida. De lo que se tra ta no es tan to de la posibilidad o
incluso de la necesidad de la actividad m aterial coordinada por la reciprocidad, la coopera-
TEORÍA SOCIAL Y SOCIEDAD CIVIL 553
ción y la m utualidad, y relacionada con diferentes form as de p ropiedad com o los funda
m entos m ateriales de la autonom ía y de la solidaridad en la sociedad civil. No hay razón
p ara poner en duda la im portancia de la actividad “económ ica” en el sentido "sustantivo"
en que Polányi usa el térm ino, p a ra rep ro d u cir a la sociedad civil. Sin em bargo, en lo que
insistim os, y que K eane descuida, es la im p o rtan cia p a ra to d a sociedad genuin am en te
m oderna y en especial p ara la sociedad civil, de la existencia de m ecanism os económ icos
diferenciados de todas las form as de integración social —en otras palabras, de la im p o rtan
cia de la econom ía en el sentido "form al” de Polányi—. E sta dim ensión no puede ser aco
m odada en la estructura dicótom a del E stado y de la sociedad civil sin re to rn a r a las ilusio
nes de una coordinación estatista de la econom ía m oderna, las que reaparecen en Gorz.
126 Gorz, Farewell to the Working Class, p. 104.
127 Puede ser que Gorz considera a la estru ctu ra de tres partes indispensable p ara des
cribir al presente capitalista, que im plica p o r lo m enos la relativa independencia m u tu a de
la econom ía de m ercado y de la adm inistración p o r el E stado, y que él propone el modelo
de dos partes que im plica la estatización de toda la vida económ ica d iferenciada de la
sociedad civil sólo para el futuro. Incluso ese m odelo sería un testim onio de la ortodoxia
m arxista de su concepción.
128 Keane, Democracy and Civil Society, op. cit., p. 87.
129 Véase, en particular, Claus Offe, Disorganized Capitalism, Cam bridge, MIT Press, 1985,
cap. II y m.
130 No es del todo convincente que la form a presente del arreglo propuesto, que implica
ingresos garantizados, sea com patible con la existencia de algún m ercado de trabajo genui
no y que algún ajuste detallado de los diferenciales del ingreso p u ed a m a n ten er simultánea
m ente el prestigio de las form as de actividad en el segundo sector y las ventajas económicas
relativas del trabajo en el prim ero. No estam os en condiciones de evaluar la viabilidad del
m odelo general. No obstante, bajo las circunstancias actuales, apoyam os la estrategia polí
tica de red u cir el tiem po de trabajo form al, así com o las iniciativas p ara u n a evaluación
m ás am plia y u na utilización m ás extensiva p o r los dos sexos de form as de actividad coope
rativas y recíprocas, que hoy en día form an u n a esfera de actividad que corresponde mál
que nada a las m ujeres.
131 Offe, Disorganized Capitalism, op. cit., pp. 70-71.
132 Véase el cap. XI.
133 H aberm as em plea su propia estru ctu ra de u n a m anera que a veces se acerca preca
riam ente a los esquem as duales de Gorz, a los que sin em bargo rechaza en un nivel político
más concreto.
134 E n nuestra concepción, las asociaciones políticas, los p artid o s y los parlam entos
represen tan las instituciones clave de la sociedad política. Todas ellas p u ed en in co rp o rar
la dimensión de la publicidad, aunque ésta debe hacerse compatible con las dem andas de la
razón estratégica. Por lo tanto, a dire^Sbia de los públicos de la sociedad civil, los de la socie-
dád política no pueden g aran tizar una com unicación abierta, to talm ente sin restricciones y
sólo pueden lograr una relativa igualdad de acceso y participación m ediante reglas form a
les de procedim iento. A pesar de esta lim itación, el público política es u n a estru ctu ra a b ier
ta debido a su perm eabilidad a la com unicación social general. Debem os a d m itir que es
difícil aplicar la m ism a concepción a la sociedad económ ica, donde las condiciones de
publicidad y por lo tanto las posibilidades de dem ocratización están incluso m ás restringi
das. A ctualm ente nos inclinam os a d a r im portancia a la propiedad y la participación como
las categorías clave de la m ediación de la sociedad económ ica. Puede ser que el m enor
grado de participación en esta esfera se p ueda com pensar m ediante u n a p luralidad de
form as de propiedad, a través de las cuales la sociedad civil y sus instituciones podrían en
principio obtener acceso a la sociedad económ ica. De hecho, la participación de las com u
nidades, de las organizaciones no lucrativas e incluso de las agencias de bienestar social
com o dueñas de propiedad productiva, puede en principio rem p lazar a las form as de regu
lación del E stado benefactor. Además, instituciones com o la negociación colectiva, la re
presentación de los trabajadores en la» iuntatr directivas de las com pañías y los procedi
m ientos de quejas son todas parte d»la>oetedad económica".
139 Teubner, "After Legal Inatrurnenfalism?", op. cit., p. 315.
554 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL
136 G. Teubner, "C orporate Fiduciary Duties and their Beneficiaries", en K. J. H opt y G.
T eubner (eds.), Corporate Govemance and Directors Liabilities, Berlín, de Gruyter, 1985,
p. 162; "After Legal Instrum entalism ?”, op. cit., pp. 315-316.
137 G. Teubner, “Substantive and Reflexive Elem ents in M odera Law”, Law and Society
Review, vol. 17, núm . 2, 1983, p. 272; "After Legal Instrum entalism ?", op. cit., p. 312.
138 TCA, op. cit., vol. 2, p. 371; Teubner, "After Legal Instrum entalism ?", op. cit., p. 317.
139 Teubner, "Substantive and Reflexive E lem ents in M odera Law”, op. cit., p. 275.
149 Ibid., pp. 257, 267 y 275.
141 Teubner, “After Legal Instrum entalism ?”, op. cit., p. 317. Tam bién m enciona ejem
plos desarrollados en diferente grado, en la ley sobre la propiedad (Ibid., p. 317), la ley
contractual ("Substantive and Reflexive Elem ents in M odera Law”, op. cit., p. 256), y en la
ley de sociedades anónim as (“C orporate Fiduciary Duties and th eir B eneficiaries”, op. cit.,
pp. 166 y ss).
142 Teubner, "Substantive and Reflexive E lem ents in M odera Law”, op. cit., p. 278.
143 Ibid., pp. 272-273.
144 Teubner, "C orporate Fiduciary Duties and th eir Beneficiaries”, op. cit., p. 165.
145 Teubner, "After Legal Instrum entalism ?", op. cit., pp. 316-317.
146 Ibid., p. 316.
147 Teubner, "C orporate Fiduciary Duties and th eir B eneficiaries”, op. cit., p. 159.
148 Teubner, “Substantive and Reflexive Elem ents in M odera Law”, op. cit., p. 273.
149 H. Willke, "Three Types of Legal Structure: The Conditional, the Purposive and the Rela-
tional Program ”, en Teubner (ed.), Dilemmas ofLaw in the Welfare State, op. cit., pp. 290-291.
150 Aquí no nos interesa que el ejem plo em pírico de Willke —la Konzertierte Aktion (Ac
ción C oncertada) neocorporativa establecida p o r los socialdem ócratas de la gran coalición
en 1967— sea fundam entalm ente un discurso no público que no estaba ab ierto a la p artici
pación de todos los intereses afectados centralm ente. E sta debilidad puede originarse en la
concepción general de Willke. En la m edida en que le es difícil conceptualizar las implican
ciones constitucionales de la parte de su análisis que se basa en el m odelo discursivo, retro
cede hacia u n discurso que parece desem peñar un papel coordinador en el contexto elegi
do, el de la negociación entre el gobierno, los trabajadores y los negocios. Sin em bargo, la
elección neocorporativa no ayuda en el segundo problem a; el establecim iento legítim o de
m etas y finalidades para todos los subsistem as relevantes.
151 Para L uhm ann puede ser m enos difícil tra ta r con este problem a, debido a que su
p ropuesta de un a autoform ación restablecida es m enos intrusiva, m enos intervencionista.
Sólo argum enta p o r la autorregulación p er se y no p o r la regulación indirecta de la autorre-,
gulación. Es la idea residual de la regulación norm ativa la que deja expuesto a T eubner a la
pregunta: ¿cuál es la fuente de esta regulación com ún? y ¿de qué m an era puede reconciliáis
se al hecho de tener esa fuente com ún con la autorregulación?
152 H aberm as, Philosophical Discourse o f Modemity, op. cit., pp. 364-365.
153 Véase Talcott Parsons, "On the Concept of Political Pow er” y "On the Concept o£
Influence", Politics and Social Structure, pp. 363 y ss, 410-418 y 432-436.
134 TCA, op. cit., vol. 2, pp. 182 y ss y 278-282.
155 Parsons, "On the C oncept of Influence", op. cit., pp. 416-418.
156 E studiarem os la naturaleza de los procesos discursivos societales que pueden ser
im portantes para la dirección en los cap. X y XI. ¡
157 Véase M. González (P. Piccone), “Exorcising Perestroika", Telas, núm . 81, otoño de 1989,
158 Alain Touraine, The Voice and the Eye, Cam bridge, Inglaterra, C am bridge University
Press, 1981, cap. V y VI.
159 Sólo una Alem ania oriental totalm ente incorporada a O ccidente podría orientara*
plenam ente en dirección de la dem ocracia elitista sin perd er legitim idad. De aq u í la deca
dencia del Neues Forum , u n a organización que obviam ente pertenece a la sociedad civil.
E n otros países, organizaciones constituidas de m an era sim ilar han seguido siendo impor-
tantes, pues se orientaron en form a m ás decidida que el Neues Forum en dirección de la
sociedad política.
160 É sta es la tarea que se les p resenta a todos los actores políticos y, según Hannah
Arendt, constituye parte de u n pouvoir constituant.
TEORÍA SOCIAL Y SOCIEDAD CIVIL 555
161 E n esta m edida, estam os de acuerdo con el p rogram a "liberal conservador” de Janos
K om ai —com o lo expresa, p o r ejem plo, en Road to a Free Economy, Nueva York, N orton,
1990— incluso si nos es difícil enten d er la razón p o r la que propone d ejar al secto r de
propiedad estatal en su form a actual (excepto p o r un a m uy poco p robable reducción de sus
apoyos y subsidios presupuéstales). Quizás él considera que las otras soluciones sugeridas,
en ausencia de com pradores privados legítimos y de "capital de operación” (com o los esque
m as de propiedad de los trabajadores o de distribución de acciones públicas), son sim ple
m ente nuevas encarnaciones de las ilusiones de un socialism o de m ercado que co n d u cirá a
la burocratización inform al en form as legítimas. Así, en su opinión, no sería tan probable
que estos esquem as condujeran a reducciones de los subsidios al "sector b u ro crático ”, com o
los actuales acuerdos, ya desacreditados. Según nosotros, lo con trario es lo cierto en el
contexto de las actuales redes inform ales "clientelistas”, a las que los antig u o s gerentes
tienen acceso en tanto que los consejos de trabajadores o los ciudadanos p ropietarios no.
162 Llega tan lejos que se opone incluso a todo im puesto sobre la ren ta significativo para
los em presarios actuales, a p esar de la ab u n d an te evidencia en O ccidente de que esa políti
ca no prom ueve necesariam ente ni los ahorros ni la inversión.
X. LOS MOVIMIENTOS SOCIALES
Y LA SOCIEDAD CIVIL
N u e v o s p a r a d ig m a s t e ó r i c o s
Y MOVIMIENTOS SOCIALES CONTEMPORÁNEOS
E l p a r a d ig m a d e l a m o v i l i z a c i ó n d e r e c u r s o s
nes organizadas formalmente. El nuevo lugar del pbder y las nuevas es
tructuras de la vida diaria promovieron la selección de un nuevo reperto
rio de acción y la emergencia de nuevas formas asociativas. El conflicto
social tomó cada vez más la forma de luchas proactivas, ofensivas, por la
inclusión en las estructuras que controlan los recursos a nivel nacional.
Finalmente, pero no menos importante, el desarrollo de la política electo
ral de masas creó un ambiente favorable a la asociación voluntaria y a la
movilización a gran escala.
En realidad, Tilly argumenta que el aumento de la im portancia de las
elecciones y el principio de la participación popular en la política nacio
nal promovió la difusión de la manifestación como una form a clave de
acción colectiva, porque suponía una cubierta legal que podía extenderse
a más y más grupos y tipos de reuniones. "El otorgamiento de legalidad a
una asociación electoral o asamblea electoral proporciona una base para
la legalidad de asociaciones y asambleas que no son del todo electorales,
no sólo electorales, o no electorales por el m omento,”16 Los derechos de
organizarse, reclutar, hablar en público, de celebrar asambleas, de solici
tar, de hacer algo público y de manifestarse (los componentes institucio
nales clave de la sociedad civil moderna) son, por supuesto, esenciales
para un sistema m ultipartidista que operan en un contexto de sufragio
universal. La presencia de élites con un fuerte interés en una definición
amplia de la actividad política aceptable, hace difícil para los gobiernos,
con el transcurso del tiempo, dejar fuera de estos derechos a otros actores
sociales. Así, la política electoral ofrece un incentivo a los actores sociales
para seleccionar la manifestación, la reunión pública y la huelga como
modos de la acción colectiva, puesto que "los grupos que por lo general
tienen más éxito son los que pueden producir el mayor número, com pro
miso y articulación de las dem andas”.17
Esto significa que la soci&deté civil se ha convertido en el terreno indis
pensable en el que se reúnen, organizan y movilizan los actores sociales,
pese a que sus objetivos sean la economía y el Estado. Por lo tanto, la obra
de Tilly se opone a las conclusiones de Foucault, qué sostiene que todos
los medios para lograr una solidaridad autónoma, efectiva, han sido abo
lidos por las técnicas "individualizadoras” y “normalizadoras" que han
traído consigo las formas m odernas de poder. Tilly m uestra que las solida
ridades comunales de los famosos cuerpos intermediarios del antiguo ré
gimen, junto con los sitios y tipos de reuniones polémicas propias de las
estructuras de la vida diaria en las condiciones “prem odem as” (siglo XVlll)
eventualmente desaparecieron. Pero lo que él afirma es que fueron rem
plazadas por nuevas formas de solidaridad, de asociación, de recursos de
poder y de modos de conflicto en el terreno de la sociedad civil moderna.
¡De hecho, Tilly considera estas formas de organización y protesta como
566 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL
—los medios de la acción han seguido siendo los mismos—. Pero ¿tienen
el mismo significado? ¿Son las manifestaciones, las reuniones, etc., de los
nuevos movimientos realmente nada más proactivas y ofensivas? Está
claro que en el caso de las nuevas dimensiones de los movimientos femi
nista, homosexual, ecológico, pacifista y favorables a la autonom ía local,
esto no es así. Y el mismo Tilly ha argumentado que ninguna acción es en
sí misma proactiva o reactiva, ofensiva o defensiva. En realidad, los movi
mientos contemporáneos combinan las características de los dos tipos
principales de Tilly. Son frecuentemente defensivos y reactivos, pero no
protegen a comunidades tradicionales preexistentes de las penetraciones
del exterior. Más bien, defienden espacios para la creación de nuevas
identidades y solidaridades y buscan hacer a las relaciones dentro de las
instituciones de la sociedad civil más igualitarias y democráticas. Aunque
están organizadas asociativamente las asociaciones son tratadas no como
grupos de interés sino como fines en sí mismos. Tampoco se construye a
los espacios públicos ampliados, a las esferas contrapúblicas literarias y
basadas en los medios, a las formas de la resolución discursiva de los
conflictos y a la participación democrática sólo como medios con el fin de
obtener mayores beneficios materiales o la inclusión como grupo de inte
rés para el acceso y ejercicio del poder. Finalmente, los nuevos movimien
tos también tienen un lado "ofensivo", no sólo en el sentido de luchas por
la inclusión y el poder en el sistema de organización político, sino en la
medida en que suponen esfuerzos para influir en los actores de la socie
dad política para que tomen decisiones políticas e inicien reformas ade
cuadas a las nuevas identidades colectivas.
Muchos teóricos de la movilización de recursos han reconocido los as
pectos únicos de los movimientos contemporáneos. De hecho, el paradig
ma fue elaborado inicialmente por los teóricos comprometidos o afectados
directamente por la Nueva Izquierda. Estos teóricos trataron explícita
mente las innovaciones en las organizaciones, procesos de movilización,
estrategias y objetivos de los movimientos de la década de 1960 y princi
pios de la de 1970.20 Según uno de los análisis más significativos, estos
movimientos eran nuevos precisamente en la medida en que los moviliza
ban "Organizaciones profesionales de Movimientos Sociales", OMS (SMO,
por sus siglas en inglés) (líderes externos en vez de nativos), que cuidado
samente calculaban y dirigían la acción colectiva con el propósito de que
obtuviera la cobertura de los medios de comunicación y la simpatía públi
ca hacia su objetivo con la finalidad de influir de esa m anera sobre la
conciencia de los integrantes de las élites para que proporcionaran finan-
ciamiento y defensa que pudiera resultar en la profesionalización adicio
nal (burocratización) del descontento social y éxito en el sentido de ase
gurar la representación de los insuficientemente representados por medio
LOS MOVIMIENTOS SOCIALES Y LA SOCIEDAD CIVIL 569
vencer a otros de la justicia de su causa.23 De hecho, una vez que las OMS
profesionales se convirtieron en las más importantes, como ocurrió en la
década de 1980, se inició (aunque ellas no lo causaron, en lo que estamos
de acuerdo con Piven y Cloward) la decadencia del ciclo de protestas y del
carácter de movimiento de la acción cqlectiva. Así, hemos confirmado
nuestra tesis de que las asociaciones autónomas, voluntarias y nativas
^dentro de la sociedad civil que usan y amplían el discurso público y los
yv'*' gspacios públicos para el discurso son la differentia specifica de los movi-
mientos sociales contemporáneos.
Incluso cuando el "éxito" es definido en los términos usuales de la teo
ría de la movilización de recursos como la inclusión política de grupos
anteriormente excluidos o como beneficios materiales mayores, sería impo
sible entender el éxito del movimiento de los derechos civiles si se confun
diera la influencia con el poder y si los blancos de la influencia se reduje
ran a patrocinadores potenciales o adversarios políticos. Las ocupaciones
de locales, los boicoteos y las marchas por la libertad tenían el propósi
to de influir en la opinión pública y por lo tanto en las cortes (federales y
Suprema) para que hicieran cumplir las leyes federales e invalidaran, por
inconstitucionales, disposiciones locales que institucionalizaban la segrega
ción. Fue la influencia, no el dinero o el poder, lo que estaba operando
aquí. Ciertamente, la estrategia de la influencia también estaba dirigida a
persuadir a las élites políticas en el Congreso para que aprobaran la legisla
ción. En el contexto de una “estructura de oportunidad política” favora
ble, estas estrategias orientadas a la influencia de la acción colectiva lleva
ron a las leyes de derechos civiles de 1964 a 1965 y a la institucionalización
de significativos éxitos durante los primeros años de la década de 1970.24
Todos éstos fueron éxitos de la organización nativa y de un movimiento
de masas.25
El patrocinio y la profesionalización de hecho ocurrieron en los movi
mientos de derechos civiles y de otro tipo, pero este proceso no inició,
controló, tranquilizó o cooptó a los movimientos. Más bien, desempeña
ron un papel importante en lo que ocurrió después de sus victorias. "Como
lo han demostrado los movimientos feministas y ecologistas, el litigio, la
supervisión muy de cerca de las agencias gubernamentales y el cabildeo
profesionalizado pueden ser muy efectivos si van acompañados de un
movimiento nativo y si hay una base claramente legal y administrativa
para su realización.”26 Además, la disminución de los movimientos no
se debió a la cooptación o a la profesionalización, como algunos críticos
de McCarthy y Zald han afirmado, sino a los éxitos de los movimientos
y a sus lógicas internas de desarrollo, ninguno de los cuales suponía la
transformación de los objetivos y tácticas a cambio de la incorporación
política.27
LOS MOVIMIENTOS SOCIALES Y LA SOCIEDAD CIVIL 571
A pesar de todo, con estos límites en mente sería posible aplicar algu
nos de los conceptos centrales del enfoque de la movilización de recursos
a los movimientos contemporáneos. En el espíritu de la obra de Tilly, pode
mos preguntar si se está conformando un nuevo repertorio de acción para
el siglo XX. Podríam os intentar correlacionar cam bios en las formas
organizativa, objetivos y tácticas de la acción colectiva (los intereses de
la movilización de recursos internos) con los cambios en el locus y en la
tecnología del poder. Los recursos y la oportunidad política (temas "exter
nos” del modelo del sistema de organización política), alteraciones en las
relaciones entre el Estado, la economía y la sociedad, y transformaciones
en las experiencias y estructuras de la vida diaria. En otras palabras, los
elementos abstractos del enfoque de la movilización de recursos pueden
usarse para desarrollar una explicación teórica de los cambios reconoci
dos por todos en los aspectos de las acciones colectivas contemporáneas.
El mismo Tilly acepta la legitimidad de esa investigación.29
Sin embargo, esta investigación debe trascender la lim itada estructura
y el enfoque de la teoría de la movilización de recursos. Los actores colec
tivos contemporáneos luchan conscientemente por el poder, para cons
truir nuevas identidades, para crear espacios democráticos tanto dentro
de la sociedad civil como del sistema de organización política para la
acción social autónom a y para reinterpretar las norm as y reconform ar las
instituciones. Por lo tanto, el teórico debe ver la sociedad civil a la vez
como el objetivo y el terreno de la acción colectiva, observar los procesos
por los que los actores colectivos crean identidades y solidaridades que de
fienden, evaluar las relaciones entre los adversarios sociales y lo que está
en juego en sus conflictos, analizar la política de la influencia ejercida
por los actores de la sociedad civil sobre los de la sociedad política, y ana
lizar los desarrollos estructurales y culturales que contribuyen a una m a
yor autorreflexión de los actores.
E l p a r a d ig m a d e l o s n u e v o s m o v i m i e n t o s s o c i a l e s
"posmarxistas" argum entan que las teorías que subrayan la prim acía de
las contradicciones estructurales, de las clases económicas y de las crisis
en la determinación de la identidad colectiva no son adecuadas para en
tender los actores colectivos contemporáneos. También afirm an que uno
no puede sentirse satisfecho con la aplicación de modelos neoutilitaristas,
de actores racionales, al conflicto contemporáneo (en la forma en que lo
hace la teoría de la movilización de recursos) porque la acción colectiva
no está limitada a los intercambios, negociaciones y cálculos estratégicos
políticos entre los adversarios. Hoy en día, los actores colectivos se con
centran principalmente en temas relacionados con las norm as sociales y
con la identidad colectiva. Esto significa que la lógica de la interacción
colectiva lleva a algo más que la racionalidad estratégica o instrum ental.
Sin embargo, sería equivocado suponer que se ha formado un nuevo
paradigma en tom o a un modelo de identidad puro como el propuesto por
Pizzorno.30 En realidad, este modelo tiene graves dificultades y ha sido
criticado en un enfoque teórico más complejo articulado por Alain Touraine
y su escuela.31
Touraine define a los movimientos sociales como interacciones orienta
das normativamente entre adversarios con interpretaciones en conflicto y
modelos societales opuestos de un campo cultural com partido.32 No obs
tante, rechaza explícitamente un análisis puram ente orientado a la identi
dad de los movimientos sociales, argumentando que estos análisis tienden
a reproducir la autocomprensión ideológica de los actores o a caer en una
explicación sociopsicológica de la interacción a costa de un auténtico análi
sis sociológico de la lucha. Esto es especialmente riesgoso en el caso de
actores colectivos contemporáneos. Sus búsquedas de identidad personal
y comunal, su defensa de la acción expresiva y no de la estratégica y el
centro de su atención en la participación directa implican una tendencia
a "retirarse a la autonomía" a^Sbandonar el campo de la lucha sociopolítica
y volverse hacia sí mismos a la m anera de los grupos comunitarios o secta
rios—. Así, un enfoque exclusivamente teórico en la creación de la identi
dad sólo sería paralelo a la tendencia de algunos actores contemporáneos
a construir sus propias representaciones ideológicas de las relaciones socia
les (directas, democráticas, comunales) como un principio organizador
utópico para toda la sociedad y a igualar su desarrollo expresivo de la
identidad con los intereses culturales de la lucha. Aunque Touraine afir
ma que la orientación cultural no puede ser separada del conflicto social,
insiste en la objetividad de un campo cultural común compartido por los
oponentes. Los varios potenciales institucionalts del campo cultural com
partido, y no simplemente la identidad definida de un grupo en particular,
comprenden lo que está en juego en la lucha. Loe actores y analistas que
se centran exclusivamente en el análisis de la dinámica de la formación
574 LA R E C O N S T R U C C IÓ N D E LA S O C IE D A D C IV IL
Pero como hemos tenido el privilegio de haber vivido varios siglos en socieda
des cada vez más civiles, ¿no es nuestro deber buscar la gran alianza entre la lu
cha liberadora contra el Estado y un conflicto social que busca impedir que la
misma se realice únicamente en beneficio de los líderes de la sociedad civil?44
cha por am pliar el campo de la actividad política y dem ocratizar los espa
cios públicos existentes y nuevos a costa del control del Estado y del modelo
tecnocrático de la sociedad. Tanto las reacciones defensivas al cambio
permanente como las luchas ofensivas contra los proyectos tecnocráticos
por m onopolizar y reprivatizar el contrpl de las instituciones sociales y la
innovación cultural son elementos de la acción colectiva contemporánea.
No obstante, la distinción entre los ejes sincrónico y diacrónico de la ac
ción sí tiene una im portante desventaja: le impide ver a Touraine una im
portante dimensión de la acción colectiva, esto es, las luchas por parte de
los actores sociales para asegurar la influencia de las instituciones democrá
ticas en y a través de todo el sistema político y de la economía. Sin esta
dimensión, la sociedad civil sigue siendo vulnerable al poder económico y
político, y el foco de la acción colectiva se reduciría a una sola dimensión.
La estructura teórica de Touraine no es lo suficientemente compleja como
para permitirle construir un modelo que integre las mejores partes de la
teoría de la movilización de los recursos.
Además, aunque Touraine ofrece una sociología de la acción de los nue
vos rasgos de los movimientos contemporáneos, no desarrolla una teoría
del tipo de acción que presupone la tesis de una mayor autorreflexión,
Por supuesto, sí analiza los procesos de comunicación en que participan
los actores colectivos contemporáneos a medida que articulan nuevas
identidades y proyectos societales. Pero una autorreflexión teórica de la
acción comunicativa del tipo ofrecido por Habermas puede articular lo est
pecífico de estos procesos, indicar sus límites y abrir el camino a la compren
sión de las relaciones entre todos los tipos de acciones en los conflictos
colectivos. Debido a que este nivel de análisis le falta a su teoría, Tourai
ne comete la equivocación de excluir a la interacción estratégica del con
cepto de un movimiento social y de su vaga imagen de la sociedad ci
vil. Acierta al afirm ar que un enfoque unilateral sobre la estrategia omite
las dimensiones sociales y las orientadas a las normas de las luchas con
temporáneas que son centrales para la emergencia de nuevas identida
des colectivas. Pero se equivoca al restringir la interacción estratégica a
los niveles inferiores del conflicto o al eje diacrónico del cambio porque,
como lo dem uestra claramente la teoría de la movilización de recursos,
tanto los movim ientos sociales como la sociedad civil suponen una
interacción estratégica.
La reciente reformulación, por parte de Habermas, de la teoría de U
acción comunicativa nos permite ver la m anera en que el paradigm a de
la acción colectiva antes discutido puede ser complementario. Su tipología
de la acción corresponde muy bien a las varias lógicas de la acción colecti
va.49 El concepto de "acción teleológica” presupone un actor que elige re
cursos alternativos de acción (medios) con vistas a obtener un fin. Esto
L O S M O V IM IE N T O S S O C IA L E S Y LA S O C IE D A D C IV IL 583
acción colectiva con exclusión de las demás. Sobre la base de este análi
sis, tam bién es posible ver que los movimientos pueden luchar sim ultá
neamente por la defensa y la democratización de la sociedad civil y por la
inclusión dentro de la sociedad política así como por la expansión de esta
última.
Mientras que el análisis de los tipos de acción puede incluir a las varias
lógicas de la actividad colectiva, no puede ni explicar una configuración
particular dentro de un determinado movimiento, ni u n irlo s tipos en una
estructura teórica coherente. Para esto, se debe recurrir a un análisis de la
sociedad civil. La obra de Touraine señala la dirección correcta, pero él no
ofrece una teoría de la sociedad civil. En cambio, hace uso de la categoría
sin explicar su articulación interna. Tampoco explica qué mecanismos
conectan a las varias esferas entre sí con el Estado y la economía. En con
secuencia, la lógica dual de los movimientos contemporáneos se repre
senta erróneam ente como alternativas que son dirigidas únicam ente a la
sociedad civil. El enfoque de la movilización de los recursos adolece de lo
contrario, al poner énfasis sólo en las estrategias dirigidas a las estructu
ras políticas y económicas. Los paradigmas en competencia del estudio
de los movimientos sociales nos dejan así con una elección insatisfacto
ria: o uno interpreta a los movimientos en términos de la lógica estratégi
ca de la organización —supuesta en la presión sobre las "grandes estruc
turas" del Estado y de la economía—, o uno opta por poner énfasis en los
modelos de identidad, de normas y de cultura, y en las formas asociativas
articuladas por los propios actores más innovadores, cuyo blanco son las
instituciones de la sociedad civil. Lo que necesitamos es una estructura
teórica que pueda dar cabida a ambos enfoques y explicar la lógica dual
de los movimientos contemporáneos.
Son justo estos papeles los que son blanco de la protesta. La práctica alternati
va es dirigida contra la [...] movilización dependiente del mercado del poder de
la mano de obra, contra la extensión de las presiones de la competencia y del
desempeño hasta los niveles básicos de la escuela primaria. También se dirige con
tra la monetarización de los servicios, de las relaciones y del tiempo, contra la
redefinición consumista de las esferas privadas de la vida y de los estilos de vi
da personales. Además, la relación de los clientes con las agencias de servicios
públicos debe abrirse y reorganizarse de un modo participativo[...] Finalmen
te, ciertas formas de protesta niegan las definiciones del papel del ciudadano .51
U n a c r ít ic a f e m i n i s t a d e l a t e o r í a s o c i a l d u a l
tículo más comprehensivo sobre el tema, Nancy Fraser argum enta que,
lejos de facilitar una comprensión del feminismo, la teoría social dual de
Habermas —y en especial su distinción entre sistema y mundo de la vida—,
no sólo “es insensible al género" sino también, "en im portantes respec
tos, androcéntrica e ideológica”.64 Fraser propone una crítica mucho más
radical de la teoría social dual que la que nosotros hemos bosquejado an
tes. Como su crítica está dirigida al propio aparato conceptual de la teoría
social dual del que nos hemos apropiado y revisado, la consideraremos
con cierto detalle. Comprende cinco afirmaciones clave:
L a POLÍTICA DUAL: EL e je m p l o d e l m o v im ie n t o f e m in is t a
alteraron el universo del discurso político: "por prim era vez, las mujeres
solas y afuera de una estructura de referencia familiar se convirtieron en su
jeto del discurso político [...] el nuevo discurso sobre la reforma del abor
to llegó a simbolizar nada menos que un cambio en el status de las muje
res y en su relación con su propio cuerpo y el Estado".140 Este discurso
implicó una concepción de las mujeres como autónomas y como un géne
ro (es decir, con su propia situación específica), y como diferentes y no
obstante merecedoras de una preocupación y respeto iguales.141 Por esto
es que el tema del aborto no puede ser construido en términos de la polí
tica de inclusión, siguiendo las líneas de los "movimientos burgueses de
em ancipación” que introducen a los excluidos en el sistema de organiza
ción política o en la economía, en términos iguales. Más bien, es una cues
tión vinculada a la "nueva” dimensión del movimiento feminista, porque
presenta un desafío fundamental a las identidades tradicionales de los
géneros, a las concepciones tradicionales de la familia, al poder patriarcal
y a la concepción estándar liberal de las esferas pública y privada de la
sociedad civil. Es un ejemplo paradigmático de la lógica dual del movi
miento feminista.
L a so c ie d a d c iv il y la po l ít ic a d u a l : u n r e s u m e n TEÓRICO
que el criterio para el éxito en sí necesita ser redefinido. Por ejemplo, los
logros y la continuidad de los movimientos de la clase trabajadora se han
debido en parte a su habilidad para com binar intereses culturales y políti
cos.149 Lo reciente de los nuevos movimientos en este respecto se encuen
tra, no tanto en su carácter dual, como en su más enfática tematización
de este dualismo. Así, su negativa a instrumentalizar la política cultural y la
construcción de identidad en aras de un éxito político concebido en forma
muy limitada, no debe ser representada simplemente como una renuen
cia fundamentalista a aprender. Más bien, uno puede interpretar la resis
tencia a la "autorracionalización” por parte de muchos actores colectivos
contemporáneos, como un resultado de la percepción de un rango de pro
blemas propios de la sociedad civil contemporánea que no puede ser rectifi
cado por medios políticos "normales”. Si los instrumentos convencionales
de la intervención del gobierno no son adecuados para los problemas que
surgen en áreas como el género y las relaciones familiares, la socialización
y las prácticas de la educación y la biotecnología, entonces la acción colec
tiva autónom a que se concentra en el fortalecimiento de la conciencia, de
la autoayuda y de la creación de poder local sí implican aprendizaje des
pués de todo. En las áreas donde las identidades, los significados convencio
nales, las normas institucionalizadas, los patrones de consumo del estilo
de vida y las prácticas de socialización deben ser modificadas para produ
cir soluciones a los problemas sociales, se requiere el aprendizaje siguiendo
las líneas de la dimensión moral-práctica. Una política autorreflexiva de la
identidad encuentra aquí un lugar adecuado.150
El segundo error tiene que ver con cierta pobreza en la concepción
política del modelo. El modelo de las etapas añade la política de la identi
dad a la política de la inclusión y de la reforma articulada por la perspecti
va de la movilización de recursos, aunque como una etapa transitoria. Si
los dos principales terrenosT^wa la política de movimientos son la socie-
dád civil y la política, entonces las políticas de identidad y de inclusión
pueden entenderse análogamente, pues describen la emergencia de los acto
res en cada dominio. Las políticas de identidad constituyen los actores de
la sociedad civil; las políticas de inclusión, después de las transform acio
nes necesarias en la organización y en la orientación de estos actores, los
establece como miembros de la sociedad política. Finalmente, la política
de reforma implica la actividad estratégica de organizaciones y partidos
políticos en la generación de la política del Estado. Lo que falta es una con
cepción de la relación entre los actores colectivos de sociedad civil y los de
la sociedad política. Esto sucede así porque en el modelo de las etapas la
primera desaparece efectivamente al emerger la última. Se supone que la so
ciedad civil (a diferencia de la sociedad política) sólo puede actuar sobre sí
misma. Siguiendo loe paeoe de la teoría de la élite de la democracia, el mo-
620 LA R E C O N S T R U C C IÓ N D E LA S O C IE D A D C IV IL
délo rompe así el vínculo entre la sociedad civil y la política, entre los ac
tores civiles y los políticos. No hay lugar para una política de la influencia
por actores colectivos en la sociedad civil dirigida a los que se encuentran
en la sociedad política. Pero así como la sociedad política es capaz de ac
tuar sobre la adm inistración del Estado, Jos actores de la sociedad civil
son capaces de influir en el discurso y en los actores de la sociedad políti
ca. Esta política de influencia, para la que existe una gran cantidad de evi
dencia empírica (como lo hemos mostrado en el caso del movimiento de
las mujeres) es el elemento clave que falta en la mayoría de los paradig
mas usados para estudiar a los movimientos sociales actualmente.
Con esta concepción en mente, podemos volver al dilema de Michels
que el modelo de las etapas convierte en su paradigm a positivo. Para nos
otros, la transformación sin rastro de los movimientos en partidos políti
cos burocráticos o en grupos de cabildeo, sigue siendo un modelo negati
vo y evitable. Reconocemos la tendencia de los movimientos a reproducir
las estructuras organizativas determinadas por el poder y el dinero en el
momento en que intentan actuar directamente sobre los subsistemas de
la administración estatal y de la economía de mercado. Creemos que la for
ma de movimiento no puede sobrevivir a su salida de los límites del mundo
de la vida. Los movimientos no pueden influir a las estructuras coordinadas
por medios diferentes de la interacción normativa o comunicativa sin su
cum bir a la presión de la autoinstrumentalización. En esto, la distinción
sistema/mundo de la vida continúa proporcionando límites que no pueden
ser ignorados por los activistas de los movimientos si quieren ser efectivos.
La autoburocratización no sigue a la política de la influencia. Ninguna
“ley de hierro de la oligarquía" está vinculada con la actividad de los mo
vimientos dirigida a las estructuras interm ediarias de la sociedad política
o a las formas de la esfera pública que existen en este nivel. Nuestra res
puesta al dilema de Michels es indicar la duplicación potencial y real de
los actores en la sociedad civil y en la política, y la posibilidad de un nue
vo tipo de relación entre ellos. Reconocemos las tensiones entre las aso
ciaciones de base en el mundo de la vida que tienen como su blanco a la
sociedad civil y las organizaciones capaces de afectar estratégicamente al
Estado y a los sistemas económicos, pero sólo al costo de la burocratización
(penetración por el medio de poder). No obstante, creemos que un mayor
nivel de autorreflexión, arraigada en un diálogo entre la teoría y sus
interlocutores en los movimientos, tiene la posibilidad de dism inuir estos
antagonismos. El programa de la democracia radical autolim itada impli
ca una crítica del fundamentalismo democrático —característico de los
actores colectivos basados en la sociedad civil— y una crítica del elitismo
democrático característico de aquellos basados en la sociedad política.
Sin embargo, esta crítica teórica sería impotente a menos que los actores
L O S M O V IM IE N T O S S O C IA L E S Y LA S O C IE D A D C IV IL 621
civiles avanzaran hacia una política capaz de influir á los actores políti
cos en vez de replegarse en el otro lado del fundamentalismo, que es la
pasividad.
Finalmente, nuestra concepción dual ofrece un criterio para el éxito de
los movimientos que difiere del de los fundamentalistas de los movimien
tos y de los profesionales políticos. Consideramos muy deseable el desa
rrollo de actores autorreflexivos y autolimitados, capaces de influir en la
discusión política, como lo son los partidos políticos que m antienen un
alto grado de apertura a la sociedad civil sin abandonar los prerrequisitos
de la acción estratégica efectiva. Esto se deriva autom áticam ente de nues
tro argumento. Pero las nociones del éxito en la sociedad civil y en la
sociedad política no deben asimilarse las unas a las otras. En la sociedad
política, el automantenimiento organizativo es un desiderátum; en la so
ciedad civil, no lo es, y si se le presta m ucha atención puede ocurrir una
transgresión del límite entre el sistema y el mundo de la vida.
El éxito de los movimientos sociales al nivel de la sociedad civil debe
ser concebido, no en términos del logro de ciertas metas sustantivas o de
la perpetuación del movimiento, sino más bien en térm inos de la demo
cratización de los valores, normas e instituciones que en últim a instancia
están arraigados en una cultura política. Ese desarrollo no puede perenni
zar a una organización o movimiento determinados, pero sí puede asegu
rar a la forma del movimiento como un componente normal de socieda
des civiles autodemocratizadoras. Por ejemplo, si parte del logro de los
movimientos es la institucionalización de los derechos, entonces el fin de
un movimiento social —ya sea a causa de su transform ación organizativa
o de su absorción en las nuevas identidades culturales creadas—, no sig
nifica que se termine el contexto de la generación y constitución de movi
mientos sociales. Los derechos obtenidos por los movimientos estabilizan
los límites entre el mundo d^sfepvida, el Estado y la economía; pero tam
bién son un reflejo de las identidades colectivas recientemente adquiri
das, y constituyen la condición que hace posible la emergencia de nuevos
acuerdos institucionales, asociaciones, asambleas y movimientos. Los
derechos clásicos obtenidos por las revoluciones democráticas y los mo
vimientos de los trabajadores ya han funcionado de esta m anera ante los
movimientos de derechos civiles y de otro tipo. Los teóricos aún no han
formulado los nuevos derechos adecuados para desafiar al Estado y a la
economía que presentan los movimientos contemporáneos. Actualmente,
los dos modelos de derechos prevalecientes —uno vinculado con la posi
ción preeminente de los derechos de la propiedad, y el otro estructurado
en torno a ún modelo de beneficios asegurados por el Estado— han mos
trado su lado oculto.111 No obstante, los derechos institucionalizados son
u lu vez importantes puntos de apoyo y catalizadores (precisamente debi-
622 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL
NOTAS
1 Véase Jean L. Cohén, "Rethinking Social M ovem ents”, Berkeley Journal o f Sociology,
28, 1983, pp. 97-113; Andrew Arato y Jean L. Cohén, "The G erm án Green Party”, Dissent,
verano de 1984, pp. 327-333; Andrew Arato y Jean L. Cohén, “Social M ovem ents, Civil
Society and the Problem of Sovereignty”, Praxis International, 4, octubre de 1984, pp. 266-
283; y Jean L. Cohén, "Strategy or Identity: New Theoretical P aradigm s and C ontem porary
Social Movements", Social Research, vol. 52, núm . 4, invierno de 1985, pp. 663-716.
Hay m uchas otras clases de movimientos contem poráneos. Algunos, com o los de la de
recha religiosa y el movimiento del derecho a la vida, hablan en nom bre de la autonom ía de la
sociedad civil a la vez que defienden un m undo de vida tradicionalista contra su modernización
adicional. Los movimientos inspirados p or la ideología neoconservadora buscan defender a
la econom ía (los derechos de propiedad) de la intervención estatal y de la reform a igualitaria,
Y el movim iento de los trabajadores todavía existe. Sin embargo, en este capítulo nos concern
trarem os solam ente en los movimientos orientados a la dem ocratización y m odernización
(en el sentido norm ativo) adicionales de las instituciones sociales, políticas o económicas.
2 Véase Cohén, "Strategy or Identity”: Bert K landerm ans and Sidney Tarrow, "Movilization
into Social M ovements: Synthesizing E uropean and American Approaches", International
Social Movement Research, 1, 1988, pp. 1-38.
3 Cohén, op. cit., pp. 667-668.
4 R alph H. T urner (ed.), Robert E. Park on Social Control and Collective Behavior: Selected
Papers, Chicago, University of Chicago Press, 1967; H erbert Blumer, "Collective Behavior",
en Alfred McClung Lee (ed.), New Outline o f the Principies o f Sociology, Nueva York, B arn el
& Noble, 1951 y "Collective Behavior", en J. B. G ittler (ed.), Review of Sociology: Analysis o f
a Decade, Nueva York, Wiley, 1957; R. G. Turner y L. M. Killian, Collective Behavior, Englewooa
Cliffs, Nueva Jersey, Prentice-Hall, 1957. Para u n resum en de las teorías de la conducta
colectiva, véase Gary T. Marx y Jam es L. Wood, "Strands o f Theory and R esearch in Collectiv*
Behavior”, Annual Review o f Sociology, 1, 1975, pp. 368-428.
5 W. Kornhauser, The Politics o f Mass Society, Nueva York, Free Press, 1959; H annah Arendt,
The Origins o f Totalitarianism, Nueva York, H arcourt Brace Jovanovlch, 1951; Neil Smelier,
LOS MOVIMIENTOS SOCIALES Y LA SOCIEDAD CIVIL 623
The Theory o f Collective Behavior, Nueva York, Free Press, 1962. Con la excepción de la obra
de Arendt, de la que tratam os en el cap. IV, las teorías de la sociedad de m asas y de loi
movimientos de m asas constituyen una síntesis de las teorías pluralista y de élite de la dem ocra
cia. E n esta explicación, la dem ocracia im plica u n sistem a político caracterizado p o r eleccio
nes libres, com petencia y alternación en el poder y se la predica con base en u n m odelo de la
sociedad civil caracterizado p o r el privatism o civil m ás la participación p o r m inorías activai
a través de los grupos de interés y de los partidos políticos. En este caso, las acciones colecti
vas ''extrainstitucionales" m otivadas p o r convicciones ideológicas fuertes p a recen ser
antidem ocráticas y am enazan el consenso que subyace en las instituciones de u n a sociedad
civil. En otras palabras, parecen presagiar el ataque de la "sociedad de m asas”, cuyo significa
do se asim ila a la clase de sociedad creada p o r los m ovim ientos fascista y com unista. Irónica
mente, el concepto de la sociedad de m asas fue usado por los teóricos de la Escuela de Francfort
(Adorno, Horkbeimer, M arcuse) p ara analizar el modelo de la sociedad civil alabado p o r lot
pluralistas (en especial en la que parece ser su encarnación m ás perfecta, los Estados Uni
dos). Uno puede verse tentado a concluir que estos últim os teóricos defendieron un modelo
m ás igualitario y políticam ente activo de la sociedad civil que la escuela de la élite-pluralista
o de la conducta-colectiva, pero el hecho es que su orientación neom arxista les im pidió desa
rrollar u na teoría adecuada de la sociedad civil o de los movimientos sociales.
6 Para u na reseña de la evidencia, véase J. Craig Jenkins, "Resource M obilization Theory
and the Study of Social M ovements", Annual Review o f Sociology, 9, 1983, pp. 527-553;
Anthony Oberschall, Social Conflict and Social Movements, Englew ood Cliffs, Nueva Jersey,
Prentice-H all, 1973.
7 M ancur Olson, The Logic o f Collective Action, Cam bridge, H arvard University Press,
1965; John D. M cCarthy y M ayer N. Zald, "Resource M obilization and Social Movements: A
P ardal Theory", American Journal o f Sociology, 82, mayo de 1977, pp. 212-241; Charles Tilly,
Louise Tilly y Richard Tilly, The Rebellious Century: 1830-1930, Cambridge, H arvard University
Press, 1975; Willian G amson, The Strategy o f Social Protest, H om ew ood, 111., Dorsey, 1975;
O berschall, Social Conflict and Social Movements, op. cit., Sidney Tarrow, "Struggling to
Reform : Social M ovem ents and Policy Change during Cycles of Protest", W estern S o c ie tie s
Paper núm . 15, Cornell University, 1983; B. K landerm ans, H. Kriesl y S. Tarrow, "From
S tructure to Action: C om paring Social M ovem ent R esearch Across Cultures", In te r n a tio n a l
Social Movement Research, 1, 1988.
8 Charles Perrow, "The Sixties Observed", en M ayer N. Zald y Jo h n D. M cCarthy (eds.),
The Dynamics o f Social Movements, Cambridge, W inthrop, 1979, p. 199. Perrow caracterizó
a la versión del proceso político de la teoría de la m ovilización de recursos com o "influida
por Clausewitz”, porque concibe la protesta com o la continuación de la política ordenada por
otros m edios (desordenados) —com o surgiendo de la búsqueda de intereses que de Otra
m anera no se podrían obtener—- ^ f ero se equivoca al arg u m en tar que sólo el modelo orea*
nizativo-em presarial es económ icista p orque atribuye cálculos del costo-beneficio a lo*
actores colectivos. El m odelo de Tilly adolece de dificultades sim ilares.
9 Algunos m iem bros de la escuela de la movilización de recursos reconocen una varie
dad de form as organizativas p ara los m ovim ientos m odernos; pero el énfasis general es en
la organización formal. Se ha acusado a la escuela de ser incapaz de d istinguir entre los
grupos de interés y las asociaciones los m ovim ientos sociales. Véase Jenkins, "Resource
M obilization Theory”, op. cit., pp. 541-543.
i° Véase Bruce Firem an y W. A. G amson, "U tilitarian Logic in the R esource M obilization
Perspective”, en Zald y M cCarthy (eds.), Dynamics o f Social Movements, op. cit., pp. 1-44,
ii ¡bid.
it Véase Tilly, Tilly y Tilly, T he Rebellious Century, op. cit., p. 6.
13 Ibid., p. 86 [las cursivas son nuestras],
14 C harles Tilly, "European Violence and Collective Action since 1700", versión revisada
de una ponencia p re se n ta d a s la Conferencia sobre Violencia Política y Terrorismo, Insti
tuto Casio Cattaneo, Bolonia, Junio de 1982.
15Para una discusión ds estos tipos de acciones, véase Tilly, Tilly y Tilly, R e b e llio u s C entury,
op. cit., pp. 48-55,249<2M, y Charles Tilly, From Mobilization to R e v o lu tio n , Readlng, Mase.
Addison-Wesley, 1971, pp, Í41>lll,
624 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL
La estru ctu ra de la oportunidad política incorpora tres características del sistem a polí
tico que son significativas para el éxito del m ovim iento: el grado de ap ertu ra de las in stitu
ciones políticas form ales, el grado de estabilidad de los alineam ientos políticos dentro del
sistem a político, y la disponibilidad y posición estratégica de los grupos de apoyo. La p ri
m era refleja factores formales, estructurales y coyunturales de los sistem as políticos, en
tanto que la segunda y la tercera se refieren a los blancos de la influencia de la acción
colectiva. Tarrow especifica un am plio rango de personas y grupos a los que se dirigen los
m ovim ientos, incluyendo los grupos de apoyo entre la sociedad civil pero externos al p ro
pio m ovim iento; los grupos de interés con acceso institucional, que pueden se r m otivados
e im pulsados p o r la actividad de los m ovim ientos p ara p resio n ar p o r objetivos co m p arti
dos; las élites políticas y adm inistrativas en todos los sectores del sistem a político, cuyo
grado de unidad y percepción de los realineam ientos electorales que puedan resu lta r de la
acción colectiva afectan su ap ertu ra ante los objetivos del m ovim iento; y los partid o s polí
ticos, que p ueden resp o n d e r a la activ id ad de m o v im ien to s a u tó n o m o s a d o p ta n d o o
cooptando las dem andas de los m ovim ientos. Sin em bargo, ni una estru ctu ra de o p o rtu n i
dad política favorable ni una organización interna eficiente bastan p ara explicar el éxito de
un m ovim iento. Además, el im pacto de la protesta sobre la reform a debe ser analizado a
la luz de "la com binación de recursos y lim itaciones que son características de periodos
de movilización general en sistem as sociales totales”. En esos periodos em erge un ciclo de
protesta en el que hay un alto nivel de conflicto que se difunde p o r todo el territo rio n a
cional, im plicando a m ás de un sector social e incluyendo la aparición de nuevas técnicas
de protesta y de nuevas form as de organización (Tarrow, “Struggling to R eform ", op. cit.,
pp. 37-39). Incluso si la relación causal entre un ciclo de reform a y oleadas de protesta
social sigue siendo problem ática (algunos ciclos de protesta sim plem ente desaparecen, en
tanto que otros son generados por reform as que los precedieron), frecuentem ente coinci
den, y el éxito de los m ovim ientos individuales a m enudo es contingente a la posibilidad de
que puedan surgir y al m om ento en que lo hagan así d u ran te el ciclo. En o tras palabras, la
estructura de la oportunidad política y la receptividad de las élites políticas y de los grupos
de apoyo a las estrategias de influencia de parte de los m ovim ientos sociales depende p a l'
cialm ente de la dinám ica de los ciclos de protesta. Aunque hasta este p u n to lo que se ha
dicho es convincente, el análisis am pliado de los objetivos de la influencia sigue estando
indebidam ente lim itado p o r los lím ites del enfoque general. Es sorprendente que una es
tru ctu ra teórica orientada al análisis de la influencia no trate o le reste im portancia a temas
tan obviam ente relevantes com o los cam bios en la opinión pública, el papel de los m edios
y la transform ación en el universo del discurso político. La m ism a form a en que se toca a
estos tem as y se les descarta es en sí reveladora. Los cam bios en la "opinión de las m asas",
(por lo que Tarrow entiende el cam bio de valores, son considerados u n a causa posible de
protesta social (p. 39, de la m anerg^ggque lo hace Inglehart), y luego se les d escarta porque
esto no está dem ostrado. Pero ¿no podría ser posible que la opinión pública y el cambio
cultural form en uno de los objetivos y blancos de la influencia de la acción colectiva? El
cubrim iento por los m edios tam bién se trata de u n a form a puram ente in stru m en tal, com o
algo que facilita u obstruye la actividad de los m ovim ientos siguiendo a O berschall, "Social
Conflict", op. cit., y a Todd Gitlin, The Whole World is Watching, Berkeley, University of Ca
lifornia Press, 1980. Pero ¿no son la iniciación y la expansión de la discusión pública de los
tem as y de las norm as y la dem ocratización de la esfera pública cultural tam bién p osi
bles objetivos del m ovim iento? Seguram ente una de las características m ás n o to rias de los
m ovim ientos m odernos es la creación de redes de com unicación alternativas —periódicos,
Im prentas, librerías, institutos, program as de estudio, publicaciones de toda clase— que
am plían a la esfera pública pero que en prim era instancia están dirigidos a "influir" no a las
élites, sino a los participantes potenciales y a los "electorados conscientes". Las esferas
públicas alternativas tienen "éxito" en la m edida en que generan reflexión, sobreviven com o
escenarios de la comunicación ojie convierten en parte de la esfera pública institucionalizada,
rinulm cn'.í, aunque Thrrow acepta que lu evolución general de la opinión informada o de
élite es relevante para el éxito del movimiento, afirm a que los cambios en el "universo del
discurso" político comprenden un área "nebulosa” (p. 34) que puede afectar a la estructu
ra de oportunidad polltlea pero B la que no se puede hacer "operativa". Quizás, pero esta
626 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL
área nebulosa resulta ser uno de los blancos centrales de la acción colectiva con tem p o rá
nea. De hecho, el universo del discurso político, ju n to con las norm as sociales, los papeles
sociales que son reguladas p o r las norm as y la conciencia de los actores colectivos así como
de las élites, son todos "destinatarios” de la estrategia de influencia de los m ovim ientos
sociales contem poráneos. Pero sólo si uno se da cuenta de que la sociedad civil —su estru c
tu ra institucional, relaciones sociales y articulación norm ativa— no sólo es el terreno sino
el blanco de los nuevos m ovim ientos sociales, puede llegar a evaluar la significación de esa
estrategia.
29 Tilly, "Fights and Festivals in 20th C entury lie de France", op. cit.
30 Pizzorno, "Political Exchange”, op. cit., p. 293, y “On the R ationality of D em ocratic
Choice", Telos, núm . 63, prim avera de 1985, pp. 41-69. Véase la discusión del enfoque de
Pizzorno en Cohén, "Strategy or Identity", op. cit., pp. 691-695.
31 Aquí la situación es la co n traria de la que predom ina en el parad ig m a de la m oviliza
ción de recursos. Ha surgido u n a verdadera escuela, en este caso, en torno al m odelo am
pliado de Touraine, en vez de en torno al "m odelo de identidad simple".
32 Alain Touraine, The Voice and the Eye, Cam bridge, Inglaterra, C am bridge University
Press, 1981, pp. 31-32.
33 Alberto Melucci, "The New Social M ovements: A Theoretical Approach”, Social Science
Information, vol. 19, núm . 2, 1980, pp. 199-226.
34 Touraine, The Voice and the Eye, op. cit., p. 56.
35 Alain Touraine, "An Introduction to the Study of Social Movements", Social Research,
vol. 52, núm . 4, 1985, pp. 749-787.
36 Alain Touraine, "Triumph or Downfall of Civil Society?", Humanities in Review, vol. 1,
Cambridge, Inglaterra, C am bridge University Press, 1983, p. 223.
37 Ibid., pp. 221-227.
38 De aquí la devastadora crítica de Touraine al parad ig m a de la m ovilización de recur
sos en su "Introduction to the Study of Social M ovements", op. cit.
39 Touraine, "Triumph or Downfall”, op. cit., p. 220. En otras palabras, los m ovim ientos
sociales se enfrentan p o r el tipo de sociedad civil que deberá ser institucionalizado, m ien
tras que los “m ovim ientos históricos", situados en el eje diacrónico, luchan p a ra establecer
a la sociedad civil y a u n a sociedad política representativa.
40 Touraine, The Voice and the Eye, op. cit., p. 61.
41 Ibid., p. 115. Por "garantías m etasociales" del orden social, Touraine significa cosas
com o la religión, la filosofía de la historia, las leyes económ icas y las teorías evolutivas del
progreso.
42 Véase Touraine, "Introduction to the Study of Social M ovem ents”, op. cit.
43 Touraine, "Triumph orD o w fall”, op. cit., pp. 106-107.
“ Ibid., p. 138.
45 Véase Touraine, “Introduction to the Study of Social M ovem ents”, op. cit.
46 P ara u n a discusión de los otros tipos societales. Véase Alain T ouraine, The Self-
Production o f Society, Chicago, University of Chicago Press, 1977, pp. 92-109.
47 Touraine, "Triumph or Downfall”, op. cit., p. 329, las cursivas son nuestras.
48 Cohén, Class and Civil Society, op. cit., pp. 214-228.
49 Jürgen H aberm as, The Theory o f Communicative Action, vol. 1, Boston, Beacon Press,
1984, p. 86.
50 Ibid., pp. 85-101.
51 Véase Jürgen H aberm as, The Theory o f Communicative Action, vol. 2, Boston, Beacon
Press, 1985, pp. 332-403. Para u n a discusión crítica del enfoque de H aberm as de los m ovi
m ientos sociales en el transcurso de los años. Véase Cohén, "Estrategy, o r Identity”, op. cit.,
pp. 708-716.
52 Véase la sección final de conclusiones de este capítulo p a ra u n a discusión m ás com
pleta de los cuatro com ponentes de la lógica dual de los m ovim ientos contem poráneos.
53 Alain T ouraine, The May Movement, N ueva York, R andom H ouse, 1971; Jürgen
H a b e rm a s , Student und Politik, F ra n c fo rt, S u h rk a m p , 1961, Protestbewegung und
Hochschulreform, Francfort, Suhrkam p, 1969, y Towards a Rational Society, Boston, Beacon
Press, 1970.
LOS MOVIMIENTOS SOCIALES Y LA SOCIEDAD CIVIL 627
54 Jürgen H aberm as, Die neue Unübersittlichkeit, Francfort, S uhrkam p, 1985, pp. 81-82,
ofrece u n a revaluación de su p rim era evaluación política de la Nueva Izquierda.
55 Véase Cohén, Class and Civil Society, pp. 194-228; Jean L. Cohén, "Why More Political
Theory?, Telos, núm . 40, verano de 1970, pp. 70-94.
56 Véase la discusión en H aberm as, The Theory o f Communicative Action, vol, 2, pp. 301 -
403.
57 E n tre los m ovim ientos a los que se refiere H aberm as com o nuevos están los fem inis
tas, los ecologistas, los pacifistas, los juveniles, los de las m inorías, los antinucleares y los
de iniciativa ciudadana (The Theory o f Communicative Action), op. cit., vol. 2, p. 393.
58 H aberm as, The Theory o f Communicative Action, op. cit., vol. 2, p. 395.
59 Ibid., p. 396.
60 Así, redescubre los tipos "reactivo" y "proactivo” de la acción colectiva que ya había
m encionado Tilly.
61 A este respecto, su análisis es m enos perceptivo que el de Touraine, el que observó que
los m ovim ientos sociales cuyos objetivos son las norm as y las identidades de la sociedad
civil im plican u n a lucha con u n adversario social y que lo que está en juego en esa lucha es
la conform ación futura de las instituciones de la sociedad civil.
62 H aberm as, The Theory o f Communicative Action,- op. cit., vol. 2, p. 392.
63 N ancy Fraser, "What's C ritical about C ritical Theory? The Case of H ab erm as and
Gender", New Germán Critique, núm . 35, prim avera/verano de 1985, pp. 97-131. P ara un
punto de vista diferente, véase Linda Nicholson, Gender and History: The Limits o f S o c i a l
Theory in the Age o f the Family, Nueva York, Colum bia University Press, 1986.
64 Fraser, "What's Critical about Critical Theory?”, op. cit., p. 111.
65 Ibid., p. 107. De conform idad con Fraser, H aberm as liga esta distinción con la que
existe entre la reproducción m aterial y la simbólica.
66 Ibid., p. 109.
67 Ibid., p. 115.
68 Ibid., p. 109.
69 Ibid., p. 124.
70 Ibid., p. 115.
71 Ibid., p. 113. Fraser expresa:
Al om itir cualquier m ención del papel de quien cría a los niños, y al no tra ta r el tem a del
subtexto del género que subyace en los papeles del trabajador y del consum idor, H aberm as
no com prende precisam ente la form a en que el lugar de trabajo capitalista está vincula
do con el jefe m asculino de la fam ilia nuclear m oderna, restringida. De m an era similar,
al no tra ta r el tem a del subtexto m asculino del papel del ciudadano, no percibe [...] la
form a en que el papel del ciudadano-soldado-protector m asculino relaciona al E stado y
a la esfera pública no sólo entr&g|pgjno tam bién con la fam ilia y con el lugar del trabajo
pagado [...] tam poco percibe, finalm ente, la form a en que el papel fem enino de crianza
de los niños relaciona a las cuatro instituciones entre sí al supervisar la construcción de
sujetos según su género m asculino y fem enino necesaria p a ra llenar todo papel en el
capitalism o clásico [p. 117].
72 Además, F raser presupone características clave de la teo ría de la m o d e rn id a d de
H aberm as incluso cuando la crítica e incluso cuando reconstruye su subtexto del género
qúe no ha sido tratado con ella.
73 De ninguna m anera querem os arg u m en tar que esta teoría basta p a ra tra ta r con to
dos los intereses fem inistas. Ciertam ente, tendrá que ser suplem entada p o r co ntribucio
nes cruciales de la filosofía fem inista psicoanalítica y posm oderna. Pero p o r lo que respecta
a la te o r ía s o c ia l, encontram os que la teoría dual de la sociedad civil es notablem ente prove
chosa.
74 Fraser, "What's Critical about Critical Theory?", op. cit., pp. 99-103. Ella toma literal
m ente a Habermas en el sontldpde que esta distinción está vinculada con una distinción
sustantiva ature la reproducción simbólica y material del mundo de la vida. Correctamente
argumenta que no es poalble distinguir entre las actividades sobre la base de una distinción
de "clases-naturales" «ñire le material y lu simbólico, y critica a Habermas por basarse en
esc supuesto. Esta erfllM es llmller a la nuestra: véase Andrew Aralo y Jean L. Cohén,
628 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL
“Politics and the R econstruction of the Concept of Civil Society”, en Axel H onneth et al.
(eds.), Zwischenbetrachtungen Im Prozess der Aufklarung, Francfort, Suhrkam p, 1989. No
obstante, no es cierto que la teoría social dual se sostenga o se d erru m b e con la distinción
reificada entre lo sim bólico y lo m aterial.
75 H aberm as, The Theory o f Communicative Action, op. cit., vol. 2, p. 310. P ara u n a discu
sión m ás detallada de estos puntos, véase el cap. IX.
76 P ara un esfuerzo no convincente, véase N ildas L u h m an n , Love as Passion: The
Codification o f Intimacy, Cam bridge, H arvard University Press, 1987.
77 Fraser, sin em bargo, tam bién tiende a fusionar el nivel del análisis de los m ecanism os
coordinadores con el análisis de los varios tipos de acción. Así, insiste en que la acción
estratégica e instrum ental ocurre en las instituciones del m undo de la vida —en las fam i
lias— y que la acción com unicativa (basada en norm as patriarcales) se p resen ta en los
subsistem as. Pero éste no es un argum ento im portante contra la distinción sistem a/m undo
de la vida; de hecho, esto es afirm ado a m enudo p o r el propio H aberm as. Todos los tipos de
acción aparecen en todas las instituciones. Las categorías abstractas de sistem a y del m u n
do de la vida indican sólo dónde se encuentra el peso de la coordinación en u n a determ inada
estructura institucional. También rechazaríam os las referencias a la fam ilia com o un siste
m a económ ico por otro conjunto de razones: la psicodm ám ica de la form ación de id en ti
dad en general y de las identidades de los géneros en particular, difícilm ente pueden ser
analizadas en esos térm inos.
78 Véase Alison M. Jaggar, Feminist Politics and Human Nature, Totowa, Nueva Jersey,
Row m an and Littlefield, 1988, pp. 51-83 y 207-249. Véase tam bién el artículo clásico de
Heidi H artm ann, "The U nhappy M arriage of M arxism an d Fem inism : Towards a More
Progressive Union”, en Lydia Sargent (ed.), Women and Revolution, Boston, South E nd Press,
1981, pp. 1-42.
79 Véase B arbara Stark, "C onstitutional Analysis of the B aby M. D ecisión", Harvard
Wornens Law Journal, 11, 1988, pp. 19-53.
80 Los estudios sobre la división dom éstica del trabajo indican que m uchas m ujeres
desean u na división m ás equitativa del trabajo dom éstico, pero que no lo pueden lograr de
bido a los diferenciales de poder y de capacidad de tener ingresos. Para una discusión de los
patrones fam iliares cam biantes y de las form as en que se priva a las m ujeres de u n a voz
igual en la fam ilia, véase K athleen Gerson, Hard Choices, Berkeley, University of California
Press, 1985. Véase tam bién Susan Okin, Justice, Gender, and the Family, Nueva York, Basic
Books, 1989, pp. 134-170.
81 Además, en n uestra opinión, es precisam ente porque la fam ilia es u n a institución
nuclear en y de la sociedad civil (y no u n a presuposición n atu ral de la sociedad civil ni sólo
u n com ponente m ás del subsistem a económ ico) que se pueden aplicar a ella los principios
igualitarios en u na m edida m ucho m ás grande que a u n a em presa o u n a burocracia.
82 Para una interesante explicación de la em ergencia de los papeles m odernos de los
géneros en los Estados Unidos en el siglo XIX, véase Cari Degler, At Odds: Women and the
Family in America from the Revolution to the Present, Nueva York, Oxford University Press,
1980. Degler tam bién ofrece u n a buena explicación del debate sobre el efecto de la forma
de fam ilia de com pañeros [form a de m atrim onio en que la fam ilia decide el núm ero de
hijos, el hom bre trabaja afuera de la casa, la m u jer se dedica a las tareas dom ésticas, existe
la posibilidad de divorcio, en especial p or acuerdo m u tu o en el caso de que no tengan hijos,
y la atención se concentra en la educación de los hijos, y n inguna de las partes tiene ningún
derecho legal sobre la otra] y el culto a la dom esticidad que se form ó en lo relativo al re-
legam iento de la m ujer a los papeles de esposa y m adre en la segunda m itad del siglo XIX
(véase en especial las pp. 210-328).
83 Véase el cap. IX, nota 17.
84 Véase Niklas L uhm ann, Machí, S tuttgart, E nke Verlag, 1975, pp. 47-48, L uhm ann
m enciona sólo ejemplos que preceden a la institucionalización del m edio del poder, pero
claram ente acepta la posibilidad de la generación y utilización del poder afuera del subsis
tem a político (pp. 91 y ss: explícitam ente m enciona al poder en la fam ilia). L uhm ann no
proporciona ninguna razón en co ntra de la existencia de form as de p o d er no reguladas por
los m edios, a pesar de su identificación general de la m odernidad con las form as de Ínter-
LOS MOVIMIENTOS SOCIALES Y LA SOCIEDAD CIVIL 629
acción organizadas por los m edios. Como puede esperarse, la o b rá de F oucault sobresale
en el análisis de las form as de poder m últiples, no sistém icas.
85 L uhm ann, Machí, op. cit., pp. 7, 11-12 y 22-24.
86 En u n a organización form al con varios códigos operativos, pueden existir diferentes
form as de desigualdad —que pueden o no convergir en la cum bre jerárq u ica— así com o
relaciones de poder no jerárquicas, operando todas al m ism o tiem po.
87 H aberm as, The Theory o f Communicative Action, op. cit., vol. 2., p. 263. "Si resp o n sab i
lidad significa que uno puede o rien tar sus propias acciones a dem andas cuya validez es
criticable, entonces la coordinación de la acción que ha sido separada del consenso logra
do com unicativam ente ya no requiere de p articipantes responsables.”
88 Tal sería la concepción de la dom inación en la teoría de la acción de Weber.
89 H aberm as, The Theory o f Communicative Action, op. cit., vol. 2, pp. 268-270. H aberm as
explica la form a en que el poder difiere del dinero com o u n m ecanism o de dirección.
90 Los códigos responsables por la transm isión del poder pueden tom ar la form a de com an
dos vinculados a am enazas e im plican com unicación por m edio del lenguaje ordinario. Es
decir, el poder puede operar como una "dom inación” en el sentido de la teoría de la acción.
También puede operar como una form a general de com unicación: véase m ás adelante.
91 H aberm as, The Theory o f Communicative Action, op. cit., vol. 2, p. 275.
92 L uhm ann, por ejem plo, bajo el título análogo de generalización de la influencia, habla
de autoridad, reputación y liderazgo, todos localizados en el nivel de funcionam iento entre
el poder com o un m edio y las órdenes directas. Véase L uhm ann, Machí, pp. 75-76. Esto
confirm a n uestra afirm ación de que las form as generalizadas de la com unicación pueden
actu a r com o form as de poder. Sin em bargo, insistim os en que los códigos n unca son total
m ente fijos, sino que están abiertos a la reinterpretación, a los desafíos y a las apropiacio
nes creativas p o r parte de los actores.
93 P roporcionan un alivio de la com plejidad del m undo de la vida pero, a diferencia de
los m edios de dirección, no tecnifican al m undo de la vida. Véase la discusión de Habermas
en The Theory o f Communicative Action, op. cit., vol. 2, p. 277.
94 F raser sugiere tra ta r al género com o "un m edio de in tercam bio” con el fin de explicar
la form a en que relaciona a los varios dom inios institucionales. Fraser, "What’s Critical
about Critical Theory?”, op. cit., pp. 113 y 117. Por supuesto, F raser quiere in terp re tar al gé
nero com o un m edio sim ilar al dinero y al poder. No capta la distinción entre los medios de
dirección y las form as de com unicación generalizadas y p o r lo tanto llega a la errónea opi
nión de que el género como u n código de poder funciona de la m ism a m anera que estos otros
m edios. Pero esto no puede ser así, por las razones que se dan en el texto.
95 Para u na visión general de estos procesos en los E stados Unidos, véase Julie Matthaei,
An Economic History o f Women in America, Nueva York, Schocken Books, 1982; Degler, A t
Odds, op. cit.; Joan B. Landes, Women#&¿t¡ie Public Sphere in the Age o f the French R e v o l u t io n ,
Ithaca, Cornell University Press, 1988.
96 L andes, Women and the Public Sphere, op. cit.; Ju d ith Shklar, Men and C i t i z e n s ,
Cambridge, Inglaterra, C am bridge University Press, 1969.
97 Sin em bargo, sería equivocado deducir de la perspectiva fem inista sobre la diferencia
ción de que tratam os antes, que la articulación institucional de la sociedad civil m oderna es
totalm ente negativa. Por el contrario, los potenciales culturales de la m odernidad han entrado
en sü articulación institucional, aunque selectivam ente. De aquí, el carácter am bivalente,
que se refleja en los debates entre las teóricas fem inistas, de la fam ilia m oderna. La familia
“de com pañeros", com puesta del hom bre que gana el pan, de la m ujer am a de casa y de los
hijos, sí produjo vida íntim a, privacidad y un nuevo foco en la individualidad de los niños.
También constituyó un terreno ideológico e institucional en el que las m ujeres pudieron
em pezar a desarrollar su propia concepción del ser y el poder p ara afirm ar el control sobre
sus cuerpos y vidas. Sin em bargo, la restricción de la m ujer a la esfera dom éstica se presen
tó a la par con la negativa de log-dercchos m ás básicos y de los s t a t u s de individualidad
autónom a, de personería y de ciudadanía, que parecían incom patibles con el papel del amo
de casa.
Para finales del sillo XIX, el desarrollo del sistema del salario familiar (por el que lucha-
ion hombres trabajadores organlsados), la exclusión de lu mujer del movimiento sindical y
630 LA R E C O N S T R U C C IÓ N D E LA S O C IE D A D C IV IL
las "leyes de trabajo protecto ras’’ que excluían a la m ujer de la m ayoría de los em pleos,
había encerrado a las m ujeres en u n a situación de dependencia que sólo recientem ente se ha
em pezado a poner en duda seriam ente, desde el p u n to de vista ideológico y estructural. Así,
la perspectiva fem inista revela el carácter doble de la fam ilia que es paralelo a las dualidades
de todas las instituciones públicas y privadas de la sociedad civil m oderna, de las que se
trató en el cap. IX.
98 F raser adm ite esto: "Una interpretación sensitiva al género de estos acuerdos [...]
apoya la afirm ación de H aberm as de que, en el capitalism o clásico, la econom ía (oficial) no
es todopoderosa sino que, m ás bien, en alguna m edida significativa está dentro de las nor
m as y los significados de la vida diaria, a los cuales adem ás está sujeta”. Véase “W hat’s
Critical about Critica! Theory?", op. cit., p. 118.
99 Fraser, "W hat’s Critical about Critical Theory?", op. cit., p. 124.
100 H aberm as, The Theory o f Communicative Action, op. cit., vol 2, p. 369.
101 Véase L enore W eitzm an, The Divorce Revolution, Nueva York, Free Press, 1985;
D eborah L. Rhode, Justice and Gender, Cambridge, H arvard University Press, 1989; M artha
Finem an y Nancy T hom adsen (eds.), At The Boundaries o f Law, Nueva York, Routledge,
1991.
102 E xtrañam ente, es precisam ente la idea de u n a am enaza a la in fraestru ctu ra com u
nicativa de la sociedad civil, articulada en la teoría social dual, a la que F raser presen ta m ás
objeciones. D isputa la idea de que exista alguna distinción categórica que sea necesario
hacer entre las reform as del Estado benefactor dirigidas al lugar del trabajo pagado y las
dirigidas a la dinám ica interna de la familia. P ara ella, la am bivalencia "em pírica" de la
reform a en este últim o caso se origina por el carácter p atriarcal de los sistem as de bienes
ta r social y no p o r el carácter inherentem ente sim bólico de las instituciones del m undo de
la vida. En realidad, después de rechazar la distinción entre sistem a y m u n d o de la vida p or
considerarla androcéntrica, argum enta que no hay ninguna base teórica p ara evaluar en
form a diferente las dos clases de reform a; véase Fraser, "W hat's C ritical a b o u t Critical
Theory?", op. cit., p. 124. No estam os de acuerdo.
103 É sta parece ser la propia posición de F raser cuando indica que hay dos clases dife
rentes de program as en los estados benefactores; u n a "m asculina”, dirigida a beneficiar
principalm ente a los proveedores del pan, y la o tra "fem enina”, o rien tad a a "los negativos
de individuos posesivos", a "los fracasos domésticos" ("W hat’s Critical about Critical Theory?”,
op. cit., pp. 122-123).
104 H aberm as, The Theory o f Communicative Action, op. cit., vol. 2, p. 35.
105 De hecho, si ignoram os estos temas, no desaparecerán sino que se les form ulará (y
esto ya ha ocurrido) de m aneras antitéticas al fem inism o. E stam os pensando en la crítica
neoconservadora del E stado benefactor, que procura elim inar los m ecanism os integradores
del sistem a de la sociedad civil a la vez que retradicionaliza a ésta.
106 Ya existe un interesante debate entre las fem inistas sobre este tem a. La literatu ra es
am plia; p ara un a introducción a la discusión véase Linda G ordon, "W hat Does Welfare
Regúlate?”, Social Research, vol. 55, núm. 4, invierno de 1988, pp. 609-630; y Francés Fox
Piven y R ichard A. Cloward, “Welfare Doesn’t Shore Up Traditional Fam ily Roles: A Reply
to Linda Gordon", Social Research, vol. 55, núm . 4, invierno de 1988, pp. 631-648.
107 Por ejem plo, u n a vez que ya no se construye al trab ajad o r típico com o u n hom bre
que sale a ganarse el pan, sino com o una m u jer o un hom bre que p robablem ente tam bién
sea responsable en algún m om ento del cuidado de sus hijos o de sus padres, la necesidad de
revisar la estructura del trabajo y del tiempo de trabajo se hace obvia, y el argum ento en
favor de los centros de cuidado o guarderías en el lugar del trabajo, de los horarios de tra
bajo flexibles y de la licencia p or motivo de m atern id ad o de cuidado de los hijos, por
ejem plo, se refuerza. Seguram ente no es accidental que las fem inistas hayan em pezado a
articular y luchar por estas clases de reformas. Claram ente, esos esfuerzos deben com ple
m en tar los intentos p o r transfo rm ar las jerarq u ías de los géneros den tro de las institucio
nes de la sociedad civil.
i°8 Para u na discusión reciente de la necesidad de aplicar norm as de justicia a la familia
en particular y a las relaciones del género en general, véase Okin, J u s t i c e , G e n d e r , a n d t h e
Family, op. cit. Por supuesto hay mucho* m ovim ientos nuevos que buscan el objetivo con-
L O S M O V IM IE N T O S S O C IA L E S Y LA S O C IE D A D C IV IL 631
trario: por ejem plo, el m ovim iento del derecho a la vida, tiene domo su m eta básica una
retradicionalización de las instituciones centrales de la sociedad civil.
109 E sto im plica u n a am plia variedad de estrategias que van desde los cabildeos en el
Congreso o el Poder Ejecutivo, las políticas orientadas a los derechos cuya atención se cen
tra en las Cortes, y el trabajo realizado dentro de los p artidos políticos, dependiendo de la
estructura de oportunidades políticas.
no Para un enfoque herm enéutico, de observación participativa, véase S ara Evans, Per
sonal Politics, Nueva York, R andom House, 1979. Para un análisis que aprovecha la teoría
de la m ovilización de los recursos así com o las explicaciones de la tensión en el papel y la
privación relativa, véase Jo Freem an, The Politics ofW om en’s Liberation, Nueva York, McKay,
1975. Los ensayos en el volum en editado p o r Mary Fainsod K atzenstein y Carol McClurg
M ueller (eds.), Women’s Movements o f the United States and Europe, Filadelfia, Temple
University Press, 1987, enfocan su atención en las estru ctu ras de o p o rtunidad política y de
la política pública; m ientras que Ethel Klein, Gender Politics, Cambridge, H arvard University
Press, 1984, se concentra en el papel de la conciencia en los m ovim ientos fem inistas. A
pesar de sus enfoques variados, todas estas obras confirm an nu estra tesis de que u n a lógica
dual siem pre estuvo operando en los m ovim ientos fem inistas.
111 Aunque sus énfasis varían, la m ayoría de las discusiones del origen de la "segunda
ola" del fem inism o hacen hincapié en los siguientes cam bios "estructurales” y desarrollos
tecnológicos que transform aron el papel de la m ujer en el siglo xx: los progresos en la cien
cia m édica que dism inuyeron la tasa de natalidad y el tiem po dedicado a la crianza de los
niños, la inestabilidad m arital en aum ento, los instrum entos que ah o rran trabajo y que le
dieron a la m ujer m ás tiem po p ara otras tareas que no fueran las del trabajo dom éstico, las
m ejoras en las oportunidades educativas, la integración de las m ujeres en la fuerza de tra
bajo, la integración form al de las m ujeres en el sistem a de organización política p or medio
de la adquisición del derecho a votar, el ingreso en grandes núm eros de las m ujeres a las
universidades, el desplazam iento de las funciones fem eninas fuera del hogar p or medio
de la urbanización y la industrialización, y una creciente participación gubernam ental en la
oferta de los servicios sociales. Sin em bargo, p or sí solos, los cam bios estructurales no p u e
den explicar la génesis o lógica del movimiento; véase Klein, Gender Politics, op. cit., pp. 1-32,
112 Klein, Gender Politics, op. cit., pp. 32-81.
113 E ntre 1890 y 1925 se construyeron una base organizativa, recursos y liderazgo a nivel
nacional en form a de las organizaciones voluntarias tradicionales de las m ujeres (que o ri
ginalm ente no tenían un a ideología fem inista, pero que se concentraban en los intereses
de las m ujeres), y estas asociaciones usaron sus recursos p a ra prom over los derechos de las
m ujeres hasta la década de 1960. Como en el caso de los m ovim ientos de m ujeres en el siglo
xix, el m ovim iento fem inista contem poráneo em ergió en el contexto de otros m ovim ientos
sociales vitales. Además, aprovech4jfctoqrientación reform ista general de los años de las ad
m inistraciones de Kennedy y Johnson. E n 1961, el presidente K ennedy estableció una co
m isión presidencial sobre el status de las m ujeres, el prim ero en su clase, y pronto se crea
ron organizaciones estatales sobre el status de las m ujeres. Véase Evans, Personal P o l i t i c s ,
op. cit., y Klein, Gender Politics, op. cit.
114 Como lo expresa convenientem ente Ethel Klein, este cabildeo tradicional no podía,
por sí solo, ten er éxito en la aprobación de u n espectro am plio de la legislación de los
derechos de la mujer. Los esfuerzos de organizaciones específicam ente fem inistas, com o la
NOW, WEAL, NWPC, y de grupos radicales de m ujeres, fueron de im portancia crítica p a ra u n ir
a las m ujeres y form ar el m ovim iento social que se requería p ara convertir en acción el
interés por los tem as que afectaban a las m ujeres [Gender Politics, op. cit., p. 5],
Véase tam bién Freem an, The Politics o f Women's Liberation, op. cit., pp. 28-29; Joyce
Gelb y M arian L. Palley, Women and Public Policies, Princeton, P rinceton University Press,
1982, p. 18.
115 Para una comparación d é las form as que tom aron los m ovim ientos de m ujeres en
varios países véase Joyce Oelb, "Social M ovem ent 'Success': A C om parative Analysis of
Fem inlsm ln the United States and the United Kingdom", en K atzenstein y M ueller (eds.),
Women's M o v e m e n tl o f the U n ited S t a t e s a n d E u r o p e , o p . c i t . , pp. 267-289; "Equality and
Autonomy: Fem lnlll Polltloi in the United States and West G ermany", i b i d . , pp. 172-195; y
632 LA R E C O N S T R U C C IÓ N D E LA S O C IE D A D C IV IL
K aren Beckwith, "Response to Fem inism in the Italian Parliam ent: Divorce, Abortion, and
Sexual Violence Legislation", ibid., pp. 153-171.
116 Las principales excepciones a este respecto son Suecia y N oruega. Allí, la existencia
de partidos socialdem ócratas poderosos constituyó u n a "estructura de op o rtu n id ad políti
ca diferente" a la de los E stados Unidos, Francia e Italia. Se obtuvieron m uchos beneficios
p a ra las m ujeres por m edio de presiones dentro de estos partidos y no p or m edio de las
actividades de m ovim ientos fem inistas autónom os1. Sin em bargo, hoy en día han em pezado
los debates sobre la conveniencia de u n a sociedad civil m ás autó n o m a y u n m ovim iento fe
m inista autónom o. Véase Sylvia Hewlett, A Lesser Life, Nueva York, W illiam Morrow, 1986,
pp. 341-383; Helga H ernes, Welfare State and Woman Power, Oslo, Im p ren ta de la Universi
dad de N oruega, 1987.
117 Véase Freem an, The Politics ofW om en’s Liberation, op. cit., pp. 48-50; Klein, Gender
Politics, op. cit., pp. 9-31; Gelb y Palley, Women and Public Policies, op. cit., pp. 24-61; Ann N.
Costain y W. Douglas Costain, "Strategy and Tactics of the Women's M ovem ent in the United
States: The Role of Political Parties”, en K atzensteiny M ueller (eds.), The Women's Movements
o f the United States and Western Europe, op. cit., pp. 196-214.
118 Para una explicación de la em ergencia de esta ram a del m ovim iento fem inista, véase
Evans, Personal Politics, op. cit.
119 M ientras que las prim eras al principio evitaban los dram áticos esfuerzos p o r la ac
ción directa de los últim os grupos, y éstos tenían poco interés en los esfuerzos de cabildeo
de las que ya estaban dentro del sistem a político como el NOW; la distinción clara entre las de
fensoras de los derechos de las m ujeres ("fem inistas liberales”) y los grupos de liberación
de las m ujeres (“fem inistas radicales”) desapareció después de 1968. NOW em pezó a p artici
p a r patrocinando acciones de protesta de masas; y cuando un considerable núm ero de fe
m inistas m ilitantes se unió a los capítulos locales, tam bién adoptó m uchos de los tem as de
las prim eras radicales com o el aborto), así com o su ideología participativa y su co n cen tra
ción en la autodeterm inación y en la autonom ía ju n to con los derechos iguales. A la vez, en
virtud de su unión a organizaciones com o NOW, las activistas de los m ovim ientos apren d ie
ron la im portancia de la política de la influencia. P ara análisis detallados de esta trayec
toria en el fem inism o estadunidense, véase Costain y Costain, "Strategy and Tactics of the
Women's M ovement in the U nited States”, op. cit., y Gelb y Palley, Women and Public Policies,
op. cit.
120 Costain y Costain, "Strategy and Tactics o f the W omen’s M ovem ent in the United
States", op. cit., p. 201.
121 Como Wilma Scott Heide, directora de NOW en 1972, lo describe:
NOW ha trabajado dentro y fuera del sistem a p a ra in iciar el cam bio y convertir en reali
dad los derechos de las m ujeres y las leyes y decretos ejecutivos en los contratos p ú
blicos [...] N uestras tácticas y estrategia incluyen cartas corteses, la in terru p ció n de las
conferencias y de los com ités del Senado, las m anifestaciones y las consultas, convocar
y coordinar las huelgas del 26 de agosto en favor de la igualdad, la retó rica y program as
positivos, el fortalecim iento de la conciencia al criar a las herm anas y herm anos, los
experim entos con nuevos p atrones organizativos y con estilo de liderazgo [citado en
Costain y Costain, "Strategy and Tactics of the W omen's M ovem ent in the U nited States",
op. cit., p. 200].
122 Hoy en día, el m ovim iento fem inista está integrado p o r al m enos cinco tipos de
grupos: las organizaciones de m asas; las organizaciones fem inistas especializadas (inclu
yendo los grupos de litigios legales e investigación) los grupos profesionales de cabildeo; los
grupos que prom ueven un solo tema; los grupos tradicionales de m ujeres; y un sector de
cam pañas electorales que incluye al PAC y a los grupos que operan dentro de la estructura
del partido dem ocrático. Las asociaciones fem inistas contin ú an floreciendo en la sociedad
civil y siguen organizando incontables periódicos, revistas, folletos, acciones directas, luga
res de refugio para las m ujeres golpeadas p or sus esposos, guarderías infantiles, grupos
p ara crear conciencia y otros sim ilares. A pesar de la ap aren te dism inución de las espectacu
lares acciones colectivas de m asas, el m ovim iento fem inista continúa teniendo en la m ira a
la esfera pública p ara influir en la conciencia y cam b iar las n orm as de los géneros, La
sorprendente difusión de los estudios sobre lus m ujeres en las universidades y en lus escue-
L O S M O V IM IE N T O S S O C IA L E S Y LA S O C IE D A D C IV IL 633
las de derecho es tam bién algo digno de m encionar. Véase Gelb y Palley, Women and Public
Policies, op. cit., pp. 26-27; Jo Freem an, "Whom You Know vs. W hom You Represent: Fem inist
Influence in the D em ocratic an d R epublican Parties", en K atzenstein y M ueller (eds.),
Women's Movements o f the United States and Europe, op. cit., pp. 215-246.
123 Gelb y Palley, Women and Public Policies, op. cit., pp. 26-27; Feem an, "W hom You
Know”, op. cit.; Klein, Gender Politics, op. cit., pp. 29-33.
124 Costain y Costain, "Strategy and Tactics of the W om en’s M ovem ent in the United
States", op. cit., p. 203.
125 Gelb y Palley, Women and Public Policies, op. cit., pp. 26-27; Freem an, "W hom You
Know", op. cit.
126Reed vs. Reed, 404, U.S. 71 (1971); Roe vs. Wade, 410 U.S. 113 (1973). A veces los éxitos
han sido lim itados o seguidos p o r im portantes derrotas. E n el caso de la discrim inación por
el sexo, las fem inistas no han podido obtener que se incluya al sexo com o u n a "clasificación
sospechosa" bajo la decim ocuarta enm ienda o aseg u rar la aprobación de la era . En lo que
respecta al aborto, desde el caso Roe vs. Wade las Cortes y las legislaturas han estado lim i
tando los derechos de las m ujeres a elegir si abortan o no, y ha surgido u n vocal m ovim ien
to contra el aborto. Además, dentro del m ovim iento fem inista, se h an iniciado debates en
torno a todo “éxito”, a m edida que se han dejado sentir los lím ites de la reform a legal en lo
que se refiere a los derechos iguales. N ada de esto debilita nuestro pu n to m ás general.
127 No estam os argum entando que las fem inistas o las m ujeres iniciaron las reform as
que se han m encionado antes. En m uchos casos, los procesos de reform a fueron iniciados
p o r otros grupos de interés p o r razones que no tienen nada que ver con los intereses de las
m ujeres o con las preocupaciones feministas. La institución del divorcio sin falta en California
e incluso la iniciación de la reform a de las leyes de aborto son algunos de estos casos. No
obstante, la dinám ica de estas reform as se vio alim entada p o r el discurso fem inista y, poco
después, por las activistas fem inistas. Véase W eitzman, The Divorce Revolution, op. cit., y
K ristin Luker, Abortion and the Politics o f Metherhood, Berkeley, U niversity of California
press, 1984.
128 H asta que se llegó a p ercibir a las m ujeres com o individuos, la política de los d ere
chos iguales no tenía ninguna posibilidad de éxito. Y hasta que la estru ctu ra p atriarcal de la
esfera dom éstica y su influencia negativa en otros dom inios de la sociedad fue convertida
en un tem a y desafiada, los derechos iguales o equivalentes n u n ca pudieron ser iguales
p ara las m ujeres.
129 Gelb y Palley, Women and Public Policies, op. cit., p. 45.
130 Klein, Gender Politics, op. cit., p. 92.
131 Ibid.
132 Sin em bargo, en la práctica las cosas lucen diferentes. P ara u n a discusión de la
división de las tareas en el hogar ^ w ^ el lugar del trabajo, basada en el género, y las dificul
tades que esto continúa im poniendo sobre las m ujeres, véase Gerson, Hard Choices, op. cit.
Para estadísticas de la continuación de la brecha salarial entre las m ujeres y los hom bres y
la fem inización de la pobreza en los E stados Unidos, véase Hewlett, A Lesser Life, op. cit.,
pp. 51-138.
133 K atzenstein y M ueller (eds.), Women's Movements o f the United States and Europe,
passim.
134 Jane Jenson, "Changing Discourse, Changing Agendas: Political Rights and Repro-
ductive Policies in France”, en K atzenstein y M ueller (eds.), Women's Movements o f the
United States and Europe, op. cit., pp. 64-65. Por “universo del discurso político", Jenson
hace referencia al conjunto de crencias sobre la form a en que debe conducirse la política,
los lím ites de la discusión política, y las clases de conflictos que pueden resolverse m edian
te procesos políticos. El universo del discurso político funciona com o el portero del acceso
a la acción política, seleccionando o Inhibiendo el rango de los actores, tem as, alternativas
políticas, estrategias de allántese Identidades colectivas disponibles paru logrur el cam bio,
135 Ibid., pp. 68*80, Las mujeres obtuvieron el voto en Francia en 1945 como una recom
pensa por sus servicios en la resistencia, en un momento en que el movimiento femlnlsiu
está moribundo, La t a i N euw ilih de 1968 legalizó el uso de medios anticonceptivos para lus
mujeres casadas, pero también restringió In publicldud de los anticonceptivos y su uso por
634 LA R E C O N S T R U C C IÓ N D E LA S O C IE D A D C IV IL
las m ujeres solteras. La intención principal de la ley era ayudar a las fam ilias a co n tro lar su
fertilidad p ara poder satisfacer los objetivos fam iliares de bienestar m aterial y apoyo em o
cional p ara sus hijos, no p ara d ar a las m ujeres una elección respecto a ten e r o no hijos. Las
m ujeres seguían siendo definidas dentro de u n a estructura fam iliar de referencia.
Ibid., pp. 80-86.
137 Gelb y Palley, Women and Public Policies, op t cit., p. 30. Las fem inistas tam bién han
desafiado las concepciones m asculinas de los estándares de justicia.
138 El debate sobre el aborto tam bién ha desafiado las concepciones m asculinas de los
derechos o, m ás bien, de la persona a la que se aplican los derechos. No debe so rprender
que este debate haya presentado un desafío fundam ental a la pro p ia concepción de los
derechos, puesto que ha sido notoriam ente difícil concebir u n derecho al aborto siguiendo
los lineam ientos tradicionales de u n derecho sobre el cuerpo de uno m ism o com o la propia
propiedad de uno, cuando en ese cuerpo hay otra persona potencial que claram ente no le
"pertenece a" uno com o propiedad. Pero con base en un m odelo de derechos no posesivo,
individualista, queda claro que la personalidad legal, subjetiva m oral e identidad p articu lar
de las m ujeres está en juego, y éstas superan el interés del E stado en la vida fetal en su
p rim er trim estre.
139 Véase Anita Alien, Uneasy Access: Privacy for Women in a Free Society, Totowa, Nueva
Jersey, Row m an and Littlefield, 1988.
140 Jenson, "Changing D iscourse, Changing Agendas", op. cit., pp. 82-83. Para un análisis
perceptivo del discurso fem inista sobre el aborto y su conflicto con el discurso tradiciona-
lista, véase Luker, Abortion and the Politics o f Motherhood, op. cit.
141 Al insistir que las m ujeres sean reconocidas com o individuos, personas y ciudadanos,
así como m ujeres en un a situación particular, el m ovim iento fem inista contem poráneo reú
ne los valores del universalism o, la pluralidad y la diferencia. Por im plicación, el concepto de
igualdad ante la propia ley se está m odificando, porque ya no puede significar que los dere
chos iguales y no discrim inatorios se aplican sólo a aquellos que están colocados sim ilarm en
te. Esto es así porque las m ujeres y los hom bres n unca pueden estar situados análogam ente
cuando se tra ta del problem a del aborto o de los derechos reproductivos en general.
142 Véase Jenkins y Eckert, "Channelling Black Insurgency”, op. cit., o Pizzorno, "Political
Exchange and Collective Identity in Industrial Conflict", op. cit.
143 Pizzorno, "Political Exchange and Collective Identity in Industrial Conflict”, op. cit.,
p. 293.
144 Para un análisis del "modelo de etapas” del m ovim iento fem inista, véase Costain y
Costain, “Strategy and Tactics of the W omen’s M ovem ent in the United S tates”. Véase tam
bién Claus Offe, “Reflections on the Institutional Self-Transform ation of M ovem ent Politics:
A Tentative Stage Model", en Russell Dalton y M anfred K üchler (eds.), Challenging the Political
Order: New Social and Political Movements in Western Democracies, Oxford, Oxford University
Press, 1990. Offe presenta un interesante análisis de las contradicciones que enfrentan los
nuevos m ovim ientos sociales en las varias etapas de su desarrollo. Sin em bargo, argum enta
que incluso en la últim a etapa —la de la institucionalización— existirán buenas razones
p a ra que estos m ovim ientos retengan im p o rtan tes aspectos de u n a política “defensiva"
o rientada a la sociedad civil.
145 Offe, “Reflections on the Institutional Self-Transform ation of M ovem ent Politics",
op. cit., p. 15.
146 El gran aum ento en la política electoral y en el cabildeo p o r profesionales organiza
dos en la década de 1980 fue u n indicio de la institucionalización del m ovim iento de las
m ujeres en los E stados Unidos. Sin em bargo, la continua fuerza de las dem ostraciones
favorables a la elección libre en el caso del aborto y de los grupos de autoayuda indica que
la política orientada a la identidad sigue estando en form a im p o rtan te dentro de la agenda,
147 Jane M ansbridge, Why We Lost the ERA, Chicago, University of Chicago Press, 1986;
Luker, Abortion and the Politics o f Motherhood, op. cit. La principal oposición a la ERA p ro
vino no de los actores económ icos sino del tem o r a que el papel de las m ujeres en la familia
cam biara.
148 Los intereses del m ovim iento feminista se en cu en tran scbre todo en la lnstltuciona-
lización de un a interpretación posconvencional de la identidad del género y en relaciones
L O S M O V IM IE N T O S S O C IA L E S Y LA S O C IE D A D C IV IL 635
no jerárquicas entre los géneros en la sociedad civil. Si las m ujeres tuvieran "éxito" p ara
obtener que se les reconociera sim plem ente com o otro interés especial "diferente y p a rtic u
lar", com o o tro grupo de cabildeo o de m iem bros de los p artid o s políticos, la presión
transform adora y universal de las “cuestiones de las m ujeres” desaparecería de la vista. Por
otra parte, si sólo se construyera el fem inism o com o u n a lucha p o r la inclusión y los d ere
chos iguales, se oscurecerían los tem as de la identidad del género, de la integridad del
cuerpo, de la naturaleza de la fam ilia y de la estru ctu ra de las instituciones y de las relacio
nes sociales dentro de las esferas públicas y privadas de la sociedad civil.
149 Véase E. P. Thom pson, The M akingof the English Working Class, Nueva York, R andom
House, 1963.
15° Véase Cohén, "Rethinking Social M ovements", op. cit.
151 Es decir, la vulnerabilidad a la econom ía capitalista p o r u n a p arte y al control ad m i
nistrativo por las agencias del Estado benefactor p o r la otra.
XI. DESOBEDIENCIA CIVIL
Y SOCIEDAD CIVIL
esa m ayoría) dejan de ser obligatorios ante el derecho a defender las libertades
de uno m ism o y el d eber de oponerse a la injusticia? E sta p regunta supone la
naturaleza y los lím ites del gobierno p o r la m ayoría.17
casos de prueba que implican acciones ilegales por ciudadanos que creen
que una determ inada ley viola derechos morales básicos y por lo tanto es
inválida, son una parte integrante del proceso por el cual las cortes eva
lúan la constitucionalidad, es decir, la validez de la ley. En este modelo
amplio del caso de prueba, el resultado de un cuestionamiento exitoso es
que la ley de que se trate sea declarada inválida desde el mom ento de su
promulgación, esto es, que no es ni ha sido ley, independientem ente de
que las bases para anularla impliquen procedimiento, adecuación consti
tucional o un principio normativo superior.
En este modelo, se interpreta la desobediencia civil como un tipo de
caso de prueba, ya sea que los desobedientes estén motivados por un pre
supuesto de invalidez o por una opinión más general sobre la injusticia o
ilegitimidad de la ley o de la política. En realidad, en esta interpretación,
si la ley que ha sido desafiada por quienes cometen actos de desobedien
cia civil resulta ser inválida, no se ha violado ninguna ley después de todo.
Sin embargo, la interpretación es poco satisfactoria porque subestima
la tensión específica dentro de la desobediencia civil entre el traum a de la
violación de la ley por individuos que por lo demás presuponen y respetan
el sistema legal, y la obediencia a una ley superior o principio normativo.
Dos ejemplos dem uestran este punto. Primero, quizá la mayoría de los
actos de desobediencia civil, a diferencia de todos los actos que intencional
mente se cometen para crear el caso de prueba, implican la violación de
leyes que no son leyes o políticas específicas que quienes participan
en actos de desobediencia civil buscan desafiar. De hecho, los ejemplos de
desobediencia civil a los cuales se refiere Dworkin —el movimiento con
tra la guerra de Vietnam (con la posible excepción de la resistencia al
reclutamiento), el movimiento de derechos civiles (con excepción de las
ocupaciones de restaurantes), y el movimiento antinuclear— caen dentro
de esta categoría y, por lo -tan*©, no se les puede entender como casos
prueba en el sentido usual del término. Toda la discusión de Dworkin
está, de hecho, dirigida a esta clase de actos ilegales y no a los casos de
prueba comunes. Segundo, la desobediencia civil dirigida contra políticas
específicas, cuya legitimidad Dworkin restringe pero no niega, no desafía
la consitucionalidad de las leyes, sino que argum enta que estas leyes son
poco aconsejables, inmorales o ambas a la vez. Las políticas de que se
trata no son inválidas y por lo tanto sólo pueden ser abolidas (aunque no
retroactivamente) por un rechazo o remplazo legislativo. En estos casos,
en realidad el problema es la legitimidad en vez de la validez de la ley. Esta
legitimidad es cuestionadapor actores que asumen un punto de vista pu
ramente participativo, ea decir, que se colocan a sí mismos en el lugar de
la legislatura y en realidad entran en un proceso de comunicación con sus
representantes y con todo el electorado (o público).
652 LA R E C O N S T R U C C IÓ N D E LA S O C IE D A D C IV IL
la idea de que la mayoría debe respetar los derechos y«que se le puede obli
gar a ser justa al margen de su voluntad.59 No obstante, respecto a la des
obediencia basada en la política, en la que no se trata de un asunto de los
derechos de la minoría y por lo tanto no es un asunto de principios sino de
preferencias en conflicto, las estrategias no persuasivas van dirigidas con
tra el núcleo del principio de la mayoría y no puede justificárseles.
Esta distinción entre estrategias persuasivas y no persuasivas es ilu
m inadora e im portante. Pero no es obvio que la distinción entre la des
obediencia basada en la justicia y la basada en la política pueda hacerse
de la m anera en que lo in tenta Dworkin, es decir, respecto a áreas
sustantivas de la toma de decisiones. O bien la distinción entre el princi
pio y la política evade el problema —puesto que se pueden construir ar
gumentos relacionados con los derechos respecto a casi cualquier tema
político, y en algunos casos es precisamente esta línea divisoria lo que
está en duda—60 o sólo se le puede sostener al precio de un modelo pura
mente utilitario de los procesos políticos democráticos y del bien común.
Esta última orientación predomina en la obra de Dworkin. En efecto,
Dworkin tiende a revivir la distinción liberal estándar entre política y
moralidad, ubicando al gobierno de la mayoría, a las opiniones mayorita-
rias, a las preferencias, al interés común y a los asuntos de política dentro
del proceso político democrático normal, y a los asuntos de principios
morales o derechos fuera de este proceso. Como consecuencia, y a pesar
de sus afirmaciones contrarias, los derechos y la democracia, la m oral y la
política, parecen estar en oposición después de todo. Con base en esta
interpretación, la opinión pública tiende a ser reducida en el mejor de los
casos a un conjunto de preferencias, en el peor, a conjuntos de preferen
cias externas, y se priva a los "procesos democráticos normales" y a la
legislación de su carácter normativo, basado en principios, a la vez que se
les reduce a la suma de intenses, compromisos y respuestas ante la pre
sión —en resumen, al modelo utilitarista del pluralismo de los grupos de
interés—. Por lo mismo, la sociedad civil es presentada como una esfera
moral (no política) en que la acción orientada políticamente para influir
en la sociedad política con el propósito de proteger los derechos, es la
única acción política extrainstitucional considerada legítima. Es fácil ver
la razón por la cual los derechos deben prevalecer sobre la democracia,
definida de esa manera, y que no se considere a las decisiones políticas
como si implicaran asuntos de principio.
Este modelo de la política vicia las propias percepciones de las dim en
siones creativas de la desobediencia civil que articula Dworkin y la reduce
una vez más a una estrategia defensiva. También le impide a Dworkin
reconocer que su comprensión de la sociedad civil como políticas de in
fluencia cuestiona la dicotomía liberal estándar de lo público y lo privado:
656 LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL
La t e o r ía d em o c r á t ic a y la d e s o b e d ie n c ia c iv il
de la comunidad —un supuesto compartido por los defensores y por los de
tractores de la desobediencia civil.77
El problema es que la situación del desobediente civil no puede ser
análoga a la de cualquier individuo aislado, por la simple razón de que el
desobediente sólo puede funcionar y sobrevivir como miembro de un gru
po.78 A diferencia de los objetores de conciencia que se niegan a obedecer
una ley específica que viola sus conciencias morales individuales, los des
obedientes civiles a menudo violan leyes que son en sí inobjetables con el
fin de protestar por otras leyes, políticas u órdenes ejecutivas injustas. En
otras palabras, un aspecto crucial de la naturaleza política de los actos de
desobediencia civil —y de hecho, lo que los hace políticos para Arendt—
es que el actor no actúa solo. Estamos tratando con una acción colectiva,
movimientos sociales, individuos que actúan como partes de una m inoría
organizada, unida por una opinión común (por encima de los intereses
comunes). Además, su acción se origina en un acuerdo entre ellos y es es
te acuerdo, y no la fibra moral subjetiva del individuo, la que le da credibi
lidad y convicción a su opinión.
Entonces, lo que está en juego no es la integridad moral individual o las
reglas de conciencia subjetiva (la cuestión de la intención que motiva a
los juristas a distinguir entre esos actos y la criminalidad) sino la legitimi
dad de la acción política ilegal por parte de ciudadanos que actúan en
concierto. Así, mientras que la desobediencia civil sí implica alguna for
ma de expresión (aunque esté dirigida a las mayorías con el propósito de
influir en ellas) también es una acción política dentro de los espacios pú
blicos de la sociedad civil, dirigida a influir en los actores de la sociedad
política. Trasciende los principios de la Primera Enm ienda que protegen
la libertad de expresión. Según Arendt:
en parte porque ha perdido con el transcurso del tiefnpo todas las instituciones
que permitían la participación real de los ciudadanos y en parte porque actual
mente está afectado gravemente por la enfermedad que padece el sistema de
partidos: la burocratización y la tendencia de los dos partidos a no representar
a nadie, excepto a las maquinarias del partido.85
Aunque no puede haber una justificación legal para violar la ley, Arendt
argum enta que es concebible un nicho para la desobediencia civil dentro
de las instituciones del gobierno. No está cubierta por los derechos de liber
tad de expresión afirmados por la Primera Enmienda, puesto que implica
acción política, pero un componente crupial de la desobediencia civil, que
se encuentra en el centro de la cultura política estadunidense, puede ser
articulado como un derecho constitucional: esto es, el derecho de asocia
ción (que no existe en la Ley de Derechos de los Estados Unidos). Esta
sería, concluye, una enmienda que valdría la pena. Porque si la libertad de
asociación junto con la desobediencia civil es un peligroso expediente para
eliminar un peligro aún más formidable, ella argumenta, citando a Tocqiie-
ville, “es por el disfrute de libertades peligrosas que los estadunidenses
aprenden el arte de hacer menos formidables los peligros de la libertad”.86
Es por medio del arte de la asociación que se crea y dispersa el poder (el
poder de quienes actúan concertadamente y forman una nueva opinión
pública) a través de la sociedad civil. O, por decirlo de otra manera, lo que
hace que el gobierno limitado siga siendo limitado es el deseo de los ciu
dadanos de asociarse, de formar opiniones públicas y actuar colectivamente
por cuenta propia dentro de la sociedad civil e influir así en el gobierno.
Por implicación, aunque Arendt nunca lo dice,87 la legitimidad democrá
tica en una democracia constitucional, tendría que encontrar su lugar no
sólo en un modelo federal del sistema de organización política en que la
autoridad fluye hacia arriba desde los cuerpos políticos locales,88 sino tam
bién en la opinión pública de ciudadanos privados (asociados voluntaria
mente) que actúan colectivamente y articulan sus puntos de vista en los
espacios públicos de la sociedad civil, que se distinguen de los de la socie
dad política.
Éste es el núcleo de la concepción de Habermas de la esfera pública
moderna y la base sobre la cual ha elaborado su propia teoría de la legitimi
dad democrática. El análisis de Habermas de la esfera pública m oderna
es de hecho complementario a la discusión que hace Arendt de los princi
pios de la asociación voluntaria. Se elabora con base en la otra institución
nuclear de la sociedad civil moderna, que es central a cualquier entendi
miento de la clase de entidad política abierta al ciudadano privado, que
no es un político profesional. Su teoría de la legitimidad democrática, sin
embargo, es un paso importante más allá de la estructura teórica de Arendt,
porque sus pretensiones normativas trascienden los límites de una tradi
ción o cultura política particulares (Arendt se concentra en los Estados
Unidos) y proporciona principios que le dan a una práctica particular (el
hábito de la asociación voluntaria y de la promesa) un carácter normativo
y obligatorio. Reintroduce un punto de vista normativo (no basado en los
hechos) respecto a las instituciones existentes que no es trascendente ni
DESOBEDIENCIA CIVIL Y SOCIEDAD CIVIL 669
NOTAS
de D workin revelan un a evolución im portante dentro de la teoría liberal, pues b uscan desa
rrollar u n a teoría de los derechos en cuyo centro esté u n concepto de la au to n o m ía indivi
dual en vez del concepto de la propiedad privada. A este respecto, R obert Nozick, A n a r c h y ,
S ta te , a n d U to p ia , Nueva York, Basic Books, 1968, representa un paso hacia atrás.
19 Véase Rawls, A T h e o r y o f J u s tic e , o p . c it., p. 27, sobre la p lu ralid ad , y D workin,
“Liberalism ", A M a tte r o f P r in c ip ie , o p . c it., pp. 181-204. El principal problem a a que se
enfrenta Rawls es la form a en que podem os llegar a principios de justicia obligatorios cuya
justificación no se derive de alguna concepción p articu lar del bien. El argum ento de la
elección racional en A T h e o r y o f J u s t ic e , que ap aren tem en te se aplica a todos en todas
p artes, p ro p o rcio n a un a resp u esta. El ensayo de Rawls, "The Id ea o f an O verlapping
Consensus", O x fo r d J o u r n a l o f Ile g a l S t u d i e s , vol. 7, núm . 1, 1987, pp. 1-25, proporciona
otra. Para nuestra posición sobre este tem a, véase el cap. vm.
20Rawls, A T h e o r y o f J u s t i c e , o p . c it., pp. 364-365. D workin distingue en tre el objetor por
conciencia y la desobediencia civil en térm inos algo diferentes: su desobediencia civil "ba
sada en la integridad” es lo m ism o que la objeción p o r conciencia de Rawls, y su desobedien
cia civil “basada en la justicia" es sim ilar al concepto general de Rawls de la desobediencia
civil. D workin tam bién habla de desobediencia civil "basada en la política" (A Matter o f
P r in c ip ie , o p . c it., p. 107).
21 Rawls, A T h e o r y o f J u s tic e , o p . c it., p. 365.
22Es decir, se deben d a r argum entos neutrales o, m ás bien, argum entos que no se funda
m entan en ninguna concepción p articu lar del bien, sino sólo en la concepción compartida
del derecho. Así, la desobediencia civil puede im plicar la violación de u n a ley distinta a
aquella contra la cual se está protestando; tam bién es m ás que u n sim ple caso de prueba,
porque los actores relevantes están dispuestos a oponerse a la ley incluso si se la mantiene,
Véase Rawls, o p . c it., p. 365.
23 Rawls, o p c it., p. 370.
24 I b i d ., pp. 356-362; Dworkin, T a k in g R ig h t s S e r io u s ly , o p . c it., pp. 211-212. Dworkin
hace referencia a la legislación basada en prejuicios com o la im posición de “preferendai
externas”, pp. 234-235.
25 Los dos principios de justicia son:
1) Cada persona tendrá igual derecho al sistem a total m ás am plio de libertades básicas
iguales com patible con un sistem a de libertad sim ilar p ara todos. 2) Las desigualdades
sociales y económ icas pueden ser tratad as de tal m an era que a la vez: a ) produzcan mayor
beneficio p ara los m enos favorecidos (congruente con el principio del ahorro justo), y b) se
las ligue con cargos y posiciones abiertas a todos bajo condiciones de igualdad de oportuni
dad justas (Rawls, A T h e o r y o f J u s t ic e , o p . c it., p. 302).
Para la posición original de Rawls, véase ib id ., pp. 17-22. P ara la definición de una
constitución justa, de una legislacaé^justa y la discusión del s t a t u s del gobierno de la ma
yoría, véase ib id ., pp. 195-201 y 356-362.
26Para la definición de u n a justicia procesal im perfecta, véase Rawls, A Theory o f Justice,
o p . c it., pp. 353-354 y 356.
27 I b id ., pp. 371-377.
28I b id ., pp. 111-116 y 342-350. A estas categorías de individuos privilegiados se aplica el
"principio de lo ju sto ”; es decir, adem ás de su deber n atu ral a obedecer, estos Individuos
que obtienen ventajas reales de un sistem a social están incluso m ás obligados a obedecer.
La preocupación de Rawls al añadir este principio de obligación al deber n atural es evitar
el oportunism o (p. 116). Sobre este tem a, véase tam bién Patem an, The Problem o f Political
O b lig a tio n , o p . c it., pp. 118-120.
29 Rawls, A T h e o r y o f J u s t ic e , o p . c it., p. 115.
30 Ibid., pp. 335-336. Muchos comentaristas han indicado que la forma en que Rawls
entiende al contrato como "hipotético” lo hace irrelevante para el problema de la obliga
ción política, tal como ésta surge respecto a la desobediencia civil. Véase Dworkin, 7bklng
Rights Seriously, op. cit., p. 151. En realidad, como hemos visto, Rawls usa poco la idea del
contrato cuando trata el problema de la desobediencia civil,
11 Rawls, op, cit,, p. 352.
12 Por implicación, para Rawls el segundo caso Involucra actos más graves de rebellón o
676 LA R E C O N S T R U C C IÓ N D E LA S O C IE D A D C IV IL
chos individuales de nadie, pero se trata en cam bio de asuntos de la tom a de decisiones
dem ocráticas y de la m oralidad política; y si bien éstos no pueden justificarse m ediante un
argum ento basado en los derechos, sí es posible a p esar de todo justificarlos éticam ente
m ediante argum entos basados en principios dem ocráticos. Véase m ás adelante, la nota 63.
61 Las cortes deben ser inm unes a las presiones ejercidas p or m edio del dinero o el
poder, pero los jueces deben estar abiertos a la influencia indirecta, m ediada a través de
argum entos, por la cultura política contem poráneai. Como tales, son p arte de la sociedad
política.
62 Apoyados p o r los im portantes derechos civiles de la libertad de expresión, asam blea,
asociación y otros sim ilares.
63 Obsérvese, por ejem plo, su discusión del m ovim iento contra la guerra de Vietnam:
trata de trad u cir las dem andas de los opositores en la clase de dem anda de derechos que
p resentaría un abogado. Esto funciona en el caso de las desigualdades contem pladas en la
ley de reclutam iento, pero es difícilm ente convincente respecto a la objeción m oral de que los
E stados Unidos estaban usando arm as y tácticas cuestionables o que los E stados Unidos no
tenían ningún interés en juego en Vietnam que justificara obligar a sus ciudadanos a arries
g ar sus vidas en ese lugar. Lo que estaba en juego era claram ente la form a en que se to m a
ban las decisiones de guerra, la creación de un debate público, la insistencia en que se
tratab a de tem as políticos m orales y norm ativos y no sólo de "razones de Estado", y la insis
tencia en que, en una dem ocracia, el pueblo debe poder influir sobre ese proceso de tom a
de decisiones. El meollo de la cuestión no era u n a negativa consciente, puesto que los que
participaron en el m ovim iento no eran sólo aquéllos que tenían el riesgo de ser reclutados.
Véase Dworkin, A M a tte r o f P r in c ip ie , o p . c i t ., pp. 208-209.
64 A pesar de su defensa de la desobediencia civil basada en la política, in terp reta el
único ejem plo que da com o si fuera no persuasivo en u n a form a oculta.
65 Dworkin, A M a t te r o f P r in c ip ie , o p . c it., p. 112.
66 Véase H aberm as, “Civil D isobedience” o p . c it.
67 La frase u sada por Dworkin p ara el m ovim iento de derechos civiles estadunidense,
que in ten tab a educar a la opinión pública, crear espacios públicos p a ra su expresión y
en co n trar form as de dejar sentir su influencia (A M a tte r o f P r in c ip ie , o p . c i t . , p. 112). Debe
m os observar que acciones com o las de la O peración Rescate en los E stados Unidos no
calificarían com o desobediencia civil justificada sobre estas bases, puesto que im plican
tácticas de intim idación en vez de persuasión y pro cu ran im poner a la sociedad un punto
de vista p articu lar sobre el m undo, en vez de re c u rrir a los principios de justicia de la
com unidad.
68 Todo elem ento de esta definición puede ser puesto en duda; éste es el riesgo que se
enfrenta al in ten tar u na definición. P ara ayudar a evitar los peores abusos de esos ejerci
cios, debem os aclarar algunos puntos. Por "público", hacem os referencia al hecho de que el
acto ilegal debe ser conocido, aunque no necesariam ente m ientras está siendo com etido (si
bien éste es usualm ente el caso). Tampoco es absolutam ente necesario que los auto res del
acto se hagan conocer, aunque esto tam bién debería ser o rd in ariam en te del conocim iento
público. Un ejem plo instructivo es el de la sangre que se arrojó sobre los archivos de reclu
tam ien to du rante las protestas contra la guerra de V ietnam . E stos actos o cu rriero n en
secreto y los actores retuvieron su carácter anónim o, pero estos actos fueron claram ente
sim bólicos y tenían la intención de hacerse del conocim iento público.
Por "ilegal” querem os decir que hay una violación intencional de la ley que no tiene el
propósito de poner en duda el gobierno de la ley com o u n todo o al propio sistem a consti
tucional. La disposición a acep tar las consecuencias legales de las transgresiones de la
legalidad dem uestran la fidelidad de los actores a u n a constitución "casi ju sta, casi d em o
crática" pero que no es requerida en absoluto.
Por “no violenta", hacem os referencia a que el carácter de la protesta es sim bólico y
com unicativo o, en la frase de Dworkin, persuasivo. Los juegos del p o d er estratégicos que
im plican la violencia son difíciles de justificar com o desobediencia civil. No obstante, en
situaciones concretas puede o cu rrir la violencia. La evaluación de la violencia debe hacerse
con referencia a los que la iniciaron, al contexto general y al propósito del acto. La historia
del m ovim iento laboral proporciona m uchos ejem plos de hucigas violentas a las que se
D E S O B E D IE N C IA C IV IL Y S O C IE D A D C IV IL 679
puede ver com o actos de desobediencia civil. La fuerza y la violencia son n o toriam ente
difíciles de definir y su significado se puede extender p a ra que incluya todas las form as de
coerción, o se puede lim itar p ara que signifique sólo la violencia física. A ceptam os la for
m ulación de G ünter Frankenberg en "Ziviler U ngehorsam un d rechtsstaatliche Demokratie",
J u r i s t e n z e i tu n g , 39, m arzo de 1984, pp. 266 y ss: “Sólo son civiles aquellas infracciones que
no contravienen la "proporcionalidad de los m edios" y , en especial, las que salvaguardan la
integridad física y psíquica de los oponentes de la protesta y de los observadores inocentes".
Finalm ente, p o r apelaciones a la capacidad de razón y al sentido de justicia de la pobla
ción, querem os indicar que la desobediencia civil es u n llam ado a los m iem bros tan to de la
sociedad civil, com o de la sociedad política, para que reflexionen sobre los principios bási
cos que subyacen en un a dem ocracia constitucional y p a ra que cam bien las leyes, políticas
y acuerdos institucionales que violan estos principios.
69 P or ejem plo, obsérvese que aquí "no n eu tral” significa que la legislación im plica n o r
m as generales que incorporan una concepción del bien, m ientras que en otras partes Dworkin
la interpreta p ara referirse sólo a decisiones de las políticas social, económ ica y externa.
70 Dworkin, T a k in g R ig h t s S e r io u s ly , o p . c i t . , p. 255.
71 P ara u na discusión del concepto de identidad en la teoría d em ocrática radical, véase
Cari Schm itt, T h e C r is is o f P a r lia m e n ta r y D e m o c r a c y [1923], Cam bridge, m it Press, 1985.
Véase tam bién la sección sobre Schm itt en el cap. III.
72 E sta posición es característica de los n eo co m u n itaristas co n tem p o rán eo s de tipo
neoaristotélico (M aclntyre) o neorrepublicano (Sandel, Taylor e t a l.).
73 E sto ha sido reconocido tam bién p o r los no dem ócratas. Cari S chm itt p arte de la
prem isa de que la soberanía p opular no puede ser institucionalizada —la voluntad del p u e
blo en form a del p o u v o i r c o n s t i t u a n t siem pre perm anece p o r encim a o afuera de la ley—. Las
conclusiones a que llega con esta percepción difícilm ente son, p or supuesto, dem ocráticas.
Como la voluntad del pueblo no puede ser representada ni bajo las condiciones m odernas,
ni form ada en una asam blea general, sólo puede ser incorporada en u n a persona que afir
m a hacerlo así y el cual es confirm ado en esta pretensión p o r m edio de las técnicas de la
aclam ación. De acuerdo con lo anterior, el líder reúne en su persona la legitim idad (los
principios que se encuen tran detrás de la ley) y la soberanía (la capacidad de to m ar decisio
nes en situaciones de em ergencia). Por esta razón, sobre la base del m odelo de la dem ocra
cia com o identidad, que encuentra en Rousseau, en el jacobinism o y en bolchevism o, Schm itt
concluye que la línea entre la dem ocracia y la d ictadura es en realidad m uy tenue.
74Esto es m enos cierto de Arendt que de H aberm as. La gran falla en la teoría general de
Arendt es su antipatía hacia la sociedad civil m oderna y su estru ctu ra categórica dicótom a,
anacrónica (véase el capítulo iv). Su ensayo sobre la desobediencia civil, escrito en respues
ta a problem as prácticos en los E stados Unidos, tiende a sobrepasar las rigideces de su
m odelo teórico.
75Arendt, C risis in th e R ep u b liffT o p '. c i t . , pp. 51-102; H abermas, "Civil Disobedience” op. cit.
76 D workin llega b astan te lejos porque, a diferencia de la m ayoría de los defensores
liberales y legalistas, no hace hincapié en que u n acto de desobediencia civil es legítim o
sólo si quien viola la ley está dispuesto a acep tar el castigo p o r su acto. En cam bio, su
énfasis es en la descrim inalización, en el castigo benévolo, etcétera.
77 Arendt, o p . c it., p. 98.
78I b i d ., p. 55. Véase tam bién Walzer, O b lig a tio n s , o p . c it., p. 4.
79 Arendt, o p . c i t ., p. 74.
80Vale la pena n o tar aquí que u n a dim ensión que falta en las discusiones liberales (y en
la m ayoría de las dem ocráticas) sobre la desobediencia civil, es el papel y legitim idad respecto
a la econom ía. No es sorprendente que los liberales preocupados p o r las libertades básicas
ignoraran esas consideraciones, pero es extraño que la teoría dem ocrática no hubiera tra ta
do acerca de ellas directam ente. Arendt sólo las m enciona de pasada. Rawls explícitam ente
rechaza la legitim idad de los actos de la desobediencia civil respecto a los asuntos de la Jus
ticia distributiva. Dworkin y Fíaberm as guardan silencio sobre el tem a. W alzer es uno de
los pocos dem ócratas radicales que han discutido la desobediencia civil respecto a las ins
tituciones económ icas. Él argum enta que la corporación económica privada debe ser con
siderada com o una com unidad política dentro de la m ayor comunidad del Estado. Hoy en
68 0 LA R E C O N S T R U C C IÓ N D E LA S O C IE D A D C IV IL
día las corporaciones recaudan im puestos en provecho del E stado, m antienen los estándares
requeridos p o r el E stado, gastan el dinero del E stado y hacen cum plir las reglas y regla
m entos en últim a instancia con el apoyo del E stado. R ealizan funciones sem ioficiales y
ejercen poder y autoridad sobre los trabajadores. Pero la au to rid ad de los funcionarios
corporativos raras veces es legitim ada en u n a form a dem ocrática. El p o d er corporativo se
ejerce sobre em pleados-sujetos en una form a que no es diferente a la de los estados a u to ri
tarios. Algunos sujetos de la au toridad corporativa hán logrado, p or supuesto, o btener de
rechos contra ella que están protegidos p o r el E stado, especificando aspectos com o las
horas de trab ajo o el derecho a la huelga. De hecho, la huelga d u ran te m u ch o tiem po fue
la form a m ás com ún de la desobediencia civil de la clase trabajad o ra. F recuentem ente, la
violencia y la fuerza eran parte de la estrategia de plantones o de ocupación de locales p o r
p arte del m ovim iento de los trabajadores y W alzer argum enta que esas acciones —incluso
si parecen revolucionarias porque tienen la finalidad de cam biar la d istribución del poder
dentro de la corporación—, caen dentro de los lím ites de lo civil siem pre y cuando la revo
lución no esté dirigida contra el propio E stado ( O b lig a tio n s , o p . c it., p. 31). El pu n to que él
presenta aq u í es que frecuentem ente no hay canales legales m ed ian te los cuales dirigir
estas protestas. Así, estos actos de desobediencia civil "revolucionaria" lim itada pueden ser
considerados com o esfuerzos p or extender los principios constitucionales dem ocráticos a
un cam po en que las pretensiones de p o d er absoluto de p arte de los funcionarios, basadas
en los derechos de propiedad, son m uy poco convincentes. M ientras que los funcionarios
corporativos y del E stado tienden a ver a la corporación com o un objeto de propiedad en
vez de com o u n a com unidad política (como la sociedad económ ica, en n u estra term in o lo
gía), claram ente im plica am bas. Lo que está e n ju e g o en estos actos de desobediencia civil
no es quién será dueño de la corporación, sino lo que im plica esa propiedad y qué poderes
gubernam entales puede pretender legítim am ente la adm inistración. W alzer indica que un
rasgo característico de los regím enes feudales es que ser dueño de u n a propiedad im plica
poderes gubernam entales, pero ningún E stado m oderno y ciertam ente n ingún E stado cons
titucional dem ocrático puede tolerar esa situación. Así, arg u m enta que los intereses de un
E stado dem ocrático serían m ejor servidos p or la dem ocratización corporativa. Por lo ta n
to, hay un tipo de desobediencia civil que desafía no a las leyes y políticas del Estado, sino
sólo a las autoridades corporativas que el E stado protege. E stam os de acuerdo con este
argum ento con u na condición: la eficiencia económ ica no debe ser sacrificada in to to a la
presión dem ocrática.
81 Arendt, C r is is i n th e R e p u b lic , o p . c it., p. 96.
82 Véase el cap. IV. Estam os pensando en la rígida oposición entre las esferas pública y
privada, por u na parte, y la concepción de la sociedad m oderna como u n a sociedad de masas,
p or la otra. Este modelo teórico excluye, p o r definición, la concepción de sociedad civil que
hemos estado form ulando. En el m ejor de los casos, perm ite una concepción de la sociedad
política entre la esfera privada, concebida individualm ente, y el Estado com o gobierno. Pero
la form a en que Arendt entiende a la desobediencia civil im plica u n m odelo de sociedad
política abierto a la influencia de ciudadanos privados que actúan colectivam ente y p resu p o
ne u n m odelo complejo de sociedad civil en que el poder está dispersado y delegado sólo en
p arte y condicionalm ente a la sociedad política o al E stado. E n resum en, la discusión de la
desobediencia civil la obliga a rein tro d u c ir al nivel del contenido, aun q u e no de la teoría,
algunos de los com ponentes centrales del concepto de la sociedad civil; las asociaciones y
los m ovim ientos sociales, que son diferentes de los m ovim ientos de m asas protototalitarios.
83Véase e l cap. IV.
84 Obsérvese el cam bio en la posición de A rendt en T h e H u m a n C o n d i t i o n , Chicago,
University of Chicago Press, 1958, p. 23, donde critica a la s o c ie ta s com o la p érdida de lo
político.
85 Arendt, C r is is i n th e R e p u b lic , o p . c it., pp. 89 y 95.
86 I b id ., p. 97.
87 Hay razones teóricas de la incapacidad de A rendt p ara expresar esto, principalm ente
su supuesto de la decadencia de la esfera pública con el surgim iento de la m odernidad y la
em ergencia y expansión de ese confuso cam po que m ezcla lo público y lo privado, esto es,
la sociedad (la sociedad civil).
D E S O B E D IE N C IA C IV IL Y S O C IE D A D C IV IL 681
1
INDICE ANALITICO
obediencia civil: 668, 672; y la esfera pú 574, 575-576, 583; política de: 566-567,
blica: 251-270, 356-370, 463; véase tam 572, 588, 619; y razón práctica: 470n58;
bién esfera pública; y la ética del discur véase también identidad colectiva; indi
so y la buena vida: 422-436; y la teoría de vidualismo e individualidad
la ética del discurso: 40; y la teoría de los identidad colectiva: 229, 333, 573, 576; Ha-
movimientos sociales: 586-594; y Luh- bermas, su concepto de la: 416-417, 420-
mann: 353, 361; y Schmitt: 243, 251,253- 422/425, 426,430,431, 433; véase acción
254, 256 colectiva; voluntad colectiva; colectividad;
habla o expresión, situación ideal: 398, 409, solidaridad
432, 453 identidad común; véase identidad colectiva
hablar o expresarse en público: 216,286,287, identidad, paradigma orientado a la: 557,618
664; como desobediencia: 645 , véase tam ideología: 255, 266, 276, 304, 359, 476, 509
bién comunicación; comunicativa; discur ideológicos, aparatos estatales: 190, 191,192
so; opinión pública igualdad, sustantiva: 505
Hart, H. L. A.: 487, 491, 650 ilegalidad: 316, 317, 319, 321; véase también
Hegel, G. W, F.: 45, 114, 174, 192, 203, 222, crimen; ley y sistema legal
476, 479; y la ética del discurso: 455-456, Ilting, Karl-Heinz: 140-141, 142
457, 459; y la fusión de la sociedad civil Ilustración: 314, 361, 439; dialéctica de la:
con el Estado: 273,286; y la integración de 453; escocesa: 120; Habermas, concepto
la sociedad civil mediante el Estado: 120; de la: 253, 255, 259; hipocresía de la
y Luhmann: 354; y Parsons: 154, 159, 165, antipolítica en la: 250-251, 253, 255, 258;
174; y la esfera pública: 244-245, 247, 248, Koselleck, concepto de la: 248-250, 253,
251, 254, 260, 264; Rechtsphilosophie (Fi 255, 256, 257; sociedad: 115-120, 121
losofía del derecho): 122, 177; y la inte imperativo categórico: 138
gración social por medio de la sociedad inclusión, política de: 588, 619; y el aborto:
civil: 529; síntesis de la sociedad civil: 120- 615
130; y la teoría de la sociedad civil: 454-456 individualismo e individualidad: 21, 29, 64,
hegemonía y contrahegemonía: 180-181,182, 217, 424-429; Arendt concepto de: 217;
183, 190, 191, 192-193, 195, 480; véase el concepto de Foucault de: 314, 326,329;
también dominación Hegel, concepto de: 126; posesiva: 41-42;
Heiman, G.: 136 véase también autonom ía; ciudadanía;
Heller, Agnes: 416 homme, liberalismo; neoconservaduris-
hermenéutica: 558 mo; -propiedad; derechos; alma; y la éti
hermenéutica, falacia: 544 ca del discurso: 424, 429
Hobbes, Thomas: 40, 159, 248, 249; Levia- influencia: 265, 536-537; en el esquema de
than: 117 Luhmann: 356, 360, 374; en el esquema
hogar, véase Oikos de Parsons: 164-166, 170, 356, 536-537;
homme (ser humano): 355, 504; y burgués: política de: 567, 569, 572, 588, 593, 612,
259,260,263-264,267,268,282; y citoyen 616, 622, 637-638, 654, 655-656, 669; sin
(ciudadano): 263, 264, 267-268, 269, poder: 223, 248; véase también eleccio
294n60, 504; véase también autonomía; nes; intereses; opinión pública
ciudadanía; individualismo e individua Inglaterra: 155, 258-259, 496; después de la
lidad; alma Revolución gloriosa: 119-120; y las revo
Honneth, Axel: 324, 479 luciones modernas: 154
Horkheimer, Max: 255, 280, 281, 506 ingobemabilidad: 42-43
humanas, ciencias: 308, 309 ingresos garantizados: 553nl30
humanismo: 310, 334 insum o-producto, relaciones de: 352-355,
Hume, David: 117, 416 484-486
húngara, Revolución 1956:36,85,90,101,102 institucionalización selectiva: 586
Húngaro, Partido Comunista: 86 institucionalizadas, normas: 336, 376, 378
Hungría: 36, 55,82,85-90,101, 102, 538; fra integración social: 151; en el esquema de
caso de la conversión en: 108nll7; véase Foucault: 340n65; Hegel, su teoría de la:
también sistema kadarista 127, 134; véase también diferenciación;
mediación; solidaridad
identidad: 422-428; como mediación; 470 intereses: 199, 235, 503, 511, 655; general
n58, 470-47ln60, 471n63; modelo: 573, vs, particular: 409,422,427,470-47ln60;
ÍNDICE ANALÍTICO 691
política de: 224; véase también influen 648, 656,658; y teoría democrática y des
cia; motivación; y fusión de la sociedad obediencia civil: 661, 667-673
civil con el Estado: 273-274, 276; y parti legitim idad y legitimación; de asam bleas
dos: 46n8, 46n9, 212nl42 constitutivas: 230; de la desobediencia
intermediaciones culturales: 36 civil: 637-639, 641, 658, 660; véase t a m
íntima, esfera, véase familia; esfera privada bién desobediencia civil; de la domina
inversionistas: 448n36, 551nl04 ción: 409; véase también dominación; de
isonomia: 217, 472, 472n88 la ley: 651-653; véase también ley y siste
Italia: 175-176, 183 ma legal; de los valores sociales: 159; Fou
cault, concepto de: 303, 307, 319, 326;
Jenkins, J. Craig y Craig M. Eckert: 569, 571 Luhm ann, concepto de: 351, 369-371,
Jenson, Jane: 613 375, 382; véase también consenso; consti
jueces: 381-383, 391nl51, 492, 650 tución y constitucionalismo; contratos y
justicia: 27-28, 129; dos principios de: 675 contractualismo; democracia; legitim i
n25; véase también ley y sistema legal; de dad democrática, principio de; gobierno
rechos; y desobediencia civil: 641, 660; y de la mayoría; teoría del contrato social;
la ética del discurso: 428-429 y consentimiento: 227; véase t a m b i é n con
sentimiento; y la esfera pública liberal;
kadarista, sistema: 82, 83, 85 286, 287, 290-291; véase t a m b i é n esfera
Kant, Immanuel: 433, 440,444,457, 489; co pública; y neoconservadurismo: 66; y re
mo un precursor ilustrado de Hegel: 118, gímenes autoritarios: 32, 33, 74, 77, 277;
119, 120, 121, 409; y el imperativo cate véase también autoritarismo
górico: 399, 400, 429 leninista, avant-gardism: 505
Karlsbad, decretos de: 142 Ley de Derechos (Estados Unidos); 119, 66S
keynesiana, doctrina económica: 30, 63, 64, ley de hierro de la oligarquía (Mlchels): 525,
520 617, 620-621
Kirchheimer, Otto: 280, 282, 283 ley y sistema legal: 83, 85,187, 188,244,245,
Kis, János: 86, 99 290,295,412,493; absolutista: 496; Arendt,
Kohlberg, Lawrence: 424, 491 concepción de: 228,230-231; civil y públi
Kornai, János: 519, 540 ca: 483-484; como ethos: 113; v é a s e ta m
Koselleck, Reinhart: 203,216,345; Kritik und bién ethos; como medio e institución; 514-
Krise: 248-251; y los orígenes de la esfera 515, 606; etapas de: 490-491; Foucault,
pública liberal: 248-251, 253, 256, 258, concepto de: 301 -307, 316 , 318, 321, 326,
264 327, 336; Hegel, concepto de: 128, 140;
Kószeg, F.: 76 Kant, concepto de: 119; legitimidad da:
Kuron, Jacek: 55, 93, 96 651 -653; Luhmann, concepto de; 347,348,
373-383; Montesquieu, concepto de: 117;
Lefort, Claude: 62, 451 wj<e* natural: 118; obligación a obedecer; 641,
, legislación laboral: 665 643, 649-650; Parsons, concepto de: 154,
legislatura, véase también ley y sistema le 171, 174, 207n68, 207n69, 490; penetra
gal; parlamentarismo ción del mundo de la vida en la; 490; pers
legitimidad democrática, principio de, y es pectivas del observador y del participan
fera pública burguesa: 473n94; como un te de la: 391,650-653; poniendo a prueba
^ principio organizativo: 647n22; véase la validez de la: 650-653; positiva; 490-
también democracia; legitimidad y legiti 493; reflexiva, y regulación posregulato-
mación; y acusación de autoritarism o ria: 531-537; v é a s e t a m b i é n Justicia; noi^
contra la ética del discurso: 279, 419,420; mas; parlamentarismo; procedimientos y
y el déficit institucional de la ética del procesallsmo; derechos; v é a s e t a m b i é n
discurso: 436-440, 442, 445-456; y el do principios morales; y desobediencia ci
minio objeto de la ética del discurso: 397- vil: 636, 660; y la ética del discurso: 459-
409; y justicia: 47n23; y la ética del dis 460; y teoría moral: 491-492
curso y la sociedad civil: ^57, 461, 463, liberal, democracia: 100, 101, 360, 374; en
464; y la utopia de la sociedad civil; 506; América Latina: 91; en el esquema de An-
y las dos dimensiones Institucionales de derson: 191, 194; en el esquema de Bob-
la sociedad civil: 511; y teoría demócra blo: 195,196,200; Offe, orillos del 61-70;
ta-liberal y desobediencia civil: 541,647- Schimtt, concepto de le: 27J-J79| vdaie
692 ÍNDICE ANALÍTICO
dad económica y política: 95-98; y los Ver Nisbet, Robert Alexander: 314; In Search o f
des de Alemania occidental: 66, 67-70 Community: 495
movimientos sociales, organizaciones (OMS): normas; diferenciadas de los hechos: 490;
568, 569, 570; y el movimiento de los de Luhmann, concepto de las: 375-383, 390-
rechos civiles: 625n25 391nl32; H aberm as, concepto de las:
movilización de masas: 71-72, 73 397-409, 411-422, 426, 427, 433
movilización y desmovilización, véase tam Nueva Izquierda: 168, 568, 588, 613
bién movimientos sociales nueva ley de los pobres: 258
mujeres: 261,263; Arendt, en el esquema de: nuevo evolucionismo: 25, 57, 58, 85, 87
239n46,240-241n50,241; subyugación de nuevo paradigma de los movimientos socia
las: 241n56, 293n33, 294-295, 547n58; les: 560, 572, 586
véase también dominación: masculina; véa
se también familia; feminismo; movimien objeción de conciencia: 405, 429, 650-653,
to feminista 663-664
multitud: 546-548 objetivista, falacia: 557-558
mundo de la vida: 425, 427, 436, 487; com O’Donnell, Guillermo: 13, 80, 97, 98,
ponentes estructurales del: 482-483, 488- Offe, Claus: 96, 98, 107, 353, 486, 517, 670; y
489, 545n24; cuatro etapas del, en rela el argumento de la fusión en el Struktur-
ción con el Estado y la economía: 495- wandel de Habermas: 280, 281; y el pro
500; diferenciado del sistema: 419, 477, yecto de separar a la libertad de la necesi
480-481,488,502,531,583, 587,592,595, dad: 527-528; y los Verdes de la Alemania
599, 600-601, 605-606; en el esquema de occidental: 66, 68, 70
Luhmann: 390nl25; penetración en las oikos: 114,215,218;polis, dualidad: 218,254;
instituciones legales del: 490-493; racio véase también familia, esfera privada
nalización del: 488-490, 493, 501, 504, Olson, Mancur: 561
510, 586; y acción comunicativa: 470n56; opinión pública: 569; Arendt, concepto de
véase también acción comunicativa, de la: 221,222, 224-225; Habermas, concep
fensa del: 523-525; y la regulación: 535- to de la: 260-261,267,269; Hegel, concep
537; y la utopía de la sociedad civil: 504, to de la: 124, 128-129, 150nl21; Luh
506, 507; y los derechos: 493-495; y re mann, concepto de la: 347, 360, 362-365,
construyendo a la sociedad civil: 476,515; 366, 368; Schmitt, concepto de la: 246-
y sociedad civil y diferenciación de la 247; véase también comunicación; acción
sociedad: 478-487 comunicativa; comunicaciones de masas;
movimientos sociales; habla o expresión
nación-Estado: 160, 238-239n21 pública; y el dominio objeto de la ética
nacional socialismo: 278 del discurso: 405-406; y la desobediencia
natural, deber: 644 civil: 646-647,652,653,656, 658-660,665,
naturalista, falacia: 414 668, 672; y la fusión del Estado y de la
necesidades, véase también sistema de nece sociedad civil: 267, 269, 271, 284, 288
sidades
negros estadunidenses: 167; véase también Paine, Thomas, El sentido común: 92, 118
movimiento de derechos civiles Panopticon (Bentham): 319, 328
neoconservadurismo: 23, 32, 34, 42, 43, 65, paradigma de la movilización de recursos:
68, 92, 550n94; vs. la defensa del Estado 557, 560, 561,572,583, 585, 610, 620; va
de bienestar: 30-34,517,520-521; y los mo riables “objetivas" en el: 561
vimientos sociales: 623nl parentesco: 153, 169, 347; véase también fa
neocorporativismo: 68-69 milia
Neumann, Franz: 287 parlamentarismo: 88, 90, 101, 178, 225, 235,
neutralidad y neutralización: 28, 40, 502, 458; Ánderson, concepto del: 191, 194;
518; Luhmann, concepto de la: 355, 361- Bobbio, concepto del: 196,198; Foucault,
362, 364, 371, 373; véase también despo concepto del: 303, 319, 333; Habermas,
litización; y la tesis de los derechos: concepto del: 252,257-258, 261,282-283,
49n55, 49n58 285, 455; Luhmann, concepto del: 361,
Nietzsche, Friedrich: 489 365,369,380,511; Schmitt, concepto del:
niños: 264, 605; y la crianza de niños: 594- 243, 248, 271, 275, 277-279; v é a s t t a m
598, 628n71 b ié n corporación; democracia; aiamblea
ÍNDICE ANALÍTICO 695
de los estados; estados; partidos políti lítica; y ef dominio de los hombres: 594,
cos; y la desobediencia civil: 647,661,667 600-602; y la acción colectiva: 566; y la
Parsons, Talcott: 204,206,308,369, 380,456, teoría de la organización moderna: 543n2;
536-537, 584, 587; véase también comu y los derechos: 496; véase también derechos;
nidad societal; y diferenciación: 479,480, y regulación: 534-535
481, 482, 485, 500; y Foucault: 308, 329; polaca, oposición democrática: 54-59; véase
y Luhmann: 346, 374, 376, 379, 388; y so también Polonia
ciedad civil: 172 polaca, Solidaridad: 36; a finales de los aflos
participación, véase dem ocracia; libertad ochenta: 80, 81, 84, 101; y el movimiento
[freedom]; libertad negativa; esfera públi sindical: 103nl6, 107nl 13; y la oposición
ca: derechos democrática polaca: 55-59
partidos políticos; Arendt, concepto de los: 225- Polányi, Karl: 53, 76, 155, 156, 497, 539; La
226,234; Bobbio, concepto de los: 199,203; gran transformación: 495; y la diferencia
en Europa oriental: 89-90; Gramsci, concep ción de la sociedad: 478, 479, 480, 485
to de los: 181, 182; Habermas, concepto polarización: 88, 99
de los: 288-289,511,512; Luhmann, concep policía: 132-133, 135-136, 137, 141,322-323,
to de los: 357, 359, 360, 366, 367; que dan 328
cabida a todos: 32,46n8 278,279,283,512; pcdis: 27, 115, 216, 217, 347, 661; noción res
Schmitt, concepto de los: 274, 277, 278, trictiva de la ciudadanía en la: 144n4;
279, 283; véase también asociaciones vo oikos, dualidad: 114, 218, 254
luntarias; elecciones; parlamentarismo; política, estructura de oportunidad: 610, 625,
movimientos sociales; y sociedad civil en 626n28; en Noruega y Suecia: 632nl 16
transición de una dictadura: 75-80 política, sociedad: 75, 79, 82, 261; Althusser,
patriarcado, véase dominación: hombre; fa concepto de la: 189-191; Arendt, concep
milia; mujeres: subyugación de las to de la: 216, 227; como alternativa a la
Pelczynski, Zbigniew A.: 142 sociedad civil: 98-101; democratización
periodismo, político: 293-294n40 de la: 553nl34; en los inicios de la histo
persona legal: 326-329 ria conceptual moderna: 113-120; Luh
personalidad: 482, 487, 490 mann, concepto de la: 347-369; véa se ta m
phronesis: 435-436 bién sociedad civil; democracia; sociedad
Pizzorno, Alessandro: 573 económica; mundo de la vida;po/íft7c* k o i-
plataforma del centro: 102 nonia-, esfera pública; movimientos socia
pluralismo: 21, 30, 37-39, 47, 88, 188, 200; les; y desobediencia civil: 645, 646; y Eu
Bobbio, concepto del: 200-203; estaduni ropa oriental a finales de los aflos ochen
dense: 168, 169; Foucault, concepto del: ta: 87-89, 93; y la ética del discurso: 496-
411-414,416-417,421; véase también aso 462; y la idea de Gramsci de la sociedad
ciaciones voluntarias; democracia; diferen civil socialista: 184, 187, 188; y la Ideolo
ciación; partidos políticos¿jgapvimientos gía de la Segunda Izquierda en Francia;
sociales; y la acusación de autoritarismo 60-61,74; y la teoría de la movilización
contra la ética del discurso; y la crítica de recursos: 571-572
izquierdista: 513-514; y la fusión de la política de influencia, v é a s e t a m b i é n Influen
sociedad civil y el Estado: 328-329; y la cia
universalidad de la ética del discurso: política de intereses, v é a s e t a m b i é n Interés
430-433 políticas postestatistas: 92, 93
pluralización: 115 p o l i t i k e k o i n o n i a (sociedad polltlca/comunl-
Primera Enmienda: 664, 668 dad): 113,115,119,215,227-228,317-318;
Primera Ley de Reforma: 293-294n40, 258 v é a s e t a m b i é n sociedad política; esfera
p O b e l (la chusma): 131 pública
poder: 23, 116, 117, 132, 155, 187, 190, 195, Polonia: 22,36,72, 538, 539; a finales de los
201; Arendt, concepto del: 216, 227-233, aflos ochenta: 101-102; v éa se ta m b ié n So
665, 668; como un medio neutral: 518, lidaridad polaca; y la oposición democrá
521; v é a s e t a m b i é n neutralidad y neutrali tica: 55-59
zación; como una relación asimétrica Pollock, Frledrlch: 280
hostil de fuerzas (Foucault): 307-334; mo populismo: 71,90, 95, 98, 540
delo jurldlcodel (Foucault): 299,307; véa posmarxismo: 22; véa se ta m b ié n Mará, Caí*
se ta m b ié n dinero y podar; sociedad po los; marxismo y noomerxlsmo
696 ÍNDICE ANALÍTICO
w sev
ÍNDICE GENERAL
Prefacio........................................................................................................ 7
La estructura de este lib r o ............................................................. 10
Reconocimientos ....................................................................................... 19
Introducción............................................................................................... 21
Los debates en la teoría política contem poránea...................... 23
D em ocracia elitista vs. dem ocracia participativa, 23; El liberalism o o rien
tado a los derechos vs. el com unitarism o, 27; La defensa del E stado bene
factor vs. el antiestatism o neoconservador, 30
El resurgimiento del concepto de sociedad c iv il........................ 34
La sociedad civil y la teoría política contem poránea............. . 37
Primera Parte
EL DISCURSO DE LA SOCIEDAD CIVIL
Segunda Parte
LOS DESCONTENTOS DE LA SOCIEDAD CIVIL
Tercera Parte
LA RECONSTRUCCIÓN DE LA SOCIEDAD CIVIL