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El Estado narco mexicano frente al desafío del reformismo de

izquierda: Alcances y límites del proyecto de cambio de Andrés


Manuel López Obrador

José Luis Solís González1

Resumen

El 1 de julio de 2018 un nuevo gobierno asumió por vía electoral el poder en


México. Una coalición de izquierda encabezada por el nuevo partido político MORENA
(Movimiento de Regeneración Nacional), creado por Andrés Manuel López Obrador
(en adelante AMLO) y sus aliados, el Partido del Trabajo (PT) y el Partido Encuentro
Social (PES), ganó las elecciones presidenciales por un amplísimo margen sin
precedente histórico, lo que le llevó al predominio indiscutible tanto en el Senado como
en el Congreso mexicanos. Este hecho insólito dejó a la izquierda lópez-obradorista con
el control de ambas cámaras y condujo al mismo tiempo a la casi desaparición de los
partidos de derecha en el país, particularmente el PRI (Partido Revolucionario
Institucional) el cual por décadas fungió como partido dominante de Estado y factótum
de la realidad nacional. Sin embargo, el desafío para el reformismo de izquierda
representado por el lópez-obradorismo es descomunal. López Obrador se propone
explícitamente llevar a cabo un cambio de régimen político como base para el cambio
del modelo económico neoliberal vigente, a través de una lucha frontal contra la
corrupción y la impunidad endémicas que han corroído a México a lo largo de su
historia y que sentaron las bases de la pobreza y la desigualdad social que se padece
actualmente. No obstante, vencer las inercias existentes en lo político, lo económico y lo
social resulta una tarea formidable para el proceso reformista en curso, en el marco de
un contexto geopolítico internacional sumamente complejo y adverso, dominado por las
tendencias de ultraderecha (o francamente fascistas) de la actual dirigencia política de
los EE.UU., el giro hacia la derecha de los principales países de América Latina (Brasil
y Argentina), así como los efectos de la crisis del capitalismo global.

Abstract

On July 1, 2018, a new government assumed power in Mexico. The left coalition
led by the new political party MORENA (National Regeneration Movement), created by
Andrés Manuel López Obrador (hereinafter AMLO) and its allies the Labor Party (PT)
and the Social Encounter Party (PES), won the presidential elections by a very wide

1
El profesor Solís, actualmente en retiro, perteneció por diez años al Sistema Nacional de Investigadores
(SNI) de México. Sin embargo, continúa sus labores de investigación y de publicación, manteniendo su
colaboración con diversas instituciones académicas dentro y fuera de México. Pertenece a la red de
investigadores de Research Gate. y ha sido colaborador de múltiples editoriales, como Ediciones
Herramienta (Buenos Aires), Revue Tiers Monde (París) y revista Argumentum (Vitoria, Brasil), entre
otras.
margin without historical precedent, which conducted to its indisputable predominance
on both the Senate and the Mexican Congress. This unusual fact gave the lopez-
obradorista left the control of both chambers and at the same time led to the almost
disappearance of the right-wing parties in the country, particularly the PRI (Institutional
Revolutionary Party) which for decades was a dominant party of the State and factotum
of the national reality. However, the challenge for the left reformism represented by the
lopez-obradorismo is enormous. López Obrador explicitly proposed to carry out a
change of political regime as a basis for the change of the current neoliberal economic
model, through a frontal struggle against the endemic corruption and impunity that have
corroded the country throughout its history and settled the foundations of inequality and
poverty nowadays existing in Mexico. However, overcoming the inertias in the sphere
of political, economic, and social is a formidable task for the Mexican reform process.
This process must to take into account the existence of a highly complex and adverse
international geopolitical context, dominated by ultra-right trends of USA’s current
political leadership, the turn to the right of principal Latin-American countries (Brazil
and Argentina), as well as the effects of global capitalist crisis.

Introducción

Según el Instituto Nacional Electoral (INE) de México, el 53.19% de los votantes


totales del país (30’113,483 personas) votó el 1° de julio de 2018 por Andrés Manuel
López Obrador. Esta fue una respuesta contundente del electorado mexicano frente a la
crisis multidimensional (“orgánica”, diría A. Gramci) que padece este país después de
casi cuatro décadas de neoliberalismo desenfrenado, el cual ha llevado a México al
estancamiento económico, a la “financiarización” y desindustrialización “precoz” de la
economía, a la pobreza extrema, a desigualdades sociales crecientes, al saqueo
generalizado de la riqueza nacional, al autoritarismo, al clientelismo, a la corrupción en
su más alto grado y a una violencia social sin precedentes desde la mal llamada
“revolución mexicana” de 1910. Sobre la base de la connivencia del régimen político
mexicano con los cárteles de la droga y el crimen organizado, esta situación de
catástrofe nacional, además de sus causas propiamente estructurales internas y externas
que tienen que ver con la condición de subdesarrollo del país, responde de manera
significativa también al encubrimiento, complicidad y a la actuación en múltiples casos
abiertamente criminal de los últimos cinco gobiernos de corte neoliberal, apoyados por
la mayor parte del empresariado, los banqueros, el capital transnacional, la iglesia
católica, los partidos de la derecha mexicana y los EE.UU.

Históricamente, en pocos casos la interpenetración entre capitalismo y crimen


organizado ha sido tan profunda, extendida y tan clara como en México. A pesar de que
la generalización de las relaciones de cambio y del dinero fue rápida e intensa, en un
espacio-tiempo relativamente muy breve en la otrora llamada Nueva España, lo
accidentado de este proceso no se tradujo en una real y completa “fetichización” de la
mercancía, del dinero, o de la democracia formal burguesa. La falta de estos
automatismos legitimadores propios del capitalismo europeo, condujeron a economías
de pillaje, al bandolerismo y a la falta de instituciones características de los llamados
“Estados de derecho”; estas instituciones tomaron varios siglos en consolidarse en las

2
naciones europeas. En el caso mexicano, la falta de estas instituciones legitimadoras
asociadas a la generalización mercantil y monetaria, llevó a la conformación de
economías de mafia que, al coexistir con el gran mercado de drogas que se fue
conformando en los EE.UU., condujo a procesos específicos de conformación de
Estados nacionales en países como México, Argentina o Colombia, bajo la dominación
de oligarquías criollas depredadoras que vieron en el Estado nacional no sólo la
posibilidad de independencia y autonomía respecto de sus metrópolis, sino también la
posibilidad de ampliar sus oportunidades de negocio, de poder político o de ascendencia
social. Buena parte de esos Estados nacionales evolucionó hacia Estados narco o hacia
Estados de excepción controlados por castas militares o por alianzas entre la “burguesía
compradora”, banqueros y terratenientes.

En este marco de evolución histórica tan accidentado y abrupto, AMLO se presentó por
tercera vez como candidato a una contienda presidencial mexicana. Después de largos
años como luchador social y opositor al régimen del PRIAN, López Obrador finalmente
logró, después de dos experiencias marcadas por el fraude electoral (una en contra del
PAN y la última en contra del PRI), la victoria en las urnas gracias a su experiencia
política acumulada, sus pragmáticas alianzas políticas y el estrecho contacto que ha
logrado establecer con sus seguidores. Se jacta de haber recorrido el país entero varias
veces, y de haber visitado cada municipio de México en más de dos o tres ocasiones.
MORENA, más que un partido “de cuadros” o “vanguardista” en el sentido tradicional,
es un movimiento que incluye los más diversos sectores de la sociedad mexicana, bajo
el interés común de impulsar un verdadero renacimiento de México que acabe con la
corrupción y la impunidad de la “oligarquía en el poder”. No se ostenta como un partido
“de clase” sino como uno de ciudadanos “libres y democráticos”. De ahí su fuerza pero
también sus debilidades: no se concibe a sí mismo como un partido de izquierda
revolucionaria, socialista o marxista, a pesar de que una buena parte de sus seguidores
sean antiguos militantes de las más diversas tendencias político-ideológicas existentes
en el país.

Ello nos lleva a analizar el movimiento de López Obrador, sus alcances y limitaciones
en el contexto actual de la decadencia ideológica y política que se manifiesta en los más
diversos países del mundo. Al parecer, a nivel global el planeta está siendo atravesado
por una profunda crisis de motivación y de valores sociales que parece acompañar como
una constante la crisis económica y política del capitalismo avanzado. Por otra parte, la
caída del Muro de Berlín y, en general, el derrumbamiento de las experiencias
socialistas de diversos tipos, han dejado una atmósfera de desilusión, desaliento y
nihilismo que afecta gravemente sobre todo a la juventud. Este “malestar en la
civilización” que barruntaba S. Freud o E. Fromm desde los años veinte del siglo
pasado, se ha acentuado ante la inminencia de fenómenos como el cambio climático, el
calentamiento global y el deterioro irreversible de los ecosistemas. La llegada de D.
Trump (personaje nefasto y contradictorio, encarnación del irracionalismo más
retrógrado) a la dirección política del país más poderoso del mundo, no abona en nada a
esta situación de desesperanza y angustia, agravada ante un posible recrudecimiento de
la carrera armamentista nuclear. La “modernización” neoliberal no ha sido más que un
espejismo engañoso que difícilmente podrá dinamizar a las economías para seguir
llevando a las personas a la acumulación de bienes materiales sin objeto ni sentido
alguno.

3
I.- La teoría de las formas sociales en Marx

Para analizar los obstáculos, retos y desafíos que se yerguen frente al proyecto
de cambio del lópez-obradorismo, debemos realizar un recorrido teórico adicional 2 que
nos lleve a un análisis más preciso de los alcances y límites del reformismo de izquierda
en países subdesarrollados como México. Para ello recurriremos a la obra de K. Marx a
propósito de su teoría de las formas sociales3.
En los “clásicos” del marxismo se encuentran varias concepciones (algunas de
ellas en oposición mutua), sobre el Estado capitalista y las formas de dominación
política de clase asociadas a este (Lefebvre, 1976: 212-256). Se puede además constatar
que la “teoría política marxista” no ha alcanzado un grado de desarrollo comparable al
de la obra teórica de Marx en el terreno de la economía política 4. Las teorizaciones
predominantes hasta antes del debate sobre la “derivación” del Estado del capital
durante la década de los años setenta, eran en su mayoría variantes de dos posiciones
extremas, igualmente erróneas: a) el Estado es concebido o como un instrumento de la
clase dominante (“Estado-objeto”); o bien como una entidad dotada de un poder y una
voluntad superiores, que le son propios y que le permiten elevarse por encima de los
conflictos de clase (“Estado-sujeto”).
La primera suscribe un principio de socialización5 basado en la acción
omnímoda y todopoderosa del capital que impondría, sin mediaciones, su dominio al
conjunto de la sociedad. En esta óptica, el Estado es pensado como una suerte de “petit
comité” de los capitalistas (Marx y Engels, 1965: 35), o la “banda armada del capital”
(Lenin, 1918, 293-393), una correa de transmisión impuesta por los capitalistas según
sus necesidades de clase y las necesidades de la propia acumulación de capital. La
segunda erige al Estado en el principio de la socialización capitalista (el “Estado-

2
Ver al respecto los debates sobre el reformismo y el revisionismo en la Segunda Internacional entre R.
Luxemburgo, V.I. Lenin, K. Kautsky, C. Bernstein, entre los autores más representativos. En una
perspectiva más actual, el lector se beneficiará también de los trabajos de A. Lipietz, (1981), E. Mandel
(1974) y de J. Holloway (1980).
3
Esta teoría, aunque dispersa a lo largo de la inmensa obra de Marx, la podemos encontrar
fundamentalmente en El Capital (1977a) y los llamados Grundrisse (1968).
4
En el pensamiento de Marx no hay lugar para desarrollar de manera aislada una “teoría política” del
capitalismo, por la sencilla razón de que Marx no escinde su crítica de la sociedad burguesa en una crítica
“económica” (contenida supuestamente en El Capital), una crítica “política” y una crítica “ideológica”, al
estilo de las ciencias sociales convencionales. El proyecto científico original de Marx contemplaba como
punto de partida el análisis crítico de la la “anatomía de la sociedad civil” (mercancía, valor, dinero y
capital), para posteriormente analizar las formas sociales derivadas de estas categorías: Estado, comercio
exterior y mercado mundial (Marx, 1977b). Desgraciadamente, Marx murió antes de completar su
monumental obra, de la cual en vida sólo publicó el primer libro (la producción capitalista). Del segundo
libro (la circulación) y el tercero (el proceso global de la producción capitalista), Engels se hizo cargo de
su edición y publicación. Pero el vacío dejado por el propio Marx en el análisis sobre el Estado, dejó
abierta la puerta para múltiples interpretaciones (las más de las veces erróneas) de su pensamiento y su
obra, lo que ha conducido a importantes desviaciones teóricas y políticas en el movimiento obrero
revolucionario.
5
Se entiende por socialización el proceso por el cual se opera la unidad-en-la-separación de los agentes
sociales en el marco de un modo de producción determinado (en este caso, el capitalista); es decir, el
movimiento por el cual se reproduce a la vez la separación de estos elementos y su pertenencia común a
la totalidad social, reproduciendo al mismo tiempo la totalidad y las partes (Palloix, 1981).

4
Leviatán” de Hobbes), sea porque: a) engendre las relaciones sociales propias de la
sociedad capitalista, a través de la creación de la relación monetaria y la relación
salarial, b) sea porque sustituya el “funcionamiento ciego” del mercado por la
organización planificada y administrada (Habermas,1978) de la sociedad en su
conjunto, o c) porque se constituya en “un árbitro por encima de las clases” (Engels,
1970: 73) que evite su mutua aniquilación.
Estas concepciones polares del Estado se encuentran igualmente en la mayoría
de los teóricos del “subdesarrollo” y la “dependencia” (Solís González, 2016). Para
aquéllos que comparten una concepción “instrumental” del Estado (como A. G. Frank,
por ejemplo) las modalidades asumidas por la intervención pública en los países
“periféricos” son el resultado de la utilización más o menos deliberada del Estado por
parte del capital imperialista y sus aliados locales, o por el capital y los Estados de los
países del “centro”, con miras a perpetuar los lazos de dependencia y dominación
económica y política impuestos por éstos para superar las dificultades de la valorización
del capital en las formaciones sociales “subdesarrolladas”. En esta visión, se descuidan
las formas sociales de los conflictos de clase, reduciendo las “instituciones” (entre ellas
al Estado) a su solo aspecto “cosificado”6. Se tiende de hecho a atribuir el control del
Estado a “los capitalistas imperialistas”, ante las insuficiencias y/o la inexistencia de
una burguesía nacional que “marche sobre sus dos piernas”.
En otro extremo, aquellos teóricos del “subdesarrollo” y la “dependencia” que
conciben el Estado como un poder situado por encima de las clases sociales (“Estado-
sujeto” que arbitra y dirime los conflictos sociales), ven las modalidades de la
intervención pública como manifestaciones concretas de una voluntad racional (como
R. Prebisch y la CEPAL) capaz de encarnar (no se sabe cómo) los intereses generales
del Pueblo/Nación, como una suerte de “demiurgo de la Historia” 7. En el caso de los
países capitalistas “subdesarrollados”, enfrentados a precarias condiciones nacionales
para alcanzar el desarrollo y la modernidad, y frente a la constante agresión del
colonialismo, se hace del Estado el “protagonista principal” 8 de la evolución social,
atribuyéndole una suerte de “vocación modernizante” que, con el apoyo de las masas, es
capaz de orientar a la sociedad hacia el “desarrollo nacional autónomo”. Así, sin
determinación estructural de clase, el Estado es considerado capaz de engendrar no sólo
las “condiciones generales de la producción social” (infraestructura productiva
fundamentalmente) sino también, a través de subvenciones y otros apoyos a las
empresas privadas, y del crecimiento de su propio sector productivo (empresas estatales
y paraestatales), el capital mismo y sus representantes, los capitalistas. Se estaría
entonces frente a una forma específica de acumulación (“periférica”) del capital,
regulada por el Estado, en la cual la lógica de la valorización capitalista le estaría
subordinada.

6
Así como el capital es percibido por los instrumentalistas no como una relación social sino como una
masa de riquezas, el Estado no es, en esta concepción, una relación social sino una herramienta neutra,
susceptible de ser utilizada a discreción por los poseedores de esa masa de riquezas. Se confunde así el
“núcleo duro” material, común a todos los Estados (es decir, el conjunto de mecanismos burocrático-
administrativos y represivos del Estado), con el Estado mismo. Esto equivale –mutatis mutandis- a la
reducción de la mercancía a su solo valor de uso, olvidando que se trata de una relación social
constituida por la contradicción entre su valor de uso y su valor de cambio.
7
Tal es el supuesto implícito en la teoría del “contrato social” de J. J. Rousseau, pero también de las obras
de Locke, Hobbes y demás teóricos burgueses clásicos de la política.
8
Este es el planteamiento original de la CEPAL, presente en la obra de R. Prebisch y demás autores
cepalinos de la primera época.

5
Y sin embargo, a pesar de su aparente oposición, estas corrientes de pensamiento
tienen en común que la relación Estado/capital es concebida como una relación entre
dos entidades externas, ajenas entre sí: el Estado no es introducido en el análisis más
que por el sesgo de funciones consideradas como “necesarias” para el desarrollo de la
acumulación de capital; como algo exterior al conjunto de relaciones sociales Al mismo
tiempo, se presupone que el Estado puede llevar a cabo efectivamente dichas funciones,
atribuyéndole por consiguiente un conocimiento y una capacidad de acción
prácticamente ilimitados. Así, los límites de la intervención estatal permanecen
indeterminados. Las relaciones sociales de producción son reducidas a una pura
relación de comando/dominación instrumentada desde lo alto, sea por el Estado, sea
por la omnipotencia de los capitalistas mismos. La naturaleza capitalista de clase del
Estado queda entonces mal fundada9 (cuando se la atribuye al personal que administra el
aparato de Estado y/o a la penetración de éste por las “quintas columnas del
imperialismo”), o bien indeterminada cuando se hace de la “política de masas” del
propio Estado la fuente de su poder, confundiéndola con el carácter del régimen político
en turno.
En suma, el funcionalismo que prevalece en estos enfoques los vuelve
globalmente incapaces de pensar al Estado y a la acumulación del capital como
momentos particulares de un conjunto históricamente determinado de relaciones
sociales, como modalidades diferenciadas del antagonismo capitalista (Solís González,
2015: 98) tal como aparece y se desarrolla en formaciones sociales concretas, sean
“centrales” o “periféricas”. Incapaces entonces de aprehender el carácter contradictorio
e históricamente abierto de la evolución social. Así, la polaridad teórica “Estado-
objeto”/”Estado-sujeto” constituye una falsa dicotomía, que descuida lo específico de
las relaciones sociales constitutivas del modo de producción capitalista, sea en el
“centro” o en la “periferia” del sistema capitalista mundial, es decir, un proceso de
socialización que es el resultado, contradictoria y simultáneamente, del funcionamiento
de la ley del valor y de la acción del Estado, en su interdependencia mutua, y que define
una forma históricamente determinada y única del dominio de clase: la de la propiedad
privada capitalista.
Marx no se limita a criticar a cada categoría de la economía burguesa de manera
aislada, sino que busca establecer sus conexiones internas. A partir de la mercancía (la
forma social básica de los productos del trabajo) deriva lógicamente las otras formas de
la relación social capitalista (valor, dinero, capital, etcétera); cada forma se presenta
como el resultado necesario del despliegue de las contradicciones contenidas en la
forma anterior. En este sentido, “el análisis que hace Marx del capitalismo
fundamentalmente en El Capital, puede ser descrito como una ciencia de las formas, un
análisis y una crítica de este "mundo encantado e invertido" del capital (Marx, 1981:
1052)), de formas aparentemente sin conexión, “una crítica dirigida no sólo a revelar su
contenido, sino a descubrir la génesis de estas formas y sus conexiones internas”
(Holloway, 1980, 12).
Sin embargo, los “deslices” teóricos señalados arriba tienen como base un
mismo error: ignorar, ocultar el Estado en tanto que universal concreto, en tanto que
unidad contradictoria de sus determinaciones fundamentales (su forma general y su

9
Desde el momento en que en el plano teórico la naturaleza de clase del Estado es erróneamente
fundada, no es posible establecer prácticamente los límites de la acción estatal. Sobre la naturaleza
práctica del conocimiento teórico, recordemos la Segunda Tesis de Marx sobre Feuerbach (Marx-Engels,
1976: 7).

6
contenido de clase social) y de la forma fenoménica o particular que reviste en la
realidad inmediata. Esta forma fenoménica de exteriorización del Estado en la
superficie de la sociedad no es otra que el régimen político (o gobierno(s) concreto(s)
históricamente dado(s) en una sociedad capitalista determinada). La existencia real del
Estado capitalista no se ubica ni al solo nivel de sus determinaciones fundamentales (su
“realidad esencial”), ni al solo nivel de su forma de aparición externa (su “realidad
fenoménica”): ella es la unidad contradictoria de estos dos niveles de existencia de su
ser social.
El valor es la forma “económica” de las relaciones sociales capitalistas. Como
tal, se trata de una abstracción, pero de una abstracción de un carácter distinto del de las
abstracciones puramente intelectuales, como la “Santísima Trinidad” o el unicornio.
Según Marx, se trata de una abstracción que se realiza de manera cotidiana en la
realidad de la producción y el intercambio de mercancías (Marx, 1977a: 750), pero que
no aparece en sus términos esenciales (como objetivación del trabajo humano
indiferenciado), sino bajo una forma externa, como relación cuantitativa resultado del
intercambio entre mercancías y dinero, como precio de mercado cuyas determinaciones
parecen derivarse del juego entre la oferta y la demanda. La forma externa se convierte
así en el medio de expresión necesario de la esencia, pero ésta se expresa de manera
invertida e incompleta, es decir alienada10.
Ambos, el valor y el Estado, son abstracciones reales consumadas por el propio
movimiento de la realidad capitalista, cuya particularidad es la de presentarse a los ojos
de los agentes sociales al revés, invertida. Por lo tanto, la forma externa que reviste el
Estado, esta “violencia concentrada y organizada de la sociedad” (Marx), la constituye
el régimen político, cuyas determinaciones parecen emerger del campo inmediato de las
fuerzas sociales. Como el valor, el Estado es parte de ese “mundo encantado e
invertido” del capital. El Estado capitalista es, entonces, “una abstracción que se
consuma en la realidad de la lucha de clases bajo la forma de régimen político”
(Salama, P., 1979: 225).
El régimen político es, pues, el “portador” efectivo de las determinaciones
fundamentales del Estado. Del mismo modo, el dinero en tanto que precio de mercado
es el portador efectivo de las determinaciones fundamentales del valor. Pero como el
dinero, el régimen político está al mismo tiempo provisto de toda la riqueza de
determinaciones de lo concreto real, las cuales no aparecen ni en toda su plenitud, ni en
su concatenación interna. El régimen político -no importa cuál régimen político
capitalista- tiene así una determinación compleja. Por un lado, como forma fenoménica
del Estado, contiene las determinaciones de base de éste, por lo tanto él es la
materialización de una relación social de dominación de clase históricamente dada,
enraizada en la relación social de producción misma. Por otro lado, derivada de su
pertenencia al nivel de lo concreto sensible, al mundo de lo “pseudo-concreto” (Kosik,
1967), su conformación particular y sus acciones cotidianas tienen siempre por contexto
y referente los conflictos de clase tal y como aparecen en la realidad inmediata.
El régimen político, además de que contiene las determinaciones de base del
Estado capitalista, incorpora también toda una serie de determinaciones que no surgen
necesariamente del mundo de la mercancía. Estas responden a la evolución histórica

10
Con respecto a esta diferencia entre esencia y fenómeno, que es fundamental en el análisis de Marx, ver
además del trabajo de K. Kosik, el de A. Lipietz (1981) sobre los conceptos de economía exotérica y
economía esotérica en la dialéctica marxista.

7
particular de una determinada formación social: la influencia de las tradiciones pre-
capitalistas, la existencia de otras capas y/o clases sociales que responden a la
sobrevivencia de otros modos de producción, las modalidades particulares de ejercicio
del poder heredadas del pasado, las instituciones que han sobrevivido al advenimiento
del capitalismo, etcétera.

La intervención pública concreta refleja entonces como proceso la síntesis de las


múltiples determinaciones que es el régimen político. En primer lugar, las
determinaciones fundamentales del Estado capitalista y del movimiento del capital. En
seguida, aquéllas que se derivan del tejido social históricamente determinado que
confiere su particularidad a una formación social capitalista dada. Por consiguiente, un
cambio de fondo de un régimen político determinado, como el que se propone llevar a
cabo AMLO, en estricto rigor afectaría no solamente los rasgos secundarios externos
del mismo, sino también su esencia en tanto que Estado capitalista, como expresión de
la dominación capitalista de clase basada en la extracción de plusvalía, es decir, la
modalidad específica de la relación de soberanía y subordinación de clase impuesta
por las relaciones sociales de producción vigentes. Esto establece una primera
limitación estructural al proyecto de AMLO, lo que le confiere su carácter
limitadamente reformista. El reformismo de izquierda, aun cuando pueda significar en
ciertas coyunturas avances importantes para las clases subalternas, no puede abolir per
se el fundamento mismo del sistema capitalista: la esclavitud asalariada. Sólo una
revolución social lo podría realizar.

2.- El régimen político del PRIAN como expresión fenoménica del


Estado capitalista subdesarrollado mexicano: el surgimiento del
Estado narco.

Desde hace más de 35 años, con el surgimiento del neoliberalismo en México,


emergió una nueva forma de Estado capitalista periférico: el Estado narco, cuya
manifestación externa fue la de un régimen político neoliberal tecnocrático, que
descansó en la alianza entre los dos partidos políticos más importantes de la derecha
mexicana (el PRI y el PAN – Partido Acción Nacional). Esta alianza, popularizada por
la opinión pública mexicana con el acrónimo de PRIAN, desde sus orígenes ha tenido
una fuerte presencia de representantes de los cárteles de la droga y del crimen
organizado en su seno. En el caso de la sociedad mexicana, este fenómeno está en la
base, de una profunda crisis orgánica constituida fundamentalmente por: a) un déficit
de racionalidad (casi cuatro décadas sin crecimiento económico) y; b) un déficit de
legitimidad institucional. Además del agravamiento de la pobreza y de la desigualdad
social, la corrupción y la impunidad que han acompañado a este doble déficit han
llevado a niveles de violencia e inseguridad pública sin precedentes desde el
movimiento armado de 1910, a la militarización creciente del aparato de Estado y a una
guerra fallida contra el narcotráfico y el crimen organizado. Estos fenómenos
constituyen los principales obstáculos inmediatos que está enfrentando el nuevo
gobierno de AMLO en el sexenio que comienza.

8
La emergencia en México de un Estado narco está ligada a la transformación de
la economía mexicana en una economía mafiosa transnacional. Sus causas: la crisis del
anterior modelo de sustitución de importaciones, la crisis de deuda externa inducida por
la crisis del capitalismo global, así como las políticas neoliberales impuestas por el
llamado “Consenso de Washington”. Todo ello en el contexto de la globalización
económica, comercial y financiera; de la crisis del modelo de acumulación intensiva del
modo de regulación “fordista” (Aglietta, M., 1976); de la decadencia como potencia
hegemónica global de los EE.UU.; y de la redistribución de cartas del poder mundial
por la emergencia de China, India y otros países en la escena internacional.
Anteriormente dominadas, algunas economías “emergentes” tienden ahora a ser
dominantes como nuevos centros de poder en la geopolítica internacional (Salama, P.,
2012).
En México, el modelo económico neoliberal basado en la apertura externa, y el
sistema corporativo autoritario heredado del viejo régimen nacionalista revolucionario,
constituyeron los elementos de un caldo de cultivo favorable a la emergencia en fuerza
de un régimen político estrechamente vinculado a las actividades del crimen organizado,
particularmente del narcotráfico. Simultáneamente, esto dio lugar al surgimiento en los
años noventa de un nuevo régimen de acumulación fuertemente transnacionalizado,
volcado hacia el exterior, donde el narco constituye una de las fracciones más dinámicas
y rentables del capital en el marco de una economía mafiosa. Así, la emergencia de este
nuevo régimen político, que hemos caracterizado como un Estado narco, así como de
un régimen de acumulación de capital extrovertido, de enclave secundario-exportador
bajo control externo, han agravado la contradicción entre las exigencias de la
reproducción del capital y las relativas a la legitimidad de las instituciones, agudizando
la desnacionalización del aparato productivo, las tendencias estancacionistas de la
economía y la militarización del aparato del Estado. El gobierno de F. Calderón (2006-
2012) emprendió una guerra fallida contra el narco y el crimen organizado, la cual fue
continuada por el gobierno de E. Peña Nieto (2012-2018); guerra que ha ocasionado
decenas de miles de muertos y desaparecidos, dispendiado cuantiosos recursos
presupuestales y causado una creciente inseguridad pública a todo lo largo y lo ancho
del territorio nacional.
La economía mexicana ha desembocado así en la conformación de un sector
industrial desnacionalizado y desintegrado internamente, funcionando actualmente
como una enorme plataforma de exportación de manufacturas bajo control externo.
Esto contrasta con una planta industrial nacional aletargada, desintegrada hacia adentro,
constituida por pequeñas y medianas empresas –PYMES- con bajos niveles de
competitividad y rentabilidad. Estas se enfrentan a la estrechez del mercado interno y a
la imposibilidad de acceder a los mercados globales. Existe por lo tanto un cuadro
profundamente recesivo de la economía en el que se encuentra el país desde hace más
de cuatro décadas. Como consecuencia de las políticas de austeridad artificialmente
inducidas y de la política de apertura comercial y financiera, creció la desigualdad y se
acrecentaron la concentración del ingreso y los niveles de pobreza. Según el Banco
Mundial, en los años 2000 la clase media en América Latina mejoró en sus niveles de
vida. En México, en cambio, la clase media se estancó e incluso se rezagó (Banco
Mundial, 2012).
A partir de los años noventa, el Estado neoliberal mexicano incrementó su ya de
por sí enorme dependencia de los EEUU, renunciando de hecho a intervenir en la
economía nacional, pero favoreciendo la reproducción del capital global a través de

9
políticas de liberalización. Por otro lado, el enajenamiento a precio vil del sistema
bancario del país a la banca extranjera, permitió el surgimiento generalizado de una
“economía de casino”. Esta “financiarización” de la economía ha llevado al
estancamiento productivo, agravando la caída del empleo en el sector “formal” e
incrementándolo en las actividades informales. La atrofia de la economía campesina y
la participación marginal del Estado en los procesos reproductivos de la fuerza de
trabajo, han tenido como contrapartida la hipertrofia del sector informal. Contrariamente
a los países centrales, en México el “Estado del Bienestar” careció de una base material
para poder realizarse. Así, la contradicción entre el debilitamiento de la reproducción
"privada" de la fuerza de trabajo (economía campesina, modo de producción doméstico)
y la incipiente socialización estatal de dicha reproducción, fue resuelta parcialmente por
la emergencia del sector informal. Dicho sector, junto con la migración indocumentada
con destino a los EEUU, funciona como una "válvula de escape", pero es fuente de
nuevos conflictos por sus vínculos con el crimen organizado y el narcotráfico.
México entró en los años 2000 en un proceso de “desindustrialización precoz”
similar al experimentado por Brasil en el mismo periodo (Salama, P., 2012). Pero la
“desindustrialización precoz” de Brasil se acompañó de un crecimiento económico
relativamente elevado por una mayor producción y exportación de materias primas
agrícolas. México en cambio, con una agricultura en crisis estructural desde los años
sesenta, no pudo aprovechar el boom de los precios agrícolas. El sector industrial de
enclave secundario-exportador, aunque poco integrado hacia adentro, está sin embargo
altamente integrado hacia afuera. Sus principales ramas, las más dinámicas y rentables,
forman parte de cadenas productivas situadas al exterior de la economía nacional, en los
países centrales. Así, dentro de este proceso de desnacionalización creciente de la planta
productiva, el capital transnacional, principalmente estadounidense, se ha convertido
en la fracción hegemónica del capital en la estructura industrial de México. Con la
crisis, las PYMES han visto amenazada su existencia: no hay en México una política
industrial que las proteja de la competencia externa (principalmente la de los países
asiáticos). Sin embargo, las PYMES generan alrededor del 80% de los puestos de
empleo, por lo que su precaria existencia ha repercutido negativamente en los niveles de
inversión productiva y empleo, ahondando la tendencia al estancamiento productivo
crónico.

La liberalización de la economía ha erosionado la capacidad del Estado para


intervenir en la reproducción del capital nacional. El Estado en México es sobre todo un
vector de la reproducción del capital central, particularmente el de los EE.UU. De esta
forma, el Estado ha profundizado el déficit de racionalidad que existe desde hace más
de cuatro décadas. Sectores importantes de la población ven en la economía de la droga
y el crimen organizado en general, una alternativa para obtener una fuente de ingreso.
Existe de hecho una tendencia a cierta legitimación del narco, que corroe aún más la
legitimidad del Estado y alienta surgimiento de anti-valores que debilitan la cohesión
social. El robo masivo de combustibles (llamado popularmente “huachicoleo”) ha
alcanzado niveles sin precedentes (Pérez, Ana Lilia, 2011) constituyendo de hecho un
mecanismo sui géneris de redistribución del ingreso y de concentración del mismo en
unas cuantas manos, a través de una inmensa red de corrupción compuesta tanto por
altos funcionarios de la empresa estatal PEMEX, por miembros del corrupto sindicato
de esta misma empresa, así como empresarios y funcionarios públicos involucrados en
esta red de corrupción e impunidad. De hecho, este es uno de los mayores desafíos para

10
el gobierno entrante de AMLO. Paralelamente, la empresa estatal de la Comisión
Federal de Electricidad (CFE) ha sido sometida por las últimas administraciones
federales, ferozmente neoliberales, a un proceso sistemático de saqueo muy similar al
ejercido sobre PEMEX, con la finalidad de endeudarla, debilitarla artificialmente y
“justificar” así la transferencia de sus activos a manos privadas, sobre todo extranjeras.

La corrupción y la impunidad, endémicas en México a lo largo de su historia,


han alcanzado niveles sin paralelo. Existe un fenómeno de interiorización del fenómeno
de la corrupción por parte de los agentes sociales, que la viven como algo normal,
como un elemento más de su existencia cotidiana. La fallida transición a la democracia
formal burguesa y la crisis de representatividad del sistema político, han traído como
consecuencia una extendida pérdida de credibilidad en las instituciones y desencanto
por los partidos políticos tradicionales de cualquier signo. El “Estado de derecho” es
sólo una ficción en la actual sociedad mexicana, la cual es testigo y víctima a la vez de
un Estado que se ha expresado a través de un régimen político autoritario, represivo y
sin legitimidad. Por otra parte, hay una percepción generalizada por parte de la
población de la reiteración del fraude electoral y del uso faccioso de los medios
(principalmente del duopolio Televisa – TV Azteca) como mecanismos para mantener a
los representantes de la oligarquía en el poder a través de la alianza PRI – PAN. El
Estado aparece así, sin mediaciones, como un instrumento directo del capital y de la
oligarquía dominante. La reducción del Estado a la mera expresión de los intereses de
la alianza de clases dominantes es, al mismo tiempo, causa y consecuencia de la
emergencia del narcotráfico y del crimen organizado. Este vacío de legitimidad hace
que el ciudadano mexicano no se reconozca a sí mismo como parte del Estado (como
miembro de una comunidad –aunque ilusoria– de ciudadanos libres y jurídicamente
iguales entre sí). Más bien se ve a sí mismo como un sujeto pasivo de explotación
económica, sometido a la vez a una relación coercitiva y arbitraria de dominación
política de clase, impuesta por poderes fácticos por encima de la ley y las instituciones.
En este contexto de crisis orgánica, está la base material de la enorme capacidad de
corrupción y penetración del crimen organizado en México. Esta crisis expresa una
profunda parálisis funcional del Estado, tanto en su función de regeneración del capital
(lo que está en la base de su déficit creciente de racionalidad) como en su función de
legitimación. Lo cierto es que estamos ante la inexistencia de facto del “Estado de
derecho” en gran parte del territorio nacional, ante una transición inacabada hacia un
sistema democrático-representativo y; por consiguiente, ante el estallido de la violencia
social en todo el país.
Por esta razón, el programa de gobierno de López Obrador ha situado en el
centro de su estrategia la creación de un genuino Estado de derecho. La práctica
reiterada (aunque limitada) de la democracia participativa directa (consultas populares y
renovación de mandato); el combate al crimen organizado a través de múltiples
reformas a la Constitución a pesar de la franca oposición y boicot del podrido sistema
judicial mexicano; así como la creación de una Guardia Nacional bajo mando mixto
civil y militar que permita el regreso de las fuerzas armadas a sus cuarteles (acusadas de
graves violaciones de derechos humanos), así como un extenso programa de políticas
sociales, son los principales elementos que, a cien días de haber iniciado su gestión
gubernamental, han permitido a AMLO una aprobación de más del 85% de la población
en una encuesta nacional reciente. También procedió durante el primer mes de su
gestión a detener la obra del nuevo Aeropuerto de la Cd. de México, extremadamente

11
onerosa e impopular y fuente de numerosos actos delictivos de especulación financiera e
inmobiliaria, así como de extendida corrupción y delitos contra el medio ambiente en la
zona. Ha procedido igualmente a la creación de infraestructura productiva con el
proyecto en marcha, entre otras obras, del llamado “tren maya”, que pretende rehabilitar
económica y socialmente el Sureste del país, tradicionalmente abandonado por los
gobiernos del PRIAN y donde se concentran las entidades y municipios más pobres y
marginados de México. Pretende igualmente rescatar financiera y operativamente a las
empresas públicas (PEMEX y CFE, principalmente) sin mayor endeudamiento
gubernamental, con recursos del plan de austeridad y de combate generalizado a la
corrupción que ha echado a andar en todo el país. Ha ocasionado también un verdadero
tsunami entre la clase política mexicana al decretar e incorporar en la ley que ningún
funcionario público de cualquier nivel podrá tener una remuneración laboral mayor a la
del presidente de la república. Decretó también el fin de los privilegios de la “clase
política” cuyos miembros no podrán percibir beneficios injustificados (guardias
llamados en México “guaruras”, autos de lujo con varios choferes, gastos de
“representación” no justificados, traslado en aviones y helicópteros de propiedad
pública, etcétera). Abrió al público sin costo la casa presidencial llamada “Los Pinos” y
procedió a poner en venta la enorme flota de aeronaves del gobierno empezando por el
oneroso “avión presidencial” comprado por Peña Nieto. Todas estas medidas de
austeridad republicana le han valido una gran aprobación y simpatía popular, pero sin
embargo las amenazas contra la economía nacional y la especulación contra el tipo de
cambio continúan más fuertes que nunca.
La contrapartida ha sido y seguirá siendo muy onerosa. La derecha ha puesto en
movimiento todos los recursos a su alcance (que son muy abundantes) para boicotear
sistemáticamente la gestión de AMLO, no sólo en el parlamento sino en todos los
niveles de la administración pública. De manera visible, el Partido de Acción Nacional
(de ultraderecha católica lindando con el fascismo franquista) ha asumido el liderazgo
de la oposición contra AMLO y su proyecto de la “Cuarta Transformación” de México.
Por lo tanto, la respuesta de MORENA y sus aliados debe encaminarse a la creación de
instituciones no solamente económicas, sino también políticas y sociales, que permitan
en el mediano y largo plazo la sobrevivencia de su proyecto de cambio. La gestación de
un verdadero “poder dual”11 es ineludible para defender las reformas y conquistas
populares alcanzadas y evitar así retrocesos como los que históricamente se han dado en
América Latina y en todo el mundo, cada vez que el sistema capitalista se ha sentido
amenazado. El amargo recuerdo de Salvador Allende y el aplastamiento por el
imperialismo yanqui de la Unidad Popular en Chile se cierne amenazadoramente sobre
México12. De hecho, el gobierno de AMLO ha recibido críticas desde la izquierda
nacionalista por su refreno y moderación ante el gobierno de D. Trump y su patológica
obsesión de construir un muro de más de 3,000 kms. en la frontera con México. Esta
obsesión, que no es más que una maniobra para tratar de lograr su reelección, a pesar de
la oposición demócrata en la próxima elección presidencial en el país del norte, ha
costado ya numerosas víctimas entre los grupos de migrantes centroamericanos (sobre

11
Sobre el “poder dual” ver, además de la obra de René Zavaleta (1977), las reflexiones teóricas de
Trotsky durante la Revolución de Octubre de 1917.
12
El problema del reformismo de izquierda radica en su imposibilidad de alcanzar metas socialistas
revolucionarias, de verdadero cambio social, con herramientas o métodos organizativos característicos de
las revoluciones burguesas. Ver al respecto la aguda crítica de H. Wagner (1934) y del Grupo Comunista
Internacionalista Holandés al bolchevismo leninista en la Tercera Internacional.

12
todo niños) que buscan el supuesto “sueño americano” ante las deplorables condiciones
económicas, políticas y sociales en que se encuentran sus propios países. La política de
“tolerancia cero” que ha asumido y practicado la administración federal norteamericana
contra los migrantes, la equipara con los gobiernos nazi-fascistas de Europa durante la
Segunda Guerra Mundial, y a D. Trump con A. Hitler y B. Mussolini.
El crecimiento de la informalidad ha ido de la mano del crecimiento exponencial
del crimen organizado. Los cárteles del narcotráfico controlan por igual el tráfico de
armas, la trata de personas, el secuestro, la extorsión, el juego, el contrabando, el robo
de vehículos, etcétera. El control que ejercen los cárteles sobre regiones enteras del país,
ha significado un enorme desafío al Estado mexicano. Al mismo tiempo, la presencia
del crimen organizado en la vida político-administrativa se manifiesta en las alianzas y
complicidades con funcionarios gubernamentales en todas las instancias de gobierno. Es
a través de las estructuras corporativistas y clientelistas heredadas del viejo régimen,
que se procesa la colusión de poderes públicos y privados con el narcotráfico y el
crimen organizado. Por lo tanto, el régimen político que se ha propuesto cambiar
AMLO constituye un Estado narco al servicio de una economía mafiosa. Lejos de
avanzar hacia una democratización de la vida pública (por lo menos de acuerdo a los
cánones de la democracia liberal burguesa y de un capitalismo avanzado), el régimen
del PRIAN adoptó sin empacho las prácticas autoritarias y represivas del viejo régimen
nacionalista revolucionario. El común denominador entre ambos regímenes está
constituido por el corporativismo, el autoritarismo y el clientelismo, pero
refuncionalizados según las exigencias de la liberalización económica y la valorización
del capital transnacional, incluido el del narcotráfico. El corporativismo y el
clientelismo han sido reestructurados de acuerdo a una redistribución de las ganancias
de la droga entre los actores involucrados en la cadena de corrupción sistémica. En ella
participan, además de los cárteles de la droga, funcionarios públicos de todo rango,
desde ex-presidentes de la república hasta caciques regionales, empresarios y banqueros
vinculados al “lavado” de dinero, los miembros de la “clase política” cualquiera que sea
su filiación partidaria, etc., pero bajo la sombra de las contradicciones entre los propios
cárteles en su lucha por los mercados y los pasos de la droga hacia el norte.

De hecho, AMLO aceptó a regañadientes el reto lanzado por C. Aristegui –la


mejor periodista de México actualmente- para llevar ante la justicia a los últimos cinco
ex-presidentes mexicanos (C. Salinas de Gortari, E. Zedillo, V. Fox, F. Calderón y E.
Peña Nieto) considerados por la opinión pública mexicana como responsables y
culpables de la actual situación de catástrofe nacional en que se encuentra el país. Los
latrocinios perpetrados por cada uno de ellos contra la Nación, no deberán –piensa la
inmensa mayoría de la opinión pública mexicana- ser perdonados sino, en caso de
encontrárseles culpables, deberán enfrentar las penas que marca el derecho penal
mexicano con todo el rigor de la ley. Muchos ciudadanos mexicanos piensan que, así
como Benito Juárez, presidente de México durante la intervención francesa en la
segunda mitad del siglo XXIX, no perdonó a Maximiano de Habsburgo a pesar de las
presiones internacionales sobre su gobierno, y lo mandó fusilar conforme a derecho por
la usurpación que hizo del gobierno legítimo de México y la llamada a tropas
extranjeras para derribar la República, así también AMLO está obligado a proceder de
la misma manera en contra de estos delincuentes. Esto sentaría un precedente histórico
de justicia nacional en México y se haría realidad en el imaginario popular la “Cuarta
Transformación Nacional” del país. Sus bases deberán obligar a AMLO a responder a

13
los justos reclamos de la población no sólo contra los representantes políticos del viejo
régimen, sino también a los reclamos de justicia para las víctimas de Ayotzinapa, de
Nochistlán, de Tlatlaya, de los desaparecidos en todo el país y de la multitud de
personas asesinadas por el crimen organizado y por el propio Estado.

En síntesis, los rasgos más sobresalientes del régimen político mexicano que se
propone cambiar AMLO son:

1) La omnipresencia del narco. Sus nexos con la clase empresarial y la “clase


política” se expresan en la dualidad de roles de sus respectivos agentes
sociales. El régimen político que se ha propuesto desaparecer López
Obrador, constituye de hecho el lugar de articulación del poder del narco;
2) El régimen político mexicano mantiene una autonomía relativa restringida
vis-à-vis la oligarquía dominante, particularmente frente a su fracción
hegemónica, el capital transnacional, y frente a los Estados Unidos y su
gobierno;
3) El poder público y las instituciones aparecen ante los agentes sociales como
instrumentos al servicio del bloque en el poder (incluido el crimen
organizado) y no como un poder público al servicio de la sociedad entera.
4) Desmantelar una política sistemática (no escrita) de traslación de la
riqueza nacional al “sector privado”, corrupción mediante, a través de
diversas vías: privatización de las empresas públicas; el mal llamado
“rescate” bancario; la reprivatización de la banca y su enajenamiento a
bancos extranjeros; el desmesurado crecimiento de la deuda pública,
externa pero sobre todo interna; la “bursatilización” de pasivos
gubernamentales; la creación de fideicomisos alimentados con recursos
públicos, pero sustraídos a toda supervisión, el robo descarado de
combustibles a través de una red paralela e ilegal de distribución y
comercialización, etcétera.
5) En suma, la enajenación de la riqueza pública y de los recursos naturales
de la nación a manos privadas, particularmente extranjeras (petróleo, gas
natural, minería, paraísos turísticos, etc.). A pesar de estar prohibida
expresamente por la Constitución mexicana y tipificada como delito de
traición a la patria, el régimen de Peña Nieto emprendió una reforma
energética que se propuso entregar los recursos del subsuelo (hidrocarburos
y minerales) al capital privado nacional y extranjero. Este saqueo a la
Nación se ha venido realizando con toda impunidad, a costa de la entrega
de la renta petrolera a manos privadas, nacionales y extranjeras; del robo
masivo de tierras a los ejidos y comunidades; de la generalización de la
práctica del fracking en todo el territorio nacional y de la destrucción de
múltiples ecosistemas a lo largo y ancho del país.
6) Una política de desvalorización acelerada del capital variable (en el
sentido que le da Marx a la masa salarial), con el objetivo de contrarrestar
la caída de la tasa media de ganancia por vía de trasladar el costo de la
crisis a los trabajadores. Esta política ha incluido: la precarización del
empleo, la contención salarial, el desempleo masivo, la represión laboral y
sindical, así como la extracción de plusvalía absoluta mediante una mayor
intensidad del trabajo. Por consiguiente, el programa de gobierno de López

14
Obrador se planteó como tarea de alta prioridad el combate a lo pobreza y a
las desigualdades sociales. Una de sus primeras acciones de gobierno ha
sido dotar de pensiones con fondos del presupuesto federal a los jóvenes
marginados sin empleo ni educación (los llamados “ninis”), a los adultos
mayores por encima de los 65 años, a los discapacitados, y a los grupos
más vulnerables de la población (campesinos e indígenas). Bajo el lema de:
“Primero los pobres”, López Obrador está logrando movilizar al país hacia
objetivos sociales largamente pospuestos por la mal llamada “revolución
mexicana”.
7) Uso de la corrupción y la impunidad como mecanismos regulares de
acumulación del capital y de redistribución del ingreso en favor de la
alianza oligárquica de clases dominantes, incluido el narco.
8) Predominio de la finanza internacional y de las actividades financieras
especulativas, legales e ilegales (el “lavado” de dinero en primer término),
en detrimento del crédito para financiar la inversión productiva.
9) Desarrollo de economías rentistas como las relativas a la explotación de los
recursos petroleros y el narcotráfico, con la consiguiente “petrolización” de
las finanzas públicas y de un déficit fiscal crónico, debido a la negativa
histórica del régimen de gravar progresivamente a los estratos más ricos y a
los grandes conglomerados empresariales, particularmente los
transnacionales.

El combate al narcotráfico ha significado un enorme quebranto para las finanzas


públicas en detrimento del gasto “social” y “económico”. Pero es fuente de corrupción y
enriquecimiento ilícito. El gobierno anterior de Peña Nieto no cambió la estrategia de F.
Calderón contra el crimen organizado, dado que la guerra resultó un jugoso negocio
para los actores públicos y privados vinculados a la cadena de corrupción sistémica. Los
gobiernos del PRI mantenían acuerdos secretos con el crimen organizado; a cambio de
mantener las ciudades limpias de droga y en paz el tejido social, el gobierno (corrupción
mediante) aseguraba la protección de los criminales. Así, México fue hasta los noventas
básicamente un país de paso del narco en su camino hacia el norte, y de producción
doméstica de algunas drogas como la mariguana y los opiáceos. Pero a partir del 2000,
la producción local de drogas (incluidas las sintéticas) y el consumo de estupefacientes
en México se ha incrementado alarmantemente, sobre todo en las grandes ciudades con
alto poder adquisitivo, que se han convertido en importantes centros de consumo. A
pesar de la detención y/o la muerte de numerosos líderes y miembros del crimen
organizado, este negocio aparece más boyante que nunca. El narco posee una cantera
inagotable de recursos humanos surgidos de las filas de los millones de desempleados y
jóvenes marginados sin empleo ni educación (los llamados “ninis”), así como de los
elementos policiales y militares corrompidos por éste. A pesar de que la dotación de
becas para estos jóvenes podría representar una oportunidad para muchos de ellos, lo
cierto es que el régimen de AMLO no puede competir con los cárteles de las drogas en
lo que éstos les ofrecen por sus “servicios” de sicarios o “halcones”.

Cd. de México, 21 de marzo de 3019

15
16
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