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No

Demagogia!
por

Raúl Marín

EDITORIAL UNIVERSITARIA, S. A.
S A N T I A G O DE C H I L E , 1955
I n d i c e

A MANERA DE PREFACIO .

I. L O S FRACASOS SOCIALISTAS

II. L I B E R T A D Y ESTATISMO

III. E L P R O B L E M A SOCIAL F R E N T E A LA REALIDAD E C O N O M I C A . . . .

IV. D E S L I N D A N D O RESPONSABILIDADES F R E N T E AL C A O S M O N E T A R I O .

V. A B R A M O S C A M I N O A U N A S U P E R A C I O N Q U E L L E G A R A A L G U N DIA . .
A manera de prefacio

"Nadie, que yo sepa, ha puesto de manifiesto hasta ahora la dú


lerenda profunda que separa el régimen llamado democrático,
de todos los restantes regímenes políticos. Tal diferencia, di-
cha en muy breves términos, me parece ser ésta: la democracia
exige imperiosa e ineludiblemente de los ciudadanos en quie-
nes reside la soberanía, según se asegura, una inteligencia, una
cultura, una visión de las realidades y una preocupación del
bien veneral y de las responsabilidades colectivas, con que no
"stán obligados a contar, a lo menos, desde los mismos plin-
tos de vista primordiales, los otros regímenes. Y ésta es, de-
bemos hacerlo notar inmediatamente, la más íntima tragedia
de nuestras democracias contemporáneas, como lo fué antes de
las democracias griega y romana.

"Mi simpatía, mi admiración y mis respetos acompañarán


siempre al hombre que sirve desinteresadamente a sus seme-
jantes. Que la causa originaria de esa conducta sea denomina-
da, como en otro tiempo, inclinación o tendencia altruista, o,
como en el presente, sensibilidad social, ello nada significa: lo
que importa e interesa es la calidad superior de los sentimien-
tos que la determinan y conducen. Aun en el caso de que es-
tos sentimientos no lograsen sino una parte mínima de sus as-
piraciones, sie?npre merecerían ser mirados como un signo de
excelsitud espiritual de quien los posee, siempre, naturalmen-
te, que tales sentimientos no desvirtuasen su función de fuer-
zas propulsoras de la actividad racional, es decir, adaptadas a
las posibilidades reales.
"Y eso con mayor razón si los servicios desinteresados a
que me he referido son seiuicios de orden público; si aquello
de que se trata es favorecer los intereses más esenciales y ge-
nerales de la nación, haciéndole entrega espontánea de nues-
tras observaciones, de nuestra experiencia o de nuestro saber, o
tratando de informarla acerca de sus problemas, dificultades o
anomalías actuales o a la vista, o señalándole los mejores medios
de ir hacia los más justos, los más amplios y benéficos obje-
tivos, o procurando que lleguen a su entendimiento las voces
del buen sentido y la sinceridad, á fin de que en él'pesen más
la cordura que la insensatez, y la verdad que el error o la
mentira.
"Pero, si la sensibilidad social no es más que un nombre
nuevo dado a la vieja demagogia; si ella no es más que un
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velo echado sobre otra clase muy diversa de sentimientos; si
lo que se oculta o disimula es el furor de surgir, de figurar, de
dominar o de medrar desde algún punto de vista; si la fina-
lidad perseguida no es, en suma, el bien o la ptosperidad de
todos, sino el bien y la prosperidad personal, de uno o de unos
cuantos... entonces, evidentemente, no nos hallamos en pre-
sencia de espíritus superiores, sino en presencia de esa especie
particular de individuos a quienes los atenienses designaban
ya, hace veinticuatro siglos, como los "viles esclavos del favor
que los sufragios aseguran".
"Y, con razón, porque los atenienses —o muchos de ellos
al menos— se hallaban en las mejores condiciones posibles para
juzgar la actuación de los demagogos. De una parte, Aristóteles
les había enseñado que la democracia y la demagogia son in-
compatibles y que esta última no es más que una forma dege-
nerada y pervertida de la pritnera. De otra, Aristófanes, en su
teatro, les había mostrado con maravillosa fidelidad, particu-
larmente en su comedia contra Cleón, algunos de los ejem-
plares de los demagogos más en vista, y era imposible que los
espectadores no percibieran lo que había de serio, de grave
y hasta de trágico para la ciudad en esos personajes, sólo ri-
dículos en apariencia. Y, por otra parte aún, ellos no podían
menos de notar cada día cómo, después de haber ido tan lejos
y de haber subido tan alto, la democracia estaba siendo des-
truida, en su espíritu más intimo y en sus condiciones más cier-
tas de estabilidad y de subsistencia, por los ambiciosos sin con-
vicciones honradas, sin disposiciones ni capacidades para ad-
quirirlas y sin escrúpulos, verdaderos monomaniacos del poder
y la grandeza aparente, que no trepidaban en hablar de sí mis-
mo como de los más "fieles y humildes canes del pueblo".
"Y, en efecto, de entre todas las~ causas que contribuyeron
a la degradación progresiva y a la ruina final de la democra-
cia ateniense, la acción de los demagogos debe ser contada en
primer término. Peritos —¡ya entonces!— en el arte de utilizar
en su favor la pobreza de los pobres, la envidia de los envi-
diosos, la cólera y la violencia de los apasionados, la inocencia
o la credulidad de los ignorantes, las tendencias parasitarias
de los perezosos y losv incapaces. Su actuación condujo a los
resultados inevitables, tantas veces repetidos después: destruc-
ción del equilibrio entre la autoridad estatal y las facultades
individuales; supeditación por la masa popular, o sus conduc-
tores, de las antiguas élites políticas, morales o intelectuales,
excluidas ahora de la República en cuanto elementos directi-
vos; y dispersión y evaporación de la riqueza como consecusn-
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cia obligada de su "mejor y más justa distribución entre los
necesitados".
"Como se nota sin dificultad, los nuevos demagogos re-
cientemente aparecidos éntre nosotros y cuya acción se agrega
a la de los partidos que han creado nuestro estado presente, al
amparo del cual viven, disfrutan y prosperan, no son eri nada
citeriores a los de aquella época lejana, ni en nada diferentes.
Atentos, como esos otros, a todo desorden para hacerlo suyo,
a todo principio de sedición para alentarlo, a toda exigencia
"revindicatoria" para apoyarla, a toda rebelión de apetitos pa-
ra prohijarla, sus finalidades son las mismas que las de esos
otros: poner los poderes gubernamental, legislativo y adminis-
trativo al servicio de las pretendidas conveniencias particula-
res de ciertas agregaciones de intereses; reemplazar en el go-
bierno la razón práctica, sensata y eficaz por la razón pura-
mente abstracta o ideológica, y ganar la adhesión y los sufra-
gios del pueblo mediante distribuciones y redistribuciones ar-
bitrarias y ruinosas de la riqueza.
"Dominados por la idea fija y el sentimiento fijo de sus
imperialismos individualistas, disfrazados de amor a las masas
populares, no ven, naturalmente, las más obvias evidencias de
la realidad, ni las claras y simples nociones que tales eviden-

"El buen sentido y la experiencia enseñan asimismo que


es una baja, indigna, desquiciadora e inconducente política
la que se resuelve en mentir constantemente al pueblo, hacién-
dole creer que su suerte es cosa independiente de sus propios
esfuerzos, de su propia previsión o imprevisión, de su conduc-
ta sensata o insensata, sobria o viciosa y que ella depende —to-
da otra causa excluida— del "capital" o del Estado. Pero ellos,
los hombres de presa de la política demagógica, no piensan
asi: ni la verdad, ni la sinceridad, ni la probidad moral e in-
telectual tienen cabida en sus palabras ni en su conducta. Ja-
más sus labios han enunciado una proposición o una simple
frase que signifique una enseñanza O una desinteresada y no-
ble advertencia acerca del empecinamiento con que la clase
"desvalida" se daña a sí misma y se degrada. Centenares o mi-
llares de veces le repiten, en cambio, que ella es algo así como
la parte que equivale al todo: que la creación de riqueza se
debe a su trabajo manual exclusivamente, y que las otras cla-
ses —la de los inventores, la de los técnicos, la de los organiza-
dores, la de los que aportan sus capitales, sus capacidades di-
rectivas y sus experiencias— no cuentan sino en cuanto agre-
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gaciones de egoísmos y de opresiones, todo de acuerdo con los
cánones del comunismo marxista

"Pero, de entre todos esos innovadores, los que se propu-


sieron mejorar la condición de los pobres mediante la distri-
bución del "poder económico de los ricos", fueron sin duda,
los más primarios, los más ilusos, y los más reiteradamente bati-
dos por la realidad. Nunca lograron su objetivo, real o aparen-
te, ni era posible que lo lograran: ningún pueblo vivió jamás
de sus capitales, sino de lo que sus capitales producían, día tras
día, año tras año, y esta producción no es concebible sino en
razón directa de la cuantía de los capitales empleados",.

".. . . Y, luego, si bien es verdad que las masas pueden sa-


ber lo que desean, en, cuanto a la satisfacción de sus necesida-
des inmediatas, también lo es que ellas no pueden saber lo que
les conviene, conviniendo al mismo tiempo al conjunto social:
semejante conocimiento sobrepasa infinitamente sus'posibilidades
mentales y culturales, como sobrepasa las posibilidades menta-
les y culturales de los que explotan en provecho propio su
inocencia, su ignorancia y sus pasiones. El bien del pueblo
—y esto debería ser sentido por todos—, inseparable del bien ge-
neral, y no hay otra justicia más amplia ni más fácilmente rea-
lizable que aquella que deriva de una prosperidad común más
amplia. Agreguemos que los antecedentes obligados de una pros-
peridad de este género no son precisamente los odios de clases,
ni las guerras civiles de clases, ni la consiguiente exaltación de
los más viles sentimientos humanos, armas las más eficaces de
que el socialismo se vale para lograr sus propósitos. V A L E N T Í N
BRANDAU.

"Sabed de una vez que la expresión "avancé, progreso o


desenvolvimiento social" es sinónima al presente de estatismo,
de monopolios, de inquisición fiscal, de expoliación, de dictadu-
ra, de ignorancia e incompetencia, de degeneración y ruina de
las naciones... Seamos, en consecuencia, resueltamente reaccio-
narios, pues esta palabra significa al presente libertad personal,
derechos y garantías individuales, moralidad, disciplina, cultura,
civilización, prosperidad nacional". J A K H O V S K Y .

"Este es el mayor peligro que hoy amenaza la civilización:


la estatificación de la vida, el intervencionismo del poder públi-
co, la absorción de la espontaneidad social por el Estado, es de-
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cir la anulación de la espontaneidad histórica que en definitiva
sostiene, nutre y empuja los destinos humanos". O R T E G A Y
GASSET.

"Es más fácil encontrar una aguja en las arenas de un de-


sierto, que patriotismo auténtico en la generalidad de los poli-
ticos que se dicen los servidores del pueblo. El patriotismo des-
interesado es la más alta cima del patrimonio moral de la hu-
manidad". N A T A L I O R I V A S .

"No me interesan los cargos ni los honores, los que siempre


he considerado ridículos; sólo me interesaba poner orden en Chi-
le, lo que tanto se necesita". D I E G O P O R T A L E S .

"Yo no estoy con los cien que gritan sino con los cien mil
que callan". M A N U E L M O N T T .

"No tengo más interés que por lo justo, ni más amor que
por lo bueno, ni más pasión que por la patria". B A L M A C E D A .

".. . En pocos meses más dejaré el mando. Nada puedo espe-


rar para mí. Pero entregaré mil veces la vida antes que permi-
tir que se destruya la obra de Portales, base angular del progreso
incesante de mi patria". B A L M A C E D A .

"La República no puede subsistir si no tiene por fundamen-


to la virtud". P L A T Ó N .

"En. las crisis sociales encontramos siempre algo espiritual


y profundo que se descompone . .. Cuando las sociedades dejan
de ser organismos espirituales, cuando han perdido su alma,
cuando los viejos sentimientos colectivos, las disciplinas tra-
dicionales, los respetos históricos dejan de existir, ya no que-
dan en ellas sino los apetitos y los odios, las ansias individua-
les de lucro y poder, la baja envidia, la ambición desenfrenada.
Cada hombre lucha por si mismo y lá defensa social se hace
imposible a cualquier forma de gobierno que exija abnegacio-
nes ante algo que no sea la ventaja inmediata de cada uno".
ALBERTO EDWARDS.

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II
Los fracasos socialistas

Cuesta concebir que se pueda actuar en política con otro móvil


que no sea el servicio del país y que haya quienes consideren un
honor escalar a los cargos y distinciones públicas cuando ellos
no han sido logrados por el camino de la verdad, sino de la fal-
sa promesa y la demagogia; pero, sí, comprendd a quienes per-
sisten en sus ideologías, aunque equivocadas, movidos por una
lealtad irreductible a principios teóricos y a anhelos arraigados
profundamente en sus sentimientos afectivos, en nobles anhelos
por una vida que sea para todos mejor.
Siempre he tratado de renunciar al prejuicio, a las ideolo-
gías abstractas, para buscar en el orden político, según las cir-
cunstancias, lo más conveniente para la colectividad, para el
país. El realismo es la más útil inspiración del político, por
encima de toda pasión y entusiasmo doctrinario. Es ella la que
he tratado de seguir, repitiendo incesantemente como el esta-
dista inglés: "Nunca será conveniente para el partido, lo que no
sea para el país".
De ahí que he dicho muchas veces que, si creyera que el
socialismo o el comunismo hicieran la felicidad de los hombres,
yo sería el más entusiasta de sus defensores.
No tengo mayores riquezas que defender y mal podría,
entonces, percudir mi criterio lo que se ha llamado "los inte-
reses creados".
Frente a los ensayos socialistas a que se está sometiendo a
nuestro país, tengo el deber, no sólo como parlamentario libe-
ral, sino como chileno, de advertir a la ciudadanía, con consi-
deraciones realistas y objetivas que no podrán despreciarse, lo
que han sido y son los regímenes socialistas, ensayados ya en
el mundo desde los remotos tiempos de la Esparta de Licurgo.
¿Dónde está, en qué consiste el problema social? En dar a
los hombres mayores agrados materiales —para esto, mayor po-
sesión de bienes—; a los pueblos, mejor nivel de vida.
Eso sí, quiero partir de la base de que, al dar a los hombres
mayores beneficios materiales, no se les arrebaten los beneficios
morales que para ellos ha alcanzado la humanidad en su mar-
cha ascendente. Y el primero de esos bienes del hombre y de
la sociedad es la libertad. No se concibe satisfacción material
alguna sin libertad. "El pájaro prefiere la libertad a la jaula
de oro" y el hombre, aun con más razón, como ser consciente,
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prefiere la libertad a castillos encantados. . . ¡si es que hubiese
un régimen que pudiera dar a cada hombre castillos encan-
tados!
Y es del caso afirmar que la experiencia ha demostrado
que el progreso económico, el mayor bienestar material de los
hombres y de los pueblos va aparejado siempre con la libertad
política y la libertad económica. Las dictaduras consumen, pero
no producen riqueza, y cuando la producen, ésta es más cara
y más lenta, y al precio más alto: les cobran a los hombres su
libertad, que es lo más precioso que poseen.
En ocasiones anteriores he repetido el abecé de la econo-
mía social; el nivel de vida de un pueblo —origen, en general,
de las luchas económicas y sociales— depende exclusivamente de
la renta media por habitante; ésta, de la renta general del país,
y la renta de un país, de su mayor capitalización. No hay pro-
ducción sin capital, y sin mayor producción es imposible obtener
un mejor nivel de vida para una nación.
Serán, entonces, inútiles todos los discursos, todas las pro-
mesas, todas las demagogias, todos los planes de los Ministros
de Hacienda para los efectos de mejorar el nivel de vida que
reclama el. país si no se va al problema fundamental: a capita-
lizar, a enriquecer más a la Nación, para que haya mayor pro-
ducción, mayor rentabilidad, mayor renta "per cápita", mejor
nivel de vida.
Y, por desgracia, en este país, hoy más que nunca, se está
haciendo todo lo necesario por destruir sus escasos capitales; por
impedir que los formen —con toda clase de cargas, trabas y
"controles"— los hombres laboriosos que trabajan y producen;
y por impedir que los capitales extranjeros vengan al país.
Esto es sencillamente pavoroso: diría que se ha encontrado
la forma para empobrecer más a Chile y para acrecentar violen-
tamente su serio problema social, su gravísimo problema eco-
nómico.
La demagogia electoral grita permanentemente: "por una
vida mejor", "por un Chile mejor"; y se ha declarado una gue-
rra a muerte al trabajo, al esfuerzo de los hombres de empresa,
esto es, al enriquecimiento nacional, que es lo único que puede
dar a todos una vida mejor-
De aquí que dijo un distinguido economista chileno:
"Estas riquezas y bienestar material crecen o decrecen en
la misma medida en que crecen o decrecen los capitales. No
para hacer más ricos a los capitalistas y más pobres a los asa-
lariados, como pretende el otro falso postulado marxista de la
"plusvalía", sino para hacer más ricos a todos, cuando el capi-
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tal tiene buenas ganancias y más pobres, también a todos, cuan-
do sus ganancias disminuyen.
El obrero aumenta su rendimiento y aumenta su ganancia,
en la medida que la máquina aumenta la productividad de su
trabajo, es decir, en la medida en que aumenta el capital puesto
^ su disposición. Este es un hecho evidente que salta a la vista.
•Por qué el obrero norteamericano puede producir y ganar
ocho o diez veces más de lo que produce y gana un obrero chi-
leno? ¿Acaso, porque el obrero norteamericano es mucho más
trabajador e inteligente que el obrero chileno, o porque el pa-
trón norteamericano es mucho más generoso que el patrón
chileno?
No; la razón está en que el obrero norteamericano trabaja
con un capital ocho o diez veces superior al con que trabaja el
obrero chileno y, por consiguiente, la productividad de su tra-
bajo es incomparablemente superior. El capital es, pues, como
acabamos de decir, el gran amigo y bienhechor del' obrero y
tanto más cuanto más grande sea.
El capital es un factor indispensable de la producción, que
ningún régimen económico puede suprimir; es un producto del
trabajo que no se consume, trabajo cristalizado; una riqueza
que se ahorra y se guarda para invertirla después y producir
otra riqueza; en una palabra, y, según la feliz expresión de un
economista, es una riqueza "intermedia".
Hay un error de hecho y de ilusión en la creencia vulgar
sobre el gran número de los ricos y sus inmensas riquezas, que
nos permitirían, mediante una más justa distribución, resolver
el problema social y establecer la democracia económica.
El gravísimo problema social no se resuelve con medidas
de reparto, sino con aumento de la producción. Y para aumen-
tar la producción es necesario previamente aumentar el ahorro
y la inversión, es decir, el capital, porque sin capital no se
puede producir ni siquiera un alfiler. Y para ahorrar e invertir
es necesario que haya rentas sobrantes, después de satisfechas
las necesidades vitales, es decir, es necesario que haya ricos.
He aquí la importantísima función social que desempeñan
los ricos en el orden natural económico- Sus rentas sobrantes
no alcanzan, destinadas al consumo, a mejorar, en forma digna
de tomarse en cuenta, el nivel de la vida de la gran ma«a;
pero constituyen la fuente principal e irreemplazable del aho-
rro y la capitalización.
Ya hemos visto que la economía es una sola y que la de-
magogia no ha inventado frase más necia al hablar de un
sistema económico para hacer "más ricos a los ricos y más po-
bres a los pobres". La unidad de la economía crea la solidaridad
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de todos los intereses. Cuando esa única economía es próspera,
hace a todos más ricos; cuando decae, hace a todos más pobres.
Los ricos son más, en número y en riqueza, en los países ricos
de más alto nivel de la vida general; y son.menos, en núme-
ro y en riquezas, en los países pobres y de bajo nivel de
vida (hablamos de países democráticos y libres). Que espléndi.
do negocio haría un país pobre, si pudiera importar ricos con
todas sus riquezas. Si Chile, por ejemplo, pudiera trasladar a
su suelo las plantas de la General Motors y a sus accionistas,
casi doblaría su renta nacional.
Empobrecer a los ricos es empobrecer al país. Es, para una
sociedad, un acto de suicidio".
La inmensa carga tributaria que pesa sobre los contribu-
yentes chilenos —más del 42% de la renta nacional, en cir-
cunstancias de que en Estados Unidos, como he dicho, es de
25%, y en Argentina de 15,9%— constituye, sin duda, el factor
principal de la lenta capitalización, del lento enriquecimiento
de Chile.
"¡Qué paguen los pederosos!", se repite, por desgracia, de-
magógicamente por los propios gobernantes. Es una verdadera
lástima para el país que, en este caso, no podamos aplicar la
frase de André Maurois: "Todo agitador inteligente que llega
al Poder se transforma en hombre de gobierno".
El talentoso e intachable ex Director de Impuestos Inter-
nos, don Julio Pistelli, en un reportaje que apareció en "La
Nación" cíe Santiago, el 2 de febrero de 1946, con todo el pres-
tigio que le dan su rectitud y el hecho de ser la persona más
versada en el país en materia tributaria, afirmó:
"Desgraciadamente (en Chile), no van quedando fuentes
tributarias vírgenes, por lo menos de importancia. Para satisfa-
cer nuevas necesidades fiscales que puedan presentarse, habría
que recurrir al aumento de las existentes. Hemos manifestado
ya que nuestros impuestos son los más altos de América . . . En
estas condiciones, mayores alzas en las tazas de los impuestos
vigentes acarrearían no sólo el inconveniente, sino el peligro
de estimular el fraude, como también de obstaculizar la for-
mación de capitales".
Esto, decía el señor Pistelli, cuando en la Ley de Presu-
puestos el total de los impuestos en ella enumerados ascendía
a 4.331 millones de pesos. Aún tomando en cuenta'la desvalo-
rización de la moneda, podemos aseverar que, desde entonces,
las cargas tributarias del país se han aumentado en más de un
100%. ¡Al doble de lo que estaban en una época en q»e el
más técnico y competente de los funcionarios consideró que és-
tas eran muy superiores a lo que el país podía pagarl
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Con sin igual inconsciencia se ha seguido gravando a la pro-
ducción, disminuyéndose, por consecuencia, el margen entre la
reducción y el consumo; y la consecuencia natural —bien ad-
vertida por todos los economistas— ha sido evitar una mayor
capitalización, un mayor enriquecimiento del país. ¡Y se preten-
de no obstante, el absurdo de dar un mejor nivel de vida!
"Que paguen los poderosos", ha dicho en pleno Parlamen-
to un Ministro de Hacienda.
Don José María Cifucntes, quien fué el más brillante Pro-
fesor de Derecho Constitucional y de Economía Política en la
Universidad Católica, en un minucioso e interesantísimo tra-
bajo, de la seriedad y acuciosidad que le es propia, demostró
cómo en este país los impuestos a los consumos representan el
36% ele nuestra tributación; los impuestos a los consumos su-
p e r í l u o s , un 11%; los impuestos a las rentas del trabajo, sólo
un 7,85%; y l° s impuestos a la riqueza, un 44,36%.
Pudo, entonces, afirmar el señor Ciluentes: " . . . que en la
mayoría de los países, la proporción de los impuestos sobre los
consumos con relación a los impuestos sobre la riqueza, es mu-
cho mayor que la que existe en nuestro país, contra lo que se
sostiene. Los ricos pagan, pues, elevados impuestos a la riqueza,
aparte lo que pagan sobre sus consumos, que son, a su vez, pro-
porcionados a sus mayores rentas- Y si hay un país en el que
el régimen tributario haya hecho una discriminación de mayor
alcance social, es Chile. Vamos a dar dos pruebas bien pal-
marias de nuestro aserto. Comparemos el impuesto que grava
una renta de $ 50.000 anuales, cuando ella proviene del traba-
jo y cuando ella proviene del capital: digamos la renta de un
obrero o de un accionista. En el primer caso están exentos
$ 36.000 y sobre el excedente se paga el 3,5%, o sea, $ 400; en
el segundo, se pagan $ 7.500: quince veces más. Y sin contar que
las rentas de los accionistas vuelven ordinariamente a pagar
otro impuesto, que es el complementario. Hay en Chile 7.262
personas que poseen más de $ 300.000 de renta imponible. Esta
cifra corresponde a las rentas percibidas en el año 1950. Supon-
gamos que hoy su número debe duplicarse. ¿Qué sería esta cifra
de 14.524 personas comparada con los 6 millones de habitantes?
Suponiendo que pueda llamarse rica a toda persona con una
renta anual de $ 300000 —suposición demasiado optimista—,
habría en Chile un rico por cada 413 habitantes. Pues bien:
aunque se confiscase a estos ricos todo el excedente, no dispon-
dría con ello el Fisco de la décima parte de los recursos que
exige su Presupuesto. Lo que prueba que necesariamente toda
la población debe concurrir al sostenimiento de los gastos fisca-
les. Y prueba también las ilusiones que la ignorancia suele for-

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marse acerca de la potencialidad ele nuestros millonarios, sobre
todo, cuando se piensa que con un millón de nuestros pesos sólo
pueden comprarse cinco mil dólares". (1).
Debo, también nuevamente, dar a conocer en este estudio
las modestas cifras que recibe el capital, frente al trabajo y
frente a lo que recibe el Fisco, de las rentas que producen las
sociedades anónimas, formadas por el esfuerzo, inteligencia y
perseverancia de los hombres de empresa. En 1952, de los ba-
lances de la Compañía Carbonífera de Lota, Compañía Manu-
facturera de Papeles y Cartones, Sociedad Nacional de Paños de
Tomé, Refinería de Azúcar de Viña del Mar, Cervecerías Uni-
das y Compañía Chilena de Tabacos, se desprende que el ca-
pital recibió $ 278 millones; el trabajo, $ 1.564 millones, y el
Fisco, $ 2.174 millones. Esto es: de cada $ 100 de utilidad, el
capital recibió $ 6,92 —en 1946, recibía $ 12,18-; el trabajo,
$ 39,18; el Fisco, $ 53,90.
¿Cómo podría decirse, entonces, de buena fe, que el capi-
tal, que los ricos no están gravados en Chile?
Ya lo dijo el señor Pistelli en 1946, cuando las cargas tri-
butarias eran un 50% más bajas que las actuales: no es posible
soportar en este país una mayor tributación.
Se persigue, pues, sin piedad al capital, a la riqueza nacio-
nal. Se olvida que de él se logran las rentas con que se sostiene
al Estado y todos los empleados y obreros del país. Nadie, me
atrevería a decir, desarrolla una labor más necesaria, y, por tan-
to, más noble y respetable para el país, que los que, con su
esfuerzo y perseverancia, forman capitales, de los cuales depen-
den la mayor riqueza nacional y la mejor renta "per cápita" de
los ciudadanos.
Sólo la ignorancia y la demagogia pueden desconocerlo-
N o hay que olvidar la frase del economista inglés: "El ca-
pital es el enemigo más curioso: ataca huyendo". Lógicamente,
cuando el capital no logra una renta mínima que dé aliciente
a los desvelos del capitalista, se paraliza, y su paralización sig-
nifica cesantía, menos producción, mayor pobreza, mayor mi-
seria. Por otra parte, lógicamente, el capital no va a un país
donde no encuentra seguridad, donde se ve permanentemente
atacado, perseguido, expoliado, y donde no se le permite reti-
rar parte de su renta.
Sin el capital extranjero —que, al paso que vamos, por
desgracia, no vendrá a Chile—, el país habría vivido en la mayor
indigencia económica. Minerales como el de Potrerillos, que sólo
tienen una ley de cobre de 0,95%, y el de Chuquicamata, cuya
ley es de 1,8%, sólo podían ser explotados por compañías de
(1) En 1953.
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inmensos capitales, que jamás habría podido formar nuestro
r>aís. Un estudioso de estos problemas, en reciente e interesantí-
sima publicación, ha demostrado cómo la mecanización, con la
ayuda de los capitales extranjeros, ha obtenido que con 9 dóla-
i-es se produzcan 77 dólares en nuestra gran minería del cobre:
si el obrero chileno hubiera trabajado sin dicha mecanización,
los 100 kilos de cobre de valor de 77 dólares hubieran tenido
u n costo de más de 1.000 dólares. De las utilidades que produ-
cen esas empresas extranjeras, gracias a sus grandes capitales,
el reparto es el siguiente: para el Estado, 167; para el empresa-
rio, 23, y quedan también 10 en sus manos para la amortización.
Dar, pues, confianza al capital, estímulo al trabajo, garan-
tía a la industria, respeto a la empresa, es la única forma posi-
ble para poder enriquecer al país y mejorar el nivel de vida a
toda su población.
Estas son verdades de Perogrullo, pero es tan difícil luchar
contra la mentira adulona, la ignorancia y la demagogia que
se repite a los trabajadores, quienes, por desgracia, ignoran los
problemas económicos y que de buena fe, engañados, ¡creen
que el capital los explota!
Nuestra descapitalización, nuestra pobreza, a la que contri-
buyen lós gobiernos de Izquierda con decidido esfuerzo, es la
razón precisa de nuestro bajo nivel de vida.
Va a hacer un año que dije en este recinto que la renta
"per cápita" en Chile era de $ 2.302 mensuales; en circunstan-
cias de que en aquella misma época, en la República Argentina,
era de, más o menos, $ 6.500; y en los Estados Unidos, de
$ 14.740. Dije, también, entonces, que en vez de dar el Estado
estímulo a la capitalización del país, cobraba a la producción
el 25% de su renta —porcentaje que, según últimos cálculos, es
demasiado bajo, pues en él no están considerados los impuestos
municipales ni los correspondientes a las leyes sociales, con las
cuales debería subir la cuota de tributación del país a más del
35% de su renta (1) y hacía más difícil aún, la capitalización;
esto, en circunstancias ele que la gran República del Norte, país
supercapitalizado y que ha echado sobre sí la noble responsa-
bilidad de defender la civilización occidental, sólo cobra al ca-
pital el 25% de su renta, y que Argentina, país de riquísima
heredad, lo hace en un 15,9% de la renta nacional-
Raymond Laherrere, en su interesante libro, recién publi-
cado, "Reflexiones sobre Economía Chilena", con prólogo de
don Jorge Prat Echaurren, Presidente del Banco del Estado,
nos dice que "la producción nacional ha tenido durante on-
(1) Hoy día, con los nuevos tributos establecidos en los dos últimos
años, esta tributación es superior al 40% de la renta nacional.
19
ce años un aumento ele 2,5%, cuando la población se ha in-
crementado en 1,5% por año. De estos datos, se deduce que
la renta "per cápita" aumentó en un ritmo de sólo 1 % al
año (10% en los 11 años). Con un ritmo promedio de au-
mento anual de producción de 2,5%, la renta "per cápita" au-
mentaría en 14% en 15 años, en 27% en 25 años y duplicaría
sólo en 100 años. Con un ritmo anual de aumento de produc-
ción de 4%, la renta "per cápita'' triplicaría en menos de cin-
cuenta años. Con un ritmo de 5% (ritmo actual de Estados Uni-
dos), la renta "per cápita" duplicaría en 22 años y quintuplicaría
en menos de cincuenta años. Es bien significativa la repercusión
que tiene el ritmo de aumento anual de la producción en el
bienestar genera!, y para orientar las ideas, creemos interesante
dar varios ejemplos relativos a dos grandes países de desarrollo
excepcional. Citaremos, para ello, el informe de la Comisión
Keenleyside de la N U : El aumento de la producción bruta de
Suecia fué alrededor de 4% anual entre 1896 y 1914, con un
incremento de población de 1,5%. La renta "per cápita" au-
mentó en un 60% en los 19 años. Durante el período compren-
dido entre 1884 y 1938, la renta nacional de Estados Unidos
aumentó en un ritmo promedio de 3,6%.
Podemos, también, referirnos al discurso del Presidente
Truman, del 11 de junio de 1952, destacando ciertos datos que
se resumen así: "De 1939 hasta 1952, la renta "per cápita" de
los norteamericanos aumentó en 40%, lo que corresponde a
un ritmo de aumento anual de producción de 5%, tomando en
cuenta un incremento anual de población de 1,5%.
El ritmo actual norteamericano permite duplicar la renta
"per cápita" en 22 años, y en 100 años se lograría multiplicar
por 29, mientras en igual plazo nosotros sólo duplicaríamos
nuestra renta si mantenemos el coeficiente de aumento anual
de producción de la década recién pasada (o sea, sóio de 2,5%).
Esta conclusión es evidentemente poco halagadora, pues imagi-
nar que, dentro de un período presidencial, el nivel de vida
mejoraría en sólo un 5% y que, una generación, sólo alcanzaría
a un 20 por ciento más del actual, no corresponde en ninguna
forma a las esperanzas de un pueblo ansioso de ver mejorar sus
medios de vida. Si pudiera, por lo menos, alcanzar un ritmo
de aumento de la producción de 4 por ciento al año, se ob-
tendría un aumento "per cápita" de 25% en diez años y de 60
por ciento en veinte años, que representaría un progreso apre-
ciable, aunque todavía no correspondiente a las esperanzas y
ansiedades del pueblo.
¿Qué se debe hacer para aumentar la producción con un
ritmo, por lo menos, de 4% al año? Veamos lo que nos respon-
20
de el Informe Keenleyskle, de la NIJ: "Es un hecho estableci-
do que el aumento anual de producción está íntimamente rela-
c i o n a d o con el porcentaje dé capitalización anual, y aumenta
disminuye con él- En Estados Unidos, la capitalización bruta
fué en promedio, de 18,8% de la producción anual durante
el período 1879-1938; máxima, 21,3% de 1890 a 1900, y mínima,
14,2 por ciento dé 1930 a 19-10. Los datos correspondientes a
Su'ecia, ofrécenos un cuadro esencialmente igual al de Estados
Unidos. El promedio de sus inversiones brutas fué de 19,8%
de la producción total anual de 1896 hasta 1930. Así, pues, para
garantizar un ritmo anual de aumento de producción de 4%
en estos países, se ha mantenido una taza media de capitaliza-
ción de más o menos 20% de la producción bruta anual. Pode-
mos establecer, así, como fórmula adecuada que interprete la
relación entre capitalización y renta: ahorrando, capitalizando
e invirtiendo 5, la economía de la nación obtiene en forma per-
manente una renta anual de 1. Para Chile, esta relación se
confirma, pues las inversiones brutas durante los once años
desde 1940 a 1950 fueron, en promedio, de 12 por ciento de la
producción total anual, y el aumento dé población fué de 2,5%.
En la Memoria del Raneo Central de 1952, se lee en su pá-
gina 10: "Un estudio realizado por el Instituto de Economía
de la Universidad de Chile, en agosto de 1951, indica que la
cuota de capitalización, en el producto nacional bruto, alcanza
sólo a 11,2%, proporción que es muy baja comparada con los
otros países. Aún más, si se incluyen en esa cuenta las provisio-
nes para la reposición de máquinas, utilería, etc., resultará
una capitalización neta equivalente a sólo Un 4,7% del pro-
ducto nacional neto".
Y si consideramos que en esta misma publicación aparece
que las inversiones extranjeras en Chile, en 1948, eran de
US? 966.888.700, llegamos a la conclusión de que nuestra capi-
talización propia es, en comparación con cualquier país, pa-
vorosamente lenta, mucho más aún en relación con los vehe-
mentes anhelos de un mejor nivel de vida de nuestros habitan-
tes, quienes, como he dicho en otras ocasiones, maduraron al
"confort" moderno mucho antes de haber formado el país el
acervo de capitales que produzcan rentas suficientes para poder
satisfacer esos anhelos, y que es, justamente, lo que constituye
el problema fundamental de nuestro país.
¿De qué depende la mayor capitalización? Del excedente
que sobre entre la producción y el consumo.
De ahí que cuanto más cercene el Estado,- por medio de
tributaciones, el margen entre producción y consumo —margen
del cual se forman los capitales, la riqueza nacional—, más difi-
21
cultosa y más lenta es, lógicamente, la capitalización, el enri-
quecimiento de un país y, por ende, el aumento de su renta-
bilidad, de su producción, de su renta "per cápita".
Hemos visto que en Chile, según la Memoria del Banco
Central de 1952, se capitaliza de la renta nacional el 11,2%, y
que si se incluyen en este porcentaje las provisiones para la
reposición de máquinas, utilería, etc-, resulta una capitalización
equivalente a sólo un 4,7% del producto nacional neto.
Y lo más pavoroso, al respecto, es que la capitalización del
país, en el ciclo de 1925-1929, fué de un 19,4% de la renta na-
cional. En el lapso de 1915-1949, la capitalización del país des-
cendió a 13,3%. Esto es, mientras la población aumenta y cre-
cen también, por momentos, los anhelos de un mejor nivel de
vida en todos los medios sociales, la capitalización ha descen-
dido en un 30%, si consideramos nuestra capitalización en 11,2
y no en 4,7, como es en realidad, lo que sería un descenso ma-
yor del 75%.
Veamos a cuánto asciende la capitalización en otros países:
Francia, uno de los países más capitalizados, 12,7% de su renta
nacional; México, 13,9%; Estados Unidos, 15,2%; Brasil, 15,3%;
Dinamarca, 16,6%; Inglaterra, 18,6%; Holanda, 23%; Noruega,
30,5%; Chile, 4,7%. De los países sudamericanos, no hay cifras
ratificadas al respecto; pero sí, se ha establecido que en Brasil el
aumento de producción nacional es 4,5 anual; y ya hemos dicho
que en Chile es de 2,5%.
Otro síntoma inquietante: las nuevas industrias instaladas
en Chile llegaron, en 1948, a 838, con un capital de $ 1.040
millones, que ocuparon 10.276 obreros. En 1950, la cifra des-
cendió a sólo 588 industrias, el capital aportado fué inferior casi
en la mitad, 682 millones de pesos, para ocupar sólo 4.490 obre-
ros; y el último año, continuó el descenso, con sólo 390 indus-
trias, con un capital de 550 millones de pesos, para dar trabajo
a 2.859 obreros. No puede ser más evidente que el capital
extranjero se resiste, cada días más —y, por desgracia, con ra-
zón—, a venir a radicarse en Chile.
¿Se quiere aumentar aún más las cargas tributarias del
país? disminuirá, entonces, nuestra escasísima capitalización y
por ende, la rentabilidad del país; y descenderá aún más bajo
nuestro nivel de vida.
¿Quién podría, de buena fe, rectificar estas afirmaciones,
basadas en el abecé de la economía y en experiencias y estadís-
ticas que están a la luz del día?
¡Nadie!
Es bien triste, pues, el resultado que la economía dirigida
ha tenido en Chile, en.este país de constitución liberal y de le-
22
islación socialista, como Gonsague de Reynolds, el talentoso
autor de "La Europa Trágica" y "De dónde viene Alemania",
diio en Buenos Aires al senador señor Izquierdo Araya-
Haré un somero estudio, tan breve como me lo permita el
tiempo, de los resultados prácticos de los sistemas socialistas
en los principales países en que se han aplicado.
Y me limitaré a exponer al Senado algunos ejemplos de
mayor alcance y claridad frente a las realidades.
La elocuencia de un estudio de orden económico-social es-
tá sólo en las cifras.
Me atrevo a decir que, en tal sentido, será muy elocuente
el presente estudio. Será la elocuencia de los fracasos socialistas.
El mundo conoce ya un ensayo socialista integral, hasta
dónde puede ensayarse integralmente un sistema en esta vida,
en que nada es absoluto del todo: en la Unión Socialista de las
Repúblicas Soviéticas.
Y bien, ¿cuál ha sido el resultado? Puede decirse, sin exage-
ración, que allí pertenece a la clase- obrera el 999 por mil de
la población. Corresponde al 1 por mil el elemento dirigente,
podría decirse autogenerado, como que en Rusia no hay eleccio-
nes democráticas. Ese 999 por mil de la población rusa debe
obedecer ciegamente, no tiene libertad política, ni de ningún
orden, ni esperanza alguna de un ascenso económico personal.
Cualquier intento en tal sentido cuesta la vida. Y todo esto, para
que el nivel de vida de ese 999 por mil sea diez veces inferior al
del obrero norteamericano. He aquí el ensayo del socialismo in-
tegral. Yo pregunto: ¿de qué sirve a los rusos el llamado poderío
económico de Rusia, sino es para dar a sus hijos una vida mejor?
Frente al ensayo socialista efectuado en Rusia, vemos el
ensayo capitalista de Estados Unidos, en una heredad grande
y rica, pero no mayor ni más rica que la de Rusia, que es su-
perior.
El resultado: el 65% de la población pertenece a la clase
asalariada; pero con todas las libertades y derechos; cada ciuda-
dano puede ascender al elemento capitalista con su esfuerzo,
con su inteligencia, con perseverancia y ahorro —virtud que es
la base del capitalismo- Hay ejemplos, como Rockefeller y Hen-
i;y Ford, ambos obreros en los comienzos de su jornada y que
han sido, posiblemente, los dos más poderosos millonarios que
ha tenido el mundo; ejemplos que hacen ociosa toda insistencia
acerca de cómo en los Estados Unidos están abiertas, de par en
par, a los obreros para el ascenso económico y político de to-
dos los que son dignos de ascenso. Y bien, esa clase obrera, de
la cual —repito— se puede ascender en cualquier momento y
que goza de todas las libertades, disfruta de un nivel de vida
23
diez veces superior al del obrero ruso. Ese ha sido el resultado
del régimen capitalista, del régimen de libre empresa: haber
constituido la primera potencia del mundo, el país de mayores
libertades y que no sólo dispone de riquezas para proporcionar
un alto nivel de vida a su población sino también para defender
la independencia y facilitar riquezas a casi todo el resto de la
Humanidad occidental, amenazada por el despotismo ruso.
Sólo mentes ofuscadas por el odio y bajas ambiciones pue-
den vacilar en la elección entre los dos sistemas económicos.
Pasaremos ahora al resultado de las mal llamadas nacionali-
zaciones en Francia. Digo "mal llamadas", pues se trata de com-
pañías y empresas que eran francesas y que, al pasar a manos
del Estado, sólo se han "estatizado" y no "nacionalizado", como
se repite.
H e aquí el resultado de los procedimientos socialistas en
Francia, tomados de un estudio publicado en la "Revue des
Deux Mondes", por Jacques Lacour-Gayet, el 1" de julio de
1951, y reproducido por don Héctor Rodríguez de la Sotta, en
su libro "Capitalismo o Comunismo'-'.
"Las pérdidas de las sociedades y empresas tomadas por el
Estado ascendieron a las sumas que se indican: Electricidad de
Francia: 7.000 millones de francos desde 1946; la S.N.G.F., 226
millones en cinco ejercicios; Gas de Francia, 37 mil millones
en los años 1948 y 1919, a pesar de 12.000 millones de subven-
ción; Carbonerías de Francia, 7.500 millones desde 1946 a 1948;
Sociedad Nacional de Construcciones Aeronáuticas del Centro,
876 millones en 1948; Sociedad Nacional de Estudio y Cons-
trucción de Motores de Aviación, 3-500 millones en 1949; Com-
pañía de Cables Submarinos, 139 millones en 1949; Sogac (So-
ciedad de Gestión y Exploración de Cinemas), y la A.G.D.C.
(Agencia General de Distribución), 41 y 12 millones, respectiva-
mente, en 1948; Sociedad Nacional de Prensa, 1.200 millones
en 1948; agencia France-Press, 1.000 millones en 1949. A estos
déficit mayores se agregan los de las filiales u organismos secun-
darios, los 900 millones de los economatos de la S.N.C.F., los
mil millones de la Caja de Previsión de los Agentes del Cuadro
Permanente; los 800 millones de la Sociedad de los Aeroplanos
Voisin, de la que la Snegma posee el 95% de las acciones, etc!
En cuanto a las cajas y oficinas, muchas cuestan más de lo que
dan: 309 millones para la Oficina de Azoe, 8 mil millones
para la Oficina de los Cereales. Si agregamos que, por regla
general, las cuentas de explotación no preven sino amortizacio-
nes insuficientes; que se omiten las anualidades de los préstamos
y los créditos de los accionistas expropiados, está permitido pen-
24
sar q u e l° s déficit reales son muy superiores a los declarados.
Para el año 1950 se puede avaluar en 200 mil millones de fran-
cos, por lo menos, el conjunto de los déficit comerciales, cuya
carga deberá soportar finalmente el capitalismo de Estado"-
¡Con qué razón Churchill observó en un discurso que el
v e r d a d e r o crimen contra la sociedad no es la ganancia, sino la
pérdida!
He aquí el resultado de los métodos socialistas en Francia.
El régimen socialista está íntimamente vinculado a la triste de-
cadencia, de todo orden, que hoy vive esa gran nación, que
tanta luz irradió sobre el mundo. Ya en vez pasada repetí en
el Senado las proféticas y melancólicas palabras de André Tar-
dieu: "Ganamos la guerra (la del 14), porque Francia fué la que
]a hizo; pero perderemos la paz, porque es el régimen (refirién-
dose a las Izquierdas) el que la va a hacer". Y así fué.
Cada vez que los socialistas llevaron a Francia al borde de
la ruina, se llamaba, para salvarla, a un hombre de Derecha
—Poincaré, Doumergue, Pinay—, hasta que, salvada la situación,
era nuevamente expulsado del Gobierno por el Parlamento iz-
quierdista. Son hechos públicos, "demasiado conocidos, de la his-
toria contemporánea.
Francia había sido siempre, ante la historia, el país de las
grandes recuperaciones, gracias al régimen liberal: las guerras
del Imperio, que diezmaron su población, no impidieron que
después recobrara su grandeza; la derrota del 70 y la fuerte
indemnización de guerra a Alemania tampoco impidieron su
inmediato resurgimiento. Pero ya el socialismo le ha impedido
restablecerse de las dos últimas guerras...
Inversa cosa ha sucedido con Alemania: .u última derrota
marca la mayor destrucción en -que ha quedado país alguno
desde Cartago. Sólo el régimen de libre empresa ha podido
realizar la prodigiosa reconstrucción de Alemania Occidental-
Los ensayos socialistas a que fué sometida Inglaterra y su
recuperación bajo los últimos años de gobierno conservador,
merecen especial atención:
En el libro de John T . Flyn, autor norteamericano, "¿Qué
porvenir nos espera?", se lee, entre otras cosas, lo siguiente so-
bre el resultado del régimen socialista en Inglaterra:
"Las industrias y funciones que el gobierno' socialista ha
tomado a su cargo han operado con pérdida y han fracasado en
su intento de aumentar la producción de estas empresas nacio-
nalizadas. En las minas de carbón se producía, a fines de 1948,
la merma de 18 mil toneladas por semana, o sea, 7 millones de
toneladas por año, en comparación con lo que las minas de
propiedad privada producían antes de la guerra; y ello pese a
25
que el gobierno socialista gastó más de 176 millones de dólares
en mecanización para aumentar la producción por hombre. Se
ha descubierto y admitido que los mineros, no obstante la atra-
yente ficción de que ahora son los dueños de las minas, no quie-
ren producir más, para ellos, que lo que producían antes de la
guerra, para los propietarios privados. A pesar de la mecani-
zación aumentada, particularmente en maquinarias cortadoras,
la producción por hombre es menor que la de 1938, y lo más
extraño de todo, es que el ausentismo ha aumentado de 16
chelines la tonelada en 1938, a 46 chelines en 1948. La J u n t a
Nacional del Carbón perdió alrededor de 95 millones de dóla-
res en 1947. Alzando el precio del carbón, apenas pudo cubrir
los costos de producción en 1948, y aun está en déficit por
unos 90 millones. La J u n t a del Carbón ha advertido la grave
amenaza que significan estos hechos. "El carbón utilizado en
la fabricación de mercaderías británicas —dice— puede encare-
cerlas demasiado, para competir con las mercaderías de otros
países". Esto es precisamente lo que está ocurriendo.
"El Gobierno es propietario de la industria del transporte
aéreo ultramarino, y éste ha operado, en el área del Atlántico,
con una pérdida de 244 dólares por cada pasajero transportado,
mientras paga a sus empleados poco más de la mitad de lo que
ganan sus competidores americanos. Los ferrocarriles han fun-
cionado con un déficit sustancial. Las pérdidas experimentadas
en cada nueva industria de que el Gobierno se hacía cargo,
eran desconcertantes; pero algunos de los apologistas del Go-
bierno dijeron que las pérdidas no tienen importancia. Por
supuesto, todas las pérdidas ocasionadas por el Gobierno en
sus empresas deben ser pagadas por el mismo Gobierno, que
puede obtener el dinero para ese fin solamente de los impues-
tos: impuestos sobre la carne, el pan, la ropa y demás necesidades
de la gente común de Inglaterra
De ahí que, para absorber las pérdidas de la industria na-
cionalizada mecánica, todo el mundo debe ser exprimido, inclu-
so los obreros-
. . . Al hacerse cargo de los ferrocarriles, de la industria,
del carbón y otras, el Estado compró las propiedades de las
corporaciones y accionistas, pagándoles en bonos británicos que
producen un interés del 3%. El Gobierno ha agregado así otra
gran masa de obligaciones a su ya creciente deuda nacional. La
torpeza de esto está en el hecho de que, en el antiguo orden,
los accionistas no podían reclamar beneficios si la industria no
los producía. Pero todas esas inversiones; a puro riesgo, se han
convertido en bonos del Gobierno, que son una carga fija para
éste, tenga la industria ganancias o no. Y, como todas estas in-
26
clustrias han estado operando con pérdida, mayor o menor, el
Gobierno ha tenido que buscar en los impuestos los medios
para pagar su deuda".
Mientras tanto, todas las industrias y empresas dejadas en
manos de los particulares continuaban florecientes y producían
utilidades, con cuyos impuestos debían pagarse las pérdidas de
las empresas socializadas por el Estado.
Estos fueron los experimentos que hicieron decir a Chur-
chill: "El verdadero crimen contra la sociedad no es la ganan-
cia, sino la pérdida".
El famoso Sir Stafford Cripps, Canciller del Tesoro en el
régimen laborista y eminencia gris de aquel partido, en su
discurso anual ante el Parlamento, el 6 de abril de 1949, dijo,
sobre el Presupuesto, entre otras cosas sumamente sugestivas y
que mucho disgustaron a sus correligionarios: que, en adelante,
la defensa y los servicios sociales debían ser pagados con la
renta nacional, que Inglaterra había gravado a los ricos hasta
extinguirlos y que no podían sacarse ya más huevos de esa
gallina; por lo tanto, eran los trabajadores quienes debían aho-
ra soportar la pesada carga de los impuestos; que el país ya no
podía obtener más dinero prestado, y que la única manera de
aumentar las entradas fiscales era incrementando los ingresos
nacionales, y esto sólo podía obtenerse produciendo más. La
gran batalla contra los ricos había sido aparentemente ganada.
No es posible exprimirlos más. Esto —agregó Cripps— es asunto
concluido. Si se quieren mayores servicios sociales —añadió—,
deben ser pagados con impuestos- "Cuando oigo que la gente
habla de reducir los impuestos y veo, al mismo tiempo, el rápi-
do aumento del costo de los servicios sociales por exigencias del
pueblo mismo..." —dijo textualmente Cripps—, "...pienso si
aprecian en toda su extensión el significado del viejo refrán
inglés: no podemos comernos la torta y seguir conservándola".
Sir Stafford Cripps, dijo también, que el Gobierno había
mantenido bajos los precios de los alimentos mediante subsidios
a los agricultores. El consumidor estaba pagando menos, pero
el Gobierno pagaba la diferencia con los impuestos, y esto no
podía seguir así. Estaba costando casi 1.500 millones de dólares
anuales, y al año siguiente iba a llegar a 2.000 millones. No
obstante, los trabajadores exigían precios aún más bajos, que
era imposible obtener. Dijo que aun los precios que se estaban
pagando por las mercaderías eran insuficientes para cubrir los
costos, y que si esos precios se rebajaban, el Gobierno tendría
que aumentar los subsidios, lo que se traduciría en mayores
impuestos. Después, anunció a los agricultores que no habría
subsidios adicionales, y a los industriales, que los precios ten-
27
drían que ser aumentados y que no habría mayor seguridad
social hasta que los obreros produjeran más para pagarla-
Sobre las ficciones de buena voluntad del socialismo, se
había impuesto, una vez más, la realidad económica, las leyes
naturales, inmutables de la economía, que nadie ha podido
derogar y que, cada vez que se trata de burlarlas, se imponen
en forma cruel, como viene a reconocerlo Cripps en este dis-
curso.
T o d o esto lo han olvidado los gobernantes de Chile desde
1938.
Agregó Cripps que el Gobierno había establecido los sub-
sidios para dar al pueblo precios más bajos, pero que estaban
jugando con un demonio. Los subsidios habían crecido mucho
más de lo que se había proyectado; llegaban ya a 1.800 millones
de dólares. Y dirigiéndose a aquellos elementos de su partido
que exigían aún más soc-ialismo, les dijo: "Debemos moderar
la velocidad de nuestro avance en la aplicación de nuestros ser-
vicios sociales, en la medida de nuestra progresiva capacidad
para pagarlos con un aumento en nuestra renta nacional. De
otra manera, no podríamos evitar una restricción intolerable
en la libertad que los particulares deben tener para hacer sus
compras".
Pocos discursos han producido, a través de la larga y glo-
riosa historia del Parlamento inglés, mayor sensación.
Tiempo atrás, Mac-Donald, fundador del Partido Laborista,
había renunciado al Gobierno, reconociendo, con lealtad y ve-
racidad británicas, que el socialismo era incompatible con el
mayor bienestar y progreso de Inglaterra. Convocado el país a
elecciones, dió el triunfo a los conservadores, y Mr. Baldwin,
conservador, nuevo jefe de gobierno, declaró, con ese buen
humor británico, que Mr. Mac-Donald debía ocupat una car-
tera en el gabinete, porque ya había aprendido en el Gobierno
"todo lo que no debía hacerse".
Ahora era Cripps quien reconocía el fracaso, aunque con
menos entereza.
Mr- Alfrecl Edwards, diputado laborista, declaró: "He pa-
sado años perorando contra los defectos del sistema capitalista.
No retiro esas críticas. Pero hemos visto dos sistemas frente a
frente. Y el hombre que todavía sostenga que el socialismo es
el medio de librar a nuestra sociedad de los defectos del capi-
lismo, es bien ciego. El socialismo simplemente no sirve".
Hago traslado de estas palabras al Presidente de la Repú-
blica, don Carlos Ibáñez del Campo.
Desde 1952, el Partido Conservador pasó, en Inglaterra, a
tomar nuevamente las responsabilidades del Gobierno.
28
El 14 de abril pasado, Mr. Butler, Ministro de Hacienda
, i Reino Unido, presentó al Parlamento el presupuesto de
1953-1954 y, en s u discurso en la Cámara de los Comunes, co-
rno en e l 4 u e 1TU'S t a r c ^ e pronunció por radio, expuso su plan
de c u a t r o puntos "para una mayor producción y para un futuro
m e j o r " . L ° s cuatro puntos eran:
jo Una reducción en el impuesto a la renta como ayuda a
las empresas, a fin de dejarles más dinero para invertir en am-
pliaciones y modernizaciones. La tasa "standard" de 9 sh. y 6 d.
uor libra sé reducirla a 9 sh., lo que significará una menor carga
¿(e 45 millones de libras esterlinas para las empresas particulares.
2<) Facilidades en materia de impuestos, con el objeto de
e s t i m u l a r a las firmas a mejorar sus plantas. Estos impuestos se
a p l i c a r á n sobre maquinarias y plantas de construcción, edifi-
cios, trabajos mineros, etc., con tasa de sólo un 20% para la
primera categoría de gastos; 10% para la segunda, y 40% para
la tercera. La menor entrada para el erario será de 50 millones
de libras para el ejercicio de 1954-1955, y 84 millones de libras
en lo sucesivo.
3"? Abolición del impuesto sobre beneficios excesivos, para
a s e g u r a r , a las firmas emprendedoras y progresistas, la instala-
ción de nuevas plantas y la obtención de nuevos mercados. Este
impuesto será suprimido desde el 1" de enero de 1954.
4"? Disminución general de impuestos "para estimular a la
industria y darnos a todos algo por qué trabajar, estimulando
así la empresa y el progreso". Aparte de la reducción de la tasa
media del impuesto a la renta, deberán reducirse en 6 d. las
tasas inferiores, que actualmente son de 3 sh. por libra, sobre
las primeras 100 £ de renta imponible; 5 sh. (5 d. sobre las
siguientes 150 £, y 7 sh. 6 d., de 150 £ en adelante. La menor
entrada para el erario, por esta nueva carga de que se libra a
la industria, será de 53 millones de libras en el período de
1953-1954, y de 61 millones de libras en lo sucesivo. Las tasas
de impuestos sobre algunas compras que fueron reducidas tam-
bién desde el 15 de abril, significarán una menor entrada, para
el erario, de 45 millones de libras para 1953-1954, y de 60 mi-
llones, en adelante.
Se tiene fe en que la mayor producción de una industria
menos recargada de impuestos traerá inmensas ventajas para
el país y para el erario".
Después, hizo Mr. Butler la revisión de los hechos pasados
en comparación con la nueva política monetaria y crediticia, la
que le ha permitido mantener los empleados del Estado, "con-
trolar" la inflación, aumentar las exportaciones y tener, por
consecuencia, un superávit en la balanza de pagos. El balance
29
del Reino Unido sobre pagos en cuenta corriente cambió, a
consecuencia de la política de Mr. Butler, de un déficit de 398
millones de libras, en 1951, a un superávit de 291 millones de
libras, en 1952, excluida aquí la ayüda de defensa de 121 mi-
llones de libras, concedida por Estados Unidos. El progreso
fué, entonces, de 572 millones de libras. La disminución de las
reservas de oro y dólar cesó poco después del último presu-
puesto, y dichas reservas aumentaron hasta llegar a 774 millones
de libras a fines de marzo de 1952, lo que significa un aumento
de 167 millones de libras en doce meses. Dijo Butler: "A nues-
tra política interna hemos añadido ese elemento vital: confian-
za en la libra, sin el cual todos nuestros esfuerzos se habrían
seguramente frustrado".
Y yo pregunto, ¿quién tiene hoy, en Chile, confianza en
el peso?
¿En qué forma ha podido Inglaterra obrar el milagro que
significa haber nivelado su balance y haber llegado, de un
déficit de 398 millones de libras, a un superávit de 291 millones,
excluida la ayuda de defensa de los Estados Unidos? ¿Cójno
ha podido, por otra parte, terminar con la fuga de su reserva
en oro y dólares hasta llegar a aumentarla en 167 millones en
doce meses? Aplicando simplemente, una vez más, la política
liberal. No otra cosa significan las cifras que hemos anotado
sobre disminuciones de impuestos para dejar a las empresas
en libertad de mejorar sus plantas, ganar nuevos mercados, etc.
Inglaterra, al impulsar la libre empresa, no hace otra cosa
que aplicar el sistema que hizo su grandeza. Es elocuente, des-
pués de las tristísimas experiencias socialistas a que ya me he
referido lata y detalladamente, ver cómo, en este momento,
Inglaterra cambia rápidamente de política y ya han comen-
zado, también, las desnacionalizaciones, como la de transporte
terrestre, para continuar con la de ferrocarriles, etc.
Cuánta razón tuvo don Enrique Mac-Iver, el cultísimo y
talentoso parlamentario chileno, al decir: "Yo tengo fe en que
las tendencias al autoritarismo, al colectivismo, al abatimiento
del ciudadano delante del Estado, todas esas soluciones que se
presentan como solución salvadora, después de haber hecho su
época y de haber imperado sobre todo Oriente y entre los
indios de la altiplanicie sudamericana, no han de hallar cabida
en la libre Inglaterra; y en que ella ha de salvaguardar por
su propio bien, y por el bien de la humanidad, los principios
que han hecho su grandeza y su bienestar".
El propio Mac-lver, frente a los métodos socialistas con
que soñaban los jóvenes de hace cuarenta años, dijo con visión
casi genial de la realidad:
30
"Los que han concebido la necesidad de la economía diri-
ida en el futuro desarrollo de nuestro país, deben sentirse
^aoaces, naturalmente, de realizar su propio plan. Quiero con-
cederles esta capacida,d. ¿De dónde van a sacar el número de
colaboradores aptos y honrados que el plan exige? Quiero, to-
davía, conceder que encuentren los doscientos o trescientos
f u n c i o n a r i o s q u e n e c e s i t a r í a n . ¿ Q u i é n les va a d a r el poder
n e c e s a r i o para implantar y desarrollar esas concepciones econó-
niicas? Voy todavía más lejos. Les concedo que logren disponer
de ese poder, que estaría amagado a todas horas por los inte-
reses privados. Permítanme, sí, observarles que todo arbitrio
e c o n ó m i c o , para surtir efecto, necesita ser desarrollado y soste-
nido por un largo espacio de tiempo; y en la América española
todo prende y todo se apaga con gran rapidez. Yo ya soy viejo,
n o veré los resultados de esta economía dirigida. Pero si algún
día las enseñanzas de Valentín Letelier llegan al terreno prác-
tico, acuérdense de mi predicción. Si en realidad el fin del
salitre está pronto, como sostiene Francisco A. Encina, Chile
sufrirá un gran golpe, del cual tardará mucho en reponerse;
pero, en todo caso, seríamos un pequeño pueblo formado por
hombres laboriosos, patriotas y honrados, que nos haríamos
respetar moralmente. En cambio, si las concepciones socialistas
llegan algún día a prevalecer, su primer resultado será árrui-
n a r r i o s económicamente. T o d o quedará a medio hacer. Pronto
sobrevendrán el desconcierto económico y la pobreza. Pero con
ser esto grave no es lo peor. Su economía dirigida surtirá, en el
terreno moral, consecuencias mucho peores: pudrirá al país
desde la más alta clase social hasta el pueblo, será un inverna-
dero de funcionarios corrompidos y venales. En definitiva, sin
mejorar nuestro desarrollo económico, nos matará moralmente".
Por desgracia para el país, ¡qué clara era la visión del
porvenir de Chile socializado que tuvo don Enrique Mac-Iver!
Paso, ahora, a referirme a un país hermano. En materia
de cambios, el Perú, desde noviembre de 1949, emprendió una
importante reforma, que consignó la eliminación de restriccio-
nes para importar y el establecimiento de un sistema de cambio
libre. Esta reforma comenzó en diciembre de 1948, cuando el
Gobierno permitió que los exportadores vendieran un 55% de
sus cambios en el mercado libre. Más adelante, en 1949, el Perú
derogó completamente todas las restricciones de cambios, in-
cluso el cambio oficial de 6 1/2 soles por dólar, y permitió la
libre adquisición y venta de monedas extranjeras a cualquier
tasa.
31
La primera consecuencia de la reforma se deja ver en el
mejoramiento general de los aportes de capitales y el aumento
del volumen de las exportaciones:

Exportaciones Importaciones
millones de millones de
dólares dólares

1947 147 168


1948 157 168
1949 151 167
1950 190 187
1951 250 279

Las reservas de oro y de cambios extranjeros del Banco


Central aumentaron, de 57.300.000 dólares, en diciembre de
1949, a 72.000.000 de dólares, en marzo de 1951, y los ingresos
de divisas extranjeras del Perú han aumentado en la siguiente
forma:

1947 $ 147.800.000 dólares


1948 166.300.000 "
1949 149.900.000 "
1950 258.600.000 "
1951 334.400.000 "

Las importaciones de artículos esenciales, con el superávit


de divisas que ha producido el cambio libre, se han podido
aumentar en forma apreciable, con lo cual se ha contribuido a
la mayor mecanización y al progreso y enriquecimiento del país
hermano. En 1950, se importaron 808 tractores agrícolas. Se
duplicó la cifra de 1948. Igual cosa ha pasado con otros ele-
mentos de trabajo, como automóviles y camiones, cuya impor-
tación es la siguiente:

Automóviles Camiones

1949 900 2.750


1950 2.724 5.760
1951 6.993 6.130

La tasa de cambio que existe en el Perú, bajo el nuevo


sistema de cambio libre, se ha estabilizado, alrededor de 16
soles por dólar, más o menos, y los precios, que en el Perú
habían estado subiendo durante un largo período, con ante-
32
'oridad a la reforma de cambios, han disminuido notablemente.
f
Este es, ha sido y sera siempre el resultado de la aplicación
de las leyes naturales de la economía. Forzarlas, es siempre con-
traproducente.
De ahí que Ludwig von Mises, eminente economista, pro-
fesor en el Instituto Universitario de Altos Estudios Interna-
cionales y en la Universidad de Viena, en su famosa obra "Le
Socialisme, étude économique et sociologique", obra que bien
harían en leer nuestros gobernantes, haya dicho con tanta ra-
zón estas palabras, que están ratificadas por los hechos y las
cifras que he expuesto:
"El socialismo es el destructor de todo lo que penosamente
han creado siglos de civilización. El no construye, demuele. Su
esencia es la destrucción. El no produce nada; se limita a disipar
lo que ha creado la sociedad fundada en la propiedad privada
de los medios de producción. La política destruccionísta es la
d i s i p a c i ó n del capital. Esta política no se revela sensiblemente
i todo el mundo. Para destruir el vicio de una política que
aumenta el consumo de las masas con detrimento del capital
e x i s t e n t e y que de esta manera sacrifica el porvenir al presente,
es necesario una inteligencia más permanente que la de que
gozan comúnmente ios hombres de Estado, los políticos y las
masas que lo han elegido. Mientras los muros de los edificios
continúen en pie, las máquinas funcionen y los trenes rueden
sobre rieles, se imaginan que todo está en orden. En cuanto a
las dificultades crecientes para mantener el niv^l de vida arti-
ficialmente elevado, se las atribuye a otras causas y no al hecho
de seguir una política que está devorando al capital".
Estas palabras de Von Mises parecen escritas para nosotros,
los chilenos, en especial para nuestros actuales gobernantes.
Pero también dice Von Mises: " . . . Yo sé muy bien que hoy
día puede parecer un imposible convencer, por medio de una
demostración lógica, a los adheridos apasionadamente a la idea
socialista, del absurdo y de la locura de sus concepciones. Sé
muy bien que ellos no quieren oír, no quieren ver, y, sobre
todo, no quieren pensar, inaccesibles a todo argumento. Pero
nuevas generaciones crecen con inteligencia y ojos abiertos;
ellas considerarán las cosas sin parcialidad, sin espíritu precon-
cebido, con pleno conocimiento de causa".
Ojalá esta reacción, a costa de sufrir, de empobrecernos
más y más, no llegue demasiado tarde, después de un estallido
social de un pueblo exacerbado de desesperanza y que ve cómo
su situación económica se agrava día a día. ¿Cómo no va a ser
así si cada día aumenta la población y el país no aumenta su
riqueza, como lo he probado con cifras y hechos que nadie po-
drá discutirme?
33
No se exige ya que nuestros Ministros de Hacienda y Eco-
nomía hayan demostrado en la vida capacidades de organiza-
dores, de realizadores, de hombres de empresas, aún menos, que
hayan estudiado siquiera economía. Cuántos de ellos han leído
a Yon Mises; la obra "Intervención del Estado en la Vida Eco-
nómica", de Lauíenburger; el "Curso Superior de Economía",
de Federico Benham; "Origen y Evolución del Capitalismo
Moderno", de Henry See, y "Las Místicas Económicas", de Louis
Marlió. También hay autores chilenos, quienes, manteniendo
el prestigio de nuestra cultura, han escrito obras que no pueden
despreciar las personas seriamente dedicadas a los estudios eco-
nómicos: don José María Cifuentes, autor de "Ensayo sobre el
Capitalismo"; don Héctor Rodríguez de la Sotta, de la obra ya
citada, "O Capitalismo o Comunismo", y don Guillermo Suber-
caseaux, autor de un breve e interesantísimo trabajo: "El Cora-
zón y la Cabeza en la Vida Económica y Social", textos estos
que no pueden dejar de conocer quien pretenda manejar las
finanzas y la economía de un país.
Ellos, como todos los grandes economistas contemporáneos,
casi sin excepción, están absolutamente de acuerdo con los prin-
cipios lundamentales que he expuesto, sobre todo, a la luz de
ki experiencia.
Sobre todos ellos, hay uno que merece la mayor autoridad,
por ser considerado como el primer economista que hoy tiene
la Humanidad: I-Ijalmar Schacht, director de la política ale-
mana durante el régimen nacional-socialista, quien, en su libro
"Más trabajo, más dinero, más capital", que ha tenido tras-
cendencia mundial, afirma, con énfasis, que el régimen de libre
empresa es el régimen natural de la sana economía, el que con-
duce derechamente al enriquecimiento de toda la colectividad,
y que la intervención del Estado, casi siempre, es perturbadora,
contraproducente.
Entre las muchas afirmaciones de los beneficios del régi-
men liberal, dice Schacht: "El régimen monetario sano permitía
el libre juego de las fuerzas privadas y no requiere la interven-
ción del Estado con su estéril burocracia. Esas intervenciones
derivan del caos monetario producido por fijaciones del tipo de
cambio internacional, restricciones en el movimiento de pagos,
obstáculos al movimiento de capitales".
¿O no tiene Schacht, acaso, suficiente autoridad frente a
los directores de nuestra economía?
No por el. mero y vanidoso deseo de nombrar autores y de
citar historia, sino por la necesidad de subrayar que procedi-
mientos iguales han producido iguales efectos a través de siglos
de siglos, debo citar la interesantísima y acuciosa referencia que
34
e r a n erudito y pensador hizo del que f u é el sistema socialista
!jel Emperador Diocleciano:
"Ciertamente, u n a política económica de esta especie no
odia ser realizada sin la creación de u n a burocracia gigantesca,
F u r o c r a c i a que, según Lactancio, ascendió p r o n t a m e n t e a la
litad de la población masculina y adulta del Imperio. Cierta-
niente, asimismo, u n a burocracia, así hipertrofiada, no podía
ser mantenida sin el alza de los impuestos a cuantías que el
n iundo no había tenido, hasta entonces, n i n g ú n conocimiento,
y c i e r t a m e n t e , todavía, impuestos de esta magnitud no podían
ni'enos que conducir, por una parte, al cercenamiento de los
a p j t a l e s que empleaban aún las industrias privadas, a la con-
siguiente disminución de las cosas producidas y a la elevación
consiguiente de los precios, los sueldos y salarios; y, por otra,
a la descapitalización progresiva o f u l m i n a n t e y, en consecuen-
cia, a la imposibilidad de toda economía f u t u r a normal.
"Pero esto no es todo. Como los contribuyentes esquilmados
trataban de eludir el pago de los impuestos, el Estado se vió
en la necesidad de crear una nueva burocracia encargada de
practicar investigaciones acerca de las propiedades y las rentas
de cada individuo. Y, en vista del más expedito desempeño de
sus funciones p o r esta nueva burocracia, ella podía aplicar le-
galmente el tormento a quienes —esposas, hijos, esclavos— se
hallaban al cabo, quizás, de las riquezas y ganancias de cada
familia. ¿Resultado? A lo largo de todo el siglo IV, la más
íntima y más sentida aspiración de los contribuyentes f u é la
de eludir, mediante no importa qué clase de procedimientos, el
pago de los impuestos. Las personas, en mayor o menor grado,
acomodadas, ocultaban cuanto poseían; los aristócratas de pro-
vincia se hacían clasificar como hombres de h u m i l d e condición
económica; los artesanos dejaban de ejercer sus profesiones; los
propietarios agrarios abandonaban sus tierras, agobiados por
ios tributos; y millares de ciudadanos h u í a n hacia las fronteras
v sé asilaban entre los bárbaros.
"Un sistema económico semejante no podía funcionar, evi-
dentemente, sin u n a escala de precios fijada por la autoridad
—y esto, porque u n a de las consecuencias ineludibles de tal
sistema, entonces, como ahora, debía aparecer, desde luego, y
hacerse más visible e intolerable en seguida: el costo acelerada-
mente creciente de la vida. Comprendiéndolo así, el Emperador
Diocleciano hizo dictar, en 301, el famoso edicto en el que se
señalaban los precios de los artículos de primera necesidad y
en el que se fijaban, asimismo, los salarios y la remuneraciones
de los servicios en general. Nada más obvio de conseguir, dado
el contenido artificial de ese edicto, que la obligación de san-
35
desarrollo de la civilización. T a n t o es así, que nunca podrán
grandes, graves o malos gobiernos inveterados, hacer más daños
al pueblo, que harán por su bien y prosperidad el progreso
constante de las ciencias y los esfuerzos ininterrumpidos de cada
hombre, a fin de mejorar su condición; q u e no pocas veces se
ha visto ser las prodigalidades, los impuestos onerosos, las res-
tricciones comerciales absurdas, los tribunales corrompidos, las
guerras desastrosas, menos eficaces a destruir la riqueza de los
pueblos que a crearla el esfuerzo privado de los ciudadanos".
Castelar, el gran demócrata, Presidente de' la República
española, manifestó sus conceptos sobre el Socialismo en la si-
guiente forma: "Aspiración poética más q u e aspiración políti.
ca; deseo de mejoramiento más que fórmula de progreso, ha ve.
nido en último término a tratar exclusivamente las relaciones
del capital y del trabajo 110 para fundarlas en las leyes del de.
recho, sino en las leyes artificiales del Estado que, cuando se
oponen a la naturaleza humana, cuya característica es la li-
bertad, lian de dar por resultado inevitable, fatal, lo arbitra-
rio que engendra toda tiranía. Este es el sentido general de
la palabra socialismo. Pues bien: como aspiración vaga, no pue-
de ser una fórmula precisa que encarne en la realidad social;
como n o m b r e común de escuelas contradictorias no puede ser
el dictado de u n partido; como ciencia que sólo atiende a una
parte del inmenso problema, no puede ser bandera política; y
como contradicción radical de la libertad, como antitesis ma-
nifiesta el derecho, no puede ser, no, el ideal sublime de la
democracia, sino el ideal de los que tienen la vista vuelta atrás,
y lo esperan todo aun del poder del Gobierno y del criterio
del Estado. Insisten los- socialistas en q u e el socialismo no es
para el Estado, sino para la colectividad. N o es socialismo para
el Estado y maldicen la libre concurrencia; no es el socialismo
para el Estado y dejan al arbitrio del Estado la propiedad; no
es el socialismo para el Estado y llaman hipocresía al propósito
de encontrar la solución del problema social en la libertad; no
es el socialismo para el Estado y al e n u m e r a r las libertades que
desean, confusos, balbucientes, la libertad de tráfico, la libertad
de crédito, sin enumerarlas, sin decir francamente si las quieren
o no, confesando, así, su contradicción manifiesta con las fórmu-
.las esenciales de la democracia".

De aquí que José Martí, el gran luchador por la libertad


de su patria, agregaba: "De acudir al Gobierno ¡jara todo, viene
luego que el Gobierno crea que no se puede pensar, ni crear, ni
obrar sin él". Por lo que Pestalozzi, educador en la gran demo-
cracia suiza, sostenía: "No hay que estatizar al hombre, sino
humanizar al Estado".
38
Bídmaceda, una de las más grandes figuras de nuestra his-
toria, que amó con nobleza y desinterés al pueblo de su patria,
s in halagarlo jamás, pueblo que, con maravilloso instinto, atraí-
do p o r grandeza y sensibilidad de su alma y por su sacrificio
final, lo venera como a ningún hombre público de esta tierra,
afirmó reiteradamente su fe liberal:
"La acción del Estado es ineficaz fuera de sus fines propios,
nostra y enerva la actividad social".
"Yo no defiendo el privilegio de la riqueza; pero tampoco
acepto el privilegio de la pobreza".
"La propiedad es sagrada, porque sirve de base al bienestar
v a la actividad del hombre. La libertad es igualmente sagrada,
porque ella interesa necesariamente al desarrollo moral e inte-
lectual del individuo. La libertad es el conjunto de cualidades
e n virtud de las cuales el derecho de cada uno puede coexistir
c on el derecho de todos".
"¿Sería científico, práctico, económico estancar las produc-
ciones del país, que puede servir y sirve en realidad a su con-
sumo y cometcio exterior? ¿Sería posible estancar los trigos y
la ganadería? Pues éste sería el medio más propio de matar al
país industrial, exigiéndole contribuciones al mismo tiempo
que se le prohibe la producción".
"El régimen liberal abre campo de verdad y de justicia a
todas las cuestiones sociales y políticas; fuera de él no hay más
que desequilibrio, privilegios odiosos, abatimiento y mengua
de la dignidad humana".
Raymond Poincaré, el gran patriota de la Francia contem-
poránea, el adversario de las izquierdas, a quien esas mismas
izquierdas debían buscar y llevarlo al gobierno cada vez que
sus fracasos colocaban al país al borde del abismo, dijo, refirién-
dose a la legislación socialista: "En nuestro deseo de condescen-
der a vuestro apetito insaciable, vamos dejando en cada una de
estas leyes un jirón de la riqueza y de los intereses de Francia".
Churchill, el forjador de la victoria de su patria y el res-
taurador de sus fitianzas, uno de los hombres más grandes
que hoy tiene la Humanidad, dijo, refiriéndose a los laboristas
ingleses: "Han calculado mal y administrado mal todo lo que
tocaron. Han tratado de reemplazar la empresa y la pericia in-
dividuales por el control y la dirección gubernativos. Con sus
restricciones provocaron la escasez, y cuando vino la escasez,
pidieron mayores restricciones para ponerle remedio".
Estas palabras podrían completarse con las de un brillan-
te periodista del conservantismo chileno: "El socialismo des-
truye rápidamente lo que encuentra y encuentra rápidamente
lo que busca. Busca medios para sustituir la influencia legítima
39
de las capacidades reclinadas en la lucha de los negocios, por la
influencia perturbadora de la política, reclutada en las Asam-
bleas de los partidos. Su capital de trabajo está en el bolsillo
del contribuyente. No tiene otro límite que la bancarrota".
Y, de e stas claras inteligencias de nuestros días, me remon-
to a los grandes cerebros de la Grecia eterna. Aristóteles decía:
"Hay en el hombre dos grandes móviles de actividad y son el
interés que la propiedad inspira y el amor que se tiene por
los hijos".
Para no continuar repitiendo las sabias sentencias y ra-
zones con que los grandes cerebros defienden, para bien de
todos, las leyes naturales de la vida, terminaré con las palabras
del ilustre filósofo Ortega y Gasset, quien refiriéndose al elo-
gio que el economista Werner Sombart hace del liberalismo
—gracias a cuyo triunfo en el siglo XIX, en un breve lapso se
multiplicó prodigiosamente la población de la Humanidad:
se aumentó la duración media de la vida; se formaron las gran-
des ciudades modernas; se alfabetizó a las masas, hasta enton-
ces absolutamente ignorantes; se acrecentó, en forma fabulosa,
la riqueza de las naciones y las condiciones de vida de todas las
clases sociales, en especial las de los trabajadores; se acrecentó
el poder de consumo, en especial de las clases modestas; se ex-
tendió la higiene y, cada vez más, el bienestar y la riqueza en
relación directa, como es natural, a la formación de mayores
capitales—, dice en su conocida obra "La Rebelión de las Masas".
"Hechos tan exuberantes nos fuerzan, si no preferimos ser
dementes, a sacar estas consecuencias. Primera: que la demo-
cracia liberal, fundada en la creación técnica, es el tipo supe-
rior de la vida pública hasta ahora conocido; segunda: que este
tipo de vida no será el mejor imaginable, pero que el que ima-
ginemos mejor tendrá que conservar lo esencial de aquellos prin-
cipios; y tercera: que es suicida todo retorno a formas de vida
inferiores a la del siglo -XIX".
Y, para concluir, señor Presidente, sobre todos los hechos
reales, positivos, a que me he referido detenidamente y sobre
todas las sabias observaciones de los cerebros más preclaros, en
este momento tiene la Humanidad a su vista un hecho de la
mayor trascendencia que sea posible imaginar.
Hace dos días, no más, el cable nos transmite:
"Hoy se acordó una reforma agrícola de gran trascendencia
en la Unión Soviética, por medio de la cual se invita práctica-
mente al campesinado ruso a que se haga rico con el fruto de
su iniciativa personal.
Las reformas se acordaron en el Comité Central del Par-
40
tido Comunista en consonancia con el Plan de Malenkov para
i roducir alimentos en abundancia dentro de dos o tres años.
' El acuerdo y decreto complementario ordenando su cum-
oliiniento, se adoptaron en el Comité después de oír el infor-
me de la situación del campo que expuso Nikita Khruschev,
ouien analizó de manera detallada y franca la situación agrícola.
Khruschev fué elegido en esa J u n t a del Comité como Pri-
m e r Secretario del Comité Central, cargo que ocuparon pre-
v i a m e n t e Malenkov y el extinto José Stalin.
A instancias de Khruschev, el Comité acordó los decretos
nue ofrecen incentivos a los campesinos' para convertirse en
propietarios particulares.
El Comité, en la exposición de los hechos que lo llevaron
T tomar esos acuerdos, dice que la prosperidad individual de
los que trabajan la tierra significa la prosperidad general de la
economía nacional.
El decreto de reforma agrícola va aparejado con las medi-
das adoptadas recientemente para reformar la industria del país,
en las cuales se recalca la importancia de producir mayor nú-
mero de artículos de consumo. De este modo, se quiere acre-
centar la fabricación y mejorar la calidad de paños y géneros
de vestir en general, el calzado, muebles y otros artículos.
El decreto habla de faltas graves que afligen a ciertas ra-
mas de la agricultura y las atribuyé en parte a que Rusia de-
dicó atención preferente al desarrollo de su industria, lo que
hizo volcar_en este campo los mejores recursos humanos y ma-
teriales del país.
Pero en el decreto se dice también que existen otras razo-
nes igualmente poderosas que justifican el atraso del campo,
entre ellas la falta de incentivos para el campesino. Cita a este
respecto, como ejemplo, la práctica que se ha venido siguiendo
de imponer más impuestos a los labradores que logran obte-
ner mejores cosechas y criar más cantidad de ganado que los
otros. Censura también la práctica del Estado de recaudar ma-
yores cantidades de productos agrícolas de los campesinos prós-
peros.
A confesión de parte, relevo de pruebas, dice el adagio ju-
rídico.
Rusia reniega hoy de sus métodos comunistas; la esencia
misma de las doctrinas de Marx, Lenin y Stalin ha caído por
los suelos.
Rusia también rinde, sin quererlo, ya homenaje a la po-
lítica liberal: se ha invitado al campesinado ruso a que se haga
rico con el fruto de su trabajo y cíe su iniciativa personal; es
necesario ofrecer a los campesinos incentivos para convertirse
41
en propietarios particulares; la prosperidad individual de los
que trabajan la tierra significa prosperidad general de la eco.
nomía nacional; el atraso de los campos, su escasa producción,
provienen de la falta de incentivos para el campesino, de los
injustos impuestos a los labradores que logran obtener mejo-
res cosechas y criar más cantidad de ganado que los otros, de
la mala práctica del Estado de recaudar mayores cantidades de
los productos agrícolas de los campesinos prósperos.
No es necesario agregar una palabra más: se impusieron las
leyes naturales de la vida, las leyes que la naturaleza humana
dictó a la economía, ¡la doctrina liberal!
El incentivo de la propiedad, como ya lo reconocen los pro-
pios rusos, es lo que mueve al hombre al trabajo, a producir más
y más; este esfuerzo de producir más, junto al ahorro, crea la
riqueza y a mayor creación de riqueza corresponderá siempre
mayor bienestar general.
¡Y para esto él Soviet asesinó a más de seis millones de seres!
Forzar las leyes de la economía es como forzar el curso de
los ríos: podrá el esfuerzo humano encauzar mucho los ríos; pe-
ro no podrá hacerlos correr hacia las montañas. Aunque parez-
ca redundancia, es necesario repetir: la naturaleza humana se
impondrá siempre a la Humanidad.
Chile, como lo he probado, no se capitaliza, no se enrique-
ce como lo exigen las aspiraciones de sus habitantes. Sus cargas
estatales son demasiado fuertes para cualquier país rico y super-
capitalizado e imposibles de soportar para un país que no ha
formado aún el acervo de riqueza que le es necesario. Se grava,
se extorsiona, fuera de toda medida, a la industria y a la pro-
ducción; no se deja a los particulares margen de ahorros, de ca-
pitalización, y el Estado —el peor de los administradores— pre-
tende tomar, cada vez más, las actividades que corresponden a
los ciudadanos.
Un pequeño y elocuentísimo ejemplo más nos impuso la
prensa; el vergonzoso balance de la Cotraco, la Empresa de
Transportes. El balance al 31 de diciembre de 1952 viene a pu-
blicarse con ocho meses de atraso. Con un capital de $ 10.000.000,
esta entidad ha dejado una pérdida de $ 4.840.225,72, o sea, el
18% del capital social. Su activo en dinero, a la fecha del
balance, sólo ascendía a $ 139.950; adeudaba entonces —¡qui-
zá cuánto adeudará ahora!— a los bancos, a los ferroca-
rriles y al Fisco por impuestos, $ 8.520.000. Por otra par-
te, el balance no indica un centavo para la amortización del ca-
pital, siendo éste de tan rápida desvalorización como son los ca-
miones en uso. Este negocio de transportes ha dejado siempre,
en manos de los particulares, espléndidas utilidades, y, como que-
42.
j a demostrado, la estatización de dicha actividad comercial ha
o r o d u c i d o aún ¡seores resultados que las socializaciones de Fran-
cia e Inglaterra, como era natural.
No es posible seguir agravando, conscientemente, la pobre-
xa n a c i o n a l y aplicando, cada día más, los métodos que h a n f r a -
c a s a d o a través del mundo entero, mientras todo el país, en es-
pecial el pueblo, pide una vida mejor.
El Gobierno está advertido con hechos, con cifras que ya
00 podrá decir que desconoce.
El país debe cambiar de rumbos, debe reaccionar hacia la
política que, hoy, la propia Rusia señala como la necesaria para
p r o d u c i r más, para enriquecerse.
"Se puede hacer política con el corazón, pero no se puede
gobernar sino con la cabeza. Prefiero el respeto al amor del pue-
blo. La pasión del pueblo es inconstante y peligrosa. ¿Los que
me aplauden titubearían de apartarse de mí si otra pasión los
toma?" —ha dicho Oliveira Salazar, el hábil y virtuoso jefe del
gobierno portugués que devolvió a su patria la tranquilidad y
el bienestar.
Yo me he dirigido al Presidente de la República, don Car-
los Ibáñez del Campo, a quien, con el respeto que me merece
su alta investidura, dediqué este trabajo.
Si mis merecimientos personales son escasos, es alta la tri-
buna que ocupo; si mi opinión personal no vale nada, valen
y pesan mucho los hechos que he expuesto a la luz de cifras no
discutidas y la opinión de los cerebros más preclaros de la Hu-
manidad, a la que hoy han adherido, por la fuerza de las cosas,
los dirigentes de la Rusia Soviética
Por eso, me permito decirle al Presidente de la República
que tiene el deber de imponerse, al menos, de este trabajo.
Medite el Presidente sobre la situación económica de Chi-
le; y medite si es con métodos socialistas con los que podrá sal-
var al país.
El pueblo, que no conoce los problemas económicos, no
sabe que somos los liberales los que propiciamos la política que
mejor puede hacer su bienestar. El pueblo, por desgracia, sólo
ama y da su confianza a quien halaga sus pasiones. Pero tam-
bién es veleidoso cuando no obtiene lo que esperó. ¡Y no lo va a
obtener . . . !
El buen camino del gobernante está en el que ha señalado
Oliveira Salazar: "Se puede hacer política con el corazón, pero
no se puede gobernar sino con la cabeza. Prefiero el respeto al
amor del pueblo"
43
Medite todo esto el Presidente de la República, ciudada-
no que tiene el más alto honor, pero también la mayor res-
ponsabilidad del país (1).

(1) De un discurso pronunciado en el Senado, en sesión de 16 de


septiembre de 1953.
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II
Libertad y estatismo

Es satisfactorio para mí pertenecer a la Alta Cámara de la


representación nacional y tener el honor de polemizar en ella
con personas del talento y la cultura del Senador don Eugenio
G o n z á l e z , profesor de Filosofía de nuestra Escuela de Profeso-
res, y teniendo como auditorio al propio País en todo lo que
tiene de más consciente y culto, que —he podido apreciar— ha
seguido con detención nuestra polémica.
Es interesante y curiosa la respuesta que tan distinguido
intelectual ha dado a mi discurso sobre el estado económico del
país y los fracasos de los ensayos socialistas.
Su respuesta me trae a la mente la profunda observación
de un renombrado político colombiano, observación cuya exac-
titud siempre admiro al contemplar las actividades humanas
frente a las luchas políticas y filosóficas:-
"Cada uno en su arte, o en su profesión desfigura la vida
que es dilatada y múltiple, para que ella cobre los acentos de
su propia existencia interior. Desde el zapatero de la calle
suburbana hasta la mente de Goethe, perdicía en el canto infi-
nito de las esferas siderales, hay siempre una línea central de-
terminante con este paradójico designio: ir al corazón de la
verdad para obtenerla toda, pero no sacar de allí sino el jirón
que armonice con nuestro propio yo".
La lucha empeñada entre los sistemas económicos, que
constituye la razón precisa de las inquietudes sociales que han
agitado y agitan al m u n d o —en el terreno realista, en el que
yo me he situado y he querido situar la discusión— no es otra
cosa que la contienda empañada entre el régimen liberal, de
libre empresa, que, como decía Monseñor Freppel, limita al Es-
tado "a la protección de los derechos y a la represión de los
abusos", y el régimen socialista, que, en la práctica, no ha
sido ni podrá ser otra cosa que el de un estado fuerte, pode-
roso, que trata de redistribuir la riqueza.
He aquí el plano real de la cuestión. Toda discusión fuera
de este plano podrá tener el mayor interés filosófico, referente
a cómo las cosas debieran ser, pero carece de valor frente a la
realidad económica, a la realidad social, a la realidad a que yo
me he referido, la que interesa a los políticos, y ya menos a
los académicos en filosofía.
"Definid y no disputaréis", aconsejan los filósofos. Pues
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bien, la definición que más encuadra al régimen liberal-capita-
lista, que yo defiendo, es ésta, de que es autor un brillante pu-
blicista chileno:
"Capitalismo es el régimen económico que se funda en la
propiedad privada del capital, en la legítima ganancia del em-
presario, en el reconocimiento del interés personal como el mo-
tor principal e irreemplazable de la actividad económica y en
la preferencia de la libertad como regla, sobre el intervencio-
nismo del Estado, que sólo se acepta como excepción".
Son muchas las definiciones que los distintos tratadistas
dan de "socialismo", cuyas luchas en el curso de las edades de
la Humanidad, Max Brier nos relata con esmero e imparciali-
dad, no obstante sus tendencias socialistas.
Creo que la más simple de estas definiciones, la más exac-
ta, la más clara, que las comprende más o menos a todas, sería
ésta: socialismo es el régimen económico que propende a la
distribución de la riqueza en forma igualitaria.
Siendo, por naturaleza, distintas las calidades humanas, de-
rivan de ellas desigualdades en la obtención de la riqueza, des-
igualdades que el socialismo pretende salvar mediante lo que él
llama "una más justa redistribución de la riqueza".
Y en la práctica, prescindiendo de las mentes teorizantes,
(jue no nos interesan, por muy respetables que ellas sean en el
terreno —digo mal—, en la "estratosfera" de las lucubraciones
abstractas, ¿quién si no el Estado puede pretender hacer esta re-
distribución?
El vecino, el particular, la compañía, la empresa que as-
pira a ganar mucho dinero ¿va, espontáneamente, a llevarle al
vecino, al particular, a la otra empresa que ha ganado menos,
una parte equitativa de su ganancia? ¿Y cuál será la propor-
ción de esa suma? ¿Y cómo se hará el reparto frente al resto
de la comunidad? ¿Quién forzará a repartir sus ganancias al
que se resista a ello, como siempre ocurrirá? ¿Quién si no so-
lamente el Estado podría intervenir en esta redistribución?
De aquí que no pueda existir socialismo sin estatismo; de
ahí que, para todos los economistas —no digo los filósofos, co-
mo mi distinguido amigo don Eugenio González—, hablar de
"socialismo" o de "socialismo de Estado" es una misma cosa.
Por eso, también, tocios los economistas consideran socialistas
los sistemas a que sé sometieron el Imperio de los Faraones ejip-
(ios, la Esparta de Licurgo, la Roma de Diocleciano, el impe-
rio quichua —Bandín, en su magnífica y conocida obra, lo lla-
ma "El Imperio Socialista de los Incas"—, y actualmente, la
Unión de las Repúblicas Socialistas de la Rusia contemporánea,
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donde ha llegado el socialismo a su culminación total. Es a
«•tos ensayos, como a los ensayos parciales que han sufrido en
la actualidad Inglaterra y Francia, a los que me he referido yo.
ExP- lse SUS desastrosas consecuencias al Senado afirmándome
en cifras estadísticas no discutidas, que son las únicas en que
ouede basarse un observador serio, y no declamatorio, de los
nroblemas y resultados financieros, en el terreno real.
Frente al desastre de la intervención estatal, encontré en
e l Senado, con un economista "sui generis", original, el señor
Eugenio González, filósofo socialista, que anhela, como yo, un
mundo mejor y que siempre ha renegado del poderío del Es-
tado. El socialismo en derrota frente a las realidades económi-
cas ha tenido la suerte de tener en el Senado de Chile un de-
fensor de buena fe, con sincero convencimiento, que defiende
al socialismo y repudia la intervención del Estado.
Pero este socialismo, quizás hermoso, pero impracticable,
sólo está en la mente del Honorable señor González y, segura-
mente, de otros filósofos utópicos en materias económicas, de
tan buena fe como él. Es un socialismo que no se ha practicado
ni se practicará jamás en la Tierra.
Por muy respetable que sea para mí el Senador y amigo,
creo que carece de toda importancia práctica este socialismo
que está en su mente o en la de otros filósofos utópicos, el cual
no ha funcionado ni funcionará jamás.
Los anhelos socialistas y, a la vez, antiestadistas del Sena-
dor por Santiago, se estrellarán forzosamente contra una reali-
dad distinta, que un intelectual chileno de vastísima cultura y
de espíritu fino y saga/, le ha señalado en forma tan clara que
debe quedar incorporada al texto de esta polémica.
Dice don Hernán Díaz Arrieta: "El Senador don Eugenio
González Rojas ha dicho en el Senado esto, que figura como
título de un acápite de su discurso: "El socialismo no pretende
burocratizar la economía.
"¿No pretende burocratizar la economía? Entonces, ¿por
qué la burocratiza?
La burocratiza por una razón; por la misma que tiene el
tuberculoso y el canceroso para cubrirse de tumores y morir.
Ninguno de ellos lo pretende; pero le viene la enfermedad y el
proceso cunde fatalmente, hasta que el individuo desaparece.
El socialismo no pretende burocratizar la economía, por-
que el socialimo es la burocracia; porque el socialismo no pue-
de dar un paso sin la burocracia; porque cada avance del socia-
lismo significa primero, mayor número de empleados públicos;
segundo, mayor sueldo de esos empleados; tercero, aumento pro-
gresivo y constante de las contribuciones para costear esos gastos.
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El socialismo, el mero socialista, la tendencia, la sola fe
en el régimen, se traducen instantáneamente en un crecimien-
to del Estado, en prolongaciones de la administración pública
hacia los cuatro puntos, con la consiguientes absorción de la
actividad productora, aplastada y desalentada. El hombre de
trabajo, de industria, de negocio, a quien visitan los inspecto-
res y cobradores fiscales, observa pronto que ellos, con menos
trabajo y sin zozobra, vive mejor que él. El comunismo, con-
secuencia lógica del socialismo, una de sus formas perfectas,
realiza inmediatamente esta transformación y cree remediar la
ausencia del interés particular, substrayéndola por el terror
policial.
En Chile, es portentoso el relieve que ha tomado este fe-
nómeno. Tres columnas paralelas: difusión del socialismo en la
mente pública, alza de los presupuestos y correlativo desarro-
llo de los impuestos, están a la vista de los menos perspicaces
y su interdependencia no se puede negar; unas a otras se en-
gendran, visible e indiscutiblemente, como causas y efectos.
Puede afirmarse que no estamos abrumados de contribuciones,
sino en creencias de los beneficios de la doctrina socialista.
Pero los teóricos poseen el don de cubrir las apariencias
con grandes palabras. Saltando sobre esa realidad incómoda, el
teórico declara solamente: "He querido dejar en claro que los
socialistas no somos "doctrinarios" del intervencionalismo esta-
tal, que no propiciamos el.absurdo económico de reemplazar a
los productores por funcionarios y a los técnicos por políticos.
Los socialistas queremos una economía para el hombre, no pa-
ra el Estado.
Bien, muy bien, pero, ¿y la realidad y los hechos, lo que
vemos, lo que oímos, palpamos y sufrimos todos los días y aún
varias veces'al día? Esas son cosas de las que un buen doctrina-
rio no tiene para qué ocuparse: él construye y expone su doc-
trina, la aplaude y se aplaude y se desinteresa de lo demás. Mien-
tras tanto, el país que se ahogue".
El socialismo del Honorable señor González no aspira a
reforzar el poder político del Estado con el manejo del poder
económico. No pretende que sea el Estado quien planifique,
regule y dirija los complejos procesos de la producción y dis-
tribución de los bienes y servicios. No se propone levantar so-
bre las ruinas de las empresas privadas al gran empresario úni-
co que sería el Estado burocrático y policial. Por el contrario,
su socialismo Quiere que los propios trabajadores y técnicos,
por medio de sus organizaciones, planifiquen, regulen y dirijan
directa y democráticamente los procesos económicos en benefi-
cio de ellos mismos, de su seguridad y de "la so.ciedad real y vi-
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se
viente"! Y " o r González: "Para el socialismo es tan im-
e r a t i v a l a defensa de los intereses y valores humanos frente a
j^s tendencias absorbentes del totalitarismo estatal, como fren-
te al poder económico del capitalismo monopolista".
Este socialismo del señor González nada tiene que ver con
e l socialismo, que ya podríamos llamar clásico; de Marx y En-
eréis, ni con el de sus continuadores Lenin, Trotsky, Bukarin,
2¡noviev y Stalin, esto es, con el socialismo científico que los
discípulos de Marx han pretendido aplicar a la nación rusa y
extenderlo después al resto del mundo. Sólo coincidiría el se-
ñor González, con Marx y sus discípulos, en la necesidad de
s o c i a l i z a r la propiedad privada de los medios de producción
para obtener una mayor prosperidad, una mayor felicidad co-
lectiva. Este socialismo, que la mayoría de los autores califica
sencillamente de "utopismo",^ sólo encuentra conexión con las
formas socialistas de la primera mitad del siglo XIX, en espe-
cial con el anarquismo, pero no con el anarquismo de Proudhon
ni de Pedro Kropotkin, ya que, seguramente, el señor Gon-
zález ha de repudiar los métodos de violencia; más bien, en-
tonces, con el de Miguel Bakunin, fórmulas todas que los mar-
xistas califican de utópicas, de insensatas y despreciables.
Frente a estos anhelos irrealizables del señor González pa-
ra lograr la felicidad de los hombres en un régimen econó-
mico que él cree adecuado a este fin, no resisto transcribir
algunas consideraciones sobre las consecuencias que esta clase
de utopía tienen en las naciones que son sus víctimas, cuando
se pretende realizarlas, consideraciones expresadas por medio del
razonamiento firme, sabio. y realista del gran pensador libe-
ral don Valentín Brandan, y que parecen escritas para nuestro
distinguido contradictor:
"¿Es que el régimen comunista establecido por la Rusia,
en 1917, es un régimen comunista? No; es un régimen capita-
lista, sólo que el capital se halla ahora en otras manos, las más
ávidas de utilidades y las más crueles que el mundo ha cono-
cido y los pobres soviéticos, sufridos. ¿Es que el régimen de la
clase socialista única ha puesto término, en efecto, al régimen
de las clases sociales diferenciadas? No. Después de la extermi-
nación en masa de la antigua nobleza imperial y de la burgue-
sía naciente, todas las clases tradicionales han reaparecido y
se han reinstalado, aunque con nombres diversos y con el agre-
gado de una clase social antes desconocida: la de los trabaja-
dores forzados, a quienes el Estado "reeduca", según su expre-
sión, en los campos de concentración. ¿Es que el proletariado
no tiene efectivamente en sus manos el poder gubernamental
y ha pasado a ocupar ei puesto de "clase dirigente", y, a mayor
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abundamiento, cesárea, que le estaba señalada por la historia?
No; quien tiene efectivamente el poder gubernamental, es la
más reducida oligarquía existente y la más férrea, cruel e im.
j>lacable, cosa inevitable, por demás, en una autocracia total.
¿Es que los trabajadores gozan, en la nación bolchevique, de
más amplios derechos, de más sólidas libertades y de un ma-
yor bienestar que en otros pueblos? No; sus facultades en el
orden político, lo mismo que sus posibilidades de presión, de
lucha o, siquiera, de expresión en el orden económico, han sido
ahogados cínicamente, no obstante las declaraciones embusteras
de la "Constitución de 1936", "la más democrática del mundo",
al decir de sus redactores.
¡He aquí cómo las ideologías se convierten en realidades!
¡Y he aquí la clase de realidades que las ideologías originan!
¿Será necesario decir expresamente que, variando un poco los
términos, se podría aseverar lo mismo, en lo esencial, de las
otras ideologías, la jacobina de fines del siglo XVIII, y las que
hemos visto nacer en nuestros días y luego perecer irremisible-
mente, en medio del colosal hacinamiento de escombros mora-
les y materiales a que dieron lugar? Y la razón es clara: las
ideologías, en mayor o menor grado utópicas, son en sí mismas,
por sí mismas y necesariamente, generadoras de cataclismos.
Ellas pretenden —¡indecible locura!— rehacer de una vez
los hombres y las sociedades; pero la realidad no puede ser
creada o recreada por lo irreal, ni lo concreto por lo obstracto,
ni lo natural por lo ficticio, ni en una palabra, el mundo de
los hechos por el mundo de las ideas "a priori". Es al revés,
el m u n d o de las ideas es el que debe ser creado o recreado en
concordancia con el de los hechos, si lo que se quiere es que
la realización de las ideas resulte posible, fecunda y benéfica,
pues el único pensamiento verdadero —y valedero— es el que,
después de haber vaciado como una interpretación acertada de
la realidad, vuelve a ella como un instrumento de acción. Esta
ha sido siempre, precisamente, la función propia de la ciencia,
o en su defecto, del buen sentido, la experiencia práctica o la
intuición sagaz. Claro está que cabe decir como Marx: "Si los
hechos se oponen a nuestros principios, peor para los hechos";
claro está que esas y otras no menos estupideces ejemplares pue-
den ser dichas. Pero, en la realidad, para mantener siquiera las
apariencias de una ideología en funciones, hay que comenzar
por echar sobre los hombres y los pueblos la fuerza bruta y
doblegarlos bajo el terror; sólo que, caído el terror, como en
Francia a raíz del 9 Thermidor, el derrumbe de la ideología y
el cambio de frente de los ideólogos siguen indefectiblemente.
Y allí, donde el terror continúa, como en Rusia bolchevique

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¿ e hoy» e s t e hecho pone de manifiesto cuanto hay de ar-
bitrario, de absurdo y antinatural en el sistema llevado adelante".
Y bien, el socialismo del señor González, sin tener siquiera
i n s t r u m e n t o s , para aplicar la ya absurda redistribución de la
r i q u e z a ya que él reniega de la intervención del Estado, es aun
más utópico que el marxismo, que insisto en calificar no sólo de
a n t i - h u m a n o , sino, sobre todo, de inhumano.
El señor González, de acuerdo en este p u n t o con los co-
m u n i s t a s , desea suprimir la p r o p i e d a d privada de los medios de
o r o d u c c i ó n procediendo a su nacionalización, pero no acepta,
s e p a r á n d o s e d e l comunismo, que l a gestión de i o s bienes nacio-
n a l i z a d o s pase de manos de sus propietarios a manos del Estado,
cuya i n c a p a c i d a d y t e n d e n c i a al d e s p i l f a r r o reconoce j u n t o c o n
nosotros.
¿Quién, pues, o quiénes desempeñarán, en la sociedad que
propone el señor González, las inmensas, graves y complicadí-
simas funciones de la producción y la distribución de los bie-
nes necesarios para la subsistencia de esa sociedad? El señor
G o n z á l e z lo dice en su discurso: "tendrán en sus manos esas
funciones los trabajadores mismos y los técnicos —serán, así,
quienes planificarán, regularán y dirigirán, directa y democrá-
ticamente, los procesos económicos y todo ello en beneficio de
sí mismos, de su seguridad y de la sociedad real y viviente".
Aquí se plantea, querámoslo o no, el problema de la capa-
cidad de los obreros para dirigir, colaborar en la dirección de
las empresas, esto es, la aptitud que ellos deben poseer para
planificar, regularizar y dirigir, en forma directa y democrática,
los procesos de la. producción y de la distribución. Pero, antes,
no resisto a hacer mías, estas palabras de un publicista lleno de
c o r d u r a : "Para poner fin al capitalismo es infinitamente más
importante hallarse en estado de reemplazarlo ventajosamente,
que destruirlo desde luego, por medio de la violencia o del su-
fragio universal conducido por la demagogia, él no ha proba-
do nunca ni probará jamás otra cosa que la razón ficticia del
número, no la razón de las conveniencias nacionales".
Y en esto estriba, especialmente, la utopía del señor Gon-
zález; los trabajadores, que en la libre y natural división del
trabajo —división indispensable para la subsistencia de la hu-
manidad— han escogido labores manuales, carecen, aunque sea
ingrato .decirlo (es para mí un verdadero honor decir estas ver-
dades ingratas, a las que tanto temen los políticos), de faculta-
des necesarias —no pueden improvisarse, por ser ellas, en ge-
neral, el resultado de largos años de estudios especiales— para
ejecutar con éxito los planeamientos, regulanones y direccio-
nes de que habla el señor González, que son las tareas más ar-
51
duas y difíciles que puedan recaer sobre las aptitudes de los
hombres mejor dotados de inteligencia, conocimientos y expe-
riencias. ¿Quién podría discutir la afirmación de Disraeli: "l a
ignorancia jamás ha resuelto problema alguno"?
Entregar estas direcciones a los obreros, esto es, a quienes
su condición de tales demuestra precisamente falta de conocí,
mientos, experiencias directivas y competencia superior, es con-
denar al fracaso a ese sistema mal soñado, fracaso que, lógica-
mente, traerá un descenso de la producción y, en consecuencia,
mayor escasez, mayor pobreza general.
La división del trabajo es también una ley natural, una
de esas leyes que están a la vista de todos y que yo continuaré
defendiendo, ley nacida de la desigualdad de las aptitudes hu-
manas y, si se quiere, de oportunidades en la vida de los hom-
bres, pero que no dejan de ser realidades: la existencia de arte-
sanos y de técnico®, sin los cuales se paralizaría la marcha del
mundo. De ahí que el economista afirme: "La esencia de toda
colectividad más o menos evolucionada está en la separación de
los elementos sociales que dirigen y los elementos dirigidos; lo
importante es que unos y otros desempeñen sus funciones de
acuerdo con sus capacidades".
Y es del caso señalar nuevamente cómo, en ninguna socie.
dad de la tierra, la división del trabajo ha sido y es más violen-
ta, forzada y despótica que en Rusia. Allí, como ya lo dije en
el capítulo anterior, el 999%» de la población pertenece a la
clase trabajadora, sin esperanzas, casi, de salir de ella, a riesgo
de perder la vida. Y esto, frente a un \% que planifica, manda
y dirige a su arbitrio. Y, por el contrario, en los Estados Uni-
dos, la nación capitalista por excelencia, la división del traba-
jo no impide el permanente ascenso de los trabajadores a direc-
tores y capitalistas, como los prueban los ejemplos que ya re-
cordé de Rockefeller y Ford, dos obreros que se convirtieron
en los dos más grandes millonarios del múñelo.
Se me dirá que el señor González no ha hablado de entre-
gar la planificación, la regulación y la dirección de la econo
mía sólo a los obreros, sino a éstos conjuntamente con los téc-
nicos, quienes juntos realizarán sus planificaciones, regulacio-
nes y direcciones "directa y democráticamente". ¿Qué quiere
decir "directa y democráticamente"? No puede significar otra
cosa, me imagino, que la aplicación en las decisiones planifi-
cadoras, reguladoras y directivas, del principio democrático fun-
damental de las mayorías numéricas, a cuyos inconvenientes me
he referido detenidamente en otras ocasiones. Y si esto es así,
¿quién podría poner en duda la imposibilidad de concebir una
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anarquía mayor que la que presidiría la gestión económica en
ése r é g i m e n socialista del señor González?
Citaré las lecciones que, al respecto, recibí de mi profesor
de Hacienda Pública, don José María Cifuentes, cuya lógica y
realismo cuesta discutir de buena fe:
"Para obtener la armonía entre el capital y el trabajo, se
c ifran grandes esperanzas en que los representantes de éste par-
ticipen en la dirección de la empresa. El fin no p u e d e ser más
d e s e a b l e ; pero el medio propuesto ¿sería conducente? ¿No
m u l t i p l i c a r í a los choques en vez de eliminarlos? ¿Sería siquie-
ra practicable?
"Por de pronto, la dirección de la empresa debe ser única;
no se conciben dos cabezas, ni menos con tendencias divergen-
tes. Se podría sugerir el arbitraje para las discrepancias im-
p o r t a n t e s a fin de que en ellas se produjese resolución; pero
esto sería impracticable para las incontables resoluciones que
deben adoptarse cada día.
"Guando la dirección es unipersonal como acontece en to-
das las empresas agrícolas y en la mayor p a r t e de las empresas
mercantiles, la participación en la dirección habría de llevar-
se a cabo admitiendo u n a persona que en representación del
trabajo, dirigiese conjuntamente; si a esta persona se le d a b a
más autoridad que al otro jefe, éste dejaría de serlo y pasaría
a ser subordinado, si se le daba menos, ocurriría lo contrario,
y si ambos tuviesen la misma autoridad la empresa no podría
marchar. En este caso, ¿cuál determinación se realizaría? ¿A
quién de los dos obedecería el personal?
Cuando la directiva es colegiada, como ocurre en las socie-
dades anónimas, puede haber disparidad de _ opiniones, que se
resuelven por votación. Estas disparidades carecen de impor-
tancia, porque se refieren a opiniones inspiradas por u n mismo
interés. Lo grave sobrevendría cuando hubiere entre los direc-
tores intereses contrapuestos, como sucedería si algunos repre-
sentasen a técnicos o al capital y otros al trabajo. Se presenta-
ría entonces la misma dificultad que en las directivas uniper-
sonales. O se daría mayoría a los representantes del capital o
del tecnicismo o a los representantes del trabajo. Estos o aqué-
llos mandarían, y si la representación fuese paritaria, la em-
presa se desquiciaría.
La co-dirección, impracticable en las directivas uniperso-
nales, sería, pues, entorpecedora y desquiciadora en las directi-
vas colegiadas.
En vez de lograrse q u e desapareciera la lucha de clases, se
la habría llevado al seno mismo de la dirección que por su na-
turaleza es indivisible. En vez de producirse u n o u otro con-
53
flicto, se producirían conflictos todos los días, a propósito de
los innumerables problemas que debe resolver continuamente
la dirección de una empresa.
La empresa no solamente perdería la unidad de la direc-
ción; se corre, además, riesgo cierto de reemplazar la competen-
cia por la incompetencia.
Amo profunda y sinceramente a los trabajadores de mi pa-
tria. Todos los débiles despiertan mi afecto, mi compasión y un
grande anhelo de verlos ascender y ser felices. Sé que al defen-
der las realidades, las verdades que defiendo, no tendré nunca
su comprensión, mucho menos retribución a mi afecto. He di-
cho y repito con la frente alta de quien se siente siempre sin.'
cero consigo mismo: si yo creyera que el socialismo o el comu-
nismo harán la felicidad de los hombres, o, al menos, los harán
más felices, yo sería el primer socialista o comunista. Pero como
tengo certeza de lo contrario, a inversa de lo que, por lo gene-
ral, creen los trabajadores, les combatiré con todas mis fuer-
zas. Sé demasiado que, con esta actitud, no puedo esperar sus
votos, ni nada de ellos, que no sea, por desgracia, sus injustas
antipatías.
Pero, con todo el afecto que me inspiran los trabajadores,
yo digo: ¡no expongamos a los trabajadores, si de veras nos in-
teresa su bienestar, a que recaigan sobre ellos las consecuencias
ele aquel iluso optimismo que los supone capaces de dirigir las
empresas de la producción! También los bolcheviques se mos-
traron optimistas sobre la capacidad de los trabajadores rusos,
cuya liberación proclamaban, y así, en diciembre de 1917, decre-
taron el llamado "control obrero de la producción". Sus resulta-
dos fueron que tres meses más tarde la producción alcanzaba só-
lo a un 20% de lo que había sido hasta entonces y que una
terrible guerra ent're trabajadores y técnicos amenazaba la pa-
ralización total de las industrias, ante lo cual el Soviet puso
término inmediato y definitivo a aquel "control obrero" en la
producción y estableció su propia fiscalización. Sabemos todos
hasta qué punto el estado ruso ejerce aquel "control", que ha
reducido a los obreros a la más cruel y despótica servidumbre
que recuerda la historia.
En Francia, en las mal llamadas nacionalizaciones de las
empresas, a que me he referido detenidamente, se estableció en
todos los consejos la concurrencia de directores obreros. No nece-
sito recordar cómo las grandes utilidades que dejaban esas em-
presas se transformaron en déficit que parecen verdaderamente
inverosímiles.
T a m b i é n antes cité, del libro de J o h n Flynn, en lo relativo
* a las experiencias socialistas inglesas: " . . . Las industrias y fun-
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ciones que el gobierno socialista ha tomado a su cargo, han ope-
rado con pérdida y han fracasado en el intento de aumentar la
producción en estas empresas nacionalizadas. En las minas de
c a r b ó n se producía, a fines de 1948, la merma de 158 mil tone-
ladas por año, en comparación con lo que las minas de propie-
dad privada producían antes de la guerra; y ello, pese a que el
gobierno socialista gastó más de 176 millones de dólares en me-
canización para aumentar la producción por hombre. Se ha des-
cubierto que los mineros, no obstante la atrayente ficción dé
qué ahora son los dueños de las minas, no quieren producir más
para ellos que lo que producían, antes de la guerra, para los
propietarios privados".
Hay, pues, desastrosas experiencias de la intervención de
los obreros en la dirección de las empresas, experiencias que se
han traducido, en Rusia, Francia e Inglaterra, en un descenso
de la producción, en una disminución de la riqueza, en u n au-
mento de la pobreza colectiva.
Serían desastrosas, por tanto, las consecuencias del sistema
ya ensayado, que nos propone nuevamente el señor González.
Repitió, también, mi colega y amigo, aquella aseveración
marxista de que el socialismo es el producto de la evolución del
capitalismo.
Si así fuera, ¿cómo podríamos explicar que Estados Unidos
haya sido siempre y continúe siendo hoy el país más libre, más
democrático, más individualista y, sobre todo, más capitalista
del mundo? ¿Y que Rusia, el país menos liberal, menos demo-
crático, menos individualista y, sobre todo, menos capitalista de
Europa, sea desde hace 36 años el país más socialista del mundoiV
Es falsa, pues, esa aseveración de Marx.
"La tan mentada naturaleza humana —agregó el señor
González— no es una entidad temporal, inmutable; es, tam-
bién, en gran medida, al menos, una variedad histórica". Y agre-
gó, citando a Marx: "La historia entera no es más que una cons-
tante transformación de la naturaleza humana".
Todos los socialistas tienen, forzosamente, que acogerse a
esta mutabilidad del hombre que sostuvo Marx, porque las
quimeras socialistas se estrellan fatalmente con la naturaleza
humana. De ahí, que haya que negar los sentimientos, los
anhelos, las inclinaciones más obvias y permanentes del hombre,
lo más profundo y esencial de su naturaleza, instintos, senti-
mientos, anhelos, ambiciones y pasiones que vemos innatos en
él a través de todos los ciclos, de todas las edades y siglos de la
historia. ¡No porque incomoden a los planificadores socialistas
van ellas a desaparecer! La naturaleza humana tiene caracteres
espirituales tan indelebles como lo son los rasgos físicos del
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hombre. De ahí que todos consideren que no han sido ni serán
superados, ni en profundidad ni en realismo, los estudios, l 0 s
pensamientos y máximas, sobre la vida y el hombre, de l 0 s
grandes filósofos griegos, de hace dos mil quinientos años, corno
los conocidos adagios populares, que se transmiten de boca en
boca a través de las generaciones, porque el hombre y la vida
en sus grandes rasgos esenciales, siguen siendo siempre los mis-
mos.
De ahí que el hombre es el mismo en los dramas de Sófo.
cíes, como en los de Shakespeare; en "Vidas Paralelas", de Pl u .
tarco, como en "El Deber", de Samuel Smiles, en las máximas
de Marco Aurelio o de Séneca, como en las de Lafontaine o
Benjamín Franklin, como en las de La Rochefoucauld o Racine.
Goethe ascendió a la cúspide de la intelectualidad no tanto
por su vasta y prodigiosa obra literaria como por haber descrito, ,
en "Fausto", ¡os anhelos permanentes e insaciables de amor y de
inmortalidad que lleva la naturaleza humana.
Anatole France, con el genio que le era propio, en su her-
mosísima novela "Le Lys Rouge", de paso, en una sobremesa,
por boca de su Paúl Vence —en quien muchos han creído reco.
nocer al autor— explica la admiración instintiva que la inmen-
sa mayoría de los hombres siente por Napoleón Bonaparte, por-
que fué éste el realizador de todos los sueños defraudados de
los adolescentes de todas las edades de la humanidad: el con-
quistador del poder y de la gloria.
De ahí, sobre todo, la inmortalidad de los dos personajes
de Cervantes, porque representan el drama eterno de los sue-
ños del hombre frente a la realidad, a esta amarga realidad de
la vida —de la que el estadista no puede prescindir sin exponer-
se a rodar por los suelos, como el caballero manchego—, porque
aunque eran bellos los sueños de don Quijote, las ventas eran
ventas y no castillos, y los molinos, molinos de viento y no gi-
gantes.
Y de ahí que la afirmación de Aristóteles: "Hay en el hom-
bre dos grandes móviles de actividad y son el interés que la
propiedad inspira y el amor que se siente por los hijos", mantie-
ne y mantendrá todo su vigor y su fuerza de verdad, a través
de los siglos, aunque ello haya incomodado a Marx como a to-
dos los socialistas de ayer y de hoy.
De un ser a otro ser, cambian las inclinaciones y disposicio-
nes, los vicios y virtudes, pero sus rasgos generales, sus instintos
y anhelos permanentes —el "leit motiv" de la vida, como dicen
los alemanes— han sido y serán siempre, en general, exactamen-
te los mismos. Las diversidades psíquicas de los hombres no
son más profundas, repito, que sus diversidades físicas, que no
56
cambian esencialmente los caracteres antropológicos del "ho-
mo sapiens".
Frente a todas las divagaciones teorizantes que pueden di-
bujarse en el papel de los discursos, vuelvo al ejemplo que nos
p r o p o r c i o n a n los dos sistemas realizados y que tiene a su vista
ja humanidad: la Rusia ultra socialista y Estados Unidos ultra
capitalista.
Rusia suprimió el capital privado y estatizó todos los me-
dios de la producción —el fracaso de estas medidas comienza
ella misma a reconocer—; ha suprimido los derechos individua-
j es _"en Rusia, se ha dicho, ni siquiera existe el derecho de
pensar en silencio"—; ha concluido con la representación po-
pular, para absorberlo todo, un Estado omnipotente; en una
palabra, Rusia, el gran estado socialista que ha podido funcio-
nar integralmente, es la negación de todos nuestros principios:
derecho de propiedad, libre circulación de la riqueza, derechos
individuales, libertades públicas, representación nacional. For-
zosamente el régimen socialista tieñde, de manera fatal, a ello.
Las ideas del señor González, de un sano y bondadoso socialis-
mo anarquista, o se disolverían, seguramente, en la inaplicabili-
dad q degenerarían en un régimen omnipotente, como en Ru-
sia. Máximo Gorki vivió esa experiencia y su protesta hubo de
pagarla con la muerte. "Habíamos luchado toda una vida con-
tra una tiranía de canallas, pero no para reemplazarla por una
tiranía de salvajes", alcanzó a decir Gorki a los bolcheviques.
Así terminó, en el único estado integralmente socialista,
que ha funcionado en el mundo, un intelectual soñador, tal
como lo es el senador socialista por Santiago.
Socialismo e intervención estatal, en el hecho, por la fuerza
de las cosas, pasarán, como han pasado, a confundirse en una
misma entidad. De ahí que, naturalmente, como lo he dicho,
casi todos los tratadistas de economía política se refieren al so-
cialismo y al socialismo de Estado como una misma cosa; por-
que a mayor socialismo corresponde siempre mayor interven-
ción estatal, porque no hay manera de hacer socialismo sin el
Estado y sin su burocracia, como tan bien lo' ha dicho Alone;
y a socialismo integral, como en Rusia, corresponde también
estatismo integral, como en Rusia.
El socialismo y el estatismo han marchado y marcharán tan
íntimamente unidos como el ténder a la locomotora, no se
puede concebir el uno sin el otro, como la enredadera, que no
puede concebirse sin la muralla o el árbol en que se apoya.
Lógicamente, al hacer yo el examen del socialismo, me he
debido referir a los regímenes socialistas que funcionan o han
funcionado, a lo que esos sistemas son o h a n sido, y no a lo
57
que se quiere que sean, como no han sido ni serán nunca, y
que sólo viven en mentes noblemente inspiradas, pero utópicas,
como las de un Máximo Gorki o de un Eugenio González.
Estados Unidos, ejemplo vivo y elocuente de realidades
económicas verificadas, que es el país capitalista por excelen-
cia, liberal y democrático, es, a la vez, el país más libre de la
tierra, en donde existe menos dependencia entre el Estado y el
hombre; y de ahí, también, que sea la nación más dinámica,
de mayor inventiva y creación, más eficiente, más fabulosa-
mente rica y, por ende, la más poderosa del mundo.
Estos, son los hechos, las realidades, lo único que puede y
debe interesar a los políticos. Para los soñadores queda un
mundo de anhelos, de fantasías, de abstracciones. Podrán ser
ellos temas de academias, pero no bases de discusión para los
que queremos sacar experiencias y enseñanzas de las realidades
tangibles y vividas.
No obstante, nuestro país ha progresado considerablemente
en los últimos años, dice el señor González, refiriéndose a las
intervenciones socialistas en nuestro país.
Sí, lo reconozco: ha progresado. Pero yo vuelvo a repetir
con Macaulay, gran realista y uno de los observadores de la
historia, a quien con mayor ahinco se le ve en sus obras buscar
la verdad por sobre toda otra consideración, que "así como en
las ciencias experimentales hay tendencias a la perfección, así
en los seres humanos hay el deseo de progresar, y estos dos prin-
cipios han sido eficaces muchas veces, aún frente a grandes ca-
lamidades públicas y malas instituciones, al rápido desarrollo
de la civilización. T a n t o es así, que nunca podrán grandes, gra-
ves y continuas calamidades públicas y malos gobiernos invete-
rados hacer más en daño de un pueblo, que harán por su bien
y prosperidad el prógreso constante de las ciencias físicas y los
esfuerzos ininterrumpidos de cada hombre, a fin de mejorar
su condición; que no pocas veces se ha visto ser las prodigalida-
des, los impuestos onerosos, las restricciones absurdas, los tri-
bunales corrompidos, las guerras desastrosas, menos eficaces a
destruir la riqueza de los pueblos que a crearla, el esfuerzo pri-
vado de los ciudadanos". Es el caso de repetir, también: "el pro-
greso de los pueblos es algo que construyen los particulares y
se apropian los gobiernos".
En esta discusión, quiero ir a un hecho concreto, de la ma-
yor gravedad, que está obstruyendo el progreso del país y el
mejor nivel de vida de sus habitantes. El aumento de las cargas
tributarias sobre los contribuyentes, sobre los hombres que tra-
bajan y producen, ha llegado a cercenar, en Chile, con impues-
tos directos e indirectos, con contribuciones fiscales y municipa-
58
les y aportes a las leyes sociales, más del 40% de la renta nacio-
nal (1)> cifra a la que no alcanza ningún país de la tierra, aún
los más ricos y capitalizados; y ha hecho descender el porcenta-
je de capitalización del país. En el ciclo de 1925-1929, la capita-
lización del país fué de un 19,4%. En el lapso 1945-1949, la ca-
pitalización del país descendió a un 13,3%. O seá, mientras la
población aumenta, y aumentan también los anhelos de u n
mejor nivel de vida, la capitalización ha descendido en un 30%.
Si consideramos nuestra capitalización actual en 11,2% y si se
incluyen en este porcentaje las provisiones para la reposición
de maquinarias, utilería, etc., lo que da una capitalización de
sólo un 4,7% en 1952, según el Banco Central; resultaría, en-
tonces, que la capitalización del país va teniendo un descenso
mayor del 75%. Y bien sabemos, como lo reconoce el señor
G o n z á l e z , que la capitalización de un país no es otra cosa que
su enriquecimiento, que a mayor capitalización corresponde'
mayor renta general, mayor renta media por habitante, mejor
nivel de vida de toda la población. No cabe, pues, un hecho más
grave que la disminución del ritmo del enriquecimiento nacio-
nal, mucho más aún en, un país como éste, cuya cultura media,
como lo he repetido tantas veces, exige un nivel de vida igual
al de los países más cultos y capitalizados.
El avance socialista, .con la mayor intervención del Estado
y las legiones de funcionarios que ello requiere, ha sido una
de las causas mayores y más directas del proceso inflacionista
en que se debate el país, proceso al cual los ministros socialistas
dieron aún mayor impulso en su paso por el Gobierno. Con-
secuencia: el alza constante del costo de la vida. De ahí que
alguien dijo en Francia: "El alto costo de la vida es el alto
costo del socialismo".
Los obreros que tienen mejor nivel de vida corresponden,
como es natural, a los países más ricos, más capitalizados —Esta-
dos Unidos a la cabeza—, y no a los países que tienen las leyes
sociales más avanzadas, como Chile, leyes sociales que nuestros
partidos dictaron como una demostración de nuestro sincero
anhelo de dar a los empleados y obreros el máximo posible den-
tro de nuestra débil economía. Repito: los salarios de los obre-
ros norteamericanos son muy superiores a los de los obreros
chilenos, no porque ellos sean mucho más eficientes que los
obreros chilenos, ni porque los patrones norteamericanos sean
mucho más generosos que los patrones chilenos, sino porque la
industria norteamericana trabaja con capitales infinitamente
superiores a los de la industria chilena; y la economía ha ob-
(1) En la actualidad más del 4 0 % de la renta nacional pasa a
arcas fiscales.
59
servado que, indefectiblemente, la participación del trabajo en
las utilidades es una cifra que guarda relación estable, con in-
significantes fluctuaciones entre un país y otro, correspondiendo
una mayor participación al trabajo en los países más capitaliza,
dos: Estados Unidos e Inglaterra, en primer término.
El liberalismo no repudia en forma absoluta la interven-
ción estatal. No. Creemos que debe caer dentro de la órbita
del Estado la organización de todas aquellas empresas que, por
su volumen, no puede afrontar la iniciativa privada. De ahí
que los liberales intervinieron decidida y eficazmente en la for-
mación de la Corporación de Fomento —que, por desgracia, ha
abandonado muchas -veces su acción, para entrar a competir
deslealmente con los particulares—, como en la formación de
Huachipato y de Paipote, verdaderos aciertos de los últimos go-
biernos. Corresponde al Estado también fomentar, estimular,
apoyar la acción de los particulares para aumentar la produc-
ción, el enriquecimiento, la mayor rentabilidad del país, en nin-
gún caso abrumarlo de cargas, de "controles", de restricciones,
lo -que constituye una verdadera expoliación al esfuerzo, a l a
iniciativa creadora y productora de, los ciudadanos, como se ha-
ce hoy en Chile.
Pero, sobre todas, hay una intervención ineludible del
Estado, que yo proclamo con todas mis fuerzas: la protección a
los desamparados, entendiendo por tales a los que no pueden
ganarse el pan por sí mismos, como lo exige el liberalismo. Ellos
son la excepción y deben constituir la excepción. Estos son: el
niño huérfano, la madre, el enfermo, el anciano sin recursos.
Velar por ellos debe ser misión primordial del Estado. Serían
infinitamente ingratos los que no reconocieran cuánto ha hecho
por ellos, por la parte más débil de la sociedad, la iniciativa
privada en este país, en especial la Iglesia Católica, como las
Madres de la Caridad, las Madres de la Providencia, las Madres
del Buen Pastor. La J u n t a de Beneficencia Pública, fundada
por la Sociedad Nacional de Agricultura, en 1838, que fué diri-
gida y mantenida por la iniciativa privada durante noventa
años; el Patronato Nacional de la Infancia; la Protectora de la
Infancia; las Creches; la Cruz Roja Chilena; la Cruz Blanca; el
Asilo de Ciegos Santa Lucía; la Liga Protectora de la Araucanía;
la Liga Protectora de Estudiantes Pobres; la Sociedad de Ins-
trucción Primaria; la Liga Contra el Cáncer; la Liga Antituber-
culosa; el Hogar de Cristo; Mi Casa, que acoge a los niños vagos;
la Hermandad de Dolores, fundada por los Padres de la Patria
en los días de la guerra de la Independencia y del ostracismo
de los patriotas a Juan Fernández; infinitas policlínicas, Gotas
de Leche, ollas infantiles, escuelas gratuitas, patronatos y asilos,
60
que enaltecen la solidaridad social de este país. ¡Para los que
no saben cumplir estos deberes —los primeros para quien tenga
conciencia de la misión y de la responsabilidad del cristianis-
mo—, nuestra condenación más enérgica y despiadada!
El señor González, atacó "el liberalismo económico, los ma-
jes del industrialismo capitalista y la deshumanizada concep-
ción de leyes económicas inmutables", con frases románticas,
v e r t i d a s con sinceridad que yo respeto
Reconozco que, como todas las cosas humanas, el sistema
liberal no es perfecto y está muy lejos de hacer la riqueza de
cada ser (lo que, por otra parté, vendría a concluir con la ne-
cesidad que tienen los más pobres de aceptar —a menos de re-
ducirlos a la esclavitud— los oficios más modestos, indispensa-
bles para la marcha de la humanidad); pero sí, digo que es
mejor e infinitamente mejor que el único sistema socialista que
integralmente ha funcionado: el sistema soviético.
¡Son inmensas las ventajas que el liberalismo capitalista
lia traído a las clases modestas!
La riqueza crea bienestar y ningún régimen incrementa
mejor, como lo prueba Estados Unidos, la formación de grandes
capitales, de mayor riqueza, que el régimen liberal. Como con-
secuencia de la mayor riqueza que al mundo trajo el liberalis-
mo, subió en forma fabulosa, en el siglo pasado, en relación
con los anteriores, y sigue subiendo en la actualidad, el poder
de consumo de las masas y el mejoramiento de su nivel de vida.
Los anhelos permanentes, y muy naturales, de obtener siempre
mejor nivel de vida de las clases modestas, hacen que todos
condenen la pobreza de hoy como la más atroz que se haya
conocido. El nivel de vida de los obreros de hoy, tanto mejor
cuanto más capitalizadas estén las industrias y faenas en que
trabajan, es infinitamente más alto que el de las edades pasadas
y sigue subiendo en estrecha relación, con el aumento de rique-
za de los países. Los consumos de la plebe y de la burguesía en
los siglos pasados no pueden compararse con los que les ha dado
el régimen liberal. Dice un brillante historiador, economista y
constitucionalista:
"En la Edad Media, no sólo faltaban innumerables produc-
tos que hoy son de uso habitual en las clases menesterosas, sino
que los pocos de que se disponían era escasos y muy caros, por
la dificultad de transportes, faltaban en absoluto, de tal mane-
ra que se producían en las poblaciones hambres desesperantes
y 'mortíferas. Waldfost enumera 26 hambres sobrevenidas en
Europa durante el siglo XII. Farr dice que en los siglos XI y
XII las hambres se sucedían, más o menos, cada quince años en
Inglaterra. Y estos períodos de hambres no eran como las crisis
61
actuales: eran épocas en que la gente moría por millares de
inanición.
T a n t o Prentice, en su reciente obra "Hunger and History",
como la Enciclopedia Británica, en su capítulo dedicado a la
Agricultura, como Seignobos en su "Historia Sincera de la Na-
ción Francesa", describen las terribles miserias del pueblo en
las épocas anteriores a la nuestra y que evidencian cuánto ha
progresado la humanidad gracias al impulso del sistema liberal.
"El capitalismo con sus máquinas y su organización industrial
—dice el mismo autor— fué el creador de la abundancia y del
bienestar económico. Alabemos la fe de la Edad Media; no en-
vidiemos su economía, porque la condición del pueblo era de
extremada miseria".
Sólo en los últimos tiempos del milenio medioeval, cuando
comenzaban los albores del capitalismo comercial y financiero
en las ciudades libres de Italia y de Alemania, empezó a flore-
cer el bienestar económico; pero todavía en capas muy super-
ficiales de la sociedad. La masa de la población no vivía aún
mejor ni conocía más comodidades que los contemporáneos de
Pericles. Algo semejante a lo que aún acontece en las nueve dé-,
cimas partes de la China. En el Imperio de los Incas se mantuvo
un socialismo de Estado, cuyo funcionamiento se aseguraba
precisamente por medio de una dirección en los consumos que
los limitaba de un modo semejante al de los ermitaños. Rucas
primitivas que, a veces, no pasaban de un toldo de ramas, dos
vestidos elementales (jue debían durar hasta su completa extin-
ción y una alimentación que sería propia del más austero mo-
nasterio trapense. Un nivel de vida así no puede concillarse
con el hombre civilizado del moderno sistema capitalista.
Hoy día la ciencia médica exige una alimentación que pro-
duzca, a lo menos, 2.500 calorías y^ que contenga las proteínas,
carbohidratos y grasas indisj^ensables a una verdadera reposi-
ción de las fuerzas y mantenimiento de la salud. Las habitacio-
nes requieren un efectivo resguardo contra la intemperie y el
suministro normal de agua potable, de luz artificial y servicios
higiénicos. En cuanto al vestuario, ya no se ven sino por excep-
ción personas que carezcan de calzado y ropas suficientes; ahora
es habitual en los obreros del mundo occidental una indumen-
taria enteramente satisfactoria. Y todavía hoy se exigen y pro-
porcionan escuelas, medios de transporte, servicios de salubri-
dad y asistencia social, entretenimientos, deportes y, sobre todo,
seguridad personal, elemento precioso, cuya importancia no se
puede apreciar sino cuando se pierde.
Examinemos el resultado del capitalismo no sólo para los
capitalistas, sino para el conjunto de la población de los Es-
tados Unidos.
62
En ese país, de 134 millones de habitantes, el nivel de vida
es sorprendente, aún para la gran masa de la población. Los
obreros disfrutan de jornales que, comparados con los de hace
jos o tres siglos, son la opulencia. Rara será la familia que no
disponga de radio y son muchas las que disponen de automóvil.
En el prólogo de la obra de Karl Snyder, "El Capitalismo
Creador", encontramos los siguientes datos: "La producción ac-
tual de los Estados Unidos excede de 100 mil millones de kilo-
watt horas al año, cilra imposible de concebir con la imagina-
ción y equivalente al estuerzo de 500 millones de hombres que
t r a b a j e n ocho horas al día, o sea, 10 veces la población obrera
¿ e los Estados Unidos, 50 veces el número de obreros de todas
¡ a s industrias y 2.500 veces el total ocupado en la producción de
e n e r g í a eléctrica. Y esto, suponiendo que los obreros efectuaran
U na labor de animales, pues, en realidad, su tarea es muy livia-
na: simple labor de vigilancia de díales y dinamos o de limpiar
manillas de bronce. La "tarea" es realizada por la máquina.
¿Qué elemento ha sido el creador de esta industria de dimensio-
nes tan inverosímiles? Fué el ahorro transformado en capital;
ha sido esto sólo el creador de esa maravillosa industria y del
"confort", del agrado y del lujo del mundo moderno".
Pero para dar una muestra más —bien decisiva— de la po-
tencia bienhechora del capitalismo norteamericano, baste re-
cordar que, a raíz del gran conflicto mundial que costó a ese
país sacrificios de riqueza fabulosa, fué en auxilio de los pue-
blos europeos —vencedores y vencidos— con la cifra astronómica
de 22 mil millones de dólares (cinco millones de millones de
pesos chilenos), que representa el Plan Marshall.
Nuestra argumentación no consiste, ciertamente, en compa-
rar la avanzada economía de los ¡jaíses capitalistas con la rudi-
mentaria economía de pueblos primitivos. No hacemos tan pue-
ril comparación. Lo que señalamos es el total estancamiento de
los pueblos que liemos mencionado, a través de los siglos, y aún
de milenios. Se trata de economías que no progresan. Y lo atri-
buímos, en .parte muy principal, a que ha faltado en ellos el
espíritu de empresa y el estímulo irreemplazable de la ganancia
con ilimitadas perspectivas que alienta la actividad capitalista.
Terminaremos este p u n t o con un párrafo de la reciente
obra de Prentice:
"El mundo occidental ha tenido un éxito notable durante
el siglo y medio pasado, tanto en la producción de hombres
de ciencia e inventores, como en la de los hombres de genio
capaces de organizar las grandes empresas comerciales que son
necesarias para poner en práctica en gran escala los adelantos
intelectuales que han creado los inventores y hombres de cien-
63
cia. El desarrollo comercial ha ido así a la par con el progreso
científico y la Humanidad ha sido rescatada tan rápidamente
de aquella época de miseria, que los hijos ya no se acuerdan
de la situación en que vivieron sus padres. Encontramos aquí,
sin duda, una de las explicaciones de la disconformidad con
las condiciones actuales de la vida, tal como se oye expresar tan
a menudo, pues los hombres que nunca han conocido la miseria
tal como existió en el mundo antiguo y durante los siglos pa-
sados, no son capaces de dar su verdadero valor a la abundan-
cia que ahora existe y se sienten todavía infelices de que no
sea mayor".
De todos los resultados que el capitalismo ha tenido gracias
a sus recursos y a sus métodos, ninguno puede ser más prodi-
gioso ni rhás deseable —sobre todo desde el punto de vista eco-
nómico-social—, que el fenómeno magistralmente descrito en las
obras de D'Avenel, con el sugestivo nombre de "La nivelación
de las satisfacciones".
Sostiene D'Avenel que lo que debe importarle a la Huma-
nidad 110 es la nivelación de las fortunas, sino la nivelación
de las satisfacciones, y que en este proceso —aunque falta to-
davía mucho por andar—, se han logrado ya realizaciones tan
sorprendentes como consoladoras. Ellas son fruto de las inven-
ciones, de ios descubrimientos, de la producción en grande esca-
1 i y de los eficientísimos medios de transporte que el régimen
económico, fundado en la propiedad, en el interés personal,
en la empresa y en la libertad, han logrado organizar y des-
arrollar a través de las últimas centurias. Y el fenómeno consis-
te en que cada vez un mayor número de personas tiene acceso
a las satisfacciones de todo orden que permite ofrecer una pro-
ducción cada vez más abundante. Y en que las inmensas e in-
franqueables diferencias que antes existían entre un pequeño
número de privilegiados y el resto de la población van acortán-
dose y disminuyendo, contra lo que propalan los enemigos del
régimen actual.
Hoy día, la mesa de Tos ricos se ha reducido a la mitad. La
mesa de los pobres ha pasado a ser mucho más variada y abun-
dante que la de entonces. Y si los jefes de las familias obreras
entregaran a éstas para comer lo que gastan en las cantinas,
seguramente habría pocas privaciones.
Hoy día la indumentaria de los hombres más ricos es de
una simplicidad absoluta y la uniformidad se ha extendido en
forma tal, que conocemos muchos obreros y pequeños emplea-
tíos, cuya indumentaria no se distingue de la del común de los
capitalistas.
Pero, en muchos otros aspectos, la nivelación ha llegado
64
casi a la igualdad. Hace menos de un siglo, los viajes de recreo
v de vacaciones estaban reservados a las personas que podían
hacer un gasto considerable y eran —aún para éstas— jornadas
llenas de molestias. Hoy día, van los más ricos y los más pobres
e l l un mismo tren, demoran un mismo tiempo, disfrutan de
u nos mismos paisajes, participan de idénticos, aunque mínimos
peligros. Hay una pequeña diferencia en los asientos, sobrada-
mente compensada con la diferencia de precios. Pero éste es
relativamente tan bajo que en la actualidad un obrero puede
ir de Santiago a la orilla del mar por una suma que no alcanza
a representar la mitad del salario de un día.
Si, de los transportes, pasamos a los espectáculos, el fenóme-
no de la nivelación es aún más sorprendente. En nuestra ju-
ventud, la ciudad de Santiago tenía el Teatro Municipal reser-
vado para la temporada de ópera o de alguna célebre compañía
dramática; el Teatro Santiago, para toda clase de espectáculos,
incluso el circo, y el Teatro Politeama, para la pequeña zarzue-
la. No pasaba del dos por ciento de la población, que asistía
al teatro, y con frecuencia. Eloy suben de 80.000 las aposenta-
durías que se llenan en cada una de las tres funciones de los
sábados y domingos y que acogen algunas decenas de miles de
espectadores en los restantes días de la semana. Es probable —lo
calculamos por el producto de las entradas en todo el país— que
una suma superior a ocho veces la población de Chile asiste al
teatro en el curso de cada año. Y los espectáculos son los mismos
para todo el mundo, pues el millonario que concurre al cine en
Nueva York no ve mejores películas que las que se exhiben en
los cines de los pueblos más apartados de nuestro país. Por 20 ó
30 centavos oro americano, se puede conocer cualquiera de las
grandes' cintas que se iabrican con costos colosales en los talle-
res de las grandes empresas cinematográficas.
La radio ha sido otro de los maravillosos inventos que, in-
dustrializados y divulgados por todo el mundo, permiten escu-
char, por un precio intimó, cuanto concierto, disco, conferen-
cia, Comedia o información se transmiten momento a momento
desde dentro o desde fuera del país. Y como el precio de un
radio corriente no es superior a un peso al día y como en el
día pueden escuchar cincuenta o más audiciones todos los miem-
bros de la familia, cada una de ellas prácticamente no vale
.nada y el beneficio y la satisfacción son exactamente iguales
para todos, desde el millonario hasta el hijo del más modesto
obrero.
Otro tanto diremos de la prensa, hoy leída por las gentes
más modestas, de cuyos servicios informativos y de cuyas varia-
dísimas lecturas disfrutan por igual pobres y ricos; y otro tanto,
f.5
de las escuelas, liceos, universidades, museos y bibliotecas públí.
cas, que gratuitamente ponen al alcance de todos los beneficios
de la instrucción y aún los títulos profesionales.
Hasta los parques y jardines, que a n t a ñ o sólo podían man-
tener los grandes señores, hoy, en todos los países del mundo
son bienes de uso general, y todo el pueblo puede disfrutar
sus positivos y saludables agrados.
Resulta, pues, que, lejos de acentuar las diferencias de
condición entre los hombres, el capitalismo las va allanando
con una eficacia harto más efectiva que la de todas las prédicas
demagógicas. Produce más y, a la postre, distribuye mejor. Aqu e .
líos móviles que parecían egoístas, están de tal manera combi.
nados por la Providencia que, en definitiva, resultan provecho-
sos a todos.
Q u e a ú n quede mucho por andar para obtener resultados
universales y plenamente satisfactorios, es cosa que ni siquiera
puede ponerse en duda; ¡nero, por los resultados ya obtenidos
jjodemos juzgar las posibilidades de lo f u t u r o .
Dos guerras mundiales han destruido tan enormes riquezas,
que la marcha triunfal de la economía se ha visto perturbada y
detenida. Pero no es debilitando, sino estimulando las fuentes
de la energía humana, como podrá reanudarse la conquista del
bienestar" (1).
El señor González hizo, de paso, u n a alusión a -ideas me-
dioevales q u e me serían gratas. Me parece ver en ello una re-
ferencia a cuanto respeto y cultivo la tradición.
Sí, tengo u n verdadero culto por la honrosísima tradición
republicana de mi patria, tradición que tanto se ha hecho por
empañar y que sigue siendo la mayor h o n r a de Chile ante el
mundo, a u n q u e duela a los complejos de inferioridad y de odio
ele los malos chilenos. "Crear una tradición —ha dicho Spengler—
es eliminar el azar, substituir el gran político (que pasa) por la
gran política" (que es permanehte). Nada, a la inversa, admiro y
defiendo de los sistemas medioevales. Por el contrario, me sien-
to u f a n o de los principios liberales que dieron en el mundo
libertad a los esclavos, que destruyeron los derechos de castas
hereditarias y preestablecidas, que instituyeron el "habeas cor-
pus", los derechos del ciudadano, la igualdad ante la ley, la
igual opción a los cargos y honores públicos, el reparto iguali-
tario —sin odiosas diferencias— de las cargas tributarias, la
libre circulación de los bienes, para q u e éstos lleguen, como es
justo y conveniente, a las manos de los que son capaces de ad-
(1) José María Cifuentes. "Ensayo sobre el Capitalismo".
66
q u i r i r l o s o conservarlos con su trabajo, con su esfuerzo, su inte-
ligencia y perseverancia.
Nunca mi espíritu ha vibrado con más fuerzas al calor de
una causa, recorriendo las ¡páginas de la historia, que al leer
cómo nuestros mayores, en 1810, hicieron, de u n a oscura co-
lonia, este Chile libre, soberano y democrático; y, por eso, h e
r e ptido, con la más p r o f u n d a sinceridad: ¡felices nuestros ma-
yores que pudieron luchar por la causa más bella y que parece
más generosa: por la causa de la libertad, y p o r cuyos triunfos
recibieron el clamor agradecido del pueblo y la consagración
de la historia! Y qué ingrato deber es hoy el nuestro: el tener
que luchar contra los vicios de la libertad, el libertinaje y la
demagogia, porque el deber nos exige estar j u n t o a lo q u e la
patria necesita en cada m o m e n t o de su historia, p o r duro, por
ingrato que esto sea.
Este es el deber, que he impuesto a mi modesta actuación
política, y permanecer en esta línea constituye la más pro-
tunda satisfacción de mi espíritu y la suprema ambición de mi
vida.
Y admirar el desarrollo, el desenvolvimiento prodigioso de
nuestra República y admirar el sistema liberal, pasan a ser u n a
misma cosa.
La oscura colonia, b a j o los regímenes .proteccionistas y de
monopolios rígidos, al declarar su libertad, al establecer la li-
bertad de comercio, la libertad de conciencia y la libertad
política, se transforma en u n a República que mereció la admi-
ración del mundo: "asilo contra la opresión", recibió aquí a
todos los perseguidos de las dictaduras de América y Europa,
nuestra Universidad, dirigida por cerebros como Bello y sabios
como Domeyko, irradió luz sobre todo el Continente; nuestro
Ejército y nuestra Armada, llenos de glorias conquistadas al
enemigo en los campos de batalla, y de honor por su respeto in-
alterable a la ley, convierten sus escuelas en las aulas q u e bus-
caron los mejores alumnos de los países hermanos; nuestro Có-
digo Civil, al dictarse en 1855, fué el cuerpo de leyes más per-
fecto que hasta entonces había regido a la H u m a n i d a d y f u é
copiado por casi todos los países sudamericanos; al unísono de
la cultura, avanzó el progreso material y así corren en Chile
los primeros ferrocarriles del Continente, mientras, en medio
de nuestra estrechez económica, se abren en todas las provincias
liceos y escuelas. La pléyade de hombres extraordinarios del
pasado siglo viene a afirmarnos que la grandeza de un pueblo
no es otra cosa que la suma de sus grandes individualidades.
Esa historia, ese progreso intelectual y material, ese c o n j u n t o
maraviloso de grandes ciudadanos, a que dió estímulo e im-

67
pulso el régimen liberal que siguió al advenimiento de la Inde-
pendencia, "élite" capaz de enaltecer a cualquier nación de la
tierra y en cualquier edad de la historia, inspiró al gran don
Marcelino Menéndez y Pelayo para decir estas palabras que
me precio de recordarlas siempre a los chilenos: "Existe, en los
confines de América, una pequeña República, que por su or-
ganización constitucional, la sabiduría de sus estadistas y el
heroísmo de sus soldados, nos parece que Atenas ha resucitado
en el Nuevo Mundo: es la República de Chile". Y a Rodó, el
gran uruguayo, para hacernos este hermosísimo elogio, digno
de ese gran literato y digno del viejo Chile: "Vuestro desenvol-
vimiento nacional tiene la sucesión graduada y armoniosa de
una amplia línea arquitectónica, la serena firmeza de una mar-
cha de trabajadores en la quietud solemne de la tarde. Diríase
que habéis sabido transportar a los rasgos de vuestra fisonomía
moral ese mismo carácter de austera y varonil grandeza que el
viajero siente imponerse a su ánimo en la contemplación del
aspecto de vuestro suelo, férreamente engastado entre la ma-
jestad de la montaña y la majestad del mar, sellado por la ex-
presión de la energía, más que por la expresión de la voluptuo-
sidad y de la gracia. Cuando la severidad del juicio extraño o la
inquietud de la propia conciencia tentaban a los pueblos america-
nos al desaliento sobre el resultado de nuestros esfuerzos y la
madurez de nuestros destinos, el ejemplo que primero acudía a
nuestra mente, queriendo afirmar la aptitud de nuestra raza
para la vida de las instituciones regulares, era el ejemplo de
Chile. Porque Chile es en verdad Maestra de Naciones v ejem-
plo de la América Latina".
Por eso, digo: honrar el pasado ejemplarizador de nuestra
patria y admirar el régimen liberal en que se formó y engrande-
ció, es una misma cosa.
El senador socialista por Santiago, mi distinguido amigo
don Eugenio González —ante el hecho de que yo crea, como
todos los observadores serenos y desapasionados de la vida, co-
menzando por Aristóteles, que el anhelo, el instinto del hom-
bre por la posesión de los bienes, junto con el amor a los hijos,
constituyen los incentivos, si se quiere egoístas, de la actividad
que lo han llevado a la civilización y a la Humanidad a su
progreso incesante—, no se explica cómo puedo conciliar esta
creencia con mis sentimientos cristianos.
El Decálogo manda no robar; aún más: no codiciar los bie-
nes ajenos. "Ganarás el pan con el sudor de tu frente". Y man-
da también "amar al prójimo como a sí mismo".
He ahí el camino verdadero: respeto a lo que es el fruto
del trabajo ajeno, esto es, reconocimiento y amparo de la pro-
68
piedad privada y amor y caridad de los que poseen para los
que no poseen. Pero no estados socialistas, que no respetan la
p r o p i e d a d y que en vez de caridad —en la práctica— sólo sirven
al amigo político, fuera de concluir con el estímulo al trabajo y
al ahorro, únicas y hermosísimas virtudes que pueden formar
] a riqueza y bienestar de una nación.
La mejor política es aquella que trata al hombre como es y
no como debiera ser, no es, no ha sido ni será nunca. Lo sano
es enseñar a practicar Ja generosidad, ser caritativos, pero no
esperarla de los demás, menos aún del Estado.
A los grandes espíritus científicos, artísticos e intelectuales
les basta, muchas veces, la gloria de sus producciones, que ofre-
cen generosamente a toda la Humanidad.
Pero los hombres normales, el hombre corriente, la inmen-
sa mayoría de los hombres —como todos sabemos— sólo va al
trabajo, a la industria y al comercio movidos por sus naturales
anhelos de riqueza y por la necesidad de aportarla a los suyos.
Sólo algunos espíritus selectos o los que no tienen descendencia
trabajan para ios demás. La Constitución polaca de 1935, en
su artículo 5", reconocía esta realidad: "La acción creadora
del individuo es la palanca de la vida colectiva".
Dice León XIII: "La prudencia católica, bien apoyada en
los preceptos de la ley divina y natural, provee, con singular
acierto, a la tranquilidad pública y doméstica por las ideas que
enseña respecto al derecho de propiedad y a la división de los
bienes necesarios y útiles a la vida. Porque mientras los socia-
listas, presentando el derecho de propiedad como invención hu-
mana contraria a la igualdad natural de los hombres; mientras
proclamando la comunidad de bienes, declaran que no puede
conllevarse con paciencia la pobreza y que impunemente se
pueden violar los derechos de los ricos, la Iglesia reconoce mu-
cho más sabia y útilmente que la desigualdad existe hasta en
la posesión de los bienes. Ordena, además, que el derecho de
propiedad y de dominio, procedente de la naturaleza misma,
se mantenga intacto e inviolado en las manos de quien lo posee,
porque sabe que el robo y la rapiña han sido condenados por
la ley de Dios".
Y Pío XI agrega: "Respetar santamente la división de los
bienes y no invadir el derecho ajeno traspasando el dominio
del derecho propio, son mandatos de la justicia que se llama
conmutativa; no usar los propietarios de sus propias cosas sino
honestamente, no pertenece a esta justicia, sino a otras virtudes,
el cumplimiento de cuyos deberes no se puede exigir por vía
jurídica" (esto es, estatal).
La Iglesia Católica reconoce, pues, claramente esas leyes
69
naturales a que yo me he referido y sobre las cuales descansa
la política liberal bien entendida.
Uno de los estadistas católicos más preclaros del siglo pasa-
do, el gran español don Juan Donoso Cortés, pensaba: "Es inútil
explicar al hombre y a la sociedad sin la Providencia. Sin la
Providencia, la sociedad y el hombre son un arcano completo".
La Providencia, para los católicos, la inspiradora de su
Iglesia, es el camino de la verdad. Ella enseña que esta vida es
dolor y es deber. No hay sistema política ni económico que pue-
da eludir esta ley impuesta por Dios a los hombres.
En los órdenes político y económico, los liberales han bus-
cado el sistema que estando más en armonía con la naturaleza
humana, mejor propende al progreso y a la muy relativa feli-
cidad material que en esta vida se puede alcanzar.
Sí, la vida del hombre sin la Providencia es un arcano in-
finito.
Para los materialistas, como es comprensible, la posesión
de la riqueza pasa a ser una parte demasiado importante de la
vida, que es necesario —¡vano intento!— repartir a todos.
Los políticos que tienen que resolver problemas humanos
confiados a su criterio, deben buscar aquel sitsema que, dentro
de las experiencias vividas, mejor asegure el progreso y el bien-
estar colectivos.
"El que menosprecia un oficio, menosprecia un estado so-
cial; y quien desoye una vocación, desperdicia un provechoso
y honrado empleo de actividad. Un labriego de pie estará siem-
pre más alto que un señor de rodillas", decía Benjamín Franklin.
El cristianismo nos hace a todos, hijos de Dios y ensalza a
los humildes y humilla a los soberbios. El Hijo del Hombre
nació pobre y fué, como su padre adoptivo, en la tierra, un
artesano. El predicó la doctrina del amor, de la caridad y nos
dió la gran esperanza.
¡Felices los que acatan humildemente el gran misterio y
pueden, así, abrir, de par en par, las puertas de su espíritu a
esa gran esperanza!
De ahí que el propio famoso Canciller de Hierro observó:
"Sin base religiosa, el Estado no es más que una agregación for-
tuita de intereses, una especie de bastión en la guerra de todos
contra todos", —palabras qúe no son otra cosa que la ratifica-
ción de las de Donoso Cortés: "En vano aspiramos a explicar al
hombre sin la gracia, y a la sociedad, sin la Providencia; sin la
Providencia y sin la gracia la Sociedad y el hombre son un ar-
cano perpetuo".
El señor González terminó su discurso con un elevado y
sereno examen del momento político chileno.
70
No me extraña a mi la lucha permanente de los hombres,
con sus pasiones e intereses, tras el poder.
El patriotismo verdadero es una virtud escasa en la inmen-
sa mayoría de los que van a la política. Raros son los que acep-
tan que el adversario pueda hacer la felicidad de su patria.
Raros los que sacrifican sus ambiciones, sus oportunidades por
el interés nacional. Pocos los que se exponen a ser derrotados
por no esgrimir armas vedadas, como la promesa, la mentira, la
d e m a g o g i a . Creo, también, que si los dirigentes políticos —a ex-
c e p c i ó n de los que tienen una orientación marxista— se reunie-
ran, con buena fe y buena voluntad, a estudiar la solución de
los problemas del país, estarían de acuerdo en la inmensa mayo-
ría de las soluciones. Son las ambiciones personales y los inte-
reses de partido los que agitan los problemas y eluden sus so-
luciones.
Ojalá que algún día una mayor madurez ciudadana per-
mita al electorado buscar a los hombres que, por su superiori-
dad moral, 110 halaguen las pasiones populares, pero que esté£
capacitados para dirigir al país.
Me parece ver ya en los obreros de Inglaterra esa madurez
política —que dan el desapasionamiento y la experiencia— que
yo tanto anhelo para los obreros de mi patria.
En la primera quincena de septiembre de 1953, en Douglas,
isla de Man, con asistencia de mil delegados que representaban
ocho millones de obreros, se efectuó la Conferencia Anual de
las Uniones Obreras. Aunque por los gritos parecía que los
partidarios de Bevan y los comunistas estaban en mayoría, las
votaciones rechazaron la censura a los miembros del Congreso
de Uniones Obreras que aceptaron puestos en el gobierno con-
servador de Churchilí, la condena a la política exterior de los
Estados Unidos y a los antisoviéticos de Berlín. La mayoría si-
lenciosa y consciente de los obreros ingleses se impuso sobre ia
gritería "marxizante".
Después, los extremistas, entre otras cosas antieconómicas,
solicitaron el restablecimiento de los subsidios de alimentos y la
elevación de los salarios. Valientemente, Arthur Deakin, Vice-
presidente del Congreso de Uniones Obreras, dijo con énfasis:
"Compañeros, lo que ustedes piden es la economía de los locos".
Fueron de nuevo derrotados. Después propusieron, creyendo te-
ner una victoria segura que ofrecer a Bevan, "una campaña de
unidad para la pronta derrota y retiro del gobierno tory". Esta
proposición también fué rechazada. La que solicitaba continuar
con las nacionalizaciones de las industrias británicas, fué recha-
zada por delegados que representaban 4.958.000 votos, contra
los que representaban 2.640.000 votos.
71
No me equivocaba, pues, al decir hace pocos días
que la madurez política de un pueblo la forma el sedimento q u e
van dejando sus experiencias, en especial, sus esperanzas de-
fraudadas.
Por su mayor bienestar, por su propia felicidad, como lo
he demostrado, hago votos porque los trabajadores de Chile
tomen el buen camino que les señalan los trabajadores de In-
glaterra.
Ojalá, también, que se inculque, desde las escuelas, a los
niños de Chile, que los honores políticos no producen honra,
sino deshonra, cuando se logran con armas vedadas, como la
mentira y la demagogia (1).

(1) De un discurso pronunciado en el Senado el 4 de noviembre


de 1953.
72
III
El problema social

f r e n t e a la r e a l i d a d económica

Deseo penetrar nuestro problema social frente a las realidades


económicas. Nada agita más intensamente los espíritus que
esta cuestión. Diría yo que constituye el punto preciso del pro-
blema que más preocupa a la Humanidad: el anhelo, muy com-
prensible, de los asalariados de vivir mejor. Quiero abordar la
materia en forma serena y, sobre todo, realista.
Frente a una cuestión de tanta importancia, de la mayor
trascendencia para todos los chilenos, desearía, hoy más que
nunca, despojarme de todo interés, de toda pasión que no
sea el país, la suerte de mis conciudadanos.
Sino lo obtengo, no será porque no haya intentado el es-
fuerzo. Me anima la esperanza, sí, de que los hombres serenos
—no percudidos por pasiones partidistas o ambiciones persona-
les—, aquéllos que sólo piensan en el interés del país, aprecia-
rán este esfuerzo y verán que no estoy alejado de la verdad.
Me dirijo en este trabajo a los empleados y obreros de mi
patria —a los asalariados de Chile—, a quienes más afecta esta
cuestión.
A ellos —engañados por la demagogia que halaga sin es-
crúpulos sus errados conceptos de economía o por ideólogos que,
en su fervor doctrinario, hacen abstracción involuntaria de las
realidades económicas— ruego, suplico con todas mis fuerzas,
que se impongan de él, que lo mediten con serenidad. Bien vale
la pena serenarse para oir razones objetivas sobre cosas que se
relacionan tan estrechamente con el problema de la vida de
cada cual.
Más de una certera garantía de serenidad yo les ofrezco a los
asalariados de mi país, a quienes me dirijo: el saber yo dema-
siado que, con exposiciones como ésta, en las que no halagaré
sus errados conceptos, me valdrá no contar con sus votos en
las urnas; y que, al defender el capital, la mayor capitalización
del país, como fuente insubstituible de riqueza y de bienestar
colectivo, no defiendo intereses míos; nadie podría decir que soy
un capitalista, aunque reconozco que hago honrados esfuerzos,
como es natural, por llegar a serlo.
El no haberlos engañado nunca, ni nunca jamás halagado,
73
el tener yo la certeza de que, al decir lo que digo, no tendré sus
votos, los que ni siquiera solicito, y el no estar defendiendo
intereses propios, me parece que son garantías suficientes de
sinceridad, que el pueblo debiera meditar.
Dios quiera que los asalariados de mi patria —auxiliados
por las tristes experiencias que han vivido, por las amargas
decepciones que periódicamente han debido sufrir—, escuchen,
al menos, mi llamado y comiencen a interesarse por llegar al
origen mismo de los errores que los han perturbado. La esencia
de 1;; democracia, ha dicho Attlee, el "leader" del laborismo in-
glés, está en el respeto por la opinión ajena. (Siempre que
esta opinión no atente contra los demás, violando el juego
limpio de la democracia).
Ruego fervientemente a los asalariados de Chile que ten-
gan este gesto democrático: que no sólo respeten, sino que den
con serenidad e inteligencia, digna de un pueblo culto, un paso
más; mediten esta exposición de quien les dice con profun-
do afecto y sinceridad: ¡éstas son las realidades, superiores a la
buena o mala voluntad de los hombres, realidades que, a tra-
vés de siglos, no han podido superarse! Les ruego que me crean
también la sinceridad con que les digo que si yo supiera que
el comunismo o el. socialismo hacen la felicidad de los pueblos,
sería yo el más entusiasta socialista o comunista del país.
Ante las defraudadas esperanzas que el pueblo cifró en los
últimos gobiernos que ha constituido, yo les digo honradamen-
te que estos gobiernos fracasaron, no porque no quisieran cum-
plir al pueblo sus promesas dándole una vida mejor, sino por-
que prometieron lo que ni ellos ni nadie podían cumplir —au-
mentarles súbitamente su nivel de vida sin aumentar antes la ca-
pitalización del país—, y al pretender hacerlo, por encima de
nuestra realidad económica, al pretender dar más alllá de lo
que física y tangiblemente se podía dar, agravaron el mal, des-
valorizaron al moneda en más de diez veces su valor en dieciséis
años y lanzaron al país en el pavoroso proceso inflacionista en
que nos debatimos.
Frente a frases huecas de insistente demagogia, repetidas
hasta el cansancio con mala fe o con ignorancia, me veo obliga-
do a repetir también algunos postulados sencillos, claros, evi-
dentes, que constituyen el abecé elemental de la economía so-
cial: el nivel de vida de un país no es otra cosa que su renta me-
dia por habitante; ésta depende de la renta general del país, y
esta renta general del país, de la mayor capitalización nacional.
Por tanto, a mayor capitalización del país corresponderá siem-
pre —como lo demostraré en este discurso— un mejor nivel de
vida de la población. La capitalización, como lo dijo Pero Gru-
74
lio, es la riqueza acumulada, invertida. Capital y trabajo for-
man la riqueza de los pueblos: "No hay capital sin trabajo ni
trabajo sin capital" —decía León XIII—. Sin capital no puede
fabricarse ni siquiera un alfiler".
Y bien .. . digo mal: y mal, en Chile, durante los últimos
años se ha vivido legislando para cercenar, gravar y pulverizar
a l capital, se ha evitado, así, la capitalización, de la cual depen-
de directamente el mejor nivel de vida del país; y a la vez se
lia tratado de limitar al mínimo el trabajo de empleados y
obreros, halagándolos así, pero, a la vez, agravando, en forma
cierta y segura, su f u t u r o bienestar económico, y retrasando,
pavorosamente, en relación con otros países, el bienestar de las
generaciones que vengan, de sus propios hijos y nietos.
No es difícil, entonces, determinar el origen del desequi-
librio económico' en que nos debatimos en el hecho de que
Chile y los chilenos gastan mucho más de lo que producen. Este
mal se ha acelerado violentamente durante los últimos lustros,
agravando el problema financiero, como he dicho, a límites que
hoy aparecen inverosímiles. Así lo hemos anunciado perma-
nentemente desde que se tomó el mal camino —en especial el
eminente ex senador don Héctor Rodríguez de la Sotta, y los
continuos, juiciosos y previsores editoriales de "El Diario Ilus-
trado" y "Él Mercurio".
Más de una vez he repetido que nuestra unidad racial y
la alta cultura media del país —en relación con otros países
sudamericanos y aún de varios países del sur de Europa— han
despertado en los chilenos incontenibles deseos de un nivel de
vida semejante al que ven en los cines y revistas europeos y nor-
teamericanos, antes de haber formado el país el acervo de capi-
tales suficientes para jjoder producir las rentas necesarias para
costear esos gastos.
El camino que se lia tomado ha sido equívoco. Se ha pre-
tendido rejaartir más; y al hacerlo, al margen de toda previsión,
de todas las experiencias de la economía, dando más de lo que
puede darse, se ha acentuado la descapitalización del país, han
disminuido las rentas, en relación con el aumento vegetativo de
la población, y al pretenderse mantener un nivel de vida que
no corresponde a nuestra capitalización, la moneda —símbolo
económico de un país— se ha roto, burlándose así de las medi-
das inconsultas, con las que se ha pretendido saltar la realidad
económica. Esta realidad pavorosa la vivimos, la palpamos to-
dos, en especial los empleados y obreros.
Esta es la verdad, frente a la cual se deberá detener cruel-
mente toda buena voluntad de los que quieran dar más, no ha-
75
hiendo cómo darlo, a u n q u e la demagogia y la ignorancia con-
tinúen clamando contra el capitalismo y los explotadores.
En este trabajo pretendo poner —a la luz de cifras y hechos
indiscutibles— las cosas en su lugar; y emplazo a todos y cada
u n o de los senadores de izquierda para q u e rebatan, si pueden
las cifras y las conclusiones categóricas a que llegaré.
Afirmo q u e mientras no se a u m e n t e la capitalización del
país, no podrá aumentarse el nivel de vida de la población, esto
es: resolver la aspiración social de la colectividad. Este aserto
pasa a ser mucho más absoluto a ú n desde q u e —como lo demos-
traré— la mecanización, la cual deriva directamente de la ca-
pitalización, ha pasado a ser el factor más determinante del
mejor nivel de vida de u n país.
N o hay datos precisos sobre la riqueza, el capital propio con
que cuenta cada nación, ya que la riqueza global de u n país es
casi incalculable y mucho menos avaluable; pero los datos, más
o menos generales, que existen —y esto es lo más importante—,
establecen u n a relación directa entre la mayor riqueza del país
y su renta media por habitante; réafirmación lógica de lo que
vengo sosteniendo.
Los últimos estudios de la prestigiosísima Oficina T h e Con-
ference Board, establecen la renta media por habitante en 1949:

Estados Unidos US$ 1.453


Inglaterra US$ 773
Francia US$ 482
Alemania Occidental US$ 320

(cifras que, desde entonces, al impulso de u n a inmensa activi-


dad y al a m p a r o del régimen de libre empresa, parece haberse
duplicado en el corto lapso de cinco años).

Rusia US$ 308


Italia US$ 235
China US$ 27

(donde todo el esfuerzo de la población trabajadora, desmeca-


nizada, se gasta en alimentarse).
Chile, en 1954 US$ 203

(tomando como renta general del país 248 mil millones de pesos
y calculando el valor del dólar a u n promedio de $ 200).
Partiendo de la base de que no h u b i e r a a u m e n t a d o la ren-
ta media por habitante en esos países desde 1949, sería absurdo
que los chilenos pretendamos, como pretendemos, tener el mis-
76
¡no nivel de vida del norteamericano, que tiene seis veces más
renta; del inglés, que tiene tres veces y media más renta, y que
el francés, que tiene más del doble de nuestra renta "per cápita".
Ningún economista se atrevería a negar esta relación evi-
dente.
Enriquecer, pues, al país, capitalizar, aunque la demagogia
liaya hecho antipática esta palabra, es el único camino que
puede llevar a la población chilena a un mejor nivel de vida,
a una vida mejor.
De ahí que un gran economista chileno dijera con tanta
razón: "La economía es una sola y la demagogia no ha inven-
tado frase más necia al hablar de un sistema económico para
"hacer más ricos a los ricos y más pobres a los pobres". La uni-
dad de la economía crea la solidaridad de todos los intereses.
Cuando esa economía es próspera, hace a todos más ricos; cuan-
do decae hace a todos más pobres. Los ricos son más, en número
y en riqueza, en los países ricos de más alto nivel de vida ge-
neral; y son menos, en número y en riquezas, en los países po-
bres y de bajo nivel de vida (hablamos de países democráticos
y libres). Qué espléndido negocio haría un país pobre, si pu-
diera importar ricos con todas sus riquezas. Si Chile, por ejem-
plo, pudiera trasladar a su suelo las plantas de la General Mo-
tors y a sus accionistas casi doblaría su renta nacional. Empo-
brecer a los ricos es empobrecer al país. Es para una sociedad
un acto de suicidio".
La capitalización del último siglo ha marchado paralela,
en los países más capitalizados, a la mecanización del trabajo.
Estudios serios han demostrado que la relación del trabajo
mecánico al trabajo humano sería de 100 veces; y, por tanto,
dependiendo la producción del trabajo y efectuándose el tra-
bajo en relación de 100 a 1 entre la máquina y el hombre,
el problema de producción ya ha pasado, en gran parte, a ser
no un problema de hombre, sino un problema de mecanización
y, entonces, casi absolutamente de mayor capitalización.
Dice la economía: "Toda mecanización inicial —por ejem-
plo, construir un barco, un telar, un vehículo—, requiere la
formación previa de un capital. En este caso, el capital es un
sobrante de esfuerzo, provocado por un exceso inicial de pro-
ducción o por uná economía de consumo. Es este sobrante el
que se consume más tarde por aquellos hombres (que llamare-
mos hombres-horas), quienes, en lugar de producir artículos de
consumo, emplean su trabajo en la producción de elementos
mecánicos o capitales. Este capital inicial, transformado en un
elemento mecánico de producción o de transporte, crea más
tarde, o economiza, varias veces más hombres-horas que las ocu-
77
padas en fabricar dicho elemento mecánico. Esta suma adicio-
nal de hombres-horas mecánicas crea, a su vez, o u n a produc-
ción adicional de artículos de consumo, o u n a liberación de tra-
bajo h u m a n o " . O sea: inmenso progreso colectivo, como es muy
obvio y muy fácil demostrarlo.
El cuadro siguiente demostrará cómo en Estados Unidos la
mecanización —que no habría podido abordarse sin la inmensa
capitalización norteamericana— ha ido a u m e n t a n d o los salarios
de los obreros y disminuyendo sus horas de trabajo, en relación
directa con la mayor mecanización a que ha impulsado sus gran-
eles capitales. Véase, pues, otra consecuencia directa de la capi-
talización: no sólo proporciona u n mejor nivel de vida colecti-
vo, sino que, especialmente, al elemento obrero, le ha dado un
mayor poder comprador con u n esfuerzo menor.

Años H. P. instalados N«? de trabajadores Salario medio Horas tra-


(en millones) industriales al año bajadas por
semanas
1899 10.098 5.098.000 444 US$ 54
1909 18.675 6.262.000 513 52
1919 29.298 8.475.000 1.140 48
1929 42.931 8.370.000 1.300 48
1939 ' 50.452 7.808.000 1.150 38
1949 110.000 11.916.000 2.512 40
1951 133.000 12.509.000 3.240 40
Como puede verse, por este cuadro, repito, a medida que
la mayor capitalización fué permitiendo u n a mayor mecaniza-
ción, ha ido aumentándose el salario de los obreros —esto es, su
nivel de vida, su mejor vivir, sus comodidades— de US$ 444 se-
manales, q u e ganaba en 1899, a US$ 3.240, que ganan en la
actualidad; y se han ido disminuyendo sus horas de trabajo, de
54 horas semanales, que trabajan en 1899, a 40 horas, que traba-
jan en la actualidad.
Resultado evidente e irrefutable: al permitir la gran capita-
lización norteamericana el a u m e n t o de la mecanización en 8
veces, los salarios han aumentado 8 veces su valor.
Ahora bien, después de demostrar someramente la inmensa
influencia q u e tiene la mecanización —vale decir, la capitaliza-
ción—, en u n país para alcanzar su nivel de vida, debo añadir
que se calcula que Estados Unidos dispone de 6 HP., o sea,
12.000 K W H . , por persona, mientras Chile dispone, a lo su-
mo, de 0,5 HP., o sea, 1.000 K W H . por habitante. Si relacioná-
ramos el nivel de vida de cada país con estas cifras, tendríamos
que el norteamericano posee u n poder comprador doce veces
mayor que el de un chileno.
78
Es por eso, por lo que decimos, con amarga sinceridad, que
mientras esta causa subsista, desgraciadamente se mantendrán
sUS efectos.
De ahí que, digo, la capitalización es el único remedio al
problema social.
La prestigiosa oficina de estudios económicos y estadística
internacional T h e Conference Board, a la que ya hice mención,
presenta los siguientes cuadros comparativos de la mecanización
de los países en relación a sus respectivas poblaciones y de la
capacidad adquisitiva de éstos:

Tiempo de trabajo que se ha ido necesitando en Estados Unidos


para adquirir, en los años que se señalan, los productos que se
indican:

1914 1929 1939 1952


1 docena de huevos .. . 1 hora 26 m. 46 m. 26 m. 22 m.
1 kilo de pan 17 m. 10 m. 8 m. 6 m.
1 litro de leche 24 m. 15 m. 11 m. 8 m.
1 kilo de café 1 hora 20 m. 52 m. 22 m. 31 m.

Tiempo de trabajo que se requiere, por minuto, en los países


que se señalan, para adquirir los artículos que Se indican:
Estados Canadá Gran Francia Rusia
Unidos Bretaña

1 kilo de pan 6 6 6 9 19
1 kilo de mantequilla .. .. 31 39 37 169 373
1 litro de leche 8 9 15 20 52
1 docena de huevos .. .. 22 29 66 96 291
1 kilo de papas 2 2 3 9 11
1 kilo de café 33 53 66 159 694
1 kilo de azúcar 4 6 9 25 122

Si bien para los extranjeros la vida en Estados Unidos, que


deben pagarla en dólares, es sumamente cara, para el norteame-
ricano no lo es, pues su renta media derivada de su inmensa
mecanización, o sea, de su inmensa capitalización, le permite
tener un poder adquisitivo muy superior al de todos los de-
más países, como se desprende del cuadro que sigue, en el que
se toma como base el esfuerzo de trabajo en minutos que debe
hacer un norteamericano para adquirir ciertas mercaderías ele-
mentales —lo que constituiría un índice igual a 100—, en rela-
ción con el esfuerzo que para adquirir iguales mercaderías de-
79
ben desplegar los habitantes de otros países, según los datos
proporcionados por la Oficina T h e Conferencia Board:
Estados Unidos 100,0
Noruega 140,8
Inglaterra 153,8
Dinamarca 161,3
Irlanda y Suiza 208,3
Alemania 238,1
Holanda 256,4
Francia 277,8
Austria 333,3
Italia 384,6
Rusia 555,6
Vuelvo a subrayar que todas estas cifras, que reflejan el
mayor o menor esfuerzo por la subsistencia que deben desple.
gar los habitantes de los países nombrados, están en relación di.
recta con su mayor mecanización, y ésta, con su mayor capi-
talización.
Dinamarca, país agrícola, tiene un alto nivel de vida de-
bido al inteligente uso de sus potencialidades agrícolas, que
le han permitido también una alta capitalización^
Chile tiene en la explotación de la gran minería del co-
bre un triste ejemplo de lo que es su falta de capitalización
Las leyes de esos yacimientos fluctúan de 0,95% —en Po.
írerillos—, a 1,8% en Chiquicamata. Estas leyes pobres no pue-
den interesar a nuestra industria semicapitalizada, menos al
minero chileno independiente.
Gracias a los inmensos capitales norteamericanos —ascen-
dentes más o menos a 230 mil millones de pesos de nuestra mo-
neda, que han introducido en la industria del cobre de Chile
una espléndida mecani/ación—, el esfuerzo del obrero chileno
se ha multiplicado por 240; y así cada obrero chileno, gracias
a la mecanización, produce 77 dólares al día, con un costo de
sólo 9 dólares. Si el obrero chileno hubiera trabajado sin ayuda
mecánica, los 100 kilos de cobre, de valor de 77 dólares, ha-
brían tenido un costo de más de 1.000 dólares: y la industria
chilena nacional habría tenido un .costo de 80 a 150 dólares
para producir 77 dólares. Esto es: habría sido inútil siquiera
pensar en poder trabajar el cobre por los chilenos. Razón: la
falta de mecanización, la falta de capitales.
Ya vemos, pues, que los beneficios que el capital da no
sólo alcanzan a los habitantes del país que lo formaron, sino
a todos aquellos, como Chile, en que se radica el capital con
su mayor mecanización. De ahí el lógico interés de todos los
países por atraer los capitales extranjeros.
80
A mayor capitalización corresponde al trabajo mayor cuota
en las utilidades
Pero no sólo a mayor capitalización de un país correspon-
de un más alto nivel de vida, producido especialmente por
la mecanización a que' propende un mayor capital, sino que
y esto es del más alto interés social— a mayor capitalización
de un país corresponde una mayor cuota al trabajo de las uti-
lidades del capital.
Este principio fué enunciado por primera vez por el pro-
fesor de la Universidad de Chicago, Paul H. Douglas, se-
nador demócrata por Illinois, en su obra "La teoría de los
salarios", y ha sido sostenida por prominentes economistas de
fama universal, como John Maynard Keynes y Joseph Solterer,
profesor de la Universidad de Georgetown.
Como los hechos han confirmado matemáticamente esta
reciente doctrina, en forma absoluta, ya ha pasado ella a ser
un postulado de la economía.
Este principio, como he dicho, establece que la cuota que
reciben el capital y el trabajo de las utilidades que produce
el capital, en las empresas en general, es fija en cada país
—correspondiendo, por regla general, más o menos, el 50%
para el trabajo y 50% para el capital— aumentada la cuota
del trabajo en relación a la mayor capitalización del país.
Douglas, Senador demócrata, pudo observar que, no obs-
tante las presiones sindicales por obtener salarios más altos
y el espíritu demagógico de algunos gobiernos por satisfacer
peticiones de aumentos más allá de las posibilidades econó-
micas de las empresas, las cuotas de las utilidades del capital
permanecían estáticas entre el capital y el trabajo en cada
país, sin más variante que una mayor cuota para el trabajo
en los países a medida que aumenta su capitalización.
En Estados Unidos, donde la renta "per cápita" alcanza-
ba,. en agosto de 1952, a US$ 1.700, el sector trabajo recibe
el 67,5 por ciento, y el sector capitalista el 32,5 por ciento.
Inglaterra, con una renta "per cápita" de más de US$ 700,
tiene una repartición de 54 por ciento para el sector asalaria-
do y 46 por ciento para el sector capitalista. No ha podido
conseguir más cuota su eficientísima organización sindical.
Francia, con una renta "per cápita" de 500 dólares, no
obstante su tremenda lucha sindical, amparada por la política
de izquierda que allí ha preponderado, entrega al sector tra-
bajo el 50,6% y al sector capitalista el 49,4%.
Holanda entrega al sector trabajo el 51% y al capital el 49%.
Paraguay, país de incipiente capitalización, entrega al tra-
bajo el 39% de su renta y al capital el 61%. (Dato tomado de
81
"Renta Nacional de Paraguay", publicación del Banco Cen-
tral de dicho país, 1933, página 77).
En Chile, a pesar de las presiones sindicales, las más de
las veces amparadas por el Gobierno, el 47% de la renta es
para el sector trabajo y el 53% p a r a el sector capitalista, el
cual lo traspasa en u n a inmensa proporción al Fisco, por vía
de impuestos y contribuciones.
La razón de este principio es obvia: así como el obrero exi-
-ge u n salario mínimo para trabajar, en forma más terminante
aún, el capital también exige u n interés m í n i m o para traba-
jar. Digo más terminante, pues u n trabajador, en caso de mu-
cha necesidad y de falta de trabajo, está dispuesto recibir un
b a j o salario; en cambio al capital no p u e d e forzárselo a tra-
b a j a r a pérdida: irremisiblemente se va o se paraliza, como es
obvio. De ahí que las presiones q u e i m p i d a n una renta mí-
nima al capital serán siempre inútiles.
Es también lógica la razón, porque, a mayor capitaliza-
ción, corresponde mayor cuota al trabajo: u n capital pequeño
—digamos el de $ 1.000.000— necesita su dueño, u n a renta no
inferior a unos $ 200.000 al año, esto es el 20%; u n capital mayor,
como de $ 10.000.000 puede conformarse con u n a renta de
$ 1.000.000, ya es el 10%; un gran capital, como de $ 100.000.000,
le basta muy bien u n a renta de $ 5.000.000, ya es de 5%. Y un
capital inmenso, como sería una de $ 1.000.000.000, muy bien
le basta u n a renta de $ 10.000.000, o sea, el 1%. De ahí que
los grandes capitales norteamericanos invertidos en Chile en
las faenas cupríferas han tenido un interés del 0,6%, sin de-
jar de obtener muy buenas sumas de rentabilidad. Y de ahí
que el gran capital permite limitar sus utilidades en beneficio
del trabajo de sus obreros.
Este nuevo principio económico, de que a mayor capitali-
zación corresponde al trabajo mayor cuota en las utilidades del
capital, como dije, es de la más alta trascendencia económico-
social, pues es una nueva razón científica, una nueva prueba
real y tangible de q u e el capital, a u n q u e le duela al demago-
go, es el mejor aliado de los países, de ricos y pobres.
Fundándose en este nuevo principio de la economía, John
Maynard Keynes, hoy Lord Keynes, con suma razón y humor
británico, h a dicho: "En vez de pelearnos los pedazos de la
torta, hagamos una más grande".
Este nuevo principio, que no ha sido ni podrá ser reba-
tido, planteado por primera vez, por u n Senador demócrata,
es el mejor elogio que ha podido, la realidad económica, ha-
cer al capital. N o me podrán refutar, al respecto, mis Hono-
rables colegas de la izquierda.
82
Joseph Solterer, señaló hace un año, en interesante con-
ferencia en la Universidad Católica, la relación lógica que exis-
te entre esta doctrina con el justo sentido social católico, y
e s obvio, cuando el capital es escaso, sus deberes sociales son
inferiores, así como el gran capital tiene mayores deberes so-
ciales que cumplir. En esta ley, observó, es la economía misma
¡a que, automáticamente, fija, con justicia, la cuota que co-
rresponde al capital y al trabajo.
Ahora, ¿cómo se capitalizan los países? Dando estímulo a
los particulares para enriquecerse, dando estímulo a los ca-
pitales extranjeros para llegar al país.
El año pasado, en discurso que no fué rebatido al res-
pecto, sino aceptado por un alto valor de la representación so-
cialista, demostré cómo el Estado es pésimo empresario, pési-
mo administrador. Lo demostré con los ejemplos de las estati-
zaciones verificadas en Inglaterra y en Francia, donde las em-
presas en manos del Estado dieron terribles déficits que de-
bía pagar la población entera, en circunstancias de que antes,
en manos de sus formadores, habían dado grandes utilidades,
y así también buenas participaciones al Estado, lo que llevó a
decir a Churchill que "el crimen no estaba en las ganancias,
sino en las pérdidas". Queda demostrado, también, en el ba-
jísimo nivel de vida de la población de Rusia, donde el Estado
es dueño y señor del país. Debo reconocer, para ser siempre
veraz, que el bajo nivel de vida de la población rusa no dice
relación a su capitalización, que es muy superior, sino a que
parte considerable de sus utilidades se invierten, desde hace
años en la defensa nacional o, más bien dicho, en prepararse,
para subyugar a su régimen a mayor número de países.
Ahora, ¿cómo los particulares aumentan las capitalizaciones?
Produciendo más de lo que consumen —lo que significa
un laudable esfuerzo— y ahorrando ese exceso de consumo.
De ahí que el capital tiene como origen primario dos virtudes:
el esfuerzo y el ahorro. Los particulares forman sus capitales
con lo que les resta de sus rentas líquidas, descontando sus gas-
tos de mantenimiento personal y de sus familias y los pagos de
impuestos y contribuciones. El poder disponer a su voluntad
de lo que crean necesario en sus gastos personales y de familia
es un derecho y el mayor aliciente .que induce al hombre al
trabajo. Conclúyase o limítese ese derecho o estímulo al tra-
bajo y se limitará o se concluirá con la formación de nuevos ca-
pitales, con el enriquecimiento colectivo. Ahora, cuando ma-
yores son las cargas tributarias del país, pasa a ser menor su
cuota de capitalización. Esto también es obvio e irrebatible.
De aquí que el economista haya dicho: "Indudablemente,
83
la mayor parte de los sueldos y salarios pagados se consumen
totalmente por las personas que lo reciben. Sólo una mínim a
parte de los individuos produce en exceso sobre sus consumos y
es esta mínima parte la que acumula los ahorros que eventual,
mente se invierten en la capitalización de empresas de pro-
ducción, o sea, como ya se ha demostrado, en poner a dispo-
sición del trabajador elementos mecánicos de producción que,
al final, elevan los salarios y reducen la jornada de trabajo. Si
el impuesto progresivo sobre la renta absorbe esta fuente de
capitalización, el trabajador sólo dependerá eventualmente del
capital acumulado en las Cajas de Previsión o en los presupues-
tos fiscales. En ambos casos, esta capitalización se produce por
medio de cuotas de previsión deducidas de los jornales y suel-
dos, o por impuestos directos o indirectos que recargan el cos-
to de la vida y que afectan directamente al trabajador. Eviden-
temente, si estas contribuciones se invirtiesen, como los ahorros
privados, en actividades de producción, el resultado pudiera
ser equivalente. Por desgracia, la experiencia comprueba que
esta reducción del poder adquisitivo del asalariado se emplea
en la mantención de otra clase social, la cual es mejor pagada
que los trabajadores de la producción y que vive de la admi-
nistración, del formulismo y de los controles. Si se apreciasen
el costo de esta clase social y el trabajo negativo que ella rea-
liza, se llegaría a la extraña conclusión de que ella es propor-
cionalmente más cara que cualquier monarquía, oligarquía o
o poder religioso de los tiempos pasados. Es difícil, por lo tan-
to, encontrar una justificación a la teoría de impuestos progre-
sivos que establecen la confiscación de las rentas en exceso so-
bre una cifra básica. T a l política "aparentemente" afecta
al reducido número de personas cuyo esfuerzo, inteligencia e
iniciativa, les permite producir en exceso sobre el promedio;
pero "realmente" afecta a los trabajadores, ya que la produc-
tividad de éstos no depende tanto ele su propio trabajo como
del capital que, en forma de maquinarias y energía, es creado
y poseído por unas pocas personas, pero aprovechado princi-
palmente por la masa trabajadora en general".
Y bien, este país ha ido aumentando, año a año, los gas-
tos fiscales, y, para ello, gravando, cada vez más, las rentas del
país y limitando entonces sus posibilidades de capitalización.
AUMENTO DE LOS GASTOS PRESUPUESTARIOS '
Año Presupuesto en papel Presupuesto
Moneda en US$
1938 $ 1.679.000.000 US$ 67.200.000
1942 2.954.000.000 92.000.000
1946 6.198.000.000 157.000.000
84
j 950 20.637.000.000 190.000.000
¡953 47.464.000.000 • 272.000.000
1954 63.000.000.000 315.000.000
De estas cifras se desprende que desde 1938 a esta parte,
mientras la producción nacional lia aumentado aproximadamen-
te en un 64%, las gastos fiscales, y, por tanto las cargas tributarias
en general, para hacer frente a dichos gastos, han aumentado
en UÍI 650%.
Entre 1939 y 1953 los impuestos —apreciados en papel mo-
neda— se han aumentado 42,5 veces y apreciados en dólares —que
es la forma de ver su aumento real—, en 6,1 veces. (Datos propor-
cionados por el distinguido economista, Profesor don Zarko
Luksic). ¡Se han multiplicado por seis —desde 1938— las cargas
que pesan sobre la producción sobre los habitantes, sobre el
país entero!
Esta tremenda desproporción pesa terriblemente sobre el
país, desvalorizando lá moneda y paralizando su capitalización,
su enriquecimiento; agravando, como se desprende claramente
de lo que he dicho, los problemas económico-sociales del país.
En el caso más optimista, podría apreciarse la actual renta
nacional en 325 mil millones de pesos; y los gastos fiscales, en
$ 87.147 millones; en tal caso, el más optimista —repito—, Chi-
le entregaría a sus arcas fiscales - el 26,8% de su renta. Mas,
reahneiite, los gastos fiscales, con los últimos aumentos, no
bajarán de $ 97 mil millones, lo que significaría, para costear-
los, que el país debería entregar a las arcas fiscales el 30%
de su renta nacional; ahora, si agregamos los aportes del capi-
tal y el trabajo a las cajas de previsión, en virtud de las leyes
sociales, que, por muchos, son los más altos del mundo, aumen-
taría la cifra a más del 40%, de la renta nacional (1).
En el Perú los gastos fiscales representan el 15,2% de la
renta nacional; en Argentina, país de riquísima heredad, el
15,9%; en Paraguay, el 7%; en Bolivia, el 4,3%; en Alemania
Occidental —país que ha debido reconstruirse totalmente, le-
vantar sus. fábricas, reedificar sus ciudades y pagar los gastos
de los ejércitos de ocupación—, el 27,2%, y Estados Unidos, con
cuya economía colabora permanentemente a tonificar las finan-
zas de casi todos los países occidentales y que debe mantenerse
en pie de guerra en defensa de Occidente, tomando en cuenta
sus gastos públicos generales y estatales, entrega a arcas fiscales,
el 24,8% de su renta, la que, es verdad, por sí sola puede apre-
ciarse como el 50% de la renta total del planeta.
A todas luces, desde la órbita que se las mire, las cargas
tributarias y sociales de Chile no guardan relación alguna con
(1) Porcentaje correspondiente a 1953.
85
su economía, con su escasa capitalización y con los vehementes
anhelos de obtener un mejor nivel de vida que exigen sus ha-
bitantes.
Chile se descapitaliza y por este camino se descapitalizará
cada día más; disminuirá su renta "per cápita", lo que, forzosa-
mente, tendrá que bajar su nivel de vida, y agravar el problema
el malestar social.
Son consecuencias obvias, tristes, amargas para el país, en
especial para los asalariados, consecuencias de una política que
nosotros permanentemente denunciamos como fatal.
He dicho que la capitalización la forman los particulares
con el excedente de sus rentas líquidas, descontando sus gastos
personales y de familia y el pago de las cargas tributarias, y que
el alza de estas cargas disminuye, lógicamente, las posibilidades
de mayor capitalización.
Es evidente que las pesadas cargas tributarias de Chile es-
tán paralizando su capitalización, y como de ésta depende el
nivel de vida de la población entera, es también evidente que
ellas estancarán el mejor vivir a que aspira el país.
Ya en u n capítulo anterior, recordé que la capitalización
de nuestro país es sólo del 4,7% del producto nacional neto,
lo que constituye una realidad pavorosa, ya que de su capita-
lización depende .exclusivamente el mayor o menor nivel de
vida de la nación. En Chile, como en todos los países, las an-
sias de un mejor nivel de vida constituye la razón fundamen-
tal, por no decir única, de sus luchas políticas y sociales, ati-
zadas interesadamente por los demagogos. Con esta escasa ca-
pitalización, que aumenta pobremente la producción anual del
país, tenemos que la renta "per cápita" aumentaría en 14% en
15 años, en 27% en 25 años y se duplicaría sólo en un siglo (1).
La capitalización anual de Estados Unidos permite triplicar
su renta "per cápita" cada cincuenta años. En un siglo, mien-
tras nosotros sólo duplicamos nuestra escasa renta "per cápita",
Estados Unidos la multiplica por 29.
Tenemos, pues, la terrible realidad de que nuestra capita-
lización equivale sólo a 4,7 por ciento del producto nacional
neto.
La Cepal, en su Estudio Económico de América Latina,
publicado en 1951, página 304, observa el decrecimiento de la
capitalización de Chile. Prueba esa oficina que la capitaliza-
ción en el quinquenio 1945-1949, fué inferior en un 34,2 por
ciento a la del quinquenio de 1925-1929.

(1) Economistas, como don Roberto Wachholtz, aseguran que el país


ya no capitaliza y comienza a consumir sus capitales.
86
Es interesante recordar el porcentaje de capitalización de
algunos países: Francia: el 12,7 por ciento de su renta nacio-
nal; México: 13,9 por ciento; Estados Unidos: 15,2 por ciento;
Brasil 15,3 por ciento; Dinamarca 1G,6 por ciento; Inglaterra:
18,6 por ciento; Holanda: 23 por ciento; Noruega: 30,5 por cien-
to. Repito: Chile: 4,7 por ciento.
No puede ser, por tanto, más pavoroso el porvenir al paso
que nos han marcado los gobiernos de izquierda.
Pesadas cargas presupuestarias y "controles" económicos son
los sistemas más apropiados para disminuir la capitalización y
la producción de los países. Esto hoy no puede discutirse de
buena fe.
Las experiencias de la industria y la agricultura chilena así
lo prueban con sin igual elocuencia.
De 1924 a 1929, mientras no existieron "controles" de pre-
cios para los productos manufacturados de la industria nacio-
nal, la tributación se mantuvo dentro de límites posibles, las
exigencias de leyes sociales no rebasaron la capacidad pagadora
de las empresas y no h u b o mayores entorpecimientos artificia-
les en el proceso productivo, creados por la intervención estatal,
la industria chilena, con recursos netamente nacionales, se capi-
talizó en $ 1.500.000.000 de aquella moneda, o sea, en un 150
por ciento.
De un estudio publicado por la Sociedad de Fomento Fa-
bril en noviembre ele 1950, como consecuencia de una encues-
ta industrial hecha a pedido de la Misión Diplomática de las
Naciones Unidas, quedó establecido que las utilidades reales,
o sea, las utilidades estimadas, en poder comprador, han bajado
gradualmente de un 16,6 por ciento, en 1938, a un 5,7 por cien-
to, en 1949, lo que significa que ellas se han reducido casi a
una tercera parte, y la cuota de participación de las utilidades
dentro del valor total de las ventas en fábrica bajó en un 14,5
por ciento, en 1938, a un 8,6 por ciento en 1949, lo que re-
presenta un descenso de un 40,7 por ciento. El proceso infla-
cionista no ha atentado sólo contra la capitalización de las em-
presas industriales, sino que ha provocado una grave descapi-
talización de ellas, lo que dentro de la dinámica del proceso
económico de un país constituye un síntoma de extrema grave-
dad. Esta descapitalización es consecuencia directa de la dis-
minución de las utilidades estimadas en poder comprador, que
se han reducido a una tercera parte en el transcurso de los
últimos catorce años. Y así se ha detenido, para mal del país,
el crecimiento de la producción industrial chilena, tan íntima-
mente ligada, como ya lo demostramos, al mejor nivel de vida
de la población. Y, a la vez, la descapitalización ha sido agra-

87
vacia por el hecho de que la Dirección General de Impuestos
Internos no permite amortizaciones en relación con los valores
de reemplazo de los equipos usados, de modo que, al término
de la vida útil de éstos, ios industriales han recuperado sola-
mente una fracción de su valor de renovación.
La Sociedad Nacional de Fomento Fabril ha señalado rei-
teradamente las serias dificultades con que, desde hace algún
tiempo, viene tropezando la industrialización chilena, la que,
con un esfuerzo ejemplarizador, que enaltece nuestra nacionali-
dad, reemplazó con producción propia gran parte de los ar-
tículos que, por falta de divisas, ya no podíamos traer del ex-
terior, como en las épocas del auge salitrero.
En reciente conferencia, don Jorge Alessandri demostró
hasta la evidencia que del examen del desarrollo económico de
algunas de las más grandes empresas que cubren el total o gran
parte del consumo del país en sus respectivas actividades, se
desprende que mientras la participación del capital —estimado
éste en moneda del mismo valor adquisitivo— ha disminuido
en forma notoria, ya que es muy inferior a la del año 1938,
el poder adquisitivo de los sueldos y salarios ha mejorado en
más de un 60 por ciento y la participación del Estado en 200 a
300 por ciento. Esto significa que, mientras el poder compra-
dor ha subido, los recursos ele que las empresas han dispuesto
para aumentar sus instalaciones y producir más, se han hecho
más escasos; lo cual, lógicamente, tiende a acentuar el desequi-
librio entre la oferta y la demanda. Este examen pone de
manifiesto un hecho que enaltece a dichas actividades, porque
no obstante el tratamiento decididamente injusto que han re-
cibido estos capitales, sus dirigentes han aplicado los escasos
créditos de éstos a incrementar la productividad nacional, des-
de que no sólo han aumentado en forma apreciable el volumen
de las respectivas producciones, sino, lo que es aún más inte-
tesante y loable, han mejorado apreciablemente la producción
por individuo. Ello viene a indicar que los elementos de pro-
ducción han mejorado, lo que importa inversiones apreciables
de capital. Esto en cuanto se refiere a las utilidades de las em-
presas mismas —en cuanto a la situación de los dueños del ca-
pital, o sea, la de los accionistas, es aún mucho más mengua-
da, debido a las necesidades crecientes de las empresas para
mejorar su producción y afrontar los mayores capitales de ex-
plotación que exigen los aumentos de costos y establecimien-
tos. La parte de las utilidades que queda disponible para re-
partir como dividendo es tan reducida que se anota el hecho
casi inverosímil de que el monto total de las sumas repartidas
por esas empresas, en el año último —reducidas a moneda de

88
1938—, es inferior a las que se repartieron aquel año, no obs-
tante ser los capitales actuales muy superiores a los de aquella
época.
De aquí, entonces, que las inversiones de otras índoles re-
ditúen intereses menos expuestos y más altos que los de la
industria, y que en estas condiciones la industria chilena en-
cuentra cad3 día mayores dificultades para capitalizarse por el
conducto lógico de la emisión de acciones.
Como ya lo he recordado en ocasiones anteriores, una de
las causas más evidentes de la descapitalización de la industria
es el impuesto llamado de "beneficios excesivos", que se aplica
sobre el exceso del 15 por ciento de utilidad sobre el capital,
con tasas que suben hasta el 55 por ciento. En pleno régimen
inflacionista, con la diaria desvalorización de la moneda, no hay
empresas que, al segundo año de su instalación, no caigan b a j o
la persecución de este impuesto, ya que aparecen con utilidades
de muchos pesos ficticios, depreciados. Esta ley —siempre absur-
da, porque disminuye para la industria las posibilidades de
capitalizarse, de ampliarse, de producir más—, en medio del
proceso inflacionista, como el que vive Chile, es simplemente
monstruosa, aniquiladora, de las industrias. Inglaterra y Ale-
mania Occidental han abolido todas las leyes tributarias de esta
índole.
Pero aún en Chile se ha llegado más lejos en este absurdo:
el Estado negocia con la desvalorización de la moneda, estable-
ciendo diversas leyes con tasas de 4% y 6%, para permitir que
las empresas ajusten sus capitales, por revalorizaciones, al valor
efectivo actual; o sea, que el Fisco especula con la desvalori-
zación de la moneda que él mismo p r o d u c e . . .
Pasando a la agricultura —la industria que tiene la misión
de mayor importancia, como es alimentar el país—, se ha po-
dido observar que el régimen de controles y los precios polí-
ticos al restar el aliciente de producción, ha detenido su incre-
mento, siendo ahora éste inferior a las necesidades del país.
El incremento anual de consumo ha sido, en los últimos años,
de 2,3% anual y la producción sólo en 1,6%, produciéndose
una diferencia gradual de 0,7%.
Hay algunos rubros de la agricultura que marcan un no-
table descenso de la producción:
Cebada Quintales
1936 1.631.119
1948 912.739
1953 837.500
1954 800.780

89
Trigo Quintales
1949 , 11.110.000
1953 9.891.900

Ovejunos beneficiados en Santiago

1944 523.051
1945 471.880
1953 305.158

En el año 1949, Chile fué exportador de trigo por última


vez; después ha tenido que importar trigo todos los años y en
cantidad cada vez mayores.

Avena Toneladas

Promedio de las cosechas de 1944 a

1948 108.000
1954 99.700

No son, pues, estas cifras alentadoras.


No existe en Chile estímulo a la producción, sino, por el
contrario, diríamos persecución a la producción.
No cabe un error igual.
Y el Gobierno parece así reconocerlo: el D. F. L. N? 347,
de 2 de febrero de 1954, en el que se establecen las condi-
ciones que se exigen y las franquicias que se otorgan para
la inversión de nuevos capitales en Chile, como su respectivo
reglamento, ofrecen a los inversionistas extranjeros toda clase
de garantías para atraerlos al país; se establecen liberaciones
de los derechos de aduana, para sus maquinarias, instalaciones,
herramientas, etc., que puedan traer como aportes de capitales;
asimismo, se los libera de diversos tributos, se les facilita el
retorno de intereses y utilidades y se declara "que las activi-
dades en que fueran invertidos los capitales extranjeros que-
darán exentas de cualquier régimen de fijación, regulación,
control o congelación de precios".
Esto es: el Estado chileno reconoce así implícitamente que
el capital se resiste a trabajar en regímenes de fijaciones, regu-
laciones, controles y congelaciones de precios; y para atraer a
los capitales extranjeros los libera de todas esas pesadas gabelas.
Pero, sí, las sigue sosteniendo para el capital, para el industrial,
para los inversionistas chilenos, a conciencia plena del mal
que, ha reconocido, les hace. Esto es criminal.
90
"El capital es el enemigo mas curioso, ataca huyendo", he
repetido decenas de veces en el Congreso de mi país. Lo saben
los Gobiernos, lo saben todos los dirigentes políticos, pero nada
s e hace por darle vida, estímulo, aliciente, a fin de que, al
enriquecer a Chile, se enriquezcan todos sus hijos.
Habría querido en esta ocasión referirme también, con
cierta latitud, a otro aspecto que influye en la descapitalización
del país; en el estímulo que se da al descanso, a no trabajar,
con leyes de jubilaciones que son las más generosas del mundo
¡para vergüenza nuestra! Por el momento, sólo diré que, con
datos, por desgracia incompletos, proporcionados por la Con-
traloría General de la República, al 31 de diciembre último (1),
los jubilados llegarían a 61 mil personas, y el gasto total entre
montepíos y jubilaciones pasaría de los 5.100 millones de pesos.
¡Sumas fabulosas que no guardan relación alguna con las po-
sibilidades de la Nación!
El legislador como el Gobierno, conscientes de su deber,
tendrán que modificar, en este país, el concepto de la jubila-
ción: en un país joven, que necesita capitalizarse, para acrecentar
,su economía y mejorar el standard de vida, todos debemos
trabajar. La obligación de trabajar para los hombres, mientras
tengan salud, es imprescriptible. El concepto Óe jubilación no
puede ser otro que el de una ayuda del Estado para el hombre
que, por su salud, no pueda continuar en el trabajo. Me atrevo
a decir que el concepto contrario no sólo es antieconómico y
antisocial, sino también inmoral.
Nuestra legislación social es por mucho la más avanzada, la
más gravosa y la más generosa de la tierra. Como se sabe, casi
íntegramente, fué dictada por iniciativas de los Partidos Liberal
y Conservador. Diré de paso que la previsión social en Rusia
es de las más avaras de la tierra. Don Mariano Bustos, con bien
ganado prestigio internacional en cuestiones de previsión social,
no podrá desmentirme. Checoeslovaquia, país incorporado en la
Cortina de Hierro, tenía desde muchos años antes una legisla-
ción social muy superior a la de Rusia.
En forma terrible gravita sobre la economía chilena nuestra
ávanzada legislación social. Sería interesante estudiar qué será
más útil para el obrero, o la mayor capitalización que, sin esas
cargas pesadas, tendrían las empresas, aumentando la producción,
la riqueza nacional y el standard de vida, o las ventajas positi-
vas que ella otorga a él y a su familia.
Pero es del caso recordar que el mayor bienestar de las
clases obreras, su más alto standard de vida, no se encuentra en
los países de leyes sociales más avanzados, como Chile, sino
(1) A 31 de diciembre de 1953.
91
en los países más capitalizados, como Estados Unidos. Los
aportes a la previsión social no llegan en Estados Unidos a más
del 2 por ciento de lcfs salarios; en Chile, como sabemos, llegan
ahora al 30 por ciento.
Si las leyes sociales llegan a ser contraproducentes para el
bienestar de los obreros de Chile, válganos, al menos, que ellas-
representan nuestro deseo de haber hecho por ellos lo más que
legislativamente se ha hecho en ningún otro país de la tierra.
La latitud de este trabajo me impide extenderme más, co-
mo espero hacerlo en otra ocasión, sobre la forma cómo las
leyes de jubilaciones y de previsión s'bcial actúan sobre la eco-
nomía general del país.
He aquí la exposición precisa de algunos aspectos, de la
mayor trascendencia, de la economía chilena.
Se ha seguido un camino equivocado, en el cual es muy
difícil retroceder.
Los asalariados de Chile, los más afectados con la terrible
equivocación, si leen con serenidad estas observaciones, comen-
zarán a comprender que no somos sus enemigos, como se les
ha dicho, sino sus verdaderos amigos.
Fácil es condenar a los capitalistas; pero es muy difícil
reemplazar al capital.
El capitalismo en manos del Estado es el peor enemigo
del obrero, así se dijo en el Congreso de Sindicatos del año
pasado de los obreros ingleses; y lo reconocerían igualmente los
obreros rusos si pudieran comparar y pudieran expresarse.
Los obreros chilenos, como los ingleses y norteamericanos,
debieran desarmar para siempre —ante la luz de las realidades—
a los sembradores de la envidia y del odio.
Dios quiera que estas palabras lleguen, como es mi deseo,
hasta los obreros de mi p a t r i a , para que el chileno inteligente
y viril, inculque en su mente esta realidad, que, si no ahora,
algún día, la mayor experiencia le enseñará: no hay gobierno
tan bueno que pueda solucionar sus males si él, personalmente,
no lucha y trabaja para hacer su vida; ni hay gobierno tan malo
que le impida progresar, si cifra sus esperanzas en el trabajo y
en la vida ordenada.
Creo haber demostrado que, bajo todos los aspectos, el
problema chileno es de descapitalización; y hace un año creo
haber demostrado que el socialismo es pésimo capitalizador y
pésimo administrador, fuera de aparecer ya hoy —frente a los
esplendorosos éxitos de la Alemania liberal— un régimen arcai-
co, retrógrado, propio de las épocas de los faraones y los incas.
¿Por qué no reconocer esta verdad? y ¿por qué no unirnos
todos estrechamente, solidariamente, a ganar las lides del tra.
92
bajo, sin la terrible, sin la aplastante intervención estatal más
allá de lo justo y conveniente?
¡El creador hizo tan hermosa nuestra tierra para que nos-
o t r o s la empequeñezcamos con odios sociales y ambiciones po-
líticas!
Nuestra naturaleza es pródiga en cobre, salitre, hierro, plo-
mo, manganeso; la agricultura puede muy bien proveer nuestro
sustento; nuestro mar está repleto de peces y de los mejores
mariscos; nuestros bosques pueden proporcionar maderas para
que todos tengamos techo; la crianza de ovejas procura una
espléndida lana para poder abrigar a la población; poseemos
carbón, petróleo de Magallanes; y el inmenso desnivel entre la
cordillera y el mar deberá ser fuente de energía hidroeléctrica
para un industrialismo avanzado; y, sobre todo, tenemos una
raza que, en una escuela de trabajo y de deber en vez de ser
envenenada por el odio y la envidia de los demagogos, podría
hacer de Chile uno de los primeros pueblos de la tierra.
Digo a los obreros chilenos: no os dejéis cegar por el odio;
abramos valientemente los ojos a la luz de la realidad y afron-
témosla con fe.
Escribió Goethe: "Soñaba y veía que la vida era belleza:
desperté y hallé que la vida era deber".
Muchos, no del todo desinteresados, han hecho soñar al
pueblo chileno en una vida de belleza. Es hora ya de que el
pueblo despierte y sepa que, por desgracia, no queda para vivir
más que afrontar el deber.
Yo quisiera despertarlo, aunque, por el momento, le parez-
ca duro; creo así responder a la tradición republicana y demo-
crática de los míos, que amaron al pueblo, lo sirvieron, sin
esperar nada de é l ( l ) .

(1) D e un discurso pronunciado en el Senado el 13 d e , julio de


1954.
93
III
Deslindando responsabilidades

frente al caos monetario


"No son las anarquías, ni las dic-
taduras, ni las inflaciones, ni las ban-
carrotas los hechos que deben ser con-
denados, sino los regímenes y los go-
bernantes ineptos y deshonestos que
los hacen inevitables", G E O R G E S R O U X .

Significación de la moneda

Hjalmar Scliacht —considerado como uno de los más grandes


economistas, por no decir el más eminente de los economistas
que tiene la humanidad, con los títulos de haber sido el hombre
que estabilizó el marco alemán en 1923 y tuvo a su cargo, con
pleno éxito, el financiamiento del gran programa de reactiva-
ción del trabajo en el año 1934, que absorbió millones de des-
ocupados sin provocar efectos de inflación— comienza su cono-
cida obra, "Más dinero - Más capital - Más trabajo", con estas
palabras:
"La moneda constituye uno de los cimientos de nuestra
vida económica moderna. De ella depende todo proceso de pro-
ducción, todo intercambio de bienes y todo servicio. Sin mo-
neda se imposibilita la formación de capital y producción en
la economía. Cuanto más se complica la vida económica en
virtud del desarrollo técnico, tanto más crece en importancia
la función de la moneda, pues ella sola posibilita que los
bienes más diferentes estén en todo momento disponibles o
sean adquiribles. La elevación progresiva del nivel de vida re-
sulta, por lo tanto, imposible sin moneda. El dinero posibilita
la formación del capital, la formación del capital posibilita
el progreso material, el progreso material es la base de toda
elevación cultural".
Y agrega más adelante: "El dinero debe constituir un bien
que sea deseado por cada uno en tal forma, que se incline a
entregar, en cambio, en todo tiempo, los usuales bienes de circu-
lación y del comercio. En las palabras "en todo tiempo" está
involucrado el sentido de moneda. El dinero debe conservar
su valor. No debe perderlo en el curso del tiempo; su bondad
debe acreditarse".
95
Chile —rttá a la vista— va en camino de ver morir muy
pronto su moneda. Y, como las cosas se estiman más que nunca
cuando se pierden, sabemos los chilenos cuán necesaria es la
moneda y su estabilización, su valor permanente.
Se ha dicho que la democracia tiene en la libre crítica una
fuente de desprestigio, pero también de rectificaciones.
Desearía, en este momento aciago que vive Chile, que este
trabajo en el que, claramente, se deslindarán serias responsa-
bilidades, fuera conocido por el mayor número de mis conciu-
dadanos.
Verán ellos aquí con qué eficiencia, celo y previsión ma-
nejaron las finanzas nacionales los llamados partidos históricos,
desde la Independencia hasta 1925, en lo relativo a resguardar
el valor de la moneda, base de toda economía y del orden social;
y con qué terrible desorden e imprevisión lo hicieron el primer
Gobierno de don Carlos Ibáñez, el Frente Popular, las Izquier-
das y este segundo Gobierno de Ibáñez.
Dice don Héctor Rodríguez de la Sotta, uno de los ciuda-
danos que merece mayor respeto y gratitud de la ciudadanía
consciente:
"Es un principio fundamental de economía monetaria que
el medio circulante de un país debe guardar una adecuada
proporción con las necesidades del intercambio económico. Esta
adecuada proporción determina el valor de la moneda, lo que
equivale a decir el índice general de los precios.
Las necesidades monetarias del intercambio económico las
fija el monto total de la renta nacional (producción y ser-
vicios).
La adecuada proporción entre circulante y renta nacional
no es una tasa fija e invariable, ni es la misma en todos los
países. Por regla general, se le estima, aproximadamente, en
un 10%. Ha sido, más o menos, la nuestra. En la época de nor-
malidad económica, durante el régimen de oro anterior al año
1932, se estimaba la renta nacional en cinco mil millones de
pesos y el medio circulante fluctuaba alrededor de quinientos
millones de pesos.
Las emisiones son inflacionistas cuando no persiguen un
fin exclusivamente monetario (crear dinero, instrumento de
cambio, para la circulación y traspaso de riquezas ya produci-
das); sino que persiguen como fin proporcionar capital barato
y permanente a determinadas instituciones. El dinero es ins-
trumento de cambio, medio de pago; pero no es factor de pro-
ducción. Los factores de producción son (concepto económico
elemental) naturaleza, trabajo y capital. El dinero puede repre-
96
sentar capital, pero no es en sí mismo capital. El Banco Central
puede crear dinero, pero no puede crear capital.
Y para responder a la socorrida argumentación de que no
hay que temer a las emisiones que producen riqueza, que
aumenten la producción, basta hacer esta sola observación: su-
poniendo el caso más favorable, que con una emisión de un
millón de pesos se produjeran riquezas por valor de otro millón
(¿dónde están estos negocios maravillosos que en tres meses o
en seis produzcan el cien por ciento?), no hay que olvidar que
el circulante —como hemos dicho— está, por regla general, en
proporción de uno a diez con la producción o renta nacional.
Por consiguiente, si para un aumento de la producción de un
millón se emite otro millón, esa emisión habrá sido de carácter
inflacionista en sus . nueve décimas partes".
El ilustre hombre público chileno no ha podido sintetizar
en forma más clara y en menos palabras, conceptos que han
sido profundamenta estudiados y sobre los cuales se han escrito
gruesos volúmenes.
La moneda, medio de cambio de realidades tangibles, lógi-
camente, tiene que guardar una relación casi absoluta con otra
realidad tangible, cual es la producción. Si así no fuera, no
existirían problemas económicos, no habría obra pública que
no pudiera construirse ni escasez que no pudiera salvarse. Sería
cuestión de emitir dinero.

Desvalorización de las monedas

Todas las naciones, sin excejjción, han visto desvalorizarse


paulatinamente sus monedas por diversos factores —por grandes
catástrofes de fuerza mayor, como las guerras desastrosas—, pero,
en especial, porque siempre ha existido la tendencia de los go-
biernos de hacer más obras públicas que las que resiste la pro-
ducción del país, en un deseo muy comprensible de progreso y
de perpetuarse al porvenir en tales obras, y porque, sobre todo
en la época moderna, las clases asalariadas solicitan permanen-
temente aumentos de salarios más allá del aumento de la pro-
ducción del país.
Dice un economista francés que ha estudiado la historia
monetaria de la humanidad: "La desvalorización de la moneda
es un fenómeno permanente, irresistible, ineludible. El estudio
de la historia, y particularmente de los países latinos, demuestra
que la desvalorización es un fenómeno constante que existió en
todos los tiempos y en todas las economías. La desvalorización
es la reacción de defensa de una economía en desequilibrio por
consecuencia, sea de una calamidad, sea de la turbulencia excesi-
97
va de una colectividad emotiva que violenta las normas exigidas
por el equilibrio económico".
Por eso, la eficiencia de un gobierno, su capacidad, está en
relación directa con sus facultades que le permiten mantener
el valor de la moneda, base, como hemos dicho, de toda econo-
mía sana y del orden social. No existe mejor índice de las vir-
tudes cívicas de un gobierno, como de los gobernados, que la
mayor o menor firmeza de su moneda.
Así como no son estables las virtudes del trabajo, de la
previsión, de la sobriedad y del ahorro en los seres humanos,
tampoco han sido estables los valores de sus monedas, que
reflejan esas virtudes.
Se han escrito interesantísimos tratados sobre la historia
monetaria.
Sedillot, en su obra "Le Franc", nos demuestra cómo las
primeras monedas del Imperio Romano, por efecto de la infla-
ción paulatina, perdieron en cinco siglos el 96% de su valor;
cómo la moneda francesa, en el curso de ocho siglos, se degradó
en cerca del 98% de su valor, desde el año 1000 a 1789, y cómo,
desde 1879 a 1952, en 163 años, perdió el 99,3% de su peso.
El profesor Earl Hamilton, .de la Universidad de Chicago,
que acaba de estar en Chile, junto con otros tratadistas, ha
observado un particular fenómeno: que en la época moderna las
monedas pierden el 99% de su valor en el curso de un siglo y
medio.
Nuestro peso tiene su origen en la famosa pragmática de
Tordesillas de la Reina, cuando los Reyes Católicos, en 1497,
crean el "real" de plata. La pieza de plata de ocho reales fué el
famoso "peso" de la Colonia, antepasado de todas las monedas
americanas actuales, incluso del dólar norteamericano. Por
efecto de las grandes cantidades de oro y plata de que llegaban
cargados los barcos del Nuevo Mundo, se produjo en España
una gran inflación por el exceso de esas monedas. Durante siglo
y medio los precios subieron en España y en toda Europa.
Termina definitivamente el apogeo español con la paz de
Westfalia, que marca también la ruina de su moneda y el
comienzo del apogeo francés. Pero pasa otro siglo y medio y
también muere la moneda francesa, esta vez con la primera
inflación de billetes de los tiempos modernos; el "asignado".
La batalla de Trafalgar marca, a su vez, la pérdida de Francia
del dominio europeo que pasa a manos de Inglaterra. Es inte-
resante, también, notar que en la época moderna, la inflación,
síntoma del delibitamiento de un país, termina siempre con
una dictadura. El "asignado" preparó el camino para la dicta-
dura de Napoleón. Se ve en la historia más adelante, repetirse
este fenómeno.
98
El apogeo inglés, con el padrón de oro, termina en 1949,
fecha de la segunda devaluación de la libra y también del
abandono de la India, Birmania, Ceilán, etc.
En conclusión: todas las monedas se desvalorizan a lo largo
del tiempo. Parece ser un fenómeno fatal.
¿Cuál es, entonces, la responsabilidad que en ello cabe a
los gobiernos, para calificar su grado de eficiencia, de sentido
de la responsabilidad, de la previsión?
Contestan todos los economistas: en el grado, en la veloci-
dad del proceso, en la pericia para salvar las crisis, sortear las
dificultades, dándole al público una moneda estable que aho-
rrar, que es lo que permite la formación de capitales, la riqueza,
el progreso de un país.

El peso chileno

Pasaremos a Chile. Nació nuestro peso allá en los albores


de nuestra Independencia. Los primeros pesos, ricos en oro, que
se acuñaron-con las armas de Chile, ya sin la efigie del Rey y
del escudo español, datan de 1818 y 1819.
Nuestro sistema bimonetario, de plata y oro, tuvo una
paridad con el padrón de oro inglés, de 48 peniques.
En este valor, la moneda quedó estabilizada durante los
gobiernos pelucones y primeros gobiernos liberales, por u n
lapso de medio siglo.
Las tres desastrosas cosechas que se sucedieron hasta 1877,
que colocaron a los agricultores en la imposibilidad de servir
el interés de sus deudas y que dejaron a la cartera báncaria en
gran parte inmovilizada; la violenta baja de los grandes rubros
de exportación chilena: la plata y el cobre (el cobre bajó, de
1872 a 1876, de 108 libras esterlinas la tonelada inglesa, a 39
libras esterlinas), lo que dió lógicamente un gran desequilibrio
en nuestra balanza de pagos, junto a un mal momento de la
economía mundial, trajeron una desvalorización de nuestra
moneda, que ya estaba alrededor de 40 peniques al declararse
el régimen de inconvertibilidad en 1878.
Pues bien, en el largo lapso de 1878 a 1925 —año en el que
la Misión Kemmerer estabilizó la moneda en 6 peniques—,
la moneda tuvo un lento ritmo de des valorización: de u n pro-
medio de 2/3 de peniques al año: ¡menos de u n centavo de
dólar por año!
Ritmo lento; casi, comparado con el ritmo actual, podría-
mos decir de relativa estabilización. En ningún caso más ace-
lerado, en su desvalorización, que el que ordinariamente h a n
seguido la gran mayoría de las monedas modernas.
99
Y en este lapso de medio siglo se hizo frente a una guerra
exterior gloriosa; se sucedieron gobiernos de u n a actividad
constructiva incansable, como los de Santa María, muy espe-
cialmente de Balmaceda, los de Riesco, Pedro M o n t t y San-
fuentes. Por otra parte, don Jorge M o n t t y Errázuriz Echau-
rren tuvieron que sostener, hasta el fallo de S. M. Británica,
u n a costosísima paz armada por la disputa de límites con la
República Argentina. Mandó Chile construir, en ese largo in-
tervalo a que me estoy refiriendo, hasta 1925, el acorazado
"Prat" —el más perfecto que hasta entonces se había lanzado
al mar—, los cruceros "Presidente Pinto" y "Presidente Errázu-
riz", el acorazado "O'Higgins", el acorazado "Almirante Lato-
rre", la pieza naval más formidable q u e hasta entonces había
tenido u n país americano y que a u n hoy es u n a de las más
importantes del orbe, fuera de otras unidades menores y de
u n a permanente renovación del material del Ejército. En ese
medio siglo se construyeron 4.000 de los 5.000 kilómetros de
ferrocarriles q u e tiene el país; la mayoría de los puertos, de
los alcantarillados y de los servicios de agua potable; de los
liceos y escuelas: en u n a palabra, la mayoría de las obras pú-
blicas que hay en Chile. Invito al lector a que piense, que re-
cuerde todo lo que hicieron los gobiernos desde 1878 a 1925.
H u b o —debo reconocerlo, porque quiero ser siempre justo
y veraz— cierta dosis de imprevisión, optimismo alegre y con-
fiado q u e derivó de las cuantiosas entradas del salitre (en nin-
gún caso superiores a las que en los dos últimos decenios hemos
tenido del cobre), que llevó a los gobiernos a construir mayores
obras públicas que lo que permitía la producción del país, y se
contribuyó así al lento descenso del valor de la moneda, en un
porcentaje medio, como he dicho, de 2 / 3 de penique al año, o
sea, ¡en menos de u n centesimo de dólar al año!

Primera administración de Ibáñez

Poco después de convertirse la moneda en oro en relación


de 6 peniques el peso, asumió el Poder don Carlos Ibáñez, quien
designó a don Pablo Ramírez como Ministro de Hacienda.
Ante u n p e q u e ñ o déficit presupuestario que divisaba para
1927, el Ministro de Hacienda separó del Presupuesto Ordina-
rio los gastos de obras públicas. Así apareció fácilmente su
Presupuesto con superávit. Con este superávit se debía contratar
u n a deuda externa para obras públicas, de la que alcanzó a
recibir ese Gobierno como 2.000 millones de pesos de seis peni-
ques —suma sideral si la redujéramos al peso de hoy—. Obsér-
vese que la deuda externa de Chile, escrupulosamente cautela-
100
da por todos los gobiernos (en 1891 pagaron su servicio tanto
el Gobierno de Balmaceda como la Junta Revolucionaria de
Iquique), sólo ascendía a 500 millones de pesos. Jamás ningún
otro Gobierno de Chile como aquél usó, en forma ni siquiera
parecida, del crédito inmenso que le formaron los gobernantes
en un siglo de honor, de profundo sentido del prestigio del
país, del buen nombre de Chile.
A la vez, el Ministro de Hacienda —para contar, durante
aquella Administración, con una renta aduanera fija prove-
niente de las exportaciones salitreras— exigió a la Asociación
de Productores del Nitrato una exportación mínima mensual,
y el Gobierno se comprometió a adquirir el "stock" que se
formara en Londres si la demanda fuera menor que los con-
venios de exportación.
La demanda fué inferior a la exportación, y Chile hubo
de hacer frente a su compromiso en los precisos momentos en
que la crisis mundial paralizaba al mínimo el comercio inter-
nacional. H u b o de paralizarse, entonces, totalmente la produc-
ción salitrera de Tarapacá y Antofagasta, lo que provocó una
angustiosa cesantía, que nunca debió olvidar el país.
Sin exportaciones, hubo de continuarse el servicio de la
fabulosa deuda externa que se había contraído, con las propias
pastas de oro del Banco Central; el servicio de la deuda, que
ascendía a la enorme suma de 156 millones de pesos oro semes-
trales.
He aquí las razones precisas por las cuales el Gobierno de
don Carlos Ibáñez es el responsable de la desvalorización de la
moneda de 6 a 1 penique.
Achacar esta desvalorización al Gobierno de don J u a n Es-
teban Montero, que declaró nuevamente' la inconvertibilidad
para salvar nuestras reservas de oro, es tan absurdo como culpar
de la muerte de un paciente a quien otorga el certificado de
defunción y no al cáncer que lo llevó a la tumba. En este caso,
el cáncer fueron los desaciertos económicos de la Arministra-
ción Ibáñez, agravados por la crisis mundial.

Segunda Presidencia Alessandri, y Ross Ministro de Hacienda

Después de la llamada República Socialista —el mayor bal-


dón que tiene nuestra limpia historia constitucional y democrá-
tica—, en la que el dólar llegó a valer $ 78, asumió el mando
de la Nación don Arturo Alessandri, quien designó Ministro
de Hacienda a don Gustavo Ross.
Buen cuidado tuvo el señor Ross de evitar que los gastos
presupuestarios sobrepasaran al ritmo de la recuperación que el
101
país iba teniendo de la crisis en que se había sumido. Fué tam-
bién cauteloso en la petición de nuevos tributos al Congreso,
para facilitar la capitalización del país, lo que es indispensable
para aumentar la renta nacional, de la cual depende el nivel de
vida de la población entera. Ideó también un plan de reanu-
dación del servicio de la deuda externa, vinculando las entradas
del cobre y del salitre a este servicio y a la amortización de la
deuda. T a n hábil fué aquel plan que en sólo cuatro años de su
funcionamiento, redujo la deuda en un 42% de su monto total.
La serie de medidas, siempre cautelosas e inteligentes del señor
Ross, ¡valorizaron la moneda en 250%! El dólar, que recibió a
$ 64, lo estabilizó durante seis años a $ 25. En aquel tiempo,
ninguna moneda del mundo —incluso el dólar y la libra—, ni
siquiera el oro, tuvieron mayor estabilidad que la moneda chi-
lena. Como lo he recordado más de una vez, hubo momentos
en que el "dólar negro" valió menos que el. dólar oficial: llegó
a $ 23.
Como consecuencia directa de la estabilización de la mo-
neda, como es natural, se estabilizó el costo de la vida, que
apenas subió en forma perceptible, lo que constituye un gran
factor de bienestar y tranquilidad social.
Y en aquella Administración se dió nuevamente impulso,
sólo con las rentas ordinarias, como en la Administración Bal-
maceda, a las obras públicas, en especial a las construcciones
hospitalarias, que son las que, en forma más directa, benefi-
cian a los sectores más pobres de la sociedad.
Este fué el resultado de la recuperación del gobierno del
país por los partidos llamados históricos, no obstante que la
demagogia y la ignorancia los llamó reaccionarios, y a su Mi-
nistro de Hacienda,-el Ministro del Hambre. ¡Son increíbles
los recursos perversos a que echan mano los hombres en sus
pasiones y en sus ambiciones políticas!

El Frente Popular

En diciembre de 1938 asumió el Gobierno la combinación


de partidos que formaban el Frente Popular.
Desde un primer momento, los nuevos gobernantes perdie-
ron la norma de cautela, de vigilancia permanente en los gastos
públicos, origen directo de todas las emisiones inorgánicas, co-
mienzo del proceso inflacionista en que nos debatimos y que
ya comienza a tomar los caracteres de hiperinflación, la que
termina, por desgracia, en conmociones sociales, en trastornos
constitucionales.
Corresponde al Senador don Héctor Rodríguez de la Sotta
102
la íntima satisfacción de haber prevenido, insistentemente, des-
de su asiento del Senado, el abismo a cuyo borde hoy hemos
llegado.
El Presupuesto, que en 1938 fué de $ 1.679 millones —y,
como el de todos los años anteriores, de:sde 1932, con un supe-
rávit real y efectivo—, casi dobló su monto en el transcurso
de sólo cuatro años, pues en 1943 ya era de $ 3.185 millones (1).
Y, aparejado con el aumento exorbitante dé los gastos fis-
cales, aparece, como es consecuencial, el aumento exorbitante
de las emisiones del Banco Central. El circulante de dicho ban-
co emisor, que en 1938 era sólo de $ 1.088, ya en 1941 era de
$ .1.790 millones: en dos años aumentó su emisión en más de
un 50%; y en 1943, en el sólo lapso de cuatro años, ya la habla
aumentado en más de un 250%, al llegar a $ 2.754 millones.
En el lapso de seis años, hasta 1945, se habían aumentado los
gastos, de $ 1.679 millones que fueron en 1938, a $ 5.100 mi-
llones; y las emisiones del Banco Central, de 1.088 millones de
pesos a $ 3.573 millones.
Mientras la mayor producción del país había aumentado
sólo en un 14%, los gastos fiscales aumentaron en un 300%,
y las emisiones del Banco Central, en un 340%. En una buena
dirección económica, esas emisiones no deberían haber pasado
del 10% de la mayor producción. Como es fácil comprenderlo
hoy y como muy bien lo comprendió y advirtió el Senador don
Héctor Rodríguez de la Sotta, el camino seguido tenía que lle-
var a las finanzas del país a un despeñadero fatal.
T a n t a mayor cantidad de billetes frente a tan insignifi-
ficante mayor producción debió, forzosamente, como es lógico,
producir "inflación", aumento de los precios y aumento del cos-
to de la vida. El índice del costo de la vida, que en 1938 era
de 184,1 subió en 1941 a 242,3 y en el año subsiguiente, 1943,
a 353.9. La moneda se desvalorizó y subió el costo de la vida,
como puede verse, en una proporción igual a los mayores gas-
tos no aparejados con una mayor producción del país.
Como consecuencia del alza de los precios, del costo de la
vida, derivada de las emisiones del Banco Central, forzado por
los mayores gastos fiscales, los empleados y obreros pidieron
aumento de sueldos y salarios. Se les concedió.
Dice un economista, tan hábil como claro en sus exposicio-
nes, que la inflación, el alza del costo de la vida, como es ló-
gico, es como un "téngase presente" que la realidad económi-
ca de un país le hace a su Gobierno de que está gastando más
de lo que el país puede, de lo que el país produce, para que
(1) Véanse los cuadros sobre los aumentos presupuestarios al final
de este capítulo.
103
frene los gastos en una proporción igual al aumento del costo
de la vida, que es el más fiel reflejo del fenómeno inflacionis-
ta. Si la vida, por ejemplo, sube en un índice de 2%, ese año
el Gobierno debe precipitarse a frenar los gastos y las emisio-
nes en un 2%; j^ero si, a la inversa despreciando la adverten-
cia, frente al alza del costo de la vida, mantiene los gastos fis-
cales sin reducirlos y aumehta en un 2% sueldos y salarios a
los empleados y obreros, al año siguiente el proceso inflacio-
nista se duplicará y será de 4% y si esta vez, en vez de frenar
un 4% vuelve a elevar sueldos y salarios en un 4%, en que
ha subido el costo de la vida, al año siguiente tendrá una in-
• Ilación de 8%, y si se continúa sin oír la advertencia, la inflación
tomará un ritmo uniformemente acelerado: 8, 16, 32, 64, 128, etc.
Nosotros que así hemos procedido, adoptando un sistema que un
economista llamó de "indiciación" —de reajustes permanentes en
relación con el índice del alza del costo de la vida—, vamos en
este momento con un ritmo superior a 80, que a fin de-año lle-
gará a no menos de 128.
Así lo anunció, desde 1939, en el Senado, don Héctor Ro-
dríguez de la Sotta, y el que escribe, cuando era Diputado,
desde 1942.
Despreciar, aun más, reírse de e^tas advertencias, fundadas
en la realidad, en las experiencias económicas, es como reírse de
la tabla de multiplicar: ¡a la postre, tendrá que llorar el que
se rió!
Todos los países europeos han comprendido los graves con-
flictos sociales a que puede llevar, en los días que vive la hu-
manidad, un régimen inflacionista, y todos, cual más cual me-
nos, luchan por evitar la inflación: España a la cabeza, con
Suiza, Portugal, Holanda, Suecia, Noruega, Bélgica, Dinamar-
ca, Alemania Occidental. Denodadamente luchan también los
mejores estadistas de Francia e Italia. Inglaterra quiso llevar
un régimen de inflación "controlada", olvidando que todo pro-
ceso inflacionista, como el vicio de la morfina, para mantener-
se, necesita cada vez de mayor dosis, y produce, cuando se do-
sifica sin aumento, un profundo malestar: de ahí un alza en
el costo de la vida y las grandes huelgas que ha debido afron-
tar en el presente año.
Sólo ahora Paraguay y Bolivia acompañan a Chile, aun.
que con velocidad más lenta, en su carrera inflacionista.
En 1948 se anunciaba un considerable déficit fiscal, de 1.222
millones de pesos. El Presidente Ríos llamó entonces a don
Arturo Matte, miembro destacado del Partido Liberal, a ha-
cerse cargo de la Cartera de Hacienda y él, en un año que
desempeñó el cargo, casi saldó virtualmente el déficit.
104
Don Jorge Alessandri en el Ministerio de Hacienda

En 1947 se veía venir un déficit de 2.000 millones de pe-


sos, y el Presidente González Videla llamó entonces a don Jor-
ge Alessandri para entregarle la Cartera de Hacienda. En un
año el señor Alessandri saldó el déficit, y hasta que abandonó
la Cartera —durante el buen Gobierno de Concentración Na-
cional—, presentó cada año Presupuestos con superávit. El se-
ñor Alessandri (que recibió ya en pleno proceso inflacionista
un Presupuesto de 9.000 millones de pesos, Presupuesto que, al
seguir su ritmo, debió ser, en tres años, superior a $ 40 mil
millones, como sucedió cuando él abandonó la Cartera) dejó su
cargo con un Presupuesto, para el año 1950, de sólo 14 mil mi-
llones de pesos. Con suma entereza y haciendo frente a la in-
comprensión, por ignorancia, de unos, y a los egoísmos de "in-
tereses creados", de otros, frenó la inflación, con todo el ma-
lestar que en un principio, produce la disminución del ritmo
inflacionista.
El señor Alessandri esperaba tener en 1950 entradas fisca-
les por § 17.500 millones, y siendo el Presupuesto de sólo
$ 14.000 millones, habría tenido un superávit de $ 3.500 millo-
nes, suma suficiente para reabsorber la finalización del pro-
ceso inflacionista.
En memorable polémica con don Guillermo del Pedregal,
don Gustavo Ross decía que un país lanzado a un proceso in-
flacionista se asemeja a un automóvil que corre a velocidad ver-
tiginosa hacia el abismo: si se lo frena violentamente, se vuel-
ca y se matan todos los pasajeros; si continúa hacia el abismo,
se precipita fatalmente en éí. Debe, entonces, su conductor, ir
disminuyendo la velocidad a fin de hacer un viraje, sin volcar-
se, antes de caer al abismo. Este trecho para frenar sin volcarse,
era el superávit que el Ministro Alessandri se dejaba en el
Presupuesto de 1950. De esos $ 3.500 millones, 500 se desti-
narían a la Endesa, para terminar su plan de electrificación
nacional; 500 se destinarían, durante algunos años, a la Em-
presa de Ferrocarriles del Estado para renovar su material ro-
dante, lo que tanto necesita el país, y 500 se destinarían a la
Caja de la Habitación, en forma permanente, para construccio-
nes de viviendas baratas, para contribuir a solucionar el más
serio de los problemas sociales que aqueja a nuestra población.

Febrero de 1950
La ignorancia sobre los no fáciles problemas económicos,
de parte de los gremios y sindicatos, movidos por políticos que,
en sus pasiones y ambición, olvidaron los intereses de Chile,
105
hicieron caer al Gobierno de Concentración Nacional. De man-
tenerse hasta el fin de 1950, el Ministro de Hacienda señor Ales-
sandri (con un presupuesto de sólo $ 14.000 millones y con un
superávit de $ 3.500 millones, agregando a esto que, al dejar
la Cartera, el precio del cobre era sólo de 18 centavos america-
nos la libra y subió, en octubre de ese año, a 27 centavos, lo
que significó un considerable aumento en las entradas fiscales)
habría estabilizado ese año el valor de nuestra moneda, dete-
nido la inflación y el costo de la vida, y Chile habría así pa-
sado a tener, entonces, la sólida situación económica y finan-
ciera que correspondía a un país sin mucha población y que
más que ningún otro, estaba vendiendo en cantidades exorbi-
tantes las materias primas que más habían subido de precio en
los mercados internacionales.
Lejos de la Patria, en esos días tristes para el civismo chi-
leno, lleno de inquietud, escribí desde Londres un artículo pa-
ra "El Diario Ilustrado": "Todos los países de Europa luchan
contra la inflación, Finlandia, Dinamarca, Noruega, Suiza, Ho-
landa y Bélgica tienen una moneda casi inalterable. España,
después de una horrenda guerra civil, despojada de su oro y
sin el apoyo que los Estados Unidos prestan hoy al mundo por
intermedio del plan Marshall, lucha, con firmeza, por mante-
ner el valor de la moneda. Italia ha obtenido la estabilización
y hasta el mejoramiento del valor de la lira. Hemos dicho co-
mo en Francia defienden los gobierno y los partidos conscientes
el valor del franco. En Inglaterra, el Gobierno laborista, en re-
petidas ocasiones, ha obtenido de los gremios afiliados a él
—que controlan once millones de votos— que retiren sus peti-
ciones de aumentos de sueldos y salarios, a fin de evitar una
mayor desvalorización de la moneda. La desvalorización de la
libra, bien sabemos, no fué consecuencia de inflación, sino de
la inmensa deuda externa con que Gran Bretaña quedó des-
pués de la guerra, en la que comprometió todas sus reservas
económicas. El esfuerzo de este país por mantener su moneda,
enaltece su temple tanto como la estoica resistencia y fe con
que confió en su victoria final.
Es por eso, que todos los chilenos que contemplamos des-
de acá lejos los últimos sucesos de nuestro país, tenemos una
profunda pena: nos parece, con dolor, que el país no tuvo la
entereza de otras naciones para secundar al Gobierno en una
política anti-inflacionista... La debilidad de los hombres y de
los partidos frente a la inquietud social y a la popularidad
efímera, rompió la valla que el Presidente de la República y el
Ministro de Hacienda quisieron poner a un sistema que de-
muele los cimientos morales y económicos de una n a c i ó n . . .
106
Vemos, con verdadero pesar, que nuestra patria —que tan-
tas pruebas de civismo y de sensatez ha dado al m u n d o - , es
el único país de la tierra que se lanza nuevamente —impulsa-
do por los inconscientes y por quienes, con fines mezquinos ha-
lagan sus pasiones— a un régimen de inflacionismo incontro-
lado . . .
Nada bueno, por desgracia —dijimos entonces—, puede
augurarnos el porvenir por esta senda engañosa que conduce
al abismo".
¡Qué seria responsabilidad cae sobre los que intervinieron
en la caída de ese Gobierno! Sé que el ex Presidente González
Videla recuerda, ahora, los acontecimientos de febrero de 1950,
como el comienzo de una era que destruyó sus mejores esfuer-
zos y anhelos de gobernante.
El Ministro de Hacienda que subía, en hombros de los
gremios, a los cuales había halagado en sistemática campaña de-
magógica, afirmaba que no tenía importancia para la estabi-
lización de la moneda subir, no más, los sueldos y salarios, y
aún más allá de lo que había subido el costo de la vida.
Desde entonces, se rompió la disciplina del trabajo y de
la autoridad en nuestra patria, y han mandado los que debían
obedecer y obedecido los que debían mandar.
Las huelgas ilegales, de 24, que fueron en 1949, pasaron a
164, en 1950. Se alzaron todos los tributos, en un país donde
ha desaparecido el ahorro y faltan los capitales que han de
producir las mayores rentas que puedan alzar su nivel de vida.
El presupuesto pasó, de S 14.000 a § 23;500 millones, en 1950,
para exceder, al año siguiente, como lo anunció don Héctor
Rodríguez —por lo que recibió en esta sala improperios del
Ministro de Hacienda, que yo hube de recoger con indigna-
ción—, de S 43 mil millones; y de haber superávit, en 1949, el
déficit más el déficit de arrastre, fué, al finalizar 1952, cer-
cano a los diez mil millones de pesos. Lógicamente, la infla-
ción llegó a tomar su pavoroso desarrollo consecuencial con
la correspondiente alza del costo de la vida. El circulante
emitido por el Banco Central, que en febrero de 1950 era de
7.245 millones de pesos, ascendió en octubre de 1952 a 14.089
millones; subió en un 89,8%. El costo de la vida, que en febre-
ro de 1950 era de un índice de 989, en octubre de 1952, pasó
a ser 1.733: experimentó un alza de 75,1%.

Esperanzas del país en el General Ibáñez

En septiembre de 1952, el país, por una serie de circuns-


tancias fatales, cometió la terrible equivocación —hoy lo reco-
107
noce toda la ciudadanía— de elegir Presidente de la República
a don Carlos Ibáñez del Campo.
Ningún ciudadano, como él, llegaba al Gobierno con ma-
yores posibilidades de prestar los más grandes servicios a la
Patria. Su triunfo, por considerable mayoría sobre sus conten-
dores, se debía especialmente a la votación de los empleados y
obreros, que tenían profunda y sincera fe en él y que —como
lo veía el país— estaban dispuestos a someterse a la autoridad
y disciplina del señor Ibáñez para salvar el proceso inflacio-
nista, estabilizar el valor de la moneda y contener, así el au-
mento del costo de la vida, que llena de inquietud y de amar-
gura a los hogares modestos. Tenía el prestigio del hombre
sobrio, honrado, que exigiría al país, dando él ejemplo de so-
briedad, los sacrificios que todos deberíamos compartir. Era
soldado: tenía tras sí no sólo la obediencia constitucional inal-
terable de nuestro Ejército, sino también su simpatía y su afecto.
En los momentos en que debían exigirse muchos sacrificios
a todos y en que el orden público y constitucional puede sub-
vertirse por obra de los demagogos que se aprovechan de los
tiempos duros, es muy necesario que el Gobierno cuente no
sólo con la disciplina, sino también con la mayor comprensión
de las fuerzas armadas. Nadie la tenía como el señor Ibáñez.
Por otra parte, tenía él la mejor Oposición; la que no conspira,
la que 110 hace paros ni huelgas, la que no ataca por meras
razones de oposición, la que estaba dispuesta a colaborar des-
interesadamente en todas sus iniciativas de bien público.
Al triunfar el señor Ibáñez, dije en el Senado, en nombre
de mi partido:
"Frente al nuevo Gobierno que se constituye, en derro-
ta nuestra, mantendremos una patriótica serenidad. Quere-
mos tener la satisfacción, el honor, de no dejarnos arrastrar
por la pasión partidista y no proceder con nuestros adversarios
triunfantes como antes se había procedido con nosotros, y co-
mo teníamos seguridad que se habría hecho con nuestro Go-
bierno en caso de haber obtenido la victoria.
Nos hacemos cargo de las inmensas dificultades que en-
cuentra el nuevo Gobierno y nos sentiríamos traicionando a
nuestro país si entorpeciéramos, por interés político, las solu-
ciones que consideramos convenientes para los agobiantes pro-
blemas que gravitarán sobre él, y que, equivocadamente, creía-
mos que pesarían sobre nosotros, llenándonos de patriótica in-
quietud.
Este será, pues, nuestro proceder: patriótico.
La pasión, el despecho, el rencor, la injusticia, los esco-
llos, no vendrán de nosotros.
108
No: por el contrario, nuestro anhelo sería tener que
aplaudir siempre al nuevo Gobierno. Ello significaría que es-
taba haciendo el bien del país, que es lo único que deseamos.
El que haga el bien de la Patria, aunque sea nuestro adversa-
rio, recibirá nuestro apoyo y nuestro aplauso. Y, en cambio de
ese aplauso, 110 pediremos ni intervención en el Gobierno, ni
influencias, ni puestos. Nos bastará que se sirva bien al país.
Si el Gobierno toma medidas equivocadas, si se aparta de
lo que nosotros consideramos el interés de la República, reci-
birá muy a pesar nuestro, nuestra censura, nuestra oposición,
patriótica, levantada, persuasiva, siempre dispuestos a colabo-
rar para que se enmienden los errores, como lo hemos hecho
permanentemente desde 1939, frente a los Gobiernos de don
Pedro Aguirre Cerda, don J u a n Antonio Ríos y don Gabriel
González Videla. Lo ha visto el país y lo registran, para honra
nuestra, los anales parlamentarios, que nos enaltecerán frente
a la historia".
Así hemos procedido, pero inútilmente.

El actual Gobierno

¡El Presidente de la República defraudó la fe que pusieron


en él sus amigos y 110 supo tampoco aprovechar la buena vo-
luntad patriótica que le ofrecíamos sus adversarios!
Al asumir el Gobierno, pidió las facultades extraordinarias
más amplias que jamás se habían otorgado a gobierno alguno,
para reorganizar la Administración Pública, para introducir eco-
nomías, a fin de financiar el Presupuesto —cuyo desfinancia-
miento, como lo enseñan todos los hacendistas, es el origen y el
principal impulso de un proceso inflacionista—. Al otorgar esas
facultades, sólo nos detuvimos en lo que la Constitución no per-
mitía, conio lo declaró don Fernando Alessandri, sereno y pon-
derado Presidente del Senado. Y 110 se olvide que, según to-
dos los constitucionalistas, nuestra Carta Fundamental es la
que da, entre todas las de los países democráticos, mayores
facultades de poder al Presidente de la República. Ni siquiera
nos inspiraba confianza de seriedad el Gabinete que las solici-
taba, ni los primeros actos del Gobierno, como el de retirar, con
gastos costosísimos, a casi todos los jefes de misión que repre-
sentaban digna y eficientemente al país ante las naciones ami-
gas, para reemplazarlos, en general, por personas indignas de
representar a nuestro Chile. Pero dimos esas facultades en el
deseo de colaboración, de no aparecer, desde un primer mo-
mento, ante el país, que había puesto su confianza en el señor
Ibáñez, como entorpeciendo su Gobierno, como negándole las
109
herramientas que él consideraba necesarias para solucionar las
dificultades que encontraba. El Ministro de Hacienda de en-
tonces, señor Rossetti, agradeció, emocionado, al Congreso las
facilidades que otorgaba al Ejecutivo para cumplir su alta
misión.
Bien sabe el país que con esas facultades se retiró a em-
pleados de la Administración para sólo llenar sus vacantes con
los amigos del Gobierno, hasta -donde éste pudo hacerlo. Con
esas facultades, existiendo un déficit cercano a los 10.000 millo-
nes, se aumentaron los gastos, en poco tiempo, en más de 2.500
millones más, ¡cuando el país necesitaba las más rigurosas eco-
nomías para no naufragar en una hecatombe económica, como
la que se ha precipitado!
Cientos de oficiales del Ejército han sido llamados a re-
tiro inoficiosamente; existen hoy en retiro más de mil altos
oficiales que reciben una jubilación reajustable de generales.
Después de la guerra del Pacífico, en que nuestro Ejército se
llenó de gloria y el país de riqueza, sólo pasaron a retiro cuatro
generales y un total, por el licénciamiento de divisiones com-
pletas, de 100 oficiales. Yo sé, positivamente, que el Ejército es
el que más lamenta y sufre con estos actos incomprensibles.
Las embajadas, con personas todas pagadas en dólares, de
una manera u otra, están llenas de funcionarios, en cargos que
antes no existían. Viajan, sin escrúpulos, en el extranjero, como
si estuviéramos en pleno auge, los Ministros de Estado, los altos
funcionarios, los parientes del Presidente de la República. Cien
oficiales, más o menos, se encuentran en el extranjero, con suel-
dos que fluctúan entre 2.500 a 3.000 dólares. Yo, que creo cono-
cer el espíritu del Ejército de mi patria, sé que él no puede
estar satisfecho de que se proceda así cuando el país está en
bancarrota, cuando no hay dólares para internar antibióticos,
ni maquinarias ni repuestos para la agricultura, lo que afecta
a la producción del país. El Ejército de Chile es demasiado só-
lido en su disciplina para que se pretenda halagarlo con privi-
legios odiosos frente a la ciudadanía, que quiere ver siempre
en él a los abnegados defensores de la patria, símbolos de ab-
negación y de civismo.
En todo se ve derroche, inconsciencia frente a la situación
que vivimos: incluso el rancho de la Moneda, donde más el
Gobierno debió demostrar austeridad y sacrificio, fué subido de
3 a 9 millones de pesos. Como lo repetía continuamente el jo-
ven Ministro Recabarren, la Presidencia de la República, en
estos momentos, tiene más de 60 automóviles a su servicio.
Entre tanto, nunca, salvo rarísimas excepciones, se ha in-
tentado siquiera introducir economías. Cosa que me parecía trá-
gica: cuando se han discutido aumentos de sueldos por el au-
llo
mentó del costo de la vida, por indicaciones del propio Ejecu-
tivo, se introducían nuevos mejoramientos de plantas, de gra-
dos, de sueldos en la Administración Pública, mientras no se
s a b í a cómo poder financiar el déficit fiscal, salvar la situación
e c o n ó m i c a en el borde mismo del precipicio.
La inconsciencia, la desorientación absoluta frente a los
graves días que vivimos, ha encontrado fiel reflejo en las per-
manentes e inexplicables crisis ministeriales que, atónito, con-
templa el país.
La estabilidad ministerial, anhelo de todo gobernante para
conservar a su lado a los hombres que representan su criterio
administrativo y su confianza, nunca había sido más perturba-
da. Ni aún en pleno régimen parlamentario, el tan execrado
que siguió a la Revolución del 91, los Gobiernos tuvieron, por
las alteraciones políticas —que se llamó politiquería— mayor
número de Gabinetes y Ministros. Y, cosa curiosa, todo por obra
y deseo del propio Presidente de la República, quien no tiene
partido político, pero sí toda la independencia y las facultades
constitucionales para rodearse de cuantos hombres considere ca-
paces, dignos y eficientes, y mantenerlos.
No ha habido Gobierno ni orientación definida. Algunos
buenos Ministros, que han tratado de poner orden, han salido
del Gobierno por caprichos misteriosos del Jefe del Estado.
A mí, que venero la tradición portaliana y balmacedista
de Ejecutivo fuerte —él más adecuado, como bien lo vió Simón
Bolívar para una democracia latina— y que creo que el prin-
cipio de autoridad es la base para todo buen gobierno, nada
me apena más, entre los tristes errores que ha cometido el Pre-
sidente de la República, que haber desprestigiado el régimen
presidencial, restablecido en 1925 y que permitió hacer un es-
pléndido gobierno, a la altura de los mejores de Chile, de 1932
a 1938. Mañana, más cjue nunca, será indispensable, para que
gobernantes eficientes pongan orden y salven al país, una Cons-
titución que dé al Ejecutivo todos los medios fáciles y expeditos
para arreglar las finanzas, poner disciplina en el trabajo, aus-
teridad en la Nación entera.
En pocas palabras: ha existido y existe total desorden ad-
ministrativo, total desorden económico.
Y, mientras tanto, en circunstancias en que siempre el
Congreso Nacional ha estado dispuesto a colaborar —quizá con
demasiada complacencia y largueza— con el Ejecutivo, como lo
han reconocido, innumerables veces, todos los ministros de
Estado que han llegado hasta él, el Presidente de la República,
su diario oficial y sus radios, nos han llenado de gratuitas
ofensas e injurias, las que, al tener una respuesta digna, han
111
creado forzada e inútilmente, por voluntad exclusiva del Pre-
sidente de la República, un ambiente denso y apasionado en
todo el país, con el resultado de percudirnos más, a unos y a
otros, para buscar serena, noble y patrióticamente las soluciones
encaminadas a salvar uno de los momentos más difíciles que ha
vivido el país.
Como consecuencia directa del total desorden en que he-
mos vivido y del aumento "incontrolado" de los gastos, como si
estuviéramos en el mejor ele los mundos, el Presupuesto llegó
en 1953 a 54.318 millones de pesos, y se produjo un déficit de
19.588 millones. En 1954, los gastos pasaron de 108 mil millo-
nes, y el déficit —no obstante los inmensos nuevos tributos so-
licitados, como el impuesto a las transferencias—, excedió de
40 mil millones. Como consecuencia de todo este desorden sin
igual, la emisión del Banco Central, que era al 31 de diciembre
ele 1952, de 15.513 millones de pesos, ascendió el 31 de diciem-
bre de 1953 a 23.681 millones, y, como consecuencia natural,
e! costo de la vida, que estaba el 31 de diciembre de 1952 en un
índice de 2.095, ascendió a 3.163, o sea, en más de un 50%. La
emisión ya es en la actualidad de 45 mil millones, suma fabulo-
sa, que explica el pánico monetario imperante. Sólo en el curso
de los seis primeros meses de este año, ha subido en un 35%.
Como consecuencia natural, repito, en los doce últimos meses
la vida ha subido en un 72%. Ya entramos, pues, desgraciada-
mente, en el despeñadero de un proceso hiperinflacionista (pie
se autoalimenta.

Consecuencias materiales y morales de la inflación

La inflación, resultado directo de la falta de sentido, del


deber, de responsabilidad de los gobernantes, como hoy lo pal-
pamos, produce el desquiciamiento económico y moral de los
pueblos. Estanca el progreso social, al concluir con el aho-
rro en los inmensos sectores de empleados y obreros, que repre-
sentan los 2/3 de los factores económicos humanos de una
sociedad. Empleados y obreros no pueden ahorrar, por el au-
mento incesante del costo de la vida, y porque ellos, y todos,
saben que es pésimo negocio ahorrar en una moneda que cada
día valdrá menos. El campo es, entonces, propicio para el co-
munismo. Son el ahorro, la perseverancia y el trabajo las virtu-
des que pueden convertir en capitalista al hombre pobre. Si
el ahorro desaparece, se lo sume en una terrible desesperanza,
que puede convertirse en una explicable rebelión colectiva.
Por otra parte, dice la economía, sólo la formación de ca-
pitales puede aumentar la producción de un país —en propor-
112
ción de 1 a 5—, y ya sabemos que es fatal aumentar el circu-
lante más allá de la producción. Si se quiere que el circulante,
con el objeto de hacer frente a los mayores anhelos de bienestar
de la sociedad, se aumente sin producir inflación, es absoluta-
mente indispensable ahorrar, capitalizar. En un país sumido en
la inflación, repito, dejan de ahorrar, de capitalizar las 2/3 par-
partes de su factor humano.
La inflación es, sí, al menos por u n tiempo, el régimen que
verdaderamente hace más ricos a los ricos y más pobres a los
pobres —la suprema injusticia social—, ya que sólo pueden ca-
pitalizar los que tienen productos y créditos, y estos créditos se
desvalorizan cada día más, mientras, a la vez, las inversiones de
estas personas se valorizan momento a momento.
La inflación- desmoraliza al hombre de trabajo, que debe
hacer constantes sacrificios para mantener la disciplina del de-
ber, "el oscuro coraje de un esfuerzo cotidiano", al ver cómo,
en días, los especuladores, debido a la inflación, ganan, sin
trabajo, sumas fabulosas.
En una palabra, la inflación es el cáncer mortal de los
pueblos, que termina con el desquiciamiento total.
La inflación abona, sí, con su podredumbre, el campo de
los demagogos, de los eternos pescadores de río revuelto, para
producir los trastornos sociales, en los que no se recuerda haya
ganado nadie nada, y sí, perdido muchos la vida, y las nacio-
nes, su tranquilidad, su estabilidad, su buen nombre, su pres-
tigio.
De ahí que, en nuestro paso por los gobiernos, no hay es-
fuerzo ni aún impopularidad que nuestros partidos —el Partido
Liberal y el Partido Conservador— no hayan arrostrado para
mantener el valor de la moneda y evitar sumir al país en un
proceso inflacionista.
Ahí están los ejemplos de nuestros gobiernos de 1878 a
1925, en los que la moneda se desvalorizó, como promedio, sólo
2/3 de penique al año, o sea —repito—, menos de un centavo
de dólar.
Ahí están los recuerdos, los hechos, las cifras evidentes que
marcan el paso por la Cartera de Hacienda de don Gustavo
Ross, don Arturo Matte y don Jorge Alessandri.
Me decía don Gustavo Ross, conversando con él sobre estos
problemas: un Gobierno consciente no debe dejar pasar u n de-
creto sin estudiar si de él pueden derivarse consecuencias infla-
cionistas. ¡Así defienden la moneda los estadistas conscientesl
Medidas para evitar la inflación
¿Medios para contener la inflación? ¡Son ya tan conocidos
por legos y profanos!
113
En este país inteligente, que sufre la inflación, ya todo el
mundo sabe en qué consiste ella y cuáles son sus causas, sus
orígenes y los remedios para combatirla.
Lo repetiremos, aunque nos parezca inútil y quizá ya tarde.
Como lo dice la economía por medio de la experiencia, las
emisiones del Banco Central deben ir limitándose paulatina-
mente, con severidad, al 10% de la renta nacional.
Para aumentar la renta nacional, es evidente que hay que
dar toda clase de estímulos a todos los que producen, sin "in-
terferir" sus actividades con "controles" de ningún orden, que
enervan las energías del hombre de acción, impidiéndole pro-
ducir todo lo que puede, lo que ocasiona un grave daño a la
sociedad dentera.
Siendo terriblemente pequeño el ritmo de la capitalización
de Chile, es indispensable dar toda clase de garantías, de con-
fianza, de estímulo, a los capitales extranjeros, para aumentar
nuestra capitalización y la producción nacional.
Es necesario, como ya una vez lo propuso don Gustavo
Ross al Presidente González Videla, que el Estado se libere de
la dura carga de continuar manteniendo las grandes empresas
industriales que formó la Corporación de Fomento de la Pro-
ducción. Hay que darles ahora vida propia, particular e inde-
pendiente. El Fisco debe entregarlas —en acciones numerosas,
para que a ellas tengan acceso todos los medios económicos del
país—, a todo el público chileno que quiera invertir-en ellas
sus economías. Así, el F'isco se liberaría de una fuerte carga y
recuperaría, en el circulante con que se pagaran las acciones,
parte de las emisiones "descontroladas" que ha emitido el Ban-
co Central. En todos los países de la tierra, aún en los de mayor
experiencia económica y financiera, como lo he demostrado
con hechos y cifras exactas, todas las empresas marchan mejor
en manos particulares que estatales. Al respecto, existen registra-
das experiencias suficientes para llenar muchos volúmenes.
De más parece decirlo: severa economía en los gastos fisca-
les, especialmente en los que deben cubrirse con moneda ex-
tranjera, con dólares, que tanto necesita el país para mejorar
la salud de sus habitantes y adquirir la maquinaria necesaria
para aumentar su producción agrícola, industrial y minera.
Es absolutamente indispensable modificar nuestro sistema
de cambios internacionales. Las importaciones y exportaciones
deben transarse en su valor real; y sólo mientras la normalidad
no se restablezca totalmente en un régimen de libertad, debe,
aún por algún tiempo, restringirse la importación de ciertas mer-
caderías superfluas.
No pueden seguir subvencionándose, en forma artificial,
114
ninguna clase de productos, para lo cual se grava hoy a toda la
economía nacional. El público se ha acostumbrado, así, a adqui-
rir fácilmente productos que consume en exceso y hasta dila-
pida.
Debe llegarse, paulatinamente, a la libertad de comercio
internacional, que fije las transacciones en su valor efectivo,
que permita al país aprovechar sus divisas en su verdadero va-
lor; limite importaciones superfinas, hoy subvencionadas indi-
j-ectamente por los tipos de cambios diferenciales; e impulse, sin
trabas, nuestra producción exportable, junto con concluir con
discriminaciones que siempre se convierten en favoritismos in-
justos, inmorales y odiosos.
Como ya estamos sumidos en lo que se ha de llamar "la
psicosis inflacionista", con un terrible desprecio por la moneda
devaluada, un comienzo serio de estabilización monetaria debe
ir acompañado de un cambio de moneda. Y la nueva moneda,
por su valor intrínseco, como es el caso de la plata, debe inspi-
rar fe, confianza y respeto cle4 público, para que éste la guarde,
no la dilapide como el billete devaluado, la ahorre, limite sus
gastos superfluos y contribuya así a limitar el circulante exce-
sivo. Sería indispensable, además, revisar nuestro régimen de
jubilaciones y leyes sociales, que constituyen una tremenda car-
ga para la Nación entera, descapitalizando al país. No es posible
que se haya legislado en el sentido de dar toda clase de facili-
dades para que los hombres dejen de trabajar en plena juven-
tud y que queden a cargo del Fisco y de las instituciones de
previsión, como un peso muerto para los hombres que trabajan
y luchan por producir. Por el contrario, debemos estudiar todos
los métodos para que trabaje, lo más posible, el máximo de
nuestra población. El trabajo es una de las fuentes de riqueza, y
da mayor agrado y felicidad que la ociosidad. Esto debe incul-
carse a los niños, desde todas las escuelas del país.
Hoy día, la totalidad de los empleados que viven de un
sueldo fiscal asciende a 177.624; las jubilaciones y montepíos
ascienden a 75.551. Esto es —sin tomar en cuenta las institucio-
nes semiíiscales—, viven a cargo del Estado 253.175 personas,
las que consumen el 82% del presupuesto nacional (este sector
consume la tercera parte de la renta nacional), y queda sólc
un 18% para obras públicas y para aumentar la producción
del país. ¡Por la Ley de Facultades Extraordinarias, salieron
de la Administración unos veinte mil empleados y se incorpora-
ron veintiséis mil nuevos!
Debe orientarse —como con tanta videncia lo señaló hace
más de 40 años don Francisco Enciria en su famosa obra "Nues-
tra Inferioridad Económica", que acaba de reeditarse con pro
115
logo de don Eduardo Moore —a la juventud, desde el liceo y
la universidad, hacia el trabajo productor y no hacia las ca-
rreras liberales, que han saturado al país de profesionales sin
clientela, lo que ha agravado el problema humano y restado a
la producción hombres de capacidad, de energía y de talento.

Moral política y buenas finanzas

Nunca será más oportuna que hoy en Chile la frase del


Barón Louis a su Monarca, que le pedía buenas finanzas: "Dad-
me moral política y yo os daré buenas finanzas". Moral poli,
tica necesita el país para recuperarse.
Más que un plan anti-inflacionista, debe existir un espíritu
anti-inflacionista, que debe encontrar en un gobierno ejemplar-
mente sobrio, sacrificado, abnegado, su base angular; un go-
bierno como el de Portales, que desprecie, si es posible, sueldos
y ventajas para él y los suyos; un gobierno que al pedir sacri-
ficios al país, pueda exhibir sus propios sacrificios y abnegacio-
nes. Esto lo pudo hacer el señor lbáñez al llegar al Poder, y aún
podría hacerlo, para su propia satisfacción y ejemplo de toda
la ciudadanía. Se necesita, además, que los políticos y parlamen-
tarios antepongan el interés del país al servicio de sus electores,
con lo cual no contribuirían a crear los grandes desfinancia-
mientos, las grandes crisis. La confianza es la primera condi-
ción que debe requerir un estadista que sube al Gobierno para
salvar ia bancarrota.
Cuando las izquierdas precipitaron a Francia en la desva-
lorización del franco, eran los propios políticos izquierdistas
quienes, con patriotismo, buscaban a Poincaré, al derechista, pa-
ra salvar la moneda y la República. La presencia de Raymond
Poincaré —la primera figura de la Francia de este siglo—, bas-
taba para que el franco comenzara a subir. Igualmente, después,
frente a una terrible crisis moral, precipitada por el escándalo
Stavisky, los parlamentarios de la mayoría izquierdista le pidie-
ron a otro derechista, Paul Doumergue, que restableciera la con-
fianza y el prestigio de la democracia; y con la colaboración
de todos, los restableció.
¿Quién duda hoy, en Chile, que si el Presidente de la Re-
pública, en un gesto patriótico, llamara a la Cartera de Ha-
cienda a don Gustavo Ross o don Jorge Alessandri, con colabo-
radores capaces, en los que el Presidente de la República pu-
siera su confianza, en retribución al sacrificio y a la lealtad que
ellos le ofrecieran, salvaría al país? Ello no es de extrañar, da-
das las inmensas exportaciones actuales de Chile, la muy buena
cosecha agrícola última y el deseo casi unánime de la ciudada-
116
nía de no sucumbir en la ruina. Seguramente, el dólar bajarla
en un día 200 pesos.
¿Por qué no lia hecho eso el Presidente de la República?
¿Por qué no lo hace hoy el Primer Mandatario, antes que los
acontecimientos sean superiores a los mejores hombres, a los
más capaces? ¡Porque no quiere!
¡Esa es la pena, la tristeza, el desaliento que embarga a los
buenos chilenos; mientras los malos, aprovechándose de la con-
fusión y del pánico creciente, conspiran en la sombra!
/
Llamamos al país a nuestro lado

"La democracia tiene en sus libertades una fuente perma-


nente de autocrítica, pero también de rectificaciones". La pa-
sión no debiera percudir al ciudadano para elegir el buen ca-
mino que ha de salvar a su patria. Yo les digo a los chilenos
que tenemos derechos para pedirles toda su confianza.
Repito: cuando nuestros partidos gobernaron a Chile desde
1878 a 1925, realizando una labor nacional inmensa, mantu-
vieron el valor de la moneda, la qué, durante 50 años, apenas
se desvalorizó en un centavo de dólar al año. A su paso por su
primer gobierno, el señor Ibáñez trajo la desvalorización de la
moneda, en tres años y medio, a las 5/6 partes de su valor. Al
recuperar nosotros las responsabilidades del Poder, valorizamos
la moneda en 250% y la estabilizamos como ninguna otra mo-
neda de la tierra en ese lapso. Dejamos el Poder en 1938; y la
moneda se desvalorizó, en 13 años, a cerca de 9/10 de su valor.
Vuelve al Gobierno el señor Ibáñez, y la moneda se desvaloriza,
en dos años y medio, en más de 2/3 de su valor.
La inflación imperceptible, virtualmente nula, desde 1932
a 1938, adquiere, si tomamos como base el costo de la vida,
un ritmo de 15,6% desde 1938 a 1952; de 48% desde 1952 a
1954, y de un 72% en el presente año.
Llamo, con justo derecho, con títulos legítimos, al ciuda-
dano consciente a estar a nuestro lado.'No le»digo que seamos
perfectos; no. Somos hombres y tenemos las debilidades huma-
nas. Pero hemos demostrado amar a Chile y haberlo gobernado
bien.
Siempre Inglaterra ha sido maestra de democracia. Allá, la
pasión, el resentimiento y la envidia no percuden el alma de los
ciudadanos cuando se trata de servir al país. Se calcula que para
que los conservadores ingleses hayan podido obtener cerca de
60 asientos de mayoría en la Cámara de los Comunes, han de-
bido votar por ellos no menos de 4 millones de obreros.
Así se hace patria y así, con comprensión, con espíritu abier-
117
to a la persuasión, a las realidades, se salvan las grandes crisis
económicas y humanas.
T o d o es cuestión de buena voluntad, origen de toda con-
vivencia digna entre los hombres.
En esta hora triste y oscura, yo, que tengo fe y que no
veo ya muchas esperanzas en los hombres, invoco a Dios, a su
Madre —proclamada, rodilla en tierra, por los que nos dieron
libertad, Patrona de Chile—, y les pido con fervor: ¡salvad a
Chile, nuestra tierra querida! (1).

(1) De un discurso pronunciado en el Senado el 6 de julio de


1955.
118
C U A D R O IV

Aumento de los Gastos Presupuestarios

Años Presupuesto en Presupuesto


papel moneda en US$

1938 $ 1.679.000.000 US$ 67.200.000


1939 1.666.867.470
1940 1.771.373.328
1941 2.194.293.561
1942 . 2.954.000.000 92.000.000
1943 3.185.648.609
1944 3.787.994.322
1945 4.749.036.895
1946 6.198.000.000 157.000.000
1950 20.637.000.000 190.000.000
1951 23.259.070.480
1952 29.072.875.273
1953 47.464.000.000 272.000.000
1954 63.000.000.000 315.000.000
1955 153.000.000.000
CUADRO II C U A D R O III
Años Circulante emitido Indice del costo de la vida
por el Banco Central

1938 $ 1.088 millones 1938 185,8


1941 1.790 " 1937 173,9
1943 2.754 " 1939 186,7
1944 3.178 " 1940 206,1
1945 3.573 " 1941 232,8
1946 4.314 " 1942 304,3
1947 5.147 " 1943 353,9
1948 6.097 " x 1944 395,4
1949 7.521 " 1945 430,2
1950 8.699 " 1946 498,6
1951 10.918 " 1947 666,0
1952 15.513 " 1948 785,9
1953 18.879 " 1949 933,3
1954 26.653 " 1950 1.074,8
1955 44.000 " 1951 1.314,0
1952 1.605,5
1953 2.012,2
1954 4.314,5
1955 5.987
119
C U A D R O IV

I . S E R I E DE D É F I C I T O S U P E R Á V I T DE LO 1 } E J E R C I C I O S FISCALES
DESDE 1 9 3 2 HASTA 1954

Fuente: Memoria de la Contrataría


Gral. de la República.

Años Resultado del ejercicio fiscal


en millones de pesos

Superávit Déficit

1932 188.852.000
1933 ( 1 ) . . . 1.831.654
1934 68.108.000
1935 117.689.000
1936 85.690.839
1938 43.892.911
1938 14.939.596
1939 30,1
1940 (2) 120,2
1941 265,1
1942 98,2
1943 222,2
1944- 382,7
1945 210,5
1946 499,4
1947 (3) 368,3
1948 1.353,3
1949 979,3
1950 (4) 1.750,0
1951 1.663,0
1952 5.764,0
1953 (5) 0.403,0
1954 8.516,0

(1) 1933-1938 Ministro Ross.


(2) 1940-1946 Gobiernos radicales.
(3) 1947-1949 Ministerio Jorge Alessandri.
(4) 1950-1952 Sensibilidad Social.
(5) 1953-1954 Gobierno Ibáñez.
120
III

Abramos camino a una

superación que llegará

a l g ú n d í a

Primero la Revolución Inglesa y las solemnes declaraciones


del Parlamento de 1688, y después, la Revolución Francesa, aún
con toda su horrible carnicería e injusticias, conquistaron para
la Humanidad el supremo de los bienes: la libertad, la invio-
labilidad del ciudadano mientras él no vulnere los derechos aje-
nos, la libertad de conciencia, la libertad de expresar todas las
ideas, la libertad política, la libertad de reunión, la inviolabi-
lidad del hogar, la igualdad ante la ley.
Es, sin duda la libertad el supremo bien de los pueblos, por
la cual —se ha probado por tantos y con tan renovados sacri-
ficios— el hombre entrega la vida.
No puede concebirse satisfacción ni bienestar algunos que
no vayan precedidos de libertad.
De los pensadores, precursores de la Revolución Francesa,
en especial de Rousseau, nació el concepto de que la soberanía
debía residir en el pueblo, y no en el monarca de derecho
divino.
Y el pueblo se manifiesta en las urnas por el sufragio; y
así se han constituido los gobiernos democráticos.
A contar desde entonces, las democracias que se han cons-
tituido, basadas en tales printipios, entre ellas la democracia
chilena, han rendido culto a este sistema, como otrora se rendía
culto a los monarcas de derecho divino.
Deben repudiarse, sí, las dictaduras en nombre de princi-
pios obvios: del derecho de las naciones a elegir sus gobernan-
tes. Es repudiable el principio monárquico, intrínsicamente in-
justo e inconveniente, como que las virtudes no se heredan (si
es que fueron virtudes y no la fuerza, las que constituyeron
las principales monarquías), y sin dejar de reconocer también
que hay pueblos que han encontrado su felicidad en las monar-
quías constitucionales; y dueños son ellos de elegir y mantener
el sistema que más les place y que mejor les ha servido. Pero,
en principio, repito, toda autocracia es repudiable, en nombre
del derecho y de la justicia. U n gobierno autocrático debe su-
121
poner un absurdo: la infabilidad de un hombre, y, en home-
naje a este absurdo, se concluye con la libertad, con todos o
casi todos los derechos de la ciudadanía. De ahí que en la con.
ciencia cívica de nuestra civilización occidental, la mayor mons-
truosidad sea la tiranía, el despotismo.
Hay que reconocer que en momentos anormales en la vida
de las naciones, hubo dictadores que hicieron bien a sus patrias,
al salvar principios esenciales, derechos esenciales, ante el total
naufragio de la organización social. Pero ellos deben ser siem-
pre regímenes transitorios, porque, al carecer de origen jurídi-
co, por carecer de derecho legal, siempre se derrumban, y al
caer, han sumido, las más de las veces, a sus pueblos en una
anarquía aún mayor que la que trataron de salvar; y los que
lograron consolidarse tuvieron después sucesores que vinieron
a demostrar que nada bueno, duradero y sólido puede subsistir
al margen del derecho. Hay ejemplos recientes y antiguos. Gran-
des dictadores, como Augusto, Vespacia'no y Tito, hicieron po-
sible el gobierno de Nerón, Tiberio, Domiciano, Vitelio, Clau-
dio y Calígula.
De ahí que los pueblos más civilizados, velando por su es-
tabilidad, en resguardo de sus libertades, de los derechos ciuda-
danos, hayan establecido en sus Cartas Fundamentales, en sus
Constituciones, en forma escrita y solemne, los derechos de los
gobernados y las atribuciones de los gobernantes.
Dentro del respeto a estas normas, Chile ocupa, entre los
países contemporáneos, un puesto de honor, de bien ganado
prestigio, que es uno de los más valiosos acervos de la patria,
que todps debemos esforzarnos por mantener intacto.
Pero, ¿significa todo esto que la organización jurídica re-
presentativa de las naciones deba tener como fundamento el
sufragio universal?
¿Qué es el sufragio universal? Una urna en la que sufraga
una inmensa mayoría de ignorantes; y se pretende obtener de
ella un buen gobierno y buenas leyes. Es obvio que esto es un
absurdo.
Dijo Disraeli, como antes Perogrullo: "Jamás la ignoran-
cia ha resuelto problema alguno".
También lo dijo Sir James Bryce —profesor de la Univer-
sidad de Oxford, Embajador de Inglaterra en Estados Unidos
y en Chile, para nuestras fiestas centenarias, autor de obras ya
consideradas clásicas, como "Historia del Imperio Romano de
Occidente" y "La Constitución Política de los Estados Unidos",
miembro del Gabinete de Gladstone en 1892—: "Democracia ig-
norante: democracia falsificada".
Y pregunto, ¿y qué democracia, constituida a base de
122
sufragio universal, no es democracia ignorante, y, por tanto,
falsificada?
Y de ahí que Paul Valery, el talentoso académico francés,
haya definido al sufragio universal como "un sistema que exige
a las multitudes opinar y decidir sobre lo que no entienden".
Es, pues, evidente que no puede constituirse la dirección, el
gobierno de los pueblos, a base de una mayoría de ignorantes.
Uno de los más grandes filósofos y sociólogos contempo-
ráneos, Ortega y Gasset, partidario, antes, de la implantación
de la República en España, haya escrito en su célebre obra "La
Rebelión de las Masas": En una buena ordenación de las cosas
públicas, la masa no debe actuar por sí misma! Ha venido al
mundo para ser dirigida, influida, representada, organizada
—hasta para dejar de ser masa o, por lo menos, aspirar a ello—.
Pero no ha venido al mundo para hacer todo eso por sí. Nece-
sita regir su vida a la instancia superior, constituida por las
minorías excelentes. Discútase cuanto se quiera quiénes son los
hombres excelentes; pero que sin ellos —sean unos o sean o í r o s -
la humanidad no existiría en lo que tiene de más esencial, es
cosa sobre la cual conviene que no haya duda alguna, aunque
.lleve Europa todo un siglo metiendo la cabeza debajo del alón,
al modo-de los estrucios, para ver si consigue no ver tan radiante
evidencia. Porque no se trata de una opinión fundada en he-
chos más o menos frecuentes y probables, sino en una ley de
"física" social, mucho más inconmovible que las leyes de la físi-
ca de Newton. El día que vuelva a imperar en Europa una
auténtica filosofía —única cosa que pueda salvarla—, se volverá
a caer en la cuenta de que el hombre es, tenga de ello ganas
o no, un ser constitutivamente forzado a buscaj una instancia
superior. Si logra por sí mismo encontrarla, es que es un hombre
excelente; si no, es que es un hombre-masa y necesita recibirla
de aquél".
Don Valentín Brandau, en su espléndida obra "Al Servicio
de la Verdad", que ha llamado la atención por su maciza soli-
dez, hace profundas consideraciones al respecto:
". . . De entre todas las aspiraciones monstruosas de nues-
tro tiempo, la más monstruosa, sin duda, es la que se propone
la transformación de las sociedades actuales en el sentido de
elevar la clase popular al rango de clase directiva, y en el senti-
do consecuencial de privar de las funciones que les corresponden
naturalmente a las clases, grupos u hombres superiores. ¿Qué
significación debemos atribuir a esta transformación en lo que
respecta a las direcciones gubernamentales? La misma que atri-
buiríamos al traspaso de la dirección de los navios a los mari-
neros, de la dirección de los ejércitos a los soldados, de la direc-
123
ción de las industrias a los obreros, de la dirección de los
establecimientos educacionales a los educandos. La misma sig-
nificación, de otra manera dicho, que atribuiríamos al hecho
de confiar a la ininteligencia, a la ignorancia, a la inexperien-
cia, y, en una palabra, a la ineptitud absoluta, la solución de
los más arduos, oscuros e inextricables problemas de 110 im-
porta qué especie".
Y, Henri Decugis en "Le Destín des races blanches", citado
por Braudau, agrega: "Desde que los individuos superiores
disminuyen en número y en calidad, la decadencia íntima de
los pueblos aparece inevitablemente y es entonces cuando los
dirigentes cesan de desempeñar sus funciones obligadas y cuan-
do los elementos, en mayor o menor grado incapaces, se apode-
ran de la dirección social. Y, muy naturalmente, la organización
política se disgrega poco a poco; la incompetencia, el desorden,
el parasitismo, la inmoralidad y la venalidad se introducen en
los cuadros del Estado; el cuerpo social se disgrega, y los dicta-
dores se instalan en el poder. . . Es así como perecieron los
grandes imperios construidos en otro tiempo por los romanos,
los egipcios, los chinos, los incas, los aztecas, los españoles e
innúmeros otros. Pocas leyes sociológicas se hallan al presente
mejor y más sólidamente establecidas que ésta, y ella esparce
una luz meridiana sobre las causas profundas de la caída de las
civilizaciones".
Para que los regímenes constitucionales puedan, pues, sub-
sistir, para que 110 pierdan su prestigio, su respetabilidad al
perder su eficiencia, es indispensable" despojarlos de sus vicios.
Es justamente lo que ha expresado Wells: "El que ame la de-
mocracia, luche por extirparle los vicios con que la han esteri-
lizado lo» demócratas".
Hay, sí, que velar por el prestigio y eficiencia de la demo-
cracia —"el menos malo de los regímenes políticos", como sos-
tiene Barthelemy; el más justo, porque es el que más propende
a "dar a cada cual lo que le pertenece"; el más adecuado a la
idiosincracia humana, que ama la libertad como el supremo de
los bienes.
Cuando las democracias, víctimas de sus vicios, decaen, de-
generan, sucumben la libertad y el derecho.
Las Repúblicas en decadencia han sido siempre la cuna
de los césares.
Por eso ha dicho Jorge Roux: "No hay que culpar tanto a
las dictaduras como a los regímenes que las hacen posibles".
Y por eso, porque amamos la libertad como el supremo
bien de los hombres y de los pueblos, porque queremos la sub-
sistencia del sistema político legal que lo representa en forma
124
más genuina, hay que prestigiarla; y, para que mantenga su
eficiencia y, así, su prestigio, es indispensable que no encuentre
como su fuente de generación exclusiva el sufragio universal,
esa urna en que sufraga una inmensa mayoría de ignorantes.
Pfatón, uno de los cerebros más luminosos que ha tenido
la humanidad, concebía el Estado, generado por los mejores, al
servicio de la República:
"Mientras no reinen los cuerdos —escribía él—, o mientras
ni reyes ni príncipes reinen con arreglo a la cordura y, por
consiguiente, permanezca divorciado de ella el Gobierno, será
imposible suprimir los males que en la actualidad sufren los
Estados y todo el género humano. Deben gobernar al pueblo re-
yes-filósofos. Ellos deben ser los verdaderos guardianes del Es-
tado, ayudados en su misión por los funcionarios y los guerre-
ros. A estos, de un nivel intelectual y moral superior al pueblo,
se les debe situar por encima de él. La Idea del Bien es el
modelo según el cual deben los reyes-filósofos esforzarse por
organizar el Estado. No será perfecto hasta que esté dirigido
por un hombre que posea a fondo la ciencia del bien. Los
individuos de las clases inferiores no se hallan en situación de
adquirir esta ciencia; porque la muchedumbre no ve el bien
más que en los placeres, pero no en las preocupaciones del
espíritu. Los trabajos agotadores y bajos a que está obligada a
entregarse lo amenguan física como moralmente. Sólo las fami-
lias distinguidas que posean una vasta cultura políticá, a la
vez que ciencia y estética, se hallan en condiciones de suminis-
trar candidatos a los puestos directivos del Estado".
Indudablemente, no puedo participar de estos conceptos
de Platón. Anhelo el gobierno de los mejores, en el auténtico
sentido de aristocracia, pero no acepto la eliminación del pue-
blo por ser pueblo, ni el gobierno de las familias distinguidas
por ser familias distinguidas. Las inteligencias y virtudes no
siempre se heredan: hay que buscarlas donde estén. Pero, sí,
deben gobernar los mejores.
Conceptos similares expresaba don José Manuel Balmace-
da en la Cámara de Diputados de Chile en 1873: "No sostengo
el privilegio de la riqueza, pero tampoco defiendo el privilegio
de la pobreza". He aquí el concepto auténticamente liberal.
Y conceptos muy análogos a los de Platón manifestó Peri-
cles en su elogio de Tucides; y también Heródoto, quien al
ponderar la excelcitud de Atenas, recordaba que en ella sólo
votaban 30.000 ciudadanos.
Los romanos, verdaderos precursores de las fórmulas lega-
les, tanto de derecho público como de derecho privado, que
h a n adoptado los Estados modernos, comprendieron la necesidad
125
de poner la República en manos de los mejores, de los más
capacez. ¿Qué otra cosa, sino eso, fué el Senado romano? El Se-
nado romano se componía de unos trescientos ciudadanos, desig-
nados por el Censor, personaje que había llegado a la culmina-
ción de la carrera de los honores, quien los elegía entre los
más preeminentes y respetables. La mayor parte eran antiguos
magistrados. Casi siempre se designaba a quienes eran ya sena-
dores; de modo que, en general, este cargo era vitalicio. En tal
forma, el Senado, era la Asamblea de los primeros hombres de
Roma; de ahí su prestigio. Cuando ocurría algo grave, uno de
los magistrados reunía al Senado en su templo, le exponía la
cuestión y después le pedía su parecer. Su respuesta era el
"senado-consulto", que constituía, después, la más respetada
jurisprudencia. El pueblo tenía confianza en el Senado, porque
le creía, con razón, mejor informado, más culto y más experto.
Los magistrados siempre lo acataban.
Así el Senado dirigía los negocios públicos, declaraba la
guerra, determinaba el número de soldados, recibía a los em-
bajadores, hacía la paz y fijaba los ingresos y gastos públicos. El
pueblo ratificaba sus acuerdos y los magistrados los ejecutaban.
Cuenta la historia que el año 200, resolvió el Senado declarar
la guerra al rey de Macedonia; el pueblo, atemorizado, se negó
a votarla. Entonces, el Senado mandó que un magistrado re-
uniese de nuevo a los comicios y les hablara para persuadirlos.
El pueblo acabó por aceptar. Se ha dicho, con razón, "el pueblo
reinaba, como ios soberanos ingleses, pero quien gobernaba era
el Senado".
En la Edad Media y en los comienzos de la edad moderna
—salvo la República aristocrática de Venecia y Florencia, antes
de los Médicis—, el feudalismo y las monarquías absolutas nos
dejaron pocas lecciones de derecho público.
Siglos después, Simón Bolívar, libertador y fundador de
cinco Repúblicas —dolorosamente sorprendida del caop que si-
guió en Sudamérica al advenimiento de la Independencia, cuan-
do estos pueblos nuevos quisieron aplicar los principios de la
Revolución Francesa, lo que les llevó, por terrible constraste, a
vivir en permanentes pronunciamientos de caudillos militares o
en manos de tiranos vitalicios—, escribió, con su propia mano,
sabias advertencias para los pueblos que él había libertado:
"Un pueblo pervertido si alcanza la libertad, muy pronto
vuelve a perderla. La libertad —dice Rousseau—, es un alimento
suculento, pero de difícil digestión. Nuestros débiles conciudada-
nos tendrán que robustecer su espíritu mucho antes que logren
digerir el saludable nutritivo de la l i b e r t a d . . . La naturaleza
nos dota, al nacer, del incentivo de la libertad; mas, sea pereza,
126
lo cierto es que ella reposa tranquila, aunque ligada con las
t.abas que le imponen. Al contemplarla en este estado de pros-
titución, parece que tenemos razón para persuadirnos que los
más de los hombres tienen por verdadera aquella humillante
máxima, que más cuesta mantener el equilibrio de la libertad
que soportar el peso de la tiranía. Muchas naciones antiguas y
modernas han sacudido la opresión; pero son rarísimas las que
han sabido gozar de algunos preciosos momentos de libertad;
muy luego han recaído en sus antiguos vicios políticos: porque
son los pueblos más bien que los gobiernos los que arrastran
tras de sí la tiranía. El hábito de la dominación los hace insen-
sibles a los encantos del honor y de la prosperidad nacional; y
miran con indolencia la gloria de vivir en el movimiento de la
libertad, bajo la tutela de las leyes dictadas por su propia vo-
luntad. . . Pero, ¿cuál es el gobierno democrático que ha reuni-
do, a una vez, prosperidad y permanencia? ¿Y no se ha visto, por
el contrario, la aristocracia, la monarquía cimentar grandes
y poderosos imperios por siglos de siglos? ¿Qué Gobierno más
antiguo que el de China? ¿Qué República ha excedido en du-
i ación a la de Esparta, a la de Venecia? ¿El Imperio Romano
no conquistó la tierra? ¿No tiene la Francia catorce siglos de
monarquía? ¿Quién es más grande que Inglaterra? Estas na-
ciones, sin embargo, han sido o son aristocracias y monarquías.
Nuestra constitución moral no tenía todavía la consisten-
cia necesaria para recibir el beneficio de un gobierno comple-
tamente representativo, y tan sublime, cuanto podía ser
adoptado por una República de santos. . . N o todos los ojos
son capaces de soportar la luz celestial de la perfección. El libro
de los Apóstoles, la moral de Jesús, la obra divina que nos ha
enviado la Providencia para mejorar a los hombres, tan subli-
me, tan santa, es un diluvio de Juego en Constantinopla y el
Asia éntera ardería en vivas llamas si este libro de paz se le
impusiese repentinamente por Código de religión, de leyes y
de costumbres. La República clásica de Atenas de Solón sólo
duró diez años, mientras que Esparta, con sus reyes, tuvo más
larga vida que la de Pisístrato y Epaminondas; porque, a veces,
son los hombres no los principios, los que forman los gobiernos.
Los códigos, los gobiernos, los estatutos, por sabios que sean,
son obras muertas que poco influyen sobre las sociedades: hom-
bres virtuosos, hombres patriotas, hombres ilustrados constitu-
yen las Repúblicas. La constitución romana es la que mayor
poder y fortuna ha producido a ningún pueblo del mundo; allí
no había una exacta distribución de los poderes. Los cónsules,
el Senado, el pueblo eran legisladores, ya magistrados, ya jue-
ces; todos participaban de todos los poderes. El Ejecutivo, com-
127
120
puesto de cónsules, padecía del mismo inconveniente que el de
Esparta. A pesar de su deformidad, no sufrió la República la
desastrosa discordancia que toda previsión habría supuesto in_
separable de una magistratura compuesta de dos individuos
igualmente autorizados, con las facultades de u n monarca. Un
Gobierno cuya única inclinación parecía destinado a cimentar
la felicidad de una nación; un Gobierno monstruoso y pura-
mente guerrero elevó a Roma al más alto esplendor de virtud
y de gloria y formó de la tierra un dominio romano, para de-
mostrar a los hombres de cuánto son capaces las virtudes polí-
ticas y cuán indiferentes suelen ser las instituciones. Y pasando
de los tiempos antiguos a los modernos, encontramos la Ingla-
terra y la Francia llamando la atención de todas las naciones
y dándoles lecciones elocuentes de toda especie en materia de
gobiernos. La revolución de estos dos grandes pueblos, como
un radiante meteoro, ha inundado al mundo, con tal profusión
de luces políticas que ya todos los seres piensan que han apren-
dido cuáles son los derechos del hombre y sus deberes, en qué
consisten la excelencia de los gobiernos y en qué consisten sus
vicios. Todos saben apreciar el valor intrínsico de las doctrinas
especulativas de los filósofos y legisladores modernos. En fin,
este astro en su luminosa carrera aun ha encendido los pechos
de los apáticos españoles, que también se han lanzado en el tor-
bellino político, h a n hecho sus efímeras pruebas de libertad,
han reconocido su incapacidad para vivir bajo el dulce dominio
de las leyes y han vuelto a sepultarse en sus prisiones y hogue-
ras inmemoriales.
Roma y Gran Bretaña son las naciones que más han so-
bresalido entre las antiguas y modernas; ambas nacieron para
mandar y. ser libres, pero ambas se constituyeron, no con bri-
llantes formas de libertad, sino con establecimientos sólidos.
No seamos presuntuosos, legisladores; seamos moderados
en nuestras pretensiones. No es probable conseguir lo que no
ha logrado el género humano, lo que no han alcanzado las
más glandes y sabias naciones. La libertad idefinida, la demo-
cracia absoluta son los escollos donde h a n ido a sepultarse todas
ias esperanzas republicanas. Echad un amirada sobre las repú-
blicas antiguas, sobre las repúblicas modernas, sobre las repú-
blicas nacientes. Casi todas han pretendido establecerse absolu-
tamente democráticas y a casi todas se les han frustrado sus
justas aspiraciones. Son laudables ciertamente los hombres que
anhelan por instituciones legítimas y por una perfección social;
pero, ¿quién ha dicho a los hombres que ya poseen toda la
sabiduría, que ya practican toda la virtud que exige imperio-
samente la liga del poder con la justicia? Angeles, no hombres,
pueden únicamente existir libres, tranquilos y dichosos, ejer-
ciendo toda la potestad soberana. Ya disfruta el pueblo de
Venezuela de los derechos que legítima y fácilmente puede go-
zar, moderemos, ahora, el ímpetu de las pretensiones excesivas,
que quizás le suscitaría la forma de un Gobierno incompetente
para él; abandonemos el triunvirato del Poder Ejecutivo, y con-
centrándolo en un Presidente, confiémosle la autoridad suficien-
te para que logre mantenerse luchando contra los inconvenientes
anexos a nuestra reciente situación, al estado {le guerra que
sufrimos y a la especie de enemigos externos y domésticos, contra
quienes tendremos largo tiempo que combatir.;. Mi deseo es
que todas las partes del Gobierno y administración adquieran el
grado de vigor que únicamente puede mantener el equilibrio,
no sólo entre los miembros que componen el Gobierno, sino
entre las diferentes fracciones de que se compone nuestra socie-
dad. Nada importaría que los resortes de u n sistema político se
relajaran por sus debilidades, si esta disolución no arrastrase
consigo la disolución del cuerpo social y la ruina de sus asocia-
dos. Todos los pueblos del mundo han pretendido la libertad,
los unos por las armas, los otros por las leyes, pasando, alterna-
tivamente, de la anarquía al despotismo o del despotismo a la
anarquía; muy pocos son los que se han contentado con preten-
siones moderadas, constituyéndose de un modo conforme a sus
medios, a su espíritu y a sus circunstancias. No aspiremos lo im-
posible, no sea que, por elevarnos sobre la región de la libertad,
descendamos a la región de la tiranía. De la libertad absoluta
se desciende siempre al poder absoluto, y el medio entre estos
dos términos es la suprema libertad social. Teorías abstractas
son las que producen la perniciosa idea de una libertad ilimi-
tada.
« Si el Senado, en vez de ser electivo, fuese hereditario, sería,
en mi concepto, la base, el lazo, el alma de nuestra República.
Este Cuerpo, en las tempestades políticas, pararía los rayos del
Gobierno y rechazaría las olas populares. Adicto al Gobierno,
por el justo interés de su propia conservación, se opondría siem-
pre a las invasiones que el pueblo intenta contra la jurisdicción
y la autoridad de sus magistrados... El Senado hereditario, como
parte del pueblo, participa de sus intereses, de sus sentimientos
y de su espíritu. Por esta causa no se debe presumir que el Se-
nado hereditario se desprenda de los intereses populares, ni olvi-
de sus deberes legislativos. Los senadores en Roma y los lores en
Londres, han sido las columnas más firmes sobre que se ha
formado el edificio de la libertad política y social.
La educación forma al hombre moral, y para formar a
129
un legislador se necesita, ciertamente, educarlo en una escuela
de moral, de justicia, de leyes.
T a n tirano es el Gobierno democrático absoluto como un
déspota; así sólo un Gobierno temperado puede ser libre.
Sin moral republicana no puede haber Gobierno libre.
Si se quiere República en Colombia, es preciso, también,
que haya virtud política.
No hay libertad legítima sino cuando ésta se dirige a
honrar a la humanidad y a perfeccionarle su suerte. T o d o lo
demás es pura ilusión, y una ilusión perniciosa".
Y, para terminar con las palabras del gran genio realista
—como que sólo los grandes realistas han sido los grandes esta-
distas de la historia: "La excelencia de un Gobierno no consis-
te en su teoría ni en su mecanismo, sino en ser apropiado a la
naturaleza y al carácter de la nación para quien se instituye.
El sistema de Gobierno más perfecto es aquel que produce ma-
yor suma de felicidad posible, mayor suma de seguridad social
y mayor suma de estabilidad política".
Si Bolívar no hubiese sido, con su empuje idealista y ro-
mántico y con su genio militar, el fundador de cinco Repúbli-
cas, habrían bastado estas últimas palabras suyas, escritas antes
del caos en que se sumió Latinoamérica, para que le consagrá-
ramos el primero de los genios del continente.
Y la sinceridad de sus convicciones están ratificadas por su
proceder: pudo ser rey y no lo quiso, para ser consecuente con
sus actos.
¡Qué de episodios vergonzosos, qué de tiranías omminiosas
no se habría evitado América si acoge las lecciones del Liber-
tador!
Veinte y siete años duró la dictadura del doctor Francia
en Paraguay; 26 la de Gómez en Venezuela; 30 la de don Por-
firio Díaz en México; 23 la de Rozas en Argentina; 22 la de
Leguía en el Perú; 22 lleva T r u j i l l o en Santo Domingo y 10
alcanzó a dominar Perón en Argentina, sin más voluntad que
la suya. El adverso de la medalla lo constituyen los Presidentes
permanentemente depuestos o asesinados en Bolivia, Paraguay,
Ecuador, Panamá, etc.
San Martín, por su parte, expresó conceptos análogos a los
de Bolívar: "El mejor Gobierno no es el más liberal en sus prin-
cipios, sino el que hace la felicidad de los que obedecen. A los
pueblos no se les deben dar las mejores leyes, pero sí las más
apropiadas a su carácter". Y era tan intenso el temor de San
Martín al sufragio popular en estas Repúblicas, que él había
contribuido, en gran medida, a libertar que, como todos sabe-
mos, era él francamente partidario de establecer en ellas el
130
sistema monárquico, lo que O'Higgins, su amigo, nunca pudo
aceptar.
Más tarde, Donoso Cortés, el notable estadista y pensador
español, vaticina, en 1850, los peligros que para la civilización
occidental significará la eliminación de sus jerarquías intelec-
tuales a impulsos del sufragio universal. En esa misma época,
Luis Veuillot exclamaba: "Si Francia no acaba con el sufragio
universal, el sufragio universal acabará con Francia". ¿Y puede
discutirse cómo Francia ha ido perdiendo su importancia inter-
nacional como consecuencia de su politiquería interna? El pro-
pio actual Presidente de Francia, M. Coty, acaba de declarar
que "nada sólido ha construido el país en los últimos cuarenta
años, que está a p u n t o de perder su condición de gran potencia
y que no volverá a ser fuerte hasta que no modifique su sistema
político".
Cánovas del Castillo, el restaurador de la monarquía libe-
ral y parlamentaria de España, afirmó: "El sufragio universal
será siempre una farsa, un engaño a las muchedumbres . . . O
será en estado libre y obrando con plena independencia: comu-
nismo fatal e irresistible" . . . Y ese era, justamente, el camino a
que marchaba fatalmente España en 1936.
Castelar agregaba: "De tomar el vocablo en todo el rigor
de su acepción, habría que decir que no ha existido nunca
verdadera democracia y que no existirá jamás, pues es contra-
rio al orden natural que el mayor número gobierne y el pequeño
sea gobernado. Si hubiera un Gobierno de dioses, se gobernaría
democráticamente; mas, un Gobierno tan perfecto no es propio
para los hombres".
Alejandro Lerroux —el incansable luchador por la instau-
ración de la República en España, jefe del radicalismo español.
Ministro de Asuntos Extranjeros a la caída del rey, varias veces
Primer Ministro durante la República, quien, por espacio de
cuarenta años, sufrió prisiones y destierros por sus convicciones
republicanas—, ante el desquiciamiento político en que naufra-
gó la República, forzando su espíritu para seguir sincero con-
sigo mismo, escribe frases que merecen anotarse junto a la de
los grandes políticos y pensadores ya citados:
"Las Constituciones no crean democracias, ni las demo-
cracias crean libertades. Es al contrario: la cultura crea libertad,
la libertad democracia y la democracia regímenes de gobierno
que, si buscan su camino en las profundidades de la tradición,
sus esencias en la espiritualidad de la civilización común y sus
medios en las realidades presentes, pueden conducir a los pue-
blos, en largos y pacientes procesos de revolución, más o menos
pacífica, hacia estados de prosperidad moral y material, imá-
genes de la felicidad eterna.
131
Acaso llegásemos a encontrar que no fueron empleados
los mejores medios de aplicación y realización; que pueda haber
otros caminos más acertados; y que, en fin, el mal no radica en
los principios mismos, tanto como en los hombres, que no han
estudiado bastante, que no se han instruido ni educado con una
preparación suficiente, que no han alcanzado las virtudes de
abnegación y sacrificio que caracterizan a los fundadores y
conductores.
. . . Ni Inglaterra, ni Francia, ni país alguno colonial em.
plean en sus colonias todas, los mismos métodos de gobierno
que defienden a tanta costa en la metrópoli.
. . .Y quien lo hacía fracasar era la grey, el pueblo, la
masa, en cuyo servicio, instintivo y deliberadamente, la evolu-
ción política había humanizado los regímenes de gobierno y
había llegado de nuevo a las f.ormas democráticas para alcanzar
un día las de mayor posible justicia social en una civilización
de superior cultura.
Lo sensato sería dejar a cada pueblo en su experiencia,
observar, estudiar y hacer nosotros la nuestra, aprovechando los
materiales que tenemos a mano, sin volver atrás a reincidir en
el error, sin buscar la comodidad de la imitación o de la copia
servil, sino forjando en la fragua del sacrificio, por nuestra
propia mano, el patrón o modelo de la organización más ade-
cuada a nuestras tradiciones, a nuestra historia, a nuestra geo-
grafía, a nuestro carácter, a nuestro genio.
Si acertásemos en nuestro carácter a ser "españoles espa-
ñolistas", por encima de todo, acaso encontrásemos la solución
que nos pide nuestra necesidad. Y no sería poca fortuna.
La libertad no es incompatible con la función social de
cada individuo, ni merece llamarse libertad, sino arbitrariedad,
la que no se someta a los fines y conveniencias sociales. La mi-
sión más alta de la autoridad consiste en mantener la armonía
entre el individuo, la sociedad y el Estado. Tampoco merece el
nombre de autoridad la que no es capaz de afrontar y someter,
sin anularla, los peligros de la libertad".
Y en el Parlamento inglés, Macaulay, el más ilustre de los
historiadores de esa admirable nación, que es la cuna de las
libertades ciudadanas, uno de los primeros cerebros del brillante
siglo pasado, en sesión de 3 de mayo de 1824 de la Cámara de
los Comunes, manifestaba también sus temores ante el sufragio
universal. Aseguró que no sería el peor efecto de su instaura-
ción el dar un Jefe del Poder Ejecutivo en vez de una Reina, y
un Senado en vez de una Cámara de los Lores. No. Esto no
inquietaba tanto a Macaulay. Para él el peligro estaba en que el
sufragio universal traería el debilitamiento del derecho de pro-
132
piedad, y afirmó: "La civilización depende de la seguridad de
la p r o p i e d a d . . . Ahí donde la propiedad es insegura, ni el mejor
clima, ni el suelo más fértil, ninguna ventaja comercial o de
navegación, ninguna condición natural del cuerpo o de la inte-
ligencia pueden impedir que una nación se h u n d a en la bar-
barie".
Y el talento de Macaulay inside, al respecto, con nosotros
en esta apreciación: así como al niño hay que protegerle, y si
es huérfano, nombrarle un tutor y curador, el pueblo equivale
a un menor de edad, que hay que tutelarlo, ampararlo y preca-
verlo del engaño del demagogo interesado en triunfar a costa
de su inocencia. Al menor de edad no se le da' un tutor, porque
se le desprecie, sino porque es menor de edad, porque no ha
llegado a su desenvolvimiento total; igualmente, al pueblo hay
que cautelarlo no porque se le desprecie, sino para protegerle
en su propio interés. Macaulay dice en su "Ensayos literarios":
"El pueblo debe ser gobernado, ciertamente, en vista de su
bien; pero para que resulte gobernado, en efecto, en vista de
su bien, no debe ser gobernado jamás de acuerdo con los dic-
tados de su ignorancia". "Cuando los hombres entendidos gobier-
nan, legislan, administran y, en general, dirigen, son los hom-
bres mediocres, inferiores o nulos, es decir, los más, quienes
reciben los beneficios correspondientes".
Por su parte, Benjamín Constant, otro de los cerebros pri-
vilegiados del luminoso siglo XIX, abogó por la existencia de
una Cámara Alta de selección, y por un sufragio restringido.
Y, pasando a Chile, en verdad, ¿qué fué en nuestro país
el régimen portaliano, que forjó nuestro prestigio y nuestra
relativa grandeza, sino un régimen de "élites", tolerante, lega-
lista, jurídico y progresista?
Oigamos al propio Portales. En carta, ya famosa, a su socio
don José Manuel Cea, fechada en marzo de 1822, le dice: " . . . La
democracia, que tanto pregonan los ilusos, es un absurdo en los
países como los americanos, llenos de vicios y donde los ciuda-
danos carecen de toda virtud como es necesario para establecer
una verdadera República. La monarquía no es, tampoco, el
ideal americano; salimos de una terrible para volver a otra y
¿qué ganamos? La República es el sistema que hay que adoptar,
pero, ¿sabe cómo yo la entiendo para estos países? U n Gobierno
fuerte, centralizado^ cuyos hombres sean modelos de virtud y
patriotismo y así enderezar a los ciudadanos por el camino del
orden y de las virtudes. Cuando se hayan moralizado, venga el
gobierno liberal, libre y Heno de ideales, donde tengan parte
todos los ciudadanos".
Y fué este el programa que él realizó desde el Gobierno:
133
una República con un Ejecutivo fuerte, impersonal, cuyos go-
bernantes fueron ejemplos de sobriedad, honradez y verdadero
patriotismo, respetados por el país, porque eran dignos de res-
peto; y todo esto dentro de marcos jurídicos y legales, creados
por leyes fundamentales que rigieran la vida política del país.
Este espíritu portaliano creó la mística del servicio públi-
co, sublimada por el sacrificio del gran Ministro, mística que,
por desgracia, fué debilitando las compañas libertarias del
siglo XIX.
De a h í ' q u e don Manuel Montt dijera: "Yo no estoy con
los cien que gritan, sino con los cien que callan". Y, así, defen-
dió y continuó, para bien del país, la tradición portaliana.
Y, en verdad, la organización chilena del siglo pasado, que
terminó vencida en Concón y La Placilla, fué una democracia
de "élites", "sui generis", que más de un escritor ha comparado
con el Gobierno de los Antonios, en el que el gobernante de-
signaba su sucesor en el más capaz y que marcó la suma gran-
deza de la antigua y gloriosa Roma, que fué dueña def mundo.
Hubo, sí, intervención electoral, en provecho de un país
joven, aún no maduro como para que sus masas pudieran cons-
tituir los gobiernos que el país necesitaba.
"Muchos de los que condenan las viejas intervenciones
—sostenía don Alberto Édwards en su "Administración Montt"—,
olvidan los beneficios de que les somos acreedores. Hoy pocas
personas ilustradas creen en la desatinada quimera de Rous-
seau, que suponía al pueblo bueno e infalible y que condenaba,
por tanto, como criminal toda influencia que pudiera torcer
artificialmente su instinto de derecho divino. Sabemos hoy, por
el contrario, que toda la vida democrática se reduce a una lucha
de influencias de diverso género, que es casi imposible discernir
cuáles son legítimas y cuáles dejan de serlo. Podemos, sin em-
bargo, conjeturar los efectos prácticos ele unas y otras. Se habla
con frecuencia y hasta con exageración, en la decadencia que
se observa en la calidad y méritos de nuestro personal políti-
co. . . ¿En cuánto ha contribuido a ello la falta de intervención
electoral, o mejor dicho la decadencia de su eficacia, los pasos
que hemos avanzado en el camino de la República? Considera-
ble problema. Trasladémonos a 1850. Es notorio que el país
no estaba más preparado que ahora para la práctica de las
relaciones democráticas. En el caso más favorable, por tanto, si
se hubiese suprimido, por milagro, la intervención de los Go-
biernos, la habrían suplido las influencias que más tarde vi-
nieron a reemplazarla: el cohecho y las promesas de los agitado-
res populares... ¡Debía levantarse en este país una estatua a lo
que fué la intervención electoral!".
134
Esto es decir, clara y sinceramente, la verdad.
Estoy seguro que, en el fondo de su conciencia, cada chi-
leno sincero consigo mismo y no percudido por resentimientos,
que haya estudiado nuestra historia y tenga un concepto exacto
de nuestra cultura ciudadana, sabe que don Alberto Edwards
dijo la verdad. Las conveniencias políticas de hoy y de mañana
podrán condenar las intervenciones pasadas y las palabras de
don Alberto Edwards, pero no un sincero patriotismo. Sin aque-
llos Gobiernos que tutelaron por el bien de la nación entera,
no sería tan grande, tan sólida, tan gloriosa y respetable la
historia de nuestro viejo Chile.
Nada de raro tenía que un hombre del talento y de la
cultura de don Alberto Edwards fuera escéptico de los resulta-
dos del sufragio universal en Chile. Era tan grande la desespe-
ranza de André Tardieu en los destinos de Francia, a conse-
cuencia del sufragio universal, que —como ya lo dije en un
capítulo anterior— lo llevó a vaticinar claramente su triste por-
venir: "Ganaremos la guerra —la del 14—, porque Francia entera
es la que la hace; pero perderemos la paz, porque es el régimen
el que la va a hacer". Y así vimos todos caer a Francia desqui-
ciada por su politiquería y demagogia, impotente para contener
al invasor; y, liberada, después, por ejércitos extranjeros, la
vemos continuar en su desgobierno, en su lento y fatal desqui-
ciamiento.
Por último, Spengler, el mayor de los sociólogos contem-
poráneos, aseguró que la destrucción de las jerarquías occiden-
tales, a consecuencia del sufragio universal, traerá la decadencia
y el suicidio de Occidente, debilitado frente a las hordas orien-
tales, cuando ellas también exijan que debe mandar él mayor
número, como lo enseñó la Revolución Francesa.
¡Y qué esfuerzos no debe desplegar hoy Occidente para
contener esas hordas que amenazan con destrozar su civilización!
Creo, jDor tanto, con todos los más preclaros estadistas y
pensadores de la humanidad, desde Platón a Spengler, que el
gobierno de un Estado que quiera ser eficiente no puede gene-
rarse por el sufragio universal.
No creo, tampoco, que su generación deba estar en manos
de corporativas o sindicatos que sólo representan intereses parcia-
les, de orden material y económico, sin fuerzas ni cohesión sufi-
cientes para reemplazar las organizaciones, espontáneamente
formadas, a base de principios doctrinarios, espirituales y mora-
les. Sería empequeñecer, materializar más nuestra política. Por
otra parte, el nexo moral, espiritual, doctrinario, que une a los
hombres es mucho más fuerte que el nexo que sólo los vincula
por sus intereses económicos. Yo, por ejemplo, abogado, no
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tengo ninguna afinidad espiritual para constituir una organiza-
ción de tendencia política común con un abogado marxista, y
sí, con un médico, obrero, agricultor, artista o minero que sus-
tente los conceptos morales y aspiraciones de bien público, aná-
logos a los míos, y que coincidan conmigo en la forma de
oiganizar el Estado y en las atribuciones que éste deba tener. Por
otra parte, nada más difícil que asignar, con estricta justicia, la
representación parlamentaria o política de cualquier orden que
corresponda a cada gremio. ¿Qué representación se dará a los
abogados, a los médicos, a las empleadas domésticas, a los agri-
cultores, a las costureras, a los mecánicos, a los electricistas, a
los ingenieros, a los profesores universitarios, a los gasfiteres,
a los choferes, a los ascensoristas, a los arquitectos, a los músicos,
etc.? No se debe olvidar que los regímenes en que los gremios
han tenido alguna representación política, siempre pequeña, han
sido regímenes totalitarios, en que una mano fuerte, una auto-
ridad sin contrapeso, los ha hecho organizarse y les ha fijado
arbitrariamente su representación y sus poquísimas atribuciones.
Paso a exponer el proyecto de reforma constitucional que
presenté años atrás a la Cámara de Diputados, en el que señalo
la forma cómo salvar los defectos del sufragio universal, sin
concluir con el sistema representativo de Gobierno.
El Senado, como la antigua Roma, no debe ser generado
por votación popular. Debe representar la "élite" de la Repú-
blica, a los grandes servidores de la Nación que posean expe-
riencias que el país no debe perder. Se me preguntará: ¿Y cuál
es esa "élite"? Respondo: la formada por quienes hayan pres-
tado, durante un tiempo prudencial, altos servicios' a la Repú-
blica, que haga presumir en el ciudadano una madurez, una
cultura y una experiencia que lo habiliten para ser Senador; por
ejemplo: los ex Presidentes de la República, los que hayan des-
empeñado durante cuatro años la Presidencia de la Corte Su-
prema de Justicia; el que haya desempeñado durante un perío-
do parlamentario completo la Presidencia de la Cámara de
Diputados; los que hayan servido durante cuatro años el cargo de
Ministro de Estado, o el de Comandante en Jefe del Ejército,
de la Armada o de la Aviación; los diputados reelegidos duran-
te cuatro períodos parlamentarios; los que hayan desempeñado
durante cinco años el cargo de Rector de Universidad; o du-
rante diez el de Embajador; o durante quince el de Ministro
de la Corte Suprema, de Director General del Servicio, de
Subsecretario de Estado o de Intendente de Provincia; los que
hayan actuado durante cinco años como presidentes de la So-
ciedad Nacional de Agricultura, de la Sociedad Nacional de
Minería, de la Sociedad de Fomento Fabril, del Colegio de Abo-
136
gados, de Médico, de Ingenieros, de Arquitectos, etc.; de la
Unión de Empleados Particulares, de Obreros y otras entidades
gremiales o profesionales que por su significación e importan-
cia la ley conceda este derecho.
Es indiscutible que tal Senado representaría (con la rela-
tividad inherente a todas las cosas humanas) la "élite" del País,
a los hombres que llegaron a la culminación de su experiencia
y madurez, -después de haber alcanzado los cargos de mayor
responsabilidad y prestigio al servicio de la República, en sus
respectivas carreras y actividades, durante un lapso por demás
prudencial.
Un Senado así. constituido sería una garantía de experien-
cia, de eficiencia, de serenidad, de equidad, de ausencia de sec-
tarismo político, de pasiones pequeñas, que tanto percuden la
vida parlamentaria de las democracias.
Sería conveniente, tratándose de un Senado de esta cali-
dad, aumentar sus atribuciones constitucionales, entre otras
la de dar o no su aprobación para la designación de los Minis-
tros de Estado que designe el Presidente de la República, (co-
mo en los Estados Unidos de Norte América),, a fin de dar tam-
bién mayor calidad a quienes desempeñan tan delicadas e im-
portantes funciones. Un Senado, así constituido, seguramente,
jamás procedería en forma pequeña y partidista en el ejerci-
cio de sus atribuciones constitucionales.
Desearía subrayar que el carácter vitalicio de los senado-
res, después de cumplir los requisitos que le incorporan al Se-
nado, les otorga una independencia absoluta que les permitiría
no distraer sus atenciones de la cosa pública en el servicio,
—tantas veces parcial e indebido—, del electorado que debe re-
elegirlos, el cual, en general, siempre aprecia más los servicios
personales recibidos de su representante que la dedicación que
éste haya demostrado por los grandes y permanentes intereses
del país'.
Los estados contemporáneos tomaron el Senado de las ins-
tituciones griegas y romanas, pero totalmente desvirtuado. En
unos, fué la Cámara hereditaria de los nobles, lo que casi nun-
ca es verdadera selección; en otros estados, una Cámara Alta,
también elegida directa o indirectamente, por sufragio popu-
lar, como en Chile, sistema que da por resultado, en el mejor
de los casos, una Cámara morigeradora, consultiva, revisora,
pero, que, generalmente, no es otra cosa que un escalón más
en la carrera política de los ciudadanos. No es este el objeto
que dió razón de ser al Senado en Grecia y en Roma, donde
los ancianos, los magistrados llenos de experiencia, tenía el tu-
telaje de la República para bien de la colectividad. "En los
137
ancianos está la sabiduría", se lee en los textos antiguos; buen
consejo que, las juventudes, con suma petulancia, casi siempre
olvidan . . . a menos que las más duras circunstancias obliguen
a llamar a un Thiers, a un Clemenceau, a un Poincaré, a un
Churchill o a un Adenahuer . . .
La Cámara de Diputados, de origen popular, debe ser ele-
gida directamente por toda la ciudadanía. Es justo y necesa-
rio que todo ciudadano, que sepa leer y escribir, contribuya a
la elección de los legisladores. Debe, por otra parte, propenderse
siempre a la vinculación de todos los ciudadanos a la cosa p ¿
blica, pero sin abandonar la norma de justicia que debe dar
mayor ingerencia, en la generación de los poderes públicos, a
quienes hayan desplegado mayor esfuerzo por ilustrarse, por
formar hogares, para dar hijos legítimos a la patria, como por
vincularse, como propietarios, al territorio nacional.
Si se exige el requisito, que no se exige en algunas demo-
cracias, de saber leer y escribir para que el ciudadano pueda
votar, con la misma razón, debe darse un voto más al Bachi-
ller de Humanidades, quien, por su propio esfuerzo, ha obte-
nido una mayor cultura; con la misma razón, debe tener un
voto más el graduado con un título universitario; el que ha
constituido un hogar legítimo en conformidad a la ley, pues
el hogar es la célula elemental de la sociedad; y, por la misma
razón, debe otorgársele a la mujer un voto más por cada hijo
legítimo menor de 21 años. En general, la maternidad acrecien-
ta el sentido de responsabilidad y da más conciencia para juz-
gar lo que más conviene al porvenir de los .hijos. Lo que, por
otra parte, constituiría un mayor y justo homenaje a la mater-
nidad legítima. También se concedería u n voto más al propie-
tario de un Taien raíz, por una vez y sin atender a su mayor o
menor extensión. La calidad de propietario representa un es-
fuerzo loable, que merece una consideración y un estímulo. No
es en Chile un privilegio especial ser propietario, ya que este
país de seis millones de habitantes tiene como 750.000 propieta-
rios: uno por cada 8% habitantes. Es tan grande entre nosotros
la permanente transferencia de la propiedad, que se ha calcula-
do que, como promedio, en el espacio de u n siglo, un bien raíz
se ha transferido ocho veces, ya que es de 12 años el promedio
que está en manos de una persona. Es tan rápida la división de
la propiedad en Chile, que en 1880 había un propietario por
cada 121 habitantes, y hoy, como hemos dicho, hay un propie-
tario por cada 8x/2 habitantes.
Como puede verse, queda en las manos, en el esfuerzo per-
sonal de cada ciudadano, hacer mayores méritos frente a sí
mismo y frente a la ciudadanía, para tener mayor participa-
138
ción en la elección de sus representantes en la Cámara de Di-
putados. ¿Cabe imaginar un sistema más justo y conveniente?
Sin duda, ello será un estímulo poderoso para levantar la
cultura nacional, para la formación de hogares legítimos, pa-
ra vincular cada vez mayor número de ciudadanos al suelo
chileno, méritos que, a la vez, enaltecerían, con evidente cer-
teza, la calidad de la representación nacional.
Vuelvo a preguntar: ¿Cabe una disposición más justa y
más conveniente?
Sólo podrán oponerse a esta iniciativa los aliados de la
ignorancia, los que encuentran en ella y en la demagogia las
armas más eficaces para realizar sus ambiciones de figuración y
de mando, sus aliados, sus cómplices para explotar a los inocentes.
También propongo en la reforma que auspicio, la elección
del Presidente de la República por el Congreso Pleno, com-
puesto por el Senado, de alta selección, y por la Cámara de Di-
putados, generada por sufragio universal pero plural, funda-
mentado en la mayor cultura y mayores deberes contraídos por
el ciudadano en favor de la colectividad entera. El Presidente
de la República sería, entonces, elegido en un acto sencillo y
breve, sin dividir a toda la ciudadanía en una lucha de odios,
de emulaciones, de demagogia, de promesas irrealizables —que
aumentan el escepticismo colectivo—, de cohecho, lucha esté-
ril que enerva, en gran parte, la actividad nacional y deja raí-
ces profundas de odios y rencores durante largo tiempo. Por
otra parte, hemos visto que, como entre nosotros, desde hace
algún tiempo, corresponde al Congreso Pleno definir la con-
tienda presidencial, de modo que resulta supérflua y estéril la
elección popular, con todos sus trastornos e inconvenientes.
La reforma que auspicio trata también de enaltecer la
función administrativa, para lo cual es indispensable prohibir
al empleado público, servidor de la Nación, tener partido po-
lítico. En Estados Unidos, se le ha negado, incluso, el derecho
a voto, para situarlo por encima de los intereses partidistas,
asegurándole su absoluta estabilidad administrativa mientras
cumpla con su deber. No puede, por la reforma que auspicio,
separarse de la administración pública a ningún empleado, sin
previo acuerdo del Senado y a petición del Ministro respecti-
vo, quien debe exhibir los antecedentes que justifiquen la me-
dida. Un Senado de alta selección jamás dejaría, al respecto, de
acceder a- una justa petición de un Ministro de Estado. Es in-
dispensable enaltecer, como el "civil service" de Inglaterra, la
función administrativa, y que deje de ser la Administración
Pública, como hemos visto —¡para vergüenza del país!— el bo-
tín de las combinaciones políticas triunfantes 7 después de ca-
da elección.
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Es también necesaria, por la misma razón, la provición
de los cargos públicos por examen imparcial, en concurso to-
mado por profesores universitarios y representantes de la Con-
traloría General de la República. Es injusto y afrentoso para
el país que los cargos que paga la nación sean ocupados por la
clientela electoral de los políticos y los parientes de los go-
bernantes.
Los empleados públicos, pagados con gastos de una na-
ción pobre, descapitalizada, deben de representar el máximo de
eficiencia y seriedad; deben ser dignos servidores de la Repú-
blica, no asambleístas políticos, agentes electorales premiados
por los candidatos triunfantes.
He aquí, en líneas generales, la reforma política que sería
indispensable para dar al país gobiernos eficientes que enal-
tezcan el régimen constitucional y legal.
Vuelvo a repetir, con Wells: "el que ame la democracia,
luche por extirparle los vicios con que la h a n esterilizado los
demócratas".
Justamente a ello tiende, con plena y patriótica sinceridad,
el proyecto de reforma constitucional que he propiciado. Y que,
por desgracia para Chile, está aun lejos de poderse realizar.
Nadie, como el profesor de la Universidad de París, Dr.
Aranault Tzanck, ha hecho una mejor defensa de este proyec-
to de futura superación cívica:
"Los mismos que estaban llamados a gozar de la libertad,
ese bien supremo, por falta de haber admitido sus limitaciones
necesarias, jamás han sabido defenderla eficazmente, ni contra
los tiranos que tienden a suprimirla, ni contra los demagogos
que tratan de aplicarla en su provecho exclusivo. Si el legisla-
dor fuera verdaderamente el guardia desinteresado de ella, le
correspondería protegerla para el pueblo, como u n tutor pre-
venido conserva al menor la fortuna que estará solamente en
condiciones de administrar él mismo cuando llegue a la mayor
edad. A falta del legislador, es la "élite" a la que corresponde
defender la libertad, hasta el día en que la Humanidad, de-
bidamente instruida de sus beneficios, como de sus peligros
eventuales, sea capaz de hacer uso de ella sin perjuicio".
Razón infinita tenía el más grande de los estadistas ingle-
ses del siglo pasado para exclamar: "El precio de fe libertad es
la vigilancia eterna".
Y podríamos agregar: "y el precio de una buena democracia
es la vigilancia permanente de los más capaces", como lo ha-
cen los ingleses.
EÍ. absurdo que cada día veamos repetirse lo que le pasó
a Disraeli con su cochero. En un día de elecciones, el gran Mi-
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nistro, preparando una declaración para el día siguiente, se
atrasó en sufragar, y salió precipitadamente de su finca a to-
mar su coche, encareciéndole al cochero fustigar fuertemente
los caballos para alcanzar a votar. Como sólo le quedaban muy
pocos minutos, se le ocurrió a Disraeli preguntarle al cochero
por quién iba a votar. Este le indicó, justamente, el nombre
del contendor de su candidato, ante lo cual Disraeli le propuso
el pareo de sus votos. H e aquí el ejemplo más vivo del absur-
do del sufragio universal y no plural: ¡el voto de uno de los
más grandes estadistas que ha tenido la humanidad quedaba
compensado con el voto del cochero.
En su progreso incesante, corresponderá a la Humanidad,
en una próxima etapa de su superación histórica, llegar, como
es indispensable para su mejor dirección y su mayor progreso,
al gobierno de los mejores, de las "élites", sin distinciones, de-
irás me parece decirlo, de castas, de f o r t u n a s . . .
La Universidad de Oxford en su estudio "El legado de
Grecia", escribe: "El gran avance político realizado por Grecia
fué el haber observado que los intereses sociales comunes exis-
ten y el de haber puesto su atención y su esfuerzo en el aten-
to estudio de tales intereses. Los griegos fueron, en efecto, los
primeros en comprender la-necesidad de rescatar el cuerpo po-
lítico de manos de los charlatanes para entregarlo a la compe-
tencia y al cuidado de los hombres capaces".
Transcurrido tantos siglos, nunca más que hoy, hay que es-
forzarse por cumplir el legado de Grecia, desde que la Revolu-
ción Francesa, equivocadamente, puso la soberanía en manos
del mayor número, sin atender a las calidades; y así pasó a
ser letra muerta lo que ella misma estableció en el artículo IV
de la Declaración de los Derechos del Hombre: "Todos los
ciudadanos son igualmente admisibles a todas las dignidades
y empleos públicos según sus capacidades y sin otra distinción
que la de sus virtudes y talentos".
¿Toma en cuenta el sufragio universal las virtudes y ta-
lentos de los hombres para otorgarles los gobiernos?
Comprendo perfectamente, sin ingenuidad, que las masas,
en plena rebelión como diría Ortega y Gasset, no van a renun-
ciar a lo que ellas equivocadamente creen sus ventajas. Nó. De-
berán pasar muchos lustros, quizás un siglo o más, para que
las tristes experiencias, los desaciertos que afectarán en espe-
cial a los ciudadanos de recursos más modestos, abran camino
amplio y seguro a la reforma que dé a los mejores la dirección
que les corresponde en la marcha de las naciones. Sin duda al-
guna los más modestos, hoy las primeras víctimas de los de-
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inagogos, serán los primeros beneficiados de que el gobierno
esté en las manos más hábiles y capaces.
"El hombre, naturalmente ambicioso y orgulloso, nunca
comprende que otro deba mandarle mientras su propia necesi-
dad se lo haga sentir", observa Jack Bainville.
Llegará un día en que la propia necesidad de salvarse de
los gobiernos constituidos por la demagogia y la ignorancia, di-
ga a los pueblos que deben gobernarlos, para su propio bien,
los mejores.
Comprendo que, posiblemente, no alcance a ver en la vida
la realización de esta reforma que tanto necesita Chile. "Los
pueblos —ha dicho Hipólito Taine— eligen los gobiernos que
desean pero nó los que necesitan".
Nadie tiene la obligación de triunfar, pero, sí, de luchar
por los que cree sus grandes y nobles ideales.
No me cansaré de repetir a los que cínicamente sonríen de
vernos luchar por ideales inalcanzables por el momento: felices
nuestros mayores que pudieron combatir por la causa de la li-
bertad, la más bella, la más popular —como lo habríamos he-
cho nosotros también en 1810—, y por cuyos triunfos recibieron
el clamor agradecido de todo el pueblo y de la consagración
histórica; ¡y qué duro destino es hoy el nuestro, que debemos
combatir los vicios de la libertad —la demagogia y el libertina-
je— porque el deber nos exige estar siempre junto a lo que la
Patria necesita en cada momento de su historia, por duro, por
ingrato que esto sea!
Una inmensa compensación encontramos, sin embargo, los
que anteponemos, con sinceridad verdadera, nuestras conviccio-
nes a escalar más altas situaciones políticas —(que mal adquiri-
das nos rebajan ante nuestra "propia estimación")— sentirnos lea-
les velando por la patria y con la conciencia satisfecha.

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