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Progresismo en México: orígenes, asenso al poder e

inconsistencias
La historia latinoamericana de los siglos XX y XXI se ha caracterizado por un constante ir y venir de
gobiernos que se mueven entre la izquiera y la derecha; esto ha sido resultado, en la mayoría de las
ocasiones, de presiones externas en la búsqueda de intereses ajenos a los de la región. No es
ninguna novedad el intervensionismo norteamericano en casi cualquier latitud del globo, sin embargo,
en el caso latinoamericano éste jugó un papel decisivo en la estructuración política de gran parte de
los países que conforman esta región a partir del ejercicio dos premisas: la protección de los recursos
naturales de los americanos y la lucha contra la herejía que representaba el comunismo frente la
democracia norteamericana (Chomsky, 1995). Casos como los de Nicaragua y Guatemala en los que
la United Fruit Company de la mano del gobierno de los Estados Unidos promovió la inestabilidad,
llevando a violentas guerras civiles y a la implementación de gobiernos corruptos que permitieran la
introducción y permanencia de esta compañía en sus territorios; o lo sucedido en el cono sur con
Chile, donde el apoyo norteamericano permitió la implementación de una dictadura militar que serviría
como uno de los primeros laboratorios de experimentación del proyecto económico conocido como
capitalismo neoliberal, son sólo algunos ejemplos de la intervención norteamericana en la región y de
lo que fuera una constante en cuanto a la política latinoamericana durante el siglo XX.

El fin de este siglo trajo consigo una etapa de transición política casi generalizada en Latinoamérica;
finalizaron las dictaduras militares entre juicios y plebicitos, y en la mayoría de los países daba inicio
un periodo de democracias representativas caracterizado por el libre mercado. Proyectos como el
Mercado Común del Sur (MERCOSUR) y el Tratado de Libre Comercio de América del Norte
(TLCAN) más allá de promover una forma de comercio justo y libre, ponían en el lado menos
favorecedor de la balanza a aquellos países ya desfavorecidos y, con ello, a la población
históricamente marginada de dichas naciones. Mediante el despojo y la invisibilización de
comunidades rurales, pueblos indígenas y los sectores marginados de las ciudades se llevó a cabo
un proceso de acaparación y destrucción tanto de tierras como de recursos naturales por parte de los
grandes mercados, dando como resultado el surgimiento de movimientos sociales autónomos de
lucha contra las reformas agrarias y laborales de tipo neoliberal. Entre estos movimientos
encontramos al Movimento dos Trabalhadores Rurais Sem Terra (MST) en Brasil y al Ejercito
Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) en México, cuya primera aparición pública tuvo lugar el 1°
de enero de 1994, día en el que México se adhería al TLCAN.

Al mismo tiempo que estos movimientos surgían, se organizaban y luchaban, nacía otra respuesta de
tipo partidista en oposición a las políticas neoliberales y que parecía dar lugar a los sectores
desplazados de la población: el progresismo. Pero, ¿qué entendemos por progresismo? Éste es un
término originado a mediados del siglo XIX, durante el periódo de las revoluciones liberales, para
designar al espectro político opuesto al conservadurismo. El progresismo decimonónico se
caracterizó por ser laicista, pluralista, vanguardista, democrático e incluso revolucionario; sin
embargo, con el paso del tiempo éste ha perdido su carácter revolucionario para identificarse más
con el tan criticado reformismo. Actualmente el progresismo latinoamericano se ha inclinado a
posturas de izquierda y centro-izquierda, y si bien su relación con los movimientos sociales pudiera
parecer un mero recurso electoral, es innegable la importancia de estos movimientos en el asenso de
gobiernos progresistas al poder. Bringel y Falero explican la manera en que convergen los ciclos de
las protestas sociales y los ciclos de los gobiernos progresistas de la siguiente manera:

De este modo, no podemos disociar el ciclo de gobiernos progresistas de los ciclos de


protestas de los movimientos sociales, sean aquellos que contribuyen a elegir nuevos
gobiernos o aquellos que ayudan a destituirlos. […] El ciclo de victorias electorales
progresistas que se inicia con la elección de Hugo Chávez en 1998 no se puede entender
sin el ciclo regional de movilizaciones que lo acompañó. Éste se inicia a principios de la
década de 1990, con un incremento de la articulación de las luchas regionales, la
resistencia directa a la propuesta del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) y la
generación de campañas puntuales y espacios permanentes de convergencia. […] Esto
fue crucial para que fuerzas de izquierda llegaran al gobierno. En algunos casos se
generaron formaciones sociopolíticas de nuevo cuño (Bolivia, Ecuador, Paraguay y
Venezuela), que emergieron con este ciclo de movilizaciones y disputaron elecciones,
mientras, en otros, primaron formaciones más tradicionales (Argentina, Brasil, Chile, El
Salvador, Nicaragua y Uruguay), forjadas en décadas anteriores, principalmente en las
luchas contra la dictadura. (2016: 29)

Los gobiernos de Hugo Chávez en Venezuela, Evo Morales en Bolivia, Rafael Correa en Ecuador,
Fernando Lugo en Paraguay, Lula Da Silva y Dilma Rouseff en Brasil, así como los Kirchner en
Argentina, fueron representantes del progresismo en América Latina; estos gobiernos trabajaron, en
menor o mayor medida y con diversidad de resultados, en la implementación de programas sociales y
reformas en apoyo a grupos indígenas, obreros y campesinos. Por su parte, otro grupo de países
latinoamericanos como Colombia, Chile y México han permanecido mucho más próximos a dinámicas
neoliberales, ya sea por la descomposición social ocasionada por los denominados narcoestados o
por la misma dureza del estado neoliberal en estos territorios (Bringel & Falero, 2016). Si bien “[…]
luego del apartamiento de Dilma Rousseff en la presidencia de Brasil (2016), y del triunfo de Mauricio Macri en
Argentina (2015), unido al triunfo de la oposición en Venezuela, en las elecciones parlamentarias de 2015 […]”
(Moreira, 2017: 1), podría considerarse que el progresismo en Latinoamérica ha muerto, hoy en día
existen aún vestigios de lo que fuera la corriente política de mayor peso en esta región. Tal es el caso
de México, que después de 70 años de un gobierno sin transiciones, caracterizado por altos índices
de represión y corrupción, y tras casi 20 años de intentos por parte de la izquierda mexicana, llega a
la silla presidencial en el año 2018 una quasi izquierda, fragmentada y debilitada, con un discurso
diluido, arcaico y de poca vigencia.

Rodeada por opiniones divididas, la llegada de Andrés Manuel López Obrador a la silla presidencial,
de la mano de Claudia Sheinbaum como jefa de gobierno de la CDMX, significó la entrada tardía de
México al ciclo progresista latinoamericano y, con ello, un haz de esperanza para un gran número de
mexicanas y mexicanos que veían en la figura de AMLO la oportunidad de un gobierno del pueblo y
para el pueblo. No obstante, tras casi tres años de su gobierno, nos preguntamos, ¿qué tan
congruentes han sido las acciones de este gobierno en relación al discurso electoral? ¿Qué tan
progresista ha resultado el mandato de AMLO a escala federal y el de Claudia Sheinbaum en la
CDMX? Ante los ojos de algunos resultan evidentes las inconcistencias entre el discurso político
electoral propuesto por Obrador y el espectro fáctico de su gobierno; sin embargo, con el fin de poner
en evidencia esta situación, así como las semejanzas entre el estado progresista mexicano y los
gobiernos anteriores a éste, se enunciarán cinco aspectos fundamentales en la denominada Cuarta
Transformación: la disolución de la identidad política, el discurso nacionalista, la centralización del
poder, la militarización del territorio nacional y las posturas frente los mega proyectos.

Tras dos elecciones federales (2006-2012) sin conseguir su objetivo de la mano del Partido de la
Revolución Democrática (PRD), y con la creciente descomposición de la izquierda mexicana, Andrés
Manuel López Obrador se lanzó a la contienda electoral por la presidencia en 2018 con el apoyo de
una alianza formada por el Movimiento Regeneración Nacional (Morena), creado unos años atrás por
el mismo Obrador; el Partido del Trabajo (PT), inclinado a la izquierda del espectro político; y el
Partido Encuentro Social, de influencia cristiana y clara postura derechista. Esta ecléctica alianza
conocida como Juntos Haremos Historia, más allá de generar fuertes críticas por parte de sectores de
la izquierda que veían en esta coalición un camino al reforzamiento de las instituciones capitalistas,
significó el desdibujamiento de la izquierda. En palabras de Rosendo Bolívar Meza:

Cuando la postura ideológica original de un partido se diluye para retomar la de otra u otras ideologías,
se presenta una pérdida de identidad ideológica —también conocida como desdibujamiento ideológico
— toda vez que se dejan de lado ciertas posiciones que le daban un carácter propio al partido original.
(2019: 64)

De la mano de este desdibujamiento de la ideologías en la política mexicana, encontramos el


nacionalismo característico del discurso de AMLO. Como lo menciona Rogelio Hernández Rodríguez
(2019) la propuesta de Morena alude a diversas figuras de la historia oficial mexicana como Miguel
Hidalgo, Josefa Ortíz de Domínguez, Benito Juárez y Francisco I. Madero; del mismo modo dice velar
por el pueblo desprotegido. Este discurso nacionalista sería el mismo que “[…] dio sus principios a los
gobiernos priistas, fue la base indiscutible de su ruptura en 1987-1988 y ha alimentado la crítica a los
gobiernos de la alternancia, lo mismo del Partido Acción Nacional (PAN) que del PRI, hasta dar la
razón, el voto y el respaldo social al triunfo de Andrés Manuel López Obrador en 2018.” (Hernández,
2019: 503-504).

Una vez al mando del poder ejecutivo, encontramos cuatro aspectos que han generado críticas en
relación al supuesto estado progresista y a las inconsistencias de éste. En primer lugar tenemos la
centralización del poder, medida tomada por AMLO bajo la premisa de poner fin al viejo orden de
naturaleza neoliberal y mediante la cual ha recaído la toma decisiones casi en su totalidad en el
ejecutivo, “[…] implementado un agresivo programa de austeridad fiscal.” (Sánchez, 2020: 401). En
segundo lugar podemos mencionar la militarización del territorio nacional, resultado del mismo
proceso de eliminación de los vestigios de los gobiernos anteriores y que, mediante la disolución de la
Policía Federal y la creación de la Guardia Nacional, trajo a las calles una fuerte presencia de una
policía militarizada. Por último, tenemos la postura del ejecutivos nacional frente los megaproyectos;
éste ha sido uno de los rubros de mayor controversia de este gobierno y podemos encontrar sus
orígenes en el conflicto relacionado a la construcción de un nuevo Aeropuerto Internacional de la
Ciudad de México (AICM). La cancelación de este megaproyecto acompañada por el inicio de la
construcción del Nuevo Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles ubicado en lo que fuera la Base
Aérea Militar de Santa Lucía puso en tela de juicio la postura de AMLO respecto al desarrollo de
megaproyectos y, con ellos, los procesos de despojo y depredación ambiental. Otro ejemplo de este
fenómeno es el caso del Tren Maya, megaproyecto de tipo turístico-empresarial que no sólo ha
favorecido a la inversión privada, sino que representa la destrucción de inmensas zonas naturales, de
valor histórico y sagrado, así como el despojo de comunidades aledañas a lo que será este proyecto.
El caso de la CDMX no es diferente, ya que el gobierno de Claudia Sheinbaum ha permitido el
desarrollo de proyectos que destruyen el entorno natural en el que se encuentran, así como la vida
colectiva de las comunidades que los rodean, o que promueven una forma de espacio público
comercial que segrega a aquellos que no pueden participar en las dinámicas neoliberales de
consumo, tal es el caso del Parque La Mexicana o del polémico proyecto inmobiliario Aztecas 215.

Hemos presentado los orígenes del progresismo en América Latina, el ciclo de esta corriente política
hasta llegar a su fin, así como el tardío asenso de ésta al gobierno mexicano y las inconsistencias del
ejercicio de un gobierno progresista en México. Sin embargo, este análisis, dentro del contexto de la
actual crisis sanitaria ocasionada por la pandemia por COVID-19, nos lleva al planteamiento de las
siguientes preguntas. ¿Cuál ha sido la posición del gobierno de AMLO y Sheinbaum ante esta
situación? ¿Qué medidas se han implementado para convatir las diversas crisis que se entretejen en
esta pandemia? ¿Qué tan efectivas han resultado dichas medidas? ¿De qué manera el gobierno de
la CDMX ha convatido estas crisis en el contexto de una metrópoli como ésta? Y por último, ¿de qué
manera se ha reflejado el progresismo de estos gobiernos durante la pandemía por COVID-29?.

Conclusiones

Si bien el progresismo en América Latina representó una de las tendencias políticas de mayor
importancia dentro del orden global durante la última década del siglo XX y principios del siglo XXI,
una serie condiciones contextuales como una enraizada tradición de gobiernos sin transiciones de
enfoque centro-derechista, un inmenso peso de las instituciones manejadas por dichos gobiernos y
un paternalismo casi ineludible por parte de los Estados Unidos; esta corriente política llegó a manera
de epílogo a ocupar el más alto puesto en el territorio mexicano. El actual progresismo tardío en
México ha representado la conjunción de los errores heredados del extinto progresismo
latinoamericano sumados a los vicios arraigados de los gobiernos priistas de corte nacionalista e
institucional; los efectos de esto se han evidenciado con la llegada del COVID-19 a nuestras vidas,
poniendo en tela de juicio aspectos como la credibilidad ideológica del gobierno en turno, sus
capacidades y posturas frente al sistema económico liberal, y principalmente la manera en que se
han enfrentado las desigualdades a lo largo y ancho del territorio nacional.

Bibliografía:
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PROGRESISTAS Y ESTADO EN AMÉRICA LATINA: transiciones, conflictos y mediaciones.
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3. Chomsky, Noam. (1995). Las intenciones del Tío Sam. Editor Digital Titivillus.
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