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EL TRIUNFO DE AMLO, LA CUESTIÓN DEL ESTADO Y LAS LUCHAS POPULARES DOSSIER

Morena: la izquierda y la consolidación de la democracia

Morena: the left and the consolidation of democracy

Mario Ruiz Sotelo

La victoria de Morena es la de una oposición de izquierda cuyos orígenes podemos remontar


hasta la década de 1940. Sus fundamentos se encuentran arraigados a los principios del nacio-
nalismo revolucionario mexicano, pensamiento que desde entonces hizo crítica a los gobiernos
en turno. Para entender los resultados electorales de 2018 es pertinente hacer una división
en dos grandes periodos: el de la Guerra Fría (1946-1988), caracterizado por el dominio del
PRI bajo el modelo del Estado benefactor dependiente; y el del co-gobierno construido por la
alianza de facto PRI-PAN (1988-2018), establecida por su coincidencia con los postulados neo-
liberales. Tanto en uno como en otro periodo la izquierda fue considerada como el principal
enemigo del gobierno, por lo que se buscó impedir por cualquier medio su acceso al poder
político. Por lo mismo, en ambos es común el autoritarismo y, consecuentemente, es imposible
hablar de democracia moderna. El triunfo de López Obrador se convirtió, por lo mismo, en
condición necesaria para considerar la posibilidad de dar paso a la consolidación democrática.

Palabras clave: nacionalismo revolucionario, izquierda, neoliberalismo, transición democrática,


consolidación.

The victory of Morena is that of a leftist opposition whose origins can be traced back to the
40s of the last century. Its foundations are rooted in the principles of Mexican revolutionary
nationalism, a thought that since then criticized the governments in turn. To understand the
electoral results of 2018, it is pertinent to divide into two major periods: the Cold War (1946-
1988), characterized by the PRI’s domination under the model of the dependent welfare state;
and that of the co-government built by the de facto PRI-PAN alliance (1988-2018), established
by its coincidence with the neoliberal postulates. Both in one and in another period the left was
considered as the main enemy of the government, so it was sought to prevent by any means
their access to political power. For the same reason, authoritarianism is common in both and,
consequently, it is impossible to speak of modern democracy. The triumph of López Obrador
became, therefore, a necessary condition to consider the possibility of giving way to democratic
consolidation.

Key words: revolutionary nationalism, left, neoliberalism, democratic transition, consolidation.

Fecha de recepción: 1 de octubre de 2018


Fecha del dictamen: 23 de mayo de 2019
Fecha de aprobación: 31 de mayo de 2019

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M. RUIZ SOTELO MORENA: LA IZQUIERDA Y LA CONSOLIDACIÓN DE LA DEMOCRACIA

INTRODUCCIÓN

El triunfo del Movimiento Regeneración Nacional (Morena) en las elecciones de 2018


es la victoria más importante de la izquierda mexicana desde la expropiación petrolera.
Representa también el dato más contundente para hablar de un proceso exitoso de
transición democrática en México. En efecto, desde 1946 lo que podemos llamar
izquierda partidista mexicana se había caracterizado por su condición testimonial,
dominada, reprimida o en el mejor de los casos, derrotada en las urnas mediante
elecciones ejecutadas bajo la razonable argumentación de fraude. No pocos pensaron
que los arreglos políticos de los grupos en el poder en México, entre otras cosas, por
su vinculación con Estados Unidos, hacían no sólo inviable, sino imposible el triunfo
de un partido no construido sobre la base de sus intereses, por lo cual incluso la
idea de una democracia moderna, es decir, de un régimen electoral democrático de
competencia equitativa, llegó a considerarse una quimera. Para sorpresa de muchos,
sin embargo, Morena, el partido más representativo de la izquierda mexicana, ganó
las elecciones por amplio margen. Lo anterior amerita que analicemos detenidamente
al menos dos temas: la caracterización de lo que entendemos por izquierda mexicana
y las razones por las cuales pensamos que su triunfo era necesario para hablar del
fin de la transición y el inicio de la consolidación democrática. Utilizaremos como
herramienta metodológica primordial el análisis contextual de la formación de lo que
ha solido llamarse “sistema político mexicano”, para lo cual hacemos una propuesta de
periodización que nos permite entender las fases de su desarrollo. Del mismo modo,
privilegiamos en nuestro marco teórico a varios autores que se han ocupado del tema
desde hace varias décadas.

IZQUIERDA, ¿QUÉ IZQUIERDA?

Cuando se dice que el triunfo de Morena lo es de la izquierda mexicana no faltan


quienes afirmen que la vieja dicotomía izquierda-derecha ha quedado rebasada en
nuestro tiempo, y particularmente en México. Por otra parte, también están los
escépticos que, aceptando dicha dualidad, dudan sobre la pertinencia de calificar al
partido señalado como partícipe de tal orientación política. Es el caso del conocido
historiador sobre la realidad mexicana John Womack, quien señaló respecto al triunfo
de López Obrador:

Mucha gente vio sus sueños izquierdistas realizados en el triunfo de López Obrador,
pero lo que ahora llaman izquierda es una izquierda que, como tal, es muy pobre. No

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es la izquierda de Valentín Campa de los 50 y 60. Campa era comunista. Eso era la
izquierda mexicana. Una izquierda marxista. ¿Qué es López Obrador en relación a eso?
Para mí no hay izquierda fuera del marxismo. La izquierda no es izquierda a menos que
sea marxista (Estévez, 2018).

Eso nos lleva a plantear un problema nada fácil de resolver: ¿qué entendemos por
izquierda? El tema ha sido abordado de forma abundante y, por lo mismo, no puede
haber definición única. No aspiramos a darla aquí, pero acaso podemos establecer un
principio rector:1 la izquierda se establece desde la realidad que viven los excluidos de
un sistema de dominación y, en consecuencia, promueve su liberación. Es claro, como
lo ha dicho Norberto Bobbio, que lo que llamamos izquierda tiene a la promoción de
la igualdad como una de sus ideas rectoras, aunque no la única (Bobbio, 1998),2 pues,
como señala Adolfo Sánchez Vázquez, no puede excluirse la libertad y la democracia,
así como tampoco la moral (Sánchez, 2007: 15-39). Por lo mismo, el pensamiento que
llamamos de izquierda es crítico de la concentración del poder y la riqueza en pocas
manos y promueve principios de justicia distributiva, partiendo de la alteridad excluida.
Siendo así, podemos decir que, bajo diferentes circunstancias, fueron de izquierda
Espartaco, Bartolomé de Las Casas, Túpac Amaru II, Miguel Hidalgo, Emiliano
Zapata, Martin Luther King, Sor Juana Inés de la Cruz u Olympe de Gouges, por citar
solamente algunos ejemplos. Es claro que la teoría marxista es, por su naturaleza crítica,
acaso la que es identificada inequívocamente como la izquierda, y bien puede afirmarse
que es teóricamente la izquierda más radical posible, pero limitar tal denominación
sólo a lo relativo a sus planteamientos reduce significativamente su concepción, de tal
forma que, en esa lógica, tampoco podríamos llamarle izquierda a la de los jacobinos
emergidos de la Revolución Francesa, los causantes de que usemos tal denominación
para quienes se oponen a los privilegios de las élites.
Ahora bien, habría que decir, en segundo término, que no debe hablarse de una
sola forma de entender la práctica de la izquierda, sino de varias, y posteriormente
señalar, si es el caso, a cuál de ellas pertenece Morena. En efecto, podríamos hablar
de la izquierda marxista partidaria mexicana, que tuvo en los militantes del Partido
Comunista Mexicano (PCM) (1919-1981) a sus más representativos exponentes (Diego
Rivera, Frida Kahlo, David Alfaro Siqueiros, Valentín Campa, Demetrio Vallejo, entre

1
El señalamiento está inspirado en la Filosofía de la liberación, de Enrique Dussel (2011b),
particularmente en el tema de la exclusión.
2
No obstante, Bobbio (1998: 135-152) aclara que tal criterio es insuficiente y no debe enten-
derse como igualdad en todos los aspectos.

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otros). O la izquierda guerrillera, que tuvo organizaciones de orientación marxista,


como el Partido de los Pobres (donde militaran Lucio Cabañas y Genero Vázquez), lo
mismo que otras, como el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), que se
inspiró explícitamente en un líder protagónico de la Revolución Mexicana de 1910.
Evidentemente, la interpretación de tales agrupaciones es diferente a la del partido
que nos ocupa. Tenemos, pues, que hurgar en otra fuente, que de acuerdo con nuestra
hipótesis es posible encontrar en el régimen posrevolucionario, particularmente en
el cardenismo, pero no sólo del que su fundador ejerció desde la Presidencia, sino
primordialmente en el que promovió en su posición de expresidente. La línea ahí
fundada sigue su trazo por diferentes organismos de la izquierda nacionalista, que pasa
por el Partido Mexicano de los Trabajadores (PMT), el Partido Mexicano Socialista
(PMS) y finalmente el Partido de la Revolución Democrática (PRD). Es así que podemos
encontrar el surgimiento de dicha izquierda como oposición al Partido Revolucionario
Institucional (PRI), forjada desde afuera del mismo, en la que proponemos advertir
como su primera etapa (1946-1988), así como en una segunda, caracterizada por la
alianza PRI-Partido Acción Nacional (PAN) (1988-2018), mismas que analizaremos a
continuación.

PRI: EL PARTIDO DOMINANTE DURANTE LA GUERRA FRÍA (1946-1988)

El fin de la Segunda Guerra Mundial generó un cambio radical en el orden político


internacional, mismo que necesariamente repercutió en la articulación del sistema
político que entonces operaba en México. Tras los Acuerdos de Yalta (1945), se
entendió que Estados Unidos era la potencia dominante a la que los países latinoame-
ricanos debían subordinarse, por lo que se debía actuar en consecuencia. El Partido de
la Revolución Mexicana (PRM), fundado por Lázaro Cárdenas en 1938 para sustituir
al Partido Nacional Revolucionario (PNR), había sostenido una política interior
articulada sobre la base de la reforma agraria, las expropiaciones de los latifundios y,
por supuesto, del oligopolio petrolero internacional, que lo llevó a confrontarse con
grandes potencias, entre ellas la Gran Bretaña, que rompió relaciones diplomáticas
con el país. En materia de política exterior, el gobierno mexicano condenó el golpe
al gobierno republicano en España, la invasión de la Unión Soviética a Finlandia, la
del gobierno de Mussolini a Etiopía, así como la de Hitler a Austria. Se hizo, pues,
una política crítica de los regímenes totalitarios, fascistas, imperialistas, que no eran
sino la antesala de la gran conflagración bélica que se avecinaba. Nada de eso podría
continuarse bajo el estigma de la Guerra Fría. La transformación del PNR al PRI

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significó, en consecuencia, la renuncia a tal interpretación de la conducción soberana


de México para subordinarse al dominio estadounidense. El PRI mantuvo algunos
elementos estructurales de sus antecesores PNR-PRM, como el hecho de articularse desde
el poder político, esto es, no para conseguirlo, sino para conservarlo, aparte de una
militancia corporativa que le daba la ventaja de poseer un control social que no podían
tener sus opositores. No obstante, lo que defendemos ahora es que, dado el contexto
señalado, la fundamentación ideológica del PRI representa no una continuidad, como
suele pensarse, sino una visible ruptura con los partidos que le antecedieron, tras la cual,
de hecho, los propios principios del nacionalismo revolucionario serán paulatinamente
inhibidos con toda intención.
Es así que el surgimiento del PRI se fundamentó en el ajuste de la política mexicana
al nuevo orden político. Eso significó, claro, reorientar la política interna del país,
si bien es cierto que se mantuvo una especie de doble moral en la política exterior,
dado que la inercia dada por Cárdenas generó un prestigio internacional al que no
podía renunciarse (Ruiz, 2016: 229-243). Es así que el gobierno de Miguel Alemán
(1946-1952), primero surgido del PRI, inauguró una educación ajena a los principios
socialistas que la condujeron los doce años anteriores, e incluso aceptó los “contratos de
riesgo” para que empresas petroleras extranjeras invirtieran de forma complementaria
a Pemex (Meyer, 2013: 76). El modelo económico transitaba así paulatinamente de
los principios surgidos por el nacionalismo revolucionario (1917-1940) a uno que
podemos llamar Estado benefactor dependiente, y más, neocolonial, alineado al dominio
estadounidense. Pero quizá lo más significativo fue la creación de la Dirección Federal
de Seguridad (1947), una policía secreta que se encargaría de investigar especialmente
el activismo “comunista” en México, cuyos integrantes fueron perseguidos y torturados
durante décadas, hasta que desapareció en 1985. Todos los presidentes surgidos del
PRI hasta la década de 1970 se caracterizaron por su tendencia anticomunista, la cual
fue manifestada de manera abierta o encubierta. Los casos más significativos son los
de Adolfo López Mateos (1958-1964), Gustavo Díaz Ordaz (1964-1970) y Luis
Echeverría Álvarez (1970-1976), quienes, de acuerdo con los archivos desclasificados,
hoy sabemos que colaboraron estrechamente con la Agencia Central de Inteligencia de
Estados Unidos (CIA, por sus siglas en inglés).3
Fue en ese contexto que destaca particularmente la figura de Lázaro Cárdenas, quien
mantuvo un importante activismo que en los hechos significó la formación de una
alternativa de izquierda crítica a los gobiernos priistas. Uno de esos momentos se vivió

3
Se trata de un dato que hoy está fuera de toda duda. Véase Aguayo (2018: 15-20).

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cuando al triunfo de Revolución Cubana, en 1959, el general Cárdenas no dudó en


manifestar por su cuenta su abierta solidaridad con los comandantes victoriosos, lo cual
se hizo notorio cuando fue a La Habana a encabezar un mitin junto al mismo Fidel
Castro el significativo 26 de julio de 1959, primera celebración oficial del inicio de la
Revolución Cubana (Portal Cuba Periodistas, 2009). El gobierno de López Mateos
siguió una política particularmente ambigua con respecto a dicho movimiento, y quizá
en él se observa el mejor ejemplo de la doble moral seguida en materia de política
exterior. En efecto, el entonces presidente de México recibió el 14 de enero de 1961 en
Los Pinos nada menos que al director de la CIA, Allan Dulles, quien le pidió su ayuda
para derrocar a Fidel Castro. Por supuesto, López Mateos le contestó que no podía
hacerlo, pero entendió que tampoco podía quedar mal con el espía estadounidense,
a quien repuso que: “Hay muchas cosas que podemos hacer por debajo de la mesa”
(Torre, 2008). Consecuente con tal promesa, su gobierno tramitó el abastecimiento de
combustible a las fuerzas invasoras en el emblemático sitio de Playa Girón. No obstante,
lo que trascendió históricamente fue la oposición de México a la expulsión de Cuba de
la Organización de Estados Americanos (OEA). Y en lo referente a la política interna,
López Mateos ejerció la persecución y encarcelamiento de los líderes del movimiento
ferrocarrilero, Demetrio Vallejo y Valentín Campa, militantes del Partido Comunista.
Los dictados de Washington, pues, eran seguidos quizá no al pie de la letra, pero sí en
lo fundamental.
Fue entonces que Lázaro Cárdenas decidió ir más allá de su influencia personal
para promover una organización política que se opusiera a tal orden de cosas, y tal
fue el Movimiento de Liberación Nacional (MLN), no casualmente fundado en el
mismo 1961. Incardinado en el pensamiento crítico de la izquierda latinoamericana,
entonces en boga con autores como Franz Fanon o Aimé Césaire, el MLN buscó
articular una izquierda mexicana capaz de oponerse al Estado benefactor dependiente
que ya representaba el PRI en el gobierno, para lo cual sin duda los principios clave
eran los que había promovido el nacionalismo revolucionario en su versión cardenista,
a los que se sumaron seguidores de los principios marxistas (como ocurrió también
en el sexenio presidido por el general Cárdenas). El MLN surgió de la Conferencia
Latinoamericana por la Soberanía Nacional, la Emancipación Económica y la Paz, que
tuvo representantes de diversos países latinoamericanos y destacó en sus propósitos la
lucha conjunta contra el imperialismo estadounidense. Entre sus integrantes debemos
destacar a luchadores sociales como Othón Salazar, Heriberto Jara, al filósofo Elí
de Gortari y a dos jóvenes políticos: Cuauhtémoc Cárdenas y Heberto Castillo,
quien había sido secretario particular de Lázaro Cárdenas. En uno de los discursos
fundacionales del MLN, el propio general Cárdenas señaló:

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Ni en la lucha por la Independencia, ni en la Reforma, ni en la Revolución de 1910 se


habían confabulado las fuerzas de las oligarquías dominantes, las del clero político y del
imperialismo norteamericano, como sucede hoy [...] México, como todos los demás
pueblos de América Latina, tiene que organizarse, unirse para la defensa conjunta de
sus intereses; y a esto tiende la asamblea que ustedes celebran (Peláez, 2010).

El dominio estadounidense tenía en el PRI un aliado y no un crítico, por lo que


Cárdenas entendía la necesidad de crear un organismo político mexicano vinculado
con el resto de América Latina para hacerle frente. Tácitamente, admitía que los
principios defendidos por la Revolución estaban en vilo y era preciso darles una nueva
dirección política. Sin embargo, acaso por el compromiso que significaba la investidura
de su líder, el MLN no buscó convertirse en partido político, lo que puede explicar su
desintegración apenas hacia 1967, habiendo dejado sin embargo un trazo político de
oposición al régimen priista desde el nacionalismo revolucionario que había quedado
abierto y necesitado de cubrirse.
El gobierno de Díaz Ordaz hizo más evidente aún el carácter pro-estadounidense
y anticomunista del gobierno mexicano, por lo que no parece casual que haya sido el
26 de julio de 1968, justo en el devenir de la celebración de la Revolución Cubana,
cuando hizo explosión el movimiento estudiantil y, paralelamente, la represión
gubernamental. El entonces presidente mexicano guardaba una estrecha relación con
Winston Scott, jefe de la Estación de la CIA en México, quien debió alentar la represión
a los universitarios (Aguayo, 2018: 18).
Entre los líderes debe mencionarse a José Revueltas, un intelectual multifacético,
profesor de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma
de México (UNAM), quien ya en 1962, en su Ensayo sobre un proletariado sin cabeza,
había criticado tanto las posturas del Partido Comunista Mexicano como del nacio-
nalismo revolucionario respecto a la clase trabajadora. En el magisterio también
destacó particularmente Heberto Castillo, conocido ya por sus logros como ingeniero
civil. Debido a su autoridad moral, él fue encargado para dar el Grito en Ciudad
Universitaria, uno de los momentos simbólicos más importantes del 68. Fue entonces
que el movimiento consiguió arrebatarle al gobierno priista el manejo de la historia
crítica mexicana, para hacerla suya y convertirse en parte de ella. Como es bien sabido,
la saña anticomunista en la que creía firmemente Díaz Ordaz, motivó la represión
a los universitarios, tras el que hubo una cauda de presos políticos, entre los que se
contaron los mencionados Revueltas, Castillo y De Gortari. A pesar de sus notables
repercusiones, es difícil sostener, como suele hacerse por un sector de analistas, que
con dicho movimiento comenzó la transición a la democracia. En realidad, el régimen
priista supo recomponerse en el siguiente sexenio, donde Luis Echeverría hizo uso

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ad nauseam del supuesto carácter “progresista” del PRI, que en realidad no era sino la
ya caracterizada doble moral priista, con el cual liberó a los presos políticos y habló
de “apertura democrática”. La aparente verosimilitud que logró con el mismo quedó
establecida con una frase que hiciera el distinguido periodista Fernando Benítez, “Es
Echeverría o el fascismo”, misma que suscribiría de alguna forma el escritor Carlos
Fuentes cuando dijo que sería un “crimen histórico” no convalidar a un presidente
asediado por el imperialismo y la derecha priista (Sheridan, 2017).
En los archivos de la CIA consta una charla con el presidente de Estados Unidos
Richard Nixon entre el 15 y el 16 de junio de 1972, donde le prometió promover la
causa del Tercer Mundo para así buscar arrebatársela a Fidel Castro (Carrasco, 2009).
Fue debido a ello que se acercó al presidente de Chile, Salvador Allende, con quien
escenificó lo que ahora sabemos fue una mascarada que no hacía sino encubrir su
papel de operador de Washington. Es en ese contexto que surge el Partido Mexicano
de los Trabajadores, convocado por Heberto Castillo y algunos otros integrantes del
movimiento del 68 como Eduardo Valle, además del líder ferrocarrilero Demetrio
Vallejo y el destacado filósofo Luis Villoro. Esta agrupación buscó darle una formalidad
partidaria a los principios propios de una izquierda nacionalista posrevolucionaria
crítica del PRI. Recuperaba explícitamente las luchas de los caudillos mexicanos de
la Independencia, la Reforma y la Revolución y omitía los conceptos del marxismo
tradicional. Se identificó con el símbolo náhuatl que significa ollin (movimiento), para
distanciarse de la hoz y el martillo que usaba entonces el PCM (Santiago, 1987). La
izquierda partidista mostraba así dos tendencias que habrían de consolidarse en los años
siguientes, para después, fusionarse.

FRENTE DEMOCRÁTICO NACIONAL-PRD: LA ORGANIZACIÓN PARTIDISTA


DE LA IZQUIERDA DEL NACIONALISMO REVOLUCIONARIO CRÍTICO DEL PRI

En las elecciones de 1976 el candidato del PRI, José López Portillo, fue el único
que contendió legalmente (Valentín Campa, miembro del PCM, lo hizo como no
registrado), lo que motivó el cambio en la organización electoral de 1977, diseñada por
Jesús Reyes Heroles, que permitió el ingreso de partidos que se movían en una especie
de clandestinidad, entre ellos el PCM y el Partido Revolucionario de los Trabajadores
(PRT), de filiación trotskista. Este momento tampoco debe considerarse como iniciador
de la transición democrática, debido a que en realidad la apertura, lejos de promover
una competencia equitativa, en realidad formulaba apenas un acceso testimonial a
los opositores, quienes finalmente darían legitimidad electoral a un gobierno bajo la
sombra del dominio monopartidista, propio del régimen de partido dominante.

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El ingreso de algunos miembros de la izquierda a la Cámara de Diputados por el


principio de representación proporcional motivó la reagrupación de diversos organismos
en el PCM, que tras la fusión, en 1981, cambió su denominación a Partido Socialista
Unificado de México (PSUM). El PMT se mantuvo al margen de dicho proceso, pero
finalmente también obtuvo registro legal y consiguió diputaciones en 1985. Al año
siguiente, un connotado grupo de priistas, encabezado por Cuauhtémoc Cárdenas,
Porfirio Muñoz Ledo e Ifigenia Martínez, formaron la Corriente Democrática al
interior del PRI, la cual manifestó su oposición a la política neoliberal instrumentada
por el entonces presidente Miguel de la Madrid (1982-1986). Sus objetivos eran
primordialmente dos: a) que el futuro candidato presidencial fuera elegido por las bases
del partido, como lo marcaban los estatutos; y b) evitar que el siguiente presidente
continuara la política económica instrumentada por De la Madrid. El primero pedía lo
inimaginable: que el mandatario en turno no designara a su sucesor, acaso la principal
ley no escrita del sistema, justo lo que motivó la caracterización más precisa del modelo
que en este caso era común al PNR-PRM-PRI y que hiciera Daniel Cosío Villegas:
monarquía absoluta sexenal hereditaria en línea transversa (Cosío, 1974: 31). En efecto,
dada la concentración del poder que tenía el presidente en turno, como presidente de
facto del partido dominante, nombraba a los candidatos a todos los cargos de elección
popular de importancia, comenzando con el de presidente, con la seguridad de que tal
candidatura era en realidad el aseguramiento del cargo, pues la competencia electoral era
ficticia. Por lo mismo, la división de poderes era nula y, en consecuencia, podía hablarse
de una especie de monarquía absoluta, limitada sólo por el tiempo.
El segundo punto no era menos importante, pues el neoliberalismo significaba la
posibilidad real de terminar el desmantelamiento de los principios sociales construidos
tras la Revolución, algo que, como hemos visto, fue desde siempre la intención oculta
del PRI. En efecto, la lógica del mercado comenzaba a imponerse sobre la lógica del
Estado, lo mismo en los grandes centros de poder que en la academia, lo cual era
contrario a los principios de la izquierda, tanto la nacionalista como la comunista. Eso
hizo que en 1987 se fusionaran el PMT y el PSUM para dar lugar al Partido Mexicano
Socialista (PMS), cuyo candidato a la presidencia no podía ser sino Heberto Castillo. La
Corriente Democrática del PRI, por su parte, entendió que sus peticiones no podían ser
atendidas, pero habían conseguido el propósito de exhibir la antidemocracia dominante
de su partido, el cual finalmente abandonaron para postular a Cuauhtémoc Cárdenas
a la presidencia bajo las siglas de viejos partidos marginales, como lo fueron el Partido
Auténtico de la Revolución Mexicana (PARM), el Partido Popular Socialista (PPS) y el
Partido del Frente Cardenista de Reconstrucción Nacional (PFCRN), que conformaron
el Frente Democrático Nacional (FDN).

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M. RUIZ SOTELO MORENA: LA IZQUIERDA Y LA CONSOLIDACIÓN DE LA DEMOCRACIA

La campaña de Cuauhtémoc Cárdenas tuvo un poder de convocatoria insólito,


comparable sólo a la que tuvo Francisco I. Madero en 1910. Heberto Castillo, quien
había sido en vida del general Cárdenas el heredero político más notable, tuvo a fin de
cuentas que declinar en favor del hijo de su maestro. Desde antes de las elecciones, la
población identificada con la izquierda parecía haber elegido a Cuauhtémoc Cárdenas
como su caudillo. Sería erróneo interpretar tal liderazgo, como suele hacerse siguiendo
acríticamente el modelo weberiano, como de tipo carismático, adjetivación que no
es útil siquiera como hipérbole. Parafraseando a Monsiváis, si algún carisma parecía
tener el adusto Cárdenas, era el carisma de lo anti-carismático. Además, tendríamos
que admitir entonces que su claro sucesor, Andrés Manuel López Obrador, quien
también se ha caracterizado por su capacidad de reunir grandes masas en todo el país,
lo hace también a causa de una personalidad extraordinaria. Evidentemente estamos
en presencia de algo diferente. Fueron las masas, o mejor, el pueblo, entendido como
población con capacidad de movilizarse de manera crítica, como bloque social de los
oprimidos,4 el que forjó la necesidad del liderazgo, y no la operación contraria. Esto
es, si Cuauhtémoc Cárdenas fue seguido de manera masiva se debió a que evocaba
los principios propios del nacionalismo revolucionario que habían sido falsificados o
truncados durante décadas por el PRI, y entonces el movimiento emergente vio justo
en el hijo del general la posibilidad de que fueran restituidos.
Aquellos principios, no lo olvidemos, fueron el fundamento del pacto fundacional
del Estado mexicano posrevolucionario, es decir, de su legitimidad originaria. En
efecto, cuando se habla del contrato social y su origen frecuentemente suele remontarse,
siguiendo las teorías liberales, a un momento remoto, o peor, a-histórico, en el que es
imposible establecer referente concreto alguno. Si seguimos a Luis Villoro, es pertinente
distinguir entre el pactum conjuctionis y el pactum subjectionis. El primero refiere la
pertenencia a una comunidad histórica, en la que se constituye el pueblo. El segundo
supone el anterior, pero tiene un carácter definitivamente político, pues “expresa la
aceptación de sus miembros a someterse a un poder común” (Villoro, 2007: 158). Es
decir, pueblo y Estado mantienen formas de articulación diferentes, contrariamente
a lo supuesto por la teoría liberal, que parte del mismo Hobbes. En nuestro caso,
el pactum subjectionis estaba forjado por la Constitución de 1917, construida sobre
la base de los referentes de la Revolución iniciada en 1910, esto es, el nacionalismo

4
Nos referimos a la idea de pueblo como bloque social de los oprimidos, según la interpretación
de Dussel a partir de Gramsci, es decir, como fundamento de capacidad crítica y transformadora
de un gobierno que ejerce el poder como dominación (Dussel, 2006: 87-130).

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revolucionario. Como vimos, el reclamo que se le hacía al PRI era que su actuación
era contraria al pacto, aunque, en su doble moral, quería aparentar que lo seguía. La
asunción de los principios neoliberales significó el fin de la mascarada, y fue entonces
que la población se movilizó en la campaña electoral para recuperar en lo posible los
principios perdidos para hacerse cada vez más evidente la ilegitimidad del gobierno
priista. No es gratuito que el mitin en La Laguna, escenario privilegiado de la reforma
agraria cardenista 50 años antes, fuera el primer lugar donde sorprendió a todos, quizá
al propio Cuauhtémoc, el poder movilizador que se estaba generando (Monsiváis,
1988). Se habían activado los ingredientes cardinales que formaron lo que podemos
llamar cultura política popular crítica. Fue ésta, pues, la que provocó que el liderazgo
se prendiera. Eso implicaba la certeza de que el gobierno dominante y su candidato,
esto es, el PRI y Carlos Salinas de Gortari, debían ser rechazados justo por representar
lo contrario, los principios neoliberales, contrarios al pactum subjectionis, ya operados
por Miguel de la Madrid.
Tal proceso, por supuesto, tuvo continuidad natural con López Obrador, lo cual
se hizo evidente a partir del desafuero de 2005. Un liderazgo popular como el que
protagonizaron ambos dirigentes es indispensable para construir un movimiento de
ruptura, pues se trata justo de ir en contra de lo establecido institucionalmente, que
para entonces era justamente aquello que hacía posible el dominio del PRI. Enrique
Dussel lo entiende de la siguiente manera:

El mismo pueblo emerge como un actor colectivo desde una pluralidad de movimientos
y demandas [...] el mismo pueblo en formación inviste al liderazgo [...] de un poder
simbólico como instrumento de unidad, como coadyuvante en la construcción del
proyecto de hegemonía [...] del pasaje de la pasividad tradicional a la acción creadora,
de la obediencia cómplice a la agencia innovadora [...] Dicho liderazgo aparece
simultáneamente con la emergencia del pueblo como actor colectivo. El que ejerce
dicho liderazgo debe tener plena conciencia de los límites de un poder simbólico que
es siempre delegado e investido por el pueblo, que es la única sede soberana del mismo
(Dussel, 2011a: 65-66).

El pueblo del que hablamos ahora es el que consigue construirse, reconstruirse,


sobre la base de una conciencia de alteridad crítica,5 como población consciente de
su marginalidad y necesidad de cambio de gobierno, como potentia que requiere

5
Sería, por supuesto, un momento diferente al pactum conjuctionis señalado por Villoro, referi-
do a una situación originaria.

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M. RUIZ SOTELO MORENA: LA IZQUIERDA Y LA CONSOLIDACIÓN DE LA DEMOCRACIA

una representación alternativa (potestas),6 para lo cual se entiende que tácticamente


es necesario construir tal liderazgo. La condición implícita del mismo es que tal líder
tendrá que ser obediente a las demandas de los grupos que se insurreccionan sobre la
base de una crítica al sistema de gobierno vigente que se ha revelado como dominante y,
por lo mismo, como ilegítimo. Así pues, el fenómeno de los liderazgos de Cuauhtémoc
Cárdenas y López Obrador no podría entenderse sin esta lógica de acción política, que,
por lo señalado, dada la naturaleza de su crítica, es pertinente calificar de izquierda.

EL CO-GOBIERNO PRI-PAN (1988-2018): LA LUCHA POR LA ANIQUILACIÓN DE LA IZQUIERDA

Como es bien sabido, una compleja operación política impidió el acceso de


Cuauhtémoc Cárdenas, es decir, de la izquierda del nacionalismo revolucionario aliada
a la surgida de organizaciones marxistas, a ingresar al poder. La razón va más allá del
sistema que se “calló”, es decir, del mero fraude electoral. En realidad lo que hizo
posible que se consumara el triunfo de Carlos Salinas fue la alianza PRI-PAN, aceptada
abiertamente entonces por los entonces líderes visibles del panismo, Luis H. Álvarez
y Diego Fernández de Cevallos.7 Se trataba del compromiso del gobierno entrante a
concretar una serie de reformas económicas y políticas, es decir, a llevar a cabo una
especie de co-gobierno. Dicha alianza se mantuvo todo el sexenio de Salinas, en el
que no se dudó en cometer fraude donde el PRD tuviera posibilidades de ganar, lo que
generó protestas que fueron reprimidas, con un saldo aproximado de 300 muertos. De
hecho, el nuevo partido de izquierda fue sometido por los medios de comunicación,
casi todos plegados al gobierno, a un linchamiento moral que buscaba mostrarlo como
víctima de su propia violencia. Los triunfos panistas, por el contrario, sería reconocidos
abiertamente.
Salinas ejecutó una serie de reformas que formaban parte del ideario fundacional
del PAN: cancelación de la reforma agraria, privatización del ejido, legalización de
la educación primaria y secundaria por instituciones religiosas y relaciones con el
Vaticano, por mencionar algunas de las más representativas, que entonces sintetizara
Heberto Castillo con la fórmula: “El PAN propone y el PRI dispone”. Del mismo modo,
Salinas de Gortari aceptó incorporarse al Tratado de Libre Comercio con Estados

6
Dussel entiende a la comunidad política originaria, que después deviene pueblo, como poten-
tia, poder en sí, y a la representación como potestas, poder como mediación (2006a: 13-39).
7
Véanse planteamientos de ambos en Krauze (1994).

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EL TRIUNFO DE AMLO, LA CUESTIÓN DEL ESTADO Y LAS LUCHAS POPULARES DOSSIER

Unidos y Canadá, una especie de ampliación del acuerdo que ambos países tenían
desde años antes. El objetivo era claro: desmantelar todos los principios provenientes
de la Revolución mexicana; refundar el Estado mexicano con principios pertenecientes
a la ideología neoliberal bajo el señuelo de que ellos llevarían a México al “primer
mundo”. Por su parte, el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN)
realineó al país geopolíticamente, ubicándolo como parte de América del Norte, lo
cual en los hechos significó la profundización de la integración neocolonial a Estados
Unidos. Es decir, lo que fue una velada aspiración propia de la doble moral del PRI
de la Guerra Fría, ahora al fin se confesaba con descaro. La pertenencia geopolítica
a América Latina, de la que México había sido líder en muchas circunstancias y que
también formó parte de los principios posrevolucionarios, particularmente en su crítica
a las posturas imperialistas, pretendió ser liquidada del panorama. Así, el co-gobierno de
facto PRI-PAN buscó sustituir el viejo lenguaje posrevolucionario por la construcción de
un nuevo “sentido común” surgido después de la caída del Muro de Berlín y promovido
también por el mundo académico dominante, en el cual las posturas neoliberales
estaban indudablemente en boga.
Fue en ese ambiente que se manifestó, al inicio de 1994, el EZLN. Su mensaje
significó una gran revitalización de los contenidos de la izquierda con resonancias
internacionales. El movimiento neo-zapatista visibilizó la pobreza, la marginación
económica, política y cultural a la que están sometidos los pueblos originarios
mexicanos, además de que, en un lenguaje no explícitamente marxista, criticó la
violencia subyacente en el capitalismo neoliberal. La movilización civil que despertó el
levantamiento hizo que la guerra durara apenas doce días, pero lo más notable, motivó
una importante organización de apoyo moral e intelectual que se sumó rápidamente
a la impugnación de la cultura neoliberal promovida por los grupos en el poder. ¿A
qué se debió el insólito apoyo popular que consiguió el EZLN en forma casi inmediata?
No faltará quien lo explique por la elocuencia del Subcomandante Marcos, por su
capacidad literaria y, otra vez, por su particular carisma. No deben desdeñarse tales
ingredientes, pero son a todas luces insuficientes. Desde la hipótesis que presentamos,
tal simpatía pasa necesariamente porque la insurrección supo incardinarse con los
principios de la Revolución mexicana, la gran reserva crítica de la población y la
fuente más confiable de legitimidad para reconstruir la noción de pueblo de la que
hemos hablado. Y más si se centra en Emiliano Zapata, la figura más representativa,
más querida, de dicha insurrección señera. Una retórica construida con lenguaje
ortodoxamente marxista seguramente no habría obtenido los mismos resultados. Poco
antes de las elecciones, el neo-zapatismo convocó a una gran reunión en la zona que
dominaba, la Convención Nacional Democrática, que implícitamente llamó a votar

ARGUMENTOS • UAM-XOCHIMILCO • MÉXICO 167


M. RUIZ SOTELO MORENA: LA IZQUIERDA Y LA CONSOLIDACIÓN DE LA DEMOCRACIA

por Cuauhtémoc Cárdenas.8 No obstante, el candidato del PRI neoliberal, Ernesto


Zedillo, ganó la Presidencia, en unas elecciones, como todas las otras, caracterizadas
por desarrollarse en condiciones de inequidad.
El gobierno de Zedillo fue propio de un fundamentalista del régimen neoliberal. Es
así que, después de que sus decisiones precipitaron la crisis económica en los primeros
días de su gobierno, buscó como estratagema de legitimación nada menos que el
intento de aniquilación militar del EZLN, en febrero de 1995. No obstante, la reacción
de la sociedad civil nacional e internacional lo hizo recular, por lo que se vio forzado
a dialogar con los zapatistas, lo que dio por resultado los Acuerdos de San Andrés, en
1996, que firmaron ambas partes. Por supuesto Zedillo no sólo no cumplió la palabra
empeñada, sino que prosiguió su intento de aniquilación del zapatismo, ahora en
medio de una guerra de baja intensidad, misma que dio por resultado la masacre de
Acteal, donde fueron asesinadas 47 personas integrantes de dicha comunidad tzotzil.9
La saña etnocida del entonces presidente puede entenderse porque el zapatismo se había
convertido simbólicamente en el principal baluarte de la izquierda mundial, por lo que
entendió que era el enemigo a vencer. No lo hizo, pero quiso hacer entender que, si
algún cambio podía esperarse en el país, tendría que ser por otra vía.
Es así que, bajo la sombra de la situación en Chiapas, Zedillo finalmente aceptó
una reforma electoral profunda en 1996, en la que se concedió autonomía al Instituto
Federal Electoral, por lo que la organización de las elecciones dejó de ser un asunto
del gobierno en turno. El resultado fue que Cuauhtémoc Cárdenas consiguió ganar
la Ciudad de México en 1997, pero no así la Presidencia en 2000, que quedó en
manos del panista Vicente Fox. Fue entonces que el tortuoso proceso de transición a
la democracia, iniciado al menos desde 1988, parecía haber llegado a buen término, y
faltaba ahora la consolidación, que tendría que llevar a cabo el nuevo presidente. Por
supuesto, no ocurrió así.
Vicente Fox pretendió jugar con la idea de ser un presidente distinto a la de sus
pares priistas, lo que significaba, en primera instancia, ser tolerante e incluso aceptar
las demandas del EZLN. Fue así que no puso obstáculos a la marcha zapatista de 2001
hacia la Ciudad de México, misma que tuvo su momento culminante en el discurso
de la Comandante Esther en la Cámara de Diputados, donde solicitó la aprobación

8
La Convención Nacional Democrática no se pronunció explícitamente en favor de ningún
candidato, pero tampoco llamó a boicotear las elecciones. Las simpatías partidarias de muchos de
sus miembros eran evidentes. Véase Monsiváis (1996: 313-323).
9
Sobre el particular, véase Bellinhausen (2008).

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EL TRIUNFO DE AMLO, LA CUESTIÓN DEL ESTADO Y LAS LUCHAS POPULARES DOSSIER

de los Acuerdos de San Andrés. Su presencia y su discurso impactaron nuevamente a


la opinión pública nacional e internacional, pero el gobierno de Fox se encargaría de
que no fuera más allá de eso. Al pasar la iniciativa a la Cámara de Diputados resultó que
la autonomía se concedía sin el derecho a la administración de recursos, lo cual fue
obviamente rechazado por el zapatismo. Así, a fin de cuentas, Fox demostró que estaba
dispuesto a mantener la alianza con el PRI para evitar la concreción de las demandas
de la izquierda. En ese sentido fue que, cuando hacia 2005 López Obrador se perfilaba
ya como el candidato favorito para ganar la presidencia el año siguiente, no dudó en
buscar a toda costa que no se presentara a las elecciones, para lo cual era necesario
encontrar algún tipo de infracción legal y desaforarlo en consecuencia, elementos que
consiguió gracias a su alianza con el PRI. No contaba, sin embargo, con que tal decisión
generó una reacción masiva en su contra, por lo cual tuvo que recular. López Obrador
se presentó entonces como aspirante presidencial, lo cual implicó un nuevo esfuerzo de
Fox por evitar su triunfo, mostrando una parcialidad, que transgredía los límites legales,
hacia Felipe Calderón, candidato de su partido. Por su parte, algunos sectores del PRI,
al ver el rezago de su candidato Roberto Madrazo, no dudaron en apoyar al panista. Las
elecciones se caracterizaron por una campaña que promovió el miedo y la intolerancia
hacia la opción de izquierda, mientras que los resultados estarán siempre bajo la sombra
del fraude, especialmente por la sospechosa actitud del Tribunal Electoral, que rechazó
el recuento total de votos, algo que era de sentido común cuando la distancia oficial
entre el primer y segundo lugar era de apenas poco más de medio punto.
La alianza PRI-PAN triunfó nuevamente, pero el costo fue muy alto. Significó que la
transición a la democracia no sólo no había llegado a buen puerto, sino que el sistema
autoritario simplemente había cambiado de rostro. La credibilidad de las instituciones
construidas para dar certeza democrática había quedado ampliamente cuestionada,
mientras que la evidencia del régimen neoliberal por aniquilar toda oposición de
izquierda se manifestaba como baluarte del binomio gobernante de facto, a la vez que
impedimento para hablar de auténtica democracia en México. Tal actitud no era sino
la continuación, por otros medios, del viejo celo anticomunista que advertimos en el
periodo anterior. La transición del Estado benefactor dependiente bajo el dominio
del PRI, al Estado neoliberal del TLCAN, bajo la alianza PRI-PAN no sólo no pasó
por la transición a la democracia, sino que buscó obstaculizarla, para lo cual el viejo
autoritarismo únicamente cambió de signo.
Tras el cuestionado resultado electoral, Felipe Calderón pretendió conseguir su
legitimidad usando como táctica principal lo que llamó “la guerra contra el narco”,
que implicó entre otras cosas sacar el Ejército a las calles. La generalización del horror
y el miedo se convirtieron así en el sustrato de su política, que generó al fin de su

ARGUMENTOS • UAM-XOCHIMILCO • MÉXICO 169


M. RUIZ SOTELO MORENA: LA IZQUIERDA Y LA CONSOLIDACIÓN DE LA DEMOCRACIA

administración 102 327 homicidios.10 El PRI, por su parte, aprovechó la situación


para, en complicidad con varios medios de comunicación masiva, perfilar a Enrique
Peña Nieto como candidato a la Presidencia inevitablemente ganador. La segunda
candidatura de López Obrador vino de menos a más, pero no consiguió alcanzar a su
oponente. Ya en la Presidencia, Peña Nieto renovó la consabida alianza con el PAN, al
que se uniría parcialmente el PRD, con lo cual prácticamente quedaba fuera del poder
la izquierda partidaria. Al advertir tal situación, López Obrador aceleró la organización
de Morena, partido llamado a operar con una lógica más ágil que la del PRD, atorado
en su lucha interna por “tribus” que no eran otra cosa que grupos de presión interna
para acceder a puestos de poder, muestra inequívoca de la corrupción que se había
apoderado de dicho partido. En tales circunstancias, Peña Nieto consiguió que se
le aprobaran dos reformas de gran calibre: la educativa y la energética. Esta última
era particularmente significativa. Significaba la abierta intervención de la inversión
extranjera en materia petrolera, el último símbolo vivo del nacionalismo revolucionario.
Como en su momento lo dijo el panista Gustavo Madero, se trataba de “una victoria
cultural del PAN” (Delgado, 2013), aunque sin duda lo era también de los grandes
organismos empresariales trasnacionales en tal rubro. Irónicamente, dicha reforma
parecía hacerlos decir “El petróleo es nuestro”, como había proclamado el cardenismo
de la década de 1930. El neoliberalismo había asestado su golpe más fuerte, por lo que
ahora parecía hacerse irreversible. No obstante, la violencia desatada por su antecesor
no sólo no disminuyó, sino que se hizo más evidente. Para abril de 2018 el número de
homicidios en su sexenio llegaba a 104 637 (Jiménez, 2018), entre los que se contaba
el de los jóvenes de Ayotzinapa (2014), tragedia emblemática que exhibió la forma en
que el crimen organizado había penetrado las esferas de poder del Estado, por lo que
operaban en los hechos como los principales destructores de la institucionalidad y la
legalidad. El “sentido común” que el neoliberalismo quiso imponer se convirtió a fin
de cuentas en la inaceptable rutina cotidiana de la muerte; la “guerra contra el narco”
devino rápidamente en guerra contra la población común de México.
Fue así que, para sorpresa de muchos, Morena creció con rapidez. En las elecciones
locales de 2017 en el Estado de México y en Coahuila el PRI ganó haciendo uso
de métodos fraudulentos, como la compra del voto por medio de diferentes tipos de
dádivas. En la prensa se especuló que el PAN aceptaría el triunfo priista en el Estado
de México, que tuvo como principal opositor a Morena, a cambio de que reconocieran
el supuesto triunfo panista en Coahuila. El pacto nunca se concretó, y eso pareció

10
Con datos investigados por Reforma (Jiménez, 2018).

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EL TRIUNFO DE AMLO, LA CUESTIÓN DEL ESTADO Y LAS LUCHAS POPULARES DOSSIER

ser el motivo para que la alianza de facto entre el PRI y el PAN se rompiera en forma
irremediable. Sin duda, eso operó en favor de Morena y su candidato a la Presidencia.
Pero el crecimiento de sus simpatías podemos explicarlos por elementos más profundos,
que ya hemos apuntado. Morena representó la posibilidad de mantener vivos, de
alguna forma, los principios del nacionalismo revolucionario que el co-gobierno PRI-
PAN había ya dado por muerto y en nuestra hipótesis hemos considerado como el
consenso originario fundamental que permitió legitimar al régimen desprendido de
la Constitución (el pactum subjectionis). Su presencia en el imaginario popular no ha
desaparecido y lo que hizo Morena fue reactivarlo. El neoliberalismo se presentó como
la ideología que lo derrotaría, que podría generar el nuevo sentido común que lo haría
pasar como superado e innecesario. Las plazas llenas que López Obrador obtuvo por
todo el país mostraron enfáticamente lo contrario, y más el resultado en las urnas que le
otorga una legitimidad no conseguida por presidente alguno, pues los que anteriormente
ganaron de manera clara lo hicieron bajo el estigma del partido o la alianza dominante
que se sabía tenía de antemano ganada la elección, es decir, que la misma no se había
desarrollado democráticamente.

CONCLUSIONES

1. Hemos analizado dos grandes etapas del México contemporáneo para entender
el significado del triunfo de Morena en 2018. La primera, de 1946 a 1988, está
caracterizada, en lo político, por el dominio casi absoluto del PRI, y en lo económico,
por la ejecución del Estado benefactor dependiente, que fue paulatinamente
desmantelado a partir de 1982. La razón de ser del PRI no era le ejecución de los
principios de nacionalismo revolucionario, sino su atenuación y necesariamente
subrepticia desaparición, pues en el fondo era reconocido como la fuente de
legitimidad última del régimen establecido. Su ejercicio del poder se caracterizó por la
intolerancia contra políticas de izquierda, particularmente aquellas que pudieran ser
estigmatizadas de “comunistas”, dada su alianza velada, y no tanto, con los intereses
de Estados Unidos, en una política que caracterizamos por su doble moral.
2. La segunda etapa va de 1988 a 2018 y tiene como notable componente político la
alianza de facto PRI-PAN, mientras que en materia económica el objetivo primordial
era ampliar las reformas neoliberales, lo que significaba la desaparición de los
principios del nacionalismo revolucionario. En ese sentido, fue particularmente
significativa la firma del TLCAN, que en los hechos implicaba incorporarse
abiertamente al dominio estadounidense, situación que, como señalamos, se

ARGUMENTOS • UAM-XOCHIMILCO • MÉXICO 171


M. RUIZ SOTELO MORENA: LA IZQUIERDA Y LA CONSOLIDACIÓN DE LA DEMOCRACIA

mantuvo encubierta en el periodo anterior como una concesión al nacionalismo


revolucionario. Las reformas desarrolladas, en efecto, parecieron finalmente no dejar
rastro de aquel modelo de principios del siglo XX, lo que en cierta forma tendría que
haber significado el triunfo histórico del dicho planteamiento neoliberal.
3. ¿Era necesario el triunfo de Morena para hablar del fin de la transición y el inicio
de la consolidación de la democracia? Definitivamente, sí lo era. La razón es
que, tanto en el primer periodo analizado como en el segundo, los fundamentos
de su construcción tenían como componente la necesidad de obstaculizar toda
propuesta de izquierda, con lo cual no se cumplía con el requisito elecciones libres
y equitativas.11 Ambas etapas, pues, están comunicadas por el autoritarismo y, por
lo mismo, fueron profundamente antidemocráticas. Es así que la transición a la
democracia, apuntada en su inicio hacia 1988, es decir, como frontera entre una fase
y otra, fracasó profundamente, pues la alianza PRI-PAN aceptó incluso violentar la
legalidad electoral a fin de impedir que su adversario de izquierda llegase al poder.
4. El triunfo de Morena es de forma y de fondo. De forma, porque hoy puede
plantearse, como nunca antes, que en México hubo elecciones presidenciales
democráticas y que consecuentemente puede seguir habiéndolas. Todo indica que,
a diferencia del 2000, ahora podemos hablar de una alternancia auténtica y que
la competencia electoral debe ejercerse de manera equitativa; esto es, que parece
vislumbrarse un punto firme para hablar de consolidación democrática. Y de fondo,
porque se trata de la primera oportunidad, desde 1940, de construir un gobierno
con orientación de izquierda, capaz de ofrecer una alternativa al neoliberalismo
en las últimas cuatro décadas, en efecto, bajo la inspiración de los principios
del nacionalismo revolucionario, pero con la pretensión de ir más allá. Los retos
deben ir en torno a la refundación del Estado (así habría que entender la “Cuarta
transformación”); a la construcción de una política social capaz de incluir a los
sectores que viven diferentes tipos de marginación; al desmantelamiento de las redes
de corrupción insertas en las instituciones del Estado que se han coludido con los
operadores del crimen organizado; a la formación de instancias de justicia para los
más de 200 mil homicidios y los 40 mil desaparecidos que constituyen la dolorosa
estela de víctimas producidas por el anti-Estado que se ha impuesto en México en
los últimos tiempos.

11
El politólogo Robert. A. Dahl señala seis componentes primordiales de una democracia con-
solidada: 1) elección de los responsables en la toma de decisiones del Estado; 2) elecciones libres,
equitativas y frecuentes; 3) libertad y autonomía de asociación entre los ciudadanos; 4) ciudadanía
incluyente; 5) libertad de expresión; 6) fuentes alternativas de información (Meyer, 2013: 44).

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EL TRIUNFO DE AMLO, LA CUESTIÓN DEL ESTADO Y LAS LUCHAS POPULARES DOSSIER

5. ¿Debe considerarse la victoria de Morena como parte de los triunfos conseguidos


por la izquierda latinoamericana en las últimas dos décadas? No parece caber duda
que, en efecto, hablamos de un fenómeno que forma parte de la historia común
de la región a la que México pertenece desde sus orígenes. De hecho, bien puede
señalarse que fue la realidad mexicana la primera en promover una alternativa
diferente de izquierda cuando, en 1988, surgió una tercera opción que chocaba con
los dos grandes partidos tradicionales, cuyas diferencias parecían haberse construido
a semejanza del bipartidismo estadounidense. López Obrador está obligado a
abrevar de las experiencias latinoamericanas recientes para construir alternativas
factibles a la ortodoxia neoliberal, a la asfixiante dependencia hacia los Estados
Unidos, al aislamiento de México respecto a los países con los que tiene un vínculo
fraterno forjado por su realidad histórica y cultural. Sólo así podrá enfrentar el reto
de la viabilidad práctica de la izquierda mexicana.

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