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Legítima defensa
La primera explicación que nos viene a la cabeza tiene que ver con el derecho
individual de defensa. En un sistema de libertades en el que se reconozca al
individuo la facultad de organizar su vida como lo estime oportuno siempre que
no entorpezca una correlativa facultad ajena, parece que ha de formar parte de
tal autonomía personal la facultad de proteger la propia autonomía, de defender
los propios bienes frente a las agresiones externas.
Este derecho individual de defensa debe ser matizado en, al menos, dos
sentidos. Es el primero el de que tal defensa sólo parece coherente con un
sistema de libertades cuando se produce frente a una extralimitación en el
ejercicio de la libertad ajena. No parece legitimable como un acto de autonomía
la conducta de quien lesiona al policía que registra su domicilio por orden
judicial o la de quien embiste con su vehículo al vehículo que le precede y le
impide circular más deprisa. El segundo matiz proviene de que la racionalidad
colectiva ha conducido a que la defensa justa de los intereses colectivos e
individuales se racionalice, especialice e institucionalice en el Estado. Una
defensa de los legítimos bienes e intereses individuales y colectivos no puede
recaer en cualquiera o en los titulares de los mismos si quiere ser objetiva,
racional y proporcionada. Sólo cuando el Estado no esté, cuando no llegue a
tiempo para defender al ciudadano, parece prudente apoderar al mismo para
su justa autodefensa o para la justa defensa ajena.
El hecho típico realizado en legítima defensa no es un hecho injusto, pues,
porque es un acto de defensa de la libertad propia o ajena frente a una
conducta fruto del ejercicio extralimitado de la libertad ajena. El daño se
legitima como acto justo de defensa. Pero no sólo. La legítima defensa es
legítima porque es también un acto de justicia: un acto de defensa del
ordenamiento jurídico con efectos de prevención de nuevas rupturas del
mismo.
El estado de necesidad
Un hombre mata al valioso perro ajeno que se dirige agresivamente hacia el
bombero arroja a un niño a una manta desde la ventana del edificio en llamas,
causándole una fractura en una costilla; el conductor del vehículo rueda sobre
una mancha de aceite que le hace perder el control momentáneo y que le
fuerza a impactar en el rebaño ajeno para no atropellar a un peatón; un sujeto
empuja violentamente a otro para salvarle de un atropello y le provoca lesiones.
En todos estos supuestos un sujeto realiza un hecho típico de daños o de
lesiones como conducta necesaria para evitar un mal mayor: al igual que en la
legítima defensa el sujeto se ve inmerso en una crisis en la que las dos salidas
posibles implican un mal y en la que termina eligiendo la que resulta más
beneficiosa desde la perspectiva valorativa del ordenamiento.
Fuente bibliográfica
Teoría del delito, 2007