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El hecho de que haya personas con mayor libido sexual que otras, no
quiere decir que unas sean más virtuosas que otras. Es una cuestión
biológico-astrológica.
Los bebés, en la especie humana, son más frágiles que en el resto de las
especies animales y necesitan durante mucho más tiempo del cuidado de
sus padres para desarrollarse. Mientras el ser humano era nómada, los
especiales cuidados que necesitan los niños eran proporcionados, además
de por la madre, por el clan en conjunto. Cuando el ser humano se vuelve
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sedentario, comienza a poseer tierras y bienes materiales que potencian la
noción de propiedad privada. Eso afecta a la relación entre hombres y
mujeres cambiándola radicalmente ya que, desde el prisma de la propiedad
privada, ahora la madre ya no tiene el apoyo del clan para que cuide a su
hijo y necesita a una figura paterna a su lado; igualmente, el hombre
necesita a una mujer que cuide a sus hijos y a su territorio. De esta manera,
el poder político-religioso acaba estructurando un contrato social entre
hombres y mujeres mutuamente beneficioso; contrato que tiene mucho de
práctico y poco de romántico. Desde ese momento, el hombre “se hace
cargo” de su mujer siempre y cuando ésta no le haga dudar de la paternidad
de su prole.
A causa, entre otros motivos, de que el hombre tiene como promedio tres
veces más testosterona que la mujer, éste se excita más rápidamente pero,
igualmente, su orgasmo es más corto y agotador. Desde un punto de vista
estrictamente biológico, la mujer puede ser promiscua ya que, para
alcanzar su plena satisfacción sexual, requiere de una relación sexual más
prolongada o, en su defecto, su biología está preparada para tener varias
relaciones sucesivas (a diferencia del hombre). Por ello, como el hombre
siempre ha tenido miedo de la gran capacidad sexual de la mujer,
históricamente ha preferido castrarla mentalmente (cuando no físicamente
también) mediante una educación cultural manipulada. Represión
ideológica que, finalmente, ha acabado afectando a los dos sexos, en mayor
o menor medida.
Hasta tal punto llegó la manipulación ideológica que, esa educación moral
impuesta y subjetiva, llegó a grabarse a fuego en el inconsciente colectivo
del ser humano; creándole un conflicto malsano entre su naturaleza
biológica y su educación cultural.
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La idea de que ser una mujer liberal es sinónimo de ser viciosa o prostituta
representa el triunfo de una educación castrante, surgida para controlar el
poder desestabilizador social de la sexualidad femenina desinhibida. Como
consecuencia de estos prejuicios, de una sexualidad inocente (de agua) se
pasa a una sexualidad vivida con una culpabilidad (de fuego) que pide
castigo, o con desesperación existencial que lleva a una superficialidad
insatisfactoria.
Así pues, tenemos guerras en vez de sexualidad. “El remedio es peor que la
enfermedad”.
Cuando, por las razones que sea, teniendo deseo sexual hemos de reprimir
nuestra sexualidad natural, actuamos en contra de nuestra programación
biológica y la fase de excitación-estrés continúa activa. Si esa situación se
prolonga en el tiempo, ese perjudicial estrés se cronifica.
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Los tradicionales celos (especialmente los enfermizos celos infundados)
indican afán de posesión, inseguridad respecto a nuestra valía personal y
sexual y miedo a que puedan dañar nuestra imagen exterior: el “qué dirán”.
En su lugar, sería mentalmente más sano que las parejas supieran lograr
una complicidad sexual desde la sinceridad mutua más que desde los
convencionalismos.
“Ama y haz lo que quieras, porque todo lo que hagas lo harás con
amor”. San Agustín.