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CAPÍTULO II

SOCIOLOGÍA DE LA SEXUALIDAD

1.- Un sexo ecologista

Daremos en este capítulo una visión general de la condición sexuada humana, para en el
siguiente ver, más en concreto, la importancia de una acertada comprensión de la sexualidad
para la cultura moderna. Un ecosistema natural implica una relación armónica entre seres vivos
de diversos órdenes que de alguna manera contribuyen al mantenimiento del todo y se sirven
de él a su vez para sobrevivir y desarrollarse. En los ecosistemas del mundo vegetal y animal
la relación predominante es la relación de equilibrio. De la misma forma que la naturaleza en su
conjunto vive en equilibrio y de la misma forma que cuando ese equilibrio se rompe la
pervivencia del entorno natural se ve gravemente amenazada hasta que se recomponga, el ser
humano y la sociedad en la que vive también necesitan de esa relación de equilibrio entre sus
partes constituyentes y cuando este equilibrio se rompe, la sociedad y el ser humano se ven
abocadas a patologías y psicopatías diversas. En la cuestión demográfica se puede apreciar
muy fácilmente el tema del equilibrio y el desequilibrio. En nuestras sociedades occidentales
con tasas de envejecimiento muy elevadas se está generando un verdadero problema a causa
del desequilibrio en al estructura de la población; tenemos sociedades envejecidas que deben
ser: mantenidas por unos jóvenes que cada vez son menos, donde las jubilaciones se van a
tener que ir retrasando o pagándoselas quien más dinero tenga al tiempo que la eutanasia
cada vez cobra más impulso. Es evidente en este sentido, que el desequilibrio
sociodemográfico produce patología insolidaria (la eliminación del inútil).

Como vemos, al igual que en el ecosistema natural, en el ecosistema social humano las
dimensiones biológica (que procura la salud o bienestar físico), psicosociológica (que procura
la estabilidad emocional o bienestar afectivo), y la trascendente (que procura la tranquilidad o
bienestar relacional) deben asimismo asegurar su complementariedad mediante el equilibrio.
Ninguna de estas dimensiones debe de estar dominada por otra y atrofiada. Sin embargo
muchos autores han denunciado el fracaso de la sustitución que la modernidad ha efectuado
del componente trascendente y espiritual de la naturaleza humana por una serie de dioses
menores que no han servido para vertebrar una sociedad ahora manifiestamente en crisis.

Efectivamente, el componente espiritual, la capacidad de relación con cualquier alteridad, o de


autotrascendencia en palabras del ex-presidente e intelectual checo Vaclav Havel, parece que
se ha atrofiado en vista del énfasis que nuestra cultura pone en la satisfacción de las
dimensiones más propiamente individualistas: la biológica sobre todo, pero también la
psicosocial. En cierto sentido podemos hablar de una sociedad, la nuestra postmoderna,
sentimentalizada: los políticos se preocupan más que por los efectos de una determinada
política por los sentimientos que va a producir en la población, los medios tocan la fibra
sensible de la gente para que determinadas conductas sean aceptadas: el hecho de que dos
personas estén a gusto y “se quieran” legitima cualquier acción sexual,... La parte positiva es
que podemos abordar determinados temas, como el del aborto, desde la perspectiva
sentimental para producir sensaciones de repugnancia y rechazo, especialmente en la mujer
(por ejemplo a través de visionar un feto de 20 semanas, aún abortable, en una vídeo
ecográfico) en vez de tratarlo desde el punto de vista de los derechos de los adultos frente a
los de los concebidos no nacidos. Esta sentimentalización social también nos ha hecho
avanzar en la legitimación de la expresión de sentimientos por parte del varón, algo antes sólo
reservado para la mujer o en el hecho de ser tenidos en cuenta los mismos en multitud de
comportamientos donde otrora eran obviados.

Esta ausencia de la dimensión relacional (trascendencia) denuncia una falta grave de


equilibrio en el ecosistema social humano. El equilibrio en cualquier sistema interdependiente
es la forma lógica de integración entre sus partes y refleja un estado que ha de ser buscado a
toda costa y continuamente sin escatimar esfuerzos cuando procesos innovadores o evolutivos
de cualquier índole se suman a lo dado. El caso es que en ningún otro tema se aprecia con
más claridad esta falta de equilibrio en la sociedad actual como cuando nos referimos al
comportamiento sexual en lo que tiene de relación (comunicación, herencia, tolerancias o
agresiones, ritos, servicio, etc...) con otros incluso a través del tiempo y del espacio.

El desequilibrio sexual a que nos referimos supone básicamente una rotura de la relación que
la dimensión biológica tenía hasta ahora con la dimensión trascendente y psicosocial del ser
humano, rotura que todavía no ha generado un nuevo estado de equilibrio y que se manifiesta
en la proliferación de disfunciones sociales y de psicopatías individuales que salen a la
superficie a través de los índices de violencia sexual o de la generalización de enfermedades
en las que de alguna manera está presente la actividad sexual humana (el SIDA, por ejemplo).
Por eso decimos que el mundo moderno tiene una visión desequilibrada de la sexualidad.

Cada uno de los tres pilares o dimensiones a que nos estamos refiriendo es, a su vez, un
conjunto de equilibrios y por tanto constituyen de por sí un canon. Tanto en el orden biológico
como en el psicosocial y trascendente existen pautas ordinarias de comportamiento. Es decir,
estamos ante lo que podíamos catalogar como unos marcos de orden que separan en el
acervo social lo aceptable, lo sano o lo legal, de la desviación, de la enfermedad, y del crimen.
En este canon las peculiaridades e idiosincrasias encajan o deben de encajar sin romper un
equilibrio inicial que por mor del carácter evolutivo y cambiante del devenir hemos de calificar
de dinámico, en el sentido de que los equilibrios son fruto de reposicionamientos continuos y
que no siempre se plantean en los mismos términos.

Si nos fijamos en el componente biológico, y apreciamos la fuerza del apetito sexual como uno
de los más poderosos instintos de la especie humana, hemos de colegir que en un contexto de
armonía o equilibrio dinámico, la sexualidad es un factor de peso en la integración o
vertebración de la personalidad humana y de la constitución social y relacional de los
individuos. Ahora bien, ¿existe un orden sexual, o algo parecido, y si es así, cuál es este?

Frente a los que consideran que la parte biológica del ser humano tiene una ley propia y
enteramente autónoma, nosotros opinamos que la racionalidad de los comportamientos
biológicos es parte de la racionalidad integral de los comportamientos naturales que, en el caso
de la especie humana, tiene también en cuenta el estado de equilibrio con la dimensión
trascendente y psicosociológica. Dicho de otra manera, para los humanos “lo natural” es lo
racional. Es decir, partimos de que el ordenamiento del impulso sexual humano, o si se
prefiere, su sometimiento a la razón forma parte de su misma razón de ser, de tal forma que si
esto no fuera así, deberían estar legitimadas socialmente todas las conductas que siguieran
cualquier impulso: desde la violación y el adulterio hasta el incesto o la pedofilia. Igualmente si
la parte biológica del ser humano tuviere una ley propia, debería legitimarse cualquier tipo de
impulso no controlado por la razón como puede ser, en un momento dado, un acto violento o
grosero. Afortunadamente, la razón equilibra, y un comportamiento humano lo es por ser al
mismo tiempo social y racional.

2.- El ser del sexo

Recordemos que la presencia de los órganos genitales no es la causa primaria del sexo. Este
es consecuencia de un patrimonio cromosómico determinado desde el mismo instante de la
concepción. Este sexo genético (cromosomas) dará lugar al gonádico (ovarios y testículos)
que, mediante la producción de hormonas, desarrollan en el feto los genitales externos. Es
decir, el sexo primario es el cromosómico o genético que va marcado en cada una de nuestras
células.

Considerando que todas las células del cuerpo proceden del cigoto, todas tienen la misma
dotación cromosómica, por eso afirmamos haciéndonos eco de palabras del eminente científico
francés J. Lejeune, que somos un determinado sexo y así consta en el código genético de cada
una de nuestras células. Por esto, la sexualidad es algo mucho más rico que la mera
genitalidad. Si bien es cierto que la actividad genital está condicionada por la sexualidad, no es
así al contrario: el uso o no uso de la función sexual no influye en absoluto en la feminidad o
virilidad. Existen otras muchas características que afirman el ser varón o mujer como pueden
ser las siguientes: en los sentidos, el hombre tiene una visión tipo túnel, la mujer posee una
visión periférica; el hombre detecta fácilmente el lugar de procedencia de un sonido y la mujer
tiene mayor facilidad para distinguir los tipos de sonidos; el hombre tiene la piel más gruesa
que la mujer, mientras que la mujer tiene mucho más activados los sensores al tacto ya que
sus niveles de oxitocina legan a ser diez veces mayores que en el varón; el cuerpo calloso del
cerebro de la mujer contiene hasta un 30% más de conexiones entre los hemisferios, lo que les
facilita la realización de varias tareas a un mismo tiempo; a causa de esta morfología cerebral,
el hombre está menos preparado para realizar varias tareas al mismo tiempo; las chicas suelen
organizar sus juegos en grupos reducidos y cohesionados, poniendo el interés en minimizar
discrepancias y maximizar cooperación, mientras que los chicos tienden a los grupos más
numerosos e inciden en los aspectos competitivos; la mujer prefiere el desarrollo tangible de la
persona por encima de conceptos abstractos, siente antipatía hacia la violencia y prefiere la
negociación y el consentimiento como métodos para resolver conflictos. Junto a todas estas
diferencias entre hombre y mujer, junto con muchas más que podríamos enumerar, cabe
señalar una como primordial, la capacidad de la maternidad.

La sexualidad es pues el conjunto de características propias de seres que se reproducen por


unión de dos células, una masculina y otra femenina. A partir de aquí, los actos sexuales
externos están enmarcados en la visión integradora de equilibrio dinámico a la que ya nos
hemos referido. Por esto, la actividad sexual es también una forma de pensar. Y, puestos a
ello: ¿cómo se piensa el sexo a sí mismo?, ¿cuál es el ser del sexo?

Desde el punto de vista estrictamente fisiológico la finalidad del sexo de esos mamíferos
superiores que llamamos humanos es la reproducción. Para los seres humanos, sin embargo,
que tienen capacidad de autodeterminación (libertad) y autotrascendencia (solidaridad
relacional sincrónica y diacrónica, en el espacio y en el tiempo), el sexo tiene también una
finalidad social que se manifiesta a través de lo que los moralistas llaman carácter unitivo. Es
decir, los humanos procreamos racionalmente y al hacerlo nos amamos. Por eso, la familia,
que tiene origen sexual, es el centro, fundamento y piedra angular de la sociedad. Si pensamos
que cada persona toma su origen en el ejercicio de la sexualidad por parte de su padre y de su
madre, que su razón de ser no puede entenderse como una simple multiplicación de la materia
por causas naturales, podemos quizá entender la prioridad que tiene la sexualidad en orden a
la perpetuación cultural y social. Si antes dijimos que "somos" sexo, también podemos afirmar
ahora que, de alguna manera, la sociedad es sexo. Sexo racional, sexo asumido y ordenado,
en definitiva sexo de amor. Es una pena que hasta recientemente la sexualidad, quizá por
influjos puritanos, haya sido encorsetada en sus prohibiciones sociales -las desviaciones- y no
haya sido fortalecida en sus afirmaciones incluso desde el punto de vista científico (la
investigación en métodos naturales todavía tiene un gran camino que recorrer y los efectos
secundarios de muchas técnicas artificiales de control de la natalidad son todavía
desconocidos lo que supone imperdonables ignorancias científicas).

Es para nosotros patente que desde la perspectiva equilibrada de la sexualidad, los actos
externos (en sentido social, o sea: públicos, relacionales o trascendentes) en materia sexual,
que, recordemos, forman parte del equilibrio interno de la personalidad, tienen una finalidad a
la vez procreativa (fisiológica) y unitiva (social); es decir una finalidad comunicativa en dos
direcciones: cercana o próxima en el sentido conyugal y extensa o diacrónica en el sentido
social que testifica la sucesión de generaciones.

Una de las más nefastas herencias del individualismo metodológico que nace con la Ilustración
y se "perfecciona" con la praxis del sistema de producción y consumo que llamamos
capitalismo, es el olvido del contexto relacional (la dimensión trascendente) de los individuos y,
por tanto, la falta de justificación para derechos y deberes que podríamos llamar sociales o
comunitarios. El bien colectivo ha sido sustituido por lo que algunos denominan "interés común"
hasta el punto que muchas relaciones afectivas se entienden como mera superposición o
coincidencia de intereses. De hecho hoy en día en muchos trabajos sobre la familia se estudia
la sucesión de momentos de vida del individuo con los padres biológicos primero, para pasar
luego por el hogar monoparental y desembocar en una nueva relación del progenitor en la cual
cada parte aporta descendientes que vienen a convivir en régimen de fraternidad; el joven que
abandona este hogar pasa igualmente por diversas situaciones familiares como son la vida en
habitáculo unipersonal, la cohabitación, el matrimonio, la separación con o sin hijos, y
normalmente la vuelta a casar. Se trata fundamentalmente de un individuo que actúa según
sus intereses personales, apetencias o necesidades, quedando fuera de juego los derechos o
necesidades de los demás ya sea la mujer o los hijos. No es de extrañar pues que aquello de
que el bien colectivo está por encima de los bienes individuales resulte para muchos hoy de
difícil comprensión.

De Sigmund Freud a nuestros días la sexualidad ha pasado a incorporarse a la sociedad de


consumo como un elemento de variada oferta y presentación. La sexualidad ha pasado de ser
patrimonio de la colectividad que aceptaba solo determinados ritos y representaciones a ser
una exclusiva discrecionalidad individual. En ello hay cosas positivas pero también están ahí
los gérmenes del desequilibrio sexual actual. De lo positivo, bienvenida sea la desaparición de
los tabúes sexuales. De lo negativo, resaltamos la transformación de la sexualidad en
genitalidad y la exacerbación actual de la sexualidad como bien de consumo en el mercado: el
comercio de pornografía infantil en Internet, programas de TV donde la gente se anuncia para
buscar pareja, etc.

En muchos ambientes la genitalidad, el "sexo plástico" en terminología del sociólogo británico


Anthony Giddens, ha sustituido a la sexualidad incluso en la relación conyugal (que por
trascender al propio individuo es relacional, social, y, en este sentido, pública). El mencionado
“sexo plástico” hace referencia a la superficialidad, a una rutina social o algo hecho en serie, en
lo que el sociólogo británico está de acuerdo puesto que proporciona a las personas igualdad.
Sin embargo se trata de un sexo de dos dimensiones, es el sexo de la imagen, donde todo es
ficticio, virtual y fácilmente convertido en objeto de transacción. Este modo de vivir la
sexualidad carece de la dimensión temporal (diacronía), con lo que pierde su racionalidad, y
por tanto también parte de su humanidad.

Una sexualidad integrada regida por la razón es un conformante o perfección esencial de la


persona vista desde fuera (el entorno social con el que se comunica sexualmente). Pero la
supresión del papel directivo de la razón aísla el acto sexual de su contexto más amplio y lo
reduce al aspecto biológico (genitalidad) al tiempo que lo desposee de la temporalidad que
antes tenía en la representación del tiempo de gestación (es como si la genitalidad robase
canales comunicativos a la sociedad al privar de la sexualidad de sus individuos). Por eso la
genitalidad reduce la valoración ética de los contactos sexuales a la instantaneidad lo que en sí
es una descontextualización radical (sin tiempo no hay sociedad, solo "yoes") que todavía no
hemos digerido (muy apropiado en este sentido el calificativo de generación del ahora que se
dio en EE.UU. a la joven generación de hace unos años y generación del mí que se da también
ahí a la joven generación de nuestros días). En la genitalidad ya no somos sexo en el sentido
profundo al que nos referíamos antes sino sexo-adictos en el sentido en el que utilizan el
término Giddens y otros sociólogos.

Es en este sentido en el que la genitalidad es una caricatura de la sexualidad. La genitalidad


puede ser placentera, bien sensorial o psíquicamente, como cuando se experimenta
dominación, pero raras veces es ella sola comunicación. Y es que el sexo es genuinamente un
medio de comunicación social. Este es quizá el aspecto que la genitalidad ignora y, a nuestro
juicio, la denuncia más palpable del desequilibrio al que nos referimos. El aislacionismo
individualista padece un defecto de comunicación del que no es ajeno el entendimiento de la
sexualidad como mera genitalidad, cuyo efecto más palpable es la asunción social de la
supuesta bondad de la masturbación, es decir, el sexo replegado hacia sí mismo y aislado de
todo contexto relacional posible; bondad ésta que llega a recomendarse a los más jóvenes y
que pretende también introducir a la mujer en su cerco. El sexo, por tanto, como el lenguaje y
la apariencia está regulado socialmente en la medida en que construye vínculos, y en esa
medida es normativo. Podemos entender por ello que la sociedad se pronuncie sobre el
travestismo, la pederastia o el incesto, como se pronuncia sobre la gramática y las palabras, o
sobre los tatuajes y la higiene corporal.
3.- El sexo es un medio de comunicación

El entendimiento de la sexualidad compartida como un genuino medio de comunicación social


es su principal característica desde el ámbito de la sociología. El problema es que si no se
entiende al sexo como medio de comunicación, difícilmente se puede comprender y aceptar su
carácter normativo.

Las normas sexuales se justifican en la medida en que se vea el sexo como lo que es: un acto
social de índole comunicativa Todos los actos sociales son socialmente legitimables en base a
una normatividad implícita en el amparo social. Manifiestamente esto se ve nítido cuando nos
referimos a los medios de comunicación. El lenguaje, el más claro de todos, tiene su normativa;
pero también el vestido o los medios más bárbaros como las guerras. Sin gramática ni
ortografía ni acuerdos ni justicia para genocidas, no habría convivencia. Las normas, que no
solo la ley, hacen posible la comunicación, o sea la referencia a los demás y la incorporación
de una o uno a la sociedad y de la sociedad a uno. No podemos arrancar a la sexualidad de su
imbricación en la sociedad, si la sexualidad no tiene una razón y amparo sociales sería mucho
más funcional para la propia sociedad (entendemos por función aquellas tareas que, en este
caso de la sexualidad, tienen una positiva repercusión en el grupo) actitudes antisociales como
la castración de sus individuos. Así desaparecerían gran cantidad de perturbaciones que
produce el hecho de que haya humanos “en celo” constantemente y, por otro lado, la
fecundación artificial vendría en socorro de la necesidad de nuevos seres.

El entendimiento del sexo como comunicación excluye el individualismo, o sea, el sexo como
manifestación de dominación o como remedio patológico del rechazo social. En cambio, incluye
algo que en nuestra sociedad se ha ido devaluando paulatinamente hasta casi su desaparición:
el tiempo.

Efectivamente, el sexo es comunicación tanto sincrónica como diacrónicamente. El hecho


comunicativo sincrónico por excelencia de carácter sexual es la familia y la divisoria apreciable
que se da en la relación de parentesco que se tiene con los familiares y que no se tiene con los
que no son familiares. Así, el sexo de mis padres me comunica a mí con mis hermanos de una
manera muy especial.

El hecho comunicativo diacrónico por excelencia de carácter sexual es la sucesión de


generaciones. El paso del testigo social de una generación a la siguiente lo posibilita en primer
lugar la sexualidad. Esto es de capital importancia. La responsabilidad para con la siguiente
generación hace precisamente que se abra paso lo social. Además en el inicio de la sociedad
se halla igualmente la prohibición del incesto, que es lo que diferencia a la familia de otros
grupos sociales, como bien detectaron los evolucionistas; la sociedad nace con al familia en la
prohibición del abuso intrafamiliar. La sexualidad, por tanto, posee un carácter social básico y
original

Pues bien, la diacronía se viene irresponsablemente divorciando del sexo en estos últimos
años y ello supone un elevado coste social. Nuestra cultura tiende a mirar al otro lado con casi
todas las acciones de efectos diferidos (el uso de la energía nuclear es el ejemplo más
dramático) y ello está afectando también a la sexualidad en la medida en que los nueve meses
de la gestación o las secuelas de una enfermedad o de un trauma sexual se consideran
desligados de un acto que ahora está difícilmente contextualizado. En este punto podemos
citar a los denominados “DINKS” ( Double income no kids, es decir “Doble sueldo sin hijos”). En
función de un individualismo exacerbado, los hijos no tienen lugar en las uniones de gran
cantidad de jóvenes, con lo que el carácter diacrónico de la sexualidad desaparece por
completo al tiempo que convierte a estas personas, en determinado aspecto, en “parásitos
sociales”: sus padres han vivido para ellos, ellos viven para sí mismos y en el futuro, otros
habrán de cuidarlos si es que no se les practicará la eutanasia. Igualmente, ¿qué sentido tiene,
socialmente hablando, una unión con pretensión de familia en individuos ya ancianos? En
virtud de las relaciones diacrónicas, ¿qué ocurre con los nietos? ¿Tienen que aceptar a un
nuevo “abuelo”? ¿Dónde está la vinculación diacrónica de este nuevo matrimonio?

Se entiende que afirmemos que la incorporación de la sexualidad a la vida relacional que es la


sociedad en su doble vertiente sincrónica y diacrónica supone la aceptación de la normatividad.
El sexo es normativo: como el lenguaje, el tráfico, la guerra, la moda, los horarios, las fiestas, el
mercado, el deporte, etc. Una o uno no puede hacer con su sexo lo que quiera si quiere al
mismo tiempo relacionarse con y a través de él. Es en este sentido en el que, por extraño que
parezcan estas expresiones, tan antisocial son la homosexualidad como la soltería que impiden
la socialización (una de las funciones sociales de la familia), aunque en ambos casos puede
haber matices funcionales, ya que la renuncia al matrimonio por motivos de servicio y entrega a
los demás es un acto de gran valor por sí. Los casos mencionados se saltan las reglas de
modo análogo a como se salta las reglas la que se salta un stop o el que construye las frases
al revés.

4.- El lugar de la familia


Una investigación, hecha por el Centro de Estudios de Política Familiar (FPSC) de Gran
Bretaña en el año 2000 puso de manifiesto que más de 6,5 millones de británicos vivían solos y
dos de cada cinco matrimonios acababan en divorcio. El informe no auguraba un futuro
brillante a la institución matrimonial y a la familia. La pregunta que nos hacemos nosotros ahora
es la de si el matrimonio, o la sanción pública de la relación conyugal que origina la familia,
tiene algo que ver con el enfoque equilibrado de la sexualidad que defendemos en este texto.

En un contexto relacional multivariable entre seres humanos de distinta generación, la rotura


del equilibrio dinámico entre los esposos o entre los hijos y los padres, perjudica a todas las
partes implicadas, también a la sociedad en su conjunto, y por tanto debe ser mantenido a toda
costa en la medida de lo posible. Desde una perspectiva de globalidad, que también podíamos
llamar comunitaria o anti-individualista, la preservación de los entornos relacionales de mutua
dependencia es vital, y la familia es quizá el más básico de esos entornos. Por esto
consideramos que una verdadera ecología humana debe de estar basada en el respeto mutuo
por la diferencia y también por el respeto a la propia dependencia mutua. El hecho de que
todos nos necesitemos no es más, en nuestra opinión, que una palmaria evidencia de la
vigencia secular de la familia. Sin embargo, en muchas ocasiones, el estado y el mercado no
están interesados en que nos demos cuenta de que nos necesitamos, de tal manera que estas
dos instancias podrán llevar a cabo mejor sus objetivos si las realidades sociales intermedias
son débiles y el individuo se halla aislado. Ante la falta de ayuda por una familia que no existe,
el individuo gasta más: personas que cuiden de sus hijos, que le cuiden a él cuando sea mayor,
grandes gastos en comida ya que no tiene tiempo para cocinar, ahondamiento de la cultura del
“usar y tirar”, etc. Igualmente, en aquellos lugares donde la familia es débil o ya casi inexistente
(países escandinavos, centro de Europa, Norteamérica...), se produce una emancipación
precoz de los jóvenes lo que les hace fácilmente manipulables por el Estado y otras instancias.

La mejor manera de proteger este entorno humano es dando reconocimiento público de la


forma que se considere más oportuna a la unión familiar estable. Aunque la inestabilidad
familiar es socialmente más negativa en la medida en que afecta a la separación generacional
(en concreto la separación entre abuelos y nietos que produce el divorcio), no hemos de olvidar
que el sexo tiene algo que ver en esto (la unidad y estabilidad familiar), por ello quizá
convendrá que esa sanción pública considere un aspecto que a nuestro juicio es de capital
importancia: la relación de poder sexual.

En la familia, como en el acto sexual conyugal, las relaciones de poder y sumisión han de estar
concertadas en base al tan mencionado equilibrio. Esto supone en el mundo en el que nos
movemos ni más ni menos que rescribir el papel de la mujer en familia tal y como lo contempla
la sociedad actual. Nos explicamos: mientras las relaciones conyugales, sexuales o no
sexuales, estén marcadas por la herencia de la dominación, no hay mutuo y libre
consentimiento y por tanto no hay ni sexualidad ni familia.

La herencia de la dominación se manifiesta hoy en día fundamentalmente en la relación


estado-mujer y para superarla es necesario dar a la mujer la libertad que el varón necesita en
ella para establecer relaciones de mutua dependencia entre iguales. Esto supone
fundamentalmente tres cosas:
a) Educación, una educación pertinente sobre la idiosincrasia de la propia afectividad
y fisiología reproductiva que se concreta en nuestra opinión en la investigación y en
la enseñanza universal de los métodos naturales de reconocimiento de la fertilidad a
la más temprana edad posible. La mujer empieza a conocerse más y, en este tipo de
métodos, es necesaria la colaboración en el matrimonio, por lo que la familia sale
fortalecida, gana poder ya que crece en autonomía frente a imposiciones químicas,
esterilizantes o profilácticas del exterior, y se profundiza en la responsabilidad
conyugal.

b) Dignidad, un respeto a la dignidad de la mujer que se concreta en nuestra opinión


en parar de inmediato el intervencionismo químico en el cuerpo de la mujer a través
de fármacos no contrastados completamente y que de hecho la disponen al acceso
indiscriminado por el hombre. Es así incluso, que en países del Tercer Mundo se
prescriben anticonceptivos que no están permitidos en el mundo desarrollado, se
llevan a cabo experimentaciones en humanos sobre nuevas técnicas contraceptivas,
se suministran profilácticos caducados y en mal estado o se asalta la dignidad de la
mujer realizando intervenciones farmacológicos o quirúrgicas sin su consentimiento,
fundamentalmente a través de la imposición o el chantaje desde organismos
internacionales. Junto a estas situaciones es alentador conocer que en Uganda,
gracias a la difusión de la abstinencia sexual y la fidelidad se ha reducido en un 50%
el contagio de SIDA entre 1992 y 2000 frente al continuo crecimiento de la
enfermedad en el resto del continente africano donde se practica la difusión de la
profilaxis y se mantiene la tradicional supremacía del varón frente a la mujer,
especialmente en el ámbito de las relaciones sexuales.

c) Igualdad económica, que supone un reconocimiento laboral del trabajo doméstico y


de la maternidad libremente asumida y que en nuestra opinión se concreta en
iniciativas como el sueldo familiar , la liberación por maternidad, y la reinserción
laboral.

La familia tiene, para ser una escuela de libertades, donde se entienda la diferenciación sexual
todavía un argo camino que recorrer. Ciertamente, sin embargo, ese camino no está en la
dirección de la difuminación de sus funciones y en la equiparación a estructuras animales
donde la biología y la discrecionalidad en el apareamiento conforman manadas, rebaños o
piaras. Más bien, al contrario la dirección está marcada por una afirmación de la idiosincrasia
familiar anclada a su vez en el ejercicio de una sexualidad racional. En este marco es
indispensable que la solidaridad que se reclama del estado para con la familia, manifestada
fundamentalmente en la devolución de poder a la mujer, se viva también intra familia. No
podemos menos de quedar perplejos ante la transformación del concepto de libertad de uno
solidario y cooperativo, en el sentido en que el sociólogo Ferdinand Tonnies predicaba de las
comunidades, a otro individualista y competitivo que se predica y practica en y desde muchas
familias que ven así fórmulas para alcanzar un éxito vital medido casi siempre en términos
económicos.

Frente a las situaciones y teorizaciones, que por deformación profesional nos remarca la
situación social tremendamente complicada y difícil especialmente para los débiles y para la
institución familiar, no podemos dejar de ver y apuntar igualmente factores positivos que se dan
en nuestra sociedad dentro de este amplio campo. Podemos mencionar el hecho de que cada
vez la sociedad evidencia la necesidad de la fidelidad para alcanzar cotas importantes de
felicidad, la valoración muy positiva de la familia entre los españoles, las grandes posibilidades
que ofrecen las nuevas tecnologías de la comunicación para mantener unidas familias en la
distancia, y los espectaculares avances médicos que mejoran la calidad de vida de los no
nacidos, de los niños, o de las mujeres gestantes.
CUESTIONES PARA LA REFLEXIÓN

⇒ ¿Qué consecuencias sociales puede llegar a tener el enunciado “lo natural en los humanos es lo
racional”?

⇒ ¿Se puede afirmar que todos nuestros actos sociales son actos sexuales/sexuados? ¿En qué
sentido?

⇒ ¿Existe alguna relación entre el indivdualismo y el hecho de entender la sexualidad únicamente


como genitalidad?

⇒ ¿Por qué no es correcto afirmar que un elevado número de hogares unipersonales indica un alto
grado de desarrollo social, aún y cuando ésta es la situación de países como Suecia y Noruega
que se encuentran en las primeras posiciones del Índice de Desarrollo Humano de la ONU?

⇒ ¿En qué medida el uso de los métodos de regulación natural de la fertilidad humana ayuda a
mejorar el estatus de la mujer, y por ende de la familia?
CAPÍTULO III

SEXUALIDAD Y REVOLUCIÓN

1.- La revolución y el sexo

La genitalidad que acabamos de criticar tiene, sin embargo, sus defensores. La racionalidad
cientificotécnica dominante (la del capitalismo ilustrado de nuestros días) ha venido en muchos
casos a diseccionar al ser humano y a aislarlo de su contexto social hasta el punto de no
distinguir la asimilación de nitrógeno de las plantas de los mecanismos de comportamiento
humano-afectivos. Se ha llegado hasta tratar de explicar la fidelidad conyugal por la liberación
de beta-endorfinas en la mujer tras el coito. El reduccionismo cientifista no es más que el
intento de que el trípode se mantenga en equilibrio con solo un apoyo: el biológico. La
superespecialización técnica, que habitualmente ignora la globalidad y las relaciones, ha
ignorado también en el ser humano su condición de todo conexo. En esta misma línea, la vida
del hombre hoy está totalmente fragmentada: se es trabajador, padre/madre, hijo/hija, amigo,
feligrés, asociado a una ONG… de manera que muchas veces estos “trozos” de la existencia
son difíciles de integrar e incluso se llegan a contraponer. Desgraciadamente muchos
científicos, que tienen un poder desmedido si pensamos en su condición de especialistas y por
tanto de detentadores de visiones parciales por definición, al generalizar sus afirmaciones
suelen caer en un reduccionismo sexual que está intrínsecamente reñido con la visión
equilibrada que nosotros defendemos. Esto sólo podía resultar en la banalización del sexo al
desconectarlo de sus relaciones suprabiológicas. La historia la tenemos claramente expuesta
siguiendo la cadencia de las revoluciones sexuales.

A la hora de estudiar los cambios recientes en los comportamientos humanos, la expresión


"revolución sexual" es un lugar común. Ocurre como cuando nos referimos de la revolución
industrial para entender los grandes cambios sociales de los últimos doscientos años: sabemos
a qué se refiere pero no disponemos de esquemas analíticos lo suficientemente aceptados por
la jerga de la calle como discernir sus elementos constitutivos. Por ello los expertos en
sociología industrial, de la empresa o del trabajo, hablan más propiamente de tres revoluciones
industriales: la productiva, la técnica, y la informática. Nosotros al hablar de sexualidad
tendremos que hacer lo mismo con la idea de dotarnos de elementos de análisis que nos
ayuden a entender mejor la realidad. No es que la realidad esté en sí mismo dividida, pero la
distinción y diferenciación entre las tres revoluciones sexuales que explicamos a continuación
nos sirve para entender mejor el proceso de cambio social que ha tenido lugar en los últimos
40 años, siempre sin olvidar las diferencias regionales por lo que respecta a la datación y
caracterización específica en función de variables sociales, culturales o religiosas. Las
revoluciones sexuales en Francia, en Irlanda o España, sin salir del ámbito geográfico europeo,
no han seguido las mismas pautas.

Una revolución es un proceso acelerado de cambio concentrado en el tiempo. La sociología se


dedica principalmente a estudiar el cambio social. Al hablar de revolución sexual nos estamos
refiriendo al mayor cambio en los estilos de vida de la gente que ha tenido lugar en la historia
conocida. Por ello, el tema que tratamos aquí es de primordial importancia para la sociología y
para todas y todos los que nos dedicamos a facilitar la tarea de entender la realidad social. En
este sentido las y los sociólogos estamos de suerte, sobre todo los que vivimos en España,
pues nos encontramos en un laboratorio social con caja de resonancia de primerísimo nivel: en
pocos lugares conocidos el proceso de cambio al que nos estamos refiriendo se ha producido
tan nítida y rápidamente ante nuestros ojos. Con tanta revolución, tal y como apunta U. Beck,
es necesario afirmar que ante la velocidad del cambio y la sucesión de los mismos que se van
implementando unos sobre otros, nuestra sociedad no llega a asimilarlos, incorporarlos y
rectificarlos. Ante un posible error en una de estas transformaciones, dicho fallo sufre un efecto
multiplicador de consecuencias inalcanzables y de difícil corrección, puesto que se le han
superpuesto nuevas revoluciones que lo han incorporado en su paradigma sin tiempo para su
análisis, detección y superación. El ejemplo es sencillo: suponemos el éxito en los tratamientos
de fecundación in vitro por el mero hecho del nacimiento y supervivencia de un bebé como los
demás, sin embargo aún desconocemos en qué medida el que un ser humano haya surgido en
un laboratorio puede afectar a su vida en etapas muy posteriores, que hoy desconocemos por
el simple hecho de que ningún “niño probeta” ha llegado a edades avanzadas. Dado que se ha
proseguido por el camino de la FIV sin la necesaria verificación empírica, los bebés probeta
procedentes de óvulos congelados más de cinco años acumulan los posibles “fallos” de los
anteriores más los propios por el hecho de la criogenización. ¿Y si además de congelarlos, se
han manipulado genéticamente? Así podríamos seguir largo y tendido. ¿Quién nos asegura
que graves acontecimientos no van a suceder?

Para entender qué es lo que ha pasado trataremos de acompañar la descripción analítica de


las tres revoluciones sexuales de unas palabras clave y de una datación concreta.
Recordamos, sin embargo, que la distinción es una necesidad explicativa. Hablamos de un
mismo proceso, simultáneo e interrelacionado, que separamos y diseccionamos para
entenderlo mejor.

La primera revolución sexual pivota sobre el desarrollo de la farmacología contraceptiva que


se implanta a finales de los años 60 y que de hecho divide la sexualidad en dos
compartimentos estanco. Por un lado está la capacidad de engendrar, y por otro,
completamente separado, la capacidad de gozar de placeres específicos. Esto, en definitiva,
supone un punto de partida nuevo en la historia de la sexualidad y de la cultura de los
comportamientos: ya nada es como ha sido desde el principio. La píldora anticonceptiva es de
hecho el invento técnico que de manera más radical ha cambiado la vida de las personas
desde que tenemos memoria histórica. Esta situación queda reflejada perfectamente en la
publicidad y en el cine, la sexualidad siempre aparece como algo para gozar, para disfrute
personal a discreción y nunca aparece la apertura a la vida, o posibles dificultades y
complicaciones que supone la entrega sexual entre un hombre y una mujer. En definitiva, se
elimina cualquier atisbo de sufrimiento, o posibilidad del mismo, en la sexualidad, al tiempo que
su sentido social, ya que se le priva de la función diacrónica, la transmisión generacional.

La segunda revolución sexual se inicia, como muy bien muestra el famoso Janus Report de
1993 en los años 80, y supone la aceptación paulatina y el reconocimiento de comportamientos
catalogados como "desviados" desde tiempo inmemorial. El hecho más singular puede ser la
aceptación social de las relaciones homosexuales, pero en general se refiere a la comprensión
del sexo como algo que pertenece en exclusiva al que lo tiene y que puede hacer con ello lo
que quiera, para lo cual se implementan medidas legales cada vez menos definidoras como el
derecho a las operaciones de cambio de sexo dentro de la sanidad pública en algunos países.
Podemos afirmar que detrás de esta segunda revolución se hallan poderosos intereses
económicos, puesto que el colectivo homosexual es un gran mercado: normalmente
pertenecen a los mencionados DINKS, por lo que su capacidad adquisitiva es elevada y, desde
el momento que se normaliza su aceptación social empieza a crecer un tipo de consumo
concreto, como pueden ser productos de cuidado personal, viajes, moda, ocio... se trata de un
gran mercado que hay que conquistar.

La tercera revolución sexual tiene lugar con el cambio de siglo. Este tercer paso abre
ciertamente unas perspectivas inimaginables hace solo unos años. Nosotros podemos atisbar
aquí un posible fin del sexo. Nos referimos al dominio efectivo de dos procesos: el de la
clonación y el del placer sexual. La fecundación un vitro fue el prólogo de la clonación y la
clonación es el adiós a la ma/paternidad. Con el dominio de la técnica el mercado y el
laboratorio se hacen cargo de la reproducción social (la reprogenética). Las características de
la prole serán diseñadas en un laboratorio y encarnadas sin sexo: recuérdese que Dolly, la
oveja clónica, nace del concurso de tres ovejas hembras solo. Y el placer, por otro lado, puede
procurarse también sin sexo. Los mecanismos artificiales de excitación sexual son ya lo
suficientemente sofisticados como para gozar solo y sin compañía, bien a través de viagras
virtuales o bien a través de la perfección de técnicas hipnóticas o nerviosas que envíen
artificialmente al cerebro los mismos impulsos que envía el coito. Es curioso observar como en
los orígenes de este tipo de investigación se hallan los trabajos de algunos científicos
alemanes durante la II Guerra Mundial a través de procedimientos muy poco éticos; sin
embargo hoy en día estamos a un paso de aceptar sin reparos el desarrollo de aquellas
investigaciones. Hoy más que nunca, la adopción se presenta como solución adecuada a las
necesites de niños carentes de familias y de matrimonios con problemas de fertilidad, al tiempo
que existen vías de curación a determinadas enfermedades alternativas a las terapias génicas
con efecto mortal sobre vidas humanas en estado embrionario.

Las revoluciones sexuales

PRIMERA SEGUNDA TERCERA


REVOLUCIÓN REVOLUCIÓN REVOLUCIÓN

TIEMPO Fin años 60 Años 80 Fin años 90

Farmacología
TÉCNICA Mediática Genética in vitro
contraceptiva

CLAVE Píldora Homosexualidad Reprogenética

Separación sexo y Desaparece la Desaparece la


CAMBIO
reproducción desviación comunicación

La historia comienza El sexo eunuco o


LEMA Eugenesia a la carta
de nuevo asocial

Como vemos, hemos ido de la genitalidad a la negación de la sexualidad. Ya no podemos decir


que somos sexo, pues se acaba considerando al cuerpo como algo externo a nosotros y no
como lo que es radicalmente: propia realidad personal y social. El reto es: ¿Cómo afirmamos
nuestra condición humana tras tanta revolución?

2.- El sexo de la revolución o todo es sexo

Afortunadamente hay caminos para afrontar el reto. Los humanos somos los únicos animales
que conocemos la misteriosa relación existente entre el amor, la relación sexual y la
procreación. Ni siquiera el chimpancé más astuto comprenderá jamás racionalmente que hay
una relación entre su apareamiento y la llegada, nueve meses más tarde, de una cría que se le
parece. Sabemos que esto confiere a nuestros comportamientos amorosos una dignidad que
no existe en el resto de los seres vivos.

La sexualidad humana es esencialmente distinta de la de los animales. Primero porque no hay


ningún factor de la vida humana que pueda considerarse sólo y exclusivamente desde el punto
de vista de la biología, y segundo, porque la sexualidad de la persona singular queda inscrita
en la cadena de las generaciones y de la multiplicidad humana: nosotros tenemos y hacemos
historia con nuestra actividad sexual.

El varón y la mujer que hacen vida matrimonial no unen solo la genitalidad pues además de
aparearse, conviven. Las leyes del amor conyugal transcienden los límites biológicos del
animal irracional e incluyen los planos de la afectividad y la racionalidad. Hay, pues, una serie
de coordenadas que son válidas para encuadrar la sexualidad humana y que suponen tres
características. La característica generativa que tiene dos aspectos: la capacidad de engendrar
y la actividad genital, que hoy aparecen disociados por agigantamiento de la segunda y
supresión de la primera; la característica afectiva que da razón de un equilibrio emocional; y la
característica cognitiva-social, pues se supone que existe una relación directa y recíproca entre
conocimiento, amor, y reconocimiento (público).

El uso de la función generativa lleva unido un placer que tiene su máximo exponente en el
orgasmo. Hay una diferencia clara aquí entre el hombre y la mujer que en cierto sentido tiene
una sexualidad más desarrollada y rica, y que nos puede ayudar a entender la necesidad de
racionalizar la actividad sexual. El hombre es capaz de llegar al orgasmo en coitos aislados de
toda referencia metabiológica, mientras que esto es raro en la mujer, donde en muchas
ocasiones encontramos que el coito es secundario a su relación afectiva (por eso, entre otras
razones, el uso de la sexualidad a modo de mercancía ha sido llevado a cabo por los
hombres). Sabemos que llegar a la satisfacción sexual mutua entre hombre y mujer es una
función de cooperación activa que implica amoldarse a las exigencias que la sexualidad del
otro género demanda; para ello, la presencia de las tres dimensiones es fundamental. De esta
forma el contexto de la sexualidad será de verdadera relación entre iguales donde las partes
implicadas se refieren entre sí . Si esto no fuese de esta manera, se daría una imposición de la
propia dinámica biológica (casi siempre de la masculina) que deja frustraciones e
insatisfacciones. De hecho muchas mujeres jóvenes, efecto del machismo imperante en
nuestra sociedad, buscan pautas de comportamiento sexual masculinas lo que produce la
imposibilidad de parejas estables y matrimonios. Otra vez el equilibrio surge como
condicionante de una relación sexual verdaderamente humana.

El monto de insatisfacciones sexuales que, muchas veces va parejo al aumento de ofertas en


el mercado del sexo, es reflejo de la deshumanización del sexo en el sentido de la falta de
razonabilidad que rodea muchas relaciones sexuales modernas. De hecho, el paso que marcan
las tres revoluciones sexuales es el salto que va de la procreación (el resultado natural de la
unión sexual de dos individuos de la misma especie y de distinto sexo) a la reproducción simple
(la clonación entendida como gemación: el tipo de reproducción asexual que se da en el
paramecio). O sea, que la sofisticación técnica hace posible que se vea como progreso la
reducción de las mil millones de posibles combinaciones genéticas que pueden darse entre un
mismo varón y una misma mujer a una sola: la clonada, por eso la ingeniería genética atenta
contra la biodiversidad. En definitiva, si el sexo pierde su razón de ser, no es extraño que
indirectamente la misma biología lo proscriba y el mercado venga en ayuda de un bien escaso:
mientras un 18% de norteamericanos tienen problemas de fertilidad (la demanda), el mercado
de la fecundación asistida mueve anualmente en los Estados Unidos más de 4.000 millones de
dólares (la oferta). Y aquí va un avance de lo porvenir: una empresa norteamericana radicada
en Bahamas, Clonaid, propiedad de la secta de los raelianos ofrece servicios de clonación de
forma legal a 200.000 dólares el proceso, más 50.000 dólares de apertura de cuenta genética;
y el médico italiano Severino Antinori asegura haber realizado ya una clonación en un país
árabe.

3.- El sexo que vivimos y revolucionamos

Entramos ahora en un tema de muy difícil valoración. En los últimos años se han publicado
varios informes sobre comportamientos sexuales con prognosis muy variadas. La gran mayoría
de los investigadores sociales reconocemos la dificultad de llegar a un conocimiento de la
realidad fáctica en este tema por efecto de la distorsión que sufre la metodología empleada
debido a las barreras que pone la vanidad y la patología humana. Efectivamente, cuando se
utilizan encuestas e incluso entrevistas en profundidad, es muy difícil llegar a un conocimiento
verdadero sobre los comportamientos íntimos por el grado de distorsión consciente que los
componentes de la muestra seleccionada ponen en sus respuestas. En muchos casos, los
encuestados o entrevistados contestan no en base a lo que hacen sino en base a cómo
piensan que el entorno les valora si hiciesen lo que dicen que hacen. Esto es patológico pero
real. Nuestra sociedad está llena de patologías culturales más o menos asumidas y más o
menos conscientes que hacen muy difícil la labor del investigador de campo. No obstante,
contamos con los datos que contamos y a ellos hemos de referirnos.

Como ejemplo de investigaciones con resultados dispares tenemos las que concluyen en
contrastes. El Informe Durex para España realizado en el año 2002 afirma que el 12% de los
jóvenes entre 16 y 30 años nunca mantenido relaciones sexuales, es decir, que el 88% sí y que
lo hacen una media de 8 veces al mes. Por otra parte el Informe Schering realizado el mismo
año en España, recoge que son el 80% de los jóvenes entre 15 y 24 años los que mantienen
relaciones sexuales, con una media de 8 veces al mes para las chicas y 6 para los chicos. Si
analizamos la Encuesta Nacional de Juventud del año 2001, en el año 2000 el 76’1% de los
varones entre 15 y 29 años mantuvieron relaciones mientras que las chicas fueron el 71’4%. Si
cruzamos a los Estados Unidos, un informe de la Henry Kaiser Family Foundation de diciembre
de 2001 sobre los alumnos de Bachillerato de ese país afirma relaciones sexuales para el 45%
de latinas-63% de latinos, el 44’8 de blancas-45’4 de blancos y el 66’9 de afroamericanas-75’7
de afroamericanos; para los adolescentes de 15 años da la cifra del26%, documentando a la
vez que los adultos piensan que el 68 % de estos adolescentes mantienen relaciones sexuales.
Datos tan variados no son fácilmente asumibles científicamente.

Pero quizá donde más claramente se aprecian los contrastes es en aquellos temas donde
existen manifiestos intereses creados de índole no necesariamente ideológica sino también
económica como son la homosexualidad y el recurso a la contracepción y al aborto. Datos que
hacen pensar por sí solos cuando los sometemos a contrastación es que un 17 por mil de las
adolescentes británicas han tenido un aborto mientras que la cifra que se da para las
adolescentes americanas es de un 44 por mil, o que un 25% de las adolescentes sexualmente
activas tienen algún tipo de enfermedad venérea. En el caso de la homosexualidad, el informe
más amplio y elaborado refiriéndonos siempre a un muestreo de población americana
masculina que es el del Battelle Human Affairs Research Centers, da una proporción del 1%
de homosexuales, mientras que el famoso informe Kinsey de 1948 había consagrado la cifra
del 10%; otros muestreos dan un 2,2%.

Quizá los informes sobre comportamiento sexual más famosos hasta la fecha son los sucesivos
informes Hite, y el ya mencionado Janus Report. La metodología de la sexóloga Shere Hite ha
sido ampliamente cuestionada y criticada y los resultados no nos parecen científicamente
evaluables aunque apunten tendencias confirmadas en otras investigaciones. El estudio de
Samuel y Cynthia Janus conducido en dos fases (1983-5 y 1988-92) nos parece que aunque
también peca de problemas en la confección de la muestra, tiene científicamente más valor. En
este informe se da plenamente cuenta de la segunda revolución sexual y se aportan datos
sobre la disociación de comportamientos entre una madurez más racional y una juventud
alocada con una gran incidencia de desviaciones( homosexualidad, incesto, sadomasoquismo,
sexo de grupo, felatio, etc.) y trastornos (impotencia, eyaculación precoz o retardada,
vaginismo, dispareunia y anorgarmia).

En nuestra opinión, los entresijos de los comportamientos sexuales hay que dilucidarlos de
datos indirectos. Interesante es para el caso español el análisis de las causas de muerte. Son
estos unos datos difícilmente obtenibles incluso en sociedades avanzadas donde los criterios
médicos, sociales, políticos y estadísticos difieren notablemente, como cualquier investigador
puede constatar comparando las formas de agrupación de casos de las estadísticas oficiales
con los registros médicos de hospitales concretos. Así, el principal ámbito de muerte en
España es el intrauterino. Entendiendo como aborto químico el producido principalmente por el
efecto antiimplantatorio de la píldora anticonceptiva y por aborto mecánico el producido por el
mismo efecto por el DIU, y redondeando a partir de los últimos datos hechos públicos (2001),
podemos obtener las siguientes cifras de causas de muerte anuales en España,
independientemente de las opiniones particulares al respecto, sobre las que aquí no nos
pronunciamos:
Accidentes de tráfico.....................................................6.000
Terrorismo.............................. <6.000 (total de 1970 a 2001)
Sida................................................................................1.800
Aparato circulatorio....................................................135.500
Aparato respiratorio….…………………………………..38.000
Tumores.......................................................................95.000
Suicidio...........................................................................2.500
Aborto quirúrgico..........................................................69.800
Aborto químico........................................................3.333.000
Aborto mecánico.....................................................2.100.000
Aborto espontáneo.......................................................70.000

Datos aportados y elaborados en su caso por nosotros a partir de las estadísticas oficiales a partir de la incidencia
antiimplantatoria de entre el 10 al 20% de la píldora y de los 500.000 DIUs en uso en relación al número de ciclos
fértiles y las posibilidades de fecundación en según qué edades de las mujeres sexualmente activas. Consideramos
como aborto quirúrgico, el reconocido legalmente en cualquiera de sus tres supuestos despenalizadotes; como
químico, los antiimplantatorios y como mecánico el DIU.

Si consideramos importante conocer las causas de muerte más relevantes entre la juventud,
señalemos que mientras en Francia y Québec la primera causa de muerte en ése sector de
población es el suicidio, en España son los accidentes de tráfico.

4.- Hacia una revolución de la revolución

Es manifiesto que la fecundidad requerida para una correcta concepción de la relación sexual
no coincide necesariamente con la máxima capacidad fisiológica de gestar. Cosa en la que, a
diferencia de lo que piensan muchos católicos, la Iglesia está plenamente de acuerdo. El
concepto de “paternidad responsable” aparece por primera vez en la encíclica Humane Vitae
de Pablo VI en 1968 y Juan Pablo II lo explica así: “lo que la Iglesia llama paternidad
responsable no significa una procreación ilimitada o una falta de consideración de lo que
implica la crianza de los hijos. Significa más bien que las parejas puedan usar su inviolable
libertad con sabiduría y responsabilidad, teniendo en cuenta las realidades demográficas y
sociales así como su propia situación y sus legítimos deseos, a la luz de los criterios morales
objetivos”(18/III/94, audiencia a la secretaria de la UNCOPD).

El recurso al espaciamiento de los nacimientos nos parece enteramente legítimo dentro del
contexto de una sexualidad equilibrada. Pero este espaciamiento no puede naturalmente
vulnerar el mismo equilibrio y esto, a nuestro juicio, sólo puede hacerse mediante el recurso a
los instrumentos que la misma biología proporciona, es decir los métodos naturales de
regulación de la fertilidad. Lo que sí hemos de aclarar aquí es que el recurso a la propia
biología para la regulación de la fertilidad, no perturba en absoluto el carácter de la relación
sexual propiamente dicha: es una manifestación más de nuestros condicionamientos sexuales,
y por tanto un abundamiento en aquello de que somos sexo. Por eso opinamos que a la
revolución sexual hay que darle más sexo y menos laboratorio, más naturaleza y menos
química, mas sociedad (solidaridad) y menos individualismo (egoísmo). Esta es la revolución
de la revolución, con la ventaja además de que no da dinero a nadie y que hace que las
personas sean más interdependientes unas de otras con el consiguiente crecimiento en
autonomía de la familia frente al estado y al mercado.

El desequilibrio en el que a veces opera la relación sexual pasa unas facturas tremendamente
duras, psicológica y socialmente hablando. Como veremos con más detalle en otro capítulo,
hoy en día tres de cada cinco matrimonios acaban en divorcio en los EE.UU. y muchos de los
que se divorcian han vivido con algún progenitor divorciado. A veces la sociedad “inventa”
soluciones a estos problemas y crea otros más grandes. Así como para solucionar casos
lastimosos de matrimonios fracasados se ha legitimado el divorcio hasta el punto de que ahora
no existe la posibilidad (libertad) de casarse indisolublemente, para solucionar graves
problemas de gestantes se ha legitimado el aborto hasta el punto incluso de subvenirlo con
capital público incluido el de personas a las que les repugna en conciencia.

No debemos olvidar que la sexualidad humana no coincide con el modelo negativo que algunos
se esfuerzan en presentar al considerar que está fuera de los entornos de discreción de la
libertad. La sexualidad forma parte del ecosistema intrahumano: no está fuera de él como algo
ajeno a la racionalidad de nuestra condición. No es un impulso irracional e indomable sino una
fuerza de vida que como toda energía ha de ser conducida. La sexualidad es en sí misma
perfección y armonía y en la medida en que se la ve como parte de ese trípode, ese soporte
estructural de la vida que conforman el sexo, la razón y la relación -incluida la trascendente-, se
la puede considerar también como un factor humanizante y por supuesto humanizable.

La corrección de desequilibrios produciendo otros desequilibrios es una vertiginosa caída en


picado. Por eso decimos que falta la visión global: pensar en plural. Es el más famoso lema
ecologista: piensa globalmente, actúa localmente (glocalización). Esto constituye una llamada a
la responsabilidad, y a la corresponsabilidad en nuestras actuaciones pues el primer ámbito de
actuación local es el propio cuerpo. Una nueva formación sexual en este sentido es, pues, la
piedra de toque de la revolución sexual pendiente.

CUESTIONES PARA LA REFLEXIÓN

⇒ Los cambios en nuestra sociedad están alcanzando niveles tan altos de velocidad que es
imposible su asimilación , incorporación y posible rectificación. ¿Serías capaz de poner algún
ejemplo?

⇒ ¿Cómo se reflejan en los medios de comunicación social las tres revoluciones sexuales?

⇒ ¿Qué repercusiones sociales tiene el hecho de que se presente la sexualidad como algo
irracional, irrefrenable y alejado de toda normatividad?

⇒ ¿Por qué no es habitual que se presenten las estadísticas de mortalidad con los datos de los
abortos? ¿Es ético presentar sólo los datos de abortos mecánicos, dejando fuera los
producidos por otros procedimientos?

⇒ Enumera tres desequilibrios sociales y aporta algunas vías de solución que no conlleven
desequilibrios mayores de más difícil solución.

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