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SOCIOLOGÍA DE LA SEXUALIDAD
Daremos en este capítulo una visión general de la condición sexuada humana, para en el
siguiente ver, más en concreto, la importancia de una acertada comprensión de la sexualidad
para la cultura moderna. Un ecosistema natural implica una relación armónica entre seres vivos
de diversos órdenes que de alguna manera contribuyen al mantenimiento del todo y se sirven
de él a su vez para sobrevivir y desarrollarse. En los ecosistemas del mundo vegetal y animal
la relación predominante es la relación de equilibrio. De la misma forma que la naturaleza en su
conjunto vive en equilibrio y de la misma forma que cuando ese equilibrio se rompe la
pervivencia del entorno natural se ve gravemente amenazada hasta que se recomponga, el ser
humano y la sociedad en la que vive también necesitan de esa relación de equilibrio entre sus
partes constituyentes y cuando este equilibrio se rompe, la sociedad y el ser humano se ven
abocadas a patologías y psicopatías diversas. En la cuestión demográfica se puede apreciar
muy fácilmente el tema del equilibrio y el desequilibrio. En nuestras sociedades occidentales
con tasas de envejecimiento muy elevadas se está generando un verdadero problema a causa
del desequilibrio en al estructura de la población; tenemos sociedades envejecidas que deben
ser: mantenidas por unos jóvenes que cada vez son menos, donde las jubilaciones se van a
tener que ir retrasando o pagándoselas quien más dinero tenga al tiempo que la eutanasia
cada vez cobra más impulso. Es evidente en este sentido, que el desequilibrio
sociodemográfico produce patología insolidaria (la eliminación del inútil).
Como vemos, al igual que en el ecosistema natural, en el ecosistema social humano las
dimensiones biológica (que procura la salud o bienestar físico), psicosociológica (que procura
la estabilidad emocional o bienestar afectivo), y la trascendente (que procura la tranquilidad o
bienestar relacional) deben asimismo asegurar su complementariedad mediante el equilibrio.
Ninguna de estas dimensiones debe de estar dominada por otra y atrofiada. Sin embargo
muchos autores han denunciado el fracaso de la sustitución que la modernidad ha efectuado
del componente trascendente y espiritual de la naturaleza humana por una serie de dioses
menores que no han servido para vertebrar una sociedad ahora manifiestamente en crisis.
El desequilibrio sexual a que nos referimos supone básicamente una rotura de la relación que
la dimensión biológica tenía hasta ahora con la dimensión trascendente y psicosocial del ser
humano, rotura que todavía no ha generado un nuevo estado de equilibrio y que se manifiesta
en la proliferación de disfunciones sociales y de psicopatías individuales que salen a la
superficie a través de los índices de violencia sexual o de la generalización de enfermedades
en las que de alguna manera está presente la actividad sexual humana (el SIDA, por ejemplo).
Por eso decimos que el mundo moderno tiene una visión desequilibrada de la sexualidad.
Cada uno de los tres pilares o dimensiones a que nos estamos refiriendo es, a su vez, un
conjunto de equilibrios y por tanto constituyen de por sí un canon. Tanto en el orden biológico
como en el psicosocial y trascendente existen pautas ordinarias de comportamiento. Es decir,
estamos ante lo que podíamos catalogar como unos marcos de orden que separan en el
acervo social lo aceptable, lo sano o lo legal, de la desviación, de la enfermedad, y del crimen.
En este canon las peculiaridades e idiosincrasias encajan o deben de encajar sin romper un
equilibrio inicial que por mor del carácter evolutivo y cambiante del devenir hemos de calificar
de dinámico, en el sentido de que los equilibrios son fruto de reposicionamientos continuos y
que no siempre se plantean en los mismos términos.
Si nos fijamos en el componente biológico, y apreciamos la fuerza del apetito sexual como uno
de los más poderosos instintos de la especie humana, hemos de colegir que en un contexto de
armonía o equilibrio dinámico, la sexualidad es un factor de peso en la integración o
vertebración de la personalidad humana y de la constitución social y relacional de los
individuos. Ahora bien, ¿existe un orden sexual, o algo parecido, y si es así, cuál es este?
Frente a los que consideran que la parte biológica del ser humano tiene una ley propia y
enteramente autónoma, nosotros opinamos que la racionalidad de los comportamientos
biológicos es parte de la racionalidad integral de los comportamientos naturales que, en el caso
de la especie humana, tiene también en cuenta el estado de equilibrio con la dimensión
trascendente y psicosociológica. Dicho de otra manera, para los humanos “lo natural” es lo
racional. Es decir, partimos de que el ordenamiento del impulso sexual humano, o si se
prefiere, su sometimiento a la razón forma parte de su misma razón de ser, de tal forma que si
esto no fuera así, deberían estar legitimadas socialmente todas las conductas que siguieran
cualquier impulso: desde la violación y el adulterio hasta el incesto o la pedofilia. Igualmente si
la parte biológica del ser humano tuviere una ley propia, debería legitimarse cualquier tipo de
impulso no controlado por la razón como puede ser, en un momento dado, un acto violento o
grosero. Afortunadamente, la razón equilibra, y un comportamiento humano lo es por ser al
mismo tiempo social y racional.
Recordemos que la presencia de los órganos genitales no es la causa primaria del sexo. Este
es consecuencia de un patrimonio cromosómico determinado desde el mismo instante de la
concepción. Este sexo genético (cromosomas) dará lugar al gonádico (ovarios y testículos)
que, mediante la producción de hormonas, desarrollan en el feto los genitales externos. Es
decir, el sexo primario es el cromosómico o genético que va marcado en cada una de nuestras
células.
Considerando que todas las células del cuerpo proceden del cigoto, todas tienen la misma
dotación cromosómica, por eso afirmamos haciéndonos eco de palabras del eminente científico
francés J. Lejeune, que somos un determinado sexo y así consta en el código genético de cada
una de nuestras células. Por esto, la sexualidad es algo mucho más rico que la mera
genitalidad. Si bien es cierto que la actividad genital está condicionada por la sexualidad, no es
así al contrario: el uso o no uso de la función sexual no influye en absoluto en la feminidad o
virilidad. Existen otras muchas características que afirman el ser varón o mujer como pueden
ser las siguientes: en los sentidos, el hombre tiene una visión tipo túnel, la mujer posee una
visión periférica; el hombre detecta fácilmente el lugar de procedencia de un sonido y la mujer
tiene mayor facilidad para distinguir los tipos de sonidos; el hombre tiene la piel más gruesa
que la mujer, mientras que la mujer tiene mucho más activados los sensores al tacto ya que
sus niveles de oxitocina legan a ser diez veces mayores que en el varón; el cuerpo calloso del
cerebro de la mujer contiene hasta un 30% más de conexiones entre los hemisferios, lo que les
facilita la realización de varias tareas a un mismo tiempo; a causa de esta morfología cerebral,
el hombre está menos preparado para realizar varias tareas al mismo tiempo; las chicas suelen
organizar sus juegos en grupos reducidos y cohesionados, poniendo el interés en minimizar
discrepancias y maximizar cooperación, mientras que los chicos tienden a los grupos más
numerosos e inciden en los aspectos competitivos; la mujer prefiere el desarrollo tangible de la
persona por encima de conceptos abstractos, siente antipatía hacia la violencia y prefiere la
negociación y el consentimiento como métodos para resolver conflictos. Junto a todas estas
diferencias entre hombre y mujer, junto con muchas más que podríamos enumerar, cabe
señalar una como primordial, la capacidad de la maternidad.
Desde el punto de vista estrictamente fisiológico la finalidad del sexo de esos mamíferos
superiores que llamamos humanos es la reproducción. Para los seres humanos, sin embargo,
que tienen capacidad de autodeterminación (libertad) y autotrascendencia (solidaridad
relacional sincrónica y diacrónica, en el espacio y en el tiempo), el sexo tiene también una
finalidad social que se manifiesta a través de lo que los moralistas llaman carácter unitivo. Es
decir, los humanos procreamos racionalmente y al hacerlo nos amamos. Por eso, la familia,
que tiene origen sexual, es el centro, fundamento y piedra angular de la sociedad. Si pensamos
que cada persona toma su origen en el ejercicio de la sexualidad por parte de su padre y de su
madre, que su razón de ser no puede entenderse como una simple multiplicación de la materia
por causas naturales, podemos quizá entender la prioridad que tiene la sexualidad en orden a
la perpetuación cultural y social. Si antes dijimos que "somos" sexo, también podemos afirmar
ahora que, de alguna manera, la sociedad es sexo. Sexo racional, sexo asumido y ordenado,
en definitiva sexo de amor. Es una pena que hasta recientemente la sexualidad, quizá por
influjos puritanos, haya sido encorsetada en sus prohibiciones sociales -las desviaciones- y no
haya sido fortalecida en sus afirmaciones incluso desde el punto de vista científico (la
investigación en métodos naturales todavía tiene un gran camino que recorrer y los efectos
secundarios de muchas técnicas artificiales de control de la natalidad son todavía
desconocidos lo que supone imperdonables ignorancias científicas).
Es para nosotros patente que desde la perspectiva equilibrada de la sexualidad, los actos
externos (en sentido social, o sea: públicos, relacionales o trascendentes) en materia sexual,
que, recordemos, forman parte del equilibrio interno de la personalidad, tienen una finalidad a
la vez procreativa (fisiológica) y unitiva (social); es decir una finalidad comunicativa en dos
direcciones: cercana o próxima en el sentido conyugal y extensa o diacrónica en el sentido
social que testifica la sucesión de generaciones.
Una de las más nefastas herencias del individualismo metodológico que nace con la Ilustración
y se "perfecciona" con la praxis del sistema de producción y consumo que llamamos
capitalismo, es el olvido del contexto relacional (la dimensión trascendente) de los individuos y,
por tanto, la falta de justificación para derechos y deberes que podríamos llamar sociales o
comunitarios. El bien colectivo ha sido sustituido por lo que algunos denominan "interés común"
hasta el punto que muchas relaciones afectivas se entienden como mera superposición o
coincidencia de intereses. De hecho hoy en día en muchos trabajos sobre la familia se estudia
la sucesión de momentos de vida del individuo con los padres biológicos primero, para pasar
luego por el hogar monoparental y desembocar en una nueva relación del progenitor en la cual
cada parte aporta descendientes que vienen a convivir en régimen de fraternidad; el joven que
abandona este hogar pasa igualmente por diversas situaciones familiares como son la vida en
habitáculo unipersonal, la cohabitación, el matrimonio, la separación con o sin hijos, y
normalmente la vuelta a casar. Se trata fundamentalmente de un individuo que actúa según
sus intereses personales, apetencias o necesidades, quedando fuera de juego los derechos o
necesidades de los demás ya sea la mujer o los hijos. No es de extrañar pues que aquello de
que el bien colectivo está por encima de los bienes individuales resulte para muchos hoy de
difícil comprensión.
Las normas sexuales se justifican en la medida en que se vea el sexo como lo que es: un acto
social de índole comunicativa Todos los actos sociales son socialmente legitimables en base a
una normatividad implícita en el amparo social. Manifiestamente esto se ve nítido cuando nos
referimos a los medios de comunicación. El lenguaje, el más claro de todos, tiene su normativa;
pero también el vestido o los medios más bárbaros como las guerras. Sin gramática ni
ortografía ni acuerdos ni justicia para genocidas, no habría convivencia. Las normas, que no
solo la ley, hacen posible la comunicación, o sea la referencia a los demás y la incorporación
de una o uno a la sociedad y de la sociedad a uno. No podemos arrancar a la sexualidad de su
imbricación en la sociedad, si la sexualidad no tiene una razón y amparo sociales sería mucho
más funcional para la propia sociedad (entendemos por función aquellas tareas que, en este
caso de la sexualidad, tienen una positiva repercusión en el grupo) actitudes antisociales como
la castración de sus individuos. Así desaparecerían gran cantidad de perturbaciones que
produce el hecho de que haya humanos “en celo” constantemente y, por otro lado, la
fecundación artificial vendría en socorro de la necesidad de nuevos seres.
El entendimiento del sexo como comunicación excluye el individualismo, o sea, el sexo como
manifestación de dominación o como remedio patológico del rechazo social. En cambio, incluye
algo que en nuestra sociedad se ha ido devaluando paulatinamente hasta casi su desaparición:
el tiempo.
Pues bien, la diacronía se viene irresponsablemente divorciando del sexo en estos últimos
años y ello supone un elevado coste social. Nuestra cultura tiende a mirar al otro lado con casi
todas las acciones de efectos diferidos (el uso de la energía nuclear es el ejemplo más
dramático) y ello está afectando también a la sexualidad en la medida en que los nueve meses
de la gestación o las secuelas de una enfermedad o de un trauma sexual se consideran
desligados de un acto que ahora está difícilmente contextualizado. En este punto podemos
citar a los denominados “DINKS” ( Double income no kids, es decir “Doble sueldo sin hijos”). En
función de un individualismo exacerbado, los hijos no tienen lugar en las uniones de gran
cantidad de jóvenes, con lo que el carácter diacrónico de la sexualidad desaparece por
completo al tiempo que convierte a estas personas, en determinado aspecto, en “parásitos
sociales”: sus padres han vivido para ellos, ellos viven para sí mismos y en el futuro, otros
habrán de cuidarlos si es que no se les practicará la eutanasia. Igualmente, ¿qué sentido tiene,
socialmente hablando, una unión con pretensión de familia en individuos ya ancianos? En
virtud de las relaciones diacrónicas, ¿qué ocurre con los nietos? ¿Tienen que aceptar a un
nuevo “abuelo”? ¿Dónde está la vinculación diacrónica de este nuevo matrimonio?
En la familia, como en el acto sexual conyugal, las relaciones de poder y sumisión han de estar
concertadas en base al tan mencionado equilibrio. Esto supone en el mundo en el que nos
movemos ni más ni menos que rescribir el papel de la mujer en familia tal y como lo contempla
la sociedad actual. Nos explicamos: mientras las relaciones conyugales, sexuales o no
sexuales, estén marcadas por la herencia de la dominación, no hay mutuo y libre
consentimiento y por tanto no hay ni sexualidad ni familia.
La familia tiene, para ser una escuela de libertades, donde se entienda la diferenciación sexual
todavía un argo camino que recorrer. Ciertamente, sin embargo, ese camino no está en la
dirección de la difuminación de sus funciones y en la equiparación a estructuras animales
donde la biología y la discrecionalidad en el apareamiento conforman manadas, rebaños o
piaras. Más bien, al contrario la dirección está marcada por una afirmación de la idiosincrasia
familiar anclada a su vez en el ejercicio de una sexualidad racional. En este marco es
indispensable que la solidaridad que se reclama del estado para con la familia, manifestada
fundamentalmente en la devolución de poder a la mujer, se viva también intra familia. No
podemos menos de quedar perplejos ante la transformación del concepto de libertad de uno
solidario y cooperativo, en el sentido en que el sociólogo Ferdinand Tonnies predicaba de las
comunidades, a otro individualista y competitivo que se predica y practica en y desde muchas
familias que ven así fórmulas para alcanzar un éxito vital medido casi siempre en términos
económicos.
Frente a las situaciones y teorizaciones, que por deformación profesional nos remarca la
situación social tremendamente complicada y difícil especialmente para los débiles y para la
institución familiar, no podemos dejar de ver y apuntar igualmente factores positivos que se dan
en nuestra sociedad dentro de este amplio campo. Podemos mencionar el hecho de que cada
vez la sociedad evidencia la necesidad de la fidelidad para alcanzar cotas importantes de
felicidad, la valoración muy positiva de la familia entre los españoles, las grandes posibilidades
que ofrecen las nuevas tecnologías de la comunicación para mantener unidas familias en la
distancia, y los espectaculares avances médicos que mejoran la calidad de vida de los no
nacidos, de los niños, o de las mujeres gestantes.
CUESTIONES PARA LA REFLEXIÓN
⇒ ¿Qué consecuencias sociales puede llegar a tener el enunciado “lo natural en los humanos es lo
racional”?
⇒ ¿Se puede afirmar que todos nuestros actos sociales son actos sexuales/sexuados? ¿En qué
sentido?
⇒ ¿Por qué no es correcto afirmar que un elevado número de hogares unipersonales indica un alto
grado de desarrollo social, aún y cuando ésta es la situación de países como Suecia y Noruega
que se encuentran en las primeras posiciones del Índice de Desarrollo Humano de la ONU?
⇒ ¿En qué medida el uso de los métodos de regulación natural de la fertilidad humana ayuda a
mejorar el estatus de la mujer, y por ende de la familia?
CAPÍTULO III
SEXUALIDAD Y REVOLUCIÓN
La genitalidad que acabamos de criticar tiene, sin embargo, sus defensores. La racionalidad
cientificotécnica dominante (la del capitalismo ilustrado de nuestros días) ha venido en muchos
casos a diseccionar al ser humano y a aislarlo de su contexto social hasta el punto de no
distinguir la asimilación de nitrógeno de las plantas de los mecanismos de comportamiento
humano-afectivos. Se ha llegado hasta tratar de explicar la fidelidad conyugal por la liberación
de beta-endorfinas en la mujer tras el coito. El reduccionismo cientifista no es más que el
intento de que el trípode se mantenga en equilibrio con solo un apoyo: el biológico. La
superespecialización técnica, que habitualmente ignora la globalidad y las relaciones, ha
ignorado también en el ser humano su condición de todo conexo. En esta misma línea, la vida
del hombre hoy está totalmente fragmentada: se es trabajador, padre/madre, hijo/hija, amigo,
feligrés, asociado a una ONG… de manera que muchas veces estos “trozos” de la existencia
son difíciles de integrar e incluso se llegan a contraponer. Desgraciadamente muchos
científicos, que tienen un poder desmedido si pensamos en su condición de especialistas y por
tanto de detentadores de visiones parciales por definición, al generalizar sus afirmaciones
suelen caer en un reduccionismo sexual que está intrínsecamente reñido con la visión
equilibrada que nosotros defendemos. Esto sólo podía resultar en la banalización del sexo al
desconectarlo de sus relaciones suprabiológicas. La historia la tenemos claramente expuesta
siguiendo la cadencia de las revoluciones sexuales.
La segunda revolución sexual se inicia, como muy bien muestra el famoso Janus Report de
1993 en los años 80, y supone la aceptación paulatina y el reconocimiento de comportamientos
catalogados como "desviados" desde tiempo inmemorial. El hecho más singular puede ser la
aceptación social de las relaciones homosexuales, pero en general se refiere a la comprensión
del sexo como algo que pertenece en exclusiva al que lo tiene y que puede hacer con ello lo
que quiera, para lo cual se implementan medidas legales cada vez menos definidoras como el
derecho a las operaciones de cambio de sexo dentro de la sanidad pública en algunos países.
Podemos afirmar que detrás de esta segunda revolución se hallan poderosos intereses
económicos, puesto que el colectivo homosexual es un gran mercado: normalmente
pertenecen a los mencionados DINKS, por lo que su capacidad adquisitiva es elevada y, desde
el momento que se normaliza su aceptación social empieza a crecer un tipo de consumo
concreto, como pueden ser productos de cuidado personal, viajes, moda, ocio... se trata de un
gran mercado que hay que conquistar.
La tercera revolución sexual tiene lugar con el cambio de siglo. Este tercer paso abre
ciertamente unas perspectivas inimaginables hace solo unos años. Nosotros podemos atisbar
aquí un posible fin del sexo. Nos referimos al dominio efectivo de dos procesos: el de la
clonación y el del placer sexual. La fecundación un vitro fue el prólogo de la clonación y la
clonación es el adiós a la ma/paternidad. Con el dominio de la técnica el mercado y el
laboratorio se hacen cargo de la reproducción social (la reprogenética). Las características de
la prole serán diseñadas en un laboratorio y encarnadas sin sexo: recuérdese que Dolly, la
oveja clónica, nace del concurso de tres ovejas hembras solo. Y el placer, por otro lado, puede
procurarse también sin sexo. Los mecanismos artificiales de excitación sexual son ya lo
suficientemente sofisticados como para gozar solo y sin compañía, bien a través de viagras
virtuales o bien a través de la perfección de técnicas hipnóticas o nerviosas que envíen
artificialmente al cerebro los mismos impulsos que envía el coito. Es curioso observar como en
los orígenes de este tipo de investigación se hallan los trabajos de algunos científicos
alemanes durante la II Guerra Mundial a través de procedimientos muy poco éticos; sin
embargo hoy en día estamos a un paso de aceptar sin reparos el desarrollo de aquellas
investigaciones. Hoy más que nunca, la adopción se presenta como solución adecuada a las
necesites de niños carentes de familias y de matrimonios con problemas de fertilidad, al tiempo
que existen vías de curación a determinadas enfermedades alternativas a las terapias génicas
con efecto mortal sobre vidas humanas en estado embrionario.
Farmacología
TÉCNICA Mediática Genética in vitro
contraceptiva
Afortunadamente hay caminos para afrontar el reto. Los humanos somos los únicos animales
que conocemos la misteriosa relación existente entre el amor, la relación sexual y la
procreación. Ni siquiera el chimpancé más astuto comprenderá jamás racionalmente que hay
una relación entre su apareamiento y la llegada, nueve meses más tarde, de una cría que se le
parece. Sabemos que esto confiere a nuestros comportamientos amorosos una dignidad que
no existe en el resto de los seres vivos.
El varón y la mujer que hacen vida matrimonial no unen solo la genitalidad pues además de
aparearse, conviven. Las leyes del amor conyugal transcienden los límites biológicos del
animal irracional e incluyen los planos de la afectividad y la racionalidad. Hay, pues, una serie
de coordenadas que son válidas para encuadrar la sexualidad humana y que suponen tres
características. La característica generativa que tiene dos aspectos: la capacidad de engendrar
y la actividad genital, que hoy aparecen disociados por agigantamiento de la segunda y
supresión de la primera; la característica afectiva que da razón de un equilibrio emocional; y la
característica cognitiva-social, pues se supone que existe una relación directa y recíproca entre
conocimiento, amor, y reconocimiento (público).
El uso de la función generativa lleva unido un placer que tiene su máximo exponente en el
orgasmo. Hay una diferencia clara aquí entre el hombre y la mujer que en cierto sentido tiene
una sexualidad más desarrollada y rica, y que nos puede ayudar a entender la necesidad de
racionalizar la actividad sexual. El hombre es capaz de llegar al orgasmo en coitos aislados de
toda referencia metabiológica, mientras que esto es raro en la mujer, donde en muchas
ocasiones encontramos que el coito es secundario a su relación afectiva (por eso, entre otras
razones, el uso de la sexualidad a modo de mercancía ha sido llevado a cabo por los
hombres). Sabemos que llegar a la satisfacción sexual mutua entre hombre y mujer es una
función de cooperación activa que implica amoldarse a las exigencias que la sexualidad del
otro género demanda; para ello, la presencia de las tres dimensiones es fundamental. De esta
forma el contexto de la sexualidad será de verdadera relación entre iguales donde las partes
implicadas se refieren entre sí . Si esto no fuese de esta manera, se daría una imposición de la
propia dinámica biológica (casi siempre de la masculina) que deja frustraciones e
insatisfacciones. De hecho muchas mujeres jóvenes, efecto del machismo imperante en
nuestra sociedad, buscan pautas de comportamiento sexual masculinas lo que produce la
imposibilidad de parejas estables y matrimonios. Otra vez el equilibrio surge como
condicionante de una relación sexual verdaderamente humana.
Entramos ahora en un tema de muy difícil valoración. En los últimos años se han publicado
varios informes sobre comportamientos sexuales con prognosis muy variadas. La gran mayoría
de los investigadores sociales reconocemos la dificultad de llegar a un conocimiento de la
realidad fáctica en este tema por efecto de la distorsión que sufre la metodología empleada
debido a las barreras que pone la vanidad y la patología humana. Efectivamente, cuando se
utilizan encuestas e incluso entrevistas en profundidad, es muy difícil llegar a un conocimiento
verdadero sobre los comportamientos íntimos por el grado de distorsión consciente que los
componentes de la muestra seleccionada ponen en sus respuestas. En muchos casos, los
encuestados o entrevistados contestan no en base a lo que hacen sino en base a cómo
piensan que el entorno les valora si hiciesen lo que dicen que hacen. Esto es patológico pero
real. Nuestra sociedad está llena de patologías culturales más o menos asumidas y más o
menos conscientes que hacen muy difícil la labor del investigador de campo. No obstante,
contamos con los datos que contamos y a ellos hemos de referirnos.
Como ejemplo de investigaciones con resultados dispares tenemos las que concluyen en
contrastes. El Informe Durex para España realizado en el año 2002 afirma que el 12% de los
jóvenes entre 16 y 30 años nunca mantenido relaciones sexuales, es decir, que el 88% sí y que
lo hacen una media de 8 veces al mes. Por otra parte el Informe Schering realizado el mismo
año en España, recoge que son el 80% de los jóvenes entre 15 y 24 años los que mantienen
relaciones sexuales, con una media de 8 veces al mes para las chicas y 6 para los chicos. Si
analizamos la Encuesta Nacional de Juventud del año 2001, en el año 2000 el 76’1% de los
varones entre 15 y 29 años mantuvieron relaciones mientras que las chicas fueron el 71’4%. Si
cruzamos a los Estados Unidos, un informe de la Henry Kaiser Family Foundation de diciembre
de 2001 sobre los alumnos de Bachillerato de ese país afirma relaciones sexuales para el 45%
de latinas-63% de latinos, el 44’8 de blancas-45’4 de blancos y el 66’9 de afroamericanas-75’7
de afroamericanos; para los adolescentes de 15 años da la cifra del26%, documentando a la
vez que los adultos piensan que el 68 % de estos adolescentes mantienen relaciones sexuales.
Datos tan variados no son fácilmente asumibles científicamente.
Pero quizá donde más claramente se aprecian los contrastes es en aquellos temas donde
existen manifiestos intereses creados de índole no necesariamente ideológica sino también
económica como son la homosexualidad y el recurso a la contracepción y al aborto. Datos que
hacen pensar por sí solos cuando los sometemos a contrastación es que un 17 por mil de las
adolescentes británicas han tenido un aborto mientras que la cifra que se da para las
adolescentes americanas es de un 44 por mil, o que un 25% de las adolescentes sexualmente
activas tienen algún tipo de enfermedad venérea. En el caso de la homosexualidad, el informe
más amplio y elaborado refiriéndonos siempre a un muestreo de población americana
masculina que es el del Battelle Human Affairs Research Centers, da una proporción del 1%
de homosexuales, mientras que el famoso informe Kinsey de 1948 había consagrado la cifra
del 10%; otros muestreos dan un 2,2%.
Quizá los informes sobre comportamiento sexual más famosos hasta la fecha son los sucesivos
informes Hite, y el ya mencionado Janus Report. La metodología de la sexóloga Shere Hite ha
sido ampliamente cuestionada y criticada y los resultados no nos parecen científicamente
evaluables aunque apunten tendencias confirmadas en otras investigaciones. El estudio de
Samuel y Cynthia Janus conducido en dos fases (1983-5 y 1988-92) nos parece que aunque
también peca de problemas en la confección de la muestra, tiene científicamente más valor. En
este informe se da plenamente cuenta de la segunda revolución sexual y se aportan datos
sobre la disociación de comportamientos entre una madurez más racional y una juventud
alocada con una gran incidencia de desviaciones( homosexualidad, incesto, sadomasoquismo,
sexo de grupo, felatio, etc.) y trastornos (impotencia, eyaculación precoz o retardada,
vaginismo, dispareunia y anorgarmia).
En nuestra opinión, los entresijos de los comportamientos sexuales hay que dilucidarlos de
datos indirectos. Interesante es para el caso español el análisis de las causas de muerte. Son
estos unos datos difícilmente obtenibles incluso en sociedades avanzadas donde los criterios
médicos, sociales, políticos y estadísticos difieren notablemente, como cualquier investigador
puede constatar comparando las formas de agrupación de casos de las estadísticas oficiales
con los registros médicos de hospitales concretos. Así, el principal ámbito de muerte en
España es el intrauterino. Entendiendo como aborto químico el producido principalmente por el
efecto antiimplantatorio de la píldora anticonceptiva y por aborto mecánico el producido por el
mismo efecto por el DIU, y redondeando a partir de los últimos datos hechos públicos (2001),
podemos obtener las siguientes cifras de causas de muerte anuales en España,
independientemente de las opiniones particulares al respecto, sobre las que aquí no nos
pronunciamos:
Accidentes de tráfico.....................................................6.000
Terrorismo.............................. <6.000 (total de 1970 a 2001)
Sida................................................................................1.800
Aparato circulatorio....................................................135.500
Aparato respiratorio….…………………………………..38.000
Tumores.......................................................................95.000
Suicidio...........................................................................2.500
Aborto quirúrgico..........................................................69.800
Aborto químico........................................................3.333.000
Aborto mecánico.....................................................2.100.000
Aborto espontáneo.......................................................70.000
Datos aportados y elaborados en su caso por nosotros a partir de las estadísticas oficiales a partir de la incidencia
antiimplantatoria de entre el 10 al 20% de la píldora y de los 500.000 DIUs en uso en relación al número de ciclos
fértiles y las posibilidades de fecundación en según qué edades de las mujeres sexualmente activas. Consideramos
como aborto quirúrgico, el reconocido legalmente en cualquiera de sus tres supuestos despenalizadotes; como
químico, los antiimplantatorios y como mecánico el DIU.
Si consideramos importante conocer las causas de muerte más relevantes entre la juventud,
señalemos que mientras en Francia y Québec la primera causa de muerte en ése sector de
población es el suicidio, en España son los accidentes de tráfico.
Es manifiesto que la fecundidad requerida para una correcta concepción de la relación sexual
no coincide necesariamente con la máxima capacidad fisiológica de gestar. Cosa en la que, a
diferencia de lo que piensan muchos católicos, la Iglesia está plenamente de acuerdo. El
concepto de “paternidad responsable” aparece por primera vez en la encíclica Humane Vitae
de Pablo VI en 1968 y Juan Pablo II lo explica así: “lo que la Iglesia llama paternidad
responsable no significa una procreación ilimitada o una falta de consideración de lo que
implica la crianza de los hijos. Significa más bien que las parejas puedan usar su inviolable
libertad con sabiduría y responsabilidad, teniendo en cuenta las realidades demográficas y
sociales así como su propia situación y sus legítimos deseos, a la luz de los criterios morales
objetivos”(18/III/94, audiencia a la secretaria de la UNCOPD).
El recurso al espaciamiento de los nacimientos nos parece enteramente legítimo dentro del
contexto de una sexualidad equilibrada. Pero este espaciamiento no puede naturalmente
vulnerar el mismo equilibrio y esto, a nuestro juicio, sólo puede hacerse mediante el recurso a
los instrumentos que la misma biología proporciona, es decir los métodos naturales de
regulación de la fertilidad. Lo que sí hemos de aclarar aquí es que el recurso a la propia
biología para la regulación de la fertilidad, no perturba en absoluto el carácter de la relación
sexual propiamente dicha: es una manifestación más de nuestros condicionamientos sexuales,
y por tanto un abundamiento en aquello de que somos sexo. Por eso opinamos que a la
revolución sexual hay que darle más sexo y menos laboratorio, más naturaleza y menos
química, mas sociedad (solidaridad) y menos individualismo (egoísmo). Esta es la revolución
de la revolución, con la ventaja además de que no da dinero a nadie y que hace que las
personas sean más interdependientes unas de otras con el consiguiente crecimiento en
autonomía de la familia frente al estado y al mercado.
El desequilibrio en el que a veces opera la relación sexual pasa unas facturas tremendamente
duras, psicológica y socialmente hablando. Como veremos con más detalle en otro capítulo,
hoy en día tres de cada cinco matrimonios acaban en divorcio en los EE.UU. y muchos de los
que se divorcian han vivido con algún progenitor divorciado. A veces la sociedad “inventa”
soluciones a estos problemas y crea otros más grandes. Así como para solucionar casos
lastimosos de matrimonios fracasados se ha legitimado el divorcio hasta el punto de que ahora
no existe la posibilidad (libertad) de casarse indisolublemente, para solucionar graves
problemas de gestantes se ha legitimado el aborto hasta el punto incluso de subvenirlo con
capital público incluido el de personas a las que les repugna en conciencia.
No debemos olvidar que la sexualidad humana no coincide con el modelo negativo que algunos
se esfuerzan en presentar al considerar que está fuera de los entornos de discreción de la
libertad. La sexualidad forma parte del ecosistema intrahumano: no está fuera de él como algo
ajeno a la racionalidad de nuestra condición. No es un impulso irracional e indomable sino una
fuerza de vida que como toda energía ha de ser conducida. La sexualidad es en sí misma
perfección y armonía y en la medida en que se la ve como parte de ese trípode, ese soporte
estructural de la vida que conforman el sexo, la razón y la relación -incluida la trascendente-, se
la puede considerar también como un factor humanizante y por supuesto humanizable.
⇒ Los cambios en nuestra sociedad están alcanzando niveles tan altos de velocidad que es
imposible su asimilación , incorporación y posible rectificación. ¿Serías capaz de poner algún
ejemplo?
⇒ ¿Cómo se reflejan en los medios de comunicación social las tres revoluciones sexuales?
⇒ ¿Qué repercusiones sociales tiene el hecho de que se presente la sexualidad como algo
irracional, irrefrenable y alejado de toda normatividad?
⇒ ¿Por qué no es habitual que se presenten las estadísticas de mortalidad con los datos de los
abortos? ¿Es ético presentar sólo los datos de abortos mecánicos, dejando fuera los
producidos por otros procedimientos?
⇒ Enumera tres desequilibrios sociales y aporta algunas vías de solución que no conlleven
desequilibrios mayores de más difícil solución.