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mágico, el plano de la inteligencia pura y el plano de la intuición poética),
establecer comunicaciones entre éstos, verificar por comparación las
verdades contenidas en cada estadio y hacer surgir, finalmente, una
hipótesis en que se encuentren integradas estas verdades: éste es
exactamente nuestro método. Nuestro grueso y tosco libro no es más que
un principio de defensa y de ilustración de este método.
Este concepto puebla las tradiciones más antiguas, igual que las
matemáticas más modernas. Llenaba el pensamiento poético de Valéry, y
uno de los más grandes escritores vivientes, el argentino Jorge Luis Borges,
le ha consagrado su más bella y sorprendente novela,1 dando a ésta el
título significativo de El Aleph. Este nombre es el de la primera letra del
alfabeto de la lengua sagrada. En la Cabala, designa el En Soph, el lugar
del conocimiento total, el punto desde el cual el espíritu percibe de un solo
golpe la totalidad de los fenómenos, de sus causas y de su sentido. Se dice,
en numerosos textos, que esta letra tiene la forma de un hombre que
muestra el cielo y la Tierra para indicar que el mundo de abajo es el espejo
y el mapa del mundo de arriba. El punto Más Allá del Infinito es este punto
supremo del segundo manifiesto del Surrealismo, el punto Omega del padre
Teilhard de Chardin y el remate de la Gran Obra de los alquimistas.
Para hacer sentir a los alumnos de la clase de sexto lo que podía ser el
concepto de eternidad, un padre jesuíta de un célebre colegio se servía de
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la imagen siguiente: «Imaginad que la Tierra es de bronce y que una
golondrina, cada mil años, la roza con un ala. Cuando toda la Tierra se haya
desgastado de este modo, sólo entonces empezará la eternidad...» Pero la
eternidad no es sólo la infinita longitud del tiempo. Es una cosa distinta de la
duración. Hay que desconfiar de las imágenes. Sirven para transportar a un
nivel de conciencia más bajo la idea que sólo puede respirar en otra altura.
Entregan un cadáver al subsuelo. Las únicas imágenes capaces de
transportar una idea superior son las que crean en la conciencia un estado
de sorpresa, de extrañamiento, susceptible de elevar esta conciencia hasta
el nivel en que vive la idea en cuestión, en que puede ser captada en toda
su frescura y su fuerza. Los ritos mágicos y la verdadera poesía no tienen
otra finalidad. Por esto no intentaremos dar una «imagen» de este concepto
del punto Más Allá del Infinito. Preferimos remitir al lector al texto poético y
magnífico de Borges.
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tantos puntos en el segmento como en la superficie del cuadrado. Si se
construye un cubo, habrá tantos puntos en el segmento como en el volumen
del cubo. Si se construye, partiendo del cubo, un sólido de cuatro
dimensiones, un tessaract, habrá tantos puntos en el segmento como en el
volumen de cuatro dimensiones del tessaract. Y así sucesivamente, hasta el
infinito.
En esta matemática del transfinito, que estudia los aleph, la parte es igual al
todo. Es una perfecta locura, si adoptamos el punto de vista de la razón
clásica; sin embargo, es perfectamente demostrable. Igualmente
demostrable es el hecho de que, si se multiplica un aleph por no importa
qué número, se llega siempre al aleph. Y he aquí cómo las altas
matemáticas contemporáneas coinciden con la Tabla de Esmeralda de
Hermes Trismegisto («lo que está arriba es como lo que está abajo») y la
intuición de los poetas como William Blake (todo el Universo contenido en
un grano de arena).
No existe más que un modo de pasar más allá del aleph, y es elevarlo a la
potencia aleph (sabido es que A elevado a B significa A multiplicado por A
un número B de veces; aleph elevado a la potencia aleph es otro aleph).
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ciertas aplicaciones. Algunas de éstas son de naturaleza tal que confunden
el sentido común. Por ejemplo, la famosa paradoja de Banach y Tarski.1
«¡Oh Dios, quisiera estar encerrado todo entero en una cascara de avellana
y, sin embargo, irradiar en los espacios infinitos!»
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de Hamlet como las formas inesperadas que acaba de adoptar la lógica
pura y más moderna: la lógica matemática.
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infinitamente grande se le aparezcan en su totalidad y en su última verdad.
Así habría llegado a su fin la búsqueda tradicional de lo Absoluto. Es
tentador soñar que la experiencia lo ha logrado ya en parte. Hemos
evocado, en la primera parte de esta obra, la manipulación alquimista en el
curso de la cual el adepto oxida la superficie de su baño fundido de metales.
Cuando se desgarra la película de óxido, se verá aparecer sobre un fondo
opaco la imagen de nuestra galaxia con sus dos satélites, las nubes de
Magallanes. ¿Leyenda o realidad? En todo caso, se trataría de la evocación
de un primer «instrumento transfinito» estableciendo contacto con el
Universo por medios distintos de los proporcionados por los instrumentos
conocidos. Tal vez en forma parecida, los mayas, que ignoraban el
telescopio, descubrieron Urano y Neptuno. Pero no nos perdamos en lo
imaginario. Contentémonos con apuntar esta aspiración fundamental del
espíritu, desdeñada por la psicología clásica, y con anotar también, a este
respecto, los contactos entre antiguas tradiciones y una de las grandes
corrientes matemáticas que imperan en la actualidad.