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La concepción política de Platón podemos encontrarla en dos de sus obras como La

Republica y Las Leyes. La política para él, se basa en un Estado en relación íntima con
la ética y la condición del hombre como un ser social, que solo puede vivir en una
sociedad organizada, que para los griegos estaba representada por la Ciudad-Estado.

Según el pensamiento platónico, ningún ser humano puede tener una vida normal si se
mantiene aislado, en razón que el hombre es un ser social; como ciudadano activo,
dispuesto a respetar y aceptar a la sociedad en que vive como un hecho inevitable.

Por ello, la preocupación de Platón era determinar cuál debería ser la verdadera
naturaleza del Estado y su genuina función. No le interesaba estudiar un modelo en
particular, su atención se centraba en lo que debería ser todos los Estados en general.

En su obra La República, propone un Estado ideal, como un modelo que todos los
estados deberían imitar. Estaba convencido que todo gobernante de un Estado ideal
debe saber en qué consiste el arte de gobernar y qué es lo que debe hacer, porque si no
lo sabe, o no tiene la habilidad para ejercer eficazmente esa función, puede hundir tanto
al Estado como a sus ciudadanos.

Platón pensaba que dentro del hombre confluían tres motivaciones o almas. La primera
era el alma concupiscible, que es la que busca la satisfacción de las necesidades básicas:
comida, dinero, vivienda, sexo. Luego el alma irascible, vinculada con las pasiones, con
la fuerza que empuja al hombre a luchar por una causa. Pero la más importante era el
alma racional, relacionada con la inteligencia y la ética; es la voz interior que nos hace
discernir entre lo que está bien y lo que no. Además es la que controla a las otras dos
para conducir al hombre hacia la felicidad. Así, la justicia ética consiste en la mesura de
los apetitos, controlados por la razón y los impulsos pasionales del alma. En este
sentido, para Platón la felicidad es lo justo, y a su vez el hombre es justo en la medida
en que se realice en lo que le compete, de acuerdo con los talentos que le fueron dados.

Esta tripartición del individuo es transferida por Platón hacia el Estado. El éxito de su
funcionamiento dependería del sano equilibrio de tres partes esenciales: el pueblo, que
equivaldría al alma apetitiva; el ejército que vendría a ser el alma irascible, y los
filósofos, que serían el componente racional. Por ello, los gobernantes debían ser
filósofos –en el sentido etimológico de la palabra–, atendiendo que solo ellos tenían la
sabiduría para atender los asuntos públicos. La armonía de estas partes tenía como
finalidad la armonía del cuerpo político..

Así tenemos que en el caso de los guardianes, Platón rechazaba la propiedad privada.
Opinaba que estos debían vivir en comunas como una gran familia, manteniendo
igualdad entre hombres y mujeres. Las relaciones entre éstos debían ser libres y la
figura de la familia no debía existir, ya que los hijos que nacieran de estas relaciones
serían criados en común, sin siquiera reconocer a un padre y una madre. Los
gobernantes tampoco debían tener familia o propiedad privada. Este derecho era
exclusivo a la clase de los artesanos. Los guardianes sólo podían unirse a mujeres
asignadas por los magistrados competentes, e incluso el periodo en que podían tener
relaciones sexuales o procrear con ellas estaba determinado. Platón insinúa que en el
caso de que un guardián tuviera descendencia con una mujer fuera de estos límites, la
criatura debería ser eliminada por el bien del estado,

No teniendo nada propio, la clase de los guardianes estará en mejores condiciones para
cumplir su papel de exclusivos servidores de los intereses de la República.

Los gobernantes proceden de la clase de los guardianes o guerreros: se lo seleccionan


entre los mejores. Era una especie de aristocracia basada en la capacidad intelectual y en
la preparación científica. El filósofo-gobernante debe practicar la dialéctica, que es el
método para alcanzar el grado supremo de saber en la jerarquía del conocimiento; pero
antes debe estudiar algunas ciencias que consideraba fundamentales como: gimnasia,
música, cálculo, aritmética, geometría y astronomía.

Estas ciencias conducirán al alma hasta la dialéctica, que el filósofo debe alcanzar para
el disfrute personal y también con el fin de devolver como gobernante el cuidado y la
educación que la ciudad le ha proporcionado.

La división en clases que Platón establece es rígida y selectiva y los ciudadanos deben
ser vigilados para que ocupen el puesto que les corresponde de acuerdo con los intereses
del Estado. Por tanto, para Platón, la cuestión política es a la vez una cuestión ética, en
cuanto que cada ciudadano debe ocupar el lugar que le corresponde, realizando las
tareas y practicando las virtudes del grupo social al que pertenecen.

No obstante, detecto una sucesión degenerativa al modelo político que planteaba; partía
de lo que consideraba ideal como era la aristocracia, que significa “gobierno de los
mejores”, pero cuando los guardianes comenzaran a ocupar la posición que le
correspondía a los gobernantes-filósofos, el modelo se tornaría en una timarquía, que
ocurre cuando los guardianes acumulan riquezas a espaldas del pueblo y cuando sus
decisiones se basan en buscar el honor, sobre el bien común de los conciudadanos. A su
vez la timarquía degeneraría en la oligarquía –el gobierno de pocos– que se caracteriza
por la presencia de dos clases sociales, una muy rica y otra muy pobre, las cuales se ven
sometidas a constantes enfrentamientos. Es la sublevación de esta clase pobre y
oprimida la que finalmente da origen a la democracia: “el gobierno del pueblo”; un
sistema igualitario, con la participación política de todos; se perfila como la forma más
viable para que el hombre pueda vivir en libertad. Sin embargo, Platón tenía sus
reservas, ya que consideraba que un pueblo ignorante y con poca educación no estaría
en capacidad de tomar las mejores decisiones para favorecer el bien común.

El gran peligro que veía Platón en la democracia estaba en situar a un sabio y a un


ignorante en la misma posición política. Además, era el eslabón que precedía al sistema
menos deseable de todos, la tiranía, ya que entre el pueblo podría surgir un demagogo
que convenciera a todos en una asamblea y lo condujera hacia una posición de poder
político. Así, el que inicialmente se mostrara como el gran salvador del pueblo,
terminaría asumiendo un poder absoluto y convirtiéndose en un tirano.
No obstante, este apasionamiento de un modelo político ideal se ve replanteado en su
obra Las Leyes, buscando un acercamiento más práctico y realista; ideas como el
rechazo a la tiranía y a la democracia se mantienen; a la primera por considerarla una
ausencia total de la libertad política y a la segunda por catalogarla como un exceso.

El apasionamiento comunista que vemos en La República, aparece decantado en Las


Leyes. A pesar de que Platón sigue considerándolo un modelo ideal en cuanto a la
división de las riquezas se trata, plantea una salida muy ingeniosa. Se trata de cuatro
clases sociales, clasificadas dependiendo de su riqueza.

Se concede un papel central a las leyes en la vida política en vez de a la “buena


voluntad” de los filósofos-guardianes. La ley se concibe con fines educativos. Busca
aleccionar a los ciudadanos para que procuren el bien. Introduce una figura llamada
Consejo Nocturno, con miras a la preservación de las leyes. Sus funcionarios reciben el
nombre de guardianes de leyes.

Por tanto se puede concluir que La República es unas de las obras más influyentes de
Platón, pero quizás el hecho de que fuera escrita en su juventud, convierte a Las
Leyes en una obra con ideas más maduradas y depuradas. En ocasiones, La
República cae en el plano de la utopía política, que es reconstruida en Las Leyes, con un
acercamiento más abierto y democrático.

El estado fuertemente jerarquizado ideado en La República dio paso a una división del
poder político más democrática pero es igualmente obvio que para Platón las libertades
individuales ocupan en sus dos proyectos políticos un papel muy secundario.

También está claro que para Platón la decadencia se origina en las élites. La ciudad
estará a salvo mientras esté protegida del cambio, y todo cambio se origina en una
disensión de la clase dirigente. Sin embargo la alteración originaria de esta ciudad
fundada y constituida para durar, pero construida en el elemento del devenir, se
producirá por una fractura en el cálculo de este devenir mismo.

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