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TEMA 6.

- Teoría del estado justo y del filósofo gobernante

“Decías que vais a establecer un orden justo en la sociedad;


ahora bien, ¿qué queréis signifcar con la justciaa?

“Y me vi obligado a reconocer, en alabanza de la verdadera flooofa, qe de ella depende


el obtener qna vioión perfecta y total de lo qe eo jqoto, tanto en el terreno polítco como
en el privado, y qe no ceoará en oqo maleo el género hqmano haota qe loo qe oon
recta y verdaderamente flóoofoo ocqpen loo cargoo públicoo” (Carta VII)

I. INTRODUCCIÓN

Platón es una autor fundamental en la historia del pensamiento. Su obra principal, La República
(375 a.C), supone la primera reflexión racional sobre los asuntos de la polis, sobre la organización
política de los individuos. Su título original fue Politeia, ”el régimen o gobierno de la ciudad”; el tema
central del libro es la reflexión sobre “la cosa pública” -res publica-; sobre el Estado.

Platón parte de la crítica de las distintas formas de gobierno de su tiempo, de los “Estados
empíricos”, sobre todo de la democracia ateniense que vivió y sufrió en primera persona. Consideró
además que la timocracia, oligarquía y monarquía, así como la tiranía, eran modelos imperfectos de
gobierno, alejados de la Idea de Justicia. Así lo leemos en la Carta VII, donde Platón considera que
todos los estados de su tiempo estaban mal gobernados; “enfermos” en mayor o menor grado. Por ello
buscó el remedio en la reflexión filosófica y consideró su obra un “ tratado de medicina política”
aplicable a todos los distintos regímenes de su tiempo. Su teoría del Estado justo que se fundamenta en
la tesis del filósofo gobernante es, a juicio de Platón, la solución a los males políticos de su tiempo.

En esta redacción responderemos a cuestiones de índole sobre todo política: ¿en qué consiste
realmente su alternativa de gobierno? ¿Qué es un Estado justo y bien gobernado para Platón? ¿Cuál es
el fin que debe perseguir la política? ¿Cuál es el perfil de un buen gobernante? ¿Qué relación existe en
su filosofía entre el gobierno del alma y el gobierno del Estado? Y en este sentido, ¿por qué la ética y la
política forman una unión indisoluble en su pensamiento? De este modo, analizaremos la Ciudad Justa o
Estado Ideal de Platón.

No debemos olvidar que la concepción del Estado y de la sociedad platónica tiene como centro
la teoría de las Ideas; es la base ontológica de su concepción de justicia. Señalaremos también las
claras conexiones entre su política y la antropología o la educación.

II. DESARROLLO

Platón pretende salvar el gobierno de un Estado del relativismo y del empirismo político; de la
doxa de los sofistas, principales valedores de la democracia ateniense a la que criticó duramente. La
política platónica parte de una concepción absolutista de la verdad -episteme-: existen unos valores
objetivos, eternos e inmutables en torno a la moral y a la política (la Justicia en sí, la Virtud en sí, el
Gobernante en sí, etc). El alma humana puede llegar comprender a través de un exigente proceso
educativo en qué consiste la justicia o la virtud.

De este modo, los valores políticos de Platón son ajenos al devenir de la historia, a los cambios,
a las convenciones humanas y a los Estados empíricos. Su Estado ideal está de alguna manera escrito en
el mundo eterno e inmutable de la Ideas, y es el modelo al que tienen que aproximarse lo más posible
los Estados del mundo sensible. ¿Puede la razón llegar al mundo de “lo puro”, a lo absolutamente real y
verdadero ubicado en la región inteligible?
La teoría del Estado justo platónico defiende la propuesta aristocrática del filósofo-
gobernante. Pero, ¿por qué un gobierno de filósofos como forma de alcanzar un Estado justo?

Según Platón, el filósofo es quien busca incansablemente el saber, el conocimiento, la Verdad en


todas las preguntas sobre la realidad.

Además, es obvio que cualquier actividad u oficio que se realiza en el seno de una sociedad
necesita de ciertos conocimientos técnicos -en la medicina, en la navegación, en la arquitectura...-; los
griegos decían que necesitan de un “arte” para realizar bien una actividad (el “arte de la salud”, “el arte
de la navegación”, “el arte de la construcción”). Y dado que el Bien del Estado consiste en la búsqueda
de las leyes justas, el gobernante, de igual modo, necesitará adquirir el “arte de la justicia”
(tecnificación de la política, intelectualismo político).

Frente a los sofistas, Platón consideró que ni la toma de decisiones que afectan a lo público ni lo
verdadero sobre el bien común debe reservarse a la opinión de la mayoría. Su concepción política critica
el empirismo político y el principio de isegoría. Por contra, defiende que sólo los más competentes en el
tema deben formar parte de las decisiones de la polis.

Si los médicos, arguye Platón, reflexionan sobre la salud, los militares sobre la guerra y los
comerciantes sobre la mejor forma de vender un producto, de manera análoga, los filósofos reflexionan
sobre el Bien en sí de la comunidad, esto es, sobre la justicia. En consecuencia, son los filósofos los que
deberían gobernar “en calidad de jefes y reyes”: llevar las riendas del Estado.

“... son los más entendidos acerca de aquello por medio de lo cual se rige mejor el Estado...”

Esta propuesta sofocrática y meritocrática es el resultado de aplicar el intelectualismo moral de


su maestro Sócrates al terreno de la política. Recordemos que la teoría ética del intelectualismo moral
defiende que sólo pueden actuar de forma justa y buena aquellos que saben en qué consiste lo justo y lo
bueno: sin conocimiento no hay virtud. En este sentido, según Sócrates por medio del estudio, de la
educación, del desarrollo del intelecto, que favorece el autoconocimiento (”Conócete a ti mismo”)
podemos adquirir las virtudes del alma imprescindibles para la felicidad. ¿Puede un músico saber de
música sin haberla estudiado? Obviamente no, decía Sócrates. De igual modo, en el terreno moral, la
reflexión nos puede ayudar a ser más hábiles y menos torpes, más virtuosos a la hora de actuar, de
elegir, de tomar decisiones. En definitiva, a dirigir mejor nuestra libertad.

“La virtud es conocimiento” “El mal es fruto de la ignorancia” “Nadie obra mal a sabiendas”

Platón aplica esta doctrina ética al terreno de la política; los filósofos son los que mejor pueden
ejercer como gobernantes porque la Filosofía es el único saber que se pregunta sobre las cuestiones
éticas y políticas. Proporciona el conocimiento de las esencias, de la Idea de la Justicia, del Bien de la
polis, indispensable para conducir rectamente a la sociedad. El filósofo es quien aspira a comprender las
Ideas o Formas del mundo inteligible; un conocimiento que aporta armonía y orden en la vida personal
y social. Y lo que se comprende en la región inteligible, debe ser plasmado en la realidad sensible: la
Idea de Justicia en las distintas constituciones. Cabe señalar así la conexión entre la onto-epistemología
y la política en el pensamiento platónico.

Gracias a este conocimiento de la Idea de Justicia, el filósofo puede en el mundo sensible, en la


esfera de la realidad de los asuntos humanos poseer el criterio necesario para distinguir lo justo de lo
injusto, lo bueno de lo malo, tanto en su vida privada como en la política. De igual modo que un médico
conoce el mejor tratamiento para una enfermedad o el capitán de barco sabe orientarse en alta mar
gracias a su conocimiento de las estrellas y de los vientos.

Aquel que no se haya educado y, por tanto, no conozca en qué consiste la Justicia jamás llegará a
ser un gobernante verdaderamente justo, según Platón. De este modo, cuando una sociedad se aleja del
intelectualismo político no encuentra verdaderos politikós, aquellos gobernantes que miran siempre el
beneficio de la comunidad y comprenden en qué consiste el Bien de un Estado. Por contra, serán los
idiotikós, aquellos que sólo se ocupaban de los intereses particulares o privados, los que mandarán
confundiendo constantemente el ámbito de lo público con el privado.

“... son mendigos y hambrientos de bienes personales los que van a la política creyendo que es
ahí de donde hay que sacar las riquezas...”

Por tanto, el intelectualismo político tiene la finalidad de captar por medio de la razón dialéctica
las Ideas eternas de Justicia, Bien y Belleza. Y, tomándolas como modelo, aplicarlas al mundo humano.

Del intelectualismo político surge, entonces, un modelo aristocrático como la mejor forma de
gobierno. Pero tomando la palabra “aristocracia” en su sentido literal y originario: el “gobierno de los
mejores” -aristoi-. Es necesario recordar que Platón nunca propuso un gobierno de los “mejores” por
razón de la sangre, riqueza, clase social o linaje, como se entendía a la aristocracia tradicional griega,
cuyos términos políticos más próximos en Platón son la monarquía o la oligarquía.

Los “mejores” para Platón lo son en un doble sentido: en la virtud y en el saber. Por tanto, su
propuesta política es una aristocracia de la virtud y del saber, una especie de “meritocracia”:
gobierno de los mejores en mérito en lo que al conocimiento y a las virtudes morales se refiere.

Su teoría del Estado justo defiende una “teoría de la élite” que sobresale por su formación
intelectual, pero también por su superioridad moral. Gracias al conocimiento de la Verdad y del Bien.
Esta teoría requiere fundamentalmente de dos cosas:

a) En primer lugar, de una selección temprana (antes de los diez años) de las “mejores
naturalezas” atendiendo al tipo de alma humana, esto es, a una preponderancia racional: que
posean un “eros” o amor por el conocimiento y la Verdad. Y que tengan ciertas capacidades y
cualidades innatas sobre la capacidad de aprender. En cualquier caso, que poseea un verdadero
interés por el saber y el conocimiento. En el sentido moral, se precisa de un alma noble, honesta
y sin bajezas que tienda hacia el bien.

b) En segundo lugar, de una educación específica que pretende enderezar esas naturalezas y
potenciar aquellas cualidades señaladas. La educación debe conducirlas a la contemplación de
las Ideas eternas a través de las Matemáticas y la Filosofía. Sólo después de este proceso
educativo estarán preparados para gobernar y deberán ser forzados “con palabras razonables” a
ejercer dicha función porque “a la ley no le interesa nada que haya en la ciudad una clase que
goce de particular felicidad”.

Será el Estado quien se encargue de la selección de la mejores naturalezas y de la misma


educación. No en vano, cabe mencionar que la intención de Platón al crear su famosa Academia
era la de crear una “élite política”, la de formar verdaderos gobernantes.

Platón no pretendía educar meros técnicos inteligentes, “tecnócratas” denominaríamos hoy, es


decir, expertos y especialistas en el “arte del poder”, sino individuos con alta calidad y excelencia
moral, con capacidad de adquirir y desarrollar virtudes éticas imprescindibles para un Estado Justo.

La política platónica, y en general, la de los griegos, no se entiende de ningún modo sin ética.
Ambos aspectos, ética y política, están íntimamente conectados: la polis justa depende de la virtud de
los individuos. Si no desarrollan de manera virtuosa su función, la sociedad se resiente y sale
perjudicada; cuanto más virtuosa sea la polis mayor será el grado de felicidad de sus miembros. La
preservación y el bien de la comunidad depende de cada individuo. La justicia empieza así por uno
mismo a través de una vida virtuosa y equilibrada. Cabe destacar así el carácter comunitarista de la
política platónica que defiende la imposibilidad de desarrollarnos plenamente sin la sociedad.
Asimismo, la posibilidad que la sociedad nos ofrece para el perfeccionamiento humano. La vida
virtuosa tendrá su efecto en la sociedad dentro del lugar que cada uno de nosotros ocupe en ella.

El Estado justo de Platón sigue el modelo de un organismo vivo, “como los de las colmenas”,
dice en el Libro VII; compuesto de órganos o partes (clases sociales), donde cada uno desempeña una
función en beneficio de la comunidad entera. A esta forma de entender la organización social se le
denomina organicismo político.

De entre esas partes, la clase de los gobernantes debe ser educada no sólo en la adquisición de
conocimientos, sino en la adquisición de virtudes morales para introducir armonía y orden internos.
El filósofo gobernante tiene que aprender a saber dominarse y a someter sus constantes deseos, impulsos
y apetitos al control de su razón. En general, sólo el que sabe vivir en equilibrio podrá ejercer
correctamente la función que le es propia dentro de la sociedad. De manera que es imprescindible que
los gobernantes se eduquen en un sentido moral. Asimismo, deben ser “purificados” por medio del
ascetismo para que aprendan a moderar los deseos y apetitos materiales y corporales ligados a lo
sensible, que desvían el alma del conocimiento y la obligan a “mirar hacia abajo”, es decir, a lo
material, a lo apetitivo.

Por tanto, Platón entiende el Estado como una comunidad de individuos que cooperan y se
coordinan para vivir beneficiándose todos de la contribución de cada uno. La sociedad existe porque los
individuos aislados no pueden satisfacer sus necesidades vitales, no pueden vivir aislados. Ningún
hombre es autosuficiente, según el filósofo ateniense. Por eso, el buen gobierno debe anteponer siempre
el bien común al bien particular. Para Platón, el todo, el conjunto, es siempre más importante que las
partes, que los individuos. El bien social está por encima del individual. De este modo, entendía la
justicia colectiva como armonía; como unidad y cohesión social donde lo individual y los intereses
personales nunca pueden estar por encima de los colectivos, sino que se subordinan al todo: concepción
estatalista de la política. Así, la sociedad debe aprovechar lo mejor de cada uno nosotros (por medio de
la educación), y, en esa misma dirección, nosotros debemos dar lo mejor a la sociedad por medio de la
conducta virtuosa.

Lo que es “injusto” para Platón es lo contrario del bien común: el individualismo, la desunión, la
ruptura de la unidad provocada por luchas de poder; anteponer los intereses individuales a los
colectivos. Por contra, considera que lo justo es que los individuos hagan ciertas renuncias vitales y se
sacrifiquen por el bien de la comunidad, de la polis.

Platón concibe el Estado como “un individuo en grande”. Lo mismo que en su antropología
aparece una concepción tripartita del alma humana, el Estado Ideal es jerárquico y se divide en tres
clases sociales. De este modo, hallamos tres grupos humanos establecidos según la naturaleza de nuestra
alma y la educación recibida. La polis debe ser un reflejo de la propia alma individual:

a) La casta de los productores. Compuesta por artesanos, campesinos, comerciantes, obreros,


asalariados, agricultores, artistas, etc. En estos individuos prevalece una tipo de alma denominada
concupiscible o apetitiva; son las personas que poseen inclinaciones vitales en lo apetitivo y en los
deseos materiales.

Es necesario que desarrollen la virtud cardinal de la templanza o moderación para ejercer


correctamente su función social. Ésta consiste en producir todo aquello que la comunidad necesita,
todos los bienes necesarios: comida, vestimenta, salud, ocio, artefactos, etc.

Esta casta social puede vivir con más lujos y bienes que el resto; podrán disponer de propiedad
privada y familia, y tendrán acceso al dinero, incluidas las finanzas del Estado. No están especialmente
interesados ni en la reflexión ni en el conocimiento, sino en las comodidades y bienes materiales. Jamás
deben participar del gobierno por su escasa predisposición racional. Por tanto, quedarán relegados de
todo cargo público de la polis (contra el principio de isocracia).
b) La casta de los guardianes. La función de esta clase será la defensa de la ciudad; de los
conflictos internos y de los ataques externos.

Amantes de la acción, de la Verdad, de la justicia, del valor, del honor y del reconocimiento. Existe
una superioridad del intelecto con respecto a la anterior clase. Hay un predominio de la parte irascible
del alma. Platón habla de un alma a la vez “fogosa” e intelectual, lo que hará de ellos, gracias a la
debida educación, individuos leales y comprometidos en la defensa de la ciudad. Asimismo los alejará
de ser hombres embrutecidos y violentos.

Deben poseer buena salud física, espíritu elevado y cierta naturaleza filosófica. Las virtudes
cardinales que deben desarrollar los guardianes son el valor, el coraje y la fortaleza. Para evitar vicios,
tentaciones o ambiciones se les privará del dinero, de la propiedad privada, incluso habla Platón en
ocasiones de abolir la familia. A pesar del sacrificio que entraña este tipo de vida en favor de la
comunidad, ser guardián es un verdadero honor.

c) La casta de los gobernantes. De entre los guardianes serán cuidadosamente seleccionados los
futuros gobernantes para recibir una educación especial, destacando el aprendizaje de las Matemáticas y
la Filosofía (la Dialéctica).

Por tanto, sólo a ellos se les educará en el conocimiento de las Ideas puras dado que poseen una
predominio de la parte racional de alma y sobresalen en inteligencia y en su amor hacia el saber, así
como en una inclinación hacia lo moralmente correcto.

De este modo, los filósofos sabrán gobernar el Estado con justicia y dirigirlo hacia el bien. En esta
tarea les guiará la virtud de la phronesis o sabiduría práctica, que la adquirirán en su largo y arduo
proceso educativo. Su funciones son las del estudio y la búsqueda de conocimiento; son también los
educadores de la ciudad (incluida la selección y educación de las “mejores naturalezas”). Asimismo,
deben realizar las labores judiciales y legislativas: elaborar las leyes comerciales, criminales y civiles,
así como las regulaciones mercantiles y aduaneras.

El Estado justo en Platón debe respetar la jerarquía natural entre las clases que lo componen,
para que haya armonía y justicia en la Ciudad. Si lo natural, según Platón, es que sea la Razón la que
dirija nuestra vida, que someta a las partes irascible y apetitiva. De manera análoga, lo natural en la
Ciudad es que las clases sociales inferiores, los productores y guardianes, se sometan a los gobernantes,
que representan la racionalidad y el conocimiento. El alma es justa y otorga equilibrio y armonía al
individuo cuando las partes inferiores -irascible y apetitiva- se someten a la superior: a la razón.

De forma equivalente, la polis es justa cuando las clases inferiores -productores y guardianes-
siguen los dictados de la clase superior: los gobernantes. Se habla aquí de un isomorfismo estructural
entre el alma y la ciudad. En uno y otro caso, individual y colectivo, la Justicia consiste siempre en la
armonía de las partes. En el Estado justo o Ciudad Ideal (armoniosa, ordenada, bien proporcionada...)
ni el temperamento ni el apetito deben gobernar.

Todos los males políticos y morales de los que Platón fue testigo en su época tienen como causa
la ruptura de este orden natural: que los que tienen la naturaleza de productor o de guardián luchen entre
sí por ocupar el mando y la dirección del Estado, ocupando el lugar de quienes poseen la sabiduría, el
conocimiento y la disposición adecuada del alma.

La democracia es un ejemplo de la ruptura del orden natural escrito en el mundo de la Ideas.


III. CONCLUSIÓN

La política de Platón resume su ideal de autodominio y autoconocimiento humano y su ideal de


comunidad, como aquello que ha de prevalecer sobre los intereses individuales, ya que hemos visto que
es la condición de posibilidad del desarrollo del individuo sin la cual ni se puede sobrevivir ni vivir
bien, felizmente. Por eso, la ciudad justa ha de procurar “que cada uno haga lo suyo y no se dedique a
más”, nos dice Platón.

En este sentido, es la educación la que debe otorgar a cada individuo el papel que ha de
desarrollar en el conjunto de la ciudad. Dependiendo del nivel al que llegue cada uno en los grados del
saber, así como de las inclinaciones que de manera innata su alma exprese, obtendremos el lugar social
que por justicia nos corresponde. No importa lo que uno quiera o desee sino lo que es de justicia para
todos.

Platón no dijo nunca que, si su Ciudad Ideal se realizara en la tierra, sería perfecta. Fue
consciente de que el Estado depende de los individuos que hay en él, y sabía que la mayoría de ellos
distan mucho de ser perfectos. Pero considera que su Ciudad Justa es la mejor que puede ser concebida
sabiendo cómo son los hombres y lo que busca cualquier organización social: la justicia y la felicidad.

Lo que es absolutamente seguro es que Platón estaba convencido de que una forma de gobierno
aristocrática, de filósofos, donde política y ética estén unidas, nos acercaría más a la Idea de Justicia, a
un sistema social más justo y mejor que el resto de regímenes políticos.

Al final de su vida escribió el diálogo las Leyes, perteneciente a su época de vejez. En esta obra
expresa sus teorías acerca de la política y la organización social de un modo más realista y menos
utópico que en diálogos anteriores, quizás influido por el fracaso de la puesta en práctica de su Estado
en Siracusa, hecho que le hizo ser más pesimista y reformular ciertos aspectos de su teoría del Estado en
sus últimos años de vida.

Se discute todavía hoy si el proyecto político de Platón es sobre todo un modelo ideal de Estado,
una utopía irrealizable. Algunos han visto, lo contrario, una distopía, es decir, un lugar indeseable.

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