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Educación
Licenciatura en Atención Infantil
Encuadre
CRITERIOS DE EVALUACIÓN %
Participaciones y Actividades en el
aula
Tareas y Asistencias
Informes de Prácticas
Examen Parcial
Examen Final
_________________ _________________
Docente: Lic. Rocio Herrera Alumna:
Centro de Estudios Superiores en
Educación
Licenciatura en Atención Infantil
Programa del alumno
Materia: Diseño de actividades didácticas. Semestre: Tercero
TEMARIO
I. EL TRABAJO EDUCATIVO EN LOS NIÑOS ENTRE LOS DOS Y SEIS AÑOS.
1.1 LAS PRÁCTICAS PEDAGÓGICAS Y LAS CONCEPCIONES IMPLÍCITAS.
1.2 LA INTERVENCIÓN EDUCATIVA Y LOS PROCESOS DE DESARROLLO Y EL APRENDIZAJE INFANTIL.
1.3 LOS MEDIOS, RECURSOS Y ACTIVIDADES PREDOMINANTES: METODOLOGÍAS, ACTIVIDADES Y
RECURSOS DIDÁCTICOS.
1.4 LAS CONCEPCIONES ACERCA DEL APRENDIZAJE DE LOS NIÑOS, LOS MITOS Y LAS TRADICIONES
EN LAS FORMAS DE TRABAJO.
1.5 QUE PUEDEN Y DEBEN APRENDER LOS NIÑOS, SEGÚN LOS APORTES RECIENTES DE LA
INVESTIGACIÓN.
2.1 LA INTERVENCIÓN EDUCATIVA PARA PROPICIAR EN LOS NIÑOS EL GUSTO POR CONOCER, EL
INTERÉS POR APRENDER Y LA INICIATIVA PARA ACTUAR.
2.2 APRENDER A PENSAR.
2.3 LA SOLUCIÓN DE PROBLEMAS, LA CREATIVIDAD Y LA METACOGNICIÓN.
2.4 LA PERCEPCIÓN DE LOS NIÑOS ACERCA DE SUS PROPIAS CAPACIDADES, ELEMENTO
FUNDAMENTAL PARA EL DESARROLLO CONTINUO.
2.5 LA FORMACIÓN DE VALORES, HÁBITOS Y ACTITUDES.
2.6 LA INTERVENCIÓN EDUCATIVA: ¿QUE MANTENER Y QUE CAMBIAR?.
Actividad: Como actividad inicial, escribir un texto personal en el que se exprese: “Lo que
para mí es más importante que logren los niños en preescolar”.
En la vida del jardín de niños, muchas veces nos encontramos con prácticas cuyo origen
difícilmente podemos explicar. Son usos, costumbres y tradiciones que pasan de
generación a generación formando parte de la tradición oral transmitida entre docentes del
nivel y que, en general, responden a mandatos "fundacionales". Las aprendimos en
nuestras primeras experiencias como docentes y las fuimos acumulando como saberes
válidos.
En los diálogos entre maestros es común escuchar comentarios del siguiente tipo: "estos
chicos no tienen hábitos"; "en la sala se trabaja primero con el cuerpo, después con los
objetos y finalmente se pasa a la hoja", "descansamos un poquito después de la merienda";
"nos sentamos en la alfombra para hacer el intercambio"; "¿saben qué tengo dentro de esta
linda caja?"; "maestra jardinera, maestra basurera". ¿Cómo nacieron estas tradiciones?
¿Qué vigencia tienen en la actualidad?
Nos preocupamos por estas prácticas dado que, en ocasiones, las hemos visto
transformarse en "rutinas sin sentido". El docente parece adoptarlas por la fuerza que tiene
la tradición más que elegirlas por su pertinencia para el grupo de los alumnos y la realidad
con la que trabaja.
Algunas de las fuentes de origen de estas acciones pueden ser:
- Acciones concretas que tuvieron sentido en el. momento en que se originaron en función
de las concepciones pedagógicas. filosóficas, psicológicas. etcétera, de entonces (por
ejemplo, la "enseñanza de las nociones", "los hábitos y las buenas costumbres") y que se
"repiten" parcialmente descontextualizadas del ideario pedagógico del cual surgieron.
- Interpretaciones deformantes o simplificaciones de algunos métodos y prácticas iniciales
(por ejemplo, el ambiente apropiado para el niño vs ambiente infantilizado).
Intentamos a continuación caracterizar y rastrear algunos de los orígenes de estas prácticas
a fin de comenzar a dar ciertas pistas que nos permitan tomar decisiones sobre su
pertinencia actual, la necesidad de su resignificación o su descalificación. Para ello, en
algunos casos, presentamos fragmentos de los primeros libros que se editaron en el país
sobre el jardín de niños, y en otros, utilizamos algunas anécdotas que nos permiten ilustrar
la propuesta didáctica.
Actividad: En forma individual, analizar los siguientes testimonios referidos a los propósitos
de la educación preescolar.
Estos testimonios se obtuvieron a través de entrevistas realizadas por personal de la Subsecretaría
de Educación Básica y Normal con educadoras en servicio en el mes de julio de 2001.
El círculo de la confianza.
El desarrollo equilibrado de las competencias de las niñas y los niños requiere que en el
aula exista un ambiente estable: en primer lugar, que la educadora sea consistente en su
trato con ellos, en las actitudes que adopta en su intervención educativa y en los criterios
con que procura orientar y modular las relaciones entre sus alumnos.
En un ambiente que proporcione seguridad y estímulo será más factible que las niñas y los
niños adquieran valores y actitudes que pondrán en práctica en las actividades de
aprendizaje y formas de participación escolar, ya que cuando son alentadas por la
educadora y compartidas por sus alumnos, el grupo se convierte en una comunidad de
aprendizaje.
Un ambiente de este tipo favorece la disposición a explorar, individualmente o en grupo, las
soluciones a los retos que les presenta una actividad o un problema, a optar por una forma
de trabajo y valorar su desarrollo para persistir o enmendar. Las niñas y los niños
aprenderán a pedir orientación y ayuda, y a ofrecer; se darán cuenta de que al actuar y
tomar decisiones pueden fallar o equivocarse, sin que esto afecte su confianza ni la
posibilidad de mejorar en su desempeño. Al participar en esa comunidad, el niño adquiere
confianza en su capacidad para aprender y se da cuenta de que los logros son producto del
trabajo individual y colectivo. En una etapa temprana, lo deseable es que aprenda
gradualmente a mirar con atención su proceso de trabajo y a valorar diferencialmente sus
resultados; esa posibilidad está influida por los juicios de la educadora y la interacción en el
grupo, y si el niño percibe que al valorar su desempeño y el de sus compañeros hay justicia,
congruencia, respeto y reconocimiento del esfuerzo, identificará que la evaluación es una
forma de colaboración que no lo descalifica.
Si el docente solamente se queda impregnado de estas fórmulas mágicas, para que los
niños se calmen o se ordenen, esta situación resulta crítica. Es una imposición disfrazada.
Se asimila a un rito mecánico. Corresponde al manejo o utilización del condicionamiento de
la conducta del otro (los reflejos condicionados), como sinónimos de autocontrol. El docente
utiliza estímulos que condicionan la expresión mecánica de ciertas respuestas de los niños,
sin dar lugar a la comprensión y a la reflexión sobre la necesidad individual y social de estas
mismas conductas.
Si los cantos mencionados son recursos circunstanciales, "tranquilizadores", que
posteriormente se complementan con propuestas acerca del tratamiento de la convivencia
grupal, adquieren un lugar diferente.
El trabajo con la formación de normas, pautas y valores son constitutivos de los contenidos
escolares en el Nivel Inicial.
El respeto, el cuidado del material, las normas que regulan al grupo, el asumir
responsabilidades, la solidaridad, son ejemplos de contenidos relacionados con la formación
de actitudes.
El docente ha de trabajar reflexivamente con el grupo, según los niveles de
conceptualización de los niños, en la toma de conciencia de la necesidad de pautas y
normas que favorezcan al bien común. Esta situación facilita el progresivo pasaje de la
norma derivada desde el docente, con los más pequeños, al inicio de la autorregulación y
autogestión por parte del grupo.
El mito acerca de la maestra jardinera
La primera representación de la maestra jardinera es como segunda madre; la comparte
con la generalidad de las docentes, pero es reforzada debido a que "atiende a los más
chiquitos".
Actualmente la figura de la maestra jardinera se integra a la evocación mencionada, una
imagen social-cultural de una persona joven, linda, alegre, dulce y feliz.
El séptimo mito reconduce al primero: una jardinera feliz para una niñez feliz.
Las cualidades que se adscriben al rol son sumamente dignas. El problema no reside en la
existencia de estas cualidades: se manifiesta en que la docente sienta la presión desde el
mandato-modelo, y efectúe una identificación que la obligue y presione a "actuar el rol" o
"sobreactuar el rol". Se auto exige responder al modelo. Se autoevalúa de manera positiva,
en la medida en que logra reflejarse en el espejo del modelo.
Esta situación no facilita que trabaje naturalmente, desde su singularidad. ni que pueda
tampoco prevalecer el carácter profesional de su quehacer.
A la sobreactuación se le añade, por ejemplo, que la docente de Inicial, como Papá Noel, ha
de llevar "sorpresas" para los niños.
La preparación de material didáctico es necesaria, pero suponer que para "despertar el
interés", el docente ha de hacer siempre presentaciones mágicas es otra cuestión.
Esto nos lleva a preguntarnos:
- ¿Qué niños tienen el interés dormido?
- ¿La situación de enseñanza se efectúa debido al peso de la "sorpresa”?
- En determinadas circunstancias, ¿crear escenas de magia, no resulta también divertido?
Tratemos de analizar algunos de estos interrogantes:
- La creación de climas y expectativas no excluye, ni sustituye o reemplaza el lugar de la
enseñanza y el aprendizaje.
- El impacto de la sorpresa ha de tener un lugar limitado.
- La riqueza de la propuesta educativa consiste en promover que los niños sientan alegría
por asistir al jardín.
- Los "Papá Noel" son héroes de un día, los docentes son personas-profesionales que, a
partir de sus virtudes y defectos, materializan la meritoria acción de enseñar.
- La ficción y la magia se incluyen o subsumen con propuestas didácticas que promuevan la
apropiación del conocimiento.
En la imagen descrita acerca del mito de la maestra jardinera, el conocimiento no ocupa
ningún espacio; parecería que alcanza con que ella logre la contención afectiva y sea
juguetona.
Actividad: Completa el siguiente cuadro.
1.5 QUE PUEDEN Y DEBEN APRENDER LOS NIÑOS, SEGÚN LOS APORTES
RECIENTES DE LA INVESTIGACIÓN.
Las investigaciones recientes en desarrollo infantil con apoyo de las neurociencias -que
agrupan ramas de la psicología y la medicina- estudian el cerebro, su funcionamiento y
estructura, así como su relación con el aprendizaje. A partir de las neurociencias se ha
demostrado que los primeros años de vida son un periodo crítico en el desarrollo porque es
cuando más conexiones neuronales se forman, lo que se traduce en mayor aprendizaje. En
esa etapa el cerebro presenta profundas transformaciones, y con ellas, el desarrollo de la
inteligencia, personalidad, creatividad y el comportamiento social. Además, se reconocen
momentos ideales o sensibles para desarrollar ciertas habilidades, que de no ser
estimuladas se ven limitadas.
Se utiliza el término arquitectura cerebral para referirse a la transformación del cerebro en
los primeros años de vida. El Centro para el Niño en Desarrollo (Center on the Developing
Child) de la Universidad de Harvard lo explica como la etapa en la que se construyen los
cimientos o el andamiaje que modifica la estructura del cerebro y es la base de aprendizajes
futuros.
Al nacer los seres humanos tienen alrededor de 100,000 millones de células cerebrales o
neuronas. Las conexiones entre ellas son lo que produce el aprendizaje. Una sola neurona
puede llegar a tener entre 5,000 y 100,000 conexiones. En la primera infancia las nuevas
conexiones cerebrales se dan a un ritmo asombroso de 700 a 1,000 por segundo. A partir
de estudios de neuroimagen se observa que el número de conexiones neuronales parece
alcanzar su máximo potencial aproximadamente a los 2 años de edad y a los 3 años el
cerebro es dos veces más activo que el de un adulto.
Sin embargo, hay que tener en cuenta el proceso denominado poda neuronal que sucede
cuando las neuronas y sus conexiones no son utilizadas o no funcionan correctamente y
son eliminadas. Aunque este proceso es más frecuente en la edad adulta, la muerte
neuronal es una parte natural del desarrollo y también sucede en los primeros años de vida.
Por lo que es necesario estimular a los niños dándoles experiencias ricas sensorial y
lingüísticamente con posibilidad de movimiento que produzcan conexiones y reduzcan la
poda neuronal.
Otro proceso característico de la primera infancia es la plasticidad cerebral que es la
posibilidad del cerebro de cambiar cuando se proporcionan experiencias ricas y
estimulantes debido a que se generan conexiones neuronales. La plasticidad cerebral
ayuda a los seres humanos a adaptarse y aprender. Las neurociencias han demostrado que
es mayor en los primeros años de vida y va decreciendo con la edad.
Como ya hemos observado, las neurociencias priorizan la importancia que tiene la crianza
sensible y cariñosa en el desarrollo integral de las niñas y los niños. Dentro de sus
componentes se considera a las interacciones de calidad como esenciales dentro de los
procesos de atención y cuidado.
Metacognición.
La palabra metacognición etimológicamente fue entendida como un conocimiento más allá
de su propio conocimiento, si bien generalmente expresamos como metacognición el
conocimiento referido a las variables y los procesos cognitivos que intervienen en el
conocimiento y en nuestra representación particular de los hechos que suceden a nuestro
alrededor.
Burón (1988) analizó diferentes definiciones de la metacognición y dijo que «es el conjunto
de conocimientos adquiridos por la autoobservación de las propias cogniciones y por las
deducciones inferidas sobre la base de las mismas». No obstante, se puede definir como
«el conocimiento de nuestras cogniciones». Hay que señalar que, en el contexto de la
metacognición, el término cognición se puede referir a cualquier operación mental:
memorización, atención, percepción, comprensión, comunicación, etc.; por lo tanto, la
metacognición es el conocimiento que tenemos de todas estas operaciones (Burón, 1991).
La metacognición es la que determina el control de nuestra actividad mental y la
autorregulación de las facultades cognitivas que hacen posible el aprendizaje humano y la
planificación de nuestra actuación inteligente. Brown et al. (1983) afirman que la
metacognición implica el conocimiento de las cogniciones y la regulación de la actividad
mental, la cual exige:
a) planificar la actividad antes de enfrentarse con un problema, b) observar la eficacia de la
actividad iniciada, y c) comprobar los resultados.
Como conclusión, podemos afirmar que la noción de metacognición ha estado implícita en
la bibliografía sobre aprendizaje desde hace algún tiempo. Una explicación muy conocida es
la de la diferencia existente entre aprender y aprender a aprender. No obstante, hasta hace
muy poco tiempo, el tipo de conocimiento y de habilidades que actualmente se incluyen
dentro del término metacognición muy raramente constituyeron objetivos explícitos del
entrenamiento. El hecho de que la gente aprendiera no sólo lo que se le enseñaba, sino
también algo que hace referencia al proceso mismo de aprender, constituyó un
descubrimiento muy interesante al que se le ha prestado una atención considerable, pero
sólo últimamente los investigadores han empezado a aislar una clase de habilidades que
podrían ser consideradas metacognitivas y dignas de ser enseñadas de una manera
explícita.
Por otra parte, desde hace ya algunos años se han puesto de moda las expresiones
«aprender a aprender» y «enseñar a pensar». Sobretodo, se han hecho muy familiares
entre las personas que trabajan en el ámbito de la enseñanza (Palma y Pifarré, 1991); pero
el desconcierto aparece cuando es necesario traducir esto a la práctica, ya que se da por
supuesto que los alumnos van a clase para aprender, pero se olvida que también tienen que
aprender a aprender (Burón, 1991).
Desde la óptica cognitiva se plantea qué quiere decir «enseñar a aprender a pensar», la
cual presupone una transformación y, en según qué circunstancias, una modificación de los
esquemas que tienen los alumnos. Así, se aportan sistemas nuevos de enseñamiento y de
adecuación de esquemas nuevos a los procesos de aprendizaje, lo que representa un
planteamiento de estrategias nuevas, el fomento de habilidades de pensamiento (resolución
de problemas, procesos de análisis-síntesis…), etc. No interesa sólo que el alumnado sepa
más, sino que entienda más los conceptos y sea capaz de aplicar el conocimiento a una
nueva situación.
Son muchas las pruebas de que las habilidades del pensamiento de alto nivel se pueden
mejorar mediante entrenamiento y no hay ninguna prueba concluyente para suponer que
estas habilidades surjan automáticamente como resultado del desarrollo o la madurez
(Nickerson, Perkins y Smith, 1985). No obstante, el uso de estrategias metacognitivas está
relacionado con el proceso de madurez intelectual del individuo, ya que conocer y
reflexionar sobre los propios procesos mentales y buscar estrategias remediales ante las
dificultades comprensivas, exige una autonomía de pensamiento propia del pensamiento
abstracto (Poggioli, 1998). En esta misma línea, Peverly et al. (2002) apuntan que el control
metacognitivo es superior en los alumnos más mayores que en los más jóvenes.
Pensar quiere decir pensar en algo, y, según nos ha recordado Papert (1980), incluso
pensar en pensar implica pensar en algo. Así, el objetivo de enseñar las habilidades del
pensamiento no se tendría que considerar como algo opuesto a enseñar el contenido
convencional, sino como un complemento de éste.
Por otra parte, muy pocas personas consiguen acercarse al potencial pleno del potencial
que tienen. Las habilidades del pensamiento se pueden enseñar, practicar y aprender, si
bien esto no quiere decir que el potencial intelectual no tenga nada de innato, ni que todas
las personas puedan desarrollar el mismo grado de competencia intelectual sólo dándoles la
misma experiencia de entrenamiento (Tesouro, 1994). No obstante, posiblemente la
mayoría de las personas tienen un potencial como para desarrollar unas habilidades de
pensamiento mucho más eficaces que las que tienen. También la disparidad existente entre
este potencial y la parte de él que se actualiza es generalmente tan grande que la cuestión
de las diferencias de base genética es, en la mayoría de los casos, de una importancia más
bien secundaria (Nickerson, Perkins y Smith, 1985).
Finalmente, Feuerstein (1988 y 1993) apunta que si se considera la modificabilidad como
una característica de la inteligencia del hombre, es importante hacer al hombre inteligente,
flexible y auto plástico.
Manifiesten en su relación con los demás los valores fundamentales para la convivencia y
comprendan su importancia: dignidad personal, igualdad de derechos entre personas y
entre géneros, reconocimiento y aprecio a la diversidad cultural y étnica; libertad y justicia
como ejercicio de los derechos que corresponden a cada quien.
Comprendan los cambios que experimenta su cuerpo cuando está en actividad y durante el
crecimiento; pongan en práctica medidas de higiene individual y colectiva para preservar y
promover una vida saludable, así como para prevenir riesgos.
En el este de África, en los registros de las rocas que datan de hace dos millones de años,
se pueden encontrar una serie de herramientas talladas, diseñadas y ejecutadas por
nuestros antepasados. Su vida dependía de la fabricación y el uso de esas herramientas.
Era, desde luego, tecnología de la Primera Edad de Piedra. Con el tiempo se utilizaron
piedras de formas especiales para partir, astillar, desconchado, cortar y esculpir. Aunque
hay muchas maneras de hacer herramientas de piedra, lo que es notable es que en un lugar
determinado durante largos períodos de tiempo las herramientas se hicieron de la misma
manera, lo que significa que cientos de miles de años atrás debía haber instituciones
educativas, aunque se tratara principalmente de un sistema de aprendizaje. Aunque es fácil
exagerar las similitudes, también lo es imaginarse al equivalente de profesores y
estudiantes en taparrabos, las clases de laboratorio, los exámenes, los suspensos, las
ceremonias de graduación y la enseñanza de postgrado.
Excepto para los niños (que no saben lo suficiente como para dejar de hacer preguntas
importantes), pocos de nosotros dedicamos mucho tiempo a preguntarnos por qué la
naturaleza es como es; de dónde viene el cosmos, o si siempre ha estado allí; si un día el
tiempo irá hacia atrás y los efectos precederán a las causas; o si hay límites definitivos a lo
que deben saber los humanos. Incluso hay niños, y he conocido algunos, que quieren saber
cómo es un agujero negro, cuál es el pedazo más pequeño de la materia, por qué
recordamos el pasado y no el futuro, y por qué existe un universo.
De vez en cuando tengo la suerte de enseñar en una escuela infantil o elemental. Encuentro
muchos niños que son científicos natos, aunque con el asombro muy acusado y el
escepticismo muy suave. Son curiosos, tienen vigor intelectual. Se les ocurren preguntas
provocadoras y perspicaces. Muestran un entusiasmo enorme. Me hacen preguntas sobre
detalles. No han oído hablar nunca de la idea de una “pregunta estúpida”.
Pero cuando hablo con estudiantes de instituto encuentro algo diferente. Memorizan
“hechos” pero, en general, han perdido el placer del descubrimiento, de la vida que se
oculta tras los hechos. Han perdido gran parte del asombro y adquirido muy poco
escepticismo. Les preocupa hacer preguntas “estúpidas”; están dispuestos a aceptar
respuestas inadecuadas; no plantean cuestiones de detalle; el aula se llena de miradas de
reojo para valorar, segundo a segundo, la aprobación de sus compañeros. Vienen a clase
con las preguntas escritas en un trozo de papel, que examinan subrepticiamente en espera
de su turno y sin tener en cuenta la discusión que puedan haber planteado sus compañeros
en aquel momento.
Ha ocurrido algo entre el primer curso y los cursos superiores, y no es sólo la adolescencia.
Yo diría que es en parte la presión de los compañeros contra el que destaca (excepto en
deportes); en parte que la sociedad predica la gratificación a corto plazo; en parte la
impresión de que la ciencia o las matemáticas no le ayudan a uno a comprarse un coche
deportivo; en parte que se espera poco de los estu-diantes, y en parte que hay pocas
recompensas o modelos para una discusión inteligente sobre ciencia y tecnología... o
incluso para aprender porque sí. Los pocos que todavía muestran interés reciben el insulto
de “bichos raros”, “repelentes” o “empollones”.
Pero hay algo más: he visto a muchos adultos que se enfadan cuando un niño les plantea
preguntas científicas. ¿Por qué la luna es redonda?, preguntan los niños. ¿Por qué la hierba
es verde? ¿Qué es un sueño? ¿Hasta qué profundidad se puede cavar un agujero?
¿Cuándo es el cumpleaños del mundo? ¿Por qué tenemos dedos en los pies? Demasiados
padres y maestros contestan con irritación o ridiculización, o pasan rápidamente a otra
cosa. “¿Cómo querías que fuera la luna, cuadrada?” Los niños reconocen enseguida que
por alguna razón, este tipo de preguntas enoja a los adultos. Unas cuantas experiencias
más como ésta, y otro niño perdido para la ciencia. No entiendo por qué los adultos simulan
saberlo todo ante un niño de seis años. ¿Qué tiene de malo admitir que no sabemos algo?
¿Es tan frágil nuestro orgullo?
Hay mejores respuestas que decirle al niño que hacer preguntas profundas es una especie
de pifia social. Si tenemos una idea de la respuesta, podemos intentar explicarla. Aunque el
intento sea incompleto, sirve como reafirmación e infunde ánimo. Si no tenemos ni idea de
la respuesta, podemos ir a la enciclopedia. Si no tenemos enciclopedia, podemos llevar al
niño a la biblioteca. O podríamos decir: “No sé la respuesta. Quizá no lo sepa nadie. A lo
mejor, cuando seas mayor, lo descubrirás tú”.
El currículum establece unos fines para la educación infantil que hacen referencia a todas
las capacidades de la persona: cognitivas, motrices, de autonomía y equilibrio personal, de
inserción social y de relación interpersonal. Se trata, por tanto, de fines de la enseñanza que
se corresponden con la concepción de ésta como “Formación integral” de la persona.
Coherente con esta concepción y fines, los contenidos de aprendizaje incluyen una amplia
selección de las formas culturales que pueden contribuir a dicha formación: contenidos
conceptuales (hechos, conceptos y principios), contenidos procedimentales (técnicas,
habilidades, rutinas...) y contenidos actitudinales (valores, normas y actitudes). Los métodos
o formas de enseñanza más apropiados serán aquellos que desarrollen las actividades
convenientes y suficientes para el tratamiento de todos y cada uno de los contenidos que se
proponen y, asimismo, para la consecución de los fines que orientan la acción educativa [...]
Para que este proceso pueda ponerse en marcha, y para asegurar su feliz desarrollo, es
necesario que el niño se encuentre ante una tarea que le motive, ante un problema que
desee solucionar y que entienda que las actividades que realiza se encaminan hacia esa
solución. La intervención del adulto le permite conseguir sus propósitos y hacerse
consciente de las propias realizaciones. En la concepción constructivista, este aprendizaje
significativo, globalizado, que el niño puede conectar con sus intereses y con su realidad
próxima, capacitándose para comprenderla e incidir en ella, constituye el fin al que debe
tender la intervención pedagógica. Atendiendo a estas consideraciones y utilizando como
criterios rectores para la toma de decisiones los objetivos educativos establecidos en el
currículum y la concepción constructivista de aprendizaje, podemos establecer una
propuesta de carácter general que defina los ámbitos y estrategias de intervención en la
educación infantil. Las mismas consideraciones nos permitirán más adelante discutir acerca
de los métodos globalizadores y el enfoque globalizador en la educación infantil.
Una revisión de las estrategias organizativas y didácticas más utilizadas en los centros en
que se imparte educación infantil permite apreciar ámbitos y formas de intervención con
características suficientemente diferenciadas. En primer lugar nos encontramos con un
conjunto de actividades de aprendizaje que se desarrollan alrededor de un tema o tópico
(entre ellos los centros de interés), un proyecto o un problema; otro conjunto de actividades
que se realizan en torno a rincones y talleres; además, las actividades relacionadas con lo
que habitualmente se conoce como rutinas (comida, higiene, descanso), de gran
importancia en la etapa, pero especialmente en su primer ciclo (Guibourg, 1992); y por
último, un conjunto de actividades de difícil catalogación, que en esta etapa son
fundamentales, que se realizan en unos espacios y/o tiempos determinados: el patio, el
corro, las entradas y salidas, etcétera.
a) El nexo o eje conductor de estas formas de intervención suele estar constituido por
contenido constituidos del área de descubrimiento del medio (mis amigos de la escuela; los
juguetes; la gallina; las tiendas del barrio; preparemos una fiesta; ¿por qué no caen las
nubes?...) Una característica común de estas formas de intervención (...) es que en su
desarrollo se hace necesaria la intervención, de una forma natural, de conocimientos y
técnicas e instrumentos que no pertenecen en exclusiva a un ámbito de experiencias, pero
que son requeridos por las actividades que se propone realizar (lenguaje oral, técnicas de
dibujo, pintura).
b) Las actividades que se proponen son para el conjunto de la clase. Todos los niños y
niñas trabajan simultáneamente sobre lo mismo y el maestro o la maestra es quien conduce
el desarrollo del tema. En este trabajo, el maestro establece los distintos grados de
aprendizaje, según las capacidades y los conocimientos previos de cada uno de los niños y
niñas, así como las ayudas necesarias para que puedan llegar a conseguirlos.
c) El tiempo de duración está determinado por el interés de los alumnos y la relevancia del
tema y de los contenidos de aprendizaje. La idea misma de unidades temáticas, proyectos o
problemas, puede entrar en contradicción con una temporización muy rígida: no puede
preverse que los niños estén 15 días interesados en estudiar la gallina, o los juguetes, o
realizando un pro-yecto: el periodo puede ser demasiado extenso o muy corto en función
del grupo, de las actividades concretas y de la capacidad de la maestra o maestro para
motivar y mantener el interés de los niños. (...) la intervención pedagógica va encaminada a
ayudar a centrarnos y a desarrollar actitudes de perseverancia, atención y curiosidad.
En este ámbito podemos encontrar dos grandes tipos de actividades. Por un lado, se puede
promover el juego como recurso didáctico, que permite trabajar una amplia gama de
contenidos sujetos al interés de los niños, y que encuentra aquí su máximo exponente. Por
otro lado, también puede llevarse a cabo un conjunto de actividades, generalmente de
forma individual o en pequeños grupos, alrededor de contenidos de aprendizaje más
específicos, que exigen un trabajo progresivo y secuenciado a lo largo de un tiempo
bastante largo (por ejemplo un taller de pintura o de modelado...).
a) El nexo o eje conductor en los rincones y talleres suelen ser contenidos bastante
específicos (por ejemplo, en el rincón de dibujo libre, los aspectos fundamentales en los
procedimientos y actitudes del bloque de contenidos de expresión plástica), aunque lo
lógico es que las tareas que se desarrollan integren contenidos de distinto tipo y de
diferentes áreas.
c) El tiempo de duración es corto, pero se va retomando a lo largo del curso de modo que el
proceso de aprendizaje se extiende. Esto sucede porque un mismo contenido general (por
ejemplo, la habilidad manual) se trabaja en rincones sucesivos, o bien porque en un mismo
rincón se introducen nuevas propuestas o materiales (por ejemplo, juegos en el rincón de
juegos de mesa; libros y materiales diversos en la biblioteca...).
Las ruinas
Las actividades relacionadas con la acogida y el esparcimiento. Las actividades
relacionadas con la satisfacción de las necesidades básicas. Espacios y tiempos. Existen
otros tipos de objetivos y contenidos (relacionados con todas las áreas, pero más ubicados
en la de “Identidad y autonomía personal”: aspectos relacionales y afectivos, construcción
de la propia identidad, adquisición de procedimientos relacionados con el bienestar personal
y con la realización de tareas, etcétera).
a) El nexo o eje conductor lo constituye en este caso la satisfacción de las necesidades
básicas –de afecto y cariño, alimentación, higiene, actividad y descanso– que son propias
de los alumnos de la etapa.
b) El trabajo de estos contenidos implica a veces a todo el grupo (como en el corro o el
patio), pero en general se trata de actividades individuales, en las que los niños progresan
cada uno a su ritmo (piénsese en todo lo relacionado con la autonomía en las necesidades
básicas) y en las que un aprendizaje subsidiario fundamental consiste en adaptar los ritmos
individuales a un ritmo general.
c) En cuanto al tiempo que se invierte en estas actividades, es necesario hacer algunas
consideraciones. En primer lugar, son actividades que se caracterizan por el hecho de ser
retomadas cotidianamente, lo que por una parte les otorga su valor de organizador para los
niños, y por otra asegura su práctica y dominio progresivo. En segundo lugar, y por esta
misma razón, el tiempo que se invierte en ellas puede variar considerablemente a lo largo
de la etapa, y lo mismo puede decirse para cada nivel. Por último, una característica de
estas actividades es que en ellas se incluyen progresivamente nuevos contenidos.
Actividad: Situación 1
Estás en el recreo y varios niños se acercan a preguntarte: ¿Por qué el sol calienta? Te das
cuenta de que la respuesta no es fácil y quieres trabajar el tema con todo el grupo.
¿Qué información requieres antes de diseñar actividades?
¿Cuál es el propósito de tus actividades?
¿Qué organización les darías?
¿Cómo lograrías que todos los niños participaran?
¿Cuáles serían las características del ambiente que necesitas establecer?
Situación 2
Si quisieras que tus alumnos elaborarán preguntas a partir de los elementos o sucesos
naturales que observan (qué tipo de animal o planta es; por qué llueve, tiembla, se caen las
hojas de los árboles, etc.):
¿Qué actividades propondrías?
¿Qué modalidad de trabajo utilizarías?
¿Cuál sería tu papel como educadora?
Seleccionen tres aprendizajes concretos que hayan logrado con sus alumnos y respondan
las siguientes preguntas:
¿Qué intención educativa se plantea?
¿Qué se pretende que aprendan y desarrollen los alumnos?
¿Qué actividades planearon para lograrlo?
¿Bajo qué modalidad de trabajo organizaron las actividades?
3.6 EL DESARROLLO DE LA INTERVENCIÓN EN ATENCIÓN INFANTIL Y EL ANÁLISIS
DE LA PRÁCTICA.
Saber reflexionar sobre la propia práctica
En plena acción pedagógica, hay poco tiempo para meditar, por lo que casi al instante se
tiene que reflexionar para dar el siguiente paso, para decidir el camino que se debe seguir;
por ejemplo, interrumpir o no una conversación entre alumnos, empezar o no con un nuevo
contenido temático antes de acabar la clase, aceptar o no una excusa, castigar a un alumno
indisciplinado o el que llega tarde a una sesión de clase, responder o no a una pregunta
insolente, incongruente o fuera de lugar, dejar salir o no a un alumno durante el desarrollo
de un tema, etc.
Cada una de estas “microdecisiones” pone en marcha una actividad mental. Incluso cuando
nos encontramos en la rutina, la actividad aparece pre reflexionada, al límite de la
conciencia. Pensamos sin ser conscientes qué pensamos; es decir, no hay deliberación
interior, no hay dudas, por lo tanto, se dirá: no hay reflexión, en el sentido propio de la
acción. Sin embargo, a veces surge la incógnita y sopesamos entre dos posibilidades, entre
los impulsos contradictorios, entre un movimiento afectivo y la razón emocional que los
impulsa.
Cuando no sabemos muy bien lo que hay que hacer, vistas las circunstancias, el tiempo que
transcurre y qué falta por aprovechar, el clima de la clase, el trabajo iniciado, se puede
disparar una reflexión en plena acción, cuando incluso el flujo de los acontecimientos no se
interrumpe e impide una verdadera paralización de la acción. No intervenir es entonces
también una forma de actuar, en el sentido en que esta actitud pesará así mismo, de otra
manera, en el curso de los acontecimientos. Si no decidimos nada jamás, dejamos que la
situación evolucione y, tal vez, que empeore.
La reflexión en la acción, “es y debe ser rápida, porque guía un proceso de decisión, sin
recurso posible a opiniones externas, sin la posibilidad de pedir un tiempo muerto, como un
equipo de baloncesto tiene derecho a hacerlo durante un partido”(Perrenoud).
Este proceso puede llevar a la decisión de no intervenir inmediatamente y darse tiempo
para reflexionar con más tranquilidad. Es lo que Bordieu (1991) sugiere a los docentes, al
invocar un “saber de inacción”, que se puede interpretar como una forma de sabiduría
incorporada al habitus, la cual conduce a diferenciar la decisión. No toda indecisión es fatal,
incluso, en algunas situaciones, justifican una respuesta anterior.
El profesor siente que actuar demasiado de prisa sería poco acertado, pues se encuentra
bajo los efectos de la emoción y le faltan elementos de apreciación para decidir con
conocimiento de causa sobre el problema. A veces, puede decidir abiertamente ante la
presencia de sus alumnos: “Pues no lo sé. Voy a pensar en ello y responderé mañana”. En
otras situaciones, esta reflexión es interior.
Por lo tanto, la práctica reflexiva también significa, desde la formación inicial, hacer que los
alumnos entren en contacto con el sector más activo del oficio o la profesión, si bien estos
futuros enseñantes consideran que la etiqueta de practicantes reflexivos resulta pesada de
cargar o simplemente demasiado tecnocrática o restrictiva.
Intervención pedagógica
En esta misma línea, Rodríguez (1988) define el concepto de intervención como guiar,
conducir e indicar (de manera procesual) para ayudar a las personas a conocerse a sí
mismas y al mundo que las rodea; es auxiliar a un individuo a clarificar la esencia de la vida,
a comprender que él es una unidad con significado capaz de y con derecho a usar su
libertad, su dignidad personal, dentro de un clima de igualdad de oportunidades y actuando
en calidad de ciudadano responsable, tanto en su actividad laboral como en su tiempo libre.
Al reflexionar, analizar y cuestionar la práctica, se infiere sobre cuáles serían los posibles
problemas del docente. Este reconocimiento de problemas, aunado a la historia de vida,
demuestra las dificultades del profesor y, por lo tanto, la construcción del aprendizaje por
parte de los alumnos se ve totalmente limitada. Para la problematización de la práctica, es
preciso poner sobre la mesa los hallazgos, analizarlos, compararlos, reflexionarlos y, así,
dar cuenta de las relaciones que existen entre ellos; verificar que no son aislados y
conforman una red que representan la problemática del profesorado.
En su aplicación, con la estrategia se puede hacer uso de una serie de técnicas para
conseguir los objetivos perseguidos. De ahí que en la estructura de un plan se deben
considerar los siguientes elementos:
Si bien es una necesidad indiscutida, las reacciones que suscita van desde la adhesión al
rechazo, pasando por la aprehensión donde la gran interrogante estribaría ¿de qué estamos
hablando cuando hacemos mención el término evaluación? En ese sentido, cobran vital
importancia la evaluación de la práctica docente, el proceso de autoevaluación, la
evaluación de las instituciones, los criterios para construir evaluaciones y los sistemas de
calificación.
Gimeno Sacristán y Pérez Gómez (1996) la plantean como un proceso continuo complejo y
global que nos permite recoger sistemáticamente información relevante, tanto de los
resultados y logros en el aprendizaje como de la intervención docente en el proceso
educativo, con el objeto de reajustar la intervención de acuerdo con los aprendizajes reales
y necesidades del alumnado, y no simplemente adjudicar un número o nota; a la vez
permite identificar las competencias y la práctica docente, la cual requerirá de
modificaciones y adecuaciones según sea el caso.
● Ayudar a los maestros a encontrar vías que desarrollen sus destrezas profesionales.
• Ayudar a la planificación del perfeccionamiento y desarrollo profesional individual y
colectivamente.
• Identificar el potencial del maestro para el desarrollo profesional, con la intención de
ayudarles a través de la educación en servicio y orientación adecuada, entre otras.
Visto así, la evaluación debe realizarse en todo momento, antes, durante y después del acto
educativo; y ser acorde con el plan o proyecto curricular, los objetivos, contenidos y perfil
educativo o de formación. También es importante saber que su función es identificar los
logros y las debilidades del alumno, el docente y la institución educativa.
Para que cualquier profesor asuma, de buena manera, la tarea de cambiar sus pautas de
comportamiento, es primordial que lo haga de manera voluntaria, aunque se le haya
sugerido. Ya que el comportamiento de los profesores, como cualquier otro, es motivado.
En este sentido, la evaluación es un factor de impulso para la trasformación de la práctica
pedagógica.
Cuando hacemos algo, es por alguna razón y con algún propósito más o menos consciente.
O bien, puede deberse a un comportamiento dirigido por nuestros conocimientos, de los que
somos más o menos conscientes, pues nuestra forma de actuar puede estar automatizada
sobre la funcionalidad y relevancia de lo que hacemos para conseguir las distintas metas
que perseguimos.
Por lo tanto, es necesario valorar los momentos didácticos del hecho pedagógico:
preparación, ejecución, desarrollo y evaluación, los cuales sirven para orientar la evaluación
de la práctica, así como para que el profesor valore y tenga la oportunidad para pensar el
desarrollo en cada espacio de su quehacer.
Profesionalizar la práctica docente implica asumir una postura reflexiva por parte de los
educadores, ya que desarrollar una postura reflexiva significa tomar conciencia y fomentar
la instauración de los esquemas reflexivos para intervenir sin prejuicios a la hora de
colaborar y responder a las diversas necesidades de los educandos al convivir,
comunicarse y relacionarse en la resolución de problemas.
Esto significa que la intervención y evaluación son parte integrante de nuestra vida, ya que
continuamente somos sujetos de evaluación de lo que realizamos. No pasa un día sin que
al finalizar la jornada no hagamos un balance de lo que hicimos y cómo lo hicimos, o qué
nos falta por hacer. Así sucede en todos los aspectos de la vida. Por ello, no es posible
pensar y organizar un proceso de enseñanza sin que esté presente el componente de una
evaluación documentada, de ahí que la evaluación deba ser congruente con el aprendizaje.