Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
02 - Rose (1990) - El Gobierno Del Alma - Cap 11
02 - Rose (1990) - El Gobierno Del Alma - Cap 11
El joven ciudadano*
Fuente: Governing the soul. The shaping of the private self, London and N. York,
Routledge, 1990. Part three: The Child, the Family, and the Outside World.
Cap. 11: “The Young Citizen”, pp. 121-131.
* Tomo el título de la parte III del libro de Donald Winnicott del mismo nombre
(Hardmondsworth, Penguin, 1964).
N del T: son enfermeras con formación en Atención Primaria de la Salud, expertas en los
cuidados de la mujer que recién ha dado a luz. Son agentes que promueven la salud psíquica,
física y el bienestar global de la sociedad brindado asesoramiento acerca de los cuidados que
debe tener un recién nacido.
y legitimo ese fallo. Los médicos en su práctica general y en el hospital tienen
una obligación profesional y legal de examinar detalladamente los niños que
ven y que presentan cualquier signo de estar en “peligro” y notificar a las
autoridades sus sospechas. La educación universal y obligatoria inserta la vida
de todos los jóvenes ciudadanos en una máquina pedagógica que sirve no sólo
para impartir conocimiento sino para inculcar conductas y para supervisar,
evaluar y rectificar las patologías de la niñez.
De esta manera en el presente siglo la vida del niño fuera y dentro del
hogar cobraba una nueva visibilidad, la vida “privada” de la familia había sido
abierta a las autoridades sociales y se les habían asignado obligaciones sociales.
Reflejando estos eventos, en 1949 T.H Marshall en sus Conferencias sobre
Alfred Marshall en Cambridge dijo que lo que había ocurrido había sido un
aumento en la extensión de la ciudadanía del niño. La ciudadanía denotaba una
“especie de condición básica asociada de igual manera con el concepto de total
pertenencia a la comunidad”. Desde el siglo XVIII los desarrollos en las técnicas
y en las concepciones acerca de cómo gobernar mostraron un gradual progreso
o evolución1 . En lo que a los niños respecta, mientras no eran considerados
ciudadanos en el sentido de tener derechos políticos para participar en el
ejercicio de ese poder, estaban empezando a obtener derechos civiles tales como
la libertad individual y el derecho a la justicia: derechos sociales. El sistema
educativo y los servicios sociales extendieron a cada niño el derecho a un
módico bienestar económico y de seguridad, para compartir la herencia social y
vivir la vida de un ser civilizado de acuerdo a los estándares que prevalecían
para la mayoría de la sociedad. La educación universal para Marshall fue un
paso decisivo para reestablecer los derechos sociales de los ciudadanos en el
siglo XX y a la vez fue un intento para estimular el crecimiento de los mismos.
La educación era un derecho personal para el niño independientemente del
deseo de sus padres pero también reconocía e imponía un derecho social y
colectivo: la tarea de cada individuo de mejorarse y civilizarse para el beneficio
de la salud social de la comunidad. Otros sociólogos han desarrollado este
argumento sugiriendo que la legislación protectora y otras formas de provisión
social para los niños en el siglo XIX eran a su vez desarrollos de ciudadanía,
reconociendo los derechos del niño como un ciudadano in potentia para la
colectividad social2.
Marshall y sus seguidores reconocieron que la ciudadanía imponía
obligaciones y derechos tanto a la comunidad como a los individuos que ésta
construía. Pero a pesar de ello, proveer a los niños del status de ciudadanos
haciéndolos miembros plenos e iguales de una comunidad, era un progresivo y
profundo reconocimiento de un principio de igualdad, principio finalmente en
conflicto con los principios de desigualdad que se encuentran en el núcleo del
sistema económico capitalista. Sin embargo, desde la década del 60´ la mayoría
1 T.H Marshall, “Citizenship and social class” en Sociology at the Crossroads, London:
Heinemann, 1963. La frase citada es de la Pág. 72.
2 B.S. Turner, Citizenship and Capitalism, London: Allen & Unwin, 1986, esp. Pp. 92-96. Cf G.M.
Thomas and J.W. Meyer, “The expansion of the state”, Annual Review of Sociology 10 (1984):
461.82.
de los sociólogos analistas del bienestar estatal han interpretado estos
desarrollos de una manera distinta3. Incluso los comentadores más sanguíneos
ven este aparato de bienestar como ambiguo y contradictorio y consideran el
bienestar como teniendo más que ver con la supresión del conflicto que con el
reconocimiento de derechos. Por más de un siglo y medio se ha afirmado que
los pobres y los oprimidos, abastecidos progresivamente por elementos de la
burguesía, han realizado campañas de lucha para obtener la condición y el
poder para reconocer sus obligaciones sociales (educación, cuidados médicos,
asistencia social en tiempos de enfermedad, necesidad, etc). Sin embargo, las
prácticas y las políticas llevadas a cabo eran las mínimas y necesarias para
sobornar a los descontentos, lejos de estar inspiradas por un reconocimiento de
las obligaciones sociales y colectivas su meta ha sido preservar la eficiencia de
aquellos que proveen la fuerza de trabajo y el poderío militar. Brindaban
antídotos contra el descontento social para estar a resguardo de las demandas
por un verdadero equilibrio entre riqueza y status. Lejos de extender el sentido
de ciudadanía en una manera benigna, las prácticas y políticas del bienestar han
funcionado para mantener las inequidades, para legitimar las existentes
relaciones de poder y para extender el control social sobre potenciales
problemáticos sectores de la sociedad.
Además parecía que esta extensión de la regulación social hacia la vida
de los niños en realidad poco tenía que ver con el reconocimiento de sus
derechos4. Los niños llamaron la atención de las autoridades sociales como
potenciales delincuentes que amenazarían la propiedad y la seguridad, como
futuros trabajadores que requerirían ser moldeados en sus habilidades y su
moral, como futuros soldados que necesitarían tener un buen estado físico (en
otras palabras debido a la amenaza que constituían en el presente o en el futuro
contra el bienestar del Estado). La humanidad, benevolencia y comprensión en
la extensión de la protección y cuidado de los niños en sus hogares no eran más
que aparentes y disfrazaban en realidad la vigilancia y el control sobre las
familias. Los Reformistas argumentando a favor de tales cambios legislativos
eran emprendedores morales buscando simbolizar sus valores en la ley y al
hacerlo, extender sus poderes y autoridad sobre los otros. La gran y repentina
preocupación acerca del joven (desde la delincuencia juvenil del siglo XIX al
abuso sexual de estos días) eran en realidad pánicos morales: reiterados y
predecibles sucesos sociales en los cuales algunas personas o fenómenos
simbolizaban un rango de ansiedades sociales que representaban amenazas al
orden establecido y a los valores tradicionales, al declive de la moral y de la
disciplina social y la necesidad de tomar pasos seguros para prevenir una caída
en espiral en el desorden. Grupos de profesionales (médicos, psicólogos y
trabajadores sociales) usaban, manipulaban y exacerbaban dichos pánicos en
orden de establecer e incrementar sus imperios. El aparente inexorable
3ver, por ejemplo, I. Gough, Political Economy of the Welfare State, London: Macmillan, 1979.
4Para dos ejemplos ver A. Platt, The Child Savers, Chicago, Il: University of Chicago Press, 1969,
N. Parton, The politics of Child Abuse, London: Macmillan, 1984. See also the overviews given in
M. Freeman, The Rights and Wrongs in Children, London: Pinter, 1983, and R. Dingwall, J.M.
Eekelaar, and T. Murray, “Childhood as a social problem: a survey of legal regulation”, Journal of
Law and Society 11 (1984): 207-32.
crecimiento de la vigilancia del bienestar sobre las familias de la clase
trabajadora había surgido de una alineación entre las aspiraciones de los
profesionales, las preocupaciones políticas de las autoridades y las ansiedades
sociales de los sectores más poderosos de la sociedad.
Las feministas afirmaban que la regulación del niño debía ser enmarcada
dentro de una historia más amplia en la cual “la familia” se había convertido en
un mecanismo clave de control social y soporte ideológico para un capitalismo
patriarcal que mantenía tanto a la mujer como a los niños en un estado de
dependencia.5 “La familia” era un mecanismo ideológico para reproducir una
dócil fuerza laboral, para explotar el trabajo doméstico de la mujer bajo la figura
del amor y la obligación y para mantener la autoridad patriarcal del hombre
sobre el hogar. La noción de familia como un acuerdo voluntario (basado en el
amor, impregnado con sentimientos positivos, naturalmente deseante de tener
y cuidar a sus hijos, como un lugar de auto-realización para las madres y de
mutuo cuidado y protección de los miembros familiares) era una ideología que
disfrazaba las opresivas relaciones dentro de la esfera intima y la coerción social
y económica hacia la mujer para que entre a la vida familiar y a la maternidad.
La función de esta ideología familiar era enmascarar las realidades de la vida
familiar y preservar la institución social que proveía las funciones económicas
vitales para el capitalismo: la reproducción de la fuerza laboral, la socialización
de los niños, la explotación del trabajado domestico no remunerado de la mujer,
la compensación hacia el hombre por la naturaleza alienante de su trabajo, etc.
Las críticas radicales hacia las técnicas de regulaciones familiares se
centraron en la noción de la familia como dominio “privado” entendiendo esto
como el elemento central de la ideología que enmascara los roles sociales y
económicos de la familia.6 El lenguaje de lo privado disfrazaba y legitimaba la
autoridad de los hombres en el hogar sobre las mujeres y los niños y oscurecía
5 Esta imagen desde luego vuelve inútiles muchas distinciones conceptuales y políticas. Para
ejemplos de esta literatura ver: A. Oakley, Sex, Gender and Society, London: Temple Smith, 1972;
L. Comer, Weclocked Women, Leeds: Feminist Books, 1974; E. Zaretsky, Capitalism, The Family and
Personal Life, London: Pluto Press, 1976; E. Wilson, Women and the Welfare State, London:
Tavistock, 1977; J. Lewis, The Politics of Motherhood; Child and Maternal Welfare in England 1900-
1939, London: Croom Helm, 1980, J. Lewis, “Anxieties about the family and the relationships
between parents, children and the state in twentieth-century England”, in M. Richards and P
Light, Children of Social Worlds, Cambridge: Polity Press, 1986.
6 Estos párrafos dibujaron mi articulo “Beyond the public/private división: law, power and
family”, Journal of Law and Society 14 (1987): 61-76. Para más de esta literatura ver M. Stacey,
“The división of labour revisited”, in P. Abrams et al., (eds), Development and Diversity: British
Sociology 1950-1980, London: British Sociological Association, 1981: M. Stacey and M. Price,
Women, Power and Politics, London: Tavistock, 1981; E. Gamarnikow et al., (eds), The Public and
The Private, London: Heinemann, 1983. Mucho del reciente debate hace referencia a M. Rosaldo
“Women, Culture and Society, Stanford: Stanford University Pressm 1974. Ver también S.
Aldener (ed.), Women and Space, London: Croom Helm, 1981, y J.B. Elshtain, Public Man and
Private Woman, Brighton: Harvester, 1981. El argumento ha influenciado particularmente
disputas sobre la regulación legal de las familias; ver F. Olsen, “The family and market: and
study of ideology and legal reform”, Harvard Law Review 96 (1983): 1497; K. O´Donovan,
Sexual Divisions in Law, 195; M. Freeman, “Towards a critical theory of family Law”,Current
Legal Problems 38 (1985): 153; A. Bottomley, “Resolving family disputes: a critical view”, in M.
Freeman (ed.), State, Law and the Family, London, Tavistock, 1984.
el alcance por el cual el Estado había delineado y controlado la esfera intima
para fines públicos y políticos. La división entre lo público y lo privado es
desde luego central en el pensamiento político liberal, demarca los límites entre
los dominios en los que los poderes del Estado y la ley pueden ser llevados a
cabo y dónde no tienen cabida. Dentro de estos términos la familia representa la
esfera privada par excellence, de hecho lo es de manera doble no solo estando
por fuera de las autoridades formales del Estado sino también por fuera del
ámbito de las relaciones del mercado de consumo. La división entre público y
privado se puede rastrear en filosofía y política social al menos desde la
distinción de Aristóteles entre polis y oikos hasta las teorías de los derechos
naturales de John Locke. Sin embargo, en el siglo XVIII y XIX la distinción era
puesta en términos de la división entre el hogar y el mercado. La filosofía
política liberal de J.S. Mill y sus seguidores le dieron el fundamento filosófico a
la oposición entre la esfera de las normas públicas legítimas y la esfera de la
libertad, la autonomía personal y las elecciones privadas. Los escritores señalan
las particulares asociaciones en estos textos entre la esfera pública (el mundo
del trabajo, el mercado, la individualidad, la competencia, las políticas y el
Estado) y los hombres y la consecuente asociación de las mujeres al mundo
privado, domestico, intimo, altruista y humanitario del hogar.
Los críticos sostenían que esta división público/privado y la concepción
de lo privado de la que hace uso, ha funcionado siempre para sostener una serie
de relaciones particulares y opresivas entre el hombre y la mujer. Sin embargo,
los desarrollos dentro del capitalismo en el siglo XIX reformularon esta división
publico / privado para hacerla encajar en los intereses de la elite propietaria
masculina. Esto se ajustaba a la emergencia del culto a la intimidad del hogar
con su respectiva idealización de la maternidad. Mientras que esto otorgaba
ciertos poderes a las mujeres, sólo lo hacía en su status de madres confinadas a
la esfera privada y por lo tanto fallaba fundamentalmente para competir con la
patriarcal separación de las esferas o contra el poder económico que los
hombres ejercían sobre la unidad familiar.
Análisis de las normas legales del matrimonio, divorcio, comportamiento
sexual y violencia domestica eran desarrollados para mostrar que la ideología
de la elección individual y la libertad personal en el dominio privado del hogar
y la familia legitimaban un rechazo por parte de las autoridades publicas para
intervenir en ciertos lugares, actividades, relaciones y sentimientos. Al
designarlas como personales, privadas y subjetivas las hacían parecer como un
hecho natural por fuera del alcance de la ley mientras que en realidad esta no-
intervención era una inevitable, socialmente construida e históricamente
variable decisión política. El Estado definía como “privados” aquellos aspectos
de la vida en los cuales no intervendría y luego paradójicamente, usaba esta
privacidad como la justificación para su no-intervención.
Como el laissez faire7en relación al mercado, la idea de que la familia
podía ser privada en el sentido de estar por fuera de las regulaciones públicas
7 Expresión en francés que significa “dejar hacer”. Hace referencia a la no injerencia de los
estados en asuntos económicos. Hoy se lo utiliza como sinónimo de liberalismo económico o
neoliberalismo. [N. del T.]
era de acuerdo con estos críticos, un mito. El Estado no puede evitar intervenir
en el moldeamiento de las relaciones familiares a través de sus decisiones acerca
de qué tipos de relaciones sancionar y codificar y qué tipos de conflictos regular
y cuales no. El Estado establece el marco legal para regular las relaciones
sexuales legítimas y de procreación y privilegia ciertos tipos de relación a través
de reglas de herencia. Más aún el Estado a través de las leyes publicas monta
complejos mecanismos de bienestar, especialmente aquellos que rodean al
adecuado desarrollo de los niños. A pesar de la fuerza de la ideología legal de
la privacidad familiar, en las decisiones acerca de cuales son los mejores
intereses para el bienestar del niño en casos que hacen referencia a su cuidado y
custodia y en la división de los bienes de la familia u otros aspectos de posibles
disputas familiares, los funcionarios legales actuarían de acuerdo a sus
creencias ideológicas y patriarcales en lo que se refiere a la moralidad,
responsabilidad y vida familiar y lo que es mejor para los niños. Por un lado el
Estado representando los intereses masculinos dominantes elige la naturaleza y
objetivos de las normas publicas, por otro lado, un dominio es constituido por
fuera de las normas legales y designado “privado”, donde las agencias de
bienestar refuerzan la ideología de la maternidad y donde el poder masculino
no esta sujeto siquiera a las protecciones limitadas del orden de la ley.
Estos análisis son encomiables. Pero al designar la división
público/privado como una ideología que disfraza la mano del Estado y tiene
principalmente una función de control social en relación a las mujeres, fallan en
registrar o tomar con firmeza dos asuntos claves. El primero concierne a la
manera en la cual la privacidad de la familia fue un elemento vital en las
tecnologías de gobierno que hicieron las democráticas reglas liberales posibles
permitiendo una transformación fundamental en la esfera y responsabilidades
del “Estado” y en la organización del poder. La segunda concierne a las
maneras en las cuales estas nuevas racionalidades y tecnologías de gobierno no
controlaban simplemente a los individuos a través de la familia sino que
jugaban un rol constitutivo en la formación de los ciudadanos de tales
democracias, actuando al nivel de la subjetividad misma.
La “familización” [familialization] era crucial para los medios por los
cuales las capacidades individuales y las conductas podían ser socializadas,
moldeadas, y maximizadas de tal manera que fuesen acordes con la moral y los
principios políticos de la sociedad liberal. Los lenguajes de las estrategias
regulatorias, los términos dentro de los cuales se pensaban a si mismos, la
manera en la que formulaban sus problemas y soluciones no eran meramente
ideológicas: ellas las hacían posibles y legítimas para gobernar las vidas de los
ciudadanos de nuevas maneras. Al hacerlo hicieron existir nuevos sectores de la
realidad, nuevos problemas y posibilidades para la inversión personal así como
para las normas públicas. Si la “familización” de la sociedad funcionaba era
porque establecía su legitimidad política y comandaba un nivel de compromiso
subjetivo de los ciudadanos incitándolos a regular sus propias vidas de acuerdo
con sus propios términos.
La emergencia de un dominio político institucionalmente distinto, el
Estado soberano, implicaba la gradual concentración formal de los poderes
políticos, jurídicos y administrativos que habían hasta el momento estado
dispersos entre un rango de autoridades (gremios, jueces, propietarios de
tierras y autoridades religiosas8). Esta concentración y la concomitante
legitimación y delimitación de la autoridad política por las doctrinas del
“imperio de la ley” implicaban la conceptualización de ciertos dominios que
eran liberados de la amenaza de sanciones punitivas y detalladas regulaciones
internas. Estos desarrollos coincidían con la principal transformación en las
vidas de la población trabajadora asociada con el crecimiento del capitalismo
urbano y en consecuencia con la descomposición de los extensos mecanismos
por los cuales la iglesia, los poderes locales y la comunidad habían especificado,
monitoreado y sancionado al detalle los aspectos de las conductas personales,
conyugales, sexuales y domesticas. La familia privada iba a emerger como una
solución a los problemas de regular a los individuos y a la población y producir
solidaridades sociales que emergieron a causa de estas rupturas socio-políticas9.
La familia privada no reactivaba la independencia de la autoridad
patriarcal y lealtad política del hogar pre-liberal ni tampoco necesitaba la
extensión del dominio y prerrogativas del Estado en los detalles de la existencia
cotidiana. La domesticada familia privada era puesta de relieve por la vida
política y era definida y privilegiada por la ley, iba a ser liberada de detalladas
prescripciones de conductas y de ser permeable a la moralización y regulación
desde el afuera. Iba a convertirse en la matriz para el gobierno de la economía
social.
La reconstrucción de la familia de clase trabajadora en el siglo XIX no fue
llevada a
cabo a través de actividades del Estado sino a través de una iniciativa que
mantenía una cierta distancia con respecto a los órganos de poder político: la
filantropía. La actividad filantrópica fue definitivamente movilizada por las
amenazas impuestas a la clase dominante por las clases peligrosas, la
combinación del crimen, la indigencia, la pauperización y el vicio que
comenzaban a multiplicarse por las ciudades. Pero era una respuesta diferente a
la represión o a la caridad porque buscaba un modo profiláctico de acción,
esforzándose para promover ciertos tipos de conducta moral a través de la
unión de brindar ayuda financiera, con ciertas condiciones acerca de la
conducta futura de los receptores de la misma. En Inglaterra y en Francia los
filántropos no buscaban “resguardar” las familias de las clases urbanas (porque
era una creencia compartida por muchos que la vida familiar era casi
desconocida en los asentamientos suburbanos y en el centro de las grandes
ciudades) sino organizar las relaciones conyugales, domesticas y parentales del
pobre a la manera de la familia domesticada. El apoyo era por lo tanto
condicional para el matrimonio, el buen cuidado del hogar, la sobriedad y la
supervisión moral de los niños y la búsqueda del trabajo asalariado.10
8 Para una discusión útil ver J. Minson, Genealogies of Morals, London: Macmillan, 1985, Ch. 5.
9 J. Donzelot, The policing of families, London: Hutchinson, 1979.
10 Mas discusiones acerca de la filantropía en N. Rose The psychological complex, London:
NOTAS