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Capítulo 7

La Edad Dorada del capitalismo,


1945-1973

A pesar de la magnitud de las destrucciones bélicas, la recuperación de las consecuencias de la Se-


gunda Guerra Mundial se realizó en un período de tiempo breve. Además, fue seguida del periodo de
mayor crecimiento en la historia de las naciones industrializadas, la denominada “Edad Dorada”,
que finalizaría en 1973 con la conocida como crisis del petróleo. Durante estos decenios, una nueva
oleada de innovaciones técnicas dentro de un marco institucional dominado por la hegemonía de
los Estados Unidos y el aumento de la intervención del sector público dieron como resultado, en
este grupo de naciones, unas cotas de bienestar desconocidas hasta entonces. Frente a este éxito,
en el resto del mundo muchos países articularon políticas de fomento del crecimiento a partir de
modelos muy diferentes y con éxito diverso. Por otro lado, la consolidación del comunismo en la
URSS y la Europa del Este junto a la revolución comunista de 1949 en China situó a buena parte
del globo frente al sistema capitalista. Al mismo tiempo, los procesos de independencia de las colo-
nias surgidas durante la expansión imperialista de finales del siglo XIX incorporaron a la economía
mundial decenas de nuevos países en Asia y África. Sin embargo, el fuerte crecimiento de los países
más avanzados y la intensa internacionalización de la economía no fueron acompañados de una
aproximación entre la renta por habitante de los principales países de Europa, Estados Unidos o
Japón, por un lado, y la inmensa mayoría restante, por otro.

Acuerdos Tratado Devaluación


de Bretton Independencia de Roma. Primer del dólar
Gran Bretaña
Woods de la India Nacimiento microprocesador
nacionaliza la
de la CEE de silicio
industria del acero
1968 1973
1945 1948 1958 (mayo) 1971 (octubre)

1944 1947 1957 1967 1969 1973


(febrero)
Plan Marshall
Suspensión de la
convertibilidad del
Rendición de Revueltas dólar en oro
Alemania y Japón. Inicio del Gran estudiantiles Alza de precio
Fin de la Segunda Salto Adelante del petróleo
Guerra Mundial en China

Salvador Calatayud Giner


198 Los tiempos cambian. Historia de la Economía

7.1. RECUPERACIÓN TRAS LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL: LAS NUEVAS


BASES DE LA ECONOMÍA MUNDIAL

En 1945, cuando finalizó la Segunda Guerra Mundial, un número importante de países e inmensos
territorios de Europa y Asia se encontraban devastados: más de cuarenta millones de muertos, la mayor
parte civiles; ciudades enteras, como Berlín, Hamburgo o Tokio, arrasadas por los bombardeos; indus-
trias e infraestructuras destruidas; una situación próxima a la hambruna en los países derrotados; des-
plazamientos forzados de población; países ocupados por las potencias vencedoras; gobiernos débiles y
con dificultades para dirigir la recuperación. Las tareas de reconstrucción eran ingentes y la experiencia
tras la I Guerra Mundial —con un coste mucho menor en vidas y en pérdidas de capital— indicaba
que esas tareas no eran fáciles y se enfrentaban a la posibilidad de nuevas tensiones económicas y po-
líticas que podían provocar nuevas recesiones como la que había dominado la década de los treinta.
Sin embargo, la segunda postguerra iba a ser muy diferente a la primera: tras unos años iniciales de
dificultades, la recuperación se produjo con gran rapidez.

7.1.1. Un nuevo marco institucional para la economía global: Bretton Woods

La postguerra estuvo marcada por una voluntad de los gobiernos de incrementar la cooperación y
llegar a acuerdos que permitieran la recuperación y la estabilidad. Este proceso fue impulsado y dirigi-
do por los Estados Unidos, que se habían consolidado como la primera potencia indiscutida del mundo
desarrollado. Ya durante el conflicto, los Estados Unidos habían negociado con Gran Bretaña cómo
habrían de ser las relaciones comerciales una vez acabaran las hostilidades: se necesitaba un sistema
monetario estable y eficaz y había que facilitar el comercio. Eran dos principios básicos para evitar los
errores y los problemas del período de entreguerras y, en particular, de los años de depresión durante
los cuales el comercio mundial se hundió al generalizarse las políticas de restricción de los intercambios
con graves perjuicios para todos.
Estos consensos iniciales se materializaron en los acuerdos de Bretton Woods, firmados por más de
cuarenta países en 1944 y en los que se consolidó la visión norteamericana de las relaciones económicas
internacionales. El núcleo de los acuerdos consistió en el establecimiento de un nuevo sistema moneta-
rio y en la creación de dos instituciones, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Internacional de
Reconstrucción y Desarrollo (después Banco Mundial).
El sistema monetario se basó en tipos de cambio fijos y, al mismo tiempo, ajustables. Ambas carac-
terísticas buscaban evitar los graves problemas del pasado. El hecho de que fueran fijos quería impedir
devaluaciones competitivas como las realizadas durante la Gran Depresión. Por su parte, la posibilidad
de ajuste, que se estableció en una banda de fluctuación del tipo de cambio del 1%, pretendía superar
las rigideces del patrón-oro, que habían obligado en el pasado a los países a deflaciones internas para
resolver el déficit exterior sin modificar la paridad de sus monedas. Ahora se buscaba que los países no
alteraran unilateralmente el tipo de cambio y sólo pudieran ajustarlo por acuerdo en caso de graves
problemas estructurales.
En el nuevo sistema, el dólar se convertiría en la divisa internacional. Se reconocía así la hegemo-
nía económica de EE.UU, consolidada durante la guerra y basada en su mayor competitividad, en la
producción de mercancías que el resto de las economías no fabricaban y en la posesión de las mayores
reservas de oro del mundo.
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Además de un nuevo sistema monetario, en Bretton Woods se crearon el Fondo Monetario Interna-
cional y el Banco Internacional de Reconstrucción y Desarrollo. Por primera vez en la historia, existían
organismos económicos internacionales con capacidad para establecer normas y proporcionar ayudas.
El Fondo, cuya sede se estableció en Washington, tenía que hacer posible la estabilidad monetaria y los
flujos comerciales. Para ello, ayudaba a los países con déficit exterior mediante la concesión de créditos
en divisas, que podían pagarse en las monedas respectivas de cada país. Por su parte, el BIRD, constitui-
do también con las aportaciones de los países miembros, hizo una contribución mayor a la economía
internacional de los primeros años de postguerra al facilitar la reconstrucción de los países de Europa
mediante préstamos. Estos créditos se reorientaron más tarde hacia los países en desarrollo de todo el
mundo.
Este entramado institucional se completó con la firma en 1947 del Acuerdo General de Aranceles
y Comercio (GATT, General Agreement on Tariffs and Trade). Los Estados Unidos habían pretendido
una liberalización total de los intercambios y la creación de una organización mundial de comercio. Sin
embargo, en este punto las resistencias de otros países dejaron la iniciativa en un simple compromiso
para una apertura más gradual: el GATT. En cualquier caso, quedaba claro que la primera potencia
mundial no tenía la tentación de regresar, una vez acabada la guerra, al nacionalismo económico, como
había sucedido tras la Primera Guerra Mundial. El gobierno norteamericano, las empresas y gran parte
de la opinión pública pensaban ahora que las exportaciones y el libre comercio eran vitales para el país,
de manera que abandonaron el proteccionismo que había dominado su historia desde la independencia
de Gran Bretaña en 1783.
Los acuerdos de liberalización del GATT se basaban en dos principios: el comercio no podía estar
sujeto a restricciones y los intercambios debían ser multilaterales, sin discriminaciones de ningún tipo.
Para su aplicación, se arbitró la llamada “cláusula de nación más favorecida”, por la cual todos los paí-
ses que mantenían acuerdos comerciales con un país determinado se beneficiarían de cualquier nuevo
acuerdo que ese país estableciera con un tercero. De este modo se evitaban los acuerdos comerciales
preferenciales, es decir los que beneficiaban a un socio pero no a otros. Esto afectaba a las relaciones
que Gran Bretaña mantenía con los territorios de la Commonwealth, que establecían condiciones ex-
clusivas y un trato especial para ellos. Gran Bretaña se resistió a su desmantelamiento, mientras Estados
Unidos —vecino de Canadá, uno de los principales países vinculados a aquellas relaciones— presionó
para que desaparecieran. Se confirmaba así la pérdida de influencia de una Gran Bretaña debilitada por
la guerra y muy endeudada con su aliado americano.
El conjunto de medidas e instituciones establecidas en Bretton Woods contribuyó al crecimiento
económico de las décadas siguientes. Sin embargo, se ha discutido cuán importante fue esa contribu-
ción. De entrada, la materialización de las nuevas instituciones fue lenta e incompleta y, en ocasiones,
no tuvo mucho que ver con lo que habían previsto sus diseñadores: se produjeron devaluaciones unila-
terales (por ejemplo, de la libra en 1949); la plena convertibilidad de todas las monedas sólo se alcanzó
en 1958 (cuando el crecimiento ya era un hecho); y la desregulación del comercio se hizo con lentitud.
Quizá por ello, las elevadas tasas de crecimiento económico de la Edad Dorada se debieron más a la
dinámica interna de las economías industrializadas, que veremos en el apartado segundo. Sin embargo,
la importancia de Bretton Woods hay que buscarla en que ahora los países cooperaban, en vez de in-
tentar superar las dificultades a costa del resto, como había sucedido en los años treinta. Lo que había
detrás de este importante giro histórico era la conciencia de que existían grandes interdependencias en
las economías de los países desarrollados y que los beneficios de la cooperación eran muy superiores a
los de dificultar las relaciones con otros países para estimular la economía propia. La estabilidad y la
confianza que proporcionaron las nuevas instituciones internacionales y la existencia de un líder indis-
cutido que, en última instancia, fijaba las reglas de las relaciones económicas internacionales crearon,
200 Los tiempos cambian. Historia de la Economía

cuanto menos, un marco favorable para el crecimiento. Dentro de este marco las ayudas que vamos
a detallar a continuación facilitaron una recuperación rápida de los desastrosos efectos de la guerra.

7.1.2. La ayuda norteamericana, la recuperación de Europa y Japón y


la Guerra Fría

La difícil situación en que se encontraban Europa y Japón al finalizar la Segunda Guerra Mundial
constituía uno de los problemas fundamentales para la recuperación de la economía mundial. Las difi-
cultades eran numerosas, pero se resumen en dos: la capacidad productiva de estos países se había re-
ducido considerablemente; y la recuperación se enfrentaba a la carencia de alimentos, materias primas
y bienes de capital, así como de las divisas necesarias para adquirirlos. A esta situación se la denominó
“escasez de dólares”: la imposibilidad de exportar impedía la obtención de las divisas y generaba, así,
un círculo vicioso difícil de romper. Por el contrario, la posición de Estados Unidos había salido refor-
zada de la guerra: este país generaba ahora casi la mitad de la producción industrial del mundo y su
ventaja respecto al resto de países desarrollados se había ampliado. La economía estadounidense era la
única que estaba en condiciones de suministrar los bienes que otros necesitaban. El problema era que
Europa y Japón no podían pagarlos y esta asimetría tan marcada entre Estados Unidos y el resto de
países industrializados auguraba una crisis profunda para todos, como había sucedido tras la primera
contienda mundial.

Cuadro 7.1
Recuperación del PIB en Europa tras los dos conflictos mundiales (en $ Geary-Khamis, 1919 y 1946 = 100)

Austria Francia Alemania Italia Noruega Reino Unido Europa Occidental

1919 100 100 100 100 100 100 100


1920 107 116 109 91 107 94 102
1921 119 111 121 90 96 86 102
1922 130 131 132 95 107 91 111
1923 128 138 109 100 109 94 110
1924 143 155 128 101 109 98 119

1946 100 100 100 100 100 100 100


1947 110 108 112 118 114 99 107
1948 140 116 133 124 121 102 115
1949 167 132 156 133 125 105 125
1950 188 142 185 144 131 105 133
1951 201 151 202 155 138 108 141

Europa Occidental incluye también Dinamarca, Finlandia, Suecia y Suiza.


Fuente: Elaborado a partir de The Maddison Project (http://www.ggdc.net/maddison/maddison-project/data.htm).
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En 1947 se hacía evidente que las exportaciones norteamericanas podían verse muy reducidas por
este problema, lo que amenazaba con una caída de la producción y el empleo también en aquel país.
Esta situación, junto a razones humanitarias (la pobreza y el hambre afectaban a millones de europeos)
y al hecho de que la crisis estaba aumentando la influencia política de los partidos comunistas en Euro-
pa occidental, dieron el último impulso para que Estados Unidos asumiera su papel de liderazgo en la
recuperación de las economías europea y japonesa.
El gobierno estadounidense creó ese mismo año un programa de ayuda de grandes proporciones, el
European Recovery Program, más conocido como Plan Marshall. El propósito era “…devolver al mun-
do a una situación económica saneada sin la cual no puede haber ni estabilidad política ni paz segura”.
El Plan funcionaba del siguiente modo: los gobiernos europeos recogían de las empresas de sus países
pedidos de bienes y materias primas que necesitaban y los solicitaban al Gobierno de Estados Unidos,
que los compraba a las empresas norteamericanas y los suministraba de modo gratuito a Europa. Aquí,
las empresas destinatarias pagaban a sus gobiernos el importe de estos bienes y, con estos cobros, los
países beneficiarios debían crear un fondo destinado a tareas de reconstrucción (que tenían que ser
aprobadas por el gobierno norteamericano). En conjunto, los Estados Unidos enviaron bienes por va-
lor de 13.400 millones de dólares entre 1948 y 1952. Un total de dieciséis países se acogieron al Plan,
aunque quienes recibieron las mayores cantidades fueron Gran Bretaña, Francia, Italia y Alemania.
Como el objetivo era la recuperación rápida de Europa, los Estados Unidos también proporcionaron
asesoramiento técnico para poner en marcha la industria con los nuevos métodos de producción for-
distas en los que la potencia norteamericana tenía una amplia ventaja. Además, se presionó para que
los países europeos cooperaran entre ellos para acelerar la recuperación y ello se plasmó en la creación
de la Organización Europea para la Cooperación Económica (OECE).
La contribución del Plan Marshall a la recuperación de Europa Occidental fue importante. Las
ayudas totales supusieron para la mayoría de países entre el 5 y el 10% de su PIB de un año. Esta in-
yección de bienes aceleró el crecimiento de la producción, evitó procesos inflacionistas graves y mejoró
el empleo y los niveles de vida. En gran medida, el Plan hizo que la recuperación fuera más rápida de lo
que había sido tras la primera Guerra Mundial, lo que queda de manifiesto en las cifras del cuadro 7.1.
Como resultado, aumentó la estabilidad política e incluso se propició la cooperación entre países que,
tres años antes, estaban en guerra. De todos modos, una parte de Europa no se vio afectada por el Plan
Marshall. España quedó al margen y sólo recibió una ayuda más reducida a partir de 1953, cuando
se estableció un acuerdo bilateral con Estados Unidos de ayuda económica a cambio de la instalación
de bases militares norteamericanas. En el este del continente, aunque la invitación a participar en el
Plan también se extendió a los países comunistas, la Unión Soviética la rechazó y obligó a sus aliados
a hacer lo mismo.
Al margen del Plan Marshall, Japón también se vio beneficiado por la ayuda estadounidense. Al
finalizar la guerra, el país estaba devastado: casi tres millones de muertos, pérdida de todas sus colonias
y enormes pérdidas materiales, como el hundimiento de la flota mercante y de guerra. Desde la derrota
en 1945 hasta 1952 el país estuvo ocupado militarmente y gobernado por Estados Unidos. En su inicio,
el proyecto norteamericano era desmantelar las bases de la industrialización japonesa, pero el inicio
de la Guerra Fría y la revolución china de 1949 que llevó al poder al Partido Comunista provocaron
un cambio de estrategia. El objetivo pasó a ser que la economía se recuperara con rapidez y el viejo
enemigo se convirtiera en un aliado frente al comunismo. Para ello se potenció la restitución de las insti-
tuciones del pasado y se concedieron importantes ayudas económicas: se cancelaron las reparaciones de
guerra y el ejército norteamericano realizó pedidos a las empresas japonesas para abastecerse durante
la Guerra de Corea (1950-1953). Durante varios años, la demanda de tejidos, vehículos, armamento y
otros productos expandió la industria nipona. La alianza militar con Estados Unidos evitó al país los
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gastos de defensa y todo ello constituyó un poderoso impulso para una economía que parecía destinada
al estancamiento.
Mientras la ayuda norteamericana se desplegaba por Europa y Japón, el mundo quedó dividido en
dos grandes bloques enfrentados por la supremacía tanto económica como política. Una de las conse-
cuencias de la Segunda Guerra Mundial en Europa había sido la extensión de los regímenes comunistas
impulsados (y en buen medida controlados) por la Unión Soviética en los países que ésta había ocupado
en su ofensiva contra Alemania. A ello se añadió la llegada al poder del partido comunista en China en
1949. De manera muy rápida, los países situados en el área de influencia respectiva de Estados Unidos
y la Unión Soviética configuraron dos bloques cohesionados en torno a dos maneras opuestas de con-
cebir la política y la economía. Y de ahí se pasó a la ruptura conocida como la Guerra Fría, uno de los
fenómenos que más influyeron en la historia del mundo durante las décadas siguientes y hasta su final
en 1991, cuando desapareció la Unión Soviética. El enfrentamiento nunca llegó a la guerra abierta entre
ambas potencias pero sí a una serie de conflictos bélicos, denominados regionales, entre algunos de los
países aliados para mantener la influencia geopolítica. Entre ellos destacan la Guerra de Corea, la crisis
de Suez, la crisis de Cuba o la Guerra de Vietnam.
La Guerra Fría determinó las relaciones internacionales, pero tuvo también grandes repercusiones
económicas. La más evidente fue la carrera de armamentos entre ambas superpotencias, que incluía
la amenaza de destrucción nuclear. Los presupuestos de defensa adquirieron un peso nunca alcanzado
en época de paz y la investigación dirigida a la obtención de armamento cada vez más sofisticado y
de mayor capacidad destructiva tuvo un gran impacto sobre el progreso tecnológico. Por su parte, la
exploración espacial se vio también marcada por la competencia entre bloques. Pero hubo muchas
otras consecuencias: la búsqueda de aliados en todo el mundo por parte de las dos potencias generó
guerras, golpes de Estado y sangrientas dictaduras en todos los continentes, con el consiguiente impacto
negativo sobre el desarrollo económico. También se produjo el efecto contrario: países que resultaban
estratégicos para una u otra potencia —como Taiwan, Corea de Sur o Cuba— recibieron importantes
ayudas que, en algunos casos, contribuyeron a su rápida industrialización. Como el enfrentamiento era
también ideológico, ambas potencias trataban de mostrar al mundo la superioridad de su sistema eco-
nómico para el bienestar de los ciudadanos. Si en el caso soviético esto ocultaba la dura realidad de las
condiciones de vida de su población, en el caso de los países desarrollados occidentales se dio prioridad
al pleno empleo y a la mejora de los niveles de vida, con el fin de restar atractivo a las alternativas al
capitalismo. En definitiva, casi ningún aspecto de la vida económica, política o cultural escapó al influjo
de la Guerra Fría, hasta que la caída del régimen soviético en 1991 puso fin a esta etapa de la historia.

7.2. LA DINÁMICA TECNOLÓGICA: APOGEO DE LA SEGUNDA REVOLUCIÓN


INDUSTRIAL

7.2.1. El cambio técnico

En este periodo se produjo la culminación de la Segunda Revolución Industrial iniciada a finales del
siglo XIX. Existió, por tanto, una cierta continuidad con el periodo anterior, pero el proceso de cambio
tecnológico cobró una dimensión nueva. La mayor parte de las técnicas y productos desarrollados en
la postguerra ya existían desde décadas atrás: la electricidad y el petróleo como formas de energía; los
métodos de producción tayloristas y fordistas; medios de transporte como la aviación; productos como
el automóvil, los aparatos eléctricos, las fibras sintéticas, etc. Sin embargo, en la postguerra este entra-
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mado tecnológico previo se expandió al sumarse tres procesos simultáneos que favorecieron la expan-
sión de la producción: el aumento muy destacado de escala en la producción y consumo de los bienes,
debido al aumento sostenido del empleo y el nivel de vida; la mejora técnica, que renovó muchos de los
productos hasta hacerlos irreconocibles; y la aparición de productos nuevos en esos mismos sectores o
en otros derivados de los anteriores. La velocidad del cambio técnico y la multiplicación de productos
característicos de esta etapa provocaron aumentos importantes en la eficiencia y disminuciones no
menos destacadas en los costes de producción y los precios, y esta combinación fue uno de los motores
más decisivos en el crecimiento económico del periodo 1950-1973.
Muchas de las innovaciones de la segunda Revolución Industrial se beneficiaron de la II Guerra
Mundial: el esfuerzo realizado para la producción bélica aceleró los procesos de innovación tecnoló-
gica, ya que los Estados dedicaron inmensos recursos a investigar y producir bienes que después de la
guerra tendrían un uso civil. Así sucedió, por ejemplo, con la construcción de aviones y barcos; con
determinados medicamentos, necesarios para combatir enfermedades de las tropas; con los sistemas de
comunicación por radio; con la energía nuclear, desarrollada inicialmente como arma de guerra; con
las primeras computadoras destinadas a procesar cálculos sobre proyectiles; etc. A su vez, el inicio de
la Guerra Fría mantuvo la carrera armamentística entre las dos grandes potencias, de manera que una
parte relevante de la investigación siguió estando determinada por las necesidades militares y también
por la carrera espacial, que absorbió recursos importantes tanto en Estados Unidos como en la Unión
Soviética.
La innovación tecnológica afectó a todos los sectores. Así, por ejemplo, en la aplicación de la elec-
tricidad se produjo un desarrollo espectacular de la difusión de los electrodomésticos, algunos ya exis-
tentes y otros nuevos de estos años. Los hogares y multitud de tareas cotidianas se mecanizaron como
consecuencia de ello. Aparecieron o se mejoraron otros bienes, resultado de la innovación en la electró-
nica —radios, televisores y reproductores de sonido—, un ámbito en el cual la mejora de la calidad, el
abaratamiento y la aparición de nuevas prestaciones adquirieron un ritmo muy rápido. Junto a la difu-
sión de nueva maquinaria industrial, intensiva también en el uso de electricidad, se progresó en la elec-
trificación del territorio, ya que en los años cincuenta la electricidad todavía no llegaba a muchas zonas
rurales de los países desarrollados. El consumo de energía eléctrica se incrementó y, por consiguiente,
fueron necesarias nuevas centrales generadoras y otras fuentes de energía primaria para producirla.
En relación con ello hay que citar también la aparición de las aplicaciones informáticas que se
iniciaron en esta etapa, aunque alcanzarían su mayor expansión y sofisticación en las décadas finales
del siglo que se analizan en el capítulo décimo. El primer ordenador, el ENIAC (Electronic Numerical
Integrator and Calculator), comenzó a operar en Estados Unidos en 1946 y era propiedad del ejército.
La tecnología recorrió con rapidez varias etapas, desde las computadoras basadas en tubos de vacío
a las de transistores y, en una tercera generación, a los circuitos integrados. Las primeras fases de la
innovación estuvieron impulsadas casi siempre por el sector público.
Por su parte, la química generó una gran variedad de productos y subproductos, con aplicaciones
tanto en la vida cotidiana como en los procesos de producción industriales y agrícolas: medicamentos,
fibras textiles, caucho sintético, fertilizantes, colorantes y pinturas, película, procesamiento de alimen-
tos, nuevos materiales, etc. Al mismo tiempo, se mecanizaba y mejoraba la fabricación de productos
más tradicionales como el papel. Uno de los ámbitos con mayor repercusión sobre el bienestar de la
población fue el farmaceútico, con el desarrollo de los antibióticos y el descubrimiento continuado de
nuevos fármacos. Otro ámbito nuevo, que se convirtió en el subsector más importante, fue la petro-
química. Se basaba en la transformación de derivados del petróleo, cuya disponibilidad a bajo precio
aumentó como consecuencia del auge del uso del petróleo como combustible. Las posibilidades de pro-
ductos nuevos eran aquí muy grandes: plásticos, nylon, poliéster, detergentes, etc. La demanda de todos
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ellos creció con fuerza y posibilitó la producción a gran escala, con el consiguiente abaratamiento de los
costes unitarios. Así, por ejemplo, la capacidad media de una planta de etileno (uno de los compuestos
con mayor número de aplicaciones en la industria) pasó de 40.000 Tm. al año en 1950 a casi 600.000
en 1970.
Este proceso de innovación afectó también a los sistemas de transporte, que experimentaron una
mejora y una expansión sin precedentes. La producción de automóviles asistió a una acumulación de
mejoras técnicas, tanto en el diseño de los motores como en el proceso de fabricación en cadena, con
nuevas máquinas herramientas y un progreso permanente de automatización. La construcción naval
desarrolló nuevos procedimientos iniciados durante la guerra, como el empleo de la soldadura o la
construcción por partes separadas. Pero, sin duda, fue en la navegación aérea donde se producirían los
mayores avances. Multitud de innovaciones transformaron el diseño de los aparatos, con un aumento
del tamaño y la capacidad de los aviones; se hicieron más sofisticados y seguros los sistemas de vuelo, lo
que permitía volar con independencia de las condiciones climáticas y, por tanto, aseguraba la regulari-
dad de los viajes; y, sobre todo, se produjo un desarrollo destacado de la propulsión mediante turborre-
actores, lo que aumentó la potencia y la velocidad sin incrementar en la misma medida el combustible
necesario. La consolidación de líneas aéreas transcontinentales acabó de configurar una red mundial de
transporte aéreo, tanto de pasajeros como de mercancías.
Una característica esencial de la Segunda Revolución Industrial, la aplicación del conocimiento y los
descubrimientos científicos a la tecnología y la producción, se convirtió tras la Segunda Guerra en el
motor principal de la innovación y el crecimiento industrial. Empresas, universidades y gobiernos dedi-
caron recursos crecientes a la investigación y al desarrollo técnico, a partir de la idea de que el volumen
de estos recursos influía en las tasas de crecimiento económico. Se crearon así los sistemas nacionales
de investigación, en los cuales la cooperación entre el sector público y el privado fue fundamental, así
como la transferencia de tecnología desde el primero al segundo. Por tanto, tan importante como la
cuantía de las inversiones en investigación fue la fluidez en la circulación de los descubrimientos. En
estos ámbitos, Estados Unidos mantuvo la supremacía: en 1975 dedicaba a investigación el 2,38% del
PIB, frente al 2,01 de Japón o el 1,81 de Europa occidental. Sin embargo, parte de esos recursos tenían
propósitos militares, de manera que, si se suprimen éstos, las posiciones estaban más igualadas: 1,75%
para EE.UU., 2% para Japón y 1,57 para Europa.

7.2.2. La expansión del consumo energético: el protagonismo del petróleo

El proceso de cambio tecnológico se sustentó en el uso de volúmenes crecientes de energía, como


muestra el Gráfico 7.1. El consumo energético por habitante del planeta se dobló entre 1950 y 1973,
pero ese valor medio oculta el hecho de que, en los países desarrollados, el incremento fue superior.
Este mayor empleo de energía tenía varias procedencias. Por un lado, el consumo de electricidad se
incrementó, con las consecuencias sobre la economía ya descritas en el capítulo quinto. A las formas
tradicionales de producción eléctrica —carbón e hidráulica— se añadieron ahora el uso del gas y, sobre
todo, las centrales nucleares. Por otro lado, el petróleo adquirió un protagonismo especial puesto que,
con el 47% en 1973, representaba casi la mitad de todo el consumo energético mundial. Hasta la crisis
de 1973, los precios de la energía fueron descendentes en términos reales y ello contribuyó al aumento
del consumo energético y al crecimiento económico. En Estados Unidos, el precio real de la electrici-
dad descendió a una tasa media anual del 1,3% entre 1948 y 1963 y del 2,6 entre 1963 y 1973. Esta
evolución fue resultado de cambios técnicos implementados como respuesta al aumento en la demanda
de energía.
La Edad Dorada del capitalismo, 1945-1973 205

El rasgo más característico de esta época fue, sin duda, el papel desempeñado por el petróleo y la
nueva dependencia que el crecimiento económico estableció con esta fuente de energía. Esta “era del
petróleo” venía a culminar el proceso iniciado en el siglo XVIII con el uso del carbón: la consolidación
de una economía basada en los recursos agotables del subsuelo. A diferencia del carbón, sin embargo,
las reservas de petróleo eran, a mediados de siglo, de grandes proporciones y crecían con rapidez como
consecuencia de la multiplicación de las prospecciones.
El éxito del petróleo se debió a que se trataba de una energía barata en términos relativos. Los
costes unitarios de extracción y distribución descendieron como consecuencia de mejoras técnicas. Por
un lado, los nuevos métodos de perforación permitían acceder a profundidades cada vez mayores. Por
otro, el cambio técnico en el refinado y el aumento de la escala de estas instalaciones reducía el coste de
los subproductos del crudo. Además, la construcción de redes de oleoductos y el aumento de tamaño de
los buques petroleros abarataron el transporte de un recurso que, con frecuencia, tenía que recorrer lar-
gas distancias hasta sus principales mercados. El hecho de que, además de una fuente de combustibles,
el petróleo fuera también una materia prima para la industria petroquímica, aumentó la rentabilidad
de las explotaciones y favoreció las economías de escala.

Gráfico 7.1
Consumo mundial de energía

Nota: Biomasa en el año 2010 corresponde al año 2005 en Smil (2008). EJ denota Exajulio. Otras incluye energía hidroeléctrica,
nuclear, y renovables. El esfuerzo humano y animal como fuente de energía no está incluido en esta figura.

Fuente: Elaborado a partir de Etemad, B. y Luciani, J. (1991), World energy production, 1800-1985: Production mondiale
d’energie, 1800-1985, Ginebra, Librairie Droz; Smil, V., (2008), Energy in nature and society: general energetics of complex
systems, Cambridge, Mass, MIT Press; British Petroleum Statistical Review of World Energy (2011).
206 Los tiempos cambian. Historia de la Economía

El uso de los derivados del petróleo generó una situación nueva en los grandes países consumidores,
los más desarrollados, ya que la mayoría de ellos no tenían petróleo en su subsuelo. Por primera vez
en la historia, la economía de las grandes potencias industriales dependía de fuentes de energía proce-
dentes del exterior. Esta dependencia era casi total en los casos de Europa y Japón, pero no en Estados
Unidos, que contaba con recursos propios. Hasta la Segunda Guerra Mundial había sido el primer
productor mundial y continuó entre los primeros puestos durante el resto del siglo. La mayor parte del
petróleo consumido en el mundo procedía, sin embargo, de una región hasta entonces marginal en la
economía global, Oriente Próximo y, en especial, Arabia Saudí, Irán y Kuwait. Existían otros produc-
tores, como Venezuela, México o Nigeria, mientras los países bajo control soviético se abastecían de la
producción de varias de las repúblicas de la Unión Soviética, pero la región de Oriente Próximo resultó
crucial para el suministro mundial. Allí se encontraban las mayores reservas conocidas y el 40% del
suministro hacia 1970. Como se trataba de una región inestable desde el punto de vista político, a causa
de las herencias de la descolonización y de la creación del Estado de Israel, enfrentado a los árabes y
aliado de Occidente, ello significaba que el suministro energético del mundo desarrollado, crucial para
unas tecnologías intensivas en energía, estaba sujeto a cambios geopolíticos externos. Esta vulnerabili-
dad se manifestaría en 1973, cuando el precio del petróleo, inalterado desde 1945, experimentó un alza
tan brutal como súbita.
La localización geográfica de los yacimientos fuera del mundo desarrollado no fue óbice para que
la extracción y distribución mundial del crudo estuvieran concentradas en manos de un grupo muy
reducido de empresas, bien de origen estadounidense (Exxon, Mobil, Texaco, Chevron) o anglo-holan-
dés (British Petroleum, Royal Dutch-Shell), aunque fueron apareciendo empresas públicas en muchos
países productores, que rompían el oligopolio. En cualquier caso, esta situación permitía a estas com-
pañías —las “siete hermanas”— influir sobre los precios y las condiciones de extracción. Para escapar
de este oligopolio, algunos de los principales países productores crearon en 1960 la Organización de
Países Productores de Petróleo (OPEP), que aspiraba a influir sobre los precios regulando la produc-
ción. De esa manera, se estaba incubando la crisis desencadenada en 1973 en la que confluyeron todas
estas peculiaridades de la producción petrolífera.

7.2.3. La revolución verde y la explosión demográfica

El cambio tecnológico que caracterizó esta época afectó también, de modo muy destacado, a la
agricultura. En ningún otro momento de la historia los rendimientos de los cultivos se incrementaron
tanto, ni se produjo un aumento semejante de la producción de alimentos. Estos resultados, a los que se
denominó revolución verde, se pueden considerar una respuesta a la explosión demográfica que cono-
ció el planeta desde mediados de siglo ya que, de no haber tenido lugar, la sostenibilidad de la población
mundial se hubiera visto comprometida. El aumento de la población fue especialmente rápido en los
países en desarrollo, como indica el cuadro 7.2 y, por tanto, fue allí donde la demanda de alimentos se
volvió más acuciante.
La revolución verde afectó a los tres cereales básicos para la alimentación de la mayor parte de la
humanidad: arroz, trigo y maíz. Consistió en el empleo de variedades nuevas de esas plantas, obtenidas
mediante procesos de selección e hibridación. Estas variedades proporcionaban mayor producto por
unidad de superficie y por ello se denominaron variedades de alto rendimiento. Sus mejores resultados
se debían a que respondían al empleo de fertilizantes químicos en mayor medida que las variedades
tradicionales, por lo que ambas innovaciones —las nuevas semillas y una cantidad creciente de ferti-
lizantes­— eran inseparables si se quería alcanzar los resultados. De ahí que aumentara el empleo de
La Edad Dorada del capitalismo, 1945-1973 207

fertilizantes, suministrados por la pujante industria química: en China, por ejemplo, se pasó de 10 kg.
por hectárea en 1960 a 170 en 1980. Sin embargo, el aumento de los rendimientos exigía, además,
una aportación abundante y regular de agua, por lo que la ampliación de los sistemas de riego fue otra
exigencia para el éxito de la innovación, lo que precisó de cuantiosas inversiones, tanto privadas como
públicas. Además, como las nuevas variedades eran muy vulnerables a las plagas de insectos, su culti-
vo exigió, asimismo, un uso masivo de insecticidas y herbicidas, también procedentes de la industria
química.

Cuadro 7.2
Regiones Mundiales: PIB per capita y porcentajes del producto y la población

Porcentajes sobre el
PIB per cápita Población
total PIB
1950 1973 1950 1973 1950 1973
Europa Occidental 4.578 11.417 26.2 25.6 12,1 9,2
EEUU 9.561 16.689 27.3 22.1 6,0 5,4
Otros Occ.* 7.424 13.399 3.4 3.3 1,0 1,0
Occidente 6.304 13.392 56.8 50.9 19,0 15,6
China 448 838 4.6 4.6 21,7 22,5
India 619 853 4.2 3.1 14,2 14,8
Japón 1.921 11.434 3.0 7.8 3,3 2,8
Resto Asia 924 2.046 6.8 8.7 15,6 17,3
América Latina 2.503 4.513 7.8 8.7 6,6 7,9
Europa del Este y URSS 2.602 5.731 13.1 13.8 10,6 9,2
África 890 1410 3.8 3.4 9,0 10,0
No Occidente 1127 2379 43.2 49.1 81,0 84,4
% Asia en el Mundo 14.9 24.2 54,8 57,4

* Australia, Canadá y Nueva Zelanda.


El PIB per cápita, en dólares internacionales Geary-Khamis de 1990.

Fuente: Elaborado a partir de Madisson, A., (2008), “ The West and the Rest in the World Economy: 1000–2030”, World
Economics, Vol. 9, no. 4, pp. 77-99.

Por tanto, la revolución verde constituía, en realidad, un “paquete” tecnológico con cuatro compo-
nentes difíciles de separar e interdependientes: semillas mejoradas, fertilizantes, riego e insecticidas. La
maquinaria agrícola, por su parte, no era un componente necesario y se adoptó, sobre todo, en los paí-
ses desarrollados donde el coste de la mano de obra rural aumentó debido al avance de la urbanización.
La aplicación de estos cambios causó un alza sostenida de los rendimientos por hectárea, que se
prolongó durante varias décadas conforme las nuevas variedades iban sustituyendo a las semillas tradi-
cionales. Los resultados que muestra el Gráfico 7.2 son bien representativos de lo sucedido en los países
donde se difundieron las nuevas técnicas. Sin embargo, el éxito de la revolución verde se produjo en
208 Los tiempos cambian. Historia de la Economía

Asia y América Latina pero no en el África Sub-sahariana, en parte porque aquí la presión demográfica
era menor y en parte porque había más tierras que podían incorporarse al cultivo y predominaban
otros cultivos no afectados por la innovación.
Además, la revolución verde exigió una fuerte intervención estatal, que se materializó en la inversión
para el regadío o los subsidios a semillas y fertilizantes. De hecho, las nuevas semillas se obtuvieron en
centros de experimentación promovidos por gobiernos e instituciones benéficas internacionales. Dos
de estos centros resultaron decisivos: el Centro Internacional para la Mejora del Maíz y el Trigo, en
México, y el International Rice Research Institute, en Filipinas. Ambos contaron con la financiación de
las Fundaciones Rockefeller y Ford y de varios gobiernos. Tan importante como su investigación fue
la difusión de resultados: las nuevas semillas se cedían de forma gratuita a cualquier país o centro de
investigación. Se produjo, pues, durante estas décadas una circulación fluida de conocimientos, técnicas
y nuevas variedades, sin la cual no se explicaría el éxito de la revolución verde y la capacidad para ali-
mentar a una población mundial que pasó de 2.519 millones en 1950 a 4.444 en 1980, mientras entre
las mismas fechas la producción mundial de cereales por persona pasaba de 283 a 350 kilos.

Gráfico 7.2
Producción de alimentos. 1960-1980

Fuente: Elaborado a partir de Faostat.


La Edad Dorada del capitalismo, 1945-1973 209

7.3. LOS PAÍSES DESARROLLADOS EN SU EDAD DORADA: CRECIMIENTO,


CONSUMO DE MASAS Y ESTADO DEL BIENESTAR

7.3.1. La hegemonía de EE.UU. y la convergencia de Europa y Japón

A partir de la Segunda Guerra Mundial, los países industrializados, en conjunto, crecieron a unas
tasas que no habían conocido antes y no volverían a conocer con posterioridad. En Europa Occidental,
el crecimiento del PIB fue del 4,6 % de media anual entre 1950 y 1973, cuando había sido sólo del 2,5
en el periodo 1890-1913 y del 1,4 en 1913-1950. Más tarde, entre 1973 y 1992 el crecimiento sería del
2%. Lo mismo sucedió con el PIB per capita, recogido en el cuadro 7.2.
La evolución fue diferente según los países, ya que Europa y Japón crecieron mucho más que los
Estados Unidos. Su punto de partida en 1950 estaba muy por debajo del de la primera potencia, como
consecuencia del diferente impacto que había tenido la guerra sobre cada país, pero también del eleva-
do desarrollo industrial que los Estados Unidos habían experimentado desde finales del s. XIX. En gran
medida lo que ocurrió en estas décadas es que Europa y Japón se aproximaron a la primera potencia
mundial, en un proceso conocido como convergencia económica. Aprovecharon las posibilidades de
crecimiento que les ofrecía su atraso relativo, al poder copiar las técnicas de producción más eficientes
sin los problemas de falta de amortización de las más antiguas o de prueba y error que se podían pre-
sentar en Estados Unidos. La incorporación de nuevas tecnologías, en gran parte de origen estadouni-
dense, en el lado de la oferta, y el aumento del empleo y el nivel de vida en el lado de la demanda fueron,
sin duda, causas decisivas de las elevadas tasas de crecimiento del mundo industrializado durante la
Edad Dorada.
La pregunta clave es qué factores hicieron posible esa convergencia. El elemento central fue que
Europa y Japón adoptaron con rapidez las técnicas y los sistemas de producción que se habían desarro-
llado en Norteamérica desde décadas atrás: el fordismo y la producción en masa. Esta adopción se hizo
sin grandes problemas a causa de la acumulación de capital humano e instituciones favorables al creci-
miento que la tradición industrial habían legado. Existía, por tanto, ese requisito imprescindible para el
crecimiento que es la capacidad social de absorber tecnología. En el caso europeo, además, los niveles
de renta, a pesar de haberse visto afectados por la guerra, eran suficientes para hacer viable la produc-
ción en masa de los bienes de larga duración característicos de esta Segunda Revolución Industrial.
La transferencia de tecnología se produjo por diferentes vías. Una de ellas fue el envío a Estados
Unidos de misiones europeas compuestas por altos funcionarios, ingenieros y empresarios para com-
probar in situ las posibilidades que ofrecían sus métodos de producción. Pero el mecanismo funda-
mental fue el aumento del comercio internacional de maquinaria y bienes de equipo, estimulado por el
descenso de los precios relativos de estos bienes gracias al progreso técnico, y también por la liberaliza-
ción comercial emprendida tras la guerra. Aunque al principio este comercio se componía sobre todo de
exportaciones estadounidenses al resto de países, muy pronto los avances en Europa y Japón hicieron
que el flujo de bienes de capital fuera recíproco, de manera que los Estados Unidos también importaron
grandes cantidades de maquinaria de Alemania, Gran Bretaña y, cada vez más, de Japón. El resultado
para todos ellos fue un incremento de la productividad, especialmente importante en Europa y Japón,
como muestra el Gráfico 7.3. También en este indicador se acortaron distancias respecto a la primera
potencia que, pese a todo, seguía manteniendo niveles más altos al final del periodo.
Hubo otros factores que contribuyeron al rápido crecimiento del periodo. Uno de ellos es la abun-
dancia de trabajo con la que se encontraron los países europeos y Japón. La existencia de una propor-
ción todavía alta de población activa en la agricultura y la incorporación de la mano de obra femenina
210 Los tiempos cambian. Historia de la Economía

suministraron un gran volumen de trabajo a la industria y los servicios. Además, las mejoras en la
cualificación educativa aumentaron la formación de los trabajadores, de manera que su capacidad para
comprender, aplicar y difundir las innovaciones, el capital humano, se convirtió en un factor favorable
al crecimiento. Y cuando las reservas internas de trabajo empezaron a agotarse, los países europeos se
convirtieron en receptores de inmigrantes, que desempeñaron los trabajos peor pagados y contribuye-
ron, de ese modo, a evitar tensiones en el mercado laboral.
En definitiva, aunque la tasa de inversión aumentó y también lo hizo la población empleada, fue la
mejora de la productividad de los factores lo que más contribuyó al elevado crecimiento. Esta mejora se
debía al rápido cambio tecnológico y en la organización de la producción; a la reasignación del trabajo
a sectores más productivos; y a la mejor formación de la mano de obra.

Gráfico 7.3
Evolución de la productividad: PIB por hora trabajada. 1950-1980 (dólares internacionales 1999 PPA)

Fuente: The Conference Board Total Economy Database. Enero 2013.

En estos decenios, el crecimiento de la Europa meridional —Portugal, España, Italia y Grecia—


fue todavía más rápido, puesto que su grado de atraso era mayor. En el caso español, después de un
periodo de estancamiento y autarquía en los años cuarenta, comenzó una etapa de modernización de
las estructuras económicas, en especial a partir de 1959, cuando se alcanzaron las tasas de crecimiento
más altas de Europa en los años sesenta. A pesar de ello, al acabar el franquismo en 1975, la economía
La Edad Dorada del capitalismo, 1945-1973 211

española seguía aquejada de graves deficiencias estructurales y alejada de los niveles de PIB per cápita
de los países más avanzados del continente.
De todos los países que participaron en el proceso de convergencia con Estados Unidos, el creci-
miento más rápido fue el de Japón, que se convirtió en la segunda potencia industrial del mundo, supe-
rando a Alemania y Gran Bretaña. Como se ha indicado en el apartado anterior, la salida de Japón de su
crítica situación al finalizar la Segunda Guerra Mundial había sido obra de la ayuda estadounidense. A
partir de este impulso inicial, el ascenso japonés tiene difícil explicación sin tener en cuenta que el país
contaba con una herencia, gestada desde finales del siglo XIX, de desarrollo industrial, grandes empre-
sas e instituciones públicas favorables al crecimiento. Esta trayectoria previa facilitó la adaptación a las
nuevas condiciones de la postguerra. Dos factores desempeñaron un papel fundamental: la capacidad
de mejora tecnológica de su sector industrial y el papel desempeñado por el Estado.
La adaptación de técnicas procedentes de Occidente y la consiguiente reducción del atraso relativo
tuvieron un gran protagonismo. Este proceso se caracterizó por la capacidad de empresas y gobierno
para identificar las tecnologías con mayor potencial de crecimiento y la estrategia consistente en mejo-
rar y desarrollar la técnica importada mediante modificaciones incrementales. Así, buena parte de los
productos y técnicas que sustentaron el desarrollo de Japón provenían de Estados Unidos o Alemania,
pero en el país asiático experimentaron mejoras sustanciales y nuevos desarrollos. Un buen ejemplo de
ello fue el modo en que se aplicó en Japón la producción en cadena a la fabricación de automóviles,
tal como se explica en el capítulo décimo. Por otro lado, salarios bajos en relación con Occidente y un
número mayor de horas de trabajo al año (todavía en 1992, en Japón se trabajaban 2.080 horas, frente
a las 1.912 de Estados Unidos o las 1.667 de Alemania), caracterizaron también el modelo japonés.
Como contrapartida, existió una estabilidad laboral desconocida en cualquier otro país desarrollado y
basada en el compromiso de las grandes empresas con el empleo de por vida y en carreras profesionales
que permitían ascensos continuados y mejoras de salario.
Esta organización de la producción industrial se desarrolló en el seno de una estructura empresarial
también peculiar, caracterizada por la ausencia de inversión extranjera y por el protagonismo de los
grandes grupos llamados zaibatsu. Se trataba de empresas de gran tamaño y con líneas de producción
muy diversificadas, pero que tenían un origen familiar y se organizaban a partir de jerarquías diferentes
a las de la gran empresa occidental, con un mayor peso de las fidelidades basadas en el parentesco y
las relaciones de confianza. Estas empresas fueron entrando sucesivamente en productos que seguían,
de manera muy rápida, una escala ascendente en cuanto a complejidad tecnológica: automóviles, cons-
trucción naval, electrónica tradicional, material fotográfico, instrumentos de precisión, ordenadores,
etc. En muchos de estos sectores, Japón alcanzó la primacía: así, por ejemplo, hacia 1970 el país fabri-
caba más de la mitad de los barcos que se construían en el mundo.
Este crecimiento de la economía no se explica sin el segundo factor: la intervención del Estado,
muy alejada de los postulados de la regulación de los mercados por sí mismos. En el caso de Japón, el
Estado dirigía y orientaba las iniciativas de las empresas privadas, establecía objetivos y facilitaba los
medios para alcanzarlos. Estas funciones correspondían al MITI, el poderosísimo Ministerio de Indus-
tria y Comercio, compuesto por una burocracia muy cualificada y que mantenía relaciones periódicas
con los dirigentes y técnicos de las empresas. En estas reuniones, los funcionarios del MITI recibían
información y transmitían las orientaciones decididas por el gobierno. A su vez, esto se sustentaba en
la importancia de los bancos públicos, el Banco del Japón y el Banco de Desarrollo, que concedían
cuantiosas líneas de crédito a las empresas comprometidas con los objetivos fijados por el Estado. Así,
eran posibles inversiones en grandes proyectos industriales, aun cuando tuvieran una baja rentabilidad
inicial. Por último, esta estructura se completaba con una política comercial muy proteccionista, en
212 Los tiempos cambian. Historia de la Economía

especial a través de medidas no arancelarias que hacían prácticamente imposible importar aquellos
bienes cuya producción interna se quería potenciar.
Sobre estas bases se fundamentó el rápido auge japonés. Muchos de los rasgos apuntados serían
también característicos de otros procesos de industrialización en Asia, como los de Corea del Sur y
Taiwan, e incluso los podemos encontrar en la China de los últimos decenios.

7.3.2. El marco institucional y el Estado del Bienestar


El rápido crecimiento de la Edad Dorada fue posible en el marco de unas instituciones favorables
al desarrollo y a la estabilidad social y económica. Ya hemos visto en el apartado primero la creación
de acuerdos y organizaciones internacionales nuevas, con su impacto en el comercio y la cooperación
entre los países capitalistas. Ahora vamos a tratar la formación de nuevos consensos internos en las
sociedades industrializadas, especialmente en Europa y Estados Unidos.
De nuevo, lo sucedido en el periodo de entreguerras tuvo una influencia decisiva. La experiencia del
elevado desempleo, pobreza y aumento de las desigualdades, con sus consecuencias en la conflictividad
social, la inestabilidad política y el ascenso de las alternativas fascistas y comunistas, había dejado una
huella profunda y tras 1945 los gobiernos trataron de no repetirla. Además, desde muy poco después
se sumó un hecho nuevo: la existencia del bloque comunista, que proclamaba haber alcanzado la jus-
ticia social y actuaba de acicate en los países occidentales para políticas de integración y de mejora de
los niveles de vida de la población a través de la prestación de servicios diversos de carácter gratuito y
universal.
El marco institucional que acabó configurándose no era nuevo del todo, puesto que se basaba en
elementos y tradiciones que habían surgido con anterioridad. Ahora, sin embargo, lo decisivo fue la
compleja interrelación que se estableció entre tres elementos:
A) Incremento del papel económico del Estado en diversos ámbitos: creación de un sector público
industrial; políticas de pleno empleo y redistribución de la renta a través del Estado del Bienes-
tar; subsidios y regulación de la actividad privada; etc. Todo ello significó un aumento del gasto
público que comportó un alza de impuestos y una mayor progresividad de la carga tributaria,
en la cual los impuestos directos cobraron protagonismo. El gasto público alcanzó cifras que, en
muchos países, superaban el 40% del PIB. El intervencionismo estatal estaba respaldado por la
teoría económica de inspiración keynesiana, pero, en la práctica, fue más allá de las propuestas
del economista británico. Para éste, el Estado debía intervenir con la política fiscal y monetaria
para atenuar el ciclo económico y mantener el pleno empleo. A estos objetivos, los gobiernos
añadieron el estímulo sostenido de la demanda y los mecanismos redistributivos. Y, más gené-
ricamente, el Estado proporcionó un marco legal e institucional para hacer efectiva la coopera-
ción entre los agentes sociales. Esta combinación de economía de mercado y fuerte intervención
estatal llegó a denominarse “economía social de mercado” o “economía mixta” y ofreció una
notable estabilidad macroeconómica.
B) Sindicatos fuertes que buscaban mejoras en las condiciones de trabajo a través de la negociación.
A pesar de que la situación de pleno empleo favorecía las demandas salariales, los sindicatos
aceptaron subidas moderadas en los salarios y, a cambio, obtuvieron compromisos de inversión
privada y de prestaciones públicas. Las relaciones laborales se basaban en la negociación cen-
tralizada: los convenios colectivos por sectores establecían un marco normativo con derechos
laborales bien establecidos. En el caso de Alemania, esto se completó con la admisión de repre-
sentantes de los trabajadores en los consejos de administración de las grandes empresas.
La Edad Dorada del capitalismo, 1945-1973 213

C) Elevadas tasas de inversión por parte de la empresa privada. Los empresarios aceptaban el poder
sindical y, a cambio, se beneficiaban de un clima social favorable, tanto por la minimización del
conflicto laboral como por la estabilidad y crecimiento sostenido de la demanda. Ambos elemen-
tos eran fundamentales para hacer posible la producción en masa, que era muy vulnerable tanto
a las huelgas como a las fluctuaciones de la demanda.

EL ESTADO DEL BIENESTAR

El Estado del Bienestar abarcó tres ámbitos funda- la prestación sanitaria a los pobres (Medicaid) y a
mentales y otros secundarios. Los primeros afectaban los jubilados (Medicare), mientras la mayor parte de
a las necesidades más básicas de los seres humanos la población activa recurría a pólizas con compañías
en las sociedades urbanas e industriales: seguros de aseguradoras privadas.
enfermedad y accidentes, pensiones para la vejez y Por su parte las pensiones de jubilación introdu-
ayudas a los desempleados. Junto a ellas, el Estado jeron un cambio fundamental en las condiciones de
también se ocupó de cuestiones como la atención a vida de la población, al permitir mantener el consumo
la pobreza, la educación gratuita, la construcción de tras salir del mercado de trabajo. Algo parecido a los
viviendas baratas y medidas laborales como las va- efectos económicos de la prestación de desempleo,
caciones pagadas. Todo ello se financiaba con los que cubrió uno de los riesgos fundamentales de las
presupuestos públicos y los impuestos progresivos, por sociedades industriales y que había alcanzado cotas
lo que existía un fuerte contenido redistributivo y de muy elevadas durante la Gran Depresión: la pérdida
solidaridad colectiva. En el cuadro 7.3 puede verse del trabajo debida a las fluctuaciones recesivas de la
la importancia que adquirieron los gastos sociales en economía. Ambas prestaciones nacieron en un mo-
las economías desarrolladas, aunque también existían mento en que la población jubilada era muy reduci-
grandes diferencias entre países. da respecto a la población activa y en que, además,
En general, el gasto sanitario fue el más importante apenas existía desempleo en los países avanzados.
en este conjunto de prestaciones. Los gobiernos crea- Pero estas condiciones cambiarían con el tiempo. La
ron o consolidaron sistemas públicos de salud, llevaron prolongación de la edad media de vida aumentó la
a cabo grandes inversiones en hospitales e infraestruc- población de edad avanzada, con derecho a percibir
turas sanitarias y contrataron a miles de profesionales. pensiones. Y, cuando llegó la crisis de 1973, el des-
Esta red atendía a los ciudadanos y, junto a los avan- empleo creció con rapidez, y, con él, los recursos que
ces de la ciencia médica, mejoró el estado sanitario el Estado había de dedicar a los parados.
de la población, lo que se plasmó, sobre todo, en la El Estado del Bienestar fue responsable de la más
prolongación de la edad media de vida y la reducción importante mejora del nivel de vida que habían conoci-
de la tradicional desigualdad social ante la enferme- do nunca las poblaciones de los países desarrollados.
dad y la muerte. La configuración de los sistemas de Al mismo tiempo, redujo las desigualdades y aumentó
salud fue distinta según los países. Los dos extremos la justicia social, lo que contribuyó a la estabilidad po-
serían los países escandinavos, donde la sanidad lítica. Y, en tercer lugar, también reforzó el crecimiento
era fundamentalmente pública; y los Estados Unidos, económico. En efecto, una de las consecuencias de
donde la sanidad privada tenía un peso decisivo y los mecanismos redistributivos del Estado del Bienes-
el papel del Estado fue menor. En este país, los inten- tar fue el aumento de la capacidad de consumo de
tos del presidente H.S. Truman de crear, en 1948, un la población, tanto por las transferencias netas y las
sistema sanitario público universal fracasaron por la mejoras de los salarios reales como por el hecho de
oposición de los intereses privados aglutinados por la que la mayor seguridad respecto a la enfermedad, el
American Medical Association. Habría que esperar a paro y la vejez permitían gastar una parte mayor de
1965 para que, bajo el programa de la Great So- los ingresos sin miedo al futuro.
ciety del presidente L.B. Johnson, el Estado asumiera
214 Los tiempos cambian. Historia de la Economía

Todo ello configuraba una especie de pacto social que, en cada país, se materializaba de modo
distinto, de acuerdo con sus características sociales y sus tradiciones políticas: desde los modelos de la
Europa escandinava, de orientación socialdemócrata, hasta el caso estadounidense, inspirado todavía
por los postulados generales del New Deal. El resultado era que los salarios aumentaban menos que la
productividad, lo que estimulaba la inversión, pero al mismo tiempo mejoraban los niveles de vida y las
condiciones laborales. Se alcanzó una situación cercana al pleno empleo, con tasas de paro del 1,5%
como media europea en los años sesenta. Las consecuencias fueron dobles: en el ámbito sociopolítico,
las desigualdades disminuyeron en casi todos los países industrializados y, con ello, aumentaron la
legitimidad y la estabilidad de los sistemas políticos democráticos; en el terreno económico, la mejora
de los ingresos reales estimuló la demanda y el consumo de masas, fundamentos de la expansión indus-
trial. Y todo ello configuró una especie de círculo virtuoso que alimentaba el crecimiento económico, el
aumento del bienestar y el pleno empleo.
El ámbito en el que el papel del sector público fue tal vez más trascendente fue en el llamado Es-
tado del Bienestar. Desde finales del siglo XIX habían ido apareciendo en los países industrializados
diversas formas de atender algunas necesidades de los trabajadores: pensiones, seguros de enfermedad
o accidentes, etc. Sin embargo, sólo beneficiaban a sectores muy específicos (como funcionarios o tra-
bajadores ferroviarios) y se sufragaban no con el presupuesto público sino con las cuotas de los propios
asegurados. La depresión de los años treinta mostró los peligros de la desprotección de los trabajadores
frente a los ciclos económicos y la necesidad de que el Estado asumiera la responsabilidad de ofrecer
prestaciones.

Cuadro 7.3
Gasto social como porcentaje del PIB

1930 1960 1980


Australia 2,1 7,4 12,8
Canadá 0,3 9,1 15
Francia 1 13,4 22,5
Alemania 4,8 18,1 25,7
Japón 0,4 4 12
Suecia 2,6 10,8 25,9
Gran Bretaña 2,2 10,2 16,4
Estados Unidos 0,6 7,3 15

Incluye pensiones, prestaciones de desempleo, asistencia básica, sanidad y vivienda social.

Fuente: Peter H. LINDERT, Growing Public. Social Spending and Economic Growth Since the Eighteenth Century, Cambridge
University Press, 2004, vol. 1, pp. 12-13.

Todas estas experiencias previas adquirieron, tras la Segunda Guerra Mundial, un nuevo significado
y una dimensión mucho mayor. El significado nuevo estaba vinculado al desarrollo de los regímenes
democráticos y a la idea de ciudadanía. Frente a las convulsiones políticas de entreguerras, ahora se
La Edad Dorada del capitalismo, 1945-1973 215

pensaba que la democracia liberal tenía obligaciones para con los ciudadanos. Éstos, por el hecho de
serlo, tenían derechos garantizados por las leyes. Y el Estado era el responsable de llevar a la práctica
esos derechos sociales, así como de conseguir el pleno empleo. Cuando llegó la paz, estos principios
adquirieron una enorme popularidad en los países desarrollados de Europa. Por su parte, en Estados
Unidos se había ido desarrollando la idea de la lucha contra la pobreza que se basaba en un amplio
conocimiento de las condiciones de vida de la población, obtenido a través de la práctica de las encues-
tas sociológicas que proliferaron desde los años treinta. En el cuadro 7.3 puede verse el incremento de
los gastos sociales en todos los países, aunque con diferencias significativas que muestran la diferente
implicación del Estado en cada uno de ellos. Esta implicación fue mayor en la Europa continental y más
limitada en los países anglosajones y Japón.

7.3.3. El consumo de masas como fenómeno económico y cultural

El rápido crecimiento durante la Edad Dorada también se fundamentó por el lado de la demanda en
el aumento del consumo interno. Una demanda sostenida y creciente, sin grandes fluctuaciones causa-
das por los ciclos económicos, resultó fundamental para impulsar la producción en masa. El consumo
y la aspiración a adquirir nuevos bienes habían contribuido al desarrollo económico moderno desde la
“revolución industriosa” que hemos visto en el capítulo tercero. Sin embargo, en el periodo que estu-
diamos aquí, el consumo adquirió un protagonismo mayor, tanto por su impacto sobre la producción
como también por haber generado nuevos valores culturales. En todo caso estas pautas de compor-
tamiento individual fueron posibles por los mecanismos de redistribución de la renta señalados en el
apartado anterior, de manera que podemos hablar de una interrelación entre el Estado del Bienestar y
la expansión de la economía doméstica.
En este aspecto, los Estados Unidos marcaron la pauta ya que el consumo de masas se había ido
desarrollando allí desde antes de la depresión de los treinta. Tras la Segunda Guerra Mundial, la expan-
sión del consumo en ese país pasó a ser considerado por los agentes sociales (empresarios, sindicatos
y economistas) como un componente básico del consenso social. En Europa, el atraso existente en este
terreno se redujo rápidamente con la adopción de hábitos, productos e incluso marcas procedentes, en
buena medida, del otro lado del Atlántico.
Una característica básica fue la multiplicación de los bienes y servicios disponibles al alcance de la
mayoría de los segmentos de consumidores. La compra de los productos básicos como alimentación y
vestido dejó de absorber la parte mayoritaria de los presupuestos familiares, que comenzaron a gastarse
en un número creciente de bienes de consumo duradero y de servicios. Pese a todo, vestido y alimenta-
ción siguieron siendo centrales en las pautas de consumo, aunque aumentó su variedad y cambiaron sus
características. Por ejemplo, en el terreno alimentario se diversificó la gama de productos consumidos y
su calidad, en relación con los cambios en las dietas que constituían la llamada transición nutricional:
el peso cada vez mayor de los derivados de la ganadería (carne y lácteos) en la alimentación.
El protagonismo mayor correspondió, sin embargo, a los bienes de consumo duradero, en especial
el automóvil y los aparatos electrodomésticos y electrónicos. El acceso a estos bienes avanzó muy
rápidamente. Así, por ejemplo, en 1950 había tan sólo 46 automóviles por mil habitantes en Gran
Bretaña o 37 en Francia; en cambio, en 1970 las cifras eran 209 y 252 respectivamente. La difusión
del automóvil fue uno de los fenómenos más característicos de esta etapa, que alteró formas de trabajo
y de ocio, modificó los modelos residenciales, impulsó la construcción de infraestructuras y elevó el
consumo de derivados del petróleo. La industria automovilística se expandió en todas partes y, con
216 Los tiempos cambian. Historia de la Economía

ello, ayudó a generalizar los métodos de producción en cadena. Por su parte, los electrodomésticos
protagonizaron la electrificación de la vida cotidiana. Frigoríficos, lavadoras, cocinas, calentadores o
planchas fueron entrando en los hogares, sustituyeron el trabajo manual, alteraron hábitos e influyeron
sobre las relaciones intrafamiliares. Por último, la electrónica generó productos que, de manera muy
rápida, pasaron a ser objeto de consumo masivo. La radio ya se había difundido con anterioridad, pero
ahora aparecieron televisores y aparatos reproductores de música. Su difusión y su uso, tanto familiar
como individualizado, modificaron los sistemas de comunicación y supusieron un cambio cultural de
grandes proporciones.
La modificación de las pautas de consumo se vio impulsada por la generalización de nuevas formas
comerciales: los grandes almacenes, los centros comerciales fuera de los núcleos urbanos y la omni-
presencia de la publicidad formaron parte del paisaje cotidiano en las sociedades avanzadas. Por un
lado, generaban economías de escala en la distribución, y, por otro, conformaban nuevas formas de
vida y alteraban los valores sociales. No sólo se incorporaban a estas pautas nuevos estratos sociales,
sino también grupos de edad cada vez más jóvenes, con demandas específicas que individualizaban el
consumo en el interior de la estructura familiar, al tiempo que lo homogeneizaban a escala social.
Una característica del consumo de esta época es el protagonismo que adquirieron los servicios, en
especial los relacionados con el ocio, la salud y la cultura. En este terreno, el turismo de masas tuvo
un papel destacado. La mejora en los ingresos, la institución de las vacaciones pagadas y la mejora
de los medios de transporte extendieron a otros sectores sociales lo que había sido tradicionalmente
una práctica exclusiva de los segmentos de mayor renta. El turismo adquirió también una dimensión
internacional, ya que países con condiciones climáticas y geográficas favorables y bajos costes salaria-
les (como España, Italia, Grecia o México) se beneficiaron de la llegada de turistas procedentes de los
países próximos más desarrollados.
Estos cambios estuvieron muy relacionados con las transformaciones del mercado laboral y de la
demografía. La capacidad adquisitiva y, por tanto, el consumo crecían al mejorar los salarios y con la
creciente incorporación de las mujeres al mercado laboral. La participación femenina en la población
activa en 1975 era ya del 53% en EE.UU., del 50% en Alemania o del 58% en Gran Bretaña. A su vez,
esta incorporación fue favorecida por determinados bienes de consumo, como la lavadora o el frigorífi-
co, que reducían la cantidad del trabajo doméstico necesario. Por su parte, la reducción de las tasas de
fertilidad y del número de hijos por pareja, facilitadas por los avances en las técnicas anticonceptivas
y su difusión, hacía posible el trabajo de las mujeres fuera de casa y, al mismo tiempo, influía sobre las
pautas de consumo de las familias.
Por su parte, las mejoras de la productividad permitieron reducciones sustanciales de la jornada
laboral, dejando más tiempo libre y por tanto aumentando la demanda de este tipo de servicios: entre
1950 y 1973, las horas de trabajo anuales pasaron de 1.867 a 1.717 en Estados Unidos, o de 2.316 a
1.804 en Alemania. En este cómputo se incluye el impacto de la institución de las vacaciones, generali-
zada en el mercado laboral de la Europa desarrollada y ocasión especialmente favorable para consumir.

7.4. LOS PAÍSES SUBDESARROLLADOS INTENTAN LA INDUSTRIALIZACIÓN

Hacia 1950, la mayor parte de los países del mundo no habían iniciado su industrialización o se
encontraban en los primeros estadios. Esta parte mayoritaria del planeta recibió el nombre de países
subdesarrollados o en vías de desarrollo y representaba una cifra muy baja del PIB mundial, en compa-
ración con su peso demográfico, como se ha visto en el cuadro 7.2.
La Edad Dorada del capitalismo, 1945-1973 217

Uno de los rasgos distintivos de esta etapa fue la existencia de una conciencia muy extendida de lo
que era el desarrollo y, por tanto, de lo que implicaba su ausencia, el subdesarrollo. Los gobiernos y las
elites de los respectivos países llevaron a la práctica una búsqueda deliberada del crecimiento económi-
co, que implicaba el impulso de la industrialización. Ésta adoptó formas muy diferentes en cada país,
pero hubo algunos rasgos comunes, en especial el papel que desempeñó el Estado en este intento. Ese
papel, sin embargo, tuvo intensidades muy diferentes: desde el protagonismo absoluto del Estado en
los países comunistas hasta las economías mixtas latinoamericanas, pasando por los llamados “estados
desarrollistas” de muchos países de Asia.

7.4.1. América Latina y la sustitución de importaciones

La crisis de 1929 y sus consecuencias sobre el comercio mundial habían puesto fin a una etapa fun-
damental de la historia de Latinoamérica: el crecimiento basado en las exportaciones de materias pri-
mas y alimentos. Durante la depresión de los años 1930 y la Segunda Guerra Mundial, las exportacio-
nes disminuyeron y, además, los precios de los productos típicos del continente cayeron mucho más que
los de otros productos, por lo que las ganancias por exportaciones y la capacidad de compra de éstas
se hundieron. Como consecuencia, el crecimiento de las economías latinoamericanas se estancó en los
años treinta y se reanudó con lentitud en los años cuarenta. El modelo de desarrollo parecía agotado.
Las respuestas a este bloqueo darían lugar a una nueva etapa, desde 1950 a 1980, que ha sido deno-
minada “industrialización sustitutiva de importaciones”. Los resultados fueron una tasa media anual
de crecimiento del PIB y del PIB per capita del 5,5% y del 2,7% respectivamente, así como un incre-
mento muy rápido de la población, que pasó de 158 a 349 millones, y de la urbanización que aumentó
del 42 al 65%. El PIB per capita del conjunto del continente se dobló, con diferencias entre países que
pueden verse en el Gráfico 7.4. ¿En qué consistió el nuevo modelo? Se trataba de un crecimiento más
centrado en el mercado interior y menos en las exportaciones; tenía la industrialización como objetivo
fundamental; y se basaba en la intervención estatal, aunque ésta fue menos intensa que en otros países
en desarrollo como Corea del Sur o Taiwan.
El crecimiento hacia dentro se materializó en altas barreras a las importaciones y una reducción de
la importancia del comercio exterior en el PIB. Se trataba de una decisión de los gobiernos, pero estaba
muy determinada por el hecho de que los mercados mundiales no ofrecieron grandes oportunidades
para los productos latinoamericanos hasta los años 1960. Pese a todo y contra lo que se suele creer, es-
tos países no renunciaron a las exportaciones de productos primarios: para muchos países éstas fueron
el motor del crecimiento y la fuente de los ingresos fiscales de los Estados.
El nuevo modelo se basaba, en parte, en las aportaciones de algunos economistas de la CEPAL (Co-
misión Económica para América Latina, un organismo de la ONU), en especial Raúl Prebisch. Según
su punto de vista, promover la industrialización era prioritario para conseguir el desarrollo económico.
Para ello, había que cambiar la posición que había tenido hasta entones el continente como exportador
de materias primas. No se trataba de aislarse sino de subordinar el comercio exterior al objetivo central
de la industrialización. El proteccionismo debía favorecer el crecimiento de la industria, al reservar el
mercado interior para la producción nacional. Y el Estado debía actuar para acelerar la industrializa-
ción. En realidad, muchos de los países ya contaban con un desarrollo industrial previo y una población
urbana numerosa, rasgos que diferenciaban a América Latina del resto del mundo en desarrollo. Por
tanto, lo característico de esta etapa fue, más que el inicio, la profundización del proceso industriali-
zador. El resultado, en cuanto al cambio estructural, fue un éxito: hacia 1980 en la mayoría de países
218 Los tiempos cambian. Historia de la Economía

la agricultura había quedado reducida a una pequeña parte del PIB, aunque todavía existían grandes
diferencias, con Chile en un extremo y Colombia o los pequeños países de América Central, todavía
agrarios, en el otro.

Gráfico 7.4
Evolución del PIB per capita. Países latinoamericanos (dólares internacionales de 1990 PPA)

Fuente: The Maddison Project (http://www.ggdc.net/maddison/maddison-project/data.htm).

El desarrollo industrial fue apoyado por el Estado de diversas maneras. En primer lugar, asumió la
construcción o ampliación de infraestructuras necesarias para el crecimiento (ferrocarril, carreteras,
puertos, distribución de energía, etc.). En segundo lugar, invirtió en industrias básicas como siderurgia
y química, de manera que las empresas públicas llegaron a representar una parte importante del sector
secundario. Ello posibilitaba vender a la industria privada bienes de producción a precios bajos. Final-
mente, el Estado también favoreció a la industria privada mediante subvenciones, ventajas fiscales o
crédito barato ofrecido por los bancos públicos.
En general, la industrialización latinoamericana se basaba en sectores que aprovechaban la abun-
dante dotación de materias primas del continente y, por ello, se orientó a productos de alta tecnología
en menor medida que los países asiáticos de rápido crecimiento como Corea del Sur o Taiwan. A medio
plazo esto generaría una dinámica por la cual América Latina ascendió más lentamente en la escala de
complejidad tecnológica y en la generación de valor añadido.
La Edad Dorada del capitalismo, 1945-1973 219

¿Qué balance se puede hacer del modelo de desarrollo basado en la sustitución de importaciones?
Por un lado, América Latina conoció las tasas de crecimiento económico más altas en toda su historia
y la mayoría de países se convirtieron en economías industriales. También mejoraron los niveles de PIB
per capita. Sin embargo, estos cambios no permitieron acortar distancias respecto a los países desarro-
llados. La explosión demográfica que experimentaron contribuyó a ello. Más importante, sin embargo,
fue la debilidad de los sistemas de innovación tecnológica necesarios para aumentar la eficiencia indus-
trial y poder competir en los mercados exteriores. Las empresas latinoamericanas, a diferencia de las
asiáticas, se orientaron poco a la exportación. Por otra parte, los niveles de vida mejoraron y en casi
todos los países se crearon algunos programas de bienestar, lejos, sin embargo, de los niveles europeos o
estadounidense. Pero las cifras de pobreza siguieron siendo altas y el continente continuó afectado por
uno de sus rasgos más característicos: los elevados niveles de desigualdad en la distribución de la renta.

7.4.2. Las economías comunistas: crecimiento y bloqueos bajo la planificación

En los años de la inmediata postguerra, ocho países europeos (Polonia, la República Democrática
Alemana, Checoslovaquia, Hungría, Rumanía, Bulgaria, Yugoslavia y Albania) y la República Popular
de China adoptaron el modelo de comunismo desarrollado en la Unión Soviética desde los años veinte.
En la mayoría de los casos, se trataba de economías más atrasadas que las de la Europa occidental e
incluso algunas con predominio agrario. Todas habían sufrido grandes pérdidas a consecuencia de la
Guerra y de los desplazamientos de población que siguieron a la paz. De hecho, su recuperación tras la
contienda fue más lenta que en Occidente: en lugar de un equivalente del Plan Marshall, la URSS obligó
a algunos países a pagar reparaciones de guerra y el coste de la ocupación militar. En el caso de China,
el país salía de treinta años de guerra civil, a la que se había sumado la invasión japonesa.
Estos países también aspiraron a una industrialización rápida, pero tal objetivo estaba vinculado a
otras aspiraciones de la tradición marxista: construir una sociedad sin clases, acabar con la explotación
del trabajo y, en definitiva, superar el capitalismo. Desde el punto de vista político, todos se configura-
ron como dictaduras de partido único, con diferentes niveles de represión y de falta de respeto de los
derechos humanos. Si bien hubo diferencias apreciables entre la orientación económica de cada país, el
modelo comunista que siguieron tenía unas características comunes:
a) Supresión de la empresa privada y su sustitución por empresas de titularidad estatal
b) Supresión de los mecanismos de la economía de mercado. En su lugar se establecía una planifica-
ción central: las decisiones sobre inversión, precios, financiación, comercio exterior, etc. corres-
pondían al Estado, que establecía objetivos de crecimiento que debían ser alcanzados en plazos
de tiempo determinados
c) La estrategia de desarrollo priorizaba, como en el caso soviético, la industria pesada a costa de
mantener bajo el consumo de la población, en una especie de ahorro forzado. En cualquier caso,
estas economías dejaron de ser agrarias y se industrializaron.
d) El resultado, entre 1950 y 1975: tasas de crecimiento más altas que en los países occidentales,
pero una mejora mucho más lenta de los niveles de vida. Entre 1950 y 1970, el PIB creció a una
tasa del 7% anual en Europa oriental. Sin embargo, los salarios reales crecieron en menor medi-
da y, por ello, el consumo no jugó aquí el papel que cumplía en Occidente.
e) El crecimiento estuvo acompañado de muchas ineficiencias en el uso de los recursos, debidas a
varias razones: la obsesión por incrementar la dotación de capital, sin tener en cuenta la racio-
220 Los tiempos cambian. Historia de la Economía

nalización en el empleo de las instalaciones; un proceso de cambio tecnológico más lento que en
occidente; los errores de los planificadores y la dificultad de prever todas las variables de econo-
mías complejas; y la falta de incentivos entre los trabajadores, ya que los salarios no dependían
del esfuerzo de trabajo ni de la productividad.
f) La participación del mundo comunista en el comercio internacional fue muy reducida y, en casos
como China o Albania, se llegó a una situación de verdadero aislamiento exterior.
Este modelo económico y político se mantendría durante los siguientes cuarenta años sin grandes
cambios. Algunos intentos de reforma fueron paralizados por la intervención militar soviética, pero,
en los años sesenta, se abrieron paso en algunos países (Hungría y Checoslovaquia) cambios como la
flexibilización de los mecanismos planificadores, la cesión de una mayor capacidad de actuación a las
empresas estatales y una cierta permisividad con la iniciativa privada.
El caso de China merece una atención particular, dado su peso demográfico y el destacado papel que
habría de ocupar en la economía mundial desde las décadas finales del siglo. El que ya era desde siglos
atrás el país más poblado del mundo pasó de 546 millones de habitantes en 1950 a 981 en 1980. Sin
embargo, su posición en el PIB mundial se encontraba en el momento más bajo de su historia, tras dos
siglos de decadencia: si en 1820 China representaba el 32% del PIB del planeta, en 1952 había quedado
reducida al 5%.
Tras su triunfo en 1949, el Partido Comunista implantó una economía que seguía, con algunas
modificaciones, el modelo soviético. La aplicación del comunismo chino estuvo acompañada de graves
distorsiones, derivadas en parte de una ideología muy igualitarista, pero también de la lucha por el
poder entre diversas facciones del Partido. Un ejemplo es lo sucedido durante el Gran Salto Adelante
(1958-60), cuando se intentó impulsar la producción industrial a través de la movilización forzada de la
población y de la colectivización de la agricultura. Ésta última dio lugar a una serie de malas cosechas
que extendieron la hambruna por el país y provocaron una tragedia que se ha evaluado entre 20 y 30
millones de muertos.
Éste no fue el único fracaso ya que, años más tarde, la Revolución Cultural paralizó la actividad eco-
nómica en muchas ciudades. A ello cabe añadir el coste humano y las ineficiencias, ya comentadas, del
modelo comunista, amplificadas por el autoritarismo de Mao Zedong. Sin embargo, a pesar de todo,
tanto la producción agraria como la industrial aumentaron durante este periodo y las infraestructuras
de transporte, energéticas y de riego experimentaron un progreso notable. También se puso énfasis en
la educación, con avances en la alfabetización, y en la sanidad, con la caída de la tasa de mortalidad.
El crecimiento agrario permitió responder a la demanda alimentaria de la creciente población, con
una revolución verde llevada a cabo al margen del resto de Asia pero con semejantes medios técnicos y
parecidos resultados en cuanto a los rendimientos del arroz y el trigo. A pesar de todo, y dado el volu-
men del incremento demográfico, el producto por persona aumentó poco: de 300 a 350 kg. de cereales
por persona y año entre 1955 y 1979. El crecimiento de la producción agraria se veía ralentizado por la
falta de incentivos que se derivaba de la colectivización de todos los aspectos de la vida de los campesi-
nos. Hacia 1979, el país era todavía rural, ya que la población activa en la agricultura suponía el 70%
del total, en parte por el control ejercido sobre la emigración del campo a las ciudades.
Pese a todo, la industria pasó de representar tan sólo el 11% del PIB en 1952 al 30% en 1978. Una
primera etapa de construcción de grandes plantas de industria pesada, bajo el asesoramiento de miles
de ingenieros soviéticos, fue seguida de una descentralización de la industria por motivos estratégicos
que causó una gran dilapidación de recursos pero permitió una mayor difusión territorial de las fábri-
cas y de las cualificaciones de trabajo industrial. A ello se añadió otra peculiaridad: junto a las grandes
La Edad Dorada del capitalismo, 1945-1973 221

empresas estatales típicas de los sistemas comunistas, en China se desarrollaron pequeñas empresas
propiedad de los municipios que jugarían un papel decisivo en la época de las reformas.
Hacia el final de la época maoísta (que abarcó de 1949 a 1976), el modelo mostraba signos de
agotamiento y la pobreza en el campo todavía afectaba a más del 70% de la población. Sin embargo,
el balance económico del periodo maoísta es ambivalente. Los dos terribles momentos de colapso so-
cial y económico —el Gran Salto Adelante y la Revolución Cultural— disiparon muchos de los logros
que se alcanzaban en el desarrollo del país, además de comportar un enorme coste humano. A pesar
de ello, los grandes indicadores experimentaron una sustancial mejora respecto al pasado: el PIB se
triplicó; el PIB per capita aumentó un 80% y el peso de la industria en la producción nacional alcanzó
el 35%. Este crecimiento fue modesto en comparación con otros países, pero, desde el punto de vista
institucional, China era ahora, en contraste con el pasado, un país unificado y una entidad económica
cohesionada, lo que eran condiciones indispensables para el desarrollo económico.

7.4.3. La descolonización y la multiplicación de economías nacionales

En los quince años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, casi la totalidad de los territorios
coloniales se convirtieron en países independientes. Fue un fenómeno de gran trascendencia, ya que
ponía fin a dos siglos de dominio de las potencias europeas en Asia y África y provocaba la aparición
de decenas de nuevos Estados: en 1950 había 81 países en el mundo, pero en 1970 eran ya 134. El
proceso fue muy rápido. En 1947 proclamaban su independencia los territorios de la India británica y,
a partir de ese momento, los procesos de descolonización fueron afectando uno tras otro y de manera
más o menos traumática a los Imperios británico, francés y holandés. Hacia 1962 apenas quedaban
colonias en el mundo.
La oposición al dominio colonial se había incrementado durante el periodo de entreguerras, cuan-
do adquirieron protagonismo el nacionalismo y los movimientos por la independencia. Había varias
razones para ello. Por un lado, la caída de los precios de los productos primarios y el derrumbamiento
del comercio internacional durante la Gran Depresión afectaron gravemente a las colonias, que eran
exportadoras de materias primas. Ello extendió la crisis por estos territorios y generó descontento con
los administradores extranjeros. Por otra parte, bajo el dominio europeo se habían ido formando élites
económicas autóctonas que aspiraban a dirigir sus respectivos territorios. Además, la Segunda Guerra
Mundial relajó el control de las potencias sobre sus colonias, las cuales incluso tuvieron que acudir en
ayuda de sus metrópolis y aportar tropas propias.
En la postguerra se añadió otro factor: la nueva relación de fuerzas a escala mundial jugaba en
contra del colonialismo. Los Estados Unidos se mostraron, inicialmente, opuestos al dominio colonial
europeo y presionaron en contra de las intervenciones de las viejas potencias imperiales. Por su parte, la
Unión Soviética hizo del anticolonialismo uno de sus principios de política exterior y ayudó a muchos
movimientos independentistas, sobre todo a los de ideología comunista. Ambas superpotencias aspira-
ban, de este modo, a incrementar su influencia en los continentes africano y asiático, tanto por razones
económicas como geoestratégicas.
Al iniciar su andadura, los nuevos países tenían economías atrasadas y desequilibradas. La agri-
cultura era la actividad mayoritaria, que ocupaba a la mayor parte de la población activa, aunque en
algunos lugares tenía importancia la minería. En general, se trataba de un sector primario poco desarro-
llado, a excepción de subsectores reducidos que se habían orientado a la exportación a las metrópolis.
Por su parte, la industria sólo tenía cierta importancia en puntos muy específicos, como era el caso, por
222 Los tiempos cambian. Historia de la Economía

ejemplo, de Bombay o Calcuta en la India, pero la mayor parte de los nuevos países carecía de cualquier
instalación industrial moderna. En cuanto a las infraestructuras, eran precarias y, a menudo, poco útiles
para el desarrollo interno de los nuevos países. Ante esta situación, el objetivo central de la política
económica en el mundo postcolonial fue la industrialización, considerada como la vía imprescindible
para alcanzar el desarrollo económico.
Los planes iniciales de los nuevos gobiernos pronto chocaron con obstáculos imprevistos. Algunos
de estos obstáculos derivaban de la viabilidad de muchos de estos territorios como Estados. Mientras
en Asia los países tenían una historia precolonial como reinos, a veces milenarios, con un gobierno
centralizado y prácticas administrativas consolidadas, en África muchos de los nuevos Estados no
tenían ninguna tradición como tales y a menudo reunían en el interior de sus fronteras a poblaciones
muy diferentes desde el punto de vista étnico, lingüístico y religioso. El resultado fue la falta de con-
solidación interna de muchos de los nuevos Estados, con graves problemas de gobernabilidad. A ello
se añadió el impacto de la Guerra Fría, en tanto que las potencias se disputaron la influencia en estos
territorios, con una secuela de guerras civiles y dictaduras que limitaron las posibilidades de iniciar el
desarrollo. Algunos autores han situado en la “herencia colonial” el origen de estas dificultades, pero la
responsabilidad hay que buscarla también en las políticas aplicadas por los nuevos gobernantes que, en
muchos lugares, derivaron en corrupción generalizada y saqueo de los recursos, en complicidad a veces
con empresas y gobiernos occidentales.
Durante las primeras décadas de independencia, se produjo también una explosión demográfica sin
precedentes, tal como sucedía en Latinoamérica. Los países asiáticos, que ya estaban muy poblados con
anterioridad, ahora se convirtieron en gigantes demográficos: entre 1950 y 1980, la India pasó de 369 a
684 millones de habitantes (más del doble que toda América Latina) e Indonesia de 82 a 150. También
África conoció este fenómeno, aunque allí las densidades de población eran mucho más bajas: Nigeria
pasó de 31 a 74 millones y Kenia de 6 a 16. Estas cifras generaron graves problemas en estos países po-
bres, que debieron atender a la producción de alimentos. Como hemos señalado, los resultados fueron
muy diferentes en Asia y en África: mientras en la primera la revolución verde tuvo un éxito notable y
la producción creció más que la población, en África apenas hubo mejoras técnicas en la agricultura.
El campo siguió reteniendo a la mayor parte de la población activa, con niveles de productividad muy
bajos y elevadas tasas de pobreza.
Los intentos de industrialización se saldaron con resultados muy diversos: unos pocos países alcan-
zarían el éxito en pocas décadas, como sucedió en las antiguas colonias japonesas de Corea del Sur y
Taiwan; otros, como la India o Indonesia, sólo iniciaron el despegue industrializador, pero mantuvieron
elevadísimos niveles de pobreza entre su población; por último, la mayoría de países, sobre todo africa-
nos, apenas consiguieron mejorar sus niveles de desarrollo agrario e industrial. En casi todas partes, se
siguió alguna versión más o menos modificada del modelo latinoamericano de sustitución de importa-
ciones, pero su éxito fue aquí menor a causa del mayor grado de atraso de estos países.

7.5. HACIA UNA ECONOMÍA GLOBAL

Después del colapso del comercio y el préstamo internacionales durante la Gran Depresión y de las
excepcionales circunstancias de la Segunda Guerra Mundial, se reanudó la tendencia a la creación de
un único mercado global. Se ponía fin, así, a la desintegración económica de los años treinta: si en 1913
el comercio representaba el 8% del PIB mundial, en 1950 todavía no se había recuperado de la caída
La Edad Dorada del capitalismo, 1945-1973 223

y se situaba en el 5,5. En cambio, en 1973 se había elevado de nuevo al 10,5%. Por tanto, en compa-
ración con el periodo de entreguerras, la etapa que se iniciaba tras la Guerra suponía un retorno a la
mayor integración entre las economías, aunque de forma limitada si la comparamos con lo sucedido
más tarde, a finales del siglo XX, como veremos en el capítulo noveno.
Respecto a lo sucedido antes de 1914, la movilidad internacional de factores tuvo ahora menos
importancia relativa. Las migraciones representaron un peso menor en relación con la población de
los países afectados, aunque en términos absolutos las cifras eran semejantes: hacia 1970, cerca de un
millón de personas emigraban cada año fuera de sus países de origen. La dirección de los flujos mi-
gratorios cambió. Estados Unidos siguió siendo el principal receptor de emigrantes, pero las cifras no
volvieron a ser tan importantes como en el pasado. Además, Europa dejó de ser el punto de partida
para la emigración a los territorios de ultramar. En cambio se incrementaron los movimientos dentro de
los continentes americano y europeo. Sólo en la década de 1960 dos millones de latinoamericanos emi-
graron a Estados Unidos, mientras en Europa los países del sur —Portugal, España, Italia y Grecia— se
convirtieron en tierra de emigrantes hacia países más desarrollados, como Francia y Alemania. También
se intensificó el flujo desde las antiguas colonias a sus anteriores metrópolis: africanos a Francia o Gran
Bretaña; indios y pakistanís a Gran Bretaña.
Los flujos externos de capital también supusieron valores más bajos en relación con el PIB que antes
de 1914. Así, la inversión exterior de Estados Unidos en el periodo 1960-73 equivalía al 0,5% de su
PIB, frente al 4,6% que había supuesto para Gran Bretaña antes de 1914. Los mercados financieros
estuvieron muy regulados y se hicieron habituales los controles sobre la inversión y el préstamo interna-
cionales, aunque estos controles se fueron relajando con el tiempo. La inversión exterior se concentró,
sobre todo, entre los propios países desarrollados. Europa y Estados Unidos fueron responsables de la
mayor parte de la inversión exterior que, en buena medida, iba de uno a otro lado del Atlántico. Otras
economías, como Australia o Canadá, fueron las que recibieron más capital extranjero en relación con
su PIB. Y Japón se fue incorporando con fuerza como inversor en el exterior.
Buena parte de estos flujos estaban protagonizados por las empresas multinacionales, que invertían
directamente recursos generados en el país de origen para crear nuevas plantas en otros países, o bien
adquirían empresas del país receptor para ampliarlas o transformarlas. En todos los casos, se generaban
transferencias de tecnología. Por su parte, la inversión extranjera en los países en desarrollo fue menos
importante, pero creció a lo largo del periodo. En ocasiones, estuvo acompañada de injerencias en la
política de los países receptores para modificar decisiones de política económica o legislaciones no de-
seadas. Hubo casos en que la acción conjunta de algunas empresas multinacionales y del gobierno de
Estados Unidos contribuyó a derrocar regímenes políticos, como sucedió en Guatemala, Irán o Chile.
Había, sin embargo, un componente nuevo en los movimientos internacionales de capital: el cons-
tituido por la ayuda de los países desarrollados a aquellos que se encontraban en vías de desarrollo.
El principio inspirador era que los países atrasados, en virtud de su escasez de capital, sólo podrían
iniciar el desarrollo mediante un empuje proporcionado desde el exterior, en forma de donaciones o de
préstamos. Estados Unidos y los países europeos dedicaron recursos importantes a la ayuda. Ésta, sin
embargo, respondía a una multiplicidad de factores y no sólo a las necesidades o el nivel de pobreza del
país receptor. La búsqueda de influencia política por parte del país donante, en el contexto de la Guerra
Fría, era un factor habitual, así como los intereses económicos que ligaran a uno y otro país. Por su
parte, el Banco Mundial también contribuyó a la ayuda en forma de préstamos.
224 Los tiempos cambian. Historia de la Economía

LA COMUNIDAD ECONÓMICA EUROPEA

Seis países de Europa Occidental —Alemania, e Irlanda. Desde entonces, se irían sumando países
Francia, Italia, Bélgica, Holanda y Luxemburgo— fir- de la Europa Occidental y nórdica (España entró en
maban en 1957 el Tratado de Roma y creaban la 1986), hasta alcanzar en 1995 los quince miembros.
Comunidad Económica Europea (CEE). Era el inicio Aunque la integración fue un proceso continuado de
de la integración del continente, un proceso que sigue adhesiones, nuevas políticas y creación de institucio-
abierto en la actualidad y que ha significado un cam- nes comunes, hubo momentos decisivos, como la firma
bio de trayectoria en la historia de Europa. del Tratado de la Unión Europea o Tratado de Maas-
Esta integración había tenido unos precedentes. Al tricht en 1992. Allí se estableció el objetivo de una
finalizar la Segunda Guerra Mundial, las necesidades unión monetaria que exigía el cumplimiento de unos
de la reconstrucción y, más tarde, de llevar a la práctica criterios de convergencia (en inflación, tipos de interés,
las ayudas del Plan Marshall, exigieron mecanismos de déficit público, etc.) entre los países implicados, y que
cooperación entre países. La Unión Europea de Pagos culminaría con la entrada en circulación de la moneda
y la Organización Europea de Cooperación Económi- única, el Euro, el 1 de enero del 2002.
ca (OECE) fueron dos pasos en este sentido, aunque el Paralelamente se fueron consolidando las institucio-
antecedente más claro de la CEE nació en 1951: la nes de gobierno de la unión: la Comisión, con pode-
Comunidad Europa del Carbón y del Acero (CECA). res ejecutivos; el Consejo, formado por representantes
Estas experiencias previas generaron confianza y de los gobiernos nacionales; el Parlamento, elegido
canales para la colaboración y todo ello facilitó el por sufragio universal en toda la Unión; el Tribunal de
nacimiento de la CEE. Los seis países fundadores acor- Justicia; y el Tribunal de Cuentas.
daron establecer un mercado único y coordinar sus En la década final del siglo XX cambiaría sustan-
políticas económicas. El primer objetivo se materializó cialmente el contexto en el cual había surgido la CEE.
en la eliminación de aranceles y aduanas entre los Es- La desintegración de la Unión Soviética y la caída
tados miembros y en el establecimiento de un arancel del comunismo en el este de Europa provocaron la
común para los intercambios exteriores. Por su parte, unificación de Alemania en 1990 y la posterior incor-
la política económica común afectó, progresivamente, poración de países de esa parte del continente, hasta
a aspectos como el transporte, la armonización fiscal, alcanzar los 25 miembros en 2004.
la política monetaria, la agricultura, etc.La CEE se con- El proceso de unificación europea acompañó la
solidó con rapidez, al concurrir una serie de factores etapa de rápido crecimiento y mejora de los niveles
favorables: la voluntad política de los gobiernos, la im- de vida de la Edad Dorada y contribuyó a ello de
plicación de las opiniones públicas en la idea de una modo destacado. Tras la crisis de los años setenta,
Europa unida y el contexto de crecimiento económico la unificación cobró un nuevo sentido en un mundo
que se vivió en los años cincuenta y sesenta. A su vez, crecientemente globalizado en el que la competencia
la creación de un mercado de unos 180 millones de de nuevas grandes potencias como China obligaba
consumidores reforzó las bases del crecimiento. a profundizar en la unión para frenar la pérdida de
La primera ampliación de la CEE se produjo en influencia económica y política de Europa en el mun-
1972, con la entrada de Gran Bretaña, Dinamarca do.

La integración económica debida al comercio exterior aumentó en la parte más desarrollada del
mundo, pero no en el resto e incluso se produjo una ruptura de anteriores flujos y el consiguiente
aislamiento y separación entre bloques de países. Las barreras al comercio disminuyeron por el aban-
dono del proteccionismo en Estados Unidos y por los compromisos comerciales adquiridos por los
países capitalistas tras la Guerra. Además, procesos de integración regional como el de la Comuni-
dad Económica Europea contribuyeron decisivamente a ello. La liberalización afectó a los países más
La Edad Dorada del capitalismo, 1945-1973 225

desarrollados, pero fue menor entre éstos y los países en vías de desarrollo. De hecho, como hemos
visto, éstos últimos se caracterizaron por una política proteccionista y, en buena medida, opuesta a la
integración global: así, por ejemplo, Argentina pasó de unos aranceles ad valorem del 30% en los años
treinta a otros del 140% en 1960 e India del 16 al 80%. En Europa, la separación de los dos bloques
rompió la tradicional división internacional del trabajo y redujo el comercio mutuo. Así, mientras en
Occidente se producía una reconstrucción de la “economía nordatlántica”, en otra parte sustancial del
mundo los obstáculos al comercio eran mayores que antes de 1914. Los resultados pueden verse en el
Gráfico 7.5, que muestra cómo los países desarrollados ampliaron su dominio del comercio mundial
entre 1950 y 1980. Paralelamente, aumentaba su grado de apertura, que había disminuido mucho en
la etapa de entreguerras: las exportaciones como porcentaje del PIB pasaron del 7,6 al 15,2 en Francia,
del 6,2 al 23,8 y del 3 al 4,9 en Estados Unidos. A la altura de 1973 esta apertura comercial era mayor
que antes de 1913. Sin embargo, en los países en vías de desarrollo, donde dominaba la sustitución de
importaciones, había sucedido lo contrario: Argentina, Brasil o India tenían en 1973 economías menos
abiertas que en 1917.

Gráfico 7.5
Distribución del comercio mundial de mercancías. 1950-1980

Fuente: Elaborado a partir de UNCTADstat.

Aunque la mayor parte del comercio tenía lugar entre los países desarrollados, ello no impidió que
los flujos entre éstos y los países en desarrollo aumentaran en los dos sentidos: los países ricos expor-
taban bienes de equipo y productos tecnológicamente avanzados, mientras los países subdesarrollados
vendían bienes de consumo intensivos en trabajo o en capital de baja complejidad tecnológica, además
de materias primas. En cuanto a los alimentos, se produjo en estas décadas un cambio paradójico: los
países industrializados se consolidaron como los grandes exportadores, sobre todo de cereales —con
Estados Unidos como primer exportador mundial y Europa occidental pasando de importadora a ex-
226 Los tiempos cambian. Historia de la Economía

portadora—, mientras los países fundamentalmente agrarios se convirtieron en importadores netos de


alimentos. En 1972-74, los países desarrollados realizaban el 64% de las exportaciones agrarias del
mundo, mientras los países en desarrollo aportaban tan sólo el 36%. Esta pauta respondía a varias
causas. Los países industriales fueron muy proteccionistas en cuanto a los productos agrarios: Estados
Unidos, con la legislación protectora iniciada en los años treinta y los subsidios a las exportaciones, y
Europa Occidental con la Política Agraria Común iniciada en 1962, protegieron sus agriculturas. La
demanda de alimentos básicos aumentaba ya muy lentamente en estas áreas desarrolladas donde la
población crecía de manera moderada, con el consiguiente problema de bajos precios, y esto fue lo que
llevó a estas políticas. Sin embargo, la explosión demográfica en los países pobres generó una demanda
creciente de cereales, lo que permitió aumentar las exportaciones de los países ricos. De hecho, Estados
Unidos consolidó en esta época su papel como “granero del mundo”. También cobró importancia el
envío de alimentos como ayuda para situaciones de emergencia, lo que daba salida a los excedentes de
producción.
Además de los flujos de factores y productos, la expansión de la interdependencia económica entre
las diferentes regiones del planeta tuvo otras manifestaciones de tipo más cualitativo y con repercusio-
nes más allá de la economía. Las pautas de consumo que habían nacido en Estados Unidos se difundie-
ron ahora a otras partes del mundo, en especial a Europa y, en menor medida, también a los países en
desarrollo, donde grupos reducidos de la población urbana con rentas elevadas accedieron al consumo
de masas. La prosperidad y el éxito se identificaban en otras partes del mundo con la imitación de las
pautas estadounidenses (the american way of life) y éstas venían acompañadas de novedades culturales
en la música y el cine. Por su parte, en los países comunistas, los gobiernos trataron de evitar esta difu-
sión mediante la regulación estricta de la información a la que tenían acceso sus habitantes, en general
controlada y dirigida desde el gobierno, y este aislamiento fue uno de los motivos de deslegitimación de
aquellos regímenes y, a la larga, una de las causas de su derrumbamiento.
Así pues, durante el periodo estudiado en este capítulo, puede asegurarse que se dieron pasos decisi-
vos hacia la creación de un mercado global. Entre ellos se encuentran, de manera destacada, las institu-
ciones nacidas en Bretton Woods y las que después continuaron y desarrollaron su espíritu. Como hemos
visto, la aplicación no se hizo plenamente como sus fundadores habían previsto y en muchos aspectos se
avanzó de manera lenta, como es el caso de la liberalización comercial. Pero lo importante es que que-
daron como un marco de referencia hacia el que había que tender, en el cual se inspirarían las políticas
económicas de un número creciente de países. Precisamente conforme nos acercamos al final del periodo,
una de esas instituciones, el sistema monetario centrado en el dólar, se volvía cada vez más difícil de man-
tener. La situación en la inmediata postguerra de supremacía absoluta de los Estados Unidos respecto a
Europa y Japón había cambiado radicalmente. En 1978, EE.UU. alcanzó un déficit exterior de 15.000
millones de dólares, mientras Japón acumulaba un superávit de 17.000 millones, Alemania de 9.000 y el
resto de la CEE de 11.000. Como veremos en el capítulo noveno, este cambio relativo de posiciones en
la economía global habría de influir de modo decisivo en la crisis iniciada en 1973.

BIBLIOGRAFÍA

Básica
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Complementaria
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