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Capítulo 3

La Revolución Industrial

La Revolución Industrial alteró el curso de la historia. Con ella se transformaron de manera radical
los métodos de producción y la organización de la sociedad. La agricultura dejó de ser la actividad
fundamental y la industria pasó a desempeñar un papel mucho más relevante dentro de la economía,
aumentando su contribución tanto al PIB como al empleo. La producción aumentó y también se
modificó la organización productiva. La mecanización, la sustitución de las fuentes de energía tradi-
cionales por el vapor y la consolidación de la fábrica, generaron un incremento de la productividad,
es decir, de la cantidad producida por trabajador y por unidad de tiempo. La Revolución Industrial
convirtió a Gran Bretaña en la ‘fábrica del mundo’ y en la primera potencia económica, política y
militar. La producción por habitante aumentó de manera gradual y sostenida a pesar del fuerte au-
mento demográfico. Al mismo tiempo que la sociedad británica dejaba atrás la trampa maltusiana,
su estructura experimentó profundos cambios. El medio rural fue reemplazado por el urbano, y el
trabajo por cuenta propia por el asalariado. La producción pasó de estar orientada a la subsistencia
a destinarse al intercambio en los mercados, y emergió con fuerza la lucha de clases entre dos nuevos
grupos sociales: el de los propietarios del capital y la clase obrera. Otros países occidentales siguie-
ron el ejemplo británico y se industrializaron a lo largo del siglo XIX. Como resultado, el bienestar
económico en estos países mejoró a un ritmo mucho mayor que el de los países no industrializados,
engrandeciendo y consolidando la divergencia económica.

Thomas Newcomen construye James Watt y


un motor de vapor para una Matthew Boulton se Se inaugura
mina de carbón asocian formando la primera
‘Boulton & Watt’ línea de tren Exposición
Henry Cort introduce de pasajeros
los procesos de Universal
John Hargreaves entre
pudelado y laminado en el
Revolución inventa la Stockton y Palacio de
Gloriosa ‘spinning Jenny’ Darlington Cristal

1694 1733 1769 1779 1796 1846

1688 1712 1764 1775 1784 1825 1851

John Kay patenta el Samuel Crompton


primer telar manual patenta la ‘mule’ Derogación
con lanzadera de las Leyes
Fundación volante del Grano
del Banco de Edward Jenner descubre
Richard Arkwright
Inglaterra la vacuna de la viruela
patenta la ‘water frame’

Alfonso Díez Minguela y Julio Martínez Galarraga


78 Los tiempos cambian. Historia de la Economía

3.1. INTRODUCCIÓN

La Revolución Industrial transformó la economía y la sociedad británica entre los siglos XVIII y
XIX. El cambio en la estructura económica fue muy destacado. La agricultura y la ganadería fueron
cada vez menos relevantes dentro de la producción total o PIB, mientras la actividad textil, extracti-
va, metalúrgica y financiera prosperaron. No sólo cambió la importancia entre sectores y la cantidad
producida, que aumentó de forma sostenida, sino que la forma de producir experimentó una completa
revolución. Con ello, la sociedad británica pudo escapar de la trampa maltusiana y se modernizó, urba-
nizándose y secularizándose. En las últimas décadas del siglo XIX, otros países de Europa Occidental
y también Estados Unidos, siguiendo el ejemplo británico, se industrializaron. En el siglo XX lo hizo
Japón y un grupo reducido de países más vinculados al núcleo inicial, Canadá, Australia, Nueva Zelan-
da y algunos países europeos como España. Desde entonces la población mundial se ha septuplicado y
el bienestar económico mundial, medido como ingreso medio o PIB por habitante, longevidad, estatura
o tasa de alfabetización ha mejorado sustancialmente. ¿Qué causas motivaron una transformación
tan importante? ¿Cuáles fueron los principales cambios económicos y sociales ocurridos durante la
Revolución Industrial? Para abordar su análisis, este capítulo se organiza en tres secciones. Primero, se
analizan los factores que explican la industrialización británica. Tras ello, se describen algunas de las
transformaciones sociales más relevantes. El capítulo concluye evaluando el impacto de la Revolución
Industrial en la economía mundial.

3.2. LA INDUSTRIALIZACIÓN BRITÁNICA

La industrialización británica se cimentó sobre tres grandes transformaciones. La primera fue la


sustitución del trabajador por la máquina en algunos procesos productivos: la mecanización es una
de las características fundamentales de la Revolución Industrial. Ahora bien, como las máquinas de-
mandaban más energía, una segunda gran transformación fue la sustitución de las fuentes de energía
tradicionales. La energía hidráulica y especialmente el motor de vapor alimentado con carbón mineral
permitieron aumentar la oferta energética, necesaria para lograr una mecanización completa. Final-
mente, la tercera gran transformación fue la sustitución de la producción artesanal por la obtenida en
fábricas equipadas, a su vez, con máquinas accionadas por ruedas hidráulicas y/o motores de vapor.
La fábrica, un edificio dedicado exclusivamente a la fabricación de bienes trajo consigo la división del
trabajo que permitió una mayor especialización y un aumento de la cantidad producida por trabajador.
Como resultado, la escala productiva aumentó y la productividad mejoró.

3.2.1. La sustitución del trabajador por la máquina

Desde un punto de vista teórico la sustitución del trabajador por la máquina puede explicarse sin-
téticamente tomando en consideración los precios relativos de los dos factores de producción básicos:
trabajo y capital. Cabe recordar que el precio del trabajo y del capital viene dado por el salario y el tipo
de interés respectivamente. Si los salarios son elevados y los tipos de interés bajos existirá un incentivo
económico para mecanizar la producción, reemplazando trabajo por capital. Así pues, si el precio del
capital no se incrementa, unos ‘salarios elevados’ incentivan la sustitución del trabajador por máqui-
nas. Además, estos favorecen también un aumento de la demanda interna que estimula una mayor
La Revolución Industrial 79

producción. Sin embargo, para que esto pueda tener lugar, es necesario un marco institucional donde
no existan las barreras y restricciones que, como se ha analizado en el capítulo segundo, dominaban la
economía preindustrial. Este es el proceso que tuvo lugar en Gran Bretaña, aunque también en otras
zonas de Europa, en los siglos XVII y XVIII.
Esta sección está dedicada a mostrar cómo Gran Bretraña se convirtió en una economía de ‘salarios
elevados’, en la que además el precio del capital fue reduciéndose y estabilizándose durante el siglo
XVIII, antes de la Revolución Industrial. Ello se ha vinculado con la expansión comercial británica
desde comienzos del siglo XVII. Por un lado, la actividad comercial habría estimulado el crecimiento
urbano, en particular de Londres, impulsando el desarrollo de otras actividades económicas. Esta pros-
peridad habría motivado unos ‘salarios elevados’ y una mayor acumulación de capital. Por otro, el auge
del comercio, además de favorecer el desarrollo de un sistema financiero, fomentó una profunda trans-
formación que llevó a una consolidación de un marco institucional que ofrecía una mayor garantía de
los derechos y libertades económicas.

Gráfico 3.1
Ratio de subsistencia para trabajadores de la construcción en Londres, Ámsterdam, Viena, Valencia,
Delhi, y la región china del delta del río Yangtsé, 1400-1850

Nota: Medias de 50 años; Salario anual de un trabajador de la construcción asumiendo 250 días de trabajo al año. Coste de la
subsistencia para una unidad familiar compuesta por dos adultos y dos niños, equivalente a tres cestas de subsistencia. Salarios
y precios expresados en gramos de plata.

Fuente: Allen R. C. (2009), The British Industrial Revolution in Global Perspective, Cambridge University Press (Figure 2.3; p.
40).
80 Los tiempos cambian. Historia de la Economía

En relación con los salarios y aunque la evidencia histórica sea escasa, existen series de precios y
salarios para algunas ciudades/regiones y para determinados bienes/ocupaciones que permiten compro-
bar lo que se acaba de indicar. Para evaluar si los salarios británicos eran comparativamente elevados
es necesario establecer una cesta de subsistencia para diversas ciudades y/o regiones. Por ejemplo, una
que represente un aporte energético mínimo de 2.000 calorías diarias por persona adulta. Una vez
conocidos los precios de los bienes incluidos en esta cesta, se calcula cuántas cestas podría adquirir un
trabajador con su salario nominal, lo que se conoce como su ratio de subsistencia. Si la ratio equivale
a 1, estaría en el nivel mínimo de subsistencia. El gráfico 3.1 ilustra la ratio de subsistencia para traba-
jadores de la construcción en varias ciudades/regiones entre 1400-1850. En las ciudades de Ámsterdam
y Londres, la ratio de subsistencia de los trabajadores de la construcción triplicaba, y en algún caso,
cuadriplicaba el nivel mínimo de subsistencia. Los trabajadores de la construcción en Ámsterdam y
Londres disfrutaban, por tanto, de unos ‘salarios elevados’, por encima de otras ciudades europeas,
Viena y Valencia, y asiáticas, Delhi, y la próspera región china del delta del río Yangtsé. Aunque la
construcción era sólo una de tantas actividades económicas y, además, Londres representaba sólo una
parte de la economía británica, esta información es un buen punto de partida.
Para que se produjera esta situación favorable a la sustitución del trabajo por la máquina, fue
decisiva la influencia de los acontecimientos ocurridos durante los siglos XVII y XVIII. La expansión
comercial, como se acaba de indicar, es uno de los más importantes. El descubrimiento de América
y la apertura de la ruta marítima a la India por el cabo de Buena Esperanza desempeñaron un papel
fundamental, intensificando el comercio transoceánico. Este aumento de los intercambios permitió una
mayor acumulación de capital; impulsó la construcción naval y residencial, las finanzas y los seguros;
estimuló el consumo; y motivó algunos cambios relevantes en el marco institucional. Algunas ciudades
portuarias atlánticas, entre ellas Londres, aunque también Ámsterdam, Hamburgo, Lisboa o Sevilla
prosperaron rápidamente. A principios del siglo XVI, se estima que residían en ella entre 50.000-70.000
personas, aproximadamente un 1-2% de toda la población británica. En 1750, superaba ampliamente
el medio millón, alrededor de un 10%. Londres crecía, los trabajadores de la construcción londinenses
disfrutaban de unos ‘salarios elevados’ y la actividad agropecuaria empleaba proporcionalmente menos
trabajadores que en otras regiones.
El origen de esta situación fue la dedicación al comercio de lana bruta a partir de la cual se expan-
dió una manufactura lanera de forma que los tejidos reemplazaron a la materia prima como principal
exportación. En 1700, los paños de lana representaban alrededor de la mitad del total exportado. Aun
así, sería el auge comercial vinculado con el comercio transoceánico el que consolidaría a Londres
como gran centro económico. En 1588, la derrota de la ‘Armada Invencible’ fue aprovechada por los
marineros neerlandeses e ingleses para explotar tanto la piratería como el comercio transoceánico que
había sido monopolizado por la flota hispano-lusa. Los galeones cargados con plata americana eran
una tentación. Cabe destacar que la plata y el oro eran fuertemente demandados porque eran los princi-
pales medios de pago en las transacciones comerciales. En 1600, Isabel I concedió a una agrupación de
comerciantes ingleses, la Compañía de las Indias Orientales, el monopolio del comercio con Oriente. La
sociedad rivalizaría con su homónima neerlandesa, fundada en 1602, por el comercio con la península
arábiga, el subcontinente indio, el sudeste asiático, China y Japón. En 1773, la re-exportación de bienes
coloniales y orientales representaba alrededor del 37% de todas las exportaciones inglesas. Los paños
de lana alrededor de un 27%.
Especias, café, té, porcelana, tejidos de algodón y seda, fueron importados desde Oriente. El refina-
miento asiático fascinó a los europeos que anhelaban sazonar sus alimentos —en no pocas ocasiones
para ocultar su mal estado—, vestir prendas de algodón más confortables que las de lana, o beber café
o té en tazas de porcelana siempre y cuando pudieran permitírselo. El comercio estimuló el consumo
La Revolución Industrial 81

y, por tanto, la demanda interna. Ello impulsó la «revolución industriosa» y la monetización de la eco-
nomía. En el pasado, el trueque y la moneda se habían complementado. El auge del comercio aumentó
la demanda de moneda y, por tanto, la acuñación de monedas de oro y plata. Las importaciones de
oro y, sobre todo, plata americana permitieron una mayor monetización que junto a la expansión del
consumo, indican la creciente relevancia de los intercambios a través del mercado; en particular, en
las grandes ciudades portuarias entre las que ocupaba un lugar destacado Londres, con unos “salarios
elevados”.

LA «REVOLUCIÓN INDUSTRIOSA»

“…Europa noroccidental y la Norteamérica británica experimentaron una «revolución industriosa» durante el largo
siglo XVIII, de 1650 a 1850, más o menos, en la que un número creciente de hogares realizaron una redistribución
de sus recursos productivos de forma que incrementaron a la vez la oferta de actividades orientadas al mercado que
permitían ganar dinero y la demanda de los bienes ofrecidos en el mercado.”
Jan de Vries (2009: ‘La revolución industriosa’)

La «revolución industriosa» plantea que el afán con- que se conservan de los inventarios post-mortem de
sumista en Europa noroccidental y las colonias británi- la época. Por tanto, comprar azúcar o té obligaba a
cas en Norteamérica provocó una reasignación de los realizar una transacción en un mercado. Ciertamente,
recursos productivos de los hogares, es decir, horas tanto en los Países Bajos como en Gran Bretaña, la
de trabajo. La expansión comercial había creado nue- actividad comercial había estimulado el desarrollo y
vas oportunidades de consumo para las familias. La crecimiento de otras actividades, e incrementado el
voluntad de adquirir estos nuevos bienes generó un trabajo por cuenta ajena como asalariado, especial-
incentivo para reasignar las horas de trabajo dentro mente en las grandes ciudades. Los trabajadores asa-
de la unidad familiar. Por un lado, se aumentaron las lariados recibían moneda con la cual podían realizar
horas destinadas al trabajo remunerado y se redujo transacciones en los mercados.
el tiempo dedicado al ocio. Por otro, mujeres y niños En el medio rural las condiciones eran diferentes
tuvieron una participación más activa en el mercado porque tanto los mercados como la moneda ejercían
de trabajo. Además, tras la Reforma Protestante se fue- un papel menos relevante. Sin embargo, la expansión
ron reduciendo progresivamente los días festivos a lo comercial también contribuyó al desarrollo de la in-
largo del año. Los estudios muestran que en el caso de dustria textil rural (paños de lana y tejidos de lino),
Londres, las horas de trabajo al año aumentaron nota- conocida como proto-industria, que aprovechaba la
blemente entre 1750 y 1800, pasando de 2.300 a temporalidad del trabajo agrícola. Hogares enteros,
3.300 horas anuales. hombres, mujeres y niños participaron en esta activi-
Este aumento en el esfuerzo laboral generó los dad económica, tejiendo o hilando en las horas que
ingresos necesarios para satisfacer las nuevas nece- dejaba libres la actividad agraria. Estos hogares re-
sidades de consumo en las sociedades de la Europa asignaron sus recursos productivos, trabajando más
Atlántica. Como consecuencia, las pautas de consumo horas y generando unos ingresos extraordinarios que
variaron. A comienzos del siglo XVIII, se estima que permitían una mayor capacidad de consumo. De esta
el consumo anual de azúcar era alrededor de 2-3 ki- manera, una parte del tiempo empleado en activida-
logramos por habitante. Un siglo después, superaba des poco productivas pasó a ser destinado a activi-
los 9 kilogramos. Del mismo modo, el consumo de dades productivas. Además, este trabajo remunerado
otros bienes de consumo, muchos de ellos importados, monetizaba la economía rural, permitiendo el acceso
como tejidos de algodón y seda, porcelana, té o ta- a los mercados donde se vendían los bienes de con-
baco también aumentó, como demuestran los registros sumo.
82 Los tiempos cambian. Historia de la Economía

El auge de los intercambios con otras regiones del mundo también fomentó una profunda transfor-
mación del marco institucional que sentó las bases para lograr una mayor estabilidad política y eco-
nómica. Fue, como vamos a comprobar a continuación, un dilatado proceso que condujo a un mayor
reconocimiento de las libertades y derechos políticos y económicos, y a un aumento de la eficiencia en
el uso de los recursos financieros. Entre las principales actuaciones económicas de la Corona estaba la
apropiación de excedentes a través de impuestos y la concesión arbitraria de privilegios y monopolios
que coartaban la iniciativa individual y, por tanto, la competencia y la eficiencia. El nuevo marco ins-
titucional limitó los privilegios y arbitrariedades de la Corona y consolidó un contexto en el cual los
derechos individuales tuvieran mayores garantías. Se produjo un avance de la libertad económica, un
mayor respeto a las iniciativas de los individuos y a la recompensa del riesgo asumido en sus decisiones
económicas. El cambio en el marco institucional, al mismo tiempo, mejoró la gestión de la hacienda
pública a medida que lo hacían las libertades y derechos, y fomentó el desarrollo de un sistema finan-
ciero que canalizaría el ahorro, resultado de la acumulación de capital. En este sentido, la estabilidad
política y económica, la garantía de los derechos de propiedad, las reformas tributarias y las mejoras en
el sistema financiero, permitieron reducir y estabilizar los tipos de interés, facilitando el acceso al capital
y, por tanto, la inversión. Así pues, este nuevo marco institucional, menos autocrático, rompía una de
las barreras al cambio económico descritas en el capítulo segundo y que en sus aspectos empresariales
se volverán a analizar en el siguiente.
El inicio del cambio puede fecharse en el reinado de Isabel I cuando la concesión de cédulas, mo-
nopolios y patentes reales provocó tensiones mucho mayores que en el pasado. Los privilegios reales
eran, junto con impuestos y aranceles, el principal instrumento de recaudación de la hacienda pública.
Tras Isabel I la laxa discrecionalidad fiscal continuó, aumentando con ello el endeudamiento público.
Para afrontar la creciente deuda, su sucesor Jacobo I ejerció su poder absoluto y estableció nuevos im-
puestos y privilegios. En contra de ello en 1624, el parlamento aprobó el Estatuto de Monopolios que
ilegalizaba los monopolios y patentes reales concedidos a perpetuidad y establecía unas pautas para su
concesión, rompiendo así con la arbitrariedad del monarca. Por ejemplo, las patentes serían concedidas
para las invenciones por un máximo de 14 años.
La aprobación del Estatuto de Monopolios por un parlamento formado en su mayoría por terra-
tenientes, pero con una presencia creciente de comerciantes e industriales, resultó una afrenta para la
monarquía. Sin embargo, el endeudamiento de la hacienda pública seguía siendo un problema y el su-
cesor de Jacobo I, Carlos I, instauró nuevos impuestos, confiscó y expropió propiedades. El parlamento
se opuso a estas medidas que violaban las libertades y derechos adquiridos, solicitando una garantía
constitucional: la Petición de Derechos de 1628. Carlos I hizo caso omiso y las desavenencias entre los
leales a la monarquía y los parlamentaristas aumentaron, dando lugar a una sucesión de Guerras Ci-
viles (1642-45; 1648-49; 1649-51). En 1649, Carlos I fue juzgado, sentenciado a muerte y decapitado
en público. Oliver Cromwell que había liderado la victoria de los parlamentaristas, asumió la figura de
‘Protector’ de la Mancomunidad de Inglaterra, Escocia e Irlanda hasta su fallecimiento.
Esta división interna en Gran Bretaña y el final de la Guerra de los Treinta Años (1618-48) fue
aprovechada por los Países Bajos para extender sus redes comerciales en Oriente. Sin embargo, esto
era una grave amenaza para los intereses comerciales de la Compañía Inglesa de las Indias Orientales.
Los conflictos armados contra los Países Bajos se sucedieron (1652-54; 1664-67; 1672-74). Además, el
parlamento aprobó un conjunto de leyes, entre 1651-60, orientadas a proteger el comercio, las Actas
de Navegación. Las Actas de Navegación establecieron que las importaciones debían embarcarse en
navíos ingleses o de la región exportadora. Igualmente, prohibían que las colonias comerciaran directa-
mente con terceros. La exportación de bienes coloniales o ‘enumerados’, como azúcar, algodón bruto,
café, cacao o tabaco, debía pasar por un puerto inglés antes de alcanzar su destino final. Además, a
La Revolución Industrial 83

partir de 1662, se limitó el uso de navíos construidos en el extranjero. Así, la construcción naval se
convirtió en una de las principales actividades económicas junto con la agricultura, la industria lanera,
el comercio y la construcción.
La monarquía fue restaurada con la coronación de Carlos II en 1660. La restauración fue una vuelta
al ‘status quo’ donde la monarquía ejercía un poder absoluto. No obstante, la decapitación de Carlos I
permanecía en la memoria colectiva. En 1688, Jacobo II, que había sucedido a Carlos II, fue depuesto
por el parlamento que un año después coronaba a su hija, María, y su cónyuge Guillermo. El nuevo
rey, Guillermo III, era príncipe de Orange y estatúder, es decir, máxima figura política, de las Provincias
Unidas de los Países Bajos. Con su coronación como rey de Inglaterra, Escocia e Irlanda, el archienemi-
go neerlandés pasó a ser un fiel aliado, sobre todo, contra potencias europeas emergentes como Francia:
Guerra de la Gran Alianza (1688-97) y Guerra de Sucesión (1701-14). Además, Guillermo de Orange
representaba la posibilidad de consolidar un nuevo marco institucional moderno, similar al establecido
en los Países Bajos y que resultaba más propicio a los intereses de comerciantes e industriales. Este he-
cho muestra el mayor peso que estos últimos iban adquiriendo en el parlamento.

Gráfico 3.2
Precio relativo entre el trabajo y el capital (Londres 1600=1)

Fuente: Allen R. C. (2009), The British Industrial Revolution in Global Perspective, Cambridge University Press (Figure 6.1; p.
139).
84 Los tiempos cambian. Historia de la Economía

La Revolución Gloriosa de 1688 y la Declaración de Derechos de 1689 transformaron radical-


mente el marco institucional. La Declaración de Derechos limitaba el poder absoluto de la monarquía,
garantizando las libertades y derechos políticos y económicos. Leyes, aranceles, impuestos, monopolios
y patentes pasaron a tener que ser aprobadas/ratificadas por el parlamento. De esta manera, la mo-
narquía absoluta dio paso a una monarquía parlamentaria. En el resto de Europa, con la excepción de
los Países Bajos y otras pequeñas repúblicas, el absolutismo se mantuvo, aunque fuera erosionándose
gradualmente. Un buen ejemplo es Francia, donde no llegó a su fin hasta un siglo más tarde, con la
Revolución de 1789 y la decapitación del rey Luis XVI en 1792.
Desde 1688, la hacienda pública estuvo sujeta al control del parlamento, que cada año debía apro-
bar y publicar las cuentas de la Corona. Debido a los altos costes de los conflictos armados en los que
participó Inglaterra, su financiación fue un reto para la recién instaurada monarquía parlamentaria.
Entre 1688-97, el gasto militar representaba alrededor del 70% del gasto total de la hacienda pública.
En el pasado, la recaudación de impuestos se había adjudicado a agentes privados, imposibilitando una
contabilidad. Para mejorar tanto la eficiencia como la transparencia, el parlamento introdujo varias
medidas. Aun así, para aquella sociedad aumentar impuestos y conceder privilegios eran políticas aso-
ciadas con el absolutismo. El desafío consistía en lograr crédito y financiación sin tener que aumentar
la presión fiscal o restringir las libertades económicas mediante el establecimiento de monopolios. No
obstante, el crédito y la financiación estaban limitados porque no existían instrumentos capaces de
canalizar el ahorro existente y la escasez encarecía el capital, estimulando la usura. De hecho, los tipos
de interés eran poco estables y bastante elevados.
En 1694, un banquero escocés, William Patterson, planteó una propuesta al parlamento que daría
lugar a la creación del Banco de Inglaterra. Consistía en un préstamo de £1.200.000 para financiar los
conflictos armados en curso. A cambio, los subscriptores de este capital se convertirían en accionistas
de la nueva entidad financiera. El parlamento aprobó la propuesta, dando lugar a una entidad con
capital privado y sede en Londres, como la mayoría de las grandes compañías comerciales. Aunque su
primera misión fue financiar al Estado, pronto amplió la cartera de clientes y los servicios financieros,
admitiendo depósitos. El Banco de Inglaterra estimuló la actividad financiera, sobre todo, en Londres.
Junto a otros bancos y entidades financieras canalizó el ahorro disponible, creando mercados de deuda
y mercados bursátiles. Del mismo modo, el riesgo de confiscación y expropiación se había reducido
con la Declaración de Derechos de 1689. La escasez de crédito y la usura dieron paso a unos tipos de
interés reducidos y con baja variabilidad. El gráfico 3.2 ilustra la evolución de la ratio entre el salario y
el precio del capital en Londres, Estrasburgo y Viena. En Londres, la tendencia ascendente señala que el
precio del trabajo aumentó más que el precio del capital en los años previos a la Revolución Industrial.
Unos tipos de interés estables y reducidos en un contexto de ‘salarios elevados’ eran elementos que in-
centivaban la búsqueda de innovaciones que permitieran la sustitución del trabajador por la máquina.
Con todo, estos precios relativos del trabajo y el capital favorables a la mecanización no son con-
dición suficiente para que ésta tenga lugar, porque el nivel de desarrollo tecnológico puede hacerla
imposible si no existen las máquinas capaces de replicar el trabajo humano. Por esto, la mecanización
también demandó diversas innovaciones tecnológicas fueran invenciones o continuas y graduales mejo-
ras de una tecnología conocida. La Revolución Industrial se caracterizó por una oleada de invenciones.
La aplicación práctica de éstas dio lugar a innovaciones que permitieron mecanizar algunos procesos
productivos. En Gran Bretaña, la actividad textil y metalúrgica concentraron los mayores esfuerzos. La
demanda interna había estimulado el desarrollo de estas actividades, pero tanto el hilado y tejido como
la forja del hierro eran procesos productivos intensivos en mano de obra, lo cual limitaba su expansión.
Su mecanización impulsó la industrialización.
Los primeros pasos se dieron en la actividad textil, de forma que esta industria se ha convertido
en el emblema de la Revolución Industrial. Un paño de lana o cualquier tejido de algodón/lino/seda es
La Revolución Industrial 85

resultado de varios procesos como el hilado y tejido. Tradicionalmente, el tejido se realizaba a mano o
en telares. En el telar, un hilo, la trama, se entrecruzaba a un conjunto de hilos tensionados, la urdimbre.
Una vez realizado el entrecruzado, el tejedor, que habitualmente era un hombre, prensaba con fuerza y
repetía esta operación hasta finalizar la tela. Asimismo, en un telar grande el entrecruzado demandaba
varios operarios. En 1733, el hijo de un industrial lanero, John Kay (1704-c.1764), patentó un telar ma-
nual que incorporaba un mecanismo, la lanzadera volante, que permitía entrecruzar trama y urdimbre
con menos esfuerzo y, sobre todo, con mayor velocidad. Esta micro-invención fue uno de los primeros
pasos en la mecanización de la industria textil. La lanzadera volante se difundió rápidamente por los
condados de Lancashire y Yorkshire, noroeste de Inglaterra, donde una gran parte de la industria lanera
estaba ubicada. No obstante, la patente fue infringida repetidamente. Kay recurrió a la justicia pero sin
éxito y, arruinado, emigró a Francia donde falleció. La lanzadera volante mejoró la productividad en el
tejido dado que ahorraba trabajo empleando menos operarios y facilitaba la ardua tarea de entrecruzar
trama y urdimbre. Como consecuencia, la demanda de hilo aumentó.
Por su parte, el hilado, habitualmente realizado por mujeres, era un proceso que exigía destreza.
Desde la Edad Media, la rueca y la rueda de hilar habían facilitado esta tarea. La rueda se accionaba
con una mano y con la otra se enrollaba el hilo en un carrete/huso. Paulatinamente, se incorporaron
varias mejoras como por ejemplo, un pedal para accionar la rueda que liberaba las manos. Aun así,
las mejoras en productividad asociadas con estas micro-invenciones fueron insuficientes y la creciente
demanda de hilo motivó un aumento de salarios y empleo. La oferta de hilo no satisfacía la demanda
de los tejedores, limitando la expansión de la actividad textil. En 1764, un hilandero y tejedor de Lan-
cashire, James Hargreaves (1720-1778), inventó una máquina capaz de hilar varios carretes simultá-
neamente. Esta macro-invención, la spinning Jenny, permitía aumentar la productividad en el hilado,
sustituyendo varios trabajadores por una máquina, es decir, capital. Algunos estudios estiman que la
productividad de una spinning Jenny típica de 24 husos triplicaba la de una rueda de hilar. Esta máqui-
na revolucionó la actividad textil no sin fuerte resistencia por parte de los artesanos. En 1811, se estima
que había alrededor de 150.000 spinning Jenny en Gran Bretaña. Esta macro-invención motivó la
mecanización de un proceso intensivo en mano de obra que había limitado el desarrollo de la actividad
textil. En este sentido, tanto Hargreaves como Kay tenían una gran experiencia en la actividad textil.
La lanzadera volante y la spinning Jenny fueron resultado de la observación, experimentación, ingenio
y esfuerzo. Además, la vulneración de estas patentes no frenó el progreso tecnológico.

3.2.2. La sustitución de las fuentes de energía tradicionales

La lanzadera volante y la spinning Jenny mejoraban la productividad en el tejido e hilado. Sin


embargo, la progresiva sustitución del trabajador por la máquina planteaba un nuevo desafío, esta
vez energético. Los telares y la spinning Jenny eran máquinas pequeñas porque debían ser accionadas
manualmente. De hecho, las principales fuentes de energía mecánica, capaces de generar movimiento,
eran tanto el esfuerzo animal y humano como el viento y la fuerza del agua. En 1759, John Smeaton
(1724-92) publicó un estudio sobre la eficiencia energética de los molinos de agua. Sus resultados
demostraban que la eficiencia energética aumentaba cuando la rueda hidráulica era impulsada por la
parte superior. La fuerza y el peso del agua, consecuencia de la gravedad, generaban una mayor rota-
ción y, por tanto, energía mecánica. Smeaton había estudiado un fenómeno para comprender mejor su
funcionamiento. El estudio, la experimentación y el método científico estimularían uno de los mayores
avances tecnológicos: el motor de vapor. Esta macro-invención ofrecía la posibilidad de generar energía
mecánica empleando vapor de agua obtenido a partir de la combustión de carbón mineral. El motor de
vapor aumentó la oferta energética, transformando una economía orgánica en inorgánica con el carbón
86 Los tiempos cambian. Historia de la Economía

mineral como principal fuente de energía. Además, revolucionó la minería y el transporte tanto maríti-
mo como terrestre, estimulando una mayor integración de la economía británica y mundial.
En el pasado, leña y carbón vegetal habían sido los principales combustibles utilizados junto a la tur-
ba, un combustible fósil formado por la descomposición de materia orgánica en ciénagas y humedales,
abundante en los Países Bajos. La eficiencia calorífica del carbón mineral era superior y, además, existía
en abundancia en Gran Bretaña. De hecho, había sido empleado como combustible para calefacción
en la Edad Media y posiblemente antes. Aun así, el desagradable humo desprendido en su combustión
inclinaba las preferencias hacia la leña o carbón vegetal que era, también, la principal fuente de ener-
gía calorífica en las actividades industriales. En el siglo XVII, la creciente demanda del mismo planteó
un ‘problema energético’ y contribuyó a la creciente deforestación de la isla. El gráfico 3.3 ilustra la
evolución de los precios de ambos tipos de carbón en Londres entre 1412-1830. El encarecimiento del
vegetal contrasta con la relativa estabilidad de los precios del mineral. En este caso, también los precios
relativos incentivaban la sustitución. Además, la abundancia de carbón mineral permitía satisfacer una
mayor demanda, e incluso aumentar las exportaciones. Ahora bien, la gran transformación ocurriría
sólo una vez que el progreso tecnológico permitiera convertir energía calorífica en movimiento, es decir,
energía mecánica.

Gráfico 3.3
Precios del carbón vegetal y carbón mineral en Londres, 1412-1830

Nota: British Thermal Units (BTUs) es una unidad de energía equivalente a 1.055 julios. Los años 1712 y 1769 corresponden
con el motor de vapor de Thomas Newcomen y la patente de Watt. Las líneas ilustran la media suavizada de los valores.
Fuente: Allen R. C. (2009), The British Industrial Revolution in Global Perspective, Cambridge University Press (Figure 4.3; p.
87).
La Revolución Industrial 87

A pesar de su menor eficiencia calorífica, la actividad metalúrgica seguía utilizando como combus-
tible el carbón vegetal. La razón residía en que el carbón mineral contenía sulfuro y la fundición de
mineral de hierro, piedra caliza y carbón mineral en un alto horno producía un hierro más impuro y
quebradizo. El uso de la energía más eficiente y barata exigía encontrar un procedimiento para reducir
el sulfuro. Esto se logró con el carbón mineral purificado, o carbón de coque, que se obtiene calentando
este mineral a altas temperaturas en ausencia de aire. En 1709, Abraham Darby (c. 1678-1717) empezó
a fundir hierro con carbón de coque en su alto horno de Coalbrookdale, Shropshire. Este novedoso mé-
todo ahorraba combustible, dada su mayor eficiencia calorífica, pero sin reducir demasiado la calidad
del hierro resultante, hierro colado. Aún así, tardó en difundirse. Una de las razones era que el carbón
en Coalbrookdale contenía menos sulfuro que en otras regiones. De hecho, el carbón vegetal siguió
siendo el principal combustible en la actividad metalúrgica durante varias décadas.
La fundición de hierro con carbón de coque y la tendencia alcista del precio del carbón vegetal
estimuló la actividad extractiva. Sin embargo, la extracción de carbón planteaba otro reto: el drenaje
de las minas. Las perforaciones en las explotaciones debían ser cada vez más profundas. Pero a mayor
profundidad, la mina tenía mayores probabilidades de inundarse haciendo imposible la extracción. El
drenaje era peligroso y demandaba un gran esfuerzo animal y humano. La ciencia aplicada resolvería
este desafío. Durante el siglo XVII, la presión atmosférica había sido objeto de varios experimentos. La
idea básica consistía en utilizar la evaporación del agua y la condensación del vapor para provocar un
movimiento. En 1712, Thomas Newcomen (1663-1729), siguiendo la teoría conocida sobre la presión
atmosférica, construyó un motor de vapor en una mina de carbón cerca de Dudley, Staffordshire. Este
motor generaba un movimiento mecánico alternativo (arriba/abajo) que permitía bombear agua. Ade-
más, se alimentaba quemando carbón mineral. El esfuerzo animal y humano habían sido sustituidos
por un motor de vapor que permitía drenar con mayor celeridad, haciendo posible una mayor actividad
extractiva. En 1733, se habían instalado alrededor de 100 motores de Newcomen. Entre 1733-1774,
esta cifra se cuadriplicó.
En 1769, James Watt (1736-1819) patentó un método que mejoraba la eficiencia energética de estos
motores. En 1775, Watt se trasladó a Birmingham para asociarse con Boulton, quien había logrado
extender la patente hasta 1800, aprovechando su influencia política. La sociedad Boulton & Watt
impulsaría profundos cambios en la actividad extractiva e industrial. Entre 1775-1800, se instalaron
alrededor de 500 motores Boulton & Watt. En 1777, se instaló un motor de vapor en la fábrica de
Soho: ‘Old Bess’. Aunque la rueda hidráulica seguía siendo la principal fuente de energía mecánica, ‘Old
Bess’ lograba aumentar su rotación bombeando agua. Fue entonces, cuando Boulton se dio cuenta de
las posibilidades comerciales del motor de vapor y persuadió a Watt para que concentrara sus esfuerzos
en un motor de vapor capaz de generar un movimiento mecánico circular como el de las ruedas hidráu-
licas. Entre 1782-90, Watt desarrolló varias micro-invenciones que lo permitieron. El motor de vapor
tuvo un impacto extraordinario en la economía británica. El consumo energético pudo septuplicarse
entre 1750-1850. En 1850, el carbón mineral proporcionaba casi el 80% de toda la energía consumida.

LA CIENCIA Y EL PROGRESO TECNOLÓGICO

En el siglo XVII, la Ilustración, un movimiento in- Bacon (1561-1626) y Galileo Galilei (1564-1642).
telectual que defendía conocimiento y razonamiento Galilei advirtió que la “filosofía está escrita en ese
frente a ignorancia y superstición se había extendido grandísimo libro que tenemos abierto ante los ojos,
por toda Europa, auspiciada por figuras como Francis quiero decir, el universo, pero no se puede entender
88 Los tiempos cambian. Historia de la Economía

si antes no se aprende a entender la lengua, a cono- Johnson (1709-84) y Joseph Priestly (1733-1804),
cer los caracteres en los que está escrito. Está escrito constituyeron la Sociedad Lunar. Esta sociedad permi-
en lengua matemática y sus caracteres son triángulos, tió intercambiar ideas, vincular ciencia e industria y, en
círculos y otras figuras geométricas, sin las cuales es algunos casos, financiar algún proyecto.
imposible entender ni una palabra” (extracto de ‘Il Sa- John Smeaton continuaba con sus estudios. En
ggiatore’). En 1687 y 1690, Isaac Newton (1642- 1778, evaluó la eficiencia energética de los motores
1727) y John Locke (1632-1704) publicaron ‘Princi- de Newcomen y Boulton & Watt, demostrando que
pia Mathematica’ y ‘Ensayo sobre el Entendimiento este último ahorraba aproximadamente un 50% de
Humano’, estimulando una «revolución científica» en combustible. Las revistas científicas, como el ‘Journal of
Gran Bretaña. Natural Philosophy, Chemistry, and the Arts’, creado
Francis Bacon había propugnado que para contro- en 1797, vieron la luz. La publicación de libros dedi-
lar la naturaleza primero debemos comprender cómo cados a la ciencia y tecnología aumentó. La acumula-
funciona. En 1660, este ‘espíritu baconiano’ dio lugar ción y difusión de conocimiento, pues, caracterizaron
a la Real Sociedad de Londres para el Avance de la la Revolución Industrial. Esta «revolución científica»
Ciencia Natural. Esta ‘Real Sociedad’ lucía un claro también ocurrió en otras partes de Europa y Nortea-
mensaje en su lema, ‘Nullius in verba’ (‘en palabras de mérica. Sin embargo, fue en Gran Bretaña donde la
nadie’). Además, ofrecía una oportunidad para com- excelencia científica destacó, posiblemente favorecida
partir conocimiento, fuera agricultura, astronomía, bio- por un marco institucional que garantizaba los dere-
logía, física, geometría o medicina. Uno de los funda- chos y libertades, facilitaba la acumulación y difusión
dores y presidente entre 1680-82, Christopher Wren del conocimiento, y permitió aplicar un método cientí-
(1632-1732), fue un eminente arquitecto, responsable fico para desarrollar nuevas tecnologías. Algunos ape-
de la Catedral de San Pablo de Londres. La presi- llidos ilustres, Newcomen, Watt o Smeaton pasarían
dencia de Newton, 1703-27, agrandó su prestigio. a la historia, pero los avances tecnológicos también
Paulatinamente, otros clubes y sociedades florecieron. fueron estimulados por cientos de anónimos inventores
En Birmingham, algunos industriales (Matthew Boulton; y estudiosos. De esta manera, la ciencia y tecnología
Josiah Wedgwood), ingenieros (James Watt), médicos dejaron de ser una mera curiosidad para convertirse
(Erasmus Darwin) y otras figuras ilustres como Samuel en una profesión.

Como puede constatarse, un contexto de ‘salarios elevados’ y ‘tipos de interés bajos’ que estimu-
laban la sustitución del trabajador por la máquina fue acompañado por una «revolución científica».
La ciencia aplicada a la industria permitió la mecanización de algunos procesos productivos. Un rasgo
distintivo entre Gran Bretaña y otros países fue que el conocimiento científico y su aplicación práctica
fueron de la mano. La sociedad Boulton & Watt es un buen ejemplo: Watt aportaba conocimiento y
método científico mientras que Boulton contribuía con su espíritu empresarial. La fabricación de mo-
tores de vapor consumió una gran parte de los recursos productivos de la fábrica de Soho. Ahora bien,
la fabricación de estos motores demandaba una mayor especialización productiva para coordinar las
actividades que se llevaban a cabo en la misma. Por esto, se crearon departamentos de administración,
almacén, diseño y producción, entre otros. La mayor especialización es una de las características de una
nueva organización productiva que se consolidará durante la Revolución Industrial: la fábrica.

3.2.3. La sustitución de la producción artesanal por la fábrica

La fábrica de Soho explotó las ventajas asociadas con una mayor escala productiva. Una de estas
ventajas era la división del trabajo que consistía en fragmentar un proceso productivo en tareas simples.
La Revolución Industrial 89

Esto, a su vez, permitía una mayor especialización que mejoraba la productividad. En 1776, Adam
Smith (1723-90) advirtió sobre la importancia de la división del trabajo: “El progreso más importante
en las facultades productivas del trabajo, y gran parte de la aptitud, destreza y sensatez con que éste se
aplica o dirige, por doquier, parecen ser consecuencia de la división del trabajo” (Libro I, Capítulo 1).
Además, ilustró con un sencillo ejemplo cómo aumentaba la producción de alfileres en una fábrica una
vez que los trabajadores se especializaban en tareas simples: cortar el alambre, afilar el alambre, engan-
char la cabeza o esmaltar el alfiler. El artesano, por el contrario, debía realizar todo el proceso producti-
vo en el taller. La fábrica de Soho ejemplificaba las bondades de esta nueva organización productiva. En
pocos años, estos métodos se adaptarían a otras actividades industriales como por ejemplo, la cerámica.
En el siglo XVIII, beber café o té estaba de moda en los hogares adinerados. Sin embargo, los juegos
de café y té eran poco refinados comparados con la porcelana china. Además, la cerámica se producía
artesanalmente en pequeños hornos de alfarería. El decimotercer hijo de un maestro alfarero de Bur-
slem, Stoke-on-Trent, revolucionaría esta industria. Josiah Wedgwood (1730-95) había sido aprendiz
de alfarero de su hermano Thomas. Una vez convertido en maestro alfarero comenzó a experimentar
con diseños, colores y técnicas. Cada prueba, siguiendo el método científico, era registrada. Wedgwood
desarrolló métodos innovadores como un proceso de esmaltado que lograba una cerámica de gres. En
1765, tras impresionar a la reina Carlota con sus juegos de café y té, obtuvo el patronazgo real que le
convertía en ‘Alfarero de su Majestad’. Este logro aumentó la demanda de sus productos. En 1769, se
asoció con un comerciante Thomas Bentley (1731-80), formando Wedgwood & Bentley. Ese mismo
año, la producción artesanal se trasladó a una fábrica, Etruria, cerca de Stoke-on-Trent, donde la orga-
nización productiva imitaba los métodos empleados en la fábrica de Soho.
Aunque las fábricas de Soho y Etruria ejemplifican las ventajas asociadas con una mayor escala
productiva, sobre todo la división del trabajo, la industrialización británica alcanzó su apogeo con
la mecanización de la actividad textil y metalúrgica. Posiblemente la especialización productiva fuera
menos relevante en estas industrias, no así sus consecuencias tanto en la economía británica como
mundial. La actividad textil convirtió a Gran Bretaña en la ‘fábrica del mundo’ mientras que el hierro
fue el material sobre el que se cimentó la Revolución Industrial. Por esta razón, comprender por qué y
cómo sucedió la sustitución de la producción artesanal por la fábrica en la actividad textil y metalúr-
gica cobra especial relevancia.
En Inglaterra, la exportación de lana bruta, hilo y paños de lana, era la principal actividad comercial
desde la Edad Media. El ganado ovino abundaba y la calidad de los paños era notable. No obstante,
los tejidos de algodón eran preferidos a los paños de lana por su colorido, frescura, ligereza y suavidad.
Por esto, su importación era un buen negocio para los comerciantes, pero una grave amenaza para la
industria lanera. Entre 1700-21, las Leyes de los Calicós (Calicó: tejido de algodón originario de Cal-
cuta), que restringían la importación, venta y consumo de tejidos de algodón teñidos y estampados,
fueron aprobadas por el parlamento. Estas medidas proteccionistas respondían a las presiones ejercidas
por los productores laneros. A pesar de esto, los hogares preferían algodón. Por tanto, el negocio estaba
en sustituir las importaciones de tejidos de algodón por manufactura propia, es decir, desarrollar una
industria algodonera. En 1802, hilo y tejidos de algodón se convertían en la principal exportación.
En 1825, representaban más de la mitad de todas las exportaciones. Sin embargo, el desarrollo de la
industria algodonera en Gran Bretaña se enfrentaba a dos desventajas. Primero, la materia prima debía
ser importada. Segundo, la manufactura era una sucesión de procesos intensivos en mano de obra y un
contexto de ‘salarios elevados’ no era el escenario más idóneo.
La imposibilidad de cultivar algodón obligaba a importar la materia prima. Del mismo modo, el
coste de transporte del algodón bruto, embalado en grandes sacas, era elevado y, por ello, su impor-
tación resultaba menos rentable que la de otros bienes como azúcar de caña, café, té, tejidos de algo-
90 Los tiempos cambian. Historia de la Economía

dón y seda o porcelana. Estas trabas limitaban el desarrollo de la actividad. La solución residía, pues,
en encontrar una manera de abastecer a la industria. El continente americano ofrecía la posibilidad
de colonizar nuevas tierras, extendiendo la frontera. Además, el algodón se cultivaba en la América
precolombina, aunque exhibía algunos rasgos distintivos. El clima tropical/subtropical era idóneo, la
tierra fértil abundaba y las distancias se reducían dada la orientación atlántica. Sin embargo, establecer
y explotar una plantación de algodón exigía colonizar nuevas tierras, una gran inversión de capital y
trabajadores. El cultivo, recogida y desmotado eran procesos intensivos en mano de obra y la despobla-
ción planteaba un problema. El tráfico de esclavos desde África, ya existente, fue la solución adoptada.
A finales del siglo XV, los portugueses habían establecido plantaciones de caña de azúcar en los
archipiélagos de Madeira y Cabo Verde con esclavos africanos. Este modelo basado en colonización y
esclavitud fue el ejemplo a seguir. En el siglo XVII, colonos ingleses se establecieron tanto en islas cari-
beñas como en la costa este de Norteamérica. En este punto, cabe recordar que la actividad comercial
de las colonias estaba regulada por las Actas de Navegación. Paralelamente, para explotar el comer-
cio con África, se reorganizó la Compañía Real Africana en 1672. Ciudades portuarias como Bristol,
Liverpool y Londres, se convertían en el vértice de un triángulo comercial formado por Inglaterra, la
costa atlántica africana y las colonias. Las colonias importaban esclavos, también alimentos, madera y
manufacturas; exportando azúcar, ron, algodón bruto y tabaco. En África, la Compañía Real Africana
comerciaba manufacturas textiles, armas, ron y pequeñas manufacturas metálicas por esclavos, oro y
plata. En el siglo XVII, alrededor de 250.000 esclavos habían llegado a las colonias. Esta cifra se sep-
tuplicaría un siglo después. El modelo de colonización y esclavitud dio lugar a grandes plantaciones de
algodón tanto en islas caribeñas como Barbados, Dominica, Jamaica, San Cristóbal, como en el sudeste
de Norteamérica. La frontera se extendía satisfaciendo la demanda de materia prima.
En 1776, trece colonias de Norteamérica proclamaron su independencia, formando un nuevo país,
los Estados Unidos. La abolición del comercio de esclavos en Gran Bretaña y sus colonias fue aprobada
en 1807. Aun así, el abastecimiento de algodón bruto estaba asegurado. En Estados Unidos, las plan-
taciones eran un gran negocio. Además, la tierra fértil abundaba y la frontera podía extenderse aún
más. En 1794, un estadounidense, Eli Whitney (1765-1825), patentaba una máquina para desmotar
algodón en rama: cotton-gin. El desmotado era un proceso intensivo en mano de obra, especialmente en
Estados Unidos donde el algodón en rama florecía con más semillas. Esta macro-invención aumentaba
la productividad. En 1811, más de la mitad del algodón bruto importado por Gran Bretaña procedía
del sudeste de Estados Unidos. En 1860, Estados Unidos proveía alrededor del 65% de la producción
mundial de algodón bruto. Asimismo, se estima que entre 3-4 millones de esclavos trabajaban en las
plantaciones estadounidenses. La derrota de los estados sureños en la Guerra Civil (1861-65) trajo
consigo la abolición de la esclavitud. Aunque el modelo de colonización y esclavitud abasteciera de
materia prima, el desarrollo de una industria algodonera también dependía del precio y calidad del
producto final.
La calidad de los tejidos de algodón importados de Oriente era extraordinaria porque eran algodón
100%. Esto planteaba un problema técnico. El hilo de algodón debía ser suficientemente resistente para
aguantar la tensión aplicada en el telar como urdimbre. El hilado manual lograba esta calidad, pero
era un proceso intensivo en mano de obra. Por tanto, un contexto de ‘salarios elevados’ representaba
un obstáculo para desarrollar una industria competitiva. Los experimentos se sucedieron en busca de
una manera más barata de producir un buen hilo. Como se ha indicado, la spinning Jenny, inventada
en 1764, había mejorado la productividad, pero el hilo resultante no era muy resistente. En 1769, Ri-
chard Arkwright (1732-92) patentó una máquina hiladora que producía un hilo que podía ser utilizado
como urdimbre en el telar: la water-frame. Esta macro-invención, llamada así porque se accionaba
hidráulicamente, mecanizaba el hilado. Aun así, el hilo seguía siendo de baja calidad. En 1779, Samuel
La Revolución Industrial 91

Crompton (1753-1827) inventó una hiladora mecánica, la mule, que era capaz de replicar la calidad
del hilado manual, logrando un hilo fino, uniforme y resistente. Denominada mule porque parecía un
híbrido entre la spinning Jenny y la water frame, esta hiladora mecánica ahorraba trabajo ya que hilaba
múltiples carretes simultáneamente y producía un hilo de alta calidad.
No obstante, una completa mecanización del hilado planteaba un último reto. La spinning Jenny era
pequeña, sencilla y barata, permitiendo realizar el hilado domésticamente, tal y como se había hecho
tradicionalmente. La water frame y la mule, por el contrario, eran grandes, complejas y caras. Con la
adopción de estas nuevas máquinas se produjo la sustitución de la producción artesanal por la fábrica.
Cuanto más grandes eran las máquinas más energía demandaban. En 1771, Arkwright trasladó el hila-
do de algodón a una fábrica en las proximidades de Cromford, Derbyshire. En la fábrica de Cromford,
una rueda hidráulica accionaba las hiladoras mecánicas, water frames. En 1783, Arkwright abría la
fábrica de hilados de Masson, pero esta vez a orillas del río Derwent donde la fuerza del agua era mu-
cho mayor. En unos pocos años, las fábricas de hilados se habían extendido por Derbyshire, Lancashire,
Nottinghamshire y el área de Manchester. En un edificio, trabajadores y máquinas trabajaban alrededor
de una fuente de energía. Este novedoso método mejoraba una vez más la productividad. El precio del
hilo de algodón, como muestra el gráfico 3.4 disminuyó, aumentando la competitividad de la industria
algodonera. En estas condiciones, las medidas proteccionistas eran menos necesarias. En 1774, las
Leyes de los Calicós fueron finalmente derogadas, siendo Arkwright uno de los principales activistas.
En cualquier caso, la mecanización completa del cardado (cardar es el proceso de cepillar y alisar
la fibra para poder realizar el hilado) e hilado de algodón alrededor de una fuente de energía había
revolucionado la actividad textil. Además, Arkwright también fue un pionero instalando un motor de
vapor en una fábrica de hilados, aunque fuera para reforzar a la rueda hidráulica. Una vez que el motor
de vapor pudo sustituir a la rueda hidráulica, una auténtica locura por la fábricas y el motor de vapor
surgió en Manchester, Birmingham y Londres, tal y como advirtió el propio Boulton. En 1825, Richard
Roberts (1789-1864) inventó una hiladora automática: la self-acting mule. Esta macro-invención au-
tomatizaba el hilado, simplificando el trabajo de los operarios. Además, con las mejoras introducidas,
el motor de vapor había reemplazado a la rueda hidráulica. Algunos estudios estiman que hilar 45
kilogramos de algodón bruto manualmente requería 50.000 horas de trabajo en el subcontinente in-
dio. Con una mule se necesitaban 2.000 y con una self-acting mule apenas 135. Del mismo modo, la
creciente demanda de materia prima tampoco provocó un aumento de su precio. En 1792, el algodón
bruto era aproximadamente 5 veces más caro que en el subcontinente indio; treinta años después, solo
1,3 veces.
No obstante, aún quedaba por mecanizar el tejido. Los tejedores habían aprovechado la disminu-
ción del precio del hilo para aumentar sus ingresos, pero esta bonanza fue efímera. Tras visitar la fábri-
ca de Cromford, Edmund Cartwright (1743-1823) construyó un telar mecánico en 1785: power-loom.
Aun así, resultaba poco efectivo hasta que algunas mejoras fueron introducidas. A partir de la década
de 1820, los telares mecánicos accionados por motores de vapor estaban preparados para sustituir a los
manuales. En 1850, en torno a dos tercios de todos los telares mecánicos en el mundo estaban en Gran
Bretaña. Entre 1780-1830, el coste de producción de un tejido de algodón o calicó disminuyó un 83%.
La mecanización de la industria algodonera estimuló procesos similares en otras actividades textiles. La
mule fue adaptada para hilar lana en 1816. No obstante, el cardado no pudo ser mecanizado hasta me-
diados del siglo XIX. A pesar de ello, la producción y exportación de hilo y paños de lana siguió siendo
relevante. En la industria del lino, una completa mecanización resultó más difícil, ocurriendo más tarde.
En 1850, había cerca de 1.000, 40.000 y 250.000 power-loom tejiendo lino, lana y algodón en Gran
Bretaña. El telar de Jacquard revolucionaría la industria sedera pero la mecanización del hilado conti-
nuó planteando problemas. En conjunto, la mecanización de la actividad textil estimuló la demanda de
cardadoras, hiladoras, telares, motores de vapor y en general, maquinaria industrial.
92 Los tiempos cambian. Historia de la Economía

Gráfico 3.4
Producción de hierro, importaciones netas de algodón bruto (1770 = 100) y precio del hilo de algodón 1770-
1815

Nota: La producción de hierro hace referencia sólo al hierro dulce, es decir, hierro colado purificado; las importaciones netas
de algodón bruto excluyen las re-exportaciones. En ambos casos, se toma como año base 1770=100. Los precios del hilo de
algodón son deflactados;1 libra (lb) = 0.453 kilogramos.

Fuente: Producción de hierro: King, P. (2005), “The Production and Consumption of Bar Iron in Early Modern England and
Wales”, Economic History Review, Vol. 58, No. 1, pp. 1-33 (Table 2); Importaciones netas de algodón bruto: Mitchell, B. R.
(2011), British Historical Statistics, Cambridge University Press (pp. 330-31). Precio del hilo de algodón: Harley, C. K. (1998),
“Cotton Textile Prices and the Industrial Revolution”, Economic History Review, Vol. 51, No. 1, pp. 49-83 (Table A1.1)

El desarrollo de la industria metalúrgica fue también fundamental porque impulsó otras actividades
como la construcción, el transporte y la producción de armas, herramientas y maquinaria industrial. En
1779, concluyó la construcción del primer puente de hierro sobre el río Severn, cerca de Coalbrookdale.
Este hito arquitectónico demostraba que el hierro también podía ser un buen material de construcción.
Darby había comenzado a fundir hierro con carbón de coque en 1709. No obstante, el hierro colado
planteaba un problema porque era poco dúctil/maleable y debía ser forjado a golpe de martillo en
fraguas, donde los herreros eliminaban impurezas y le daban forma. Esta producción artesanal era un
proceso intensivo en mano de obra que limitaba la expansión de la actividad metalúrgica. En la se-
gunda mitad del siglo XVIII, las pruebas se sucedieron, unas con más éxito que otras, para desarrollar
nuevos métodos de producción. En 1784, Henry Cort (1740-1800) patentó un proceso de pudelado
que transformaba el hierro colado en otro más puro que se depositaba en moldes con diferentes formas.
Cort también patentó un proceso de laminado. Tal y como ocurría en la industria textil, la producción
La Revolución Industrial 93

artesanal dio paso a grandes hornos de pudelado. Además, estos empleaban carbón mineral como com-
bustible. En menos de dos décadas, la producción de hierro se cuadriplicó, tal y como señala el gráfico
3.4. El precio disminuía mientras que sus usos prácticos aumentaban: armas, herramientas y maquina-
ria industrial, minería y construcción. La economía británica demandaba hierro y éste se convirtió en
uno de los símbolos de la Revolución Industrial.
Hierro, carbón mineral y el motor de vapor también transformarían radicalmente el transporte ma-
rítimo y terrestre, estimulando una mayor integración económica tanto en la economía británica como
mundial. Hasta el siglo XIX, el esfuerzo animal y el viento habían sido las principales fuentes de energía
para el transporte terrestre y marítimo. El transporte terrestre de mercancías se realizaba con carretas y
carros arrastrados por animales. En canales y ríos navegables, también habían sido utilizados animales
para arrastrar barcazas. Del mismo modo, la navegación a vela era el principal medio de transporte
marítimo. El coste del transporte de mercancías era bastante elevado, limitando la integración de los
mercados tanto nacionales como internacionales. El precio del trigo en Londres no se veía afectado por
lo que pasaba en Chicago, Valladolid u Odesa. En 1800, la patente de Boulton & Watt expiró abriendo
una ventana al ingenio y la experimentación. Tras haber realizado varias pruebas orientadas a mejorar
la eficiencia energética de los motores de vapor, Richard Trevithick (1771-1833) diseñó y construyó
uno de los primeros vehículos propulsados por un motor de vapor en 1803. En las minas, se habían
construido raíles para transportar los vagones cargados con minerales. En pocos años, vagones con
mercancías y personas serían arrastrados por locomotoras de vapor.
En 1825, la primera línea de pasajeros (12,9 kilómetros) fue inaugurada entre Stockton y Darling-
ton. Esta línea estimuló la construcción de otras vías férreas. En Liverpool y Manchester se planteó la
construcción de una línea (64 kilómetros) que conectara las ciudades, encargando el proyecto a George
Stephenson (1781-1848). Del mismo modo, se organizó una competición para elegir la locomotora.
George y su hijo, Robert (1803-59) vencieron a sus adversarios con el ‘Rocket’, una locomotora de
vapor capaz de arrastrar 20 toneladas a una velocidad de 48 kilómetros por hora. En 1830, la línea
Liverpool-Manchester fue abierta. Tras la apertura de la línea Londres-Birmingham, la ‘fiebre del ferro-
carril’ se acentuó. A finales del siglo XIX, Gran Bretaña contaba con una densa red de ferrocarriles, con
más de 30.000 kilómetros. El ferrocarril permitía transportar personas y mercancías con más celeridad
y menor coste. Por tanto, fue un factor clave en el proceso de integración de la economía británica y
en la creación de un mercado nacional. La expansión del ferrocarril estimuló, a su vez, la actividad
extractiva, metalúrgica e industrial. Hierro, carbón mineral y motor de vapor también transformaron
el transporte marítimo. En 1803, Robert Fulton (1765-1815), un inventor estadounidense, encargó a
Boulton & Watt un motor de vapor para instalarlo en un barco. Finalmente, Fulton logró su propósito
en 1807. En 1838, el Sirius y el Great Western cruzaban el océano Atlántico propulsados por motores
de vapor. El Sirius, que partió de Cork, Irlanda, llegó a Nueva York, Estados Unidos, en 18 días, 5
horas y 22 minutos. En Gran Bretaña, la navegación a vapor superó a la de vela en el transporte de
mercancías en 1883. El barco de vapor y el ferrocarril reducían considerablemente las distancias y, por
tanto, los costes de transporte. La caída en los costes de transporte permitió una mayor integración de
la economía británica y mundial.
Con todo, la industrialización británica planteó nuevos desafíos. Las fábricas se construyeron en
aquellos lugares que ofrecían una mejor localización para llevar a cabo su actividad. Así, la industria
algodonera se concentró en la región del Lancashire, cerca de Manchester y Liverpool. La obligada
importación de la materia prima y la exportación del producto final provocaban que la proximidad
a los puertos resultara esencial. También fue relevante la existencia de una red de canales y ríos nave-
gables que conectaban las fábricas con dichos puertos. A través de la navegación marítima llegaba, de
la misma manera, el carbón mineral desde las regiones productoras, como Newcastle y País de Gales.
En otros casos, la utilización de los cursos de agua para accionar los molinos o producir energía hizo
94 Los tiempos cambian. Historia de la Economía

que las fábricas proliferaran en las riberas de los ríos. La proximidad a los recursos naturales favoreció
el desarrollo de la metalurgia en aquellas zonas, como Birmingham, próximas a las cuencas donde el
mineral de hierro era abundante. En otras, como la industria lanera y cerámica, una larga tradición
con una mano de obra familiarizada con el trabajo y redes de distribución establecidas determinaron
su desarrollo. Finalmente, un factor importante en la localización de las fábricas fue la proximidad a
la demanda ya que esto permite reducir los costes de transporte; es decir, situarse cerca de los grandes
mercados, donde, entre todos, destacaba la ciudad de Londres. De esta manera, la industrialización
británica aunque espacial y sectorialmente concentrada en muchos casos, se fue extendiendo progresi-
vamente por Gran Bretaña.

Mapa 3.1
Gran Bretaña durante la Revolución Industrial

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Britain, 1700-1850, Yale University Press
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(Map 2); http://www.ordnancesurvey.
co.uk/ y elaboración propia.
La Revolución Industrial 95

Aunque la Revolución Industrial generó una transformación sin precedentes en la economía mun-
dial, el crecimiento económico que trajo consigo en Gran Bretaña en esos años puede ser considerado
como moderado. La contabilidad del crecimiento permite mostrar cuáles fueron sus fuentes destacando
la existencia de varias etapas diferenciadas. Como se indica en el apéndice de este volumen, la produc-
ción de bienes y servicios resulta de combinar los factores de producción o inputs con la tecnología dis-
ponible. Convencionalmente, los inputs se clasifican en tres grandes grupos: trabajo, capital y recursos
naturales. El trabajo representa la mano de obra empleada en el proceso productivo y se mide en horas
de trabajo. Cuando esta información es desconocida, se reemplaza por el número de trabajadores. El
capital viene dado por los bienes de equipo e infraestructuras. Finalmente, los recursos naturales agru-
pan a inputs como la tierra cultivable, la madera, el agua y recursos minerales varios: carbón mineral,
petróleo, gas natural, estaño, cobre o hierro. El crecimiento económico o crecimiento del PIB durante
la Revolución Industrial y sus principales fuentes se ilustran en el cuadro 3.1.

Cuadro 3.1
Crecimiento anual medio del PIB en Gran Bretaña durante la Revolución Industrial

Periodo PIB Trabajo Capital PTF


(%) (%) (%) (%)
1761-1780 0.60 0.35 0.25 0.00
1780-1831 1.70 0.80 0.60 0.30
1831-1873 2.40 0.75 0.90 0.75

Nota: PTF denota la Productividad Total de los Factores.

Fuente: Crafts, N. (2004), “Productivity Growth in the Industrial Revolution: A New Growth Accounting Perspective”, Journal
of Economic History, Vol. 64, No. 2 (Table 1: p. 522).

Según la información disponible, el crecimiento económico se aceleró durante la Revolución Indus-


trial. Además, entre 1761-80 el crecimiento provino principalmente de la acumulación o incremento
del trabajo y capital. Por ello, se señala que la economía británica tuvo un crecimiento extensivo. Sin
embargo, en el segundo y tercer periodo la Productividad Total de los Factores (PTF) irrumpió como
una fuente adicional de la expansión del producto o PIB. El aumento de la PTF representa cuánto ha
mejorado o empeorado la productividad o eficiencia productiva en una economía. El aumento de la
productividad suele asociarse al progreso tecnológico, los cambios en la estructura económica, la escala
y la organización productiva. Entre 1780-1873, la economía británica creció porque los inputs crecie-
ron pero también porque la productividad mejoró. El crecimiento económico que resulta de utilizar los
factores de producción con mayor eficiencia se denomina crecimiento intensivo.
Este crecimiento de la economía británica fue un hecho sin precedentes tanto por su intensidad
como por su duración. Aun así, es moderado comparado con las tasas anuales medias en China e India
entre 1978 y 2004, 9.3% y 5.4%, respectivamente. Un interrogante relevante es ¿por qué se describen
estos cambios como revolucionarios? Aunque las tasas de crecimiento no fueran elevadas en compara-
ción con procesos de industrialización posteriores, los cambios económicos y sociales fueron extraordi-
narios desde la perspectiva de lo ocurrido en la historia de la economía hasta aquel momento.
96 Los tiempos cambian. Historia de la Economía

3.3. SOCIEDAD Y POBLACIÓN DURANTE LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

La industrialización británica no fue sólo un proceso económico sino que afectó a toda la organi-
zación de la sociedad. Con la mecanización y consolidación de la fábrica, los enfrentamientos entre
industriales y trabajadores —la luchas de clases entre capitalistas y proletarios según Karl Marx—,
se acentúo. Durante la Revolución Industrial, la sociedad británica se modernizó. El medio rural fue
reemplazado por la ciudad. Una de las transformaciones más apreciables fue el extraordinario cre-
cimiento urbano. En 1850, Birmingham, Bradford, Bristol, Edimburgo, Glasgow, Leeds, Liverpool,
Londres, Manchester y Sheffield contaban con más de 100.000 habitantes. En 1750, solamente Bristol,
Edimburgo, Londres y Norwich rebasaban los 30.000 habitantes. Manchester, centro de la industria
algodonera y con una población inferior a 20.000 habitantes, superaba en 1850 los 300.000. El creci-
miento urbano espoleó la construcción residencial. Próximas e incluso adosadas a las fábricas se cons-
truyeron viviendas para los trabajadores, en algunos casos formando grandes barriadas. Una sociedad
urbanizada estimuló el sector servicios, el transporte y la distribución de bienes, el comercio mayorista
y el minorista.
Aquellos que estaban desempleados se hospedaban en workhouses donde recibían atención a cam-
bio de trabajar. Los workhouses eran parte de las Leyes de Pobres, un conjunto de medidas orientadas
a aliviar la pobreza y evitar la conflictividad social. En 1601, Isabel I había establecido que las parro-
quias fueran el órgano responsable para aliviar la pobreza. Además, se estableció una ‘tasa de pobres’
para financiar esta actividad y se crearon asilos gestionados por las parroquias. Estos asilos de pobres
se convirtieron gradualmente en workhouses donde atención y alimentos eran provistos a cambio de
trabajar. En el siglo XVIII, su construcción se intensificó. En 1776, había cerca de 2.000 en Inglaterra
y País de Gales. Tanto en las workhouses como en las fábricas las condiciones laborales e higiénicas
eran extremas. Las fábricas requerían una considerable inversión para su construcción y equipamiento.
Por esto, los industriales exigieron la plena utilización de los recursos productivos. Etruria, la fábrica
de Wedgwood, ejemplificaba esta situación: largas jornadas de trabajo, desde el amanecer hasta el
atardecer; una férrea disciplina, impuesta por el reloj/campana y los capataces; un trabajo monótono y
repetitivo, resultado de la división del trabajo. Además, un trabajo poco cualificado permitía emplear
a cualquiera sin distinción de edad o género. En Etruria, el descontento de los trabajadores crecía. En
1782 y 1789, se organizaron protestas orientadas a mejorar las condiciones laborales.
Las protestas, espontáneas u organizadas por sindicatos de trabajadores, motivaron profundos cam-
bios, especialmente en la regulación laboral. En 1831, el parlamento abolió la jornada nocturna para
menores de 21 años en las fábricas. A partir de 1833, las fábricas fueron inspeccionadas periódica-
mente. Además, ese mismo año se prohibió el trabajo de menores de 9 años en las fábricas textiles y la
edad mínima fue reducida a 8 en 1844. Igualmente, los menores de 12 años debían trabajar menos de
9 horas diarias. Esta medida pretendía estimular la escolarización. En 1844, los menores de 13 años
no podían trabajar más de 6 ½ horas diarias. A partir de 1847, mujeres y jóvenes, entre 13-18 años,
debían trabajar menos de 10 horas diarias o 58 semanales. Del mismo modo, se restringía su horario
laboral entre las 6-7:00 y las 18-19:00. En la minería, se prohibió que mujeres y menores de 10 años
trabajaran en 1842. Las inspecciones laborales comenzaron en 1850, y en 1870, se aprobó la introduc-
ción de algunas medidas de seguridad. Los movimientos sociales no fueron exclusivamente de protesta,
también estimularon la creación de nuevas formas de organización como las cooperativas de consumo
que además de comercializar bienes, ofrecían otros servicios, asistenciales, culturales o educativos, a
sus asociados y familiares. En 1844, se estableció la primera cooperativa de consumo en Rochdale, la
Rochdale Equitable Pioneers Society. Con todo, el mayor reto que afrontaba la sociedad británica fue
el crecimiento demográfico. El gráfico 3.5 ilustra el tamaño de la población inglesa entre 1540-1870.
La Revolución Industrial 97

Cabe destacar que el crecimiento demográfico resulta de combinar el crecimiento natural de la pobla-
ción (natalidad-mortalidad) y el saldo migratorio (inmigración-emigración). La experiencia histórica
revela que salvo ‘grandes migraciones’, el crecimiento natural determina los cambios poblacionales. Así,
la época preindustrial estuvo caracterizada por un lento crecimiento demográfico, tal y como ilustra el
gráfico 3.5. El estancamiento demográfico fue notable entre 1660-1720.

Gráfico 3.5
Precio del trigo y avena, y población en Inglaterra, 1540-1870

Fuente: Población de Inglaterra: Wrigley E. A., Davies, R. S., Oeppen, J. E., and Schofield, R. S. (1997), English Population
History from Family Reconstitution 1580-1837, Cambridge University Press (Table A9.1); Precios del trigo y la avena en Ingla-
terra: Clark, G. C. (2004), “The Price History of English Agriculture 1209-1914”, Research in Economic History 22, pp. 41-124.

Aunque todavía hoy resulte complicado explicar con rigor las causas, el estancamiento demográfico
fue seguido por un crecimiento sin precedentes. Entre 1720-1870, la población se cuadriplicó. Esta
explosión demográfica fue atribuida en primer lugar a un aumento de la natalidad y después a un des-
censo de la mortalidad. En 1821, la tasa bruta de natalidad excedía los 40 nacimientos por cada 1.000
habitantes. La reducción del celibato y de la edad de matrimonio de las mujeres permitió este aumento.
Tampoco existe consenso sobre las causas aunque una mejora en el bienestar económico pudo estimu-
lar una mayor natalidad. Además, algunos estudios destacan que con la industrialización la dependen-
98 Los tiempos cambian. Historia de la Economía

cia económica de las mujeres aumentó. A diferencia de los siglos anteriores («revolución industriosa»),
el papel de la mujer habría quedado confinado en mayor medida a las tareas del hogar y la crianza de
los hijos. En cualquier caso, la natalidad fue muy elevada durante casi todo el siglo XIX, comenzando
su declive sólo a partir de la década de 1880. Con todo, una elevada natalidad es una condición nece-
saria pero no suficiente para que la población crezca: la explosión demográfica también fue resultado
de una caída de la mortalidad, especialmente durante la segunda mitad del siglo XIX.
En el pasado, las hambrunas, epidemias y guerras habían frenado el crecimiento demográfico. De
esta manera, para reducir la mortalidad, los frenos positivos tal y como los había definido Malthus,
debían ser desactivados. Una de las principales causas de esta elevada mortalidad eran las epidemias
de cólera, viruela y tuberculosis. En este sentido, el crecimiento urbano había agravado esta situación.
En 1848, el parlamento aprobó la Ley de Sanidad Pública, motivada por la alta mortalidad observada
en algunas ciudades donde la falta de saneamiento estimulaba la propagación de enfermedades. En
1866, fue aprobada la Ley de Saneamiento, garantizando suministro de agua potable; limpieza de las
calles; y gestión de aguas residuales y basuras. Los episodios de cólera, que por aquel entonces eran una
de las principales causas de mortandad, disminuyeron. La viruela, convertida en epidemia durante la
segunda mitad del siglo XVIII, era otra de las principales causas de la elevada mortalidad. Un médico
rural, Edward Jenner (1749-1823), había advertido que las mujeres que cuidaban/ordeñaban vacas no
se contagiaban de viruela sino del virus vaccinia, menos peligroso. Así, decidió inocular a un niño de
8 años, James Phipps, con este virus en 1796. Durante 9 días, James estuvo levemente enfermo pero al
décimo estaba recuperado. Un mes después, Jenner inoculó a James con el virus de la viruela, pero la
enfermedad no se desarrolló. James estaba inmunizado. Jenner había vacunado a James y siguiendo el
método científico publicó sus observaciones y resultados en un libro en 1798. La vacunación contra la
viruela salvó muchas vidas. En 1980, la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró la erradica-
ción de la viruela.
El saneamiento público y los avances médicos permitieron reducir la mortalidad. También, una ma-
yor higiene, estimulada por la caída del precio de las manufacturas textiles, especialmente el algodón.
Sin embargo, otras enfermedades como la tuberculosis siguieron causando estragos. La introducción
de una regulación laboral también redujo el riesgo asociado con los accidentes laborales, el cansancio
y el stress. La mecanización empeoraba las condiciones laborales con el ruido ensordecedor de las má-
quinas y la contaminación del aire. Aun así, el mayor desafío residía en cómo alimentar a una creciente
población. La desnutrición era una causa directa e indirecta de mortandad, muchas enfermedades
aparentemente poco peligrosas eran mortales en una población desnutrida. Por un lado, la demanda
de alimentos depende del tamaño de la población, la renta disponible de los hogares y sus preferencias.
En este sentido, los presupuestos familiares revelan que aproximadamente un 60% de las calorías y
proteínas provenían de un alimento: el pan de trigo. En aquellas regiones que tenían unas condiciones
menos favorables para su cultivo, el pan de trigo era sustituido por el de centeno o porridge, una papilla
de avena. Legumbres, patatas, huevos, mantequilla, carne, queso y cerveza suplementaban la dieta. Por
otro lado, la oferta de alimentos viene dada por la producción agrícola y las importaciones. Una mala
cosecha resultado de sequías, heladas, plagas o guerras reduce la oferta siempre y cuando las importa-
ciones no compensen esta caída de la producción agrícola. En el gráfico 3.5, se ilustran la evolución de
la población inglesa y de los precios del trigo y la avena entre 1540-1870. Durante la segunda mitad
del siglo XVIII, el crecimiento demográfico incrementó la demanda de alimentos, especialmente la del
pan. Una mayor demanda de pan repercutió en el precio del trigo, tal y como ilustra el gráfico 3.5. Esto
puede reducir el poder adquisitivo de los hogares y activar los frenos preventivos y positivos. La socie-
dad británica afrontaba, una vez más, la trampa maltusiana. La oferta de alimentos, fuera producción
propia o importaciones, debía aumentar.
La Revolución Industrial 99

3.3.1. Agricultura y Revolución Industrial

En la segunda mitad del siglo XVIII, la agricultura afrontó un desafío: satisfacer la creciente deman-
da de alimentos. No obstante, aumentar la producción exigía mejorar la productividad y/o extender
la superficie de cultivo. El arado de Rotherham, las sembradoras y trilladoras mecánicas mejoraron la
productividad, pero estas mejoras fueron insuficientes. Cabe destacar que los fertilizantes químicos y
la mecanización de la actividad agrícola no serían relevantes hasta bien entrado el siglo XIX. La in-
troducción de la patata también fue importante. Este tubérculo andino se adaptaba bien al clima y al
terreno. Además, ofrecía un alto rendimiento por hectárea cultivada. Paulatinamente, se convirtió en
un alimento básico, sobre todo en los hogares más pobres. Aunque evaluar con rigor el impacto de la
introducción de la patata en la oferta de alimentos continua siendo un reto académico, la evidencia
histórica revela que su consumo fue una fuente importante de calorías.
Una manera alternativa de mejorar la productividad pasaba por transformar la organización pro-
ductiva de la actividad agrícola y ganadera. Desde la Edad Media, la agricultura se había organizado
con un sistema trienal de rotación de cultivos tal y como se ha explicado en el capítulo segundo. La in-
troducción del sistema Norfolk en el este de Inglaterra, a finales del siglo XVII, aportó algunas ventajas.
Por un lado, conseguía mejorar el rendimiento por hectárea del trigo. Por otro, permitía alimentar una
mayor cabaña de animales. Con todo, la adopción del sistema Norfolk en otras regiones ocurriría más
tarde, bien entrado el siglo XIX. Las diferencias regionales en los tipos de cultivo y en la organización
productiva han provocado un intenso debate sobre el desarrollo de la agricultura durante la Revolu-
ción Industrial. Aunque no exista un consenso sobre cuáles fueron las causas exactas, todo indica que el
rendimiento por hectárea del trigo mejoró gradualmente desde el siglo XVII. Aun así, la tendencia alcis-
ta del precio, ilustrada en el gráfico 3.5, evidencia que estas mejoras seguían siendo insuficientes. Otra
posible causa del desajuste entre demanda y oferta de trigo era su ineficiente distribución, resultado de
una deficiente infraestructura de transporte. En aquel entonces, la responsabilidad administrativa del
mantenimiento de la red viaria era de la autoridad local: la parroquia. Por tanto, los vecinos realizaban,
sin remuneración alguna, las tareas de reparación y conservación de los caminos.
La creciente demanda de trigo, especialmente en las ciudades, y el mal estado de la red viaria moti-
vó que algunos emprendedores ofrecieran responsabilizarse de los caminos a cambio de su concesión
privada. La respuesta del parlamento fue crear un tipo de sociedad, ‘turnpike trust’, según la cual el
adjudicatario se hacía cargo de las tareas de reparación a cambio de poder cobrar un peaje. En 1760,
se estima que había alrededor de 16.000 kilómetros de caminos administrados por ‘turnpike trusts’ en
Inglaterra. En 1830 cerca de 33.000, un 17% de la red viaria. Aunque en invierno estaban impractica-
bles, la introducción de ‘turnpike trusts’ mejoró el estado de los caminos. Del mismo modo, la infraes-
tructura de transporte se modernizó con la construcción de una densa red de canales y ríos navegables.
A pesar de las mejoras introducidas en las infraestructuras de transporte, el sistema Norfolk, la patata
y los avances tecnológicos, la producción agrícola era incapaz de satisfacer la demanda de trigo. Ahora
bien, un trigo caro convertía a la actividad agrícola en una inversión atractiva. Asimismo, cabe recordar
el contexto de ‘tipos de interés bajos’. Aun así, los potenciales inversores afrontaban un problema: la es-
tructura de la propiedad agrícola. Una parte de la superficie de cultivo era propiedad comunal, es decir,
pertenecía al pueblo y sus vecinos. Por tanto, la propiedad no podía transferirse y las innovaciones rea-
lizadas por unos podían ser apropiadas por los demás, lo que las desincentivaba. La creciente demanda
de tierra cultivable espoleó una transformación de esta estructura de la propiedad, pero el cercamiento
de tierras comunales desposeía del principal medio de subsistencia a muchos hogares. Además, el marco
institucional existente exigía la aprobación parlamentaria.
100 Los tiempos cambian. Historia de la Economía

Gráfico 3.6
Actas de Cercamiento en Inglaterra, 1730-1840

Fuente: Overton, M. (1996), Agricultural Revolution in England: The Transformation of the Agrarian Economy 1500-1840,
Cambridge Studies in Historical Geography (Table 4.5).

Las Actas de Cercamiento trataron de regular este proceso. El gráfico 3.6 muestra el número de soli-
citudes aprobadas por el parlamento para cercar tierras comunales en el periodo 1730-1840. Una gran
parte de la propiedad comunal fue privatizada, alrededor del 20% de la superficie de Inglaterra. Con
todo, el malestar y las revueltas crecían. El cercamiento transformaba radicalmente el medio de vida de
muchos hogares. Por ejemplo, bosques y praderas proveían recursos tan importantes como leña, made-
ra y pastos. Además, el cercado de campos abiertos, siguiendo los derechos comunales adquiridos, creó
una masa de pequeños propietarios o proletariado agrícola. Algunas propiedades eran tan pequeñas
que sus propietarios decidieron vender, abandonar el campo y buscar trabajo. La consolidación de la
propiedad privada también tuvo otra repercusión. Los propietarios podían usar la propiedad como
garantía bancaria. En cualquier caso, fueron los grandes propietarios quienes, ejerciendo su influencia
política, lograron acumular grandes extensiones de tierra que causaron una mayor concentración de la
propiedad.
Las grandes explotaciones aprovechaban las ventajas asociadas con una mayor escala productiva.
En ellas se realizaron fuertes inversiones tanto en infraestructura como capital que modernizaron la ac-
tividad agrícola. Asimismo, la roturación de praderas y tierras baldías extendió la superficie de cultivo.
Paulatinamente, una agricultura de subsistencia fue reemplazada por una agricultura moderna orienta-
da a los mercados: agricultura capitalista. Las grandes explotaciones y la extensión de la superficie de
La Revolución Industrial 101

cultivo aumentaron la producción agrícola. Aun así, el precio del trigo no cambió su tendencia hasta
bien entrado el siglo XIX. En este contexto, Gran Bretaña recurrió al comercio.

3.3.2. Comercio y Revolución Industrial


A principios del siglo XVIII, la importación/exportación de trigo estaba regulada por las Leyes del
Grano. Este conjunto de leyes establecía que el arancel a la importación de trigo fuera inversamente
proporcional al precio de mercado. Por tanto, si el precio del trigo doméstico era alto, el arancel dis-
minuía para garantizar el suministro; si éste era bajo, aumentaba. En aquel entonces, Inglaterra era un
exportador neto de trigo como muestra el gráfico 3.7. Sin embargo, este escenario iba a cambiar en la
segunda mitad del siglo. La incapacidad de la producción doméstica para satisfacer la creciente deman-
da estimuló la importación. A partir de la década de 1760, Inglaterra se convirtió en un importador
neto. Teóricamente, el comercio podía compensar el desajuste existente entre oferta y demanda, frenan-
do la tendencia alcista del precio del trigo. No obstante, la importación perjudicaba a los productores,
en algunos casos grandes propietarios. En 1791, las presiones políticas provocaron un endurecimiento
de la política arancelaria.

Gráfico 3.7
Exportaciones netas de trigo y harina de trigo, y precio del trigo en Gran Bretaña, 1688-1848

Nota: La línea representa la media quinquenal.


Fuente: Exportaciones netas de trigo y harina de trigo en Gran Bretaña: Mitchell, B. R. (2011), British Historical Statistics, Cam-
bridge University Press (p. 221); Precio del trigo en Inglaterra: Clark, G. C. (2004), “The Price History of English Agriculture
1209-1914”, Research in Economic History 22, pp. 41-124.
102 Los tiempos cambian. Historia de la Economía

Durante las Guerras Revolucionarias (1793-1802) y Napoleónicas (1803-15), que incluyeron un


embargo comercial (1807-14), el precio del trigo subió, las importaciones crecieron y las quejas de los
productores aumentaron. Según estos, cultivar trigo no resultaba rentable para un precio inferior a 80
chelines por quarter (1 quarter = 12,7 kilogramos). Además, resaltaban que el coste de producción en la
Europa continental no alcanzaba los 40 chelines. En 1815, el parlamento cedió ante estos argumentos y
reformó las Leyes del Grano. Así, el trigo importado no podía ser vendido hasta que el precio del trigo
alcanzara los 80 chelines. Esta restricción beneficiaba a los productores, pero perjudicaba a los consu-
midores que debían pagar un alto precio por el pan. En este sentido, la dependencia de los mercados
era cada vez mayor, como resultado de la urbanización e industrialización de la sociedad y economía.
Por tanto, un pan caro empobrecía a muchos hogares salvo que estos reemplazaran el pan de trigo por
otro alimento o aumentaran sus ingresos.
La alarma social se encendió, generando un intenso debate político sobre las Leyes del Grano. En
un lado, los productores, básicamente terratenientes. En otro, aquellos que se oponían a ellas bien por
cuestiones morales o por un interés económico, como los industriales. Cabe subrayar que un aumento
salarial podía compensar el elevado precio del pan. Sin embargo, esta medida perjudicaba a la pujante
actividad manufacturera que empleaba a una gran parte de los trabajadores asalariados. Así, el par-
lamento se convirtió en un campo de batalla entre terratenientes e industriales. En 1828, eliminó esta
restricción e instauró una política arancelaria parecida a la que había anteriormente. La agricultura
había perdido el envite, asumiendo con resignación su menor peso en la economía y política. En 1846,
las Leyes del Grano fueron derogadas. Igualmente, la prohibición de exportar maquinaria había sido
revocada unos pocos años antes y las Actas de Navegación abolidas en 1849. Gran Bretaña culminaba
su transición hacia el librecambio, eliminando las políticas mercantilistas que habían caracterizado los
siglos XVII y XVIII, previos a la Revolución Industrial. Las repercusiones económicas y sociales de
una política comercial de librecambio fueron enormes. Por un lado, la producción agrícola británica
quedaba expuesta a la competencia de otras zonas productoras. Esto estimuló una reestructuración y
modernización de la actividad. Por otro, el precio del pan disminuyó. A partir de la década de 1870
se importaba más trigo del que se producía. La población crecía pero los alimentos no se encarecían.

3.4. LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL Y LOS CAMBIOS EN LA ECONOMÍA


MUNDIAL

En 1851 se inauguró la Gran Exhibición del Palacio de Cristal. Desde el 1 de mayo hasta el 11 de
octubre, aproximadamente 6 millones de personas visitaron el enorme palacio de hierro y vidrio cons-
truido en Hyde Park, Londres. En el Palacio de Cristal se expusieron armas, cerámicas, pieles, relojes y,
sobre todo, máquinas. Aunque la mitad de los expositores fueron británicos, Francia, Rusia, Prusia o
Estados Unidos entre otros países, también estuvieron representados. La superioridad tecnológica bri-
tánica fue manifiesta. Se considera habitualmente que la Gran Exhibición de 1851 culmina la Revolu-
ción Industrial. Ahora bien, la hegemonía británica no era exclusivamente tecnológica. Las victorias en
las batallas de Trafalgar y Waterloo en 1805 y 1815, habían garantizado la supremacía naval y militar
en Europa, al menos, durante la primera mitad del siglo XIX. Aún siendo la primera potencia europea,
la ambición comercial y militar británica crecía. Durante el siglo XIX, colonias y protectorados britá-
nicos proliferaron, especialmente en Asia y África dando lugar a un extenso imperio que alcanzaría su
cénit con la reina Victoria (1819-1901). Los principales rasgos de este ascenso a primera potencia con
un vasto imperio son relevantes porque su contrapartida fue la divergencia de trayectoria entre Asia y
La Revolución Industrial 103

Europa, que pueden ser concretadas, en la que se dio entre Gran Bretaña e India y, sobre todo, China,
hasta entonces centro de una actividad económica muy relevante.
En el subcontinente indio, la Rebelión de 1857 contra la dominación británica fue finalmente conte-
nida por el ejército ante la incapacidad de la Compañía de las Indias Orientales por mantener el control
de la principal colonia imperial. El parlamento disolvió la Compañía y los territorios que habían sido
administrados por ésta pasaron a ser colonias similares a las demás. Sin embargo, la supremacía britá-
nica no fue sólo militar. A finales del siglo XVIII, el subcontinente era un exportador neto de tejidos de
algodón. En la década de 1840, la industria algodonera británica proveía aproximadamente un 12%
de los tejidos de algodón consumidos en el subcontinente. En 1880, cerca del 60%. La competitiva
industria algodonera británica, y el control colonial, ejemplifica el impacto global de la Revolución
Industrial. El subcontinente, cuna del cultivo y manufactura de algodón, se había convertido en un
importador neto de tejidos de algodón. Tanto el hilado como el tejido manual no podían competir
con las gigantescas hiladoras y telares mecánicos. Aumentar la competitividad implicaba reducir los
salarios y/o mecanizar el cardado/hilado/tejido. La primera medida empobrecía a una gran parte de la
población. Igualmente, un contexto de ‘salarios bajos’ desincentivaba la mecanización de la actividad
textil. Aunque resulte complejo evaluar con rigor el impacto que tuvo la industrialización británica
en el subcontinente, parece evidente que retrasó su desarrollo económico. Con todo, para alcanzar la
hegemonía mundial todavía quedaba un último reto: China.
Por lo que se refiere a China, que nunca fue conquistada, las expediciones marítimas comandadas
por el almirante Zheng-He en el océano Índico a principios del siglo XV ejemplifican su supremacía en
el continente asiático. En la primera expedición alrededor de 300 navíos y 27.000 hombres partieron
hacia el sudeste asiático y el subcontinente indio. Como punto de comparación, puede recordarse que
en 1492, la expedición de Colón contó con 3 navíos y una tripulación inferior a 100 hombres. Las
expediciones chinas alcanzarían la península arábiga y la costa oriental africana. Del mismo modo, la
productividad agrícola en algunas regiones era tan o más elevada como en cualquier parte de Europa.
La población crecía y los avances tecnológicos se sucedían. Cabe recordar que el papel, la imprenta,
la brújula o la pólvora fueron inventados en China. Además, la calidad de su seda o porcelana era ini-
gualable. Sin embargo, su industrialización comenzaría a finales del siglo XX, casi dos siglos después
de la Revolución Industrial. Existen varias interpretaciones sobre las posibles causas del atraso chino,
pero en esta sección destacamos sólo algunos aspectos relevantes. En Gran Bretaña, la mecanización
de la actividad textil perseguía sustituir las importaciones de tejidos de algodón y seda. En China, tal
obsesión nunca existió. Es más, demandaba plata a cambio de la seda, té y porcelana, mostrando poco
interés por las manufacturas extranjeras. En el siglo XV, la población crecía y una de las mayores pre-
ocupaciones de las autoridades chinas era monetizar su creciente economía. Además, las expediciones
marítimas de Zheng He no tenían fines comerciales, más bien diplomáticos y tributarios. De hecho,
durante el siglo XVI el comercio fue restringido a algunas ciudades portuarias como Ningbo, Fuzhou
y Guangzhou, también llamado Cantón. En 1759, se decretó que Guangzhou fuera el único puerto
abierto para comerciar con los europeos. Asimismo, el gremio de comerciantes de esta ciudad recibió el
privilegio imperial o monopolio. Evidentemente, este aislamiento contrastaba con la expansión comer-
cial británica de los siglos XVII y XVIII.
En el pasado, China había aceptado plata como medio de pago por sus bienes. Sin embargo, la
plata no era tan abundante a finales del siglo XVIII como antes. De esta manera, varios comerciantes
británicos comenzaron a exportar opio ilegalmente desde el subcontinente indio para pagar la seda, té
y porcelana. Es más, tanto el cultivo como la recogida del opio era administrado por la Compañía de
las Indias Orientales. El tráfico de opio era muy rentable porque se adquirían los bienes sin tener que
recurrir a la plata. Paulatinamente, su tráfico se intensificó, creando una adicción entre la población
104 Los tiempos cambian. Historia de la Economía

china. Las autoridades intervinieron, confiscando el opio que los comerciantes británicos almacenaban
en Guangzhou. Igualmente, varias embarcaciones fueron abordadas y su opio requisado. Gran Bretaña
envió un contingente militar y declaró la guerra a China. En 1840, el Némesis, un buque de guerra
construido con madera/hierro y propulsado por un motor de vapor, arribó a la costa china. En frente,
los juncos chinos, buques de madera y propulsados por el viento. La derrota del país asiático condujo
a la firma del Tratado de Nanjing en 1842, según el cual estos debían pagar 21 millones de onzas de
plata, establecer un arancel medio del 5% y abrir 5 puertos al comercio. Además, la isla de Hong-Kong
fue cedida a los comerciantes británicos.
De esta forma, la Revolución Industrial también acentuó las diferencias entre Oriente y Occidente.
China no supo o pudo aprovechar el carbón mineral que era empleado como combustible tanto en
calefacción como en alguna actividad industrial. Así, el crecimiento demográfico provocó una gran
deforestación. Sin embargo, aunque el encarecimiento de la leña y el carbón vegetal estimulaba la
sustitución de estos por carbón mineral, el motor de vapor no se desarrolló. Posiblemente, el marco
institucional no era el adecuado. Tampoco existe demasiada evidencia histórica sobre una «revolución
científica». La región del Yangtsé, una de las más prósperas y pobladas, era una economía de “salarios
bajos” a principios del siglo XIX, véase el gráfico 3.1, y por tanto con escaso estímulo para mecanizar
la producción. Algunos estudios también apuntan a la imposibilidad de extender la frontera. Aunque
China comerciaba con sus vecinos del sudeste asiático, no dispuso de un nuevo mundo. En 1850, la
industria algodonera británica importaba cerca de 300 millones de kilogramos de algodón bruto. Para
producir una cantidad equivalente de lana bruta en el interior de Gran Bretaña hubiera sido necesario
destinar alrededor de un 235% de la tierra cultivable, praderas y pastos, para la cría de ovejas. Además,
la importación de trigo permitió romper el techo maltusiano.
Así, el subcontinente indio y China que acumulaban alrededor del 60% de la producción mundial
de manufacturas en 1750, apenas alcanzaban entre ambas el 5% en 1913 tal y como muestra el gráfico
1.7 en el capítulo 1. La Revolución Industrial alteró el orden económico mundial porque la industria-
lización británica fue seguida por otros países occidentales y Japón. Bélgica, Francia, Prusia y Suiza
fueron los primeros. Los Offshoots, especialmente Estados Unidos, también adoptaron rápidamente las
máquinas y la fábrica. Otros países y regiones como los Países Bajos, Dinamarca, Finlandia, Noruega,
Suecia, la región mediterránea y Europa del este tardaron algo más. En Oriente, Japón fue el único país
en vías de industrialización. El tamaño del mercado y el grado de integración económica, la dotación
de factores de producción y las políticas comerciales fueron factores decisivos en el progreso industrial
de los países.
Primero, un gran mercado generaba una mayor demanda y, por tanto, estimulaba la inversión. Entre
1818-34, Prusia y otros Estados germánicos crearon una unión aduanera, Zollverein, para reducir los
aranceles y así aumentar el tamaño del mercado. Estados Unidos expandió sus fronteras con la conquis-
ta del oeste, ampliando de esta manera su mercado interno. Por otro lado, el ferrocarril disminuyó los
costes de transporte de mercancías, mejorando la integración de los mercados. Segundo, la abundancia
de carbón mineral estimuló una rápida industrialización en Bélgica. En otros países, la escasez de car-
bón mineral limitó la adopción del motor de vapor. La educación y la formación técnica también se
convirtieron en una prioridad nacional. Aunque el trabajo en las fábricas no requería una gran destreza,
el funcionamiento y mantenimiento de la maquinaria industrial aumentó gradualmente la demanda de
mano de obra cualificada. Cabe resaltar que la competitividad británica resultó del progreso tecnológi-
co. A finales del siglo XVIII, Prusia estableció un sistema de educación obligatoria. La educación públi-
ca obligatoria fue implantada durante la segunda mitad del siglo XIX. En Estados Unidos, la inversión
en investigación y desarrollo (I+D) fue enorme. El Instituto Tecnológico de Massachusetts y California
fueron fundados en 1861 y 1891 respectivamente. Tercero, auspiciada por la supremacía tecnológica,
La Revolución Industrial 105

Gran Bretaña había adoptado una política comercial de librecambio. En 1860, Gran Bretaña y Francia
firmaban un tratado bilateral de libre comercio, el Tratado de Cobden-Chevalier. Aún así, la supremacía
tecnológica británica era considerada una grave amenaza para aquellos países en plena industrializa-
ción. De esta manera, la gran mayoría de los países optó por proteger la industria. El arancel medio
entre 1875 y 1913 en Estados Unidos fue del 25.4%. En el imperio Alemán y Francia el arancel sobre
las manufacturas en 1913 era del 13% y del 20% respectivamente.
En resumen, la Revolución Industrial fue un episodio fundamental en la historia. La economía britá-
nica se industrializó y la mecanización de algunos procesos productivos, el motor de vapor y la fábrica
mejoraron la productividad. Asimismo, la industrialización transformó la estructura económica. La
agricultura y ganadería dieron paso a la industria y el comercio. Al mismo tiempo, la sociedad británica
se modernizó y logró escapar de la trampa maltusiana. La población creció pero no fue frenada como
en el pasado por hambrunas, guerras o epidemias. El imperio británico, además, reflejó la superioridad
tecnológica y militar lograda durante la Revolución Industrial. Otros países occidentales y Japón si-
guieron el ejemplo británico y se industrializaron. Como resultado, el bienestar económico en Occiden-
te y Japón mejoró, agrandando la divergencia económica con el resto de países: la Gran Divergencia.

BIBLIOGRAFÍA

Básica
Allen, R. C. (2009), The British Industrial Revolution in global perspective, Cambridge University Press, Cambridge.
Allen, R. C. (2013), Historia económica mundial: una breve introducción, Alianza, Madrid (Capítulos 3 y 4).

Complementaria
Mokyr, J. (1993), La palanca de la riqueza: creatividad tecnológica y progreso económico, Alianza, Madrid (Capítulo
5)
Mokyr, J. (2009), The enlightened economy: an economic history of Britain 1700-1850, Yale University Press, New
Haven.
Pollard, S. (1991), La conquista pacífica: la industrialización de Europa, 1760-1970, Universidad de Zaragoza, Za-
ragoza.
Wrigley, E.A. (2010), Energy and the Industrial Revolution, Cambridge University Press, Cambridge.

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