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En el siglo I de nuestra era, la religión cristiana se encuentra, en el marco del Imperio Romano,
con la filosofía griega. Frente a esta, que es sólo búsqueda de la verdad, el cristianismo se
presenta con la verdad revelada por el mismo Dios, que había salido al encuentro del hombre.
La primera relación entre ambos es de rechazo mutuo: a los filósofos les parecerán los dogmas
cristianos racionalmente absurdos, y los cristianos sostendrán la primacía de la fe sobre la
razón. Pero, en un segundo momento, el cristianismo asimilará la filosofía, y ello por la
necesidad de justificar el dogma, y de defenderlo frente a los ataques de los filósofos y frente
a las herejías. Este proceso de asimilación de la filosofía, sobre todo la platónica y neoplatónica,
será llevado a cabo por los Padres de la Iglesia (siglos II-V).
La Patrística (ss. II-VIII) y la Escolástica (ss. IX-XIV) son las dos grandes etapas del pensamiento
cristiano antiguo y medieval. El principal representante de la Patrística es san Agustín (ss. IV-V)
y el de la Escolástica santo Tomás de Aquino (s. XIII). San Agustín hace una síntesis de
cristianismo y platonismo, y Santo Tomás hace una síntesis de cristianismo y aristotelismo. De
este modo la relación entre la razón y la fe se convierte en el problema principal de la filosofía
medieval.
a.1. San Agustín: "comprende para que puedas creer, cree para que puedas comprender"
La existencia de Dios la prueba San Agustín surge como fundamento eterno y necesario de las
verdades eternas y necesarias. También habla de Dios como responsable del orden del Universo
y apela al argumento del consenso universal sobre su existencia. San Agustín concibe a Dios
como un ser perfectísimo y absolutamente trascendente.
Para san Agustín, Dios creó el mundo libre y voluntariamente a partir de la nada, no siendo
responsable del mal, que concibe como ausencia de perfección. Todo lo creado tiene su causa
ejemplar en la mente divina de un modo similar a la concepción platónica de las ideas o formas.
Por su parte el hombre es, para san Agustín, una imagen de Dios. Consta de un alma inmortal
que se sirve de un cuerpo mortal. El alma es lo que da vida al cuerpo y es la sede de la
racionalidad. Nuevamente las relaciones con el platonismo son evidentes.
En el campo de la moral considera san Agustín que la beatitud o felicidad sobrenatural es el fin
último de la conducta humana. Así el mal moral es responsabilidad del ser humano, quien
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libremente escoge apartarse de Dios. Dicha libertad no es para san Agustín incompatible con la
omnisciencia de Dios ni con la existencia del pecado original y la gracia divina pues Dios nos crea
libres de seguir su camino o de sepáranos.
Además, san Agustín considera que todos los hombres forman parte de la ciudad celestial o de
la ciudad terrenal. Estas dos “ciudades” están en permanente lucha durante la Historia, que
terminará con el triunfo de la ciudad celestial. También cree que sólo puede ser justo un Estado
cristiano, defendiendo la utilización del poder político como un instrumento al servicio de la
salvación.
La filosofía desarrollada en Europa entre los siglos IX y XIV se denomina filosofía escolástica, y
su rasgo característico es el intento de buscar explicaciones racionales a la fe. La etapa de
formación de la Escolástica dura hasta el siglo XII, y se caracteriza por el agustinismo.
La figura más destacada de este período es san Anselmo de Canterbury (1033-1109), que
formula el argumento ontológico de la existencia de Dios. En líneas generales, san Anselmo lo
formula en el Proslogium del siguiente modo: Todos los hombres, (incluso el necio que en su
corazón afirma que Dios no existe) tienen la idea o noción de Dios, entienden por tal un ser que
es imposible pensar otro mayor que él; ahora bien, un ser tal ha de existir no solamente en
nuestro pensamiento sino también en la realidad, ya que en caso contrario sería posible pensar
otro mayor que él (a saber, uno que existiera realmente) y, por tanto, caeríamos en
contradicción; luego, Dios existe no sólo en el pensamiento sino también en la realidad.
Además afirma que el hombre está compuesto de cuerpo y alma sustancialmente unidos. El
alma humana, en contra de lo afirmado por Aristóteles, es concebida como inmortal. Por otr
lado, para santo Tomás, como para Aristóteles, el conocimiento intelectual parte del
conocimiento sensible para, mediante un proceso de abstracción, obtener el concepto universal.
Y, finalmente en el campo de la moral, sostiene que la beatitud es el fin de la conducta humana
y el premio a las acciones buenas. Así una acción es buena si se ajusta a la ley.
El siglo XIV es de crisis de la Escolástica, y se caracteriza por la crítica a los grandes sistemas
filosóficos del siglo XIII. Su principal representante es Guillermo de Ockham (1298-1349).
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Ockham rechaza radicalmente el campo común establecido por Santo Tomás entre la razón y la
fe al considerar que ningún dogma de fe puede ser demostrado por la razón.
El Renacimiento (ss. XV-XVI) puede ser caracterizado como un período de transición entre la
Edad Media y la Edad Moderna. El Renacimiento proclamaba la vuelta a los orígenes clásicos
(greco-romanos) de nuestra cultura. En el campo filosófico, el Renacimiento significó la
recuperación del sentido original de los grandes sistemas clásicos (platonismo, aristotelismo,
epicureísmo, estoicismo y escepticismo). Frente al teocentrismo de los filósofos medievales, los
filósofos humanistas del Renacimiento adoptan una nueva actitud, antropocéntrica y
naturalista.
c. El debate racionalismo/empirismo
Racionalismo y Empirismo son las dos grandes corrientes iniciales de la Filosofía Moderna. En
ambas, el problema del conocimiento –de su origen y su fundamento– se convierte en el
problema fundamental. Ante este problema, se caracterizan por defender tesis antagónicas.
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Tesis principales del Empirismo:
2) Las ideas de nuestro conocimiento son adquiridas a través de los sentidos y su valor
de verdad depende de la experiencia (a posteriori).
Descartes fue el iniciador del Racionalismo y de la Filosofía Moderna. Con él, el problema del
conocimiento se convirtió en el problema filosófico principal. Descartes, que además de un gran
filósofo fue un gran matemático, tomó a la matemática como modelo del saber y afirmó que la
razón por sí sola puede descubrir todo el conocimiento acerca de la realidad. Desde este punto
de vista, consideró que a partir de ideas innatas, esto es, de verdades primarias y fundamentales
que la razón encuentra en sí misma, es posible deducir todo el sistema de conocimiento del
mundo. Todos los filósofos racionalistas coincidirán en este enfoque del conocimiento.
Posteriormente, Locke y los demás filósofos empiristas negarán la existencia de ideas innatas y
defenderán que todo nuestro conocimiento proviene de la experiencia sensible. Los empiristas
–siguiendo a Locke, que es el iniciador de esta corriente filosófica– dirán que nuestra mente al
nacer es una “hoja en blanco” (tabula rasa), cuyo contenido ha de provenir de la experiencia. En
contra de Descartes, afirman que la verdad se alcanza por observación y por generalizaciones
inductivas.
El contexto histórico en el que vive Descartes es el de la Francia del siglo XVII, que está marcado
por una gran inestabilidad en toda Europa debida a las guerras de religión entre la
reforma protestante (luteranos y anglicanos) y los países que inician la contrarreforma
católica tras el Concilio de Trento (1545-1563). Las disputas político-religiosas desembocan en
la Guerra de Treinta años (1618-1648) en la que se ven involucradas las grandes potencias
del momento y en la que participó el propio Descartes como soldado.
Por otro lado, el contexto cultural está marcado por el Renacimiento y su nueva imagen del
universo y del ser humano que dejan de lado el fuerte teocentrismo medieval. Así la nueva
ciencia abandonará progresivamente la cosmovisión aristotélica en favor de autores como
Galileo o Copérnico que buscan matematizar la realidad y conciben la naturaleza como una
gran máquina.
b. VIDA Y OBRA:
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En 1623 abandonó el ejército. Desde 1628 vivió en Holanda, donde llevó una vida de retiro y
estudio. En 1649 fue invitado por la reina Cristina de Suecia para que la instruyera en su filosofía.
Murió en 1650 en Estocolmo.
Escribió obras de carácter filosófico y científico. Entre las obras filosóficas destacan: Discurso
del método, Meditaciones metafísicas, Reglas para la dirección del espíritu y Principios de la
filosofía.
Así, Descartes pretende construir una nueva filosofía sobre bases completamente nuevas. Busca
la certeza en el conocimiento y considera que esta sólo nos la garantiza la razón y no la
autoridad de ningún filósofo. Su actitud ante la tradición no consiste en rechazarla sin más como
falsa, por ser tradición, ni en aceptarla sin más como verdadera, sino en someterla al examen
de la razón, para decidir después qué rechaza y qué acepta.
El autor francés intenta deducir racionalmente, y a partir de principios también racionales, todo
el sistema de las ciencias. Este se caracterizaría por su unidad. Para Descartes, todas las ciencias
se reducen a una, la sabiduría o razón. Concibe este sistema como un conjunto estructurado
de verdades, como los elementos de un edificio, y asentado sobre los sólidos y firmes pilares
de primeras verdades absolutamente indudables. También compara su proyecto con un árbol,
en el que la metafísica sería la raíz, la física el tronco, y la mecánica, la medicina y la moral serían
las ramas. Con este símil nos indica que la ciencia se asienta en principios metafísicos y que tiene
una finalidad práctica.
El carácter del método cartesiano es triple: en primer lugar es universal pues son las mismas
reglas para todas las ciencias; además es progresivo pues su aplicación nos permitirá llegar
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gradualmente al conocimiento de todas las cosas; y, finalmente es preventivo pues intenta
evitar el error.
La intuición es la capacidad que tiene la razón para captar ideas simples e indudables. La
intuición es una especie de “luz natural”, de “instinto natural” que tiene por objeto las
“naturalezas simples”: por medio de ella captamos inmediatamente conceptos simples
emanados de la razón misma, sin que quede posibilidad alguna de duda o error. La intuición es
una "visión" racional tan clara y distinta que no deja lugar a dudas.
La deducción es la capacidad que tiene la razón para establecer conexiones lógicas entre unas
ideas simples y otras formando razonamientos. La deducción consiste en “ver” como las ideas
simples se conectan entre sí, en el conocimiento intuitivo de las relaciones entre estas ideas.
Todo el conocimiento intelectual se despliega a partir de la intuición de ideas simples e
indudables. En efecto, entre unas ideas simples y otras, entre unas intuiciones y otras, aparecen
conexiones que la inteligencia descubre y recorre por medio de la deducción. De este modo se
construirá la totalidad del conocimiento.
La intuición y la deducción se relacionan con la segunda y la tercera reglas del método. La
intuición se relaciona con el análisis y la deducción con la síntesis. Como se indicó anteriormente,
el análisis consiste en descomponer los problemas complejos en sus partes o elementos simples.
Estos elementos o partes son las ideas simples que habremos de captar mediante intuición.
También se señaló antes que la síntesis consiste en una recomposición ordenada del problema
descompuesto en el análisis, yendo desde las ideas simples a las complejas. Esta tarea de
recomposición, que consiste en conectar unas ideas simples con otras, se hará usando nuestra
capacidad de deducción. Por el análisis de lo complejo se llega (dividiéndolo) a la intuición de lo
simple. Por la síntesis se deduce lo complejo a partir de lo simple. He aquí el doble proceso que
caracteriza el funcionamiento de la razón según Descartes.
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2. LA DUDA METÓDICA Y LA PRIMERA VERDAD: EL «COGITO»
2.1. Naturaleza y propósito de la duda cartesiana
Como decíamos antes, al caracterizar el Racionalismo, el entendimiento ha de encontrar en sí
mismo las verdades básicas a partir de las cuales sea posible deducir el edificio entero de
nuestros conocimientos. Este punto de partida ha de ser una verdad absolutamente cierta, de
la que no sea posible dudar en modo alguno. Sólo así el conjunto del sistema quedará
firmemente fundamentado.
La búsqueda de un punto de partida absolutamente cierto exige la tarea previa de eliminar todos
los conocimientos, ideas y creencias que no aparezcan dotados de una certeza absoluta: hay que
eliminar todo aquello de que sea posible dudar. De ahí que Descartes comience con la duda. Y
esta duda es metódica, es una exigencia del método cuya primera regla impone la exigencia de
eliminar todo aquello que no sea absolutamente evidente, es decir, que admita la más mínima
duda. Descartes va a dudar hipotéticamente de todo. La duda cartesiana no es la duda real de
los escépticos, sino un momento del método, pues sólo aquella verdad que resista esta duda
podrá ser aceptada como un principio firme y seguro.
De este modo Descartes utiliza la duda simulando ser un escéptico, pero su objetivo final es
demostrar la verdad. Se trata por tanto de una duda provisional que funciona como un
andamio o escalera que tiene las siguientes características:
- UNIVERSAL: se aplica a absolutamente todo, incluso aquello que parece evidente.
- METÓDICA: Se trata de un procedimiento o herramienta, no el resultado del conocimiento.
- TEORÉTICA: No se extiende a la conducta o a actividad humana práctica pues solo se utiliza
para reflexionar sobre los primeros principios filosóficos.
- HIPERBÓLICA: va más allá de lo razonable pues llega a los sentidos, el sueño o incluso las
propiedades matemáticas.
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duda: tal vez exista algún espíritu maligno –escribe Descartes– "de extremado poder e
inteligencia, que pone todo su empeño en inducirme a error" (Meditaciones metafísicas).
Esta hipótesis del "genio maligno" equivale a suponer que tal vez el entendimiento
humano es de tal naturaleza que se equivoca siempre y necesariamente cuando razona y
cree captar la verdad. Una vez más se trata de una hipótesis improbable, pero que nos
permite dudar de todos nuestros conocimientos.
El «cogito» consiste en la afirmación indubitable de mi existencia como sujeto que piensa, como
«yo» pensante. Descartes dirá que el «yo», el sujeto que piensa y, por lo tanto, existe, es una
sustancia pensante. El «yo» o sujeto cuya existencia es indudable es una sustancia cuya esencia
es el pensamiento. Esto es lo que se me presenta como absolutamente evidente en el «cogito».1
El problema es enorme, sin duda, ya que a Descartes no le queda más remedio que deducir la
existencia de la realidad a partir de la existencia del pensamiento. Así lo exige el ideal
deductivo: de la primera verdad, "yo pienso", han de extraerse todos nuestros conocimientos,
incluido, claro está, el conocimiento de que existen realidades extramentales.
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En la patrística San Agustín ya había formulado un razonmiento similar con su famoso: “Si fallor, sum”
(si me equivoco, existo). En el autor medieval se utiliza para refutar a los escépticos y descubrir a dios en
la interioridad (permite el encuentro con DIOS)
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Antes de seguir adelante con la deducción, veamos, como hace Descartes, qué elementos
tenemos para llevarla a cabo. El inventario nos muestra que contamos con dos: el pensamiento
como actividad (yo pienso) y las ideas que piensa. En el ejemplo citado, "yo pienso que el mundo
existe", esta fórmula nos pone de manifiesto la presencia de tres factores: el yo que piensa, cuya
existencia es indudable; el mundo como realidad exterior al pensamiento, cuya existencia es
dudosa y problemática, y las ideas de "mundo" y de ''existencia" que indudablemente poseo (tal
vez el mundo no exista, pero no puede dudarse de que poseo las ideas de "mundo" y de
"existencia", ya que, si no las poseyera, no podría pensar que el mundo existe).
Descartes tiene que demostrar la existencia del mundo y tiene que partir de las ideas del sujeto
pensante. Pero… ¿Qué es realmente le cogito? En primer lugar, es una sustancia que piensa,
pero es eso: autoconciencia o pensamiento. La realidad exterior y el cuerpo son desconocidas
para el sujeto puesto que no son claras ni distintas. Además, Descartes tiene presente que la
sustancia es aquello que no necesita nada salvo si mismo para existir. Dicha sustancia solamente
puede ser Dios. De acuerdo con su método Descartes llegará a postular la existencia de 3
sustancias diferentes: cogito (primera verdad: yo pienso), dios (el ser más perfecto que existe) y
finalmente los seres extensos (el cuerpo y otras realidades).
Hay, pues, que partir de las ideas. Hay que someterlas a un análisis cuidadoso para tratar de
descubrir si alguna de ellas nos sirve para romper el cerco del pensamiento y salir a la realidad
extramental. Al realizar este análisis, Descartes distingue tres tipos de ideas:
2. Ideas facticias, es decir, aquellas ideas que construye la mente a partir de otras ideas
(la idea de un caballo con alas, etc.).
Es claro que ninguna de estas ideas puede servirnos como punto de partida para la demostración
de la existencia de la realidad extramental: las adventicias, porque parecen provenir del exterior
y, por tanto, su validez depende de la problemática existencia de la realidad extramental; las
facticias, porque al ser construidas por el pensamiento, su validez es cuestionable.
3. Ideas innatas. Existen, sin embargo, algunas ideas (pocas, pero, desde luego, las más
importantes) que no son ni adventicias ni facticias. Ahora bien, si no pueden provenir
de la experiencia externa ni tampoco son construidas a partir de otras, ¿cuál es su
origen? La única contestación posible es que el pensamiento las posee en sí mismo, es
decir, son innatas. (Henos aquí ya ante la afirmación fundamental del Racionalismo de
que las ideas primitivas a partir de las cuales se ha de construir el edificio de nuestros
conocimientos son innatas.)
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[Con argumentos convincentes demuestra Descartes que la idea de Dios no es adventicia (y no
lo es, evidentemente, ya que no poseemos experiencia directa de Dios) y con argumentos menos
convincentes se esfuerza en demostrar que tampoco es facticia (tradicionalmente se ha
mantenido que la idea de infinito proviene, por negación de los límites, de la idea de lo finito;
Descartes invierte esta relación afirmando que la noción de finitud, de limitación, presupone la
idea de infinitud: ésta no deriva, pues, de aquélla; no es facticia.)]
Una vez establecido por Descartes que la idea de Dios –como ser infinito– es innata, el camino
de la deducción queda definitivamente expedito:
La existencia de Dios es demostrada a partir de la idea de Dios (que también identifica con la
idea de perfección). Entre los argumentos utilizados por Descartes merecen destacarse dos: un
argumento basado en el principio de causalidad aplicado a la idea de Dios y el argumento
ontológico de San Anselmo (un reconocido escolástico):
Estos tres ámbitos de la realidad van a ser las tres sustancias que Descartes distinga en su
metafísica: la sustancia infinita (Dios), la sustancia pensante (el «yo» pensante, la mente, la
“res cogitans”) y la sustancia extensa (la materia, la “res extensa”)
Estas son las tres sustancias que componen todo lo real y que constituyen el centro de la
metafísica cartesiana. Metafísica que, por tal motivo, se denomina metafísica sustancialista.
Toda la metafísica racionalista será, a partir de Descartes, una metafísica sustancialista centrada
en el concepto de sustancia.
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4.2. Sustancia, atributo y modos
Descartes dice que la sustancia es una cosa que existe de tal modo que no necesita de ninguna
otra cosa para existir. De esta definición se seguiría, en sentido estricto, que sólo Dios es
sustancia, ya que la sustancia pensante y la sustancia extensa necesitan de Dios para existir.
Descartes mismo reconoce que tal definición sólo puede aplicarse de modo absoluto a Dios, si
bien defiende que la definición también puede aplicarse, en un sentido relativo y limitado, a la
“res cogitans” y a la “res extensa” por ser independientes entre sí. La “res cogitans” y la “res
extensa” son sustancias en la medida en que no necesitan la una de la otra para existir
(mutuamente no se necesitan, son absolutamente independientes la una de la otra). No
necesitan de nada para existir salvo de Dios (frente a Dios que es la sustancia infinita, la “res
cogitans” y la “res extensa” son sustancias finitas).
Las sustancias son conocidas por sus atributos. El atributo es aquello por lo que una sustancia
es conocida y se identifica con ella. El atributo es la esencia de la sustancia. El atributo de la
sustancia pensante es el pensamiento. La mente o alma no es sino pensamiento: es una
sustancia cuyo único atributo o esencia es el pensamiento (al que define como la actividad
consciente de dudar, afirmar, negar, razonar, querer, imaginar, sentir, etc.). Por eso Descartes
llama al alma “res cogitans” (cosa pensante). El atributo de la materia es la extensión. El cuerpo
(cualquier cuerpo) no es sino pura extensión o magnitud espacial. Esta es su esencia. Por eso
Descartes le da el nombre de “res extensa” (cosa extensa”). El atributo esencial de Dios es la
perfección.
A las distintas variaciones y modificaciones particulares en las que se manifiesta una sustancia
Descartes las denomina modos. Los modos son modificaciones de los atributos. Como en Dios
no hay cambio, Dios no tiene modos. Los distintos modos del pensamiento son los distintos
pensamientos concretos (un acto concreto de dudar, por ejemplo) y los modos de la extensión
son la figura y el movimiento.
Atributo:
infinitud en Atributo: el Atributo:
sentido de pensamiento extensión
perfección
Modos:
entendimiento , Modos: figura y
Modos: ¿?
voluntad , movimiento
imaginación
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En cualquier caso, en el ser humano se nos plantea el problema de cómo se relacionan las dos
sustancias siendo ellas independientes y autosuficientes. Descartes no niega la acción recíproca
entre las dos sustancias. Es un hecho que el alma tiene poder para mover el cuerpo y que el
cuerpo, a su vez, influye sobre el alma produciendo sentimientos y pasiones. El problema está
en cómo explicar esta relación después de haber definido alma y cuerpo como dos sustancias
radicalmente distintas e independientes. Este problema, conocido con el nombre de «problema
de la comunicación de las sustancias», fue el más debatido por los filósofos racionalistas.
Descartes situó en la glándula pineal el punto de unión e interacción de las dos sustancias. Esta
polémica y controvertida solución fue abandonada por los racionalistas posteriores que
propusieron diferentes soluciones para explicar la relación entre la mente y el cuerpo.
1. LOCKE EN SU CONTEXTO:
A. Contexto histórico: Momento de grandes revoluciones a 3 niveles:
a. Políticas: Destaca en el contexto de Locke la Revolución Gloriosa de 1688 en
donde se obliga al rey a exiliarse y al nuevo monarca a aceptar la división de
poderes, la libertad individual y el respeto a la propiedad privada. Toda esta
revolución se lleva a cabo sin derramamiento de sangre y, además influye
directamente en la Declaración de Independencia de Estados Unidos de América.
b. Económicas: Dentro de esta desataca por encima de cualquier otra la Revolución
Industrial que se caracterizó por importantes descubrimientos técnicos como la
máquina de vapor. Esto facilitó la primacía marítima de Inglaterra especialmente
en los océanos del Pacífico e Índico.
c. Filosóficas: Además del debate epistemológico entre empiristas y racionalistas
es muy destacable la relevancia de la Ilustración como un movimiento que sitúa
la razón como centro de la reflexión filosófica. Especialmente destacable es la
crítica a la metafísica o a cualquier especulación prejuiciosa junto con la
búsqueda de un estado laico en donde la influencia de la religión sea menor.
B. VIDA Y OBRA: (1632-1704)
De su producción filosófica destaca Carta sobre la tolerancia, Dos tratados sobre el gobierno
civil y Ensayo sobre el entendimiento humano.
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2. LA FILOSOFÍA POLÍTICA MODERNA: EL CONTRACTUALISMO O TEORÍA DEL CONTRATO
SOCIAL (Liberalismo político de Locke)
La filosofía política moderna entronca con el pensamiento político de Maquiavelo (s. XV-XVI)
que, en el Renacimiento, había defendido la teoría de que la política constituye un ámbito
autónomo con una mecánica propia, desligada de principios morales o religiosos. Esta teoría
se conoce con el nombre de «realismo político». Igualmente, esta demanda de autonomía
para la actividad política corre paralela al creciente protagonismo de la burguesía y su
demanda de libertades para el individuo. Al constituirse la política como ámbito autónomo
ya no cabe asentar su legitimidad en un supuesto origen divino, de ahí que surgiesen las
teorías del contrato social, que remiten la génesis del poder político a un acuerdo o pacto
entre individuos libres.
Así definimos las teorías del contrato social como una corriente moderna de filosofía política
y del derecho, que explica el origen de la sociedad y del Estado como un contrato original
entre humanos, por el cual se acepta una limitación de las libertades a cambio de leyes que
garanticen la perpetuación y ciertas ventajas del cuerpo social. No es una doctrina política
única o uniforme, sino un conjunto de ideas con un nexo común, si bien extremadamente
adaptable a diferentes contextos, lo que explica su vitalidad y su capacidad para ir
evolucionando y redefiniéndose hasta la actualidad. Como teoría política es posiblemente
una de las más influyentes de los últimos trescientos años, configurando, en mayor o menor
grado, la estructura actual de los distintos Estados y naciones.
En este sentido entre mediados del siglo XVII y mediados del XVIII se van sucediendo las
teorías del contrato social: Thomas HOBBES (Leviatan, 1651), John LOCKE (Tratado sobre el
gobierno civil, 1690) y Jean-Jacques ROUSSEAU (El contrato social, 1762) son sus principales
representantes. Estas teorías evolucionan desde una inicial defensa del absolutismo hacia el
parlamentarismo, la división de poderes y la soberanía popular.
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soberanía recayera sobre un individuo, el monarca, pero no excluye que esta fuera poseída
por una asamblea elegida por el pueblo. Una vez realizado, el pacto es definitivo e irrevocable
e implica otorgarle al soberano un poder absoluto en todo lo relativo la garantía de la paz y
defensa común.
Locke publicó sus Dos tratados sobre el gobierno civil en 1690, tras la «Revolución Gloriosa»
de 1688, que ponía fin a la monarquía de los Estuardo y establecía una monarquía
parlamentaria. En el primero de estos tratados, Locke critica la teoría absolutista del
derecho divino del monarca; En el segundo formula –de acuerdo con la nueva situación
política– su propia versión, frente a Hobbes, del estado de naturaleza, del contrato o pacto
social, de los derechos del Estado y de los ciudadanos. Se trata la suya de una perspectiva
liberal, frente al absolutismo hobbesiano.
Los hombres en estado natural son libres e iguales entre sí y no están sujetos a ningún poder
por encima de ellos. Su libertad solo está limitada por una ley moral natural descubierta
por la razón y que obliga a todos. Esta ley moral, racional y universal, establece que los
hombres poseen naturalmente ciertos derechos. Entre estos derechos naturales destacan el
derecho a la vida, a la libertad y a la propiedad. Locke insiste –de acuerdo con las
circunstancias socioeconómicas de su época– en el derecho a la propiedad: para él, los
hombres poseen un derecho natural a la propiedad, cuyo fundamento es el trabajo.
En principio la ley natural impone límites a la propiedad, pues no es legítimo acumular más
de lo que se puede utilizar. Dado que los bienes naturales son perecederos, no tendría
sentido cazar o pescar más de lo que se puede comer y dejar pudrirse el excedente; iría en
contra de la ley de la naturaleza dejar que se perdieran los bienes naturales. No obstante,
con el tiempo los excedentes producidos por el trabajo empiezan a intercambiarse en
forma de trueque, de modo que lo que a uno le sobra se puede cambiar por algún bien que
se eche en falta y que a otro le sobre. Así como, por ejemplo, alguien a quien le sobraran
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ciruelas podría cambiarlas por nueces, que son menos perecederas. Siguiendo la misma
lógica del trueque, podían cambiarse nueces por bisuterías o por dinero. Y la introducción
del dinero cambia radicalmente las cosas, pues una pieza de oro pasa a valer más que una
gran pieza de carne o un montón de trigo. Además, el dinero no es perecedero; oro y plata
no se pudren. De ahí que la acumulación de capital, aunque introduzca desigualdades
sociales, no contravenga la ley moral natural.
Locke ofrecía así una justificación ideológica de la desigualdad social, muy en consonancia
con la clase burguesa a la que pertenecía. Punto de vista que contrasta, en el ámbito de los
filósofos que desarrollaron las teorías del contrato, con el de Rousseau, que veía en la
propiedad, lejos de un derecho natural, el principio corruptor de la igualdad que reinaba
entre los hombres en el estado de naturaleza. En el siglo XIX, Marx también considerará a
la propiedad privada como el origen de las desigualdades sociales, lo cual le llevará a
proponer su abolición.
2.2.2. La sociedad política (producto del pacto social): el Estado mediante el pacto
Pero en el estado de naturaleza resulta difícil una defensa eficaz y justa de los derechos
individuales (y, muy especialmente, del derecho de propiedad), bien porque los individuos
particulares sean incapaces de repeler por sí mismos las agresiones de los demás, bien
porque al repelerlas se excedan innecesariamente y de modo arbitrario ya que en el estado
de naturaleza es el propio individuo quien tiene el poder de castigar a quien atente contra
sus derechos, se corre el riesgo, al ser éste juez y parte, de que el castigo a la infracción
cometida sea arbitrario y desproporcionado. Se hace así necesaria una organización política
–el Estado– que remedie las desventajas del estado de naturaleza.
Para evitar las desventajas del estado natural, los individuos realizan un pacto entre ellos
por el cual renuncian a parte de su libertad para poder gozar de sus derechos individuales
con más seguridad, aceptando someterse a la voluntad de la mayoría. Para que el pacto
tenga validez, cada uno de los individuos debe dar, expresa o tácitamente, su
consentimiento al mismo.
Mientras que en Hobbes los individuos pierden su soberanía irreversiblemente cuando por
contrato la otorgan al soberano, en Locke el pacto es reversible. El pueblo nunca pierde la
soberanía y puede recuperarla si el soberano no se atiene a lo pactado y no vela
adecuadamente por los derechos inalienables de los individuos. De ahí que Locke defienda
el derecho de rebelión y la libertad de los ciudadanos para, llegado el caso, retornar al estado
natural o constituir una nueva sociedad política. El individuo no renuncia a sus derechos
personales inalienables, sólo renuncia al ejercicio individual de la fuerza, dejando ese
ejercicio al Estado siempre y cuando este proteja el bien común.
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2.2.3. La descripción del Estado Liberal
Pero… ¿Cómo debería de ser este Estado para Locke? Frente al Estado absoluto de Hobbes,
Locke aboga por un Estado liberal donde es la mayoría quien decide cómo organizarse
políticamente. Locke se inclina por una monarquía parlamentaria con división de poderes:
- Poder legislativo correspondiente con el Parlamento que aprobaría las leyes del
Estado y cuyo objetivo prioritario es defender la libertad individual y el bien común.
- Poder ejecutivo, que en su caso incluye al judicial, que debe gobernar y defender las
leyes que han sido aprobadas por el Parlamento.
- Poder federativo que permite los acuerdos internacionales necesarios para el buen
desarrollo del estado.
Nos encontramos, por lo tanto, ante una concepción liberal del Estado, donde el poder no es
absoluto e indivisible, sino dividido fundamentalmente en dos. Es importante señalar que
medio siglo más tarde Montesquieu, inspirándose en Locke, pero independizando el poder
judicial del legislativo, estableció la doctrina de la separación de poderes, principio
fundamental del moderno Estado de derecho.
Así mismo en el siglo XVIII Inglaterra representará para los pensadores ilustrados de toda
Europa el país de la libertad pues sitúa al individuo y sus legítimos intereses por encima del
poder de cualquier monarca.
Estos apuntes responden al objetivo de adaptar los contenidos del tema a las exigencias de la prueba de acceso a la
universidad (ABAU) y han sido tomados (y reelaborados a partir) de los siguientes manuales: Historia de la Filosofía, de
Cordón y Calvo Martínez (Editorial Anaya) e Historia de la filosofía, de Grence Ruíz (Ed. Santillana)
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