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LECCIÓN PRIMERA.

1. CONCEPTO Y NATURALEZA JURÍDICA.

El arbitraje, utilizando una definición clásica, es un medio


heterocompositivo de resolución de conflictos por el que dos partes, en virtud
del principio de la autonomía de la voluntad, sobre materias de libre
disposición conforme a derecho, deciden someter una controversia jurídica
surgida o que pueda surgir en el futuro, a la decisión de uno o más árbitros,
excluyendo del conocimiento del asunto a la Jurisdicción.

En cuanto a la naturaleza jurídica del arbitraje han surgido hasta tres


teorías diversas:

— Teoría contractualista: los partidarios de la misma entienden que el


arbitraje es un contrato. Las partes se someten de forma voluntaria a él y
donde no se ejerce jurisdicción, entre otras cosas, porque los árbitros carecen
de esa potestad reservada en exclusiva a órganos jurisdiccionales (art. 117.3
CE). Los árbitros sólo ostentan la potestad declarativa en la resolución de los
conflictos —ahora ampliada también en virtud del artículo 23 LA a la
adopción de las medidas cautelares— manteniéndose la potestad ejecutiva
en Juzgados y Tribunales.
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— Teoría jurisdiccionalista: sus partidarios entienden que el arbitraje


tiene naturaleza jurisdiccional por los efectos procesales que presenta. El
laudo arbitral tiene efectos ejecutivos y de cosa juzgada, por tanto, es una
resolución de claro contenido procesal. Esta teoría debe partir
necesariamente de un nacimiento contractual de la sumisión al arbitraje pero
a partir de ahí defienden que todos los efectos y cuanto acontece en el
arbitraje es de naturaleza procesal.

— Teoría ecléctica: Supone la suma de las dos anteriores de tal manera


que el arbitraje es contractual en su origen y jurisdiccional en sus efectos.
Efectivamente, en el articulado de la LA encontramos preceptos de
naturaleza civil (art. 9 LA), como de naturaleza procesal (art. 8, 34 y ss., 41
y 44), es decir, aquellos casos en los que se produce algún tipo de
intervención judicial en el arbitraje (ejecución forzosa, medidas cautelares,
asistencia en materia de prueba, exequatur) o se alude a los efectos
jurisdiccionales del laudo arbitral (fuerza ejecutiva —art. 44 LA— y de cosa
juzgada —art. 43 LA—).

No obstante, el TC ha reiterado en numerosas resoluciones que el arbitraje


constituye un equivalente jurisdiccional o cuasijurisdiccional, pudiendo
obtener en el arbitraje los mismos objetivos que en la jurisdicción (STC
62/1991, 288/1993 y 174/1995).
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2. Ámbito de aplicación del arbitraje.


Los artículos 1 y 2 LA recogen el ámbito de aplicación del arbitraje en un
doble sentido: por un lado, determina cuáles son las materias que pueden
quedar sometidas a este medio de solución de conflictos (art. 2.1 LA) y, de
otro lado, el ámbito de aplicación respecto a las siguientes cuestiones: 1)
aplicación de las disposiciones de esta ley a cualquier arbitraje que se siga
en territorio nacional con independencia de su carácter nacional o
internacional; 2) Su aplicación supletoria a los arbitrajes de naturaleza
especial; 3) Las especialidades que puedan surgir en torno a la aplicación de
tratados internacionales que sean de aplicación; y 4) La exclusión de la
aplicación de la LA a los arbitrajes laborales.

Son susceptibles de ser sometidas a arbitraje las denominadas por el artículo


2.1 LA materias de libre disposición conforme a derecho. El legislador ha
preferido realizar una formulación genérica de las materias que pueden
quedar sometidas a arbitraje en lugar de concretar expresamente qué materias
quedan excluidas de su ámbito de aplicación tal y como hacía la anterior Ley
de Arbitraje: cuestiones sobre las que había recaído resolución judicial firme
y definitiva, las materias inseparablemente unidas a otras sobre las que no
cabe poder de disposición, las cuestiones en que, con arreglo a las Leyes,
deba intervenir el Ministerio Fiscal en representación y defensa de quienes,
por carecer de capacidad de obrar o de representación legal, no pueden actuar
por sí mismos.
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3. Clasificación del arbitraje.


Una primera clasificación es la que distingue entre arbitrajes ordinarios y
especiales en función de si la resolución del conflicto se realiza en un ámbito
sectorial concreto y especializado como los arbitrajes laborales, transportes,
seguros o consumidores y usuarios, o para supuestos no especializados
estando entonces ubicados en los arbitrajes ordinarios. Éstos pueden
clasificarse, a su vez, en los siguientes:

1.º Atendiendo al origen del arbitraje: arbitraje contractual y arbitraje


testamentario. En este caso la sumisión al arbitraje a través del convenio
arbitral se puede haber producido por medio de una cláusula inserta en un
contrato o a través de una disposición contenida en el testamento de un
finado para solucionar las posibles diferencias entre futuros herederos o
legatarios en relación con la distribución de la herencia.
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2.º En función de la designación de los árbitros puede distinguirse entre


arbitraje ad hoc y arbitraje institucional. En el primero, son las partes las que
proceden a la designación de los árbitros o realizan este encargo en una
determinada persona física o jurídica. Mientras que en el arbitraje
institucional, tanto la elección de los árbitros como el resto de reglas que
guiarán la administración del arbitraje se encomienda a una institución.
Según el artículo 14 LA las partes podrán encomendar el arbitraje a
corporaciones de derecho público ─también a Entidades públicas a las que
se les encomiende el denominado arbitraje sobre controversias jurídicas
entre la Administración General del Estado y cualquiera de sus organismos
públicos regulado en la Disposición Adicional Única de la Ley 11/2011 de
reforma de la Ley de Arbitraje 60/2003 y de regulación del arbitraje
institucional en la Administración General del Estado (Ley 11/2011 de
reforma de la LA en adelante)─ que puedan desempeñar funciones arbitrales,
asociaciones y entidades sin ánimo de lucro cuyos estatutos establezcan
funciones arbitrales y, en particular, al Tribunal de Defensa de la
Competencia.

Las propias instituciones arbitrales deben velar por el cumplimiento de


las condiciones de capacidad de los árbitros y por la transparencia en su
designación así como su independencia (art. 14.3 LA) todo ello sin perjuicio
de las oportunidades que tendrán las partes durante el procedimiento arbitral
para poder instar la recusación de alguno de los árbitros en el supuesto en el
que no cumpla con alguna del as cualidades exigidas que, de otra parte, ya la
institución arbitral ha tenido que velar por su concurrencia.

En cualquier caso, en el arbitraje institucional el desarrollo del


procedimiento arbitral y la designación de los árbitros se regirá por lo
establecido en sus respectivos reglamentos.
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3.º En función del modo de resolución de la controversia, el arbitraje


puede ser resuelto en derecho y, por tanto, conforme a normas jurídicas; y
en equidad, esto es, conforme al leal saber y entender de los árbitros
nombrados.

Tras la LA 60/2003, se entiende que el arbitraje por defecto es derecho,


salvo que las partes establezcan por acuerdo que será en equidad (art. 34.1
LA).

4.º Atendiendo a las normas reguladoras del arbitraje, arbitraje nacional


y arbitraje extranjero.
Sin embargo, el carácter extranjero del laudo arbitral no debemos
confundirlo con el carácter nacional o internacional del arbitraje. A la vista
del artículo 3 LA, se bifurcan los conceptos de arbitraje internacional y laudo
extranjero ya que se hace depender la internacionalidad del arbitraje de
cuestiones que tienen que ver con el domicilio de las partes, el lugar del
cumplimiento de las obligaciones o en el hecho de que afecte a intereses del
comercio internacional, entre otras, pero no se hace depender del lugar donde
el laudo se haya dictado. De tal manera que el criterio absoluto que recoge
el artículo 46 LA por el que todo laudo dictado fuera de nuestro territorio
será calificado como extranjero, no afectará a la internacionalidad o no del
arbitraje. Resulta perfectamente posible que el arbitraje tenga carácter
internacional —v. gr., porque ambas partes tienen su domicilio en un Estado
extranjero— y el laudo que se dicte sea nacional —porque haya sido dictado
en nuestro territorio por árbitros o instituciones radicadas en nuestro país—
y viceversa.

4. La Ley 60/2003, DE 23 de diciembre de Arbitraje.


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La principal fuente legislativa de regulación del arbitraje en nuestros


días, lo constituye esta ley 60/2003 que se caracteriza por las elementos:

Se opta en esta Ley por un sistema monista, esto es, se regula en la


misma norma tanto el arbitraje nacional como el internacional con la
inclusión sólo de ciertas especialidades en relación con este último. Se
apuesta, respecto del ámbito de aplicación de la Ley, por no especificar un
elenco de materias arbitrales sino tan solo una cláusula general que alude a
que serán objeto de arbitraje aquellas materias que sean del libre disposición.
Igualmente es una Ley donde predominan las normas de carácter dispositivo
con pocas excepciones en relación con la aparición de normas imperativas.
Sigue siendo un procedimiento regido por el principio de autonomía de la
voluntad de las partes pero con la consagración expresa en su articulado de
los principios básicos del procedimiento: audiencia, contradicción, igualdad
y confidencialidad. Se ha de destacar las reglas sobre notificaciones y plazos
del procedimiento arbitral así como la natural interrelación entre los
Juzgados y Tribunales de la Jurisdicción ordinaria y el arbitraje a través de
su intervención en supuestos de control o asistencia judicial al arbitraje.

Es una ley, finalmente, que atiende al principio de territorialidad, es decir, se


aplicará a los arbitrajes que se hallen en territorio español, pero resulta en
definitiva una Ley que permite a España en mayor medida que sus
precedentes legislativos, convertirse en sede de arbitrajes internacionales.

Para finalizar, tan solo es necesario hacer referencia a la reforma de la que


ha sido objeto la Ley de Arbitraje 60/2003, a través de la Ley 11/2011, de 20
de mayo, de reforma de la Ley 60/2003, de 23 de diciembre, de Arbitraje y
de regulación del arbitraje institucional en la Administración General del
Estado.
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En búsqueda de una mayor uniformidad se elevan determinadas funciones


de control y apoyo judicial al arbitraje a las Salas de lo Civil y Penal de los
Tribunales Superiores de Justicia en actuaciones como el nombramiento y
remoción de árbitros, acción de anulación del laudo y exequatur de laudos
extranjeros; se certifica la disponibilidad de las materias relacionadas con el
arbitraje estatutario en las sociedades de capital; se incluye la posibilidad de
que otros operadores jurídicos distintos de los abogados en ejercicio puedan
intervenir como árbitros en los arbitrajes de Derecho acoplándose así a la
libre competencia que reclaman las instituciones de la Unión Europea según
la propia Exposición de Motivos.

Junto a lo anterior, determinadas modificaciones en relación con el idioma


del arbitraje, se concibe una nueva articulación del procedimiento de la
acción de anulación del laudo suprimiéndose la confusa distinción anterior
entre laudo firme y definitivo.

Por último, ha sido deseo del legislador introducir a través de esta reforma el
llamado arbitraje institucional en la Administración General del Estado, para
dirimir las controversias entre ésta y sus entes instrumentales.

4. Arbitraje ordinario frente a arbitrajes especiales.

5. Ventajas e inconvenientes del arbitraje frente a la


jurisdicción ordinaria.
El arbitraje tiende a ser comparado continuamente frente a la
jurisdicción ordinaria de ahí la denominación del presente epígrafe. Sin
embargo, antes de profundizar en el mismo debemos señalar que no puede
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ser observado únicamente desde un prisma comparativo frente a la


jurisdicción, mejor dicho, como una simple alternativa a unos Juzgados y
Tribunales que presentan una sobrecarga de trabajo. El arbitraje, tiene su
propia razón de ser, su autonomía y su hueco en la resolución de
controversias civiles y mercantiles de libre disposición con independencia de
cual sea la situación por la que atraviese la jurisdicción ordinaria.

Dicho esto, es habitual realizar comparaciones entre el arbitraje y la


jurisdicción haciendo especial hincapié en las ventajas e inconvenientes que
presenta uno frente a la otra, y a esa cuestión dedicamos las siguientes líneas.

A) Ventajas del arbitraje.


Sin una intención de agotar el asunto, la principales ventajas que presenta el
arbitraje frente a la jurisdicción son las siguientes:

1ª. Rapidez: La celeridad con la que son resueltos los conflictos por vía
arbitral frente a aquellos que se someten a Juzgados y Tribunales suele
presentarse como una de las principales ventajas del arbitraje frente a la
jurisdicción. A nadie escapa el gran volumen de asuntos que hoy día reciben
nuestros Tribunales, esa sobrecarga de asuntos hace que la decisión de las
distintas controversias en las diferentes instancias o, incluso para aquellas
resoluciones que tengan acceso, a través de los diversos recursos
extraordinarios, se extiendan en el tiempo mucho más allá de un plazo
razonable.

Así, el arbitraje se convierte en un método de resolución de conflictos en


donde el pronunciamiento del laudo está sometido a plazo ─seis meses desde
la contestación a la demanda arbitral o desde la expiración del plazo, salvo
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acuerdo en contrario de las partes o de la institución arbitral administradora


del arbitraje─.

En absoluto hay que pensar que un arbitraje estará sometido a dicho plazo
─seis meses en el supuesto─ ya que diversas y numerosas actuaciones
previas a la contestación a la demanda arbitral amplían el desarrollo del
arbitraje muchos meses más. No obstante, podemos afirmar que con carácter
general el arbitraje será más rápido que el procedimiento judicial sobre todo
si tenemos en cuenta la posibilidad de recurso que ofrece como mínimo en
apelación y, según los casos, también en casación o extraordinario por
infracción procesal, nuestro ordenamiento procesal civil. Recuérdese que el
laudo que decide una controversia arbitral no es recurrible y tan solo cabe
interponer frente a él una acción autónoma de impugnación por motivos
formales que es la acción de anulación del laudo, hoy atribuida a las Salas
de lo Civil y Penal de los Tribunales Superiores de Justicia.

2ª. Elección de árbitros especializados.


Nuestros órganos jurisdiccionales están investidos por el principio iura novit
curia, el Juez conoce el Derecho, esto no significa que, a pesar de la correcta
formación de la mayoría de nuestros Jueces y Magistrados, les sea exigible
conocimientos enciclopédicos de todo y además, en materias absolutamente
especializadas.

Este problema puede resolverse mediante el recurso al arbitraje que nos


permite elegir a los árbitros que resolverán la controversia precisamente,
quizás, en materias absolutamente complejas y especializadas. A similar
solución puede llegarse también mediante el recurso a una institución arbitral
ya que ésta se encargará de nombrar a un árbitro o tribunal arbitral cuyo perfil
de formación mejor pueda adaptarse al objeto de la controversia.
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3º. Foro imparcial para resolución del conflicto.


En materia contractual puede surgir a menudo cuestión acerca de la elección
de un determinado Juzgado o Tribunal a través de una cláusula de sumisión
expresa. El asunto se complica aún más cuando las dos partes pertenecen a
Estados distintos.
Una buena vía de solución es la sumisión a un arbitraje para evitar que
ninguna de las partes “juegue en casa” y se litigue en un país o territorio que
le pueda favorecer, habida cuenta de que en el arbitraje el lugar del mismo
es elegido por las partes o fijado por defecto por la institución arbitral, puede
afirmarse que la imparcialidad del foro constituye una más de sus ventajas.

4ª. Confidencialidad.
Uno de los principios que inspiran el arbitraje según el art. 24 LA es, el
principio de confidencialidad. El arbitraje no es público a diferencia de los
procesos jurisdiccionales, salvo excepciones que no debemos tratar ahora.
La confidencialidad es exigible a todas las partes que intervienen en el
arbitraje, haciéndose extensible incluso a la institución arbitral
administradora del arbitraje en el arbitraje institucional.

Esta puede ser una cuestión relevante para aquellas partes, quizás
importantes empresas o multinacionales, interesadas en que aspectos
relevantes de su modelo de negocio, clientes, proveedores, datos económicos
o la propia existencia del conflicto, no lleguen a ser públicos por la vía de un
proceso judicial.

5ª. Imposibilidad de impugnación del laudo vía recurso.


El laudo no es recurrible salvo, como hemos dicho, la opción de impugnarlo
por motivos tasados recogidos en el art. 41.1 LA que aluden solamente a
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infracciones de naturaleza formal. No es posible someter a un órgano


distinto, ya sea judicial o arbitral, la cuestión de fondo decidida en el laudo.
Este aspecto pudiera ser incluso observado como una desventaja por aquellos
letrados acostumbrados a tener diversas opciones de decisión de un mismo
asunto a través de los recursos, sin embargo, desde el prisma del arbitraje y
mientras se mantenga la confianza en éste, supone dotar a las partes de
seguridad jurídica.

6ª. Efecto de cosa juzgada y ejecutabilidad del laudo arbitral.


En virtud de lo establecido en los arts 43 y 44 LA el laudo arbitral
produce efecto de cosa juzgada de una parte, lo que impide que pueda
someterse el mismo objeto a otro tribunal jurisdiccional o arbitral
distinto, y de otra parte, el laudo arbitral es un título ejecutivo
asimilable a una sentencia judicial, es por consiguiente ejecutable
obteniéndose por vía arbitral los mismos objetivos que mediante un
proceso jurisdiccional que desemboca en una sentencia que constituye
el título judicial por antonomasia.

7º. Flexibilidad del procedimiento.


A diferencia del procedimiento judicial, las partes pueden fijar las
distintas reglas del procedimiento arbitral de mutuo acuerdo,
acomodándose tanto a los intereses de éstas como al propio conflicto
surgido. Es posible incluso, siempre y cuando no se conculquen los
principios del art. 24 LA de contradicción, audiencia e igualdad, que
durante el transcurso del procedimiento arbitral se modifiquen sobre
la marcha diversos aspectos puntuales del procedimiento mediante
acuerdos entre las partes y los árbitros, o cuando así surgiera, mediante
decisión de los propios árbitros bajo la misma premisa anterior.
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Esa falta de formalismo respecto de la práctica forense facilita el


desarrollo de las diversas actuaciones que conforman el procedimiento
arbitral alejándose en gran medida del procedimiento jurisdiccional.

B) Desventajas del arbitraje.


1ª. Coste del arbitraje.
Siempre se alude al coste del arbitraje como una de las principales
desventajas que presenta frente a la jurisdicción. Es cierto que en el
arbitraje es necesario abonar los honorarios de los árbitros así como los
honorarios de los letrados de las partes intervinientes. A ello hay que
añadir, caso de una sumisión a un arbitraje institucional, los costes de
administración del arbitraje que cobrará la propia institución.

Sin duda, ese coste varía en función de la cuantía del procedimiento


arbitral y del número de árbitros elegidos para dirimir la disputa: uno o
un tribunal arbitral con tres o más árbitros. También el precio del arbitraje
se ve modificado en función del mayor o menor prestigio, nacional o
internacional, de la institución arbitral elegida por las partes.
No obstante, pudiera ser engañosa esta relación de costes del arbitraje si
realmente lo comparamos con todos los costes en los que se haya podido
incurrir en la vía jurisdiccional en las diferentes instancias, quizás
también, en la sustanciación de los recursos extraordinarios. Entendemos
que en la mayoría de los supuestos y, a grandes rasgos, pueden llegar a
ser mucho más costosos los procesos de índole jurisdiccional en diversas
instancias y con condena en costas que el recurso a la vía arbitral.

2º. Dificultad en el nombramiento de los árbitros.


Puede ocurrir que una de las partes en conflicto evite participar en el
nombramiento de los árbitros cuando ambas partes pactaron la sumisión
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a un arbitraje ad hoc. Para estos supuestos la LA habilita la opción de


recurrir al nombramiento judicial de árbitros con la finalidad exclusiva de
que un órgano jurisdiccional proceda a nombrar al árbitro o árbitros
superando así la paralización del arbitraje que busca aquella parte que de
manera obstruccionista no participa en el nombramiento del árbitro.
Nombrado éste, el arbitraje continuará por sus distintos trámites.

Otra vía de solución es la ratificación de convenios arbitrales donde las


partes se sometan a instituciones arbitrales, en cuyo seno y según su
propio reglamento, serán nombrados los árbitros. En estos casos, se prevé
también la posibilidad de que una de las partes, ante la negativa de la
contraria a abonar, de forma sustitutoria, los costes de la arbitraje en la
institución arbitral, proceda a desembolsar todos los costes del arbitraje
con la finalidad de obtener una resolución con fuerza de cosa juzgada que
sea ejecutable, incluida quizás, la condena en costas que haya podido
recaer en el procedimiento arbitral sin la participación de la parte
contraria.

2ª. Imposibilidad de recurrir el laudo.


Como antes decíamos, algunos consideran poco seguro que el arbitraje
sea un procedimiento de única instancia. No tener la oportunidad de una
nueva decisión por un órgano distinto, lleva a este tipo de afirmaciones
sobre todo a aquellos que desconfían claramente del arbitraje como
método alternativo de resolución de conflictos. Inseguridad que se
incrementa desde el momento en que no cabe impugnar el laudo arbitral
por una infracción de carácter sustantiva sino, tan solo, por cuestiones de
naturaleza formal.

3ª. Necesidad de la intervención judicial del arbitraje.


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En el arbitraje rige el principio de intervención mínima de órganos


jurisdiccionales (art. 7 LA). Sin embargo, el recurso a la intervención
judicial en el arbitraje no solo es posible sino, en ocasiones, obligatorio.
Así, la falta de imperi reservada en virtud del at. 117.3 CE a órganos
jurisdiccionales, conlleva la necesidad de que actuaciones como la
ejecución del laudo, la ejecución de medidas cautelares, el exequatur de
laudos extranjeros o el reconocimiento o ejecución de resoluciones
arbitrales, quede sometido a órganos judiciales y no a árbitros.

Junto con lo anterior, la falta de capacidad coercitiva de los árbitros hace


que determinadas actuaciones del procedimiento sean solicitadas a
órganos jurisdiccionales en supuestos de apoyo o asistencia judicial al
arbitraje: asistencia judicial en materia de prueba, medidas cautelares o
nombramiento judicial de árbitros.

Estas ingerencias de la jurisdicción en el arbitraje son consideradas por


algunos como una desventaja, una veces por razones temporales y otras
por diversos motivos, sin embargo, debemos decir que la fuerza ejecutiva
y de cosa juzgada de cualquier laudo arbitral, debe permitir introducir
elementos que doten al procedimiento arbitral de las garantías necesarias,
por lo que son absolutamente razonables actuaciones de control y apoyo
judicial al arbitraje.

4º. Otros motivos.


A nuestro juicio los anteriores constituyen las principales desventajas del
arbitraje frente a la jurisdicción no obstante se han apuntado otras como
las siguientes: dificultades que presentan disputas o varias partes o en las
que se vean afectados terceros ajenos al arbitraje; las denominadas
patologías del convenio arbitral, esto es, riesgos que comporta una
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cláusula arbitral mal redactada o, finalmente, la sumisión a instituciones


arbitrales no recomendables.
Lección segunda. 1. El convenio arbitral. 2. Requisitos del convenio
arbitral. 3. Eficacia del convenio arbitral.

LECCIÓN SEGUNDA.
1. El convenio arbitral.
El convenio arbitral es aquel instrumento en virtud del cual dos partes se
someten al arbitraje, es decir, por medio del cual personas físicas o jurídicas,
deciden someter una determinada controversia sobre materias de libre
disposición conforme a derecho, a la decisión de uno o más árbitros,
excluyendo del conocimiento del asunto a los órganos jurisdiccionales y
teniendo la decisión adoptada fuerza ejecutiva pasando en autoridad de cosa
juzgada.
Por eso el convenio arbitral ha sido definido por la ZPO alemana (& 1.029)
como: “un contrato o un pacto contractual sobre la base del cual las partes
someten a arbitraje todas o determinadas disputas surgidas o que puedan
surgir entre ambas en conexión con una relación jurídica, ya sea contractual
o de otra naturaleza”.
Es pues un elemento que instrumentaliza la voluntad de las partes de acudir
a un medio extrajudicial de resolución de conflictos pero con idénticos
efectos, en su decisión, a la de una sentencia judicial.

De la validez y existencia del convenio arbitral depende la propia existencia


del arbitraje. Si el convenio ratificado por las partes adolece de algún tipo de
vicio que lo haga inexistente o nulo no podrá desplegar aquella eficacia para
la que fue suscrito, es decir, que la controversia sea resuelta por uno o varios
árbitros, en el marco de un arbitraje ad hoc o institucional, con exclusión de
su conocimiento por parte de los órganos jurisdiccionales.

2. Requisitos del convenio arbitral.


El convenio debe cumplir una serie de presupuestos para que pueda permitir
a las partes someter la controversia a arbitraje excluyendo a la Jurisdicción
del conocimiento de ese asunto. Los requisitos formales y de fondo del
convenio arbitral debemos deducirlos tanto de las normas civiles sustantivas
relativas a los contratos (principalmente los arts. 1261 y ss. CC) como de la
propia LA que afortunadamente ha reconducido la situación anterior (LA
1988) y ha recogido en el art. 9 LA cuáles deben ser los requisitos para la
formalización del convenio arbitral.
Debido a la naturaleza contractual del origen del convenio, parece claro que
éste deberá respetar los presupuestos propios de todo contrato —
consentimiento, objeto y causa—1.

2.1. De las partes.


Los contratos —también el convenio arbitral— son firmados por las
partes —ya sean personas físicas o jurídicas—. En virtud de la prestación de
su consentimiento se obligan a lo estipulado en el contrato. Para que ese
consentimiento sea válido es necesario que las partes tengan la capacidad
suficiente para poder suscribirlo y, además, no concurra ninguna causa que
de alguna manera vicie dicho consentimiento.
Así pues, las partes que suscriben un convenio arbitral deben tener
capacidad suficiente para formalizar el negocio jurídico y, esto será así,
cuando ostenten la aptitud necesaria para llevar a término actos jurídicos.
Pero además de esta capacidad para el libre ejercicio de sus derechos
civiles, sinónima a la denominada capacidad de obrar, debe existir en las
partes una capacidad de disposición sobre lo que sea objeto del contrato y
del versus convenio arbitral. En nuestro caso, si la materia es de aquéllas

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Respecto al objeto y contenido del convenio arbitral, queda claro que no podrá versar sobre materias que
no sean disponibles para las partes, es decir, materias que se refieran en exclusiva a intereses de carácter
privado sobre los que quepa disposición, SAP Alicante de 6 de marzo de 2006 (Secc. 6ª).
respecto de las cuales el art. 2.1 LA no permiten una libre disposición por no
tener el carácter de disponibles (las de relevancia penal, las relativas a la
filiación, aquellas en las que tenga que intervenir el Ministerio Fiscal en
protección de alguna de las partes del proceso, entre otras), con
independencia de que la capacidad general de las partes esté intacta, el
convenio no podrá ser suscrito o, mejor dicho, caso de haberlo sido, podrá
ser impugnada su inexistencia por la vía del art. 41.1.a) LA.
Más aún, si teniendo plena capacidad las partes para llevar a término
el convenio arbitral y siendo la materia perfectamente disponible, para que
éste pueda existir o mantener su validez, será necesario que las partes hayan
prestado su consentimiento de forma libre, sin coacciones, sin que haya
mediado, error, dolo, intimidación o cualquier otro vicio en el
consentimiento que haga éste ineficaz. Cuando alguna de estas
circunstancias haya tenido lugar, el convenio arbitral será igualmente
inexistente y por tanto nulo.
De lo que no cabe duda, es que las partes han de prestar su
consentimiento para someterse a arbitraje de manera expresa e inequívoca2
—si mantenemos la terminología del anterior art. 5 LA/1988—. De no ser
clara la intención de las partes de querer someterse a un tercero distinto de
un órgano jurisdiccional para la resolución del conflicto, el convenio arbitral
no podrá desplegar eficacia alguna (v.gr. como podría ocurrir con los
supuestos de sumisiones indistintas a la Jurisdicción y al arbitraje)3.

2.2. Del objeto del convenio.

2
Así lo ha señalado la SAP de Madrid núm. 585/2005 de 29 de julio: “El convenio arbitral no ha de
aparecer plasmado materialmente en un concierto otorgado con unidad de acto y firma conjunta de ambas
partes, sino que tan sólo requiere la constancia de la voluntad común e inequívoca de una y otra de someter
la solución de controversias que se susciten a la decisión arbitral que se comprometen a aceptar”.
3
Caso planteado en el Auto de 6 de junio de 2001 de la Audiencia Provincial de Madrid (Sección 11ª)
Aranzadi Civil núm. 2001/1602.
La exigencia de un objeto cierto viene ya derivada del art. 1261 CC.
Para que el contrato pueda surtir efecto entre las partes será necesario que
éstas tengan capacidad para suscribirlo y que se determine con precisión
aquello que contiene el acuerdo o aquello que determina el convenio arbitral.
El art. 2.1 LA señala que son materias objeto de arbitraje las
controversias sobre materias de libre disposición conforme a derecho.
Utilizando la terminología clásica en el arbitraje se resuelven conflictos
surgidos o que puedan surgir en el futuro respecto de una determinada
relación jurídica, contractual o no, sobre materias de libre disposición
conforme a Derecho.
Si nos ajustamos a este precepto, la LA permite que las partes puedan
someter a arbitraje cualquier conflicto ya surgido, pero también, otras
controversias que puedan surgir en el futuro.
En este punto aparece alguna de las novedades introducidas por la Ley
11/2011 de 20 de mayo, de reforma de la Ley de Arbitraje 60/2003, al
introducir dos nuevos preceptos, el art. 11.bis y 11.ter, que recogen alguna
de las exigencias que venía siendo demandadas por la mayoría de la doctrina.
Así, en virtud de estos preceptos, se admite la sumisión a arbitraje de
aquellos conflictos que pudieran plantearse en las sociedades de capital,
dando entrada en la Ley al denominado arbitraje estatutario.
Para que sea viable la introducción en los estatutos de una sociedad de
una cláusula de sumisión a arbitraje, será necesario el voto favorable de, al
menos, dos tercios de los votos correspondientes a las acciones o a las
participaciones en que se divida el capital social (art. 11.bis.2 LA).
Se exige que el arbitraje sea de carácter institucional de tal forma que los
estatutos sociales podrán recoger que la impugnación de cualquier acuerdo
societario pueda ser sometido a la decisión de uno o más árbitros (art.
11.bis.3 LA).
Por último, el art. 11.ter LA alude a la incidencia que habrá de tener el
laudo arbitral cuando haya decidido sobre acuerdos societarios que puedan
inscribirse en el Registro Mercantil o que ya estén inscritos. Así, cuando el
laudo declare la nulidad de un acuerdo inscribible habrá de inscribirse en el
Registro Mercantil. En el supuesto de que ya estuviera inscrito el acuerdo
impugnado, el laudo determinará, además, la cancelación de su inscripción
y de los asientos que pudieran ser contradictorios con ella.

En el tráfico comercial tanto nacional como internacional, puede ser


muy habitual la existencia de una pluralidad de relaciones comerciales y, por
tanto, jurídicas entre dos partes. De ahí que si el convenio arbitral pretende
someter un determinado objeto a arbitraje deberá determinar qué concreta
relación jurídica es la que se somete. Por consiguiente, sería nulo todo
convenio que no identificará la relación jurídica concreta sometida a arbitraje
o que hiciera una sumisión genérica a cualquier tipo de controversia de toda
clase que pudiera surgir entre dos partes.

2.3. De la forma.
Se desprende un marcado carácter antiformalista en el articulado de la
LA. Prueba de esto lo constituyen las variaciones que han operado respecto
de las exigencias formales para la conformación del convenio arbitral a
propósito de la LA 60/2003 frente a sus antecesoras. Se trata de reformas
preceptivas para dar entrada al uso de las nuevas tecnologías en el ámbito
del proceso arbitral.
En primer lugar, el convenio arbitral ya no debe haber quedado
plasmado por escrito sino que basta deducirlo de un intercambio de cartas o
telegramas; intercambio de los escritos de demanda y contestación o cuando
conste en un documento accesible para ulterior consulta en soporte
electrónico, óptico o de otro tipo (art. 9.3 LA). Asimismo, es indiferente que
el convenio forme parte de un contrato principal como una más de sus
cláusulas, se haya acudido a él por referencia en otro documento contractual
o forme parte de un contrato de adhesión.
Y en segundo lugar, ha desaparecido ya con la nueva regulación la
referencia que la anterior Ley hacía respecto de la necesidad de que las partes
manifestaran expresamente su voluntad inequívoca de cumplir el laudo.
Bastará con que las partes hayan manifestado —por cualquiera de las formas
ahora admitidas— su voluntad de someter el conflicto a arbitraje.

3. Eficacia del convenio arbitral.


El convenio arbitral sólo afecta a aquellos que lo suscribieron, por tanto,
si se parte de la validez del convenio conforme a los requisitos que acabamos
de apuntar, éste producirá dos efectos principalmente (art. 11 LA):

— El efecto positivo implica que el convenio obliga a las partes a cumplir


con lo estipulado. Son las partes las que están facultadas para dar inicio al
procedimiento arbitral y quedar sometidas al arbitraje (art. 11.1 LA).
— El efecto negativo excluye como efecto inmediato el conocimiento del
asunto por la jurisdicción. Sin embargo, este efecto debe ser invocado a
instancia de parte por medio de la declinatoria con los plazos y
procedimiento establecidos en los artículos 63 y ss. LEC. No obstante, se ha
considerado oportuno hacer una referencia explícita en la propia LA
modificando asimismo el plazo para su interposición en los juicios verbales
a través de la reforma de la Ley 11/2011 de 20 de mayo, así para el juicio
ordinario, la declinatoria habrá de proponerse en los diez primeros días de
los veinte que se tienen para contestar a la demanda, mientras que el juicio
verbal, habrá de proponerse en los diez días posteriores a la citación para la
vista. Esta variación del plazo para la interposición en los juicios verbales es
la única diferencia entre la declinatoria interpuesta por sumisión de la
cuestión litigiosa a arbitraje, de aquella que se interpone con la finalidad de
impugnar la infracción de cualquier otra norma de jurisdicción y
competencia (Competencia Judicial Internacional, Jurisdicción por razón de
la materia, competencia objetiva o competencia territorial).

En cualquier caso, el legislador ha dejado claro en el artículo 11 LA dos


cuestiones más: que la interposición de la declinatoria no suspende el curso
de las actuaciones arbitrales, de modo que la incoación de un proceso judicial
no puede ser utilizada sin más con la finalidad de bloquear o dificultar el
arbitraje; y por otro lado, que la existencia de un convenio arbitral no impide
que puedan solicitarse de un órgano judicial medidas cautelares, tanto
durante el procedimiento como antes del inicio de éste. Esto es, no se
produce una renuncia tácita al arbitraje por el hecho de que las partes
soliciten de los tribunales medidas cautelares.
A este respecto, la Ley 11/2011 de reforma de la LA modifica el art. 722
LEC en el sentido de permitir la solicitud de medidas cautelares, no solo a
quien acredite ser parte en un proceso arbitral pendiente en España o, en su
caso, a quien haya solicitado la formalización judicial a que se refiere el art.
15 LA, sino también a aquellos que, simplemente, acrediten ser parte de un
convenio arbitral con anterioridad a las actuaciones arbitrales.
LECCIÓN 3: LOS ÁRBITROS

Lección tercera. 1. De la competencia de los árbitros. 2. Capacidad de los


árbitros. 3. La designación de los árbitros. 4. Número de árbitros. 5.
Aceptación de los árbitros: abstención y recusación de árbitros. 5.1.
Abstención y recusación. 6. Responsabilidad de los árbitros y la obligación
de constituir un seguro de responsabilidad civil o garantía equivalente. 6.1.
De la responsabilidad de los árbitros 7. Nombramiento judicial de árbitros.
7.1. Competencia. 7.2. Exclusiones. 7.3. Procedimiento para la designación
judicial. 8. Remoción y sustitución de árbitros.

LECCIÓN TERCERA.

1. De la competencia de los árbitros.

El título IV de la LA contiene los arts. 22 y 23 relacionados de una parte con


la competencia de los árbitros y de otra con la adopción por éstos de medidas
cautelares en el marco de un proceso arbitral. La segunda de estas cuestiones,
que aparece como novedad respecto de sus precedentes legislativos, será
tratada en sede de medidas cautelares dentro del procedimiento arbitral y, en
concreto, en el análisis de los supuestos de intervención judicial del arbitraje.
Como se ha expuesto, el convenio arbitral válidamente suscrito entre las
partes provoca dos tipos de efectos, el positivo, por medio del cual las partes
se obligan a cumplir con lo estipulado, esto es, que sean árbitros aquellos que
van a resolver la controversia, y el negativo, consistente en la exclusión del
conocimiento de ese asunto u objeto por órganos jurisdiccionales.
La decisión, voluntariamente adoptada por las partes de dirimir su contienda
ante árbitros y no ante Tribunales estatales, trata de salvaguardarse mediante
la inclusión en los distintos ordenamientos de normas orientadas en ese

1
sentido, ejemplo de ello lo encontramos, de una parte, en el art. 11.1 LA
cuando establece:

“El convenio arbitral obliga a las partes a cumplir con lo


estipulado e impide a los Tribunales conocer de las controversias
sometidas a arbitraje, siempre que la parte a quien interese lo
invoque mediante declinatoria”.

Pero de otra parte, también en el ámbito internacional se incluyen preceptos


que permitirán a las partes hacer valer la sumisión a arbitraje. Tal es el caso
del art. II.3 del Convenio sobre reconocimiento y ejecución de sentencias
arbitrales extranjeras, hecho en Nueva York el 10 de junio de 1958:

“El tribunal de uno de los Estados Contratantes al que se someta


un litigio respecto del cual las partes hayan concluido un acuerdo
en el sentido del presente artículo, remitirá a las partes al
arbitraje, a instancia de una de ellas, a menos que compruebe que
dicho acuerdo es nulo, ineficaz o inaplicable”.

Los ordenamientos de los distintos Estados han venido estableciendo


criterios diversos a la hora de determinar a quién corresponde decidir sobre
la competencia de los árbitros: a los Tribunales estatales, a los propios
árbitros o a ambos.

Nuestra LA ha optado, a través de la regulación contenida en el art. 22 LA,


por un sistema que atribuye en primer lugar a los árbitros la capacidad de
decidir sobre su propia competencia sin perjuicio del control que pueden
efectuar a posteriori los tribunales estatales por medio de la acción de
anulación del laudo sobre aspectos como la existencia y validez del convenio

2
arbitral, la arbitrabilidad de la materia o sobre cualquier otra cuestión que
impida a los árbitros entrar a resolver el fondo de la cuestión que se les
somete.
Esta regulación es coherente a su vez con el art. 7 LA que establece el
principio de intervención mínima de órganos jurisdiccionales en el arbitraje,
dejando su posible actuación solo para supuestos previamente contemplados
en la Ley que atiendan a situaciones de apoyo y control judicial del arbitraje.
Igualmente, respeta el principio esencial de la autonomía de la voluntad de
las partes que decidieron sustraer dicha controversia a los órganos
jurisdiccionales mediante la plasmación del respectivo convenio arbitral, no
se desvirtúa por consiguiente la voluntad original de las partes.
Finalmente, habilita una solución para aquellos que reclaman un control de
lo ocurrido en el arbitraje a través de tribunales estatales debido a los efectos
procesales que se derivan del laudo arbitral: fuerza ejecutiva y de cosa
juzgada.

Dicho esto, nos debemos centrar ahora en el contenido de lo que el recoge el


Titulo IV bajo el epígrafe “De la competencia de los árbitros”. Como
decíamos, el art. 22 LA contiene una de las principales reglas del arbitraje,
el llamado principio Kompetenz-Kompetenz, que de manera menos rigurosa
ya recogía la LA/1988 pero cuya regulación se mejora en la actual LA y en
virtud del cual, los árbitros están facultados para decidir sobre su propia
competencia, entendiendo ésta no en un sentido técnico-procesal, sino
incluyendo cualesquiera otras cuestiones que estrictamente no se refieren a
la competencia de los árbitros pero que pueden obstar a un pronunciamiento
de fondo sobre la controversia.
Junto con lo anterior, el segundo de los efectos que regula el art. 22 LA es la
facultad de los árbitros para decidir sobre la existencia y validez del convenio
arbitral.

3
Por otra parte, también recoge el art. 22 LA la consagración del principio de
separabilidad del convenio arbitral respecto del contrato principal, esto es, el
convenio arbitral tiene identidad propia y goza de autonomía respecto del
contrato principal en el que aparezca inserto. El art. 9.1 LA en relación con
el convenio arbitral reconoce que el convenio arbitral constituye un contrato
diferente e independiente del contrato al que se refiere, razón por la cual
contempla diversas formas de plasmación del convenio arbitral entre las que
se encuentra tanto la cláusula incorporada a un contrato como un acuerdo
independiente.
Así las cosas, la causa de nulidad que afecte al contrato principal en el que
se inserta el convenio o al que se refiere el mismo, puede viciar o no la
cláusula arbitral, lo que establece el art. 22 LA, es que la nulidad del contrato
principal no tiene por qué afectar o, en términos de la LA “no entraña por si
sola” la nulidad del convenio arbitral. Por consiguiente, el convenio arbitral
es independiente del resto de las cláusulas y estipulaciones del contrato del
que pueda forma parte (art. 22.1 LA).

En virtud del principio de autonomía de la voluntad las partes, mediante la


ratificación del convenio arbitral, han decido que una posible controversia
entre éstas pueda ser resuelta por medio de árbitros y no mediante el acceso
a un proceso de índole jurisdiccional. Por consiguiente, deben ser en primer
término los árbitros aquellos que deban tener la capacidad ─competencia─
para decidir sobre todos los aspectos relevantes del procedimiento arbitral,
desde la existencia o validez del propio convenio hasta cualquier otra
cuestión que pudiera impedir a éstos entrar a resolver el fondo del asunto.
De no entenderlo así y en el supuesto de que sobre esas cuestiones
resolvieran con carácter previo los órganos jurisdiccionales, se estaría
conculcando la voluntad de las partes previamente plasmada en el convenio

4
arbitral y se estaría hurtando la competencia de los árbitros para decidir sobre
su propia competencia ─art. 22 LA─.

Nada impide sin embargo, que los órganos jurisdiccionales con competencia
en su caso, intervengan en supuestos de apoyo y control judicial del arbitraje.
Sobre todo, cuando nos ubicamos en este último supuesto ─control del
arbitraje─ los órganos jurisdiccionales están plenamente capacitados para
“revisar o controlar” el laudo dictado en donde, previamente, los árbitros ya
han analizado su propia competencia. Sabemos que esto se debe a los efectos
procesales que presenta el laudo arbitral, si éste produce efectos de cosa
juzgada y tiene fuerza ejecutiva (arts. 43 y 44 LA) no cabe duda de que ese
control jurisdiccional será no solo posible sino necesario y, en el supuesto en
que se aprecie algún tipo de error en la apreciación de los árbitros sobre su
propia competencia ─v.gr. errores en la arbitrabilidad de la materia, en la
determinación de la existencia del convenio arbitral u otros─ éste podrá ser
subsanado por la vía de la acción de anulación del laudo de la que conocen
órganos jurisdiccionales (Salas de lo Civil y Penal de los Tribunales
Superiores de Justicia).
En conclusión, corresponde a los árbitros analizar prima facie su propia
competencia sin perjuicio de las oportunidades que, a posteriori, pudieran
tener los órganos jurisdiccionales cuando intervienen en supuestos de apoyo
y control de arbitraje aunque con las previsiones que apuntamos al analizar
esos supuestos.

Pueden ser de naturaleza muy heterogénea el conjunto de cuestiones sobre


las que podrían llegar a pronunciarse los árbitros en aplicación del art. 22
LA:

5
a) Materias susceptibles de ser sometidas a arbitraje: como es obvio, los
árbitros carecen de competencia para resolver controversias sobre materias
que no son arbitrables porque así lo impide el art. 2.1 LA. Ya hemos
analizado con anterioridad este precepto, el legislador realiza una afirmación
genérica en torno a las materias que pueden quedar sometidas a arbitraje:
“materias de libre disposición conforme a derecho”. Por tanto, cuando la
materia sometida a los árbitros pueda considerarse no arbitrable, éstos, en
primer término, tendrán la competencia para pronunciarse sobre el carácter
disponible o no de la misma.

b) Existencia o validez del convenio arbitral: El convenio es el instrumento


que permite la sumisión a arbitraje de la controversia jurídica. De la
existencia y validez del convenio depende por tanto la propia existencia del
arbitraje. Del mismo modo que en el caso anterior, hemos estudiado con
detalle en un tema anterior, qué presupuestos y contenido debe tener el
convenio arbitral para que permita desplegar sus efectos positivo y negativo.
Son múltiples los motivos que pueden impedir que el convenio arbitral no
llegue a desplegar su eficacia por falta de validez o inexistencia. Algunos de
los cuales van a provocar un supuesto de nulidad absoluta ─cuando el
convenio pueda ser contrario a la ley, la moral o el orden público─ y en otros
casos, un supuesto de anulabilidad o nulidad relativa ─como en el caso de
vicios que afecten a los presupuestos básicos que como todo contrato debe
respetar también el convenio arbitral (art. 1261 CC consentimiento, objeto y
causa)─.

c) Forma del convenio arbitral: es predicable de la actual LA su carácter


antiformalista que se traslada también a la falta de necesidad de que el
convenio arbitral conste por escrito, bastando deducirlo de un intercambio
de cartas y telegramas, de unos escritos de demanda y contestación o cuando

6
conste en documento accesible para ulterior consulta en soporte electrónico,
óptico o de otro tipo (art. 9.3 LA). Junto a lo anterior el convenio puede
presentarse en alguna de las formas que también recoge el art. 9: como una
cláusula más de un contrato, por referencia o en un contrato de adhesión.
Todos estos presupuestos relativos a la forma del convenio arbitral en cada
caso deben ser apreciados en primer término por los árbitros que, por
ejemplo, podrán determinar si la cláusula arbitral se insertó o no en un
contrato de adhesión, si la misma fue o no consensuada entre las partes o
vino impuesta directamente a una de ellas por la contraria o si se respetan los
principios de protección del consumidor en caso de que éste haya sido una
de las partes del contrato en el que se incluye en convenio arbitral.

d) Contenido del convenio y principios esenciales del arbitraje ex art. 24 LA.


El contenido del convenio arbitral puede limitarse al nombramiento de los
árbitros llamados a resolver la controversia, a la identificación de la
institución arbitral que administrará el arbitraje y conforme a su Reglamento
se procederá al nombramiento de árbitros o puede, en su caso, ser tan extenso
y prever tantas cuestiones como así decidan acordarlo las partes.
No debemos descartar por tanto que el convenio arbitral contenga los
aspectos esenciales de procedimiento que regirá el arbitraje en ese sentido,
toda configuración del procedimiento debe partir del respeto a los principios
esenciales del procedimiento arbitral que en la actual LA se explicitan en el
art. 24: contradicción, audiencia, igualdad y confidencialidad.
Aquel convenio que recogiendo el contenido principal del procedimiento
arbitral, determine un conjunto de actos reglamos que conformen el proceso
arbitral colocando a alguna de las partes en una situación de indefensión o
desigualdad podrá provocar la nulidad del convenio y, en todo caso, los
árbitros están facultados para identificar dicha conculcación por mor del art.

7
22 LA desde el primer momento en que se les encomienda la resolución de
la controversia.

e) Otro tipo de circunstancias a analizar por los árbitros: finalmente, dentro


de este apartado incluiríamos cualquier otra cuestión distinta de las anteriores
que pueda impedir que los árbitros se pronuncien sobre el fondo. Aspectos
relativos a la capacidad de las partes, legitimación, representación, entre
otras, podrían ubicarse aquí. Sin embargo, no deben incluirse en este punto
las cuestiones relativas a las personas de los árbitros que tienen su
tratamiento propio en la LA.

Como es lógico, los árbitros solo pueden analizar su propia competencia para
resolver el asunto desde el momento en que éstos son nombrados y se
produce la aceptación del encargo en el periodo de quince días desde la
designación.

Desde el momento de la aceptación del encargo los árbitros, de oficio, están


facultados para aplicar el art. 22 LA, esto es, para decidir sobre su propia
competencia en los términos que acabamos de exponer. Ahora bien, cuando
esa hipótesis no concurre y los árbitros consideran que no existe cuestión
sobre la que pronunciarse ─sobre el convenio arbitral o sobre cualquier
otra─, las partes podrán oponer tantas excepciones como consideren
oportuno. A esto se refiere el art. 22.2 LA que exige dos presupuestos:

─ Que las excepciones se formulen no más tarde del momento procesal de


presentación de la contestación a la demanda arbitral.
─ No influirá en el posible ejercicio de las excepciones de las partes, el hecho
de que éstas hayan intervenido en el nombramiento de los árbitros.

8
─ La excepción relativa a que los árbitros se exceden del ámbito de su
competencia deberá oponerse tan pronto como se plantee, durante las
actuaciones arbitrales, la materia que exceda de dicho ámbito.
─ Los árbitros sólo podrán admitir excepciones opuestas con posterioridad a
la contestación a la demanda arbitral si la demora resulta justificada.

A la vista del contenido del art. 22.2 LA podemos afirmar que legislador lo
que pretende es que cualquier cuestión que pueda impedir una decisión de
fondo de la controversia sea resuelta a limine, evitando así que inútilmente
se sustancien actuaciones y posteriormente sean declaradas nulas. Por ese
motivo, las partes deben alegar las excepciones que quieran hacer valer en el
procedimiento, como muy tarde, con la contestación a la demanda.
A pesar de lo anterior, el legislador es consciente de que pueden surgir cierto
tipo de cuestiones que pudieran ser objeto de la interposición de excepciones
por las partes en un momento ulterior del procedimiento arbitral, de ahí que
habilite la posible oposición de éstas siempre que la parte justifique la razón
de ser de su tardía alegación y siempre que no conculque los principios
básicos del procedimiento arbitral del art. 24 LA. La Exposición de Motivos
señala que: “la alegación tardía está, a juicio de los árbitros justificada, en
la medida en que la parte no pudo realizar esa alegación con anterioridad
y que su actitud durante el procedimiento no puede ser interpretada como
una aceptación de la competencia de los árbitros”.
Finalmente, como excepción a lo anterior, se permitirá la alegación de
cualquier excepción que afecte a la falta de competencia de los árbitros tan
pronto como se plantee.

─ Cuestión distinta es cuándo se ha de resolver por los árbitros sobre las


excepciones opuestas por las partes en el procedimiento arbitral.

9
La pauta la establece el apartado 3 del art. 22 LA, los árbitros podrán decidir
las excepciones de que se trata este artículo con carácter previo o junto con
las demás cuestiones sometidas a su decisión relativas al fondo del asunto.
La elección sobre cuándo resolver éstas se deja al arbitrio de los árbitros que
atendiendo a las circunstancias del procedimiento decidirán cuándo procede
resolver sobre las excepciones.
En todo caso, el haber designado o participado en el nombramiento de los
árbitros no influye en la facultad que tienen las partes de oponer excepciones
de todo tipo. Dicho de otro modo, no se produce una renuncia tácita a la
alegación de la excepción de incompetencia de los árbitros por el hecho de
haber participado en el nombramiento de éstos. De esta forma, cuando las
partes nombran a los árbitros tan solo están contribuyendo a designar a quien
o quienes podrán decidir sobre dicha competencia.
La resolución sobre las excepciones en el caso de que los árbitros decidan
hacerlo con carácter previo, deberá adoptar la forma de laudo arbitral, lo que
concuerda con las previsiones del art. 37 LA que permite a los árbitros dictar
tantos laudos parciales como sean necesarios para resolver las cuestiones
procesales o de fondo.
El laudo parcial que resuelve una excepción interpuesta por una de las partes
puede ser impugnado mediante el ejercicio de la acción de anulación del
laudo de la que conocerá la correspondiente Sala Civil y Penal del Tribunal
Superior de Justicia sin que se produzca la suspensión, mientras se resuelve,
del procedimiento arbitral.

10
2. Capacidad de los árbitros.
Para que un árbitro pueda ser designado para la resolución de un conflicto
por vía arbitral, debe tener la capacidad reconocida en el artículo 13 LA: que
se trate de una persona física en el pleno ejercicio de sus derechos civiles.
De entre estos requisitos se encuentra de una parte aquellos que se refieren a
la capacidad del árbitro para resolver la controversia. Se exige en el art. 13
LA una capacidad general del árbitro, esto es, estar en el pleno ejercicio de
sus derechos civiles y ser persona física y no jurídica. Además de esta
capacidad general se puede exigir en determinados supuestos una capacidad
que podríamos denominar especial como ocurre en el caso de los arbitrajes
de Derecho en donde los árbitros deben tener la condición de juristas. (art.
15.1 LA). Este precepto ha sido modificado por la Ley 11/2011 de reforma
de la LA ya que el anterior exigía la condición de abogados en ejercicio en
los arbitrajes de Derecho. Sin embargo, con buen criterio, se ha extendido la
posibilidad de intervención en este tipo de arbitrajes a otros operadores
jurídicos (juristas) que perfectamente podrían desempeñar esas funciones
arbitrales sin necesidad de tener la condición de abogado en ejercicio.
En el caso de que el tribunal arbitral esté conformado por tres árbitros, al
menos uno de ellos, deberá tener la condición de jurista (art. 15.1.I LA).
Esas reglas especiales sobre capacidad pueden derivarse de la propia
LA como en el supuesto anterior o de los correspondientes Reglamentos de
las instituciones o Cortes que administren el arbitraje que exijan mayores
requisitos a los árbitros llamados a intervenir1.
Cuando las partes entiendan que el árbitro no cumple con estas
condiciones que puedan exigirse en cada caso, podrán instar la recusación

1
En el mismo caso que el anterior —un arbitraje de Derecho— una determinada Corporación puede
establecer como condición añadida a que el árbitro sea abogado en ejercicio, el hecho de que tenga quince
o más años de ejercicio profesional.

11
del árbitro según establece el art. 17 LA por no contener la cualificaciones
convenidas para realizar dicha función.

3. La designación de los árbitros.


Las encargadas del nombramiento de árbitros son las partes, que los
elegirán sujetándose al principio de igualdad (art. 24 LA). Sólo cuando las
partes no se pongan de acuerdo se habilita un procedimiento para su
designación ante el tribunal competente. La idea fundamental a través del
nombramiento judicial de árbitros es evitar supuestos de paralización del
arbitraje que se produciría si una de las partes se negara a colaborar en el
nombramiento de los árbitros como mecanismo tendente a evitar el inicio del
arbitraje.
Nuestro legislador ha optado por un sistema de elección basado en el
sorteo y no en la designación directa. El sorteo se producirá de entre una lista
que confeccionará el juez competente en la que se incluirán a tres árbitros
por cada uno que deba ser nombrado y atendiendo a una serie de reglas que
contiene el apartado 6 del art. 15 LA sobre el que volveremos
posteriormente.
Cuando el arbitraje es de derecho el párrafo 1º del art. 15 exige que los
árbitros sean juristas. Tanto las partes, en virtud del principio de autonomía
de la voluntad, como los reglamentos de las instituciones arbitrales podrán
establecer cualificaciones específicas de los árbitros para asumir dicha
condición en un determinado arbitraje, aunque siempre manteniendo las
exigencias generales que se desprenden de este art. 15 LA y, claro está,
siempre que no concurra en ellos una causa que les imposibilite la realización
de esta función como pudiera ser: haber incurrido en un arbitraje anterior en
la responsabilidad del art. 21 LA por daños y perjuicios por no cumplir
fielmente el encargo.

12
Si las partes hubieran optado por un arbitraje de equidad el Juez
solicitará de los Colegios profesionales, Cámaras de Comercio, Industria y
Navegación y otras Corporaciones o a su órgano representante de carácter
general, la remisión de las listas de profesionales colegiados para que
conforme al sistema de sorteo comentado con anterioridad se proceda a la
designación de los distintos árbitros.
De entre las reglas que hay que respetar en el procedimiento
establecido para este tipo de nombramientos, destacan la conveniencia de
nombrar a un árbitro de nacionalidad distinta al de las partes y, en su caso, a
la de los árbitros ya designados cuando se trate de nombrar a un solo árbitro
o a un tercer árbitro; y en segundo lugar, la consistente en que el tribunal
tenga en cuenta los requisitos establecidos por las partes para ser árbitro,
manteniendo la exigencias de imparcialidad e independencia de éstos2.
Hemos observado cómo la idea de evitar la paralización del arbitraje
es la razón de ser fundamental del nombramiento judicial de árbitros. Es
cierto que las partes pueden colocarse voluntariamente en una situación de
inactividad que se extienda, en primer término, al nombramiento del tribunal
encargado de resolver el conflicto que hubiera surgido cuando, con carácter
previo, éstas decidieron someter el conflicto al arbitraje excluyendo a la
jurisdicción ordinaria. Sin embargo, la designación que realice el tribunal
competente debe igualmente seguir una serie de criterios que,
fundamentalmente, tratan de salvaguardar la independencia e imparcialidad
de los elegidos para resolver la controversia. En este sentido, el tribunal debe
atender a las cualificaciones que las partes hubieran incluido para el
nombramiento de los árbitros en el convenio arbitral3.

2
Las partes deberán recusar al árbitro que presente alguna causa que afecte a su imparcialidad, tan pronto
como tengan conocimiento de la misma, no pudiendo reservarse esta acción para un momento posterior en
donde ya haya recaído resolución en el asunto y pueda tener esta actitud una finalidad fraudulenta y
contraria a la buena fe [AAP de Santa Cruz de Tenerife núm. 66/2007 (JUR 2007/153250)].
3
Así, puede haberse exigido en el convenio que, tratándose de un arbitraje de Derecho, los árbitros elegidos
tengan acreditados, al menos, quince años de ejercicio profesional.

13
Si tras el nombramiento judicial del árbitro —o árbitros— se aprecia
la conculcación de alguno de los requisitos apuntados: independencia,
imparcialidad, falta de las cualificaciones debidas, etc., el procedimiento
para ese nombramiento se encontrará viciado y podrá ser objeto de
impugnación por la vía del art. 41.1.d). Esta conclusión refrenda las
manifestaciones realizadas por HINOJOSA SEGOVIA en orden a la
designación de los árbitros, cuando se plantea si es posible o no impugnar
el laudo por defectos en la designación de los árbitros cuando tal designación
se hubiera realizado judicialmente. Ante la falta de vías para impugnar
judicialmente (no cabe recurso ni de reposición ni de apelación) la decisión
del tribunal sobre el nombramiento de árbitros pues ésta posibilidad está
excluida explícitamente en el art. 15 apartado 7, compartimos con este autor
la idea de que esta circunstancia pueda ser impugnada mediante la anulación
del laudo cuando en el procedimiento judicial se produjo alguna infracción.

4. Numero de árbitros.
Las partes tienen libertad para fijar libremente el número de árbitros
que resolverá la controversia. En defecto de acuerdo de las partes, el arbitraje
será encomendado a un solo árbitro. Esta precisión de la LA abarata los
posibles costes del arbitraje y sustituye a la exigencia de la LA/1988 cuando
en idéntico supuesto exigía la conformación del tribunal arbitral por tres
árbitros.
Dentro de esta libertad de las partes haya que entender que cuando
éstas encomiendan el asunto a una institución arbitral en virtud del art. 14
LA, el número y cualificación de los árbitros estará en función de lo que
establezca el reglamento de la institución administradora del arbitraje.
Otro de los requisitos que exige el art. 12 LA es la necesidad de
nombrar a un número impar de árbitros cuando el conflicto se encomiende a
un tribunal arbitral, con la idea de deshacer los posibles empates que

14
pudieran concurrir caso de permitir colegios arbitrales formados por un
número par de árbitros.

5. Aceptación de los árbitros: abstención y recusación de árbitros.


El conjunto de derechos y obligaciones de los árbitros no se originan
hasta que éstos aceptan el encargo para el que han sido designados. Dicho en
otros términos, el contrato de oferta y dación del arbitraje no tiene virtualidad
y puede desplegar sus efectos hasta que el árbitro decide aceptar
expresamente el encargo en los quinces días siguientes a la comunicación de
la designación.
La aceptación debe tratarse de un acto expreso en un determinado
plazo de tiempo (quince días, salvo pacto en contrario de las partes). Este
plazo ha de ser computado de forma natural —por tanto, incluyendo los días
inhábiles— de conformidad con el art. 5.b) LA ya que se trata de una
actuación sometida a plazo dentro del procedimiento arbitral, esto es,
estamos ante un cómputo civilista del mismo pues no es una actuación a
realizar ante un órgano jurisdiccional.
La comunicación de la aceptación del árbitro se debe realizar ante
quién lo designó. Una vez recibida la aceptación, los árbitros adquieren todos
los derechos y obligaciones que se derivan de esa declaración de voluntad.
El momento de la aceptación supone el inicio de la responsabilidad
por daños y perjuicios en la que pueden incurrir los árbitros si no realizan el
encargo en la debida forma y en el plazo de tiempo establecido en la Ley o
acordado por las partes. A estos efectos, el momento de la aceptación ya deja
de tener importancia a la hora de determinar el dies a quo del cómputo del
plazo para dictar el laudo arbitral, ya que la LA 60/2003 lo hace depender
ahora, a diferencia de la Ley de 1988 (art. 30.1), del momento en que el
demandado contesta a la demanda arbitral presentada contra él o expira el
plazo sin que la haya interpuesto (art. 37.2 LA).

15
5.1. Abstención y recusación de árbitros.
Una vez que se produce el nombramiento de los árbitros aún
conteniendo perfectamente las condiciones exigidas por las partes,
Reglamentos o LA en su defecto, no puedan desempeñar la función para la
que han sido designados porque concurra en ellos alguna causa de abstención
o recusación.
Ya no se trata de una falta de condiciones o aptitudes personales del
árbitro generales o especiales para un determinado arbitraje, sino que el
árbitro tiene con alguna de las partes una relación de carácter personal
profesional o comercial (art. 17.1 LA).
El legislador ha preferido no hacer una remisión a los motivos de
abstención y recusación de Jueces y Magistrados por no cubrir todos los
supuestos posibles —tal y como hacía la LA/1988—. Por ello, ha optado por
incluir una cláusula general impidiendo que un árbitro pueda llevar a cabo
su labor cuando existan dudas sobre su imparcialidad concretando este
extremo en el hecho de que éste haya podido tener algún tipo de relación
personal, comercial o profesional con alguna parte del procedimiento
arbitral.
Se introduce una nueva causa de recusación a través de la
modificación del art. 17 LA y la inclusión de un nuevo apartado 4 por medio
de la Ley 11/2011 de reforma de la LA, que impide intervenir como árbitro
a aquel que hubiera intervenido como mediador en el mismo conflicto, salvo
acuerdo en contrario de las partes.
Como estamos ante posibles causas de abstención o recusación, caso
de tener lugar en el procedimiento alguna de ellas, recae en primer lugar en
el árbitro la obligación de abstenerse de conocer esa controversia o de poner
de manifiesto aquella circunstancia que pueda dar lugar a dudas justificadas
sobre su imparcialidad e independencia (art. 18 LA). Si por hipótesis ese

16
control falla o el árbitro entiende que no concurre tal causa, residirá en la
parte afectada la posibilidad de poder recusar al árbitro según el
procedimiento establecido para ello en la LA (art. 18).
El procedimiento a aplicar será, en primer lugar, aquel que las partes
hubieren acordado en este sentido. En su defecto, el procedimiento
establecido en el art. 18 es bastante sencillo y persigue dotar al arbitraje de
la rapidez necesaria y por ello no ha permitido —intra procedimiento
arbitral— recurso alguno frente a la desestimación sobre la recusación del
árbitro sin perjuicio de repetir esta solicitud con la impugnación final del
laudo.
Así, en los quince días siguientes a la aceptación del árbitro, la parte
que desee recusarlo expondrá los motivos o las circunstancias que dan lugar
a dudas justificadas sobre su imparcialidad e independencia. Sobre esta
recusación resolverán los árbitros a no ser que el árbitro recusado renuncie o
la parte contraria acepte la recusación.
De otra parte, la seguridad jurídica en esta decisión de política
legislativa queda garantizada desde el momento en que sobre esta cuestión
podrá volverse a discutir pero una vez finalizado el procedimiento arbitral e
impugnando el laudo definitivo.

6. Responsabilidad de los árbitros y la obligación de constituir un


seguro de responsabilidad civil o garantía equivalente.

6.1. De la responsabilidad de los árbitros.


El art. 21 LA recoge, de una parte, la posible responsabilidad de los árbitros
como consecuencia de su actuación en la resolución de controversias por vía
arbitral derivada de la aceptación previa del encargo, así como la
responsabilidad de las instituciones arbitrales a las que se les encomiende un
arbitraje y, por último, una referencia a la posible exigencia a las partes de

17
una provisión de fondos que se estime necesaria para atender a los honorarios
y gastos de los árbitros.
Desde el momento en que los árbitros aceptan el encargo asumen la
obligación de dictar el laudo en el plazo establecido. Esa es la principal
función a la que éstos deben responder. El carácter cuasi-jurisdiccional del
arbitraje que ha sido reiteradamente reconocido por nuestro TC, supone que
el recurso a éste por las partes excluyendo de su conocimiento a la
jurisdicción, determine un equivalente al derecho a la tutela judicial efectiva
del art. 24 CE. Precisamente por esa razón y teniendo además presente los
efectos procesales que se le atribuyen al laudo arbitral ─cosa juzgada y
ejecutividad─ se exige que el procedimiento arbitral goce de una serie de
garantías. Y de entre esas garantías, se encuentra la opción de poder exigir
de los árbitros responsabilidad de daños y perjuicios en aquellos supuestos
en los que hayan actuado con mala fe, temeridad o dolo.
Como afirma MERINO MERCHÁN, la regulación de la responsabilidad del
árbitro forma parte de las garantías necesarias para asegurar la finalidad de
justicia, contradicción, igualdad y sometimiento a la Ley.
Pero siendo posible la exigencia de responsabilidad a los árbitros ésta debe
acotarse so pena de afectar negativamente a propia institución arbitral. En
este sentido, tomamos como referencia el régimen de responsabilidad de
jueces y magistrados aunque siendo conscientes de que no cabe una
equiparación completa de unos y otros. Así, los árbitros podrían incurrir en
tres tipos de responsabilidades: (i) responsabilidad penal por la comisión de
algún delito en el ejercicio de su función y que ahora concretaremos; (ii)
responsabilidad disciplinaria como consecuencia de la posible pertenencia
del árbitro a instituciones arbitrales en el marco de las cuales, y segtún su
reglamento, hayan podido ser nombrados, estando limitadas las sanciones en
este caso exclusivamente al ámbito de dichas corporaciones y, finalmente,

18
(iii) responsabilidad civil que dará lugar a una posible indemnización de
daños y perjuicios.

a) Responsabilidad penal.
El Código Penal recoge varios tipos delictivos que mencionan expresamente
a la figura del árbitro, y son: el delito de cohecho del art. 423 y el delito de
negociaciones prohibidas del art. 440 CP.
Efectivamente, el art. 422 CP señala que incurrirá en pena de prisión de seis
meses a un año y suspensión de empleo y cargo público de uno a tres años a
la autoridad o funcionario público que, en provecho propio o de un tercero,
admitiera, por si o por persona interpuesta, dádiva o regalo que le fueren
ofrecidos en consideración a su cargo o función.
El delito de cohecho es extendido a la figura del árbitro a través del art. 423
cuando se señala en éste que será igualmente aplicable lo establecido en el
art. 422 CP a los jurados, árbitros, peritos, administradores o interventores
designados judicialmente, o a cualesquiera personas que participen en el
ejercicio de la función pública.
Por otra parte, el art. 439 CP vuelve a ser aplicable a los árbitros en virtud de
lo establecido en el art. 440 CP y señala que la autoridad o funcionario
público que, debiendo intervenir por razón de su cargo en cualquier clase de
contrato, asunto, operación o actividad, se aproveche de tal circunstancias
para forzar o facilitarse cualquier forma de participación, directa o por
persona interpuesta, en tales negocios o actuaciones, incurrirá en la pena de
prisión de seis meses a dos años, multa de doce a veinticuatro meses e
inhabilitación especial para empleo o cargo público por tiempo de uno a
cuatro años.
Podría sin embargo añadirse un tipo delictivo más relacionado directamente
con el deber de confidencialidad al que deben de responder los árbitros, nos
referimos a la posible relevación de secretos que regula el art. 199 CP. El

19
deber de confidencialidad obliga a los árbitros y a cualquiera de las partes
que intervenga en el arbitraje, a no divulgar ningún tipo de información de
la que tenga conocimiento con ocasión del arbitraje, si esa divulgación se
produce, además de conculcar el principio de confidencialidad (art. 24 LA)
podría llegar a encajar también en el tipo relativo a la revelación de secretos.
b) Responsabilidad disciplinaria.
Una de las clasificaciones del arbitraje a la que hemos aludido, distingue
entre arbitraje ad hoc y arbitraje institucional. En relación con este último,
cabe que los árbitros que son nombrados para ejercer las labores arbitrales
por una determinada institución arbitral, queden sometidos a la
responsabilidad disciplinaria y al conjunto de normas que las regulen, para
los casos en que se produzca una deficiente actuación del árbitro en el ámbito
de un arbitraje administrado por una institución arbitral. La identificación de
dichas sanciones dependerá principalmente de lo que cada institución regule
al respecto sin que en este instante debamos profundizar sobre las mismas.
c) Responsabilidad civil.
El art. 21 LA limita la responsabilidad civil por los daños y perjuicios que
los árbitros pudieran provocar por no cumplir fielmente el encargo, a
aquellos supuestos en los que hayan actuado con mala fe, temeridad o dolo.
Esta regulación deja fuera de la responsabilidad civil la actuación de los
árbitros por culpa o negligencia lo que ha sido debidamente criticado por una
gran parte de la doctrina.
Tanto la doctrina como la jurisprudencia han equiparado los términos
negligencia y culpa de una parte, y mala fe y conducta dolosa de otra. Así,
cuando los árbitros de manera dolosa provocan un daño a alguna de las partes
del arbitraje por acción u omisión durante la tramitación del procedimiento
arbitral, éstas podrán iniciar un procedimiento de responsabilidad por daños
y perjuicios, siempre que, con carácter previo, se haya puesto de manifiesto

20
esta circunstancia a través de la correspondiente acción de impugnación del
laudo arbitral en el que se produjo dicha actuación de los árbitros.
Se requiere pues al menos, que los árbitros incumplan su encargo, que su
comportamiento sea doloso, de mala fe o temerario y, finalmente, que se
deriven daños y perjuicios para las partes o terceros que no tengan por qué
ser soportados (Felix,J.,MONTERO).
Por otra parte, también reconoce el art. 21.1 LA la acción directa que tiene
los perjudicados contra la propia institución arbitral, pues efectivamente es
ésta la que igualmente ha aceptado la gestión y administración del arbitraje,
asimismo, ha participado en el nombramiento de los árbitros llamados a
resolver la controversia y, por consiguiente, tienen participación en aquellos
daños que una irregular actuación de la institución pudiera comportar en
partes y terceros.
No obstante, como no podía ser de otra manera, la institución arbitral, en ese
tipo de casos, tiene acción de repetición contra los árbitros que hubieren
intervenido en un arbitraje por ésta administrado con mala fe, dolo o
temeridad.
Algunas de las responsabilidades en las que podría incurrir la institución
arbitral han sido correctamente ilustradas por GONZÁLEZ SORIA:
─ La designación de árbitros que ene l momento de la aceptación del encargo
no se hallen en el pleno ejercicio de sus derechos civiles, careciendo de
capacidad sufíciente.
─ La designación de árbitros para resolver un arbitraje de derecho que no
sean juristas, salvo acuerdo de las partes.
─ La inobservancia por la institución de sus normas reglamentarias para la
designación de los árbitros.
La designación del árbitro o Colegio arbitral, que coloque a una de las partes
en una situación de privilegio.

21
─ La designación de un número de árbitros que no sea par o contraviniendo
el reglamento que rija el arbitraje.
─ Finalmente, cuando un árbitro hubiera dado muestras inequívocas de su
falta de independencia y la institución no hubiera tomado medidas.

6.2. De la obligación de constituir un seguro de responsabilidad civil o


garantía equivalente.
Una de las principales novedades que en materia de árbitros ha incluido la
reforma de la LA a través de la Ley 11/2011, de 20 de mayo, ha sido la
obligación para éstos de constituir un seguro de responsabilidad civil o
garantía equivalente con carácter obligatorio para responder de los posibles
daños que los árbitros pudieran provocar a las partes o terceros por el
ejercicio de su función arbitral, todo ello se ha realizado mediante la
inclusión de un nuevo apartado en el art. 21 LA.
Esta modificación ha sido ampliamente criticada por la doctrina pues
introduce un nuevo elemento en todos aquellos arbitrajes que se desarrollen
en territorio nacional, ya sean domésticos o interncionales ─por tratarse de
comercio int3rnaciona…─ que puede ser perturbador debido al aumento de
costes que podría provocar, constituyendo así un impedimento más para que
nuestro país sea sede de importantes arbitrajes internacionales que es
precisamente una de las principales cuestiones que se trata de conseguir tras
las últimas reformas en materia arbitral.
Se exceptúa del requisito de constituir un seguro de responsabilidad civil, a
las Entidades públicas y a los sistemas arbitrales o dependientes de las
Administraciones Públicas.
No obstante, la previsión de que esta exigencia sea desarrollada a través del
correspondiente Reglamento que desarrolle esta ley impide que podamos ser
más exhaustivos a la hora de establecer las condiciones, cuantías y otros
aspectos que deberá reflejar el propio Reglamento.

22
Por tanto, a partir de este momento, los árbitros o la institución arbitral en su
nombre, deberán contratar un seguro de responsabilidad civil, no siendo éste
ya facultativo como lo era hasta ahora, sin perjuicio de que algunas
instituciones arbitrales ya hubieran previsto esta circunstancia. El seguro
puede incluir diversos conceptos que van desde posibles infracciones de la
L.O.P.D., daños a expedientes o documentos arbitrales, reclamaciones de las
partes por incumplimiento fiel del encargo por los árbitros, entre otros.
En la actualidad una gran parte de las instituciones arbitrales ya han
cumplido con esta exigencia de la LA tras la reforma de la Ley 11/2011.
Resta por saber si en el futuro próximo la implantación obligatoria de este
seguro o de su garantía equivalente, provocará mayores reclamaciones contra
la labor de los árbitros de las que hasta ahora se venían produciendo, sobre
todo, en aquellos supuestos en que las partes hayan obtenido laudos
desfavorables a las pretensiones deducidas en el arbitraje.

7. Nombramiento judicial de árbitros.


El art. 15 LA se contienen todas las situaciones de nombramiento
judicial de árbitros teniendo presente que este trámite no se producirá para el
arbitraje institucional, dado que los reglamentos de las instituciones
administradoras de los arbitrajes deben prever todas estas circunstancias del
modo más favorable a la realización del arbitraje, por lo que no será
necesario acudir a los tribunales para proceder a la designación de los
árbitros.
Cuando efectivamente las partes no se pongan de acuerdo con el
procedimiento para el nombramiento de los árbitros, la Ley distingue tres
situaciones: que el arbitraje sea de un solo árbitro; de tres árbitros o,
finalmente, de más de tres árbitros.
a) En el primer caso, será el tribunal competente el encargado de
nombrar al árbitro a petición de cualquiera de las partes. Si nos fijamos, la

23
legitimación para solicitar el nombramiento judicial del árbitro recae,
indistintamente, en cualquiera de las partes. No es necesario acuerdo mutuo
de las partes para acudir a este nombramiento judicial y basta con que
cualquiera de ellas decida iniciar el procedimiento.
b) En el segundo supuesto (proceso arbitral con tres árbitros), cada
parte va a nombrar a un árbitro para que el tercero sea nombrado por acuerdo
de entre los dos árbitros previamente nombrados por las partes y siendo éste
último el que actúe como presidente del Tribunal.
La intervención del tribunal competente se produce aquí en dos
momentos distintos: cuando alguna de las partes no haya procedido al
nombramiento del árbitro teniendo como plazo máximo 30 días ─cómputo
civil y no procesal del plazo─ desde la recepción del requerimiento de la otra
parte para que lo haga; y cuando los árbitros ya designados por las partes no
se pusieran de acuerdo en el nombramiento del tercero.
También ha previsto el legislador que la parte activa y pasiva de la
relación arbitral esté formada por una pluralidad de sujetos. En ese supuesto,
todos los demandantes nombrarán un árbitro y los demandados otro, siendo
el tercero nombrado igualmente por el tribunal. Y si no se pusieran de
acuerdo en el nombramiento todos los árbitros los nombraría el tribunal
competente.
c) Por último, cuando el tribunal arbitral se compone de un número
superior a tres árbitros, a petición de cualquiera de las partes, el tribunal
competente nombrará a todos ellos.
La petición de nombramiento judicial de árbitros se ha de realizar por
las partes por lo que no cabe un nombramiento de oficio por el órgano
jurisdiccional (art. 15.3 LA), siendo entonces además el proceso adecuado
para dicho nombramiento, el juicio verbal (art. 437 y ss. LEC).

7.1. Competencia.

24
El art. 8.1 LA establece una serie de fueros alternativos para
determinar el órgano con competencia para proceder al nombramiento de los
árbitros cuando las partes no se pongan de acuerdo en el mismo.

A) Competencia objetiva.
La competencia objetiva para todos los supuestos de nombramiento
judicial de los árbitros ─también para la remoción de un árbitro por otro─
recae en las Salas de lo Civil y Penal de los Tribunales Superiores de Justicia
de las Comunidades Autónomas (art. 8.1 LA en su nueva redacción tras la
Ley 11/2011 de reforma de la LA).
A este respecto, la LO 5/2011, complementaria de la Ley 11/2011 de
reforma de la Ley de Arbitraje, modifica igualmente el art. 73 LOPJ para
incluir entre las competencias de las Salas de lo Civil y Penal de los
Tribunales Superiores de Justicia, estas competencias.
Al no caber recurso alguno frente a la designación de árbitros
realizada por el órgano judicial, la especificación de la competencia
funcional deja de tener sentido.
En cuanto al tratamiento procesal de la competencia objetiva, hay que
considerar que las normas que fijan la competencia objetiva son de carácter
imperativo lo que nos conduce a su posible apreciación tanto de oficio como
a instancia de parte:
— En cuanto el tribunal que haya recibido la petición de
nombramiento de árbitros advierta su falta de competencia podrá inhibirse
conforme al art. 48 LEC, previa audiencia de las partes y del Ministerio
Fiscal, por plazo común de diez días y, además, indicando el tribunal
competente para el conocimiento del asunto (art. 48. 2 y 3 LEC).
La decisión que adopte el tribunal sobre su propia competencia
absteniéndose de conocer será susceptible de ser recurrida en apelación (art.

25
66.1 LEC), siendo el recurso de reposición el apropiado cuando dicho auto
mantenga la competencia del tribunal4.
― Si falla el control de oficio de la competencia objetiva por el
tribunal, la parte puede impugnar la falta de competencia objetiva a través de
la declinatoria (arts. 49 y 63 y ss. LEC). La tramitación de la misma
suspenderá el procedimiento con el consiguiente retraso en el nombramiento
de árbitros, efecto no deseable que mencionaremos a continuación a
propósito de la competencia territorial.
Al tener la consideración de normas de carácter imperativo o ius
cogens será declarado nulo de pleno derecho todo lo actuado con falta de
competencia objetiva en virtud de lo establecido en el art. 238.1 LOPJ.

B) Competencia territorial
Es en la competencia territorial donde aparece esa disparidad de fueros
que parten, en primer lugar como fuero principal, el de la Sala de lo Civil y
Penal de los Tribunales Superiores de Justicia de la Comunidad Autónoma
donde tenga lugar el arbitraje.
En virtud de lo establecido en el art. 26 LA son las partes las que tienen
en primer término la potestad para determinar el lugar del arbitraje a todos
los efectos ─normalmente, en el propio convenio arbitral o mediante
remisión a las normas que regulen esta cuestión en el reglamento
correspondiente de la Corporación a la que se haya encomendado el
arbitraje─. A falta de este acuerdo, lo van a determinar los árbitros a la vista
de las circunstancias y la conveniencia de las partes.

4
Creemos que el apartado 7 del art. 15 LA no rige para estos supuestos, sino sólo para las resoluciones que
dictan los distintos tribunales relacionados directamente con el nombramiento no con cuestiones procesales
como la falta de competencia objetiva o territorial. Art. 15.7 LA: “Contra las resoluciones definitivas que
decidan sobre las cuestiones atribuidas en este artículo al tribunal competente no cabrá recurso alguno,
salvo aquellas que rechacen la petición formulada de conformidad con lo establecido en el apartado 5”.

26
Debido al momento procesal en el que se puede producir el
nombramiento judicial de los árbitros, es posible que se desconozca el lugar
donde se desarrollará el arbitraje, lo que impedirá la aplicación de este fuero.
Por ese motivo, de forma subsidiaria y en este caso a elección del actor, se
establecen dos fueros alternativos a éste: el Juzgado del domicilio o
residencia habitual de cualquiera de los demandados. El tercer fuero
establecido a falta de determinación de los anteriores será el del domicilio o
residencia habitual del actor cuando ninguno de los demandados tuviera su
domicilio o residencia en España.
Y finalmente, se establece una cláusula de cierre por si la
identificación del Juzgado competente no pudiera basarse en los anteriores
fueros y que permitirá al actor decidirse por el que considere conveniente.
En relación con el tratamiento procesal de la competencia territorial,
las normas de competencia introducidas son de carácter imperativo de donde
debemos descartar la sumisión expresa o tácita a tribunales distintos de los
comentados por el art. 8.2 LA
Teniendo por tanto las normas de competencia territorial carácter
imperativo puede el tribunal apreciar de oficio su propia competencia o ser
denunciada a instancia de parte.
— En el primer caso, control de oficio, el tribunal examinará su
competencia territorial previa audiencia de las partes y del Ministerio Fiscal,
declarando mediante auto su falta de competencia —sí así fuera—
remitiendo las actuaciones al tribunal que considere competente (art. 58
LEC). Contra el auto que resuelva sobre la competencia territorial no se dará
recurso alguno (art. 67.1 LEC).
— A instancia de parte podrá ser denunciada la falta de competencia
territorial para el nombramiento judicial de árbitros a través de la declinatoria
(arts. 59 y 63 y ss. LEC) al haber concluido que se trata de fueros de carácter
imperativo, declarándose nulo de pleno derecho las actuaciones de

27
nombramiento de árbitros por órganos judiciales con falta de competencia
territorial (art. 238.1 LOPJ).

7.2. Exclusiones.
El apartado 5 del art. 15 LA recoge el único supuesto por el que el
tribunal puede negarse al nombramiento judicial de los árbitros en los
términos examinados más arriba. Sólo cuando aprecie que de los documentos
aportados no resulte la existencia del convenio arbitral podrá rechazar tal
petición.
¿Hasta donde debe llegar el control del órgano jurisdiccional sobre la
existencia del convenio arbitral?
El tribunal sólo puede realizar una valoración superficial de la validez
del convenio arbitral para ver si contiene los presupuestos necesarios para
vincular a las partes y, con base en ello, proceder al nombramiento5. No cabe
en este instante del procedimiento arbitral analizar cuestiones más profundas
relativas al convenio arbitral —como arbitrabilidad de la materia6 o si es o
no contrario al orden público— pues impediría el juego de los arts. 22 y 6
LA.
Por supuesto, cabe que el convenio conste de alguna de las formas
admitidas en el art. 9 LA: en contrato independiente, como cláusula

5
Ese control de la validez del convenio puede extenderse a la propia validación del mismo en los términos
de la SAP de Murcia (Sección n.º 4) núm 175/2005 de 22 de junio (JUR 2005/168440), al recoger que: “si
bien es cierto, como dice la parte recurrente, que conforme a lo dispuesto en los estatutos de la sociedad
(artículo 46) existe un convenio arbitral, es también cierto que ello por sí solo no autoriza ni es exponente
de que cualquier cuestión litigiosa que pueda surgir entre las partes quede sometida a la decisión arbitral.
Entendemos que no basta finalmente con la mera existencia de un convenio arbitral, sino más acertadamente
con la virtualidad del mismo; es decir, se impone para la validación del convenio un necesario control de
legalidad, determinando la exclusión del conocimiento arbitral de aquellas cuestiones no queridas por la
voluntad de los socios plasmada en los correspondientes estatutos sociales. Tal criterio interpretativo no
resulta en modo alguno contradictorio con lo dispuesto en el artículo 15, ni en la Exposición de Motivos de
la Ley de Arbitraje cuando veda al Juez la realización de un control de los requisitos de validez del convenio,
o una verificación de la arbitrariedad de la controversia”.
6
En contra, Sentencia del Juzgado de lo Mercantil de Málaga (Núm. 1) de 27 de abril de 2005 (AC 2005,
1248), para quien el análisis del convenio debe extenderse también al de la arbitrabilidad de la controversia,
incluso de oficio.

28
incorporada a un contrato principal, en un contrato de adhesión o que se
deduzca su existencia de un intercambio de escritos de demanda y
contestación.
Como consecuencia de lo anterior, la acreditación de la existencia del
convenio arbitral para determinar si puede o no rechazarse por el tribunal la
petición de nombramiento judicial de árbitros, ya no deberá basarse
exclusivamente en la aportación documental por escrito del mismo sino que
cabrán otros mecanismos de prueba de su existencia como la referencia a un
soporte digital o de otro tipo siempre que conste su recepción y sea posible
su ulterior consulta (sobre el particular vid. Auto del Juzgado de lo Mercantil
de Cádiz de 4 febrero de 2004 [AC 2005/163)]7.
Finalmente señalar, que el auto que ve desestimada la petición de
nombramiento judicial de árbitros tampoco podrá ser objeto de recurso
alguno ya que la Ley 11/2011 de reforma de la Ley de Arbitraje ha unificado
el tratamiento procesal en materia de recursos en el nombramiento judicial
de árbitros, impidiendo que contra resoluciones definitivas que decidan
sobre dicho nombramiento judicial pueda interponerse recurso alguno (art.
15.7 LA).

7.3. Procedimiento para la designación judicial.


El legislador ha optado por remitir la designación judicial de árbitros
a los cauces del juicio verbal. En cuanto su naturaleza jurídica, este tipo
procedimental no es determinado ni por razón de la cuantía —por motivos
obvios— ni por razón de la materia, pues se encuentra excluida del conjunto
de materias que el art. 250 LEC exige que deban ser sustanciadas por los
trámites del juicio verbal.

7
Efectivamente, el art. 9.3 LA señala que: “El convenio arbitral deberá constar por escrito….Se considerará
cumplido este requisito cuando el convenio arbitral conste y sea accesible para ulterior consulta en soporte
electrónico, óptico o de otro tipo”.

29
En cierta forma se trata de un juicio verbal especial o sui generis ya
que se encuentra acotada la cognición limitándose la actividad de alegación,
prueba y decisión a todo lo relacionado con el nombramiento por el Juez
competente de los árbitros llamados a resolver el conflicto.
En cuanto al procedimiento el Tribunal, recibida la demanda, deberá
examinar −ahora con base en el art. 8.1 LA y de las normas generales de la
LEC− su propia jurisdicción y competencia, siendo posible la interposición
de la declinatoria en el plazo de los cinco días posteriores a la citación para
la vista (art. 64.1 LEC).
Creemos que debería permitirse contestación escrita en este juicio
verbal como ocurre en otras ocasiones donde este proceso es usado
supletoriamente, para dar la oportunidad al demandado de aportar su opinión
al proceso respecto de este nombramiento, al convenio arbitral o cualquier
otra circunstancia que relacionada con la petición principal a la que responde
este proceso.
Debemos excluir como actuación procesal una eventual reconvención
del demandado ya que supondría desvirtuar el objeto al que responde este
juicio verbal e introducir así otras alegaciones que nada tengan que ver con
el nombramiento de árbitros y lo que es peor, con el propio arbitraje.
Habiéndose admitido la demanda y dándose traslado de ella a la otra
parte para que pueda formular la contestación −creemos que necesaria− y
presentada ésta por el demandado, el tribunal citará a las partes a la
celebración de una vista en donde el juez oirá a las partes ratificando o
modificando los extremos de los escritos presentados y que se celebrará
según las reglas generales de los arts. 443 y ss. LEC.
Finalmente, el tribunal competente en una resolución que adoptará la
forma de auto, procederá a la designación de los árbitros continuándose así
con los distintos trámites del procedimiento arbitral.

30
8. Remoción y sustitución de árbitros.
Si elegido el árbitro y aceptado el encargo por su parte, se da alguna
situación que impide que éste pueda ejercer sus funciones —por razones de
hecho o de derecho—, será removido de su cargo por el procedimiento
establecido por las partes o, en su defecto, por el contemplado en el art. 19
LA que vuelve a remitirnos a los cauces del juicio verbal con imposibilidad
de recurrir las resoluciones que allí se dicten en este sentido.
El art. 19 LA recoge tres posibilidades: que el árbitro esté de acuerdo
en que no puede continuar desempeñando sus funciones y renuncie,
repetimos, por causa justificada, a su labor; que las partes de mutuo acuerdo
determinen que el árbitro debe cesar en el ejercicio de sus funciones y debe
ser removido; y por último, que las partes no se pongan de acuerdo en la
remoción del árbitro y ante la ausencia de procedimiento específico
estipulado en este sentido, se vean obligadas a acudir a los trámites de un
juicio verbal para salvar dicho desacuerdo, juicio verbal en el que se podrá
acumular la petición de designación de nombramiento de árbitro a la de la
remoción.
Nombrado nuevo árbitro en lugar del removido o renunciante, previa
audiencia de las partes, se decidirán qué actuaciones se han de repetir y
cuáles se dan por ya practicadas.
Igualmente, el árbitro podrá ser sustituido cuando concurra alguna
circunstancia natural o legal que le impida seguir con el encargo
encomendado (muerte, falta de las cualificaciones debidas, recusación,
abstención, enfermedad, diversas cuestiones de hecho o de derecho, etc…).
Para ello el art. 20 LA exige que el procedimiento elegido para el
nombramiento del árbitro sustituto sea el mismo que el utilizado para
nombrar al sustituido o, mejor dicho, se haga según las normas reguladoras
del procedimiento de designación del sustituido.

31
En el supuesto del arbitraje ad hoc las partes han podido optar por
varias soluciones respecto al nombramiento de los árbitros: una elección
personalizada de los mismos, un procedimiento al uso para el nombramiento
o cualquier otra vía. En el arbitraje institucional, en cambio, los
nombramientos deben adecuarse al procedimiento establecido por el
respectivo reglamento que dará las pautas y presupuestos necesarios.
Nada dice expresamente el art. 20 LA respecto a las concretas causas
que permitirían sustituir a un árbitro pero desde luego no son numerus
clausus. Algunas de esas causas pueden deducirse de los distintos preceptos
de la LA: la imposibilidad de ejercer sus funciones por cuestiones de hecho
o de derecho (art. 19 LA); cualquiera de los motivos de abstención o
recusación basados en la falta de independencia o imparcialidad del arbitro
llamado a resolver (art. 18 LA); renuncia del arbitro o, finalmente, cualquier
otra causa no imputable directamente al árbitro (enfermedad, muerte, entre
otras).
Con buen criterio, el legislador ha optado en la LA por repetir, tan
solo, aquéllas actuaciones ya practicadas que decidan los árbitros previa
audiencia de las partes (art. 20.2 LA). Esta decisión va a provocar
probablemente un ahorro de actuaciones en el arbitraje y, en muchos casos,
también ahorro económico y de tiempo.

32
33
LECCIÓN CUARTA: EL PROCEDIMIENTO ARBITRAL

Sumario: 1. El procedimiento arbitral. 2. Fijación del procedimiento:


principios del proceso arbitral. 2.1. Principio de audiencia. 2.2.
Principio de igualdad. 2.3. Deber de confidencialidad. 3. Fijación del
procedimiento por las partes: Límites. 4. Fijación por los árbitros:
límites. 5. El procedimiento arbitral y la intervención judicial. 5.1.
Asistencia judicial en material de prueba. 5.2. Medidas cautelares en el
procedimiento arbitral. 5.2.1. Presupuestos para la adopción de las
medidas cautelares. 5.2.2. Momento procesal para la solicitud de
medidas cautelares en apoyo del arbitraje. 5.2.3. Procedimiento para la
adopción de las medidas cautelares. 5.2.4. Tribunales competentes
para la adopción de medidas cautelares. 5.2.5. Escrito de solicitud y
procedimiento. 5.2.6. Ejecución, modificación o alzamiento de las
medidas cautelares. 5.3. Otros supuestos. 6. Tramitación del
procedimiento arbitral. 6.1. La relevancia del lugar e idioma del
arbitraje. 6.2. Demanda, contestación y posible reconvención. 6.3.
Actuaciones arbitrales y comparecencia de las partes. 4. Sistema de
notificaciones y actos de comunicación en la LA. 5. Cómputo de plazos
en el procedimiento arbitral.

1
1. El procedimiento arbitral.
Son distintas las formas en las que puede conformarse el procedimiento
arbitral teniendo en cuenta dos premisas fundamentalmente: por un lado, la
necesaria distinción entre arbitraje institucional —cuyo procedimiento
vendrá regido por el reglamento correspondiente de la institución a la que
se dirijan las partes— y arbitraje ad hoc, en donde las partes podrán fijar
las normas de procedimiento una vez surgida la controversia y nombrados
los árbitros por ellas elegidos, o mediante su plasmación en el convenio
arbitral que sirva de compromiso para someter la controversia a arbitraje.

2. Fijación del procedimiento: principios del proceso arbitral.


El Título V de la LA se refiere al procedimiento arbitral con los términos:
“De la sustanciación de las actuaciones arbitrales”. Eminentemente,
estamos en presencia de un verdadero proceso entendido éste como una
sucesión reglada de actos con dos partes en posiciones contrapuestas
aunque el legislador en ningún momento haya querido referirse a él a través
del término proceso.

Los preceptos de la LA que analizaremos a continuación tan solo


establecen unas líneas generales maestras en relación con el procedimiento
arbitral ─que podrán ser objeto de modificación vía acuerdo de las partes─,
y lo que es más importante, unos principios básicos en los que debe estar
inspirado dicho proceso.

El art. 24 LA recoge ahora de forma expresa, a diferencia de su


precedente legislativo, los principios que deben guiar el procedimiento
arbitral: contradicción o audiencia, igualdad y confidencialidad. Utilizando
términos procesales podríamos afirmar que éstos constituyen los principios
jurídico-naturales sobre los que se asienta el procedimiento arbitral.

2
La infracción de alguna de las manifestaciones de estos principios en el
desarrollo del arbitraje podrá provocar acciones de anulación contra el
laudo por medio de alguno de los motivos contemplados en el art. 41 LA,
sin perjuicio del acceso a un hipotético recurso de amparo ante el TC como
consecuencia de la infracción de uno de los derechos contemplados a través
del art. 24 CE de tutela judicial efectiva.

2.1. Principio de audiencia.


Reconducido al aforismo latino “nadie puede ser condenado sin haber sido
oído y vencido en juicio” alude a la necesidad de que nadie pueda ser
condenado y, por tanto, resultar perjudicado por una resolución judicial-
arbitral sin haber tenido la oportunidad de defenderse.

Este principio no puede ser interpretado en términos absolutos, es decir,


que a cada actuación de una parte corresponda otra diferida a la parte
contraria en el momento inmediatamente posterior. Más bien hay que
entender que la configuración del proceso no genere situaciones de
indefensión por no haber tenido la oportunidad de intervenir ante una
prueba presentada, una alegación interpuesta fuera de los momentos
habituales de alegación, una adopción de una medida cautelar in audita
parte que no permita posteriormente una comparecencia para oponerse a la
misma, etc…

El principio de audiencia se extiende a la necesidad de que las partes


tengan acceso a todo el material de hecho y de derecho relativo a la
controversia arbitral. Aquí es donde adquiere relevancia una de las pocas
normas de naturaleza imperativa que recoge la LA, en concreto, el art. 30.3
en virtud del cual: “De todas las alegaciones escritas, documentos y demás

3
instrumentos que una parte aporte a los árbitros se dará traslado a la otra
parte. Asimismo se pondrán a disposición de las partes los documentos,
dictámenes periciales y otros instrumentos probatorios en que los árbitros
puedan fundar su decisión”.

Con la idea de evitar estas faltas relacionadas con el principio de audiencia,


en virtud de lo establecido en el art. 30.2 LA: “las partes serán citadas a
todas las audiencias con suficiente antelación y podrán intervenir en ellas
directamente o por medio de sus representantes”.

2.2. Principio de igualdad.


Las partes del proceso arbitral, que ocupan posiciones contrapuestas,
deben tener las mismas oportunidades de ataque y defensa en el proceso. A
ello se refiere el art. 24 LA cuando señala que: “Deberá tratarse a todas las
partes en igualdad y darse a cada una de ellas suficiente oportunidad de
hacer valer sus derechos”.

A través de la expresión “oportunidad de hacer valer sus derechos”


se recoge una multiplicidad de actuaciones que pueden concurrir en las
distintas fases del procedimiento arbitral aunque hay que partir de la
siguiente consideración —a pesar de que este asunto se tratará con
posterioridad— cuando se produce una infracción que impide a una parte
hacer valer sus derechos generándole indefensión, la impugnación de la
misma se debe de realizar durante la tramitación misma del procedimiento
siempre que se tenga oportunidad para ello, sin perjuicio de que, como
veremos, puede conformar uno de los motivos que provoque la nulidad del
laudo arbitral.

2.3. Deber de confidencialidad.

4
Se ha afirmado que la confidencialidad de las actuaciones arbitrales
constituye una de las ventajas o bondades del arbitraje frente a la
jurisdicción. Este deber de confidencialidad implica que no se pueda
difundir ninguna información a la que se haya tenido acceso a través del
procedimiento arbitral. La confidencialidad se predica tanto en sentido
subjetivo, pues existen una serie de sujetos que se encuentran obligados a
guardar dicha información; y en sentido objetivo, no se puede publicitar
cuanto se conozca por medio del arbitraje. Entre los sujetos obligados
necesariamente debemos mencionar a los árbitros, las partes del arbitraje,
la institución arbitral —en los casos de arbitrajes institucionalizados— y
aunque la LA nada diga en este sentido, de los peritos y testigos que
hubieran podido intervenir y conocer información por su intervención en el
proceso.

La infracción de este principio podría dar lugar a responsabilidades


de tipo civil, penal o disciplinaria.

3. Fijación del procedimiento por las partes: Límites.


Según el art. 25 LA: “las partes podrán convenir libremente el
procedimiento al que se haya de ajustar los árbitros en sus actuaciones”.
El principio de autonomía de la voluntad de las partes vuelve a ponerse de
manifiesto en este momento permitiendo que éstas fijen el procedimiento
dotando al arbitraje de una flexibilidad procedimental que es ajena a la
jurisdicción.

En el arbitraje ad hoc, las partes pueden hacer valer su libertad de pacto en


el convenio arbitral especificando todas y cada una de las actuaciones del
proceso arbitral con mayor o menor concreción, teniendo en cuenta,

5
además, el carácter dispositivo de la gran mayoría de normas que regulan el
procedimiento arbitral.

Las partes pueden señalar si existirá o no una comparecencia previa en


donde se delimite el objeto de la controversia, donde los árbitros que
previamente hayan aceptado el encargo citen a las partes a la misma y
concedan un plazo para interponer la demanda o donde se depuren defectos
formales que impidieran la válida prosecución del proceso.

Los árbitros también pueden hacer uso de las denominadas por muchos
reglamentos “órdenes procesales”, esto es, dentro de las facultades que se
conceden a los árbitros para dirigir el arbitraje de la manera que consideren
oportuna aunque siempre bajo el marco del principio de igualdad de las
partes, éstos pueden ordenar el procedimiento mediante tantas órdenes
procesales como sea necesario, lo habitual es también dictar una primera
orden procesal que contenga consideraciones como las siguientes: a)
Nombre de los árbitros y de las partes así como su dirección para
comunicaciones en el arbitraje; b) los medios de comunicación que habrán
de emplearse; c) el idioma y lugar del arbitraje; d) las normas jurídicas
aplicables al fondo de la controversia o si ésta deberá o no resolverse en
equidad o, e) el propio calendario de actuaciones.

A través de estas órdenes procesales se produce una concreción del


procedimiento y éstas pueden ser incluso consultadas con las propias partes
para su conformación.

Además de esta comparecencia, las partes pueden fijar el plazo de la


interposición de la demanda, de la contestación, las fases en las que se
dividirá el proceso, los medios de prueba que podrán utilizarse, si se

6
excluye o no alguno, precisiones en orden a las medidas cautelares,
oralidad de las actuaciones o escritura, el uso de las nuevas tecnologías en
el procedimiento u otras, todas estas consideraciones aparecerán siempre
que las mismas no hayan quedado ya plasmado en las referidas órdenes
procesales.

Por otro lado, cuando el arbitraje es de naturaleza institucional el


reglamento de la institución correspondiente será la referencia en cuanto a
procedimiento a seguir sin que las partes puedan modificar por acuerdo las
reglas de éste.

El único límite al que deben someterse las partes en la fijación del


procedimiento es el respeto de los principios recogidos en el art. 24 y que
hemos comentado anteriormente, junto con el respeto de las normas de
naturaleza imperativa que presente la LA: como el art. 37.4 que exige que
el laudo conste por escrito o como el art. 30.3 que exige el traslado de
documentos entre las partes y de los árbitros hacia éstas1.

4. Fijación por los árbitros: límites.


El art. 25 LA en su apartado segundo determina que los árbitros, a falta de
acuerdo de las partes, podrán fijar el procedimiento sujetándose a los
principios y disposiciones contenidas en la LA. La libertad de la que
disponen los árbitros para determinar la forma de las actuaciones arbitrales
es bastante considerable aunque también está sujeta a una serie de límites
tanto generales como de naturaleza particular. Entre los primeros, la
determinación del procedimiento de ninguna manera puede infringir los
principios básicos del proceso arbitral recogidos ahora expresamente en el
1
La SAP de Madrid (Secc.21ª), de 31 de enero (BD619390/2006) acoge la anulación del laudo por
aplicación del apartado d) del art. 41.1 LA por no haberse respetado la exigencia del art. 30.3 LA de
traslado de documentos.

7
art. 24 LA; y de entre los segundos, la LA ha decidido introducir una serie
de precisiones en relación con la prueba que los árbitros deben respetar.

Se establecen dos normas a propósito de la prueba: el art. 32 LA para


referirse a la prueba pericial quizás por la importancia que se le presupone
a este medio de prueba debido al tecnicismo o especialidad que pueden
presentar los arbitrajes. Consiste en la posibilidad de que los árbitros, de
oficio o a instancia de parte, puedan nombrar a uno o más peritos que
dictaminen sobre aspectos o materias de las que posean conocimientos
técnicos que, no obstante, podrán añadirse a los dictámenes periciales que,
en su caso, las partes hubiesen querido solicitar y aportar al proceso. Con
buen criterio el legislador permite que los peritos que hubiesen presentado
dictamen puedan intervenir en las diferentes audiencias que se conformarán
para poder someter a contradicción sus conclusiones con el resto de las
partes y de los árbitros.

Por otra parte, el art. 33 LA alude a la posible asistencia judicial en materia


de prueba en el arbitraje que al ser un supuesto de intervención judicial en
el arbitraje será tratada a continuación.

5. El procedimiento arbitral y la intervención judicial.


Cuando dos partes deciden someter la controversia al arbitraje a través del
convenio arbitral excluyen del conocimiento del asunto a los órganos
jurisdiccionales (efecto negativo del convenio arbitral), circunstancia ésta
que no significa que estos órganos no puedan ni deban intervenir en algún
momento del procedimiento arbitral.

Arbitraje y jurisdicción necesariamente están interrelacionados, a pesar de


la premisa general contenida en el art. 7 LA en virtud de la cual se consagra

8
el principio de intervención mínima de los órganos jurisdiccionales en el
arbitraje, razones que tienen que ver con la fuerza ejecutiva y de cosa
juzgada predicable de los laudos arbitrales hace que el ordenamiento
establezca determinados supuestos de intervención judicial en el arbitraje.

5.1. Asistencia judicial en material de prueba.


Ante la falta de imperium de los árbitros para la realización de ciertas
actuaciones y la necesaria utilización de medios coercitivos frente a
terceros o partes del proceso arbitral, se requiere en ocasiones recurrir a los
órganos jurisdiccionales en materia de prueba. Según se desprende del art.
33 LA tanto los árbitros como las partes con el consentimiento de los
árbitros, podrán acudir a un órgano judicial con uno de estos dos objetivos:
que practique directamente aquel medio de prueba que los árbitros no
pueden llevar a cabo; o que pongan los medios necesarios para que esa
actividad de prueba pueda ser realizada directamente por los árbitros.

— El órgano con competencia objetiva para la asistencia judicial en


materia de prueba serán, exclusivamente, en virtud del art. 8.2 LA, los
Juzgados de Primera Instancia como consecuencia de la derogación del
apartado g) del art. 86.ter por medio de la LO 5/2011 de reforma de la
LOPJ y complementaria de la Ley 11/2011 de reforma de la Ley de
Arbitraje, que atribuía a los Juzgados de lo Mercantil la competencia para
el conocimiento de las materias que le eran propias. (art. 86.2 ter LOPJ).

En cuanto a la competencia territorial se decanta el legislador por dos


fueros de carácter electivo para los árbitros o las partes: serán competentes
los Juzgados del lugar del arbitraje o, alternativamente, el lugar donde
hubiere de prestarse la asistencia.

9
— En cuanto al tratamiento procesal, dado el carácter imperativo de
las normas reguladoras de la competencia objetiva para este tipo de
asistencia, debe tener el mismo análisis que hemos contemplado en el
nombramiento judicial de árbitros en cuanto a su posible apreciación de
oficio (art. 48 LEC) y a instancia de parte a través de la declinatoria (arts.
63 y ss. LEC).

— La legitimación activa para la solicitud de asistencia recae tanto


en las partes como en los árbitros, pero en realidad, lo que permite el art. 33
LA es que: “los árbitros o cualquiera de las partes con su aprobación…”,
puedan solicitar la asistencia judicial.

— En cuanto al objeto de esta solicitud, cuando las partes o los


árbitros acuden a un concreto tribunal para la llamada asistencia judicial
para la práctica de pruebas lo pueden hacer con alguna de estas dos
intenciones: que el tribunal practique directamente las pruebas que le han
sido solicitadas por las partes o por los árbitros; o bien, que ponga a
disposición de éstos los medios necesarios para que la actividad de prueba
pueda llevarse a efecto.

— En relación con la forma de la solicitud nada establece la LA en


su art. 33 donde tan solo se señala que la prueba solicitada se practicará eso
sí: “de conformidad con las normas que le sean de aplicables sobre medios
de prueba”.

Podemos decir, que ha de tratarse de una solicitud por escrito en el


que se contenga la identificación del solicitante de la asistencia judicial ya
sea alguno de los árbitros o alguna de las partes. En caso de que las partes

10
hayan acudido directamente al órgano jurisdiccional se precisará que este
documento sea firmado por los árbitros en prueba de su aquiescencia.

Sería conveniente una breve descripción del procedimiento arbitral iniciado


−motivo y clase del proceso arbitral− y de las partes del mismo. Y
finalmente, como petitum principal del escrito, el medio de prueba o la
actividad que se le solicita al tribunal en relación con una determinada
prueba con la correspondiente firma de los solicitantes.

El escrito deberá estar firmado por abogado y procurador pues recordemos


que se trata de una actuación ante un órgano jurisdiccional y este tipo de
petición no se encuentra entre los supuestos donde está excluida la
intervención de estos profesionales según los arts. 23 y 31 LEC.

— La tramitación de la asistencia se llevará a cabo siguiendo las normas


que la LEC establezca para cada medio de prueba.

Para finalizar, el apartado 2 del art. 33 exige: “…en ambos casos, el


Tribunal entregará al solicitante testimonio de las actuaciones”. Es decir,
deberá darse traslado del resultado de la misma o a los árbitros o la parte
solicitante de la medida.

Finalmente, el tiempo que transcurra en la realización de este tipo de apoyo


al arbitraje en materia de prueba, no interrumpirá el plazo para dictar el
laudo y tampoco debería ser computado en términos de responsabilidad
para los árbitros (art. 21 LA).

5.2. Medidas cautelares en el procedimiento arbitral.

11
Tal y como acontece en el proceso jurisdiccional, en el arbitraje pueden
darse los presupuestos y concurrir las circunstancias que hagan necesarias
la solicitud y adopción de medidas cautelares. La entrada en vigor de la LA
de 2003 presenta novedades importantes en esta materia donde debemos
destacar, entre otras, la posibilidad reconocida a los árbitros para la
adopción de las mismas (art. 23 LA) y la determinación de la competencia
para la adopción de las mismas por los órganos jurisdiccionales —cuando
así sea— en el art. 8. 3 LA.

La aparición de la LEC de 2000 clarifica en gran medida la laguna anterior


y añade en su articulado un precepto dedicado exclusivamente ha permitir
la solicitud de medidas cautelares “…a quien acredite ser parte en un
convenio arbitral con anterioridad a las actuaciones arbitrales. También
podrá pedirlas quien acredite ser parte en un proceso arbitral pendiente en
España; o, en su caso, haber pedido la formalización judicial a que se
refiere el art. 28 de la Ley de Arbitraje; o en el supuesto de un arbitraje
institucional, haber presentado la debida solicitud o encargo a la
institución correspondiente según su Reglamento (art. 722.1 LEC).

Las últimas novedades aparecen como consecuencia de la entrada en vigor


de la LA 60/2003 ─junto con las modificaciones aportadas en el art. 722
LEC por la Ley 11/2011 a la que nos referiremos posteriormente─ que al
igual que el resto del articulado de la LA, se encuentra directamente
inspirado en el art. 17 de la Ley Modelo UNCITRAL.

5.2.1. Presupuestos para la adopción de las medidas cautelares.


Es el art. 728 LEC el que recoge los requisitos para la adopción de una
medida cautelar: periculum in mora, fumus boni iuris y la prestación de
caución o fianza.

12
A estos presupuestos no se refiere el art. 23 LA cuando hace referencia a la
posibilidad de adoptar las medidas cautelares por los árbitros (con la
excepción de una breve referencia a la caución). Y es que realmente éste no
es lugar apropiado para pronunciarse sobre estos requisitos, tan sólo es el
precepto que pone de manifiesto la posibilidad de que los árbitros, con la
nueva regulación, puedan adoptar medidas cautelares.

A) Periculum in mora.
El simple transcurso del tiempo de tramitación de una causa arbitral puede
poner en riesgo la ejecución del futuro y eventual laudo de condena que
pueda llegar a dictarse. Para evitar que el demandado pueda realizar actos
que permitan poner su patrimonio fuera del alcance del proceso arbitral o
judicial mientras éste es sustanciado, se establecen unos mecanismos
control por medio de las medidas cautelares.

Sin embargo, corresponde al solicitante de la medida acreditar que


efectivamente ese riesgo por el transcurso del tiempo existe y pone en
peligro la futura resolución. Este peligro no sólo puede surgir en el
momento en que el actor interpone la demanda, este peligro puede estar
presente incluso antes de que comience el proceso o mientras se producen
actuaciones preparatorias del proceso arbitral que no constituyen en sí
mismo el inicio del arbitraje —nombramiento de árbitros, provisión de
fondos, comparecencia previa, requerimiento de someter la cuestión
litigiosa a arbitraje—. Y finalmente, tal y como mantuvo la LA/1988,
también cabe que su solicitud deba producirse durante el transcurso de la
acción de anulación del laudo pues en este instante procesal se mantiene el
peligro al que estamos aludiendo.

13
A diferencia del fumus boni iuris, el periculum in mora es más difícil
acreditarlo con base documental, por ello en la mayoría de las ocasiones
vendrá fundamentado en las manifestaciones del actor, por eso, el
periculum no se presume ni se sobreentiende, es obligación de quien pide la
medida cautelar afirmar y probar —con prueba plena, pues es presupuesto
de la medida cautelar y no de la sentencia de fondo— la existencia de
periculum in mora.

B) Fumus boni iuris.


La solicitud de una medida cautelar debe estar amparada o sustentada en
algún tipo de justificación del derecho que se pretende hacer valer en el
proceso arbitral. Este tipo de justificaciones vendrán habitualmente de la
mano de documentos ya sean públicos o privados que justifiquen la medida
pedida, aunque la justificación de ese derecho no tiene por qué estar basado
únicamente en principios de prueba por escrito sino que bien pudieran
caber otros medios de acreditación.

Dada la disparidad de posibles medidas a adoptar, la intensidad de esta


apariencia de buen derecho deberá ser más o menos fuerte en función de
aquélla cautela que quiera instarse, exigiéndose por tanto una intensidad
superior para aquel tipo de medidas que podríamos denominar como
“agresivas” y, a sensu contrario, una menor intensidad en el otro supuesto.

Una de las características que presentan las medidas cautelares es la de la


necesaria proporcionalidad. Esto es, cualquier medida que se acuerde en el
proceso arbitral debe ser acorde con el objeto del pleito que se esté
sustanciando y, además, constituir la medida más adecuada al fin que se
trata de proteger, constituyendopor exigencia de la LEC, la medida que
menos perjuicio origine al obligado o menos onerosa en términos de la Ley.

14
C) Caución.
El art. 23 LA establece que para la adopción de las medidas cautelares los
árbitros podrán exigir caución suficiente al solicitante. Toda medida
cautelar puede provocar en el que la sufre un perjuicio de muy diverso tipo
en función de la medida instada. Con el objetivo de paliar el perjuicio
ocasionado con la medida en el supuesto de que a posteriori se ponga de
manifiesto la falta de justificación en su adopción, el juez o los árbitros,
pueden pedir al solicitante una fianza suficiente para cubrir los eventuales
perjuicios que la medida cautelar pudiera ocasionar para el caso de que no
se obtenga una resolución favorable al fondo del litigio.

La caución respectiva deberá otorgarse en cualquiera de las formas


recogidas en la LEC para la ejecución provisional en el art. 529.3: “…en
dinero en efectivo, mediante aval solidario de duración indefinida y
pagadero a primer requerimiento emitido por entidad de crédito o
sociedad de garantía recíproca o por cualquier otro medio que garantice
la disponibilidad de la cantidad que se trate”.

5.2.2. Momento procesal para la solicitud de medidas cautelares


en apoyo del arbitraje.
Tomando como base la LEC y la LA, son tres los posibles momentos
procesales para la solicitud de las medidas cautelares en el proceso arbitral
que coinciden asimismo con los del proceso jurisdiccional y que por su
importancia vamos a analizar por separado.

A) Solicitud ante causam.


Hasta la modificación del art. 722 LEC operada como consecuencia de la
Ley 11/2011 de reforma de la LA, se ha discutido sobre si era posible o no

15
adoptar medidas cautelares con carácter previo al inicio de un proceso
arbitral. Entonces, basándose en el art. 11 LA, la mayoría de la doctrina y
de la jurisprudencia había venido permitiendo la solicitud de medidas
cautelares con carácter previo al inicio del arbitraje.

En efecto, el art. 11 LA reproduce, como sabemos, los efectos de todo


convenio arbitral consistentes en la obligación para las partes de cumplir
con lo estipulado y en la exclusión de los tribunales del conocimiento de la
controversia que es sometida a arbitraje por medio del compromiso arbitral.
Pero sin perjuicio de otro tipo de consideraciones, el legislador ha querido
plasmar en este precepto la ausencia de una renuncia tácita al arbitraje por
el hecho de existir un convenio arbitral y solicitar de un tribunal
jurisdiccional la adopción de medidas cautelares, bien durante la
tramitación del proceso arbitral o, incluso y por lo que ahora nos interesa,
con anterioridad al inicio del procedimiento.

Pues bien, sin perjuicio de que el apartado tercero del art. 11 LA ya ofrecía
una solución al respecto, el legislador ha creído conveniente zanjar
definitivamente esta cuestión y así lo ha recogido con la modificación del
art. 722 LEC a través de la Ley 11/2011 cuando señala que: “Podrá pedir
al Tribunal medidas cautelares quien acredite ser parte en un convenio
arbitral con anterioridad a las actuaciones arbitrales…”.

Partiendo pues de su viabilidad en el arbitraje, la urgencia constituye la


razón de ser de las medidas preprocesales, entendida como un periculum in
mora de intensidad superior que se ve acrecentado por el hecho de
necesitar, por las mismas razones, la cobertura de las medidas cautelares,
pero no disponiendo del suficiente tiempo para formalizar

16
convenientemente la correspondiente demandada e incluir esta petición
mediante otrosí.

A la vista de esta regulación podemos concluir que la determinación del


momento en el que el legislador obliga a la parte a dar inicio a un proceso
jurisdiccional varía respecto al procedimiento arbitral.

El art. 730.2 II LEC obliga al demandante que hubiera conseguido la


adopción de tales medidas a interponer la demanda en el plazo de los veinte
días siguientes; mientras que cuando el proceso es arbitral este requisito
temporal no rige y para que la medida cautelar pueda mantenerse será
suficiente con que la parte beneficiada por ésta lleve a cabo todas las
actuaciones tendentes a poner en marcha el procedimiento arbitral (art.
730.3 LEC).

B) Solicitud de las medidas con la demanda.


La solicitud de medidas cautelares de manera coetánea a la interposición
de la demanda arbitral parece ser la vía ordinaria que quiere el legislador
para dicha solicitud.

Quedan abiertas pues todas las posibilidades, tanto un documento separado


que sea adjuntado a la demanda principal que contenga exclusivamente la
solicitud, con sus fundamentos y presupuestos, de las medidas solicitadas;
o, su inclusión en un a modo de otrosí de la demanda arbitral
acomodándose así a lo que habitualmente suele ser su solicitud en el
proceso jurisdiccional.
Las ventajas de solicitar las medidas con la demanda arbitral son de sobra
conocidas: utilizar la completa argumentación de ésta para fundamentar los
principales presupuestos de la medida cautelar —periculum in mora y

17
fumus boni iuris— o hacer referencia a los documentos incluidos en la
demanda a propósito de la solicitud de la tutela cautelar, entre otros.

C) Solicitud posterior a la demanda.


Como señala el art. 730.4 LEC con posterioridad a la demanda o pendiente
recurso sólo podrá solicitarse la adopción de medidas cautelares cuando la
petición se base en hechos o circunstancias que justifiquen la solicitud en
esos momentos.

Debe entenderse en todo caso esta posibilidad como un supuesto


excepcional pues como señala el art. 730.1 LEC las medidas se solicitaran,
de ordinario, con la demanda principal.

5.2.3. Procedimiento para la adopción de las medidas cautelares.


A) Adopción de medidas cautelares por los árbitros.
El art. 23 LA declara la potestad arbitral para acordar medidas cautelares
necesarias al objeto del litigio.

Esta cuestión entra dentro de las materias disponibles para las partes en el
sentido de poder excluir esta potestad de los árbitros mediante el mutuo
acuerdo. Por supuesto, se exige la instancia de parte para que los árbitros
puedan acodar las medidas como en relación con cualquier medida cautelar
solicitada ante un órgano jurisdiccional “…los árbitros podrán, a instancia
de cualquiera de las partes…”.
No cabe duda de que el árbitro tendrá mayores parámetros para poder
adoptar o no la medida de los que pueden deducirse exclusivamente del
escrito de solicitud.

18
Aunque los árbitros tengan reconocida como sabemos la potestad
declarativa respecto de las medidas cautelares, carecen de la potestad
ejecutiva que reside, exclusivamente, en los Juzgados y Tribunales
establecidos en la Leyes en virtud del art. 117.3 CE sin que pueda
predicarse en modo alguno capacidad coercitiva de los árbitros.

Si la LA permite por medio de su art. 23 la posibilidad de que los árbitros


adopten medidas cautelares y en su art. 8.3 LA se establece la competencia
de los órganos jurisdiccionales para ese mismo objetivo, tendremos que
hablar de competencias concurrentes o alternativas judicial y arbitral.

B) Adopción de medidas cautelares por el órgano jurisdiccional.


La LA recoge la potestad concurrente de jueces y árbitros en materia
cautelar.

Cuando son los órganos jurisdiccionales los receptores de una solicitud de


medidas cautelares en apoyo de un arbitraje o, cuando éstos reciben
solicitudes de ejecución de medidas cautelares acordadas por los árbitros en
el arbitraje pero que no han sido voluntariamente cumplidas por las partes,
es obligado el cumplimiento de toda la configuración jurídica que sobre las
medidas cautelares se contiene en los arts. 721 LEC y ss.

Rigen aquí todas las previsiones de la LEC en cuanto a los presupuestos


que debe acreditar la parte para la adopción de la medida —necesaria
instancia de parte (art. 721 LEC), fumus boni iuris, periculum in mora y
ofrecimiento de caución del art. 728 LEC—. Igualmente, será necesaria la
previa audiencia del demandado prevista en el art. 733 LEC salvo las
excepciones contempladas in audita parte debitoris del mismo precepto
que conllevarán, claro está, un trámite de oposición a la medida cautelar en

19
los términos de los arts. 739 y ss. LEC. Finalmente, en cuanto al momento
procesal oportuno para la solicitud adopción de estas medidas se ratifican
los tres ya apuntados: ante causam, con la demanda o en momentos
posteriores si se justifica la solicitud en esos instantes.

5.2.4. Tribunales competentes para la adopción de medidas


cautelares.
El apartado tercero del art. 8 de la LA hace competentes para la adopción
de medidas cautelares al tribunal competente del lugar en que el laudo deba
ser ejecutado y, en su defecto, el del lugar donde las medidas deban
producir su eficacia, todo ello de conformidad con el art. 724 LEC.

La LA con buen criterio ha mantenido y reproducido de manera idéntica


los dos fueros de competencia territorial del art. 724 LEC para la adopción
de medidas cautelares, equiparando así la regulación de su articulado con el
de la LEC. Cuestión distinta es plantearse si esta decisión del legislador ha
sido apropiada o no.

Por último abordamos la distribución de la competencia respecto de las


medidas cautelares en un supuesto un tanto especial. Como es sabido, el
laudo que pone fin al proceso arbitral puede ser objeto de acción de
anulación del laudo (arts. 40-42 LA)− y debemos ahora plantearnos la
posibilidad de solicitar medidas cautelares durante la tramitación de la
mencionada acción y, en ese caso, en qué tribunal recaería la competencia
para acordar las mismas.

Para empezar, la nueva LA a diferencia de la anterior nada dice en este


sentido. Luego, en principio, el órgano al que deberían remitirse las partes
para solicitar las medidas sería la Sala de lo Civil y Penal del Tribunal

20
Superior de Justicia que corresponda, a quién se hubiera atribuido el
conocimiento de la acción de anulación.

Esta interpretación sería la más acorde con los criterios de la LEC y de la


LA actual pero, quizás, no la más favorable desde el punto de vista práctico
pues, la Sala de lo Civil y Penal del TSJ podría tener muchas más
dificultades que un Juzgado de Primera Instancia para poder ejecutar la
medida cautelar en caso de haber sido acordada e incumplida por la parte.

5.2.5. Escrito de solicitud y procedimiento.


La petición que realicen las partes de medidas cautelares debe adecuarse al
destinatario de las mismas. Cuando la solicitud se realiza ante los órganos
jurisdiccionales el escrito debe respetar los presupuestos de los arts. 721 y
ss. LEC; mientras que, cuando se piden ante los árbitros habrá que observar
los acuerdos previos de las partes o las pautas de la institución arbitral para
conocer extremos como: forma de la solicitud, plazos para la audiencia de
las partes, comparecencia previa o no para la adopción de la medida, entre
otras.
Así, con carácter general, deberá habilitarse una audiencia
contradictoria con presencia de las partes con carácter previo a la adopción
de la medida; excepcionalmente, cuando la medida se adopte in audita
parte, deberá producirse una audiencia posterior que permita al demandado
oponerse a la medida acordada alegando lo que estime oportuno y pudiendo
así ejercer sus derechos; cuando la medida se solicite ante causam ante el
tribunal arbitral —en el improbable caso de estar ya conformado—,
también con carácter general, deberán los árbitros hacer posible una
audiencia para mantener, revocar o sustituir la medida acordada ante

21
demandam pero ahora, claro está, con la presencia de ambas partes y con
idénticas posibilidades de actuación.

Cuando el escrito en el que conste la solicitud de medidas cautelares vaya


dirigido a un órgano jurisdiccional será preceptiva la intervención de
abogado y procurador, salvo que por especiales razones de urgencia —
como podrían concurrir cuando se produce su petición ante demandam—
se excepcione este requisito que, sin embargo, deberá integrarse para las
restantes fases del procedimiento tan pronto como las medidas sean
pedidas2.
5.2.6. Ejecución, modificación o alzamiento de las medidas
cautelares.
Se mantiene pues, como no podría ser de otra manera, la potestad ejecutiva
de las medidas cautelares en los Juzgados y Tribunales contenidos en las
Leyes conforme a lo establecido en el art. 117.3 CE.

Así, para el supuesto de que la parte no cumpla voluntariamente la medida


acordada por un árbitro, será necesario acudir al órgano judicial con
competencia objetiva y territorial en este asunto —para lo que habrá que
estar al art. 8.3 LA— para que tome las medidas necesarias para hacer
efectiva la cautela acordada.

Las medidas coactivas que pueda llevar a cabo el Juez serán diversas en
función de la medida acordada por los árbitros sirviendo como referencia
las contenidas en el art. 738 LEC que permite utilizar incluso los medios
previstos para la ejecución de sentencias.

2
Puede ser fácilmente comprensibles especiales razones de urgencia que impidan “perder tiempo” en
otorgar notarialmente un poder para que intervenga en la solicitud el procurador o para que sea necesario
pedir medidas antes de que se tenga tiempo suficiente para formular una demanda ordinaria en forma;
más difícil pueden resultar supuestos en los que el letrado no pueda firmar la petición de estas medidas
aunque entendemos que daba darse el mismo tratamiento que a los supuestos anteriores.

22
En otro orden de cuestiones, en cuanto al posible alzamiento, modificación
o sustitución de las medidas cautelares en el arbitraje, debemos reiterar el
carácter provisional e instrumental de estas medidas. Por tanto, cuando se
produzca un cambio de circunstancias que haga variar la situación que se
tuvo en cuenta en el momento de la adopción de la medida cautelar estará
abogado una modificación, alzamiento o sustitución de la medida. Sin
embargo, cada una de estas situaciones es diferente del mismo modo que
habrá que matizar para el arbitraje el momento en el que se puede adoptar
versus alzar, modificar, sustituir una medida cautelar.

5.3. Otros supuestos.


Somos conscientes de la existencia de otros casos en los que pudiera
intervenir un órgano judicial a propósito de un proceso arbitral que no
podemos tratar en este momento pero que constituyen supuestos de control
o de apoyo judicial al arbitraje: ejecución forzosa, exequatur de laudos
extranjeros, nombramiento judicial de árbitros, acción de anulación del
laudo o el recurso de revisión frente a éste3.

Junto con los anteriores, también existen otros supuestos de intervención


algo más indirectos como los que tienen que ver con el efecto negativo del
convenio arbitral. Así, si a pesar de haberse suscrito por las partes un
convenio arbitral, surgida la controversia, una de ellas acude a la
jurisdicción en reclamación de tutela, se podrá hacer valer la sumisión de la
cuestión litigiosa a arbitraje a través de la declinatoria con los presupuestos
y efectos establecidos en los arts. 63 y ss. LEC

3
El estudio de la acción de anulación del laudo y del recurso de revisión puede verse en mi obra: El
control judicial del arbitraje, Madrid, 2008; mientras que el resto de situaciones de apoyo judicial al
arbitraje puede verse también en mi obra: La asistencia judicial al arbitraje, Madrid, 2009.

23
6. Tramitación del procedimiento arbitral.

6.1. La relevancia del lugar e idioma del arbitraje.


El proceso arbitral se ha conformado como una sucesión de actos más o
menos predeterminados aunque sujetos a una flexibilidad que resulta ajena
a la jurisdicción. Antes de abordar cada uno de esos actos previstos a priori
por la norma debemos poner de manifiesto dos aspectos que influyen
directamente en el procedimiento arbitral: el lugar elegido para el arbitraje
y el idioma.

En el primer caso, se entiende por lugar del arbitraje aquel en el que se va a


desarrollar el mismo o aquel en el que se dictará finalmente el laudo4. La
fijación del lugar no impide que ciertas actuaciones puedan realizarse en
lugares diversos a éste y tener plena eficacia, es más, es posible que el uso
de las nuevas tecnologías —como la videoconferencia— pueda alterar de
alguna manera la fijación del lugar, pero si estos medios se permiten para el
proceso judicial —art. 229.3 LOPJ— por qué no las vamos a permitir para
el arbitral.

El art. 26.1 LA señala que la fijación del lugar le corresponde a las partes
en virtud del principio de autonomía de la voluntad. Sólo cuando éstas no
se pongan de acuerdo o no lo hayan fijado, serán los árbitros los

4
Esto nos permitirá a su vez distinguir entre el arbitraje nacional o extranjero en función de si el laudo se
dictó fuera o dentro de nuestras fronteras. Si se trata de un laudo extranjero, para hacer valer su fuerza
ejecutiva o de cosa juzgada en nuestro país, requerirá de un procedimiento de exequatur que tiene como
principal fuente legal de aplicación, al que remite la LA, el Convenio de Nueva York de 1958 sobre
reconocimiento y ejecución de resoluciones arbitrales en materia civil y mercantil.

24
competentes para su fijación atendiendo, eso sí, a las circunstancias del
caso y conveniencia de las partes5.

La fijación del lugar del arbitraje afecta directamente a tres aspectos


igualmente relevantes: el ya afirmado del carácter extranjero o nacional del
laudo; la determinación de los órganos jurisdiccionales que intervendrán en
apoyo al arbitraje en virtud del art. 8 LA6, y por último, para la
determinación de la Ley que regirá en el arbitraje o lec loci arbitri.

En el segundo caso, el idioma o idiomas del arbitraje será el que acuerden


las partes según el art. 28 LA. A falta de acuerdo, ya no establece el
precepto que serán los árbitros lo que tengan que fijar el idioma atendiendo
a las circunstancias del caso y la conveniencia de las partes. Tan solo
señala que, cuando las circunstancias del caso no permitan delimitar la
cuestión, el arbitraje se tramitará en cualquiera de las lenguas oficiales en el
lugar donde se desarrollen las actuaciones.

En primer lugar, debemos abogar igualmente porque sean los árbitros los
que a falta de acuerdo puedan fijar el idioma ─puede suscitarse cuestión
respecto de su posible fijación por las propias instituciones arbitrales─ de
las actuaciones arbitrales. En segundo lugar, claramente, esta última
referencia a las lenguas oficiales se debe a la presión ejercida por ciertos
grupos parlamentarios durante la tramitación parlamentaria de la Ley
11/2011 de reforma de la Ley de arbitraje. Tan solo destacar que se pueden

5
La SAP de Madrid (Secc. 21ª) de 31 de enero de 2006 (BD619390/2006) estima una acción de
anulación por haber elegido el árbitro Madrid como lugar para el arbitraje teniendo demandante y
demandado domicilios en la provincia de Málaga.
6
V.gr. si el lugar que se fija como sede del arbitraje es Madrid: será competente para el nombramiento
judicial de árbitros o para la acción de anulación del laudo la Sala de lo Civil y Penal del Tribunal
Superior de Justicia de Madrid; mientras que para la ejecución forzosa del laudo serán competentes los
los Juzgados de Primera Instancia de Madrid y así sucesivamente aplicando las normas del art. 8 LA.

25
producir disfunciones como consecuencia de la aplicación de este precepto
pues, debido a que el arbitraje en estos casos se tramitará en cualquiera de
las lenguas oficiales en el lugar donde se desarrollen las actuaciones, hace
que si en el lugar del arbitraje elegido por las partes existe una lengua
propia distinta del idioma elegido a su vez por las partes para el arbitraje,
puede darse el caso de que algunas audiencias o actuaciones del arbitraje se
desarrollen en un idioma sin conexión alguna con las partes, y esta
disfunción es más que patente en los arbitrajes internacionales que hayan
elegido España como lugar del arbitraje. Dos partes con domicilios en
Estados distintos del español pueden que hayan elegido España como lugar
del arbitraje y, en concreto, un lugar con lengua propia, pudiendo verse
sometidos a actuaciones en una lengua absolutamente desconocida para
éstas.

Incluso se permite que los testigos, peritos y terceras personas puedan


intervenir en el procedimiento arbitral en su lengua propia, lo que ha se ha
justificado en la Exposición de Motivos de la Ley 11/2011 de reforma de la
LA, como un intento de articular un nuevo sistema en relación con el
idioma del arbitraje para incrementar las garantías del procedimiento (lo
que nos parece bastante discutible).
Para evitar cualquier conculcación de los principios de audiencia,
aquella parte que alegue desconocer la lengua en el que se estén
desarrollando las actuaciones arbitrales, tendrá derecho a ser oído e su
propia lengua sin que esta alegación suponga la paralización del
procedimiento. Todo ello sin perjuicio de que se pueda habilitar a un
intérprete para la intervención en las actuaciones orales cuando su función
sea necesaria.

26
El idioma elegido será el utilizado en todas las fases del procedimiento
arbitral, las comunicaciones, audiencias, escritos, etc…

No obstante, cabe aportar documentos no traducidos al idioma elegido para


el arbitraje, que serán admitidos siempre que no sean impugnados por
alguna parte7.

Cualquier infracción relacionada con el lugar e idioma del arbitraje podrá


ser impugnada a través de la acción de anulación y, en concreto, del motivo
d) del art. 41.1 LA cuando el lugar o el idioma utilizado no se haya
ajustado a lo acordado por las partes o a lo establecido en la LA. Sin
embargo, cuando la infracción de estas circunstancias tenga que ver con
una irregular notificación relacionada con el procedimiento, el motivo
adecuado será el del apartado b) del art. 41.1 LA.

6.2. Demanda, contestación y posible reconvención.


El legislador ha acudido a términos del proceso judicial para referirse a los
principales vehículos de alegación de las partes en el proceso arbitral.
La demanda y la contestación presentarán una estructura y contenido
similar a la del proceso civil, dividiéndose en un encabezamiento, hechos,
fundamentos de derecho y petitum. Los hechos en los que el actor fundará
su pretensión serán, atendiendo a la clásica distinción, los constitutivos,
mientras que, el demandado, podrá alegar tanto excepciones procesales
como excepciones materiales relativas al fondo del asunto reconducidas a
hemos impeditivos, extintivos y excluyentes.

7
Lo que supone un ahorro de tiempo y gasto en las traducciones de documentos cuando las mismas no
son necesarias.

27
Lo que no queda tan claro es qué documentos habrán de acompañarse a
estos escritos. El art. 29.1 LA tan solo señala que: “Las partes, al formular
sus alegaciones, podrán aportar todos los documentos…”. Por tanto,
constituye una facultad de las partes acompañarlos con la demanda y la
contestación lo que no excluye presentarlos en momentos posteriores,
siempre que los distintos pactos de las partes o las exigencias del
reglamento de la institución arbitral que sea de aplicación no establezcan
otra cosa que, dicho sea de paso, lo suelen establecer. Efectivamente, en la
mayoría de los Reglamentos de las principales instituciones arbitrales suele
seguirse un criterio parecido al estipulado para el proceso civil en la LEC,
de tal manera que suele exigirse la aportación de los documentos en que las
partes fijen sus pretensiones con los principales instrumentos de alegación,
esto es, demanda y contestación a la demanda y, en su caso, reconvención y
contestación a la reconvención.

Por otro lado, el art. 29 LA nada señala en relación con la posible


reconvención a incluir en la contestación a la demanda. Sin embargo, el art.
4.c) LA permite expresamente la reconvención ─ también lo hace
expresamente la Exposición de Motivos VI, párrafo quinto─ cuando al
hablar de las reglas de interpretación de la LA indica que toda referencia
que se haga en esta norma a la demanda arbitral se extenderá también a la
reconvención y toda referencia que se realice a la contestación se extenderá
también a la contestación a la reconvención.

Admitiendo pues la formulación de la reconvención en la contestación a la


demanda arbitral, debe señalarse que aunque en esta reconvención no rigen
los presupuestos ex art. 406 LEC tanto procesales como materiales,
compartimos con MARTÍNEZ GARCÍA [“Comentario al art. 29 LA”, AA.VV.,
Comentarios a la Ley de Arbitraje (Ley 60/2003, de 23 de diciembre), (Coord.

28
BARONA VILAR, S.,), Madrid, 2004, pág. 1030], que el procedimiento arbitral,

al menos, deberá observar otros dos presupuestos: 1) que la controversia a


la que se refiera la demanda reconvencional haya sido sometida a arbitraje;
2) que la materia sea de las que el art. 2.1 LA considera arbitrables o de
libre disposición.

La aparición de la reconvención en el procedimiento arbitral provoca


elementales influencias sobre la congruencia del laudo que deberá sujetarse
igualmente a las pretensiones deducidas por las partes por esta vía,
pudiendo acudir al ejercicio de la acción de anulación [art. 41.1. c) LA],
cuando los árbitros no se hubieran pronunciado sobre las mismas, siendo
necesario en estos casos a nuestro juicio, haber presentado con anterioridad
la solicitud de complemento del laudo para subsana la posible omisión.

6.3. Actuaciones arbitrales y comparecencia de las partes.


El art. 30 LA establece los criterios generales sobre los que deben asentarse
las formas de las actuaciones arbitrales, teniendo en cuenta que dichas
disposiciones —en la mayoría de los casos— cederán su paso a lo que
previamente las partes hubieren acordado en este sentido en el arbitraje ad
hoc o a las reglas contenidas en el reglamento de cualquiera de los
arbitrajes institucionalizados.

Rápidamente se constata un deseo implícito del legislador de abogar por un


desarrollo oral del procedimiento frente a la escritura. De hecho, los
árbitros están obligados a fijar las diferentes audiencias si le son solicitadas
por algunas de las partes. Al menos serán tres los momentos en los que será
necesario fijar audiencias: para la fase de alegaciones, fase de prueba y de
conclusiones.

29
Apostar por la oralidad implica también decantarse por la concentración de
actuaciones y sobre todo por la inmediación, decidiendo los árbitros en
torno a sus propias percepciones recibidas en la sustanciación de las
distintas audiencias y no sobre la documentación escrita que hubiera
llegado a su poder cuando se cede a la escritura frente a la oralidad.

Nada dice la LA sobre cómo deberán sustanciarse las diferentes audiencias


que conformen el proceso arbitral aunque sí que las partes podrán acudir a
ellas directamente o a través de sus representantes (art. 30.2 LA).
El apartado 3 del art. 30 LA va a exigir un traslado de documentos, pruebas
o instrumentos en una doble dirección: de las partes entre sí respecto de las
aportaciones realizadas por una a la otra y, de otro lado, respecto de
cualquier tipo de documento, prueba o alegación en que los árbitros vayan
a fundamentar su decisión ─norma imperativa del arbitraje─.
En cuanto a la falta de comparecencia de las partes a alguna de las
audiencias convocadas, a la presentación de alguna prueba o a la
presentación de los escritos de demanda y contestación, el art. 31 LA
señala que cuando el actor no presente su demanda en plazo, el
procedimiento está abocado a su finalización y los árbitros darán por
terminadas sus actuaciones. No obstante, el demandado puede manifestar
su intención de continuar con el procedimiento buscando probablemente
una decisión definitiva del posible conflicto con efectos de cosa juzgada
que impida una nueva reclamación del demandante con el mismo objeto en
un momento ulterior.
Cuando el demandado no presenta su contestación en plazo, las actuaciones
en cambio pueden continuar sin que pueda interpretarse esa omisión como
allanamiento o admisión de hechos alegados por el demandante, lo que
obligará a éste igualmente a probar los hechos constitutivos en los que
funda su pretensión.

30
Finalmente, si alguna de las partes no acude a alguna de las audiencias
convocadas o no presenta pruebas en el momento procesal previsto, el
procedimiento continuará con base en las pruebas y participación en las
audiencias a las que sí que hayan comparecido.

4. Sistema de notificaciones y actos de comunicación en la LA.


El legislador ha decidido incluir en el apartado a) del art. 5 LA el sistema
de notificaciones y comunicaciones en el procedimiento arbitral.
Adviértase que cuando la notificación del procedimiento arbitral o la
fijación de plazos en el mismo tenga su razón de ser en actuaciones de
apoyo o control judicial del arbitraje (nombramiento de árbitros, asistencia
judicial en materia de prueba, medidas cautelares, ejecución forzosa,
exequatur de laudos extranjeros o acción de anulación o revisión del laudo)
estarán sometidas al derecho procesal, siendo normas ius cogens no
expuestas a la voluntad de las partes.
La estrecha vinculación de los actos de comunicación y la correcta
realización de las notificaciones con los principios de audiencia y
contradicción, de obligado respeto según el art. 24 LA, pone de relevancia
la vital importancia en la efectiva y fehaciente realización de las
notificaciones.

El sistema de comunicaciones que recoge el art. 5 LA distingue entre el


destinatario de la notificación, la forma o medio de realización de la misma
y la entrega en el último domicilio conocido cuando no puede realizarse la
notificación por alguna de las formas anteriores, aunque todo ello
supeditado a las reglas que pudieran haber establecido las partes en este
sentido.

31
La notificación debe realizarse de forma personal o bien mediante entrega
al domicilio o residencia habitual, dirección o establecimiento. Por tanto, la
LA distingue en función de quien vaya a ser el destinatario de la
comunicación, así, si se trata de una persona física se le deberá realizar
personalmente o, en su defecto, en su domicilio o residencia habitual. En
cambio, si se trata de una persona jurídica, deberá producirse en su
dirección o establecimiento, esto es, en el lugar donde tenga su domicilio
social y, en caso de tener varios, en el lugar donde desempeñe las
principales labores de su instituto.

En el supuesto de que ninguno de estos lugares pueda ser descubierto ni


tras una indagación razonable, podrá efectuarse la notificación en el último
domicilio, residencia habitual, dirección o establecimiento conocido del
destinatario. Por tanto, existe una presunción para entender realizada la
notificación en último domicilio o establecimiento conocido para evitar la
paralización del arbitraje por causas imputables a las partes y que la
búsqueda de una voluntaria situación de incomunicación de las mismas
impida finalmente desarrollar el procedimiento y dictar el laudo.

Finalmente, la LA siendo fiel al antiformalismo que inspira todo el


articulado de la Ley, no ha sido rígida en las formas que deben adoptar la
comunicaciones o notificaciones, así, cabe que se realice por medio de
télex, fax u otro medio de telecomunicación electrónico, telemático o de
otra clase (lo que permitiría incluir el correo ordinario, la mensajería
privada o el burofax, entre otras).

5. Cómputo de plazos en el procedimiento arbitral.


El apartado b) del art. 5 LA regula los aspectos relacionados con los plazos
en el procedimiento arbitral. En primer término, su aplicación se vuelve a

32
supeditar a lo que, en su defecto, hayan podido acordar las partes. En
segundo término, todo lo en él señalado no será de aplicación a los plazos
que otorguen los distintos Juzgados y Tribunales cuando intervengan en
apoyo o control judicial del arbitraje.

Siendo el arbitraje un medio de solución de conflictos contractual en su


origen y procesal en sus efectos, han surgido dudas sobre el carácter
procesal o civil de los plazos en el arbitraje a propósito de los precedentes
legislativos de 1988 y 1953. La principal respuesta que ofrece el art. 5.b)
LA en relación con los plazos en el arbitraje es su cómputo civilista por lo
que no se excluye los días inhábiles dotando al procedimiento de una
mayor rapidez. Junto con lo anterior, el dies a quo del plazo comienza a
contar al día siguiente de la recepción de la notificación, siendo el dies ad
quem el último día de vencimiento del plazo con la única consideración de
que si éste fuere festivo, el vencimiento se produce el día siguiente hábil ─

Cuando un plazo viene establecido por meses —como ocurre ahora para la
acción de anulación del laudo— se computará de fecha a fecha, por tanto,
no influye en su cómputo la existencia de días hábiles o inhábiles.

Por otra parte, permite la LA admitir escritos que hubiesen sido enviados
dentro del plazo establecido al efecto pero recepcionados con
posterioridad8 lo que facilita el traslado de estos documentos, sobre todo,
en arbitrajes internacionales donde aumentará el tiempo previsto para hacer
llegar esta documentación, siempre que no sean utilizadas alguna de las
nuevas tecnologías citadas.

8
La SAP de Madrid (Secc. 13ª), de 13 de febrero (JUR 2006/264901), estima la anulación del laudo por
no haberse admitido un escrito que formulaba alegaciones en torno a la solicitud de la demandante del
proceso arbitral, cuando fue enviado dos días antes de la finalización del plazo otorgado y decepcionado
con posterioridad a su vencimiento.

33
34
LECCIÓN QUINTA
TERMINACIÓN DEL PROCEDIMIENTO ARBITRAL

SUMARIO: 1. La terminación del procedimiento arbitral. 2. El laudo


arbitral. 2.1. Plazo para dictar el laudo arbitral y su posible prórroga. 2.2.
Forma escrita del laudo y su firma. 3. Corrección, aclaración,
complemento y extralimitación del laudo. 4. Efectos del laudo.

1. La terminación del procedimiento arbitral.


La finalización del procedimiento arbitral puede tener lugar a través de una
resolución arbitral a la que denominados laudo que decide la controversia
sometida a arbitraje por las partes (terminación normal del proceso). Puede
darse, no obstante, alguna forma de terminación anormal de las actuaciones
arbitrales recogidas en el artículo 38.2 LA: (i) desistimiento del
demandante, salvo que el demandado se oponga y los árbitros reconozcan
un interés legítimo en obtener resolución definitiva, (ii) acuerdo de las
partes, o (iii) que los árbitros comprueben que seguir es innecesario o
imposible.

La LA permite a los árbitros resolver la controversia en un solo laudo o en


tantos laudos parciales como estimen convenientes (art. 37.1).

2. El laudo arbitral.
El art. 37 LA recoge las exigencias relativas al laudo arbitral: que sea
dictado en un determinado plazo, con una forma concreta, que contenga un
determinado contenido y que sea notificado a las partes siendo facultativa
la protocolización del mismo.

1
Así pues, el laudo debe dictarse dentro del plazo acordado por las partes o
fijado como máximo en la LA, constando la fecha y el lugar donde se dictó;
asimismo deberá ser siempre motivado ─excepto aquel que ha sido dictado
en los términos del art. 36 LA─; contendrá un pronunciamiento sobre las
costas del proceso arbitral y se establecen presupuestos tanto para el
quórum necesario para adoptar la decisión que decida la controversia en el
laudo, como para la posibilidad de que los árbitros puedan manifestar su
voto a favor o en contra del laudo dictado por la mayoría en caso de
haberse sometido la controversia a un tribunal arbitral.

2.1. Plazo para dictar el laudo arbitral y su posible prórroga.


Salvo que las partes hayan dispuesto otra cosa, el laudo deberá ser dictado
por los árbitros en el plazo de seis meses. Sin embargo, el cómputo de este
plazo varía ahora con respecto a la LA/1988 pues el dies a quo comienza
desde la contestación a la demanda arbitral o desde la expiración del plazo
fijado para la contestación a la demanda.
Además, la LA establece la posibilidad de que los árbitros puedan acordar
la prórroga de dicho plazo aunque de manera motivada —art. 37.2.II LA—,
salvo que las partes hayan acordado otra cosa a este respecto. Para ello será
necesario el acuerdo unánime de todos los árbitros —caso de tratarse de un
tribunal colegiado—. El dies ad quem del cómputo del plazo se produce
cuando los árbitros dictan el laudo y éste es notificado a las partes.
Es relevante la fijación del momento inicial y final del plazo para dictar el
laudo pues su incumplimiento genera en los árbitros la responsabilidad por
daños y perjuicios recogida en el art. 21 LA.
Tras la finalización del plazo para dictar el laudo, los árbitros deben ceder
en el ejercicio de sus funciones, no obstante, la expiración del plazo sin que
se haya dictado el laudo definitivo no afectará ni a la eficacia del convenio

2
arbitral ni a la propia validez del laudo dictado, todo ello sin perjuicio de la
responsabilidad en la que hubieran podido incurrir los árbitros.
De esta manera, se opta por un sistema en el que el procedimiento arbitral
no se ve afectado por las infracciones de los árbitros a la hora de dictar el
laudo en plazo, no pudiendo incluirse como alegación que pretenda fundar
la anulación del laudo, permitiéndose la iniciación de un nuevo proceso
arbitral respecto del mismo convenio arbitral que sirvió de base para iniciar
el procedimiento en donde se ha dictado un laudo fuera de plazo y dotando
de validez ─con lo que ello comporta a efectos de economía procesal─ a la
decisión contenida en el laudo (art. 37.2. LA).

2.2. Forma escrita del laudo y su firma.


A) Forma escrita.
Como regla, el laudo arbitral debe constar por escrito. Sin embargo, esta
exigencia se ve matizada por el propio art. 37.3.I LA cuando señala que:
“…se entenderá que el laudo consta por escrito cuando de su contenido y
firmas quede constancia y sean accesibles para su ulterior consulta en
soporte electrónico, óptico o de otro tipo”.
El imparable avance de las nuevas tecnologías ya hizo que el requisito de la
escritura del laudo fuese cambiando paulatinamente incluso con la vigencia
de la LA/1988, cuestión que se ha visto refrendada ahora con el contenido
del apartado I del art. 37.3 LA. La posibilidad de que distintas actuaciones
del procedimiento arbitral se produzcan de manera telemática o incluso que
todo el procedimiento se lleve a cabo a través de esta forma, hace que la
exigencia de la escritura ceda a favor de otras formas de almacenamiento o
soporte de la información siempre que se cumpla el requisito de que quede
constancia del laudo y que el soporte sea accesible para su ulterior consulta.

B) Firma del laudo.

3
— En cuanto a la firma, los árbitros deben plasmarla en el laudo
como símbolo de la intervención en el procedimiento arbitral y más
concretamente en el pronunciamiento del laudo.
Cuando un árbitro firma el laudo arbitral no está reconociendo
implícitamente el contenido de dicho pronunciamiento sino que reconoce
su intervención en el procedimiento arbitral, su condición de árbitro en el
colegio arbitral y la autenticidad de la resolución a la que le está dando su
visto bueno mediante la firma.
Cuando es un tribunal arbitral quien decide el conflicto, los árbitros han de
dejar constancia de su voto a favor o en contra eliminándose ya las
referencias que se hacían a la posible emisión de un voto discrepante.
El motivo de esa falta de firma no es relevante ahora para el legislador. Lo
relevante es que se mantenga la eficacia del laudo cuando éste ha sido
firmado al menos por la mayoría de los árbitros o por el presidente siempre
que se fundamenten las razones de la falta de una o más firmas.

C) Voto a favor o en contra en el laudo.


Cuando los llamados a resolver la controversia conforman un colegio
arbitral, como se ha observado, pueden tener pareceres diferentes respecto
de la decisión mayoritaria que se adopte en el laudo. En estos casos, los
árbitros disconformes con la decisión que el laudo acoja podrán
posicionarse a favor o en contra del laudo.
En multitud de ocasiones en esta obra hemos realizado equiparaciones
entre el proceso arbitral y el proceso jurisdiccional, más concretamente el
proceso civil. En el ámbito judicial los preceptos que permiten a los
distintos magistrados emitir su voto particular cuando de un órgano
colegiado se trata son el art. 260 LOPJ y el art. 205 LEC. Efectivamente,
todo el que tome parte en una votación de una sentencia o auto definitivo

4
deberá firmar lo acordado sin perjuicio de formular su voto particular en el
caso de que no esté de acuerdo con la decisión de la mayoría.
Los árbitros están facultados para formular su voto en contra en el arbitraje
en virtud de este art. 37.3 LA. El desacuerdo puede tener origen diverso ya
sea relacionado directamente con el contenido del fallo arbitral, con los
hechos que se han considerado probados o con los fundamentos —sean
jurídicos o no, se trate de un arbitraje de Derecho o de equidad— que los
árbitros han utilizado para motivar el laudo arbitral.

D) Motivación del laudo.


El laudo será siempre motivado salvo que el laudo dictado lo haya sido por
acuerdo de las partes como una forma de terminación anormal del
procedimiento conforme al art. 36 LA. En este segundo caso, los árbitros
no deben encontrar ningún motivo para oponerse al denominado laudo
transaccional y, de entre aquellas cuestiones que los árbitros deberán
fiscalizar para la homologación del laudo respectivo estarán, entre otras:
que el laudo no sea contrario a la ley, al orden Publico o a la moral; la
existencia del convenio arbitral; la arbitrabilidad de la materia resuelta o la
propia capacidad de las partes.
No se distingue ahora entre laudo dictado en un arbitraje de equidad o de
derecho, el apartado 4 del art. 37 LA se limita a señalar que el laudo deberá
ser motivado, luego es una cuestión predicable de ambos tipos de laudos —
de derecho y en equidad—.
Debemos subrayar que el motivo que pudiera fundar la anulación del laudo
por la falta de motivación del mismo pudiera ser tanto el apartado d) del
art. 41.1 LA que analizamos, esto es, que el procedimiento arbitral no se ha
ajustado al acuerdo entre las partes o a falta de acuerdo no se ha ajustado a
la LA; o bien, puede constituir una infracción del orden público —art.
41.1.f) LA— ya que la motivación de las resoluciones es un principio

5
básico de nuestro ordenamiento jurídico —al menos desde el punto de vista
procesal— que exige a nuestros tribunales —también los arbitrales— tomar
decisiones que pongan término a las distintas controversias de forma no
arbitraria sino sobre la base de razonamientos, sean jurídicos o no, que
explican el contenido de la decisión y manifiesta las pautas utilizadas por el
juzgador en el asunto concreto.
La exigencia de motivación cede cuando se trata de un laudo dictado por
acuerdo de las partes del art. 36 LA. En este caso, el hecho de que las
partes haya decidido poner fin a la controversia de mutuo acuerdo
homologando los árbitros tal transacción en forma de laudo arbitral, hace
innecesaria la motivación del mismo, otorgando carta de naturaleza a la
propia autonomía de la voluntad de las partes y esa es la razón de ser de la
excepción al deber de motivación de los laudos ex art. 37.4 LA.
Para terminar, hay que resaltar que en el arbitraje internacional la falta de
motivación de un laudo arbitral cuya homologación se solicita de nuestros
tribunales debe partir de los criterios de art. V CNY y, en concreto, del
número 2 letra b): el reconocimiento o ejecución del laudo son contrarios al
orden público del país donde se solicita la homologación. Por tanto, ante
esta falta de motivación del laudo extranjero podrá evitarse su
homologación o reconocimiento impidiendo su ejecución en España por la
vía del art. V.2.letra b) del CNY.

E) Fecha y lugar del arbitraje.


Tanto la fecha como el lugar del arbitraje constituyen elementos del
procedimiento arbitral y estos elementos forman parte del contenido
necesario del laudo.
Todo laudo debe indicar la fecha en que ha sido dictado como así lo exige
el art. 37.5 LA. Nótese sin embargo, que la fecha del laudo sólo pudiera
tener relevancia respecto a una posible reclamación de daños y perjuicios a

6
los árbitros por no haber dictado el laudo dentro del plazo acordado por las
partes o establecido como máximo en la LA.
Como sabemos la determinación del lugar del arbitraje incide en diversas
cuestiones: órganos encargados de la ejecución del laudo, competencia del
órgano encargado de conocer de la acción de anulación del laudo o el
carácter nacional o extranjero del laudo. En cualquier caso, se fijará el
lugar del arbitraje atendiendo a los presupuestos que recoge el art. 26 LA.

F) Pronunciamiento sobre costas en el laudo.


En el arbitraje —ya sea ad hoc o institucional— para que pueda instarse y
desarrollarse la actividad arbitral se generan una serie de gastos que van
desde los que intervienen en nombre de las partes como letrados,
representantes, testigos o peritos, hasta los que lo hacen en nombre de la
institución arbitral administradora de un arbitraje determinado.
En primer término, la LA permite que el acuerdo entre las partes establezca
el régimen de costas del procedimiento arbitral. En segundo término, a falta
de acuerdo de las partes parece que los árbitros pueden ser los que
determinen ese régimen, pudiendo optar o no por el principio del
vencimiento objetivo que recoge para el proceso civil el art. 394 LEC. La
cuestión es si el concepto de costas procesales que conocemos del proceso
civil puede ser equiparado al de costas procesales en el arbitraje.
El legislador de la LA ha decidido en el art. 37.6 que el laudo debe
contener un pronunciamiento sobre las costas del arbitraje y enuncia una
serie de partidas que deben ser consideradas como tal: honorarios y gastos
de los árbitros, honorarios y gastos de los defensores o representantes de las
partes, el coste del servicio prestado por la institución administradora del
arbitraje y demás gastos del procedimiento.

7
Otra cosa será que las partes puedan acordar un criterio u otro respecto al
pago de las mismas —que está perfectamente sometido a la libertad de las
partes intervinientes—.
Se puede haber acordado la distribución a cada parte de las costas causadas
a su instancia y las comunes por mitad, o puede utilizarse analógicamente
la regla del vencimiento del art. 394.1 LEC o cualquier otro sistema al que
deseen llegar de mutuo acuerdo las partes.
Sin perjuicio de lo anterior, otros gastos podrán ser incluidos en las costas
del arbitraje como los honorarios de los árbitros y la institución arbitral
administradora del arbitraje, los honorarios de los peritos y testigos que
pudieren haber participado en el proceso1 y otros gastos como la utilización
de medios de comunicación o telemáticos (videoconferencia, fax,
teléfono..), desplazamientos, manutención de árbitros, indemnización a
peritos o testigos, traducción de documentos y un sin fin de gastos más que
se hayan originado para poder llevar a término la resolución de la
controversia arbitral.
Dependiendo de qué criterio se haya utilizado para la fijación de las costas
del arbitraje así como del sistema acordado por las partes o establecido por
la institución arbitral para abonar las costas del arbitraje, podrá fundar
futuras solicitudes de anulación del laudo. Efectivamente, un laudo que no
contenga un pronunciamiento sobre las costas del arbitraje o que contraríe
el sistema o las partidas acogidas por las partes o la institución arbitral
podrá permitir la anulación del laudo sobre la base del art. 41.1.d) LA en
relación con el pronunciamiento del laudo.

G) Notificación y protocolización del laudo.

1
Ya sea a solicitud de las partes o de los árbitros.

8
El apartado 7 del art. 37 señala que los árbitros notificarán el laudo a las
partes en la forma y el plazo acordado por éstas o, en su defecto, mediante
la entrega a cada una de ellas de un ejemplar firmado de conformidad con
lo dispuesto en el apartado 3 y dentro del mismo plazo establecido en el
apartado 2.
Por su parte, el apartado 8 concede ahora como opción, a diferencia de la
LA/1988, la protocolización del laudo arbitral a costa de la parte
solicitante.
Vayamos por partes, la notificación del laudo entronca directamente con el
ejercicio de los derechos de las partes en el procedimiento arbitral. Por ese
motivo se constituye como una actuación imperativa so pena de viciar de
nulidad el laudo arbitral. Actos tan relevantes como el ejercicio de la acción
de anulación del laudo o las solicitudes de corrección, aclaración
complemento y extralimitación del laudo dependen directamente de que las
partes hayan tenido conocimiento de que se ha dictado el laudo y que éste
les ha sido efectivamente notificado.
Son los árbitros —o en su caso, el órgano de la institución arbitral
administradora del arbitraje— los llamados a notificar el laudo, en primer
término, en la forma que las partes hayan acordado. Se deja de nuevo
margen a la autonomía de la voluntad para negociar no sólo la forma en sí
de la notificación sino también el plazo para ello. A falta de acuerdo, la
fórmula que se habilita para la notificación es la entrega de un ejemplar
firmado por los árbitros en la forma del apartado 3 del art. 37 LA y el plazo
que igualmente recoge el apartado 2 del mismo precepto.
Mayores problemas de interpretación puede presentar el plazo para efectuar
esa notificación. Ciertamente, el apartado 7 remite al plazo para dictar el
laudo del apartado 2 del art. 37 LA lo que no queda claro es si se deberá
notificar el laudo, como máximo, dentro del plazo de seis meses que recoge
el precepto o si, dictado el laudo, se abre un plazo de seis meses para la

9
notificación del laudo. Siendo la rapidez del procedimiento arbitral una de
sus bondades y acudiendo al más elemental sentido común, nos inclinamos
por que el plazo para dictar el laudo y su notificación se produzca dentro de
los seis meses, salvo acuerdo en contrario de las partes.
Al día siguiente de efectuada la notificación comenzarán a computarse los
plazos de diez días y dos meses para la solicitud de corrección, aclaración
complemento y extralimitación del laudo (art. 39 LA), así como para la
interposición de la acción de anulación del laudo (art. 41 LA)
respectivamente.

— El requisito de la protocolización del laudo desaparece como


obligación en la nueva regulación de la LA. El art. 37.8 LA establece sólo
como facultad de las partes y, además, a su costa la formalización en
documento público del laudo arbitral.
La no preceptividad en la protocolización facilita la circulación del laudo,
hace menos costoso el arbitraje y elimina un punto más de formalidades en
un procedimiento que se pretende ágil y carente —en la medida de lo
posible— de demasiados presupuestos formales.
Sin embargo, no puede desconocerse la utilidad que ciertos supuestos
pudiera tener la protocolización del laudo de ahí que sea adecuado el
mantenimiento de este requisito cuando así las partes lo quieran hacer
valer. Ese es el caso de algunas materias societarias que puedan quedar
sometidas a arbitraje y la necesidad del acceso al Registro Mercantil
mediante la preceptiva escritura pública.

3. Corrección, aclaración, complemento y extralimitación del


laudo.

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El artículo 39 LA recoge la opción de solicitar la corrección, aclaración,
complemento y extralimitación del laudo dentro de los diez días siguientes
a la notificación del laudo a las partes, salvo que éstas hayan acordado otro
plazo.
La extralimitación del laudo ha sido incluido en este artículo 39 a través de
la reforma de la Ley de Arbitraje por medio de la Ley 11/2011, el resto de
los supuestos se contemplan anteriormente.

─ La corrección del laudo puede ser acordada directamente de oficio


por los árbitros dentro del plazo de diez días siguientes a la emisión del
mismo.
Cabe por otro lado instar la corrección del laudo a instancia de parte, lo
que habrá que notificar a la parte contraria y en donde se podrá solicitar la
corrección de cualquier error de cálculo, de copia, tipográfico o de
naturaleza similar (art. 39.1.a) LA).

─ Las partes también pueden solicitar aclaración de cualquier punto o


extremo que presente el laudo arbitral dictado por los árbitros dentro de
idéntico plazo al establecido anteriormente para la corrección.

─ Además, el laudo puede adolecer de algún tipo de omisión respecto de


las pretensiones deducidas por las partes en el procedimiento arbitral. La
solución para estos supuestos de incongruencia por omisión de
pronunciamiento o citra petita, debe venir de la mano del complemento del
laudo contemplado en el art. 39 LA y no de una posible impugnación de la
nulidad del laudo por la vía del art. 41.1 c) LA ─a no ser que se mantenga
dicha omisión tras la solicitud por la parte del complemento del laudo y la
decisión sobre ella de los árbitros─.

11
Los árbitros pueden haber incurrido en cualquier error u olvido que haya
provocado dicha omisión siendo la vía más natural para la integración del
laudo la solicitud de su complemento ex art. 39 LA.─ Otra de las
novedades que introduce la Ley 11/2011 de reforma de la LA es la posible
alegación a través del art. 39 LA de la extralimitación del laudo arbitral
cuando se haya resuelto sobre cuestiones no sometidas a su decisión o
sobre cuestiones no susceptibles de arbitraje, para lo que habrá que estar,
en este segundo caso, a las materias que según el art. 2.1 LA son arbitrables
─materias de libre disposición conforme a Derecho─. Se permite por
consiguiente poner de manifiesto a través de la petición de extralimitación
del laudo un supuesto tanto de incongruencia ultra petita ─los árbitros
resolvieron más allá de lo solicitado─, como por extra petita ─los árbitros
resolvieron sobre cuestiones no planteadas─

4. Efectos del laudo.


El laudo produce efecto de cosa juzgada (art. 43 LA) y tiene fuerza
ejecutiva (art. 44 LA), por tanto, es título ejecutivo asimilado a la sentencia
en virtud del artículo 517.2.2 LEC.

─ El laudo que pone fin a las actuaciones arbitrales produce efecto de


cosa juzgada. Siguiendo a DE LA OLIVA, la cosa juzgada es el estado
jurídico en que se encuentran algunos asuntos o cuestiones que han sido
objeto de enjuiciamiento definitivo en un proceso.

12
─ El laudo tiene eficacia ejecutiva, así se reconoce también expresamente
en el art. 517.2 LEC que le otorga la condición de título ejecutivo
asimilable a una sentencia judicial. Teniendo el laudo arbitral
pronunciamientos de condena podrá instarse la ejecución forzosa del
mismo siempre que no se haya producido un cumplimiento voluntario del
condenado y hayan transcurrido los 20 días a los que alude el art. 548 LEC
desde la notificación del laudo al ejecutado ─todo ellos sin perjuicio de las
actuaciones de ejecución impropia que pudieran ser necesarias en el
pronunciamiento de la laudos constitutivos─.
─ Se ha decidido suprimir la referencia anterior al laudo firme y
definitivo pues generaba confusión al ser términos con significados
procesales diversos y que no eran correctamente utilizados en el art. 43 LA.
No obstante, consideramos que el laudo que pone fin a las actuaciones
arbitrales es firme desde el mismo momento que se pronuncia porque frente
a él, como vemos, no cabe interponer recursos sino solo medios de
rescisión de la fuerza de cosa juzgada del laudo como la acción de
anulación del laudo y el recurso de revisión.
La supresión de la referencia al laudo firme en contraposición al
definitivo en el art. 43 LA tras la reforma operada por la Ley 11/2011 de
reforma de la LA, viene a avalar cuanto aquí hemos expuesto en relación
con los efectos del laudo arbitral.

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14
LECCIÓN SEXTA: La impugnación del laudo arbitral

SUMARIO: 1. La acción de anulación del laudo. 2. Motivos de


impugnación de la acción de anulación del laudo (art. 41 LA). 2.2. Que la
parte no ha sido debidamente notificada de la designación de un árbitro o
de las actuaciones arbitrales o no ha podido, por cualquier otra razón,
hacer valer sus derechos [art. 41.1.b) LA]. 2.3. Que los árbitros han
resuelto sobre cuestiones no sometidas a su decisión [art. 41.1.c) LA]. 2.4.
Que la designación de los árbitros o el procedimiento arbitral no se han
ajustado al acuerdo entre las partes, salvo que dicho acuerdo fuera
contrario a una norma imperativa de esta Ley, o, a falta de acuerdo, que
no se han ajustado a esta ley [art. 41.1.d) LA]. 2.5. Que los árbitros han
resuelto sobre cuestiones no susceptibles de arbitraje [art. 41.1.e) LA]. 2.6.
Que el laudo es contrario al orden público [art. 41.1.f) LA]. 3.
Procedimiento para la acción de anulación del laudo. 3.1.
Consideraciones previas. 3.2. Sujetos del procedimiento. 3.3. El plazo de
interposición de la acción de anulación del laudo. 3.4. El procedimiento.
3.5. Los efectos de la decisión sobre anulación del laudo y su
inimpugnabilidad. 4. La revisión del laudo arbitral. 4.1. Concepto y
naturaleza jurídica de la revisión. 4.1.1. La revisión de los laudos
parciales y por acuerdo de las partes. 4.1.2. La revisión de laudos
impugnados en anulación. 4.2. Motivos de la revisión del laudo. 4.2.1.
Recobrar u obtener documentos decisivos. 4.2.2. Laudo dictado sobre
documentos falsos. 4.2.3. Laudo dictado sobre declaraciones testificales o
periciales falsas. 4.2.4. Violencia, cohecho u otra maquinación
fraudulenta. 4.3. El procedimiento. 4.3.1. Competencia. 4.3.2.
Procedimiento. 4.4. Efectos. 4.4.1. Desestimación. 4.4.2. Estimación de la
revisión: juicio rescindente y rescisorio.

1
1. La acción de anulación del laudo.
Como paso previo al estudio de este medio de impugnación del laudo
arbitral, debemos poner de manifiesto los motivos que han llevado al
legislador a mantener la posibilidad de impugnar el laudo arbitral firme.
Dos de esos mecanismos se encuentran ahora regulados en los arts. 40 a 43
de la LA. Por un lado, la acción de anulación del laudo (art. 40 a 42 LA); y
por otro lado, el recurso de revisión del laudo (art. 43 LA) que mantiene
sustancialmente las prescripciones que ya recogía la LA anterior y que
remite a los preceptos de la LEC reguladores de este medio de rescisión de
sentencias ─por lo que ahora nos interesa, también laudos─ firmes (arts.
509-516 LEC).
Basándose en la Ley Modelo de la CNUDMI (UNCITRAL) la LA ha
mantenido la posibilidad de impugnar la validez del laudo, sin embargo,
ahora esa impugnación se realiza por medio de la acción de anulación del
laudo de los arts. 40 y ss.
LA evita hablar de recurso y sustituye el término por el de acción, más
ajustado a la verdadera finalidad de este medio de rescisión de resoluciones
firmes, es decir, no se persigue una nueva decisión sobre la controversia
jurídica por un nuevo tribunal −ahora judicial− sino sólo observar que en el
procedimiento y en la decisión del laudo se han observado ciertas
formalidades y presupuestos.
Entre las dos principales novedades que presenta esta acción respecto de la
que era regulada en la LA de 1988, se encuentra la posibilidad de que el
órgano jurisdiccional de oficio pueda apreciar alguno de los motivos de la
acción de anulación que recoge el art. 41.1 [en concreto, los de las letras b),
e) y f)], con independencia de que la parte los haya ejercitado o no. Y en
segundo lugar, se modifica el tratamiento procesal de esta acción
haciéndose una remisión al juicio verbal civil aunque con demanda y
contestación escritas.

2
Por último, se varía sustancialmente el plazo contemplado para su
interposición, así como el contenido de alguno de sus motivos de
anulación.

2. Motivos de impugnación de la acción de anulación del laudo


(art. 41 LA).
La acción de anulación y los motivos en ella contenidos sigue quedando
reservada para denunciar cualquier tipo de infracción que se haya
producido durante el transcurso del proceso arbitral o a la hora de dictar el
laudo pero, en modo alguno, estos motivos pueden ser utilizados para una
finalidad que consista en hurtar a los árbitros la decisión de la controversia
entrando en el fondo de la decisión del laudo.
La LA recoge en el art. 41.1 un conjunto de motivos tasados en los
que se puede fundar la anulación del laudo y que pasamos a analizar a
continuación:

2.1. Cuando el convenio arbitral no existe o no es válido [art.


41.1.a) LA].
El convenio debe cumplir una serie de presupuestos para que pueda
permitir a las partes someter la controversia a arbitraje excluyendo a la
Jurisdicción del conocimiento de ese asunto.
Los requisitos formales y de fondo del convenio arbitral debemos
deducirlos tanto de las normas civiles sustantivas (arts. 1261 y ss. CC)
como de la propia LA que afortunadamente ha reconducido la situación
anterior (LA 1988) y ha recogido en el art. 9 LA cuáles deben ser los
requisitos para la formalización del convenio.
2.2. Que la parte no ha sido debidamente notificada de la
designación de un árbitro o de las actuaciones arbitrales o no ha

3
podido, por cualquier otra razón, hacer valer sus derechos [art. 41.1.b)
LA].
El legislador ha decidido incluir en este motivo b) del art. 41.1 LA
cualquier defecto relacionado con la notificación a las partes del
procedimiento; por un lado de la designación de un árbitro y, entendemos
que también, de la sustitución de un árbitro por otro; y además, la
notificación de cualquier actuación arbitral. De otro lado, por la vía de este
precepto se permitiría la impugnación de cualquier causa que haya
impedido a las partes hacer valer sus derechos.
Pero sin embargo, parece que la intención principal haya sido dividir
por un lado las cuestiones relacionadas con la posibilidad de que las partes
“hagan valer sus derechos”, esto es, con los principios de audiencia,
igualdad y contradicción que se constituyen en principios jurídico-naturales
del procedimiento arbitral en virtud del art. 24 LA; y de otro lado, incluir
en el motivo del apartado d) infracciones relacionadas con el procedimiento
en sí, bien porque no se hayan ajustado a lo pactado entre las partes o bien
porque no se ajusten a lo establecido en la LA.
Siguiendo con estas últimas, cualquier infracción que haya podido
producirse en la notificación de una de las actuaciones del procedimiento
arbitral o en la notificación a las partes de la designación de un árbitro,
debe haber producido indefensión a la otra para que pueda ser alegada
como motivo que funde la acción de anulación. Será el art. 5 LA el que nos
dará la pauta de cómo habrán de hacerse las notificaciones en el arbitraje.
Creemos que para que pueda interponerse una acción de anulación
basada en este motivo será preceptiva la previa denuncia de esas
circunstancias en el primer momento procesal que se tenga en el
procedimiento arbitral antes de permitir dejar expedito el cauce de la acción
de anulación.

4
2.3. Que los árbitros han resuelto sobre cuestiones no sometidas a
su decisión [art. 41.1.c) LA].
A través del art. 41.1.c), cualquiera de las partes puede poner de
manifiesto a la Sala de lo Civil y Penal respectiva (art. 8.5 LA) una falta
relacionada con el contenido del pronunciamiento del laudo.
No obstante, la congruencia no debe ser interpretada en el arbitraje
de manera tan rígida como en el proceso civil, entre otras cosas, porque la
delimitación del objeto del arbitraje no resulta tan factible como en el
propio proceso civil.
No se puede determinar que un laudo arbitral es incongruente con las
pretensiones de las partes si no se establecen los términos o elementos
sobre los que debe predicarse esa congruencia del laudo.
A este respecto, en principio, el convenio arbitral, la demanda,
contestación a la demanda (con posible o no reconvención) y el fallo
dispositivo del laudo arbitral, se constituyen en los elementos o términos de
correlación de la congruencia.

a) Omisión de pronunciamiento.
Cuando los árbitros no se pronuncian sobre alguna de las
pretensiones deducidas por las partes en el arbitraje, la solución para estos
casos no debe producirse por la vía de la acción de anulación del laudo sino
por medio de la aplicación del art. 39.1.c) LA relativo al complemento del
laudo según hemos aludidos ya .
Otra cosa sería que la LA no contuviera un precepto en este sentido y
nos viéramos obligados a perseguir este tipo de incongruencia por el cauce
de la acción de anulación. De todas formas, el motivo tercero del art. 41.1:
“…resolver sobre cuestiones no sometidas a su decisión” es lo
suficientemente taxativo y restrictivo en su redacción como para excluir de

5
su ámbito de aplicación la mencionada incongruencia por omisión de
pronunciamiento.
Incluso si los árbitros, solicitado el complemento del laudo, no
subsanan la deficiencia y continúa existiendo una omisión de
pronunciamiento, nos inclinamos porque la parte tenga la opción de instar
la anulación del laudo por infracción del orden público (motivo f) del art.
41.1 LA), puesto que se habrá dictado una resolución arbitral que será
incongruente y al no encajar esta omisión de pronunciamiento en ninguno
de los anteriores motivos del art. 41.1 LA.

2.4. Que la designación de los árbitros o el procedimiento


arbitral no se han ajustado al acuerdo entre las partes, salvo que dicho
acuerdo fuera contrario a una norma imperativa de esta Ley, o, a falta
de acuerdo, que no se han ajustado a esta ley [art. 41.1.d) LA].
En realidad este apartado d) del art. 41.1 LA engloba dentro de sí dos
motivos o causas: de una parte, una irregular designación de árbitros; y de
otra, vicios o errores en la sustanciación del procedimiento arbitral con
independencia de la naturaleza que éstos presenten.
a) En cuanto a la designación de los árbitros cabe decir que el
legislador se guía, en primer término, por el procedimiento que las partes
hayan acordado en ese sentido, a falta de acuerdo, habrá que observar el
reglamento de la institución o corporación administradora del arbitraje −en
el supuesto de los arbitrajes institucionalizados− o, en su caso, las
prescripciones de la LA en orden a la designación de árbitros, siendo el art.
15 LA la principal fuente en este aspecto.

b) Por lo que se refiere al desarrollo del procedimiento arbitral,


éste puede venir definido a través de un acuerdo establecido por las partes
en virtud de un arbitraje ad hoc o como consecuencia del encargo a una

6
determinada corporación arbitral en los supuestos del arbitraje institucional.
Para todo aquello no previsto por las partes o no acordado por éstas, se
aplicarán las previsiones de la LA.
Ahora bien la concreción de qué actuaciones se comprenderán en
este motivo no puede hacerse de forma general pues dependerá de lo que
previamente se haya acordado.
Sí que podemos hacer alguna apreciación respecto de los trámites
procesales que regula la LA que, en última instancia, podrán ser de
aplicación. Así, si el lugar del arbitraje no se ajusta al contenido del art. 26
LA podrá ser denunciado por la vía de la acción de anulación; igualmente
ocurrirá con el art. 28 LA a los efectos de elección del idioma del arbitraje
o de la forma de las actuaciones arbitrales (art. 30 LA).
Como en el resto de los motivos estudiados, la actuación de las
partes del arbitraje durante la tramitación del procedimiento arbitral tiene
también su repercusión e influencia de cara a la acción de anulación del
laudo, pues las partes no pueden denunciar por esta vía infracción que
pudieron denunciar en el procedimiento y no lo hicieron aún teniendo la
oportunidad.
Lo que está claro es que este tipo de infracciones de procedimiento
deben haberse considerado como esenciales para poder fundar una acción
de anulación del laudo produciendo una efectiva indefensión.

2.5. Que los árbitros han resuelto sobre cuestiones no


susceptibles de arbitraje [art. 41.1.e) LA].
Para esclarecer en qué supuestos puede darse este motivo de
anulación del laudo hay que acudir al art. 2.1 LA que recoge las materias
objeto de arbitraje. Así, solo materias de libre disposición para las partes
conforme a Derecho podrán tener la consideración de materias arbitrales

7
con la interpretación y extensión que hemos expuesto en el tema primero
de este manual a propósito del ámbito de aplicación de la LA.
Este motivo es de los que puede ser apreciado por el Tribunal de
oficio.
2.6. Que el laudo es contrario al orden público [art.
41.1.f) LA].
Sin duda estamos ante el motivo más polémico de cuantos hemos
llegado a analizar hasta el momento y ello por varias razones:
En primer lugar, el concepto de orden público ha estado revestido de
un carácter indeterminado fundamentalmente por las variaciones que ha
sufrido en su progresiva interpretación jurisprudencial.
En segundo lugar, porque se ha intentado utilizar la infracción de
orden público como vehículo para conseguir una revisión de la cuestión de
fondo arbitral.
En tercer lugar, porque pudieran existir dudas en el arbitraje sobre
si son trasladables a él las garantías propias del Derecho fundamental a la
tutela judicial efectiva recogido en el art. 24 CE.
Vamos a abogar por un concepto restrictivo de orden público y no
nos referimos a ubicarnos en alguna de las concepciones restrictiva, amplia
o amplísima de orden público que pueden derivarse de la jurisprudencia del
TC, sino más bien a que las partes del arbitraje “sólo” deberán utilizar este
motivo cuando la infracción del procedimiento o la conculcación del
derecho que se haya producido en el desarrollo del proceso arbitral no haya
podido articularse en ninguno de los anteriores motivos de anulación.
Esta interpretación nos aboca a una consecuencia fundamental: el
motivo f) del art. 41.1 LA relativo a la infracción de orden público va a
quedar bastante vacío de contenido a la vista del resto de los motivos
recogidos por el citado precepto.

8
Dejando un poco al margen la amplia literatura doctrinal y
jurisprudencial sobre el concepto de orden público, nuestra interpretación
de su concepto, partiendo de las consideraciones anteriores, es la que se ha
llegado a denominar como concepción amplia, en virtud de la cual a través
de la infracción de orden público se deben salvaguardar los principios
consagrados en la CE, y extendiéndose más allá de los contemplados en
concreto para su art. 24 para abarcar la práctica totalidad de los derechos
fundamentales y libertades públicas constitucionalmente garantizadas.
Esta línea interpretativa se ha recogido en otros términos haciendo
una distinción entre orden público en sentido material como conjunto de
principios jurídicos, públicos, privados, políticos, morales y económicos,
que son absolutamente obligatorios para la conservación de la sociedad en
un pueblo o en una época determinada (SSTC 15/1987, de 11 de febrero,
116/1988, de 20 de junio y 54/1989, de 23 de febrero) y desde el punto de
vista procesal, el orden público se configura como un conjunto de
formalidades y principios necesarios de nuestro ordenamiento jurídico
procesal, sólo el arbitraje que contradiga alguno o algunos de tales
principios podrá ser tachado de nulo por vulneración del orden público.
No obstante, hay que tener en cuenta que las infracciones que pueden
ubicarse en la figura del orden público tienen tal naturaleza que deben
poder permitir su apreciación de oficio sin necesidad de que la parte alegue
su existencia, todo ello derivado de la importancia de los derechos que
tratan de salvaguardarse por este motivo.

3. Procedimiento para la acción de anulación del laudo.


3.1. Consideraciones previas.
El art. 42 LA realiza una remisión a los trámites del juicio verbal
para la sustanciación de la acción de anulación del laudo aunque con ciertas
especialidades.

9
Pueden surgir dudas sobre la naturaleza jurídica de este
procedimiento, sin embargo, que a este proceso se le califique como juicio
verbal especial, especialísimo o sui generis carece de relevancia práctica
aunque no doctrinal.
Efectivamente, si se tratara de un auténtico juicio verbal especial por
razón de la materia, se habría incluido en el elenco de materias que recoge
el art. 250 LEC y eso no ha sido así.
También es cierto, que este juicio verbal en poco se parece al
procedimiento ordinario regulado en la LEC, entre otras cosas, porque
exige una demanda con los presupuestos formales ex art. 399 LEC; porque
requiere la aportación de documentos que en otros supuestos no son
necesarios (convenio arbitral y laudo arbitral); porque tiene un trámite de
contestación escrita ausente en otros casos; porque la celebración de la
vista no tiene por qué producirse en todos los casos; o porque se regula un
sistema de doble proposición de prueba para el actor que no concurre en
otras ocasiones.

3.2. Sujetos del procedimiento.


A) La competencia para el conocimiento de esta acción recae en las
Salas de lo Civil y Penal de los Tribunales Superiores de Justicia de la
Comunidad Autónoma del lugar donde el laudo se hubiese dictado en
virtud del art. 8.5 LA.
En cuanto al tratamiento procesal de estas normas de competencia
objetiva y territorial, creemos que han de ser consideradas normas de
carácter imperativo o improrrogable de tal manera que les está vedado a
las partes sustraer la competencia de las Salas de lo Civil y Penal de los
Tribunales Superiores de Justicia del lugar donde se haya dictado el laudo,
en virtud de pactos de sumisión expresa o tácita.

10
B) Respecto a la legitimación activa y pasiva la LA ha mantenido
un concepto amplio de legitimación según se desprende del contenido del
art. 41.1 LA: “el laudo sólo podrá ser anulado cuando la parte que solicita
la anulación alegue y pruebe…”.
Todos aquellos que hayan sido parte en el proceso arbitral podrán
instar la acción de anulación del laudo, entendiendo por parte aquel o
aquellos que hayan intervenido como demandantes o demandados en el
proceso.

C) A propósito de la intervención de abogado y procurador, debe


entenderse este juicio verbal como especial por razón de la materia —si se
nos permite este asimilado en la expresión terminológica— lo que haría
necesaria la intervención de ambos profesionales.

3.3. El plazo de interposición de la acción de anulación del laudo.


El art. 41.4 LA establece que la acción de anulación habrá de
ejercitarse dentro de los dos meses siguientes a su notificación o, en caso
de que se haya solicitado corrección, aclaración, complemento o
extralimitación del laudo, desde la notificación de la resolución sobre esta
solicitud o desde la expiración del plazo para adoptarla.
- Por último, el dies ad quem del cómputo de este plazo de anulación
queda fijado en el momento en el que la parte interponga la demanda de
anulación ante la Sala de lo Civil y Penal del Tribunal Superior de Justicia
con competencia para ello.
Por supuesto, cuando las partes hayan decidido no impugnar el laudo
arbitral, esto es, haya transcurrido el plazo de dos meses que concede la LA
para la impugnación, el laudo no podrá ser modificado y no podrá ser
objeto de recurso alguno con la excepción de lo contenido en el art. 43 LA
para la revisión del mismo.

11
3.4. El procedimiento.
A) Demanda.
La acción de anulación debe ser instada por el actor por medio de
una demanda que contendrá los presupuestos y el contenidos establecidos
en el art. 399 LEC.
Esta especialidad permite que las alegaciones del actor sean
expuestas con amplitud y extensión en este momento inicial del proceso.
Por tanto, la vista del juicio verbal al que luego serán emplazadas las
partes no tendrá la misma importancia en cuanto a la presentación de las
alegaciones —como ocurriría con el juicio verbal ordinario— quedando
como una fase procesal principalmente orientada a la práctica de las
pruebas previamente admitidas. Todo ello en caso de que la vista
finalmente tenga lugar porque así lo han pedido expresamente las partes en
sus escritos de demanda y contestación.
La demanda debe incluir todos los hechos en los que el actor
pretende fundamentar su petición de anulación y al mismo tiempo cumplir
con las exigencias procesales de este procedimiento.
Respecto de los presupuestos procesales y de fondo que exigen en la
acción de anulación del laudo, resaltar que serán los propios de cualquier
otro juicio verbal ordinario en donde sea preceptiva la intervención de
abogado y procurador más los que deban añadirse por tratarse de un
procedimiento que sustancia una acción de anulación del laudo.
En nuestra opinión, el convenio arbitral y el laudo arbitral son
documentos que se refieren a aspectos materiales o de fondo pero que sin
embargo su aportación al proceso debe entenderse como un presupuesto
procesal. Así parece deducirse del propio art. 42 LA: “la demanda deberá
presentarse conforme a lo establecido en el art. 399 LEC, acompañada de
los documentos justificativos del convenio arbitral y del laudo…”.

12
Admitimos la aplicación para este procedimiento del art. 400 LEC
que lleva al actor a exponer, so pena de incurrir en el instituto de la
preclusión de alegaciones, todos los hechos y fundamentos jurídicos en los
que pueda basar su petición.
c) Finalmente habrán de añadirse los documentos materiales en los
que el actor quiera fundamentar sus pretensiones de fondo. Es claro en este
sentido el art. 265.1.1º LEC “las partes deberán acompañar a toda
demanda y contestación los documentos en que las partes funden su
derecho a la tutela judicial que pretenden”.
Por último, el art. 42 LA exige que la demanda contenga la
proposición de los medios de prueba en que el actor vaya a fundar su
petición de anulación. A diferencia de lo que ocurre con el demandado que
sólo tiene la oportunidad de proponer prueba en la contestación a la
demanda, ésta es la primera de las dos oportunidades que tiene el actor para
proponer su prueba. La segunda se produce tras la interposición de la
contestación a la demanda, el Secretario Judicial dará traslado de nuevo al
actor para que pueda presentar documentos adicionales o proponer la
práctica de prueba.
En su escrito de demanda el actor deberá solicitar, si así lo estima
conveniente y necesario, la celebración de vista.

B) Contestación a la demanda.
El art. 42.1.b) LA establece que: “El Secretario Judicial dará
traslado de la demanda al demandado, para que conteste en el plazo de 20
días…”. Habida cuenta de que estamos ante un plazo de naturaleza
procesal pues se ha de realizar una actuación ante un órgano jurisdiccional,
no hay duda de que su cómputo excluirá los días inhábiles y será posible su
presentación hasta el día siguiente del vencimiento del plazo a las quince
horas (Art. 135.1 LEC).

13
1º. Presupuestos de la contestación a la demanda.
En la misma medida en que el art. 42 LA exige que la forma de la
demanda se adapte a lo establecido en el art. 399 LEC para la demanda del
juicio ordinario civil, la propia contestación por interpretación analógica
también deberá ajustarse a los presupuestos contenidos en el art. 405 LEC
para la contestación a la demanda en el juicio ordinario civil.
En segundo lugar, la parte pasiva de este procedimiento debe
solicitar en el escrito de contestación los medios de prueba que pretenda
practicar y hacer valer frente al actor así como indicar si solicita la
celebración de vista.
Ahora bien, éste es el único momento en que el demandado puede
proponer prueba a diferencia del actor que aún tendrá opción en el inicio de
la vista para proponer prueba en relación por lo alegado por el demandado
en su contestación.
Igualmente, en su escrito de contestación a la demanda deberá
indicar si desea que se celebre vista.

2º. Documentos a acompañar con la contestación.


Este instrumento de alegación del demandado, al igual que la
demanda, debe ir acompañado de los documentos procesales y de fondo en
los que trate de fundar su defensa.

3º. ¿Posible reconvención?


No puede caber reconvención alguna por el demandado pues, en
esencia, no cabe en este procedimiento una acción directa contra el actor y
que no consista en la propia anulación del laudo. Al demandado sólo le
cabe discutir sobre la legalidad del laudo arbitral y del procedimiento
seguido para dictarlo pero, en modo alguno, tiene una acción directa y

14
autónoma contra el actor que pueda estar basada en una argumentación
distinta.

C) Vista.
Finalizada la aportación de los principales medios de alegación en
esta acción de anulación y su admisión a trámite una vez cumplidos el
conjunto de presupuestos procesales que en su caso se exijan, las partes
serán emplazadas a una vista oral siempre que así lo hayan solicitado en
los escritos de demanda y contestación. Vista que se celebrará de acuerdo
con los principios de oralidad, concentración de actuaciones e inmediación,
practicando el Tribunal las pruebas que hayan sido previamente propuestas
y admitidas.
Asimismo, cuando la única prueba propuesta sea la de documentos, y
éstos ya se hubieran aportado al proceso sin resultar impugnados, o en el
caso de los informes periciales no sea necesaria la ratificación, el Tribunal
dictará sentencia, sin más trámite.

E) Sentencia.
La decisión sobre la anulación del laudo revestirá la forma de
sentencia como consecuencia de la derivación que ha realizado la LA a los
trámites del juicio verbal (proceso declarativo civil) para la resolución de
este tipo de pretensiones.

3.5. Los efectos de la decisión sobre anulación del laudo y su


inimpugnabilidad.
La finalización por sentencia del procedimiento (juicio verbal) sobre
la nulidad del laudo versus procedimiento arbitral, provoca repercusiones
de distinta naturaleza tanto en el caso de la estimación como de la
desestimación de los motivos de anulación alegados.

15
A) Desestimación de los motivos de anulación.
1. En el supuesto de desestimación de la anulación por la Sala de lo
Civil y Penal del Tribunal Superior de Justicia correspondiente confirma la
validez y firmeza del laudo arbitral.
2. Efectivamente, si la parte decidió iniciar la ejecución del laudo por
contener uno o algunos pronunciamientos de condena, y la parte contraria
impugnó el mismo por medio de la acción de anulación, no cabe duda que
la desestimación de la anulación deberá influir en la ejecución instada.
Puede haberse solicitado la suspensión de la ejecución en caso de
ejercicio de la acción de anulación tal y como prescribe el art. 45 LA. Para
que esta suspensión pueda acordarse se exige la prestación de caución a la
parte para responder de los hipotéticos daños y perjuicios que podrían
originarse por el retraso en la ejecución en caso de desestimarse la
anulación.
Por tanto, si la anulación se desestima, otro de los efectos de esta
resolución será la de permitir la reanudación de la ejecución del laudo —si
es que se hubiera acordado— siendo en principio suficiente, la caución
prestada para responder de los daños causados por ese retraso en la
ejecución.
3. Por último, frente a la sentencia que decide la desestimación de la
anulación no podrá interponerse recurso alguno, salvo lo recogido en el
art. 43 LA para la revisión del laudo

B) Estimación de los motivos de anulación.


Atendiendo al motivo impugnado y al contenido de la sentencia que
estime la anulación, la estimación de los motivos de anulación puede dar
lugar a situaciones diversas en relación con la resolución de la controversia:

16
Si la anulación se basó en el motivo a) del art. 41.1 —existencia o
validez del convenio arbitral—, la vía arbitral quedará definitivamente
finiquitada, no siendo posible iniciar posteriormente un nuevo proceso
arbitral basado en el mismo convenio pues éste no puede llegar a desplegar
su eficacia al haber sido declarado, como consecuencia de la anulación,
inexistente o inválido.
Sin embargo, cuando la estimación de la anulación se ha producido
por aplicación del motivo b) y d) del art. 41.1 LA —esto es, considerar que
no ha sido debidamente notificada de la designación de un árbitro o de las
actuaciones arbitrales o no ha podido, por cualquier otra razón, hacer
valer sus derechos y la designación de los árbitros o el procedimiento
arbitral no se ha ajustado al acuerdo entre las partes, salvo que dicho
acuerdo fuera contrario a una norma imperativa de la Ley, o, a falta de
acuerdo no se ha ajustado a la Ley— las posibilidades respecto al proceso
arbitral para resolver la controversia quedan absolutamente intactas. Es
decir, las partes pueden optar por instar de nuevo un proceso arbitral
basado en el mismo convenio puesto que su eficacia y validez en modo
alguno se ha visto afectada.
Hay que descartar en estos casos, no obstante, el recurso a la
jurisdicción puesto que al tener plena eficacia del convenio arbitral y
haberse sometido las partes en su virtud al arbitraje, el inicio de un proceso
jurisdiccional en orden a la decisión de la controversia podría permitir
igualmente a la parte contraria el recurso a la declinatoria y que por esta vía
se obligara a las partes a someter la cuestión litigiosa a arbitraje.
En tercer término, puede quedar expedita la vía judicial para decidir
el conflicto cuando el motivo alegado haya sido el que los árbitros han
resuelto sobre cuestiones no susceptibles de arbitraje [art. 41.1.e) LA].
Cuando se decrete que el laudo es contrario al orden público por
estimación del apartado f) del art. 41.1 LA, la decisión de la Sala Civil y

17
Penal del Tribunal Superior de Justicia invalida toda instancia arbitral,
quedando abierta la posibilidad de plantear ante los árbitros la cuestión
objeto de debate, impidiéndose el acceso a los tribunales en tanto en cuanto
sea válido el convenio arbitral que les somete.

C) Inimpugnabilidad de la sentencia.
No cabe recurso alguno tanto respecto de la estimación como de la
desestimación de la acción de anulación del laudo, sin perjuicio de lo
establecido para los taxativos motivos de la revisión del laudo (art. 43 LA).

4. La revisión del laudo arbitral.


El art. 43 LA señala que: “El laudo produce efectos de cosa juzgada
y frente a él sólo cabrá solicitar la revisión conforme a lo establecido en la
Ley de Enjuiciamiento Civil para las sentencias firmes”.
Este precepto afirma el valor de cosa juzgada que se le presupone a
todo la laudo arbitral, algo que, por otra parte, ya ha quedado acreditado en
líneas anteriores. De otra parte, realiza una remisión completa a las normas
reguladoras de la revisión en la LEC para las sentencias judiciales firmes.
La razón de ser de la revisión en el arbitraje tiene como punto de
partida el mismo que respecto al proceso judicial. Se ha afirmado, que debe
ser inherente a nuestro ordenamiento jurídico un sistema que permita dotar
de un final razonable a los procesos judiciales. Éstos, por definición, no
pueden durar indefinidamente luego han de habilitarse mecanismos que,
con mayor o menor extensión, nos permitan conocer el final de una
determinada controversia.
La cosa juzgada, como hemos podido ver, juega en ese sentido. Que
un determinado objeto procesal no pueda “pasearse” indefinidamente por
nuestros tribunales es algo que evita el concepto en primer término de cosa
juzgada formal y en segundo término de cosa juzgada material. De esta

18
forma, una vez que se cumplen las identidades propias de la cosa juzgada,
ha de impedirse cualquier otro proceso que se incoe con el mismo objeto o,
en su caso, exigir la vinculación de lo decidido en un proceso respecto de
otro incoado posteriormente con el que tiene una conexión.
Actuar así nos permite dotar a nuestro ordenamiento de una
seguridad jurídica absolutamente necesaria y una certidumbre que permite
a las partes saber a qué atenerse respecto de una resolución judicial y el
gravamen o beneficio que ésta haya podido producir.
Ahora bien, esta loable y necesaria forma de entender la decisión de
los asuntos judiciales (y también arbitrales), puede no casar con situaciones
contra legem en donde se tenga constancia de que lo decidido en un pleito,
versus arbitraje, es injusto y debe ser removido.
De otro modo dicho, la cosa juzgada no debe tampoco ser entendida
en términos absolutos ya que, de concurrir determinadas situaciones, deben
igualmente habilitarse medios para la rescisión del efecto de cosa juzgada.
En estos casos, debiendo ser absolutamente extraordinarios, el “valor
seguridad jurídica” deja su paso al “valor justicia” que debe prevalecer si se
dan ciertas circunstancias.
El ordenamiento no puede permitirse mantener a toda costa
resoluciones arbitrales o judiciales con fuerza de cosa juzgada cuando éstas
puedan haberse dictado sobre la base de documentos falsos, violencia,
maquinaciones fraudulentas o situaciones similares que pongan de
manifiesto la injusticia de la decisión. De ahí que se prevean distintas
posibilidades de rescisión de la cosa juzgada de las resoluciones.

4.1. Concepto y naturaleza jurídica de la revisión.


La LA realiza una remisión a los preceptos reguladores del recurso
de revisión recogidos en la LEC (arts. 509-516). De estos artículos

19
debemos deducir todos los aspectos relevantes de la revisión: competencia,
procedimiento, motivos o cualquier otro.
Nuestra labor, teniendo en cuenta que proceso arbitral es nuestro
ámbito, debe consistir en poner de manifiesto aquellos aspectos generales
relevantes del recurso de revisión que regula la LEC, con especial hincapié
sobre las variaciones que éste puede sufrir como consecuencia de su
interposición frente a un laudo arbitral y no frente a una sentencia judicial.
Hemos definido la revisión del laudo como un medio de rescisión de
resoluciones firmes. Ya hemos dejado sentado el carácter firme y definitivo
del laudo desde el momento en que se dicta. Por consiguiente, el laudo que
pone fin a cualquier proceso arbitral cumple con los presupuestos de
resolución susceptible de ser recurrida en revisión.
Respecto a la naturaleza jurídica de este recurso nos decantamos por
su inclusión entre aquéllos medios que permiten la rescisión de la cosa
juzgada de las resoluciones —judiciales y arbitrales— sin que exista
inconveniente alguno para calificarlo como acción autónoma de
impugnación sin ser, en modo alguno, un recurso ordinario o
extraordinario.
La revisión es un proceso autónomo y distinto de aquél en que se
dictó la resolución cuya rescisión se pide1. Es decir, al tribunal competente
le está vedado entrar en el fondo de la decisión de la sentencia o laudo
frente a la que se solicita la revisión.
Tampoco pretende la revisión, de modo fundamental, salvaguardar el
interés público —aunque éste quede fortalecido con la anulación de una
sentencia injusta—; su finalidad se contrae a proteger derechos subjetivos

1
DE LA OLIVA SANTOS, A., y DÍEZ-PICAZO JIMÉNEZ, I., Derecho Procesal Civil. El proceso de
declaración, cit., pág. 527.

20
lesionados, sea porque al actor se le denegó injustamente la tutela a que
tenía derecho, sea porque el demandado fue injustamente condenado2.

4.1.1. La revisión de los laudos parciales y por acuerdo de las


partes.
Por un lado el art. 37 LA permite a los árbitros, salvo pacto en
contrario de las partes, dictar tantos laudos parciales como estimen
oportuno para decidir la controversia. Por otro, el art. 36 LA da carta de
naturaleza al acuerdo de las partes obtenido durante el desarrollo de las
actuaciones arbitrales que ponga fin total o parcialmente a la controversia.
Es decir, podemos encontrar en el desarrollo de un procedimiento arbitral
con “laudos” distintos del que se dicta para poner fin a la instancia arbitral.
La cuestión que surge entonces es si este tipo de laudos participan en
toda su extensión de los efectos que lleva aparejado el laudo final sobre la
controversia y, por consiguiente, si le son de aplicación cuanto estamos
comentando tanto respecto a la revisión como a la acción de anulación del
laudo.
Pero vayamos por partes. Los laudos parciales a los que recurran los
árbitros, según las circunstancias, para resolver cuestiones determinadas
dentro del proceso arbitral, deben tener idéntica consideración al laudo
definitivo. Por supuesto, respecto de lo decidido en el laudo parcial, se
desprenderá un efecto de cosa juzgada y fuerza ejecutiva que puede ser
atacado por los mismos medios que el laudo final: esto es, la anulación y
revisión del mismo.
Tema distinto es el que proviene de los laudos dictados ex art. 36
LA. Efectivamente, las partes pueden llegar a un acuerdo que ponga fin al
conflicto y que sea instrumentalizado a través de un laudo arbitral. Sin

2
FERNÁNDEZ-BALLESTEROS LÓPEZ, M.A., “Comentario al art. 43 LA” en, AA.VV., Comentarios
a la nueva Ley de Arbitraje 60/2003 (Coord. GONZÁLEZ SORIA), de 23 de diciembre, cit.,, pág. 472.

21
embargo, ésta constituye una forma anormal de finalización del proceso
arbitral y, por tanto, este laudo es idéntico al que pudiera haberse dictado al
final del proceso arbitral por los árbitros resolviendo la controversia. La
única diferencia estriba en que a él se ha llegado por acuerdo de las partes.
Siendo este laudo idéntico al que pone fin con carácter general al
proceso arbitral con la decisión de fondo del asunto, cabría interponer
frente a él un recurso de revisión basado en cualquiera de los motivos del
art. 510 LEC lo que ocurre es que difícilmente se dará alguno de los
supuestos allí contemplados tras el acuerdo al que llegaron las partes para
poner fin a la controversia.

4.1.2. La revisión de laudos impugnados en anulación.


El hecho de concebir el laudo que pone fin a un proceso arbitral
como firme y definitivo desde el momento en que se dicta, hace que
puedan coincidir en el tiempo acción de anulación y revisión. Entenderlo
de forma distinta haría inviable instar la revisión hasta que finalizara una
hipotética anulación. Esto es, se debería haber entendido que frente al laudo
cabe un “recurso de anulación” que hace que la resolución no haya
adquirido la firmeza que se exige para que pueda interponerse frente a él la
acción de revisión por los motivos que fundan el mismo.
El que estas dos acciones —de revisión y anulación— coincidan en
el tiempo no tiene por qué presentar especiales dificultades, debido a que,
en el caso de estimarse la revisión por cualquiera de los motivos del art.
510 LEC, aunque hubiera finalizado ya la pretendida anulación del laudo,
permitiría atacar la fuerza de cosa juzgada del mismo, ajustando la
situación jurídica a los estrictos criterios de justicia que persigue la
revisión.
Si la anulación no hubiera finalizado cuando se le ponga fin a la
acción de revisión estimando alguno de los motivos alegados, tampoco

22
ofrecerá problema, ya que el laudo respecto del cual se ha instado su
anulación ha sido rescindido por la estimación de uno de los motivos del
art. 510 LEC y esto hace que no pueda desplegar ningún tipo de eficacia
dejando vacía de contenido a la anulación del laudo.

4.2. Motivos de la revisión del laudo.


El art. 43 LA hace una remisión completa a la regulación del recurso
de revisión recogido en los artículos 509 y ss. LEC, por tanto, los motivos
para la revisión del laudo serán los taxativamente enumerados en el art. 510
LEC para las sentencias judiciales.
Este mal denominado recurso de revisión responde a los siguientes
características:
― Carácter excepcional de este medio de rescisión de resoluciones
firmes que implica interpretar también de forma absolutamente restrictiva
los que están configurados como motivos de revisión del laudo.
― En consonancia con lo anterior, los motivos de revisión
constituyen absolutamente numerus clausus no pudiendo las partes basarse
en circunstancias o situaciones no recogidas por el art. 510 LEC para poder
solicitar la revisión de un laudo arbitral.
— Los documentos, las afirmaciones, las maquinaciones o las
situaciones que pueden provocar la revisión del laudo conforme a estos
motivos tienen en común el hecho de considerarse decisivos para que el
Tribunal competente pueda estimar la revisión.
— Finalmente, y a propósito de lo anterior, la parte recurrente deberá
probar que existe un nexo entre el motivo de revisión que se alega y el
laudo arbitral dictado en el proceso que se pretender revisar.
Hechas estas precisiones pasamos a continuación al estudio de los
motivos de revisión del laudo arbitral.

23
4.2.1. Recobrar u obtener documentos decisivos.
El primero de los motivos que recoge el art. 510 LEC tiene el
siguiente tenor:

“Si después de pronunciado se recobraren u obtuvieren documentos


decisivos de los que no se hubiere podido disponer por fuerza mayor
o por obra de la parte en cuyo favor se hubiere dictado”.

Este motivo hace referencia exclusivamente a documentos. Las


partes en el proceso jurisdiccional, durante el transcurso de las distintas
instancias que han podido tener lugar (si es que las hubo), tuvieron la
oportunidad de aportar con los principales instrumentos de alegación —
demanda, contestación, reconvención o contestación a la reconvención—
los documentos en los que pretendía basar sus alegaciones.
Incluso, fuera de esos momentos ordinarios de alegación el
ordenamiento les ha permitido aportar, aunque ahora ya de forma
excepcional, los documentos que no pudieron aportar en los instrumentos
anteriores siempre y cuando se dieran los requisitos establecidos en la LEC.
Así podría caber la aportación de documentos en la audiencia previa, acto
del juicio o durante la segunda instancia o el recurso extraordinario por
infracción procesal.
En el arbitraje, en cambio, aunque se mantienen los principales
vehículos de alegación de las partes (demanda, contestación, reconvención
y contestación a la reconvención), sabemos que la aportación de
documentos y pretensiones no está sometida al instituto de la preclusión en
la misma medida que en el proceso civil, tal y como ha quedado reflejado
en páginas anteriores e, igualmente, las partes pueden haber fijado criterios
de preclusión en virtud de la autonomía de la voluntad iguales o distintos a
los del proceso judicial.

24
Dicho lo anterior, para que este motivo pueda ser acogido, debemos
estar ante documentos que, en primer término, no pudieron ser alegados en
ninguno de los momentos que acabamos de citar durante la tramitación del
la instancia arbitral. Estos documentos no pudieron aportarse, no porque no
existieran, sino porque se produjo alguna de estas dos circunstancias:
fuerza mayor u obra de la otra parte que se vio beneficiada en la resolución
recurrida.
Así, en relación con los documentos se exige lo siguiente:
— Que se trate de documentos que se hayan recuperado después de
la sentencia firme.
— Que fueran detenidos por fuerza mayor o por obra de la parte a
cuyo favor se hubiera dictado el fallo impugnado.
— Que sean decisivos para el pronunciamiento final3.
Estos presupuestos relativos a la sentencia judicial pueden ser
perfectamente trasladados al laudo arbitral. Por tanto, deben ser
documentos anteriores al laudo que puso fin a la instancia arbitral y que no
pudieron obtenerse durante el desarrollo del procedimiento arbitral.
La fuerza mayor no puede implicar en ningún caso una actitud
negligente de la parte. Se ha de tratar de un daño inevitable e imprevisible
de lo contrario podría haberse evitado y no entrar dentro del concepto de
fuerza mayor. El problema en estos casos puede venir a la hora de acreditar
estas circunstancias que permitirán hacer valer el concepto de fuerza mayor
como motivo de revisión4.
Por otro lado, ha podido ser la parte contraria la que pudo ocultar,
destruir o hacer desaparecer temporalmente el documento. Es decir, llevó a
cabo una conducta activa encaminada a evitar que la parte contraria tuviera

3
En la STS de 28 de junio de 2006 se ponen de manifiesto estos presupuestos en el sentido negativo, esto
es, manifestando que no se dan los mismos para poder acordar la revisión.
4
Vid. STS de 31 de diciembre de 1996 (RJ 1996,9693).

25
acceso a uno o varios documentos que, finalmente, se convirtieron en
esenciales en la decisión final del arbitraje que ahora se recurre en revisión.
Podría afirmarse que cuando una parte durante el desarrollo de un
proceso arbitral lleva a cabo actuaciones para ocultar un documento
esencial para las pretensiones de la parte contraria, está realizando
maquinaciones fraudulentas para conseguir una resolución que le resulte
favorable.
Sin embargo, siendo la maquinación fraudulenta otro de los motivos
en que se puede fundamentar la revisión del laudo, entendemos que cuando
estas actitudes fraudulentas estén relacionadas con documentos y la
posibilidad de que la parte contraria no tenga acceso a los mismos, deberán
encauzarse estas peticiones por la vía del motivo primero del art. 510 LEC.
Ejemplo de lo anterior podemos encontrarlo en la STS de 16 de
febrero de 2007 cuando se estima la revisión por ocultar la parte
arrendadora, con pleno conocimiento, el documento —justo título— que
habilita a la contraria a ocupar en arrendamiento una vivienda y solicitar
posteriormente el deshaucio por precario.
Ha de tratarse de un documento determinante del fallo que esté
dotado de valor y eficacia bastante para que el contenido del laudo hubiera
sido contrario o diferente al recaído (SSTS de 15 de enero 1996, 20 abril
1996 y 15 julio 1996).

4.2.2. Laudo dictado sobre documentos falsos.


El motivo segundo del art. 510 LEC permite que la sentencia —
también laudo— que se hubiere dictado en virtud de documentos que al
tiempo de dictarse ignoraba una de las partes haber sido declarados falsos
en un proceso penal, o cuya falsedad se declarare después penalmente.
—Continúa permitiendo el legislador la revisión del laudo por causas
relacionadas con los documentos que sirvieron de base al pleito en donde

26
se dictó la resolución que ahora se recurre. Sin embargo, mientras que el
primer motivo alude a que ese tipo de documentos se obtengan o recobren
en estos instantes de cara a la revisión; el segundo motivo tiene como
supuesto de hecho la falsedad de los mismos, pero que se trate de una
falsedad declarada penalmente.
Por tanto, condición sine qua non para la estimación de este motivo
debe ser la de adjuntar como documento a la demanda de revisión,
testimonio o copia de la resolución firme que hubiera declarado la falsedad
del documento en el proceso penal correspondiente.
No se dará el tipo del motivo segundo del art. 510 LEC cuando el
documento en cuestión esté siendo objeto de una investigación penal
(instrucción sumaria o diligencias previas) o haya recaído sentencia sobre
la misma sin que todavía haya adquirido firmeza porque se haya incoado
alguno de los recursos legalmente previstos.

— Otro de los requisitos que debe concurrir es que el documento


declarado falso en los términos expuestos, se considere “decisivo” respecto
de la decisión que tomaron los árbitros que les llevo a adoptar el laudo
arbitral ahora recurrido. Esto es, que el contenido del laudo hubiera sido
otro de no mediar la aportación del documento ahora declarado falso.

— En tercer lugar, el documento ha debido ser declarado falso con


posterioridad al momento en el que se dictó el laudo, si lo fue en un
momento anterior, el recurrente en revisión tendrá la carga de probar que
no tuvo conocimiento alguno de tal declaración de falsedad con carácter
previo al instante en que se dictó el laudo. De haber sido así, lo debería
haber alegado en el propio proceso arbitral y no esperar a la utilización de
este extraordinario medio de rescisión de resoluciones firmes.

27
4.2.3. Laudo dictado sobre declaraciones testificales o periciales
falsas.
Si la sentencia —laudo— hubiera recaído en virtud de prueba
testifical o pericial, y los testigos o peritos hubieren sido condenados por
falso testimonio dado en las declaraciones que sirvieron de fundamento al
laudo, la parte podrá solicitar la revisión del mismo conforme al art. 510.3
LEC.
― Se requiere que la falsedad de la declaración del testigo o del
perito haya sido recogida en una sentencia de condena dictada por un
órgano penal y que tenga el carácter de firme (art. 458 y ss CP).

― En segundo término, las declaraciones de los testigos o peritos


debieron servir como fundamento del laudo, esto es, el carácter decisivo de
estas declaraciones constituye otro elemento necesario para la estimación
del motivo.

4.2.4. Violencia, cohecho u otra maquinación fraudulenta.


Finalmente, el art. 510.4 LEC recoge tres situaciones que pudieron
afectar a distintos sujetos implicados en el pleito donde se dictó el laudo
que es recurrido en revisión.
Siendo éste el motivo más alegado por encajar dentro de él un mayor
número de supuestos, su tenor literal es el siguiente: “Si se hubiese ganado
injustamente en virtud de cohecho, violencia o maquinación fraudulenta”.
Cualquiera de estas tres actuaciones puede haberse producido en
sujetos distintos según cada supuesto pero todas ellas tienen en común la
necesidad de que exista un nexo causal entre la violencia, el cohecho, la
maquinación fraudulenta y el laudo dictado por los árbitros; y de otra parte,
que tengan la consideración de decisivas respecto de la decisión final del
asunto.

28
Como son situaciones que afectan a sujetos diversos las analizamos
independientemente.

a) El cohecho.
El cohecho es un delito contra la administración que constituye un
acto bilateral que ataca a la rectitud y buen proceder propios del
funcionario o servidor en el cumplimiento de sus funciones,
corrompiéndole a base de dinero, dádiva o promesa, para obtener el
cohechador un beneficio justo o injusto a través de la acción u omisión de
dicho funcionario.
De esta definición se deduce rápidamente la condición de
funcionario que debe ostentar el sujeto que comete un delito de cohecho.
Cuando nuestro ordenamiento regula la revisión desde la perspectiva del
proceso civil y de las resoluciones dictadas por Juzgados y Tribunales que
pueden ser objeto de este medio de rescisión de resoluciones firmes, la
condición de funcionario de los jueces que integran los citados Juzgados y
Tribunales no ofrece duda.
El problema es que si trasladamos esta condición al ámbito del
arbitraje y, al menos hasta la entrada en vigor de la Ley 11/2011 de reforma
de la LA, sólo en contadas ocasiones el árbitro tendría tal consideración
―salvando los supuestos en ciertos arbitrajes de consumo donde se exige
que el Presidente del Tribunal arbitral sea un funcionario público―. Tras
dicha reforma, para los arbitrajes de Derecho, se exige la condición de
“jurista” y, como no, dentro de esta categoría se encuentran algunos con
carácter de funcionarios que podrían llegar a incurrir en el presente delito
siendo de aplicación el motivo 4º del art. 510 LEC.

b) La violencia

29
Cuando por medio de violencia se haya impedido a una parte o a los
representantes de ésta ejercer sus pretensiones en el procedimiento arbitral
o ejercitar su derecho de defensa; a un miembro del órgano arbitral se le
haya limitado total o parcialmente tomar una decisión libre sobre la
controversia que se le ha sometido, beneficiando a la parte que proporcionó
la referida violencia o puso los medios necesarios para que ésta tuviera
lugar, podrá solicitarse la revisión del laudo conforme al art. 510.4 LEC.
Si quien ha sido objeto de la violencia fueron los árbitros, éstos
deberán declarar nulo todo lo actuado desde el momento en que haya
cesado esa situación coercitiva en ellos. El problema es que el proceso
arbitral ya habrá finalizado, los árbitros habrán cesado en el ejercicio de sus
funciones, por lo que no cabe que puedan declarar nulo lo actuado
conforme el art. 226 LEC señala para las resoluciones judiciales.
La única opción de rescindir el laudo arbitral ganado injustamente a
través de la violencia ejercida, será la interposición por la parte de la acción
de revisión basado en este motivo. Luego, se requiere la iniciativa de la
parte para la solicitud de la revisión que, como hemos visto, legítima
activamente para la interposición de la revisión a aquéllos que fueron parte
legítima en el procedimiento arbitral y no a los árbitros.

c) Maquinación fraudulenta.
Este concepto puede englobar dentro de sí un mayor número de
ilícitos tanto penales como civiles, por eso este motivo se ha convertido
hasta el momento en la causa más alegada en revisión y que más polémica
ha podido suscitar.
Por maquinación fraudulenta se ha entendido, todo artificio realizado
personalmente o con auxilio extraño por la parte que haya obtenido la
sentencia deseada, o por quienes la representen, que implique una conducta
o actuación maliciosa llevada a cabo mediante falacia o engaño por el

30
litigante vencedor, con consciente y voluntario aprovechamiento a través
de actos directos o inmediatos que provoquen una grave situación de
irregularidad procesal, con la consiguiente indefensión de la contraparte.
Una de las principales actuaciones que comportan una maquinación
fraudulenta en el desarrollo del proceso es aquella orientada a que la parte
contraria conozca el inicio del proceso mediante la ocultación del domicilio
del demandado5 . Si trasladamos esta irregularidad al ámbito del proceso
jurisdiccional observaremos cómo al demandante se le exige cierta
diligencia en la averiguación del domicilio del demandado como
presupuesto para una correcta conformación del contenido de la demanda.
Ahora bien, cuando el demandante, a propósito, evita identificar
correctamente el domicilio del demandado o lo hace en un lugar que, según
conoce, ya no está vigente, está actuando de forma fraudulenta colocando a
la parte contraria en situación de indefensión pues al no tener conocimiento
del proceso no podrá intervenir en las sucesivas actuaciones del mismo
encajándose perfectamente su actuar dentro del término maquinación
fraudulenta del motivo 4º del art. 510 que fundaría perfectamente la
revisión de la sentencia.
Nótese además, continuando en un proceso jurisdiccional, que
cuando la parte pasiva no es hallada en su domicilio será emplazada de
forma edictal. Ya ha señalado la jurisprudencia, que si bien son mayoría las
sentencias de revisión estimatorias basadas o fundadas en maquinaciones
fraudulentas que se corresponden con casos de emplazamiento edictal, no
todo emplazamiento edictal por frustración del intentado en el domicilio
señalado en la demanda es indicio de maquinación fraudulenta6 7.

5
Cuando el demandante dispone de datos suficientes sobre el domicilio del demandado, o al menos sobre
la forma de localizarlo, que pudo aportar al proceso al inicio del mismo o durante su tramitación y no lo
hizo (STS 15 de junio de 2000).
6
Un ejemplo de cuanto comentamos es el relacionado con la posibilidad de emplazar al demandado en el
domicilio de vivienda arrendada en un proceso de deshaucio por una falta de pago de un arrendamiento de
vivienda. No implica maquinación fraudulenta alguna emplazar al demandado en la vivienda arrendada,

31
Sin embargo, en el proceso arbitral las actuaciones que pueden
preceder a la interposición de la demanda arbitral pueden denotar ya la falta
de colaboración de alguna de las partes o las intenciones fraudulentas de
aquéllas. Así podría ocurrir respecto al nombramiento de árbitros —que
podría verse subsanado por un nombramiento judicial de los mismos en los
términos del art. 15 LA— o con el requerimiento para someter la cuestión
litigiosa a arbitraje que puede ser igualmente ignorada por una de las
partes.
A efectos del domicilio dentro del proceso arbitral de cara a posibles
emplazamientos, debe servir de referencia el recogido en el convenio
arbitral que suscribieron las partes. No cabe en el arbitraje, como es obvio,
un emplazamiento edictal, así la notificación a la parte deberá hacerse
respetando las prevenciones del art. 5 LA.
Por consiguiente, el término maquinación fraudulenta como
argumento que sustenta el motivo 4º del art. 510 LEC, engloba
efectivamente conductas diversas encaminadas en definitiva a evitar la
correcta defensa procesal de la parte contraria, pero necesitadas de cierta

cuando conste que el demandado abandonó la vivienda arrendada sin comunicar directa ni indirectamente
al arrendador el lugar donde pasaba a residir (STS 27 de marzo de 2007).
7
En relación con la citación y emplazamiento por edictos, ha señalado el TC que el derecho de defensa,
incluido en el derecho a la tutela judicial efectiva sin indefensión que reconoce el art. 24 de la
Constitución, garantiza el derecho de acceder al proceso y a los recursos legalmente establecidos en
condiciones de poder ser oídos y ejercer la defensa de los derechos o intereses legítimos dentro de un
procedimiento en el cual se respeten los principios de biteralidad, contradicción e igualdad de armas
procesales, lo que, sin duda, impone a los órganos jurisdiccionales un especial deber de diligencia en la
realización de comunicación procesal que asegure, en la medida de lo posible, su recepción por los
destinatarios, dándoles así la oportunidad de defensa y de evitar la indefensión (SS 167/1992, de 26 de
octubre, 103/1993, de 22 de marzo, 316/1993, de 25 de octubre, 334/1993, de 15 de noviembre,
108/1994, de 11 de abril y 186/1997, de 10 de noviembre).
Para lograr esta plena efectividad del derecho de defensa hemos afirmado también que el art. 24.1 CE
contiene un mandato implícito de excluir la indefensión, propiciando la posibilidad de un juicio
contradictorio en el cual las partes puedan intervenir y hacer valer sus derechos o intereses legítimos, lo
que obliga a los órganos judiciales a procurar el emplazamiento, la citación o la notificación personal de
los demandados, siempre que sea factible, asegurando de este modo que puedan comparecer en el proceso
y defender sus posiciones frente a la parte demandante (SS 9/1981, de 31 de marzo, 37/1984, de 14 de
marzo y 186/1997, de 10 de noviembre).

32
matización cuando el proceso donde se produjeron era de carácter judicial o
arbitral.

4.3. El procedimiento.

4.3.1. Competencia.
El art. 509 LEC señala que la competencia para conocer la revisión
recaerá en la Sala de lo Civil del TS o en las Salas de lo Civil y Penal de los
Tribunales Superiores de Justicia cuando se trate de derecho civil, especial
o foral, propio de la Comunidad Autónoma y su Estatuto de Autonomía
prevea esta competencia (art. 73.1 LOPJ).
Hay que resaltar que la competencia queda así establecida después de
no haberse aprobado en el Congreso la reforma de la Ley Orgánica del
Poder Judicial que atribuía a los Tribunales Superiores de Justicia la
competencia para conocer de todas las revisiones y no sólo las que tengan
su razón de ser en materias de Derecho Civil, Foral, o Especial de la
Comunidad Autónoma.
Como se ha planteado ARIAS LOZANO, cabe preguntarse entonces
en materia de arbitraje, ante qué Tribunal Superior de Justicia debe
interponerse la acción de revisión: ¿el que corresponde a la sede donde se
ha desarrollado el arbitraje? o ¿el de la Comunidad Autónoma cuyo
derecho ha sido aplicado en el arbitraje?8
Si atendemos al sentido común la opción por la que decantarse
debiera ser la segunda. No debe esperarse de un Tribunal Superior de una
Comunidad autónoma determinada que se pronuncie sobre el derecho foral
o especial de otra Comunidad Autónoma distinta, sería un disparate.

4.3.2. Procedimiento.
8
AA.VV., Comentarios a la Ley de Arbitraje de 2003 (Coord. ARIAS LOZANO, D.,), cit., pág. 413.

33
El procedimiento principiará por demanda que deberá de contener
los requisitos que establece el art. 399 LEC para la demanda del juicio
ordinario, seguido de una contestación escrita para terminar sustanciándose
por los trámites del juicio verbal.
Pero antes de abordar la tramitación del recurso de revisión debemos
detenernos en el doble plazo que establece la Ley para su interposición.

a) Plazo.
La LEC alude a dos tipos de plazos que hay que tener presente:
Por un lado, que no hayan transcurrido más de cinco años desde la
fecha de publicación de la resolución (art. 512.1 LEC). Debido a que los
laudos arbitrales no deben ser objeto de publicación como sí ocurre con las
sentencias judiciales para las que está prevista esta determinación, habrá
que entender que en el arbitraje, el dies a quo para comienzo de este
cómputo de plazo de cinco años comenzará desde la fecha de notificación a
la parte que interponga la revisión del laudo.
No obstante, dada la posibilidad que ofrece ahora el art. 569 LEC de
suspender la revisión por causa de prejudicialidad penal, dejaremos para un
momento posterior las repercusiones que dicha suspensión puede acarrear a
la revisión y la forma en que debe entonces interpretarse este plazo
absoluto de cinco años desde la notificación del laudo.
Este plazo general de cinco años debe ser completado con un
segundo plazo que exige la LEC de tres meses desde que la parte recurrente
haya recobrado u obtenido los documentos decisivos, el cohecho, la
violencia, la maquinación fraudulenta, o en que se hubiere reconocido o
declarado la falsedad.
Ambos plazos son de caducidad no siendo posible su interrupción
―SSTS de 29 de enero de 2007, 11 de mayo de 2001, 26 de marzo y 4 de noviembre
de 2002, 23 de septiembre de 2004 , 11 de abril de 2005, 26 de enero, 14 de marzo y 14

34
de diciembre de 2000― en virtud de lo establecido en el art. 5 CC, por tanto,

se trata de un plazo civil y no de naturaleza procesal que ha de ser probado


por el actor en revisión (STS 13 de enero de 1997)9.

b) Legitimación.
El art. 511 LEC determina que tendrá legitimación activa para instar
la revisión del laudo: “quien hubiere sido parte perjudicada por la
sentencia —laudo— firme impugnada”.
Por parte procesal a estos efectos debemos entender no sólo aquellos
sujetos que intervinieron como demandante y demandado en el proceso
arbitral10 —que será lo más común— sino también aquellos que debieron
ser llamados al proceso y no lo fueron por estar interesados directamente en
el resultado del pleito.
La legitimación activa también se reconoce a aquellos
causahabientes que sustituyan a la parte gravada en la resolución arbitral
recurrida que hubieran obtenido la representación que les habilita para
interponer la revisión bien por transmisión inter vivos o mortis causa (art.
514.1 LEC).
Por otra parte, el apartado 3º del art. 514 LEC dispone que se deberá
informar al Ministerio Fiscal sobre la revisión antes de que se dicte
sentencia sobre si ha lugar o no a la estimación de la demanda.
No creemos que este precepto habilite o legitime activamente al
Ministerio Fiscal para intervenir en la revisión como parte que puede
instarla, antes al contrario, debe interpretarse esta función como plausible
por la entidad de los intereses en juego, no olvidemos que, en definitiva, se

9
A los efectos del cómputo del plazo de caducidad de tres meses del art. 512 LEC se computa como hábil
el mes de agosto (STS de 4 de octubre de 2002 y 26 de septiembre de 2003), por ser un plazo de
caducidad y no de prescripción, y su cálculo de fecha a fecha (STS de 12 de mayo de 2006).
10
SSTS de 15 de diciembre de 1989, 6 de noviembre de 1990 y 7 de junio de 1995, que aunque referidas
a sentencias judiciales es perfectamente extrapolable al ámbito de los laudos arbitrales.

35
pretende atacar la cosa juzgada de las resoluciones (ahora arbitrales). El
Ministerio Fiscal se limitará a informar sobre dicha revisión sin que su
informe sea vinculante para la resolución que deba adoptar el órgano
jurisdiccional.

c) Depósito.
Como presupuesto para conocer sobre la acción de revisión, el
legislador exige la constitución de un depósito previo de trescientos euros
en el establecimiento destinado al efecto (art. 513.1 LEC y R.D. 34/1988,
de 21 de enero por el que se regulan los pagos, depósitos y consignaciones
judiciales).
Al tratarse de un presupuesto sobre la procedibilidad del recurso de
revisión, hay que deducir que de no presentarse éste, el TS o TSJ en su
caso, deberá rechazar de plano la demanda de revisión. No obstante,
tratándose de un presupuesto formal podrá caber la subsanación del mismo
en el plazo de tiempo que para ello estipule el Secretario Judicial y que no
deberá ser en ningún caso superior a cinco días. De no subsanarse, no se
procederá a la admisión a trámite de la demanda de revisión rechazando de
plano la misma definitivamente (art. 513.2 LEC).
Este depósito está pensado para limitar en cierta medida el acceso a
la revisión y evitar peticiones infundadas por los recurrentes. Si no se ven
estimadas las pretensiones de revisión solicitadas se perderá el deposito
constituido, en cambio, si la revisión se estima, el depósito deberá ser
devuelto.
Del mismo modo, si se estima parcialmente el recurso de revisión
pudieran existir más dudas acerca de la devolución o no del mismo, pero en
nuestra opinión, se ha demostrado así —aunque sea parcialmente— que la
parte litigó de buena fe y, por tanto, el depósito deberá ser devuelto al
recurrente.

36
d) Sustanciación.
El proceso de revisión comienza con la interposición de una
demanda en la que el recurrente deberá acompañar los documentos
procesales y materiales que fundamenten su petición indicando el motivo
de revisión infringido, así como el documento que justifique la realización
del Depósito que constituye un presupuesto de admisibilidad de este medio
de rescisión conforme al art. 513 LEC.
Tras la demanda, el Secretario Judicial solicitará que se remitan al
Tribunal todas las actuaciones del pleito cuya sentencia se impugne, y
emplazará a cuantos en él o sus causahabientes (legitimados pasivamente)
para que contesten a la demanda en el plazo de veinte días.
La solicitud del Secretario Judicial de las actuaciones del pleito en el
caso del arbitraje, implica la petición a los árbitros (arbitraje ad hoc) o a la
institución arbitral administradora del arbitraje (arbitraje institucional) de
los antecedentes del procedimiento arbitral donde se dictó el laudo
recurrido en revisión.
Presentada la demanda y emplazada la parte contraria11, ésta puede
optar por una actitud activa que consista en la propia contestación a la
demanda o en una actitud pasiva frente a la solicitud de revisión que
implicará que el proceso continúe en ambos casos por los trámites del
juicio verbal.
Por tanto, vuelve a servir de referencia el juicio verbal como
vehículo para tramitar las peticiones de revisión, aunque eso sí, con
demanda y contestación escritas.
La contestación deberá ajustarse también a los cánones y
presupuestos que para la contestación del juicio ordinario establece el art.
11
Admisión de la demanda que no provocará la suspensión de la ejecución de la sentencia o laudo que se
hubiere instado, no obstante en aplicación del art. 515 LEC, el Tribunal podrá decretar la suspensión de la
ejecución de oficio o a instancia de parte.

37
405 LEC y que remite a su vez a los requisitos de la demanda del art. 399
LEC.
Existiendo como vehículos de alegación de las partes la demanda y
la contestación, la vista se simplifica ya que se deberán ratificar las
alegaciones que se hubieran vertido en dichos documentos y se podrá
practicar aquella prueba que, orientada a la fijación de las circunstancias
que fundan alguno de los motivos de la revisión, haya sido propuesta por
las partes y admitida por el Tribunal12.
Antes aludíamos a los motivos por los que se le debe dar traslado al
Ministerio Fiscal de las actuaciones para que proceda a informar respecto
de la revisión de la sentencia —laudo arbitral—. Pues bien, el art. 514 LEC
exige que el Ministerio Público intervenga antes de la finalización del
juicio verbal mediante la correspondiente sentencia, constituyéndose la
vista de este proceso como momento procesal más oportuno para el
informe del Fiscal.

4.4. Efectos.
La estimación o desestimación de la revisión del laudo —
sentencia— por el Tribunal competente, provoca una serie de
consecuencias que pasamos a analizar a continuación:

4.4.1. Desestimación.
En el momento en que el TS o el TSJ desestiman la pretensión de la
parte recurrente de revisar el laudo arbitral impugnado, provoca
inmediatamente la firmeza de la resolución recurrida, la pérdida del

12
STS de 27 de marzo 2007 permite la prueba testifical a propósito de la revisión de una resolución
judicial, para dotar de certeza a hechos relevantes expresados en la demanda y donde, además, debido a la
falta de previsión para el juicio verbal de la práctica de las diligencias finales, lleva a no acordar la
práctica de dicha declaración como diligencia final.
En parecidos términos STS de 28 de junio de 2006 (fundamento segundo).

38
depósito (art. 516.2 LEC) y el demandante será condenado en costas por la
pérdida de este proceso de revisión.
Si se hubiera instado la ejecución del laudo habrá que observar si
ésta ha sido suspendida a instancia de parte o de oficio. Si la ejecución no
se suspendió, la desestimación de la revisión no afecta en forma alguna a la
misma y ésta continuará por sus trámites. Si la suspensión fue acordada por
la interposición de la demanda de revisión, será necesario reanudarla sin
que implique repercusión alguna la desestimación de la revisión.

4.4.2. Estimación de la revisión: juicio rescindente y rescisorio.


La función que se le exige al Tribunal competente en el proceso de
revisión queda reducida única y exclusivamente a determinar si se dan los
presupuestos para poder o no rescindir la resolución por concurrir alguno
de los motivos de revisión contenidos en el art. 510 LEC.
En ningún caso, ni el TS ni el TSJ pueden entrar a analizar el fondo
de la resolución —laudo o sentencia— o la aplicación del derecho material
contenido en éstas. También le está vedado, una vez rescindida la sentencia
o el laudo, dictar una nueva resolución que no contenga el vicio o vicios
alegados y que hubieran sido estimados en la demanda de revisión.
Por consiguiente, el proceso de revisión estrictamente finaliza con el
denominado juicio rescindente que conlleva la revisión de la resolución
recurrida, esto es, dejarla sin eficacia, como si nunca se hubiera dictado.
Posteriormente, se dará traslado de las actuaciones al tribunal arbitral en
nuestro caso competente para el denominado juicio rescisorio (iudicium
rescissorium) para que las partes, según su parecer, lleven a cabo la
actuación que consideren más conveniente incoando o no un nuevo proceso
sobre el mismo objeto procesal.
Ahora bien, de cara al proceso arbitral necesitamos hacer una
matización, pues el juicio rescisorio no puede trasladarse sin más al ámbito

39
del arbitraje. Los árbitros en el momento en el que dictan el laudo, cesan en
el ejercicio de sus funciones (art. 38.1 LA), no constituyen un tribunal
permanente como sí podría ser cualquier órgano jurisdiccional.
Para estos casos, no negamos la posibilidad de que pueda haber otro
procedimiento arbitral donde se produzca dicho juicio rescisorio siempre y
cuando el convenio arbitral no se haya visto afectado por la revisión del
laudo, tenga plena vigencia y permita a las partes someter de nuevo la
controversia a arbitraje o que, en caso contrario, decidan acudir a la vía
judicial sin que ninguna de ellas haga valer la excepción de sumisión de la
cuestión litigiosa a arbitraje por vía de la declinatoria.
En conclusión, cuando de juicio rescisorio hablamos no cabe una
transposición sin más de la sentencia judicial y del laudo arbitral en donde
se ha estimado la revisión, pues las especiales características en este caso
del arbitraje —con el cese en el ejercicio de las funciones de los árbitros—
determina que el proceso arbitral nuevo que se incoe nada tenga que ver
con el anterior en donde se dictó un laudo arbitral que ha sido rescindido
tras el proceso de revisión.

40
LECCIÓN SÉPTIMA: EJECUCIÓN FORZOSA DEL LAUDO
ARBITRAL

Lección séptima. 1. La ejecución forzosa del laudo. Consideraciones


generales. 2. Sujetos de la ejecución. 2.1. Tribunales competentes para la
ejecución del laudo. 2.2. Tratamiento procesal de la competencia objetiva
y territorial en el proceso de ejecución. 3. Presupuestos para el despacho
de la ejecución. 3.1. Regularidad formal del título ejecutivo. 3.2.
Documentos a acompañar con la demanda ejecutiva. 3.3. Denegación del
despacho de la ejecución. 4. Oposición al despacho de la ejecución. 4.1.
Oposición a la ejecución de títulos judiciales o arbitrales. 4.1.1. Oposición
a la ejecución por motivos materiales (art. 556 LEC). 4.1.2. Oposición al
despacho de la ejecución por motivos procesales (art. 559 LEC). 4.1.3.
Tramitación de la oposición al despacho de la ejecución. 5. Suspensión,
sobreseimiento y reanudación de la ejecución (art. 45 LA). 5.1. Suspensión
de la ejecución. 5.2. Alzamiento de la suspensión y reanudación de la
ejecución. 5.3. Suspensión de la ejecución por prejudicialidad penal.

1. La ejecución forzosa del laudo. Consideraciones generales.


El ordenamiento jurídico nos ofrece diferentes vías de protección de
los derechos subjetivos de los justiciables. Elementales criterios basados en
la supresión de la autotutela hacen que, frente a incumplimientos
imputables a cualquier sujeto con independencia de la naturaleza que éstos
tengan, se produzca una reacción por parte del Estado que, en definitiva, es
quien ostenta el monopolio de la Administración de Justicia y es a quien le
está reservado la utilización de medios coactivos para el cumplimiento de
los derechos de los justiciables.

1
Es al Estado a quien le compete dotar a las relaciones económicas
entre los particulares de la necesaria seguridad jurídica, habilitando por un
lado mecanismos de reclamación frente a los incumplimientos de las
obligaciones generadas en el tráfico jurídico y, de otro, estableciendo
igualmente cauces que permitan ejecutar aquel pronunciamiento judicial-
arbitral con el uso de cuantos medios coercitivos sean necesarios.
En el primer ámbito debemos ubicar las diferentes maneras en que
los sujetos pueden reclamar una determinada tutela jurídica, buscando la
declaración del derecho al caso concreto. Por tanto, aquí se encontrarían los
diversos procesos declarativos conducentes a resolver cualquier pretensión.
Como es sabido, el arbitraje se coloca en una posición “equiparable” al
proceso judicial en términos del TC de ahí que, en materias de libre
disposición, las partes tengan libertad para resolver su conflicto ante
terceros imparciales que no ostenta la potestad jurisdiccional pero que
pueden realizar un pronunciamiento que resuelva la controversia con los
mismos efectos de cosa juzgada y ejecutividad que la sentencia judicial.

En el segundo ámbito se ubicarían los instrumentos necesarios para que la


tutela jurídica solicitada por la parte y que ha quedado “dicha” por medio
de una resolución arbitral o judicial, sea llevada a término y se cumpla lo
estipulado en ella ante un hipotético incumplimiento voluntario de la
condena por la parte. Es aquí donde adquiere su relevancia el proceso de
ejecución como medio para satisfacer el interés económico del acreedor a
costa del patrimonio del ejecutado ─ FERNÁNDEZ-BALLESTEROS
LÓPEZ, M.A., La ejecución forzosa y las medidas cautelares, cit., pág.
27─.

Cuando la responsabilidad contenida en un título ejecutivo no es


voluntariamente atendida por el obligado a ella, permite a su acreedor
solicitar del órgano jurisdiccional competente, el conjunto de medidas

2
coercitivas que le permitan obtener la satisfacción de su crédito en sus
justos términos. A todo ese proceso le denominamos ejecución forzosa del
laudo arbitral.

El derecho a la ejecución está elevado a rango constitucional


constituyendo uno más de los derechos reconocidos en el art. 24 CE de
tutela judicial efectiva. Así lo ha proclamado el TC en numerosas ocasiones
haciendo alusión igualmente a la necesidad de que se satisfaga al acreedor
en sus justos términos y le sea entregada la cantidad de dinero debida, la
cosa o especie, la prestación de hacer o no hacer, según los casos ─ SSTC
1/1981 de 26 de enero, 197/2000 y 73/2000─.

Pero no debe desvirtuarse este acceso al conjunto de derechos que


protege el art. 24 CE, ya que las que se consideren supuestas vulneraciones
de este precepto podrán ser alegadas cuando se refieran a la actuación de un
órgano jurisdiccional que intervino a propósito del arbitraje, dicho de otro
modo, cuando las partes excluyen a la jurisdicción y someten su
controversia a los árbitros también esa cuestión queda sustraída al TC. A
través del recurso de amparo en el que se invoquen las garantías del art. 24
CE, cuyas exigencias se dirigen, en principio, a la actividad estatal y que,
con respecto al arbitraje, sólo proyecta sus garantías con el carácter de
derechos fundamentales a aquellas fases del procedimiento arbitral para las
cuales la Ley prevé la intervención de los órganos jurisdiccionales1.
Por lo que respecta a la LA, ésta se limita a señalar que serán de
aplicación a los laudos lo dispuesto en la LEC y lo contenido en el Título
VII relativo a la ejecución forzosa del laudo, esto es, existe una remisión
completa a la ejecución contemplada en la LEC (art. 44 LA) no sólo para
las sentencias judiciales sino también para los laudos u otras resoluciones
arbitrales además de otros títulos ejecutivos judiciales y extrajudiciales. No

1
STC 9/2005 de 17 de enero de 2005.

3
obstante, se añade a su articulado el art. 45 LA para regular la posible
suspensión, sobreseimiento y reanudación de la ejecución. Quizás entienda
el legislador que la paralización de la ejecución del laudo y su posible
sobreseimiento o reanudación, sí que debe tener una regulación específica
en la LA, sobre todo, en lo relativo a la posible ejecución del laudo aunque
contra él se haya interpuesto acción de anulación.
En conclusión, a pesar de los patentes avances que han supuesto las
precedentes y la actual Ley de arbitraje, hoy día se mantiene la potestad
declarativa de los árbitros para resolver conflictos entre particulares en
materias de su libre disposición conforme a Derecho, se amplía esta
potestad a la posibilidad —anteriormente analizada— de adoptar medidas
cautelares para asegurar la resolución de condena futura que pudiera
dictarse, pero no se llega más allá, esto es, las decisiones de los árbitros
sobre el fondo del conflicto o sobre medidas cautelares, deberán ser
ejecutadas por los únicos órganos con potestad para ello que son los
juzgados y Tribunales establecidos en las Leyes conforme al art. 117.3 CE.
La LEC distingue dos tipos de ejecución: la ejecución de títulos
ejecutivos judiciales donde la sentencia se constituye como el título por
antonomasia y el laudo arbitral es un título asimilado a la sentencia judicial
(art. 517.2. 1 y 2 LEC). Y la ejecución de títulos ejecutivos extrajudiciales
(arts. 517.2 apartados 4º al 7º LEC), éstos, a diferencia de los anteriores,
tienen también fuerza ejecutiva y permiten igualmente el acceso al
despacho de la ejecución pero no vienen precedidos por un proceso
declarativo —ya sea arbitral o judicial—.

2. Sujetos de la ejecución.
El art. 538.1 LEC señala que el ejecutante será aquel que pide y
obtiene el despacho de la ejecución, mientras que el ejecutado será aquel
frente a quien se pide y se obtiene el despacho de la ejecución. Cuando el

4
título ejecutivo contiene las regularidades formales para ser considerado
como tal —a las que posteriormente aludiremos— permite al ejecutante
solicitar del tribunal las medidas necesarias para hacer efectiva esa
responsabilidad contenida en el título: exigir la entrega de dinero, de cosa
distinta a dinero, exigir la realización de una prestación o la no realización
de la misma.
El ejecutante en sus pedimentos se ve respaldado por la existencia de
un proceso arbitral previo que se ha saldado con un laudo de condena que
le permite despachar ejecución y las actividades propias de ésta sin
necesidad de oír al ejecutado que, no obstante, tendrá un posterior trámite
de oposición a la ejecución.
Son las partes que intervinieron en el proceso declarativo previo al
proceso de ejecución los que están legitimados para instarlo, son parte
legítima del proceso de ejecución. Sin embargo, terceros sujetos distintos al
actor o demandado del proceso principal también pueden tener un interés
directo en la resolución del proceso de ejecución y estar perfectamente
legitimados para intervenir en él como podría ocurrir con el tercerista de
mejor derecho o con el tercerista de dominio. En ambos casos, aunque no
llegaran nunca a intervenir en la fase declarativa del proceso, el embargo de
uno de sus bienes durante la ejecución que no debe quedar trabado por su
no pertenencia al ejecutado y sí al tercero, y su crédito preferente frente al
ejecutante, debe permitir su intervención en la ejecución en defensa de sus
propios intereses.
Por otra parte, habrá que tener en cuenta las alteraciones en las
figuras de ejecutante y ejecutado que produzcan situaciones como la
sucesión procesal de alguna de las partes de la ejecución por transmisión
inter vivos o mortis causa, la traba de bienes de naturaleza ganancial que
habilite a intervenir en la ejecución al cónyuge no deudor o las ejecuciones

5
frente a ejecutados en supuestos especiales como: deudores solidarios,
asociaciones temporales o entes sin personalidad2.

2.1. Tribunales competentes para la ejecución del laudo.


Desde el punto de vista de la determinación de la competencia, la
ejecución forzosa del laudo no presenta dificultad alguna. Ello se debe a la
consideración de título ejecutivo que ostenta en virtud del art. 517.2.2º LEC
equiparándolo así a una sentencia judicial, y que permitiría solicitar el
despacho de la ejecución del laudo si éste no ha sido cumplido de forma
voluntaria dentro de los veinte días siguientes a su notificación (art. 548
LEC)3.
El art. 61 LEC señala que el tribunal competente para conocer de un
pleito tendrá también competencia para resolver sobre sus incidencias, para
llevar a efecto las providencias y autos que dictare, y para la ejecución de la
sentencia o convenios y transacciones que aprobare. Como quiera que el
laudo arbitral constituye un título ejecutivo asimilado al judicial, de cara a
su ejecución, sólo habrá que considerar normas de competencia funcional
que concederán la competencia para la ejecución al tribunal que hubiera
conocido del pleito. Esto es así porque el laudo no es un título extrajudicial
sino un título judicial asimilado a la sentencia. Por tanto, aunque la función
declarativa se desplaza de los órganos judiciales a los árbitros, la función
ejecutiva es competencia de los órganos jurisdiccionales amparada, en
primer término, en normas de competencia funcional.

2
El tratamiento que se le da a estas alteraciones en el ejecutante y ejecutado pueden verse en GARBERÍ
LLOBREGAT, J., “Comentario al art. 44”, AA.VV., Comentarios a la Ley 60/2003, de 23 de diciembre,
(Dir. GARBERÍ LLOBREGAT) cit.,Tomo II, págs. 1325-1337.
3
Es más, en virtud de la Disposición Derogatoria Única de la LA, se modifica el núm. 2º, del apartado 2
del artículo 517, quedando redactado así: “Los laudos o resoluciones arbitrales”. Es decir, que a los
efectos de la ejecución se considerará título ejecutivo equiparable a la sentencia judicial, no sólo a los
laudos arbitrales sino también a cualquier otro tipo de resolución que tenga naturaleza arbitral.

6
La competencia objetiva para la ejecución del laudo arbitral se
atribuye a los Juzgados de Primera Instancia y la territorial con carácter
improrrogable a los Juzgados del lugar donde se haya dictado el laudo (art.
542.2 LEC y art. 8.4 LA). Los Juzgados de lo Mercantil han dejado de
tener competencias en materia de ejecución de laudos arbitrales como
consecuencia de la supresión del apartado g) del art. 86 ter.2 LOPJ por
medio de la LO 5/2011 de reforma de la LOPJ y complementaria de la Ley
11/2011 de reforma de la Ley de arbitraje.
El lugar de emisión del laudo vendrá determinado en el mismo laudo
conforme a lo establecido en el art. 37.5 LA. Así pues, cabe equiparar el
lugar del arbitraje, que se determinará conforme a lo establecido en el
apartado 1 del art. 21 LA, y el lugar donde se haya dictado el laudo4.
FERNÁNDEZ-BALLESTEROS LÓPEZ5 ha señalado que con esta
distribución de competencias se perpetúa la indeseable dispersión de los
fueros judiciales relacionados con el arbitraje. Ciertamente, pueden llegar a
ser distintos los órganos que deban asistir al arbitraje para la práctica de
algún medio de prueba −cuando se atribuye al Juez del lugar donde debiera
prestarse la asistencia− (art. 8.2 LA); o el órgano encargado de adoptar una
medida cautelar −cuando ésta es acordada por el tribunal donde ésta
debiera prestar su eficacia− (art. 8.3 LA); con el órgano encargado de
ejecutar el laudo arbitral.
Pero aquí parece que el legislador pretende que este tipo de
actuaciones puedan tener una efectividad práctica y ser así complemento
del proceso arbitral aunque para ello se vea obligado a presentar una
dispersión de fueros de competencia. De nada serviría ser riguroso con el
mantenimiento de un único fuero de competencia para todos los supuestos

4
MORAL MORO, M.J., Comentarios a la Ley 60/2003, de 23 de diciembre de Arbitraje (Dir.GARBERÍ
LLOBREGAT), Tomo I, cit., pág. 156.
5
FERNÁNDEZ-BALLESTEROS LÓPEZ, M.A., La ejecución forzosa…, cit., pág. 169, nota núm. 6.

7
cuando la prueba o medida cautelar correspondiente no pudiera practicarse
o desplegar su eficacia en el fuero homogéneo designado por el legislador.
Como ha señalado SENÉS MOTILLA, el problema surge cuando se
pretenden hacer valer —por las partes o por el juez ejecutor—
circunstancias no tomadas en consideración por la ley, tales como el lugar
de celebración del convenio, el domicilio de las partes o de los árbitros, el
lugar de aceptación del arbitraje o el lugar en el que se siguen las
actuaciones.
Adquiere así relevancia en la aplicación del fuero imperativo de
competencia territorial en relación con la ejecución del laudo el AAP de
Madrid (Secc. 21ª), de 19 octubre de 2004: “quizás el fuero (legal) elegido
no ha sido el más acertado. Pero se trata de un criterio legal que tiene que
ser aplicado. Resulta ciertamente llamativo que el árbitro dicte el laudo
fuera del domicilio de la Asociación arbitral que lo ha designado, pero no
podemos afirmar que el árbitro miente cuando hace constar el lugar en el
que ha dictado el laudo”6.

2.2. Tratamiento procesal de la competencia objetiva y territorial


en el proceso de ejecución.
Cabe tanto una apreciación de oficio de la falta de competencia
objetiva como una impugnación a instancia de parte a través de la
declinatoria. En el primero de los casos, el Juzgado al que se haya dirigido
el ejecutante deberá apreciar de oficio su competencia objetiva antes del
despacho de la ejecución por analogía con el art. 546 LEC, mediante el

6
AAP de Madrid (Sección 18.ª) de 18 de mayo de 2005 proscribe la apreciación de la incompetencia
territorial del juez a quo con fundamento en el carácter abusivo de la cláusula de competencia territorial
inserta en un contrato de adhesión. En sentido contrario, los Autos de la Audiencia Provincial de Madrid
(Sección14.ª) de 9 de marzo de 2004 y 14 de septiembre de 2005 (JUR 2005\222694) hacen prevalecer el
domicilio social de la institución a la que se encomendó el arbitraje frente al lugar en que fue dictado y
protocolizado el laudo. SENÉS MOTILLA, C., “Sobre la ejecución forzosa de las resoluciones
arbitrales”, AA.VV., Estudios sobre arbitraje: los temas clave (Coord. GONZÁLEZ MONTES, J.L.),
cit.,, pág. 299.

8
correspondiente auto. Esta resolución podrá ser recurrida directamente en
apelación con potestativo recurso de reposición (art. 552.2 LEC). Por el
contrario, la impugnación a instancia de parte deberá realizarse en los cinco
días siguientes a aquel en que reciba la primera notificación del proceso de
ejecución (art. 547 LEC) por medio de la declinatoria que se sustanciará
siguiendo las reglas generales de los arts. 65 y ss7.
El tratamiento procesal de la falta de competencia territorial en el
proceso de ejecución del laudo arbitral no difiere en gran cosa de lo que
acabamos de exponer ante la falta de competencia objetiva, la única
diferencia —además de que ésta sí esté expresamente prevista en la LEC
(arts. 546 y 547)— consistirá en que, al tratarse de competencia territorial,
tanto cuando el tribunal la aprecie de oficio como cuando se realice a
instancia de parte, deberán indicar el órgano, que a su juicio, resulta
territorialmente competente y que hasta ese momento no conoce del asunto.
Por tanto, una vez presentados los escritos de la declinatoria y de
oposición a la misma por las partes (arts. 65 y ss. LEC), decidirá el Juez en
forma de auto que, ahora sí, no será recurrible tanto si deniega la
competencia como si la estima (art. 67 LEC).

3. Presupuestos para el despacho de la ejecución.


Se ha definido el despacho de la ejecución como la declaración de
voluntad del Juez exteriorizada en forma de auto, que da comienzo a la
ejecución forzosa frente a una persona ─FERNÁNDEZ-BALLESTEROS
LÓPEZ, M.A., La ejecución forzosa y las medidas cautelares, cit., pág. 229─. Al

igual que el proceso de declaración, el proceso de ejecución está inspirado


por el principio dispositivo. Según este principio el fase de ejecución —
ahora del laudo arbitral— requiere de una actuación de parte que de por
comenzadas las actuaciones ejecutivas de las que es acreedor el ejecutante
7
AAP de Sevilla (Secc. 5ª) de 6 de octubre de 2003.

9
y que se pone en marcha con la interposición de la demanda ejecutiva (art.
549 LEC).
La demanda ejecutiva es el instrumento que utiliza el acreedor para
solicitar el despacho de la ejecución. Ésta deberá estar acompañada de una
serie de documentos que varían en cierta forma cuando lo ejecutado es un
laudo arbitral pues no bastará con la designación de la resolución que se
pretende ejecutar en los términos del art. 549.2 LEC cuando de una
sentencia judicial —que consta en autos— se trata. Por tanto, junto con el
laudo arbitral, se acompañará el convenio arbitral suscrito por las partes
para someter el conflicto a arbitraje y el documento que acredite la
notificación a las partes del laudo arbitral8.
La demanda ejecutiva deberá contener también la relación de las
actuaciones que se requieren del Juez Ejecutor respecto al título presentado
siempre y cuando sean acordes con el contenido y naturaleza del mismo
(art. 551.1 LEC). Junto con lo anterior, el ejecutante debe relacionar los
bienes del ejecutado susceptibles de embargo de los que tuviere
conocimiento y, en este caso, si los considera suficientes para el fin de la
ejecución (art. 590 LEC).
Por último, la demanda ejecutiva se dirigirá contra aquellos que
resulten responsables en virtud del título ejecutivo (ejecutados) que podrán
aparecer como deudores nominatin en el laudo arbitral o, sin aparecer
expresamente como deudores en el título, serlo en virtud de diversas
circunstancias9.

8
Sobre estos documentos volveremos después.
9
El art. 538 LEC señala que sólo podrá despacharse ejecución frente a los siguientes sujetos:
1º. Quien aparezca como deudor en el mismo título.
2º. Quien, sin figurar como deudor en el título ejecutivo, responda personalmente de la deuda por
disposición legal o en virtud de afianzamiento acreditado mediante documento público.
3º. Quien, sin figurar como deudor en el título ejecutivo, resulte ser propietario de los bienes
especialmente afectos al pago de la deuda en cuya virtud se procede, siempe que tal afección derive de la
Ley o se acredite mediante documento fehaciente. La ejecución se concretará, respecto de estas personas,
a los bienes especialmente afectos.

10
Como puede observarse, no existen importantes diferencias —salvo
lo comentado respecto de los documentos que se han de acompañar a la
demanda ejecutiva— entre la ejecución de una resolución judicial y la
ejecución de un título asimilado como es el laudo u otra resolución arbitral.
Ambas dan acceso al proceso ordinario de ejecución que debe comenzar
con la demanda ejecutiva en donde el ejecutante solicita del órgano
ejecutor que se haga efectiva la responsabilidad contenida en el título
ejecutivo de la que es acreedor.
Se mantienen las mismas características que rigen para todo
despacho de la ejecución, así el tribunal, si concurren los presupuestos y
requisitos procesales, el título no adolece de ninguna irregularidad formal y
los actos de ejecución que se solicitan sean conformes con la naturaleza y
contenido del título, dictará auto conteniendo la orden general de ejecución
y despachando la misma (art. 551.1 LEC), sin oír al ejecutado —que
posteriormente tendrá derecho a un trámite de oposición al despacho de la
ejecución—. Esta auto ha de expresar: (i) la persona o personas a cuyo
favor se despacha la ejecución y la persona o personas contra quien se
despacha ésta; (ii) si la ejecución se despacha en forma mancomunada o
solidaria; (iii) la cantidad, en su caso, por la que se despacha ejecución, por
todos los conceptos; (iv) las precisiones que resulte necesario realizar
respecto de las partes o del contenido de la ejecución, según lo dispuesto en
el título ejecutivo, y asimismo respecto de los responsables personales de la
deuda o propietarios de los bienes especialmente afectos al pago o los que
se ha de extender la ejecución.
En el mismo día o al día siguiente hábil de haberse dictado el auto
despachando ejecución, el Secretario Judicial dictará un decreto que
contendrá:
1º. Las medidas ejecutivas concretas que resulten procedentes,
incluido si fuera posible el embargo.

11
2º. Las medidas de localización y averiguación de los bienes del
ejecutado que procedan conforme a lo previsto en el art. 589 y 590 LEC.
3º. El contenido del requerimiento de pago que deba hacerse al
deudor; en los casos en que la ley establezca el requerimiento (que no es
necesario cuando lo que se ejecuta es un laudo arbitral).
Se despachará ejecución por la cantidad que solicite el ejecutante en
la demanda ejecutiva que deberá incluir el principal de lo condenado por el
laudo, las costas del procedimiento arbitral (en caso de condena en costas)
y la cantidad establecida por los intereses y costas de la ejecución forzosa.
A propósito de las costas del proceso arbitral ya hemos señalado que el
legislador de la LA ha decidido en el art. 37.6 que el laudo debe contener
un pronunciamiento sobre las costas del arbitraje y enuncia una serie de
partidas que deben ser consideradas como tales: honorarios y gastos de los
árbitros, honorarios y gastos de los defensores o representantes de las
partes, el coste del servicio prestado por la institución administradora del
arbitraje y demás gastos del procedimiento. Todo ello sin perjuicio de que
la materia relacionada con la condena en costas puede quedar supeditada a
la autonomía de la voluntad de las partes y, por tanto, que sean éstas las que
determinen la fórmula del pago de las mismas. Lo que sí exige la LA de
manera imperativa es un pronunciamiento sobre las mismas en el laudo.
Que el título ejecutivo sea un laudo arbitral no debe afectar a
aspectos generales del despacho de la ejecución como el relativo a la
cantidad que puede solicitar el ejecutante como despacho de la ejecución o
la necesaria liquidez de la condena que también es extensiva a las
resoluciones arbitrales (art. 572.1 LEC). Rige pues el límite del art. 575.1
LEC en virtud del cual, lo presupuestado para las costas e intereses del
procedimiento no podrá exceder del treinta por ciento del principal de lo
reclamado [AAP de Madrid núm. 146/ 2006, de 18 de mayo (JUR
2006/289441)].

12
El hecho de que el legislador otorgue carácter de título ejecutivo al
laudo arbitral, faculta al Juez ejecutor para despachar directamente
ejecución sin oír a la otra parte cuando compruebe la regularidad formal del
título ejecutivo. La existencia de un proceso declarativo previo donde se ha
dictado una resolución arbitral con efectos de cosa juzgada, permite al
ejecutante solicitar las respectivas actividades ejecutivas con la simple
aportación del título.

3.1. Regularidad formal del título ejecutivo.


Para que el Juez pueda despachar ejecución frente a un laudo arbitral
—igual que respecto de una sentencia— se requiere que éste sea regular
desde el punto de vista formal. La interpretación que ha de darse a esta
expresión debe deducirse de los preceptos de la LA relativos al contenido
del laudo arbitral (art. 37 LA).
No debemos confundir en estos momentos la labor que ha de
efectuar el Juzgado de Primera Instancia respecto de la regularidad formal
del laudo. No debe ser función del Juez analizar el contenido del laudo en
cuanto al resultado de fondo que encierra el mismo, sino simplemente una
apreciación más superficial de las características del laudo como título
ejecutivo. Corremos el riesgo de que por medio de esta comprobación de
regularidad formal del título el Juzgado se convierta en último decisor
sobre la validez de la resolución arbitral.
Las partes han excluido del conocimiento del asunto a los jueces,
sometiéndose a un medio extrajudicial de solución de conflictos de donde
ha emanado una resolución que ahora se trata de ejecutar. Pero, ¿hasta
donde debe llegar el control judicial del laudo por el órgano encargado de
la ejecución del mismo?
Este tipo de control se ha de producir por la vía del art. 41 LA por
medio de la acción de anulación del laudo y a instancia de parte. No cabe

13
que el Juez de oficio pueda denegar el despacho de la ejecución basándose
en motivos que tienen que ver con la nulidad del laudo que, de concurrir,
tuvieron que ser impugnados por medio de la acción de anulación o,
incluso, utilizando con carácter previo, las excepciones por la parte en el
marco del art. 22 LA durante el desarrollo del procedimiento arbitral.
De hecho podemos encontrar un gran número de resoluciones que
reflejan esta idea: “El juez debe despachar ejecución en todo caso siempre
que concurran los presupuestos y requisitos procesales, el título ejecutivo
no adolezca de ninguna irregularidad formal y los actos de ejecución que
se solicitan sean conformes con la naturaleza y contenido del título (art.
551 LEC) y haya transcurrido el plazo de veinte días a que se refiere el art.
548 LEC. Lo que no procede es, analizar de oficio la validez y nulidad del
convenio arbitral y denegar el despacho de la ejecución razonando que el
convenio es nulo por abusivo… ”10.
Sin embargo, debemos matizar lo anterior. Ya en otro lugar hemos
escrito sobre las relaciones entre las excepciones en el proceso arbitral,
trasladando esta cuestión al tema que nos ocupa, debemos concluir que a
pesar de que las partes no hayan denunciado determinadas infracciones
durante el proceso arbitral o a través de la acción de anulación del laudo,
llegados al momento de la solicitud de su ejecución forzosa, se ha de
habilitar al tribunal la posibilidad de denegar de oficio el despacho de la
ejecución cuando crea que el título no tiene la regularidad formal que exige
el art. 551 LEC por ser contrario a su naturaleza —cuando verse sobre
materias no susceptibles de arbitraje— o sea contrario a su contenido —
cuando se solicite la ejecución de materias no decididas en el laudo—.

10
En este sentido, Autos de 4 de octubre de 2004 (Sección 13), Auto (Sección) 20 de 15 de octubre de
2004 (JUR 2005/41390, Auto de 23 de diciembre Sección 21 (JUR 2005, 38457), Auto de 23 de febrero
de 2005, Sección 9ª (JUR 2005, 10248), Auto de 14 de marzo de 2005, Sección 8ª, Auto de 7 de marzo de
2005, Sección 19 (JUR 2005, 87311), Auto de 30 de marzo de 2005, Sección 25 (JUR 2005, 107077)
todos de la Audiencia Provincial de Madrid. Igualmente, Auto Audiencia Provincial de Valencia núm.
354/2005 de 11 de octubre (AC 2005/1561).

14
En estos dos supuestos, sí cabrá un análisis más profundo de la
regularidad formal del título ejecutivo, mientras que en el resto —posibles
infracciones de normas dispositivas—, el tribunal ante un laudo que cumpla
los requisitos del art. 551 LEC deberá realizar una revisión prima facie del
mismo, estando obligado a despachar ejecución por la regularidad formal
que éste presenta, sin perjuicio de las posteriores oportunidades de
oposición que ofrezca el proceso al ejecutado11.
Por tanto, el análisis de la regularidad formal del titulo debe quedar
reducido, en primer lugar, a que el laudo conste por escrito o, se entenderá
también suplido este requisito, cuando de su contenido y firmas quede
constancia y sean accesibles para su ulterior consulta en soporte,
electrónicos, ópticos o de otro tipo. Que el laudo esté firmado por los
árbitros que, no obstante, pueden expresar su voto a favor o en contra.
Desaparece asimismo la exigencia de protocolización del laudo que
se convierte en la nueva regulación de la LA en una facultad para las
partes. Repárese sin embargo, que caso de haberse protocolizado resulta
patente la conveniencia de aportarlo con la demanda ejecutiva para reforzar
la regularidad formal del título.
En segundo lugar, la citada regularidad formal no se ha adquirido
hasta que no han transcurrido los 20 días fijados en el art. 548 LEC desde
que se notificó al deudor la firmeza de la resolución de condena cuya
ejecución se pide. Este plazo de cortesía se otorga con la finalidad de dar

11
En este sentido se pronuncian algunas resoluciones como el Auto de la Audiencia Provincial de Madrid
núm. 135/2006, de 5 de abril (JUR 2006/193507) al señalar que: “…los tribunales, a pesar de no haber
sido impugnado el laudo, no deben mostrar una actitud pasiva sino que existen cuestiones que no se
pueden sustraer a su control pues, en otro caso, no se explicaría que la ley ordene acompañar a la
demanda de ejecución el contrato arbitral, ni que el art. 551 exija al Juez antes de despachar ejecución, sin
excepción alguna en función de los títulos base de ejecución, examinar que concurran los presupuestos y
requisitos procesales, que el título adolezca de ninguna regularidad formal y que los actos de ejecución
que se solicitan sean conformes con la naturaleza y contenido del título”. En parecidos términos, las
siguientes resoluciones: Auto de la Audiencia Provincial de Valencia(Sección 9.ª) de 11 de octubre de
2005, la Sentencia de la Audiencia Provincial de Vizcaya (Sección 4.ª) de 25 de mayo de 2005 y los
Autos de la Audiencia Provincial de Madrid, de 8 de noviembre de 2005 (Sección 10.ª), de 4 de octubre
de 2005 (Sección 25.ª), de 27 de septiembre de 2005 (Sección 12.ª), de12 de julio de 2005 (Sección 21.ª)
y de 5 de julio de 2005 (Sección 11.ª).

15
un tiempo prudencial al condenado en el laudo o en la sentencia judicial
para cumplir voluntariamente su contenido.
En tercer lugar, el Juez deberá valorar que el laudo arbitral contiene
pronunciamientos de condena, no siendo posible instar la ejecución de
laudos con contenidos mero-declarativos o constitutivos que, en su caso,
tan sólo podrían dar lugar a actuaciones de la denominada ejecución
impropia (v.gr. inscripciones en Registros Públicos) pero no de ejecución
propia o ejecución forzosa.
Por último, como presupuesto procesal, el tribunal debe vigilar su
competencia funcional y territorial, junto con la legitimación de las partes
en función del convenio suscrito, además de la concurrencia de todos estos
presupuestos deberá cumplirse con la exigencia de acompañar a la
demanda ejecutiva de los documentos que a continuación expondremos.

3.2. Documentos a acompañar con la demanda ejecutiva.


En este punto aparecen las principales diferencias entre la ejecución
del título ejecutivo por excelencia como es la sentencia judicial y el título
ejecutivo asimilado al judicial, el laudo arbitral.
Sin perjuicio de que el legislador otorgue fuerza ejecutiva al laudo
arbitral (art. 517.2.2 LEC), se exige que con la demanda ejecutiva se
acompañen, como documentos de naturaleza material: el laudo arbitral, el
convenio arbitral en el que las partes acordaron la sumisión a arbitraje
excluyendo a la jurisdicción del conocimiento del asunto y, por último, el
documento acreditativo de haberse notificado el laudo a las partes.
Junto con los anteriores, en cada supuesto concreto se requerirán una
serie de documentos de naturaleza procesal entre los que se encontrarán:
los que certifiquen una determinada representación o atiendan a la
capacidad procesal del ejecutante y los que acrediten una posible sucesión
en las partes del proceso de ejecución (art. 550 LEC).

16
Sabemos que cuando el antecedente del proceso de ejecución es un
proceso judicial, la resolución que va a ser objeto de ejecución consta ya en
autos por lo que el ejecutante podrá limitarse a designar cuál es la sentencia
que desea ejecutar sin necesidad de aportar testimonio de la misma (art.
549 LEC). Sin embargo, el laudo arbitral objeto de ejecución no consta en
autos puesto que la tramitación del proceso arbitral, como es sabido, se ha
producido fuera del ámbito judicial —ya sea ad hoc o institucional— y no
cabe efectuar una designación del laudo al modo de la sentencia judicial
siendo entonces necesario acompañar a la demanda ejecutiva con la
resolución arbitral.
─ El laudo puede haberse protocolizado o no, pues no es ya una
obligación para las partes del arbitraje sino una facultad en virtud del art.
37.8 LA.
Cualquiera de las partes, a su costa, podrá instar de los árbitros, antes
de la notificación, que el laudo sea protocolizado. Ahora bien, que el laudo
esté o no protocolizado sí que influirá en la interposición de la oposición a
la ejecución del laudo por defectos procesales ya que su apart. 4º señala que
si el título ejecutivo fuera un laudo arbitral no protocolizado notarialmente,
será causa de oposición, la falta de autenticidad de éste.
─ En segundo lugar, el ejecutante debe aportar copia del convenio
arbitral al objeto de que el tribunal pueda considerar si la sumisión de las
partes al arbitraje fue válida. Esto es, para que el Juez pueda examinar de
oficio, en los términos antes expuestos, si la obligación de la que dimanó el
laudo era arbitrable y de lícito cumplimiento, para analizar si el
conocimiento de la controversia ha sido válidamente sustraído a la
Jurisdicción y si el laudo es o no contrario al orden público.
No podemos considerar correcta aquella actuación jurisdiccional que
deniega el despacho de la ejecución fundamentándolo en la nulidad del
convenio arbitral por falta de parcialidad del árbitro o de los árbitros. Son

17
variadas las razones que nos llevan a esta conclusión: en primer lugar,
porque las partes ya tuvieron la oportunidad de denunciar la falta de
parcialidad de los árbitros a través de las excepciones del procedimiento
arbitral o por medio de la acción de anulación del laudo desde el mismo
momento de su nombramiento y aceptación del encargo, sin perjuicio de
que los árbitros pudieron abstenerse de oficio por falta de imparcialidad a
lo largo del proceso arbitral. Por otra parte, se le concedería un instrumento
demasiado importante a los jueces en relación con el arbitraje, teniendo
presente el principio de intervención mínima que debe regir en el mismo.
Esta circunstancia puede darse más en la práctica cuando el tribunal
considera que el convenio suscrito por las partes debió ser considerado
como un contrato de adhesión y el árbitro designado ha sido elegido
unilateralmente con criterios de una de las partes que no tiene la
consideración de consumidor sin posibilidad de negociación, en igualdad
de términos, del árbitro llamado a resolver. Aún en estos casos, debe ser la
vía de las excepciones o de la anulación del laudo la que ponga fin a esta
presunta falta de parcialidad, no el recurso a la denegación de la ejecución
del laudo:
El Auto de la Audiencia Provincial de Madrid núm. 89/2007, de 9 de abril (JUR
2007/212739) señala en relación con este asunto que: “el Juez debe por tanto despachar
ejecución en todo caso siempre que concurran los presupuestos y requisitos procesales, el
título ejecutivo no adolezca de ninguna irregularidad formal y los actos de ejecución que se
solicitan sean conformes con la naturaleza y contenido del título. Lo que no procede, es
analizar de oficio la validez o nulidad del convenio arbitral y denegar el despacho de la
ejecución razonando que el convenio arbitral puede ser nulo por abusivo por falta de
imparcialidad del árbitro designado, ya que tales circunstancias deben ser objeto o bien del
correspondiente motivo de anulación, o bien de la correspondiente causa de oposición caso
de se ésta viable —la cursiva es nuestra—”. En similares términos se pronuncia el Auto de la
Audiencia Provincial de Madrid núm. 53/2007, de 30 de abril (JUR 2007/210845).

─ Por último, junto con la demanda ejecutiva deberá adjuntarse el


documento que acredite la notificación a las partes del laudo (art. 550
LEC). La parte condenada en el laudo debe haber tenido la posibilidad de
cumplir voluntariamente la condena en él establecida independientemente

18
de la naturaleza que ésta tenga. Esta es la causa por la que el art. 548 LEC
exige el transcurso de un plazo de veinte días antes de instar la ejecución
del laudo-sentencia. De nada sirve ofrecer este plazo de cortesía al
condenado si no ha tenido conocimiento de la condena ni del laudo.
Debido a que las partes deben tener perfecto conocimiento del
contenido del laudo es por lo que adquiere la importancia una correcta
notificación siguiendo los criterios del art. 5 de la LA. Ahora bien, ¿qué ha
de entenderse por una correcta notificación del laudo?
Para dar respuesta a este interrogante, debemos bucear en la
legislación arbitral, en concreto en su artículo 5, además de tener
posiblemente en cuenta preceptos de la LEC relacionados con los actos de
comunicación por tratarse el laudo de una resolución asimilada a la
sentencia judicial y, en ese sentido, poder aplicársele los preceptos
contenidos en los arts. 153 y ss. LEC.
A título ilustrativo haciendo un análisis de la jurisprudencia, parece
ser habitual notificar el laudo a las partes a través de correo certificado.
Efectivamente, este medio permite saber si la notificación se ha
recepcionado, el día y la hora en que se ha producido esa circunstancia e,
incluso, el empleado de correos que la ha llevado a término. Aún así, puede
ocurrir que la notificación no sea correcta porque no haya forma de
acreditar el contenido de lo que se pretende notificar. Por tanto, puede ser
recomendable un envío por burofax con acuse de recibo y certificación de
contenido. Si no tiene este último extremo, puede dar lugar a la denegación
del despacho de la ejecución por una errónea notificación del laudo12.
Otro de los supuestos que puede concurrir es el hecho de que se
intente la entrega, en el domicilio designado por la parte, no sea
recepcionada y, asimismo, no se recoja el aviso en correos dando lugar a
12
Resulta válida pues, la notificación o comunicación realizada por correo certificado cuando se practica
en el domicilio designado por el interesado y existe constancia de su remisión y recepción, Auto
Audiencia Provincial de Madrid núm. 177/2006 de 24 de octubre (JUR 2007/166204).

19
fórmulas como: “ausente”, “caducado, estuvo en lista” o “ausente reparto”.
En estos casos, sí que puede concluirse que siendo el mismo el domicilio
designado que aquél en el que se produce la notificación del laudo y no
recogiendo el aviso en correos, al menos en dos ocasiones, estamos en
disposición de afirmar que la notificación “ha sido intentada en el último
domicilio conocido”.
La necesidad de una indagación razonable para comprobar la
vigencia de los domicilios-establecimientos ─ya sean personas físicas o
jurídicas─ vigentes a los efectos de las notificaciones, es siempre requerida
con el objetivo de hacer ver al tribunal de la ejecución que sólo la
negligencia, inoperancia o voluntad en contra de la parte, es la que impide
acceder al objeto de la notificación y conocer la plenitud de aquel13.
Complementando lo anterior, puede interpretarse además que la
notificación de un laudo, por su equiparación como título ejecutivo similar
a las sentencias, debe participar de las características propias de los actos
de comunicación de las sentencias, esto es, de los artículos 163 y ss. LEC.

3.3. Denegación del despacho de la ejecución.


De no aportarse los documentos señalados, el Juzgado de Primera
Instancia competente podría denegar el despacho de la ejecución por
irregularidades formales en el título ejecutivo, aunque previa subsanación,
debería permitirse una nueva presentación de la demanda ejecutiva con la
inclusión de todos los documentos que exige el art. 550.1.4º LEC y caso de
no proceder a tal subsanación determinar la inadmisión de la demanda.
También podrá denegarse el despacho de la ejecución cuando el
tribunal aprecie que no concurren todos los requisitos y presupuestos
procesales, el título ejecutivo carezca de regularidad formal y los actos de
ejecución que se solicitan no sean conformes con la naturaleza y contenido
13
Auto Audiencia Provincial de Madrid núm. 177/2006, de 24 de octubre (JUR 2007/166204).

20
del título (art. 551 LEC)14. Es decir, trasladando estos presupuestos a la
ejecución de un laudo arbitral, no podrá denegarse el despacho de la
ejecución cuando esté conociendo el tribunal competente, las partes
implicadas estén legitimadas tanto activa como pasivamente, no concurra
ninguna excepción procesal o material que impida la ejecución del laudo y
que la materia que se pretende ejecutar sea susceptible de ser sometida a
arbitraje ─A lo que habrá que añadir el plazo de espera de veinte días del
art. 548 LEC cuando se pide el despacho de la ejecución frente a
resoluciones judiciales o arbitrales o convenios aprobados judicialmente. ─.
Todo ello sin perjuicio de la vigencia de la obligación de nuestros
tribunales de no poder entrar en el fondo de la controversia ni por vía de la
ejecución del laudo arbitral ni a través de la acción de anulación.
Al auto denegando el despacho de la ejecución de un laudo, al igual
que ocurre con las sentencias judiciales, le será de aplicación el régimen de
impugnación previsto en el art. 552 LEC, esto es, podrá interponerse un
potestativo recurso de reposición o, en su caso, un recurso de apelación
directo frente al auto.

4. Oposición al despacho de la ejecución.


Presentada por el ejecutante la demanda ejecutiva, admitida a trámite
ésta y dictado auto conteniendo la orden general de ejecución y despacho
de ésta, así como dictado decreto por el Secretario Judicial con el contenido
del art. 551.3 LEC, se procederá a la notificación de esta resolución al
ejecutado para que éste pueda oponerse al despacho de la ejecución (art.
556.1 LEC).

14
En un momento anterior, hemos observado cómo, en ocasiones, el Juez Ejecutor hace depender el
nacimiento del derecho de crédito a la condena en costas a abonar por medio de la ejecución forzosa del
laudo, del efectivo abono de los gastos del arbitraje por el ejecutante y acreedor de la condena en costas,
AAP de Madrid núm. 135/2007 de 6 de septiembre (JUR 2007/346514).

21
El momento de la oposición a la ejecución es el primer instante del
que goza el ejecutado para intervenir en el proceso de ejecución, en primer
lugar porque el auto de despacho de la ejecución se acuerda in audita parte
debitoris (sin oír a la parte contraria) y, en segundo lugar, porque frente a
dicho auto no puede interponerse medio de impugnación alguno. En este
devenir procedimental, no podemos considerar que los principios de
audiencia e igualdad se vean de alguna manera conculcados pues, el hecho
de no oír al ejecutado antes del despacho de la ejecución se debe a que el
ejecutante presenta un título con fuerza ejecutiva que, tras la comprobación
por el juez ejecutor de su regularidad formal, está obligado a despachar
ejecución.
Vaya por delante, que los motivos de oposición que podrá alegar el
ejecutado frente a un laudo arbitral no varían respecto a los contenidos
frente a la sentencia judicial, si exceptuamos el consistente en la alegación
de la falsedad del título ejecutivo (art. 559.1.4º LEC).
En este momento procesal el ejecutado puede oponerse a la ejecución
por diversos motivos, dado que nuestra LEC establece oposiciones distintas
según se despache ejecución frente a títulos de naturaleza judicial (art. 556
LEC) o frente a títulos extrajudiciales (art. 557 LEC), nos centraremos
como es obvio en la oposición de títulos judiciales de los que forma parte el
laudo arbitral.

4.1. Oposición a la ejecución de títulos judiciales o arbitrales.


Cuando la ejecución se despacha frente a alguno de los títulos
contenidos en los números 1º a 3º del art. 517.2 LEC (títulos ejecutivos
judiciales), el ejecutado podrá oponerse dentro de los diez días siguientes a
la notificación del auto por el que se despache ejecución (art. 556.1 LEC).
Mediante un escrito, que será similar en estructura y contenido al de
la contestación a la demanda toda vez que la demanda ejecutiva participa

22
de forma esencial de la demanda del juicio ordinario regulada en el art. 399
LEC, el ejecutado podrá alegar alguna de las causas de oposición, tanto por
motivos procesales como materiales, que contienen los arts. 559 y 556
LEC.
Sabido es que la oposición al despacho de la ejecución no está
construida como una revisión de la obligación contenida en el título cuya
ejecución se solicita, esto es, en ningún caso puede dirigirse a desvirtuar o
poner en cuestión la legitimidad de la obligación objeto de ejecución15. Por
consiguiente, la oposición se encuentra absolutamente limitada a las causas
explícitamente contenidas en los arts. 556 y 559 LEC ─ no obstante,
FERNÁNDEZ-BALLESTEROS entiende que los motivos de oposición al despacho de
la ejecución por defectos procesales no constituyen numerus clausus, en FERNÁNDEZ-
BALLESTEROS LÓPEZ, M.A. Ejecución forzosa y medidas cautelares, cit., págs. 563
a 565─.

Con independencia del conjunto de causas de oposición, por defectos


procesales o materiales contenidas en los arts. 559 y 556 LEC, está abierta
la opción de oponerse a actuaciones ejecutivas concretas acaecidas durante
el curso de la ejecución o que afecten a actos contrarios al contenido del
título ejecutivo. Esto es, que la resolución ejecutada sea un laudo arbitral,
no excluye las impugnaciones contenidas en los arts. 562 y 563 LEC a
través de los recursos ordinarios de reposición y apelación.
A continuación, analizaremos los motivos de oposición a la
ejecución que podrán ser aducidos por el ejecutado, tanto de carácter
procesal como material, aunque resaltando que los primeros pudieran ser
más amplios cuando el título que se ejecuta es un laudo arbitral, al haber
regido en el procedimiento que le dio pié formalidades distintas a las
exigidas en un proceso declarativo de carácter judicial.

15
GARBERÍ LLOBREGAT, J.M. “Comentario del art. 44 LA”, en AA.VV. Comentarios a la Ley
60/2003, de 23 de diciembre, de Arbitraje (Dir. GARBERÍ LLOBREGAT), cit., Tomo II, pág. 1361.

23
4.1.1. Oposición a la ejecución por motivos materiales (art. 556
LEC).
Dado el carácter restrictivo con el que está redactado el art. 556 LEC,
el ejecutado sólo podrá alegar como causas de oposición aquellas
contenidas en el apartado 1 del art. 556 LEC: (i) el pago o cumplimiento de
la obligación, (ii) la caducidad de la acción ejecutiva y (iii) los pactos o la
existencia de pactos o transacciones convenidos para evitar la ejecución.
El carácter limitado de estos motivos impide la utilización de todas
aquellas causas que, aunque pudieran ser apreciadas en un primer momento
como perfectamente válidas para obtener la estimación de la oposición16, su
no inclusión de entre los motivos recogidos en el art. 556 LEC las aboca
directamente a la desestimación. Si el ejecutado considera que existe algún
otro hecho posterior, extintivo o excluyente de la acción ejecutiva del
acreedor, deberá iniciar un proceso declarativo frente a él17.
Efectivamente, no son éstas las vías de impugnación de estos
defectos del laudo. Las partes tuvieron la oportunidad de denunciarlas
durante el desarrollo del proceso arbitral por medio de las excepciones o,
finalizado el mismo, a través de la acción de anulación del laudo. En fase
de ejecución forzosa, ni es el momento procesal oportuno, ni lo permite el
carácter tasado de los motivos de oposición materiales que recoge para las
sentencias y laudos arbitrales el art. 556 LEC.

16
Este es el parecer recogido en el AAP de Castellón núm. 182/2003, de 16 de junio (JUR 2004/11456):
“los arts. 557 y 559 LEC recogen los motivos en que se puede fundar la oposición a la ejecución, según
sea, respectivamente, por motivos de fondo o por defectos procesales. Se trata de una enumeración tasada
y ajustada al ámbito en que se permite dicha oposición, que no es otro que el de la ejecución de un título
que tiene por sí mismo virtualidad suficiente para que la misma sea exigida y llevada a cabo. No cabe, por
ello, el planteamiento de cuestiones que, siendo diferentes a las legalmente previstas de forma expresa y
tasada en la legislación procesal, no deben si quiera ser objeto de examen por el órgano judicial”.
17
DÍEZ-PICAZO GIMÉNEZ, I., Derecho Procesal Civil. La ejecución forzosa y procesos especiales (con
DE LA OLIVA SANTOS y VEGAS TORRES), Madrid, 2002, pág. 94.

24
a) El pago o cumplimiento de la obligación.
Para que este hecho de naturaleza excluyente pueda liberar al
ejecutado del proceso de ejecución se exige que su acreditación conste por
escrito. Se ha descartado la necesidad de que sea un documento público el
que recoja el pago, valiendo perfectamente la forma del documento
privado. No obstante, cuando de condenas de hacer, no hacer o entregar
cosa distinta a dinero se trata, puede ser complicado conseguir un a modo
de acta o documento que formalice la realización de la prestación o la no
realización de ésta o la entrega de la cosa. Por ese motivo también se ha
apostado por la flexibilidad en el requisito de la forma documental
resultando válida la acreditación por otras vías o medios de prueba.
El pago o el cumplimiento de la obligación tuvo que haber sido
anterior a la interposición de la demanda ejecutiva o, dicho de otro modo,
posterior al momento en el que surge la obligación tras pronunciarse sobre
ella los árbitros en el laudo.

b) Caducidad de la acción ejecutiva.


El art. 518 LEC señala que la acción ejecutiva fundada en una
sentencia, en resolución judicial que apruebe una transacción judicial o un
acuerdo alcanzado en el proceso o en resolución arbitral, caducará si no se
interpone la demanda ejecutiva dentro de los cinco años siguientes a la
firmeza de la sentencia o resolución.
Como cuestión previa podría plantearse si realmente el plazo de la
acción ejecutiva frente a un laudo arbitral es de caducidad o de
prescripción18. Parece que el legislador ha querido que este plazo sea

18
Cuestión relevante en algunos supuestos. Imagínese que se apura el plazo de interposición de la
demanda ejecutiva frente a un laudo y, por error, el ejecutante la presenta frente a un órgano
jurisdiccional no competente funcionalmente. Si como consecuencia del transcurso de tiempo necesario
para que esa falta de competencia pueda ser apreciada de oficio o a instancia de parte, caducara el plazo
de cinco años para el ejercicio de la acción ejecutiva, el ejecutante no podrá obtener el despacho de la
ejecución pues el plazo cuando lo es de caducidad no se interrumpe —incluso aunque se haya intentado
ejercer la acción ante un órgano incompetente—. En cambio si se tratara de un plazo de prescripción, la

25
considerado como de caducidad con los efectos que ello conlleva,
fundamentalmente, el hecho de que no pueda ser interrumpido, que deba
ser apreciado de oficio por el Juez y que acaecida la caducidad el derecho
se extingue ex lege19.
Entre los presupuestos procesales de la actividad ejecutiva se
encuentra el plazo de caducidad de dicha acción que, a diferencia de la
prescripción (que constituye un hecho excluyente de libre y voluntaria
alegación a cargo del demandado) constituye un requisito de orden público
procesal controlable de oficio por el propio órgano judicial.
En el examen sobre la regularidad formal del laudo arbitral, el
tribunal no podrá analizar la posible caducidad de la acción ejecutiva, habrá
de esperarse a que el ejecutado la haga valer como causa de oposición a la
ejecución a lo que le faculta explícitamente el art. 556.1.I LEC.
Cuando el art. 518 LEC establece el plazo de cinco años para la
caducidad de la acción ejecutiva computando el dies a quo desde la firmeza
de la resolución arbitral, hay que entender que esta firmeza se produce
desde el momento mismo del pronunciamiento del laudo y, a los efectos de
la caducidad de la acción, desde que éste es notificado a las partes del
proceso arbitral20. En su caso, puede aparecer una leve variación respecto
del cómputo de este plazo y de este dies a quo, cuando se hubiera solicitado
la aclaración, corrección, complemento o extralimitación del laudo del art.

interrupción sería permitida y, en el ejemplo planteado, podría solicitarse a posteriori el despacho de la


ejecución. En similares términos se ha pronunciado el TS en Sentencias de 18 de abril de 1992 (RJ 1992,
3309) y STS de 7 de mayo de 1981(RJ 1981, 1984) y 26 de junio de 1974 (RJ 1974, 3375), todas ellas
recogidas en la Sentencia de la Audiencia Provincial de Valencia núm. 220/2005, de 18 de mayo (AC
2005/1402) que declara que el plazo para el ejercicio de la acción de anulación es de caducidad y ha de
interpretarse en los términos expuestos.
19
FERNÁNDEZ-BALLESTEROS LÓPEZ, entiende que, pese a la dicción del art. 518 LEC, el
tratamiento procesal que la LEC da a la acción ejecutiva es el de la prescripción. Vid. FERNÁNDEZ-
BALLESTEROS LÓPEZ, M.A., La ejecución forzosa y las medidas cautelares, cit., pág. 254.
20
En este sentido SENÉS MOTILLA cuando señala que: “Concluimos así que, como regla, el plazo de
caducidad de la acción ejecutiva fundada en resolución arbitral se computará desde la notificación del
laudo que la ley califica como definitivo (art. 40 LA), SENÉS MOTILLA, C., “Sobre la ejecución forzosa
de las resoluciones arbitrales”, AA.VV., Estudios sobre arbitraje: los temas clave (Coord. GONZÁLEZ
MONTES, J.L.,), cit., pág. 296-297.

26
39 LA. Aquí, el laudo arbitral no habrá adquirido firmeza hasta que los
árbitros se pronuncien sobre la solicitud de corrección o aclaración (diez
días), complemento o extralimitación (veinte días).
Cuando se trata de arbitrajes internacionales estos plazos se van a
ampliar uno y dos meses respectivamente. Si los árbitros ante las peticiones
del art. 39 LA no se pronunciaran dentro de plazo, deberá entenderse
denegada la petición de aclaración, corrección, complemento o
extralimitación del laudo.

c) Pactos y transacciones convenidos para evitar la ejecución.


El legislador permite incluir como motivo de oposición de carácter
material cualquier acuerdo orientado a evitar que el proceso de ejecución
forzosa se inicie, siempre que conste en documento público y haya sido
suscrito por las partes precisamente con esa finalidad. A partir de ahí, que
el acuerdo tenga una mayor o menor extensión respecto de la relación
jurídica que documenta es indiferente, por tanto, serán posibles diversas
figuras jurídicas siempre que se cumplan los requisitos sustanciales de
cualquier negocio jurídico, siendo alegables por esta vía acuerdos del tipo
de un pacto de espera, una promesa de no pedir, una novación, una
condonación o, incluso, una compensación, siempre que el acuerdo haga
referencia a que el crédito compensado es el que consta en el título
ejecutivo.

4.1.2. Oposición al despacho de la ejecución por motivos


procesales (art. 559 LEC).
El ejecutado puede fundar su oposición a la ejecución en una serie de
motivos de carácter formal que recoge el art. 559 LEC y que vamos a
analizar de forma breve a continuación.

27
a) Carecer el ejecutado del carácter o representación con que se
le demanda.
Este defecto alude a una doble posibilidad: o bien, en la figura del
ejecutado existe una falta de legitimación que le impide ser responsable de
la condena contenida en el título ejecutivo, o bien, se le ha otorgado por el
ejecutante una representación que no le corresponde.
En el primer caso, los supuestos más relevantes en la práctica tienen
que ver con el instituto de la sucesión (inter vivos o mortis causa) pues se
imputa al ejecutado un carácter que no ha tenido en ningún momento ─ Este
es el caso que se plantea en el AAP de Asturias núm. 30/2003 de 28 de febrero (AC
2003/873)─. También puede deberse el defecto procesal a la circunstancia de

que se haya despachado ejecución frente a bienes que han quedado afectos
a la ejecución pero que no pertenecen al ejecutado o, en último termino y
siguiendo el art. 540.1 LEC, se ha despachado erróneamente ejecución
sobre bienes gananciales.
Por tanto, son situaciones en las que se pretende despachar ejecución
frente a un sujeto que no aparece como deudor en el título ejecutivo, o que,
sin aparecer, tampoco constituye una de las excepciones que permitiría el
despacho de la ejecución en esa circunstancias.
En el segundo supuesto, al ejecutado se le otorga una determinada
representación y ésta, o nunca tuvo lugar, o no está ya vigente ─supuestos
mucho más frecuentes en relación con las personas jurídicas: el ejecutado
ya no es administrador de la sociedad, socio, apoderado o cualquier otra
figura societaria que le vincule con alguna de los tipos societarios
recogidos en nuestra Ley de Sociedades de Capital y Código de Comercio.
Incluso, se puede haber producido cambios en este tipo de representación
por medio de fusiones, liquidaciones o absorciones de sociedades que
impliquen cambios que afecten finalmente a la representación─.

28
b) Falta de capacidad o representación del ejecutante o no
acreditar el carácter o representación con que demanda.
Al despacharse ejecución in audita parte debitoris, el ejecutado nada
puede decir acerca de la representación o la capacidad que el ejecutante
dice tener hasta el momento de la oposición. Así, si aprecia una falta de
capacidad para ser parte, procesal o relacionada con la capacidad de
postulación —que por cierto, es preceptiva tanto la intervención de
abogado como de procurador para instar la ejecución del laudo arbitral—,
podrá impugnarla acogiéndose al art. 559 LEC21.

C) Nulidad radical del despacho de la ejecución por falta de


requisitos exigidos por la ley al título ejecutivo o al despacho de
la ejecución.
En páginas anteriores hemos expuesto los presupuestos necesarios
para que el Juez Ejecutor pueda despachar ejecución. Se trata de requisitos
que tienen que ver tanto con el título ejecutivo —su contenido, regularidad
formal y documentos a acompañar con el título22— así como con las
actuaciones ejecutivas que en virtud del mismo solicita el ejecutante en la
demanda ejecutiva. Junto con los anteriores, pudiera pensarse que una falta
de jurisdicción o competencia debería articularse por este tercer apartado
del art. 559.1 LEC, sin embargo, este tipo de impugnaciones tiene como
cauce concreto la declinatoria y como momento procesal preclusivo los
cinco siguientes aquel en que reciba la primera notificación del proceso de
ejecución (art. 547 LEC).

21
El AAP de Zaragoza de 17 de octubre de 2005 (AC 2005/1939) recoge una falta de legitimación del
ejecutante.
22
La SAP de Santa Cruz de Tenerife núm. 157/2005 de 5 de octubre (JUR 2005/274255) señala que la
oposición a la ejecución deberá presentarse cumpliendo los requisitos establecidos en el art. 23 LEC en
cuanto a la representación por medio de procurador y del art. 31 en cuanto a la dirección letrada.
Asimismo, el AAP de Valencia de 23 de enero de 2003 (JUR 2003/102037).

29
Compartimos con otros autores23, la idea dque este último motivo de
oposición no debe ser interpretado en sentido restrictivo de tal manera que
podemos considerar que no son numerus clausus y englobaría dentro de él
cualquier tipo de causa que haga que, en general, pueda afectar al título o al
despacho de la ejecución.
Ya no podrá incluirse como causa de oposición que pudiera alegar el
ejecutado y que provocaría la nulidad radical del despacho de la ejecución,
el pronunciamiento extemporáneo del laudo arbitral. Hemos observado
cómo el art. 37.2 LA señala que la expiración del plazo sin que se haya
dictado el laudo definitivo no afectará a la eficacia del convenio arbitral ni
a la validez del laudo dictado, luego no podrá denegarse el despacho de la
ejecución por haberse dictado el laudo fuera de plazo en atención al
contenido del art. 37.2 LA
La segunda cuestión a la que queríamos hacer referencia era la
posible alegación como causa de oposición de la pendencia de un recurso
de revisión frente al laudo. La respuesta debe ser, a nuestro modo de ver
negativa, ya que la simple pendencia de la revisión no podría ser
interpretada como causa que afectara a la regularidad del título y que
implicara la nulidad radical del despacho de la ejecución. Otra cosa es que
el ejecutado, obtuviera en el plazo de tiempo que va desde la notificación a
las partes del laudo hasta la ejecución del mismo y, con concreto, la fase de
oposición a la ejecución del mismo, una resolución favorable a la revisión
del laudo arbitral del que se ha solicitado la ejecución24.

23
DÍEZ-PICAZO GIMÉNEZ, I., Derecho Procesal Civil. La ejecución forzosa y procesos especiales (con
DE LA OLIVA SANTOS y VEGAS TORRES), cit., pág. 88 y FERNÁNDEZ-BALLESTEROS LÓPEZ,
M.A., La ejecución forzosa y las medidas cautelares, cit., pág. 563 y ss.
24
Teniendo en cuenta que la caducidad de la acción ejecutiva es de cinco años, resulta perfectamente
plausible que una solicitud de ejecución del laudo arbitral que no fuera inmediata al tiempo de la
notificación del mismo y que se dilatara en el tiempo pero siempre dentro de este plazo de cinco años,
podría dar lugar al supuesto que planteamos.

30
d) La falsedad del laudo arbitral no protocolizado.
La supresión de la obligación de protocolización del laudo arbitral
frente a la regulación de la LA/1988 ha hecho necesaria la inclusión de una
Disposición Adicional 1ª en la LA en la que, en su apartado tercero, se
añade un número 4º más del art. 559.1 LEC. Esto es, se introduce una causa
más de oposición a la ejecución, en el caso concreto, del laudo arbitral. Así,
cuando éste no haya sido protocolizado —cuestión absolutamente
facultativa ahora para las partes en virtud del art. 37.8 LA—, podrá el
ejecutado impugnar en el trámite de oposición la falta de autenticidad del
laudo25.
Consideramos que la no preceptividad de la protocolización facilita
la circulación del laudo, hace menos costoso el arbitraje y elimina un punto
más de formalidades en un procedimiento que se pretende ágil y carente —
en la medida de lo posible— de demasiados presupuestos formales.

4.1.3. Tramitación de la oposición al despacho de la ejecución.


Cuando el ejecutado en la fase procesal de oposición al despacho de
la ejecución alega motivos tanto procesales como materiales, el tribunal
deberá analizar en primer lugar los de carácter procesal para caso de ser
desestimados, atender a la concurrencia o no de los motivos de naturaleza
material.
Frente a los defectos formales de la ejecución, cabe que el Juez
Ejecutor conceda un plazo de diez días para la subsanación del defecto, si
es que fuera subsanable, dejando sin efecto la ejecución —por medio de

25
El auto de la Audiencia Provincial de Madrid núm. 350/2007 de 16 de enero (JUR 2007/159189) señala
que la fuerza ejecutiva del laudo no se hace depender de la protocolización de éste, aunque en el proceso
de ejecución, llegado el caso, el ejecutado podrá hacer valer por vía de oposición la falta de autenticidad
de éste, supuesto que puede presumirse excepcional.

31
auto—e imponiendo las costas al ejecutante si el defecto fuera subsanado
fuera de plazo o tuviera naturaleza insubsanable26.
Si no apreciara la concurrencia de los defectos procesales alegados
por el ejecutado, por medio de auto ordenará que la ejecución siga adelante
con el respectivo pronunciamiento en costas en contra del ejecutado.
Si no se hubieran alegado defectos procesales o éstos hubieran sido
desestimados, la ejecución continuará para determinar si concurren
defectos materiales o de fondo —caso de haberlos alegado el ejecutado—.
En este caso, según los arts. 560 y 561 LEC, el ejecutado puede solicitar la
celebración de una vista así como proponer la prueba que considere
oportuna.
Los efectos de la decisión de la oposición están contemplados en el
art. 561.1.1º y 2º LEC:
— Si es desestimada la oposición, la ejecución seguirá adelante
condenado en costas al ejecutante siendo todo ello decidido a través de
auto.
— Si la oposición por defectos materiales es estimada, se dejará sin
efecto la ejecución, alzando los embargos y las medidas de garantía que
pudieran haberse adoptado, reintegrando al ejecutado a la situación anterior
al despacho de la ejecución conforme lo dispuesto en los arts. 533 y 534
LEC y condenando en costas al ejecutante.
El régimen de impugnación previsto frente al auto que resuelve la
oposición al despacho por motivos de fondo será recurso de apelación,
mientras que el auto que resuelva la oposición frente a defectos procesales
será recurrible en reposición al no estar previsto expresamente el recurso de
apelación (art. 562.1 LEC).
A partir de este momento la ejecución continuará sustanciándose —
cuando no se haya estimado la oposición del ejecutado— según sus
26
AAP de Asturias núm. 30/2003 de 28 de febrero (AC 2003/873).

32
trámites hasta la completa satisfacción del acreedor. Por tanto, se llegará a
una fase de apremio donde, fundamentalmente, tratarán de realizarse los
bienes previamente embargados por alguna de las vías establecidas en el
arts. 634 y ss. LEC.
Nuestra exposición en relación con la ejecución del laudo arbitral
debe quedar en este punto, pues a partir de este momento, no se producen
diferencias significativas entre la ejecución de una sentencia judicial y un
laudo. Sin embargo, en último lugar, analizamos los diferentes motivos de
suspensión y reanudación del proceso de ejecución del laudo que
contempla expresamente el art. 45 LA y las especialidades que de ahí se
derivan.

5. Suspensión, sobreseimiento y reanudación de la ejecución (art.


45 LA).
El legislador ha puesto de relieve en sede de ejecución forzosa del
laudo las diferentes situaciones que pueden plantearse de suspensión,
sobreseimiento y reanudación de la ejecución en caso de que se haya
interpuesto la acción de anulación del laudo (art. 45 LA).

Resulta perfectamente factible que coincida la interposición de una


acción de anulación con la ejecución forzosa del laudo, basta con observar
el plazo que establece el art. 41.4 LA para promover la acción de anulación
─dos meses desde la notificación del laudo o, en caso de que se haya
solicitado corrección, aclaración, complemento o extralimitación del laudo,
desde la notificación de la resolución sobre esta solicitud, o desde la
expiración del plazo para adoptarla─, y el plazo de espera que debe
respetar el que pretende la ejecución del laudo como consecuencia de la
aplicación del art. 548 LEC (veinte días).

33
Con buen criterio legislativo se recogen tres situaciones concretas
que pueden afectar de diferente manera al proceso de ejecución del laudo
en el momento en que se interpone la acción de anulación:
En primer término, se declara el carácter ejecutable del laudo aún a
pesar de la interposición de la acción de anulación. De darse esta situación,
recae en el ejecutado la carga de solicitar la suspensión de la ejecución
−pues difícilmente le puede constar al Juez esta circunstancia para poder
apreciarla de oficio− para lo que podrá ofrecer caución con la que asegurar
el eventual perjuicio que pudiera derivarse de la demora en la ejecución del
laudo. En cuanto a la prestación de la caución, habrá de estarse a los
requisitos y formas establecidos en la LEC para toda caución (art. 529
LEC) y a los que remite el art. 45 LA.
Hemos afirmado en distintos momentos de esta obra y de trabajos
anteriores27, que el laudo es firme desde el momento en que se dicta —
como ya pusimos de manifiesto al examinar las resoluciones que podían ser
objeto de una acción de anulación—. Si frente a él no caben medios de
impugnación ordinarios sino sólo instrumentos que permiten atacar la
fuerza de cosa juzgada del laudo arbitral, debemos concluir que el laudo es
firme por definición desde que se pronuncia.
El laudo que pone fin a la instancia arbitral pasa a la autoridad de
cosa juzgada material, es ejecutable ab initio y es notificado a las partes.
Asimismo, es invariable o inmodificable excepto por el cauce de los
medios que permiten rescindir el efecto de cosa juzgada material
(anulación y revisión del laudo). Y finalmente, el laudo firme y ejecutable
es susceptible de permitir la entrada en el proceso de ejecución que tendrá
el carácter de ejecución forzosa y no de ejecución provisional28.

27
GONZÁLEZ-MONTES SÁNCHEZ, J.L., El control judicial del arbitraje (acción de anulación y
revisión del laudo arbitral), cit., pág. 154 y ss.
28
Numerosos autores se han pronunciado acerca del momento en el que el laudo adquiere firmeza.
Nuestra posición, que acabamos de exponer, parte de la firmeza desde el momento en que se dicta el

34
Siendo éste nuestro parecer respecto a la naturaleza jurídica del laudo
arbitral y el proceso de ejecución al que da lugar, puede producirse una
suspensión de la ejecución forzosa del mismo por la interposición de la
acción de anulación, quedando ésta a expensas del contenido final de la
sentencia que resuelva sobre la anulación. A continuación expondremos el
procedimiento para la suspensión de la ejecución así como las actuaciones
tendentes a la reanudación y continuación de la misma cuando la anulación
es desestimada.

5.1. Suspensión de la ejecución.


Continuando con el procedimiento, no parece estar sujeta a
formalidad alguna la solicitud de suspensión de la ejecución. Por tanto, se
presentará un escrito al uso que contenga la petición de suspensión,
ofrecimiento de prestar caución por “el valor de la condena más los daños
y perjuicios que pudieren derivarse de la demora en la ejecución del
laudo” e identificación del laudo objeto del proceso de ejecución forzosa.
La competencia ha de recaer en el Juzgado de Primera Instancia que esté
conociendo de la ejecución y que a su vez será aquel en cuyo partido
judicial se dictó el laudo (art. 8.4 LA y art. 545.2 LEC).

laudo, que se ve refrendada ahora con las últimas modificaciones de la LA en donde se suprimen las
referencias a laudo firme y laudo definitivo. No obstante, sobre el carácter firme del laudo desde su
pronunciamiento se han pronunciado a favor, entre otros, FERNÁNDEZ-BALLESTEROS LÓPEZ,
M.A., La ejecución forzosa del laudo y las medidas cautelares, cit., pág. 168 y SENÉS MOTILLA, C.,
“Sobre la ejecución forzosa de las resoluciones arbitrales”, en AA.VV., Estudios sobre arbitraje: los
temas clave (Coord. GONZÁLEZ MONTES, J.L.,), cit., págs. 288 ; para SABATER MARTÍN, A., “El
dies a quo de la firmeza del laudo”, Tribunales de Justicia, 2002, 4 págs. 13 y ss. la firmeza se produce
desde la notificación a las partes de la resolución arbitral; para otros autores la acción de impugnación del
laudo lo es de un negocio jurídico que impide la firmeza del laudo desde el momento de su
pronunciamiento, HINOJOSA SEGOVIA, R., “El recurso de anulación contra los laudos arbitrales
(Estudio Jurisprudencial)”, Madrid, 1991, págs. 63 y ss, también, ÁLVAREZ SÁNCHEZ DE
MOVELLAN, La anulación del laudo arbitral. El proceso arbitral y su impugnación, Granada, 1996,
págs. 24 y ss.; para otros autores no existe un concepto autónomo de firmeza exclusivo del laudo en
ORMAZABAL SÁNCHEZ, G., La ejecución de laudos arbitrales, Barcelona, 1996, págs. 40;
Finalmente, para ARTACHO MARTÍN-LAGOS, M., vid. “La controvertida firmeza del laudo”, AA.VV.,
Estudios sobre arbitraje: los temas clave (Coord. GONZÁLEZ MONTES, J.L.), cit.,págs. 191-216, pág.
198.

35
Como la suspensión se hace depender de la interposición de la acción
de anulación, deberá aportarse junto con el escrito, documento justificativo
de haberse interpuesto la “demanda” de acción de anulación además del
auto de admisión a trámite de la misma a los efectos de poder acreditar el
efectivo inicio de la litispendencia29.
Tras la presentación del escrito, el tribunal dará audiencia al
ejecutante para que efectúe sus alegaciones en relación con la concurrencia
o no de los requisitos establecidos para acordar la suspensión —
relacionados con la caución, la acción de anulación del laudo o cualquier
otro relativo a lo establecido en el art. 45 LA—.
A partir de este momento, el tribunal debe decidir sobre la caución y
la efectiva suspensión del proceso, lo que hará por medio de auto que en
caso de ser estimada, no cabrá recurso alguno. En cambio, si se deniega la
suspensión, al no especificar nada la LA, aplicando la supletoriamente la
LEC, podríamos interponer un recurso de reposición sin que sea posible
apelación ya que no está expresamente previsto (art. 451 LEC).
La suspensión de la ejecución tras la interposición de una acción de
anulación y si se cumplen los presupuestos relacionados con el
ofrecimiento de la caución y el plazo, habrá que considerarla automática y
no dependiente de otro tipo de factores o del fondo y contenido de las
pretensiones relacionadas con la anulación.

5.2. Alzamiento de la suspensión y reanudación de la ejecución.


La suspensión que analizamos tiene su razón de ser en la
interposición de una acción de anulación del laudo cuando se ha instado ya
la ejecución forzosa del mismo. Por tanto, la ejecución queda a expensas de
lo que en la anulación se decida.

29
Nótese, que el art. 42 LA remite a los cauces del juicio verbal para la sustanciación de esta acción de
anulación del laudo.

36
Esta suspensión está supeditada, desde que se acuerda, a la
resolución que acuerde la Sala de lo Civil y Penal del Tribunal Superior de
Justicia que acuerde en torno a la acción de anulación:
1. Si ésta es desestimada, el art. 45.2 determina que se alce la
suspensión y que la ejecución continúe por sus trámites, todo ello sin
perjuicio del derecho del ejecutante a solicitar la indemnización de daños y
perjuicios por la demora en la ejecución siendo entonces de aplicación los
arts. 712 y ss. LEC30.
Lo que no señala la LA es el procedimiento que ha de seguirse para
poder alzar la suspensión. Cabría la opción de que el órgano que esté
conociendo de la acción de anulación (Sala de lo Civil y Penal TSJ)
remitiera testimonio de la resolución desestimatoria de la anulación al
órgano encargado de la ejecución del laudo (Juzgado de Primera Instancia),
estaríamos así en un caso de actuación de oficio de la Sala con el objetivo
de comunicar la finalización y desestimación de la acción de anulación.
Pero somos conscientes de que no siempre será posible esta comunicación
entre los tribunales por lo que habrá que promover, a instancia de parte,
otras actuaciones consistentes en la entrega al Juzgado de Primera Instancia
de testimonio de la resolución sobre la acción de anulación instando al
mismo tiempo el reinicio de la ejecución en suspenso.
2. Si es estimada la acción de anulación, lo que se alzará será la
ejecución con los efectos que se prevén en los arts. 533 y 544 LEC (art.
45.2 LA). Es decir, se producen las mismas consecuencias que cuando se
revocan resoluciones judiciales provisionalmente ejecutables. Por ese
motivo se distingue entre ejecuciones pecuniarias y no pecuniarias, así
cuando el laudo condenare a la entrega de una cantidad de dinero, después
de comenzadas las actuaciones propias de ejecución forzosa se suspenderán
30
Habrá que entender que el alzamiento de la suspensión se puede producir sólo a partir del momento en
que la Sentencia de la Sala de lo Civil y Penal del Tribunal Superior de Justicia correspondiente haya sido
notificada a las partes.

37
éstas por la interposición de una acción de anulación y si ésta fuera
estimada, aplicaremos los presupuestos de revocación contenidos en el art.
533 LEC, lo que nos llevará a la devolución del ejecutante al ejecutado de
la cantidad de dinero que hubiere recibido por este concepto, más las costas
de la ejecución y los daños y perjuicios que la ejecución le hubiere
ocasionado (art. 533.1 LEC).
En cambio, cuando la condena fue no pecuniaria el precepto a aplicar
será el art. 534 LEC y habremos de distinguir entonces en función de la
naturaleza de la condena contenida en el título: de hacer, de no hacer o de
entregar cosa distinta a dinero. Cuando en estos supuestos la revocación no
pueda producirse en los mismos términos en que fue ejecutada —esto es,
no pueda devolverse la cosa o deshacer lo hecho a costa del ejecutado,
entre otras— la ejecución se verá abocada a una indemnización de daños y
perjuicios que será liquidada conforme a los arts. 712 y ss. LEC.
Finalmente, el párrafo II del art. 45.3 LA prevé una posible
estimación parcial de la acción de anulación para cuando la Sala de lo Civil
y Penal del TSJ haya apreciado la existencia de cuestiones decidas por los
árbitros no sometidas a su decisión o no susceptibles de arbitraje, con otro
tipo de pronunciamiento del laudo válidos desde ese punto de vista. En
estos casos, se considera una estimación parcial de la acción siendo de
aplicación el art. 533.2 LEC relativo a la revocación parcial de condenas al
pago de una cantidad de dinero.

5.3. Suspensión de la ejecución por prejudicialidad penal.


Una de las causas de suspensión de la ejecución que viene recogida
en el art. 569 LEC es la aparición de una cuestión prejudicial penal. Este
precepto establece, en su primer apartado, la regla de que la simple
presentación de una denuncia o la interposición de una querella en la que se
expongan los hechos de apariencia delictiva relacionados con el título o con

38
el despacho de la ejecución no determinarán, por sí solas, la suspensión de
ésta.

La intención del legislador perseguida con este primer apartado es


evitar que simples denuncias y querellas sean interpuestas sin fundamento
alguno con la única finalidad de dilatar la ejecución forzosa con
suspensiones fraudulentas del proceso.

Ahora bien, cuando se encuentre pendiente causa criminal en que se


investiguen los hechos de apariencia delictiva, que de ser ciertos,
determinen la falsedad o nulidad del título ejecutivo o la invalidez o ilicitud
del despacho de la ejecución, el tribunal acordará la suspensión del proceso
(art. 569.2 LEC).
Nótese, aunque esta no deba ser la sede apropiada para un análisis
más extenso de esta cuestión, que la LA tampoco contiene previsiones en
ningún sentido a propósito de un posible supuesto de prejudicialidad penal
mientras se sustancia un procedimiento arbitral o durante la ejecución de un
laudo arbitral ya dictado. Algunas sentencias abogaban por considerar que
la mera interposición de una acción penal no suspende el arbitraje, ni
siquiera el hecho de haberse admitido una querella criminal libera al árbitro
de emitir el laudo dentro del término preclusivo que queda simplemente
interrumpido (STS de 2 de julio de 1984).
Para MERINO MERCHÁN, el legislador debiera haber establecido
alguna regla sobre esta cuestión. La regla más conforme al principio
“perpetuatio arbitralis” es la de que sólo queda interrumpido el arbitraje en
caso de que la querella o acción penal sea admitida y se dicte auto de
procesamiento, cuando los hechos sobre los que ésta se apoye incidan

39
directamente, y sin posibilidad de separación, en el relato fáctico sobre el
que se apoyen las partes en sede arbitral31.
Siendo ésta a groso modo la regulación de la prejudicialidad penal en
el proceso de ejecución, antes de analizarla con mayor profundidad
debemos realizar algunas reflexiones:
Ya hemos definido las cuestiones prejudiciales como aquellas que
surgen en el seno de un proceso —no distinguimos ahora si declarativo o
de ejecución—, y cuyo objeto se encuentra relacionado con el objeto
principal o de fondo, hasta el punto de que deben ser resueltos con carácter
previo, por el mismo o por otro órgano jurisdiccional, pues impiden o
condicionan la resolución del asunto principal.
Cuando la cuestión prejudicial tiene naturaleza penal, provoca un
conjunto de actuaciones que difieren respecto de otro tipo de cuestiones
prejudiciales. Así, comportará —como ocurre en el asunto que
comentamos— la suspensión del proceso principal en el que surgen, el
traslado del tanto de culpa al órgano jurisdiccional penal que tenga
competencia para conocer de la misma y, tras dictarse resolución que
decida la cuestión penal, reanudación del proceso principal en el que surgió
la misma y que se encontraba en suspenso, con vinculación de la resolución
penal prejudicial sobre el objeto del proceso principal.
Pues bien, es difícil hablar en puridad de prejudicialidad penal
cuando estamos en el proceso de ejecución y quizás hubiera sido más
conveniente calificar este asunto como suspensión de la ejecución por
cuestión penal, pues en la ejecución la sentencia (o su equivalente) se
presupone, y no sería correcto hablar de una cuestión previa al juicio, es
decir, al enjuiciamiento final de un proceso y a la sentencia, si no existen ni
juicio ni sentencia.

MERINO MERCHÁN, J.F., “Cuestiones de relevancia constitucional, parlamentaria y judicial en la


31

nueva Ley de Arbitraje (Ley 60/2003, de 23 de diciembre)”,cit., pág. 166.

40
La consecuencia del planteamiento de una cuestión prejudicial penal
en el proceso de ejecución efectivamente es la suspensión del mismo como
puede apreciarse en el art. 569 LEC, sin embargo, esa no es la finalidad que
persigue la constatación de estas cuestiones en fase de ejecución.
Realmente, con la denuncia de la existencia de hechos delictivos que
afecten al título ejecutivo o al despacho de la ejecución lo que se pretende,
en definitiva, es: o bien que la ejecución no se desarrolle en absoluto; o
bien, que la ejecución se desarrolle de manera distinta.
Con buen criterio, el legislador ha hecho depender la suspensión de
la ejecución, no de la identidad entre hechos delictivos y alguno de los que
fundamentan las pretensiones de las partes en el proceso civil —como
ocurre en el proceso de declaración— sino de que los hechos de apariencia
delictiva puedan incidir en la regularidad formal del título o en el despacho
de la ejecución.
A estos efectos, debemos entender que, cuando el art. 569 LEC se
refiere a la falsedad o nulidad del título ejecutivo como uno de los motivos
de suspensión por prejudicialidad penal, son conceptos equivalentes o
sinónimos pues el la falsedad es una más de las causas que puede provocar
la nulidad del título, esto es, todo título ejecutivo falso es nulo pero no todo
título nulo tiene por qué ser falso, la nulidad es un concepto más amplio.
1º. La entrada en vigor de la LA ha provocado una modificación de
la LEC, en los términos ya expuestos, en virtud de la cual cuando se ejecute
como título ejecutivo un laudo arbitral no protocolizado, podrá alegarse
como causa de oposición por defectos procesales, la falsedad de éste. Si
como estamos observando, la falsedad del título también puede comportar
la constatación de una cuestión prejudicial penal, ¿a qué dará lugar
realmente la falsedad del título ejecutivo?
Nótese que las consecuencias al respecto harán variar el tratamiento
procesal, ya que si creemos que la falsedad del título debe ser considerada

41
como una causa de oposición, caso de ser estimada, provocará el archivo de
la ejecución; sin embargo, si la falsedad del título implica la constatación
de una cuestión prejudicial penal, provocará la suspensión de la ejecución
(art. 569 LEC), remitir la misma al órgano penal para que decida
penalmente si el título es o no falso, para posteriormente —si fuera
declarado válido o fuese desestimada la falsedad— reanudar la ejecución
en suspenso y continuar con las distintas actividades ejecutivas. No cabe
duda de que en términos temporales, la primera solución es mucho más
breve que la segunda, además de otras consideraciones.
En nuestra opinión, la presunta falsedad del laudo arbitral además de
conformar la cuestión prejudicial penal, continúa siendo una causa de
oposición que podría alegar el ejecutado para impedir el despacho de la
ejecución. No en vano ambas cuestiones pueden ser incluidas en el mismo
escrito de oposición al despacho de la ejecución o actividades ejecutivas
concretas. Cuando el Juez Ejecutor crea que la falsedad que afecta al título
tiene naturaleza penal, no tiene más remedio que aplicar en su extensión el
art. 569 LEC y, si se dan los presupuestos, suspender por prejudicialidad
penal. Tanto el art. 10.2 LOPJ como el art. 569 LEC le obligarían a que de
esta cuestión conociera la jurisdicción penal y actuar de esta manera porque
ante hechos de naturaleza penal la forma de abordar la falsedad del laudo es
la apuntada.
Cuestión distinta es que el Juez Ejecutor entendiera que la falsedad
que afecta al título no es de naturaleza penal sino civil, porque entonces,
conformaría una causa de oposición al despacho de la ejecución y no una
cuestión prejudicial penal. Empero, este tipo de falsedad civil del título
ejecutivo sería, en realidad, una causa de nulidad del título que también es
motivo de suspensión por prejudicialidad penal.

42
2º. Por otra parte, el art. 569 LEC señala que otra causa que puede
provocar la suspensión del proceso de ejecución es la “invalidez o ilicitud
del despacho de la ejecución”.
Aquí debemos pronunciarnos en parecidos términos al punto anterior
que acabamos de exponer, la ilicitud y la invalidez se encuentran en planos
diferentes ya que una es la causa (la ilicitud) y otra la consecuencia de esa
causa (invalidez). Si partimos de un concepto de ilicitud amplio, la ilicitud
del despacho de la ejecución cuando se fundamenta en la existencia hechos
de apariencia delictiva, como en el caso anterior, puede fundar tanto una
causa de oposición al despacho de la ejecución por defectos procesales
como una cuestión prejudicial penal.
La LEC no señala qué debemos interpretar por el término ilicitud
pero sí realiza una previsión de lo que deba entenderse por invalidez del
despacho de la ejecución cuando en el art. 559.3 LEC señala que provocará
la nulidad radical del despacho: a) que la sentencia o laudo no tengan
pronunciamientos de condena; b) no cumpla el documento presentado los
requisitos legales establecidos para llevar aparejada ejecución; c) o la
infracción del art. 520 LEC (que está referido sólo a los títulos ejecutivos
extrajudiciales) ─Además, el art. 551 LEC apunta que el despacho no se
producirá si el título adolece de alguna irregularidad formal o los actos que
se solicitan no son conformes con la naturaleza y contenido del título─.

43
44
TEMA 8:
EJECUCIÓN DE LAUDOS O RESOLUCIONES
ARBITRALES EXTRANJERAS: EL PROCEDIMIENTO DE
EXEQUATUR

SUMARIO: 1. Introducción. 2. Procedimiento de exequatur derivado de


la aplicación del Convenio de Nueva York de 1958. 2.1. Tribunales
competentes para el procedimiento de exequatur. 2.1.a) Documentos a
acompañar al exequatur. 2.1.b) Causas de oposición al exequatur. 3.
Procedimiento de exequatur derivado de la LCJI. 3.1. Procedimiento de
exequatur: tribunales competentes y procedimiento.

1. Introducción.
Sabemos que la el legislador de la LA ha optado por un sistema
monista a la hora de regular el arbitraje interno e internacional y, en ese
sentido, los mismos preceptos serán, en gran parte, los que regulen tanto
una clase como otra de arbitraje. Sin embargo, cuando el arbitraje tiene
carácter internacional porque el laudo ha sido pronunciado fuera del
territorio nacional (art. 46.1 LA), para que su contenido pueda ser
reconocido e incluso ejecutado en nuestro territorio −de la misma forma
que ocurre con las resoluciones judiciales de otros Estados− se requiere un
procedimiento de homologación al que genéricamente se ha denominado
exequatur.
Pues bien, en estos casos de exequatur de laudos o resoluciones
arbitrales extranjeras, sin perjuicio de lo establecido en los tratados
internacionales que son de aplicación, existe una remisión en el art. 46.2
LA al procedimiento para reconocimiento y ejecución establecido en
nuestro ordenamiento procesal civil para las sentencias dictadas por

1
tribunales extranjeros, que en este caso viene regulado en la Ley 29/2015,
de 30 de julio de Cooperación Jurídica Internacional.
Así, en primer término, el exequatur se regirá por los tratados
bilaterales y multilaterales que en su caso pudieran ser de aplicación y, de
manera subsidiaria y en ausencia de tales tratados, se aplicaría el
procedimiento establecido en la citada LCJI.
En materia de arbitraje, el principal Tratado internacional sobre
reconocimiento y ejecución de sentencias arbitrales extranjeras es el
Convenio de Nueva York, de 10 de junio de 1958, sin perjuicio de lo
dispuesto en otros convenios internacionales más favorables a su concesión
(art. 46.1 LA). Se convierte así el Convenio de Nueva York en el marco
mínimo aplicable al exequatur de resoluciones arbitrales extranjeras.
Asimismo, debe destacarse el carácter universal al que responde este
tratado internacional que hace que pueda ser aplicado en España a todos los
laudos arbitrales procedentes de cualquier Estado, con independencia de
que sean o no, a su vez, parte del Convenio.
Como apunta CORDÓN MORENO, nada dice la LA en caso de
concurrencia del Convenio de Nueva York con los Convenios bilaterales
ratificados por España1, que es perfectamente posible y que además está
prevista por aquél: “Las disposiciones de la presente Convención no
afectarán a la validez de los acuerdos multilaterales o bilaterales relativos
al reconocimiento y ejecución de las sentencias arbitrales concertados por
los Estados (…)”2.
Por consiguiente, el acceso al procedimiento establecido la LCJI
supone otra situación de apoyo judicial al arbitraje ya que, como no podría
ser de otra manera, este medio de resolución extrajudicial de conflictos

1
Aunque esta apreciación la hacía respecto a la regulación de la LA de 1988 sus previsiones siguen
siendo hoy día aplicables a la situación jurídica actual.
2
CORDÓN MORENO, F., El arbitraje en Derecho Español: Interno e Internacional, cit., pág. 181.

2
necesita de la intervención de órganos jurisdiccionales para labores
atribuidas en exclusiva a los Juzgados y Tribunales reconocidos por nuestro
ordenamiento al suponer ejercicio de la función jurisdiccional,
concretamente, de la faceta relacionada con “hacer ejecutar lo juzgado”.

2. Procedimiento de exequatur derivado de la aplicación del


Convenio de Nueva York de 1958.
2.1. Tribunales competentes para el procedimiento de
exequatur.
Para conocer de las solicitudes de exequatur serán competentes los
Juzgados de primera instancia del domicilio de la parte frente a la que se
solicita el reconocimiento o ejecución, o de la persona a quien se refieren
los efectos de la resolución arbitral extranjera. Subsidiariamente, la
competencia territorial se determina por el lugar de ejecución o por el
lugar en el que la resolución deba producir sus efectos, siendo competente,
en último caso, el Juzgado de primera instancia ante el cual se interponga la
demanda de exequatur. Por su parte los Juzgados de lo Mercantil serán
competentes, cuando la resolución arbitral verse sobre las materias
previstas para éstos en el art. 86. ter LOPJ.
En cuanto al procedimiento del exequatur y partiendo de que el
laudo arbitral cuya homologación se pretende tiene carácter extranjero por
haber sido dictado fuera de territorio nacional −requisito sine qua non para
que sea aplicable el Convenio de Nueva York− habrán de acompañarse una
serie de documentos a la solicitud de exequatur y no concurrir ninguno de
los motivos de oposición recogidos en el Convenio y en nuestro
ordenamiento interno para que pueda producirse dicha homologación.

2.1. a) Documentos a acompañar al exequatur.

3
− Junto con la Demanda o escrito en cuyo petitum se solicite la
homologación de la resolución arbitral y su consideración de título
ejecutivo similar a una sentencia judicial o laudo arbitral nacional, habrá de
presentarse el original debidamente autenticado de la sentencia o una copia
de ese original que reúna las condiciones requeridas para su autenticidad
(art. II 1 a) CNY).
Como ha señalado FERNÁNDEZ ROZAS, el procedimiento más
sencillo para cumplir con lo dispuesto en el art. IV.1º del Convenio de
Nueva York es incorporar la sentencia arbitral a un acta notarial y luego
“apostillar” la misma siguiendo los trámites del Convenio de la Haya de
1961. El carácter general de este último instrumento no impide la
aplicación de Convenios bilaterales que contengan disposiciones menos
rigurosas en la materia3. En principio tal documento debería presentarse
traducido pero ha de entenderse este presupuesto formal como un requisito
susceptible de subsanación ante su falta.
− El original del documento o documentos donde se contiene el
compromiso de someter la controversia a arbitraje, o una copia que reúna
las condiciones requeridas para su autenticidad (art. II 1 b) CNY).
La prueba de estos dos extremos ha sido calificada por SABATER
MARTÍN como “hechos constitutivos de la pretensión homologatoria”, ya
que a partir de ahí el peso del proceso de exequatur pasa a recaer sobre la
parte frente a la cual éste ha sido solicitado: a ella −y en ningún caso al
juez− corresponde poner de relieve la existencia de alguno de los hechos
impeditivos que fundan la denegación del exequatur −cuyo número y clase
están tasados por el art. V.1 CNY−4.

3
AA.VV., Comentarios a la Ley de Arbitraje (36/1988) (Cord. Bercovitz Rodríguez-Cano), cit., pág. 828.
4
SABATER MARTÍN, A., La eficacia en España de los laudos arbitrales extranjeros, Madrid, 2002,
pág. 40.

4
Presentados estos documentos se ha de proceder a la citación de la
parte contraria, bien por emplazamiento personal o por medio de comisión
rogatoria, en función de si esta parte se encuentra domiciliada en territorio
nacional o en el extranjero.
Ante esta citación la parte contraria puede optar por:
1. Comparecer e interponer el escrito de oposición basado en las
razones que pudieran impedir el reconocimiento del laudo extranjero por
nuestro ordenamiento. Es aquí donde podrían ser alegadas a instancia de
parte alguna de las causas de oposición que recoge el Convenio de Nueva
York y a continuación comentaremos.
2. No comparecer de forma voluntaria o involuntaria, esto es, porque
aún teniendo constancia del procedimiento de exequatur decide adoptar una
actitud pasiva conforme al mismo o porque no ha llegado a tener
conocimiento −por las razones que sean− de su inicio.
Una vez presentado el escrito de oposición se dará traslado al
Ministerio Fiscal para que emita un dictamen preceptivo acerca de si debe
o no darse cumplimiento a la oportuna ejecutoria5. A partir de la remisión
de los Autos por el Ministerio Fiscal podrá entrarse en la fase de decisión
en la que no cabe la práctica de prueba.

5
Ha sido ampliamente discutida por la doctrina −entre otros, CALVO CARAVACA Y DE LA
GÁNDARA, El arbitraje comercial internacional, Madrid, 1989, Págs. 148 y ss.; IRIARTE ANGEL,
J.L, “El reconocimiento y ejecución de laudos extranjeros según el art. 60 del proyecto de ley de
arbitraje”, El arbitraje internacional. XII Jornadas de la Asociación española de profesores de Derecho
Internacionaly relaciones internacionales, Zaragoza, 1989, Págs. 246 y ss. − los problemas derivados de
la intervención del Ministerio Fiscal a propósito del exequatur de un laudo arbitral extranjero, por tratarse
de un órgano con funciones diferentes en cada uno de los Estado que suscribieron el Convenio de Nueva
York y, por consiguiente, su intervención no debería haberse previsto.
Estamos con BARONA VILAR en que esta figura debe intervenir según nuestro propio sistema de
exequatur pues, en este tema, hay que arrancar de una premisa clara: el otorgar reconocimiento y eficacia
a una resolución extranjera no es algo que escapa del interés de la colectividad; a través de este
procedimiento se está equiparando la sentencia extranjera o el laudo extranjero con una resolución
nacional, se le está convirtiendo en título ejecutivo, para proceder posteriormente a su ejecución en
nuestro país. Es evidente que ello no sólo interesa a las partes intervinientes en el arbitraje, sino que está
en juego algo más que el interés privado resuelto por la vía arbitral, AA.VV. Comentario breve a la Ley
de Arbitraje (36/1988), Madrid, 1990, págs. 301 y 302.

5
Finalmente, en el trámite de decisión el Juzgado otorgará el
reconocimiento y homologará la resolución arbitral si no estima las causas
de oposición que pudiera haber incluido en su escrito la parte contraria o si
entiende que no concurre ninguno de los motivos de oposición que pueden
ser apreciado de oficio por el tribunal, lo que hará por medio de auto frente
al que no cabrá recurso alguno.
Tras las reformas operadas ya no será necesaria ninguna
comunicación de los órganos que conocieron del procedimiento de
exequatur al Juzgado de Primera Instancia o de lo Mercantil pues coincide
ahora el órgano encargado de conceder la homologación con el competente
para la ejecución posterior del laudo previamente reconocido (solicitud que
requiere instancia de parte).

2.1. b) Causas de oposición al exequatur.


Al existir una remisión expresa en el art. 46.2 LA al Convenio de
Nueva York y no contener la LA previsiones concretas en cuanto a la
alegación de posibles causas de oposición al exequatur −como ocurría con
el anterior art. 59 LA/1988−, los motivos de oposición que analizaremos
son los contenidos en el art. V del citado Convenio de Nueva York.
Estas causas de oposición pueden ser alegadas a instancia de parte o
apreciadas de oficio por el tribunal.
− Entre las que pueden ser alegadas a instancia de parte se
encuentran:
a) Inexistencia o nulidad del convenio arbitral (art. V.1.a)).
El convenio arbitral es el instrumento por el que las partes deciden
someter su controversia a un tercero excluyendo del conocimiento del
asunto a los órganos jurisdiccionales, por consiguiente, si tal pacto adolece
de cualquier tipo de defecto que lo haga inexistente o nulo en origen no
cabrá asociar al mismo efectos de ninguna clase.

6
Dos de los motivos que pueden generar la estimación de esta causa
de oposición es la falta de capacidad de alguna de las partes o la falta de
representación o la ausencia de su acreditación en el momento de
suscripción del convenio arbitral. Estas circunstancias habrán de ser
observadas a la luz de la legislación nacional de cada parte, teniendo en
cuenta que podrían ser distintas la legislación en la que pudiera estar
basado el convenio arbitral y la ley aplicable al contrato principal.
b) Falta de notificación de la designación del árbitro o del
procedimiento arbitral [art. V.I.b)].
Las partes pueden designar libremente la ley que estimen pertinente
para el desarrollo del proceso arbitral. Ésta, puede estar fijada por el propio
acuerdo arbitral o puede inferirse de la remisión que éste incluya a los
reglamentos de una determinada institución arbitral o a una ley nacional6.
En principio, si se trata de un arbitraje institucional deberá ser de
aplicación a los efectos aquí comentados el Reglamento de la respectiva
asociación o corporación administradora del arbitraje; mientras que, en
ausencia de reglamento, será de aplicación la LA 60/2003 en relación con
el procedimiento para la designación de árbitros o la conculcación de
cualquier fase procedimental arbitral.
c) Incongruencia del laudo [art. V.I.c)].
En virtud del principio de la autonomía de la voluntad de las partes
que rige los designios de esta institución, éstas renuncian a que su
controversia sea resuelta por un órgano jurisdiccional y que sea un árbitro o
conjunto de éstos el que lleve a cabo esa labor. Sin embargo, esa
delegación que se realiza a favor de los árbitros no constituye un cheque en
blanco pues éstos se limitarán en su decisión a las pretensiones que las
partes les hayan deducido en el procedimiento arbitral, por consiguiente,
están sujetos al contenido del petitum de las partes.
6
AA.VV., Comentarios a la Ley de arbitraje, cit., pág. 836 y 837.

7
Cuando los árbitros no deciden sobre todos los aspectos planteados
en el proceso arbitral, omiten algún pronunciamiento o deciden más allá de
lo solicitado, se estará infringiendo esta causa de oposición que recoge el
Convenio de Nueva York art. V.1 c).

d) El carácter no obligatorio de la sentencia [art. V.I. d)].

− Entre las causas que pueden ser apreciadas de oficio por el


tribunal:
En el apartado 2º del art. V CNY se incluyen dos causas de
denegación del exequatur que pueden ser directamente apreciadas de oficio
por el órgano encargado del reconocimiento sin excluir, cuando por
hipótesis no se haya producido esta apreciación de oficio, la posible
alegación de estas causas a instancia de parte.:

a) Cuando los árbitros hayan resuelto sobre cuestiones que


no son susceptibles de arbitraje.
Se refiere esta previsión a materias que, en el país donde se solicita el
reconocimiento de la resolución del laudo extranjero no sean arbitrables y,
por tanto, las partes no puedan disponer de las mismas para que su
conflicto pueda ser decido por un tercero distinto de un órgano
jurisdiccional. Esta causa habrá que observarla, insistimos, a la luz de la
legislación interna del Estado requerido para el exequatur. Así, según
nuestra propia LA sólo aquellas materias sobre las que las partes tengan
libre poder de disposición se considerarán susceptibles de ser sometidas a
arbitraje y, por consiguiente, podrán obtener el exequatur si concurren el
resto de presupuestos exigidos por nuestro ordenamiento.
El concepto de “libre disposición” se relaciona con aquellas materias
cuya disposición se encuentra fuera del alcance de los sujetos que ostentan

8
las titularidades correspondientes por ser de orden público o por
encontrarse reguladas por normas de naturaleza imperativa7 8.

a) Sin ánimo de Que el laudo arbitral sea contrario al orden


público.
examinar con profundidad el concepto de orden público9 sí que
interesa resaltar en este momento, que la interpretación de este concepto
habrá de realizarse a la luz de las normas constitucionales y con la
orientación efectuada en tal sentido por la importante STC 43/1986 de 15
de abril10.
Partiendo del concepto de orden público que elabora ESPLUGES
MOTA11 como elemento defensivo para la salvaguarda de una serie de
principios que inspiran la esencia misma de la sociedad; un minimum sin el
cual la comunidad no puede entenderse como tal, parece claro que a cada
ordenamiento a través de sus propios mecanismos le corresponde la
defensa de determinadas parcelas pertenecientes a la esfera jurídica que
forman parte esencial del mismo. No puede haber pues, ingerencias en esos
ámbitos no ya por los propios justiciables del correspondiente Estado, sino
también y aún más, por parte de órganos no soberanos de otros Estados.
La existencia de este orden público impide que resoluciones dictadas
en otros Estados que contengan en sus pronunciamientos aspectos
contrarios al mismo no puedan superar un procedimiento homologador y

7
AA.VV., Comentarios a la Ley de arbitraje, cit., pág. 20.
8
No pretendemos en esta obra hacer una análisis de cuál pudiera ser el conjunto de materias que pudieran
ser sometidas a arbitraje sino simplemente poner de manifiesto que la no arbitrabilidad de la materira en
el Estado en el que se solicita el exequatur puede implicar su denegación. Ahora bien, sobre las materias
susceptibles de arbitraje vid. AA.VV., Comentarios a la LA, cit., págs. 31 y ss.; AA.VV., Comentario
breve a la LA, cit,.págs. 25 y ss.; CORDÓN MORENO, F., El Arbitraje en el Derecho Español: Interno e
Internacional, cit., págs. 39 y ss.
9
Sobre el particular vid. AA.VV., Breve Comentario a la Ley de Arbitraje, cit., págs. 238 a 241.
10
En “Jurisprudencia Constitucional”, tomo XIV, 1986, págs. 419-431.
11
ESPLUGES MOTA, C., La relatividad del orden público en el derecho internacional privado español,
tésis inédita, pág. 22.

9
que, incluso, pueda esta causa de oposición al exequatur del laudo ser
apreciada de oficio por el tribunal competente para conocer de dicho
procedimiento.

Después de analizar todos los motivos en los podría basarse la


denegación del laudo en virtud de los motivos señalados en el art. V.1
CNY, nótese que en este examen no cabe que el tribunal español revise,
valore o modifique en forma alguna el fondo del laudo sometido al
procedimiento homologador12.

3. Procedimiento de exequatur derivado de la LCJI.


En cuanto a su ámbito de aplicación, este procedimiento de exequatur solo
se aplicará cuando no exista una norma de la Unión Europea o un tratado
internacional del que España sea parte que regule estas materias13. Por esa
razón su aplicación es residual puesto que en el ámbito de la cooperación
jurídica internacional existen tratados internacionales y reglamentos que
efectivamente regulan estas materias, este es el caso del anteriormente
citado Convenio de Nueva York de 1958, cuando nos referimos al
reconocimiento y ejecución de resoluciones arbitrales, pero también existen
en el ámbito del reconocimiento y ejecución de resoluciones judiciales
extranjeras numerosos tratados bilaterales y multilaterales en la materia
pudiendo destacar en el ámbito de la UE el Reglamento 1215/21012 del
Parlamento Europeo y del Consejo de 12 de diciembre relativo a la
competencia judicial, el reconocimiento y la ejecución de resoluciones
judiciales en materia civil y mercantil.

12
AATS de 24-XI-1998 (RAJ 9228), DE 8-IX-1998 (RAJ 6840), 9-IV-1998 (5323), 5-V-1998 (4291) ;
junto con las opiniones doctrinales vertidas en este sentido por : FOUCHARD, GAILLARD Y
GOLDMAN, Traité de l’arbitrage comercial internacional, Litec, París, págs. 986 yss.
13
Hemos visto anteriormente como en el ámbito arbiral sí que existe un importante tratado internacional
que pudiera ser de aplicación como es el Convenio de Nueva York, en los términos expuestos.

10
Por tanto la LCJI internacional se aplicará a las relaciones de cooperación
jurídica con terceros países no miembros de la Unión Europea que no sean
a su vez firmantes de un tratado internacional.

3.1. Procedimiento de exequatur: tribunales competentes


y procedimiento.
El procedimiento de exequatur regulado en la LCJI se tramita igualmente
ante los Juzgados de Primera Instancia o en su caso de lo Mercantil para
las materias que le son propias, siendo la competencia territorial la del
domicilio de la parte frente a la que se solicita el reconocimiento o,
subsidiariamente, por el lugar donde la resolución deba ser ejecutada o
producir sus efectos.
El procedimiento de exequatur se inicia mediante demanda que ha de
cumplir los requisitos del art. 399 LEC (demanda de juicio ordinario) y
deberá ir acompañada de:
(i) El original o copia autenticada de la resolución extranjera,
debidamente legalizado apostillado.
(ii) En el caso de que la resolución fuera dictada en rebeldía, el
documento que acredite que el demandado recibió la cédula de
emplazamiento.
(iii) Cualquier prueba que acredite que la resolución es firme y que,
en su caso, tiene fuerza ejecutiva en el Estado de origen.
(iv) Las traducciones oportunas, de acuerdo con lo dispuesto en el
art. 144 LEC.
Se procederá posteriormente por el Juzgado a dar traslado de la demanda
a la demandada para que, en su caso, formule oposición en el plazo de
treinta días. Oposición que solo puede basarse en la falta de cumplimiento
de alguno de los requisitos exigidos en la LCJI para acordar el exequatur
(v.gr. falsedad o ausencia de firmeza de la resolución extranjera) o en las

11
causas de denegación del reconocimiento previstas en el art. 46 LCJI,
que son:
- Ser la resolución contraria al orden público español.
- Existir una infracción manifiesta delos derechos de defensa de
cualquiera de las partes. En concreto, se entenderá que existe
infracción del derecho de defensa si la resolución fue dictada en
rebeldía y al demandado no le fue notificada la cédula de
emplazamiento de forma regular y con tiempo suficiente.
- Contener la resolución extranjera pronunciamientos sobre una
materia cuya competencia estuviera reservada en exclusiva a los
órganos jurisdiccionales españoles o en otras materias en las que la
competencia del juez de origen se base en un foro exorbitante (sin
una conexión razonable).
- Ser la resolución inconciliable con una resolución dictada en España.
- Ser la resolución inconciliable con una resolución dictada con
anterioridad en otro Estado, cuando esta última fuera susceptible de
reconocimiento en España.
- Existir un procedimiento en España entre las mismas partes y con el
mismo objeto que hubiera iniciado con anterioridad al procedimiento
extranjero.
Siempre interviene en el procedimiento de exequatur el Ministerio
Fiscal, al que se le debe trasladar de las actuaciones.
Finalmente el Juzgado dictará auto resolviendo la solicitud de
reconocimiento. Este auto es susceptible de un recurso de apelación y,
a su vez, frente a la resolución que dicte la Audiencia Provincial en
apelación, se podrá interponer recurso de casación y recurso
extraordinario por infracción procesal ante el Tribunal Supremo.

12
Una vez obtenido el reconocimiento de la resolución arbitral extranjera
que tenga fuerza ejecutiva en el Estado de origen, ésta será ejecutable
en España como si fuera una resolución nacional.

13
LECCIÓN 9

LA MEDIACIÓN

SUMARIO: I. Introducción. 1. Características generales del modelo de mediación. 2.


Naturaleza y características. 3. LAS PARTES. 4. El mediador. 4.1. Actuación del
mediador. 4.2. Responsabilidad y obligación de aseguramiento del mediador y de las
instituciones de mediación. 5. Publicidad del mediador y de las instituciones de
mediación. 6. Procedimiento de mediación. 6.1. Solicitud de inicio y efectos. 6.2.
Información y sesiones informativas. 6.3. Sesión constitutiva y duración del
procedimiento. 6.4. Desarrollo de las actuaciones. 6.5. Terminación del
procedimiento: eventual acuerdo de mediación. 7. Ejecución del acuerdo de
mediación: formalización del título ejecutivo. 8. Ejecución de acuerdos de mediación
transfronterizos.

I. Introducción.

La incorporación de la mediación al ordenamiento jurídico se produce a través de la Ley


5/2012, de 6 de julio de mediación en asuntos civiles y mercantiles y por el Real Decreto
núm. 980/2013, de 13 de diciembre, por el que se desarrollan determinados aspectos
de la Ley 5/2012, de 6 de julio, de mediación en asuntos civiles y mercantiles justifica su
novedad agrupando una serie de motivos entre los que destacan:

a) La necesidad de desjudicialización.
b) La incorporación de la Directiva 2008/52/CE del Parlamento Europeo y del
Consejo, de 21 de mayo.
c) La confianza en que el recurso a métodos autocompositivos cifrados en la
capacidad de persuasión y conciliación de personas especializadas.

La propia Disposición Adicional segunda de la Ley de Mediación (LM) señala que las
administraciones públicas proveerán información sobre la mediación como alternativa
al proceso judicial, así como procurarán incluir la mediación dentro del asesoramiento y
orientación gratuitos previos al proceso, previstos en el art. 6 de la Ley 1/1996, de 10 de
enero, de Asistencia gratuita, en la medida en que permita reducir tanto la litigiosidad
como sus coste, incluyendo toda la información necesaria.

1
El Real Decreto se centra en uno de los aspectos capitales de la mediación, el o los
mediadores, regulando aspectos sustanciales: los buenos oficios del mediador que
procurará facilitar el consenso para solventar los conflictos, su formación, publicidad,
Registro de mediadores e Instituciones de mediación, etc. También incorpora el
procedimiento simplificado de mediación electrónico.

1. CARACTERÍSTICAS GENERALES DEL MODELO DE MEDIACIÓN.

Las notas que caracterizan el modelo de mediación acogido legalmente son las
siguientes:

A) Libre disponibilidad y voluntariedad como sustrato de la mediación.

El principio dispositivo comporta la libre disponibilidad sobre los derechos propios


con el único límite del orden público o el perjuicio de terceros (art. 6 CC). Este límite
explica que la mediación se circunscriba al marco de los derechos subjetivos
disponibles civiles y mercantiles, excluyendo el Derecho penal, el laboral, el
admnistrativo, el Derecho del consumo (art. 2.II LEC) y la violencia de género.

Por tal motivo, alcanzar un acuerdo no es obligatorio, como tampoco lo es hacerlo


con un contenido concreto impuesto (art. 6.3 LM). Aspecto éste que diferencia la
mediación del arbitraje, ya que en este último las partes se someten a la resolución
de la controversia a la que lleguen el o los árbitros (salvo el caso del art. 36 LA).

B) Configuración de un mediador imparcial, neutral y que actúa sometido a


confidencialidad, con conocimiento especializado y formación acreditada, que
figura en el Registro de Mediadores e Instituciones de Mediación y cuya actividad
resulta garantizada con un seguro suscrito al efecto (Real Decreto 980/2013, de
13 de diciembre).

La figura del mediador resulta esencial al modelo (Exposición de Motivos del Real
Decreto 980/2013, de 13 de diciembre). Puede tratarse de una persona física elegida
por sus habilidades en relación con conflicto concreto o un servicio de una
institución de mediación. En todo caso, debe acreditar su formación conforme a lo
dispuesto en los arts. 3 a 7 del citado Real Decreto.

2
Aspecto singular es la obligación del mediador de suscribir un seguro o garantía
equivalente que cubra la responsabilidad derivada de su actuación (art. 11 LM).

C) Procedimiento sencillo, ágil y flexible, cuyo acuerdo final puede adquirir eficacia
ejecutiva y que en tanto perdure excluye la intervención de los órganos
jurisdiccionales.

El procedimiento se inspira en la simplicidad que suele caracterizar a estos métodos


autocompositivos. Su objetivo es culminar con un acuerdo que puede provocar un
efecto positivo, consistente en constituir título ejecutivo, cumplido el requisito de
elevarlo a escritura notarial. Y otro efecto negativo, que excluya recurrir a la
jurisdicción en tanto persista la mediación a través de la interposición de la
declinatoria.

El procedimiento puede simplificarse a través del llamado “procedimiento


simplificado de mediación por medios electrónicos”, cuando se trate de
reclamaciones de cantidad que no exceda de 600 euros o de otro interés cuya
cuantía no supere dicha cantidad (arts. 30 a 38 del RD 2013).

En relación con el arbitraje, una de las notas características esenciales de la


mediación es su carácter retractable, esto es, la posibilidad, abierta hasta tanto se
alcance el acuerdo, de volver a la jurisdicción, simpre y cuando se respete el plazo
que las partes acuerden para intentar el acuerdo, tiempo en el que dicha posibilidad
se encuentra suspendida, pudiendo interponerse declinatoria si algua de las partes
intenta volver a la jurisdicción. Ahora bien, terminado el plazo sin haber llegado a un
acuerdo, no existe la vinculación irretractable del convenio arbitral y cualquiera de
las partes podrá volver a la jurisdicción si lo desea.

2. NATURALEZA Y CARACTERÍSTICAS.

Se configura como un instrumento de resolución de conflictos privados que puede


ser alternativa al proceso judicial y a la vía arbitral, de los que se diferencia
claramente.

De hecho, la mediación se configura en torno a la intervención de un profesional


neutral que facilita la resolución del conflicto por las propias partes, de una forma

3
equitativa, permitiendo las relaciones subyacentes y conservando el control sobre el
final del conflicto. Su intervención y buen quehacer parece ser una circunstancia
significativa para la institución; de ahí que gran parte del Real Decreto citado se
dedique a regular diferentes aspectos de su figura.

3. LAS PARTES.

Son partes de un proceso de mediación los titulares de los derechos subjetivos que
se encuentren en situación de disponer libremente sobre los mismos.

Su actuación se regirá por el principio de buena fe y respeto mutuo, quedando sujeta


a la confidencialidad sobre lo tratado en el proceso de mediación (art. 10 LM).

Las partes se comprometen a someterse al proceso de mediación y a prestar


colaboración y apoyo permanente al mediador (art. 10.3 LM).

En virtud de este compromiso las partes no podrán demandar judicialmente sobre


el objeto sujeto a mediación mientras esté pendiente. Si alguna de las partes acude
al proceso la otra podrá interponer la declinatoria (art. 10.2.III LM). Si se desiste de
la mediación, cabrá acudir al proceso.

4. EL MEDIADOR.

Puede ser una persona física, singular o plural (art. 18 LM) o una entidad (Cámaras
de comercio, por ejemplo, Disposición Final 1ª); o una institución o servicio de
mediación reconocido por las administraciones públicas (Disposición Adicional 1ª
LM). La elección de los mediadores corresponderá a que concurran las habilidades
que le conviertan en idóneo.

No se requiere titulación específica, aunque sí formación que acreditará mediante


cursos teórico-prácticos de una duración mínima de cien horas lectivas en centros
públicos o privados, pero en todo caso autorizados por la Administración
competente en la materia (arts. 3 a 7 Real Decreto 980/2013, de 13 de diciembre).

Los mediadores, personas privadas o instituciones, podrán inscribirse


voluntariamente en el “Registro de Mediadores e Instituciones de Mediación”,
dependiente del Ministerio de Justicia y de carácter público e informativo, para

4
facilitar el acceso del ciudadado a este medio de solución de controversias y
garantizar la seguridad jurídica al acreditarse así su condición de mediador o el
carácter de la institución de mediación (art. 8 a 25 RD).

4.1. Actuación del mediador.

Los mediadores han de ser ante todo “imparciales”, de manera que si concurren
circunstancias que supongan pérdida de la imparcialidad deberán abandonar la
mediación (art. 7 LM). Paralelamente, el mediador está obligado a informar a las partes
de dichas circunstancias a lo largo de todo el proceso de mediación (art. 13.5.III LM).

Son circunstancias de las que el propio texto legal infiera la falta de imparcialidad: a)
tener relación personal, contractual o empresarial con una de las partes; b) cualquier
interés directo o indirecto en el resultado de la mediación, o c)que el mediador , o un
miembro de su empresa u organización, hayan actuado anteriormente a favor de una o
varias de las partes (art. 13.5 LM). Aún así, cabe que las partes –debidamente
informadas- lo consientan de forma expresa, pudiendo continuar en tal supuesto (art.
13.5.II LM).

El mediador debe actuar de manera neutral, y si no es así, se genera responsabilidad


prevista en el art. 14 LM. Su actuación está sujeta al “deber de confidencialidad” y se
encaminará a lograr un acercamiento entre las partes.

La “actuación de los mediadores” está guiada por encontrar una solución dialogada,
debiendo velar, asimismo, para que las partes intervengan con igualdad de
oportunidades, equilibrando sus posiciones y el respeto hacia los diversos puntos de
vista (art. 7 LM)

4.2. Responsabilidad y obligación de aseguramiento del mediador y de las


instituciones de mediación.

La aceptación de la mediación obliga a los mediadores a cumplir fielmente el encargo,


incurriendo si no lo hacen en responsabilidad por daños y perjuicios. El perjudicado
tendrá acción directa contra el mediador o la institución de mediación, en su caso, con
independencia de las acciones de reembolso que asistan a éstas contra los mediadores
(art. 14 LM).

5
A tal efecto, los mediadores deben contar con un seguro de responsabilidad civil o
garantía equivalente que cubra el riesgo del nacimiento a cargo del mediador de
indemnizar los daños y perjuicios causados en ejercicio de su función (arts. 26 a 28 RD
980/2013). Igual obligación contraen las instituciones, en especial respecto a la
responsabilidad que pudiera derivarse de la designación de mediador (art. 29 RD
980/2013).

5. PUBLICIDAD DEL MEDIADOR Y DE LAS INSTITUCIONES DE MEDIACIÓN.

La publicidad de los mediadores se articula a través de la credción del Registro de


Mediadores e Instituciones de Mediación, dependiente del Ministerio de Justicia. Con
ella se pretende facilitar la transparencia de su quehacer, muy relacionada con su
responsabilidad.

A su creación, naturaleza, régimen jurídico, organización, inscripción voluntaria y


efectos de la misma, y a su estructura se dedican los arts. 8 a 13 del RD 980/2013. En la
inscripción figura la información que deben proporcionar los mediadores, el alta y
comprobación de datos, su actualización y su baja (arts. 14 a 17 RD 980/2013).

Los mediadores concursales son objeto de una regulación específica en los arts. 18 y 19
del RD 980/2013.

En el caso de las instituciones de mediación, se contempla su inscripción con


independencia de su carácter público o privado, español o extranjero, incluidas las de
carácter internacional (arts. 20 a 23 RD 980/2013). Las instituciones deberán elaborar al
menos un informe anual de actividad, publicándolos en su sitio web (Disposición
Adicional segunda RD 980/2013).

6. PROCEDIMIENTO DE MEDIACIÓN.

Inspirado en la falta de rigor formalista y la flexibilidad, tales circunstancias no impiden


que se promenoricen una serie de cuestiones que se acometen seguidamente, así como
que se prevea expresamente de que las actuaciones se desarrollen por medios
electrónicos, bien porque la cantidad no exceda de los 600 euros, bien por acuerdo entre
las partes, siempre y cuando se garantice el acceso de las partes a los mismo, la identidad
de los intervinientes y el respeto a los principios de la mediación (arts. 24.1 y 2 LM).

6
Circunstancia relevante es diferenciar entre dos supuestos:

a) el compromiso de sumisión a la mediación para controversias futuras, y


b) el acuerdo de sumisión a la mediación ante una controversia actual, que a su vez
abre dos casos:
1) proceso judicial iniciado antes de terminar el procedimiento de mediación, y
2) proceso judicial iniciado tras la terminación del procedimiento de mediación
sin haber llegado a un acuerdo.

6.1. Solicitud de inicio y efectos.

El procedimiento de mediación puede iniciarse de dos maneras:

a) Iniciativa de una de las partes en cumplimiento de un pacto previo, esto es, un


acuerdo designando el mediador o la institución, el lugar en que se desarrollarán
las sesiones y la lengua o lenguas de las actuaciones (art. 16.1 LM), y
b) Acuerdo de sumisión ante una controversia actual proveniente de un proceso
judicial incoado, a consecuencia de la información del Letrado de la
Administración de Justicia al convocar la audiencia previa o por invitación del
juez en la misma audiencia previa (arts. 415.1.II, 443.II, 414.1.II o 414.1.IV., todos
de la LEC).

6.2. Información y sesiones informativas.

Recibida la solicitud, se cita a las partes para celebrar la sesión informativa. La


inasistencia injustificada de cualquiera de las partes se equipara al desistimiento.

En la sesión informativa el mediador informará de las causas que pueden afectar a


su imparcialidad y de cuáles son su profesión, formación y experiencia. También las
características de la mediación, su coste, el procedimiento y las consecuencias
jurídicas del acuerdo que puedan alcanzar.

Las instituciones pueden organizar sesiones informativas sobre la mediación en


general que no sustituirán nunca a la información específica de una mediación en
marcha.

6.3. Sesión constitutiva y duración del procedimiento.

7
En la sesión constitutiva las partes expresarán su deseo de desarrollar la mediación,
haciendo constar:

a) La identificación de las partes;


b) La designación del mediador o la aceptación del designado por la otra parte;
c) el objeto sometido a mediación;
d) el programa de actuaciones y el plazo de resolución previsto;
e) información del coste de la mediación, separando los honorarios del mediador y
otros posibles gastos;
f) la declaración de aceptación voluntaria de la mediación y asunción de las
obligaciones que comporte; y
g) lugar de celebración y lengua del procedimiento.

6.4. Desarrollo de las actuaciones.

El mediador convocará para cada sesión, cuidando de hacerlo con la antelación


necesaria y dirigirá las sesiones de manera igualitaria y equilibrada. Es posible
reunirse con alguna de las partes, siempre que se informe a la otra.

6.5. Terminación del procedimiento: eventual acuerdo de mediación.

La mediación puede terminar con o sin acuerdo. El fianl puede obedecer a que se
comunique la imposibilidad de llegar a un acuerdo o que haya finalizado el plazo
acordado a tal efecto. No así la renuncia del mediador, quien podrá ser sustituido
por otro en el que acuerden ambas partes.

El fin del procedimiento constará en un acta firmada por las partes y el mediador,
entregándose un ejemplar original a cada uno. También implica la devolución de
toda la documentación (art. 22.1,2 y 3 LM).

El acuerdo de mediación puede abarcar todo o parte de aquello sometido a


mediación.

7. EJECUCIÓN DEL ACUERDO DE MEDIACIÓN: FORMALIZACIÓN DEL TÍTULO


EJECUTIVO.

8
Conforme a la falta de ejecutividad del acuerdo de mediación señalada
anteriormente, para que alcance tal carácter, la ley establece una serie de
presupuestos.

El procedimiento de formación del título será diferente según se haya llegado a un


acuerdo antes de iniciarse un proceso judicial, o haya sido después.

Si es fruto de un acuerdo que deriva de un procedimiento de mediación iniciado


como tal, será necesario presentar ante notario el acuerdo, la copia del acta de la
sesión constitutiva y la copia del acta de la sesión final (art. 25 LM). Será el notario,
previa verificación del cumplimiento de los requisitos de disponibilidad,
voluntariedad y respeto a las reglas del procedimiento, así como de que el contenido
del acuerdo no se opone al orden público, quien lo elevará a escritura pública.

Para la ejecución de los acuerdos formalizados tras un procedimiento de mediación,


será competente el Juzgado de Primera Instancia del lugar en el que se hubiera
firmado el acuerdo de mediación, de acuerdo a lo previsto en el art. 545.2 LEC.

Cuando el acuerdo de mediación se hubiese alcanzado en una mediación


desarrollada después de iniciar un proceso judicial, las partes podrán solicitar del
tribunal su homologación (art. 25.4 LM). La ejecución en tal caso se instará ante el
tribunal que homologó el acuerdo (art. 26.1 LM).

6. PROCEDIMIENTO SIMPLIFICADO DE MEDIACIÓN POR MEDIOS ELECTRÓNICOS.

Se desarrollará preferentemente por este procedimiento la reclamación de cantidad


que no exceda de 600 euros o aquella de otro interés cuya cuantía no supere esta
cantidad, salvo que el empleo de estos medios electrónicos no sea posible para
alguna de las partes o cuando éstas acuerden un procedimiento distinto y siempre
que las pretensiones de las partes no se refieran a argumentos de confrontación de
derecho (art. 30 RD 980/2013).

El procedimiento y responsabilidad sobre su buen funcionamiento, la


confidencialidad y accesibilidad se pormenoriza en el art. 31 del RD.

Las partes y el mediador acreditarán su identidad y se servirán de formularios,


generando como justificante de entrega una copia en un formato que garantice su

9
integridad y permita su archivo e impresión, constando un número de registro, fecha
y hora de presentación, identidad del mediador o institución y una indicación de que
el formulario ha sido tramitado correctamente. El expediente será único para todo
el procedimiento y las partes estarán siempre debidamente informada de éste (art.
32, 33 y 34 RD 980/2013).

El procedimiento electrónico simplificado de mediación tendrá una duración


máxima de un mes, pudiendo transformarlo en otro procedimiento de mutuo
acuerdo (art. 36 RD). El inicio se produce presentando el formulario de solicitud y
desarrollando los trámites que figuran en el art. 37, en tanto las posiciones de las
partes se reflejarán en el formulario de solicitud y contestación (art. 38 RD
980/2013).

7. EFICACIA DEL ACUERDO DE SUMISIÓN A LA MEDIACIÓN Y DEL ACUERDO DE


MEDIACIÓN.

Entre los efectos del acuerdo para someterse o del propio acuerdo de mediación
cabe destacar tres:

a) El acuerdo de sumisión a la mediación comporta la exclusión de la jurisdicción o


de acudir a otra solución extrajudicial en tanto ésta se esté desarrollando,
siempre que se denuncie mediante la declinatoria (art. 10.2. II y III LM). La
eficacia excluyente se extiende a la discusión sobre la validez o existencia del
contrato en el que conste el acuerdo de sumisión (art. 6.2.i.f. LM).
b) El comienzo de la mediación suspenderá la prescripción o la caducidad de
acciones. A tal efecto, se considerará iniciada la mediación con la presentación
de la solicitud por una de las partes o desde su depósito, en su caso, ante la
institución de la mediación.
c) El acuerdo de mediación puede comportar eficacia ejecutiva, si bien, a tal efecto,
debe procederse a la formalización prevista en el art. 25 LM, mediante los
órganos judiciales del art. 26 LM, o en el caso de acuerdo transfronterizo, las
previsiones del art. 27 LM.
8. EJECUCIÓN DE ACUERDOS DE MEDIACIÓN TRANSFRONTERIZOS.

10
Sin perjuicio de lo que disponga la normativa de la Unión Europea y los convenios
internacionales vigentes en España, el reconocimiento y ejecución de un acuerdo de
mediación se producirá en la forma prevista en la Ley de Cooperación Jurídica
Internacional (LCJI) en materia civil (art. 27.2 LM).

El documento extranjero no podrá ser ejecutado cuando resulte contrario al orden


público español (art. 27.3 LM).

11
TEMA 8:
EJECUCIÓN DE LAUDOS O RESOLUCIONES
ARBITRALES EXTRANJERAS: EL PROCEDIMIENTO DE
EXEQUATUR

SUMARIO: 1. Introducción. 2. Procedimiento de exequatur derivado de


la aplicación del Convenio de Nueva York de 1958. 2.1. Tribunales
competentes para el procedimiento de exequatur. 2.1.a) Documentos a
acompañar al exequatur. 2.1.b) Causas de oposición al exequatur. 3.
Procedimiento de exequatur derivado de la LCJI. 3.1. Procedimiento de
exequatur: tribunales competentes y procedimiento.

1. Introducción.
Sabemos que la el legislador de la LA ha optado por un sistema
monista a la hora de regular el arbitraje interno e internacional y, en ese
sentido, los mismos preceptos serán, en gran parte, los que regulen tanto
una clase como otra de arbitraje. Sin embargo, cuando el arbitraje tiene
carácter internacional porque el laudo ha sido pronunciado fuera del
territorio nacional (art. 46.1 LA), para que su contenido pueda ser
reconocido e incluso ejecutado en nuestro territorio −de la misma forma
que ocurre con las resoluciones judiciales de otros Estados− se requiere un
procedimiento de homologación al que genéricamente se ha denominado
exequatur.
Pues bien, en estos casos de exequatur de laudos o resoluciones
arbitrales extranjeras, sin perjuicio de lo establecido en los tratados
internacionales que son de aplicación, existe una remisión en el art. 46.2
LA al procedimiento para reconocimiento y ejecución establecido en
nuestro ordenamiento procesal civil para las sentencias dictadas por

1
tribunales extranjeros, que en este caso viene regulado en la Ley 29/2015,
de 30 de julio de Cooperación Jurídica Internacional.
Así, en primer término, el exequatur se regirá por los tratados
bilaterales y multilaterales que en su caso pudieran ser de aplicación y, de
manera subsidiaria y en ausencia de tales tratados, se aplicaría el
procedimiento establecido en la citada LCJI.
En materia de arbitraje, el principal Tratado internacional sobre
reconocimiento y ejecución de sentencias arbitrales extranjeras es el
Convenio de Nueva York, de 10 de junio de 1958, sin perjuicio de lo
dispuesto en otros convenios internacionales más favorables a su concesión
(art. 46.1 LA). Se convierte así el Convenio de Nueva York en el marco
mínimo aplicable al exequatur de resoluciones arbitrales extranjeras.
Asimismo, debe destacarse el carácter universal al que responde este
tratado internacional que hace que pueda ser aplicado en España a todos los
laudos arbitrales procedentes de cualquier Estado, con independencia de
que sean o no, a su vez, parte del Convenio.
Como apunta CORDÓN MORENO, nada dice la LA en caso de
concurrencia del Convenio de Nueva York con los Convenios bilaterales
ratificados por España1, que es perfectamente posible y que además está
prevista por aquél: “Las disposiciones de la presente Convención no
afectarán a la validez de los acuerdos multilaterales o bilaterales relativos
al reconocimiento y ejecución de las sentencias arbitrales concertados por
los Estados (…)”2.
Por consiguiente, el acceso al procedimiento establecido la LCJI
supone otra situación de apoyo judicial al arbitraje ya que, como no podría
ser de otra manera, este medio de resolución extrajudicial de conflictos

1
Aunque esta apreciación la hacía respecto a la regulación de la LA de 1988 sus previsiones siguen
siendo hoy día aplicables a la situación jurídica actual.
2
CORDÓN MORENO, F., El arbitraje en Derecho Español: Interno e Internacional, cit., pág. 181.

2
necesita de la intervención de órganos jurisdiccionales para labores
atribuidas en exclusiva a los Juzgados y Tribunales reconocidos por nuestro
ordenamiento al suponer ejercicio de la función jurisdiccional,
concretamente, de la faceta relacionada con “hacer ejecutar lo juzgado”.

2. Procedimiento de exequatur derivado de la aplicación del


Convenio de Nueva York de 1958.
2.1. Tribunales competentes para el procedimiento de
exequatur.
Para conocer de las solicitudes de exequatur serán competentes los
Juzgados de primera instancia del domicilio de la parte frente a la que se
solicita el reconocimiento o ejecución, o de la persona a quien se refieren
los efectos de la resolución arbitral extranjera. Subsidiariamente, la
competencia territorial se determina por el lugar de ejecución o por el
lugar en el que la resolución deba producir sus efectos, siendo competente,
en último caso, el Juzgado de primera instancia ante el cual se interponga la
demanda de exequatur. Por su parte los Juzgados de lo Mercantil serán
competentes, cuando la resolución arbitral verse sobre las materias
previstas para éstos en el art. 86. ter LOPJ.
En cuanto al procedimiento del exequatur y partiendo de que el
laudo arbitral cuya homologación se pretende tiene carácter extranjero por
haber sido dictado fuera de territorio nacional −requisito sine qua non para
que sea aplicable el Convenio de Nueva York− habrán de acompañarse una
serie de documentos a la solicitud de exequatur y no concurrir ninguno de
los motivos de oposición recogidos en el Convenio y en nuestro
ordenamiento interno para que pueda producirse dicha homologación.

2.1. a) Documentos a acompañar al exequatur.

3
− Junto con la Demanda o escrito en cuyo petitum se solicite la
homologación de la resolución arbitral y su consideración de título
ejecutivo similar a una sentencia judicial o laudo arbitral nacional, habrá de
presentarse el original debidamente autenticado de la sentencia o una copia
de ese original que reúna las condiciones requeridas para su autenticidad
(art. II 1 a) CNY).
Como ha señalado FERNÁNDEZ ROZAS, el procedimiento más
sencillo para cumplir con lo dispuesto en el art. IV.1º del Convenio de
Nueva York es incorporar la sentencia arbitral a un acta notarial y luego
“apostillar” la misma siguiendo los trámites del Convenio de la Haya de
1961. El carácter general de este último instrumento no impide la
aplicación de Convenios bilaterales que contengan disposiciones menos
rigurosas en la materia3. En principio tal documento debería presentarse
traducido pero ha de entenderse este presupuesto formal como un requisito
susceptible de subsanación ante su falta.
− El original del documento o documentos donde se contiene el
compromiso de someter la controversia a arbitraje, o una copia que reúna
las condiciones requeridas para su autenticidad (art. II 1 b) CNY).
La prueba de estos dos extremos ha sido calificada por SABATER
MARTÍN como “hechos constitutivos de la pretensión homologatoria”, ya
que a partir de ahí el peso del proceso de exequatur pasa a recaer sobre la
parte frente a la cual éste ha sido solicitado: a ella −y en ningún caso al
juez− corresponde poner de relieve la existencia de alguno de los hechos
impeditivos que fundan la denegación del exequatur −cuyo número y clase
están tasados por el art. V.1 CNY−4.

3
AA.VV., Comentarios a la Ley de Arbitraje (36/1988) (Cord. Bercovitz Rodríguez-Cano), cit., pág. 828.
4
SABATER MARTÍN, A., La eficacia en España de los laudos arbitrales extranjeros, Madrid, 2002,
pág. 40.

4
Presentados estos documentos se ha de proceder a la citación de la
parte contraria, bien por emplazamiento personal o por medio de comisión
rogatoria, en función de si esta parte se encuentra domiciliada en territorio
nacional o en el extranjero.
Ante esta citación la parte contraria puede optar por:
1. Comparecer e interponer el escrito de oposición basado en las
razones que pudieran impedir el reconocimiento del laudo extranjero por
nuestro ordenamiento. Es aquí donde podrían ser alegadas a instancia de
parte alguna de las causas de oposición que recoge el Convenio de Nueva
York y a continuación comentaremos.
2. No comparecer de forma voluntaria o involuntaria, esto es, porque
aún teniendo constancia del procedimiento de exequatur decide adoptar una
actitud pasiva conforme al mismo o porque no ha llegado a tener
conocimiento −por las razones que sean− de su inicio.
Una vez presentado el escrito de oposición se dará traslado al
Ministerio Fiscal para que emita un dictamen preceptivo acerca de si debe
o no darse cumplimiento a la oportuna ejecutoria5. A partir de la remisión
de los Autos por el Ministerio Fiscal podrá entrarse en la fase de decisión
en la que no cabe la práctica de prueba.

5
Ha sido ampliamente discutida por la doctrina −entre otros, CALVO CARAVACA Y DE LA
GÁNDARA, El arbitraje comercial internacional, Madrid, 1989, Págs. 148 y ss.; IRIARTE ANGEL,
J.L, “El reconocimiento y ejecución de laudos extranjeros según el art. 60 del proyecto de ley de
arbitraje”, El arbitraje internacional. XII Jornadas de la Asociación española de profesores de Derecho
Internacionaly relaciones internacionales, Zaragoza, 1989, Págs. 246 y ss. − los problemas derivados de
la intervención del Ministerio Fiscal a propósito del exequatur de un laudo arbitral extranjero, por tratarse
de un órgano con funciones diferentes en cada uno de los Estado que suscribieron el Convenio de Nueva
York y, por consiguiente, su intervención no debería haberse previsto.
Estamos con BARONA VILAR en que esta figura debe intervenir según nuestro propio sistema de
exequatur pues, en este tema, hay que arrancar de una premisa clara: el otorgar reconocimiento y eficacia
a una resolución extranjera no es algo que escapa del interés de la colectividad; a través de este
procedimiento se está equiparando la sentencia extranjera o el laudo extranjero con una resolución
nacional, se le está convirtiendo en título ejecutivo, para proceder posteriormente a su ejecución en
nuestro país. Es evidente que ello no sólo interesa a las partes intervinientes en el arbitraje, sino que está
en juego algo más que el interés privado resuelto por la vía arbitral, AA.VV. Comentario breve a la Ley
de Arbitraje (36/1988), Madrid, 1990, págs. 301 y 302.

5
Finalmente, en el trámite de decisión el Juzgado otorgará el
reconocimiento y homologará la resolución arbitral si no estima las causas
de oposición que pudiera haber incluido en su escrito la parte contraria o si
entiende que no concurre ninguno de los motivos de oposición que pueden
ser apreciado de oficio por el tribunal, lo que hará por medio de auto frente
al que no cabrá recurso alguno.
Tras las reformas operadas ya no será necesaria ninguna
comunicación de los órganos que conocieron del procedimiento de
exequatur al Juzgado de Primera Instancia o de lo Mercantil pues coincide
ahora el órgano encargado de conceder la homologación con el competente
para la ejecución posterior del laudo previamente reconocido (solicitud que
requiere instancia de parte).

2.1. b) Causas de oposición al exequatur.


Al existir una remisión expresa en el art. 46.2 LA al Convenio de
Nueva York y no contener la LA previsiones concretas en cuanto a la
alegación de posibles causas de oposición al exequatur −como ocurría con
el anterior art. 59 LA/1988−, los motivos de oposición que analizaremos
son los contenidos en el art. V del citado Convenio de Nueva York.
Estas causas de oposición pueden ser alegadas a instancia de parte o
apreciadas de oficio por el tribunal.
− Entre las que pueden ser alegadas a instancia de parte se
encuentran:
a) Inexistencia o nulidad del convenio arbitral (art. V.1.a)).
El convenio arbitral es el instrumento por el que las partes deciden
someter su controversia a un tercero excluyendo del conocimiento del
asunto a los órganos jurisdiccionales, por consiguiente, si tal pacto adolece
de cualquier tipo de defecto que lo haga inexistente o nulo en origen no
cabrá asociar al mismo efectos de ninguna clase.

6
Dos de los motivos que pueden generar la estimación de esta causa
de oposición es la falta de capacidad de alguna de las partes o la falta de
representación o la ausencia de su acreditación en el momento de
suscripción del convenio arbitral. Estas circunstancias habrán de ser
observadas a la luz de la legislación nacional de cada parte, teniendo en
cuenta que podrían ser distintas la legislación en la que pudiera estar
basado el convenio arbitral y la ley aplicable al contrato principal.
b) Falta de notificación de la designación del árbitro o del
procedimiento arbitral [art. V.I.b)].
Las partes pueden designar libremente la ley que estimen pertinente
para el desarrollo del proceso arbitral. Ésta, puede estar fijada por el propio
acuerdo arbitral o puede inferirse de la remisión que éste incluya a los
reglamentos de una determinada institución arbitral o a una ley nacional6.
En principio, si se trata de un arbitraje institucional deberá ser de
aplicación a los efectos aquí comentados el Reglamento de la respectiva
asociación o corporación administradora del arbitraje; mientras que, en
ausencia de reglamento, será de aplicación la LA 60/2003 en relación con
el procedimiento para la designación de árbitros o la conculcación de
cualquier fase procedimental arbitral.
c) Incongruencia del laudo [art. V.I.c)].
En virtud del principio de la autonomía de la voluntad de las partes
que rige los designios de esta institución, éstas renuncian a que su
controversia sea resuelta por un órgano jurisdiccional y que sea un árbitro o
conjunto de éstos el que lleve a cabo esa labor. Sin embargo, esa
delegación que se realiza a favor de los árbitros no constituye un cheque en
blanco pues éstos se limitarán en su decisión a las pretensiones que las
partes les hayan deducido en el procedimiento arbitral, por consiguiente,
están sujetos al contenido del petitum de las partes.
6
AA.VV., Comentarios a la Ley de arbitraje, cit., pág. 836 y 837.

7
Cuando los árbitros no deciden sobre todos los aspectos planteados
en el proceso arbitral, omiten algún pronunciamiento o deciden más allá de
lo solicitado, se estará infringiendo esta causa de oposición que recoge el
Convenio de Nueva York art. V.1 c).

d) El carácter no obligatorio de la sentencia [art. V.I. d)].

− Entre las causas que pueden ser apreciadas de oficio por el


tribunal:
En el apartado 2º del art. V CNY se incluyen dos causas de
denegación del exequatur que pueden ser directamente apreciadas de oficio
por el órgano encargado del reconocimiento sin excluir, cuando por
hipótesis no se haya producido esta apreciación de oficio, la posible
alegación de estas causas a instancia de parte.:

a) Cuando los árbitros hayan resuelto sobre cuestiones que


no son susceptibles de arbitraje.
Se refiere esta previsión a materias que, en el país donde se solicita el
reconocimiento de la resolución del laudo extranjero no sean arbitrables y,
por tanto, las partes no puedan disponer de las mismas para que su
conflicto pueda ser decido por un tercero distinto de un órgano
jurisdiccional. Esta causa habrá que observarla, insistimos, a la luz de la
legislación interna del Estado requerido para el exequatur. Así, según
nuestra propia LA sólo aquellas materias sobre las que las partes tengan
libre poder de disposición se considerarán susceptibles de ser sometidas a
arbitraje y, por consiguiente, podrán obtener el exequatur si concurren el
resto de presupuestos exigidos por nuestro ordenamiento.
El concepto de “libre disposición” se relaciona con aquellas materias
cuya disposición se encuentra fuera del alcance de los sujetos que ostentan

8
las titularidades correspondientes por ser de orden público o por
encontrarse reguladas por normas de naturaleza imperativa7 8.

a) Sin ánimo de Que el laudo arbitral sea contrario al orden


público.
examinar con profundidad el concepto de orden público9 sí que
interesa resaltar en este momento, que la interpretación de este concepto
habrá de realizarse a la luz de las normas constitucionales y con la
orientación efectuada en tal sentido por la importante STC 43/1986 de 15
de abril10.
Partiendo del concepto de orden público que elabora ESPLUGES
MOTA11 como elemento defensivo para la salvaguarda de una serie de
principios que inspiran la esencia misma de la sociedad; un minimum sin el
cual la comunidad no puede entenderse como tal, parece claro que a cada
ordenamiento a través de sus propios mecanismos le corresponde la
defensa de determinadas parcelas pertenecientes a la esfera jurídica que
forman parte esencial del mismo. No puede haber pues, ingerencias en esos
ámbitos no ya por los propios justiciables del correspondiente Estado, sino
también y aún más, por parte de órganos no soberanos de otros Estados.
La existencia de este orden público impide que resoluciones dictadas
en otros Estados que contengan en sus pronunciamientos aspectos
contrarios al mismo no puedan superar un procedimiento homologador y

7
AA.VV., Comentarios a la Ley de arbitraje, cit., pág. 20.
8
No pretendemos en esta obra hacer una análisis de cuál pudiera ser el conjunto de materias que pudieran
ser sometidas a arbitraje sino simplemente poner de manifiesto que la no arbitrabilidad de la materira en
el Estado en el que se solicita el exequatur puede implicar su denegación. Ahora bien, sobre las materias
susceptibles de arbitraje vid. AA.VV., Comentarios a la LA, cit., págs. 31 y ss.; AA.VV., Comentario
breve a la LA, cit,.págs. 25 y ss.; CORDÓN MORENO, F., El Arbitraje en el Derecho Español: Interno e
Internacional, cit., págs. 39 y ss.
9
Sobre el particular vid. AA.VV., Breve Comentario a la Ley de Arbitraje, cit., págs. 238 a 241.
10
En “Jurisprudencia Constitucional”, tomo XIV, 1986, págs. 419-431.
11
ESPLUGES MOTA, C., La relatividad del orden público en el derecho internacional privado español,
tésis inédita, pág. 22.

9
que, incluso, pueda esta causa de oposición al exequatur del laudo ser
apreciada de oficio por el tribunal competente para conocer de dicho
procedimiento.

Después de analizar todos los motivos en los podría basarse la


denegación del laudo en virtud de los motivos señalados en el art. V.1
CNY, nótese que en este examen no cabe que el tribunal español revise,
valore o modifique en forma alguna el fondo del laudo sometido al
procedimiento homologador12.

3. Procedimiento de exequatur derivado de la LCJI.


En cuanto a su ámbito de aplicación, este procedimiento de exequatur solo
se aplicará cuando no exista una norma de la Unión Europea o un tratado
internacional del que España sea parte que regule estas materias13. Por esa
razón su aplicación es residual puesto que en el ámbito de la cooperación
jurídica internacional existen tratados internacionales y reglamentos que
efectivamente regulan estas materias, este es el caso del anteriormente
citado Convenio de Nueva York de 1958, cuando nos referimos al
reconocimiento y ejecución de resoluciones arbitrales, pero también existen
en el ámbito del reconocimiento y ejecución de resoluciones judiciales
extranjeras numerosos tratados bilaterales y multilaterales en la materia
pudiendo destacar en el ámbito de la UE el Reglamento 1215/21012 del
Parlamento Europeo y del Consejo de 12 de diciembre relativo a la
competencia judicial, el reconocimiento y la ejecución de resoluciones
judiciales en materia civil y mercantil.

12
AATS de 24-XI-1998 (RAJ 9228), DE 8-IX-1998 (RAJ 6840), 9-IV-1998 (5323), 5-V-1998 (4291) ;
junto con las opiniones doctrinales vertidas en este sentido por : FOUCHARD, GAILLARD Y
GOLDMAN, Traité de l’arbitrage comercial internacional, Litec, París, págs. 986 yss.
13
Hemos visto anteriormente como en el ámbito arbiral sí que existe un importante tratado internacional
que pudiera ser de aplicación como es el Convenio de Nueva York, en los términos expuestos.

10
Por tanto la LCJI internacional se aplicará a las relaciones de cooperación
jurídica con terceros países no miembros de la Unión Europea que no sean
a su vez firmantes de un tratado internacional.

3.1. Procedimiento de exequatur: tribunales competentes


y procedimiento.
El procedimiento de exequatur regulado en la LCJI se tramita igualmente
ante los Juzgados de Primera Instancia o en su caso de lo Mercantil para
las materias que le son propias, siendo la competencia territorial la del
domicilio de la parte frente a la que se solicita el reconocimiento o,
subsidiariamente, por el lugar donde la resolución deba ser ejecutada o
producir sus efectos.
El procedimiento de exequatur se inicia mediante demanda que ha de
cumplir los requisitos del art. 399 LEC (demanda de juicio ordinario) y
deberá ir acompañada de:
(i) El original o copia autenticada de la resolución extranjera,
debidamente legalizado apostillado.
(ii) En el caso de que la resolución fuera dictada en rebeldía, el
documento que acredite que el demandado recibió la cédula de
emplazamiento.
(iii) Cualquier prueba que acredite que la resolución es firme y que,
en su caso, tiene fuerza ejecutiva en el Estado de origen.
(iv) Las traducciones oportunas, de acuerdo con lo dispuesto en el
art. 144 LEC.
Se procederá posteriormente por el Juzgado a dar traslado de la demanda
a la demandada para que, en su caso, formule oposición en el plazo de
treinta días. Oposición que solo puede basarse en la falta de cumplimiento
de alguno de los requisitos exigidos en la LCJI para acordar el exequatur
(v.gr. falsedad o ausencia de firmeza de la resolución extranjera) o en las

11
causas de denegación del reconocimiento previstas en el art. 46 LCJI,
que son:
- Ser la resolución contraria al orden público español.
- Existir una infracción manifiesta delos derechos de defensa de
cualquiera de las partes. En concreto, se entenderá que existe
infracción del derecho de defensa si la resolución fue dictada en
rebeldía y al demandado no le fue notificada la cédula de
emplazamiento de forma regular y con tiempo suficiente.
- Contener la resolución extranjera pronunciamientos sobre una
materia cuya competencia estuviera reservada en exclusiva a los
órganos jurisdiccionales españoles o en otras materias en las que la
competencia del juez de origen se base en un foro exorbitante (sin
una conexión razonable).
- Ser la resolución inconciliable con una resolución dictada en España.
- Ser la resolución inconciliable con una resolución dictada con
anterioridad en otro Estado, cuando esta última fuera susceptible de
reconocimiento en España.
- Existir un procedimiento en España entre las mismas partes y con el
mismo objeto que hubiera iniciado con anterioridad al procedimiento
extranjero.
Siempre interviene en el procedimiento de exequatur el Ministerio
Fiscal, al que se le debe trasladar de las actuaciones.
Finalmente el Juzgado dictará auto resolviendo la solicitud de
reconocimiento. Este auto es susceptible de un recurso de apelación y,
a su vez, frente a la resolución que dicte la Audiencia Provincial en
apelación, se podrá interponer recurso de casación y recurso
extraordinario por infracción procesal ante el Tribunal Supremo.

12
Una vez obtenido el reconocimiento de la resolución arbitral extranjera
que tenga fuerza ejecutiva en el Estado de origen, ésta será ejecutable
en España como si fuera una resolución nacional.

13

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