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DEL ARBITRAJE
Módulo 1 – Unidad 1
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UNIDAD 1. GENERALIDADES DEL ARBITRAJE ......................................................................................... 3
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Unidad 1. Generalidades del arbitraje
(i) El Protocolo de 1923 sobre las cláusulas de arbitraje en materia comercial y sus
efectos sobre el procedimiento judicial;
(v) La Convención de Panamá de 1975 sobre Arbitraje Comercial Internacional; por lo que
el arbitraje se convirtió en el método de resolución de conflictos por excelencia para
el comercio internacional.
El arbitraje es regulado en Panamá por la Ley 131 de 2013. Esta Ley derogó al Decreto
Ley 5 de 1999, que estableció el régimen general de arbitraje, de la conciliación y de la
mediación en Panamá, en cuanto al arbitraje comercial nacional e internacional se refiere.
La ley define el arbitraje como:
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Método de solución de conflictos mediante el cual cualquier persona con capacidad
jurídica para obligarse somete las controversias surgidas o que puedan surgir con
otra persona al juicio de uno o más árbitros, que deciden definitivamente mediante
laudo con eficacia de cosa juzgada, conforme a lo establecido en la presente Ley.
(Art. 5.1, Ley 131, 2013, p. 3)
De esta definición, podemos deducir que se trata de un método alternativo de
resolución de controversias en las que el tercero imparcial (árbitro único o tribunal
colegiado), tiene la potestad y el deber de solucionar el conflicto a través de una decisión,
un laudo, con carácter obligatorio para ambas partes.
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El artículo 30 de la Ley 131, también contempla el principio de independencia y
separabilidad del acuerdo arbitral; según el cual, una cláusula compromisoria que forme
parte de un contrato se considerará como un acuerdo independiente de las demás
estipulaciones del contrato. Esto implica que la nulidad del contrato no entrañará ipso jure
(por virtud del derecho) la nulidad de la cláusula compromisoria (Ley 131, 2013, p. 17).
Adicionalmente, según lo expone Jaime (2014), existen otros principios que deberán
ser respetados por las partes y el tribunal arbitral, además de los establecidos por la Ley
131 de 2013, entre los que podemos mencionar:
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1.1.2. Naturaleza jurídica
Para Salcedo (2010), las teorías de la naturaleza jurídica del arbitraje tienden a ser
variadas y de diversos linajes, a tal punto que:
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tribunal arbitral también es privada, en cuanto a que son las partes quienes nombran y
pagan los honorarios de los árbitros (p. 49).
Esta tesis niega toda asimilación de los árbitros a la función de los jueces. En este
sentido, la tesis contractualista olvida que, aunque sea la autonomía de la voluntad de las
partes la que le otorgue competencia al tribunal arbitral, una vez otorgada esta no puede
revocarse unilateralmente. Además, el árbitro no actúa en beneficio de una parte, aunque
esta lo haya nombrado. En efecto, el árbitro debe ser un neutral con la facultad, inclusive,
de imponer sanciones disciplinarias a los abogados que perturben el buen desarrollo del
arbitraje a través de prácticas dilatorias, o de imponer costas a una parte que no se ha
conducido de forma apropiada durante el proceso arbitral (Horvath, Wilske & Leinwather,
2013, p. 49).
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dolo, colusión o negligencia grave. Otra característica básica de ver al arbitraje como una
función jurisdiccional es que el laudo arbitral, al ser un acto jurisdiccional, tiene un efecto
de cosa juzgada, con independencia de la fuerza ejecutoria que le pueda conferir la
homologación del laudo en un ordenamiento jurídico determinado.
(…) se constituye en algo más que un puro contrato para configurarlo en una
verdadera jurisdicción. El contrato de arbitraje genera, en virtud de la autonomía de
la voluntad de las partes, una jurisdicción privada, aunque sometida a efectos de
legalidad al control de los jueces y tribunales. (p. 32)
Es decir, que el arbitraje encuentra su naturaleza contractual en la facultad que tienen
las partes para elegir este medio de solución de controversias y, a la vez, determinar la ley
y el procedimiento aplicable al arbitraje; y la naturaleza jurisdiccional, al momento del
control del laudo o de su eventual reconocimiento y ejecución dentro de una jurisdicción
determinada.
Para otros, la naturaleza sui generis del arbitraje comercial internacional hace que este
tenga una naturaleza autónoma y supranacional, adecuada para la comunidad
internacional. Sin embargo, esto no significa que el arbitraje o, más específicamente, el
laudo resultante del arbitraje carezca de toda regulación. Tal como lo subrayó Oppetit
(2006), el arbitraje “no es una institución suspendida en un espacio indeterminado,
desmaterializado y desjuridizado que escape a toda heteronimia y que no esté regido más
que por sus propias contingencias y a su mera discreción” (p. 185).
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obligatorio con el ordenamiento jurídico del Estado de la sede arbitral. Dentro de esta
perspectiva, el Profesor Gaillard (2010) reconoce la existencia de un orden jurídico
arbitral, incluso si no se expresa normalmente de esta manera, “la representación según la
cual el arbitraje internacional se estructura como un régimen que posee todos los
atributos de un verdadero ordenamiento jurídico, se manifiesta en la utilización por parte
de los árbitros del método de las reglas transnacionales” (p. 61).
Al respecto, no hay que olvidar que una de las piedras angulares del derecho arbitral es
el control limitado del laudo ejercido por los tribunales judiciales, particularmente a partir
de la Convención de Nueva York.
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las asociaciones sin fines de lucro, debiendo reunir los criterios de solvencia moral y
técnica, así como de capacidad para la organización y efectiva administración de
arbitrajes y la atribución específica para la administración de arbitrajes en sus
estatutos o reglamentos. (Araúz, 2014, p. 109)
De igual forma, la Ley 131 dispone claramente que, a falta de designación de una
institución arbitral, se entenderá que el arbitraje es ad hoc.
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la parte que requiere el nombramiento o la recusación del árbitro quien elija entre una
autoridad judicial o una institución de arbitraje, nacional o internacional. Tal y como está
redactada la ley, solo deja cabida al recurso de una institución de arbitraje.
Ahora bien, la voluntad de las partes no es absoluta y todo arbitraje debe recaer sobre
una materia susceptible de ser resuelta mediante arbitraje. De acuerdo con el artículo 4
de La Ley 131 de 2013, pueden someterse a arbitraje “las controversias sobre las materias
de libre disposición de las partes conforme a Derecho, así como aquellas que la ley o los
tratados o acuerdos internacionales autoricen” (p. 2). Esta redacción rompe con el
enfoque negativo del artículo 2 del Decreto Ley No. 5 de 1999 que disponía:
Tal como puede apreciarse, “la nueva ley de arbitraje abre el espectro de las materias
que pueden ser sometidas a arbitraje, sin discriminar de antemano aquellas relacionadas
con las potestades públicas o reguladas por normas imperativas de Derecho” (Jaime,
2003, p. 372).
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Las normas imperativas responden a la necesidad de proteger el orden público interno.
En general, son identificadas como leyes de aplicación necesaria o inmediata, o lois de
pólice, cuya finalidad de protección social o de interés público, así como de organización
política y económica del propio Estado justifican que estas sean aplicadas directamente
por el juez del foro, sin importar la regla de conflicto (Jaime, 2003, p. 372).
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Al respecto, parte de la doctrina señala que, el arbitraje forzoso no es un verdadero
arbitraje al carecer de la característica esencial del arbitraje que es el consentimiento de
las partes. Para otros, el mandato de la Ley es una ‘autoexigencia’ para el Estado, sin que
ello implique negar el carácter consensual del arbitraje (Castillo & Sabroso, 2011, pp. 211-
212). Concretamente, podríamos interpretar la cláusula arbitral como una invitación a
arbitrar realizada por el Estado, la cual es aceptada por el contratista al momento de
participar en la respectiva convocatoria pública.
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precisamente este interés público el que justifica la existencia de cláusulas exorbitantes o
el ejercicio de prerrogativas de poder público.
Lo que no queda tan claro son las razones por las cuales la nueva ley de arbitraje no
retoma las definiciones de arbitraje en derecho y arbitraje en equidad, si no es otra que al
referirse al término de “normas jurídicas” se desee superar el concepto de las normas de
un determinado ordenamiento jurídico, ampliando el espectro de la ley aplicable a
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normas de origen supranacional o principios generales del derecho. Esto es compatible
con el párrafo 4 del artículo 56 de la nueva ley de arbitraje, según el cual, el tribunal
arbitral, en todos los casos, tendrá en cuenta los usos mercantiles aplicables al caso.
Muy ligado a este tema, están las reglas de interpretación introducidas por el artículo 6
de la nueva ley de arbitraje y que dicta la aplicación de los principios generales del
arbitraje. Este artículo corresponde al 2A de la Ley Modelo de la CNUDMI (2006) y está
redactado de la siguiente forma:
Sin embargo, aunque esta disposición fundamental sobre las reglas de interpretación
parece haber omitido el artículo 27 del Decreto Ley No. 5 de 1999, según el cual “El
tribunal arbitral apreciará las estipulaciones del contrato para la aplicación del Derecho
que gobierna la relación contractual, y tendrá en cuenta los usos y prácticas mercantiles y
los principios de los contratos de comercio internacional de UNIDROIT” (p. 15); la esencia
de esta norma fue rescatada en el propio artículo 56 de la nueva ley de arbitraje, al
establecer que en los arbitrajes internacionales se tendrá en cuenta, además, los
principios de UNIDROIT sobre los contratos comerciales internacionales.
Ahora bien, la clasificación entre arbitraje en equidad y arbitraje en derecho no solo es
importante con respecto al derecho aplicable al fondo de la controversia. Mientras que el
Decreto Ley N° 5 de 1999 solo exigía la motivación de los laudos en derecho (Art. 29), la
nueva ley de arbitraje parece exigir la motivación de todos los laudos, salvo que las partes
hayan convenido en otra cosa o que se trate de un laudo pronunciado, de acuerdo con
una transacción que resuelva el litigio. En otras palabras, se requiere el sustento o
justificación de la decisión proferida.
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Esto pudiera parecer incompatible con la naturaleza de los arbitrajes en equidad, pero
garantiza que, en caso de tratarse de un arbitraje en el que el árbitro haya actuado como
amigable componedor, este lo señale así en el laudo, evitando posibles demandas de
nulidad. Adicionalmente, algunos reglamentos de arbitraje pueden exigir la motivación del
laudo, independientemente de que este sea en derecho o en equidad.
Otra diferencia importante con el Decreto Ley No. 5 de 1999 y que tiene que ver con la
distinción entre arbitraje en equidad y arbitraje en derecho son los requisitos para ser
árbitro. De acuerdo con el artículo 3 del Decreto Ley No. 5, los árbitros debían ser
abogados en ejercicio en los arbitrajes en Derecho y, en todo caso, un árbitro extranjero
debía cumplir con la condición de ser licenciado o doctor en Derecho. Adicionalmente, en
caso de que el arbitraje fuera internacional y que le correspondiera a una autoridad
designar al/los árbitros, esta debería tener en cuenta “la nacionalidad de las partes,
procurando nombrar árbitros de nacionalidad distinta a la de estas” (Art. 15.5).
La nueva ley de arbitraje, por su parte, hace la distinción entre los arbitrajes nacionales
y los internacionales, señalando que, en el caso de los primeros, “los árbitros deberán ser
abogados en ejercicio; mientras que, en el caso de un arbitraje internacional, los árbitros
podrán o no ser abogados, a elección de las partes” (Art. 20, Ley 131 de 2013, p. 10).
Asimismo, tampoco hace ninguna diferenciación en la nacionalidad de las partes, salvo
acuerdo contrario de estas, con lo cual, la institución de arbitraje podría libremente
nombrar a un árbitro de la misma nacionalidad de una de las partes, si esto lo permite su
propio reglamento de arbitraje.
La redacción adoptada por la nueva ley de arbitraje difiere un poco con el de la Ley
Modelo de la CNUDMI, la cual señala “Salvo acuerdo en contrario de las partes, la
nacionalidad de una persona no será obstáculo para que esa persona actúe como árbitro”;
sin embargo, la intención parece ser la misma. Es decir que, en principio, el hecho de que
un árbitro sea un nacional de una de las partes no es un motivo suficiente para
desestimarlo como tal. Asimismo, a la luz de la Ley Modelo de la CNUDMI, la nueva ley de
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arbitraje señala que, al momento de nombrar un árbitro único o el tercer árbitro, la
institución de arbitraje tendrá en cuenta la conveniencia de nombrar un árbitro de
nacionalidad distinta al de las partes y, en su caso, de los árbitros ya designados (Art. 11,
Ley Modelo de la CNUDMI, 2006).
Al respecto, debemos diferenciar entre las teorías monistas y dualistas del arbitraje. Es
decir, aquellas legislaciones que rigen bajo un mismo cuerpo normativo las normas de
arbitraje nacional e internacional, y aquellas que establecen un régimen dual en el cual un
conjunto separado de disposiciones aplica para el arbitraje nacional y otras para el
arbitraje internacional. De acuerdo con algunas legislaciones como la francesa, un
arbitraje en derecho interno pudiera ser susceptible de un recurso de apelación si así lo
deciden las partes. Esto sería inaceptable en un arbitraje internacional.
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Actualmente, la discusión, en la mayoría de las legislaciones, se centra en la existencia
de elementos de extranjería para determinar la internacionalidad del arbitraje. En este
sentido, la Ley Modelo de la CNUDMI (2006), señala que un arbitraje es internacional si:
Por otra parte, se considera que un arbitraje es interno o nacional “si el tribunal tiene
su sede dentro del territorio de la República de Panamá”, y “el arbitraje no se enmarca en
ninguno de los supuestos mencionados para el arbitraje internacional” (Art. 3, Ley 131,
2013, p. 2). De ahí, que un arbitraje puede tener su sede dentro de la República de
Panamá y aún ser considerado como un arbitraje internacional si se encuentra en algunos
de los supuestos enunciados por la Ley.
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Por otra parte, tal como lo menciona Jaime (2014):
el segundo párrafo del artículo 4, sobre el arbitraje con el Estado parece estar
inspirado en que el Estado sea tratado exactamente igual que un particular,
implicando así la renuncia a la inmunidad de jurisdicción de la que puede gozar en su
ordenamiento jurídico interno (p. 10).
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