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MANUAL DE ORIENTACIÓN
VOCACIONAL
Frecuentemente es desagradable dedicarse a estudiar los conceptos básicos, porque, sobre todo
en estos temas que tanto tienen que ver con nuestra vida, nos interesa ante todo clarificar para
la acción. Sin embargo es necesario tener las bases suficientes para ese trabajo posterior. Por
eso te invitamos a hacer un esfuerzo por comprender estos conceptos tan fundamentales y a la
vez tan desconocidos.
La primera se dedica a los conceptos equívocos, es decir, aquellas ideas sobre la vocación que
reducen su contenido o lo falsean. Es una lección para romper los prejuicios que puedas tener.
La tercera especifica los contenidos bíblicos en torno al concepto «vocación». Aquí hacemos
referencia a muchos textos que narran el acontecimiento vocacional. Es importante que te
aproximes a ellos con apertura, buscando el mensaje de Dios en medio de estas narraciones que
suponen la fe.
La cuarta presenta la visión rápida de la Historia de la Iglesia para comprobar cómo las
constantes bíblicas se repiten en el cuerpo eclesial. El sentido dinámico de la vocación se
comprueban históricamente.
La quinta sintetiza muy brevemente los contenidos del Magisterio de la Iglesia, que clarifican
nuestra idea de la vocación. En esta lección resumimos todos los conceptos anteriores.
«No seamos, niños fluctuantes, que se dejan llevar por cualquier viento...» (Ef
4,14)
La vocación da sentido a la vida y por esta razón es muy importante mantener una actitud de
búsqueda, de apertura. Es lo que vamos a intentar en esta primera lección: que comprendas los
conceptos equivocados que hay en d ambiente para que adquieras la capacidad de criticar tus
propias ideas. La vocación es también una cuestión de conciencia porque el punto mas delicado
esta en la noticia que tengas de alguien que te llame. Cuanto más completo sea tu concepto más
fácilmente podrás adquirir conciencia de tu vocación. Enumeremos, pues, los conceptos
equívocos mas frecuentes:
Hay quien concibe la vocación como el camino de vida que uno debe elegir para desarrollar al
máximo sus cualidades o aptitudes personales, La opción vocacional se caracterizaría así como
autorealización, es decir, la opción por darte a ti mismo la oportunidad de vivir con plenitud. Es
una visión inmanente, pues sólo considera lo que la persona tiene como posibilidades para
elegir, pero no mira hacia afuera: a la sociedad o a la historia.
Desde este concepto la pregunta clave seria: ¿para que soy capaz?, ¿qué puedo hacer muy
bien?-. Indudablemente es una buena pregunta, muy útil para conocerte a ti mismo y para
desarrollar tus capacidades. Pero, ¿será todo lo que hay que preguntar?. Si en ella estuviera
toda la verdad, para conocer tu vocación bastaría que te sometieras a un buen examen de
aptitudes, de modo que el resultado mostraría el sentido de tu vida.
El caso límite se da cuando alguien tiene muchas aptitudes para algo que no es necesario, o
cuando muchas personas piensan que son muy buenas para la misma cosa. De esta manera se
saturan algunas áreas profesionales simplemente porque son más conocidas. También sucede
que en la vejez o en la enfermedad, cuando uno ya no puede hacer eso que desarrolla sus
cualidades, parece que la vocación se acaba. ¿Es que sólo son llamadas las personas que tienen
muchas cualidades y además son jóvenes y sanas?
Otro concepto hace de la vocación una cuestión de generosidad. La vocación seria un impulso
altruista que lleva a las personas a dedicar su vida al servicio del prójimo. Se trata entonces de
ser buena persona y lanzarse a buscar el bien de los demás por medio de una profesión o forma
En este caso la pregunta clave es: ¿qué me conmueve?. Esta pregunta puede ayudarte mucho,
porque te inquieta ante necesidades que es urgente atender. Quien mira hacia afuera de si corre
menos peligro de equivocarse porque siempre habrá trabajo para quien quiera ayudar.
Conocerías así tu vocación examinando tus inquietudes mas profundas, cuando te enfrentes con
tus buenos deseos. La vocación seria entonces cuestión de docilidad ante el buen espíritu que
todos llevamos dentro y de aplicarse con constancia y generosidad a sus inspiraciones.
El caso limite sucede cuando las personas, aunque hace n efectivamente el bien, se creen muy
generosas y se llenan de un «santo orgullo» que puede ser francamente enfermizo. Con esta
idea se caracterizan algunas profesiones como lugares de servicio y la gente se ríe un poco
porque estos servidores tan altruistas suelen ser personas algo problemáticas, solitarias o tristes.
Cimentar la propia vocación sobre la generosidad es arriesgado, porque habitualmente las
personas flaqueamos en nuestros buenos propósitos o llegarnos a cansarnos. En los diferentes
momentos de crisis necesitarás tener otro asidero más sólido que tu buen corazón, algo más
seguro y estable. ¿Será la vocación solamente para personas de buen corazón, dispuestas y
generosas?
¿VOCACIÓN - PROFESIÓN?
Para elegir se insiste en dos polaridades: las capacidades personales y el campo de trabajo.
Puedo elegir una vocación entendida como profesión si soy bueno para ella, si me gusta o
descubro que puedo desarrollar capacidades para ejercerla. Conviene optar por una carrera u
oficio si se ve con claridad que hay suficiente demanda de los servicios que ofrece. Es verdad
que hay que mirar a las necesidades, pero por este camino se desprestigian rápidamente las
profesiones que no son directamente productivas, las que más tienen relación con los valores
humanos.
El caso limite: Este criterio que identifica a la vocación con la profesión falla cuando las
personas que han hecho determinados estudios o han adquirido un oficio concreto, se
encuentran con poca demanda de sus servicios. También cuando los gustos o capacidades
personales cambian y ya no tengo especial interés por eso que a los 18 años era apasionante
para mi. La vocación tiene que ser algo mas global o profundo que el simple ejercicio de una
profesión. Debe haber una respuesta para todas las personas, y son mayoría, que nunca
eligieron una profesión u oficio,
¿VOCACIÓN GUSTO?
Viendo así las cosas, el criterio para discernir la vocación seria el interés personal que despierte
en ti tal o cual actividad: la creatividad que te lleve a desarrollar; la ilusión que puedas
experimentar; la dedicación que tengas hacia ello, especialmente en tus ratos libres, El criterio
se concreta a la actividad, al trabajo y al gusto sensible que experimentas al realizarlo,
El caso límite sucede cuando, después de terminar los estudios, el ejercicio de la profesión no
resulta tan agradable como tu pensabas. Muy ordinariamente cualquier trabajo o forma de vida
tiene sus inconvenientes en este sentido. Todo lo hermoso tiene su contraparte de sacrificio, de
dureza, de monotonía, Por ejemplo, ser ingeniero puede ser muy interesante, pero habrá que
estudiar mucho y desvelarse haciendo proyectos; habrá que discutir con los clientes y organizar
los conflictos entre los obreros.
Las dificultades no le quitan el encanto a una vocación, pero son, innegablemente, parte de ella.
Puede darse también el extremo de una persona que opte por un camino de vida incluso en
contra de su propio gusto o inclinación, movida por valores que la trascienden. Por ejemplo
puedes dedicar tu vida a la promoción de los indígenas, aunque no te guste mucho, porque ves
sus urgentes necesidades y te sientes llamado a ayudar.
Se utiliza el vocablo «vocación» también refiriéndose a las diversas formas de vida. Así habrás
oído hablar de la vocación al matrimonio, al celibato, a la maternidad... Este sentido de la
palabra tiene la ventaja de que le da una mayor profundidad, La vocación se comprende como
una realidad vital, que marca a la persona para toda la vida y engloba todo lo que ella es. El
punto central de la vocación sería así la opción por un modo de vivir que tiene rasgos de
definitividad.
En el tema 14 explicamos las diversas formas de vida. Por ahora basta que comprendas el
concepto general: las formas de vida son cauces por los que una persona vive su vocación, Son
parte de la vocación, pero no la definen. Por ejemplo, un sacerdote vive el celibato no por el
celibato mismo, sino para significar algo más. Ese algo más que está en el fondo es la vocación.
El medio es la forma de vida.
Cuando se identifica la vocación con las formas de vida, el punto de discernimiento más
importante está en esa intuición vital que me hace inclinarme por una de ellas. Por ejemplo,
cuando descubro que con tal persona podría vivir una relación de pareja perdurable en el
matrimonio. O cuando llego a la conclusión de que prefiero permanecer soltero para dedicarme
a alguna cosa que considere importante. Hay personas que piensan que la sustancia de una
vocación es la forma de vida, así lo central en el sacerdocio sería el celibato; en los laicos, el
matrimonio.
¿VOCACIÓN - PRIVILEGIO?
Al interpretar la vocación desde un punto de vista religioso no es raro que se la considere como
el privilegio que Dios concede a algunas personas escogidas. Un tesoro muy especial que no es
nada frecuente y conviene guardar con sumo cuidado. Habría personas que han recibido
semejante privilegio y por ello pertenecen a otra categoría, se separan de los demás como
personas señaladas o extraordinarias. Desde una visión tal, a estas vocaciones se debe un gran
respeto y hay quien se atreve a afirmar que solamente ellas «tienen» vocación. En ocasiones
esta visión separa a los privilegiados del carácter de servicio que tiene toda vocación, de modo
que se puede llegar a un extremo en el que se considera que la vocación nos coloca por encima
del resto de las personas.
El caso límite ocurre en muchas de las vidas de los santos y de los personajes bíblicos, que han
sido llamados por Dios cuando ellos se inclinaban precisamente a lo contrario. Se da, en efecto,
un cierto forcejeo con Dios en el cual el hombre tiene que vencer sus propias inclinaciones para
secundar la voluntad de Dios. Si la vocación fuera el privilegio de una casta especial, ¿significa
que Dios no llama a todos los hombres?, ¿qué sucede con la vocación de los que simplemente
son parte del pueblo?. En los temas 3 y 9 clarificaremos el sentido del llamado universal de
Dios. Por ahora basta con saber el hecho: Dios llama al pueblo y a cada uno de sus miembros.
La vocación es un privilegio, pero tiene sentido universal.
Hay personas que, al oír la palabra «vocación», la relacionan inmediatamente con lo sagrado,
Para ellos la vocación por antonomasia es la sacerdotal porque está en contacto frecuente con
las cosas sagradas. En todo caso piensan en la vocación religiosa. Es verdad que toda vocación
es cosa de Dios, y por tanto sagrada, pero esto no puede restringirse a unas vocaciones
excluyendo a otras, Cuando se hace así rápidamente se piensa que Dios obliga hombre que ha
elegido. No es raro encontrar personas que se imaginan que Dios castiga implacablemente a
quienes dejan el Seminario o la formación para la vida religiosa. Esta visión depende de una
comprensión del mundo en la cual se separa excesivamente lo sagrado de lo profano.
El caso limite se da cuando hay personas que tienen rara conciencia de la vocación como don
de Dios, pero no están inmersas en lo sagrado, sino que se saben como lanzadas por su misma
vocación al compromiso en medio de las realidades temporales, Es necesario reconocer el
sentido también sagrado de la vocación que se vive en la secularidad. ¿Sería la vocación
solamente para los sacerdotes y religiosos?
PARA REFLEXIONAR...
Conviene notar, que el punto de la vocación es poco entendido por el mundo. Creen los
mundanos que es lo mismo vivir en el estado al que Dios los llama que vivir en el elegido
por su propia voluntad; y por esto son tantos los que viven malamente y se condenan.
Pero la verdad es que sobre este punto estriba nuestra eterna salvación; porque a la
vocación sucede la justificación, y a ésta la bienaventuranza
Si no sigues tu vocación, dice San Agustín, andas bien, pero fuera de camino; es decir:
fuera del camino a que Dios te ha llamado para salvarte. Y el Señor amenaza con
grandes castigos a los que vuelven las espaldas a su llamamiento para seguir los
consejos de su propia inclinación, y dice por Isaías: ¡Ay de vosotros, hijos desertores!
(Is 30,1). (San Juan Bosco).
RESUMEN
1. La vocación no puede elegirse para realizarse, sino para entregarse a los demás.
2. La vocación no puede cimentarse en la generosidad, es algo más.
3. La vocación no se reduce a la profesión, ésta es un aspecto de aquella.
4. La vocación no es sólo un gusto, también es un deber.
5. La vocación no es un privilegio excluyente: Dios llama a todos los hombres.
6. La vocación es sagrada porque es don de Dios.
Después de cuestionar los conceptos erróneos que circulan en nuestro ambiente, podemos dar
el paso a una definición más segura de la vocación. En esta lección presentaremos simplemente
un concepto lo más equilibrado posible. Después lo iremos perfilando con más exactitud desde
la Palabra de Dios y el Magisterio de la Iglesia. Tratamos de ofrecer un concepto válido para
todos, que no dependa necesariamente de una visión de la realidad demasiado determinada.
DEFINICIÓN
Un acontecimiento. La vocación acontece en la vida del hombre, Queremos decir que sucede
como algo nuevo, rodeado de circunstancias históricas. No es una marca ahistórica que las
personas tienen de nacimiento y haya que buscar en su interior. Es una realidad más bien
exterior, que se relaciona con todo lo que sucede en el tiempo, Por ello es preciso descubrirla,
discernirla, disponerse para entrar en diálogo. Por ello no es necesario que desde siempre las
personas tengan conciencia de ella. Basta con que la adquieran leyendo las cosas que suceden.
Al adquirir conciencia de la vocación lo normal será que la persona llamada comprenda mejor
todas las cosas y el mundo en que vive. Porque su vocación es parte integrante de esa realidad.
El hombre como actor. Aunque es Dios quien llama, evidentemente el hombre tiene calidad
de persona actuante, de colaborador con Dios en el misterio de su vocación. Es el hombre y su
conciencia quien realiza un proyecto vocacional (Cf. tema 23) secundando la voluntad de Dios.
Por ello el hombre tiene la responsabilidad de acoger el llamado que se le hace. En sus
actitudes o disposiciones vocacionales se juega el todo de la realización de su vocación. El
fundamento de esta centralidad del hombre está en el mismo Dios que toma en serio su
capacidad de autodeterminación, su libertad.
Dialogando con Dios. La relación con Dios es fundante para el hombre. Es una de las
características que lo definen: es hombre porque puede relacionarse consigo mismo, con los
De una misión. La vocación se caracteriza como una realidad trascendente. Es verdad que Dios
llama a todas las personas motivado por el amor a ellas y al pueblo entre el cual viven, pero la
Vocación no es un simple privilegio, tiene un último destinatario: el pueblo. Solamente quien
valora y ama al pueblo en el que vive puede comprender la densidad del llamado de Dios. Es
un don personal profundamente transitivo. La etimología nos puede ayudar nuevamente: missio
- missionis refiere la acción de enviar. El envío tiene siempre un destinatario preciso. No se
envía a nadie por el gusto de enviar, sino para remediar una necesidad o para comunicar un
mensaje. El hombre es llamado por Dios y es enviado a la vez por Él que llama para enviar.
Vivir una vocación es así asumir una misión en medio del mundo y dialogar constantemente
para comprender el sentido de esa misión.
Situada históricamente. Ya señalamos que toda vocación tiene una referencia a las situaciones
históricas. La historicidad de la vocación es un componente fundamental. La conciencia de la
vocación hace que el hombre se comprenda como ser-para-la-historia, destinado a colaborar en
el desarrollo y progreso del pueblo hacia las metas absolutas. Ya los antiguos filósofos griegos
hacían ver que la vida del hombre tiene verdadero sentido en la interacción de la ciudad. Lo
mismo sucede en el ámbito de la fe: la vida del cristiano adquiere su verdadero sentido como
interacción en la comunidad de la Iglesia. Vivir una vocación es asumir un papel histórico
comprendido desde la Iglesia que es como levadura en medio del mundo.
DESCRIPCIÓN
No es una luz cegadora, evidente. No se puede pretender nunca una seguridad absoluta. La
vocación comporta siempre un componente de aventura, de riesgo. Siempre será como lanzarse
al agua sin estar cierto de su profundidad. Tampoco se puede pretender la seguridad cuando las
personas son mayores y han realizado su proyecto. En cada momento de la vida, incluso en la
vejez, la vocación comporta un riesgo, un constante fiarse de Dios que llama, afrontar los retos
que su presencia plantea y que la historia exige. La vocación no se posee. Supone mas bien
entrar en un movimiento que nunca termina porque es una realidad dinámica. Se parece a un
enamoramiento, en el que todas las cosas son interpretadas desde el amor y todas se hacen
inseguras porque la persona amada se comprende como la mayor seguridad. Para quien
adquiere conciencia del llamado de Dios, Dios y los signos de su presencia serán siempre su
única seguridad, lo demás perderá solidez.
Es poner la vida en juego. Es muy importante comprender que en el proceso de una vocación
verdadera la misión no puede restringirse a los tiempos libres o a un régimen de «semana
inglesa». La vocación implica la dedicación de las personas con todo lo que ellas son. Por ello
no se puede decir que «tengo vocación»; más bien hay que reconocer que la vocación nos tiene,
nos posee y nos destina a dar unos frutos concretos.
RESUMEN
EL CONTEXTO.
Se ve con claridad que las situaciones sociales y religiosas del pueblo son muy relevantes en el
planteamiento de la vocación. Así, la esclavitud del pueblo en Egipto es el escenario de la
acción de Moisés que lo libera; la esperanza mesiánica es el marco de la maternidad de la Sma.
Virgen; la defección de Judas está en la base de la elección de Matías como testigo de la
Resurrección de Jesús. La vocación es un acontecimiento que sucede en medio del pueblo,
como parte su misma vida. Por eso es imposible comprender los motivos de la vocación sin
conocer el contexto histórico en que se da.
Hay un dato aún más importante: la vocación de las personas individuales se narra en el
contexto de un llamado de Dios al pueblo en su conjunto, de modo que todos en el pueblo son
llamados, aunque sólo se nos narre la vocación de un líder. El está para que todos comprendan
la vocación que Dios les da y lo obedezcan. De esta manera al enviar Dios a Moisés dice a la
vez al pueblo: Serán para mí un reino de sacerdotes y una nación santa (Ex 19,6). Al llamar a la
Virgen María hay una fuerte referencia al pueblo: Tomó de la mano a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia (Lc 1,54). Matías es elegido para ser testigo de la resurrección
(Hch 1,22) delante de todo el pueblo. Por esta razón las narraciones vocacionales del Antiguo
Testamento suelen inaugurar una etapa de la historia del pueblo.
EL HECHO.
Es de notar que el llamado de Dios no detalla todos los puntos y condiciones del camino como
lo haría una agencia de viajes. La vocación es una invitación más global y oscura. Se dice lo
fundamental pero para responder es necesaria la fe. Es, pues, un acontecimiento fascinante,
inquietante, una aventura.
Las personas reciben la llamada como un envío global: «Ve a hablar a ese pueblo» (Is 6,9);
«Vénganse detrás de mí» (Mc 1,17); «¡Vengan y lo verán!» (Jn 1,39). Envío que va a
desarrollarse en un conjunto de actividades de muy distinta naturaleza. El hombre lo acepta sin
ver con claridad todo lo que supone y cada día tiene que redescubrir el sentido de la llamada
original. Al ir detrás de Jesús se convierte en un apóstol, aprende en el grupo de los doce y se
convierte en testigo de la resurrección. Ser madre de Jesús implica adquirir una función
maternal amplia entre los apóstoles y en la Iglesia. Sin embargo, todas esas implicaciones, no
se ven al principio.
Lo más importante en este acontecimiento vocacional es la confianza en Dios que llama. Por
eso los personajes del Antiguo Testamento tienen un gran interés en saber quién los envía.
Quieren saber su nombre y garantizar que es el Dios de sus padres. Los discípulos en el
Evangelio van detrás de Jesús, sin saber bien a dónde, pero confiando plenamente en el. En los
otros escritos del Nuevo Testamento los que son llamados se fían de la Iglesia que los llama y
que hace oración por ellos.
LOS ACTORES.
Dios que llama es, en el Antiguo Testamento, el Dios de los padres, que ha hecho junto con el
pueblo el camino de su historia. Es un Dios familiar al pueblo en su conjunto. El motivo de su
presencia y de su llamada es siempre el amor que tiene al pueblo, de modo que su intervención
no es extraña en ese contexto. En los Evangelios es Jesucristo, Dios encarnado, quien llama por
propia iniciativa a los hombres: «yo los envío» (Mt 10,16). Jesucristo llama a los hombres
invitándolos a ir tras el, confiando en él como Dios. En el tiempo de la Iglesia son la
comunidad cristiana y sus responsables quienes llaman en nombre de Dios. Se supone una
comunidad abierta a la presencia del Espíritu de Jesucristo y, porque se sabe continuadora de la
misión del Hijo de Dios, llama en su nombre.
Por otro lado esta el hombre. Es la otra persona que dialoga, y como tal persona tiene en la
Biblia una gran dignidad. Se describe al hombre que es llamado en sus circunstancias históricas
y familiares (Cf Jue 6,11). Se cuenta con él y su capacidad de comprender la misión que se le
encomienda. Tiene la posibilidad de poner sus objeciones porque él es verdadero actor de su
misión. El hombre recibe de Dios el llamado, pero para secundar este don gratuito es necesario
LA MOTIVACIÓN.
Toda acción tiene una razón de ser y una finalidad, es decir, un por qué y un para qué, que están
íntimamente relacionados. La vocación supone una acción de Dios que llama. Conviene, pues,
que preguntemos a los textos bíblicos: ¿por qué llama Dios?
Hay una primera constatación negativa: Dios no llama a las personas por razón de sus
cualidades o virtudes. Los textos son contundentes al respecto. Subrayan más bien la
incapacidad del hombre para realizar la misión que Dios le encomienda. Así el Señor llama a
Moisés, un tartamudo, para que hable al Faraón; al pequeño Gedeón, para liberar al pueblo de
Israel; a los primeros discípulos, pobres pescadores, para ser pescadores de hombres.
La llamada de Dios tiene como motivación, en último análisis, su amor por el pueblo en las
concretas situaciones históricas. El por qué de la llamada a Moisés está en que Dios ha mirado
la aflicción del pueblo y de hecho ya ha bajado para liberarlo (Ex 3,7-10). Gedeón debe mostrar
con su vida que Dios está realmente con el pueblo y actúa en medio de él (Jc 6,13). Matías se
suma al grupo de los apóstoles porque el pueblo necesita el anuncio y testimonio de la
resurrección (Hch 1,22).
Dios llama, consecuentemente, porque desea el bien del pueblo y quiere establecer con él una
alianza de paz, en la que los hombres lleguen a ser hombres en plenitud según el orden
concebido desde la creación. La Alianza siempre tiende a reestablecer los lazos de unión del
hombre con Dios, de los hombres entre si y del hombre con la creación. Dios llama porque
quiere, porque ama con absoluta fidelidad al pueblo y quiere escribir con él su Historia de
Salvación.
LA REACCIÓN
Ante el llamado de Dios, la mayor parte de los personajes bíblicos se ven sorprendidos. Hay
diferentes tipos de reacciones: algunos lo hacen con temor, como María (Lc 1,34), otros, con
una gran conciencia de su propia incapacidad, como Moisés (Ex 3,11) y Gedeón (Jc 6,15);
otros más, ofreciéndose y siguiéndole inmediatamente, como Isaías (Is 6,8) y los primeros
discípulos (Jn 1,39 - Mc 1,18-20).
En esta reacción inmediata, sobre todo en el Antiguo Testamento, hay una gran preocupación
de los que son llamados por asegurarse de que es Dios quien llama. Piden su nombre en
repetidas ocasiones y piden también pruebas de su presencia divina. Todo hace pensar que se
lanzaban a una empresa que los sobrepasaba confiando exclusivamente en Dios que llama. De
La actitud de quien es llamado, tiene así los rasgos de una gran humildad y un profundo
agradecimiento. Son, por ejemplo, las palabras de María en su oración «Mi alma engrandece al
Señor... porque ha mirado la humildad de su esclava» (Lc 1,47-48), o las del profeta Isaías:
«Heme aquí, envíame a mí» (Is 6,8). Quien es llamado ha de dejarse poseer por el Espíritu de
Dios y, humildemente, obedecer a su voz.
EL CUMPLIMIENTO.
Los textos bíblicos insisten en la eficacia de la Palabra de Dios que llama. Es una Palabra
poderosa que no vuelve a Dios sin producir sus frutos. Por ello, como una consecuencia de la
intervención de Dios, se muestra cómo las personas realizaron efectivamente la misión.
La misión que Dios encomienda no se concibe como la simple ejecución de unas tareas, sino
como la realización de una función concreta en la Historia de Salvación. De esta manera la
vocación de Matías no consiste en hacer cosas, sino en constituir con su vida un signo y un
testimonio de la resurrección del Señor. La vocación de María no se reduce a dar a luz al
Salvador, sino que se constituye como función maternal en la historia salvífica.
Dios llama así a las personas para que, como verdaderos colaboradores, se comprometan en un
amor al pueblo semejante al suyo. Y un compromiso de esta naturaleza implica todo lo que la
persona es, su dedicación plena, a la vez que una multitud de tareas. Y desde aquí hay que
afirmar que la vocación se refiere a lo que la persona es y no sólo a lo que la persona hace.
PARA REFLEXIONAR
He servido al Señor con toda humildad y con Lágrimas. en medio de las pruebas que me
han ocasionado las asechanzas de los judíos; y no he omitido nada de cuanto les podía
ser útil. Les he dado avisos y enseñanzas en público y en privado, he tratado de
convencer a judíos y griegos para que se convirtieran a Dios y creyeran en Jesús,
nuestro Señor. Ahora. como ven, forzado por el Espíritu. voy a Jerusalén, sin saber qué
es lo que me espera allí. Eso sí, el Espíritu Santo me asegura en todas las ciudades por
las que pasó. que me esperan prisiones y tribulaciones. Pero nada me importa mi vida.
ni es para mí estimable, con tal de llevar a buen término mi carrera y el ministerio que
he recibido de Jesús, el Señor: dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios (Hch
20,19-24).
RESUMEN
«Con amor eterno te amo, por eso te mantengo mi favor» (Jn 31,3)
Muchas personas, aún las no creyentes, se admiran de que la Iglesia haya permanecido a través
de los siglos. Parece realmente increíble que la Iglesia, siendo una institución también humana,
se ha mantenido en medio de un sinnúmero de avatares históricos que con frecuencia han
amenazado su existencia. En el corazón de la Historia de la Iglesia están las vidas de los santos
y el resurgir de las diversas vocaciones que han ido manteniendo y renovando el cuerpo
eclesial. Hay una profunda línea espiritual que rige interiormente la vida de la Iglesia. Leyendo
esta historia podemos descubrir los rasgos del amor eterno de Dios al hombre. Él llama a las
personas y a las instituciones en la misma línea de su acción creadora.
Las diversas vocaciones no existían al principio con la forma que hoy tienen. Sí que aparecían
los elementos más fundamentales, pero éstos conocieron un desarrollo hasta su situación actual.
Y es que las vocaciones surgen como respuesta ante las situaciones históricas del pueblo de
Dios, y desde esas situaciones se caracterizan como carismas o dones del Espíritu Santo. De
esta manera el misterio de Cristo y el misterio de la Iglesia se funden con el misterio de la
Historia. Todo está íntimamente relacionado porque, con la colaboración de las personas que
Dios llama, va dirigiendo la Historia hacia su plenitud. La idea de progreso no es en ningún
modo mal vista por la Iglesia. Hay que decir, al contrario, que el progreso del mundo desde la
creación hasta la consumación es una idea originalmente bíblica y cristiana.
Vamos a narrar ahora, lo más sintéticamente posible, esta Historia de las vocaciones. Lo más
importante no son las anécdotas de cada momento, sino captar el dinamismo del Espíritu de
Cristo a lo largo de los siglos, dinamismo que está presente en nuestro mundo de hoy y en la
vivencia de tu propia vocación.
Es el tiempo de los primeros cristianos, que vivían como verdaderas minorías en las zonas
pobres de aquellas antiguas ciudades romanas. Eran unas comunidades pequeñas y pobres, pero
en plena expansión.
Todo esta centrado en el anuncio del Evangelio como una forma de vida nueva y revolucionaria
en el contexto social del Imperio Romano. Es una época de tanteo en la cual las comunidades
cristianas intentan dar respuesta a las necesidades creadas por la experiencia de la fe. Por ello
tienen gran importancia los ministerios relacionados con la predicación y la acción
evangelizadora, como los profetas y las vírgenes, los maestros y evangelizadores. El ministerio
de la Palabra tiene un lugar preponderante.
Poco a poco se conforma el ministerio ordenado en su triple grado: el de los diáconos, el de los
presbíteros y el de los epíscopos. Las comunidades cristianas se han apartado del culto judío y
se reúnen en las casas para la celebración de la cena fraterna. Constituyen una especie de secta
que no siempre es bien vista por las autoridades, porque no entran en las formas del culto
público del Imperio Romano. Desde aquí adquiere gran importancia la disposición al martirio,
caracterizada muy especialmente en algunos obispos mártires como San Ignacio de Antioquía y
San Policarpo de Esmirna.
La primera etapa de los padres se caracteriza por el crecimiento de las Iglesias locales. Ya no
son los cristianos ese grupo tan minoritario y lateral en la sociedad: poco a poco aumenta el
número de creyentes, de modo que surgen muchos servicios en torno a la catequesis de estos
grupos mayores: lectores, subdiáconos, acólitos, exorcistas, hostiarios, catequistas. Esta época
se caracteriza por la catequesis, y el obispo, que comienza a gobernar la Iglesia como una
especie de monarca, es el primero de los catequistas. Así, los catecúmenos, que se preparaban
para el bautismo, recibían con frecuencia una enseñanza de su pastor. El culto cristiano fue
tomando las formas de las otras religiones, interpretándose en la clave del sacerdocio y del
sacrificio. La Iglesia comienza a tener templos y altares e interpreta los ritos eucarísticos como
sacrificio y sacerdocio.
Con el giro constantiniano la Iglesia adquiere las formas administrativas del Imperio Romano:
provincias eclesiásticas, derecho romano, patriarcados, concilios ecuménicos. El ministerio
ordenado se clericaliza, convirtiéndose en una casta sacerdotal especial y comienza a tener
privilegios concedidos por el Estado. Ante esta romanización de la Iglesia el dinamismo del
Espíritu hace surgir la vida monástica. En el Oriente Próximo, los monjes quieren mostrar al
conjunto de la Iglesia, una vivencia intensa del espíritu de las bienaventuranzas, una forma
radical que mueva a todos a recuperar la intensidad de la vida cristiana.
La función primordial del obispo consiste en la enseñanza. Hay profusión de medios para el
desarrollo de los estudios especialmente bíblicos y teológicos, caracterizándose la vida
intelectual como un verdadero ministerio eclesial. El monaquismo aparece muy unido a la
autoridad de la Iglesia convirtiéndose así en una referencia fundamental para el conjunto del
cristianismo de la época de los padres de la Iglesia.
Hay muchas ideas falsas sobre la Edad Media, como una era de oscurantismo y de ignorancia.
Esto no es verdad. La Edad Media se caracterizó por un gran esfuerzo en la línea de la
conservación de la cultura antigua y fue una consecuencia del esplendor del Imperio Romano.
La sociedad da el paso de la ciudad al campo, sobre todo, a consecuencia de un fenómeno de
despoblación que dejó vacías las grandes ciudades y dificultó la comunicación entre las
El siglo XIII se caracteriza por un fuerte desarrollo demográfico. Surgen consecuentemente ese
tipo de obras que suponen una amplia base social: las grandes catedrales, las universidades, las
ciudades populosas, las comunicaciones internacionales y los viajes marítimos. En este
momento se van afianzando las naciones superando el aislamiento en que vivieron los siglos
pasados. Junto con estas ventajas aparecen movimientos populares de tipo reivindicativo y
teñidos de un profundo sentido religioso. Sobre todo hay que resaltar a los Husitas, que
reclamaban para los laicos la comunión bajo las dos especies. Debajo de esa reclamación está
una fuerte reivindicación social que pedía un cambio en la estructura feudal que ya era incapaz
de contener a las poblaciones en crecimiento.
Los antiguos monasterios, que en su tiempo habían constituido incluso una solución a la
economía, estaban convertidos en feudos como los demás. Ahora resulta que los monjes
aparecen como ricos y poderosos frente a la multitud de los desposeídos. El clero es parte
también de este sistema caduco, y aunque hay grandes santos dentro del ministerio ordenado,
en este momento surge un movimiento espiritual que responde a la situación: las órdenes
mendicantes. Son grupos de religiosos que optan por la práctica sencilla y directa de las
virtudes evangélicas en medio de los pobres que necesitaban una presencia espiritual. Surgen
así los franciscanos, los mercedarios, los carmelitas, etc. Intentan hacer una especie de cruzada
espiritual, aplicando los ideales caballerescos de la edad media a la evangelización a semejanza
de los cristianos antiguos. Ellos capitalizan las reivindicaciones populares dándoles una salida
auténticamente espiritual, Así se explica su rapidísimo crecimiento. El influjo de las órdenes
mendicantes tiene prontas repercusiones en toda la Iglesia, e incluso en la reforma del clero y
de los antiguos monasterios.
Sin embargo la situación social se agravó durante siglos. Es verdad que surgió una nueva
mentalidad mas humanista que daba al hombre un lugar de mayor responsabilidad en su propia
vida cristiana, pero los reclamos del pueblo eran cada vez mayores. Las reivindicaciones
populares del siglo XIII crecieron cada vez con mayor fuerza hasta el siglo XVI. Todo el
La reacción de la Iglesia y de las naciones que se conservaban unidas a Roma no era fácil.
Lógicamente, ante la amenaza de mayores rupturas, tendió a uniformar a los católicos con un
único catecismo y un solo ritual. Lo mismo hizo con las vocaciones, especialmente con el
ministerio ordenado, buscando una formación única por medio de los seminarios. Este
movimiento de reforma dentro de la Iglesia Católica no es sólo una reacción. Tiene un sentido
también positivo. Es la Iglesia que trata de dar una respuesta espiritual en medio de tantos
avatares humanos.
Surgen aquí también carismas nuevos que, con un espíritu universalista y de una gran
disponibilidad equilibran el uniformismo en que iba cayendo la Iglesia. No solamente
defienden, sino que cambian y reforman desde el interior de las estructuras, a la misma Iglesia.
Es el caso de San Ignacio de Loyola, que se puso con la Compañía de Jesús a la entera
disposición del Papa; Santa Teresa de Jesús, que transformó las estructuras de la orden
carmelitana; San Juan de Dios, que ofreció una humilde alternativa de servicio a los enfermos
en una sociedad difícil. Es una respuesta, pues, llena de caridad, marcada por la disponibilidad
universal. El descubrimiento de América y la evangelización de este nuevo continente
constituyen para la vieja cristiandad europea una válvula de escape. Es el nuevo mundo, en
medio de todas las dificultades de la conquista, un campo virgen donde pudieron sembrarse los
grandes ideales de la Edad Media y donde pudieron recuperarse los estilos siempre nuevos de
las comunidades cristianas primitivas.
Un siglo después, las situaciones sociales no han mejorado mucho. Los fuertes contrastes entre
la nobleza de las naciones y la multitud de los pobres crean necesidades tremendas. La sociedad
europea, gastada por tantas guerras, se centra en los nacionalismos. Esto afecta fuertemente a la
Iglesia. Se intentan estilos de iglesias nacionalistas. Es el fenómeno conocido como
«galicanismo», porque se dio de modo especial en Francia aunque se extendió a prácticamente
toda Europa. Se sigue subrayando la ruptura con Roma, pero a la vez se da una intervención
persistente de los gobiernos de las naciones en la política eclesiástica.
América Latina es el escenario de una variedad de matices: desde las experiencias hermosas y
profundas de verdadera evangelización hasta las conversiones masivas sin mucho sentido. Hay
que alabar la tarea delicada de los primeros misioneros que supieron rescatar muchos rasgos de
las culturas precolombinas y desarrollaron, con amplísima creatividad, métodos
evangelizadores encamados en estas culturas. Surgieron con relativa prontitud los primeros
santos de las iglesias latinoamericanas, siempre en la línea de la afirmación de los valores de la
fe en el contexto del Nuevo Mundo. Es llamativa también la pronta apertura de Latinoamérica a
la dimensión misionera.
A la vez existe un fuerte movimiento antirreligioso y anticatólico. Ante esta situación la Iglesia
quiere afirmar su autoridad y competencia en el campo de lo religioso: el Concilio Vaticano I,
en 1870, declara la infalibilidad pontificia contra los no pocos brotes episcopalistas en algunas
iglesias nacionales. Los graves acontecimientos sociales interrumpen el Concilio sin que éste
hubiera agotado los temas previstos.
El siglo XIX también se caracteriza a la vez por un fuerte espíritu misionero y por el resurgir de
una multitud de congregaciones religiosas especialmente femeninas. Estas congregaciones
nuevas, con. fines bien específicos, se lanzan a misiones amplísimas. También desde Roma se
nota este movimiento, de modo muy característico en la preocupación social por los obreros de
los papas a partir de León XIII. El tema de la justicia social adquiere así carta de naturaleza en
el magisterio ordinario de la Iglesia, convirtiéndose en una nota característica suya.
La última parte del sigo XIX y la primera del XX es un renacer de los estudios filosóficos,
históricos, teológicos, bíblicos y patrísticos que constituyen un verdadero esfuerzo de la Iglesia
por aproximarse a las fuentes del cristianismo y por sintetizar las difíciles vivencias de la
guerra en una síntesis cristiana de pensamiento. En adelante se dará un nuevo impulso a la
investigación y el estudio de todas estas disciplinas como un verdadero ministerio, como los
antiguos «doctores» del tiempo de los Padres.
El principio del siglo XX viene marcado por la herida fuerte de las guerras mundiales. En
medio de los dolores de estos años está la figura de Pío XII como un anuncio y preparación del
acontecimiento que marcará a la Iglesia de nuestros días: el Concilio Vaticano II.
Fue convocado con la intención de dar a la Iglesia una definición de sí misma y de su misión
salvadora en el contexto del mundo actual. Desde aquí se comprenden los temas de sus dos
constituciones más importantes: el misterio de la Iglesia (Lumen Gentium) y la misión de la
Iglesia en el mundo actual (Gaudium et Spes). La Iglesia se comprende así como un signo y
testimonio de la unión del hombre con Dios y de la fraternidad humana.
PARA REFLEXIONAR...
RESUMEN:
En todos estos siglos se puede constatar el dinamismo del Espíritu Santo en medio de las
dificultades de la Historia.
«Esto es doctrina segura, y quiero que lo afirmes para que los creyentes se
apliquen seriamente a la práctica del bien» (Tit 3,8)
La voz de la Iglesia es una enseñanza constante que Dios ofrece a su pueblo. Da orientaciones
prácticas para la vida diaria. Facilita la formación de la conciencia de los creyentes y orienta
sus actividades en las situaciones históricas concretas. Ayuda a que todos comprendan en las
claves de la cultura actual los fundamentos de la doctrina cristiana.
Muchas personas tienen la impresión de que la Iglesia fórmula verdades monolíticas, como si
defendiera una serie de principios categóricos e inflexibles. La verdad es que los dogmas de la
Iglesia han conocido una clara evolución y se han ido expresando con mucha flexibilidad según
las necesidades de la Iglesia y de la sociedad en los distintos momentos históricos. Esto sucede
muy claramente con el concepto vocación durante los últimos años.
En un primer momento, por los años 40, el mensaje bíblico sobre la vocación se aplicaba, de
modo principal y casi excluyente, a la vocación sacerdotal. Había una visión clericalizada de
las realidades eclesiales, de modo que, con toda espontaneidad, el sacerdocio ocupaba el primer
puesto y era presentado como el prototipo de la vocación. Por ello no es raro encontrar un
lenguaje que fórmula el acontecimiento vocacional en la clave del poseer: «tienes vocación» o
«no tienes vocación». En este sentido se habla de la «vocación eclesiástica» refiriéndose
específicamente a lo sacerdotal, y del «ministerio» reduciendo la significación de esta palabra
al sacerdocio.
Los años 50 y 60 estuvieron llenos de fuertes inquietudes por la vocación de los laicos. Hubo
muchos congresos sobre el apostolado laical. Se intentaba dar a los laicos su papel propio y
especifico en la Iglesia, no como una especie de auxiliares del sacerdote, sino como verdaderos
responsables de la misión de la Iglesia. Consecuentemente surgieron multitud de movimientos
laicales que intentaban dar cauce a estas inquietudes. Se hablaba a la vez de la renovación de la
vida religiosa, pero muchas veces no se encontraba el camino para llevarla a cabo. Esta
inquietud fuerte por la vocación laical y por el sentido de la vida religiosa mantenía la distancia
El Concilio Vaticano II recibió toda esta problemática y la oriento con la preocupación de dar a
la Iglesia una definición de si misma y de su misión. Lógicamente, al definir a la Iglesia, el
Concilio definió cada una de las vocaciones en ella, dando gran equilibrio a la comprensión de
las vocaciones. Englobó la definición de cada vocación en el contexto de la comunidad
cristiana. De este modo el ministerio ordenado no se comprende sólo en la línea sacramental,
sino como un servicio para la convocación del pueblo de Dios. Porque el pueblo de Dios
necesita reunirse y crecer, por eso es importante este ministerio. La vocación laical también
encuentra su clave de comprensión en la Iglesia: si la Iglesia es para el mundo actual y en él
debe manifestar a Cristo, lógicamente los laicos tienen una misión propia y su apostolado
especifico en el compromiso en el mundo. Algo semejante sucede con la vida religiosa: toda la
Iglesia es llamada a la santidad, sin embargo, los religiosos están puestos para ser un signo y un
estimulo para que todos respondan a Dios de la mejor manera posible.
CONTENIDO DE LA VOCACIÓN.
Como base para el resto de este tema, utilizaremos un texto sintético del documento de Puebla,
en el Nº 854:
Todos los cristianos según el designio divino, debemos realizamos como hombres
(vocación humana) y como cristianos, viviendo nuestro bautismo en lo que tiene de
llamada a la santidad, a ser miembros activos de la comunidad y a dar testimonio del
Reino -vocación cristiana-, y debemos descubrir la vocación concreta (laical de vida
consagrada o ministerial-jerárquica) que nos permita hacer nuestra aportación
especifica a la construcción del Reino -vocación cristiana específica- De este modo
cumpliremos plena y orgánicamente nuestra misión evangelizadora
a) La vocación humana Hemos sido llamados por Dios a la existencia como personas bien
determinadas, hombres o mujeres. La llamada de Dios se concreta y desarrolla también a partir
de las capacidades humanas utilizadas rectamente. Todo hombre recibe esta vocación y está
obligado a desarrollarse como tal persona. Solamente se podrá hablar de la vocación a la fe
cuando no se descuida esta base humana fundamental. Esto significa que debemos vivir en
plenitud y armonía nuestros aspectos físicos, psíquicos y morales. No puede darse una
verdadera entrega a Dios que no nos haga mas libres, más dueños de nosotros mismos y,
consecuentemente, más felices.
Debemos hacer ahora una aclaración importante. Estos tres niveles de la vocación no pueden
vivirse como momentos sucesivos o parciales. Constituyen una sola llamada de Dios. De modo
que ser sacerdote significa ser hombre-cristiano-sacerdote, o ser religiosa significa ser
mujer-cristiana-religiosa. Porque el llamado de Dios es integrador de nuestra existencia. No
puede dividirnos, debe más bien unificarnos. De modo que se responde en los tres niveles a la
vez. Siempre tendremos la tarea de ser verdaderos hombres y verdaderos cristianos desde la
vocación específica que nos toca vivir.
VOCACIÓN Y CONVOCACIÓN.
La Iglesia de nuestros días ha dado un paso trascendental desde las misiones a la misión.
Anteriormente era común concebir al cristianismo como circunscrito a un territorio o
«Cristiandad». Desde la seguridad de ese núcleo social se hacían «misiones» hacia el exterior
cuyo fin era conseguir nuevos territorios para cristianizarlos. Hoy comprendemos la realidad de
toda la Iglesia como misión. Es decir, consideramos que toda la Iglesia es agente y destinataria
de la misión, de modo que en todas sus partes o miembros ha de existir el dinamismo
centrifugo de la misión.
Este cambio de concepción afecta al concepto «vocación». No se trata tanto de promover las
vocaciones, sino de adquirir el sentido de la convocación. Por supuesto, los que se saben
convocados concretan esa convocación en una vocación especifica. Pero el peso de gravedad
está más en la convocación que en la vocación especifica porque entendemos que lo específico
de una vocación existe en función de la convocación cristiana.
Es necesario hacer una distinción más: las vocaciones tienen razón de fin, es decir, se
comprenden como el para-que de la vida de las personas y del llamado de Dios; pero las formas
de vida tienen razón de medio, es decir, como un cauce para el cumplimiento de la vocación.
Las formas de vida pueden ser más o menos definitivas, pero siempre tienen ese valor de
medio. Las vocaciones son siempre específicamente cristianas, mientras las formas de vida son
realidades humanas que se interpretan desde el punto de vista de la fe y de la vocación
cristiana-específica. Por eso, para vivir una vocación especifica, las personas y las instituciones
toman las formas de vida tanto cuanto les sirva para los fines de esa vocación. Unos ejemplos
pueden ilustrar esta distinción:
Una congregación religiosa, para vivir la radicalidad como Cristo, que es un valor
específicamente cristiano, toma ciertas realidades humanas, como son los votos, o la vida
comunitaria, o la profesionalidad, para expresar esa función que la caracteriza y ser eficaz en el
trabajo que también expresa su función. La radicalidad semejante a la de Cristo es el para+ de
esa vocación: los votos, la vida en común y la profesión son medios humanos que expresan la
radicalidad.
Se puede decir que hay tres vocaciones específicas: el ministerio ordenado, la vida religiosa y
el laicado. Ya las estudiaremos con más detalle en los temas 10, 11 y 12. Por ahora es
conveniente que sepas que no hay más que tres vocaciones.
Por el contrario, las formas de vida son muchas y no pertenecen en exclusiva a ninguna
vocación. Las estudiaremos en el tema 14, pero ahora te ofrecemos una lista para que te hagas
una idea general. Son formas de vida el matrimonio, el celibato, la vida comunitaria, la vida
eremítica, la profesionalidad, los votos, la virginidad consagrada, la consagración secular, la
misión «ad gentes», y muchas otras más.
Un último detalle parece conveniente: notar que las formas de vida deben ser interpretadas
desde la vocación específica, ya que son como sus medios o instrumentos. Así, se puede hablar
Todo lo visto nos hace caer en la cuenta de que la idea «vocación» es un concepto análogo. Es
decir, un concepto que se aplica a diversas realidades en diverso sentido y grado. Puedo utilizar
el concepto «rey» análogamente al aplicarlo al rey de una nación, o al león como rey de la
selva, o al niño como rey de la casa. Del mismo modo, no es igual hablar de la vocación laical,
que de la vocación al celibato o la vocación de los enfermos. En todos estos casos uso con
verdad el término vocación, pero sólo lo puedo aplicar en sentido estricto a la vocación
humana, cristiana y especifica. No lo digo de las formas de vida o las circunstancias de edad,
tiempo o condición social, más que de un modo subordinado o alegórico, como digo «rey» del
león, porque lo considero el animal más poderoso de la selva.
Hay que concluir también que el concepto «vocación» no es estático, sino dinámico. Es decir,
que no se puede hablar estrictamente de que alguien tiene o no vocación. Mas bien hay que
afirmar la actitud vocacional que da a todas las realidades humanas el sentido de la vocación
cristiana. La vocación consiste así más bien en un juego vital, en el cual se pone toda la
existencia en una consideración de llamada y respuesta, una actitud.
PARA REFLEXIONAR...
¡Feliz el que llegue a conocerte! ¡Feliz, oh Iglesia santa. el que llega a unirse contigo en
fe. esperanza y amor! En fe. feliz el que cree en ti. porque te ve y te conoce. En
esperanza. feliz el que no tiene sobre la tierra más esperanzas que en ti: feliz el que
espera verte sin velos y poseerte; feliz el que ni tiene ni quiere más esperanzas que en ti;
feliz el que no te espera sino a ti. porque posee la belleza infinitamente amable: feliz el
que te ve, te conoce, te espera, porque te ama; feliz. y mil veces feliz el que te ama a ti
sola. porque será correspondido y en ese amor tiene las delicias de la gloria, pues que en
el cielo ya no hay más gloria que verte poseerte y gozar de esta posesión. (Beato
Francisco Palau)
RESUMEN
Dedicamos la segunda unidad al estudio del hombre. La Antropología es una ciencia que
intenta comprender cada vez mejor lo que el hombre es desde diversos puntos de vista. Te
presentamos una síntesis de antropología cristiana en los puntos que inaden en la vocación y las
instituciones vocacionales.
Al estudiar estos temas, te proponemos que intentes comprender a la vez lo que sucede en todo
hombre cuando recibe la llamada de Dios. Pero no es menos conveniente que intentes
comprenderte a ti mismo en tu proceso vocacional. Efectivamente, en la medida en que te
hagas consciente de lo que eres, en esa medida podrás dialogar con Dios que llama.
La sexta es fundamento para las otras dos. Presenta el argumento básico: el hombre es imagen
de Dios y por ello debe esforzarse por conseguir la semejanza a él. Lo hace con su propio
esfuerzo y con la ayuda de Dios.
La séptima explicita las exigencias humanas en el proceso vocacional, es decir, aquello que
humanamente necesitamos poner para secundar la gracia de la vocación que Dios nos da.
La octava se dedica al tema de la gracia. Porque es Dios quien nos otorga gratuitamente la
posibilidad de responder a su llamada. Él nos ayuda con los dones del Espíritu Santo en los
diversos momentos y dificultades de nuestro camino vocacional.
«Los revistió de una fuerza como la suya y los creó a su imagen» (Eclo 17,3)
Las ideas democráticas que tienden a hacer a todos iguales, suelen afectar también nuestra
imagen de Dios. A veces hemos fabricado un Dios a nuestra medida. Pero es necesario
reconocer que Dios y los hombres no somos iguales. Cuando Dios llama, es suya la iniciativa,
porque él es soberano y puede actuar libremente en sus criaturas. Vamos a estudiar en este tema
el papel de Dios en el diálogo vocacional, para ampliar en el tema 7 el papel del hombre.
EL LUGAR DE DIOS
En los textos bíblicos se refleja una aguda conciencia de que es Dios quien llama al hombre. Él
es el verdadero sujeto de la vocación porque la misión que él encomienda es siempre un
eslabón en su plan de salvación y en la fidelidad a la Alianza con su pueblo. Y es que Dios es
también sujeto de la Historia.
Por eso, cuando llama, hace al hombre corresponsable no sólo de su propia vocación, sino
también de la historia del pueblo de Dios. De este modo, la experiencia de la vocación como
obediencia no es humillante para el hombre. Al contrario, hay que decir que la encomienda de
una misión dignifica al hombre, al grado de hacerlo participe de la acción salvadora de Dios. La
llamada de Dios hace al Pueblo dueño de su destino.
EL CORAZON DE DIOS
Este es el motivo más profundo del acontecimiento vocacional: el amor de Dios al Pueblo. Si
Dios llama a Moisés, es porque quiere actuar en la situación de esclavitud que padece el
pueblo. Si llama a los profetas, es para comunicar su Palabra al pueblo. Si llama a los
apóstoles, es para enviarlos a predicar. Así podemos calificar a la vocación como un don
Así se muestra que el acontecimiento vocacional está profundamente motivado por el amor
grande de Dios y convierte al hombre en testigo y agente de este mismo amor. La vocación
surge de la intimidad de Dios y llega a la intimidad del hombre, de modo que ya todo en el
hombre es vocación.
A SEMEJANZA DE DIOS
La vocación, como relación del hombre con Dios hace una transformación del hombre y de
todo lo humano. Renueva el plan originario de la creación. En el Nuevo Testamento se expresa
esta realidad en términos de reproducción de los rasgos de Jesucristo, el hombre perfecto. (Cfr.
Rm 8,29; 13,14; Flp 2,5; 3,21). Es la consecuencia personal del carácter trascendente y
dinámico de la vocación: Jesucristo es fiel reflejo del Padre, y el creyente es fiel reflejo de
Jesucristo. Por eso nos insiste S. Pedro: «Han sido llamados ustedes a comportarse así porque
también Cristo sufrió por ustedes, dejándoles un ejemplo para que sigan sus huellas» (1 Pe 2
,21) .
El hombre, porque ha sido hecho semejante a Dios, ejerce la soberanía sobre la obra de la
creación, y este hecho es parte de su vocación. Por ello, todos los bienes de la tierra deben
ordenarse en función del hombre, centro y cima de todos ellos (GS 12). Su vocación le
compromete a otorgar a todas las cosas su justo lugar. Para ello ha de poner en juego su
inteligencia, capaz de alcanzar verdaderas certezas y de perfeccionaras. Debe implicar su
libertad, por la cual llega a ser dueño de si mismo, verdadero sujeto del mundo y de su historia.
Es necesario que haga un esfuerzo por formar su conciencia moral, por la cual podrá descubrir
el bien obedeciendo a la voz que resuena en la intimidad de su corazón. Es, pues, el hombre,
con sus propias capacidades, y siempre ayudado por la gracia de Dios, quien responsablemente
dibuja en si mismo y en la comunidad humana los rasgo de Cristo. Así lo expresa la sabiduría
del Antiguo Testamento: «Él hizo al hombre al principio y lo dejó a su propio albedrío» (Ecl
15,14).
Esta semejanza de Dios a la que todos somos llamados, se concreta en conductas y ámbitos
bien específicos como son:
- El trabajo, como parte esencial de la vida del hombre, pues «el Señor Dios tomó al hombre y
lo puso en el huerto de Edén para que lo cultivara y lo guardara» (Gn 2,15). Parte esencial
también de su vocación como discípulo de Cristo: «Mi Padre no cesa nunca de trabajar, por eso
yo trabajo también en todo tiempo» (Jn 5,17). Parte, por último, de la vida del apóstol:
- La práctica del amor fraterno es el fruto más ordinario de una verdadera semejanza de
Dios, Es la prueba de toque de la fe y el signo más elocuente que debe mover también a los no
cristianos. Ya en el Antiguo Testamento se hizo un refrán: «El amor cubrirá todas las faltas»
(Prov 7,18) Jesús lo dio como mandamiento característico para sus discípulos: «Ámense los
unos a los otros como yo los he amado» (Jn 15,12) Se recomienda como criterio básico de
discernimiento en la vida cristiana: «Cuanto hagan, háganlo con amor» (1 Cor 16,14):
«Amémonos los a otros porque el amor procede de Dios. Todo El que ama ha nacido de Dios y
conoce a Dios» (1 Jn 4,7).
La Virgen María comprende que su maternidad es también para el pueblo y así lo proclama en
su cántico: «Tomó de la mano a Israel, su siervo, acordándose de su misericordia» (Lc 1,54).
En el Nuevo Testamento, se entiende que las personas están destinadas a la construcción de la
comunidad: así, San Pablo invita a los creyentes diciendo: «que nadie busque su propio interés
sino el del prójimo» (1 Cor 10,24). Los ministros de la Iglesia se comprende que están
dedicados de modo total a la edificación de la comunidad: «Te he dejado en Creta para que
acabes de organizando todo y establezcas presbíteros en cada lugar» (Tit 1,5).
El modelo y primicia del nuevo modo de ser hombre, que nos otorga el llamado de Dios
podemos encontrarlo en la Santísima Virgen. De ella hablaremos en el tema 20. Por ahora basta
recordar cómo toda su vida es un ejemplo de la mujer fuerte que sirve al Señor.
Sería muy conveniente que te preguntaras si vas asumiendo en tu vida rasgos que signifiquen y
muestren la presencia de Dios en la vida de las demás personas y de la comunidad.
El hombre es criado para alabar. hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor, y
mediante esto salvar su ánima; y las otras cosas sobre la faz de la tierra son criadas
para el hombre. y para que le ayuden en la prosecución del fin para que es criado. De
donde se sigue. que el hombre tanto ha de usar de ellas. cuanto le ayudan para su fin, y
tanto debe quitarse de ellas, cuanto para ello le impiden. Por lo cual es menester
hacernos indiferentes a todas las cosas criadas, en todo lo que es concedido a la libertad
de nuestro libre albedrío, y no le está prohibido; en tal manera que no queramos de
nuestra parte más salud que enfermedad, riqueza que pobreza, honor que deshonor, vida
larga que corta, y por consiguiente en todo lo demás; solamente deseando y eligiendo lo
que más nos conduce para el fin que somos criados. San Ignacio de Loyola.
RESUMEN
«Corro hacia la meta, hacia el premio al que Dios me llama desde lo alto (Flp
3,14)
En el tema anterior darificamos cómo la vocación es sobre todo una obra de Dios. En este tema
veremos la contraparte: Dios, al llamar al hombre, lo hace contando con su libertad, tratándolo
como un verdadero colaborador en su plan de salvación. De esta manera, se puede afirmar que
la vocación es a la vez un don gratuito de Dios y una opción responsable del hombre.
Si el hombre es, como hemos dicho, verdadero artífice de su propia vocación, como
colaborador de Dios, deberá poner en juego todas sus facultades para una mejor respuesta al
llamado de Dios. Deberá optimizar sus disposiciones vocacionales. A continuación vamos a
enumerar las exigencias humanas de la vocación desde tres puntos de vista: el de la misma
relación vocacional entre Dios y el hombre, el de los motivos de la vocación y el del servicio
que cada vocación implica.
Al llamar, Dios trata al hombre como un tú. Es decir, lo respeta en su calidad de persona y lo
hace responsable, desde su condición de ser libre e inteligente, de su propio proyecto de vida.
Por eso la conciencia del llamado de Dios plantea una primera exigencia de personalización. El
hombre llamado enviado debe hacerse dueño de si y debe poner en juego todo lo que es para
conseguir su proyecto.
La vocación transforma al hombre de un modo radical. En los textos bíblicos se expresa esta
transformación por el cambio de nombre y los rasgos de consagración. Por eso hay que decir
que desde el punto de vista vocacional, importa más lo que el hombre es que lo que el hombre
hace. Así aparece la exigencia de una nueva orientación altruista de la persona como tal que se
expresa en un hacer desinteresado y gratuito.
La vocación parte de la conciencia de la fe. Por ello su origen está en Dios que se aproxima al
hombre. No hay otro motivo que la voluntad de Dios. El hecho de la llamada es un acto de
Dios en la línea de la creación. Dios recrea a las personas al llamarlas. Esta realidad exige que
el hombre reconozca el lugar central y originario de Dios. Desde aquí surge la exigencia de un
constante crecimiento en el misterio de Dios que es santo. Consecuentemente, la vivencia de la
vocación da prioridad a la calidad de la vida y del amor (santidad) sobre los programas de
acción o el trabajo.
En la relación de personas Dios-hombre, Dios respeta la libertad del hombre. Cuenta con sus
capacidades y con su voluntad. Así la voluntad de Dios no se impone, se sugiere, se hace
invitación gratuita para el hombre. Por ello la vocación exige una creciente amplitud de la
libertad Quien escucha la voz del Señor e intenta responder es una persona cada vez más dueña
de sí y tiende a la máxima libertad que le lleve a experimentar el más alto grado de amor.
El hombre no merece el llamado de Dios. Lo recibe con incapacidad. Esto se subraya en los
textos bíblicos: los que son llamados presentan invariablemente objeciones, manifestándose
como personas poco aptas para realizar la misión encomendada. Esta historia se repite hoy,
porque la misión siempre excede las capacidades humanas. La desproporción entre lo que el
hombre tiene y lo que Dios propone exige al hombre que afronte sus propias limitaciones,
mejorando sus capacidades hasta hacerse un instrumento adecuado.
Cuando Dios llama, no pide unas horas de trabajo, sino la dedicación total de la persona a una
misión. Se pone como modelo para los creyentes al Padre del Cielo, su santidad, su justicia.
Esto plantea una nueva exigencia: una disponibilidad ilimitada, gratuita, con sentido de
totalidad. Sólo desde allí podrá el hombre reproducir los rasgos del amor manifestados en
Cristo, porque es toda la persona la que expresa y realiza esta delicada misión.
Dios no llama a cualquiera para cualquier misión. En los textos bíblicos se hacen las
referencias personales bien específicas. De modo que son llamados específicamente por ser
tales personas con un sentido único e irrepetible. Por eso la vocación es siempre un proyecto de
unión personal e íntima con Dios. La oración es un punto central de cualquier vivencia
vocacional. De este modo la vocación exige al hombre la superación de las opciones parciales,
afectivas o puramente intelectuales, para llegar a una respuesta global, que implica todo lo que
la persona es, y le da sentido de unidad personal y de unión con Dios.
La vocación personal tiene una íntima relación con la vocación del pueblo. Se puede decir que
es para el pueblo. Por consiguiente, exige que las personas abandonen sus motivaciones
egoístas y asuman una función social-histórica. Toda vocación se concreta así como servicio a
la humanidad en la concreción histórica y local.
La vocación personal supone a la vez un papel de liderazgo en medio del pueblo. Vivir una
vocación significa convertirse en una persona-signo. Por ello es más importante lo que las
personas son que lo que hacen. El papel de líder que implica la vocación exige un proceso de
santificación que haga del llamado un hombre de Dios.
Cuando se propone una vocación personal, estamos hablando de la opción por un ideal alto,
que viene determinado por el misterio que lo origina. Ese ideal alto contiene valores
evangélicos que van más allá de las capacidades humanas. Este aspecto plantea otra exigencia:
la constante interiorización de los valores de la vocación específica, que se caracteriza por una
determinación social-eclesial. Por ejemplo, para ser signo de la radicalidad de Cristo en la
historia, un religioso tendrá que hacer suyo, cada día. el valor de la pobreza evangélica.
PARA REFLEXIONAR...
RESUMEN
«Por la gracia de Dios soy lo que soy y la gracia de Dios no ha sido estéril en
mí... (1 Cor 15,10)
Hemos definido la vocación como diálogo y colaboración entre Dios y el hombre. Por ello es
importante conocer la evolución humana en el proceso vocacional, pero también el aspecto
sobrenatural de la vocación. A esto último vamos a dedicar el tema presente: la gracia de Dios
en el camino vocacional.
Al entrar en este proceso de llamada-respuesta que es la vocación, Dios y su acción gratuita son
un agente principal de nuestra vida. El Espíritu Santo es el motor de nuestra vivencia
vocacional y quien nos mantiene en el camino que hemos iniciado. La vida cristiana es vida de
gracia, y la vocación no se puede desligar de esta realidad. La vocación específica es
continuidad y plenitud de la gracia bautismal.
EL FUNDAMENTO
Cuando se propone una vocación especifica, es importante saber que se propone un altísimo
ideal, que no se puede conseguir con la solas fuerzas humanas. Es necesaria siempre la ayuda
de Dios, porque se nos invita a ser signos y, en un sentido amplio, sacramentos de su presencia.
Se puede decir que vivir una vocación especifica significa entrar en el dinamismo sacramental
de la Iglesia, para ser como otros cristos en medio del mundo. Este era el sentido hermoso que
tenía en la liturgia del antiguo catecumenado el vestido blanco, que imponían a los neófitos
después del bautismo: salir revestidos de Cristo, para ser un signo de su presencia en medio del
mundo del cual habían salido.
LA GRACIA HABITUAL
Si interpretamos toda la vida cristiana como vocación, se puede decir que Dios nos llama a la
participación de su vida divina, para que lleguemos a ser sus hijos y, convirtiéndonos en un
signo de su presencia, podamos gozar de la unión con él en esta vida y en la eterna. Todos estos
elementos «vocacionales» están presentes en la experiencia del bautismo. La gracia es la ayuda
que Dios nos da para responder a su llamado. En el bautismo, recibimos la gracia santificante o
divinizadora, es decir, la fuerza sobrenatural que nos hace capaces de ser hijos de adopción del
Padre del Cielo. Este don de Dios se puede llamar gracia habitual, porque está siempre como
fundamento de toda nuestra vida cristiana. Es una disposición permanente para ser verdaderos
cristianos y actuar como tales.
Cualquier persona que se plantee una vocación específica o que ya la esté viviendo, debe estar
muy atenta al estado de su alma, es decir, a su unión con Dios por medio de la gracia
santificante o habitual. Porque ¿como va a ser un ministro de Dios quien no tiene trato y
familiaridad con él? Hay personas que intentan vivir lo especifico sin tener lo básico. Esto es
un error. La vocación debe estar bien cimentada en la vida de gracia, para luego poder recibir
de Dios otras gracias especiales que se apoyan en esta. Es como un edificio en el que no se
puede comenzar por la azotea, sino por los cimientos.
Viviendo en la gracia santificante, es importante conocer que Dios da gracias actuales. Se trata
de la ayuda que Dios nos da en momentos peculiares de nuestro camino en la fe y en la
vocación, Así se puede hablar de una gracia especial o actual en el momento de la conversión,
o en el camino de la santificación, Las gracias actuales no son necesarias: son regalos que Dios
hace porque quiere y los hace para disponer a las personas para el servicio de la comunidad,
Por ello no se pueden interpretar como privilegios personales. San Agustín lo expresaba
claramente cuando decía:
¿Quién hay de los hombres que, conociendo su flaqueza, atribuya a sus fuerzas su
castidad y su inocencia, para por ello amarte menos, cual si hubiera necesitado menos
de tu misericordia, por la que perdonas los pecados a los que se convierten a ti? Que
aquél, pues, que llamado por ti siguió tu voz y evitó todas estas cosas que lee de mí por
haber sido curado estando enfermo por el mismo médico que le preservó a él de caer
enfermo, o más bien, de que no enfermara tanto, antes, sí debe amarte tanto y aún más
que yo: porque el mismo que me sanó a mi de tantas y tan graves enfermedades, ese lo
libró a él de caer en ellas (Confesiones n 7,15).
Queda claro, pues, que la relación de amor y gratitud que el hombre tiene con Dios, no depende
de las gracias actuales o especiales, sino de la gracia habitual que le ha sido concedida en el
bautismo.
Sin embargo Dios con mucha frecuencia da su gracia para hacemos comprender su voluntad y
ayudamos en nuestro camino de fe. Por eso se puede decir que la gracia actual constituye una
experiencia casi ordinaria de cualquier persona que ha sido llamada.
La gracia de Dios siempre cuenta con la respuesta libre del hombre. Dios no interviene
sometiendo al hombre, sino haciéndolo participe y actor en su plan de salvación. Por ello en
muchas ocasiones la gracia actual presenta la forma de una invitación a actuar en favor del
pueblo o de comprometerse más en la unión con el Señor. Por ello es muy conveniente que el
hombre se disponga ante Dios pidiéndole su gracia para percibir sus dones e invitaciones y para
responder a la medida del don recibido. Una buena disposición vocacional es, así, la
predisposición a la gracia actual. Es lo que antiguamente se decía liberalidad para con Dios, es
decir, deseo de realizar todo lo que él pueda pedir, incluso antes de que lo pida, porque lo
reconozco como soberano y dueño de mi vida.
LOS CARISMAS
La vida de la gracia se expresa muy concretamente en los carismas. Son dones extraordinarios
del Espíritu Santo que están ordenados a la gracia santificante y tienen por fin el bien común de
la Iglesia. Dios puede conceder estos carismas a personas individuales, que los ejercen en
medio de una comunidad cristiana, o para la fundación de instituciones dentro de la Iglesia, en
este caso se llaman carismas fundacionales,
Los carismas individuales tienen como piedra de toque y prueba de su autenticidad la caridad.
Deben ser puestos al servicio de la caridad, convirtiéndose en un bien para los demás San Pablo
restringe la validez de estos carismas a su capacidad de servir al cuerpo eclesial, de modo que
si ese don no es útil, recomienda mantenerlo en la oscuridad. Siempre tienen una referencia
comunitaria y una finalidad practica. Los carismas individuales no son sólo aquellos especiales,
como el don de lenguas, o el poder de sanación, sino también los más comunes, que llevan a las
personas a asumir diversas funciones, movidas por el Espíritu de Jesucristo. Por ejemplo, el
celibato, que la Iglesia lo entiende como carisma para vivir con un corazón sin divisiones la
entrega a la misión encomendada.
Los carismas fundacionales tienen el mismo criterio de discernimiento. Son para el bien de la
Iglesia. En esto se reconoce un común denominador de todos los fundadores: han fundado para
la Iglesia en su situación histórica concreta. Son dones eminentemente transitivos, que no se
quedan nunca en ellos mismos o en las instituciones a las que dieron origen. Interpretando así
los carismas fundacionales, hay que decir que son cosas muy serias. Una congregación
religiosa, por ejemplo, no nace de iniciativas humanas simples, sino de una inspiración de
Dios. Y por ello son un bien inmenso para la Iglesia y deben ser muy apreciados por todos.
Las personas que pertenecen a estas instituciones, deberán ser las primeras que consideren con
seriedad y reverencia, como algo sagrado, su carisma fundacional, de tal modo que cada una de
ellas viva con el mismo espíritu del fundador y haga las veces de un co-fundador, capaz de
actualizar el carisma en las diversas circunstancias históricas y culturales. El carisma
Por último, están las gracias de estado. Con este nombre se llama a aquellos dones de Dios que
acompañan el ejercicio de algunas responsabilidades en la Iglesia y muy especialmente los
ministerios. Un ministerio es un servicio estable e importante que una persona realiza en la
Iglesia. Los ministerios pueden ser laicales u ordenados. Los ministerios laicales son más
sectoriales, es decir, se refieren a un área concreta dentro de la misión de la Iglesia, como puede
ser la caridad o la liturgia. Los ministerios ordenados tienen mayor estabilidad y se refieren
siempre al conjunto de la Iglesia en sus diversas estructuras, ya sea la parroquia, la diócesis o la
Iglesia universal.
El término gracias de estado se puede referir a muy diversas realidades dentro de la Iglesia:
Al ministerio ordenado. En este caso se puede hablar del carisma jerárquico o del carisma de la
ordenación. En anos pasados se dio un paso importante en la teología de los carismas, al
reconocer que los dones jerárquicos son a la vez dones carismáticos. Es decir, que no vale
oponer la vida a la jerarquía, sino que es la misma jerarquía la que debe vitalizar a la Iglesia. Se
habla también del carisma de la ordenación, es decir, un carisma para la convocación y guía del
Pueblo de Dios en su conjunto.
También se puede hablar de un don especial del Espíritu que está unido al sacramento del
matrimonio. La paternidad y la familia son responsabilidades importantes en la Iglesia y, por
ello, es necesario que se vivan como verdaderos envíos evangelizadores. En la historia de la
Iglesia, hay numerosos testimonios de este carisma matrimonial y familiar. Hoy se tiende a
valorar más esta dimensión de la vida carismática de la Iglesia,
De manera semejante se puede hablar de una gracia especial para la vida religiosa, aunque casi
siempre se entiende esto desde el carisma de cada una de las instituciones religiosas. El carisma
religioso se nota especialmente en personas que han vivido esta vocación sin pertenecer a
ninguna institución, como Santa Rosa de Lima, o en los fundadores, que han recibido una luz
especial para la creación de instituciones religiosas. Los religiosos tienen que vivir
constantemente abiertos a la presencia de Dios y a su gracia, que les ilumina para vivir esa
vocación especifica.
Por último, se puede hablar de carismas unidos a los ministerios laicales y a los servicios que
espontánea o establemente prestan los creyentes en el ámbito de la Iglesia. Se puede concebir
así el carisma de la catequesis o el carisma de la atención a los enfermos, por poner dos
ejemplos. Los ministerios y servicios laicales surgen en la confluencia de los carismas con las
necesidades de las comunidades, y muy especialmente en las comunidades parroquiales.
El contenido de este tema es de suma importancia para tu vida y para tus planteamientos
vocacionales, por eso te proponemos unas preguntas a modo de examen para que te cuestiones
sobre tu disposición vocacional ante la gracia:
PARA REFLEXIONAR...
Señor: te doy gracias infinitas porque he recibido de tu bondad todo lo que he deseado y
pedido. ¿Quién te ha inducido y persuadido a mostrarte tan benigno conmigo, dándome tantas
gracias, como si no advirtieses y conocieses lo que estabas haciendo y a quién dispensabas
estos bienes? Porque ¿quién soy yo? El que me favorezcas y me prevengas con la abundancia
de tus gracias no se debe a mí, sino sólo a tu misericordia infinita. Lo reconozco plenamente,
porque todo lo que de ti recibo es puro y gratuito don tuyo; nada bueno encuentro en mí, ni
posibilidad de hacer algo bueno o digno de alabanza si tú antes no me infundes la luz y no me
enciendes con el ardor de la santa caridad. Santa Catalina de Siena.
RESUMEN
La Teología nos ayuda a sistematizar los datos de la fe junto con los de las ciencias
humanas para comprender mejor la realidad. En esta unidad vamos a clarificar
teológicamente los puntos más importantes relacionados con la vocación, las
vocaciones, las formas de vida y las instituciones vocacionales.
Te ofrecemos esta parte central del curso para que comprendas mejor tu propia fe, que
se transforma en camino vocacional. Aquí vamos a manejar las ideas fundamentales que
pueden iluminarte para hacer tu opción vocacional o perseverar en la opción que tienes
hecha.
El noveno presenta la vocación universal a la santidad, es eso que tienen en común todas las
vocaciones.
El décimo sintetiza la teología del laicado.
El undécimo te ayudará a comprender mejor la vida religiosa...
El duodécimo presenta la teología del ministerio ordenado..
El décimo tercero hacer ver la armonía que existe entre las vocaciones.
El décimo cuarto descubre el sentido vocacional de las diversas formas de vida.
El décimo quinto hace un elenco de las instituciones vocacionales que puedes elegir.
El décimo sexto estudia más en concreto la institución diocesana y el sacerdocio secular.
B. La mediación de la vocación.
«Ustedes sean santos como su Padre del cielo es santo» (Mt 5,48)
Cuando oímos hablar de «santos» o de «santidad» nos parece estar hablando de realidades
demasiado elevadas, posiblemente inalcanzables para cualquiera de nosotros. Pensamos en ese
pequeño grupo de elegidos que veneramos con nuestra oración y culto y que supieron vivir
perfectamente el mensaje de Cristo. Personajes a veces extraños, difíciles de encontrar y mucho
más de entender. Ser santo es sólo para algunos, no creo que me interese mucho el tema -nos
decimos-.
Las cosas van por otro lado: cuando Jesús nos propone ser santos como el Padre es santo, se
trata de una invitación dirigida a todos y a cada uno de nosotros. La vida cristiana se resume
simple y llanamente en ser santos. Pero ¿cómo?. Ahora te vamos a ofrecer algunos caminos que
te servirán para comprender mejor qué sea eso de nuestra llamada a la santidad, si es cierto que
es para todos y qué debemos hacer para vivirla ya.
EL ANTIGUO TESTAMENTO.
Por eso, todas las religiones han buscado la presencia de un Dios que se identifica con lo santo,
lo bueno, lo perfecto, lo bello. Esta imagen de Dios es común a las grandes religiones, y no
escapó a la reflexión teológica de Israel.
Desde el origen de la religión judía, aparece la figura de Dios como el Santo entre los Santos.
La santidad de Dios se manifestó en las grandes teofanías como la del Sinaí (Cfr. Ex 19,3-20).
Dios es esa fuerza misteriosa capaz de bendecir a los que lo reciben (Cfr. 2Sam 6,7-11).
El libro del levítico -se llama así porque son leyes de origen sacerdotal- es la mejor expresión
de esa santidad de Dios. Una santidad que se entiende en dos direcciones, una trascendente
(Dios es el Santo de Israel, el creador y Señor de todo) y otra inmanente (Dios quiere compartir
con su pueblo esa santidad). Los sacerdotes representan esta unión en la santidad entre Dios y
su pueblo: los sacrificios, rituales, purificaciones... quieren acercar al hombre a esa realidad
eterna y trascendente que es Dios.
Podemos añadir que el tema de la santidad aún va más allá: compromete al hombre desde unas
exigencias en la vida práctica. El ser santos como el Padre, significa acomodar la vida a esa
santidad a la que el hombre es llamado. Dios nos quiere santos en nuestra vida de cada día, en
nuestras actividades, trabajos, diversiones, con nuestra familia... La santidad no es algo
abstracto, sino que repercute directamente en la vida y en la relación con los demás. Esto lo
comprendió muy bien el pueblo de Israel y de ahí todo ese conjunto de normas nacidas del
decálogo, entregado por Dios a Moisés, y que intentan regular la vida entre los miembros de la
comunidad, Al final, todas esas normas se resumirán en dos: amarás a Dios sobre todas las
cosas y al prójimo como a ti mismo (Cfr. Dt, 6,5 - Lev 19,18)
EN EL NUEVO TESTAMENTO.
Jesús, nuestro maestro y amigo, predicó siempre esta convicción de la santidad a todos y a cada
uno de sus discípulos, cualquiera que fuese su condición (Cfr. Mt 5,48), porque sabía que no
podía haber un verdadero discípulo seguidor, si no existía una persona interesada en la
búsqueda de esa santidad, que nace de Dios y de la que el mismo Cristo es la prueba definitiva.
Reconocer a Cristo como el Santo de Dios es comenzar un camino de conversión hacia Dios y
hacia los hermanos. Es el Hijo de Dios Santo (Cfr. Lc 1,35; Mt 1,18: Mc 1,24). Se manifiesta
por sus obras, milagros y enseñanzas, que son signos de su misma santidad.
Cristo Jesús nos acerca a una imagen más definida de ese Dios-Santo: no es el Dios terrorífico
y lejano, que amenaza al Pueblo y lo castiga. Es el Dios-Padre, cercano amante de sus hijos,
que quiere acercarse a los hombres para compartirles su mismo ser. Este Dios se ha
manifestado de forma definitiva en el Hijo, amor del Padre a los hombres hasta la muerte en
cruz (Cfr. Fil 2,1ss). Así, en su Hijo, Dios ha querido reconciliar consigo todas las cosas, para
devolver la santidad al hombre (Cfr. Jn 17, 19-24). Una santidad que el hombre mismo había
perdido al rechazar, con el pecado, la bondad y gratuidad de Dios (Cfr. Gen 2, 4ss).
El camino de la santidad es también un don de la gracia: hemos sido salvados y el amor de Dios
vive en nuestros corazones. Cristo nos prometió y envió el Espíritu Santo, que nos enseña a
amar a Dios (Cfr. Mc 12,30) y a los otros como Él mismo nos amó (Cfr. Jn 13,34; 15,12) . La
puerta es el bautismo: por él recibimos el Espíritu y el llamado a una vida santa. La vida
cristiana es completar esta vocación bautismal, perfeccionándola con la ayuda de Dios (Cfr. Ef
5,3)
El sentido de elección del pueblo de Israel se renueva en la Alianza Eterna sellada con Cristo
en su Iglesia: somos elegidos de Dios (Cfr. Col 3,12) y nuestra vida es la de los seguidores del
amor del Padre: somos llamados a producir los frutos del Espíritu (Cfr. Gal 5,22; Rom 6,22).
Descubrirme como llamado, es descubrirme en un camino que tiene unos claros compromisos
para mi vida de cada día.
San Pablo, que conocía bien la Sagrada Escritura, utiliza gran parte de las afirmaciones
teológicas del Antiguo Testamento en sus cartas. También la carta a los Hebreos que hace una
Pero es evidente que el camino no es siempre tan recto o fácil como quisiéramos: todos
tropezamos en muchas cosas (Cfr. St 3,2) y tenemos necesidad de la Gracia de Dios. Por eso
Cristo nos enseñó cómo dirigirnos al Padre pidiéndoselo: «... y perdona nuestras ofensas como
nosotros perdonamos a los que nos ofenden» (Cfr. Mt 6,12).
EN LA VIDA DE LA IGLESIA.
Seguramente habrás proclamado muchas veces en la misa el Credo. Allá por el final decimos:
Creo en la Santa Iglesia. Desde la fe, reconocemos y confesamos que la Iglesia es Santa.
Cristo, a quien con el Padre y el Espíritu proclamamos como Unico Dios Santo, amó a la
Iglesia como a su esposa y se entregó por ella para santificarla (Cfr. LG 12). Se quiso unir a la
Iglesia como a su propio cuerpo de suerte que ahora podemos llamamos Pueblo de Dios (Cfr.
LG 12), nación santa (Cfr. Hech 9,13; 1Cor 6,1; 16,1).
La Iglesia, unida a Cristo, está santificada y es santificadora. Todas las obras y misiones de la
Iglesia tienen como finalidad el conseguir que los hombres alcancen la santificación por el
conocimiento y aceptación de la salvación traída por Cristo (Cfr. SC 10). En la Iglesia podemos
acceder a la plenitud de los medios para nuestra salvación (Cfr. UR 3) y conseguir la santidad
por la Gracia de Dios (LG 48). Es madre y maestra que quiere mostrar a sus hijos el camino de
la santidad.
Así, la Iglesia se muestra ante el mundo como caracterizada por una verdadera santidad, aunque
imperfecta (Cfr. LG 48), porque la santidad de todos sus miembros esta todavía por alcanzar.
Todos los cristianos, de cualquier estado o condición, están llamados a la perfección de la
santidad que tiene como modelo al Padre (Cfr. LG 11). Sin embargo todos los miembros de la
Iglesia debemos reconocemos como pecadores, necesitados de renovación y conversión
constantes (Cfr. LG 8; UR 6).
El fundamento de la santidad es el amor. La caridad dirige, informan y lleva a su fin a todos los
medios de santificación (Cfr. LG 42). La Iglesia quiere reconocer la fuerza del espíritu de
santidad que está en ella cuando propone a los santos como modelos para nuestras vidas.
Canonizar a una persona significa reconocer en ella el poder y la fuerza transformadora de Dios
que actúa en quien se deja hacer y modelar por Él.
Nos hemos acercado un poco a la comprensión de esa realidad llamada santidad. Ahora
seguramente te surgirán nuevas preguntas: ¿cómo hacerlo en mi vida de cada día?; ¿a qué me
compromete?; ¿debo vivirlo solo o cuento con la ayuda de otros?; ¿qué medios y caminos
posibles tengo para alcanzar esta meta?.
Por supuesto, cada uno sabe a qué le compromete este discernimiento: cuáles son aquellos
dones que Dios le ha concedido y que debe poner al servicio de los demás. Cuáles son sus
limites o deficiencias, para poderlos ir superando con la ayuda de la Gracia. El compromiso es
vital: abarca todas las dimensiones de mi vida por igual. Cuando uno es tocado por Dios, es
transformado en toda su realidad personal de forma irresistible.
Además, existen medios a nuestro alcance para facilitar nuestro crecimiento en la fe: nuestras
familias y comunidades educativas, nuestros acompañantes espirituales, la participación en los
sacramentos y en la vida de la comunidad cristiana... A nosotros se nos pide aprovechar los
medios que Dios va poniendo en nuestro camino. Cuando no lo hacemos, emprendemos el
oscuro camino de la infelicidad, porque nos descentramos de lo que realmente importa. Buscar
la santidad, todos juntos. Tarea y don.
Quede esto como conclusión de una larga y apasionante historia. En los capítulos que siguen
tendremos la posibilidad de ver los diferentes caminos que nos ofrece la Iglesia para vivir esa
santidad, a la que todos hemos sido llamados: la vocación laical, religiosa y al ministerio
ordenado. Por ahora, baste con saber que toda vocación es un camino para vivir la santidad, y
esto es fundamental porque es lo que nos une a todos y crea la comunión. No existe lazo más
fuerte que el del amor del Padre que nos llama a todos a ser como Él mismo es... santos.
Para el bien hacer.. cinco cosas la 1ª, que cada noche entre en juicio con Dios, haciendo
cuenta que es verdaderamente muerto y se ha de morir aquella noche. y examinar muy
bien su conciencia. acordándose de sus pensamientos y palabras y obras, y pedir a Dios
perdón de lo que ha pecado; la 2ª. confesar y comulgar muy a menudo; la 3ª. leer u oír
buenos libros: la 4ª. tener sus devociones santas para cada día; la 5ª. tener muy ardiente
caridad con los prójimos, ansí amándolos con el corazón como dándoles limosnas de los
bienes temporales mirallos. amallos y tratallos como a hermanos, hijos que somos todos
de Dios. como a miembros de un cuerpo, que es nuestro Redemptor Jesucristo, y sus
hijos e ayuntamietos de fieles, que es su santa Iglesia, lo cual haciendo por su gracia y
con su misericordia, iremos a gozar con él para siempre en la gloria, Amén. San Juan de
Avila.
RESUMEN
1. Todo hombre es llamado a la santidad. El ser santo significa acomodar la propia vida a esa
santidad a la que uno es llamado. Compromete. por tanto. al hombre desde unas exigencias
para la vida práctica.
2. Pero el camino de la santidad es también un don de la gracia: hemos sido salvados y el amor
de Dios viven en nuestros corazones.
3. La Iglesia se muestra ante el mundo como caracterizada por una verdadera santidad. aunque
todavía imperfecta porque la santidad de todos sus miembros está aún por alcanzar.
4. El camino de la santidad es ponerse en una constante actitud de escucha para saber cuál es lo
que Dios te pide en cada momento.
5. Pero el camino no lo hago solo: hay otros conmigo que comparten inquietudes y esperanzas.
Con otros me siento Iglesia peregrina hacia la misma meta de la santidad
«...el Señor Dios tomó al hombre y lo puso en el huerto de Edén para que lo
cultivara y lo guardara» (Gen 2,15)
Seguramente habrás oído decir que un laico es aquel que no es sacerdote ni religioso. Quien no
hace una opción por una vocación consagrada, se «queda» como laico. También se habla de los
laicos como los colaboradores, o los que ayudan a los sacerdotes y religiosos en sus tareas.
Seguramente tú aún no has tomado ninguna decisión sobre tu futuro vocacional. Entonces estás
tentado a definirte como «laico». Pero la vocación laical es algo mas que «no ser». Exige, como
las otras vocaciones, una opción vital por unos valores vocacionales determinados que
marcarán la vida del llamado.
Porque a veces no tenemos claros los conceptos, te invitamos a que leas atentamente lo que te
proponemos, para que puedas acercarte con claridad a la primera de las tres vocaciones que
conforman el abanico eclesial.
¿QUÉ ES UN LAICO
Para ser laico, por lo tanto, es necesario haber cumplimentado la iniciación cristiana y, a la vez,
haber hecho una opción clara por vivir los valores del evangelio en medio de las realidades del
mundo, desde la fuerza del Espíritu que nos regala constantemente sus dones. Los laicos, en
cuanto consagrados a Cristo y ungidos por el Espíritu Santo, son llamados y a la vez dotados
para que produzcan los mejores frutos (Cfr. AA, 4). El Espíritu les confiere los dones
necesarios que se adecuan a las circunstancias personales que conforman sus vidas.
La misión se nos presenta evidente desde los distintos documentos de la Iglesia, muy
especialmente a partir de la clarificación que surgió con el Concilio Vaticano II. Podríamos
intentar una definición:
«Laico es aquel fiel cristiano que ha optado por seguir a Cristo desde sus ocupaciones y
condiciones ordinarias de la vida familiar y social, ejerciendo su apostolado en medio del
mundo a la manera de fermento».
Los laicos, pues, están llamados por Dios para que, desempeñando su propia profesión, guiados
por el espíritu evangélico, contribuyan a la santificación del mundo desde dentro. Es lo que se
conoce con el concepto genérico de secularidad. Es propio del laico animar y ordenar las
realidades temporales, para que se hagan continuamente según Cristo. Por ello su misión, como
La vocación laical es tan importante que, sin ella, la Iglesia perdería su dimensión fundamental:
el ser-para-el-mundo, el ser misionera. Dios envió al mundo a su único Hijo, para anunciar la
salvación a todos. Y el Hijo envía constantemente a la Iglesia para que anuncie el Reino de
Dios, instaurando ya los valores evangélicos en el mundo presente. Por ello, todas las
vocaciones tienen una relación esencial con el mundo actual en el que viven.
Y, además, la vocación laical significa, con toda su fuerza, esa dimensión secular de la Iglesia:
enviados al mundo para hacer de él, a imagen de Dios creador, un cielo y una tierra nuevos.
Son también signo de Cristo, que tomó nuestra condición humana y se implicó totalmente en la
vida de los hombres, en las realidades del mundo.
La vocación laical admite una gran amplitud de formas de vida: la soltería o el celibato; el
matrimonio y la vida familiar; los diferentes oficios y profesiones; la consagración en institutos
seculares que se dedican totalmente a ser instrumento de Dios en el mundo... Todas ellas se
entienden sólo desde la perspectiva de su función vocacional: transformar el mundo presente
según los designios amorosos de Dios, Como ves, el matrimonio o la profesión son una forma,
entre otras muchas, de vivir tu vocación, de concretizar, según tus propias cualidades y
necesidades, el llamado de Dios. En ese sentido podemos hablar de ellas análogamente como
vocacionales.
Así pues, debemos desterrar la idea de que un «laico comprometido» es sólo aquel que está
trabajando en la parroquia: da catequesis, proclama las lecturas en la liturgia... Es cierto que
estos apostolados son también un deber de los laicos. Pero no el único ni el fundamental. El
ejercicio de las actividades políticas, sociales, culturales, económicas, artísticas, profesionales y
familiares, es el campo donde el laico debe desempeñar su función. Serían, pues, actividades
extraeclesiales, de cara al mundo al que sirven y quieren transformar. Incluso no podemos
olvidar el papel importante que están llamados a realizar en las estructuras sociales, nacionales
e internacionales, defendiendo la libertad, la justicia, la vida, la naturaleza... Todas ellas son de
enorme importancia para la Iglesia, porque son un instrumento de primer orden para
evangelizar, iluminando las realidades temporales a la luz de Cristo. Quien lleva a cabo esta
tarea con coherencia y fidelidad, es un laico verdaderamente comprometido y está viviendo su
vocación laical.
Además de esto, los laicos tienen también su puesto hacia el interior de la Iglesia, en la que
pueden colaborar en diversos oficios y ministerios.
Pero todas estas tareas intraeclesiales deberán ser el punto de convergencia de una vida llevada
diariamente desde el compromiso con las realidades temporales, del esfuerzo diario por hacer
de este mundo, un mundo mejor.
Como ves, ser laico no es cualquier cosa. Compromete fuertemente a quien ha decidido seguir
a Cristo por este camino. Tanto, que transforma su vida entera para poder ser, en medio del
mundo, como esa levadura que hace fermentar a toda la masa. Tarea difícil. Por eso, si crees
que Dios te llama por ese camino, debes plantearte algunos interrogantes que te ayudarán en tu
discernimiento vocacional, Pero no lo hagas fríamente. Hazlo delante de Dios, en paz y
oración, porque El llama cuando nosotros nos disponemos a escuchar desde la humildad del
que sabe que su felicidad la encontrará sólo en la medida en que cumpla la voluntad del Padre.
Nosotros te damos algunas pistas:
1. ¿Te interesas por el mundo en el que vives, empezando por tu realidad familiar, la situación
de tu colonia, de tu país.,.?
2. ¿Te gustaría involucrarte en la reconstrucción de este, mundo según lo que Dios quiere?
3. ¿Te preocupa prepararte bien para ejercer en el futuro una profesión u oficio, desde el que
puedas servir a otros desinteresadamente y así asumir el evangelio de Dios en tu vida?
4. ¿Estás ya comprometido con algún trabajo o apostolado de ayuda a los pobres, a los
necesitados, a los que sufren injusticias, a los que están en la ignorancia?
5. ¿Quieres hacer de tu vida un servicio constante al mundo, desde tu situación familiar y
social?
Si tus respuestas son afirmativas, puedes comenzar un camino de discernimiento para la vida
laical. Si, además, Dios te llama a vivirlo con una cierta radicalidad, quizá te pueda interesar
formar parte de un instituto secular. En el (Tema 14) encontrarás más información sobre
ellos.
Si tus respuestas son negativas, no sólo no llegarás a ser un buen laico, sino que tampoco debes
pensar en una vocación religiosa o sacerdotal, ya que, sino te interesa servir a los demás, no
tienes el requisito fundamental de toda vocación: la disposición de servir a la comunidad.
PARA REFLEXIONAR...
RESUMEN
1. Laico es aquella persona que, habiendo cumplimentado la iniciación cristiana, ha hecho una
opción clara por vivir el evangelio en medio de las realidades del mundo.
2. Su función es la de animar y ordenar las realidades temporales para que se hagan
continuamente según los designios de Dios.
3. Los lugares privilegiados para el desarrollo de su función son las situaciones comunes
sociales y familiares: el trabajo, la cultura, la economía, las artes, la política, el matrimonio...
4. También el laico puede desempeñar tareas hacia el interior mismo de la Iglesia: educación en
la fe, catequesis, obras asistenciales, ministerios laicales del lectorado y acolitado... que son
consecuencia de una vida llevada diariamente desde el compromiso.
5. Para seguir a Cristo desde esta vocación, es necesario hacer una opción clara y definida. El
laico no es «el que queda» fuera de los sacerdotes y los religiosos. Tiene su misión
importantísima en el seno de la Iglesia, pues manifiesta plenamente la secularidad de aquella.
Parece que hoy no está muy de moda el ser religioso: la sociedad contemporánea, incluso
muchas veces los que nos decimos creyentes, vemos la vida religiosa como algo pasado de
moda o poco adecuado a las circunstancias sociales y culturales de la actualidad.
Pero no seria justo rechazar de plano la vocación religiosa por desconocimiento, pues es, como
las otras dos vocaciones, una parte esencial en la vida y en la misión de la Iglesia y merece toda
nuestra atención. Por eso te proponemos la lectura de este tema, olvidando cualquier idea que
ya tengas acerca de lo que significa e implica el ser religioso. Es posible que al final entiendas y
valores más esta vocación, que pertenece a nuestra Iglesia desde tiempos muy antiguos.
¿QUÉ ES UN RELIGIOSO?
Decíamos al hablar de la vocación laical que el fundamento de toda vocación en la Iglesia son
los sacramentos de la iniciación cristiana. Consecuentemente lo es también en el caso de la vida
religiosa.
Sin embargo, esto no seria suficiente a la hora de determinar exactamente dónde está el origen
de la vida religiosa. Existe otro elemento esencial de carácter eminentemente eclesial: se trata
del seguimiento radical de Cristo expresado en la profesión de los consejos evangélicos por
medio de la emisión de los votos. El triple voto -castidad, pobreza y obediencia- manifiesta el
corazón de la vida religiosa. Algunas instituciones poseen, además, algún voto más (vgr. los
Jesuitas el de obediencia al Papa, los Benedictinos el de hospitalidad...).
En la Iglesia han nacido, por inspiración del Espíritu, una maravillosa variedad de instituciones
religiosas, con sus dones y carismas propios, que han contribuido desde antiguo a la edificación
del Cuerpo de Cristo. La gran variedad de institutos nos puede conducir a la errada conclusión
de que la vida religiosa tiene más de diferente que de común. Pero no es cierto: la función que
es propia de la vida religiosa es igual para todos los que han sido llamados a ella. Todos,
independientemente del carisma o de los trabajos que desempeñen, se han de caracterizar por
ser testigos ante el mundo de los valores absolutos de Dios, como anticipación de lo que será la
vida en el Reino futuro. Por eso te proponemos una definición de lo que es un religioso:
Religioso es aquel que, desde la vivencia radical de los Consejos Evangélicos, manifestada por
la profesión de los tres votos, quiere ser testimonio ante el mundo de los valores absolutos de
Dios y anticipación escatológica de la vida futura.
Es evidente que la vocación religiosa está en la misma esencia de la vida de la Iglesia, pues es
una constante referencia para todo el Pueblo de Dios que debe estar atento a esos valores
evangélicos que representa la vida religiosa para no desviar el verdadero camino del
seguimiento del maestro. Por eso no se entendería una Iglesia, al menos desde su dimensión de
constante referencia al absoluto de Dios que quiere encarnar.
Por eso la misión del religioso es esencialmente testimonial. Un testimonio que puede darse de
muchas maneras, según los carismas que el Espíritu suscite para el bien de la Iglesia Universal.
Aunque el origen de la vida religiosa es específicamente contemplativo (desde los Padres del
desierto, primeras comunidades alrededor de los maestros, pasando por la vida cenobítica o
eremítica hasta los modelos actuales de vida contemplativa) a lo largo de la historia de la
Iglesia, han existido muchos hombres y mujeres que han querido abrazar la vida religiosa pero
ofreciendo, a la par, una solución a los problemas que ellos encontraban en la sociedad de su
tiempo. Soluciones de urgencia para tiempos de crisis. Son los fundadores. Ellos, animados por
la fuerza del Espíritu, se sintieron empujados a trabajar para responder a las necesidades de sus
contemporáneos. Por eso, la vida religiosa fue derivando hacia un ejercicio activo de diversos
trabajos o apostolados: la vida contemplativa se fue transformando en mixta (contemplativo-
activa) y más tarde en activa.
Por esta misma razón, existen diferentes formas de vivir la vida religiosa y existen numerosos
carismas encauzados a dar respuesta a otras tantas necesidades. Algunos ejemplos que te
pueden ilustrar: existen muchas congregaciones que se dedican a la enseñanza (HH.Maristas,
HH. de las escuelas Cristianas...), otras son misioneras (Misioneros del Espíritu Santo,
Misioneros Combonianos, Misioneras Guadalupanas, Misioneros Javerianos...), otras se
dedican a la oración y contemplación (Clarisas, Carmelitas descalzas, Benedictinas,..). Otras al
servicio de los enfermos (Hospitalarias, Camilos...), a los ancianos (Hermanitas de los
Ancianos Desamparados, Hermanitas de los Pobres...), a la predicación y a la catequesis
(Dominicos, Catequistas de los Pobres...)... y tantas otras tareas que realizan desde el corazón
de la Iglesia para el mundo
No sería suficiente que el fundador hubiera iniciado una institución por un carisma personal,
los que pertenecen a ella deben revitalizarlo y actualizarlo según las circunstancias históricas de
cada momento. El carisma necesita ser redimensionado constantemente, revisado, especificado
a través de tareas concretas para que conserve la frescura de sus orígenes.
Si crees que Dios te llama a la vida religiosa deberás analizar algunas actitudes que debes ir
adquiriendo ya en tu vida de cada día. Siempre has de hacerlo delante de Dios y en un ambiente
de discernimiento, desde la oración de quien se sabe en manos de Dios y sólo desea descubrir
su voluntad para hacerla vida. Te ofrecemos algunas pistas para tu reflexión personal:
1. ¿Lees frecuentemente la Palabra de Dios para ir conociendo mejor los misterios de la vida de
Cristo e ir identificándote cada vez mas con ellos?
2. ¿Eres capaz de entablar relaciones de amistad profunda con otros, de trabajar y vivir en
grupo?
3. ¿Aceptas a los demás tal y como son e intentas ayudarlos desde el cariño y el diálogo?
4. ¿Eres capaz de compartir tus cosas, tu tiempo con otros, dándote con generosidad?
5. ¿Te gusta colaborar en tareas comunes y estás siempre dispuesto a aceptar las sugerencias de
otras personas?
6. ¿Estás cultivando un espíritu de oración buscando momentos para Dios, meditando...?
7. ¿Tienes un corazón abierto para amar a todos sin prejuicios, olvidándote de ti y de tus
intereses, dejando a un lado el egoísmo para darte sin esperar recibir?
8. ¿Estás disponible para hacer eso que pocos quieren hacer, para servir con prontitud cuando
alguien te necesita?
9. ¿Tu experiencia de Cristo te lleva a desprenderte de las cosas superfluas o frívolas en favor
del prójimo en quien ves el rostro de Dios?
Si ya estás esforzándote por conseguir estas actitudes en tu vida de cada día, posiblemente hay
lugar para que te vayas haciendo un planteamiento vocacional de tipo religioso. Te convendría
también conocer alguna congregación más de cerca, incluso viviendo una experiencia con ellos.
PARA REFLEXIONAR...
1. Un religioso es quien. desde la vivencia radical de los consejos evangélicos. manifestada por
los tres votos, quiere ser testimonio ante el mundo de los valores absolutos de Dios y
anticipación escatológica de la vida futura.
2. La vocación a la vida religiosa se puede vivir desde diferentes estilos de vida: activa.
contemplativa. mixta, misionera...
3. Entendemos por carisma institucional aquel don que el Espíritu infundió en los fundadores
para responder a las necesidades de sus contemporáneos.
4. Lo importante en la vida religiosa no son las múltiples tareas que realizan (enseñanza, salud,
misiones, ancianos. niños...) sino el testimonio de vida que dan. Sería erróneo pensar en la vida
religiosa por lo que hacen cuando la importancia radica en lo que son.
5. El punto importante de discernimiento sobre la vida religiosa está en ir cultivando esas
actitudes vitales que te ayudaran a entender mejor la consagración total de tu persona a la tarea
del Reino.
Con este capítulo completamos lo que podríamos llamar el abanico de las tres vocaciones:
laical, vida religiosa y al ministerio ordenado. Las dos primeras nos ayudarán a tener una visión
más completa de esta tercera, que se inserta en el corazón mismo de la comunidad eclesial.
La sociedad actual está viviendo una crisis vocacional fuerte a todos los niveles, pero
especialmente de cara al ministerio ordenado: hacen falta ministros del Evangelio en muchos
lugares. La escasez de vocaciones sacerdotales es preocupante. A los jóvenes de hoy no les dice
demasiado eso de hacerse «padres». Lo cierto es que las raíces de esta falta de sacerdotes se
debe, en gran medida, al desconocimiento profundo de lo que supone el servir a la Iglesia desde
esta opción vocacional, a veces desvalorizada incluso dentro de nuestras comunidades
cristianas.
No queremos que pase esta oportunidad sin hablarte de ella invitándote a que repienses tus
posturas y abras nuevos caminos que pueden ser también para ti.
El ministerio ordenado supone, desde luego, como las otras vocaciones, los sacramentos de la
iniciación cristiana: sin embargo se confiere por el sacramento del orden: por la imposición de
manos, los ministros ordenados quedan sellados con un carácter peculiar, por la unción del
Espíritu Santo. El obispo consagra como ministros de la Iglesia a los que han sido considerados
idóneos para que colaboren con él en el ejercicio pastoral de cuidar el Pueblo de Dios.
Existen tres grados dentro del ministerio ordenado. Los tres tienen su origen en el Espíritu de
Cristo que introduce en el ministerio e estos hombres escogidos de entre los hermanos, los
llama y capacita para continuar el ministerio apostólico de reconciliar, apacentar el Pueblo de
Dios y enseñar (Cfr. PDV 15; Hch 20, 28; 1 Ped 5,2). Te explicamos brevemente la función y
también la sacramentalidad de cada uno:
- EL EPISCOPADO: son los obispos, pastores propios de la comunidad. Su nombre viene del
verbo griego episcopein, que significa vigilar, cuidar. A ellos se les ha encargado una porción
del Pueblo de Dios (lo que llamamos habitualmente diócesis), para que gobiernen y cuiden de
ella. Son los sucesores de los Apóstoles, en esa continuidad que nace desde la misma
institución del grupo de los Doce por Jesús. Son los encargados del gobierno pastoral de las
diócesis y con ellos colaboran el resto de los miembros de la comunidad.
Los obispos, puestos por el Espíritu Santo, ocupan el lugar de los Apóstoles como pastores de
las almas, y juntamente con el Sumo Pontífice, y bajo su autoridad, son enviados a actualizar
perennemente la obra de Cristo, Pastor Eterno. Así, los obispos han sido constituidos por el
Espíritu Santo, que se les ha dado, verdaderos maestros de la fe, pontífices y pastores (Cfr.
ChD 2). Con la consagración episcopal se confiere la plenitud del sacramento del orden, el
supremo sacerdocio (Cfr. LG 21 ) . Los obispos son una referencia particular al ministerio
originario de los apóstoles, al cual suceden realmente (Cfr. PDV 16)
Cristo hizo participes de su consagración y misión, por medio de los apóstoles, a los sucesores
de éstos, los obispos, cuya función ministerial se ha confiado a los presbíteros en grado
subordinado (sacerdocio de segundo grado), para que sean cooperadores del orden episcopal
en la misión que Cristo les confió. Por ello los presbíteros participan de la autoridad con que
Cristo mismo forma, rige y santifica su Cuerpo. El espíritu Santo los marca con un carácter
especial que los configura con Cristo Sacerdote de tal forma que pueden obrar en nombre de
Cristo Cabeza (Cfr. PO 2; PDV 15). Aunque no tienen la cumbre del pontificado y en el
ejercicio de su potestad dependen de los obispos, con todo están unidos a ellos en el sacerdocio
según la imagen de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote y forman con el obispo el presbiterio
diocesano (Cfr. LG 28).
- LOS DIACONOS: son colaboradores de los obispos aunque, a un nivel diferente de los
presbíteros. El diácono es el servidor (diakonia significa, en griego, servicio) y su misión
propia es servir al Pueblo de Dios en el ministerio de la liturgia, la Palabra y la caridad. Le
corresponde la administración solemne del bautismo, el conservar y distribuir la Eucaristía;
bendecir los matrimonios y llevar el viático a los enfermos; leer la Sagrada Escritura a los fieles
y exhortar al pueblo; presidir el culto y oración de los fieles; administrar los sacramentales y
presidir los ritos de funerales y sepelios. También se dedican a los oficios de la caridad y
administración (Cfr. LG 29).
En el grado inferior de la jerarquía están los diáconos que reciben la imposición de manos no
en orden al sacerdocio sino al ministerio que deben ejercer en comunión con el obispo y su
presbiterio (Cfr. LG 29). Administrando los misterios de Cristo y de la Iglesia, deben ser
ejemplo de entrega ante la comunidad cristiana (Cfr. LG 3 42).
Como ves, existen tres maneras concretas de vivir la vocación al ministerio ordenado. Ahora
intentaremos profundizar en aquello que es común a todas, como misión específica que han de
desempeñar dentro del conjunto de la Iglesia.
Después de lo visto, parece claro deducir que la característica fundamental del ministerio
ordenado es el cuidado o «pastoreo» de la Iglesia en cuanto tal. Este cuidado debe vivirse en la
comunión: todos son corresponsables del crecimiento de la comunidad cristiana.
Pero no podemos caer en el error de pensar que, por esto mismo, el ministro ordenado es el
centro de la comunidad, sino que lo hemos de entender como quien, actuando en nombre de
Cristo Pastor, lleva a todos al verdadero centro que es Cristo.
Por lo mismo, el ministro ordenado se convierte en testigo ante el mundo de los misterios de la
fe: separado como testigo, pero viviendo entre sus hermanos los hombres (eso seria lo que
definiría al ministro ordenado secular), confirmando a todos en la fe de la vida futura y
animando su preparación ya en este mundo.
El ministro ordenado debe partir del hecho de que su vocación es un humilde servicio en favor
de la comunidad eclesial y humana, garantizando la autenticidad de la Iglesia en la concreción
de una cultura determinada. Así será el coordinador de todas las vocaciones, carismas y
ministerios para que la Iglesia dé su verdadera imagen ante el mundo y sea agente firme de
evangelización, Por eso no cabe la separación del ministerio ordenado de las otras vocaciones,
como si fuera algo superior o más importante. Su servicio sólo se entiende desde el conjunto de
la Iglesia,
Es el ministro ordenado el animador de toda la pastoral: debe coordinar y dirigir las iniciativas
de todos, para que las acciones sean verdadera y eficazmente evangelizadoras. Pero, de igual
modo, debe tener un sentido equilibrado de la autoridad, animando a todos a la
corresponsabilidad.
- El diácono permanente (es decir, que no aspira a ser sacerdote) puede ser casado (antes de
recibir el sacramento del orden y habiendo cumplido 35 años) o célibe (en México, la CEM
determinó que éstos tuvieran, al menos, 40 años). Los célibes no podrán casarse después de
haber sido ordenados. En cualquier caso deberán cumplimentar unos estudios mínimos de 3
años de acuerdo con las normas que hayan dado los obispos, Los jóvenes deberán permanecer
esos tres anos en alguna residencia destinada para ello y sólo podrán ser admitidos al
sacramento cuando tengan, al menos, 25 anos, Si son mayores de 35 años no tendrán
obligación de residir.
- En el caso de los diáconos transitorios (es decir, aquellos --que están en camino del
presbiterado), la exigencia será cumplimentar el quinto ano de los estudios filosóficoteológicos
y tener, al menos, 23 años, Con el sacramento del orden se exige la promesa de celibato,
Los presbíteros también pueden vivir en comunidad: cada vez son más las fraternidades de
sacerdotes que viven y trabajan juntos para hacer mas eficaz su trabajo pastoral y ayudarse en la
vivencia de la propia vocación. Esta forma de vida común, que no es religiosa, manifiesta
también esa unidad esencial entre los que forman el mismo presbiterio, por participar todos del
sacerdocio ministerial.
Los ministros ordenados realizan multitud de tareas, desde el servicio a la palabra con la
predicación o la dirección de la catequesis, pasando por la celebración de los sacramentos y el
servicio a la caridad, visitando enfermos o ancianos, promoviendo iniciativas de asistencia a los
necesitados... En fin, realizarán todas aquellas tareas y actividades que acrecienten y alimenten
a la comunidad a quien sirven.
Por último, te habrás preguntado alguna vez qué diferencias existen entre un presbítero
diocesano y uno religioso. Primero, afirmar que en cuanto a la fundamentación teológica no
existiría ninguna diferencia, pues ambos participan del ministerio presbiteral de igual manera.
Si existirían algunas diferencias en cuanto a la vivencia práctica, y eso es lo que intentaremos
aclarar seguidamente:
El presbítero diocesano, o presbítero del clero secular, esta ordenado en una iglesia particular
para el servicio de la Iglesia universal (Cfr. PO 10) desempeñando habitualmente su ministerio
dentro de los limites de la diócesis y bajo la autoridad de su obispo. A través del diaconado, la
persona queda incardinada en esa diócesis determinada como propia a la que deberá servir en
fidelidad,
El presbítero religioso no está ordenado, en principio, para una iglesia particular sino para los
fines propios de la orden o congregación. El presbítero-religioso está marcado por su vocación
religiosa, de modo que actúa bajo la autoridad de sus superiores para el desempeño de aquellas
actividades que son coherentes con el carisma de la institución a la que pertenece. Se someten
al obispo en aquello que corresponde al gobierno pastoral de la diócesis cuando están
trabajando para ella. La incardinación de los religiosos no se realiza en una diócesis
determinada sino en el propio instituto.
1. ¿Eres una persona servicial, libre de todo tipo de deseo de dominar a otros, de toda ambición
o competitividad?
2. ¿Piensas en el ministerio ordenado como una forma de servir, o es más bien una buena salida
a tus problemas o una forma de conseguir un status económico o social que de otra forma te
resultaría inaccesible?
3. ¿Estás siempre dispuesto a colaborar, a ayudar desinteresadamente a otros, o prefieres
trabajar tú solo de forma individualista, prescindiendo de la opinión de otros o sin ver sus
necesidades?
4. ¿Tienes conciencia constante de la presencia de Cristo en tu vida personal y en la historia de
los hombres, alimentándola con la oración y la lectura de la Palabra de Dios?
5. ¿Aceptas equilibradamente la autoridad de los que están por encima de ti, concibiendo tu
vocación como colaboración con otros?
6. ¿Valoras las otras vocaciones -religiosa y laical- en lo que tienen de necesarias e importantes
para la vida de la Iglesia?
7. ¿Haces una lectura creyente de los acontecimientos que te suceden día a día, poniendo tu
confianza en Dios que se vale de ti y de los demás hombres para escribir su Historia de
Salvación?
8. ¿Participas frecuentemente en los sacramentos, preparándote adecuadamente a recibirlos?
9. ¿Estás interesado por los problemas de tu parroquia, de la diócesis a la que perteneces y de la
Iglesia de tu país?
10. ¿Vives equilibradamente tu sexualidad masculina intentando madurar cada día en el
dominio de ti mismo para servir a los otros en plenitud de amor?
PARA REFLEXIONAR
Yo te exhorto. por la gracia de que estás revestido, a que apresures el paso en tu carrera
y los exhortes a todos para que se salven. Desempeña el lugar que ocupas con toda
diligencia. de cuerpo y espíritu. Ten cuidado de la unidad. mejor que la cual nada existe.
Llévalos a todos sobre ti, como también a ti te lleva el Señor. Sopórtalos a todos en
caridad. como ya lo haces. Vaca sin interrupción a la oración. Pide todavía mayor
inteligencia de la que tienes. Estate alerta. con espíritu que desconoce el sueño. Háblales
a cada uno en particular, al estilo de Dios. Carga sobre ti las enfermedades de todos (Mt
8. 17). como valiente atleta. Donde el trabajo es mayor, allí hay rica ganancia. · San
Ignacio de Antioquía.
RESUMEN
Ya hemos hecho un recorrido general por el mundo de las vocaciones específicas: hemos
conocido cuántas son y cual es su función dentro de la Iglesia. Te hemos ofrecido, incluso,
algunos criterios para discernir acerca de cada una de ellas.
Sin embargo, a veces el hacer una división entre las tres vocaciones, que nos ha ayudado en la
comprensión de lo que son en sí mismas, nos puede llevar al terreno equivoco de pensar que las
vocaciones son realidades distantes, independientes o sin puntos de convergencia.
Pensar así seria del todo erróneo. Por eso, ahora te presentamos este tema, donde puedes
descubrir la profunda armonía que existe entre las diversas vocaciones, de tal manera que
aprendamos todos a respetar y amar las opciones de los otros.
LA COMUNIÓN EN LA IGLESIA
Cuando nos acercamos al misterio de la Iglesia, el primer dato con el que nos encontramos es el
de la comunión. El Concilio Vaticano II señaló muy fuertemente este aspecto de la Iglesia. Si
repasamos la Lumen Gentium, aún sólo fijándonos en las diferentes secciones, se define a la
Iglesia como Pueblo de Dios - Cuerpo de Cristo - Templo del Espíritu. Estas tres analogías
intentan adentrarse en ese misterio de una Iglesia que es comunidad, convocación, reunión,
pueblo.
Esto es un dato clave para entender nuestro tema: no puede haber nada en la Iglesia que no
conduzca a la comunión, porque la Iglesia misma es reflejo de esa comunión más intima de las
tres personas de la Santísima Trinidad. El Padre, el Hijo y el Espíritu son una comunión
perfecta en el amor. La Iglesia, que tiene su origen en este misterio de la Trinidad, se debe
manifestar ante el mundo como reflejo del misterio de Dios.
Por eso no caben ni distinciones, ni competencias: en el cuerpo de la Iglesia cada una de las
vocaciones juega un papel importante y necesario. Hacemos ahora un pequeño repaso de cuáles
son las funciones de cada una de las tres vocaciones:
- Los laicos intentan poner de manifiesto la secularidad de la Iglesia, viviendo en medio de las
realidades del mundo como campo especifico de su apostolado. Son, los laicos, imagen de Dios
creador, en la medida en que ellos trabajan por construir-recrear un mundo cada vez más de
acuerdo con lo que Dios quiere.
- Los ministros ordenados apacientan y cuidan del pueblo, convocándolo en la unidad para ir
creciendo en la fe, Son los ministros ordenados imagen de ese Cristo Buen Pastor que cuida de
sus ovejas, que las conoce y conduce alimentándolas con el pan de la Palabra y los
sacramentos.
Por eso la Iglesia es como un gran cuerpo -dice S. Pablo- que esta compuesto por muchos
miembros, cada uno de los cuales tiene encomendada una función especifica. Ninguno puede
sustituir al otro: la mano no puede ver por los ojos o las piernas no pueden comer por la boca.
Todos los miembros son necesarios aunque diversos. Y sin todos ellos, el cuerpo no podría
funcionar adecuadamente.
Te ofrecemos este esquema que esperamos te ayude a clarificar los conceptos y a situarlos
dentro de la complementariedad de las vocaciones:
M. ORDENADO
Origen: Sacramentos iniciación.
Ordenación
Función: Apacentar Pueblo de Dios
Significación: Dios Padre. Cristo
buen Pastor.
Paternidad - Maternidad
VIDA RELIGIOSA
Origen: Sacramentos de iniciación.
Profesión. Votos.
Función: Testigos de los valores del
Reino.
Así es nuestra Significación:
Iglesia: Cristo histórico.
muchos somos Dios
los miembros
que formamos el Pueblo de Dios. Cada uno
Absoluto.
hemos sido llamados a una vocación especifica y dentro de otras tantas formas de vida. Con
Ahora comprenderás porqué no se puede entender la Iglesia como comunión cuando unas
vocaciones desprecian o rechazan a los otras, cuando los religiosos no aceptan o comprenden la
vocación de los ministros ordenados o cuando éstos rechazan a aquellos. Cuando los laicos no
son aceptados o algunos pretenden tener el único camino de la santidad.
Decíamos que todos estamos llamados a vivir según Dios, a la santidad. Las vocaciones son
caminos para vivir ese llamado. Y son caminos igualmente válidos, igualmente necesarios. No
se es más por vivir una vocación u otra, ninguna es el camino único de perfección. Por eso
debes desterrar la idea de que en esta vocación o en la otra uno consigue más fácilmente su
salvación. Esto no depende de la opción sino de la fidelidad y la constancia en vivir la propia
vocación allá donde uno esté.
Las vocaciones especificas, como ya vimos al tratar cada una de ellas, se concretan más en las
diversas formas de vida que pueden adoptar. Así encontrábamos el celibato, el matrimonio, la
viudez, la soltería, la vida comunitaria, la vida eremítica, 1a contemplación, la vida activa... De
esta manera se va definiendo cada vez mas la forma concreta de vivir una vocación.
En este sentido, muchas veces se ha querido ver oposición entre unos estados y otros. Por
ejemplo, se pensaba que la vida celibataria o en castidad era mas perfecta que el matrimonio o
que la vida contemplativa era mejor que la activa. No existen tales diferencias: la
complementariedad de las vocaciones desciende incluso hasta los mismos estados o formas de
vida, que no son contradictorios u opuestos sino que se conjuntan para formar la riqueza de la
diversidad de la Iglesia. Unos podemos aprender de los otros porque cada uno de los estados o
formas de vida dan a la Iglesia un matiz peculiar o forma de encarnarse la vocación.
Lo mismo sucedería en el ámbito de las tareas: no es cierto el afirmar que unas tareas primer
por encima de otras. La complementariedad también se manifiesta aquí: no deben existir
confrontaciones entre los que están encargados de una u otra tarea, pues el fundamento y
esencia de la vocación no estriba en las cosas que uno hace sino en lo que uno es
profundamente y le mueve a hacer algo concreto. Somos llamados para una misión que ~s algo
más vital, más permanente que realizar una tarea en concreto. La misión-vocación se podrá
manifestar a través de muchas tareas diversas. Por eso cualquiera es buena para ser cauce de
expresión del don de Dios recibido por quienes tienen encomendada una función especifica.
Es evidente, desde lo expuesto, que tenemos que ir cultivando en nosotros ese espíritu de
aprecio por las otras vocaciones y de colaboración para poder vivir con autenticidad el llamado
que Dios nos hace. Por eso, como en los otros capítulos, te proponemos algunos criterios para
que te tomes el pulso en este tema.
1. ¿Te preocupas por ir conociendo cada vez con más profundidad las diversas vocaciones en la
Iglesia y así profundizar mas en tu propio llamado?
2. ¿Buscas los trabajos que te facilitan el colaborar con otros o prefieres trabajar por tu cuenta?
3. ¿Estás inserto en algún trabajo pastoral o apostolado en el que trabajas con otros miembros
de la comunidad en la programación, desarrollo o evaluación de las actividades?
4. ¿Estas abierto a recibir las sugerencias que se te hacen para mejorar tus aportaciones en las
actividades que se te encomiendan?
5. ¿Valoras la riqueza de formas de vivir la misma vocación desde los diversos estados de
vida?
6. ¿Aprecias los trabajos que realizan las otras personas porque sabes que desde todos se puede
ir construyendo la Iglesia?
7 . ¿Tienes criterios demasiado fijos o prefieres consultar con otros para matizar tus opiniones y
lograr soluciones mas equilibradas?
Espero que hayas podido contestar positivamente a las cuestiones que te hemos propuesto. Si
todavía te faltan aspectos para completar estás a tiempo: sólo desde la conciencia de que la
Iglesia está formada por diversas formas de ser y de actuar podremos trabajar por la edificación
de una Iglesia mejor y mas fiel a la herencia del Evangelio,
PARA REFLEXIONAR...
RESUMEN
1. La Iglesia es un misterio de comunión: es reflejo de esa comunión íntima de las tres personas
de la Trinidad. en una comunión perfecta de amor.
2. Esta comunión se da también desde el ámbito de las vocaciones: no caben ni distinciones ni
competencias. Todas las vocaciones son igualmente necesarias e importantes para la misión de
la Iglesia.
3. La complementariedad vocacional no sólo se da a nivel de funciones. sino en las mismas
formas o estados de vida: no existen estados superiores o inferiores. sino distintos y juntos
reflejan la riqueza de la Iglesia.
Para vivir una vocación especifica, es necesario asumir una forma de vida determinada.
Ninguna vocación se puede vivir en abstracto. Pero, del mismo modo, ninguna tiene un solo
camino para ser vivida: existen diversas posibilidades para cada una de las vocaciones.
Habrás oído hablar del celibato, o la virginidad, del matrimonio o la profesionalidad; de la vida
activa o contemplativa,.. Algunas veces no acertamos a apreciar las implicaciones de cada una
de ellas. Por eso, te queremos presentar en este tema los diversos caminos por los que puedes
vivir tu vocación y que se llaman comúnmente formas de vida.
Vivir una de las tres vocaciones específicas, supone el asumir, al mismo tiempo, una forma
determinada de vida. Podríamos intentar una definición de lo que entendemos por forma de
vida:
Son aquellas realidades por medio de las cuales se conforma la existencia de quien
responde a la llamada de Dios, de modo temporal o definitivo, Es el movimiento natural
de la vocación, que tiende a especificarse cada vez más hasta convertirse en una realidad
única e irrepetible.
Algunas vocaciones llevan consigo una forma de vida determinada: por ejemplo, para la vida
religiosa, es imprescindible vivir los tres votos; para ser presbítero en la Iglesia Católica
Occidental es preciso ser célibe...
Pero te recordamos que donde reside todo el peso de las vocaciones no es en las formas o
estados de vida que pueda adoptar el llamado, sino la función que desempeña en medio de la
comunidad. Así, por ejemplo, los laicos se entienden desde la secularidad: son fermento en
medio de la masa. Y esto lo pueden desarrollar siendo célibes, o desde el matrimonio o desde la
consagración. Su función en el ámbito de la Iglesia no se modifica aunque hayan adoptado
formas diferentes de desempeñarla.
A continuación te vamos a presentar las formas de vida más comunes que pueden asumir los
ministros ordenados, los religiosos o los laicos. A estas formas de vida no se les puede
clasificar, en sentido estricto, como vocación, sino -como ya vimos- en sentido análogo, son un
estilo de vivir la vocación y en ese sentido son también vocacionales.
EL MATRIMONIO Y LA VIUDEZ:
La forma de vida familiar está íntimamente unida al matrimonio: los hijos son consecuencia
natural de aquel. La misión de los padres no se agota con procrear o dar a luz a los hijos, sino
que, a partir de entonces, comienza un camino de responsabilidad en su educación y desarrollo.
Y aquí la familia se convierte en la primera transmisora de los valores del Evangelio: es una
verdadera iglesia doméstica, donde sus miembros van a ser educados en la fe. La familia debe
ser también la primera orientadora en el camino vocacional de los hijos, donde cada uno
aprenda a escuchar la Palabra de Dios y a intentar darle respuesta con su vida. La familia es el
núcleo social básico; por ello es también el núcleo eclesial primario. El cultivo de las aptitudes
humanas y cristianas le corresponden a la escuela familiar y los padres no pueden eludir esta
grave responsabilidad.
EL CELIBATO:
Es el propósito firme de no casarse, sea por una intención personal o por una promesa hecha
ante la Iglesia. El celibato quiere subrayar la dedicación total y exclusiva a los intereses de una
obra determinada. El celibato no está reservado a los ministros ordenados, aunque, como
vimos, es exigido para ser sacerdote en la Iglesia latina (CIC 277). También existen laicos que,
por medio del celibato, se dedican plenamente a una obra: así encontramos a hombres y
mujeres que, para ejercer con la máxima eficacia una labor en favor de otros, han elegido el
celibato como forma de vida. No es lo mismos ser célibe que soltero: el primero hace propósito
firme de no casarse. El segundo, simplemente no se ha casado todavía, aunque no descarta la
posibilidad si encuentra a la persona idónea.
El celibato ha sido entendido también como un signo escatológico de la vida futura, de la total
entrega a la misión encomendada, la plena donación de sí mismo, como signo de la entrega
total de Cristo Jesús para cumplir la voluntad del Padre que lo envió.
LOS VOTOS:
El voto es la promesa deliberada y libre hecha a Dios acerca de un bien posible y mejor, que
debe cumplirse por ser un acto de religión. En el caso de la vida consagrada, los tres votos
clásicos son:
1. Castidad: el consejo evangélico de la castidad asumido por el Reino de los Cielos, es signo
del mundo futuro y fuente de una fecundidad más abundante en un corazón indiviso. Lleva
consigo la obligación de observar la perfecta continencia en el celibato (CIC 599).
Además de estos tres votos, existen otros que los complementan, dependiendo de las diferentes
instituciones. Así, por ejemplo, los Jesuitas tienen un cuarto voto de obediencia al Papa; los
Benedictinos un voto de hospitalidad...
El significado profundo de los votos es manifestar la vivencia radical de los valores que
propone el Evangelio. Son medios para el seguimiento de Cristo, no fines en si mismos. Por
eso, la vida consagrada no está centrada en la vivencia de los votos, sino en el seguimiento
radical de Cristo, con un medio privilegiado que son los votos.
Por otra parte, la vida activa se caracteriza por el ejercicio de un apostolado en el mundo, con
dones y tareas diferentes: atención a los pobres, a los ancianos, a los jóvenes y niños, la salud,
la enseñanza, el fomento de las vocaciones, la catequesis, la predicación... (PC 8). Estas
actividades apostólicas deben brotar siempre de la unión intima con Dios y en comunión con el
conjunto de la Iglesia (CIC 675).
Una forma de vida que mezcla el sentido contemplativo y activo es la VIDA MIXTA, donde se
alterna el apostolado con los momentos fuertes de oración y meditación. Intenta subrayar la
importancia del fondo contemplativo y orante que debe existir en toda actividad pastoral.
Como contraste a la vida comunitaria, ha existido en la Iglesia desde los primeros siglos el
estilo de vida eremítico: son personas que optan por vivir en soledad, para unirse más
íntimamente a Dios, para quien es todo su tiempo y toda su vida. Tiene un gran valor como
realidad testimonial, pues indica constantemente a los hombres la prioridad absoluta de Dios
por encima de todas las cosas. En él deben estar puestas nuestras preocupaciones y proyectos.
Santa Teresa de Jesús lo decía con unas hermosas palabras: Quien a Dios tiene nada le falta.
Sólo Dios basta.
LA PROFESIONALIDAD
LA MISIÓN AD GENTES
Esta forma de vida quiere ser testimonio claro de la universalidad de la Iglesia, que está
llamada a predicar el Evangelio a todas las gentes, a abrirse a todas las realidades culturales y
sociales donde debe ser anunciado Jesucristo. Por ello, frecuentemente, la actividad misionera
se halla muy unida a actividades de promoción social o económica. Se trataría de ofrecer, desde
Te hemos presentado el abanico de posibilidades que tienes para concretar mas aún tu camino
vocacional. Como ves, existen muchas formas. Alguna de ellas se adecuará más a lo que tú
mismo eres o quieres ser para el futuro. Te invitamos a que pienses serenamente sobre ellas,
para que vayas haciendo de tu propia vocación un camino único e irrepetible. En cualquier
caso, no pierdas de vista lo que dijimos al hablar de cada una de las vocaciones: son entre sí
complementarias, unas necesitan de las otras, para poder llevar a cabo su misión y, así,
manifestar ante el mundo el verdadero rostro de la Iglesia. En ese mismo sentido, debemos de
ver las distintas formas de vida: son complementarias. Ninguna prevalece sobre las otras y
todas juntas muestran la pluralidad de formas de vivir la vocación. Por eso cada una puede
enseñar mucho a las otras.
PARA REFLEXIONAR...
En toda buena elección. en cuanto es de nuestra parte, el ojo de nuestra intención debe
ser simple. solamente mirando para lo que soy criado. es a saber, para alabanza de Dios
nuestro Señor. y salvación de mi ánima; y así cualquier cosa que yo eligiere, debe ser a
que me ayude para el fin para que soy criado, no ordenando ni trayendo el fin al medio,
mas el medio al fin; así como acaece que muchos eligen primero casarse. Lo cual es
medio, y secundario servir a Dios nuestro Señor en el casamiento, el cual servir a Dios
es fin. Asimismo hay otros que primero quieren haber beneficios y después servir a Dios
en ellos. De manera que éstos no van derechos a Dios. mas quieren que Dios venga
derecho a sus afecciones desordenadas y. por consiguiente, hacen del fin medio y del
medio fin. De suerte que lo que habían de tomar primero toman postrero; porque
primero hemos de poner por obiecto querer servir a Dios, que es el fin y secundario
tomar beneficio o casarme, si más me conviene, que es el medio para el fin; así ninguna
cosa me debe mover a tomar Los tales medios o a privarme dellos. sino sólo el servicio y
alabanza de Dios nuestro Señor y salud eterna de mi ánima. - San Ignacio de Loyola.
RESUMEN
1. Entendemos por formas o estilos de vida aquellas realidades por medio de las cuales se
especifica más la vocación de modo temporal o definitivo, hasta convertirse en una realidad
única e irrepetible.
2. La forma mas común de vida es el matrimonio, aunque el celibato sin consagración está
abriendo una nueva etapa en la actualidad. La viudez es la continuidad natural del matrimonio y
puede vivirse también vocacionalmente.
3. Desde la perspectiva de la vida consagrada estaría la profesión de los consejos evangélicos o
tres votos, castidad, pobreza y obediencia, como signos de un seguimiento radical de Cristo
4. Señalamos también la complementariedad que existe entre las diversas formas de vida, de tal
modo que algunas veces se dan simultáneamente, como es el caso de la vida mixta, donde se
unen contemplación y vida activa.
5. La misión ad gentes aunque tradicionalmente se ha considerado como vocación aparte, es
esencial a cualquiera de las tres vocaciones, que están llamadas a evangelizar a todos los
pueblos.
Cada una de las tres vocaciones especificas, como hemos visto, se puede vivir de formas
distintas. También se pueden vivir en instituciones diversas: la Iglesia ofrece una amplia gama
de posibilidades a nivel de organización. Son espacios donde vivir con otros tu vocación.
Vamos a presentarte en este capitulo los diversos grupos o instituciones que existen en la
Iglesia y que te servirán para concretar aún más tu opción vocacional.
¿QUÉ ES UN INSTITUCIÓN?
La Iglesia, desde su aspecto externo, aparece como una sociedad con un sistema de
organización bien determinado, que ha ido evolucionando a lo largo de la historia, partiendo de
primitivas formas comunitarias y llegando a estructuras tan perfeccionadas como los institutos
actuales.
Para comenzar te ofrecemos una definición de lo que entendemos por una institución
vocacional en la Iglesia:
Es una sociedad en la que los miembros aceptan unas normas comunes, para dirigirse
hacia unos fines determinados desde el origen mismo de ella y que todos comparten,
poniendo los medios necesarios, humanos, materiales y espirituales para su consecución.
Son un don del Espíritu para la Iglesia, mediaciones para vivir más coherentemente la
propia vocación.
Para formar parte de cualquiera de ellas es necesario, antes de nada, cumplir los requisitos que
exigen a sus candidatos. Es lo que llamamos idoneidad. Aquellos que son considerados
idóneos, es decir, adecuados para desempeñar una misión concreta dentro de la institución,
deben hacer un compromiso -más o menos estable- donde manifiesten su interés por compartir
esa misión y como medio que determina su incorporación oficial a ella.
Te proponemos ahora las diferentes instituciones vocacionales que existen en la Iglesia. Ellas
reflejan la pluralidad misma del Pueblo de Dios.
La vida consagrada es una forma estable de vivir en la que los fieles, siguiendo más de cerca a
Cristo bajo la acción del Espíritu Santo, se dedican totalmente a Dios como a su amor supremo,
entregados a la edificación de la Iglesia y a la salvación del mundo, y consiguen la perfección
de la caridad en el servicio del Reino de Dios (CIC 573).
Adoptan esta forma de vida aquellas personas que, mediante votos u otros vínculos sagrados
(vgr. promesas), profesan los consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia y lo hacen
públicamente dentro de un instituto aprobado por la Iglesia.
Los miembros de los institutos de vida consagrada se convierten en signos de la vida futura, al
proponer con su vida los bienes absolutos del Reino de Dios, frente a los valores comúnmente
En la Iglesia hay gran diversidad de institutos de vida consagrada, que han recibido dones
diversos. Cada uno de ellos manifiesta más claramente un aspecto del misterio de Cristo (CIC
577):
- Cristo orante: institutos religiosos de vida contemplativa.
- Cristo anunciando el Reino - haciendo el bien: institutos religiosos de la vida activa.
- Cristo conviviendo en el mundo: institutos seculares.
Insistimos en el fundamento cristológico de todos ellos, ya que lo único que pretenden es imitar
a Cristo en las distintas manifestaciones de su vida, para cumplir la voluntad del Padre (PC 8;
LG 46). Ahora te vamos a presentar muy esquemáticamente algunas de las formas de vida
consagrada.
A. Instituto religioso
Un instituto religioso es una sociedad en la que los miembros se consagran totalmente por los
votos públicos de castidad-pobreza-obediencia y viven en vida fraterna común. Su carácter es
eminentemente testimonial pues son signo de la vida futura a la que aspiramos todos los
creyentes (c. 607). Poseen los institutos religiosos algunas características particulares:
- 1. Emisión de los tres votos públicos, temporal o perpetuamente.
- 2. Vida común preceptiva que ha de estar movida por una auténtica fraternidad.
- 3. Apartamiento del mundo, como testimonio público que han de dar los religiosos a la
Iglesia y al mundo.
A nivel práctico, para ingresar en la vida religiosa es necesario hacer un tiempo previo de
prueba, que se divide en dos etapas fundamentales:
Terminado el noviciado, los superiores, junto con su consejo, deciden sobre la admisión a la
profesión temporal, si el candidato o la candidata es considerado idóneo. La edad mínima son
17 años (CIC 643). Entonces se hace la primera profesión temporal que se renovará varias
veces hasta hacer la profesión perpetua. Esto no será antes de los 21 anos.
1. No tienen votos públicos, sino otros vínculos sagrados con los que abrazan los consejos
evangélicos, de acuerdo con sus constituciones (c. 712).
2. No es preceptiva la vida fraterna en común (c. 714).
3. Viven su vocación en medio de mundo (c. 719).
D. Vírgenes consagradas
Se asemeja a la vida consagrada -pero no es una forma de ella- el llamado orden de las
vírgenes. Se llamó así desde los tiempos más antiguos a esos grupos de mujeres que se
consagraban a Dios a través del propósito de guardar el consejo evangélico de la castidad. No
seria un voto propiamente dicho, pero se asemeja mucho a él. La consagración la hace el obispo
diocesano, según un rito litúrgico en el que se manifiestan los desposorios místicos con
Jesucristo. Estas vírgenes consagradas pueden asociarse entre ellas para fines determinados.
Junto a los Institutos de vida consagrada, que acabamos de ver, están las sociedades de vida
apostólica cuyos miembros, sin votos religiosos, buscan un fin apostólico común. No son
institutos de vida consagrada, pero son institutos de perfección, pues tienden hacia ella por la
observancia de las constituciones. Te resumimos sus notas esenciales (CIC 731).
Las sociedades de vida apostólica son sociedades de vida común sin votos, con una finalidad
determinada por un apostolado concreto. Este apostolado unifica y dirige las acciones de los
miembros que viven y trabajan juntos para una mayor eficacia pastoral.
Son sociedades formadas por presbíteros y diáconos del clero secular, con la finalidad de
enviarlos a lugares con penuria de clero, o dedicarlos a obras pastorales o misionales
necesitadas de clérigos especialmente preparados. El gobierno de la prelatura está
encomendado a un prelado (que no es lo mismo que obispo), que puede abrir un seminario
donde estudien los candidatos (CIC 294-295)
Por contratos con la prelatura, los laicos pueden contribuir en sus obras apostólicas, pero no
pueden ser miembros, puesto que, por definición, la prelatura personal es sólo clerical. Su
cooperación o colaboración se establece por acuerdos entre la persona y la prelatura (CIC 296).
Podríamos seguir el tema hablando, en concreto, de algunas de las instituciones más comunes,
o englobándolas en grupos de interés. Pero es una tarea casi imposible dado el número de ellas
que existen. Para que te hagas una idea, sólo en México existen más de 190 congregaciones
religiosas femeninas. y unas 60 masculinas. Más de 100 congregaciones fundadas aquí mismo.
Esa tarea se la encomendamos a tu orientador, que te podrá ayudar en tu elección vocacional e
informarte de las posibilidades a tu alcance.
PARA REFLEXIONAR...
Al fin de cualquiera de esos ejercicios, tomaréis a renovar y hacer nuevamente los votos
que tenéis hecho, principalmente el voto de castidad y de obediencia y pobreza; de
manera que todos los días renovaréis y haréis de nuevo los votos que tenéis hecho;
porque, haciéndolos cada día, no seréis tan combatido del enemigo y de la carne, en ir
contra ellos, como seríais si no los renovaseis ni los hicieseis de nuevo. Por eso tendréis
especial cuidado de renovar y hacer de nuevo los dichos votos de castidad y de
obediencia, etc. - San Francisco Javier.
RESUMEN
Los presbíteros, por la unción del Espíritu Santo y la imposición de manos, quedan marcados
con un carácter especial que los constituye en sacramento de Cristo, Pastor y Cabeza de la
Iglesia. Así pueden actuar en el nombre y la persona de Cristo (Cfr. PO 2), y son llamados a
prolongar la presencia de Cristo, único y supremo Pastor, siguiendo su estilo de vida y siendo
como una transparencia suya en medio del rebano que les ha sido confiado (Cfr. PDV 15).
Unidos al obispo como sus cooperadores, hermanos y amigos, y unidos entre si en fraternidad
presbiteral, forman con su pastor un solo presbiterio dedicado a diversas tareas pastorales en la
diócesis a cuyo servicio se consagran (Cfr. PO 8).
Dice el Vaticano II: Los sacerdotes diocesanos, incardinados en una Iglesia particular o
adscritos a Ella, se consagran plenamente a su servicio para apacentar a una porción de la
grey del señor; de ahí que constituyan un solo presbiterio y una sola familia, cuyo padre es el
obispo (ChD 28).
De esta forma concreta, se recogen los rasgos de la espiritualidad sacerdotal: unión con la
Iglesia, el Papa, los obispos y el presbiterio diocesano del que serán miembros; espíritu
misionero y pastoral. Este canon del Código de Derecho Canónico es una buena síntesis de la
doctrina del Concilio Vaticano II sobre la formación de los sacerdotes (Cfr. OT 8.11: PO
3.8.9).
Por el sacramento del Orden, los presbíteros reciben del Señor, por medio del obispo, la misión
de anunciar el reino de Dios a todos los hombres, y de santificar, presidir y cuidar al pueblo a
EL SEMINARIO
Como comunidad eclesial es, básicamente, un grupo de discípulos de Jesús, que quiere vivir,
desde la fe, una experiencia de cercanía al Señor que los llama a trabajar en su mies.
Por ello la Iglesia afirma constantemente, no sólo su conveniencia, sino la necesidad de que
existan (Cfr. OT 4; CIC 235, 237; PDV 60): en todas aquellas diócesis donde sea posible, tiene
que haber un seminario mayor. Este es el ideal, pues la historia ha demostrado que es un gran
instrumento para la adecuada formación de los candidatos. Cuando no sea posible, el obispo
enviará a sus seminaristas a otro seminario diocesano o a uno interdiocesano nacional o
regional.
El equipo formativo del seminario está constituido por el rector, que está al frente de todo el
proyecto educativo y es el máximo responsable, como representante del obispo; si lo pide el
caso -por ejemplo, cuando el número de seminaristas es muy elevado-, un vicerrector que
ayudará en sus tareas al rector, y el director espiritual obligatorio en todo seminario, encargado
de todos los aspectos de la vida espiritual en la comunidad del seminario.
Aunque los criterios para admitir a un candidato al Orden Sagrado han sido muy explicitados
por la Iglesia, muchas veces los que están en la etapa del seminario no los conocen o no son
plenamente conscientes de ellos. Te proponemos algunas de las cualidades que debes ir
consiguiendo durante tu periodo de formación en el seminario. Al final, la Iglesia pide datos
positivos de idoneidad y no son admitidos aquellos que no reúnan las cualidades que exige para
los que van a ser sus ministros. Léelos con atención; quizás te sirvan de revisión personal de
vida.
En general se entiende por cualidades físicas el grado de salud y de resistencia física que se
requiere para el ejercicio normal de las actividades propias del ministerio. El «minimum» que
se ha de exigir es una normalidad conforme a su edad. Este mínimo incluiría:
Por otro lado la Iglesia recomienda un análisis previo de las condiciones físicas ayudado, si es
necesario, por un profesional médico o psicólogo dignos de confianza.
Dotes intelectuales suficientes, es decir proporcionadas al trabajo que vas a desarrollar. El gran
«celo apostólico» o la «intensa vocación» que algunos dicen tener, no es motivo suficiente. En
general se debe exigir un grado de capacidad intelectual adecuado a la necesidad de completar
los estudios de filosofía y Teología y a las exigencias de nuestra cultura y sociedad
contemporáneas.
Las dotes espirituales son las que unifican y fundamentan las demás dimensiones de la persona.
Por ello es muy importante que las tengas en cuenta. Pero no todas las personas presentan el
mismo grado de madurez en su proceso vocacional y de fe. Es responsabilidad de la comunidad
formativa del seminario, el acompañar en este proceso de crecimiento, para decantar y
esclarecer las diversas situaciones. Y es tarea tuya el dejarte ayudar desde el acompañamiento.
Vamos a intentar desarrollar los conceptos que son de gran importancia, pues suponen la base
antropológica de la vocación, que debe tener una firmeza suficiente para poder sustentar el
edificio de la vocación.
PARA REFLEXIONAR...
Vigila, pues, cuidadosamente por tu pequeño rebaño, y sé para él un padre cariñoso. que
provea a todas sus necesidades espirituales; y, sobre todo, haz que tu vida sea ejemplar
de virtud y de edificación, y el Señor te colmará de sus bendiciones. No seas interesado,
ni te apegues a las cosas de la tierra; antes. por el contrario, ten el corazón tan
desembarazado de ellas cuanto te sea posible. nada de respetos humanos cuando se trate
de la gloria de Dios. Sé manso y paciente
con todos. a fin de dar confianza a cada uno, y, sobre todo, a los pobres que se dirigen a
ti en sus necesidades. Ten a todo el mundo por amigo, y a nadie por enemigo, tanto
cuanto fuere posible, según el Espíritu de Dios Sta Margarita María de Alacoque.
RESUMEN
«Nadie conoce al Padre más que el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo quiera
revelar...» (Mt 11,27)
Jesús es el mediador de una alianza nueva. Así como Moisés fue el cauce para que Dios hablara
a su pueblo en el Antiguo Testamento y para que lo guiara por el desierto, así Jesucristo es el
mediador de una nueva alianza, por medio de la cual hemos entrado en una intimidad con Dios
que nunca hubiéramos imaginado. Todos los sacrificios del pueblo de Israel se sintetizan y se
superan en el sacrificio de Cristo, que ha sellado la nueva alianza. Dice la carta a los hebreos:
- El camino hacia el Padre se ha abierto por la sangre de Jesús y a través del velo de su carne,
es decir, por la vida de Cristo. Por su pasión y su muerte, tenemos hoy acceso al Padre. El
sacrificio de Cristo es el gozne sobre el que gira esta nueva experiencia de Dios que nos da la
fe.
- Jesucristo es nuestro intercesor ante Dios, y por ello no hacen falta sacerdotes como los del
Antiguo Testamento. Él es nuestro gran sacerdote. Por Él ya estamos reconciliados con Dios,
porque ha entrado en el santuario representando a la humanidad.
- La vida cristiana es así una continua celebración de esta proximidad a Dios a través de Cristo.
Este es el sentido simbólico de los sacramentos, de la oración, de la Palabra de Cristo. En él
conocemos al Padre. Mirándolo a él, miramos al Padre. En su humanidad reconocemos la
divinidad escondida.
Esta mediación vocacional de Jesucristo es reconocida con toda claridad en la Iglesia primitiva.
Así, en el libro de los Hechos de los Apóstoles, la referencia a Jesucristo y al Espíritu Santo no
es menos evidente y central que en los evangelios: Tú, Señor, que conoces los corazones de
todos, señala a cuál de estos dos has elegido para ocupar, en este ministerio, el puesto del que
se apartó Judas (Hch 1,24); Dijo el Espíritu Santo: Resérvenme a Saulo y Bernabé para la
misión que les he encomendado (Hech 13,2). Es Cristo, por medio de su Espíritu, quien elige a
las personas y las envía a una misión bien determinada. Esta certeza de la presencia de Cristo
en la aventura que emprenden las personas y toda la comunidad está expresada de un modo
personal por san Pablo: Yo no me avergüenzo, pues sé en quién he puesto mi confianza y estoy
persuadido de que tiene poder para asegurar hasta el último día el encargo que me dio (2 Tim
1,12).
La vida de la Iglesia se comprende como continuidad de la misión de Jesús. Por ello toda
vocación, que se comprende en el contexto de la Iglesia, no puede dejar de tener como
referencia elemental al mismo Cristo que llama y envía, Desde este punto de vista explicó el
misterio de la Iglesia el Concilio Vaticano II: la Iglesia es signo y sacramento de Cristo y de su
misión: y también clarificó las vocaciones especificas: son signos concretos de Cristo y de su
misión.
Toda vocación divina es siempre pura y limpia, sin mezcla de carne ni de otra afección
alguna desordenada (Ejercicios Espirituales, 172).
Jesucristo es, pues, el medio privilegiado, el «lugar» de la llamada de Dios. Por él obtenemos la
gracia necesaria para responder a esta llamada. Así, es imprescindible referirse a él, a su
persona. Porque toda vocación especifica es seguimiento personal del Señor. Cuanto más el
hombre se dirija a él y le otorgue un lugar central, tanto más podrá sentir su llamada y lanzarse
a su seguimiento.
Y así es su cuerpo roto y su sangre derramada el mejor signo de la amistad: quien da la vida por
sus amigos. Es esta radicalidad la escuela donde aprenden sus discípulos. Llama para que las
personas dediquen todo lo que son a la misión. Desde aquí se puede comprender cómo en la
Iglesia primitiva las personas se destinan con todo lo que son y lo que tienen a un ministerio.
Hay una serie de caminos para el encuentro con Dios por la medición de Jesucristo, Es
necesario transitarlos para percibir su llamada. Tu vocación debe tener esta referencia
elemental a Cristo, el Señor. Te proponemos a continuación varios de ellos:
3. Los sacramentos, especialmente la Eucaristía. En ella esta Jesús realmente presente. Adorar
a Jesús en el silencio es un elemento de cualquier vocación. Así lo experimentaron los
discípulos de Cristo al verlo resucitado. Lo adoraron y esto les dio fuerza para proclamar su
evangelio. Estar con Él en su presencia sacramental y hacerse compañía suya. Preguntarle
directamente: «¿Qué quieres de mí?».
PARA REFLEXIONAR...
Hace muchos años que Cristo, mi Rey eterno, me llamó. Yo me di de alta en sus filas y
bajo su bandera. Me llamó para que con Él conquiste las almas, y cuántas ha puesto en mi
camino... Lo que algunos llaman mis conquistas, son tuyas, Señor. Sólo Tú tienes el
poder de llegar hasta el corazón de los hombres. Por tanto, mucho más oración, que me
haga vivir a mí mismo dentro de tu Sagrado Corazón. Yo sé que mientras más vivo en Ti,
más confiadamente llegan mis hermanos a mí con todas sus miserias hasta encontrarte
misericordioso. Beato José María de Yermo.
RESUMEN
Es frecuente la idea de que la vocación es una experiencia espiritual tan fuerte que nos separa
del mundo y de la historia. Y es verdad en cierto sentido. La relación con Dios y su llamado
indudablemente crean una ruptura, una separación. Pero no es para hacer una casta de personas
«sagradas» o distintas. Es una separación que paradójicamente nos relaciona más con la
realidad del mundo y de la historia.
Esto mismo les sucedió a los discípulos de Cristo: el llamado los separó de su realidad y los
llevó detrás del maestro, pero esta separación se convirtió al final en el motivo profundo de la
misión que los estaba lanzando hasta los confines del mundo.
Por esto no cabe ninguna oposición entre la Iglesia y el mundo. Los discípulos de Cristo, desde
la experiencia de Dios, imitan su acción creadora, volcándose hacia la transformación del
mundo. La Iglesia es toda ella para el mundo. Así, se puede decir que no hay nada plenamente
humano que no interese profundamente a los creyentes.
En esa historia humanizada, Dios ha intervenido en muchas ocasiones. Se puede decir que Dios
se ha mezclado con los acontecimientos hasta hacerse en Cristo un hombre concreto, de modo
que ha llegado a ser incluso objeto de los acontecimientos humanos, de modo especial en la
pasión y en la Cruz
Estas realidades históricas han sido una gran preocupación para los hombres de todos los
tiempos. Aquí están las grandes realizaciones científicas y sociales, pero a la vez los grandes
sufrimientos como las guerras y los genocidios. Desde la experiencia de la realidad, el hombre
clama frecuentemente a Dios, buscando una respuesta al angustioso caer de los
acontecimientos. Los momentos más críticos de la historia han producido a la vez reacciones
de una profunda espiritualidad y de desesperación
La realidad social y política tiene una fuerza evocadora grande. Podemos decir que constituye
una llamada de la realidad. El misterio del mundo y el misterio de Dios están profundamente
unidos, tanto que la llamada de la realidad es, de alguna manera, voz de Dios. Hay muchas
Es muy llamativo constatar que la Palabra de Dios consignada en la Biblia está profundamente
mezclada con la historia del pueblo de Israel. Los mismos textos bíblicos fueron elaborándose,
desde antiquísimas tradiciones orales, hasta quedar consignados por escrito a través de muchos
siglos. Y es en medio de estos avatares históricos donde Dios se revela. La Palabra de Dios es
comunicación de Dios contando con los errores de aquellos que transcribieron los textos y con
la manipulación de la historia que suelen hacer los vencedores.
Se puede decir que en Israel la Palabra de Yahveh se caracteriza como una irrupción de Dios en
la historia. Es un acontecimiento siempre rodeado de situaciones bien específicas. La acción de
Dios no es neutra. Está más bien referida al acontecer del pueblo en cada momento de su
historia. Así, Dios interviene liberando al pueblo que está esclavizado en Egipto; pero luego se
manifiesta como castigo y denuncia ante la instalación y la idolatría del pueblo en la tierra
prometida; más adelante será delicado consuelo que proporciona a los desterrados, o esperanza
mesiánica en medio del derrumbe político y social del antiguo Israel.
Buena parte del texto bíblico es propiamente narración histórica, de modo que una parte
importante de la catequesis cristiana será siempre la historia sagrada. En estas formas literarias
hay una verdad de fondo: Dios quiere salvar a los hombres, respetando su libertad y en medio
de las situaciones que su misma libertad ha provocado. Es un dato sorprendente y fuerte de la
fe. Los cristianos no buscamos a Dios simplemente como lo hacen otras religiones. Partimos
más bien de una noticia: Dios está presente en nuestra historia. Cristo ha querido hacerse uno
de nosotros y nos ha llamado amigos, porque ha revelado todo el misterio del Padre. Y, porque
sabemos que comparte nuestra realidad, intentamos responder con nuestra vida: es una simple
correspondencia a la gracia recibida.
En el Nuevo Testamento ocurre una cosa semejante. La tradición que fue transmitiendo los
dichos y hechos de Jesús no fue siempre pura. Se mezcla con interpretaciones, con situaciones
comunitarias, con defectos en su transmisión. Veneramos también como Palabra de Dios el
mensaje que los apóstoles dirigieron a aquellas comunidades cristianas pequeñas y limitadas.
Es un mensaje concretado en las circunstancias sociales y comunitarias.
Por eso, para un cristiano, los acontecimientos históricos siempre tienen sentido, porque por
oscuros que parezcan, son un signo de la presencia de Cristo que prometió: Yo estaré con
ustedes todos los días (Mt 28-20).
La Biblia nos ofrece aún un dato más: la vocación es siempre para el pueblo. Dios nunca llama
a las personas individuales simplemente para tenerlas junto a sí. Él llama para enviar. Y su
envío siempre tiene como destinatario al pueblo. De modo que ser llamado es sinónimo de ser
destinado para el bien del pueblo. En el Nuevo Testamento ser llamado significa ser destinado
para la construcción de la comunidad cristiana, a semejanza de Cristo que se comprendió a si
mismo como el constructor de una comunidad.
Si quieres descubrir la llamada de Dios para profundizar en ella será necesario que cultives,
como una disposición importante, la apertura a la realidad. Preguntar al mundo en que vives
qué necesita de ti. Llevar esta inquietante pregunta al terreno de la oración personal y
comunitaria. Cuando las personas o las instituciones se encierran en sí mismas, es imposible
que vivan un carisma concreto.
La experiencia del Espíritu Santo parte de la realidad, pero a la vez nos lanza a la historia. Esta
nueva inserción en la realidad llena al hombre de una libertad inusitada. Es la libertad que
permitió a los apóstoles dirigirse al sumo sacerdote, cuando les prohibía proclamar la Palabra
de Cristo, con estas palabras: «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres» (Hch 5-29).
El llamado de Dios parte así de las mediaciones históricas y se vive en medio de esas mismas
mediaciones, entre las que tiene que dar una respuesta creíble para todos los hombres. Las
mediaciones históricas de la vocación, y del mismo mensaje de la buena noticia, hacen que el
cristianismo no sea una doctrina cerrada, para un grupo de personas aisladas o fanáticas. Es una
realidad que interesa a todos los hombres y a toda la sociedad en que se encarna.
Cuando intentas dar a tus planteamientos vocacionales un sentido histórico surge un problema:
cómo interpretar correctamente los acontecimientos para no confundirte y saber que son
realmente voz de Dios. Cómo saber dónde encontrar los «signos de los tiempos». Para discernir
en esta mediación, lo primero es recordar los criterios básicos del discernimiento.
Cuando se da la ideologización, es muy fácil romper los vínculos de la comunión siempre que
la autoridad, o las otras personas no estén de acuerdo con tus ideas. Por eso es importante que
te preguntes: En esta inclinación mía, en esta necesidad que veo, ¿hay un amor limpio y
desinteresado? ¿Lo que me mueve es el bien de los demás? ¿Conservo siempre un único amor
que se dirige a estas obras, a Cristo y a su Iglesia?
3. Hay también una clave subjetiva. Porque no a todas las personas les llama la atención lo
mismo. Dios también llama por aquello que te inquieta personalmente, aquello que tú ves y que
otros no necesariamente ven. Eso que te llama la atención, eso que no puedes tolerar que
permanezca así, eso que te rebela, puede ser un llamado de Dios.
Bien vista una de estas mediaciones, cuando ya adquieres claridad, lo único que resta es
lanzarte. Y aquí sí cabe una determinación. Muchas veces la vocación no se juega en el qué,
sino en la capacidad de decidir. A veces conocemos bien la voluntad de Dios, pero
respondemos con somnolencia, con lentitud. Y esperamos que Dios mismo nos determine. Dios
señala el camino, pero es responsabilidad de cada i no, emprenderlo. Esa determinación te
corresponde a ti.
PARA REFLEXIONAR
Acá hay muchas personas que viven con deseos de servir a Nuestro Señor, si hubiese
quienes ayudasen, dándoles algunos ejercicios espirituales, para poner en obra el bien
que de día en día difieren de hacer: pues por presto que comiencen los hombres de hacer
lo bueno que saben, hallarán por cuenta, queriendo bien mirar en ello, que tardaron de
ponerlo por obra. Este conocimiento entero ayuda a muchos para despertarse y para que
no hallen paz donde no la hay, principalmente aquellos que, contra toda razón, procuran
de traer a nuestro Señor adonde ellos desean, no queriendo ir a donde Dios nuestro
Señor los llama; dejándose guiar más por sus desordenadas afecciones, que por los
buenos deseos que en ellos habitan.. San Francisco Javier.
RESUMEN
El Concilio Vaticano II nos recuerda una verdad fundamental para la vivencia de la fe:
La vida cristiana es siempre vida común y se concreta en la práctica del amor fraterno. Un
creyente nace en la Iglesia y en ella comprende y realiza su propia vocación. Sin la Iglesia, las
vocaciones no tienen sentido, porque es como la cuna, el seno materno que engendra y sostiene
la vida de fe. A continuación vamos a estudiar los fundamentos y consecuencias de la
mediación vocacional de la Iglesia.
Pero hemos conocido al Hijo. Y él se presenta como el enviado del Padre, el ungido del Señor.
En los evangelios, Jesús se comprende a sí mismo como una constante referencia al Padre. Y
de modo especial en los textos de la resurrección, es una referencia al Espíritu Santo. De esta
manera podemos afirmar que, desde la vida íntima de Dios, el Hijo ha sido enviado al mundo,
precisamente para compartir con los hombres la vida divina y amorosa de Dios-Trinidad.
También ha sido enviado el Espíritu, por el Padre y por el Hijo, para continuar la misión
salvadora a través de la Iglesia y para iluminarla y sostenerla.
Cristo es presentado en los evangelios con el titulo de Hijo de Dios, y a la vez Hijo del hombre.
Un dato de la fe nos dice que es verdadero Dios y verdadero hombre, es decir, que a la vez
posee las dos naturalezas: una sola persona con identidad irrepetible: el Verbo de Dios, el Hijo
del Padre. La fe en la resurrección completa aún más nuestro conocimiento, pues nos hace ver
que no solamente fue el Señor hombre y Dios en su existencia terrena, sino que Cristo vive hoy
a la derecha del Padre en esa comunión de las dos naturalezas, de modo que ya lo humano está
íntimamente unido con lo divino. Por esto, tenemos la esperanza de resucitar con Él, hombres
como somos, para llegar a gozar como hijos de Dios, compartiendo su vida divina. Es lo que
celebramos en la Asunción de María: una de nuestra raza ha subido a los cielos y comparte ya,
en su condición humana, la gloria de la divinidad. María asunta al cielo es la primicia de la
humanidad resucitada.
Pero este envío del Hijo tiene una característica sorprendente y maravillosa: el abajamiento.
Este dato es también parte nuclear de nuestra fe. Porque confesamos a Cristo muerto y
resucitado, El mismo que pasó por la pasión y sufrió a manos de los hombres, hoy es saludado
por los creyentes como Señor del universo. Su anonadamiento, tan hermosamente expresado en
la antigua predicación cristiana (Cfr. Flp 2,5-11), es la prueba clara de que Dios ha hecho parte
de si mismo todo lo humano. Ya nadie puede decir que Dios esta lejos, porque ha compartido
la debilidad de nuestra naturaleza hasta la muerte injuriosa e injusta de la Cruz.
LA VOCACIÓN DE LA IGLESIA.
Así como Jesucristo tiene la naturaleza humana y la divina, la Iglesia es a la vez sociedad
humana y misterio de Dios. Tiene a la vez las deficiencias y el pecado propios de los hombres y
la santidad de la presencia del Espíritu de Jesús. El mismo Señor quiso dotarla de autoridad,
para que compartiera con todos los hombres los dones de su gracia y los condujera a la
santidad.
La misión de la Iglesia no se puede comprender como una mera actividad. Comprende todo lo
que ella es, de modo que el primer contenido de su misión consiste en ser ella misma germen y
principio del Reino de Dios en la tierra. En el seno de la comunidad cristiana experimentamos,
efectivamente, y de un modo sacramental, los bienes que esperamos alcanzar en la vida eterna.
La misión de la Iglesia, como la de Cristo, no es para ella misma. Es para el mundo. De modo
que ella no se distingue del mundo sino como fermento, como levadura en la masa. Se puede
decir que la misión de la Iglesia consiste en ser como un catalizador, que acelere el proceso del
mundo que ha sido llamado por Dios para convertirse en el Reino eterno. El Reino de Dios ya
está entre nosotros, y la Iglesia está encargada de experimentarlo y desarrollarlo.
Hay todavía un dato más de la vocación-misión de la Iglesia: su estilo propio no puede ser otro
que el de su Fundador. Y si el Señor eligió el camino del abajamiento, del sufrimiento y de la
Cruz, éste será el camino de la Iglesia. Ella no está constituida para buscar la gloria de este
Pero es necesario un reconocimiento mayor: la Iglesia esta en el origen de todas las vocaciones
e instituciones vocacionales. Porque la vocación especifica no es otra cosa que la realización de
la vocación cristiana o bautismal. Es en el seno de la Iglesia donde han nacido las vocaciones,
donde se alimentan y viven. Por ello la Iglesia tiene autoridad para reconocer la autenticidad de
los carismas y de las vocaciones personales. La Iglesia llama en nombre de Cristo y confirma el
llamado que interiormente el hombre experimenta.
Las vocaciones y los carismas son siempre para el bien común. Lo veíamos anteriormente al
hablar de la vocación como un don transitivo, que es para el pueblo y para el mundo. Cristo se
comprendió en su misión como el creador de una comunidad y por ello los seguidores de Cristo
son también constructores de la comunidad. Esta es la razón por la cual entre las vocaciones
debe reinar la mejor armonía: todas son para la Iglesia, para el bien común. Por esta razón se
insiste mucho en que la dimensión misionera debe estar presente en todos los que han sido
llamados. Todos ellos deben tener la preocupación por las demás iglesias, de modo que la
expansión del evangelio hacia zonas nuevas del mundo, efecto natural de la misma fe.
Efectivamente, la Iglesia es una comunidad convocada para ser dispersada, y dispersada para
ser reunida. En ella la comunión tiene sentido si se convierte en misión: y la misión adquiere
sentido porque quiere llevar a otros a la comunión de la fe. Es una convocación para el mundo,
y por ello debe tener siempre una fuerza expansiva que podemos llamar tensión
evangelizadora. De esta manera toda vocación y toda misión lleva a los creyentes a enraizarse
más en la comunidad cristiana, a identificarse como ekklesía, que significa convocación.
Las necesidades de la Iglesia Las necesidades de la comunidad cristiana son una mediación
vocacional de primer orden. Dios llama porque la Iglesia necesita ministros que atiendan a su
salud y a su crecimiento. Esto sucedía muy claramente en la Iglesia primitiva: los apóstoles
eligieron y llamaron a siete colaboradores en nombre de Cristo, porque en la comunidad había
una urgente necesidad en el área de la administración (Cfr. Hech 6,1-7); también se recomienda
a Tito que nombre presbíteros según las necesidades de las comunidades que aún estaban
desorganizadas (Cfr. Tit 1,5-9). Ver las necesidades de la Iglesia y cómo es urgente que haya
personas que las atiendan, es un camino para experimentar la llamada de Dios. E
indudablemente la Iglesia necesita con urgencia sacerdotes, religiosos y laicos santos.
La diversidad de carismas Es bueno también conocer la diversidad de los dones que el Espíritu
Santo ha concedido a una comunidad local. Conocer la variedad suficiente y cómo entre los
carismas hay complementariedad. Esta variedad bien entendida es un medio para comprender
que Dios llama siempre y sigue llamando. Para esto son convenientes los grupos vocacionales y
las exposiciones vocacionales, donde uno puede maravillarse y dar gracias a Dios por la
diversidad de sus dones.
PARA REFLEXIONAR...
Veo yo una cosa y es que Dios. como buen padre. me conduce por la mano y me guía por
donde El quiere. Y de ahí es que iré donde no sé y marcharé por allá donde no querré.
Dios sabe cuán bien dispuesto estoy para servir a su Iglesia y que en asuntos de su
gloria, todo lo veo llano y fácil. El sabe en cuán poco tengo mi vida y mi reposo y cuán
desprendido estoy de todo consuelo humano y celestial. Y porque conoce Dios en esto mi
generosidad. no me abandonará sino que me guiará por donde le plazca. Yo ando
seguro. fiado en los cuidados de su paternal solicitud.
Te digo esto para que tú te abandones también a su providencia. ¡Cuán bien cuidado
está el que se fía de Dios! Beato Francisco Palau
RESUMEN
1. La vida de Cristo se interpreta como envío, como misión. Es el enviado del Padre.
2. La Iglesia es enviada para continuar la misión del Hijo.
Los católicos siempre tenemos una referencia muy familiar, que es parte de nuestra vida,
porque Dios así lo ha querido. No prescindió del amor tan profundo y desinteresado de una
madre. Y quiso además, desde la Cruz, darla por madre a su discípulo amado, y en él a cada
uno de los que lo conocieran. La Virgen María ocupa así un puesto lleno de discreción y
dignidad en la vida de los creyentes. Si Cristo nos la dio como referencia, será un punto
obligado en el camino de tu vocación.
UN PAPEL SALVÍFICO
La Stma. Virgen aparece muy poco en los evangelios. Sin embargo está en los lugares y
momentos más importantes de la vida de Jesús. Podríamos decir aún que tiene las
actitudes-clave. Realiza esas conductas que la ponen inmediatamente como modelo para los
creyentes. Son actitudes como la disponibilidad absoluta: Aquí está la esclava del Señor (Lc
1,38); la solidaridad, con el pueblo: Colmó de bienes a los hambrientos Lc 1,53): la prontitud
en el servicio: Se encaminó presurosa a la montaña (Lc 1,39); la acogida del misterio de
Cristo: Guardaba todos estos recuerdos en su corazón (Lc 1,51); el reconocimiento de la
autoridad de Jesús: Hagan lo que él les diga (Jn 2,5); la escucha y cumplimiento de su Palabra:
El que cumple la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre (Lc 3,35); la
fidelidad en las pruebas: Junto a la cruz de Jesús estaba su madre (Jn 19,25); la presencia en la
comunidad cristiana: Perseveraban unánimes en la oración con algunas mujeres, con la madre
de Jesús (Hch 1,14)
Estas menciones de María en los evangelios nos hacen evidente su papel en la obra de Cristo.
Ella está siempre junto a él, realizando una actividad semejante a la de Jesús y complementaria
con ella. Se puede decir que contempla la vida de su Hijo y se une a él en su misterio. Si
llamamos a Cristo Redentor, con razón a ella podemos llamarla co-redentora, es decir, la que
junto a él colabora en la obra de la salvación.
María vive en su corazón la parte humana de Jesús, sus alegrías, sus proyectos, sus
sufrimientos. Pero a la vez acoge en su interior la parte divina del Señor, el misterio del Padre
del cielo presente en él. De este modo hay que afirmar que en el pesebre ella fue verdadera
madre y verdadera adoradora de Jesús. En la cruz fue la madre que sufre los dolores del hijo
como en carne propia, a la vez la mujer que supo confiar en Dios en medio de toda aquella
tragedia.
La Stma. Virgen, por sus actitudes de unión con Jesús, lleva a quienes la contemplan a unirse a
él también, Así como Jesús es el puente de unión entre Dios y los hombres, porque vivió
siempre para el envío del Padre y para el Pueblo, María es un signo humano de la unión con
Dios, del que supo ser perfecta servidora, y de solidaridad con el pueblo al que exalta en su más
grande alegría. Ella es también puente entre Jesús y los hombres en aquella boda de Caná. Hace
de camino para comunicar e interceder.
Ella no sustituye la mediación de Jesús. La complementa, la adorna con su unión íntima a los
sentimientos de Cristo. Con su mediación, María muestra a los creyentes que el verdadero
Citando el libro de Judith, la Iglesia saluda a María en las fiestas litúrgicas con estas palabras:
Tú eres La gloria de Jerusalén, tú el orgullo de Israel, tú el honor de nuestra raza (Jdt 15,9),
De esta manera nos presenta a María como signo de la humanidad rescatada por Cristo. En ella
reconocemos los rasgos del hombre que colabora con su esfuerzo y disponibilidad en la obra de
Cristo. Este es el sentido del dogma de la Asunción de María al cielo. Una como nosotros, de
nuestra misma condición, ya goza de aquellos bienes que esperamos alcanzar. Es la primicia de
la humanidad resucitada, signo de nuestro triunfo con Cristo. Desde este dogma mariano
podemos comprender mejor la seriedad con que Dios se ha vuelto al hombre y la definitividad
de su amor hacia nosotros.
María es también signo de nuestra raza, porque puso los medios humanos necesarios para
secundar la gracia de Dios. La totalidad de su respuesta al llamado del Angel, la consecuente
aceptación de la voluntad de Dios hasta la cruz nos habla de una mujer entera y fuerte, a quien
se puede aplicar con toda justicia el elogio de la mujer en el libro de los Proverbios (Cfr. Prov
31,10-31). Junto con Cristo, que manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le
descubre la sublime de su vocación (G.S. 22), María es modelo vocacional para todos los
creyentes. En ella podemos contemplar los rasgos más puros de nuestra naturaleza.
LA PRIMERA DISCÍPULA
Jesús señala a su madre en el evangelio como aquella que cumple la voluntad del Padre del
cielo (Cfr. Mt 12,50) y ella permaneció con los discípulos en espera del Espíritu Santo (Cfr.
Hch 1,12-14). Se muestra así como la primera y mas fiel discípula de Jesús. Ella experimentó
un camino de crecimiento en el misterio semejante al de los apóstoles.
Su corazón de mujer es como una caja de resonancia que vibra con el eco de las palabras del
Señor. Su interior está lleno de imágenes que ha contemplado con profundo amor maternal, de
modo que ya no es la mujer israelita que funda su fe en las promesas del Antiguo Testamento,
sino la testigo silenciosa de los hechos y dichos del Dios con nosotros.
Durante la vida pública de Jesús, como todas las madres, constituye un apoyo silencioso y fiel.
Aparece en momentos significativos, llevando a los hombres a Cristo y colaborando en el
primero de los signos con que se manifiesta en el evangelio de San Juan (Cfr. Jn 2,1-1 1).
Es a la vez colaboradora del Hijo y quien lleva a la práctica la palabra divina que ha recibido de
él (Cfr. Lc 2,19-51). Como María, vivir nuestra vocación implicará estos dos aspectos: la
practica humilde de la Palabra y el anuncio explícito evangelizador.
Los acontecimientos de la pasión adquieren la mayor fuerza expresiva del misterio de Cristo.
Junto a él, manteniéndose de pie, María vive íntimamente el dolor redentor. Ella ofrece lo más
hondo de su existencia a Dios, uniéndose a la oblación del Señor. Los creyentes, en la vivencia
de nuestra vocación, también debemos llegar al ofrecimiento de todo lo que somos con el
sacrificio de Cristo. Todo lo que hay de pasión en nuestra vida adquiere, por la unión con aquél
que nos ha llamado, el sentido salvífico de la cruz.
La vida nueva de Cristo resucitado llena el alma de la Virgen de serenidad y de paz. La alegría
de María se convierte en oración solidaria y compartida con la comunidad de los discípulos. La
fe de María se concreta como pertenencia a una comunidad. Así también en nuestro caso, la
llamada constante de Dios nos hace miembros y constructores de una comunidad unida por la
presencia consoladora del Resucitado.
Desde la cruz, dirigiéndose al discípulo amado, pronunció Jesús estas palabras que hoy nos
llenan de aliento y consuelo: Ahí tienes a madre (Jn 19,27). Nos la señala como casa y camino,
aquella que sabrá mostrar al discípulo, con su fortaleza de mujer, la verdad sobre Cristo. Desde
este momento, los discípulos de Cristo podemos recurrir a ella. El discípulo amado la recibió
como suya (Jn 19,27), y comenzó a vivir una relación familiar con ella. Esta familiaridad con
María ha sido una nota constante de los mejores creyentes. Ella, como madre, educa a los
creyentes en el camino de la fe, es modelo de vida para ellos, presenta la más fiel imitación de
Cristo, convirtiéndose en modelo de su seguimiento. Por eso no es raro verla con ellos en
Pentecostés.
En su maternidad sobre la Iglesia, continúa ejerciendo su papel salvífico, siempre junto a Jesús.
A partir de la asunción, es unánime su reconocimiento como madre de Dios y madre de la
Iglesia. Es la experiencia repetida de los santos de toda la historia. De su mano podemos
recorrer más seguros el camino de la perseverancia vocacional.
Santa María concreta su presencia en los diferentes pueblos de la tierra, haciéndose parte de la
idiosincrasia de cada cultura. Muestra así que la vocación cristiana no puede vivirse sino desde
las circunstancias sociales, políticas, étnicas, religiosas y económicas en las que viven los
hombres.
El beato Juan Diego, la persona que dialogó con María y recibió su encargo, es también modelo
vocacional para los creyentes por su obediencia a los designios divinos y su confianza en la
Santísima Virgen: esperar a pesar de las dificultades en que la Palabra de Dios transmitida por
la Madre se cumpliría. Es, por ello, muy conveniente que lo imites al poner en manos de Santa
María de Guadalupe tu propia vocación.
PARA REFLEXIONAR
En todas partes, donde hay un comienzo de vida, está presente el corazón de una madre
que ama y vela solícitamente. ¿Por qué no deberíamos sentir los amorosos cuidados del
Corazón de María también en la vida de la fe. en la vida sobrenatural en la vida de la
gracia, en la vida espiritual? ¿Por qué no podemos recibir la vida sobrenatural por la
mediación de la Madre espiritual, María? - San Maximiliano Kolbe.
RESUMEN
EN LA BIBLIA
Moisés llama a Josué. Esta vocación está precedida por la oración, de modo que el llamado a
Josué se presenta como un efecto más de la mediación de Moisés: Señor, tú que conoces e¿
corazón de todos los hombres, pon al frente de esta comunidad un hombre que la presida y la
conduzca, para que la comunidad del Señor no quede como rebaño sin pastor (Nm 27, 16-17).
Después de orar y llamar, Moisés presenta a Josué ante el sacerdote Eleazar, para que, por
mediación suya, Dios consagre a su elegido (Cfr. Dt :5,7).
Elías llama a Eliseo. El profeta Elías, poco antes de ser arrebatado al cielo, busca entre los
israelitas un sucesor. Elías pasó junto a él y le echó encima su manto... Eliseo se fue tras Elías
y se consagró a su servicio (1 Re 19,19-21), En seguida de la desaparición de Elías, el
historiador pone en boca de los profetas de Jerusalén esta exclamación: ¡El Espíritu de Elías se
ha posado sobre Eliseo! (2 Re 1,15). Por mediación de Elías, Eliseo es llamado y destinado a
continuar la misión profética de parte de Dios.
Elí llama a Samuel La vocación de Samuel es presentada bajo la mediación de Elí, sacerdote
del Señor en Siló. Ana, que era estéril, pidió un hijo al Señor en ese templo. Y fue Elí quien la
consoló con estas palabras: Vete en paz y que el Dios de Israel te conceda lo que le has pedido
(1 Sm 1,17). Se nos narra también la hermosa historia del joven Samuel, que no sabía
interpretar la voz de Dios que lo llamaba por su nombre. Y es Elí quien le dice: Vete a
acostarte, y si te llaman, dices: Habla, Señor, que tu siervo escucha (1 Sm 3,9).
Samuel llama a Saúl y a David. La elección de los primeros reyes de Israel también tiene como
característica la mediación personal. Cuando el pueblo pidió un rey, Samuel participó en una
misteriosa comida con Saúl y lo ungió como rey. Este acontecimiento viene precedido por la
intercesión de Samuel ante Dios: Atiende a su ruego y nómbrales un rey (1 Sm 8.22), En otra
tradición, Samuel echa a suertes la elección de Saúl ( 1 Sm 10, 20-21). Samuel es también el
medio por el que Dios llama a David, el sucesor de Saúl. Como siempre, precede el diálogo
entre Dios y el profeta. Dios le decía: ¿hasta cuándo vas a estar llorando por Saúl. si yo lo he
rechazado como rey de Israel? (1 Sm 16.1). Obedeciendo a Yahveh, es Samuel quien unge a
En los evangelios aparece Jesús como el primer mediador. Pero esto no estorba para que
intervengan también otras personas. En el texto del llamamiento a los primeros discípulos del
evangelio de San Juan, aparecen varias mediaciones. La de Juan el Bautista, que, adoctrinando
a sus discípulos, les señala a Jesús como cordero de Dios: los dos discípulos le oyeron decir
esto, y siguieron a Jesús (Jn I, 37). Uno de estos dos discípulos era Andrés, que, al encontrar a
su hermano Simón, le comunicó la buena noticia. Nuestro texto no deja lugar a dudas cuando
dice: y lo llevó a Jesús (Jn 1,42). Algo semejante ocurre con Felipe, que repite a Natanael las
palabras de Jesús: ven y lo veras (Jn 1,46), En el evangelio de San Lucas ocurre algo semejante,
al constatar que Santiago y Juan eran compañeros de Simón (Lc 5,10).
Como en los personajes bíblicos, las mediaciones personales tienen un valor decisivo en
nuestra vivencia vocacional. Dios habla también por personas concretas. Son ellas, en muchas
ocasiones, quienes nos muestran el sentido de las mediaciones históricas, eclesiales,
cristológicas. Hay una razón de fondo: es que la evangelización se hace habitualmente por un
anuncio explícito, de persona a persona. Todos podemos hacer una cadena con los eslabones
que representan a las personas que han influido en nuestro proceso vocacional. Es como en el
caso de la Sagrada Escritura. Dios ha hablado por medio de personas que escribieron unos
textos, de la tradición de un pueblo. Igualmente hoy Dios habla y nos llama-envía por la
mediación de palabras humanas, de personas que con sus limitadas capacidades nos
acompañan.
Los encuentros con personas que influyen en nuestra vida pueden ser interpretados como
casualidad. Pero hay una interpretación más profunda: son un misterio de la presencia de Dios
y de la vocación que nos da. Abrirte al acompañamiento de otras personas y a su ejemplo de
Hay varios caminos por los que puedes recurrir a las mediaciones personales de una manera
sencilla:
La experiencia de los santos. Los santos son los testigos del pasado. Se les declara beatos o
santos para proponerlos a toda la Iglesia como modelos o tipos vocacionales. Al ver a un santo
sacerdote y conocer su vida y sus obras, uno puede comprender mejor, en la misma realidad,
qué significa el ministerio ordenado. Hoy, por medio del cine, es más fácil aproximarte a ellos,
A veces se piensa que conocer a los santos es algo anticuado y aburrido. Pero sus vidas están
habitualmente llenas de vida, de pasión por el evangelio y de un expresivo amor a Jesucristo y a
los hombres. Tienes aquí una invitación a conocerlos, a familiarizarte con sus expresiones y sus
ejemplos. También para invocarlos y pedir su intercesión en el camino de tu vocación.
Las personas encargadas. En la Iglesia hay personas que han recibido el encargo de atender y
cuidar a las vocaciones. Son los promotores vocacionales, los asesores de los grupos juveniles,
los formadores y directores espirituales. En general, todos los sacerdotes tienen como parte
importante de su misión el cuidado de la vocación de las personas, Seguramente tú conoces a
más de uno. En tu proceso vocacional es importante recurrir a su ayuda. Es un criterio afirmado
durante siglos: recurrir a las personas, que por su madurez, por su experiencia y su
disponibilidad pueden realmente ayudarte. Desde este punto de vista, parece muy importante
que elijas bien la persona y que no dudes en recurrir a quienes puedan complementar tu
orientación.
El apoyo familiar y social Hay también una referencia personal muy importante, representada
por aquellas personas que te conocen bien y te han ayudado en tu proceso de maduración
personal. Son, por ejemplo, tus padres. Ellos siempre serán una ayuda segura en tu caminar
vocacional. También los maestros que han influido de modo especial en tu vida, o aquellos
amigos que han llegado a constituir una referencia formativa para ti. La comunicación franca
con estas personas es casi siempre una garantía de transparencia y de seguridad en tu proceso.
Las comunidades. Hay personas cuya mediación vocacional se polariza por el ámbito
comunitario. Por ejemplo, hay veces que lo importante no es tanto hablar personalmente, como
tener un contacto con un seminario o una comunidad religiosa. Pasar un rato con ellos,
compartir a nivel de la fe, crear lazos y escuchar la definición de su carisma. También se puede
pensar en una comunidad parroquial viva,- o en un grupo juvenil. Esa mediación comunitaria
puede ser la ocasión para que tomes conciencia del llamado de Dios.
PARA REFLEXIONAR...
Porque, si bien miráis en mil maneras verás que disfrazado se te pone delante para
hallarte y regalarte: porque, si sales a la plaza, verás que se hace pobre para que le des, o
por mejor decir para poderte dar: otras veces, como enfermo, te pide salud para poderte
sanar; otras se pone en la cárcel para que le saques y te saque de tus prisiones. ¿Qué más
diré?, pues llega a disfrazarse como rudo ignorante a pedirte consejo, para que,
dándoselo, te pueda pagar con el don de su eterna sabiduría. - San Francisco de Borja.
RESUMEN
1. En la Biblia, la noticia del llamado de Dios llega por medio de personas concretas.
2. En el Nuevo Testamento llaman en nombre de Jesús.
3. En el tiempo de la Iglesia Dios llama a través de los responsables de la comunidad.
4. Las mediaciones personales son un llamado que Dios hace de persona a persona y
habitualmente se dan en toda vocación.
5. Varios caminos para explotar las mediaciones personales:
- La experiencia de los santos.
- Las personas encargadas: promotores y formadores.
- La familia y el entorno social menor.
- Las comunidades y los superiores.
Las partes teóricas que hemos estudiado te serán seguramente de utilidad pero no
estudiamos el tema de la vocación solamente para adquirir un poco más de cultura. Al
contrario, sabemos que afecta fuertemente a nuestra vida. Por eso es importante que
comprendas cómo discernir la vocación y qué medios se te ofrecen para ello. Esta es la
finalidad de la cuarta unidad.
Incluye dos secciones que piden dos actitudes complementarias en ti: La primera,
explicita los criterios del discernimiento cristiano y vocacional; en ella es necesaria la
apertura a un modo de pensar que no necesariamente coincide con el tuyo. La segunda,
te propone la elaboración de un proyecto de vida, y pide en ti el compromiso de
comenzar a diseñar tu futuro, siguiendo la voz del Espíritu de Dios.
El vigésimo segundo, clarifican en qué consiste el discernimiento y cuáles son sus reglas
fundamentales.
El vigésimo tercero, muestra quiénes son los responsables del discernimiento vocacional y por
qué razones les corresponde este servicio.
El vigésimo cuarto, afina un poco más al presentar los criterios más seguros en el
discernimiento vocacional.
El vigésimo quinto, hace la relación entre acompañamiento vocacional y discernimiento.
B. El proyecto de vida.
El vigésimo sexto, presenta la dinámica del proyecto de vida desde el proceso evangelizador.
El vigésimo séptimo, te invita a elaborar tu proyecto vocacional de una manera personal y te
ofrece los esquemas necesarios para ello.
«Los perfectos son los que han aprendido a distinguir entre el bien y el mal»
(Hch 5,14)
¿QUÉ ES DISCERNIR?
Discernir es, como dice la palabra misma, pasar por la criba, seleccionar, distinguir. Es la
acción del trabajador de la construcción con la arena que prepara para hacer la mezcla, Es la
tarea del pastelero que pasa por el tamiz la harina, para cocinar un fino bizcocho, La harina o la
arena serian -aplicándolo a nuestro campo vocacional- las opciones o decisiones que hay que ir
tomando en el caminar vocacional. La criba seria la experiencia de Dios desde la meditación de
su Palabra y la participación en los misterios de la fe, a través de la liturgia y los sacramentos.
Así, en la tarea de discernir, existen varios elementos importantes que conviene detallar para
alcanzar una mejor comprensión. Te los resumimos a continuación:
Estas situaciones están relacionadas con lo que es la misión del creyente en medio del mundo y
de la comunidad que es la Iglesia. Las situaciones bien concretas en las que me encuentro son
el lugar para el discernimiento: desde lo que me está sucediendo aquí y ahora debo discernir lo
que Dios quiere de mí.
+ Juzgar según la sabiduría de Dios, que nace del contacto intimo con su Palabra, y no desde
las opiniones de los hombres.
+ Estar dispuestos a una renovación completa de nuestras personas, por la acción del
Espíritu Santo que mueve los corazones al conocimiento de la verdad..
+ Vivir hasta las últimas consecuencias el principio fundamental del amor fraterno: ámense
unos a otros como yo ¿es he amado.
La clave fundamental parece estar -siguiendo las palabras de S. Pablo- en aquello que construye
la comunidad, aquello que contribuye a la edificación de la Iglesia, al crecimiento del Cuerpo
de Cristo: ... viviendo con autenticidad el amor, crezcamos en todo hacia Aquel que es la
Cabeza, Cristo. A él se debe que todo el cuerpo bien trabado y unido por los ligamentos que lo
nutren según la actividad propia de cada miembro, vaya creciendo y construyendo a sí mismo
en el amor». (Ef 4, 16).
EL DISCERNIMIENTO VOCACIONAL:
Vamos a profundizar un poco más en el tema. Hasta ahora habíamos dicho que el
discernimiento cristiano en general era la tarea de descubrir la voluntad de Dios en cada una de
nuestras vidas, para adecuar nuestras conductas a eso que Dios nos está pidiendo.
Pues bien, esto es cierto, pero en el campo de lo vocacional hemos de dar un paso más: el
discernimiento vocacional no se puede conformar con el cultivo de una actitud constante de
búsqueda de la voluntad de Dios en general, sino que ha de orientarse hacia la opción
vocacional. El punto final del discernimiento vocacional estriba en la aceptación de la llamada
Pero además, cuando la persona ha optado por un camino vocacional concreto, comienza otra
etapa importante en el discernimiento: se trata de ir adecuando sus circunstancias personales a
las nuevas exigencias que nacen de la vivencia de su propia vocación. Decíamos que la
vocación es un proceso dinámico, que va creciendo a medida que vas creciendo tú, Las
dimensiones de la persona no están aisladas y por eso necesitan de un crecimiento uniforme,
algo así como lo que sucede en las orquestas de música, donde el conjunto de los instrumentos
hacen que suene la pieza. Por eso la opción vocacional es punto de llegada y de partida para
una nueva etapa de discernimiento.
Entenderás ahora por qué se insiste en la necesidad de discernir siempre, aunque adecuándonos
al momento vocacional en que nos encontramos. Cuando estamos descubriendo nuestra
vocación, el discernimiento se hará en torno a las actitudes o motivaciones personales que me
hacen idóneo o no para una vocación específica, Cuando ya haya hecho la opción, el
discernimiento irá centrado fundamentalmente en la lucha constante por mantenerse fiel y
perseverante al compromiso adquirido.
Al considerar una vocación especifica, no debes subrayar únicamente tus gustos o lo que te
apetece: hacer una opción vocacional no es entrar en un club de amigos o encontrar un espacio
para sentirte bien. Debes, más bien, considerarla como un servicio que vas a prestar al mundo
desde la Iglesia. La clave del discernimiento estará, no en tus necesidades o inquietudes, sino
en las necesidades de la Iglesia y del mundo. Cuando tienes los ojos bien abiertos a las
necesidades de los hombres, entonces estás también abierto a un verdadero proceso de
discernimiento, Quien no tiene inquietudes por lo que pasa en su mundo, en su ciudad, en su
país, en la Iglesia o en su comunidad creyente, no reúne la cualidad básica para poder hacer una
opción equilibrada, Los criterios internos son insuficientes: lo que llamamos mociones
interiores, iluminaciones, conversiones repentinas,., no son los caminos habituales de la
llamada de Dios, Parece que saber escrutar los signos de los tiempos es condición
indispensable para elegir bien,
No hago una opción para mi bien única y exclusivamente, para santificarme o para alcanzar
más fácilmente mi salvación personal, La vocación, como vimos, está para el servicio de la
Iglesia, donde desempeña una función concreta que coopera en la construcción del Reino. Debo
PARA REFLEXIONAR...
¡Oh, Señor, cuán diferentes son vuestros caminos de nuestras torpes imaginaciones, y
cómo de un alma que está ya determinada a amaros y dejada en vuestras manos, no
queréis otra cosa sino que obedezca y se informe bien de lo que es más servicio vuestro,
y eso desee! No ha menester ella buscar los caminos ni escogerlos, que ya su voluntad es
vuestra. vos, Señor mío, tomáis ese cuidado de guiarla por donde más se aprovecha.-
Santa Teresa
RESUMEN
1. Discernir en cristiano es descubrir, a través de la propia vida, lo que Dios te está pidiendo en
cada momento.
2. El cristiano discierne desde un observar atento de la realidad en la que vive, iluminándola
con la Palabra de Dios.
3. El auténtico discernimiento conduce a una actuación concreta en la vida conversión personal
para servir mejor a los hombres.
4. El criterio para saber si estamos o no en un auténtico camino cristiano son las obras: amar al
estilo de Jesús, para ser constructores del mundo desde el corazón de la Iglesia.
5. El discernimiento vocacional va más allá y se centra en la opción personal por una vocación
específica vivida desde un estilo determinado.
6. La opción vocacional surge como fruto de ese discernimiento en una maduración progresiva
de las actitudes personales que se ponen al servicio de la misión.
Ahora que hemos CLARIFICADO un poco qué sea eso de discernir y el discernimiento
vocacional, es importante que tengamos claro que, en ese proceso vital constante, existen
varios sujetos, que son quienes realizan el discernimiento. Quiénes son y qué tareas les
competen a cada uno de ellos, es lo que vamos a estudiar en este tema: los sujetos del
discernimiento.
Resulta evidente que, si la vocación es un diálogo existencial entre Dios que llama y la persona
del llamado, el primer actor en la tarea del discernimiento es el propio sujeto que ha sentido la
llamada. La persona entra así en un camino de descubrimientos que abarcará toda su vida.
La primera condición para discernir es, pues, entrar en ese nivel de experiencia de Dios. El
ejercido de la sabiduría implica serenidad interior, equilibrio espiritual... no es una tarea
simplemente intelectual, aunque la observación de las realidades sea el punto de partida. El
discernimiento vocacional es tarea más de la sabiduría que de la razón. La persona adquiere esa
sabiduría cuando mira las cosas y las personas desde el interior de lo que significan, y no desde
el simple sentimentalismo o la pura racionalidad, y son iluminadas por la claridad de la Palabra
de Dios, que nos hace entender todo de una forma nueva.
Por eso, el ejercicio de discernir implica una experiencia espiritual en la persona misma del
llamado: el Espíritu hace posible la síntesis de las razones de la razón y de aquellas que la
razón no entiende, Síntesis de la inteligencia, los gustos y deseos y la propia voluntad. Para
poder discernir es necesario tener bien unificada nuestra propia persona: armonía entre lo que
creemos y cómo lo experimentamos cotidianamente.
El Espíritu se convierte así en la verdadera fuente de la sabiduría. Sin la ayuda del Espíritu la
persona no puede discernir en cristiano: mucho me queda por decirles, pero no pueden
entenderlo ahora. El Espíritu de la verdad les irá guiando en la verdad plena (Jn 16, 12-13).
También es muy importante que potencies esa capacidad de diálogo con tu entorno social
menor (la familia y los amigos), de tal modo que ellos conozcan tus inquietudes y puedan
apoyarte 'en tus decisiones. El no dialogar estos temas en la familia o el ocultarlos a los amigos,
puede ser un síntoma de inseguridad personal, que no ayuda a hacer un planteamiento
vocacional serio.
Por otra parte, dialogar con aquellos que comparten tus mismas inquietudes, que sienten el
llamado a la misma vocación especifica, favorecerá el enriquecimiento de todos desde las
experiencias vividas y será un ánimo e impulso para seguir adelante.
LA COMUNIDAD ECLESIAL
- Hech 18,1-7: los representantes de la comunidad (Priscila y Aquila), junto con las
comunidades de Éfeso y Acaya, deciden sobre la conveniencia o no de que Apolo siga
predicando en nombre de Jesús.
- Hech 6,1-7: la comunidad presenta a los 7 candidatos para que se encarguen del servicio de
las mesas y de la atención a las viudas. Los representantes de la comunidad los aceptan y, por la
imposición de manos, los consagran al servicio de la misión. Son los siete primeros
colaboradores de los apóstoles.
- 1Tim 3: Pablo determina las cualidades que deben poseer los que aspiran al ministerio
episcopal y propone una serie de valores humanos como fundamento de la vocación.
- Tit 1,5-9: el obispo Tito tiene que decidir acerca de quiénes van a ser los presidentes de las
comunidades y exige para ellos unas cualidades indispensables para que puedan ejercer el
ministerio (Tit 3).
También en la Iglesia actualmente, antes que se acepte una persona a la vida religiosa, a un
ministerio laical o al ministerio ordenado, se le exigen unas cualidades fundamentales y se
recababan informes para estar segura de que el candidato elegido es capaz de desempeñar la
tarea que ella misma le va a encomendar. Nadie puede decir que tiene vocación, hasta que la
Iglesia lo llama y confirma con su aceptación. La vocación no queda al nivel de lo intimista o
de la interioridad. Si alguien se siente llamado a un camino determinado, debe estar dispuesto a
cumplir las exigencias que la Iglesia propone para tal servicio. La selección de los candidatos
no es, pues, ni un capricho ni una imposición: es un deber de la Iglesia, que tiene que vigilar
para que los que elige como responsables sean tales.
PARA REFLEXIONAR...
RESUMEN
1. El primer sujeto del discernimiento eres tú mismo: Dios llama personalmente y tu respuesta
nace de una experiencia profundamente espiritual y personal,
2. Para poder discernir tienes que cultivar cuatro actitudes fundamentales: transparencia,
capacidad de diálogo, apertura y vida de oración. Sólo desde ellas podrás hacer un camino
vocacional coherente y realista.
3. El segundo sujeto del discernimiento es la Iglesia: como la vocación tiene una proyección
esencial de servicio a la comunidad, La Iglesia tiene derecho de poner las condiciones y exigir
las cualidades de quienes van a ser sus ministros.
4. Nadie puede decir que tiene vocación si, al final, la Iglesia no lo llama para la misión.
5. Los responsables de las comunidades formativas (seminarios, casas de formación) son los
responsables que la Iglesia ha puesto para hacer la selección de los candidatos.
«Sólo a la luz del Espíritu pueden ser discernidas las cosas del Espíritu» (1Cor
2,14)
Acabamos de ver en los temas anteriores qué es el discernimiento y quién tiene que hacerlo.
Cuando hablábamos de esto último, decíamos que existen dos sujetos fundamentales: la
persona del llamado y la Iglesia. Pues bien, vamos a centramos ahora en la persona del
llamado. En este tema, queremos hablar de los criterios para el discernimiento, es decir, de esas
líneas básicas que deben conducir tu proceso vocacional, aquellas pistas que te ayudarán a
corregir pasos o a afianzar logros. Y lo haremos a dos niveles: por una parte, las motivaciones
internas que te han de mover a optar, por otro lado, las conductas que deben reflejar esa
orientación que quieres dar a tu vida. Es un tema difícil, porque tiene una base fundamental
psicológica. Sin embargo, trataremos de hacértelo lo mas accesible posible.
Una motivación es la finalidad por la que actúo. Hunde sus raíces en lo más profundo de la
psicología de las personas. Para poder entender esto, vamos a comenzar haciendo una pequeña
revisión a lo que podríamos llamar la estructura fundamental de la personalidad.
En la persona humana se da la confluencia de tres dimensiones importantes. Por una parte, está
lo que es la persona misma en su actuar cotidiano, en el presente (es el llamado YO ACTUAL).
Por otro lado, se encuentra el concepto ideal que la persona se ha formado de sí misma, aquello
que quisiera alcanzar a costa de cualquier esfuerzo (IDEAL DE Sí), Junto a ellas están las
características, conscientes e inconscientes, que la persona posee (YO LATENTE).
En esta última dimensión (YO LATENTE) es donde se encuentran las motivaciones que
pueden ser conscientes (se realmente la finalidad de mis acciones), inconscientes (no sé muy
bien, pero puedo descubrirlo a través de la reflexión y de una ayuda profesional) y
subconscientes (pertenecen a una parte difícilmente entendible de mi propia persona. Me
mueven y no sé por qué).
Estas motivaciones están presentes en todas las personas a nivel vocacional. Cuando son
motivaciones conscientes sabemos para qué y por qué realizamos determinadas acciones.
Cuando pertenecen al terreno de lo inconsciente o subconsciente, son parte del lado oscuro de
nuestra personalidad, que es difícilmente descifrable. Muchas veces dependen de las
necesidades internas que poseemos y no hemos descubierto aún. Te ponemos un ejemplo:
puede ser que una persona tenga una necesidad muy fuerte interna de éxito, de que lo aplaudan.
Elige el sacerdocio para satisfacer esa necesidad interna que se convierte en motivación para él.
No quiere decir que se tenga que renunciar a esta necesidad personal, pero si que se
reconduzca, para que sea una ayuda interiormente (p.ej. no buscando el aplauso de los demás,
sino teniendo el éxito interior de haber triunfado sobre uno mismo).
A veces, las personas con fuertes sentimientos de culpabilidad quieren entrar en la vida
religiosa como un lugar de autohumillación, Aparecen sumisas y obedientes, casi sin
personalidad. Satisfacen su necesidad en un ámbito comunitario que lo favorece, pero son
incapaces de la iniciativa y la creatividad. La tarea del orientador será ir descubriendo con la
Pero esto es algo constitutivo de todas las personas y no debemos rechazarlo o temerlo. La
única postura realista es aceptarlo, mirando con serenidad tu propia realidad personal,
aceptándote como eres, para reconducir y purificar tus motivaciones desde el trabajo y el
esfuerzo. El momento más adecuado para modificar las motivaciones es la juventud. De ahí
que las personas mayores que no lograron purificar sus motivaciones a tiempo, luego tengan
más problemas para modificar conductas.
La clave estaría, sobre todo, en que no exista una contradicción sustancial entre lo que piensas
(motivaciones conscientes), lo que realmente te mueve (necesidades inconscientes) y lo que
haces (tus conductas) porque, si no, vivirás en una constante intranquilidad y sufrirás y harás
sufrir a los demás. Las pequeñas incongruencias o contradicciones las poseemos todos, pero es
necesario dejarse ayudar desde la comunicación y la transparencia, sobre todo en las etapas de
formación.
Las motivaciones vocacionales pueden ser múltiples, Te señalamos algunas de las más
frecuentes:
Como ves, hay algunas que son del todo insuficientes (p.ej. Las ventajas personales o el
miedo). Otras no están mal como principio, pero deben ser purificadas (para seguir el llamado
interior, para mi perfección...). En algunas de ellas nos reconocemos. Eso no es tan importante.
El camino a recorrer es largo y exige un constante trabajo personal.
Lo cierto es que la motivación más de acuerdo con lo que es la vocación tal y como la hemos
venido entendiendo (vocación=misión), es el servicio: respondo a la llamada porque deseo
servir a los hombres desde la Iglesia, viviendo unos valores determinados que ayudarán a la
edificación del Cuerpo de Cristo. Cuáles sean esos valores y las repercusiones para mi vida, los
analizamos seguidamente.
Es otro elemento importante junto a las motivaciones. Cada una de las vocaciones especificas
lleva consigo la vivencia profunda de unos valores determinados. Son como ideales
permanentes y duraderos hacia los que queremos tender. Sin embargo, por ser ideales, no son
plenamente abarcables. Nos pasamos toda la vida luchando por ellos y nunca los acabamos de
poseer del todo. Una persona que quiere vivir una vocación específica, tendrá que mostrar con
sus conductas objetivas los valores que quiere alcanzar.
Algún ejemplo que te puede ilustrar: un valor fundamental en la vida religiosa es la pobreza y
el desprendimiento. Una persona que está acostumbrada a almacenar cosas, que nunca
comparte, no vale para la vida religiosa. Un joven que quiere ser sacerdote y no quiere dejar a
la novia, nunca podrá abrazar el valor del celibato como constitutivo de la vida sacerdotal. Así
encontramos dos realidades en la vivencia vocacional:
la inconsistencia vocacional que se da cuando existe un desequilibrio evidente entre los valores
hacia los que la persona tiende, las necesidades que le mueven en realidad y las actitudes o
formas habituales de comportarse (conductas objetivas)
...y La consistencia vocacional que se da cuando la persona ha logrado dirigir sus necesidades
conscientes e inconscientes hacia unos valores determinados y los refleja, habitualmente, en
unas conductas que se adecuan a esos valores.
Según lo dicho, será muy importante ir logrando conductas adecuadas en una línea constante de
apertura y crecimiento, ejercitándote en los valores vocacionales que pretendes adoptar. A estas
conductas concretas nos referimos seguidamente. E n general, te presentamos cuatro conductas
básicas comunes a todos los procesos vocacionales, que debes ir adquiriendo como habituales
en tu vida.
2. VALENTÍA: que afronte los aspectos negativos u oscuros de su personalidad, sus errores y
pecados. Que busque un orientador a quien comunique con transparencia la verdad de si
mismo. No puede continuar quien disimula sus fallas y consecuentemente las oculta: ¡fuera
misterios y personalidades oscuras!.
1. Es capaz de enfrentarse a la realidad, tanto personal como social, y de buscar soluciones a los
problemas.
2. Logra orientar e integrar sus necesidades, valores y conductas objetivas.
3. Es capaz de emplear sus energías en conquistar los objetivos que se propone y no
desgastarlas en defenderse de los demás, o en culpabilizar de sus problemas a razones externas
a él.
4. Defiende claramente sus principios, aunque es una persona flexible y dialogante, no
agresiva.
5. Es libre para dar y recibir, inclinado a entregarse a los demás por amor.
6. Es realista y percibe la realidad de forma equilibrada, sin extravagancias.
7. Confía fundamentalmente en las posibilidades de los otros y en si mismo.
8. Es capaz de tomar decisiones sin depender de las soluciones de otros o de sus afectos.
9. Se mantiene en constante actitud de progreso en su camino vocacional.
10. Sabe escuchar a otros y se deja ayudar y acompañar en el proceso de discernimiento
personal.
PARA REFLEXIONAR...
Entonces. Señor, le dije, ¿cómo se conocerá quién es verdadero y quién falso profeta?
-Escucha me contestó acerca de uno y otro profeta. Y conforme te voy a decir, así
examinarás al verdadero y al falso profeta. Al hombre que afirma tener el Espíritu
divino, examínale por su vida. Ante todo, el hombre que tiene el Espíritu divino. el que
viene de arriba, es manso, tranquilo y humilde; vive alejado de toda maldad y de todo
deseo vano de este siglo: se hace a sí mismo el más pobre de todos los hombres; no
responde palabra a nadie por ser preguntado; no habla a sombra de tejado: ni cuando el
hombre quiere, habla el Espíritu Santo. sino entonces habla, cuando quiere Dios que
hable. - El Pastor de Hermes.
RESUMEN
En los tres temas anteriores, hemos querido acercarte a la realidad más importante en tu
proceso vocacional: la actitud constante de discernimiento que ha de envolver la vida de los
que han sentido el llamado de Dios.
Este tema lo vamos a dedicar al medio que la Iglesia ofrece a las personas que están en proceso
de discernimiento. Se trata del acompañamiento vocacional. A veces se identifica con lo que
llamamos dirección espiritual. Lo importante no es la terminología que empleemos, sino el
contenido profundo de esas palabras. Para descubrirlo está este capitulo.
- Ministerio eclesial...
Es una ayuda en el proceso de fe de las personas. Supone, como ya vimos, una primera opción
por la persona de Cristo, aunque no vea muy claro los caminos ni los medios. No es una táctica
o una técnica para cazar vocaciones, ni mucho menos para dirigir o manipular conciencias.
Debemos entender el acompañamiento desde la perspectiva del servicio-ayuda, desde el
espíritu cristiano de la gratuidad. El acompañante es una mano amiga tendida en el caminar
vocacional de las personas, es compañero, hermano y amigo. Hace el camino junto al
acompañado pero como testigo, como sugeridor de metas, como estimulador, de propósitos y
procesos.
Por eso serán imprescindibles esas notas de respeto a la persona, aceptación del otro como
alguien de valor incondicional: el ponerse en el lugar del otro para comprenderlo y hacerlo
desde la libertad del que sabe que no es dueño de la vida del otro; el confiar en la presencia
constante y vivificadora del Espíritu capaz de transformar con su fuerza todo... Se trata de crear
ese ambiente de crecimiento uniforme de todas las dimensiones de la persona, para no provocar
desequilibrios que impidan tu verdadera maduración.
En este camino personal encontrarás dificultades. Algunas veces tú solo, desde una lectura
atenta de la realidad a la luz de la Palabra de Dios, podrás discernir cómo has de actuar en esa
situación concreta. Pero otras veces las limitaciones personales - ya sean psicológicas,
circunstanciales o educacionales, sociales o económicas - te impedirán ser objetivo y ver con
claridad las soluciones, Por eso la Iglesia te ofrece en el acompañante vocacional un servicio
insustituible en la comunidad, como punto de referencia para el crecimiento personal,
En la base de este ministerio se halla un carisma del Espíritu que capacita a los creyentes para
ese servicio de acompañamiento de otros creyentes, en búsqueda de la voluntad del Padre, El
primer acompañante, y propiamente el único, es el Espíritu del Señor.
El objeto último del discernimiento es la conducta cristiana: todas las realidades del hombre
están abiertas hacia la perfección, hacia lo que agrada a Dios. Buscar cuál es la voluntad de
Dios para ponerla en práctica. No interesa tanto un conocimiento externo, sin influencia en la
vida real, algo empírico o racional. Es importante, en el proceso de discernimiento, el ir
encontrando las repercusiones que la fe va teniendo en la vida de cada persona cada día.
1. Que sea una persona adulta, madura, a quien veas centrada en su vida y alegre en su
vocación, a quien te puedas confiar porque la ves como amiga.
2. Busca alguien que pueda darte parte de su tiempo, que esté disponible a recibirte cuando lo
necesites, que no esté demasiado ocupado y pendiente de otras cosas cuando hablas con él.
3. El orientador ideal no existe. Pero existe una cualidad que nunca le debe faltar: la capacidad
de escucha. Quien no escucha, no puede acompañar.
4. Elegiste un buen orientador si no te sientes dirigido o manipulado; si te sientes querido,
escuchado, respetado: si te ofrece ayuda para encontrar solución a tus verdaderos problemas.
5. Sabrás si elegiste bien si, al transcurrir el tiempo, vas notando progresos en tu vida, a nivel
humano y espiritual. Si notas que vas creciendo y madurando.
PARA REFLEXIONAR...
El ciego. si no es bien ciego. no se deja bien guiar del mozo de ciego. sino que, por un
poco que ve, piensa que por cualquiera parte que ve por allí es mejor ir, porque no ve
otras mejores, y así puede hacer errar al que le guía y ve más que él. porque, en fin, puede
mandar más que el mozo de ciego: y así el alma, si estriba en algún saber suyo o gustar o
saber de Dios. como quiera que ello (aunque más sea) sea muy poco y disímil de lo que
es Dios para ir por este camino, fácilmente yerra o se detiene, por no se querer quedar
bien ciega en fe, que es su verdadera guía. San Juan de la Cruz.
RESUMEN
«Yo los he destinado para que vayan y den fruto abundante y duradero...» (Jn
15,16)
En los diversos ámbitos de nuestra vida, cada vez se hace más necesario proyectar el futuro. Es
ya un hábito y una imposición de la vida moderna. Hay que prever los recursos y facilitar los
procesos, para que se puedan conseguir unos objetivos. En cualquier empresa u organización,
la programación es imprescindible. También en los apostolados de la Iglesia, Pero esta
exigencia se impone también en la vida personal, en la vocación. Y, aunque el proyecto
vocacional es muy distinto de un proyecto institucional, es del todo necesario prever el futuro,
con el fin de alcanzar una mayor «productividad» o identificación vocacional.
LA CONCIENCIA DE LA FE
La fe es una realidad que implica todo lo que el hombre es. Yo creo y adquiero las actitudes
correspondientes, haciendo trabajar mi inteligencia, mi voluntad, mi sensibilidad. Sin embargo,
hay un punto originario del que nace todo ese esfuerzo por ser verdadero creyente: es la
conciencia. La vida de la fe parte de la noticia que el hombre tiene de la cercanía de Dios en
Cristo. Y esa noticia está en nuestra conciencia: sabemos por experiencia que Cristo vive y
comprendemos el sentido de su muerte salvífica, y esto nos mueve para vivir ya de un modo
distinto. Lo decía San Pablo elocuentemente: la fe surge de la proclamación y la proclamación
se verifica mediante la Palabra de Cristo (Rm 10,17).
Hay aquí una diferencia importante en relación a las otras religiones. La religión natural es un
impulso del hombre que tiende a relacionarse con Dios. En las otras religiones esta búsqueda es
constante y alcanza sus frutos, pero es siempre una iniciativa, una inquietud del hombre, que no
puede encontrar el descanso más que en Dios. Los cristianos también experimentamos este
hecho religioso. Buscamos a Dios y debemos ser constantes en ciertas prácticas que concretan
esa búsqueda. Sin embargo, tenemos una experiencia distinta que nos ha venido como un
acontecimiento inesperado y ha llenado nuestra vida de una novedad absoluta: es la experiencia
de Cristo, la experiencia de la fe.
La fe cristiana no parte de la sola búsqueda de Dios por parte del hombre. Más bien tiene en su
origen el descubrimiento de que es Dios quien busca al hombre. Y ha conocido esta noticia por
la mediación de Jesucristo y de la Iglesia. Es lo que se expresa tan repetidas veces en el Nuevo
Testamento cuando, por ejemplo, el libro del Apocalipsis nos presenta a Cristo como el amén,
el testigo fiel y veraz, el que está en el origen de todas las cosas y pone las siguientes palabras
Se define así un primer momento, por el cual pasa todo cristiano, de apertura a la fe. En este
momento se da una primera comprensión de la verdad anunciada por el evangelio. Y aunque es
una visión global deslumbrante y hermosa, es habitualmente pobre y superficial. Pero es la base
para iniciar un proceso de transformación en la fe.
Los buenos cristianos siempre han comprendido su fe como un proceso en el que es necesario
trabajar constantemente. San Pablo lo decía de si mismo: Yo corro no como a la ventura.
Lucho, no como quien azota el aire, sino que disciplino mi cuerpo y lo esclavizo, no sea que,
después de enseñar a los demás, quede yo descalificado (I Cor 9,26-27). Y al final de su vida lo
repite: He combatido el buen combate, he concluido mi carrera, he guardado la fe (2 Tm 4,7).
EL COMPROMISO CRISTIANO
De esta manera, podemos hablar de un segundo momento en la fe, que se caracteriza como
crecimiento. Es necesario cultivar la fe para que, como una plantita, adquiera la fortaleza poco
a poco. Y este crecimiento no es simplemente doctrinal. Porque la fe no es sólo un conjunto de
verdades. Es más bien la afirmación de la verdad del evangelio, que compromete nuestra vida
personal y social transformándola. La fe se hace así compromiso personal y comunitario, que es
la mejor prueba de la autenticidad de tu fe. El camino del compromiso cristiano muestra con
mucha claridad la exigencia de la fe. Ser creyente no es cualquier cosa, implica una verdadera y
constante transformación de un mundo que esta lleno de pecado e injusticia.
Sin embargo la palabra compromiso tiene sus riesgos en nuestro ambiente eclesial. A veces
llamamos compromiso a la instalación en unas actitudes relativamente militantes, que no
implican toda nuestra personalidad. El verdadero compromiso de la fe tiene un sentido de
totalidad. Es decir, implica todo lo que tú eres y compromete tu futuro de modo global. Estar
comprometido no es visitar a los pobres de vez en cuando, o ayudar al prójimo
esporádicamente. Estos pequeños compromisos sirven como ensayo, como medios para el
discernimiento. Pero el verdadero compromiso debe implicar todo lo que eres y haces. Es una
nueva manera de pensar, mas espiritual, más desinteresada, que afecta a toda tu persona.
Procura no estabilizarte tanto en un apostolado que te sientas ya comprometido. Tu fe necesita
crecer en la línea de un siempre más.
EL PROYECTO DE VIDA
El proyecto vocacional no es otra cosa que llevar la fe a la vida personal. Es hacer práctico y
concreto tu compromiso cristiano. Y por eso es fundamental elaborarlo mirando a las
necesidades que te rodean. Hacer un proyecto vocacional significa comprometerte en la Iglesia.
Porque es precisamente en ella donde has tenido noticia de la persona de Jesús, y es en ella
donde has recibido la catequesis que te ha iniciado en el camino de la fe. Cuando has asumido
tu propio bautismo, ya te consideras hermano entre los hermanos y eres solidario de todo lo que
afecta a esa comunidad que llamamos Iglesia.
En síntesis, podemos decir que hay tres momentos que caracterizan el camino de la fe y de la
vocación. Son tres momentos por los que hay que pasar sucesivas veces en la vida, porque
siempre vamos creciendo en la conciencia del don de Dios. Te los presentamos en un cuadro
para que los comprendas en un golpe de vista:
PARA REFLEXIONAR
RESUMEN
«Vete, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres... luego ven y sígueme...»
(Mc 10,21)
Ya se acerca el final de este manual de Orientación Vocacional. Y tú bien sabes que los temas
vistos hacen una fuerte referencia a tu vida personal. No son temas neutros, de esos que solo
sirven para pasar un rato. Por eso, consideramos de vital importancia para el aprovechamiento
del curso, que elabores tu propio proyecto. En este tema te ofrecemos los elementos para que lo
hagas. Aunque siempre es bueno recordar que hacer un proyecto significa comprometerse a
evaluarlo y re-elaborarlo muchas veces.
El proyecto de vida no es otra cosa que una decisión personal. Una buena decisión implica los
medios para conseguir lo que quieres. Así, no es creíble que una persona haya decidido
adelgazar, si sigue comiendo tan desmesuradamente como antes. El proyecto es creíble por su
concreción, es decir, porque baja a los detalles de la vida ordinaria y, aunque sea muy sencillo,
es operativo. Quizá has hecho buenos propósitos de año nuevo muchas veces. Pero es
sorprendente constatar que ese tipo de propósitos pocas veces se cumplen. Y es que suelen
hacerse solamente desde la buena voluntad, pero sin concretarse. En ocasiones son propósitos
ambiciosos y poco realistas.
Una buena decisión es muy distinta, Suele ser mas o menos modesta y se concreta en unos
medios por los que se puede alcanzar el objetivo. Te proponemos que hagas un proyecto
sencillo y práctico. Un buen proyecto de vida está referido a los tiempos y lugares actuales. No
vale proyectar para una situación en la que quisieras estar en el futuro. Cuando se dé esa
situación, entonces proyectarás. Hoy tienes una realidad concreta y en referencia a ella debes
plantear tu futuro. El proyecto es una decisión en tu situación actual y por tanto no puedes
decidirlo todo de una vez. No puede ser definitivo. Hacer un proyecto de vida significa optar
provisionalmente por unos objetivos más o menos importantes, pero siempre será provisional y
mejorable. Lo que es realmente trascendente es que te haga crecer, aunque sea sólo un poco:
Estaba una vez un campesino contemplando un gran monte de mazorcas de maíz. Llegó un
compañero y le preguntó que haces El respondió: estoy pensando en todo el trabajo que tengo
con este gran montón de mazorcas: hay que pelarlas y desgranarlas una por una Y cada vez
que las veo tengo menos ganas de trabajar. Su amigo le contestó: si desde que llegaste
hubieras comenzado con la primera mazorca, el monte sería mucho menor.
Hacer un proyecto no significa remediarlo todo de una vez. Eso es imposible. Significa
simplemente ponerte a trabajar ya para que, poco a poco, se hagan accesibles los grandes
objetivos que se te pueden ocurrir.
Hay un requisito difícil para cualquier proyecto de vida, especialmente si quieres que sea muy
vocacional. Es el sentido de totalidad. Un verdadero proyecto no intenta atajar aspectos
periféricos. Debe referirse a todo lo que eres, a tu vida con todo lo que implica. La totalidad
tiene dos sentidos:
1º Que incluya los distintos aspecto de tu vida y los desarrolle lo más integralmente posible: los
aspectos humanos, la vida espiritual, los valores morales, la formación específica, la vida
edesial y comunitaria.
2º Que toque el fondo de tu realidad, aquello que más de preocupa y más te cuesta superar. Para
ello es necesario que afrontes tu realidad con valentía, de modo que cada día vayas superando
esos aspectos más oscuros de tu personalidad, sobre los que muchas veces te cuesta hablar.
UN PROYECTO REALISTA
Puede suceder lo contrario. Que la deficiencia está por la línea del pesimismo. Las personas
pesimistas son incapaces de ver eso que la realidad tiene de positivo, de bueno, objetivamente.
Y como no lo ven, no pueden explotarlo. En nuestro ejemplo, un proyecto pesimista se
propondría, ya que han pasado veinte anos de conflictos, mantener una relación educada y sin
problemas para llevar la cosa en paz... pero sin pretender conseguir una renovación del
matrimonio. Esta opción no es un proyecto, porque no hace crecer la realidad del matrimonio.
Es un programa de acción estratégica muy cómodo y fácil.
Para evitar estos dos extremos, es muy conveniente que hagas un análisis de tu situación actual,
y desde allí formules los retos u objetivos que te plantea. Un buen mecanismo para lograr que
tu proyecto sea realista es que, después de elaborarlo, lo presentes a tu acompañante
vocacional, para que te lo critique y te ayude a mejorarlo. También es bueno que no te pongas
plazos muy largos. Los plazos cortos ayudan a que tu proyecto no se despegue de la realidad.
Consecuentemente tendrás que hacer remisiones y reformulaciones del proyecto con cierta
frecuencia. Te proponemos un plazo entre un mes y tres meses.
Dentro del plazo que fijes, conviene que te mantengas en lo propuesto con mucha fidelidad. De
esta manera podrás comprobar si los medios que elegiste son realmente prácticos.
RESUMEN
MI PROYECTO VOCACIONAL
Niveles de la Humano Cristiano Específico
vocación Personalidad, Vida gracia, Sacerdotal,
(Son los diversos aspectos de grupos, participación religioso o
la vocación) familia comunitaria laical
Mi situación actual
¿Qué clase de planteamiento
me hago en este momento?
- Estoy en una fase de:
- Simple inquietud
- Propuestas concretas
- Decisiones
- Revisión
Retos - Objetivos
¿Qué retos me presenta mi
realidad? ¿Qué objetivos
quiero alcanzar en cada
nivel?
¿Qué criterios me pueden
ayudar para, abrirme más a la
llamada de Dios y a seguir a
Cristo con radicalidad?
Medios
¿Qué acciones quiero realizar
para cultivar mi vocación? ¿A
qué personas puedo recurrir?
Algunos medios más
comunes son:
- La oración personal
- La lectura de la Palabra de
Dios
- Un acompañamiento
vocacional.
- Un grupo vocacional
- Un compromiso apostólico.
Revisión
¿Qué plazo voy a fijar para
evaluar y renovar este
proyecto?
Cuando una persona ha hecho un hallazgo importante, tiende a divulgarlo como un bien
para los demás. Exactamente lo mismo sucede con el Evangelio: es la buena noticia, y
como tal es compartida y difundida por los mismos que la han recibido gratuitamente.
La vocación está comprendida dentro de este proceso evangelizador, y participa del
mismo dinamismo.
Por ello esta última unidad, breve en su forma pero fundamental en su contenido, quiere
ser una invitación para ti, que has sido llamado por Dios y quieres intentar una
respuesta., para que llames a otros sintiéndote responsable de la acción que la Iglesia
realiza en favor de las vocaciones.
El vigésimo octavo, que te introduce a la noción pastoral que llamamos vocacional, porque se
encarga de hacer a las personas conscientes del don que han recibido de Dios. Hace ver sobre
todo cómo desde tu situación concreta, tienes una responsabilidad en torno a la vida de la
Iglesia, a su futuro y a las vocaciones en ella.
Al finalizar este manual, queremos hacerte una invitación importante a colaborar en la Pastoral
Vocacional. La Pastoral Vocacional es la acción de la Iglesia en favor de las vocaciones, y muy
especialmente en favor de las vocaciones sacerdotales, religiosas y a los Institutos Seculares. Es
una tarea en la cual pueden y deben intervenir todos los miembros de la Iglesia. Hay muchas
actitudes que podemos recomendarte para esto: desde el aprecio de todas las vocaciones, cuyas
funciones ya has estudiado en las lecciones 10, 11 y 12, hasta la oración por las vocaciones y el
cultivo de las disposiciones vocacionales básicas.
Quien ha sido llamado por Dios llama a su vez a otros. Esta es una experiencia que se repite en
los personajes bíblicos. Así Moisés, que había recibido una misión de parte de Yahveh, llama a
su vez a Josué. O Felipe, que había encontrado a Jesús por medio de Juan el Bautista, llama a
Natanael. Y es que el puro hecho de conocer a Jesús tiende a divulgarse inmediatamente. Es el
caso de la mujer samaritana, que habiendo conocido más profundamente a Jesús, dejando su
cántaro junto al pozo, corrió a comunicarlo a su gente (Cfr. Jn 4, 28). Lo mismo ocurre a los
discípulos de Emaús; después de reconocerlo en la fracción del pan, se van aprisa a Jerusalén
para anunciarlo a los hermanos (Cfr. Lc 24,S3). María Magdalena, según reconoce a Jesús en el
huerto, junto al sepulcro, fue corriendo a donde estaban los discípulos para anunciarles la
resurrección (Cfr. Jn 20,1,18).
A lo largo de la Historia de la Iglesia, podemos hacer una constatación similar. Los grandes
santos que han recibido un carisma especial del Espíritu Santo, se han vuelto de modo casi
inmediato a la sociedad de su tiempo y han llamado a muchos otros. Las instituciones que
viven de uno de estos carismas han querido ofrecerlo a hombres y mujeres, a ricos y pobres, a
clérigos y laicos. Es una tendencia natural a compartir el don recibido de Dios, a hacerlo
expansivo.
Este compartir para llamar a otros es parte del mismo dinamismo de la llamada de Dios. Pues
la vocación se experimenta como buena noticia que cambia la vida de las personas llenándola
de una inmensa alegría. Una noticia que se multiplica porque es don de Dios. Así se puede
decir que los que han sido llamados tienen el deber de anunciar a otros la alegría de la
vocación.
La Pastoral Vocacional tiene su principal campo de acción entre los jóvenes, porque ellos
necesitan abrirse a la presencia de Cristo en ese momento crucial de su vida: el momento de
elegir. Porque hay esta urgente necesidad, la Iglesia tiene la obligación y el deseo de estar
presente en todos los momentos en torno a la elección. Se pueden caracterizar tres momentos:
La Pastoral Vocacional no se limita a los jóvenes. También los adultos, que viven ya una
vocación especifica, requieren de una esmerada atención. Si su proceso formativo fue bueno,
habitualmente buscarán ayuda ellos mismos. Sin embargo, hay que decir que no es fácil
encontrar personas que ejerzan este delicado servicio.
- Las comunidades cristianas son el primer apoyo para sostener las vocaciones. Una verdadera
comunidad debe acoger y alentar a sus laicos, sacerdotes y religiosos, dándoles motivos para
perseverar en su vocación y respetado sus necesidades de retiro y de descanso. La comunidad
cristiana es el espacio local en el que los que han sido llamados encuentran su lugar propio y
las relaciones necesarias para el desarrollo de su fe. Así, una comunidad parroquial será el
cauce de identidad del párroco, de los sacerdotes y religiosos, de los laicos consagrados, de los
matrimonios.
Dentro de una comunidad cristiana, hay algunos elementos que requieren un cuidado especial,
como la familia. En sus distintas etapas, es habitualmente el núcleo de la identidad vocacional
de los laicos y el lugar donde se cultivan todas las vocaciones. La familia es la pequeña
comunidad en la cual los niños aprenden a vivir como comunidad cristiana. Es esa Iglesia
domestica donde están presentes los elementos más fundamentales para la vivencia vocacional
de sus miembros. Da la base humana que posibilita las disposiciones vocacionales. La
dimensión vocacional de la Pastoral Familiar debe ofrecer a los matrimonios y a las familias
instrumentos de diálogo y encuentro, debe facilitarles la educación de sus hijos en la fe, debe,
en fin, capacitar a todos los miembros para el discernimiento de la llamada de Dios.
- Las formas de vida son también un ámbito importante para la pastoral vocacional: los
matrimonios, las diversas áreas profesionales (como son la educativa, la de la salud, la legal,
etc.), las diversas formas de consagración, las comunidades.... todos estos son ámbitos de
atención y cuidado a la vocación especifica de los creyentes. Hay que reconocer que muchas
veces estas áreas de la Pastoral Vocacional están descuidadas.
- Los ministerios laicales son hoy los cauces habituales de colaboración para los laicos en la
misión evangelizadora de la Iglesia. Constituyen ámbitos de identidad para su vocación. Tanto
en su formación como en su sostenimiento, es necesario un gran cuidado, para que siempre
comprendan el valor de su vocación laical, que da sentido a los ministerios que ejercen
temporalmente. Los ministerios laicales son un camino privilegiado para llevar a toda la
comunidad a formar una Iglesia toda ella ministerial, es decir, donde todos los creyentes sean
corresponsables y miembros activos de la construcción de la misma comunidad.
Al aproximarnos a todos estos espacios donde es necesario cultivar las vocaciones, queremos
presentarte el campo amplio y urgente de la Pastoral Vocacional. Sea cual sea tu vocación,
tienes una tarea, porque el cuidado de las vocaciones es responsabilidad de todos en la Iglesia.
- La oración por las vocaciones. Orar por tu propia vocación y la de las personas con quienes
vives y trabajas. Hacer el hábito de pensar en ellas y ofrecer por ellas los actos de tu vida de fe.
- Conocer y valorar todas las vocaciones. Nunca despreciar a nadie en la Iglesia. Al contrario,
hablar bien de todos y hacer que se respeten los distintos caminos por los que las personas, con
toda seriedad, intentan responder al llamado de Dios.
- Vivir con profundidad tu propia vocación. Es el mejor aporte que puedes hacer. La vivencia
de tu vocación, si es realizada con seriedad y con un alto nivel de conciencia del don de Dios,
edifica necesariamente a la comunidad y llama a otros por la vía del testimonio,
- Llamar a otras personas, Si ves en alguien una inclinación o capacidad para una vocación
determinada, no dudes en alentarle e invitarle a optar con la mayor radicalidad posible. Dios se
vale de nosotros para llamar y conquistar el corazón de las personas. Hay muchos que
desalientan a los llamados y les ponen obstáculos y criticas. Que tu palabra y tu voz sea un
instrumento de la llamada de Dios.
PARA REFLEXIONAR...
Dando instrucciones a los misioneros que daban ejercicios en San Lázaro. «Nunca les
digamos cosa que tienda a inclinarlos a ingresar en nuestra Compañía, ni siquiera
admitamos tal deseo: Non concupisces. Tengan entendido. Señores. que si Dios hace
alguna gracia a esta pequeña compañía. ha sido por el desinterés que
siempre ha tenido. Contentémonos con los individuos que Dios nos envía. Si vemos que
tienen el pensamiento de irse a otra comunidad o santa religión, no se lo impidamos; de
otra suerte será muy de temer que Dios castigue a la Compañía por querer retener lo
que no quiere que tenga». San Vicente de Paúl
RESUMEN
Acompañamiento Vocacional.
Es un ministerio eclesial de ayuda a las personas en su proceso de fe, con el fin de discernir, clarificar e ir
formando la conciencia y persona cristianas, a la luz de los valores del Evangelio. Es el servicio de apoyo y
acogida que la Iglesia presta a las personas para que respondan a la llamada de Dios de la mejor manera posible.
El acompañamiento vocacional no se refiere sólo al momento de la opción o a las etapas formativas: «seminario,
noviciados...», sino que es necesario durante toda la vida, porque Dios llama siempre y cada día es necesario
responder. Para quien quiere hacer un camino de discernimiento, es imprescindible que busque un buen orientador
o acompañante pues le ayudará a objetivar mejor su situación personal.
Acontecimiento vocacional.
La vocación sucede en el contexto del diálogo del hombre con Dios y su realidad. Por eso la vocación se percibe
como un acontecimiento, un hecho extraordinario, misterioso en la vida del hombre que sólo puede comprenderse
desde la conciencia de que Dios esta siempre presente y actuante en nuestras vidas.
Agente.
Es la persona que actúa. Un agente de pastoral vocacional es aquel que intenta cuidar y sostener la vivencia
vocacional de otros y para ello realiza acciones diversas-convivencias, retiros, jornadas de oración...- que van
encaminadas a descubrir en las personas el llamado que Dios les hace. Tiene la encomienda de ser el animador
vocacional de las comunidades.
Apostolado.
Es el con junto de actividades que realizan los creyentes en orden a la evangelización. i os diversos apostolados
pueden englobarse en cuatro grupos fundamentales: el área de la palabra (testimonio y enseñanza de la fe a través
de la catequesis, la predicación...): el área de la caridad (atención a los necesitados, obras sociales...): el de la
comunión en la Iglesia (gobierno de las comunidades, coordinación de grupos, administración de bienes...) y al de
la liturgia (celebración de los sacramentos, la oración...).
Ascesis.
Es una palabra de origen griego, y significa cualquier ejercicio físico, intelectual o moral, realizado con método
para conseguir algo. En nuestro campo es el esfuerzo que hace el hombre para abrirse a la fuerza del Espíritu
Santo, de manera que pueda vivir las exigencias de la perfección cristiana. Es la disponibilidad al Espíritu,
necesaria para el seguimiento de Cristo porque educa a la persona en el don de sí misma al prójimo. En una
vocación específica la ascesis es el ejercicio que hacen las personas para interiorizar los valores de esa vocación.
Cabildo.
El cabildo de canónigos, catedralicio o colegial, es un colegio de sacerdotes al que le corresponde celebrar las
funciones litúrgicas más solemnes en la Iglesia catedral o en la colegiata; le corresponde, además, cumplir aquellos
oficios que les encargue el obispo de la diócesis o que estén establecidos en los estatutos, que han de ser
previamente aprobados por el obispo,
Canónigo.
Es quien tiene una canonjía y pertenece a un cabildo. Hay que distinguir entre los canónigos y los canónigos
regulares. Estos últimos observan vida conventual. Entre los primeros hay el doctoral (asesor Jurídico), lectoral
(asesor teológico), magistral (predicador del cabildo) y el penitenciario (confesor del cabildo).
Carisma.
Es un don especial del Espíritu Santo que, ordenado a la gracia santificante, tiene por fin el bien común de la
Iglesia. También se usa la palabra para designar los carismas fundacionales, es decir, el don del Espíritu dado al
fundador para una Institución eclesial. En este caso, siempre tiene como última finalidad el bien de la Iglesia.
Celibato.
Es un estado de vida que nace del propósito de mantenerse con un corazón totalmente dedicado al servicio de
Dios, observando la continencia perfecta por el Reino de los cielos. No es una carga o una mera exigencia legal,
sino un don peculiar de Dios. Sólo quienes han recibido este don pueden ordenarse sacerdotes, ya que el celibato
no es una opción temporal sino vitalicia.
Clerical.
Palabra de origen griego kleeros: elegido en suerte. A partir del siglo XV la palabra se usó para designar a los
eclesiásticos en general. Actualmente designa todo aquello que se refiere a los ministros ordenados. Al estado
clerical se accede por la ordenación de diácono.
Clericalismo.
Es una desviación en el ejercido del ministerio ordenado. Se da cuando el clero acapara todas las -funciones en el
interior de la comunidad sin dar lugar a la colaboración de otros laicos o religiosos- en el ejercicio pastoral. Sería
lo contrario a la complementariedad y participación.
Comunión.
Común-unión. Se dice de la unidad entre los creyentes y con todos los hombres que se produce desde la
experiencia de la fe. Cristo, que unió a los dispersos es la fuente y origen de la comunión en la Iglesia. En la
Iglesia todo se comprende desde la comunión. También las vocaciones específicas deben estar marcadas por un
sello profundo de comunión.
Conciencia.
Es la voz que resuena en el corazón del hombre para ayudarle a distinguir el bien del mal. La Iglesia reconoce en
la conciencia bien formada el criterio último para el juicio moral. En el plano vocacional, nos interesa porque la
toma de conciencia de la vocación es el punto de partida del discernimiento. Dios, al llamarnos, cuenta con nuestra
conciencia, la cual nos muestra sus designios, su voluntad.
Congregación religiosa.
Son las instituciones eclesiales de vida religiosa, fundadas después del siglo XVI que se caracterizan por: emisión
pública de los 3 votos, vida común y cierta separación del mundo. La congregación nace como don del Espíritu a
la Iglesia (carisma) a través de los fundadores.
Consagración.
A través de los votos u otro tipo de vínculos sagrados (por ejemplo, promesas), el hombre se consagra a si mismo
a Dios para darse totalmente a la misión encomendada. A la vez Dios capacita a los consagrados con la fuerza del
Espíritu para que puedan vivirla en plenitud los compromisos que adquirieron delante de Él.
Conversión.
Del latín convertere, volverse hacia. Es considerar la presencia de Dios con la intención de establecer relaciones
con el. Supone tres momentos fundamentales: primero, un encuentro real con Cristo desde la fe; segundo, un
compromiso radical de la voluntad, la afectividad y la Inteligencia: tercero, un verdadero arrepentimiento
suscitado por la caridad. La conversión, entonces, es don de Cristo y ha de concretarse en un amor por la cruz de
Cristo, en una vivencia continuada de los sacramentos y en una actividad apostólica que tienda a realizar el Reino
de Dios.
Diácono.
Son colaboradores de los obispos aunque, a un nivel diferente de los presbíteros. El diácono es el servidor
(diakonía significa, en griego, servicio) y su misión propia es servir al Pueblo de Dios en el ministerio de la
liturgia, la palabra y la caridad. Le corresponde la administración solemne del bautismo, el conservar y distribuir la
Eucaristía: bendecir los matrimonios y llevar el viático a los enfermos: leer la Sagrada Escritura a los fieles y
exhortar al pueblo: presidir el culto y oración de los fieles: administrar los sacramentales y presidir los ritos de
funerales y sepelios. También se dedican a los oficios de la caridad y administración. Es el grado inferior de la
jerarquía y reciben la imposición de manos no en orden al sacerdocio sino al ministerio que deben ejercer en
comunión con el obispo y su presbiterio.
Diálogo.
Es una actitud de apertura y confrontación del yo con el tú. El tú de Dios, de la realidad, de las otras personas.
Vivir vocacionalmente significa dialogar. El diálogo vocacional fundamental es el que se establece entre Dios que
Diócesis.
Del griego dioikéin, administrar. Es una porción del Pueblo de Dios cuyo cuidado pastoral se encomienda al
obispo con la cooperación del presbiterio, de manera que, unida a su pastor y congregada por el en el Espíritu
Santo mediante el Evangelio y la Eucaristía, constituya una Iglesia particular, en la cual esta verdaderamente
presente y actúa la Iglesia de Cristo.
Diocesano.
Se dice de todo lo que pertenece al ámbito de una diócesis, pero de una manera especial de los sacerdotes que
forman el presbiterio de una iglesia particular y que no pertenecen a otros institutos, sino que están incardinados
en ella y ejercen su ministerio bajo la autoridad del obispo.
Dirección espiritual.
Es el servicio de acompañamiento que la Iglesia ofrece a los creyentes para ayudarles a progresar en la
espiritualidad cristiana. El camino de la fe es exigente y tiene la complejidad de la psicología humana. Por eso
todo creyente tiene la necesidad de una ayuda espiritual personalizada. La dirección espiritual es distinta de la
reconciliación sacramental.
Discernimiento.
La expresión viene del latín discernere, separar, seleccionar, distinguir. Acción por la cual el hombre intenta
comprender cuál es la voluntad de Dios para su vida. El discernimiento cristiano supone la comunicación con Dios
y el don del espíritu que ilumina las facultades del hombre. El discernimiento propiamente vocacional no puede
quedarse en esa actitud constante de búsqueda de la voluntad de Dios en general sino que debe orientarse hacia la
opción vocacional en una de las tres vocaciones específicas.
Elección.
Acto de escoger. Dios elige a todos los hombres para una función salvífica en el interior de su Pueblo. El hombre
necesita elegir una vocación, pero para hacerlo rectamente tiene que discernir, comparar su elección con la de Dios
para poder descubrir su misión.
Ermitaño.
Del griego éreemos: desierto. Se aplica a las personas, que viven en soledad para profundizar en la experiencia de
Dios. La Iglesia reconoce la vida eremítica o anacorética como una formula de vida consagrada vivida en la
soledad y el aislamiento y bajo la autoridad del obispo del lugar.
Espiritualidad.
Conjunto de medios que ponen los creyentes para cultivar su relación personal y comunitaria con Dios. Se puede
decir que hay solamente una espiritualidad cristiana. Las diferentes corrientes de espiritualidad no hacen más que
subrayar algunos aspectos de lo común. Cada institución en la Iglesia tiene algunos aspectos que, matizando la
espiritualidad cristiana, definen su estilo espiritual.
Estado de vida.
Es una condición que marca la vida de las personas y funciona como cauce para la vivencia de una vocación
específica. El estado de vida concreta la vocación hasta hacerla única e irrepetible. Algunos estados de vida son el
matrimonio, la viudez, la soltería, el celibato, la consagración. ..
Gracia.
Es el don sobrenatural que Dios nos otorga para poder realizar un modo de vida acorde a su proyecto. AL cuidado
que tenemos de aprovechar esta ayuda de Dios, se le llama vida de gracia. La vida de gracia es fundamental para
poder optar por una vocación especifica. Se puede hablar de la gracia santificante o habitual, de la gracia actual y
de las gracias especiales.
Incardinación.
Es la incorporación especial de los clérigos a una Iglesia particular, prelatura personal o instituto de vida
consagrada, que pretende que no haya nunca clérigos que vayan por libre, y que vincula al clérigo a una
Iniciación cristiana.
Es el proceso catequético y sacramental por el que una persona llega a ser cAstiano plenamente. Incluye el
bautismo, la confirmación y la eucaristía. Cuanto más se profundice en la iniciación cristiana, mejor se puede optar
por una vocación específica.
Jerarquía.
Conjunto de personas que guían a la Iglesia en su caminar histórico como pastores del rebaño. La articulación de
la Iglesia es, por constitución divina, piramidal: en el vértice esta la cabeza que es el Papa, después el colegio de
los obispos, los presbíteros, diáconos y el conjunto del Pueblo de Dios. Todos juntos manifiestan la riqueza de la
Iglesia que se vive desde la comunión y bajo la dirección de los pastores.
Llamada.
Es un elemento de la vocación en el que se subraya la iniciativa de Dios. Dios es quien llama a quien quiere y
cuando quiere. Tiene una libertad soberana. Al llamar configura al hombre como una persona nueva.
Matrimonio.
Es una forma de vida caracterizada por la unión de los esposos y la procreación de los hijos. Todo matrimonio
debe cultivar estas dos dimensiones, la unitiva y la procreativa, porque nace del amor y tiende a expandirse hacia
el prójimo. El matrimonio, por medio del sacramento, se convierte en un signo del amor radical de Cristo por la
Iglesia y se hace irrevocable e indisoluble.
Mediación vocacional.
Son las realidades por las cuales el creyente puede comprender el lenguaje de Dios que llama. Dios llama por
medio de acontecimientos históricos, a través de la Iglesia y sus representantes y por medio de personas concretas.
Ministerio.
Del latín ministerium, servicio. Se dice de los distintos servicios que los fieles desempeñan en la comunidad
Cristiana. Son un elemento esencial-constitutivo de la comunidad que tiene su origen en el Espíritu de Dios que los
suscita y manifiesta la riqueza de la Iglesia en la que todos están llamados a participar. Conviene distinguir entre
servicios ocasionales, servicios habituales, ministerios instituidos (lectorado y acolitado) y ministerios ordenados
(diáconos, presbíteros y obispos) . .
Ministerios laicales.
Son los servicios o ministerios encomendados a los laicos. En los últimos años han tenido un gran desarrollo. No
todos los servicios reciben el nombre de ministerio, sólo los que tienen una encomienda especial.
Misión.
El término procede de la palabra latina missio, derivada del verbo mittere, enviar. Es el encargo de una función
salvífica hecha por Dios y por la Iglesia a una persona. La misión se identifica con la vocación. Cuando Dios
llama, envía. En singular, equivale a la tarea de evangelizar de toda la Iglesia o a la de una persona en concreto. En
plural, misiones, es sinónima de actividad evangelizadora entre los no cristianos, misión a~ gentes.
Misterio.
Del griego mysterion. lo oculto. Es una realidad en la cual se halla presente Dios de alguna manera. Un misterio es
una prenda de la presencia de Dios. El objeto primordial del misterio es la economía divina de la salvación, el
designio divino sobre las personas y las cosas, que sólo puede ser conocido por revelación. También se refiere a
realidades que pertenecen a la fe y superan la compresión puramente racional (vgr. el misterio de la eucaristía o de
la Trinidad).
Monje.
Del griego monakós, solitario. Se aplica a los religiosos que subrayan de una manera especial la soledad, aunque
sin excluir la vida común.
Motivación.
Noviciado.
Es un periodo de 1 o 2 años, central en la formación de los futuros religiosos donde intentan conocer la vida
religiosa en general -los votos, el estilo de vida comunitaria...-, y la de la congregación a la que pretende ingresar
en particular -su carisma propio, estilos de trabajo...-. Es una etapa fuerte de discernimiento para el candidato,
quien debe dar pruebas objetivas de su idoneidad para la vida religiosa. Al terminar este periodo, los superiores
deciden sobre la admisión o no a la profesión temporal en el instituto.
Obispo.
Los obispos son pastores propios de la comunidad. Su nombre viene del verbo griego episcopein, que significa
vigilar, cuidar. A ellos se les ha encargado una porción del Pueblo de Dios (lo que llamamos habitualmente
diócesis), para que gobiernen y cuiden de ella. Son los sucesores de los Apóstoles. en esa continuidad que nace
desde la misma institución del grupo de los Doce por Jesús. Son los encargados del gobierno pastoral de las
diócesis y con ellos colaboran el resto de los miembros de la comunidad. Juntamente con el Sumo Pontífice, y bajo
su autoridad, son enviados a actualizar perennemente la obra de Cristo, Pastor Eterno. Con la consagración
episcopal se confiere la plenitud del sacramento del orden, el supremo sacerdocio y son una referencia particular al
ministerio originario de los apóstoles, al cual suceden realmente.
Oficio Divino.
Es la oración oficial de la Iglesia que ofrece a Dios una alabanza durante las principales horas del día (por eso se
la llama también liturgia de las horas). Se compone fundamentalmente del rezo de los salmos. Los religiosos y
ministros ordenados tienen la obligación de rezarla diariamente.
Oración Vocacional.
Es un momento dentro del proceso vocacional en el cual nos determinamos a vivir una vocación especifica. Esta
opción debe hacerse no como prueba, sino con intención de definitividad, aunque posteriormente sea necesario ir
afinando y reafirmando dicha opción. En toda opción vocacional es central la referencia a la oración, porque se
trata de elegir lo que Dios quiera y no tanto lo que yo quiera.
Orientador Vocacional.
Es la persona que ayuda a otro a elegir un camino de vida en consonancia con la voluntad de Dios. El orientador
vocacional cuida especialmente el momento de la opción, pero también tiene un quehacer en el resto de las etapas
de la vida .
Pastoral.
Es la acción que la Iglesia realiza en favor de los fieles cristianos y de todos los hombres. Así se habla de la
pastoral educativa, o de la pastoral de la salud, etc.
Presbítero.
Son los colaboradores directos de los obispos en el cuidado de las comunidades particulares, que forman el
conjunto de la Iglesia local. Apacientan al Pueblo de Dios fundamentalmente por la predicación de la Palabra, la
celebración de los sacramentos y la animación de la caridad. Esta función ministerial se ha confiado a los
presbíteros en grado subordinado (sacerdocio de segundo grado), para que sean cooperadores del orden episcopal
en la misión que Cristo les confió. Por ello los presbíteros participan de la autoridad con que Cristo mismo forma,
rige y santifica su Cuerpo. El Espíritu Santo los marca con un carácter especial que los configura con Cristo
Sacerdote de tal forma que pueden obrar en nombre de Cristo Cabeza, Aunque no tienen la cumbre del pontificado
y en el ejercicio de su potestad dependen de los obispos, con todo están unidos a ellos en el sacerdocio según la
imagen de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote y forman con el obispo el presbiterio diocesano. En la Iglesia latina
solamente se admite para el orden de los presbíteros a varones célibes, aunque la Iglesia oriental admite también a
casados.
Profesión - Profesionalidad.
Profesión religiosa.
Es el acto por el cual los religiosos emiten votos públicos, comprometiéndose a vivir según los consejos
evangélicos y haciéndose miembros de un instituto religioso. La profesión puede ser temporal o perpetua.
Proyecto de vida.
Conjunto de ideas que tiene una persona sobre su futuro. Es una decisión que llega hasta la formulación de los
medios que servirán para alcanzar lo que buscas.
Realización personal.
Se dice del hecho de que el hombre lleve a buen término el proyecto que hizo en su vida personal. Sin embargo es
un concepto ambiguo desde el punto de vista vocacional. porque la auténtica realización del hombre no esta en
materializar todos sus proyectos, sino en el don de si a los demás. Una persona puede realizarse mas
profundamente sacrificando incluso su propio proyecto, en bien del prójimo.
Reino de Dios.
Expresión bíblica que anuncia la proximidad del misterio de Dios. Jesús se identifica con el reino de Dios. La
Iglesia y la historia es el ámbito donde el reino de Dios se manifiesta. La vocación inserta a las personas en el
misterio del reino de Dios.
Respuesta.
Acción de correspondencia del hombre a la llamada de Dios. Es elemento esencial en la vocación entendida como
proceso dialogal entre Dios y el hombre. Compromete la libertad del hombre en una opción por cumplir la misión
que ha recibido de Dios. Aunque Dios toma la iniciativa llamando, el hombre no queda al margen sino que es
invitado a colaborar libremente en el plan de Dios: invitado, no forzado.
Santidad.
Significa vivir en plenitud el misterio de Dios presente en la vida del hombre. Todo hombre y en especial los
cristianos son llamados a la santidad. Andar por el camino de la santidad significa esforzarse por escuchar la voz
de D(os, cada día, que me invita a ser una persona nueva. Es luchar por cumplir su voluntad al estilo de Jesús. Y
este camino no lo recorremos solos sino en comunidad, en Iglesia.
Secularidad.
Es la afirmación legítima del valor de las realidades temporales. La Iglesia tiene una referencia fundamental a
estas realidades, valora así el mundo presente, pues esta dentro de el para servirlo y busca la transformación de las
realidades temporales para que muestren cada vez con más transparencia el designio salvador de Dios.
Secularismo.
Es la afirmación del valor de las realidades temporales pero con un rechazo de su dimensión trascendente.
Significa quedarse con la materialidad del mundo presente sin las perspectivas del mundo futuro: negar cualquier
realidad que suponga una apertura, desde la fe. al mundo de lo religioso. Es una postura contraria al propio
hombre porque le niega su mismo ser que es trascendente.
Seducción.
Consiste en una inclinación irresistible, un no poder ser de otra manera que determina al hombre para obrar. La
vocación es una seducción.
Seminario.
Del latín semen, semilla. Es una institución eclesial dedicada al cultivo y formación de las vocaciones sacerdotales.
Hay seminarios menores y mayores. Los menores, aunque no son instituciones absolutamente necesarias, si muy
convenientes, y se configuran básicamente como centros para la promoción y el cultivo de las vocaciones
sacerdotales. Dos mayores. instituciones necesarias desde el Concilio Vaticano II, tienen como objeto la formación
espiritual y la instrucción necesaria para el cumplimiento de los deberes propios de quienes aspiran al sacerdocio.
Testimonio.
Consiste en dar pruebas de lo que he visto y oído. El testimonio de la fe da prueba, por medio del comportamiento
del creyente, de la persona de Cristo. Quien vive una vocación debe dar testimonio de los valores de esa vocación.
Transparencia.
Es la actitud de quien muestra con toda claridad sus intenciones, proyectos y motivaciones. En cualquier proceso
vocacional, sea en el momento de la opción o en la formación básica y permanente, es del todo necesaria.
Solamente quien sabe ser transparente puede ayudar en su proceso de personalización de los valores vocacionales.
Transcendencia.
Se dice de las realidades que van más allá de lo perceptible por los sentidos. La vida del hombre tiene una
referencia necesaria a estas realidades.
Valores vocacionales.
Conjunto de ideales duraderos y abstractos que constituyen el modelo ideal de una vocación específica. Estos
valores ideales son subjetivizados por las personas, convirtiéndose en valores o ideales para ellas, en un ideal de
si.
Vida activa.
Es el estado de vida en el cual las personas ejercen diversas acciones pastorales representando al conjunto del
ministerio eclesial en el mundo. Es una función eclesial recibida de Cristo de hacer crecer la Iglesia. En las
comunidades de vida activa el aspecto comunitario y apostólico, se equilibran en función de los fines de la
institución.
Vida comunitaria.
Es el estado de vida propio de personas que comparten la existencia para ayudarse mutuamente en el camino de la
perfección cristiana. Unida a la vida religiosa, otras personas también adoptan esta forma de vida. La vida
comunitaria es una expresión, entre otras, de la comunión de la Iglesia y del estilo de vida d e la Iglesia primitiva.
Vida contemplativa.
Es el estado de vida propio de personas que se dedican de manera primordial a la oración constante, el trabajo
silencioso y la penitencia. La vida contemplativa tiene también una dimensión apostólica, pues se inmolan
personalmente por la salvación del mundo y la santificación de la Iglesia. Vulgarmente a los religiosos
contemplativos se les conoce como de clausura .
Vida eremítica.
Es el estado de vida propio de personas que viven la fe con una fuerte dimensión de soledad-contemplación. Son
personas que optan por vivir así para unirse más íntimamente a Dios, de quien es todo su tiempo y toda su vida.
Tiene un gran valor testimonial, como referencia constante de la prioridad absoluta de Dios en la vida del hombre.
Vida mixta.
Se denomina así el estado de vida que unifica los aspectos contemplativos y activos de la vocación. Hay muchos
institutos que adoptan esta forma de vida. Es evidente: el contacto profundo con Dios a través de la oración,
habitualmente lleva a una acción apostólica mas fundamentada. Este tipo de instituciones suelen tener muy
especificados los momentos de oración y contemplación, tanto personal como comunitaria, y los momentos de
acción en los apostolados que realizan por su propio carisma.
Vida sacramental.
Es la participación habitual y con profundo sentido en los sacramentos, especialmente en la reconciliación y en la
eucaristía. No basta con que se dé la frecuencia en esta participación, es también necesario que se haga con el
sentido que tienen los sacramentos en relación con la vida ordinaria, que sean fuente de un mayor compromiso con
las realidades personales.
Virginidad consagrada.
Viudez.
Es un estado de vida, continuidad del matrimonial, que se da cuando el otro cónyuge ha muerto. La viudez ha
tenido especial importancia en la historia de la Iglesia, por las posibilidades que tiene para el servicio al prójimo y
para una vida más profundamente religiosa cada día.
Vivir vocacionalmente.
Es la actitud vital de quien presta oído a las inspiraciones de Dios, a las llamadas de la realidad y a las necesidades
de los hombres para responder a todo ello desde la fe.
Vocación.
Es un acontecimiento misterioso en el cual el hombre, dialogando con Dios, adquiere la conciencia de una misión
situada históricamente y se compromete con una respuesta personal desde la propia realidad en la que vive.
Vocación cristiana.
Es la llamada que Dios y la Iglesia hacen al hombre para vivir en la plenitud de la fe, de la santidad por la cual
todo creyente está llamado a Imitar a Cristo. Toda la vida del cristiano debe cultivar esta vocación
Vocación específica.
Es un camino de vida por el que el hombre asume una función en medio de la historia y de las necesidades
eclesiales. Hay tres vocaciones especificas: laical, religiosa y para el ministerio ordenado.
Vocación humana.
Es la llamado que se dirige a todo hombre a la existencia y a la vida. Supone un desarrollo pleno del hombre como
persona y junto a los demás hombres. Es necesario cultivar durante toda la vida los aspectos humanos de la
vocación porque son la base que sustenta la vocación cristiana y la específica. Donde no hay un buen hombre no
puede haber un buen cristiano.
Vocación laical.
Es el envío que Dios y la Iglesia hacen a algunos creyentes para manifestar de una manera especial el valor de la
secularidad y para que realicen el designio de Dios en las realidades temporales. Un laico es aquel fiel cristiano
que ha optado por seguir a Cristo desde sus ocupaciones y condiciones ordinarias de la vida familiar y social,
ejerciendo su apostolado en medio del mundo, a modo de fermento.
Vocación misionera.
Es el envío que Dios y la Iglesia hacen a algunos laicos, religiosos o ministros ordenados para anunciar el
evangelio en aquellos países o lugares donde no se conoce.
Vocación religiosa.
Es el envío que Dios y la Iglesia hacen a algunos creyentes para que con su testimonio de vida y su actitud
profética sean un signo que invite a todos en la Iglesia a cumplir con radicalidad los deberes de su propia
vocación. El religioso, desde la vivencia radical de los consejos evangélicos, manifestada por la profesión de los
tres votos, quiere ser testimonio ante el mundo de los valores absolutos de Dios y anticipación escatológica de la
vida futura.
Voluntad de Dios.
Designio que Dios tiene sobre la historia y las personas en particular. La voluntad de Dios se manifiesta por los
signos de los tiempos que el hombre creyente debe saber discernir la luz del Espíritu.
B. El proyecto de vida
26. La dinámica del proyecto de vida ............
27. Haz tu proyecto de vida ..................