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FUEROS Y LIBERALISMO: LAS GUERRAS

CARLISTAS Y LA CUESTIÓN FORAL


(1833-1876)
Para comenzar, cabría indicar que el fuerismo es la doctrina política que busca conservar o
restaurar los fueros de los distintos territorios en España. Los fueros son estatutos jurídicos
con origen en los usos y costumbres de un territorio que recogen por escrito los derechos y
deberes de los habitantes del mismo, tendrán su origen en la Edad Media y con la llegada
de la época Contemporánea irán desapareciendo paulatinamente. Los puntos álgidos de
esta doctrina serán la Provincias Vascas y Navarra puesto que los fueros de Aragón serán
abolidos tras la guerra de Sucesión a través del Decreto de Nueva Planta (1707). Con la
llegada del liberalismo a España llegará la idea de la unión nacional, la cual, en su
manifestación más extrema, los liberales progresistas, tratará de acabar con los fueros
consiguiendo así la uniformidad e igualdad jurídica que tanto ansiaban. A raíz de la
revolución francesa se inicia la expansión de las ideas ilustradas por Europa, a España
llegan por primera vez en la Constitución de 1812 emitida por las Cortes de Cádiz que
debido a su corta vigencia y turbulento contexto representará el primer intento fallido de
abolición de los fueros de las Provincias Vascas y de Navarra.

En 1833 con la muerte de Fernando VII, quien a través de la Pragmática Sanción abolió la
Ley Sálica 1713 para que su hija Isabel II heredase el trono, el país se dividió en dos
bandos. Por un lado, los absolutistas intransigentes se niegan a ser gobernados por una
mujer y apoyan al hermano de Fernando VII Carlos María Isidro representante máximo de la
corriente ideologica absolutista que entre otras cosas defiende la existencia de los fueros
obteniendo gran apoyo entre el campesinado vasco-navarro y por otro lado, los absolutistas
reformados y liberales moderados, más cercanos a las ideas absolutistas, y liberales
progresistas que defienden a Isabel II. A raíz de esta división estalla la I Guerra Carlista
(1833-1839), un conflicto sucesorio e ideológico que tendrá lugar bajo la Regencia de María
Cristina (1833-1840) y que finalizará con el Convenio de Vergara también conocido como la
Ley del 25 de Octubre de 1839 en el que el General Espartero firma con Maroto un acuerdo
por el cual los absolutistas aceptaran a la Isabel II como legítima reina a cambio de la
aceptación de los fueros mientras no afectasen a la igualdad jurídica estipulada por la
Constitución de 1837. Esto implicaba introducir una serie de cambios que no se llevarían a
cabo hasta estar ambas partes de acuerdo. Ante este pacto los fueros reaccionan de
diversas maneras. Por un lado, Navarra llegará a un entendimiento con el Gobierno y
redactará la Ley Paccionada de Navarra del 16 de agosto de 1841, pasando entonces
Navarra a ser una provincia pero teniendo su Diputación. Por otro lado, las Provincias
Vascas eligieron no colaborar y con el comienzo de la regencia de Espartero (1840-1843)
tendrán la osadía de unirse al pronunciamiento moderado del general O’Donnell que
fracasará y será usado como excusa por Espartero para abolir los fueros de las Provincias
Vascongadas a través del Decreto del 29 de octubre de 1841. Espartero será exiliado dando
paso al gobierno efectivo de Isabel II que se inicia con la Década Moderada durante la cual
gobierna Narváez, llega con él la corriente moderada que defendía la adecuación del
régimen liberal a las realidades históricas de los distintos territorios, llevando esto a la
restauración parcial de los Fueros con el Real Decreto del 4 de Julio de 1844.

El gobierno efectivo de Isabel II culminará con el pacto de Ostende que unirá tanto a
progresistas, como a demócratas y republicanos para derrocar a Isabel II hecho que
conseguirán con “La Gloriosa” revolución de 1868 que terminará con su exilio, se inicia así
el Sexenio Democratico (1868-1874), periodo de alta inestabilidad política que se inicia con
el gobierno provisional del general Serrano durante el cual se busca a un rey democratico,
Amadeo I, quien renunciará al cargo dando paso a la I república. A raíz de la elección de
Amadeo I estalla la III Guerra Carlista (1872-1876) que trata de colocar a Carlos María de
los Dolores nieto de Isidro como rey. Al final del Sexenio Democratico se restaura la
monarquía con Alfonso XII, quien con la ayuda de Cánovas del Castillo redacta la
Constitución de 1876, dentro de la cual destaca la centralización del estado. Se redacta
como matización de esta la Ley del 21 de Julio de 1876 tras la derrota del ejército Carlista
retomando la cuestión foral, ésta concretaba la obligación militar y fiscal de las provincias
vasca si bien se preveía la posibilidad de un régimen excepcional siempre y cuando el
gobierno lo considerase oportuno y se informará a las Cortes. Las provincias vascas
acogieron con rechazo la nueva ley dificultando su aplicación hasta que el 28 de Febrero de
1878 se inició una nueva ronda de negociación, la de los Conciertos Económicos, con ellas
se estipulaba que las Diputaciones serían las encargadas de recaudar impuestos siempre y
cuando contribuyan proporcionalmente a las arcas del Estado a través de “El Cupo”. Esta
era una concesión estatal y no se esperaba más que una corta duración, sin embargo, a
excepción de una breve pausa en los fueros de Vizcaya y Guipúzcoa por su falta de apoyo
al régimen fascista, llegarán hasta nuestros días.

En conclusión, el proceso de abolición de los fueros fue largo y sus inicios se pueden
rastrear hasta comienzos del siglo XVIII con la división entre el absolutismo y el liberalismo.
El fuerismo tuvo como consecuencia un movimiento nacionalista vasco de caracter
conservador que abrazaba los fueros junto con la lengua y la cultura reflejado en su lema
“Dios y Ley Vieja”, la consecuencia de este movimiento fue la creación del PNV fundado por
Sabino Arana en (1894). En el Siglo XX tras la dictadura, con la Constitución de 1978 se
garantizará el respeto a los derechos históricos de los territorios forales y el Estatuto de
Autonomía de 1979. En cuanto a los conciertos económicos, se restaurarán los abolidos por
el régimen fascista otorgando con todo lo anterior un gobierno autonómico a Cataluña y al
País Vasco.

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