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COMENTARIO 6: LEY 25 DE JULIO DE 1876.

«Don Alfonso XII, por la gracia de Dios Rey constitucional de España: A todos los que las presentes vieren y entendieren,
sabed: que las Cortes han decretado y Nos sancionado lo siguiente:
Art. 1º. Los deberes que la Constitución política ha impuesto siempre a todos los españoles de acudir al servicio de las
armas cuando la Ley los llama, de contribuir en proporción a sus haberes a los gastos del Estado, se extenderán, como los derechos
constitucionales se extienden, a los habitantes de las provincias de Vizcaya, Guipúzcoa y Álava, del mismo modo que a las demás de
la Nación.
Art. 2°. Por virtud de lo dispuesto, en el artículo anterior, las tres provincias referidas quedan obligadas (…) a presentar, en
los casos de quintas o reemplazos ordinarios y extraordinarios del Ejército, el cupo de hombres que les correspondan con arreglo a
las Leyes.
Art. 3°. Quedan igualmente obligadas (…) las provincias de Vizcaya, Guipúzcoa y Álava a pagar, en la proporción que les
corresponda y con destino a los gastos públicos, las contribuciones, rentas e impuestos ordinarios y extraordinarios que se
consignen en los presupuestos generales del Estado.
Art. 4°. Se autoriza al Gobierno para que, dando en su día cuenta a las Cortes y teniendo en cuenta la ley de 19 de
septiembre de 1837 y la de 16 de agosto de 1841 y el decreto del 29 de octubre del mismo año, proceda a acordar, con anuencia de
las provincias de Álava, Guipúzcoa y Vizcaya, si lo juzga oportuno, todas las reformas que en su antiguo régimen foral exijan, así el
bienestar de los pueblos vascongados como el buen gobierno y la seguridad de la nación.
Dado en Palacio a 21 de Julio de 1876.- Yo el Rey.- El Presidente del Consejo de Ministros, Antonio Cánovas del
Castillo».
Gaceta de Madrid nº 207, de 25 de julio de 1876.

Esto es un fragmento de la ley de 25 de julio de 1876 firmada por el rey Alfonso XII al terminar la tercera
Guerra Carlista a favor de de los liberales. Con el objetivo de acabar definitivamente con los privilegios forales,
aún presentes en las provincias vascongadas, el Gobierno Central de Madrid decide aprovechar la victoria y dicta
esta ley dividida en 4 artículos. Obliga a Vizcaya, Álava y Guipúzcoa a contribuir igual que el resto de provincias de
la nación, en virtud del principio de igualdad de los liberales, particularmente en las necesidades militares y
tributarias. Por ser una ley dividida en artículos y tratar de asuntos que influyen en la vida de los ciudadanos,
sobre todo en la de los vascos (a los que el texto se dirige especialmente), decimos que el texto es legal por su
forma y socio-político por su contenido.

Su promulgador era Alfonso XII, hijo de Isabel II y rey desde 1874 (tras el sexenio revolucionario y la primera
República, que nace un año antes). Con él, comienza la época de la Restauración, caracterizada por ser pacífica y
de recuperación económica gracias a la vuelta de la dinastía borbónica protagonizada por Alfonso XII. El máximo
responsable de la ley fue Antonio Cánovas del Castillo, presidente del Consejo de Ministros de entonces. Cánovas
diseñó el funcionamiento del país durante la Restauración e introdujo el sistema de turnismo (entre los gobiernos
liberal y conservador).

Es conveniente explicar el término de “fuero”: uso o costumbre de una región que tiene el valor de una ley.
Prácticamente todas las provincias contaban con fueros hasta que Felipe V comenzó los decretos de Nueva Planta
eliminando fueros entre 1707 y 1714. En los casos de las provincias vascongadas (Vizcaya, Guipúzcoa y Álava) y
Navarra, los fueros implicaban un gobierno autónomo en cada provincia. Además de la aparición de juntas y
diputaciones forales, gozaban de un régimen fiscal, derecho civil propio y exención del servicio militar. Junto con
esto, a los nacidos en País Vasco, se les consideraban caballeros por el principio de hidalguía.

Comienza dictando unos artículos. El primero determina la obligación que en adelante tendrán las provincias
vascas de contribuir en materia militar y tributaria como en el resto del país tal y como dicta la Constitución. El
Artículo 2 habla del remplazo de armas, refiriéndose más bien a la capacidad humana militar, en función de la
capacidad que tenga la provincia así como, según dicta el tercer artículo, contribuir de igual forma en asuntos
económicos. Por último, el Artículo 4 autoriza al Gobierno a modificar esta ley siempre que lo considere oportuno
por el bien de la seguridad de la nación y satisfacción del pueblo vasco. Además de esto, el texto menciona tres
leyes anteriores: la del 19 de septiembre de 1837, que suprime las juntas y diputaciones forales; la ley Paccionada
de Navarra del 16 de agosto de 1841 y la suspensión provisional de los fueros y derechos del País Vasco de
Espartero por sublevarse en 29 de octubre de 1841.
Esta ley es publicada tras el final de la 3 Guerra Carlista (1872-1876), que se encuadró dentro del sexenio
revolucionario (1868-1874). Iniciado el 19 de septiembre de 1868 por el vicealmirante Topete, apoyado por lo
generales Prim y Serrano. Se sublevaron en Cádiz y pronto forman juntas revolucionarias por todo el país
triunfantemente sin apenas derramamientos de sangre gracias a que la reina Isabel II estaba de vacaciones en
Lekeitio. Pero este sexenio fue una época llena de problemas, llegando a la necesidad de buscar un nuevo rey, por
estar Isabel acusada de corrupción y tener distintos intereses entre los partidos del gobierno. Por esto era
necesario que el nuevo rey no estuviera influenciado por los problemas del país. Se encontró al final al italiano
Amadeo de Saboya que reinó desde 1870 hasta 1873.

Tras su abdicación (por un intento de asesinato, entre otros motivos), da comienzo la 1ª República que dura
tan sólo 1 año donde existieron 4 presidentes de gobierno distintos: Figueras, Pi y Margal, Salmerón y Castelar. Su
disolución tuvo lugar el 2 de enero de 1874 por el general Padía junto con unos miembros de la Guardia Civil. Este
suceso hace que la mayoría del país se incline hacia el Carlismo, sobre todo las clases medias, antes Isabelinas,
que entienden ahora que el Carlismo es lo único que puede devolver el orden al país. Como resultado: resonantes
triunfos electorales.

Las provincias vascas se presentaban como las grandes defensoras de la Iglesia y los fueros, tal como el lema
del Carlismo dicta.

La tercera Guerra Carlista estalla en 1872 con desastrosas batallas por parte de los Carlistas, que muy pronto
firman con el general Serrano la tregua de Amorebietia. En 1873, con la abdicación de Saboya, los carlistas reviven
la Guerra, lanzando ofensivas sobre Guipúzcoa, Vizcaya y Navarra con su estrategia de contener pequeños
poblados y no importantes capitales.

Después de la batalla de Montejurra, los Carlistas se sienten suficientemente fuertes como para asentarse y
crear una especie de “Estado Vasco” en Estella, Navarra (incluyendo su propia universidad y moneda). La toma de
Bilbao seguía siendo su mayor obsesión ya que, además de controlar la importante ciudad, les daría
reconocimiento nacional. Lograron mantenerse firmes con el asedio hasta que el general liberal Concha se liberó
por fin de los carlistas.

Cuando el regreso de los Borbones con Alfonso XII, “La Restauración” y “El Pronunciamiento de Sagunto”
(por parte del general Martínez Campos que cierra la Primera República); muchos carlistas se pasaron al bando
liberal porque no respetaban la dinastía borbónica. Gracias a este aumento de miembros y la victoria en la
Tercera Guerra Carlista, el gobierno liberal recupera el control y aprovecha para liquidar definitivamente los
fueros de las provincias vascongadas. Es entonces cuando se publica la Ley de 25 de julio de 1876, objeto de este
comentario.

Su principal impulsor fue Antonio Cánovas del Castillo, jefe del gobierno. Singular por su carácter conciliador,
gracias al cual los Cánovas y partidarios de los fueros pudieron discutir sobre un acuerdo, de aquí surge el Artículo
4 de esta ley “Se autoriza al Gobierno para que, (…), proceda a acordar, con anuencia de las provincias de Álava,
Guipúzcoa y Vizcaya, si lo juzga oportuno, todas las reformas que en su antiguo régimen foral exijan, así el
bienestar de los pueblos vascongados como el buen gobierno y la seguridad de la nación.”. En otras palabras,
daban cierto grado de libertad a los gobiernos vascos con la única obligación de dar cuenta de sus actos a las
cortes.

El 28 de febrero de 1878 se dicta el decreto de conciertos económicos nacional, el antecesor del sistema
económico actual. Establecía un sistema tributario especial para el País Vasco que se centraba en el pago de un
cupo, del que se quejaron el resto de comunidades autónomas, Cataluña especialmente. El cupo era una cantidad
fija de capital pactada con el Gobierno Central que se abonaba periódicamente por cada diputación y que se
justificaba como pago por los servicios prestados por el estado a las estas provincias. Gracias a que lo sobrante al
abonar el cupo se guardaba para las posibles necesidades de la región, las provincias vascas alcanzaron una fuerte
autonomía fiscal.

Durante la Restauración, la situación en País Vasco fue relativamente cómoda, tenían hasta su propio cuerpo
de seguridad, entre otras cosas. Las diputaciones informaban al Gobierno de todas las actividades que realizaban,
principalmente de infraestructuras, casi por mera elegancia. El nuevo régimen de conciertos benefició a la
oligarquía burguesa quienes acabaron dominando las diputaciones y pudiendo aplicar ciertas medidas. Sus
decisiones perjudicaron a las clases más desfavorecidas; entre otras, hicieron recaer la carga tributaria en los
impuestos indirectos (productos de primera necesidad) y rebajaron los impuestos directos (hipotecas,
patrimonios, etc.) sin darse apenas alteraciones. Con esto, el autogobierno económico aumentó
considerablemente.

El régimen de concierto económicos se firmó para 8 años, pero en 1887, cuando debería haber terminado, el
sistema se institucionalizó y se mantuvo en pié hasta 1937 cuando Francisco Franco dictó una ley que lo
eliminaba.

En resumen, la ley de 21 de julio de 1876 a la vez que es una clara intención de acabar con los privilegios
forales las Vascongadas y Navarra, estableció también compromisos entre País Vasco y el Gobierno central fruto
del talante conciliador de Cánovas quien crea la ley de conciertos de 1878 gracias al cual la oligarquía industrial
vizcaína pudo dominar las diputaciones. Dando como resultado un fuerte desarrollo industrial en la región.

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