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COMENTARIO 5: LEY 25 DE OCTUBRE 1839.

Doña Isabel II por la Gracia de Dios y de la Constitución de la Monarquí a española, Reina de las
Españas y durante su menor edad, la Reina viuda doña María Cristina de Borbón, su Augusta Madre,
como Reina Gobernadora del Reino; a todos los que la presente vieren y entendieren sabed: que las
Cortes han decretado y Nos sancionado lo siguiente:
Art. 1 °. Se confirman los Fueros de las provincias Vascongadas y de Navarra, sin perjuicio de la unidad
constitucional de la monarquía.
Art. 2°. El Gobierno tan pronto como la oportunidad lo permita, y oyendo antes a las provincias
Vascongadas y a Navarra, propondrá a las Cortes la modificación indispensable que en los mencionados
Fueros reclama el interés de las mismas, conciliándolo con el general de la Nación y de la Constitución
de la Monarquía, resolviendo entre tanto provisionalmente, y en la forma y sentido expresados, las dudas
y dificultades que puedan ofrecerse, dando de ella cuenta a las Cortes.
Yo, la reina Gobernadora.- Está rubricado de la real mano – En Palacio a 25 de Octubre de 1839″.

La ley del 25 de octubre de 1839, decretada por las cortes durante la minoría de edad de la
reina Isabel II y con su madre María Cristina como gobernadora, comienza por fin el proceso de
eliminación de los fueros que finaliza en 1876. Por ser una ley y hablar de intereses sociales y
políticos (especialmente los del pueblo vasco y navarro del siglo XIX), podemos decir que la
forma del texto es legal y su contenido es socio-político. Los artículos son dictados nada más
concluir la 1ª Guerra Carlista con el abrazo de Vergara, donde se firma también el respeto a los
fueros de las provincias vascongadas.

Es conveniente explicar el término de “fuero”: uso o costumbre de una región que tiene el
valor de una ley. Prácticamente todas las provincias contaban con fueros hasta que Felipe V
comenzó los decretos de Nueva Planta eliminando fueros entre 1707 y 1714. En los casos de
las provincias vascongadas (Vizcaya, Guipúzcoa y Álava) y Navarra, los fueros implicaban un
gobierno autónomo en cada provincia. Además de la aparición de juntas y diputaciones
forales, gozaban de un régimen fiscal, derecho civil propio y exención del servicio militar. Junto
con esto, a los nacidos en País Vasco, se les consideraban caballeros por el principio de
hidalguía.

Volviendo al análisis de los artículos de la ley: el artículo 1 reconoce los fueros de las provincias
vascongadas y Navarra pero subordinadas a los principios fundamentales de la Constitución y
la unidad del estado. Con el artículo 2 el gobierno se compromete a llevar a cabo las
modificaciones necesarias y a escuchar las opiniones de las provincias forales acerca de política
nacional, pero siempre conciliando sus intereses y los del resto del país. También mencionan
que todo lo acontecido previo a esta ley se resolverá a favor del reconocimiento de los fueros.

Todo comienza con la muerte del rey Fernando VII en 1833, cuando se plantea un dilema
sucesorio entre su hija Isabel II (entonces una niña de 3 años) y su hermano Carlos IV.
Fernando, para salvaguardar los derechos de su hija a heredar el trono derogó la ley Sálica (ley
que regulaba la herencia al trono a favor de los varones), pero Carlos, desde Portugal dictó el
manifiesto de Abrantes reclamando la corona.
La 1ª Guerra Carlista es conocida por ser, no sólo una guerra sucesoria, sino también
ideológica entre liberales (partidarios de Isabel, Isabelinos) y absolutistas (partidarios de
Carlos, Carlistas). Éstos últimos se fundamentaban en tres principales pilares: Dios, poniendo la
religión como columna del país; el Rey, como figura principal del absolutismo monárquico; la
Patria, elemento fruto del romanticismo de la época y el sentimiento patriótico. Sin embargo,
al ser la mayoría de sus partidarios vascos y navarros, se acabó añadiendo los fueros como
principio carlista. El bando estaba formado por las clases más modestas, pues no veían
beneficio alguno al progresismo y estaban muy cómodos con su postura de lealtad al rey y a la
Iglesia, que acabó inclinándose hacia este bando.

El bando carlista se vio siempre confinado en una única región y a pasar de la dificultad que
suponía la autogestión, contaban con la capitanía del general Zumalacárregui, que fue capaz
de guiarles por senderos más discretos.

Los liberales en cambio se componían de la clase media de la población y encabezados por


Espartero, tras la muerte de Zumalacárregui tratando de asediar Bilbao en 1836, ganó la
batalla de Lutxana, obligando a los carlistas a llevar la guerra a otros lugares por medio de las
expediciones. La primera de ellas, la Expedición Real, presidida por el propio Carlos IV en 1837,
se dirigía a Castellón hasta llegar a Madrid aprovechando que la seguridad de la región se
encontraba de maniobras en Segovia, logró arrastrar a 25.000 voluntarios. Con esta
expedición, cuando los carlistas casi logran asediar la capital, reciben la orden de retirarse
provocando un gran descontento entre los partidarios del bando absolutista. La disputa
interna terminó con varios generales carlistas ejecutados por orden del general Maroto. Esto
acabó rompiendo la unidad del carlismo.

El abrazo de Vergara, que pone fin a la primera Guerra Carlista en 1839, mantiene los fueros y
el sueldo y categoría militar de los carlistas. Al año siguiente, en 1840, Navarra empieza a
negociar por separado sus fueros con el gobiernos alcanzando el mismo régimen jurídico que
el resto del país y un autogobierno militar y tributario. Esto se firma en la ley paccionada de
agosto 1841. Ese mismo año, el 14 de octubre Espartero firma un decreto, no pactado, dirigida
a Vizcaya, Álava y Guipúzcoa en el que suprime el pase foral y los privilegios forales se
mantienen únicamente para el terreno militar y fiscal. Además, sustituye las diputaciones
forales por provinciales.

El proceso de abolición foral aceleró tras la derrota carlista en la 3º Guerra Carlista (1876), a
raíz de la ley de 21 de julio de 1876, firmada por Alfonso XII.

La ley de octubre de 1839, a pesar de su ambigüedad, demuestra uno de los objetivos del
liberalismo del siglo XIX: la igualdad en toda la nación. Esta idea implica acabar con cualquier
vestigio de privilegio foral, incluyendo la diversidad legislativa existente en España, dado que
atentaba contra esta idea. Por tanto, la ley de 1839 supone el primer peldaño para terminar
con la diversidad fiscal y los distintos privilegios. Estuvo vigente hasta 1978 cuando se dictó
una disposición derogatoria para acabar por completo con ella.

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