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Antiguo Testamento - Enciclopedia Católica

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• 1 Nombre
• 2 Historia del Texto
• 2.1 Texto de los Manuscritos y Masoretas
• 2.2 Primeros Testigos
• 2.3 El Texto de la Biblia antes de Cristo

Nombre

La palabra "testamento", hebreo berîth, griego diatheke, significa


primariamente la alianza que Dios pactó primero con Abraham, luego
con el pueblo de Israel. Los profetas conocían sobre la nueva alianza a la
cual daría paso la del Monte Sinaí. En consecuencia, Cristo en la Última
Cena habla de la sangre de la nueva alianza. El apóstol San Pablo se
declara a sí mismo (2 Cor. 3,6) ministro “de una nueva alianza”, y llama
(3,14) “el antiguo testamento” a la alianza pactada en el Monte Sinaí. La
Versión de los Setenta emplea la expresión griega diatheke por el hebreo
"berîth". Los intérpretes posteriores, Aquila y Símaco, sustituyeron a
diatheke con la más común syntheke, que probablemente concordaba
más con su gusto literario. El término en latín es "fædus" y más a menudo
“testamentum”, una palabra que corresponde más exactamente al griego.

Respecto a los tiempos del cristianismo, en un período temprano la


expresión vino a significar toda la revelación de Dios según exhibida en
la historia de los israelitas, y debido a que esta antigua alianza se
incorporó a los libros canónicos, fue un paso fácil hacer que el termino
significara las Escrituras Canónicas. Incluso el texto antedicho (2 Cor.
3,14) señala a eso. Así, Melito de Sardes y Clemente de Alejandría llaman
a las Escrituras “libros del Antiguo Testamento” (ta palaia biblia; ta tes
palaias diathekes biblia). No es claro si en estos dos autores “Antiguo
Testamento” y “Escrituras del Antiguo Testamento” significan lo mismo.
Orígenes muestra que en su época la transición era completa, aunque en
sus escritos todavía se pueden trazar signos del gradual establecimiento
de la expresión, pues cuando él quiere decir Escrituras, habla
repetidamente del “llamado” Antiguo Testamento. Todavía no se puede

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probar que los más antiguos escritores occidentales usaran este término.
Para el abogado Tertuliano los Libros Sagrados son, sobre todo,
documentos y fuentes de argumento, y por lo tanto él los llama
frecuentemente “vetus and novum instrumentum”. Cipriano menciona
una vez la "scripturæ veteres et novæ". Subsiguientemente el uso del
término se establece también entre los latinos, y es a través de ellos que
se volvió propiedad de la cristiandad. En este artículo, la expresión
“Antiguo Testamento” se usará con el sentido de escrituras canónicas del
Antiguo Testamento

Historia del Texto

El canon del Antiguo Testamento, sus manuscritos, ediciones y versiones


antiguas se tratan en los artículos: Biblia, Biblia Hebrea, Canon del
Antiguo Testamento, Códice Alejandrino, Masora, Manuscritos de la
Biblia, Versiones de la Biblia, etc. Asuntos relativos al origen y contenido
de los libros individuales se proponen y contestan en los artículos
respectivos de cada libro. Este artículo se circunscribe a una
introducción general sobre el texto de las partes del Antiguo Testamento
escritas en hebreo; para los pocos libros compuestos originalmente en
griego (Sabiduría, [[2 Macabeos) y aquellos cuyo original semítico se
perdió (Judit, Tobías, Eclesiástico, 1 Macabeos) no requieren tratamiento
especial.

Texto de los Manuscritos y Masoretas

El punto de partida seguro para una correcta evaluación del texto del
Antiguo Testamento es la evidencia que se obtiene de los manuscritos.
Respecto a esto, lo primero a observar es que no importa cuan antiguos
sean los manuscritos más viejos---los primeros son del siglo IX d.C.---
desde el tiempo en que los libros fueron compuestos, hay una tradición
uniforme y homogénea respecto al texto. El hecho es todavía más
sorprendente, pues la historia del Nuevo Testamento es muy diferente.
Tenemos manuscritos del Nuevo Testamento escritos a menos de 300
años después de la composición de los libros, y en ellos hallamos
numerosas diferencias, aunque pocas de ellas son importantes. Las
variantes textuales en los manuscritos del Antiguo Testamento se limitan
a diferencias bastante insignificantes de vocales y muy raramente de
consonantes. Aun cuando tomamos en cuenta las discrepancias entre las
escuelas orientales, o babilónicas, y occidentales, o palestinas, no se
hallan diferencias sustanciales. La prueba para la concordancia entre los
manuscritos fue establecida por B. Kennicott después de comparar más
de 600 manuscritos ("Vetus Testamentum Hebraicum cum cariis

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lectionibus", Oxford, 1776, 1780). De Rossi ha añadido bastante a dicho


material ("Variæ lectiones veteris Testamenti", Parma, 1784-88). Es obvio
que la notable uniformidad no se puede deber el azar; es única en la
historia de la tradición del texto, y todavía más notable puesto que el
imperfecto sistema de escritura hebreo no podía sino ocasionar muchos
y variados errores y deslices. Además muchas peculiaridades en el
método de escritura los muestran uniformes en todos lugares. Las
variantes falsas se retienen iguales, de modo que el texto es claramente
el resultado de igualamiento artificial.

Ahora surge la pregunta: ¿Hasta dónde podemos remontar este cuidado


en manejar el texto para la posteridad? Filo Judeo, muchas autoridades
sobre el Talmud y rabinos y letrados judíos de los siglos XVI y XVII
favorecían la opinión de que el texto hebreo, como se lee hoy día en los
manuscritos, nos fue escrito y legado desde el principio sin adulteración.
Las obras de Elías Levita, Morino, Capelo han demostrado que esta
opinión es insostenible; e investigaciones posteriores han establecido la
historia del texto en sus rasgos esenciales. La uniformidad de los
manuscritos es esencialmente el trabajo de los masoretas, que no fueron
finalizados hasta después de la escritura de los manuscritos más
antiguos. El trabajo de los masoretas consistía principalmente en la
preservación fiel del texto transmitido. Ellos realizaban esto al mantener
estadísticas exactas sobre el estado completo de los Libros Sagrados. Se
contaban los versos, las palabras, las letras; se compilaban listas de
palabras similares y de la forma de las palabras con el deletreo completo
y real, y se catalogaban las posibilidades de posibles errores. La
invención de los signos para vocales y acentos---cerca del siglo VII---
facilitó la fiel conservación del texto. Las separaciones incorrectas y la
conexión de sílabas y palabras fueron casi excluidas desde entonces.

Los masoretas usaron la crítica textual muy moderadamente e incluso lo


poco que la utilizaron muestra que hasta donde fuera posible dejaron
intacto todo lo que había sido transmitido. Si una interpretación parecía
insostenible, no corregían el texto mismo, sino que se contentaban con
anotar la variante apropiada en el margen como "Qerê" (leído) en
oposición a "Kethîbh" (escrito). Tales correcciones fueron de varias
clases. Antes que nada fueron correcciones de errores reales, ya fuese de
letras o de palabras completas. Una letra o palabra en el texto, según la
nota en el margen, tenía que ser o cambiada, o insertada u omitida por el
lector. Tales eran los llamados "Tiqqunê Sopherîm", correcciones de los
escribas. El segundo grupo de correcciones consistía en cambiar una
palabra ambigua---en la Masora se registran dieciocho de éstas. Pero sus
compiladores estaban conscientes del "Itturê Sopherîm", o borraduras de

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la waw conectora, que había sido hecha en varios sitios en oposición a


los Setenta y las versiones samaritanas. Cuando luego los masoretas
hablan sólo de cuatro o cinco casos, debemos decir con Ginsburg que
éstos son meramente registrados como típicos. No eran raros los casos en
que consideraciones de orden moral o religioso llevó a la sustitución de
una palabra mal sonante por un eufemismo menos dañino. Las vocales
de la expresión a ser leída se anexan a la palabra escrita del texto,
mientras que las consonantes se anotan sobre el margen. Es bien
conocido el recurrente "Qerê" Adonai en vez de Yahveh; parece
remontarse al tiempo de antes de Cristo, y probablemente incluso antes
de que los primeros intérpretes griegos se relacionaran con él.

El hecho de que los masoretas no se atrevieran a insertar los cambios


descritos en el Texto Sagrado mismo muestra que éste ya estaba
establecido; otras peculiaridades apuntan a la misma reverencia por la
tradición. Repetidamente hallamos en el texto el llamado Nun invertido
(por ejemplo, Números 10,35-36). En Isaías 9,6 hay una Mêm final dentro
de la palabra. Se interrumpe una waw o se hacen más grandes las letras,
mientras que otras se sitúan más arriba---las llamadas letras
suspendidas. No pocas de estas rarezas están ya registradas en el Talmud,
y por lo tanto deben ser más antiguas. En el “Mishna” se mencionan
incluso letras con puntos. El conteo de las letras pertenece
probablemente a un período anterior. Existen registros para la crítica
textual de ese mismo tiempo. En lo esencial la obra se complete con el
tratado post-talmúdico “Sopher m”. Este tratado, el cual da una
cuidadosa introducción al Texto Sagrado escrito, es una de las pruebas
más concluyentes de la escrupulosidad con que generalmente se trataba
el texto en el tiempo de su origen (no antes del siglo VII).

Primeros Testigos

La condición del texto previo a la época de los masoretas es garantizada


por el “Talmud”, con sus notas sobre crítica textual y sus innumerables
citas, que sin embargo, eran sacadas frecuentemente sólo de la memoria.
Otra ayuda eran los Tárgums o versiones arameas libres de los Libros
Sagrados, compuestas desde los últimos siglos a.C. hasta el siglo V d.C.
Pero el estado del texto se evidencia principalmente por la versión de la
Vulgata hecha por San Jerónimo a finales del siglo IV y comienzo del V. Él
siguió el hebreo original, y sus notas ocasionales sobre cómo se
deletreaba o leía una palabra nos permite llegar a un juicio seguro sobre
el texto en el siglo IV. Como debía esperarse de las declaraciones del
Talmud, el texto consonántico de los manuscritos concuerda casi en
todos los aspectos con el original de San Jerónimo. Aparecen mayores

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discrepancias en la vocalización, lo cual no debe sorprender, pues en esa


época no se conocía el marcado de las vocales. Así la interpretación es
necesariamente a menudo ambigua, como expresamente declara el
santo. Su comentario sobre Isaías 38,11 muestra que esta declaración no
sólo debe ser tomada como una nota sabia, sino que de ese modo la
interpretación debe a menudo ser influenciada prácticamente. Cuando
San Jerónimo habla ocasionalmente de vocales, él quiere decir letras
vocales o mudas. Sin embargo, puede ser errónea la opinión de que en el
siglo IV la pronunciación era todavía fluctuante. Pues el santo conocía
cómo, en un caso definido, se debía vocalizar la palabra ambigua; él
apeló a la costumbre de los judíos oponiéndose a la interpretación de los
Setenta. Una pronunciación fija había resultado ya de la práctica, en boga
por siglos, de leer la Sagrada Escritura públicamente en la sinagoga.
Puede haber duda en casos particulares, pero en la totalidad, incluso el
texto vocálico era seguro.

Los manuscritos de ese tiempo se escribían en letras de “caracteres


cuadrados”, como se puede ver en las notas de San Jerónimo. Esta
escritura distinguía la forma final de las muy conocidas cinco letras
(Prologus galeatus), y probablemente suponía la separación de las
palabras que, excepto en unos pocos lugares, es la misma que en la
Masora. Algunas veces la Vulgata sola parece haber conservado la
separación correcta en oposición a los masoretas y la versión griega.

Es muy lamentable la desaparición de la Hexapla de Orígenes. Esta obra


en sus dos primeras columnas nos habría transmitido tanto el texto
consonántico como la vocalización, pero de esta última sólo quedan unos
cuantos remanentes dispersos. Ellos muestran que la pronunciación,
especialmente de los nombres propios, en el siglo III muchas veces no
concuerda con la usada posteriormente. El alfabeto en tiempos de
Orígenes era el mismo que el de un siglo y medio después. En cuanto a
las consonantes, hubo poco cambio y el texto no muestra una
transformación esencial.

Las versiones griegas que se originaron en el siglo II nos remontan aún


más atrás. La más valiosa es la de Aquila, pues está basada en el texto
hebreo, y lo interpretó a la letra con la mayor fidelidad, permitiéndonos
así llegar a conclusiones confiables sobre la condición del original. La
obra es muy valiosa porque Aquila no se ocupa de la posición griega de
las palabras y del idioma peculiar griego. Además, él difiere
conscientemente de la Versión de los Setenta, tomando el entonces texto
oficial como su norma. Había sido un discípulo del Rabí Aqiba,
presumiblemente él mantuvo las opiniones y principios de los escribas

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judíos a principios del siglo II. Las otras dos versiones del mismo período
son de menor importancia para la crítica. Teodoción dependió de Los
Setenta, y Símaco se permitió mayor libertad en el tratamiento del texto.
Sólo nos han llegado muy pocos fragmentos de las tres versiones. La
forma del texto que se ha podido reunir de ellos es casi la trasmitida por
los masoretas; las diferencias naturalmente se volvieron más numerosas,
pero permanece como la única recensión conocida de los manuscritos.
Sin embargo, debe ser adscrita por lo menos a principios del siglo II, e
investigaciones recientes de hecho la asignan a ese período.

Pero eso no es todo. La perfecta concordancia de los manuscritos, incluso


en sus notas críticas y aparentemente irrelevantes y casuales
peculiaridades, ha llevado a la suposición de que el texto presente no
sólo representa una sola recensión, sino que esta recensión está
construida a partir de un arquetipo que contiene las mismas
peculiaridades que nos sorprenden en los manuscritos. Se ha presentado
evidencia que parece abrumadora a favor de esta hipótesis, la cual, desde
tiempos de Olshausen, ha sido defendida y basada sobre un argumento
más profundo, especialmente por De Lagarde. Por lo tanto no es
sorprendente la afirmación de que esta opinion había sido desde hacía
tiempo un hecho admitido en la crítica textual del Antiguo Testamento.
Aun así, a pesar de lo persuasivo que el argumento parezca a simple
vista, su validez ha sido impugnada constantemente por autoridades
tales como Kuenen, Strack, Buhl, König y otros distinguidos por su
conocimiento sobre el asunto. La condición presente del texto hebreo es
sin duda el producto de una labor sistemática durante el curso de varios
siglos, pero la pregunta es si el supuesto arquetipo existió alguna vez.

Desde el principio es tan improbable la presunción de que cerca de 150


d.C. sólo había disponible una copia para la preparación del texto bíblico,
que apenas merece consideración. Pues incluso si durante la
insurrección de Bar-Cocheba un gran número de rollos bíblicos
perecieron, sin embargo nunca existieron suficientes de ellos en Egipto y
Persia, de modo que no hubo necesidad de basarse en una copia
defectuosa. ¿Y cómo pudo esta copia, cuyos defectos peculiares no
pudieron ser pasados por alto, lograr tan indiscutible autoridad? Esto
pudo haber pasado sólo si tenía mucho más peso que las otras, por
ejemplo, porque fuera un rollo del Templo; esto pudo haber implicado
que había textos y copias oficiales, y así la uniformidad se remonta más
atrás. Suponiendo que fuese sólo un rollo privado, preservado
meramente por azar, sería imposible explicar cómo retuvo los errores
obvios. Por ejemplo, ¿por que tendrían todas las copias una Qoph
cerrada, o una letra casualmente más grande, o una Mem final dentro de

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una palabra? Tales improbabilidades surgen necesariamente de la


hipótesis de un solo arquetipo. ¿No es mucho más probable que los
supuestos errores no fueran realmente errores, sino que tuviesen algún
significado crítico? Para muchos de ellos ya se ha dado una explicación
satisfactoria. Así la Nun invertida señala a la incertidumbre de los
pasajes respectivos: en Proverbios 16,28, por ejemplo, la Nun pequeña,
como Blau conjetura correctamente, puede deber su origen a la
enmienda textual sugerida por el sentimiento prevaleciente luego. Las
letras grandes servían quizás para marcar la mitad del libro.
Posiblemente algo similar debe haber dado inicio a las otras
peculiaridades que no podemos explicar hoy día. En tanto exista la
posibilidad de una explicación probable, no podemos hacer al azar
responsable por la condición del texto, aunque no negamos que aquí y
allá la casualidad ha estado en juego. Pero la concordancia completa fue
surgiendo gradualmente. Mientras más antiguos los testigos, más
difieren, aunque la recensión se quede igual. Y aun así, se podría haber
esperado que mientras más antiguos fuesen se volviesen más uniformes.

Además, si un códice fue la fuente de todos los demás, no se puede


explicar por qué rarezas simples se tomaron fielmente por doquier,
mientras que el texto consonántico se cuidó menos. Si, además, en
tiempos posteriores las escuelas orientales y occidentales mantuvieron
las diferencias, es claro que el supuesto códice no poseía necesariamente
la autoridad decisiva.

El presente texto, por el contrario, parece haber resultado de la labor


crítica de los escribas desde el siglo I a.C hasta el siglo II d.C.
Considerando la interpretación de la Biblia en la sinagoga y las
declaraciones de Flavio Josefo (Contra Apionem, I, VIII) y de Platón
(Eusebio, "Præp. Evang.", VIII, VI) sobre el tratamiento de las Escrituras,
podemos suponer correctamente que los cambios mayores del texto no
ocurrieron en esa época. Incluso la palabra de Jesús en Mt. 5,18 sobre la i
o la tilde que no pasarán, parece apuntar a un cuidado escrupuloso en la
preservación de la misma letra; y la autoridad incondicional de la
Escritura presupone una alta opinión de la letra de la Sagrada Escritura.

No podemos asegurar cómo se llevó a cabo en detalle el trabajo de los


escribas. Algunas declaraciones de la tradición judía sugieren que
estuvieron satisfechos con investigación y criticismo superficial, el cual
sin embargo, es todo lo que se podía esperar en un tiempo cuando la
crítica textual seria no estaba ni siquiera pensada. Cuando surgían
dificultades, se dice que se contaban los testigos y la cuestión se decidía
según la mayoría numérica. Sin embargo, simple e imperfecto como era

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este método, bajo las circunstancias de una explicación objetiva del


estado actual del asunto, era mucho más valioso que una serie de
hipótesis, cuyos reclamos no podemos ahora examinar. Ni hay ninguna
razón para suponer, con algunos escritores cristianos antiguos, cambios
conscientes o falsificaciones del texto. Pero estamos justificados, quizás,
al afirmar que las disputas entre los judíos y los cristianos sobre el texto
de la Escritura fueron una de las razones por la cual los primeros
apresuraron el trabajo de unificar y establecer el texto.

Los manuscritos de esa época probablemente mostraron poca diferencia


de aquellos de la época subsiguiente. El texto consonántico estaba escrito
en la forma más antigua de los caracteres cuadrados; las llamadas letras
finales presumiblemente comenzaron a usarse entonces. El Papiro Nash
(los Diez Mandamientos) podría dar alguna información si sólo fuera
cierto que realmente pertenece al siglo I. La cuestión no puede ser
decidida, pues nuestro conocimiento de la escritura hebrea de los siglos I
al III es bastante imperfecta. El papiro está escrito en caracteres
cuadrados bien desarrollados, exhibe división cuidadosa de las palabras
y siempre usa las “letras finales”. Como en el Talmud, todavía está viva la
memoria de la relativamente tardía distinción de las formas dobles de las
cinco letras, su aplicación a la Sagrada Escritura no se puede remontar
mucho tiempo atrás. Incluso la Masora contiene un número de frases que
tienen letras finales divididas en forma diferente en el texto y en el
margen, y por lo tanto, deben pertenecer a un período cuando todavía no
se usaba la distinción. Por el Nabat n e inscripciones palmirianas
sabemos que en tiempos de Cristo ya existía la distinción, pero no se
deduce que el mismo uso prevaleciera en la tierra al oriente del Jordán, y
en particular en los Libros Sagrados. Las inscripciones palmirianas de los
siglos I al III aplican la forma final de sólo una letra, a saber, Nun,
mientras que el Nabat puede ir más lejos que el hebreo y usar, aunque
no consistentemente, formas dobles también para Aleph y Hê. Todavía
permanece una pregunta incontestada el tiempo cuando los copistas
judíos comenzaron a distinguir las formas dobles. Además, el término
“letras finales” no parece muy apropiado, considerando el desarrollo
histórico. No son las formas finales inventadas entonces, sino más bien
las otras, las que parecen ser producto de una nueva escritura. Pues, con
la sola excepción de Mêm, las llamadas formas finales son la de los
antiguos caracteres según exhibidas parcialmente, por lo menos en las
inscripciones más antiguas, o de cualquier modo en uso en el papiro
arameo del siglo V a.C.

El Texto de la Biblia antes de Cristo

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En cuanto a los siglos precedentes, estamos relativamente bien


informados. En lugar de los faltantes manuscritos, tenemos la antigua
versión griega del Antiguo Testamento, la llamada Versión de los Setenta
o Versión Alejandrina. El Pentateuco fue traducido en la primera mitad
del siglo III, pero no se puede determinar en qué orden y a qué intervalos
siguieron los demás libros. Aun así, en el caso de la mayoría de los libros
el trabajo fue completado probablemente cerca de mediados del siglo II
a.C. Es de vital importancia la cuestión del estado del texto al momento
de la traducción. Como la versión no es obra de un solo hombre---ni
siquiera el Pentateuco tuvo un solo traductor---ni el trabajo se realizó en
una sola época, sino que se extendió por más de cien años, no puede ser
juzgado por el mismo criterio; lo mismo es cierto de su original griego. Al
momento de la traducción, algunas de las Escrituras del Antiguo
Testamento ya existían desde hacía miles de años, mientras que otras
habían sido recién compuestas. Considerando este desarrollo histórico, al
juzgar los textos, no debemos simplemente oponer toda la Masora por un
lado y Los Setenta en el otro; sólo se pueden obtener resultados de algún
valor práctico por un estudio separado de los diferentes libros de la
Sagrada Escritura.

El más antiguo, el Pentateuco, presenta considerables diferencias con la


Masora sólo en Éxodo 36 - 40, y en Números. Aparecen mayores
divergencias en Samuel, Jeremías, Job, Proverbios y Daniel; el texto
masorético de los Libros de Samuel ha sufrido en muchos pasajes. La
versión griega a menudo sirve para corregirlo, aunque no siempre. En
Jeremías la tradición del texto no está establecida. En la versión griega
faltan no menos de 2,700 palabras en el texto masorético, alrededor de
un octavo del total. Las adiciones a la Masora son insignificantes. Algunas
de las partes faltantes en Los Setenta pueden ser adiciones posteriores,
mientras que otras pertenecen al texto original. Las transposiciones en el
texto griego parecen ser secundarias. No obstante, el orden de la Masora
es objetable, y algunas veces Los Setenta está correcto en oposición a él.
En Job el problema textual es bastante similar. El texto griego es
considerablemente más corto que en la Masora. La interpretación griega
de los Proverbios]] difiere aún más del texto hebreo. Por último, el
Eclesiástico griego, una traducción que se debe considerar hecha por el
nieto del autor, es diferente por completo a la recensión hebrea recién
descubierta. Estos hechos pruebas que durante el siglo III a.C. circulaban
textos que manifestaban rastros de tratamiento descuidado. Pero se debe
recordar que algunas veces los traductores pueden haber tratado el texto
más libremente y que incluso nuestra versión griega no nos ha llegado
en su forma original. Es difícil determinar cuán lejos podemos reconocer

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el texto oficial del período en la forma presente del texto griego. La


leyenda de la misión solemne a Jerusalén y la delegación de los
traductores a Egipto no pueden ser tratadas como históricas. Por otro
lado, es arbitrario asumir que el original de la versión griega representa
un texto corrupto todo el tiempo si difiere de la Masora. Tenemos que
distinguir varias formas del texto, si las llamamos recensiones o no.

Para un juicio sobre Los Setenta y su original es indispensable el


conocimiento de la escritura hebrea común en ese entonces. En el caso
de los Profetas Menores, Vollers ha hecho intentos por descubrir los
caracteres empleados. Wellhausen y Driver han investigado los libros de
Samuel; Köhler, a Jeremías; Cornill, a Ezequiel; Beer, a Job; Peters, al
Eclesiástico. Todavía no se ha obtenido certeza completa sobre los
caracteres de los rollos hebreos del siglo III a.C. Según una tradición
judía, cuando Esdras regresó del Exilio trajo consigo la nueva escritura
(asiria), en la cual se transcribieron los Libros Sagrados luego. Es poco
probable un cambio súbito. No es posible que la escritura del siglo IV
fuera bastante similar a la del Papiro Nash o a la de las inscripciones del
siglo I. La escritura aramea del siglo V muestra una tendencia
indiscutible hacia las formas posteriores, no obstante muchas letras
están todavía cercanamente relacionadas al antiguo alfabeto: como Bêth,
Caph, Mêm, Samech, Ayin, Tasade. ¿Cómo se realizó este cambio? ¿Acaso
pasó por el alfabeto samaritano, que claramente muestra su conexión
con el fenicio? Conocemos las letras samaritanas sólo después de la
época de Cristo. Las inscripciones más antiguas pertenecen, quizás, al
siglo IV d.C.; otro, el de Nablo, al VI. Pero esta escritura es
indudablemente decorativa, despliega cuidado y arte, y no ofrece, por lo
tanto, una base segura para una decisión. Sin embargo, presumiblemente
hubo un tiempo en que las Sagradas Escrituras fueron escritas en una
forma antigua de caracteres samaritanos que estaban estrechamente
relacionados con los de la inscripción en la moneda hasmonea.

Otros sugieren el alfabeto palmiriano. Ciertamente algunas letras


concuerdan con los caracteres cuadrados; pero Ghimel, Hê, Pê, Tsade, y
Qôph difieren tanto que es inadmisible una relación directa. En resumen,
considerando la naturaleza local de esta escritura artificial, es apenas
creíble que ejerciera una vasta influencia hacia occidente. Los caracteres
cuadrados hebreos se acercan más al nabateano, cuya esfera se extendió
más y estaba inmediatamente adyacente a Palestina.

Como el cambio de alfabeto probablemente se realizó paso a paso,


debemos contar con los escritos de transición, cuya forma y relación
puede quizás ser determinada aproximadamente por comparación. La

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versión griega ofrece un material excelente; hasta sus errores son una
inestimable ayuda; pues los errores en interpretación o escritura
ocasionados, o ya supuestos, por el original, a menudo encontrarán su
razón y explicación en la forma de los caracteres. Un grupo de letras que
aparezcan erróneas repetidamente dan una pista en cuanto a la forma
del alfabeto original. Pues las bien conocidas posibilidades en la escritura
cuadrada de las confusas Daleth con Rêsh, Yôdh con Waw, Bêth con Caph
no existen del mismo modo en los escritos de transición. El intercambio
de Hê y Hêth, de Yôdh y Waw, tan fácil con los nuevos caracteres, es
apenas concebible con los viejos; y se excluye completamente la
confusión de Bêth por Caph. Por otro lado, Aleph y Tau pueden ser
confundidas fácilmente. Ahora bien, en Crónicas reciente en sí mismo y
traducido del griego mucho después del Pentateuco, Waw y Tau, Yôdh y
Hê, Caph y Rêsh han sido confundidas una con otra. Esto se puede
explicar sólo si se usó una forma de escritura más antigua. Por tanto
estamos obligados a suponer que el alfabeto antiguo, o una forma de
transición como él, estuvo en uso hasta el siglo II ó I a.C. Por las palabras
de Cristo sobre la tilde (Mt. 5,18) se ha concluido que Yôdh debe haber
sido considerada como la más pequeña de las letras; esto cuadra bien con
los caracteres cuadrados. Sabemos otramente que en tiempos de Cristo la
nueva escritura estaba casi desarrollada; por lo menos lo atestiguan
suficientemente las inscripciones del Benê Chezîr y de muchos osarios.
Pero en estas inscripciones Zayin y Waw son tan pequeñas o incluso
menores que la Yôdh.

En adición a la forma de los caracteres, la ortografía es de mucha


importancia. El texto consonántico no puntuado puede volverse
esencialmente más claro al escribir “plene”, es decir, al usar las llamadas
letras mudas (matres lectionis). Este método fue usado a menudo en el
original de la Versión de los Setenta. En el texto de los profetas menores
Aleph parece no haber sido escrita como una vocal; así sucedió que los
traductores y la Masora difieren, según supongan a Aleph o no. Si se
hubiese escrito la vocal, sólo hubiese sido posible una interpretación. Lo
mismo se aplica al uso de Waw y Yôdh: su omisión ocasiona errores de
uno y otro lado. La libertad prevaleciente a este respecto es
expresamente testificada incluso para un período más tardío, pero es ir
demasiado lejos el considerar la omisión de las vocales como una regla
comúnmente observada. Las inscripciones más antiguas (Mesa, Siloé) y
la historia completa de la escritura semítica prueban que este artificio ya
se conocía.

En casos particulares la posibilidad de conectar o separar las letras de


forma diferente puede ser considerada como otra fuente de

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interpretaciones diversas. No se puede demostrar por testimonios


directos si los manuscritos antiguos expresaban o no la división de las
palabras. Las inscripciones Mesa y Siloé, y algunas de las más antiguas
arameas y fenicias, dividen las palabras con un punto. Los monumentos
posteriores no se atienen a este uso, sino que marcan la división aquí y
allá con un pequeño intervalo. Esta costumbre es universal en el papiro
arameo desde el siglo V en adelante. Los fragmentos hebreos no son la
excepción, y la escritura siríaca le aplica a los escritos la división de
palabras en los manuscritos más tempranos. Por lo tanto, la conjetura
que la división de palabras se usaba en los rollos antiguos no se debe
rechazar desde el principio. No obstante, los intervalos deben haber sido
tan pequeños que se producían fácilmente conexiones falsas. No faltan
ejemplos, y tanto la Masora como la versión griega testifican esto. Así
Génesis 49,19-20 está correctamente dividido en el griego y en la Vulgata,
mientras que la Masora erróneamente lleva el Mêm, que pertenece al
final del versículo 19, a la siguiente palabra “Asher”. El pasaje, además, es
poético y una nueva estrofa comienza con el verso 20. De aquí que en el
arquetipo de nuestro texto masorético no se aplicó la escritura en verso,
conocida quizás en un período anterior y usado en los manuscritos más
recientes

Los errores debidos al intercambio de letras, a la incorrecta vocalización


o conexión, muestran cómo se originó la corrupción del texto, y así
sugiere modos de reparar los pasajes afectados. Otras faltas que siempre
ocurren al transmitir los manuscritos, tales como la haplografía,
ditografía, inserción de glosas, transposición, incluso de columnas
completas, también se deben tomar en consideración al estimar el texto
de los Libros Sagrados. En libros o pasajes de naturaleza poética, el
metro, el orden alfabético de los versos y estrofas y su estructura
proveen los medios para la enmienda textual, la cual sin embargo se
debe seguir con gran prudencia, especialmente donde los manuscritos
parecen desorganizados.

Sin embargo, debemos tener cuidado de comparar Los Setenta como


unidad con la Masora. En la crítica textual debemos distinguir entre las
preguntas: ¿Cuál es la relación de la versión griega de las Escrituras en
general con el hebreo? Y, ¿cuán lejos en un caso particular se debe
corregir un texto con el otro? Los Setenta puede diferir en el todo
considerablemente del texto masorético, y aun así a menudo aclarar un
pasaje oscuro en el hebreo, mientras que lo contrario sucede con igual
frecuencia. Aparte de Los Setenta hay muy poco que nos pueda ayudar.
El texto samaritano arroja luz sobre el Pentateuco, por lo menos hasta el
siglo IV, quizás hasta el tiempo de Esdras. Aun así hasta que aparezca la

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edición crítica permanecerá una interrogante abierta si el texto


samaritano no fue influenciado por los Setenta en un período posterior.
Respecto a pasajes más cortos, los textos paralelos permiten
comparación. Las desviaciones observadas en ellos muestran que se han
realizado cambios, que demuestran descuido o variaciones accidentales
o intencionales. La tradición judía narra que Esdras realizó una
restauración de las Sagradas Escrituras. Subyacente a esta narrativa
puede haber una recolección de eventos históricos que probaron ser
desastrosos tanto para la vida política y religiosa de Israel como para sus
Libros Sagrados. Las consecuencias no se muestran tanto como en los
libros de Samuel y Jeremías, por ejemplo, pero son tales que se necesita
la aplicación de medios críticos para llegar a un texto legible. A veces a
pesar de todo no se puede hacer nada y el pasaje está irremediablemente
desfigurado. Será imposible hacer que el texto masorético concuerde
completamente con los Setenta hasta que no seamos favorecidos con
algún descubrimiento inesperado. Sin embargo, todas estas
discrepancias no alteras los Textos Sagrados a tal grado que se afecte el
contenido religioso del Antiguo Testamento.

Fuente: Merk, August. "The Old Testament." The Catholic Encyclopedia.


Vol. 14. New York: Robert Appleton Company, 1912.
<http://www.newadvent.org/cathen/14526a.htm>.

Traducido por Luz María Hernández Medina.

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