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Querido P.

Salas:

El sábado 29 de octubre mi esposa y yo pudimos admirar las pinturas de Josep M. Sert


en la catedral. Hacía bastantes años –más de 30- que no visitábamos la ciudad, pero
quedaba en el recuerdo el impacto que nos produjo la monumentalidad de la
decoración. Es evidente que el conjunto ganará mucho con una buena iluminación.
Agradecimos también el amplísimo horario de apertura del templo y la amabilidad
tanto suya como de las hermanas del IVE. Una de ellas nos comentó una de las
pinturas (Adán y Eva con Abel muerto) y nos ofreció el librito de Mn. Eduard Junyent,
La catedral de Vic y la decoración de Sert, Barcelona, Ed. Mont-Blanc, 1968.

Observando las pinturas, nos dimos cuenta con cierta sorpresa de la profundidad
teológica que encierran, hasta el punto de parecernos que no habíamos visto nunca
una obra de arte que transmitiera con tal fuerza ciertas verdades de la fe. Un ejemplo
podría ser el ciclo del pecado original y, especialmente, la pintura en que Adán intenta
abrir la puerta del Paraíso definitivamente cerrada. Sostiene en su brazo derecho el
cuerpo muerto de Abel. Eva, arrodillada, abraza la cabeza de su hijo. Es la primera
experiencia que la humanidad tiene de la muerte. El pecado muestra sus
consecuencias en toda su crudeza. El ser humano es impotente para abrir la puerta,
pero la culpa será felix “porque merecerá tal y tan grande Redentor”, Cristo, Cordero
inmaculado, que toma sobre sí los pecados del mundo, como se ve en los
sobrecogedores paneles de la Pasión justo debajo, en el presbiterio.

En la contrafachada, el panel de Jesús ante Pilatos recoge el rechazo del Señor de


modo casi insoportable: a nuestra izquierda, los audaces que han escalado hasta lo
más alto piden la crucifixión vociferando con el puño cerrado; a la derecha, los escribas
con enormes libros de la ley buscan aplastar a Cristo maniatado, doblado, flagelado. El
príncipe de este mundo se opone al Señor mediante las masas manipuladas y la ley
pervertida y rebuscada. Ayer y hoy.

Toda la decoración desprende un aroma martirial. En primer lugar, en los paneles de la


Pasión, luego en la representación de los Apóstoles y en detalles como la ambientación
del panel de Pilatos en la propia catedral destruida. El impacto del momento histórico
de la reconstrucción, con el recuerdo recentísimo del martirio de tantos sacerdotes y
feligreses de Vic, conmemorados nominalmente en la cripta, se refleja con fuerza
impresionante. La “terribiltà” de Miguel Ángel, que Sert asume, no es un simple rasgo
estético, sino la expresión desgarrada del fiat martirial, que el pintor sintió tan
hondamente con el asesinato por odio a la fe de un gran amigo, el canónigo Jaume
Serra.

Como simple aficionado, comento en cuanto al estilo que me parece una depuración
muy interesante del de Miguel Ángel. Este buscó expresarse mediante la
representación del cuerpo humano, reduciendo en su obra el peso del paisaje y del
color. Sert lleva esta intención al extremo: suprime el paisaje, que sustituye por
arquitecturas simbólicas, y el color, limitado a grisalla sobre dorado con púrpura
sangre en cortinajes también simbólicos. El movimiento es de violencia formidable, la
anatomía de las figuras, tensa hasta el paroxismo, se deforma en busca de la mayor
expresividad; el anonimato de los personajes –no hay retratos- conduce al espectador
a darse cuenta de la generalidad de lo representado y a sentirse parte del drama de la
Redención que está contemplando: “Dos amores fundaron dos ciudades: el amor
propio hasta el desprecio de Dios, la terrena; y el amor de Dios hasta el desprecio de sí
propio, la celestial”. (S. Agustín, La ciudad de Dios XIV, 28).

El Juicio Universal de la Sixtina resuena en múltiples ecos, no como un virtuosismo


manierista, sino como una oración sincera que expresa, sí, el dolor de la persecución
vivida en 1936. Sin embargo, no se queda en ese momento histórico concreto, pues al
unirlo a la Pasión del Señor, lo eleva a su dimensión universal y revela su sentido, que
es, a la vez, el de todo sufrimiento humano.

Se habla del barroquismo de Sert1. Pero en él barroco no significa recargamiento


ornamental. Al contrario, muestra una perfecta correlación de fondo y forma, propia
de las creaciones artísticas geniales, y consigue crear una pintura religiosa moderna
que es vehículo auténtico de la fe.

Les animamos, pues, padre, a que las futuras visitas guiadas, sin descuidar el
comentario artístico, se orienten a la catequesis de los visitantes. Les animamos a que
se elaboren explicaciones plastificadas de las pinturas, al modo de las que se ofrecen
en los museos, incidiendo en su sentido teológico y martirial, de manera que al
contemplarlas se dé un momento privilegiado de oración.

Padre Salas, gracias por sus audios y por la paciencia de leer este escrito que me ha
servido para renovar gratísimos recuerdos.

Con todo afecto:

Darío y Mercedes.

1
También se puede entender como un iniciador del neomanierismo. Véase, por ejemplo, una pintura de
Antonio D’Achille (n. 1936), asociado a esta corriente (https://www.maremagnum.com/libri-
antichi/neomanierismo-antonio-d-acchille/163624053). La levedad neopagana del italiano está a un
abismo de distancia del español, aunque D’Achille también tiene pintura religiosa que desconozco.

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