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Salas:
Observando las pinturas, nos dimos cuenta con cierta sorpresa de la profundidad
teológica que encierran, hasta el punto de parecernos que no habíamos visto nunca
una obra de arte que transmitiera con tal fuerza ciertas verdades de la fe. Un ejemplo
podría ser el ciclo del pecado original y, especialmente, la pintura en que Adán intenta
abrir la puerta del Paraíso definitivamente cerrada. Sostiene en su brazo derecho el
cuerpo muerto de Abel. Eva, arrodillada, abraza la cabeza de su hijo. Es la primera
experiencia que la humanidad tiene de la muerte. El pecado muestra sus
consecuencias en toda su crudeza. El ser humano es impotente para abrir la puerta,
pero la culpa será felix “porque merecerá tal y tan grande Redentor”, Cristo, Cordero
inmaculado, que toma sobre sí los pecados del mundo, como se ve en los
sobrecogedores paneles de la Pasión justo debajo, en el presbiterio.
Como simple aficionado, comento en cuanto al estilo que me parece una depuración
muy interesante del de Miguel Ángel. Este buscó expresarse mediante la
representación del cuerpo humano, reduciendo en su obra el peso del paisaje y del
color. Sert lleva esta intención al extremo: suprime el paisaje, que sustituye por
arquitecturas simbólicas, y el color, limitado a grisalla sobre dorado con púrpura
sangre en cortinajes también simbólicos. El movimiento es de violencia formidable, la
anatomía de las figuras, tensa hasta el paroxismo, se deforma en busca de la mayor
expresividad; el anonimato de los personajes –no hay retratos- conduce al espectador
a darse cuenta de la generalidad de lo representado y a sentirse parte del drama de la
Redención que está contemplando: “Dos amores fundaron dos ciudades: el amor
propio hasta el desprecio de Dios, la terrena; y el amor de Dios hasta el desprecio de sí
propio, la celestial”. (S. Agustín, La ciudad de Dios XIV, 28).
Les animamos, pues, padre, a que las futuras visitas guiadas, sin descuidar el
comentario artístico, se orienten a la catequesis de los visitantes. Les animamos a que
se elaboren explicaciones plastificadas de las pinturas, al modo de las que se ofrecen
en los museos, incidiendo en su sentido teológico y martirial, de manera que al
contemplarlas se dé un momento privilegiado de oración.
Padre Salas, gracias por sus audios y por la paciencia de leer este escrito que me ha
servido para renovar gratísimos recuerdos.
Darío y Mercedes.
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También se puede entender como un iniciador del neomanierismo. Véase, por ejemplo, una pintura de
Antonio D’Achille (n. 1936), asociado a esta corriente (https://www.maremagnum.com/libri-
antichi/neomanierismo-antonio-d-acchille/163624053). La levedad neopagana del italiano está a un
abismo de distancia del español, aunque D’Achille también tiene pintura religiosa que desconozco.