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HISTORIA CRITICA

SOBRK

EL AUTOR DE LA “SALVE“
JJOlt

& «S '. 0 < № o U CSüuü}

Catedrático de Historia Eclesiástica,


Patrología y Arqueología Sagrada en la Universidad
Pontificia de Santiago*

CON LICENCIA.

(D e la Cránica del «?*fl Congreso Católicú Español de 190S).

COMPOSTELA:
Imp. y Ene. del Seminario
1903
να s a n i a m e m o r ia be mi m ab re.

¿IClllÍiaLji
Febrero 18(le 1£>0;Í.
ADVERTENCIA

En el Congreso Católico Español celebrado, cu Compos*


lela en Julio de I (>02, he leído esta M e m o r i a s o b r e e l a u t o r
d e l a SALVE , en que resumo los trabajos de investigación

y critica históricas que hice con la mira de tratar, deteni­


damente, aquel tema en un libro de historia —no en un f o ­
lleto, semirctórico, y compuesto con premura, como el pre­
sente— dfin de poner en su verdadero punto nuestra tra­
dición de la Salve Mezonziarm.
S¿\ Dios mediante} tengo modo, r cal isa ré mi primer pro­
pósito. Mientras tanto, imprimo aparte un reducido núme­
ro de ejemplares de esta M e m o r i a , sacada de la Crónica del
Congreso» sólo para corresponder á las didees exigencias
de mis amigos.
H. O v i e d o A rce,
MEMORIA
LEÍDA POR EL DR. D. ELADIO OVIEDO AKCiit c a t e ­
d r á tic o de h is to ria e c le s iá s tic a y a rq u e o ­
l o g í a SAGRADA EN L A UNIVERSIDAD PONTIFICIA
DE SANTIAGO, SOBRE “EL AUTOR DE L A SA LV E
REGINA,11

E mmo. Señor:
E xcmos. é I ltmos. Señores:
Señores:

odos conocéis la Salve, Todos hemos balbucido esta


plegaria en el regazo de nuestras piadosas madres: lo­
dos la hemos modulado bajo las bóvedas del templo, ó á lo
largo de las calles de las ciudades, ó en ios atrios de las al­
deas, durante las solemnidades populares de María: y, secre­
tamente, murmúranla con frecuencia nuestros labios en me­
dio de los tristes, rudísimos y desalentadores combates en
que se empeña nuestro bienestar temporal, y sobre todo,
nuestra eterna felicidad.
Si, además, pudiéramos apreciar su valor estético-musical:
si nos fuera dado, como a un famoso converso de nuestros
días, oiría cantar correctamente, después de Completas a los
Monjes Trapenses de Igny, ó recoger los ecos, hoy extingui­
dos, del célebre Monasterio do Solesmes, dónde, no hace mu­
cho, resonaban los acentos de las más perfectas melodías
gregorianas, entonces comprenderíamos cuánto de poético,
de grande, de sublime, de profundamente religioso se con­
tiene en esta oración singular y extraordinaria* Puede decir­
se que entre las plegarias que la Iglesia católica eleva á la
celeste Reina en demanda de protección para los que cami­
namos por el valle obscuro y doloroso de esta vida, la Salve
las vence si todas por la misteriosa profundidad de sus con­
ceptos, por la ternura de sus expresiones, por la incompara­
ble suavidad de su dulcísima melodía, y por la acción que la
suma de estas cualidades ejerce en nuestro sér, despertando
en el corazón los más delicados sentimientos, y dando alas al
alma para remontarse con seguro vuelo á las alturas ilumi­
nadas por los resplandores de la fe.
Y así se explica por qué la Edad Media, toda poesía, á pe­
sar de sus rudezas, nos ha ocultado los orígenes de esa com­
posición encantadora: mejor dicho, por qué nos ha transmiti­
do por medio de sus cronistas mitad poetas, y por medio de
sus poetas mitad cronistas, la hermosa leyenda del origen
celestial de la Salve, reconociendo así la incomparable belleza
de esta oración, )T pagando á la vez peregrino tributo de gra­
titud y simpatía al inspirado autor que, por modo tan maravi­
lloso, ha sabido traducir con palabras y sonidos humanos
conceptos que parecen definidos por las soberanas inteligen­
cias de los Angeles.
¿Será posible rastrear entre los escombros de los viejos
monumentos, ó leer en medio de las sombras del pasado, el
nombre, de inmortal memoria, del admirable compositor de la
Salve?
Tal es mi intento, señores.
No vengo, pues, á proponer, como los distinguidos ora­
dores que me precedieron en este sitio, soluciones para los
grandes problemas que al presente preocupan á los hombres
de corazón é inteligencia en nuestra Patria; ni sabría hacer­
lo. Vengo, lo primero, á cumplir un deber impuesto por mi
venerado Prelado, que sólo por espíritu de obediencia pude
yo aceptar. Vengo, además, á hacer, por modo indirecto,
pero eficacísimo, la apología del Clero en general, y, en par­
ticular, de las Órdenes religiosas, trazando una página de
historia crítica que nos pondrá ante los ojos la obra civiliza­
dora del Monje y del Sacerdote católicos, cuando levantan el
espíritu de los pueblos en la Edad Media, aquí abatidos bajo
el peso de la triste idea del próximo fin del mundo, y allá es­
trechados por la opresión feudal, ó por la invasión de ñor-
— 9 —
mandos y madgiares; cuándo alientan el pecho de los cruza­
dos de 1a fe en Palestina y en el suelo de la Península ibérica
contra el poder de la media luna; cuando influyen podero­
samente en la producción de una brillante literatura mística
y ascética, cuya vena corre abundantísima en el siglo XII,
inspira en el X III la musa de Berceo y Alfonso el Sabio, y
liace vibraren el X IV y X V , entre nosotros, la lira de Alfon­
so Alvarez de Villasandino y de Micer Francisco Imperial.
La Salve tuvo eficacia en todos esos hechos* Parece que
resonó la vez primera A las proximidades del año mil en los
solitarios campos que holló la planta de Almanzor en sus co­
rrerías por la tierra de Iacoh; y es cierto que su melodioso
canto se escuchó mil veces bajo la tienda de los guerreros de
la Cruz, ¿i lo largo de las costas asoladas por los reyes del
atar, sobre la quilla de los barcos sacudidos por furiosa tem­
pestad, y en los alegres emporios de las peregrinaciones me­
dioevales. Acontecimientos todos, más ó menos importantes»
independientes de la acción litúrgica, y, sin embargo, influidos
todos por el Monje y el Sacerdote. ¡Si el Sacerdote y el Monje,
aunque se consideren únicamente consagrados á la oración
y á la divina alabanza, son los principales factores de la
Historia que se desenvuelve desde el hecho divino de miseri­
cordia del Calvario, y de la que habrá de continuarse hasta
el día del otro hecho divino de justicia del valle de Josafat!
Imposible llevar al cabo investigación alguna por cual­
quiera de los caminos que conducen al estudioso hasta las
aras del sereno templo de la Historia, sin rendir al paso tri­
buto de admiración íl ese Sacerdote y A ese Monje, hoy arro­
jados de la sociedad, que aparecen siempre como adelantados
de los gloriosos ejércitos de la verdadera civilización; como
tos conquistadores afortunados de la tierra prometida del
progreso, cuyo ideal es el estole pcrfccti sicut Pater vester
coelestis perfectas esl, del Evangelio; como los descubridores
del nuevo mundo de la libertad y fraternidad, enteramente
desconocido de los pueblos paganos; como los reyes indestro-
nables de la virtud y de la ciencia, y de las letras y de las
artes, regeneradas según el plan revelado por aquella divina
palabra que pronunciaron los labios elocuentes de San
Pablo: Insta arare omnia in Christa, Y así es, que al hacer
el estudio concreto sobre los orígenes de la Salve, tuve
que entrar en dulce comunicación con los sanios poetas
y compositores de las admirables melodías gregorianas, cuyo
- 10 -
vuelo no igualaron los más grandes maestros de la edad
moderna, hasta Wagner; y evocar el recuerdo de las anti­
guas escuelas monacales, como la de Braga en la vieja Ga-
lecia, magistra lüerarnnt, en frase de San Braulio de Zara­
goza, y la de Reichcnau en Alemania, refugio del clásico
saber en los sigios férreos de los tiempos medios, y el de las
episcopales, particularmente la de Puy-en-Velay del Langue-
doc, y la nuestra Compostelana, ambas estrechamente liga­
das por una común y recíproca corriente de ideas teológicas
y de principios artísticos.
El Monje y el Sacerdote aparecerán, por lo tanto, á cada
paso en estas sencillas páginas. Lo mismo que si trazara el
cuadro de la abolición de la esclavitud, ó el del respeto al arte
pagano bajo los Emperadores cristianos, ó el de la institución
de la beneficencia pública, ó el de la fundación de los Estados
germánicos. ¿Cómo se ha de borrar de las tablas de Clío el
auténtico testimonio por dónde consta que el Clero y las Ór­
denes religiosas han sido quiénes arrancaron al mundo de las
tinieblas de la barbarie para colocarlo amorosamente bajo los
rayos del sol de la verdad, la bondad y la belleza, que en la
tierra hizo brillar el Hijo de Dios?
Pero ya lo indiqué: mi objeto directo no es apologético,
sino propiamente histórieo-erítieo. Procuraré dilucidar, en
cuanto me sea posible, la indicada cuestión: ¿quién ha sido el
autor de la Salve Regina?
No hace dos años todavía trataba este mismo punto en
el Congreso Católico de München el Revdo. P. Dom Meier
del Monasterio benedictino de Einsiedeln, (Suiza). Nosotros
tenemos motivos especiales para estudiarla también, pues es
un capítulo de la historia literaria española y compostelana:
y todos vosotros, ilustres Congresistas, sois españoles y com-
postelanos; españoles por la naturaleza, por la tradición y por
la historia; compostelanos por la fe, ya que de aquí, dónde
se custodia la santa lipsanoteca del Apóstol de las Españas,
irradiaron, en nuestra patria, los suaves resplandores de la
luz que Cristo trajo á la tierra para alumbrar á los pueblos
que, como el nuestro, yacían sumidos en las sombras de muer-
' te de la idolatría y del pecado.
- 11

Supuesta vuestra benevolencia, entro en materia exami­


nando rápidamente, de antemano, las condiciones de la evo­
lución histórica de la Salve, considerada como un hecho inde­
pendiente de su inmediato autor; porque este excursus es pre­
misa necesaria para resolver el punto, objeto de este estudio,
a) Lo primero que se puede examinar en la Salve es
su sentido teológico y su representación en la Liturgia, Bajo
estos aspectos cabe definirla así: una plegaria á la Virgen,
de carácter popular, más que erudito, que resume y cifra
sabiamente las enseñanzas de los antiguos Padres de la Igle­
sia acerca de las principales prerrogativas de la excelsa Ma­
dre de Dios, y su extraordinario poder de intercesión en
favor de los hombres. Desde el sirio San Efrém hasta San
Ildefonso de Toledo, y en los siglos posteriores hasta el X V I,
todos los santos y todos los sabios, que especularon acerca de
María, han compuesto sentidas y hermosísimas plegarias
para invocar y obtener su patrocinio: sin embargo, ninguna
más que la Salve ha llegado á ser la oración universal, por
lo menos en los pueblos occidentales.
Así aparece en los monumentos del siglo X IIL En Gonzalo
de Rerceo (Milagros de Nuestra Señora; X X IV ), el pueblo
canta la Salve en acción de gracias por la conversión
de Teófilo, á quien salvó María de las redes con que le en­
volvía un pacto diabólico. Alfonso el Sabio nos presenta en
la Cantiga 262 á una anciana sordo-muda, curada por media­
ción de la Santísima Virgen, enseñando al pueblo la Srt/^que
ella había aprendido de los Angeles. Y el título, popularísimo
en puertos ribereños españoles, de plegaria de los marineros
(cantío nautica, que dijo á mediados del siglo X V I el Doctor
Azpilcueta Navarro), tiene en nuestra patria fundamento
tan antiguo como la Cantiga 313 del hijo de San Fer­
nando, en que se describe el inminente peligro de un nau­
fragio en los mares de España, conjurado por el canto de la
Salve que un clérigo entona en nombre de todos sus compa­
ñeros de navegación, más tarde devotos peregrinos de Nues­
tra Señora de Villa Sirga, en León.
A l mismo tiempo que en España (Cantiga 313), en Portu­
gal (Cantiga 55) y en Francia (Cantiga 262), la Salve era po­
pular en Italia. Tenemos un testimonio de ello en la Legenda
- 12 —

Sancti Franasd, que compuso San Buenaventura ( f 1274),


en la cual nos cuenta cómo una mujer que se hallaba en duro
trance acudió á la intercesión del Santo Patriarca de Asís, re­
cientemente coronado en la Gloria, y cómo el Santo aparecién­
dose ¿i su devota, la preguntó que si sabía la Salve Regina^
y al escuchar la respuesta afirmativat la dijo que la entonase,
pues al punto sería despachada favorablemente su oración,

A juzgar por los documentos alegados, diríase que la


Salve ha sido compuesta para la liturgia privada y particu­
lar del pueblo. De otra manera ¿cómo se concibe que alcan­
zara tan rápidamente este carácter que jamás tuvieron otras
loas y oraciones á la Virgen» bastante semejantes á la nues­
tra, como las que compusieron San Anselmo de Lucca, San
Pedro DamianOj Hermán Contracto, etc?
Aun á mediados del siglo XII, cuando la Salve }^a se de­
signaba con el título de Antífona, según se ve en el 76.”
de los Siatuta dados á Cluny por Pedro el Venerable ( f 1157),
y por los Códices de este tiempo que traen la Salve, como el
número 250 de Einsiedeln* según nota que recibí de manos
del doctísimo Mr, Vacandard, autor de una admirable Vie de
Saint Bernardf ni forma parte del Oficio Divino, ni aparece
usada litúrgicamente fuera de los Monasterios benedictinos,
de Cluny primero, y del Cistcr después, Un biógrafo de San
Bernardo de Clara val, Juan Eremita, asegura que el Papa
Eugenio III, elevado al Solio de San Pedro en 1145, ordenó
que se cantase en toda la Iglesia: pero ni Eremita expresa el
sentido de la disposición pontificia, ni de ella se halla el me'
ñor rastro en la Liturgia Romana hasta casi un siglo más
tarde.
El monumento más antiguo, conocido, del canto público y
solemne de la Salve en el Cistcr, son los Estatutos del Capí­
tulo general de la Orden, celebrado en 1218. Hacia el mismo
tiempo se cantaba en los Conventos franciscanos, según que
podemos inferir de la Leyenda de San Francisco, y en 1228,
por lo menos, en los Convenios dominicos, como consta de la
B re vis historia conventus parisiensis fratrum praedica-
tornm.
Es menester llegar al segundo tercio de este mismo si­
glo X III, para conocer las primeras pruebas de la introduc­
ción de la Salve en la Liturgia de la Iglesia Católica.
Abraham Bzovio en sus Anuales Ecclesiastici^ siguiendo
al autor anónimo, pero coetáneo, de la Vita Gregorii IX ,
electo en 1227, refiere que este Papa dió en 1239 una Decre­
tal ordenando que en todas las ferias sextas del año se can­
tase la Salve Regina á Vísperas y Completas, Sin embargo,
el texto auténtico, más antiguo, que se puede ofrecer para
mostrar cuando entró la Salve A formar parte del sacrijicinin
lañáis es de Inocencio IV, 1243-1254 {Anuales... de Raynaldo
y Pagi)>
b) HabrAse notado que siempre que se hacen referencias
A la Salve así en las fuentes que nos la proponen con el ca­
rácter de oración popular, como en tas que nos indican cuan­
do adquirió representación litúrgica, considérasela como un
cántico: no es una oración que se recita, es una composición
melódica, que, por lo mismo, se canta.
Si es verdad, como parece, que la Salve se compuso pri­
meramente para el pueblo; si hasta al pueblo puede atribuir­
se en cierto modo la gloria de ser el autor inconsciente, pero
instintivo y espontáneo de ese poema, que ha dicho tin mo­
derno escritor, y es sabido que el pueblo, igual que el niño,
revela su alma por medio de la forma poética y por medio
del canto; ¿qué extraño es que canten la Salve los porso*
najes de Berceo y Alfonso el Sabio, los Monjes cluniacen-
ses y cistercienses, los hijos de Santo Domingo y San Fran­
cisco, y, desde el pontificado de Inocencio IV , el clero católico
en el Oficio Divino? La historia y la leyenda están de acuer­
do en este punto: Statntum est, dice Pedro el Venera­
ble, itt antiphona de sacra rnatre Domini facía, ctiins
principium est S a l v e R e g i n a m i s e r i c o r d i a s , in fesio Asnni-
ptionis ipsiitS) dum processio f it , a Conveniu c a n t e t u r .
Por su parte los cistercienses, panegiristas de San Ber­
nardo, el biógrafo Juan Eremita (siglo X II) y el cronista Al-
berico deTrois Fontaines (siglo X III), nos refieren, con lujo
de pormenores, que el Santo abad de Claraval oyó cantar la
Salve A los Angeles; y Alfonso el Sabio, en la citada Canti­
ga 262, historiando comino Santa María gnarefea no Poy
lina tnoller que era sorda et tunda, dice que esta mujer oyó
una noche en la iglesia, que
uOs santos et as santas
comentaron de cantar
ant’a Virgen que poseron
ani’encima do altar
en bon son Salve Regina,w
- 14 —
Y en fin, Azpilcueta, quet como canónigo de la histórica
Colegiata de Roncesvalles, conocía perfectamente las tradi­
ciones de esta iglesia, refiere en su sabio tratado De Oratio-
m %capítulo 23, que había allí una fuente llamada de los An­
geles, porque era fama bajaban todos los sábados los celes­
tes mensajeros á cantar allí la Salve,
Si, por el contrario, Hubiéramos de confundir los orígenes
histórico y litúrgico de esta plegaria, llegaríamos á idéntica
conclusión, pues ya se sabe que es un principio admitido por
todos los tratadistas de re musita, desde San Agustín y San
Isidoro de Sevilla hasta Gerbcrt y Bourgault-Ducaudray, lo
que el célebre musicólogo y liturgista Dom J. Pothier escribe
en su precioso libro Les Melodies gregorienms...} cap. I: “En
la liturgia la palabra y el canto surten de una sola fuente,
obedecen á la misma idea y al mismo sentimiento, cumplen
el mismo objeto, tienden á un fin idéntico, y, por consiguien­
te, deben fundirse en un sólo todo, de una expresión más
enérgica, pero única. Los textos se disponen para el canto,
y el canto á su vez se crea para la palabra. Así vemos en la
historia como los textos y las melodías del canto litúrgico
son fruto de la misma inspiración, y cómo atraviesan largos
siglos unidos en un común destino.“
Este juicio halla confirmación en los monumentos de la
Salve. La cual aparece con su notación neumática en el ci­
tado Códice de Einsiedeln, y, según noticia dei P. Pothier,
comunicada por medio de mi docto amigo Mr. Henri Gavel,
A gregé de la Universidad de París, en diversos Antifonarios
manuscritos del siglo X IL
Pero aun podemos llevar más atrás la composición de
esta melodía, teniendo en cuenta que es de purísimo estilo
gregoriano, y por lo tanto anterior á la innovación musical
iniciada en los comienzos del siglo X I y consumada plena­
mente en la primera mitad del siglo XII, Para observar el
carácter arcaico del estilo musical de la Salve, basta compa­
rarla con las melodías del primer período del canto litúrgico,
que empieza con su creador San Gregorio, y termina con el
siglo X; por ejemplo, con el himno Gloria , l a u s de Teodulfo
de Orleans (siglo IX). El mismo Dom Pothier, en carta diri­
gida para mí á Mr. Gavel, fechada el 12 de Mayo de 1902, y
en la Revue dn Chant Gregorien (iifio 10+°t n.° 10), dice que el
estilo de la Salve discrepa totalmente, est... tout differentt
del de la antífona Alma Redemploris Mater de Hermán
— 15 —
Contracto ( f 1034). V es verdad que In melodía del Alma
Redemptoris se enlaza más bien con las del secundo periodo
del canto gregoriano, caracterizado por la fecundidad de la
producción, que está en razón inversa, como escribe Dom
A. Kienle (Théorie el Practique du Chant Gregorio*), de la
grandeza,de la frescura y de la espontaneidad de las antiguas
melodías que brotaron de la vena de San Gregorio, Carlo-
magno, Paulo Varnefried, Tcodulfo deOrleans y otros* ¿Ha­
brá de colocarse entre éstos, es decir, en la escuela que éstos
representan al autor de la Salve? Probablemente si.
c) Todos los indicios favorecen esta hipótesis. El examen
literario del celebre canticum derrama alguna luz sobre este
punto. Estudiando la Salve paleográficamente, podemos
averiguar su forma primitiva y las sucesivas variantes.
En los manuscritos del siglo X II, el de Einsiedeln, por
ejemplo, está redactada asi: Salve, Regina misericordiae—
O clemens, o pía, o dulcís Marta* El Monje cistcrciense San
Amedeo, Obispo de Lausana, discípulo de San Bernardo*
trae en la Homilía V III Detaudibus Virghns, la misma triple
exclamación íinaU El autor anónimo de fines del siglo X II ó
principios del X III de la Mediíatio in Salve Regina, —tenida
por unos como obra del melifluo Doctor, por otros atribuida
á S. Anselmo de Lucca (siglo XI), y, finalmente, inserta entre
las obras de San Buenaventura, aunque sin plausibles razo­
nes, como capítulo del Stinmlus amoris — sigue al redactor
del Códice de Einsiedeln. Pero en el siglo XIIT, momento
histórico, según Casimiro Oudín, de los Sermones snper
Salve Reginaf atribuidos infundadamente á San Bernardo,
aparece ya la forma Salve, Regina, Mater miserico rdtae.
Y Ricardo de San Lorenzo, Penitenciario de Rouen, que
vivía por el año 1245, nos hace ver que en su tiempo se había
completado la transformación de la frase primera y última
de la Salve: en su magnífico tratado De ¡aud¡bus Beatae
Mariae} atribuido sin razón al B. Alberto Magno, se lee: Sal­
ve, Regina, Mater misericordiae (Lib. II, cap. 10) y O ele­
menst o pía, o dulcís Virgo Mar ¿a (Lib. XII, cap, 6,°)
Las palabras, Maler y Virgo, añadidas al principio y fin,
respectivamente, déla Salve, según su forma primitiva, no
son transformaciones del siglo X V I, como supone el P. Po~
thier en su estudio Anlienne S a l v e R e g i n a , inserto en la
Revue du Chant Gregorien, 10.me année, pág, 151. Pruébanlo
los textos alegados, entre otros muchos que se pudieran adu*
— 16 —
cir, como el de San Antonino de Florencia, quien, á media­
dos del siglo X V , da testimonio de las dos indicadas varian­
tes en su Sumtna Theologka, Part. IV , c* 916 y c. 1086,
Lo que se puede creer, á vista de todos los textos, es que
hasta el siglo X V I, en que parece haberse fijado en defi­
nitiva la forma que hoy tiene nuestra Antífona, conservó,
paralelamente, la forma original y la innovación introducida
en el siglo X III, por lo menos; y así se explica por qué escri­
tores del siglo X V , todavía, como el mismo San Antonino,
citen también la Salve con su forma arcaica (Op- cit., c. 1062).
Demos fin á este breve análisis paleográfico, consignando
la variante vítae dulcedo, que aun hoy conservan en su
liturgia los PP. ^laurinos, y que aparece por primera vez en
aquella cantiga de Alvares de Villasandino, que empieza:
Virgen digna de alabanza
en ty es mi esperanza,
Santa, o clemens o pya,
O dulc is vyrgo Mary a!
Tu me guarda noche e dya
de mal e de tribuíanla
Y concluye:
Graciosa vilae dulcedo
etc........
Si estudiamos esta composición á tenor de las reglas de
la retórica y poética medioeval, claro está que pertenece al
género de algunas Prosas litúrgicas —y, en efecto, con ese
calificativo se la designa algunas veces— de ritmo complejo,
semejante al de la prosa literaria, si bien más métrico, y ca­
dencioso de lo que suele ser el discurso oratorio; no falto de
número, ciertamente, pero extraño, sin duda alguna, á las
rebuscadas asonancias y consonancias, tan favorecidas en
los siglos de decadencia, privados del sentido de la soberana
majestad é incomparable belleza de los números cicero­
nianos.
Ejemplo de lo que decimos, tenérnoslo en estos dos versos;
Salve, Regina misericordiae
Vita, dulcedo, et spes rwstra,
y en estos otros:
gementes
et fiantes
que recuerdan el estilo de los Libros De Dijcrcnliis del Doc-
— 17 -
tor Hispalense, y t más do lejos, la Formula l ilac Uom'^iar de
Sun Martín de Braga, tan leídos ambos, entre nosotros, en la
baja Edad Media.
En cuanto á las exclamaciones finales, según su más anti­
gua redacción:
O clenwns, opia
o (fulas Alaria,

que forman un perfecto dístico leonino, será difícil demos­


trar que son factura de la misma mano que los versos ante­
riores. ;Es cierto que los leoninos no aparecen en la litera*
tura hasta el primer tercio del siglo XII? Hoy está casi des­
autorizada del todo esa hipótesis, Sin embargo, yo no me
atrevería á afirmar que este dístico robustezca la nueva opi­
nión. Creo, por el contrario, que debe concluirse que ese
leonino fué añadido al original de la Salve $no precisamente
por San Bernardo, pero sí en su tiempo. A l menos se me ha
ocurrido esta sospecha al considerar la diferencia de estilo
musical entre la melodía de esas tres invocaciones y la del
resto de la Antífona, y la diferencia de estilo poético entre el
ritmo y la similicadencia enteramente primitivas y rudas
del gementes—el fíenles >y los armoniosos y cultos del dís­
tico final. En Dom Pothier veo confirmada esta idea.
d) Los varios aspectos que acabo de considerar en la
Salve, no nos permiten salir de un ciclo que se extiende des­
de fines del siglo X hasta los comienzos del XII, El dato posi­
tivo, directo y original, y el más antiguo, de los que por ahora
conocemos, es de 1146, fecha de los Estatutos Cluniaeenses.
Más tarde examinaremos testimonios indirectos y derivados
del último decenio del siglo X I, y también de mediados de la
misma centuria, y aun de los últimos años de la precedente.
Supuesto esto, excusado parecerá investigar en qué len­
gua ha sido compuesta nuestra plegaria.
Aun en los siglos en que el senno vnlgar/s, no ya rústico,
sino erudito, llegado á la plenitud de sus formas romances,
pide naturalmente plaza en la historia, la lengua teológica,
sin embargo, continúa siéndolo el latín: y de tal manera se res­
petaba este canon literario en los países de la raza del Lacio,
que ni cuando la poesía alcanzó entre nosotros los altos vue­
los de la galaico-portuguesa de las Cantigas alfonsinas, osó
traer, sino como por sorpresa, á la lengua vulgar, la popula-
rísima plegaria* Lo mismo se observa en la riquísima poesía
- IB -
Mariana del siglo X III, en Francia, según ha tenido la bondad
de comunicármelo, por medio de mi excelente amigo, Mr. Ga-
vel, el competentísimo literato, Mr. Jearnoy.
La primera tentativa de Salve romanceada creo hallarla
primero en la Cantiga 2o2 del Rey Sabio, que más adelante
transcribiré, y después en el desir que Micer Francisco Im­
perial hizo al nacimiento de D. Juan II en el año 1405.
Mas ¿quién lo dijera? No faltaron cabezas en las cuales
cupiese la peregrina idea de que la Salve había sido com­
puesta por los Apóstoles en griego. ¿Qué quiénes fueron es­
tos soñadores? Pues los tristemente célebres La Higuera y
Ramírez de Prado, autor y comentarista, respectivamente,
del falso cronicón atribuido por ellos al buen arcipreste Ju­
lián Pérez.
El fenómeno de aquella tan extraña y ridicula fantasía,
tiene, sin embargo, una explicación muy fácil y plausible.
Es cosa sabida, en efecto, que la aparición de los falsos
cronicones españoles á fines del siglo X V I, igual que había
sucedido en otras épocas, y también en otros países, respondía
á las exigencias de las preocupaciones dominantes. Sin este
viciado medio psicológico, no era posible la pseudo-historia.
Los cronicones ficúlneos revelaban todo cuanto interesaba á
sus lectores, lo mismo que los Libros plúmbeos de Granada,
y el Beroso de Annio de Viterbo, y tantos otros, insignes
ejemplares de la imbecilidad humana.
Ahora bien. Entre las cuestiones históricas que solicitaban
líi atención de los eruditos del último decenio del siglo X V I,
ha de contarse forzosamente la del origen de la Salve. Aca­
so fué el ilustre historiador P. Yepes el primero entre nos­
otros que se fijó en este punto, invitando á los amantes de
las glorias nacionales'á ejercitar el ingenio en su estudio. He
aquí las palabras con qué el insigne autor de Ui clásica Coro-
nica General de la Orden de San Benito exponía el estado de
esta cuestión en su tiempo, y abría la senda para ulteriores
investigaciones. Formula su tesis diciendo que, si bien no cier­
to del todo, es muy probable que San Pedro de Mezon-
zo (siglo X ) haya sido el autor de la Salve, y escribe: “Gene­
ralmente los alemanes y otros autores han dicho hasta aquí
que un monje de San Benito, llamado Merman Contracto,
había compuesto esta devota antífona, tan celebrada en la
Iglesia. Pero Claudio de Rota... Antonio de Mocares... y Du­
rando son de parecer que San Pedro Mozonzo compuso la
— 19 -
Salve: y no sé por qué los españoles nos hemos de dexar
atar las manos* y darnos por vencidos, y querer consentir,
sin contradicción, que un ale man aya compuesto la Salve,
pues hallamos tantos extranjeros que afirman lo contrario*“
No era el P. Jerónimo Román de la Higuera quien se
dejase atar las manos y se diese por vencido en punto á sos­
tener las glorias españolas* principalmente eclesiásticas. Mas
como halló explotado por otros el tesoro de la verdadera y
real historia, que, en la cuestión presente, derramaba por en­
tonces muy difusa luz, y no permitía, por lo tanto, ver
con claridad el hecho; él, á quien no arredraban dificultades
ni trabajos, por graves que fuesen, cortó por lo sano la dis­
cusión pendiente entre españoles y alemanes sobre el autor
de la Salve, inventando una crónica de un fantástico perso­
naje, Julián Pérez, que el invencionero hizo casi coetáneo de
San Pedro de Mezonzo. De esta arte fuéle sumamente fácil
rechazar los testimonios más recientes que se alegaban en
favor de Hermán Contracto, y fallar el pleito, á medida de su
necio afán, con la singular patraña de que los Apóstoles
compusieron la Salve en lengua griega, y San Pedro de Me­
zonzo la tradujo al latín; Hymiuts (Salve Regina) —cuenta
el pseudo Julián— ab Aposto!¿s composiius, transíalas est de
graeco in latinnm a sanctissimo viro Petro cpiscopo Com-
postellano.

II

Y henos aquí en el punto culminante de nuestra investi­


gación. Fijado ya el período, relativamente corto, de cien años
(siglo XI), en que aparece la Salve, y determinados los carac­
teres que la distinguen y particularizan, réstanos averiguar
el momento preciso, el lustro, si es posible, de aquella centu­
ria, en que nuestra plegaria entra en la corriente de los he­
chos de la historia* El siglo X I vió A San Pedro de Mezonzo
( f 1003), á Hermán Contracto ( f 1054) y á Ademaro de Mon-
teil ( f 1098): y no cabe dudar que entre estos tres personajes
hemos de hallar al autor de la Salve.
Prescindamos de Julián Pérez y consortes, pertenecientes
á la familia íicülnea—de ella hicieron merecidísima justicia
aquellos grandes sabios, prez de nuestra nación, que se lla­
man D, Juan Bautista Pérez y D. Nicolás Antonio:— y expon­
gamos el verdadero estado de la cuestión. Por lo que toca &
- 20 -
España, ya hemos visto cómo la propuso el P. Yepcs :il fina­
lizar el siglo X V I. A mediados de la centuria siguiente
trató con cierto amor este punto Nicolás Antonio en su Biblia-
thcca Hispana Vetas, aunque sin añadir noticia alguna A las
dadas por Yepcs. Sólo dice por su cuenta, que él ni un punto
vacila en adherirse al parec er que favorece á nuestro San
Pedro de Mezonzo* Un siglo después, en 1788, publicaba las
Bibliothecas de Nicolás Antonio, adornadas con eruditísimas
notas, el sabio presbítero valenciano D. Francisco Pérez
Bayer; pero tampoco aportaba un solo dato á esta discusión.
No así D. Diego Antonio Cernadas y Castro, cura de la
parroquia rural de Fruí me en esta Archidiócesis, tan piadoso
como erudito y fácil escritor, que brilló entre los primeros
publicistas gallegos de la segunda mitad del siglo X V III: el
cual, en un opúsculo intitulado: ¿Quién es el autor de la
Salve?, estudiaba, cómo nunca se había hecho, esta cuestión,
con gran sentido crítico, con nueva y varia erudición, que
arrojaban abundante luz sobre la figura del monje de Me-
zonzo, al paso que rebatía admirablemente, con argumen­
tos intrínsecos y extrínsecos, las razones alegadas por el
P. Enrique Flórez (Espaila Sagradaf tomo X IX ) en favor de
San Bernardo, asi como las que solían aducirse en favor de
Adcmaro de Monteil y de Hermán Contracto. Desde esta
fecha, la contienda por nuestra parte, quedó definitivamente
zanjada. En Cataluña misma se hizo una edición del opúsculo
del Cura de Fruí me, y aquí, en Galicia, nuestros poetas é
historiadores, Vicetto, Vestciro, D. Manuel Murguía, el ilus­
tre escritor D. Juan V. de Mella, etc., y, últimamente, mi
esclarecido Maestro, D. Antonio López Ferreiro, en su monu­
mental Historia de la Santa Iglesia de Santiago^ tomo II:
1899, han venido afirmando con calor ó estudiando con pro­
fundidad la atribución de la Salve al inmortal gallego que
brilló en los siglos X y XI*
Paralelamente á los escritores de nuestra tierra pronun­
ciábanse en sentido favorable al candidato español, eminen­
tes extranjeros como el P. Mabillón (Aun* Or. S. Bcnedi-
cii), Du Cange (Glossarittm ad script. //red. et itif * latin.), y
el Papa Benedicto X IV (De fes/, D. N. J, Ch.%etc.): pues
aunque no exponen distinta y claramente su opinión, en la
manera de expresarse se dejan ver sus preferencias por el
Obispo Compostelano respecto del Monje de Reichenau.
Otros se encargaban de apoyar á éste.
— 21 —
Por los mismos días, poco más ó menos, en que Yepes
planteaba aquí la discusión, resolviendo el litigio en la forma
indicada, otro benedictino, Dom Amoldo Wion, estudiaba
ampliamente el mismo punto en el Lib* 5," de su copiosísimo
centón, intitulado Lignmn vitar, inclinándose al partido del
Contracto en contra de nuestro San Pedro. De entonces acá,
principalmente, cien escritores ejercitaron su ingenio en re­
cabar esta gloria para Alemania.
Aun en 1S92 se publicó en Karlsruhe un libro consagrado
á discutir este interesante tema del origen de la Salve; su ti­
tulo: Die vcrloren geglaubte Historia de Sancta Afra mar-
tyre nnd das S a lv e Regí.va des HerniainiitsContraclits; y en
él su autor, el distinguido crítico \\\ Brambach, defiende con
gran copia de erudición y mucho talento su candidato na­
cional.
A la vez entraba en la liza Francia, sacando á plaza y
e x a m i n a n d o A nueva luz, textos desconocidos acá y allá, que
obligaban á españoles y alemanes á reconocer á la vecina
nación carácter de beligerancia en la contienda►
Y a Guillermo Eisengrein que publicó á fines del siglo X V I
su Clironiea Spirensis había introducido á San Bernando en
la historia de los orígenes de la Salve. Por otra parte, la
Vita Sancti Bcrnardi del cisterciense Juan Eremita (si­
glo X II-X III) ofrecía pie á los franceses para formular una
opinión favorable al abad de Clara val c om o autor de nuestra
plegaria. Así es que el doctísimo Fr, Angel Manrique en sus
Afínales Cistercienses (I64f>), después de hacerse cargo de la
afirmación de Eisengrein, según el cual, San Bernardo, ha­
llándose en Spira el año 1147, añadió al texto de la Sai-ve que
entonces terminaba en la frase: Et Jesum.... ofende, las
exclamaciones tíñales: O dentáis, etc., escribe por su cuenta:
“No falta quien atribuya toda la antífona á San Bernardo.“
Mas esta opinión no tuvo mucho favor, porque era su único
fundamento el testimonio de Eremita, Libt 2 “, de su biogra­
fía de fundador de Claravalt que dista mucho de ser decisivo.
Bien lo comprendieron los eruditos franceses, que, por lo ge­
neral, abandonaron esta hipótesis para hacerse fuertes en
otra posición más fírme, desde donde, á partir del siglo X V II,
vienen sosteniendo que el autor de la Salve es el célebre
Obispo del Puy Ademaro de Monteil (fin del siglo XI), apo­
yándose en un texto de la Cromen del monje Alberico de
Trois Fontaincs (siglo X III), estudiado con amor desde que
— 22 —

Mabillón lo reprodujo en las notas á los Sermones sttper


Salve Regina, publicados entre las obras supositicias de
San Bernardo el año 1674.
Desde entonces, fines del siglo X V II, tres opiniones sobre
el autor de la Salve se han venido sosteniendo con calor: las
cuales, como queda dicho, se mantienen en el ciclo del si­
glo XI. Las otras hipótesis han sido olvidadas; hasta Ja de
San Bernardo, que recibió el último apoyo del sabio funda­
dor de la España Sagrada (loe. eit.) El sabio abate Vacan-
dard, el más reciente biógrafo de aquel Santo, está en cierto
modo por Ademaro del Puy; y lo mismo Dom Pothier en su
estudio: Anlienne S a l v e R e g i n a .

III

Recontemos ahora todas las opiniones que se han emitido


para ilustrar esta página de la literatura eclesiástica:
L A Juan Lascivius, obscuro escritor francés del si­
glo X V III, no exento de toda sospecha de heterodoxia, y,
lo que aquí importa, de pobre ingenio y escasa erudición,
echó á volar el nombre del Papa San Gregorio II (715-731),
confundiendo lamentablemente la Salve con la otra antífona
de la Virgen, Regina coeli....., que algunos atribuyeron A
aquel Pontífice, si bien otros, y, entre ellos, el ilustre himno-
logo Mr. Chevalier, la creen de Gregorio V (siglo X).
2.a San Antonino de Florencia (y 1459), historiador y teó­
logo* refiere en su Sitmma Theologica, p. IV , c. 1007 (Vero-
na, 1740), que en su tiempo se decía que la Salve había sido
compuesta por San Juan Damasceno (siglo VIIÍ). He aquí sus
palabras: .../// antiphoua qnam diciiur composttisse Joanníís
D amascenus, ei (Marine) dicitn/ts: Eia, ergo, advócala nos-
ira , ele.
El Santo Arzobispo florentino no escribió más sobre el
asunto. Ni pruebas presenta, ni siquiera emite su propio
parecer. Se hace eco de un rumor, cuyo fundamento se des­
conoce en absoluto, á no ser que le busquemos en la historia
de la ferviente devoción que á la Virgen Santísima profesó
el gran defensor de su culto contra el furor del iconoclasta
León III Isáurico.
3.* Los críticos que, como Wadingo, sostuvieron un
tiempo que la Mediiatio in S a l v e R e g i n a , impresa entre las
obras espurias de San Bernardo, era parto del devotísimo
servidor de la Virgen, San Anselmo,Obispo de Lucca ( f 1086),
han dado pie á algunos escritores italianos para barajar el
nombre del Obispo Luccense al tocar el origen y la evolución
histórica de la Salve. El expremonstratense Casimiro Oudin,
con gran espíritu crítico, llevó al siglo X III aquella Medita-
lio , y los franciscanos Sbaralea y Bonelli, demostraron que
ni era del Obispo de Lucca, ni del Abad de Clara val, ni tam­
poco de San Buenaventura, entre cuyas obras se incluyó si
título de fragmento del capítulo X IX de la parte 111 del
SI ¿muias amoris, atribuido constantemente al Seráfico Doc­
tor, excepto por los últimos recensores citados, que le exclu­
yeron del catálogo de las obras auténticas de este Santo,
4.“ Dos razones dieron color de probabilidad á la hipóte­
sis de que el autor, cuyo nombre investigamos, es el Maestro
Pedro Compostelano (Magister Petras Micha, en sentir del
sabio historiador Si\ López Ferreiro), el Boecio de nuestra
tierra, que escribió, hacía el año 1140, un peregrino tratado
De Consolátiotie rationis y otro De laudibus B. Marine Vir-
ginis, manuscritos existentes en la Biblioteca Escurialcnse,
próximos Á ser exhumados por mi distinguido amigo P. Pedro
Blanco, entendido crítico y paleógrafo de aquel Real Monas­
terio. Es la primera que algunos manuscritos y ediciones del
Rationale Divinornm ofjiciorum, de Guillermo Durando,
como las que consultaron Flórez, Gavanto, etc., dicen que el
autor de la Salve fué Petras Compostetlanas; y este dictado
es el que siempre se ha dado al Magister del siglo X II, no al
Prelado de fines del X y principios del XI, designado común­
mente por su dignidad: Petras Episcopus Compostellanas.
Fúndase la segunda en el hecho apuntado de haber escrito el
Maestro Pedro Compostelano un precioso tratado De taudi-
bus M. VirginiSf del cual podía considerarse la Salve como
una parte desglosada.
Esta sospecha recibía nueva fuerza con las palabras del
agustino Fray Jacobo Felipe Bergomcnse, en la 3.a edición
de su Sapplementuni Chrouicaram (Venecia, 1492), Lib. XII,
donde, ad an. 1120, copia lo que por el autor, ú otros, se había
escrito ad an. 11211en la 2.rt edición hecha en Brescia en 1485,
referente á un Pedro Arzobispo de Compostela, amigo de Ca­
lixto II: el cual Petras, dicen los textos de esas ediciones del
Sappl. C itrón ín te r cadera, enm heatisstmae Virginis Ma­
rine devotissitaas habereiur, aonntdla in ejas ¡andan com-
posiiil, ¿Quién podría ser este Pedro Compostetano del si-
— 24 -
glo XII, que, entre otros tratados, compuso uno in landetn
B. V, M .>sino el Maestro que hacia 1140 dedicaba su libro De
Consolalione rationis, al Arzobispo D. Berenguel I, ya que el
amigo de Calixto II no podía ser otro que D< Diego Gelmírez
(1100-114D), del cual puede decirse que lo ha sido todo menos
escritor? Añádase que en la 1.a edición del Snpplenientnm
Chronkarum (Venecia, 1483), hecha á la vista del autor, se
lee á la página 112, que ese mismo Pedro no sólo escribió in
(Virginis) laudan, pero además que compiló la Salve: Et
potissimnm Salve Regina niiscrkordinc conipilaviL Pero
sobre este punto, que no carece de importancia, volveremos
luego*
Ya Nicolás Antonio y Rodríguez de Castro, en sus res­
pectivas Bibliotecas, notaron la confusión del Bqrgomense,
que mezclaba hechos del siglo X con otros del XII: y nos­
otros hemos notado arriba que la Salve era conocida antes
de mediados del siglo XII, época en que brilló el Magisfer
P e í rus Compost ella ñus; en cuyos libros De Cons. raL y De
landibns B. Mariae Virginis, nada hay que pueda abonarle
en esta cuestión.
5,n Atrás se hizo mérito de la opinión favorable á San
Bernardo de Claraval ( f tir>3), y del fundamento en que es­
triba, á saber: la relación del monje Juan Eremita; el cual,
informado por los discípulos de primer Abad Claravalense,
escribió la Vita Sancti Bcrnardi. Leamos sus palabras que
traduzco del Libro 2.°: “ Una noche, cuando ya dormían los
monjes, oyó el Santo que los Angeles cantaban dulcemente
en la Iglesia alabanzas de Dios y de María, Levantóse, y en
silencio se dirigió al templo para ver de cerca y distinta­
mente á los que escuchaba* Y vtó, en efecto, á la Santa Madre
de Dios en medio de dos Angeles, que tenían en sus manos
el uno incienso y el otro un turíbulo de oro. El Santo, atraído
por uno de aquellos espíritus celestes, colocóse á la diestra de
la Virgen; y entonces, cerca del altar, oyó las voces angélicas
que cantaban la antífona Salve Regina, desde el principio al
lin; logrando aprenderla de memoria» consignándola luego
por escrito, y transmitiéndola, finalmente, at Papa Eugenio,
según se dice, á fin de que, con su apostólica sanción fuese
aquella plegaria recibida en la Iglesia para gloria de |¿i bien­
aventurada Madre de Dios: quod, asi concluye el Eremita, et
Jad mu cst, /// adhnc pleriquc tcstanlnr.
Ni esta cláusula final es bastante á salvar la reputación
— 2o —
de fabulista que ha merecido con justicia Juan Eremita. Si
fuera verdad el ultimo extremo de la relación de este bió­
grafo; si, en efecto, Eugenio Ul hubiera mandado cantar la
Salve en las solemnidades de la Iglesia, ;á qué invocar el
testimonio de personas que se hallaban, respecto del hecho,
en las mismas condiciones que el narrador? El carácter le­
gendario de este episodio de la Vida de San Bernardo, es
evidente: ni expresa el tiempo, ni el lugar de la ocurrencia,
ni apunta otra fuente que una tradición, con representantes
anónimos^ que viven un siglo después del hecho que refieren*
Nótese, además, que con ese texto del Eremita no se prueba
que San Bernardo haya compuesto la Salve, que es, precisa­
mente, de lo que se trata.
V así se comprenden! menos como el clarísimo P. Flórez, al
fin de la biografía de San Pedro de Mezonzo (Esp. Sag. X IX ),
se empeña en romper lanzas por San Bernardo, cuando ya ni
los Cistercienses, particularmente interesados en este punto,
hacían hincapié ni en Juan Eremita, ni menos en el L u de los
cuatro Sermones super Salve Regina, incluidos, según he­
mos visto, entre las obras espurias de aquel Santo Doctor;
únicas armas que traía á la arena el P. Flórez, parapetán­
dose detrás de un texto truncado de Mabillón, como notó ya
el Cura de Fruime.
Conocemos el texto de Eremita. Veamos ahora el del ci­
tado Sermo, comentario déla Salve: A summis labiis canti·
cuni istud effttsimi venit; in moni ibn$ sanctisfundamentum
ejits; a sanctis compositnrn; a sanctis institutum. En estas
palabras cree el P. Flórez hallar confirmación de las de Juan
Eremita, y, sobre todo, argumento contra Hermán Contracto
y contra San Pedro de Mezonzo, porque no estaban recibidos
como Santos, ¡Peregrina interpretación, aunque no muy dese­
mejante de la de D. Lorenzo Ramírez de Prado en sus Co­
mentarios al pseudo Julián Pérez, donde intenta probar por
aquella frase del Sermón alegado, in montibns sanctis (altis,
leyó Ramírez de Prado), que la Salve, fue compuesta, como
dice el Cronicón ficúlneo, por los Apóstoles! Siquiera Mabi­
llón fué en este caso más mezonziano que Flórez, pues no
convirtió el testimonio del Sermo de que tratamos, contra
nuestro San Pedro, sino contra el Contracto sólo.
Bien hizo ver lo inconducente de las razones que en favor
de San Bernardo adujo el autor de la España Sagrada, el
entusiasta y talentoso paladín de San Pedro de Mezonzo, Cer-
i
- 26 -
nadas y Castro. La réplica que éste escribió contra Flórez
no tiene apelación posible. Por eso aun los más devotos
del Agustino, como el P. Arévalo, S. j., se apartaron de él en
esta cuestión. El esclarecido autor de la Hymnodia Hispáni­
ca, dice que, evidentemente, la Salve es anterior á San Ber­
nardo.
Tampoco puede sostenerse el término medio de que el
Abad de Claraval es autor de las deprecaciones finales,
O clemcnsfo pía o dulcís Virgo Maria, como pretende Gui­
llermo Bisengrein (Op. cil.). Pordecontado peca Eisengrein,
por carta de más, al afirmar que San Bernardo pudo em­
plear la forma o dulcís V ir g o María , cuando ya hemos visto
que no suena en ningún documento auténtico hasta el si­
glo X líL Pero aparte de esto; ¿qué atención y crédito merece
un cronista de mediados del siglo X V I, que refiere un hecho
sin alegar otras fuentes que la tradición de la Iglesia de Spira,
la cual pudo haber tenido principio cien años antes, nada más;
y en cambio tiene en contra suya el silencio de los historia­
dores coetáneos del Santo, que no se olvidaron de describir su
legación en Alemania? Algunos quisieron explicar la narra*
ción de Eisengrcin diciendo que San Bernardo no inventó esa
cláusula final, sino que, sencillamente, unió su voz, vibrante á
impulsos del amor á María, en que se abrasaba su ¡corazón, á
la reposada de los coristas de Spira. Todo es posible: ¿cómo
negarlo? La historia, sin embargo, que se teje con hechos ver-
daderisimos, ni autoriza la leyenda de la Chronica Spírensis,
ni la d éla Vita Sancti Bernardí —los dos únicos textos que
han dado pie á los que, por espíritu nacional, ó por espíritu
de cuerpo, ó por culto á la simpática figura del gran Doctor
del Cister, quisieron abrillantar con la perla de la Salve su
espléndida diadema de flores del verjel Mariano que tan so­
lícitamente cultivó el Santo y Sabio autor de De aqnaeducln.

IV

Desde fines del siglo X V III sólo tres opiniones se han ve­
nido sosteniendo seriamente sobre el autor de la Salve* A le ­
mania está por Hermán Contracto (el Contrahecho) que na*
ció de la noble prosapia de los Vöringen Sutzau (antigua
Suabia), hacia el año 1013, educóse en la célebre escuela de
S. Gall (Suiza), y vistió, muy joven, la cogulla benedictina
en la famosa abadía de Reichcnau en la Baviera occidental,
- 27 -
hasta que en el año 1054, después de una vida toda consagra­
da á la práctica de las virtudes más ^crisoladas, y al estudio
de las divinas y humanas letras, murió santamente y con
fama inmortal de teólogo, filósofo, astrónomo, lingüista, reto­
rico, historiador, poeta y músico, sin segundo en su tiempo,
dice siguiendo al autor del Bloginm H. el entusiasta pa­
negirista de éste, Tritthemio (De Script. EcclcsiasL), y de­
jando como perennes testimonios de su saber extraordinario
— premio, según refieren varios cronistas y biógrafos con­
temporáneos, de su devoción á la Virgen María— carmine ct
prosa multa praedara volinnina (Tritth. Op. cit.)
Sobre el Contracto, me escribía recientemente el erudito
hispanófilo Herrn Johannes Junfer* Profesor del Gimnasio
Federico de Berlín— al cual debo el conocer los trabajos de
Alemania sobre esta cuestión — hay en su patria una rica lite­
ratura, fruto del prolijo estudio de sus obras, principalmente
las históricas y las musicales. Entre éstas cuentan allí desde
antiguo, es decir, desde el siglo X V , la Salve Regina. Los
últimos que en nuestros días estudiaron detenidamente al sa-
bio Monje alemán del siglo XI, son Hansjacob, en su libro
Heriman der LaJnnc (Maguncia, 1875), y el citado Brambach:
Dieverloren geglaublc h i s t o r i a d e S a n c t a A f r a , etc,, y el
P. Meier de Einsiedeln* cuyo trabajo no me es directamente
.conocido. De Hansjacob ya veremos cómo piensa en esta
cuestión.
Francia, desembarazada de su antigua tesis, favorable á
San Bernardo, hoy se pronuncia unánimemente por Ademaro
de Monteil. Monteil es un pueblo del Del finado, en el que vió
la primera luz nuestro personaje, militar en su juventud,
presbítero en la edad madura, Obispo, en fin, del Puy-en-Velay
hacia el año 1087. De él afirman los Sanmarthanos que era
devotísimo de la Santísima Virgen, y se sabe positivamente
que fué el más activo organizador de la primera Cruzada
europea, el alma del Concilio de Clermont en 1095, donde se
escuchó el grito libertador: Dios lo quiere, el primero en
tomar la Cruz■de manos del Papa Urbano II, y el caudillo
apostólico, como legado del Pontífice, de aquel glorioso ejér­
cito, conquistador de Antioquia, donde, en 1098t murió el
valeroso Ademaro, dejando á los vencedores soldados de
Godofredo de Rouillón claro ejemplo de espíritu caballeresco
y recuerdo imperecedero de su piedad acrisolada. De él han
escrito grandes cosas todos los historiadores de la primera
- 2á —
Cruzada, desde Guillermo de Tyro hasta Michaud, conside­
rándole como Obispo y como guerrero. Como autor de la
Salve se le ha estudiado, principalmente, en nuestros días:
los últimos trabajos que á esto se refieren son una serio de
artículos publicados en La Scmaiuc Religiense du Puy (1883),
y el de Dom Pothier, que ya se ha citado.
Finalmente, nuestra España viene recabando, hoy, tam­
bién, de un modo unánime, para el insigne gallego San Pe­
dro de Mezonzo, esta gloria, tan disputada* En Curtís (Coru-
ña) nació hacia el año 930 el hijo del piadoso caballero Martín
Placencio de Asturias y de la distinguida dama Doña Musta-
cia, que se llamó Pedro Martínez: el cual, ya cristianamente
educado en la casa paterna, profesó vida religiosa en el mo­
nasterio benedictino de Santa María de Mezonzo,que, no lejos
de Curtís, habían fundado sus antepasados, y era en su tiem­
po escuela de santidad v de saber, por él frecuentada con so­
licitud y con ardor hasta alcanzar muy pronto el dictado dé
Sapiens monachus (Cronicón Iriensc), y más tarde el culto en
nuestros altares. Joven todavía, fué abad 5.° hacia %f> del
gran convento de Sobrado, en aquella misma región, y más
tarde fuélo también del entonces famosísimo si tierío de An­
tealtares, en esta ciudad compostelana. Por último, ceñía, des­
de 985, la mitra que el Clero y pueblo de Compostela
concordemente habían colocado en su dignísima cabeza,
cuando hacia el año 1003, Obáormivit in Domino , como
escriben los autores de la Compostelana, dejando en pos de
sí, en esta Iglesia, una brillante estela de extraordinaria
virtud y de no común saber, que se percibe aun á través de
los siglos medios, tan avaros de los monumentos que pudie­
ran derramar luz sobre el pasado.
Es menester confesar que nosotros nos hemos preocupado
menos por San Pedro de Mezonzo, que los vecinos del Piri­
neo por Ademaro de Monteil y los de allá del Rhin por Her­
mán de Voringen. Desde D. Diego Antonio Cernadas y Cas­
tro (1774), no se ha escrito sobre esta cuestión nada tan
importante como las breves pero substanciosas páginas que
el M. Iltre* Sr. López Ferreiro dedica á esclarecerla, en su
Historia de la S. A . M. Iglesia de Santiago, t. II (1899).
Esos tres personajes, el Contracto, el de Monteil y el de
Mezonzo, pertenecientes al ciclo en que es preciso buscar el
origen de la Salve, son los únicos en quienes á la hora pre­
sente se fijan todos los eruditos que tratan este punto.
- 29 —
A ) Examinemos de cerca la primera de estas opiniones:
He aquí el pro.
Todos cuantos argumentos se han aducido hasta hoy en
favor de la atribución á Hermán Contracto de la Salve, re-
dúcenseá dos, nada más, no sólo específica, pero también nu­
méricamente; uno de autoridad y otro intrínseco. W. Bram-
bach es» sin duda alguna, quien mejor los ha expuesto y
estudiado á la luz de la crítica, siquiera pueda apellidársela
nacionalista,
a) Los testigos más antiguos que en esta cuestión abo­
nan á Hermán Contracto son del siglo X V , El uno llámase
Jacobo Felipe de Bérgamo, que nació de la noble familia de
los Forcsti en 1434, profesó en la Orden de los Eremitas de
San Agustín, y murió en 1520. De el escribió Tritthemio, su
coetáneo, que era estudioso, erudito en ciencias sagradas,
muy docto en humanas letras, de sobresaliente ingenio y
palabra fácil, y que compuso, entre otros libros, una gran
compilación histórica, intitulada: Supplementmn Chronica-
rmn, por la cual alcanzó nombre de Historia graphus cele-
berrimus. (De Scrip. EccLJ El otro es ese mismo bibliógrafo
Juan de Trittenheim (Rhin), abad de los monasterios bene­
dictinos de Spanheim y Wirtzburg (Diócesis de Maguncia),
diligentísimo autor de varias Crónicas, y de las siguientes pá­
ginas de historia literaria y hagiográfica: De Scriptoribus
Eeclesiasticis, De Illustribus Germaniae viris , De IIlustri­
bus vins Saneti Bcnedicti. Murió este historiador en 1519,
En realidad estos dos testigos, formalmente, deben consi­
derarse como uno. Tritthemio afirma en su autobiografía que
después de siete años de trabajo en la composición de su Ca­
tálogo de los Escritores Eclesiásticos, corregido y aumen­
tado por tercera vez, púsole el colofón en 1494. Bien pudo,
por consiguiente, aprovecharse de las noticias que daba el
Supplemcntum Chronicarum del Bergomense, publicado la
segunda vez, en Brescia el año 1485, Que así sucedió, no
puede dudarse un punto, después de conocer la biografía del
cronista italiano, hecha, como de mano de admirador y ami­
go, por el abad de Spanheim: el cual indica también que
tuvo á la vista, precisamente, la edición bresetana, de 14S5,
del SuppL C h r o n at escribir que éste corría hasta 1496.
Esto se verá claro al comparar los dos testimonios»
Leamos primero el texto del Bergomense, referente á Her­
mán Contracto, que yo supongo debió leer también Tritthe-
— 30 —
mió. Es del Lib. X I I , ad annum 1049, folio 252 v/\
y suena asi: Her mamuts pracícroa Contractas, elipse reí i*
giostts, patria alemanas, ingeuii praestantissimus vir, hac
cliam tempesiaie, enmin divñtis exccrcitatissimus esset, mal-
tos et quidem egregios composuit hytimos, atqncin honorem
Virginis Mariae nonunllas cclebresqne (laudes) composuit;
inter quas S a lve Reciña misericordias praccipua habe­
tur. Y leamos también lo que en el mismo Libro X II,
ad an. 1121, /.° 260 v ,nf se escribe (le San Pedro de Me-
zonzo, siquiera sea anacrónica la narración, como ya
hemos notado: Petrus etiam quídam compostellanns ar-
chiepiscopus, per id íemptts et eruditione, et fule, conversa-
tione ac moribns ómnibus msignissimtts fu it ....... ■ et ínter
caetera, cum beatissimae Virginis Mariae devotissimns ha-
beretur, nonnttlla in ejus lattdem composuit.
Tritthemio no catalogó ti. este Pedro, tan insigne (insi-
gnissimus) por su saber, como por sus virtudes, entre sus
Escritores Eclesiásticos, porque en ese lugar del Bergomen-
se no se menciona concretamente ninguno de los partos de
su erudición y de su estro poético. A l Contracto, sí; porque
el ejemplar del cronista de Bérgamo que manejó el diligente
bibliógrafo alemán, aportaba la noticia del origen de la Sal­
ve, enteramente nueva para él, que había registrado los ar­
chivos de S. Gail y Reichenau, y leído y esplotado á Hono­
rio de Autun (De tuminaribus Ecclesiue), á Juan Beleth y
Guillermo Durando de MendafRationale Divinorun Officio-
rum )t y también, probablemente, el Elogiam Herma nui
Contradi ab ejus familiar i conscriplnm anno 1054 (Mura-
tori: Antiquit♦ /tal. tned♦ aev>) E l Supplementum Chronica-
rum, publicado en 1485Ty otri vez en 1492, y aun más tarde,
ha sido, para este caso, la fuente única de Tritthemio. El
compilador de los manuscritos de San Gall (1507), los Centu-
riadores Magdeburgenses(1559), San Pedro CanisiofZ?*? Marta
Deipara Virgine: 1583), Wion (L ig . Vitac: 1595), Juan Egon
(D eviris illustribus Attgiae Divilis: 1630)» muchos dü mino­
res ó maiores de Suiza y Alemania con estos enlazados, y,
actualmente, Herrn Brambach, todos proceden ó por Tritthe­
mio, ó directamente, de Fr. jacobo Felipe Bergomense.
En la afirmación de este sólo testigo t por lo tanto, se re*
suelve el argumento de autoridad que se alega en favor de
Hermán Contracto*
bj El argumento intrínseco fundase en la comparación
- 31 —
del estilo musical del Contracto con el de la Salve Regina:
y nadie lo expuso con tanta fuerza y tanto arte corno
Brambach en su citado libro, en el cual estudia técnica­
mente, y con mucha competencia, la música del Cantas hl·
storialis de Santa A fra mártir, que es obra del monje de
Reichenau, y la de nuestra antífona.
Después de examinar los datos de la historia, reconocien­
do, á la postre, que distan bastante de ser concluyentes, escri­
be: “Donde falta la palabra del testimonio, habla la melodía
de la composición.*.: porque la personalidad musical de Her­
mán Contracto es tan singularmente característica, que es
imposible no reconocerla dónde quiera que él haya puesto
su mano de artista.,,.* Compárese el tono de la Salve con el
similar de la Historia de Santa Afra...: la melodía de una y
otra composición expresa evidentemente los mismos senti­
mientos.,.; et ritmo es igualmente suave y encantador... No
puede decirse que estas dos obras son, casualmente, pareci­
das, ó que una es imitación de la otra, nó: en ambas aparece
el mismo Hermán Contracto: ist hier nie dort derselbe
Hermán mis Contra eins.u
Ahora el contra.
a) Dos años antes de que se hiciera la edición bresciana
del Sapplementum Ckronicarum, que manejó Tritthemio, el
Bergomensc sacaba á luz en Venccia la L &edición de su
obra, impresa per Bernardinnm de Benalis, bergomensem,
en 1483: y en esta edición (pág. 104, vuelta, ad an. 1049) se
lee: Hermanns qnoque Contractas, patria alemanust ingenii
praestantissimns vir, tempesta!e hac, inultos edidit hymnos,
et in honorem Virginis Mariae non иui las celebresqne сот-
posait laudes. Sed et de quadratura circulisetc. Y en la pági­
na 112, párrafo último, dice* Petras et archiepiscopns con-
stantinopolitanns (al margen, manuscrito, Compostellanus)
per id ipsam lempas erudilionef ftde, couversatione et morí-
bas insignissimus fa it.... Hic, сam beatissimae Virginis
Mariae devot ¿¿simas esset, nonnnlla in ejus laudem compo-
suit. Et potissimam S alv e Regina m isericordias contpi-
laviL
A l comparar estos dos textos de la 1,л edición del Supp.
Citrón. con los arriba transcritos de la 2.a, se ve desde luego
que el Bergomense, al poner el colofón á su obra, en 28 de
Junio de 1483 ( Perfect um per mv opits fu it anno salut is nos-
trae MC ССCLXXXJ11 tertio ¡Calendas ja lii in civitate
Bergom i)f tenía por autor de la Salve á nuestro San Pedro
de Mezonzo, y no A Hermán Contracto. Por qué arte, dos
años después» en la edición de Brescia de 1485, se hizo, no
una modificación de estos textoSj sino un verdadero trueque,
difícil es decirlos Lo que no puede ocultarse á nadie, es que
la primera lección, por su mayor antigüedad y por su senci­
llez, tiene más autoridad que la de la segunda y siguientes,
menos ingenuas, más artificiosas cada vez.
Por lo demás, es claro que el historiador agustino de Bér­
gamo debió inspirarse para componer su primera narración
de San Pedro deMezonzo y de Hermán Contracto en G. Du­
rando (Rationalc Div. Off.), y en Rícobaldo de Ferrara (De
adinventionib tts Div i ni Officii). Y, á cambio de estas fuentes
autorizadísimas, ¿qué motivo pudo inducirle á hacer el subs­
tancial retoque que aparece en las narraciones posteriores?
Todos convienen en que el Bergomense es el testimonio más
antiguo en favor del Contracto: es decir, el Bergomense
de 1485: porque el de 1483 ya hemos visto que es un testimo­
nio en favor de nuestro San Pedro, derivado de fuentes
domésticas para Jacobo Felipe, puesto que Durando estudió
en Bolonia y vivió en Roma» y Rícobaldo era italiano.
Diríase que aquí se trata de un caso de pseudo-historia;
lo cual nada tendría de extraño en la patria de Annio
de Viterbo.
En cuanto los doctos alemanes no expliquen este fraude,
ó demuestren que el Bergomense se ha corregido A sí mismoi
sin externas sugestiones, tenemos razón los españoles para
mantener el texto de la primera edición del Snpplementum
Cftronicarttm, y, consiguientemente, para negar, casi sin
más miramientos, el valor de todas las autoridades que hasta
hoy han votado por el Contracto.
bj De buen grado reconozco la competencia crítica, en
materia musical, de Herrn W, Brambach; pues aunque yo no
soy analfabeto en punto á estética é historia de la música
eclesiástica, principalmente de la Edad Media, sin embargo,
rindiera sin vacilaciones mi juicio al de un tan entendido
musicólogo como aquel entusiasta campeón de Merman Con­
tracto. Sólo diría que, en cuestión de hechos, que son produc*
to de la actividad de los seres libres, los argumentos intrínse­
cos no son concluyentes, porque fallan muchas veces: todo lo
más pueden servir para corroborar los datos sacados de las
fuentes propias, empíricas, de la historia. ¡Es cosa tan impal-
- 33 -
pable el estilo personal del que cultiva el arte de la música, de
expresión más vaga y formas más flotantes que ningún otro!...
Pero tengo á la mano el juicio que, sobre este mismo
punto, emitió el ilustre abad de San Vaudrille, Dom Potliier;
y este nombre, de universal reputación, tratándose, como
aquí se trata, de estudios de canto gregoriano, es claro que
abona de un modo, casi inapelable, cuanto aparezca bajo su
autorizada firma. He aquí lo que me dice en carta que recibí
por mano de Mr, Gavel el 12 de Mayo de 1902: “Se ha hablado
también (á propósito del autor de la Salve) de Hermán Con­
tracto: dejémosle el Alma Redcmptoris. La Salve Regina es
de un estilo enteramente distinto (cst d‘ un stylc tout diffe-
rent), y, á juzgar por este aspecto intrínseco de la cuestión,
no parece que esas dos Antífonas puedan pertenecer al mis-
mo autor, ni, aun añadiré, al mismo país. El canto de la Salve
Regina no tiene nada de alemán; es de una tonalidad mucho
más ajustada á la tradición gregoriana.44 Y en el artículo
antes citado de Ja Revuc da Chant Grégorien, se expresa
así el mismo P. Pothier: “Estas dos composiciones, Alma
Redcmptoris y Salve Regina t no se semejan nada, ni por el
texto, ni por la melodía. La melodic surlout présente dans
la premibre de ces Antienncs une aliare et une tonalité bien
difjérenles de ce que ttous donne la secunde. Dans i/ A l m a
R e d b m p t o r i s le chant part du pied de Г vchclte ponr $’ eleve v
rapidement jitsqrí h son sommet; dans le S a l v e R e g i n a
V (Чап cst plus discret, plus modéré, plus grégorien.u
Después de leer lo transcrito, creo q u e no será aventu­
rado concluir que la causa de alemanes y suizos en favor de
Hermán Contracto como autor de la Salve, lleva, hoy por
hoy, muy mal camino: ni tiene trazas de mejorar de fortuna;
apoyada, como está, en el sólo testimonio de Tritthemio,
—que dista más de cuatrocientos años de los sucesos que
refierettomadost acaso, de un psendo-Supplemcntum Chroni-
cantm—!y en el muy discutible argumento intrínseco. Por eso
es, que ni los extranjeros, que no son parte en esta contienda
(John Julián: Dictionary o f hymnology, 1892), ni los escrito­
res domésticos, entre ellos el conspicuo historiador del Con­
tracto, Dr. Hansjacob (Heriman der Lahme: 1875), dan valor
á esta opinión.
B) ¿Será más consistente la obra de los franceses en
favor de Ademaro de Montcil?
Que hablen los documentos.
a) Dije los documentos; como si hubiera muchos: pero
es lo cierto que los eruditos de la vecina nación sólo un tes­
timonio han podido hallar en pro de su candidato; el del cro­
nista cuyo nombre, Alberico, apellidado de Trois Fontaines,
por haber sido monje en este Monasterio cis tercíense de la
antigua Champa ña, ya conocemos. Escribió, entre 1232 y 1252,
un Chromcon ab orbe condito ad annum 1241, “notable por
su esmerada cronología y por referirse A documentos hoy
perdidos4', dice Sta ng ( Historio graphia Ec сI estastica, 1897).
Todos los demás —siete, nada menos, trae La Semainc
Religícnse dn Puy, antes nombrada—, ó parten de supuestos
falsos, como es el de que los Sermones super Salve Regl·
na —impresos entre las obras espurias de San Bernardo —
que fueron escritos, bien A fines del siglo X II, bien á princi­
pios del X III, pertenecen al amigo de Ademaro del Puy, Ber­
nardo, Arzobispo de Toledo, muerto en 1128, ó son deriva­
ciones, más ó menos fantásticas, de la Crónica de Alberico;
verbigracia, las del Abate Dar ras: el cual escribe en su fíís-
taire de V Eglise, una leyenda de Atjemaro y la Salve,
hermana de otras muchas que llenan las páginas de su in­
mensa compilación, encaminadas á convertir en sustancia
propia lo que era del dominio universal.
Los críticos próceres, los Mabillón ( Op. S. Bernardi, cttm
nolis: Annalcs O* S * Bcncdicii) , los autores de la Histoire
LiUeraire de la Frunce, y, en nuestros días, el abate Mr. Va-
candardy Dom Pothier (loe. cit.), unánimemente reconocen
que el tínico testimonio favorable á Ademaro de Monteil, es la
narración de la Crónica de Alberico: y óste ad annum 1130,
refiere cómo San Bernardo de Clara val, hallándose de paso
en la abadía cistemcnse de San Benigno de Dijon, oyó una
noche la dulce melodía de la Salve Regina, entonada por los
Angeles en la Iglesia, junto al altar: }r que creyendo, desde
luego, que los excelentes cantores habían sido los monjes de
aquel convento, al nuevo día felicitó A su abad, dictándole:
muy bien habéis cantado esta noche al pie del altar de Moría
la Antífona del Puy. ( Qptime decantastis antiplwnam de P o ­
dio hac nocle circa aliare В . Virginis), “El nombre—prosi­
gue el cronista,— de antífona del Puy (de Podio), veníale de
su autor, Haimero (Ademaro), Obispo podiense,“
b) No á título de testimonio nuevo, porque no lo es, sino
con la mira de quilatar el sentido, y definir el alcance del
texto alegado del monje de Trois Fontaines, voy A producir,
íntegra, la Cantiga Alfonsina, 262, de que ya hice mérito;
pues, como se verá, importa mucho á nuestro objeto. Hela
aquí, transcrita de la edición crítica hecha por el Marques
de Valmar, bajo los auspicios de la Academia Española,
en 1SS9.

CO MM O S A N T A M A R I A C U A R T E L ' N O l’ O V H U U A M O I . L K R Q U E I5RA
SORDA ET MI’ DA

Se non toássemos por til


a Sent/or mui iterdadeiraf
tfeitemos-la loar porque
nos dcmoslru én carreír a.

E d’ aquest* un gran miragre


fezo á Uirgen que sul
l’azer outros grandes muitos
por achegar nosa prol:
mas en o Poy fez aquesto
a mais fremosa que sol
nen que todalns eslrelas;
aquest’ e cousa certeira.
Se hoh.....

Este logar e bispado,


et eigreia nobr' á yt
ú tod* aqüestes miragres
faz ela, com’ aprendí,
et porende muitas gentes
de todas partes uan y;
onde fez grand’ huua noite
miragr* en esta maneira.
Se non...

A ora de tnadodynnos
fezo a térra tremer
con toruooes, et coriseos
de todas partes caer:
assi que todos fogiron
non o podendo soffrer;
et d' esta guiss’ a eygrcia
íicmt d1ornees senlleira*
Se nou..,..

As portas c*t as feesiras


serráronssc U>g’ en par
— :¡6 —
el us santos ct as santas
comentaron de cantar
ant’ a U irgen que poseran
ant’ encima do altar,
en bon son Salve Regina.
Et esta foi «I primeira
Se non.,,..

Vez que nunca foi cantada:


mas huua moller licou
sord’ e muda na cigreiu,
que con medo se dcitou
tras lo altar» et uiú logo
con se us olios, et falou,
et ficou ben de seus nenbros
toda saa et enteira.
IlOft, » ·

E como quer que falasse


ñas outras razooes ben,
Saíne Reyna sabía
dizer mellor d' outra rent
toda mui conpridamente,
que ren non minguaua én,
como lie mostrou ¿LUirgen
que non ouue conpanneira.
Se non.....

En outro dia as gentes


uceron míssa oyr,
et uiron as portas chausas
et quiséron-as abrir;
mas non poderon: el logo
lillaron-ss* a repentir
de seus peccados, et foMles
enton a Uirgen porteíra.
Se non.....
E pois foron na eigreía,
logo a moller sayti
de tras lo altar ú era,
et contou-lles cómo uiú
a Uirgen Santa María
et cómo a todos oyíi
ben cantar Salve Regina.
Et mais gente que en feira.
Se nott....
— 37 -
Foi log* alí atontada,
que todos en mui bon son
cantaron Saíne, Regina,
chorando de coraron.
Et des alí adeante
estabiliron que non
albergasse na eigreia
leigo nen leiga nen freirá.
8e non....

E porend’ esto creede,


et non creados end’ ál
que por outros trobadores
mostrasse tan gran sinal
a Uirgen Santa María,
senon porque a mui tos nal;
et se faz grandes miragres,
esto 11’ e cousa ligeira.
Se non....

Según Alfonso H Sabio, la Salve fué cantada, la vez


primera, en Santa María del Puy« Luego, ¿es verdad lo que
nos cuenta Alberico? Véamoslo-
at b) Compárese la parte puramente narrativa del trans­
crito texto de Alberico, que se cierra con aquella frase,
puesta en boca de San Bernardo: “Muy bien habéis cantado
la antífona del Puy,Kcon ese Milagro trovado por Alfonso
el Sabio. Esto derrama luz sobre aquello. Alberico parece
un glosador de Alfonso X. ¡Cómo que en las épocas de
transformación social, —tiempos homéricos, de los Arvales,
y en el corazón de la Edad Media—, la Poesía precede á la
Historia! Si la Salve se cantó en Puy, la primera vez, ¿qué
extraño fuese llamada Antífona del Puy? No parece sino
que era una misma la fuente originaria del Monje cronista
y del Rey poeta. Ambos nos cuentan que el autor de la Sal­
ve, no es ningún hombre, ningún sabio, ningún santo de la
tierra. Los dos, tomando informes de la tradición oral, pro­
bablemente, —com' aprendí canta D, Alfonso,— dicen, con
una voz, que los Angeles y Santos del ciclo entonaron la
dulcísima y maravillosa plegaria ante el altar de la Virgen
María.
¿Cuándo ha sido ese momento histórico del Puy, en qué
se cantó la Salve A p k i m e i r a v e z ?
Alberico, oficiando de historiador pragmático, da á en-
- 38 —
tender que esa ocurrencia tuvo lugar en tiempo de Ademaro
de Monten, porque dice que este famoso Obispo compusiera la
célebre plegaria. Lo dice, formulando un juicio, más bien
que exponiendo un hecho; es, como todos los escritores-artis­
tas, hijo de su tiempo, y debe, por lo tanto, reflejar las ideas
dominantes.
Desde este punto de vista, aun puede afirmarse que la
frase Antífona del Ptty, puesta en boca de San Bernardo,
no expresa sino un concepto viejo con vestidura nueva: un
rasgo de historia clásica, á lo Livto, en que se introduce á
un antiguo personaje hablándo con nuestra lengua, y hasta
pensando con nuestro pensamiento, y queriendo con nuestro
propio querer; es un caso semejante á lo que se llama con­
taminación literaria.
Esto se comprueba con aquella palabra freirá t que suena
en la penúltima estrofa de la transcrita Cantiga. Aquí se
enlaza el canto de la Salve, por ve/, primera, con la existen­
cia de las freirás, y éstas, en sentido propio, no aparecen en
la historia hasta después de la primera década del siglo XIII:
en este caso, ese Milagro sería un hecho coetáneo del Rey
Sabio, educado en la primera mitad de aquel siglo; y ello
haría imposible el casamiento de las ideas del francés cister-
ciense y del rey castellano- No; yo creo que el Canto de la
Salve en Puy, única realidad histórica de la piadosísima
leyenda Alfonsina, es anterior al siglo X III: y supongo
que se remonta á los tiempos de Ademaro, por lo menos;
que fué cuando aquel importante centro del culto Mariano,
á donde acudían numerosos peregrinos de Francia, Alema­
nia, Italia y también de España, alcanzó universal renom­
bre en el Sudoeste de Europa. Todavía más; admito de
buen grado que la frase Antífona del P n y } fuese lleva­
da á todas las naciones, y traída á la nuestra, incluso
á esta ciudad compostelana, por los peregrinos de Nues­
tra Señora del Puy , en cuya gloriosa Catedral se can­
taba tan solemnemente la Salve Regina.
A tanto no se puede estirar el texto de Alberico, del cual
sencillamente se desprende esto: i." que antes de 1130 el
canto de la Salve estaba en uso en el Puy; 2.° que en tiempo
de Alberico se la designaba con el nombre de Antífona del
Puyr como dice Brambach; 3 ° que, en el caso de no ser
legendaria la visión de San Bernardo en Dijon, —lo cual es
muy de temer en Alberico, que parece que aquí intentó co*
- 39 ~
rregir, precisando tiempos}’ lugares, la muy parecida narra­
ción de Juan Eremita, engalanándola, además, con eruditas
observaciones y pormenores poéticos—, sólo probaría que al
Doctor Melifluo le era familiar la melodía podicnse'de la
Salve. Todo lo demás, es apreciación personalísima del his­
toriador, Lo que queda dicho: un caso de pragmatismo, de
clasicismo y de contaminación literaria, Y ahora, séame
permitido observar que he recorrido detenidamente todos los
escritos de aquel Santo, sin que lograse hallar en ellos el
menor rastro de nuestra plegaria. En cuanto á los conceptos,
eran comunes en todos los teólogos de la Edad Media.
En resumen: La atribución de la Salve á Ademaro de
Montcil, tiene ásu favor, solamente, un testimonio, que, ni
procede de testigo de mayor excepción, ni, por la forma semi-
poética con que se ofrece, presenta en sí mismo caracteres
de verdad, que puedan decirse incontrastables.
Concluyamos, pues, que no está ganada la causa de
Ademaro; siquiera tenga más firme apoyo que la de Con­
tracto.
A s í piensan los sabios en Francia. En la carta citada,
Dom Pothier se expresa asi: La qualification d' A n t ip h o n a
de Podio,..* n’est pas non plus uneprenve suf/isa»te pour
maintenir une attribution que de toutes néanmoins esl la
plus vraisemblable.
Con esta frase final de que, entre todas las opiniones, so­
bre el autor de la Salve, la más verosímil es la que está por
Ademaro del Puy, refiérese también el eminente escritor
benedictino á nuestro San Pedro de Mezonzo: y en este últi­
mo punto discrepa de el gran Mabillón; el cual, después de
poner enfrente del texto de Juan Eremita el de A Ibérico,
concluye con estas expresivas palabras: “Sin embargo, Gui­
llermo Durando presenta á Pedro, Obispo de Compostela,
como autor de esta Antífona.“ (Loe. cit J
Este modo de decir, ya da á entender bien claro que, para
aquel genio de la critica histórica, era de más valor la afir­
mación de Durando que la de A Ibérico.
CJ Y es verdad* Y también lo es, por eso mismo, y por
otras razones, esta tesis de historia: En el estado actual de
las investigaciones y estudios sobre el autor de la Salve Re-
ginayes forzoso proclamar como tal al Obispo Compostelano,
San Pedro de Mezonzo.
Así resulta del examen imparcial de los testimonios,
- 40 -
considerados en sí mismos y en relación con las circunstan­
cias en que se producen*
El uno es de Guillermo Durando (Duranti, ó Durantes),
natural de la Provenga; alumno, primero, y célebre profesor
más tarde de Derecho Canónico en la Escuela de Bolonia,
donde alcanzó el glorioso dictado de Speculator; y Obispo de
Menda (Languedoc) en 1285. Escribió varias obras de Dere­
cho; si bien hoy es más conocido por su Ralionale Divinar um
Officiornm , fruto de sus grandes estudios de las instituciones
y antigüedades eclesiásticas: ecclesiasiicae observatioms
valúe stitrtiosits, le juzga Tritthemio.
El otro es de un personaje menos sonado: llámase Rico-
baldo de Ferrara, Canónigo de la Iglesia de Rávena, que
floreció* como Durando, en la segunda mitad del siglo XIII,
legando ú la posteridad su nombre unido á una preciosa
Historia imiversalís, que corre del año 700 al 1297, y por la
cual mereció el título de gravissimus historiaran scriptor.
En esta historia ha}’ un capítulo de especialista y arqueólogo
que se rotula: De adinventionibns Divini Officíí. (Muratori,
Rernm Italtearum scriptores, Milán 1736; IX).
Estos dos escritores del siglo X III afirman unánimes que
el autor de la Salve es nuestro San Pedro.
Copio,
Durando: De p r o s a s e u s e q l e n t i a . Noche rins abbas S. Ca­
li i in Thenionia fprimo sequeni ias pro pneumis ipsius allelnia
compQ$uitt et Nicolaus papa ad missas cantari concessit.
Sed el Hermanas Contractas m Theutonicus,* inventor astro-
labiiy composuit sequentias illas , R e x O m nipotens, el Sancti
S p i r i t u s , e t c . , et A v e M a r í a g r a t i a , et antiphonam A l m a
R e d e m p t o r t s M a t e r , et Simón B a r j o ñ a . PETRUS vero
COMPOSTELLANUS EPISCOPUS/^// illam: S a l v e , R e g i ­
n a m i s e r i c o r d i a s , v i t a , d u l c e d o , e t spes n o s t r a , s a l v e : a d
Quídam vero rex Franciae, Roberías nomine,
t e c la m a m o s .
composuit sequentiam illam: V e ni S a n c t b S p i r i t u s . . , ( Ra­
llo nale Divin. Offic,; P. IV , cap. 22). Tengo á la vista,
entre otras ediciones de Durando, copia de un manuscrito de
la Biblioteca Nacional del año 1476,—que puso en mi mano,
con otros preciosos documentos, aprovechados en este tra­
bajo, el Emmo, Sr. Martin de Herrera, Purpurado Mecenas
(puedo testificarlo) de los estudios de Historia, — y en <51
lóese lo mismo.
Ricobaldo se expresa en estos tórminos: Notherius abbas
- 41 -
Sancti GalU sequentias pro neophitis (solempnrís?) ipsius
abbatiae ( Alleluia , en otro Códice) composuit (primas com­
posuit, en otro manuscrito). Sed Nicolaus papa, ad Missant
eas cantan' concessit, Hermanas Contractos Theutonicus
fecit: R e x O m n t p o t e n s , et A v e M a r í a et S a n c t i S p i r i t u s
a d s i t n o b i s g r a t i a , et antiphonam A l m a R e d e m p t o r i s , ct

S im ó n B a r i g n a . Quídam scripsit quod Roberías Rex Fran­


ciae fecit S a n c t i S p i r i t u s n o b i s a d s i t g r a t í a . PETRLJS vero
D E ' COMPOSTELL A EPISCOPUS edidit S a l v e R e g i n a .
(Hist* Univ.: De adinventionibus Div. Off.)
Brambach, que comprendió todo el peso de estas autori­
dades tan terminantemente favorables á nuestro San Pedro,
apuntó la idea de que procedían de una misma fuente, Pero
i\ esto creo que se pueden hacer dos reparos de alguna
entidad. Primero: ¿cómo se concierta el que teniendo un
mismo maestro, oral ó escrito (es idéntico), atribuya Durando
á Roberto Rey de Francia (siglo X I) la secuencia Veni Sánete
SpirituSf que probablemente es de Inocencio III (siglo XIII),
mientras que Ricobaldo sustituye á esa nota la de que había
quien alirmase que Roberto era el verdadero autor de la otra
secuencia Sancti Spiritus adsit nobis grafía r parto de la
inspiración del abad Notker Balbulus de S* Gall (siglo X)?
Segundo: Durando aparece aquí como un mero narrador*
Ricobaldo se presenta además como crítico. Leyó, acaso en
Beleth, lo mismo que leyera Durando, de que el Contracto era
el autor de la secuencia Sancti Spiritus, etc ; mas en otro
libro, halló que el compositor de esa magnífica melodía po­
día muy bien ser un poeta educado en el siglo X t —Roberto
murió en 1031—y, por consiguiente, en una escuela de canto,
Chartres, que debía tener los mismos cánones gregorianos,
traídos por Romanus, que el famoso Notker de San Gall. A
esto debe añadirse que estos dos liturgistas son contemporá­
neos: Ricobaldo,según Muratori, murió en el último lustro del
siglo X III: lo mismo Durando. V dígase si no es lógico con­
cluir que estos dos testigos son independientes; que ambos con­
sultaron al gran liturgista del siglo X II, Juan Beleth ( Explí -
catio Divinorum Qfficio ) : que el uno manejó fuentes deseo*
nocidas para el otro; —á no ser que se quiera admitir que
Ricobaldo demostró alto sentido crítico, negando á Roberto de
Francia la paternidad del Veni Sánete Spiritus , que, por su
estilo más refinado* como obra del siglo XIII, discrepa gran­
demente ¿le las sencillas-y encantadoras producciones del
4
- 42 —
primer período, representado, entre otros, por Fulberto de
Chartres, maestro del Rey Roberto—; y, en fin, que aun cuan­
do leyesen en un mismo autor que la Salve se debía á la ins­
piración de San Pedro de Mezonzo, vendríamos á parar en
que así lo creía, por lo menos, un escritor de la primera mitad
del siglo XIII, —maestro eomün de aquellos dos—; al cual era
forzoso enlazar con los liturgistas arqueólogos del siglo XII.
En este supuesto —que es lo menos que se nos puede con­
ceder, y que admitimos de buen grado—,;qué importa la coin­
cidencia de las afirmaciones de los dos arqueólogos de la
segunda mitad del siglo ХШ? Lejos de desvirtuar nuestra
tesis, la robustece admirablemente.
Tendríamos que antes de Alberíco, que murió después
de 1132; antes de Eremita, fines del siglo X II y principios
del XIII, corría por Francia y por Italia la fama del inmor­
tal gallego que compuso la Salve,
De todos modos, Durando y Rico baldo, considérense
como se quiera, juntos ó aislados, es preciso reconocer que
hacen mucha ventaja, en razón de especialistas, gravísimos
escritores, y extranjeros, respecto de Compostela, al biógrafo
y al cronista cistercienses, no mucho más viejos, fabulista el
uno, cosa bien natural en aquellos tiempos de exaltación re­
ligiosa, y de poco mayor crédito el otro, —a preciable sólo
por su exactitud cronológica y por la indicación de fuentes,
omitidas en su narración de los sucesos de Dijon de 1130— é
interesados, como es de suponer, en enaltecer y glorificar
la gran figura de su maestro San Bernardo.

Si alguien preguntara cómo se explica el que la tradición


de la Salve Мезопзшпа fuera conocida en el Mediodía de
Francia, donde nació Durando, y en la tierra donde brillaba,
entonces, acaso como nunca, el sol de la fe en Roma y el sol
de la ciencia en Bolonia, al paso que era enteramente igno­
rada en la Península Ibérica, hasta en Galicia, hasta en Com­
postela, yo diría lo siguiente:
a) Que era de la Pro venza, en los siglos X I у XII, de
donde acudían más peregrinos á visitar, en nuestra ciudad, la
Tumba de Santiago. De allí también, y atraídos por la inmen­
sa concurrencia, venían con las piadosas caravanas de fran­
ceses, de belgas, de alemanes, de húngaros y polacos, juglares
y trovadores que animaban las calles y palacios de Compos-
tela, convirtiendo á la ciudad santa de Occidente en emporio
- 43 -
de vida artística y centro de un poderoso movimiento, que
llevó á multitud de genios de la tierra gallega á sentarse
en las cátedras de las más celebradas escuelas de la Edad
Media, ó á cantar, á fuer de inspirados ponas, en las prin­
cipales Cortes de Europa. ¿Quién duda deque por medio de
esos trovadores y de esos sabios pudo ser difundida en esos
mundos la gloriosa tradición compostelana que enlaza el
origen de la Salve con el nombre de San Pedro de Mezonzo?
b) Esta suposición recibe fuerza desde que se advierte
que un gallego, arcediano de Santiago, el Magister Ber­
nardas CompQSlcllanus,Juntar, enseñó, con gloria, Derecho
Canónico en Bolonia, en el segundo tercio del siglo X I 11;y que
el entonces joven provenzal, Guillermo Durando, escuchó
sus famosas lecciones, como escriben los sabios autores de la
Gallia Christiana„ ¿No será licito pensar que el Maestro
Compostelano, tratando deja re t y, por lo tantot de re litú r­
gica t es la fuente de la tradición de la Salve Mezotiziaua en
Italia, de la cual es testigo tan calificado el discípulo de
Puy-Misson que escribió el Rationalc Diviu . Offic>?
Ni ese Bernardo era el primer compostelano que se sentaba,
como maestro, en las cátedras boloftenas. Otro su homónimo»
Magister B. Cotnpostellanus, Sénior, bien conocido, por sus
trabajos jurídicos, había reverdecido á fines del siglo X II y
principios del X III, en Italia, los laureles de la escuela Bra-
carense del siglo V I y de los Concilios Toledanos del V IL
Y he ahí dos limpios cauces por donde pudo correr purísimo
el rico caudal de la ciencia y el arte gallegos en los siglos en
que la tradición de la Salve Mesonsitwa aparece representa*
da allá de los Pirineos y allá de los Alpes, Pues qué. ¿No ha
sido en ese tiempo cuando corrían con inusitado aplauso, en­
tre los escolares de Bolonia, la Compilatio Decretornm del
primer Bernardo* y las Lecturas Aureas del segundo, leídas
por los más afamados maestros de aquel gimnasio jurídico-
teológico, y comentadas por canonistas eminentes, entre
ellos García Hispano, regente hacia 1280 del aula de Egidio
Foscarari (Mazzeti: Repertorio de* professori delta celebre
Umversitd de Bologna: 1847)? ¿No ha sido entonces cuando
se transcribían y compilaban, una y otra vez, las composi­
ciones de los trovadores galaico-portugueses, muchos de
ellos de Compostela y sus cercanías, reunidas en el Cancio­
nero de la Vaticana? ¿No ha sido entonces, cuando San Rai­
mundo de Peñafort, sistematizaba el Sexto de las Decretales
- 44 -
de Gregorio I X t el Pontífice que, según el atrás aludido autor
de la Vita Gregorii ÍX, y Bzovio, y Raynaldo,y Pag i, ordenó
cantar la Salve , después de Vísperas y Completast en cada
feria sexta; \Tcuando el Maestro Bernardo Compostelano, el
Joven —utrinsque jitris amsirftissñmis. le llama Alfonso
Chacón,— brillaba en Roma, desempeñando el honrosísimo
cargo de familiar de Inocencio IV, el Papa que prescribió el
canto diario de la Salve como corona del Oficio Divino?
c) Agréguese A lo dicho, que la Salve aparece en la histo­
ria como cosa indígena de la tierra española; y este hecho
bastará para conlirmar la tradición compostelana que esta­
mos vindicando.
Va hemos visto como Gonzalo de Berceo, el docto Clérigo
riojano, que nació á fines del siglo X II y vivió en constantes
amores con las españolas musas hasta mediados del X III,
introduce en sus populares narraciones poéticas, los Mita*
gros de Nuestra Señora, el canto de la Salve; máquina
desconocida por todos los milagreros franceses y afrancesa­
dos de los siglos X II y X ilL Guiberto de Nogent, Hermán
de Laon, Gautier de Coincy, Vicente de Beauvais, y hasta
el español Gil de Zamora, cuentan los mismos milagros que
canta Berceo: mas ¡cosa singular! sólo Berceo, alumno, un
tiempo, de Santo Domingo de la Calzada, camino obligado
de los peregrinos de Santiago, hace de la Salve elemento
poético para emocionar á su público, el pueblo español de
los tiempos de San Fernando.
Desde Metafrasto no hay hagiógrafo, no hay milagrerot
nn hay predicador en los siglos XL1 y X III que no cuente la
historia de Teófilo; pero sólo el español Berceo nos refiere
que cuando los fieles congregados en el templo se enteraron "
de la rara maravilla que Dios había obrado en favor de
aquel clérigo, mediante la intercesión de la Virgen, viajera,
nada menos, del infierno, para arrancar á Satán la carta de
amistad que con su propia sangre había firmado el desaten­
tado, ambicioso presbítero, todos prorrumpieron en acción de
gracias, y
El Te Dcítm la tttíamus fu<5 altamente cantado,
Tibí laitSj Tibí gloría fué bien reyierado:
Di ti en Salve Regina, cantábanla de grado
Otros cantos dulces de son e de dictado*

Por el mismo tiempo, pulsaba su lira Mariana el Sabio


- 45 -
Alfonso, trovando en gallego los milagros y loores de la Vir*
gen, que, en su mocedad, leyera en Gualterio de Cluny
y en Pothon, ambos del siglo XII, en Gautier (siglo Xll-XM I),
en Beauvais (siglo XUl), en su propio doctísimo maestro Gil
de Zamora* autor del Líber Marine que ilustró, recientemen­
te, el sabio P* Fita (BoL de la Acad. de la Historia) t etc-
Mas el Real poeta del siglo X lll no halló en las fuentes
de sus Cantigas noticia de la Sfl/i^que él introduce como ele­
mento importantísimo, —más que Berceo aún —, en varias de
sus piadosas bellísimas leyendas, —las citadas, 55, 262f ;íl3.—
;De dónde la sacó? ¿De los legendarios latinos, franceses,
italianos y castellanos que él había consultado para com­
poner la mayor parte de sus 402 Cuatígas de Santa María?
Precisamente* las que se refieren á la Salve no tienen fuen­
tes conocidas; á lo menos, ni el P. Fita, ni Musalía, ni
Braga, ni Monaci, las descubrieron por ahora*
Y es que no las hay. Es que la fuente de todas las Can­
ciones de la Salve, del Rey Sabio, lo mismo que de Berceo,
y Juan del Encina, y Fr. Diego de Padilla, poetas glosadores
de nuestra plegaria, como se ha dicho de Villasandino é Im­
perial, es la tradición popular, que desde Santiago, junto á la
Tumba del Apóstol nacional, y al pie del sepulcro de San
Pedro de Mezonzo, se extendía de antiguo, por Galicia y por
España entera, ganando primero los escondidos dominios de
la mística y ascética, y después las encumbradas alturas
de la indígena poesía, culta y erudita, que abría sus alas de
oro en los albores de la centuria XIII.
d) Un siglo más tarde que aquí: cuando ya tos peregrinos
jacobeos de Armenia y Grecia, de Alemania y Bélgica, de
Italia y Francia, llevaron á sus hogares, con la suave memo*
ria de la Apostólica Basílica Compostelana, la dulcísima me­
lodía del cántico mezonziano; cuando ya San Guillermo de
Monte-Virgen, y Sigifredo, Arzobispo de Maguncia, y, en 1063,
D, Pedro, predecesor de Ademaro de Monteil, en la Silla
episcopal del Puy, piadosos visitantes de nuestra ciudad y
nuestro Templo, pudieron llevar á sus Iglesias y Monaste­
rios la famosísima plegaria, cantada bajo las bóvedas de la
Basílica Compostelana; entonces, en los últimos lustros del
siglo XI, comenzó á entonarse la Salve fuera de nuestra
patria*
Puy-en-Velay, como Roeamador, como Einsiedeln, em­
porios, por aquellas calendas, del culto Mariano, eran, evi*
— 46 —
dentemente, los centros más á propósito para solemnizar y
dar renombre universal á la más tierna y más simpática de
las loas y oraciones populares, que se han compuesto en honor
de María y para consuelo de sus desterrados hijos. De Puy
se sabe que compartía con Santiago, en los siglos X II у X III,
el principado de las numerosísimas colonias trashumantes
de los peregrinos europeos: y se sabe también, que el Obispo
Ademaro fue el principalimpulsor del movimiento que Пел· ó
á su iglesia gentes piadosas del Occidente de Europa, sobre
todo: Compostela misma rendía su tributo á Santa María de
Podio. La comunicación entre las dos ciudades era de antiguo
íntima y continua. Ya en el siglo X había visitado la Tumba
de Santiago el Obispo podiense Gothescalco. ¿Qué extraño
es que la Salve de Mezonzo se cantase en Puy, si allí iban
los admiradores de San Pedro, como aquí venían losguerre-
rros que en Palestina fueran testigos del valor y la piedad
del inmortal A demaro? Puy, como queda dicho* era el sitio
adecuado* el teatro propio para cantar y propagar la sober­
bia melodía. Por eso, de allí recibió su popularidad en toda
Europa* en Einsiedeln* y por Einsiedeln en San Gall, y por
San Gall en Reichenau, en dirección A Oriente; y en el norte
de Italia, donde San Amedeo, Abad de Attacumba (siglo XII)*
comentó la plegaria que entonaban sus monjes; y en Cluny,
donde Pedro el Venerable, amigo de Gelmírez, peregrino de
Santiago, como su antecesor San Hugo, estatuyó, según he­
mos visto, el solemne canto de la Antífona mezonziana; hasta
en nuestra Península, es decir, en Castilla—por un fenómeno
literario, no singular , en verdad, aunque sea raro—, llegó á
creerse en el siglo X III, cuando según consta del testimonio
de Alberico de Trois Fontaines, la Salve tenía, de antiguo ó de
nuevo, el nombre de Antífona del Puy, que, en efecto, en el
Puy se había entonado solemnemente la vez primera* según
se ve por la Cantiga atrás copiada del Rey Sabio/ quien, —di*
cho sea de paso—, excepto la hermosa lengua, tenía de galle­
go bastante menos que de francés y de teutón; á causa, sin
duda, de sus locas aspiraciones á la diadema del Sacro Impe­
rio, que le traían y llevaban, sin acordarse de proseguir la Re­
conquista, ni pensar en las intestinas alteraciones del Reino,
Con todo, durante los siglos X II у X III no hay señales de
que la Salve haya influido, poco ni mucho, en la poesía
francesa; mientras que en nuestra Península estaba solem­
nemente consagrada en los Milagros y en las Cantigas.
- 47 -
Esta circunstancia; este hecho notabilísimo de que la Salvé,
según se refleja en las primeras manifestaciones de la poesía
lírica, romance, sea popular en la española tierra, al paso
que en la riquísima lírica francesa no aparece, ni en el si*
glo XIII, rastro de la plegaria que se cantaba solemnemente
en los Monasterios y en los emporios religiosos de aquel
siglo, constituye un eficacísimo argumento intrínseco, de con­
gruencia, —no le llamaré apodíptico, porque me contradi­
ría-“ en favor de nuestra tesis*
¿Qué importa el silencio de nuestros monumentos á pro­
pósito de la relación entre el origen de la Salve y San Pedro
de Mezonzo? Si no existen ¿cómo han de hablar? ¿V cómo
han de existir en un país avasallado por los Arabes, incen­
diarios, y acometido siempre, desde el siglo IX al XII, por
los depredadores normandos? No habla, no existe el dato
concreto; la inscripción auténtica; el vitelado tumbo de vera­
ces escrituras; el códice, semejante al de Froitoso , magnífico
iluminador de las Horas de D, Fernando I, donde manos
gallegas del siglo XI consignaron,de seguro, el glorioso nom­
bre de San Pedro de Mezonzo al pie de las cláusulas ó los
neumas de la Salve, Pero hablan en las liras de Berceo y el
Rey Sabio la lengua castellana y la gallega, proclamando
muy alto —cuando los poetas líricos de Francia, de Italia y
de Alemania no se inspiraban en los hermosos conceptos de
la Salve—f que esta plegaria era perfectamente española y
compostelana.
Y supuesto esto; ¿qué más da que haya monumentos indí­
genas, de esos tangibles, cual los exige la crítica positi­
vista? Consérvase tan sólo un Estatuto del Arzobispo Don
Rodrigo del Padrón ( f 1316), mandando que, después de Com-
pletas, todos los días, excepto en ciertas fiestas, se cante so­
lemnemente la antífona S a l v e R e g i n a : mas, bien se ve, por
el contenido de esta disposición, que antes de D. Rodrigo ya
era costumbre oír la sublime melodía del mezonziano cántico
en la Iglesia y Diócesis de Santiago. El sabio y piadosísimo
Prelado del siglo X IV no hizo más que elevar, por decirlo
así, el rito de la solemnidad de esa plegaria tan digna de la
excelsa Madre de Dios y de los hombres, ya que también ha­
bía realzado la fiesta de la Inmaculada Concepción* de anti­
guo celebradísima en las Catedrales y Monasterios gallegos.
Antes, en 1302, se había tomado un acuerdo parecido en el
Concilio de Peíiafiel (Castilla Ja Vieja). Digo que cou^r*
~ 48 -
van estas notas en las Colecciones de los Concilios españo­
les. Pero ¡cuán deficientes son esas compilaciones! Lo mismo
que las de nuestros Códices. ¿Qué vale, con ser precioso, lo
que el P. Flórez y sus continuadores» y nuestros académicos
de la Historia, y otros'paleógrafos, han publicado? Mucho
queda todavía en los archivos nacionales; mucho también en
los extranjeros: y mucho más es lo que se ha perdido para
siempre- En cuanto no se llene esta laguna: en cuanto no
conozcamos todas las fuentes de nuestra regional y nacional
historia, no puede darse valor ninguno demostrativo al ar*
gumento de LaunojTtan traído y tan llevado en nuestros días
por los hiper-criticos. ¿Ó es que en los monasterios cister-
cienses y cluniacenses de España no se cumplían los Estatu­
tos dados para todo el Cister, por lo menos en 121S, y para
todo Cluny en 1146? ¿No se cantaba la Salve por el siglo X II
en San Martín Pinario, en Sobrado, en San Clodio, en Ose­
ra, etc,? Si de aquel silencio se dedujera tal, habría que decir
que probaba demasiado. Todo eso sin contar que Á nuestros
antepasados no les acuciaba como á nosotros el afán de echar
el apellido,
e) A cambio de esa lamentable inopia de fuentes directas
indígenas sobre el origen de la Salve Mesonsiana^ bríndanos
la filosofía con una consideración muy á propósito para ro­
bustecer esta serie de congruencias que no demuestran,
es verdad, pero, sí, confirman mi tesis. El mismo estado so­
cial y político de nuestra patria, consecuencia de la inva­
sión sarracena, que causa, naturalmente, un paréntesis de
cerca de cuatrocientos años, desde la rota del Guadalete
hasta la conquista de Toledo, en la historia del pensamiento
español, explica, á maravilla, el por qué, mientras en la aba­
día suiza de San Cali, bajo Burchard II y Notker Labeo, y
en la alemana de Reichenau con luminares tan refulgentes
como Bernon y Merman Contracto, se adoptaban en filosofía
y en arte las nuevas formas, creadas para alimentar el
ansia de los espíritus, libertados de la selva selvagia, del
siglo X , y admitidos á la espléndida mesa de la restauración
aristotélica y de la renovación artística, que se iniciaba
después del año 1000; aquí, en nuestra infortunada Península,
estábamos estancados. ¿Cómo habían de desenvolverse, en
medio de las fragorosas diarias batallas de moros y cristia­
nos, las artes de la paz? ¡Si hasta las iglesias y monasterios
eran, fortalezas! Los-Prelados v los Monjes-llevaban en ana
— 49 —
mano la cruz y en otra la espada.' Los tiempos eran así: tan
calamitosos.
Quiero decir que los españoles de las montañas del Norte*
principalmente, —los del mediodía, los muzárabes, que si die­
ron mucho á sus dominadores, bajo cuyo régimen vivían,
algo se aprovecharon de la íloreciente cultura arábiga —he­
mos conservado, intacto, el legado de la vieja España visigo­
da; de aquella, cuya Iglesia, siguiendo la tradición latino-
cristiana, mantuvo siempre tan cordiales relaciones con Roma*
Pura brilló entre nosotros, desde el Pirineo hasta Finiste*
rre, la antigua fe* proclamada en el tercer Concilio Toleda­
no, y antes aun, en los Bracarenses y Lucenses. Pura se
conservó aquí, solícitamente custodiada por las Iglesias y
Monasterios de Cantabria, de Asturias y de Galicia, hi cien­
cia que irradiaba de aquellas famosas Escuelas que alcanza­
ron para esta región, Gatecea, el honroso título de Maestra de
las tetras, y cuyos principales representantes fueron los
Orosios, Avitos, Bacchiarios y Dictinios, antes de la irrup­
ción sueva, poco después Santo Toribio é Idacio, más tarde
San Martín, inmortal restaurador de la Escuela de Braga*
y en el siglo V il San Fructuoso* el apóstol monástico de las
costas occidentales de Iberia, y San Valerio, alma dútil para
toda virtud* y sensible para todas las emociones del arte,
cubierta con el tosco sayal de penitente eremita, de la Te­
baida gallega, el Vicrzo. Pura también durante el periodo
en que esplenden los nombres de los anónimos, clérigos y
caballeros, convertidos en monjes, y refugiados dentro los
muros de Carracedo y Montes, de Samos y Antealtares, y
de otros cien relicarios del saber y del arte antiguos. Me-
zonzo fundado en el siglo IX* era uno de estos. Humilde y
todo, poseía sin embargo, ya á principios del siglo X, una
biblioteca abundantísima, como podían tenerla las grandes
Abadías de Bretaña* Francia, Alemania é Italia. En nuestra
tierra también se leían los clásicos.
Tenemos» por lo tanto* en el siglo IX y X, entre nosotros,
ciencia* literatura y liturgia visigodas. Nuestra música litúr­
gica del siglo X era la misma del V II y aun del IV; un dia­
lecto, como dicen los Benedictinos de Solesmes (Paleogra-
phie Musicale, Int.), hermano de la música gregoriana, de
igual ritmo, igual tonalidad, igual forma melódica. San Pe­
dro de Mezonzo* educado en esta escuela de canto, y —lo que
es muy de notar—, en una época en la cual pudieron llegar
5
— 50 —
:i esta región, —abierta desde comienzos del siglo IX, á la in­
fluencia de las peregrinaciones jacobeas— , las innovaciones
introducidas en la música religiosa por los monjes de Roma
Petrus y Romanus, pues Carlomagno, era amigo de Alfon­
so II el Casto, estaba en condiciones de componer la noble
y dulce melodía de la Salve. ¿Quién puede dudarlo?
Dom Potliier, en la citada Rcvtte (que recibí por medio
del docto arqueólogo D. Roulin) apunta la idea de que nues­
tra tradición de la Salve Mcsonsiana es difícil de sostener,
á causa de que España en el siglo X en étaü etteore ate ril
mozarahe. ¿Podrían allanar esta dificultad las precedentes
consideraciones? Así lo creo. Tanto más, cuanto que los sa­
bios Con/reres de Dom Pothier, los Solesmenses, (Qp. cit.)
reconocen la identidad de formas rítmicas y tónicas entre el
canto gregoriano y el mozárabe.
Otra cosa muy distinta acontece si se tiene presente que
las melodías gregorianas del primer período de oro. que
corre desde 600 hasta el año 1000 (Kienle, Op* cit.)—como si
dijéramos desde San Gregorio hasta San Pedro de Mezon-
7.0'—, son más sencillas, más frescas, más espontáneas, que
las del segundo, en que brilla Hermán Contracto.
Desde este punto de vísta puede explicarse la diferencia
de estilo, no difícil de conocer, y que Dom Pothier señala,
como gran maestro, admirablemente, entre la Salve y el
Alma , por ejemplo, del Contracto. ;Son del mismo período
dos melodías; una gregoriana, y otra mozárabe, ambrosiana
ó galicana? Pues el ritmo es idéntico; idéntica la tonalidad:
el fondo general de la forma melódica, idéntica también-
¿Cuándo se marca la diferencia? Cuando se establece el para­
lelo entre composiciones de distintos períodos. Entonces, sít
que son distintas, más ó menos, no sólo las formas melódicas,
pero también las formas rítmicas y las formas tónicas. Pero
«rsta razón concluye a fortíori contra la escuela de canto en
que pudo ser educado Ademaro del Puy, posterior al monje
de Reichenau; que al ñn y al cabo también procedía de la
gregoriana escuela de San Gall, fundada por Romano en el
siglo V IIL Si el Contracto, porque emplea el modo mayor,
puede llamarse modernista, con más urgente motivo habrá
de aplicarse esta ley á un artista posterior. La Salve,, todos
lo dicen, es una composición arcaica. Luego ni es de Hermán
Contracto ni de Ademaro de Monteíl. Es de San Pedro de
Mczonzo,
- 51 -

o o ^ T O X jT T S io a sT

¿Volveré á decirlo? Las pruebas positivas, autenticas,


fehacientes, y , hoy por hoy, inapelables en favor de mi tesis
de que San Pedro de Mezonzo debe ser proclamado por la
crítica imparcial, el inspirado compositor de la Salve R egi­
na, son los terminantes testimonios de Durando de Menda y
Ricobaldo de Ferrara, especialistas in te kistorico-liturgica ,
contemporáneos de Alberico de TroisFontaines, y, también,
casi, de Juan Eremita. Estos dos monjes cistercienses son es-
critores, precisamente, de la época y del país clásico de las
leyendas religiosas, que proporcionaron ricos materiales para
la Anrea Legenda Sanctornm de Giacomo de Varaggio.
Aquellos liturgistas, aparte de sus condiciones personales,
pertenecen á un momento histórico, no muy distante crono­
lógicamente del de Alberico y Eremita, pero bien distinto
bajo el aspecto científico. Los textos del cronista y del bió­
grafo préstanse á varias interpretaciones; Mabillon ya tenía
dudas sobre el verdadero sentido de Alberico. En cambio es
absoluta la conformidad de los críticos en apreciar el alcan­
ce de las terminantes afirmaciones de Durando y Ricobaldo.
Esto basta y sobra, para sostener mi moderada tesis histórica.
Las demás consideraciones; la referente á la importancia
que desde el siglo XI, sobre todo, tuvo el Santuario del Após­
tol Santiago, como centro de peregrinación universal; la de
la consiguiente expansión de vida intelectual y comercio
literario á que eso mismo ha dado lugar, impulsando á los
gallegos á salir de sus amadas montañas, mantenedores en las
aulas y en los torneos más celebrados de Europa, de la reso­
nante fama que Compostela alcanzaba en todo el mundo; la
de la acentuada influencia de la Salve en las primeras mani­
festaciones de la lírica gallega y castellana, cuando en la
más perfecta, por prioridad de origen, de Francia, no se halla
el menor rastro; y asimismo, las apuntadas al principio
sobre el carácter popular y la representación litúrgica de
nuestra plegaria, que es un cántico de sencillo estilo, así lite­
rario como musical, según conviene á un alma y una raza,
cual la nuestra, abierta á los puros amores de la virtud y á
las más profundas, sinceras y nobilísimas emociones de la
belleza; todo ello no es otra cosa que un conjunto de por­
menores, nacidos de las entrañas del tema aquí estudiado, y
encaminadas (i patentizar la perfecttsima congruencia de
la general historia con la verdad del hecho particular que
me propuse exponer á la luz de la más severa crítica, y á
prevenir todas las objeciones que se han hecho, ó pueden
hacerse contra mi tesis.
Creo que tantas y tan preciosas coincidencias, y tan fácil
explicación á todas las dificultades, no se dan en ningún otro
supuesto, sino en el de la Salve Mez-onsiann*
De suerte que la causa que defiendo tiene á su favor in­
dicios vehementísimos (de que carecen la de la Salve f ran­
cesa y la de la Salve alemana)f y testigos autorizados; mu­
cho más que lo son el único que apoya á Hermán de Worin-
gen y el único también que está por Ademaro de Monteil.
Con todo, mi conclusión no es absoluta: afirmo, resuelta­
mente, que en vista de los datos que hoy tenemos para fallar
el presente pleito histórico, es preciso proclamar á San Pe­
dro deMeBonzo autor déla S a l v e R eg ina*

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