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El Rosario de mis recuerdos

Carlos Hubbard Rojas

México, 2012

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Contenido
A guisa de presentación

Introducción

Ficha histórica de El Rosario, ciudad colonial fundada en 1655

A confesarse

Albores del béisbol rosarense

Algo sobre El Rosario

Caja Real de El Rosario (La)

Cosas de mineros

Capirotada de recuerdos

Cuentos de mi Rosario

Días de rayas (Los)

La pianola del cine Crespo

El Pedro Infante que yo conocí

El testamento

Enrique Pérez Arce

La espada de Hernán Cortés encontrada en Chametla

Explosión (La)

Gilberto Owen

Inundación del 28 (La)

Julio Verne en El Rosario

Las “tallas” de Camero

Lola Beltrán

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Los bailes de “La Hidalgo”

Mercado (El)

Mi barrio del 22

Minería en Sinaloa (La)

Nuño de Guzmán conquista Chametla

Orquesta Borrego (La)

Pablo Villavicencio

Páginas olvidadas: diligencias, guayines y camiones

Pastores (Los)

Primera mina (La)

El Real de Minas de Nuestra Señora del Rosario

Recordando al Rosario

Recordando a Pedro Infante

Secundaria “Maestro Julio Hernández” y don Rafael Valdez (La)

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A GUISA DE PRESENTACIÓN

Cuando se tomó la decisión de hacer esta compilación me tocó en suerte, no sé si toda buena,
coordinar la selección, trabajar en la presentación y llevar la batuta a fin de que este esfuerzo
avanzara de manera concertada, pero nadie me dijo que además tendría que escribir este prefacio,
labor compleja Para mí por varias razones. Se trata de hablar de mi padre y el riesgo de caer en la
hipérbole es evidente. El perfil del personaje es tan complejo que se presta para caer en lo prolijo.
Además, obviamente, mi opinión es sin duda parcial a su favor.

Pero había que hacerlo y aquí estoy inmenso en la abrumadora tarea.

No creo equivocarme cuando parto de la premisa de que muchos lectores sólo conocen de nombre
al autor de estas viñetas, de suerte que por lo menos ya tengo el hilo narrativo definido, empezaré
por dibujar su imagen biográfica.

Carlos Hubbard Rojas fue un singular y polifacético personaje del siglo XX. Por muchos años
conocido como Carlos R. Hubbard, nació en El Rosario, Sinaloa, hijo del norteamericano Harry
Hubbard, quien trabajó en la administración de Minas El Tajo de El Rosario y era originario de
Marfa, Texas; y de Emilia Rojas Zataráin. Huérfano de padre a temprana edad, desempeñó diversos
oficios y se las ingenió para ayudar al gasto familiar y para asistir a la escuela. Fue cartero, oficial
de Hacienda, chofer, distribuidor de vinos y licores transportista, comerciante, político (dos veces
secretario del Ayuntamiento) y músico, aunque esto último fue más por inclinación personal que
por necesidad económica.

De voraz apetito por la lectura y el conocimiento, aunque carecía de la educación formal se capacitó
para desempeñar distintos cargos: secretario de juzgado, contador, profesor, historiador y periodista.
Poseía una magnífica biblioteca. En 934 reactivó el periódico “El Sur de Sinaloa”, fue empresario
pesquero, constructor, impresor, distribuidor de refrescos embotellados, concesionario cervecero y
hasta actor. Fue propietario del famoso cine “Pedro Infante” en El Rosario. Gran amigo de Lola
Beltrán, a quien llevó a la capital en busca de su destino y la ayudó a colocarse como secretaria en
la XEW. Más tarde, fue dueño de la única radiodifusora local (SEHW), de la cual fue locutor. Y por
supuesto, fue escritor. Si hay un común denominador en toda esa amalgama de artes y oficios es
que en cada una de ellas trató siempre de ser el mejor. Su innato carisma se tradujo en liderazgo y
ello lo situó al frente de cada logro en el desarrollo de su tierra. Al abrirse la escuela preparatoria
impartió varias materias, dato especialmente trascendente si se considera que apenas terminó la
escuela primaria.

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Como periodista era la voz y la conciencia del pueblo; actor de verdaderas batallas libradas desde la
poderosa trinchera del periódico “Rumbos”, semanario fundado en 1953, y que personalmente
construía en su totalidad: era reportero, columnista, jefe de redacción, administrador, publicista,
director y editor. En ocasiones, de manera estridente denunciaba los abusos, o desnudaba la verdad
o descubría las componendas; en otras, echaba mano del sentido del humor para develar las entrañas
del engaño, condenar la infamia o hacer trizas mitos y leyendas. “Rumbos” era mucho más que un
órgano periodístico común. En la sección “Sucedió en la semana”, reseñaba los acontecimientos
más sobresalientes e importantes de los últimos siete días, ahí cabía de todo; eventos sociales,
comercio, personajes, cultura, … siempre circuscrito al acontecer del pueblo.

Para miles de emigrados suscribirse “Al Rumbos” era una de las actividades obligadas de cada
visita al pueblo, pues como boletín informativo permitía a los paisanos más alejados comunicarse
entre sí sucesos familiares de importancia: nacimientos, bodas, graduaciones, decesos, etc. El
semanario fue factor de unión entre los rosarenses y su terruño.

Además, en reconocimiento a su labor periodística recibió el Premio Sinaloa de Periodismo (1981).

Don Carlos fundó una red de ayuda y apoyo a sus paisanos a través de nombramientos de “Cónsul
del Rosario” en ciudades Guadalajara, Tijuana, Los Ángeles o Los Mochis, era una inmensa
distinción que obligaba a estar siempre dispuesto a ayudar a orientar a los coterráneos. De los
resultados de la labor consular, tanto buenos como malos, todos encontraban voz en “El Rumbos”.

En 1955 se echó a cuestas la difícil tarea de organizar los inolvidables festejos del Tercer
Centenario de la fundación de El Rosario. Fue distinguido con el título de “Crónista de la Ciudad”,
por sus cualidades de historiador aficionado y entusiasta seguidor de la “micro historia” de su
pueblo natal. Conocía vida y milagros de sus coterráneos, así como tradiciones y costumbres
populares, cosa que verá el lector manifiesta en la serie de artículos que conforman esta
compilación.

Acucioso indagador de archivos, poco a poco atesoró un importante acervo documental;


bibliografía, material de consulta, fotografías, hemeroteca y correspondencia, referencia obligada
para los estudiosos. El material acumulado por años, aunado a sus naturales dotes de escritor, lo
llevaron al editar esos cuatro volúmenes hoy compendiados, mismos que van dedicados a la tierra y
a su gente: “Mi Barrio el 2”, “Los Chupapiedras”, “Cuentos de mi Rosario”, e “Historias de un
Mineral”, que narran la historia del pueblo y las de sus hijos notables. Cada episodio iba teñido con
el color del cariño, con ágil narrativa e incomparable sentido del humor. Esos cuatro libros,
testimonio invaluable de la vida del tres veces centenario mineral, dejaron constancia de la crónica

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literatria de su autor, celebran la particular idiosincrasia del rosarense en algunos casos divierten
con su irreverente enoque y en otros son crónica valiente de una época convulsiva, violenta y
revuelta en el sur de Sinaloa.

Ahora sí, adéntrense usted en el disfrute de estas sabrosas narraciones.

Emb. Enrique Hubbard Urrea

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INTRODUCCIÓN

Como buen rosarense, Carlos Hubbard Rojas desentraña vetas preciosas, mas no del arcón
subterráneo de su natal Real de Minas sino de su propio talento. Como lo hiciera un minero en los
túneles, él hurga hasta el fondo de su sentimiento y de su intelecto y engarza sus recuerdos en una
prosa amena, coloquial, con frecuencia humorística, en la que refulge un profundo y permanente
amor al terruño natal.

Esa inocultable emoción aflora desde el caserío de su barrio, “el 22”, y se desplaza por las calles de
El Rosario, de intrincado trazo, donde siempre encuentra motivos de remembranza en los
personajes que las recorrieron alguna vez, y en los edificios y lugares que existieron o que aún
existen.

Así, rinde homenaje de recordación, lo mismo al ilustre literato, que al héroe o al funcionario, así
como a los personajes típicos que, sin ser letrados ni poderosos, pasaron al rico anecdotario
rosarense.

Haciendo gala de una extraordinaria memoria, el autor rescata vivencias del bravo ámbito minero,
de los pioneros de la actividad empresarial y comercial, de los funcionarios públicos y de los
habitantes que en alguna forma participaron durante el siglo XX en la cotidianidad de esa tierra
minada por los conductos subterráneos que se extendieron durante varios siglos y que acabaron por
colapsar parcialmente a la ciudad.

En el campo de la literatura surgen nombres que se han proyectado mucho más allá de las fronteras
rosarenses, como el de Gilberto Owen, y el del libre pensador Pablo de Villavicencio, para quien
Hubbard reclama los lauros que nunca le fueron otorgados en justicia a su entrega cabal al interés
patrio.

Por cuanto al amiente artístico, el autor deja constancia de la estrecha relación amistosa que lo ligó
con dos gigantes: Pedro Infante, circunstancialmente mazatleco, y Lola Beltrán, rosarense entre los
rosarenses. De estos dos ídolos se presentan en estas páginas algunos datos que solamente Hubbard
pudo haber conocido.

En el aspecto musical destacan las citas a la Orquesta Borrego y un elocuente y emotivo capítulo
dedicado al maestro Severiano Moreno, a quien considera como uno de los más grandes músicos
mexicanos.

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Es ésta la obra literaria de un rosarense escrita para el mundo. Contiene motivos de añoranza para
los rosarenses entrados en años y filones de conocimiento para las nuevas generaciones, pero
constituye también una fuente de amenidad y de interés para todo lector, sea o no sea e El Rosario.

Este contenido está en sus manos. Hágalo suyo y déjese llevar al impulso de la imaginación por las
calles y sitios que aquí se describen. Sentirá la presencia latente e algunos personajes y entenderá
los motivos que hicieron del amor a la tierra la razón de vivir de Carlos Hubbard Rojas.

Miguel Ángel González Córdova

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NOTA DE LA EDITORA

Mi más grande satisfacción es haber tenido la oportunidad de participar en la edición de este libro
que reúne diversas aportaciones de la obra literaria de Carlos Hubbard Rojas.

En los tiempos actuales el avance tecnológico ha dotado a los medios de información con
mecanismos electrónicos lo que les permiten lograr una comunicación instantánea en imagen, luz y
sonido, lo cual ofrece a las nuevas generaciones un nuevo concepto de la realidad, pero al mismo
tiempo conduce al olvido de los libros.

De ahí la preocupación de ejercer una acción teniente a contrarrestar ese relegamiento editorial
mediante el rescate de libros como éste en el que Carlos Hubbard Rojas transporta en su prosa el
eco de una campana cuyo repique glorioso siempre gozosa añoranza en los rosarenses.

Este libro contiene un mensaje para quienes, en forma un tanto irreflexiva, soslayan la importancia
de la actividad editorial como medio de la vida cultural para alcanzar y fomentar los más altos
niveles del espíritu.

En esta obra, Hubbard Rojas nos enseña cómo era un pueblo tan ardiente como su clima, tan
verdadero como la belleza del río Baluarte y tan fuerte como los hombres y mujeres siempre
dispuestos al trabajo, a la producción y al progreso. Don Carlos nos enseña la pureza de estos
ideales, la generosidad de sus propósitos, la limpieza e su espíritu y la voluntad de servicios para
sus semejantes.

También nos cuenta en El Rosario, recientemente nombrado Pueblo Mágico, la historia rica en
hechos de valor y de entrega, así como en anécdotas y experiencias a través de sus personajes, de
sus calles y fiestas, deportes, costumbres y, muy particularmente, de la actividad minera que
significó la vida de este lugar.

La presente selección de trabajos abarcó los cuatro libros publicados por Carlos Hubbard Rojas, con
base en el propósito de enfocar los aspectos más representativos del municipio; para enriquecer la
información que nos brinda esta obra se tomaron algunas imágenes de internet.

Sea mi reconocimiento muy cumplido para los hijos del autor, quienes me confiaron la misión de
compilar este libro como una estimulante muestra de leal amistad y de honrosa confianza ante la
que siempre me consideraré deudora.

Marta Lilia Bonilla Zazueta

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FICHA HISTÓRICA DE EL ROSARIO CIUDAD COLONIAL FUNDADA EN 1955

La historia escriba de El Rosario empieza con una partida de bautismo efectuada en la Iglesia
Parroquial el 4 de noviembre de 1667, asentada por el licenciado don Juan Ruiz de Caseñanas,
quien hizo constar que efectuó el bautismo con licencia del Cura de la misma iglesia, licenciado
Pascual de Villela.

Sin embargo, en los “Patronatos de Nuestra Señora del Rosario y Santo Domingo de Guzmán”
aparece el dato que fija la fecha del descubrimiento de la primera mina el 3 de agosto de 1655,
fecha que se conoce como el día de la fundación del Rosario.

El escrito que corresponde a dichos patronatos está fechado en 1731 y firmado por la “Vecindad de
este Real de Minas de Nuestra Señora del Rosario”, el estado eclesiástico, estado secular, minería y
comercio, y consigna que “habiéndose descubierto este dicho el año de 1655, día 3 de agosto,
víspera del glorioso Patriarca Domingo de Guzmán, día sábado, con la reparable circunstancia de
haberse hallado la primera mina, habiéndosele cortado el rosario al descubridor e inclinándose a
recoger las cuentas, como consta de la más cierta tradición de los más antiguos de este real, por
donde tuvo y tiene el título de Real del Rosario”.

Y esa tradición, bella leyenda que se ha venido transmitiendo de generación en generación durante
tres siglos, cuenta que el caporal Bonifacio Rojas, que pertenecía a la hacienda de Aguaverde, venía
en seguimiento de una res a la hora de la tarde en que el sol está ya por ponerse y empieza a
oscurecer.

En lo que se llama hoy Loma de Zacatecas, o sea a escasos trescientos metros al poniente de donde
están las ruinas del antiguo templo, se localiza el lugar en donde Bonifacio Rojas arrojó su
sombrero mientras cabalgaba a galope a fin de dejar una señal porque un “breño” de los muchos
que todavía existen en ese lugar le arranco del cuello el rosario.

Cuando pudo echar el lazo a la res que perseguía se volvió para buscar sombrero y rosario y al
encontrarlos, decidió quedarse en el mismo lugar para pasar la noche.

Encendió lumbre, calentó sus tortillas, cenó frugalmente y se quedó dormido.

Otro día removió las brasas probablemente para encender un cigarro y entonces se dio cuenta de
que el calor de la lumbre había derretido la plata de una veta que se encontraba a flor de tierra.

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Con un tejo del metal, como prueba, fue a dar la noticia la cual se esparció por toda la región
atrayendo mineros gambusinos que e instalaron en el lugar, dando origen dl Real de Minas de
Nuestra Señora del Rosario.

Las minas trabajaron casi tres siglos y a fines del siglo XVIII el Real de Minas del Rosario era el
pueblo más rico y próspero de todo el Noroeste.

Tenía siete mil habitantes y el producto de sus minas en 1790 fue de 58 mil 945 marcos de plata y
1,197 marcos de oro en solamente un mes.

La importancia del Real de Minas del Rosario hizo que el Gobierno virreinal estableciera ahí las
cajas reales; tuvo el privilegio de que los Obispos de Sonora tomaran posesión en su parroquia; se
encontraba en ella un Tribunal Supremo de Justicia para Sonora y Sinaloa y las dos Californias; el
Juzgado de Distrito, la Comisaria llegó a tener tres haciendas de beneficio.

Por medio de los Patronatos de Nuestra Señora del Rosario y Santo Domingo de Guzmán, mediante
decreto de febrero de 1731, fue declarada Patronato principal del Real de Minas, la Virgen del
Rosario y como “patronato menos principal al glorioso patriarca Santo Domingo de Guzmán”. El
decreto fue expedido y firmado por don Benito Crespo, Obispo de Durango, reino de la Nueva
Vizcaya.

En la época en que el cura don Miguel Hidalgo y Costilla estuvo en la ciudad de Guadalajara,
después del grito de Independencia, fue destacado el entonces coronel y luego general don José
María González Hermosillo para atacar al Rosario, plaza que cayó en poder de los insurgentes el 22
de diciembre de 1810, haciendo huir al coronel Pedro Villaescusa que defendía la plaza. Existen
cinco cartas que el Cura de Dolores envió a Hermosillo, mientras este ocupaba el Real de Minas.

El 16 de julio de 1821, El Rosario juró la Independencia declarándose por el Plan de Iguala, siendo
el primero de todos los pueblos de Estado de Occidente que lo hiciera, no obstante que el jefe de las
armas, coronel don Fermín de Tarbe, tenía apenas trescientos hombres y quedaba aislado de todo el
resto del Estado de Occidente.

El 12 de julio de 1823, el Síndico Procurador del Rosario, señor don Demetrio Sotomayor,
promovió el Gobierno Republicano “en circunstancias que sólo Guadalajara había hecho”.

El 5 de noviembre de 1827 la Comisión de Legislación correspondiente emitió dictamen favorable


para que el Mineral del Rosario, fuera declarado ciudad, haciendo, entre otras, las siguientes
consideraciones que transcribimos originalmente.

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“Un pueblo libre, ilustrado, numeroso, rico en los ramos de minería y agricultura, sin hallarse
atrasado en los giros mercantil y febril, es muy digno ciertamente de recibir el nombre y
prerrogativas de ciudad. Todo lo expuesto halla la comisión en el Mineral del Rosario. Halla más
todavía. Un carácter franco, respetuoso y obsequioso, son circunstancias casi peculiares de aquel
suelo. Bastantes datos tiene el Congreso de esta verdad, y sirven como ornamento las patrióticas y
reverentes comunicaciones de aquel pueblo.

Recuerda, en fin, la Comisión: que el Mineral del Rosario fue el primer punto que en el Estado juró
nuestra cara Independencia de la tirana España, que lo hizo con un entusiasmo patriótico y en época
en que debía dudarse del éxito de un paso, el más arriesgado que entonces podía darse o imaginarse.

El 9 de noviembre de 1827, por Decreto No. 35 del Congreso del Estado de Occidente, fue
concedido al Mineral del Rosario, el título de Ciudad, bajo la denominación de ASILO DEL
ROSARIO.

Una década menos de las tres centurias perduró El Rosario como famoso Real de Minas. En 1945,
se suspendieron definitivamente las actividades mineras.

Pero El Rosario existe, y vivida la historia de sus esplendores y sus grandezas, y los libros y las
crónicas históricas de México están poblados de nombres de rosarenses ilustres: Pablo de
Villavicencio “El Payo del Rosario”, sublime profeta de la Reforma; presbitero Dámaso Sotomayor;
Paulino Peimbert; Carlos Cruz de Echeverría y José de Esquerro, Constituyentes de 1831, Ignacio
Gadea Fletes, condecorado por Juárez como defensor de la patria contra los franceses; poetas
Gilberto Owen y Enrique Pérez Arce; Teófilo Noris, Niño Héroe rosarense; licenciado Antonio
Espinosa de los Monteros, economista y diplomático; licenciado Francisco Apodaca y Osuna,
embajador de nuestra patria en varios países, Lola Beltrán, la más grande cantante folclórica que ha
dado México.

Rosario perdura. Se ha levantado de sus propias cenizas y después de que sus habitantes reptaron
por tres siglos en las negras entrañas de la tierra ahora viven en los campos, reflejado en las pupilas
el verde de los maizales y la impoluta blancura del algodón.

Ya la hierba no avasalla sus ruinas. Las manos amorosas de sus hijos, con ternura inefable y
admirable tenacidad, levantaron nuevamente el derruido templo, dándosele de nuevo el esplendor
de sus columnas de góticas estilizaciones, los arcos de medio punto y los altos capiteles corintios. El
milagroso retablo de inconcebible belleza refleja otra vez las luces con áureos destellos y sus
frondas, volutas, follajes y camafeos, hojas de acanto rocallas y cornucopias pregnan su regia
prosapia colonial.

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PIE: Actual fachada de la iglesia de Nuestra Señora del Rosario.

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¡A CONFESARSE!

Tengo ya siete años y debo hacer mi primera comunión. Voy a la doctrina cada sábado y como leo
bien me ponen a repasarles las oraciones a los más burros. Hay una muchachita que va muy
polveada. Despide un tufito como de polvo comprado por kilos, sudor, sobacos todo revuelto en un
cuerpecito con menos carne que un viernes santo. Cuando se me acerca me quiero vomitar, pero
afortunadamente no es mucho lo que almaceno en el estómago.

Ha hablado con los que ya pasaron por el trance de la primera comunión, solicitando información al
respecto. ¿Qué pecados debo confesar? ¿Cuáles son pecados? Me han dicho de muchos, pero la
mayoría no me gustan sobre todo los que hablan de las picardías que hacen con las niñas. En cuanto
a que “le contesto feo a mi mama” tampoco me convence, pues la verdad es que las
recomendaciones que ella me hace las cumplo. Son varias: siéntate donde no estorbes. Platica donde
no enfades. No te metas en lo que no te importa.

Nunca veas zurrar a un perro porque te sale un grano en el ojo. Si ya no hay más remedio haz una
cadena con los dos dedos cordiales y jala fuerte para que el perro no pueda zurrar.

No juegues con lumbre en la noche porque te meas en la cama.

No juegues con los copechis porque te salen maldeojos.

No te estires después de comer porque se te trozan las tripas.

El que come y canta, loco se levanta.

Nunca le cortes las uñas a un niño chiquito porque se hace mudo.

Pero al fin encontré el pecado que voy a confesar. Me parece elegante, distinguido, como para
presumir; “acúsome padre que le robo dinero a mi mamá”.

Eso es; aunque no sea cierto, pues la verdad es que soy quien lleva dinero a la casa haciendo
mandados, llevando almuerzos, boletas de los mineros para “rayar” etc., y todo, todo se lo entrego a
ella. Pero el pecado es atractivo y eso confesaré. No encuentro más, y se trata de que me van a dar
chocolate después de la comunión.

Me gusta ir a la iglesia. Me divierto mucho. El padre Elizondo habla bonito aunque yo no entiendo
lo que dice, pero por mi barrio tiene un hijo que está en la escuela conmigo y se le parece mucho.
Dicen que tiene más, pero yo sólo a ese conozco.

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Cuando está diciendo la misa, envidio a los monaguillos que le dan vuelta a una rueda con
campanas. Admiro embelesado a Nachito Silva que es como ayudante del señor Cura y pasa de un
lado a otro frente al altar, pero al hacerlo hace un quiebre bajando una rodilla sin llegar al suelo, con
tal gracia y agilidad como un torero, no obstante estar tan gordito. Eso es lo que más me gusta
aunque acepto que jamás podré hacerlo con tanta elegancia.

No me gusta situarme a la entrada, porque al lado izquierdo está un santo con la cara llena de
sangre, un cotolón rojo, los brazos como si se te fuera a venir encima. Sin darme cuenta, un día me
coloqué bajo ese santo y cuando volteé lo vi, salí corriendo asustado.

Hay una señora rica, que llega tan cargada de escapularios, que dicen que trae una horqueta donde
pone el pescuezo en varias paradas que hace para descansar del peso de los escapularios.

Otra reza muy chistoso, pronunciado las “ese” como gapuchina, y como abre los brazos y mueve los
dedos, se le juntan muchos perros que creen que los está llamando. Macario es el campanero: “Los
calzones de Macario, suben y bajan al campanario” dicen los monaguillos para hacerlo rabiar.

El día que se casó mi maestra, Carmela Ardito con el doctor Chapman, pusieron una tira de tela
larga, larga, como alfombra, desde su casa hasta el altar. Nunca se había visto eso en El Rosario.

El señor cura nos regaló una “kermesse” que hizo en el atrio de la iglesia. Hubo piñatas, pasteles,
nieve, y muchas cosas que compartimos con los boletitos que nos daban cada sábado que asistíamos
a la doctrina. Juanito Ramos y yo llevábamos muchos y nos quedamos hasta muy tarde. Nos
paramos bajo el reloj de sol que hay en el atrio, entre la Cruz del Perdón y la puerta mayor, a la
izquierda. Este reloj es una columna de cuatro lados con una cantera muy pesada arriba, ladeada y
atravesada por una varilla que es la que marca las horas con su sombra.

Hay una cuerda amarrada de la cantera del reloj a una argolla que hay sobre la puerta mayor. De la
cuerda colgaron las piñatas, pero como ya las quebramos solo cuelgan tiras de papel de china de
colores. Los chamacos que quedan se cuelgan de ellos para arrancarlos. Pero alguien se cuelga
demasiado y hace caer la pesada losa de cantera bajo la cual estamos Juanito y yo. La piedrota le
cae encima a Juanito. Yo lo veo que queda debajo y espero a que levanten la cantera para que salga.
Les da mucho trabajo a las mujeres hasta que llega el señor cura y las ayuda. Levantaron la piedra,
pero Juanito no se levantó. Estaba con la cabeza aplastada y los ojos se le salieron hasta una
distancia de medio jeme.

La gente dice que fue castigo de Dios para su papá, Juan Ramos, porque fue quien puso el primer
burdel que le decían cabaret, en donde había mujeres que bailaban al son de una pianola y los

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domingos con la orquesta Borrego. Se llamaban “La Bella Aurora”, en la esquina de la calle Copala
y calle del Tajo y ahí se enfermaron muchos jóvenes y viejos. Se hizo tanto escándalo y fue tan
famosa “La Aurora” que hasta les compusieron una marcha a los que se vivían ahí. Se llamó “La
Llegada”.

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ALBORES DEL BÉISBOL ROSARENSE

En el año de 190 01 Samuel Fanorff, norteamericano, casado con una rosarense, enseñó a nuestros
mineros las reglas del entonces nuevo deporte. Él y sus amigos norteamericanos que trabajaban en
la Compañía Minas del Tajo lanzaron las primeras bolas y usaron los primeros guantes en el primer
diamante también que improvisaron al otro lado del río, frente a lo que fue el embarcadero y
después el puente provisional de la carretera, en terrenos de Casimiro Rendón.

No tardó en tomar incremento el llamado “Rey de los Deportes” entre la minería, y el 23 de marzo
de 1904 se formó el primer equipo que llevó por nombre Club de Baseball, el cual desfiló en una
manifestación política en pro de los candidatos Porfirio Díaz y Francisco Cañedo, para Presidente
de la República y Gobernador del Estado, respectivamente.

Es obvio que el entrenador, manager y capitán del equipo era el mismo Fanorff llevando como
estrella en la primera base a Carlos García, en la segunda a Pedro Gaxiola, a Manuel Milán en la
tercera, un tal Charles “el Herrero”, en el short Cástulo Beltrán que también era pitcher. Los
jardines estaban a cargo de Juan T. Martínez, Epifanio Guzmán y José Morales que fue después
estrella en la novena “Sinigual” de Mazatlán.

Cátcher Ignacio García, que llegara a coronel del ejército, y Enrique Peky, después administrador
de la Mina de Coabortita. Integraban también el equipo Roger L. Beals, Killinberry, El Colorado y
Ascención, Chon Navarro.

Los natos peloteros sintieron la necesidad de mejorar su primer campo de juego y abandonando los
arenales del río, adaptaron un segundo en el lugar que ocupaba la Escuela de Enseñanzas
Especiales, a la vera izquierda del camino a la estación del FF.CC.

De ahí y con el propósito de acercar a la población su estadio lo ubicaron en los terrenos que hoy
ocupan la Comisión Federal de Electricidad y Unidad Administrativa y que antes lo hicieron las
plantas de luz.

En 1908 hubo otro cambio motivado por el gran incremento que había tenido el beisbol. El campo
de juego se trasladó a lo que es hoy Teléfonos de México, situando el home al fondo, lindando con
la cárcel. A la línea de calle Juárez estaban los edificios de la compañía minera La Guadalupana que
tenía dos pisos, y el zurdo Raymond, pitcher y magnífico bateador, mandaba la bola sobre los
edificios de La Guadalupana y hubo veces que la enviaba hasta la hoy casa de la señora Ernestina
Crespo Echeagaray.

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Pero no adelantemos vísperas. Situados en 1908 diremos que los jefes mineros de Minas del Tajo
eran en su totalidad norteamericanos y grandes aficionados al rey de los deportes. Por esas fechas se
empezó a jugar pelota en Mazatlán, que contaba con un equipo bastante aceptable, que
periódicamente venía a apalear a los chupapiedras, no obstante que habían hecho una selección de
jugadores gringos con el único fin, nunca logrado, de pagarle a Mazatlán con la misma moneda.

Nuestro equipo se integraba con Samuel Franorff, Browne (cátcher), Miles, Douglas, Green,
Kislimberry, Tueady, y “E. Garcita” Roger L. Bealls. En la banca quedaban Carlos Rendón señor,
José G. Soto, Chon Navarro y Desiderio Escobar.

Los victimarios mazatlecos o “pata saladas” traían en la primera almohadilla a Danglada, después
famoso torero; el zurdo Cota, tercera; Avendaño, short, Ruiz, Fidler a José Morales, antes del
equipo Rosario y el ingeniero Joaquín Sánchez Hidalgo a quien el público apodaba la Tamalera por
averiguador.

Continuaron los triunfos de los mazatlecos sobre nuestros mineros, hasta que la providencia vino en
su auxilio con la llegada de “La Punta de Fierro”, es decir que llegaron con el tendido de la vía del
ferrocarril a lo que sería la Estación Rosario.

Entre los trabajadores que venían con La Punta de Fierro, había algunos norteamericanos que
jugaban buena pelota y que pertenecían al campo auxiliar de Urías.

Ni cortos ni perezosos los rosarenses se apresuraron a invitarlos para que los reforzaran, siempre
con la mira de enfrentar con más posibilidades de triunfo a sus clásicos enemigos del “patasaladas”:

Aceptado que hubieron la invitación, nuestro equipo pudo contar con los valiosos refuerzos del
cátcher a quien apodaban “El Alhambra” y al lanzador apodado El automóvil, un tremendo
bateador, como ya lo dijimos antes.

Reforzados así los mineros pudieron por fin ponerse al tú por tú con los mazatlecos.

PIE: Plazuela Rosales, hoy taller de lavado y engrasado de Gilberto Rodríguez, calles Zaragoza y
Benito Juárez.

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ALGO SOBRE EL ROSARIO

Habiéndose descubierto la primera mina el 3 de agosto de 1655, para el año de 1672 El Rosario era
el poblado más próspero de todo el Noroeste de la Nueva España, con una población de 5 mil
habitantes, que para 1880 ascendía a los 7 mil.

Y hurgando los viejos pergaminos de la parroquia, Antonio Nakayama encontró un informe sobre la
misma, que data de 1801 y que en una parte dice: “El pueblo es dócil y subordinado, pero se cuida
poco de aprovechar sus buenas disposiciones para su felicidad. Las buenas impresiones que reciben
con gusto en las pláticas doctrinales tienen poca duración por las ocasiones que se le permiten para
disiparse. Son muy frecuentes las licencias para los bailes (Ojo) y músicas por las calles. Unos y
otros suelen durar hasta cerca del amanecer... Hubo vez que se contaran cinco muertos tendidos y
cuatro bailes en este Real...”:

Y dos siglos después estamos igual, como dijo el gringo Barker: “Nada más le ven cien pesos a uno
y hacen un baile para quitárselos”.

Las fiestas de Primavera; Navidad en Chametla, San Pedro en Pozole, Días Santos en Matatán y Día
de Difuntos en Copales. La Mano Poderosa en Aguaverde, etc., son motivo de grandes borracheras.
Una enramada de jarilla; un cuadrilongo de tablas sobre burros de madera para servir bebidas y ya
está “La Empresa”:

Todavía recuerdo al “Prieto” Díaz en la fiesta de la Mano Poderosa. Eran las 3 de la tarde y ya muy
entrado en copas rayaba el magnífico potro que montaba, levantando una polvareda que se
precipitaba en las “mesas de pollo”. Estate sosiego, “Prieto”, le decían, mientras otra mujer
comentaba: “Este Prieto de que prueba el vino no hay poder humano que lo detenga”. Y el Prieto se
alborotaba más y más. En esto aparecieron unos soldados del general Arias que andaban buscando
pastura para los caballos. “¡Párese ái!”. Le gritó al Prieto el sargento que comandaba la partida.
Pero el Prieto, de que probaba el vino no había poder humano... ¡Párese le digo! Repitió el sargento
mientras lo acompañaban los pavorosos golpes metálicos de seis rifles al ser preparados. Igualito a
la estatua de Pancho Villa que está en Culiacán quedaron de inmóviles el Prieto y el caballo. De ahí,
paso a paso, se fue a dormir sin sueño y sin cenar.

Tenemos también mucho de qué vanagloriarnos... y lo hacemos. Por ejemplo, tuvimos luz eléctrica
desde el siglo pasado y también “agua entubada” o sea agua potable. Escuinapa fue una sindicatura
nuestra antes de resultamos rezongona y salimos con que hasta un Gobernador parió. Pero antes

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veíamos a los, “cultos de Escuinapa” como Raúl Paéz, Raúl Villavelázquez, Toño Reyes Colado,
etc., llenar el camión que traía excursiones al Rosario para ver dar vueltas el abanico de techo del
Bar de Chencho Silva porque ellos no tenían corriente eléctrica hasta que el rosarense José “Gordo”
Lerma se las puso. Dice Dámaso Murúa que a los camarones nunca les hicimos caso por andar
chupando piedras para ver si tenían oro, pero ahora que nos quedamos como persigna perros
queremos quitarles las pesquerías. Pero él tiene un mapa en donde El Caimanero aparece en tierras
escuinapenses.

También recordamos cuando les pusieron el agua; un Presidente Municipal que ya murió y que trajo
desde México un piano, cuando recibía visitas, en vez de ofrecerles una cerveza les ofrecía un vaso
de agua, que llenaba haciendo un ruidoso “shshshshshsh” de la llave de agua que mandó poner en la
propia sala a un lado del piano, y con la que presumía.

Y como creemos que ya estuvo bueno de presentación. Entraremos de lleno a la plática.

PIE: El arco romántico de medio punto y el edificio de la Cárcel Pública, se unen para
proporcionaremos un rincón de sabor colonial en el antiguo mineral rosarense.

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LA CAJA REAL DE EL ROSARIO

Siempre que se habla del Real de Minas de Nuestra Señora del Rosario, entre las referencias que se
hacen en relación con su antañón resplandor y notoria importancia se menciona vr.gr. que contaban
con un Tribunal Supremo de Justicia para Sonora y Sinaloa y las dos Californias; un Juzgado de
Distrito, Comisaría General de Hacienda, Aduana Terrestre y, muy destacadamente, las Cajas
Reales cuya ubicación en el mineral fue lo que impulsó al cura Hidalgo en 1810, después de tomar
la plaza de Guadalajara, enviar a González Hermosillo a tomar, antes que ninguna otra población de
occidente, el Mineral de El Rosario.

Las Cajas Reales eran, pues, el signo más distintivo del lugar preponderante que por su importancia
tenía el Real de Minas del Rosario entre las poblaciones del país.

Yo sabía que la Caja Real del Rosario estuvo en la esquina de lo que son hoy las calles Hidalgo y
Benito Juárez, donde se ubica la funeraria de Juan Chávez. Se construyó en ese terreno que donó el
marqués de Pánuco. Muchos años después, a principios de este siglo, y cuando ya funcionaba ahí la
Escuela No. 1 “Benito Juárez”, muchas personas de edad madura le decían al edificio “LA CAJA”.

Pero “La Caja” después de albergar a la Caja Real desde 1783, fue luego cuartel y después casa
particular de don Enrique Medrano, ancestro directo de los llamados “Gochas” Medrano.

A principios de 1900 la vieja construcción fue demolida y el arquitecto don Juan Tolentino edificó
el local de la escuela ya mencionada “Benito Juárez”, que fue inaugurada en 19041 siendo prefecto
don Jesús Astengo. En esa escuela cursamos la primaria los niños rosarenses hasta1933 en que fue
demolido el edificio. Contaba de dos cuerpos, cada uno con cuatro grandes salones (por lo menos a
mí me parecían grandes). Un patio que lindaba al noroeste con la casa de don Jesús Astengo, al
noroeste con la calle Hidalgo; al suroeste con la plazuela Rosales (hoy taller de lavado de carros) y
suroeste con los salones del propio edificio cuyos dos cuerpos estaban separados por un jardín que
tenía una verja de hierro forjado con una puerta del mismo material, con la leyenda “La Caja” en la
parte superior y que daba con la calle Juárez.

La señorita Victoria Veme fue la primera directora del plantel y estaba a cargo de los grupos de
tercero y cuarto años, no muy numerosos. Los demás eran atendidos por Beatriz Arce, o María
Lund, Matilde Bouthier y, muy jovencita, María López Portillo, como ayudante.

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Y surge la anécdota para luego continuar con “La Caja Real”.

Cuando vivía ahí don Enrique Medrano se levantó un foro de madera sobre la tapia que daba a la
Plazuela “Rosales”. La madera la pidieron prestada a la negociación “La Guadalupana”, unos
señores Villalpando, otro que era poeta, Valadez, cuya mamá editaba El sur de Sinaloa, periódico
que fundó en 1891; y Barrera, amantes del teatro todos. Ahí se ofrecieron representaciones teatrales
y festivales en beneficio de obras sociales. Ahí hizo sus primeras “tablas” Manuel de la Fuente, que
después se internacionalizara y fuera famoso con sus actuaciones como prestidigitador, ventrílocuo
y creador del género llamado “FREGOLI” o transformista.

Pero la compañía Guadalupana necesitaba su madera y les exigió a Barrera, Villalpando y Valadez
que se la devolvieran, después de varios años. El famoso foro ya no existía y don Manuel Salas, jefe
de Villalpando en La Guadalupana, lo hizo responsable de la devolución y éste, ya sin salida, le
dijo:

¿DE MADERA OCHENTA PIES? VALADEZ.

¿OCHENTA PIES DE MADERA? BARRERA LO POQUITO QUE SOBRÓ: YO

ASÍ SE DISTRIBUYÓ LA MADERA DEL FO RITO:

ROBÁNDONOS UN POQUITO VALADEZ, BARRERA Y YO.

Pero en una visita a Culiacán, tuve la suerte de conocer y participar con el maestro en ciencias
Modesto Aguilar Alvarado, investigador de tiempo completo de la Maestría de Historia Regional de
la UAS, en un encuentro sobre la Minería en Sinaloa.

Con una sencillez y gentileza muy sinaloense el maestro Aguilar Alvarado me obsequió un resumen
de su acucioso y soberbio trabajo que acoto con su licencia:

Hasta 1730 la minería tanto en Sinaloa como en el resto de la República se encontraba en crisis
porque la amenaza de invasión de los indios gentiles, lo excesivamente caro del azogue y la falta de
capacidad financiera del minero1 tenía las minas desoladas por el abandono.

El visitador general don José Gálvez, buscando recomponer esta situación, recomendó el 3 de mayo
de 1768 al doctor Eusebio Ventura Beleña que investigara sobre la pertinencia de fundar en estos
territorios una Caja Real que se encargara de administrar todos los ramos de la Real Hacienda que

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eran: derechos por registros de minas; el quinto de la plata y oro (tributo del 20% que se pagaba al
rey por los tesoros que se descubrieran) diezmado el azogue, papel sellado, tributos, alcabalas en
ramo de tabacos, salinas, pólvora, naipes, impuestos al mezcal, etc.

Entendemos que eran lo que después se convertiría en Oficinas Federales de Hacienda.

Dice el maestro Aguilar Alvarado, que la Caja Real se edificó en Álamos, Sonora, en 1769, por
existir ahí un ensaye, por estar ubicado en mitad de la amplísima gobernación de Sonora y Sinaloa y
por ser sede capital de los Poderes Administrativos de Gobernación.

Bajo la jurisdicción de esta Caja Real quedaron los poblados de Culiacán al norte y Batopilas,
exceptuándose los partidos de Maloya, Copala y Rosario, que estaban obligados a quitar sus plantas
y comprar sus azoguez en Guadalajara.

Apenas establecida la Caja Real en Álamos, se vio la necesidad de establecer otra en el sur; las
grandes distancias, los numerosos riesgos para ir hasta Álamos y el crecido gasto en mulas,
apremiaron a los mineros a proponer la creación de una Caja Real en Rosario. Primero lo hicieron
los mineros y comerciantes de Culiacán y luego los de El rosario.

Ante la avalancha de solicitudes y las irrefutables razones que se exponían el Virrey Marqués de
Croix ordenó a mediados de 1770 la división de la Caja Real de Álamos y su traslado a Ures y El
Rosario.

Sin embargo, surgieron obstáculos cuando arribaron los Borbones al trono de España, derivados del
cambio radical que éstos pretendían en el Sistema del Gobierno Virreinal y la oposición de los
conservadores Habsburgos que pretendían mantener un orden establecido.

Después de tres años de virulenta pugna entre el recién nombrado intendente de las dos provincias,
don Pedro Corbalá, eminente representante del reformismo borbónico, y el gobernador de Sonora y
Sinaloa y hasta el propio virrey quienes “con tácticas dilatorias propias del burócrata que se opone a
una reforma de lo establecido”, por fin el 12 de junio de 1783 inició sus actividades la Caja Real del
Rosario.

El presupuesto inicial fue de ocho mil pesos y al final superó holgadamente los veinticinco mil. El
monto original de 3,881 pesos resultó de donativos voluntarios. La obra fue también resultado del
esfuerzo común. Los hacendados, comerciantes y mineros aportaron cantidades especiales y los
peones fueron los reos de leves delitos, ociosos jugadores y vagabundos, a ración y sin sueldo.

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La nueva Caja contaría con dos oficiales reales, un oficial mayor, un oficial segundo, un escribano y
un portero. Sus sueldos serían de $2,500.00 al año para los primeros, $1,000.00 a los segundos,
$600.00 al oficial segundo y $400.00 al portero.

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COSAS DE MINEROS

El viejo minero a quien apodaban Boca de Cuero la traía volteada ese día, porque se le amontonó
todo lo malo en las 24 horas y la verdad es que andaba “surimbo”.

Primero, el día anterior, sábado, al recibir la “raya” le había quedado lo que se le unta al queso.
Haciendo cuentas eran seis días como palero en el Tiro Real, a catorce reales (el domingo no lo
trabajaban y no se los pagaban), menos veinte reales de 10 boletos de galería que sacó en el cine y
malbarató a veinte centavos para bebérselos de mezcal en el aguaje de La Pichona. Más $6.50 que
sacó de mandado la vieja en la tienda de raya, total que rayó “pinches” dieciocho reales, y todavía
de ahí dio una peseta de cooperación a la comisión que pide para ayudar al compañero Juan, El Ma
duro, que ya está haciendo la aguilita con los pulmones más aterrados que una caimana y la
compañía les hace un violín por sueldo, y cuando mucho el doctor gringo les embija de tintura
colorada, lo mismo si llevas un pie floreado que si tienes calenturas tercianas.

Y eso es todo. A Murguía no le dio el abono de los cinco pesos que le pidió prestados para ir a la
playa de Chametla; no le pagó los cincuenta centavos de rédito semanal. Y ni modo de escaparse. Si
ahí está como soldado de guardia, con su bolsa y su libreta a la salida de raya.

¡Pinche mendiguez! A veces le dan ganas de irse enganchado para Santa Rosalía cuando los
enganchadores vienen a la embarcada en el Córrigan II, pues recuerda cuando se hundió el Córrigan
I y se ahogaron todos los enganchados, salvándose solamente Vicente Ugalde; o de plano, agarrarle
la palabra y los tres pesos que le ofrece la Queta Castro. Si no fuera porque El Reumas ya se la
malicia y lo anda “clachando”. Y si lo agarra en el cácalo, lo sabe toda la mina porque es el mainate
de los burlescos con sus carcajadas que se oyen hasta el barrio del Anonal.

Al Boca de Cuero le acabó de llenar de piedritas el morral su vieja Altagracia “Altita”, que anoche
se le puso que la llevara al papaqui que daba el Melenas allá por el barrio del Faro, que, porque iban
a tocar los Frijoles con Hueso y la capitana de los que iban a dar el papaqui era su comadre Petra, la
Guzga, y tenía ya la bandera y los versos.

Cuando le contestó que se pusiera en paz porque no tenía ni un centavo, dio la rabiada, y se fue a la
casa de su mamá, en cuero, pues ni del tápalo se acordó y dejando enfermo al más chiquito de los
muchachos, que si no es porque le dio luego el agua de una coqueta de oro hervida y le untaron el
pechito con “agua del Carmen” se le había arriscado.

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Todo eso traía reflejado en la nuca ese domingo en la mañana, cuando le pasó lo que le pasó con
don Fortino.

¡Si la llevaba muy bien!

No sería una gran amistad porque don Fortino era del “Comercio”, pero con ese santo viejito nadie
la podía llevar mal. Un saludo a nadie se lo negaba pues como bien decía: “una gorda a cualquier
perro se le da”:

Pero... ahí estaba el perro. Ese día no había sido igual el saludo y hasta creyó percibir una sonrisita
pícara en sus ojos, bajo las antiparras. Y como el viejito era como la chin … chin brava, eso lo
había puesto desconfiado.

Pasó como todos los días, rumbo a La Concordia, donde hacía “la mañana” con unas copas de
mezcal.

Al pasar por la casa de don Fortino, (ahí estaba como siempre, con su cuerpo voluminoso encajado
en la poltrona) se medio detuvo para decirle:

—“¡Adiós don Fortino!” Pero él no le contestó “adiós muchacho” como siempre lo hacía, sino que
¡cosa rara! Le dijo:

—“Adiós amigo mío…”

Y ahí es donde entra Teríquez con el pistón ya no se quedó a gusto y se fue con la “carcoma”.

Es cierto que tiene la boca floja, pero a la gente que le ha arrancado muchas hojas a los calendarios
siempre les da su lugar. (Como también admite que estuvo en su lugar la metida a la cárcel que le
dieron).

Caminó despacio, pensando: “Amigo mío” le dijo don Fortino, y a él poco le falta para ser “saurín”.
Se puso a reflexionar.

Mío... mío... Miiiiio: así hacen los gatos.

Los gatos comen ratones.

Los ratones comen queso... (ya le llegó).

El queso lo hacen de leche.

La leche la dan las vacas

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Las vacas tienen cuernos... ¡Me quiso decir cabrón!

Y se devolvió llegando a la Concordia, se enfrentó con don Fortino y le gritó:

¡Chingue usté a su madre, en un bote pa'que haga ruido! Le echaron ocho días de cárcel y vuelta.

Pero es que ese día la traía de malas y cuando eso sucede, hasta los perros lo mean a uno.

PIE: Hotel las hermanas Camero hoy hotel Rosario.

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CAPIROTADA DE RECUERDOS

Las imágenes pasan como una película muda a la que yo le pongo títulos cuando despierto en la
madrugada y ya no puedo dormir. A veces siento la impotencia de no podérmeles unir a ellas para
irme con ellas y volver a vivir aquellos momentos... El querido amigo Víctor Escobar, “El Pollas”,
es un ardiente admirador de William Duncan desde la época de las películas silenciosas: “Las
Calaveras del Terror”, “La Moneda Rota”. Sigue asistiendo al viejo cine Crespo y sentándose donde
siempre, bajo la caseta de proyección.

Han pasado muchos años, su ídolo está ya viejo; ya no es el “muchacho” de la película sino el “papá
de la muchacha”; viene una escena en donde el “bandido” trata de abusar de la heroína y están
luchando en el porche de la típica casa de los ranchos del oeste. En esto sale el “Papá de la
muchacha”; “El Pollas” lo reconoce, es William Duncan. El anciano se cuadra, prepara la derecha y
le suelta al bandido un golpe a la mandíbula que lo manda rodando tres escalones abajo hasta
aterrizarlo en el suelo. “El Pollas” no se puede contener y en el silencio de la sala grita a todo
pulmón: “¡No se le quita lo valiente al hijo de la chingada!”.

... En la Sociedad Hidalgo ofrecen exhibiciones de esgrima y asaltos a sable, los jóvenes
subtenientes Antonio Haro Oliva y Arenal Camargo; vienen con el doce regimiento y Toño ya había
sido campeón de esgrima en una Olimpiada. Su incipiente noviazgo con la hermosa Thelma Briggs
provoca un duelo con Roberto Henders... El Maike Rivera lleva el correo a la estación del FF.CC.
en un auto para el que necesita cinco “changos”; uno va echando gotas de gasolina en el carburador;
otro le sostiene una manguera habilitada con un pedazo de tripa de lavativa; aquél se encarga de ir
subiendo y bajando una varilla; uno más le sostiene el capacete de lona y el último le tapa el aire
con un cartón porque no tiene vidrio delantero. Entre ellos están Porfirio Chavarín y Yeyo
Escobar... El Zarandas explota su gran espectáculo del guajolote bailador. Empieza con un vals,
“Sobre las Olas”: “taaaa-la-lalalaaaa…” y el guajolote sube displicentemente una pata con mucha
gracia y a ritmo lento sube luego la otra y así lleva el compás del Vals. Pero cuando se calienta
demasiado el comal en que el Zarandas lo tiene parado con un bracero debajo, el pobre animal baila
el charleston ...

El teniente, Jefe de la Plaza, a quien llaman “El Barrilito” porque es más fácil brincarlo que darle
vuelta trae loco a Rafael Rendón, encargado de la cantina y billares “El Palacio”. Rafael se quejó
con el coronel. “Cada que viene pide las cervezas, toma y toma y a la hora de pagar me dice:
¿Cuánto le debo? y saca la pistola de la funda. Naturalmente que yo le digo que nada. Luego la

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vuelve a meter”. El coronel recrimina a “El Barrilito” que es muy borracho sin agraviar a nadie y
éste aclara: “Es que me meto el dinero en la funda de la pistola para que no me lo encuentre la vieja,
pero cuando lo quiero sacar, don Rafael me dice que no es nada...”.

...En las playas de Chametla de ese año destacan tres acontecimientos: Uno: Por primera vez los
paseantes van a las Playas en camión. Es uno que se llama “El Pánuco”, enorme, que puede llevar
hasta nueve gentes sentadas y otros cuatro colgados de las varillas como “banderas de papaqui”: En
él se va la mitad de los viajeros y los demás ocupan como siempre el guayín, la carreta, el caballo,
el burro o sencillamente a pie. SEGUNDO ACONTECIMIENTO: En las fiestas se ofrece a los ojos
de la admiración una “cosa” que toca con la Orquesta Borrego. ¿Cómo se llama?, es la pregunta
general; tiene una tambora que el músico golpea con el pie; platillos, un palo hueco, otro tambor
más chico como redoblante, unos cencerros, un triángulo y otro montón de cosas más que
increíblemente toda ¡un solo músico! Una maravilla ¿Cómo le hace para atender a tantos
instrumentos? Y además, cuando tocan “La Tomasa”: “tengo una novia que se llama Tomasa”,
“Tomasa”: aquí suenen intempestivamente ¡tá-tá-tá-tá-tá-tá! seis disparos de una pistolita “22” qué
el músico increíble le agrega todavía más a su genial ejecución. El corro que se forma alrededor de
este individuo es mayor que los asistentes a los toros y se desplaza disciplinadamente hacia donde la
orquesta se traslada para tocar. Por fin, uno declara con suficiencia y acento doctoral: Se llama
batería y el que la toca se llama Rafael Elizondo...

Que luego se casa con la guapa Sofía Castelo EL TERCER ACONTECIMIENTO es el estreno de
la canción “La Casita” que estuvo a cargo de un jotito mazatleco muy curioso (los dos jotos
oficiales del Rosario ya están viejos y feos) que se llamaba “Toñita” y que cantó y cantó “La
Casita” durante los tres días de fiesta, día y noche sin parar ni alternar con otra canción, ni dejar al
pobre que se dedicara a actividades propias de su sexo… Nacho Costilla llega de una de sus giras
por el mundo, que hace vendiendo ropa, boxeando o como el jibarito, “jodiendo aquí, jodiendo
allá”. En una can tina contrata la banda de música y le toca ahí y en cuatro cantinas más. Luego se
la lleva por las calles durante toda la noche. Al amanecer, cansado se detiene ante la cárcel:
“tóquenme “El Adiós””. Se mete, despierta al alcaide: “Voy pa'dentro: ponle en el libro que por no
pagar la música... El Trompas y El Arado escenifican en el cine Crespo la pelea de box del siglo. Al
Trompas le recomiendan que coma bien para que esté muy fuerte a la hora del pleito; sigue el
consejo y una hora antes se come catorce gorditas, siete enchiladas y nueve tacos con Barbarita, con
mucho recaudo. En el primer round El Arado le da un golpe en el estómago y recibe a cambio en la
cara un borbollón de calabacita picada, cebolla, frijoles, pedazos de tortilla y un chile entero.
Termina la pelea porque El Arado pone fonda en su esquina.

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CUENTOS DE MI ROSARIO ...

El Rosario que yo recuerdo, de mi niñez y de mi juventud, se centra en mi Barrio del 22. A las tres
de la tarde, en verano, las mamás y abuelas se sentaban en EL UMBRAL de las puertas en donde
daba sombra, y colocándose sobre los muslos a las niñas procedían a despiojadas y desliendrarlas,
mientras otras familias, lata larga en ristre, nos preparábamos a ir a la orilla del río a cortar
guamúchiles.

Una vez por semana, casa por casa —visitaba un individuo que cargaba con un enorme bulto de
papeles. Era ello primer cuaderno de una novela que vendería por entregas. Lo dejaba para que lo
leyeran y a la semana volvía para confirmar quiénes tenían interés en recibir el cuaderno semanal.
Naturalmente que al iniciarse la novela, que indistintamente se llamaba “Infamias Aristocráticas” o
“Enterrada en Vida” la cortaban en lo más interesante, por lo que eran centenares de personas las
que tomaban la suscripción, que valía 25 centavos por cada cuadernito semanal. Y para que el símil
con las actuales telenovelas fuera más exacto, también el cuadernillo tenía más espacios en blanco
que escritura, como estas tienen más anuncios que novela.

A los años de estar recibiendo los cuadernillos, mi madre ya no sabía dónde ponerlos, pues era tal la
montaña de papeles que teníamos, que invadían ya media sala, (que era también comedor y
dormitorio), y nos ponían en el dilema de que ellos o nosotros tendríamos que irnos a la calle.

La “guaca” de la familia Cañedo era famosa. Asustaba a los madrugadores que pasaban por el
zaguán donde la tenían, pues rezaba a grito pelado y entonaba himnos religiosos que ponían los
pelos de punta.

Además, cuando los carboneros o leñadores gritaban ante el zaguán: ¡carboooón! “leeeeña de
raja...” La guacamaya les respondía: ¿A cómo?

Ellos le decían el precio e inmediatamente recibían la orden de “Túmbala”. El pleito se armaba


cuando los de la casa se negaban a pagar. Y eso era frecuente, tanto como la desesperación de los
desdichados carboneros que tenían que volver a cargar su mercancía.

En esa época los perros no tenían nombres gloriosos como ahora. Sencillamente se llamaban
“Solovino”, “Comecuandoay”, “Fierabrás”. Los pequeños, de las damas, eran “Fanor”, “Jazmín”,
etc., y en nuestros barrios pobres teníamos muchos perros famélicos, seguramente para que a la hora
de repartir el hambre nos tocara de a menos.

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Las bandas de música todavía no tocaban los Toros Mambos, sino que se lucían con composiciones
de don Severiano Moreno, valses de Campodónico música de esa que “apestaba a difunto” y
provocaba riñas, como “El Toro”, “El Palo Blanco”, de cuya música se apropió Chela Olmos “La
Bandida” para “componer” su “Siete Leguas” y una que decía:

El domingo la conocí,

el lunes ya platicamos,

el martes la enamoré

y el miércoles nos casamos.

El jueves le di de palos,

el viernes se confesó,

el sábado se murió

y el domingo la enterramos.

Vamos al cine algunos muchachos de mi barrio. Pasan una película en que actúa el “Indio Calles” y
naturalmente interpreta a un indio. Personalmente viajaba con su producción, (de las primeras y
silenciosa.) El fin de la película es triste, nos enternece y hace llorar porque al pobre indio lo
asesinan cruelmente no recuerdo si a balazos, cuchilladas, escobazos o mordidas, pero lo vemos
morir, agonizar poco a poco a manos de los “caras pálidas”, los blancos. Ahí queda su cadáver.

Se encienden las luces y oh sorpresa y pánico. Ahí está el indio, vivo y sonriendo, saludando al
público, mientras a nuestro lado se oye un alarido: Es Susana la hermana de el Aguililla, que
esconde aterrorizada la cabeza entre las piernas y grita despavorida: El Indio... El Indio...

También tengo la suerte de ver los títeres de Rosete Aranda, pues doña Cruz Schneider me paga el
boleto a condición de que lleve a sus nietos, Poncho y María Luisa.

Los títeres miden sesenta centímetros y actúan en dramas, operetas, zarzuelas, comedias y sainetes
como si fueran personas.

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Pánfilo el jardinero forma palabras con ramitas de “carnaval” en el jardín del viejo palacio
municipal: “Feliz Año Nuevo”, “Viva México”, según la fecha que se conmemora.

Los “dichos” de moda son: “Te cae la grande” que era como decir “te condenas”. Así pues “Te cae
la grande si no es cierto lo que dices”.

Nació entonces el verbo “Vacilar”, que fue un comodín: Te vacilé, o me vacilaste, era lo mismo que
te engañé o me engañaste. “Fulano es muy vacilón” (muy gracioso). Esa sólo te anda vacilando
(engañando, riéndose de ti). En la cantina “La Concordia” los Ardito inventaron una bebida a la que
llamaron “Vacilón” y hasta compusieron un fox que se llamaba “San Pedro Vacilando”.

Cuando llegaba uno a un grupo y se sentaba en lo que tuviera al alcance, le gritaban: ¡te sentaste en
el pozo de la mierda! Naturalmente que el advertido pegaba un respingo, revisaba alarmado su
accidentado asiento, silla, cajón o lo que fuera y ante las carcajadas de los demás, caía en cuenta de
que el pozo lo llevaba en el trasero.

Después vinieron frases que se popularizaron, como: “No te ananches, no estás tan cuero”. “Estas
como rifle, peinado “a la valentino”; “vestido”, “tutankamen”, “peinado femenino “a la bob”.

Aparecen las primeras muchachas con el pelo corto, con melena Carolina Schneider y Cuquita Iribe,
lo que se populariza de inmediato, no obstante burlas, críticas y demás: “Se acabaron las pelonas, se
acabó la pretensión; la que quiera ser pelona pagará contribución” decía una parodia.

Los pollos de moda empiezan a ponerse choclos en lugar de borceguíes, con lo que se ven obligados
a usar calcetines de seda, a fin de lucirlos, pues también el pantalón se acorta.

Aparece la brillantina para el pelo, pero es sustituida luego por el aceite quinado, que vende en su
farmacia Cástulo Beltrán por cincuenta centavos llevando la botella. Es verdad que doma cualquier
pelo por rebelde que sea, pero cuando hace calor corren por la cara unos chorretes untuosos,
grasientos.

Se empiezan a usar las cachuchas y los zapatos “tenis”; valen $2.50 tanto unas como los otros, pero
también llega, blanco y fresco, el “canotier” que es el complemento de un atuendo elegante para el
verano, y usan los “parguitos” como Cástula Núñez, Polo Navarro, Roberto Rojo, el Güero
Astengo, el adonis Alejandro Aldrete, Salvador y Lupe Lizárraga, Alfredo Torres y todos los
jóvenes que podían gastar los once pesos que costaba un “carrete” de paja.

Llega Nacho Costilla de uno de sus viajes, con pantalón balón y canotier.

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Aprovecha la estancia de la famosa Banda de Música de Sebastián Sánchez, de Concordia, que vino
para tocar en las fiestas de “Las Playas de Chametla”. La contrata y empieza un recorrido por las
calles. Con la música siguiéndolo y un esclavo cargando un cartón de cerveza. Le tocan toda la no
che. Al amanecer pregunta cuánto debe: Son once horas a seis pesos. “Aquí me van a tocar la
última” les dice y los lleva frente a la cárcel. Mientras, le tocan “El Adiós”.

Nacho entra a la alcaldía y le pide al empleado que lo anote en el libro de entradas y lo pase al
interior de la prisión. “Pero, ¿cuál causa de la detención le pongo?”, alega el alcalde: “POR NO
PAGAR LA MÚSICA”, le aclara Costilla.

¡JALA…! TE DIGO...! “Llegaron nuevas... de Tuxpan... sin semilla... “El Coyotito”.

Es el Rosario de los 30-40. En los bailes Memo Elizondo y Popo Castañeda bailan “Los Indios”,
Juan Castañeda zapatea arriba de una mesa y Herberto Pardo y Amparo Valenzuela cierran el
festejo bailando el jarabe Tapatío.

“El Gringo” Daniel Hickey hace una agringada interpretación de “El Carbonero”: Con una cobija
terciada y sombrero de palma, canta: “Carbonero soy siñor ay, ay, ay, que vengo de Zacatecas ...” y
aquí ensaya unos pasos de baile acompañado por la orquesta Borrego y las carcajadas de los
asistentes.

Cástulo Núñez baila vestido de mujer “El Momento Musical” de Schubert y el público masculino le
tira besos y luego maltratadas cuando al terminar se quita los velos. También sale a la calle
disfrazado de Charles Chaplin, halando un perrito.

El Gallito se inicia en la política y su primer discurso lo empieza jactándose de su identificación con


el pueblo: “Compañeros ejidatarios, ustedes saben que yo siempre he servido con el de abajo” pero
ahí lo interrumpe un grito de El Ratonini: “A la salida te espero chiquitito”.

Chema Burgueño volvía de Los Ángeles, California, echando pestes contra los gringos.

Había llegado a la casa de Trini Lomelí y el primer día que amaneció ahí quiso salir a dar la vuelta a
pie. Trini le advirtió que podía perderse, pero Chema le aseguró que no sucedería, pues previamente
había apuntado en un papel el letrero de la esquina y el número de la casa, con lo que llevaba el
nombre de la calle y el número. Pero cuando por la tarde quiso volver a casa recurrió a un policía, le
mostró el papel y le hizo señas de lo que quería saber; sin embargo, el policía sólo le dijo “O.K.
Renegando acudió a otro y otro más, pero siempre obtenía la misma contestación: O.K.

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Oscureciendo ya, se topó con un paisano que hablaba inglés le mostró el papel y le preguntó dónde
queda aquella calle cuyo nombre había apuntado copiándola de la esquina de su casa.

El paisa, pacientemente, le dijo que el papel decía “Se prohíbe fijar anuncios”, no. 1324.

Teléfonos del Estado proporciona el único servicio para comunicarse a las poblaciones de Sinaloa.
Yo hablaba a una novia que tenía en Mazatlán.

Ocurría a la central, en esquina de Rosales y Damy, donde me atendía muy amable Chayo Urrea,
quien desde luego iniciaba el que habría de ser un largo y complacido trámite.

Descolgaba la bocina y gritaba: ¡Potrerillos... Potrerillos...! Hasta que alguien atendía a los
chillidos. Toñita, dame Agua caliente. Te tengo una para Mazatlán... Agua caliente le daba
Villaunión y éste, por fin, a Mazatlán. De donde mi novia Queta creía hablar conmigo, pues en
realidad, Villaunión le decía a Aguacaliente que le dijera a Potrerillos que me dijera a mí, que... Y
la verdad es que cuando me daban el recado había sufrido tal tramutación, había sido tan
deformado, que lo que yo le decía no tenía ninguna relación con lo que ella contestaba y tras de
media hora de gritos con los que todo el barrio se daba cuenta de mis reclamos amorosos, dejaba yo
por la paz el intento y pagaba los 75 centavos de la conferencia, que no fueron muy tirados a la
calle, porque terminé enamorando a la telefonista.

El Coyotito inicia su negocio de vendedor ambulante de fruta. Había sido un magnífico “short” en
la primera novena de beis que tuvo El Rosario, y era muy popular. Pero más se hizo la forma de
anunciar su mercancía, que llevaba en un burro a quien le decía “JALA TE DIGO”, por lo que
terminó siendo “EL JALA” en vez de “Coyotito”. Luego venía el pregón: “Llegaron nuevas de
Tuxpan”, se refería a las naranjas, pero todo mundo captaba la interpretación, pues así le decían en
los cabaretes al “ganado bravo” que llegaba precisamente de Tuxpan. Pero el asunto se agravaba,
pues El Jala agregaba: “llegaron nuevas”: “SIN SEMILLA”.

Conrado Beltrán nunca ha entrado a una cantina. Jamás se ha tomado “un trago” o una cerveza. De
ello dan fe todos los habitantes El Rosario.

Por ello al entrar en la cantina y billares “El Palacio de Cristal” el propietario, Rosendo Osuna,
hombre serio, casi adusto si no es con sus amigos, lo ve llegar con desconfianza.

Pero cuando se acerca y le pregunta “si tiene cerveza”, Rosendo empieza a enchilarse, pues ¿a quién
se le ocurre preguntar en una cantina “si tiene cerveza”? Gruñendo le responde que sí.

“¿A como das el cuartito?” Quiere saber Conrado.

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“A 25 centavos”, casi ladra Rosendo.

“¿Tienes botana? (La botana clásica de El Palacio es de sal y nanches).

Conforme con los datos que Conrado recaba, pide una cerveza “que esté bien fría''.

Media hora después todavía tiene un resto en la botella, y después de besarla una docena de veces,
se le termina por fin y pregunta.

¿Cuánto le debo? Rosendo echaba chispas ya.

“¡Ya te dije que vale 25 centavos!”

¿Tienes feria de un billete de cinco pesos?

¡Sí tengooooo!

Pues dame la feria y ahorita te mando el billete.

“¡Te doy un demonio! Mejor te regalo la cerveza, pues ya sabía, desde que te vi entrar, que no era
para nada bueno...”

Yo quise mucho y mucho respeté a Rosendo, y creo que desde ese día lo vi desmejorar.

Cuando él murió, se hizo cargo del negocio su cuñado Rafael Rendón. Un hombre bueno, sencillo,
tímido, que me hizo prometerle que continuaría ayudándole como lo hacía con Rosendo. (Yo era
Jefe Subalterno de Hacienda).

Y por ello, transmití al General Jefe de la Guarnición en Mazatlán una denuncia que Rafael me
hizo. Resulta que el encargado de la partida militar en El Rosario, un teniente a quien apodaban “El
Barrilito” porque efectivamente tenía cuerpo de “tibor”, acostumbraba tomar cerveza que nunca
pagaba, pues, según Rafael, cuando ya estaba briago preguntaba cuánto debía, pero al mismo
tiempo se “papaloteaba” y se desabrochaba la funda de la pavorosa pistola 45 que llevaba al cinto,
en un gesto de clara amenaza.

Ante esto, Rafael se amedrentaba y le decía que “nada, que no” debía Nada.

El General envió a un oficial para investigar el abuso del Barrilito y lo careamos con Rafael.

“Es que el señor nunca me quiere cobrar, alegó el Barrilito”.

“¿Y cómo le voy a cobrar si cuando me pregunta se papalotea la pistola?”

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“Es que el dinero lo llevo dentro de la funda, —se defiende El Barrilito— pues es único lugar donde
la vieja no lo encuentra”.

El asunto terminó con una carcajada general.

El doctor Ortiz, que es Jefe de Salubridad, fue requerido esa noche de lluvia para atender a un
paciente en la estación del F.C. a cinco kilómetros de la ciudad.

—¿Cuánto me va a cobrar, doctor? Le pregunta el interesado.

—Dos pesos.

—Es lo que se cobra por una consulta a domicilio.

—Vámonos.

Ortiz aborda su Chevrolet verde y al llegar al pequeño caserío de la estación pregunta al cliente
donde es la casa del enfermo.

—Aquí bájeme, doctor y devuélvase no hay ningún enfermo. Es que ningún carro de sitio quería
menos de cinco pesos por traerme...

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LOS DÍAS DE RAYA

Era la época en que cada sábado por la noche los mineros finiquitaban sus disputas a puñaladas. A
las tres de la tarde daba principio la “raya” cuyo acto era un verdadero ritual. En la caseta que se
encuentra a la vera del camino que da acceso a la Escuela Secundaria, se reunían Alberto Machado,
Juan F. Urrea, Rodolfo Luna, y eventualmente algún otro de los empleados del “Tajo”, para
proceder a efectuar el pago semanal a los trabajadores de las diversas dependencias de la Mina.

Con las listas de personal a la vista, de adentro daban el nombre del trabajador a quien correspondía
“rayarle” y entonces Chuy López “El Golondrina” lo repetía a grito pelado, como lo hacen en las
loterías. El nombrado se acercaba entrando por el lado derecho para salir por el opuesto con la
cuarta o quinta parte de lo que le correspondía de salario, pues le descontaban lo pedido en la tienda
de raya y los boletos que por metros sacaba también durante la semana en el cine, y que había
vendido a mitad de precio para tener efectivo.

De ahí indefectiblemente se iba el minero al “aguaje”, o sea el lugar que sin ser cantina vendía vino,
mezcal, en forma relativamente reservada. Fueron famosos los aguajes de doña María Félix, donde
también hacían pozole; el de Teodora a últimas fechas, y con la Siete Lunares.

Había un minero a quien apodaban “El Grillas” que tuvo siempre fama de ocurrente y, sobre todo,
de poco o nada escrupuloso o asqueroso como dicen las gentes. En diversas “tomadas” con sus
compañeros en los aguajes los hizo salir corriendo a vomitarse y no volver a comer en dos días. En
una ocasión y al tomar el primer trago de la “toluquita” que se estaba pasando por turno, metió la
mano a la bolsa, sacó algo negrito y le dio una mordida, masticando luego en forma muy ostensible,
algo al parecer muy sabroso y tostadito. Los compañeros le pidieron que les pasara la botana y él les
dijo que era “obispo” de puerco (El obispo es la “chanfaina o buche” o sea el estómago del puerco
frito). Se hizo mucho de rogar y por fin accedió a que cada quien le diera una “mordida” nomás. Así
lo hicieron mientras él cubría con las manos la botana, dejándoles sólo un pedacito para morderle.
Después se dieron cuenta de que era un sapo muerto y seco, con el cuero apergaminado y tostado.

Otra vez se puso a comer un pollo recién nacido completamente vivo también como botana; pero
cuando doña María Félix lo sacó a escobazos fue el día en que les ofreció “mango verde” de botana
a sus compañeros, y traía ya el perico de doña María listo para morderlo.

De todos éstos y otros incidentes surgían siempre dificultades, que tomaban trágicas proporciones al
calor de las copas y allá por la media noche o en la madrugada del domingo, salían a relucir las

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dagas y los puñales, así como las pistolas en algunas ocasiones, empeñándose los mineros en
sangrientos duelos cara a cara que dejaban a uno o varios de ellos tendidos y agonizando en el
suelo. El heridor, por lo regular huía a los Estados Unidos o a Santa Rosalía, mineral que acogía con
beneplácito a todos los mineros de esta región, pues tenían fama de trabajadores y competentes.

Así se fueron Filemón Hernández “Firrichi”, Carlos Camberos (ambos magníficos peloteros),
Pancho Vizcarra y tantos otros, habiendo sido una de las muertes que más consternación y revuelto
causó la de Miguel Patrón, que también era de los que tenían fama de “hombrecitos” y “entradores”.

Yo iba a la “raya” porque llevaba el encargo de recoger los salarios de algunos de mis vecinos del
barrio. Con las “boletas” de Efrén Rodríguez, Hilarlo Gárate, Cirilo Rendón, Cástula Beltrán Pasos
y Aurelio Velázquez, (padre de “Los Tenampas”), me plantaba en la loma de la Cruz desde las tres
de la tarde y paraba oreja cuando empezaban a gritarles a los del departamento que yo llevaba;
Cirilo y Cástula trabajaban en el taller y eran casi aprendices con unos siete o diez pesos de sueldo
semanal. Efrén era pasa carbón de Hilario era aceitero. Por su parte Aurelio era minero guarda
cuarto.

Los que más ganaban eran los de “la Planta” o sea Hilario y Efrén, como unos tres pesos diarios. A
mí me daban veinte centavos cada uno por la raya y cinco centavos por llevarles diariamente el
almuerzo.

Cirilo Rendón y los muchachos que trabajaban en la “superficie” se daban otra categoría y el sábado
llegaban ya muy guapos a La Concordia, en donde Luis Ardito y su guapa cantinera Bertha les
arreglaban unos mejurjes que Ardito bautizó con el nombre de “Vacilón” (por ese tiempo se había
adoptado como comodín para toda ocasión la palabra “vacilar” que lo mismo significaba divertirse
que burlarse, parrandearse, bromearse, etc).

Con unas diez copas de “vacilón” Cirilo llegaba al barrio muy eufórico, y como contiguo a nuestra
casa, donde él vivía, tenía a su novia Chuy Sánchez, era de cajón la serenata con la orquesta
Borrego que, con Pancho Mena al violín, se lucía tocando “Ojos de Juventud”, “Loca”, “El Carro
del Sol”, “Nena”, “Cruz de Mayo” y todo lo que era de moda entonces, y que arrullaba dulcemente
nuestros sueños de niño mientras los gritos de Cirilo retozaban alegremente por la angosta calle,
entre suspiros apenas contenidos; entre sueños de amor de las muchachas; entre recuerdos y
añoranzas de los viejos, que deben haber sentido lo que ahora siento yo cuando escucho que las
notas de una vieja canción rompen el mudo cristal de la noche rodando por las empedradas y
angostas callejuelas de mi Barrio del 22.

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PIE: Este dibujo de El Rosario lo hizo un oficial al mando del general Castagny, durante la
Intervención Francesa en el sur de Sinaloa, iglesia de Matatán, Rosario.

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LA PIANOLA DEL CINE CRESPO

Creo que el Cine Crespo es un monumento histórico y un empolvado arcón de recuerdos del cual
tuviera la enmohecida llave don Juan Grey, el viejo. Sus diarias funciones señaladas con epítetos
especiales de “Lunes Obrero”, “Martes de Moda”, “Miércoles Volchevique”, “Jueves Social”,
“Viernes Azul' fueron una de las tantas ideas de don Juan, que hacía de la consuetudinaria y
monótona función un espectáculo diferente. El lunes para los trabajadores con precio especial; el
martes un boleto para cada pareja; el miércoles cinco centavos galería; el jueves la película “de arte
con la Manzini, Gloria Swanson o Pola Negri (para los ricos y los popofs) el viernes azul la
actuación de la orquesta Borrego estrenando canciones con la bellísima voz de María Borrego.

Don Pánfilo era quien repartía los programas y luego recogía los boletos a la entrada. Era gordo y
barrigón y con un corazón de oro. Los chamacos nos hacíamos bola en el pórtico y nos le
acercábamos para sobarle el panzudo vientre, lo cual nos granjeaba la entrada.

Todo mundo le preguntaba a Pánfilo cómo estaba la película de esa noche, pues invariablemente
contestaba: “Muy buena... muy buena”; así es que saludo obligado a todas horas era ¿“Qué tal
Pánfilo, la película de hoy”? Muy buena, muy buena.

Pero cuando estaba jugando Pánfilo, (que le encantaba) y llegaban a decirle que don Juan Grey lo
mandaba llamar para que repartiera los programas, arrojaba las cartas a la mesa hecho una furia y
gritaba “al cabo para lo que sirve la tiznada película esa”.

Don Juan Grey inventó entre otras cosas unos tiliches que hacían de ventiladores, por cierto, muy
efectivos. Se trataba de dos flechas que iban a todo lo largo del salón de cine, una a cada lado y un
poco más altas que el nivel de la galería, las cuales llevaban montados en trechos de unos dos y
medio metros unos rectángulos de lámina de las mismas medidas. Un motor eléctrico accionaba las
flechas por medio de poleas y al hacerlas girar giraban también los rectángulos de lámina que en esa
forma suplían el aire acondicionado que ahora tienen algunos cines. Desgraciadamente, cinco
noches de cada semana se salía la banda que pasaba sobre la polea para ir a caerle indefectiblemente
a don Gregorio Iribe (q.e.p.d.), y quedarle a modo de collar sobre los hombros; esto sucedía porque
cada persona de las asiduas al cine tenía su lugar predilecto para sentarse y el de don Gregorio era
ese.

A la entrada del cine tenía don Juan una gran pianola “sinfónica” que al tocar sonaba platillos,
timbales, pífanos y no sé cuántas cosas más. Hacía más ruido que un puerco atorado en un cerco y

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era eléctrica también. Cuando el muchachero estábamos en galería gritando, pateando y silbando,
nuestro escándalo cesaba como por encanto al aparecer don Juan tras la cortina roja de la entrada,
recargarse en uno de los postes que sostenían la caseta y golpearlo para dar una señal a los
manipuladores. Sonaba luego el último timbrazo a dar principio la película de Eddie Polo, William
Duncan Cari Marcado, Mari Walcamp, Art Acord y tantos otros “tejanos” que con Antonio
Moreno hacían nuestros ídolos. La pianola tocaba “Hacia el Norte” de Juanito Gutiérrez, y los
episodios de “Las Calaveras del Terror “ o “La Moneda Rota” pasaban ante nuestros ojos azorados.

Por mi barrio las diversiones eran variadas; para grandes y chicos, el cine una vez a la semana; para
la muchachada, circo que formábamos los elementos de empuje de la barriada, reforzados por
algunos otros de reconocida fama, aunque no de nuestra zona, como Rafael Murguía, que era un
magnífico payaso con traje y todo, además de que andaba en el alambre. Otro buen cirquero era
Cornelio Guzmán, hermano menor del “Chiles”, muchacho muy fuerte y noble “volaba” las barras
como una estrella del Beas o del Atayde. “El Teo”, Quico Sánchez, “El Carrañas”, “El Colas, “El
Curco”, los Morales, El Gume y yo, hacíamos por turno una especie de pirámide que a nosotros nos
parecía la octava maravilla pero que sinceramente arrancaba pocos aplausos a la concurrencia que
había pagado dos centavos y uno por la entrada. Las bailarinas eran Las Cabanillas, María y Sabina,
o bien Lupe Luna, La Beba Morales y Chepina. El local fue primero el patio de mi casa, hoy de
José Torres Ornelas, pero desgraciadamente una noche se quemó el circo con el candil que teníamos
en la enramada de jarilla seca que hacía de vestidor y tuvimos que emigrar más al oriente, hasta la
Sirena, porque mi abuela me arrimó una friega de perro bailarín y nos corrió debido al incendio.

Por su parte, los grandes también se divertían a discreción. El día de alguna señora del barrio, por
ejemplo (mi Madre, mi Abuela, Sixta, Tomasa o la Chila Castelo, la bellísima María Espinoza, o
Virginia Morales) la “chorcha” empezaba desde temprano. A las diez de la mañana había que regar
y barrer hasta sacarle sangre al piso de ladrillo de la sala recámara-comedor de la mansión. Casi a
esa misma hora empezaban a llegarlos “presentes” que consistían, con muy ligeras variantes, en una
pintada zafata conteniendo seis toluquitas de “sodas” de grosella, fresa, limón y piña. Una “mano”
de plátanos manzanos y todo ello rodeando a floreado florero de cristal, conteniendo perfumado
bouquet. Total cinco centavos de flores, dieciocho de las “Graciosas” que al menudeo costaban
cinco por docena a tres centavos cada una y cinco centavos de la mano de plátanos. Claro que
encima de las flores y artísticamente encajada entre ellas lucía una tarjeta postal escarchada y a
colores en la que aparecía una mujer con cara de perfecto óvalo, cabellos como cascada en los que
asoma un peinetón de carey y con piedras falsas; ojos como lagunas y boquita de pichel; sobre el
pecho atrevidamente mostrado por el escote futurista un enorme ramo de flores (otra vez) y un gran

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letrero encima que decía “FELICIDADES”. A veces la tarjeta representaba dos manos de distinto
sexo enlazadas a las que formaban marco algunas blancas palomas jalando un listón azul o rosa con
los piquitos; o bien una pareja, él sentado y ella parada, apoyándose ella con la mano derecha sobre
el hombro de él, y sosteniendo en la izquierda, al estilo de la estatua de la libertad, el consabido
ramo de flores.

A las 12 más o menos empezaban a llegar las amistades para saludar a la festejada y comenzaba
también la sencilla “química” casera. Con champañero tronar de corcholatas se destapaban las
multicolores “graciosas” vaciándose en una gran olla. Luego se agregaba un galón de oloroso
mezcal de con doña Domitila o de Mateo el del Mesón y ¡listo! ¡Qué sabrosos cocteles y qué
borracheras de las mujeres! Algunas no querían tomar porque estaban “medecinándose” (eterno
pretexto para reírse de las que emborrachaban) pero prontito se daban cuenta de que la cosa iba en
serio, pues Sixta Castelo no andaba con bromas, se los echaba en la cabeza. Antes que nada, ya se
había aparecido Chano Mora con su guitarra y entonces se armaba el griterío, porque Chane era
guapo, simpático, “jalador” y era también el trovador del barrio y todo el Rosario. Cantaba con una
bien timbrada voz de barítono, (absoluto contraste de las atipladas voces afeminadas de los “tríos”
Pancheros y Diamanteros de ahora) y se acompañaba magistralmente con su guitarra, a la que no
faltaba el moño rojo y la cola de culebra de cascabel dentro de la caja armónica para darle
sonoridad. Sus mejores éxitos eran aquella que decía “Hay un lirio que el tiempo lo consume, “La
hija del penal”, “Mundo engañoso”, “Ya la tarde”, “El serranito”, “Cruz de mayo y Flores frías”.
Pero sabía todas las canciones y cuando cantaba alguna nueva las mujeres jóvenes le pedían que se
las “asentara”, pues entonces no había más donde oírlas, ya que el único que tenía grafófono era el
“Tres Piedras''. El grafófono del “Tres Piedras” era famoso en el barrio porque lo tocaba y escogía
discos estando ciego. Un balazo le llevó ambos ojos y parte de la nariz.

PIE: Carta de Pedro Infante a don Carlos Hubbard.

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PEDRO INFANTE QUE YO CONOCÍ

Si los Infante no eran famosos en el Rosario, Sinaloa, por lo menos eran muy conocidos entre los
ocho y diez mil habitantes con que el entonces mineral contaba.

Había varias razones para ello; su papá, Delfino Infante, era músico de la “Orquesta Borrego” (Los
Borrego, le llamaba todo mundo). Tocaba el violón.

Y “Los Borrego” constituían la mejor orquesta del mundo.

Pruebas del canto; doña Laura fue a San Francisco, California, la llevaron a escuchar un concierto
de la Orquesta Sinfónica de Filadelfia y cuando le preguntaron su opinión. ¿Qué te pareció la
Sinfónica? Les contestó con un dejo entre tolerante y conmiserativo; “Tocan bien... ¡Pero a toda ley
“Los Borrego”!

¡Ya ven ustedes!

Pues con ellos tocaba Delfina y hasta componía piezas de música.

Le hizo un himno a la Sociedad Mutualista Hidalgo, que los mineros fundaran en 1910 y aún existe,
aunque ahora ya no hay mineros y otros son los que menean la olla.

También eran conocidos los Infante, porque su abuelito, Domingo “Mingo” Cruz, papá de doña
Refugio “Cuca” Cruz de Infante, hacía velas, era carpintero, usaba unos calzones blancos a la altura
de las espinillas, era “güero” y muy enamorado. Tenía tres hermanas que, al casarse, fundaron los
clanes Manjarrez, Cristerna e Ilizaliturri, que forman una legión y aún radican en El Rosario.

Delfino y Cuca tuvieron nueve hijos; Chayo, Ángel, Pedro, Carmela, Concha, Cuca. Consuelo, José
Delfino y Socorro. Pedro nació accidentalmente en Mazatlán el 18 de noviembre de 1917 a las 2:30
de la mañana, en la calle Camichín No. 508. Se presentó a registrarlo el 6 de diciembre del mismo
año, haciéndose constar en el acta, que los padres del niño eran naturales del Rosario, el señor
Delfino Infante, hijo de Elena Infante y Sinforiana García (ella de Rosario, el de Acaponeta) y
Refugio, de Domingo Cruz y Catalina Aranda.

Fueron testigos José Loreto Juárez, que viniera a Rosario con los hermanos Borrego, formando un
cuarteto con Gabriel, Nacho y don Manuel, padre de ambos. Loreto falleció hace algunos años en
Mazatlán; era propietario de una tintorería llamada “Joloju”. El otro testigo; Salomón Donjuan.

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Chayo se casó en Rosario con el fotógrafo Guillermo López Castro y vivieron frente al Santuario en
Culiacán, en donde ella falleció hace algunos años. Era bellísima, blanca, sonrosada y la vimos
representando a “La Patria” allá por los veintes, en un aniversario de la Sociedad Mutualista de
Hidalgo.

Mi primer recuerdo de Pedro data del 23 de septiembre de 1925 día en que su hermano Ángel lo
llevó a matricular en la Escuela Benito Juárez de Rosario, siendo director el profesor Julio
Hernández. Pedro tenía 8 años, sin cumplir.

¿Qué cómo puedo precisar con tal exactitud la fecha?

Efectivamente sería extraño e increíble que pudiera hacerlo, pero, por favor, permítanme explicar
las circunstancias; formaba yo parte de un grupo de aspirantes a maestros que habíamos salido del
sexto grado ese mismo año en julio y ayudamos al director en las labores de inscripción lo mismo
que los maestros, en tanto daban principio las clases.

Entre los maestros estaba Miguel C. Ontiveros, inteligente, juguetón, bromista, incisivo, que traía
de un ala a Lolita, una maestra joven y agraciada, pero de pocas luces y mal aprovechados sus 6
años de estudios elementales.

Abusando de la absoluta carencia de relaciones que la maestrita tenía con la semántica, Miguel le
decía al verla llegar; “que hermosa vienes hoy. Pareces una linda meretriz”.

Ella, inocente, la contestaba ruborosa: “¡Ay Negro ni la burla perdonas!”.

Posteriormente alguien le explicaba a la “linda meretriz” lo que le habían querido decir y arremetía
con lo que tenía a mano contra Miguel.

En tal estado de ánimo estaba ese día en que le tocó inscribir a los alumnos, y que llegó Ángel con
Pedro de la mano:

¿Nombre del niño? —Preguntó la maestrita: “Pedro Infante, dijo Ángel”.

¿Edad? —Va a cumplir ocho años.

¿Nombre de su padre? —”Delfino Infante”.

¿En qué trabaja? —Es músico, dijo Ángel.

Aquí intervino Ontiveros; “Ponle filarmónico”, dijo.

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Como si le hubieran azotado el rostro o levantado las enaguas, la maestrita se volvió hecha una furia
hacia Miguel, a punto de saltársele las lágrimas y dolida de una ofensa que no sabemos de qué
magnitud consideró, le escupió: “¡Desgraciado! ¡Nunca se te quitará lo meco y majadero!”.

Esta escena es la que me hizo recordar siempre la carita del niño que inocentemente fue la causa de
una escena de sainete.

Pedro cursó algunos años en la escuela de El Rosario. Ahí están sus calificaciones, listas de
asistencias y fotografía del grupo a que perteneció.

Sin embargo, nuestra relación de amistad se inició en 1933-34, cuando, viniendo yo de la oficina de
correos en donde trabajaba como cartero, Pedro me abordó saliendo de la barbería de “Poli”
Lizárraga, en el edificio “El Palacio de Cristal”, para pedirme que le enseñara a tocar guitarra.

Desde ese mismo momento, y luego diariamente, me esperaba a que pasara a mi casa a comer y se
iba conmigo para practicar en una gran guitarra séptima que mis amigos me habían regalado
suscribiéndose de a tostón y peso, para completar los $20.00 en que se las dio “El Tais” Zepeda, su
constructor.

Yo me fui a Navolato y como él tenía casa con sus hermanas en Culiacán allá nos veíamos. Los
domingos se iba a Navolato y tocábamos juntos. También iban a que les enseñara lo que yo sabía,
Enrique Sánchez Alonso “Negrumo” que entonces era boxeador, Fausto Miller, un jovencito con
una voz maravillosa de barítono, y para oírnos, Gilberto Figueroa, que entonces era propietario de
un “fotingo” de cuatro, modelo 1928.

La mejor orquesta de Culiacán era “La Estrella”, del Cachi Anaya, que entonces aún veía, aunque
con visión ya defectuosa. Llegó luego la de don Pedro Álvarez, de Navolato, reforzada con el
violinista rosarense Manuel Borrego, a quien yo me había traído de La Paz. Don Pedro fue el
maestro de “El Sirolas”, director de la Orquesta de la R.C.A. Víctor, y tenía como baterista y
arreglista a Manuel Rocha.

Y precisamente el día en que Manuel Rocha se casó con Carmela Salcido, evento en el que fui
padrino, se reunieron a tocar “La Estrella”, el conjunto de don Pedro Álvarez y una orquestita a la
que decían “La Rabia” en la que Pedro Infante tocaba la batería.

Esa madrugada, después de la fiesta de bodas, fuimos a dejar a los novios a su casa, unos cuartitos
que estaban casi frente al viejo Palacio de Gobierno, por la calle Obregón. Ahí nos sentamos a
media calle y ahí me dijo Pedro que se iba a México, platicándome las circunstancias de su partida
y relatándome hechos que yo ya conocía, de sus relaciones amorosas.

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Pedro era reservado, su escasa preparación escolar lo inhibía cuando se generalizaba la plática; en
cambio El Negrumo era confianzudo, vivaz y su conversación era buena, ya que le daba por la
composición y su primera canción, “Culiacán” que hizo entonces (1935), tenía ya inspiración y
genio.

Pedro y yo nos volvimos a ver en México cuando él estaba convaleciente del accidente en que se
fracturó el cráneo. Luego más de cerca y con más frecuencia, de acuerdo con mis viajes a la capital.
Vivía ya por Rebsamen en casa propia, y a Delfino y Cuca les compró una casa en la colonia Linda
Vista, calle Sierra Vista No. 68.

Allá vivían también Berta, hija de Ángel, José Delfino, Carmela con sus hijos, los hijos de Chayo
que estudiaban allá, y toda la Infantería como decía Cuca.

Cuando nos reuníamos era un festejo. Yo platicaba anécdotas de Delfino como músico de la
Orquesta Borrego y él me la “mentaba” diciéndome que eran “tallas” que yo le sacaba.

Socorrito se casó y enviudó al mes.

Pedro vivía ya con Irma Dorantes en el kilómetro 18 ½ de la carretera a Toluca. Ahí tenía su
saloncito de cine, gimnasio, barbería y una capillita.

Nos pasábamos el día platicando, mientras Lino Botello (boxeador), compadre de Pedro, nos freía
chorizo del Rosario.

Entonces filosofaba y me decía; “Mira mano; en cada familia hay un pendejo. En la tuya tú y en la
mía fui yo. El pendejo es quien carga con todas las responsabilidades de la familia, a quien se
recurre para todo. Y no porque tenga más posibilidades ni más edad. Los padres consienten al que
se aprovecha del pendejo birlándole la ropa, haciéndolo pagar sus deudas, obligándolo a través de la
madre a que lo saque de los aprietos en que se mete. Y esto se acepta como algo natural; Tú eras
bueno y responsable, púes tú te jodes...

Falleció Delfino. “El Viejo” como le decíamos. “Viejo Pinche” le decía Pedro. Hicimos cuentas y
ese mes se gastaron $80,000 en la casa de Cuca.

Una mañana fuimos desde Linda Vista a llevarle comida para los perros. Estaba ya solo, pues Irma
se había ido a vivir a otro lado, amagada por una demanda penal de María Luisa.

Cuca iba todavía de negro, Carmela manejaba. Yo platiqué un rato con Pedro, me regaló un rifle 22
y luego le habló Cuca para quejarse de sus hijos, José Delfina se había emborrachado y había

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despedazado a balazos “la luna de Venecia que me regalaste”. “Ángel no se para en la casa desde
que murió tu padre” … Concha no ha escrito desde que se fue a Chula Vista, y por ese tenor.

Pedro la escuchaba atento, solícito, con la boca fruncida en la forma característica que lo hacía para
hacer un cariño o decir algo afectuoso. La abrazó, la besó y le dijo: mira mamacita; nadie tiene la
culpa de todo esto, más que tú.

¿Y yo por qué?... Contestó extrañada Cuca.

¡Por haber parido esta bola de cabrones! le ripostó Pedro.

Es el Pedro que yo conocí...

PIES:

De izquierda a derecha: Irma Dorante, Pedro Infante, Carlos R. Hubbard, Cap. Alberto “El Güero”
Urrea, niño Enrique Hubbard Urrea, 1953.

Carlos R. Hubbard abraza a su izquierda a Carmela Infante, a su derecha a Cuca Cruz de Infante y
luego al “Viejo” Delfino Infante, padre de Pedro a la izquierda capitán Alberto Beto Urrea.

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EL TESTAMENTO

(Cuento)

Todavía estaba calientito cuando llegó doña Culiberta la que cura por mal. Don Verijastro
despernancado en la cama de lías, sobre el petate que dejaba ver por una esquina las tiras de palma
como destrozado abanico.

Entrar doña Culiberta y estrenar su viudez doña Cunegunda con el primer alarido fue todo una:

¡Ay doña Culi, se me fue mi Veris!

—¿Pero qué pasó?, Ave María Purísima. Si ayer lo vi pasar pistiado mentándoles la madre a los
polecías. Pero eso sí, que anochi estuve oyendo “hullar” a los perros.

—No, sino se quejaba de nada. Antier estuvo liando la cama porque ya parecía rede de cirquero. Yo
le estuve ayudando a jalar los mecates y a darles vuelta a los tarugos. Luego metió una carga de leña
que habíamos comprado, de raja y de cuarenta pares, pos nunca le gustó la rollisa aunque le daban a
35 centavos y ésta nos costó 60. Era de puro güinole... y ora ¡ái está muerto mala comparación
como Dios Nuestro Señor! (Nuevos sollozos y suspiros).

Para continuar:

—Siempre se levantaba temprano para hacer “la mañana” en el aguaje del Burras; pero ora no se
levantaba y no se levantaba y como yo estaba recuerda me juí a verlo y se mi'zo muy churido. Lo
bullí pero estaba taliste. Yo ya había agarrado el tápalo pa no irme en cuerpo a la calle a buscar el
dotor, cuando lo vi que le dio un parasismo y luego otro. Luego boquió tres veces, se voltió pa la
pader, dijo “ya me chingué” y se quedó súpito.

En pinganillas me le arrimé pero ya estaba sociego. Entonces al voltiarlo pa'rriba, se le cayó este
papel de la bolsa de la camisa. Pero como yo no sé ler...

—A ver doña Cunegunda. Deje ver qué dice.

Y doña Cune se lo entrega con cara de “A mí que me registren”.

Doña Culi busca sus antiparras en la bolsa frontal del vestido. Las encuentra y con gesto académico
les busca el lado derecho, las limpia con el holán del vestido y las monta sobre su bulbosa nariz por
cuyas fosas asoma una jata de grises pelos.

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A los primeros lamentos de la viuda, han empezado a acudir otros vecinos. Don Putáceo el
cacahuatero, que sabe vida y milagros de todo barrio, inicia la que habrá de ser pregunta obligada:
¿De qué murió don Verijastro? Luego, le da vuelo a la lengua:

—”La pobre de Liboria, tan joven que comenzó a dedicarse al viril deporte de levantarse las naguas
y por fin se le hinchó el golpe: dicen que se acuesta pa febrero. ¿Ya se fijaron en las antiparras de
doña Culi? Son marca “To-Jo” de número 4 de a doce reales”.

—¿Es alguna marca japonesa?

—No mujer: Toño el Joto, el varillero. ¿Y saben quién dicen que va a ser presidente municipal? Pos
Gerundino, el hijo de “La Sobaquiada” que porque se jue a México y allá estudió. Ha de ver sido la
manera de joder lo que estudió.

No cabe duda que el que no conoce a Dios a cualquier santo se línea.

Lo interrumpe la voz de doña Culiberta que por fin ha puesto en posición satisfactoria el papel que
se propone leer. Todos paran oreja: don Alfagonio y su mujer Robustecinda le dan sendas patadas a
su bizco retoño y le urge: “estate sociego”, mientras el muchacho les muestra dos verdes mocos que
le llegan hasta el labio superior, y que suben y bajan como lanzadera mediante expertos y regulados
sorbidos.

Ya está leyendo doña Culi. Con voz de lija número cero y atorándose en cada sílaba, pero dejando
pasmado al auditorio con su sapiencia, declama: “Me... moría. De u... nos.. De unos. Pi...
pi...que...ti...tos: Piquetitos. Que me da... ban... Que me daban. En los... an... an... gu... gu los En los
ángulos. Di ... vi nos. En los ángulos divinos”.

El largo y hondo suspiro de satisfacción que inició al terminar su lectura, fue interrumpido por el
salvaje alarido de la viuda doña Cunegunda: ¡Ay Dios mío! Y yo sin darme cuenta. Y el pobre
Veris sufriendo esos piquetes en los ángulos divinos sin decirme nada, pa verle puesto siquiera unos
jumentos o darle unas flotaciones. A lo mejor con una “ayuda” se había preparado. Siempre tengo la
lavativa lista y el bitoque bien aceitado...

Se dan un respiro para preguntar a la erudita doña Culiberta en dónde tiene un cristiano los ángulos
divinos.

La interpelada vacila, traga saliva y tiene el valor de confesar su absoluta ignorancia en cuestiones
anatómicas; y el mismo negativo resultado obtiene la viuda de los demás asistentes: Nadie sabe
dónde están los ángulos divinos, por lo que el tema se archiva.

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Por la noche, la capilla ardiente ya está armada en el centro de la sala-comedor-dormitorio: don
Verijastro yace sobre la cama de lías que tiene petate nuevo que proporcionó un vecino. La quijada
de abajo está sostenida por un listón negro atado sobre la cabeza. Las manos reposan sobre una cruz
de palma bendita. Los pies atados juntos, para evitar que se abran en abanico y luego en la
fotografía aparezcan a la altura de las orejas dando al difunto el ofensivo aspecto de burro, o cuando
menos conejo.

Las conversaciones se generalizan y la botella de mezcal circula.

“Mire doña Nico” –dice “El Fruncido” a la menudera– Usté no debe negarme un plato de menudo
nomás porque no traigo dinero.

—Ya sé que una gorda a cualquier perro se le dá, pero yo no mantengo gaznates aventureros.

Más allá comenta Locopodio el churrero; “O doña Culi es muy zuata o se está haciendo chinchi
pa'que la revienten: don Verijastro se murió del hígado, pos ya no le quedaba más que el gancho.
Qué piquetitos en los ángulos divinos ni qué nada: Si al que le gustan los chicharrones de ver un
puerco suspira. Y don Veri le jalaba del de abajo y no es el pescado el que jiede, son las árguenas.
Era soldado del primer botellón de infantería y era el mero mainate de los borrachos, onde quiera se
resbalaba con cáscaras de mezcal...

—Pos usté no hace malos quesos en eso de inflar vidrio, don Licopodio y en eso se parece al
finado...

—¡Mejor cochi con una bola de lodo en la cola!, brinca Licopodio.

—Lo que pasa es que usté es muy lurio y se cree el improsulto porque tiene jolas pero es tan
surimbo que cualquiera lo molonquea.

La llegada del policía que viene a tomar los datos del muerto aplaca los ánimos que ya se están
caldeando.

Es “El Pum” tonto pero buena gente. El y “El Chingazo” forman una pareja de policías como para
la televisión.

—¿De qué murió el dijunto?

—-De unos piquetitos que le daban en los ángulos divinos.

Eso está muy trabajoso. Le pondremos que de “agotamiento''. (Es la “enfermedad” que adjudica
invariablemente a quienes mueren de muerte natural).

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—¿Edad?

Pos nació en mil novecientos, agosto. Decía que había elotes.

—Es la falta de inorancia. ¿En qué trabajaba?

—Era anchetero.

Y continúan llegando los vecinos y todos hacen la pregunta de ritual: ¿De qué murió don Veri? Y la
respuesta es la misma, con los fondos musicales de los alaridos de la viuda:

—¡De unos piquetitos que le daban en los ángulos divinos!...

Esta misma contestación oyó Vivianita “Vivita” la maestra, hija de doña Austreberta la
planchadora. Y naturalmente se interesó y preguntó cómo lo habían sabido, con lo que doña Cune le
dio el papel en lugar de respuesta.

Vivita lo leyó, se sonrió y luego lo tradujo para todos en voz alta:

MEMORIA DE UNOS PIQUITOS QUE ME DEBEN ALGUNOS INDIVIDUOS.

PIE: El licenciado Enrique Pérez Arce pronuncia un fogoso discurso, en El Rosario, Sinaloa,
acompañado de Carlos R. Hubbard, 1950.

52
ENRIQUE PÉREZ ARCE

La vieja prestancia de la antoñona calle de Zaragoza, a un paso de la señorial Plazuela Hidalgo,


habrían de influir perennemente en su vida.

Nacer y vivir a un paso el templo; recibiendo a todas horas la objetiva cátedra de belleza y
sensibilidad artística que le ofrecían acá afuera las columnas de góticas estilizaciones; los arcos de
medio punto y los altos capiteles corintios. Seguir fascinando el enroscamiento interminable hacia
la cúspide de las columnas salomónicas. Las sugerentes hornacinas vacías; las conchas venéreas; los
marcos de escudos y luego la ventana del coro, con su marco de molduras y sus relieves de caras
indígenas hasta posar la vista allá, más alto, en las águilas bicéfalas sosteniendo las pilas
bautismales finamente labradas y en donde los motivos ornamentales gritan su innegable paternidad
arriba, la esbelta torre, rematando en su cúpula lisa, y su linternilla de ocho ventanas que carga con
increíble vigor su enorme crus de fierro forjado...

Y luego adentro, el retablo que es milagro de ebanistería artística. Contemplar extasiado, como una
cotidiana lección, la inconcebible belleza de las guirnaldas, las variadas frondas y las suaves y
graciosas volutas. Los follajes, los camafeos, las hojas de acanto; las exuberantes cornucopias y las
complicadas rocallas, todo en una mareante cascada de oro que viene del cielo, en donde sus ojos,
todavía huérfanos de escuela, no reconocen el barroco estilo, la grecorromana inspiración ni la
churrigueresca forma.

Enrique Pérez Arce nació y pasó su niñez frente a la manifestación artística más señalada con que
cuenta el Noroeste de México: El templo de Nuestra Señora del Rosario y su, sin par, Retablo. Por
eso le cantó

“Allí mi madre me llevaba a misa

y allí yo, cuando creía;

y allí sentí la cálida alegría

de la primer romántica sonrisa

mas hoy ese recuerdo es una ruina;

Se hunde en la negación la fe divina

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con que rezaba mi alma en el Santuario,

como se hundió el enhiesto campanario

de esa vieja Parroquia del Rosario

en las entrañas negras de la mina...”

Quizá por eso hubo tanta belleza en su vida. Quizá por ello su decir fue siempre un fino encaje de
hermosas palabras. Por eso, quizá, fue poeta.

Enrique Pérez Arce, según su propio decir, amó el progreso, pero estuvo convencido de que su
marcha destruye irreparablemente muchas cosas amadas y bellas cuyo valor no apreciamos hasta
que las perdemos para siempre. Y su devoción a la belleza y la ternura de su corazón, que fue
siempre tan puro como el de un niño, lo ataron por siempre a la provincia; lo protegieron
celosamente de la infidelidad y el olvido a su dulce y párvula querencia y lo llevaron a morir entre
arquerías y portalones y calles empedradas. Sus cantos son más entrañables en “El Camino” donde
dice:

La dicha es concentrada y no espaciosa,

y como la gema límpida y preciosa

no ocupa gran lugar, ¡cabe en un puño!...

—¡Ay de aquel que nació en ciudad rumbosa;

ese no puede hablar de “su terruño”!

porque “el terruño” es solo el caserío

humilde, y pintoresco, y solitario,

con su montaña azul y con su río,

y con su alcalde, su juez, su boticario,

la novia fiel, el callejón sombrío,

y una plaza central y un campanario,

y que el alma, a todo esto que ve diario

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pueda llamarlo en todo tiempo ¡mío!...

Enrique Pérez Arce quiso a su tierra, El Rosario, con pasión de amante. Cuando fue político, siguió
siendo poeta. Las obras materiales que El Rosario le debe, fueron más ofrenda de enamorado que
concesión de gobernante.

Y como Bohemio, rindió culto a la amistad.

En sus postreros días, allá en el Colonial Tlaquepaque, siempre había un cómodo equipal, un cálido
abrazo, una animada charla, un perfumado recuerdo y una copa de buen tequila para el coterráneo
que lo visitaba.

A su muerte en Tlaquepaque, Jalisco, el Ayuntamiento Rosarense dictó un decreto en la siguiente


forma:

CONSIDERANDO PRIMERO. Que con la muerte del señor licenciado Enrique Pérez Arce, suceso
acaecido en Tlaquepaque, Jalisco, pierde nuestra Patria a uno de sus hombres ilustres, ya que el
desaparecido destacó como jurista, tribuno, poeta, literato y político, habiendo ocupado puestos tan
destacados como el de Ministro de la H. Suprema Corte de Justicia Gobernador Constitucional del
Estado de Sinaloa.

CONSIDERANDO SEGUNDO. Que el propio señor Lic. Enrique Pérez Arce vio la luz primera en
esta ciudad de El Rosario, distinguiendo siempre a su tierra natal con numerosas y expresivas
muestras de cariño, así como obras materiales que en su gestión gubernativa fueron realizadas en
beneficio de esta ciudad.

CONSIDERANDO TERCERO. Que el nombre de nuestros hombres ilustres debe honrarse y


perpetuarse, se decreta:

PRIMERO. Impóngase a la actual calle Granados el nombre del señor licenciado Enrique Pérez
Arce.- SEGUNDO. Efectúese un acto especial de homenaje con este motivo el 18 del presente mes
de agosto de 1963.- TERCERO. Impóngase a la nueva Escuela Oficial de Chametla, el nombre del
señor licenciado Enrique Pérez Arce, y en su inauguración ríndase asimismo justo homenaje a la
memoria del ilustre rosarence desaparecido.”

En Tlaquepaque el diplomático ex-embajador de México en Brasil, licenciado Juan Manuel Álvarez


del Castillo, dijo ante la tumba de nuestro ilustre coterráneo: “La desaparición del señor licenciado
Enrique Pérez Arce ha producido hondo pesar en familiares y amigos. Mente privilegiada, culto

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hasta el refinamiento, sustentante de inquebrantable credo filosófico, jurista sobresaliente, egregio
escritor, poeta inspiradísimo, tribuno convincente, gobernante hábil, revolucionario a carta cabal,
respetado y solícito jefe de distinguida familia, y por encima de todo un caballero. La personalidad
de Enrique Pérez Arce, dejará a través del tiempo una estela de recuerdo y admiración. Enrique:
condiscípulo del Liceo de Varones y de la Escuela de Jurisprudencia del Estado de Jalisco, amigo,
DESCANSA EN PAZ.

La actuación del Ayuntamiento de El Rosario, Sinaloa, es digna de tomarse en consideración, ya


que hace honor a quien honor merece”.

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LA ESPADA DE HERNÁN CORTÉS ENCONTRADA EN CHAMETLA

Desde hace más de 50 años, los lugareños de Chametla aseguran que encontraron en su pueblo la
espada de Hernán Cortés y luego nadie sabe dónde quedó o qué se hizo. Cortés la dejó, detallan,
cuando el conquistador estuvo en el viejo Chiametlán, después de la conquista de los totorames por
Nuño de Guzmán. “Desde el cerro de Chametla descubrió el golfo de California, llamado por ello
“Mar de Cortés”, argumentan.

La verdad es que en 1924 alguien encontró accidentalmente en las márgenes del río Baluarte, a la
altura de Chametla, una espada del siglo XVI que fue llevada a México para su venta, y con ayuda
de varios sinaloenses la adquirió el licenciado José G. Heredia, entonces senador de la República
por el estado de Sinaloa.

Esta vieja arma es italiana, de tipo florentino, de acero forjado en marro, con gavilanes en la
empuñadura para protegerse contra los envolvimientos. Tiene filo, contrafilo y punta, y no obstante
ser espada se maneja como sable.

La guarda o cazoleta tiene forma de concha de mar, dos frontales y dos laterales, con espiga de
tornillo para la hoja y pomo redondo ajustable.

De acuerdo con los estudios históricos efectuados, probablemente perteneció a uno de los oficiales
conquistadores españoles que acompañaron a Nuño de Guzmán (1530) o a don Francisco Vázquez
de Coronado en su fabuloso viaje en busca de las “Siete Ciudades”.

El licenciado José G. Heredia la obsequió al museo del Colegio Civil Rosales, siendo director el
ingeniero Matías Ayala, de acuerdo con su oficio de remisión de fecha 8 de abril de 1930.

Y tal es la verdadera historia de “la espada de Hernán Cortés” tan difundida por los chamatlenses.

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LA EXPLOSIÓN

Mi barrio no estaba muy tranquilo en el año de 1915. La Revolución era como marea que hoy traía
a una facción y mañana a los contrarios. Las gentes veían desfilar a tropas de Buelna, de Carrasco, a
la Brigada de Juárez, a veces vencedoras, a veces corriendo llenas de pánico, y yo recuerdo que
decían que ya no iban a “andar” los billetes ni los cartoncitos aquellos de colores tan bonitos para
jugar que parecían boletos de cine y que valían cinco, diez y no sé cuántos más centavos. Los
primeros automóviles hacían su aparición con estruendo y cuando pasaban se armaba la trifulca de
muchachos gritando, viejas con la tortilla en la mano que corrían a la puerta para verlos pasar,
hombres que presumían hablándole a gritos al chofer para que vieran que lo conocían, y una
ladradera de perros como convite seguían al automóvil dos cuadras ¡Era época de nerviosismo para
todos, pues la Revolución por una parte y los desconcertantes inventos que día a día llegaban como
el fonógrafo, las “vistas”, el automóvil y el aeroplano, eran tractores decisivos para tener a nuestras
gentes en un estado de ánimo propicio y cercano al estallido.

Sin embargo, la vida pueblerina del mineral seguía su curso sin acontecimientos importantes,
fallecimientos, noviazgos; El Jueves Santo, 10 de Abril, entró a la plaza el general Herrera, muy
conocido en su casa, con sus aguerridas huestes, saliendo hacia La Muralla otro día. El 14 de Mayo
los mineros, fundadores de la Sociedad Hidalgo, cinco años atrás, dieron principio a las
excavaciones para los cimientos de su actual edificio social colocando la primera piedra el siguiente
domingo 23.

El domingo 18 de julio a las 6 de la mañana falleció la señora Felipa de Pimentel, primera esposa de
Aurelio Pimentel y mamá de Panchita de Carlos Gómez.

Por otra parte, los jóvenes de porvenir y audacia, como Felipe Berryman, prosperaban a ojos vistas.
Con negocios arriesgados que surgían al amparo de la Revolución y con una visión peregrina para
las finanzas; la humilde familia de huérfanos se ponía a la cabeza de los pudientes del Rosario,
gracias al empuje del joven Felipe. La “palomilla” que formaban el propio Felipe, Pedro López,
Juan Urrea, Manuel Urrea, Ángel Cháidez, “El Zambomba” José “Camichinas” Gómez y las
muchachas de la época se divertían haciendo carnavales y tomando en la Plaza del Mercado. Felipe
Berryman y El Camichinas Gómez eran inseparables porque, según las malas lenguas, el primero
trataba de hacer cuñado al segundo, con miras a la linda Cande Gómez que no veía con malos ojos
al joven y próspero negociante.

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Para los muchachos, aquel domingo 26 de septiembre fue como todos los domingos: Unas copitas
en la Concordia, otras en La Santina (hoy negocio de Mere Rodríguez) y por la noche cine con
vistas fijas en el corralón que ocupó la herrería de Úrsulo López y que entonces era el flamante cine
de don Armando Elioti al descubierto y con un clima tan oportuno que siempre que iba a pasar
película, que era una o dos veces por semana, caía un aguacero torrencial ante la desesperación del
propietario que terminó por pasar el negocio a don Amado Núñez Osuna.

Otro día, lunes 27 por la mañana, José Gómez se llegó hasta la tienda de Felipe Berryman, situada
donde es hoy la Refaccionaria Vizcarra y en la cual se vendía de todo y a todos, pues era quizá la
más importante de la ciudad. Felipe recibió por dentro del mostrador a su presunto cuñado y, como
es natural, se sirvieron unas copitas para platicar a gusto; el dependiente, Carmelo Luna, atendía
diligentemente a una o dos personas que compraron y se retiraron. Pancho Acosta, una especie de
mocito y aprendiz de dependiente que apenas sacaba la cabeza sobre el mostrador oía interesado la
sabrosa plática de su jefe. Afuera la actividad era poca y sólo pasaba de vez en cuando algún
muchacho que venía del mercado. Ángel Cháidez se encaminaba también a la tienda de Felipe para
darse una “curadita” y estaba por llegar a la banqueta cuando sintió algo que nunca supo que era.
Adentro, Felipe divisó una rata entre los cajones del fondo del almacén y cogiendo un rifle de salón
que el licenciado Alfaro había vendido a su padre cuando huyó del Rosario con motivo de la
Revolución, sin levantarse de su asiento le disparó un tiro. Ninguno de los que vieron este acto
pudieron contar después lo que sucedió realmente, pues el único que pudiera decirlo. Pancho Acosta
no recuerda nada. Todo el que, a esa hora, las diez u once de la mañana, anduvo cinco kilómetros a
la redonda del Rosario pudo escuchar un trueno espantoso, profundo, que estremeció la tierra. A
seis cuadras de la tienda y hasta el río llegaron a caer vigas ardiendo, escombros, tierra, restos de
diversas mercancías y quizá restos humanos también, porque en el techo de la casa frontera a la
tienda o sea lo que son hoy las oficinas de Guillermo Elizondo, había restos del cuero cabelludo de
José Gómez. Esto, y una cartera con billetes chamuscados que sacaron los soldados que acudieron
al rescate, fue todo lo que se pudo recuperar del infortunado “Camichinas” Gómez y por la
Hacienda de Beneficio.

Ángel Cháidez “El Zambomba” cuando trató de atravesar la calle quizá para llegar a la tienda, fue
estrellado y “embarrado” materialmente en el poste que existía en la banqueta de lo que es ahora la
gasolinera de Popo Castañeda. Lo mismo sucedía a la niña que pasaba en esos momentos y que
murió instantáneamente: resultó que era la hija de don Armando Guibot el del cine. A Felipe
Berryman lo sacaron de entre los escombros y se lo llevaron en una camilla: con espantosas
quemaduras internas y externas, tenía todavía un soplo de vida y como sangrienta jugada del destino

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se les cayó de la camilla frente a las oficinas del Memo Elizondo. De los dependientes, Luna murió
en el instante de la explosión y a Pancho Acosta lo sacaron de entre los calcinados y aún humeantes
escombros, sin un solo rasguño ni quemadura. Había quedado bajo el mostrador que lo salvó
milagrosamente. Fue el único superviviente de la tragedia que conmovió a todo El Rosario, pues
mientras los que se encontraban en el sector del mercado se daban cuenta de lo ocurrido, las
familias de los mineros que oyeron la explosión creyeron que se trataba de algo ocurrido en la mina
y empezaron a dar de gritos. Corrían unos hacia el tiro de San Antonio y otros a Zacatecas y demás
dependientes de las minas. Otros creyeron que se trataba de bombas arrojadas por los
revolucionarios y se encerraron a piedra y cal. Pero nadie supo nunca cuántas cajas de dinamita
había en el lugar donde se paró la rata y que al recibir el disparo explotaron con fuerza salvaje para
segar la vida de tres jóvenes amigos, un dependiente y una niña, y causar una de las más fuertes
emociones que ha sentido la ciudad de El Rosario.

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GILBERTO OWEN

Poeta del grupo “Contemporáneos”

“El Rosario se dio el lujo de ofrecer al mundo literario del país, a un hijo preclaro que destacó en el
difícil arte de la Poesía” me dijo una vez Antonio Nakayama, el historiador tan acucioso como
incomprendido y tan perspicaz como modesto.

Se refería a Gilberto Owen, cuya obra es casi desconocida tanto en Sinaloa como en la República
Mexicana y en cuanto a su nombre, se confunde con aquel norteamericano que fundó una colonia
socialista en Topolobampo.

Gilberto Owen nació en El Rosario, el 4 de febrero de 1905, de padre irlandés y madre mexicana,
pero fue mexicano y “supo observar el trato sin rodeos que caracteriza a los hombres de esta tierra y
tampoco la invasión de los viajes desmereció la simpatía provinciana que le otorgó el sitio de su
origen” la noble y leal ciudad del Rosario.

Militó con el grupo “Contemporáneos” que revolucionó al mundo literario mexicano, de él dijo Alí
Chumacero: “En las letras mexicanas su nombre fulgura con el eficaz relieve para mirar en él a uno
de nuestros más legítimos poetas”. “Fue necesaria su ausencia para que, alejándola del olvido,
reflexionáramos acerca de su obra literaria hiciéramos verdad un íntimo deseo suyo que consistió en
saberse conocido solamente después de no existir entre los mortales”.

No sin cierto sarcasmo, Gilberto señalaba un martes 13: “Un día sabrán mi vida por mi muerte”.

Y en otra ocasión:

“He nacido en Rosario, Sinaloa, un pueblo de mineros junto al Pacífico. Tengo algunos
recuerdos de la infancia, pero sólo a Freud le interesarían. Mi padre era irlandés y
gambusino; de lo primero he heredado los momentos de irascibilidad, disimulados por un
poco de humorismo, y de lo otro la sed y manera de buscar las vetas nuevas en el arte y en
la vida, no sé si compensada por hallazgo alguno. Mi madre era mexicana, con más de indio
que español y a su padre le debo mi aspecto físico, mi falta de sentido de la propiedad y mis
aptitudes para lo inútil, tan laboriosa y vanamente combatidas.

“A los 13 años me fugué de Balmes y de los trozos selectos de la más pura latinidad
defraudando las ambiciones materiales de bendecir la casa con un buen Obispo y me fui al
altiplano y al instituto de Toluca, donde habían estudiado medio siglo antes los mejores

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compañeros de Juárez. Fui eso que llaman un libre pensador, me hice bachiller, dirigí una
biblioteca en la que había más de teología que de física, me gradúe de maestro de escuela,
hice versos gongorinos y salté a México”.

PIE: Gilberto Owen, ilustre rosarense.

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LA INUNDACIÓN DEL 28

El 1928 fue para nuestro Barrio de mucha agitación sobre todo porque, debido a la tremenda
creciente del río en ese año, el agua inundó toda la parte de la calle comprendida entre la calle
Ángel Flores y la Allende. En lo que después fue el Salón Sirena y que antes era La Sirena de don
Adolfo Alduenda, tenía el agua dos metros arriba del piso de la calle y las calles Guanajuato y
Obregón eran dos canales por los que se deslizaban alegremente las canoas cargadas de muebles,
gallinas, cerdos, atados de ropa y otros mil cachivaches que las gentes de las zonas inundadas
trataban de salvar a todo vapor.

En la esquina de Benito Juárez y Guanajuato (hoy Teófilo Noris), precisamente frente a la casa de
Cástulo Beltrán, el agua daba a la cintura y las canoas atracaban donde es hoy la agencia de Cerveza
Pacífico. El general Adolfo Soto Quiñones, Comandante del 12 Regimiento y después responsable
de los asesinatos de don Pedro “el de la Paloma Azul” como le decíamos y de Albino Osuna, a
quienes fusilaron camino a La Estación, a la altura del “Cerro Trozado” traía entonces a todos los
soldados ayudando a sacar a las familias de los lugares de peligro.

La lluvia comenzó el 28 de septiembre y duró una semana... Y es ahora cuando empiezo a recordar
cosas de ese tiempo... Éramos carteros Pancho Zavalza y yo y el Administrador de Correos, don
Toño de la Torre. Ramón Tirado Jr. llegaba de Concordia con un peinado liso y con raya en medio
“a la valentino” y de buenas a primeras era rebautizado con el significativo apodo de “el Diablo”,
Amparito Valenzuela bailaba el Jarabe Tapatío con Herberto Pardo mientras el mejor bailarín de
tangos era Agustín Oten.

Estaban en su apogeo los “Viernes Azul” de don Juan Grey en el Teatro Crespo y la incomparable
voz de María Borrego, que ahí cantaba, era reforzada por un pobre muchacho chofer de Mazatlán,
llamado José Salmerón, que resultó ser un notable barítono: cantaron juntos “Ya va cayendo”.

Por las calles del Rosario deambulaba una golfita, niña casi, de unos doce años, que vendía
periódicos, pedía limosna, dormía en cualquier rincón y con cualquier compañía y le decían “La
Piruja”. Se cantaba el tango “Ladrillo” y a sus acordes Miguel García Juárez le hizo polvo un
ladrillo en la cabeza a Cástulo Núñez durante un baile en la Sociedad Hidalgo. En la casa de recién
casado de Roberto García (donde hoy vive Pedro Borrego) y que por esos días dejó sola por haber
salido de paseo, festejamos a puerta cerrada un 15 de septiembre tan alegremente que no le dejamos
ni un mueble ni un trasto entero. Cuando salimos hubimos de pagar tres horas de automóvil para
volarle la borrachera a Nando Díaz y entregarlo en su casa.

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Nacho Félix noviaba con Trini Sánchez y Chano Aréchiga con Chuyita Patrón. En la Hidalgo, Juan
F. Urrea “inventaba” las soirés dominicales desde las cuatro de la tarde y Juan Briggs apechugaba
con la música cuando se terminaba el compromiso, pidiendo luego “Aloha”. Horado Pardo usaba
bombín y por las noches una capa española al estilo de don Juan Tenorio. En las escuelas empezaba
a jugarse el basquetbol, introducido por el profesor Ramos Salgado “El Cocodrilo' Con la Tila
Aragón nacía el nombre de “Barrio de la Hilacha Ardiendo” y en las Fiestas Patrias, Manuel
Borrego le daba un navajazo a Carlos Lizárraga, recién llegado de los EE.UU. Por la calle Ángel
Flores y contiguo a El Indio, moría en la flor de su juventud la novia de Herberto Pardo “María
Trini”, que había venido a paseo de los Estados Unidos. En la casa de Luisita Saucedo estudiaba la
orquesta Borrego “Nunca” de Guty Cárdenas, que empezaba a resonar como compositor y
cancionero.

En el Teatro presentaba Manuel Gallardo la Opereta “Molinos de Viento” en donde hacían de


Oficiales Anita Valenzuela, Nena Murguía, Lola Hernández; de Príncipe Luis Rea el fotógrafo; de
Margarita, Chagüita Iribe; Cabo Stock, Juan Urrea y muchos otros. En la casa de María de Luna que
ya no existe y que estaba contra esquina de la antigua Presidencia Municipal, se enseñaban a marcar
pañuelos Loreto Aguirrebarrena, Luisa Félix, Virginia Rentería, Conchita Beltrán, todas ellas
bonitas, bonitas.

En la Hidalgo construían un templete para la orquesta, que sostuvieron como tapanco, desde el
techo a dos metros del piso, con unas varillas de fierro. Pancho Apodaca dejaba el empleo de
maestro de segundo año para irse a Culiacán a estudiar y Chuy Vargas volvía ya casado sin haber
estudiado. Don Antonio Gadea era Jefe de la Oficina del Timbre. Lucinda y Angelina Rendón
acababan de emigrarse a los EE.UU. Chabelo Santiago el violinista se desvivía por Loreto
Aguirrebarrera y Chepina Aldrete, garbosa y linda, era sepultada ocho días después de haber estado
bailando en una soireé de la Hidalgo. Miguel Ontiveros se casaba con la hermosísima Aurelia
Echagaray y se avecinaba ya su primer hijo Luchar. Rosa Rubio subía al estrellato de los artistas
aficionados al teatro, representando “La Lola” con Gabriel Borrego. Manuel Juárez, cuñado de don
Toño de la Torre, tocaba la mandolina y trabajaba en la Imprenta de Grey. Adolfo Fajardo
empezaba su carrera de boxeador que truncó luego, apadrinado y entrenado por Chenchito Silva,
Monreal y los de la imprenta. Zelma Briggs llegaba como una niña chulísima y se ponían en
conmoción Chinto Pardo, siempre muy elegante, Nacho Osuna y los gallitos enamorados. Nelly
Briggs era coronada reina del carnaval infantil después de haber contendido con Lucila Lomelí,
llevando como rey a Pancho Rojo. Un año antes había sido Carmelita Martín del Campo, con Víctor
Osuna, quien repitió porque el año anterior también lo había sido con Tere Rojo.

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Leonardo “el del Burro” pedía limosna y los borrachos famosos eran Julián del Real El canastero,
El Chiles y El Chipilo. Los Borrego volvían de su gira por Los Mochis, con Yeyo Elizondo,
Camero, Manuel Borrego y Chabelo como pollitos de moda. Roberto Rojo, Carlos Osuna y El
Güero Astengo batían el récord de parrandas con música y Juan Castañeda bailaba en las mesas.
Don Enrique Castañeda juraba no volver a ser empresario de Las Playas como lo cumplió, después
de haber perecido ahogada un año antes su hijita Laura. Luis Segura llegaba ostentando su título
Profesor de Taquimecanografía, con canotier ladeado y polvo en la cara bien razurada. El 12 de
diciembre al oscurecer, era obligado el paseo por las calles para ver los altares. Los mejores eran
siempre los de Sahara Valdez del Castillo, las Cañedo, el papá de los Silva, el de Ahumada y el de
Gerónimo González...

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JULIO VERNE EN EL ROSARIO SITUÓ SU NOVELA “EL ETERNO ADÁN”

El genial escritor francés Julio Verne, que falleció en 1905, escribió en los últimos días de su vida
posiblemente poco antes de su novela “Un drama en Livonnie” que publicó en español esta fantasía
que Verne inicia en El Rosario Sinaloa, en donde se sitúa como personaje central del relato: un gran
financiero que vive lujosamente en... pero veamos el inicio de su novela: “...en un 24 de mayo
comienzan los espantosos acontecimientos que deseo registrar para enseñanza de los que vendrán
después, si es que la humanidad tiene algún porvenir.

Ese día 24 de mayo reuní a algunos de mis amigos, en mi casa de Rosario. Rosario es, o era, una
ciudad de México, a orillas del Pacífico, un poco al sur del Golfo de California. Unos diez años
antes me establecí ahí para dirigir la explotación de mi mina de plata. Mis negocios prosperaban, yo
era un hombre muy rico y proyectaba volver muy pronto a mi patria.

Mi casa, de las más lujosas, se alzaba en el punto culminante de un vasto jardín que descendía
suavemente hasta el mar y terminaba bruscamente en un acantilado a pico, de más de cien metros de
altura...”.

El argumento de esa fantasía es que ese día 24 de mayo, estando como se dijo conversando con
varios amigos, “fue precisamente en ese instante en que sobrevino el cataclismo. Un espantoso
estruendo se escuchó, el suelo tembló y nos faltó bajo los pies y las casas; osciló bajo los cimientos.
Chocando entre nosotros, empujándonos con un terror indecible, nos precipitamos fuera. Apenas
habíamos cruzado el umbral cuando la casa se hundió en un solo bloque enterrando bajo sus
escombros a Mendoza (la autoridad del Rosario) y a mi criado. Nos aprestábamos a socorrerlos
cuando vimos a mi jardinero correr hacia nosotros, seguido de su mujer, desde el fondo del jardín
donde vivían. “¡El mar, mar!, gritaba enloquecido...”.

Me volví a mirar el océano y el estupor me inmovilizó... el alcantarillado había desaparecido y mi


jardín descendido hasta el nivel del mar... el mar continuaba avanzando a una velocidad que
consideré cercana a los dos metros por segundo y dada la distancia que nos separaba de las olas
delanteras, seriamos sumergidos en menos de tres minutos…”.

Con ese su magistral estilo el autor de “Viaje al centro de La Tierra” describe como apenas unos
cuantos de sus acompañantes se salvaron con él, llegando a la cima de aquel cerro de 1,500 metros
de altura, que al subir las aguas quedó convertido en una isla. Luego, cuando ya el hambre y la sed
los habían hecho perder el sentido, despertaron en un barco.

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“El Virginia es una embarcación mixta, de vela y vapor”, continúa narrando, el barco abandonó
Melbourne hace poco más o menos un mes y navegaba hacia Rosario… el capitán Morris advirtió
con sorpresa que sólo había mar donde esperaba encontrar El Rosario y el litoral mexicano. De
aquel litoral sólo queda un islote. Un bote del Virginia abordó el islote, sobre el cual los marineros
hallaron once cuerpos inanimados. Dos de ellos eran cadáveres, los otros nueve fueron llevados a
bordo. Así fuimos salvados”.

Nueve meses después, habla de su terrorífico descubrimiento: ¡Todo México está sumergido! Por
todos lados era el mar infinito. Continuaron navegando sin encontrar tierra: no quedaba nada de lo
que había sido América, ni Polinesia, ni Australia, ni El Tibet, ni el Himalaya sobresalían del agua.
África y Europa estaban sumergidos también y llegó el momento en que ya no tenían ni
combustible ni víveres ni agua en el barco. Cuando ya esperaban solamente la muerte, divisaron
tierra. Era un desolado y árido islote, pero en cuyas playas encontraron miles de tortugas, ostras y
en los arrecifes cangrejos y langostas. Ahí se quedaron para iniciar una nueva vida.

Hasta aquí llegaba el manuscrito, pues lo siguiente estaba tan dañado que era ilegible. Solamente
subsistían fragmentos más o menos extensos; pero el contexto estaba destruido para siempre.

“EL ETERNO ADÁN” sintetiza el principio, el fin y el principio nuevamente del hombre y su
cultura.

Ahora bien: ¿Por qué se le ocurrió a Julio Verne situar ese relato precisamente en El Rosario?

El coordinador de la revista “UNO MÁS UNO que publicó esta obra en 1978, opina que “Verne
únicamente consideró cierta información geográfica y económica de nuestro pueblo El Rosario,
Sinaloa, para situarse a través de su imaginación y conocimiento intelectual...”

¿Pero fue eso únicamente? ¿Por qué no Mazatlán, Guaymas, Vallarta? Porque habla de una mina de
plata: “LA CIUDAD DE PLATA” le llamaron. Luego, en 1904, residía en esta ciudad la señora
Victoria Verne, directora de la Escuela Oficial que en ese año se fundó en el Mineral y persona de
una sólida preparación y amplia cultura ¿Se carteaba Victoria con su pariente Julio? ¿Le hablaba del
Rosario, de su situación y su esplendor e importancia? ¿Fue eso lo que hizo nacer en el gran viajero
de la imaginación, la idea de situar de sus postreras obras en El Rosario?

Es algo que nunca lo sabremos, pero que, sea de una u otra manera, da una idea ciertamente de la
importancia y fama que tuvo en el mundo el Ex-Real de Minas de Nuestra Señora del Rosario.

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LAS “TALLAS” DE CAMERO

Y siguen girando vertiginosamente los recuerdos, como ronda de rapaces, traviesos y alegres que
me hacen sonreír a solas, cuando entre ellos veo pasar situaciones chispeantes, unas verdad, otras
mentira, pero todas ellas chorreando buen humor y provocando la espontánea carcajada por su
originalidad.

Creo que uno de los personajes que más caricaturizó a las gentes del Rosario, inventándoles
anécdotas que a veces tenían algún fondo de verdad, fue José Camero, eterno baterista de la
orquesta Borrego y tartamudo por añadidura. Y precisamente su modo de hablar “en abonos” como
él mismo dice, hacían a uno desesperarse por oír la solución o el remate de sus cuentos, algunos de
ellos verdaderamente geniales. Tanto por su originalidad e ingenio, como por la vívida manera de
pintar las imágenes.

Nunca olvidaré aquel Día de las Madres, cuyo festejo patrocinó “Excélsior” obsequiando mil pesos
al niño que naciera primero, después de las cero horas del día 10. Uno de nuestros amigos, con el
tiempo justo de casado para estar ya esperando su primer vástago precisamente por esos días, estaba
muy entusiasmado con la idea de que su señora saliera de su apuro al iniciarse el día 10 para que le
tocaran los mil pesos, que en ese tiempo eran mucho dinero. Pero amaneció el día y la señora no
tuvo el niño y entonces supimos la versión de Camero al respecto; Que el marido, viendo que ya era
casi la una de la mañana, agarró a la mujer, la levantó en vilo sobre su cabeza en posición horizontal
viendo hacia el suelo y “LA SACUDÍA DE MIL MODOS TRATANDO DE SACARLE EL
MUCHACHO COMO CUANDO QUIERE UNO SACAR UNA MONEDITA QUE SE LE
QUEDÓ DENTRO DE UNA ALCANCÍA Y QUE SÓLO LA VE ATRAVESARSE SIN QUE SE
ACOMODE EN LA HENDIDURA” (textual).

Otra de las cosas que platicaba a quien quisiera oírle, era el espantoso trance que según él pasaron
Manuel Sotomayor y la angustiada Amparo su esposa cuando compraron un abanico eléctrico.
Contaba que un día, cuando por la mañana fuimos a abrir nuestro establecimiento de vinos “El
Pomito” (Hoy expendio de el Mami), nos salió Amparo al paso, corriendo desesperada y dando de
gritos pidiendo auxilio. Seguía contando él y yo nos precipitamos a la casa de Manuel precedidos de
su atribulada esposa quien en el trayecto nos dijo que una noche antes habían estrenado un abanico
eléctrico de 16 pulgadas habiéndoselo enfocado a la cama del “Flaco” y que nos apuráramos para
que viéramos lo que ella había visto espantada por la mañana al levantarse; Al llegar oímos un
zumbido como de abejón gigante y luego, en el techo, dando vueltas como trompo al impulso del

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ventarrón del abanico, al pobre Manuel que no podía bajar porque el aire no lo dejaba y ni tampoco
se atrevía Amparo a parar el abanico temiendo que su amantísimo esposo se desquebrajara al caer.
Tuvimos que pedir al Gallo Paredes una tarraya prestada para que, mientras Amparo cortaba la
corriente al malhadado abanico, nosotros atarrayábamos al flaco sin mucho esfuerzo.

Es claro que Manuel Sotomayor era blanco perfecto y constante de las cotidianas historias de
Camero. Una mañana nos platicó algo estupendo. Era la época de los líos sindicales, de los
“uzetazos” de las metidas a la cárcel a cada momento, de los días sin trabajo y por descontado, de la
brujez crónica para los trabajadores de las Minas del Tajo, entre los que se contaba Manuel. Eran
las nueve de la noche y el pobre “Angostito” como le decía Camero no había probado bocado en
todo el día y no por falta de apetito; a esas horas consiguió diez centavos y estaba sacándoles
partido en la mesa de pollo de Barbarita, frente al mercado. Dos sabrosas gorditas acababa de
devorar con el diez, cuando allá en dirección del doctor Amano se oyó un escándalo; todos se
fueron a media calle para ver de qué se trataba. Pudieron darse cuenta de que eran dos policías que
traían a la fuerza, casi arrastrando y a empujones, a una señora muy conocida de la localidad.
Inmediatamente se encendió en Manuel la sangre de caballero andante que tiene, protector de las
damas y desfacedor de agravios, y muy decidido les cortó el paso a los policías, increpándolos para
que tuvieran más consideración con la señora. Y entonces vino lo bueno, porque uno de los
“cuicos” desenfundó su pavorosa 44, la hundió en el estómago llenito de Manuel y le dijo “Usté no
se meta en lo que no le importa”. Pero el mal estaba hecho.

La tragedia consumada; Las dos huérfanas gorditas, únicas que habían caído en el estómago del
flaco en todo el día salieron disparadas con el piquete de la pistola hasta posarse en el empedrado de
la calle, en donde se quedó viéndolas con los ojos más tristes que los de un gato con torzones.

Pero no solamente Manuel fue blanco de sus bromas; Cirilo Rodríguez puede platicarles lo que le
pasó una noche en que llevó serenata a su novia con la orquesta Borrego, donde Camero tocaba.
Pretendía Cirilo que Nacho, el director del conjunto, le tocara una pieza de la que no recordaba el
nombre, sino que como se acostumbraba, la había oído mucho en los bailes de 15 y 16 de
septiembre en la Hidalgo, que es donde la Orquesta estrenaba sus mejores melodías. A Cirilo se le
grabó la dichosa piecesita porque también le gustó a su novia, pero con nada podía acordarse de
cómo se llamaba. Sin embargo, terco, trataba de hacer que Nacho supiera a cuál se refería
diciéndole: “Es una que tocabas mucho en las Fiestas Patrias”. Por fin, Camero se acerca y les dice
tartamudeando: “Yyyyya sé cu-cuál es” Cirilo se puso muy contento: ¿uuuuna que to-to-ca-mos
mu cho el qui-quince y el dieciséis, ¿verdad? “Sí, esa dice Cirilo”.

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¿Cómo se llama?; “El Himno Nacional, dice Camero”. “¡Tú tiznada madre”! le contestó Cirilo
hecho una furia... Y se acabó la serenata.

También decía Camero que cuando Cirilo se vino a radicar aquí procedente de “Corralpi” (Corral
de Piedra), nunca podía quitarse a tiempo una gorrita de fieltro que compró, pues como estaba
acostumbrado a usar un gran sombrero de petate, al tirar el agarrón a la falda de la gorrita para
quitársela, la mano pasaba no menos de dos cuartas de lejos o sea donde instintivamente calculaba
encontrar su “jarano”. Y así se la pasaba en cinco y seis intentonas tirando manotadas al aire sin
atinarle nunca a la condenada gorra. Y así podemos seguir con cientos de “puntadas” pero se acabó
este capítulo. Si gustan aquí nos vemos en el próximo y continuamos el tema...

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LOLA BELTRÁN

El presbítero don Diódoro Otero hundió el cuenco sagrado en forma de concha en la pila bautismal
de cantera rosa y sacándola llena de agua bendita bañó la crisma de la recién nacida bautizándola
con el nombre de MARÍA LUCILA, hija de Pedro Beltrán y su esposa María Ruiz de Beltrán.

En el fondo del templo el áureo retablo de caprichosas modalidades de estilos barroco,


grecorromano y churrigueresco maravilla de ebanistería lucía la ejecución exquisita de sus
combinaciones platerescas. Ángeles y querubines, adornos de guirnarlas, frondas, festones, conchas,
volutas, flores y rocallas, bajan como cascada de orfebrería desde el lunero en que remata el retablo,
circundando nichos, tronos, frisos policromos camafeos; estilizadas pilastras, cornucopias capiteles,
chapetones estriados, ricos relieves de figuras platerescas y festones de encaje. Pedestales
ornamentados con notables realizaciones de los artistas del tallado del siglo XVII y marcos de
molduras fantásticas de concepción exquisita. Todo en una realización milagrosa de platerescos
motivos mudéjares, follajes y exquisitas sucesiones de frondas.

Esta objetiva cátedra de sensibilidad artística que ofrecía el tres veces centenario Real de Minas de
Nuestra Señora del Rosario con sus monumentos coloniales, su prosapia, la poesía de sus bardos, la
inspiración de sus músicos ¿Habrían de influir permanentemente en la vida de aquella niñita y en
sus actitudes para hacer de ella la figura señera, respetada y admirada del mundo fabuloso del arte
nacional?

Porque en ese mismo bautisterio, en que la futura LOLA recibiera las aguas lustrales, fueron
bautizados también Pablo Villavicencio, “El Payo del Rosario” apóstol del federalismo; el sargento
Teófilo Noris; defensor del Castillo de Chapultepec, los poetas Enrique Pérez Arce y Gilberto
Owen; los inspirados músicos Severiano Moreno y Braulio Pineda. Manolita Arreola, Pedro y
Ángel Infante.

Ahí, bajo el bellísimo arco de medio punto del coro tocó su violón mil veces Delfina Infante con la
Orquesta Borrego y en ese mismo templo, consagrado en 1731 por el Obispo de Durango don
Benito Crespo, se juraron amor eterno el propio Delfino y Cuquita Cruz, padres de Pedro el
inolvidable.

El Rosario de entonces tenía más calles subterráneas que en la superficie. Mineral fundado el 3 de
agosto de 1655, era señorial y rico. La leyenda de su fundación, originada en la rotura de un rosario

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que llevaba al cuello el caporal Bonifacio Rojas y que al recogerlo encontró los tejos de plata, era
fabulosa y bella.

Sus bocas de mina “El Iguanero” Zacatecas, Tiro Real y Tiro de San Antonio, engullían diariamente
a seiscientos mineros y precisamente frente a este último “Tiro de San Antonio”, nació la eximia
cantante LOLA BELTRÁN.

Su padre, don Pedro Beltrán, tenía a su cargo la Oficina del Registro Civil y Juzgado Menor; María,
su esposa, una bella mujer blanca y garbosa compartía la dirección del hogar con la tía Cristina,
dulce, buena y diligente, vigilante constante de su consentida Lucila. A gritos trataba de
convencerla para que se bajara de las cumbres de los tamarindos, los ciruelos, los guamúchiles o los
tabachines, en donde la pequeña futura LOLA LA GRANDE competía con los pájaros, cantando a
grito pleno y cancionero, mientras ellos se acostumbraban a tenerla por compañera en las alturas.

Y allá cantaban con ella. Y la voz de la pequeña rodaba en el espacio hasta los barrios del Indio, El
Ciprés, La Palmera, La Hidalgo y La Cazadora, como dulce presagio de un inefable advenimiento;
como primario anticipo de una prodigiosa metamorfosis.

LOLA BELTRÁN se insinuaba ya con el corazón de viento, con palpitar de nubes y con garganta
de ave.

1949, canta en todas partes. En la Sociedad Hidalgo, le pide al maestro Miguel Prado que le
acompañe “Tu, SÓLO Tu”, en un baile que se hizo en El Rosario al autor de “Duerme” y en el que
estrenó “OFRENDA”.

1950. Las alas tomaron fuerza, mientras se estrecha el ambiente provinciano. Este 10 de Mayo, El
Rosario oyó y vio por última vez a Lucila Beltrán Ruíz. Ya no volvería a escucharla sino como
LOLA BELTRÁN. Cantó en el festival a las Madres antes de partir a México y lloró tierna,
dulcemente, porque dejar al Rosario era dejar su vida; pero había algo que le impelía más allá, más
arriba siempre; a la superación, a la perfección.

En México, llamó a la puerta de X.E.W. ¿No buscaba pues, lo mejor? Y apenas le mostraron ahí
una rendija, se coló por ahí como secretaria. Su preparación en esa actividad era excelente. Las
Madres Carmelitas fueron sus madrinas y protectoras en el Colegio Colón, allá en Rosario.

Pero aquí está una carta que nos escribiera el 17 de Agosto de 1950, apenas a escasos tres meses de
haber llegado a la capital. Este es uno de sus párrafos: “Tocante a mi persona diré; Yo estoy
trabajando en estas oficinas de W, en el departamento artístico, no me canso de darle gracias a Dios
por tantos milagros que me ha concedido. Ayer trabajé en el Cine Arcadia, fue en la noche. Yo

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canto los domingos y tengo grabados en R.C.A. Víctor “Pobre Corazón'' y “Canción Mexicana”
luego que salgan al mercado te los mando Me saludas por favor a mi Tía Cristina y a los
muchachos, lo mismo a mi mamacita”.

Y luego de su triunfo contundente y definitivo con “Cuando el Destino” los acontecimientos se


sucedieron vertiginosamente para quien había sido primero “La Rancherita del Rosario”, luego “La
Perla de Sinaloa” y ahora era ya, fume y gallarda, LOLA BELTRÁN, LA REINA DE LA
CANCIÓN FOLCLÓRICA.

Un increíble ascenso; un turbulento conquistar de logros que no la pudieron marear, pero que
tampoco hubo quien los discutiera porque eran lógicos y reales; arranca dos con férrea decisión y,
por lo tanto, merecidos y legítimos.

La gloria y la fama eran ya esclavos sumisos de LOLA BELTRÁN.

El 9 de mayo de 1974 el pueblo rosarense rindió a LOLA el homenaje que le debía, 25 mil almas le
esperaron a pie firme durante cinco horas, para regar su paso de flores, aclamarla y tributarle la
ovación más enternecedora y espontánea que se haya tribulado a artista alguno.

Un escenario natural, teniendo como fondo el viejo templo y al frente las bocas de minas
convertidas en azules lagunas, dio al acto singular majestuosidad y especial atractivo. Ahí
desfilaron, famosos compositores y cantantes, como don Manuel Esperón, Tomás Méndez, Víctor
Cordero, Enrique Sánchez Alonso “Negrumo”, Ferrusquilla y Nina Tolentino, Fernando Gazcón y
otros muchos elementos artísticos que quisieron rendir homenaje de compañerismo y amistad a
LOLA LA GRANDE.

Ella se superó esa noche. Cantó y cantó como nunca, mientras miles de gargantas gritaban su
nombre. Los Gobiernos del Estado y del Municipio le otorgaron sendos pergaminos y la declararon
HIJA DISTINGUIDA DE SINALOA. Su barrio, el de Tiro de San Antonio, engalanó las fachadas
de sus casas y los niños invadieron todo el día la casa de LOLA para llevarle una flor en sus manitas
trigueñas y con sus desnudos piecesitos, y recibir a cambio un beso, un cariño, una palmada, una
sonrisa de su ídolo, con la emoción de saberla suya, de no haberla perdido nunca, ya que seguía
siendo siempre tan entrañablemente sencilla, tan ardientemente leal. Los rosarenses tienen la
convicción de que LOLA BELTRÁN es la prolongación de las glorias del viejo ex-Real de Minas.

Que LOLA BELTRÁN les trajo nuevamente los perdidos yacimientos de oro y plata que dieron
fama a su tierra.

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PIE:

Lola Beltrán y don Carlos Hubbard Rojas.

Postal enviada desde Roma por Lola Beltrán a don Carlos Hubbard.

Letra del corrido de “El Caballo Blanco”, proporcionada a don Carlos Hubbard por José Alfredo
Jiménez. A petición de un grupo de rosarenses encabezado por don Carlos, se acomodó El Rosario
al corrido, para la interpretación de Lola Beltrán.

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LOS BAILES DE “LA HIDALGO”

“El Torero” tenía un chumilco donde es hoy es la casa de Chuy Lizárraga. Afuera de su casa, muy
chaparrita, había un portón y ahí mismo hacía loterías de cartones, en donde jugábamos los
muchachos del barrio a centavo la entrada. A veces se vestía de payaso, pues tenía un traje auténtico
con pantalón bombacho color de rosa brillante y un bonete azul. Más acá vivía Toño Osuna, que
siempre contaba en los velorios una novela de un tal Porporato, con una voz rasposa y monótona.
Enfrente vivía Adolfo Fajardo con su mamá Concha Morales, y su hermano adoptivo, “El Tapón”.
La mayoría de los muchachos grandes estaban de aprendices de la imprenta de don Juan Grey y
algunos ya comenzaban a ir a los bailes de la Sociedad Hidalgo.

Estos bailes, que eran muy sonados en ciertas fechas, son toda una historia la mar de sabrosa:
Cuando comenzaron ningún hombre podía sentarse al lado de una muchacha en el salón de baile
porque era considerado una inmoralidad y el hecho traía como inmediata consecuencia la
presentación de don Antonio Zazueta, Juan Galván o cualquier otro socio integrante de la Comisión
de Orden, que conminaba al atrevido a levantarse inmediatamente, so pena de ser expulsado del
salón.

Las muchachas se acomodaban sentadas en sillas y sofás formando una primera fila alrededor de
todo el salón. Atrás, en segunda fila, expectantes y listas para cualquier eventualidad estaban las
mamás o encargados de la bailadora. Las eventualidades consistían en que, si alguna dama se
negaba a aceptar el brazo de un aspirante a bailador, no era remoto que éste, indignado, le recordara
a la más cercana de sus parientes y hasta en ocasiones le propinara sonora cachetada. Se formaba el
revuelo; la mamá gritaba, venía “la comisión” y si el infractor no era el Presidente Municipal, ni el
Recaudador, ni el Tesorero, ni el Secretario, ni el Jefe de la Guarnición, se lo llevaban a la cárcel.

En un rincón estaba la cantina y entre pieza y pieza allá iban los caballeros a echarse la del pulmón,
a quince centavos la Toluca de cerveza. Las muchachas, solas en el salón, se daban aire con
abanicos de plumas, de bambú o de cartón, miraban hacia la cantina y se les movía la manzana
como nivel de albañil pensando en los refrescos.

Nadie se presentaba a estos bailes en mangas de camisa y tampoco se admitía, en lo que toca a
damas, ninguna que estuviera “criticada''. ¡Si ya se había “huido”, ni hablar! Cuando alguna
muchacha de esas consideraba que no se sabía de su malpaso, confiadamente se levantaba a bailar
para recibir “ipso-facto” muy disimuladamente, un papelito escrito por la “comisión” donde le
advertían que de no salirse la echarían fuera. Este procedimiento dio lugar, naturalmente, a

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innumerables injusticias pues yo recuerdo que, a una pobre chamaca, casi una niña, dieron en
colgarle el sambenito de que ya no era virgen. De ahí pasó a que cada día aumentaba el número de
sus supuestos amantes, hasta convertirla, cuando la echaron fuera vergonzosamente de la Hidalgo
en uno de esos bailes, en poco menos que una ramera. Un año después se casaba y se comprobaba
que era tan pura y honesta como la mejor.

Y llegaba el festejo y baile de Aniversario. El 15 de septiembre a las diez de la mañana empezaba a


congregarse lo más granado de la población, socios y no socios de la Hidalgo, que contaba entonces
con unos quinientos. El calor era sofocante; la orquesta Borrego templaba instrumentos afinándose
con la flauta de Nacho. Gabriel probaba su chelo y Pancho Mena movía inquieto los ojos
inventando nuevas diabluras mientras afinaba el violín bajo el brazo izquierdo. Rafael Elizondo no
se daba tiempo a explicar a cada chamaco y pocos adultos el funcionamiento de su complicado y
moderno instrumento; la batería; mientras cargaba la pistolita del salón para dispararla al tocar “La
Tomasa”. Poco a poco se llenaba el salón: ya llegaba la comisión que enviaba la sucursal de la
Sociedad en Mazatlán.

El Presidente tomaba su lugar en la mesa rodeado de los demás miembros de la Directiva, sonaba el
timbre y la orquesta acometía los primeros compases de “Poeta y Aldeano”, “Lira de Oro”,
“Moraimá” o “Caballería Rusticana”.

Seguía la Sesión-Solemne, el cambio de directivos, el acto oficial y el discurso de don Enrique


Castañeda en la tribuna libre, siempre vibrante al referirse a los héroes y con un temblor de llanto al
hablar del mutualismo y la fraternidad.

Una hora después de que se tocaba el Himno a la Sociedad, compuesto por Delfino Infante o Juan
José Ledón, ya la marea había subido y las cervezas volaban y se vaciaban absorbidas por los
sedientos gaznates.

Aquellos que nunca tomaban, ese día rompían la rígida regla de abstención y a las cuatro de la tarde
traían a la orquesta o la banda tocándoles por la calle: Juan Martínez, Florentino Cervantes, Sixto
García, Juan Galván, Aurelio Pimentel, Luis B. Sánchez, Quintín Tocha, Toño Zazueta, José Pilar
López y algunos otros que no recuerdo. Al oscurecer, sigilosamente, cuántos de ellos para quienes
la fidelidad conyugal era una costumbre, se llegarían hasta la “Bella Aurora” para tomar “la última”
en una agradable compañía femenina y quizá hasta bailar una de aquellas modernas piezas que
tenían en la pianola, provocando estampía de sus propios retoños que un momento antes se la
enseñoreaban del local.

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PIE: Otro bello portal colonial. La casa existe como único testimonio del esplendor rosarense.
Encalaron las paredes de cantera rosa para rentarla.

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EL MERCADO

Todo el gabinete alemanista contribuyó para su construcción

Una de las obras que se realizó mediante la más variada y valiosa colaboración es el Mercado del
Rosario, para el que cooperó todo el gabinete presidencial del licenciado Miguel Alemán.

Era el 23 de julio de 1951. El presidente municipal, Guillermo Elizondo, recibió en su residencia al


presidente Miguel Alemán y una gran comitiva, quienes pasaron toda una noche escuchando
música, bailando (el licenciado Casas Alemán resultó un experto bailarín) tomando jaiboles y
botanas diversas. Se habían venido de Mazatlán de incógnito, pues hicieron parecer que pasaban la
noche en el yate presidencial. La orquesta Borrego lucía ante aquella pléyade de personajes:
Secretarios de Estado, Gobernadores, altos Jefes Militares, banqueros, industriales, etc.

En un momento dado el coronel Carlos l. Serrano nos dijo: ¿Qué hace falta al Rosario? Un
mercado, contestó rápido Memo Elizondo.

Vente, me dijo el coronel; súbete a esa silla y anuncia que obsequiaremos un mercado al Rosario,
QUE ES MI TIERRA, recalcó.

Y así empezó la colecta que anoté detrás de una cajetilla de cigarros y que, como verán en la
relación, ascendió a 91 mil y tantos pesos.

Recuerdo que después de que anunciaba yo la aportación, Yolanda Lizárraga, Walfa Pechir y otras
amigas que estaban presentes hacían bailar al donante. Tanto el licenciado Pérez Arce como el
licenciado Casas Alemán dieron su nombre y al de la gubernatura de Sinaloa y Departamento del
Distrito Federal respectivamente.

El coronel García Valseca no quiso que se mencionara su nombre, pero dio sus mil pesos, que en
aquella época era una fortuna. Las aportaciones de los capitanes. Álamo Blanco (que al mes lo
asesinara una mujer en Guadalajara) y teniente Ampudia se me hicieron muy poquito comparadas
con las de sus jefes.

Cuando terminamos de saquear a todos, el coronel me dijo que anunciara el total y dijera que el
faltante lo pondría el presidente Alemán.

Yo me “chivié” y dije que el presidente no había dicho nada, pero él insistió (a algo se atenía) y yo
le dije, provocando estruendoso aplauso y vivas. El licenciado Alemán aceptó el compromiso y tuvo
que bailar.
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Cuando se invirtió lo recaudado y el ingeniero Jaime Sevilla Poyastro, encargado de la obra,
informó al presidente Elizondo que faltaban 175 mil pesos para terminarla, el Ayuntamiento me
comisionó para gestionar el préstamo, según oficio No. 223 de fecha 3 de junio de 1952.

Pero antes de recordar las peripecias que tuve en México con motivo del préstamo, quiero dejar
anotadas algunas situaciones que tuvieron lugar aquel 23 de julio del 51, en la casa de Guillermo
Elizondo.

Todos los integrantes del gabinete eran jóvenes, y esa noche se comportaron como si estuvieran en
su propia casa, charlando, riendo, bailando y demás, pero uno de ellos estaba como aislado, no
serio, pero si un poco ajeno a la algarabía general. Yo me acerqué a él para charlar un poco y me
resultó muy amable. Recuerdo que le ofrecí traerle algo de beber y me pidió un jaibol. Lo acompañé
un largo rato, me dio sus mil pesos y fue el único que no bailó. Luego supe que era don Adolfo Ruiz
Cortínes, que un año después sería el presidente de la República.

En cuanto a los 25 milpesos que el licenciado Casas Alemán me dio, además de sus mil en lo
personal, me dijo que anunciara que esa aportación era una muestra de amistad del Distrito Federal
para El Rosario, la tierra del coronel Carlos l. Serrano, (me recomendó que eso lo recalcara). Luego
se comentó ahí mismo que trataba con ello de congraciarse con el coronel para que este avalara sus
pretensiones de ser candidato de la presidencia.

Ya en México, mi cuñado, el capitán Alberto Urrea Murray, secretario del coronel Serrano, me
acompañó hasta su presencia, pues me recibió de inmediato, no obstante que veía yo que durante
semanas esperaban audiencias generales de división, gobernadores y otros muchos altos
funcionarios, cuando en otras ocasiones estuve ahí diariamente, sin ningún negocio, sólo
acompañando a “Beto” Urrea.

Nos saludamos (desde un principio nos hablamos de tú y seguimos haciéndolo) lo impuse de mi


misión y sin más pidió que lo comunicaran con el Banco Nacional Hipotecario y de Obras Públicas
(hoy BANOBRAS).

Establecida la comunicación les dijo más o menos: “el señor presidente durante su visita al Rosario,
Sinaloa, que es mi tierra, les ofreció otorgarles un préstamo para terminar su mercado. Ahí va el
representante del Ayuntamiento para que lo atienda ...”

En el banco ya me estaban esperando. Solamente que me hicieron la aclaración que como los
presupuestos de crédito se hacen al año anterior, para conceder uno no programado necesitaban la

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firma del presidente de la República. Con una gran desfachatez les dije que me dieran el papel y
otro día les llevaría la firma del presidente. Me vieron como si estuviera tocado.

Sin embargo, me fui con el coronel, le di el papel y otro día en la mañana me lo entregó ya firmado
por el licenciado Alemán.

Y no hubo más demoras. Se redactaron los contratos y ya estábamos por firmarlos cuando se
encontraron los abogados con que el Secretario General de Gobierno del Estado, que debería firmar
junto con el gobernador, ya no se titulaba así, sino “Secretario de Gobernador' por lo que tenía que
llevarles el Periódico Oficial del Estado en que apareció el decreto con el cambio de denominación.

Y ya se estaba acercando la fecha en que el licenciado Alemán iba a entregar el poder.

En avión me vine a llevar el periódico. Vuelta a México, Beto Urrea me traía en su motocicleta
volando por las calles y por fin, el último día del mandato del presidente Alemán, a las 9 de la
noche en la casa particular del Notario Público firmamos la documentación.

Cuando volví, el ingeniero Sevilla me preguntaba: ¿Carlos, está seguro de que logró el préstamo?
Porque la Presidencia Municipal de Guamúchil tardó más de seis meses.

La administración de Guillermo Elizondo entregó el mercado totalmente terminado el 26 de


diciembre de 1953, con asistencia del Gobernador del Estado; doctor Rigoberto Aguilar Pico, y
poco tiempo después el licenciado Francisco Apodaca Osuna, Sub-director de Crédito de la
Secretaría de Hacienda, logró que condonaran al Rosario el adeudo de 175 mil pesos

PIE:

Pase Madero y mercado municipal en 1925. Izquierda Cantina de los Hermanos Ardito y anuncio de
la Cervecería “Listón Azul” de Díaz d León en Mazatlán, derecha Tienda “El Progreso” de Ángel
Ilitziki y de espaldas, doña Agustina Chirinos, esposa de “El Chico” y mamá del profesor Esteban
Chirinos Torres.

Mi barrio del 22, actualmente andador Carlos Hubbard Rojas.

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MI BARRIO DEL 22

Igual que en otras muchas poblaciones antiguas, en El Rosario no se daban domicilios


especificando calle y número, sino que se localizaban por barrios. Así, yo nací por el Barrio del 22,
que es calle 22 de Diciembre, (pero sólo de lo que hoy es Ángel Flores y que antes fue Calle de los
Rieles y luego Del Tajo), hasta cerrar por Morelos, (antes Batopilas), pues de la Ángel Flores para
abajo era el barrio de la Sirena, como los habitantes de la calle Obregón eran del Barrio del Anonal,
los de T. Noris (antes Guanajuato) de la Ángel Flores al oriente del Barrio de la Hacienda Vieja y
los de la Ángel Flores en la región que es ahora Plazuela Leyva, eran los del Barrio del 2 de Abril.

Yo recuerdo a mi barrio como era entonces, con sus dos filas de casitas bajas y apretujadas como si
no cupieran en la cuadra, destacándose únicamente, como verdadera mansión, la de los Schneider
que eran los más ricos del barrio, aunque después don Clemente el “Tres Piedras” tuvo mucho más
dinero. En la esquina la tienda de Loreto Solís que con los años se convertiría en la próspera
abarrotera de Alberto Peña. Al otro lado, pasando la calle, en la banqueta alta, algo que debe haber
sido una gran tienda y de la cual sólo quedaban los armazones negros de hollín, el largo mostrador
sucio de manteca y don Antonio Gaxiola, el dueño, que todos los días pasaba enfundado en su
pelerina negra y se sentaba invariablemente en los palcos del lado izquierdo del cine Crespo.

En la esquina de enfrente vivían los Morales; Pablo, su esposa Esperanza y los muchachos. Esos
eran entre ricos y no, pues por una parte tenían casa propia y su abuelito don Adolfo Alduenda,
tenía tienda, “La Sirena” y luego a Lao el más bonito de los muchachos, lo llevaban de apóstol en
los días santos y le lavaban los pies vestido con una túnica brillosa que era nuestra envidia, como lo
eran también los 25 centavos que le daban y la pieza de pan. Pero el papá, Pablo, era empleado y
para nosotros los muchachos, ello les daba categoría pues era nada menos que escribiente de la
Presidencia... sí señor, así nomás: “La Presidencia” con esto estaba dicho todo y no había necesidad
de decir Presidencia Municipal.

En la otra esquina estaban los Jiménez con su sobrino “El Mochomas” que nos traía de un ala, pues
ese ya se iba sólo por esos mundos de Dios y no había quien le pegara en el barrio ni siquiera en la
Sirena o el Anonal que eran más malditos. Ahí vivía también “El Guili”: Dando vuelta por la Ángel
Flores llegábamos a la casa del “Sapo”, del Conejo y del Pitiminí, hermanos de Ángela Chin e hijos
de Agustín Chin. Luego seguían las Becerra, las Castelo, enfrente, Nacha la del Chino Lío; el 2 de
abril de don Adrián Gómez, la panadería de las Mendoza y así seguía la calle.

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Por allá había unas muchachas ya viejas, hijas de María y esposas del Señor, solteras, puras,
temerosas de Dios, piadosas y, en una palabra, como ahora dijeran, que habían jugado sin hit ni
carrera. Se dedicaban a confeccionar, cosiéndolas a mano, prendas de vestir para los hombres:
camisas, camisetas, calzoncillos, etc. Oía yo contar que para no cometer pecado cuando llegaba la
irremisible tarea de hacer los ojales y poner los botones de las braguetas cogían el género con un
papel.

Por la Sirena vivían Chayito Díaz y sus hijos; Chuy Arce que fue siempre muy apartado; los
Pacheco, el Campeón, el Ligero, Cande, los Gutiérrez, el “Coyotito” y de algún lado salía un
minero que se llamaba Poli Rendón.

Nada más llegaba a mi casa y me le plantaba enfrente para oírlo platicar. Era claridoso y cínico. Su
atezado rostro lampiño era inescrutable y jamás reía. Para él no había nada sagrado y su
escepticismo podía ser fingido o no, pero era divertido.

Recuerdo que un día llegó una pequeña “muy feíta y prietita” y Poli preguntó cómo se llamaba:
''Aurora” le respondió la niña. Oír el nombre y ponerse a despotricar fue todo uno. No parecía, sino
que le hubieran mentado la madre. ¿Qué te parece? –Decía indignado, ponerle Aurora a esta
muchacha tan prieta y tan fea con las piernas como chorros de atole. Esta debía llamarse Tiburcia,
Herculana o Torcuata. Las viejas debían fijarse etc.

Cuando discutía con Miguel El Juez, que era fanfarrón y echador aparte de muy embustero, la cosa
se ponía al rojo vivo: ¡no señor! decía Miguel El Juez. Yo en mi casa le jodeo a la vieja con el
chorro de tostones (la pobre de María su esposa lavaba y planchaba día y noche para salir avante) y
continuaba: Y los pesos yo me los pongo en los huaraches para irlos aventando cuando camino.

A Miguel le decían El Juez porque en alguna ocasión fue autoridad en un rancho de la sierra.
Formaba parte de la parroquia que día con día se reunían en mi casa para echarse la copa.

Otro de los parroquianos era Efrén Rodríguez, un hombrón hercúleo, con unos bigotes como
manubrios de bicicleta, cara adusta a la que hacía más imponente el polvo de carbón que
eternamente le cubría, pues Efrén trabajaba en las viejas plantas de luz que alimentaban con siete
toneladas diarias de carbón, mismas que él paleaba y manejaba seis días de la semana.

Tan luego como el espíritu del mezcal le empezaba a llegar el cerebro, se lanzaba a cantar a grito
pelado una canción que decía.

Ya marcharon las cordadas.

83
Al toque de la corneta.

Y a Manuel Rivas lo hallaron

sentado en una carreta.

Inmediatamente de terminar la cuarteta, daba un grito que invariablemente terminaba con: ¡Efrén
Rodríguez, Capitán Primero! Lo quieren al pin... Y ahí se quedaba porque se daba cuenta de que yo
lo estaba oyendo.

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LA MINERÍA EN SINALOA

La última década del siglo XIX fue posiblemente la del postrer auge y esplendor para la minería en
Sinaloa.

Los distritos del Rosario, Concordia, San Ignacio, Cosalá, Culiacán, Sinaloa y Mazatlán exportaban
sus productos mineros por el puerto de Mazatlán y en el ciclo 1897-1898 éstos alcanzaron un valor
de cuatro millones 329 mil trescientos pesos, valor de 21128 barras en pastas con un peso de 71
toneladas 142,1251kilos.

Además, se exportaron también en numerario: $8431373 pesos en plata y $61067 pesos en oro.
Total: $849.541 pesos, que unidos al producto minero arrojaron la respetable cantidad de 5 millones
179 mil 841 pesos, que ese año nada más se fueron de México. Y pesos de “aquellos”:

De ese producto, los aportadores más importantes fueron Guadalupe de los Reyes con 966 barras de
oro y plata con valor de 1 millón 531mil520 centavos, y El Rosario, con 339 barras valoradas en
853 mil 825 centavos.

Cabe aquí una pertinente aclaración: En 1785 la mina del Rosario había producido en un mes,
32,459 marcos de plata y 702 de oro. El marco ordinario se cotizaba a 8 dólares (230 grs.) Mientras
que el del Rosario valía 12 dólares porque contenía 4 dólares de oro, le llamaba “un oroche”:
Fueron pues 7,464 kilos 420 gramos de plata, 161. Kilos 460 gramos de oro.

Cópala, Panuco, Santa. Alicia, San Vicente, San José de Gracia y Santa Gertrudes, con plomo y
cobre además de oro en pasta, unían sus productos a la riqueza minera del Estado, y por su parte los
minerales de Cosalá, Favor, San José de las Bocas y Santa Lucía exportaban importantes cantidades
de piedra mineral, polvillos, residuos metalúrgicos, sulfuros y escorias. (Fuente, Recaudación de
Rentas de Mazatlán).

En el último libro publicado por Gutierre Tibón. “Aventuras En México” aparece esta información:
“En la historia de la minería mundial no ha habido una sola mina con la ley de Sinaloa”. Y luego
aclara: “Sé que esta bonanza legendaria pertenece al pasado, pero ¿por qué no recordar con fruición
que el Rosario, sobre una tonelada de mineral 400 kilos eran de oro?

Esta última aseveración se me antoja exagerada; aunque para mineros, pescadores y cazadores las
cantidades y las medidas tienen otras proporciones.

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Pero en cuanto a que esa bonanza legendaria pertenece al pasado, es una verdad que debemos
aceptar.

Durante tres siglos la explotación del oro y la plata a través de minas tan ricas como El Tajo, La
Guadalupana, Santa Gertrudes y hasta 27 más, de oro, plata y cobre con ley de oro y plata en la
región de Plomosas, además de placeres de oro en Rincón del Chilillos, Rincón de la Caña, al pie
del cerro Yauco; los arroyos de Chacales, Panales, Rincones de Maloya y Estancias al lado opuesto
del cerro y otros 14 más en la Mesa de las Hormigas y Mineral de Plomosas, fueron la base
económica del Rosario, que a fines del siglo XVIII llegó a ser la ciudad más próspera y rica del
noroeste de México.

Su importancia se revelaba en el hecho de contar con un Tribunal Superior de Justicia para Sonora,
Sinaloa y las dos Californias.

Juzgado de Distrito, Comisaría General de Hacienda, Agencia de Minería y Oficina de Ensaye,


Aduanas Terrestres y Cajas Reales.

Contaban entonces entre 7 y 9 mil habitantes y capitalistas que surgieron del propio auge local se
convirtieron en armadores cuyas embarcaciones activaban las transacciones comerciales y así el
Real de Minas de Nuestra Señora del Rosario, como centro vital de la región, monopolizaba el
comercio de todo lo que es hoy el Sur de Sinaloa y parte del estado de Nayarit.

Los comerciantes y mineros afortunados construyeron mansiones de cantera rosa y en 1731 se


consagraba su airoso templo parroquial, con su fachada barroca; que en la distribución de sus tres
partes revela rasgos característicos de portadas realizadas por frailes domínicos.

En la obra maravillosa de ebanistería artística que es su retablo, el visitante admira extasiado tanto
la mano de los artífices que la construyeron, como la exquisita expresión de la mente creadora de
belleza que la concibió.

La ciudad está enclavada dentro de los únicos 25 kilómetros de planicie con que cuenta el
municipio, a 10 de la Costa del Pacífico y 15 de la región montañosa, que en Picachos alcanza los
3,000 metros de altura.

El terreno sube gradualmente de la ribera del río al lugar donde se erigió el antiguo templo, que
entonces dominaba todo el escenario citadino, al que rodeaban cinco lomas: la de la Cruz, de
Zacatecas, de las Panochas y de las Borregas; las dos primeras con boca de minas y las últimas
salpica das de miserables viviendas de mineros que, aunque diariamente tenían en sus manos

86
puñados de oro y plata, lo único que se daba en abundancia en sus hogares eran los perros,
seguramente porque teniendo más con quien repartir el hambre, les tocaba de a menos.

Las lomas de Las Borregas y Las Panochas tomaron sus nombres del apodo que tenían las familias
que originalmente se establecieron ahí.

Porque si al jefe de la familia le endonaban un apodo, que para inventarlos se pintaban solos los
mineros, los descendientes de “El Ratón”, El Gallo, El Chango, El Tejón, tenían pleno derecho de
heredar y disfrutar el título. Así, las Borregas eran hijas del Borrego, pero las Panochas ostentaban
orgullosamente el mote que se había iniciado en ellas porque tenían el color (y también la dulzura)
del primario producto de la caña.

Es indudable pues, que, en la última década del pasado siglo XIX, y principios del XX, la ciudad
del Rosario y las minas del Tajo vivieron también su mejor época.

En 1892 se inauguró la primera plazuela, frente al templo, que luego se llamara “Plazuela Hidalgo”
y al ser trasladada al lugar que hoy ocupa se le cambiara el nombre del padre de la patria por el de
Gabriel Leyva.

En 1894 se instaló el servicio de agua potable.

En 1902 minas del Tajo inicia el cambio de sistema de beneficio en su planta de amalgamación a
cianuración y traslada la hacienda del lugar que todavía se conoce como Hacienda Vieja en la orilla
del río, a la loma de la Cruz, mismo lugar donde funcionaron también las oficinas y la residencia de
gerentes de la negociación hasta la fecha en que se suspendieron definitivamente las actividades
mineras.

El 15 de septiembre de 1910 se inauguró el servicio público de la luz eléctrica que sustituye a los
faroles, así como también ese día inició su caminar el reloj público.

Un mil 300 trabajadores se emplean entre la mina, la hacienda de beneficio y en los cortes y
acarreos de madera y carbón para ademes y funcionamiento de dínamos que proporcionaban luz
eléctrica a la mina y a la hacienda. quince años después instalarían la planta de gas pobre de 500
caballos de fuerza que los sustituyó.

La profundidad alcanzada en la mina por esa época era de 152 metros y las galerías, pozos, cruceros
y caminos de sus trabajos subterráneos tenían una longitud de 70 kilómetros.

En 1945, último año de la actividad minera, esas “calles” subterráneas se prolongaron hasta lograr
casi 90 kilómetros y, por su parte, el tiro de San Antonio alcanzó una profundidad de 500 metros en

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los trabajos de la “labor” denominada “la chuza” los cuales continuaron bajo el cauce del río
siguiendo audazmente la veta bajo la superficie, entre la calle Morelos y el mercado municipal, con
el rumbo de Guatimozí en los Chilillos.

Iban en busca del “manantial riquísimo de oro y plata que se desbordaría al explotar las vetas
metalíferas que encierra en su mole el cerro Yauco, según apreciación del Barón de Humboldt
cuando visitó El Rosario a principios del siglo XIX y que publicó en su “cosmos”:

Pero Minas del Tajo y por último la Cooperativa de Mineros, nunca llegaron a ese Potosí y si el
ilustre viajero alemán estaba en lo cierto (Y debe de haberlo estado porque su dicho ha sido
corroborado últimamente por doctos y experimentados mineros), entonces ahí está esa fabulosa
riqueza que no se agotaría en siglos ya que el sólido manantial aurífero y argentífero corre del
Yauco al Cerro Cabeza de Caballo, distante 20 kilómetros.

En 1898 El Rosario vé como la mina de la Guadalupana empieza a decaer.

Situada en el centro de la población (Hoy mercado Hidalgo y edificios de Teléfonos de México),


tiene tres tiros de extracción con sus respectivos malacates.

El tiro Cometa, que es el principal, el tiro Guadalupana y El Carmen.

La hacienda de beneficio, con una capacidad de 100 toneladas en 24 horas, está situada a la orilla
del río. El edificio existe todavía, se conoce como la “Guadalupana” y está ubicado en la esquina de
las calles Obregón, (Calle Guadalupana entonces y antes barrio del Anonal y calle de las Haciendas)
y Benito Juárez, entonces Romero Rubio.

En realidad, esta mina era parte de la veta contigua a la de minas del Tajo, propiedad de Luis
Bradbury desde 1870, quien inexplicablemente no la adquirió también y estaba en posesión de don
Francisco Echeguren.

En 1892 cierra la hacienda por falta de mineral. Después se trabajó en forma esporádica hasta su
cierre definitivo, pues en realidad no había veta definida sino más bien un depósito irregular de
regiones de mineral dispersos en varias direcciones. Todavía en 1920 se efectuaban infructuosas
exploraciones en las calles aledañas a los tiros.

En 1908 los mineros de Pánuco, con su plétora de polvo en los pulmones, emigraron al Rosario en
busca de trabajo en lo único que eran expertos: arrancar el oro y la plata a la tierra. Artífices de las
riquezas de la dinastía de la miseria.

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La negociación Minera de Pánuco, con sus15 puntos mineros, su costosa pera con 470 metros
cúbicos de capacidad sobre el nivel de la Hacienda de Beneficio y 2 millones de metros cúbicos de
capacidad, que generaba fuerza hidráulica barata para sus trabajos mineros. Su fantástico cable
aéreo a más de mil metros de altura para el acarreo de la leña, así como sus 600 trabajadores habían
quedado inactivos y Pánuco pasó a ser un pueblo fantasma.

Lo mismo sucedió a Cópala y a sus minas de San Antonio, San José, la Trinidad, el Huaco y 4
Reales.

Los “enganchadores” hacían su agosto comprando material humano para llevarlo a las minas de
Santa Rosalía en los “Corrigan” I y II.

Cinco pesos les anticipan, reseña, el historiador Carlos R. Hubbard, y con ello quedaba sellada y
garantizada por las autoridades una esclavitud de varios años.

En 1945 toca a El Rosario sufrir el desplome de su minería, con la consiguiente depresión


económica y éxodo de la mitad de sus habitantes. Pero la destrucción de la ciudad, con sus
soberbios edificios de cantera y su templo barroco, había sido realizada ya, año tras año en una
pérfida labor de zapa que socavó sus cimientos ante la criminal indiferencia de las autoridades que
con estólida mirada vieron cuartearse primero desgajarse y hundirse después, aquellas invaluables
joyas que fueron prendas de ornato motivo de legítimo orgullo y constancia histórica de una ciudad
que merecía respeto.

Y cuando no hubo más qué destruir y cesó la obra, no por irresponsable, menos criminal, las minas
se inundaron y el mineral llegó a su fin.

Entonces, avergonzada y púdica, la ciudad mostró al viajero su desnudez y miseria, un balance


pavoroso de viejos mineros silicosos derrotados y una ciudad en ruinas a la que destruyeron su
pasado y no le escrituraron un futuro.

“Los que nos quedamos nos dimos cuenta poco a poco, como en un despertar, de que las aguas del
río eran límpidas y ya no estaban contaminadas con el letal cianuro de las que arrojara al río el
molino de metal durante medio siglo”, diría Carlos R. Hubbard.

La agricultura se incrementó notablemente en las 70 mil hectáreas de terrenos que como por arte de
magia surgieron con su verdor.

Los rincones de la sierra se poblaron de ganado vacuno y en los últimos años la fruticultura da al
Rosario su nueva riqueza.

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Por su parte, la importancia de las pesquerías, a pesar de los escasos kilómetros de costa que
corresponde, se acrecienta con la incalculable riqueza pesquera de la albufera (laguna junto al mar)
de Caimanero.

De esto se puede derivar una conclusión:

La minería no será nunca la actividad principal ya en los 4 mil kilómetros cuadrados del municipio,
sino una opción más, en su caso proporcionaría recursos adicionales, como es actualmente la
compañía minera “México” que explota las minas Plomosas desde hace 3 años con trabajos serios y
una muy importante inversión.

Su gran auge y el esplendor de sus casas coloniales, así como el título de “Ciudad de Plata” que
merecidamente ostentó en su pasado, que como acertadamente lo dice Gutierre Tibón, es solamente
para recordarlo y saborearlo con fruición y recóndita nostalgia. Pero lo que sí es realmente
inmarcesible es nuestro inmutable amor por el terruño y nuestra inconmovible fe en el porvenir.

PIE: El esplendor y el drama del rico Real de Minas de Nuestra Señora del Rosario.

90
La hospitalidad rosarense

NUÑO DE GUZMÁN CONQUISTA CHAMETLA

Hoy, que vinieron ustedes

a estos lugares lejanos,

tan huerfanitos de fama

y raros de ser mentados.

Hoy, que el orgullo es bandera

en nuestro pecho agitado,

por tenerlos compartiendo

la tortilla y el pescado

que se funden, con fraterno

abrazo en cada bocado,

les contaré lo que cuentan

(si ya su venia me han dado)

lo que cuentan y escriben

de nuestro viejo pasado

los que saben d'estas cosas

por estar más enterados:

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Allá por el año treinta

del mil quinientos contando,

Nuño Guzmán, Presidente

de Audiencia Real, fue nombrado

Gobernador Capitán

de la Galicia y de Pánuco

Cuando ya había atravesado

lo que es Nayar y Jalisco,

acampó en Santiago Ixcuintla

(Ixcuintlán, antes llamado)

seguido de portugueses,

españoles y un colmado

de indios guerreros que solos

también se le habían juntado.

Y como Ixcuitlán no quiso

darse por paz entregado,

mandó Guzmán arrasarla

no sin haberla saqueado.

Más plugo que'sta mala ánima

de Nuño, fue castigada,

pues con un grande diluvio

la comarca fue anegada

92
y en leguas a la redonda

no podía encontrarse nada

que de sustento sirviera

del español la mesnada ...

y alú murió de peste

quien se salvó de las aguas.

Viendo lo malo del caso

y dolido en la desgracia,

Nuño se fue a Acaponeta

ya con sus fuerzas mermadas

y ahí descansó dos meses

mal reparando sus armas.

Fue entonces cuando se impuso

que de los ríos de este lado,

había un pueblo grande de indios

por el Mar del Sur bañado,

por lo que mandó con presto

a Pedro Alméndez Chirinos

con otros a averiguarlo.

Y cuando volvió el cuitado

y confirmó ser deveras

lo que los indios contaban,

sobre el pueblo de Chametla

93
dispusiéronse a la marcha

Nuño y sus huéstes ibéricas;

y en la segunda jornada

de agosto en los días posteros.

Hasta el llano de Las Vacas

llegaron con sus deseos,

quedando a tiro de piedra

de Chiametla y sus esteros,

pero ya pisando tierras

de Sinaloa cuando menos.

Los indios de'stos contornos,

con maña y no poco esfuerzo,

dieron sangrienta batalla

a los intrusos sujetos,

y aunque según dicen, eran

cincuenta veces doscientos,

su derrota fue sangrienta

a manos de los ibéricos.

Después, tornaron sumisos

a campear por sus respetos

y Nuño los regaló

con la pluma que portaba

94
y que arrancó en gesto hidalgo

de su guerrera celada.

Y de tal guisa y tenor

siguen contando los dichos

quesque con mil ceremonias

salió el cacique mayor,

a quien presto le formaron

tupida valla de honor.

El dicho Jefe portaba

Rodela con su plumón

Y un coselete de cuero

de caimán, alrededor

de su noble continente

que era galano y señor.

También llevaba a su vera

un tigrillo mansurrón

que no contaba medio año

de edad, pero que en el cuello

portaba un blanco collar

de conchas y caracoles,

y de cobre un cascabel

95
que al moverse hacía sonar.

Y entonces los capitanes

de Guzmán, Pedro Chirinos,

Juan de Villalba, de Oñate,

Angulo, Juan del Camino,

Fray Bartolomé de Estrada,

fray Juan Padilla o Badillo,

comieron por vez primera

los platos de nuestros indios,

mismos que desde esos tiempos

todos hemos ofrecido;

pues en efecto, el cronista

dice que cuentan y dicen

que comieron los hidalgos

al llegar a nuestros límites,

camarón, ostión, pescado,

tortillas de maíz cocido

y envueltos en su blancura

la lealtad y el cariño

que ponen los sinaloas

al recibir al amigo.

Eso cuentan los cronistas

96
y como dicen lo digo,

y para que quede constancia

de que esta noche, el olvido

no podrá destruirla nunca

del sentimental archivo

que llevamos en el pecho

los hijos de este terruño.

Porque nunca habíamos visto

como nuestros padres indios,

sentados a nuestra mesa

hombres de tan raro cuño

ni damas las tan fermosas

de tal continente altivo,

que nos llamaron “hermanos”

a nosotros... ¡A nosotros

tan humildes y sencillos!

Estais pues, en vuestra casa:

¡Sed por siempre Bienvenidos!

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LA ORQUESTA BORREGO

Para todo rosarense estas tres palabras son una evocación. Desde los años veinte a esta fecha hemos
escuchado a la orquesta Borrego en las serenatas de nuestras plazuelas. A su ritmo dimos los
primeros torpes pasos de baile. Saben la melodía con que enamoramos a nuestra esposa y con la que
nos hizo llorar aquel amor que perdimos. Si nos ven “entrados en copas” ya conocen qué pieza “nos
llega” y con las que nuestro padre llevara “gallo” a la ventana de nuestra mamá. Si en algo somos
provincialistas es cuando se trata de nuestra orquesta. Ella y sólo ella sabe interpretar la música que
nos gusta.

A través de los años se han renovado sus elementos, pero el espíritu exquisito y el gusto musical
que captaron los Borrego es transmitido de generación en generación, siendo así como Nacho,
Gabriel, Manuel y Pedro lo recibieron corno herencia de su señor padre, don Manuel, cuando aquel
falleció en 1918.

Después a nosotros nos tocó sufrir el dolor de ver corno desaparecían, rebosantes de juventud,
primero aquel violinista J. Isabel Santiago, “Chavelo” muerto cuando ponía el pie en el primer
peldaño de la fama como compositor, pues había logrado obtener un premio en el concurso de vals
mexicano con su obra “Entre Naranjos” inspirada y bella.

Luego fue Gabriel, el inolvidable, el genial, el apasionado del violoncello, de quien don Manuel de
los Palos me dijo un día que sólo había escuchado igual a Tirso Rivera.

Gabriel Borrego será también una figura imborrable y plena de recuerdos. Una bandera de la
bohemia rosarense de los tiempos de Luis F. Lizárraga, Roberto Rojo, Carlos Osuna, Trini Lomelí y
tantos otros...

Pero no era suficientemente que el destino acallara dos voces dulces y brillantes de nuestra
orquesta. Hubo de ensañarse, pues le faltaba dar el golpe más brutal. Faltaba que acaeciera lo
inesperado, lo que menos pudiera pensarse para que doliera más.

Y ahí estaba Manuel, Manuel Borrego; que lo mismo tocaba un concierto en su violín mágico, que
sacaba “cauques” del río en una creciente... Aquel que apagaba un foco de una pedrada para que no
lo vieran llorar cuando tocaba una serenata. El que jugaba hulama con los “taúres”, que quedaron
rezagados de tres siglos, y basquet con los niños bien del Rosario. El que pudiendo tener una novia
rica y linda se contentaba con llevarle un gallo en la madrugada y la dejaba suspirando de ilusiones.

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Manuel, aquel que nunca dijo no cuando fue requerido para tocar o pelear a la buena en un desafío a
“mano limpia”: El que fue rico siempre sin tener dinero. El niño grande que en los días de lluvia
salía descalzo y con los pantalones arremangados o nos llevaba a su casa a las 3 de la mañana para
freírnos chorizo con frijoles, después de una parranda.

Era Manuel el que tocaba el “Humores que” como nadie, El que lloraba junto al violín, quien
faltaba en el desfile de los que se fueron para no regresar jamás.

Fue un día, triste, sombrío, lluvioso, aquel 8 de febrero de 1945. Cuando transmitía un programa en
la XEOW de Ciudad Obregón, al tocar La virgen de la Macarena” y tras de interpretar “El Sueño de
la Pastora” murió como debió querer morir: ¡tocando!

No pudimos siquiera verlo por última vez. La prensa y radio de Obregón le dedicaron sentidas
frases. Ocho días después de su muerte su hermano Pedro llegó a aquella población de Sonora para
terminar lo que su hermano dejara inconcluso: un miembro de la orquesta Borrego no había podido
cumplir su compromiso, pero ahí estaba otro que lo haría.

Se inició de nuevo el mismo programa, se tocó de nuevo lo que se había tocado ya, y al iniciar
ahora Pedro, “La Virgen de la Macarena” los alientos se cortaron, la emoción embargó a los
radioescuchas que vivían de nuevo aquel angustioso momento y al llegar a la última nota que tocara
Manuel en su interpretación inconclusa, se volvió a interrumpir la transmisión: se dijeron versos,
una oración fúnebre y continuó el programa, terminándolo, ahora sí, completo, Pedro Borrego,
quien desde entonces llena el vacío de su querido hermano.

Pedro, cuando hay que hacer sentir y palpitar la música, pide inspiración al que se fue y entonces
parece que la mano segura y delicada de Manuel, vuelve a dirigir el arco que arranca quejas y risas
a su mágico violín.

Después se fue Nacho, el director de la Afinación perfecta, y ahora una calle del Rosario lleva su
nombre para recordar a la Gran Orquesta Borrego.

99
PABLO VILLAVICENCIO

(El Payo del Rosario)

“Es difícil entender la falla de los historiadores clásicos de México para reconocer a
uno de sus verdaderos héroes y al hombre más liberal, escritor del período de la
Independencia”:

Son las palabras con que inicia James C. McKegney la introducción de su obra en tres tomos LOS
PANFLETOS POLÍTICOS DE PABLO VILLAVICENCIO, “EL PAYO DEL ROSARIO”, primer
trabajo de investigación en que se recopila íntegrala obra completa de este ilustre cuanto
desconocido patriota rosarense.

McKegney es catedrático de la Universidad de Waterloo en Canadá y en octubre de 1974 nos visitó


para solicitar información sobre El Payo, afirmando con vehemente entusiasmo que “es el personaje
más fascinante en la historia de México y dedicaré todo mi esfuerzo y entusiasmo a reunir sus
panfletos publicados”:

Le informé que Héctor R. Olea había publicado una “Semblanza de Pablo Villavicencio” y el
licenciado Joaquín Fernández de Córdoba un “Opúsculo” bajo el patrocinio del rosarense Adrián
Félix. Le mostré un artículo que publiqué sobre el injustamente olvidado personaje y le di toda la
información de que disponía y que no era mucha, sobre los lugares (sobre todo en EE.UU.) en que
se encontraba dispersa la obra de “El Payo”:

Héctor R. Olea revela que Pablo Villavicencio nació en el Real de Minas de Nuestra Señora del
Rosario el 28 de agosto de 1796 y el lugar de su nacimiento lo hemos situado en una choza que
existió en lo que es hoy una barda que va de la casa de José Palomares al cruce de la calle Morelos
(antes Plomosas), con Zacatecas.

El 22 de diciembre de 1810 el coronel González Hermosillo tomó El Rosario, enviado por don
Miguel Hidalgo que se encontraba en Guadalajara y derrotando al coronel realista Pedro
Villaescusa que defendía este mineral. Durante la ocupación del Rosario, González Hermosillo
recibió varias cartas del cura de Dolores. En ellas destaca su interés por que Hermosillo tome la
plaza de Cosalá: “Lo interesante es que sigan U. y López (se refiere a José Antonio López) con la
armonía que entiendo se manejan, procurando avanzar cuanto sea posible a la toma de Cosalá en

100
donde se me ha informado hay gruesas cantidades y mucha plata en pasta útil... nada me dice de los
caudales en efectos reales y alhajas que hayan confiscado, lo que es necesario decomisar llevando
una exacta cuenta de entradas y salidas para mi gobierno... he querido condecorarlo con el grado de
coronel cuyo título acompaño y le prometo el de brigadier por la toma de Cosalá1 diciembre 30 de
1810”.

En la última de sus cartas, fechada el 14 de enero de 1811, Hidalgo dice a José María: Con el pie en
el estribo para atacar el ejército de Calleja, que se halla en Tepatitlán ... que he recibido los 14
marcos de oro ... que se esforcé Ud. Como aguardo su celo a posesionar de cuanto antes de Cosalá.

Pablo Villavicencio, con catorce años de edad, se unió a las fuerzas insurgentes de González
Hermosillo durante su estancia en El Rosario. Fue luego herido y abandonado en Concordia en el
avance del coronel insurgente que fue luego derrotado en San Ignacio de Piaxtla por el intendente
Alejo García.

Pablo llegó a México, no se sabe cómo, en 1822 y aunque en sus escritos admite que recibió muy
poca educación escolar, “nací en una de las remotas provincias de occidente y recibí de mis padres
aquella educación que proporciona lo inculto de ellos, donde no hay un colegio, ni siquiera una
regular escuela de primeras letras...

A pesar de ello, escribe con facilidad y con frecuencia usa citas de la literatura latina y de sus
clásicos.

Lee mucho y en inteligencia no está en segundo lugar de nadie, ni siquiera del propio “Pensador
Mexicano” Fernández de Lizardi.

En la “Duodécima Función de Maroma, en casa de doña Prudencia de Mendiola” dice El Payo:


“nunca tuve la dicha de aprender el musa musae porque mis padres, siendo pobres, no tuvieron
facilidad para darme estudios, pero siempre fui algo inclinado a la lectura y no me dejaré jugar las
barbas de otro tan tonto como yo”.

Su firmeza de carácter, sus convicciones y su liberalismo lo llevaron a sufrir dolorosos


encarcelamientos en mazmorras, así como vilipendios y diversos castigos corporales sin que jamás
se doblegara su espíritu ni se vendiera su conciencia.

En “tres palabritas” al señor Victoria (don Guadalupe, primer presidente de México), El Payo dice:
“Yo señor, jamás he conocido la adulación: guiado por los sanos principios del patriotismo
desinteresado, he expuesto mil veces mi vida para salvar la Patria. Errante por los desiertos, per
seguido de mis enemigos y cercado de privaciones, no he perdido nunca de vista aquella divina

101
mácsima que virtió en la dieta de Polonia: Quiero más bien una peligrosa libertad que la esclavitud
tranquila”:

Cuando Iturbide se lanzó a la lucha para consumar la Independencia (amañada y todo) El Payo
estuvo de su parte, pero cuando el caudillo aceptó la corona imperial no dudó en atacarlo; sin
embargo, después de que Iturbide fue fusilado en Padilla, Pablo hizo gala de una gran honradez
profesional y de gratitud hacia el consumados de la Independencia y escribió varios folletos para
rehabilitar su memoria.

En 1826 escribió: “Cuando defendí a los diputados contra la arbitrariedad del poder, cuando
publiqué una proclama a nombre del señor Victoria, recién dado el grito de república en Veracruz,
con objeto de afirmar la opinión por la república (como lo conseguí); cuando defendí el frente el
frente del señor Iturbide los derechos del hombre libre y reprobé la monarquía contra el voto de los
pueblos, entonces salí perseguido de muerte a implorar la protección de las fuerzas libertadoras”:

El 5 de diciembre de 1832, fue muerto en Toluca, de acuerdo con el “parte” rendido por el general
Mariano Ortiz Peña: “... Sr. Presidente, que ahora que son las cuatro de la tarde, acabo de ocupar
esta ciudad con sólo la pérdida de un dragón... el enemigo tuvo varios entre ellos “El Payo del
Rosario” y su hermano...”.

Se refiere al concuño de Villavicencio, José María Guillén, casado con una hermana de la esposa de
“El Payo” Catarina Cevallos.

En el dictamen presentado al Congreso por la Comisión respectiva para conceder una pensión
vitalicia a la viuda del Payo, la mencionada Catarina Cevallos y a su hija, se dice en parte:

“Estamos convencidos de la justicia de esta providencia y muchos de los individuos de este


Cuerpo Legislativo lo que están igualmente de los méritos y servicios prestados por el C.
Pablo Villavicencio a la causa de la libertad aún en los tiempos más difíciles y calamitosos.
Efectivamente, objetó siempre la persecución del partido opresor. No sólo resistió con
frente firme los embates de la tiranía, sin que, a pesar del terrorismo y la arbitrariedad de
aquella nefanda administración, salía al frente con sus escritos que a la vez ilustraban al
pueblo sobre sus imprescriptibles derechos y los exhortaba a mantenerlos con toda energía
de un verdadero republicano. Ésta fue su conducta en todas las épocas, sin que lo hicieran
acallar las amenazas de sus enemigos, ni en las continuas presiones, en las que parece
estaba domiciliado, pues no había sacudimiento político en que, fuere cual fuere el
resultado, El Payo del Rosario no se viese siempre en la cárcel, terminando en la última
revolución una existencia que había arrastrado llena de amargura, en medio de los

102
padecimientos más atroces…” Toluca, a 21 de marzo de 1833. – Ariscorreta Lazcano
González.

PIE: Carnaval 1928. Reina María Luisa Saucedo, rey Herberto Pando (fue rey vitalicio pues nunca
quiso prestar el traje, que sabe dios de dónde sacó). Damas: “Changüita” Iribe y Margarita
Lizárraga. Pajes: “El Cocodrilo” profesor Ramos Salgado y Ernesto Padro.

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PÁGINAS OLVIDADAS: CARNAVALES Y FERIAS

Situémonos en los años treinta y recordemos los sucesos en el entonces todavía Mineral del
Rosario.

Se iniciaron en 1933 las “Fiestas del Estadio” como se llamó a la hoy agonizante “Feria de la
Primavera”, con sus monumentales corridas de toros con la presentación de diestros de la talla de
Alberto Balderas (cuyo nombre llevó la plaza), Juan Silveti, el viejo que sufrió un puntazo, herida
que le atendió el doctor Francisco A. Sotomayor, y otros muchos triunfadores de los ruedos, que
toreaban bravos toros de Luis Montero.

Venía cada año la Banda de Concordia, de Sebastián Sánchez, que había sido llevada a México por
el general Carrasco, y ahí alternó con la Banda de Policías de México, de Velino Presa, que estaba
catalogada como la mejor del mundo. En 1934 estrenó Silverio, de Agustín Lara y El Pichi. No se
cobraban mesas (ni las había) y las damas se acomodaban en sillas y sofás colocados en rededor del
salón del baile.

Los miembros organizaron la primera fiesta, que no llegaron a realizar porque, temiendo perder, la
vendieron a Pedro Hernández en quinientos pesos y fueron tantas las ganancias que éste obtuvo que
seis meses después traía tocándole todavía la Orquesta Borrego.

Fue en esa época cuando organizamos los más alegres y rumbosos carnavales, con su Mal Humor y
respectivos testamentos que eran la delicia del público que los festejaba largamente, ya que de sus
herencias punzantes y llenas de ingenio no se salvaba nadie, ni las propias autoridades.

El rey era invariablemente Herberto Pardo y al cabo de dos o tres temporadas nosotros los
miembros del Comité del Carnaval protestamos exigiendo que hubiera rotación, pero nos
encontramos con la insalvable dificultad de que el traje de rey, con su botonadura dorada, era de
Herberto y se negaba a prestarlo.

Así se perpetuó su monarquía hasta que en una ocasión, al hacer las cuentas de gastos del Comité
(siempre salíamos quebrados) nos encontramos con que los vales que hacía el rey por “atenciones
de la reina” nos eran presentados por los cantineros de La Muralla, El Salón Rojo o La Cueva del
Cabaret, tres de los lugares non santos de más fama en El Rosario.

Recuerdo que en esa época en que no se soñaba siquiera en el drenaje, que luego nos hizo Alfonso
Vizcarra1 el Reumas, los excusados de pozo se vaciaban periódicamente, y el experto en el fétido

104
trabajo era también albañil de media cuchara, llamado Carmelo, quien para el caso usaba una
palanca con dos botes alcoholeros colgando en los extremos en los que se depositaba su preciosa
carga, que lo hacía pujar cuando iba con ella por la calle. No faltaba un inocente niño que corriera
gritando a su madre:

—¡Mamá, ahí va un hombre vendiendo caca!...

Teníamos registrados con cédula de empadronamiento a dos jotos y un marihuano.

Doña Antonia de la Quintana hacía su agosto con su vitrola “estereofónica” y sus cinco discos,
tocando a cincuenta centavos la hora: Muñequita de trapo, Polveras y Pájaro negro.

Los borrachitos consuetudinarios eran sacados de la cárcel para barrer las calles. El Burritas, el
cargador, era un cliente asiduo para estas labores de aseo. Un día por propia iniciativa se presentó al
comandante Juan Millán Chenique y le pidió que le entregara su escoba. Extrañado, Juan le
preguntó por qué iba a barrer si no había caído en la cárcel ese día.

Es que me voy a emborrachar mañana, y dejo ya barrido porque de crudo ¡vieras que feo se siente!
Le contestó el Burritas.

PIE: Las diligencias de Mazatlán hacía escalas en El Rosario.

105
PÁGINAS OLVIDADAS: DILIGENCIAS, GUAYINES Y CAMIONES

Hasta la primera década de este siglo, el trasporte utilizado para viajar fue la diligencia y el barco.

De Tepic a Mazatlán corría una diligencia con escala en El Rosario, en donde hacía la remuda, o sea
el cambio de caballos o mulas. La terminal era una casa que estaba frente a la agencia Carta Blanca,
por la calle Donato Guerra, esa casa era conocida como “Casa de las Diligencias”: En Mazatlán
llegaban al hotel Diligencias, después hotel San José, frente al que fue el cine Royal, en la calle
Guelatao, hoy Ángel Flores.

Para ir a Guadalajara lo más cómodo era ir a tomar un barco a Mazatlán al puerto de Manzanillo,
donde se esperaría a que se formara una numerosa “recua” de mulas con viajeros a Guadalajara y
puntos intermedios, y así tener más probabilidades de hacerle frente con éxito a las numerosas
gavillas de asaltantes de caminos que pululaban en la región. Por barco de vapor se viajaba a las
ciudades más visitadas de Estados Unidos, como San Francisco y Los Ángeles, en California, en
donde ya había emigradas muchas familias rosarenses.

Cuando se tenía urgencia de viajar a Mazatlán en tiempo de aguas que no corría la diligencia, se
alquilaba una canoa con dos canoeros, se bajaba por el río hasta Chametla, de ahí a la laguna de
Caimanero por los esteros en donde los viajeros se espantaban al ver la gran cantidad de caimanes
que infestaban aquellas aguas, algunas hasta de siete metros. A fines de la década 1900-1910 ya está
en operación el Ferrocarril Sud-Pacífico hasta Tepic, pero para ir a tomar el tren en El Rosario se
utilizaba el guayín, una especie de camión tropical tirado por mulas, que manejaba con pulso firme
un cochero o auriga (auriga es quien conduce un vehículo, y no el vehículo, como desacertadamente
cometieron la burrada de llamarle a las camionetas que hacen servicio de carga y pasaje).

El cochero o auriga era Nacho Gómez, padre de Julio Gómez y hermano de Carlos del mismo
apellido. Este guayín era utilizado como transporte en las fiestas de las playas.

Con el advenimiento del automóvil, iniciaron los viajes a Mazatlán los camiones de Andrés Aguiar
y de Dionisio Lerma, Nicho el Triqui, que cobraban un peso el viaje, recogiendo y entregando el
pasaje a domicilio, lo que quitó muchos viajeros al tren, que cobrando $1.75, habían de pagarse .25
centavos por el transporte de la estación y otro tanto de la estación de Mazatlán al puerto.

Sin embargo, el servicio de camiones sólo era en época de estiaje, pues en las aguas no se podía
pasar el río de Villa Unión; hasta que se puso en servicio una batanga y, con cadenas en las ruedas,
los camiones pudieron salvar los grandes lodazales y el río.

106
Nicho Lerma, que de guayín pasó a camionero, siempre acostumbró ir al lado del cochero o del
chofer, y así, cuando se atascaba el camión, se bajaba y recordando el buen resultado que le daba
con las mulas, le gritaba y tiraba pedradas al camión para animarlo y ayudarlo a salir del atascadero.

Éste hacía una parada para comer con la Prieta de Aguascalientes, pues hasta las cinco de la tarde
llegaba a Mazatlán.

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LOS PASTORES

Dos meses antes de Navidad empiezan los ensayos. Son Los Pastores o Pastorelas. Un heterogéneo
grupo de vecinos caracterizarán con entusiasmo los diversos personajes de esta centenaria obra
musical.

El Ángel, el Diablo, Gila, los Pastorcitos, y Bartolo, el típico personaje que nació cansado o “es
especialista en estar acostado,” según la genial descripción de Ferrusquilla.

El grupo de pastores va a Belem al nacimiento de Jesús. Los ensayos son a diario en el patio de
alguna casa que previamente es barrido a conciencia y regado debidamente para evitar el polvo.

Para ver los ensayos se reúne una gran cantidad de mirones que acuden unos porque no hay nada
qué hacer en la ciudad por las noches; otros porque el lugar es propicio para la cita amorosa o para
iniciar un dulce romance, y muchos por ver a la Gila, que es una linda lugareña.

“Cuiden a Bartolo no se quede atrás

que por estos montes ande Satanás”,

canta el grupo de pastores en una tonada en tono menor que se alegra chispeante en mayor cuando
cambia así:

“Levántate Bartolito, basta de tanta pereza,

no me hagas que me levante

y te rompa la cabeza”:

Voy para Belem con gusto infinito

a llevarle al Niño este borreguito...

“En Belem está un bautismo,

Bartolo, vamos allá.

Si me quieren dar el bolo

que me lo traigan acá”,

contesta Bartolo, provocando las carcajadas de aquel público sencillo, benevolente y dispuesto al
aplauso.

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En la calle se instalan las vendimias: Un cacahuatero con su canasto descansando sobre unas
cabrillas, despacha un puñado de “ruido de uña” por un centavo. Otro vendedor va partiendo
diestramente las dulces cañas de Potrerillos cortando con un filoso machete trozos de a centavo y de
a dos. También vende la caña entera a quien tenga los suficientes recursos para pagar los cinco
centavos que cuesta. Naturalmente que son cañas criollas, de las verdes, no moradas, tan blanditas y
que se prestan para hincarles el diente, pelarlas y chuparles el dulce jugo. Ahí está también el
vendedor de fruta de horno que mantiene inviolable, espantándole los bichos con un cotense.

“Lupe el miope” vende ponches calientes. Tiene una mesa sobre la que descansan 3 ó 4 botellas que
contienen el lechoso rompope; un bracero en donde hierve continuamente el té de canela y media
docena de vasos de variadas formas y capacidades. El preparar un ponche es una rutina fascinante:
Toma un vaso y le vacía una porción de rompope, quizá la cuarta parte del vaso, le agrega alcohol
al gusto y luego, con una taza de peltre, saca la hirviente infusión de canela y la agrega al rompope
hasta llenar el vaso. Devuelve a la jarra el té sobrante y procede a enfriar el ponche pasándolo varias
veces del vaso a la taza y viceversa, pero dejando caer el chorro de una altura cada vez mayor hasta
que considera que el líquido espumoso ya pueda ingerirse sin levantar ampollas en la lengua.

Lupe el miope, y luego “el Papitas” su hijo, Lolo Hernández y por último el Chino Manjarrez han
sido honrosos y capacitados exponentes de esta tórrida actividad mercantil. Pero no podíamos
hablar de Lolo Hernández sin hacer una disgregación para mencionar su desastroso debut en el
deporte de llevarse lo ajeno, en el que incursionó en cierta época.

Escogió como primer campo de sus actividades rateriles, un puesto o local comercial que Juan José
“Juanjo” Cristerna tenía en el viejo mercado, todo tablas, láminas, ratas, telarañas y polvo. Lolo
había entrado ya y hacia un inventario mental de lo que podía llevarse, que no era mucho, cuando
fue sorprendido por un policía. Se hizo el escándalo, fueron por Juanjo. El policía hizo un
concienzudo registro a Lolo y encontró $7.40 en un bolsillo del pantalón, que naturalmente y con
mucho orgullo hizo entrega a la supuesta víctima del robo, mientras que el defraudado aprendiz de
ratero, gritaba, rugía, lloraba y clamaba para que le devolvieran el dinero, puesto que aseguraba que
ya lo llevaba cuando se metió en la desdichada aventura, lo cual era cierto. Por su parte Juanjo pedía
a Dios que le enviara la cotidiana visita de un ladrón como Lolo, ya que sus ventas del día ya no sus
ganancias, nunca habían ascendido y menos superado tan cuantiosa cantidad que le caía del cielo.

Pero volvamos a la pastorela: En Navidad actuarán los Pastores en el atrio de la Iglesia e irán con
sus cánticos a otros lugares, pero ya luciendo sus vistosos atavíos: Gila ostenta un sombrero y un
gran báculo, ambos adornados con grandes y multicolores flores de papel.

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El ángel lleva ya sus blancas alas y flamígera espada. (“Ese que hace de ángel debe siete muertes”:
nos dice al oído un anónimo informante).

Está también el diablo, el odioso personaje con su cola que termina en punta de flecha y sus grandes
cuernos (“y le quedan al jodazo” volverá a decir al oído nuestro desconocido informador, y agrega:
“y todos los días le crecen casi un geme”)

El grupo es pintoresco y pleno de colorido; los pastores cantan y caminan apoyados en sus cayados,
con los que llevan el ritmo.

El año próximo repetirán algunos. La Gila seguramente será sustituida por otra jovencita, porque la
de este año ya se huyó.

Pero nadie podría sustituir a quien dirige la pastorela, porque esta tradicional, arcaica y anónima
opereta, con su elemental coreografía, su larguísima versificación su conmovedora ingenuidad y su
sencilla, pero encantadora musicalidad no está escrita en ningún papel y le fue legada en oral
tradición de siglos. Ahora la tiene grabada en su memoria, limpia de signos escritos porque no sabe
leer ni palabras ni notas musicales.

Y cuando ya nadie se interese en formar una pastorela este anónimo director de escena se llevará su
perdido encanto a la tumba.

110
LA PRIMERA MINA

En mi “Barrio del 22” tratamos en forma somera las circunstancias en que se descubrió la primera
veta de plata que dio origen a la fundación del Real de Minas de Nuestra Señora

del Rosario. Hablamos de Bonifacio Ro jas1 del rosario que se reventó y la plata que chorreó
cuando encendió la lumbre para calentar su bastimento. ¿Fue a dar aviso luego?, ¿Se guardó para sí
el descubrimiento? Eso no se sabe a ciencia cierta, los únicos datos que hemos logrado son de que
el sitio que actualmente ocupa la ciudad del Rosario1pertenecía al rancho de Aguaverde: Que la
primera Autoridad que tuvimos fue el sacristán de Chametla, quien fue comisionado por el párroco
de aquel lugar para venir a practicar las primeras mediciones de terreno para edificaciones.

Que a cuenta del descubrimiento de la veta se hizo necesario hacer un corte en el cerro donde fue
encontrada la plata (que aún puede verse en “LAS LAGUNAS”) por lo que a la mina se le dio el
nombre de “El Tajo”:

Como decíamos, se ignora si Bonifacio fue el primer propietario del negocio, ya que aparece una
señora Rojas como propietaria y que unos señores López la trabajaron posteriormente. No hay
mayores indicios sobre estos trabajos, pero en 1727 la mina se inundó por descuido de los dueños y
se paralizó el negocio, lo que provocó que los trabajadores hicieran escandalosos desórdenes,
exaltados porque no se les cubrían sus salarios; desórdenes que llegaron a tal extremo que un tal
“Parrilla” cortó las cuerdas del malacate de desagüe, que fue lo que propició la inundación.

Cuatro años después, en que fue consagrada la parroquia, en la solicitud que los vecinos hicieron al
Obispo de Durango para que se consagrara a nuestra Señora del Rosario y Santo Domingo de
Guzmán, daban como razón de los atrasos que había sufrido el mineral, precisamente la “omisión y
descuido” que se tuvo de no consagrar el Templo”:

Los gambusinos, mientas tanto, estuvieron manteniéndose con los desechos del metal y se dice que
un señor llamado Francisco Espinosa, cuando se fue a radicar a la ciudad de México llevaba más de
trescientos mil pesos que había sacado de su actividad como gambusina.

En el año de 1820, Mateo Picaza, español, se dedicó a desaguar y trabajar las minas entregando el
oro y la plata a un rico comerciante de nombre Juan Nepomuceno López Portillo, pero cuando se
dictó la expulsión de los españoles, la salud de Picaza sufrió serios quebrantos, acrecentados por la
pena que le causó la traición de algunas personas en las que tenía depositada toda su confianza; para
colmo de males la mina se inundó nuevamente con las aguas de un arroyo

111
En 1850 don Ángel López Portillo, vecino del mineral, trató de trabajar las minas, pero el capital
que logró reunir con otros rosarenses se gastó en la construcción de la Hacienda de Beneficio,
consistente en una casa dividida en tres partes: dos para las bombas, los molinos y los establos; una
cañería de trescientas varas para sacar el agua y el mejoramiento de la boca de la mina y los
malacates.

Abandonaron el negocio, pero el señor López Portillo no quitó el dedo del renglón, aunque le fue
imposible lograr echar andar el negocio y fue la compañía norteamericana Minas del Tajo la que
desde entonces reinició las actividades mineras hasta su paralización.

La riqueza de esta mina fue excepcional. Según los geólogos, las vetas se desprendes del cerro
Yauco y terminan en el cerro Cabeza de Caballo y de acuerdo con sus predicciones éstas son
inagotables. Una muestra de esta riqueza la tenemos en la explotación que hicieron los gambusinos
a que nos referimos antes, que, lavando únicamente los jales, su producto bastó para sostener al
poblado, ya que sabemos que para el año de 1785 se produjeron en un mes 321454 marcos de plata
y 702 marcos de oro, bajo la premisa de que el marco ordinario de plata valía ocho dólares, mientras
que el marco de plata del Rosario equivalía a 12, conteniendo cuatro dólares de oro y era llamado
de “oroche”:

La última información nos lleva a que en 1790 se cobraron ingresos sobre 591945 marcos de plata y
11197 de oro y que cuando Picaza abandonó al Rosario se llevó nueve cargas de oro, de 300 libras
cada una.

Como se vé, los trabajos mineros en el Real de Minas de Nuestra Señora del Rosario, se llevaron a
cabo por gambusinos y con frecuentes interrupciones, hasta el año de 1873 en que fue descubierta la
gran bonanza conocida como “El Bramador” que explotó y recibió sus enormes beneficios el primer
Juan L. Bradbury, que tenía la mayoría de las acciones de la Compañía Minera, ya bajo la
denominación de “Minas del Tajo, S.A.:

En 1898 eran estas minas una de las principales negociaciones mineras del país y la más grande de
Sinaloa. “Sus trabajos subterráneos se extienden debajo de la población en una extensión de 150
hectáreas y la distancia lineal que cubren sus galerías, tiros, pozos, cruceros y caminos accesibles y
en tráfico, está calculada en 70 kilómetros”:

La compañía contaba con un malacate que podía izar de 400 a 500 toneladas diarias. Desaguaba con
un tubo de 20 centímetros de diámetro. Tenía un taller dotado para efectuar cualquier reparación y
obras necesarias y en su fundición podía hacerse cualquier pieza de maquinaria hasta de 2
toneladas. Trabajaban 800 mineros y 500 contratistas.

112
El molino tenía capacidad para 150 toneladas diarias y dos dinamos suministraban la energía
eléctrica. La hacienda de beneficio estaba ubicada en lo que llamamos hoy “Hacienda Vieja” y el
metal era conducido mediante carros con capacidad de dos toneladas, tirados por mulas, que
recorrían lo que es hoy calle Ángel Flores.

El sistema de beneficio se hacía por amalgamación y en 190 21 posiblemente debido a que en 1895
fueron dañadas seriamente las instalaciones de la Hacienda1 que por estar a orillas del río Baluarte
sufrió los embates de un tomado y creciente del mismo río; quizá debido a ello, repetimos, se inició
el cambio tanto de ubicación como de beneficio, construyendo lo que fueron hacienda de Beneficio
y oficinas, en donde es hoy la Escuela Secundaria “Maestro Julio Hernández” y adoptando el
sistema de cianuración con el que se trabajó hasta 1945en que se suspendieron definitivamente los
trabajos mineros.

Pero volvamos a 1898. En el centro de la población, entre las calles Romero Rubio (hoy Juárez) y
Guadalupana (Álvaro Obregón) se encontraba la Guadalupana, mina cuyos trabajos subterráneos
tenían una longitud de 42 kilómetros y comprendían unas 50 hectáreas. Tenía tres tiros con sendas
máquinas para la extracción de los metales y se llamaba Tiro Cometa, Guadalupana y Carmen,
siendo el primero el principal y se localiza en donde se levanta el edificio de Teléfonos de México.

La hacienda de beneficio estaba ubicada en lo que es la casa del señor Manuel Félix, reconstruida
sobre el casco de la vieja estructura y tenía capacidad para moler 100 toneladas diarias de metal.

Se trabajaba a un nivel de 120 metros bajo la superficie y laboraban 300 trabajadores además de
150 entre contratistas de madera, leña, etc. Era en esa época administrador general Enrique
Castañeda e ingeniero minero Alejandro McDugall.

Doso minas más, que aumentaban el potencial económico de El Rosario, eran minas de Santa
Gertrudis 80 kilómetros hacia la sierra, cuyos propietarios eran Charles Schneider1I: H: Polk y W.
Winston y Minas Hidalgo y Anexas, S.A. cuya junta directiva estaba formada por Alejandro
McDugall como presidente, Enrique Castañeda Vice-presidente; Vocales: Jesús Ruysánchez y
doctor Antonio Hass; Comisarios Antonio H. Paredes y Rafael A. Choza y gerente Felipe Martín
del Campo, secretario licenciado Enrique Pardo. Esta última mina volvió a ponerse en explotación
por los años cincuenta y se llamó La Minita. Está ubicada en la falta sur del cerro Yauco y tiene tres
vetas: Yauco, Muertos y Reventón.

Y para terminar con este capítulo, consignamos lo que dice la revista ilustrada El estado de Sinaloa,
publicada en 1898.

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“Cuando a principios del siglo el barón de Humboldt visitó esta ciudad (El Rosario), hablando de la
constitución geológica del cerro Yauco, dijo en su Cosmos, que encerraba en su molde buenas vetas
metalíferas que, explotadas, serían un manantial riquísimo de plata y oro. Pero sin fijarse en la
opinión del sabio alemán, los hombres de negocios nada hicieron para explotar la zona, que promete
ahora la realización de aquel vaticinio científico pues solamente debido a la casualidad, hará treinta
años que fueron descubiertas en parte1las vetas que ahora se trabajan...”

114
EL REAL DE MINAS DE NUESTRA SEÑORA DEL ROSARIO

Somos un gironcito de Sinaloa. El más viejo y humilde, pero nuestra historia debe interesar a los
mexicanos porque tiene fragancias de ventura y contorsiones de tragedia. Porque ha tenido
altibajos; esplendores que hoy son ruinas y desplantes de matrona y harapos de mendigo.

El historiador Antonio Nakayama, tan modesto como acucioso investigador sinaloense, y con quien
Sinaloa tiene una gran deuda, dijo una vez que “Hay poblados que nacen grises, viven grises y
grises morirán, así como existen otros, plenos de categoría y señorío. Se dice que tiene más el rico
cuando empobrece, que el pobre cuando enriquece y esto encierra una gran verdad, pues a pesar de
las adversidades y las pobrezas, la categoría y el señorío nunca pierden. El hundimiento de las
minas del Tajo trajo consigo al desplome económico, pero pese a estos trastornos, El Rosario sigue
siendo una población prócer, porque es prócer desde el 3 de agosto de 1655 en que nació. ¡Cuán
pocos pueblos pueden preciarse de haber aflorado a la paz de la tierra al calor de una leyenda!

¡Qué pocos los que resuman historia, como esta noble ciudad Asilo!

Hace tres siglos, el 3 de agosto de 1655, el hombre levantó un pueblo sobre cimientos de oro y plata
y al áureo fulgor de sus entrañas se proyectó en todos los ámbitos de México y despertó la codicia
de extranjeros.

El Real de Minas de Nuestra Señora del Rosario brillaba y su riqueza incalculable no lo hizo
engreído y vano. Fue siempre sencillo, hospitalario y acogedor, porque la mano que se tendía al
recién llegado no era del potentado o extranjero codicioso, sino la del minero que poco a poco iba
encorvándose de tanto reptar miserablemente entre los 70 kilómetros de negras y ricas arterias
subterráneas que llegaran a cavar lo largo de 290 años.

El Rosario prosperaba, se engrandecía. A finales del siglo XVIII era el pueblo más rico y próspero
del noroeste, con siete mil habitantes y una producción de 581 945 marcos de plata y 1,197 marcos
de oro en solamente un mes.

El gobierno virreinal estableció ahílas Cajas Reales.

La Primigenia visión de El Rosario era la de una ciudad auténticamente colonial, —no de opereta
para el turismo—, con sus señoriales casones de cantera rosa, sus jardines y plazuelas con kioskos
de corte francés.

115
Fue cuna de hombres y mujeres cuyos hombres enriquecen y honran a nuestra Historia Patria.
Hombres de letras como los poetas Gilberto Owen y Enrique Pérez Arce y el presbítero don
Dámaso Sotomayor.

Patriotas como el sargento Téofilo Noris, defensor del Castillo de Chapultepec, con los Niños
Héroes, fallecido al 28 de agosto de 1909.

Ignacio Gadea Fletes, condecorado por el presidente Juárez como defensor de la Patria contra los
franceses.

El sublime profeta de La Reforma, Pablo Villavicencio

El profesor James C. Mckegney publicó en tres grandes tornos, “Los Panfletos Políticos de Pablo
Villavicencio, “El Payo del Rosario” primer trabajo de investigación en que se recopila, íntegra, la
obra de este ilustre cuanto desconocido patriota rosarense.

Muchas otras figuras del arte, corno Lola Beltrán, Manolita Arreola y María Luisa Lizárraga,
diplomáticos corno el economista Antonio Espinoza de Los Monteros, Embajador de México en los
EE.UU. y el licenciado Francisco Apodaca, también a cargo de Embajadas mexicanas en diversas
naciones, fueron también rosarenses y de ello se enorgullecen públicamente.

La importancia del Real de Minas de Nuestra Señora del Rosario se reflejaba en el hecho de que los
Obispos de Sonora tomaban posesión en su bella parroquia, orientada por el estilo barroco e
influenciado por las concepciones artísticas donde se percibía la mano de artífices mexicanos. “Por
El Rosario entró la civilización a Mesoamérica” me dijo en una ocasión el maestro Gutiérre Tibón.

Todo parecía indicar que la fama y la riqueza se prolongaría por muchos siglos más.

Pero la codicia rompe el saco y la Compañía Minera, siguiendo una rica veta que estaba casi a flor
de tierra y que pasaba bajo las calles principales y el propio templo, socavó los cimientos de estos
edificios, los que poco a poco fueron desmoronándose y sepultando su esplendor en las entrañas de
las mismas minas que la habían enriquecido.

El exquisito poeta y tribuno rosarense Enrique Pérez Arce, dijo con inspirada y amorosa rima:

Allí mi madre me llevaba a misa

y allí rezaba yo, cuando creía;

y allí sentí la cálida alegría

de la primer romántica sonrisa.

116
Más hoy ese recuerdo es una ruina;

se hunde en la negación la fe divina

con que rezaba mi alma en el santuario;

como se hundió el enhiesto campanario

de esa vieja parroquia de El Rosario

en las entrañas negras de la mina...

Empezó a bajar la producción. Todo eran dificultades y problemas. La Compañía había chupado
todo el jugo de la mina y de los mineros y ahí tal les arrojó los despojos.

Y entonces, un día se habló del próximo fin. La mina se acababa; el inexorable fin de todos los
minerales sería también el del orgulloso Real de Minas de Nuestra Señora del Rosario. Las gentes
se irían en éxodo doloroso dejando tras de sí casas derruidas y una historia de tres siglos que
terminaba en tragedia.

El pánico repiqueteó en los cerebros. Todos estábamos plantados a pie fume, enraizados para vivir
por años y siglos, de generación en generación, como lo habíamos hecho hasta entonces, y el
despertar era dolor y desesperación.

Y cuando llegó lo inevitable, cuando el fragor de las máquinas que arrulló nuestros sueños y el de
nuestros padres y los padres de nuestros padres cesó de repente, algo dejó también de palpitar en
nuestros corazones.

Había terminado la historia del Rosario como ciudad minera.

Pero luego los pulmones se expandieron; el polvo de oro que los cubría y los oprimía fue arrojado
con un hondo suspiro, entre los surcos de la tierra mojada y olorosa; las pupilas preñadas de
sombras se alegraron con el verde de los maizales y El Rosario empezó aprender a cantar y a reír de
nuevo.

Fue como el despertar de un mal sueño, de una pesadilla de negruras abismales. De eternas sombras
y obscuridad sobrecogedora en donde no se percibe el más leve rayo de luz.

117
Y ese despertar fue como volver a vivir, como volver a ver de nuevo. Nuestros ojos asombrados,
como sí lo viésemos por primera vez, contemplaron un hermoso río, el Baluarte, que discurría ahora
libre del venenoso cianuro que lo contaminó durante siglos, en que nadie se opuso a la criminal
práctica de descargar ahí los jales mortales de la hacienda de beneficio.

Y esas aguas, que ahora eran límpidas y puras, se ofrecían generosas para irrigar 70 mil hectáreas
de fértiles tierras, y al entregarse en brazos del mar solamente diez kilómetros de recorrido,
formaban pródigos estuarios en donde los camarones hacían hervir las salobres aguas. En la margen
derecha la gran Laguna de Caimanero, que a principios de este siglo estuviera infestada de enormes
saurios, exhibía ahora su incalculable riqueza en peces, y el mejor camarón del mundo.

Y si en nuestra mirada se orientaba hacia los altos del Municipio, allá los productos forestales
esperaban pacientemente al hombre que los explotara.

Y así como habíamos vivido los bíblicos siete años de miseria y desolación, viendo derrumbarse el
viejo templo, caer las majestuosas casas coloniales con dramático estruendo; disgregarse las
familias tan antiguas como el mineral; apagarse la luz eléctrica que en El Rosario se encendiera
antes que en cualquier otra ciudad de la república. Así luchamos, pupilas preñadas de sombras se
alegraron con el verde de los maizales y El Rosario empezó aprender a cantar y a reír de nuevo.

Fue como el despertar de un mal sueño, de una pesadilla de negruras abismales. De eternas sombras
y obscuridad sobrecogedora en donde no se percibe el más leve rayo de luz.

Y ese despertar fue como volver a vivir, como volver a ver de nuevo. Nuestros ojos asombrados,
como si lo viésemos por primera vez, contemplaron un hermoso río, el Baluarte, que discurría ahora
libre del venenoso cianuro que lo contaminó durante siglos, en que nadie se opuso a la criminal
práctica de descargar ahí los jales mortales de la hacienda de beneficio.

Y esas aguas, que ahora eran límpidas y puras, se ofrecían generosas para irrigar 70 mil hectáreas
de fértiles tierras, y al entregarse en brazos del mar solamente diez kilómetros de recorrido,
formaban pródigos estuarios en donde los camarones hacían hervir las salobres aguas. En la margen
derecha la gran Laguna de Caimanero, que a principios de este siglo estuviera infestada de enormes
saurios, exhibía ahora su incalculable riqueza en peces, y el mejor camarón del mundo.

Y si en nuestra mirada se orientaba hacia los altos del Municipio, allá los productos forestales
esperaban pacientemente al hombre que los explotara.

Y así como habíamos vivido los bíblicos siete años de miseria y desolación, viendo derrumbarse el
viejo templo, caer las majestuosas casas coloniales con dramático estruendo; disgregarse las

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familias tan antiguas como el mineral; apagarse la luz eléctrica que en El Rosario se encendiera
antes que en cualquier otra ciudad de la república. Así luchamos, los que nos quedamos, con la
fuerza de la desesperación, para volver a la vida lo que ya era cadáver.

Las manos amorosas de los rosarenses cambiaron piedra por piedra la parroquia, levantaron
escuelas; trajeron nuevamente la luz. Reedificaron los derruidos edificios.

La maleza ya no avasalla sus ruinas. Vuelve a aparecer El Rosario en el mapa de México. Ya no


pretendemos encontrar oro.

Ahora el viajero que nos visita lo encuentra en el corazón de cada rosarense que le ofrece su
hospitalidad y su amistad, como lo hicieron hace trescientos años.

PIE: Retablo de la iglesia de Nuestra Señora del Rosario.

“El Tiro de San Antonio”: Boca de mina de 500 pies de profundidad con un inclinado que bajaba a
otros 200, y que llevaba a otras bocas de minas. El tiro Real y Zacatecas, Frente a “El Tiro de San
Antonio”, está la casa donde nació Lola Beltrán”.

Interior del Museo de Minería.

119
RECORDANDO AL ROSARIO

Mi pueblo fue un mineral famoso en los siglos XVIII y XIX y las primeras décadas del XX.

Como todos los minerales, sus calles son retorcidas, pues siguieron a las veredas con que se
salvaban las lomas. Nadie que no conozca la ciudad puede orientarse: El licenciado Francisco Gil
Leyva dice que caminar por las calles del Rosario es como jugar a las escondidas consigo mismo, y
nada más cierto. Aunque también es verdad que no es como Guadalupe de los Reyes, donde usted
puede platicar con su novia de ventana a ventana, pero para llegar allá a cogerle la mano, hace una
semana de viaje bajando primero del cerro donde se encuentra su casa y luego subiendo el de
enfrente, en donde está la de su novia.

Los mineros bajan por el “Tiro de San Antonio” que tiene 500 pies de profundidad y pueden salir
por el “Tiro de guanero” por “Zacatecas” o “Tiro Real” que están a dos kilómetros de distancia.
Hay más túneles que calles en la superficie.

La vida discurre tranquila, salvo los pleitos sabatinos de la minerada, que se resuelven a puñaladas o
balazos. Los domingos despierta el rosarense con la noticia: “Anoche mataron a Miguel Patrón”:
“El Firrichi” picó a uno. “El boca de cuero” se agarró a puñetes con el “Fruncido”:

Pedro Berber mató al capitán Gontrán Ceslis...

De 60 años a la fecha las calles siguen igual. De lo único que han cambiado es de nombre.
Enseguida de mi casa vivían las señoritas “L”: Aquellas muy piadosas, castas, inocentes. Eran
costureras y hacían camisas y ropa interior para hombre; y cuando llegaban a la puesta de los
botones y ojales en la bragueta de los calzoncillos, cogían la tela con un papel para no tocar aquellas
pecaminosas puertas de jaula.

Por las mañanas, llegaba a ver ordeñar sus vacas a Mariano. Mientras platicábamos él colocaba una
horqueta adelante y otra atrás de las trasijadas “lecheras” para poderlas parar pues se derrumbaban
de flacas. Ni los “chinos” de carpintería con que las alimentaba poniéndoles unas antiparras verdes
para que creyeran que era pastura, lograban recuperarlas. No daban leche: deban lástima.

Camino al correo, donde trabajaba de cartero con $1.25 de sueldo diario, encontraba al “Chivetón”
que alternaba sus actividades de vendedor ambulante de pasteles ¡¡¡AA A ... REGALARSE!!!... con
las de policía, sustituyendo la batea y las “cabrillas” por una pistola 44 de prepare que se fajaba en
las verijas y a la que le ponía tiros del 32. Cuando disparaba salían las balas con todo y el casquillo.

120
Ernesto Pardo pasaba a la escuela, (era maestro) protegiéndose de los candentes rayos del sol con
una sombrilla japonesa que movía como los girasoles y su hermano Horado salía por las noches
embozado en una capa española como moderno Juan Tenorio.

Juan Manuel Grey, Manuel Verdugo y Cástulo Núñez Osuna “reviven” el semanario “El Sur de
Sinaloa”, fundado en 1883. Roberto Wong, con doce años de edad, es el encargado de las finanzas;
$2.00 mensuales el anuncio. También recorre a los clientes de “La Nacional”, imprenta de don Juan
V. Grey. Roberto es formal, serio, muy erguido, siempre impecablemente peinado, con su ropa bien
planchada blanqueando de limpia, hazaña que realiza su mamá, doña Rosa. En “El Sur de Sinaloa”
colaboran: Carlos Hubbard, Virginia Bourhenne, Horado Pardo, Tula Escobar, Toño Murguía,
Enrique “Meñique Padilla” Juan F.Urrea, quienes ya recibían los pedidos impactos de las musas...

“Margatita la de las empanadas” ó “Margarita la Trapera” que de ambas maneras se le llamaba,


pasaba luciendo su ancha cara cacariza, su sonrisa desmolada, su cabeza de gallina matada a
escobazos, sus pechos como talegas de pinole, sus piernas como chorros de atole y sus patas
descalzas de guajolote bajo cuyas plantas se doblaban los clavos que pisaba; pero siempre con la
barriga como tambora, presta a explotar en un nuevo muchacho. ¿Y este de quién es? le
preguntaban: “de Pancho Carricarte'“ respondía. ¿Y el más grande? insistían: “de Carlos el cartero”:
¿Y el otro? machacaban: de “Nacho Félix. ¿Y tú hija dónde está? “Pos en Tuspa”: Tiene unos
vestidos muy elegantes, brillosos. Está muy bien. Trabajaba en una casa grandota que tiene eletrola.
Dicen que es el cagaré”.

Juan Grey Jr., es el empresario del cine Crespo al frente de la “Empresa de Diversiones” a la muerte
de don Juan y es quien ordena que se tiren los cohetes que anuncian que habrá función. Al primero,
se abren las taquillas y los mineros acaparan los boletos por metros. Los compran fiados para que se
los descuenten el sábado en la “raya”.

Les cuestan $0.30 los de galería y los venden a $0.20. La función es productiva por que se pasa
“Carne de Cabaret” y Juan hizo un buen convite subiendo en una camioneta una mesa de carne de
varios trozos de punta de verija, haldilla y bofes, colgados en los ganchos. Perfecto simbolismo de
“Carne de Cabaret”: (Con tal propaganda, actualmente la película se llamaría “Lo QUE TODOS
QUISIÉRAMOS CONSEGUIR”.

Por la calle Guanajuato y bajo un guamúchil está la barbería del Tiernito. Es cierto que es la tercera
categoría, ya que le sigue en el escalafón ascendente de la elegancia, la de Poli Lizárraga, que aparte
de su habilidad con las tijeras pulsa también la guitarra. Pero en la cúspide se encuentra la del
Conchito, en donde se reúne la flor y nata de la juventud rosarense. Los de traje de casimir y

121
zapatos de “La Perla del Pacífico” que sacaron fiados con doña Concha Trusvy, en donde algunos
ya no pasan porque sólo dieron el entre y ningún abono.

El Cochito cobra cincuenta centavos pelo y barba, Polo cuarenta, y El Tiernito treinta. Su
establecimiento no tiene espejos de cuerpo entero, sino solamente uno de “media cara” en dos
pedazos pegados de cera. Está colgado de un clavo en el tronco del guamúchil que sirve de local.

Una silla de tule se mece peligrosamente abriendo las patas como burro demasiado cargado bajo el
peso del cliente, quien después de ser trasquilado siente que le dan intempestivamente un enérgico
aventón hacia atrás.

Cuando va en el aire creyendo que la silla llegará hasta el suelo con él encima, El Tiernito le coloca
diestramente una horqueta bajo el cogote y ahí lo tienen ya en la posición que pudiera ponerlo el
mejor Fígaro en el más elegante y moderno sillón de barbería.

Embadurna el Tiernito a conciencia la cara del cliente, que por ser un lugareño que bajó de la sierra
tras dos meses de no saber lo que es un lavado de cara, viene más cargado de pelos que un macho
de cora. Da dos pasadas a la navaja en la pernera del pantalón de mezclilla y decididamente
arremete contra la hirsuta barba del serrano que al primer embate pega un pujido. Esto no arredra al
Tiernito, que sigue en tallón-pujido, tallón-pujido hasta que le deja la cara a su víctima o mejor
dicho a su cliente, como nalga de infante, aunque bañada en sangre.

Sin inmutarse por ello, el Tiernito coge una botella de alcohol que tiene a mano sobre un cajón que
sirve de tocador, la destapa, se le empina y sus cachetes se hinchan con el buche que capta. Se
acerca a rociar la cara del cliente como si fuera a plancharla; ya va a arrojarle el “spray” de alcohol,
saliva, cuando se arrepiente. Se traga el alcohol y lo rocía con pura saliva.

Allá viene Pancho Zavalza. Hace cinco años que está en Los Mochis trabajando en el correo. Se fue
y no había vuelto hasta en este mayo para disfrutar de las fiestas. Entramos a la nevería de “Nacho
Silva” para saborear la mejor nieve de vainilla del mundo. Pasan y saludan con calor a Pancho los
viejos amigos.

Por la banqueta de enfrente aparece Manuel “El Trique” Lerma. Su figura característica: Un
sombrero como nube, puesto en la cabeza como si se lo hubieran aventado desde lejos. Una
descomunal barriga y una cara llena de picardía y simpatía. Hace pantalón con 3 cuartos y camisa
con siete metros.

No aparece vera Pancho. No voltea hacia nosotros, pero de pronto grita a todo pulmón “Quiúbole
Tejón hijo de la tiznada” viniste a torear a la Feria? y Pancho, tranquilo desde su silla y alzando

122
también la voz para que atravesara la calle con todo y el sitio de automóviles, le contesta “Si... Vine
a torear a tu tiznada madre”...

Macario es el sacristán: “Los calzones de Macario suben y bajan al campanario'“ le cantan al pasar
grandes y chicos.

Es la época en que nuestros inspirados bardos el “Trompas” y “Chepe” Castillo el “Inglés” reciben
las más enérgicas patadas de las musas y dejan para la posteridad su mejor obra: “Al pasar frente a
tu casa, me “tirastes” un limón”; ¿Por qué no jondeas los dos para hacer limonada? Y este otro que
compite con los del “Tres Piedras”; Al otro lado del río —me chiflaba un triste bagre— y en el
chiflido decía —no pases “Aí” porque no hay vado.

Pero: ¿Por qué no dejamos otros capítulos de esta “Historia Patria de Rosario” para el siguiente
capítulo?

PIE: Museo Lola Beltrán

123
RECORDANDO A PEDRO INFANTE

Nuestro último encuentro

Ese sábado de principios de 1955 salí muy temprano de la casa que Pedro les tenía a sus padres en
Linda Vista, Calle Sierra Vista. Ahí compartía en mis viajes a México una recámara con un hijo de
Chayo, la hermana mayor de los Infante, hoy radicado en Mazatlán doctor López Infante.
Estaba en una esquina esperando un camión cuando se orilló a la banqueta un automóvil negro,
Ford Galaxia, cuyo conductor me preguntó si la casa de enfrente era la de Pedro Infante. Al
contestarle negativamente y explicarle que yo venía precisamente de la casa de Pedro, así como que
éste no estaba en México, me invitó a subir al coche ofreciéndome conducirme a donde fuera
mientras platicábamos.
Así lo hice y supe que esta persona era el Presidente Municipal de Apan, Hidalgo, que el señor cura
estaba anunciando la presentación de Pedro para otro día y que la propietaria del cine del lugar
propalaba que no era verdad. En resumen, el atribulado alcalde me explicó que si no era verdad que
Pedro iría el pueblo se le iba a amotinar y que venía a indagar si iba o no.
En realidad, Pedro iba a llegar de Mérida esa tarde, así es que le propuse que, llegando, yo le
preguntaría sobre el caso y le informaría por teléfono afirmativa o negativamente, con lo que nos
despedimos.
José Delfino era quien iba a ir al aeropuerto a recoger a Pedro a su llegada, pero se nos volvió humo
y tuve que ir yo. Cuando Pedro me vio y nos abrazamos, antes que nada, me preguntó si había visto
el aterrizaje del avión en que llegó. Le contesté que sí y enseguida insistió: “¿Cómo viste el
aterrizaje? —muy bien, normal, ¿Por qué? —Porque yo venía piloteando al aterrizar. El capitán me
lo soltó y nada más venía dando instrucciones para el aterrizaje” ¡Qué bárbaro! Ya en el automóvil
lo puse al tanto de lo de Apan y me dijo que efectivamente se presentaría allá otro día en una
función a beneficio del orfanatorio, y a instancias de Ramiritos, el sastre que le confeccionaba
chamarras y que era precisamente egresado de aquella institución. ¿Vamos? me invitó. Vamos,
acepté, recordando un flamante automóvil deportivo rojo que había visto en su casa del kilómetro
18 y medio de la carretera a Toluca. “Dorado” o “El Dorado” creo que les llamaban.
Esa tarde le hablé por teléfono al Presidente Municipal, como quedamos, y le di la buena noticia.
Otro día domingo estábamos ya listos en la casa de la carretera a Toluca. El boxeador Lino Botello,
compadre de Pedro y que le había enseñado boxeo, nos hizo una fritanga de chorizo que yo había
llevado, platicamos y oh desilusión. Ramiritos llegó con su carcachita y anunció que iba por
nosotros. Pedro me vio, yo lo vi, casi suplicándole con la mirada que le dijera “gracias, Ramiritos,
pero nos vamos en el mío”: Sin embargo, y como después me explicó, le dio pena y aceptó la
invitación de su sastre.
Nos fuimos cargados con su traje de charro, sombrero, etc., pero llegamos de paso para despedirse
de su entonces esposa, Irma Dorantes, así como de su hijita Irmita, de menos de un año de edad y a
quien Pedro llamaba “Régulo” por su abundante pelambre como púas, ganándose las
recriminaciones cariñosas de mamá Irma.

124
Pero ete aquí que ésta se alborota, se arregla y se va con nosotros.
Por el camino nos fuimos cantando. “¿Recuerdas la primera canción que me enseñaste a acompañar
en la guitarra? Échatela” y cantamos: “Tu boca y yo quedamos con la tentación de convertir nuestro
pecado en oración”. Le gustaba porque tenía un cambio muy armonioso de “re” mayor a séptima de
sol, primera de sol, séptima de mí y mi menor, y en aquella época de 1934, yo “le echaba” la
segunda. Cantando y bromeando llegamos a la entrada de Apan: charros, muchachas, música, calle
adornada nos esperaban, pero pasamos sin pena ni gloria porque nadie esperaba que en aquella
carcacha fuera el ídolo Pedro Infante.
Nos llevó Ramiritos al curato de la iglesia. Ahí nos recibió el Señor Cura, nervioso y agitado. Un
rincón habilitado con sábanas era el “camerín”: Ahí nos instalamos. Luego llegaron “el viejo
Elpidio y sus violines” el Mariachi Vargas y otros artistas que, como Pedro, fueron a actuar
gratuitamente en el benéfico. Pedro recibió a Silvestre Vargas con una mentada de madre, que fue
contestada debidamente.
No empezaba la función, que era en el mero templo, cuando se cayeron los decorados: unos cuantos
papeles sostenidos precariamente con engrudo y alfileres. Nosotros festejábamos los apuros de los
organizadores cuando llegó el Presidente Municipal con su comitiva. Ni hablar que yo era una
especie de héroe. Nos ofrecieron unas botellas de cogñac, pero lejos de lo que muchos creían, Pedro
no tomaba sino en muy raras ocasiones. En cambio, aquello fue una orgía y seguramente el Señor
Cura se vio en la necesidad de trapear el piso otro día con agua bendita.
Mientras esperábamos el inicio y luego el turno de Pedro, que era el último, adentro no cabía ya ni
un alfiler: “no importa”, dijo Pedro, “damos otra tanda”:
Y continuamos platicando del Rosario, de la orquesta Borrego, donde tocaba su padre Delfino. Me
confió que cuando llegó a México y empezaron a darle oportunidad en el cine, se reían de sus
primeras películas como “El Ametralladora”: “Es que yo no sabía, mano; tenía que aprender”: Y
todavía cuando iba a rodar “La oveja negra” hubo dificultades para que don Fernando Soler
aceptara ir conmigo en el papel principal del reparto, pues ellos, los Soler, eran los monstruos
sagrados del teatro y del cine. Después se convenció”...
Se dolía un poco de que nunca le habían otorgado una mención o premio a su trabajo, pero me
decía: “a mí me pagan más que a ningún otro artista después de Cantinflas. Nada más que yo les
economizo mucho dinero, pues cuando me presento a filmación llevo bien estudiado mi papel, casi
nunca hago repetir escenas y nadie me dobla1 pues peleo, boxeo y lo hago todo personalmente...
Y una sabrosa anécdota: Una noche que actuó en Medellín, Colombia, al salir del teatro se le
acercaron dos negritas que lo invitaron a comer otro día y le dieron un domicilio. Con curiosidad
Pedro acudió y se encontró una verdadera mansión a cuya puerta llamó. Lo recibió un señor muy
elegante, doctor fulano de tal y al decirle Pedro que iba a comer invitado por dos jovencitas, el
doctor se mortificó: “Son estas traviesas de mis sirvientas”, le aclaró “pero usted se queda a comer
con nosotros”: Pedro se negó: “Yo vengo invitado por ellas y con ellas comeré en la cocina”: El
problema se zanjó cuando se sentaron a la mesa del doctor, su esposa, Pedro y las dos negritas.
A la una de la mañana, con un frío que calaba, estábamos todavía en el “camerino” esperando la
segunda actuación. Unas jovencitas se colaron para pedirles autógrafos a Pedro e Irma. Cuando lo
lograron se fueron sobre mí: ¿usted que artista es? yo me reía y Pedro me dijo: “ándale, ándale,
diles quién eres, al cabo ya te conocieron”:

125
Así pasó la noche. Nos volvimos a México casi en la madrugada, hechos bola y tapados con lo que
encontramos para hacerle frente al frío en la carretera, a 60 kilómetros por hora y entrando el aire
por todos lados.
Sin embargo, íbamos bien comidos, porque después de la función nos llevaron a una casa muy bella
por cierto, en donde nos dieron unos pollos asados casi enteros, envueltos en hojas de plátano. Yo
pude nada más con uno: Pedro se empacó cuatro.

PIE: La creatividad presente en las tareas escolares en casa.

126
LA SECUNDARIA “MAESTRO JULIO HERNÁNDEZ” Y DON RAFAEL VALDEZ

El 7 de septiembre de 1951 se presentó a la Secretaría del Ayuntamiento del Rosario, que estaba a
mi cargo, el profesor Ricardo Garibay Zamora, Inspector General de Segunda Enseñanza de la SEP,
para solicitar información sobre una escuela particular de monjitas que funcionaba en la localidad.
Después de satisfecha su misión, y dado que no estaba en esos momentos el Presidente Municipal,
don Guillermo Elizondo, le pedí información sobre la manera de fundar una escuela secundaria,
inquietud que hacía tiempo me preocupaba, dado los numerosos niños que requerían estudios
medios y superiores y había que enviarlos fuera del lugar desdelos once y doce años, edad en que
terminaban su educación elemental.
Con toda amabilidad el profesor Garibay me dio una amplísima información al respecto, de la que
consideré más viable el sistema llamado “Por Cooperación”: Lamenté que no se quedara un día más
para iniciar las gestiones, pero, para mi regocijo, me dijo que para fundar una nueva escuela estaba
dispuesto a permanecer el tiempo que fuera necesario.
Al llegar el presidente Elizondo, lo puse al tanto, acogió la idea con verdadero entusiasmo, hicimos
el citatorio para esa noche en el local del Club de Leones y ahí mismo quedó formado el primer
Patronato, presidido por don Carlos M. Gómez.
El propio profesor Garibay se encargó de llevarse la documentación y antes que nada ya teníamos el
registro de la SEP.
Aprovechamos que el licenciado Enrique Pérez Arce, Gobernador del Estado, pasaba en el tren
rumbo a Culiacán, y abordándolo aquí lo acompañamos hasta Mazatlán, notificándole en el camino,
entre otras cosas, la fundación de la nueva escuela.
Inmediatamente acordó ayudar con el sueldo del director, la secretaria y el conserje, que fueron el
doctor Julio Ríos Tirado, (que por cierto nunca aceptó los quinientos pesos mensuales, sino que, al
recibir el cheque, lo firmaba y entregaba el importe a la tesorería del Patronato). La secretaria fue
Conchita Guzmán y el conserje don Rafael Valdez Ramírez.
Iniciadas las clases con catorce alumnos, en poco tiempo se incrementó la inscripción y después de
empezar usando los salones del Club de Leones como aulas, la escuela pasó a ocupar el que fuera el
edificio de Oficinas de Minas del Tajo, S.A. que actualmente ocupa con más de mil quinientos
alumnos.
Algunos años se sostuvo la escuela con pequeñas aportaciones de los padres de familia, pues los
maestros, profesionistas entusiastas de la localidad, no cobraban ningún sueldo; pero estando yo
como Presidente del Patronato, la SEP acordó reconocer a nuestra escuela y se firmó un convenio
suscrito por Secretario de E.P., licenciado don José Ángel Ceniceros, Gobernador del Estado el
doctor Rigoberto Aguilar Pico y Presidente del Patronato Carlos R. Hubbard, en el que la SEP
pagaría la mitad de los sueldos del personal docente que ascendían a $6,292.00 mensuales y la otra
mitad el Gobierno del Estado. Al Patronato correspondían las prestaciones materiales (edificio,
mobiliario, laboratorio, talleres, luz, agua y teléfono).
Y aquí es cuando llegó el profesor Ángel Manuel Vélez como director y fueron cubiertas las demás
plazas por nuestros titulados.

127
Recibimos al profesor Vélez con las atenciones que los rosarenses reservamos para los visitantes.
Por mi parte, le di mi amistad y lo llevé a mí casa para que no pagara hotel. Vino su esposa. Nuestra
amistad llegó a ser fraternal, pues él se prestaba para ello.
Por eso, al recibir su cambio de adscripción y despedirnos, me extrañó sobremanera y me dolió que
me confesara: “Mira Carlos, yo me iba a devolver a mi tierra el mismo día en que me presenté a
recibir la escuela”:
¿Pero por qué? le dije extrañado. ¿No te recibimos bien?
¿No te dimos nuestra amistad tanto Guillermo Elizondo el presidente, como yo y otros muchos
amigos?
“No es eso”, me aclaró. Y luego me la soltó. “Cuando llegué a la escuela a tomar posesión me
recibió un señor muy ceremonioso y atento que me preguntó si yo era el nuevo director del plantel.
Al contestarle afirmativamente, me invitó a recorrer las diversas dependencias del edificio. Yo lo
seguí a través de los corredores, salones, patios y servicios, pero en el trayecto empezó a disertar
sobre los más variados temas científicos: ciencias exactas, ciencias aplicadas, ciencias naturales,
políticas y hasta ocultas. Sobre la infinita diversidad de aspectos que presenta el universo como
unidad fundamental. Euclides, Arquímedes, Aristóteles, Pitágoras, Hipócrates, Tolomeo. Filosofía,
gaya ciencia, semántica, pintura… Y lo peor es que me hacía preguntas que ya no sabía cómo
capear y contestar. Eterno se me hacía aquél viacrucis y cuando por fin volvimos a la dirección me
apresuré a decirle que iniciáramos desde luego el acto de entrega.
“No, señor mío”, me dijo. “Debemos esperar al director”.
¿Pues entonces?, ¿Quién es usted? Le reclamé algo amoscado.
“Soy el conserje” me dijo imperturbable.
En ese momento quise devolverme a mi tierra, pues pensé. “Si este es el conserje y es un sabio:
Cómo será el director y como serán las gentes de este pinche pueblo”.

PIE: Severiano M. Moreno, una gloria de México, nacido bajo el cielo rosarense.

128
SEVERIANO MORENO: SOLDADO, MAESTRO Y ARTISTA

Antes de conocer al maestro y al hombre, conocí al artista. Mi conocimiento no fue material, pero lo
recuerdo. No lo había visto nunca y sin embargo él arrulló mis primeros sueños. La primera
emoción musical que hizo vibrar mis párvulos sentidos como Canción de cuna, fueron las notas
candenciosas y tiernas de “Cuánto te quiero morena”.
Severiano Moreno me cantó al nacer, poniendo su inspiración en los labios benditos de mi madre,
quien en 1912 repetía emocionada las frases musicales del “compositor de moda” Severiano
Moreno, como lo hacían todas las orquestas, quintetos, bandas y cancioneros desde Concordia hasta
Escuinapa. Años después conocí al hombre, y luego respeté al maestro y toda mi vida admiré al
artista.
Severiano Moreno fue rosarenses verdad, pero ni siquiera su cautivadora modestia provinciana
logró retenerlo en la celosa exclusividad regional.
Severiano Moreno fue un artista y, por lo tanto, perteneció y pertenece al mundo.
Cruzado ferviente de la música, fue Caballero Andante de la Pobreza.
Su vida exuberante y plena fue pródiga en amor; repartió generosamente su alegría, sus afanes, su
inspiración y su música en un tiempo en que la provincia mexicana de López Velarde y Enrique
Pérez Arce era doncella inviolable, y el compositor un enamorado de la vida, que hacía a la mujer el
supremo ofertorio de su pasión hecha música sin manchar su arte con el lodo mercenario de
regalías, ni recoger como limosna los cobres asquerosos por la repetición mecánica de sus melodías.
Por ello su música se conservó inmaculada y digna.
Juan José Ledón la interpretó con reverencia; Onofre Zatarain y Toño Aguirre con verdadera
unción; se sublimó con el virtuosismo de los Hermanos Borrego” y Delfino Infante, le dio su
colorido sin par y expresiva personalidad.
Sebastián Sánchez la paseó, quinceañera y sedeña desde Concordia hasta el Bosque de Chapultepec,
prodigándole fraternal ternura y presentándola con encantadoras galas domingueras en ejecuciones
de la Banda de Policía de México que ostentaba gallarda el título de la “Mejor del Mundo”: Y en
tierras feraces del Nayar, la Banda de Música de la “Brigada de Buelna” se lució jubilosa con el
prodigio de su inspiración, que lo mismo amorosa que bravía, tanto acariciante como retadora, tenía
el privilegio de llegar muy hondo al fraterno corazón amante del soldado.
“Maestro y artista”, Severiano Moreno, fue doblemente valioso y doblemente humano.
Nacido cuando El Rosario y Escuinapa era un solo pueblo, una sola familia, una sola tradición, al
nacer entre nosotros nos confirió también un solo orgullo.
Por eso debemos ver en él un símbolo: el símbolo de la fraternidad y el entendimiento de la
comprensión y de la tolerancia.
Él nos enseñó cómo el generoso corazón puede albergar dos cariños. Él nos mostró cómo el afecto
no tiene líneas divisorias. Para él no hubo nunca dos lugares sino una sola visión. Una sola y única
amorosa visión, que pudo abarcar porque la contemplaba dese la gran altura de su nobleza y de su
valer.

129
No tenemos ningún otro ejemplo así en nuestra inseparable historia común.
Solamente Severiano Moreno fue siempre un rosarense de Escuinapa y un escuinapense de El
Rosario.
Solamente él descubrió que hay una dulce y alentadora tramazón de afectos entre los dos pueblos.
Que sus fuertes raigambres se unen poderosas en un mismo pasado; que nutren de los mismos
manantiales inagotables y perennes de filial ternura y reciben la savia palpitante de nuestras mismas
corrientes afectivas.
En esta hora de insospechadas emociones, con esencia y presencia de Severiano Moreno, rendimos
reverencia a su memoria con el ferviente propósito de no olvidar su Credo, armoniosamente
perfecto, de humana comprensión.
Hay silencio en el mundo.
Un silencio inefable y tan inmenso como el infinito.
Callaron los clarines de Buelna. El galopar de los cascos de la caballería es sólo un recuerdo en La
Muralla.
Trémula y amorosa, la nota postrera de “MI GLORIA” se quedó suspendida en la nada, como el
canto de un ave sin garganta.
Hay silencio en el mundo... ¡SILENCIO!
Los viejos tiempos están desfilando en traje de gala ante Severiano Moreno haciéndole al pasar un
saludo de honor.

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TEATRO Y BOHEMIA

Una de las manifestaciones artísticas que fueran más notables en El Rosario de entonces, fue el
teatro. Pero no solamente por la afición, que tanto se demostró cuando actuaban como actuaron aquí
doña Virginia Fábregas, la Compañía de Opera de los Zilingardi, etc., sino como participantes
activos en la formación de cuadros artísticos que siempre estaban presentando obras teatrales,
operetas, número de variedad, con tal acierto y magistral ejecución que muchos de sus participantes
llegaron a ser profesionales del teatro y muy famosos, y otros como Chagüita Iribe, Cástulo Núñez,
Graciela Castañeda, no lo fueron porque no se dedicaron a ello.
En 1910 actuaba la familia Wilhelmy, a quienes precisamente la Revolución les interrumpió una
gira que hacían del Rosario a Acaponeta.
Carlota Flores, hermana de Juanita Flores, esposa de José Soto, formó un dueto que recorrió toda la
América Latina con mucho éxito: “Dueto Tanco-Flores”.
A fines de siglo pasado El Rosario dio el primer “Frégoli” o transformista de México. Manuel de la
Fuente, que dio la vuelta al mundo presentándose como transformista, excéntrico musical,
ventrílocuo, ilusionista, prestidigitador. Actuando solamente Él, representaba óperas, zarzuelas,
dramas, y comedias. Cantaba como tenor, brítono, bajo, soprano, contralto, tiple. En su repertorio se
contaban 19 obras en las que Manuel caracterizaba 200 personajes, haciendo 300 transformaciones.
Para entender este género teatral, que quedó en desuso, describiré una “obra” que apenas recuerdo
en pequeños detalles: El personaje o transformista caracterizaba a una bella mujer que aparece en
escena diciendo que esperaba a su amante; tocan la puerta de fondo del escenario y ella va a abrir;
en cuanto abre hacia afuera y se desaparece un segundo, ya está adentro el amante, un hombre
joven, a quien “esconde” ella tras un biombo, de manera que en instantes es ella y luego él, según se
asoman tras el biombo. Pero entonces llega el marido y el amante sale y se mete en un baúl de
donde el marido trata de sacarlo a jalones, con lo que crea una regocijante situación, pues a veces
queda arriba el marido y el amante dentro del baúl y otras veces se invierten los papeles, con lo que
el público admira y aplaude la rapidez con que el actor se transforma, ya que no tiene más tiempo
para cambiar de indumentaria y fisonomía sino el segundo que tarda en salir o meterse al baúl,
dándose vuelta como si “el otro” lo jalara.
Manuel de la Fuente era hermano de doña Victoria de la Fuente, esposa de Pompeyo Valdez,
teniendo ellos otro hermano, Ignacio, que fue pintor.
El domingo 10 de septiembre de 1916 el cuadro de aficionados del Rosario ofreció una función en
el “Teatro Provisional” arreglado en la finca conocida por “La Voz del Pueblo (Hoy Club Rotario).
Se puso en escena "Besos redimen” drama en 4 cuadros de don José López Portillo Fletes. En el
programa se señala con grandes caracteres: “Atención. Novedades. Estreno de nuevos y varias
COUPLETS por el duelo FLORES-DELGADO. Se trata de Carlota Flores, precisamente, y Enrique
Delgado.
Viene luego el reparto, con Abel Hernández, Ignacio Echagaray, Ana María. Hernández, Leopoldo
Bouthier, Carmen Valdez, Policarpo Lizárraga, Rodolfo Castañeda, Agustín Ilibarren y el niño Luis
Hernández.

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Terminó la función con los couplets “Juanito”, “Carolina”, “El Corneta”, “El Cohete” y el
“Piripituliqui” y se cobraron nada menos que cinco pesos en primera clase y tres pesos en segunda
clase.
Los programas fueron impresos en la imprenta de don Enrique Castañeda, una de cuyas prensas
usamos todavía nosotros.
El 22 de noviembre de 1924 el cuadro de aficionados rosarenses estrenó el Teatro Crespo la obra
“Maruja”, de Luis Olona, en la que intervinieron María Ernestina Crespo como Maruja; Amparo
Valenzuela en el papel de Elisa, Rodolfo Castañeda como el conde Almagro; Cástulo Núñez como
Colás. El Barón de Olivo fue Manuel Zavalza, y don Félix Cherna Salazar.
Dirigió la obra el fotógrafo Luis l. Rea y apuntó Pedro Toledo.
En el fin de fiesta, bailaron un Minuet María Ernestina Crespo, Laurita Castañeda, Conchita Rojo,
Margarita Crespo, Pachita Ocampo y Amparo Valenzuela. Se cobró un peso en luneta, 50 centavos
en palcos y 30 galería.
En 1928, Manuel Gallardo dirigió la opereta “Molinos de Viento”, con la actuación estelar de
Chagüita Iribe y Luis Rea, grupo de jovencitas y niñas en los cuadros y coros, entre quienes
recordamos como oficiales de la marina británica a Rosa Rubio, Nena Murguía, Lola Hernández,
Anita Valenzuela.
Dos veces se presentó la obra, con llenos a reventar en el teatro.
Mientras, otro grupo permanente de teatro de aficionados presentaba obras de don José Echeagaray,
como “El poder de la impotencia” y “De mala raza”; “Los hijos de trapo”, “Quien bien ama nunca
olvida” y “Sahara la Jardinera de don Pepe López Portillo”: Este grupo estaba compuesto por Juan
F. Urrea, Francisco Sibrián, Graciela Castañeda, Chabelita González, Rosa Rubio, Agustina
González, Margarita, Carmela, María Borrego y Carlos Hubbard.
En otra época se presentaron “Caridad y redención”, con parte de los nombrados, más Pedro
Borrego y Manuel Sotomayor. Además, “Príncipe a la fuerza”, “Sesión de hipnotismo”, “Un cuarto
con 2 camas”, sainetes y fines de fiesta en que Carlos Hubbard y Rosa Rubio bailaban tangos y
danzas apaches; Nelly Briggs cantaba tangos; Cástulo Núñez bailaba el “Momento musical” de
Schubert” vestido de mujer; Chavita Urrea bailaba flamenco con castañuelas, y Cástulo y Carlos
formaban pareja cómica.
Vino después “Morena Clara” en 19431 con Chagüita Iribe y Carlos Hubbard en los primeros
papeles María Luisa Navarro, Graciela Castañeda, Lucrecia Soto, Conchita Guzmán, Polo Bouthier,
Crispín Ugalde, Filiberto Patiño, Chano Aréchiga, Eugenio Esperano y Roberto García, bailando en
el fin de fiesta Macamen Patiño y Roberto Xavier Cañedo. Esta obra se puso también en Escuinapa,
con mucho éxito.
Se formó luego el “Cuadro Bohemios”, que presentaron “La media naranja”, “Los apuros de
marido”, “El loco del hotel”, en donde se enriqueció el reparto con Melesio Valencia, Cristina
Borrego, Conchita Moreno y Julio Morales.
En 1945 fue presentada “Cobardías”, tanto en Rosario como en Escuinapa y Acaponeta.
Encabezaron el reparto Carlos Hubbard y María Antonieta López, con Conchita y Gracia Guzmán,
Pancho Sibrián, Filiberto Patiño, Crispín Ugalde, y, por último, en 1955 se formó el último grupo
de Teatro Experimental como ahora se llaman, con Quelito Sibrián y Lorenzo Galván Imperial a

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cargo de los papeles principales, Pancho Camberos Gadea y un joven apellidado de Long, que se
hizo cargo de la dirección.

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TIPOS PINTORESCOS

Existieron tantos tipos pintorescos en El Rosario, que sería largo enumerarlos y más largo aún
contar algo de ellos. Los hubo y los hay en todas las clases sociales, Un don Fortino Chaides en la
alta y un “Chopilo” en los humildes. Un “Güero Astengo” y un Nacho Costilla. Chepito Choza de
entre las principales familias, “El Tábano” de la gleba. Pero todos tienen o tuvieron algo en común:
“Mucho ingenio y magníficas “puntadas”:
—Recuerdo precisamente al “Tábano”, que por ahí anda todavía. Su sólo aspecto ya hacía aflorar
una sonrisa. Desmedrado, menudo, con una carita de hurón y unos cabellos lacios y ralos, que
cuando no estaban peinados hacia atrás, caían como flechas sobre la frente.
—Venía “El Tábano” atravesando la Plazuela Leyva como a las once de la noche. Todo estaba
tranquilo; la noche era calurosa y el parque se hallaba solitario y fresco. Por eso precisamente el
policía de punto se amodorró y desabrochada la camisa dormía despernancado en un sofá de los
antiguos, los verdes de madera, muy cómodos y confortables, no como estos de hoy, duros como de
piedra que son. El cuadro era de bendita tranquilidad y paz. Nosotros observábamos desde el
“Silva's Bar” y nos dimos cuenta de cómo el “Tábano” pasó ante el policía dormido sin darle mucha
importancia. Sin embargo, apenas había dado unos pasos más allá, se detuvo de súbito como si
repentina ideal e hubiera sido transmitida. Se quedó parado unos segundos; volteó sigilosamente
hacia todos lados como buscando si alguien lo podía ver; seguramente se sintió completamente solo
con el policía dormido a escasos tres pasos y entonces empezó a acercársele de puntillas.
Poco a poquito y con suma cautela llegó hasta su lado y alargó un brazo. Nosotros no podíamos aún
imaginarnos qué pretendía hacer. Pero luego, cuando lo vimos dirigir la mano hacia la pistola que
colgaba desmañadamente del cuadril del policía, tuvimos la certeza de que se la iba a birlar. Desde
luego, se nos hacía raro que “El Tábano” llegara a tanto; acaso sólo quería llevarse la pistola para
esconderla o quién sabe. Mientras tanto, ya la estaba sacando de la funda. Era un pistoletón enorme,
pavoroso, viejo, oscuro, una 44 tejana seguramente. El gendarme seguía durmiendo plácidamente,
con sonoros ronquidos arrullado por el rumor del vientecillo entre los pinos.
En esto vimos la pistola en poder del Tábano: La cogió con ambas manos y la levantó por encima
de su cabeza. En ese momento oímos un trueno espantoso que resonó como cañonazo y retumbó
entre las casas en aquel silencio absoluto hasta ese momento. El condenado Tábano había disparado
el arma y la estaba arrojando prestamente a los pies del policía, mientras corría desenfrenado
perdiéndose de inmediato en las negruras del callejón del Triunfo.
La risa que nos causó ver al Tábano fue nada comparado con las carcajadas que nos provocó ver el
aspecto del policía. El pobre despertó con el trueno que le retumbó a medio metro de las orejas y
dando un grito despavorido se puso solo “manos arriba” y echó a correr hacia el lado opuesto que
había tomado El Tábano dejando tirada la pistola en medio de la plazuela.
Cherna Camberos era un minero también muy simpático. Fanático del béisbol, era de los que sufría
y se enfurecía cuando Mazatlán le ganaba al Rosario en aquellos famosos encuentros en que Nacho
Silva lloraba y los mineros se daba haciendo novenas porque ganara El Rosario y cuando el juego
terminaba se angustiaba y anhelante andaba preguntando quién había ganado, y si desgraciadamente
le informaban que el equipo del Rosario había perdido se preparaba a recibir una paliza de Cherna
que con ella se desquitaba de la pérdida de su equipo.

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Los sábados, día en que “rayaban” los trabajadores del Tajo, los compañeros de Cherna, (Popo
Castañeda, Efrén Rodríguez, Roberto Rojo), lo veían absorto repatingado en un pretil, con un gis en
la mano y haciendo números.
Colocaba varias cantidades una bajo la otra como para sumarlas —Llegaban cuando menos a quince
los sumandos Cherna los miraba con gesto de alarma y luego empezaba a sumar lentamente. Al
confrontar la cantidad que arrojaba la suma movía la cabeza con sobresalto y mojándose tres dedos
de la mano izquierda con saliva borraba dos o tres cantidades. Luego volvía a sumar
silenciosamente mientras todos los observaban con curiosidad.
Practicaba aquella segunda suma, pero por lo visto tampoco quedaba satisfecho porque volvía a
mover la cabeza negativamente y otra vez a mojarse de saliva los dedos y a borrar otras tres o
cuatro cantidades, con lo que la columna original empezaba a quedar bastante molacha.
Otra vez a sumar y otra vez a no quedar satisfecho con la suma y nuevamente a borrar otras
cantidades hasta dejar sólo una o dos. Entonces sí las sumaba y por fin parecía quedar si no del todo
satisfecho, por lo menos resignadamente consolado.
—Después supieron los compañeros que cada cifra que anotaba en la larga columna, significaba un
acreedor a quien darle abono esa semana y como al sumar no le alcanzaba la “raya” iba eliminando
acreedores poco a poco hasta dejar sólo uno o dos, los cuales tenían la suerte de recibir abono.
Eso era semana a semana y jamás se acabaron las sumas y los borrones.
En una ocasión le robó el reloj de pared a su papá para irlo a empeñar, y cuando ya lo traía
sigilosamente envuelto en un cotense, sin que nadie lo oyera salir de la casa, el malhadado reloj se
puso a sonar las doce y Cherna a quererlo callar dándole guantadas y ordenándole silencio.
Aquello parecía una película muda de Charles Chaplin. Y nadie que tenga treinta años dejará de
acordarse del “Chópilo”. Era exactamente el tipo del borrachito que venía en las antiguas loterías.
Altísimo, flaco, con una camiseta que parecía larga, larga, porque el pantalón se lo fajaba en las
caderas en un anticipo del tipo cantinflesco. Complementaba su pintoresco atuendo con huaraches,
un sombrero grande de palma y una toalla enredada en el pescuezo.
Su grito de combate cuando se emborrachaba (que era casi a diario) era: “¡Este es el Chópilo
carceleño!” Pero eso era nada comparado con el otro grito, que era el terror de las muchachas. Nada
le importaba que fueran lindas, de alto copete, elegantes, ricas, guapas Él las encontraba y
dejándolas pasar las contemplaba admirativamente y luego, intempestivamente pegaba el grito...
“¡Ay... bonitas … Pero se pen dormidas!"

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“TLAZOLTEOTL”
Diosa de los Aztecas
“La Comedora de Inmundicias

En El Rosario se le rindió culto a Tlazolteotl, que tomaba dos figuras distintas. Eso fue antes de que
Alfonso Vizcarra “el Reumas” hiciera por 500 pesos una red de drenaje que lleva operando más de
un cuarto de siglo sin fallar y que será sustituida por otra de 500 millones, que se tapará con el
primer ollejo de frijoles que le suelten.
Pues sí: en aquellos tiempos en que Cástulo Nuez Osuna y Polo Navarro escandalizaban a las viejas
de mi Barrio del 22 tripulando sus motocicletas y luciendo un atavío de botas, cachucha y gafas de
aviador para impresionar a la bella de nuestro barrio Paulina Schneider; en esa época, repetimos,
nuestros “sanitarios” tenían una forma completamente distinta a las tazas de porcelana y asientos
que hasta tienen colchón alrededor. Tampoco estaban al lado de las recámaras sino allá al fondo de
los patios, para no tener más contacto con ellos que el estrictamente necesario. Escondidos como
una fétida vergüenza.
Por lo general se trataba de un cajón sin la tabla inferior con uno o varios agujeros, que se colocaba
sobre un pozo, más o menos profundo.
Si la clientela para usarlo era numerosa y variadas las circunferencias de las bases que habrían de
ocupar los agujeros, éstos se practicaban en diversos tamaños : para niños y para adultos, evitando
así a los pequeños colarse por un agujero de adulto, para ir a tomar un nada odorante baño en
aquella oscura alberca de áureo contenido.
Se dieron casos... don Sicaino lo platica todavía horrorizado; ... y apestoso. “¡Ay amigo, por poco
me hogo. Yo tenía la m ... hasta los tobillos”... ???... “Pero es que caí de cabeza”.
Estos excusados de pozo tenían ventajas e inconvenientes; como todo: Ventajas, que los que tenían
varios agujeros (nos referimos a los excusados) podían ocuparse por dos y hasta tres clientes al
mismo tiempo, lo que propiciaba una sabrosa plática y un cambio de experiencias muy ilustrativas
en casos de estreñimientos u otros problemas propios del acto que se estaba realizando o se hacían
esfuerzos por realizar¡ o bien comentar las noticias que en ese momento se leyeran en los cuadritos
de papel periódico que habrían de utilizarse en la fase final del esfuerzo, en caso de obtenerse
resultados positivos. (Había lugares como en los excusados de las escuelas, en que un desaprensivo
y majadero escribía en la pared un versito que rezaba: "Cuando vayas a surrar, no te limpies con
papel porque el papel tiene letras y el c ... no sabe leer") ¡Retrógradas enemigos del progreso que
añoran los olotes?
Los inconvenientes eran nimios; y más bien para los no iniciados: Apenas una sorpresa, pero no
desagradable. En fin, si estaba usted sentado ya, concentrado, llamando y esperando que llegue la
inspiración y de pronto siente un pellizco en algún carnoso lugar de los que pudibundamente
llevamos siempre cubierto ¡No se alarme! ¡Por favor, no corte! Es Tlazolteotl, la diosa comedora de
inmundicias, en forma de cucaracha.
Y a propósito, sin costo alguno daremos a continuación un método práctico seguro y económico
para construir un excusado. Lo usó don Fortino Cháidez con resultados muy satisfactorios.

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“Don Fortino, hágame un excusado. Ya me cansé de que me vean las nalgas los vecinos del Anonal
cuando voy a hacer mis necesidades a campo raso. Está bien que me las conozca don Manuel el que
me inyecta, pero no todo el barrio”: Se quejaba una inquilina que ocupaba una casa de don Fortino,
a tres pesos de renta al mes.
Don Fortino lo pensó y lo resolvió. ¿Conoces a Pierson el que reparte las sodas? Sí, sí, al que le
gusta mucho buscar entierros. Pues dile cuando pase por tu casa que… Y la puso en antecedentes.
Ese mismo día, la inquilina le dijo a Pierson: “Oiga don Pierson, aquí en confianza, fíjese que en
aquel rincón vi arder anochi...” Pierson pegó un respingo: “Déjeme venir a escarbar’”, ¡“Ni lo
mande Dios... si sabe don Fortino me afusila!”. No se dará cuenta, vengo a media noche”,
“Bueno ... A los dos días el pozo tenía ya una profundidad adecuada para un excusado aunque
desconsoladora para el buscador de entierros, que urgido por la vecina abandonó la empresa.
Ese mismo día don Fortino citó ante la autoridad al “facultoso” Pierson, acusándolo de daño en
propiedad ajena. Sin embargo, fue magnánimo y retiró los cargos a cambio de que Pierson tirara al
río las diez toneladas de tierra que había sacado, lo que el acusado hizo de mil amores, felicitándose
por haber salido tan bien librado a tan bajo costo. Luego fue puesto el característico cajón con un
solo agujero y el excusado quedó listo.
En los poblados vecinos, los excusados de pozo tienen ligeras variantes: Una, la principal, es que no
hay pozo. Otra: que el cajón que lleva los agujeros para sentarse, sólo tiene tapadera por delante y
está descubierto por el fondo y la parte posterior. ¿A dónde van entonces a depositarse los residuos
estomacales? Dirá usted.
Pues no se depositan en parte alguna, sino que Tlazolteotl, Comedora de inmundicias, aparece en
esta ocasión en su personalidad de cerdo, puerco o cochi, y no los deja llegar al suelo, sino que
interrumpe su caída (y a veces ni siquiera les permite caer), y desde su aparición lo usufructa en su
propio provecho, pues en cuanto usted ocupa su respectivo agujero y siente llegarle la frescura del
aire en las carnosas porciones que acaba de dejar al descubierto, los puercos se acercan a paso
redoblado y banderas desplegadas al ataque... y ruegue a Dios que sean tan precisos como un “Cinta
negra” y en el tarascón no se lleven algo más que los sobrantes alimentarios de su vientre, pues en
caso de un cálculo errado, lo dejaron condenado a no conocer descendencia.
Desde luego que, en esos poblados, como en todos los ranchos, hay casas que carecen de tan lujoso
accesorio y tiene uno que irse al monte a realizar la no siempre cotidiana evacuación.
En este caso, nos consideramos obligados a darle algunos consejos, a saber:
Si llega el caso y lo mandan a buscar un lugar apropiado en el monte, llévese un varejón o palo de
escoba y un olote. Busque luego un lugarcito limpio de ramitas, pues al ponerse en cuclillas le harán
cosquillas al mecerlas el viento, sobre todo en algún sector apendical que quede más cerca del suelo
que el resto del cuerpo.
Con el varejón o el palo de escoba espantará usted a los puercos, que ansiosos tratarán de
adelantarse a los acontecimientos y con el olote, usado sabiamente a favor y nunca en contra,
realizará la póstuma labor de aseo antes de levantarse con las piernas entumecidas, evitando usar
una piedra, que aunque son del río, redondeadas y pulidas, el sol las pone de tal modo candentes,
que en vez de limpiarse se haría usted una cauterización, dolorosa, pero posiblemente benéfica para
las almorranas.

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LA TRAGEDIA

El agente viajero pega un respingo, abre mucho los ojos y trata de correr, pero se contiene a duras
penas al ver que las lindas muchachas con las que platica, no se inmutan ni dan señales de alarma,
sino que se ríen alegremente.
Y es que se ha escuchado un trueno profundo, aterrador, que hizo temblar el piso de la tienda de
don Ignacio G. Osuna, contiguo a El Palacio, en donde el viajero charla con María Isabel, Sofía y
Julieta Osuna, tres bellezas rosarenses a las que se agregará unos años después la de su hermana
menor Consuelo.
Ellas explican al azorado viajante, como la cosa más natural del mundo: “Están tronando”:
Son las 11 de la mañana, y efectivamente es la hora en que, en el subsuelo, apenas a cinco metros
debajo de la calle, los barreteros encendieron la mecha y dieron una “tronada” como todos los días.
Trabajan en la veta que pasa bajo a la Iglesia, después de descolgarse desde la cima de la loma en
donde fue descubierta el 3 de agosto de 1655. Para seguirla se cavó un túnel que se va adentrando
en el subsuelo en un ángulo de 45 grados, por lo que los mineros pueden bajar por escaleras sin
necesidad de elevador o malacate. Es la mina del Iguanero. La explotación de tal veta, rica en plata
con ley de oro, debilitó los cimientos del templo, que empezó a registrar cuarteaduras y en una
ocasión motivaron que se oficiara provisionalmente en la casa de la familia Alduenda, mientras se
efectuaban inaplazables reparaciones, allá por 1920.
(En un informe sobre la Parroquia del Rosario, rendido por el Párroco José María de la Riva y Rada,
el 20 de Agosto de 1801, dice en uno de sus párrafos: “El estado material de esta parroquia es a la
presente de lo peor, pero como no está coronada de cornisa se calan sus paredes por algunas partes
considerablemente de las lluvias en tiempo de ellas y en razón de lo que duren sin aquel remedio se
disminuyen las esperanzas de su duración. No pasarán muchos años sin que llegue este costoso
edificio a necesitar para su reparo una cantidad crecida en vez de que a la presente bastaría la de
cuatro mil pesos para librarlo por dos siglos de tan triste caso”.
Informa luego el párroco sobre que “en el territorio de esta parroquia están fabricadas dos capillas:
una en honor del señor Crucificado, con el título de Zacatecas y la otra en honra de María
Santísima, con el nombre de San Juan... en una y otra se celebra con las necesarias el Santo
Sacrificio de la Misa”).
En 1932 se abandonó definitivamente la parroquia, ante su visible estado de inseguridad y se
empezó a trasladar piedra por piedra, que cargaron niños y adultos, hasta el lugar donde hoy se
encuentra y se remodela.
De acuerdo con el informe ya mencionado del párroco José María de la Riva y Rada, en él se
asienta que “no hay monumento en esta parroquia que avise de la época de su erección canónica. El
libro de bautismos más antiguo se principió el 18 de abril de 1661, por don José Cárdenas, quien
asentó las respectivas partidas sin denominarse Cura Tente, ni expresión de la Iglesia donde se
hacían aquellos”:
Luego, más adelante: “El licenciado don Juan Ruiz de Casiñanas llamó parroquial a esta iglesia en
una Partida de las del mismo Libro fecha 4 de noviembre de 1666 (y no 1766 como apareció
incorrectamente en mi libro...” MI BARRIO DEL 22) y en ella se expresa que bautizó con licencia

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del Cura de la misma Iglesia licenciado Pascual de Villela. De 6 de febrero de 1663 fue la última
partida de éste y luego sigue hasta el 14 de mayo de 1684 las del Br. D. Lorenzo de Cárdenas y
Guzmán quien desde el 27 de octubre de 1675 empezó a intitularse Cura Propietario”:
Los datos anteriores nos llevan a que 11 años después de haberse descubierto la primera mina (3 de
agosto de 1655) ya existía una Iglesia a la que se llamó “Parroquial” y contaban con una Notaría,
dato único con el que puede suponerse sin fijar la exactamente, la fecha en que se inició la
construcción de la Parroquia, que fue consagrada en 1731. Al adelantarse más y más la veta bajo la
ciudad y a tan escasa profundidad, el túnel provocó hundimientos en las calles Comercio y Romero
Rubio, hoy Zaragoza y Juárez; desniveló y cuarteó casas y edificios públicos y el gerente de la
compañía minera “Minas del Tajo, S.A.”, Miguel Campbell, decidió cambiar todo el sector hasta el
lugar conocido como “La Colonia” ubicando las casas que demolía en el predio Santa Simona,
propiedad de la compañía y que comprende de la calle 20 de Noviembre al norte. Empezó por el
templo.
En “la colonia” Minas del Tajo tenía un local en el que alojaba a los empleados norteamericanos
que llegaban sin familia. Era una especie de hotel que se habilitó como capilla haciéndose algunas
adaptaciones, a la que llamaron Santo Domingo y en la que se ofició desde 1932 hasta 1954, fecha
en que se ofició la primera misa en el templo que se había trasladado, aunque no había sido
terminado completamente.
La misa que ahí se ofició y con la que se iniciaron los oficios nuevamente en nuestra Parroquia, fue
con motivo del Canta-Misa del señor cura rosarense don Melitón Durán; asistió el señor Obispo de
Sinaloa, don Lino Aguirre, acompañado de diez sacerdotes, así como los nuevos dirigentes
espirituales de la grey católica, que eran once incluyendo al Padre Melitón.
Se trasladó luego la Escuela Benito Juárez No. 1 de niños, que ocupaba el edificio en donde habían
sido las cajas reales y la primera casa consistorial, en la que precisamente fue firmado el Plan de
Iguala el 16 de Junio de 1821 por el Cura Agustín José Chirlín, capitán Franco de la Viña, teniente
Joaquín Noris y otros.
Se trasladó luego la Sociedad Mutualista San Antonio, que había funcionado en la casa colonial de
la familia Martín del Campo, y luego todos los edificios que formaban las manzanas comprendidas
entre las calles Zaragoza y Juárez, desde la calle Cristerna hasta la plazuela Hidalgo, frente al
templo, así como las de la acera oriente de la propia calle Juárez, que también fueron demolidas con
excepción de dos o tres que aún subsisten.
Lo curioso de los hundimientos de las calles Juárez y Zaragoza es que al suspenderse los trabajos
mineros a cargo ya de la Cooperativa, los edificios que aún quedaban en pie, pero condenados a la
destrucción, volvieron a afianzarse al inundarse los túneles cuando ya no se bombeó el agua del
subsuelo y ahí están todavía después de 50 años.
Al subir el agua del subsuelo nuevamente a su nivel, se formaron en las bocas de las minas de el
Iguanero, Tiro Real y Zacatecas, 3 hermosas lagunas: la de Zacatecas ya casi cegada en la
desembocadura de la calle Donato Guerra a la calle Melchor Ocampo que fue el lugar donde existió
el primer mercado llamado La Plaza. La del Tiro Real cuyas aguas utiliza la compañía “Acuacultura
Comercial” (los Bagres), y la última localizada atrás de las ruinas de la Iglesia, que es muy hermosa
y podría ser el lugar de solaz y el paseo más atractivo para los rosarenses.
En cuanto al Palacio Municipal, se hizo una excepción y no se construyó en la Colonia, debido a
que el entonces regidor del Ayuntamiento, Guillermo Elizondo, se opuso firmemente a ello,

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alegando con razón que habrían de transcurrir muchos años para que se poblara aquel sector y que,
en todo caso, el centro de la población únicamente cambiaría dos calles al oriente como
efectivamente sucedió. Así se construyó en el lugar más adecuado y escogido muy acertadamente
en lo que se llamó “Loma de las Borregas”, inaugurándose el 12 de octubre de 1934 con la
presencia del Gobernador del Estado, profesor Manuel Páez, así como del Secretario General del
Gobierno, licenciado Enrique Pérez Arce, quien pronunció el discurso de inauguración.
La Plazuela Hidalgo, antes frente al templo, se reubicó frente al Palacio Municipal y aunque se
trataba de la misma plazuela, el alcalde en turno en esa época, nayarita por cierto, y a quien se
conocía como “El Maicero” le cambió el nombre y le impuso el de Gabriel Leyva Solano.
Tal irreverencia1 desaire, ofensa o como quiera llamársele, hecha al padre de la Patria, se diría que
tuvo doloroso castigo para el pueblo rosarense que lo permitió, pues 11 días después de la
inauguración de la traspuesta Plazuela, el 26 de septiembre de 19361 azotó al Rosario el primer
ciclón destructor de que se tenga memoria, y que destechó la mayoría de las viviendas, derrumbó
muchas, destruyó las instalaciones de los talleres y oficinas de Minas del Tajo, acabó totalmente
con la estación del ferrocarril, le rebanó limpiamente el segundo piso a la Sociedad Hidalgo y
provocó la muerte del gerente de la compañía minera, Miguel Campbell, que sufrió un síncope
cardíaco a la vista de aquel espectáculo aterrador.
Y la verdad es que desde esa fecha la compañía no pudo ver ya la suya. Cambiaban de gerentes una
y otra vez, pero ninguno logró volver a poner el negocio a flote. Mientras tanto el Sindicato de
Mineros, que tenía una demanda pendiente en los tribunales del Trabajo, hizo un embargo
precautorio de todos los bienes de la Compañía y se constituyeron en Administración Obrera,
quedando solamente dos empleados de la compañía minera Minas del Tajo: Juan Francisco Urrea y
Felipe A. Lizárraga, quienes renunciaron poco tiempo después.
Al recibir el laudo, favorable al Sindicato y que obligaba a Minas del Tajo, S.A., a pagar a cada uno
de los 600 tantos trabajadores cantidades diversas, que en total hacían una cuantiosa suma, los
bienes de la compañía demandada fue ron adjudicados en firme al Sindicato Sección XVI, quienes
se constituyeron en Cooperativa para seguir explotando el negocio bajo la gerencia del señor J.
Guadalupe Lizárraga. Fueron Presidentes del Consejo de Administración además del mencionado
señor Lizárraga, el señor Quintín Rocha; Tesorero, Rodolfo Osuna; Secretario de Organización y
Propaganda, Alejandro H. González; Tesorero también, Cesáreo Bernal a quien sustituyó Gustavo
Fitch. En las Oficinas estuvieron Elena Urrea, Ernestina Sibrián, Adalberto Patiño y Alejandro H.
González. Instalaron una cooperativa de consumo en lo que es el Club de Leones de la que fue
gerente el señor Jorge Suffy.
Aunque con dificultades y recibiendo ayuda oficial, los cooperativistas sostuvieron el punto, pero
ya conocido el camino, otro ciclón azotó al mineral el 9 de octubre de1943, siendo Presidente
Municipal sustituto Amado Saucedo, que fue llamado como suplente a Juan Millán, al morir éste
asesinado.
Este nuevo descalabro puso en precaria situación a la Cooperativa, pero todavía obtuvieron una
ayuda del presidente cuando el general vino a Sinaloa para enterarse de vistas, de los daños que
había causado el tornado. (Lucía un finísimo sombrero Panamá con la copa al natural, que parecía
una bola de masa de maíz).
Cayendo y levantándose, aguantaron hasta el mes de abril de 1945. Un día de tinieblas avasallaron
la ciudad, pues las plantas de Gas-Pobre, que mantenían viva la actividad minera proporcionando la

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energía eléctrica que también llevaba la luz a nuestras calles y nuestros hogares, quedaron
repentinamente en angustioso silencio. Un silencio opresivo, letal. Silencio y tinieblas en la vida de
quienes habíamos nacido escuchando día y noche el rítmico golpear del enorme volante de la
planta, que era el palpitar de nuestros corazones: Bombear de sangre y aliento de vida.
Había terminado la historia del Rosario como ciudad minera.

PIE: El Rosario fue tomado por las tropas de Hidalgo, por tratarse de la población más floreciente,
por la riqueza de sus minas sus cajas reales.

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22 DE DICIEMBRE DE 1810:
EL ROSARIO, TOMADO POR LAS TROPAS DE HIDALGO

Iniciada la lucha libertaria el 15 de septiembre de 1810 el cura Hidalgo había tomado ya la ciudad
de Guadalajara el 26 de noviembre de ese año. Una de sus primeras providencias fue otorgar al cura
Mercado el cargo de comandante en jefe de las fuerzas insurgentes que operaron hasta San Blas y
Tepic, y al teniente coronel José María González Hermosillo y el oficial José Antonio López la
liberación de las lejanas provincias del noroccidente, siendo El Rosario su mira principal por
tratarse de la población más floreciente, por la riqueza de sus minas y sus cajas reales. González
Hermosillo salió de Guadalajara el 1°. De diciembre, llegando a Magdalena el día 7 con 1,500
infantes y 200 de a caballo, 68 fusiles y 80 pistolas. Ahí se le unió el padre dominico Francisco
Parra, que un día antes había llegado con más de 500 soldados, 145 caballos, 35 rifles y 80 pistolas.
El 11 llegaron a Tepic y el 15 a Acaponeta en donde se le unieron centenares de voluntarios y
aumentaron su armamento con una partida de cañones que recogieron en Tepic.
Al pasar Acaponeta, dejaron atrás los límites de la Nueva Galicia y entraron a la Intendencia de
Sonora. Sin encontrar resistencia, sino adeptos que entusiastas se le unieron, llegaron a la margen
izquierda del río del Rosario el 17 del referido diciembre.
La plaza del Rosario estaba defendida por el comandante Pedro Villaescusa con mil hombres y seis
cañones y al darse cuenta de que iban a ser atacados por muchos miles de hombres, que aunque mal
aramdo se mostraban decididos y bravos, su moral decayó.
El día 18 a las 6 de la mañana los insurgentes atacaron, cruzando el río por donde está hoy el puente
de la carretera al mismo tiempo que por la “Cuesta del Carrizo en la parte poniente, con dos
columnas de mil hombres cada una, la primera al mando del coronel Quintero y la otra de Trinidad
Flores, quienes fueron los primeros en cruzar el río casi a nado.
En la orilla derecha, a la vista de la población, se generalizó el combate y el 22 de diciembre de ese
1810, tras una lucha feroz que hizo que los realistas huyeran a refugiarse en las casas de la ciudad,
El Rosario estaba ya en poder de los huestes de Hidalgo, después de que González Hermosillo
admitió parlamentar con Villaescusa, darles la libertad a las tropas derrotadas, la mayoría ópatas de
Sonora y aceptar su palabra de honor de que no haría más armas en contra de la causa libertaria.
Durante su estancia en El Rosario y luego en San Sebastián (Concordia), González Hermosillo,
recibió cinco cartas de don Miguel Hidalgo, fechadas todas en Guadalajara, la última antes de su
desastre en el Puente Calderón. Ellas pueden dar una idea del carácter del Padre de la
Independencia y sus planes. La primera dice:
Por la que con fecha 24 del presente he recibido de Ud. Quedó impuesto en la victoria que
alcanzaron en las prudentes precauciones de los jefes y buena disposición de la tropa a la que
procurará Ud. Mantener en subordinación y que no esté jamás ociosa.
... Lo interesante en que sigan usted y López (se refiere a José Antonio López) con la armonía que
entiendo se manejan, procurando avanzar cuanto sea posible a la toma de Cosalá, en donde se me ha
informado hay gruesas cantidades de reales y mucha plata en pasta útil y muy necesaria para la
mantención de nuestras tropas y crecidos gastos.

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“Nada me dice Ud. De los caudales, en efectos, reales y alhajas que hayan confiscado, lo
que es necesario decomisar llevando una exacta cuenta de entradas y salidas para mi
gobierno y calificación de la integridad y de los intereses de mis comisionados. Estoy en la
inteligencia que Ud. Obra con toda eficacia, sin más estímulos que los de un verdadero
patriota, pero siendo regular al compensar los servicios hechos a la Nación, he querido
condecorarlo con el grado de Coronel, cuyo título le acompaño en premio de la victoria
alcanzada y le prometo el de Brigadier por la toma de Cosalá. Cuartel General de
Guadalajara. Diciembre 30 de 1810.Miguel Hidalgo”.

El 3 de enero de 1811 sabe ya la toma del Rosario y le dice:

“Quedo impuesto por Ud. Del 28 del pasado en la toma de ese Real del Rosario lo que se ha
avanzado en Mazatlán y San Sebastián cuyos puntos según me expresa le facilitan gente
para los facciosos de Cosalá y espero... Ud. Procure realizar cuanto le sea posible los bienes
de los europeos para cuyo saqueo ha comisionado a los sujetos que me apresa... Deponga
Ud. Todo cuidado a cerca de los indultos y libertad de europeos, recogiendo Ud. Todos lo
que haya por esa parte para quedar seguro y al que era inquieto, perturbador y seductor, o se
conozca otras disposiciones los sepultará en el olvido dándoles muerte con las precauciones
necesarias en partes ocultas y solitarias para que nadie lo entienda ...”

Habiendo recibido amplios informes del coronel Hermosillo, Hidalgo le escribe dos días después su
tercera carta, en la que acusa recibo de dos comunicaciones de su subalterno y le aprueba todas sus
operaciones.
Le envió también algunos nombramientos para quienes protegieron la acción insurgente y le mandó
periódicos y otros impresos manifestando la esperanza de que conociendo la causa que se defendía,
las gentes “se desapoderen del fanatismo en que están por los europeos y se consiga que no haya
guerra”.
La penúltima epístola que el Padre de la Independencia envió a Hermosillo revela como el inmortal
cura de Dolores insistió siempre en el buen orden, moderación, buen trato y desinterés de los
soldados de la Independencia, confiando en que el proceder les allanaría el camino y desvanecería
el “inicuo con que nuestros contrarios nos han injustamente desacreditado”:
Tenía fe en que los impresos que enviaba harían el milagro de que sus fuerzas se apoderarían de
Durango sin necesidad de armas y, por último, autorizaba establecer el correo, siempre que la
correspondencia de particulares ascendiera a “una cantidad que sufrague los gastos”:
La quinta y última comunicación, escrita el 14 de enero de 1811 dice textualmente. “Con el pie en
el estribo para atacar el ejército de Calleja, que se halla en Tepatitlán, sólo hay lugar para decirle a
Ud. Que quedo bien satisfecho de todas sus operaciones aprobándolas como corresponde: que he
recibido los catorce marcos de oro que como primicia de su buen celo me acompaña; que realice a
la mayor brevedad cuanto pueda para el socorro de las tropas que se necesitan; que esforcé Ud.
Como aguardo su celo a posesionarse cuanto antes de Cosalá”:

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Hermosillo salió a tomar Cosalá, llevando entre sus nuevos y bisoños soldados a un niño de 14
años, que con el transcurso del tiempo llega a ser una de las figuras más fascinantes de nuestra
historia: Pablo de Villavicencio “El Payo del Rosario”:
Era el día de Navidad y el contingente se componía de 4,125 de a pie 5, 478 de a caballo, 900
fusiles, 400 pistolas, cañones y lanzas. Pero al pasar revista vieron que los soldados realistas a
quienes habían perdonado la vida habían huido a reunirse nuevamente con los realistas de
Villaescusa, que también faltó a su palabra y reunió nuevos contingentes de tropas que en San
Ignacio derrotaron a las de González Hermosillo.
El del Rosario fue un triunfo efímero, es verdad, pero nadie le quita el haber sido la primera ciudad
del Noroeste donde las tropas realistas chocaron con los insurgentes declarando libres a los
rosarenses un 22 de diciembre de 1810, y haber sido once años después la primera en secundar el
movimiento de Agustín de Iturbide, adhiriéndose al Plan de Iguala luego, al proclamarse la
República. El Rosario señaló el camino a los pueblos del Noroeste, declarándose partidario del
sistema federal y redactó el proyecto para la erección de un estado que se llamaría Estado de
Occidente integrado por las provincias de Sonora y Sinaloa.
Para conmemorar la gesta histórica de González Hermosillo, El Rosario impuso a una de sus calles
y a otra de su entonces sindicatura de Escuinapa, el nombre de “22 de Diciembre” que muchos
confunden con la misma fecha del año de 1864 en que el general Rosales derrotó a los franceses
invasores en el pueblo de San Pedro, Culiacán.

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BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA

Hubbard Rojas, Carlos. Cuentos de mi Rosario. S.p.i.


_ _ _ _ _ _ _ _ Chupapiedras: esplendor y ocaso de un mineral. S.p.i.
_ _ _ _ _ _ _ _ Estampas de un mineral. Culiacán, Sin.: UAS, 1993.
_ _ _ _ _ _ _ _ Mi barrio del 22. Culiacán, Sin.: Hubbard Impresores, S.A., 1983.
Sinagawa Montoya, Herberto. Sinaloa historia y destino, CuGuadalajara, Jal.: DIFOCUR, 2004.

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