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EL COLEGIO DE MICHOACÁN, A. C.

Centro de Estudios Históricos

La puerta de los miles y el puerto de los millones.


Crecimiento poblacional y desarrollo económico de la
ciudad portuaria de Mazatlán de 1822 a 1870

TESIS

Que para obtener el grado de


Doctor en Historia

PRESENTA

Pedro Pablo Favela Astorga

DIRECTOR

Dr. Martín González de la Vara

Octubre de 2020
ÍNDICE

Agradecimientos………………………………………………………………….. I

Introducción……………………………………………………………………… X

I. Poblamiento de Mazatlán en el siglo XIX.


1. Antecedentes coloniales del sur de Sinaloa…………………………………….. 1
a) La provincia de Chiametla……………………………………………………. 1
b) El real de minas del Rosario………………………………………………….. 18
c) La costa de Mazatlán…………………………………………………………. 24
d) El surgimiento del puerto de Mazatlán……………………………………….. 32
2. Crecimiento demográfico de Mazatlán en la primera mitad del siglo XIX…….. 41
a) Descripción de las fuentes seriales disponibles………………………………. 42
b) Migración y poblamiento del puerto…………………………………………. 53
c) La epidemia de cólera de 1849-1850: una inflexión en la evolución
demográfica……………………………………………………………………… 76
3. Crecimiento demográfico de Mazatlán en la segunda mitad del siglo XIX……. 86

II. Desarrollo económico de Mazatlán en la primera mitad del siglo XIX.


1. Los impuestos al comercio exterior en la Colonia……………………………… 118
2. Creación de un espacio fiscal en la costa de Mazatlán…………………………. 125
3. La aduana marítima del puerto: institución y gestión entre 1825 y 1830………. 152
4. Estandarización de la economía, década de 1830………………………………. 175

III. Consolidación económica de Mazatlán.


1. Un puerto indispensable para el comercio en tierra, 1837-1840……………….. 207
2. Apogeo del comercio portuario, 1841-1846……………………………………. 222
3. Una guerra inconsecuente: intervención estadounidense y continuidad del
comercio a mitad del siglo XIX…………………………………………………… 270
IV. Establecimiento de Mazatlán como centro comercial en la segunda mitad
del siglo XIX.
1. Una plaza mercantil vasta y diversa, 1852-1862……………………………….. 299
2. La intervención francesa: una inflexión en la evolución económica…………… 348

V. Nacimiento y expansión de una ciudad portuaria.


1. Evolución del asentamiento costero de finales del siglo XVII a mediados del
XIX………………………………………………………………………………… 391
a) El embarcadero colonial de la península de Mazatlán………………………... 394
b) El rústico puerto del primer tercio de siglo XIX……………………………... 416
c) La incipiente ciudad porteña a mitad del siglo……………………………….. 431
2. Florecimiento de la ciudad portuaria, década de 1850………………………….. 436
a) El camino de Palos Prietos y el desarrollo del eje urbano latitudinal………… 445
b) El aprovechamiento del estero de Urías y el desarrollo del eje longitudinal…. 456
c) La periferia urbana: los cuarteles primero y segundo………………………… 466
d) La ciudad suntuosa: el cuartel tercero………………………………………… 472
e) El cuarto cuartel: centro de la vida comunitaria de la ciudad de Mazatlán…... 476

Conclusión………………………………………………………………………… 485

Bibliografía
Bibliografía……………………………………………………………………… 509
Fuentes de archivo………………………………………………………………. 528
Documentos y obras referidos…………………………………………………… 529

Índice de gráficas, cuadros e imágenes


Gráficas………………………………………………………………………….. 537
Cuadros………………………………………………………………………….. 542
Imágenes………………………………………………………………………… 543
AGRADECIMIENTOS

Agradezco al Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, CONACYT, por brindarme la


beca que me permitió hacer mis estudios de posgrado en historia en El Colegio de
Michoacán, A. C. como parte de la generación 2011-2016, cubriendo puntualmente
cada pago durante los cinco años que la recibí.
Mi gratitud también para El Colegio de Sinaloa, que me otorgó la beca de
disertación doctoral en ciencias sociales y humanidades “Raúl Cervantes Ahumada”
durante el segundo semestre del año 2017; muy necesaria para continuar con mi
proyecto doctoral hasta su culminación.
Mi agradecimiento y respeto para los académicos que evaluaron, aconsejaron y
guiaron esta investigación: doctor Martín González de la Vara, director de tesis; doctora
Chantal Cramaussel Vallet, impulsora original de este proyecto de investigación,
primera directora de tesis y posteriormente miembro del comité de titulación; doctores
Alfredo Pureco Ornelas y Luis Alberto Arrioja Díaz Viruell, miembros del comité de
titulación; y doctores Samuel Ojeda Gastélum, Mario Magaña Mancillas y José Antonio
Serrano Ortega, sinodales en mis avances durante la etapa de maestría.

***

Comencé esta etapa profesional que hoy concluyo después de nueve años; cuatro más
de los que el programa del doctorado en historia de El Colegio de Michoacán establece
teniendo como modelo a un estudiante maduro y disciplinado; con el ímpetu, la avidez y
también la candidez creo que normales de alguien de 24 años de edad. Juventud de por
medio, he llegado al final de la misma con cierto hastío, pues en el avance fue
acomplejándome una creciente sensación de incompetencia para demostrar los valores y
aptitudes que mis profesores esperaban de mí, a la vez que se profundizaba el desdén y
la desconfianza para recibir la asesoría, la interlocución y el impulso que yo esperaba de
ellos.
Según se dice, no es el Colmich el que elige a sus estudiantes sino que son los
estudiantes quienes con pleno conocimiento de causa eligen al Colmich. En ese tenor,
creo que tampoco es uno el que abandona al Colmich, sino que es el Colmich quien lo
abandona a uno. En algún punto quedó claro que yo no estaba moldeado en los
estándares de esta academia, y que esta academia tampoco tenía la capacidad de orientar

I
a estudiantes con mis características e intereses, y las expectativas mutuas se truncaron.
El resultado de ello, que es esta tesis producto de la imposición de un tema que me era
por completo ajeno y complejo, no me causa por lo tanto más que el razonable orgullo
de haberla podido concretar a pesar de las desavenencias que se suscitaron en
consecuencia gracias a un enorme esfuerzo crítico, técnico y creativo para aprovechar
las limitadas fuentes disponibles, a mi perseverancia y a mi ética de trabajo que una vez
sí y otra también fue puesta en duda.
Cuando comencé el posgrado, soñaba con culminarlo con plena claridad y un
ambiente óptimo para desarrollar el resultado de mi proyecto. Hoy en cambio, espero
primeramente que la satisfacción de saber que cumplí con mi obligación institucional y
mi compromiso personal me devuelva la tranquilidad –para mí y para mis padres, que se
han preocupado conmigo– y la credibilidad menoscabados durante la marcha; y luego,
que me motive a asumir algo nuevo y diferente con un ánimo semejante al que tenía a
los 24 años, pero sumando ahora la experiencia aprendida los pasados nueve de manera
dura pero necesaria, y por lo tanto, bienvenida.
Contraria a mi experiencia formativa doctoral un tanto amarga, mi vida en Zamora
dentro y fuera del colegio fue muy dichosa. No hubo en absoluto el mentado
“zamorazo” con el que quisieron asustarme. Creo que desde mi llegada a la ciudad supe
que mi estancia allí pronto sobrepasaría la obligatoriedad contractual y se convertiría en
un hogar en donde encontré el apoyo, la paciencia, la oportunidad, el consejo, el humor,
el amor, la ayuda y la alegría de magníficas personas con quienes compartí lo más
valioso que tenemos, que es nuestro tiempo presente; y que fueron por lo tanto
compañía indispensable en mi larga y felizmente accidentada trayectoria.
En primer lugar quiero agradecer a estas personas porque más que amigos, se
volvieron mis hermanos: a Ileana Gómez por brindarme consuelo en mis frustraciones y
serenidad en mi euforia; a José Luis Gómez, noble colega en mis obligaciones escolares
y en mis pasatiempos; a Juan Carlos Contreras, incondicional compañero de andanzas; a
Luis Bedoya, contrapunto y perspicaz, ejemplo de que se puede ser genio sin dejar de
ser figura; a Ana-Laura Lemke, cuya cálida y expresiva compañía transformó nuestra
casa en un verdadero hogar; a Iván Alonso, mano derecha de mis proyectos, festivo en
mis aciertos y leal en mis tropiezos; y a Haydee Alfaro, cómplice generosa de mis
anhelos. Cada instante convivido con ustedes los pasados años es un momento todavía
vivo, y tanto como la vida nos lo permita, desearé que podamos seguir compartiendo
nuestros pasos.

II
Soy afortunado de que el destino me haya puesto en el camino de Laura Alejandra
M. Torres aquella tarde que paseé por Zamora aún sin la certeza de mi aceptación en el
colegio, pues ese breve encuentro sembró las promesas, las expectativas y la curiosidad
de las que nació una amistad que no puedo describir como menos que un privilegio. Tu
bondad infinita y tu afecto puro me hicieron sentir siempre acompañado y querido. Me
tendiste la mano de tus amigos, los entrañables Rafael y Lalo Abundis, Jorge Quintero,
Gerardo Sandoval y Lupita Stefanutti; de la virtuosa Daniela Rodríguez, de la festiva y
valiente Rebeca Custodio; de la entusiasta Ana Vázquez y de la sagaz Cristina Moreno
para compartir con ustedes un tiempo y un espacio tan preciado, que me hicieron querer
y añorar a su Zamora tanto como si fuera mío; y por ello, Laurita, es que te estaré
siempre agradecido.
Dichosa es mi amistad con Ana Vázquez. Mi cómplice y confidente.
Compartimos ideas y visiones de superación y una mutua admiración. Ante todo,
compartimos un “nido”: ¡qué placer el haber sido parte de “Pajarito Café”! Tu creación
fue el epicentro de la bohemia, la belleza, el arte y la diversidad zamorana donde
encontré el ansiado esparcimiento para compensar las extenuantes jornadas escolares.
Me faltarán páginas pero nunca memoria ni corazón para agradecer por las personas, las
artes y las fiestas a las que accedí por medio de ti, Anita, y que tantas veces disfruté en
tu compañía: a la risueña y gentil Anibert Sánchez; a “Zamora Salsero” y a sus
divertidas precursoras Fernanda Ríos, Karla Mendizábal, Andreíta Cruz “Parákata”,
Cinthia Rodríguez, Kary Valdez y Jessi Arzola; a la activa Marisela Morales; a mi
respetado colega Cruz González, a la carismática Vania Romo, a la enérgica Susana
Mendoza, a la creativa Maggie Espinoza, a Carlos Arnulfo Hernández y su club poético,
a Christian Garibay y los “Hijos del Maíz”, a polifacéticas y cautivadoras amistades
como Luis Ma Ortiz y Adriana Cornejo “Cone”, Karla González, Jaime Garba, Darío
Beltrán, Richard Sinrit, Mosko y Jazz, “More” Oregel, Gerson Mendoza, Daniels
Acevedo, “Borre”, Cindy y Mateo; y al final de una aventura tan cautivadora pero justo
al principio de una no menos prometedora, al entusiasta y amable Alejandro González.
Gracias a ti por ellos, Ana. Gracias a todos ustedes por el regalo de su amistad.
Gracias por la necesaria e inolvidable camaradería formada con mi equipo de
cáscara futbolera “La Reta Colmich F. C.”: Heriberto Cruz, Pablo Hernández, Ariel
Mojica, Róber González, Laura Duarte, Manuel Exembe, Yuri Escamilla, Onésimo
Soto, Manuel Herrera “Manolín”, Jairo Melo, Daniel Mora nuestro “capi”, Javier
Verduzco, nica Delascar, Mane Hernández, Abraham Domínguez, César, Kevin “Kaín”,

III
Erick Núñez, Danny Custodio, Juanito Mendoza, Raúl Hernández “Chino”, Arturo
Reyes, Vladimir Camarillo, a Lalo, Fabián y Óscar “Jiquilpowers”; a todos los que
alguna vez patearon ese balón.
Gracias por la simpatía, la inteligencia, la picardía, la música y la poesía que me
compartieron Yazmín Sagahón, Alelola Torres, Ana Guerrero y Luis Manzanilla, Candy
Pacheco, Rolando Amézquita, Emma Villegas, Adaí Quintana, Óscar Arellano y María
Eugenia Pérez; sinceras amistades que me legó el relajado y relajiento taller de
“Foucault y los chongos zamoranos” convocado por nuestro perspicaz in-moderador, el
profesor Víctor Ortiz.
Gracias por la apertura, la calidez, la variedad y sobre todo por el humor, por ese
bendito humor pasado por lumbre y ácido que me prodigaron viernes tras viernes mis
amigos del cineclub “Salvador Toscano” orquestado por Laura Ávalos y atendido
fielmente por Paulina Peña, Beto Romero, Alex Luna, Flavio Pérez, Dorian Neyra,
Clementina Campos, Rafa Trujillo y Cano.
Mi agradecimiento para mis amigas y amigos de Zamora y Tangancícuaro
reunidos en ese jardín de arte y revolución llamado “La Colmena” por animarse con su
entusiasmo y su talento, con especial gratitud para la creativa y decidida Ariadna
Verduzco, la prodigiosa Isabel González “Manos de Bruja”, la mágica artesana Aura
Ramírez “Araña Madrina”, la elocuente Arelí Olvera, la enérgica Berta “Señora Luna” y
la alegre Celina Morales, de quienes atesoro ejemplos de su maestría y de su valiosa
amistad. Agradezco también al grupo “Animal Heroes” por integrarme en sus campañas
de protección a los animales callejeros, dándome con ello una oportunidad de servir a la
comunidad zamorana y enseñándome con ello a ser solidario y sensible con los seres
infortunados.
Agradezco al personal administrativo y trabajadores de El Colegio de Michoacán
que no se limitó a atender mis necesidades escolares, sino que también compartió
conmigo un ratito de sus rutinas para distraernos; para intercambiar gustos y opiniones,
escuchar consejos, reír juntos: Lupita del Río, Geraldine Carreto, Paty Paz, Esperancita
(qepd), Emeterio Martínez, Isabel Barriga, Héctor Castro, Julio Ramírez, Santiago
Melgoza, Gerardo Castañeda, Eva Alcantar, Fernando Rodiles, Dorian Neyra, Jorge
Aguinaga, a los guardias don José y don Leonardo, y a mis amigos Víctor Ramírez
“Chino” e Iván Verduzco.
Agradezco a las personas que facilitaron mi establecimiento en Zamora al
brindarme ayuda y servicios con una cortesía que pasó de los límites de la gentileza para

IV
volverse franca familiaridad: a la familia Torres; Lety, Lupita, Kenia, Karina, Mario,
Marco y Miriam Díaz; responsables de la cafetería del Colmich donde disfruté y me
toleraron largas y amenas sobremesas. Mi agradecimiento de corazón para la señora
Lety, porque me trató como a un hijo cada que requerí de uno u otro apoyo. Mi gratitud
para Rocío Nuño y familia y sus divertidos encargados del café “Roche” Dany Alfaro y
“Bob”; y a Teresita Zatarain y familia, quienes me auxiliaron y acompañaron en mi
primer domicilio con diligencia y amabilidad; y al doctor Vicente Barraza, solidario
amigo que me facilitó la casa que mis compañeros y yo habitamos con tanta comodidad
la mayor parte que duró el posgrado.
Agradezco al odontólogo Rodolfo Hernández por cuidar mi mala dentadura con
una pericia excepcional y su buen humor capaz de calmar la tensión que implicaban los
procedimientos. Agradezco también a la familia Maldonado del restaurant “La
Estancia”; a Chelo Reyes e hijos de “Bambú”; y a la fonda “El Nacional” donde seguido
comí delicioso y donde más que sentirme bien atendido como un cliente, me sentí
apreciado como un amigo. A sabiendas de que el café es el mejor aliado de un tesista,
quiero entonces agradecer a mis aliados: a mi efusiva colega Ada Nava de “El Faisán”;
a los agradables Ivan Vital y Mónica de mi consentido “café del carrito” “Trike Café”; y
a la alegre Lupita Campos y los hermanos Ramón y Salvador Aguilera de “La Corchet”
por nunca desampararme del vital líquido ni de su grata compañía. Mi agradecimiento y
mejores recuerdos de doña Sara y Miriam García, mis simpáticas vecinas en la calle de
Dr. Verduzco que no levantaban su puesto de enchiladas hasta que yo no hubiera pasado
a cenar; de don Jaime “Don Caguamo”, irremplazable facilitador de varias de nuestras
reuniones; y del muy bondadoso don Nacho el sastre, cuyas anécdotas y consejos fueron
para mí un bálsamo siempre oportuno para mis pesadumbres.
Gracias a los colegas que me orientaron una o varias veces con algunos aspectos
de la realización de mi tesis: Faviola Castillo, Dante Lázaro, Brenda G. Calderón,
Paulina Torres, Clementina Campos, los profesores Reynaldo Rico, Paul Kersey, Caty
Bony, Ana Lilia López y Agustín Jacinto, la Red de Historia Demográfica, Laura
Pacheco y Claudia Tomic. Mi agradecimiento por supuesto a aquellas personas que, en
medio de una “comunidad” del conocimiento dominada por la mezquindad, me
compartieron con generosidad valioso material de consulta y me sugirieron pistas de
indagación: los académicos en Culiacán Dina Beltrán y Juan Esmerio Navarro, y en
Mazatlán a los respetables señores Manuel Gómez Rubio y Enrique Vega Ayala. Por
haberme recibido con tanta hospitalidad en sus hogares durante mi trabajo de archivo,

V
agradezco a mi familia en la ciudad de México, Norma Báez y Alejandra Gallardo,
Alejandro Astorga y Ángela Bacca, y Linaloe Flores; en Mazatlán a Marisa Guerrero;
en Guadalajara a Sara Villicaña; y a mi apreciada amiga Cynthia Quiñones en la ciudad
de Durango.
Toda mi gratitud para los profesores, amistades personales e instituciones que
confiaron en mí para ofrecerme oportunidades de superación académica y profesional: a
los académicos Chantal Cramaussel, Gilberto López Castillo, Rigoberto Rodríguez
Benítez, Carlos Zazueta, Jesús Jáuregui, Gail Mummert y Álvaro Ochoa; a los señores
Hermes Meléndrez, Gregorio Rodiles yal doctor Alejandro Llausás; al Centro de
Estudios Superiores Primero de Mayo y al Centro de Estudios Superiores Juana de
Asbaje en Zamora; y al INAH Sinaloa.
A mis amigos dentro y fuera del Colmich; en Zamora, Culiacán o donde sea que
se encontraran pero que siempre estuvieron a un clic de distancia, por cada palabra, cada
paseo, cada consejo, cada presión, cada abrazo, cada cerveza y cada risa compartida;
por la inspiración y las ilusiones con que me acompañaron; por estar conmigo y dejarme
estar con ustedes: Patricia Mejía, Elizabeth Velázquez, Susi Ramírez, Brenda Guevara,
Abraham García, Luz Arceo, Gustavo Arzola, Iliana Vázquez, Victoria Luna, Elena
Bolio, Rafael Rodríguez, Anel Hernández, Miguel García, Ricardo Arroyo, Alejandra
Romero, Merced Rodríguez, Pepe Campos, Miriam Ambriz, Betsabé Martínez, Abril
Reynoso e Iván Mora, Angélica Méndez, Maricruz Piza, Andrés Santillán, Leonor
Reyes, Mali Hernández, María de Jesús Ramírez, los españoles Francisco Martín
“Pacorro” y Alberto Puig, Cristina Chávez y Rodolfo González, Lola Vega, Claudia
Raya y Emiliano Núñez, Rita Jiménez, Carla Vargas, Nadia Chávez, Alberto González
“Roskas”, Carlos Alberto G. Zepeda “Cuaji baby”, Arturo Cristerna, Julio Cotom,
Adriana Alas, Carmen Moreno, Fernanda Apipilhuasco, Patzaly Arreola, Claudia
Hunink, Ranniery Magaña, Alondra Ambriz, Marilú Cerna, Mario Gómez “Shiryu”,
Jessica Díaz “Morenita”, Vanessa Villalobos y Jorge González, Lili Sarahí Robledo y
Naradeni Vergara; a los profesores Rihan Yeh, Elizabeth Araiza, Sergio Zendejas,
Esteban Barragán, Dominique Raby, Laura Roush, Octavio Montes, Luis Sefoo y
Rafael Torres Sánchez; a mis compañeros de generación de historia que me externaron
su solidaridad y respaldo en uno de mis pasajes escolares más críticos; a mis confiables
y amenos vecinos Ramón Gómez “El Jefe”, Gaby Cardoso y Josué Bustamante, y
Daniela Carrasco y Jhon Florián; a mis amigos en Culiacán con quienes compartí mis
andanzas: Massimo Gatta, Alexander Quiñones, Javier Llausás, Alicia Barreras y Alma

VI
Ruby Félix; a mis compas infaltables de cada diciembre, Memo Castro, Manuel Esquer,
Randy Álvarez, Marco Mojardín, Paul Gil, Chelís Álvarez y Ramón Meza; y a mi primo
siempre a la orden para el desorden, Luis Alberto Ayala.
En su propio espacio, quiero agradecer a Isabel Juárez por compartir conmigo el
afecto, los buenos sentimientos y el tiempo de mejor calidad que esta travesía nos ha
permitido.
Agradezco a mis familiares que desde el principio y hasta el final estuvieron al
pendiente de mi avance profesional, pero ante todo, de mi tranquilidad y bienestar: a
Aurelia Martínez y familia Martínez García; a las familias Flores Hernández y Rochín
Flores; a la familia Guerrero Astorga; y a Martha Moreno. Gracias al grupo de Huertos
del Pedregal, a Lulú Amezcua, a Eva Soto y a todos quienes hayan acompañado y
distraído a mi mamá y a mi papá en mi ausencia. Nunca habíamos vivido uno sin el
otro, y si bien el separarnos fue un paso cierto en confianza y amor, no estuvo exento de
la afección de la nostalgia.
Agradezco profundamente a Samuel Ojeda Gastélum, a Víctor Manuel Ortiz
Aguirre y a Martín González de la Vara por permitirme el diálogo y ofrecerme
perspectiva cuando sentí que los problemas escolares me asfixiaban y me convencí de
que más me convenía dejar mi posgrado, de abandonar mi camino. Más que profesores,
son mentores que honran de verdad la vocación humanística de una ciencia que presume
de serlo a pesar de que algunos olvidables colegas la desprestigian con sus conductas
soberbias, egoístas y hostiles. Les agradezco entonces, por sobre todas sus virtudes, su
amistad y sensibilidad por encima de mis tropiezos que aquéllos celebraron y
persiguieron. Sepan aquéllos que de su inquina extraje mucho del coraje para
sobreponerme a sus condenas, por lo que incluso les estoy hasta agradecido; y sepan
ustedes de mi respeto total hacia sus personas, en quienes encontré modelos de
profesionalismo y solidaridad en el ejercicio de nuestra disciplina. Tal y como alguna
vez lo acordamos que sería, profes Samuel y Martín, este éxito mío “es todo suyo”.
Quiero hacer un agradecimiento especial a mi primo Alex Astorga Gazeyeff por
ser mi máximo ejemplo del esfuerzo, dedicación y calidad en el quehacer de lo que a
uno le gusta hacer a pesar de las adversidades que a veces, sin buscárnoslo, se nos
presentan. Con esta tesis quiero igualmente honrar la memoria de mis fallecidos, Cecilia
y Humberto Astorga, y Norma Báez, a quienes les hubiera gustado presenciar el final de
esta aventura pero se me fueron dejándome su confianza y su bendición. “¡Misión
cumplida, tía Norma!”. A la indeleble figura de mi abuelita, Concepción Almanza.

VII
Finalmente quiero dedicar este trabajo a mis padres, porque a pesar de los
obstáculos que nos sembró el camino, me entregaron su confianza cuando a mí se me
había acabado la propia; y porque no sin sacrificios, me reiteraron su sostén económico
cuando yo no creí merecer mayor suerte. Agradezco a mi papá, Pedro Pablo Favela
García, por animar mis metas profesionales y apoyar mis ideas de investigación no
obstante nuestras discrepancias en las formas; por aconsejar con su experiencia mi toma
de decisiones, y por reconfortarme siempre con nuestros pasatiempos y sus bromas; y a
mi mamá Luz María Astorga Almanza por todos los días y todas las noches de mi
doctorado que con sus mensajes desde la distancia me abrazaba al despertar y me daba
un beso antes de dormir; porque me hizo persistir cuando yo quise desistir; y por su
entereza para escuchar mis preocupaciones y darme paz a pesar de sus propias
angustias.
Por el cariño y los buenos deseos que todos ustedes pusieron en mí, es que yo no
podía fallarles. Yo no podía permitirme fallarles. Con esta tesis, fruto de mi capacidad y
de mis desvelos, quiero entonces compensarles a la vez que disculparme por las muchas
faltas que cometí en nuestras relaciones como consecuencia de la dedicación a mis
deberes; y deseo que la modesta utilidad que mi trabajo pueda tener sea por supuesto un
crédito compartido. Por años nos vimos y nos hablamos como parte de una rutina
escolar, de una dinámica social que a partir de hoy necesariamente se desvanece. Me era
por lo tanto muy importante mencionarlos a todos y cada uno de ustedes por su nombre
y su significado para mí; reunirles en este texto como la comunidad que fuimos por todo
ese tiempo; porque de esta manera, cada que con les lea, sus nombres traigan a mi
memoria los recuerdos más bonitos de esta feliz etapa de mi vida que he pasado en su
compañía y así nunca haya un pasado del cual lamentar su olvido, sino que siempre se
trate de ese eterno presente por la cual les estaré siempre agradecido.

Pedro Pablo Favela Astorga,


con un pie en Culiacán y el otro en Zamora, octubre de 2020

VIII
INTRODUCCIÓN

La explicación que la historiografía sinaloense ofrece, en sintonía con la historia mexi-

cana –que poco ha inquirido en la historia de la conformación de sus puertos– al en-

cumbramiento de Mazatlán como el principal puerto de México en la costa del Pacífico

en el siglo XIX es, indiscutiblemente, la importancia del comercio portuario.1 Las im-

portaciones mercantiles, las contribuciones tributarias por esta actividad, fueron el pilar

de la economía mexicana decimonónica confiada casi en su totalidad a los ingresos por

el comercio exterior.2 En este marco, el comercio realizado en el puerto de Mazatlán

aportó cuantiosas remesas al erario nacional; potenció igualmente circuitos mercantiles

en la provincia mexicana en el norte y el occidente, al consolidar rutas de intercambio

con villas y ciudades del interior del país; y por supuesto prodigó fortunas a los nego-

ciantes involucrados.3

Para demostrar la virtud del comercio mazatleco, la historia regional se ha enfoca-

do en este último aspecto, en la incidencia de la élite comercial porteña: la conforma-

ción de sus redes empresariales y en su trascendencia dentro del mercado regional. La

tesis historiográfica atribuye la notable transformación que en pocas décadas tuvo el

puerto sinaloense; que de ser una pequeña aldea a principios del siglo XIX se convirtió

en una estimable ciudad y centro comercial y en escala obligada de la navegación por el

1
Los pregoneros de la grandeza histórica de Mazatlán, las personas a quienes se les reconoce el haber
atraído la atención en el estudio del pasado colonial y decimonónico de este puerto que durante buena
parte del siglo XX estuvo fuera del interés de las investigaciones históricas llevadas a cabo en las acade-
mias mexicanas del centro del país, que poco o nada atendían la periferia norteña, fueron primeramente el
cronista Miguel Valadés Lejarza seguido por Adrián García Cortés; ambos ya fallecidos. Su vocación ha
sido continuada a la fecha más por cronistas de Mazatlán y del sur de Sinaloa como Enrique Vega Ayala
y Antonio Lerma Garay, más que por historiadores académicos sinaloenses o siquiera mexicanos. Ernesto
Hernández Norzagaray y Lorena Schobert Lizárraga (editores), Raíces de Mazatlán: fundación, política,
música y viajeros, Culiacán, Asociación de Gestores del Patrimonio Histórico y Cultural de Mazatlán-
Universidad Autónoma de Sinaloa-Instituto Municipal de Cultura, Turismo y Arte de Mazatlán, 2006, pp.
9-29.
2
Ernst Sánchez Santiró, Las alcabalas mexicanas (1821-1857). Los dilemas en la construcción de la
Hacienda nacional, México, Instituto Mora, 2009, pp. 133-134.
3
Rigoberto Arturo Román Alarcón, Mazatlán en el siglo XIX, México, Universidad Autónoma de Sina-
loa-Juan Pablos Editor, 2009, pp. 11-24.

X
litoral americano a mitad del mismo; al exitoso desempeño de los grandes mercaderes

de Mazatlán, extranjeros nacionalizados o comisionados en el puerto casi todos ellos.

“La historia del comercio mazatleco es en cierto modo la historia de nuestra ciudad y

puerto”4 es una especie de paradigma compartido por cronistas y académicos sinaloen-

ses; por ende, es posible inferir de esta noción que la marcha de la economía de Ma-

zatlán deriva del progreso de las riquezas particulares de los empresarios locales, de lo

cual dejan constancia las actas notariales que son fuente de las dos principales investi-

gaciones que existen sobre el desenvolvimiento del comercio en Mazatlán en el periodo

de interés de esta tesis, que es la primera mitad del siglo XIX. Ambas datan de alrededor

de 1990 y desde entonces muy poco han sido retomadas o complementadas en los traba-

jos posteriores.5

No obstante, los capitales personales son tan sólo una de las aristas de la expre-

sión de la economía; sin embargo, y en parte debido a la fragmentación o el desconoci-

miento de las fuentes, ninguna de las indagaciones sobre el comercio y los comerciantes

de Mazatlán se ocupa de estudiar el desarrollo de la economía en el puerto y la región

que se benefició del mismo mediante el examen de otras variables que pudieran ser más

representativas de la productividad de un espacio de una comunidad que de las ganan-

cias de un individuo privilegiado, como por ejemplo lo son la aportación fiscal del puer-

to, el valor de los bienes de consumo en la localidad o el de los traficados con las pobla-

ciones aledañas, o la transformación del mercado laboral. Otra variable que ha llamado

4
Enrique Vega Ayala, “Historia del comercio en Mazatlán” en revista Investigación, número 3, Culiacán,
Dirección de Investigación y Fomento de Cultura Regional, 1998, p. 10.
5
Rigoberto Arturo Román Alarcón, “Comerciantes extranjeros en Mazatlán y sus relaciones en otras
actividades, 1880-1910”, tesis en Historia, Culiacán, Escuela de Historia de la Universidad Autónoma de
Sinaloa, 1987; y Luis Antonio Martínez Peña, “Historia del comercio en Mazatlán 1823-1877”, tesina de
maestría en Historia, Culiacán, Facultad de Historia de la Universidad Autónoma de Sinaloa, 1991. Las
ideas centrales logradas en este par de investigaciones, con la adición de datos e información contextual
retomada de obras y artículos de historia sinaloense de carácter empírico, fueron retomadas posteriormen-
te por Román en un libro que supone una indagación más extensiva sobre la actividad comercial en Sina-
loa, pero que en realidad no ofrece ninguna actualización del estado de la cuestión. Rigoberto Arturo
Román Alarcón, El comercio en Sinaloa, siglo XIX, Culiacán, Dirección de Investigación y Fomento de la
Cultura Regional, 1998.

XI
la atención de las investigaciones sobre la magnitud de la riqueza subyacente en Ma-

zatlán y otros puertos occidentales lo ha sido también la cantidad y el valor de los car-

gamentos de plata despachados desde estos lugares hacia Inglaterra de forma legal o

ilegal. 6

Lo anterior quiere decir que, a la fecha, cualquier dimensión aludida a la econo-

mía de Mazatlán en la primera mitad del siglo XIX está basada en cálculos del valor de

las importaciones y exportaciones del puerto que de manera ocasional se hallan en los

diarios de los marineros mercantes, en la correspondencia consular o en alguno de los

contados anuarios estadísticos. Por razón de la disponibilidad de fuentes, escasas de por

sí; la mayor parte de estos datos, de la información conocida para este periodo, se con-

centra en los años al filo del medio siglo, en la época de la Reforma. 7 Ante la ausencia

de series informativas que de manera gradual expongan el ritmo del desarrollo econó-

mico de Mazatlán, su entendimiento sigue siendo al día de hoy como el de una elipsis

que liga la puesta en marcha del puerto entre 1822 y 1828 y su rápido posicionamiento

como el más redituable del occidente para el gobierno federal y para los comerciantes;

con la estampa de la floreciente y en alguna medida también moderna ciudad de la dé-

cada de 1880, cuando Mazatlán era uno de los vértices de la economía nacional a la vez

que un faro de cultura regional; dentro de una lógica del progreso continuo.8

El proceso histórico llevado del puerto sinaloense fue tácitamente insertado, sin

mayores argumentos dentro de los tres amplios cortes cronológicos, políticos y geográ-

ficos con los que Inés Herrera Canales cubre desde 1821 hasta 1875 (el comienzo de la

vida independiente de México, la reforma liberal y la restauración de la República) en


6
Araceli Ibarra Bellón, El comercio y el poder en México, 1821-1864: la lucha por las fuentes financie-
ras entre el Estado central y las regiones, México, Fondo de Cultura Económica, 1998; y John Mayo,
Commerce and Contraband on Mexico’s West Coast in the Era of Barron, Forbes & Co., 1821-1859,
New York, Peter Lang Publishing, 2006.
7
Francisco López Cámara, La estructura económica y social de México en la época de la Reforma, Mé-
xico, Siglo XXI, 1967; y Moisés González Navarro, Anatomía del poder en México 1848-1853, México,
El Colegio de México, 1977.
8
Román Alarcón, El comercio, pp. 7-10.

XII
su investigación pionera sobre el comercio exterior decimonónico, de los que sin em-

bargo se advierte la necesidad futura de complementar y particularizar con mayores

aportes de documentación cuantitativa relativa a cada uno de los puertos mexicanos; lo

que todavía no ha sido el caso con las investigaciones sobre Mazatlán.9

En la historiografía sinaloense, la historia del Mazatlán decimonónico se presenta

conforme al relato de los grandes procesos políticos definidos por la historia oficial de

México o de Sinaloa. Desprovisto de premisas que introduzcan cuestionamientos sobre

la incidencia que pudieran haber tenido algunas circunstancias locales y regionales en el

desenvolvimiento de su propia historia en esta época, “Mazatlán” no ha sido más que el

antagonista requerido en los trabajos sobre historia regional realizados por Herberto

Sinagawa Montoya y Sergio Ortega Noriega en las décadas de 1980 y 1990 (aunque

ambos se apoyan de manera importante en la obra de Antonio Nakayama Arce, escrita

desde mediados del siglo XX) para exponer el contexto en el que el gobierno de Sinaloa

fue erigido en el siglo XIX: en medio de una secular lucha política y militar entre el

bando liberal residido en Culiacán, la ciudad capital del estado; y la élite comerciante

conservadora que tenía su bastión en el puerto.

Lo establecido en materia económica por este discurso ha prevalecido sin ninguna

revisión hasta la primera década del siglo XXI;10 de tal suerte que las investigaciones

9
Condicionada por los archivos a las que pudo tener acceso, la investigación se basa principalmente en
las estadísticas nacionales globales del comercio y de la hacienda mexicana, mientras que para los mati-
ces particulares a cada puerto, el balance es desigual entre las fuentes disponibles para el análisis del
comercio de Veracruz –el puerto mejor estudiado entre las investigaciones históricas mexicanas– y todos
los otros puertos de la República. El puerto de Mazatlán es el que menos referencias tiene en la obra de
Herrera. Inés Herrera Canales, El comercio exterior de México 1821-1875, México, El Colegio de Méxi-
co, 1977, pp. 127-129 y 160.
10
Sergio Ortega Noriega, Sinaloa. Historia breve, México, El Colegio de México-Fondo de Cultura Eco-
nómica, 2011. Este texto, de carácter notoriamente divulgativo, permanece hoy día como el estudio más
sistemático que existe sobre el siglo XIX sinaloense. No ha sido sino hasta años recientes que Mazatlán
ha sido estudiado como una unidad productora de cultura al margen de, ni necesariamente subordinada a
hechos acontecidos en otro lugar. Pero este interés ha sido dirigido solamente a los propósitos de la histo-
ria cultural. Víctor Pérez Montes, “Mazatlán: visiones cotidianas entre lo sacro y lo mundano. 1861-
1877”, tesis de maestría en Historia, Culiacán, Facultad de Historia de la Universidad Autónoma de Sina-
loa, 2009; Roberto Mendieta Vega, “El Puerto de Babel: Extranjeros y hegemonía cultural en el Mazatlán
decimonónico”, tesis de maestría en Historia, Culiacán, Facultad de Historia de la Universidad Autónoma

XIII
que se han llevado a cabo acerca del circuito comercial y del contrabando marítimo del

Pacífico norte (región comprendida desde los puertos de Acapulco y San Blas en el sur

hasta el de San Francisco, California en el norte, cubriendo también toda el área del

golfo de Baja California) y buscan en la historia del comercio de Mazatlán un indispen-

sable punto de partida;11 inevitablemente retoman datos y suposiciones que no han sido

actualizados y repiten por lo tanto nociones de la economía regional que podrían haber

sido discutidas conforme a nuevas problemáticas.

Por otro lado, con la intención de apuntalar el discurso del progreso de Mazatlán

en el transcurso de la centuria, la escalada económica suele ser apoyada con cifras po-

blacionales que, como es el caso de las magnitudes de las riquezas patrimoniales, son

también estimaciones hechas por algún observador viajero, o son cifras aisladas toma-

das de algún censo o padrón civil o religioso; y plazo a plazo éstas van siendo más

grandes.

No es equivocado pensar que un asentamiento próspero –como debió serlo el

puerto sinaloense por mucho tiempo, de acuerdo con la narrativa que aquí se cuestiona–

anime a la multiplicación de sus pobladores; y aún que atraiga a una creciente cantidad

de personas originarias de otras partes que llegan para establecerse, esperanzadas de

mejorar su condición de vida. Al fin y al cabo, un lugar rico debe ser un sitio popular.

Pero dicho así, se tiene que el crecimiento demográfico no es más que el corolario del

avance económico del lugar inducido por el comercio marítimo, el cual se ha ponderado

únicamente mediante evidencias de la prosperidad de la élite. Si bien la expansión eco-

nómica tiene estrecha relación con el crecimiento de una comunidad, las ganancias y los

de Sinaloa, 2010; y Samuel Ojeda Gastélum y Pedro Cázares Aboytes, Auroras y crepúsculos de una
Perla del Pacífico. Sociedad y Cultura en Mazatlán durante el siglo XIX, México, Universidad Autónoma
de Sinaloa, 2016 (inédito).
11
Karina Busto Ibarra, “El espacio del Pacífico mexicano: puertos, rutas, navegación y redes comerciales,
1848-1927”, tesis de doctorado en Historia, México, Centro de estudios históricos de El Colegio de Mé-
xico, 2008; Ibarra Bellón, El comercio; y Mayo, Commerce.

XIV
volúmenes del comercio son datos representativos de las dimensiones de un mercado,

no del tamaño de un grupo de personas. 12

La historia de Mazatlán mantiene una exposición muy esquemática del aumento

poblacional del puerto que se articula por medio de referencias sueltas muy vagamente

encuadradas dentro de contextos políticos o culturales locales o regionales que pudieran

ser factores que influyeran el incremento (gráfica A);13 porque la explicación de la evo-

lución demográfica es desdibujada de su propia naturaleza evolutiva porque se le subor-

dina al progreso comercial, mismo que las investigaciones históricas tampoco explican

como un proceso, es decir, como una sucesión de hechos y resultados pertinentes a la

economía mexicana que devinieron de las alteraciones políticas y administrativas ocu-

rridas en el país y en el orden mundial con repercusión en el comercio del puerto sina-

loense; sino que lo hacen como el reflejo del incremento de la riqueza de los comercian-

tes porteños. En conclusión, no existe ninguna investigación en materia demográfica y

económica sobre el puerto de Mazatlán de la primera mitad del siglo XIX, aunque en

ambos aspectos la historiografía preconice su progreso.

12
Filiberta Gómez Cruz, Circuitos mercantiles y grupos de poder portuarios. Tuxpan y Tampico en la
primera mitad del siglo XIX, Veracruz-México, Universidad Veracruzana-Miguel Ángel Porrúa, 2012,
pp. 16-17.
13
Rigoberto Arturo Román Alarcón, “El poblamiento del puerto de Mazatlán durante el siglo XIX” en
Hernández Norzagaray y Schobert Lizárraga, Raíces, pp. 127-138.

XV
Imagen A. Evolución de la población de Mazatlán en la primera mitad del siglo XIX.

Nota. Fragmento reelaborado de la gráfica original.


Fuente: Rigoberto Arturo Román Alarcón, “El poblamiento del puerto de Mazatlán durante el siglo
XIX” en Ernesto Hernández Norzagaray y Lorena Schobert Lizárraga (editores), Raíces de Mazatlán:
fundación, política, música y viajeros, Culiacán, Asociación de Gestores del Patrimonio Histórico y
Cultural de Mazatlán-Universidad Autónoma de Sinaloa-Instituto Municipal de Cultura, Turismo y Arte
de Mazatlán, 2006, p. 137, anexo 1.

En ese tenor, más que un objetivo, es una necesidad de esta tesis subsanar estos vacíos

del discurso historiográfico con secuencias analíticas que puedan ser ilustradas mediante

gráficos elaborados mediante el ensamble de segmentos temporales delimitados entre

coyunturas justificables por acontecimientos políticos, bélicos, administrativos, climáti-

cos, sanitarios o culturales de orden internacional, nacional, regional y local 14 que ges-

tan y pautan el desarrollo de tendencias económicas, demográficas o sociales; y que en

la medida de lo posible, estos segmentos puedan ser planteados dentro de la tradicional

periodicidad histórica del siglo XIX mexicano. Se trata, pues, de explicar el desenvol-

vimiento demográfico y económico de la comunidad porteña de Mazatlán en su calidad

de procesos, uno y otro por separado; y que sean los hechos los que prueben su eventual

concomitancia, 15 no las especulaciones.

14
Sánchez Santiró, Las alcabalas, p. 26.
15
Con similar interés, la investigadora Gómez Cruz ha abordado la historia del movimiento poblacional y
el intercambio comercial de los puertos de Tuxpan y Tampico en el golfo de México en el siglo XIX; por

XVI
En el caso de la demografía, el propósito pasa por la afinación de los parámetros

establecidos en el esbozo de Rigoberto Román Alarcón (2006) aportando para ello nue-

vas cifras poblacionales que sirvan de contraste y de contexto; y por la descripción de

tendencias migratorias hacia Mazatlán que debieron haber impactado en el incremento

del número de habitantes del puerto. En el caso de la economía, el interés prácticamente

es inédito. Esta tesis se compone por lo tanto de dos unidades, dedicadas al estudio de

uno y otro tema.

La primera unidad es un capítulo en el que se despliega un ejercicio de historia

demográfica conforme al método y los objetivos compartidos por la escuela de demo-

grafía histórica fundada por la doctora Chantal Cramaussel –quien dirigió personalmen-

te algunas etapas de este proceso de tesis– sobre el crecimiento poblacional de Mazatlán

a partir de flujos de inmigración al puerto ocurridos entre 1837 hasta el de 1870; años

extremos relacionado el primero con la oficialización de la existencia de la comunidad

de Mazatlán gracias a la institución de un ayuntamiento en el puerto; y el segundo con

el principio del periodo conocido como República Restaurada que marca el fin de las

décadas más turbulentas del siglo XIX y es el preámbulo de la época de estabilidad y

crecimiento económico generalizado en el país que significó el Porfiriato, cuando las

condicionantes demográficas de la centuria características hasta ese momento natural-

mente también habría de cambiar.

Se supone que dentro de este lapso de poco más de 30 años el puerto de Mazatlán

quizá ya había superado el momento de su nacimiento como asentamiento poblacional,

pero según las proyecciones de Román Alarcón estaba por transitar por su etapa de con-

solidación y florecimiento. El interés aquí es entonces conocer el ritmo en el que se dio

este desarrollo: si tuvo el ímpetu ininterrumpido antedicho o si en cambio atravesó por

lo demás, la única investigación en la misma tesitura de mi tesis de la que tengo conocimiento, Gómez
Cruz, Circuitos, pp. 11-29.

XVII
rachas de estancamiento o incluso de declive, como bien podría serlo como consecuen-

cia de acontecimientos por demás cotidianos como la migración laboral, la guerra o las

enfermedades epidémicas no obstante que ninguno de éstos tiene cabida dentro de la

narrativa histórica consabida.

La posibilidad de hacer el estudio demográfico en su vertiente de estudios migra-

torios, permite enriquecer las escuetas cifras poblacionales con las características de las

personas que son representadas por tales cifras: su edad, ocupación laboral, estado civil,

su origen y la causa de su muerte entre otros datos; lo que termina por ofrecer una idea

del tipo de comunidad y vecindario que iba gestándose en el puerto sinaloense la cual

puede alentar a estudios sociales y culturales más específicos.

Con la salvedad de dos tesis existentes que son parcialmente útiles para la investi-

gación que aquí se desarrolla, 16 la bibliografía en la materia para el caso de Sinaloa es

nula. Las fuentes básicas para la realización de demografías históricas y por ende utili-

zadas en esta tesis son los registros vitales parroquiales (bautismos, entierros y matri-

monios) y civiles (nacimientos, defunciones y matrimonios). Adicionalmente, este ejer-

cicio incorporó otro registro de la misma naturaleza que los anteriores cuyo aprovecha-

miento no ha sido tan popular, que lo son las amonestaciones prenupciales, o actas de

información matrimonial; y que en el caso de Mazatlán resultaron ser particularmente

los más ilustrativos. Mientras que el archivo del registro civil de Sinaloa pudo ser revi-

sado en físico, los corpus documentales de la iglesia de Mazatlán durante el trabajo de

campo permanecieron cerrados al público y debieron ser consultados en internet a través

16
Margarita Armenta Pico, “Matrimonios en Mazatlán: una mirada sociodemográfica (1860-1870)”, tesis
de maestría en Historia, Culiacán, Facultad de Historia de la Universidad Autónoma de Sinaloa, 2006; y
Rosa Yuneiry Ramírez Topete, “Población, familias y cotidianidad en el Real de Minas de Nuestra Seño-
ra del Rosario, 1776-1810”, tesis de maestría en historia, Guadalajara, Centro Universitario de Ciencias
Sociales y Humanidades de la Universidad de Guadalajara, 2013.

XVIII
del portal Family Search administrado por la congregación mormona17 con varias limi-

taciones relacionadas con la resolución de las imágenes.

Las series de registros vitales contabilizadas año por año fueron enmarcadas entre

cifras poblacionales globales entresacadas de las pocas estadísticas y censos oficiales

contemporáneos existentes y de los diarios de viajeros de la época; y procesados en una

base de datos de Microsoft Excel para obtener de ellos secuencias que pudieran ser in-

terpretadas mediante gráficas y mapas que faciliten la exposición de las tendencias del

crecimiento demográfico de Mazatlán.

La segunda unidad de esta tesis consiste en un estudio presentado en tres capítulos

de la productividad fiscal del puerto sinaloense en su calidad de aduana federal del co-

mercio exterior mexicano; que abarca desde 1828, año del establecimiento de esta ofici-

na hacendaria en la costa de Mazatlán para gestionar las operaciones mercantiles portua-

rias, hasta 1870, cuando México se encontraba en la víspera de la recuperación econó-

mica después de las décadas de guerras internas e intervenciones extranjeras en que

había transcurrido el siglo. Además, la situación de estos años extremos coincide en

parte con el lapso demarcado para el estudio histórico-demográfico, lo que da oportuni-

dad de hacer análisis comparados entre el decurso de uno y otro proceso.

Sin mayores argumentos bibliográficos que los rescatados de las obras escritas por

Ernst Sánchez Santiró y Sergio Gómez Cañedo sobre la estructuración y aplicación del

sistema alcabalatorio decimonónico principalmente en torno al comercio interior mexi-

cano, aunque con algunos nortes con respecto a su funcionamiento en el caso de las

aduanas exteriores o marítimas,18 en esta tesis se dimensiona el estudio de la economía

17
Varias series de microfilmes digitalizados correspondientes a la Santa Iglesia Catedral de Mazatlán,
Sinaloa, México consultados en www.familysearch.org, entre julio de 2014 y julio de 2015.
18
Ernst Sánchez Santiró, Las alcabalas mexicanas (1821-1857). Los dilemas en la construcción de la
Hacienda nacional, México, Instituto Mora, 2009; y Sergio Alejandro Cañedo Gamboa, Comercio, alca-
balas y negocios de familia en San Luis Potosí, México. Crecimiento económico y poder político 1820-
1846, México, El Colegio de San Luis-Instituto Mora, 2015. A la fecha, no parece haberse hecho un tra-

XIX
de Mazatlán en función del valor de sus contribuciones hacendarias en el entendido de

que los impuestos representan un porcentaje del valor total de las cosas que los poblado-

res porteños, independientemente de su estrato socioeconómico, eran capaces de com-

prar, vender, usufructuar o consumir; todos los cuales pueden ser tenidos como indica-

dores de la capacidad de consumo, de la productividad y del costo de la vida en el puer-

to sinaloense; y por dichas razones, como elementos de la economía que germinaba en

toda esta comunidad y no únicamente entre sus integrantes selectos. La robustez de la

base fiscal local podría ser representativa entonces del nivel de fortaleza económica, y

por lo tanto de mayor o menor posibilidad de la expansión social de la localidad.

La extensión de esta unidad de la tesis obedece a las fuentes utilizadas y a las ca-

rencias preexistentes para llevarlo a cabo que había que solventar. La primera de ellas

fue la de desarrollar en paralelo al análisis del crecimiento económico un estudio más o

menos puntual sobre el surgimiento, las características y las atribuciones de la aduana

de Mazatlán en su calidad de aduana marítima –tarea que tiene un importante aunque

limitado antecedente en apenas una tesis–19 para lo cual me apoyé en la colección legis-

lativa decimonónica de Manuel Dublán y José María Lozano. El estudio propiamente de

la fiscalidad de la aduana de Mazatlán se hizo por medio de una revisión pormenorizada

de las memorias de Hacienda Pública de México con la orientación del doctor Martín

González de la Vara;20 una labor sin precedente en los estudios de ningún puerto mexi-

cano con excepción quizá del de Veracruz dadas las diversas dificultades que implica la

bajo con el mismo aliento pero pertinente a los puertos y a las aduanas marítimas. El único estudio que se
conoce en este ámbito es muy limitado en lo correspondiente a la primera mitad del siglo XIX, y particu-
larmente inútil para el caso del puerto de Mazatlán. Luis Jáuregui, “Las puertas que reciben al mundo:
aduanas, contrabando y comercio en el siglo XIX” en Enrique Florescano (coordinador), Historia general
de las aduanas de México, México, Confederación de Asociaciones de Agentes Aduanales de la Repúbli-
ca Mexicana, 2004, pp. 111-155.
19
Pedro Cázares Aboytes, “El contrabando en el Pacífico Norte, 1821-1872. Prácticas, discursos y legis-
lación”, tesis de doctorado en ciencias sociales, Guadalajara, Centro Universitario de Ciencias Sociales y
Humanidades de la Universidad de Guadalajara, 2013, pp. 136-190.
20
Agradezco al profesor González de la Vara –director de esta tesis– la generosa y solidaria compartición
de la extensa colección de memorias hacendarias, que con su asesoría terminaron convirtiéndose en la
fuente principal de mi investigación.

XX
revisión y comprensión de esta fuente. 21 El trabajo implicó además la confrontación o

ampliación de la versión oficial de los datos del comercio de Mazatlán con las impre-

siones en la materia compartidas por los cónsules ingleses, estadounidenses y franceses

en sus informes y correspondencia, alguna de la cual todavía se encuentra manuscrita en

sus idiomas de origen.

Cabe señalar que ninguno de los documentos de posible utilidad para esta investi-

gación (censos, registro parroquial, cartografía u otro tipo de imágenes, actas de cabildo,

hemerografía, archivo notarial y judicial; cualquier tipo de archivo relativo a Mazatlán,

en general) pudo ser consultado en el archivo de Mazatlán debido a la falta de disponi-

bilidad o al extravío en años recientes de los expedientes o la negación de los materiales

de consulta por parte de las autoridades a cargo del recinto. En el caso del archivo adua-

nal concerniente al puerto, albergado en el Archivo General de la Nación (donde hice

dos breves temporadas de consulta), el acervo se encuentra –desde entonces y hasta la

fecha– desorganizado y sin ninguna clasificación; y su arreglo para el aprovechamiento

de esta tesis estaba fuera de mi alcance. Por tal razón, esta investigación abreva de las

fuentes primarias publicadas o debidamente citadas en cuanta compilación, antología y

texto científico o literario fue posible acopiar.22

Para representar la noción de desarrollo demográfico y económico, la exposición

de las tendencias y las proporciones se complementa con ocasionales vistazos del espa-

cio territorial que esta población iba ocupando, así como de los pueblos y entidades po-

líticas que al paso del tiempo fueron involucrándose dentro de la dinámica económica

del puerto de Mazatlán. Más que una unidad de investigación concisa, este interés que
21
Proyecto “Guía de memorias de Hacienda de México (1822-1910)” de El Colegio de México: “Acerca
del proyecto” consultado en https://memoriasdehacienda.colmex.mx/ en diciembre de 2019.
22
La escasez de fuentes producidas por las instituciones públicas decimonónicas de Sinaloa y de Ma-
zatlán, que permitan la indagación en la historia del puerto sinaloense, ha sido evidenciada o de facto
advertida por investigaciones históricas de los pasados 30 años. Stuart F. Voss, On the Periphery of Nine-
teenth-Century Mexico, Tucson, The University of Arizona Press, 1982, p. 309; Herrera Canales, El co-
mercio, pp. 127-129; Román Alarcón, El comercio, p. 87; y Jáuregui, “Las puertas” en Florescano, Histo-
ria, p. 122.

XXI
no pudo ser desarrollado a plenitud en razón de la falta de materiales antes mencionada,

se ve mayormente reflejado en la primera parte del capítulo 1 donde se aborda la confi-

guración administrativa colonial de la provincia más septentrional de la Nueva España,

de donde habría de emerger el puerto después de la independencia mexicana; y en el

capítulo 5, donde se describe la gradual ampliación del asentamiento habitacional en el

puerto y su ulterior transformación en ciudad.

Con la anterior se pretende, en primera instancia, diferenciar entre los límites na-

turales que tendría su crecimiento poblacional y urbano y el alcance territorial o trans-

fronterizo de la actividad comercial portuaria; luego, de replantear con esto los paráme-

tros con los que hasta la fecha el discurso historiográfico tradicional suele calificar a

Mazatlán como una ciudad o un puerto más o menos “grande”, “rico” e “importante”

que cualquier otro lugar en el noroeste de México; y finalmente, aprovechar las refle-

xiones que resulten de un ejercicio así para establecer un nuevo punto de debate con

respecto a la región y los atributos a tomar en cuenta para regionalizar el vasto y todavía

poco clarificado territorio noroeste de la República Mexicana en el siglo XIX.

Este último esfuerzo de la tesis, aunque inconcluso, significa un modesto avance

en el campo de la historia regional de Sinaloa que entraña la interacción histórica de la

gente y su quehacer de este estado con las poblaciones y actividades de las entidades

federativas vecinas, como con el mar de Baja California; el cual no ha sido renovado de

desde los estudios de Peter Gerhard (1996) y de Ortega Noriega. 23 Con respecto a estos

23
Peter Gerhard, La frontera norte de la Nueva España, traducción de Patricia Escandón Bolaños, Méxi-
co, Universidad Nacional Autónoma de México, 1996. Hasta la fecha, sólo se tiene conocimiento de tres
autores que hayan puesto su interés en el debate sobre la región que envuelve a Mazatlán o a la que el
puerto de Mazatlán da forma: Dení Trejo Barajas, cuya obra no es sistemática; el trabajo de Cázares Abo-
ytes; y la investigación de Busto Ibarra que a mi juicio es la mejor que se ha elaborado, aunque ésta co-
rresponde a la segunda mitad del siglo XIX y no a la primera, que es la de interés para esta tesis. Dení
Trejo Barajas, “Conformación de un mercado regional en el golfo de California en el siglo XIX” en revis-
ta Secuencia. Revista de historia y ciencias sociales, número 42, Instituto Mora, septiembre-diciembre de
1998, pp. 117-146; Dení Trejo Barajas, “Los puertos del golfo de California y la compra-venta de embar-
caciones de cabotaje, 1828-1845” en José Quintero González, Marina Alfonso Mola y Carlos Martínez
Shaw (coordinadores), La economía marítima en España y las Indias. 16 estudios, España, ayuntamiento

XXII
temas, agradezco la perspectiva, los materiales de consulta y sobre todo la retroalimen-

tación brindada por el doctor Samuel Ojeda Gastélum de la facultad de historia de la

Universidad Autónoma de Sinaloa, asesor de esta tesis.

de San Fernando, 2015, pp. 323-338; Cázares Aboytes, “El contrabando”; y Busto Ibarra, “El espacio”,
pp. 144-179. Para el caso de golfo de México, propuestas de regionalización de los espacios portuarios
coloniales y decimonónicos son desarrolladas o descritas en las obras de Gómez Cruz, Circuitos, pp. 30-
38; y Antonio García de León, Tierra adentro, mar en afuera. El puerto de Veracruz y su litoral a Sota-
vento, 1519-1821, Veracruz-México, Universidad Veracruzana-Fondo de Cultura Económica, 2011.

XXIII
CAPÍTULO I

EL POBLAMIENTO DE MAZATLÁN EN EL SIGLO XIX

1. Antecedentes coloniales del sur de Sinaloa.

El puerto de Mazatlán, abierto en el siglo XIX, se ubicaba en la antigua jurisdicción pro-

vincial de Chiametla. Esta provincia, fundada en el siglo XVI, tenía su cabecera en el pue-

blo prehispánico del mismo nombre, situado en la costa en el sur del actual estado de Sina-

loa. La jurisdicción pasó a llamarse de El Rosario por el real de minas abierto a mediados

del siglo XVII, al norte del entonces reducido pueblo de indios. El Rosario pronto se con-

virtió en uno de los centros comerciales más dinámicos del noroeste del virreinato pero la

costa permaneció despoblada hasta finales del siglo XVIII. El lugar nombrado Mazatlán, a

casi 80 km. de El Rosario, no era más que un simple embarcadero todavía a principios del

siglo XIX.

a) La provincia de Chiametla.

En los años de la conquista de México, un señorío indígena ubicado en los lejanos márge-

nes del imperio azteca hacia el noroeste, franqueado por la Sierra Madre Occidental y por el

litoral del océano Pacífico y enmarcado entre los ríos Piaxtla y de las Cañas (lo que en la

actualidad corresponde con el área que cubren, de centro a sur del estado de Sinaloa, los

municipios de San Ignacio, Mazatlán, Concordia, El Rosario y Escuinapa en límite con el

estado de Nayarit) que era llamado por los autóctonos totorames Caulian, o Chiametlan por

los náhuatl, se convirtió en referente de la frontera septentrional del reino de Nueva España.

Era éste el límite entre el territorio dominado por los españoles y la tierra ignota; el hori-

1
zonte del espacio habitado por pueblos desarrollados y gentiles con el de una región salvaje

poblada por bárbaros indios “chichimecas”; y era el lugar donde los invasores estaban espe-

ranzados de encontrar un mítico reino rebosante de riqueza metalífera y un pasaje hacia

China. Tras la caída de Tenochtitlan y la reducción del imperio azteca, Chiametla se con-

virtió en el siglo XVI en el destino de las más imponentes campañas de exploración, con-

quista y colonización después del sometimiento del valle de México.1

En competencia con Hernán Cortés por descubrir las dichosas ciudades de oro y pla-

ta, en 1829 el capitán Nuño de Guzmán al mando de un ejército de 20,000 personas entre

españoles, mulatos, tarascos y mexicas, partió desde la provincia de Michoacán en el occi-

dente de la Nueva España rumbo al norte tomando ruta por la franja costera que atravesaba

por las provincias prehispánicas de Colima, Xalisco, Sentipac y Aztatlán (en la compren-

sión de los actuales estados de Jalisco y Nayarit). Tras sobreponerse a los enfrentamientos

suscitados en la travesía y a las adversidades inherentes a esta tierra tropical –el relieve y el

clima, insectos y alimentos desconocidos que propiciaron enfermedades entre estos hom-

bres inadaptados a esta naturaleza–, la hueste arribó a la provincia de Chiametla en 1531.2

Los españoles encontraron en Chiametla una comarca poblada densamente por hasta

210,000 aborígenes que vivían en aldeas encontradas al paso por toda la planicie costera;

abastecidas éstas de recursos de la tierra y del mar y que evidenciaban labores agrícolas,

1
Sergio Ortega Noriega (1999), Sinaloa. Historia breve, México, El Colegio de México-Fondo de Cultura
Económica, 2011, pp. 46-48; y The Distribution of Original Tribes and Languages in Northwestern Mexico
(Carl Sauer, 1934) citado en Peter Gerhard, La frontera norte de la Nueva España, traducción de Patricia
Escandón Bolaños, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1996, p. 335. Los totorames fueron
un grupo indígena emparentado con los coras y tepehuanos de la región de Nayarit y Durango. Para los te-
pehuanos contemporáneos, el vocablo chamet o chameta significa en algunas versiones “morada de los muer-
tos”. Efraín Rangel Guzmán, Imágenes e imaginarios. Construcción de la región cultural de Nuestra Señora
de Huajicori, Ciudad Juárez, Universidad Autónoma de Ciudad Juárez-El Colegio de Michoacán, 2012, pp.
38, 91-93 y 184-185.
2
Salvador Álvarez, “Chiametla: una provincia olvidada del siglo XVI” en revista Trace, diciembre 1992,
número 22, Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos, pp. 5-7.

2
pesqueras, textiles y cerámicas. El pueblo del cacique estaba situado a orillas del río de

Chiametla (probablemente el mismo lugar en donde hoy en día se ubica el pueblo de Cha-

metla, El Rosario, al margen del río Baluarte). Era tan populoso, que bien pudo entregar al

capitán, al instante y a la fuerza, a 1,000 nativos para reponer a su diezmada tropa.3

La expedición aún consiguió llegar más al norte, hasta el señorío de Culiacán adya-

cente a la provincia de Chiametla, donde el capitán Nuño fundó en septiembre de 1531 la

villa de San Miguel de Culiacán; la que supuso en ese momento uno de los establecimien-

tos de colonos más distantes del núcleo vecinal y de poder que los españoles comenzaban a

formar en el altiplano central. Por consiguiente, era también “la frontera última” de una

nueva gobernación engendrada en 1530 a partir de todo el territorio colonizado en el o sep-

tentrión de la Nueva España que fue denominada Nueva Galicia, del cual Nuño de Guzmán

fue nombrado gobernador por razones evidentes.4

En la ruta a Culiacán, el capitán habría de cruzar un valle fértil y bien poblado que se

extendía desde las faldas de las montañas hasta el mar y atravesado por el río bautizado

como Espíritu Santo (río Presidio en la actualidad) que fue llamado Matzatlán –que en

náhuatl significa “tierra de venados”; obvia influencia de los mexicas que acompañaban la

3
La población prehispánica de Chiametla en el momento del contacto con los españoles ha sido estimada a
partir de estudios arqueológicos y de las crónicas contemporáneas de los soldados de Beltrán de Guzmán.
Crónicas de la conquista de la Nueva Galicia en territorio de la Nueva España (José Luis Razo Zaragoza,
1963) citado en Álvarez, “Chiametla”, p. 8. Durante los siglos coloniales, la provincia prehispánica de
Chiametla fue transformada en una demarcación política compuesta por los distritos llamados Maloya, Rosa-
rio y Copala, cuya población es estimada en más de 200,000 personas. Gerhard, La frontera, pp. 309-310,
cuadro T. Sauer calcula que el pueblo totorame era de 100,000 individuos, lo que significa que la mitad de la
población de Chiametla según la estimación de Gerhard tendría dicho origen y que el resto de aborígenes
provenían de tribus emparentadas como los xiximes de las montañas o de tahues del señorío de Culiacán que
compartían las zonas limítrofes entre ambas provincias. Carl Sauer, Aztatlán, México, Siglo XXI Editores,
1998, p. 205, cuadro 1.
4
Ortega Noriega, Sinaloa, pp. 49-51; y Aristarco Regalado Pinedo, “Una conquista a sangre y fuego (1530-
1536)” en Thomas Calvo y Aristarco Regalado Pinedo (coordinadores), Historia del reino de la Nueva Gali-
cia, México, Universidad de Guadalajara, 2016, pp. 131-164.

3
marcha–5; cuya descripción, basada en los relatos de los soldados, fue compendiada por

primera vez más de un siglo después por fray Antonio Tello (1653); y es probablemente

una de las primeras referencias a Mazatlán, Sinaloa de las que la historiografía tiene cons-

tancia:

Nuño de Guzmán iba caminando para Culiacán, el cual saliendo del pueblo de Chiametla,
quiso correr toda la Provincia que comienza desde la punta de Mataren hasta el río de Piaztla
[en la actualidad conserva ese nombre], y la sierra y río del Espíritu Santo [en la actualidad
río Presidio], con el valle de Matzatlán, y habiendo llegado a este río, a que puso por nombre
del Espíritu Santo, hizo allí asiento y mandó a un capitán que se llamaba Christóbal de Ba-
rrios, fuese y viese la mar y valle de Matzatlán y sus poblazones, y a otro capitán mandó que
fuese el río arriba hasta la cumbre de la sierra, y él se quedó a ver los secretos de la tierra, y
habiendo salido los que corrían hacia la mar, se fueron el río abajo y valle de Matzatlán y era
tanta la gente y pueblos que había desde donde estaba el Gobernador en doce leguas [66 ki-
lómetros] que hay hasta la mar, y tantas labores de maíz y calabaza, algodón y mucho pesca-
do y mantas, que era de ver, y toda la gente salió de paz.6

Pero en las semanas venideras, los pacíficas tribus de Chiametla se rebelaron contra la es-

clavitud a la que se les pretendió someter, a lo que los hombres de guerra reaccionaron con

una cruenta y masiva campaña de represión de las tribus insumisas: los indígenas fueron

exterminados por centenas, sus aldeas fueron incendiadas, y la población sobreviviente a

las masacres feneció luego como consecuencia de las epidemias. Los naturales totorames

5
Héctor R. Olea, Los asentamientos humanos en Sinaloa, Culiacán, Universidad Autónoma de Sinaloa, 1980,
p. 141.
6
Antonio Tello (1653), Crónica miscelánea de la Santa Provincia de Xalisco, versión de José Razo Zaragoza,
libro segundo, volumen I, Jalisco, Gobierno del Estado de Jalisco-Instituto Jalisciense de Antropología-
Instituto Nacional de Antropología e Historia, 1973, pp. 176-177. La legua castellana equivale a 5.5 kilóme-
tros. María Eugenia Cortés y Francisco Pablo Ramírez, “Rescate de antiguas medidas iberoamericanas” en
Boletín de la Sociedad Mexicana de Física, volumen 12, número 1, enero-marzo de 1998, sin página
(www.smf.mx/boletin consultado en marzo de 2017). La “punta de Mataren” era una estribación montañosa
por donde debió pasar el camino entre los pueblos indígenas de Acaponeta y Escuinapa, en el límite actual
entre los actuales estados de Sinaloa y Nayarit. Alonso de la Mota y Escobar (1602-1605), Descripción geo-
gráfica de los reinos de Nueva Galicia, Nueva Vizcaya y Nuevo León, introducción de Joaquín Ramírez Ca-
bañas, México, Editorial Pedro Robredo, 1940, pp. 85-86.

4
prácticamente quedaron extintos tras el choque de conquista; y sus pueblos ahora desolados

fueron arrasados de manera irreparable por las tormentas y las crecidas de los ríos y arro-

yos.7

El conquistador creyó poder capitalizar este aparente triunfo sobre los “bárbaros”

cuando a finales de 1531 fundó sobre las ruinas del pueblo de Chiametla la villa del Espíri-

tu Santo; pero el asentamiento no prosperó. El exterminio de la población nativa dejó a los

españoles sin fuerza de trabajo para explotar esta región cuya supuesta riqueza inmensa

tampoco aparecía por ningún lado; no así la malsana humedad, las enfermedades y la conti-

nuidad de las rebeliones indias, que de cotidiano agobiaron a los españoles que pretendie-

ron hacer vecindad en esta localidad. Los colonos incluyendo a su capitán se retiraron por

lo tanto de Chiametla en 1535 y retornaron al cobijo de sus primeras provincias conquista-

das, donde Nuño Beltrán de Guzmán fundó primero en Compostela, Xalisco una villa don-

de pudo asentar temporalmente su gubernatura; para luego trasladarse más al sur hasta el

valle de Atemajac cercano a la cuenca del lago de Chapala, donde en 1542 fundó la ciudad

de Guadalajara y estableció la capital de la Nueva Galicia de manera definitiva.8

La comprensión del reino de Nueva Galicia fue fijada hasta Culiacán. Empero, de la

reciente incursión por las distantes tierras del noroeste sólo quedaba precisamente la villa

de San Miguel, pues la provincia de por medio entre este enclave y el resto de las posesio-

nes neogallegas sobre la franja costera, es decir la provincia de Chiametla, había sido de-

vastada por la conquista y abandonada por los colonos ante la falta de fortuna, comodidad y

bastimento además del hostigamiento sufrido por los nativos de las montañas llamados xi-

7
Álvarez, “Chiametla”, pp. 8-10.
8
Celina G. Becerra Jiménez, “En servicio del rey y de dios: institucionalización en el siglo XVI” en Thomas
Calvo y Aristarco Regalado Pinedo (coordinadores), Historia del reino de la Nueva Galicia, México, Univer-
sidad de Guadalajara, 2016, pp. 263-269.

5
ximes (emparentados con los totorames pero nada dóciles en comparación); y aunque es

posible que el abrupto despoblamiento que sufrió Chiametla como consecuencia de la gue-

rra y de las epidemias haya podido recuperarse hasta cierto punto9 –quizá compensada por

un oportunista repoblamiento por parte de las hordas de indígenas forasteros, mestizos y

mulatos que acompañaban a la tropa española. No es fortuito que tantas de las poblaciones

actuales en el centro y sur de Sinaloa tengan un nombre de raíz náhuatl: Culiacán, Piaxtla,

Cacaxtla, Cacalotán, Teacapán o el propio Mazatlán; por mencionar algunos–, es un hecho

que el vasallaje de esta provincia a la Corona española estaba de facto perdida.

Con la obsesión de descubrir el tesoro que la región guardaba, una expedición para

reconquistar Chiametla fue enviada en 1562 desde Zacatecas al mando del capitán Francis-

co de Ibarra, familiar de los fundadores de este real de minas quienes lo patrocinaron con

dinero, hombres e insumos. Todo el espacio ganado más allá de las fronteras de Nueva Ga-

licia habría de conformar otra gobernación llamada Nueva Vizcaya con capital establecida

en 1563 en Durango, de la que Ibarra fue nombrado gobernador.10 De Durango partieron

los aventureros rumbo a los valles costeros del otro lado de las montañas, enfrentando más

o menos los mismos problemas climáticos y humanos que sus antecesores; atravesaron la

Sierra Madre por el lado de Topia hasta Culiacán y de allí marcharon en dirección a

Chiametla. Pero la suerte que faltó Nuño de Guzmán sí acompañó a de Ibarra, quien prácti-

camente al paso por las tierras altas de la provincia descubrió las ricas vetas de plata con las

que tanto soñaron. El capitán reclamó a Chiametla para el reino de la Nueva Vizcaya en

despojo de esta posesión que originalmente pertenecía a la Nueva Galicia, y en una meseta

desde donde era posible dominar la zona minera fundó en 1565 la villa de San Sebastián

9
Gerhard, La frontera, p. 314; y Álvarez, “Chiametla”, p. 13.
10
Gerhard, La frontera, pp. 208-209 y 251.

6
(hoy Concordia, Sinaloa) donde estableció tres grandes haciendas mineras que conformaron

el mayor núcleo habitacional de la zona, la capitanía provinciana y una segunda sede para

la capital del reino. Los yacimientos y las tierras de la comarca fueron distribuidas entre la

tropa en retribución a su participación en esta segunda y exitosa expedición; y se ordenó la

pronta apertura de minas en las inmediaciones de San Sebastián en Charcas, Pánuco y Co-

pala –lugar este último donde también se radicaban por temporadas las autoridades neoviz-

canínas– y en los minerales más alejados de Cacalotán y Maloya; conocidos en conjunto

como Sierra de la Plata.11

Sin embargo, la abundancia de gente para capturar libremente y reducir al trabajo es-

clavo era un exceso del que los nuevos conquistadores ya no gozaban en vista del despo-

blamiento que había dejado en esta comarca la anterior campaña bélica. De Ibarra y sus

sucesores con su investidura echaron mano de los indios sobrevivientes para entregarles a

los soldados en encomienda o en servidumbre personal, de manera que éstos pudieran des-

tinarles a cualquier tarea que hiciera viable y próspera sus vidas en estos incipientes asen-

tamientos: la excavación de las minas, el cultivo de los campos, la provisión de alimentos u

otros insumos y el transporte de bienes.12 En poco tiempo pudo consolidarse en Chiametla

una sociedad estructurada en torno a la minería, en la que el grupo de vecinos españoles

dirigía labores y los indígenas encomendados las realizaban. La autoridad se sostenía por la

perenne amenaza de las armas de estos hombres forjados como conquistadores; aunque en

un entorno demográfico tan frágil como el que presentaba esta región cuya población nativa

apenas empezaba a recuperarse, y la invasora era incapaz de sobrevivir por su propia cuen-

11
Para ser tituladas como villas, las localidades debían tener la representatividad de un cabildo, y San Sebas-
tián no contaba con tal corporación. Es probable que esta apreciación se desprenda más bien del aspecto ur-
bano que le daban sus haciendas, que de su situación administrativa manifiesta. Álvarez, “Chiametla”, pp. 12-
14; y Gerhard, La frontera, p. 315.
12
Álvarez, “Chiametla”, pp. 13-14; y Gerhard, La frontera, pp. 22-23 y 314.

7
ta, tal parece que el progreso sólo pudo ser conseguido mediante el entendimiento entre los

grupos que daban forma a esta comunidad antes que recurrir a la mano dura.13 Entre los

medios conciliatorios podría enunciarse la peculiaridad de que los indios de la Nueva Viz-

caya estuvieran exentos de tributación real gracias a una prebenda concedida por el rey al

conquistador Francisco de Ibarra.14

Apenas diez años después de su reconquista, hacia 1576 la provincia de Chiametla

era reconocida como una de las más ricas del virreinato. En la villa de San Sebastián los

españoles se avecindaron por decenas, entre mineros mayores y menores y comerciantes

proveedores de bienes para el diario vivir; y otros tantos en los demás centros mineros de la

comarca, donde también construyeron haciendas. La productividad de las minas de

Chiametla se estimaba entonces en la tercera parte de las de Zacatecas, que hacia el último

tercio del siglo XVI eran las más bonancibles de Nueva España. Una Caja Real para la re-

partición del mercurio fue instalada en San Sebastián en 1579 en reconocimiento de ello;

aunque los minerales de Chiametla tenían la ventaja de que también podían ser beneficia-

dos con la sal que en grandes cantidades se extraía de las salinas de su propia costa, cuya

cercanía debió representar para los mineros locales considerables ahorros en comparación

con sus homólogos en tierra adentro. El pueblo de Chiametla, habitado ahora por indios de

encomienda, se dedicaba precisamente del abasto de sal y de pescado para sus patrones

radicados en las haciendas mineras.15

13
Álvarez, “Chiametla”, pp. 14-16.
14
Es posible que la prebenda fuera inherente al cargo de gobernador de la Nueva Vizcaya, pues después de la
muerte de de Ibarra acaecida en 1575, la sociedad minera siguió desarrollándose de manera positiva en la
provincia de Chiametla. Historia de Durango (Ignacio Gallegos, 1982) citado en Álvarez, “Chiametla”, pp.
16 y 18.
15
Álvarez, “Chiametla”, pp. 16-17. En la villa de Culiacán, en la provincia adyacente a Chiametla cuya com-
prensión también iba de la costa a los centros mineros en las montañas, la fanega de sal vendida en la salina
costaba 4 reales y la vendida en los reales de minas, de 6 a 8 reales. Alida Genoveva Moreno Martínez, “La
minería en Nueva Galicia. Reales mineros de la sierra occidental de Jalisco: San Sebastián y Guachinango en

8
El nacimiento de Mazatlán podría estar implícito en un caso poco dilucidado por la

historiografía en el que la servidumbre de los soldados españoles también fue recompensa-

da por apoyar las acciones de conquista. José Garibay, primer gobernador de la jurisdicción

de Mazatlán (creada en las postrimerías del siglo XVIII a raíz de las reformas administrati-

vas imperiales impulsadas por la dinastía de los Borbón), relata en su informe de 1793 que

don Fernando Bazán, sucesor de Francisco de Ibarra como máxima autoridad de la Nueva

Vizcaya, concedió en 1576 a Martín Hernández y su familia, quienes eran de calidad mula-

ta, en reconocimiento a su ayuda para la represión de los indios xiximes, una merced de

tierras en el valle de Mazatlán 30 kilómetros al poniente de la villa de San Sebastián en la

margen oriental del río del Espíritu Santo al pie del cerro de Zacanta; un paraje al que de

manera genérica se le llamó “Bajío”.16

Al parecer la familia Hernández y quienes los acompañaron a afincarse en el terreno

regalado sumaron 25 individuos de ambos sexos, todos de calidad mulata o “pardos” como

también eran conocidos. El obispo de Nueva Galicia Alonso de la Mota y Escobar apuntó

de su visita realizada a esta provincia (que en lo religioso pertenecía a la diócesis neogalle-

ga)17 entre 1602 y 1605, que en la ubicación antedicha se hallaba un “poblezuelo que lla-

man de los Mulatos” dedicados éstos al campo pero también a las armas.

Tres leguas [16.5 km.] de esta villa [San Sebastián] está un poblezuelo que llaman de los Mu-
latos, porque todos ellos lo son […] su oficio es pescar, sembrar y vaquear y traen todos ellos
armas de lanza y arcabuz, por causa de los muchos indios de guerra que en otro tiempo había

el periodo virreinal”, tesis de doctorado en Historia y Estudios Regionales, Xalapa, departamento de Historia
de la Universidad Veracruzana, 2008, p. 65. La fanega era una medida de capacidad equivalente a 60.5 litros.
Cortés y Ramírez, “Rescate” en Boletín.
16
“Informe del gobernador militar y político Dn. Joseph María Garibay al comandante general Dn. Pedro
Nava, sobre el estado y jurisdicción del puerto de Mazatlán: fundación, propiedad de las tierras, construccio-
nes y milicias. Mazatlán, 24 de septiembre de 1793” compilado en Adrián García Cortés, La fundación de
Mazatlán, México, Siglo XXI-Dirección de Investigación y Fomento de Cultura Regional, 1992, pp. 200-201.
17
Gerhard, La frontera, p. 336.

9
en esta comarca, y han se quedado ahora en tiempo de la paz con estas armas […] y aunque
no tienen ministro propio, son sujetos a la doctrina de la dicha villa.18

Los mulatos de esta aldea se dedicaban a la labranza y a la cría de ganado para su propio

sustento y estaban exentos del pago de los impuestos al comercio, conocidos como alcaba-

las. A cambio de esta dádiva, los varones del Bajío tenían el deber de acudir al Real Servi-

cio de las armas, adquiriendo por tal razón el rol de milicianos. En su calidad de milicianos,

su obligación tributaria era la de escoltar a los españoles que transitaran por este comarca

dentro en un radio de 30 leguas,19 pues aunque el territorio de Chiametla se encontraba en

calma, estaba lejos de estar pacificado, pues los ataques de los xiximes en respuesta a las

persecución de los conquistadores no cesaban, a lo que se sumó la eventual aparición de

piratas en las aguas regionales; todo lo cual amenazaba no sólo la vida de los colonos de

estas villas, sino que también la seguridad de los placeres argentíferos de la provincia.

En la medida que la explotación de las minas de Chiametla había aumentado hacia

1580, lo había hecho también la necesidad de mano de obra, llevando a los mineros y sol-

dados a internarse por las montañas en búsqueda de brazos para subyugar. La violenta re-

sistencia de los indígenas derivó en 1585 en una rebelión generalizada a todo el norte del

reino que empujó a la decadencia a San Sebastián y los otros centros mineros de la provin-

cia.20 Por la misma fecha, en 1587 el obispo Mota y Escobar afirmaba que el pirata Thomas

18
Mota y Escobar, Descripción, p. 90.
19
“Informe […] 1793” compilado en García Cortés, La fundación, pp. 200-201. A partir de la referencia en
leguas citada por la fuente (una legua equivalente a 5.5 km.), se calcula que el área patrullada por los milicia-
nos del presidio iba hacia el norte hasta las tierras montañosas de Quezala –un asentamiento prehispánico que
se extinguió tras la conquista (en la actualidad Cosalá, Sinaloa; pueblo reconocido por su actividad minera)–
en las inmediaciones de la provincia de Culiacán; por el sur hasta los límites la provincia de Chiametla; y
hacia el oriente por cualquier ruta que cruzara la sierra rumbo a la Nueva Vizcaya.
20
La villa de San Sebastián fue arrasada por los indios en rebelión. La población española en la localidad, de
más de una centena de colonos en 1584, disminuyó entre huidos y asesinados a tan sólo 10 cuatro años des-
pués. En 1588 la Caja Real establecida en San Sebastián fue cambiada por razón de seguridad a Durango;
acción tras la que esta villa prácticamente quedó abandonada. Álvarez, “Chiametla”, pp. 16 y 18-20.

10
Cavendish había atacado al galeón de Manila en la costa de Mazatlán después haber per-

manecido al acecho durante dos meses fondeando en estas aguas.21 Otra versión cuenta que

Cavendish sólo preparó sus naves en este lugar para ir a cometer el asalto en el actual Cabo

San Lucas, lo que parece más plausible de acuerdo con el trayecto que seguía la embarca-

ción asiática a su llegada a América, que no cruzaba por las aguas de Mazatlán.22

Indistintamente de cuál de las dos versiones del ataque pirata se atienda, es un hecho

que a finales del siglo XVI Mazatlán, en la costa de Chiametla, ya parecía ser plenamente

identificado tanto por los marineros españoles como por los corsarios enemigos, como un

buen fondeadero. Un mapa de la época presenta a manera de guía de navegación los surgi-

deros americanos del hemisferio norte según su aparición por orden latitudinal, entre los

que se que incluye el de “Mazatlan, Siametla” (imagen I.1).23

21
También nombrado “Thomas Caldrens”. Mota y Escobar, Descripción, p. 89.
22
El galeón de Manila llegaba a Nueva España costeando por la península de Baja California hasta Cabo San
Lucas, desde donde cruzaba hacia la bahía de Banderas, en la costa del actual estado Jalisco, y desde allí to-
maba hasta Acapulco; único puerto hispánico en las posesiones americanas autorizado para recibir este navío.
The Admirable and Prosperous Voyage of the Worshipfull Master Thomas Cavendish (Francis Pretty, 1600)
citado en Peter Gerhard, Pirates on the West Coast of New Spain 1575-1742, Glendale, The Arthur H. Clark
Company, 1960, pp. 20-21 y 89-90.
23
Antonio Tello (1653), Crónica miscelánea de la Santa Provincia de Xalisco, versión de José Razo Zarago-
za, libro segundo, volumen II, Jalisco, Gobierno del Estado de Jalisco-Instituto Jalisciense de Antropología-
Instituto Nacional de Antropología e Historia, 1973, p. 362. Se cree que este mapa pudo haber sido hecho por
un marinero sin demasiados conocimientos técnicos y no por un cosmógrafo, pues la fuente fue elaborada sin
escala. Efigenia Hernández Salayz, “Que hable la historia de la fundación de Mazatlán” en Ernesto Hernández
Norzagaray y Lorena Schobert Lizárraga (editores), Raíces de Mazatlán: fundación, política, música y viaje-
ros, Culiacán, Asociación de Gestores del Patrimonio Histórico y Cultural de Mazatlán-Universidad Autóno-
ma de Sinaloa-Instituto Municipal de Cultura, Turismo y Arte de Mazatlán, 2006, pp. 75-78; y Leopoldo
Orendain y Salvador Reynoso, Cartografía de la Nueva Galicia, Guadalajara, Banco Industrial de Jalisco,
1977, pp. 18-19. Entre sus posibles autores se considera al explorador Sebastián Vizcaíno, quien entre 1593 y
1596 navegó por los mares del septentrión novohispano e hizo parada para avituallarse en el surgidero de
Mazatlán. desembarcó en Mazatlán para que descansara parte de su tripulación, en su travesía a las Califor-
nias entre 1593 y 1596.

11
Imagen I.1. Mapa guía de navegación de la costa occidental de Nueva España de finales del siglo XVI.

Fondo de carta.
Fuente: Efigenia Hernández Salayz, “Que hable la historia de la fundación de Mazatlán” en Ernesto Hernán-
dez Norzagaray y Lorena Schobert Lizárraga (editores), Raíces de Mazatlán: fundación, política, música y
viajeros, Culiacán, Asociación de Gestores del Patrimonio Histórico y Cultural de Mazatlán-Universidad
Autónoma de Sinaloa-Instituto Municipal de Cultura, Turismo y Arte de Mazatlán, 2006, p. 78.

Debió haber sido acierto de Mota y Escobar identificar a la aldea del Bajío como el “pueblo

de Mazatlán” –del valle de Mazatlán– y por semántica, referirse también a las bahías que se

encontraban a corta distancia de éste como el “puerto de Mazatlán”, por completo deshabi-

tado a comienzos del siglo XVII.

Dos leguas [11 km.] de este pueblo está el puerto de Mazatlán, que tomó su nombre de este
pueblo más cercano, el cual se hace un promontorio y un gajo de serranía que se mete tres le-
guas la mar adentro, haciendo vuelta y ancón otra vez hacia la tierra, de suerte que deja hecha
una muy segura ensenada en que pueden surgir mucha cantidad de naos. Y no hay población
alguna en esta costa, ni en este puerto. […].

12
De este pueblo de Mazatlán, hacia la banda del oriente, a cinco leguas, está la villa de San
Sebastián […]24

Para entonces, el pueblo de Mazatlán había sido reubicado no muy lejos de su asentamiento

original. Una destructiva inundación sucedida en 1603 había obligado a los aldeanos a des-

plazarse hacia un páramo un poco más al sur del cerro de Zacanta, según se expresa en el

título de predios que Hernández presentó para su convalidación al justicia de San Sebastián

el capitán Rodrigo Ruiz de Olvera –figura que representaba al gobernador de Nueva Vizca-

ya en la villa designada–; y que en las décadas venideras fueron refrendados por los gober-

nadores militares de Nueva Vizcaya y hasta por el rey de España:

[…] reconociendo estos vecinos [la familia Hernández] por suyas las tierras comprendidas en
esta jurisdicción, que se compone de cinco leguas de longitud [27.5 km.] desde el paraje
nombrado de Cantera, al puerto de Montiel; otras tantas de latitud desde la Boca del Río, al
Bajío de Sacanta, con dos ensenadas, la una de nueve leguas [50 km.] hacia el poniente que
dista de aquí al paraje, y cuatro dichas [22 km.] hacia el sur y hasta el paraje nombrado el
Huisachi o Piedras Labradas, como demuestran los linderos de cal y canto que las demar-
can.25

Con la salvedad de la villa de San Sebastián y del “Bajío de Sacanta” referidos por las cró-

nicas de Mota y Escobar y Garibay, ningún otro de los lugares señalados de esta demarca-

ción son reconocibles. Existe en la actualidad un rancho llamado El Bajío próximo al cerro

de Zacanta, contiguo al pueblo de Siqueros, Mazatlán. La distancia de 16.5 km. o “tres le-

24
Mota y Escobar, Descripción, p. 89.
25
La merced de tierras de Hernández y su descendencia fue refrendada cinco veces durante los cien años
siguientes: en 1639, 1650, 1693, 1731 y 1732. “Informe […] 1793” compilado en García Cortés, La funda-
ción, pp. 201-203. Las 9 leguas mencionadas proyectan una distancia mucho mayor que la que existe entre el
pueblo de Villa Unión, Mazatlán y el puerto de Mazatlán, que son los asentamientos primordiales a los que
alude la fuente, según la medición actual que es de 26 km. Por lo tanto, la comprensión que quedó bajo la
autoridad de los Hernández era grande pero no es posible definirla debido a la vaguedad de los espacios dados
como referencia.

13
guas” citada por el gobernador Garibay entre el primigenio Bajío del siglo XVI y el pueblo

de Mazatlán (actualmente Villa Unión, Mazatlán) en donde esta autoridad residía en 1793 –

“[…] la primera poblazón que estos hicieron [Martín Hernández y familia], fue en el paraje

nombrado el Bajío, distante tres leguas de aquí [del pueblo de Mazatlán]”–26 coincide con

los 15 km. que separan hoy día a los sitios de El Bajío y Villa Unión. De lo anterior, en la

historiografía regional trasciende la versión de que el bajío o poblezuelo de mulatos nacido

en 1576, en 1603 fue desplazado y establecido definitivamente en un sitio que en adelante

sería llamado pueblo de Mazatlán, muy cercano al fondeadero homónimo; y que hoy en día

se asegura que es el actual pueblo de Villa Unión, Mazatlán.27

El despoblamiento de la provincia de Chiametla que provocó la rebelión indígena del

último cuarto del siglo XVI obligó a las autoridades virreinales a procurar la protección y la

reocupación de este territorio mediante la institución de presidios. En la villa de San Sebas-

tián, abandonada como consecuencia de los alzamientos, fue por lo tanto necesario erigir

uno en 1603, mantenido por la Caja Real de Durango. Aunque su denominación remite a la

de una fortaleza militar, los presidios fungían como enclaves de colonización en espacios

de difícil arraigo, cuya vocación era más bien campesina, o en el caso de las costas, pesque-

ra. El despliegue de las fuerzas armadas presidiarias solamente se daba cuando surgía algu-

na amenaza a la seguridad local o a la de otros presidios próximos.28

En los primeros años del siglo XVII, el obispo Mota y Escobar decía que las 10 fami-

lias españolas y 40 indias que vivían en el pueblo de Chiametla lo hacían de la pesca de

pescado, camarones y ostras en las marismas en torno al río de Mazatlán (nombre con el

26
“Informe […] 1793” compilado en García Cortés, La fundación, p. 201.
27
García Cortés, La fundación, pp. 121-126.
28
El presidio de San Sebastián fue mantenido por la Real Caja de Durango (originalmente establecida en San
Sebastián, hasta 1588) hasta 1686. Real Hacienda de Durango: Cuentas, 1686-1688 citado en Álvarez,
“Chiametla”, p. 21.

14
que empezaba a conocérsele al río del Espíritu Santo; en la actualidad río Presidio) y de la

extracción de la sal y su comercio en la villa de San Sebastián –necesaria para el beneficio

de los minerales– y minas circunvecinas. Entre 12,000 y 15,000 fanegas de sal se recogían

por año según Mota y Escobar. Dos décadas después, la producción de las salinas pudo

incluso haberse incrementado a 20,000 fanegas anuales de acuerdo con el obispo neogalle-

go Domingo Lázaro de Arregui; las cuales eran transportadas por recuas de hasta mil mulas

y pagadas a 4 reales por carga más un impuesto de $1.29 Es probable que en razón de su

productividad, esta localidad mayoritariamente indígena fuese designada en 1631 alcaldía

mayor.30

Para 1645 también los habitantes “del presidio” (no se especifica la localidad, pero se

asume que se refiere al de de San Sebastián por no existir otro en esta comarca) hacían de la

pesquería y la cosecha de sal su medio de vida, además de sus inherentes funciones de

guarda; relata el jesuita Nicolás de Barreda.31 Si bien la colonización española no prosperó

una vez que la minería de Chiametla decayó, la permanencia de la población mixta en esta

provincia pudo deberse al sostén que brindaba la explotación de la costa local y otras labo-

res típicas de los indios y castas como el trabajo minero, la agricultura, la ganadería y la

29
Considerando la equivalencia de una fanega en 60.5 L., se calcula que las cantidades de sal extraídas eran
de entre 726,000 L. y 1,210,000 L. Mota y Escobar, Descripción, pp. 86-88; y Domingo Lázaro de Arregui,
estudio preliminar de Francois Chevalier, Descripción de la Nueva Galicia, Guadalajara, Unidad Editorial de
la Secretaría General del Gobierno de Jalisco, 1980, pp. 146-147. En el siglo XVII la sal fue un producto
estancado; es decir, administrado y usufructuado exclusivamente por la monarquía hispánica. Por una cédula
del Patronato Real expedida a mediados de esta centuria, también el capitán y gobernador de Nueva Vizcaya
gozó de este beneficio en lo concerniente a las salinas existentes dentro de su jurisdicción. Salvador Álvarez,
“Minería y poblamiento en el norte de la Nueva España en los siglos XVI y XVII: los casos de Zacatecas y
Parral” en Actas del Primer congreso de historia regional comparada, Ciudad Juárez, Universidad Autónoma
de Ciudad Juárez, 1990. pp. 105-137.
30
Hasta antes del nombramiento de alcaldía mayor, la responsabilidad de las salinas de Chiametla estuvo en
el capitán y alcalde de la villa de San Sebastián y de la comprensión de Chiametla en general, tanto de sus
minas como de sus costas. Gerhard, La frontera, pp. 315 y 336.
31
Chantal Cramaussel, “Un projet de réductions indigènes pour la Nouvelle-Biscaye. L’avis de Nicolás de
Barreda, missionnaire jésuite à San Andrés en 1645” en Alain Musset y Thomas Calvo (coordinadores), Mé-
langes en hommage à Jean-Pierre Berthe, París, Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos-Ecole
des Hautes Etudes d’Amérique Latine, 1997, pp. 39-55.

15
arriería. Como consecuencia de ello, se asume que el número de habitantes de la aldea de

Mazatlán hacia la mitad del siglo XVII debió haber aumentado de las apenas tres parejas

existentes señaladas por el prelado de Arregui en 1621: “En el paraje de la villa [de San

Sebastián], 4 leguas [22 km.] a la mar, está el pueblo de Mazatlán que tiene el puerto que se

dice de Mazatlán, y en el pueblo no hay más que 3 o 4 mulatos casados” (imágenes I.2 y

I.3).32

Imagen I.2. Provincia de Chiametla según el primer mapa de la Nueva Galicia de Domingo Lázaro de Arre-
gui, 1621.

Fondo de carta.
Fuente: Domingo Lázaro de Arregui, Descripción de la Nueva Galicia, estudio preliminar de Francois Che-
valier, Guadalajara, Unidad Editorial de la Secretaría General del Gobierno de Jalisco, 1980, p. 128.

32
Arregui, Descripción, p. 146.

16
Imagen I.3. Mapa de referencia del área de Mazatlán, siglos XVI a mitad del siglo XVII.

Fuente: www.googlemaps.com.

17
b) El real de minas del Rosario.

A mitad del siglo XVII, una nueva bonanza se presentó en la región después de que un con-

junto de yacimientos de plata y oro fue descubierto en las cercanías del pueblo de Chiame-

tla, en Plomosas, Santa Rita, Cabeza de Caballo y El Tajo; aglutinados éstos por el real de

minas de Nuestra Señora del Rosario (en la actualidad es el pueblo de El Rosario, cabecera

del municipio del mismo nombre; a 75 km. de Mazatlán) expresamente fundado en 1655 a

raíz del hallazgo. Las minas locales probaron ser tan ricas que el centro minero se desarro-

lló de inmediato, siendo mayormente poblado en primera instancia por familias indígenas,

mestizas y hasta mulatas que “heredaron” el espacio que los colonos españoles abandona-

ron hacia finales del siglo anterior; y que se habían reagrupado alrededor de la alcaldía de

Chiametla. En 1660 el real del Rosario fue designado alcaldía mayor con vínculo directo al

Consejo de Indias (institución jurídica y comercial que dirigía la política virreinal); y en

sede de un administrador de azogues en la región.33

La fama del real del Rosario trascendió hasta el centro de la Nueva España. Pronto

esta provincia en las costas del Mar del Sur ancestralmente llamada Chiametla empezó a ser

mejor conocida por el nombre del rico centro minero; y hasta este nuevo epicentro de la

riqueza virreinal comenzaron a dirigirse aventureros del norte y occidente del reino. Los

llegados desde la Nueva Galicia lo hacían por el camino de la costa abierto por Nuño de

Guzmán, transitado con posterioridad y descrito detalladamente por los obispos de esta

diócesis Alonso de la Mota y Escobar (1602-1605) y de Lázaro de Arregui (1621); mien-

tras que los provenientes de Nueva Vizcaya lo hacían por un intrincado camino tramontano

33
Benito Ramírez Meza, Economía y sociedad en Sinaloa, 1591-1900, México, Universidad Autónoma de
Sinaloa-Dirección de Investigación y Fomento de la Cultura Regional, 1993, pp. 24-26; y Gerhard, La fronte-
ra, pp. 336-337.

18
recorrido por los conquistadores de Francisco de Ibarra que, de seguirlo en su trayectoria

actual, descendería por el municipio de Pueblo Nuevo, Durango hasta el rancho –antes cen-

tro minero– de Plomosas, El Rosario, que de allí se encaminaba al pueblo minero de Mata-

tán y finalmente a la cabecera de la comarca en Rosario; y cuyo trayecto puede ser conoci-

do gracias a la crónica del obispo neovizcaíno Pedro Tamarón y Romeral (1759).

En el curso de la segunda mitad del siglo concurrieron en el real de minas del Rosario

mineros, mercaderes y aviadores –prestamistas– oriundos de Durango, Zacatecas y Guada-

lajara de mayor o menor rango económico y estrato social, pero ante todo, ambiciosos y

audaces: mineros que pretendían acumular el afamado tesoro de estas tierras, la plata; y

comerciantes deseosos de aprovechar la proximidad de la costa y de una ensenada a modo

para el anclaje en Mazatlán para forjar un conducto ventajoso, en tanto que también ilegal,

para el intercambio de metales y mercaderías con los marineros europeos y asiáticos que

navegaban por estos mares expectantes de la riqueza existente en esta provincia. Aunque el

libre comercio exterior era una actividad terminantemente prohibida por la Corona; lo apar-

tada que se encontraba esta provincia de los centros políticos y administrativos del reino

hacían que la atención y la firmeza de las autoridades novohispanas pertinentes –el consu-

lado de México, la Real Hacienda– se diluyeran, y que las consecuentes sanciones fueran

algo poco que temer.34

34
El comercio marítimo en las costas americanas era una actividad monopolizada por la monarquía hispánica,
restringida en su colonia de Nueva España únicamente a los puertos de Veracruz en el golfo de México y
Acapulco en el océano Pacífico que fueron abiertos desde los días de la conquista –en 1519 y 1528 respecti-
vamente– para el abasto de mercaderías y la extracción de materias primas para el exclusivo provecho de la
Corona; y sirviendo el segundo también para facilitar la comunicación entre sus posesiones indianas en los
confines del llamado Mar del Sur. En complemento y eventual sustitución de las funciones de Acapulco, sólo
otro puerto se abriría en el Pacífico pero hasta la segunda mitad del siglo XVIII en San Blas, provincia de
Tepic. Entretanto, todo tráfico sostenido en Mazatlán o en cualquier otro surgidero con reinos que además
fueran ajenos al imperio español era ilícito; un delito de piratería. Dení Trejo Barajas, “El puerto de San Blas,
el contrabando y el inicio de la internacionalización del comercio en el Pacífico Noroeste” en revista Tzintzun.
Revista de Estudios Históricos, número 44, julio-diciembre, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hi-

19
Junto con los potentados de las ciudades capitales neogallega y neovizcaína, llegaron

al real de minas Rosario igualmente y en mayor número hordas de gambusinos, trabajado-

res y servidumbre personal de toda casta, oriundos de numerosos pueblos y poblezuelos de

ambas gobernaciones, para trabajar las minas, el campo y la arriería para sus patrones. Para

1680, a menos de 30 años de haber sido fundado, el real del Rosario ya albergaba a más o

menos 1,000 habitantes comprendidos entre 212 familias.35 Esta villa situada literalmente

en los márgenes de la ley y del reino se había convertido en un productivo enclave para el

desarrollo de las élites del occidente de Nueva España a la vez que de un vecindario de cas-

tas y estratos sociales diversos, cuya prosperidad puede atribuirse obviamente a la explota-

ción de sus recursos minerales, pero también a la disposición de éstos para concertar lucra-

tivos tratos de contrabando.

Hacia el final del siglo XVII es probable que las rebeliones indígenas hubieran dejado

de ser ya la mayor amenaza para los nuevos colonos como lo eran ahora los piratas, que lo

mismo aguardaban por la nao de China en las costas del Rosario, que hostigaban los yaci-

mientos minerales tierra adentro. Se tiene noticia de que en 1689 unos bucaneros acampa-

ron en las islas de Lobos y Venados en la bahía de Mazatlán poniendo en peligro los place-

res de plata de la provincia, lo que obligó a la Corona a reforzar la vigilancia en el litoral de

la Nueva Vizcaya.36 Se ordenó a propósito la movilización a la costa y el asentamiento en

dalgo, 2006, pp. 11-36; y Óscar Cruz Barney, El comercio exterior de México, 1821-1928. Sistemas arancela-
rios y disposiciones aduanales, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 2005, p. 2.
35
Una cantidad de habitantes no muy distinta a la referida en 1680 pudo haber estado reunida en 1686 en 60 o
70 casas de familias indígenas casi todas ellas. Bartolomé García de Escañuela –obispo de la diócesis de Du-
rango– (1680), y A new voyage round the world (William Dampier, 1927) citados en Gerhard, La frontera,
pp. 326 y 337. Poblamientos inducidos por el auge minero como el acontecido en el real de minas del Rosario
pueden compararse con el de otros asentamientos contemporáneos tales como San José del Parral (1631) y
Nuestra Señora de Álamos (1687). Chantal Cramaussel, “Ritmos de poblamiento y demografía en la Nueva
Vizcaya” en Chantal Cramaussel (editora), Demografía y poblamiento del territorio. La Nueva España y
México (siglos XVI-XIX), Zamora, El Colegio de Michoacán, 2009, pp. 123-144.
36
“Diligencias realizadas con motivo de la invasión de los piratas en el puerto de Mazatlán y los reales de
Copala y El Rosario, 1689… testimonio de Juan Díaz” citado en Gilberto López Castillo en “Piratas en el Mar

20
ella de población indígena para servir de barrera e impedir el desembarque de los enemi-

gos.37 Se instaló también una compañía miliciana en el real de minas.38

Se cree que los desplazamientos forzados casi provocaron el despoblamiento de los

pueblos de indios provincianos y que la actividad minera se paralizó por la falta de mano de

obra lo mismo que las tierras de labor permanecieron yermas por no haber ya quien las cul-

tivara; aunque el reporte del capitán Francisco López Portillo, responsable de la defensa de

la costa, afirma exactamente lo contrario: que ninguna localidad de Chiametla se hallaba

deshabitada y que la minería en Rosario estaba en su apogeo.39

Una fuente da a entender que una cuadrilla aparte de la compañía miliciana que se ha-

llaba acantonada en el real de minas del Rosario debió haber sido apostada en un sitio a

medio camino entre los dos espacios a proteger, la costa y los minerales. Aunque no se es-

pecifica dónde, no parece haber duda de que se trate del pueblo de Mazatlán, separado por

un día de trayecto lo mismo del real de minas que del puerto; y donde hacía décadas que los

lugareños servían a la milicia. Su ubicación era además estratégica, sobre el Camino Real

que venía de Guadalajara y continuaba al norte hasta los últimos asentamientos españoles

en la frontera septentrional y en intersección con el camino a San Sebastián y los placeres

mineros de la sierra.

del Sur: El Rosario y Mazatlán. Estudio de caso en las costas del occidente novohispano, siglo XVII” en Gil-
berto López Castillo, Luis Alfonso Grave Tirado y Víctor Joel Santos Ramírez (editores), De Las Labradas a
Mazatlán. Historia y arqueología, Culiacán, Instituto Nacional de Antropología e Historia-Ayuntamiento de
Mazatlán, 2014, pp. 25-27.
37
“Diligencias realizadas con motivo de la invasión de los piratas… mandato del gobernador, sargento mayor
don Juan Ysidro de Pardiñas Villar de Francos al alcalde mayor de Copala, don Marcos de Veitia” citado en
López Castillo, “Piratas” en Grave, López et al., De las Labradas, p. 32.
38
Gerhard, La frontera, pp. 337-338.
39
“Diligencias […] don Marcos de Veitia” y “Diligencias realizadas con motivo de la invasión de los pira-
tas… respuesta del capitán Francisco López Portillo” citados en López Castillo, “Piratas” en Grave, López et
al., De las Labradas, pp. 32 y 34.

21
Para saber con cuántos efectivos podría contarse ante una eventual agresión, en el año

de 1689 el alcalde de Copala Marcos de Veitia hizo una matrícula de hombres poseedores

de armas dentro de su jurisdicción en la que menciona a Mazatlán en calidad de presidio,

probablemente en razón de que ahí radicaban 49 hombres armados.40 El informe sobre Ma-

zatlán escrito por del gobernador Garibay en el siglo XVIII presenta algunas coincidencias

con la matrícula de de Veitia que ayudan a dilucidar la evolución del otrora poblezuelo de

mulatos en un activo pueblo y presidio, lo mismo que el comienzo de la apropiación del

puerto homónimo por parte de los colonos más humildes de estas tierras. Garibay dice que

una vez refundado el Bajío de la familia Hernández en el sitio que ya de común era recono-

cido como el pueblo de Mazatlán, en el curso del siglo 25 de los mulatos locales se habrían

enlistado formalmente como milicianos y que para 1687 este cuerpo militar había aumenta-

do a 55 efectivos; lo que de facto hacía de este asentamiento un presidio.

El número de milicianos en Mazatlán fueron eventualmente insuficientes para repelar

un ataque de piratas acontecido ese año que con seguridad se trata del mismo hecho con-

signado por el capitán López Portillo pero en el año de 1689); pero de entre éstos se tiene

que, para prevenir este tipo de hechos, dos hombres eran enviados semanalmente al puerto

–un surgidero, mejor dicho– para vigilar la costa; llevándolo a cabo desde un puesto en las

alturas del cerro más alto de la bahía de Mazatlán que hoy en día es conocido como cerro

de la Nevería, pero que hasta mediados del siglo XIX era llamado precisamente como cerro

del Vigía:

Por lo respectivo a este puerto, dista de aquí [del pueblo de Mazatlán] nueve leguas
[50 km.] hacia el poniente, con un cerro redondo de proporcionada altura, inmediato a
la barra de la bahía, en tierra firme y a orillas de la mar, cuyas aguas baten contra él;

40
“Diligencias […] don Marcos de Vieitia” citado por López Castillo en “Piratas” De Las Labradas, p. 33,
cuadro 1.

22
en su cumbre una mesa, en que está formada una media trinchera de piedra puesta a
mano, dando frente a la mar para la observación de la tropa del vigía.41

En la última década del siglo XVII la provincia del Rosario fue subdividida en las alcaldías

de Rosario, Copala y Maloya; conservándose la manutención de la milicia del presidio de

Mazatlán en la jurisdicción de la gobernación de Nueva Vizcaya, y el mando superior de

este cuerpo en la persona del alcalde y capitán de Copala. A causa de un nuevo ataque pira-

ta en 1720, Juan Esteban de Guzmán, alcalde de Copala, hizo un recuento de habitantes de

su jurisdicción para determinar cuántos estarían prestos para una eventual batalla, y comu-

nicó a al gobernador de la Nueva Vizcaya que contaba con 500 hombres mal armados para

defender el puerto:42

[…] por tener a la vista seis leguas del puerto tres navíos que para reparar su desem-
barque pasé al pueblo y presidio de Mazatlán a poner los vigías doblados y en las par-
tes más cómodas para poder tener algún seguro, que aunque éstos lo hacen todo el
año a mi costa y mención, ha precisado la urgencia del despacho.
Y con esta ocasión no se puede dar listas que V.S. me manda haga en lo que toca a
esta jurisdicción a donde se hallan todos los vecinos y presidiarios sin prevención
ninguna de armas, pólvora y balas, que por las muestras que en otras ocasiones se han
hecho, pasan de 500 hombres de todas calidades lo que hay en esta jurisdicción.43

41
“Informe […] 1793” compilado en García Cortés, La fundación, p. 216. La distancia señalada entre el pue-
blo y el puerto es mucho mayor que la existente entre las dos poblaciones contemporáneas a las que estas
localidades hacen referencia, que son respectivamente el puerto de Mazatlán y el pueblo de Villa Unión; y el
área aludida debe corresponder más bien con el tamaño de la demarcación completa justificada en la merced
de tierras de Martín Hernández de 1603.
42
El gobernador y capitán de Nueva Vizcaya tenía la autoridad sobre las alcaldías de Copala (con sede en la
villa de San Sebastián) y Maloya, mientras que la alcaldía del Rosario quedó bajo la potestad del Consejo de
Indias. Gerhard, La frontera, p. 315.
43
“Carta de Juan Esteban de Guzmán al gobernador Manuel San Juan de Santa Cruz en que le informa sobre
la presencia de tres naves frente al puerto de Mazatlán y la falta de armas para defender su jurisdicción. Copa-
la 1719-1720” compilado en García Cortés, La fundación, pp. 175-176.

23
Estos recuentos milicianos y auxiliares de armas de entre el último cuarto del siglo XVII y

el primero del XVIII no son una fuente tan útil para estimar el tamaño de una población

local, del pueblo de Mazatlán en este caso, porque no especifican si los hombres contabili-

zados eran solteros, o si eran cabezas de familia que como tal serían representativos de un

grupo de mayor número de personas; pero por lo menos demuestran que la población varo-

nil en la localidad sí había aumentado por centenas en apenas treinta años. El pueblo de

Mazatlán ya era mirado por los lugareños desde entonces como un asentamiento producti-

vo, en virtud de que en 1724 un grupo de milicianos mulatos (posiblemente miembros de la

compañía apostada en el real del Rosario) solicitó una composición en esta localidad para

dedicarse a la labranza de los campos.44

c) La costa de Mazatlán.

En 1732 todo el territorio que estaba al poniente de la Sierra Madre y que terminaba en el

litoral del Mar del Sur y del Mar de Cortés se escindió de la gobernación de Nueva Vizcaya

(la cual quedó definida por los actuales estados de Durango y Chihuahua) para conformar la

gobernación de Sonora y Sinaloa con capital en la villa de San Felipe y Santiago de Sinaloa

(actual pueblo de Sinaloa de Leyva), al norte de la provincia de Culiacán.45 En ese tiempo

la minería en la comprensión austral de esta nueva entidad (el territorio correspondiente

actualmente a Sinaloa) atravesó por un temporal agotamiento porque las vetas estaban cada

vez más profundas y los socavones se anegaban, dificultando su explotación.

El letargo de la minería del primer tercio del siglo XVIII no amilanó sin embargo a

los vecinos de la provincia, quienes a diferencia de sus antepasados que abandonaban las
44
Luis Navarro García, Sonora y Sinaloa en el siglo XVII, Sevilla, Publicaciones de la Escuela de Estudios
Hispano-americanos, 1967, p. 75.
45
Gerhard, La frontera, p. 341.

24
villas cuando la riqueza se agotaba, se mantuvieron en Rosario. De ello dejó constancia el

obispo de Durango Pedro Tamarón y Romeral, quien en 1759 dio cuenta de que el real de

minas se encontraba muy bien poblado por 2,459 personas –más del doble con respecto al

número de habitantes que tenía ochenta años antes, en 1680–, de las que la mitad de esa

población podría haber sido india según se afirma en un documento del ramo de minería; y

en el mismo tenor se encontraba el pueblo de Mazatlán, donde el prelado se detuvo en el

mes diciembre para oficiar una misa dedicada a la Purísima Concepción ante 966 personas,

todas mulatas.46

La minería de nuevo cobró impulso en 1762, cuando el estanco del mercurio fue abo-

lido y el abaratamiento de la pólvora y azogue permitió a un mayor número de beneficiarios

acceder a estos insumos y poder procesar con ello metales más duros y de menor ley. La

recuperación de esta industria fue extensiva a todos los centros mineros de la vertiente sur

de la Sierra Madre: Álamos en Sonora; San José de Gracia, Bacubirito, Cosalá en el norte y

centro de Sinaloa; y Topia, Canelas, Siánori y Guarisamey en Durango.47

Con el propósito de capitalizar estos notorios progresos de la economía colonial y

prevenir el riesgo que supondría este auge minero en la vertiente montañosa de la costa

occidental, la dinastía Borbón que relevó a los Habsburgo como casa real de la monarquía

española puso en marcha una serie de medidas para mejorar la administración y aumentar

los ingresos del imperio, y para reforzar la vulnerable frontera de sus posesiones en Améri-

46
Pedro Tamarón y Romeral, Demostración del vastísimo obispado de la Nueva Vizcaya, edición de Vito
Alesio Robles, México, Porrúa, 1937, pp. 202-203; y Real Hacienda: Minería citado por Ramírez Meza, Eco-
nomía, pp. 36-37. Después de siglos de explotación y muerte, en 1760 la población indígena conjunta de las
alcaldías de Rosario, Maloya y Copala era de 3,300 personas. Gerhard, La frontera, p. 310, cuadro T. Poco
menos de la tercera parte de este grupo poblacional vivía en el real de minas del Rosario.
47
Cramaussel, “Ritmos” en Cramaussel, Demografía; y Chantal Cramaussel, “La vertiente occidental de la
sierra: el último frente de colonización. 1760-1830” en Guadalupe Rodríguez López y Miguel Vallebueno
Garcinava (coordinadores), Historia de Durango. La Nueva Vizcaya, tomo 2, Durango, Universidad Juárez
del Estado de Durango, 2013, pp. 208-266.

25
ca; conocidas como reformas borbónicas. José de Gálvez en persona, el visitador en nom-

bre del rey, desembarcó en el puerto Mazatlán en 1768 y acudió al presidio de los pardos

para reunirse con la autoridad local, el capitán Tomás de Ibarra –de casta mulata–, para

comunicar estas disposiciones a los milicianos y hacerles jurar su lealtad a la Corona a la

hora de defender la provincia de cualquier amenaza al reino; lo que inminentemente obli-

gaba a la protección del puerto vecino (1776) ante el eventual desembarque de bucaneros, o

de la común perpetración de fraudes por esta costa.48 A cambio de esto, se revalidaron los

fueros que históricamente disfrutaba este pueblo –exención del tributo y la alcabala– me-

diante una Inhibitoria real, así como el propio capitán de Ibarra como autoridad de este

pueblo independiente de la alcaldía de Copala.49

Durante el auge de la minería colonial en el último cuarto del siglo XVIII, Rosario se

constituyó en el centro económico, político y administrativo de una región que ostensible-

mente iba desde límites con la gobernación de Nueva Galicia, en las villas de Tepic y de

Santiago de Compostela; hasta más allá de la provincia de Álamos en la parte media de la

nueva gobernación (actualmente perteneciente a Sonora); y con cierta influencia también en

algunas provincias de la Nueva Vizcaya como Guarisamey, Siánori y San Gregorio.50 En

1772 se habría establecido en este real de minas la Real Caja de la intendencia, institución

48
“Real Orden de 15 de septiembre de 1776 a los Governadores de los Puertos para que se dediquen como
deben a desarraigar en sus respectivos distritos el perjudicial error de no ser pecaminosos los fraudes contra el
Real Erario” citado en Cruz Barney, El comercio, p. 19, nota 62.
49
“Informe […] 1793” compilado en García Cortés, La fundación, pp. 44 y 204-206; y Luis Navarro García,
Don José de Gálvez y la comandancia de las provincias internas, Sevilla, Escuela de Estudios Hispanoameri-
canos, 1964, pp. 485-486.
50
Ramírez Meza, Economía, p. 26. Es factible que el real de minas del Rosario fuera el enclave comercial
más importante de la comprensión austral de la gobernación de Sonora y Sinaloa, por encima de la villa de
Culiacán, el real de minas de Cosalá o la villa de San Felipe y Santiago; con una importancia similar a la que
el real de Álamos tenía para el comercio en la zona media de la comprensión territorial de esta misma entidad,
y la villa de Tepic para la parte norte de la gobernación de Nueva Galicia. La influencia económica del real
del Rosario definitivamente no era superior que la de la ciudad de Durango, capital de la Nueva Vizcaya.
Antonio Ibarra, “Circulación interior de importaciones: de Guadalajara al septentrión novohispano (1798-
1818)” en revista Siglo XIX. Revista de historia, número 16, septiembre-diciembre de 1996, Facultad de Filo-
sofía y Letras, Universidad Autónoma de Nuevo León, p. 27, cuadro 4.

26
encargada de distribuir el azogue asignado para los minerales en toda esta gobernación y

cobrar el quinto real de la producción de plata en su jurisdicción;51 y junto con la Caja, lle-

garon al Rosario otras instituciones tales como la jefatura superior de Hacienda, el tribunal

de circuito, el juzgado de distrito y las oficinas del correo y del timbre que desarrollaron en

esa localidad un complejo aparato fiscal y jurídico52 que para en 1778 le habían hecho me-

recedora del título de ciudad, según lo refiere un cura visitante.53

Las reformas borbónicas de 1770 ordenaron un nuevo arreglo del espacio novohis-

pano; fue así que en el año de 1778 la gobernación de Sinaloa y Sonora se integró en una

entidad de origen fiscal llamada intendencia de Arizpe que se conformó más o menos den-

tro de los mismos linderos de su antecesora, incluyendo al oriente a la península de Baja

California y a la Pimería Alta (en la actualidad, el territorio comprendido entre el norte de

Sonora y el sur Arizona, Estados Unidos) como límite septentrional; con capital en la ciu-

dad de Arizpe, situada en el área central de esta enorme comprensión territorial. Como par-

te de estos cambios político-administrativos, las alcaldías de Rosario, Copala y Maloya, en

51
La Real Caja de Sonora y Sinaloa había sido instalada originalmente en 1769 en el real de minas de Ála-
mos, en el sur de la provincia de Sinaloa; pero debido a los malos manejos que los mineros locales hacían de
ella, la Real Hacienda le reubicó en el real del Rosario. Su traslado despertó tensiones que probarían ser irre-
conciliables entre los grupos de poder que se habían gestado en Rosario y en Álamos gracias a la minería, a la
vez que desataría la pugna por su manipulación por parte de las élites de Durango y Guadalajara presentes en
esta alcaldía. Ramírez Meza, Economía, pp. 55-60. La Real Caja se instaló en Rosario en 1783; años después
de que la gobernación de Sonora y Sinaloa había sido reinstituida como intendencia de Arizpe a raíz de la
reforma borbónica, con capital en la ciudad de Arizpe (en el actual estado de Sonora) donde funcionaba desde
1780 una pagaduría militar que también fue designada como Real Caja aunque en la práctica dependía de la
Caja del Rosario. Ortega Noriega, Sinaloa, pp. 123-130.
52
Antonio Martínez Peña, “Mazatlán. Historia de su vocación comercial (1823-1910)”, en Arturo Carrillo
Rojas y Guillermo Ibarra Escobar (coordinadores), Historia de Mazatlán, Culiacán, Ayuntamiento de Ma-
zatlán-Universidad Autónoma de Sinaloa, 1998, p. 93; y Rafael Valdés Aguilar, El real de minas de Nuestra
Señora del Rosario, Culiacán, Colegio de Bachilleres del Estado de Sinaloa, 1998, p. 141.
53
Gerhard, La frontera, p. 337. De ser así, Rosario habría sido titulado de nuevo como ciudad en 1827. Me-
moria estadística del Estado de Occidente (Juan Miguel Riesgo y Antonio J. Valdés, 1828) compilado en
Sergio Ortega y Edgardo López Mañón (compiladores), Sinaloa, textos de su historia, tomo 1, México, Go-
bierno del Estado de Sinaloa-Dirección de Investigación y Fomento de la Cultura Regional-Instituto de Inves-
tigaciones Dr. José María Luis Mora, 1987, p. 107.

27
el margen austral de la intendencia, fueron re-instituidas como subdelegaciones o parti-

dos.54

En 1778 la monarquía proclamó también el reglamento para el comercio libre de Espa-

ña a Indias que rompió parcialmente con el monopolio mercantil ibérico, ya que autorizó a

algunas corporaciones americanas para realizar esta actividad entre las que se destaca el

consulado de la ciudad de México (1789). Permitió además que el transporte se hiciera en

embarcaciones distintas a las oficiales pertenecientes al sistema de flotas y galeones impe-

rial.55 Atentos a las repercusiones que estas disposiciones pudieran tener, las autoridades en

la intendencia de Arizpe ponderaron las bahías del puerto de Mazatlán como algunas de las

mejores de la región porque eran más profundas y abrigadas además de que escapaban a las

fuertes corrientes que se generaban en las desembocaduras de los caudalosos ríos de Ma-

zatlán –antes del Espíritu Santo; hoy Presidio– y de Chiamelta –Baluarte en la actualidad–

(imagen I.4).56

54
Gerhard, La frontera, pp. 315, 326 y 336; y Ortega Noriega, Sinaloa, pp. 124-128.
55
Hasta antes de la nueva reglamentación, el comercio trasatlántico era efectuado exclusivamente por la Casa
de Contratación de Sevilla. Entre las libertades concedidas estuvo también la posibilidad de comerciar con
compañías inglesas que traficaban esclavos negros y con las de otras naciones no súbditas pero con las que
España tampoco estuviera en guerra. Cruz Barney, El comercio, pp. 22-29.
56
“Informe […] 1793” compilado en García Cortés, La fundación, p. 216-217.

28
Imagen I.4. Mazatlán, reconocido como puerto y pueblo en 1778.

Fondo de carta.
Fuente: “Plano iconográfico del reino de Michoacán” en Pablo Beaumont (1778), Crónica de Michoacán,
México, Talleres Gráficos de la Nación, 1932, sin página.

Hacia el final del siglo XVIII, el centro minero del Rosario producía 8.5% de la plata de

toda la Nueva España.57 Consolidado como centro económico, Rosario también se convirtió

en un gran núcleo vecinal en la región. Al real de minas afluyeron personas oriundas de

numerosos lugares concentrados mayormente en la gobernación de la Nueva Galicia y las

provincias colindantes con Durango en la Nueva Vizcaya, según un estudio demográfico de

1776 a 1810 realizado con base en los libros matrimoniales de la parroquia del Rosario. En

el periodo señalado casi la mitad de los hombres (365 de 863 casados) eran foráneos. Des-

57
Real Hacienda: Minería, 1794 citado en Ramírez Meza, Economía, p. 27.

29
tacaban los originarios de pueblos que se localizaban en el camino de Guadalajara como la

propia ciudad de Guadalajara, Cocula, Compostela, Tepic y Acaponeta. Otros provenían de

antiguas villas y pueblos de Sinaloa tales como Chiametla, San Sebastián, San Javier Caba-

zán, Matatán Copala y Culiacán. Radicaba en Rosario un pequeño número de peninsulares

que con seguridad se desempeñaban en la minería o en lo administrativo (imagen I.5).58

Imagen I.5. Origen geográfico de los contrayentes varones del Real de minas del Rosario, 1776-1810.

Fuente: Rosa Yuneiry Ramírez Topete, “Población, familias y cotidianidad en el Real de Minas de Nuestra
Señora del Rosario, 1776-1810”, tesis de maestría en Historia, Guadalajara, Departamento de Historia de la
Universidad de Guadalajara, 2013, p. 103, mapa 7.

58
Rosa Yuneiry Ramírez Topete, “Población, familias y cotidianidad en el Real de Minas de Nuestra Señora
del Rosario, 1776-1810”, tesis de maestría en Historia, Guadalajara, Departamento de Historia de la Universi-
dad de Guadalajara, 2013, pp. 102-103, gráfica 10.

30
Por otro lado, hacia el final del siglo XVIII se había vuelto muy difícil aglutinar cuadrillas

de operarios indígenas para la explotación de las minas porque las rebeliones contra la es-

clavización naturalmente continuaban y con ellas su represión y muerte. La población re-

manente era forzada al trabajo por medio del repartimiento sin importar las distancias desde

dónde los trabajadores fueran obligados a acudir a la mina; decantándose de hecho por los

que fueran originarios de los pueblos más alejados y así desalentar cualquier intento de fu-

ga. En el real del Rosario y en otros centros mineros de la Nueva Vizcaya había por ejem-

plo barrios de indios yaquis de los valles de Sonora que se conformaron en esas circunstan-

cias. Con tal de garantizar el abasto de mano de obra, las Ordenanzas de Minería de 1786

autorizaron a los mineros a someter a las faenas mineras a los indios vagos, huidos o alza-

dos.59

En 1790 la población de la subdelegación del Rosario había aumentado a 5,618 per-

sonas según el padrón del comandante e intendente de Arizpe, Enrique Grimarest.60 3,400

de esa cantidad la formaban indígenas naturales de esta tierra61 y el resto lo componía un

creciente número de mulatos o mestizos, cuyo tamaño poblacional pudo haber sido repre-

sentativo de la tercera parte o poco más de las comunidades en los asentamientos urbanos

del norte de Nueva España. El partido de Copala, por ejemplo, tenía en 1793 cerca de 8,500

habitantes, siendo con esto una de las más pobladas de la intendencia de Arizpe; y se supo-

59
En un caso semejante al de Rosario, el mineral de Guarisamey, surgido en 1784 y perteneciente a la Nueva
Vizcaya, tuvo un esplendor inmediato y atrajo a personas de centros mineros vecinos como Cosalá y Copala
en Sinaloa y San Andrés en Durango. Entre 1790 y 1850 Guarisamey tuvo una población promedio mayor a
5,000 personas; y según las fuentes parroquiales más de la mitad eran indígenas, probablemente operarios de
esta mina. Cramaussel, “Ritmos” en Cramaussel, Demografía, pp. 131-133 y 144.
60
Gerhard, La frontera, p. 337; y Ramírez Topete, “Población”, p. 94, tabla 3. El padrón de Grimarest podría
presentar subregistro o haber sido sujeto como fuente de una interpretación ambigua, pues un estudio históri-
co demográfico de la región hecho con fuentes correspondientes a 1791, apenas un año después del documen-
to de Grimarest, contabiliza una población de 8,500 personas para la jurisdicción completa de Rosario, con
4,000 de éstos radicados en el real de minas; lo que resultaría en un aumento muy abrupto del que habría que
indagar la razón. Cramaussel, “Ritmos” en Cramaussel, Demografía, p. 132, mapa 15.
61
Gerhard, La frontera, p. 310, cuadro T.

31
ne que un tercio de esa cantidad la componían individuos de calidad india o mulata (cuadro

I.1).62

Cuadro I.1. Población del real de minas de Nuestra Señora del Rosario.
Año Fuente Población
1759 Obispo de Durango Pedro Tamarón y Romeral 3,516
1783 Informe del comandante e intendente de Arizpe Teodoro de Croix 5,627
1790 Padrón del comandante e intendente de Arizpe Enrique Grimarest 5,618
1804 Informe para el Consulado de Veracruz [teniente gobernador de Mazatlán José Esteban] 6,484
Nota. La población total de El Rosario, de acuerdo con la fuente original, debe ser 2,459 personas. La autora
cometió un error en su cálculo.
Fuente: Ramírez Topete, “Población”, p. 94, tabla 3; y Pedro Tamarón y Romeral, Demostración del vastí-
simo obispado de la Nueva Vizcaya, edición de Vito Alesio Robles, México, Porrúa, 1937, p. 202.

d) El surgimiento del puerto de Mazatlán.

En 1793 José Garibay fue la primera persona en ser nombrada para el cargo recién creado

por las Corona de gobernador militar y político del pueblo de Mazatlán, cuya jurisdicción

estaba ahora por completo emancipada de la subdelegación de Copala. 63 Garibay reportó

que este pueblo bajo su tutela se encontraba entonces en absoluta pobreza, hallándosele en

62
Ramírez Meza, Economía, pp. 47-51; y Gerhard, La frontera, pp. 317. Gerhard describe más ejemplos en
sus apuntes sobre la población de cada una de las provincias mineras del noroccidente de Nueva España a
finales del siglo XVIII revisadas en su obra. La historiografía suele atribuir este cambio en la naturaleza de los
trabajados a la sustitución del indio por el negro; pero dado que en estas décadas estaba prohibida la trata de
esclavos negros en Nueva España, es más probable que este fenómeno de “mulatización” tuviera fundamento
en un cambio de asignación de la calidad de los individuos en el registro parroquial, ya que al ser registrados
como mulatos, los indios de misión evitaban ser sujetos de repartimiento. Es decir, los indígenas se hacían
pasar por mulatos con la complicidad de los curas, que de este modo podía cobrar la administración de los
sacramentos a sus patrones de las haciendas donde todos ellos laboraban. Chantal Cramaussel, “Las familias
pluriétnicas en la villa de San Felipe El Real de Chihuahua y la sorprendente multiplicación de los mulatos en
el septentrión novohispano” en David Carbajal López (editor), Familias pluriétnicas y mestizaje en la Nueva
España y el Río de la Plata, Guadalajara, Universidad de Guadalajara, 2014, pp. 17-42.
63
Esta decisión contrarió la voluntad del comandante intendente de Arizpe Enrique Grimarest, quien un año
antes había pedido al virrey lo opuesto: volver a subordinar el mando del capitán del presidio al alcalde de
San Sebastián tal y como lo había estado previo a la resolución del visitador José de Gálvez, pues temía que
los milicianos del presidio se aprovecharan de su autonomía para rebelarse contra la Corona. “Nombramiento
de comandante militar y político del pueblo de Mazatlán para don Joseph Garibay y de ayudante para don
José Pose, por real orden al virrey de la Nueva España [Aranjuez, 23 de marzo de 1792]”; “Informe […]
1793”; e “Informe que el gobernador de Masatán [sic.] hace al señor comandante general del estado en que se
haya aquel partido en el año de 1794 [Arispe, enero 1 de 1794]” compilados en García Cortés, La fundación,
pp. 191-193, 199-200 y 220.

32
éste poco más de 300 soldados, aunque dedicados estos la mayor parte del tiempo al trabajo

del campo para utilidad de los vecinos de Copala y Rosario.64

El aumento poblacional en la zona debió incrementar necesariamente la capacidad de

abasto que debía que proporcionar Mazatlán y por ende, también su tamaño. En los albores

del siglo XIX el partido de Copala tenía 7,570 “almas”;65 el de Rosario, 6,484 habitantes;66

y la gobernación de Mazatlán, 2,000 almas, siendo una tercera parte de esta población de

origen español y el resto mulatos. El gobernador de Mazatlán José Esteban reporta en 1804

que la mayoría de los habitantes de su jurisdicción se concentraban en el pueblo de San

Juan Bautista de Mazatlán –como se le nombraba seguramente en los reportes de la dióce-

sis–, que de ser una humilde aldea se había convertido en un asentamiento de 30 jacales, 3

buenas casas de adobe y teja y otras pocas en construcción de los mismos materiales, ade-

más de tener la localidad una ruinosa iglesia; y donde el número de milicianos incluso ha-

bía disminuido a 100 individuos poniendo en entredicho la viabilidad de conservar aquí un

presidio pues los locales rechazaban enlistarse, optando en su lugar por la agricultura, una

actividad a la que estaban dedicados 550 varones.67

Esteban reporta que diez de los soldados del Presidio –como popularmente se le lla-

maba al pueblo de Mazatlán– cuidaban de manera gratuita del puerto de la jurisdicción bau-

tizado entonces como San Félix; cuya gratificación debió haber sido el poder hacerse de un

64
“Informe […] 1793”, pp. 207-208 y 211-212.
65
Gerhard, La frontera, p. 317.
66
Francisco Altable, Las alcaldías sureñas de Sinaloa en la segunda mitad del siglo XVIII, México, Universi-
dad Autónoma de Baja California Sur-Universidad Autónoma de Sinaloa-Secretaría de Educación Pública,
2000, p. 107.
67
En lo que debió ser un intento de regularizar las operaciones de la milicia del presidio de Mazatlán, en 1790
se instaló aquí un cuerpo de caballería ligera para la protección de las provincias costeras es esta parte de la
intendencia, la cual requería mínimo de 200 efectivos para cubrir las compañías estipuladas. “Relación que el
teniente gobernador de Mazatlán rinde al señor gobernador intendente de Sonora de todos los puntos que
conducen a formar un exacto conocimiento del estado y productos de este gobierno, para de ello instruir al
señor comandante general de las provincias internas al Real Consulado de Veracruz en cumplimiento a la
Real Orden de Su Majestad de 21 de junio de 1804” compilado en García Cortés, La fundación, pp. 225 y
228.

33
terruño en estas playas para radicarse; lo que probablemente dio lugar al caserío habitado

por la familia de mulatos de los Canizalez Zamudio, situado en la ladera del cerro donde

solían rondar los guarda costas (el cerro de la Nevería), que es señalado en 1806 como la

única población residente en la costa de Mazatlán.68 No se conoce ningún mapa de la costa

de Mazatlán que señale la localización de este asentamiento, pero sin duda que este el pri-

mer dato población pertinente concretamente al puerto del que se tiene noticia. En el ocaso

de la época colonial, en 1817, San Félix de Mazatlán contaba con apenas una veintena de

personas, según lo indica un censo del curato de San Juan de Mazatlán.69

Lograda en 1821 la emancipación de la colonia hispana, el gobierno recién indepen-

dizado de México ordenó la apertura de todos los puertos de este nuevo país al comercio

nacional e internacional con el objetivo de reanimar una economía que obviamente estaba

deshecha tras once años de guerra. En 1822 el puerto de Mazatlán fue puesto en servicio.

En un espíritu similar al que siglos atrás atrajo a los conquistadores a al septentrión no-

vohispano en pos de las fortunas que prometía la minería; la oportunidad de explotar las

nuevas formas de enriquecimiento a las que posibilitaba el libre intercambio mercantil; y

particularmente de hacerlo con la inmediatez que sólo los puertos podían ofrecer al ser és-

tos los primeros receptores continentales de las importaciones mundiales; movilizó a una

68
“Relación […] 1804” compilado en García Cortés, La fundación, p. 228. Santiago Calderón, funcionario
municipal de Mazatlán en la década de 1870, afirma haber conversado con la descendiente de esta familia, la
señora Petra Zamudio, para confirmar el relato acerca de los orígenes de la población en el puerto. Santiago
Calderón, “Apuntes para la estadística del municipio de Mazatlán correspondientes al año de 1874” en Docu-
mentos Históricos sobre Mazatlán y Sinaloa, Mazatlán, Ing. Manuel Bonilla-Imprenta de la Escuela Prepara-
toria de Mazatlán, c. 1929 (transcripción electrónica de Adrián García Cortés inédita, no paginada). Según la
crónica del padre de Barreda, un alférez oriundo del presidio de San Sebastián de nombre Juan de Canizares
se dedicaba a la pesca y venta de camarones en la costa y el río de Mazatlán en 1645. No se hace mención de
su calidad étnica; pero por su apellido, origen y las condiciones de su trabajo, podría tratarse de un lejano
ancestro de los Canizalez Zamudio. Cramaussel, “Un projet” en Musset y Calvo, Mélanges.
69
Documento sin referencia citado por Antonio Martínez Peña, “El síndico Santiago Calderón: la historia
como noticia curiosa, recogida con tacto y escrupulosidad” en Ernesto Hernández Norzagaray y Lorena Scho-
bert Lizárraga (editores), Raíces de Mazatlán: fundación, política, música y viajeros, Culiacán, Asociación de
Gestores del Patrimonio Histórico y Cultural de Mazatlán-Universidad Autónoma de Sinaloa-Instituto Muni-
cipal de Cultura, Turismo y Arte de Mazatlán, 2006, p. 123.

34
considerable cantidad de nativos y foráneos de la región hacia la costa de Mazatlán históri-

camente desolada; estableciéndose en principio en el pueblo más cercano –y único existen-

te– en toda la zona costera, que lo era el de Presidio; para eventualmente animarse a insta-

larse en el puerto mismo.

Se asume que los primeros en mudarse lo fueran los vecinos de los partidos contiguos

a Mazatlán de Rosario, Copala y Maloya porque éstos ya contaban por generaciones su

adaptación a las peculiaridades y los riesgos que presentaba la vida en estas tierras. Pero a

la brevedad llegaron también personas procedentes de muchas otras poblaciones compren-

didas dentro de los corredores migratorios del centro-occidente de México emergidos en el

siglo XVIII, así como de villas y pueblos de la zona central y hasta de la más al norte den-

tro de la propia intendencia; e incluso llegaron tratantes extranjeros que, si en el pasado

habrían sido rechazados como piratas de conformidad con las prohibiciones monopólicas

del régimen colonial, ahora en la nueva nación soberana ya podían dedicarse libremente a

sus negocios sin cargar con ese prejuicio.

Tras la proclamación de la Constitución de 1824 y la instauración en México de un

gobierno federativo y republicano la intendencia de Arizpe desapareció, y de su disolución

surgió el Estado Interno de Occidente. Esta nueva entidad comprendió el territorio de las

antiguas provincias de Sonora y Sinaloa. El partido de Maloya fue integrado al de Rosario,

y junto con el de Copala-San Sebastián y el de San Ignacio de Piaxtla articularon una cir-

cunscripción administrativa denominada distrito de San Sebastián dentro del cual quedó

incluida la gubernatura de Mazatlán.70

Los principales asentamientos en este distrito evidenciaban su desarrollo al cabo del

primer cuarto del siglo XIX. El real de minas del Rosario, con 6,000 habitantes, era sin lu-

70
Ortega Noriega, Sinaloa, pp. 166-168, cuadro VII.1.

35
gar a dudas uno de los más importantes centros urbanos y económicos del Estado de Occi-

dente: establecimiento de dependencias gubernamentales de orden federal y estatal; cuna de

algunas élites de la región; y hogar de personas de origen y estrato social diverso; mere-

ciéndole ser titulada en 1827 como “ciudad asilo”.71

El pueblo de Mazatlán, llamado también San Juan Bautista de Mazatlán o presidio de

Mazatlán, tenía 2,500 habitantes. Era uno de los mayores puestos militares en el sur de la

entidad, donde acantonaba “un escuadrón activo y un destacamento de artillería”; pero era

también la sede de la aduana para los ultramarinos importados por el puerto de Mazatlán

con destino al mercado de la ciudad del Rosario. Lo segundo animó a la instalación de al-

macenes extranjeros en esta localidad, convirtiéndole en poco tiempo en una dinámica pla-

za comercial.72 El comandante inglés Bourne describió al presidio en 1827 como “una gran

plaza, rodeada de casas de comerciantes y de unos cuarenta jacales” concéntricos, y mu-

chos más dispersados por la localidad.73 En 1828 el presidio de Mazatlán fue titulado como

Villa de la Unión a reconocimiento de la logia fundada en este lugar; pero este nombre no

parece haber cobrado arraigo entre los pobladores, quienes en lo sucesivo siguieron cono-

ciéndole por el nombre más popular de Presidio.74

71
La categorización fue también un reconocimiento diplomático a esta comunidad por su activa participación
a favor de la causa insurgente durante la lucha independentista. Memoria (Riesgo y Valdés, 1828) en Ortega y
López, Sinaloa, t. 1, pp. 107-108.
72
Estadística del estado libre de Sonora y Sinaloa (José de Caballero, 1825) citado en Karina Busto Ibarra,
“El espacio del Pacífico mexicano: puertos, rutas, navegación y redes comerciales, 1848-1927”, tesis de doc-
torado en Historia, México, Centro de Estudios Histórico de El Colegio de México, 2008, p. 225. Sin embar-
go, para el tiempo en que esta referencia era compartida en diciembre de 1826, la vida en el pueblo de Ma-
zatlán se veía severamente afectada por las fiebres endémicas que enfermaron a la mitad de los habitantes.
Auguste Duhaut-Cilly, Voyage autour du monde, principalement à la Californie et aux Îles Sandwich, pen-
dant les années 1826, 1827, 1828 et 1829, Paris, Arthus Bertrand, 1834, pp. 273-274 (acervo electrónico de
Bibliothèque Nationale de France consultado en julio de 2015 en www.gallica.bnf.fr).
73
“Notas sobre el estado de Sonora de Sinaloa” (Bourne) en Henry G. Ward, México en 1827, traducción de
Ricardo Haas, México, Fondo de Cultura Económica, 1981, p. 754, apéndice C; y Memoria (Riesgo y Valdés,
1828) en Ortega y López, Sinaloa, t. 1, p. 113.
74
Como su nombre lo indica, en la actualidad se trata del pueblo Villa Unión, Mazatlán. Ese año, igualmente
por inspiración de la masonería, también cambiaron de nombre la villa de San Sebastián y el pueblo de

36
El trabajo, o la necesidad de tener uno, debió ser la razón primaria que movilizó hacia

el puerto a un gran número de los pobladores más pobres de Rosario, Presidio y de las vi-

llas mineras de la provincia a ocuparse de las labores más básicas e indispensables para el

despliegue de la actividad comercial –estibadores, lancheros, arrieros, albañiles–; para

atender a problemas concretos del trasiego marítimo –carpinteros y veleros para reparar

barcos y velas, u otros oficios por el estilo–; para satisfacer las crecientes necesidades de

consumo de una población que aumentaba –pescadores, cazadores, pequeños ganaderos–; o

para servir en cualquier otra forma a sus patrones, los mercaderes.

Un reporte de la Hacienda Pública de México de 1825 da el indicio de que, en princi-

pio, estos contingentes se trasladaban a la costa de manera estacional, sólo por lo que dura-

ba el ajetreo de la temporada del comercio entre el invierno y la primavera, en medio de la

cual podían obtener alguna ganancia por sus labores; para luego desalojar la aldea costeña

en el verano y regresar a sus pueblos y dedicarse a otras ocupaciones o esperar por la pró-

xima temporada, porque las fuertes tormentas que se presentaban en esta época del año

hacían imposible la navegación y por ende la continuidad de la actividad mercantil.

[…] el intermedio de julio a octubre es de cortísima recaudación; nace esto de los inconve-
nientes que al tráfico oponen las lluvias, los caminos y los temporales; por una regla semejan-
te mide la comisión las aduanas marítimas; nadie ignora que hay días y semanas de no bastar
para el despacho muchas manos, y que se suceden temporadas de completa inacción o porque
las estaciones hacen riesgosa la navegación, o porque los surtidos ejecutados en la entrada del
año alcanzan a la mayor parte de él, o por otros de los muchísimos motivos de interrupción
en el comercio […]75

Chiametla al de Villa de Concordia y Villa de Diana, respectivamente; pero sólo en el caso de Concordia
trascendió su nuevo apelativo incluso hasta el presente, aunque de común siguió llamándosele San Sebastián
durante gran parte del siglo XIX. Eustaquio Buelna, Apuntes para la historia de Sinaloa, México, Departa-
mento Editorial de la Secretaría de Educación, 1924, pp. 9-10.
75
“Crisol de la memoria de Hacienda, en el ecsamen de los análisis de ella. Año de 1825” compilado en Me-
moria sobre el estado de la Hacienda Pública leída en la Cámara de diputados y en la de senadores, por el
ministro del ramo. En cumplimiento del artículo 20 de la Constitución federal de los Estados Unidos Mexi-

37
El vaivén de esta población flotante fue dejando un sedimento que eventualmente dio pie

para la conformación de un asentamiento que en 1828 tenía entre 100 y 200 pobres chozas

“construidas de postes y palo, trenzados y atados unos con otros y cubiertas con hojas de

plátano y yerba seca” y que albergaba a 500 “almas”; situado éste en la parte sur de la pe-

nínsula en torno al fondeadero bautizado como bahía de Ortigosa en honor a Vicente Orti-

gosa González, uno de los pioneros del comercio portuario en la región.76

[…] la población ha crecido mucho después de pocos años, á causa de la habilitación comer-
cial del puerto.
[…] Hay sobre la playa un parage muy apropósito para edificios, y para un muelle, de que
se carece literalmente en la actualidad. El temperamento es sin duda más saludable que el del
presidio á causa de la ventilación de la mar.
En semejante caso aquella población, que ya aborda á quinientas almas, crecería con suma
rapidez, los comerciantes naturales y estrangeros edificarían sus casas, los recursos se aumen-
tarían en igual razón que las necesidades del común, el comercio clandestino no tendría tantas
facilidades, y entre muy pocos años tendríamos una ciudad marítima la más considerable del
Estado en población, civilidad, riqueza, y actividad industrial y mercantil.77

En 1828 la aduana marítima fue traslada al puerto de Mazatlán, concretamente al área del

caserío de la bahía de Ortigosa, para formalizar las operaciones comerciales que tuvieran

lugar en este puerto; pero a la fecha este sitio era apenas un fondeadero primitivo que no

era del todo práctico para el tráfico marítimo: “El puerto de Mazatlán no es de ninguna ma-

nera un puerto seguro, pues tiene muchos bajos e islas peligrosas a la entrada […]. No tiene

cano a 4 de enero de 1825, México, Imprenta del Supremo Gobierno de los Estados Unidos Mexicanos, 1825,
p. 3.
76
“Notas” (Bourne) en Ward, México, pp. 754-755, apéndice C; British Foreing Office, 1827 citado en John
Mayo, Commerce and Contraband on Mexico’s West Coast in the Era of Barron, Forbes & Co., 1821-1859,
New York, Peter Lang Publishing, 2006, p. 37, nota 24; Memoria (Riesgo y Valdés, 1828) en Ortega y López,
Sinaloa, t. 1, p. 113; y “Puerto de Ortigosa” en Oses Cole Isunza, “Diccionario biográfico e histórico de Ma-
zatlán”, 2006, p. 241.
77
Memoria (Riesgo y Valdés, 1828) en Ortega y López, Sinaloa, t. 1, p. 113.

38
fortificaciones ni defensas, excepto los bancos de arena y las rocas de que lo ha provisto la

naturaleza”.78

La adecuación del puerto para su óptima explotación demandó la presencia en la cos-

ta de los propios mercaderes, de quienes era comprensible que prefirieran residir en las

acogedoras villas del interior antes que en el malsano y peligroso entorno de las costas.

Pero la necesidad de transformar el paraje portuario en un espacio viable para un comercio

en todo tiempo activo y seguro, lo cual hacían además a costa de sus propias fortunas, nece-

sariamente hizo que la humilde aldea costera también evolucionara en un vecindario de

mejor aspecto y con mayores facilidades donde los potentados pudieran radicarse con rela-

tiva comodidad. En agosto 15 de 1827 habría de ser nombrada la primera autoridad política

conocida para el puerto de Mazatlán, el juez de policía Idelfonso Rodríguez, responsable

del orden público y de la recaudación tributaria de la joven comunidad. A éste le acompa-

ñarían un año después funcionarios e instituciones administrativos, fiscales y militares.79

La geografía política del noroeste de México tuvo una nueva modificación al princi-

pio de la tercera década del siglo. En 1831, el Estado Interno de Occidente se dividió en los

estados soberanos de Sonora y Sinaloa como resultado de una larga pugna entre las oligar-

quías de una y otra entidad por apropiarse de los mejores corredores comerciales y hacerse

del poder político integral de esta gran provincia; lo que en los pasados cinco años había

obligado incluso a mover la capital de un extremo a otro de la entidad. Tras la separación,

la capital de Sinaloa fue establecida en la ciudad de Culiacán.80

Por ese tiempo, en 1832, Mazatlán fue titulado y renombrado por la legislatura como

villa de los Costilla en memoria de una familia de Vizcaya que supuestamente había descu-

78
“Notas” (Bourne) en Ward, México, p. 754, apéndice C.
79
Calderón, “Apuntes”.
80
Ortega Noriega, Sinaloa, pp. 180-184.

39
bierto este puerto.81 De ello no se tiene ninguna prueba y eventualmente tampoco gozó de

ninguna popularidad, pues Mazatlán seguiría siendo conocido como tal en las décadas ve-

nideras por la creciente cantidad de personas nativas y también por las que llegaron a este

puerto atraídas por su pujante economía procedentes desde tantos pueblos de la República

Mexicana para habitarlo de manera periódica o definitiva; convirtiéndole en poco tiempo en

el asentamiento más importante de la región por encima del Rosario, Presidio o cualquiera

de las villas mineros y en una de las ciudades más relevantes no sólo del norte de México

sino que del país entero (cuadro I.2).

Cuadro I.2. Habitantes del pueblo y del puerto de Mazatlán, siglos XVII al XIX.
Pueblo o presidio de San Puerto de San Félix,
Año Fuente
Juan de Mazatlán Mazatlán
1605 ninguno ninguno Mota y Escobar, 1605
1621 4 familias - Arregui, 1621
1621 a 1689 25 soldados Garibay, 1793
1689 49 a 55 soldados - Veitia, 1689; Garibay, 1793
1719 500 hombres - Esteban de Guzmán, 1719
1765 966 personas - Tamarón y Romeral, 1759
1790 200 soldados - Grimarest, 1790
1793 300 soldados - Garibay, 1793
1804 2,000 almas - Esteban, 1804
1806 - 3 personas Calderón, 1874
1817 - 20 personas curato de Mazatlán, 1817
1825 2,400 personas - Caballero, 1825
1826 2,500 personas - Duhaut-Cilly, 1826
1827 - 100 casas Bourne, 1827
1828 - 500 almas Riesgo y Valdés, 1828

81
Buelna, Apuntes, p. 14; y Luis Zúñiga Sánchez, Apuntes para la historia de Mazatlán, Sinaloa, Litografía
del Pacífico, 1940, p. 20.

40
2. Crecimiento demográfico de Mazatlán en la primera mitad del siglo XIX.

Existen pocas investigaciones sobre la evolución demográfica del puerto de Mazatlán. No

se han realizado estudios sistemáticos acerca del poblamiento de este lugar, desde que era

un solitario paraje en la costa perteneciente a la provincia de Chiametla (que abarcaba toda

la zona sur del actual estado de Sinaloa, entre el océano Pacífico y la Sierra Madre Occi-

dental) durante la época virreinal, hasta su conversión en un centro comercial preponderan-

te del norte de la república mexicana a mediados del siglo XIX.

Las fuentes seriales de archivos parroquiales del sur de Sinaloa entre la época colo-

nial hasta la segunda mitad del siglo XIX son, en general, fragmentarias. Con excepción de

la feligresía de El Rosario, se tienen pocos o nulos registros de Chametla, de la villa de San

Sebastián –hoy Concordia– o de Villa Unión –antes San Juan Bautista de Mazatlán– que

fueron asentamientos cuyo desarrollo precedió el de Mazatlán e influyeron en el pobla-

miento de la costa y en el surgimiento del puerto. Pero a partir de la tercera década del siglo

XIX ya se pueden construir series que reflejen la evolución demográfica del puerto y que

permitan distinguir las corrientes poblacionales hacia Mazatlán; y de la década de 1850, las

series de la parroquia del puerto son incluso consistentes. Sumadas a los registros civiles,

existentes desde 1861, las fuentes eclesiásticas permiten cuando menos detectar los flujos

migratorios de la segunda mitad del siglo XIX; mismos que revelan una ciudad que estaba

en proceso de consolidación.

Las cifras poblacionales globales, recopiladas en la bibliografía existente sobre Ma-

zatlán, no explican el proceso de poblamiento, ni expresan las circunstancias en que se ges-

tó. Es necesario combinar estos datos con las fuentes parroquiales para saber dónde se ori-

ginaron y cómo confluyeron las corrientes poblacionales hacia Mazatlán, hasta que el puer-

41
to se convirtió en el más importante y mejor poblado del Pacífico mexicano a mediados del

siglo XIX. Las referencias al número de habitantes fungen como parámetros de crecimiento

mientras que las series sacramentales y el registro civil revelan los ritmos y tendencias de-

mográficas durante la acelerada expansión del puerto que se analiza en la segunda parte del

presente capítulo.

a) Descripción de las fuentes seriales disponibles.

Los registros vitales (matrimonios, bautizos o nacimientos, entierros o defunciones) levan-

tados por funcionarios laicos y por religiosos constituyen un corpus de información obliga-

da para el estudio histórico-demográfico. Las cifras globales, en cambio, no son más que la

imagen instantánea de un momento determinado; y rara vez ofrecen mayores detalles sobre

cómo se alcanzan los totales poblacionales. Analizados en conjunto, los registros vitales

ofrecen una imprescindible explicación del desarrollo de las comunidades, que está casi

siempre ausente en los censos, padrones y reportes de gobierno.

Tanto en el ámbito eclesiástico como en el civil los registros vitales contienen in-

formación muy útil sobre el origen, la edad, la profesión y a veces también el nivel econó-

mico de los habitantes. Se conservan también expedientes denominados de información

matrimonial en los archivos parroquiales, o de presentación matrimonial en el caso del re-

gistro civil; que son de indiscutible valor para la demografía porque ofrecen mayores deta-

lles sobre los contrayentes que las cédulas nupciales ya que resultan de una minuciosa pes-

quisa realizadas por las autoridades para confirmar la edad y el estado civil del interesado

antes de llevarse a cabo el casamiento y evitar con esto la bigamia, práctica condenada por

42
la Iglesia que desde tiempos virreinales era común entre los varones que provenían de feli-

gresías distintas de la parroquia donde pretendían casarse.

Aunque Mazatlán no albergó a una cantidad grande de residentes extranjeros, es po-

sible que muchos de los vecinos de nacionalidad distinta a la mexicana e incluso los conna-

cionales que estuvieran confirmaros en el catolicismo o no fueran practicantes de este culto

no aparezcan en los libros parroquiales; pues a quienes no profesaban esta religión, la “reli-

gión oficial”, les era negado el sacramento matrimonial. Por lo tanto, el subregistro de toda

aquella población que vivía en pareja sin aprobación eclesial es un problema consustancial

e irremediable de la fuente parroquial de la primera mitad del XIX.

La partida de información matrimonial se integra primero con los perfiles del preten-

diente y de la pretensa, comprende luego el testimonio de tres o cuatro testigos que conocen

a los interesados, y termina con un auto aprobatorio del casorio. Los rechazos eran excep-

cionales. La cédula señala el nombre, la edad, el estado civil, el origen de los pretendientes,

en el caso de los hombres también se precisa su oficio. Se indica igualmente el tiempo que

tenían viviendo en el puerto tanto en el caso del varón como de la mujer. Este último dato –

denominado “tiempo de vecindad” en mis tablas de análisis– es exclusivo de esta fuente y

resulta muy valioso para esta investigación, pues dicho dato revisado en serie revela el rit-

mo del proceso de poblamiento y el estado físico en que lo hacían los pobladores.

De los varones pretendientes de matrimonio suele proporcionarse información adi-

cional como los nombres de sus padres, a veces el de sus abuelos, y en el caso de los viu-

dos, también se apuntan detalles de sus ex parejas difuntas: origen, edad al momento de su

muerte, lugar donde fue enterrada. Cabe decir que la cantidad de datos considerados y efec-

tivamente consignados por el registro parroquial dependió de la escrupulosidad del cura

43
responsable de llevar a cabo tal registro; pues es común encontrar cédulas con datos ele-

mentales omisos.

En términos numéricos las actas de información matrimonial no son representativas

solamente de dos personas radicadas en Mazatlán, o sea el hombre y la mujer que pretenden

casarse; sino de seis personas presuntamente, puesto que los hasta cuatro testigos requeri-

dos para dar fe del acto nupcial, declaran ser también vecinos del puerto. De los testigos

también se precisan edad, oficio y procedencia. Sin embargo, muchas veces éstos participa-

ban en más de una celebración nupcial. En la medida en que puedan evitarse tales repeti-

ciones, la caracterización de los testigos también resulta útil para corroborar las tendencias

migratorias generales.

Un gran número de partidas parroquiales aparecen suscritas por el cura y por un nota-

rio, quien da fe del acontecimiento. La presencia del notario era necesaria porque el común

de la gente era iletrada. En el periodo liberal reformista encabezado por el presidente Beni-

to Juárez el gobierno de la nación fue secularizado. Con ello, la labor que la Iglesia mexi-

cana históricamente había desempeñado en el registro de los hechos vitales de la comuni-

dad se convirtió también en responsabilidad legal por parte del Estado a partir de 1859,

cuando se instauró el Registro civil de la población. En el estado de Sinaloa esta política

pública empezó a tener aplicación desde mayo de 1860, cuando el registro civil de esta en-

tidad da cuenta de los primeros matrimonios y nacimientos confirmados conforme a la nue-

va ley. Contrario a las partidas parroquiales, casi todas las actas civiles existentes entre

1860 y 1870 sí están firmadas por los interesados, lo que es indicativo de que para la se-

44
gunda mitad del siglo XIX la comunidad porteña daba muestras de estar parcialmente alfa-

betizada o cuando menos sabía escribir su nombre.82

Para estudiar las corrientes migratorias que condujeron al poblamiento del puerto, es

muy importante considerar el origen geográfico de las parejas pretendientes, el tiempo que

tenían de radicar en Mazatlán, y la edad a la que llegaron allí. El análisis del origen hace

que se descubran vínculos interregionales y rutas migratorias entre puertos, centros mineros

y comunidades rurales. Conociendo los oficios de los inmigrantes, se observa el entorno

laboral del puerto, de mucha ayuda si se pretende ahondar más en su economía. A partir del

cálculo del tiempo de vecindad de todos los pretendientes, se puede saber cuándo y a qué

edad arribaron a Mazatlán para averiguar cómo se fue poblando y consolidando la ciudad.

Las corrientes migratorias deben fecharse con precisión porque pueden estar relacionadas

con algún evento político o económico coyuntural ocurrido en el puerto o en alguno de los

lugares de procedencia de los inmigrantes, lo que permite entrever eventuales motivaciones

para que se establecieran más pobladores en Mazatlán. A medida que se identifican el ori-

gen y la antigüedad del vecindario, se descubren las raíces de las primeras familias nativas

del puerto. También puede verse si los inmigrantes tenían disposición de matrimoniarse con

gente oriunda de la comunidad que los recibía, o si preferían a personas de su misma pro-

cedencia.

Hasta antes de 1850 el registro parroquial de Mazatlán es discontinuo, lo que tiene

una posible explicación en el abandono de la diócesis de Sinaloa durante buena parte de la

primera mitad del siglo XIX, pues entre 1825 y 1837 el obispado de Sonora y Sinaloa fun-

82
En 1867, 40% de la población porteña contada en 13,041 habitantes estaba alfabetizada. “Datos estadísticos
de la municipalidad de Mazatlán correspondientes al año de 1867” en Boletín de la Sociedad Mexicana de
Geografía y Estadística de la República Mexicana, tomo IV, segunda época, México, Imprenta del Gobierno,
1872 , p. 92.

45
dado en 1790 permaneció sin prelado.83 Durante este periodo y cuando menos hasta el me-

dio siglo, la feligresía de Mazatlán dependió de los curatos de San Juan Bautista de Villa

Unión y de El Rosario, de tal suerte que la comunidad porteña no tenía un párroco propio.

En el puerto de Mazatlán tampoco hubo ningún templo hasta 1841, cuando se edificó la

iglesia de San José.84 Hasta entonces, un vicario foráneo se trasladaba esporádicamente de

la iglesia parroquial al templo del puerto para administrar los sacramentos a la población

local.85 Por esta razón, la serie de partidas eclesiásticas de la década de 1830 relativas al

puerto de Mazatlán utilizadas en esta investigación, está asentada en los libros de la parro-

quia de Villa Unión y es muy pequeña. Varios de los libros correspondientes a estos años se

extraviaron tal vez en la década de 1860 porque los curas los ocultaron a las autoridades

liberales que los requerían para iniciar el registro civil, por lo que terminaron perdiéndose.86

El corpus documental de la parroquia de Mazatlán mejora sustancialmente en la se-

gunda mitad del XIX. Si bien en su tesis Margarita Armenta expone las tendencias matri-

moniales de la comunidad mazatleca en la década de 1860 gracias a la comparación entre

actas nupciales civiles y religiosas; en el caso de esta investigación las partidas de informa-

ción y presentación matrimonial resultaron una mejor fuente de análisis para describir flu-

jos migratorios hacia el puerto. Mientas que las partidas de información matrimonial regis-

83
Margarita Armenta Pico, “Matrimonios en Mazatlán: una mirada sociodemográfica (1860-1870)”, tesis de
maestría en Historia, Culiacán, Facultad de Historia de la Universidad Autónoma de Sinaloa, 2006, pp. 98-99.
84
“Capilla de San José” en Cole Isunza, “Diccionario”, p. 34. Antes de que esta edificación fuera terminada
se empleaba un altar portable para la eucaristía. Enrique Vega Ayala, “La religiosidad de los mazatlecos en
1836” en revista Clío, volumen 4, número 17, Facultad de Historia de la Universidad Autónoma de Sinaloa,
1996, pp. 183-184.
85
Víctor Pérez Montes, “Mazatlán: visiones cotidianas entre lo sacro y lo mundano. 1861-1877”, tesis de
maestría en Historia, Culiacán, Facultad de Historia de la UAS, 2009, p. 45. Los sacerdotes en turno fueron
Francisco Gómez desde 1837 hasta por lo menos 1840; Domingo Peiro, fallecido en algún momento durante
la década de 1840; y Benito Laureiro por lo menos desde 1855.
86
Armenta Pico, “Matrimonios”, pp. 109-110. Por ejemplo, atendiendo a las notas hechas en la fuente por el
padre Benito Laureiro de la iglesia de Villa Unión (1855), se tiene noción de la existencia de un segundo libro
de información matrimonial de Mazatlán para el lapso de 1836-1861; pero se desconoce el paradero de tal
libro.

46
tran a las parejas que estaban en vísperas de casarse, las actas nupciales confirman los enla-

ces concretados (gráficas I.1, I.2 y I.3)

Gráfica I.1. Partidas de información matrimonial de la parroquia y del registro civil de Mazatlán.

Fuentes: series microfilmadas “Villa Unión. Parroquia de San Juan Bautista. Información matrimonial 1836-
1869”, “Mazatlán. Santa Iglesia Catedral. Matrimonios 1837-1854”, “Mazatlán. Santa Iglesia Catedral. In-
formación matrimonial 1854-1859” y “Mazatlán. Santa Iglesia Catedral. Matrimonios 1854-1873” compila-
das en “Libro de Ynformaciones matrimoniales que comienza en 20 de [marzo] de 1836 y termina el año de
1861” y “Libro de casamientos que comienza en 12 de abril de 1837 hasta 1873” (consultadas en julio de
2014 en www.familysearch.org); fondo histórico del Registro civil del estado de Sinaloa, 13 libros de enlaces
matrimoniales del año de 1860 al de 1871 consultados en Archivo histórico general del estado de Sinaloa; y
Margarita Armenta Pico, “Matrimonios en Mazatlán: una mirada sociodemográfica (1860-1870)”, tesis de
maestría en Historia, Culiacán, Facultad de Historia de la Universidad Autónoma de Sinaloa, 2006, pp. 148 y
194, gráfica 1 y cuadro 14.

47
Gráfica I.2. Actas matrimoniales de la parroquia y del registro civil de Mazatlán.

Nota. Los registros de información matrimonial de los años de 1836 y 1837 fueron realizados a título de la
parroquia de San Juan Bautista de Villa Unión, en cuya tutela estaba en ese tiempo la feligresía del puerto de
Mazatlán.
Fuentes: gráfica I.1.

Gráfica I.3. Actas matrimoniales de la parroquia y del registro civil de Mazatlán.

Fuentes: gráficas I.1 y I.2.

48
Una vez descartadas las duplicaciones entre las actas de uno y otro registro (30 actas), el

universo de información útil para análisis cuantitativo resultó en 1,017 partidas parroquiales

entre marzo de 1836 y diciembre de 1870 (51 de ellas quedaron registradas en la iglesia de

Villa Unión. El resto, 996, lo hicieron en la parroquia de Mazatlán); y de 507 actas verifi-

cadas por el juez civil entre mayo de 1860 y enero de 1871. Las 1,524 cédulas consideras

en total son representativas de 3,048 personas involucradas. Desde la institución del regis-

tro civil en Sinaloa en el año de 1860, únicamente 189 parejas se casaron por ambas institu-

ciones: 77 lo hicieron primero por lo civil y luego por la iglesia, aunque no transcurría mu-

cho tiempo para unirse también ante la autoridad religiosa. Por lo contrario, parece que el

grueso de los matrimonios que se celebraban primero por la Iglesia, raramente se revalida-

ban luego en Registro civil. Quizá los contrayentes consideraban suficiente con tener el

aval del cura y no veían la necesidad de presentarse ante la autoridad civil; mucho menos la

de pagar por dicho trámite.

Las series de entierros y defunciones y, en menor medida, las series de bautizos y na-

cimientos también pueden ser útiles para descubrir corrientes migratorias pero las partidas

eclesiásticas así como las actas del registro civil distan mucho de ofrecer tanta información

como las informaciones matrimoniales o los matrimonios. Estos registros son examinados

de forma muy general en este capítulo con la única finalidad de que el contexto demográfi-

co sea lo más completo posible.

En las partidas de sepelios se asienta el lugar de origen de los fallecidos pero no se

señala su tiempo de vecindad en Mazatlán, como sucede en las de matrimonios. Además

del sexo, de la edad y del oficio de los occisos (en el caso de los varones), también consigna

el sacerdote la causa de muerte en la documentación conservada. Este último dato permite

descubrir epidemias como la del cólera de 1849-1850. Se menciona igualmente el precio


49
pagado por el entierro o si éste fue hecho por limosna o caridad, lo cual puede ser revelador

de las posibilidades económicas de la familia del muerto y puede relacionarse con el oficio

que desempeñaba en vida. Tenemos así un panorama de los distintos estratos de la sociedad

porteña. El estado civil o “estado del alma” de los fallecidos se precisa siempre, no así la

legitimidad o ilegitimidad de los párvulos fallecidos a la que únicamente se alude en las

partidas de entierros del curato. Este último dato permite acercarse a la composición fami-

liar del vecindario mazatleco.

A diferencia del registro parroquial, en el civil se menciona también el cuartel (sector

de la ciudad) en que la persona murió. Ésta es una información muy relevante para saber

cómo estaba distribuida la población en la ciudad de acuerdo con su estrato socioeconómi-

co. Desafortunadamente, las series de entierros son las más fragmentarias tanto en el acervo

parroquial como en el civil. A causa de estas grandes lagunas que presenta el registro civil,

no es posible comparar la información contenida en las actas con las de las partidas parro-

quiales (gráfica I.4).

50
Gráfica I.4. Registro de población finada en la parroquia y el registro civil de Mazatlán.

Notas. Las cuentas de los años destacados en un recuadro se encuentran fragmentarias por meses y por lo
tanto no representan el total del año completo. La cifra de 352 entierros según el registro parroquial de 1860
fue obtenida de un libro de información bautismal.
Fuentes: serie microfilmada “Mazatlán. Santa Iglesia Catedral. Defunciones 1849-1920” compilada en “Li-
bro de entierros que se verificaron en el campo santo de esta parroquia del puerto de Mazatlán” (consultada en
julio de 2014 en www.familysearch.org); y fondo histórico del Registro civil del estado de Sinaloa, libros de
entierros de 1860, 1863 y 1864 consultados en Archivo histórico general del estado de Sinaloa.

Las partidas bautismales y las actas de nacimientos contienen información escueta, produc-

to de los pocos datos que consignan. No se alude, por ejemplo, el lugar de origen de los

padres, pero las autoridades civiles sí registran en cambio el cuartel donde se verificaban

los nacimientos, por lo que esta serie es de mayor utilidad para estudiar la expansión y dis-

tribución urbana de Mazatlán, que para el análisis del movimiento migratorios. Por otra

parte, los porcentajes de legitimidad e ilegitimidad entre los recién nacidos, son resultado

de las prácticas matrimoniales más comunes en un espacio de tanto tránsito humano como

lo era esta ciudad portuaria y son de interés para la presente investigación.

51
Es notorio el bajo número de registros de nacimientos que tuvieron lugar en el medio

rural, lo que se explica quizá en el pobre alcance que tuvo la aplicación de la Ley civil en

sus primeros años de vigencia; o tal vez se deba a que los nacidos en los ranchos aledaños

fueron integrados a la cuenta de los que nacían en la jurisdicción del puerto. Por otra parte

el registro público del nacimiento tenía un costo que muchos pobladores no tenían inten-

ción de pagar, bastándoles sólo con conseguir de limosna el bautizo de sus hijos. Por esta

razón es que los bautizos conforman una serie mucho más consistente que la de los naci-

mientos. Por lo anterior, resulta difícil comparar el registro civil de nacimientos con el re-

gistro parroquial de bautizos (gráfica I.5).

Gráfica I.5. Registro de población nacida en la parroquia y el registro civil de Mazatlán.

Nota. Las cuentas de los años destacados en un recuadro se encuentran fragmentarias por meses y por lo tanto
no representan el total del año completo.
Fuentes: serie microfilmada “Mazatlán. Santa Iglesia Catedral. Bautismos 1855-1859, 1862-1866” compilada
en “Libro tercero para el asiento de las partidas de bautismos de la parroquia del puerto de Mazatlán que la
principio hoy 19 de noviembre de 1855”; y series microfilmadas “Mazatlán. Santa Iglesia Catedral. Bautis-
mos (incluye matrimonios) 1860-1861” y “Mazatlán. Santa Iglesia Catedral. Bautismos 1867-1874” (consul-
tadas en julio de 2014 en www.familysearch.org); y fondo histórico del Registro civil del estado de Sinaloa,
14 libros de nacimientos del año de 1860 al de 1870 consultados en Archivo histórico general del estado de
Sinaloa.

52
No obstante las lagunas y omisiones que presentan los cuerpos documentales civiles y ecle-

siásticos, su análisis sistemático descubre las tendencias y frecuencia de los flujos de po-

blamiento que se dirigieron en Mazatlán durante el siglo XIX a partir de los cuales la pri-

migenia aldea fue convirtiéndose en un concurrido centro urbano, lo mismo que su embar-

cadero menor en un atractivo puerto de altura que reestructuró los circuitos comerciales

marítimos y terrestres del occidente de México.

b) Migración y poblamiento del puerto.

Es hipótesis de esta investigación que el crecimiento demográfico y el crecimiento econó-

mico son procesos correlacionados, aunque sus evoluciones no necesariamente conllevan el

mismo ritmo. Tras la apertura del puerto al comercio internacional en 1822, Mazatlán cre-

ció a un ritmo vertiginoso durante las siguientes tres décadas, pasando de una aldea de más

o menos cinco centenas habitantes a una ciudad que por temporadas podía rebasar los diez

millares de pobladores.

Si bien es cierto que el comercio portuario desplazó a la minería como la principal ac-

tividad económica del sur de Sinaloa, obviamente no todos los habitantes de Mazatlán eran

mercaderes; y aún menos lo eran mercaderes de élite que hacían negocios de gran escala.

La mayoría de la población de Mazatlán tenía sus orígenes en el área rural desde donde

habrían emigrado al puerto. El crecimiento demográfico local resultó del gradual arraigo en

la costa de mucha de la gente que fue llegando procedente de pueblos cercanos y lejanos de

Mazatlán, atraída por el mercado diversificado de trabajo que comenzó a germinar en el

puerto gracias al comercio.

53
Mazatlán, que sólo tenía quinientas almas en 1828, tuvo un alza demográfica acelera-

da en el decenio siguiente: el número de pobladores se multiplicó por ocho. En 1836 el cura

visitante de la parroquia de Mazatlán don Francisco Gómez envió un informe al obispo de

Sonora en el que menciona estar a cargo de una feligresía de, como menos, cuatro mil al-

mas. Un año después, en 1837, el señor Manuel Mallen, miembro del flamante cabildo de

Mazatlán (posiblemente con el cargo de de juez de paz) presentó un padrón que asienta la

cantidad de 3,913 habitantes en este lugar;87 un número de pobladores que de acuerdo con

lo estipulado en la constitución de 1824 –“todos los pueblos, que por sí y su comarca ten-

gan tres mil almas”– justificaba la institución en la comunidad de un ayuntamiento repre-

sentativo.88 A pesar de que la constitución federalista de 1824 fue remplazada en 1836 por

las Siete Leyes promovidas por el gobierno centralista, la primera alcaldía de Mazatlán se

instituyó en agosto de 1837 todavía conforme a dicho criterio. La monografía estadística

realizada por Agustín de Escudero en 1849 proporciona la última cifra poblacional global

conocida de Mazatlán en la primera mitad del siglo XIX, pertinente al año de 1842.89

Poco tiempo después de haber acreditado el número obligatorio de mínimo 3,000 ha-

bitantes para contar con representatividad política, en 1842 la comunidad de Mazatlán as-

cendía a los 6,000 pobladores; lo que implica un aumento de 2,000 personas en un lapso de

cinco años entre 1837 y 1842, o quizá menor si se considera otro padrón realizado en 1840

por el mismo Mallén en el cual totaliza un número que aún rondaba los tres millares de

residentes.

87
“Padrón general de todos los habitantes de este puerto con especificación sucinta de los nombres, edades,
estados y oficios, dividido en cuatro cuarteles para organizar el orden público. Levantado por el Sr. Manuel
Mallen” [1837] citado en el catálogo del archivo histórico de Mazatlán (inédito). El dato no puede ser corro-
borado porque el documento fuente está extraviado.
88
Memoria (Riesgo y Valdés, 1828) en Ortega y López, Sinaloa, t. 1, p. 88.
89
Legista chihuahuense, miembro de la comisión de estadística militar en 1842 y funcionario del cabildo de
Mazatlán entre 1854 y 1857. Oses Cole Isunza, Las viejas calles de Mazatlán, Culiacán, Cruz Roja Mexicana,
2004, p. 235.

54
A partir de estas cifras poblacionales, establezco un criterio para discernir entre las

que fueron consignadas en fuentes formales, es decir, documentos creados con el propósito

de dar cuenta política, económica o estadística que sustente el dato demográfico; y las ci-

fras proporcionadas por observadores con base en sus propias estimaciones, las cuales pue-

den tenerse por certeras toda vez que difieren de las cifras fundamentadas por no más de

2,000 individuos. A propósito de estas cuentas que fueron producto del cálculo por obser-

vación, se tuvieron en consideración también las sobreestimaciones y subestimaciones, se-

ñaladas como tales las cifras poblacionales que resultan excesivas en contraste con el total

de habitantes reconocido por las fuentes oficiales, pero que no por ello se descartan ya que

pueden ser indicativas de la fluctuación poblacional existente en Mazatlán entre las tempo-

radas fuertes del comercio marítimo activo y la desmovilización que restaba tras el final de

dicha actividad.

55
Gráfica I.6. Crecimiento poblacional del puerto de Mazatlán en la primera mitad del siglo XIX.

Fuentes: cuadro I.3.

56
Cuadro I.3. Población del puerto de Mazatlán en la primera mitad del siglo XIX.
Año Población Referencia Fuente
Memoria estadística del Estado de Occidente en
Sergio y Edgardo López Mañón (compiladores),
Juan Miguel Riesgo y Anto-
Sinaloa, textos de su historia, tomo 1, México, Go-
nio J. Valdés; comisario
bierno del Estado de Sinaloa-Dirección de Investiga-
1828 500 almas estatal y empleado de
ción y Fomento de la Cultura Regional-Instituto de
Hacienda Pública del Estado
Investigaciones Dr. José María Luis Mora, 1987, p.
Interno de Occidente
113.

Memorias del General Don Miguel García Granados,


segunda parte, Guatemala, Tipografía y Encuaderna-
enero de aprox. 1,550 Miguel García Granados,
ción Nacional, 1894, p. 133 (acervo electrónico de la
1835 habitantes comerciante en Mazatlán
Universidad Francisco Marroquín consultado en
agosto de 2018 en www.archives.org).
“Exmo. Señor. Con fecha 20 de marzo último dice a
esta curia el Sor. Cura de Mazatlán Vicario foráneo
Pr. D. Fancisco Gómez lo que sigue” compilado en
marzo de más de Francisco Gómez, cura y Enrique Vega Ayala, “La religiosidad de los mazatle-
1836 4,000 almas vicario foráneo de Mazatlán cos en 1836” en revista Clío, volumen 4, número 17,
1996, Culiacán, Facultad de Historia de la Universi-
dad Autónoma de Sinaloa, p. 186.

“Representación que han dirigido al Congreso los


José Palao, Carlos Cruz de comerciantes y dueños de fincas del puerto de Ma-
más de Echeverría y J. Felipe Gó- zatlán contra su clausura. Mazatlán, marzo 4 de
marzo de
5,000 mez; funcionarios públicos 1837” compilado en “Puerto, clausuras del” en Oses
1837
habitantes del departamento de Sina- Cole Isunza, “Diccionario biográfico e histórico de
loa Mazatlán”, 2006 (inédito), pp. 233-235.

“Padrón general de todos los habitantes de este


puerto con especificación sucinta de los nombres,
junio de 3,913 Manuel Mallén, funcionario edades, estados y oficios, dividido en cuatro cuarte-
1837 habitantes público de Mazatlán les para organizar el orden público. Levantado por el
Sr. Manuel Mallen” citado en el catálogo del archivo
histórico de Mazatlán (inédito).
Voyage autour du monde sur la frégate "la Vénus"
diciembre pendant les années 1836-1839, tome 2, Paris, Gide,
aprox. 5,500 Abel du Petit-Thouars,
de 1837 1841, p. 167 (acervo electrónico de Bibliothèque
habitantes viajero extranjero
Nationale de France consultado en julio de 2015 en
www.gallica.bnf.fr).
octubre de menos de México. Memorias de un viajero, traducción y edi-
Isidore Löwenstern, viajero
1838 3,000 ción de Margarita Pierini, México, Fondo de Cultura
extranjero
habitantes Económica, 2012, p. 236.
abril de Memorias, segunda parte, p. 135.
5,000 almas Miguel García Granados
1840
Manuel Mallén, Manuel “Carpeta n.3. 1840. Padrones formados en este año
octubre de
3,868 Crespo y Francisco D. Mar- de solo esta población [Mazatlán, cuarteles primero,
1840
personas tínez; funcionarios públicos segundo, tercero y cuarto; octubre de 1840]”. Colec-
de Mazatlán ción particular de Enrique Vega Ayala.

57
Noticias estadísticas de Sonora y Sinaloa, México,
Agustín de Escudero,
6,000 Tipografía de R. Rafael, 1849, pp. 5 y 105 (acervo
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Exploration du territoire de l'Orégon, des Californies
et de la mer Vermeille exécutée pendant les années
de 8,000
Eugène Duflot de Mofras, 1840, 1841 et 1842, volume 1, Paris, Arthus Ber-
1842 a 11,000
viajero extranjero trand, 1844, pp. 174-175 (acervo electrónico de
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sity of California Press-California Historical Society,
pp. 240-241 (consultado en septiembre de 2015 en
www.jhstor.org)

En virtud de estos extraordinarios incrementos en el número de individuos en el vecindario,

que según algunos observadores podían rebasar los 8,000 habitantes, esta tesis postula que

el crecimiento demográfico de Mazatlán se debió en buena medida a las oleadas de migran-

tes que llegaban al puerto. Con base en los datos proporcionados por las partidas de infor-

mación matrimonial y la coyuntura que proporcionan eventos políticos y económicos con-

cretos que la historia sinaloense apunta como significativos o incluso determinantes en el

desenvolvimiento histórico de la sociedad de Mazatlán, fue posible establecer periodos de

58
arribo de la gente al puerto que describen el proceso de poblamiento del puerto en la prime-

ra mitad del siglo XIX.

El periodo formativo del vecindario porteño comienza con la llegada de los primeros

habitantes al paraje portuario de Mazatlán a finales del siglo XVIII según la propia afirma-

ción de antigüedad hecha por menos de diez sujetos, todos ellos originarios del pueblo de

Presidio; y la institución de un ayuntamiento en la localidad en 1837. El segundo periodo

comprende a Mazatlán como entidad definida dentro de la estructura estado de Sinaloa y de

la República Mexicana; y termina cuando en 1849, el sistema económico capitalista fue

abruptamente transformada a nivel mundial a raíz del hallazgo de oro en California, Esta-

dos Unidos (recién anexada al país norteamericano al término de la guerra entre ese país y

México); de lo que se infiere que también la dinámica demográfica en Mazatlán debió ha-

ber resultado alterada en vista de que la vida del puerto giraba en torno al comercio tal y

como lo afirma la historiografía regional.

Los resultados se presentan agrupados de acuerdo con tres espacios de origen de los

pobladores de Mazatlán. El primero es el de los nacidos en el puerto o llegados de los ran-

chos de las inmediaciones que eventualmente habrían de pertenecer a la jurisdicción del

puerto con exclusión del pueblo de Presidio o Villa Unión, pues aunque su parroquia tute-

laba la vida de las “almas” radicadas en el puerto, los vínculos jurídicos, comerciales y ad-

ministrativos de esta localidad estaban estrechados con el real de minas del Rosario y con la

villa de San Sebastián desde la época colonial. En el curso de la primera mitad del siglo

XIX todos estos nexos de Villa Unión fueron reorientándose gradualmente hacia el puerto

de Mazatlán; pero no es sino hasta la segunda mitad que esta transición se ve completada y

formalizada.

59
El segundo es el de los originarios de los pueblos del sur de Sinaloa o dentro de la re-

gión asimilada desde la temprana colonización española como la provincia de Chiametla.

Este espacio aparece en todos los mapas en un encuadre particular. Su demarcación corres-

ponde con la zona sur del estado de Sinaloa. Al norte, el límite lo marcan las poblaciones

de las inmediaciones del río Piaxtla, tales como Elota y San Ignacio. El margen derecho se

interna en la Sierra Madre que divide los estados de Sinaloa y de Durango y abarca a los

pueblos de ambos estados existentes en esta zona. Al sur el límite es Escuinapa, actualmen-

te cabecera municipal pero que en el siglo XIX era un pueblo perteneciente al distrito de El

Rosario.

El tercero comprende cualquier otra procedencia diferente de los espacios menciona-

dos; ya sea del propio país, del extranjero, o hasta del mismo estado de Sinaloa; como por

ejemplo la ciudad de Culiacán, capital de la entidad, que aunque comparte una historia polí-

tica común con Mazatlán, todo parece indicar que su núcleo vecinal se desarrolló conforme

a tendencias y circunstancias disímiles a las del puerto. Con base en todas estas considera-

ciones, en el primer periodo se contabilizan a 286 individuos entre hombres y mujeres; y

498 para el segundo; con 5 elementos descartados por la imposibilidad de identificar su

lugar de procedencia (gráfica I.7).

60
Gráfica I.7. Procedencia de los pretendientes y año de su llegada al puerto de Mazatlán desde finales del
siglo XVIII hasta el año de 1849.
300

250

200

150

100

50

0
c.1790-1837 1838-1849

nativos de Mazatlán sur de Sinaloa otro lugar

Nota. La muestra utilizada es de 26% de 3,048 individuos.


Fuente: libros de información matrimonial de las parroquias de Villa Unión y Mazatlán, y registro civil de
matrimonios de Mazatlán.

En el primer periodo se aprecia que dos terceras partes de la población casadera existente

en Mazatlán hasta el año de 1837 habían nacido en el puerto, descendiente de sus primeros

pobladores; u originaria de las villas cercanas pero trasladadas a éste desde temprana edad

hasta alcanzar aquí la edad necesaria para contraer matrimonio. Lo anterior tiene sentido

considerando que una de las acciones subsecuentes al arribo del primer pequeño grupo de

colonos al asentamiento costero debió ser naturalmente el de reproducirse. Pero en el se-

gundo periodo este balance entre la población nativa y la foránea se ha invertido por com-

pleto, pues son ahora los inmigrantes extra-regionales los que representan más de 70% del

total de los esponsales en la localidad, mientras que los pretendientes oriundos de Mazatlán

incluso han disminuido.

61
Este sesgo se revela incluso más abrupto cuando se distingue entre sexos; pues mien-

tras que la cantidad de pretensas nacidas en el puerto se sostiene entre uno y otro periodo, el

de los pretendientes porteños se ve por completo rebasado por el de los hombres solteros

llegados de fuera; lo cual es explicable dentro del modelo social y económico de la época

que tenía en el varón en edad productiva y reproductiva un elemento indispensable para la

formación de una comunidad por ser éste fuerza de trabajo y fuente de provisión familiar.

Siendo el puerto de Mazatlán un núcleo poblacional incipiente y posiblemente generoso de

oportunidades, el arribo a esta localidad de hombres en la búsqueda de un medio de vida

resulta congruente. Pero lo que todavía no es explicable con los elementos que hasta aquí

tenemos es cómo y por qué la inmigración de hombres sin ninguna relación previa con el

puerto alcanzó el punto que las gráficas a continuación demuestran; la cual reduce casi en

su totalidad la incidencia de contrayentes porteños. ¿Se debe ello a la magnitud que alcanzó

la movilización foránea hacia Mazatlán; o a alguna afectación cultural o material de la pro-

pia población porteña? (gráficas I.8 y I.9).

62
Gráfica I.8. Procedencia de los varones pretendientes y año de su llegada al puerto de Mazatlán desde finales
del siglo XVIII hasta el año de 1849.
180

160

140

120

100

80

60

40

20

0
c.1790-1837 1838-1849

Notas. La muestra utilizada es de 11% de 3,048 individuos.


Fuentes: gráfica I.7.

Gráfica I.9. Procedencia de las mujeres pretendientes y año de su llegada al puerto de Mazatlán desde co-
mienzos del siglo XIX hasta 1849.
120

100

80

60

40

20

0
c.1800-1837 1838-1849

Nota. La muestra utilizada es de 12.5% de 3,048 individuos.


Fuentes: gráfica I.7.

63
Como lo evidencian las tres gráficas presentadas, el ordinario asentamiento costero se

transformó en una sociedad mucho más variada a partir de la cuarta década del siglo XIX.

Las principales localidades de procedencia (considerando como tales aquéllas que com-

prenden diez o más emigrantes) tienden a coincidir para hombres y mujeres. Sin embargo,

se notan algunas diferencias relacionadas con el sexo de los migrantes. La mayoría de las

mujeres casaderas eran nativas de Mazatlán, mientras que los solteros foráneos superaban

en número a los locales. En la búsqueda de mejores medios de vida y de manutención de la

familia, la población masculina era más susceptible a movilizarse que la femenina, a pesar

de las distancias. Los varones procedentes de Durango, Zacatecas, Jalisco y el extranjero,

superan por un margen considerable a las damas que tienen ese mismo origen. Por contra-

rio, las mujeres superan a los hombres por poco margen entre las personas al puerto proce-

dentes del sur de Sinaloa o de los pueblos sobre el camino entre Mazatlán y Tepic (gráfica

I.10). Los mapas a continuación exponen la procedencia específica de la población preten-

diente según su sexo, y se contrastan según la tendencia evidenciada por el registro parro-

quial y el civil (imágenes I.6, I.7, I.8 y I.9).

64
Gráfica I.10. Principales orígenes de los pretendientes avecindados en el puerto de Mazatlán de 1822 a 1849.

100

90

80

70

60

50

40

30

20

10

0
Rosario Concordia Culiacán Cosalá Durango Tepic Jalisco Zacatecas extranjeros

mujeres hombres
Notas. La muestra utilizada es de 12% de 3,048 individuos. En la primera mitad del siglo XIX, Nayarit era un
cantón de perteneciente al estado Jalisco con el nombre de cantón de Tepic; pero con el propósito de afinar
60
el análisis de procedencia de los inmigrantes, la población de estos dos estados fue contada por separado.
Fuente: libros de información matrimonial de las parroquias de Villa Unión y Mazatlán, y registro civil de
50
matrimonios de Mazatlán.

40

30

20

10

0
Concordia, Cosalá, Culiacán, Durango Rosario, extranjeros Jalisco Nayarit, Zacatecas
Sin. Sin. Sin. Sin. Jal.

Hombres Mujeres

65
Imagen I.6. Origen de los hombres pretendientes radicados en Mazatlán entre 1800 y 1849, según el registro
parroquial.

Nota. La muestra utilizada es de 18.5% de 2,034 individuos.


Fuente: libros de información matrimonial de las parroquias de Villa Unión y Mazatlán.

66
Imagen I.7. Origen de los hombres pretendientes radicados en Mazatlán entre 1821 y 1849, según el registro
civil.

Nota. La muestra utilizada es de 4% de 1,014 individuos.


Fuente: registro civil de matrimonios de Mazatlán.

67
Imagen I.8. Origen de las mujeres pretensas radicadas en Mazatlán entre 1803 y 1849, según el registro pa-
rroquial.

Nota. La muestra utilizada es de 16% de 1,017 individuos.


Fuente: libros de información matrimonial de las parroquias de Villa Unión y Mazatlán.

68
Imagen I.9. Origen de las mujeres pretensas radicadas en Mazatlán entre 1828 y 1849, según el registro civil.

Nota. La muestra utilizada es de 7% de 1,014 individuos.


Fuente: registro civil de matrimonios de Mazatlán.

69
Son las ciudades capitales y las cabeceras distritales las que aparecen con mayor frecuencia,

tal vez porque se obviaba mencionar ranchos y puestos que se ubicaban en su jurisdicción.

Predominan Rosario y Concordia, en el caso de Sinaloa; y las ciudades de Durango, Guada-

lajara y Tepic. Destaca la cuantiosa presencia de gente de Rosario de los dos sexos radica-

dos en el puerto, así como el elevado número de hombres pretendientes naturales de Du-

rango. Si se suma a estos últimos los procedentes de Jalisco y Nayarit, superan por mucho a

los sinaloenses. Entre las pretensas procedentes de otras partes de México hay una nutrida

cantidad de mujeres de Nayarit, Guadalajara, Durango y Concordia, aunque dicho grupo

está lejos de ser tan numeroso como el de las procedentes de Rosario (cuadro I.4).

Cuadro I.4. Principales orígenes de la de la población pretendiente de matrimonio establecida en el puerto de


Mazatlán entre 1822 y 1849.
Lugar Individuos
Mazatlán, Sinaloa 276
Rosario, Sinaloa 87
estado de Durango 75
Tepic, Jalisco 45
Concordia, Sinaloa 42
Cosalá, Sinaloa 22
Culiacán, Sinaloa 12
estado de Zacatecas 12
extranjero 17
otro lugar en México 208
Fuentes: libros de información matrimonial de las parroquias de Villa Unión y Mazatlán, y registro civil de
matrimonios de Mazatlán.

A pesar de que Mazatlán se hallaba en franco crecimiento desde 1838, la diversidad de orí-

genes de los habitantes no influyó para que esta comunidad porteña perdiera las tendencias

de endogamia regional que la caracterizó desde sus años formativos. Los solteros de Ma-

zatlán y del sur del estado en general, buscaron mujeres de sus mismos pueblos para con-

traer matrimonio. Lo mismo hizo la gente de Durango avecindada en el puerto: se casaban

entre sí. Salvo los hombres de Jalisco y Nayarit, quienes mostraron igual propensión a des-

70
posar a las damas oriundas de Sinaloa que a las de su propia tierra natal, los inmigrantes no

tenían especial preferencia por las naturales de Mazatlán al momento de su elección nupcial

(cuadro I.5).

Cuadro I.5. Preferencias matrimoniales de las parejas establecida en el puerto de Mazatlán de 1838 a 1849.
hombres pretendientes
nativos de sur de Total de
Procedencia Durango Jalisco otro
Mazatlán Sinaloa hombres
nativos de Ma-
mujeres pretendientes

9 10 6 7 5 37
zatlán
sur de
8 17 1 1 0 27
Sinaloa

Durango 4 7 21 5 8 45

Jalisco
11 11 3 13 7 45

otro 13 15 6 14 17 65

Total de mujeres 45 60 37 40 37 219


Nota. La muestra utilizada es de 14% de 1,524 individuos.
Fuentes: libros de información matrimonial de las parroquias de Villa Unión y Mazatlán, y registro civil de
matrimonios de Mazatlán.

Antes que una relación matrimonial, es probable que los varones que migraban al puerto lo

hicieran con la esperanza de encontrar en el puerto un medio de vida. La edad promedio de

los hombres foráneos en Mazatlán era de 29 años. Un hombre era considerado como adulto

en la parroquia local de los 15 años de edad en adelante. A diferencia de los hombres, la

mayoría de las mujeres casaderas en Mazatlán en la primera mitad del siglo XIX según la

muestra analizada eran nacidas en el puerto o criadas allí desde pequeñas, y tenían alrede-

dor de 22 años de edad al momento de su enlace nupcial. Dentro del grupo de adultos casa-

deros, 9% eran viudos: 44 hombres y 24 mujeres (gráfica I.11).

71
Gráfica I.11. Edad de los pretendientes al momento de su llegada al puerto de Mazatlán entre 1822 y
1849.
398 381
100%

90%

80%

70%

60%

50%

40%

30%

20%

10%

0%
hombres mujeres
nacidos o criados en el puerto
llegados en edad adulta (15 años en adelante)
edad no declarada
Nota. La muestra utilizada es de 25.5% de 3,048 individuos.
Fuentes: libros de información matrimonial de las parroquias de Villa Unión y Mazatlán, y registro ci-
vil de matrimonios de Mazatlán.

El despegue demográfico de Mazatlán se nutrió de personas que provenían de las ciudades

más cercanas mejor pobladas. Por ejemplo la ciudad de Durango, que osciló entre los

11,300 y los 12,500 habitantes entre 1831 y 1856, remitió continuos flujos de migrantes a

lo largo de este periodo: evidente reflejo de la integración comercial de la antigua capital de

la Nueva Vizcaya con el puerto sinaloense en la primera mitad del siglo XIX.90 El atractivo

económico en la bahía mazatleca podría también haber originado la corriente migratoria del

vecino cantón de Tepic. Es sabido que el puerto de San Blas, histórico eslabón comercial en

90
Miguel Vallebueno Garcinava, Civitas y Urbs: la conformación del espacio urbano de Durango, Durango,
Universidad Juárez del Estado de Durango, 2005, pp. 78-79.

72
la red del Pacífico norte, seguía en franco declive en esta época, 91 y Tepic había pasado a

ser un importante centro comercial de la región que tenía 10,000 residentes en 1838.92

Al igual que el resto de las ciudades, El Rosario también creció durante la primera

mitad del siglo XIX. Al final de la década de 1830, el antiguo real de minas todavía era

considerado “el centro del comercio entre el puerto de Mazatlán y las ciudades del inte-

rior”. La apreciación de un par de viajeros en dos años distintos revela, sin embargo, un

descenso demográfico entre 1838 y 1842: de 5,000 habitantes a menos de 4,000; aunque

para finales de la década de 1840 la población rosarense supuestamente era de 9,000 habi-

tantes según las estadísticas de de Escudero.93 Es probable por lo tanto que El Rosario estu-

viera tan bien poblado como Mazatlán por lo menos hasta el medio siglo. Pero, tal y como

lo demuestran los mapas, la creciente ciudad portuaria gradualmente también había empe-

zado a absorber los flujos migratorios de Jalisco, Nayarit y el sur de Sinaloa que en la época

colonial tenían como destino el antiguo real de minas. A partir de entonces Se manifiesta

con claridad el flujo demográfico procedente de Durango.

Un caso excepcional lo presenta Culiacán, una ciudad que se halla a casi la misma

distancia de Mazatlán de la que se encuentra Tepic, pero que expulsó a poco más de una

decena de personas al puerto, a diferencia del significativo flujo migratorio que llegó de la

91
Pedro López González, “San Blas. Surgimiento y decadencia” en Jaime Olveda y Juan Carlos Reyes Garza
(coordinadores), Los puertos noroccidentales de México, México, Universidad de Colima-El Colegio de Jalis-
co-Instituto Nacional de Antropología e Historia, 1994, pp. 89-108.
92
Sebastián Herrera Guevara, “Padrón general de la feligresía de la ciudad de Tepic, 1817” en revista Letras
Históricas, año 5, número 9, otoño 2013-invierno 2014, Guadalajara, Universidad de Guadalajara, p. 103,
cuadro 1.
93
Isidore Löwenstern, México. Memorias de un viajero, traducción y edición de Margarita Pierini, México,
Fondo de Cultura Económica, 2012, p. 225; Eugène Duflot de Mofras, Exploration du territoire de l'Orégon,
des Californies et de la mer Vermeille exécutée pendant les années 1840, 1841 et 1842, volume 1, Paris, Art-
hus Bertrand, 1844, p. 207 (acervo electrónico de Bibliothèque nationale de France consultado en en julio de
2015 en www.gallica.bnf.fr); y José Agustín de Escudero, Noticias estadísticas de Sonora y Sinaloa, México,
Tipografía de R. Rafael, 1849, p. 105 (acervo electrónico de Library of Congress consultado en julio de 2015
e www.archives.org).

73
populosa ciudad del Nayarit. Lo anterior revela núcleos sociales posiblemente muy diferen-

ciados entre la ciudad portuaria y la actual capital de Sinaloa.

El auge demográfico de los años cuarenta coincide con el periodo en que las autori-

dades de Mazatlán tomaron brevemente las riendas del estado de Sinaloa. En 1840 el puerto

tenía oficialmente 3,898 habitantes; pero observadores contemporáneos en los primeros

años de esta década estimaban una población local de cuando menos un millar de personas

más, avecindadas éstas en una localidad en la que se contaban unas 700 casas; 94 y que po-

día ascender hasta las 8,000 o incluso los 11,000 individuos. Aprovechando el viraje hacia

el centralismo, entre 1836 y 1846 los jefes militares que resguardaban la plaza del puerto

sinaloense, quienes eran directamente designados desde la capital del país, desconocieron a

las autoridades estatales. En contubernio con los comerciantes locales, esta camarilla soca-

vó en beneficio propio la economía y la política del estado. La milicia de Sinaloa bajo el

mando del gobernador ultrajado, don Rafael de la Vega, combatió por todo este tiempo a la

oligarquía porteña hasta que en 1845, con el restablecimiento del sistema federalista, los

poderes estatales volvieron a Culiacán.95

En 1849 el partido de Mazatlán alcanzó en total 8,350 habitantes, de los cuales 6,000

(72%) radicaban en el puerto. Algunos de los pueblos circunvecinos también crecían, pero

en centenas (cuadro I.6). La actividad portuaria de Mazatlán ya era para entonces muy di-

námica y en la ciudad operaban trece casas comerciales mayores y muchas otras de segun-

do nivel.96 El futuro lucía prometedor para el dinámico puerto de Sinaloa de cara a la se-

gunda mitad del siglo, pero poco antes de terminar la década, ocurrieron dos acontecimien-

94
Kaigai Ibun (1842) citado en Antonio Lerma Garay, Mazatlán decimonónico, Mazatlán, edición del autor,
2005, p. 7.
95
Ortega Noriega, Sinaloa, pp. 194-196.
96
Moisés González Navarro, Anatomía del poder en México 1848-1853, México, El Colegio de México,
1977, pp. 269-275; y Martínez Peña, “Mazatlán” en Carrillo e Ibarra, Historia, p. 96, cuadro 1.

74
tos desafortunados: la invasión estadounidense de Mazatlán entre febrero de 1847 y junio

de 1848; y el azote del cólera a finales de 1849.

Cuadro I.6. Población de las principales villas, pueblos y ranchos del Estado de Sinaloa en 1849.
Distrito Partido Entidad Lugar Habitantes
Partido Mazatlán 8,350
Villa Puerto de Mazatlán 6,000
Mazatlán Pueblo Siqueros 300
Allende Pueblo La Noria 600
Pueblo Veranos 300
Concordia Villa Concordia 3,000 a 4,000
El Rosario Villa El Rosario 9,000
Cosalá Villa Cosalá 3,000
Morelos San Ignacio Villa San Ignacio 1,136
Pueblo San Javier 590
Hidalgo Culiacán Villa Culiacán 12,000
Fuente: José Agustín de Escudero, Noticias estadísticas de Sonora y Sinaloa, México, tipografía de R. Ra-
fael, 1849, p. 105 (acervo electrónico de Library of Congress consultado en julio de 2015 en
www.archives.org), pp. 91 y 102-106.

El bloqueo portuario duró quince meses y fue retirado en 1848 tras la firma del tratado de

Guadalupe-Hidalgo. Fuera de las repercusiones económicas que serán analizadas en los

próximos capítulos de esta tesis, este evento no tuvo un impacto violento en la sociedad

mazatleca, aunque se trata sin duda de un episodio que otras obras historiográficas revisas

con más detalle.97 El cólera en cambio, como cualquier epidemia, sí representó una catás-

trofe social por la rápida y elevada mortandad registrada: los pobladores no tenían medios

para prevenir la enfermedad ni mucho menos para curarla, en razón del escaso desarrollo de

la medicina. Sinaloa ya había tenido un trágico encuentro con esta misma epidemia en

1833, el año del “cólera grande” que padeció Mazatlán a la par con muchos otros lugares de

México. La falta de libros de entierros en los acervos parroquiales de Mazatlán y pueblos

97
Jesús Lazcano Ochoa, Sinaloa invadida, 1845-1848, Sinaloa, Colegio de Bachilleres del Estado de Sinaloa,
1999.

75
vecinos, impiden conocer el impacto del cólera en 183398 y en 1851;99 pero se cuenta con

documentación para darle seguimiento al brote acontecido en 1849, conocido como “cólera

chico” y que en general ha sido poco historiado.100

c) La epidemia de cólera de 1849-1850: una inflexión en la evolución demográfica.

El tamaño de una población fluctúa no sólo por la gente que va y viene, sino también por la

gente que nace en relación con la que se muere. La mortalidad es un fenómeno social que

no puede ser estudiado a cabalidad en esta investigación debido a las lagunas y al subregis-

tro que observa el archivo parroquial de Mazatlán. La única fuente disponible pertinente, es

el libro de entierros correspondiente a los años 1849 y 1850. A pesar de que la muestra es

limitada, el análisis de esta serie documental corrobora las tendencias migratorias expuestas

en el apartado anterior con base en las informaciones matrimoniales de la localidad; e in-

cluso amplía el panorama en virtud de que en este libro no se registran exclusivamente a los

adultos casaderos, sino a todas las personas que murieron a cualquier edad y en cualquier

circunstancia y condición de vida. Esto incluye a los migrantes y trabajadores temporales,

quienes al momento de su muerte sólo estaban de paso por el puerto pero no radicaban allí;

y también a todos aquellos residentes quienes vivían en amasiato, es decir, en uniones que

eran recriminadas por la Iglesia y que por obvia razón, no aparecen en las series matrimo-

niales.

98
El cólera de 1833 cobró 158 vidas en Chametla y 140 en Escuinapa. No se menciona su posible impacto
también en la costa de Mazatlán. Ortega Noriega, Sinaloa, p. 204.
99
En Mazatlán este brote surgió en el mes de septiembre. No se menciona la cantidad de fallecimientos que
provocó en el puerto, pero se menciona que en la ciudad de Culiacán causó 2,000 muertos. Buelna, Apuntes,
p. 34.
100
Lilia Oliver Sánchez, “Introducción” en Carlos Alcalá y Alicia Contreras (editores), Cólera y población,
1833-1854. Estudios sobre México y Cuba, Zamora, El Colegio de Michoacán, 2014, p. 10.

76
Entre enero de 1849 y octubre de 1850, el sacerdote asentó 1,107 sepelios. Del total,

el cólera fue responsable de 356 de las muertes, equivalentes a 6% de la población total que

tenía Mazatlán en esos años, de alrededor de 6,000 moradores. El azote duró tres meses,

entre el 30 de septiembre de 1849 y el 20 de diciembre de 1849; aunque todavía se registra-

ron casos aislados hasta el 8 de febrero de 1850. Antes de octubre de 1849, cuando comen-

zó la epidemia, el número de muertos promedio por mes era de 26 personas.101 El cólera

multiplicó esta cantidad casi seis veces. Por el resto del año de 1850 el promedio de entie-

rros quedó elevado; y no es sino hasta septiembre que comienza a notarse un declive en la

tendencia que es normal toda vez que la epidemia ya ha pasado (gráfica I.12).

Gráfica I.12. Entierros registrados en el puerto de Mazatlán de enero de 1849 a octubre de 1850.
250
235

200
individuos

150

100 104
83
73
56 57
50 46 39 39 43
40 32 35 34
29 26
25
17 19 22 27
26
0

Fuente: libro de entierros de la parroquia de Mazatlán de 1849 a 1850.

101
Pedro Pablo Favela Astorga, “Morir en el puerto. El cólera de 1849 en Mazatlán, Sinaloa” en Gilberto
López Castillo, Luis Alfonso Grave Tirado y Víctor Joel Santos Ramírez (editores), De Las Labradas a Ma-
zatlán. Historia y arqueología, Culiacán, Instituto Nacional de Antropología e Historia-Ayuntamiento de
Mazatlán, 2014, pp. 73-90.

77
La tasa bruta de mortalidad por cada mil habitantes (tbm/1,000) por causa del cólera tuvo

en Mazatlán un índice semejante al que alcanzó esta enfermedad en la ciudad de Durango

cuya población duplicaba a la del puerto (cuadro I.7).

Cuadro I.7. Tasas brutas de mortalidad en Mazatlán y en otras poblaciones del occidente y el norte de Méxi-
co a mitad del siglo XIX.
Población Total de Muertos Tbm
Lugar Año Tbm
(habitantes) muertos por cólera cólera
Mazatlán 1849 aprox. 6,000 659 110 356 59.3
Chihuahua 1849 9,529 575 60.3
Durango 1849 aprox. 12,100 3,657 302 2,468 204
Mazatlán 1850 aprox. 6,000 448 74.6
Guadalajara 1850 50,315 4,494 89.3 1,774 35.2
Álamos 1851 3,685 353 91 341 92.5
Hermosillo 1851 11,365 661 58 380 33.4
Mazatlán 1854 6,773 445 65.7
Nota. La población de Mazatlán en los años de 1849 y 1850 se retoma de la última cifra oficial de la que se
tiene noticia en 1842, teniendo en consideración que esa cantidad aumentó a lo sumo algunas centenas, de
conformidad con la población manifestada por la siguiente y más próxima cifra oficial, en 1854. El total de
muertos en Mazatlán en el año de 1850 considera solamente la cantidad que hubo en los diez meses que van
de enero a octubre, de conformidad con la fuente limitada de la que fue obtenida la cifra.
Fuentes: Sherburne Cook y Woodrow Borah, Ensayos sobre historia de la población: México y el Caribe,
traducción de Clementina Zamora, volumen II, México, Siglo XXI, 1977, p. 340. Mazatlán. Escudero, Noti-
cias, p. 105; libro de entierros de la parroquia de Mazatlán de 1849 a 1850; y Luis Servo, “Apuntes estadísti-
gos [sic.] del puerto de Mazatlán en el año de 1854” en Boletín de la Sociedad Mexicana de Geografía y Es-
tadística de la República Mexicana, tomo VII, México, imprenta de A. Boix, 1859, pp. 324-325. Chihuahua.
Chantal Cramaussel, “El cólera en el estado de Chihuahua, 1833, 1849 y 1851” en Carlos Alcalá y Alicia
Contreras (editores), Cólera y población, 1833-1854. Estudios sobre México y Cuba, Zamora, El Colegio de
Michoacán, 2014, p. 160. Durango. Población estimada con base en las cifras poblaciones dadas para los
años de 1831 y 1856. Miguel Felipe Vallebueno Garcinava, Civitas y Urbs: la conformación del espacio
urbano de Durango, Durango, Universidad Juárez del Estado de Durango, 2005, pp. 78-79. Guadalajara.
Juan Luis Argumaniz Tello, “La epidemia de cólera de 1850-1851 en Guadalajara, Jalisco. Estudio demográ-
fico por medio de dos parroquias de la ciudad” en Carlos Alcalá y Alicia Contreras (editores), Cólera y po-
blación, Zamora, El Colegio de Michoacán, 2014, pp. 282-285. Álamos y Hermosillo. José Marcos Medina
Bustos y Viviana Ramírez Arroyo, “La epidemia de cólera de 1850-1851 en Sonora” en Carlos Alcalá y Ali-
cia Contreras (editores), Cólera y población, Zamora, El Colegio de Michoacán, 2014, p. 189, cuadro 23.

Debido al tiempo que le toma incubarse a la bacteria del cólera, es difícil determinar con

exactitud dónde se contrae la enfermedad. Se cree que la epidemia se propagó a Mazatlán

desde Durango, estado que junto con Chihuahua y Zacatecas, había padecido este azote

78
meses antes del brote local (acontecido en la segunda quincena de septiembre de 1849) y

con el cuál existía un estrecho intercambio poblacional desde la época colonial.102 Sin em-

bargo, los primeros fenecidos por esta causa fueron tres adultos de entre 22 y 35 años

oriundos de Zacoalco, en el sur de Jalisco; y de Tepic; aunque no se tiene registro de nin-

gún brote de cólera en esa región 1849 según los estudios de la difusión de la epidemia.103

De enero de 1849 a octubre de 1850 murieron 632 hombres, 452 mujeres y se sepul-

taron 23 cadáveres cuyo sexo no fue identificado por el cura. En general, la mayoría de la

población fallecida la componían los adultos en plenitud laboral y reproductiva, sobre todo

hombres y mujeres solteros, aunque también aparece un considerable número de gente ca-

sada (gráficas I.13 y I.14). Tres cuartas partes de los muertos por cólera eran adultos solte-

ros, quienes se caracterizaban por la movilidad laboral, lo que los dejaba expuestos a más

diversos focos de infección, en comparación con quienes permanecían en un entorno esta-

ble (gráfica I.15).

102
Chantal Cramaussel, “El cólera en el estado de Chihuahua 1833, 1849 y 1851” en Carlos Alcalá y Alicia
Contreras (editores), Cólera y población, 1833-1854. Estudios sobre México y Cuba, Zamora, El Colegio de
Michoacán, 2014, pp. 147-178.
103
Alcalá y Conteras, Cólera, p. 26, mapa 2.

79
Gráfica I.13. Sexo y estado civil de los fallecidos en Mazatlán, de enero de 1849 a octubre de 1850.
700

600

500

400

300

200

100

0
hombres mujeres

soltero casado viudo párvulo sin referencia

Nota. Se utilizó la totalidad del universo de 1,107 individuos.


Fuente: libro de entierros de la parroquia de Mazatlán de 1849 a 1850.

Gráfica I.14. Estado civil de los fallecidos por causas distintas al cólera, de enero de 1849 a octubre de 1850.

6%

28%

40%

17%
8%

Nota. La muestra utilizada es de 68% de 1,107 individuos.


Fuentes: gráfica I.13.

80
Gráfica I.15. Estado civil de los fallecidos por cólera, de septiembre de 1849 a febrero de 1850.

10%

23% 43%

9%
14%

Nota. La muestra utilizada es de 32% de 1,107 individuos.


Fuentes: gráfica I.13.

A mitad del siglo XIX la tasa de mortalidad infantil oscilaba entre 50% y 60%; de modo

que la proporción de infantes fallecidos en Mazatlán vista en las pasadas dos gráficas resul-

ta llamativamente baja. Por otra parte, la calidad natal con la que fueron registrados estos

párvulos es reveladora del tipo de sociedad que se había conformado en el puerto sinaloen-

se hacia el medio siglo. Mientras que en el país en los años cincuenta 30% de los niños eran

hijos naturales;104 en Mazatlán, a partir de la muestra que representa una cantidad de 388

niños muertos entre 1849 y 1850 por causa de cólera o por cualquier otra causa, 52% fue-

ron registrados como ilegítimos o “naturales” por ser fruto de padres no casados o de pro-

genitor desconocido; es decir, 22% arriba del promedio; y el porcentaje restante lo hicieron

como legítimos por ser hijos de matrimonios católicos ordinarios.

La ilegitimidad que caracterizaba a más de la mitad de las parejas acogidas en la co-

munidad porteña podría ser el resultado del constante tránsito de personas en este lugar

104
Sherburne Cook y Woodrow Borah, Ensayos sobre historia de la población: México y el Caribe, traduc-
ción de Clementina Zamora, volumen II, México, Siglo XXI, 1977, p. 304.

81
cuya bonanza económica atraía a la gente a las temporadas de mayor trabajo; lo que al pa-

recer se convertía en un obstáculo para formalizar las uniones. A diferencia de la población

casada, que en aras de la estabilidad familiar es probable que se radicara en Mazatlán; los

varones solteros eran un sector propenso a migrar en la búsqueda de mejores medios de

vida. No es fortuito que el grupo social más agraviado por el cólera haya sido el de los sol-

teros, muchos de los cuáles podrían haberse encontrado solamente de paso por el puerto.

Las diferencias que resultan de comparar el origen de las parejas que vivían en Mazatlán en

la década de 1840 con el origen de los adultos fallecidos en este puerto en los últimos años

de este decenio (gráficas I.16 y I.17) demuestran que la mayor parte de la población foránea

permaneció soltera y que por lo tanto tuvo a sus hijos en calidad ilegítima.

Gráfica I.16. Origen de los hombres y mujeres pretendientes de matrimonio en el puerto de Mazatlán de 1840
a 1850.

5% 6%
2%
nativos de Mazatlán

sur de Sinaloa

51% Durango
35%
Jalisco

otro

Nota. La muestra utilizada es de 10% de 2,034 individuos.


Fuentes: libros de información matrimonial de las parroquias de Villa Unión y Mazatlán.
.

82
Gráfica I.17. Origen de la población adulta fallecida de enero de 1849 a octubre de 1850.

2%

nativos de Mazatlán
23%
sur de Sinaloa
39%
Durango
8%
Jalisco

otro
29%

Nota. La muestra utilizada es de 64% de 1,107 individuos.


Fuente: libro de entierros de la parroquia de Mazatlán de 1849 a 1850.

Es de destacar que entre los muertos se consignó un número ínfimo de nativos del puerto

en comparación con la población inmigrante que provenía de otras localidades dentro de la

misma región, del resto de la República y de otros países.105 Mientras que en los registros

matrimoniales de Mazatlán más de la mitad de los contrayentes son declarados como “ve-

cinos de este puerto”, este conjunto se reduce a 2% en los registros mortuorios y presenta

una imagen más realista. La población residente estaba rebasada por mucho por la foránea.

Se reduce igualmente la presencia de personas del sur de Sinaloa mientras que aumenta el

flujo migratorio de Durango y el de Jalisco-Nayarit. Sorprende sobre todo la cantidad de

individuos provenientes de “otros lugares” más lejanos y diseminados en el norte y occi-

dente del país, e incluso del extranjero. Este grupo representa 41% del total y se trata por lo

tanto de una corriente muy subestimada si sólo se toma en cuenta la información matrimo-

nial.

105
El sector de población que se establecía en el puerto en forma parcial, es decir, que no eran residentes
permanentes, es denominado por las fuentes de finales de la década de 1860 como población flotante. “Datos”
en Boletín, t. IV, pp. 68-70.

83
En general, las localidades donde tenían su cuna la mayoría de los fallecidos, están

sobre las rutas que seguían estos sujetos en dirección a Mazatlán desde la época colonial, el

camino de Guadalajara y el camino real de Tierra Adentro. El mapa de ubicación de los

lugares de origen de los muertos por causa de cólera es similar a los mapas generados con

base en la información matrimonial de los residentes, aunque las proporciones son muy

diferentes (imagen I.10).

Como se verá en el próximo capítulo, el trimestre en que Mazatlán fue azolado por

esta peste coincide con la temporada de mayor movimiento migratorio hacia el puerto,

porque era cuando el clima facilitaba la comunicación terrestre y marítima para los comer-

ciantes. Por lo tanto, es probable que buena parte de los muertos por cólera fuera gente de

paso que arribó por razones laborales.

84
Mapa I.12. Origen de los adultos fallecidos por cólera entre septiembre de 1849 y febrero de 1850.

Notas. La muestra utilizada es de 20% de 1,107 individuos. 42 localidades no pudieron ser localizadas.
Fuente: libro de entierros de la parroquia de Mazatlán de 1849 a 1850.

85
3. Crecimiento demográfico de Mazatlán en la segunda mitad del siglo XIX.

Durante su último y breve cargo presidencial, Antonio López de Santa Anna restauró el

régimen centralista y Mazatlán fue convertida en prefectura. La oligarquía porteña se pro-

nunció a favor de Santa Anna y financió a las milicias locales para combatir al gobierno

liberal de Sinaloa, encabezado por Francisco de la Vega, del distinguido clan familiar y

político oriundo de Culiacán. Después de una serie de escaramuzas suscitadas entre 1852 y

1853 entre las huestes de las élites de ambas ciudades, de la Vega fue derrotado y usurpado

de sus facultades de mando por el capitán Pedro Valdés, responsable federal de la defensa

del puerto. Valdés fue ratificado por el dictador mexicano como la autoridad política de

facto en el estado de Sinaloa y la capital de la entidad se trasladó a Mazatlán en marzo de

1853.106

El descubrimiento y el inmediato entusiasmo por la explotación de los placeres aurí-

feros de San Francisco, California en 1849, atrajo a la costa oeste estadounidense con una

celeridad inusitada a muchísimos hombres de todo el mundo que perseguían el “sueño do-

rado”. El puerto de Sinaloa encontró su lugar dentro de esta emergente tendencia de la mi-

gración internacional, pues se convirtió en un activo mercado de provisión de insumos bá-

sicos –víveres, ropa y utensilios de trabajo– para aquel núcleo poblacional que crecía rápi-

damente; pero también en un punto de abasto de mano de obra para el trabajo minero.

Prensa y reportes aduanales de San Francisco, lo mismo que testimonios de la época,

describen que entre marzo y diciembre de 1849 –el primer año de la “fiebre del oro”– el

puerto San Francisco recibió 43 barcos provenientes de México; 29 ellos procedían del

puerto Mazatlán (10 lo hicieron de San Blas y los restantes de Acapulco y de Salina Cruz),

106
Ortega Noriega, Sinaloa, pp. 204-207.

86
de los cuales, arribo tras arribo, desembarcaban desde 250 hasta 450 personas; hombres

casi en su totalidad.107 A raíz de de este vigoroso flujo migratorio proyectado desde Ma-

zatlán –el mayor de la América hispanoparlante– y del consecuente incremento del tránsito

marítimo en el puerto sinaloense, se calcula que de 5,098 personas llegadas en barco a Ma-

zatlán en 1851, tan sólo una centena se quedó en esta localidad; de tal modo que casi el

pleno del pasaje contabilizado se reembarcó probablemente con destino a San Francisco, en

su mayoría. En comparación con otros puertos del Pacífico mexicano, el movimiento de

pasajeros por el puerto de Mazatlán ese año fue similar al de San Blas, con poco de menos

de 5,000 personas contabilizadas; y muy por debajo del de Acapulco que registró el tránsito

de alrededor de 30,000 individuos. Del flujo humano que se movió por el puerto sinaloense,

se cuenta que 98 sujetos permanecieron en Mazatlán de manera definitiva.108

El tránsito portuario no implica por sí misma que la cantidad de personas que toma-

ron rumbo hacia California fueran necesariamente nativos de Mazatlán o siquiera mexica-

nos, pues el puerto sinaloense era, como todo puerto, un lugar de paso para viajeros de dis-

tinto origen que en Mazatlán encontraban la escala más conveniente para su travesía. Se

cree, no obstante, que cerca de 10,000 personas oriundas del noroeste de México –aludidos

en Estados Unidos genéricamente como Sonorans– se movilizaron hacia los centros mine-

ros del oeste norteamericano entre 1848 y 1850; por lo que es muy probable que un gran

porcentaje de sinaloenses conformara dicho flujo migratorio.109

Si bien en su tiempo privó la idea de que el abandono de la tierra natal de parte de

tantos mexicanos que se aventuraron al “nuevo El Dorado” en el extranjero quebrantó la

107
Busto Ibarra, “El espacio”, p. 207, cuadro 5.2; Lerma Garay, Mazatlán, pp. 25-26; y periódico Daily Alta
California (San Francisco, 1849) citado en The Maritime Heritage Project (consultado en julio de 2015 en
www.maritimeheritage.org).
108
Juan N. Almonte (1852), Guía de forasteros y repertorio de conocimientos útiles, México, Instituto Mora,
1997, pp. 553-560.
109
Mayo, Commerce, p. 337.

87
prosperidad de su propio país,110 es posible que de 1854 en adelante, cuando la bonanza

minera de California probablemente menguó, se haya presentado un reflujo migratorio no

sólo de connacionales sino que también de estadounidenses hacia Sonora y Sinaloa donde

la riqueza mineral, aunque menos cuantiosa, seguía siendo un recurso disponible.111 El

mercado regional debió por lo tanto revitalizarse tras esta recuperación de brazos y even-

tualmente también de capitales, pues la economía del puerto de Mazatlán no da muestra de

haberse descompuesto; por contrario, revela un peculiar dinamismo (el cual es el tema de

análisis del capítulo 4) en un periodo en el que México atravesaba las dificultades políticas

y económicas derivadas de la reciente guerra contra Estados Unidos y la rebelión armada en

contra de la dictadura de López de Santa Anna.

La buena marcha de la economía debió estimular el crecimiento demográfico soste-

nido entre 1850 y 1870, lo que dio estabilidad al vecindario porteño en la segunda mitad del

siglo XIX. En 1854 Luis Servo, delegado de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadís-

tica y miembro del cabildo porteño en 1855, hizo registro de 6,773 personas. Según las es-

timaciones publicadas en los compendios y reportes estadísticos relativos a los años 1863,

1867, 1869, 1874, el vecindario local duplicaba su tamaño al incluir la población del medio

rural que no estaba empadronada y a la población flotante que aparecía en los meses de

mayor actividad comercial. Santiago Calderón tenía otra explicación para el máximo de

110
Calderón, “Apuntes”.
111
En mayo de 1854 el cónsul de Francia en Guaymas informó la llegada a ese puerto de una expedición
colonizadora de 400 hombres procedente de San Francisco, adelantándose a otra de 1,200; y avisa que se
esperaba la misma situación para Mazatlán y los demás puertos mexicanos en la costa occidental. Estos arri-
bos habrían sido concertados por el cónsul mexicano en California, Luis del Valle, y la casa comercial Chavi-
teau, conocida por haber patrocinado la expedición del filibustero Charles de Raousset-Boulbon para financiar
una campaña de despojo de tierras mexicanas. Alphonse Dano (México, mayo 19 de 1854) en Lilia Díaz,
Versión francesa de México. Informes diplomáticos 1853-1858, volumen primero, México, El Colegio de
México, 1963, pp. 111-112; y Philippe Martinet (Mazatlán, mayo 10 de 1855) en Lilia Díaz, Versión francesa
de México. Informes económicos 1851-1867, II, México, Secretaría de Relaciones Exteriores, 1974, pp. 51-
53.

88
16,000 habitantes alcanzado en 1863, atribuyéndolo a la gran cantidad de inmigrantes que

habían llegado a Mazatlán huyendo de la guerra de Secesión estadounidense entre 1861 y

1865.112 Al final del periodo histórico estudiado, en 1869, la población fija de Mazatlán era

cercana a los 9,000 mil habitantes con temporadas en las que alcanzaba 13,000 pobladores;

o incluso los 15,000 según algunos observadores (gráfica I.18 y cuadro I.8).

Gráfica I.18. Crecimiento poblacional del puerto de Mazatlán en la segunda mitad del siglo XIX.

Fuente: cuadro I.8.

112
Calderón, “Apuntes”; y Eustaquio Buelna, Compendio histórico, geográfico y estadístico del estado de
Sinaloa, México, imprenta y litografía de Ireneo Paz, 1877 (acervo electrónico de Yale University consultado
en www.hathitrust.org en mayo de 2018), p. 75. No hay evidencia de que la comunidad de Mazatlán albergara
un número tan grande de estadounidenses procedentes de los estados en conflicto del bando confederado. ni
en este año, ni en los anteriores o posteriores; por lo que podría tratarse de una creencia de parte del autor. En
1854 había 250 extranjeros contabilizados, y 226 en 1867 de los cuales poco menos de la cuarta parte eran de
nacionalidad estadounidense. Luis Servo, “Apuntes estadístigos [sic.] del puerto de Mazatlán en el año de
1854” en Boletín de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística de la República Mexicana, tomo VII,
México, imprenta de A. Boix, 1859, p. 325; y “Datos” en Boletín, t. IV, p. 70.

89
Cuadro I.8. Cifras poblacionales del puerto de Mazatlán en la segunda mitad del siglo XIX.
Año Población Referencia Fuente
aprox. 6,000 “Mr. Gilbert’s Correspondance” en periódico Daily Alta
personas California (San Francisco, 1850/01/9) citado en The
1850/
hasta 10,000 prensa extranjera Maritime Heritage Project (consultado en julio de 2015
enero
personas en en www.maritimeheritage.org).
temporada alta
Personal Narrative of Explorations and Incidents in Tex-
as, New Mexico, California, Sonora and Chihuahua,
1853/ aprox. 11,000 John Russell Bartlett, Confected with The United States and Mexican Boundary
enero habitantes viajero extranjero Commission, During the Years 1850, 51, 52 and 53, vol-
ume 1, New York, D. Appleton & Co., 1854, pp. 485-487
(consultado en julio de 2015 en www.archive.org).
Luis Servo, miembro “Apuntes estadístigos [sic.] del puerto de Mazatlán en el
6,773 habitan- de la Sociedad Mexi- año de 1854” en Boletín de la Sociedad Mexicana de
1854
tes cana de Geografía y Geografía y Estadística de la República Mexicana, tomo
Estadística VII, México, imprenta de A. Boix, 1859, p. 324.
7,000 habitan- Compendio histórico, geográfico y estadístico del estado
1855 Eustaquio Buelna,
tes de Sinaloa, México, imprenta y litografía de Ireneo Paz,
funcionario guber-
16,000 habitan- 1877, p. 75 (acervo electrónico de Yale University con-
1863 namental de Sinaloa
tes sultado en mayo de 2018 en www.hathitrust.org).
periódico Daily Alta California (San Francisco,
aprox. 13,500 1864/07/13) citado en Antonio Lerma Garay, Érase Una
1863 prensa extranjera
almas Vez en Mazatlán, Sinaloa, Comisión Estatal Sinaloa-
Creativos7, 2010 (versión electrónica no paginada).
periódico The Mexican Times (México, 1866/01/13)
citado en Víctor Pérez Montes, “Mazatlán: visiones
1866/ 15,000 habitan-
prensa extranjera cotidianas entre lo sacro y lo mundano. 1861-1877”,
enero tes
tesis de maestría en historia, Culiacán, Facultad de Histo-
ria de la Universidad Autónoma de Sinaloa, 2013, p. 22.
“Datos estadísticos de la municipalidad de Mazatlán
Sociedad Mexicana correspondientes al año de 1867” en Boletín de la Socie-
11,681 habitan-
1867 de Geografía y Esta- dad Mexicana de Geografía y Estadística de la República
tes
dística Mexicana, tomo IV, segunda época, México, Imprenta
del Gobierno, 1872, p. 70.
8,706 habitan- J. D. Martínez, miem- “Censo de la población en Sinaloa” en Boletín de la So-
1869/ tes bro de la Sociedad ciedad Mexicana de Geografía y Estadística de la Repú-
marzo 12,706 habitan- Mexicana de Geogra- blica Mexicana, tomo IV, segunda época, México, Im-
tes fía y Estadística prenta del Gobierno, 1872, pp. 778-779.
1869/ aprox. 9,000 periódico Boletín de la 4ta División Militar (Mazatlán,
prensa mexicana
abril habitantes 1869/04/15) citado en Pérez Montes, “Mazatlán”, p. 9.
1869/ 15,000 perso- periódico Daily Alta California (San Francisco, 1870/01)
prensa extranjera
diciembre nas citado en Lerma Garay, Érase.

Las estadísticas de 1854 señalan que en Mazatlán había menos hombres que mujeres: 3,169

y 3,676, respectivamente. 63% de la población tenía entre 16 y 50 años, 30% era infantil (lo

cual es indicativo de subregistro) y el restante, ancianos. La cantidad de damas célibes era

90
mayor que la de los varones solteros –1,923 mujeres contra 1,599 hombres– y el número de

viudas era superior (466) al de los viudos (113). En el puerto vivían 1,170 matrimonios.113

La diferencia señalada en este documento entre hombres y mujeres es de poco más de qui-

nientas a favor de las segundas. El dato es atípico porque las mujeres no solían ser mayoría

en los puertos, donde la presencia dominante era generalmente la de los hombres, dedica-

dos a las actividades de la navegación y el comercio. Una posible explicación para este he-

cho podría estar en que un número considerable de varones de Mazatlán también hubiese

sido parte de la oleada masculina que se fue a California en pos del oro.

No existe una compilación de índice demográfico para otros lugares de México ni en

los años ni en el tipo de localidades que puedan ser comparadas con la que aquí se presenta

para el caso particular de la ciudad de Mazatlán. Además, los cálculos que a continuación

se retoman no están basados en el análisis conjunto de series de nacimientos y bautizos: las

cifras poblacionales proceden de compendios estadísticos muy posteriores a los años con-

signados. Sin embargo, son el único referente disponible para dimensionar el crecimiento

natural del puerto. Si se toma como parámetro la tasa bruta de natalidad por cada mil habi-

tantes (tbn/1,000) obtenida a partir del registro parroquial, tenemos que la natalidad en Ma-

zatlán era muy elevada; comparable con el índice alcanzado por el distrito de Guanajuato

en 1850 (80.5) y el municipio de Querétaro en 1862 (72.1); y en definitiva era la más alta

de todo el centro y el occidente mexicano. En cambio, si se toma en cuenta la tasa resultan-

te de la fuente civil (la cual probablemente esté subregistrada), el índice sí se aprecia ordi-

nario (cuadro I.9).

113
Servo, “Apuntes” en Boletín, t. VII, p. 325.

91
Cuadro I.9. Tasas brutas de natalidad en Mazatlán en la segunda mitad del siglo XIX en comparación con las
de otras ciudades y distritos relacionados al puerto.
Total de bautismos
Comprensión Lugar Año Población Tbn 1,000
anuales
Durango 1849 24,860 1,580 63.5
1854 6,773 378 55.8
1855 7,000 477 68.1
ciudad
Mazatlán 1863 12,000 660 55
1867 10,881 549 50.4
1869 8,706 741 85.1
Tepic, Jalisco 1848 65,727 1,548 23.5
1867 13,537 - -
Mazatlán, Sinaloa
1869 11,228 588 52.3
demarcación
Rosario, Sinaloa 1869 15,387 408 26.5
política
Concordia, Sinaloa 1869 10,676 194 18.1
San Ignacio, Sinaloa 1869 8,248 154 18.7
Culiacán, Sinaloa 1869 29,093 30 1
Notas. Las cifras de los años que corresponden a la década de 1860 son publicadas por fuentes civiles pero
que afirman estar basadas en los libros parroquiales. El total de bautismos anuales para la demarcación de
Mazatlán y de Culiacán en 1869 están claramente subregistrados. Mazatlán, 1867. En el caso de la ciudad, se
consideró a la población señalada como residente (nacional y extranjera) en los cuarteles de la ciudad de Ma-
zatlán. Se excluyó a la población señalada como flotante, a la no empadronada y a la radicada en las ranche-
rías de la municipalidad. Se registraron 44 bautismos menos que los contabilizados en el libro parroquial
correspondiente a ese año. En el caso de la demarcación, a la población residente de la ciudad le fue agregada
una cantidad de 2,656 personas que vivían en las rancherías. Se mantiene la exclusión de la población flotante
y de la no empadronada. No se registran bautismos entre la población de las rancherías “por no haber sido
posible obtener noticias para ello”. Mazatlán, 1869. En el caso de la ciudad, se consideró a la población seña-
lada como residente del puerto. Se excluyó a la población señalada como flotante. De haberse incluido la
población flotante del puerto, contabilizada en 4,000 personas, el total resultante sería de 12,706 habitantes; y
la tasa bruta de natalidad conforme al número de bautismos señalado sería por ende de 58.3 individuos; una
tasa dentro del promedio que reflejan los índices de los años anteriores. En el caso de la demarcación, a la
población residente de la ciudad le fue agregada una cantidad de 2,522 personas que vivían en las rancherías.
Se mantiene la exclusión de la población flotante. Con base en estas consideraciones, se tiene que la tasa bruta
de natalidad calculada por mí para la demarcación (52.3) es de más del doble que la establecida por Cook y
Borah (22.4). De haberse calculado con base en el total de 741 bautismos referidos por el libro parroquial de
1869, la tasa bruta de natalidad resultante hubiera sido de 66 nacimientos por millar de personas.
Fuentes: series de bautismos de la catedral de Mazatlán de 1855-1859, 1862-1866 y 1867-1874; Servo,
“Apuntes” en Boletín, t. VII, 1859, pp. 324-325; Eustaquio Buelna, Compendio histórico, geográfico y esta-
dístico del estado de Sinaloa, México, imprenta y litografía de Ireneo Paz, 1877, p. 75 (acervo electrónico de
Yale University consultado en en mayo de 2018 en www.hathitrust.org); “Datos estadísticos de la municipali-
dad de Mazatlán correspondientes al año de 1867” en Boletín de la Sociedad Mexicana de Geografía y Esta-
dística de la República Mexicana, tomo IV, segunda época, México, Imprenta del Gobierno, 1872, pp. 68, 70
y 73-74; J. D. Martínez, “Censo de la población en Sinaloa” en Boletín, t. IV, 1872, pp. 778-779; y Estadísti-
ca de Jalisco (Longinos Banda, 1854-1863), Noticias históricas de Durango (1848-1849) y memoria del
gobierno de Sinaloa (1869) citados en Cook y Borah, Ensayos v. II, pp. 286, 298-302 y 305-318, cuadros 41 y
42.

92
La edad de las personas casaderas entre los porteños descendió en esta etapa: de 29 años

bajó a poco más de 28 entre los pretendientes y de 22 pasó a 21 entre las pretensas. Del

total de pretendientes consignados en estas décadas, se registraron 55 viudos y 29 viudas;

así como 46 individuos casados in articulo mortis. Las comparaciones que se presentan a

continuación entre la edad que tenían los contrayentes en la primera y la segunda mitad del

siglo XIX, revelan a golpe de vista el peso que tuvieron los inmigrantes en el aumento po-

blacional del puerto de Mazatlán (gráficas I.19, I.20 y I.21) contrario a la tasa bruta de nata-

lidad local, que en el curso de la segunda mitad de la centuria (de 1855 a 1867, de confor-

midad con los índices expuestos en el cuadro I.10) tendía a la baja; lo que podría interpre-

tarse como que la comunidad porteña no se reproducía con la misma celeridad que se mul-

tiplicaban los foráneos –sobre todo hombres– llegados al puerto para casarse y, quizá a fu-

turo, formar una familia. Para confirmar la anterior suposición, sería necesario conocer la

tasa de natalidad de la década de 1870 y en ella ver representado si el creciente número de

matrimonios en el puerto los pasados decenios de 1850 y 1860 pudiera haberse traducido en

el incremento en el número de nacimientos en la localidad en los años sucesivos.

93
Gráfica I.19. Origen de los pretendientes de matrimonio en el puerto de Mazatlán de 1850 a 1870.

460 441
100%

90%

80%

70%

60%

50%

40%

30%

20%

10%

0%
hombres mujeres
nativos de Mazatlán o criados en el puerto
foráneos
desconocido

Nota. La muestra utilizada es de 29.5% de 3,048 individuos.


Fuentes: libros de información matrimonial de la parroquia de Mazatlán, y registro civil de matrimonios de
Mazatlán.

Gráfica I.20. Origen de los pretendientes en el puerto. Comparación entre la primera y segunda mitad del
siglo XIX.

1822-1849 1850-1870

7% 5%

21%

31%
62%
74%

Total: 398 individuos Total: 460 individuos

Fuentes: gráficas I.11 y I.19.

94
Gráfica I.21. Origen de las pretensas en el puerto. Comparación entre la primera y segunda mitad del siglo
XIX.
1822-1849 1850-1870

7% 5%

12%

31%
40% 55%
81%

Total: 381 individuos Total: 441 individuos

Fuentes: gráficas I.11 y I.19.

Las tendencias migratorias manifestadas desde los años de 1840 continuaron en esta etapa.

La enorme diferencia entre la procedencia local y la foránea es apenas matizada por las

mujeres, porque como ha sido dicho, lo más común es que las damas casaderas fueran natu-

rales del puerto. Por lo contario, un sólo varón nacido en la ciudad de Mazatlán quedó re-

gistrado entre los pretendientes en este lapso de veinte años.

La gráfica I.15 muestra una drástica disminución de hombres locales entre los preten-

dientes varones, la cual, como ya ha sido sugerido, podría deberse a la emigración de gran-

des contingentes de trabajadores hacia California.114 En los periódicos de Mazatlán se

anunciaban los vapores próximos a zarpar rumbo a San Francisco; y los archivos notariales

del estado de Sinaloa guardan registro de contratos laborales de las compañías extranjeras

celebrados en el puerto sinaloense para reclutar mano de obra para las faenas mineras. La

114
Michael Gonzalez, “My Brother’s Keeper”: Mexicans and the Hunt for Prosperity in California, 1848-
2000” en Kenneth Owens (editor), Riches for All. The California Gold Rush and the World, Lincoln, Univer-
sity of Nebraska Press, 2002, pp. 118-140.

95
mano de obra para las minas de California era reclutada entre las personas que se concen-

traban en los puertos a la espera de dicha oportunidad.

Otra razón al respecto podría estar en la inclinación de los vecinos de Mazatlán a

permanecer en la soltería. Aunque ya deslindado del estigma cristiano que pesaba sobre el

concubinato, en el Registro civil (instituido en 1860) siguieron diferenciándose los naci-

mientos entre los que eran resultado de parejas casadas, de los que eran producto de las no

matrimoniadas, en cuyo caso sólo se sabía del paradero de la madre. Sin embargo, como no

existía un formato específico para asentar los nacimientos, muchas veces los jueces no es-

pecificaban que se tratara de hijos naturales o legítimos, sino que tal condición tiene que

inferirse por los datos que proporciona u omite el acta. Por ejemplo, si el vástago registrado

por una pareja que fue consignada por el juez como esposos, es un hecho que se trata de un

hijo legítimo, aún si en la partida no figura la denominación como tal. Por contrario, un hijo

presentado por dos personas cuyo estatus no fue definido en el acta, da lugar a la suposición

de que el párvulo en cuestión sea tenido como natural. La situación es obvia cuando se ad-

vierte que el infante es de padre desconocido o no presentado, confirmándole por lo tanto

como un hijo ilegítimo (gráfica I.22).

96
Gráfica I.22. Calidad de los nacimientos registrados en el puerto de Mazatlán de 1860 a 1870.
1849-1850 1850-1870

21%

40%
52% 48%

38%

395 individuos 1,862 individuos


legítima ilegítima no declarada

Notas. 1849-1850. La muestra utilizada es de 36% de 1,107 individuos. 1850-1870. La muestra utilizada es
de 91% de 2,040 individuos.
Fuentes: libro de entierros de la parroquia de Mazatlán de 1849 a 1850, y registro civil de nacimientos de
Mazatlán.
40%

En México el amasiato y el abandono por parte del padre fueron conductas recurrentes en la

segunda mitad del siglo XIX.115 Aunque la cantidad de uniones informales en Mazatlán que

en 1850 caracterizaban a poco más de la mitad de los pobladores del puerto, para 1870 és-

tas disminuyeron en alrededor de 10% (considerándolo a partir de la misma variable de los

hijos ilegítimos). La proporción resultante de 38% seguía siendo mayor al promedio del

país; y en el caso particular del puerto, ésta es de hecho comparable con la de los hijos legí-

timos.

En 23% de los casos de descendencia ilegítima se trataba de progenitores que vivían

en obvio concubinato. Quizá en este grupo se encuentre buena parte de los hombres del

puerto que no aparecen en los libros de presentación matrimonial; hombres que no preten-

dían casarse. Una sexta parte de los recién nacidos figuran sin la figura paterna, mas no se

115
En la década 1860 el promedio de hijos naturales aumentó ligeramente en comparación con el de la década
anterior, de 30% a 35%. Cook y Borah, Ensayos, v. II, p. 304.

97
consignan como abandonados. No se tiene registro de ningún expósito, lo cual sugiere que

las mujeres que se embarazaban sin haberse casado no tendían a abandonar a sus hijos. El

abandono de los niños fue común en la época colonial para evitar manchar el honor de las

madres y de toda su parentela; pero esto parece no haber sido habitual en Mazatlán tal vez

debido a la costumbre generalizada del concubinato.

Durante la segunda mitad del siglo XIX continuó la tendencia migratoria que se gestó

en 1840, desde todo el occidente de la República: en 1854 menos de 2,000 personas llega-

ron a Mazatlán por barco, contra casi 5,000 que lo hicieron por tierra. De los siete millares

de personas en tránsito ese año, 800 individuos se afincaron en el puerto de manera defini-

tiva.116 De 1850 a 1870, los hombres del estado de Jalisco son los más numerosos, aunque

éstos no procedían de la capital tapatía, sino de los asentamientos rurales sobre el camino a

Mazatlán. Las corrientes procedentes de importantes poblaciones de Sinaloa como el propio

puerto, Rosario, Concordia y Cosalá también fueron superadas por la cantidad de personas

llegadas de las ciudades de Durango y Tepic. Al igual que en las décadas anteriores, la ma-

yoría de las mujeres en edad matrimonial era natural del puerto o procedía de las ciudades

de Tepic, Durango y Rosario; en cambio las de Culiacán destacan por su escasa incidencia

en la composición familiar de la comunidad mazatleca (cuadro I.10).

116
Servo, “Apuntes” en Boletín, t. VII, pp. 324-325.

98
Cuadro I.10. Principales lugares de origen de la de la población pretendiente de matrimonio establecida en el
puerto de Mazatlán de 1850 a 1870.
Lugar Hombres Mujeres
Jalisco (todos sus cantones con
74 30
excepción de Tepic)
Durango 61 59
Tepic, Jalisco 59 78
Rosario, Sinaloa 29 34
España 13 -
Zacatecas 13 -
Concordia, Sinaloa 12 14
Cosalá, Sinaloa 11 10
Mazatlán, Sinaloa 1 54
Culiacán, Sinaloa - 16
Total 273 295
Fuentes: libro de información matrimonial de la parroquia de Mazatlán, y registro civil de matrimonios de
Mazatlán.

Los siguientes mapas precisan los orígenes de los hombres y mujeres que llegaron al puerto

entre 1850 y 1870 (mapas I.11, I.12, I.13 y I.14). No se observan diferencias notables de los

lugares de procedencia con respecto a los de la primera mitad de la centuria mostrados en el

apartado anterior. En la segunda mitad del siglo XIX se señalan una cantidad menor de

asentamientos porque la muestra de análisis es más reducida. Empero, las coincidencias de

corroboran la continuidad de las tendencias que revelan las rutas migratorias más usuales

para llegar a Mazatlán.

99
Imagen 1.11. Origen de los hombres pretendientes radicados en Mazatlán entre 1850 y 1870, según el regis-
tro parroquial.

Nota. La muestra utilizada es de 15.5% de 2,034 individuos.


Fuente: libros de información matrimonial de la parroquia Mazatlán.

100
Imagen 1.12. Origen de los hombres pretendientes radicados en Mazatlán entre 1850 y 1869, según el regis-
tro civil.

Nota. La muestra utilizada es de 17% de 1,014 individuos.


Fuente: registro civil de matrimonios de Mazatlán.

101
Imagen 1.13. Origen de las mujeres pretensas radicadas en Mazatlán entre 1850 y 1870, según el registro
parroquial.

Nota. La muestra utilizada es de 15% de 2,034 individuos.


Fuente: libros de información matrimonial de la parroquia Mazatlán.

102
Imagen I.14. Origen de las mujeres pretensas radicadas en Mazatlán entre 1850 y 1868, según el registro
civil.

Nota. La muestra utilizada es de 16% de 1,014 individuos.


Fuente: registro civil de matrimonios de Mazatlán.

103
Puede percibirse gracias a la interpretación de los mapas que Culiacán, la intermitente capi-

tal de Sinaloa, al igual que la zona centro-norte de esta entidad, constituye una sociedad

separada de Mazatlán. En general, el norte de México fue irrelevante en el proceso de po-

blamiento y desarrollo del puerto. Los mapas revelan también que los inmigrantes proce-

dentes de centros mineros célebres (Álamos, Zacatecas, Guanajuato, Bolaños, San Dimas,

Cosalá, Pánuco y Copala) o de importantes puertos del Pacífico mexicano (Guaymas, San

Blas, Acapulco o Loreto) son muy pocos. Mucho más numerosos eran los originarios de

poblaciones rurales, cuyas actividades económicas eran distintas de los que distinguieron a

la región del sur de Sinaloa desde la época colonial: el gran comercio y la minería.

En la segunda mitad de siglo de XIX, etapa en que el puerto ha alcanzado su consoli-

dación como espacio económico, había en Mazatlán un total de 247 comerciantes con todo

y sus dependientes y sólo tres personas dedicadas a la minería. Centenas de hombres y mu-

jeres realizaban en cambio alguno de los variados oficios que demandaba el mercado y la

vida cotidiana en la localidad, entre los que sobresalían las labores domésticas y la confec-

ción de calzado y vestimenta (cuadro I.11). Con el tiempo el número de personas dedicadas

al comercio aumentó, pero no en una cantidad mucho mayor a la de los otros grupos de

trabajadores, como por ejemplo el que estaba dedicado a la confección del calzado y del

vestido (cuadro I.12).

104
Cuadro I.11. Principales ocupaciones de la población laboralmente activa de Mazatlán en el año de 1854.
Oficio o profesión Individuos %
militar 1,129 29
sirviente o doméstico 401 10
jornalero de toda clase 343 9
costurera 251 6
comerciante y dependiente 247 6
marinero 200 5
administración pública 134 3
zapatero 115 3
sastre 79 2
carpintero 79 2
panadero 78 2
empleado de servicios municipales 64 2
albañil 46 1
labrador 19
otro trabajo 640 17
Población activa 3,825 56
Población total 6,773 100
Nota. La fuente da un listado de 125 actividades laborales. Se consideraron solamente las que eran realizadas
por más de 100 personas, y las que puedan ser comparadas con las ocupaciones listadas en el cuadro I.12.
Fuente: Philippe Martinet (Anexo. Notas estadísticas de 1854 sobre población, administración, comercio,
industria, presupuesto, etc., de Mazatlán. Mazatlán, marzo 3 de 1855) en Lilia Díaz, Versión francesa de
México. Informes económicos 1851-1867, II, México, Secretaría de Relaciones Exteriores, 1974, p. 44; y
Servo, “Apuntes” en Boletín, t. VII, pp. 325-327 y 332.

Cuadro I.12. Principales ocupaciones de la población laboralmente activa de Mazatlán en el año de 1867.
Oficio o profesión Individuos %
peón y jornalero 6,702 63
sirviente 579 6
comerciante 518 5
militar 401 4
zapatero 225 2
labrador 466 4
sastre 176 2
carpintero 167 2
costurera 147 1
empleado 135 1
planchadora 132 1
albañil 116 1
panadero 101
marinero 71
otro trabajo 693 7
Población activa 10,629 74
Población total 14,337 100
Nota. La fuente da un listado de 46 actividades laborales. Se consideraron solamente las que eran realizadas
por más de 100 personas, o que puedan ser comparadas con las ocupaciones listadas en el cuadro I.1I. El
oficio de planchadora no tiene precedente en el padrón de 1854.
Fuente: “Datos” en Boletín, t. IV, pp. 70 y 72-73.

105
La población laboralmente activa de Mazatlán en 1867 casi triplica a la existente en 1854.

Dicho aumento se justifica en los cerca de 3,000 trabajadores rurales –labradores, peones o

jornaleros de toda clase– que fueron contabilizados como población campesina estacional.

A mitad del siglo XIX “jornalero” era una designación genérica para todo trabajador no

especializado que laborara en cualquier cosa a cambio de un jornal o pago por día trabaja-

do. Dado que la mayoría de los jornaleros vivía en las rancherías aledañas al puerto, es muy

probable que éstos se ocuparan principalmente de trabajar el campo, pero como a diferencia

de los labradores, los jornaleros no tenían posesión de las tierras que atendían, con seguri-

dad se trataba de un sector social bastante pobre.

Es llamativa la drástica disminución en el número de militares y marineros en Ma-

zatlán en el curso de la década analizada. La baja de la cantidad de marineros podría haber

dependido de la época en la que fue levantada la estadística, considerando la movilidad que

demandaba ese trabajo. Lo mismo puede decirse de los militares, que permanecían acanto-

nados en el puerto hasta que los hechos de armas los obligaban a desplazarse hasta las zo-

nas de conflicto. Los años finales de la década de 1870 fueron particularmente beligerantes

en Sinaloa, cuando los caudillos de las facciones juaristas que triunfaron sobre la interven-

ción francesa en la entidad reclamaron para sí la gubernatura del estado.

Casi todas las demás ocupaciones incrementaron en número de trabajadores pero no

en su proporción con respecto al crecimiento del mercado laboral. Esto podría ser indicati-

vo de que las opciones de trabajo se estaban diversificando: cada vez había más gente dedi-

cándose a diferentes cosas. No obstante el visible aumento del sector mercantil, que era la

actividad económica históricamente distintiva del puerto de Mazatlán, las mayores oportu-

nidades laborales en la localidad se observan en el trabajo campesino según se infiere de

una comparación entre los censos de trabajadores de Mazatlán y Durango en la misma épo-
106
ca. Atendiendo a la notoria diferencia en la cantidad de obrajeros entre una y otra ciudad, la

población porteña desarrollaba una clara vocación por las faenas del campo mientras que la

comunidad duranguense se inclinaba al trabajo manufacturero y fabril (cuadro I.13).117

Cuadro I.13. Comparación de la población laboralmente activa de las ciudades de Mazatlán y Durango a
finales de la década de 1860.
Ocupación Mazatlán 1867 % Durango 1869 %
peones y jornaleros 4,898 46 866 21
sirvientes o domésticos (as) 579 5 276 7
comerciantes 509 5 391 10
zapateros 217 2 145 4
labradores 214 2 350 9
sastres 173 2 153 4
carpinteros 159 2 144 4
albañiles 109 1 112 3
abogados 16 35
curtidores - 48
alfareros - 51
cocheros - 9
hortelanos - 40
médicos 9 6
obrajeros 7 164 5
sacerdotes, curas 1 10
otro trabajo 3,738 35 1,217 30
Población activa 10,629 74 4,017 26
Población total 14,337 100 16,534 100
Nota. Se muestran únicamente las ocupaciones comparables entre una y otra ciudad. Se tomó en cuenta sólo
a la población residente en el centro urbano, por lo que en el caso de Mazatlán no fueron considerados 2,656
trabajadores consignados como habitantes de ranchería.
Fuentes: “Datos” en Boletín, t. IV, pp. 70 y 72-73; y Vallebueno Garcinava, Civitas, pp. 152 y 159, cuadro
24.

Las estadísticas diferencian entre los trabajos hechos por los hombres y los realizados por

mujeres, como es el caso de las costureras, lavanderas y planchadoras. En las amonestacio-

nes nupciales el oficio es un dato registrado únicamente entre los varones. A continuación

se disecciona la ocupación más común de la población trabajadora de Mazatlán según su

procedencia geográfica, a partir de una muestra de 1,720 individuos del sexo masculino

117
Vallebueno Garcinava, Civitas, p. 147.

107
compuesta por los pretendientes matrimoniales en el puerto más sus testificantes. Las ten-

dencias resultantes son un tanto contradictorias de las cuentas ofrecidas por las estadísticas

administrativas. La tercera parte de la población laboralmente activa hacía trabajo manufac-

turero. Alrededor de 400 individuos se dedicaban al comercio en mayor o menor escala o

eran dependientes de las tiendas; lo que equivale a casi una cuarta parte del mercado laboral

local dentro del que también se incluye a un pequeño número de 10 propietarios, tratándose

éstos posiblemente de personas que hacían su haber del arrendamiento de los inmuebles de

su propiedad al gobierno para instalar sus complejos de servicios civiles y administrativos;

o del alquiler de cuarterías para la vivienda de familias modestas. 20% se ocupaba de traba-

jar las tierras como labrador o jornalero; un descenso considerable con respecto a la propor-

ción ostentada en la estadística de1867 (gráficas I.23 y I.24).

Gráfica I.23. Ocupación de la población laboralmente activa de Mazatlán, 1850-1870.

3% 1%
6%
5%

10% 34%

23%
19%

oficios artesanales e industriales trabajo campesino


comerciantes y propietarios empleado gubernamental o de Hacienda
militar transporte y carga de mercancía
profesiones liberales servicios personales

Nota. La muestra utilizada es de 63% de 2,736 individuos.


Fuentes: libros de información matrimonial de la parroquia de Mazatlán, y registro civil de matrimonios de
Mazatlán.

108
Gráfica I.24. Ocupación según el origen de la población laboralmente activa de Mazatlán, 1850-1870.

Oficios artesanales e industriales Trabajo campesino

8%
7% 18%
26% 29%

22%
22%

37% 19%
13%

567 individuos 334 individuos


Comerciantes y propietarios Empleado gubernamental o de Hacienda

7% 11%
9%
6% 43% 6%
52%

25% 9%

20%

406 individuos 168 individuos

Militar Transporte y carga mercantil

9% 8%
6%
5%
42% 27%
55%
26%

9%
13%

82 individuos 99 individuos

109
Profesiones liberales Servicios personales

9%
16%

37%
49%
42%
37%

11%

45 individuos 19 individuos

Fuentes: gráfica I.23.

El grueso de la población nativa de Mazatlán lo mismo que la de los partidos del Rosario y

Concordia que se avecindaban en el puerto, 50% de todos ellos, se dedicaba casi con exclu-

sividad al trabajo campesino; y apenas un mínimo de 10% de este grupo de habitantes rea-

lizaba industrias artesanales u oficios, los cuales fueron trabajos desempeñados más co-

múnmente por la gente que inmigró de Jalisco, Durango y del resto de la república. Los

oriundos de Jalisco y Nayarit tuvieron constante y visible participación en el comercio del

puerto; actividad a la que también se dedicó casi la totalidad de los 200 extranjeros regis-

trados en las actas prenupciales locales. Las tareas políticas y administrativas de Mazatlán

fueron desempeñadas por funcionarios llegados del centro de México y en concreto de la

capital del país, así como de la capital sinaloense. No se contabilizó ningún profesionista

entre los oriundos del sur de Sinaloa. La servidumbre particular fue un medio de vida prác-

ticamente desconocido entre la sociedad porteña.

110
Sin distinción de origen, es igualmente notorio que la comunidad de Mazatlán se

componía mayoritariamente de población humilde, a juzgar por el costo que tuvieron las

sepulturas cristianas según la muestra tomada del registro parroquial de entierros. Es de

suponer que los más pobres eran enterrados por caridad o limosna (gráfica I.25). Por lo

tanto, no es sorpresa que estas cifras coincidan con la procedencia rural que tenían muchos

de los inmigrantes, lo cual puede comprobarse en los mapas.

Gráfica I.25. Origen y costo del entierro de la población adulta fallecida en el puerto de Mazatlán de enero de
1849 a octubre de 1850.
250

200

150

100

50

0
Mazatlán sur de Sinaloa Jalisco-Nayarit Durango otro lugar en extranjero
México

limosna $1 a $3 $4 o más, bóveda u otro


Nota. La muestra utilizada es de 55% de 1,107 individuos.
Fuente: libro de entierros de la parroquia de Mazatlán de 1849 a 1850.
Legítimo
39%
Los puestos públicos de mayor o menor rango los ocupaban los varones procedentes de la

ciudad de México; pero como antaño, todavía persistía la presencia de los nativos de Con-

cordia y de Rosario entre los empleados del gobierno. Aunque el grupo de los profesionis-

tas es el más reducido de todos, llama la atención que casi la mitad de ellos era originaria

111
de Guadalajara. Las actividades mercantiles fueron practicadas por todos, indistintamente;
118
pero además de los extranjeros, destacaron casi en la misma proporción los hombres de

Guadalajara y de Tepic. Cabe apuntar que no todos los mercaderes europeos comerciaban

con grandes volúmenes de mercancía ni con bienes suntuosos. Los italianos, por ejemplo,

se involucraban más en las ventas al menudeo.119

La incidencia de la población foránea en el crecimiento demográfico de Mazatlán es

confirmada en la introducción de una monografía estadística presentada en 1867, cuya es-

timación de una duplicación en el número de habitantes del puerto en el curso de esa déca-

da resulta plausible en vista de las cifras de las que hasta aquí se ha podido tener noticia:

La población ha aumentado considerablemente desde hace algunos años, especial-


mente desde los últimos trastornos que en el país ocasionó la guerra que sostuvo la
República contra las fuerzas invasoras.
Con motivo de los horrores de la guerra que reinaba en otros puntos del interior de
la República, multitud de familias vinieron a esta Estado buscando la quietud […] La
guerra de partidos que también ha asolado al vecino cantón de Tepic, ha atraído a esta
ciudad y sus pueblos circunvecinos multitud de familias que, expuestas a los azares
de aquella guerra sin cuartel, encontraron aquí la acogida más generosa. Basta echar
una ojeada al censo de los años de 1850 a 1852, para ver que evidentemente la pobla-
ción ha aumentado en cincuenta por ciento cuando menos. En apoyo del crecimiento
de esta población debemos de recordar que esta ciudad, y por consiguiente todo el
municipio, como puntos que siempre fueron de movimiento mercantil, siempre han

118
Además del comercio, fueron consideradas como tales las actividades que estaban directamente relaciona-
das con el transporte y manipulación de la mercancía: marineros, arrieros, abasteros, cargadores, dependientes
y agentes de ventas.
119
Luis Antonio Martínez Peña, “Inmigrantes europeos en Mazatlán: siglo XIX” en revista Arenas. Revista
sinaloense de ciencias sociales, número 11, primavera, Mazatlán, facultad de ciencias sociales de la Universi-
dad Autónoma de Sinaloa, 2007, p. 84-85.

112
atraído a personas de todas partes de la República y del extranjero, formando en po-
cos años un censo importante.120

Las fuerzas invasoras a las que hace alusión el informe son las huestes que intervinieron

México en 1862 y 1866 en defensa del emperador Maximiliano de Habsburgo. Tal y como

se señala, la guerra debió haber sido especialmente difícil en el cantón de Tepic, donde

emergió una guerrilla local acaudillada por el cacique indígena Manuel Lozada, aliada con

el ejército imperialista. Las hostilidades iniciadas por Lozada y sus hombres contra las

fuerzas liberales podrían explicar el nutrido flujo de gente de Nayarit que emigró a Ma-

zatlán durante esos años, de la misma manera como sucedió con anterioridad a raíz de la

Guerra Civil en Estados Unidos, según decía Calderón. Mas sin embargo, las cosas no eran

muy distintas en la ciudad sinaloense. Con el apoyo del propio Lozada, el ejército imperia-

lista al mando del general Armand Castagny tomó el puerto entre 1864 y 1866. A diferencia

de la invasión estadounidense, esta segunda intervención extranjera quedó en la memoria

de los mazatlecos como una ocupación violenta, durante la cual también las villas y pueblos

circunvecinos al puerto como Concordia y Villa Unión, fueron asolados por las tropas fran-

cesas.121

Entre 1865 y 1866 las autoridades porteñas fueron subordinadas por los altos mandos

intervencionistas, durante una breve etapa que en algunos documentos oficiales consta con

el nombre de “Ayuntamiento Imperial”. Siete funcionarios diferentes se encargaron de la

oficina de Registro civil en este periodo, lo que se ve reflejado en el desorden que exhiben

las actas de este periodo. Pero a pesar de los problemas, el registro público en Mazatlán

120
“Datos” en Boletín, t. IV, p. 69. No se tiene conocimiento de ningún censo realizado en Mazatlán en los
años de 1850 a 1852. Posiblemente se refiere a los datos estadísticos compilados por Luis Servo presentados
hasta 1854.
121
Ortega Noriega, Sinaloa, pp. 221-227.

113
tuvo continuidad. En Tepic, por ejemplo, no existía esta institución todavía en 1865 según

lo declararon en sus dispensas un par de vecinos de esta procedencia, quienes afirmaban

haberse casado por la Iglesia con anterioridad en su ciudad natal y que acudían al puerto

con la intención de hacerlo también por lo civil, a falta de un juzgado local en su ciudad de

origen.

Las cifras globales al cierre del periodo investigado (año de 1869) muestran un ve-

cindario estable, de casi 9,000 habitantes, que podía ascender hasta poco más de 15,000 si

se contara también a la población rural y a la gente de paso. 122 La población radicada en la

ciudad de Mazatlán nunca rebasó por crecimiento natural los 10,000 habitantes en sus años

de apogeo, a mediados de siglo, ni tampoco inmediatamente después, en su fase de consoli-

dación. Si se excluye a la población flotante, el número de habitantes de Mazatlán, una de

las ciudades más dinámicas y prósperas de su tiempo, era ligeramente inferior a la de las

ciudades de Durango y Tepic antes señaladas; e incluso un poco menor a la de la ciudad de

Culiacán según las Estadísticas históricas… de Jesús Hermosa, que reportó 9,647 poblado-

res en Culiacán en 1857.123 Los vecinos del puerto rebasaron a los de la capital de Sinaloa

posiblemente hasta 1869.124 En cambio, desde la mitad del siglo Mazatlán había superado

en cantidad de habitantes a la ciudad de El Rosario, su competidora regional.

La bonanza comercial del puerto ocurrió alrededor de 1850, pero el ascenso demográ-

fico de Mazatlán se verificó veinte años después, tras reponerse de las epidemias de cólera,

de las intervenciones militares y de la nueva competencia que representó el ingreso del

122
Calderón, “Apuntes”.
123
Manual de geografía y estadística de la República Mexicana (Jesús Hermosa, 1857) citado en Estadísticas
históricas de México, tomo 1, Aguascalientes, Instituto Nacional de Geografía, Estadística e Informática,
1999, p. 21.
124
Culiacán, 7,704 habitantes en 1869, contra los 8,706 de Mazatlán ese mismo año. J. D. Martínez, “Censo
de la población en Sinaloa” en Boletín de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística de la República
Mexicana, tomo IV, segunda época, México, Imprenta del Gobierno, 1872, pp. 778-779.

114
puerto de San Francisco a la red mercantil internacional del Pacífico norte. Dos notables

funcionarios públicos sinaloenses contemporáneos de la segunda mitad del XIX, Eustaquio

Buelna y Santiago Calderón, señalan en su obra política que la competencia con el puerto

californiano el final de los años de esplendor del puerto de Mazatlán.125

En los capítulos a continuación se aborda este problema historiográfico con el afán de

encontrar indicios de dicha decadencia; o de lo contrario, analizar si se trata de un reajuste

de las dinámicas demográficas y económicas conocidas del puerto.126 Por lo visto hasta

aquí, en el aspecto poblacional, se tiene quelas corrientes migratorias continúan después del

medio siglo, por lo que se estima que Mazatlán debió mantenerse como un centro económi-

co atractivo a pesar de las adversidades enfrentadas en el puerto entre 1850 y 1870 que se-

rán revisadas en los próximos capítulos. Por lo pronto, la situación sirve expone el punto de

que si bien los ritmos económicos y poblacionales están relacionados, pueden no ser simul-

táneos necesariamente.

El crecimiento demográfico de Mazatlán tiene su origen en flujos migratorios conti-

nuos que comenzaron desde el segundo cuarto del siglo y que poco a poco fueron dejando

un sedimento de pobladores. Estos flujos, modestos en un primer momento, se consolidaron

como tendencias tan luego como el puerto sinaloense se constituyó en una comunidad con

representación política con plena participación en la dinámica del libre mercado. Personas

llegadas desde varios puntos en el occidente de la república a pie, a caballo, en carretas y en

barco, progresivamente fueron avecindándose en el puerto, dejando así de ser gente de pa-

so.

125
Buelna, Compendio, pp. 44-45; y Calderón, “Apuntes”.
126
Karina Busto Ibarra, “Mazatlán: estructura económica y social de una ciudad portuaria, 1854-1869” en
Manuel Miño Grijalva (coordinador), Núcleos urbanos mexicanos siglos XVIII y XIX. Mercado, perfiles so-
ciodemográficos y conflictos de autoridad, México, El Colegio de México, 2006, pp. 304-305.

115
La expansión espacial de la ciudad que analizo en el siguiente capítulo, muestra cómo

la ciudad se transforma a medida que va albergando cada vez a más población ostensible-

mente humilde (considerando su lugar de procedencia, su oficio y hasta su zona de vivienda

en la ciudad) que arribó al puerto a mediados del siglo XIX. Ellos y no los ricos comercian-

tes fueron los que consolidaron el vecindario dado su cuantiosa presencia; y que animaron

el mercado local y regional, no como consumidores de lujos ni mucho menos como benefi-

ciarios de las grandes ganancias que generaba el comercio portuario: estas personas eran

piezas vitales para la buena marcha de la maquinaria comercial porque daban servicios,

abastecían de alimento el mercado local y el extranjero y participaban en tareas de distribu-

ción de la mercancía importada.

116
CAPÍTULO II

DESARROLLO ECONÓMICO DE MAZATLÁN EN LA PRIMERA MITAD DEL


SIGLO XIX

1. Los impuestos al comercio exterior en la Colonia.

En los siglos de la dominación española, el comercio de la Nueva España con los reinos

hispánicos y extranjeros fue restringido para proteger los monopolios del imperio, de tal

manera que la riqueza que esta actividad podía producir siempre estuvo limitada. La guerra

de Independencia mermó las principales fuentes de la economía virreinal que lo eran la

agricultura y la minería; y una vez conseguida la emancipación, instrumentos fiscales como

la tributación de las comunidades indígenas y el impuesto a la producción minera por los

que la Hacienda colonial obtenía hasta 30% de su riqueza también fueron abolidos. El co-

mercio exterior y los préstamos restaron por lo tanto para el naciente país como los únicos

medios para allegarse los recursos que requería para poder sostenerse ahora, en el comienzo

de su vida independiente.1

La alcabala era el mecanismo primigenio para fiscalizar el comercio, consistente en

una contribución exigida sobre el valor generado por todas las cosas –muebles, inmuebles y

semovientes– al tiempo de ser vendidas y revendidas. Pero la dificultad de imponer el co-

bro estrictamente durante la transacción mercantil, es decir, en el acto mismo de compra-

venta; hizo que su pago mejor fuera hecho en el momento en que las mercaderías eran dis-

1
Rubén Salmerón, “La formación de los mercados locales y el surgimiento de las oligarquías en el Estado
Interno de Occidente” en Jorge Silva Riquer y Jesús López Martínez (coordinadores), Mercado interno en
México. Siglos XVIII-XIX, México, Instituto Mora-El Colegio de Michoacán-El Colegio de México-
Universidad Nacional Autónoma de México, 1998, pp. 95-97; y Carlos Marichal, “Introducción” en Carlos
Marichal y Daniela Marino (compiladores), De colonia a nación. Impuestos y política en México, 1750-1860,
México, El Colegio de México, 2001, pp. 43-46.

118
puestas en la plaza donde serían expedidas independientemente de si esta acción se concre-

taba o no.2

La mercancía se avaluaba en función de sus dimensiones y se categorizaba y gravaba

según su procedencia. Los bienes obtenidos de la misma comarca para el provecho coti-

diano de los propios lugareños, por lo general alimentos e insumos básicos, eran llamados

“del viento” y se cotizaban conforme a tarifas estipuladas; y sobre su valor se aplicaba una

alcabala de 6%. Los bienes “del reino” o “de la tierra” eran los procedentes de poblaciones

que estaban fuera de los linderos de la región en donde estos eran consumidos; lo que con-

llevaba su circulación entre provincias. Los efectos “de ultramar” eran los que cruzaban los

o-céanos a Nueva España provenientes de España y de las posesiones castellanas en Perú y

Filipinas (“China”). De tener otro origen, sólo podían ser traídos por mediación de los co-

merciantes ibéricos.3

Los únicos puertos de la Nueva España autorizados para recibir los productos arriba-

dos por mar eran Veracruz en el golfo de México (1519) y Acapulco (1528) y San Blas

(1768) en la costa del océano Pacífico. Veracruz y Acapulco eran utilizados por los españo-

les desde los días de la conquista como sus terminales en América para la comunicación

con Europa y con Asia respectivamente; y entre ellos se trazó el eje transcontinental que

cruzaba por la ciudad de México a partir del cual fue dominado y dirigido en todas sus di-

recciones el comercio hispano en las Indias occidentales durante la época virreinal por parte

2
Estas contribuciones son consideradas de tipo indirecto y se definen como “[…] gravámenes que recaen
sobre manifestaciones transitorias de la capacidad de pago, que se perciben con ocasión de actos contractua-
les, y que en el caso de las alcabalas son los actos de compraventa o trueque de bienes muebles e inmuebles”.
Historia de la Hacienda pública (Francisco Comín, 1996) citado en Ernest Sánchez Santiró, Las alcabalas
mexicanas (1821-1857). Los dilemas en la construcción de la Hacienda nacional, México, Instituto Mora,
2009, pp. 20-21 y 29-30; y Juan Carlos Garavaglia y Juan Carlos Grosso, Las alcabalas novohispanas (1776-
1821), México, Archivo General de la Nación-Banca Cremi, 1987, p. 3. En Nueva España empezaron a ser
cobradas desde 1568. Óscar Cruz Barney, El comercio exterior de México, 1821-1928. Sistemas arancelarios
y disposiciones aduanales, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 2005, p. 12.
3
Sánchez Santiró, Las alcabalas, pp. 31 y 149-150; y Cruz Barney, El comercio, p. 27.

119
del consulado de mercaderes fundado en 1593 en esta ciudad. San Blas, utilizado desde la

segunda mitad del siglo XVIII por soldados y misioneros como puente hacia el territorio de

la Baja California, habría de ser usufructuado luego por el consulado de Guadalajara creado

en 1795 para controlar el comercio en el occidente del territorio colonial, que era una re-

gión poco arraigada a las redes de intercambio centrales.4

A diferencia de los productos locales tarifarios, el valor de la mercadería foránea se

determinaba por aforo o estimación de su precio según las condiciones del mercado donde

era expendido; y para éstas la contribución era de entre 8% y 12%. A los ultramarinos se les

imponía además el almojarifazgo o “alcabala de mar”, que era un impuesto a su introduc-

ción al país y bien puede ser considerado como el embrión de los derechos aduanales al

comercio exterior.5 El cobro de la alcabala se efectuaba en las aduanas terrestres o garitas

situadas en el interior, a lo largo de los caminos asignados por las autoridades para el tránsi-

to mercantil. Las garitas se organizaban en torno de una receptoría principal, lo que en con-

junto demarcaban un espacio fiscal o “suelo alcabalatorio”.6 Algunas de estas receptorías

4
Los consulados eran corporaciones dedicadas a fomentar del comercio y promover los intereses de sus
miembros. Se integraban por los mercaderes residentes que llenaban los requisitos de edad, propiedades y
ocupación. Los consulados actuaban como tribunales especiales para resolver los litigios mercantiles surgidos
entre sus integrantes. El arquetipo de éstos lo fue la Casa de Contratación de Sevilla, la cual prácticamente
dirigió la colonización y explotación de las Indias americanas en la época de la dinastía Habsburgo. A partir
de las licencias para el comercio libre entre provincias y reinos del imperio español concedidas en 1778 por la
dinastía Borbón conforme a su proyecto de reforma, se fundaron en España otros consulados como los de
Bilbao y Cádiz. Los que surgirían luego en las ciudades americanas respondieron particularmente a la prospe-
ridad comercial que pudieran haber alcanzado los puertos a su disposición que en los siglos pasados habían
sido usados con demasiadas restricciones y reservas. Tales fueron los casos en la Nueva España por ejemplo
de la ciudad de Guadalajara en relación con el puerto de San Blas y de la villa de Veracruz con el puerto ho-
mónimo. Los consulados nacidos en el marco de este espíritu liberal e ilustrado del último tercio del siglo
XVIII superaron sus primigenias funciones jurídicas y se involucraron también en el fomento de la agricultu-
ra, del comercio y la minería en sus espacios de desenvolvimiento administrativo. Fueron, consecuentemente,
matriz de oligarquías regionales y de élites locales. Cruz Barney, El comercio, pp. 11, 22-23, 32-33, 35, 37-
38. Sobre el consulado de Guadalajara, véase a José Ramírez Flores, El Real Consulado de Guadalajara:
notas históricas, Guadalajara, Banco Refaccionario de Jalisco, 1952.
5
Sánchez Santiró, Las alcabalas, pp. 32, 70-73 y 76.
6
Sánchez Santiró, Las alcabalas, p. 31; y Sergio Alejandro Cañedo Gamboa, Comercio, alcabalas y negocios
de familia en San Luis Potosí, México. Crecimiento económico y poder político 1820-1846, México, El Cole-
gio de San Luis-Instituto Mora, 2015, p. 100. En el primer cuarto del siglo XIX las aduanas interiores eran

120
centrales habrían de derivar posteriormente en dependencias aduanales más complejas que,

a semejanza del modelo de la Casa de Contratación de Sevilla, cobraban facultades de índo-

le política, judicial y fiscal para regir y gestionar el comercio en su jurisdicción.7

La reglamentación para el trasiego de mercancía dictaba que los arrieros debían viajar

con guías otorgadas por las aduanas que describieran el nombre y destino del comprador y

las características de la mercancía adquirida. El aduanero cotejaba lo estipulado en los pa-

peles con el cargamento examinándolo minuciosamente para cuantificarlo y gravarlo. A su

vuelta, el arriero debía presentar igualmente una certificación de la entrega realizada en

tiempo y forma llamada tornaguía. Estaba prohibido alterar el destino de la carga y el hacer

venta de ella en lugares no señalados en los papeles. Todo acarreo hecho por rutas distintas

a las oficiales evadía el espacio de recaudación tributaria y caía por lo tanto en la ilegalidad,

siendo motivo de sanción para el mercader o para su carga. De ser concebida como un im-

puesto a la compraventa, la alcabala mutó de esta manera en un derecho al tránsito de la

mercancía para el que las aduanas sirvieron como pagadurías a la vez que como barreras

para refrenar el contrabando.8

[Los arrieros debían circular] por los caminos reales y no por sendas y veredas extra-
viadas, ni por fuera de las calzadas y entradas públicas y por todas partes donde pasa-
ren, si hubiere guardas, o comisarios de esta aduana o de otra cualquiera, han de mos-
trarles las guías y reconociendo la carga razón de haber llegado a aquel paraje con la
misma carga, que en ella se expresa. […] cuando los arrieros volvieren con las guías
cumplidas, a los parajes de donde las sacaron los comisarios reconociendo la certifi-

todavía identificadas como meras receptorías de las alcabalas; con una naturaleza inherente a este impuesto.
Se entendía por lo tanto que ahí donde una aduana fuese instalada o suprimida, lo hacía con ésta un instru-
mento para la tributación. Memoria que el secretario de Estado y del despacho de Hacienda presentó al sobe-
rano Congreso Constituyente sobre los ramos del Ministerio de su cargo leída en la Sesión del día 12 de
Noviembre de 1823, México, Imprenta del Supremo Gobierno, 1823, pp. 19-20.
7
Cruz Barney, El comercio, p. 5.
8
Memoria (1823), p. 15; Sánchez Santiró, Las alcabalas, pp. 32-33; y Cañedo Gamboa, Comercio, p. 104.

121
cación o instrumento que llevaren, lo anoten en sus libros, dando por cancelada la
obligación contraída por los arrieros.9

El derecho alcabalatorio se convirtió en el siglo XVII en el ingreso primordial de ayunta-

mientos u otras corporaciones civiles, religiosas o militares, e incluso de individuos, gracias

a una facultad denominada encabezonamiento; consistente éste en el arriendo del ramo a la

Real Hacienda a cambio del derecho del particular a gestionar la gabela en sus provincias y

a devengar su ganancia. La fuerza económica y política del imperio se vio de esta forma

dispersada entre numerosos territorios y agrupaciones con la facultad de manipular los pre-

cios y tarifas impositivas del mercado dentro de su demarcación; y eventualmente capaces

de incumplir los designios del gobierno general para la conveniencia de sus intereses pecu-

liares, dando pauta para el consecuente surgimiento de oligarquías regionales. Compelida la

Corona a recuperar el poder sobre sus recursos, las reformas borbónicas a mediados del

siglo XVIII conllevaron la cancelación del encabezonamiento y la ulterior centralización de

la renta de la alcabala para provecho del erario real.10

No obstante, la influencia del liberalismo económico (doctrina nacida en Inglaterra en

el primero cuarto del siglo XVIII) cundió entre los gremios mercantiles hispánicos, cons-

treñidos éstos por el proteccionismo monárquico y recientemente avasallados también por

la política borbónica. En este marco ideológico emergería a principios del siglo XIX el

cuestionamiento del sistema alcabalatorio por considerársele opresivo para el desarrollo

natural del comercio. Los recargos sucesivos que afectaban a la mercancía en el trasiego

9
“Ordenanza de Revillagigedo” citado en Garavaglia y Grosso, Las alcabalas, pp. 32-33. La grafía original
fue modernizada.
10
Garavaglia y Grosso, Las alcabalas, pp. 3, 11 y 29; Araceli Ibarra Bellón, El comercio y el poder en Méxi-
co, 1821-1864: la lucha por las fuentes financieras entre el Estado central y las regiones, México, Fondo de
Cultura Económica, 1998, pp. 78-80, nota 82; y Sánchez Santiró, Las alcabalas, pp. 32-33. Sobre la designa-
ción de ramos tributarios que componían el erario de la Real Hacienda virreinal, véase a Cruz Barney, El
comercio, p. 12.

122
entre distintos suelos alcabalatorios eran excesivos;11 el trato de los funcionarios aduanales

siempre merecía una queja por lo abusivo o por lo imprudente; y el mantenimiento de las

numerosas garitas y del personal necesario para la recaudación resultaba oneroso; lo que al

final en vez de disuadir el comercio ilícito, terminaba de hecho soliviantándolo. Por lo ante-

rior fue que se exhortó a la abolición de las alcabalas, pero ésta jamás pudo concertarse

porque sus réditos eran esenciales para la riqueza de las élites regionales tanto como de la

tesorería pública.12

A falta de instrumentos fiscales más justos y conciliatorios que no recayeran sobre la

actividad comercial (llamados a ser éstos las contribuciones de tipo directo),13 se propuso

entonces sustituir las aduanas del interior por aduanas en las fronteras marítimas, para que

los impuestos fueran cargados exclusivamente a los géneros extranjeros entrados al país por

sus puertos. De este modo Hacienda brindaría protección al mercado nativo que apenas

comenzaba a constituirse sobre bases soberanas, al mismo tiempo en que orientaría al gran

comercio para convertirlo en el soporte económico que la nueva nación necesitaba. Coinci-

dían los funcionarios hacendarios en que entre más puertos existieran, más puntos de re-

caudación habría para las arcas de México; pero también advirtieron que si en éstos no se

11
La alcabala original que se aplicaba a la mercancía se denominaba “alcabala común” o “permanente”; y la
reiteración en su cobro a medida que ésta atravesara por diferentes suelos fiscales era llamada “alcabala even-
tual”. Sánchez Santiró, Las alcabalas, pp. 38-39. Para evitar confusiones en su registro, esta distinción en el
cobro de la alcabala se erradicaría en 1829. José Antonio Serrano Ortega, “Tensar hasta romperse, la política
de Lorenzo de Zavala” en Leonor Ludlow, Los secretarios de Hacienda y sus proyectos (1821-1933), tomo I,
México, Universidad Nacional Autónoma de México, 2002, p. 93.
12
Memoria (1823), p. 20. El atractivo del mercado indiano y las pesadas cargas fiscales que debían soportar
los comerciantes para acceder a éste fueron los motivos de la aparición de un mercado paralelo de contraban-
do en el que participaban los mismos españoles como también los extranjeros con derechos al intercambio
con las colonias hispánicas; lo que provocó pérdidas para el comercio formal y para el tesoro de la Corona, a
la vez que exhibió la vulnerabilidad del sistema defensivo imperial de sus posesiones. Cruz Barney, El co-
mercio, pp. 18-20; y Sánchez Santiró, Las alcabalas, pp. 45-62.
13
Los impuestos directos son definidos como “[…] aquellos que gravan una manifestación duradera de la
capacidad de pago de los contribuyentes, ya sea a partir de las fuentes de los rendimientos económicos (con-
tribuciones de producto), ya a partir de la renta que perciben las personas (contribuciones personales) […]”.
En la mayor parte del siglo XIX se careció de censos, catastros y otras herramientas estadísticas útiles para
estos propósitos fiscales. Historia (Comín, 1996) citado en Sánchez Santiró, Las alcabalas, pp. 20 y 75-76.

123
imponía un gobierno firme, se tornarían en espacios vanos para el Estado y francos para el

contrabando.14

Consumado en 1821 el movimiento independentista, el gobierno mexicano apenas

instituido ordenó la inmediata apertura de todos los puertos del país al libre comercio inter-

nacional. La actividad mercantil fue reglamentada conforme al arancel decretado en di-

ciembre de ese mismo año.15 Sin embargo, con la excepción de los puertos de origen colo-

nial, en el primer cuarto del siglo XIX ningún otro fondeadero de los litorales norteameri-

canos tenía mínima infraestructura portuaria, ni había en ellos aduanas u otra figura de au-

toridad para implementar la política arancelaria y fomentar la explotación económica. To-

das las instituciones gubernativas se hallaban en los centros urbanos; ninguno de los cuales

fue erigido en las costas del Pacífico porque su naturaleza insalubre no hacía viable el ave-

cindamiento en estas zonas, y porque la prohibición del comercio marítimo durante la Co-

lonia tampoco lo había hecho necesario.16

El aprovechamiento de los mares mexicanos demandaba por lo tanto del acondicio-

namiento de todas aquellas radas en su territorio que por siglos fueron abandonadas o veda-

das; y de la presencia en ellas de elementos administrativos. Durante la década de 1820

14
Memoria sobre el estado de la Hacienda Pública leída en la Cámara de diputados y en la de senadores,
por el ministro del ramo. En cumplimiento del artículo 20 de la Constitución federal de los Estados Unidos
Mexicano a 4 de enero de 1825, México, Imprenta del Supremo Gobierno de los Estados Unidos Mexicanos,
1825, p. 46; Sánchez Santiró, Las alcabalas, pp. 75-76; y Salmerón, “La formación” en Silva Riquer y López
Martínez, Mercado, p. 97.
15
Decreto núm. 260 de diciembre 15 de 1821 en Manuel Dublán y José María Lozano, Legislación mexicana
o colección completa de las disposiciones legislativas expedidas desde la independencia de la república,
tomo I, México, Imprenta del Comercio, 1876, pp. 567-587. El arancel es el marco legal que reglamenta el
comercio exterior de la nación. Éste comprendía asuntos tales como las tarifas impositivas a la importación y
exportación; la clasificación de artículos permitidos o prohibidos en el mercado mexicano y sus precios de
lista, llamada nomenclatura; protocolos para la compraventa, valoración y transportación de los efectos; san-
ciones al fraude; y la organización de la aduana y los deberes de sus operadores. Luis Jáuregui, “Las puertas
que reciben al mundo: aduanas, contrabando y comercio en el siglo XIX” en Enrique Florescano (coordina-
dor), Historia general de las aduanas de México, México, Confederación de Asociaciones de Agentes Adua-
nales de la República Mexicana, 2004, p. 113.
16
John Mayo, Commerce and Contraband on Mexico’s West Coast in the Era of Barron, Forbes & Co.,
1821-1859, New York, Peter Lang Publishing, 2006, pp. 29-30.

124
fueron definiéndose las divisiones políticas de México en el noroeste del país. En el proce-

so nacieron dos nuevos puertos atendidos por dos nuevas aduanas: Mazatlán en la provincia

de Sinaloa y Guaymas en la de Sonora.

2. Creación de un espacio fiscal en la costa de Mazatlán.

En 1804 José Esteban, gobernador de Mazatlán, sugirió al intendente de Arizpe fomentar el

comercio marítimo en el puerto de San Félix por tener las dimensiones y condiciones idó-

neas para convertirle en el mejor puerto de toda la costa y particularmente prolífico para las

provincias de Sonora y Sinaloa y Nueva Vizcaya, rico en recursos pesqueros y rodeados

además de bosques abundantes en cedro y roble que daban buena madera para la construc-

ción de barcos en la propia localidad.

[El puerto de San Félix] Es bastante seguro por lo cercado de cerros, de competente
extensión para cuarenta fragatas o navíos de setenta. Su canal tiene media legua de
longitud, doscientas varas de latitud y cinco brazas de agua; no se le conoce barra que
impida la entrada de mar al canal. Hállase contigua una rada de competente extensión
y seguridad para muchas embarcaciones resguardada de dos cerros [con] un arrecife
para la parte de mar: en dicho puerto y rada hay criadero de perlas finas, carey y co-
ral, lo que pocas veces se saca por la ignorancia y falta de inteligencia de los morado-
res desafectos al ejercicio marítimo.
Por supradicho puerto es, con seguridad, después de Acapulco, el más seguro, ca-
paz y útil de toda esta costa […]17

17
“Relación que el teniente gobernador de Mazatlán rinde al señor gobernador intendente de Sonora de todos
los puntos que conducen a formar un exacto conocimiento del estado y productos de este gobierno, para de
ello instruir al señor comandante general de las provincias internas al Real Consulado de Veracruz en cum-
plimiento a la Real Orden de Su Majestad de 21 de junio de 1804.” compilado en Adrián García Cortés, La
fundación de Mazatlán, México, Siglo XXI-Dirección de Investigación y Fomento de Cultura Regional, 1992,
p. 226.

125
El pueblo de Mazatlán evidenciaba los positivos efectos que tenía el estímulo al comercio,

pues en menos de dos décadas de conformado lo que el gobernador local José Garibay des-

cribió como una miserable aldea de milicianos, emergió en éste un pequeño aunque diversi-

ficado mercado vinculado al del boyante centro minero de Rosario (a 50 kilómetros de dis-

tancia), al que proveían de granos y hortalizas y del cual se surtían de vestimenta y otros

insumos. Acorde con José Esteban, en San Juan de Mazatlán se consumían $4,000 en efec-

tos de origen novohispano, $5,000 en bienes de Castilla y productos asiáticos por $2,500;

además de $1,545 en tabaco y escasos $100 de cacao, que al parecer era un fruto costoso y

por lo tanto inaccesible para la humilde gente de Mazatlán.18

La insistencia resultó insoslayable para el precario gobierno del México recién eman-

cipado. A solicitud del comandante subinspector de la caballería ligera de Mazatlán, el fon-

deadero del mismo nombre y el de Guaymas fueron habilitados como puertos comerciales

el 6 de febrero de 1822.19 Sin embargo, no existía en ese momento –ni lo hizo por los pró-

ximos seis años– una aduana en la costa de Mazatlán para la supervisión de la actividad

mercantil que allí tuviera lugar, por lo que tal responsabilidad recayó en principio en la

aduana más cercana, que lo era la receptoría terrestre establecida en el real de minas del

Rosario por lo menos desde 1777.20

18
“Relación [1804]” en García Cortés, La fundación, pp. 226-232.
19
Decreto núm. 267 de febrero 6 de 1822 en Dublán y Lozano, Legislación, t. I, p. 590. El cargo del coman-
dante de caballería de Mazatlán y el cuerpo militar bajo su mando fue creado por Real Orden de marzo 23 de
1790. “Relación [1804]” en García Cortés, La fundación, p. 227. La compilación de leyes de Dublán y Lo-
zano no registran esta ordenanza.
20
Memoria estadística del Estado de Occidente (Juan Miguel Riesgo y Antonio J. Valdés, 1828) compilado
en Sergio Ortega y Edgardo López Mañón (compiladores), Sinaloa, textos de su historia, tomo 1, México,
Gobierno del Estado de Sinaloa-Dirección de Investigación y Fomento de la Cultura Regional-Instituto de
Investigaciones Dr. José María Luis Mora, 1987, p. 107. Una recopilación con las recaudaciones alcabalato-
rias de la receptoría de Rosario de 1777 a 1818 es presentada en Garavaglia y Grosso, Las alcabalas, pp. 229-
236.

126
El real del Rosario era el punto de convergencia para la producción mineral de Arizpe

y Nueva Vizcaya en ruta al centro de México, donde era concentrada en las bóvedas regias;

aunque se especula que la mitad de los caudales regionales en realidad tuvieron por destino

los barcos de Europa y China que de manera clandestina habían estado llevándosela por la

vía conocida entonces como “extravío de la plata”; es decir, el contrabando.21 Convenía

entonces que esta localidad fuese la escogida para establecer en 1772 una Real Caja en la

intendencia.

Al igual que lo hicieron las villas de Tepic y Álamos, Rosario emanó del Hinterland

de Guadalajara y en las postrimerías de la época colonial era uno de los centros comerciales

más importantes del noroccidente de Nueva España: 17% del comercio tutelado por el con-

sulado de esta ciudad de 1798 a 1818 afluyó en Rosario, por el siguiente valor: $121,600 en

productos de la propia tierra; $585,700 en productos españoles; y $20,375 en ultramarinos

–seguramente llegados por Mazatlán– para un total de $727,750. Por comparación, el valor

del comercio de Tepic resultaba en la misma proporción que el de Rosario, 17%, pero no en

su tipo: $479,125 en productos del reino; $125,675 en productos de la Corona; y $129,050

en productos extranjeros para un total de $733,850. El valor del mercado de Álamos supe-

raba por muy poco al de ambos lugares: 20%.22

21
Chantal Cramaussel, “Ritmos de poblamiento y demografía en la Nueva Vizcaya” en Chantal Cramaussel
(editora), Demografía y poblamiento del territorio. La Nueva España y México (siglos XVI-XIX), Zamora, El
Colegio de Michoacán, 2009, p. 133.
22
Guadalajara, sede primigenia de la Audiencia del reino de Nueva Galicia que abarcaba las provincias de
Sinaloa, se conservó después de la emancipación colonial como capital del recién formado estado de Jalisco.
Con ello, prevaleció también la influencia que sobre el mercado y la política en las villas que se encontraban
dentro de la antigua comprensión territorial en el del noroeste del país tenía el consulado local –creado en
1795– a través del eje comercial de Tepic-San Blas. La proporción del valor de comercio en las tres villas
mencionadas fue determinado con base en la segmentación de los derechos de avería expuestos por la propia
fuente consultada. Antonio Ibarra, “Circulación interior de importaciones: de Guadalajara al septentrión no-
vohispano (1798-1818)” en revista Siglo XIX. Revista de historia, no. 16, septiembre-diciembre de 1996,
Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Autónoma de Nuevo León, pp. 26-28, cuadro 4.

127
Desde 1792 Rosario habría sido designado como una de las nueve administraciones

alcabalatorias de la intendencia.23 La receptoría central en el real de minas; y dos subrecep-

torías, una en la villa de San Sebastián, por el camino a Durango (posiblemente antes situa-

da en la villa de San Ignacio, sobre el camino real entre Guadalajara y Arizpe) y otra en el

pueblo de Las Juntas; demarcaron el suelo fiscal de Rosario (cuadro II.1).

Cuadro II.1. Administración foránea de alcabalas de Sonora y Sinaloa, 1810.


Subreceptoría y/o pueblo depen-
Provincia Receptoría
diente

Arizpe

San Ildefonso de la Cienaguilla

San Miguel de Horcasitas

Aigame
San Antonio de la Huerta
San José de Mulatos
La Aduana
Sonora
El Fuerte
Sibirijoa
Mochicahui
Álamos
Toro
Yecorato
La Trinidad
Baroyeca
Mocorito
Sinaloa
Bacubirito
San Javier
Real de Alisos
Badiraguato
Culiacán
Sinaloa Imala
Real de Cajón
Quilá y Real de Ibonias

Cosalá

Las Juntas
Rosario
San Sebastián “(a. San Ignacio)”
Notas. Provincia de Sonora. El pueblo al que alude la receptoría que lleva por nombre “San Ildefonso de la
Cienaguilla” en el presente se llama La Ciénaga de Pitiquito. Con excepción de los pueblos de La Aduana y
Baroyeca, las demás subreceptorías de Álamos pertenecientes a la provincia de Sonora, son hoy en día pue-
blos pertenecientes al estado de Sinaloa. El pueblo de Toro desapareció en la década de 1990 debido a la

23
Cañedo Gamboa, Comercio, p. 100, nota 22.

128
construcción de la presa “Luis Donaldo Colosio” en esa ubicación, en el municipio de Choix, Sinaloa. Pro-
vincia de Sinaloa. Se desconoce a qué comunidad aluda la subreceptoría que lleva por nombre “Las Juntas”.
De Escudero (1849) hace mención de un “antiguo mineral que fue muy rico en otro tiempo, y en el día se
halla casi abandonado” de nombre San Miguel de las Juntas. No menciona su localización, pero posiblemente
se encontraba en el sur de Sinaloa dentro de la demarcación política decimonónica del distrito de Allende.
Actualmente existen tres ranchos en el sur de Sinaloa llamados así, con posibilidad de ser el mencionado
lugar: Las Juntas o El Jorobado, próxima al pueblo de Cacalotán en el municipio de El Rosario; Las Juntas en
el municipio de Concordia, próxima al antiguo mineral de Pánuco; y Las Juntas en el municipio de Mazatlán,
adentrado en la sierra pero a corta distancia del antiguo camino Mazatlán-Durango. En la actualidad, los pue-
blos de Real de Alisos, Real de Ibonias y Real de Cajón pertenecientes a la receptoría de Culiacán son cono-
cidos como Alisos, actualmente en el municipio de Badiraguato; Ibonias, en el de Elota; y Cajón de las Minas,
en el de Culiacán.
Fuente: “Instrucción de los comisionados de la Dirección General y Juzgado Privativo de Aduanas del Rey-
no” citado en Juan Carlos Garavaglia y Juan Carlos Grosso, Las alcabalas novohispanas (1776-1821), Méxi-
co, Archivo General de la Nación-Banca Cremi, 1987, pp. 221-222; José Agustín de Escudero, Noticias esta-
dísticas de Sonora y Sinaloa, México, Tipografía de R. Rafael, 1849, p. 105 (acervo electrónico de Library of
Congress consultado en julio de 2015 en www.archives.org).

Los suelos alcabalatorios coloniales trascendieron casi sin alteración al México indepen-

diente y durante por lo menos todo el primer periodo republicano, en número de 277.24 Al

momento de su habilitación comercial en 1822, Mazatlán tácitamente debió haber quedado

sujeto a la receptoría de Rosario porque para ese año, este puerto no tenía todavía adecua-

ciones materiales ni administrativas para poder llevar a cabo operaciones mercantiles for-

males, lo cual se ve reflejado en la contabilidad hacendaria: durante el breve gobierno im-

perial que siguió a la consumación de la independencia, entre enero de 1822 y septiembre

de 1823, la administración fiscal de Rosario tuvo ingresos de $43,000 por alcabalas terres-

tres producto del intercambio con los pueblos con las que el real de minas estaba ligado

desde la época virreinal, pero ninguno por derechos marítimos.

En cambio en el fondeadero de Guaymas, que era tenido como el más adecuado para

la actividad portuaria en todo el Pacífico mexicano, desde el año de su apertura se fincó una

aduana en el puerto, incluyéndosele desde ese momento entre las administraciones fiscales

24
Sánchez Santiró, Las alcabalas, p. 212, nota 111; y Cañedo Gamboa, Comercio, p. 100, nota 22. El número
de receptorías en torno a las cuales se configuraba una demarcación alcabalatoria contabilizadas en 1810 era
de 102, no de 277. Garavaglia y Grosso, Las alcabalas, pp. 209-211.

129
de la provincia de Sonora.25 La aduana marítima de Guaymas obtuvo $30,000 por derechos

al comercio portuario, aunque escasos $300 por alcabalas terrestres; lo que es entendible en

vista de que el comercio que empezaba a procurarse en esta zona de la República lo hacía

en medio de un gran territorio mayormente deshabitado donde la internación de mercancías

era, por obvia razón, improcedente.26 El mayor provecho de este puerto estuvo por lo tanto

en hacer el reembarque de mercancías hasta las otras terminales costeras de la región desde

donde eran introducidas hasta las provincias donde habrían de ser consumidas; ahorrando

de este modo mucho del tiempo que se invertía en su traslado por tierra. Guaymas habría de

convertirse con esto en uno de los principales enclaves del embrionario circuito de cabotaje

que se desarrollaba en el golfo de California y por todo el litoral del Pacífico mexicano.27

El aporte a la economía para la incipiente nación de estas dos nuevas administracio-

nes tributarias era comparable con la contribución de la aduana de Acapulco, que de 1822 a

1823 recaudó por alcabalas de mar y de tierra un total de $45,000; no así con la administra-

ción terrestre y marítima de Tepic-San Blas, que en el lapso antedicho hizo suma

$382,000.28 El movimiento mercantil en la provincia de Sonora y Sinaloa (nombre que re-

25
Memoria del ramo de Hacienda Federal de los Estados Unidos Mexicanos, Leída en la cámara de Dipu-
tados el 13 de enero, y en la de Senadores el 16 del mismo, por el Ministro respectivo. Año de 1826, México,
Imprenta del Supremo Gobierno, 1826, p. 13. Un testimonio contemporáneo niega la existencia de aduana en
Guaymas todavía en el año de 1824: “En 1824, cuando no había aduana en Sonora, hubo una vez veintiocho
buques anclados en el puerto de Guaymas, cuyos cargamentos, por supuesto, se introdujeron libres de dere-
chos”. Henry G. Ward, México en 1827, traducción de Ricardo Haas, México, Fondo de Cultura Económica,
1981, p. 647.
26
Mayo, Commerce, pp. 38-39.
27
El cabotaje era imprescindible para el comercio en el occidente de México ya que las distancias entre las
plazas en este territorio eran muy grandes y los caminos, muy accidentados. Resultaba entonces muy ventajo-
so el poder colocar la mercancía “a las puertas del camino”, trasladándole hasta puertos desde donde fuera
más rápido acarrearla hasta su final destino. Documento consular inglés, 1825 citado en Mayo, Commerce,
pp. 38-39 y 146; y Luis Antonio Martínez Peña, “Historia del comercio en Mazatlán 1823-1877”, tesina de
maestría en Historia, Culiacán, Facultad de Historia de la Universidad Autónoma de Sinaloa, 1991, pp. 46-48.
28
A diferencia de los puertos de Veracruz y Acapulco, el puerto de San Blas se encontraba alejado de los
espacios de batalla del centro del país que atrofiaban las rutas del comercio interior. En consecuencia, en los
años medios de la guerra de independencia atrajo hasta 70% de las importaciones por la costa occidental des-
pués de haber representado apenas 3% de dicho flujo en los anteriores a este conflicto. Ibarra, “Circulación”
en Siglo, pp. 28-29.

130
cibió la intendencia de Arizpe después de la Independencia) debió haberse incrementado

sin embargo cuando el gobierno mexicano presumiblemente consintió en hacer excepciones

a la prohibición de la exportación de oro y plata pura o “en pasta” decretada en enero de

1822 con la intención de crear condiciones para el desarrollo del comercio en el noroeste

del país.29

La moneda, instrumental para las transacciones mercantiles, era escasa en los territo-

rios norteños; y su remisión desde Durango o Guadalajara que eran los lugares más próxi-

mos donde se encontraran casas de moneda, era costoso, tardado y peligroso. Ante la recu-

rrente insuficiencia de numerario que frustraba las posibilidades de negocio; y entretanto no

existieran en Sonora y Sinaloa cecas factibles para suministrarlo de forma segura y regular;

en su remplazo fue que las autoridades centrales avalaron –probablemente en 1823 o 1824–

que la plata y el oro que se extraía en las minas de esta región pudieran ser utilizados por

los comerciantes dentro de sus demarcaciones directamente en estado puro para el pago de

sus adquisiciones.30

La prerrogativa fue concebida como una solución temporal –sólo por el tiempo que

tomaba establecer las casas de acuñación correspondientes a Sonora y Sinaloa, a partir de lo

cual ya no sería necesario ni permitido pagar con los metales preciosos en su estado puro– a

los requerimientos del comercio en el noroccidente de México que repentinamente se in-

crementaron con la apertura de los puertos de Mazatlán y Guaymas.31 Esta condición indujo

29
Ambos frutos gozaban originalmente de libertad comercial de conformidad con el arancel anunciado en
diciembre de 1821; apenas un mes antes de la prohibición. Decreto núm. 260 de diciembre 15 de 1821 y de-
creto núm. 263 de enero 14 de 1822 en Dublán y Lozano, Legislación, t. I, pp. 586 y 588.
30
No se conoce ningún documento que constate la concesión de esta excepción legal; pero por el desarrollo
que tomó el flujo tributario en los años inmediatamente posteriores, además de testimonios contemporáneos
que sugieren tal beneficio, se infiere que así fue.
31
Memoria sobre las reformas del arancel mercantil que presenta el Secretario de Hacienda al Soberano
Congreso Constituyente. Leída en sesión de 13 de enero de 1824, México, Imprenta del Supremo Gobierno,
1824, p. 26; y Memoria (Riesgo y Valdés, 1828) en Ortega y López, Sinaloa, t. 1, p. 101. No se establecieron

131
a los mineros y mercaderes locales a atesorar piezas de oro y plata con las cuales podían

liquidar sus importaciones de forma inmediata y sin objeciones legales. Enseguida, los ma-

rineros y tratantes extranjeros comenzaron a frecuentar este par de nuevos puertos mexica-

nos atraídos por la oportunidad de hacer considerables fortunas; a más de grandes en tanto

que menores o inexistentes eran los gravámenes a satisfacer por ellas.

Mazatlán era particularmente conveniente para este propósito, pues la falta de una

aduana en el puerto imposibilitaba la fiscalización de los intercambios que allí tuvieran

lugar tal como la ley lo estipulaba; mientras que las rondas ocasionales que el resguardo de

la aduana de Rosario hacía a esta península32 tampoco bastaban para contener las introduc-

ciones que se hacían por sus dos bahías –San Félix y Ortigosa– y que se disipaban con ra-

pidez por el estero y las veredas enmontadas de los alrededores sin pagar impuestos o en

cabal desacato de las prohibiciones arancelarias, es decir, en la clandestinidad.33

El descuido de las costas permitió que el comercio que recién comenzaba a celebrarse

en Mazatlán degenerara rápidamente en contrabando; razón por la que este espacio pronto

debió ser vigilado en forma permanente. En 1823 se destacó al puerto de Mazatlán un mili-

tar con el rango de comandante especial de las armas de Sinaloa cuya obligación primaria

era defender las fronteras del país de las amenazas del exterior. No tenía competencia para

sancionar las importaciones que los extranjeros hacían de manera ilegal, pero sí el deber de

casas de moneda en Sonora ni en Sinaloa sino hasta mediados del siglo XIX. En virtud de su propósito, la
concesión debió haber prevalecido entonces por más de dos décadas. Juan Fernando Matamala, “Las casas de
moneda foráneas, 1810-1905” en revista Historias, núm. 71, México, Instituto Nacional de Antropología e
Historia, 2008, pp. 62-65.
32
Cuidar la rectitud del desarrollo del comercio era responsabilidad de una partida de guardias (“guardas”)
aduanales denominado resguardo. Además de cuidar la aduana local, el resguardo de Rosario debía patrullar
el puerto; abordar los barcos arribados; revisar la probidad de sus documentos mercantiles –manifiesto del
cargamento, las guías de venta, y facturas y tornaguías de compra–; conducir al capitán hasta la oficina adua-
nal para ratificarlos; y retener entretanto la nave para que no procediera a ninguna maniobra hasta recibir
autorización. Memoria (1824), pp. 16 y 19; y Jáuregui, “Las puertas” en Florescano, Historia, p. 113.
33
Memoria (1826), p. 12.

132
auxiliar con medios militares a los funcionarios conocidos como comisarios generales para

detenerlo.34 El comandante fue alojado en una caserna muy ordinaria señalada como “Casa

Blanca” construida años atrás en la playa norte de la península, a la vista seguramente de la

aldea mulata de San Félix (imágenes II.1 y II.2).35

Imagen II.1. Puerto de Mazatlán en 1823: ubicación de la “Casa Blanca”.

Fondo de carta.
Fuente: “Plano del puerto de Mazatlán, José de Caballero y Rafael Calvo. Febrero de 1820” consultado en la
colección particular de Manuel Gómez Rubio.

34
Decreto núm. 358 de septiembre 9 de 1823, y art. 13 del decreto núm. 423 de septiembre 21 de 1824 en
Dublán y Lozano, Legislación, t. I, pp. 672 y 717. Las comandancias eran distritos militares creados con la
reforma borbónica en sustitución de las antiguas capitanías. Cada una de las cinco provincias internas de
Occidente (Sonora, Sinaloa, Nuevo México, Chihuahua y Durango) contaba con una comandancia, situándose
en Chihuahua la comandancia general a todas ellas. Ortega Noriega, Sinaloa, p. 123.
35
“Datos estadísticos de la municipalidad de Mazatlán correspondientes al año de 1867” en Boletín de la
Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística de la República Mexicana, tomo IV, segunda época, México,
Imprenta del Gobierno, 1872, p. 66.

133
Imagen II.2. Puerto de Mazatlán en 1825: ubicación de la “Casa Blanca del comandante militar de Sinaloa”.

Fondo de carta.
Fuente: “Plano del puerto de San Feliz de Mazatlán”, Estado Mayor Divisionario. Mayo de 1825”, clave 585-
OYB-7231-A (acervo electrónico de la mapoteca “Manuel Orozco y Berra” consultado en agosto de 2014 en
http://w2.siap.sagarpa.gob.mx/mapoteca/).

134
La organización política y administrativa de antiguo régimen cambió en 1824 con la pro-

clamación del sistema republicano federal: las intendencias pasaron a ser estados y el tesoro

nacional que hasta entonces se aunaba en masa fue separado en ramos destinados para fi-

nanciar el erario general de la República Mexicana, que lo fueron principalmente los de

aduanas internacionales (marítimas y fronterizas) concernientes al comercio exterior; y los

asignados para proveer a las arcas de cada una de las entidades federativas en particular,

entre los cuales se destacaba el de alcabalas al comercio interior.36

La implementación del nuevo esquema fiscal correspondió a las comisarías generales

creadas por Hacienda Pública en cada uno de los estados en lugar de las antiguas Cajas

Reales provincianas. Era responsabilidad de los comisarios integrar el erario y combatir con

el apoyo por ley de militares y gobernadores estatales todo acto que fuera en perjuicio del

mismo, como lo eran el contrabando y el fraude. Tenían la obligación de cobrar y desglosar

las rentas estatales y la facultad para supervisar la conformación del ramo federal de adua-

nas marítimas, las cuales mantenían una administración propia pero estaban subordinadas a

las órdenes del comisario.37

Empero, la autoridad central fue incapaz de supervisar la operación de las administra-

ciones aduanales marítimas en el noroeste debido a la lejanía entre la capital del país y

aquellos puertos, y a la resistencia de las oligarquías de la región a ceder a los intereses

comunes promovidos por el Estado. La trasposición de jerarquías entre jefes políticos loca-

les y empleados del fisco federales abrió desde entonces una tensión permanente y perni-

36
La ley de clasificación de rentas no determinó los ramos de las economías estatales, sino que les considera
como todos aquéllos que no hayan quedado entre los especificados para la federación. Decreto núm. 415 de
agosto 4 de 1824 en Dublán y Lozano, Legislación, t. I, pp. 710-712. La alcabala, que históricamente había
sido la fuente de riqueza de las antiguas administraciones provincianas, pasó a convertirse en la “columna
fiscal” de los erarios de los nuevos estados republicanos. Sánchez Santiró, Las alcabalas, pp. 21-22, 84-86 y
155-157.
37
Decreto núm. 423 de septiembre 21 de 1824 en Dublán y Lozano, Legislación, t. I, pp. 715-717.

135
ciosa con respecto a la justa disposición de los ingresos que dejaba del comercio exterior, lo

que dificultaba las labores en esta institución y la exponía a la expoliación.38

En este contexto, la provincia de Sonora y Sinaloa fue constituida en 1824 como Es-

tado Interno de Occidente, conservándose en el real de Rosario la sede de la comisaría esta-

tal a cargo de Juan Miguel Riesgo, ex-gobernador de la intendencia de Arizpe.39 Dentro de

su jurisdicción quedaron la aduana de Guaymas y la local. 40 Entre los años de 1825 y 1826

el comercio marítimo de Guaymas compuesto de plata, oro, cobre y harina fue valorado en

$261,992 en proporción de 74% por los metales y el restante 16% (alrededor de $43,000)

por harina. Por comparación, el comercio por mar en las receptorías de Mazatlán, San Blas

y Acapulco en conjunto no sumó ni $100,000.41

De la aduana terrestre de Rosario dimanó una modesta oficina establecida en el pue-

blo de Presidio42 atendida por el propio comisario más un escribiente para ordenar el co-

38
Marichal, “Introducción” en Marichal y Marino, De colonia, pp. 44-45; Serrano Ortega, “Tensar” en Lud-
low, Los secretarios, t. I, pp. 106-107; y Pedro Cázares Aboytes, “El contrabando en el Pacífico Norte, 1821-
1872. Prácticas, discursos y legislación”, tesis de doctorado en Ciencias Sociales, Guadalajara, Centro Uni-
versitario de Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad de Guadalajara, 2013, pp. 83-84.
39
Ortega Noriega, Sinaloa, pp. 166-169.
40
Luego en 1825 se crearía una subcomisaría en Loreto, Baja California para supervisar el comercio en el
golfo de California; también dentro de la jurisdicción de la Comisaría de Occidente. En 1828 fue trasladada al
puerto de Guaymas. Cázares Aboytes, “El contrabando”, pp. 140-143.
41
Salmerón, “La formación” en Silva Riquer y López Martínez, Mercado, p. 116; y Balanza general del co-
mercio marítimo por los puertos de la República Mexicana en el año de 1825. Formada por orden del go-
bierno en cumplimiento de lo mandado por el Congreso general en la ley de ocho de mayo y de mil ochocien-
tos veinte y seis, México, Imprenta del Águila, 1827; y Balanza general del comercio marítimo por los puer-
tos de la República Mexicana en el año de 1826. Formada por orden del gobierno en cumplimiento de lo
mandado por el Congreso general en la ley de ocho de mayo y de mil ochocientos veinte y seis, México, Im-
prenta del Águila, 1828 (acervo electrónico de Columbia College in the City of New York Library y Stanford
University Library consultados en www.archives.org en julio de 2019). Las balanzas generales del comercio
marítimo de los años naturales de 1825 y de1826 son las únicas de su tipo en la primera mitad del siglo XIX
que describen el movimiento comercial de los puertos del Pacífico mexicano. Véase una descripción de las
características de esta fuente de información económica en Inés Herrera Canales, El comercio exterior de
México 1821-1875, México, El Colegio de México, 1977, pp. 153-160, cuadro 26.
42
La fuente no hace mención concreta de la fecha ni el lugar de establecimiento de esta dependencia. La mí-
nima descripción brindada es mínima: “La oficina […] dista nueve leguas del puerto […]”; pero se asume que
el lugar debe ser el pueblo de Presidio (actualmente Villa Unión, en el municipio de Mazatlán). Aunque la
distancia referida de “nueve leguas” equivale a casi 50 kilómetros considerando la legua en 5.5 km. y esto es
el doble de la distancia que actualmente existe entre este lugar y el puerto (24 km.); tal distancia debió corres-
ponder con las condiciones que tenía el camino en su tiempo, antes de que las obras hidráulicas y carreteras

136
mercio de altamar que tenía lugar en Mazatlán, a la espera de que se construyera en el para-

je portuario un edificio para la aduana, muelle, almacenes y un baluarte, porque hasta ese

momento la bahía del fondeadero tenía por toda defensa únicamente un par de cañones mó-

viles pequeños y desvencijados.43 Por otra parte, sólo el comandante y un cabo conforma-

ban el cuerpo de resguardo, el cual obviamente no alcanzaba para revisar las embarcaciones

de hasta 230 toneladas que podían llegar al puerto;44 por lo que en su ayuda debieron agre-

garse a otros cuatro guardas además de reforzar la vigilancia con la instalación de un con-

trarresguardo en el algún punto del camino al puerto.45

Las medidas cautelares de todas maneras eran inservibles porque los mismos oficiales

encargados de hacerlas efectivas, se corrompían. Los testimonios de soborno a los funcio-

narios aduanales de Mazatlán son habituales desde los primeros años de funcionamiento del

puerto. El marinero Auguste Duhaut-Cilly (1826) se jacta de haber llegado a un rápido “en-

regularizaran el terreno, las cuales implicaban vadear el río Presidio y extender por lo tanto la ruta al doble de
su trayecto uniforme. Memoria (1826), p. 12; e Isidore Löwenstern, México. Memorias de un viajero, traduc-
ción y edición de Margarita Pierini, México, Fondo de Cultura Económica, 2012, p. 248, anexo. Fuentes pos-
teriores confirman que la sede efectivamente era Presidio. Auguste Duhaut-Cilly, Voyage autour du monde,
principalement à la Californie et aux Îles Sandwich, pendant les années 1826, 1827, 1828 et 1829, Paris,
Arthus Bertrand, 1834, p. 269 (acervo electrónico de Bibliothèque Nationale de France consultado en
www.gallica.bnf.fr en julio de 2015); y Santiago Calderón, “Apuntes para la estadística del municipio de
Mazatlán correspondientes al año de 1874” en Documentos Históricos sobre Mazatlán y Sinaloa, Mazatlán,
Ing. Manuel Bonilla-Imprenta de la Escuela Preparatoria de Mazatlán, c. 1929 (transcripción electrónica de
Adrián García Cortés inédita, no paginada).
43
Memoria (1826), p. 12; y Memoria (Riesgo y Valdés, 1828) en Ortega y López, Sinaloa, t. 1, pp. 82, 107 y
113. Las instalaciones aduanales de otras receptorías en el Pacífico no eran menos precarias en esos años. Un
informe de 1826 de la aduana de Tepic que “[…] nada que ofreciese el carácter de una aduana nacional apare-
ció a mis ojos.”; mientras que su único almacén en el puerto de San Blas estaba en pésimo estado. “Informe
que da al Gobierno el ciudadano Antonio J. Valdés de su visita practicada en la Aduana Marítima de Tepic,
por los meses de Noviembre y Diciembre de mil ochocientos veinte y seis” (1827) citado en Cázares Aboytes,
“El contrabando”, pp. 140-141.
44
La balanza comercial de 1826 registró la llegada al puerto de Mazatlán de una corbeta de 200 toneladas y la
salida de cinco barcos –bergantines, goletas, corbetas y fragatas– de entre 80 y 230 t. Balanza (1828).
45
Desde el siglo XVIII se habían puesto en práctica una serie de medidas, entre tradicionales e innovadoras
para tratar de poner freno al comercio ilícito. Entre ellas se menciona el sistema de resguardos, guardacostas
reales, etc. Cruz Barney, El comercio, p. 19. La ley no define qué es un contrarresguardo, pero se infiere que
era una garita terrestre situada sobre el camino a los puertos para verificar el paso legal de la mercancía recién
importada o próxima a ser exportada, San Blas tenía un solo contrarresguardo; el puerto de Acapulco, tres; y
no hay mención de alguno en el puerto de Guaymas. “Crisol de la memoria de Hacienda, en el ecsamen de los
análisis de ella. Año de 1825” compilado en Memoria (1825), pp. 50-51; y Memoria (1826), pp. 9-13.

137
tendimiento” con el jefe del resguardo –un hombre originario de San Blas de apellido San-

toya, quien “tenía fama de incorruptible”–, para poder permanecer en el puerto más allá el

plazo permitido para avituallamiento, lo cual fue aprovechado para hacer ventas en forma

ilícita con artículos prohibidos.46 Un comerciante (1827) confesó haber sobornado al admi-

nistrador de la aduana de Mazatlán –probablemente el señor Máximo Magán– con pagos de

hasta $40,000.47

No obstante las limitaciones logísticas y administrativas que evidenciaba el puerto, la

conjunción de la autoridad militar con la fiscal en las labores de la Comisaría de Occidente

coadyuvó para que la aduana marítima de Mazatlán entrara en funciones a partir de 1825,

año de su primera cuenta rendida de manera oficial. Cumplido un lustro de participación de

México en la dinámica del librecambio internacional, Mazatlán aparece como el único de

los puertos nacionales en el litoral del Pacífico cuyo comercio demostraba un valor incre-

mental (se duplicó de un año a otro) en contraste con la drástica caída de las importaciones

y el estancamiento de las exportaciones en los demás puertos (gráficas II.1 y II.2).

46
Duhaut-Cilly, Voyage, pp. 257, 264-265 y 269; y Robert W. Hardy, Travels in the Interior of Mexico, in
1825, 1826, 1827 and 1828, London, Henry Colburn and Richard Bentley, 1829, pp. 81 y 269 (acervo elec-
trónico consultado en www.archives.org en septiembre de 2015).
47
To the Pacific and Artic with Beechey. The Journal of Lieutenant George Peard of HMS “Blossom” 1825-
1828 (Barry Gough, 1973) citado en Mayo, Commerce, p. 37.

138
Gráfica II.1. Valor de las importaciones de los puertos mexicanos del Pacífico norte en los años naturales de
1825 y 1826. Montos en pesos.
1,200,000

1,000,000

800,000

600,000

400,000

200,000

0
1825 1826

Mazatlán San Blas Guaymas Acapulco


Fuentes: Balanza general del comercio marítimo por los puertos de la República Mexicana en el año de
1825. Formada por orden del gobierno en cumplimiento de lo mandado por el Congreso general en la ley de
ocho de mayo y de mil ochocientos veinte y seis, México, Imprenta del Águila, 1827; y Balanza general del
comercio marítimo por los puertos de la República Mexicana en el año de 1826. Formada por orden del
gobierno en cumplimiento de lo mandado por el Congreso general en la ley de ocho de mayo y de mil ocho-
cientos veinte y seis, México, Imprenta del Águila, 1828 (acervo electrónico de Columbia College in the City
of New York Library y Stanford University Library consultados en julio de 2019 en www.archives.org).

139
Gráfica II.2. Valor de las exportaciones de los puertos mexicanos del Pacífico norte en los años naturales de
1825 y 1826.
350,000

300,000

250,000

200,000

150,000

100,000

50,000

0
1825 1826

Mazatlán San Blas Guaymas Acapulco

Fuentes: gráfica II.1.

La apertura comercial acabó naturalmente con las restricciones que el régimen colonial

imponía a la navegación al encauzarle de manera exclusiva por los puertos de Veracruz,

Acapulco y San Blas. A diferencia de Veracruz en el golfo, los puertos en el Pacífico no

eran indispensables porque ninguna de sus jóvenes plazas tenía la capacidad de absorber

grandes importaciones.48 Pero cuando el establecimiento de la plata como patrón monetario

mundial hizo de este metal el fruto mexicano más codiciado en el extranjero, los puertos

48
Por ejemplo, se estimaba que en el puerto de Acapulco en 1824 “[…] un cargamento de bienes ingleses de
10,000 libras [$50,000] se podía mantener en el mercado hasta por tres años”. Correspondencia comercial
inglesa, 824 citado en Mayo, Commerce, p. 40. La conversión del monto en libras a pesos mexicanos fue
hecha según la equivalencia de una libra igual a $5. Ibarra Bellón, El comercio, p. 455, apéndice I.

140
occidentales se convirtieron de manera expedita en pasajes para la exportación de toda la

que en abundancia se extraía en las minas de la región.49

Las balanzas comerciales de Hacienda manifiestan un total de exportación de

$450,000 hecha por el puerto de Mazatlán de 1825 a 1826; la que con excepción de $2,000

por palo de tinte, lo fue toda de plata: 75% de la extraída en 1825 lo fue en pasta y 25% lo

fue acuñada. Toda la embarcada en 1826 lo fue en moneda destinada a los puertos ingleses

en Calcuta y Cantón en Asia y a los de Coquimbo y Callao en Sudamérica, y al puerto de

Burdeos, Francia. Por su parte, la marina mercante y armada de Inglaterra (Royal Navy)50

consignó una suma por exportación de plata en Mazatlán en 1826 de $1,600,000, la cual

resulta cinco veces mayor que la registrada por la fuente mexicana para este puerto en ese

mismo año ($300,000). En el caso de San Blas, la diferencia de totales vista entre una y otra

fuente es del doble (gráfica II.3).

49
Mayo, Commerce, p. 285; y Karina Busto Ibarra, “El espacio del Pacífico mexicano: puertos, rutas, nave-
gación y redes comerciales, 1848-1927”, tesis de doctorado en Historia, México, Centro de estudios históricos
de El Colegio de México, 2008, p. 244.
50
Durante la primera mitad del siglo XIX la marina inglesa acaparó los contratos para el tráfico de plata por la
seguridad que garantizaban sus navíos y por la acreditación y prebendas de las que disfrutaban las flotas de
“Su Majestad Británica” en los puertos alrededor del mundo. En México por ejemplo, no se les cobraba dere-
cho de tonelaje. En 1846 el cónsul de Inglaterra en Tepic, Eustaquio Barron, diría que “Es muy peligroso
embarcar moneda en los barcos mercantes de los puertos mexicanos porque el país siempre está en estado de
revueltas. La mínima sospecha que tengan las autoridades, aunque sea infundada, es buen pretexto para que
requisen el barco, tomen todo el cargamento de plata y confisquen la nave”. Por esta razón se considera que la
fuente económica inglesa registró con mayor acierto las sumas por exportación argentífera, ya que la fuente
de la hacienda mexicana fue afectada o por los constantes conflictos políticos y bélicos que padeció el país en
el curso del siglo y que repercutían en los puertos; o por la corrupción de los funcionarios aduanales. Decreto
núm. 653 de junio 3 de 1829 en Manuel Dublán y José María Lozano, Legislación mexicana o colección
completa de las disposiciones legislativas expedidas desde la independencia de la república, tomo II, México,
Imprenta del Comercio, 1876, pp. 130-131; documento consular inglés, 1846 citado en Mayo, Commerce, pp.
144, 266 y 286; e Ibarra Bellón, El comercio, pp. 462-463.

141
Gráfica II.3. Valor de la plata exportada por los puertos mexicanos del Pacífico norte del año de 1824 al de
1826. Montos en pesos.
1800000

1600000

1400000

1200000

1000000

800000

600000

400000

200000

0
1824a 1824b 1825a 1825c 1826a 1826c

Mazatlán San Blas Guaymas sin información de procedencia

Notas. Los autores en los que se basa la compilación de esta información recurrieron a la misma fuente do-
cumental, pero difieren en la presentación de datos. 1824a, 1825a y 1826a. Los montos se representan según
las cifras expuestas por Ibarra Bellón. 1824b. Los montos se representan según las cifras expuestas por Mayo.
1825c, 1826c. Los montos se representan según los balances comerciales de los años correspondientes.
Fuentes: Balanza (1827); Balanza (1828); archivo de British Foreign Office revisado por John Mayo, Com-
merce and Contraband on Mexico’s West Coast in the Era of Barron, Forbes & Co., 1821-1859, New York,
Peter Lang Publishing, 2006, pp. 409-414, tables A.1, A.2 y A.3; y el mismo archivo revisado por Araceli
Ibarra Bellón, El comercio y el poder en México, 1821-1864: la lucha por las fuentes financieras entre el
Estado central y las regiones, México, Fondo de Cultura Económica, 1998, pp. 547-550, apéndice III, cuadro
126.

El discurso historiográfico suele atribuir los subregistros al contrabando y los registros ex-

cesivos, al fraude. Pero cabe que recordar que dada la prerrogativa de la que Sinaloa gozaba

para la libre circulación de la plata pura, buena parte de ella también pudo haber salido de

Mazatlán en calidad de pago por las importaciones a falta de moneda para saldarles y no

como un bien dispuesto para su compraventa y sujeto por ende a gravamen; lo que de ser

así, no generaría historial fiscal. La aduana únicamente reportaba el valor de la plata que

142
era gravada para propósito de exportación; mientras que la fuente inglesa es posible que lo

hiciera por el total absoluto de este metal que la compañía naval extrajo por compra o ma-

yormente en retribución por las extensivas importaciones que este país hacía a México.

Los cargamentos exportados por Mazatlán no eran únicamente de géneros locales,

sino que incluían productos de otras provincias traídos hasta al puerto de Sinaloa, ya que su

ubicación asequible por mar y relativamente también por tierra dentro de una región donde

se hallaban cultivos, granjas, establos, centros mineros y asentamientos urbanos bien po-

blados; aunado a las exenciones fiscales de las que gozaba el comercio en la zona; hacían

de este puerto el más ventajoso para la concentración y reexportación de mercancía al ex-

tranjero (lo que por consecuencia debió influir en el estancamiento de las extracciones por

los otros puertos de este litoral). Casi $200,000 en plata acuñada expedida en Mazatlán ha-

bía llegado a este puerto procedente de Guaymas.51 Se afirmaba que “[…] quienes hacen el

comercio con la India, prefieren Mazatlán a San Blas como puerto.”,52 lo cual queda en

evidencia por la abrupta caída de muestran los caudales de plata exportados por el puerto de

Jalisco después de 1824.

Las conveniencias señaladas hicieron del puerto de Mazatlán un vínculo entre merca-

dos, pues tenían en este lugar el espacio más propicio para el comercio y el abasto.53 Los

bienes llegados a los puertos de Sonora y Sinaloa se distribuían por todo el centro-norte de

la República, mucho más allá de los límites de la entidad, por los numerosos agentes que

integran el esquema de la actividad comercial: mayoristas, minoristas y ambulantes; arrie-

ros y marineros; nativos y foráneos. Las importaciones por Guaymas iban desde el norte de

51
Salmerón, “La formación” en Silva Riquer y López Martínez, Mercado, p. 107.
52
“Notas” (Bourne) en Ward, México, p. 753, apéndice C.
53
Un puerto marítimo a partir del cual se desenvuelve un circuito comercial por mar y tierra es definido como
entrepôt o “nodo” de un sistema económico. El concepto es explicado en Busto Ibarra, “El espacio”, pp. 146-
169.

143
Sinaloa hasta el norte de Sonora, Chihuahua, Alta California y Nuevo México; y las entra-

das por Mazatlán, consistentes mayormente en telas y manufacturas textiles (cuadro II.2),

viajaban por toda esta provincia y alcanzaban el sur de Sonora, Chihuahua, Durango, Jalis-

co y Zacatecas.54

Cuadro II.2. Principales importaciones del puerto de Mazatlán en los años naturales de 1825 y 1826.
Producto Cantidad Valor ($)
sanas 381,948 varas 190,974
zaraza angosta 103,784 varas 51,892
elefantes, elefantes angostos 83,235 varas 51,396
garras, garras angostas 62,778 varas 31,389
irlandas de algodón 67,735 varas 25,625
casastandas 36,030 varas 22,518
papel corriente 6,240 resmas 21,840
azogue 300 quintales 15,037
jamanes 27,180 varas 13,590
guineas 32,700 varas 12,262
aguardiente de uva 2,600 arrobas 10,400
pañuelos de seda de 1 vara 10,050 piezas 10,050
platillas de algodón 53,312 varas 9,996
mahones azules de 11 varas 6,000 piezas 9,000
paño de lana 1,734 varas 8,670
burato 8,400 varas 8,400
pañuelos de muselina 1,819 docenas 7,278
madapolán fino 13,936 varas 6,968
medias de algodón 545 docenas 6,540
canela fina 2,145 libras 6,435
cera blanca 536 arrobas 6,432
platillas de lino 22,896 varas 5,724
bretañas 13,464 varas 5,049
seda torcida 684 libras 5,000
otros - 65,802
Total 608,267
Notas. En el lapso contemplado se importaron alrededor de 120 productos diferentes. Únicamente se mues-
tran los productos cuya importación total tuvo un valor similar o mayor al promedio de $5,382. Se descono-
cen las características del género textil denominado “sana”, que fue el principal producto importado por Ma-
zatlán en su totalidad en el año de 1826. Los autores que estudian el comercio marítimo mexicano no lo men-
cionan en los glosarios, pero en las balanzas comerciales aparece claramente diferenciado de otros textiles
como la sarga o la saya (“sayasaya”); por lo que no se trata de un error tipográfico. Por otra parte, la mercan-

54
Salmerón, “La formación” en Silva Riquer y López Martínez, Mercado, pp. 111-112; y Mayo, Commerce,
pp. 36-37.

144
cía llamada sana no fue importada por los puertos del golfo de México; sólo lo hizo por los puertos del Pacífi-
co. Entre las cantidades señaladas, se tiene que la vara es una medida de longitud equivalente a 80 centíme-
tros; la resma es una medida de cantidad equivalente a 2,000 hojas tamaño cuartilla; el quintal es una medida
de peso equivalente a 45 kilogramos, la arroba lo es a 11.5 kg. y la libra lo es a 46 gramos.
Fuentes: Balanza (1827); Balanza (1828); Ibarra Bellón, El comercio, pp. 458 y 552-555, apéndice I y IV; e
Inés Herrera Canales, El comercio exterior de México 1821-1875, México, El Colegio de México, 1977, pp.
166-170, anexo 2.

Los grandes comerciantes del Estado de Occidente residían en las villas del noroeste; per-

tenecientes a las élites mineras y políticas nativas que estaban asociados con negociantes

foráneos, algunas veces extranjeros. Estos mercaderes recibían el cargamento a su consig-

nación y se responsabilizaban de todo lo concerniente a su trata –apelando, de ser necesa-

rio, a un activo mecanismo crediticio–, distribución, impuestos y liquidación de adeudos.

Las fortunas de algunos comerciantes de Álamos iban entre 200,000 y 400,000 dólares en

oro y plata (durante la primera mitad del siglo XIX, el valor de los dólares fue casi el mis-

mo que el de los pesos mexicanos). Se decía que Francisco Iriarte, en Cosalá, atesoraba más

de dos millones de dólares, o lo que es lo mismo, más de $2,000,000. En su almacén en

Rosario, Ignacio Fletes y el escocés Robert Wyley –dueño y capitán, respectivamente, de

una flota de pequeños navíos de entre 45 y 50 toneladas que hacían el comercio entre Ma-

zatlán e India y otros puertos en Asia– guardaban más de 200 barras de plata y numerosas

piezas de oro de hasta 20 onzas (5.8 kilogramos).55

Aunque no eran más ricos que los mineros del centro de México, ni eran considerados

individuos cosmopolitas ni industriosos,56 los acaudalados de Sonora y Sinaloa ciertamente

tuvieron la capacidad y la determinación de hacer inversión en la adquisición, almacena-

55
“Notas” (Bourne) en Ward, México, pp. 753, 771 y 775, apéndice C; Ibarra Bellón, El comercio, p. 459,
apéndice I, cuadro 115 y Hardy, Travels, p. 84. En el informe de la Comisaría de Occidente se comparte una
opinión contraria sobre el valor del patrimonio de los comerciantes locales: “[…] ninguno aparenta un caudal
que aborde a un millón de pesos, ni tampoco se advierte la menor esplendidez en su método de vida”. Memo-
ria (Riesgo y Valdés, 1828) en Ortega y López, Sinaloa, t. 1, p. 100.
56
Memoria (Riesgo y Valdés, 1828) en Ortega y López, Sinaloa, t. 1, pp. 100-101.

145
miento y comercio de mercancía llegada desde otras comarcas y naciones hasta una región

caracterizada por su incertidumbre debido a una serie de factores tanto humanos como na-

turales, así como por los inherentes a la dinámica del comercio: el insalubre clima tropical,

las enormes distancias atravesadas por malos caminos, las pobres instalaciones para el res-

guardo de mercaderías, los latentes ataques de los indios indómitos de la frontera norte, las

falencias de la autoridad presente en estas administraciones, la falta de numerario para con-

certar negocios y las limitaciones para hacer el comercio en plazas provincianas que toda-

vía eran muy pequeñas.57 Como el despliegue del aparato de gobierno en el noroeste del

país era incipiente, recayó en los pioneros nativos y foráneos el riesgo que conllevaba trans-

formar este entorno de abundante pero inexplorada riqueza mineral, forestal y agrícola en

un espacio productivo;58 atribución por la que fueron reconocidos como “capitalistas” o

“emprendedores” en el contexto del capitalismo temprano en el Estado moderno.59

Lograda en 1821 la emancipación política, tomó un poco más de tiempo para la joven

nación poner en marcha un sistema comercial alternativo al que por siglos estuvo en vigor

durante la Colonia, pues la falta de infraestructura no lo hacía posible. Por lo tanto, en los

57
En 1804 en la costa de Mazatlán no existía ni tiendas, ni posadas ni almacenes; y no había ningún puente
para cruzar los ríos y tantos de los arroyos de temporada que se encontraban al paso por los caminos o sende-
ros en torno al puerto, por lo que había que atravesarlos en canoa. “Relación [1804]” en García Cortés, La
fundación, p. 227.
58
Memoria (Riesgo y Valdés, 1828) en Ortega y López, Sinaloa, t. 1, pp. 96-104.
59
“Notas” (Bourne) en Ward, México, p. 771, apéndice C; y Memoria (Riesgo y Valdés, 1828) en Ortega y
López, Sinaloa, t. 1, p. 100. Según el estudio de caso del comercio en Santa Fe, Nuevo México en la primera
mitad del siglo XIX, esta forma de capitalismo generado en espacios con actividad económica incipiente es
denominado capitalismo mercantil. Se caracteriza por la necesidad de que los acaudalados oriundos del lugar,
a diferencia de los arrieros o marineros foráneos e itinerantes, se convirtieran en comerciantes fijos capaces de
satisfacer con regularidad las demandas de la población coterránea. Este naciente grupo de mercaderes debía
demostrar la capacidad de negociar créditos y adeudos con las instituciones locales o los socios internaciona-
les cuando el dinero escaseaba; y el acierto de establecer tiendas y almacenes en los pequeños pueblos rurales
que en el futuro pudieran servir para tener una participación más activa dentro del espacio de influencia eco-
nómica de los grandes centros urbanos. Susan Calafate Boyle, Los Capitalistas. Hispano Merchants and the
Santa Fe Trade, Albuquerque, University of New Mexico Press, 1997, pp. 67-68. El protagonismo de los
grupos de poder asentados en los puertos en el desarrollo de circuitos mercantiles interregionales –en este
caso, en el circuito del golfo de México– en la primera mitad del siglo XIX, es estudiado en Filiberta Gómez
Cruz, Circuitos mercantiles y grupos de poder portuarios. Tuxpan y Tampico en la primera mitad del siglo
XIX, Veracruz-México, Universidad Veracruzana-Miguel Ángel Porrúa, 2012.

146
primeros años del México independiente el intercambio mercantil con el exterior siguió

sosteniéndose bajo el esquema monopólico que tenía al puerto de Veracruz como puerto

casi exclusivo, pues ciertamente el mayor flujo del tráfico internacional se desarrollaba por

el océano Atlántico; y a la ciudad de México como punto de redistribución obligatorio para

todo el país desde la ciudad de México. Tras la descentralización del comercio que siguió a

la eliminación de los consulados en 1824 –de los monopolios por ende– y conscientes del

beneficio que esto traería a la economía nacional, las terminales portuarias de Mazatlán y

Guaymas fueron convertidas en válvulas para la circulación y abasto de mercaderías de una

vasta región en el occidente y el norte del territorio cuyos mercados, de otro modo, espera-

ban para ser provistos desde el centro del país de tal suerte que sus consumidores sufrían

los altos costos de un trasiego que tomaba tanto tiempo y tanta distancia.60

Claro está que [el vecindario de la ciudad de México] no puede consumir [tantos
efectos extranjeros] llegados [por lo que] luego se venden para surtido de otros esta-
dos.
Prueba incontestable de tal verdad es que la aduana de México espide cada mes
como quinientas guías y dos mil pases para la conducción a distintos puntos de efec-
tos estrangeros comprados en este comercio, luego otros estados se surten de él y son
pocos los que se proveen directamente de las aduanas marítimas. Sin embargo, quiero
suponer […] que el corto número de estados a quienes llegan efectos estrangeros re-
mitidos a ellos en derechura desde los puertos, a pesar del menor lujo, menor vecin-
dario, y más reducidos capitales, compongan un total equiparable a otro tanto del
cálculo respecto a México.61

60
Cruz Barney, El comercio, pp. 40 y 42; Memoria (Riesgo y Valdés, 1828) en Ortega y López, Sinaloa, t. 1,
p. 102.
61
“Crisol” en Memoria (1825), p. 58.

147
La oportunidad de aprovechar los puertos de para vivificó la economía de una vasta región.

Los nuevos corredores mercantiles afianzaron la economía en las villas y centros mineros

prominentes del noroeste, a la vez que propiciaron el surgimiento de eslabones del comer-

cio en los pueblos sobre las rutas de trasiego. Además de ser la sede de dependencias jurí-

dicas y administrativas del Estado de Occidente, el centro minero del Rosario lo era tam-

bién de “algunas casas de comercio, entre ellas una de las más respetables de la República.

Hay asimismo una hacienda de beneficio de metales preciosos y algunas tiendas de regula-

res artesanos en oro y plata […]”; razón por lo que era considerado como “el lugar de ma-

yores recursos en el Estado [de Occidente]”. Presidio de Mazatlán era un pueblo “donde

varios comerciantes han edificado o adquirido casas. Hay almacenes de comercio por ma-

yor, y tiendas para el vareo [para la medición de telas a partir de la vara –80 centímetros–

como unidad longitud], que se abren sucesivamente”. Mercaderes ingleses emparentados o

asociados con prominentes familias de la región como los Iriarte de Cosalá y los Fletes del

Rosario, convinieron en afincarse en el Presidio: los señores Short, Haskins y Espeleta;

agente este último de la compañía East India Co. cuyo giro era el tráfico de especias, telas,

té y opio asiático.62 La prosperidad se manifestó en el mismo tenor en las villas de Álamos,

Pitic (ciudad de Hermosillo en la actualidad) y San Miguel de Horcasitas en Sonora.63

[…] en ningún otro Estado se da el caso de empresas de más grande escala acometi-
das por Mejicanos con las plazas marítimas de Europa, como en éste de Occidente.
En el Rosario […] los Álamos, el Pitic, Culiacán, y Mazatlán, el movimiento mercan-
til va adquiriendo actividad progresiva, la emulación se propaga, los consumos au-
mentan, y se van percibiendo, hasta la evidencia, las ventajas susceptibles del comer-
cio libre. Pasaron aquellos tiempos en que todo se recibía por la aduana remota de

62
Memoria (Riesgo y Valdés, 1828) en Ortega y López, Sinaloa, t. 1, pp. 107-108 y 113; y Hardy, Travels,
pp. 79-81.
63
“Notas” (Bourne) en Ward, México, pp. 758-772, apéndice C.

148
Veracruz, y se vendía en estos países a los precios escandalosos que prescribía el in-
solente monopolio. En el día tocamos el feliz contraste de haber las mercaderías a
precios cómodos, y de enviar repetidas expediciones a Tepic y aún a Durango, des-
pués de dejar surtidos estos mercados.64

El aprovechamiento de los puertos de Mazatlán y Guaymas como espacios para el inter-

cambio mercantil y su ulterior transformación en asentamientos vecinales alteró el circuito

de navegación en el Pacífico norteamericano y diversificó los polos económicos en el occi-

dente de México. La actividad portuaria de Acapulco languideció desde que el comercio

marítimo prefirió tomar ruta hacia los puertos del norte del país que se hallaban orientados

hacia plazas menos desarrolladas que las del centro, pero potencialmente tanto o más ricas

que éstas. El puerto de San Blas, terminal marítima de los mayores mercados en el occiden-

te de México en Tepic y Guadalajara, no había podido engendrar sin embargo una pobla-

ción estable a causa de su clima malsano, pero sobre todo a la falta de intención de los co-

merciantes para acondicionarlo con el fin de habitarlo, pues convenían éstos en permanecer

en la comodidad de la villa de Tepic y hacer la vuelta al puerto –50 km. de por medio; una

distancia que tomaría como máximo de un día de camino– sólo cuando fuera necesario.65

El puerto de Guaymas, por contrario, era para entonces más que una mera instalación

aduanal, pues en 1827 ya se habían levantado en esta localidad unas 300 chozas de adobe y

paja más otras tantas de mejor hechura que se hallaban en construcción, donde vivían unas

2,000 personas;66 mientras que en Mazatlán, como ya ha sido explicado, una estancia in-

formal situada en el norte de la península de apenas una veintena de personas en 1817, diez

años después se había convertido en un populoso aunque humilde vecindario de como mí-

64
Memoria (Riesgo y Valdés, 1828) en Ortega y López, Sinaloa, t. 1, pp. 101-102.
65
Memoria (1826), pp. 10-11; y Mayo, Commerce, pp. 30-33 y 40-45.
66
Hardy, Travels, p. 91; y “Notas” (Bourne) en Ward, México, p. 756, apéndice C.

149
nimo 500 individuos. El asentamiento emergente en el puerto de Mazatlán se ubicaba ahora

en la llamada bahía de Ortigosa, adonde los comerciantes recién mudados habían escogido

acomodarse porque ésta era más espaciosa, profunda y segura para el anclaje de una flota

que la ensenada norte, además de que ésta tenía una conveniente conexión con el estero de

Urías, que penetraba hasta los linderos del pueblo de Presidio y a través del cual podía ser

transportada la mercancía en forma más práctica hasta esta plaza ubicada en el entronque de

los caminos de la sierra con la costa, evitando con esto el paso por los pantanales que ro-

deaban la península.

Entre 1825 y 1827 debió comenzarse en el área de Ortigosa el arreglo de un espacio

donde establecer la aduana marítima que entonces operaba en Presidio. En 1827 se delegó

al puerto de Mazatlán la primera figura de autoridad in situ, el juez de policía Idelfonso

Rodríguez, encargado “de guardar el orden entre los vecinos, promover algo sobre policía,

adjudicar solares previo pago de un real por cada vara de frente, cobrar $0.25 por cada res o

cerdo que se degollase, y un real por cada carga de efectos que entrasen el pueblo. Este año

[1827] comenzó a recaudarse algo correspondiente al ramo municipal […]”.67 Una recepto-

ría de alcabalas a cargo del recaudador Juan María Ramírez –comerciante oriundo de Rosa-

rio– también fue instalada en el puerto.68 Ese mismo año se asentó en Mazatlán, el consula-

do de Estados Unidos atendido por James Lenox Kennedy con el objetivo de vincular a

dicho país con los mercados portuarios que recién se abrían en la costa occidental de Méxi-

co.69 Fue el primer despacho extranjero en el puerto ya que Inglaterra años antes había ins-

67
Calderón, “Apuntes”.
68
De momento la aduana marítima seguía en Presidio a cargo de Ramón Gómez, de quien no se tiene mayor
información. Calderón, “Apuntes”; y “Ramírez, Juan María” en Oses Cole Isunza, “Diccionario biográfico e
histórico de Mazatlán”, 2006 (inédito), p. 244.
69
Pamphlet Accompanying Microcopy No. 159. Dispatches From United States Consuls in Mazatlan 1826-
1906, Washington, National Archives Microfilm Publications, 1965, sin página. El nombramiento de Lenox

150
talado a su representación en San Blas.70 En 1828 la aduana marítima fue por fin estableci-

da en el puerto, que hasta el momento exhibía por toda infraestructura una caseta para la

oficina aduanal y un fortín en la boca del fondeadero, sin muelle o embarcadero (imagen

II.3).

Imagen II.3. Ubicación de la aduana marítima del puerto de Mazatlán en 1828.

Fondo de carta.
Fuente: “Mazatlan Harbour by Captn. F. W. Beechey R. N. [1828]”, London Hydrographic Office consultado
en la colección particular de Manuel Gómez Rubio.

databa de 1826. El consulado de Mazatlán reportaba también la actividad de los puertos de Guaymas y San
Blas. “Kennedy, Santiago Lenox” en Cole Isunza, “Diccionario”, p. 143.
70
Mayo, Commerce, p. 44.

151
Es probable que junto con la aduana también se hubiese trasladado al puerto el comisario

general71 porque, como fue dicho, éste supervisaba las operaciones de esta dependencia en

persona. En febrero de 1828 la aduana marítima de Mazatlán formalmente comenzó sus

gestiones en el propio puerto con apego al nuevo arancel pronunciado en 1827; siendo su

administrador el señor Máximo Magan.72 De esta manera, al cabo de la segunda década del

siglo XIX, el rústico puerto de Mazatlán contó con una delegación fiscal lista para recaudar

las contribuciones del comercio marítimo, y para progresar a partir de esta rica actividad

económica hasta convertirse en una poderosa ciudad portuaria; tal y como lo proyectaba el

comisario Riesgo en su Memoria de 1828.73

3. La aduana marítima del puerto: institución y gestión entre 1825 y 1830.

El comercio exterior se convirtió en la anhelada base de la economía mexicana en el curso

del segundo régimen gubernativo instituido después de la Independencia, que fue el federa-

lista (1824-1834). Más o menos la mitad de la riqueza nacional en este periodo fue genera-

do por esta fuente74 no así de lo que generaban las aduanas de los principales puertos en el

Pacífico de San Blas, Acapulco, Guaymas y Mazatlán, pues éstas en conjunto retribuyeron

un promedio anual de $619,633; cantidad que era proporcional a lo sumo a la décima parte

del total producido por esta actividad. La aduana del puerto de Veracruz aportaba por sí

sola entre 40% y 60% del ramo; lo que pone de manifiesto la escasa utilidad que en térmi-

nos fiscales tenían para el país los puertos de la costa occidental por comparación con los

del litoral oriental, pues ni en el volumen ni en la variedad de la mercancía comerciada se

71
Documento de British Foreing Office, 1827 citado en Mayo, Commerce, p. 37, nota 24.
72
Calderón, “Apuntes”.
73
Memoria (Riesgo y Valdés, 1828) en Ortega y López, Sinaloa, t. 1, p. 113.
74
Sánchez Santiró, Las alcabalas, pp. 133-138; y Marichal, “Introducción” en Marichal y Marino, De colo-
nia, pp. 46-51, cuadro 5.

152
comparaban los primeros con el tráfico que históricamente se desarrollaba por el golfo de

México (gráficas II.4 y II.5).

Gráfica II.4. Proporción de los ingresos del ramo de aduanas marítimas y terrestres en la formación del erario
público mexicano del año natural de 1825 al año fiscal de 1836-1837. Montos en pesos.

$10,303,232 $14,770,733 $18,392,134 $17,582,047 $21,124,216 $26,382,303 $17,327,706


100%

90%

80%

70%

60%

50%

40%

30%

20%

$9,051,788
$4,593,545

$6,199,871
$6,574,494

$7,550,253
$8,483,005

$4,737,707
10%

0%
1825 1825-1826 1830-1831 1831-1832 1833-1834 1835-1836 1836-1837

ramo de aduanas: marítimas


ramo de aduanas: terrestres
resto de los ramos

Notas. El año natural de 1825 se consideró del mes de enero al mes de agosto de dicho año. El año fiscal de
1825-1826 se consideró del mes de septiembre de 1825 al mes de junio de 1826. Los siguientes años fiscales
fueron todos estipulados entre el mes de julio del primer año señalado y el mes de junio del segundo. Para las
gráficas sucesivas que ilustran este periodo, estos rangos son tomados en la misma forma. 1825, 1825-1826,
1830-1831, 1831-1832, 1833-1834. La clase de aduanas terrestres agrupa a las aduanas interiores o alcabalas
(en ocasiones registradas a cuenta de las comisarías), aduanas de las fronteras del país, aduanas de los territo-
rios y la aduana de México o Distrito Federal. 1835-1836. La clase de aduanas terrestres excluye a las alcaba-
las. La sustracción de este ramo representó para el erario nacional una pérdida de $1,516,134. 1836-1837. La
clase de aduanas terrestres excluye a las alcabalas y a la aduana de México. La sustracción de estos ramos
representó para el erario nacional una pérdida de $2,878,089.
Fuentes: memorias de Hacienda Pública mexicana de 1826, 1827, 1832, 1833, 1835, 1837 y 1838.

153
Gráfica II.5. Ingresos por derechos aduanales en los puertos mexicanos de la costa occidental y de la costa
oriental de 1825 a 1836-1837. Montos en pesos.
10,000,000

9,000,000

8,000,000

7,000,000

6,000,000

5,000,000

4,000,000

3,000,000

2,000,000

1,000,000

0
1825 1825-1826 1830-1831 1831-1832 1833-1834 1835-1836 1836-1837

puertos del océano Pacífico y golfo de California


puertos del golfo de México y mar Caribe

Fuentes: memorias de Hacienda Pública mexicana de 1826, 1827, 1832, 1833, 1835, 1837 y 1838.

El ramo de las aduanas marítimas y terrestres había sido conferido para el provecho de la

federación en un momento en que esta fuente de ingresos se tenía “por fondos copiosos,

permanentes y eternos”.75 Conformaban esta renta las contribuciones sobre el comercio

externo por la entrada al país de los productos extranjeros y la salida de los nativos; y los

impuestos al comercio interno por la circulación y compraventa de toda mercancía dentro

del territorio mexicano. A la primera clase pertenecían los derechos de importación, de to-

neladas, de exportación, de internación y otros impuestos derivados; y al segundo; la primi-

genia alcabala, el derecho el de consumo y el derecho municipal (imagen II.4).76

75
Serrano Ortega, “Tensar” en Ludlow, Los secretarios, t. I, p. 105.
76
Por aduanas terrestres se hace inclusión de las aduanas de las fronteras, la del Distrito Federal, las de los
territorios, y las de las entidades federativas o interiores o lo que es lo mismo, las alcabalas. Otros derechos

154
Imagen II.4. Contribuciones fiscales del comercio exterior e interior en México en el siglo XIX.

Fuente: Ernest Sánchez Santiró, Las alcabalas mexicanas (1821-1857). Los dilemas en la construcción de la
Hacienda nacional, México, Instituto Mora, 2009, pp. 20-22.

Concretamente, la columna fiscal de Hacienda estaba constituida por las ganancias por im-

portación, pues las de exportación eran mínimas porque la lista de productos gravados para

tal finalidad era muy corta: plata, oro, grana y polvo de grana, granilla, semilla de cochini-

lla y vainilla, de los cuales ninguno salvo la plata eran frutos endémicos del noroeste mexi-

cano. Todos los demás frutos, géneros y efectos del país estaban dispuestos para extracción

libre de derechos;77 es decir, de forma gratuita. En el caso de los puertos pacíficos, el ba-

lance promedio entre las importaciones y exportaciones estimado hasta 1827 fue de 70%

contra 30% (gráfica II.6 y II.7).78

derivados de las principales contribuciones indirectas sobre el comercio exterior fueron: avería, contrarregis-
tro o tornaguía, mejoras materiales, faro, pilotaje, anclaje, practicaje y muelle. La recaudación de estos im-
puestos fue más circunstancial en la aduana marítima de Mazatlán durante el periodo investigado. Sánchez
Santiró, Las alcabalas, pp. 20-21; e Ibarra Bellón, El comercio, p. 68, nota 35.
77
Decreto núm. 260 de diciembre 15 de 1821 en Dublán y Lozano, Legislación, t. I, p. 586.
78
Herrera Canales, El comercio, p. 129.

155
Gráfica II.6. Proporción entre los derechos al comercio exterior mexicano de 1825 a 1836-1837.
$4,411,678 $6,723,536 $8,529,965 $9,333,437 $10,240,140 $6,527,426 $4,997,553
100%

90%

80%

70%

60%

50%

40%

30%

20%

10%

0%
1825 1825-1826 1830-1831 1831-1832 1833-1834 1835-1836 1836-1837

derechos por importación


derechos por exportación
otros derechos aduanales al comercio exterior
Fuentes: memorias de Hacienda Pública mexicana de 1826, 1827, 1832, 1833, 1835, 1837 y 1838.

Gráfica II.7. Proporción de los ingresos por derechos de importación y exportación de la aduana marítima de
Mazatlán de 1825 a 1836-1837.

Total: $1,159,694
7%

93%
derechos de importación

derechos de exportación

Fuentes: memorias de Hacienda Pública mexicana de 1826, 1827, 1832, 1833, 1835, 1837 y 1838.

156
No fue sino hasta la tercera década del siglo XIX que la política económica de México

emanada del antiguo régimen evidenció una alteración. Desaparecido el monopolio comer-

cial de México, los estados del centro-norte de la República cuyo abasto había dependido

del mercado atlántico y su dirección se hacía desde el eje Veracruz-México, pudieron ahora

reorientar su ruta de aprovisionamiento hacia puertos más próximos en la costa norocciden-

tal. El puerto de Acapulco perdió toda competencia contra los puertos del norte de la Repú-

blica; y si bien el puerto de San Blas se mantuvo como eslabón imprescindible del mercado

de Guadalajara, fue el de Mazatlán el que por una serie de ventajas explicadas a continua-

ción emergió como el más favorable –que no el más confortable– para el gran comercio. La

actividad portuaria en Mazatlán cobró así inmediata relevancia dentro del circuito comer-

cial del Pacífico norte (gráfica II.8).79

79
Mayo, Commerce, p. 188; e Ibarra, “Circulación” en Siglo, p. 29.

157
Gráfica II.8. Ingresos por derechos de importación de las aduanas marítimas mexicanas del Pacífico norte del
año natural de 1825 al año fiscal de 1827-1828. Montos en pesos.
300,000

250,000

200,000

150,000

100,000

50,000

0
1825 1825-1826 1826-1827 1827-1828

Mazatlán San Blas Guaymas Acapulco

Notas. En el año natural de 1825 el total de la aduana marítima del puerto de San Blas fue considerado por la
fuente en suma con el de la aduana terrestre de Tepic. Para las gráficas sucesivas que ilustran este periodo,
esta variable es tomada en la misma forma. 1825 y 1825-1826. Los montos se representan según las memorias
de Hacienda Pública de los años correspondientes. 1826-1827 y 1827-1828. Los montos se representan según
las cifras expuestas por Mayo.
Fuentes: memorias de Hacienda Pública mexicana de 1826 y 1827; y memorias de Hacienda Pública mexica-
na citadas en Mayo, Commerce, p. 189, table 5.19.

Hasta el año fiscal de 1826-1827 que rigió el arancel de 1821, todas las mercancías extran-

jeras importadas, fuese cual fuese su tipo, eran gravadas con una misma cuota de 25% so-

bre su precio de arancel o su valor aforado.80 El valor de los productos cuya tarifa no estu-

viera fijada por la nomenclatura arancelaria era asignado por aforo, método consistente en

la estimación del precio de los géneros, frutos o efectos desconocidos según su semejanza

con otro de la misma clase. Este peritaje era realizado por un oficial denominado vista y su

dictamen solía motivar la inconformidad para los comerciantes o las recaudadores de Ha-

80
Art. 3 del decreto núm. 260 en Dublán y Lozano, Legislación, t. I, p. 567.

158
cienda según a quien perjudicara.81 Las percepciones aduanales disminuyen colectivamente

en el año fiscal 1827-1828 como consecuencia de la prohibición a la importación de una

gran cantidad de productos de conformidad con el arancel dictado en noviembre de 1827; y

al aumento de las cuotas a los permitidos. Varios de ellos ostensiblemente eran de consumo

popular, tales como la sal y el azúcar, el café, el tabaco y el aguardiente; por lo que la espe-

culación con su disponibilidad y precios generó el malestar social que engendró la crisis

política de 1828 y 1829.82

La compilación informativa realizada Hacienda debió quedar en general interrumpido

como consecuencia de los disturbios que provocaron los partidarios del general Vicente

Guerrero en 1828 para obligar su designación como presidente y que impidieron de facto el

cumplimiento de los años fiscales comprendidos entre 1828 (el año en que correspondía

presentar el balance del año fiscal de 1826-1827) y 1830; tiempo en el que México enfrentó

una amenaza interna de rebelión y una externa de invasión. Lo peor para la nación fue

afrontar el hecho de que, como los ataques de 1828 –conocidos como motín de la Acorda-

da– habían sido lanzados contra los comercios de la capital mexicana, éstos inevitablemen-

te causaron la alarma de los socios comerciales de México en el extranjero, por lo que se

81
Memoria del ramo de Hacienda federal de los Estados Unidos Mexicanos, leída en la Cámara de dipu-
tados por el ministro respectivo el día 3 y en la de senadores el 4 de enero de 1827, México, Imprenta del
Águila, 1827, p. 21; y Jáuregui, “Las puertas” en Florescano, Historia, p. 113.
82
Capítulo III del decreto núm. 536 de noviembre 16 de 1827 en Dublán y Lozano, Legislación, t. II, pp. 29-
30. James Lenox Kennedy, cónsul de Estados Unidos en Mazatlán, reclamaba las prohibiciones arancelarias.
Le parecían incomprensibles en un marco de supuesto libre comercio. Documento consular estadounidense,
1829 citado en Antonio Lerma Garay, Mazatlán decimonónico, Mazatlán, edición del autor, 2005, p. 143.
Décadas después, el arancel de 1827 sería criticado por el ministro de Hacienda Miguel Lerdo de Tejada por-
que su extremo prohibicionismo, ordenado para proteger los intereses de las élites, contradecía descaradamen-
te al espíritu liberal del que se preciaba el gobierno mexicano. Comercio exterior de México desde la Con-
quista hasta hoy (Miguel Lerdo de Tejada, 1853) citado en Cruz Barney, El comercio, p. 50.

159
vieron impelidos a suspender envíos al país y se anuló con ello la fuente de recursos eco-

nómicos del Estado, que lo eran los derechos aduanales.83

Sobre las importaciones también pesaba el derecho de tonelaje por cada tonelada de

mercancía traída a puerto por los barcos extranjeros. En principio se cobraban 20 reales por

tonelada (dada la equivalencia de 8 reales en $1, se tiene que la tarifa sería de más o menos

$2.50) pero el arancel de 1827 le rebajó a 15 reales (poco menos de $2).84 Este impuesto

igual podía ser eludido si los barcos foráneos encontraban el modo de acreditarse como

mexicanos (barcos de “doble bandera”), o si transbordaban su cargamento en las embarca-

ciones mexicanas de cabotaje las cuales estaban exentas de su pago (gráfica II.9).85 Se des-

conocen los ingresos de los dos años fiscales siguientes, pero se sabe que después en 1827

entraron 6 navíos internacionales al puerto de Mazatlán y en 1828 lo hicieron 14 (de Esta-

dos Unidos, Inglaterra y Francia) para un total de de 20; lo que muestra una duplicación en

la cantidad de un año a otro. Esa veintena arribó también a San Blas, donde además atraca-

ron 32 barcos nacionales; por lo que seguramente se trata de la misma flota viajando de un

punto a otro. Al puerto de Acapulco llegaron 13 barcos de altamar.86

83
Cecilia Noriega, “El “prudente” funcionario José María Bocanegra” en Ludlow, Los secretarios, t. I, pp.
115-117.
84
Memoria (1825), p. 5; art. 4 del decreto núm. 536 de noviembre 16 de 1827 en Dublán y Lozano, Legisla-
ción, t. II, p. 26; y Sánchez Santiró. Las alcabalas, p. 194. Ibarra Bellón, El comercio, p. 456, apéndice I.
85
Cázares Aboytes, “El contrabando”, pp. 49-50.
86
Archivo de British Foreign Office revisado por Ibarra Bellón, El comercio, pp. 384, 391 y 403, cuadros
101, 108 y 111.

160
Gráfica II.9. Ingresos por derechos de tonelaje de las aduanas marítimas mexicanas del Pacífico norte del año
natural de 1825 al año fiscal de 1825-1826. Montos en pesos.
1,800

1,600

1,400

1,200

1,000

800

600

400

200

0
1825 1825-1826

Mazatlán San Blas Guaymas Acapulco

Nota. La cuota era de 20 reales o $2.50 por tonelada.


Fuentes: memorias de Hacienda Pública mexicana de 1826 y 1827.

Los puertos no eran solamente paradores para los barcos mercantes, sino que también ter-

minales para la recepción y el despacho de arrieros que transportaban la mercancía por las

plazas de la República Mexicana. El comercio de productos extranjeros en el suelo nacional

también generaba recursos a través del derecho de internación. A la sazón del almojarifaz-

go, este derecho fue creado en 1824 para gravar las importaciones (fiscalizadas de ante-

mano por el connatural derecho de importación) destinadas a los mercados del país: 5%

para todo tipo de efecto y 10% en particular a los alcoholes. Pero si la venta no tenía oca-

sión en la propia frontera por donde el producto había tenido entrada, entonces éste era im-

161
puesto –similar al cobro alcabalatorio– con otro 5% causado por la internación a su lugar de

destino; por lo que la contribución final podía rondar entre 10% y 15% (gráfica II.10).87

Gráfica II.10. Ingresos por derechos de internación de las aduanas marítimas mexicanas del Pacífico norte de
1825 a 1825-1826.
160,000

140,000

120,000

100,000

80,000

60,000

40,000

20,000

0
1825 1825-1826

Mazatlán San Blas Guaymas Acapulco

Fuentes: memorias de Hacienda Pública mexicana de 1826 y 1827.

Al tratarse de una exacción fiscal condicionada por las importaciones, se creía que los dere-

chos de internación debían replicar el sesgo de la tributación por derechos de importación.88

Pero lo anterior partía del supuesto de que los bienes llegados a los puertos eran comprados

y consumidos allí mismo, cuando la realidad era que ninguno de los puertos del Pacífico

tenía una plaza suficientemente grande como para ser su propio mercado y los cargamentos

siempre eran dispuestos mayormente en el interior. La internación causó el enojo de los

tratantes porque cuando el comercio requería de la movilización de la mercancía, el im-

puesto resultaba muy gravoso; pero cuando el negocio implicaba la permanencia de la

87
Memoria (1825), p. 6; Sánchez Santiró, Las alcabalas, pp. 151 y 194-195; e Ibarra Bellón, El comercio, p.
68, nota 35.
88
“Crisol” en Memoria (1825), p. 10.

162
misma en el propio puerto en los almacenes locales, a la espera de ser reexportada o adqui-

rida por el cliente, igualmente era gravada por razones de internación.89

El discernimiento existente en la época virreinal entre las contribuciones al comercio

exterior y al interior fue perdiendo relevancia y operatividad en el siglo XIX en razón de

que el mercado mexicano había sido abierto al extranjero y Hacienda separaba entre los

réditos generados por la circulación de los productos de origen foráneo y nacional: el ramo

de internación estaba entregado al beneficio de la federación y el ramo alcabalas –exigidas

al trasiego de bienes mexicanos en cuota de entre 8% y 12%– al de las entidades federati-

vas. A veces los agentes fiscales se confundían y consignaban los productos de la interna-

ción como remesas alcabalatorias, o eran coaccionados a hacerlo en beneficio a las oligar-

quías regionales que tradicionalmente habían usufructuado esta fuente de riqueza y en de-

trimento de las rentas generales de la nación.90 El malogrado impuesto fue eliminado en

1828. A la extinción de la cuota la internación prosiguió un aumento compensatorio por

aforo de las importaciones de la cuota de 25% determinada por el arancel de 1821) a la de

40% determinada por el arancel de 1827.91

Subordinada a la internación persistía la gabela de cuño colonial llamada avería que,

en esencia, era también una suerte de derecho de internación; compuesta de un impuesto de

2.5% a los ultramarinos introducidos (originalmente sólo por los puertos de Veracruz y

Tampico) aparte de otras operaciones no relacionadas con el comercio y empleada para el

financiamiento de los consulados, pago de adeudos crediticios y el arreglo de caminos te-

89
“Crisol” en Memoria (1825), p. 51; documento consular inglés, 1826 citado en Mayo, Commerce, p. 82;
Sánchez Santiró, Las alcabalas, pp. 146-147; e Ibarra Bellón, El comercio, p. 68, nota 35.
90
Sánchez Santiró, Las alcabalas, pp. 26-27, nota 38.
91
La compilación de leyes de Dublán y Lozano no registra ningún decreto de eliminación del derecho de
internación en el año mencionado; pero aparentemente éste fue eliminado junto con el de avería por el art. 17
del arancel de 1827 que vagamente ordenaba la supresión de todos los derechos pagados a la federación. De-
creto núm. 536 de noviembre 16 de 1827 en Dublán y Lozano, Legislación, t. II, p. 27; Cruz Barney, El co-
mercio, pp. 86-87; y Sánchez Santiró, Las alcabalas, p. 139.

163
rrestres.92 La recaudación de Mazatlán de 1825 a 1826 fue de $7,681; mucho más que la de

Guaymas pero $20,000 menos que la aduana de Tepic-San Blas. La desaparición del dere-

cho de internación implicó a la vez la supresión de la avería. La alcabala en cambio preva-

leció. Sólo por el par de años que tomó a Hacienda desglosar este ramo dentro de la nueva

fiscalidad federalista fue que sus ingresos se registraron a título de las aduanas marítimas

cuando lo indicado era que lo hubieran hecho al de las receptorías centrales en el interior; o

sea, las comisarías generales. El asiento de alcabalas en las cuentas del comercio portuario

de 1825 a 1826 se trata por lo tanto de una anomalía que con el tiempo habría de corregirse

(gráfica II.11).

Gráfica II.11. Ingresos por alcabala de las aduanas marítimas mexicanas del Pacífico norte en 1825 y 1825-
1826.
60,000

50,000

40,000

30,000

20,000

10,000

0
1825 1825-1826

Mazatlán San Blas Guaymas Acapulco

Fuentes: memorias de Hacienda Pública mexicana de 1826 y 1827.

92
Memoria (1825), pp. 18-19; Cruz Barney, El comercio, pp. 13 y 40; Ibarra Bellón, El comercio, p. 67, nota
31; e Ibarra, "Circulación" en Siglo, pp. 16 y 33, nota 19.

164
La plata amonedada fue impuesta con una alcabala de 2% sobre el valor de los caudales que

fueran repartidos desde las aduanas terrestres o marítimas, denominado 2% de platas. Esta

contribución se clasificó sin embargo como un ramo aparte de la alcabala porque fue desti-

nado para el pago de una deuda de $600,000 contraída en 1822 por el gobierno mexicano

con prestamistas ingleses para salir a flote en medio del desastre económico que había de-

jado la guerra de Independencia recién concluida.93 La aduana de Mazatlán aportó una sola

remesa de esta clase en el año fiscal de 1825-1826, de apenas $60 de los $48,525 totales del

ramo; pero fue la única de las aduanas del Pacífico que lo hizo. La mínima cantidad es

comprensible considerando que los pequeños mercados del noroeste difícilmente requeri-

rían de demasiado numerario a su disposición. Menos cuando la ley autorizaba en Sinaloa

el intercambio en pago de la plata en puro, por lo que el comercio en el puerto local podía

prescindir del uso de la moneda.

La recaudación de la alcabala estuvo plagada de irregularidades. El cobro podía ha-

cerse en cualquiera de las garitas del suelo fiscal pero la comunicación entre éstas y la re-

ceptoría central era lenta porque los documentos de compraventa –guías, facturas y los re-

cibos de entrega o tornaguías– solían ser presentados con errores y el acopio de las sumas

se hacía de manera extemporánea.94 El control del comercio implicaba un considerable y

costoso despliegue de personal para verificar papeles y para vigilar que los arrieros no se

desviaran de las rutas de trasiego designadas por las autoridades; ya fuese con la obvia in-

tención de eludir el pago de impuestos, aunque también porque los caminos podían estar

tan arruinados por causas naturales (el desborde de los ríos y los pantanales resultantes de

93
Decreto núm. 307 de agosto 2 de 1822 en Dublán y Lozano, Legislación, t. I, pp. 618-619.
94
La normativa fiscal implementada por la reforma borbónica obligaba a las aduanas a “mantener una perma-
nente correspondencia entre sí, notificándose a través de los listados de guías, los cargamentos autorizados y
que debían arribar a cada una de ellas […]”. Garavaglia y Grosso, Las alcabalas, p. 33, nota 78; y Rigoberto
Román Alarcón, El comercio en Sinaloa, siglo XIX, Culiacán, Dirección de Investigación y Fomento de la
Cultura Regional, 1998, pp. 108-109.

165
las lluvias del verano y que impedían el paso de las recuas o las carretas) o por la inseguri-

dad, que no quedaba más remedio que sortearlos por senderos no supervisados so pena de

faltar al acuerdo previsto.95

Podría pensarse que los caminos a Mazatlán estaban bien vigilados por garitas y pa-

trullas móviles que recorrían los pueblos de escala en el itinerario: el camino que partía del

rancho de Palos Prietos, al norte de la península, rumbo a Culiacán y el norte de Sinaloa

pasando por los poblados de La Noria, San Ignacio y Elota; y el que iba hacia el suroriente

para tomar dirección a Durango llamado camino del Rey, que pasaba por San Sebastián,

Copala, Pánuco y el mineral de Ventanas.96 Pero a medida que los arrieros se adentraban en

la Sierra Madre, debió ser fácil tomar más de un sendero que les fuera esquivo a los garite-

ros.

Para llegar al puerto viniendo desde Presidio, y si el nivel de las aguas estaba crecido

y el camino por tierra se hallaba intransitable, también se podía cruzar en balsas el estero de

Urías hasta un punto conocido como Astillero. Si las lagunas al sur de la península de Ma-

zatlán de El Huizache y Caimanero también estaban rebosantes, es posible que el pasaje

acuático del estero se extendiera incluso hasta las cercanías de la villa de Rosario. Para las

autoridades que tenían que supervisar el paso de los arrieros, debió ser aún más problemáti-

co controlar la movilización de los barqueros por este canal natural.

Por omisión mañosa o involuntaria, también era común que las características del

producto transportado (cantidad y calidad, procedencia y destino,…) no coincidieran con su

declaración en los papeles –cuando los había, porque a veces éstos eran extraviados u olvi-

dados–; si no es que se trataba de facto de efectos prohibidos. De ser el caso el cargamento

95
“Crisol” en Memoria (1825), p. 3; y Cázares Aboytes, “El contrabando”, pp. 108 y 214-215.
96
Martínez Peña, “Historia”, p. 21.

166
era denunciado ante el juez bajo sospecha de fraude o contrabando, sin especial distinción

entre una y otra acusación. El ilícito se sancionaba con una pena de comiso consistente en

la incautación de la mercancía y almacenamiento de las bodegas de la aduana hasta que se

cubrieran sus derechos correspondientes, más del inminente juicio contra el contrabandista.

Un porcentaje del decomiso se entregaba a la federación y el resto se repartía entre todos

los aduaneros partícipes. Muchas veces los comerciantes y los oficiales en contubernio fal-

seaban el valor de las mercaderías con tal de entregar al fisco menos de lo correspondiente

y aprovecharse personalmente de una mayor tajada.97

Mazatlán entregó por comisos $2,508 y Acapulco $3,711 en el año fiscal 1825-1826;

poco más de la tercera parte del total del ramo. En este escenario, la posibilidad de los mi-

nistros de Hacienda para reunir información certera del estado de las alcabalas era limitada

y por lo tanto impidió la compilación regular de cifras totales, 98 de tal suerte que los infor-

mes sólo presentan montos parciales que imposibilitan hacer una descripción extendida de

la tendencia fiscal en este ramo. Sin embargo estas sumas, aunque aisladas, esbozan el

vínculo que con mayor o menor intensidad comenzaba a trazarse entre ciertos puertos con

determinadas regiones.

Los derechos por exportación eran muy poco significativos. La plata era prácticamen-

te el único bien mexicano al que se le había conferido utilidad fiscal porque era el que más

atractivo tenía para el mercado internacional;99 y de cualquier manera ésta era mínima:

acuñado o labrado este metal estaba impuesto con 3.5% sobre su valor. Fuera de las demar-

caciones fiscales del noroeste de México, su comercialización en pasta en el país permane-

97
Decreto núm. 356 de septiembre 4 de 1823 en Dublán y Lozano, Legislación, t. I, p. 670; y Cázares Abo-
ytes, “El contrabando”, p. 228.
98
Memoria (1827), p. 2.
99
Mayo, Commerce, p. 285.

167
cía proscrita en el arancel de 1827.100 De lo anterior se asume que la única plata exportada

de las costas de Sinaloa y Sonora que producía una renta era la que se extraía en moneda o

en barra, pues la que se sacaba de ellos en pasta lo hacía libre de impuestos gracias a la pre-

rrogativa comentada previamente. Sin embargo, no había en ese tiempo en el Estado de

Occidente ningún troquel oficial ni casa de amonedación; de lo cual se infiere que el nume-

rario exportado por los puertos de Mazatlán y Guaymas sólo pudo haber provenido de cecas

de otros estados (probablemente de las casas de Guadalajara y Durango) que encontraron

en los puertos del noroeste su mejor alternativa para cubrir las necesidades de los gremios

foráneos involucrados. Por lo anterior, no es extraño que los ingresos por exportación de la

aduana de Mazatlán fueran exiguos; pero a partir del año económico de 1826-1827, éstos se

hicieron aún menores (gráfica II.12).

100
Arts. 40 y 41 del decreto núm. 536 de noviembre 16 de 1827 en Dublán y Lozano, Legislación, t. II, p. 30.

168
Gráfica II.12. Ingresos por derechos de exportación de las aduanas marítimas mexicanas del Pacífico norte
del año natural de 1825 al año fiscal de 1827-1828.
18,000

16,000

14,000

12,000

10,000

8,000

6,000

4,000

2,000

0
1825 1825-1826 1826-1827 1827-1828

Mazatlán San Blas Guaymas Acapulco

Notas. 1825 y 1825-1826. Los montos se representan según las memorias de Hacienda Pública de los años
correspondientes. 1826-1827 y 1827-1828. Los montos se representan según las cifras expuestas por Mayo.
Fuentes: memorias de Hacienda Pública mexicana de 1826 y 1827; y Mayo, Commerce, p. 189, table 5.19.

La disminución puede ser efecto la prebenda fiscal autorizada posiblemente entre 1823 y

1825. El valor de cambio de la plata podía satisfacer cualquier precio que los comerciantes

extranjeros exigieran; y los importadores locales, cuyos capitales constaban precisamente

de piezas metálicas acopiadas, no tenían razón de adquirir moneda para cubrir el importe de

sus consignaciones en tanto que podían liquidarle directamente con sus tesoros personales.

Tampoco los tratantes tenían necesidad de comprar plata, si de todas formas recibirían el

metal en pago por las importaciones realizadas. No habiendo entonces mercader preten-

diendo la compra de plata, se deduce que tampoco habría proveedor procurando venderle,

por lo que habría ningún derecho de exportación a causar.

169
Poca o ninguna utilidad obtenía el Estado mexicano de la extracción de la plata, si la

autorización al libre cambio del metal por las mercaderías importadas terminaba convir-

tiéndose en un abierto trueque en el que este fruto del país quedaba prácticamente a dispo-

sición de los comerciantes extranjeros sin requerimiento de ninguna retribución fiscal, para

que luego éstos hicieran lucrativos negocios con el mundialmente ambicionado metal cuyas

ganancias devengaban en su integridad sin retribución alguna para el suelo productor.

En 1828 el permiso a la exportación de plata y oro en pasta se hizo extensivo a todas

las aduanas en cuota de 7%,101 y más puertos además de Mazatlán y Guaymas fueron dis-

puestos para este propósito. Sin embargo, este par de puertos de Occidente siguieron siendo

los únicos de donde podía obtenerse de manera gratuita debido a que aún era inexistente en

este estado una ceca que dotara moneda y contener con ésta las extracciones improductivas.

Testimonios posteriores de comerciantes extranjeros coinciden en que la gran ventaja del

puerto de Mazatlán por encima de los puertos de San Blas o Guaymas, era la facilidad para

ser pagados en la plaza con plata pura, por lo que no dudaron en recomendar al puerto de

Sinaloa como el mejor espacio de negocios de todo el Pacifico.102

En una época en que los puertos mexicanos tenían las mismas limitaciones de infraes-

tructura y dificultades operativas, y que la oferta y la demanda de bienes en los mercados

mexicanos estaba poco diferenciada entre provincias, las decisiones administrativas podían

agraviar más al funcionamiento del puerto de Mazatlán que el comportamiento natural del

mercado exterior.103 De 1827 en adelante las exportaciones del puerto de la provincia de

Sinaloa, que por entonces mostraban una tendencia creciente, se vieron repentinamente

101
Decreto núm. 580 de julio 19 de 1828 en Dublán y Lozano, Legislación, t. II, pp. 75-76.
102
Abel du Petit-Thouars, Voyage autour du monde sur la frégate "la Vénus" pendant les années 1836-1839,
tome 2, Paris, Gide, 1841, pp. 171-172 (acervo electrónico de Bibliothèque Nationale de France consultado en
www.gallica.bnf.fr en julio de 2015); y Löwenstern, México, p. 234.
103
Mayo, Commerce, p. 147.

170
reducidas o de plano acabadas como consecuencia de alguna sanción o derivada de la larga

disputa que sostenían las oligarquías sonorense y sinaloense por la prevalencia del puerto

de Guaymas o el de Mazatlán como bastión comercial del Estado de Occidente; lo que

pronto resultaría en el cisma –como se relata más adelante– de esta entidad federativa (grá-

fica II.13).

Gráfica II.13. Valor de la plata exportada por los puertos mexicanos del Pacífico norte a través de Royal
Navy del año de 1827 al de 1829. Montos en pesos.
1,800,000

1,600,000

1,400,000

1,200,000

1,000,000

800,000

600,000

400,000

200,000

0
1827 1828 1828z 1829

Mazatlán San Blas Guaymas sin información de procedencia

Notas. 1827, 1828 y 1829. Los montos se representan según las cifras expuestas por Ibarra Bellón. El monto
de 1829 del que no se informa procedencia, que es equivalente a 40% del valor total afirmado por la autora
para ese año; es el mismo que Mayo consigna en calidad de suma total de ese año. La gráfica presenta los
montos según las cifras expuestas por Ibarra Bellón porque éstos resultan más próximos a la tendencia que
manifiesta esta serie informativa. 1828z. Los montos se representan según las cifras expuestas por Mayo.
Fuentes: Mayo, Commerce, pp. 409-414, tables A.1, A.2 y A.3; e Ibarra Bellón, El comercio, pp. 547-550,
apéndice III, cuadro 126.

171
La ingobernabilidad en 1828 emanada de la violenta campaña del general Guerrero se ex-

tendió hasta 1829 ya que su nombramiento como presidente a mediados de ese año fue re-

chazado por las élites religiosa y militar y provocó la ruptura de las divergentes facciones

políticas del país que cinco años antes con dificultad habían acordado el proyecto federalis-

ta mediante la Constitución de 1824; y fue forzado a dimitir en diciembre por el general

Anastasio Bustamante. Encima, ese mismo año México también debió hacer frente a una

expedición militar enviada por España con la pretensión de reconquistar su antigua pose-

sión colonial aprovechando la flaqueza que exhibía la joven república. Aunque la acometi-

da española fue vencida, el gobierno mexicano requirió para ello de un gasto extraordinario

que agotó el tesoro nacional.104

Mientras que el conflicto bélico con España trastornaba al país, la operación del puer-

to de Mazatlán se vio trastocada por la ruptura del Estado Interno de Occidente. En octubre

de 1830 se decretó la división de este estado en dos entidades soberanas después de un lus-

tro de disputas entre las élites de una y otra provincia por la dominación política de este

gran territorio del noroeste de la República: Sonora con capital en Hermosillo y Sinaloa con

capital en Culiacán.105 Las dos afirmaban contar dentro de sus respectivas demarcaciones

con mercados fuertes y con recursos variados –minería, cultivos, pequeñas industrias, puer-

tos de gran volumen mercantil– para ser autosuficientes. Por su parte, los promotores de la

separación encabezados por el Francisco Iriarte, miembro de la élite minera sinaloense y

enemigo del grupo de los unionistas sonorenses, alegaban que el gasto militar que constan-

104
Serrano Ortega, “Tensar” en Ludlow, Los secretarios, t. I, pp. 96-98 y 104. Una secuela en Mazatlán de la
escaramuza entre México y España, fue la expulsión del puerto e una docena de vecinos españoles: Francisco
Marmón, Miguel Vega, M. Martínez, Pedro Palacios, padre Francisco Pico, Juan Francisco Olmo, Vicente
Zavala, Ignacio Montero, Juan Corvera, Juan de Dios Ortigosa, Nicolás Alvera y Juan Saavedra. Calderón,
“Apuntes”.
105
La erección del estado de Sinaloa fue oficializada en marzo de 1831. La constitución política del estado
fue promulgada en diciembre. Ortega Noriega, Sinaloa, p. 185.

172
temente demandaba Sonora para defender su frontera del asedio de los indios era un lastre

económico con el que Sinaloa, que no pasaba por este tipo de problemas dentro de su de-

marcación, no tenía que cargar.106 Prevalecía igualmente el disenso con respecto a cuál de

los dos puertos era el más apto para el comercio de altura.

Con el derrocamiento de Guerrero, quien simpatizaba con los unionistas, la oligarquía

de Sonora perdió apoyo, por lo que el nuevo presidente Bustamante no tuvo mayor obje-

ción con aprobar la separación del Estado de Occidente. Sin embargo, su gobierno también

convino en mantener el comercio de Guaymas y cesar el de Mazatlán porque entre 1829 y

mediados de 1830 el puerto de Sonora había reportado un movimiento mercantil inusitado

que avistó mayores oportunidades de enriquecimiento al corto plazo.107

Tuvo entonces una comisión del Estado de Occidente formada por José María Frías

González, Pascual Gómez de la Madrid y Jesús Serrano (al parecer asentada en la villa de

Álamos) que solicitar al Congreso, en diciembre de 1830, que recapacitara la decisión por-

que afirmaban que en los años más inmediatos era el puerto de Mazatlán y no el de Guay-

mas el que en realidad atraía mayores introducciones, pues el puerto sonorense estaba si-

tuado entre 770 km. y 1,100 km. de los mercados del interior más cercanos; y hasta a 20

días de navegación zarpando desde la boca del golfo de California, que era el punto donde

ventajosamente se localizaba el puerto sinaloense, razón por la que Mazatlán se estaba con-

106
Aunque los informes económicos de esta entidad federativa no la presentaban como una especialmente
rica, este argumento era promovido por los separatistas sinaloenses prácticamente desde que el Estado de
Occidente fue constituido en voz de los diputados de Sinaloa Ignacio Verdugo y Luis Martínez de Vea, sin ser
atendido por el congreso. El reclamo se hizo más enfático a raíz de la sublevación de los indios yaquis en
1825 en las comarcas sonorenses adyacentes al distrito de El Fuerte, Sinaloa, en donde se había situado la
capital de la entidad y que a causa de esta amenaza se vio obligada a ser trasladada a una zona más segura en
el centro de la provincia de Sinaloa, en el real de minas de Cosalá; desatando con esto una ambiciosa lucha
entre las élites de otras villas por atraer la sede del Ejecutivo estatal a sus espacios de influencia. José Agustín
de Escudero, Noticias estadísticas de Sonora y Sinaloa, México, Tipografía de R. Rafael, 1849, p. 52 (acervo
electrónico de Library of Congress consultado en www.archives.org en julio de 2015); y Salmerón, “La for-
mación” en Silva Riquer y López Martínez, Mercado, pp. 112-113, 119-125 y 128.
107
Salmerón, “La formación” en Silva Riquer y López Martínez, Mercado, pp. 126-127.

173
virtiendo en el centro de abasto predilecto de los comerciantes de de Sinaloa, Durango y

hasta de Jalisco; y que en virtud de tales conveniencias es que éstos ya hacían gastos en la

construcción de almacenes y casas habitación y en la apertura y limpieza de caminos al

puerto, el que de ser clausurado, resultaría en la “miseria de las fortunas” que habían inver-

tido y en el indeseable giro de su mercado al contrabando.108

Se desconoce si el cierre portuario procedió, pero un grave incidente protagonizado

por el cónsul Lenox deja entrever que el comercio en 1829 estaba restringido. Ese año el

estadounidense y un grupo de marineros armados asaltaron el barco “Danubio” y mataron a

los guardas aduanales que retenían abordo las importaciones a su consignación. 109 En caso

de que la clausura sí haya sucedido, ésta debió ser breve, pues entre 1830 y 1833 la aduana

de Mazatlán otra vez muestra ingresos continuos. La irregularidad administrativa en el

puerto de Mazatlán en sus primeros años de funcionamiento formal podría deberse a su

vertiginosa transformación en nodo del comercio regional que fue obrada en los márgenes

de la ley. La dinámica económica propia a un espacio de esta naturaleza110 tendió a estabili-

zarse en la década entrante, con miras a consolidarse en un legítimo centro comercial en el

occidente de México.

108
“Representación que la legislatura de Occidente dirige al congreso general pidiendo la continuación del
puerto de Mazatlán. Concepción de Álamos, diciembre 5 de 1830” compilado en “Puerto, clausuras del” en
Cole Isunza, “Diccionario”, pp. 229-230; y Petit-Thouars, Voyage, t. 2, p. 172, nota 1. Pascual Gómez de la
Madrid (o Lamadrid) era propietario de una hacienda de beneficio en Minas Nuevas, Álamos. Noticias Esta-
dísticas del Estado de Sonora (José Francisco Velasco, 1850) citado en Ignacio Lagarda Lagarda, “Álamos,
un antiguo y portentoso pueblo minero”, sin página (acervo electrónico de la Sociedad Sonorense de Historia,
A. C. consultado en www.ssh.org.mx en septiembre de 2019). Se desconoce el perfil de los otros dos dipu-
tados. Por lo demás, resulta extraño que un miembro de la oligarquía sonorense abogara a favor del puerto de
Mazatlán, tal como lo plantea el documento.
109
Archivo histórico de Mazatlán de 1828 a 1832 revisado por Mayo, Commerce, p. 224, notas 90 y 91; y
Calderón, “Apuntes”.
110
“Los puertos son puntos de escala donde el comercio toma y deja sus riquezas, las puertas por donde salen
los productos nacionales y entran lo que nos ofrecen en cambio los extranjeros […]”. Ensayo sobre el derecho
administrativo mexicano (José María del Castillo Velasco, 1875) citado en Cruz Barney, El comercio, pp. 43-
44.

174
4. Estandarización de la economía de Mazatlán, década de 1830.

La crisis política desprendida de los hechos violentos de 1828 y 1829 exhibió la fragilidad

de que la economía mexicana dependiera de recursos tan vacilantes como lo eran los pro-

porcionados por el comercio exterior, capaces de retraerse ante la primera amenaza interna-

cional; y reveló a su vez la insuficiencia de sus fuentes de provisión internas. Con la desa-

parición del monopolio mercantil ejercido por el consulado de la ciudad de México, termi-

nó también la gestión uniforme del comercio en todo el país. En cambio, el sistema federa-

lista había promovido las soberanías administrativas en los estados hasta el punto de llevar

a la fragmentación fiscal de la República y a la consecuente disolución del erario nacional:

el Estado recibía poco para su sostén de los ramos y cuotas que le pertenecían porque la

Hacienda Pública no daba muestras de tener la fuerza ni la competencia para integrarse a

las estructuras estatales y exigir de ellas las contribuciones que correspondían a la federa-

ción.111

Para aliviar las urgencias financieras, el presidente Bustamante debió recurrir enton-

ces a más préstamos y a la implementación de medidas autoritarias en la administración

tributaria. Una de ellas fue el acotamiento de las corporaciones provincianas –comisarías,

cabildos, estancos– en la gestión de las rentas para que éstas no fueran apañadas por los

oligarcas en la región en detrimento del tesoro de la nación. Se trataba de “eliminar la posi-

bilidad de que instituciones distintas a las autorizadas por el poder central tuvieran la posi-

111
Sánchez Santiró, Las alcabalas, pp. 145-146; Serrano Ortega, “Tensar” en Ludlow, Los secretarios, t. I, p.
96; y Jorge Castañeda Zavala, “El contingente fiscal en la nueva nación mexicana, 1824-1861” en Carlos
Marichal y Daniela Marino (compiladores), De colonia a nación. Impuestos y política en México, 1750-1860,
México, El Colegio de México, 2001, pp. 135-162.

175
bilidad de fijar la política fiscal y económica determinadas regiones del país”.112 El manejo

del erario público fue entregado enteramente a la Dirección General de Rentas, creada en

1831 para esta finalidad y establecida en la capital;113 y la supervisión de operaciones de las

aduanas marítimas quedó en responsabilidad del contador en jefe de la segunda sección de

esta dependencia.114

Las comisarías generales de los estados no fueron eliminadas pero se redujeron a

simples pagadurías y los comisarios fueron por lo tanto relevados de su original atribución

para inspeccionar el desempeño de las receptorías federales (como lo eran las aduanas ma-

rítimas) que se hallaran dentro de su circunscripción. La división del Estado de Occidente

en los estados de Sonora y de Sinaloa implicó la escisión en 1831 de la comisaría común en

las comisarías de una y otra entidad. En la jurisdicción de la comisaría de Sinaloa –cuya

sede seguía estipulada en la ciudad de Rosario pero en la práctica operaba en el puerto de

Mazatlán– quedaron también los suelos fiscales del territorio de Baja California; y en la de

Sonora, los de la Alta California.115

La rectificación de la administración pública y el restablecimiento del tráfico mercan-

til internacional con México cuando el gobierno de Bustamante pudo estabilizarse, se vie-

ron reflejados en la rápida mejoría de la economía del país, pues en el año fiscal de 1830-

1831 las aduanas consiguieron redituar un producto superior a los $8,000,000; la mayor

112
Martín Sánchez Rodríguez, “Política fiscal y organización de la Hacienda Pública durante la República
centralista en México, 1836-1844” en Carlos Marichal y Daniela Marino (compiladores), De colonia a na-
ción. Impuestos y política en México, 1750-1860, México, El Colegio de México, 2001, p. 193.
113
Decreto núm. 893 de enero 26 de 1831 en Dublán y Lozano, Legislación, t. II, pp. 29-30; y Noriega, “El
“prudente” en Ludlow, Los secretarios, t. I, pp. 308-310.
114
Decreto núm. 961 de julio 7 de 1831 en Dublán y Lozano, Legislación, t. II, pp. 341-349.
115
Art. 1 del decreto núm. 942 de mayo 21 de 1831, y art. 76 del decreto núm. 963 de julio 20 de 1831 en
Dublán y Lozano, Legislación, t. II, pp. 329 y 364.

176
recaudación obtenida hasta el momento en ese ramo.116 Sin embargo, como lo muestra la

gráfica II.5, las aduanas marítimas del Pacífico no aportaban ni la décima parte de esa suma

porque estas plazas portuarias seguían siendo jóvenes y sus importaciones todavía eran por

consiguiente, cortas y poco diversificadas. Los grandes comerciantes empezarían entonces

a distinguirse como tales no por lo magnitud ni por la variedad de su oferta o precios, que al

interior de la propia plaza no tenían manera de crear competencia; sino por su capacidad de

satisfacer oportunamente con ella la demanda de más mercados en lugares cada vez más

distantes del entorno portuario, arrebatándolos de las rutas de provisión tendidas original-

mente por otras redes de importadores.117

Los ingresos de la aduana de Mazatlán durante la década de 1830 habrían de figurar

consistentemente en el orden de $200,000 por año; 75% de lo cual era enterado por las im-

portaciones. Pero en términos generales la productividad del ramo aduanal disminuyó desde

1833 como consecuencia de la supresión de algunos derechos comerciales y ulterior reduc-

ción de los ingresos, a la par que el contrabando se expandía ante la debilidad fiscal del

Estado (gráfica II.14).118

116
El mayor ingreso aduanal hasta entonces había sido el del año fiscal 1826-1827: poco más de $7,800,000.
La memoria de Hacienda Pública del año fiscal de 1830-1831 recopila los productos aduanales de los seis
años fiscales previos, de los que no se formaron memorias respectivas. Aunque éstos son señalados en calidad
de productos líquidos, una nota aclara que no consta que tales montos hayan sido deducidos y que por lo tanto
puede tratárseles como productos totales. Memoria del secretario del despacho de Hacienda. Leída en la
Cámara de senadores el día 15, y en la de diputados el 17 de febrero de 1832, México, Imprenta del Águila,
1832, p. 20 y anexo A.
117
Mayo, Commerce, pp. 41-42 y 146-147.
118
Sánchez Santiró, Las alcabalas, p. 140.

177
Gráfica II.14. Ingresos por derechos de importación de las aduanas marítimas mexicanas del Pacífico norte
del año fiscal de 1830-1831 al de 1836-1837. Montos en pesos.
450,000

400,000

350,000

300,000

250,000

200,000

150,000

100,000

50,000

0
1830-1831 1831-1832 1832-1833 1833-1834 1834-1835 1835-1836 1836-1837

Mazatlán San Blas Guaymas Acapulco


Nota. Para la aduana de Mazatlán en el año fiscal de 1830-1831, y para la aduana de Guaymas en el de 1835-
1836, Mayo presenta montos que son entre $23,000 y $10,000 menores que los expresados en las memorias
de Hacienda; lo cual no altera la tendencia que manifiesta esta serie informativa en forma significativa. Para
la elaboración de la gráfica se prefirieron en ambos casos las cifras consignadas en las memorias de Hacienda
Pública.
Fuentes: memorias de Hacienda Pública mexicana de 1832, 1833, 1835, 1837 y 1838; y Mayo, Commerce, p.
189, table 5.19.

De acuerdo con el reporte de la sección de aduanas de Hacienda, los derechos de importa-

ción gravaban alrededor de una tercera parte del valor de la mercancía asentado en las fac-

turas; pero se estimaba que éste en verdad era de un tercio mayor a lo manifestado pero se

le expresaba a lo menos para minimizar la carga impositiva que correspondería con su pro-

porción real. Luego la fracción ahorrada en impuestos era usada para gratificar a los agen-

tes aduanales que colaboraban con el fraude. La tercera parte restante se suponía que era

introducida de facto de manera clandestina, o sea, fuera de la vista de los oficiales. 119 Al

119
Memoria hasta hoy inédita que de la Hacienda Federal de los Estados Unidos Mexicanos formó con fecha
23 de abril de 1834 el secretario del ramo Don Antonio Garay para presentarla al Congreso general de la
Unión impresa por acuerdo de 14 de marzo de 1913, México, Tipografía de la Oficina Impresora de Estampi-

178
final, se tiene que el valor bruto de una importación podía ser hasta tres veces más grande

que lo registrado en los libros y que por lo tanto los ingresos fiscales a veces terminaban

siendo hasta nueve veces menores que lo posible. Según este cálculo, una importación de

$1,000 generaría un derecho de $333; pero si el verdadero valor de tal importación se esti-

maba en $3,000, eso significaría que el erario público habría perdido $667 de impuestos:

“Así pues, la aduana en general engañaba al gobierno; el vista al resto de la aduana, y el

comerciante los engañaba a todos”.120

Al igual que los ingresos de la aduana de Mazatlán, los de la receptoría de Guaymas

aumentaron. La recaudación de la aduana de San Blas, no obstante ser de manera global la

mayor en este periodo, cayeron drásticamente desde el año fiscal de 1833-1834 en adelante

hasta un nivel casi tan bajo como el que tenía la aduana de Acapulco desde que ambos

puertos habían quedado expuestos a la competencia por el abasto de los mercados del occi-

dente de México.

San Blas no era mucho mejor puerto que Mazatlán, pues al igual que éste, era peli-

groso durante las tormentas y la pleamar para los barcos que allí fondeaban. Pero a diferen-

cia del puerto sinaloense, donde el vaivén comercial aunque con sus altibajos de temporada

era constante porque tanto los mercaderes como la población mazatleca en general perma-

necían en la localidad manteniendo con ello activa la plaza durante todo el año: existen

llas de Palacio Nacional, 1913, p. 60; y “Núm. 6. Clasificación que resume los productos que han tenido las
aduanas de que por menor se hace referencia en el estado general respectivo, que se ha formado para la Me-
moria de hacienda del décimo año económico de julio de 1833 a junio de 1834” en Memoria de la Hacienda
Federal de los Estados Unidos Mexicanos, presentada al Congreso general de la Unión por el secretario del
ramo en 22 de mayo de 1835, México, Imprenta del Águila, 1835, sin página.
120
Miguel García Granados, comerciante junto con su hermano Joaquín en un establecimiento familiar en el
puerto entre 1835 y 1840, relata cómo se cometían los fraudes en las importaciones en complicidad con los
agentes aduanales. Según él, le entregaban al fisco apenas una sexta parte de lo que debía corresponderle.
Miguel García Granados, Memorias del General Don Miguel García Granados, segunda parte, Guatemala,
Tipografía y Encuadernación Nacional, 1894, pp. 131-133 (acervo electrónico de la Universidad Francisco
Marroquín consultado en agosto de 2018 en www.archives.org).

179
testimonios de viajeros relatando que había gente que llegaba al puerto aún en la primera y

el verano, que era cuando la temporada comercial ya había terminado. San Blas, al contra-

rio, era abandonado por sus pobladores por tres cuartas partes del año debido a las incle-

mencias del clima y a las enfermedades tropicales para ir a refugiarse a Tepic, donde radi-

caban los dueños de los negocios en ese puerto adonde volvían hasta el invierno, cuando las

lluvias y las inundaciones ya habían pasado, dejando San Blas con un aspecto triste, “como

de pueblo turco durante la peste”.121

Durante la temporada de tormentas, estos puertos [del occidente de México] perma-


necen quietos y todos los negocios comerciales son suspendidos; además de que tam-
bién se presentan en estos meses las perniciosas fiebres que obligan a los habitantes a
retirarse hacia el interior, entre 15 y 20 leguas de las costas [entre 82 km. y 110 km.],
para protegerse de ellas, y regresan hasta que la temporada ha pasado.122

Para entonces Acapulco ya había perdido relevancia para el gran comercio y su utilidad se

concretaba a la recepción de los envíos de cacao de Guayaquil, en tanto que el grueso de su

actividad pasaba ahora por la navegación de cabotaje. El crecimiento del puerto de Ma-

zatlán fue atribuido a la extensión de sus redes de negocios que mantenían comunicación

con los enclaves del comercio marítimo en el litoral del Pacífico, desde los cercanos em-

barcaderos de La Paz y Loreto en Baja California, hasta los más lejanos de San Diego, San

Francisco y Monterey en la Alta California, cuyo abasto dependía de Mazatlán y en menor

medida de San Blas; y también con las plazas de consumo del interior del país dentro de un

espacio cada vez más dilatado que comprendía a Jalisco, Sonora y Durango, e incluso a

121
Petit-Thouars, Voyage, t. 2, pp. 185-187; Löwenstern, México, p. 233; y To the Pacific (Gough, 1973) y
Narrative of a Voyage to the Pacific and Beering’s Strait, to Co-operate with the Polar Expeditions: Per-
formed in His Majesty’s Ship Bloosom, Under the Command of Captain F. W. Beechey, in the Years 1825, 26,
27, 28 (Frederick Beechey, 1831) citados en Mayo, Commerce, pp. 36-37.
122
Petit-Thouars, Voyage, t. 2, pp. 177-179.

180
Coahuila y Zacatecas que normalmente eran provistos por los puertos de Tampico y Mata-

moros en el golfo de México.123

A partir de 1830 los derechos de importación se presentan desglosados con excepción

del año fiscal 1835-1836, cuando la suma se presentó íntegra por motivo de un ajuste aran-

celario según lo refiere la fuente. Las contribuciones por importación se componen de dere-

chos de importación común, de algodones y de efectos prohibidos. Los bienes extranjeros

de importación común estaban agrupados en nueve clases listadas en el arancel de 1827,

gravados con 25% los tarifarios y con 40% los aforados.

El algodón foráneo o “arabias” formaba la quinta clase de la nomenclatura arancelaria

y se cobraba en 8 granos (equivalentes a 4 centavos de peso) por vara importada. 124 Los

textiles extranjeros –en pieza o como prenda de vestir, ya confeccionada– eran más baratos

que los de hechura local y eran por lo tanto más asequibles para las clases populares. Para

1829 éstos saturaban los mercados del país y dejaron sin opción a los industriales mexica-

nos que buscaban competir en el mismo ramo, lo que provocó su encono y la presión contra

la presidencia de Guerrero, a quien no quedó más remedio que vedar su importación. Pero

fueron entonces los comerciantes los que protestaron pues la venta de algodones era de las

más redituables. El mismo Estado mexicano ciertamente resintió su prohibición porque las

extensivas importaciones de este producto era una de sus mayores fuentes de ingresos del

país. 59% de las importaciones textiles en 1828 (poco menos de $3,500,000) estaban con-

feccionadas con algodón, por lo que la introducción terminó siendo restablecida en 1830.125

Aunque la aduana de San Blas concentró entre los años fiscales de 1830-1831 y 1831-1832

123
Petit-Thouars, Voyage, t. 2, pp. 170-171. Los puertos de Alta California a veces también eran surtidos con
cargamentos procedentes de las islas Sandwich (nombre con que eran conocidas por los ingleses las islas de
Hawaii), prescindiendo en ese caso del depósito en Mazatlán. Löwenstern, México, pp. 234-235.
124
Decreto núm. 536 de noviembre 16 de 1827 en Dublán y Lozano, Legislación, t. II, p. 31.
125
Herrera Canales, El comercio, pp. 30-31, cuadro 10 y gráfica 3; y Serrano Ortega, “Tensar” en Ludlow,
Los secretarios, t. I, p. 98.

181
la mayor remesa por la importación de este género, fue la aduana de Guaymas la que ingre-

só la mayor porción del ramo en esta década (gráfica II.16).

56 efectos fueron prohibidos por el arancel de 1827 para su importación al país y

quedaron sujetos a la pena de comiso, aunque sobre pago de un impuesto de 15% se autori-

zaba la recepción de aquéllos que hubieran sido prohibidos en desconocimiento de su pro-

veedor, después de ya haber sido consignados y embarcados rumbo a México. La gabela

permitió usufructuar la mercancía irregular que de otro modo se habría vuelto perdidiza

estando incautada, o dada al fuego.126 Únicamente en el año fiscal de 1830-1831 se registra-

ron introducciones de este tipo, por la cual Mazatlán dio $8,776 y San Blas $30,265. Ni la

aduana de Guaymas ni la de Acapulco presentaron números al respecto.

La homogeneidad caracterizaba a la oferta mercantil de los cuatro puertos del Pacífi-

co, aunque es evidente que el de Acapulco era el que tenía menor demanda (gráfica II.15).

126
Memoria que el secretario de Hacienda y del despacho de Hacienda, en cumplimiento del decreto de 3 de
octubre de 1843, presentó a las cámaras del congreso general, y leyó en la de diputados en los días 3 y 6 de
febrero y en la de senadores en 12 y 13 del mismo, México, imprenta de J. M. Lara, 1844, pp. 22-23.

182
Gráfica II.15. Proporción de los ingresos por derechos de importación de las aduanas marítimas mexicanas
del Pacífico norte de 1830-1831 a 1836-1837 según el rubro.
Mazatlán San Blas

3% 6%

26%
19%

1%
57%
72%
16%

Total : $770,720 Total: $877,235

Guaymas Acapulco

10%
26%

32% 67%
58%
7%

Total: $634,424 Total: $148,917


común algodón efectos prohibidos déficit

Nota. La suma desglosada de los derechos de importación común, algodón y efectos prohibidos de cada uno
de los puertos, resultan menores que el total de los derechos de importación presentados de forma integral
para cada puerto en la gráfica II.14. La diferencia entre las sumas manifiestas en la gráfica II.14 y esta gráfica
es referida en la presente con la variable “déficit”.
Fuentes: memorias de Hacienda Pública mexicana de 1832, 1833, 1835, 1837 y 1838.

183
A partir del año fiscal de 1831-1832 los géneros extranjeros fueron recargados además con

1% sobre sus derechos pagados por importación; destinado este recurso a la manutención

de cárceles y hospitales del Distrito Federal hasta que en el año fiscal de 1836-1837 se se-

ñaló que el recurso fuera utilizado para la construcción o reparación de muelles.127 Tratán-

dose de una gabela subordinada a la importación, su recaudación debiera demostrar una

tendencia que le fuese análoga; pero la gráfica refleja por contrario una extraña despropor-

ción (gráfica II.16).

Gráfica II.16. Ingresos por derechos de 1% de importación de las aduanas marítimas mexicanas del Pacífico
norte de 1831-1832 a 1836-1837.
10,000

9,000

8,000

7,000

6,000

5,000

4,000

3,000

2,000

1,000

0
1831-1832 1832-1833 1833-1834 1834-1835 1835-1836 1836-1837

Mazatlán San Blas Guaymas Acapulco

Nota. En el año fiscal de 1831-1832 el recargo de 1% fue realizado también sobre los derechos de 3% del
consumo de mercancías extranjeras, de conformidad con lo estipulado por el decreto núm. 929 de mayo 1 de
1831. El recargo sobre el derecho de consumo ya no tiene continuidad en los demás años fiscales de la déca-
da.
Fuentes: memorias de Hacienda Pública mexicana de 1833, 1835, 1837 y 1838.

127
Memoria de la Hacienda Nacional de la República Mexicana, presentada a las cámaras por el ministro
del ramo en julio de 1838, México, Imprenta del Águila, 1838, p. 12.

184
A pesar de que no poseía la mejor rada entre los puertos de la región, el volumen de impor-

taciones transportadas a Mazatlán sobrepasó al de Guaymas y San Blas como resultado del

aumento en la cantidad de buques que iba al puerto de Sinaloa; no necesariamente del ta-

maño de los vehículos disponibles. Durante la primera mitad del siglo XIX el cabotaje fue

un medio indispensable para el desarrollo del comercio debido a la precariedad de las vías

de comunicación en tierra.128 Su tráfico fácilmente rebasaba al de altamar, pero como los

barcos costaneros mexicanos estaban exentos del pago por tonelada, su registro escapa a los

estados de valores del gran comercio compilados por Hacienda. Entre 1831 y 1837 el puer-

to de Mazatlán reportó el arribo de 83 barcos extranjeros; y el de 42 nacionales sólo en el

año de 1834. En el mismo plazo a San Blas llegaron 73 navíos de altamar y 30 costaneros

mexicanos en 1834.129 Los derechos de tonelaje de la aduana marítima de Mazatlán fueron

los mayores de los cuatro puertos (gráfica II.17).

128
Herrera Canales, El comercio, p. 129.
129
De 1831 a 1837 llegaron al puerto de San Blas 225 barcos de cabotaje; un promedio menor de 40 por año.
Por lo tanto, aunque la fuente no consigna datos para suponerlo, el contexto hace creer que el puerto de Ma-
zatlán también podría haber superado al de San Blas en tráfico marítimo costanero. Archivo de British Fo-
reign Office revisado por Ibarra Bellón, El comercio, pp. 384, 391 y 403, cuadros 101, 108 y 111.

185
Gráfica II.17. Ingresos por derechos de tonelaje de las aduanas marítimas mexicanas del Pacífico norte de
1831-1832 a 1836-1837. Montos en pesos.
5,000

4,500

4,000

3,500

3,000

2,500

2,000

1,500

1,000

500

0
1831-1832 1832-1833 1833-1834 1834-1835 1835-1836 1836-1837

Mazatlán San Blas Guaymas Acapulco

Nota. La cuota era de 15 reales, o $1.80.


Fuentes: memorias de Hacienda Pública mexicana de 1833, 1835, 1837 y 1838.

El buen curso de los negocios en Mazatlán motivó en 1833 la apertura en la localidad de 6

almacenes de importación que hacían el comercio con Europa, Norteamérica y Asia. Hasta

este puerto llegaban productos de fabricación alemana, inglesa y francesa; cigarros, vinos y

comestibles de Estados Unidos y Francia; y de China sedas, té y adornos de marfil. En el

transcurso de 1835 ocho barcos de Royal Navy trajeron mercancía variada recogida de to-

das las escalas en los puertos de Londres, Liverpool, Valparaíso y Callao con un valor con-

junto de $510,000. En el mismo tiempo el puerto de San Blas tan sólo recibió una importa-

ción inglesa por $100,000. No se tuvo noticia del año fiscal correspondiente, pero la ten-

dencia vista en la gráfica II.14 demuestra que a mitad de los años treinta la productividad

de la aduana de Mazatlán claramente había rebasado a la de San Blas.

186
Junto con su producción propia de aves de corral, legumbres y frutas frescas, el mer-

cado de Mazatlán también concentraba los frutos de otros mercados portuarios del norte de

México ahorrando a sus compradores el tiempo y los gastos de acudir hasta ellos para ad-

quirirlos: perlas, escamas de tortuga y polvo de oro traídos de San José del Cabo en la Baja

California; charcutería y carneros embarcados desde la Alta California; y la mejor harina

del país provista por Guaymas.130

Se afirmaba que para 1838 el valor de las compras en la plaza de Mazatlán superaban

las 4,000,000 piastras anuales (la piastra se cotizaba en $1.20; por lo que equivaldría a

$4,800,000 al año)131 y con proyección de incrementarse.132 Los mercados prioritarios se-

guían siendo, sin embargo, los centros urbanos del interior como Tepic e incluso Rosario.

Por esa fecha Tepic reunía a 10,000 personas y entre éstas a un núcleo de prominentes ne-

gociantes locales y tapatíos. Era sin duda el mayor centro comercial de toda la franja coste-

ra del noroeste del país. Por su parte, Rosario tendría a lo sumo la mitad de la población que

Tepic; y aunque su riqueza ya no era tan afamada como a comienzos del siglo, se trataba de

una villa todavía próspera y evidenciaba el ajetreo propio de una antesala comercial entre

las arribadas costeras y su distribución tierra adentro.133 Si bien el vecindario de Mazatlán

había tenido un crecimiento vigoroso en los pasados quince años tal y como se expone en el

capítulo 1, la población porteña en 1840 era de 3,885 habitantes.134

El tamaño de la población era uno de los factores que determinaban los márgenes del

consumo en plaza. Mientras que el tránsito mercantil terrestre contribuía significativamente

130
Documento de British Foreign Office, 1836 citado en Mayo, Commerce, p. 170, table 5.10; Petit-Thouars,
Voyage, t. 2, pp. 169-172; y Löwenstern, México, pp. 233-234.
131
La piastra era una moneda genérica utilizada ampliamente en el Viejo Mundo.
132
Petit-Thouars, Voyage, t. 2, p. 170.
133
Löwenstern, México, pp. 212 y 225.
134
“Carpeta n.3. 1840. Padrones formados en este año de solo esta población [Mazatlán, cuarteles primero,
segundo, tercero y cuarto; octubre de 1840]” consultado en la colección particular de Enrique Vega Ayala.

187
a las finanzas estatales por medio del derecho alcabalatorio, había dejado de hacerlo a las

de la federación a causa de la eliminación del impuesto de internación a los efectos extran-

jeros en 1828. En 1830 el Estado recuperó esta fuente de ingresos mediante la creación de

un “derecho de consumo” a las mercaderías foráneas, cuya formulación era casi idéntica a

la del derecho de internación; y en 1831 se aseguró de recibir estas remesas ordenando que

su pago se hiciera por anticipado en las aduanas internacionales del país desde el momento

mismo en que los productos importados arribaban –es decir, sin importar que al final su

consumo en plaza mexicana se concretara o no–; y retirándole por lo tanto de la manipula-

ción de los aduaneros de los caminos y de la adjudicación que de ellas terminaban haciendo

las dependencias fiscales estatales (comisarías, tesorerías, etc.). Las cuotas por consumo

fueron las mismas que por internación (gráfica II.18).135

135
Decreto núm. 558 de marzo 14 de 1828, decreto núm. 860 de agosto 24 de 1830, decreto núm. 873 de
octubre 7 de 1830 y decreto núm. 917 de abril 2 de 1831 en Dublán y Lozano, Legislación, t. II, pp. 65, 283-
284, 290-291 y 321; Sánchez Santiró, Las alcabalas, pp. 146-147; y Cruz Barney, El comercio, pp. 87-92.
Durante la década de 1820 el derecho de consumo había tenido una cuota de 3%, hasta su aumento en 1830.
Decreto núm. 447 de diciembre 22 de 1824 en Dublán y Lozano, Legislación, t. I, pp. 748-749.

188
Gráfica II.18. Ingresos por derechos de consumo de las aduanas marítimas mexicanas del Pacífico norte de
1830-1831 a 1836-1837.
50,000

45,000

40,000

35,000

30,000

25,000

20,000

15,000

10,000

5,000

0
1830-1831 1831-1832 1832-1833 1833-1834 1834-1835 1835-1836 1836-1837

Mazatlán San Blas Guaymas Acapulco

Fuentes: memorias de Hacienda Pública mexicana de 1832, 1833, 1835, 1837 y 1838.

El empeño del gobierno general en apropiarse efectivamente de los recursos que le pertene-

cían y en allegarse también de porciones cada vez mayores de los que correspondían a las

entidades federativas a costa de la libertad de éstas para gestionar sus rentas con parcial

autonomía, culminó en 1835 con el completo viraje del orden político del país del federa-

lismo al centralismo. La Constitución de 1824 fue anulada y en su lugar se proclamó el

estatuto llamado Siete Leyes. Los estados de la República fueron reorganizadas en depar-

tamentos y los congresos y ayuntamientos estatales fueron remplazados por juntas depar-

tamentales con plena sujeción al presidente de la República.136 En el departamento de Sina-

136
Decreto núm. 1626 de octubre 3 de 1835 en Manuel Dublán y José María Lozano, Legislación mexicana o
colección completa de las disposiciones legislativas expedidas desde la independencia de la república, tomo
III, México, Imprenta del Comercio, 1876, pp. 75-78; y Sánchez Rodríguez, “Política” en Marichal y Marino,
De colonia, pp. 191-194.

189
loa fue nombrado gobernador Manuel de la Vega y Rábago, miembro de una las familias

más notables del noroeste con raíces en Culiacán.137

La estructura fiscal del régimen centralista se asentó categóricamente en 1837: en las

capitales departamentales se establecieron jefes superiores de la Hacienda Pública encarga-

dos de prácticamente todos los aspectos relativos a las prácticas tributarias y todos los em-

pleados locales le fueron subordinados. Para ayudarse en las labores de supervisión, el jefe

podía delegar visitadores en las aduanas, de modo que la figura del comisario cayó en la

irrelevancia y éstos fueron cesados. En el interés de optimizar la recaudación tributaria, se

propuso además la abolición del afanoso sistema de alcabalas y sustituirlo con uno de con-

tribuciones directas.138

A diferencia de los impuestos indirectos que recaían de manera abstracta sobre el acto

de compraventa y su avalúo resultaba por lo tanto muy complejo para el deficiente –aunque

costoso– aparato fiscal mexicano, aunado a la reprobación social que pesaba sobre los abu-

sos en su cobro y el desigual aprovechamiento de su producto;139 las contribuciones direc-

tas procuraban gravar la riqueza tangible de cada individuo, lo que en teoría significaba que

cada persona aportaría en relación con su perfil económico; razón por la que fue defendido

como un modelo fiscal más justo y corresponsable entre pueblo y gobierno.140

Algunos de los impuestos de tipo directo que se ensayaron fueron el derecho de pa-

tentes y la contribución sobre fincas rústicas y urbanas. El segundo no tuvo éxito porque

para crear un nuevo catastro basado en el patrimonio concreto de sujetos identificables Ha-

cienda requería de censos y padrones de los que para esa época todavía no se disponía. Por

137
Sinaloa: el drama y sus actores (Antonio Nakayama, 1975) compilado en Ortega y López Mañón, Sinaloa,
t. 1, p. 282.
138
Decreto núm. 1855 de abril 17 de 1837 en Dublán y Lozano, Legislación, t. III, pp. 363-376; y Sánchez
Rodríguez, “Política” en Marichal y Marino, De colonia, pp. 203-205.
139
Sánchez Santiró, Las alcabalas, pp. 168 y 180.
140
Memoria (1838), p. 24; y Sánchez Santiró, Las alcabalas, pp. 20-21.

190
lo tanto las alcabalas permanecieron –pese al repudio popular– como uno de los principales

ingresos del gobierno centralista.141

Desde 1837 el funcionamiento de la red de receptorías alcabalatorias quedó bajo la

responsabilidad de la Inspección general de guías y tornaguías. La dependencia se encarga-

ba de la recaudación tributaria; de la expedición de guías o pases para los géneros que va-

lían menos de $50, tornaguías y certificados para el trasiego de la mercancía; y del reporte

del movimiento mercantil acontecido, para lo cual requería la notificación regular de parte

de las administraciones de cada uno de los 277 suelos fiscales prevalecientes, cubiertos por

más de mil garitas. El departamento de Sinaloa tenía únicamente ocho receptorías en todo

su territorio. Los departamentos vecinos de Jalisco tenían 116 oficinas; Sonora, 49; y Du-

rango, 44; de tal modo que el distrito fiscal de Sinaloa figuraba en comparación como uno

de los más disgregados de la República (imagen II.5).142

141
Sánchez Rodríguez, “Política” en Marichal y Marino, De colonia, pp. 197-201, nota 23; Cañedo Gamboa,
Comercio, p. 122; y Sánchez Santiró, Las alcabalas, pp. 180-183.
142
Decreto núm. 1829 de febrero 24 de 1837, y decreto núm. 1939 de mayo 1 de 1838 en Dublán y Lozano,
Legislación, t. III, pp. 296-299 y 483-507; y Sánchez Rodríguez, “Política” en Marichal y Marino, De colo-
nia, p. 205. A diferencia del siglo XVIII, contrario a los departamentos contiguos de Durango y Jalisco, en el
siglo XIX el suelo fiscal de Sinaloa (tampoco el de Sonora) no estaba tan ramificado como para dar lugar a
subreceptorías. Este nivel de oficinas desprendían de una base municipal que se veía representada en la figura
de los ayuntamientos; y Sinaloa, que recién se había erigido como entidad federativa al comienzo de la década
de 1830, no alcanzaba todavía para el final de la misma semejante grado de división política. Sánchez Santiró,
Las alcabalas, pp. 157-160 y 192-194.

191
Imagen II.5. Jefatura superior de Hacienda Pública en el departamento de Sinaloa en 1838.

Nota. Como es explicado más adelante en este capítulo, el estatus de la aduana marítima de Mazatlán había
sido degradado al de cabotaje en 1837debido a una sanción política.
Fuente: decreto núm. 1939 de mayo 1 de 1838 en Manuel Dublán y José María Lozano, Legislación mexica-
na o colección completa de las disposiciones legislativas expedidas desde la independencia de la república,
tomo III, México, Imprenta del Comercio, 1876, p. 502.

Para tranquilizar el reclamo de la gente por la conservación de impuestos al comercio, en

1837 se ordenó la reducción de la alcabala de 12 a 10% y su supresión cuando se tratara de

frutos agrícolas; los llamados “del viento”.143 Es lógico que uno de los mayores ingresos

del ramo lo tuviera el departamento de Durango; el único entre los mercados de importan-

cia del occidente del país que no podía recibir sus surtidos directamente del mar (gráfica

II.19).144

143
Sánchez Rodríguez, “Política” en Marichal y Marino, De colonia, p. 200; y Sánchez Santiró, Las alcaba-
las, p. 189. Algunos de los gravámenes alcabalatorios de comienzos de la década que fueron eliminados de-
bieron ser el cobro de $4 por barril de licor extranjero y de 13c. a 50c. por cabeza de ganado en pie según la
especie. Decreto núm. 1092 de noviembre 15 de 1832 en Dublán y Lozano, Legislación, t. II, pp. 453-454.
144
La relación comercial con Durango era tan estrecha, que en 1836 el congreso de Sinaloa deliberó sobre las
conveniencias de una posible unión de ambos departamentos. Sinaloa, un bosquejo de su historia (Antonio
Nakayama, 1983) compilado en Ortega y López Mañón, Sinaloa, t. 1, p. 156.

192
Gráfica II.19. Ingresos por alcabala de los departamentos del occidente de México en 1835-1836 y 1836-
1837.
180,000

160,000

140,000

120,000

100,000

80,000

60,000

40,000

20,000

0
1835-1836 1836-1837

Sinaloa Jalisco Sonora Durango


Fuentes: memorias de Hacienda Pública mexicana de 1837 y 1838.

De conformidad con el arreglo que el fisco centralista dio a la masa tributaria en 1836,145 el

ramo de alcabalas comenzó a ser presentado a título de los departamentos sin especifica-

ción de la receptoría donde fueron colectadas, por lo que no es posible saber cuánta partici-

pación pudo haber tenido la aduana marítima de Mazatlán dentro de las remesas de Sinaloa;

pero sobran las razones para suponer que el puerto, en su calidad de entrepôt, debió ser uno

de los principales suelos de recaudación. Empero la ciudad de Culiacán, capital poblada

cuando menos desde el cuarto de siglo por 5,000 habitantes que también contaba con el

puerto de Altata a su disposición146 y era igualmente un nodo del comercio provinciano que

corría por las poblaciones de las valles del centro y norte de la entidad y de la zona minera

145
Decreto núm. 1678 de enero 9 de 1836 en Dublán y Lozano, Legislación, t. III, p. 117; y Memoria de la
Hacienda General de la República mexicana, presentada a las cámaras por el ministro del ramo en 29 de
julio de 1837, México, Imprenta del Águila, 1837, p. 10.
146
Ortega Noriega, Sinaloa, pp. 189-194; y Román Alarcón, El comercio, p. 38, cuadro 3.

193
en las montañas de Sinaloa, Durango y Chihuahua; por lo que éste también podría haber

sido el mayor contribuyente. Sólo una revisión de corpus de noticias de remisión de guías

podría servir para definir las tendencias y áreas de influencia de los mercados interiores.

El derecho alcabalatorio de 2% de platas fue renombrado en 1831 como 2% de intro-

ducción de moneda y seguía invertido en el pago del empréstito de 1822.147 A diferencia de

la década pasada, las aduanas de Guaymas y San Blas superaron ampliamente –aunque con

extrañas fluctuaciones– la mínima contribución de Mazatlán. No obstante, entre los años

fiscales de 1831-1832 y 1835-1836 los tres puertos pacíficos aportaron juntos apenas 1%

del ramo (gráfica II.20).

Gráfica II.20. Ingresos por derechos de introducción de monedas de las aduanas marítimas mexicanas del
Pacífico norte de 1831-1832 a 1836-1837.
3,500

3,000

2,500

2,000

1,500

1,000

500

0
1831-1832 1832-1833 1833-1834 1834-1835 1835-1836 1836-1837

Mazatlán San Blas Guaymas

Fuentes: memorias de Hacienda Pública mexicana de 1837 y 1838.

147
Decreto núm. 920 de abril 12 de 1831 en Dublán y Lozano, Legislación, t. II, p. 322.

194
La ocurrencia de algún problema con la ceca de Guadalajara explicaría tal vez la gran im-

portación de numerario por el cercano puerto de San Blas en el año de 1831-1832. En cam-

bio, a falta de casa de moneda en Sonora resulta comprensible la constante introducción de

caudales vía Guaymas. La razón detrás de la pobre recaudación del ramo en general por

estos puertos debiera ser la misma que la de los años anteriores; más el hecho de que la

remisión de moneda a lugares tan distantes –realizada mediante convoyes de mulas escolta-

dos, que cargaban los caudales en costales; conocidos como conductas– era una acción

riesgosa y extenuante que el gobierno no hacía con frecuencia, sólo en caso de que se nece-

sitara solventar grandes gastos o préstamos extraordinarios.148

Cada mula carga entre $4,000 y $6,000 en dos bolsones hechos de mecate por más
descuidado que esto parezca; no obstante resultan útiles. Cuando la conducta llega a
la costa, las mulas son descargadas y la mercancía es contada en público. Los barcos
esperan mientras para embarcarla. Contar y empacar es una tarea muy cansada. Si los
propios dueños de la mercancía se ocuparan de ella se tendrían registros más exactos;
pero los comerciantes prefieren pagar a sus dependientes un dólar [$1] por contar y
otro por empacar, confiándolo todo sin mayor cuidado de modo que el capitán tiene
que cargar con la responsabilidad de verificar que todo haya quedado en orden. En
una jornada de ocho de la mañana a ocho de la noche de trabajo completo, 5 contado-
res pueden contar hasta $140,000.149

Así como el comercio exterior era normado por el arancel, las reglas para el comercio inte-

rior estaban dadas por la pauta de comisos: los datos requeridos en los documentos mercan-

tiles sobre el consignador y el consignatario, los itinerarios y plazos para el trasiego y la

venta y todo lo relativo a las contribuciones correspondientes. La pauta de comisos era la

normativa que explicaba las funciones de la Inspección de guías. La pauta de 1837 esclare-

148
Memoria (1832), p. 9.
149
“H. B. Martin Journal”, 1847 citado en Mayo, Commerce, p. 326.

195
ció lineamientos que apenas habían sido esbozados en la anterior de 1831.150 Las autorida-

des reconocían que hasta ese momento el gobierno se había entregado a la satisfacción del

mercado extranjero y abandonando en cambio el comercio e industrias nacionales, haciendo

de México un consumidor pasivo y un país estéril. Descuidado el territorio nacional, los

contrabandistas campearon por los caminos y traficaban con facilidad los productos que

conseguían o entregaban en los puertos. El refuerzo de las garitas y contrarresguardos se

entendía por lo tanto indispensable para hacerle frente a la proliferación del contrabando,

aunque la impopular decisión habría de costarle el gobierno al presidente Bustamante.151

A Antonio Garay, ministro de Hacienda en 1834, parecía sospechoso que desde que

la operación de las aduanas marítimas dejó de estar bajo el escrutinio de los comisarios, el

contrabando repentinamente se hubiera evanecido –“es muy extraño que en el discurso de

todo un año ocurriesen 19 casos de comisos, de los cuales sólo dos corresponden a Aduanas

Marítimas”–, cuando lo normal era que a diario se verificaran estafas o aprehensiones por

ilícito comercio, por falta de documentos, por la discrepancia entre la declaración escrita y

el contenido del cargamento, o por el cómputo erróneo de los derechos a satisfacer. Por su

parte, los comerciantes siempre se exculpaban alegando el desconocimiento de las leyes, las

tarifas arancelarias tan cambiantes y el abuso de las autoridades en su ejercicio fiscal. Fran-

cisco Schober, tesorero del recién fundado ayuntamiento de Mazatlán en 1837, condenaba

por ejemplo las increpaciones y amenazas de las que era víctima por parte de los mercade-

res renuentes a pagar sus impuestos, por mínimos que éstos fueran.152

150
Decreto núm. 916 de marzo 31 de 1831 en Dublán y Lozano, Legislación, t. II, pp. 319-321; y decreto
núm. 1843 de marzo 29 de 1837 y decreto núm. 1858 de abril 18 de 1837 en Dublán y Lozano, Legislación, t.
III, pp. 341-350 y 376-384.
151
Memoria (1844), pp. 8-9; y Sánchez Santiró, Las alcabalas, pp. 189-194.
152
Memoria (1913), p. 61; y documento histórico de Mazatlán, 1837 citado en Mayo, Com-merce, p. 226.

196
La sobrecarga fiscal a la circulación de la mercancía extranjera resultó infructífera y

fue por contrario el más grande aliciente para defraudarlas. Cuando las medidas se endure-

cían en la aduana marítima de San Blas; los buques tomaban rumbo a puertos menos rigu-

rosos para hacer la descarga, siendo éste invariablemente el de Mazatlán. El contrabando se

enseñoreó así en el puerto sinaloense. El guarda Pedro Loaiza reportaba que canoas y lan-

chas cargadas entraban y salían de la rada a toda hora sin dar aviso a la aduana y rápido se

perdían de la vista del resguardo por el rumbo del estero.153

Éstos son los resultados que, infaliblemente, dan tarifas excesivas o exageradas que
presentan a los empleados de las aduanas la perspectiva y el aliciente de enriquecerse
en pocos años, acostumbrando, además, a la gente a ver que se hace un fraude que se
califica como benéfico, por cuanto él viene a corregir el error e injusticia del legisla-
dor, al intentar recargar demasiado los impuestos.154

Para detener el trasiego mercantil ilegal, Garay sugería la disposición de una embarcación

de poco calado y buena por lo tanto para desplazarse con rapidez por las aguas bajas de la

región –una goleta o bergantín–, equipada con doce cañones y tripulación de cien hombres,

para patrullar los mares del Pacífico entre Mazatlán y las Californias. La salvaguardia de la

costa era primordial para impedir que el mal del contrabando se expandiera en tierra, por lo

que exhortaba a los resguardos marítimos a:

[Celar e impedir] las introducciones clandestinas que se hacen por las costas [de la
región] a causa de la facilidad que presentan por lo abiertas y despobladas que se ha-
llan, pues aunque no puedan llegar hasta ellas los buques, ya se sabe que depositan
los efectos en las isletas inmediatas a las mismas costas, adonde los trasladan muy

153
Documentos históricos de Mazatlán, 1828-1833 citados en Mayo, Commerce, pp. 223-225; y García Gra-
nados, Memorias, segunda parte, pp. 130-131.
154
García Granados, Memorias, segunda parte, p. 133.

197
paulatinamente en embarcaciones más pequeñas para internarlas después en la Repú-
blica.155

Los comisos tenían su propio ramo, pero la irregularidad con que éstos se verificaron y la

inconsistencia con que fueron asentados en las cuentas públicas –como comiso, como multa

o como depósito–156 dio como resultado sumas que difícilmente pudiesen ser comproba-

bles. De cualquier manera los comisos de la aduana de Mazatlán de objetos que iban desde

frascos de azogue hasta bultos de arroz y queso,157 fueron de poca monta: uno de $71 en el

año fiscal de 1831-1832 y otro de $267 en el de 1835-1836; a lo que se agrega uno de $648

en Acapulco en 1831-1832.

Hasta el año fiscal de 1833-1834, los derechos por exportación de la aduana de Ma-

zatlán eran semejantes a los de diez años atrás. Además de la plata, también el palo de tinte,

el cobre y la perla fueron productos regionales que generaron algún interés en el extranjero.

La producción de palo de Brasil se contaba entre 100,000 o 150,000 quintales (equivalente

el quintal a 45 kilogramos; por lo tanto, entre 4,500 toneladas y 6,750 t.)158 pagados a $1 (8

reales) por quintal. La exportación del cobre hacia Europa –obtenido en minas contiguas al

puerto, a menos de 70 km. a la redonda– comenzó sin mucho éxito en 1835, pero un par de

años después ya ascendían a 200 toneladas anuales. 9 barcos ingleses zarparon de Mazatlán

ese año con un cargamento compuesto de los productos antedichos por un valor de

155
Memoria (1913), p. 25.
156
Las labores de comiso eran obligatorias en las aduanas marítimas y sólo por razones excepcionales en las
comisarías u otras receptorías terrestres. Art. 54 del decreto núm. 1835 de marzo 11 de 1837 en Dublán y
Lozano, Legislación, t. III, p. 311; Memoria (1837), p. 15; y Memoria (1838), p. 12. Conforme a la estructura
fiscal de la Real Hacienda colonial, el depósito era una Caja especial en donde se contenían los montos en
litigio, las retenciones de sueldos, los comisos, los expolios y las presas en tanto se adjudicaban o destinaban a
un ramo u objetivo concreto. Cruz Barney, El comercio, p. 16.
157
Cázares Aboytes, “El contrabando”, pp. 249-250, cuadros 28 y 29.
158
Ibarra Bellón, El comercio, p. 458, apéndice I.

198
$114,940; contra 2 que lo hicieron de San Blas llevando consigo una suma de $78,000 en

moneda de plata (gráfica II.21).159

Gráfica II.21. Ingresos por derechos de exportación de las aduanas marítimas mexicanas del Pacífico norte
de 1830-1831 a 1836-1837.
16,000

14,000

12,000

10,000

8,000

6,000

4,000

2,000

0
1830-1831 1831-1832 1832-1833 1833-1834 1834-1835 1835-1836 1836-1837

Mazatlán San Blas Guaymas Acapulco

Fuentes: memorias de Hacienda Pública mexicana de 1832, 1833, 1835, 1837 y 1838.

Con excepción de la plata, ninguno otro de los bienes extraíbles de la costa norte del Pacífi-

co mexicano pagaba impuestos, por lo que la totalidad de las remesas de la aduana de Ma-

zatlán por exportación derivaron de la comercialización de la plata; destacándose entre ellas

una de plata pura por $10,560 en el año fiscal de 1833-1834 (el año en que Hacienda endu-

reció el arancel) que por sí sola representó la tercera parte de toda la recaudación federal

por el metal argentífero en esta calidad.

159
Petit-Thouars, Voyage, t. 2, pp. 167 y 171; “Representación que han dirigido al Congreso los comerciantes
y dueños de fincas del puerto de Mazatlán contra su clausura. Mazatlán, marzo 4 de 1837” compilado en
“Puerto, clausuras del” en Cole Isunza, “Diccionario”, pp. 233-235; y documento de British Foreign Office,
1836 citado en Mayo, Commerce, p. 171, table 5.11.

199
En 1833 las autoridades hacendarias se percataron del fraude en el que discretamente

incurría la circulación libre de la plata y el oro en pasta en los estados de Sinaloa, Sonora,

Chihuahua y Oaxaca; por lo que se reiteró que las exportaciones de este tipo hechas parti-

cularmente desde los puertos de Mazatlán y Guaymas (y de Veracruz para la producción de

Oaxaca) también estaban impuestas con 7%. La cuota a la plata acuñada o labrada se con-

servó en 3.5% (gráficas II.22, II.23 y II.24).

Gráfica II.22. Ingresos por derechos de exportación de plata y oro en pasta en cuota de 7% de las aduanas
marítimas mexicanas del Pacífico norte de 1830-1831 a 1836-1837.
16,000

14,000

12,000

10,000

8,000

6,000

4,000

2,000

0
1830-1831 1831-1832 1832-1833 1833-1834 1834-1835 1835-1836 1836-1837

Mazatlán San Blas Guaymas Acapulco

Fuentes: memorias de Hacienda Pública mexicana de 1832, 1833, 1835, 1837 y 1838.

200
Gráfica II.23. Ingresos por derechos de exportación de plata acuñada o labrada en cuota de 3.5% de las adua-
nas marítimas mexicanas del Pacífico norte de 1830-1831 a 1836-1837.
9,000

8,000

7,000

6,000

5,000

4,000

3,000

2,000

1,000

0
1830-1831 1831-1832 1832-1833 1833-1834 1834-1835 1835-1836 1836-1837

Mazatlán San Blas Guaymas Acapulco

Fuentes: memorias de Hacienda Pública mexicana de 1832, 1833, 1835, 1837 y 1838.

Gráfica II.24. Proporción de los ingresos por derechos de exportación de plata y oro de la aduana marítima
de Mazatlán de 1830-1831 a 1836-1837 según la calidad del metal.

4% Total: $40,996

96% acuñada o labrada

en pasta

Fuentes: gráficas II.22 y II.23.

201
Lo anterior demuestra que los mercaderes del noroeste acataron la ley tributaria, pero al no

haber sido rescindida la prerrogativa que consentía que el comercio en la región pudiera

saldarse con la plata en pasta, que al mismo tiempo era fruto exportable y objeto de grava-

men hasta que no existiera en territorio sinaloense una casa de moneda para expedir nume-

rario; los mercaderes de Mazatlán explotaron este beneficio para así evitar cuanto fuera

posible el pago de impuestos.

Como […] el derecho de acuñación era muy fuerte (en la plata de 6¼% y en el oro
una fracción menos) el comercio reportaba utilidad en hacer sus retornos en dichas
especies, cuasi todas ya quintadas, las cuales recibían en pago de los efectos que ven-
dían a los comerciantes del interior, porque teniendo éstas un valor legal, todos los
pagos se hacía en ellas.160

Las ínfimas utilidades que generaba la plata extraída en Mazatlán y el resto de los puertos

del Pacífico mexicano son el resultado de haber gravado una porción muy pequeña de la

producción embarcada; la cual, de acuerdo con el tráfico reportado por Royal Navy, es mu-

chísimo mayor de lo que reflejaban sus réditos: las aduanas marítimas de Mazatlán, Guay-

mas y San Blas aportaron en conjunto $76,000 de los $1,866,450 ingresados por Hacienda

nacional por los derechos de exportación de la plata en todas sus calidades; o sea, 4% del

total.

De 1831 a 1837 la marina inglesa, que en México gozaba de franquicias para el tráfi-

co de la plata, movió desde la costa noroeste del país entre $8,000,000 y $11,000,000 de lo

cual $3,500,000 lo fueron en estado puro (gráfica II.25).

160
García Granados, Memorias, segunda parte, p. 134.

202
Un hecho especial y poco conocido es que los barcos de guerra ingleses hacen exce-
lentes negocios en los puertos del occidente de México, encargándose especialmente
del transporte de numerario por los negociantes que San Blas, Mazatlán y Guaymas
envían por su intermediario a la costa de Chile o Inglaterra, tanto para pagar las mer-
cancías recibidas como para especular sobre la cotización del metal. Por tal motivo,
cada año en enero llega a las costas del occidente de México un barco de guerra in-
glés de la estación del Pacífico con el pretexto de proteger el comercio de la zona, pe-
ro en realidad para volver a partir en el mes de marzo con la pacotilla de $1,200,000 a
$1,800,000 en efectivo o en lingotes.161

Gráfica II.25. Valor de la plata exportada por los puertos mexicanos del Pacífico norte a través de Royal
Navy del año 1837 a 1837. Montos en pesos.
2500000

2000000

1500000

1000000

500000

0
1831 1832 1833 1834 1835 1836 1836z 1837 1837z

Mazatlán San Blas Guaymas sin información de procedencia

Notas. 1831, 1832, 1833, 1834, 1835, 1836 y 1837. Los montos se representan según las cifras expuestas por
Ibarra Bellón. Los totales comunes anuales afirmados para los años de 1831 y 1832 son cada uno $550,000
mayores que los totales referidos por Mayo. El monto afirmado en 1833 es $550,000 mayor que el referido
por Mayo. Los totales comunes anuales afirmados para los años de 1834 y 1835 son cada uno $150,000 ma-
yores que los referidos por Mayo. La gráfica presenta las sumas de acuerdo con Ibarra porque resultan más
próximas a la tendencia que manifiesta esta serie informativa. 1836z, 1837z. Los montos se representan según
las cifras expuestas por Mayo.
Fuentes: Mayo, Commerce, pp. 409-414, tables A.1, A.2 y A.3; e Ibarra Bellón, El comercio, pp. 547-550,
apéndice III, cuadro 126.

161
Löwenstern, México, p. 234. “Pacotilla” se define como libre de flete, libre de alquiler de transportación.

203
La tendencia revela un punto de inflexión en el año 1836 en el debate sobre la productivi-

dad de los puertos de Mazatlán y San Blas, decantándose a favor del sinaloense. Alrededor

de $4,000,000 fueron embarcados del puerto de Mazatlán; $2,000,000 de San Blas; y

$600,000 de Guaymas. La aduana de Mazatlán facturó apenas $1,067, lo que es menos de

1% de su suma total; y las aduanas de los otros puertos ni siquiera presentaron registro de

sus respectivos montos. Por otra parte, parece dudoso que toda la suma de plata exportada

en 1837 lo fuese nada más de Mazatlán, ya que en ese año el puerto sufrió una degradación

administrativa que –en teoría– le impedía celebrar comercio internacional. Entonces o toda

la exportación se realizó antes de que la sanción se hiciera efectiva, o se trata de un eviden-

te caso de contrabando.

Aunque el ministro Ignacio Sierra y Rosso afirmaba que el estado de la minería me-

xicana era próspero,162 la extracción ininterrumpida de la plata debió causar su agotamiento

momentáneo entre 1836 y 1837, lo que provocó la inmediata parálisis de los negocios en

los puertos. Carente el comercio del activo con el que costeaban los importes del mercado

internacional, se pretendió reemplazar temporalmente el dinero fuerte con monedas de co-

bre de poca monta llamadas “tlacos” que eran de uso rutinario entre los menudistas; lo cual

fue por supuesto rechazado por los proveedores, que no encontraban ningún valor de re-

torno en transacciones de este tipo y por lo tanto suspendieron envíos.

Por otra parte, los gastos extraordinarios que había requerido la nación para enfrentar

en 1835 y 1836 las rebeliones en Zacatecas y Texas contra el régimen centralista habían

hecho a los comerciantes el blanco de préstamos forzados, quienes a cambio recibían de la

tesorería federal vales deducibles de impuestos por la cantidad entregada mientras no hu-

biera circulante para hacer los reintegros. Pero hallándose los mercaderes en una situación

162
“Núm. 6. Clasificación” en Memoria (1835), sin página.

204
no menos comprometedora, los vales de amortización empezaron a ser utilizados para el

pago del comercio local, y aunque en principio tuvieron aceptación, a medida que su liqui-

dación se hacía cada vez más difícil para sus acreedores, en 1836 su admisión en aduanas

marítimas tuvo que ser denegada.163

Atrofiado el comercio por la escasez de la plata y la insolvencia de los medios de pa-

go, el gobierno del general Bustamante tomó el partido de los textileros del país, y para

reanimar la fábrica nacional del algodón, en 1837 se ordenó de nueva cuenta la prohibición

a la importación y circulación de la fibra y sus manufacturas, eliminando con esto otra

fuente de ingresos regulares.164 El Estado perdió la fuente del comercio exterior e interior,

las recaudaciones fueron a la baja y con ello los vicios del mercado –el contrabando y la

especulación– afloraban. Las horas bajas vividas por el comercio exterior fueron aprove-

chadas para fortalecer en el seno de Hacienda el discurso proteccionista que demandaba

mejor gestión del comercio interior y el fomento de las industrias regionales, y que desvir-

tuaba la utilidad de las aduanas marítimas; por lo que incluso se consideró la clausura de

algunos puertos en el mejor interés de la economía mexicana.165

En este contexto, las acusaciones de contrabando hechas por los mercaderes de Jalis-

co sobre el comercio en Mazatlán incidieron para que el puerto fuera degradado y clausura-

do; de tal suerte que en 1837 éste quedó impedido para la actividad comercial.

163
Memoria (1838), pp. 8-10. La persistencia de la crisis monetaria obligó en 1839 a que nuevamente se les
aceptara a la par que el efectivo disponible en calidad de pago compuesto. Memoria (1844), pp. 16 y 22-24;
Sánchez Santiró, Las alcabalas, p. 198; e Ibarra Bellón, El comercio, p. 69, nota 39.
164
Mayo, Commerce, pp. 354-355; y Sánchez Santiró, Las alcabalas, pp. 189-191.
165
Memoria (1837), p. 4; Memoria (1838), pp. 6-10; y Reynaldo Sordo Cedeño, “El proyecto hacendario de
Manuel Eduardo de Gorostiza” en Leonor Ludlow, Los secretarios de Hacienda y sus proyectos (1821-1933),
tomo I, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 2002, pp. 187-189.

205
CAPÍTULO III

CONSOLIDACIÓN ECONÓMICA DE MAZATLÁN

1. Un puerto indispensable para el comercio en tierra, 1837-1840.

En febrero de 1837 fue ordenada la reformación de las aduanas de la República Mexicana y

la recategorización de sus puertos. La aduana marítima de Mazatlán fue degradada de la

segunda clase a la cuarta, por lo cual este puerto quedaba desautorizado a la navegación de

altura. Con la minimización de Mazatlán, todos los puertos de la comisaría de Sinaloa –la

cual incluía a Baja California–; Mazatlán, Navachiste, Altata, Cabo San Lucas, La Paz y

Loreto; fueron dispuestos únicamente para el comercio de cabotaje. El arancel enunciado

en marzo ratificó la posición del puerto sinaloense.1

Las aduanas marítimas de los grandes puertos del Pacífico; Guaymas, San Blas y

Acapulco; eran todas de segunda clase. Su organización disponía de por lo menos una do-

cena de trabajadores y un presupuesto de entre $30,000 y $37,000. En comparación, a la

aduana de Mazatlán le estaban asignados únicamente dos empleados; un administrador y un

interventor; y un total de $5,000 para ambos sueldos a ser cobrados de la recaudación de los

derechos aduanales. Las fianzas solicitadas a los interesados de ocupar estos cargos eran

incluso más elevadas que los salarios mismos ($4,000 para el administrador y $2,000 para

el interventor); y de requerirse celadores, éstos habrían de ser pagados por cuenta de los

funcionarios.2

1
Decretos núm. 1825 de febrero 17 de 1837 y decreto núm. 1835 de marzo 11 de 1837 en Manuel Dublán y
José María Lozano, Legislación mexicana o colección completa de las disposiciones legislativas expedidas
desde la independencia de la república, tomo III, México, Imprenta del Comercio, 1876, pp. 281-282 y 303-
322.
2
Decreto núm. 1825 de febrero 17 de 1837 en Dublán y Lozano, Legislación, t. III, pp. 284-286.

207
La sanción fue decididamente lesiva para las finanzas de los mercaderes de Sinaloa,

que prosperaban con rapidez y minaban en consecuencia las de sus competidores de Sonora

que operaban por vía de Guaymas; y de Jalisco, cuya posición se debilitaba ante el creci-

miento del puerto sinaloense, por lo que pretendían consolidar su puerto en San Blas me-

diante su designación como puerto de depósito en el Pacífico y contrajera con esto privile-

gios arancelarios en su calidad de centro de acopio y distribución exclusivo para las merca-

derías procedentes de toda la costa occidental.3 Fue por ello que el gremio de Guadalajara y

Tepic difundió un libelo (posiblemente entre el año de 1836 y comienzos de 1837) sobre

los negocios llevados a cabo en el puerto de Mazatlán que influyó la decisión del supremo

gobierno para, además, clausurarlo.

Al momento de nuestro paso por Mazatlán, la población se mostraba preocupada: el


puerto estaba de nuevo cerrado al comercio extranjero desde el 4 de septiembre. La
prosperidad de este puerto reciente ha sido perjudicial para los intereses de los puer-
tos vecinos de Guaymas y de San Blas, y es factible que las autoridades de estos dos
lugares influencien al gobierno para prohibir el comercio de Mazatlán y golpear sus
ganancias. Estas medidas son contrarias a las leyes del Estado que garantizan las
mismas ventajas para todos los puertos, y no deben prolongarse; los habitantes, con-
fían en la ley y en la justicia de parte de su gobierno, y en la atención y rectificación a
sus quejas.4

El emergente gremio de comerciantes de Mazatlán se vio obligado a defender el ejercicio

de su actividad ante la sentencia del Estado. Para ello la comunidad porteña debió organi-

zarse entorno a sus vecinos prominentes –miembros éstos de la oligarquía regional con cu-

na en Rosario, Cosalá y Culiacán que se habían residido en años recientes en el puerto por

3
Decreto núm. 1851 de abril 11 de 1837 en Dublán y Lozano, Legislación, t. III, pp. 354-359.
4
Abel du Petit-Thouars, Voyage autour du monde sur la frégate "la Vénus" pendant les années 1836-1839,
tome 2, Paris, Gide, 1841, p. 173 (acervo electrónico de Bibliothèque Nationale de France consultado en julio
de 2015 en www.gallica.bnf.fr).

208
motivos del comercio– y fundar en 1837 el primer ayuntamiento del pueblo de Mazatlán

para utilizarle como plataforma legal y social para exponer su demanda. Para la fecha, el

vecindario mazatleco superaba con creces el número de “tres mil almas” requerido por la

Ley para la instauración de un ayuntamiento en la localidad: 3,917 habitantes en 1837 se-

gún el padrón realizado ese año por el señor Manuel Mallén, quien entre 1829 y 1836 fun-

gió como juez de paz o como síndico procurador en la comunidad porteña con sujeción al

ayuntamiento de la villa de San Sebastián (cabecera del distrito del mismo nombre; com-

prensivo de los partidos de San Sebastián, Rosario y San Ignacio de Piaxtla) mientras no

existía esta institución en la población de Mazatlán.5

Una delegación integrada por los señores Carlos Cruz de Echeverría, José Felipe

Gómez y José Palao en representación de los intereses del comercio de Mazatlán y de Sina-

loa, se formó de inmediato para impugnarlo (primero en febrero, el mismo mes de la ejecu-

toria; y ante su improcedencia, nuevamente en marzo) y evitar las consecuencias políticas y

económicas de las calumnias.6 Gómez y Palao eran miembros del clan de la Vega y en co-

5
“Padrón general de todos los habitantes de este puerto con especificación sucinta de los nombres, edades,
estados y oficios, dividido en cuatro cuarteles para organizar el orden público. Levantado por el Sr. Manuel
Mallen” [1837] citado en el catálogo del archivo histórico de Mazatlán (inédito); Santiago Calderón, “Apun-
tes para la estadística del municipio de Mazatlán correspondientes al año de 1874” en Documentos Históricos
sobre Mazatlán y Sinaloa, Mazatlán, Ing. Manuel Bonilla-Imprenta de la Escuela Preparatoria de Mazatlán, c.
1929 (transcripción electrónica de Adrián García Cortés inédita, no paginada).; y Stuart F. Voss, On the Pe-
riphery of Nineteenth-Century Mexico, Tucson, The University of Arizona Press, 1982, p. 79. Con sustento en
la constitución mexicana de 1824, Riesgo refiere que “Para el gobierno interior y régimen municipal hay
ayuntamientos en todos los pueblos, que por sí y su comarca tengan tres mil almas. En los pueblos de menos
vecindad, en que no haya ayuntamiento, debe nombrar su vecindario un Alcalde de policía y un Síndico pro-
curador. Dichos ayuntamientos y alcaldes, deben desempeñar sus funciones gubernativas y económicas bajo
la inspección de los jefes de departamento [distritos]”. Memoria estadística del Estado de Occidente (Juan
Miguel Riesgo y Antonio J. Valdés, 1828) compilado en Sergio Ortega y Edgardo López Mañón (compilado-
res), Sinaloa, textos de su historia, tomo 1, México, Gobierno del Estado de Sinaloa-Dirección de Investiga-
ción y Fomento de la Cultura Regional-Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, 1987, p. 88.
6
“Exposición hecha por los representantes por Sinaloa sobre la inconformidad con respecto a la clausura el
puerto de Mazatlán. Mazatlán, febrero 20 de 1837”, “Representación que han dirigido al Congreso los comer-
ciantes y dueños de fincas del puerto de Mazatlán contra su clausura. Mazatlán, marzo 4 de 1837” y “Proposi-
ciones de los representantes por Sinaloa, sobre la nulidad del decreto del ejecutivo de diez y siete del último
febrero por el que se clausura el puerto de Mazatlán y otros documentos relativos. Mazatlán, marzo 27 de

209
mité habían gobernado Sinaloa recientemente, por un breve periodo, en sucesión de Manuel

de la Vega. Al momento de su encargo ante la federación el primero fungía como legislador

de Sinaloa y el segundo el magistrado del tribunal de justicia en el departamento. Cruz de

Echeverría, ex legislador, era ahora el comandante general en esta entidad federativa. 7

A la representación sinaloense le resultaba incomprensible limitar esta aduana que

tanto había beneficiado a la Hacienda mexicana y que tantos auxilios económicos había

proporcionado al gobierno, ya sea cubriendo salarios de la milicia en Sinaloa, Sonora y

Jalisco, o atendiendo necesidades específicas de las tesorerías; parecía poco lógico que lo

hicieran por razones del contrabando, pues un puerto cerrado y vigilado sólo habría de des-

viar sus operaciones hacia algún punto descuidado de la costa.

Se defendía que Mazatlán era el mejor puerto para el comercio de altura en el Pacífi-

co mexicano porque su localización geográfica era el punto de confluencia más conveniente

para las rutas de navegación asiática y americana, con las costaneras de redistribución y las

terrestres de importación y extracción a los centros mineros y comerciales del occidente de

la República; su fondeadero era espacioso y tenía un emplazamiento óptimo para convertir-

lo en el apostadero para el mayor escuadrón naval en este litoral; y su plaza se hallaba sobre

la playa misma lo que agilizaba la estibación y almacenamiento.

Aseveraban que mineros y comerciantes preferían evitar los caminos de Sonora que

conducían hasta el puerto Guaymas por el temor a los ataques de los indios yaquis; mien-

tras que a San Blas lo presentaron como un lugar de la peor especie: “un montón de ruinas

1837” compilados en “Puerto, clausuras del” en Oses Cole Isunza, “Diccionario biográfico e histórico de
Mazatlán”, 2006, pp. 230-235.
7
Sinaloa: el drama y sus actores (Antonio Nakayama, 1975), Sinaloa, un bosquejo de su historia (Antonio
Nakayama, 1983), y Apuntes para la historia de Sinaloa (Eustaquio Buelna, 1924) compilados en Sergio
Ortega y Edgardo López Mañón (compiladores), Sinaloa, textos de su historia, tomo 1, México, Gobierno del
Estado de Sinaloa-Dirección de Investigación y Fomento de la Cultura Regional-Instituto de Investigaciones
Dr. José María Luis Mora, 1987, pp. 156-158, 193, 239 y 281-283.

210
y un vasto cementerio” que apenas operaba por el absurdo empeño del gobierno en ello,

pues se trataba de un espacio con un “clima homicida” en donde se era “víctima de las en-

fermedades y de los insectos y sabandijas”; un puerto inseguro para el anclaje e incómodo

para la internación de las mercancías en vista de no había en el rumbo mulada suficiente

para hacer el trasiego por el dificultoso camino que iba entre el puerto y Tepic, que se alar-

gaba hasta 75 km. y se hallaba “infestado de ladrones”. Bastaba con echar un vistazo a la

lista de entradas y salidas de los buques de altamar en Mazatlán y compararlas con la de los

otros puertos para constatar, decían, cuál era el puerto de preferencia de los marineros.

Reiteraron que el progreso de la economía en Mazatlán era beneficioso no sólo para

este puerto sino que también para el de los departamentos del noroccidente del país a los

que servía como antesala comercial; a saber “Jalisco, Zacatecas, Durango, Chihuahua, So-

nora y ambas Californias”. “Nueve casas de comercio con fondos de mucha consideración,

veinte tiendas de ropa de segundo orden […] y más de treinta de pulpería o abarrotes” ha-

bían sido edificados en este paraje costero por cuando menos 60 “comerciantes, capitalistas

y propietarios de fincas” mexicanos y extranjeros que en años recientes se habían ido radi-

cando en este puerto otrora desolado, impulsando a su desarrollo (cuadro III.1): 7 de ellos

eran de nacionalidad española, 6 alemanes, 5 franceses, 5 estadounidenses, 3 ingleses, 3

nativos de Manila, 3 de Guatemala, 1 de Gibraltar, 1 de Buenos Aires, 1 de la isla de Cer-

deña y 1 de China para un total de 36 extranjeros.8

8
Documento histórico de Mazatlán citado por John Mayo, Commerce and Contraband on Mexico’s West
Coast in the Era of Barron, Forbes & Co., 1821-1859, New York, Peter Lang Publishing, 2006, pp. 52-53.

211
Cuadro III.1. Comerciantes, capitalistas y propietarios de fincas radicados en el puerto de Mazatlán en 1837.
Francisco Altembach Regino López señor Rascón
Ramón Álvarez Juan Nepomuceno Machado Vicente Real
Gregorio Arana Benito Machado Eduardo Robles
José María Arce J. I. Maldonado Norberto Rocha
Santiago Astengo Manuel Mallén Gabriel Rodríguez
F. María Besoy Félix Maneiro José María Rodríguez
Juan J. Cásares Carlos Martínez Rufino Roscas
señor Castaños Francisco D. Martínez Bernardo Ruelas
señor Cotesworth Ignacio Martínez Pablo Ruiz
Clemente Croschmor Rafael Martre William Scarborough
Manuel Delgado Ignacio Méndez Francisco Schober
Marcos Esparza Alejo Morales Inocente Sebrián
Joaquín García Granados Victoriano Navarro José María Torres
Julián Guerrero Pedro Nervo Francisco Trujillo
Maximiliano Hayn Francisco Núñez Eugenio Uzeta
Apolonio Ibarra John Parrot Francisco Uzeta
Rafael Ibarra señor Penny seño Vega
Juan Inda M. del Pozo Antonio Ramón Vejel
Isidoro Jiménez Doroteo Quevedo Gaspar de Vera
James Kennedy Ignacio Ramírez Luis Vial
Lino López Juan M. Ramírez Francisco Victoria
Nota. “Señor Castaños” podría tratarse de José María o Carlos Castaños (padre e hijo), comerciantes del puer-
to de San Blas que eran los principales competidores de la casa Barron & Forbes. “Señor Vega” podría tratar-
se de Antonio o Agustín de la Vega, miembros de la familia de la Vega oriunda de Culiacán a la que pertene-
cía su hermano el gobernador Manuel de la Vega y Rábago.
Fuentes: “Representación que han dirigido al Congreso los comerciantes y dueños de fincas del puerto de
Mazatlán contra su clausura. Mazatlán, marzo 4 de 1837” transcrito en “Puerto, clausuras del” en Oses Cole
Isunza, “Diccionario biográfico e histórico de Mazatlán”, 2006 (inédito), pp. 233-235; Miguel García Grana-
dos, Memorias del General Don Miguel García Granados, segunda parte, Guatemala, Tipografía y Encuader-
nación Nacional, 1894, pp. 90 y 129 (acervo electrónico de la Universidad Francisco Marroquín consultado
en agosto de 2018 en www.archives.org); Isidore Löwenstern, México. Memorias de un viajero, traducción y
edición de Margarita Pierini, México, Fondo de Cultura Económica, 2012, p. 228; archivo histórico de nota-
rías de Sinaloa citado por Luis Antonio Martínez Peña, “Historia del comercio en Mazatlán 1823-1877”,
tesina de maestría en Historia, Culiacán, Facultad de Historia de la Universidad Autónoma de Sinaloa, 1991,
pp. 54-55; John Mayo, Commerce and Contraband on Mexico’s West Coast in the Era of Barron, Forbes &
Co., 1821-1859, New York, Peter Lang Publishing, 2006, pp. 178 y 182; y Santiago Calderón, “Apuntes para
la estadística del municipio de Mazatlán correspondientes al año de 1874” en Documentos Históricos sobre
Mazatlán y Sinaloa, Mazatlán, Ing. Manuel Bonilla-Imprenta de la Escuela Preparatoria de Mazatlán, c. 1929
(transcripción electrónica de Adrián García Cortés inédita, no paginada).

212
Esta tesis no indaga sobre los capitales particulares de los mercaderes, por lo que no es po-

sible determinar quiénes eran los mayores y quiénes los menores; pero algunas referencias

aisladas brindan una noción al respecto. Se sabe que en 1831 Francisco Schober guardaba

en su tienda artículos diversos por un valor total de más de $4,284. Esta cantidad es compa-

rable, por ejemplo, con la suma colectada por la aduana marítima local por derechos de

consumo en el año fiscal 1831-1832 ($4,331). En 1840 Joaquín García Granados hizo un

pago de $10,000 en efectivo por un trato en una mina de Durango.9

Es de suponerse que quienes corrían las sucursales de las compañías internacionales

en el puerto eran los hombres más ricos del lugar, pues su respaldo económico era mayor y

podían por lo tanto disponer de crédito financiero. El negocio de la importación de bienes

implicaba para sus consignatarios una fuerte inversión que podía ser difícil de recuperar si,

eventualmente, la moneda escaseaba, las ventas en plaza sufrían algún contratiempo o los

clientes tardaban en pagar; lo que convertía a los mercaderes en morosos habituales del

fisco. La satisfacción de los derechos adeudados podía garantizarse en pagarés o letras de

cambio; o había también quienes, antes que endeudarse, adelantaban los derechos y se lo

reembolsaban luego con las ganancias íntegras generadas por sus importaciones.10

Entre los potentados debió encontrarse el estadounidense Joseph Parrot, socio comer-

cial en la localidad a la vez que prolífico banquero en el puerto de San Francisco, Alta Cali-

fornia; y el prestigioso señor Juan N. Machado, también banquero español de ascendencia

filipina que fue pionero en el estrechamiento de los lazos comerciales entre el puerto de

Mazatlán y los proveedores de Europa y China y elegido por consiguiente como negociador

9
Documento notarial de Sinaloa, 1831 citado en Luis Antonio Martínez Peña, “Historia del comercio en Ma-
zatlán 1823-1877”, tesina de maestría en Historia, Culiacán, Facultad de Historia de la Universidad Autónoma
de Sinaloa, 1991, pp. 54-55; y Miguel García Granados, Memorias del General Don Miguel García Grana-
dos, segunda parte, Guatemala, Tipografía y Encuadernación Nacional, 1894, p. 136.
10
Martínez Peña, “Historia”, pp. 79-80 y 94; y documento histórico de Mazatlán de 1834 citado en Mayo,
Commerce, pp. 162 y 225-226.

213
de los adeudos causados entre el gobierno y sus acreedores en el puerto sinaloense. Su ri-

queza tenía origen en una propiedad de su familia en el mineral de Pánuco. Era además

benefactor de la comunidad porteña.11

Hacia 1837 la prosperidad de los negocios en Mazatlán sobrepasaba al provecho que

prodigaba a sus propios artífices, los miembros de la élite comercial y minera; para conver-

tirse en el detonante en el puerto de un mercado laboral productivo para la clase baja.

Atraídos por la oportunidad de encontrar una ocupación en este lugar cuyos medios de sus-

tento habrían de diversificarse a medida que su economía crecía, “familias de escaso vivir”

oriundas de las comarcas vecinas de Rosario, San Sebastián, Pánuco y Escuinapa; de otras

partes de Sinaloa e incluso de otros lugares del país, migraron al puerto en búsqueda de

trabajo de forma periódica o definitiva, pues algunas de éstas reunieron lo indispensable

para fabricar al menos una casucha donde poder residirse: “que en ellas puede considerarse

que hacen consistir su principal haber”. La población local, que al final de la década era

apenas menor de 4,000 personas, podía elevarse según apreciaciones hasta en mil indivi-

duos más en las temporadas del comercio, cuando la demanda de trabajo era mayor.12

La población de Mazatlán se dedicaba al comercio ambulante, al transporte de mer-

cancías entre el puerto y el interior y al tráfico de minerales de plata, cobre y oro sacados de

las minas de toda la comprensión de la Sierra Madre; entre éstas Cosalá, Rosario, Pánuco,

Álamos, Guarisamey, San Dimas, Batopilas, Santa Rosa de Cusihuiriachi, Nabogame y

11
García Granados, Memorias, segunda parte, p. 137; Petit-Thouars, Voyage, t. 2, pp. 166 y 169; periódico E-
vening Bulletin (San Francisco, 1863) citado en Antonio Lerma Garay, Mazatlán decimonónico, Mazatlán,
edición del autor, 2005, p. 31; y Araceli Ibarra Bellón, El comercio y el poder en México, 1821-1864: la lucha
por las fuentes financieras entre el Estado central y las regiones, México, Fondo de Cultura Económica,
1998, p. 69, nota 39.
12
García Granados, Memorias, segunda parte, p. 135; y Petit-Thouars, Voyage, t. 2, p. 167.

214
Guadalupe y Calvo.13 También lo hacían al corte y carga de palo de tinte y maderas precio-

sas de los montes de la zona; y “aún la agricultura y ganadería progresan a proporción del

mayor consumo que se hace en este puerto, y por él, en el acopio diario de víveres para los

buques”. La clausura de Mazatlán causaría por lo tanto no sólo la ruina de los capitalistas

de la región, sino el desempleo y la ulterior desmoralización de cientos de personas que

vivían satisfacer las necesidades que el dinámico comercio de este puerto demandaba. No

era aceptable para los agentes de la economía sinaloense que el Estado contraviniera los

principios del libre comercio y la justa competencia que decía compartir y que se redujera

por lo tanto al puerto del departamento de Sinaloa, “el más rico y acaso el más poblado de

los de Occidente”, en favor de los puertos de altura que habrían de prevalecer en los territo-

rios vecinos de Jalisco, Sonora y las Californias; y advertían que exigirían la indemnización

por las pérdidas o devaluaciones que sufrieran sus negocios a raíz de la clausura de Ma-

zatlán.

La petición de los de Sinaloa no procedió. El puerto presumiblemente se mantuvo ce-

rrado todo este tiempo; pero ante los señalamientos del grupo de Mazatlán, 102 comercian-

tes de la ciudad de Guadalajara14 se vieron instados a presentaron en el mes de agosto su

adhesión al posicionamiento del gremio de Tepic y a responder en defensa de su organiza-

ción.15 Según la élite tapatía, no existía en realidad un territorio del que el puerto de Ma-

zatlán fuera abastecedor indispensable –una razón fundamental para determinar la necesi-

13
No se pudieron identificar tres de las minas mencionadas: Morelos, Septentrión y Refugio. Por “Morelos”
podría referirse al distrito de Morelos dentro del departamento Sinaloa, comprensivo de los partidos de Cosalá
y San Ignacio. Véase también a Petit-Thouars, Voyage, t. 2, p. 167.
14
Entre éstos se encontraban mercaderes asentados en la ciudad desde 1824: H. Blume, Mariano Calvo, Jaco-
bo Castañeda, Francisco Dominrain, Domingo González de Maxemín, Joseph Lamadrid, Manuel Luna, Fran-
cisco Martínez Negrete, Miguel Lino Quintana, Antonio Ramírez, Domingo Rascón, Pedro Sagástegui y el
señor Somellera. Ibarra Bellón, El comercio, pp. 233 y 378, cuadro 93.
15
“Exposición que el comercio de Guadalajara dirige al Supremo Gobierno a fin de que no se derogue el
decreto que manda cerrar el puerto de Mazatlán. Guadalajara, agosto 17 de 1837” compilado en “Puerto,
clausuras del” en Cole Isunza, “Diccionario”, pp. 235-237.

215
dad de un puerto– porque estaba “colocado en una costa despoblada y separada del interior

por la Sierra Madre” y en medio de dos puertos que se consideraban preferibles para pro-

veer a las regiones del noroeste y occidente del país, como lo eran Guaymas y San Blas;

imputado el segundo “defectos que no tiene y [que] quisieron presentarlo como un montón

de ruinas”. Se afirmaba que la mayor parte de los efectos arribados desde el extranjero al

puerto de Mazatlán eran luego reembarcados a San Blas porque desde éste era más fácil

introducirlos a los mercados en el interior que el gremio de Mazatlán falsamente aseguraba

proveer: Zacatecas, Durango, Aguascalientes, Michoacán y León.

Los negociantes optaban por el comercio en Mazatlán por razones inmorales e injus-

tas: la posibilidad tan normalizada de contrabandear en esta aduana y la oportunidad de ser

pagados en plata libre de derechos. Consecuentemente, las importaciones se dirigían en

mayor medida hacia esta plaza en detrimento del abasto de otros puertos; y para rebajar

impuestos, los comerciantes en complicidad con los aduaneros locales declaraban los pro-

ductos introducidos a precios más bajos que incluso los de los puertos del Golfo de México,

lo que era obviamente inverosímil para una mercancía que había tenido que “doblar el Cabo

de Hornos para haber llegado hasta Mazatlán”. Los mercados de otros lugares se veían por

lo tanto obligados a malbaratar sus ventas para poder competir, so pena de arriesgarse a la

quiebra.

El gremio de Guadalajara y Tepic juzgaba a Mazatlán como un puerto artificioso,

donde el fraude y no el comercio natural y honesto era el generador de la exorbitante rique-

za detrás del repentino incremento del tráfico marítimo, de los hermosos edificios y hasta

del tamaño de la población, inducido éste por una oleada de migrantes que movidos por la

ambición y la ganancia fácil abandonaron su tierra natal en San Sebastián y Rosario, dejan-

do en la ruina el campo y las minas de la región.


216
La exposición de la delegación sinaloense a favor del funcionamiento del puerto de

Mazatlán recibió el respaldo de las corporaciones mercantiles de Durango y de Chihuahua,

las cuales coincidían con respecto a lo lejano o complicado que les resultaba acceder para el

abasto a los puertos de San Blas o Guaymas y en el consecuente deterioro que manifestaban

sus economías desde que el puerto sinaloense había sido clausurado; por lo que el supremo

gobierno consintió la rehabilitación del puerto de Mazatlán al comercio exterior el 12 de

febrero de 1838.16 La restitución, sin embargo, fue efímera, dado que dos meses después

otra vez se ordenó su clausura. Juan Almonte (1852) apunta que el puerto de Mazatlán “fue

cerrado totalmente por decreto de 21 de abril de 1838 a causa de haberse separado de la

obediencia del gobierno”.17 Dicho cierre no parece haberse dado por decreto (no se conoce

ninguno que lo constate) sino por castigo a la insurrección pro-federalista del departamento

de Sinaloa.

En enero de 1838 el gobernador Francisco de Orrantia y Antelo, miembro del clan De

la Vega, acogió en la entidad el pronunciamiento del comandante general de Sonora José

Urrea por la restauración de la Constitución federal de 1824 con la intención de que la élite

culiacanense, detentora del poder político de Sinaloa desde que el estado había sido erigido,

no fuera subvertida por el gremio mercantil de Mazatlán cuya resistencia a la fuerza de las

leyes fiscales aumentaba tanto como pudieran cohechar al ejército. La comandancia general

de Sinaloa estaba desde antaño asentada en el puerto, situación que los comerciantes locales

aprovecharon para incidir en la milicia del departamento y manipularla merced de que la

financiaban siempre que le faltaba el pago oportuno de sus salarios de parte de la federa-

16
Memoria de la Hacienda Nacional de la República Mexicana, presentada a las cámaras por el ministro del
ramo en julio de 1838, México, Imprenta del Águila, 1838, pp. 6-7. La rehabilitación debió fundamentarse en
el decreto núm. 1914 de ese año que permitía la consideración para cualquiera de los puertos del país de me-
nor grado. Decreto núm. 1914 de febrero 12 de 1838 en Dublán y Lozano, Legislación, t. III, p. 461.
17
Juan N. Almonte (1852), Guía de forasteros y repertorio de conocimientos útiles, México, Instituto Mora,
1997, pp. 232-233. No hay registro de este evento en los compendios históricos de Eustaquio Buelna.

217
ción. En mayo las tropas sonorenses de Urrea y aliadas a la facción veguista habían tomado

ya Mazatlán con la pretensión de convertirlo en su base de operaciones; pero luego fueron

vencidas por las fuerzas de Sinaloa al mando del comandante Teófilo Romero con el apoyo

de un cuerpo del ejército federal a cargo del general Mariano Paredes Arrillaga; y en lo

sucesivo el puerto fue cerrado.18

Probablemente el cese del tráfico portuario de gran escala en Mazatlán duró desde el

verano de 1838 hasta julio 30 de 1840 (la Inspección de guías de mayo 1838 todavía pre-

sentaba a este puerto como uno de cabotaje, según consta en la imagen II.5), cuando el de-

creto de rehabilitación de aduanas marítimas de dicha fecha devolvió a la de Mazatlán la

categoría de segunda clase.19 La planta aduanal del puerto sinaloense pasó así a ser la más

cara del Pacífico norte no obstante que contaba con menos lanchas, marineros y celadores

montados para asignar al resguardo y al contrarresguardo que las demás aduanas de la re-

gión (cuadro III.2).

18
Sinaloa, un bosquejo (Nakayama, 1983) en Ortega y López, Sinaloa, t. 1, pp. 156-159; y Heriberto Galindo
Quiñones (coordinador), Los gobernadores de Sinaloa ante la historia (1831-2011), México, Fundación para
Mover y Transformar a Sinaloa A. C., 2015, pp. 47-50. Un testimonio de la clausura del puerto es la queja de
la casa importadora local de Kayser, Hayn & Altembach por la confiscación de una goleta y una lancha por
desafiar dicha orden. Documento notarial de Sinaloa, 1839 citado en Martínez Peña, “Historia”, p. 56.
19
Decreto núm. 2140 de julio 30 de 1840 en Dublán y Lozano, Legislación, t. III, pp. 723-727. Almonte fecha
este decreto en julio 13 de 1840, pero debe tratarse de una equivocación porque no existe ninguno correspon-
diente a ese día. Almonte, Guía, pp. 232-233. La resolución resultó de un estudio realizado semanas antes por
el gobierno sobre las conveniencias topográficas y administrativas de rehabilitar algunos puertos mexicanos.
Decreto núm. 2131 de mayo 13 de 1840 en Dublán y Lozano, Legislación, t. III, pp. 711-712.

218
Cuadro III.2. Estructura de la aduana marítima de Mazatlán en 1840.
Aduana marítima de segunda clase
Cargo Sueldo ($)
un administrador 4,000
un contador 3,000
un oficial primero 2,000
un oficial segundo 1,200
un escribiente 700
un vista 2,400
un alcaide 2,000
un portero contador de moneda 600
un comandante de celadores 3,000
ocho celadores montados 1,300 (x 8)
un patrón (de lancha) 400
cuatro marineros 300 (x 4)
una lancha -
Total 30,900
Fuente: decreto núm. 2140 de julio 30 de 1840 en Manuel Dublán y José María Lozano, Legislación mexica-
na o colección completa de las disposiciones legislativas expedidas desde la independencia de la república,
tomo III, México, Imprenta del Comercio, 1876, p. 725.

En el tiempo que el puerto de Mazatlán estuvo clausurado sucedió la confrontación armada

entre Francia y México conocida como guerra de los Pasteles (abril de 1838 a marzo de

1839). Este problema atañó a los puertos del Golfo y no tuvo gran implicación en de las

dinámicas mercantiles del litoral del Pacífico,20 pero la pérdida temporal de la rica aduana

de Veracruz expuso claramente la falencia de descansar la economía mexicana en los ingre-

sos captados por las aduanas marítimas, dando motivos para considerar “mirar hacia el inte-

rior para establecer con solidez los recursos del Erario”.21

20
Mayo, Commerce, p. 309. Mientras Veracruz y los demás puertos del Golfo de México permanecieron
bloqueados por los franceses, el gobierno habilitó como puertos de altura dos puertos menores en la costa del
Pacífico, Manzanillo en el departamento de Michoacán y Huatulco en el de Oaxaca, para que sirvieran entre-
tanto como vía de provisión a la ciudad de México aprovechando su proximidad. Decretos núm. 1943 y núm.
1944 de mayo 17 de 1838 en Dublán y Lozano, Legislación, t. III, p. 509. Ninguno de esos dos puertos con-
servó tal categoría después del conflicto.
21
Memoria (1838), p. 10; y Óscar Cruz Barney, El comercio exterior de México, 1821-1928. Sistemas aran-
celarios y disposiciones aduanales, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 2005, p. 80.

219
El flujo de la economía de Mazatlán no fue afectado por los trastornos políticos y bé-

licos que el puerto padeció en estos años. Apelando a sus prebendas comerciales interna-

cionales que abiertamente menoscababan las órdenes mexicanas y rayaban en la ilegalidad,

la marina inglesa continuó sin contratiempos con el tráfico de plata en la costa sinaloense.

El contrabando prácticamente se volvió rutina22 para beneplácito de la élite comercial pero

también para el provecho de las autoridades civiles y militares en contubernio con ellos,

quienes acusando falta de pago oportuno y malos salarios, encontraban en estos emolumen-

tos la manera de mejorar su nivel de vida.

[…] organizar el contrabando en grande escala sin la cooperación de los empleados


de la aduana era verdaderamente imposible. Los comerciantes, pues, tenían necesidad
de coechar [sic.] a dichos empleados para establecer ese tráfico clandestino, y en cua-
si [sic.] todos los puertos lo conseguían, porque no era fácil que empleados que vivían
en lugares, por lo regular de mal clima, donde todo es siempre caro, dotados con
sueldos comparativamente mezquinos, resistan a la tentación de hacer en pocos años
una buena fortuna.23

En el lapso en que el puerto de Mazatlán se suponía cerrado, o cuando menos desautorizado

para los movimientos de importación y exportación, los arribos navieros aumentaron hasta

60 barcos extranjeros y 2 nacionales. El puerto de San Blas contó la llegada de 45 navíos

foráneos y 3 mexicanos, pero con una tendencia que iba a la baja.24 De los entre $5,000,000

22
Se sabe de 6 casos de contrabando comprobado ocurridos en la sierra y costa de Sinaloa entre 1837 y 1840.
Pedro Cázares Aboytes, “El contrabando en el Pacífico Norte, 1821-1872. Prácticas, discursos y legislación”,
tesis de doctorado en Ciencias Sociales, Guadalajara, Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanida-
des de la Universidad de Guadalajara, 2013, pp. 232-233, cuadro 20.
23
García Granados, Memorias, segunda parte, p. 130. Años más adelante, el cónsul de Inglaterra en la región
asentado en Tepic, el señor Barron, coincidiría en que por culpa de la incertidumbre que privaba en el funcio-
namiento de las aduanas, los empleados procuraban se veían tentados a hacerse su sueldo a partir de los dere-
chos cobrados al comercio, mermando con esto los ingresos públicos. Documento consular inglés de 1844
citado en Mayo, Commerce, p. 228.
24
Uno de los barcos de cabotaje llegado a Mazatlán en 1839 introdujo 1,545 bultos de cacao, casi todos a
consignación del comerciante jalisciense Somellera. Ibarra Bellón, El comercio, pp. 384 y 391, cuadros 101 y

220
y $7,500,000 de plata extraída de los puertos del Pacífico ($2,878,000 lo fueron de plata en

pasta), Mazatlán aportó alrededor de $2,000,000: un cuarto más que Guaymas y el doble de

lo exportado de San Blas (gráfica III.1).

Gráfica III.1. Valor de la plata exportada por los puertos mexicanos del Pacífico norte a través de Royal
Navy del año de 1838 al de 1840. Montos en pesos.
3,500,000

3,000,000

2,500,000

2,000,000

1,500,000

1,000,000

500,000

0
1838 1838z 1839 1840

Mazatlán San Blas Guaymas sin información de procedencia

Notas. 1838, 1839 y 1840. Los montos se representan según las cifras expuestas por Ibarra Bellón. El monto
de aproximadamente $3,000,000 (62% de la suma total) en el año de 1840 del que Ibarra no informa proce-
dencia; es el mismo que Mayo señala en calidad de suma total de ese año sin información de procedencia.
1838z. Los montos del año de 1838 se representan según las cifras expuestas por Mayo.
Fuentes. Araceli Ibarra Bellón, El comercio y el poder en México, 1821-1864: la lucha por las fuentes finan-
cieras entre el Estado central y las regiones, México, Fondo de Cultura Económica, 1998, pp. 547-550, apén-
dice III y cuadro 126; y Mayo, Commerce, pp. 409-414, tables A.1, A.2 y A.3

Sin importar entonces las complicaciones con que la década de 1830 llegaba a su fin, la

actividad comercial del puerto de Mazatlán transitó a los cuarentas en una condición tan

plena, que en los años por venir su prosperidad alcanzó una posición muy por encima de la

108. En 1840 cuatro de los 28 barcos extranjeros llegados a Mazatlán fueron franceses. Eugène Duflot de
Mofras, Exploration du territoire de l'Orégon, des Californies et de la mer Vermeille exécutée pendant les
années 1840, 1841 et 1842, volume 1, Paris, Arthus Bertrand, 1844, p. 177 (acervo electrónico de Biblio-
thèque nationale de France consultado en julio de 2015 en www.gallica.bnf.fr).

221
media económica de los puertos del occidente mexicano; razón por la que Mazatlán fue

encomiado por el extranjero como “el Veracruz del Océano Pacífico” y por los coterráneos

como el “Emporio de Occidente”.25

2. Apogeo del comercio portuario, 1841-1846.

Superada la guerra de los Pasteles, el bloqueo impuesto por los franceses a los puertos del

golfo de México fue levantado y las consignaciones que habían quedado varadas durante el

episodio bélicos pudieron por fin entrar al país y reabastecer los bienes que a lo largo del

año habían sido consumidos sin posibilidad de reposición hasta empezar a agotarse. Re-

animada la circulación mercantil, pudieron entonces causarse los ansiados derechos comer-

ciales largamente estancados, de los que dependía la salud de la economía mexicana. Sin

embargo, la realidad era que el ramo aduanal era destinado prácticamente en su integridad

para la amortización de deudas y poco de este producto restaba para nutrir el tesoro nacio-

nal. Por lo tanto, fue imprescindible recurrir a préstamos y multiplicar las contribuciones en

la creencia de que incrementando éstas aumentarían también los ingresos; pero esto terminó

causando de hecho el efecto opuesto: la continuación del endeudamiento del gobierno y

mayor acicate para el contrabando.26

25
“Representación [Mazatlán, marzo 4 de 1837]” en “Puerto, clausuras del” en Cole Isunza, “Diccionario”,
pp. 233-235; y Duflot, Exploration, v. 1, p. 197.
26
Memoria de la Hacienda Nacional de la República mexicana, presentada a las cámaras por el ministro del
ramo en julio de 1839, México, Imprenta del Águila, 1840, pp. 10 y 13; Memoria de la Hacienda Nacional de
la República Mexicana presentada a las cámaras por el ministro del ramo en julio de 1840, México, imprenta
del Águila, 1841, p. 15; “Núm. 3. Estado comparativo de los productos de los ramos de la Hacienda Pública
en los años de 1839 y 1840, con espresión [sic.], en donde se ha creído conveniente, de las causas del aumen-
to o baja respectiva” en Memoria de la Hacienda Nacional de la República Mexicana presentada a las cáma-
ras por el ministro del ramo en julio de 1841. Primera parte, México, imprenta de J. M. Lara, 1841, sin pági-
na; Memoria (1844), pp. 10-11; y Memoria que sobre el estado de la Hacienda Nacional de la República
mexicana, presentó a las cámaras el ministro del ramo en julio de 1845, México, imprenta de Ignacio Cum-
plido, 1846, p. 4.

222
De cualquier modo, en su primer lustro de instauración el régimen centralista tampo-

co mostraba mejores resultados que el sistema federalista en el cometido de usufructuar el

comercio exterior y administrar sus rendimientos; lo que se tenía como verdadera solución

para la perenne crisis de la economía del país. Los constantes cambios en la legislación y

procedimientos fiscales y la falta de personal comprometido y capaz para su aplicación, la

desorganización que provocaban las guerras y asonadas constantes, la imposibilidad del

Estado central para dominar el extenso territorio de la República especialmente en sus zo-

nas periféricas y la irreductibilidad de las oligarquías regionales; eran todas razones que se

veían conjugadas en un gobierno invariablemente conducido por la corrupción que imposi-

bilitaba cualquier progreso.27

Era la opinión de Eustaquio Barron, cónsul de Inglaterra en Tepic-San Blas desde

1824 y fundador de la empresa Barron & Forbes, que “[…] nada se hace en beneficio del

país, sino para el beneficio individual de sus funcionarios. Las leyes y los impuestos no

están dirigidos a ordenar o remunerar al país, sino para enriquecer a las autoridades que los

sancionan. Los grandes impuestos no se ven reflejados en una mayor riqueza del erario

nacional sino en las mayores tajadas arrebatadas por los burócratas”. En contrapartida, hay

que señalar que los sueldos de los servidores públicos se veían comprometidos por la fre-

cuente insolvencia del Estado, no quedándoles a éstos más remedio que pagarse de los pro-

pios derechos aduanales que cobraban, en previsión de cualquier eventualidad.28

La centralización y las limitaciones económicas del gobierno general implicaron su

retracción de los gobiernos locales en tanto que el aparato administrativo se redujo y por

consiguiente la fuerza de las instituciones aminoró. En el partido de Mazatlán el vacío gu-

27
Cruz Barney, El comercio, p. 43.
28
Documentos consulares ingleses, 1844 y 1846 citados en Mayo, Commerce, pp. 228 y 290.

223
bernativo que se generó fue ocupado por los medios administrativos, financieros y coerciti-

vos de los hombres fuertes del puerto, pues el centralismo, por su propia naturaleza, erradi-

caba el principio de soberanía estatal y el clan culiacanense de los de la Vega, que era su

depositario oficial en Sinaloa desde hacía más de una década que rigió con relativa auto-

nomía y a su conveniencia, fue minado de su respaldo constitucional. Pero como el supre-

mo Estado mexicano tampoco tenía el despliegue suficiente como para someter a las órde-

nes nacionales al puerto sinaloense ni para tener posesión plena de los ingresos aduanales

allí generados y que le pertenecían; el control político y económico de la localidad terminó

por quedar prácticamente sin contrapesos en las manos de la élite porteña de Mazatlán, lo

cual emplearon para beneficiar sus negocios a costa del contrabando y la defraudación tri-

butaria inconsecuente.29 Se sabe, por ejemplo, que los comerciantes porteños sobornaban a

los empleados hacendarios locales para que manipularan las tarifas arancelarias y alcabala-

torias y los procedimientos fiscales en su favor; y lo mismo hacían con los militares en la

plaza –el general Francisco Duque, el capitán del puerto Luis del Valle– para que éstos, so

pretexto de precaver el contrabando, persiguieran toda embarcación costanera que cruzaba

entre Cabo San Lucas y Mazatlán y la forzaran a descargar en el puerto sinaloense para de

esta forma exigir sus derechos y acaparar su cargamento.30

Para recobrar su autoridad sobre las rentas de la nación, la Hacienda Pública suprimió

en 1841 las jefaturas superiores departamentales y le encomendó sus funciones a las co-

mandancias generales. Los comandantes tuvieron entonces atribuciones fiscales además de

29
Voss, On the Periphery, pp. 83-84.
30
Documentos de British Foreign Office, 1842 y 1844 citados en Mayo, Commerce, pp. 223 y 234. Este tipo
de abusos y quejas son recurrentes en las décadas por venir. Periódico Evening Bulletin (San Francisco, 1859
y 1863) citado en Lerma Garay, Mazatlán, pp. 143-144.

224
sus obligaciones militares.31 Toda vez que el comercio exterior quedó restablecido y sus

utilidades demuestran haberse mantenido dentro de la tendencia desprendida de los últimos

años fiscales de los que se tiene información; la medida administrativa sí resultó decisiva en

el incremento de los ingresos aduanales de la costa del Pacífico mexicano a un promedio

superior al $1,300,000 (gráfica III.2).

Gráfica III.2. Ingresos por derechos aduanales en los puertos mexicanos de la costa occidental y de la costa
oriental del año natural de 1841 al de 1844. Montos en pesos.
8,000,000

7,000,000

6,000,000

5,000,000

4,000,000

3,000,000

2,000,000

1,000,000

0
1841 1842 1843 1844
puertos del océano Pacífico y golfo de California

puertos del golfo de México y mar Caribe


Fuentes: memorias de Hacienda Pública mexicana de 1845 y 1846.

Como en todo el país, el desorden público en Sinaloa y en particular en Mazatlán complicó

la tarea de dimensionar el flujo del comercio portuario y calcular las ganancias.32 Empero,

31
Decreto núm. 2235 de diciembre 16 de 1841 en Manuel Dublán y José María Lozano, Legislación mexica-
na o colección completa de las disposiciones legislativas expedidas desde la independencia de la república,
tomo IV, México, imprenta del Comercio, 1876, p. 75; y Martín Sánchez Rodríguez, “Política fiscal y organi-
zación de la Hacienda Pública durante la República centralista en México, 1836-1844” en Carlos Marichal y
Daniela Marino (compiladores), De colonia a nación. Impuestos y política en México, 1750-1860, México, El
Colegio de México, 2001, p. 205.
32
José Agustín de Escudero, Noticias estadísticas de Sonora y Sinaloa, México, Tipografía de R. Rafael,
1849, pp. 125-126 (acervo electrónico de Library of Congress consultado en julio de 2015

225
Hacienda reportó en su memoria de 1841 que la receptoría de Mazatlán remesó una suma

hasta entonces máxima en su contabilidad de $429,000; una cantidad que solamente el

puerto de San Blas había recaudado con anterioridad. Pero de inmediato los ingresos del

puerto de Mazatlán escalaron trepidantemente hasta llegar a unas cifras sin precedente en el

historial de los puertos los del Pacífico mexicano, al punto de que Mazatlán proporcionó

dos tercios del total de $5,111,627 recaudados por las principales aduanas marítimas de la

región en el primer lustro de 1840 (gráfica III.3).

Gráfica III.3. Ingresos por derechos aduanales de los puertos mexicanos del Pacífico norte de 1841 a 1844.
1,200,000

1,000,000

800,000

600,000

400,000

200,000

0
1841 1842 1843 1844

Mazatlán San Blas Guaymas Acapulco

Nota. Según lo notifican los estados de valores de 1843 y de 1844, las cuentas de las aduanas marítimas de
San Blas, Guaymas y Acapulco no pudieron ser recopiladas en su totalidad. Memoria de la Hacienda Nacio-
nal de la República Mexicana, entregada a las cámaras por el ministro del ramo en julio de 1844. Primera
parte, México, imprenta de J. M. Lara, 1844, p. 11. En las gráficas sucesivas que ilustren este periodo, esta
variable es tomada en la misma forma.
Fuentes: memorias de Hacienda Pública mexicana de 1845 y 1846.

www.archives.org). Aún así, la administración de rentas de Mazatlán fue la única entre las instituidas en los
puertos del occidente de México que funcionó con cierta regularidad en esta década, pues Hacienda Pública
expresa en sus memorias la dificultad para recopilar los reportes y estados de valores de las aduanas de San
Blas, Guaymas y Acapulco.

226
De los núcleos comerciales portuarios del Pacífico mexicano, fue el de Mazatlán el que a

comienzos de la cuarta década del siglo XIX se había desarrollado en condiciones supues-

tamente más equilibradas no obstante que todos habían enfrentado más o menos el mismo

tipo de limitaciones en los tiempos de su gestación, unos diez años atrás. En San Blas nin-

gún trato se cerraba sin la injerencia de las casas de Barron & Forbes o de José María Cas-

taños; mientras que Guaymas era el mercado de un solo nombre, Manuel Íñigo, en posesión

de un capital indisputable de $2,400,000.33

Por contrario, la horizontalidad del comercio en Mazatlán supuestamente favoreció a

la multiplicación de capitales habrían hecho posible cimentar una base económica más am-

plia y sostenible que en los otros puertos como en San Blas por ejemplo, donde el debilita-

miento del duopolio local arrastró al abrupto y a la postre definitivo desplome en 1844.

Correlativo a la consolidación económica del puerto sinaloense se vieron ampliadas tam-

bién las facultades de sus gestores, los comerciantes mazatlecos, dentro de la administra-

ción pública y la política regional; alcanzando dentro de su demarcación un grado de inci-

dencia y control no necesariamente lícito que los gremios rivales no pudieron imitar en su

favor dentro de sus respectivas jurisdicciones y contra lo cual tampoco podían competir.34

Para 1840 el puerto de Mazatlán ya había absorbido el flujo del comercio del sur de

Sinaloa que antaño se gestionaba en la villa de Rosario y en parte también en Villa de la

Unión, posicionándose como el principal mercado en el departamento si no lo es que tam-

bién de un espacio mucho mayor al que difícilmente pueden fijársele con exactitud los lími-

tes regionales, ya que su cobertura tanto en tierra como en mar variaba conforme a los in-

tereses de los mercaderes porteños, la conveniencia de sus socios y la necesidad de sus

33
Duflot, Exploration, v. 1, pp. 181-182.
34
Mayo, Commerce, pp. 146-147 y 222-227.

227
clientes en México y el extranjero, los que a falta de buenas rutas para acudir a otros cen-

tros comerciales se veían obligados a concurrir cual clientes “cautivos” en esta plaza para

surtirse de su pletórico mercado. Se decía que el puerto de Mazatlán era en ese entonces el

único otro en el Pacífico americano además de Guayaquil en donde una gran embarcación

podía avituallarse casi por completo: “En los almacenes [locales] podemos proveernos de

lona nueva, alquitrán, sebo, cordaje, cadenas, anclas y madera de refacción de las que se

rescatan de los barcos naufragados”.35

El arribo de un velero de Ultramar, que tras largo y penoso viaje anclaba en la bahía,
alrededor de 130 días, después de haber zarpado de su puerto de origen, trayendo rico
cargamento de mercancías, era un acontecimiento, cuya noticia se esparcía, y de todas
partes de Sinaloa y Estados adyacentes afluía gente de negocio para hacer sus com-
pras.
El surtido que traían los barcos era extenso y variado, y no solamente se componía
de artículos gruesos, sino también de toda clase de mercancía fina, como sedas de
Francia, linos de Irlanda y Silesia, ricas telas de Austria y Alemania, vinos de España,
que de todo esto venían abarrotados los buques. Los comerciantes escogían sus mer-
cancías, cargado hatajos enteros de mulas con los distintos productos para llevarlos a
sus tierras lejanas.
La falta de vías de comunicación que era por aquel entonces general en todo el
país, traía como consecuencia el obligado comercio de buen número de poblaciones
occidentales con Mazatlán, haciendo imposible la competencia desde los emporios de
negocio del Atlántico, y los negociantes establecidos en este puerto, seguros de su
clientela, no se movían de sus casas, esperando que los interesados viniesen aquí para
proveerse de las mercancías necesarias.36

35
Duflot, Exploration, v. 1, p. 177.
36
Melchers Sucs. 1846-1921, Mazatlán, Imprenta Avendaño, 1921, pp. 23-24.

228
Mientras que los otros puertos regionales se estancaron en su función como meros pasajes

de trasiego comercial; del Hinterland de Guadalajara en el caso de San Blas y de las apar-

tadas tierras del norte de la República en el caso de Guaymas; el puerto de Sinaloa se con-

virtió en motor de la economía, en nodo primario del comercio.37 De Acapulco, por otra

parte, ni la pretensión de convertirle en puerto de depósito de los mercados del centro de

México (a la sazón de como se había intentado antes con San Blas) sirvió para reanimarlo

de la decadencia en la que estaba inmerso desde la década pasada.38

Aunque es dudoso que el vecindario de Mazatlán haya alcanzado en estos años los

picos de más de 10,000 habitantes que algunos viajeros aseguran, es plausible que el núme-

ro sí se haya aumentado de los casi 4,000 censados en 1840, hasta las 8,000 personas en

este lustro de apogeo económico del puerto: un incremento del doble de su tamaño. En este

mismo razonamiento el movimiento de población en los otros asentamientos de la franja

costera del occidente de México también parece haber tomado el sesgo de la condicionante

económica. Cerca de 1842 las principales plazas en el departamento de Sinaloa, Culiacán –

capital política de la entidad– y Rosario, tenían 5,500 y 3,500 habitantes respectivamente;

mientras que Villa de la Unión, temprana beneficiaria de las bondades del comercio en la

costa, ahora tenía apenas 500. San Blas era un pueblo cuasi fantasmal con vecindario fijo

de tan sólo 800 personas que en la década pasada, en su mejor época, durante la temporada

37
La estructuración del sistema portuario del Pacífico norteamericano explicado por Busto Ibarra a partir del
impacto que generó el descubrimiento de oro en 1848 y de la modernización ulterior que tuvieron las vías de
comunicación y transporte internacionales, podría haber sido antecedido hasta por ocho años si se toma en
cuenta la dinámica de la economía en el noroeste de México existente al principio de la década de 1840 con
base en estas condicionantes regionales. Karina Busto Ibarra, “El espacio del Pacífico mexicano: puertos,
rutas, navegación y redes comerciales, 1848-1927”, tesis de doctorado en Historia, México, Centro de estu-
dios históricos de El Colegio de México, 2008, pp. 5-8 y 146-179.
38
Decreto núm. 2520 de febrero 28 de 1843 en Dublán y Lozano, Legislación, t. IV, pp. 376-380. Según el
secretario Ignacio Trigueros el mandato de asignación al puerto de Acapulco fue derogado en marzo 9 del
mismo año; apenas una semana después. Memoria (1844), p. 30. La compilación de leyes de Dublán y Lo-
zano no registra ningún decreto derogatorio en la fecha aludida.

229
de barcos podía ascender hasta las 3,000; en tanto que Tepic, cuya plaza comercial había

sido claramente rebasada por la concurrencia en la Mazatlán en los últimos años, vio des-

cender su población de 1838 a 1846 a la mitad: de entre 8,000 y 10,000 individuos, a 4,000.

El número de habitantes del puerto de Guaymas también fluctuaba drásticamente según el

comercio marítimo de las 2,000 a las 5,000 personas; y el alguna vez próspero puerto de

Acapulco, contaría para mediados de los años cuarenta a alrededor de un millar de gentes, o

menos.39

En este periodo casi la totalidad del producto del comercio exterior de los puertos pa-

cíficos lo fue por derechos de importación. Pero las ganancias para la tesorería nacional por

esta actividad debieron haber sido mucho mayores de no haber sido oprimida ésta por la

política proteccionista vigente a la vez que víctima del latrocinio consuetudinario de los

propios agentes aduanales (gráficas III.4 y III.5).

39
Duflot, Exploration, v. 1, pp. 174-175, 177-178 y 181; y Maxwell Wood, Wandering Sketches of People
and Things in South America, Polynesia, California, and Other Places Visited During a Cruise on Board of
the U. S. Ships Levant, Portsmouth, and Savannah, Philadelphia, Carey and Hart, 1849, pp. 349-353 (acervo
electrónico de University of California at Los Angeles consultado en diciembre de 2017 en
www.archives.org). La población de Acapulco en 1838 era de “1,800 almas”, pero en vista de su decadencia
económica, es razonable pensar que ésta incidiera su paulatina disminución en los años posteriores. Petit-
Thouars, Voyage, t. 2, 190-191 y 204-205.

230
Gráfica III.4. Proporción de los ingresos por derechos de importación y exportación de la aduana marítima
de Mazatlán de 1841 a 1844.

Total: $3,330,390
12%

88%
derechos de importación

derechos de exportación

Fuentes: gráfica III.3.

Gráfica III.5. Ingresos por derechos de importación de las aduanas marítimas mexicanas del Pacífico norte
de 1841 a 1844.
1,200,000

1,000,000

800,000

600,000

400,000

200,000

0
1841 1842 1843 1844

Mazatlán San Blas Guaymas Acapulco

Nota. Los montos se representan según las cifras consignadas en la fuente hacendaria. En el caso de la aduana
de Mazatlán en los años naturales de 1841 y 1844, Mayo presenta montos que son entre $8,600 y $64,000
menores que los expresados en las memorias de Hacienda.
Fuentes: memorias de Hacienda Pública mexicana de 1845 y 1846; y Mayo, Commerce, pp. 175-176 y 178-
179, tables 5.12 y 5.15.

231
El comerciante guatemalteco Miguel García Granados criticaba la “manía proteccionista”

de México que en el afán de proteger a ultranza sus frutos endémicos, negaba la introduc-

ción de varios productos centroamericanos –azúcar, café, tabaco, variedad de frutas– que

aunque eran comunes a los mexicanos, ciertamente eran más abundantes, de mejor calidad

y más baratos que los de este país, lo que en consecuencia condenaba al pueblo mexicano a

tener que consumirlos en el doble de su precio; además de que cancelaba las obvias opcio-

nes de negociación entre los puertos de uno y otro lugar.40

Por otra parte, los mercaderes franceses advertían que en las aduanas mexicanas no se

aceptaban las letras de cambio en ninguna transacción comercial; disposición de lo que los

oficiales se aprovechaban para exigir pagos en especie en menoscabo de las consignacio-

nes, afectando con ello al patrimonio de los clientes. Se recomendaba por lo tanto que todo

capitán cargara consigo al tiempo de su arribo al puerto entre $48,000 y $72,000 que

usualmente bastaban para “arreglarse” con el aduanero y evitar eventuales extorciones.41 A

pesar de los obstáculos que impidieron un mayor beneficio para la Hacienda Pública, en

este periodo la aduana de Mazatlán pudo haber aportado hasta 20% de las utilidades de toda

la nación por impuestos a la importación común en sus tres cuotas (gráfica III.6).42

40
García Granados, Memorias, segunda parte, p. 145.
41
Duflot, Exploration, v. 1, p. 198.
42
De 1841 a 1844, la aduana de Mazatlán redituó por importación común alrededor de $2,340,000. Solamente
en los años de 1843 y 1844, el total de los derechos del país por este rubro fue de $12,714,500 producto de un
capital cuantificado en $42,749,500. Las cifras pueden compararse grosso modo conforme a las tablas expues-
tas en las memorias de Hacienda Pública de los años respectivos. Memoria [Primera] (1844), pp. 9-10; y Me-
moria (1846), p. 89.

232
Gráfica III.6. Proporción de los ingresos por derechos de importación de las aduanas marítimas mexicanas
del Pacífico norte de 1841 al de 1844 según el rubro.
Mazatlán San Blas
0.9%

12%

100%
88%

Total : $2,923,781 Total : $1,183,712

Guaymas Acapulco
1%

100% 99%

Total : $369,850 Total : $2,923,781


común a 30% por tarifa y 40% por aforo
común (productos específicos) a 25%
tejidos de algodón a 4c. por vara
efectos prohibidos o decomisados a 15% y 12.5%
joyería a 6%
Nota. En la década de 1840 se intentó cambiar el cálculo por aforo por uno más simple tomando como base el
valor de la facturas, pero no funcionó. Memoria que el secretario de Hacienda y del despacho de Hacienda,
en cumplimiento del decreto de 3 de octubre de 1843, presentó a las cámaras del congreso general, y leyó en
la de diputados en los días 3 y 6 de febrero y en la de senadores en 12 y 13 del mismo, México, imprenta de J.
M. Lara, 1844, p. 31. Mazatlán. También tuvo ingresos de $400 por la importación de tejidos de algodón y
$64 por la de joyería, cuya suma representa en conjunto 0.1% del total que no alcanza a tener representación
en la gráfica. Acapulco. También tuvo ingresos de $10 por la importación común en cuota de 25% cuya pro-
porción no alcanza para tener representación en la gráfica.
Fuentes: gráfica II.32.

233
Muy por debajo de los textiles, que desde 1825 representaban no más de 64% de la mer-

cancía llegada a México desde el extranjero, el resto de las importaciones concentraba vi-

nos y licores, alimentos, mercurio, ferretería y maquinaria, papelería, quincallería, mercería

y objetos de lujo.43 El naturalista Eugène Duflot de Mofras dio una descripción pormenori-

zada de las características de los bienes que entraban al país por la costa del Pacífico y de

su potencial rentabilidad para la marina mercante francesa: los tejidos de algodón, de hilo y

lana, la lencería y las sedas que eran mayormente adquiridas para la vestimenta del clero y

el ornato de las iglesias; bebidas espirituosas finas y ordinarias; el mercurio para la minería,

siendo la casa Rothschild de Londres proveedora de 225 t. anuales a los puertos de San

Blas, Guaymas y Mazatlán, desde donde se introducía a los minerales del noroeste donde

los ingleses tenían sus compañías (de Mazatlán se surtía a Guadalupe y Calvo, por ejem-

plo); papel para hacer cigarros, cuyo lote año con año era consumido en su totalidad por la

tabaquería de Guadalajara; loza, cristalería y otros artículos llamados “de París”; y hasta

pianos de cola y verticales y partituras musicales que eran traídos por los ingleses y ham-

burgueses, y que según el observador francés, se vendían en el vecindario con relativa faci-

lidad y a buen precio: un piano de costo de 500 francos ($100) se vendía en Mazatlán a

precio de $600.44

No extraña que las aduanas del Pacífico no registraran importaciones considerables

por cuota de 25% porque, según el nuevo arancel de 1842, ésta se aplicaba a confecciones

de lino, cáñamo, estopa y yerba45 y a ciertos comestibles que eran productos más común-

43
El año más próximo en el que se hace el siguiente análisis de las importaciones mexicanas y que por lo
tanto puede tenerse como parámetro de comparación, es 1856. Ese año las importaciones textiles representa-
ron 60% del total. Inés Herrera Canales, El comercio exterior de México 1821-1875, México, El Colegio de
México, 1977, pp. 27-52, gráfica 1.
44
Duflot, Exploration, v. 1, pp. 186-195. Un franco equivalía 20 centavos. Ibarra Bellón, El comercio, p. 455,
apéndice I.
45
Art. 11 del decreto núm. 2321 de abril 30 de 1842 en Dublán y Lozano, Legislación, t. IV, pp. 160-188.

234
mente importados por vía de Veracruz, Tamaulipas y Tabasco. No obstante, en el año 1843

en el puerto de Mazatlán se causaron $338,779 de los $466,466 recaudados en todo el país

en este rubro. El gravamen a la joyería y otros bienes de lujo46 también tenía una contabili-

dad diferenciada, por la cual Mazatlán presentó una remesa de $64 en 1844 única entre las

aduanas marítimas de la región igualmente; proporcional a un quinto de la suma de la Ha-

cienda nacional por mercancía de este tipo.

En poco más de un año fueron decretados dos aranceles, en abril de 1842 y luego en

septiembre de 1843, que conservaron el tono proteccionista del anterior de 1837 y elevaron

hasta 71 el número de efectos de ingreso prohibido reiterando entre éstos el algodón en

rama, cuya veda databa de la década pasada y cuya importación en la cuenca del Pacífico

norte prácticamente desapareció después de haber sido uno de los rubros más valiosos del

ramo, según puede contrastarse con la gráfica II.17.47 Entre los puertos occidentales sólo

Mazatlán y Acapulco remesaron por la importación de esta fibra $400 y $1,040 respectiva-

mente; aunque cabe señalar que la suma del puerto sinaloense significó tres cuartas partes

de un insignificante total de $520 recaudado en el país en el año de 1842 por este rubro. El

comerciante francés creía que un arancel menos cerrado permitiría al fisco recaudar entre

$36,000 y $120,000 por artículos que permanecían proscritos; pero en estimaciones del

ministro Luis de la Rosa (1846), de más de $3,000,000.48

El derecho a la recepción de productos prohibidos fue rebajado por el arancel de 1842

de 15% a 12.5% y autorizado conforme a determinadas condicionantes que apuraran su

46
Ernest Sánchez Santiró, Las alcabalas mexicanas (1821-1857). Los dilemas en la construcción de la Ha-
cienda nacional, México, Instituto Mora, 2009, p. 197.
47
Decreto núm. 2206 de octubre 21 de 1841, y art. 8 del decreto núm. 2672 de septiembre 26 de 1843 en
Dublán y Lozano, Legislación, t. IV, pp. 40-41 y 576-578; y Luis Jáuregui, “Las puertas que reciben al mun-
do: aduanas, contrabando y comercio en el siglo XIX” en Enrique Florescano (coordinador), Historia general
de las aduanas de México, México, Confederación de Asociaciones de Agentes Aduanales de la República
Mexicana, 2004, p. 119.
48
Duflot, Exploration, v. 1, p. 194; y Memoria (1846), p. 8.

235
consumo, so pena de permanecer comisados o terminar siendo incinerados.49 El aporte de

$19,427 por efectos prohibidos de la aduana de Mazatlán en este lustro, la única de las del

Pacífico que lo hizo, equivalió a casi la mitad de $43,526 colectadas en total por el fisco

mexicano; una cantidad baja que fue celebrada tanto como el resultado del arduo trabajo

que se realizaba en el puerto de Sinaloa en la precaución del comercio ilegal, como la evi-

dencia de que este problema comenzaba a ser controlado.50 Finalmente la importación con-

tinuaba siendo recargada con 1% para obras de mejoramiento portuario. La aduana de Ma-

zatlán ingresó en el periodo poco más de $100,000 en promedio de $26,000 por año; las

receptorías de los otros tres puertos ingresaron en conjunto poco menos de $50,000.

A medida que el comercio en Mazatlán aumentaba, la afluencia portuaria local alcan-

zó alrededor de 18 barcos extranjeros por año; 112 en total de 1841 a 1846. La importancia

del puerto sinaloense era tal, que para 1844 se había vuelto junto con las islas Sandwich

(nombre con el que los ingleses conocían al archipiélago de Hawaii) en la escala obligada

del viaje de China a Estados Unidos y Europa por el océano Pacífico.51 Todo lo contrario

del devenir del puerto de San Blas, adonde llegaron tan sólo 47 barcos de altamar además

de que su movimiento de cabotaje al parecer también languideció, pues de las decenas de

embarcación que arribaban anualmente en la década anterior, en este plazo hay registro de

apenas 7.52 La recaudación por tonelaje –cobrada en $1.40 por tonelada– sigue el creci-

miento progresivo que observan los otros indicadores de la importación y el trasiego marí-

49
Decreto núm. 2222 de noviembre 12 de 1841, y art. 128 del decreto núm. 2321 de abril 30 de 1842 en Du-
blán y Lozano, Legislación, t. IV, pp. 58 y 184.
50
“Núm. 3. Estado” en Memoria [Primera] (1841), sin página.
51
Albert Gilliam, Travels Over the Table Lands and Cordilleras of Mexico During the Years 1843 and 44;
Including a Description of California, the Principal Cities and Mining Districts of that Republic, and the
Biographies of Iturbide and Santa Anna, Philadelphia-London, John Moore-Wiley & Putnam, 1846, pp. 326-
327 (consultado en septiembre de 2015 en www.archives.org).
52
Ibarra Bellón, El comercio, pp. 384, 391 y 403, cuadros 101, 108 y 111.

236
timo, aunque termina en un extraño bache que no coincide con las otras tendencias (gráfica

III.7).

Gráfica III.7. Ingresos por derechos de tonelaje de las aduanas marítimas mexicanas del Pacífico norte de
1841 a 1844.
10,000

9,000

8,000

7,000

6,000

5,000

4,000

3,000

2,000

1,000

0
1841 1842 1843 1844

Mazatlán San Blas Guaymas Acapulco


Fuentes: memorias de Hacienda Pública mexicana de 1845 y 1846.

Ante la evidente consolidación económica en Mazatlán, las naciones extranjeras nombraron

en esta década a sus cónsules en el puerto para proteger sus intereses económicos en la re-

gión y asegurar los mayores beneficios comerciales por sobre los competidores.53 Además

del estadounidense (el primero en la localidad desde los años de apertura del puerto) se

instalaron en Mazatlán consulados de las ciudades libres hanseáticas y de Prusia (actual

Alemania) y agentes que sin nombramiento formal de sus países sirvieron como informan-

tes para las cámaras comerciales de Inglaterra, España y Francia. Al cónsul estadounidense

Lenox le sucedieron James Bolton, Juan Kelly –dueño en 1839 de la casa de moneda de

53
Memoria (1844), p. 37.

237
Chihuahua– y Joseph Parrot. En 1840 el consulado de Prusia en Mazatlán fue ocupado por

el comerciante Maximiliano Hayn. Desde 1841 o 1842 los señores Castaños y Pagez fun-

gieron como vicecónsules de España en la localidad; y Pagez, catalán, también habría ser-

vido a Francia, quien luego puso su representación con carácter de oficial en este lustro en

el señor Julio Valade. Carlos Talbot fue vicecónsul de Inglaterra en el puerto sinaloense,

siendo el titular para todo el noroeste mexicano el ya mencionado comerciante Barron,

asentado en Tepic. En 1846 Gerardo Denghausen fue nombrado vicecónsul de la ciudad de

Hamburgo.54

Inglaterra era el país más beneficiado del trato mercantil con el puerto de Mazatlán,

con $3,709,000 en mercancía importada: $1,500,000 más que el segundo en el orden que lo

eran las ciudades hanseáticas. Hasta 1842, el francés Duflot decía que su país exportaba al

Pacífico mexicano directamente $14,400,000 más otros $6,000,000 en las embarcaciones

de naciones amigas, para un total de $26,400,000 anuales por importaciones francesas en

los primeros años de la década (gráficas III.8 y III.9).

54
Duflot, Exploration, v. 1, pp. 175-176 y 195; Juan Fernando Matamala, “Las casas de moneda foráneas,
1810-1905” en revista Historias, núm. 71, México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 2008, p. 73;
Ibarra Bellón, El comercio, p. 393, cuadro 109; y Verena Radkau, Brígida Von Metz y Guillermo Turner,
“Capital comercial alemán en el puerto de Mazatlán” en Brígida Von Mentz, Verena Radkau, Beatriz Scharrer
y Guillermo Turner, Los pioneros del imperialismo alemán en México, México, Centro de Investigaciones y
Estudios Superiores en Antropología Social-Ediciones de la Casa Chata, 1982, p. 508.

238
Gráfica III.8. Valor y procedencia de las importaciones del puerto de Mazatlán del año 1841 a 1846. Montos
en pesos.
1,800,000

1,600,000

1,400,000

1,200,000

1,000,000

800,000

600,000

400,000

200,000

0
1841 1842 1843 1844 1845 1846

Inglaterra ciudades hanseáticas EUA Francia otros países

Fuentes: archivo de British Foreign Office revisado por Ibarra Bellón, El comercio, p. 389, cuadro 104; y
Mayo, Commerce, pp. 177, table 5.13.

Gráfica III.9. Proporción del valor de las importaciones al puerto de Mazatlán de 1841 a 1846 según proce-
dencia.

Total: $8,040,600
13%
3%

10%
46%
Inglaterra

ciudades hanseáticas
27% EUA

Francia

otros países

Fuentes: gráfica III.8.

239
Según el padrón de Mazatlán elaborado en octubre de 1840 por los miembros del ayunta-

miento Manuel Mallén, Manuel Crespo y Francisco Martínez; entre 182 y 198 personas de

una ciudad contabilizada en 3,385 habitantes –entre 5% y 6% de la población– se dedica-

ban al comercio en calidad de comerciantes 178 individuos, posiblemente hasta 17 depen-

dientes del comercio y 3 abasteros.55 Con excepción de tres mujeres, prácticamente todos

los consignados como comerciantes son hombres en edad promedio de 30 años (la fuente

incluye a 5 menores de 10 años y a 15 sujetos que pasan de los 50 años de edad); solteros y

casados casi en igual proporción. El grueso de este grupo laboral se concentraba en el área

portuaria de la bahía de Ortigosa, correspondiente a los cuarteles segundo y tercero –zona

conocida popularmente como barrio de Olas Altas– de la ciudad en desarrollo, a escasos

metros de la playa; que es la zona que los comerciantes pioneros de la década de 1820 ha-

bían escogido para asentar el vecindario porteño (imagen III.1).

55
16 personas fueron señaladas como dependientes, mas no como dependientes específicamente del comer-
cio. “Carpeta n.3. 1840. Padrones formados en este año de solo esta población [Mazatlán, cuarteles primero,
segundo, tercero y cuarto; octubre de 1840]” consultado en la colección particular de Enrique Vega Ayala.

240
Imagen III.1. Distribución por cuarteles de los comerciantes de la ciudad de Mazatlán en el año de 1840.

Total de comerciantes:
182 individuos

Fondo de carta.
Nota. Según referencias historiográficas, este plano de la ciudad de Mazatlán podría datar de alrededor de
1850. Es el más antiguo del que se dispone para ilustrar la ubicación de los cuarteles que formaban la ciudad
portuaria decimonónica, por lo que es probable que en 1840, que es el año descrito para el propósito del inti-
tulado, la ciudad estuviera menos desarrollada. “Aduana marítima de Mazatlán” en Cole Isunza, “Dicciona-
rio”, p. 3.
Fuentes: documento sin referencia, clave 943-OYB-7231-A (acervo electrónico de la mapoteca Orozco y
Berra, consultado en agosto de 2014 en http://w2.siap.sagarpa.gob.mx/mapoteca/); y “Carpeta n.3. 1840.
Padrones formados en este año de solo esta población [Mazatlán, cuarteles primero, segundo, tercero y cuarto;
octubre de 1840]” consultado en la colección particular de Enrique Vega Ayala.

241
55% de los comerciantes en la ciudad de Mazatlán eran connacionales llegados mayormen-

te de Jalisco y Nayarit; en menor medida de Zacatecas y Sonora; y sólo algunos de Duran-

go, Colima, Michoacán, Guanajuato, Querétaro, México y Puebla. 56 individuos procedían

de las ciudades capitalinas y el resto de las zonas rurales de sus departamentos. Menos de

50 (32% del total) eran sinaloenses, oriundos en su mayoría de los centros mineros de Ro-

sario, Concordia (antes villa de San Sebastián) y Cosalá. Llama la atención la mínima pre-

sencia de personas de Culiacán, importante ciudad en tanto que era la capital de Sinaloa; lo

mismo que de nativos del puerto y de los ranchos cercanos; en número menor a 5 en ambos

casos. 35 mercaderes (18% del total) eran extranjeros, concentrados casi todos ellos en los

cuarteles primero y cuarto, originarios de Inglaterra, Estados Unidos, Alemania, Francia,

España, islas Canarias, Gibraltar, Chile, Centroamérica, Cantón y Manila. Cabe aclarar que

los comerciantes extranjeros no eran ricos “por antonomasia”, pues la mayoría de ellos es-

taban adscritos como vendedores al menudeo;56 pero en los años cuarenta los más grandes

de Mazatlán ciertamente sí pertenecían al núcleo de foráneos, quienes por lo general solían

trabajar en asociación y en representación de compañías transnacionales con sucursal en

este puerto (cuadro III.3).

56
Memoria (1844), pp. 35-36.

242
Cuadro III.3. Mercaderes y casas comerciales establecidas en el puerto de Mazatlán en la década de 1840.
Empresario Nacionalidad Giro
James Bolton Inglaterra almacén
T. Butchart Inglaterra almacén
Pedro Camalichi Génova tendejón
Pedro Cerisola Génova tendejón
Sr. Coocke & Juan Kelly Inglaterra almacén
Julio Copmann & Julio Lomer Hamburgo-Blankenese & Lübeck navegación
Martín Echeguren & Juan Antonio Redonet España & Francia almacén
Antonio Ferro Génova tendejón
Pierre Fort y hermanos Francia almacén
Sr. Gaucheron Francia almacén
Agustín y Guillermo Haas & Gerardo Denghausen Prusia & Holstein-Oldemburgo almacén
Roberto Kayser, Maximiliano Hayn & Co. Hamburgo almacén
Juan Kelly, Sr. Ballingall & Co. Inglaterra almacén
Teodoro y Enrique Kunhardt & Eduardo Ewald Lübeck & Holstein-Oldemburgo almacén
Julio Lomer & Enrique y Jorge Melchers Lübeck & Bremen almacén y mercería
Juan N. Machado & Richard Yeoward España-Filipinas & Inglaterra almacén
Santiago Marini Génova tendejón
Enrique y Jorge Melchers & Celso Fuhrken Bremen almacén
Juan Moeller, César Kuline & Co. Prusia almacén
Tomás Mott & Carlos Talbot Inglaterra almacén
Sr. Pagez Cataluña almacén
Joseph Parrot & Julio Valade EUA & Francia almacén
Sr. Patte & Sr. Sellier Francia almacén
Sr. Penny & Antonio de la Vega y hermanos Inglaterra & Sinaloa almacén
Francisco Rey Francia abarrote
John Robinson EUA almacén
Sr. Rucker, Adolph Riensch & Co. Prusia almacén
William Scarborough EUA almacén
Francisco Schoeber Austria almacén
Sr. Serment & Pierre Fort Francia almacén y banquero
Juan Silva Portugal tendejón
Tomás Sotolichi Génova tendejón
Isidoro de la Torre, Eusebio Fernández & Juan Jecker España & Suiza almacén
Gustavo Uhde & Antonio Pini Hamburgo almacén
Antonio de la Vega y hermanos Sinaloa almacén
Luis Vial Francia almacén
Juan Walcke Bélgica tendejón
José Wansong China sastrería
Nota. Julio Lomer, Pierre Fort, Juan Kelly, Antonio de la Vega y hermanos, el señor Patte y los hermanos
Melchers aparecen vinculados a más de un negocio en el curso de la década. Según la fuente, el estadouniden-
se John Parrot aparece o no asociado con el vicecónsul francés en Mazatlán, Julio Valade. Antes que Gerardo
Denghausen, entre 1839 y 1841 Gustavo Uhde estuvo asociado con los hermanos Haas.

243
Fuentes: Ibarra Bellón, El comercio, p. 393, cuadro 109; Martínez Peña, “Historia”, p. 37; Luis Antonio
Martínez Peña, “Inmigrantes europeos en Mazatlán: siglo XIX” en revista Arenas. Revista sinaloense de cien-
cias sociales, número 11, Mazatlán, facultad de ciencias sociales de la Universidad Autónoma de Sinaloa,
primavera de 2007, pp. 81-82, cuadros 1 y 2; “Uhde, David Gustavo” en Cole Isunza, “Diccionario, p. 280; y
Eugène Duflot de Mofras, Exploration du territoire de l'Orégon, des Californies et de la mer Vermeille exé-
cutée pendant les années 1840, 1841 et 1842, tomo I, Paris, Arthus Bertrand, 1844, pp. 174-176 (acervo elec-
trónico de Bibliothèque nationale de France consultado en julio de 2015 en www.gallica.bnf.fr).

Entre los mercaderes en la localidad de importancia creciente en el curso de la década se

encuentran el anglosajón Nicol y los miembros de la comunidad alemana conformada por

Gustavo Uhde en sociedad con Antonio Pini, los hermanos Kunhardt junto con Eduardo

Ewald, y los hermanos Haas en asociación con Gerardo Denghausen. Por lo contrario, en

este lustro fueron a la baja los capitales de las compañías alemanas de Roberto Kayser, Ma-

ximiliano Hayn y Francisco Altembach, y de la de Juan Moeller y César Kuline; el de la

casa angloespañola de Richard Yeoward –quien tenía también un comercio en Guaymas

desde 1831 en asociación con Guillermo Duff–57 con Machado; los de los estadounidenses

Parrot y de William Scarborough;58 y el del negocio en el puerto de la familia de la Vega

(cuadro III.4). Los beneficios en 1841 de los principales comerciantes en el puerto de San

Blas, la compañía de Barron & Forbes y la de Castaños & Aguirre, eran de entre $50,000 y

los $60,000; lo que no iguala a las de sus homólogos de Mazatlán.59

57
Dení Trejo Barajas, “Tráfico marítimo en el golfo de California en la primera mitad del siglo XIX” en III°
jornadas de historia económica de la Asociación Mexicana de Historia Económica en El Colegio de México,
2015, p. 6, nota 17 (consultado en octubre de 2018 en www.amhe.mx).
58
Scarborough era un prominente vecino de Mazatlán desde por lo menos 1837, cuando es mencionado como
anfitrión del naturalista Isidore Löwenstern en su paso por el puerto, así como de los marineros estadouniden-
ses. Representaba a una compañía de Nueva York y estaba asociado con el vicecónsul inglés Talbot. Isidore
Löwenstern, México. Memorias de un viajero, traducción y edición de Margarita Pierini, México, Fondo de
Cultura Económica, 2012, pp. 228 y 239-240; y Duflot, Exploration, v. 1, p. 175.
59
Documento aduanal de San Blas, 1841 citado en Mayo, Commerce, p. 178, table 5.14.

244
Cuadro III.4. Capital de los empresarios de Mazatlán en el primer lustro de la década de 1840.
Casa comercial 1841 ($) 1844 ($)
J. Nicol - 147,258
Gustavo Uhde & Antonio Pini - 147,212
Teodoro y Enrique Kunhardt & Eduardo Ewald - 92,005
Agustín y Guillermo Haas & Gerardo Denghausen 23,458 91,433
Joseph Parrot & Co. 79,265 50,260
Sr. Penny & Antonio de la Vega y hermanos 78,242 -
T. Butchart - 65,126
Juan Moeller, César Kuline & Co. 64,694 42,873
Juan Antonio Redonet - 62,621
William Scarborough 61,231 58,740
A. Mille - 46,914
Próspero Baron - 46,541
T. Pain - 32,229
Juan N. Machado & Richard Yeoward 20,899 185
Pierre Fort - 20,319
Antonio de la Vega y hermanos 19,156 581
Roberto Kayser, Maximiliano Hayn & Co. 11,455 -
F. Calderón 7,803 -
L. Gosse 6,323 -
S. Garacino 1,742 -
Martín Echeguren - 275
Sr. Gaucheron & Sr. Patte - 89
Julio Copmann & Julio Lomer - 25
Eduardo Ewald 0 -
J. I. Maldonado 0 -
E. R. Montant 0 -
Nota. En 1841 Eduardo Ewald aparece desvinculado de los hermanos Kunhardt. Pierre Fort aparece desvin-
culado de cualquiera de sus asociaciones en la década. En 1844 Martín Echeguren y Juan Antonio Redonet
aparecen desvinculados cuando antes en la década estuvieron asociados. Los señores Gaucheron y Patte apa-
recen asociados, cuando antes en la década no habían estado vinculados.
Fuente: Mayo, Commerce, pp. 175-176 y 178-179, tables 5.12 y 5.15.

Según Duflot, estas casas contaban con fondos de entre $120,000 y $360,000.60 Tenían el

capital suficiente para hacer préstamos al gobierno, pagar a la milicia y financiar a los cul-

tos hombres locales que aspiraban a los máximos cargos dentro de la administración públi-

ca. Las fianzas laborales solicitadas podían ascender hasta $4,000 que eran imposibles de

60
Duflot, Exploration, v. 1, pp. 174-175.

245
reunir para un empleado ordinario sin acudir al respaldo de un poderoso comerciante61 con

el cual obviamente quedaban comprometido a favorecerlo en, por ejemplo, el falseamiento

de sus aforos, el aplazamiento en el pago de sus impuestos o inclusive la excepción de su

cobro, o en el trato preferencial para dispensar al comercio de su país o de sus asociados

por sobre el de sus competidores.

Estas casas disponían también de crédito hipotecario consistente en asegurar el reem-

bolso de una deuda contraída con la entrega en garantía de bienes inmuebles con valor pro-

porcional. Los adeudos insatisfechos licenciaron a los acreedores a apropiarse de fincas

rústicas y también urbanas a medida que el asentamiento porteña continuaba edificándose y

sus terrenos adquiriendo valor, tierras de cultivo y también minas;62 con lo que los comer-

ciantes beneficiarios devendrían en fincatenientes que concentraron gran parte de la propie-

dad raíz en la región, para expandirse luego en los años por venir al negocio del arrenda-

miento de predios.63 El gremio de comerciantes de Mazatlán debió robustecerse así en la

década como una fuerza económica omnímoda, capaz de dictar las reglas políticas y admi-

nistrativas del puerto; y por lo tanto, en un verdadero antagonista del orden gubernativo en

esta localidad tanto del poder estatal como del federal.

El mercado del puerto sinaloense reunía los frutos agrícolas del distrito de Allende

(demarcación que comprendía a los partidos de Rosario, Concordia y Mazatlán) y la pro-

ducción de los departamentos vecinos e internacionales; nada de lo cual –se decía– era ba-

rato, pero menos lo eran las importaciones, porque como lo apuntó García Granados, éstas

61
Ibarra Bellón, El comercio, p. 77; y Martínez Peña, “Historia”, p. 86.
62
Según Mayo, los comerciantes porteños tuvieron incursiones tímidas en la minería porque no conocían tan
bien como los mineros los menesteres de esta actividad económica, de tal suerte que preferían evitar riesgos
grandes de inversión y prefirieron fungir como los mediadores de la oferta y la demanda entre marineros y
mineros: oro, plata y mercurio para el uso extractivo. Mayo, Commerce, pp. 390-393.
63
José Luis Beraud Martínez, Actores históricos de la urbanización mazatleca, México, Dirección de Investi-
gación y Fomento de Cultura Regional, 1996, p. 59.

246
podían llegar a costar el doble por culpa del proteccionismo comercial que recargaba el

impuesto sobre determinados artículos vetados por el arancel como por ejemplo el azúcar

de Sonsonate y Santa Ana (actualmente en El Salvador) y el café de Costa Rica, que de un

precio original de $3 por arroba (equivalente a 11.5 kg.) el primero y $15 por cada 45 kg. el

segundo, en Mazatlán pasaban a $6 y $30 respectivamente. Una res valía entre $8 y $12, la

carga de 138 kg. de harina de Guaymas de $12 y $14, y los vinos de Burdeos entre $35 y

$40 por barrica.64 El sur de Sinaloa era una llanura costera poco fértil y sin ningún potrero.

Las pocas tierras de cultivo, sus labores y su ganado, eran de escasa explotación y pertene-

cían a los pueblos nativos, que arrendaban algunas de ellas por precios ínfimos (cuadro

III.5).

Cuadro III.5. Productos de la agricultura del sur del departamento de Sinaloa en la década de 1840.
Frutas de cultivo Frutas silvestres Legumbres
aguacate agüilote ajo
cidra anona calabaza
ciruela arrayán cebolla
guayaba caminiche chile
higo chonchoperico haba
limón real ciruela cimarrona jitomate
melón coacayole lechuga
naranja dátil de palma maíz
papayo frutilla nabo
piña guagilote papa
plátano guaiparinova o “ciruela de mar” repollo
sandía guamúchil Semillas en vaina
tamarindo guayaba frijol
uva limón garbanzo
Caña nanche haba
pepino Algodón
pitahaya Raíces de cultivo
tacuarín cacahuate
tempisque camote
zalate papa
zapote blanco
Fuente: José Agustín de Escudero, Noticias estadísticas de Sonora y Sinaloa, México, Tipografía de R. Ra-
fael, 1849, pp. 117-118 (acervo electrónico de Library of Congress consultado en julio de 2015
www.archives.org).

64
García Granados, Memorias, segunda parte, p. 145. Los costos son mencionados originalmente en piastras.
Duflot, Exploration, v. 1, p. 177; e Ibarra Bellón, El comercio, p. 458, apéndice I.

247
Las frutas de toda clase se daban en abundancia todo el año, algunas de las cuales eran

prohibidas por ser “nocivas a la salud”. Las raíces de cultivo tampoco tenían tiempo deter-

minado, por lo que podían sembrarse indistintamente en tiempo de aguas o de secas. Las

verduras se sembraban durante el otoño. El maíz de temporal se sembraba en enero y en

julio, para cosecharse el primero a mediados del verano y el segundo a finales del otoño. El

frijol, el garbanzo y el algodón se sembraban de septiembre a noviembre para ser cosecha-

do en los primeros meses del siguiente año. El clima de Sinaloa pudría los granos con rapi-

dez, por lo que los labradores los preservaban “cosechándolos en tiempo de sazón en la

luna menguante, desgranándolos antes que se piquen, y mojándolos en agua de sauco mez-

clada con cal, cuyo preservativo las conserva hasta seis años, a excepción de la primera

capa” y almacenándolos en sus propias casas sin que éstas necesariamente estuvieran acon-

dicionadas como trojes. Para su comercio eran trasportados en mulas, burros y carretones.

El frijol y el garbanzo se vendían a $4 por fanega y el algodón a $2. Los pescados y maris-

cos de la costa local también eran abundantes y excelentes.65

Los socios y clientes de las franquicias porteñas establecidos en otras ciudades de la

República atraían hasta sus plazas importantes volúmenes del comercio de Mazatlán; o en

pequeña escala lo hacían también los tenderos de pueblo, tiangueros y ambulantes que, ya

fuera por adquisición directa del vendedor o por confluencia en algún punto de abasto,

compraban y revendían la mercancía que era surtida por el puerto sinaloense. En el interés

de “diseminar por todas partes los beneficios del comercio”, el gobierno mexicano promo-

vía la celebración de ferias, pero ninguna de las cuales tenía lugar en el noroeste de Méxi-

65
Escudero, Noticias, pp. 117-118; y Gilliam, Travels, p. 327. La fanega es una unidad de capacidad indefini-
da pero que es proporcional al área necesaria para producir 55.5 litros de grano. “Fanega de sembradura”,
primera acepción en Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (2019) (consultado en enero de
2020 en www.rae.es).

248
co; por lo que ir desde el puerto hasta Chihuahua, Durango y Guadalajara por los deplora-

bles y extenuantes caminos de esta zona del país, era una empresa difícil cuyo costo podía

terminar nulificando sus beneficios.66

La ruta de Mazatlán a Durango o Guadalajara tomaba hasta una semana, si no es que

más cuando en temporada de aguas las lluvias causaban deslaves sobre el paso de la sierra,

o inundaciones a medida que el camino cruzaba por las riberas y los bajos de la llanura cos-

tera; haciéndolos intransitables para las recuas.67 Luego los páramos en torno a la península

de Mazatlán podían llegar a quedar sumergidos por algunos días durante las crecidas de los

ríos y las mareas, dejando a la ciudad porteña desconectada de tierra. De ahí que la navega-

ción costanera en el litoral occidental fuera indispensable, de modo que algunos comercian-

tes poseían sus propios navíos, como la compañía de Julio Copmann y Julio Lomer, que

entre 1844 y 1845 se dedicó a transportar cargamentos y pasajeros; o fungían como fiadores

de requisitos para la navegación a sujetos que probablemente se dedicaban a la marinería y

podían proveerles este servicio, como Federico Becher, el señor Wesche, el señor Uhde, la

señora Francisca de Ynda y la compañía de Kunhardt & Ewald.68

En la imperiosa necesidad de mejorar las vías de comunicación terrestres para impul-

sar el comercio en aquella región atravesada por la Sierra Madre Occidental que, por su

cercanía geográfica, dependía de los abastos hechos por el Pacífico; el presidente Antonio

López de Santa Anna ordenó en mayo de 1843 abrir un camino entre el puerto de Mazatlán

66
Escudero, Noticias, pp. 125-126. Al comienzo de la década de 1840 los lugares escogidos para la celebra-
ción de ferias, tales como Atlixco, Chimalhuacán, Celaya, San Juan del Río y Tula; se localizaban todos en el
centro de la República, sobre el circuito ferroviario que empezaba a planificarse a lo largo de la ruta de Méxi-
co, Puebla y Veracruz. Memoria (1844), p. 36; e Ibarra Bellón, El comercio, pp. 235-239.
67
Mientras que el camino de la ciudad de México a Durango se hacía en 3 días; y a Guadalajara, Tepic o San
Blas de 7 a 8; la ruta entre la capital y Mazatlán ni siquiera estaba considerada en los itinerarios populares de
la época, de lo que se infiere que de cara al medio siglo, este puerto no era un destino directo para arrieros o
viajeros que partían desde el centro del país. Almonte, Guía, pp. 430-442.
68
Martínez Peña, “Historia”, pp. 46 y 93, cuadro 4.

249
y la ciudad de Durango que cumpliera con las características de una calzada de segunda

clase,69 encomendándose la ejecución y administración de la misma a los gobernadores de

ambos departamentos y juntas de fomento de la ciudad antedicha y del puerto. El costo de

la obra sería cubierto por la junta de Mazatlán y su construcción hecha por los reos de un

presidio instalado en Durango expresamente para esta finalidad.70

Además de un fondo de 1% reunido por las propias juntas de fomento creado para

llevar a cabo el proyecto, el gobierno federal cedió para su financiamiento los derechos de

la aduana de Mazatlán que le correspondían por tonelaje ($19,918 en 1843); por el real por

cada tercio o barril de procedencia extranjera que se importara por este puerto destinados

por el término de ley de 10 años para la beneficencia pública u ornato de la municipalidad;

y por avería a 2%, gabela desaparecida en 1828 de la miscelánea fiscal aplicada a las adua-

nas pacíficas y que fue rehabilitada en 1843 para emplearle en la reparación de caminos y

desazolve de canales.71 De 1843 a 1844 el puerto de Mazatlán consiguió por derechos mu-

nicipales $648 (5,184 reales conforme a la cuota estipulada por ley), mientras que Guaymas

y Acapulco, los otros puertos del Pacífico donde este impuesto fue cobrado, no juntaron ni
72
$125 en ese par de años. Con respecto a la avería, en la costa noroeste solamente las

69
Los caminos de segunda clase los componían aquéllos que iban entre capitales departamentales o hacia el
mar o las fronteras. Su anchura tenía que ser de entre 8 y 10 varas, o de mínimo 5 en caso de que atravesara
por rutas montañosas o pantanosas; entre otros requisitos. Arts. 1 al 6 del decreto núm. 2414 de septiembre 24
de 1842 en Dublán y Lozano, Legislación, t. IV, pp. 268-273.
70
Decretos núm. 2564 y 2565 de mayo 17 de 1843 en Dublán y Lozano, Legislación, t. IV, p. 327; y Miguel
Vallebueno Garcinava, “Los caminos que atravesaban la sierra de Durango, siglos XVI-XIX” en Chantal
Cramaussel (editora), Los caminos transversales. La geografía histórica olvidada de México, México, El
Colegio de Michoacán-Universidad Juárez del Estado de Durango, 2016, pp. 50 y 52.
71
Al parecer el derecho de avería sí había seguido exigiéndose por todo este tiempo en los puertos de Vera-
cruz y Tampico. En los del Pacífico no se vuelve a tener noticia de otra contribución por el ramo hasta el año
fiscal 1849-1850. Decreto núm. 2519 de febrero 28 de 1843 en Dublán y Lozano, Legislación, t. IV, p. 375;
Cruz Barney, El comercio, p. 79; Ibarra Bellón, El comercio, p. 67; y Sánchez Santiró, Las alcabalas, pp.
216-217.
72
Se desconocen otras fuentes de aprovisionamiento económico municipal en esta época, aunque un estudio
enuncia vagamente entre éstas a la contribución por degüello, por mercado (probablemente la alcabala del
viento cobrada en los tianguis), por capitación, por piso de mar y por piso de tierra. Documentos notariales de

250
aduanas de Mazatlán y San Blas contribuyeron al ramo con sumas de $5,836 y $4,598, res-

pectivamente.

La calzada Mazatlán-Durango nunca pudo desarrollarse en el curso de la década con-

forme a las características deseadas,73 lo que no fue impedimento para que sirviera como la

vía troncal por la cual 89 comerciantes mayores, menores y ambulantes, sin contar a los

arrieros, suministraba y movilizaba mercancía por las villas y pueblos de toda la compren-

sión del departamento de Durango –en cuya capital se decía que vivían más de 20,000 per-

sonas–74 desde la Sierra Madre hasta el área del río Nazas: Canelas, Topia, Guarisamey,

Santiago Papasquiaro, Sianori, Indé, etc.75

La revisión de un corpus histórico de guías, que son los documentos que consignan

origen, destino, destinatario y los derechos comerciales de las compraventas; así como de

los registros notariales de todo acto mercantil celebrado; permite determinar el radio de

ventas de un puerto y dimensionar por ende el alcance y concentración que tuvo su comu-

nidad mercantil. Por ejemplo, una de las que ha podido ser desglosada con detalle es la red

Sinaloa, 1842 y 1843 citados en Martínez Peña, “Historia”, p. 87. Bajo el título de “Noticia de lo recaudado
en la tesorería municipal de esta ciudad desde el año de 1835 a 1874”, Santiago Calderón presenta en su mo-
nografía de Mazatlán los ingresos por derechos municipales en el periodo señalado. Primeramente, la periodi-
cidad es equivocada porque el ayuntamiento local fue fundado hasta 1837. Pero sobre todo, los montos resul-
tan inexplicablemente exagerados, comparables con, por ejemplo, las sumas aduanales por exportación de
plata. La lista fue por lo tanto descartada para hacer esta investigación y en su lugar se consideraron los mon-
tos que del ramo fueron presentados a propósito de Mazatlán y los demás puertos regionales en las memorias
de Hacienda, aunque las consignadas por esta fuente fueron muy pocas. Calderón, “Apuntes”. En el caso del
estudio de la fiscalidad de San Luis Potosí, la recaudación obtenida por impuestos municipales revela la ten-
dencia y el volumen de la circulación de mercancías dentro de una demarcación; lo que por otro parte, podía
eventualmente ser utilizado como un argumento para lograr el reconocimiento de un territorio como munici-
palidad de cara a la transformación política de la República en la segunda mitad del siglo XIX. Sergio Alejan-
dro Cañedo Gamboa, Comercio, alcabalas y negocios de familia en San Luis Potosí, México. Crecimiento
económico y poder político 1820-1846, México, El Colegio de San Luis-Instituto Mora, 2015, p. 116.
73
Según fuentes contemporáneas, hacia mediados de la década de 1850 el camino solamente había sido arre-
glado entre la ciudad de Durango y el poblado de Nevería. Vallebueno Garcinava, “Los caminos” en Cra-
maussel, Los caminos, p. 52. “Nevería” probablemente se trate de Rancho Nevería, a 21 km. de la capital en
dirección a Otinapa.
74
García Granados, Memorias, segunda parte, p. 137.
75
Se sabe que 52 mercaderes estaban asentados en el partido de Guarisamey y 22 en el de Santiago Papas-
quiaro, Durango. Archivo histórico del estado de Durango y archivo histórico de Mazatlán revisados por
Cázares Aboytes, “El contrabando”, p. 194.

251
de la casa importadora Haas & Denghausen. La empresa alemana colocaba mercancía en

poblaciones de Sinaloa como villa de Sinaloa, Culiacán, atendida por los hermanos Agustín

y Antonio de la Vega, en San Ignacio y en Rosario; en la ciudad de México a través de An-

drés del Río; en el departamento de Jalisco en Guadalajara con la representación primero

del militar Duque y a partir de 1847 por Denghausen mismo; Zapotlán el Grande, Tecolo-

tlán, en Sayula a través del asociado Ángel Arch, y en Tepic por vía de H. Blume; en el

puerto de Manzanillo del territorio de Colima; en Sonora en Hermosillo y en el puerto de

Guaymas; en Chihuahua en la villa de Guadalupe y Calvo; en Durango en Tamazula y San-

tiago Papasquiaro; en el territorio de Baja California en los puertos de Cabo San Lucas y de

La Paz; y en San Francisco de la Alta California por medio del señor Bruggeman.76

La casa Kayser, Hayn & Co. importaba desde finales de los años treintas textiles y li-

cores a Durango por conducto de sus socios Francisco Gurza, el minero Germán Stalknit y

la firma de Guillermo Randall & Germán y Julio Delius. También en Durango comerciaba

Moeller en sociedad con Jorge Von Goeben por vía de sus connacionales Enrique Guiller-

mo Storzel, Oscar Kuhne y del duranguense Joaquín Redo, patriarca de un clan que en el

futuro (durante el porfiriato) detentaría el gobierno del estado de Sinaloa. La compañía

Kunhardt & Ewald tenía presencia en Guaymas y Hermosillo por mediación de John Ro-

binson, neoyorkino que originalmente se había residido en el mineral de Álamos para luego

trasladarse en 1832 donde extendió su negocio y sirvió además como cónsul estadouniden-

76
En el caso de esta red comercial, su esbozo fue realizado a partir de la revisión de archivo de notarías de
Sinaloa, no de la revisión de registros alcabalatorios. Por lo tanto, el autor demuestra otra manera de hacer
posible este tipo de investigaciones. Martínez Peña, “Historia”, pp. 54-72. Por su parte Mayo sí se basa en la
compilación de documentos de guía para describir el espacio de intercambio de los mercaderes de San Blas en
1833 y 1834: nueve importadores porteños consignaron mercancía a diez comerciantes establecidos en dife-
rentes ciudades del interior de la república. Mayo, Commerce, pp. 46-47.

252
se por los próximos 15 años; en Santiago Papasquiaro a través de Roberto Auld; y en Cu-

liacán y Cosalá de la mano de Juan Willick y de Ernesto Hirchsfeld.77

La tendencia mostrada por el ramo aduanal de internación refleja la creciente prefe-

rencia y dependencia de los mercados del occidente de México por el comercio que se ex-

tendían desde el puerto de Mazatlán. El derecho de internación, que había sido abolido co-

mo ramo fiscal desde 1827, fue restituido en noviembre de 1839 como una contribución

análoga al derecho de consumo. La internación volvió a cobrarse como antaño exclusiva-

mente en las aduanas marítimas; y el consumo, que en la década anterior se percibía en las

aduanas de mar como una parte inclusiva del gravamen de internación, se satisfizo ahora en

las receptorías terrestres y sus productos se asentaron a título departamental. Las cargas

fiscales fueron las usuales: 5% a la introducción de efectos extranjeros, 10% si se trataba de

vinos y licores; y en una sola ocasión, en 1841, todos los productos de toda especie fueron

cargados con la cuota remanente de 1839 de 15% sobre su importación.78 De las aduanas

del Pacífico solamente la de Mazatlán hizo un cobro en 15%, mismo que significó la tercera

parte de la suma de todas las de su tipo en el país (gráfica III.10).

77
Cázares Aboytes, “El contrabando”, p. 194; Vallebueno Garcinava, “Los caminos” en Cramaussel, Los
caminos, p. 51, nota 38; Gilliam, Travels, p. 290; y archivo particular del cronista Horacio Vázquez del Mer-
cado citada en Trejo Barajas, “Tráfico”, p. 2, nota 5.
78
Decreto núm. 2108 de noviembre 26 de 1839 en Dublán y Lozano, Legislación, t. III, pp. 667-668.

253
Gráfica III.10. Ingresos por derechos de internación de las aduanas marítimas mexicanas del Pacífico norte
de 1841 a 1844.
160,000

140,000

120,000

100,000

80,000

60,000

40,000

20,000

0
1841 1842 1843 1844

Mazatlán San Blas Guaymas Acapulco

Nota. Los montos del año natural de 1841 incluyen un recargo de 15% de consumos sobre efectos extranjeros
cobrado igualmente en administraciones terrestres o en aduanas marítimas, de conformidad con lo estipulado
por el decreto núm. 2108 de noviembre 26 de 1839. Este recargo fue eliminado en lo sucesivo por el decreto
núm. 2110 de diciembre 2 de 1839, y reiterado por el núm. 2204 de octubre 19 de 1841.
Fuentes: memorias de Hacienda Pública mexicana de 1845 y 1846; Dublán y Lozano, Legislación, t. III, pp.
667-668 y 673-674; y Manuel Dublán y José María Lozano, Legislación mexicana o colección completa de
las disposiciones legislativas expedidas desde la independencia de la república, tomo IV, México, Imprenta
del Comercio, 1876, pp. 39-40.

El derecho de consumo en 15% resultó excesivo porque encarecía sobremanera la introduc-

ción de efectos en los mercados más alejados de los puertos debido a que su acarreo desde

el punto de adquisición hasta el de consumo atravesaba por más suelos alcabalatorios y por

ende se encarecía. La elevada cuota fue repudiada por las juntas comerciales de las grandes

ciudades del interior como México, San Luis Potosí, Durango y Zacatecas e incluso por

Guadalajara y Tepic y de las legaciones extranjeras en estos lugares; pero como de cual-

quier manera el fraude continuaba, la cuota no pudo dar las utilidades esperadas y fue can-

254
celada de inmediato en el entendido de que entre más gabelas se prescribieran, mayor sería

la voluntad de eludirlos (gráfica III.11).79

Gráfica III.11. Ingresos por derechos de consumo de los departamentos del occidente de México de 1841 a
1844.
140,000

120,000

100,000

80,000

60,000

40,000

20,000

0
1841 1842 1843 1844
Sinaloa Jalisco Sonora Durango

Nota. Los montos del año natural de 1841 y el ingreso de la administración de Jalisco en 1842 incluyen un
recargo de 15% de consumos sobre efectos extranjeros cobrado igualmente en administraciones terrestres o en
aduanas marítimas, de conformidad con lo estipulado por el decreto núm. 2108 de noviembre 26 de 1839; no
obstante que este recargo ya había sido eliminado desde 1840 por el decreto núm. 2110 de 1839 con reitera-
ción en 1841 por el decreto núm. 2204 de ese año. De 1843 en adelante este recargo se muestra ya sin efecto.
Fuentes: memorias de Hacienda Pública mexicana de 1845 y 1846; Dublán y Lozano, Legislación, t. III, pp.
667-668 y 673-674; y Dublán y Lozano, Legislación, t. IV, pp. 39-40.

Una zona mejor poblada del occidente de México y probablemente, por consiguiente, con

mayor demanda de bienes, se desplegaba en Jalisco alrededor del eje Guadalajara-Tepic;

por lo que no es extraño que esta región haya generado las mayores sumas por concepto de

consumo. Lo opuesto es Sinaloa, cuyos pequeños montos podrían ser representativos o de

79
Decreto núm. 2110 de diciembre 2 de 1839 en Dublán y Lozano, Legislación, t. III, pp. 673-674; Memoria
(1841), p. 18; Sánchez Santiró, Las alcabalas, p. 195; y Vallebueno Garcinava, “Los caminos” en Cramaus-
sel, Los caminos, p. 50.

255
un mercado interior reducido y fácil de surtir gracias a la completa cobertura que brindaban

al departamento su puerto mayor y los menores; o de una economía definida por completo

por el intercambio con el exterior. La baja del derecho de consumo resulta de la suspensión

de la elevada tarifa de 15% y probablemente también de la reducción en 1843 del número

de demarcaciones fiscales de 277 a 40 conforme a las Bases de la Organización Política de

la República Mexicana dictadas ese año.80

En compensación al erario por las pérdidas que representarían estas supresiones fisca-

les, se restableció la alcabala del viento en cuota de 5% a los productos básicos de la dieta

de la gente y otros insumos, tales como maíz, frijoles, pescado, leña, carbón, fruta, jarciería,

etc. cuya recaudación alcanzaba picos en los días de tianguis (gráfica III.12); además de la

preservación de los impuestos directos sobre los inmuebles rústicos y urbanos, industrias,

sueldos y salarios, patentes para el ejercicio profesional y capitación. Como era de esperar-

se, el exceso de impuestos causó malestar.81

80
Archivos oficiales diversos revisados por Sánchez Santiró, Las alcabalas, p. 212, nota 111; y Cañedo
Gamboa, Comercio, pp. 119-120, nota 52. Ninguna de las fuentes citadas por estos autores menciona el núme-
ro concreto de suelos alcabalatorios.
81
Memoria (1844), pp. 42-45; “Núm. 2. Estado comparativo de los productos de los ramos de la Hacienda
Pública en los años de 1841 y 1842, con espresión [sic.], en donde se ha creído conveniente, de las causas del
aumento o baja respectiva [p. 5]” en Memoria [Primera] (1844), sin página; y Sánchez Santiró, Las alcabalas,
pp. 212-215 y 221-222.

256
Gráfica III.12. Ingresos por alcabala de los departamentos del occidente de México de 1841 a 1844.
300,000

250,000

200,000

150,000

100,000

50,000

0
1841 1842 1843 1844

Sinaloa Jalisco Sonora Durango


Nota. Los montos se representan según las cifras consignadas en la fuente hacendaria. Para la administración
de Sinaloa en el año natural de 1841; Sánchez Santiró refiere un monto que es $13,500 mayor que el expresa-
do en las fuentes hacendarias.
Fuentes: memorias de Hacienda Pública mexicana de 1845 y 1846; y Sánchez Santiró, Las alcabalas, p. 233.

También la moneda continuó siendo gravada con 2% sobre el valor de los caudales introdu-

cidos en puertos hasta 1843, cuando la tarifa aumentó a 4% y agregó una alcabala de 1%

por la transportación del numerario de un departamento a otro. En conjunto, éstos fueron

tipificados por Hacienda como derechos de conducta.82 A comienzos de la década, cuando

pudo ser superada la crisis monetaria y amortizada la deuda que se agudizó a raíz de la

permisión del uso rutinario del pagaré y de los tlacos en las transacciones mercantiles, en

82
Decreto núm. 2532 de marzo 10 de 1843 en Dublán y Lozano, Legislación, t. IV, pp. 397-398; y Memoria
(1846), p. 11. Como ha sido dicho, Inglaterra monopolizaba la transportación marítima de la plata mexicana.
Por el flete, los barcos de guerra de este país percibían 2% y los mercantes hasta 4% no obstante ser menos
seguros. La razón estaba en que la marina armada partía de las costas del occidente mexicano solamente una
vez por semestre (dos vueltas al año), mientras que los comerciales tenían itinerarios más flexibles. Duflot,
Exploration, v. 1, pp. 54-57. Aunque Hacienda señala que el en un principio conocido como “derecho de
platas” fue destinado al pago de la deuda con Inglaterra que databa de la década de la guerra de independencia
mexicana, las contribuciones exigidas a la circulación interna de metales preciosos coinciden con el porcenta-
je a favor de los ingleses. Por lo tanto, es probable que el fisco fijara estas cuotas para que con su aporte se
formara el pago por el servicio que Royal Navy proporcionaba transportando la plata nacional.

257
fecha de noviembre 18 de 1841 se decretó que el único medio aceptado en las aduanas ma-

rítimas para pagar por importaciones y liquidar adeudos era la moneda de plata.83 Casi 60%

de las contribuciones emanadas de los puertos del Pacífico por la disponibilidad de dinero

(representativo de tan sólo 8% del total del ramo) fue aportado por la administración de

Mazatlán; la mayor parte sólo en el año natural de 1843 (gráfica III.13).

Gráfica III.13. Ingresos por derechos introducción de monedas de las aduanas marítimas mexicanas del Pací-
fico norte de 1841 a 1844.
45,000

40,000

35,000

30,000

25,000

20,000

15,000

10,000

5,000

0
1841 1842 1843 1844

Mazatlán San Blas Guaymas Acapulco

Nota. Las sumas de Mazatlán en 1843 y de Mazatlán y Guaymas en 1844 incluyen un monto de 1% por con-
ducción de moneda de un departamento a otro.
Fuentes: memorias de Hacienda Pública mexicana de 1845 y 1846.

Al repertorio alcabalatorio se añadió un cobro de $5 por cada tornaguía remitida después

del plazo de vencimiento porque por culpa de ello se trastornaba el proceso de rendición de

83
Memoria (1844), pp. 16 y 22-24; y María Teresa Bermúdez, “Meter orden e imponer impuestos, la política
de Ignacio Trigueros Olea” en Leonor Ludlow, Los secretarios de Hacienda y sus proyectos (1821-1933),
tomo I, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 2002, pp. 201-207. La compilación de leyes de
Dublán y Lozano no registra ningún decreto pertinente en la fecha afirmada.

258
cuentas.84 Por este ramo la aduana de Mazatlán redituó $4,823 en los años fiscales de 1842

y 1843; Acapulco, $2,267; y Guaymas, $390. Los funcionarios de Hacienda pensaban que

cuando los contribuyentes se familiarizaran con las contribuciones directas, podrían enton-

ces erradicarse las indirectas al comercio interior, cuyo mecanismo de cobro era tan exaspe-

rante y dado al abuso –decía el mercader Josiah Gregg que “ni las guías, ni los pases […]

han de contener enmendadura, raspadura ni entrerrenglonadura alguna, bajo pena de con-

fiscación”–, que los arrieros deliberadamente buscaban rutas y senderos que eludieran el

paso por las aduanas de tierra sobre todo cuando cargaban con mercaderías proscritas.85

En 1842 y 1843 se decretaron pautas de comiso con variaciones mínimas entre una y

otra con el objetivo de hacerlos más específicos y rigurosos,86 pero aún así, la posibilidad

de sancionar el contrabando siguió siendo bastante esquiva debido a las artimañas de las

que los consignadores se valían para corromper y timar al fisco; como por ejemplo girar las

guías a lugares más cercanos que su verdadero destino para ahorrarse con ello los recargos

alcabalatorios, o registrar “mercancías en guías que especificaban un tipo de efectos mien-

tras que en los embalajes se contenían en realidad artículos prohibidos por las leyes protec-

cionistas republicanas […]”.87 $60,000 se colectaron en el primer lustro de 1840 en la

aduana de Mazatlán por concepto de comisos, multas y depósitos; muchísimo más que los

$9,627 ingresados en suma por los otros tres puertos del Pacífico norte, pero en verdad muy

poco en comparación con los arriba de $16,500,000 reportados por Hacienda por el conjun-

to de estos tres ramos.

84
Memoria (1844), p. 35.
85
Memoria (1840), p. 16; y Jáuregui, “Las puertas” en Florescano, Historia, pp. 127-128.
86
Decreto núm. 2457 de octubre 26 de 1842, y decreto núm. 2736 de diciembre 28 de 1843 en Dublán y Lo-
zano, Legislación, t. IV, pp. 315-327 y 706-721.
87
Cañedo Gamboa, Comercio, pp. 111-112.

259
Opinaba el ministro de Hacienda Ignacio Trigueros que fue una equivocación pensar

que la multiplicación de productos gravados para compensar la disminución de las cargas

fiscales de los derechos comerciales animaría a los mercaderes a hacer sus introducciones

de forma honesta y producir ingresos para el provecho de la nación; y que el crecimiento de

la oferta diversificaría y satisfaría todo tipo de demanda a precios justos. Si bien lo anterior

estimuló el abasto de la República, buena parte de éste seguía siéndolo por vía de la clan-

destinidad, irrefrenable y estéril para las finanzas públicas; mientras la baja de los derechos

habría de provocar que las importaciones legales redituaran al ramo aduanal menos de lo

que podrían haberlo hecho.88 En vista de la irritación popular por la política fiscal en vigor,

el gobierno debió dar marcha atrás con el impuesto alcabalatorio y una vez más, en 1846,

declaró su abolición.89

Fuera de la plata y el oro, ninguno de los bienes de exportación del noroeste de Méxi-

co –particularmente ninguno de los que podían conseguirse en los puertos de Guaymas y

San Blas– tales como peletería, gomas, perlas, concha nácar, escama, plumas, sal, plantas

medicinales, trigo, maíz, frijol y maderas preciosas y de tinte tenía sustancial valor de re-

torno en el mercado internacional salvo el palo de Brasil, disponible casi en su totalidad en

el puerto de Mazatlán; y en caso de su agotamiento en el sur de Sinaloa, también en la

bahía de Banderas (Nayarit).

Mazatlán exportaba con regularidad 4,050 t. de palo de tinte; a $1.20 por cada 45 kg.

o $24 por cada 830 kg.90 Su productividad fiscal era, sin embargo, nula, porque salvo en los

88
Memoria (1844), pp. 29-30; y Memoria [Primera] (1844), pp. 8-9.
89
Decretos núm. 2907 de octubre 10 de 1846 Manuel Dublán y José María Lozano, Legislación mexicana o
colección completa de las disposiciones legislativas expedidas desde la independencia de la república, tomo
V, México, Imprenta del Comercio, 1876, pp. 175-177; y Sánchez Santiró, Las alcabalas, pp. 211-212 y 223-
225.
90
Un tonel es referido como un barril de grandes dimensiones comúnmente usado para cargar vino, pero sin
especificación de su volumen. Un tonel también es definido como una antigua medida de capacidad de las

260
puertos de Tabasco y Yucatán, donde su exportación estaba gravada con 6%, la extracción

de este género en la costa occidental era libre.91 Barcos ingleses de hasta 581 t. llegaban a

Mazatlán en su búsqueda. En 1844, por ejemplo, la compañía Uhde & Pini fue impedida

por la aduana local de hacer un embarque a Inglaterra de 113.2 t. de palo. En su retorno a

China los navíos también cargaban del puerto sinaloense escama de tortuga, cotizada a

$21.50 por cada 45 kg.; perlas pescadas en el golfo de California y vendidas a precios

“exorbitantes” y concha nácar en su variedad blanca, cargada mayormente en el puerto de

La Paz (subordinado a la administración de Mazatlán);92 todo sin ninguna obligación fiscal.

Por ende, los derechos de exportación representaron apenas 9% de las utilidades por co-

mercio exterior de la región entre 1841 y 1844; generados íntegramente por el comercio de

los metales preciosos (gráfica III.14).

embarcaciones, equivalente a cinco sextos de tonelada; o lo que es lo mismo, 830 kg. “Tonel”, segunda acep-
ción en Diccionario.
91
Decreto núm. 2552 de abril 6 de 1843 en Dublán y Lozano, Legislación, t. IV, p. 410. En 1843, una suma
de $12,728 en palo de Brasil exportada por los puertos del seno mexicano produjo derechos por $723. Memo-
ria [Primera] (1844), p. 10.
92
Escudero, Noticias, pp. 125-126; y documento notarial de Sinaloa de 1844 citado en Martínez Peña, “Histo-
ria”, p. 98. Por el volumen referido de las naves inglesas (700 toneles según la fuente), es probable que éstas
no tuvieran forma de entrar hasta a bahía del fondeadero, que era de poca profundidad. Duflot, Exploration, v.
1, pp. 195-197.

261
Gráfica III.14. Ingresos por derechos de exportación de las aduanas marítimas mexicanas del Pacífico norte
de 1841 a 1844.
180,000

160,000

140,000

120,000

100,000

80,000

60,000

40,000

20,000

0
1841 1842 1843 1844

Mazatlán San Blas Guaymas Acapulco

Fuentes: memorias de Hacienda Pública mexicana de 1845 y 1846.

La exportación de metales en pasta por el puerto de Mazatlán dejó dividendos por $342,187

($14,500 de ellos lo fueron de oro a 9%; única de su tipo en el país; toda ella en 1844)

equivalentes a 88% del total del ingreso mexicano por este rubro; prácticamente eliminando

a Guaymas como opción para esta actividad, que era el único otro puerto del país requerido

para llevarla a cabo en tanto que a la fecha no hubiera en estos departamentos todavía las

casas de moneda que ya estaban previstas para fundarse en Guadalupe y Calvo (Chihuahua)

y en Hermosillo asequibles del puerto sinaloense y sonorense, respectivamente.93 En cuanto

a la plata acuñada, la rentabilidad de Mazatlán para su extracción se puso a la altura de la

del puerto de San Blas, que en la década pasada le había acaparado. Según una fuente ex-

93
Memoria (1844), p. 19. La exportación de plata en pasta por el puerto de San Blas, aunque autorizada, pa-
rece haberse dado sólo de manera excepcional. Decreto núm. 2648 de agosto 29 de 1843 en Dublán y Lozano,
Legislación, t. IV, pp. 557-559.

262
tranjera entre 1839 y 1842 el puerto de Sinaloa exportó a través de la armada inglesa

$2,400,000 amonedadas, contra $1,440,000 el de Jalisco y $960,000 el de Sonora (gráficas

III.15, III.16 y III.17).94 La ceca de Guadalupe y Calvo, activa en 1844, refiere en ese año

metálico amonedado por $433,128; 78% de éste en plata.95 Es posible que gran parte de

este caudal haya sido colocado en el puerto de Mazatlán.

Gráfica III.15. Ingresos por derechos de exportación de plata y oro en pasta de las aduanas marítimas mexi-
canas del Pacífico norte de 1841 a 1844.
160,000

140,000

120,000

100,000

80,000

60,000

40,000

20,000

0
1841 1842 1843 1844

Mazatlán Guaymas

Nota. Las sumas integran los derechos en cuotas de 1%, 5%, 7.5% y 9%.
Fuentes: memorias de Hacienda Pública mexicana de 1845 y 1846.

94
Duflot, Exploration, v. 1, p. 57. Agustín de Escudero refiere mas no describe el origen ni las características
de la recaudación de un real por marco de plata “de la ley de once dineros”; la cual produjo montos en la
administración de Rosario desde el año de 1835 a 1843 y en la de Mazatlán únicamente en el de 1844 por una
cantidad de $820 (4,100 reales). Escudero, Noticias, p. 124. Es de creerse que dicha contribución pueda tener
relación con el ensaye de metales. La compilación de leyes de Dublán y Lozano no registra ningún decreto
alusivo.
95
Memoria (1846), p. 88.

263
Gráfica III.16. Ingresos por derechos de exportación de plata acuñada o labrada de las aduanas marítimas
mexicanas del Pacífico norte de 1841 a 1844.
45,000

40,000

35,000

30,000

25,000

20,000

15,000

10,000

5,000

0
1841 1842 1843 1844

Mazatlán San Blas Guaymas Acapulco

Nota. Las sumas integran los derechos en cuotas de 2%, 3.5% y 6%.
Fuentes: memorias de Hacienda Pública mexicana de 1845 y 1846.

Gráfica III.17. Proporción de los ingresos por derechos de exportación de plata y oro de la aduana marítima
de Mazatlán de 1841 a 1844 según la calidad del metal.

Total: $419,723

19%

81% acuñada o labrada

en pasta

Fuentes: gráficas III.15 y III.16.


.

264
Las cuotas a la exportación de plata variaron en el intento de hacer de este comercio una

actividad más fructífera para el erario. El arancel de 1843 subió a 6% la de la plata acuñada;

y la de la plata pura, reducida por el arancel de 1842 de 7% original a 5%; pero dado las

grandes pérdidas que provocó su reducción de la gabela a la plata pasta, ésta fue elevada de

nuevo a 9.5% y a 11% la del oro puro. Pero ambas fueron de inmediato repudiadas por ex-

cesivas, por lo que en los meses siguientes tuvieron que ser rebajadas a 7% para la plata y a

9% para el oro.96 Con el producto aduanal de la plata exportada Hacienda esperaba indem-

nizar a los cultivadores particulares de tabaco a los que el gobierno federal les había rescin-

dido contratos cuando en 1841 volvió a monopolizar esta renta.97 Pero la flexibilidad fiscal

no dio los resultados deseados y sólo produjo cobros dispersos. Las extracciones clandesti-

nas continuaron; y a esto se sumó la estafa a la que quedaban expuestos los propios trafi-

cantes, pues se denuncia que había un ensayador en Rosario quien, supuestamente con la

protección del gobierno, se aprovechaba de la inexistencia de una ceca local que certificara

96
Decreto núm. 2288 de febrero 16 de 1842, decreto núm. 2663 de septiembre 18 de 1843, y arts. 107 y 110
del decreto núm. 2672 de septiembre 26 de 1843 en Dublán y Lozano, Legislación, t. IV, pp. 117, 568 y 598-
599; y Memoria (1844), pp. 28-29.
97
Decreto núm. 2219 de noviembre 12 de 1841 en Dublán y Lozano, Legislación, t. IV, pp. 48-50. Teniéndo-
sele como una medida provechosa para su productividad, el estanco fue abolido por el gobierno de Valentín
Gómez Farías en junio de 1833; pero a su retorno a la presidencia en 1834, Antonio López de Santa Anna
ordenó reestancarlo. Cecilia Noriega, “El “prudente” funcionario José María Bocanegra” en Leonor Ludlow,
Los secretarios de Hacienda y sus proyectos (1821-1933), tomo I, México, Universidad Nacional Autónoma
de México, 2002, pp. 123-124. La economía mexicana quedó vencida después de la campaña militar de 1835
y 1836 contra los rebeldes texanos y el gobierno ya no pudo seguir cubriendo la manutención de los cultivos
de tabaco. Por lo tanto, su explotación fue abierta otra vez y dispuesta a contrato con los empresarios que
estuvieran interesados en enero de 1839. Decreto núm. 1669 de diciembre 15 de 1839 en Dublán y Lozano,
Legislación, t. III, pp. 111-113; Memoria (1844), pp. 18-19; y Bermúdez, “Meter” en Ludlow, Los secreta-
rios, t. I, pp. 207-209. La compilación de leyes de Dublán y Lozano no registra ningún decreto relativo a la
oficialización de contratos de cosecheros en la fecha de enero mencionada. Por acusaciones mutuas de co-
rrupción hechas entre las facciones rivales en Sinaloa, se sabe que la renta del tabaco en Sinaloa perteneció al
culiacanense Francisco de la Vega (de la familia política De la Vega) con la complicidad del administrador de
estancos de Sinaloa, el español Manuel Rubio. “Manifiesto que hace el gobernador interino y comandante
general del estado libre y soberano de Sinaloa, a los habitantes del mismo. Rafael Téllez, coronel de infantería
permanente, gobernador interino y comandante general del estado de Sinaloa. Puerto de Mazatlán, octubre 19
de 1847”, y “Refutación al manifiesto que dio a la luz en el puerto de Mazatlán con fecha 19 del pasado octu-
bre [de 1847] D. Rafael Telles, gobernador por la conculcación de las leyes y por el derecho bárbaro y omino-
so de la fuerza (Durango, Imprenta del gobierno, 1847)” compilados en Ortega y López Mañón, Sinaloa, t. 1,
pp. 250-258 y 259-272.

265
la ley de los metales para “adulterar” con plomo los lingotes de oro y plata que se exporta-

ban de Mazatlán, de tal suerte que el timo era descubierto hasta que las piezas llegaban con

su destinatario en Europa.98

Desde el centro del país se pedía que estos puertos de Mazatlán y Guaymas entrega-

dos al fraude fueran clausurados, a lo que el ministro de Hacienda Ignacio Trigueros reac-

cionó ordenando en 1843 la prohibición de facto –no se conoce ningún decreto respectivo–

de la exportación de plata por los puertos del noroeste mexicano que en ello tenían su razón

de ser. El mandato, sin embargo, no debió haberse hecho efectivo. Comerciantes de Duran-

go y Tampico se opusieron alegando que tal acción era un intento de los gremios mercanti-

les de México y Guadalajara para volver a monopolizar el comercio como lo hacían antaño,

en detrimento del desenvolvimiento orgánico de esta actividad en las entidades norteñas.99

Las gráficas II.41, II.42 y II.43 corroboran que el tráfico hacia el exterior continuó después

de 1843; aunque con base en el registro de Royal Navy, consta que cuando menos en ese

año en particular ninguna extracción de metales fue realizada a bordo de los buques de “Su

Majestad Británica” (gráfica III.18).100

98
Duflot, Exploration, v. 1, pp. 42-43; Ibarra Bellón, El comercio, p. 63; y Mayo, Commerce, p. 318.
99
Bermúdez, “Meter” en Ludlow, Los secretarios, t. I, pp. 223-224; y Vallebueno Garcinava, “Los caminos”
en Cramaussel, Los caminos, p. 52.
100
La memoria del año fiscal de 1843 señala que el erario ingresó alrededor de $396,373 por derechos de
exportación de moneda de plata a 3.5% y 6% originados de una extracción de $8,911,142; y $103,172 de
plata pasta a 5% originados de una de $2,063,453. En total una renta de $499,545 por $10,974,595 de plata
exportada del país. El desglose del ramo no señala las aduanas involucradas en su conformación, por lo que
no se puede saber si la receptoría de Mazatlán tuvo participación en ello. Memoria [Primera] (1844), p. 10.

266
Gráfica III.18. Valor de la plata exportada por los puertos mexicanos del Pacífico norte a través de Royal
Navy del año del año 1841 a 1846. Montos en pesos.
2,500,000

2,000,000

1,500,000

1,000,000

500,000

0
1841 1842 1843 1844 1845 1846

Mazatlán San Blas Guaymas sin información de procedencia


Notas. 1841, 1842, 1844 y 1845. Los montos se representan según las cifras expuestas por Ibarra Bellón. El
monto afirmado por Ibarra en 1845 es alrededor de $156,000 mayor que el referido por Mayo para ese mismo
año. 1846. Los montos del año de 1846 se representan según las cifras expuestas por Mayo.
Fuentes: Ibarra Bellón, El comercio, pp. 547-550, apéndice III, cuadro 126; Mayo, Commerce, pp. 409-414,
tables A.1, A.2 y A.3.

En el periodo expresado por la gráfica anterior, Mazatlán, San Blas y Guaymas exportaron

$5,927,620 de plata según la proporción expresada vista en la gráfica anterior; y alrededor

de otros $4,700,000 salieron también de estos puertos del Pacífico pero la fuente no especi-

ficó por cuál de ellos. En todo caso, del puerto sinaloense se extrajeron cuando menos

$2,722,000. De los casi $6,000,000 de plata cuya procedencia sí fue reconocida, las adua-

nas del Pacífico facturaron en conjunto $184,772, lo que es proporcional a tan sólo 3% del

total. Inglaterra tutelaba invariablemente la mayor parte del comercio de Mazatlán en sus

dos vías y fue por ello que llegó a considerarse cambiar la oficina consular de este país de

San Blas a Mazatlán; lo que a final de cuentas no pasó porque las autoridades inglesas te-

267
nían la firme creencia de que el meteórico crecimiento del gran puerto de Sinaloa era pro-

ducto del contrabando, por lo que era inconcebible que la ley permitiera que esta situación

se extendiera por mucho tiempo más.101 Por otra parte, Estados Unidos desplazó a las ciu-

dades hanseáticas como segundo mayor consignatario de las exportaciones mexicanas; y de

hecho era un ciudadano norteamericano, el señor Scarborough, quien empezando la cuarta

década lideraba el giro por escaso margen esta actividad, por delante de los mercaderes

alemanes (gráficas III.19, III.20 y cuadro III.6).

Gráfica III.19. Valor y procedencia de las exportaciones del puerto de Mazatlán del año 1841 a 1846. Mon-
tos en pesos.
1,400,000

1,200,000

1,000,000

800,000

600,000

400,000

200,000

0
1841 1841z 1842 1843 1844 1845 1846

Inglaterra ciudades hanseáticas EUA Francia otros países

Notas. 1841, 1842, 1843, 1844, 1845, 1846. Los montos se representan según las cifras expuestas por Ibarra
Bellón. 1841z. Los montos del año de 1841 se representan según las cifras expuestas por Mayo. Fuentes:
Ibarra Bellón, El comercio, p. 389, cuadro 104; y Mayo, Commerce, pp. 177, table 5.13.

101
El consulado inglés permaneció en San Blas pero con visitas periódicas al puerto sinaloense. Documentos
del archivo consular inglés de 1846 citados en Mayo, Commerce, pp. 260-265.

268
Gráfica III.20. Proporción del valor de las exportaciones al puerto de Mazatlán de 1841 a 1846 según proce-
dencia.
Total: $5,836,400
12%
1%

22% 53%
Inglaterra
ciudades hanseáticas
12% EUA
Francia
otros países

Fuentes: gráfica II.44.

Cuadro III.6. Principales exportadores de Mazatlán en 1841.


Casa comercial Exportación ($)
William Scarborough 169,620
Agustín y Guillermo Haas & Gerardo Denghausen 156,046
Roberto Kayser, Maximiliano Hayn & Co 155,114
Juan N. Machado & Richard Yeoward 146,800
Pierre Fort y hermanos 58,112
Eduardo Ewald 52,000
Sr. Penny & Antonio de la Vega y hermanos 40,000
Antonio de la Vega y hermanos 22,150
Juan Moeller 21,000
Joseph Parrot 12,000
E. R. Montant 8,000
J. I. Maldonado 3,000
Nota. Eduardo Ewald aparece desvinculado de los hermanos Kunhardt, Juan Moeller lo hace de César Kuline
y Joseph Parrot de Julio Valade.
Fuente: Mayo, Commerce, pp. 175-176, table 5.12.

269
3. Una guerra inconsecuente: intervención estadounidense y continuidad del comercio
mitad del siglo XIX.

Por la regularidad y la cuantía de sus aportaciones tributarias, es definitivo que en la cuarta

década del siglo XIX la aduana marítima de Mazatlán era el mayor soporte de la economía

del país en la costa del Pacífico; a tal grado que en algunos ramos y rubros –

primordialmente los relacionados con la exportación de metales preciosos– se proyectaba

incluso superior que los principales puertos del Golfo de México. Aunado a sus obligacio-

nes fiscales, la administración del puerto sinaloense había hecho además los mayores prés-

tamos de dinero al gobierno mexicano en el primer lustro de esta década: un total de

$171,895 contra poco más $24,000 del puerto de Acapulco, casi $5,000 de Guaymas y nada

de parte de San Blas.

Pero la economía nacional se había edificado con base en una gravosa política impo-

sitiva que afectaba tanto al gran comercio como al mercado cotidiano e impedía el mejora-

miento de las condiciones laborales y económicas de los estratos sociales medios; pero que

ante todo, sometía los intereses de las élites regionales a la voluntad de la burocracia cen-

tral, restándoles la autonomía de la que en otro tiempo se había beneficiando en todos los

aspectos del poder, acotando con ello sus márgenes de enriquecimiento. Pronto habrían de

emerger en provincia caudillos que levantaron en contra el régimen centralista que aducían

como justificación el atentado a las soberanía federativa y el fastidio del pueblo, aunque los

pronunciamientos luego evidenciaron no tener mayor trasfondo que el de satisfacer las am-

biciones de los cabecillas y las de las élites que los financiaban y su triunfo tan sólo habría

de resultar en el cambio de unas autoridades por otras como premio a su lealtad.102

102
Sinaloa, un bosquejo (Nakayama, 1983) compilado en Ortega y López Mañón, Sinaloa, t. 1, pp. 159-160.

270
El presidente López de Santa Anna rápidamente perdía popularidad y en septiembre

de 1844 el general Paredes Arrillaga encabezó su derrocamiento. En vísperas de ocupar el

cargo ejecutivo del país, en enero de 1845, Paredes designó como comandante general y

gobernador de Sinaloa a su aliado en armas el general Francisco Duque tras una turbulenta

alternancia de poder en este departamento que vio pasar a cinco comandantes –asentados en

Mazatlán– y a dos notables veguistas –residentes en Culiacán– en tan sólo tres años.103 No

se conoce ningún decreto oficial que facultara a los comandantes para fungir también como

gobernadores; Hasta 1842 se trataba más bien de dos autoridades separadas, cuyos mandos

militar y político únicamente podían ser reunidos en la persona del segundo cabo del co-

mandante general en el raro caso de que al mismo tiempo faltaran el comandante y el go-

bernador.104 Por lo tanto, una designación de este tipo debió tratarse de una arbitrariedad

presidencial.

Empero, fue el general liberal Joaquín Herrera quien terminó siendo electo presidente

de México en vez de Paredes, debilitando de inmediato a sus aliados. En esta disyunción

fue que Rafael de la Vega –hermano de don Manuel– se proclamó en abril de 1845 gober-

nador de Sinaloa conforme a las leyes de la constitución estatal de 1831 después de sobor-

nar a Duque; una práctica habitual del clan culiacanense para conservar el poder en la enti-

dad105 en vista de que su hegemonía empezaba a desvanecerse a medida que la camarilla

que integraban los mercaderes y altos mandos castrenses en el puerto de Mazatlán se conso-

lidaba con base en su riqueza, capaz de corromper a las autoridades públicas en cualquiera

103
Duque ya había sido gobernador previamente por un breve periodo entre 1842 y 1843. De 1843 a finales
1844, antes del comienzo de su segundo mandato, le sucedieron en la comandancia general departamental los
militares Francisco Ponce de León, Juan Andrade, José Antonio Mozo, José Ruiz de Tejeda e Ignacio Bram-
bila; y en la gubernatura de Sinaloa los civiles Luis Martínez de Vea y Mariano Martínez de Castro. Galindo
Quiñones, Los gobernadores, pp. 49-52.
104
Decreto núm. 2351 de junio 28 de 1842 en Dublán y Lozano, Legislación, t. IV, p. 233.
105
Ésta es la versión que ha trascendido en la historia oficial a falta de nuevas indagaciones en el tema. Sina-
loa: el drama (Nakayama, 1975) compilado en Ortega y López Mañón, Sinaloa, t. 1, p. 283.

271
de sus niveles; la fuerza militar a su disposición para intimidar o defender en nombre de sus

intereses; e igualmente el respaldo y en cierto modo, la inmunidad que les brindaban sus

relaciones diplomáticas extranjeras.

Anticipándose por pocos meses a la reinstauración en la república del orden federalis-

ta, en octubre de 1845 se decretó otro arancel. El tercero en cuatro años. El cuerpo legal del

nuevo estatuto mercantil no difiere sustancialmente de los precedentes salvo en la reduc-

ción de los artículos prohibidos de importación (de 71 a 62) y en la asignación de nuevas

tarifas a los permitidos. Los derechos de introducción por aforo fueron reducidos a 15%, lo

que repercutió en una recaudación de $14,777,672 por importaciones en 1845, que es alre-

dedor de un tercio menor que los más de $20,000,000 que Hacienda recogió en los dos años

previos.106

El arancel se anunció en un clima de incertidumbre que no deparaba su buen rendi-

miento, causado por las insurgencias provinciales y la reciente intimidación al país de parte

de Estados Unidos. La armada estadounidense se presentó por primera vez en la costa de

Mazatlán en abril de 1845, en previsión de cualquier acto bélico que pudiera derivar del

reclamo de México por la anexión del estado de Texas a Estados Unidos definida en febre-

ro de ese año. A la postre, esa incursión fue el aviso de la guerra próxima a desatarse entre

estos dos países; y sin embargo, desde ese momento en adelante la caución del puerto no

pudo ser peor, pues la defensa de esta plaza se consumó en cuartelazos locales y para cuan-

do la amenaza extranjera volvió definitivamente sobre Mazatlán en 1847, la ciudad ya ha-

bía quedado a merced del enemigo.

106
Art. 12 del decreto núm. 2853 de octubre 4 de 1845 en Dublán y Lozano, Legislación, t. V, p. 45; y Espo-
sición que al Congreso General dirige el Ministro de Hacienda sobre el estado de la Hacienda Pública de la
Federación en fin de Julio de 1848, México, Imprenta de Ignacio Cumplido, 1848, p. 48.

272
En febrero de 1846 la guarnición del puerto al mando de los coroneles Francisco Fa-

cio y Ángel Miramón se rebelaron contra el gobernador De la Vega, tomando partido ven-

tajistamente por la causa del general Paredes, quien se hallaba próximo a ocupar la presi-

dencia de México. Mariano Díez Martínez, prefecto del distrito de Culiacán y enemigo de

don Rafael se alió con los militares de Mazatlán y le apresó en la capital sinaloense. A la

fuerza fue nombrado en su cargo el licenciado Pomposo Verdugo mientras que Facio quedó

como comandante general. Pero Verdugo pertenecía al clan veguista y negoció con las au-

toridades castrenses la liberación de Rafael, que con prontitud recuperó su investidura des-

pués de perseguir y encarcelar a sus adversarios con el auxilio del coronel Ignacio Gutié-

rrez, quien en lo sucesivo fue promovido a la comandancia general del departamento.107

El marino Maxwell Wood observaba que todos estos motines y asonadas eran orques-

tados por las propias autoridades públicas para distraer a la milicia en el puerto y al res-

guardo de la aduana mientras el comercio local aprovechaba para contrabandear con total

impunidad con la “inmoral” complicidad de la marina estadounidense, pero sobre todo de la

inglesa, que al amparo de sus prebendas cometían este delito con franco descaro. Pero tal y

como lo confesaba un mercader inglés, la magnitud de las ganancias compensaba la des-

honra.108

Las aduanas mexicanas como la de Mazatlán son revoltosas, nidos de pronunciamien-


tos. En temporada de arribos navieros, cualquier militar local declara un pronuncia-
miento por cualquier razón de lo más visceral, y mientras éste dura, él y sus partida-

107
“Acta del pronunciamiento de la guarnición de Mazatlán. Mazatlán, Sinaloa, febrero 5 de 1846” compilado
en Will Fowler, “The Pronunciamiento in Independent Mexico 1821-1876” (acervo electrónico de University
of St Andrews consultado en mayo de 2018 en www.arts.st-andrews.ac.uk/pronunciamientos); Sinaloa: el
drama (Nakayama, 1975) compilado en Ortega y López Mañón, Sinaloa, t. 1, pp. 283-284; y Wood, Wande-
ring, pp. 339-340.
108
Wood, Wandering, p. 336. Es posible que el pronunciamiento de 1846 (erróneamente señalado por Laz-
cano en 1847) tuviera como propósito encubrir la importación ilegal de textiles de algodón. Jesús Lazcano y
Ochoa, Agenda cívica escolar sinaloense, Sinaloa, gobierno del estado, 1968, p. 132.

273
rios se reparten las ganancias de los sobornos. En Mazatlán como todos los puertos de
Sudamérica es escenario para el robo, la violación de la ley y el contrabando. Para
evitar el impuesto a la exportación, las casas comerciales extranjeras trafican –
lamentablemente y esto hay que decirlo– por vía de los barcos de Estados Unidos y
Gran Bretaña, y quienes capitanean estos embarques hacen sus fortunas cobrando su
comisión por el transporte de dinero. […] Una fragata de S. M. B. zarpó de aquí [Ma-
zatlán] rumbo a Inglaterra con alrededor de [$2,000,000], desobedeciendo instruccio-
nes de su almirante. El comandante fue castigado sin duda, pero tomando en cuenta el
valor del cargamento, su decisión fue inteligente.109

Ejemplo de lo anterior lo fue el coronel Rafael Téllez, quien hallándose de paso en Ma-

zatlán en mayo de 1846 al mando de una tropa federal con rumbo a Baja California para

defender la península del asedio estadounidense, se sublevó en el puerto sinaloense contra

el presidente Paredes invocando en su lugar a López de Santa Anna y confabuló con un jefe

local para desterrar al comandante Gutiérrez y luego autoproclamarse comandante general

de Sinaloa. Todo esto para encubrir el saqueo la aduana marítima, que al momento guarda-

ba el dinero de los impuestos de tres barcos arribados al puerto.110

Ese mismo mes Estados Unidos declaró la guerra a México. En el Golfo la marina es-

tadounidense bloqueó el puerto de Veracruz y en el Pacífico esperaba instrucciones para

proceder sobre el de Mazatlán. A decir de Wood, los invasores no tenían la intención de

impedir el comercio en el puerto ni atacar a la gente, sino exclusivamente avasallar a la

administración local. Consideró en cambio que la noción del bloqueo fue exagerada a pro-

pósito por la comandancia de Sinaloa para despertar la animosidad contra el enemigo, pero

109
Wood, Wandering, pp. 289-292.
110
José Ramón Malo, Diario de sucesos notables, tomo I, México, Patria, 1948, p. 298. El pronunciamiento
es conocido como Plan de Mazatlán y su principal propósito era oponerse a las pretensiones monarquistas de
Paredes. “Pronunciamiento de la guarnición y autoridades de Mazatlán. Mazatlán, Sinaloa, mayo 7 de 1846”
en Fowler, “The Pronunciamiento”.

274
sobre todo, para especular con las compraventas en la plaza como consecuencia de la alar-

ma.111 Aunque la amenaza no se consumó, el temor a la escalada de los problemas que se

estaban acumulando en la localidad y en el país en general obligó a que el 2 de julio de

1846 el puerto de Mazatlán fuera cerrado.112

En agosto el régimen centralista llegó a su fin. El presidente interino Mariano Salas

proclamó de nueva cuenta la república federal y la restitución de la Constitución de 1824.

Después de meses de indecisión para intervenir en la pugna por el poder de Sinaloa, hacia

finales de 1846 el gobierno supremo finalmente se decantó por respaldar la continuidad de

Rafael de la Vega en el ejecutivo del departamento en vez del reputado candidato Gumer-

sindo Laija. De inmediato Laija buscó el favor del golpista Téllez para contravenir la deci-

sión del Estado. El escenario político del país se puso del lado de Téllez, pues López de

Santa Anna regresó a la presidencia en marzo de 1847 y desestimó las acusaciones hechas

en contra de éste, su aliado; de tal suerte que rebeldes y opositores al poder enraizado en el

clan culiacanense se congregaron en torno al general Téllez en Mazatlán y gestaron un ca-

cicazgo de facto en el sur de Sinaloa que se contrapuso al gobierno constituyente: la oficia-

lía veguista en el puerto fue expulsada y sustituida por funcionarios serviles a la élite porte-

ña, y tanto los ingresos de la aduana federal en el puerto como los productos alcabalatorios

de las villas de Cosalá, San Ignacio, Concordia y Rosario pertenecientes al departamento

fueron incautados para provecho de la camarilla.113 La rapacidad se apoderó de la adminis-

111
Wood, Wandering, pp. 347-348.
112
Almonte atribuye la clausura a “la revolución” acaecida en el puerto, refiriéndose probablemente a la rebe-
lión de Téllez. Empero, el decreto oficial que corresponde con dicha fecha refiere a la autorización del go-
bierno mexicano a tomar en general las medidas necesarias para repeler la agresión de Estados Unidos. Aun-
que no aparezca prescrita, el cierre del puerto de Mazatlán debió entonces tenerse como tal. Decreto núm.
2879 de julio 2 de 1846 en Dublán y Lozano, Legislación, t. V, p. 136; y Almonte, Guía, p. 233.
113
“Refutación [Durango, 1847]” compilado en Ortega y López Mañón, Sinaloa, pp. 259-272; y Eustaquio
Buelna, Apuntes para la historia de Sinaloa, México, Departamento Editorial de la Secretaría de Educación,
1924, pp. 26-28.

275
tración hacendaria en la entidad como consecuencia de la anarquía imperante. Tómese co-

mo ejemplo de lo anterior el hecho de que solamente en el año de 1846 consta la ocurrencia

de cuatro casos de contrabando.114

[…] los cargos mexicanos se venden al mejor postor […]. El fraude es tan obvio, que
el cargo del administrador de la aduana es vendido por el propio gobierno a las perso-
nas con quienes pueda realizar mejores negocios.
Supongamos que llega un barco a puerto, cuyos derechos son [$100,000]. De in-
mediato se arreglan el consignatario y el aduanero para pagar sólo la mitad al go-
bierno, mientras que la otra se la reparten entre ellos dos. […] Estas acciones son tan
típicas, que los funcionarios aduanales apenas si pueden durar el año en funciones; y
cuando llega a aparecer uno que no quiera participar en estas prácticas deshonestas,
los propios comerciantes lo injurian para presionar su dimisión.115

Téllez se convirtió prácticamente en el amo del puerto de Mazatlán. Los barcos no descar-

gaban sin su personal consentimiento. Cerca de 40 pudieran haber arribado al gran puerto

sinaloense en 1846.116 En su calidad de jefe fiscal del departamento (conforme al decreto

núm. 2235 de 1841), el comandante recibía los derechos aduanales y también los estímulos

por comisos, muchos de ellos efectuados de manera forzada e ilegal y cuyas ganancias se

decía que daban para repartirse hasta entre 20 empleados cómplices. Se cree que el coman-

dante podía llegar a disponer de hasta $500,000; y es posible que en 1847 el Estado no haya

recibido ni un real de un ingreso aduanal que la marina de Estados Unidos estimaba en

$1,000,000.117

114
Cázares Aboytes, “El contrabando”, pp. 232-233, cuadro 20.
115
“H. B. Martin Journal” (1847) citado en Mayo, Commerce, p. 325.
116
Die wirtschaftlichen Beziehungen Deutschlands zu Mexiko und Mittelamerika im 19. Jahrhundert (Hen-
drik Dane, 1971) citado en Radkau et al., “Capital” en Von Mentz et al., Los pioneros, p. 128.
117
Memoria (1844), p. 30; “Refutación [Durango, 1847]” en Ortega y López Mañón, Sinaloa, pp. 259-272; y
Henry Wise, Los Gringos, or An Inside View of Mexico and California, with Wanderings in Peru, Chili and
Polynesia, London, Richard Bentley, 1849, p. 129 (acervo electrónico de University of Michigan consultado
en agosto de 2015 en www.archives.org).

276
Igualmente, como ya era costumbre, los mismos aduaneros en mar y en tierra desaca-

taban la prohibición arancelaria y las exigencias tributarias, y a cambio de generosos sobor-

nos consentían que los traficantes acarrearan con plata de la sierra a la bahía, donde al cobi-

jo de la noche las lanchas angloamericanas, con sus soldados armados, aguardaban por los

caudales.118 Las aduanas del Pacífico remesaron por derechos exportación contribuciones

insignificantes o ninguna. Entre $6,000,000 y $8,000,000 en plata pasta y acuñada fueron

cargados por Royal Navy en los puertos del occidente de México entre 1846 y 1847, de los

cuales las receptorías en cuestión no exhiben ninguna contribución.119

En septiembre de 1847 Téllez ordenó el decomiso de la fábrica de tabaco de Sinaloa y

la aprehensión de su administrador Francisco de la Vega –hermano de Rafael el goberna-

dor– por causa de contrabando.120 El día 15 su tropa marchó hasta Culiacán y venció en

batalla a la milicia de los de la Vega: Francisco fue tomado prisionero, Rafael fue expulsa-

do de la ciudad y el comandante general pudo así proclamarse sin oposición también como

gobernador de Sinaloa.121 Su victoria fue momentánea, sin embargo. Los amagues entre las

fuerzas de uno y otro bando continuaron, moviendo a sus huestes de un lado a otro en el

118
Wood, Wandering, p. 290. En 1845 el periódico La Voz del Pueblo reportó que una tripulación armada y
“dispuesta a todo, a la orden de un respetable inglés”, había acudido hasta el norte de la bahía de Mazatlán
para recibir clandestinamente una suma de $400,000 procedentes de Guadalupe y Calvo. Se cree que más de
4,993 marcos de plata quintada en las minas de San Dimas, Guarisamey y otros minerales de la Sierra Madre
fue contrabandeada en 1847 por Mazatlán. Cázares Aboytes, “El contrabando”, pp. 133-134 y 245-247.
119
Mayo, Commerce, p. 411, table A.1.
120
“Manifiesto [1847]” en Ortega y López Mañón, Sinaloa, t. 1, pp. 250-258. Independientemente de si la
acusación de contrabando era cierta o un pretexto para proceder sobre los rivales, en 1841 la renta del tabaco
había pasado a la cuenta del erario federal (por el decreto núm. 2219) dejando por ello de pertenecerle a los
particulares ni a las tesorerías de las entidades federativas y cuya integridad el comandante general Téllez
estaba obligado a cuidar en su calidad de jefe superior de Hacienda del departamento. En 1843 el monopolio
del tabaco de Sinaloa exhibe aproximadamente $3,665,000 por ventas de tabaco en polvo (rapé) o en rama,
cigarros y puros, papel, etc. “Número 48. Renta del Tabaco. Estado General que manifiestan los consumos,
valores, gastos, y líquido sobrante que ha tenido dicha Renta en todo el año de 1844” en Memoria (1846), sin
página.
121
Sinaloa: el drama (Nakayama, 1975) compilado en Ortega y López Mañón, Sinaloa, t. 1, pp. 286-287. Se
menciona que en esos acontecimientos se perdió un valioso archivo de la familia de la Vega (probablemente
relativo a su administración gubernativa) porque después de su derrota, sus propiedades fueron entregadas a la
destrucción y al saqueo de la turba.

277
territorio sinaloense; y en noviembre de 1847, no obstante la inminencia del desembarco de

la marina de Estados Unidos en Mazatlán, la que desde octubre restringía el acceso al puer-

to, Téllez permaneció acantonado en Concordia a la espera de un nuevo enfrentamiento

contra de la Vega junto con el grueso de la guarnición federal del puerto, dejándole prácti-

camente desprotegido. El día 13 de ese mes el ejército estadounidense tomó la ciudad sin

mayor incidente,122 y el teniente Henry Halleck recibió de José María Vasavilbazo, presi-

dente del cabildo porteño, el regimiento de Mazatlán.123

Durante su ocupación de la plaza, los estadounidenses cumplieron su palabra: admi-

nistraron la municipalidad de Mazatlán sin agredir a los lugareños y antes bien se ganaron

la confianza de la comunidad, sobre todo la del gremio mercantil, que más temía los estro-

picios de la soldadesca de Téllez que las medidas disciplinarias impuestas por la tropa inva-

sora.124 Los intervencionistas implantaron un régimen fiscal de libre mercado basado en

impuestos directos que, en primera instancia, contravino lógicamente las órdenes de clausu-

ra de los puertos del país caídos en sus manos: cesó los monopolios del Estado, levantó las

prohibiciones del arancel y de la pauta de comiso y abolió la alcabala (en general, todo tipo

de contribución indirecta: tornaguías, derecho de consumo, circulación de moneda, etc.) a

122
Buelna, Apuntes, p. 29; y Wise, Los Gringos, pp. 74-75, 86-87 y 125-126. El almirante Samuel DuPont
calculaba que la guarnición de Mazatlán contaba con entre 900 y 1,200 soldados; los que de haberse presenta-
do para la defensa de la plaza, aunado a la dificultad de los marineros para maniobrar en la bahía del fondea-
dero, hubieran complicado mucho la toma del puerto. Samuel DuPont, Extracts from Private Journal-Letters
of Captain S. F. DuPont, While in Command on the Cyane, During the War with Mexico, 1846-1848, Wil-
mington, Ferris Bros., 1885, p. 14 (acervo electrónico de Bancroft Library consultado en enero de 2019 en
www.archives.org). La ciudad fue tomada por 730 marines. Arturo Santamaría, “El diario de guerra de Henry
Halleck, gobernador invasor de Mazatlán durante la guerra de México con Estados Unidos (1847-1848)” en
revista Clío, número 15, Sinaloa, Facultad de historia de la Universidad Autónoma de Sinaloa, septiembre-
diciembre de 1995, p. 65.
123
Lerma Garay, Mazatlán, p. 100.
124
A la empresa Kunhardt & Ewald, por ejemplo, la milicia mazatleca le destruyó lanchas que tenían para la
circulación mercantil por el estero de Urias en uno de los pocos hechos de armas acontecidos durante la inter-
vención, con el pretexto de que podían ser tomadas por el enemigo; razón por la que decidieron mejor irse del
puerto. A la firma Rücker & Riensch se le forzaba a hacerle préstamos a Téllez y a la aduana, so pena de que
su tienda le fuese clausurada. Documento notarial de Sinaloa de 1847 citado en Martínez Peña, “Historia”, pp.
61-62.

278
los productos introducidos al puerto –que en ese semestre atravesaba por la temporada co-

mercial–; particularmente a los alimentos.

El resultado no pudo ser menos satisfactorio para el “enemigo”. El almirante Samuel

DuPont se congratulaba de que “Desde que tomamos posesión de las Californias y de todos

los puertos de la costa oeste desde Acapulco hasta Guaymas […], derrotados nuestros

enemigos, el comercio florece y los beneficios son evidentes para los propios mexicanos”.

Decía también que los navíos europeos se surtían a diario de maderas preciosas traídas de

las montañas a lomo de cientos de mulas. En los meses que duró la ocupación extranjera

del puerto sinaloense, el comercio se cuantificó en $3,000,000 y se decía que la aduana

local recaudó para el tesoro de Estados Unidos más de $200,000 al semestre.125

En febrero de 1848 México y Estados Unidos acordaron la paz en condiciones omi-

nosas para el gobierno mexicano y el ejército yankee comenzó su retirada de Mazatlán. La

derrota de México implicó la caída del presidente López de Santa Anna y el final del régi-

men centralista. Triunfó en el país la facción federalista. En Sinaloa el general Téllez, quien

todo ese tiempo había permanecido atrincherado en la sierra y timorato ante los invasores,

fue obligado por las fuerzas republicanas a capitular y a regresarle la gubernatura a los ve-

guistas.126 Entre junio y julio la plaza porteña fue entregada; y la aduana, devuelta a la Ha-

125
DuPont, Extracts, pp. 13-14, 16 y 297; Wise, Los Gringos, pp. 126-128 y 146-147; Santamaría, “El diario”
en Clío, p. 68; y Sánchez Santiró, Las alcabalas, pp. 237-238. En una asamblea pública celebrada por los
ciudadanos porteños en 1848, presidida por los comerciantes y miembros del cabildo de Mazatlán Pedro Ga-
ma y Antonio Aldrete, vagamente se hizo mención de la cuantía de los ingresos locales, los cuales coinciden
con la noción compartida por DuPont meses atrás: “El puerto de Mazatlán que entre otras contribuciones
directas e indirectas, produce cada año más de $100,000, solo en las rentas que se llaman pertenecientes al
Estado […]”. “Espediente Sobre la Exposición del Vecindario del Puerto de Mazatlán al Gobierno del Estado,
Mandado Imprimir de orden de Éste para el Conocimiento del Público [Pedro Gama y Antonio Aldrete,
1848]”, pp. 11-12 citado “Las Pestes” en Lerma Garay, Mazatlán, p. 138.
126
Rafael de la Vega recibió personalmente el cargo en enero, pero pronto lo entregó a sus simpatizantes que
lo detentaron por plazos de meses: José Vasavilbazo, José Rojo y Eseverri y otra vez Pomposo Verdugo en
agosto de 1848. Buelna, Apuntes, pp. 30-32.

279
cienda nacional.127 La planta administrativa se reinstaló como la de 1840 (véase el cuadro

II.4),128 y el arancel de 1845 se restableció para regir el comercio exterior.

Los reportes hacendarios posteriores a la ocupación estadounidense mostraron que el

comercio del puerto de Mazatlán se mantuvo como el más activo de la costa occidental de

México, con secular desnivel entre las recaudaciones tributarias por importación y exporta-

ción en razón de 82% y 18% respectivamente;129 un desbalance que, aunque en diferentes

proporciones, fue común en todos los puertos del país. Pero si bien el patrimonio de los

mercaderes porteños no se vio afectado en tanto que éste fue salvaguardado por sus conna-

cionales y aliados extranjeros, la economía nacional sí resintió haber sido privada de sus

recursos financieros por los intervencionistas durante este periodo aciago.130

Sobre todo, el país enfrentó el cambio radical en la dinámica de la economía interna-

cional a raíz del hallazgo en 1849 de oro en Alta California, que acababa de ser vendida a

Estados Unidos como acuerdo del tratado de paz Guadalupe-Hidalgo. El entusiasmo por la

riqueza que prometía la explotación de este metal atrajo de inmediato hacia la costa oeste

127
Wise zarpó el 17 de junio de 1848 en el último barco que permaneció en la bahía, después de la entrada en
la ciudad del general Negrete. Wise, Los Gringos, p. 278. Mariano Riva Palacio dice que la aduana de Ma-
zatlán fue recibida formalmente el 17 de julio y días después la de Guaymas. Esposición, pp. 12-13. Almonte
dice que el puerto quedó “definitivamente abierto al comercio extranjero por la ley de 24 de noviembre de
1849”. Almonte, Guía, pp. 232-233. La compilación de leyes de Dublán y Lozano no tiene registro de la
mencionada ley.
128
Esposición, p. 108. El soldado estadounidense Wise lamentaba que una vez retirados ellos del puerto, la
aduana volviera a caer en manos de los inmorales empleados mexicanos que hurtaban el dinero público y de
los particulares. Wise, Los Gringos, p. 170. Esta visión de que el gobierno de México estaba invariablemente
conducido por la corrupción era compartida por el cónsul de Inglaterra, el señor Barron. Documento consular
inglés, 1846 citado por Mayo, Commerce, p. 290. En un decidido intento por evitar la expoliación del erario
nacional por parte de los militares, se ordenó que los comandantes generales se abstuvieran de inmiscuirse en
los negocios de la Hacienda Pública. Decreto núm. 3293 de julio 12 de 1849 en Dublán y Lozano, Legisla-
ción, t. V, p. 590. Probablemente fue en obediencia de este decreto que el comandante general de Mazatlán en
1849, Ignacio Inclán, trasladó la guarnición del puerto a la villa de Concordia. Buelna, Apuntes, p. 33.
129
Decreto núm. 3071 de junio 28 de 1848 en Dublán y Lozano, Legislación, t. V, pp. 392-393; y José Ortiz
Monasterio, “Mariano Riva Palacio en el ministerio de Hacienda” en Leonor Ludlow, Los secretarios de
Hacienda y sus proyectos (1821-1933), tomo I, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 2002, p.
233. En el año fiscal 1849-1850 la aduana marítima de Mazatlán reportó 390 transacciones de diversa índole.
Archivo aduanal de Mazatlán revisado por Mayo, Commerce, p. 185.
130
Sánchez Santiró, Las alcabalas, p. 253.

280
norteamericana la fuerza de trabajo y los capitales de inversión mundiales, lo que vino a

modificar el circuito portuario del Pacífico americano y las redes económicas del occidente

mexicano articuladas en la primera mitad del siglo XIX.131

El flujo comercial y migratorio generado en dirección a California apremió al mejo-

ramiento de los medios y vías de comunicación y transporte. Desde 1848 había sido puesta

en marcha una compañía estadounidense de barcos propulsados por vapor (la Pacific Mail

Steamship Co., primera de su tipo en los mares del Pacífico) que hacían la travesía entre

San Francisco y Panamá, donde un ferrocarril cruzaba en pocos días el istmo centroameri-

cano, comunicando así en cuestión de semanas el océano Pacífico con el Atlántico. Este

itinerario era impensable todavía pocos años antes, cuando la ruta intercontinental debía

obligadamente doblar por el cabo de Hornos. San Francisco, receptor de la vigorosa movi-

lización suscitada por la “fiebre del oro”, desplazó categóricamente a Mazatlán de la posi-

ción como principal plaza comercial del Pacífico norte que el puerto sinaloense apenas es-

taba alcanzando cuando sobrevino en él la intervención estadounidense.132 En su lugar el

puerto californiano se convirtió en el mercado portuario más grande de todo el litoral occi-

dental desde el comienzo mismo de la segunda mitad de la centuria (cuadro III.7).

131
Mayo, Commerce, pp. 337 y 344.
132
Busto Ibarra, “El espacio”, pp. 146-169, 252-254 y 451-463.

281
Cuadro III.7. Exportaciones de los puertos mexicanos del Pacífico al puerto de San Francisco, California en
1851.
Puerto de
Puerto de San Blas Puerto de Mazatlán
Guaymas
aparejos agua de limón caña de azúcar
barajas ajo carne seca de puerco
borregos aves de corral chía
botellas inglesas para azogue botas vaqueras chorizo
carne seca de res camarón, camarón seco
cedro cebollas higos
chocolate cerdos
cigarros chales
cobertores chile negro
costales de envoltura espuelas
fideos frenos
frijoles huevos de gallina
higos frescos y secos limones
libros impresos en castellano maíz
limas queso
rebozos de seda y de hilo bolita ostiones pescado fresco y seco
mezcal pollos pavos sillas de montar
naranjas puros
panocha riendas
piezas de lana sarapes
plátano pasado tabaco
Fuente: archivo aduanal de San Francisco consultado por Karina Busto Ibarra, “El espacio del Pacífico mexi-
cano: puertos, rutas, navegación y redes comerciales, 1848-1927”, tesis de doctorado en Historia, México,
Centro de estudios históricos de El Colegio de México, 2008; pp. 217-218.

La transformación del escenario económico global al final de la década de 1840 retrajo la

productividad de la aduana marítima de Mazatlán a un estándar más cercano al que tuvo la

receptoría de San Blas en sus mejores tiempos, que al de las aduanas del golfo de México

con las cuales pudo parear al comienzo de la misma. El hecho de que el puerto de San

Francisco se posicionara como el primer destino de la navegación en el Pacífico norte no

conllevó la subordinación ni mucho menos el abandono del comercio de Mazatlán, sino la

adaptación de los márgenes de operación y ganancia del puerto sinaloense en vista de la

282
aparición de este protagonista en el mercado americano.133 Y si bien los ingresos de la

aduana de Mazatlán habrían de figurar desde entonces debajo del nivel del puerto estadou-

nidense, igualmente se mantendrían sobre el estándar de las demás aduanas mexicanas de la

costa occidental, donde el puerto sinaloense simplemente no tenía comparación (gráfica

III.21).

Gráfica III.21. Ingresos por derechos aduanales de los puertos mexicanos del Pacífico norte del año fiscal de
1848-1849 al de 1850-1851.
350,000

300,000

250,000

200,000

150,000

100,000

50,000

0
1848-1849 1849-1850 1850-1851

Mazatlán San Blas Guaymas Acapulco

Nota. La suma total del ramo de aduanas del año fiscal de 1848-1849 no fue consignado por la fuente.
Fuentes: memorias de Hacienda Pública mexicana de 1851 y 1852.

133
Dentro del escenario del comercio global que fue transformado a raíz de la fiebre del oro, Mayo explica
que la alteración sufrida por el mercado de Mazatlán, el principal en el noroeste del país, debió ser menos
drástica si se toma en cuenta que el intercambio sostenido entre el noroeste de México y la Alta California en
la primera mitad del siglo XIX era poco significativo porque trataba de dos regiones periféricas de la Repúbli-
ca Mexicana y por lo tanto alejadas de la fuerza del Estado. Pero mientras que la California estadounidense se
convirtió después de 1848 en una región de rápido desarrollo perteneciente a un país poderoso, el noroeste de
México permaneció siendo la periferia de un país cuyo poder central incluso estaba bastante debilitado. Si
bien esto no implicaba que el mercado del primero subordinara al del segundo, o que el segundo perdiera su
valor como consecuencia de la fortaleza del primero; lo que sí ya no era posible es que ambos mercados pu-
dieran seguir pareando. Mayo, Commerce, pp. 272-274.

283
La administración fiscal de Mazatlán contabilizó por derechos de importación $305,041:

60% menos que la suma del ramo previa consignada en 1844 (gráfica III.22). Mariano Riva

Palacio, ministro de Hacienda en 1848, había expuesto que a la vista de las complicaciones

económicas que atravesaba el país después del conflicto bélico, aferrarse a la prohibición de

la importación de productos tan valiosos como el algodón traería inevitablemente la ruina

de las fábricas de la nación. Según el artículo 9 del arancel vigente de 1845, la introducción

de algodón en rama estaba vetada salvo permiso extraordinario –invocado formalmente

conforme a decreto en enero 22 de 1846–, por el cual la aduana de San Blas produjo

$71,500 por la importación de esta fibra (45% de sus ingresos en los años fiscales de 1849-

1850 y 1850-1851); siendo el único en tributar por este rubro.134

134
Decreto núm. 2853 de octubre 4 de 1845 en Dublán y Lozano, Legislación, t. V, p. 42; Esposición, pp. 14-
15; y “Número 1. Junta directiva de crédito público. Sección segunda. Tercer año económico de la segunda
época de la federación, corrido de 1° de julio de 1850 a 30 de junio de 1851. Aduanas marítimas y fronterizas.
Estado que manifiesta los productos totales, sueldos y gastos de administración y productos líquidos que re-
sultaron por los derechos de importación, exportación y toneladas, recaudados en el referido año económico”
en Memoria de la Hacienda Nacional de la República Mexicana presentada por el secretario del ramo en
febrero de 1852, México, Imprenta de Lara, 1852, sin página. La compilación de leyes de Dublán y Lozano
no tiene registro del decreto de 1846 mencionado.

284
Gráfica III.22. Ingresos por derechos de importación de las aduanas marítimas mexicanas del Pacífico norte
de 1848-1849 a 1850-1851.
400,000

350,000

300,000

250,000

200,000

150,000

100,000

50,000

0
1848-1849 1849-1850 1850-1851

Mazatlán San Blas Guaymas Acapulco

Nota. El año fiscal de 18489-1849 cubre 18 meses, contantes desde el mes de enero de 1848 hasta el de julio
de 1849. Para las gráficas sucesivas que ilustran este periodo, este rango es tomado en la misma forma.
Fuentes: memorias de Hacienda Pública mexicana de 1851 y 1852; y Mayo, Commerce, p. 189, table 5.19.

A propósito de lo anterior, es posible que el gobernador de Sinaloa Rafael de la Vega, quien

junto con su hermano Francisco era propietario de una fábrica de hilados en Culiacán –una

de las principales fuentes de trabajo de esa ciudad–, hubiese validado la prohibición en el

estado a la introducción del algodón por el puerto de Mazatlán (el cual, de cualquier forma,

no destacaba como un gran importador de dicho género) con la intención de atraerlo hacia

el puerto de Altata que estaba en control del clan y cuya aduana al filo del medio siglo in-

gresó un total de $30,000; y perjudicar con ello las finanzas del grupo antagónico de los

mercaderes mazatlecos.135 Con todo, las mayores contribuciones entre los puertos del Pací-

135
Sinaloa: el drama (Nakayama, 1975) compilado en Ortega y López Mañón, Sinaloa, t. 1, p. 289. La adua-
na marítima de Altata no exhibe ingresos por importación de algodón en los años fiscales de 1849-1850 y

285
fico siguió entregándolas Mazatlán, lo que se vio reflejado en su remesa de 1% a la impor-

tación: sumó en el lapso $36,570, muy superiores que los $10,324 redituados entre las otras

tres aduanas del Pacífico norte.

En 1851 el movimiento portuario de Mazatlán registró una cantidad sin precedente de

41 navíos internacionales, inducida seguramente por la extensión del circuito comercial

hacia San Francisco. Este número está muy por encima de las veintenas que a arribar a este

puerto en las décadas pasadas. Fueron 16 barcos estadounidenses, 8 ingleses, 5 franceses, 5

hamburgueses, 3 bremenses, 3 daneses y 1 sardo.136 Por consiguiente, la tributación por

tonelaje en el puerto sinaloense tuvo un crecimiento significativo en comparación con los

pasados años (gráfica III.23).

1850-1851; pero al igual que los otros puertos, pesaban sobre éste muchas denuncias de contrabando. Véanse
algunas cifras relativas al movimiento marítimo del puerto de Altata en el año natural de 1851 en Almonte,
Guía, pp. 553-576.
136
Die wirtschaftlichen (Dane, 1971) citado en Radkau et al., “Capital” en Von Mentz et al., Los pioneros, p.
129. Almonte dice de un número extraordinario de 125 barcos extranjeros y 14 nacionales (139 en total) in-
gresados al puerto de Mazatlán en 1851: segundo en afluencia detrás de Acapulco, con 205 embarcaciones.
Ambas cantidades rompen por completo con la tendencia de la primera mitad del siglo XIX hasta aquí descri-
ta; pero coinciden con las cifras mencionadas por el funcionario Lerdo de Tejada. Cfr. Almonte, Guía, p. 557;
y “Número 42. Noticia de los buques que de procedencia extranjera llegaron a los puertos de la República
Mexicana en 1851, con espresión de las naciones a que pertenecían, puertos en que entraron y toneladas que
medían, tomada del informe que dio la Junta de crédito público” en Miguel Lerdo de Tejada (1853), Comer-
cio exterior de México: desde la Conquista hasta hoy, México, Banco Nacional de Comercio Exterior, 1967,
sin página.

286
Gráfica III.23. Ingresos por derechos de tonelaje de las aduanas marítimas mexicanas del Pacífico norte en
1849-1850 y 1850-1851.
16,000

14,000

12,000

10,000

8,000

6,000

4,000

2,000

0
1849-1850 1850-1851

Mazatlán San Blas Guaymas Acapulco

Fuentes: memorias de Hacienda Pública mexicana de 1851 y 1852.

La jerarquía entre los importadores de Mazatlán cambió después del conflicto bélico y la

bonanza de los negocios en California. La empresa De la Torre & Jecker –los principales

prestamistas de México– se ubicó como la mayor del puerto, con una ganancia muy supe-

rior a la de sus competidores, mas no tan grande como la que en su mejor momento llega-

ron a tener el señor Nicol y la comunidad de mercaderes alemanes que a mitad de la década

eran líderes, pero que ahora venían a menos.137 Tampoco tan grande como los dividendos

que percibió en 1848 el mayor consignatario del gremio de Tepic, la firma Barron & Forbes

($164,707), la cual probablemente se valió de su posición diplomática para encumbrar su

negocio a pesar de los trastornos del país.138

137
La firma Uhde & Pini se disuelve en 1846 y de inmediato Gustavo Uhde se une a los hermanos Haas. La
firma Kunhardt & Ewald se trasladó a Guadalajara en 1847 después de la guerra. Documentos notariales de
Sinaloa, 1843 y 1849 citados en Martínez Peña, “Historia”, p. 37.
138
En segundo lugar estaba el alemán H. J. Blume & Co. con $82,000; y en tercero Carlos Castaños (antes
miembro de la disuelta sociedad Aguirre & Castaños) con $8,617. Jecker, de Mazatlán, reconocía en privado

287
Por otra parte, aparece en esta élite el comerciante y cónsul español Martín Echegu-

ren de la Quintana, partícipe en dos negocios regulares; mientras que Julio Lomer, separado

en 1845 de Julio Copmann, se asoció con los empresarios en ascenso Enrique y Jorge Mel-

chers, oriundos de Bremen, para fincar en Mazatlán una de las casas mejor relacionadas a

nivel internacional además de continuar con su giro original en la transportación de cabota-

je;139 negocio en el que también seguían en 1850 otros alemanes como el señor Wesche y la

empresa Kunhardt & Ewald, además de Antonio Vico, comerciante de origen filipino asen-

tado en el puerto en 1844 (cuadro III.8).140 La suma por internación colectada en la aduana

de Mazatlán fue por mucho la mayor de la región (gráfica III.24).

Cuadro III.8. Capital de los empresarios de Mazatlán en 1849.


Casa comercial $
Isidoro de la Torre, Juan Jecker & Co. 101,090
Juan Moeller & Co. 34,895
Martín Echeguren & Juan Antonio Redonet 34,637
Julio Lomer & Enrique y Jorge Melchers 27,292
Martín Echeguren 26,081
J. Wilhelmy 13,749
Juan Youn 10,690
Teodoro y Enrique Kunhardt & Eduardo Ewald 4,913
Tomás Mott & Carlos Talbot 1,115
Nota. En 1848 la compañía Kunhardt & Ewald era acreedora de un adeudo de $14,845, que de haber sido
cobrado a tiempo hubieran incrementado su capital efectivo a casi $20,000.
Fuentes: Martínez Peña, “Historia”, p. 95; y Mayo, Commerce, p. 184, table 5.18.

estar dispuesto al tráfico ilegal con tal de maximizar sus ganancias. Documento aduanal de San Blas, 1848
citado en Mayo, Commerce, pp. 54-55, 182 y 327, table 5.16.
139
La sucursal de Melchers en el puerto estaba relacionada con firmas de la ciudad de México, Valparaíso,
Londres, Hamburgo y Bremen. Documentos notariales de Sinaloa de 1844 y 1846 citados en Martínez Peña,
“Historia”, p. 63; e Ibarra Bellón, El comercio, p. 393, cuadro 109. No obstante, la antología de Melchers
Sucs. elaborada por la propia empresa no da cuenta de esta asociación. Melchers, p. 7.
140
Documentos notariales de Sinaloa citados por Martínez Peña, “Historia”, pp. 46 y 93, cuadro 4; y “Eche-
guren y de la Quintana, Martín” y “Vico, Antonio” en Cole Isunza, “Diccionario”, pp. 70 y 291.

288
Vinculado al derecho de internación estaba el impuesto de 2% de avería, que en 1849 fue

reincorporado formalmente en la miscelánea fiscal en 1849 después de una excepcional

aparición en 1843 para apoyar a los gastos de la apertura del camino Mazatlán-Durango. En

los casos singulares del puerto sinaloense y de San Blas se instó precisamente a que esta

utilidad se invirtiera en la construcción del camino carretero entre Guadalajara y dichos

puertos.141 En los años fiscales de 1849-1850 y 1850-1851 la aduana de Mazatlán redituó

$73,153, cantidad que es entre nueve y quince veces más que las de las otras receptorías

marítimas de la región: San Blas, $7,831; Guaymas, $5,962 (únicamente en el año 1849-

1850); y Acapulco, $4,984. En el mismo lapso, los derechos municipales del puerto sina-

loense rindieron una ganancia de casi $900 a promedio anual de $450; mientras que los

otros puertos apenas si sumaron entre todos $250.

Gráfica III.24. Ingresos por derechos de internación de las aduanas marítimas mexicanas del Pacífico norte
en 1849-1850 y 1850-1851.
90,000

80,000

70,000

60,000

50,000

40,000

30,000

20,000

10,000

0
1849-1850 1850-1851

Mazatlán San Blas Guaymas Acapulco

Fuentes: memorias de Hacienda Pública mexicana de 1851 y 1852.

141
Decreto núm. 3266 de mayo 21 de 1849 en Dublán y Lozano, Legislación, t. V, p. 568.

289
El gobierno mexicano se mostró dispuesto a convalidar la abolición que los intervencionis-

tas estadounidenses habían resuelto con anterioridad de las alcabalas y en general de toda la

estructura coercitiva detrás de las contribuciones al comercio interior. Para compensar la

pérdida de tan importante ingreso, a semejanza del modelo fiscal extranjero se contemplaba

reforzar las contribuciones directas, no obstante que el Estado todavía no contaba con pa-

drones fiables que lo hicieran posible. Se temía, por otra parte, que en ausencia de un sis-

tema de aduanas y contrarresguardos que protegiera la circulación mercantil, el contraban-

do y el fraude fueran indetenibles.142 En los años fiscales comprendidos entre 1849 y 1851

la aduana de Mazatlán presentó por comisos y multas al comercio ilegal una suma de

$11,273;143 que era mínima para el total recaudado por el país en ese lapso ($630,000) e

igualmente lo era en comparación con el registro del mismo puerto de Sinaloa antes de la

guerra. Los otros puertos del Pacífico no lo hicieron mejor: Acapulco remesó $10,000 y

Guaymas y San Blas, cuentas insignificantes.

Las autoridades sinaloenses parecieron simpatizar inicialmente con el proyecto de ex-

tinción de alcabalas; pero tal parece que esta intención nunca se concretó. El marino Henry

Wise atestiguó que durante el pacto celebrado en Presidio en marzo de 1848 para poner fin

a la invasión de Sinaloa, la representación local súbitamente se negó a cancelar el impuesto

alcabalatorio no obstante que la comitiva estadounidense se había ofrecido a devolver el

142
Sánchez Santiró, Las alcabalas, pp. 229-238 y 252-253. Como ha sido expuesto en el capítulo 1, se sabe
de la existencia de un padrón de Mazatlán que podría datar de entre 1849 y 1852, pero el documento está
reservado en un archivo particular y no se permite su consulta.
143
Se detalla que $649 de este total lo fue por el ramo de 2% sobre comisos para hospitales de caridad; siendo
la aduana de Mazatlán la única entre las del Pacífico en aportar al respecto de un total nacional de $1,533.
“Número 37. Segundo año económico de la segunda época de la federación, corrido de 1° de julio de 1849 a
30 de junio de 1850. Dos por ciento para hospitales con arreglo al decreto de 19 de febrero de 1845” en Me-
moria de la Hacienda Nacional de la República Mexicana presentada por el secretario del ramo en julio de
1851, México, O’Sullivan y Nola impresores, 1851, sin página.

290
producto de los derechos comerciales cobrados durante su ocupación del puerto de Ma-

zatlán y así resarcir las arcas públicas del estado, agotadas después de la guerra.144

La despreciada gabela, por lo tanto, habría de conservarse –por lo menos a título lo-

cal– para disgusto de los importadores, que aguardaban confiados una decisión favorable

para enviar a Durango por menor costo mercancía largamente almacenada; y el repudio en

el puerto no tardó en manifestarse. A finales de 1848 hubo un gran tumulto en el puerto

exigiendo no sólo la derogación de las alcabalas sino que también del derecho de consumo,

de la introducción de moneda y de la libre importación de tabaco; todo a lo cual el cabildo

municipal supuestamente cedió,145 pero no se conocen documentos que lo constaten.

Las memorias hacendarias de los años inmediatamente posteriores a la guerra contra

Estados Unidos no dan cuenta del ramo de alcabalas en ese periodo. Sin embargo, la adua-

na marítima de Mazatlán continuó rindiendo las mayores sumas entre los puertos del Pací-

fico por contribuciones indirectas y por un margen amplísimo. Los derechos de conducta –

como también empezaron a ser llamados los impuestos a la introducción de moneda– rin-

dieron utilidades un poco superiores a las de comienzos de la década (gráficas III.25 y

III.26). Por derechos de tornaguía el puerto sinaloense ingresó $959 contra $314 de San

Blas; por préstamos, $40,104 contra $3,000 de Guaymas; y por suplementos, $14,000 con-

tra nada de los demás puertos.146

144
Wise, Los Gringos, pp. 177-178.
145
Buelna, Apuntes, pp. 32-33; y Moisés González Navarro, Anatomía del poder en México 1848-1853, Mé-
xico, El Colegio de México, 1977, p. 270.
146
Algunas de estos derechos como los comisos, 2% de hospitales y el municipal habían dejado de ser trata-
dos propiamente como ramos del erario porque se les comenzó a ver más bien como subproductos de otros
impuestos. Se desconoce a qué se refiera por la contribución denominada “suplementos”. Memoria (1852),
pp. 188-190.

291
Gráfica III.25. Ingresos por derechos de introducción de monedas de las aduanas marítimas mexicanas del
Pacífico norte del año fiscal de 1849-1850 al año natural de 1851.
30,000

25,000

20,000

15,000

10,000

5,000

0
1849-1850 1850-1851 1851

Mazatlán San Blas Guaymas Acapulco

Notas. 1849-1850 y 1850-1851. Los montos se representan según las cifras expuestas por la memoria de Ha-
cienda de los años correspondientes. 1851. Los montos se representan según las cifras expuestas por Almonte.
Las cifras no incluyen un monto de $50,000 causados de una suma de $203,000 que no fueron cobrados por-
que existía una confusión entre si habían sido derechos de circulación de moneda o de exportación; y si co-
rrespondían a la aduana de Mazatlán o a la de San Blas. Otros puertos en el Pacífico mexicano que también
contribuyeron por este derecho (no considerados en las sumas de la gráfica) fueron Manzanillo, $4,796; y
Altata, $1,170.
Fuentes: memorias de Hacienda Pública mexicana de 1851 y 1852; y Juan N. Almonte (1852), Guía de foras-
teros y repertorio de conocimientos útiles, México, Instituto Mora, 1997, pp. 575-576.

Gráfica III.26. Proporción de monedas introducidas al puerto de Mazatlán en el año 1851 según el tipo del
metal.
1% Total: $609,521

99%
plata acuñada

oro acuñado

Fuentes: Almonte, Guía, pp. 560-567.

292
Los ingresos por exportación de Mazatlán cayeron en más de $100,000 con respecto a los

de un lustro atrás. El desplome de este ramo en los demás puertos luce menos dramático

porque las recaudaciones en ellos de cualquier modo ya eran pequeñas desde la década an-

terior (gráfica III.27).

Gráfica III.27. Ingresos por derechos de exportación de las aduanas marítimas mexicanas del Pacífico norte
de 1848-1849 a 1850-1851.
60,000

50,000

40,000

30,000

20,000

10,000

0
1848-1849 1849-1850 1850-1851

Mazatlán San Blas Guaymas Acapulco


Fuentes: memorias de Hacienda Pública mexicana de 1851 y 1852.

La naturaleza de las exportaciones regionales no cambió: la plata fue el fruto mayor de-

mandado. Según la marina británica, entre $6,115,300 y poco más de $6,700,000 de plata

fueron cargados en los puertos del Pacífico de 1848 a 1849; pero no se refiere cuánto en

cada uno.147 Pero a diferencia del pasado, las exportaciones lo fueron casi por completo de

147
Archivo de British Foreign Office citado por Mayo, Commerce, p. 411, table A.1; e Ibarra Bellón, El co-
mercio, pp. 549-550, cuadro 126. Por el puerto de San Blas se exportó en 1848 $1,661,831 de plata acuñada a
Inglaterra y $9,400 a Perú. Documento aduanal de San Blas revisado por Mayo, Commerce, p. 183, table
5.17.

293
metal amonedado y no en puro. En noviembre 5 de 1846 la extracción de metales sin acu-

ñar fue prohibida,148 y con esto la regalía de la que disfrutaban los puertos de Mazatlán y

Guaymas desapareció; si bien el segundo habría de conservar autorización para hacer por lo

menos otras dos exportaciones de plata pasta conforme a la cuota de 9.5% por el arancel de

1845 (la primera en el año fiscal de 1849-1850 con contribución de $27,000; la segunda,

cuya remesa es desconocido pero su valor pudo haber estado calculado en $107,587, en el

año natural de 1851) por no existir todavía para el final de la década la casa de la moneda

antelada en Hermosillo que era imprescindible para atender a esta voluntad.149 Como en

Culiacán sí se había podido fundar en 1846 la ceca proyectada, desde entonces los mineros

de Sinaloa habrían quedado conminados a presentar en ella los caudales para amonedación

antes de su extracción (gráficas III.28 y III.29).

148
Lerdo de Tejada, Comercio, p. 45. La compilación de leyes de Dublán y Lozano no da cuenta de ninguna
orden alusiva en la fecha referida.
149
Almonte, Guía, p. 572. Véase también el decreto núm. 4067 de octubre 18 de 1853 en Manuel Dublán y
José María Lozano, Legislación mexicana o colección completa de las disposiciones legislativas expedidas
desde la independencia de la república, tomo VI, México, Imprenta del Comercio, 1877, p. 714.

294
Gráfica III.28. Ingresos por derechos de exportación de plata y oro acuñados o labrados de las aduanas marí-
timas mexicanas del Pacífico norte de del año fiscal de 1848-1849 al año natural de 1851.
30,000

25,000

20,000

15,000

10,000

5,000

0
1848-1849 1849-1850 1850-1851 1851
Mazatlán San Blas Guaymas Acapulco

Notas. Las sumas integran los derechos en cuotas de 2%, 3.5% y 4.5%. 1848-1849, 1849-1850 y 1850-1851.
Los montos se representan según las cifras expuestas por la memoria de Hacienda de los años correspondien-
tes. Las sumas del año fiscal de 1848-1849 no fueron consignadas. La suma de Mazatlán del año fiscal de
1850-1851 incluye un monto de $1,034 de oro acuñado, que a su vez significó casi el total nacional de este
rubro. 1851. Los montos se representan según las cifras expuestas por la Junta directiva de crédito público
citadas por Almonte. Las cifras no incluyen un monto de $50,000 causados de una suma de $203,000 que no
fueron cobrados porque existía una confusión entre si habían sido derechos de circulación de moneda o de
exportación; y si correspondían a la aduana de Mazatlán o a la de San Blas. Otros puertos en el Pacífico que
también contribuyeron por este derecho (no considerados en las sumas de la gráfica) fueron Manzanillo,
$8,394; y Altata, $329.
Fuentes: memorias de Hacienda Pública mexicana de 1851 y 1852; y Almonte, Guía, pp. 575-576.

Gráfica III.29. Proporción de monedas exportadas del puerto de Mazatlán en el año natural de 1851 según el
tipo del metal.

2.4%
Total: $763,346

97.5% plata acuñada y labrada

oro acuñado o labrado

Nota. 0.5% de la plata exportada fue labrada y quintada. La proporción no alcanza a verse representada en la
gráfica.
Fuentes: Almonte, Guía, pp. 568-576.

295
No obstante su reubicación en el mapa del comercio internacional, la aduana de Mazatlán

era tenida todavía a mitad de siglo como la tercera mayor tributaria de México detrás de las

de Veracruz y Tampico. Sus aportaciones al erario federal por esta actividad económica y

los distintos ramos correlacionados se calculan, según el balance hacendario de la época, en

10% del ramo de 1% de importación, 7% del de avería, 13% por impuestos a la circulación

de moneda y 12% por derechos de consumo de efectos extranjeros;150 y es un hecho que su

posición como entrepôt en el noroccidente del país no tenía disputa.

Semejantes índices justifican la proposición hecha por Ramón Malo, jefe de la aduana

de Mazatlán de 1851 a 1852, de que a la administración en cuestión se le declarara como

aduana de primera clase y en puerto de depósito.151 La nación, sin embargo, atravesaba

entonces por una etapa difícil: sus recursos estaban acabados tras la guerra contra Estados

Unidos, y su gobierno se encontraba cada vez más debilitado por la insurgencia de las élites

en provincia que presagiaban el pronto final del segundo federalismo mexicano.

150
González Navarro, Anatomía, p. 269.
151
Malo, Diario, t. I, p. 367.

296
CAPÍTULO IV

ESTABLECIMIENTO DE MAZATLÁN COMO CENTRO COMERCIAL EN LA


SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XIX

1. Una plaza mercantil vasta y diversa, 1852-1862.

Los años que marcan la mitad del siglo XIX fueron ciertamente complicados en el aconte-

cer de Sinaloa. A mediados de 1849 había muerto Rafael de la Vega, el considerado pa-

triarca del clan veguista. Con su fallecimiento no solamente su familia sino que también la

fuerza política de Culiacán se quedaron acéfalas.1 Luego, epidemias de cólera asolaron el

territorio sinaloense en 1849 y 1851, siendo la segunda la que arrebató la vida al goberna-

dor en turno José María Gaxiola.2 En enero de 1852 el hermano de don Rafael, Francisco

de la Vega, tomó el gobierno de Sinaloa en lugar del fenecido Gaxiola y juró una nueva

constitución estatal de corte liberal que, en materia fiscal, tendía a la aplicación de los im-

puestos directos y a la supresión de los indirectos.3

El gremio de mercaderes de Mazatlán cuestionó el imperativo de desaparecer las al-

cabalas dado el escaso valor que éstas representaban para las arcas estatales; y repudió en

cambio la imposición de las contribuciones directas porque en gran medida éstas habrían de

recaer sobre sus industrias y comercios aparte de los derechos usuales que ya pagaban por

1
Sinaloa: el drama y sus actores (Antonio Nakayama, 1975) en Sergio Ortega y Edgardo López Mañón
(compiladores), Sinaloa, textos de su historia, tomo 1, México, Gobierno del estado de Sinaloa-Dirección de
Investigación y Fomento de la Cultura Regional-Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, 1987,
p. 288.
2
La epidemia de cólera de 1849 se presentó en Mazatlán y el sur de Sinaloa en los meses de octubre y no-
viembre. La de 1851 aconteció a mediados de año en el centro y norte del estado, durante la cual murió el
gobernador Gaxiola el 19 de julio; y tuvo un rebrote en Mazatlán en septiembre. Eustaquio Buelna, Apuntes
para la historia de Sinaloa, México, Departamento Editorial de la Secretaría de Educación, 1924, pp. 34-35.
3
Héctor Olea, Sinaloa a través de sus constituciones, México, Universidad Nacional Autónoma de México,
1985, pp. 145-151.

299
la importación y exportación.4 Algunos de los mercaderes más prominentes de su tiempo

como Lino Arizqueta, Manuel Cabezut, Rafael Esquerro, Doroteo y Juan Gavica, Antonio

González, Ignacio Herrera, Ignacio Lerdo de Tejada, Francisco Pérez Bustamante, Agapito

Somellera y los cónsules de Francia y España Pedro Fort y Martín Echeguren respectiva-

mente,5 instigaron un motín que se extendió al mes de mayo y que el ayuntamiento presidi-

do entonces por Miguel Zires no podía apaciguar; lo que demandó la presencia en Mazatlán

del gobernador de la Vega acompañado de la milicia estatal para buscar la conciliación de

intereses o para imponer el orden.6 El administrador de la aduana del puerto Ramón Malo

(1851-1852) señaló a propósito de esta pugna que “Mazatlán lleva años de ser el juguete de

los comerciantes avecindados allí, y lo será mientras no se tomen medidas para escarmentar

a los principales”.7

En una historia conocida y vuelta a contar, en julio del mismo año el capitán del puer-

to Pedro Valdés tomó prisioneros al comandante general Ramón Morales y al propio don

Francisco, que se vieron ultimados a negociar su libertad y sus vidas en condiciones des-

honrosas. Después, el capitán se autoproclamó comandante de Sinaloa e inminentemente

expulsó al jefe de Hacienda del estado Juan López Portillo y al de la aduana local Juan Rá-

bago para ocuparse en persona de los derechos a cobrar de varios barcos mercantes próxi-

mos a llegar al puerto.8 El presidente Mariano Arista reaccionó al acto ordenando la clausu-

4
Esta postura y el conflicto consecuente fueron similares a los sucedidos con los comerciantes del puerto de
Veracruz entre 1849 y 1852. Ernest Sánchez Santiró, Las alcabalas mexicanas (1821-1857). Los dilemas en
la construcción de la Hacienda nacional, México, Instituto Mora, 2009, pp. 252-253.
5
Buelna, Apuntes, pp. 36-37.
6
“La asonada de Mazatlán” en periódico El Siglo Diez y Nueve, número 1300, tomo 6, México, julio 21 de
1852, pp. 2-3. Meses antes de este evento, en febrero de 1852, en Sonora los hacendados habían protestado en
contra de la intención de los comerciantes mazatlecos de dejar de importar harina de Guaymas y empezar a
hacerlo del extranjero, pues la medida dañaría fuertemente la economía del estado sonorense. Moisés Gonzá-
lez Navarro, Anatomía del poder en México 1848-1853, México, El Colegio de México, 1977, p. 271.
7
José Ramón Malo, Diario de sucesos notables, tomo I, México, Patria, 1948, p. 369.
8
Buelna, Apuntes, pp. 36-37; y Malo, Diario, t. I, p. 370.

300
ra del puerto hasta que los insurrectos fueran sometidos, para que no pudieran contraban-

dear mientras durara la asonada.9

Tal y como lo decía el ministro de Hacienda Manuel Payno (1850), en Mazatlán ya

era costumbre que la guarnición local se pronunciara a la llegada de los buques mercantes,

y una vez introducido el contrabando, los rebeldes huyeran o se indultaran.10 La táctica era

considerada como absurda porque la nación no contaba con fuerza naval para oponer blo-

queos marítimos. La marina mexicana “[…] se eleva hoy [1854] a cuatro navíos de los cua-

les uno solo, una goleta, fue construido para buque de guerra. Los otros tres son barcos de

comercio alquilados a los comerciantes, sus propietarios; armados con algunas malas piezas

de artillería de pequeño calibre”.11 De todas maneras la orden parece no haberse ejecutado

en vista de que los disidentes de Sinaloa y el gobierno federal pronto llegaron a entendi-

miento.12

Aunque fracasaron en su intento de escindir de Sinaloa al partido de Mazatlán y con-

vertirlo en una entidad autónoma; para asegurase el poder recién usurpado, Valdés y sus

aliados se adhirieron en septiembre de 1852 al plan de Hospicio que fue proclamado en

Guadalajara en contra de la presidencia de Arista y que exigía la vuelta al poder de Antonio

López de Santa Anna. Francisco de la Vega, cuya hueste había podido reagruparse tras su

liberación, fue derrotado terminantemente en marzo de 1853 por la milicia reclutada por el

9
Decreto núm. 3684 de julio 30 de 1852 en Manuel Dublán y José María Lozano, Legislación mexicana o
colección completa de las disposiciones legislativas expedidas desde la independencia de la república, tomo
VI, México, Imprenta del Comercio, 1877, p. 237.
10
González Navarro, Anatomía, p. 271.
11
André LeVasseur (México, octubre 28 de 1852; y México, diciembre 29 de 1852) en Lilia Díaz, Versión
francesa de México. Informes económicos 1851-1867, I, México, Secretaría de Relaciones Exteriores, 1974,
pp. 137-138; y Philippe Martinet (Mazatlán, marzo 14 de 1854) en Lilia Díaz, Versión francesa de México.
Informes económicos 1851-1867, II, México, Secretaría de Relaciones Exteriores, 1974, pp. 17-18.
12
Se ordenó en cambio el cierre del puerto de Altata por considerársele innecesario para el comercio de alta-
mar dado que el de Mazatlán ya estaba habilitado para el mismo fin. Decreto núm. 3753 de febrero 22 de
1853 en Dublán y Lozano, Legislación, t. VI, p. 316.

301
grupo mazatleco y su patrimonio en Culiacán fue destruido. Las instituciones gubernativas

fueron trasladadas de la ciudad capital al puerto y el comandante Valdés se apoderó así de

la máxima investidura de Sinaloa.13

En abril de 1853 López de Santa Anna asumió otra vez la presidencia de México y

reorientó la nación de nuevo hacia el centralismo, lo que vino a legitimar el posicionamien-

to que los disidentes de Mazatlán habían conseguido por la fuerza de las armas. Así, la aso-

nada en el puerto, una más entre los disturbios que habían proliferado en el interior de la

República en rechazo de las contribuciones directas y del proyecto federalista en general,

derivó en Sinaloa en un golpe de estado.14 Tres mandatarios se sucedieron en el transcurso

de un año, entre mediados de 1853 y mediados de 1854: los comandantes Pedro Valdés

(dos veces), José María Yánez y Pedro Díaz Mirón.15

En marzo de 1854 había estallado la revolución de Ayutla del caudillo suriano Juan

Álvarez en contra del gobierno santannista, que tomaba tintes dictatoriales. El pronuncia-

miento fue rechazado convenientemente por la oligarquía mazatleca, que en el mes de julio

fue favorecida por la designación de gobernador en el estado del general Miguel Blanco,

hermano del ministro de guerra del dictador. Pero su impostura desató en la entidad el en-

frentamiento entre bandos; y al igual que el combate que se sostenía en el escenario nacio-

nal, el doméstico pronto se inclinó a favor de la causa liberal: en agosto de 1855 López de

Santa Anna fue forzado a abandonar la presidencia y Blanco fue compelido a entregar el

gobierno de Sinaloa al licenciado Pomposo Verdugo, quien ahora comparecía como parti-

13
Buelna, Apuntes, p. 37; Sinaloa: el drama (Nakayama, 1975) en Ortega y López Mañón, Sinaloa, t. 1, p.
290; y González Navarro, Anatomía, pp. 274-275.
14
Sánchez Santiró, Las alcabalas, pp. 253-254.
15
Desde el retorno del régimen centralista, por lo menos en el caso de Sinaloa los comandantes generales
recuperaron su atribución como gobernadores del estado. Buelna, Apuntes, p. 40.

302
dario del triunfador Álvarez.16 Pero si bien el llamado plan de Ayutla tuvo la capacidad de

catalizar el descontento de la burguesía y del pueblo para derrocar la dictadura en ciernes,

no tenía una dirección política clara, lo que a mediano plazo habría de llevar al Estado a

una crisis institucional que desembocó en una guerra intestina: la Guerra de Reforma.17

Aunque la experiencia de las pasadas décadas había demostrado que ni los conflictos

bélicos con el extranjero ni la definición del nuevo orden económico mundial habían cau-

sado tanto agravio a las finanzas mexicanas como la imposibilidad de las autoridades re-

gionales –cuanto más en los puertos, los “nidos de pronunciamientos” señalados por

Wood– para conducir un gobierno disciplinado, capaz de instituir una administración firme

y un régimen fiscal estable; el escenario político en la presente no fue, sin embargo, distin-

to: en el primer lustro de los cincuentas el gobierno experimentó con un arancel diferente

prácticamente cada año.

Después de un intento malogrado de adherirse en 1851 al arancel Ávalos, 18 el gremio

de mercaderes de Mazatlán había suscrito en enero de 1853 el código comercial promovido

por el presidente interino Juan Bautista Ceballos (predecesor en el Ejecutivo mexicano de

López de Santa Anna), cuyo objetivo central era derogar el impedimento prevaleciente a la

introducción de algodón.19 Pero tan sólo seis meses después, en junio de 1853, el arancel

16
Buelna, Apuntes, pp. 41-43.
17
Sánchez Santiró, Las alcabalas, p. 265.
18
El arancel Ávalos fue una normativa de carácter regional, promovido en la frontera noreste de México por
el general Francisco Ávalos en septiembre de 1851, el cual permitía la importación libre o rebajada del algo-
dón y otros productos prohibidos o encarecidos en el arancel nacional de 1845. Los comerciantes de Mazatlán
intentaron sin éxito validar esta ley también en su territorio, con el propósito de rebajar los precios del merca-
do local en beneficio de sus negocios. González Navarro, Anatomía, p. 273; y Miguel Lerdo de Tejada
(1853), Comercio exterior de México: desde la Conquista hasta hoy, México, Banco Nacional de Comercio
Exterior, 1967, p. 37.
19
Decreto núm. 3745 de enero 24 de 1853 en Dublán y Lozano, Legislación, t. VI, pp. 306-307; y Lerdo de
Tejada, Comercio, p. 38. Más que un reglamento mercantil formal, el arancel Ceballos solamente propugnaba
la modificación del arancel de 1845 relativa al comercio del algodón. Patricia Galeana, El imperio napoleóni-
co y la Monarquía de México, México, Senado de la República-Gobierno del Estado de Puebla-Siglo XXI,
2012, p. 41.

303
Ceballos fue remplazado por uno afín a los intereses del bando centralista que recién se

había hecho del poder; el cual añadió gravámenes y modificó las cuotas vigentes.20

En medio de esta vacilación legal, los barcos dejaron de llegar al puerto sinaloense

por petición de sus propios consignatarios, pues éstos temían que sus importaciones acaba-

ran encarecidas, multadas o en el peor de los casos confiscadas. La delicada situación del

comercio exterior repercutió en las ganancias de los mercaderes a la vez que privaba a la

tesorería nacional de los ingresos que se captaban por esta actividad en la jefatura hacenda-

ria del departamento;21 pero no fue impedimento para que la aduana siguiera siendo víctima

de eventual expoliación y los comerciantes sujetos a empréstitos forzosos. En Mazatlán,

convertido entonces en capital de Sinaloa, el gobernador Valdés fue señalado por hostigar a

los negocios locales para que lo financiaran –se denuncia, por ejemplo, que la casa francesa

Patte & Co. fue una de los más perjudicadas–; y Blanco por adeudar entre $26,000 y

$35,000 saqueados de los fondos públicos de la municipalidad (cuadros IV.1 y IV.2).22

20
Decreto núm. 3879 de junio 1 de 1853 en Dublán y Lozano, Legislación, t. VI, pp. 463-503. El art. 158 del
arancel de 1853 consentía que en los puertos rigiera el arancel de 1845 (emitido durante un gobierno igual-
mente centralista) mientras se normalizaba la implementación del vigente. Pero según se explica, este ate-
nuante posibilitó a los comerciantes porteños a escoger las bases fiscales con las que quisieran que sus com-
pras y ventas fueran cotizadas –por tarifa o por aforo– y gravadas –las actuales o las anteriores– para su parti-
cular conveniencia y en detrimento de las contribuciones públicas. Memoria presentada al Exmo. Sr. Presi-
dente sustituto por el C. Miguel Lerdo de Tejada de la marcha que han seguido los negocios de la Hacienda
Pública, en el tiempo que tuvo a su cargo la secretaría de este ramo, México, Imprenta de Vicente García
Torres, 1857, p. 14.
21
Hacienda nacional restableció las jefaturas hacendarias departamentales a la sazón de las que habían fun-
cionado en tiempos del primer centralismo (conforme al decreto núm. 1855 de abril de 1837); con lo cual se
eliminó formalmente, de paso, la figura de la comisaría general. Decreto núm. 4071 de octubre 20 de 1853 en
Dublán y Lozano, Legislación, t. VI, p. 716. Se sabe que en 1856 el jefe de Hacienda de Sinaloa era Vicente
Daza. Memoria de Hacienda por el C. Manuel Payno, México, Imprenta de Ignacio Cumplido, 1857, p.
LXVII.
22
Martinet (Mazatlán, junio 5 de 1853; Mazatlán, noviembre 16 de 1853; y Mazatlán, marzo 19 de 1855) en
Díaz, Versión [económicos], II, pp. 9-10, 13 y 50-51; Martinet (Mazatlán, abril 14 de 1856) en Díaz, Versión
[económicos], II, pp. 66-68; Luis Servo, “Apuntes estadístigos [sic.] del puerto de Mazatlán en el año de
1854” en Boletín de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística de la República Mexicana, tomo VII,
México, imprenta de A. Boix, 1859, p. 335; Memoria [Lerdo de Tejada] (1857), p. 35; y Memoria [Payno]
(1857), pp. 27-28.

304
Cuadro IV.1. Rentas del gobierno federal en el departamento de Sinaloa en el año de 1854.
Ramo $ %
Derechos de importación calculados según las tarifas de 1854 y sus
modificaciones, de 1853 y 1845 y sus modificaciones; sobre la suma 459,959 82
de $1,269,062.
Derechos de 1% de importación por el arancel de 1854 y reformas. 13,202
Derechos de 1% de importación por el arancel de 1853. 3,190
Derechos de 2% de avería por el arancel de 1853. 6,382
Derechos de 2% de avería por el arancel de 1845 y reformas. 26,410 5
Derechos de exportación a la plata acuñada a 6%; sobre una suma de
23,365 4
$389,420.
Derechos de exportación al oro acuñado a 3%; sobre la suma de
1,200
$4,000.
Impuesto sobre fincas urbanas [o producto de los derechos de hipo-
2,667
tecas].
Impuesto sobre fincas rústicas. inexistente
Producto de los impuestos sobre giros mercantiles. 3,188
Producto de los impuestos sobre establecimientos industriales. 1,383
Producto de los impuestos sobre las profesiones lucrativas. 1,146
Producto de los impuestos sobre sueldos y salarios. 2,281
Producto del correo entre noviembre 1 de 1853 y octubre 30 de 1854. 11,271
Producto del papel sellado en los últimos 12 meses. 4,141
Producto de los naipes en los últimos 12 meses. 1,565
Producto de los pasaportes y cartas de seguridad. -
Producto de los impuestos sobre los objetos al lujo. 390
Total 561,740 100
Notas. 1. La información de la tabla se basa en la monografía de Mazatlán realizada por Luis Servo para la
Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, pero las notas subsiguientes contrastan algunos de sus datos
con los reportados por el cónsul de Francia en Mazatlán Philippe Martinet en su informe sobre el estado eco-
nómico del puerto, el cual pudo haber servido como base para el elaborado por Servo. No obstante que el
propósito, la temporalidad y la composición de ambos informes son los mismos, difieren en algunas cifras y
rubros. Esto puede deberse a la fecha en la que uno y otro fueron presentados: el de Martinet lo fue en marzo
de 1855 y el de Servo en noviembre del mismo año pero publicado hasta 1859. 2. El monto por derechos de
importación consignado por Martinet es $20,000 menor que el reportado por Servo. Las tarifas de importación
aludidas de 1854 se refieren a una normativa comercial de breve aplicación ese año conocida como “código
de Lares” en honor a su promotor, el ministro de justicia Teodosio Lares. El código fue articulado conforme a
los intereses del régimen centralista recién formalizado por el presidente López de Santa Anna; pero tan luego
como éste fue depuesto al año siguiente y se reinstauró el federalismo, el código de Lares fue descartado y se
retomaron las bases del arancel de 1853. Decreto núm. 4243 de mayo 16 de 1854 en Manuel Dublán y José
María Lozano, Legislación mexicana o colección completa de las disposiciones legislativas expedidas desde
la independencia de la república, tomo VII, México, Imprenta del Comercio, 1877, pp. 94-198; y “Código de
Lares” (consultado en noviembre de 2019 en
https://sociedadesmercantilesunivia.wordpress.com/2014/10/28/codigo-de-lares/). El caudal sobre el cual se
causan los derechos de exportación de plata según Martinet es $4,000 mayor que el consignado por Servo. El
monto por derechos de exportación de oro mencionado en Martinet ($21,200) probablemente es erróneo. 3.
Martinet no registra sumas por ninguno de los dos ramos de avería ni por los dos de 1% de importación. En
cambio, sí consigna un producto de $2,780 por el ramo de pasaportes y cartas de seguridad que no fue consi-
derado entre los rubros listados por Servo. 4. Martinet advierte que “No están incluidos en el producto de los

305
derechos precedentes el derecho de anclaje percibido sobre los navíos a razón de $1 y 6 reales [$1.80] por pie
sobre la línea de flotación. Este derecho se paga dos veces, a la entrada y a la salida del navío. En ninguna
parte la administración ha dado lo producido en el año, tampoco lo del tonelaje que se percibe a razón de $1 y
4 reales [$1.50] por tonelada, pero solamente una vez a la entrada”. 5. La suma total que se muestra original-
mente en Servo ($101,786) no consideró la suma por derechos de importación. En esta tabla se corrige dicha
omisión, dando por resultado el que aquí se presenta. La suma total presentada por Martinet es casi $46,000
menor. Fuentes: Philippe Martinet (Anexo. Notas estadísticas de 1854 sobre población, administración, co-
mercio, industria, presupuesto, etc., de Mazatlán. Mazatlán, marzo 3 de 1855) en Lilia Díaz, Versión francesa
de México. Informes económicos 1851-1867, II, México, Secretaría de Relaciones Exteriores, 1974, p. 46; y
Luis Servo, “Apuntes estadístigos [sic.] del puerto de Mazatlán en el año de 1854” en Boletín de la Sociedad
Mexicana de Geografía y Estadística de la República Mexicana, tomo VII, México, imprenta de A. Boix,
1859, pp. 330 y 334-335.

Cuadro IV.2. Renta de la municipalidad de Mazatlán en el año de 1854.


Producto
Ramo Impuesto Consumo anual %
anual ($)
Derechos percibidos sobre el consumo de efectos
13c. por bulto 2,000 7
extranjeros.
Derechos percibidos sobre el consumo de efectos
7c. por bulto 2,103 7.5
nacionales.
Derechos percibidos sobre los bueyes y vacas. $1.25 por cabeza 3,650 cabezas 4,562 14
Derechos percibidos sobre los cerdos. 50c. por cabeza 2,500 cabezas 1,250
Derechos percibidos sobre los carneros. 13c. por cabeza 800 a 850 cabezas 100
Derechos percibidos sobre los licores espirituosos. 2,164 7.5
Producto del arriendo de los mercados. 4,000 14
Derechos percibidos sobre los permisos para diversio-
nes públicas. 3,850 13.5
Derechos percibidos sobre licencias para juegos per-
mitidos. 144
Derechos percibidos sobre las carretas. 80c. por carreta 240 unidades 180
Producto del impuesto sobre fiel contraste (sistema
128
de pesas y medidas).
Monto de las multas infligidas por contravenciones a
1,948 7
los reglamentos de policía.
Producto de los diversos impuestos percibidos sobre
6,000 21
evaluaciones.
Total 28,467 100
Notas. 1. Las tarifas impositivas son señaladas originalmente en reales. El bulto sujeto a gravamen tiene un
peso de 8 arrobas, o lo que es lo mismo, 92 kilogramos. La conversión de unidades fue hecha con base en
Araceli Ibarra Bellón, El comercio y el poder en México, 1821-1864: la lucha por las fuentes financieras
entre el Estado central y las regiones, México, Fondo de Cultura Económica, 1998, pp. 456 y 458, apéndice I.
2. La información mostrada por la tabla está basada en el informe de Martinet, pero las notas subsiguientes
contrastan algunos de sus datos con los reportados por Servo. 3. La fuente no especifica la razón del ramo de
derechos sobre las cabezas de ganado, pero éstos probablemente estén relacionados o con su degüello en el
rastro o con su introducción en pie para su venta en el mercado local. La suma que Martinet consigna como
producto de los derechos sobre licores, Servo lo registra como producto de los derechos sobre el alumbrado.
Se desconoce a qué se refiera la fuente por impuestos sobre evaluaciones. 4. Servo no registra sumas por los
productos del arriendo de mercados ni de los impuestos por evaluaciones. En consecuencia, la suma total
presentada por Martinet es $10,000 mayor. Fuentes: Martinet (Anexo) en Díaz, Versión [económicos], II, p.
46; y Servo, “Apuntes” en Boletín, t. VII, pp. 334-335.

306
A pesar de todo, la producción de la aduana de Mazatlán franqueó a la segunda mitad del

siglo XIX con el mismo cariz que tuvo durante la primera –con las importaciones formando

el grueso de sus contribuciones–; y en 1855, en plena crisis de la segunda etapa centralista,

la administración del puerto recaudó por derechos comerciales $900,000 que resulta ser el

tercer monto más elevado en su historial fiscal ($250,000 menos de la cantidad tope alcan-

zada en 1844); lo que demuestra una extraordinaria recuperación del punto más bajo afron-

tado por la economía local hasta entonces, entre 1849 y 1852, que fueron justamente los

años en que el comercio marítimo sufrió los problemas que ya han sido mencionados (grá-

fica IV.1).23 Esta suma, sin embargo, debió ser apenas suficiente para cubrir los adeudos de

diferente índole que pesaban sobre la oficina mazatleca y sobre el gobierno mexicano en

general, pues dadas las penurias financieras por las que pasaba el país en esta etapa, se dice

que las aduanas exteriores tuvieron que ser hipotecadas en más de $740,000 (cuadro

IV.3).24

23
En general, México tuvo en 1855 un periodo de recuperación económica que se vio reflejado en la funda-
ción de empresas mercantiles en Veracruz y en el restablecimiento de vínculos comerciales con España. Óscar
Cruz Barney, El comercio exterior de México, 1821-1928. Sistemas arancelarios y disposiciones aduanales,
México, Universidad Nacional Autónoma de México, 2005, p. 94. Ninguno de estos dos sucesos tienen espe-
cial relación con el caso de Mazatlán, por lo que el devenir del puerto sinaloense puede exponerse como un
ejemplo más a instancias de la misma explicación.
24
Alexis de Gabriac (México, enero 15 de 1857) en Lilia Díaz, Versión francesa de México. Informes diplo-
máticos 1853-1858, volumen primero, México, El Colegio de México, 1963, p. 383.

307
Gráfica IV.1. Ingresos por derechos aduanales de los puertos mexicanos del Pacífico norte del año de 1853-
1854 al primer semestre del año natural de 1857. Montos en pesos.
1,000,000

900,000

800,000

700,000

600,000

500,000

400,000

300,000

200,000

100,000

0
1853-1854 1855 1° sem. 1856 1° sem. 1857

Mazatlán San Blas Guaymas Acapulco

Notas. 1. La fuente no especifica si el rango de 1853-1854 corresponde a un año fiscal de 18 meses o al pe-
riodo de dos años naturales. Sí menciona que el rango de 1855 se trata de un año natural; y que los años natu-
rales de 1856 y 1857 son considerados parcialmente, sólo en su primer semestre. Para las gráficas sucesivas
que ilustran este periodo, estos rangos son tomados en la misma forma. 2. La suma de 1853-1854 está asenta-
da erróneamente en la fuente en “$515,881”, siendo correcta la suma de $572,451 resultante de multiplicar los
montos presentados por la propia fuente. La gráfica considera la suma corregida. 3. Las sumas parciales del
semestre de 1856 y el de 1857 fueron presentadas en términos de un total conjunto a la sazón de un año fiscal
en la antología incluida dentro de la memoria hacendaria de 1870. Para la elaboración de esta gráfica no fue
considerada como tal y se apeló a su presentación por separado conforme a la fuente de su tiempo.
Fuentes: Martinet (Anexo) en Díaz, Versión [económicos], II, pp. 43 y 46; Servo, “Apuntes” en Boletín, t.
VII, pp. 330 y 334; y memorias de Hacienda Pública mexicana de 1857 (Lerdo de Tejada y Payno).

308
Cuadro IV.3. Acreedores y adeudos de la aduana marítima de Mazatlán de 1855 a 1856.
Acreedor Razón Orden de pago ($) Adeudo ($)
Juan Temple Ayutla 202,500 202,500
Alsuyeta, Huarte & Co. Ayutla 36,078 36,078
varios Ayutla 19,608 19,608
préstamos en Guaymas al
José Calvo 16,110 16,110
general Blanco
Vicente G. Torres impresiones 14,714 14,714
Guillermo Miller flete del buque “Desterrado” 11,930 6,789
Basavilbazo y hermanos Ballingall Thomson 10,600 921
arrendamiento de la casa de la
Juan Potts 10,000 10,000
moneda de Chihuahua
Custodio Souza Ayutla 6,585 6,585
varios sueldos 5,000 5,000
Mariano Ortiz de Montellano sueldos 3,879 3,379
agencia del Ministerio de Fomento suplementos a la aduana 3,476 3,476
Martín Echeguren, Joaquín de la
suplementos a la aduana 3,300 2,992
Quintana & Co.
sueldos para ir al gobierno de
José de la Bárcena 2,000 2,000
Durango
Ladislao Guzmán suplementos a la aduana 1,800 1,800
Pedro Echeverría sueldos 1,570 600
Joaquín Moreno sueldos 950 950
Bartolo Cabrera sueldos 765 565
Manuel Medina sueldos 400 400
Total 351,165 333,971
Nota. La fuente no explica a qué se refiere por “Ayutla”. Probablemente se trate de préstamos hechos a título
particular para financiar el movimiento insurgente acaudillado por el general Juan Álvarez, que llevaba ese
nombre. Lo mismo en el caso de “Ballingall Thomson”, debe tratarse de un adeudo al almacén comercial de
Kelly, Ballingall & Co.
Fuente: Memoria de Hacienda por el C. Manuel Payno, México, Imprenta de Ignacio Cumplido, 1857, pp.
XVII-XVIII.

El alza del producto aduanal Mazatlán exhibida en el año natural de 1855 no es, en aparien-

cia, sostenida en los ingresos brutos de los años subsiguientes. Pero esto se debe a que la

compilación de las memorias hacendarias de 1856 y 1857 se hizo de manera parcial, sola-

mente de los primeros seis meses de uno y otro año debido al desorden en que se hallaban

los archivos de esta dependencia después de haber pasado por la dimisión sucesiva de los

309
presidentes López de Santa Anna y Álvarez en 1855;25 el cambio de aranceles federales en

1853 y 1856;26 y la dirigencia de dos ministros en el mismo año de 1857, Miguel Lerdo de

Tejada y luego Manuel Payno, lo que dio lugar a dos informes. Pero la antología de Ha-

cienda Pública compendiada en la memoria institucional de 1870 describe este par de se-

mestres que originalmente fueron consignados por separado en términos de un año econó-

mico común (el año 1856-1857, correspondiente al 32° fiscal), cuya suma del ramo en el

puerto sinaloense es de $885,386: una cantidad que replica la del año natural de 1855.27

Contrario al caso de Mazatlán, en las aduanas de San Blas y Guaymas el sesgo tribu-

tario a la baja parece más realista. El comercio de San Blas se tambaleó irremediablemente

cuando en 1856 el gobernador de Jalisco, Santos Degollado, expulsó de Tepic a los señores

Barron y Forbes, provocando la decadencia de una de las más grandes compañías del país.28

El puerto de Guaymas, del que se esperaba el mayor progreso de entre todos los del Pacífi-

co mexicano de haberse concretado la construcción de un ferrocarril que cruzaría desde el

sur de Estados Unidos hasta esta salida al mar, fue saqueado en 1856 por los indios ya-

quis.29

La consignación de los derechos por importación no fue desglosada; aunque la irregu-

laridad en la normativa fiscal de todos modos produjo recaudaciones aisladas por los géne-

ros específicos. Por la introducción de algodón en rama, una remesa de $21,871 de la adua-

25
Memoria [Payno] (1857), pp. 5 y 17.
26
Decreto núm. 4632 de enero 31 de 1856 en Manuel Dublán y José María Lozano, Legislación mexicana o
colección completa de las disposiciones legislativas expedidas desde la independencia de la república, tomo
VIII, México, Imprenta del Comercio, 1877, pp. 42-94.
27
Memoria de Hacienda y Crédito Público correspondiente al cuadragésimo quinto año económico, México,
Imprenta del Gobierno, 1870, p. 455.
28
Barron se radicó en Mazatlán ese mismo año y Forbes se marchó enfermo a Estados Unidos. Martinet (Ma-
zatlán, febrero 18 de 1856; y Mazatlán, junio 16 de 1856) en Díaz, Versión [económicos], II, pp. 64 y 72-73;
y de Gabriac (México, enero 15 de 1857) en Díaz, Versión [diplomáticos], v. primero, p. 381.
29
No se da mayor detalle de dicho proyecto ferroviario. J. S. Morentrout (Monterey, Cal., noviembre 15 de
1853) y de Gabriac (México, enero 15 de 1857) en Díaz, Versión [diplomáticos], v. primero, pp. 83 y 383.

310
na de San Blas en 1855; y por la de tabaco, una de $706 de la de Mazatlán en 1856 (gráfica

IV.2). El comercio del algodón había sido liberado por el art. 19 del arancel de 1853, a $3

por cada 45 kilogramos30 y su importación hacía tiempo que significaba una valiosa fuente

de ingresos para la aduana del puerto jalisciense. El tabaco labrado había sido re-estancado

en 1853 y no podía traficarse por el interior del país en cargamentos de más de $200 de

valor.31 El registro de los derechos de 1% a la importación disponible para el ano natural de

1855 coincide con la tendencia del ramo en general: la aduana de Mazatlán por $22,400; la

de San Blas por poco menos de $18,000; y las de Guaymas y Acapulco poco más de $6,000

entre ambas.

Gráfica IV.2. Ingresos por derechos de importación de las aduanas marítimas mexicanas del Pacífico norte de
1853-1854 a 1857.
500,000

450,000

400,000

350,000

300,000

250,000

200,000

150,000

100,000

50,000

0
1853-1854 1855 1° sem. 1856 1° sem. 1857
Mazatlán San Blas Guaymas Acapulco
Fuentes: Martinet (Anexo) en Díaz, Versión [económicos], II, p. 43; Servo, “Apuntes” en Boletín, t. VII, p.
330; y memorias de Hacienda Pública mexicana de 1857 (Lerdo de Tejada y Payno).

30
Decreto núm. 3879 de junio 1 de 1853 en Dublán y Lozano, Legislación, t. VI, p. 477.
31
Decreto núm. 4027 de septiembre 9 de 1856 en Dublán y Lozano, Legislación, t. VI, p. 665.

311
A raíz de la transformación sucedida en el sistema portuario del Pacífico al final de los años

cuarenta, el puerto de Mazatlán se convirtió en la principal escala comercial en México de

la ruta de navegación hacia San Francisco; y únicamente por el lapso en que el puerto sina-

loense fue presa de la rebeldía de los militares, en los primeros dos años de los cincuentas,

fue que el puerto de San Blas se destacó como proveedor del puerto californiano.32 Se sabe

que entre 1852 y 1853 20 barcos de más o menos 100 t. hicieron viaje entre Mazatlán y San

Francisco, cargando desde Sinaloa con la variedad de alimentos y enseres listados en el

cuadro III.7 y retornando de California con lastre y mercaderías de poco valor, aunque ma-

yormente transportaban pasaje: multitudes que se embarcaban en Mazatlán con la ilusión de

hacerse ricos en la aventura californiana. “Esta navegación se sostiene sólo por el dinero de

los pasajeros que vienen en gran número del interior a embarcarse aquí y que pagan siem-

pre muy caro el derecho de estar, muy mal, a bordo de malas barcas”.33

[…] [Edwin Allen] Sherman fue hacia el capitán del barco [Fanny], de apellido Du
Brodt, y convinieron en llevar a todos los hombres de la Camargo Company [compa-
ñía gambusina de menos de 40 personas que Sherman agrupó en Filadelfia en 1849]
hasta San Francisco por [$3,600]. […]
Pronto el Fanny estaba atestado por el gentío deseoso de convertirse en gambusino
[y viajar a] a San Francisco. […] Sherman acudió al capitán Du Brodt para quejarse
ya que, decía, parecía iban a ser transportados como ganado y no como personas. Y
[…] obtuvo del capitán un descuento del 50% del precio de sus pasajes.
Sherman y sus hombres, en compañía de Du Brodt, fueron a los alrededores de
Mazatlán para hacerse de avituallamiento. Fue así que subieron al Fanny 13 cerdos,
32
A mitad del siglo XIX 60% de los bienes exportados a San Francisco lo fueron por el puerto de San Blas y
40% lo fueron por el puerto de Mazatlán. Inés Herrera Canales, “Comercio y comerciantes de la Costa del
Pacífico mexicano a mediados del siglo XIX” en revista Historias, núm. 20, México, Dirección de Estudios
Históricos del Instituto Nacional de Antropología e Historia, abril-septiembre de 1988, pp. 130-131. No se
especifican los años en que esta dinámica se manifestó, ni por cuánto tiempo lo hizo. Se asume que debió
serlo por un periodo muy breve, pues el flujo de contribuciones de la década muestra con claridad la superio-
ridad de Mazatlán en todos los ámbitos.
33
Martinet (Mazatlán, junio 18 de 1853) en Díaz, Versión [económicos], II, pp. 11-12; y Busto Ibarra, “El
espacio”, p. 410.

312
20 cabezas de ganado vacuno, 40 cabezas de entre borregos y cabras, además de 250
pollos. Adivinando que el viaje no sería muy placentero, Sherman ordenó a cada uno
de sus hombres almacenar en sus camas 12 kg. de pan.
El lunes 23 de abril [de 1849] casi 450 personas salieron de Mazatlán a bordo del
Fanny con rumbo a San Francisco. Las previsiones de Sherman fueron correctas ya
que la comida pronto escaseó y a las tres semanas de viaje los pasajeros sufrían racio-
namiento, por lo que comenzaron a fraguar un motín. No obstante, el 24 de mayo si-
guiente llegaron sanos y salvos a su destino.34

En el año de 1853 el tráfico portuario en Mazatlán registró 74 movimientos (entradas y

salidas) cargando en total con 26,346 t. de mercancía; tráfico que se incrementa en 1854 a

87 vueltas, aunque con un volumen poco menor. Llama la atención que de entre las embar-

caciones involucradas en 1854, solamente 3 hayan hecho el intercambio con el puerto de

San Francisco, mientras que poco más de una decena seguía interactuando mayormente con

los puertos ingleses, entre las que se cuentan tres vueltas a Liverpool y una a Falmouth.

Valparaíso y Paita recibieron las salidas hacia Sudamérica, mientras que todo el cabotaje de

este año se dirigió a los embarcaderos locales de La Paz, Altata y Navachiste (cuadro IV.4).

34
Antonio Lerma Garay, Mazatlán decimonónico, Mazatlán, edición del autor, 2005, pp. 25-26. El precio del
pasaje de Mazatlán a San Francisco debió ser de menos de $125, ya que esta cantidad era el costo total de la
travesía entre Camargo, Chihuahua y el puerto de California por vía de la costa sinaloense. Karina Busto
Ibarra, “El espacio del Pacífico mexicano: puertos, rutas, navegación y redes comerciales, 1848-1927”, tesis
de doctorado en Historia, México, Centro de estudios históricos de El Colegio de México, 2008, pp. 92-93.
Los costos son presentados originalmente en dólares. La conversión de unidades fue hecha con base en Ibarra
Bellón, El comercio, p. 455, apéndice I.

313
Cuadro IV.4. Movimiento portuario de altamar en Mazatlán en el año de 1854.

Inglaterra

Hamburgo

México

Chile

Dinamarca

EUA

Perú

Bremen

Italia
Entradas: 48 vueltas; 12,873 toneladas
Francia

Génova Salidas: 39 vueltas; 10,572 toneladas


China

0 5 10 15 20 25
Entradas Salidas

Nota. La información mostrada por la tabla está basada en el informe de Servo. Martinet difiere con respecto
al número de barcos movilizados, señalando 94; y la cantidad integral de toneladas, afirmando casi 94,000 t.
Martinet (Mazatlán, enero 6 de 1855) en Díaz, Versión [económicos], II, pp. 27-30.
Fuente: Servo, “Apuntes” en Boletín, t. VII, pp. 331-332.

La cantidad de navíos que circularon por los puertos del Pacífico norte entre 1853 y 1857 es

dudosa porque las fuentes disponibles registran números contrastantes. En lo que coinciden

es en que la cantidad aumenta drásticamente de 1855 en adelante. Antes del año citado las

cifras son menores de 10 barcos, y después de dicho año, mayores de 20; lo mismo en el

puerto de Mazatlán (un total de entre 90 y 136 barcos en este periodo; 55 en salida) que en

el de San Blas (128 en total).35 El derecho de tonelaje era cobrado a $1.50 por tonelada

(gráfica IV.3).

35
Archivo de British Foreign Office revisado por Araceli Ibarra Bellón, El comercio y el poder en México,
1821-1864: la lucha por las fuentes financieras entre el Estado central y las regiones, México, Fondo de
Cultura Económica, 1998, pp. 384 y 391, cuadros 101 y 108.

314
Gráfica IV.3. Ingresos por derechos de tonelaje de las aduanas marítimas mexicanas del Pacífico norte en el
año natural de 1855 y el primer semestre del de 1856. Montos en pesos.
2,000

1,800

1,600

1,400

1,200

1,000

800

600

400

200

0
1853-1854 1855 1° sem. 1856 1° sem. 1857

Mazatlán San Blas Guaymas Acapulco

Nota. La fuente no aclara si la valoración está hecha en pesos mexicanos o en reales. Se asume que lo fue en
reales porque ésta era la tarifa en que tradicionalmente se cuantificaba dicho impuesto. La conversión de uni-
dades fue hecha con base en Ibarra Bellón, El comercio, p. 455, apéndice I.
Fuente: memoria de Hacienda Pública mexicana de 1857 (Lerdo de Tejada).

Por otra parte, el cónsul inglés Eustaquio Barron decía que la creciente población de Cali-

fornia no representaba necesariamente mayores ventas para los comerciantes de México,

pues la variedad de productos que éstos podían proveer eran ofrecidos igualmente por los

otros países que también tenían presencia en el mercado californiano; o porque el naciente

vecindario en la costa oeste estadounidense tenía la capacidad de abastecerse de su propio

suelo y tendía a convertirse en una comunidad autosuficiente.36 Pero la demanda laboral en

los placeres auríferos era incesante y requería ser cubierta con celeridad tanto con provisio-

nes como con trabajadores. La cercanía del abundante mercado mexicano puso a este país

36
Documentos consulares ingleses, 1852-1854 citados en John Mayo, Commerce and Contraband on Mexi-
co’s West Coast in the Era of Barron, Forbes & Co., 1821-1859, New York, Peter Lang Publishing, 2006, pp.
267-268 y 273-274; y Busto Ibarra, “El espacio”, p. 109.

315
en posición de ser un proveedor indefectible para California, adonde con frecuencia se en-

viaron barcos con capacidad de almacenaje menor a las 150 t. llenos de insumos, a la vez

que se trasladaron a cientos de hombres ansiosos por incorporarse a las faenas mineras.37

No obstante la relación comercial nacida entre ambas naciones a partir de la fiebre del oro,

Inglaterra permanecía como el primer socio mercantil de Mazatlán (gráfica IV.4).

Gráfica IV.4. Valor y procedencia de las importaciones del puerto de Mazatlán del año 1852 a 1856. Montos
en pesos.
2,500,000

2,000,000

1,500,000

1,000,000

500,000

0
1852-1853 1853 1854 1855 1856

Inglaterra ciudades hanseáticas EUA Francia otros países

Notas. 1. Las fuentes no especifican si los rangos de 1852-1853 y el de 1853 corresponden a un año fiscal,
años naturales o periodos semestrales. Los montos correspondientes al año 1852-1853 son presentados origi-
nalmente en francos; y los del año 1853, en libras. La conversión de unidades fue hecha con base en Ibarra
Bellón, El comercio, p. 455, apéndice I. 2. Servo presenta un total común a los años de 1853 y 1854 de
$1,269,062 (no considerada en la elaboración de esta gráfica), que es $2,520,000 menor que el resultado de la
suma de los montos correspondientes expuestos por esta gráfica. Servo, “Apuntes” en Boletín, t. VII, p. 330.
3. 78% ($1,700,000) de la suma del año de 1854 correspondiente a otros países es señalada como importacio-
nes procedentes de Europa y el resto como importaciones procedentes del Pacífico americano. 1853. Los
montos se representan según las cifras expuestas por el cónsul inglés Eustaquio Barron. 1852-1853, 1854,
1855 y 1856. Los montos se representan según las cifras expuestas por el cónsul francés Philippe Martinet.
Fuentes: Martinet (Mazatlán, junio 18 de 1853; Mazatlán, enero 6 de 1855; Mazatlán, enero 16 de 1856; y
Mazatlán, enero 4 de 1857) en Díaz, Versión [económicos], II, pp. 11-12, 27-30, 61-63 y 81-83; y documento
consular inglés, 1854 citado en John Mayo, Commerce and Contraband on Mexico’s West Coast in the Era of
Barron, Forbes & Co., 1821-1859, New York, Peter Lang Publishing, 2006, pp. 265-266, table 6.2.

37
Herrera Canales, “Comercio” en Historias, p. 131.

316
Es difícil exponer el estado del comercio exterior de Mazatlán en este periodo. No se hicie-

ron compilaciones singulares de carácter oficial, por lo que la actividad tiene que ser descri-

ta a partir de un conjunto de reportes consulares heterogéneos (principalmente franceses),

en los cuales los plazos y unidades de cuantificación utilizados, así como la información

seleccionada, responden al interés de los gobiernos servidos; sin pasar por alto el hecho que

los comerciantes solían tratar de manera discrecional con los empleados o rendir cuentas

falsas con tal de eludir al fisco. No es posible por lo tanto uniformar criterios, sino brindar

valores aproximados.38

El valor de la importaciones mantuvo una media de $1,756,000 por año, buenos para

poco más de $600,000 en derechos aduanales según lo visto en el cuadro IV.1. No fue con-

siderada en esta proporción una suma de $500,000 de mercancía que se perdió en una tor-

menta ocurrida en junio de 1855.39 Las manufacturas de algodón formaban todavía el grue-

so de las importaciones de Inglaterra por el puerto Mazatlán ($670,000 en 1853; contra

$462,500 importados por San Blas).40 De hecho las introducciones hechas por Estados

Unidos y Chile –licorería casi en su totalidad– también lo eran de efectos ingleses almace-

nados en los puertos americanos.41 La miscelánea de importaciones francesas comprendía

artículos de París, mercería, pasamanería, relojería, quincallería fina y corriente, telas de

lana, casimires y merinos, muselinas y telas pintadas de Alsacia, sedas, papeles, muebles,

38
Martinet (Mazatlán, junio 18 de 1853; y Mazatlán, enero 25 de 1854) en Díaz, Versión [económicos], II,
pp. 11-12 y 15-16. Se desconocen los informes comerciales de los países que hacían negocios con Mazatlán
de menor cuantía tales como Chile, China, España, Suiza o Bélgica.
39
Martinet (Mazatlán, enero 16 de 1856) en Díaz, Versión [económicos], II, pp. 61-63.
40
El valor de las sumas se presenta originalmente en libras. Documento consular inglés de 1854 citado en
Mayo, Commerce, p. 264, table 6.1. La conversión de unidades fue hecha con base en Ibarra Bellón, El co-
mercio, p. 455, apéndice I.
41
Martinet (Mazatlán, enero 6 de 1855) en Díaz, Versión [económicos], II, pp. 27-30; e Ibarra Bellón, El
comercio, p. 390, cuadros 105 y 106.

317
bisutería y otros objetos de lujo.42 Contrario a la importancia que, en retrospectiva, el polí-

tico Eustaquio Buelna atribuía a las importaciones de China, en los años cincuenta éstas

apenas merecieron mención en dos ocasiones:43 una vez entre los años de 1852 y 1853 por

una gran suma de $300,000 en sedas, muebles y objetos de marfil; y la otra en 1856 por un

valor menor de $50,000 (gráfica IV.5 y cuadro IV.5).44

Gráfica IV.5. Proporción del valor de las importaciones al puerto de Mazatlán de 1852 a 1856 según su pro-
cedencia.

Total: $8,780,000

33% 40%

Inglaterra
ciudades hanseáticas
10% EUA
14%
Francia
3%
otros países

Fuentes: gráfica IV.4.

42
Martinet (Mazatlán, enero 16 de 1856) en Díaz, Versión [económicos], II, pp. 61-63.
43
Eustaquio Buelna señaló la gran aportación que en las décadas de 1860 y 1870 había hecho el comercio con
China al crecimiento de San Francisco, puerto que le había desplazado de la preferencia para el intercambio
con América. Consideraba deseable por lo tanto que Mazatlán recuperara el mercado asiático que en la prime-
ra mitad del siglo explotó pobremente (no obstante que, como aquí se argumenta, este comercio no parece
haber sido tan significativo); y que con éste, pudiera vivificarse la economía de Sinaloa y México que él con-
sideraba que estaba en decadencia. Eustaquio Buelna, Compendio histórico, geográfico y estadístico del esta-
do de Sinaloa por el Licenciado Eustaquio Buelna, México, Imprenta y Litografía de Ireneo Paz, 1877, pp.
44-45. Lo anterior obliga a señalar la imprecisión de afirmar que Mazatlán sufriera un declive económico
como consecuencia directa de la prosperidad que San Francisco logró gracias al comercio con Asia que antes
estuvo destinado a Sinaloa; pues ambos fenómenos no coinciden en el tiempo; pues las alteraciones en los
indicadores del comercio exterior del puerto sinaloense en esta época debieron responder más bien a afecta-
ciones de tipo político o administrativo, pues en lo tocante a la economía, Mazatlán más bien da muestras de
haber tenido un reordenamiento de su posición dentro del escenario mercantil regional e internacional. Cfr.
Karina Busto Ibarra, “Mazatlán: estructura económica y social de una ciudad portuaria, 1854-1869” en Ma-
nuel Miño Grijalva (coordinador), Núcleos urbanos mexicanos siglos XVIII y XIX. Mercado, perfiles socio-
demográficos y conflictos de autoridad, México, El Colegio de México, 2006, pp. 304-305.
44
El valor de las sumas se presenta originalmente en francos. Martinet (Mazatlán, junio 18 de 1853; y Ma-
zatlán, enero 4 de 1857) en Díaz, Versión [económicos], II, pp. 11-12 y 81-83. La conversión de unidades fue
hecha con base en Ibarra Bellón, El comercio, p. 455, apéndice I.

318
Cuadro IV.5. Valor de las mayores importaciones del puerto de Mazatlán en el año de 1856.
Producto $
telas de algodón 600,000
telas de hilo 280,000
telas de seda 100,000
vinos, aguardientes, licores 100,000
ultramarinos 25,000
quincallería fina 20,000
mercería 20,000
quincallería corriente 15,000
artículos de mueblaje 10,000
juguetes, confitería, artículos diversos 10,000
artículos de droguería 5,000
hierro trabajado 3,000
hierro común 2,000
Total 1,190,000
Fuente: Martinet (Mazatlán, enero 4 de 1857) en Díaz, Versión [económicos], II, pp. 81-83.

Barron decía que era una “peculiaridad de los negocios hechos en los puertos mexicanos

del Pacífico que los mercaderes [fuesen] generalmente grandes importadores que reciben de

una vez todo un cargamento de considerable valor.” Se desconoce la capacidad financiera

de los mercaderes mazatlecos en este periodo, aunque a juzgar de la magnitud de los tratos

que efectuaban, un agente inglés en el puerto señaló con algo de exageración que “Debido

al gran capital requerido para solventar los negocios, aquí no hay comerciantes de segunda

clase como en otros puertos comerciales. El comercio está confinado a unas pocas casas

extranjeras […]”; siendo las alemanas las más estables.45

En 1854 la ciudad de Mazatlán tenía 138 establecimientos del giro comercial: 8 eran

grandes casas de importación, casi todas extranjeras; había 2 negocios mayoristas de mer-

cería ostensiblemente de primera calidad y otras 16 tiendas vendían al menudeo ropa y aba-

45
Documento consular inglés, 1857 citado en Mayo, Commerce, pp. 174-175; y de Gabriac (México, enero
15 de 1857) en Díaz, Versión [diplomáticos], v. primero, p. 383.

319
rrotes de primera clase; y 57 locales eran de productos de segunda clase sin aclaración de la

diferencia entre la primera y la segunda clase (cuadro IV.6).

Cuadro IV.6. Comercios existentes en la ciudad Mazatlán en 1854.


Giro Cantidad
tienda al por menor, abarrotes de 2° clase y mercerías 57
casas de importación o almacenes de efectos 8
tiendas de ropa al por menor y de telas de Madrás 8
tiendas de maíz al por menor o maicería 8
panadería 8
cafés y billares 8
tiendas al por menor, abarrotes de 1° clase 6
estanquillos 6
restaurantes o fondas 5
tienda de juguetes 4
farmacia o botica 3
cobertizo para el servicio de los arrieros o pajería 2
casas de quincallería al por mayor o almacenes de mercería 2
baños públicos 2
casas de banco y comisión o escritorios para almacenar efectos 2
hoteles o mesones 2
juego de bochas o boliches 2
tienda y almacén de productos químicos y farmacéuticos 1
taberna o bodegón 1
Monte de Piedad o casa de empeño 1
carnicería 1
sala de subastas o venduta pública 1
Total 138
Notas. La información mostrada por la tabla está basada en el informe de Martinet, pero las notas subsiguien-
tes contrastan algunos de sus datos con los reportados por Servo. Martinet enumeró las panaderías entre los
establecimientos de artes y oficios. Servo los clasificó como comercios. Servo, por su parte, no señala la exis-
tencia de tiendas de juguetes. Contó una pajería más y un boliche menos. Fuentes: Martinet (Anexo) en Díaz,
Versión [económicos], II, pp. 41-42; y Servo, “Apuntes” en Boletín, t. VII, pp. 329-330.

Uno de los mayores negocios de su tiempo en la plaza, si no es que el principal de todos

ellos, era el de los hermanos Melchers. Fungían como representantes de compañías extran-

jeras y nacionales para la importación y exportación, como prestamistas locales y como

fiadores de marineros, realizaban operaciones bancarias, tenían inversiones en la minería y

en 1853 se hallaban a la espera del finiquito de una transacción valorada en más de

320
$25,000; un monto parecido al ingreso municipal anual de Mazatlán. La compañía de Wöh-

ler & Bartning era otra de las de capital alemán que participaban en los mismos giros.46

Además de los Melchers, entre los comerciantes porteños de las décadas pasadas refe-

ridos todavía en la de 1850 se encuentran el señor Moeller, la empresa de de la Torre &

Jecker y la Echeguren, Quintana & Co. De Martín Echeguren y su compañía se sabe que

entre los años de 1850 y 1851 rentaron al gobierno una flota de pailebots y vapores en

$24,000; en 1853 se hallaban en litigio por la pérdida de $4,300 en mercadería comisada; y

que de 1851 a 1858 realizaron operaciones hipotecarias por una total de $28,464.47 Entre

los nuevos negociantes en el vecindario mazatleco aparecieron Gustavo Farber, Vicente

Laveaga, Dionisio Rivas, Adolfo Thomalen, la empresa de los hermanos Fonton, la de los

hermanos Igual, las casas Echenique, Peña & Co., Kelly, Miztle & Co., Germán Barton &

Co. y Storzel & Joaquín Redo.48 La sociedad del ecuatoriano Liberato Alzúa y el prusiano

Enrique Dorn se dedicaba a la importación de harina de Guaymas y al crédito mercantil,

aunque en 1855 se les relacionó también con delitos de contrabando. Por razones obvias

tenían representación en Sonora y en el puerto de Guayaquil. La “Mercería Alemana” de

los hamburgueses Teodoro Heymann y Guillermo Berthau importaba textiles, herramientas,

loza y cristalería, instrumentos musicales, juguetes y armas; y como todas las de su clase,

también hacía financiamiento. Heymann, Berthau & Co. tenían presencia en los mercados

de las dos Californias: la mexicana por vía de San José del Cabo y la estadounidense por

46
Documento notarial de Sinaloa, 1853 citado en Luis Antonio Martínez Peña, “Historia del comercio en
Mazatlán 1823-1877”, tesina de maestría en Historia, Culiacán, Facultad de Historia de la Universidad Autó-
noma de Sinaloa, 1991, p. 95; y Busto Ibarra, “El espacio”, p. 247.
47
Documentos notariales de Sinaloa, 1851-1858 citados en Martínez Peña, “Historia”, p. 80; y “Aduana marí-
tima de Mazatlán. Tercer año económico de la segunda época de la federación. Estado general que manifiesta
los ingresos y egresos que ha tenido esta aduana en los doce meses transcurridos desde 1° de julio de 1850 a
30 de junio de 1851, con espresión de los ramos que los ha producido y distribución del producto líquido” en
Memoria de la Hacienda Nacional de la República Mexicana presentada por el secretario del ramo en febre-
ro de 1852, México, Imprenta de Lara, 1852, sin página.
48
Documento notarial de Sinaloa, 1862 citado en Martínez Peña, “Historia”, p. 83.

321
mediación de Thomas Mott. El teniente Carlos Horn, héroe de Mazatlán frente a los invaso-

res norteamericanos en 1847, se destacaba como agente comercial entre México y Estados

Unidos en el puerto de San Francisco.49

Los precios en los mercados portuarios eran difíciles de determinar porque la mayor

parte de las existencias en estas plazas provenía de, o estaba destinada a otros suelos fisca-

les más o menos distantes u onerosos; circunstancia que los aduaneros aprovechaban para

especular con el valor de los productos en beneficio ya no de los recursos públicos sino de

sus personas.

El menos versado en materias de comercio y de leyes fiscales, sabe que propiamente


hablando no hay “precios” sino en las grandes ciudades manufactureras o en los de-
pósitos mercantiles. ¿Qué “precios” se pueden formar en algunos de nuestros puertos
donde todo su comercio se reduce a una o dos expediciones cada año, que “pasan de
tránsito” para el interior? Quizá para la plaza de Veracruz no sería tan desacordado
este sistema; pero aplicado generalmente a todos los puertos y fronteras, equivaldría a
dejar la recaudación anual sin más base que el capricho de los vistas y demás funcio-
narios que intervinieran en la ficticia formación de aforos.50

Desde finales de los treintas Mazatlán ya tenía fama de ser un lugar donde “Las cosas que

sirven para el sustento diario y las comodidades de la vida eran caras, escasas y de mala

calidad”.51 El precio y la disponibilidad de los bienes en la ciudad porteña en condiciones

justas eran inciertos; expuestos éstos no sólo a la especulación propia del mercado sino que

también a la manipulación de los comerciantes y las autoridades, lo que sin duda influía en

el costo de la vida en esta localidad. El diplomático francés André LeVasseur dudaba, por

49
Documentos notariales de Sinaloa, 1851-1858 citados en Martínez Peña, “Historia”, pp. 46 y 65-66; Herre-
ra Canales, “Comercio” en Historias, p. 131.
50
Memoria [Payno] (1857), p. 29.
51
Miguel García Granados, Memorias del General Don Miguel García Granados, segunda parte, Guatemala,
Tipografía y Encuadernación Nacional, 1894, pp. 134-135 (acervo electrónico de la Universidad Francisco
Marroquín, consultado en agosto de 2018 en www.archives.org).

322
ejemplo, que el sueldo de $1,200 asignado a Martinet como cónsul recién comisionado en

el puerto en 1852, no le alcanzara para costear más que su domicilio, ya que esa cantidad

era equivalente “al sueldo de un dependiente de una casa de comercio, quien además recibe

los alimentos en la mesa de su patrón” (cuadro IV.7).52

Cuadro IV.7. Mercado de la plaza de Mazatlán en 1854.


Valor del consumo
Producto Costo unitario Consumo anual
($)
carnero $3 a $4 por cabeza 700 a 800 cabezas 2,500
cerdo $11 a $14 por cabeza 2,400 a 3,000 cabezas
coco 100
conejo $1.25 por pieza 360 a 400
cuero de res 75c. a $1 por cuero
$5 a $18 por cada 55.5
frijol 83,250 l. a 99,900 l. 8,000
litros
gallinas y gallos 40c. a 60c. por pieza 17,000 piezas 7,000
guajolote 200 aves 500 a 600
harina $16 a $25 por carga 6,000 cargas
huevo de gallina 40c. a 90c. por pieza 346,600 piezas 11,000 a 12,000
leche de vaca 13c. a 40c. por botella 6,700
$4 a $7 por cada 55.5
maíz para consumo de la gente 44,400 l. a 99,900 l. 12,000
l.
maíz para forraje $30 a $40 por hoja 4,000 a 5,000
manteca de cerdo 57 kg. a 69 kg. 2,000
$1 a $1.50 por cada
palo de tinte
45 kg.
pato 13c. por pieza 7,000 piezas
pescado salado 500
pescado y mariscos frescos 4,000 a 7,000
piel de gato montés 500 a 600
200,000 a 1,000,000
plátanos $9 por millar 9,000
piezas
pollo 13c. a 25c. por pieza 28,000 a 70,000 piezas 7,000
vaca lechera $18 a $20 por vaca 50 a 150 vacas
vacas, toros, bueyes $14 a $25 por cabeza 3,600 a 3,700 cabezas 75,000 a 78,000
Nota. Algunas tarifas impositivas son señaladas originalmente en reales. Algunas cantidades lo son en las
unidades de medición de la época, ajenas al sistema métrico decimal. La conversión de unidades fue hecha
con base en Ibarra Bellón, El comercio, p. 458, apéndice I.
Fuentes: Martinet, “Anexo” en Díaz, Versión [económicos], II, pp. 37-41; y Servo, “Apuntes” en Boletín, t.
VII, pp. 327-329.

52
LeVasseur (México, enero 31 de 1852) en Díaz, Versión [económicos], I, pp. 125-126.

323
Hortalizas como el maíz, frijol, chile y cebolla que eran infaltables dentro de la dieta sina-

loense eran obtenidas de seis pequeñas labores en las inmediaciones de la ciudad, a menos

de 15 km., que en conjunto cubrían 27 fanegas de sembradura (un área capaz de producir en

total a lo mucho 1,498 litros de granos) Las legumbres se cultivaban en el otoño hasta el

final de la temporada lluviosa, porque antes el calor calcinaba las plantas, o las tormentas

inundaban los sembradíos, o se presentaba la plaga conocida como “gusanillo de tierra”;

todo lo cual terminaba por echar a perder los cultivos y encareciendo su venta hasta en $40

por carga debido a la escasez. Las hortalizas, cuya calidad dependía de la normalidad con

que se presentara el ciclo de lluvias, se cosechaban en flor después de una corta temporada

y alcanzaban apenas para el consumo local y por corto tiempo, porque una vez comenzaba

la temporada comercial –de finales del otoño a la primavera– la migración estacional in-

crementaba con celeridad las necesidades alimenticias y el abasto que se requería para sa-

tisfacerla era mayor siendo insuficiente la de las propias granjas; por lo que había que traér-

sele de lugares cada vez más distantes, elevando sus precios como consecuencia de los cos-

tos de transportación.

Desde Tepic, por ejemplo, llegaban considerables cantidades de hortaliza y también –

por vía de San Blas– todo el plátano consumido y tan gustado por los mazatlecos –hasta un

millón de piezas en un año–; y de la sierra duranguense provenían las ciruelas y guayabas.53

El precio del palo de Brasil variaba según de la distancia desde donde era acarreado hasta el

puerto, ya fuera de la contracosta o de los montes de hasta a 100 km. a la redonda. El precio

de la harina en el puerto sinaloense dependía de la regularidad con la que se importara. En

53
Philippe Martinet (Anexo. Notas estadísticas de 1854 sobre población, administración, comercio, industria,
presupuesto, etc., de Mazatlán. Mazatlán, marzo 3 de 1855) en Lilia Díaz, Versión francesa de México. In-
formes económicos 1851-1867, II, México, Secretaría de Relaciones Exteriores, 1974, pp. 37-38; y Servo,
“Apuntes” en Boletín, t. VII, pp. 327-328.

324
1854 Mazatlán se exportó a California más o menos la mitad de pollos disponibles en plaza

por un valor de entre $2,500 y $3,000; y una veinteava parte de huevos, proporcional a

$600 de este producto.

El ganado mayor era traído desde las comarcas vecinas según la demanda y su precio

se fijaba según el peso y tamaño del animal. En el rastro local se sacrificaban alrededor de

3,700 bestias al año, mientras que un número indeterminado de vacas y bueyes se embarca-

ba en pie en este puerto rumbo a otras plazas y era matado a bordo. Se comía muy poco

carnero; y por prudencia para no alterar el ciclo reproductivo del animal y por precepto

religioso, no se consumían terneros. Las carnes en venta en la plaza no eran buenas; menos

cuando el ganado había sido mal alimentado en la estación seca, que afectaba igualmente a

la fecundidad de las gallinas ponedoras. La falta de pastura fresca para dar a las vacas le-

cheras (cuyos hatos estaban en aparcería) incidía también en la obtención de buenos lác-

teos, razón por la que la botella bordelesa de leche, de capacidad de 750 mililitros, era más

cara en el estío. El único derivado cárnico que se consideraba netamente rentable era la

manteca de cerdo porque su aprovechamiento era extensivo a todo el país.

El sabor de los animales de caza –práctica que se hacía en invierno y se había conver-

tido en el medio de vida de un pequeño número de habitantes (8 personas)– dependía del

lugar de la obtención de la presa: “las de los montes no tiene sabor alguno, la de los campos

tiene muy poco y la de del agua [de las lagunas y esteros en torno al puerto] sabe horrible-

mente a pantano”. Se contaban entre éstas aves como el agachadizo, la chocha, la gallineta,

el ganso, el pato salvaje y la perdiz; y mamíferos como el conejo, el corzo, la liebre y el

tigrillo. La piel del tigrillo o gato montés era muy apreciada en la talabartería mexicana,

pero para poderla vender bien había que preservarla en congelación.

325
Todo el pescado y marisco vendido en Mazatlán era consumido al día por la pobla-

ción local. De los peses se tenía abujitas, ahujón, anguila, bocadulce, bonito, curiel, curvi-

na, dorado pulpa, lisa chungadalina, mero, pajaritos, palometa, palomita, peje barbero, peje

caballo, peje codorniz, peje gallo, peje perico, peje puerco y peje ratón, roncador, trucha,

volador, dos clases de bagre, tres clases de burro, cinco de cabrilla, seis de mojarra y cuatro

de robalo; y de los mariscos se tenía caguama, camarón, cangrejo de piedra, carey, jaiba,

langosta, lapas, ostión de escopamo, ostión de fango, ostión de mangle y ostión de piedra.

Contrario al pescado fresco local, el pescado salado y traído desde otras partes tenía poco

consumo en la ciudad, $500 anuales hechos mayormente durante la cuaresma; y en los ran-

chos vecinos la venta aún menor, entre $200 y $300.54

La pesca, sin embargo, era en 1854 una práctica de apenas dos docenas de pescadores

y marineros improvisados y tan pobres que incluso tenían que arrendar lanchas y redes; de

la cual Martinet apuntaba que, con excepción de la extracción de nácar y perlas –realizada

en condiciones rudimentarias y en extremo riesgosas–, nunca pudo desarrollarse en una

industria rentable por falta de fomento de parte del gobierno mexicano. Decía el cónsul que

si el país no había podido ni conformar una marina armada con marineros nativos (la mayo-

ría de los empleados en la marinería en Mazatlán eran extranjeros) para las tareas defensi-

vas cuando más le apremiaron en los pasados años, menos habría podido con una marina

mercante.55

54
Martinet (Anexo) en Díaz, Versión [económicos], II, pp. 37-41; y Servo, “Apuntes” en Boletín, t. VII, pp.
326-329.
55
Las perlas eran colectadas en la costa de Baja California, “donde el agua tiene menos profundidad y donde
los bancos de ostras son mucho más considerables”, por indígenas que se sumergían sin más equipamiento
que una burda pinza para abrir el molusco; exponiendo sus vidas al ataque de tiburones o al ahogamiento. En
1853 un marinero francés había intentado facilitar la extracción mediante la implementación de una campana
de buceo, pero desistió por la negligencia de los nativos a usarla. En estas condiciones, con suerte los impro-
visados buzos podían extraer hasta 3 perlas por inmersión. A veces ninguna. El producto era entregado de
inmediato en cubierta en los botes de las compañías perlíferas; por lo que era difícil para la aduana determinar

326
Como ya ha sido dicho, una de las mayores ventajas comerciales del puerto de Ma-

zatlán era su ubicación estratégica, en el espacio de confluencia del camino costero y el

transmontano con uno de los principales destinos de las rutas de navegación regional e in-

ternacional. El trasiego por tierra en estos años seguía siendo tan difícil y peligroso como

en las décadas anteriores debido a las causas usuales: la falta de medios para transportar

cargamentos grandes, los caminos agrestes y maltratados eventualmente por el clima y las

gavillas remanentes de las constantes conflagraciones. En su lugar, el comercio costanero

agilizaba la circulación de mercancías entre provincias y abarataba los fletes en razón de

que evitaba numerosas aduanas terrestres.56

[…] los animales son muy insuficientes y tanto más insuficientes cuanto que no pue-
den hacer el servicio sino en la estación seca, durante las lluvias; esto es, durante seis
meses del año, los caminos están literalmente ahogados y los ríos, desbordados, no
son vadeables; ningún arriero llegaría a su destino, si hubiera alguien que consintiera
en partir. Además, la inmensa diferencia del precio del flete haría imposible el em-
pleo de tal medio; las mercancías ordinarias de gran consumo, las telas y los líquidos
por ejemplo, tendrían que pagar cuatro, cinco y seis veces su valor y sería imposible
venderlas.57

En el puerto de Mazatlán el traslado marítimo era hecha por una flota de 49 barcos mercan-

tes de calado máximo de 200 t., pues la falta de profundidad de la bahía impedía que navíos

con exactitud la cantidad y el valor de las extracciones, más allá de que se sabe que sí eran de consideración.
Martinet (Anexo) en Díaz, Versión [económicos], II, pp. 40-41. Se asume que los “indios anfibios” aludidos
por el cónsul Martinet eran nativos de las costas del golfo de California; pero una fuente anterior (1838) refie-
re que éstos eran indígenas de origen polinesio o hawaiiano a los que los anglosajones llamaban despectiva-
mente “kanakas”. Isidore Löwenstern, México. Memorias de un viajero, traducción de Margarita Pierini,
México, Fondo de Cultura Económica, 2012, pp. 235-238. Sobre la pesca primitiva de la perla en el golfo de
Baja California, véase a Martha Micheline Cariño Olvera, Historia de las relaciones hombre naturaleza en
Baja California Sur 1500-1940, México, Universidad de Baja California Sur, 1996, pp. 111-116.
56
Martinet (Mazatlán, mayo 10 de 1855; y Mazatlán, abril 14 de 1856) en Díaz, Versión [económicos], II, pp.
51 y 66-68; e Ibarra Bellón, El comercio, p. 257.
57
Martinet (Mazatlán, mayo 10 de 1855) en Díaz, Versión [económicos], II, p. 52.

327
más pesados ingresaran hasta la rada interior o fondeadero, a pocos metros de la playa; por

lo que éstos debían anclar en la rada exterior del puerto que estaba delimitada por la isla del

Crestón. La estibación era realizada por 115 botes de menos de 20 t. además de 21 carretas

de particulares dispuestas para mover los bultos entre la oficina aduanal y las tiendas y al-

macenes de la ciudad. La marina al servicio del puerto sinaloense estaba valorada en

$130,000 y empleaba hasta a 310 marineros desde capitanes hasta grumetes y empleados de

cocina, y a 200 lancheros; para un total de 500 personas aproximadamente (cuadro IV.8).58

Cuadro IV.8. Marina mercante del puerto de Mazatlán en el año de 1854.

canoa

lancha descubierta

bote

lancha cubierta
Total: 115 embarcaciones
balsa

pailebot

bergantín goleta

goleta

balandra

bergantín Total: 49 embarcaciones

barco de tres mástiles

0 20 40 60 80 100

servicio interior del puerto cabotaje

Nota. Martinet reporta 44 embarcaciones de la marina mercante. Martinet (Anexo) en Díaz, Versión [econó-
micos], II, pp. 43-44.
Fuente: Servo, “Apuntes” en Boletín, t. VII, pp. 331-332.

58
Dentro de los trabajos pertinentes a la marinería se cuentan por separado a 30 cocineros y meseros, de los
cuales la tercera parte eran de nacionalidad china. Martinet (Anexo) en Díaz, Versión [económicos], II, pp.
30-31 y 44.

328
El cónsul Martinet estimaba en 1853 que tan sólo 3.5% (“una treintava parte”) de las mer-

caderías acopiadas en Mazatlán (cuyo valor total ascendía, según lo visto en la gráfica III.1,

a casi $600,000), eran consumidas en la propia plaza; mientras que lo restante –

prácticamente la totalidad de su abasto– se distribuía al extranjero y al interior del país, más

o menos a partes iguales entre los departamentos adyacentes a Sinaloa de Sonora, Durango

y Jalisco y el territorio de Baja California.59 En otras palabras, Mazatlán era una de las más

grandes válvulas del comercio continental y era imprescindible para la provisión del occi-

dente de México.

San Blas, Guaymas, La Paz y San José del Cabo eran los grandes surtidores del puer-

to sinaloense (en 1853, por ejemplo, Mazatlán importó $115,000 en efectos procedentes de

puertos mexicanos);60 y Manzanillo, Altata y Navachiste sus mayores receptores. De

Guaymas se introducía toda la harina: hasta 6,000 cargas de 60 litros cada una. Una mitad

satisfacía al vecindario mazatleco y la otra era reexpedida. Casi toda la de consumo local

era usada para hacer pan para la alimentación de los marineros, pues los lugareños gustaban

más de la tortilla de maíz.61 Desde el puerto de Navachiste (localizado en la prefectura de

Sinaloa, subordinado a la aduana de Mazatlán) se abastecía –cuando no lo hacía Guaymas–

a las villas del norte de Sinaloa: Álamos, Choix, El Fuerte, Sinaloa y Mocorito.62

59
Martinet (Mazatlán, junio 18 de 1853; y Mazatlán, mayo 10 de 1855) en Díaz, Versión [económicos], II,
pp. 11-12 y 51-52. No obstante estas proporciones, en la literatura económica mexicana del medio siglo, Ma-
zatlán figura como punto de depósito de un territorio mucho menos amplio, circunscrito únicamente a Baja
California, dentro de lo que era considerado el quinto círculo mercantil; en tanto que el estado de Sinaloa
junto con los estados del occidente de la República estaban inscritos dentro del cuarto círculo con centro de
depósito en Guadalajara. Miscelánea de documentos fiscales mexicanos revisada por Pedro Cázares Aboytes,
“El contrabando en el Pacífico Norte, 1821-1872. Prácticas, discursos y legislación”, tesis de doctorado en
Ciencias Sociales, Guadalajara, Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad
de Guadalajara, 2013, pp. 161-162, cuadro 11.
60
La suma se presenta originalmente en libras. Documento consular inglés de 1854 citado en Mayo, Com-
merce, p. 265, table 6.2. La conversión de unidades fue hecha con base en Ibarra Bellón, El comercio, p. 455,
apéndice I.
61
Martinet (Anexo; y Mazatlán, marzo 19 de 1853) en Díaz, Versión [económicos], II, pp. 39 y 51.
62
Martinet (Mazatlán, mayo 10 de 1855) en Díaz, Versión [económicos], II, pp. 51-52.

329
El brazo del mercado costero de Mazatlán era capaz de llegar también hasta el cora-

zón del territorio mexicano. El comercio interior no recibe en las memorias de la secreta-ría

de Hacienda la atención que su homólogo exterior y pocas veces se compilan en estas edi-

ciones datos que den referencia de su desenvolvimiento. Entre los raros ejemplos disponi-

bles se tiene una noticia de 7 bultos de ropa extranjera cotizados en $2,700 que fueron in-

troducidos por el puerto sinaloense, fueron colocados en 1856 en la importante feria mer-

cantil de San Juan de los Lagos, pueblo situado entre las grandes plazas de Guadalajara,

León y Aguascalientes. La cantidad superó los 5 bultos enviados desde el puerto de San

Blas, el que por su ubicación geográfica se supondría vinculado más estrechamente con esta

zona del país.63 Por otra parte, el puerto de Acapulco permanecía relegado dentro del circui-

to de cabotaje del Pacífico mexicano. Fue a partir de la dinámica comercial emanada de la

fiebre del oro que encontró mejor posición como escala en la ruta de vapores entre Califor-

nia y Panamá (gráfica IV.6).64

63
Manzanillo se destacó por sobre las demás plazas portuarias de la costa occidental con la colocación en esta
feria de 158 bultos. Con todo, la presencia mercantil de los puertos pacíficos en conjunto en esta feria fue
superada ampliamente por la del puerto de Tampico en el seno mexicano, de donde fueron recibidos 718
bultos. Memoria [Lerdo de Tejada] (1857), p. 567.
64
La Pacific Mail Steamship estableció en el puerto de Acapulco un depósito de carbón para alimentar los
motores de los vapores y de vituallas para la tripulación de la flota de la compañía y también de los buques de
guerra estadounidenses que lo requirieran. Busto Ibarra, “El espacio”, pp. 282 y 286-287.

330
Gráfica IV.6. Cantidad de bultos de mercancía movilizados por cabotaje en el puerto de Mazatlán en el año
de 1854 según su procedencia y destino.
14,000

12,000

10,000

8,000

6,000

4,000

2,000

0
San Blas Guaymas Acapulco Manzanillo puertos de puertos de Baja
Sinaloa California
procedencia destino
Fuentes: Martinet (Mazatlán, mayo 10 de 1855) en Díaz, Versión [económicos], II, pp. 51-52; y Servo,
“Apuntes” en Boletín, t. VII, p. 331.

Las contribuciones indirectas al comercio interno en el suelo fiscal de Mazatlán eran colec-

tados en tres garitas, localizadas una en el resguardo de la aduana, en el puerto de fondeade-

ro; otra en la entrada por tierra a la ciudad, en la zona de Playa Norte; y la otra en el astille-

ro, en el estero de Urías; y atendidas cada una por un inspector y dos o tres empleados. En-

tre los ingresos correspondientes de esta esfera del comercio percibidos en la aduana marí-

tima federal estaban el impuesto de 12 centavos por bulto de mercancía extranjera; mientras

que las recaudaciones de las otras dos aduanas por algunos de los ramos descritos en el

cuadro IV.2 (sin especificación de cuáles) eran para la tesorería municipal.

Según las monografías de 1854 en la receptoría federal se recabaron $2,000 y en las

municipales $5,532: $8,532 entre las tres, representativo de 30% del total de las rentas de

Mazatlán en ese año ($28,467). Por separado, sin embargo, sus porcentajes singulares son

inferiores a lo que aportaban por sí solos el arrendamiento del espacio público o los dere-

331
chos sobre los semovientes; lo que es indicativo del corto volumen o del valor subestimado

de los bienes que entraba por cada garita, o llanamente del contrabando descarado, a la luz

del día, efectuado por los marineros ingleses;65 y en el caso del ganado conducido por los

arrieros mexicanos ya era un problema en conocimiento de las autoridades desde décadas

atrás.66

La inconsistencia de la fuente en este periodo impide dar un seguimiento pormenori-

zado a cada uno de los ramos de las contribuciones del comercio interior; pero no hay nin-

guna inversión en las tendencias conocidas. El derecho de avería –relacionado con la inter-

nación– recaudado en la aduana de Mazatlán aumentó de casi $33,000 en el año de 1854

(véase el cuadro III.1) a $44,000 en el año natural de 1855, seguido por la de San Blas con

$35,711. El puerto de Mazatlán fue el único en la región en remesar alcabalas por circula-

ción de moneda en 1855, aunque lo hizo por un monto de $170 que es poco significativo

para el total anual del ramo ($3,346) y que también es pobre en comparación con sus pro-

pias sumas observadas cuatro años atrás, cuando se consideraba que el puerto sinaloense

aportaba 13% del ramo al erario federal.67 No se registraron ingresos por derecho de torna-

guía. Por comisos, Mazatlán entregó en 1855 únicamente $38; $5 la de San Blas; y nada las

demás (gráfica IV.7).68

65
Periódico Evening Bulletin (San Francisco, 1859) citado en Lerma Garay, Mazatlán, p. 144.
66
Martinet (Anexo) en Díaz, Versión [económicos], II, p. 46; Servo, “Apuntes” en Boletín, t. VII, p. 333; y
José Agustín de Escudero, Noticias estadísticas de Sonora y Sinaloa, México, Tipografía de R. Rafael, 1849,
pp. 52 y 125.
67
En 1854 el derecho a la circulación de moneda fue aumentado de 2% a 4%. Decreto núm. 4247 de mayo 19
de 1854 en Manuel Dublán y José María Lozano, Legislación mexicana o colección completa de las disposi-
ciones legislativas expedidas desde la independencia de la república, tomo VII, México, Imprenta del Co-
mercio, 1877, p. 201.
68
Durante el segundo centralismo mexicano (1853-1855) se sabe de la ocurrencia de más de ocho actos de
contrabando en el estado de Sinaloa. Archivo judicial de Sinaloa revisado por Cázares Aboytes, “El contra-
bando”, pp. 232-233, cuadro 20. El más sonado de éstos debió haberlo sido el de julio de 1854, en el que se
vieron involucrados la empresa Melchers y el jefe distrital de Hacienda en Sinaloa, Jesús Río. Buelna, Apun-
tes, p. 41. 34 personas fueron arrestadas en el año de 1854 por delito de contrabando. Martinet (Anexo) en
Díaz, Versión [económicos], II, pp. 47-48.

332
Gráfica IV.7. Ingresos por derechos al comercio interior de las receptorías del occidente de México en el
segundo semestre del año natural de 1853 y en el año natural de 1855.
160,000

140,000

120,000

100,000

80,000

60,000

40,000

20,000

0
2° sem. 1853 - alcabala 2° sem. 1853 - consumo 1855 - internación

Sinaloa/Mazatlán Jalisco/San Blas Durango


Sonora/Guaymas Acapulco

Fuentes: memoria de Hacienda Pública mexicana de 1857 (Lerdo de Tejada); e Informe que por orden de su
Alteza Serenísima presenta al supremo gobierno sobre el estado de la Hacienda pública y sus reformas (Ma-
nuel Olasagarre, 1855) citado en Ernest Sánchez Santiró, Las alcabalas mexicanas (1821-1857). Los dilemas
en la construcción de la Hacienda nacional, México, Instituto Mora, 2009, p. 262, cuadro 2.

Por lo visto, el desenvolvimiento del comercio regional tendía a estabilizarse a pesar de la

convulsión social y política nacional y estatal que marcaban esta quinta década, cuando en

febrero de 1855 el gobierno mexicano decretó la prohibición a la conducción de efectos

extranjeros de un puerto a otro de la República por vía del cabotaje. Se estima que 85% del

mercado de Mazatlán, que evidentemente tenía en el transporte costanero uno de sus pila-

res, fue perjudicado de forma inminente en el segundo trimestre del año por esta disposi-

ción, que habría de ser efectiva por los próximos diez meses.69 En defensa de los intereses

de la oligarquía de Sinaloa mermada por dicha orden, el gobernador Blanco hizo valer su

69
Decreto núm. 4384 de enero 31 de 1855, y decreto núm. 4559 de noviembre 2 de 1855 en Dublán y Lo-
zano, Legislación, t. VII, pp. 397-398 y 593; Martinet (Mazatlán, mayo 10 de 1855) en Díaz, Versión [eco-
nómicos], II, pp. 51-52.

333
influencia en el gabinete del presidente López de Santa Anna para coaccionar a la clausura

en julio de 1855 del puerto de Guaymas, de modo que el puerto sinaloense quedara como

único receptor de la navegación comercial en los mares del noroeste; asestando con esto un

duro golpe al mercado sonorense.70

El cónsul Martinet relataba en 1857 que como consecuencia de todos los problemas

enfrentados por el comercio mexicano que han sido señalados, la plaza de Mazatlán ya ha-

bía sufrido para 1853 la quiebra de algunas tiendas minoristas de mexicanos y una mayoris-

ta alemana; y preocupaba que la penuria fuera a extenderse a los negocios extranjeros de

mayor capital si la situación no lograba normalizarse. Sucedió, en efecto, que en el difícil

trance de 1855 a 1857 los vendedores debieron restringir sus créditos y los compradores,

aguardar por meses por sus consignaciones que yacían embodegadas con riesgo de echarse

perder o de ser saqueadas.71 Todas las agencias francesas en el occidente de México coinci-

dían en que el estado de la economía de sus respectivos distritos se hallaba, en ese momen-

to, deplorable.72

En las memorias hacendarias de este periodo los derechos por exportación fueron re-

gistrados en sumas globales por aduana sin especificación del producto exportado; pero se

da por sentado que fue la plata la que definió el sesgo de los ingresos generados por las

extracciones hechas de las aduanas del Pacífico. La recaudación en el puerto de Mazatlán

mantuvo los montos promediadas desde el final de la década de 1840, teniendo incluso en

el año de 1855 un incremento repentino –aunque no replicado (y de ninguna forma compa-

rable con los picos alcanzados en el periodo de 1841 a 1844)– que fue producto de la plata

70
Mayo, Commerce, p. 284.
71
Martinet (Mazatlán, mayo 19 de 1853; Mazatlán, febrero 18 de 1856; Mazatlán, junio 16 de 1856; y Ma-
zatlán, enero 1 de 1857) en Díaz, Versión [económicos], II, pp. 9, 63-65, 71-73 y 82-83.
72
Martinet (Mazatlán, mayo 15 de 1856) en Díaz, Versión [económicos], II, p. 70.

334
en presentación casi exclusivamente acuñada. Esto podría ser una demostración de la inci-

dencia de las recientes disposiciones legales que obligaban a la amonedación de metales

para su exportación en la dinámica del comercio de este puerto donde por décadas se inter-

cambió con plata pura; lo cual debió tener repercusión en los márgenes de ganancia de los

grandes mercaderes y traficantes locales (gráficas IV.8 y IV.9).

Gráfica IV.8. Ingresos por derechos de exportación de plata y oro en todas sus presentaciones y cuotas en las
aduanas marítimas de los principales puertos del Pacífico mexicano de 1853-1854 a 1857.
60,000

50,000

40,000

30,000

20,000

10,000

0
1853-1854 1855 1° sem. 1856 1° sem. 1857

Mazatlán San Blas Guaymas Acapulco

Notas. Los derechos de exportación totales de la aduana de Mazatlán en el año 1853-1854 fueron de entre
$112,492 y $162,492 según las consideraciones de una y otra fuente. En ambos casos, la suma fue realizada a
partir de criterios confusos y no fue considerada en la elaboración de esta gráfica. Martinet (Anexo) en Díaz,
Versión [económicos], II, pp. 43 y 46; y Servo, “Apuntes” en Boletín, t. VII, p. 330 y 334. Según la fuente, los
derechos de exportación totales en el año natural de 1855 son, aproximadamente, en la aduana de Mazatlán,
$61,000; en la de San Blas, $14,500; Guaymas, $30,700; y Acapulco, $90. Los totales en el primer semestre
de 1856 en las aduanas de Mazatlán, San Blas y Acapulco son ligeramente mayores a las sumas manifestadas
en esta gráfica: Mazatlán, $18,474; San Blas, $23,052; y Acapulco, $64; y los de la aduana de Guaymas son
los mismos reflejados por la gráfica.
Fuentes: memorias de Hacienda Pública mexicana de 1857 (Lerdo de Tejada y Payno); Martinet (Anexo) en
Díaz, Versión [económicos], II, pp. 43 y 46; y Servo, “Apuntes” en Boletín, t. VII, pp. 330 y 334.

335
Gráfica IV.9. Proporción de los ingresos por derechos de exportación del puerto de Mazatlán en 1855 según
producto.
Total: $60,964
3% 4%
4%
2%

plata acuñada
87% oro acuñado
plata y oro pasta
palo de tinte
efectos nacionales

Fuente: memoria de Hacienda Pública mexicana de 1857 (Lerdo de Tejada).

Desde que la ceca de Culiacán inició operaciones en 1846, a cuya provisión de metal fue

supeditado el comercio de Mazatlán,73 la exportación de plata pasta tornó durante los si-

guientes diez años en su extracción en moneda. Por contrario, el puerto de Guaymas con-

servó el permiso para la exportación del metal en pasta debido a que las casas de moneda

más cercanas previstas en Álamos y Hermosillo seguían sin ser construidas.74 Dicho lo an-

terior, debieron tratarse de una eventualidad las exportaciones de plata y oro pasta ocurridas

en los puertos de Mazatlán y San Blas en 1855; un tipo extracción que, con excepción de

Guaymas, se hallaba prohibida por el art. 103 del arancel de 1853. Entre estas tres aduanas

reportaron toda la ganancia nacional de 1855 por contribuciones sobre los metales precio-

sos extraídos en pasta: $35,337 por la plata y $1,500 por el oro; $36,837 en suma.

73
En todo el año natural de 1856 la casa de moneda de Culiacán acuñó $686,864 de plata y $280,432 de oro.
Ambas cifras son muy superiores a las producidas por la ceca de Durango, que estaba históricamente vincula-
da con el puerto de Mazatlán. Memoria [Lerdo de Tejada] (1857), p. 628.
74
La continuidad de la prerrogativa fue aprobada en 1856 según el decreto núm. 158 de julio 29 de dicho año.
Memoria [Lerdo de Tejada] (1857), pp. 544-545. Las casas de moneda de Hermosillo y Álamos abrieron
hasta 1861 y 1862. Juan Fernando Matamala, “Las casas de moneda foráneas, 1810-1905” en revista Histo-
rias, número 71, México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 2008, p. 71.

336
Otras materias primas distintas a la plata de las que eran exportadas por Mazatlán y

los demás puertos del Pacífico, tuvieron mínima importancia. El palo de Brasil, que a lo

largo del siglo fue extraído libre de impuestos, comenzó a cobrarse a partir del segundo

semestre de 1853 en una fracción de 8% de la cuota de $1.50 por cada 45 kg.; y en 1855

produjo entre las aduanas de Mazatlán y San Blas $3,000: 9% del total nacional en el ru-

bro.75 La exportación de efectos nacionales, consistentes éstos en una variedad de cabezas

de ganado mayor y menor y sus derivados lácteos, con tarifas particulares para cada pro-

ducto; sumó $3,719 en el puerto de Mazatlán y $200 en los de San Blas y Acapulco: 16%

del total del país en este periodo.76

Los datos disponibles a partir de los informes consulares ingleses y franceses y los

compendios oficiales mexicana no dan lugar para establecer valores promedio del comercio

de Mazatlán en el curso de la década, pues las fuentes discrepan notoriamente con respecto

a la cantidad de mercancía y la proporción de los derechos que producen; y las cantidades

resultantes no son congruentes con las que dan forma a las tendencias hasta ahora conoci-

das sin que se ofrezcan explicaciones concretas al respecto (gráfica IV.10).

75
Decreto núm. 3990 de agosto 4 de 1853 en Dublán y Lozano, Legislación, t. VI, p. 635. El arancel decreta-
do apenas dos meses antes todavía permitía la exportación gratuita de este fruto, según el art. 102.
76
Decreto núm. 4098 de noviembre 8 de 1853 en Dublán y Lozano, Legislación, t. VI, p. 746.

337
Gráfica IV.10. Proporción de las exportaciones del puerto de Mazatlán de 1852 a 1856 según su valor.

1852-1853 1854
1%

19%
25%
4%

74% 77%

Total : $2,019,000 Total : $1,956,000

1855 1856

6% 4% 6%
18%

10%

90% 66%

Total : $1,242,380 Total : $1,279,000


oro acuñado plata acuñada y labrada

cobre, perla, nácar, cueros palo de tinte


Notas. El estado de valores de la Hacienda mexicana del año natural de 1855 revela una contribución hecha
por exportación de plata y oro en pasta, pero el valor del caudal no fue especificado, por lo que no pudo ser
considerado para la realización de esta gráfica. El valor del palo de tinte exportado en 1856 está asentado
erróneamente en la fuente en $125,000, siendo correcta la suma de $225,000 resultante de multiplicar la can-
tidad exportada de 6,750 toneladas a precio de $1.50 por cada 45 kg. La gráfica considera el monto corregido.
Fuentes: Martinet (Mazatlán, junio 18 de 1853; Mazatlán, enero 6 de 1855; Mazatlán, enero 16 de 1856; y
Mazatlán, enero 4 de 1857) en Díaz, Versión [económicos], II, pp. 11-12, 27-30, 61-63 y 81-83.

A pesar del control fiscal que supuestamente debió haber impuesto la amonedación de la

plata y el oro, la extracción de este fruto siguió siendo víctima del fraude y del tráfico clan-

338
destino. A mitad de la década el cónsul Martinet señalaba réditos de la aduana de Mazatlán

de $350,000 en 1855 y de $500,000 en 1856 por la exportación de metales preciosos en

cualquiera de sus presentaciones; obtenidos de caudales de $1,170,880 y $930,000 respec-

tivamente.77 De ser ciertas, estas cantidades situarían al puerto sinaloense en el nivel de

productividad que ostentaba en sus años de apogeo durante el primer centralismo, en un

momento en que se suponía que la nación estaba en graves apuros. El oro, por su parte, se

asentó en 1853 en una cantidad desmedida, nunca antes vista para este producto.

La mano de obra requerida para la explotación de cobre era costosa, por lo que su ex-

tracción fue ocasional. Este metal se vendía en $20 por quintal. El palo de tinte se extrajo

en este periodo en un promedio de 6,525 t. por año a precio de $1.50 por cada 45 kg.; por lo

que puede suponerse que su comercio generó ganancias de mínimo $200,000 anuales salvo

en 1854, cuando su exportación lo fue de una cantidad extraordinaria de 10,350 t. por valor

de $368,000. Entre 1852 y 1854 fueron exportados alrededor de 900 t. de concha nácar a

precio de $2 por cada 45 kg. Su mayor comprador fue Francia. Una considerable parte de

los cargamentos de palo, concha, perlas y cueros para confeccionar vestimenta (valuados en

$1 por cuero) eran juntados en los puertos menores de Altata y de La Paz, pero como las

mercancías eran reexpedidas desde Mazatlán, su consignación se hacía a título de este puer-

to. Por bienes como los cuernos (no se dice de qué animal) y las escamas de tortuga se ga-

naron $1,650 en el lustro expuesto.

A finales de 1855 se retiró de la presidencia el presidente Álvarez, tomando su lugar

el ministro Ignacio Comonfort. Durante su gobierno se proclamó el arancel de enero 1856 –

denominado ahora ordenanza general– y en febrero de 1857 una nueva constitución federa-

77
Martinet (Mazatlán, enero 16 de 1856; y Mazatlán, enero 4 de 1857) en Díaz, Versión [económicos], II, pp.
63 y 82.

339
tiva la cual fue jurada en Culiacán en el mes de abril por el licenciado Miguel Ramírez en

suplencia del gobernador Verdugo y en mayo en Mazatlán por el comandante José María

Yáñez; cuya jurisdicción (que fue creada por la administración centralista) fue suprimida

por el gobierno liberal, y su investidura fue por ende deslindada de atribuciones políticas y

fiscales y de cualquier otro poder que no fuera el meramente militar.78

La constitución emanada del proyecto de Reforma iniciado por la revolución Ayutla y

capitalizado por la facción liberal liderada por Benito Juárez, Sebastián Lerdo de Tejada y

otros dotó a la nación de fundamentos legales que salvaguardaban un gobierno laico, demo-

crático y sin privilegios de clase y con separación y equilibrio entre poderes. Ordenaba la

desamortización de bienes muebles e inmuebles pertenecientes a las corporaciones religio-

sas, civiles y comunales; lo que permitiría la efectiva aplicación de contribuciones directas

a la propiedad raíz adjudicada o arrendada por los particulares y posibilitaría con esto la

eliminación de tantos impuestos que agobiaba al comercio interior.79

La ordenanza general de aduanas marítimas y fronterizas de 1856 no modificó gran

cosa las bases arancelarias de 1853 y anteriores; por lo contrario, hasta desconcertaba al

cónsul francés que el gobierno mexicano siguiera tomando decisiones a su parecer nocivas

para el buen comercio, como por ejemplo la de elevar la cuota del derecho de exportación

de plata acuñada de su 3.5% original a 6% en el razonamiento de que a mayores impuestos,

78
Decreto núm. 4966 de agosto 10 de 1857 en Dublán y Lozano, Legislación, t. VIII, pp. 547-548; Sergio
Ortega Noriega (1999), Sinaloa. Historia breve, México, El Colegio de México-Fondo de Cultura Económica,
2011, p. 215; y Lerma Garay, Mazatlán, p. 33. Desde enero de 1856 se encontraba vigente en Sinaloa un
estatuto estatal anunciado por gobernador Pomposo Verdugo había que era orgánico a los leyes federales –
posteriormente conocidas como leyes de Reforma– que estaban próximas a ser codificadas en la constitución
de 1857. Francisco J. Gaxiola, El General Antonio Rosales. Revista Histórica del Estado de Sinaloa de 1856
a 1865, México, Imprenta de Castillo Negrete, 1894, pp. 22-25 (acervo electrónico de Harvard College Li-
brary, consultado en agosto de 2017 en www.archives.org).
79
Andrés Lira y Anne Staples, “Del desastre a la reconstrucción republicana, 1848-1876” en Erik Velásquez
García, Enrique Nalda et al. (2010), Nueva historia general de México, México, El Colegio de México, 2017,
pp. 451-453; y “Memoria de Hacienda del Sr. Diputado D. José M. Mata presentó al Presidente de la Repú-
blica el 5 de mayo de 1861 al separarse del Ministerio de Hacienda para entrar en el Congreso” (inédito), p.
11.

340
mayor era también la incitación al fraude.80 Pero preocupaba mucho más a esta legación la

expansión económica de Estados Unidos; país que absorbía implacable la rica y variada

oferta mexicana que hasta entonces había sido para la entera satisfacción del mercado euro-

peo.

A juzgar por la solvencia que todavía hasta 1857 demostraba tener el comercio exte-

rior nacional, se puede decir que poco había afectado la guerra norteamericana de 1847-

1848 al desempeño de esta actividad económica. Los barcos de San Francisco arribaban por

rutina a Mazatlán, donde gozaban de algunos privilegios fiscales propios de las embarca-

ciones mexicanas, trayendo consigo maquinaria e implementos para la minería y la agricul-

tura, muebles y vestimenta; y se devolvían satisfechos en pasajeros, cueros curtidos, maíz,

pero por encima de todo de moneda de plata, para la cual los capitalistas estadounidenses

tenían un acuerdo para su redistribución internacional probablemente del mismo talante del

que había disfrutado la marina inglesa en el transcurso de siglo. Conjuntada la producción

de plata y oro de México y California, Estados Unidos quedaría en disposición de tres quin-

tas partes de la riqueza mineral de todo el continente americano.81 Por su parte, los merca-

deres de la costa mexicana se congratularían de ser pagados directamente en oro california-

no que luego podrían reinvertir en otras ramas de la economía regional82 –a la sazón de la

que habían disfrutado sus socios extranjeros cuando éstos eran remunerados en plata–, lo

cual debería brindarles alguna ventaja competitiva por sobre sus pares en el interior de la

República que no tenían presencia en los puertos.

80
Decreto núm. 4894 de febrero 18 de 1857 en Dublán y Lozano, Legislación, t. VIII, p. 419; y Martinet,
(Mazatlán, marzo 12 de 1857) en Díaz, Versión [económicos], II, pp. 85-87.
81
Documento consular estadounidense de 1857 citado en Busto Ibarra, “El espacio”, p. 412; y Martínez Peña,
“Historia”, pp. 28-29. No se precisa a qué acuerdo se refiera. Martinet (Mazatlán, marzo 12 de 1857) en Díaz,
Versión [económicos], II, pp. 85-87.
82
Busto Ibarra, “El espacio”, p. 262.

341
El embajador de Francia Alexis de Gabriac creía que una vez consumada la sumisión

del mercado de México al de Estados Unidos, esta nación se convertiría en un “coloso”

comercial e industrial que las potencias europeas Inglaterra y Francia difícilmente iban a

poder contrarrestar. El país norteamericano sería entonces dueño de una fortuna en metales

preciosos que ascendía a $100,000,000; y su industria sería abastecida por los inagotables

frutos mexicanos –“que en ninguna parte encontrará la industria agrícola una naturaleza tan

privilegiada”–, condicionado éste a nunca devenir en una nación fabril, le habría de pro-

veer: hierro, cobre, madera, azúcar, café, índigo, sebo, cáñamo, pieles, aceite y sedas. Mé-

xico habría de convertirse por consiguiente en consumidor cautivo de la producción indus-

trial con que Estados Unidos abarrotara el mercado mexicano a medida que su población

creciera, y con ella la demanda de manufacturas. Europa quedaría de esta forma relegada de

México como uno de sus mayores mercados de extracción y colocación de bienes; a la vez

que de Estados Unidos como su principal cliente ahora que las fábricas norteamericanas

dispondrían de diversidad de insumos para producir cualquier cosa que requirieran para

cubrir cualquiera de sus necesidades.83 Y no ayudaba para la tranquilidad del diplomático

francés el rumor de que la comunidad sinaloense simpatizara con la posibilidad de ser regi-

da por las leyes estadounidenses.84

Sin embargo, el advenimiento de sucesivos y profundos conflictos internos e interna-

cionales descoyuntó a las diferentes redes del comercio regional mexicanas y frustró cual-

quier el potencial florecimiento de la joven relación comercial entre Mazatlán y California

emanada de la fiebre del oro. La instauración del régimen liberal de nuevo cuño desató de

83
El diplomático agregaba que Francia no podía permanecer pasivos ante el riesgo que esta situación repre-
sentaba para sus intereses comerciales. De Gabriac (México, enero 30 de 1857) en Díaz, Versión [diplomáti-
cos], v. primero, pp. 385-386.
84
El diplomático agregaba que Francia no podía permanecer pasivos ante el riesgo que esta situación repre-
sentaba para sus intereses comerciales. De Gabriac (México, febrero 1 de 1855; y México, enero 30 de 1857)
en Díaz, Versión [diplomáticos], v. primero, pp. 385-386.

342
inmediato una cruenta guerra civil. La facción conservadora que resultó vulnerada en sus

fueros y pertenencias por acción de las leyes de Reforma –mayormente el clero y los lati-

fundistas– empezó a movilizarse en su defensa desde el momento mismo en que la Consti-

tución de 1857 fue jurada en febrero. El general Félix Zuloaga proclamó su desconocimien-

to en diciembre de ese año mediante el Plan de Tacubaya, dispensando con esto a los gru-

pos reaccionarios de todo el país, el evento propicio para una rebelión generalizada.85 Una

vez que Comonfort traicionó a sus partidarios para sumarse a la causa de los conservadores,

en Mazatlán el comandante Yáñez se pronunció a favor de Tacubaya con el apoyo de los

comerciantes y soldados porteños no obstante que el electorado liberal recientemente le

había nombrado gobernador interino de Sinaloa.86

En enero de 1858 el licenciado Juárez, ministro de la Suprema Corte y presidente in-

terino en ausencia de Comonfort, que había huído del país, fue igualmente desconocido y

perseguido por los golpistas que nombraron a Zuloaga presidente para todas las corporacio-

nes afines al bando conservador. Juárez siguió siéndolo para los liberales. En agosto el mili-

tar sinaloense de filiación juarista Plácido Vega –descendiente de una rama bastarda del

clan de la Vega y enemistado totalmente con éstos– con el apoyo del gobernador de Sonora

el general Ignacio Pesqueira, se levantó en armas contra los sediciosos de Mazatlán recla-

mando la legitimización del presidente Juárez. El choque político entre estos dos bandos

85
Más que las razones económicas, puede decirse que fue la discrepancia por motivos ideológicos y religiosos
acerca de la separación de Iglesia y Estado en la vida política de la nación, la reglamentación del registro civil
y la permisión de la libertad de cultos las razones que provocaron la animadversión entre liberales y conser-
vadores. El ambiente era tan tenso que muchos funcionarios públicos, criados católicos como casi toda la
población mexicana, se negaban a sancionar las leyes civiles por temor a recibir amonestación o castigos por
parte de la Iglesia como podía llegar a serlo incluso la excomunión. Zuloaga desconoció la Constitución por
“ser contraria a los usos y costumbres de la sociedad”. Lira y Staples, “Del desastre” en Velázquez García,
Nalda et al., Nueva, pp. 453-464.
86
El golpe de Yáñez parece haber devuelto en forma espuria al ocupante de la comandancia general de Sina-
loa la capacidad, en lo sucesivo, de ocupar también el cargo de gobernador del estado; lo que habría de iniciar
con un nuevo periodo de inestabilidad en el puerto de Mazatlán. Buelna, Apuntes, pp. 47-49.

343
desató en México y en Sinaloa un enfrentamiento bélico que se prolongó hasta 1861: la

Guerra de Reforma.87

El puerto de Mazatlán, convertido desde el pronunciamiento de Yáñez en capital de

Sinaloa y en reducto de los conservadores de la entidad, fue asediado por las milicias libe-

rales de la región conducidas por Pesqueira y Vega hasta que en abril de 1859 la defensa

que de la plaza hacía el general Manuel Arteaga –comandante general y gobernador en sus-

titución del ausente Yáñez– fue vencida y la ciudad, tomada; quedando en responsabilidad

del orden en el estado el coronel Vega, quien eventualmente fue ascendido a general y de-

clarado formalmente gobernador por la nueva Constitución de Sinaloa promulgada tras el

triunfo del juarismo, en 1861.88

Para los partidarios liberales, la ocupación de Mazatlán fue muy importante porque

erradicó de Sinaloa el último núcleo reaccionario; pero más porque este triunfo posibilitó

luego la captura del puerto de Manzanillo y dejó a los contingentes conservadores inmovi-

lizados en el puerto de San Blas, que era el último puerto del Pacífico que restaba en su

posesión.89 Para la clase privilegiada, el triunfo de los leales a Juárez fue sinónimo de rapi-

ña, con la soldadesca entregándose “a sus habituales costumbres de robo y saqueo”. Para

contenerles, la presidencia de México supuestamente decretó en abril 28 de 1859 la clausu-

ra del puerto de Mazatlán al comercio de altamar y de cabotaje.90

87
Lira y Staples, “Del desastre” en Velázquez García, Nalda et al., Nueva, p. 464; y Sinaloa, un bosquejo de
su historia (Antonio Nakayama, 1983) compilado en Sergio Ortega y Edgardo López Mañón (compiladores),
Sinaloa, textos de su historia, tomo 1, México, Gobierno del Estado de Sinaloa-Dirección de Investigación y
Fomento de la Cultura Regional-Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, 1987, pp. 347-348.
88
Buelna, Apuntes, pp. 52-54 y 65-66.
89
José María Vigil y Juan B. Híjar y Haro (1874), Ensayo Histórico del Ejército de Occidente, México, Go-
bierno del Estado de Puebla-Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México, 1987,
p. 20.
90
De Gabriac (México, mayo 5 de 1859) en Lilia Díaz, Versión francesa de México. Informes diplomáticos
1858-1862, volumen segundo, México, El Colegio de México, 1964, pp. 89-91. La compilación de leyes de
Dublán y Lozano no registra ningún decreto en la fecha afirmada.

344
El comercio mazatleco adoleció la guerra: en 1858 la firma de Heymann & Berthau

fue despojada por soldados mexicanos $6,000 más existencias.91 Un periódico local publicó

que un mercader italiano llamado Juan Pasador se suicidó en 1859, agobiado por un prés-

tamo al que fue forzado por el gobierno.92 En 1860 la compañía Jecker, “la casa más consi-

derable de México”, entró en quiebra arrastrando consigo una considerable cartera de in-

versionistas extranjeros en el país.93 Luego, una serie de altercados y ofensas mutuas susci-

tados entre el gobernador Vega y la legación y capitanes de marina británicos en Mazatlán,

San Blas y Tepic a quienes el sinaloense acusaba de contrabando y de brindar protección y

apoyo a los enemigos reaccionarios,94 degradó en el puerto la histórica relación que México

tenía con los ingleses como sus principales agentes comerciales y financieros. Lo anterior

vino a poner a los capitalistas estadounidenses en oportunidad de remplazarles de esas ta-

reas no nada más en el entorno mexicano, sino que en el mercado global.

A pesar de que nunca prosperó un preacuerdo existente en 1859 entre Estados Unidos

y México para favorecer el tránsito y comercio transcontinental del primero a través de co-

rredores determinados dentro del territorio del segundo –conocido como tratado McLane-

Ocampo en honor a sus signatarios–,95 el establecimiento en Mazatlán en 1861 de una su-

cursal de la compañía bancaria de San Francisco Wells, Fargo & Co. para proveer servicios

de esta índole con certeza corporativa a un rango mayor de comerciantes locales –quienes

hasta entonces debían apelar a la fortaleza y a la voluntad de un puñado de empresarios, los

91
Documento notarial de Sinaloa, 1858 citado en Martínez Peña, “Historia”, pp. 65-66.
92
Periódico El Eco de Occidente (Mazatlán, 1859) citado en Lerma Garay, Mazatlán, pp. 151-152.
93
A. de la Londe (México, mayo 21 de 1860) y Alphonse Dubois de Saligny (Veracruz, enero 20 de 1862) en
Díaz, Versión [diplomáticos], v. segundo, pp. 163 y 401.
94
Buelna, Apuntes, pp. 51-60. Para un relato detallado de dichos incidentes y de los personajes involucrados,
véase a Antonio Lerma Garay, Breve Historia de los Ataques de Buques de Guerra Ingleses a Mazatlán en el
Siglo XIX, Sinaloa, Creativos7, 2018.
95
Se refiere al embajador estadounidense Robert McLane y al legislador liberal Melchor Ocampo. Mazatlán
era considerado dentro de una de las rutas que partía desde el sur de Texas. Patricia Galeana de Valadés, El
Tratado McLane-Ocampo: la comunicación interoceánica y el libre comercio, México, Porrúa, 2006.

345
mayores dentro del negocio, para acceder a crédito–96 fue un paso firme para Estados Uni-

dos en la dirección de convertirse en el vaticinado dueño del que los diplomáticos franceses

proyectaban como el “mercado monetario más rico del mundo”. Estos tratos, sin embargo,

debieron haberse aletargado cuando el país norteamericano atravesó por su propia guerra

interior, la Guerra de Secesión; iniciada en 1861 y extendida hasta 1865.

La derrota de las fuerzas conservadoras a finales de 1860 puso fin a tres años de lucha

encarnizada y permitió al líder de los liberales, Benito Juárez, retomar el cargo presidencial

en enero de 1861. Pero el conflicto distaba de haber terminado. La guerra había agotado el

erario nacional. Los recursos de su fuente de suministro primordial, las aduanas marítimas,

terminaron comprometidos casi en su totalidad en el enorme gasto militar resultante aunque

su cuenta siguió corriendo después de finalizada la guerra.97 Por ejemplo; aduciendo al pa-

triótico e indefectible deber, Plácido Vega tomó el dinero de aduanas en Sinaloa, Sonora y

Baja California para costear la campaña que encabezó contra la guerrilla de Manuel Loza-

da,98 cacique indígena opuesto a la Reforma que dominaba el cantón de Tepic y que ame-

nazaba el orden constitucionalista en el sur de Sinaloa. La persecución y resistencia de los

insumisos continuaba, pues, por todas partes; mientras que el país yacía en “la más espanto-

sa miseria”99 para desgracia de su población pero también para el peligro de su soberanía.

La ruina obligó al gobierno de Juárez a declararse temporalmente incapaz de solven-

tar los adeudos contraídos por las pasadas administraciones con sus acreedores internacio-

nales. En consecuencia, en enero de 1862 la fuerza naval de tres naciones europeas agra-

96
Aparte del puerto sinaloense también se establecieron agencias en los demás puertos de destino de los vapo-
res de la compañía Pacific Mail en su itinerario por el litoral mexicano: Acapulco, Guaymas y La Paz. Busto
Ibarra, “El espacio”, pp. 255-256.
97
“Memoria [1861]”, p. 7.
98
Daniel Cosío Villegas, Historia moderna de México. La República Restaurada. Vida política, México,
Hermes, 1955, pp. 72-73.
99
Alphonse Dubois de Saligny (Orizaba, septiembre 5 de 1862) en Lilia Díaz, Versión francesa de México.
Informes diplomáticos 1862-1864, volumen tercero, México, El Colegio de México, 1965, p. 184.

346
viadas por esa decisión, España, Inglaterra y Francia, avanzó sobre Veracruz para exigir su

pago. Si bien las dos primeras se comprometieron a respetar la moratoria y retiraron la

amenaza bélica, el ataque de los franceses a Puebla en mayo de 1862 reveló que la tercera

había venido a México por algo más que una liquidación monetaria: Francia se había plan-

tado en suelo mexicano para poner en marcha su proyecto imperialista en América.100 So-

brevino así la intervención política y militar francesa y la República volvió a quedar bajo la

tutela extranjera, frustrando el empeño de los liberales para construir una nación autónoma.

Fue el sentir en una época posterior a estos acontecimientos que la intervención fran-

cesa interrumpió con dos décadas de desarrollo y florecimiento económico en Mazatlán

digno de los mejores augurios, continuo crecimiento urbano y un bienestar social extensivo

“[…] no sólo de los individuos dedicados al comercio sino también todas las personas que a

su sombra poblaba esa plaza”. Decía en 1874 Santiago Calderón, integrante del cabildo

porteño, que de 1840 a 1864 “Mazatlán siguió siempre una marcha progresiva: su pobla-

ción llegó a ser de 16,000 almas, la construcción se multiplicó con gusto y ornamentación,

sus negocios engrandecieron y hasta sus acontecimientos fueron de grande trascendencia.”;

y que si bien en el presente este vecindario “luchaba por recuperar su antiguo esplendor”,

su decadencia era palpable desde mediados de la década pasada, cuando el puerto sinaloen-

se fue sometido por el enemigo:

En aquellos felices tiempos esta ciudad era un pequeño conjunto de más casas, no se
ostentaba en ellas hermosura ni elegancia, pero en cambio, contenían inmenso núme-
ro de manufacturas otras, familias rodeadas de bienestar, y hasta sus comenzadas ca-
lles llenas de fardos, de trabajadores y compradores, revelaban la buena época de un
pueblo y su risueño porvenir.101

Lira y Staples, “Del desastre” en Velázquez García, Nalda et al., Nueva, pp. 468-469.
100
101
Santiago Calderón, “Apuntes para la estadística del municipio de Mazatlán correspondientes al año de
1874” en Documentos Históricos sobre Mazatlán y Sinaloa, Mazatlán, Ing. Manuel Bonilla-Imprenta de la

347
2. La intervención francesa: una inflexión en la evolución económica.

Ante la amenaza extranjera, en 1863 el presidente Benito Juárez se vio forzado a abandonar

sus funciones. En el mes de junio el ejército francés ocupó la capital mexicana con el con-

sentimiento de los partidarios monarquistas, acordándose la regencia provisional del país

mientras aguardaban por la llegada del aristócrata austriaco Maximiliano de Habsburgo

para gobernar México en nombre del emperador francés Napoleón III.102 Los invasores

tenían en su poder los puertos del golfo de México, por donde habían llegado; y contempla-

ban apoderarse también de los del Pacífico, cuyos productos aduanales estimaban en

$3,000,000 anuales.103

Sinaloa se hallaba en este tiempo en el más completo caos y por extensión también el

puerto de Mazatlán, que por entonces era la capital del estado. En alianza con los interven-

cionistas, las huestes de Lozada y de Francisco de la Vega luchaban por el sometimiento de

la entidad; el primero atacaba desde el sur y el segundo en el centro y norte. Para defender

del territorio, el general y gobernador Plácido Vega se lanzó al frente de batalla y delegó

sus deberes ejecutivos en jefes castrenses que administraron la plaza por interinatos y sin

disciplina.104

Como era de esperarse por las circunstancias, el dinero público fue gastado en la

campaña militar y debió procurarse más entre los particulares. Vega impuso a la élite sina-

loense préstamos monetarios por $58,000 más de la entrega de bastimento. Los detractores

Escuela Preparatoria de Mazatlán, c. 1929 (transcripción electrónica de Adrián García Cortés inédita, no pa-
ginada).
102
Lira y Staples, “Del desastre” en Velázquez García, Nalda et al., Nueva, p. 469.
103
Dubois de Saligny (México, noviembre 11 de 1861) en Díaz, Versión [diplomáticos], v. segundo, pp. 342-
343.
104
Artículos de Ignacio Ramírez (El Semanario Ilustrado, 1864 y 1865) compilados en Boris Rosen Jélomer
y David Maciel (compiladores), Ignacio Ramírez El Nigromante. Obras completas, tomo III, México, Centro
de Investigación Científica Ing. Jorge L. Tamayo A. C., 1985, pp. 133 y 145.

348
del gobernador reclamaron que Vega “se ocupaba en recoger los productos de la aduana

marítima de Mazatlán, para dilapidarlos en vergonzosos desórdenes. Era, pues, necesario

frenar el abuso de poder que ejercía Vega en Sinaloa, sin más provecho que el beneficio de

su persona y el de la gente inmoral que le rodeaba […]”. El mandatario sinaloense cierta-

mente había conseguido la autorización federal para disponer de todas las rentas del estado

para armar a su batallón para enfrentar a los franceses, e inclusive fue expresamente comi-

sionado por Juárez para ir a San Francisco a gestionar un empréstito de $500,000 para la

causa nacional de lo cual anticipó la cantidad $260,000 tomados arteramente de las aduanas

de Mazatlán y los otros puertos sinaloenses en el verano de 1863.105 La planta de la aduana

marítima local tenía un costo de casi $50,000 (cuadro IV.9). Su administración fiscal in-

cluía a los puertos de Topolobampo y Navachiste, útiles para la introducción de mercancía

en el norte de Sinaloa y para la extracción de palo de tinte y algodón; y el de Altata en el

centro de la entidad, cuya importancia crecía en su calidad de puerto al servicio del comer-

cio de la ciudad de Culiacán.106

105
Vigil e Híjar y Haro, Ensayo, pp. 120-121; artículo de Ignacio Ramírez (El Semanario Ilustrado, 1864)
compilado en Rosen Jélomer y Maciel, Ignacio, t. III, pp. 126-130; y Sinaloa, un bosquejo (Nakayama, 1983)
en Ortega y López Mañón, Sinaloa, t. 1, pp. 371 y 375. Los simpatizantes del Vega, en cambio, defendían que
el general tenía “modos de obrar inexplicables para el vulgo”, justificados en su “inteligencia y patriótico celo
que tenía tan bien acreditados”. Véase una reseña biográfica de Plácido Vega en Antonio Lerma Garay, El
General Traicionado. Vida y Obra de Plácido Vega Daza, México, Creativos7, 2010.
106
Decreto núm. 6352 de mayo 30 de 1868 en Manuel Dublán y José María Lozano, Legislación mexicana o
colección completa de las disposiciones legislativas expedidas desde la independencia de la república, tomo
X, México, Imprenta del Comercio, 1878, pp. 332-333. Otros dos puertos de cabotaje en la costa norte sina-
loense llamados Ángeles y Tamazula (ambos se encuentras actualmente en el municipio de Guasave) tuvieron
un breve funcionamiento, entre mediados de 1868 y probablemente comienzos de 1869. Su apertura parece
haberse hecho a instancias de la ley de presupuestos de mayo de 1868; pero ésta no da detalles al respecto.
“Número 29. Iniciativa sobre reformas en las plantas de aduanas marítimas [Documento núm. 6. Aduana
marítima de Mazatlán]” en Memoria de Hacienda y Crédito Público que el secretario del ramo presenta al
Congreso de la Unión el 28 de septiembre de 1868, México, Imprenta del gobierno, 1868, sin página; y Me-
moria que el secretario de Hacienda y Crédito Público presenta al quinto Congreso de la Unión el 10 de
septiembre de 1869, y que comprende el año fiscal de 1° de julio de 1868 al 30 de junio de 1869, México,
Imprenta del gobierno, 1869, pp. 42-43.

349
Cuadro IV.9. Estructura de la aduana marítima de Mazatlán en 1863.
Cargo Sueldo unitario ($)
un administrador 5,000
un contador 3,000
un oficial primero de libros 2,000
un oficial segundo de libros 1,500
un oficial tercero 1,000
dos oficiales 900 (x2)
cuatro escribientes 700 (x4)
dos vistas 2,400 (x2)
un alcaide 2,000
un portero 600
RESGUARDO
un comandante de celadores primero 2,500
un comandante de celadores segundo 2,500
catorce celadores montados 950 (x14)
tres patrones de falúa 400 (x3)
dieciocho marineros 300 (x18)
Total 49,400
Fuente: decreto núm. 5937 de noviembre 24 de 1863 en Manuel Dublán y José María Lozano, Legislación
mexicana o colección completa de las disposiciones legislativas expedidas desde la independencia de la re-
pública, tomo IX, México, Imprenta del Comercio, 1878, pp. 669-670.

Maximiliano asumió el poder en mayo de 1864. Para entonces la marina francesa ya había

tomado control de los puertos de Acapulco y Manzanillo, toda vez que San Blas de ante-

mano estaba en manos de los aliados lozadistas. Su siguiente objetivo era bloquear parcial o

totalmente el puerto de Mazatlán, al que consideraban el más activo de la costa occidental

mexicana y cuyo ingreso aduanal calculaban entre $60,000 y $100,000 al año.107 Se repu-

diaba, por un lado, que por falta de la estricta sumisión de los puertos ligados al intercam-

bio con Estados Unidos, Matamoros en el oriente y Mazatlán en el occidente; desde éstos se

continuara financiando y proveyendo de municiones y otros recursos a la resistencia juaris-

107
Se discutía la posibilidad de que en algunos puertos se establecieran bloqueos marítimos con atenuantes
favorables para los barcos estadounidenses, ingleses u otros países aliados o neutrales al imperio francés; pero
ninguna concesión para las embarcaciones mexicanas. Ministro de asuntos extranjeros de Francia a E. Jurien
de la Gravière (París, marzo 14 de 1862), comandante Bried (Acapulco, febrero 29 de 1864) y ministro de
asuntos extranjeros de Francia (París, abril 12 de 1864) en Díaz, Versión [diplomáticos], v. tercero, pp. 18,
335-336 y 394.

350
ta. Por el otro, era sabido que aunque los puertos fueran cerrados las tropas mexicanas en-

contrarían la forma de acarrear por el interior del país las provisiones que no pudiera mover

por mar; pero los intervencionistas franceses sí se verían limitados en cambio de la explota-

ción de estas vías de exportación portuarias, lo que redundaría en la merma de sus propias

ganancias.108

En la primera quincena de noviembre la armada francesa bajo el mando del coman-

dante Le Normand de Kergrist inició el bloqueo del puerto de Mazatlán, procediendo luego

a bombardearlo para obligar a la rendición a la guarnición local. La plaza cayó enseguida

como consecuencia de una defensa que ya se había consumido a lo largo del año en los

enfrentamientos con los lozadistas; y de la confrontación entre el general Vega y el general

y gobernador en turno Antonio Rosales, que impedía sumar fuerzas en contra del enemigo.

Acto seguido, los invasores designaron autoridades en la entidad: se nombró al señor An-

drés Vasavilbazo prefecto del departamento de Sinaloa; al general Manuel Gamboa comisa-

rio imperial para Mazatlán; al oficial francés Félix LaCases capitán del puerto; y ordenó al

ayuntamiento local y la aduana marítima obediencia del imperio. Comenzando el año de

1865, el gobierno de Sinaloa quedó bajo la tutela del general Armand Castagny y como

comisario imperial el licenciado Iribarren.109

108
Conde de Montholon (México, mayo 10 de 1864) en Díaz, Versión [diplomáticos], v. tercero, pp. 398-399;
y conde de Montholon (México, julio 10 de 1864) y ministro de negocios extranjeros de Francia (París, agosto
22 de 1864) en Lilia Díaz, Versión francesa de México. Informes diplomáticos 1864-1867, volumen cuarto,
México, El Colegio de México, 1967, pp. 5-6 y 16-17.
109
Buelna, Apuntes, pp. 74-78; Gaxiola, El General, pp. 372-375 y 466; y “Tres Pequeños Capítulos Imperia-
les” en Antonio Lerma Garay, Érase Una Vez en Mazatlán, Sinaloa, Comisión Estatal Sinaloa-Creativos7,
2010 (versión electrónica no paginada). Guaymas fue el último de los puertos del Pacífico mexicano en ser
capturado. Los franceses lo consideraban el segundo mejor de la región después del puerto de Mazatlán debi-
do a su buena condición portuaria. Su aduana fue organizada como la del puerto sinaloense. Paul Laurent, La
Guerre du Mexique de 1862 à 1866. Journal de marche du 3e chasseurs d'Afrique. Notes intimes écrites au
jour le jour, Paris, Amyot, 1867, pp. 243-244 (acervo electrónico de la Bibliothèque Nationale de France
consultado en noviembre de 2017 en www.gallica.bnf.fr). El licenciado Iribarren aludido tal vez refiere a José
María Iribarren, quien había sido funcionario en el puerto de Mazatlán en los años 1849 y 1850. Vigil e Híjar
y Haro, Ensayo, pp. 260-261 y 338-339; y Calderón, “Apuntes”. Durante el imperio francomexicano, los

351
Conocedores de su histórico esplendor, los franceses creyeron que Mazatlán podía ri-

valizar con San Francisco como el principal puerto del Pacífico americano y una de las ciu-

dades más importantes del continente. Al igual que el puerto californiano, el sinaloense

tenía la dicha de contar con una riqueza agrícola comparable con su preconizada riqueza

mineral: “Todo abunda en este pequeño paraíso terrestre”. La costa sinaloense atraía así, a

la sazón de “su antigua hermana California”, a trabajadores, industriales e inversionistas de

todo el mundo interesados en explotarles tan pronto el país pudiera ser puesto en paz.110

[…] el exterior compartió la confianza en el nuevo estado de cosas; casas de San


Francisco, El Callao y Valparaíso no vacilaron en enviar hacia Mazatlán expediciones
por un monto de varios millones de francos. Eso no es todo, la especulación extranje-
ra se dirige hacia las minas y el cultivo de algodón, y derrama en la región sumas que
ciertamente pasan de 2,000,000 de francos [$400,000].111

Durante la intervención las estadísticas y cuentas públicas de México fueron llevadas por la

administración francesa. El único informe de Mazatlán disponible en este periodo fue reali-

zado por el cónsul Antoine Forest para el año de 1865, en el cual queda de manifiesto que

una vez establecido el nuevo orden en el puerto, el comercio recuperó la forma acostum-

brada.112 En el año citado el comercio en el puerto de Mazatlán generó $4,800,000

(24,000,000 francos de acuerdo con la fuente) en proporción de 70% por importaciones y

30% por exportaciones. La suma resultó inferior a la que esta plaza solía alcanzar antes de

diplomáticos en México de las naciones enemigas a Francia, principalmente Estados Unidos, no fueron reco-
nocidas en su representación consular sino como meros encargados de negocios de sus respectivos países.
Lerma Garay, Mazatlán, p. 116.
110
Antoine Forest (Anexo. Informe comercial para 1865) en Díaz, Versión [económicos], II, pp. 94 y 103-
105; y Laurent, La Guerre, pp. 204-205 y 261-263.
111
Forest (Anexo) en Díaz, Versión [económicos], II, pp. 93.
112
Forest (Anexo) en Díaz, Versión [económicos], II, pp. 92-93 y 112.

352
la guerra civil por la que el país había atravesado al principio de la década; aunque aún así

fue notable tomando en cuenta dicho contexto.113

Estados Unidos se había desenvuelto ya en potencia económica y comercial de orden

mundial, pero hasta la sexta década del siglo XIX, eran todavía las importaciones de Ingla-

terra en Mazatlán las de mayor valor entre las extranjeras. La mercancía inglesa consistía

en telas de algodón, hilo, lana y seda de calidades variables y accesibles para todas las cla-

ses sociales; quincallería, azúcar, cerveza y objetos de primera necesidad. La mayor parte

de estos productos no eran de manufactura propia sino reexportaciones de artículos origina-

rios de, o almacenados en, California, Francia, Alemania y Suiza.

En el caso de las estadounidenses, la mitad de sus introducciones fueron igualmente

reventas, de mercaderías francesas por $300,000 y de efectos ingleses y alemanes por

$200,000; pero con la ventaja por sobre cualquier país europeo que su comercio se podía

hacer grandes ahorros en derechos de almacenaje, pues la proximidad entre Mazatlán y San

Francisco permitía a los norteamericanos planificar mejor los embarques que aquéllos que

tenían que recorrer todo el litoral continental.

Tan sólo 1.5% de las importaciones de Hamburgo fueron de textiles (el resto no está

identificado), todos ellos de imitación inglesa pero más baratos y de menor calidad. De Pe-

rú llegaban licores. De Chile se enviaban a Sinaloa harina y pan antes recibidos de Sonora;

cebada y café originarios de Río de Janeiro o de Centroamérica, arroz de Perú, cerveza in-

113
Para la fecha en que el informe del cónsul Forest fue presentado, en abril 28 de 1866, la temporada comer-
cial en el puerto de Mazatlán ya debía de haber terminado en vista de que la estación lluviosa estaba próxima
a comenzar. Forest (Anexo; y Mazatlán, julio 31 de 1866) en Díaz, Versión [económicos], II, pp. 92-93, 97 y
112-113. Otras fuentes no oficiales coinciden en señalar ganancias de entre $3,000,000 y $4,000,000 por la
actividad comercial en Mazatlán. “Expédition du Mexique. Route de Mazatlan (Fin.)” en periódico L'Illustra-
tion. Journal Universel, 1865, pp. 383-385 consultado en la colección particular de Manuel Gómez Rubio.

353
glesa y efectos varios de Francia; todo para consumo exclusivo del ejército intervencionista

(gráficas IV.11 y IV.12).114

Gráfica IV.11. Valor y procedencia de las exportaciones del puerto de Mazatlán en el año 1865. Montos en
pesos.
1,600,000

1,400,000

1,200,000

1,000,000

800,000

600,000

400,000

200,000

0
1865

Inglaterra Hamburgo EUA Francia Chile y Perú

Nota. Los montos son presentados originalmente en francos. La conversión de unidades fue hecha con base
en Ibarra Bellón, El comercio, p. 455, apéndice I.
Fuente: Antoine Forest (Anexo. Informe comercial para 1865 [Mazatlán, 28 de abril de 1866]) en Díaz, Ver-
sión [económicos], II, pp. 97-100.

Gráfica IV.12. Proporción del valor de las importaciones al puerto de Mazatlán en 1865 según procedencia.

Total: $3,895,766
5%

15%
36%
Inglaterra
28% Hamburgo
EUA
16%
Francia
Chile y Perú

Fuente: gráfica IV.11.

114
Forest (Anexo) en Díaz, Versión [económicos], II, pp. 97-100

354
La mitad de las importaciones francesas lo fue también por reventas. Se estimaba que si las

reventas de productos franceses –telas de algodón estampado confeccionadas en Ruan,

Normandía conocidas como rouenneries y otros textiles finos, ferretería, vinos y licores–

hechas por otros países se hubieran introducido por consignación de la propia Francia, esta

nación hubiera aparecido con una mayor incidencia en las estadísticas del comercio extran-

jero de Mazatlán.

En 1865 había en Mazatlán más de 60 comercios. De entre una docena de grandes

tiendas –el resto eran calificadas como de segundo y hasta tercer orden–, dos eran france-

sas: Nazereau & Co. y Germán Baston & Co., cuyos ingresos eran de entre $400,000 y

$600,000; una suma que puede considerarse pingüe a decir de las estimaciones de Forest,

quien afirma que los mayores mercaderes porteños contaban con un capital de entre

$50,000 y $600,000. El cónsul agrega que en el total de importaciones de Francia no se

contempló una suma de $160,000 en víveres y $200,000 en armamento introducidos por los

disidentes sinaloenses de forma clandestina por los puertos de Altata, Playa Colorada y

Navachiste.115

La plata y el oro seguían siendo extraídos en buena cantidad de los distritos de Rosa-

rio y Concordia –pertenecientes al segundo las minas de Pánuco, Copala y Zaragoza– y

debieron éstos de representar hasta 95% de la exportación de Mazatlán en 1865. Se decía

que su valor era comparable al de la producción metalífera de California. La prensa de San

Francisco especulaba que las tropas francesas en Sinaloa cargaban entre Durango y Ma-

zatlán con caudales de 30,000 dólares en promedio que obtenían con regularidad en los

115
Forest (Mazatlán, enero 31 de 1866; y Anexo) en Díaz, Versión [económicos], II, pp. 90-91 y 97-100; y
“Expédition” en L'Illustration, pp.383-385. Germán Baston & Co. operaba también desde 1861 una línea
naviera entre el puerto de Le Havre y Mazatlán. Antonio Lerma Garay, Mazatlán Decimonónico IV, Sinaloa,
Creativos7, 2016, p. 70.

355
minerales en la sierra. Sin embargo, Forest afirmaba que la plata en México estaba infrava-

lorada a causa de un sistema fiscal opresivo que desalentaba a su explotación. Proponía por

lo tanto la reducción de gravámenes a su transformación y la liberación de su exportación;

de tal suerte que la minería se volviera una industria y un negocio rentable para mineros,

comerciantes y marineros sin necesidad de optar por el contrabando y aumentar con ello los

ingresos públicos derivados de su producción.

El cónsul pensaba que con base en dichas modificaciones tributarias la tesorería im-

perial podría ganar hasta $60,000 por cada $1,000,000 en plata exportada en comparación

con los $36,000 que lo hacía al momento. Estos valores, de cualquier manera, eran meros

supuestos porque al parecer la marina inglesa seguía involucrada considerablemente en el

negocio de la transportación de de los metales preciosos americanos y sus cuentas eran pri-

vadas y por tal razón desconocidas para la legación francesa (gráficas IV.13 y IV.14).116

Gráfica IV.13. Valor y procedencia de las exportaciones al puerto de Mazatlán en 1865. Montos en pesos.
700,000

600,000

500,000

400,000

300,000

200,000

100,000

0
1865
Inglaterra Hamburgo y Bremen EUA Francia
Nota. Los montos son presentados originalmente en francos. La conversión de unidades fue hecha con base
en Ibarra Bellón, El comercio, p. 455, apéndice I.
Fuente: Forest (Anexo) en Díaz, Versión [económicos], II, pp. 97-100.

116
Forest (Anexo) en Díaz, Versión [económicos], II, pp. 94-97 y 102; Laurent, La Guerre, p. 205; y periódi-
co Daily Alta California (San Francisco, 1865) citado en Lerma Garay, Mazatlán, p. 113.

356
Gráfica IV.14. Proporción del valor de las exportaciones al puerto de Mazatlán en 1865 según procedencia.

3% Total: $1,324,738

19%

44%

35% Inglaterra
Hamburgo Y Bremen
EUA
Francia

Fuente: gráfica III.13.

Otras materias primas procuradas en el puerto sinaloense pero en mucha menor medida

–menos de 5% de las exportaciones totales– seguían siéndolo el palo de Brasil, maderas

finas como ébano y caoba, algodón, perlas, concha nácar, cobre, sal, cueros y pieles, rebo-

zos, botellas vacías, mezcal y sombreros de palma que iban a dar a los mercados de San

Francisco (34% del consumo en esta plaza era de estas mercaderías mexicanas) y de Fran-

cia. La extracción de palo de tinte decayó con respecto a los años anteriores debido a los

nuevos descubrimientos de la industria química que empezaban a sustituirlo.117 El algodón

era un cultivo que hasta tiempos muy recientes fue ensayado con éxito en las tierras aleda-

ñas al puerto por los inmigrantes oriundos del sur de Estados Unidos, de los estados de las

plantaciones, que habían llegado a Mazatlán huyendo de la guerra civil en su país. 5,000 t.

de esta fibra fueron cosechadas entre 1863 y 1864 y, en parte, maquiladas en las dos fábri-

cas de hilados y tejidos creadas en Sinaloa en este par de años, que eran la planta de Villa

117
Según el cónsul Forest, en sus mejores años la exportación de palo de tinte de Mazatlán ascendía a 15,000
toneladas; aunque de acuerdo con Martinet, el promedio de extracción anual reportado una década atrás era de
6,500 t.: menos de la mitad de la cantidad señalada. Forest, (Anexo) en Díaz, Versión [económicos], II, pp. 98
y 102.

357
de la Unión propiedad de los señores Echeguren, Miller y Curry; y “La Bahía” de la familia

Melchers, en la ciudad porteña.118

Pero la resistencia en Sinaloa no menguaba y el optimismo que las proyecciones eco-

nómicas de los intervencionistas denotaban todavía para mediados de 1865, ya no pudo ser

reiterado para el resto del año, cuando el estado aquejó plenamente los embates de la gue-

rra. Para octubre el ejército francés en la entidad ya había sido replegado solamente al puer-

to. La avanzada de la fuerza juarista al mando del general Ramón Corona recuperó los pue-

blos de Siqueros, La Palma, Walamo y Villa de la Unión entorno a Mazatlán, lo mismo que

las villas de Rosario y Concordia; situándose en esta última la sede provisional del go-

bierno de la entidad a cargo de Corona. Mazatlán fue sitiado: los caminos a Durango y al

sur fueron bloqueados y el trasiego comercial al puerto fue impedido para que el enemigo

no pudiera avituallarse ni beneficiarse del dinero de las alcabalas.119

Las importaciones cotizadas en $900,000 (la tercera parte de ella procedente de dos

naves francesas) descargadas de los últimos cinco barcos llegados a puerto fue a dar directo

a las bodegas por tiempo indefinido, a expensas de perder la inversión; y las órdenes de

compra fueron suspendidas so riesgo de que también fueran incautadas. Las ventas que aún

en estas condiciones alcanzaron a realizarse, fueron sujetas a dobles contribuciones; prime-

ro en la aduana marítima controlada por los extranjeros y después en las garitas terrestres

118
Forest (Anexo) en Díaz, Versión [económicos], II, p. 93; Laurent, La Guerre, pp. 262-263; periódico The
Mazatlán Times (Mazatlán, 1864) citado en Lerma Garay, Mazatlán, p. 161; y Busto Ibarra, “El espacio”, p.
277, cuadro 6.5. La fábrica textil de Villa de la Unión (o Presidio) pertenecía en 1863 a George Penn Johnston
& Co. Periódico Sacramento Daily Union (Sacramento, 1863) citado en “The Mazatlan Times” en Lerma
Garay, Érase. Tal parece que para 1867 nomás había una sola fábrica textil. “Datos estadísticos de la munici-
palidad de Mazatlán correspondientes al año de 1867” en Boletín de la Sociedad Mexicana de Geografía y
Estadística de la República Mexicana, tomo IV, segunda época, México, Imprenta del Gobierno, 1872, p. 84.
119
Forest (Anexo) en Díaz, Versión [económicos], II, p. 93; Laurent, La Guerre, p. 210; y Buelna, Apuntes, p.
87. Un cuerpo del ejército francés en Sinaloa que fue acantonado en Presidio, cuya necesidad era cuestionada
hasta por los propios intervencionistas, era pagado mensualmente con un sueldo de casi $2,000 obtenidos de
los ingresos alcabalatorios comercio. Vigil e Híjar y Haro, Ensayo, p. 314.

358
tomadas por los mexicanos. La mercancía disponible se encareció y el desabasto cundió en

la plaza porteña y en la región dependiente de su gran mercado para agravio de la población

y de la propia milicia sinaloense como consecuencia del estancamiento del comercio.120

El sostenimiento de la campaña republicana con las provisiones conseguidas de las

precarias tesorerías públicas recuperadas de los franceses, los donativos y préstamos volun-

tarios –como por ejemplo el empréstito de $70,000 que el comerciante español Echeguren

hizo a Corona a cambio de futuros descuentos en derechos aduanales– y los forzados no era

suficiente; y la falta de circulación de bienes por tierra tampoco permitía pagar a la tropa

con los recursos del comercio, no obstante que los invasores en Mazatlán sí seguían sumi-

nistrándose por mar desde los otros puertos en su poder de Guaymas o San Blas en virtud

de que el ejército mexicano no contaba con marina artillada capaz de cerrar el paso por la

costa.121

Mientras que en Mazatlán tenían lugar estas horribles escenas de traición y de sangre,
Corona no descansaba un solo momento en aumentar y organizar su fuerza, procu-
rándose al mismo tiempo todos los elementos necesarios. […] D. Juan B. Sepúlveda,
encargado del ramo de hacienda en Concordia, el Rosario, Matatán [sic. Mazatlán] y
San Ignacio, agenciaba recursos para la tropa imponiendo un préstamo de 10,000 pe-
sos a los que habían firmado actas de adhesión al imperio; pidiendo el pago adelanta-
do por un año de contribuciones sobre fincas rústicas y urbanas, y mandando que to-
das las reses que consumiera el ejército fueran tomadas de las propiedades de los trai-
dores, y que las oficinas de rentas o las pagadurías en su defecto, monopolizaran el
ramo de abastos, aplicando sus productos a las necesidades de la fuerza. Todos estos
arbitrios, empero, no producían más que lo absolutamente indispensable para vivir,
para adicionar con trabajo el número de soldados y vestirlos de manta.122

120
Forest (Anexo; y Mazatlán, julio 31 de 1866) en Díaz, Versión [económicos], II, pp. 92-93 y 112-113; y
documento consular estadounidense citado en Lerma Garay, Mazatlán, p. 114.
121
Vigil e Híjar y Haro, Ensayo, pp. 327-328, 346 y 456-457.
122
Vigil e Híjar y Haro, Ensayo, pp. 256.

359
Los apuros financieros obligaron a Corona a cejar en el sitio del puerto, pero el daño a las

finanzas locales ya estaba hecho. Los dos ejércitos en guerra exigían la aportación ciudada-

na en dinero o en especie, mientras que los pedidos comerciales permanecieron cancelados.

Ningún cargamento debió llegar a Mazatlán en meses, siendo su mercado reemplazado en-

tretanto por los puertos de Altata y Navachiste. Los negocios porteños se declararon en

quiebra; y la minería, actividad llamada a ser el pilar de la economía nacional, consecuen-

temente fue abatida por la falta de capital, brazos y seguridad.123

“Desde hace quince años que vivo en este continente, he asistido a muchas crisis, pe-

ro ninguna semejante” decía el embajador Alphonse Dano cuando, en junio de 1866, cuan-

do el escenario mexicano era tan adverso que los intervencionistas ya se habían resignado a

que ni las aduanas marítimas rendirían ganancia alguna, pues atrofiado el comercio, los

ingresos de los puertos de Mazatlán y del golfo resultaban insignificantes, además de que

estaban de antemano comprometidos para la remuneración del ejército y para amortizar la

deuda internacional de la cual Inglaterra era su mayor acreedor.124

El proyecto imperialista en México finalmente sucumbió ante la presión internacio-

nal. Tan pronto como culminó en Estados Unidos la Guerra de Secesión en abril de 1865, el

país asumió un papel activo en la contención de las pretensiones expansionistas de Francia

en América. Al año siguiente, en julio de 1866, el ejército napoleónico fue derrotado en

Europa en la guerra francoprusiana, obligando a Napoleón III a reagrupar a su fuerza bélica

123
Forest (Mazatlán, enero 31 de 1866; Anexo; y Mazatlán, julio 31 de 1866) en Díaz, Versión [económicos],
II, pp. 91-93 y 114-115; Díaz, Versión [diplomáticos], v. tercero, p. XXI; y Alphonse Dano (México, abril 10
de 1866) en Díaz, Versión [diplomáticos], v. cuarto, pp. 301-302.
124
Dano (México, mayo 29 de 1866) en Díaz, Versión [diplomáticos], v. cuarto, pp. 321-322. En febrero de
1868 el ministro de Hacienda José María Iglesias informó que, desde su recuperación, las entradas de las
aduanas de Mazatlán y Manzanillo se invertirían en el pago del Ejército de Occidente (denominación que
recibió el contingente armado en Sonora y Sinaloa para combatir a los franceses) y las de la Guaymas en el
pago de los batallones que militaron en Sonora. Ni de la aduana de Acapulco ni de la de San Blas se tenía
hasta ese momento. Memoria (1868), pp. 39-40.

360
en el Viejo Continente a expensas del subsidio de sus batallones en suelo mexicano. Retira-

do entonces el apoyo, los invasores comenzaron su retirada del país en octubre de 1866. En

noviembre el puerto de Mazatlán fue evacuado por el ejército francés y recuperado por las

fuerzas nacionales, y en junio de 1867 el enemigo fue definitivamente vencido en sus últi-

mas trincheras y el emperador Maximiliano, fusilado; terminando con esto con la interven-

ción francesa de México. Benito Juárez reasumió las tareas presidenciales y restauró las

bases del gobierno soberano y liberal.125

El comercio internacional fue restablecido conforme a la ordenanza general arancela-

ria de 1856. Según las cuentas hechas por el secretario Matías Romero una vez reinstalada

la Hacienda Pública federal en el transcurso de 1867, en el quinquenio de sometimiento

extranjero las rentas aduanales de México fueron de poco menos de $6,500,000 por año.126

Esta suma corresponde con el promedio recabado por el ramo de aduanas marítimas en el

transcurso del siglo, lo que deja en claro que el valor del comercio exterior mexicano man-

tuvo su condición aún mientras la nación no pudo contar con sus rentas.127 Para poder dis-

poner de los recursos que prodigaba esta fuente económica de forma más eficiente e inme-

diata, en 1866 el gobierno ordenó que toda contribución exigida al comercio en las aduanas

portuarias debía ser liquidada en efectivo sin lugar al crédito o a las letras de cambio; 128 por

lo que es posible que los montos registrados por la fuente en este último periodo analizado

125
Vigil e Híjar y Haro, Ensayo, pp. 445-446; y Lira y Staples, “Del desastre” en Velázquez García, Nalda et
al., Nueva, pp. 473-474.
126
Según el ministro de Hacienda Matías Romero, los ingresos de aduanas marítimas de diciembre de 1861,
año de la ocupación del puerto de Veracruz por los franceses; a junio de 1867, cuando el ejército nacional
recuperó la ciudad de México y venció finalmente a los invasores; fueron de $33,748,150; lo que más o me-
nos resulta en el promedio señalado. Memoria (1868), p. 20.
127
Memoria que el secretario de estado y del despacho de Hacienda y Crédito Público presenta al Congreso
de la Unión, México, Imprenta del gobierno, 1868, pp. 39 y 68.
128
Decreto núm. 6012 de diciembre 1 de 1866 en Manuel Dublán y José María Lozano, Legislación mexicana
o colección completa de las disposiciones legislativas expedidas desde la independencia de la república,
tomo IX, México, Imprenta del Comercio, 1878, p. 748; Memoria [Iglesias] (1868), pp. 40-42; y Vigil e Híjar
y Haro, Ensayo, p. 497.

361
sean más exactos que los totales consignados para este ramo hacendario en los años anterio-

res.

El ingreso de la aduana de Mazatlán solamente en el primer semestre de 1868 iguala

su recaudación en el año natural de 1855, que es el año de comparación más cercano des-

pués de una década en que no se compilaron memorias hacendarias, además de ser uno de

los más prolíficos hasta entonces; lo que hace pensar que el rendimiento de esta administra-

ción en el curso completo del año fiscal de 1867-1868 debió ser superior al del año natural

de 1844, que era el máximo histórico. Tal proyección de hecho se ve concretada en el si-

guiente año económico de 1868-1869 –coincidente con un repunte de la economía nacional

experimentado en términos generales–, que a la postre resultó ser la mayor suma producida

por el puerto de Mazatlán en lo que iba de la centuria previo a sufrir una notoria caída en el

comienzo del último tercio del siglo XIX (gráfica IV.15).

Gráfica IV.15. Ingresos por derechos aduanales de los puertos mexicanos del Pacífico norte del segundo
semestre del año fiscal de 1867-1868 al año fiscal de 1870-1871.
1,400,000

1,200,000

1,000,000

800,000

600,000

400,000

200,000

0
1° sem. 1868 1868-1869 1869-1870 1870-1871

Mazatlán San Blas Guaymas Acapulco

Fuentes: memorias de Hacienda Pública mexicana de 1868 (Romero), 1869 y 1871.

362
Destaca igualmente, aunque con ganancias mucho menores a las de Mazatlán, la recupera-

ción del puerto de Acapulco, que se beneficiaba de ser escala en el viaje entre California y

Panamá; y de manera parcial, también la de Guaymas; mientras que el puerto de San Blas,

que hasta 1840 había sido vital para el intercambio comercial internacional, cayó hasta un

punto de decadencia apenas conocido por Acapulco en las pasadas décadas. Puertos de im-

portancia secundaria en la primera mitad del siglo como La Paz, Baja California y Manza-

nillo, Colima cobraron en la segunda mayor relevancia que os principales de Sonora y Ja-

lisco.129

La proporción de los derechos aduanales importados a Mazatlán se retrajo de las

acostumbradas tres cuartas partes del total, a la mitad (gráfica IV.16). La administración del

puerto sinaloense aportó una contribución de $826 en total por el tabaco importado durante

este periodo, la cual resulta insignificante en comparación con los $5,728 que entregó la

aduana de San Blas en el año fiscal de 1870-1871.130 Las receptorías marítimas de Ma-

zatlán y Guaymas fueron las únicas en el Pacífico en cubrir la cuota de importaciones des-

tinada a la reparación de hospitales, aumentada de 1% a 2%; aunque sólo lo hicieron en el

año fiscal de 1868-1869 a razón de $204 y $36 respectivamente.

129
Manzanillo fue clasificado como puerto de altura en la ordenanza general arancelaria de 1856. Su prome-
dio de ingresos aduanales en los años fiscales de 1868-1869 y 1870-1871 es de $1,165,598, lo que le ubica un
poco por encima de Mazatlán. De hecho, en el año de 1868-1869 la aduana de Manzanillo recaudó
$1,547,622: el mayor total colectado por alguno de los puertos pacíficos de México. Empero, la regularidad y
la cuantía de las contribuciones de la aduana de Mazatlán seguían haciendo del puerto de Sinaloa el más redi-
tuable en el occidente. La Paz fue declarado puerto de altura por el decreto núm. 5253 de mayo 11 de 1861.
En 1867 se estudió la propuesta de Ulises Lassepas de nombrarle puerto de depósito en el golfo de California
con la intención de consolidar el cabotaje en el área, impulsar mediante esta actividad la economía en la re-
gión y estimular con ello el poblamiento de la península de Baja California. Su ingreso promedio en el lapso
analizado es de $84,093; lo que le coloca en mejor posición que San Blas. Memoria (1869), pp. 42-43; e Igna-
cio Ramírez, “Un puerto de depósito en el Pacífico” (El Correo de México, 1867) compilado en Boris Rosen
Jélomer y David Maciel, Ignacio Ramírez El Nigromante. Obras completas. Escritos periodísticos 1, tomo I,
México, Centro de Investigación Científica Ing. Jorge L. Tamayo A. C., 1984, pp. 123-125.
130
La aduana marítima de San Blas fue la única en redituar también por la importación de algodón $3,140 en
el año fiscal de 1870-1871; género cuya introducción en México venía a la baja desde que Estados Unidos
comenzó a acaparar su consumo y manufactura una vez que el país se recuperó de la Guerra de Secesión.
Memoria [Iglesias] (1868), p. 40.

363
Gráfica IV.16. Ingresos por derechos de importación de las aduanas marítimas mexicanas del Pacífico norte
de 1868 a 1870-1871.
500,000

450,000

400,000

350,000

300,000

250,000

200,000

150,000

100,000

50,000

0
1° sem. 1868 1868-1869 1869-1870 1870-1871

Mazatlán San Blas Guaymas Acapulco


Fuentes: memorias de Hacienda Pública mexicana de 1868 (Romero), 1869 y 1871.

El vaivén marítimo en Mazatlán no da muestras de haber tenido un gran cambio en 1865

con respecto a 1854 en cuanto al número de vueltas anuales realizadas, pero sí en el tonela-

je movilizado, pues se da cuenta de un incremento de 33,000 t. totales en uno y otro año.

Posiblemente como resultado de los incentivos fiscales que el gobierno mexicano prodiga-

ba a las compañías navieras extranjeras, o incluso su subsidio,131 de 1865 a 1867 el tráfico

de barcos de altamar en el puerto de Sinaloa aumentó en poco menos de 10 llegadas y en

cerca de 20 salidas; aumentando con ello también el volumen importado en 21,000 t. y el

exportado en casi 24,000 t. (45,000 t. en total) anuales. En 1868 se reportaba que en Ma-

zatlán llegaban o se despachaban como mínimo dos buques (de pequeño calado) a diario, lo

131
Busto Ibarra, “El espacio”, pp. 55-56.

364
que era indicativo de su vigorosa actividad portuaria; en definitiva la mayor de la costa oc-

cidental y superior también a la de algunos puertos en la costa oriental.132

Las cargas de bienes europeos importados a esta costa [del noroeste de México]
anualmente son de aproximadamente 8 barcos de 300 toneladas en promedio, de los
cuales unos 5 descargan en el puerto de Mazatlán, y de aquí son distribuidos al inte-
rior mediante mulas y a lo largo de la costa en barcos más pequeños.133

Al cabo de este decenio Inglaterra y Estados Unidos prácticamente intercambiaron su im-

portancia con respecto a la frecuencia de su presencia en Mazatlán debido a los cambios

sucedidos en la económica global; pero también como resultado de la modernización de la

flota del país norteamericano ya que ésta contaba con 10 embarcaciones de vapor entre las

17 que hacían el comercio con la costa sinaloense, las cuales fueron capaces de cargar con

más de 90% de todas las toneladas transportadas en 1865 por los buques de bandera esta-

dounidense (cuadro IV.10 y gráficas IV.17 y IV.18).

132
“Número 29. Iniciativa” en Memoria [Romero] (1868), sin página.
133
Documento consular estadounidense, 1867 citado en Lerma Garay, Mazatlán, p. 5.

365
Cuadro IV.10. Movimiento portuario de altamar en el puerto de Mazatlán en los años de 1865 y 1867.

1865
EUA 21,025 t. 20,964 t.

Francia 2,221 t. 1,424 t.

Hamburgo 1,305 t.
1,020 t.
Inglaterra 863 t.
1,315 t.

Colombia 1,270 t. 408 t.

533 t.
Chile 835 t. Entradas: 44 vueltas; 29,455 toneladas
572 t.
Dinamarca Salidas: 32 vueltas; 26,842 toneladas
103 t.
México
368t.
indeterminado 1,563 t.
508 t.

1867
EUA 32,278 t. 33,625 t.

Hamburgo 4,246 t. 3,830 t.

Inglaterra 3,413 t. 2,885 t.


201 t.
Colombia
201 t.

Bremen Entradas: 52 vueltas; 50,373 toneladas


217 t.

Chile
150 t.
Salidas: 49 vueltas; 50,632 toneladas

Nicaragua
70 t.
0 10 20 30 40 50 60

Entradas Salidas
Fuentes: Forest (Anexo) en Díaz, Versión [económicos], II, p. 101; y “Datos estadísticos de la municipalidad
de Mazatlán correspondientes al año de 1867” en Boletín de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística
de la República Mexicana, tomo IV, segunda época, México, Imprenta del Gobierno, 1872, p. 82.

366
Gráfica IV.17. Tonelaje movilizado por el comercio de altamar en el puerto de Mazatlán en los años de 1854,
1865 y 1867.
60,000

50,000

40,000

30,000

20,000

10,000

0
importación exportación
1854 1865 1867

Fuentes: Servo, “Apuntes” en Boletín, t. VII, pp.331-332; y cuadro III.11.

Gráfica IV.18. Ingresos por derechos de tonelaje en las aduanas marítimas de los principales puertos del
Pacífico mexicano de 1868 a 1870-1871. Montos en pesos.
6,000

5,000

4,000

3,000

2,000

1,000

0
1° sem. 1868 1868-1869 1869-1870 1870-1871
Mazatlán San Blas Guaymas Acapulco
Fuentes: memorias de Hacienda Pública mexicana de 1868 (Romero), 1869 y 1871.

Estados Unidos mantuvo su preeminencia como máximo socio comercial, mientras que el

nexo con Francia pasó a ser el segundo en importancia durante la intervención francesa,

para desaparecer luego en cuanto ésta finalizó. En tanto, Hamburgo recuperó en 1867 una

367
participación similar a la que tenía en 1854 después de un descenso en 1865. Las ventajas

en velocidad y capacidad que brindaban los barcos impulsados a vapor permitió a las em-

presas estadounidenses Pacific Mail y Nicaragua Line cubrir con regularidad el itinerario

entre San Francisco y sus terminales en Aspinwall-Colón, Panamá y en Realejo, Nicaragua

con escalas en Cabo San Lucas, Mazatlán, La Paz, Guaymas, San Blas, Manzanillo y Aca-

pulco; haciéndose así esta nación con el dominio de los mares en el Pacífico americano.134

Aunado al poco desarrollo de la marina mercante de México (cuadro III.12), las auto-

ridades interventoras lo mismo que las disidentes impedían durante la guerra la navegación

de altura a los marineros mexicanos con tal de que éstos no pudieran servir a la causa por la

que combatieran.135 Fue entonces que el tráfico de cabotaje se incrementó significativamen-

te en Mazatlán de 1864 a 1865 tanto en frecuencia como en tonelaje; y se destaca que en

1865 la cantidad de toneladas transportadas por las costas regionales superó a las que eran

movidas por el comercio internacional, aunque el número de viajes requerido para acarrear

ese volumen es reflejo del poco calado que tenían las embarcaciones nacionales, las que

evidentemente no competían en tamaño con las extranjeras.

No obstante que los indicadores de la navegación de cabotaje se retrajeron en 1867, la

fuente reporta ese año una media de 22 barcos movidos en puerto durante la temporada

comercial de octubre a junio; bajando a 12 unidades mensuales entre julio y septiembre,

cuando las tempestades y huracanes hacían peligrosa la navegación (cuadros IV.11 y IV.12

y gráfica IV.19).136

134
Dado el éxito que tenían las compañías navieras estadounidenses, Francia pretendió crear también una
línea de vapores trasatlántica entre el puerto de Saint Nazaire en el golfo de Vizcaya, y el puerto de Aspin-
wall-Colón en Panamá, desde donde se transbordaba rumbo a California. Forest (Anexo) en Díaz, Versión
[económicos], II, p. 105.
135
Forest (Anexo) en Díaz, Versión [económicos], II, p. 103.
136
“Datos” en Boletín, t. IV, p. 82.

368
Cuadro IV.11. Marina mercante del puerto de Mazatlán en 1867.

canoa

pailebot Total: 67 embarcaciones


bote

pango

lancha

balandra

falucho

vapor

goleta Total: 61 embarcaciones

bergantín goleta

0 10 20 30 40 50 60 70 80

servicio interior del puerto cabotaje


Fuente: “Datos” en Boletín, t. IV, p. 83.

Cuadro IV.12. Movimiento portuario de cabotaje en el puerto de Mazatlán entre los años de 1864 y 1867.

1864
mexicano 7,393 t. 7,410 t. Entradas: 264 vueltas; 34,122 toneladas
26,729 t.
extranjero Salidas: 258 vueltas; 35,830 toneladas
28,420 t.

1865
mexicano 13,798 t. 14,586 t.
24,476 t.
Entradas: 384 vueltas; 38,274 toneladas
extranjero
26,922 t.
Salidas: 411 vueltas; 41,508 toneladas
1867
mexicano 9,798 t. 10,091 t.

Entradas: 273 vueltas; 9,798 toneladas

Salidas: 253 vueltas; 10,091 toneladas

0 100 200 300 400 500 600 700 800

Fuentes: Forest (Anexo) en Díaz, Versión [económicos],


Entradas II, pp. 104-105; y “Datos” en Boletín, t. IV, p. 82.
Salidas

369
Gráfica IV.19. Tonelaje movilizado por el comercio de cabotaje en el puerto de Mazatlán entre los años de
1864 y 1867.
45,000

40,000

35,000

30,000

25,000

20,000

15,000

10,000

5,000

0
importación exportación

1864 1865 1867

Fuentes: cuadro IV.12.

En 1867 se introdujeron en la plaza Mazatlán cerca de 3,400,000 bultos de mercancía: 70%

por la vía marítima y casi todo el resto desde el interior por el camino terrestre. Apenas 3%

del número total de bultos se trajo a puerto por el estero que desembocaba en la dársena de

la bahía del fondeadero conocida como ensenada del astillero; mayormente huevos y puros.

La moneda para dotar al comercio en la plaza fue el principal producto recibido en poco

menos de la mitad del total de bultos registrados; una tercera parte lo fue de puros; una dé-

cima, de huevos; un porcentaje insignificante de cajillas de cigarros, maíz, nueces y pláta-

nos; y en cantidades de menos de 20,000 bultos, otros 113 géneros diferentes (cuadro IV.13

y gráfica IV.20).

370
Cuadro IV.13. Cantidad de bultos de mercancía introducidos a Mazatlán por sus garitas en 1867.
Federal Municipalidad
garita
Mercancía garita mar % garita camino % % Total %
astillero
pesos fuertes 1,072,362 68 503,792 32 0 0 1,576,154 46.5
puros 1,048,400 97 12,800 1 22,000 2 1,083,200 32
huevos 0 0 348,450 89 44,170 11 392,620 11.5
cajillas de cigarros 83,896 93.5 2,000 2 4,000 4.5 89,896 2.5
maíz 1,748 5 33,374 93 740 2 35,862 1
nueces 34,000 100 0 0 0 0 34,000 1
plátanos grandes 33,600 100 0 0 0 0 33,600 1
estantes 0 4,150 14,800 18,950
harina 14,906 0 0 14,906
frutas de toda clase 1,436 9,958 1,651 13,045
hoja [forraje] 0 11,862 282 12,144
queso de leche 9,996 214 112 10,322
cal 0 10,138 43 10,181
azúcar 6,962 0 0 6,962
algodón 598 3,930 2,312 6,840
jabón 4,909 0 0 4,909
zarapes y efectos nacionales 3,685 840 0 4,525
legumbres 59 1,052 3,084 4,195
cerdos 1,366 1,332 59 2,757
sal 2,628 78 0 2,706
panocha 2,124 110 0 2,234
frijol 1,068 850 80 1,998
vigas 0 1,427 417 1,844
madera en tablas 1,769 16 0 1,785
plata pasta 0 1,600 0 1,600
viguetas 0 845 520 1,365
gallinas, pollos, palancas 0 1,067 261 1,328
plata piña 0 1,216 0 1,216
aguardiente y mezcal 1,167 0 0 1,167
carneros y cabras 160 850 2 1,012
manta trigueña 242 664 0 906
cuero 757 0 0 757
tabaco 302 216 238 756
efectos extranjeros 550 42 0 592
arroz 569 0 0 569
corambre 561 0 0 561
madera fina en trozos 0 350 78 428
rebozos 424 0 0 424
pescado salado 108 152 84 344

371
jarcia de mantas 139 174 0 313
aceite de coco 213 80 16 309
camarón 0 112 138 250
polvillos 0 243 0 243
sillas 132 56 24 212
garbanzo 180 20 4 204
vaquetas 192 0 0 192
cueros curtidos (vaquetas) 0 121 36 157
cueros de res 0 78 76 154
cantera 2 84 58 144
unto 139 0 0 139
cántaros de leche 0 71 38 109
lazos 70 28 0 98
ostión 12 50 34 96
cacao 91 0 0 91
pilares 0 38 49 87
metal 46 36 0 82
horcones 0 31 47 78
azogue 69 0 0 69
dulces 0 64 0 64
aceitunas 59 0 0 59
estaño 15 34 0 49
manteca 0 38 8 46
almagre 0 40 0 40
curvas 0 0 40 40
bejuco 0 34 0 34
café 34 0 0 34
hoja de maíz 0 32 0 32
lana 0 32 0 32
miel 8 8 14 0
chicharrón 0 28 0 28
vinagre 28 0 0 28
loza del país 16 10 0 26
esteras 0 24 0 24
mantequilla 24 0 0 24
soleras 0 18 3 21
carne salada 0 4 16 20
escobas 3 16 0 19
barajas 18 0 0 18
chía 17 0 0 17
cascalote 0 14 2 16

372
panelas de maíz 0 16 0 16
fustes 0 2 12 14
tecomates 0 12 2 14
pavos 0 13 0 13
maquinaria 12 0 0 12
venados 0 12 0 12
canasto 0 10 0 10
cera 10 0 0 10
orégano 4 6 0 10
tequesquite 0 10 0 10
habas 0 8 0 8
pamita 8 0 0 8
hierbas medicinales 0 8 0 8
conejos 0 8 0 8
reses para vender 0 0 8 8
lentejas 7 0 0 7
cedazo 4 2 0 6
cazo 6 0 0 6
metales 6 0 0 6
sombreros 0 6 0 6
cebada 5 0 0 5
chorizo 5 0 0 5
anís 4 0 0 4
alquitrán 4 0 0 4
cucharas de madera 0 4 0 4
cacahuates 4 0 0 4
chile 0 4 0 4
pila 4 0 0 4
cola 0 2 0 2
linaza 2 0 0 2
molinillos 2 0 0 2
queso de tuna 0 2 0 2
semillas 0 2 0 2
trementina 0 2 0 2
yesca 0 2 0 2
sombreros de paja 0 2 0 2
calendarios 1 0 0 1
hueva 1 0 0 1
mármol 1 0 0 1
yeso 1 0 0 1
Total 2,331,950 69 955,062 28 95,622 3 3,382,634 100
Fuente: “Datos” en Boletín, t. IV, pp. 85-87.

373
Gráfica IV.20. Proporción de los bultos de mercancía ingresados al puerto de Mazatlán en 1867 según el
producto.

Total: 3,382,634 bultos


3% 4%
3%

11.5%
46.5%
pesos fuertes

32% puros
huevos
cajillas de cigarros
maíz, nueces, plátanos
otros productos

Fuente: cuadro IV.13.

A propósito del considerable número de puros y cigarreras importados, las tabaquerías eran

justamente uno de tres nuevos negocios abiertos en Mazatlán en años recientes, sin antece-

dente dentro de la variedad que fue censada en 1854. La principal de éstas, “El Vapor”,

propiedad de Antonio Díaz de León, fue inaugurada en 1865. 137 Los otros dos giros comer-

ciales lo fueron la carrocería y la jabonería. En 1867 la ciudad tenía 177 establecimientos

comerciales: 13 eran almacenes y 11, tiendas de lencería; tratándose estos seguramente de

los grandes negocios en la localidad. 98 fueron calificados como tiendas de abarrote, pro-

bablemente de menor magnitud (cuadro IV.14).

137
Busto Ibarra, “El espacio”, pp. 277-278, cuadro 6.5.

374
Cuadro IV.14. Comercios existentes en la ciudad Mazatlán en 1867.
Giro Cantidad
tienda de abarrotes 98
panadería 14
almacenes 13
ordeña 12
tienda de lencería 11
casa de empeño 6
hotel 6
botica 5
tabaquería 4
billar 2
baños públicos 2
mesón 2
carrocería 1
jabonería 1
Total 177
Notas. Aunque no aparecen censadas en 1854, sí es mencionado en la fuente correspondiente que los hatos de
vacas lecheras de ese tiempo estaban en aparcería, lo que probablemente tiene relación con las ordeñas referi-
das en el censo de 1867. Por “lencería” se refiere a lienzos y telas genéricos, no en su acepción contemporá-
nea de ropa interior femenina. Estas tiendas pudieran tener relación con la ventas de ropa y telas de Madrás al
menudeo censadas en 1854.
Fuente: “Datos” en Boletín, t. IV, p. 84.

Buena parte del ganado consumido en Mazatlán era traído en pie hasta de Tepic según por-

que el existente en la provincia era escaso y de mala calidad. Con base en el informe de

1867 se infiere que los hatos de vacas y bueyes podían ocasionalmente ser movidos en bar-

cas por el estero, probablemente cuando los senderos se empantanaban y era imposible para

los animales caminarlos; lo que es indicativo de la profundidad que podía llegar a alcanzar

este pasaje acuático, la suficiente como para permitir el desplazamiento a flote de un peso

como tal. Puercos, chivos y ovejas también podían ser cargados por cabotaje; mientras que

las cabezas de venado, que eran pocas y eran producto de la caza, entraban por tierra (cua-

dro IV.15).

375
Cuadro IV.15. Consumo de carne en la municipalidad de Mazatlán en 1867.
Consumo anual
Ganado $
(cabezas)
res 4,574 54,000
cerdo 3,110 a 5,110 40,880
carnero 730 2,190
venado 365 1,095
Total 10,780 99,065
Fuente: “Datos” en Boletín, t. IV, pp. 77-78.

Los derechos de Mazatlán percibidos por los bultos introducidos al puerto ascienden en el

año fiscal de 1868-1869 a más de $1,500 contra poco más de $1,000 logradas por el con-

junto de los otros puertos.138 En el mismo tenor que los derechos municipales portuarios y

en remplazo del antiguo impuesto de peaje (de cuyo cobro sólo se tiene antecedente de San

Blas), a finales de 1867 Hacienda agregó para el provecho de la federación el cobro de un

peso por bulto importado. Esta contribución fue simplificada en 1869 por una exacción de

3% sobre los derechos de importación, para invertirse en obras de beneficencia y salubridad

en los puertos (gráfica IV.21).139

El promedio anual de las contribuciones por internación de la aduana de Mazatlán en

estos años fue $60,000 menor al que tuvo de 1841 a 1844, que es el único otro periodo en el

que este derecho fue recibido de manera regular y con el cual puede ser comparado (gráfica

III.22). Por su parte, la contribución por consumo había quedado subsumida por los dere-

chos de importación desde 1861 y desapareció por lo tanto como ramo en singular.140

138
Al parecer los ingresos por la introducción de bultos en Mazatlán del año fiscal previo que fue consignado
parcialmente, 1867-1868, hayan sido similares. Las ganancias del ramo del puerto sinaloense en estos años de
la década de 1860 son muy superiores a las obtenidas en los cuarentas.
139
Decreto núm. 6155 de noviembre 19 de 1867 en Dublán y Lozano, Legislación, t. X, pp. 118-119; y Me-
moria (1869), p. 533.
140
“Memoria [1861]”, pp. 10-11. Aunque restablecida en 1851, no se cuenta en toda la década de 1850 con
registro de contribuciones por consumo en las aduanas marítimas del Pacífico. Memoria (1852), p. 9.

376
Gráfica IV.21. Ingresos por derechos de un peso por bulto de mercancía extranjera introducido a puerto de
las aduanas marítimas mexicanas del Pacífico norte de 1868 a 1870-1871.
40,000

35,000

30,000

25,000

20,000

15,000

10,000

5,000

0
1° sem. 1868 1868-1869 1869-1870 1870-1871

Mazatlán San Blas Guaymas Acapulco


Fuentes: memorias de Hacienda Pública mexicana de 1868 (Romero), 1869 y 1871.

Gráfica IV.22. Ingresos por derechos de internación de las aduanas marítimas mexicanas del Pacífico norte
de 1868 a 1870-1871.
50,000

45,000

40,000

35,000

30,000

25,000

20,000

15,000

10,000

5,000

0
1° sem. 1868 1868-1869 1869-1870 1870-1871
Mazatlán San Blas Guaymas Acapulco
Fuentes: memorias de Hacienda Pública mexicana de 1868 (Romero), 1869 y 1871.

377
Sin importar el deseo colectivo ni la voluntad expresada en la Constitución de 1857 de abo-

lir las alcabalas, el impuesto al comercio interior prevaleció;141 pero su recaudación se vol-

vió más irregular en tanto que se habría extendido el número de receptorías facultadas para

su cobro, reapareciendo entre éstas las aduanas marítimas. En el año económico de 1868-

1869, las administraciones fiscales de Durango, Baja California y Sinaloa registran sumas

del ramo alcabalatorio a título de la aduana Mazatlán por un total de $278,310. Las alcaba-

las remitidas en segundo lugar por el puerto de Guaymas fueron $101,142; Acapulco,

$28,125; y San Blas ningún ingreso.

El derecho de circulación de moneda fue exigido por última vez en el año fiscal trun-

co de 1867-1868; exhibiendo una remesa parcial de $929 de la aduana de Mazatlán la cual

fue muy menor a la de Guaymas ($3,275) y mayor que la de San Blas ($776). Acapulco no

aportó ninguna. Por contrario; a pesar de que ya se tienen antecedentes del cobro de dere-

chos por tornaguía o “contrarregistro” –en cuota de 25%–, no es sino hasta en la adminis-

tración fiscal de la tercera época republicana que este gravamen empezó a adquirir relevan-

cia. Destacaron en su recaudación las aduanas de Mazatlán y Manzanillo; esta última pre-

sentando un total en el periodo de $225,354 que es apenas $20,000 menor que el logrado

por el puerto sinaloense.142

Por otra parte, la conservación de las aduanas interiores a la fecha no había servido en

todo lo esperado para refrenar el contrabando, lo que era una de sus misiones inherentes.

Para apoyar la labor de los jueces, en la ordenanza general de 1856 se definieron las carac-

terísticas del delito mercantil y las condenas correspondientes con más puntualidad que en

141
Sánchez Santiró, Las alcabalas, pp. 265 y 278-279.
142
Arts. VIII y XI del decreto núm. 4632 de enero 31 de 1856 en Dublán y Lozano, Legislación, t. VIII, pp.
77-79; Memoria [Romero] (1868), p. 11; y Memoria de Hacienda y Crédito Público correspondiente al cua-
dragésimosexto año económico, transcurrido de 1° de julio de 1870 a 30 de junio de 1871 presentada por el
secretario de Hacienda al sexto Congreso de la Unión el 16 de septiembre de 1871, México, Imprenta del
gobierno, 1871, p. 379.

378
aranceles anteriores;143 pero los mercaderes siempre encontraron la forma de engañar al

fisco. Una de las formas advertidas, por ejemplo, fue la de adelantar una pequeña suma en

pago de derechos aduanales para luego sacar ventaja de los descuentos que el propio ramo

concedía en premio al anticipo.144 El comercio ilegal comprendía una gama de productos

que iba desde el queso hasta el ganado: según el informe de 1867, cada año la tesorería lo-

cal perdía alrededor de $2,000 a causa del tráfico clandestino de hasta 3,000 cerdos y 600

vacas o cabras que habían sido arreados hasta los montes alrededor de la ciudad durante las

noches, según se calculaba por las huellas dejadas por el paso de animales descubiertas en

las veredas de los alrededores.145

En 18 meses corridos de 1868 a 1869 la aduana de Mazatlán reportó por comisos,

multas y depósitos producto de confiscaciones $27,051; la de Guaymas poco menos de

$2,000; y nada las demás. Para el combate al contrabando se exhortaba a la modificación de

la pauta de comisos en lo concerniente a los protocolos de revisión y las distancias marca-

das entre garitas; también al aumento de sueldos de los funcionarios públicos para volverlos

menos susceptibles al soborno y las gratificaciones; y una mejor distribución de los em-

pleados aduanales. Un solo vapor llegado de altamar podía requerir de la labor de hasta dos

vistas y tres elementos del resguardo, por lo que en temporada comercial nunca había en el

puerto de Mazatlán elementos suficientes para hacer el trabajo con eficiencia; menos toda

vez que esta administración aduanal tenía que repartir a su personal en Mazatlán y en los

demás puertos menores de Sinaloa; y que los celadores a menudo eran cesados por enfer-

143
El delito podía ser tipificado como contrabando, fraude o falta de observancia al reglamento. Arts. XXIII,
XXIV y XXV del decreto núm. 4632 de enero 31 de 1856 en Dublán y Lozano, Legislación, t. VIII, pp. 85-
89.
144
“Memoria” [1861], pp. 9-10. La aduana de Mazatlán reportó $268,140 por anticipación de derechos en
medio año fiscal de 1867-1868 y el completo de 1868-1869.
145
“Datos” en Boletín, t. IV, pp. 77-78; y Cázares Aboytes, “El contrabando”, pp. 250-251, cuadro 29.

379
medad a causa del clima insalubre de la costa.146 Antes que todo, se reiteraba que la solu-

ción definitiva para este delito estaba en la disminución de impuestos al comercio.

No se brindan sumas totales que integren los ingresos definitivos por derechos de ex-

portación; pero con mucha seguridad se puede afirmar que las ganancias producidas por la

plata componían casi la totalidad de éstos. Al final de la sexta década, los productos mine-

ros extraídos anualmente de México se calculaban en $20,000,000 en plata y $2,000,000 en

oro.147 Las contribuciones del ramo recuperaron la forma que tenían en el primer centralis-

mo, con la diferencia de que la exportación de plata pasta, que había sido la fuente de ri-

queza tradicional, había sido terminante prohibida desde 1862 a todos los puertos y ahora

era la plata amonedada el objeto de las extracciones redituables; al menos de las legales. El

gravamen a la exportación del oro acuñado disminuyó de 2% a 1.5% y el de la plata se fijó

en una cuota única de 8%.148 El incremento de la participación en el comercio internacional

que tuvo en estos tiempos el puerto de Guaymas es aún más palpable a la luz de estas

transacciones, en detrimento del valor generado por la aduana de San Blas (gráficas IV.23 y

IV.24).

146
“Número 29. Iniciativa” en Memoria [Romero] (1868), sin página; y Memoria (1869), pp. 23-25.
147
Ignacio Ramírez, “Exportación de los metales preciosos” (El Mensajero, 1871) compilado en Boris Rosen
Jélomer y David Maciel, Ignacio Ramírez El Nigromante. Obras completas. Escritos periodísticos 2, tomo II,
México, Centro de Investigación Científica Ing. Jorge L. Tamayo A. C., 1984, pp. 269-274.
148
Decreto núm. 5722 de agosto 29 de 1862 en Dublán y Lozano, Legislación, t. IX, p. 523; y decreto núm.
6352 de mayo 30 de 1868 en Dublán y Lozano, Legislación, t. X, pp. 332-333.

380
Gráfica IV.23. Ingresos por derechos de exportación de plata y oro acuñado o labrado de las aduanas maríti-
mas mexicanas del Pacífico norte de de 1868 a 1870-1871.
160,000

140,000

120,000

100,000

80,000

60,000

40,000

20,000

0
1° sem. 1868 1868-1869 1869-1870 1870-1871

Mazatlán San Blas Guaymas Acapulco

Nota. Las sumas integran los derechos en cuotas de 2%, 3.5% y 6%. Solamente las del primer semestre de
1868 incluyen montos gravados a 5%, que era una cuota impuesta históricamente a la plata pasta pero que en
esta ocasión la fuente especifica que se cargaron sobre plata acuñada. Se supone que esta contribución desde
marzo de 1862 era exclusiva para la exportación de plata pasta por los puertos de Baja California. En todo
caso, su cobro ya no es reiterado después de 1868 en los puertos del Pacífico aquí considerados. Memoria de
Hacienda y Crédito Público correspondiente al cuadragésimo año económico transcurrido de 1° de julio de
1870 a 30 de junio de 1871. Presentada por el secretario de Hacienda al sexto Congreso de la Unión el 16 de
septiembre de 1871, México, Imprenta del Gobierno, 1871, p. 379.
Fuentes: memorias de Hacienda Pública mexicana de 1868 (Iglesias y Romero), 1869 y 1871.

Gráfica IV.24. Proporción de los ingresos por derechos de exportación de plata y oro acuñado o labrado de la
aduana marítima de Mazatlán de 1868 a 1870-1871 según el metal.

1% Total: $278,468

99%
plata

oro

Fuentes: gráfica IV.23.

381
La suma pico conseguida en Mazatlán en el año fiscal de 1868-1869 resultó de un caudal de

monedas de plata valuado en $1,543,088 y de uno de monedas de oro cotizado en $55,988.

Una parte de este producto debió haber sido remitido por casas de moneda foráneas, pues se

sabe que en ese mismo año la ceca de Culiacán acuñó un total de $1,517,825.149 El único

otro género de la región que tuvo alguna rentabilidad fue la madera para la construcción, en

tarifa de $1.50 por tonelada: Mazatlán registró una contribución de $454 en 1870-1871;

Guaymas una de $562 en 1868-1869; y los otros puertos de consideración lo hicieron por

montos de $200. Otras materias primas como palo de tinte, algodón, maíz, cueros curtidos y

cuernos se extrajeron sin ningún costo.150

La Hacienda de la República Restaurada impuso varias contribuciones. Algunas ya

estaban contempladas desde el proyecto de Reforma que quedó suspendido por la interven-

ción francesa; y otras eran inéditas o por lo menos no tenían antecedente de cobro en la

aduana de Mazatlán. El derecho de mejoras materiales fue formulado en la ordenanza aran-

celaria de 1856 como una cuota de 20% adicional a la importación en los puertos, a inver-

tirse en el tendido de vías férreas.151 También para la continuación de la construcción del

ferrocarril México-Veracruz se redirigieron los bonos para la amortización de la deuda pú-

blica deducidos de los derechos de importación, ahora en calidad de acciones de 15% emi-

tidas por la compañía constructora.152

Aunque los estados de valores presentan los ramos por separado, en 1860 los dere-

chos de capitanía de puerto, sanidad, pilotaje y anclaje fueron integrados al preexistente

derecho de practicaje mencionado en la ordenanza de 1856. Estos impuestos recaían sobre

149
“Cuadro comparativo entre las cantidades que en oro y plata se han exportado y las que se han acuñado en
las casas de moneda de la República durante el año económico de 1868 a 1869” en Memoria (1869), sin pági-
na.
150
“Datos” en Boletín, t. IV, p. 75.
151
Art. XI del decreto núm. 4632 de enero 31 de 1856 en Dublán y Lozano, Legislación, t. VIII, p. 79.
152
Art. 40 del decreto núm. 6167 de noviembre 27 de 1867 en Dublán y Lozano, Legislación, t. X, p. 142.

382
el pago por las maniobras de navegación y fondeo efectuadas por marineros locales peritos

que los capitanes de puerto asignaban a los navegantes foráneos en presunción de que éstos

desconocían las condiciones portuarias de la bahía en la que se encontraban.153 La aduana

de Mazatlán fue la única contribuyente en la costa del Pacífico norte por practicaje y cone-

xos en el año fiscal de 1870-1871, aportando la mitad del ramo a nivel federal. Estos im-

puestos se cobraban dos veces, a la entrada y salida de puerto de los barcos; y variaban se-

gún la nacionalidad del navío, la calidad y cantidad de su cargamento y de si la maniobra se

hacía de día o de noche.154 Para el propósito de mejorar la navegación nocturna en los puer-

tos del país, se creó un derecho de faro; ramo para el cual Mazatlán aportó 20% del total

colectado por la federación entre 1868 y 1871, aunque la construcción de una luminaria en

el puerto sinaloense no se inició ni en ese lapso ni en los años venideros.155

La contribución federal es un derecho “de 25% adicional sobre todo entero hecho en

las receptorías del país y de los estados” creado en 1861, aunque se suponía que en 1868

éste y el derecho de tornaguías fueron eliminados.156 Al final de la década surgieron un

cúmulo de gravámenes irregulares. El derecho llamado mercantil fue consignado por única

vez en el primer semestre de 1868, de lo cual la aduana de Mazatlán remesó 27% del total

153
Decreto núm. 5091 de enero 30 de 1860 en Dublán y Lozano, Legislación, t. VIII, p. 737. Los derechos de
practicaje, capitanía de puerto y sanidad fueron creados en abril de 1851.
154
Art. III del decreto núm. 4632 de enero 31 de 1856 en Dublán y Lozano, Legislación, t. VIII, pp. 43-44. El
informe de Martinet de 1854 menciona el cobro de impuestos de anclaje en el puerto de Mazatlán en tarifa de
$1.75 por pie sobre la línea de flotación; pero dice que la administración local ese año no rindió cuentas por la
contribución de este impuesto ni por el de tonelaje. Martinet (Anexo) en Díaz, Versión [económicos], II, p.
46.
155
Hasta entonces, el puerto Mazatlán se anunciaba por las noches con fogatas encendidas en las cimas de los
cerros que le rodean. El impuesto al faro le había parecido a un viajero estadounidense que visitó la ciudad en
1875, por lo tanto, “una típica estafa de la nación mexicana”; pues no obstante que entre 1864 y 1874 se ha-
bían recaudado –según decía él– hasta $2,000,000 por este concepto más una suma similar por derechos de
pilotaje, no había ningún faro ni en Mazatlán ni en toda la costa occidental del país. Henry Edwards, A Min-
gled Yard. Sketches on Various Subjects, New York, G. P. Putnam’s Sons, 1883, p. 7 (acervo electrónico de
Library of the University of California, consultado en noviembre de 2017 en www.archives.org). No fue sino
hasta 1879 que un faro moderno fue erigido en el cerro del Crestón, el más alto entre las eminencias de la
bahía. Lerma Garay, Mazatlán, pp. 159-161.
156
Decreto núm. 5492 de diciembre 16 de 1861 en Dublán y Lozano, Legislación, t. IX, pp. 338-340; Memo-
ria [Romero] (1868), p. 11.

383
del ramo. En ese mismo lapso aparece de forma igualmente excepcional un derecho de ca-

minos de lo que sólo la aduana de San Blas contribuyó entre las del Pacífico; y en el año

fiscal de 1868-1869 se registró el derecho de almacenaje exclusivo para el puerto de Aca-

pulco. En 1869 se señala un impuesto por contribuciones rezagadas.157

Otros ramos de la miscelánea fiscal que recaía sobre las aduanas marítimas que no

pudieron ser analizados por defecto de la fuente que los consigna, falta de detalles descrip-

tivos o por su inmediata descontinuación fueron los derechos de aprovechamientos, de

cambios por situación, de muelle, de local, de fianzas por cobrar, de reintegros, de remol-

que de vapores y de tornaguías (posiblemente una duplicación del ramo ya conocido como

contrarregistro) (cuadro IV.16).

Cuadro IV.16. Ingresos por otros derechos cobrados en las aduanas marítimas mexicanas del Pacífico norte
de 1868 a 1870-1871. Montos en pesos.
Total de las aduanas
Total de la adua-
Contribución 1° sem. 1868 1868-1869 1870-1871 de San Blas, Guaymas
na de Mazatlán
y Acapulco
Mejoras materiales a 20% 78,811 99,184 88,301 266,296 185,447
Acciones del ferrocarril a
59,107 67,478 66,217 192,802 132,701
15%
Contribución federal 27,751 17,395 45,146 27,451
Mercantil 8,889 8,889 5,212
Caminos 3,817
Pilotaje, anclaje y practicaje 25 3,344 3,369 1,954
Faro 25 4,696 4,721 1,395
Almacenaje 8,205
Fuentes: memorias de Hacienda Pública mexicana de 1868 (Romero), 1869 y 1871.

Por el conjunto de impuestos expuestos en el cuadro anterior, la aduana de Mazatlán produ-

jo más de $500,000. La contribución del puerto sinaloense en este periodo fue superada por

más de $150,000 por la aduana de Manzanillo (autorizado como puerto de altura por la or-

denanza de 1856), resultado de un año fiscal excepcional en el puerto de Colima que no se

157
Memoria (1869), p. 36.

384
desarrolló en una tendencia. Le siguieron Acapulco y Guaymas, ambos con ingresos de

alrededor de $200,000.

Contrario a lo que los mercaderes en puertos rivales aseguraban, de que el comercio

mazatleco disfrutaba de privilegios fiscales; son pocos los ramos en los que la aduana marí-

tima de Mazatlán no haya participado y –como es notorio– encabezado sus recaudaciones

desde hacía treinta años en virtud de haber sostenido por todo ese tiempo el mayor y más

regular comercio en el litoral del Pacífico a pesar de atravesar por décadas de inestabilidad

política y administrativa; condiciones éstas que se prolongaron a la década de 1870 y que,

conforme a lo visto en las gráficas, no parecen haber tenido grave incidente en el desarrollo

comercial de Mazatlán.

Tras el restablecimiento en el país del orden republicano, a principios de 1868 se

convocó en Sinaloa a elección gubernamental y ninguno de los candidatos –el mandatario

en funciones general Domingo Rubí, general Ángel Martínez, licenciado Manuel Monzón y

licenciado Eustaquio Buelna– resultó claro triunfador, lo que desató en el estado una guerra

interna entre los caudillos en contienda; misma que se continuó peleando primordialmente

en la arena mazatleca porque, aunque después de superada intervención francesa el go-

bierno mexicano prohibió que las ciudades capitales fueran situadas en los puertos para que

no estuvieran expuestas a la captura de invasores extranjeros, el congreso sinaloense con-

travino tal orden y mantuvo en Mazatlán su sede y también la del poder ejecutivo lo mismo

que el resto del aparato de gobierno: la jefatura superior distrital de Hacienda, el poder ju-

dicial, la oficina del correo y otras administraciones.158

158
Decreto núm. 6052 de julio 22 de 1867 en Dublán y Lozano, Legislación, t. X, pp. 28-29; artículo transito-
rio de la “Constitución política del estado reformada. Sinaloa, 1870” compilado en Olea, Sinaloa, p. 220; y
periódico El Pacífico (Mazatlán, 1868) citado en Lerma Garay, Mazatlán, p. 95. El desarrollo político de
Sinaloa durante los primeros años de la República Restaurada no ha sido suficientemente investigado. Es

385
Martínez se sublevó contra Rubí, le arrebató el cargo y se apoderó también de los

fondos aduanales, gestionados entonces por el licenciado Francisco Sepúlveda. Rubí reac-

cionó ordenando el 5 de marzo el cierre del puerto. Mientras que el rebelde Martínez fue

derrotado a la brevedad, la tripulación del barco inglés “Chantecler” aprovechó las circuns-

tancias para bloquear por su cuenta el puerto y amagar además con bombardearlo, y en me-

dio el desorden provocado, encubrir sus acciones de contrabando; lo que aplazó la clausura

de Mazatlán hasta el mes de julio. La contingencia provocaba que el comercio local se re-

tardara más no que se paralizara, pues mercaderes como Melchers y Redo, por ejemplo, se

vieron obligados a descargar sus consignaciones en Guaymas y de allí traerlas por cabotaje

a Mazatlán. Luego en febrero de 1870 el general Plácido Vega, reaparecido en la vida polí-

tica de Sinaloa pero ahora como enemigo del presidente Juárez, se levantó en armas en el

sur del estado en contra del gobernador Rubí.159 El último año considerado en esta investi-

gación transcurrió entonces, por lo visto, entre las escaramuzas ocurridas de manera rutina-

ria en la ciudad porteña y los pueblos de los alrededores, la rapacería implícita cometida por

la soldadesca. Como de costumbre, los contrabandistas eran los mayores beneficiaros del

desorden resultante.

Por otra parte, se tiene que a medida que la construcción del tren México-Veracruz

avanzaba, la bien ponderada ubicación de Mazatlán fue dejando de ser una ventaja competi-

posible que el gobierno de la entidad de 1867 a 1870 se haya desempeñado de manera itinerante entre la sede
fáctica de los poderes –y por entonces también legitimada constitucionalmente–que era Mazatlán, y la funda-
cional que lo era Culiacán. “Datos” en Boletín, t. IV, p. 68; y Memoria [Romero] (1868), pp. 12-13. Tal y
como ya había sucedido en el pasado cuando cambiaban las ideologías entre uno y otro régimen de gobierno,
la jefatura de Hacienda, creada por la política centralista, quedó desestimada cuando el orden federativo se
restauró después de la intervención francesa. Memoria (1869), p. 44. En lugar de estas administraciones, Ha-
cienda Pública confió la supervisión de las operaciones de las aduanas marítimas a visitadores federales que
acudieran periódicamente a los puertos; sobre todo a los de Mazatlán y Guaymas que habían sido tan propen-
sos al saqueo en años recientes. En la aduana de Mazatlán se tiene testimonio de la presencia de visitadores
fiscales federales en todo el siglo XIX. Vigil e Híjar y Haro, Ensayo, p. 117.
159
Buelna, Apuntes, pp. 99-113; Ireneo Paz, Algunas campañas, 1863-1876, México, Secretaría de Educación
Pública, 1944, pp. 139-143; y periódico Evening Bulletin (San Francisco, 1868) citado en Lerma Garay, Ma-
zatlán, p. 146.

386
tiva por sobre los otros puertos regionales en el Pacífico, porque los estados del norocciden-

te de México que hasta entonces convenientemente se surtían a través de Mazatlán, comen-

zaron a hacerlo ahora en las plazas más accesibles del centro del país ligada al paso del

ferrocarril, pues este medio transportaba la mercancía importada desde la costa atlántica a

un ritmo que el puerto sinaloense no podía igualar.160

Posiblemente los disturbios bélicos y políticos y el cambio de las condiciones del

mercado que implicó la modernización del comercio en México influyeron en la significa-

tiva disminución del vecindario mazatleco, que después de haber rondado los 12,000 habi-

tantes hacia el final de la década de 1860, habría de descender en los años sucesivos a me-

nos de 10,000 habitantes. Con todo, Mazatlán conservó un tamaño demográfico mayor que

el de la segunda población en importancia en el estado y eventual ciudad capital bajo los

regímenes federalistas, que lo era Culiacán.161

El desarrollo y consolidación económica del puerto de Mazatlán se fundamentó en su

ubicación geográfica idónea como punto de intercambio mercantil o entrepôt, lo que fue

aprovechado gracias a las facilidades fiscales concedidas por el gobierno a la explotación y

extracción de plata en Sinaloa, que era el activo más valioso de México y era particular-

mente abundante en esta región del país; y a la actividad de la prolífica red de negocios

operada por los comerciantes locales, cuya gradual expansión impulsó la multiplicación de

160
Calderón, “Apuntes”. La implementación en México a mitad de la década de 1870 de tecnologías del
transporte y la comunicación –ferrocarril, compañías navieras para el transporte de pasaje y correo, servicios
de diligencias, el telégrafo– abre una época concreta en el desarrollo del sistema portuario del Pacífico mexi-
cano que cierra a finales de la década de 1880 con la normalización del uso de estos medios en el país. Busto
Ibarra, “El espacio”, pp. 7, 68-69 y 73.
161
En 1869 la ciudad de Mazatlán contaba 8,706 residentes. Contando la población flotante, casi 13,000.
Culiacán en cambio tenía un vecindario fijo de la mitad del tamaño que el porteño: 4,382 habitantes. J. D.
Martínez, “Censo de la población en Sinaloa” en Boletín de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística
de la República Mexicana, tomo IV, segunda época, México, Imprenta del Gobierno, 1872, pp. 778-779 y
784. Para 1874 el número de habitantes en el puerto apenas había variado y mostraba una cantidad de 8,826
individuos. Calderón, “Apuntes”.

387
trabajos complementarios al comercio e indispensables para satisfacer la creciente deman-

da, generando con esto un mercado laboral amplio y diverso que atrajo al puerto a cientos

personas de todo el país que buscaban hacerse de un medio de vida. El número de habitan-

tes de Mazatlán aumentó en lo sucesivo, y con éste también lo hicieron las dimensiones del

asentamiento poblacional hasta convertirse en una reconocida ciudad portuaria.

388
CAPÍTULO V

NACIMIENTO Y EXPANSIÓN DE UNA CIUDAD PORTUARIA

1. Evolución del asentamiento costero de finales del siglo XVII a mediados del XIX.

En el primer cuarto del siglo XIX, una aldea de no más de una veintena de personas lla-

mada San Félix, fue la única población existente en la costa de Mazatlán. La historia regio-

nal de Sinaloa especula que esta población, cuyo germen se cree que estuvo en el campa-

mento de los guardacostas llegados del Presidio, se estableció en la zona hoy conocida co-

mo Playa Norte, en el extremo sur de la bahía de Mazatlán donde la Avenida del Mar se

convierte en el Paseo Claussen. Pero no existe documentación que lo compruebe (imágenes

V.1 y V.2).1

Todos los mapas del virreinato que hacen referencia de Mazatlán, muestran única-

mente la ubicación geográfica de esta península en el noroeste de la Nueva España. La

inexistencia de una terminal portuaria en este territorio, y por ende la nula importancia que

tendría un asentamiento costero todavía en los albores del siglo XIX, podrían ser las razo-

nes por las cuales los cartógrafos no plasmaran la ubicación exacta de la incipiente aldea.

Pero al término de la guerra de Independencia, cuando el tráfico mercantil en el Pacífico

mexicano fue legalizado y por lo tanto, se volvió una actividad regular; la costa de Ma-

zatlán –conformada por su gran bahía, islas, ensenadas y el estero de Urías que desemboca

en el océano por el sur de la península– empezó a ser objeto de planos y cartas náuticas

cada vez más precisos.

1
Adrián García Cortés, La fundación de Mazatlán, México, Siglo XXI-Dirección de Investigación y Fomento
de Cultura Regional, 1992.

391
Imagen V.1. Mazatlán, Sinaloa 2016.

Fuente: www.googlemaps.com.

392
Imagen V.2. Posible ubicación del puerto de San Félix de Mazatlán.

Fuente: imagen V.1.

393
a) El embarcadero colonial de la península de Mazatlán.

El plano de Mazatlán de José de Caballero de 1820 bien podría ser el primer mapa de esta

región que haya sido elaborado con base en una escala de medición, no obstante la gran

distorsión que refleja la traza. Aunque el documento pertenece a un contexto político poste-

rior, muy diferente al que prevalecía al momento en que la costa comenzó a poblarse; el

plano remite a una época en que la península de Mazatlán permanecía casi inhóspita, que es

el entorno que conocieron los primeros navegantes que surcaron estas aguas.

Realizado con orientación este-oeste, el plano muestra la bahía de Mazatlán en toda

su extensión, comprendida entre los puntos designados como “Punta del Camarón”, al nor-

te; y el “cerro del Vigía” (en la actualidad llamado cerro de la Nevería), al sur. Exhibe tam-

bién las islas de Pájaros, Venado, Lobos y Crestón; distintivas de la costa sur de Sinaloa.2

La distancia en tierra fue expresada en varas castellanas y la profundidad del mar en brazas

de 2 metros (imagen V.3).

2
Eugène Duflot de Mofras, Exploration du territoire de l'Orégon, des Californies et de la mer Vermeille
exécutée pendant les années 1840, 1841 et 1842, volume 1, Paris, Arthus Bertrand, 1844, pp.173-174 (acervo
electrónico de Bibliothèque nationale de France consultado en julio de 2015 en www.gallica.bnf.fr).

394
Imagen V.3. Puerto de Mazatlán en 1820.

Fondo de carta.
Nota. Las marcas grises significan brazas de dos metros o menos de profundidad. Las marcas negras repre-
sentan brazas superiores a esa medida.
Fuente: documento sin referencia (consultado en la colección particular de Manuel Gómez Rubio).

395
En el primer cuarto del siglo XIX, Mazatlán era apenas un surgidero para las naves que

eventualmente pasaban por ahí. Como esta costa nunca antes había sido acondicionada co-

mo puerto, no contaba entonces con ningún muelle. Por lo mismo, los barcos más grandes y

pesados solamente podían anclar en las islas, en donde la bahía tenía su mayor profundidad.

Los expedientes judiciales de la época virreinal, por ejemplo, registran casos de piratas y

marineros-mercantes que paraban en la isla del Venado, donde el cerro les cobijaba de los

fuertes vientos y la distancia de la costa facilitaba su huída.3

A falta de instalación portuaria, el desembarque en la bahía debió realizarse mediante

lanchas. Una saliente en la base del cerro del Vigía es señalada en el mapa como “Punta de

Atracas”, ubicada en la zona de Playa Norte en la actualidad. Atendiendo a dicha denomi-

nación, se cree que pudo haberse tratado de un lugar donde podían resguardarse los botes

utilizados para el vaivén. Un mapa posterior muestra también la existencia de un sendero

que se desprende del camino real que iba de El Rosario a Culiacán,4 en dirección a este

presunto atracadero. Ésta era, de hecho, de la única ruta terrestre hacia la península.

Estas características apuntan a que el sitio mencionado fuese muy probablemente el

mismo que los comerciantes y mineros de la región procuraban para traficar. Luego, en el

ocaso del régimen colonial, en este paraje de la costa fue construido un galerón para alojar

el destacamento de soldados encargados de precaver el contrabando y vigilar la costa. Di-

3
Gilberto López Castillo, “Piratas en el Mar del Sur: El Rosario y Mazatlán. Estudio de caso en las costas del
occidente novohispano, siglo XVII” en Gilberto López Castillo, Luis Alfonso Grave Tirado y Víctor Joel
Santos Ramírez (editores), De Las Labradas a Mazatlán. Historia y arqueología, Culiacán, Instituto Nacional
de Antropología e Historia-Ayuntamiento de Mazatlán, 2014, pp. 25-29.
4
De acuerdo con las referencias señaladas en mapas posteriores, la desviación hacia Mazatlán se encontraba
en una zona que en la actualidad es la colonia El Venadillo, al noreste de la ciudad. Este lugar sigue siendo, a
la fecha, el punto de entronque entre la avenida de libramiento de Mazatlán, con la carretera federal no. 15
que conduce hasta Culiacán.

396
cho recinto, conocido como “Casa Blanca”,5 aparece precisamente contiguo al improvisado

embarcadero. Por lo tanto, quedan pocas dudas de que la aldea de San Félix debió encon-

trarse en este sitio.

Sin embargo, ya en el año en que este mapa fue elaborado (1820), la ensenada locali-

zada en el sur de la península es mencionada como el espacio específico donde tenía lugar

la actividad portuaria, nombrándolo como “Puerto de Ortigosa para pequeñas embarcacio-

nes”. De lo anterior se infiere que el puerto era usado para barcos chicos porque los mayo-

res no podrían pasar por aguas tan poca profundas como las de esta zona: la ensenada esta-

ba sondada en 4 metros o menos. Por lo contrario, un perímetro más conveniente para la

circulación marítima –desde 5m. hasta 20m. de hondo– es marcado al centro de la bahía de

Mazatlán, alrededor de las islas y por lo largo de la península hasta la llamada “Punta del

Colchadero”. Ninguna zona de Mazatlán es conocida por ese nombre en la actualidad, pero

su localización en el mapa histórico coincide con la del cerro del Vigía.

Un plano del puerto de 1825 realizado por José de Caballero y Rafael Calvo precisa

los puntos del litoral donde se podía anclar. Ese año el gobierno mexicano recién indepen-

dizado temía que España pudiera lanzar una campaña de reconquista del país,6 y Mazatlán

había sido un espacio históricamente desprotegido contra las amenazas llegadas del mar. La

marina armada española diseñó la fortificación de esta costa, pero el proyecto no se concre-

tó (imágenes V.4 y V.5).7

5
“Datos estadísticos de la municipalidad de Mazatlán correspondientes al año de 1867” en Boletín de la So-
ciedad Mexicana de Geografía y Estadística de la República Mexicana, tomo IV, segunda época, México,
Imprenta del Gobierno, 1872, p. 66.
6
“Historia de la Armada de México” (consultado en enero de 2016 en
http://www.semar.gob.mx/historia/index.html).
7
El plano sugería la construcción de fuertes en la bahía de Mazatlán: en la punta de Atracas y en una saliente
sin nombre que coincide con la Punta del Camarón (aunque en el mapa es otro el punto que es llamado de esta
misma manera). También se proyectaba uno en la punta del Colchadero, a la entrada del puerto de Ortigosa.

397
Imagen V.4. Puerto de San Feliz de Mazatlán en 1825.

Fuente: documento sin referencia, clave 585-OYB-7231-A (mapoteca Manuel Orozco y Berra, consultado en
octubre de 2016 en http://w2.siap.sagarpa.gob.mx/mapoteca/).

398
Imagen V.5. Espacios representativos del puerto de Mazatlán entre 1820 a 1825 señalados en plano actual.

Fuentes: imágenes V.1, V.3 y V.4.

399
El plano del puerto de San Feliz de Mazatlán (1825) indica fondeaderos en la isla del Ve-

nado y Lobos, en el Puerto de Ortigosa y en la proximidad de la isla Blanca y la isla del

Crestón, en el sur de la península. Además, este plano es el primero que señala la existencia

de un asentamiento poblacional en la costa de Mazatlán, aunque éste no fue plasmado don-

de se supone que estuvo San Félix, sino en la ensenada sur de la península. Con el cambio

del atracadero de su establecimiento original en la ensenada norte, a la Playa Sur, el pobla-

do naturalmente también habría de cambiar de lugar.

De su cruce por Mazatlán en diciembre de 1826, el comerciante francés Auguste

Duhaut-Cilly relata que la isla del Venado servía como surgidero transitorio, en el cual los

marineros eran abordados por la guardia militar al servicio de la Aduana (mencionadas en

la narración como las autoridades “del Resguardo”) que estaba apostada en la Playa Norte –

seguramente en el sitio designado en el mapa como “Casa Blanca del Comandante Mili-

tar”– para autorizar su continuación hasta la rada del Crestón, o fondeadero exterior (ima-

gen V.6). Llegando a este punto, los barcos podían anclar en el embarcadero contiguo al

pueblo, en el fondeadero interior.8

8
Auguste Duhaut-Cilly, Voyage autour du monde, principalement à la Californie et aux Îles Sandwich, pen-
dant les années 1826, 1827, 1828 et 1829, Paris, Arthus Bertrand, 1834, pp. 257-260 (acervo electrónico de
Bibliothèque Nationale de France consultado en julio de 2015 en www.gallica.bnf.fr).

400
Imagen V.6. Vista del fondeadero exterior del puerto de Mazatlán al sur de la península.

Fondo de carta.
Fuentes: “Ports on the West Coast of Mexico From British Surveys in 1828 and 1829 With Additions by
Comdt. George Dewey, Commanding U.S.S. Narragansett 1874”, clave 509-OYB-7231-A (mapoteca Orozco
y Berra); y “Outer anchorage in a calm Mazatlan, August 1850” (consultado en disco compacto “Sociedad
Amigos de Mazatlán: Mazatlán Antiguo”, Archivo histórico municipal de Mazatlán).

Un mapa de la costa de Mazatlán realizado por el capitán William Beechey en 1827 para

Hydrographic Office de Inglaterra, que es mucho más preciso y detallado que el mapa me-

xicano, señala los surgideros del Venado y el fondeadero interior con el símbolo de un an-

cla; en tanto que la rada del Crestón tan sólo es advertida mediante la Blossom Rock, una

pequeña y peligrosa roca que quedaba ligeramente sumergida por las mareas altas, fuera de

la vista de los marineros.9 Para acceder a la rada del Crestón, los navegantes debían rodear

9
Era complicado fijar una boya en este punto, porque la corriente marina la arrastraba. La marea podía ascen-
der hasta 7 pies (poco más de 2 metros) y cubrir la Blossom Rock; o de lo contrario, descender hasta permitirle

401
la isla hasta un área medida entre 6 y 9 brazas que se halla triangulada entre el Crestón, la

“isla Ciervo” –hoy llamado cerro de Chivos–,10 y una roca marina ubicada más al sur indi-

cada como la “roca negra” (imagen V.7).11

La península de Mazatlán también podía rodearse a través de un estrecho canal que se

abría entre un islote contiguo a la isla del Crestón –mencionada a veces como “isla Aza-

da”– y el Battery Peak12 también conocida como “Punta Pala” y años atrás llamada Punta

de Colchadero; el cual era practicable únicamente para embarcaciones pequeñas. Los tras-

lados en bote alrededor de la península no eran sencillos, ya que éstos podían ser fácilmente

abatidos por el oleaje.13 No obstante, es probable que el tráfico naviero en este punto de la

costa se hiciera cada vez más frecuente. Como resultado de ello se hizo necesario acomodar

allí un conjunto piezas de artillería usadas para abrir fuego; ya fuera como acción defensiva

o como señalización náutica.14 De ahí el nombre alusivo a una batería.

emerger. De allí que recibiera el nombre de “piedra que aflora”. Frederick Beechey (1831), Narrative of a
Voyage to the Pacific and Bering’s Strait, to Co-operate with the Polar Expeditions: Performed in Her Maj-
esty’s Ship Blossom in the Years 1825, 26, 27, 28, Netherlands, Da Capo Press, 1968, pp. 439-440 (consultado
en septiembre de 2018 en www.books.google.com). En alusión a sus características, esta roca también fue
identificada como “Piedra Anegadisa”. Abel du Petit-Thouars, Voyage autour du monde sur la frégate "la
Vénus" pendant les années 1836-1839, tome 2, Paris, Gide, 1841, p. 177 (acervo electrónico de Bibliothèque
Nationale de France consultado en julio de 2015 en www.gallica.bnf.fr).
10
En el presente, este sitio no es una isla. El cerro de Chivos te está unido a la península de la Piedra por una
escollera de 700m., que forma parte del canal de navegación moderno en funcionamiento.
11
Beechey, Narrative, p. 439. La “Roca negra” también era identificada como “piedra Ballena”. Duhaut-
Cilly, Voyage, p. 257. En los mapas actuales, esta roca no puede ser localizada.
12
Beechey, Narrative, p. 439. En relatos posteriores, este lugar siguió siendo conocido como cerro de la Bate-
ría. En la actualidad es conocido como cerro del Vigía.
13
Duhaut-Cilly, Voyage, pp. 266-267.
14
Duhaut-Cilly, Voyage, p. 257.

402
Imagen V.7. Puerto de Mazatlán en 1827.

Fondo de carta.
Fuentes: “Central America West Coast and Mexico by Don Felipe Bauza, from Observations Made by Him
During the Voyage of Don Alejandro Malaspina. 1794” (consultado en la colección particular de Gilberto
López Castillo).

Las condiciones portuarias naturales de Mazatlán eran menos favorables que las de Guay-

mas o San Blas. Los islotes y las rocas marinas dificultaban la navegación alrededor de la

península, y la imposibilidad de las naves para fondear dentro del estero y protegerse de los

vientos las exponía al embate de las tempestades mientras permanecieran ancladas en las

radas desabrigadas de las islas. Por lo tanto, la costa de Mazatlán era evitada cuando reina-

403
ba el mal clima.15 La temporada de lluvias iba de mayo a septiembre,16 pero las tormentas

más violentas llegaban al comienzo del otoño cuando tenía lugar un meteoro conocido po-

pularmente como “cordonazo de San Francisco”, consistente en una serie de trombas deri-

vadas de algún huracán las cuales que caían alrededor del 4 de octubre, día de San Francis-

co de Asís en el santoral católico.17

Las lluvias y el mareaje afectaban igualmente el camino terrestre. El terreno peninsu-

lar es plano en su mayor parte y era propenso a inundarse por todos los flancos. Al subir la

marea, el mar podía penetrar muchos metros en tierra adentro (se dice que alcanzaba hasta

las cuadras donde hoy está el mercado municipal), haciendo lucir este paisaje menos como

una península y más como un archipiélago en el que las lomas y los cerros sobresalían co-

mo si fueran islotes.18 Por el noroeste de la península atraviesa además un estero llamado

Estero del Infiernillo. Este flujo de agua en la actualidad es contenido por un canal, pero en

el pasado tuvo mayor caudal y generaba una marisma que podía extenderse hasta la laguna

del Camarón. La crecida del Infiernillo cortaba el tránsito terrestre hacia la península y

15
Beechey, Narrative, pp. 324 y 438-439; y “Notas sobre el estado de Sonora y Sinaloa” (Bourne) compilado
en Henry George Ward, México en 1827, traducción de Ricardo Haas, México, Fondo de Cultura Económica,
1981, pp. 647-648 y 754-755, apéndice C.
16
Luis Servo, “Apuntes estadístigos [sic.] del puerto de Mazatlán en el año de 1854” en Boletín de la Socie-
dad Mexicana de Geografía y Estadística de la República Mexicana, tomo VII, México, imprenta de A. Boix,
1859, p. 323.
17
El viajero Löwenstern presenció en 1838 el trágico hundimiento que causó el “cordonazo” a un par de bri-
cks (buques) de 200 y 300 toneladas que fondeaban en la isla del Crestón. Isidore Löwenstern, México. Me-
morias de un viajero, traducción y edición de Margarita Pierini, México, Fondo de Cultura Económica, 2012,
pp. 237-242. Este fenómeno se manifestaba año con año durante la primera quincena de octubre. Duflot, Ex-
ploration, v. 1, pp. 170-171.
18
Santiago Calderón, “Apuntes para la estadística del municipio de Mazatlán correspondientes al año de
1874” en Documentos Históricos sobre Mazatlán y Sinaloa, Mazatlán, Ing. Manuel Bonilla-Imprenta de la
Escuela Preparatoria de Mazatlán, c. 1929 (transcripción electrónica de Adrián García Cortés inédita, no pa-
ginada); García Cortés, La fundación; pp. 133-136; y José Luis Beraud Lozano, Actores históricos de la ur-
banización mazatleca, México, Dirección de Investigación y Fomento de Cultura Regional, 1996, p. 51.

404
prácticamente cercenaba del continente este brazo de tierra. Este obstáculo prevaleció hasta

1871, cuando comenzó a construirse un dique para canalizar el estero.19

Entretanto, otro medio para llegar a la península lo fue el estero de Mazatlán, conoci-

do después como estero de Urías. Esta vía acuática corre de la ensenada de Playa Sur hasta

las cercanías del poblado del Presidio, el lugar donde convergían el camino real que venía

de Guadalajara y el camino trans-serrano que llegaba desde la ciudad de Durango, pasando

por algunos de los minerales de la comarca de San Sebastián, en Sinaloa.20 No es fortuito

entonces que, en la búsqueda de una ubicación más accesible para marineros y arrieros, el

puerto y por consiguiente el naciente caserío porteño (que por aquellos años fue conocido

brevemente como Villa de los Costilla),21 hayan sido cambiados a la costa sur de la penín-

sula, en distancia conveniente entre la desembocadura del estero y la rada de la isla del

Crestón.

Sin embargo, el estero y el mismo puerto eran transitables únicamente por las barca-

zas que auxiliaban en la descarga de los barcos que anclaban en el Crestón.22 Mazatlán no

contaba con infraestructura portuaria, de modo que los buques no podían alcanzar la playa

porque podrían quedarse varados. La cuenca portuaria tenía una profundidad muy irregular

que oscilaba entre los 2 y los 9 metros, y además estaba rodeada por bancos de arena. En la

19
Se desconoce la fecha de terminación de esta obra. Boletín Oficial del Estado de Sinaloa (Mazatlán, 1871)
citado en “Puente del Infiernillo” en Oses Cole Isunza, “Diccionario biográfico e histórico de Mazatlán”,
2006, p. 237; y García Cortés, La fundación, pp. 133-136.
20
Los principales cronistas de la historia del puerto sugieren convincentemente, aunque sin pruebas, que el
estero y las lagunas entre El Rosario y Mazatlán eran aprovechados por los indígenas desde la época preco-
lombina para desplazarse por el territorio y transportar su alimento. García Cortés, La fundación, pp. 136-137;
y Efigenia Hernández Salayz, “Que hable la historia de la fundación de Mazatlán” en Ernesto Hernández
Norzagaray y Lorena Schobert Lizárraga (editores), Raíces de Mazatlán: fundación, política, música y viaje-
ros, Culiacán, Asociación de Gestores del Patrimonio Histórico y Cultural de Mazatlán-Universidad Autóno-
ma de Sinaloa-Instituto Municipal de Cultura, Turismo y Arte de Mazatlán, 2006, pp. 68-69.
21
Calderón, “Apuntes”.
22
Duhaut-Cilly, Voyage, p. 169.

405
bajamar, estos médanos emergían como islotes reduciendo en consecuencia los márgenes

del área navegable.23

Todas estas características son reproducidas con más detalle en el plano del puerto

realizado igualmente por Beechey en 1828, una versión a mayor escala del plano de 1827

del mismo autor. El espacio oceánico fue medido en seis rangos de profundidad que van

entre 1 y 10 brazas (cuya equivalencia es entre 2 y 20 metros) y la costa es diferenciada

entre arenosa o rocosa: la primera es característica de la bahía y las ensenadas, la segunda,

de los riscos y promontorios al borde del mar. El surgidero de la isla del Crestón es ubicado

con exactitud, pero extrañamente, no son señalados ni el anclaje de la isla del Venado ni el

fondeadero interior de Mazatlán (imágenes V.8 y V.9).

23
Una zona de la ensenada sur situada entre los puntos conocidos en el siglo XIX como “Punta del Astillero”
y “Punta Opuesta” tenía tan poca profundidad, que de hecho ya en el siglo XX fue terraplenada para extender
la traza urbana de Mazatlán, transformando por lo tanto el contorno natural de la península a la forma que
observa en la actualidad.

406
Imagen V.8. Puerto de Mazatlán en 1828.

Fondo de carta.
Nota. El litoral está diferenciado entre rocoso (línea negra) y arenoso (línea amarilla). Los cuerpos de agua en
tierra están marcados con línea verde. El camino a Mazatlán, con línea roja. El área oceánica está dividida en
cuatro zonas de profundidad, determinadas de acuerdo con las mediciones originales.
Fuente: documento sin referencia de London Hydrographic Office (colección Gómez Rubio).

407
Imagen V.9. Espacios representativos del puerto de Mazatlán de 1826 a 1828 señalados en plano actual.

Fuentes: imágenes V.1, V.7 y V.8.

408
Es evidente que el capitán inglés no se adentró mucho más allá de la costa, puesto que el

estero del Infiernillo apenas si fue esbozado con un trazo indefinido. En cambio, la carto-

grafía revela parte del trayecto que seguía aparentemente el único camino terrestre que lle-

gaba a Mazatlán. Procedente del camino real, la ruta arribaba hasta un par de lagunas de

que se hallan en la bahía (en la actualidad, una ya ha desaparecido; y la otra, llamada lagu-

na del Camarón, está muy disminuida), en donde se bifurcaba entre una senda que iba hacia

el “risco Joroba” –hoy Punta del Camarón– cercano al surgidero de la isla de Venados; y la

que seguía por la playa hasta Playa Norte, donde corría un arroyo. La vereda cruzaba la

península hasta el nuevo asentamiento portuario en el sur.

Es probable que tan luego como el puerto de Mazatlán fue autorizado para el comer-

cio libre, se hiciera necesario incrementar la flota de lanchones que servían para el alije de

los navíos y para movilizar cargas menores por vía del cabotaje. Se dice que en 1821, un

vecino de la villa de San Sebastián, Bernardo Andrade, instaló un astillero en la desembo-

cadura del estero; una zona que a la postre sería conocida como Punta del Astillero.24 No

hay ninguna indicación de la existencia de este sitio en los mapas de la época, pero en un

boceto que data del primer tercio del siglo XIX titulado en inglés “Viejo aserradero, Ma-

zatlán”, se muestra una especie de cabaña con muelle en el extremo de una pequeña ense-

nada; podría tratarse de dicho lugar. Aunque no es mencionado como un “astillero” tal cual,

los elementos que aparecen en el boceto son obviamente los indispensables en la operación

de una factoría de este giro: se trata de un lugar para procesar la madera, se encuentra en el

mar y está rodeado de un tupido bosque del cual, con certeza, se obtenía la materia prima

(imagen V.10).

24
“Datos” en Boletín, t. IV, p. 66.

409
Imagen V.10. Aserradero o posible astillero de Mazatlán alrededor de 1840.

Fuente: “Old Saw-mill, Mazatlan” (William Reese Collection) (colección Gómez Rubio).

En el primer tercio del siglo, cuando el poblamiento del puerto apenas iniciaba, la franja

costera de la Playa Sur era conocida por los lugareños como “barrio de la Chalata” en alu-

sión a un árbol de esta especie que por ahí se hallaba.

[Las familias] comenzaron a inmigrar […] por la [ensenada] del Sur, formando un largo case-

río desde donde hoy está el Teatro del Recreo hasta la aduana Marítima [la actual calle de Li-

bertad], al que aquellas gentes daban el nombre de Chalata en razón de un gran árbol de esa

clase que allí se encontraba.25

25
Calderón, “Apuntes”.

410
La voz “chalata” o “chalate” es una deformación de la palabra “zalate” (Ficus microcha-

lamys), un árbol enorme de madera útil para la construcción, el cual se da en abundancia en

los montes del sur de Sinaloa.26 Entonces, la fuente maderable podría haber estado allí

mismo o en los bosques serranos que no distaban mucho de la península. Un documento de

1837 decía que una de las ventajas de contar con un puerto en Mazatlán era justamente

“[…] la mucha madera de construcción naval que hay inmediata y que puede ser conducida

hasta esta playa por el Estero y por los ríos Mazatlán y El Rosario”.27

Durante las primeras décadas de funcionamiento del puerto, fueron justamente los

beneficiados del comercio marítimo, los mercaderes locales, quienes debieron invertir sus

capitales para empezar a convertir Mazatlán no sólo en un buen puerto, sino que también en

un lugar donde la mercancía pudiera ser almacenada con seguridad mientras era vendida en

los expendios locales o internada por la región. Ello permitiría que esta costa se afianzara

como un espacio comercial activo todo el año y no nada más por temporadas. Al respecto,

la memoria mazatleca siempre ha reconocido a un par de comerciantes como los responsa-

bles de haber gestionado la autorización de operaciones en el puerto de Mazatlán ante las

autoridades del país: Ignacio Fletes y Vicente Ortigoza, de quien el puerto incluso tomó su

nombre por algún tiempo.28

Vicente Ortigoza González fue un comerciante y propietario de barcos nativo de Lo-

groño, España; dedicado al transporte marítimo entre San Blas y Mazatlán desde principios

del siglo XIX. Vicente tenía un pariente, Juan de Dios, que vivió y administró una impor-

26
Alwin van der Heiden, “Biodiversidad. Los Gigantes de la Selva Sinaloense” en revista Mazatlán Interacti-
vo, número 6 (consultado en enero de 2016 en www.mazatlaninteractivo.com.mx).
27
“Puerto clausuras del” en Cole Isunza, “Diccionario”, pp. 233-235.
28
Desde el siglo XIX, todos los apuntes e informes de Mazatlán, señalan a Vicente Ortigosa y a la casa co-
mercial de Ignacio Fletes como los gestores de la apertura del puerto, pero eso nunca ha sido comprobado con
documentos oficiales, ni se conoce una acción concreta que alguno de ellos haya realizado para tal fin. “Da-
tos” en Boletín, t. IV, p. 66; y Calderón, “Apuntes”.

411
tante tienda en la villa de San Sebastián entre 1818 y 1828. En menor medida que El Rosa-

rio y que el Presidio, San Sebastián y los centros mineros de la Nueva Vizcaya también

eran mercados vinculados con Mazatlán, pues era por donde traficaban los caudales extraí-

dos en la sierra. El desempeño de los Ortigoza en Mazatlán –sea el del navegante, o sea el

del comerciante– debió ser muy exitoso como para que el puerto fuera conocido por su ape-

lativo (“Ortigosa” como aparece escrito en los mapas), no obstante que la familia de Vicen-

te no se radicó en Mazatlán sino en Tepic,29 y que Juan de Dios fue expulsado de México

en 1828 junto con otros españoles.30

Ignacio Fletes, comerciante en El Rosario, nació en Cocula, Jalisco en 1784. Junto

con sus hermanos, fue heredero de la fortuna mercantil procedente de una gran casa comer-

cial fundada por sus padres en San Luis Potosí, con sucursales en Tepic y en El Rosario;

ciudad la segunda a donde llegó a vivir en 1807. Además del comercio, los Fletes de El

Rosario se hicieron también de minas y de doce haciendas vinícolas y agroganaderas. Don

Ignacio se casó en esta parroquia en 1813 con doña María de Jesús Núñez y Gaxiola, des-

cendiente de los fundadores del real de minas, siendo apadrinado por el intendente de Sono-

ra y Sinaloa, Mariano de Urrea. La riqueza de Fletes causaba impresión, pues se decía que

en su casa se guardaba como cosa ordinaria el oro en polvo y la plata en barras. Fletes fue

benefactor de El Rosario: construyó una escuela de primeras letras y un panteón público,

además de financiar el movimiento insurgente en la región. Lo anterior hace suponer que

debió haber sido él el primer alcalde que tuvo esta ciudad después de la Independencia.31

29
En esta ciudad nació y estudió primeras letras su primogénito Vicente Ortigosa de los Ríos, quien destacó
como uno de los primeros químicos mexicanos en la segunda mitad del XIX. Federico de la Torre, “Ciencia,
industrialización y utopía social: notas sobre Vicente Ortigosa de los Ríos, 1817-1877” en revista Letras His-
tóricas, número 5, Universidad de Guadalajara, otoño 2011-invierno 2012, pp. 54-55.
30
Calderón, “Apuntes”.
31
Luis Fernando García Barraza, “Ignacio Fletes. Crónica de una vida” en “Espacio de Fernando” (consultado
en julio de 2015 en https://chaikobarraza.wordpress.com/2009/09/) (consultado en septiembre de 2015 en

412
Fallecido en 1842, Fletes había sido uno de los personajes más poderosos del merca-

do; bien conocido entre los marineros que anclaban en Mazatlán. Gracias al relato de

Duhaut-Cilly –quien dijo haber ido a su encuentro en el Presidio de Mazatlán para hacer

negocios– podemos conocer las características del territorio costero y los caminos que lo

recorrían. El francés cabalgó por el extenso chaparral alrededor del estero del Infiernillo, a

lo largo de una senda llena de vegetación y aves tropicales, hasta arribar a un rancho llama-

do El Castillo que estaba a medio camino entre el puerto y el antiguo pueblo. A partir de

ahí, había que andar en busca de algún punto vadeable del río Mazatlán para poderlo cruzar

rumbo al Presidio.32 A pesar de su origen incierto, para 1826 el Presidio de Mazatlán se

había convertido en una plaza comercial comparable con la señorial ciudad de El Rosario:

estaba habitado por 2,500 personas, aunque eran pocas las casas que se consideraban de

hechura “decente”, entre las que se hallaba por supuesto la de Fletes.33

Don Ignacio y sus socios Robert Wyllie y Miguel Riesgo también fueron visitados en

El Rosario en 1827 por el coronel Bourne, mercader inglés comisionado para inspeccionar

los distritos mineros de Sonora y Sinaloa. Bourne señaló que el antiguo real de minas se

había convertido en un sitio de gran importancia comercial desde que el puerto de Mazatlán

fue abierto, “sirviendo [El Rosario] como depósito de mercancías para este puerto, como

Tepic lo era para San Blas”. Afirma que incluso los mercaderes de Guadalajara preferían el

https://chaikobarraza.wordpress.com/2009/09/02/trata-de-ignacio-fletes-cronica-de-una-vida/); y “Notas”
(Bourne) en Ward, México, p. 753, apéndice C.
32
La población de El Castillo todavía existe y se localiza precisamente en los márgenes del estero de Urías,
próximo al pueblo de Villa Unión (nombre actual del antiguo Presidio de Mazatlán). Aunque la distancia
entre Mazatlán y El Castillo no es mayor de 12 kilómetros. Esta travesía podría prolongarse hasta en diez
leguas (unos 50 km.) como consecuencia de los numerosos meandros que se hallaban al paso. Duhaut-Cilly,
Voyage, pp. 269-272. Legua mexicana equivalente a 4.2 km. María Eugenia Cortés Islas y Francisco Pablo
Ramírez García, “Rescate de antiguas medidas iberoamericanas” en revista Boletín de la Sociedad Mexicana
de Física, volumen 12, número 1, enero-marzo de 1998, pp. 15-23 (consultado en en marzo de 2017 en
www.smf.mx/boletin).
33
Duhaut-Cilly, Voyage, pp. 271-274; y “Notas” en Ward, México, p. 753, apéndice C.

413
puerto de Sinaloa debido a su estrecha relación con los mercados de India y China, para lo

cual Fletes disponía de una flota.34

De su andar por el sur de Sinaloa, Bourne dijo que la ciudad de El Rosario le había

parecido bien edificada; hogar de numerosos comerciantes y autoridades públicas; mientras

que el Presidio era una vecindad de menor tamaño –de unos “cuarenta jacales”–, pero

igualmente tenía varios comercios de nacionalidad inglesa y era la sede de la oficialía de la

aduana y la comandancia de Sinaloa; e incluso su clima fue mejor apreciado que el caluroso

de El Rosario y el malsano de la costa. Estos dos centros comerciales habían prosperado a

expensas del puerto, en el cual se asentaba, por lo contrario, una populosa pero muy pobre

comunidad:

El pueblo, que es un lugar miserable, consta de unas cien casas o chozas, construidas de pos-

tes y palo, trenzados y atados unos con otros y cubiertas con hojas de plátano y yerba seca;

forma un semicírculo alrededor de una pequeña bahía, como a una milla arriba de donde fon-

dean los barcos [la rada de la isla del Crestón]. No tiene fortificaciones ni defensas, excepto

los bancos de arena y las rocas de que lo ha provisto la naturaleza.35

Un único fortín ubicado en el extremo sur de la península –la batería mencionada por

Beechey– resguardaba el tránsito de las embarcaciones por el Puerto de Ortigosa. Sin em-

bargo, este humilde establecimiento costero fue afirmándose rápidamente con la llegada de

34
El coronel Bourne se acompañaba de una comitiva integrada por Pedro Escalante, senador del Estado de
Occidente, el teniente Parres y H. Hardy. “Notas” en Ward, México, pp. 753-754, apéndice C. Duhaut-Cilly
menciona que Parres (“Padrez”) era un teniente oriundo de Los Ángeles, California, con quien el francés
había entrado en tratos para establecer una explotación agrícola en la Baja California. Duhaut-Cilly, Voyage,
pp. 261-264. Podría tratarse de Ramón o Jacinto Parres, miembros de los escuadrones que custodiaban el
litoral Pacífico mexicano durante la guerra de Independencia, leales a la causa de Agustín de Iturbide. Forma-
ron parte de la armada de México cuando recién fue creada. A principios de la década de 1830, Ramón Parres
era coronel bajo el mando del general Mariano Paredes Arrillaga. “Ramón Parres” (consultado en enero de
2016 en http://www.semar.gob.mx/s/armada-mexico/difusion-hc/decretos-historicos/articulos/87-ingreso-
armada/1806-lealtad-1-3-2.html).
35
“Notas” en Ward, México, pp. 754-755, apéndice C.

414
las entidades regulatorias y recaudatorias del gobierno mexicano y de los despachos repre-

sentativos de naciones extranjeras. El consulado de Estados Unidos en Mazatlán fue creado

tan pronto como noviembre de 1826, con John Lenox Kennedy como titular.36 En agosto de

1827 fue designada la primera autoridad local, el señor Idelfonso Rodríguez con cargo de

Juez de Policía. Su responsabilidad fue la de procurar el orden entre los vecinos, promover

la adquisición de solares entre los colonos y cobrar para el erario municipal los impuestos

por degollación de ganado y por internación de mercancía que tuviera lugar por este puerto.

Otra persona de nombre Juan María Ramírez era el responsable de deducir el porcentaje de

estos ingresos que correspondía para las rentas federales.37

Como ha sido dicho, la administración del puerto de Mazatlán estaba subordinada a

las autoridades de las entidades vecinas: Rodríguez era funcionario del ayuntamiento de

San Sebastián,38 y Ramírez era un delegado de las instituciones fiscales establecidas en el

Presidio –renombrado en 1828 como Villa de la Unión–39 por lo menos desde 1824: la Te-

sorería Federal, bajo la responsabilidad del señor Ramón Gómez; y la Aduana, a cargo de

Máximo Magan. Pero como la afluencia comercial en el puerto de Mazatlán crecía vigoro-

samente, en 1828 se convino en trasladar la oficina de aduana a la costa.40

La aduana se instaló en el nuevo fondeadero, en un solar que le fue comprado a un

francés llamado Juan Dutríeu localizado en las faldas de un cerro que, en lo sucesivo, em-

36
Pamphlet Accompanying Microcopy No. 159. Dispatches From United States Consuls in Mazatlan 1826-
1906, Washington, The National Archives Microfilm Publications, 1965, sin página.
37
Los solares tenían valor de un real por vara de longitud; el degüello costaba 25 centavos por cabeza de
ganado; y se cobraba un real por carga de efectos internados. Calderón, “Apuntes”. Una vara mexicana equi-
vale a 83.8 centímetros. Cortés y Ramírez, “Rescate” en Boletín, pp. 15-23.
38
Calderón, “Apuntes”.
39
En la actualidad simplemente llamado Villa Unión. Por decreto presidencial en septiembre de 1828, tam-
bién la villa de San Sebastián cambió su nombre al de Concordia y el pueblo de Chametla al de Villa de Dia-
na, pero esta última denominación nunca se arraigó entre los lugareños ni trascendió al presente. Los nombres
fueron tomados en honor a las logias que se habían fundado en estas poblaciones. Eustaquio Buelna, Apuntes
para la historia de Sinaloa, México, Departamento Editorial de la Secretaría de Educación, 1924, pp. 9-10.
40
“Datos” en Boletín, t. IV, p. 66; y Calderón, “Apuntes”. A Máximo Magan también se le menciona en otras
crónicas como Maximino Magaña.

415
pezó a ser conocido como cerro “de la Aduana”. Un comandante, un cabo, cuatro guardias

y un escribiente conformaban el personal que servía a esta institución en esta temprana

época.41

b) El rústico puerto del primer tercio del siglo XIX.

Muchos negociantes fueron y vinieron de Mazatlán en los años sucesivos a partir de la ins-

titución de la aduana, porque daba certidumbre a los tratos comerciales efectuados en el

puerto. Pero fue la posibilidad de comprar y poseer predios lo que debió alentar a un nume-

roso grupo de personas a radicarse en ese lugar y construir allí sus hogares, comenzando

con ello a gestar un vecindario en la costa. El exgobernador Riesgo advertía en su memoria

de 1828 del rápido y alentador crecimiento humano que se había dado en el puerto desde el

año de su apertura, sin omitir las carencias que era necesario atender para convertir esta

comunidad en una próspera “ciudad marítima”:

[…] la población ha crecido mucho después de pocos años, á causa de la habilitación

comercial del puerto.

[…] Hay sobre la playa un parage muy apropósito para edificios, y para un muelle, de que

se carece literalmente en la actualidad. El temperamento es sin duda más saludable que el del

presidio á causa de la ventilación de la mar.

En semejante caso aquella población, que ya aborda á quinientas almas, crecería con suma

rapidez, los comerciantes naturales y estrangeros edificarían sus casas, los recursos se aumen-

tarían en igual razón que las necesidades del común, el comercio clandestino no tendría tantas

41
“Aduana marítima de Mazatlán” en González, Diccionario…, p. 21; “Aduana marítima de Mazatlán” en
Cole Isunza, “Diccionario”, p. 3; y Calderón, “Apuntes”. El cerro de la Aduana también era conocido como
“de la Cruz” ya en la segunda mitad del siglo, en alusión a una pequeña cruz que fue colocada en la cima.

416
facilidades, y entre muy pocos años tendríamos una ciudad marítima la más considerable del

Estado en población, civilidad, riqueza, y actividad industrial y mercantil.42

En 1828 el poblado de Mazatlán (500 personas entonces) se conformaba de una veintena de

predios que aparentan estar edificados; o por lo menos, que agrupaban las decenas de cho-

zas avistadas por Bourne. Pero por mucho tiempo, la zona donde comenzó a fincarse el

naciente vecindario, debió ser contenido de las inundaciones. Las crónicas dicen que estos

terrenos (un arco comprendido más o menos entre el pie del cerro de la Aduana y la actual

plazuela Machado, pasando por la escuela primaria Josefa Ortiz de Domínguez y la calle

Baltasar Izaguirre Rojo) eran invadidos por las aguas tanto de Playa Sur como de la ense-

nada de Olas Altas.43 Al respecto, en el plano de Beechey una corriente de agua aparece

marcada precisamente entre la ensenada sur y el istmo (imagen V.11).

42
Memoria estadística del Estado de Occidente (Juan Miguel Riesgo y Antonio J. Valdés, 1828) compilado
en Sergio Ortega y Edgardo López Mañón (compiladores), Sinaloa, textos de su historia, tomo 1, México,
Gobierno del Estado de Sinaloa-Dirección de Investigación y Fomento de la Cultura Regional-Instituto de
Investigaciones Dr. José María Luis Mora, 1987, p. 113.
43
“Olas Altas, Paseo de” en Cole Isunza, “Diccionario”, p. 201.

417
Imagen V.11. Zona inundable en el istmo de la península de Mazatlán en el primer tercio del siglo XIX.

Fuentes: imágenes V.1 y V.8.

Con la finalidad de superar este embate natural, en 1832 se intentó la construcción de un

dique o terraplén para frenar el flujo y elevar los predios sobre el nivel del mar. De inicio,

la obra fue financiada por el gobierno de Sinaloa con $300, pero esta cantidad resultó insu-

ficiente y en consecuencia, los trabajos se desarrollaron con lentitud en los años subsiguien-

tes, costeados casi por completo por los vecinos prominentes del puerto y por el ayunta-

miento.44 Sin embargo, es un hecho que la obra en Olas Altas llegó a buen término, pues

hacia la década de 1840 esta zona habría de convertirse en una de las zonas mejor pobladas

de la ciudad.45 En 1837, cuando Mazatlán contaba casi 4,000 habitantes, el gremio de co-

merciantes local expuso que el puerto crecía porque continuaba poblándose:

44
“Olas Altas, Paseo de” y “Paseos de Olas Altas” en Cole Isunza, “Diccionario”, pp. 201 y 212.
45
Sergio Herrera y Cairo, Tesoro en Mazatlán, México, Libros de México, 1983, p. 384.

418
[Mazatlán] de la despreciable condición a que estuvo condenado en el gobierno español, ha

pasado a ser uno de los lugares más considerables del departamento [de Sinaloa]. Su pobla-

ción, aunque no pasa de seis mil habitantes, es frecuentada de muchas personas de los depar-

tamentos inmediatos. Contiene nueve casas de comercio con fondos de mucha consideración,

veinte tiendas de ropa de segundo orden, más de treinta de pulpería o abarrotes; se han levan-

tado innumerables edificios de buena construcción, y las familias de escaso vivir que están

radicadas allí han fabricado también multitud de casuchas, que en ellas puede considerarse

que hacen consistir su principal haber.46

El naturalista francés Abel du Petit-Thouars, quien estuvo en el puerto ese mismo año, opi-

naba con moderación que si bien la actividad comercial era vigorosa, la localidad no tenía

visos de desarrollo: con excepción de la avenida central, que estaba empedrada y rodeada

por unas cinco buenas casas, el puerto era un poblado de calles arenosas, incómodas y sin

ningún ornato y con un montón de casuchas pobres esparcidas sobre la playa. 47 La única

buena calle mencionada por el viajero corresponde con el tramo sur del largo sendero que

iba entre el puerto y el camino real; tal y como se aprecia en el plano del capitán Beechey

de 1828. Lo anterior revela que desde finales de la tercera década, este camino comenzaba

a definirse como la principal vialidad de Mazatlán, pues eventualmente sería la única que

atravesara por completo la península, haciéndolo por una faja del cerro que se eleva por

encima del nivel del mar en el que se encuentra el resto del territorio; de tal suerte que este

46
“Exposición hecha por los representantes por Sinaloa sobre la inconformidad con respecto a la clausura el
puerto de Mazatlán. México, febrero de 1837” compilado en “Puerto, clausuras del” en Cole Isunza, “Diccio-
nario”, pp. 231-233.
47
Petit-Thouars, Voyage, t. 2, pp. 167-168.

419
camino era el menos afectado por las inundaciones y los lodazales que luego dificultaban el

paso para las bestias de carga.48

Por otra parte, todos los reportes y testimonios de la época concuerdan en que el

inusitado progreso de Mazatlán era atribuible a la ventajosa ubicación geográfica que tenía

el puerto, ya que mediaba en las redes del tránsito marítimo del Pacífico norte tanto de altu-

ra como de cabotaje; y también era alcanzable por tierra para las ciudades del occidente de

la República, aún para las más lejanas como Chihuahua, Zacatecas o Guadalajara. Petit-

Thouars afirmaba que Mazatlán tenía una mejor comunicación con el interior del país, que

la que tenían los puertos de Matamoros y Tampico en el Golfo de México.49

La progresiva opulencia del comercio de este puerto vivifica a todo el comercio de Sinaloa, y

extiende sus benéficos influjos a los de Jalisco, Zacatecas, Durango, Chihuahua, Sonora y

ambas Californias, que sacan anualmente ricos surtidos de mercancías. Mazatlán, Señor, ocu-

pa una posición geográfica del más alto interés, no sólo mercantil sino político. Colocado este

puerto en la misma boca del gran golfo de California, es la llave de este mar, y las corrientes

variables de lo interior del mismo y vientos dominantes del Noroeste, lo hacen por su natura-

leza puerto de depósito para los departamentos de Sonora y Baja California, cuyos puertos de

Guaymas y La Paz, por esta razón y no obstante su mayor antigüedad, no son comparables en

sus relaciones mercantiles a éste, que bien puede llamarse el “Emporio de Occidente”.50

48
“Calle Belisario Domínguez” en Oses Cole Isunza, Las viejas calles de Mazatlán, Mazatlán, Archivo Histó-
rico de Mazatlán-Cruz Roja Mexicana, 2004, p. 38. La calle Belisario Domínguez, que es la vialidad que en la
actualidad corresponde con este viejo camino, alcanza en algunos puntos de su trayecto hasta 10 metros de
altura sobre el nivel del mar. García Cortés, La fundación, p. 138.
49
Petit-Thouars, Voyage, t. 2, pp. 170-171.
50
“Representación que han dirigido al Congreso los comerciantes y dueños de fincas del puerto de Mazatlán
contra su clausura. Puerto de Mazatlán, marzo 4 de 1837” compilado en “Puerto, clausuras del” en Cole Isun-
za, “Diccionario”, pp. 233-235.

420
Ante todo y a diferencia de los demás puertos, Mazatlán tenía la capacidad para abastecer la

demanda de alimentos tanto de la población local como de las tripulaciones pasajeras; e

igualmente, para proveer a los marineros de los más variados y necesarios implementos

para la navegación: telones para velas, alquitrán para las lámparas, cordaje, cadenas, anclas

y maderos para refacciones.51

El puerto de Mazatlán es de los que mejores y más variados suministros ofrecen. La harina se

trae de Guaymas en bolsas de cuero; la salchichonería todavía no es común debido a los fuer-

tes calores, pero recién ha comenzado a traerse de la Alta California. Los productos frescos

son abundantes pero caros. Los carneros son raros. Encontramos también aves de corral y

muchas legumbres y frutas.52

Siendo entonces Mazatlán un puerto accesible y bien suministrado, los marineros y viajeros

lo difundieron como uno de los mejores espacios en el Pacífico americano para la venta de

mercancías de ultramar –telas, vestidos e hilados de algodón, lana y seda de manufactura

europea u oriental; mercurio y papel; pianos y otros instrumentos musicales; vinos y lico-

res; y “artículos de París”: joyería, cristalería, vajillas de bronce, armas, relojería, etc.– y la

compra de productos regionales: en primer lugar el palo de tinte o palo de Brasil; luego, el

oro, la plata y el cobre; y en menor medida, escamas de tortuga y perlas de concha nácar,

que eran apreciadas sobremanera por los chinos.53 Al respecto, Petit-Thouars reportaba que:

51
Duflot, Exploration, v. 1, p. 177.
52
Petit-Thouars, Voyage, t. 2, pp. 170-172. Duflot de Mofras (1841) dice que el precio de un buey era de
entre 8 y 12 pesos (“piastras”); la harina, 12 arrobas por 300 francos; y una barrica de vino de Bordeaux, de
35 a 40 pesos. La madera para reparaciones era recogida de los restos de los barcos naufragados. A finales de
la década de 1830, el consumo general que tenía lugar en el puerto fue evaluado en cuatro millones de pesos
anuales. Duflot, Exploration, v. 1, pp. XV y 176-177.
53
Estas eran las principales mercancías comerciadas en Mazatlán por lo menos desde mediados de la década
de 1830 hasta el comienzo de la de 1840. Las características de cada producto y sus volúmenes de venta son
descritos de manera pormenorizada. Duflot, Exploration, v. 1, pp. 186-197.

421
La abundancia de oro y plata […] es una de las causas principales de la prosperidad de Ma-

zatlán; a esta primera razón se añaden, con mucha influencia, los inmensos recursos encon-

trados recientemente en la explotación de las minas de cobre situadas a 15 o 16 leguas del

puerto; y, en fin, el palo de tinte que se obtiene en los alrededores del puerto, ha contribuido

igualmente con aportar al comercio otro producto de intercambio de gran importancia. El

promedio de palo tinte exportado durante los últimos años ha crecido hasta 150,000 quintales.

Las exportaciones de cobre a Europa comenzaron hasta 1835. Los primeros envíos no fueron

favorables, pero ello se debía a la incompetencia de los negociantes, ya que los envíos más

recientes han dado resultados satisfactorios: desde unos pocos años antes de nuestro arribo a

Mazatlán, se han exportado un promedio de 200 toneladas de cobre.54

En el transcurso de la década de 1830, un número cada vez mayor de mercaderes mexica-

nos y extranjeros comenzaron a mudar a la península sus negocios y familias, alentados por

la conveniencia de gestar un enclave comercial en Mazatlán. Dado de que se trataba de un

asentamiento inédito, correspondió a estos pioneros hacer los gastos para convertir al puer-

to en un lugar adecuado para radicarse: construcción de residencias, edificios comerciales,

bodegas y apertura y limpieza de caminos.55 La inversión debió ser considerable, pues los

comerciantes porteños externaron su preocupación por las graves pérdidas que sufrirían si

el puerto se mantenía inactivo por mucho tiempo.

El puerto de Mazatlán fue clausurado dos veces por el gobierno mexicano –en 1830 y

en 1837– como consecuencia de las denuncias de contrabando interpuestas por los grupos

de comerciantes rivales en otras ciudades. En 1837, la élite mercantil de Guadalajara y Te-

54
Petit-Thouars, Voyage, t. 2, p. 171.
55
“Representación que la legislatura de Occidente dirige al congreso general pidiendo la continuidad del
puerto de Mazatlán. Concepción de Álamos, diciembre 5 de 1830” compilado en “Puerto, clausuras del” en
Cole Isunza, “Diccionario”, pp. 229-230.

422
pic emitió una circular en la que cuestionaba el repentino desarrollo de Mazatlán, juzgándo-

lo como producto del fraude y del despilfarro.56 Como consecuencia, el puerto sí fue cerra-

do por lo menos entre septiembre y diciembre de ese año.57 El ayuntamiento porteño de-

terminó en respuesta que “[…] se nombrara una comisión que se encargara con dignidad y

decoro de impugnar el folleto impreso en Guadalajara por aquel comercio contra la pobla-

ción de este Puerto en asuntos de clausura […]”.58 Los injuriados alegaron ante el Ministe-

rio de Hacienda la inconstitucionalidad de la clausura; desmentían las difamaciones hechas

por el grupo de Jalisco y afirmaban, en cambio, las ventajas geográficas antedichas como

las razones que explicaban el progreso del puerto de Sinaloa por encima del puerto de San

Blas, contra el que libraban una batalla directa por la preeminencia en el comercio de la

costa occidental.59

No obstante, había algo de exageración en dichos argumentos. La realidad es que la

actividad portuaria de Mazatlán podía llegar a ser mermada a causa de las carencias natura-

les y de infraestructura del puerto. Debido a la falta de profundidad, la ensenada de Playa

Sur no era útil para el anclaje de navíos de más de 200 toneladas, debiéndolo hacer éstos en

el fondeadero exterior, donde quedaban a merced de los vendavales.60 Como tampoco había

muelles, efectuar el desembarque a tanta distancia de la playa se volvía una labor lenta y

particularmente complicada cuando hacía mal clima.

56
“Representación […] 1830” y “Exposición que el comercio de Guadalajara dirige al Supremo Gobierno, a
fin de que no se derogue el decreto que manda cerrar el puerto de Mazatlán. Guadalajara, agosto 17 de 1837”
compilados en “Puerto, clausuras del” en Cole Isunza, “Diccionario”, pp. 229-230 y 235-237.
57
Petit-Thouars, Voyage, t. 2, p. 172.
58
Libro de actas del cabildo de Mazatlán del año 1837 citado en “Mazatlán, primer ayuntamiento” en Cole
Isunza, “Diccionario”, pp. 182-183.
59
“Proposiciones de los representantes por Sinaloa, sobre la nulidad del decreto del ejecutivo de 17 del último
febrero por el que se clausura el puerto de Mazatlán y otros documentos relativos. México, marzo 27 de
1837” compilado en “Puerto, clausuras del” en Cole Isunza, “Diccionario”, pp. 230-231. El puerto fue
reabierto en algún momento de 1838. Löwenstern, México, pp. 227-242.
60
Philippe Martinet (Anexo. Notas estadísticas de 1854 sobre población, administración, comercio, industria,
presupuesto, etc., de Mazatlán. Mazatlán, marzo 3 de 1855) en Lilia Díaz, Versión francesa de México. In-
formes económicos 1851-1867, II, México, Secretaría de Relaciones Exteriores, 1974, p. 31.

423
El Puerto de Mazatlán –si es que puede darse ese nombre a una especie de laguna situada en-

tre la ciudad, un promontorio y algunas rocas– está expuesto a casi todos los vientos y a casi

todos los peligros, sin que la mano del hombre haya hecho nada para modificar los inconve-

nientes nacidos de la naturaleza. Es de tan poca extensión y tan poco profundo que un navío

con cuatro o cinco metros de calado no podría ingresar en él.61

Las condiciones de la costa de Mazatlán al final de la década de 1830, particularmente en

los dos fondeaderos (el de grandes y el de pequeñas embarcaciones) de la península, fueron

expuestas en el plano de 1841 del explorador francés Eugène Duflot de Mofras; que no es

más que una copia del mapa del capitán Beechey pero con las unidades de medición tradu-

cidas del sistema anglosajón de la fuente original, al sistema métrico decimal (imagen

V.12).

61
Löwenstern, México, p. 237.

424
Imagen V.12. Puerto de Mazatlán en 1841.

Fondo de carta.
Nota. Con un círculo rojo se indican los fondeaderos.
Fuente: Eugène Duflot de Mofras, Exploration du territoire de l'Orégon, des Californies et de la mer
Vermeille exécutée pendant les années 1840, 1841 et 1842, Atlas, Paris, Arthus Bertrand, 1844, sin página,
nombre 7 (acervo electrónico de Bibliothèque nationale de France consultado en julio de 2015 en
www.gallica.bnf.fr).

Se cree que la dársena que de manera natural se formaba en la Punta del Astillero, medida

en 6m. de honda, tenía capacidad aun en la bajamar para recibir más buques y de mayor

tamaño que los que llegaban a la Playa Sur, la cual estaba sondada en un máximo de 4m.

Para aprovecharla, habría que despejar los arenales la boca del estero y construir una esclu-

425
sa que impidiera el azolve.62 En 1836 se trajo desde Nueva York una draga con el objetivo

de construir un sencillo canal de navegación, pero nunca se usó y el astillero permaneció

como un atracadero apto sólo para las lanchas.63

Aunque inexplicablemente no fue marcado en el mapa, se consideraba que el surgide-

ro de la isla de Venados también era mejor que la rada del Crestón porque tenía suficiente

espacio como para acoger una flota; y porque su proximidad a la costa y a las islas facilita-

ba el aprovisionamiento de agua para beber y de madera para reparar las naves. Las lagunas

de la playa, que eran la mayor fuente de agua dulce en la costa de Mazatlán, quedaban al

alcance en bote. Por otra parte, las islas de Pájaros y de Venados tenían montes tupidos y en

isla de Venados había además un estanque que fue cavado por los marineros para captar el

agua pluvial. El inconveniente más grande del atracadero de las islas del norte, era su leja-

nía del pueblo, de modo que las comunicaciones no podían ser ágiles.64

Mazatlán, lo mismo que todos los puertos del occidente mexicano, era casi inaccesi-

bles durante la temporada de lluvias; y en buena medida, la posibilidad de estacionarse en

uno u otro fondeadero dependía del menor perjuicio que pudieran causar las corrientes de

aire: la isla de Venados era más recomendable durante el verano y el otoño, porque podría

servir como respaldo cuando los vientos empujaban desde el sur hacia el océano. Por lo

contrario, cuando soplaban hacia el noroeste, en el invierno y la primavera; el surgidero de

la isla del Crestón era más seguro,65 quizá porque los cerros costeros disipaban su intensi-

62
Martinet (Anexo) en Díaz, Versión [económicos], II, p. 31. Esta dársena dentro del estero de Urías es en la
actualidad un importante fondeadero dentro del complejo portuario de Mazatlán. En esta área se han construi-
do tramos del canal de navegación moderno, muelles, bodegas, grúas y astillero. Es el principal resguardo
para la flota pesquera del camarón y el atún. Herrera, Tesoro, p. 165.
63
Documento consular estadounidense citaado en Antonio Lerma Garay, Mazatlán decimonónico, Mazatlán,
edición del autor, 2005, p. 161.
64
Petit-Thouars, Voyage, t. 2, pp. 176-177.
65
Petit-Thouars, Voyage, t. 2, pp. 178-180. Este fenómeno meteorológico relacionado con las corrientes de
aire, es conocido como inversión de los vientos alisios. Duflot, Exploration, v. 1, pp. 171-172.

426
dad. Por lo tanto, para los barcos mercantes resultaba más conveniente viajar a Mazatlán en

el último trimestre del año, porque entonces podían anclar cerca del puerto.

Otra reelaboración más del mapa de Beechey, hecha por el comandante estadouni-

dense George Dewey (1875) con base en apuntes geográficos y científicos sobre Mazatlán

realizados entre 1827 y 1846, expone mejor que cualquier documento cartográfico previo,

las características de la costa sur y el complejo portuario que ahí comenzaba a desarrollarse

(imagen V.13).

Del lado este de la península destaca un terreno muy superficial, que emergía en ma-

rea baja y estorbaba la circulación en el fondeadero. Se trata con seguridad del área que

tiempo atrás pretendió dragarse para construir un canal de navegación hacia la dársena del

Astillero. Llama la atención también el señalamiento de pozos en los islotes del estero. Se

trataba de pozos de poca profundidad excavados por los barqueros, que les proveían de un

agua salobre apenas bebible: el líquido se filtraba en la arena para purificarse, sin perder su

sabor desagradable. Sin embargo, la transportación de barricas desde el estero hasta la rada

del Crestón, era una acción complicada y hasta riesgosa, debido a los encallamientos que

podían provocar los médanos y el fuerte oleaje en el sur de la península.66

66
“Diario de Levi Chamberlain de un viaje a California y Mazatlán en el año de 1840, en el barco “Don Qui-
jote”, Capitán John Paty” citado y traducido por Lorena Schobert Lizárraga, “Levi Chamberlain” en Ernesto
Hernández Norzagaray y Lorena Schobert Lizárraga (editores), Raíces de Mazatlán: fundación, política,
música y viajeros, Culiacán, Asociación de Gestores del Patrimonio Histórico y Cultural de Mazatlán-
Universidad Autónoma de Sinaloa-Instituto Municipal de Cultura, Turismo y Arte de Mazatlán, 2006, p. 230;
e Imray, North, p. 1, p. 121.

427
Imagen V.13. Puerto de Mazatlán alrededor de 1846.

Fondo de carta.
Nota. Con un círculo rojo se indica el fondeadero.
Fuente: “Ports on the West Coast of Mexico” (George Dewey, 1875), clave 509-OYB-7231-A (mapoteca
Orozco y Berra); y James Imray, North Pacific Pilot. The West Coast of North America, Part 1, London,
James Imray & Son-Chart and Nautical Book Publishers, 1881, pp. 118-122 (acervo electrónico de University
of California Santa Barbara consultado en agosto de 2015 en www.archives.org).

428
Dos muelles se observan sobre la ensenada: uno para botes y otro que conduce directo a las

instalaciones de la aduana. Petit-Thouars mencionó en 1837 que en este sitio había un pe-

dregal que era usado como rudimentario embarcadero, en el que algún día podría construir-

se un muelle funcional.67 Diez años después se consigna que el señor Francisco Torres (po-

siblemente un comerciante del puerto) había recibido permiso del Cabildo “para sacar pie-

dra cantera del risco inmediato a la Aduana para la construcción de un muelle […]”68 que

facilitara el alije de los barcos. Erróneamente se cree que desde 1840 había un faro en la

isla del Crestón, que es el lugar donde está en la actualidad.69

No hay evidencia cartográfica ni pictórica de ello. No lo demuestra, por ejemplo, una

pintura del fondeadero exterior realizada por el marino estadounidense William Meyers

alrededor de 1846 (imagen V.14).70 Sí había, en cambio, una estación de señalización marí-

tima (probablemente de comunicación telegráfica) instalada en la cima del cerro de la Bate-

ría (imagen V.15).71 Por otra parte, unos planos del puerto que datan de la segunda mitad

del siglo XIX relativos a la construcción del canal de navegación, revelan que el faro en la

isla fue ideado cuando menos desde 1869 y que hacia 1877 permanecía todavía como pro-

yecto con el nombre de “Faro Riva Palacio”, nombrado así en honor al ilustre liberal Vicen-

te Riva Palacio (imagen V.16).

67
Petit-Thouars, Voyage, t. 2, p. 178.
68
Acta de cabildo de Mazatlán de febrero 20 de 1846 citada en “Muelles de Mazatlán” en Cole Isunza, “Dic-
cionario”, p. 193.
69
“Faro de Mazatlán” en Cole Isunza, “Diccionario”, p. 91.
70
“William H. Meyers” (acervo electronic de New York Public Library consultado en marzo de 2016 en
http://www.nypl.org/archives/2376).
71
Imray, North, p. 1, p. 118. El primer telégrafo eléctrico americano fue inventado por el científico estadou-
nidense David Alter en 1836. Un año después, Samuel Morse inventó un aparato mejorado, con su propia
clave de comunicación. “Telégrafo” (consultado en www.wikipedi.org). El plano señala además un punto
designado como Old Tower en la cumbre del cerro de la Aduana. No se conoce ningún alusión al respecto.

429
Imagen V.14. Rada exterior del puerto (1846).

Fuente: William Meyers, Naval Sketches of the War in California, Nueva York, Random House, 1939 (disco
compacto “Sociedad Amigos de Mazatlán”).

Imagen V.15. Estación de señalizaciones marítimas de la década de 1830.

Fuente: “No 3. Fort Phillip Signal Station, With View of Harbour” en Trevor Patrick, “Parramatta Signal
Station” (consultado en mayo de 2016 en hillstory.com.au/hillstory/articles/Parramatta_Signal_Station.html).

430
Imagen V.16. Proyecto del faro de la isla del Crestón en la segunda mitad del siglo XIX.

Fondo de carta.
Fuentes: “Plano del Puerto de Mazatlán” (Andrés L. Tapia y Vicente Patiño, 1869), clave 510-OYB-7231-A;
y “Plano de la Ciudad y Puerto de Mazatlán” (Rosalío Banda e Ignacio Aguado, 1877), clave 564-OYB-7231-
D (mapoteca Orozco y Berra).

c) La incipiente ciudad porteña a mitad del siglo.

En la opinión de marineros y comerciantes de la época, Mazatlán ya se habría posicionado

desde principios de la década de 1840 como el puerto más importante en el Pacífico norte-

americano y uno de los mercados más activos de México:

A pesar de la importancia de San Blas y de Guaymas, Mazatlán debe ser considerado como el

punto central del comercio de México en el Mar del Sur, y no sería mala idea atraer a los

mercaderes franceses a este puerto, que es tan próspero, que no está lejos el día en que poda-

mos llamarle “el Veracruz del Océano Pacífico”.72

72
Duflot, Exploration, v. 1, p. 197.

431
La bonanza del puerto obviamente estimuló el crecimiento demográfico de Mazatlán y por

ende, la ampliación del asentamiento vecinal. En 1837 la naciente ciudad fue organizada en

cuatro cuarteles, según se exhibe en los resultados del censo efectuado por el ayuntamiento

recién instituido.De 1840 a 1855 la población pasó de 4,000 a casi 7,000 personas; aunque

estas cantidades podían llegar a duplicarse durante la temporada agrícola y comercial,

cuando las oportunidades de trabajo se multiplicaban y diversificaban, lo cual atraía a los

cientos de migrantes a radicarse en el puerto de manera temporal o definitiva. Apenas si

cambió el total poblacional entre los conteos de 1837 y de 1840; pero la variación en el

número de habitantes por cuartel es indicativo de la tendencia de poblamiento de la ciudad

que recién se gestaba (cuadro V.1).

Cuadro V.1. Poblamiento por cuarteles de la ciudad de Mazatlán entre 1837 y 1840.
censo de 1837 censo de 1840
cuartel habitantes % % habitantes
primero 1,066 27.2 26.5 1,031
segundo 817 20.9 31.4 1,218
tercero 902 23 26.7 1,036
cuarto 1,128 28.8 15.5 601
Total 3,913 100 100 3,880
Fuentes: “Padrón general de todos los habitantes de este puerto con especificación sucinta de los nombres,
edades, estados y oficios, dividido en cuatro cuarteles para organizar el orden público. Levantado por el Sr.
Manuel Mallen” [1837] citado en el catálogo del archivo histórico de Mazatlán (inédito); y “Carpeta n.3.
1840. Padrones formados en este año de solo esta población [Mazatlán, cuarteles primero, segundo, tercero y
cuarto; octubre de 1840]” (consultado en la colección particular de Enrique Vega Ayala).

Las principales oscilaciones se presentaron en el cuartel segundo, en el que incrementó la

cantidad de residentes; mientras que el cuarto cuartel experimenta un abandono de casi la

mitad de sus vecinos. El censo de 1840 se acompañaba con un plano de la ciudad que mos-

traba la demarcación de los cuarteles.73 Sin embargo, se sabe que el cuarto cuartel se con-

73
Actualmente la fuente se encuentra extraviada en las instalaciones del archivo histórico de Mazatlán. Sin
embargo, su existencia y disponibilidad de consulta todavía hasta el año de 1984 fue referida en Yoshikazu

432
centraba en la empinada cuesta del cerro del Vigía, lo que seguramente limitaba el espacio

disponible; mientras que el segundo cuartel se extendía por el llano costero del oriente de la

península.

Por otra parte, puede inferirse del plano de Dewey que las viviendas de los recién lle-

gados fueron estableciéndose en las zonas libres de pantanos que –como ha sido dicho– se

hallaban sobre el camino transpeninsular, por los cuarteles primero y segundo. Lo que es un

hecho, es que el área habitada se extendió mucho más allá del pequeño burgo fincado origi-

nalmente en el puerto de la playa sur y en el istmo de Olas Altas, que figuraba como el ter-

cer cuartel. En 1842, un grupo de marineros japoneses describió este sector como un barrio

bonito y mundano, distinguido por sus comercios y residencias en las que se celebraban las

alegres tertulias de la aristocracia porteña;74 a tono con la agitada actividad mercantil y ma-

rítima:

Mazatlán tiene un buen puerto […]. En la boca del puerto se veían anclados unas decenas de
barcos de diferentes países, y en su entrada había un letrero que con grandes letras decía: “A
cualquier barco extranjero o a cualquier persona se le permite entrar a este puerto” […]. En
un lugar importante del puerto había un cañón, su plataforma se utilizaba para disparar fusiles
[sic.] avisando las horas […]. La ciudad tenía como 1,500 casas, muchas de ellas con dos o
tres pisos, hechas de material durable [piedra y ladrillo] con diferentes y bellas arquitecturas
[sic.]. Es el más bonito de los pueblos que he visitado. La ciudad está dividida en cuadros
[sic.], cada cuadro mide unos 100 metros. Hay muchas tiendas y negocios a lo largo de las
calles, en los que venden alimentos como carne y fruta, además de alcohol y otros objetos
como ropa, sombreros, zapatos y cerámica […] y en algunas tiendas hay cajas formadas en
hileras con joyas. Es posible comprar el producto que se desee de cualquier parte del mundo,

Sano, Vida en México de trece náufragos japoneses, 1842, México, Artes Gráficas Panorama, 1998, pp. 86-
87.
74
Adolph Riensch. Erinnerungen aus meinem leven während der jarhe 1830-1855 (1960) citado en “Adolph
Riensch” en Ernesto Hernández Norzagaray y Lorena Schobert Lizárraga (editores), Raíces de Mazatlán:
fundación, política, música y viajeros, Culiacán, Asociación de Gestores del Patrimonio Histórico y Cultural
de Mazatlán-Universidad Autónoma de Sinaloa-Instituto Municipal de Cultura, Turismo y Arte de Mazatlán,
2006, pp. 209-210.

433
siendo por esto una ciudad con gran riqueza, donde llega mucha gente de Inglaterra, Francia,
España, Portugal y Filipinas.
En esta bella ciudad cuando oscurece encienden lumbre, por eso hay mucha luz en las
calles. Las casas que encienden la luz parece que son de familias ricas o de funcionarios.75

Basándose en las memorias de la travesía de los marineros, un artista japonés pintó una

serie de viñetas que pretendieron recrear la apariencia de la ciudad de Mazatlán y la vida

cotidiana en esta ciudad mexicana. Con algo de inexactitud en lo que respecta a su forma y

a sus dimensiones, el puerto era recordado como un lugar bien edificado y resguardado por

todo lo largo de la ensenada de Playa Sur hasta el muelle; tal como se aprecia en el siguien-

te cuadro (imagen V.17).

Imagen V.17. Vista del puerto de Mazatlán en 1842.

Nota. La glosa en japonés anterior a la era Meiji se traduce más o menos como “Imagen del puerto de Ma-
zatlán. En algunos lugares, en posición estratégica se construyeron plataformas para piedras, fuego y flechas”.
Agustín Jacinto Zavala, Centro de Estudios de las Tradiciones, El Colegio de Michoacán.
Fuente: Sano, Vida, pp. 68-69.

75
Sano, Vida, pp. 70, 78 y 99.

434
Para mediados del siglo XIX, Mazatlán era la principal escala en la ruta de vapores Pana-

má-San Francisco.76 En lo sucesivo, muchas crónicas –algunas acompañadas de ilustracio-

nes– fueron publicadas por los viajeros en libros, prensa y anuarios militares; lo que sirvió

para popularizar este puerto a nivel mundial no sólo como un destino comercial, sino tam-

bién como una floreciente ciudad. Durante lo intervención del puerto que tuvo lugar entre

1847 y 1848, en el marco de la guerra entre México y Estados Unidos, el vecindario porte-

ño fue descrito por el marino estadounidense Henry Wise como una ciudad “moderna”; un

retrato completamente diferente al de la rústica aldea que cualquier marinero habría cono-

cido apenas década atrás.

[En la ciudad] las casas son de una planta, construidas de ladrillos o adobes muy bien

enjarrado; pero hay residencias ostentosas que se distinguen por su belleza, sus techos

planos y corredores espaciosos y ventilados, y por tener una plácida vista al mar. Las

calles son amplias, con aceras más o menos bien adoquinadas e iluminadas. Hay dos

placitas, muchas tiendas bonitas, cafés y sociedads. En suma, se trata de una pequeña

ciudad moderna, mucho más civilizada que los asentamientos pequeños y esporádicos

como los hongos que se hallan en California.77

76
Karina Busto Ibarra, “El espacio del Pacífico mexicano: puertos, rutas, navegación y redes comerciales,
1848-1927”, tesis de doctorado en Historia, México, Centro de estudios históricos de El Colegio de México,
2008, pp. 137-144.
77
Una “sociedad” era un salón para jugar al monté, una variante del juego de naipes. Henry Wise, Los Grin-
gos, or An Inside View of Mexico and California, with Wanderings in Peru, Chili and Polynesia, London,
Richard Bentley, 1849, pp. 130 y 163 (acervo electrónico de University of Michigan consultado en agosto de
2015 en www.archives.org).

435
2. Florecimiento de la ciudad portuaria, década de 1850.

Un paisaje de Mazatlán fechado en el verano de 1850, retrata con notable realismo el aspec-

to del entorno portuario, cuyos rasgos sólo habían podido ser imaginados mediante las re-

presentaciones del relieve y las acotaciones hechas en los mapas. Realizada desde la cum-

bre del cerro de la Batería, en esta panorámica se contempla todo el litoral al sur de la pe-

nínsula, desde la ensenada de Playa Sur hasta la internación del estero por el este.

En primer plano, un grupo de barcos ostensiblemente medianos y pequeños (los bar-

cos considerados grandes eran de tres mástiles, o eran vapores)78 anclados en los derredores

de esta elevación que sirvió como mirador, delimita más o menos el área cubierta por el

fondeadero interior. Se aprecian también los médanos en los que fue señalada la existencia

de pozos, ubicados en la desembocadura del estero, que se abre entre la Punta del Astillero

y la Punta Opuesta o Punta de la Piedra (hoy día conocida como isla de la Piedra; aunque

en realidad no se trata de un territorio insular). En el horizonte, el estero del Infiernillo se

divisa como una derivación del curso principal que toma en dirección a la bahía de Ma-

zatlán, a espaldas del lomerío que corre por el oriente de la península (imagen V.18).

78
Martinet (Anexo) en Díaz, Versión [económicos], II, p. 44.

436
Imagen V.18. Fondeadero de Mazatlán visto desde el cerro de la Batería, 1850.

Nota. En la actualidad el cerro de la Batería es más conocido como cerro del Vigía.
Fuente: imagen sin referencia (disco compacto “Sociedad de Amigos de Mazatlán”).

437
La mancha urbana comprende desde el embarcadero hasta el pie del cerro del Vigía, y salvo

unos claros próximos a la ensenada de Olas Altas, el caserío tiene un aspecto uniforme. Un

plano de Mazatlán que data de alrededor de 1854 confirma que para mediados del siglo

XIX la ciudad efectivamente se había afianzado en el corazón de la península (imágenes

V.19 y V.20 y cuadro V.2).

Este plano es muy deficiente en comparación con el mapa de Beechey: el trazo de la

bahía y el estero son confusos y desproporcionados. En cambio, las dimensiones de la ciu-

dad portuaria son representadas de manera óptima. El asentamiento urbano se habría ex-

pandido conforme al sesgo esbozado en el plano de Dewey: hacia la planicie central, si-

guiendo por el camino transpeninsular. En lo sucesivo, el espacio edificado terminó abar-

cando desde el istmo de Olas Altas hasta los rumbos de Playa Norte, en torno de los cerros

del Vigía y la Nevería.79 Por contrario, los predios cercanos al estero se encontraban entre

lomas y hondonadas de asentamiento difícil, que desde años atrás habrían comenzado a ser

terraplenados para poderles integrar al desarrollo de la ciudad. De acuerdo con el doctor

Martiniano Carvajal, desde 1840 estos terrenos habrían comenzado a ser rellenados con el

lastre arrastrado de las lomas y con la basura desechada de los barcos.80

79
Estos dos cerros están muy juntos entre sí, y no obstante el espaciamiento plasmado entre ambos en la car-
tografía, a simple vista parecen un mismo cerro. En la actualidad esta prominencia es conocida como la Neve-
ría, mientras que el nombre de Vigía corresponde al cerro que está en la punta de la península, frente al cerro
del Crestón.
80
“Calle Ángel Flores” en Cole Isunza, Las viejas, pp. 20-21.

438
Imagen V.19. Ciudad de Mazatlán alrededor de 1854.

Fondo de carta.
Nota. El plano probablemente se hizo a petición del general Miguel Blanco, comandante de Mazatlán y go-
bernador de Sinaloa por designación de Antonio López de Santa Anna en 1854.
Fuente: documento sin título, clave 943-OYB-7231-A (mapoteca Orozco y Berra).

439
Imagen V.20. Lugares de referencia de la ciudad de Mazatlán alrededor de 1854.

440
Cuadro V.2. Lugares de referencia de la ciudad de Mazatlán alrededor de 1854.

No. en imagen
Lugar
V.20
1 Palacio del Gobierno
2 Parroquia construyéndose
3 Quartel de Ingenieros
4 Quartel de Artillería e Infantería
5 Hospital militar
6 Hospital civil
7 Cárcel
8 Aduana marítima
9 Plaza del mercado
10 Plaza de Machado
11 Plaza del Puerto Viejo
12 Muelle antiguo
13 Muelle nuevo
14 Batería de Santa Anna
*15 Garita de la Punta del Astillero
*16 Camposanto antiguo
*17 Camposanto nuevo
*18 Iglesia de San José
Casa de José Inda (Cabildo de Ma-
*19 zatlán)
*20 Correos
*21 Garita terrestre (antigua Casa Blanca)
*22 Posible barda de la garita
*23 Bodegas de la aduana
*24 Rastro
Nota. Los referentes marcados con * originalmente no aparecen señalados con numeración en el plano.
Fuente: imagen V.19.

La división por cuarteles no está explicitada en la traza, pero ésta bien podría haberse origi-

nado en la intersección que formaba el camino que recorría la península de norte a sur, con

el camino que se dirigía hacia el este, a la Punta del Astillero. Estas vías fueron habilitadas

para agilizar la movilización de mercancía a lo largo del puerto, entre sus puntos de ingre-

so, almacenado y salida en mar y en tierra.81 De hecho, al término de ambas rúas se ubicaba

una garita para la recaudación de los impuestos comerciales: la garita terrestre en el Puerto

81
Beraud Martínez, Actores, p. 55.

441
Viejo y la garita marítima en el Astillero, para la contribución municipal; y la Aduana marí-

tima o garita mayor, para la contribución federal.82

Tomando entonces a estos dos caminos como ejes –latitudinal y longitudinal–, la nu-

meración de los cuarteles corresponde al orden que siguen los cuadrantes en un plano carte-

siano. Es probable que entre la años 1840 y 1850 las calles no tuvieran nomenclatura ofi-

cial, de manera que eran mejor conocidas por algún referente de los hitos patrióticos o del

medio local. Por lo tanto, el espacio citadino debe describirse con base en los puntos desta-

cados en el propio plano –edificios, accidentes del relieve– y en los lugares representativos

para los cronistas viajeros (imagen V.21 y cuadro V.3).

82
Tres empresas particulares de carruaje que sumaban 21 carretas en conjunto, ofrecían el servicio de traslado
de efectos a los almacenes y al embarcadero. Martinet (Anexo) en Díaz, Versión [económicos], II, pp. 45-46.

442
Imagen V.21. Calles de Mazatlán alrededor de 1854.

443
Cuadro V.3. Calles de Mazatlán alrededor de 1854.

Calle en ima-
Nombre antiguo (c.1854) Nombre actual
gen V.21
A Muelle Venustiano Carranza
B Abasolo Venus
C Diana Niños Héroes
D Plaza, Abasto o Abarrote Campana
E Hidalgo o Alegría Belisario Domínguez
F Democracia Heriberto Frías
G Gallos, Mesón o Correo Carnaval
H Puerto Viejo 5 de Mayo
I Arenal Guillermo Nelson
J Neptuno Benito Juárez
K Muñoz Aquiles Serdán
a Febo Genaro Estrada
b Nueva Melchor Ocampo
c Ara José Ma. Canizalez
d Cárcel 21 de Marzo
e Capilla Compañía
f Guerrero Ángel Flores
g Horizonte y callejón Granados Mariano Escobedo
h Del Recreo y Pasador Constitución
i Morelos, Farmacia o Machado Sixto Osuna
j Juno Baltasar Izaguirre Rojo
k Playa Hermenegildo Galeana
l Baños de Muñoz o Libertad
Baños de Libertad
Fuente: imagen V.19.

444
a) El camino de Palos Prietos y el desarrollo del eje urbano latitudinal.

Palos Prietos era un rancho establecido en la bahía de Mazatlán a medio trayecto entre la

península y la Punta del Camarón; en el lugar donde convergían las rutas terrestres dirigidas

al puerto: el camino del norte que venía de Culiacán y la derivación del camino real. El

camino al puerto pasaba por las grandes parcelas situadas en la margen del estero del In-

fiernillo, las cuales concentraban una cuarta parte de las tierras cultivables en la municipa-

lidad de Mazatlán, de las que se obtenían maíz y hortalizas apenas suficientes para el auto-

consumo.83 En la actualidad, Palos Prietos y Casa Blanca (la otra comunidad señalada en

esa área)84 han sido incorporados a la ciudad de Mazatlán como colonias; y de las tres lagu-

nas que se hallan marcadas en la ruta, en el presente subsisten las dos más pequeñas locali-

zadas en la punta del Camarón, precisamente con el nombre de laguna del Camarón (ima-

gen V.22).

Después de pasar la garita, el camino de Palos Prietos se ramificaba en cuatro sende-

ros que se internaban en la península. El principal de ellos lo hacía por el camino transpe-

ninsular; otro conducía directamente a los predios públicos en el primer cuartel (plaza de

mercado y base militar); otro bajaba hasta la ensenada sur y su trazo prácticamente definía

el margen urbanizado del lado oriente; y el último iba por las lomas. De acuerdo con el cus-

todio de la garita, el soldado Wise, esta oficina había sido instalada en la antigua “Casa

83
Por todo lo largo de la bahía de Mazatlán, desde la punta del Camarón hasta el Puerto Viejo, había 70.5
fanegas de sembradura. Servo, “Apuntes” en Boletín, t. VII, p. 327; “Datos” en Boletín, t. IV, p. 76; y Wise,
Los Gringos, p. 155. Una fanega equivalía al espacio requerido para cosechar 55.5 litros de trigo. “Fanega de
sembradura” en Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (2019) (consultado en enero de
2020 en www.rae.es). El plano de 1854 no ofrece detalle de estas tierras de cultivo, salvo la traza de unos
cuadrángulos que, aunque no se especifica, probablemente se trate de dichas parcelas.
84
Ni los informes ni las crónicas hacen referencia a este lugar, que pudo haber sido un rancho o también al-
guna caserna improvisada por los soldados que acampaban en eso rumbos. Este lugar no debe ser confundido
con la Casa Blanca que en el pasado sirvió como guarnición del viejo puerto de Mazatlán, pues a pesar de que
el nombre es el mismo, la localización que tienen una y otra es claramente diferente.

445
Blanca” fincada a principios del siglo en la ensenada norte, conocida luego como “del Puer-

to Viejo” en alusión al desaparecido atracadero que estuvo en este paraje.85 El recinto fue

descrito como una casa grande de buen gusto, perteneciente a un viejo vecino español que

se la rentaba al Gobierno. Atendiendo al plano de c.1854, la localización histórica de la

garita podría coincidir con la ubicación que hoy tiene el Monumento al Pescador (imagen

V.23).86

Imagen V.22. Camino de Palos Prietos.

Fuentes: imágenes V.1 y V.19.

85
“Calle 5 de Mayo” en Cole Isunza, Las viejas, p. 234.
86
Wise, Los Gringos, pp. 138 y 155-158; y Martinet (Anexo) en Díaz, Versión [económicos], II, p. 44.

446
Imagen V.23. Entrada norte de la ciudad.

Fondo de carta.
Notas. La línea roja plasma la posible ubicación de una barda. La línea cortada negra muestra el posible curso
de los senderos antiguos por donde en el presente hay cuadras edificadas.
Fuentes: imágenes V.1 y V.19.

447
Posiblemente la garita estuvo bardeada. Wise dice que durante la ocupación, su cuadrilla

estuvo levantando un parapeto de madera y piedra para defender la entrada terrestre de una

eventual incursión del ejército mexicano; pero también para frenar los miasmas que sopla-

ban de la laguna hacia la ciudad, para contener a los abigeos que se agazapaban y huían por

el monte.87

En general, las fuerzas invasoras se encargaron de las obras fortificación del puerto

de Mazatlán, que hasta ese momento se hallaba mínimamente guarnecido. Correspondió al

mandatario interventor de Mazatlán, Gral. Henry Halleck, ordenar la construcción de reduc-

tos en las lomas que rodean la ciudad; a saber, en los cerros de Maldonado, Casamata, For-

tín, Cortadura y Loma Atravesada.88 Según Duflot de Mofras (1841) “la población de Ma-

zatlán, descubierta por todos lados, no tenía sobre la costa ni fortificaciones ni baterías” que

le protegieran.89 Pero esta apreciación habría sido, cuando menos, exagerada.

Como se ha visto en mapas anteriores, desde 1828 existía el baluarte del cerro de la

Batería; renombrado en la década de 1850 como “Batería de Santa Anna” en honor al gene-

ral, quien había retornado a la presidencia de México en esos años. Desde 1837, cuando

comenzaron las pugnas entre federalistas y centralistas y el puerto debió ser fortificado para

que pudiera repeler los ataques de las facciones rivales,90 había también un vetusto cuartel –

fue descrito como “una mala casa de adobe crudo”– en una loma al norte de la ciudad (se-

ñalado en el plano como “Quartel de Artillería e Infantería”); en el cual se alojó la tropa

87
Wise, Los Gringos, pp. 137-139 y 154.
88
Arturo Santamaría, “El diario de guerra de Henry Halleck, gobernador invasor de Mazatlán durante la gue-
rra de México con Estados Unidos (1847-1848)” en revista Clío, número 15, Sinaloa, Facultad de historia de
la Universidad Autónoma de Sinaloa, septiembre-diciembre de 1995, p. 70. Wise, Los Gringos, pp. 127 y
275.
89
La guarnición del puerto se componía entonces de una veintena de dragones, sesenta soldados de infantería,
dos pequeños barcos guardacostas y quince hombres de tripulación. Duflot, Exploration, v. 1, p. 176.
90
Calderón, “Apuntes”; y Sergio Ortega Noriega (1999), Sinaloa. Historia breve, México, El Colegio de
México-Fondo de Cultura Económica, 2011, pp. 193-196.

448
estadounidense durante la intervención.91 Otro cuartel de mayor categoría, el “Quartel de

Ingenieros”, completaba la infraestructura militar del puerto. De lo poco que se sabe de este

último, es que en 1847 probablemente estaba dirigido por el teniente Severo del Castillo,

uno de los militares locales que en enero de ese año respaldó la sublevación del comandan-

te Rafael Téllez contra el Ejecutivo de Sinaloa;92 y que también era conocido como cuartel

Concordia.93 A mitad de siglo, la plaza de Mazatlán contaba con 1,129 soldados; 94 una can-

tidad tan grande, que en vez de infundir seguridad a las autoridades locales, les generaba

temor de que pudieran insubordinarse o corromperse en detrimento de la protección del

pueblo.95

Con respecto al muro defensivo, éste estaba siendo construido a lo largo de una zanja

que había sido excavada años atrás para derivar hacia la bahía la creciente del estero del

Infiernillo.96 Pero ninguna de las dos obras parece haber sido concluida, puesto que el plano

de 1854 no da seña ni de la barricada ni de la zanja. Una recta dibujada en paralelo a la en-

senada del Puerto Viejo, entre el cerro de Maldonado y el cerro de la Nevería, podría co-

rresponder quizá con algún tramo de la mencionada barda. En cuanto al conducto de aguas,

éste podría haber corrido entre el cerro de la Cortadura y la Loma Atravesada; pero no es

posible precisar su trazo porque el documento cartográfico tampoco señala la ubicación de

la loma ni del estero.

91
Wise, Los Gringos, p. 126. Dicha caserna fue construida y cedida al ejército federal por el general Manuel
Inclán. En 1856, este rudimentario recinto militar fue revestido con mejores materiales constructivos. Acta de
cabildo de Mazatlán de septiembre 1 de 1868 citada en “Calle Guillermo Nelson” en Cole Isunza, Las viejas,
p. 139.
92
Ortega Noriega y López Mañón, Sinaloa, t. 1, p. 236.
93
“Calle José Ma. Canizalez” en Cole Isunza, Las viejas, p. 81.
94
Servo, “Apuntes” en Boletín, t. VII, p. 326.
95
Philippe Martinet (Mazatlán, marzo 14 de 1854) en Díaz, Versión [económicos], II, p. 17.
96
Wise, Los Gringos, p. 127.

449
Para determinar estos puntos de referencia, se requiere un mapa mejor realizado para

poderlo cotejar con un plano actual. El conocido mapa de Duflot de Mofras exhibe clara-

mente que el estero del Infiernillo penetra en la península por la Loma Atravesada –el cerro

donde está en la actualidad el cuartel general de la tercera región militar– vira luego hacia

la laguna y finalmente desaparece en un área de mangle y arena (imagen V.24).97 Un mapa

que data del año de la guerra expone la ubicación que tuvo tentativamente la zanja de desa-

güe mencionada (imagen V.25).

97
Wise, Los Gringos, p. 124.

450
Imagen V.24. Estero del Infiernillo.

Fondo de carta.
Fuentes: imágenes V.1, V.12 y V.19.

451
Imagen V.25. Posible ubicación de la zanja de desagüe de Mazatlán (1847).

Fondo de carta.
Fuente: documento sin referencia (Secretaría de Marina y Armada de México) en Jesús Lazcano Ochoa,
Sinaloa invadida, 1845-1848, Sinaloa, Colegio de Bachilleres del Estado de Sinaloa, 1999, pp. 112 y 149.

El camino transpeninsular, la vialidad más practicable del territorio, se convirtió lógica-

mente en el eje latitudinal del crecimiento urbano y corresponde en la actualidad a la calle

Belisario Domínguez.98 En las afueras de la ciudad, las viviendas de los nuevos pobladores

y la infraestructura que requería el desarrollo de Mazatlán fueron instalándose en torno a

esta rúa; por ejemplo, los servicios sanitarios. A principios de los años 1840, Duflot de Mo-

fras apuntó que debido a la falta de un hospital en el puerto, las tripulaciones muchas veces

no desembarcaban para no correr el riesgo de enfermar de “las perniciosas fiebres de la

98
“Calle Belisario Domínguez” en Cole Isunza, Las viejas, p. 38.

452
temporada lluviosa”.99 No fue sino hasta mediados de esa misma década que fueron cons-

truidos los dos nosocomios que aparecen marcados en el plano; ambos probablemente bajo

la tutela del doctor José Narváez. En 1854, entre los dos hospitales sumaban 110 camas

para pacientes, atendidos por 12 trabajadores.100

Adentrada en el distrito comercial y residencial (cuarteles segundo y tercero), esta ca-

lle recibía los nombres de “Hidalgo” y “Alegría” y en ella se establecieron las casas impor-

tadoras mayores:101 mercerías, abarrotes de primera clase, tiendas de ropa; ultramarinos en

general (cuadro V.4). Un transeúnte, John Bartlett, describió a principios de 1853:

En un lugar comercial como éste, encontramos algunas más lujosas y de mejor gusto que en

otros pueblos comerciales del interior. Mazatlán se pone a la cabeza de muchos de estos luga-

res. Las casas son más elegantes […]. Hay muchas tiendas buenas y bien surtidas: las que

sirven como almacén están repletas, y el lujo de estas mercancías rivaliza con el de las tien-

das de moda de Nueva York. Por ejemplo, dado el gusto de las damas españolas [sic.], no

tengo duda que los manufactureros de Lyon vendan en México sedas tan finas como las que

venden en París o Londres.102

99
Duflot, Exploration, v. 1, p. 176.
100
Servo, “Apuntes” en Boletín, t. VII, pp. 332-333; y “Hospitales” en Cole Isunza, “Diccionario”, p. 121.
101
Beraud Martínez, Actores, p. 55.
102
John Russell Bartlett, Personal Narrative of Explorations and Incidents in Texas, New Mexico, California,
Sonora and Chihuahua, Confected with The United States and Mexican Boundary Commission, During the
Years 1850, 51, 52 and 53, volume 1, New York, D. Appleton & Co., 1854, p. 486 (consultado en julio de
2015 en www.archive.org).

453
Cuadro V.4. Establecimientos comerciales y laborales del puerto en 1854.
Comercios Cantidad Artes y oficios Cantidad
Tienda de abarrotes de 2° clase 57 Zapatería 27
Almacén de efectos 8 Carpintería 12
Tienda de ropa 8 Barbería 9
Maicería 8 Sastrería 7
Panadería 8 Herrería 6
Billar 8 Hojalatería 5
Tienda de abarrotes de 1° clase 6 Sombrerería 5
Estanquillo 6 Relojería 3
Fonda 5 Alfarería 2
Botica 3 Talabartería 2
Pajería 3 Velería 2
Almacén de mercería 2 Banco de herrador 1
Baños públicos 2 Dulcería 1
Cafetería 2 Imprenta 1
Escritorio dedicado a almacenar efectos 2
Mercería 2
Mesón 2
Almacén de botica 1
Bodegón 1
Casa de empeño 1
Carnicería 1
Venduta pública 1
Boliche 1
Total 138 83
Nota. Por banco de herrador probablemente se refiera a un taller de ese oficio.
Fuente: Luis Servo, “Apuntes estadístigos [sic.] del puerto de Mazatlán en el año de 1854” en Boletín de la
Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística de la República Mexicana, tomo VII, México, imprenta de A.
Boix, 1859, pp. 329-330.

Una de las denominaciones que recibía esta vialidad es alusiva al Teatro Alegría, el primer

recinto de su tipo en el norte de México cuyo propietario era el acaudalado minero Manuel

Rubio;103 y espacio recreativo para todo público: mientras que la alta sociedad disfrutaba de

las óperas y recitales que presentaban las compañías itinerantes, como por ejemplo, la fun-

103
“Calle Belisario Domínguez” en Cole Isunza, Las viejas, p. 38; y “Rubio, Manuel” en Cole Isunza, “Dic-
cionario”, p. 259. El informe estadístico de 1854 reporta la existencia en Mazatlán de un teatro en mal estado,
del cual no dice su nombre, pero menciona a una persona llamada Cleofas Vargas como el propietario. No se
conocen referencias de este sujeto. Servo, “Apuntes” en Boletín, t. VII, p. 333.

454
ción del pianista vienés Henri Herz en marzo de 1850;104 el pueblo se entretenía a las afue-

ras con la jolgorio que se armaba en los días de función.

Una tarde presencié la siguiente escena frente al teatro, muy interesante. Cerca de la puerta,

una numerosa banda tocaba valses y polkas de excelente manera; similar a como sucede en

“Scudder’s Balcony” o en los tugurios de los apostadores en San Francisco. Por lo menos el

acto atrajo al lugar a una multitud de las clases bajas e incrementó las ventas de frutas y bebi-

das. Una banda militar de solo trompetas, marcha de ida y vuelta por la calle principal […].

Los soldados estaban vigilando la puerta con sus armas amenazantes, mientras que las ven-

dimias de fruta se acomodan a lo largo de las paredes. Sobre los braceros hierven los sartenes

con manteca, al lado de las pilas de tortillas y platillos preparados con carne de ave y chili co-

lorado, listos para ser servidos. Manojos de caña de azúcar se amontonan en el suelo, y na-

ranjas, plátanos y otras frutas se esparcen en las esteras que vigilan los vendedores. Las jarras

de barro contienen aguas frescas hechas con jugo de naranja, leche con chocolate, cebada o

de algún otro ingrediente.105

El Teatro Alegría no es señalado en el plano, pero una pintura de Meyers reproduce la es-

cena de una presentación teatral celebrada en este recinto (imagen V.26).

104
Paul Wilhelm von Württemberg, Reisen und Streifzüge in Mexiko und Nordamerika, 1849-1856, edición
de Siegfried Augustin, Thienemann-Edition Erdmann, 1986, p. 141, traducción de Ana-Laura Lemke,
Universidad de Köln.
105
Bayard Taylor, ElDorado, or Adventures in the Path of Empire: Comprising a Voyage to California, Via
Panama; Life in San Francisco and Monterey; Pictures of the Gold Region, and Experiences of Mexican
Travel, volume 2, New York-London, George Putnam-Richard Bentley, 1850, pp. 83-84 (consultado en julio
de 2015 en www.archives.org).

455
Imagen V.26. Teatro Alegría (c.1847).

Fuente: Se desconoce la fuente original de la imagen (colección Gómez Rubio).

b) El aprovechamiento del estero de Urías y el desarrollo del eje longitudinal.

Urías era una aldea de pescadores que se localizaba a la orilla del estero a media distancia

entre el puerto y Villa de la Unión y era el mejor acceso a esta vía acuática utilizada para

sortear el intrincado camino del Infiernillo.106 La ubicación de Urías era estratégica pues a

partir del antiguo Presidio se ramificaban las vías de tránsito y aprovisionamiento entre

Mazatlán y el interior del país. El 20 de noviembre de 1847, en un combate que fue crucial

para consumar la intervención estadounidense del puerto, el escuadrón extranjero derrotó a

la milicia sinaloense que se había apostado en los poblados de Urías y El Castillo para blo-

106
Württemberg, Reisen, p. 139.

456
quear la comunicación de Villa de la Unión con el estero, por donde llegaba parte del bas-

timento de las tropas.107

Empero, el estero de Urías era más que un mero atajo. El estero era parte de un dila-

tado pasaje formado entre las lagunas, ríos y marismas que se hallan por los valles costeros

del sur del estado, que era aprovechado para aligerar el transporte de mercancías entre El

Rosario y Mazatlán. Estos cuerpos hidrológicos eran en general poco caudalosos y perma-

necían semi-secos la mayor parte del año; pero cuando las precipitaciones que se presenta-

ban al final del verano elevaban el nivel de sus aguas, el conjunto se volvía navegable en

canoa en casi toda su extensión y tendía de este modo otro camino –aparte del camino real–

para desplazarse por la comarca, pero mientras que el trayecto por tierra (poco más de

70km.) podía tomar hasta un día, por agua ese tiempo se reducía a la mitad: de doce a ca-

torce horas (imagen V.27).108

107
Desde el día 15 de noviembre, la tropa mexicana había preparado un cerco para el avance del ejército esta-
dounidense, desplegándose por las principales localidades que se hallaban sobre el camino hacia el sur: Villa
de la Unión, Urías y El Castillo. Pero bastó con una ligera escaramuza acaecida en Urías y El Castillo para
que los invasores rompieran el fallido estado de sitio orquestado por el coronel Téllez y el teniente Carlos
Horn. Jesús Lazcano Ochoa, Sinaloa invadida, 1845-1848, Sinaloa, Colegio de Bachilleres del Estado de
Sinaloa, 1999, pp. 178-180; Santamaría, “El diario” en Clío, pp. 65-66; y Wise, Los Gringos, p. 177.
108
“Chametla (Estado de Sinaloa)” en Boletín de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística de la
República Mexicana, tomo II, segunda época, México, Imprenta del Gobierno, 1870, p. 210.

457
Imagen V.27. Representación de caminos terrestres y el pasaje acuático del sur de Sinaloa a mediados del
siglo XIX.

Notas. La línea roja gruesa revela un camino principal, mientras que la línea roja delgada revela un camino
secundario.
Fuente: www.googlemaps.com

458
El Rosario –la ciudad más poblada del sur de Sinaloa y la segunda en importancia después

de Mazatlán– y Villa de la Unión –un lugar venido a menos–109 ocupaban una posición tan

relevante como la de Mazatlán en este corredor acuático. Estas localidades están en las

cuencas de los ríos Baluarte y Mazatlán (hoy Presidio), los que discurren por montes, férti-

les campiñas y salinas de los que se recolectaban algunos de los productos que componían

los principales géneros de exportación y del consumo regional. El Rosario y Villa de la

Unión debieron ser los centros de acopio para todos estos bienes despachados en el merca-

do del puerto.110

Las cargas eran embarcadas hasta Mazatlán en canoas, que no eran más que “grandes

troncos ahuecados y cubiertos con petates y lienzos”, de menos de tres toneladas de peso; y

que podían ser impulsadas río abajo por dos remeros. Las que iban por el Baluarte llegaban

hasta los pueblos de Chametla y Agua Verde, donde tornaban de la corriente del río a la

laguna del Caimanero y continuaban fácilmente la ruta por agua.111 Las que descendían por

el río Mazatlán, en cambio, debían transbordar los bultos de Villa de la Unión a Urías, para

de allí reembarcarlos por el estero.

La Aduana Marítima empleaba 87 canoas y otros 28 barcos menores en el servicio in-

terior del puerto, que consistía en la carga y descarga de los navíos y en el traslado de mer-

cancía cuando menos dentro de los linderos del estero de Urías. Las mercaderías que ingre-

109
Para la década de 1840 Villa de la Unión ni siquiera es mencionado entre las principales poblaciones de
Sinaloa. José Agustín de Escudero, Noticias estadísticas de Sonora y Sinaloa, México, Tipografía de R. Ra-
fael, 1849, pp. 105-106 (acervo electrónico de Library of Congress consultado en julio de 2015 en
www.archives.org).
110
Escudero, Noticias, pp. 125-126; y Servo, “Apuntes” en Boletín, t. VII, pp. 327-328. Cuando los viajeros
que iban del puerto hacia el sur quedaban impedidos de cruzar el río Mazatlán porque éste se había crecido
por las lluvias, debían pernoctar en los poblados que encontraban en los márgenes hasta que fuera posible
vadearlo y continuar su camino. La aldea de Urraca (aún existe, contigua a Villa Unión) tenía a sus alrededo-
res con plantíos de maíz, plátano, limón, mango y mezquite. Taylor, ElDorado, v. 2, p. 88. La fauna exótica
que encontraban en el hábitat del río, también llamó la atención de los andantes: iguanas y caimanes.
Württemberg, Reisen, p. 139.
111
Escudero, Noticias, p. 129; y “Chametla” en Boletín, t. II, pp. 210-211.

459
saban por la garita del Astillero, eran trasladadas hasta sus almacenes o expendios por la

única rúa que había sido completada desde la Punta del Astillero hasta la zona del puerto.

Por consiguiente, ésta devino en el eje longitudinal de la urbe portuaria. Este camino atra-

vesaba por un páramo de chozas y corrales dispersos. El rumbo fue retratado por Bartlett

desde un terreno que era utilizado para entierros (imagen V.28).112

Imagen V.28. Vista de Mazatlán desde el cerro del Fortín, 1850.

Fuente: John Russell Bartlett, Personal Narrative of Explorations and Incidents in Texas, New Mexico, Cali-
fornia, Sonora and Chihuahua, Confected with The United States and Mexican Boundary Commission, Dur-
ing the Years 1850, 51, 52 and 53, volume 1, New York, D. Appleton & Co., 1854, p. 487 (consultado en
julio de 2015 en www.archive.org).

112
Bartlett, Personal, v. 1, pp. 486-487.

460
Localizado en la cuesta el cerro del Fortín en los márgenes del segundo cuartel, este espacio

que en el plano es señalado como “camposanto antiguo”,113 se trataba de un baldío que por

mucho tiempo permaneció sin consagrar; al que la gente acudía –a falta de un panteón lo-

cal– para sepultar a sus difuntos desde antes de que se erigiera una parroquia en el puerto

entre 1836 y 1841. Esta práctica causaba según una mala impresión del espíritu de la socie-

dad porteña; y por supuesto, provocaba una baja recaudación para el curato local.

En el puerto se [sic.] que no hay campo santo, como corresponde a la sanidad y decensa [sic.]

del lugar donde se depositan los restos de los fieles: un monte abierto es lo que se bendijo y

se sepultan los cadáveres sin las ritualidades de la iglesia y aun sin intervención siquiera del

cura, con fraude al (derecho) de fábrica y del parroquial que me pertenece.114

La gran cantidad de muertos que sumaron las epidemias de cólera de 1849 y 1851, aunado

a la multiplicación de los vivos, urgió la adquisición de un terreno más grande para cemen-

terio, en el cerro de Casamata. El “camposanto nuevo” sí estaba cercado por un muro, e

incluso tenía una pequeña capilla en el centro. Puede apreciarse en el plano que contaba

también con una pequeña sección adjunta, la cual había sido comprada por el gobierno in-

glés para enterrar allí a todos aquellos difuntos que no profesaron el catolicismo; por lo

general extranjeros.115 La iglesia administró este camposanto hasta 1859, cuando se decretó

la ley de desamortización de bienes. A partir de entonces, la sepultura se secularizó, de mo-

113
En la actualidad, dicho terreno habría estado comprendido entre las calles Antonio Rosales, Leandro Valle,
Teniente José Azueta y 21 de Marzo. Enrique Vega Ayala, “Los panteones perdidos de Mazatlán. El primer
panteón que se formó aquí no era propiamente terreno sagrado, conforme a los cánones católicos” en periódi-
co Noroeste, Mazatlán, Sinaloa, noviembre 2 de 2011 (consultado en marzo de 2014 en
www.noroeste.com.mx).
114
“Exmo. Señor. Con fecha 20 de marzo último dice a esta curia el Sor. Cura de Mazatlán Vicario foráneo
Pr. D. Fancisco Gómez lo que sigue” compilada en Enrique Vega Ayala, “La religiosidad de los mazatlecos
en 1836” en revista Clío, número 17, volumen 4, Facultad de Historia de la Universidad Autónoma de Sina-
loa, 1996, p. 185.
115
Martinet (Anexo) en Díaz, Versión [económicos], II, p. 33.

461
do que este panteón –primer panteón oficial de Mazatlán– comenzó a ser conocido como

“Panteón de los protestantes”, en virtud de que ya no era un panteón exclusivamente cris-

tiano, sino civil y abierto a toda religión.116

El camino del astillero entraba en la ciudad por el barrio de Playa Sur, a partir de

donde comenzaba a nombrársele como calle “de Pasador” y “del Recreo”; hoy calle Consti-

tución. El primer apelativo le venía de Juan Pasador, negociante genovés domiciliado por

esta calle, quien había hecho una cuantiosa fortuna gracias a la exportación del palo de Bra-

sil, que como ha sido dicho, era uno de los artículos mejor cotizados dentro el mercado eu-

ropeo.117 Muerto Pasador en 1859, se rumoró que su verdadera identidad había sido la de

Francisco Picaluga (fallecido oficialmente en 1836), el traidor que entregó a sus captores al

caudillo insurgente Vicente Guerrero.118 El segundo nombre se le dio en razón de su cruce

por la plaza de Machado, un jardín familiar construido a finales de la década de 1830 en un

solar que pudo ser explanado gracias a las obras del dique en Olas Altas; y que luego fue

cedido al Municipio para la recreación pública.119 En 1853 este espacio fue descrito como

“un paseo de tamaño mediano, plantado de naranjos, en el que hay bancas de mampostería

y está rodeado por una reja de hierro de cuatro pies de altura”.120 El propósito de los Ma-

116
Este panteón empezó a ser abandonado desde 1870, cuando se inauguró el más espacioso panteón munici-
pal Número 2; actual Panteón Ángela Peralta. En los terrenos del viejo panteón fue construida en 1843 la
escuela municipal Ángel Flores y la plazuela del mismo nombre; que hasta la actualidad existen entre las
calles Miguel Hidalgo, José María Morelos, German Evers y Francisco Villa-Ramón F. Iturbe. Del otrora
panteón de los Protestantes sólo quedó la leyenda de que al momento de su demolición, emergieron tantas
tumbas y cadáveres, que el barrio comenzó a ser conocido entre los mazatlecos como “el barrio de las calave-
ras”. “Calle Miguel Hidalgo” en Cole Isunza, Las viejas, pp. 204-205; y Vega Ayala, “Los panteones” en
Noroeste.
117
Duflot, Exploration, v. 1, pp. 195-196. Esta madera tintórea era traída al puerto desde lugares que estaban
entre doce y veinticuatro leguas a la redonda (entre 50 y 100 kilómetros). En 1854, la exportación fue de
82,000 quintales por valor de $984,000. Servo, “Apuntes” en Boletín, t. VII, p. 327.
118
“Calle Constitución” en Cole Isunza, Las viejas, p. 117.
119
Acta de cabildo de Mazatlán de octubre 6 de 1853 citada en “Calle Constitución” en Cole Isunza, Las
viejas, pp. 108-109.
120
Martinet (Anexo) en Díaz, Versión [económicos], II, p. 44.

462
chado se cumple hasta la fecha, al ser esta plazoleta uno de los lugares del puerto más visi-

tados por los turistas.

Frente a la plaza Machado, en la cuadra enmarcada por las calles “Democracia” –hoy

calle Heriberto Frías–121 y “del Correo” –hoy calle Carnaval– estaba la administración

subalterna de correos, a cargo de los señores Manuel González y Vicente Peláez, quienes

también figuran como directores de la escuela municipal de instrucción elemental.122 Cabe

mencionar que esta céntrica calle del Correo también era conocida como “del Mesón” y “de

los Gallos”:123 la primera denominación en referencia a alguno de los dos únicos mesones

existentes en la ciudad que estuviera por esta calle –“Bola de Oro” y “La Fonda de Can-

tón”–;124 la segunda, en alusión a un palenque o “asiento” de gallos ubicado también por

ahí.125

Finalmente, la calle del Recreo conducía hasta Olas Altas, donde se hallaban las ins-

talaciones de la administración estatal y federal del puerto sinaloense: el Palacio de Go-

bierno de Sinaloa y la Aduana Marítima.126 En 1847, la élite de Mazatlán atrajo la sede del

gobierno de la entidad de forma ilegítima, puesto que el poder había emanado del alevoso

pronunciamiento del comandante Téllez ese año. El Palacio alojaba el despacho de la gu-

121
Cole Isunza, Las viejas, p. 143.
122
“Calle Mariano Escobedo” en Cole Isunza, Las viejas, p. 172. La información del número de escuelas y la
cantidad de alumnos que había en el puerto en 1854 es discrepante. Lo más seguro es que hubiera por lo me-
nos cuatro escuelas, 140 alumnos de ambos sexos y 11 docentes. Servo, “Apuntes” en Boletín, t. VII, p. 335;
y Martinet (Anexo) en Díaz, Versión [económicos], II, p. 35. El señor González es mencionado como primer
director escolar en 1837, año de fundación de la escuela municipal; y como director de Correos en 1842. El
señor Peláez lo sucedió en ambos cargos tras su muerte, sucedida en 1844. Peláez posteriormente detentó
destacados cargos públicos; entre ellos, el de prefecto del distrito en 1862. Ambos eran oriundos de la ciudad
de México. “González, Manuel María” y “Peláez y Abarca, Vicente” en Cole Isunza, “Diccionario”, pp. 108 y
215.
123
Cole Isunza, Las viejas, p. 143.
124
Servo, “Apuntes” en Boletín, t. VII, p. 330; y Taylor, ElDorado, v. 2, p. 81.
125
Acta de cabildo de Mazatlán de septiembre 24 de 1848 citada en “Calle del Carnaval” en Cole Isunza, Las
viejas, p. 90.
126
La administración pública de Mazatlán empleaba a alrededor de 150 personas entre funcionarios y em-
pleados. Martinet (Anexo) en Díaz, Versión [económicos], II, pp. 35-36

463
bernatura y el de la prefectura del Distrito de Allende; la comandancia militar y marítima

del puerto; el Supremo Tribunal de Justicia del Estado y los juzgados locales del ramo civil,

criminal y fiscal; y la Tesorería del Departamento de Sinaloa y las oficinas principales de

Rentas y de Contribuciones.127

No obstante la jerarquía que tenía este centro de mando, ni aun su pomposa etiqueta

de “palacio”, es posible que este inmueble no fuera más que un ordinario caserón porque ni

en el presente ni en la historia hay vestigio de alguna construcción majestuosa en esta ubi-

cación. Este edificio era rentado a un particular,128 probablemente a Juan N. Machado, ya

que este comerciante y su familia eran de los mayores propietarios en Olas Altas: la plaza y

algunos comercios localizados en este sector fueron producto de su fortuna,129 de tal suerte

que la corta calle donde estuvo el edificio de gobierno llevaba precisamente el nombre de

“Machado”; hoy calle Sixto Osuna.130

Por su parte, desde 1841 la Aduana, que era una institución federal, fue cambiada –la

dirección administrativa y probablemente también la Jefatura Superior de Hacienda– de la

rústica caserna que ocupaba en el cerro de la Cruz, a un edificio que para mediados del si-

glo XIX, era reconocido como el más decoroso de toda la ciudad.131 En la actualidad toda-

vía se puede apreciar la imponente fachada de este recinto, sede del tradicional Club Depor-

tivo Muralla Mazatlán, A.C. (imagen V.29).132

127
Servo, “Apuntes” en Boletín, t. VII, p. 324.
128
Martinet (Anexo) en Díaz, Versión [económicos], II, p. 44.
129
Sano, Vida, pp. 76-104.
130
Esta calle también era llamada por tramos como “Morelos” y “de la Farmacia”. “Calle Sixto Osuna” en
Cole Isunza, Las viejas, p. 209.
131
Wise, Los Gringos, p. 130. La aduana, su muelle y bodegas y también el cuartel de artillería, eran bienes
federales. Martinet (Anexo) en Díaz, Versión [económicos], II, p. 44.
132
“Aduana marítima de Mazatlán” en Amado González Dávila, Diccionario Geográfico, Histórico, Biográ-
fico y Estadístico del Estado de Sinaloa, Culiacán, Gobierno del Estado de Sinaloa, 1959, p. 21; y “Aduana
marítima de Mazatlán” en Cole Isunza, “Diccionario”, p. 3.

464
Imagen V.29. Sede transitoria de la aduana marítima, c. 1854.

Nota. En la actualidad este lugar es establecimiento del Club Deportivo Muralla Mazatlán, A.C.
Fuente: www.googlemaps.com

A escasos metros de este edificio por la calle “del Muelle” –hoy calle Venustiano Carran-

za–, se arribaba de inmediato al embarcadero y a los almacenes aduanales, entre los que

posiblemente se encontraba una tercena de tabaco.133 Esta calle corta conectaba con un lar-

go andador que en 1854 todavía seguía en obras, pero que estaba proyectado para rodear la

península desde la ensenada de Playa Sur hasta la ensenada de Olas Altas y que sería apro-

vechado también para conducir hasta la Batería de Santa Anna a través de un bello puente

de mármol, del que en la actualidad, aparentemente, no queda vestigio (imagen V.30).134

133
Servo, “Apuntes” en Boletín, t. VII, p. 324.
134
La construcción de dicho puente fue ordenada por el gobernador Miguel Blanco y fue nombrada en honor
al presidente de México. Acta de cabildo de Mazatlán de agosto 30 de 1854 citada en “Calle Venustiano Ca-
rranza” en Cole Isunza, Las viejas, pp. 227-231; y Servo, “Apuntes” en Boletín, t. VII, p. 332.

465
Imagen V.30. Vista del fondeadero de Playa Sur desde el cerro de la Cruz, 1849.

Fuente: Bayard Taylor, ElDorado, or Adventures in the Path of Empire: Comprising a Voyage to California,
Via Panama; Life in San Francisco and Monterey; Pictures of the Gold Region, and Experiences of Mexican
Travel, volume 2, New York-London, George Putnam-Richard Bentley, 1850, p. 90 (consultado en julio de
2015 en www.archives.org).

c) La periferia urbana: los cuarteles primero y segundo.

De acuerdo con el informe estadístico de 1854 (6,773 habitantes contabilizados ese año), el

vecindario de Mazatlán se componía de 780 viviendas: 400 casas construidas de ladrillo; y

380 chozas armadas con horcones, paredes de barro y piedra, techo de dos aguas recubierto

con zacate y teja y piso de tierra.135

Es factible que el número de casuchas aumentara más que el de las casas firmes a

medida que la población crecía. Se dice que el letargo económico por el que atravesaba

135
Servo, “Apuntes” en Boletín, t. VII, p. 333.

466
Mazatlán en la década de 1850 en comparación con la bonanza del decenio anterior, provo-

có que dejaran de construirse nuevas y costosas edificaciones y que mejor se optara por

remozar periódicamente las ya existentes para que no cayeran en estado de ruina. Aunque

el puerto contaba con su propia industria ladrillera (12 hornos), la producción de piezas se

desplomó porque la temporada de lluvias y en general el clima húmedo, afectaban la fabri-

cación de ladrillos de buena calidad, por lo que la teja local rápidamente empezó a ser susti-

tuida por una más cara importada de Europa.136

Las fincas regulares por lo general pertenecían a sus moradores y se concentraban en

los barrios residenciales. En cambio, muchas de las chozas –también llamadas “cuarterías”

debido a su tamaño y sencillez– eran propiedad de comerciantes y funcionarios locales que

las alquilaban a familias de la clase baja, sin la capacidad para hacerse de un patrimonio

particular, quizá a sus propios empleados y sirvientes (imagen V.31). La capacidad de ob-

tener ganancias mediante el arrendamiento de viviendas, engendró una forma de enrique-

cimiento inédita en el puerto, en comparación con actividades económicas más tradiciona-

les, como el comercio o la minería. En los primeros años de la década de 1850 la renta de

casas reportaba a los dueños $150,000; equivalentes a la cuarta parte del valor de más de

$500,000 que tenían todas las cuarterías en su conjunto.137 Entre los vecinos propietarios

estaban por ejemplo los Machado, los Canobbio, los Vasabilvazo, los Solorio, los Mallén y

los Romanillo.138

136
El ladrillo de Mazatlán se vendía en un máximo de $10 el millar, un precio tres veces menor al que tenía
algunos años atrás. Servo, “Apuntes” en Boletín, t. VII, p. 330; y Martinet (Anexo) en Díaz, Versión [econó-
micos], II, pp. 42-43.
137
Martinet (Anexo) en Díaz, Versión [económicos], II, p. 45. Beraud se refiere a estos hombres de negocios
como “casatenientes” y los define como capitalistas propietarios de fincas. Beraud Martínez, Actores, p. 59.
138
Cole Isunza, Las viejas, pp. 117, 143 y 216.

467
Imagen V.31. Ejemplo de casas tipo cuartería.

Fuente: Sergio Herrera y Cairo, Tesoro en Mazatlán, México, Libros de México, 1983, p. 364.

Las cuarterías podían encontrarse apiñadas en el corazón de la ciudad cerca del puerto, por

las calles Democracia y Machado;139 diseminadas por la playa y por los cerros del Vigía y

la Aduana; y principalmente, en los cuarteles primero y segundo. En un área que por déca-

das había permanecido campera –hoy en día, este espacio abarcaría entre la calle Melchor

Ocampo y el Paseo Claussen en el Puerto Viejo, y desde la calle 5 de Mayo hasta la Anto-

nio Rosales– surgió un populoso suburbio habitado por gente humilde. Un exhorto hecho

por el Cabildo a los habitantes de esta zona de la ciudad para que atendieran una festividad

religiosa, revela la diversidad de la clase trabajadora que desde la década de 1840 se instaló

en este espacio:

139
Cole Isunza, Las viejas, pp. 143 y 216.

468
Para allanar más fácilmente las dificultades que cada año presenta la reunión de los elemen-

tos necesarios para la celebridad con el decoro posible de la función religiosa del Corpus y

suscitar al mismo tiempo ideas del culto y devoción al Creador [...] 1°. Por esta vez se encar-

gará a los Jueces de Paz la comisión de reunir cada uno a los gremios u artesanos de oficios

que tengan relación el Juez 1°: herreros, plateros y hojalateros; Juez 2°: carpinteros, toneleros

y calafateros [sic.]; Juez 3°: zapateros, talabarteros y curtidores; y 4°: sastres, pintores, som-

brereros y músicos.140

Aunque el plano exhibe una traza bien reticulada, la mayoría de las calles que se exhiben en

este sector correspondiente al primer cuartel, no eran más que trechos arenosos o enmonta-

dos que quedaban verdaderamente intransitables después de cada inundación. Así sucedía,

por ejemplo, en los alrededores de las instalaciones militares fincadas por las calles “Puerto

Viejo” –hoy calle 5 de Mayo–, “Arenal” –hoy Guillermo Nelson–, “Neptuno” –hoy Benito

Juárez– y Leandro Valle, que en aquel entonces era tan sólo una callejuela sin nombre que

daba al traspatio del cuartel de Ingenieros.141

Paralelas al eje longitudinal, en el primer cuartel, había sólo dos calles: la calle “Nue-

va” –hoy calle Melchor Ocampo– y la calle “de Febo” –hoy calle Genaro Estrada–.142 No

existían todavía las actuales calles Miguel Hidalgo ni José María Morelos. La calle Ignacio

Zaragoza era en aquel entonces un sendero que marcaba el límite de la ciudad hacia el nor-

te, sobre la cual se ubicaba la plaza de mercado del Puerto Viejo, hasta la cual podía arri-

barse directamente desde la garita.143 En tanto que el margen urbano hacia el oriente, lo

140
Acta de cabildo de Mazatlán [1843] citada en “Calle Genaro Estrada” en Cole Isunza, Las viejas, p. 134.
141
Cole Isunza, Las viejas, pp. 59-62, 138, 164 y 234.
142
Cole Isunza, Las viejas, pp. 134 y 178.
143
“Calle Niños Héroes” en Cole Isunza, Las viejas, p. 193. El lote para la plaza fue donado a la ciudad por el
comerciante filipino Juan Guzmán, emparentado con los Machado. “Calle Ignacio Zaragoza” en Cole Isunza,
Las viejas, p. 158; y “Plazuelas” en Cole Isunza, “Diccionario”, p. 221.

469
definía la vereda que descendía desde la garita paralela al eje longitudinal.144 Casi en su

terminación, esta calle era llamada “de Muñoz” –actualmente calle Aquiles Serdán– en

alusión a Antonio Muñoz, capitán oriundo de Chile, quien era el administrador de uno de

los dos baños públicos que había en la ciudad en 1854.145

Desde 1843 el ayuntamiento había concesionado a Muñoz para ofrecer este servicio

en un terreno de 100 varas de largo (aproximadamente 9m.) localizado por la actual calle

Libertad, antes conocida precisamente como “Baños de Libertad” o “Baños de Muñoz”.

Los baños no eran lugares destinados para el aseo personal, sino para el descanso y el entre-

tenimiento de sus clientes. Disponían por supuesto de tinas con agua tibia, en las que los

usuarios podían introducirse para disfrutar de un rato de relajación y convivir entre ellos; e

igualmente contaban con un patio o salón anexo para celebrar bailes populares o “maria-

ches”, los cuales solían terminar hasta la madrugada, muchas veces en medio de connatos

de pleito provocados por la embriaguez.

[Los Baños de Muñoz tenían] varias tinas de madera […] o más bien cubos grandes, donde

apenas si cabía una persona encogida y toda doblada. Para llenar las tinas, los mozos […]

traían el agua en cubetas, ya fuera fría o caliente. Debieron tener grandes fogones de ladrillo

y mezcla en los que con leña calentaban el agua en grandes peroles de cobre o de fierro”.146

La calle Libertad (vinculada con la actual calle Hermenegildo Galeana) también era llama-

da “de la Playa” por hallarse en el lindero de la ciudad al sur.147 La actividad portuaria en

Playa Sur empleaba 500 personas: 200 trabajaban en los muelles y el resto se dedicaba a la

144
El plano muestra indicios de que las trazas de las calles que en la actualidad son Teniente José Azueta, Dr.
Martiniano Carvajal y Antonio Rosales ya habían sido proyectadas.
145
“Calle Aquiles Serdán” en Cole Isunza, Las viejas, p. 33; y “Muñoz, Capitán Juan Antonio” en Cole Isun-
za, “Diccionario”, p. 194.
146
Acta de cabildo de Mazatlán de junio 28 de 1856 citada en “Calle Libertad” en Cole Isunza, Las viejas, pp.
165-166.
147
“Calle Hermenegildo Galeana” en Cole Isunza, Las viejas, p. 133.

470
marinería. Un viajero (1850) describió la curiosa maniobra que realizaban los peones de la

aduana para ayudar a descargar el pasaje ya que el muelle de piedra –el “muelle viejo”–

siempre estaba maltrecho y la marea baja lo dejaba fuera del alcance de las lanchas: arma-

ban una larga fila de la playa hasta el mar, y tomándose de brazos, formaban un tipo de

“muelle humano”.148

Los trabajadores también ayudaban con el abasto de agua para las tripulaciones, que

desde hacía décadas la obtenían principalmente del estanque de la isla de Venados. En el

pasado este recurso había sido libre, pero a mediados del siglo XIX una casa comercial se

adueñó de la isla y el vital líquido comenzó a ser vendido en 12 reales el tonel.149 El agua

potable –como ya ha sido dicho– era un recurso limitado en el puerto. Los mayores depósi-

tos estaban en las lagunas de la bahía, de donde era traída por los aguadores en cántaros con

capacidad de 5 litros, cargados en peso o a lomo de burro. 40 personas fueron registradas

con el oficio de aguador en 1854. Su trabajo era considerado de primera importancia para la

actividad diaria de la comunidad porteña.150

Con menor abundancia, el agua también podía captarse de la lluvia o de los escurride-

ros de los cerros y de un pozo –por lo menos del único que se tiene noticia– conocido como

“pozo de San Germán” ubicado supuestamente en el actual cruce de la calle Carnaval con

José María Canizales. La ciudad contaba con 18 aljibes con una capacidad de almacena-

miento conjunta de 15 toneladas; pero la mayoría de ellos, si no es que todos, pertenecían a

148
“Mr. Gilbert’s Correspondance” en periódico Daily Alta California (San Francisco, 1850) compilado en
The Maritime Heritage Project (consultado en julio de 2015 en www.maritimeheritage.org).
149
No se menciona el nombre de la empresa o propietario, pero se sabe que este comercio generaba ganancias
por más de $500 anuales. Martinet (Anexo) en Díaz, Versión [económicos], II, p. 43.
150
Sano, Vida, pp. 92-93.

471
particulares y estaban construidos en patios privados y adornados entre flores y árboles

frutales.151

d) La ciudad suntuosa: el cuartel tercero.

A diferencia del medio agreste en el que emergieron los cuarteles primero y segundo, en el

tercer cuartel se consolidó el núcleo citadino de Mazatlán, el barrio de Olas Altas; el mismo

que desde la pasada década era descrito con fascinación por cuanto viajero visitó el puerto

en el siglo XIX:

[…] Sus características son peculiares y hermosas […]. Las casas son de piedra, de colores

blanco, rosa y crema, con portales de muchos arcos. En conjunto, las casas de bellas fachadas

y las numerosas cocoteras, le dan a la ciudad un aire oriental, como el de Esmirna. Las casas

son por lo general de una planta, aunque sobre la calle principal [refiriéndose a la calle Ale-

gría] hay varios edificios magníficos de dos plantas, con largos balcones y cornisas ornamen-

tadas. Las calles son limpias y bulliciosas, y las tiendas principales son de tan buen gusto

como las de París o Nueva York. Durante la noche, cuando las calles ya están alumbradas y

todos los edificios están de ventanas abiertas, luciendo llamativos mantones y sarapes; cuan-

do los lugareños han salido para disfrutar el aire fresco […]; cuando las lámparas de papel de

los vendedores de fruta resplandecen en las esquinas […]; Mazatlán es con seguridad la pe-

queña ciudad más alegre del continente.152

151
Martinet (Anexo) en Díaz, Versión [económicos], II, pp. 32 y 36; “Mr. Gilbert’s” en The Maritime; y Be-
raud Martínez, Actores, p. 86, nota 9.
152
Taylor, ElDorado, v. 2, p. 82.

472
Sin embargo, el atractivo del paisaje urbano contrastaba con el mal estado de las calles y

callejuelas en este sector: eran estrechas, mal empedradas y estaban desniveladas.153 En

consecuencia, todas ellas se anegaban siempre que llovía; y particularmente la calle Guerre-

ro –hoy calle Ángel Flores– quedaba obstruida por eventuales deslaves del cerro del Vi-

gía.154 Ni los vecinos ni el ayuntamiento se habrían preocupado por desarrollar una traza

rectilínea y uniforme que facilitara el tránsito por la zona; consintiendo, por lo contrario,

que las fincas fueran edificándose al libre arbitrio de sus residentes, como si se tratase toda-

vía de los años formativos de esta colonia.155

Ejemplo de lo anterior es el domicilio y comercio del español Vicente García Grana-

dos, que durante casi dos décadas permaneció cerrando el curso de la calle del Horizonte.

Entre tanto, un callejón llamado precisamente “Granados” conectó ambos tramos. Fue hasta

1859, cuando el señor Granados ya ni siquiera vivía en Mazatlán, cuando el ayuntamiento

pudo expropiar por la cantidad de $1,500 este edificio que en ese momento albergaba a la

Botica Francesa; para iniciar la partición del lote y completar la comunicación de dicha

vialidad. En la actualidad, esta calle se llama Mariano Escobedo.156

Dos de las calles más antiguas del tercer cuartel, la Niños Héroes –calle de Diana has-

ta 1860–157 y la Venus –calle de Abasolo en honor al héroe de la independencia Mariano

Abasolo hasta 1860–158 pueden ser rápidamente reconocidas en una viñeta de Mazatlán

153
Württemberg, Reisen, p. 141.
154
“Calle Ángel Flores” en Cole Isunza, Las viejas, pp. 10 y 20. Todavía en la actualidad un muro de conten-
ción se extiende por un tramo de esta vialidad.
155
Beraud Martínez, Actores, p. 59.
156
Acta de cabildo de Mazatlán de julio 23 de 1859 citada en “Calle Mariano Escobedo” en Cole Isunza, Las
viejas, pp. 171-172. Al parecer la obra fue terminada hasta 1862 después de sobrellevar un pleito legal con
inquilino de esa cuadra, que terminó involucrando en su resolución a las autoridades del distrito y al cónsul de
Prusia. Acta de cabildo de Mazatlán [julio de 1862] citada en “Calle Niños Héroes” en Cole Isunza, Las vie-
jas, p. 190.
157
“Calle Niños Héroes” Cole Isunza, Las viejas, p. 190.
158
“Calle Venus” en Cole Isunza, Las viejas, p. 218.

473
realizada por Southwick en 1848 a la vista del trazado que hasta la fecha les caracteriza,. La

imagen a continuación corrobora que la concentración urbana tenía lugar en los cuarteles

segundo y tercero en contraste con la desolada zona noreste desolada de la península, donde

las pocas viviendas procuraban fincarse sobre el camino de las incipientes rúas del primer

cuartel (imagen V.32).

Imagen V.32. Vista de la ciudad de Mazatlán, 1848.

Fuente: “View of the City of Mazatlan” (John Soutwick) (disco compacto “Sociedad Amigos de Mazatlán”).

474
Además de las opulentas tiendas y mansiones, en Olas Altas se encontraban también los

más variados divertimentos: cafés, salones de juego, un boliche y un paseo con bella vista

al mar, desplegado por una parte del dique que había sido construido para contener las

inundaciones en esta zona. La correspondencia intercambiada en 1847 entre el presidente

de Mazatlán José Vasabilvazo y el gobernador Rafael de la Vega, revela que los gastos de

esta obra, desde su comienzo en 1832 a la fecha, habían ascendido a más de $1,000 y reba-

saban los fondos del Ayuntamiento; a la vez que se acumulaban los adeudos con los arren-

dadores del predio y de las vendimias, entre los que se menciona particularmente a los ve-

cinos Miguel Zires y Adrián Valadés. En consecuencia, el edil pedía apoyo económico para

finalizar esta obra “que de tanto provecho resultaría para el vecindario”.159 En efecto, a mi-

tad de siglo el Paseo de Olas Altas era uno de los espacios de esparcimiento más populares

para la sociedad porteña. Año con año –probablemente en época de Pascuas– se instalaba

aquí una animada verbena que Wise describió de la siguiente manera:

Mazatlán era extremadamente alegre debido al festival anual que tiene lugar en Olas Altas, la

ensenada entre los dos promontorios que están frente al océano. Ignoro si en el santoral hay

algún santo adorado por los jugadores, pero podría creer que este jolgorio está dedicado a uno

como tal.

Había un gran número de puestos de varas y ramas armados sobre el paseo de la playa, to-

dos adornados con muselina y otras telas; cada uno ofreciendo una sabrosa variedad de lico-

res y frutas, y con pequeños cobertizos de cara al mar donde se puede para comer o jugar

[juegos de azar]. Había también unos postes fijados firmemente al suelo, a los cuales estaban

atados unos carros o caballos de madera que giraban a su alrededor o de arriba abajo. Más

159
Acta de cabildo de Mazatlán de abril 26 de 1846 citada en “Olas Altas, Paseo de” y “Paseos de Olas Altas”
en Cole Isunza, “Diccionario”, pp. 201 y 212.

475
allá había unas miserables barracas para el juego entre los de la clase baja: los charlatanes,

los engañadores, los comelones y para los peleoneros.

Al anochecer, la población se reúne en Olas Altas y el espacio se pone muy animado: las

mesas para jugar monté se atestan, los dólares y las onzas de oro se apuestan por doquier, y

los billetes de lotería se juegan para ganar premios consistentes en dulces o licores. Los in-

dios juegan sus cartas y dados y apuestan monedas o pescados fritos, haciendo incluso más

alboroto que sus hermanos dedicados a la vendimia. Los paisanos hacían fila para los carros y

caballos giratorios, y gozaban la ciudad. ¡Sin olvidar los fandangos!, en los que las mucha-

chas visten sus vestidos más bonitos y bailaban con la música de las harpas y las guitarras [al

son del] jarabe o de la jota. Todo esto hace de este espacio un sitio atractivo; y cuando uno se

ha cansado del monté, el boliche de Smither’s, o de bailar en los fandangos, queda la playa de

arena espumosa, a donde uno va para disfrutar de un refrigerio con una mexicana encantado-

ra, quienes jamás declinará una invitación a tomar una taza de chocolate con dulcecitos.160

e) El cuarto cuartel: centro de la vida comunitaria de la ciudad de Mazatlán.

Aunque las narraciones –textuales y gráficas– de los extranjeros y las vivencias documen-

tadas de la aristocracia local, desde temprana época convirtieron a Olas Altas en el escena-

rio más visible y atractivo de Mazatlán; el centro neurálgico de la ciudad ciertamente no se

encontraba en este célebre barrio de playa, sino en las faldas del cerro del Vigía, en la com-

prensión del cuarto cuartel. En este sector se localizaba el Primer Cuadro, que reúne los

espacios de interacción de la comunidad: ayuntamiento, iglesia y la plaza del pueblo.

Desde su fundación en 1837, el Cabildo Municipal nunca tuvo un recinto propio;

siempre fue auspiciado por los mismos regidores o por los comerciantes, lo que obviamente

160
Wise, Los Gringos, pp. 275-276; y Cole Isunza, “Diccionario”, p. 212.

476
era motivo de especulación. En la esquina de la calle Belisario Domínguez con la calle 21

de Marzo, estuvo la casa del señor José Inda, que varios años hospedó las sesiones del ca-

bildo,161 hasta cuando esta institución fue trasladada al lugar que actualmente ocupa, entre

las calles 5 de Mayo, Benito Juárez, 21 de Marzo y Ángel Flores. La construcción de la

sede oficial inició en 1854 a cargo del arquitecto español Francisco Bonet, en un solar

comprado al presidente Vasabilvazo por el gobernador José María Yáñez para esta finali-

dad; el cual estaba situado (de conformidad con la dirección antes mencionada) frente al

cuartel de ingenieros adyacente a la concurrida plaza de toros, un popular divertimento en

el puerto.162 Las nuevas oficinas quedaron listas para ser ocupadas en 1857, siendo muníci-

pe Agustín Escudero.163

También en 1837, cuando la diócesis de Sinaloa fue reorganizada por el obispo Láza-

ro de la Garza y Ballesteros después de muchos años de abandono, comenzó la edificación

del único templo que hubo en la ciudad de Mazatlán en la primera mitad del XIX: la iglesia

de San José. Durante la década de 1820, una congregación carmelita que estaba asentada en

el puerto habría levantado una iglesia (más probablemente una ermita) dedicada a Nuestra

Señora del Carmen, en la cara oriental del cerro.164 Pero en 1836 el padre Francisco Gómez,

cura de la parroquia de Mazatlán, mencionaba en su carta al obispo del desarreglo en que se

encontraba el templo del puerto; a tal grado de que las misas se celebraban utilizando un

161
Una bella casa antigua se encuentra en esta ubicación actualmente, pero se desconoce si se trata del mismo
inmueble. Por otra parte, no se tiene referencia de ninguna figura pública llamada José Inda. Sí se conoce, en
cambio, a Julián de Ynda, quien fue juez de paz de Mazatlán en 1829. Calderón, “Apuntes”; y “Calle Belisa-
rio Domínguez” en Cole Isunza, Las viejas, p. 41.
162
La plaza de toros estaba ahí por lo menos desde principios de los años 1840. “Calle Benito Juárez” en Cole
Isunza, Las viejas, p. 62. El coso seguía en pie en 1850. Württemberg, Reisen, p. 141.
163
“Calle 5 de Mayo” en Cole Isunza, Las viejas, pp. 235-239; y “Palacio Municipal” en Cole Isunza, “Dic-
cionario”, pp. 204-208.
164
Víctor Pérez Montes, “Mazatlán: visiones cotidianas entre lo sacro y lo mundano. 1861-1877”, tesis de
maestría en historia, Culiacán, Facultad de Historia de la Universidad Autónoma de Sinaloa, 2013, pp. 40-44
y 47. Se desconoce la localización de la ermita, pero la pequeña calle que en la actualidad se llama Compañía
y recorre precisamente esta zona del cerro, fue conocida durante buena parte del siglo XIX como calle de la
Capilla, y quizá podría guardar alguna relación. “Calle de la Compañía” en Cole Isunza, Las viejas, p. 105.

477
altar portátil; por lo que se hacía necesario construir una nueva capilla, a la vez que un pan-

teón decente.165 Cabe advertir que en ninguna parte de la misiva del padre Gómez se men-

ciona que la iglesia local estuviese dedicada a San José desde entonces; por lo que no puede

afirmarse que el templo haya tenido esta advocación en ésa década. Se dice que el patro-

nazgo a San José fue impuesto por el poderoso comerciante de El Rosario Ignacio Fletes,

quien según patrocinó la edificación de esta iglesia.166

El recinto se concluyó entre 1841 y 1842, en la ubicación que tiene en la actualidad la

iglesia de San José: entre las calles José María Canizales (llamada calle “del Ara” a media-

dos del siglo XIX),167 21 de Marzo, Campana y Primera Peñuelas. Era muy pequeño y nada

llamativo168 y de hecho ni siquiera es señalado en el plano. Dada su falta de importancia,

quizá la única imagen en la que aparezca la iglesia de San José en esos años, sea en un bo-

ceto del puerto con rasgos bastante exagerados, realizado por el pintor Paul Emmert alrede-

dor de 1850 (imagen V.33).169 Todavía en 1855 el cónsul Martinet describía la iglesia de

San José como un templo sin ornamentación, además de insuficiente para la grey asistente,

que tenía que atender la misa en el atrio.170

165
“Exmo. Señor” compilado en Vega Ayala, “La religiosidad” en Clío, p. 185.
166
García Barraza, “Ignacio” en “Espacio”.
167
“Ara” es sinónimo de altar. “Calle José Ma. Canizalez” en Cole Isunza, Las viejas, p. 81.
168
“Journal of Levi Chamberlain of a Trip to California and Mazatlan in the Year 1840, in the Barque Don
Quixote” citado en “Capilla de San José” en Cole Isunza, “Diccionario”, p. 33.
169
De nacionalidad suizo, poco se conoce de la obra de Emmert (1826-1867). Se sabe que en 1849 viajó a San
Francisco atraído por la Fiebre del Oro; con seguridad su obra data de ese año, como resultado de una posible
escala en Mazatlán. Desde 1853 se estableció como pintor y agricultor en Honolulu. Tal parece que es en el
museo de esta ciudad donde se resguarda su obra. “Paul Emmert” (consultado en julio de 2015 en
en.wikipedia.org).
170
Martinet (Anexo) en Díaz, Versión [económicos], II, pp. 33 y 35.

478
Imagen V.33. Vista de Mazatlán desde el cerro de la Batería, c. 1849.

Nota. La firma del autor Paul Emmert aparece en la esquina inferior izquierda del dibujo.
Fuente: documento sin referencia (colección Gómez Rubio).

Fue notorio que el edificio religioso no satisfacía la demanda de la feligresía y que tampoco

era comparable con las opulentas fincas públicas y privadas en la ciudad portuaria; aunque

cabe recordar al respecto, que buena parte de la élite que financiaba estas obras era extran-

jera no católica y que el común de los pobladores tenía fama de ser indiferente al culto, por

lo que no representaban tampoco una fuente importante de donativos. De hecho, se cree que

la construcción de la iglesia de San José fue financiada en gran medida por la colonia espa-

ñola que se había avecindado en Mazatlán desde los primeros años del puerto.171 Con el

apoyo conjunto del gobernador Miguel Blanco y el obispo Pedro Loza y Pardavé, en 1855

171
Pérez, “Mazatlán”, pp. 44-49.

479
se inició la construcción de una mejor iglesia parroquial (marcada en el plano como “Parro-

quia construyéndose” en el primer cuartel). La obra fue concluida hasta finales del siglo

XIX y consagrada en 1899. A la postre es la actual catedral de Mazatlán.172

Tres lugares trascendentales para el funcionamiento de toda ciudad, se encontraban

juntos en el cierre de la calle Diana: la cárcel, el rastro y el mercado. A un costado de la

plaza del mercado, sobre la calle “de la Cárcel” –en la actualidad, calle 21 de Marzo– esta-

ba precisamente este recinto, tal como aparece en el plano.173 Pero es probable que su cons-

trucción fuese muy reciente, puesto que un acta municipal de 1844 exponía que a falta de

una cárcel en el puerto, “[…] los presos se depositan en un calabozo del cuartel y las presas

en una casa particular arrendada para tal efecto.”174 En el parte criminal de 1854 se reporta-

ron 1,783 presos; la mayoría por causas no especificadas o por “ebriedad, daños y perjui-

cios nocturnos”.175

A pesar de no haber sido señalado, no obstante que el abasto de carne era vital para la

alimentación de los habitantes, de frente a la plaza se hallaba el rastro municipal.176 Opera-

do por 14 carniceros, el rastro mataba anualmente 3,700 cabezas de ganado mayor (bueyes,

vacas, toros) llegado de la región, sobre todo de El Rosario e incluso desde Tepic; 3,000

cabezas de ganado porcino; y en menor cantidad, borregos. A pesar de que la calidad de la

carne era considerada mala, la venta del primer tipo daba buenos dividendos por $78,000,

más un extra resultante de vender a los marineros ganado en pie. Salvo la venta de la man-

172
La construcción de la nueva iglesia tuvo un costo inicial de $700, más $18 con los que se indemnizó a la
dueña del solar expropiado para la obra, Juana María Aguilera. “Calle 21 de Marzo” en Cole Isunza, Las
viejas, p. 247; y “Catedral Basílica de la Inmaculada Concepción” en Cole Isunza, “Diccionario”, p. 46.
173
“Calle 21 de Marzo”, en Cole Isunza, Las viejas, p. 245.
174
Acta de cabildo de Mazatlán de mayo 10 de 1844 citada en “Calle 21 de Marzo” en Cole Isunza, Las vie-
jas, p. 251.
175
Las causas sin especificar estaban relacionadas a delitos tales como los insultos a la policía, tentativas de
rebelión, etc. Servo, “Apuntes” en Boletín, t. VII, p. 336; y Martinet (Anexo) en Díaz, Versión [económicos],
II, pp. 47-48.
176
“Calle Niños Héroes” en Cole Isunza, Las viejas, p. 190.

480
teca, la ganancia obtenida del cerdo era mucho menos redituable considerando los gastos

invertidos en la crianza; y para los pobres, las porquerizas eran una fuente de alimentos

prácticamente gratuita.177 Se calcula que el consumo de carne per cápita en Mazatlán era de

300 gramos diarios; una cantidad superior a la que se comía en la ciudad de México, por

ejemplo.178

Finalmente el corazón del trajín cotidiano, el mercado, se hallaba en el lugar que en el

presente ocupa la plazuela Miguel Hidalgo, entre las calles Guerrero y “de la Capilla” –hoy

calle de la Compañía–;179 y la calle Diana y la calle que fue conocida con puros nombres

alusivos tales como “de la Plaza”, “del Abarrote” o “del Abasto” –hoy calle de la Campa-

na–,180 la cual conducía también a la iglesia de San José. En 1835 el gobierno de Sinaloa

compró el solar destinado para mercado a don Juan Machado y levantó alrededor unos co-

bertizos en los que fueron agrupados los oficios –talabarterías, sombrererías, dulcerías…– y

las tiendas menudistas: abarrotes de segunda clase, vendutas e inclusive algunas tiendas de

ropa.

La incesante actividad diaria y la rápida aglomeración de puestos provocarían algunos

estragos. En 1843, los locatarios solicitaron a las autoridades la regulación oficial de la jor-

nada laboral, pues según manifestaban, la necesidad de mantener surtida a la población

mantenía al mercado funcionando de sol a sombra y los vendedores necesitaban descan-

so.181 En 1844 fueron los vecinos de alrededor de la plaza los que se quejaron de que la

multiplicación de tiendas en un espacio tan estrecho, provocaba la acumulación de desper-

177
Martinet (Anexo) en Díaz, Versión [económicos], II, pp. 36 y 38.
178
Karina Busto Ibarra, “Mazatlán: estructura económica y social de una ciudad portuaria, 1854-1869” en
Manuel Miño Grijalva (coordinador), Núcleos urbanos mexicanos siglos XVIII y XIX. Mercado, perfiles so-
ciodemográficos y conflictos de autoridad, México, El Colegio de México, 2006, pp. 294-295.
179
“Calle de la Compañía” en Cole Isunza, Las viejas, p. 105.
180
“Calle Campana” en Cole Isunza, Las viejas, p. 71.
181
“Calle Campana” en Cole Isunza, Las viejas, p 71.

481
dicios y hasta de desechos humanos en las banquetas y portales, en detrimento de su calidad

de vida. Solicitaron entonces o que se aumentara las cuotas por limpieza a los vendedores,

o de lo contrario, que fueran movidos a otro lugar. El ayuntamiento optó por lo segundo,

ofreciéndoles a los puesteros más recientes un nuevo punto de venta en la plaza del Puerto

Viejo.182

Fueron los viajeros quienes de nuevo legan para la historia una estampa de este signi-

ficativo lugar en el acontecer citadino; donde los comercios tenían un surtido tan grande y

variado “como no había visto antes en otro puerto”: naranjas, limones, plátanos, cocos, pi-

ñas, camotes, huevos, pollos, puercos, pasteles, etc.:183

El mercado tenía un aspecto de lo más llamativo, día y noche. Es una cuadra pequeña, al pie

del cerro, donde confluyen estrechos pasillos, en donde el populacho encuentra todo lo que

usualmente utiliza: loza de barro estilo Azteca, percal, sarapes, rebosos y sombreros de Gua-

yaquil. La plaza está cubierta por mantones y hojas de palma; bajo los cuales se desparraman

por los suelos toda la variedad de verduras, frutas y semillas que se cosechan en las cercanías,

por lo que son de bajo precio. De entre todos los frutos, llamó mi atención [el fruto que los

lugareños llaman] arellanes [arrayán]. En la noche, la cuadra queda iluminada con antorchas

de resina.184

182
Acta de cabildo de Mazatlán de julio 11 de 1844 citada en “Calle Niños Héroes” en Cole Isunza, Las vie-
jas, pp. 192-194.
183
“Mr. Gilbert’s” en The Maritime.
184
Taylor, ElDorado, v. 2, p. 84.

482
CONCLUSIÓN

Calificar un objeto o proceso determinado como el más significativo de su tipo es un lugar

común en las monografías de ciudades del que el puerto de Mazatlán no es ajeno, toda vez

que la historia regional sinaloense lo presenta como uno de los puertos más importantes de

México en el siglo XIX y por extensión como una entidad trascendental en la evolución

política y económica del estado de Sinaloa. Esta apreciación ciertamente no es exagerada,

tomando en cuenta la marcha económica y demográfica progresiva que observó Mazatlán

en el curso de dicha centuria. Empero, a ésta se le acompañado de una narrativa apologética

de que el desenvolvimiento de Mazatlán en ambos ámbitos se dio de tal forma simultánea,

acelerada y sin reparo, hasta alcanzar en lo económico el estatus de hegemonía en el

noroeste mexicano (cuyo inicio la historiografía vagamente señala en la década de 1840,

pero cuya duración no precisa; abriendo por lo tanto a la posibilidad de lo secular) y de

afirmarse en lo demográfico como una próspera comunidad; como si al describir al puerto

tratásemos de un centro de poder espontáneo y perenne.

¿Cuánto pueden tratarse la progresión demográfica y económica, que son los dos

elementos en los que la historia regional ha contextualizado el desarrollo de Mazatlán,

como procesos concomitantes? y ¿en verdad presentan éstos un avance permanente?;

¿cuándo y cómo el crecimiento económico y demográfico puede ser interpretado

propiamente como desarrollo o progreso en el caso histórico de este puerto?; y de serlo así,

¿en qué momento y circunstancias alcanzó Mazatlán la presumible posición central o

hegemónica por sobre los otros centros urbanos y económicos de la región?

Aunque no es un campo tratado en esta investigación, la ideología y praxis política

del Estado mexicano es un elemento estructural en la bibliografía de historia económica en

485
los que me apoyo (Herrera Canales: 1977, Ibarra Bellón: 1988; Cruz Barney: 2005;

Sánchez Santiró: 2009) para explicar los procesos de esta naturaleza acontecidos tanto en el

escenario nacional como en los espacios regionales o locales de México; como si la

economía de cada uno de estos lugares fuera definida por el mismo conjunto de factores. En

esta tesis la línea del tiempo de la historia de México se ve reflejada en la periodización

empleada para establecer, en correspondencia con la disponibilidad de la fuente informativa

requerida para llevar a cabo el análisis, las etapas de la evolución de la economía del puerto

de Mazatlán desde 1825 hasta 1870; la cual abarca: un preámbulo de definición política del

México recientemente independizado (1821-1823); dos etapas federalistas (1824-1834 y

1848-1852) y dos centralistas (1835-1846 y 1853-1855), mediadas éstas por dos periodos

de guerra (1847-1848 y 1856-1867); y finalmente, el principio la etapa republicana, de la

que apenas se cuentan sus primeros años (1868-1870). Muy pronto esta periodización

estandarizada demostró no ser óptima para exponer la evolución histórica de Mazatlán,

particularmente de su economía, pues el motor de la misma, que lo fue el comercio exterior,

presenta claros indicios de haberse inclinado por la demanda del mercado internacional

antes que por los requerimientos del gobierno nacional o estatal en turno.

Los procesos nacionales englobados en estos periodos no necesariamente ajustan con

los del discurso de la historia local del puerto sinaloense. De inicio, el puerto de Mazatlán,

resultante de la emancipación de México del régimen monopólico hispánico, carece de una

simiente colonial con la cual pueda ser contrastado antes y después del liberalismo

económico (como sí lo tienen, por ejemplo, los puertos de San Blas o Veracruz con los

cuales Mazatlán suele contraponérsele en ciertos aspectos de su desarrollo) de manera que

se justifique la transformación o la desaparición de algunas dinámicas propias del comercio

portuario. Formalmente Mazatlán no fue puesto a punto como puerto marítimo sino hasta
486
1828, cuando se instituye en el lugar una oficina aduanal; aunque desde décadas antes (casi

un siglo, de hecho) incubaban en torno a este paraje costero dinámicas económicas y

sociales definitorias para esta región y para las comunidades que aquí se desarrollaban, pero

que tenían nula implicación en el desempeño de las autoridades centrales de México –antes

de Nueva España– y escaparon por lo tanto de la atención de la historia nacional, o a lo

sumo fueron tratadas como relatos menores dentro del gran discurso uniforme; abonando en

lo sucesivo a la concepción y al tratamiento historiográfico del puerto de Mazatlán y de su

espacio de desenvolvimiento como una región periférica (Cosío Villegas: 1955, López

Cámara: 1967, González Navarro: 1977) no obstante que este puerto fue uno de los más

prolíficos de México y que su aduana figuró por lapsos como la tercera mayor

contribuyente del erario federal en el siglo XIX.

¿Cómo fue que una región caracterizada como periférica se constituye entonces en

pilar económico de un país, por etapas, centralizado? La explicación comienza por no

forzar una revisión del desarrollo del puerto de Mazatlán dentro del molde temporal de una

historia nacional –que por lo demás tiene el acontecer de los puertos del golfo de México

como únicos sus referentes del comercio internacional mexicano–; y hacerlo en su lugar

desde las dinámicas propias a la región en donde Mazatlán está inserto (el sur de Sinaloa, el

occidente de México, la costa americana; la región depende del ámbito del que se está

tratando, del económico o del demográfico), las cuales revelan las coyunturas en las que

este puerto compagina o se escinde de la evolución política y económica seguida por la

federación; y cómo se entretejen éstas con las tendencias internacionales de uno y otro

ámbito que naturalmente han de tener expresión en los puertos marítimos.

Por principio de cuentas, la periodización fundamentada en el régimen político

nacional no demuestra incidencia en el poblamiento de Mazatlán. Sólo por afinidad con la


487
disponibilidad de la fuente utilizada para hacer el estudio demográfico, es que se

establecieron dos cortes temporales que coinciden con eventos que se supondría tendrían

que haber influido en el ritmo de poblamiento de Mazatlán: el primero con fecha en 1837,

cuando se establece el cabildo en el puerto, lo cual eleva a esta localidad a un plano

administrativo visible dentro de la estructura del estado de Sinaloa; y el segundo con fecha

en 1849, cuando el descubrimiento de oro en California generó una movilización humana

inmediata desde todos los rincones del mundo para aventurarse a las labores mineras en la

costa oeste norteamericana y Mazatlán, como todo puerto de altura en el océano Pacífico,

fue una escala en esa dirección.

A nivel nacional, en el primer corte se tiene que el Estado mexicano ensayaba el

sistema centralista y recién acusaba las consecuencias políticas y económicas de haber

enfrentado las rebeliones contra dicho régimen de parte de los estados de Zacatecas y

Texas; y que el puerto Mazatlán era clausurado para toda operación marítima por órdenes

del supremo gobierno no obstante de que éste era su directo beneficiario, como resultado de

las presiones de los gremios comerciales rivales en otros espacios como Tepic y

Guadalajara. El segundo corte coincide con un México recientemente derrotado por Estados

Unidos en la guerra de 1848, así como con el puerto Mazatlán recién evacuado por el

ejército estadounidense que lo tuvo invadido por el tiempo que duró el conflicto; pero

también con el azote en el país de dos epidemias de cólera en 1849 y 1851, ambas con

propagación en el puerto sinaloense; la primera de ellas revisada en esta investigación.

La segunda mitad del siglo XIX mexicano atraviesa desde la década de 1850 hasta la

de 1870 por los bien conocidos capítulos bélicos civiles de la revolución de Ayutla seguida

de la guerra de Reforma y luego de la intervención francesa de México; la que si bien

termina con el triunfo de las armas nacionales sobre las extranjeras y la restauración del
488
gobierno soberano en la República, en el caso particular de Sinaloa fue sucedido por la

confrontación doméstica entre bandos militares que pugnaban por encabezar el gobierno

del presidente Juárez en esta entidad, mismo que envolvió al puerto de Mazatlán haciéndolo

el blanco de constantes ataques; y cuya malestar no tenía fin todavía en 1870, el año en el

que culminan los intereses de esta tesis. El escenario político del tercer periodo analizado

no puede ser otro que inestable, lo que se ve reflejado en la ausencia de los compendios

documentales oficiales que sirven como fuente para hacer esta investigación (gráfica A).

Ninguno de los hechos políticos o administrativos de gran escala mencionados antes

o después de 1837; ni la afectación demográfica que representan las enfermedades masivas

o el impacto migratorio que produjo la fiebre del oro en 1849; se revelan como factores

disruptivos para una tendencia de poblamiento que demuestra ser creciente y continua; y

que con base en las cifras censales y estimaciones que fue posible acopiar, década tras

década “ganó” habitantes por millares. Aunque la inexistencia de fuentes impide hacer un

seguimiento del crecimiento natural de la comunidad porteña con base en la cantidad y

regularidad con que se registraron bautizos en el puerto durante la primera mitad de la

centuria; puede afirmarse que la progresión demográfica –cual sea que haya sido su ritmo–

debió haberse visto fuertemente impulsada por flujos migratorios sobre todo en la tercera

década del siglo XIX, cuando Mazatlán pasó de cuando menos 500 habitantes a casi 4,000

en apenas diez años, según lo proyectan los conteos civiles y parroquiales existentes en

1828 y en 1836 y 1837 que fueron fijados como parámetros.

489
Gráfica A. Relación entre tendencia de crecimiento demográfico de Mazatlán y origen de las personas
establecidas del puerto de 1828 a 1870.

La gente que cada vez con mayor frecuencia se trasladaba a Mazatlán, lo hacía

primeramente desde asentamientos cercanos al puerto como los centros mineros de Rosario

y Concordia y ranchos, demarcados todos dentro de la zona sur de Sinaloa donde la costa

de Mazatlán era un espacio transitado desde los siglos coloniales mas no habitado. Pero ya

en la década de 1840, es evidente que la población nativa del puerto y de la región misma

presente en Mazatlán, se había estancado en comparación con la creciente cantidad de

personas que arribaron a la localidad, procedentes de tantos otros lugares de fuera del

espacio antes dicho entorno al puerto: ciudades y pueblos por todo el occidente de México,

o hasta de zonas más lejanas en el centro del país o incluso del extranjero (estos últimos en

una proporción muy poco significativa en términos estadísticos, no más de dos centenas;

490
pero que en materia historiográfica han sido los más revisados por ser, un puñado de ellos,

miembros de la élite mercantil local); y generando flujos particularmente consistentes desde

las ciudades de Durango y Tepic, históricos núcleos sociales grandes y próximos al puerto

sinaloense al este y al sur, respectivamente.

El incremento demográfico de Mazatlán en el curso de los años cuarenta también es

considerable, pero es menos vertiginoso que el experimentado en el decenio anterior: 2,000

nuevos individuos de 1840 a 1847, contra 3,500 de 1828 a 1837. Sin embargo, el proceso

empieza a exhibir oscilaciones; años en los que la población real de Mazatlán

aparentemente sobrepasaba a la contabilizada de manera oficial, o por contrario, que iba a

menos sin fundamento aparente. Estos sobresaltos están directamente relacionados con las

estimaciones poblacionales hechas por viajeros que presenciaron la evolución de la

comunidad porteña. Aunque éstos pudieran ser desdeñados como dato científico porque son

producto de la incertidumbre, de una impresión por parte del observador que no tenía ni las

herramientas ni el propósito para precisar o justificar la cantidad; la recuperación del dato

en realidad es indispensable para concebir la calidad en la que una gran cantidad de esta

población forastera arribaba Mazatlán, que muy probablemente lo hacía como moradores

temporales del puerto y no como habitantes estables de esta localidad. Cumplida la primera

mitad del siglo XIX, la población nativa Mazatlán y la natural del sur de Sinaloa ya había

sido igualada por la que tenía origen foráneo.

En la segunda mitad del siglo XIX continuó la notable alza demográfica de Mazatlán,

y de 1854 a 1867 pasó de alrededor de 7,000 personas a más de 11,500; un incremento de

más o menos 4,500 individuos en un lapso de quince años. La presencia en el puerto de

gente de procedencia extra-regional rebasó por completo a la de origen local. Ni la

epidemia de cólera de medio siglo, ni los hombres probablemente “perdidos” en las oleadas
491
migratorias dirigidas a las minas de California (que según se afirma, regresaron a México

por contingentes tras el agotamiento de la bonanza aurífera a mediados de los años

cincuenta), ni los estragos bélicos decimonónicos parecen haber detenido esa marcha

progresiva. Pero en el último lustro de la década de 1860 la brecha entre la población

radicada en el puerto de Mazatlán y la que se encontraba de paso –que en una y otra

condición superaban las máximas dimensiones que décadas atrás podían llegar a alcanzar–

se redujo significativamente.

¿Significa lo anterior que después de más de medio siglo de crecimiento demográfico

incesante, Mazatlán había logrado desarrollarse lo suficiente como para satisfacer las

necesidades de la mayoría de sus habitantes y poder de esta manera estabilizarlos dentro de

la localidad?; y de ser así, ¿qué hizo que los pobladores desarrollaran igualmente su arraigo

a esta comunidad? La irregularidad de la fuente parroquial, lo mismo que la del registro

civil desde el año de su institución en 1860 en adelante; no alcanzan para hacer una lectura

certera sobre el comportamiento de la tendencia matrimonial en el puerto de Mazatlán –si

bien, con la base en los datos que sí se tienen, la tendencia no parece haber diferido antes y

después de medio siglo–; en el supuesto de que un matrimonio y la consiguiente crianza de

una familia implican la formalización de un grupo de individuos en el puerto.

Ciertamente el aumento en el número de nacimientos en el puerto en la marcha de la

década en cuestión indica que la población local se estaba reproduciendo a ritmos

comparables con el de algunas entidades en el centro del país más densamente pobladas.

Pero en el caso de Mazatlán, la natalidad no es un factor que alcance para afirmar que la

llegada de niños necesariamente se traduzca en nuevos núcleos familiares porteños, pues el

recuento de fallecidos por cólera u otras causas entre 1849 y 1850 revela que en el medio

de siglo menos de una tercera parte de la población adulta que estaba teniendo hijos estaba
492
casada, suscribiéndole por lo tanto a la gran mayoría como personas solteras, muy

posiblemente en amasiato.

La informalidad del estado marital en el común de los mazatlecos –lo cual se ve

reflejado en la total ausencia de hombres nativos entre los esponsales de 1850 a 1870, y en

casi 40% o incluso más de ilegitimidad entre los párvulos porteños– excluye de las cuentas

parroquiales y civiles a individuos que posiblemente no eran elementos estables dentro de

la vida de la comunidad, ni por lo mismo, vecinos del puerto. Por otra parte, la

conformación en Mazatlán después del medio siglo de tantas parejas casaderas con raíces

en otro lado del país o del mundo, muestra que en la segunda mitad del siglo XIX este

puerto fue grandemente poblado por gente que llegó dentro de los flujos migratorios que

desbordaron a la presencia de los locales y que eventualmente se convirtió en población

residente hacia el final de la década de 1860.

Puede decirse que es connatural a un grupo nativo su proclividad a reproducirse sin

reparo de las limitaciones endémicas; pero en virtud de que Mazatlán fue en gran medida

“creado” por inmigrados en el curso del siglo XIX; la cuestión sería entonces la de cómo un

sitio desvinculado de toda red económica y cultural forjada en tres siglos de vida

novohispana como lo estaba este puerto, pudo emerger en el México post-independiente

como un destino atractivo para tantas personas por completo ajenas a este entorno.

Ha sido axioma historiográfico que el intercambio comercial portuario, el llamado

“gran comercio”, fue la razón del crecimiento económico de Mazatlán en el siglo XIX; pero

esta afirmación incontrovertible desestima que el puerto el puerto no creció en términos

demográficos en cantidad de grandes comerciantes, sino que la mayoría del pueblo era del

estrato social bajo, cientos de ellos de extracción rural cuyas labores estaban en hacer

producir los campos y en la provisión de servicios. Aunque el número de casas


493
importadoras sí se multiplica con el tiempo, los negocios identificados con el comercio

internacional sumaban poco más de una decena de establecimientos. Se trata por lo tanto de

analizar el crecimiento el económico como un proceso con periodos en las que el comercio

marítimo tenía mayor o menor influencia en el desarrollo generalizado de la comunidad y el

puerto de Mazatlán; y no como una actividad de prosperidad definitiva e intemporal.

Cabe recordar que cuando se inició la explotación económica del puerto de Mazatlán

en los primeros meses del México independiente, este paraje de la costa de Sinaloa estaba

muy poco poblado y no era cómodo para el asentamiento de un núcleo urbano. Su clima

tropical y tempestuoso, malsano para todo aquel aclimatado a las tierras altas; los caminos

cenagosos desde tierra adentro hacia el litoral y los riesgos inherentes de encontrarse

inerme frente al mar; hacían de la costa un espacio desdeñado como espacio habitable.

Tampoco era la bahía portuaria de Mazatlán la más practicable del Pacífico mexicano;

considerada ésta de menor condición que la de Guaymas o Acapulco. ¿Qué atrajo entonces

a una minoría de mercaderes a un puerto que estaba desvinculado del circuito comercial

ultramarino que históricamente se había desenvuelto en el centro de México de cara al

tráfico atlántico que discurría en el país a partir de eje Veracruz-ciudad de México; y en qué

circunstancias se movilizó también a este paraje inhóspito tanta gente cuyos terruños se

hallaban dentro de zonas económicas consolidadas de las minas de Durango y Zacatecas, o

del Hinterland de Guadalajara.

Desde los días de la conquista de la frontera septentrional novohispana, tal parece que

las motivaciones que impulsan a un grupo de personas a abandonar la certidumbre que

ofrecían sus dominios para aventurarse a una empresa necesariamente arriesgada, son la

ambición y la oportunidad: la ambición de explotar una región probadamente rica en

recursos minerales como lo era el noroeste del país a la vez que alejada de la competencia
494
que representaban espacios más concurridos; y la oportunidad de ser los primeros en

capitalizar cualquier beneficio venidero. Una vez deshecho del yugo monopólico de España

y recién terminada la devastadora guerra de emancipación, el México incipiente no sólo dio

la libertad para gestar nuevos espacios económicos en su territorio, sino que lo urgía para

poder hacerse de recursos para consolidar su lugar como nueva nación.

Al mismo tiempo, Inglaterra y en mucha menor medida otras naciones que conducían

por el mundo la expansión del capitalismo global aprovecharon el final de régimen

monopólico español sobre el comercio americano para navegar el continente en busca de

puntos de penetración hacia tierras descuidadas y poco aprovechadas por el recién

desvanecido imperio; y conquistarlas para sus respectivos mercados. Las jóvenes potencias

occidentales producían en sus países suficiente mercancía para iniciar plazas comerciales

en cualquier lugar sin importar su apariencia ni tamaño poblacional mientras la transacción

resultara redituable. En este sentido, no se trataba de lo que Mazatlán podía adquirir de

estos agentes del comercio internacional, pues siendo México un país no industrializado,

básicamente todo producto resultaba útil y necesario –desde las herramientas hasta la ropa–

; tampoco de lo que la comunidad nativa podía venderles, pues no existiendo demanda de

parte del extranjero, tampoco podía haber oferta local. El meollo estaba entonces en lo que

este puerto y sus gestores podían entregar al mercado para atraer sus formas de

manifestarse en esta región: la plata, nada menos que el bien más codiciado por el mercado

mundial. Finalmente, tan luego como el espacio portuario demostró ser económicamente

productivo, el aparato fiscal mexicano se hizo presente en Mazatlán con la instalación de

una aduana para obtener ingresos para el erario público de la nación.

De esta manera, el espacio de desenvolvimiento económico del puerto Mazatlán fue

creado desde tres ámbitos: el regional, de donde arribaron los primeros visionarios de su
495
explotación; el internacional, que dictó las condiciones de su desarrollo; y el nacional, que

aprovechó para su robustecimiento económico la riqueza que este puerto pudiera prodigar.

Por lo tanto, más que señalar a Mazatlán en el siglo XIX como una región periférica, se

sugiere que se le trate como una región cuya evolución económica se dio de manera

descentralizada. Por esta razón resulta poco apropiado conceder a Mazatlán la dimensión de

“centro económico” en torno al cual orbitaran las mayores plazas del occidente de México

como la historiografía sinaloense normalmente pregona; pues en su rol de eslabón para el

flujo del comercio, la región mercantil de Mazatlán debió adoptar las dimensiones que

fuera determinando el tipo de comercio realizado: si era a escala local o de autoconsumo; si

lo era para el sur de Sinaloa, las plazas de los estados vecinos de Jalisco, Durango y

Chihuahua que conformaban la región circundante; o si lo era para el comercio mundial,

donde las materias primas de extracción regional podían alcanzar mercados en Inglaterra,

Estados Unidos, Francia y las ciudades hanseáticas.

Del exterior hacia adentro, el puerto era visto como un excelente punto de

distribución mercantil a lo largo de la costa y también tierra adentro; fungiendo así como un

eslabón de la cadena del comercio internacional en su gradual extensión hacia los mercados

del centro-occidente de México del otro lado de la Sierra Madre Occidental como Durango,

Chihuahua y Zacatecas; o hacia otros eslabones portuarios de menor proyección pero con la

misma finalidad, como Guaymas y los pequeños fondeaderos del golfo de California. Por

contrario desde el interior hacia afuera, eran mínimos los productos que se podían enviar al

extranjero aunque sí colocarse, ser redistribuidos en otros mercados mexicanos requiriendo

de las mismas vías de circulación.

Mazatlán y los demás puertos del Pacífico tuvieron por lo tanto su mayor

aprovechamiento como vías expeditas de extracción de plata; resultando Mazatlán el más


496
adecuado por estar más próximo a la zona minera más prolífica; pero además también por

gozar en este puerto y en su región circunvecina con la prebenda del intercambio de plata

en pago por las importaciones realizadas, libre de impuestos. A falta de industria y de

circulante, el comercio de Mazatlán disfrutó de esta prerrogativa desde los primeros años en

que fue abierto al tráfico internacional. Esta ventaja fue aprovechada por los mercaderes

extranjeros y mexicanos allí asentados en el puerto para maximizar sus ganancias

canjeando plata obtenida de los centros mineros cercanos de los cuáles eran dueños o

socios; por bienes manufacturados para dotar los mercados donde instalaban sus vendimias

al mayoreo.

El valor del comercio exterior que tuvo lugar en Mazatlán que se ve reflejado

parcialmente por el monto de sus contribuciones aduanales, nunca fue mayor de 10%

nacional en los principales ramos de Hacienda Pública; siendo éstos los de importaciones,

exportaciones, internación y consumo. En suma, desde 1825 hasta 1870 la aduana marítima

del puerto sinaloense aportó 6% de los ingresos mexicanos por concepto de comercio

internacional; un porcentaje que es considerable tratándose de un solo punto de recaudación

(conocido como suelo fiscal), pero que es a su vez poco significativo comparado con lo que

redituaban otras aduanas del mismo tipo, como Veracruz, Tuxpan o Tampico. El contexto

entre unos y otros puertos es, por supuesto, diferente, en tanto que los puertos del golfo de

México tenían a corto alcance grandes plazas urbanas para atender en el centro del país;

mientras que el puerto de Mazatlán tenía a su alcance plazas como Durango, Rosario y

Tepic; esta última en disputa con el alcance del comercio de la ciudad de Guadalajara.

Aunque el promedio de recaudación de la aduana de Mazatlán en el curso de los 45

años analizados resulta en aproximadamente $550,000 anuales, lo que significan $300,000

más que la remesa constante de la aduana de San Blas y casi el doble que la de Guaymas.
497
Pero este promedio probablemente se ve afectado por la alternación entre las grandes sumas

que exhiben los periodos políticos centralistas cuando la recaudación se contabilizaba

íntegra en las arcas de la federación, y las etapas federalistas cuando la Hacienda de la

nación seguramente tenía dificultades para reunir toda la información competente de cada

una de sus dependencias dispersadas por todo el país (gráfica B).

Gráfica B. Derechos aduanales totales de la aduana de Mazatlán de 1825 a 1871.

Fijando a la progresión económica los mismos cortes temporales que fueron establecidos

para el crecimiento demográfico de esta comunidad, se aprecia que el puerto tendió rápido

hacia la estabilización económica en el orden de los $200,000 a tan sólo un lustro de su

apertura comercial en 1825 (no obstante que la aduana se instala en la costa poco después,

498
en 1828; pero de ese año no se tiene noticia económica); y hasta el año de 1837, cuando es

clausurado por el gobierno mexicano. Aunque en este periodo existe una laguna

informativa cuya explicación está en la discontinuidad de la fuente oficial –las memorias de

Hacienda– porque la incipiente nación independiente apenas comenzaba a crear su aparato

administrativo, la tendencia de crecimiento demostró el acierto de haber instalado un puerto

en Mazatlán. En este primer tiempo su aporte fiscal fue menor al del puerto de San Blas,

que transitó al siglo XIX con el ocaso de su privilegio de haber sido junto a Acapulco uno

de los pocos puertos autorizados por la Corona hispánica para el intercambio mercantil

imperial.

El poblamiento de Mazatlán siguió el mismo impulso, pues la estabilidad de las

recaudaciones de la aduana marítima de la localidad coincide con el incremento de

habitantes hasta el número que permite la fundación de un cabildo para la comunidad

porteña cuyo motivo primario fue el de defender los intereses de la élite mercantil local. Lo

anterior es signo de que el puerto de Mazatlán procuraba constituirse como un espacio

donde el desempeño comercial se desenvolviera con certidumbre. Pero lo que aconteció en

la década venidera quizá sólo pudo ser imaginable por los visionarios que confiaban en la

inminente repercusión de las virtudes del espacio portuario de Mazatlán como un

diferenciador determinante en su competencia por el comercio internacional frente a los

otros puertos.

A pesar de algunas lagunas informativas atribuibles a las inestabilidad política y

administrativa que enfrentó México al final de la década de 1830 como consecuencia de la

guerra de los Pasteles contra Francia; y al final de la década de 1840 contra Estados

Unidos; se tiene que en esos diez años Mazatlán experimentó un crecimiento meteórico y

que podría parecer hasta inaudito para un lugar pequeño en términos demográficos y de
499
mercado, si no se atienden a los factores particulares antedichos, que exponen a Mazatlán

como un espacio económico descentralizado. La primera explicación, tanto por las fuentes

contemporáneas como por la historiografía regional, suele ser la oportunidad para practicar

el contrabando en este puerto aprovechando la falta de control de la Hacienda central sobre

esta lejana aduana en el noroeste del país. Como propone esta tesis, el contrabando pudo

haber significado más una ventaja competitiva que la ganancia misma, pues dado que el

recurso codiciado por el comercio, la plata, era un bien de extracción libre en este puerto;

parece poco comprensible que los negocios hubieran corrido riesgos por algo que podían

conseguir sin mayor problema.

Justamente es la oportunidad de ser retribuidos en plata libre de impuestos y el

alcance de llegar tantos mercados como la red de Mazatlán posibilitaba, la razón por la que

los comerciantes debieron optar por el puerto sinaloense como su base de operaciones,

descartando desde ese momento y para el resto del siglo a las competencias en por el

mercado portuario de la costa del Pacífico que significaban Guaymas y San Blas. Guaymas

no había alcanzo a despegar dada su ubicación geográfica menos conveniente que la de

Mazatlán; y en el caso de San Blas, que ofrecía un acceso hacia el mercado interior

mexicano tanto o más conveniente que la de Mazatlán (Guadalajara, Tepic y la región del

Bajío), pero en este caso no era retribuida con metal libre de impuestos; debió minimizarlo

como espacio preferencial para desarrollar el gran comercio. El crecimiento económico de

Mazatlán alcanza entonces en el decenio de 1840 un promedio que lo posicionó como la

tercera aduana marítima más rica de México detrás de las usuales del golfo de México; pero

este incremento fue inducido, por lo visto, por peculiaridades que los otros puertos del

Pacífico mexicano no gozaron, quedándose por lo tanto estancados en el promedio de

ingresos que presentaban desde la década anterior.


500
Si bien el ascenso del comercio de Mazatlán obviamente resultó redituable para la

élite mercantil porteña, su derrama económica definitivamente fue el aliciente que atrajo al

vertiginoso flujo migratorio foráneo a trabajar a este puerto tal y como lo demuestra la

gráfica comparativa, que evidencia las grandes cantidades de población estacional que

podía alcanzar la localidad. Sin embargo, el hecho de que las estadísticas de mitad de siglo

no demuestren que esa gran población flotante hubiese incidido en un aumento en el

número de vecinos del puerto, hace cuando menos cuestionarse si el hecho de que la

economía porteña hubiese crecido gracias al comercio implica que ésta también se haya

expandido de tal suerte que garantizara una vida estable para tantas de estas personas que

no vivían de la actividad mercantil, sino de los servicios y abastos que podían proveer a

ésta (gráfica C).

501
Gráfica C. Relación entre crecimiento demográfico y crecimiento económico de Mazatlán en el siglo XIX.

502
El siguiente corte temporal coincide con la crisis política de la nación a mitad del siglo XIX

causada por la guerra contra Estados Unidos y la desestabilización económica y

administrativa que significó la pérdida de la mitad del territorio nacional como

consecuencia; y la imposibilidad de formalizar un régimen de gobierno ya fuese federalista

o centralista. Poco después de la venta del territorio de California al país norteamericano en

1848, se suscitaría allí la fiebre del oro la cual habría de reestructurar el capitalismo

internacional que colocaría a Estados Unidos como una naciente potencia internacional

capaz de competir con Inglaterra por los recursos mexicanos que históricamente devengó;

además de que desató un fenómeno migratorio que ostensiblemente dejó a muchas zonas de

México sin brazos para ocuparse de las labores productivas de su propio país, afectando

entre tantos lugares, al puerto de Mazatlán; cuyos ingresos aduanales se caen en picada

hasta los niveles que promediaba en sus primeros años operativos. El fenómeno económico

de apenas un lustro atrás había llegado a su fin.

Empero, es imprescindible señalar que la tendencia de contribuciones aduanales

expresada en la gráfica se ve afectada como en ningún otro momento del periodo

investigado en esta tesis por la suma de las razones que se han señalado: descontrol

administrativo de parte de la Hacienda Pública mexicana, corrupción y contrabando y

afectaciones políticas y bélicas locales y nacionales. Si bien las ganancias por el comercio

exterior sí debieron haber disminuido en vista de este lapso de incertidumbre atravesado

por el país, es posible que los números representen menos de lo realmente debieron haber

sido.

La segunda mitad del siglo XIX entre 1850 y 1870 en la que concluye esta

investigación demuestra, no obstante el vacío informativo de alrededor de diez años que

acusó la administración mexicana debido en conjunto a la guerra de Reforma y a la


503
intervención francesa, que las contribuciones aduanales de Mazatlán recuperan muy

rápidamente en el transcurso de estas décadas la mejor forma que llegaron a tener a

mediados de los años cuarenta; e incluso casi cierran la década, en el año fiscal de 1868-

1869, con su mayor ganancia en el siglo XIX; para finalmente revelar una notoria caída de

cara a la década de 1870 que en lo sucesivo sería atribuida por un informante de su tiempo

como un principio de decadencia económica del puerto inducido por el crecimiento del

mercado de California que, absorbió los flujos de capital que originalmente tenían por

destino a Mazatlán; pero sobre todo, por la introducción del ferrocarril en el centro de

México, lo cual vino a desplazar el mercado regional portuario por las facilidades que

ofrecía este medio de transporte que desprendía desde el eje del comercio central entre

Veracruz y México (gráfica D).

504
Gráfica D. Ciclos de la economía portuaria de Mazatlán manifiestos en la primera y la segunda mitad del
siglo XIX.

505
La recuperación económica de Mazatlán experimentada en la segunda mitad del siglo XIX

después de la aparente crisis sufrida entre 1847 debido a la invasión norteamericana, y 1850

como consecuencia de las pugnas por el poder de Sinaloa acontecidas dentro de la entidad,

permite destacar dos cosas: la primera es que en los años en que la economía aparentemente

se cae, los testimonios de la época no expresan ningún derrumbe del acontecer mercantil de

Mazatlán salvo el entorpecimiento de actividades ocasionado por la inestabilidad política

del puerto. Por contrario, los reportes de la época emitidos por militares, comerciantes o por

el consulado francés dan cuenta de un mercado en plaza diverso y funcional y de un

desarrollo de las relaciones comerciales que parecía natural.

La segunda es que hacia el final de la década de 1860, una vez que México había

triunfado por sobre la intervención francesa y la plaza de Mazatlán fue evacuada y

devuelta; el repunte de las contribuciones aduanales, reflejo del crecimiento de la

economía, es coincidente con el reporte del mayor número de habitantes que podía llegar a

alcanzar el vecindario local incluyendo a su población flotante, lo cual puede ser un factor

para afirmar que la economía porteña ahora sí se había expandido lo suficiente como para

llenar las expectativas de tantos de sus inmigrantes, quienes comenzaban a radicarse en el

puerto. Para constatar lo anterior, ayudaría hacer una comparación entre mapas de una

década y otra para descubrir la expansión de la mancha urbana en este asentamiento, así

como la aparición de algunos servicios y obras públicas que pudieran dar fe de este

desarrollo en la comunidad.

Esta tesis propone por lo tanto que la aparente crisis del medio siglo no fue tal, sino

un momento de reacomodo de los márgenes de ganancia que el comercio de Mazatlán

podía llegar a detentar ahora que emergía poderosamente un nuevo competidor en el

circuito económico del Pacífico como lo era el puerto de San Francisco; y por lo tanto, que
506
el flujo de comercio internacional, valiéndose de las ventajas locales y regionales que

ofrecía Mazatlán, dictó el ritmo del desarrollo del puerto sinaloense, de tal forma que las

debacles políticas y bélicas sufridas por la nación no parecen haber alterado las dinámicas

establecidas en este puerto prácticamente desde el tiempo de su apertura; de lo cual es

prueba su explosivo crecimiento económico en la primera mitad del siglo, y el desarrollo de

un mercado consolidado y su reconfiguración como eslabón comercial en la segunda mitad

del mismo. Las relaciones comerciales no se detuvieron, ni por lo tanto, los ingresos

generados por esta actividad; pero cada vez que el puerto fue capturado por invasores

extranjeros o por los propios militares locales, la nación perdía parcial o totalmente el

control de sus contribuciones, quedando éstas en manos del “enemigo”; razón por la que no

podían ser asentadas en las fuentes oficiales.

Son éstas las razones que hicieron del comercio en Mazatlán una actividad tan

redituable como para que una minoría foránea optara por explotar este puerto; y de cómo el

comercio diversificó oportunidades y beneficios dentro del medio local como para que el

grueso de la población también encontrara en Mazatlán una forma de vivir, y por ende de

asentarse de manera definitiva; convirtiéndose de esta manera en una puerta abierta a la

llegada de miles de pobladores; y en un puerto cuyos réditos pueden contarse por millones.

507
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Memoria de la Hacienda Nacional de la República Mexicana presentada a las cámaras


por el ministro del ramo en julio de 1841. Primera parte, México, imprenta de J. M. Lara,
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Memoria de la Hacienda Nacional de la República Mexicana presentada por el secretario


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Memoria de la Hacienda Nacional de la República Mexicana, presentada a las cámaras
por el ministro del ramo en julio de 1838, México, Imprenta del Águila, 1838.

Memoria de la Hacienda Nacional de la República mexicana, presentada a las cámaras


por el ministro del ramo en julio de 1839, México, Imprenta del Águila, 1840.

Memoria de la Hacienda Nacional de la República Mexicana, Presentada a las Cámaras


por el ministro del ramo en julio de 1844. Primera parte, México, imprenta de J. M. Lara,
1844.
Memoria de la Hacienda Nacional de la República Mexicana, Presentada a las Cámaras
por el ministro del ramo en julio de 1844. Segunda parte, México, imprenta de J. M. Lara,
1845.

Memoria del ramo de Hacienda Federal de los Estados Unidos Mexicanos, Leída en la
cámara de Diputados el 13 de enero, y en la de Senadores el 16 del mismo, por el Minis-
tro respectivo. Año de 1826, México, Imprenta del Supremo Gobierno, 1826.

Memoria del ramo de Hacienda federal de los Estados Unidos Mexicanos, leída en la
Cámara de diputados por el ministro respectivo el día 3 y en la de senadores el 4 de
enero de 1827, México, Imprenta del Águila, 1827.

Memoria del secretario del despacho de Hacienda. Leída en la Cámara de senadores el


día 15, y en la de diputados el 17 de febrero de 1832, México, Imprenta del Águila, 1832.

Memoria hasta hoy inédita que de la Hacienda Federal de los Estados Unidos Mexicanos
formó con fecha 23 de abril de 1834 el secretario del ramo Don Antonio Garay para
presentarla al Congreso general de la Unión impresa por acuerdo de 14 de marzo de
1913, México, Tipografía de la Oficina Impresora de Estampillas de Palacio Nacional,
1913.

Memoria presentada al Exmo. Sr. Presidente sustituto por el C. Miguel Lerdo de Tejada
de la marcha que han seguido los negocios de la Hacienda Pública, en el tiempo que tuvo
a su cargo la secretaría de este ramo, México, Imprenta de Vicente García Torres, 1857.

Memoria que el secretario de Estado y del despacho de Hacienda presentó al soberano


Congreso Constituyente sobre los ramos del Ministerio de su cargo leída en la Sesión del
día 12 de Noviembre de 1823, México, Imprenta del Supremo Gobierno, 1823.

Memoria que el secretario de estado y del despacho de Hacienda y Crédito Público pre-
senta al Congreso de la Unión, México, Imprenta del gobierno, 1868.

Memoria que el secretario de Hacienda y Crédito Público presenta al quinto Congreso de


la Unión el 10 de septiembre de 1869, y que comprende el año fiscal de 1° de julio de
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520
Memoria que el secretario de Hacienda y del despacho de Hacienda, en cumplimiento del
decreto de 3 de octubre de 1843, presentó a las cámaras del congreso general, y leyó en
la de diputados en los días 3 y 6 de febrero y en la de senadores en 12 y 13 del mismo,
México, imprenta de J. M. Lara, 1844

Memoria que sobre el estado de la Hacienda Nacional de la República mexicana, presen-


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Vicario foráneo Pr. D. Fancisco Gómez lo que sigue” compilado en Vega Ayala, “La reli-
giosidad” en Clío, ob. cit., pp. 184-186.
“Expédition du Mexique. Route de Mazatlan (Fin.)” en periódico L'Illustration. Journal
Universel, 1865, pp. 383-385 (consultado en la colección particular de Manuel Gómez Ru-
bio, Mazatlán).
“Exposición hecha por los representantes por Sinaloa sobre la inconformidad con res-
pecto a la clausura el puerto de Mazatlán. Mazatlán, febrero 20 de 1837” compilado en Co-
le Isunza, “Diccionario”, ob. cit., pp. 231-233.

529
“Exposición que el comercio de Guadalajara dirige al Supremo Gobierno a fin de que no
se derogue el decreto que manda cerrar el puerto de Mazatlán. Guadalajara, agosto 17 de
1837” compilado en Cole Isunza, “Diccionario”, ob. cit., pp. 235-237.
“Guía de memorias de Hacienda de México (1822-1910). Acerca del proyecto”, El Co-
legio de México (consultado en diciembre de 2019 en
https://memoriasdehacienda.colmex.mx/).
“H. B. Martin Journal” (1847) citado en Mayo, Commerce, ob. cit.
“Informe del gobernador militar y político Dn. Joseph María Garibay al comandante ge-
neral Dn. Pedro Nava, sobre el estado y jurisdicción del puerto de Mazatlán: fundación,
propiedad de las tierras, construcciones y milicias. Mazatlán, 24 de septiembre de 1793”
compilado en García Cortés, La fundación, ob. cit., pp. 199-219.
“Informe que da al Gobierno el ciudadano Antonio J. Valdés de su visita practicada en la
Aduana Marítima de Tepic, por los meses de Noviembre y Diciembre de mil ochocientos
veinte y seis” (1827) citado en Cázares Aboytes, “El contrabando”, ob. cit.
“Informe que el gobernador de Masatán [sic.] hace al señor comandante general del es-
tado en que se haya aquel partido en el año de 1794 [Arispe, enero 1 de 1794]” compilado
en García Cortés, La fundación, ob. cit., pp. 220-223.
“Instrucción de los comisionados de la Dirección General y Juzgado Privativo de Adua-
nas del Reyno” citado en Garavaglia y Grosso, Las alcabalas, ob. cit.
“La asonada de Mazatlán” en periódico El Siglo Diez y Nueve, número 100, tomo 6,
México, julio 21 de 1852, pp. 2-3.
“Manifiesto que hace el gobernador interino y comandante general del estado libre y so-
berano de Sinaloa, a los habitantes del mismo. Rafael Téllez, coronel de infantería perma-
nente, gobernador interino y comandante general del estado de Sinaloa. Puerto de Ma-
zatlán, octubre 19 de 1847” compilado en Ortega Noriega y López Mañón, Sinaloa, t. 1, ob.
cit., pp. 250-258.
“Mazatlan Harbour by Captn. F. W. Beechey R. N. [1828]”, London Hydrographic Offi-
ce (consultado en la colección particular de Manuel Gómez Rubio, Mazatlán).
“Mr. Gilbert’s Correspondance” en periódico Daily Alta California (San Francisco,
1850) compilado en The Maritime Heritage Project (consultado en julio de 2015 en
www.maritimeheritage.org).
“No 3. Fort Phillip Signal Station, With View of Harbour” en Trevor Patrick, “Parramat-
ta Signal Station” (consultado en mayo de 2016 en hill-
story.com.au/hillstory/articles/Parramatta_Signal_Station.html).
“Nombramiento de comandante militar y político del pueblo de Mazatlán para don Jo-
seph Garibay y de ayudante para don José Pose, por real orden al virrey de la Nueva España
[Aranjuez, 23 de marzo de 1792]” compilado en García Cortés, La fundación, ob. cit., pp.
191-193.
“Notas sobre el estado de Sonora y Sinaloa” (Bourne) compilado en Ward, México, ob.
cit., pp.753-778, apéndice C.

530
“Old Saw-mill, Mazatlan” (consultado en la colección particular de Manuel Gómez Ru-
bio, Mazatlán).
“Ordenanza de Revillagigedo” citado en Garavaglia y Grosso, Las alcabalas, ob. cit.
“Outer anchorage in a calm Mazatlan, August 1850” (consultado en disco compacto
“Sociedad Amigos de Mazatlán: Mazatlán Antiguo”, Archivo histórico municipal de Ma-
zatlán).
“Padrón general de todos los habitantes de este puerto con especificación sucinta de los
nombres, edades, estados y oficios, dividido en cuatro cuarteles para organizar el orden
público. Levantado por el Sr. Manuel Mallen” [1837] citado en el catálogo del Archivo
histórico municipal de Mazatlán (inédito).
“Plano de la Ciudad y Puerto de Mazatlán” (Rosalío Banda e Ignacio Aguado, 1877),
clave: 564-OYB-7231-D (mapoteca digital “Manuel Orozco y Berra” consultado en
http://w2.siap.sagarpa.gob.mx/mapoteca/).
“Plano del Puerto de Mazatlán” (Andrés L. Tapia y Vicente Patiño, 1869), clave: 510-
OYB-7231-A (mapoteca digital “Manuel Orozco y Berra” consultado en
http://w2.siap.sagarpa.gob.mx/mapoteca/).
“Plano del puerto de San Feliz de Mazatlán”, Estado Mayor Divisionario. Mayo de
1825”, clave: 585-OYB-7231-A (mapoteca digital “Manuel Orozco y Berra” consultado en
http://w2.siap.sagarpa.gob.mx/mapoteca/).
“Plano iconográfico del reino de Michoacán” compilado en Beaumont, Crónica, ob. cit.
“Ports on the West Coast of Mexico From British Surveys in 1828 and 1829 With Addi-
tions by Comdt. George Dewey, Commanding U.S.S. Narragansett 1874”, clave: 509-
OYB-7231-A (mapoteca digital “Manuel Orozco y Berra” consultado en
http://w2.siap.sagarpa.gob.mx/mapoteca/).
“Ports on the West Coast of Mexico” (George Dewey, 1875), clave: 509-OYB-7231-A
(mapoteca digital “Manuel Orozco y Berra” consultado en
http://w2.siap.sagarpa.gob.mx/mapoteca/).
“Pronunciamiento de la guarnición y autoridades de Mazatlán. Mazatlán, Sinaloa, mayo
7 de 1846” compilado en Will Fowler, “The Pronunciamiento in Independent Mexico
1821-1876” (acervo electrónico de University of St Andrews consultado en mayo de 2018
en www.arts.st-andrews.ac.uk/pronunciamientos).
“Proposiciones de los representantes por Sinaloa, sobre la nulidad del decreto del ejecu-
tivo de 17 del último febrero por el que se clausura el puerto de Mazatlán y otros documen-
tos relativos. México, marzo 27 de 1837” compilado en Cole Isunza, “Diccionario”, ob. cit.,
pp. 230-231.
“Real Orden de 15 de septiembre de 1776 a los Governadores de los Puertos para que se
dediquen como deben a desarraigar en sus respectivos distritos el perjudicial error de no ser
pecaminosos los fraudes contra el Real Erario” citado en Cruz Barney, El comercio, ob. cit.
“Refutación al manifiesto que dio a la luz en el puerto de Mazatlán con fecha 19 del pa-
sado octubre [de 1847] D. Rafael Telles, gobernador por la conculcación de las leyes y por

531
el derecho bárbaro y ominoso de la fuerza (Durango, Imprenta del gobierno, 1847)” compi-
lado en Ortega Noriega y López Mañón, Sinaloa, t. 1, ob. cit., pp. 259-272.
“Relación que el teniente gobernador de Mazatlán rinde al señor gobernador intendente
de Sonora de todos los puntos que conducen a formar un exacto conocimiento del estado y
productos de este gobierno, para de ello instruir al señor comandante general de las provin-
cias internas al Real Consulado de Veracruz en cumplimiento a la Real Orden de Su Majes-
tad de 21 de junio de 1804” compilado en García Cortés, La fundación, ob. cit., pp. 225-
238.
“Representación que han dirigido al Congreso los comerciantes y dueños de fincas del
puerto de Mazatlán contra su clausura. Mazatlán, marzo 4 de 1837” compilado en Cole
Isunza, “Diccionario”, ob. cit., pp. 233-235.
“Representación que la legislatura de Occidente dirige al congreso general pidiendo la
continuación del puerto de Mazatlán. Concepción de Álamos, diciembre 5 de 1830.” com-
pilado en Cole Isunza, “Diccionario”, ob. cit., pp. 229-230.
A new voyage round the world (William Dampier, 1927) citado en Gerhard, La frontera,
ob. cit.
Actas del cabildo de Mazatlán de 1837 y 1846 citadas en Cole Isunza “Diccionario”, ob.
cit.
Adolph Riensch. Erinnerungen aus meinem leven während der jarhe 1830-1855 (1960)
citado en “Adolph Riensch” en Hernández Norzagaray y Schobert Lizárraga, Raíces, ob.
cit., pp. 201-212.
Archivo consular estadounidense, varios documentos citados por Mayo, Commerce, ob.
cit.; y Lerma Garay, Mazatlán, ob. cit.
Archivo de British Foreign Office, varios documentos citados por Mayo, Commerce, ob.
cit.; e Ibarra Bellón, El comercio, ob. cit.
Archivo notarial histórico del estado de Sinaloa, varios documentos citados por Martínez
Peña, “Historia”, ob. cit.
Bartolomé García de Escañuela (1680) citado en Gerhard, La frontera, ob. cit.
Boletín Oficial del Estado de Sinaloa (Mazatlán, 1871) citado en Cole Isunza, “Diccio-
nario”, ob. cit.
Crónicas de la conquista de la Nueva Galicia en territorio de la Nueva España (José
Luis Razo Zaragoza, 1963) citado en Álvarez, “Chiametla” en Trace, ob. cit.
Die wirtschaftlichen Beziehungen Deutschlands zu Mexiko und Mittelamerika im 19.
Jahrhundert (Hendrik Dane, 1971) citado en Radkau, Von Metz et al. “Capital” en Von
Mentz, Radkau et al., Los pioneros, ob. cit.
Documento (plano) de Mazatlán sin referencia, clave: 943-OYB-7231-A (mapoteca di-
gital “Manuel Orozco y Berra” consultado en http://w2.siap.sagarpa.gob.mx/mapoteca/).
Documentos (planos) de Mazatlán sin referencia (consultado en la colección particular
de Manuel Gómez Rubio).
Ensayo sobre el derecho administrativo mexicano (José María del Castillo Velasco,
1875) citado en Cruz Barney, El comercio, ob. cit.
532
Estadística del estado libre de Sonora y Sinaloa (José de Caballero, 1825) citado en
Busto Ibarra, “El espacio”, ob. cit.
Luis Fernando García Barraza, “Ignacio Fletes. Crónica de una vida” en “Blogspot: Es-
pacio de Fernando” (consultado en julio de 2015 en
https://chaikobarraza.wordpress.com/2009/09/).
Historia de Durango (Ignacio Gallegos, 1982) citado en Álvarez, “Chiametla” en Trace,
ob. cit.
Historia de la Hacienda pública (Francisco Comín, 1996) citado en Sánchez Santiró,
Las alcabalas, ob. cit.
Manual de geografía y estadística de la República Mexicana (Jesús Hermosa, 1857) ci-
tado en Estadísticas históricas de México, tomo 1, Aguascalientes, Instituto Nacional de
Geografía, Estadística e Informática, 1999.
Memoria estadística del Estado de Occidente (Juan Miguel Riesgo y Antonio J. Valdés,
1828) compilado en Ortega y López Mañón, Sinaloa, t. 1, pp. 80-117.
Narrative of a Voyage to the Pacific and Beering’s Strait, to Co-operate with the Polar
Expeditions: Performed in His Majesty’s Ship Bloosom, Under the Command of Captain F.
W. Beechey, in the Years 1825, 26, 27, 28 (Frederick Beechey, 1831) citado en Mayo,
Commerce, ob. cit.
New York Public Library (consultada en marzo de 2016 en
http://www.nypl.org/archives/2376).
Noticias Estadísticas del Estado de Sonora (José Francisco Velasco, 1850) citado en
Lagarda Lagarda, “Álamos” en Sociedad Sonorense de Historia, A. C.
Periódico Boletín de la 4ta División Militar (Mazatlán, 1869) citado en Pérez Montes,
“Mazatlán”, ob. cit.
Periódicos Daily Alta California (San Francisco, 1849,1864 y 1870) citados en The Ma-
ritime Heritage Project; y Lerma Garay, Érase, ob. cit.
Periódico El Eco de Occidente (Mazatlán, 1859) citado en Lerma Garay, Mazatlán, ob.
cit.
Periódicos Evening Bulletin (San Francisco 1859 y 1863) citados en Lerma Garay, Ma-
zatlán, ob. cit.
Periódico Sacramento Daily Union (1863) citado en Lerma Garay, Mazatlán, ob. cit.
Periódico The Mexican Times (México, 1866) citado en Pérez Montes, “Mazatlán”, ob.
cit.
Real Hacienda de Durango: Cuentas, 1654-1869 citados en Álvarez, “Chiametla” en
Trace, ob. cit.
Real Hacienda: Minería, 1794 citado en Ramírez Meza, Economía, ob. cit.
Secretaría de Marina, http://www.semar.gob.mx.
Sinaloa, un bosquejo de su historia (Antonio Nakayama, 1983) citado en Ortega Norie-
ga y López Mañón, Sinaloa, t. 1, ob. cit.
Sinaloa: el drama y sus actores (Antonio Nakayama, 1975) citado en Ortega Noriega y
López Mañón, Sinaloa, t. 1, ob. cit.
533
The Admirable and Prosperous Voyage of the Worshipfull Master Thomas Cavendish
(Francis Pretty, 1600) citado en Gerhard, Pirates, ob. cit.
The Distribution of Original Tribes and Languages in Northwestern Mexico (Carl Sauer,
1934) citado en Gerhard, Pirates, ob. cit.
To the Pacific and Artic with Beechey. The Journal of Lieutenant George Peard of HMS
“Blossom” 1825-1828 (Barry Gough, 1973) citado en Mayo, Commerce, ob. cit.

534
ÍNDICE DE GRÁFICAS, CUADROS E IMÁGENES

Gráficas

Descripción Pág. Núm.


Actas matrimoniales de la parroquia y del registro civil de Mazatlán. 48 I.2
Actas matrimoniales de la parroquia y del registro civil de Mazatlán. 48 I.3
Calidad de los nacimientos registrados en el puerto de Mazatlán de 1860 a 1870. 96 I.22
Cantidad de bultos de mercancía movilizados por cabotaje en el puerto de
Mazatlán en el año de 1854 según su procedencia y destino. 331 IV.6
Ciclos de la economía portuaria de Mazatlán manifiestos en la primera y la
segunda mitad del siglo XIX. 505 D
Crecimiento poblacional del puerto de Mazatlán en la primera mitad del siglo
XIX. 56 I.6
Crecimiento poblacional del puerto de Mazatlán en la segunda mitad del siglo
XIX. 89 I.18
Derechos aduanales totales de la aduana de Mazatlán de 1825 a 1871. 498 B
Edad de los pretendientes al momento de su llegada al puerto de Mazatlán entre
1822 y 1849. 66 I.11
Entierros registrados en el puerto de Mazatlán de enero de 1849 a octubre de
1850. 77 I.12
Estado civil de los fallecidos por causas distintas al cólera, de enero de 1849 a
octubre de 1850. 80 I.14
Estado civil de los fallecidos por cólera, de septiembre de 1849 a febrero de 1850. 81 I.15
Ingresos por alcabala de las aduanas marítimas mexicanas del Pacífico norte en
1825 y 1825-1826. 164 II.11
Ingresos por alcabala de los departamentos del occidente de México de 1841 a
1844. 257 III.12
Ingresos por alcabala de los departamentos del occidente de México en 1835-
1836 y 1836-1837. 193 II.19
Ingresos por derechos aduanales de los puertos mexicanos del Pacífico norte de
1841 a 1844. 226 III.3
Ingresos por derechos aduanales de los puertos mexicanos del Pacífico norte del
año de 1853-1854 al primer semestre del año natural de 1857. Montos en pesos. 308 IV.1
Ingresos por derechos aduanales de los puertos mexicanos del Pacífico norte del
año fiscal de 1848-1849 al de 1850-1851. 283 III.21
Ingresos por derechos aduanales de los puertos mexicanos del Pacífico norte del
segundo semestre del año fiscal de 1867-1868 al año fiscal de 1870-1871. 362 IV.15
Ingresos por derechos aduanales en los puertos mexicanos de la costa occidental y
de la costa oriental de 1825 a 1836-1837. Montos en pesos. 154 II.5
Ingresos por derechos aduanales en los puertos mexicanos de la costa occidental y
de la costa oriental del año natural de 1841 al de 1844. Montos en pesos. 225 III.2

537
Ingresos por derechos al comercio interior de las receptorías del occidente de
México en el segundo semestre del año natural de 1853 y en el año natural de
1855. 333 IV.7
Ingresos por derechos de 1% de importación de las aduanas marítimas mexicanas
del Pacífico norte de 1831-1832 a 1836-1837. 184 II.16
Ingresos por derechos de consumo de las aduanas marítimas mexicanas del
Pacífico norte de 1830-1831 a 1836-1837. 189 II.18
Ingresos por derechos de consumo de los departamentos del occidente de México
de 1841 a 1844. 255 III.11
Ingresos por derechos de exportación de las aduanas marítimas mexicanas del
Pacífico norte de 1830-1831 a 1836-1837. 199 II.21
Ingresos por derechos de exportación de las aduanas marítimas mexicanas del
Pacífico norte de 1841 a 1844. 262 III.14
Ingresos por derechos de exportación de las aduanas marítimas mexicanas del
Pacífico norte de 1848-1849 a 1850-1851. 293 III.27
Ingresos por derechos de exportación de las aduanas marítimas mexicanas del
Pacífico norte del año natural de 1825 al año fiscal de 1827-1828. 169 II.12
Ingresos por derechos de exportación de plata acuñada o labrada de las aduanas
marítimas mexicanas del Pacífico norte de 1841 a 1844. 264 III.16
Ingresos por derechos de exportación de plata acuñada o labrada en cuota de 3.5%
de las aduanas marítimas mexicanas del Pacífico norte de 1830-1831 a 1836-
1837. 201 II.23
Ingresos por derechos de exportación de plata y oro acuñado o labrado de las
aduanas marítimas mexicanas del Pacífico norte de de 1868 a 1870-1871. 381 IV.23
Ingresos por derechos de exportación de plata y oro acuñados o labrados de las
aduanas marítimas mexicanas del Pacífico norte de del año fiscal de 1848-1849 al
año natural de 1851. 295 III.28
Ingresos por derechos de exportación de plata y oro en pasta de las aduanas
marítimas mexicanas del Pacífico norte de 1841 a 1844. 263 III.15
Ingresos por derechos de exportación de plata y oro en pasta en cuota de 7% de
las aduanas marítimas mexicanas del Pacífico norte de 1830-1831 a 1836-1837. 200 II.22
Ingresos por derechos de exportación de plata y oro en todas sus presentaciones y
cuotas en las aduanas marítimas de los principales puertos del Pacífico mexicano
de 1853-1854 a 1857. 335 IV.8
Ingresos por derechos de importación de las aduanas marítimas mexicanas del
Pacífico norte de 1841 a 1844. 231 III.5
Ingresos por derechos de importación de las aduanas marítimas mexicanas del
Pacífico norte de 1848-1849 a 1850-1851. 285 III.22
Ingresos por derechos de importación de las aduanas marítimas mexicanas del
Pacífico norte de 1853-1854 a 1857. 311 IV.2
Ingresos por derechos de importación de las aduanas marítimas mexicanas del
Pacífico norte de 1868 a 1870-1871. 364 IV.16

538
Ingresos por derechos de importación de las aduanas marítimas mexicanas del
Pacífico norte del año fiscal de 1830-1831 al de 1836-1837. Montos en pesos. 178 II.14
Ingresos por derechos de importación de las aduanas marítimas mexicanas del
Pacífico norte del año natural de 1825 al año fiscal de 1827-1828. Montos en
pesos. 158 II.8
Ingresos por derechos de internación de las aduanas marítimas mexicanas del
Pacífico norte de 1825 a 1825-1826. 162 II.10
Ingresos por derechos de internación de las aduanas marítimas mexicanas del
Pacífico norte de 1841 a 1844. 254 III.10
Ingresos por derechos de internación de las aduanas marítimas mexicanas del
Pacífico norte de 1868 a 1870-1871. 377 IV.22
Ingresos por derechos de internación de las aduanas marítimas mexicanas del
Pacífico norte en 1849-1850 y 1850-1851. 289 III.24
Ingresos por derechos de introducción de monedas de las aduanas marítimas
mexicanas del Pacífico norte de 1831-1832 a 1836-1837. 194 II.20
Ingresos por derechos de introducción de monedas de las aduanas marítimas
mexicanas del Pacífico norte del año fiscal de 1849-1850 al año natural de 1851. 292 III.25
Ingresos por derechos de tonelaje de las aduanas marítimas mexicanas del
Pacífico norte de 1831-1832 a 1836-1837. Montos en pesos. 186 II.17
Ingresos por derechos de tonelaje de las aduanas marítimas mexicanas del
Pacífico norte de 1841 a 1844. 237 III.7
Ingresos por derechos de tonelaje de las aduanas marítimas mexicanas del
Pacífico norte del año natural de 1825 al año fiscal de 1825-1826. Montos en
pesos. 161 II.9
Ingresos por derechos de tonelaje de las aduanas marítimas mexicanas del
Pacífico norte en 1849-1850 y 1850-1851. 287 III.23
Ingresos por derechos de tonelaje de las aduanas marítimas mexicanas del
Pacífico norte en el año natural de 1855 y el primer semestre del de 1856. Montos
en pesos. 315 IV.3
Ingresos por derechos de tonelaje en las aduanas marítimas de los principales
puertos del Pacífico mexicano de 1868 a 1870-1871. Montos en pesos. 367 IV.18
Ingresos por derechos de un peso por bulto de mercancía extranjera introducido a
puerto de las aduanas marítimas mexicanas del Pacífico norte de 1868 a 1870-
1871. 377 IV.21
Ingresos por derechos introducción de monedas de las aduanas marítimas
mexicanas del Pacífico norte de 1841 a 1844. 258 III.13
Ocupación de la población laboralmente activa de Mazatlán, 1850-1870. 108 I.23
Ocupación según su origen de la población laboralmente activa de Mazatlán,
1850-1870. 109 I.24
Origen de la población adulta fallecida de enero de 1849 a octubre de 1850. 83 I.17
Origen de las pretensas en el puerto. Comparación entre la primera y segunda
mitad del siglo XIX. 95 I.21
Origen de los hombres y mujeres pretendientes de matrimonio en el puerto de
Mazatlán de 1840 a 1850. 82 I.16

539
Origen de los pretendientes de matrimonio en el puerto de Mazatlán de 1850 a
1870. 94 I.19
Origen de los pretendientes en el puerto. Comparación entre la primera y segunda
mitad del siglo XIX. 94 I.20
Origen y costo del entierro de la población adulta fallecida en el puerto de
Mazatlán de enero de 1849 a octubre de 1850. 111 I.25
Partidas de información matrimonial de la parroquia y del registro civil de
Mazatlán. 47 I.1
Principales orígenes de los pretendientes avecindados en el puerto de Mazatlán de
1822 a 1849. 65 I.10
Procedencia de las mujeres pretendientes y año de su llegada al puerto de
Mazatlán desde comienzos del siglo XIX hasta 1849. 62 I.9
Procedencia de los pretendientes y año de su llegada al puerto de Mazatlán desde
finales del siglo XVIII hasta el año de 1849. 61 I.7
Procedencia de los varones pretendientes y año de su llegada al puerto de
Mazatlán desde finales del siglo XVIII hasta el año de 1849. 62 I.8
Proporción de las exportaciones del puerto de Mazatlán de 1852 a 1856 según su
valor. 338 IV.10
Proporción de los bultos de mercancía ingresados al puerto de Mazatlán en 1867
según el producto. 374 IV.20
Proporción de los ingresos del ramo de aduanas marítimas y terrestres en la
formación del erario público mexicano del año natural de 1825 al año fiscal de
1836-1837. Montos en pesos. 153 II.4
Proporción de los ingresos por derechos de exportación de plata y oro acuñado o
labrado de la aduana marítima de Mazatlán de 1868 a 1870-1871 según el metal. 381 IV.24
Proporción de los ingresos por derechos de exportación de plata y oro de la
aduana marítima de Mazatlán de 1830-1831 a 1836-1837 según la calidad del
metal. 201 II.24
Proporción de los ingresos por derechos de exportación de plata y oro de la
aduana marítima de Mazatlán de 1841 a 1844 según la calidad del metal. 264 III.17
Proporción de los ingresos por derechos de exportación del puerto de Mazatlán en
1855 según producto. 336 IV.9
Proporción de los ingresos por derechos de importación de las aduanas marítimas
mexicanas del Pacífico norte de 1830-1831 a 1836-1837 según el rubro. 183 II.15
Proporción de los ingresos por derechos de importación de las aduanas marítimas
mexicanas del Pacífico norte de 1841 al de 1844 según el rubro. 233 III.6
Proporción de los ingresos por derechos de importación y exportación de la
aduana marítima de Mazatlán de 1825 a 1836-1837. 156 II.7
Proporción de los ingresos por derechos de importación y exportación de la
aduana marítima de Mazatlán de 1841 a 1844. 231 III.4
Proporción de monedas exportadas del puerto de Mazatlán en el año natural de
1851 según el tipo del metal. 295 III.29

540
Proporción de monedas introducidas al puerto de Mazatlán en el año 1851 según
el tipo del metal. 292 III.26
Proporción del valor de las exportaciones al puerto de Mazatlán de 1841 a 1846
según procedencia. 269 III.20
Proporción del valor de las exportaciones al puerto de Mazatlán en 1865 según
procedencia. 357 IV.14
Proporción del valor de las importaciones al puerto de Mazatlán de 1841 a 1846
según procedencia. 239 III.9
Proporción del valor de las importaciones al puerto de Mazatlán de 1852 a 1856
según su procedencia. 318 IV.5
Proporción del valor de las importaciones al puerto de Mazatlán en 1865 según
procedencia. 354 IV.12
Proporción entre los derechos al comercio exterior mexicano de 1825 a 1836-
1837. 156 II.6
Registro de población finada en la parroquia y en el registro civil de Mazatlán. 51 I.4
Relación entre crecimiento demográfico y crecimiento económico de Mazatlán en
el siglo XIX. 502 C
Relación entre tendencia de crecimiento demográfico de Mazatlán y origen de las
personas establecidas del puerto de 1828 a 1870. 490 A
Registro de población nacida en la parroquia y en el registro civil de Mazatlán. 52 I.5
Sexo y estado civil de los fallecidos en Mazatlán, de enero de 1849 a octubre de
1850. 80 I.13
Tonelaje movilizado por el comercio de altamar en el puerto de Mazatlán en los
años de 1854, 1865 y 1867. 367 IV.17
Tonelaje movilizado por el comercio de cabotaje en el puerto de Mazatlán entre
los años de 1864 y 1867. 370 IV.19
Valor de la plata exportada por los puertos mexicanos del Pacífico norte a través
de Royal Navy del año 1837 a 1837. Montos en pesos. 203 II.25
Valor de la plata exportada por los puertos mexicanos del Pacífico norte a través
de Royal Navy del año de 1827 al de 1829. Montos en pesos. 171 II.13
Valor de la plata exportada por los puertos mexicanos del Pacífico norte a través
de Royal Navy del año de 1838 al de 1840. Montos en pesos. 221 III.1
Valor de la plata exportada por los puertos mexicanos del Pacífico norte a través
de Royal Navy del año del año 1841 a 1846. Montos en pesos. 267 III.18
Valor de la plata exportada por los puertos mexicanos del Pacífico norte del año
de 1824 al de 1826. Montos en pesos. 142 II.3
Valor de las exportaciones de los puertos mexicanos del Pacífico norte en los
años naturales de 1825 y 1826. 140 II.2
Valor de las importaciones de los puertos mexicanos del Pacífico norte en los
años naturales de 1825 y 1826. Montos en pesos. 139 II.1
Valor y procedencia de las exportaciones al puerto de Mazatlán en 1865. Montos
en pesos. 356 IV.13

541
Valor y procedencia de las exportaciones del puerto de Mazatlán del año 1841 a
1846. Montos en pesos. 268 III.19
Valor y procedencia de las exportaciones del puerto de Mazatlán en el año 1865.
Montos en pesos. 354 IV.11
Valor y procedencia de las importaciones del puerto de Mazatlán del año 1841 a
1846. Montos en pesos. 239 III.8
Valor y procedencia de las importaciones del puerto de Mazatlán del año 1852 a
1856. Montos en pesos. 316 IV.4

Cuadros

Descripción Pág. Núm.


Acreedores y adeudos de la aduana marítima de Mazatlán de 1855 a 1856. 309 IV.3
Administración foránea de alcabalas de Sonora y Sinaloa, 1810. 128 II.1
Calles de Mazatlán alrededor de 1854. 444 V.3
Cantidad de bultos de mercancía introducidos a Mazatlán por sus garitas en 1867. 371 IV.13
Capital de los empresarios de Mazatlán en 1849. 288 III.8
Capital de los empresarios de Mazatlán en el primer lustro de la década de 1840. 245 III.4
Cifras poblacionales del puerto de Mazatlán en la segunda mitad del siglo XIX. 90 I.8
Comerciantes, capitalistas y propietarios de fincas radicados en el puerto de
Mazatlán en 1837. 212 III.1
Comercios existentes en la ciudad Mazatlán en 1854. 320 IV.6
Comercios existentes en la ciudad Mazatlán en 1867. 375 IV.14
Comparación de la población laboralmente activa de Mazatlán y de Durango a
finales de la década de 1860. 107 I.13
Consumo de carne en la municipalidad de Mazatlán en 1867. 376 IV.15
Establecimientos comerciales y laborales del puerto en 1854. 454 V.4
Estructura de la aduana marítima de Mazatlán en 1840. 219 III.2
Estructura de la aduana marítima de Mazatlán en 1863. 350 IV.9
Exportaciones de los puertos mexicanos del Pacífico al puerto de San Francisco,
California en 1851. 282 III.7
Habitantes del pueblo y del puerto de Mazatlán, siglos XVII al XIX. 40 I.2
Ingresos por otros derechos cobrados en las aduanas marítimas mexicanas del
Pacífico norte de 1868 a 1870-1871. Montos en pesos. 384 IV.16
Lugares de referencia de la ciudad de Mazatlán alrededor de 1854. 441 V.2
Marina mercante del puerto de Mazatlán en 1867. 369 IV.11
Marina mercante del puerto de Mazatlán en el año de 1854. 328 IV.8
Mercaderes y casas comerciales establecidas en el puerto de Mazatlán en la
década de 1840. 243 III.3
Mercado de la plaza de Mazatlán en 1854. 323 IV.7
Movimiento portuario de altamar en el puerto de Mazatlán en los años de 1865 y
1867. 366 IV.10

542
Movimiento portuario de altamar en Mazatlán en el año de 1854. 314 IV.4
Movimiento portuario de cabotaje en el puerto de Mazatlán entre los años de
1864 y 1867. 369 IV.12
Población de las principales villas, pueblos y ranchos del Estado de Sinaloa en
1849. 75 I.6
Población del puerto de Mazatlán en la primera mitad del siglo XIX. 57 I.3
Población del real de minas de Nuestra Señora del Rosario. 32 I.1
Poblamiento por cuarteles de la ciudad de Mazatlán entre 1837 y 1840. 432 V.1
Preferencias matrimoniales de las parejas establecida en el puerto de Mazatlán de
1838 a 1849. 71 I.5
Principales exportadores de Mazatlán en 1841. 269 III.6
Principales importaciones del puerto de Mazatlán en los años naturales de 1825 y
1826. 144 II.2
Principales lugares de origen de la de la población pretendiente de matrimonio
establecida en el puerto de Mazatlán de 1850 a 1870. 99 I.10
Principales ocupaciones de la población laboralmente activa de Mazatlán en el
año de 1854. 105 I.11
Principales ocupaciones de la población laboralmente activa de Mazatlán en el
año de 1867. 105 I.12
Principales orígenes de la de la población pretendiente de matrimonio establecida
en el puerto de Mazatlán entre 1822 y 1849. 70 I.4
Productos de la agricultura del sur del departamento de Sinaloa en la década de
1840. 247 III.5
Renta de la municipalidad de Mazatlán en el año de 1854. 306 IV.2
Rentas del gobierno federal en el departamento de Sinaloa en el año de 1854. 305 IV.1
Tasas brutas de mortalidad en Mazatlán y en otras poblaciones del occidente y el
norte de México a mitad del siglo XIX. 78 I.7
Tasas brutas de natalidad en Mazatlán en la segunda mitad del siglo XIX en
comparación con las de otras ciudades y distritos relacionados al puerto. 92 I.9
Valor de las mayores importaciones del puerto de Mazatlán en el año de 1856. 319 IV.5

Imágenes

Descripción Pág. Núm.


Aserradero o posible astillero de Mazatlán alrededor de 1840. 410 V.10
Calles de Mazatlán alrededor de 1854. 443 V.21
Camino de Palos Prietos. 446 V.22
Ciudad de Mazatlán alrededor de 1854. 439 V.19
Contribuciones fiscales del comercio exterior e interior en México en el siglo
XIX. 154 II.4
Distribución por cuarteles de los comerciantes de la ciudad de Mazatlán en el año
de 1840. 241 III.1

543
Ejemplo de casas tipo cuartería. 468 V.31
Entrada norte de la ciudad. 447 V.23
Espacios representativos del puerto de Mazatlán de 1826 a 1828 señalados en
plano actual. 408 V.9
Espacios representativos del puerto de Mazatlán entre 1820 a 1825 señalados en
plano actual. 399 V.5
Estación de señalizaciones marítimas de la década de 1830. 430 V.15
Estero del Infiernillo. 451 V.24
Evolución de la población de Mazatlán en la primera mitad del siglo XIX. XV A
Fondeadero de Mazatlán visto desde el cerro de la Batería, 1850. 437 V.18
Jefatura superior de Hacienda Pública en el departamento de Sinaloa en 1838. 192 II.5
Lugares de referencia de la ciudad de Mazatlán alrededor de 1854. 440 V.20
Mapa de referencia del área de Mazatlán, siglos XVI a mitad del siglo XVII. 17 I.3
Mapa guía de navegación de la costa occidental de Nueva España de finales del
siglo XVI. 12 I.1
Mazatlán, reconocido como puerto y pueblo en 1778. 29 I.4
Mazatlán, Sinaloa 2016. 392 V.1
Origen de las mujeres pretensas radicadas en Mazatlán entre 1803 y 1849 según
el registro parroquial. 68 I.8
Origen de las mujeres pretensas radicadas en Mazatlán entre 1828 y 1849 según
el registro civil. 69 I.9
Origen de las mujeres pretensas radicadas en Mazatlán entre 1850 y 1868 según
el registro civil. 103 I.14
Origen de las mujeres pretensas radicadas en Mazatlán entre 1850 y 1870 según
el registro parroquial. 102 I.13
Origen de los adultos fallecidos por cólera entre septiembre de 1849 y febrero de
1850. 85 I.10
Origen de los hombres pretendientes radicados en Mazatlán entre 1800 y 1849
según el registro parroquial. 66 I.6
Origen de los hombres pretendientes radicados en Mazatlán entre 1821 y 1849
según el registro civil. 67 I.7
Origen de los hombres pretendientes radicados en Mazatlán entre 1850 y 1869
según el registro civil. 101 I.12
Origen de los hombres pretendientes radicados en Mazatlán entre 1850 y 1870
según el registro parroquial. 100 I.11
Origen geográfico de los contrayentes varones del Real de minas del Rosario,
1776-1810. 30 I.5
Posible ubicación de la zanja de desagüe de Mazatlán (1847). 452 V.25
Posible ubicación del puerto de San Félix de Mazatlán. 393 V.2
Provincia de Chiametla según el primer mapa de la Nueva Galicia de Domingo
Lázaro de Arregui, 1621. 16 I.2
Proyecto del faro de la isla del Crestón en la segunda mitad del siglo XIX. 431 V.16
Puerto de Mazatlán alrededor de 1846. 428 V.13

544
Puerto de Mazatlán en 1820. 395 V.3
Puerto de Mazatlán en 1823: ubicación de la “Casa Blanca”. 133 II.1
Puerto de Mazatlán en 1825: ubicación de la “Casa Blanca del comandante militar
de Sinaloa”. 134 II.2
Puerto de Mazatlán en 1827. 403 V.7
Puerto de Mazatlán en 1828. 407 V.8
Puerto de Mazatlán en 1841. 425 V.12
Puerto de San Feliz de Mazatlán en 1825. 398 V.4
Rada exterior del puerto (1846). 430 V.14
Representación de caminos terrestres y el pasaje acuático del sur de Sinaloa a
mediados del siglo XIX. 458 V.27
Sede transitoria de la aduana marítima, c. 1854. 465 V.29
Teatro Alegría (c.1847). 456 V.26
Ubicación de la aduana marítima del puerto de Mazatlán en 1828. 151 II.3
Vista de la ciudad de Mazatlán, 1848. 474 V.32
Vista de Mazatlán desde el cerro de la Batería, c. 1849. 479 V.33
Vista de Mazatlán desde el cerro del Fortín, 1850. 460 V.28
Vista del fondeadero de Playa Sur desde el cerro de la Cruz, 1849. 466 V.30
Vista del fondeadero exterior del puerto de Mazatlán al sur de la península. 401 V.6
Vista del puerto de Mazatlán en 1842. 434 V.17
Zona inundable en el istmo de la península de Mazatlán en el primer tercio del
siglo XIX. 418 V.11

545

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