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Don Gabriel José de Zuloaga


en la gobernación de Venezuela
(1737 - 1747)

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DON GABRIEL.JOSE DE ZULOAGA EN LA GOBER-
NACION DE VENEZUELA (1737-1747)

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PUBLICACIONES DE LA
ESCUELA DE ESTUDIOS HISPANO-AMERICANOS
DE SEVILLA

CXLVI
(N. • general)

Depósito legal Sep. SE - 283 - 1963

Las noticias, asertos y opiniones contenidas en este


trabajo son de la exclusiva responsabilidad de su au-
tor. La Escuela de Estudios Hispano-Americarros s6lo
responde del interés científico de sus publicaciones.
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O T T O P I K A Z
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Don Gabriel José de Zuloaga


en la gobernación de Venezuela
( 173 7 -1747)

ESCUELA DE ESTUDIOS HISPANO-AMERICANOS

ESCUS:I !~ DE ~STUO\O S
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RE SE R VADOS
LOS DERECHOS

G. E-. H. A.-'-Alfonso XII, '.12.::....Sitm.i.4.


INDICE GENERAL

PRESENTACION

CAPITULO PRJMERO.- VENEZUELA EN 1737· .... ............................. 7


J. EL MEDIO Y EL HOMBRE: Marco geogtáfü:o .- Pohlación : cla.ses
raciales y sociales.-Aspecto culturnl.-Il. ADMINISTRACIÓN: Organis•
mos del poder centtal.-Otganismos locales.-m. PaoBL&'1AS ESEN·
CIALES.

CAPITULO SEGUNDO.-GABRIEL JOSE DE ZULOAGA 29


Datos biográficos anteriores a su gohierno.-Nomhramiento de Gober-
nador.-Primerós pásos.-Guerra y enfermedades.....:..La miel :del triun•
fo: ·defensa de La Guaira ,y Puerto Cabello y Condado de, Torre Alta.
El veneno.- Lfoencii;t definitiva.

CAPITULO TERCERO.- ASPECTOS .ADMlNISTRATIVO-POLITfCOS 1... 47


Dependencia del Virreinato de Nueva Granada. -Facultades del Go-
her,tiádor ,_...;.-Tahla de oficios y personas u organismos que lós .n ombran.
Tabla de materias político•administrativas y dependencias.

CAPITULO CUARTO.-ECONOMIA: LA COMPAR'IA GUIPUZCOANA... 59


La Compañía Guipuzcoana: Orígenes y actuáción dmante el Gobierno
de Zuloaga.- 1. ANTlC0NTRABANDo.-II. Co~rERCio.-Bases y razones
de la oposición provincial a la Compañía y Zuloaga.-Éxpresión de
la r eacción popillar : Subl evación de San FeUpe.- La reacción man•
tuana : La posesión del Cabildo.- Breve interpretación del papel de
la Compañía Guipuzcoana en l a Provincia de Caracas.

CAPITULO QUINTO.- ASUNTOS MILITARES .... .... .. ......... ............. .... 93


l. FoRTIFICACIORES : Los años indecisos.-Sucesivos est.ados de arti•
llería y pertrechos hasta después de los ataques a La Guaira y Puerto
Cabello.- Incremento de las fortificaciones y pertrechos.-ArtiUería
de los puertos en enero de 1747.- ll. LA GUE~RA: Ataque a La Guaira
en 1739.- La declaración de guer,r a.- Ayudil a Cartagena de Indias.
a
Ata<iue . La Guaira de l 743.- La proclama de Knowles.- Ataque a
Puerto Cabello.- La colaboración de la Provincia.-Correspondencia
con el ·General Champigny.- Noticias y temores.-La paz.-111. Tu-
MULTOS: El motín de Tocuyo.

VI ÍNDICE GENERAL

CAPITULO SEXTO.-MATEiUAS ECLESIASTIC.AS .... ............ , ............ 133


El Obispo García Abadiano.- Real Pationato.- El contrabando y el
clero.-Inquisición.- Santa Cr\lzada.- Misiones.-Beneíicencia.
CAPITULO SEPTIMO.-JUICIO DE RESID.ENCIA .... .......................... 151

APENDICE 1.-(Apéndfoe al capitulo tercero) ............ -;- .. .. .... ........... ...... 157

APENDICE II.- TITULO DE GOBERNADOR A FAVOR DE DON GA-


BRIEL DE ZULOAGA ................... .... '. .. ..... .. .. .. .. ... .. . ........... ..... .... 181

APENDICE IIl,__:_SUBLEVAClON DE LA CIUDAD DE SAN FELIPE ...... 182

APENDTCE IV.- FALLO DEFINITIVO DEL JUICIO DE RESIDENCIA


DE ZULOAGA ...... ..... ..... :.... ........... ......... ...................... ................ 190

FUENTES DOCUMENTALES .. .. .. . .. .. ... . .. .... .. .. .. .... . ..... .... .. .. .. .. .. .. .... .. .. 193

BIBLIOGRAFIA ............. .......... ..... .. .... ............ ...... ......... ... .. .. ..... .-. .. .. .. 193
PRESENT ACION

No abundan los investigádores que de una manera ge-


neral o monográfica se hayan adentrado én el estudio de
la provincia espafiola de Venezuela con un criterio histórico
imparcial y una limpia intención de -hacer simplemente
historia.
El nebuloso conocimiento del pasado de- esta región
desde su entrada en el imperio hasta los umbrales mismos
de su ·independencia, y para los venezolanos un · sentido
positivista de iniciar sus déstinos con este ultimo hito y
una especie de vergüenza de su origen, han preparado
erróneamente al públiéci éh general a la aceptación de una
generación ·espontánea de precursores y libertadores que
en el último tercio del siglo XVIII abriran o entornarán al
menos las·solemnes y pesadas puertas de su vida nacional.
Consecuentemente, los llamados Próceres serán mesiánica
y tépérttinamenté iluminados desde un plano sobrenatural
y, por su caracter de semidioses, envolverán el nacimiento
de su república en la bruma mitica, como Eneas · hacía
arrancar del amorío contra natura de una diosa y un
hombre la divina prosapia del pueblo romano.
Aunque partiendo de idénticos sentimientos, curiosa-
mente distinta es la actitud del frecuente erudito patrio-
tero que recorre su vida «prenacional» en una obsesi\ra caza
de remotos precursores, margaritas en el estiércol. El nom-
bre de casi todo revoltoso, cualesquiera que hayan sido sus

( 1I
2 OTTO PIKAZA

móviles - protesta contra un abuso, megalomanía, egoísmo


de grupo o simple delincuencia- se escribe con letras de
oro entre los forjadores de la, nacionalidad, bautistas que
allanan caminos del ungido. No es raro que por este camino
se llegue a extremos pintorescos cuanflo la .gloria de los
supuestos precursores se aplica con carácter retroactivo a
sus padres y antepasados.
La historia, sin embargo, por desgracia para mesianis-
tas e hiperpatriotas, corre por cauces más lentos, continuos
y normales, sin saltos, como la buena ciencia, como la buena
naturaleza. Utilizando nomenclatura y conclusiones gené-
ticas - no fuera de lugar en la .«génesis» de una nacionali-
dad- nos atreveríamos a afirmar que todo ·nuevo asenta-
miento o cultura, por trasplante, desviación o síntesis, son
ya concebidos y nacen con· genes y rasgos hereditarios si-
lenciosa pero intima y p0tencialmente presentes. Su actua-
lización plena empero habrá de ir precedida de un largo
desarrollo, insensiblemente progresivo, a través de todas
sus f~ses, en que numerosos factores de todo orden, exter-
nos e internos, físicos y espirituales, afectarán las huellas
.progenitoras .y harán acto de presencia en la obra defini-
tiva. Y corno ciertos órganos del cuerpo humano, si bien
en .potencia desde el mismo estado fetal, las nacionalidade.s
no alcanzan madurez organica rii de funcionamiento, ni
mucho menos conciencia de éstos, hasta un punto muy
avanzado de crecimiento.
Situamos nuestro trabajo en una de esas etapas inde-
finibles ae la gestación de Venezuela. Diez años de visisec-
ción en el flujo sordo e ininter,r umpido de casi trescientos
de umbilicació:h en la plaéenta española. A primera vista,
nada espectacular sacude nuestra atención en este decenio
de la primera mitad del siglo XVIII. Guerras, •reacciones
contra el abuso, pleitos los hubo desde el principio. Ahora
bien, a un examen detenido alli encontramos soterrados
todos los ingredientes de transformación, aunque todavía
ZULOAGA EN LA GOBERNACIÓN DE VENEZUELA 3

muy lejos de la inde:pehdeneia funcional y déhtro plena-


mente de la más ortodoxa línea rudimentaria .pero clara-
mente perfilando y definiendo.
En el aspecto político la provincia se asegura para el
porvenir en la tradición hispánica, al superar, tras una
guerra victoriosa, el riesgo de convertirse en otl'a Jamaica
u otro Belice. De una vez para siempre establece su im-
portancia e individualidad administrativa al sustraerse del
bloque virreinal neogranadino. Su supremacía sobre las
vecinas -gobe,r naciones de Maracaibo, Cumaná, Margarita,
Trinidad y Guayana en materias de persecucíón del comer-
cio ilícito le confían el poder aglutinante del territorio pan-
venezolano, ahora explícita e íntegramente d~marcado en
un esbozado tránsito de provincia a país. Un nuevo lazo de
dependencia extraprovíncial se quiebra cuando el Gober-
nador de Caracas obtiene la facultad de nombrarTenientes
Justicias Mayores, sin la aprobación de la Audiencia de
Santo Domingo.
El municipio adquiere por reacción el :valor de núcleo
integrador de las· demandas y las :esperanzas provinciaies.
Los enconados conflictos de los mántuano:s por abrirse paso
a través de la vía legal del cabildo dan a este organismo
conciencia de su capacidad institucional. Las fuerzas anár-
quicas quemadas en la ievueltá dél zambo Andresóte co-
menzarán a estructurarse paulatinamente alrededor de lós
cabildos. El levántamiénto de San Felipe séñala un paso
hacia adelante por la complicidad de los AlcaJdes Ordina-
rios. La misma insistencia con que se pretende por todos
los medios reducir sus poderes implica bien elocuentemente
un reconocimiento de su fuerza: la Compañía Guipuzcoana
desafía al cabildo desde el instante mismo en que se la
establece sin contar pata nada con él y querrá después
manipular sus acuerdos; el Rey decide primero que la sus-
titución de la suprema autoridad de la provincia, Lardi-
zábal, en caso de muerte, enfermedad o ausencia la haga
4 OTTO PIKAZA

el Obispo Valverde en lugar de los Alcaldes Ordinarios de


Caracas que habían disfrutado del derecho desde tiempo
inmemorial, para dejar definitivamente esta prerrogativa
en el Teniente de Gobernador y en el Castellano de La
Guaira; el típico castigo de Zuloaga cpnsiste en sugerir
medidas humillantes contra las ciudades' a base de suprimir
o reducir sus títulos y cabildos. Todos estos atentados harán
insconsciehtemente sospechar a los criollos el valor del
arma. con que cuentan a pesar de que sus metas caigan
aún cortas y de sus imperfecciones oligárquicas que ni la ·
misma independencia resolvería.
La elección de la provincia hecha por la Compañía para
su explotáción y el atractivo mercantil que en holandeses
y británicos despierta éóntribu:y-en a dar un sentido de
autoimportancia económica. Nuevas tierras se roturan, los
cultivos se estructuran rilás ál día. La Gobernación cruza
la raya del parasitismo en el situado de Nueva España a
la autosuficiencia con superávit. Vedadas a punta de lanza
las extracciones ilícitas, la tradición contrabandista prin-
cipia a canalizarse én un esquemá orgánico y a mirar a
diff,t ancia hacia los órganos •legales del cabildo pa.:ra una
mayor justicia y flexibilidad de tratos y contratos.
Los subproductos de una guerra insistente y triunfada
dejan igualmente su poso evolucionante: bien probadas
fort.ificaciones, comprensión de su potenciai humano. Las
milicias con una participación esencial en la defensa del
territorio, reciben su bautismo de fuego y entrenamiento
como embrionario ejército local. Las privaciones impuestas
por diez años de ataques y 'bloqueos, dentro de un estado
de permanente emergencia en que su competidora, la Gui-
puzcoana, crece en poder y arbitrariedades; colman el grado
de compresión soportable y aúnan un compacto frente de
repugnancias y fobias. Así, hermanados más que por obje-
tivos que aman o desean por imposiciones que aborrecen,
ZULOAGA EN LA GOBERNACIÓN DE VENEZUELA 5

nobles y plebe se acercan en una campaña destructiva


común.
ta Iglesia local, fiscalizada de cerca por la obsesión
anticontrabandista y el autoritarismo del Vicepatrono Real,
que mengua constantemente sus privilegios, se irá pasando
al lado de la provincia cuya riqueza les alimenta. lios frailes,
en jaque continuo por el entrometimiento dél Gobernador
se enfrentarán aceleradamente al poder central para aso-
ciarse al local que se le opone. Todos ellos a la hora de
pedir o reclamar delegarán en los grandes criollos del
cabildo sus problemas, confundiéndolos así con los de la
provincia.

Denso y rico como se muestra este período en síntomas


evolutivos, nadie que sepatnós ha pretendido evaluarlo en
conjunto, por sí mismo, con un criterio puramente histó-
rico y panorámico. Los escasos estudios que de una u otra
forma se asoman a estos años pasan a través de ellos re-
cógiéndo caprichosa.merite simples episodios aislados -ins-
t itllcionales, religiosos- o llevan 'en sí la virulencia polé-
mica de dos actitudes extremas con respecto a la Compañía
Guipuzcoana, el gran revulsivo del siglo, que ha acaparado
en tér:mtnos de blanco y negro la atención casi exclusiva
de los historiadores.
La figura misma de su esencial testigo y protagonista,
el Gobernador don Gabriel de Zuloaga, ha subido aquí y
allá las gradas del escenario a remolque de los juicios sobre
la Compañía, de tan histéricamente debatida memoria. En
ellos los contornos de su persona se diluyen sin vida propia,
en papel de mero integrante de la empresa y las suertes
de ambos corren parejas en los veredictos de los autores.
Condenación o coronación, prácticamente sin término
medio.
6 OTTO PIKAZA

Mas no puede caber duda de que Zuloaga es una figura


histórica exenta, de bulto redondo. Aun dentro de cierta
confusión de su propio papel eh el irreductible binomio
Compafiía-Provincia, hay en todo su largo gobierno un in-
confundible y personalisimo estilo de imponer, resolver y
contémporizár que le con.vierte en el in$trumento principal,
por. acción o reacción, de cuanto se h ace y que le da derecho
a merecer en el tribunal de la historia una silla individual
y no un banco corrido de las responsabilidades colectivas.
Este modesto trabajo no es el pan egírico ni el anatema,
ni tan siquiera la biografía de Zuloaga. Zuloaga es un pre-
texto; un pretexto esencial, humano y doliente que como
una cU:fia nos abre en canal las entrañas vivas de este
decenio, y nos hace posible su intima y compleja recons-
trucción dinámica.
CAPITULO PRIMERO

VENEZUELA EN 1737

Don Gabriel José de Zuloaga presJdió la Gobernación


y Capitanía General dé la Provincia de Caracas o Venezuela
de 1737 a 1747. Hállase, pues, nuestro estudio cronológica-
mente circunscrito a una década concreta de un siglo con-
creto y sería indudablemente cómodo recortar a tijera sus
contornos. Pero los años son demarcaciones convencionales
y no podemos eludir en la práctica su conexión íntima con
los que pasaron y los que seguirán. La historia se nos pre-
senta como un rompecabezas en que la ubicación: de cada
fragmento está condicionada por la de sus vecinos o, mejor,
como un silogismo en cadena en que cada juicio - cada
hecho, positivo o negativo- es a la vez consecuencia y
premisa de los demás.
Por otra parte, la circunstancia de lugar y tiempo
-económica, cultural, administrativa~ no sólo es una
«conditio sine qua non» para el entendimiento de los hechos
y los problemas sino que, por un algo que ronda el deter-
minismo histórico, nos hace comprensible, y no pocas veces
previsible, la crisis .no nacida, la evolución por venir.
De ahí que, aunque elemental y esquimáticamente,
hayamos de hacer una reconstrucción de la complejidad
ambiental, institucional e histórica, como escenario y tra-
moya inevitables. Una auténtica «composición dé lugar> en
el sentido ignaciano de la frase.
8 OTTO PIKAZA

l. EL MEDIO Y EL HOMBRE

Marco geográfico

En contraposición a la actual delimitación matemático-


geográfica de los paises - rios, montes, ;coordenadas- nos
sale al paso en casi toda la América colonial una desoladora
vaguedad. de fronteras. La administración se apuntala sobre
una serie de ciudades, villas y pueblos. La penetración y
la colonización se quedan, por lo general, en las márgenes.
¿Cuáles son las tierras jurisdiccionales de estos municipios?
¿Dónde empiezan y acaban las de una y otra provincia
o gobernación? Preguntas éstas tan insolubles por aquel
entonces en la mayor parte de los casos que el problema
subsiste en cierto grado en la América de nuestros dias.
Con Venezuela no hubo excepción. Nunca habían sido
fijados los limites con las tierras circundantes 1 y se suce-
dieron los pleitos con CU:maná, Brasil y Nueva Granada.
Abundaron los intentos ineficaces que sólo llegarían a con-
solidarse en líneas y mapas generaciones después. Asi,
únicamente podemos, en su defecto, hablar de unas aproxi-
madas barreras prácticas.
En una aclaración negativa diremos que las regiones
de Margarita, Maracaibo, Cumaná y Guayana, Trinidad y
Caracas, conocida ésta con el nombre de Venezuela, cons-
tituyeron gobernaciones totalmente independientes entre
sí hasta 1777.
Siendo la última de las provincias mencionadas el
campo de nuestra investigación, la enumeración de los
lugares visitados por el Obispo Marti, si bien posterior, por
la concienzuda cronologia de sus fundaciones, arroja datos
valiosos sobre las poblaciones periféricas, que podriamos
admitir a manera de provisional empalizada. 2
1 Gil Fortoul: Hist<>ria C<>nstituci<>11ol de Vc11e.c1<clo, tomo J. p:igs. 94-93.
2 Visita del Obispo Mariano ).farti :ll Obispado de Caracas y Ve,-ezueln {1n1-
1784). A. G. I., Caracas, 9S9.

ZULOAGA EN LA GOBERNACIÓN DE VENEZUELA 9

•A su vez, en el juicio de residencia del propio Zuloaga


int.e rvienen los núcl~os más importantes en que se atornilla
la m áquina administrativa y económica de la provincia.
Son éstos las Ciudades de Caracas, 3 San Sebastián de los
Reyes, Nueva Valencia del Rey, Nirgua, duanare ~o Gua-
naguanare-, San Felipe el Fuerte, Barqui-simeto, Carota,
Tocuyo, Trujillo y Coro; las Villas de San Carlos de Austria,
San Juan Bautista del Pao y San Luis de Cura y el Puerto
de fa Guaira, 4 a los que podemos añadir las villas de Ataure
y Todos los Santos de Calabozo, de origenes administrativos
capuchinos. 5
En cuanto a las líneas envolventes Oviedo y Baños nos
proporciona los siguientes datos: Al oeste, el Cabo de la
Velá inicia la divisoria con la gobernación de Santa Marta;
al este, el n10:rro del río Unare la separa de Cumaná; al
norte, el mar y al sur, el Orinoco. 6 El P. Caulín precisa
en par"te la frontera oriental haciéndola remontar las aguas
del Unare hasta sus fuentes en la serranía de Pariaguá,
aunque la , deja caer indecisa desde aquel punto hasta el
Orinoco; da por límites al sudoeste -con NUeva Grana-
da- este último río. 7 El francés Anville en su mapa del
pri.l:rier ·tercio del siglo XVIlI, hace terminar la provincia
antes de llegar al Río ·unare para llevarla por el Otinoco
desdé la boca entre Mérida y Guanare, los ú.mit'es desem-
bocan al sudeste de la laguna de Maracaibo. 8 Sería Bello
quien mucho mas tarde señalar:í.a unos trazos más definí-

3 Teníá 20.000 habitantes. La capital se había mud ad.o a Caracas de~de Coro
en 1578, Humbert, Jules: H istr;ire de ·la Colombie et d,; Vemnmela des ··o rigen~s
jn:s qi,'a 110s ioitr-s, pág. 7S-
,; J~i-cio de Residencia · de Zuloaga. A, G. l., Escribanía de Cámara,. 734, A.
s Rio11egro, Fray Froilán de: Relaciqw de las Misfrmes de los PP. C-apuchlt,r;s
t 11 lll'S antíg,t,as . (!rovi11c•i il-s españolas, hoy Ve,,-ez11elo; (Pássi\11).
G Óviedo y Baños, José: Historia de la Conq111'sto; 1• Pobláci611 de la Prv-
t•focfo de Ve11e::,iela, pág. 1 :r.
7 C:,ulín, Fra;y Antonio: Ilfstoria. t/e . la Ni1c'va Andal1<cín, pá"gs. 25:2-253.
8 Anville, J. B .. <l': Atla.s Gencn,t.

10 0TT0 PIKAZA

tivos a la Gobernación de V-ehezuela y a las adyacentes. 9


Se calculaba. en 200.000 el número d~ los habitantes del
territorio, lo que implicaba una bajísima densidad.
Dentro de este equívoco marco, un suelo orográfico y
climatológico múltiple con zonas atormentadas de cordille-
ras y sosiegos de valles fecundos, ríos, caños, sabanas y
dilatadas costas. Tierra agrícola y ganadera. Junto al mar
y en los valles inferiores a 360 metros, el calor y la humedad
prestan las condiciones requeridas por el cacao,, cultivo
éste el más decisivo en la economía venezolana de la época.
Otros frutos, si bien en un plano más secundario, son
el tabaco, los cereales, el añil, la grana, las maderas pre-
ciosas. 10
Por los llanos y en las haciendas el ganaderq persigue
a caballo las reses en es.Pera de su carne y sus cueros.
Las distancias se salvan penosamente encareciendo los
productos. Cada jinete o viandante abre en muchos casos
su propia ruta, y, cuando la hay, consiste ésta en veredas
y caminos de herradura. Los enfáticos «Caminos Reales»
apenas pueden di~tinguirse de los demás. Las vías más im-
portantes ~al decir de Gil Foi'toul- son: la de Caracas a
los valles de Aragua, abierta en su etapa primera por Osorio
vme·g as en el siglo XVI; 11 la de Caracas a La Guaira y la
de Valencia a Puerto Oabello. 12 La navegaci.ón fluvial sim-
plifica en contados casos el transporte. 13
Sólo más tarde comienzan a preocupar seriamente los
accesos interurbanos y se busca la superación en el trazado
y en la comodidad,·a la vista de las deficiencias de los exis-
tentes hasta· entonces. 14
-9 Bello, Andrés: Resmnim de la Historia de Ven.eiu,eio (Gtascs, págs. 2n-
2r2). Véanse igualmente los· ExJ,edie,n tes sobf-e Umites de Cmnmiá, ·y Oritioco. A . G. I ,
Caracas, 439.
ro Oviedo y Baños: Op. dt., pág. 12,
¡ ¡ Humbert, ). : pp. cit., pág. 79.
r a Gil Fortoul: Op. cit., pág. 1 01.
.f3 Arcifa Fatías.: Eco,romfo Colo,iial de Ve·1iezuela, pág, 469.
Í4 Puecleri •verse a tftulo ih.istrat:ívo varias representaciones sobre Ja materia
del -Cabildo de Caracas al Rey. · A. G. l., Caracas, 182. La obra de José Luis Cis neros
ZULOA.GA EN LA GOBERNACIÓN DE VENEZUELA 11

Población : clase:s raciales y sociales


Venezuela - como América en general- era un mues-
trario étnico casi completo. El lugar de nacimiento en los
blancos y el diferente grado de pigmentación en los demás
daba origen a la admitida existencia de siete castas, íntima-
m ente relacionadas con los diversos escaños de ia estrati-
ficación social. El ineyitable Humboldt las ordena . así:
1) españoles nacidos en el viejo continente; 2) españoles
nacidos en América, llamados criollos; 3) mestizos, des-
cendientes de blanco e indio; 4) mulatos, de blanco negro;
5) zambos, de i.ndio y negro; 6) indios; 7) negros con sus
subdivisiones. 15
En el momento que historiamos, el español metropoli-
tano y el criollo encarnan las fuerzas vivas, a cuyo lado
los demás elementos se bandean pasivamente. El primero,
llegado a comerciar o a' administrar ~ petulante e inculto
en buena parte-, posee casi en exclusiva los cargos político-
burocráticos del poder central. Este monopolio avivará las
rencillas y, con el tiempo, el nacionalismo.
Pero, dentro del español «de España», cuentan grupos
dispares y antagónicos cómo el vasco y el canario, éstos
;m ás conocidos, por el nomtire de isleños.
El isleño había sufrido la doble adversidad de ser rele-
gado y de su propia indolencia. Los gobernadores se habían
despreocupado de ellos, según parece. La riada inmigra-
toria, con afanes de colonizar tierras de «leche y miel», rio
pudo obtener sino «los poeres terrenos» para la agricul-
tura 16 y, Con ellos, la miseria. La sensación de vacio gástrico
transformó a muchos en «vagos» 17 y gentes de condUcta
irregular. El ·c ontrabando fue un desahogo lógico y fácil;
Deséripcí611 exqi:ta ·ile la Pri>7Jincia de ,Venezuela (1764) ofrece los datos geográficos
más contemporáneos al momento de n uestra historia.
1s Humboldt, Alejandro : Essai politiq11e sur le Roya11,111e de la NowveUe E s·
par¡,¡e, torno I, pág. 344. Cita tomada de Gil Fortoul, op. cit,, pág, 79.
1.6 'Arcila Farías: Op. cit , pág. 172 .•
17 " Vago alli y entonces equivalía tanto :como a ·coritrabandi"lta". 'Morales Pa-
d rón, Fran·dsco : !,11rod11,cci6n · a la ·11acio,ralidad ve·ne.&ol,mn,, pág, 2.
12 OTTO PIKAZA

otro, .él de servir de coro, de comparsas, a las ambiciones


criollas, ajenas .t otalmente a mejorar la situación de los
canarios. No se pierden algarada. Pero su cerebro es ex-
céntrico.
No obstante, la afluencia continuaba. A restringirla
tiende una Real Cédula, de que se acusa recibo en Caracas
en 1740, para que en adelante no se permitiese que en los
navíos de registro procedentes de Canarias se embarcasen
otras personas que las precisas para su tripulación y carga. 18
Los vascos 19 habían desplazado a los catalanes en el
terreno ·económico con la llegada de la Compañía Guipuz-
coana. Mimados por la Corona, industriosos y ·se:riós en los
negocios, 20 con ellos «la población comenzó a experimentar
los efectos de una ·inyección de sangre vasca que la elevó
en todos sus aspectos, como en Chile». 21 Sus fácilmente
id-entiflcables apellidos aparecerán en porcentaje creciente
detrás de cada iniciativa comercial, de cada proyecto in-
no:vador, en el futuro.
Eh buena parte factores de la Compañía, el monopolio
que representaban los colocó desde un principio frente a la
oligarquía criolla. Sus intromisiones arman el caballo de
batana del siglo XVlII en Venezuela. Pero su paso, con todo
lo que a favor o en contra pudiáremos presentar, inicia
una transformación indudable.
Encontramos a los criollos en distintos ni.veles de la
escala :social -cultivadores, mili-tares, clérigos, empleados-,
de entre los que uno destaca acaparando casi íntegramente
la influencia y el poder loca.les. A sus componentes se les
conoce con el nombre de «grandes cacaos» o «mantuanos». 22
Forman la noble:z a en sangre y la potencia económica.
18 Zuloa!}a al Rey. Catac_as, 25 junio 1740. A. G. I:, Caracas, 66.
19 :Generalmente : se les Ua'nta vizéa.ÍDOS, áúi:ti¡ue fueran guipuzcoanos.
20 -,B aralt, R. M.: :ResU,111,/1-n de "ia H -i's-toria de Ve11ei11ela, pag. . 384.
·zr Morales Padrón, F .: Introducción p. la ·,r11¡;i011alida.d · venezolan,11, pág. 3.
22 :c omo ,es .bjen sabidó, el nombre ele ".grandes caca·o:s" les ·venia ·de la fuente
de sus riquezas eon ia que . a veces éomp-r aban sús títulos; el de "rnarifoaaos'' hace
alusión al ·gran ·rnan1:o :con que ·se tocaban sus muieres.
ZULOAGA EN LA GOBERNACIÓN DE VENEZUELA 13

Descendientes de conquistadores, pobladores y enco-


menderos transmiten por herencia latifundios, prerroga-
tivas, taras y virtudes. En este momento ejercen un ver-
dadero cacicazgo, un control íntimo, de prestigio unas :veces,
de coacción otras. El sistema de subastas les da acceso
prácticamente exclusivo a los cabildos. Su formación fami-
liar y académica ---.cuando la tienen- adolece de trasno-
chada y feudal. Los mismos procedimientos de sus cultivos
y su comercio son rutinarios e inactuales. Todo gravita en
torno a ·sus intereses creados, a su egoísmo de casta, de
coto cerrado y privilegiado.
Las aulas de la Universidad ~ como veremos en segui-
da- proyectan tan sólo Una orientación tomista, conser-
vadora, más bien reaccionaria. Ni las ideas enciclopedistas,
ni la literatura de los viajeros, ni el neohumanismo e inter-
nacionalismo jesuítico, ni las ciencias empíricas, ni las doc-
. trinas del libre comercio, ni unas convicciones liberalizan-
tes, ni el sentimiento de reiVindicación de los indígenas, ni
siquiera la repudia colectiva de .impuestos o reclutas mili-
tares, ni el asalto al principio de autoridad real o pontificia
sobre las bases pragmáticas de la ciénéia libre, ni una edu-
cación niveladora de razas, ni el sentido del contrato social,
ni los complejos claros de a1¡tosuficiencia .. ., ninguna de
estas precondiciones de un sentimiento de emancipación
se darán en Venezuela hasta varias décadas más tarde. 23
Ante esto nos parece prematura, patriotera y falta de
base -si bien sobrada de entusiasmo-, la exaltación de
algunos autores venezolanos al ver en los manejos de los
«mantuanos» -en la rebelión de León más concretamente-
. «la cuna de nuestra emancipación política». 24

23 La mayor parte de los · términos de esta enumeración son itnplíéitaménte


éórisiderados por Picón Salas como ingreclierit:es transformadores que llevan a la
e'mancipación. Picon Salas : 1Je la Col.o nio a ia b1depen.d1mcia, pigs. 161- 183.
'-!4 -Cfr,, por eiemplo, Arístides Rojas: Orl:ge,ies Ven.ezo/a,ros (pág. zss) y Fran-
cisco Morales Padrón : Re'beli6n coitwa la Compa,iía de Carocas, resumiendo opin.io-
n,1i5 de va.ríos autores, págs. 30-34.

(.2 )
14 OTTO PIKAZA

¿Existe conciencia nacional? La libertad de comercio


por la que se revuelven ¿es realmente una visión precur-
sora y moderna o más bien la queja y reacción naturales
contra ciertos abusos que han brotado acá y acullá ante la
tiranía, como hecho aislado de provocación inmediata, casi
eh cada generación de la América e~pañola desde su con-
quista? O ¿es meramente la lucha de un monopolio contra
otro, como sugie,ré HUmbei't? 25 ¿Representan - a través de
estos años y la revuelta mencionada- ese sentido de la
nacionalidad ya formado y desarrollado, que afirma Mi-
jarés 26 o, por el contrario, fue León t an sólo el instrumento
de una oligarquía criolla que pretende conservar intactos
sus privilegios y se despreocupa de mejorar la suerte de
«su pueblo»'? 27 Ni la superioridad o inferioridad de las acti-
vidades de la Compañía con respecto a los mantuanos - con
que Arcila Fat,1as desvía el argumentQ-----., ni la razón o la
sinrazón del levantamiento, tocan, en nuestra opinión, e1
meollo dé la cuestión de la madurez o inmadurez nacional
que, por ausencia de, los. ingredientes aludidos, estamos
muy lejos de admitir.
Nuestro parecer, tan frío e imparcial como sea huma-
namente posible, se inclina por ver todavía un abismo de
transformación esencial entre Toro, San Javier o León y
Flanlin, con quien se les compara. Más · tarde, cuando, a
caballo entre dos siglos, se respire una inquietud de ideas
y actitudes; cuando simbólicamente Santo Tomás encuent re
la competencia de Descartes, Voltaire o Adams Smith
y se actualicen los conceptos liberalizantes, cuando se
contemple al pais en lugar del clan familiar y se asimilen
los ingredientes previos, si podremos considerarlos, a ellos
y a los otros, portadores de un emblema nacionalista-
separatista.
25 H umbert, J. : Op. cit., pag. 95.
26 Mijares, Augu~to ·: La intú-pret.aci4•~ pesimista de la socic/cgía Íiispa,io-
Ame.-icaaa, pág. 68. Cita tomada de Arcila Farías, op. cit., págs. 250°253.
27 Gil Fortoul: Op. cit. Cita tomada de Arcila .F aría~. op. •cit., pág. 250.
ZULOAGA :E N LA GOBERNACIÓN DE VENEZUELA 15

Volviendo por encima de esta obligada disgresión al


lugar abandonado, aludiremos a algunos apellidos repre-
sentatiyos de e,sta nobleza criolla ~algunas de cuyas man-
siones quedan aún como prueba de ostentación- 28 y qué
aparecerán en hartas ocasiones a lo largo de estas páginas.
Son éstos en Caracas: Ponte, Solórzano, Tovar, Gédler, San
Javier, Blanco, de la Madrid, Mijares, Toro, Lovera, Bolívar,
Galindo, !barra, Ascanio, Oribe, etc. Algunos de ellos po-
seían títulos nobiliarios. 29
Casi totalinerite excluidos de los altos empleos políticos,
judiciales, militares y eclesiásticos, su punto de apoyo se
afinca en los limitados organismos locales centrípetos, en
franca dualidad de intereses con los · reales, de carácter
centrífugo con respecto a la proVincia.
Los negros habian venido como esclavos para la agri-
cultura y las minas desde los primeros :tiempos, aunque en
mayor proporción a través de las compafiias comerciales
de Guinea y el Asiento Inglés. Al presente, algunos eran
libres; su importancia social, nula.
No así los pardos _:abigarrada gama de mestizaje y
mulataje,. Dedicados a actividades que iban de las artes
mecánicas y el contrabando a las liberales - aunque no
podían recibir grados académicos-, se recelaba de ellos en
general por revoltosos y sirvieron no pocas veces de carne
de cañón al servicio dé la nobleza. :w Su fuerza no era des-
preciable ya que sobrepasaban numéricamente al grupo
blanc-0 total.
·Esta clasificación estanca respondía a realidades es-
tancas· también en la vida de la ciudad hasta el punto de
que hubiera iglesias de tal o cual color o procedencia. Los
28 Angulo, Diego, y Ma rco, É nrique: Historia deJ Arte Hispano-Amer.jcaM,
tomo IIi.
29 B riceño Perozo, María: El Contador Limonta,, pág. 88. Remitimos al apén-
dice de oficios ejercidos durante la época de Zuioaga para conocer los nombres de
fas gran:des familias en ot ras ciudades.
30 Sobre el origen y la valoración de los pardos, véase Siso, .Cai-loo: La for-
1naci 611" del pú.tb/o ve..ei,0Ta110, especialmen·te el capí tulo XI.
16 OTTO PIKAZA

blancos, por ejemplo, acudían a la Catedral; a la Candela-


ria, los isleños; los negros a San Mauricio y a Altagracia
los pardos. ª1
Paradójicamente, estas vallas de sangre y pigmenta-
ción eran f:ranqueables a los pesos. La Corona vio en la
venta de hidalguías, tratamiento de Don, dispensación de
calidad ·racial y social inferior un pingüe negocio presu-
puesta!, aun contra las quej:rs y la negativa a su aplicación
de numerosos cabildos que auguraban desastres a esta me-
dida. Estamos en plena transición de la sociedad estamen-
tal, basada en el «privilegio espiritual» - sangre, méritos-
ª la clasista, estructurada sobre la permeabilidad de los
niveles sociales al dinero.
También los indios podían, sobre el papel, optar a las
mismas «mercedes» _;,escrupulosamente tasadas----., aunque,
por lo general, permanecieron, con la asepsia de •su aisla-
miento, forzosamente ajenos a las vanidades urbano-
sociales.
Asimismo se agrupaban en diversos planos administra-
tivos. Algunos continuaban bajo el sistema de encomiendas,
ya en vías de extinción; otros se hallaban reducidos eh
misiones, .tutelados espiritual y temporalmente por religio-
sos, y no pagaban tributo a la Corona; a los clérigos -secu-
lar.es les estaban confiadas las doctrinas, donde, considera-
dos ya vasallos directos, tributaban los indios entre las
edades de 18 y 50 años. 32 Contados eran los que :vivían en
ciertos barrios urbanos, llamados «cercados»; 33 Los más
andaban sueltos por el monte. Su diverso grado de mayoría
de edad relativa se hallaba expresado por el derecho a go-
bernarse por alcaldes y regidores propios, dependencia de
un cacique, etc. Los Corregidores y Justicias Mayores y el
Gobernador eran protectores natos del trato y justicia que
se les dieran.
3 r · Ballesteros, Anto_nio : Hlstoria de Espaffa,, to'ri10 Vl , págs. 670-67 s.
3:.1 Bal!e.sterós, Antonio : óp. cit ., tomo VI, pág. 395.
33 R amos, Demetrio : H istorio áe ta Colonización Espa,iolu e» Amé.rica, pá;g . 133.
ZULOAGA EN L.A GOBERNACI ÓN DE VENEZUELA 17

Procedían estos indios de dos gr andes familias lingüís-


ticas, los arawaks --0 araucos- y los caribes, a cuyos grupos
habría que agregar infiltraciones chibchas y tupis. a-i

Aspecto cultural

Hemos ya implicitamente adelantado el carácter de


la educación. Hagamos aquí simplemente mención de los
centros intelectuales: el Seminario, la Univ'etsidad y los
colegios.
El primero - después de varias vicisitudes, desde que
el Obispo Mauro de Tovar ordenó su erección en 1641- s,s
funcionó regularmente a partir de 1673. 36 Tenía cátedras
de Teología, Filosofía y Gramática. A costa de tiempo y
esfuerzos -Santo Domingo no quería perder su exclusiva-
en 1721 el mismo Seminario se convirtió en Real y Pontificia
Universidad con los mismos privilegios que la de iSalaman-
ca. 37 Se instaló en 1725 38 y se a probaron sus constituciones
por Real Cédula de 1727. 39 Oorho una prolongación del Se-
minario - incluso en .profes orado- sus cátedras, Teología,
· Cánones,•Filosofía Moral y Gramática, formaban al estilo
tradicional. Aún tardará mucho en remozarse introducien-
do nuevas disciplinas. 40
Los jesuitas tu:vieron un colegio desde 1731 41 y los con-
:ventos en general ensenaban las ciencias encaminadas a la
fórniació:h de sus candidatos.
.Al parecer ~decimos al parecer por estar en tela de

34 Una idea de los indios ve·n ezolanos púede obtenerse, por ejemplo, en Kricke••
berg. W.: :Et-noiogfa de América (pági5. 192-225), y en Siso, ,Carlos: 0p. cit.
(p.1gs. 84-87).
35 Humbert, J.: Op. cit., ¡iág. 85,.
36 Visita de! Obispo Martín. ·A. G. J., Caracas, 959.
37 Baralt, R. M'. : 0 p. cit., pág. 490·.
38 Gil Fortoul : 0p. eit., pág. 1 21.
3¡¡ Visita del Obispo Martí. A. G. l., Caracas, 9.59.
40 Mi admirado amigo venezolano el 'Dr. lldefonso Leal habrá sin duda publicado
para estas focliás ún exhaustivo y definitivo estudio sobre la Universidad ile Carirc.1~.
41 Hitrnbert, J.: ,Op. cit., pág. 86.
18 OTTO PIKAZA

juicio la ubicación de la Valencia que aparece imprimiendo


el libro de -Cisneros- falta la imprenta hasta principios
del siglo X;IX y, con ella, los periódicos. 42 Los libros se re-
ciben de España, previamente censurados por la lnquisi-
ción. Pero no es raro que aparezcan - por ejemplo, en los
inventarios de difuntos- obras dudosas o reprobadas, in-
troducidas clandestinamente en el trato con ingleses y
holandeses.
En ei término municipal, el pregonero y los pasquines
manuscritos satisfacen muy parcialmente la necesidad
informativa del momento.
Sobre la vida de Caracas y sus costumbres, aun admi-
tiendo sus generalizaciones y una buena dosis de imagina-
ción, la obra de Arístides Rojas nos instruye con clásico
deleite. 40

11. ADMINISTRACION

Desmenuzar el complicado andamiaje dé la Adminis-


tración indiana nos llevaría muy lejos y por mucho tiempo
fuera del centro sustancial de nuestro trabajo. Su conoci-
miento, empero, siquiera. a grandes rasgos, no puede omi-
tirse sin peligro de la más elemental claridad expositiva.
Damos, pues, una somera revisión iristitucionál de la pro-
vincia de Caracas, al desembarcar Zuloaga como Goberna-
dor de la misma en 1737.
:Insinuamos en la primera .parte de este capítulo la
existencia de dos ·tipos de. organismos que corresponden a
dos intereses eh pugna: los centrales y los locales. Aquéllos
subordinan sus actos a la metrópoli, al beneficio de un con-
cepto trascendente y univérsalista, encarnado por el Rey
o el Papa, y suponen, en consecuencia, dentro de la pro-

42 Véase la serie .de a rticules sobre el tenia en "Orígenes de la Imprenta


ea Venezuela y ·primicia.s edi toriales de Caracas''. Edición de Pedro Grases.
43 Roj a;,, Arístides: L eyendas Hist6r,itas.
ZULOAGA EN LA GOBERNACIÓN DE VENEZUELA 19

vincía una fuerza centrífuga. Estos, por el contrario, apli-


can su desvelo al logro de ventajas municipales, o, a lo más,
territoriales, de carácter centrípeto.
La Corona proyecta su control unificante a través de
sus funcionarios, prolongación de sus brazos; y los súbditos
provinciales extienden los suyos en él cabildo, tratando de
equilibrar la balanza. La conexión entre unos y otros se
establece ·teóricamente por medio del Gobernador o .s us
delegados en el ayuntamiento y por el procurador que la
provincia puede enviar, como apoderado de sus intereses,
a la metrópoli. En la práctica la labor de los cabildos se
veía mediatizada por esos mismos gobernadores y justicias
mayo:res, presidentes natos del organismo local, como había
ocurrido en Castilla desdé la creación de los corregidores.

Organismos del poder centra.1

La provincia de Caracas gozaba de responsabilidad


directa ante la Corona. Constituía, pues, una gobernación
no presidencial - carecia de audiencia propia~, ni, por otra
parte, fiscalizada a tra:vés del Virrey, una provincía menor.
Desde el principio sé le otorgó el rango de Capitanía Ge-
neral, a unque con un restringido carácter provincial. La
Capitanía General dé Venezuela propiamente dicha - con
inclusión de otras gobernaciones en materias militares-
no se creó antes de 1777.
El Gobernador, a quien Demetrio Ramos llama técnica-
mente «lugarteniente» - por cuanto que io era del Rey, sin
intermediarios-, supone la máxima autoridad del territo-
rio. 44 En la práctica, ·su condición de «capa y espada» o
letrado requiere un asesor complementario, por una parte,
y, por otra, hay competencias que se le Sustraen.
En materias legislativas le está permitido dictar orde-
nanzas de gobierno. Por lo demás, ha de seguir las disposi-
44 Ramos, úemetrio : Op. cit., pág. 91.
20 OTTO PIKAZA

ciones reales, registradas en uh libro «ad hoc». La pauta le


viene dada por la Recopilación de Leyes de Indias de 1680.
En cuanto a sus funciones propiamente gubernativas,
provee algu,nos oficios y llena interinamente lás vacantes
de otros; está ·facultado para encomendar indios, repartir
tierras . y solares. Obligación suya ; es el inspeccionar, al
menos una v~z, el distrito de su mando y velar por· el buen
tratamiento de los indios además de por el bienestar de
la provincia. Ha de preocuparse por las obras públicas, las
cárceles, las labranzas, etc.
Sus atribuciones judiciales abarcan lo civil y lo crimi-
nal. Siendo de capa y espada, despacha en esta materia el
Teniente de Gobernador, especialista en leyes. Preside por
sí o por su teniente las sesiones del Cabildo de Caracas,
facultad ésta que ostentan en las demás poblaciones los
Justicias mayores. Por encima tiene a la Audiencia de Santo
Domingo, puesto que Venezuela no cont ó con la suya propia
hasta 1786. Dependió de la de Santa Fe durante un corto
intervalo. 45 Son también de la competencia del gobernador
el castigo de los pecados pú blicos y de malhechores, la apli-
cación de penas corporales, la condenación a destierro, a
las armas .y a presidio. Conoce en primera instancia en los
easos criminales; en los civiles lo hace «a prevención» in-
distintamente con los Alcaldes Ordinarios. Se le pasan en
apelación los fallos .de éstos de menor cuantía; los de mayor
se apelan a la Audiencia de Santo Domingo. Si sentencia
en primera instancia en asuntos civiles se lleva la apela-
ción al cabildo.
Tiene .el gobernador al mismo tiempo el titulo de Ca-
pitán General, que hace de él la suprema autoridad militar
de la provincia de Caracas, con facultades para decidir s_in
consejo o tribunal alguno, aunque a veces escuchara, a ti-
tulo puramente éonsultivo, los dictámenes de la Junta de

45 De 1718 a 1723 ·c aracas perteneció al Virrei11at o del Nuevo Reino ·ele


Granada.
ZULOAGA EN LA GOBERNACIÓN DE VENEZUELA 21

Guerra. Deberes propios del cargo son la defensa de la inte-


gridad territorial y la ejecución de la justicia militar, ase-
sorado por su Teniente letrado.
En la hacienda practica la alta inspección de todos sus
ramos, incluso sobre el Coritador Mayor del Tri.bunal de
cuentas. Por su orden, libran los Oficiales Reales en los
gastos ordinarios de la gobernación; los extraordinarios
sólo en determinadas condiciones de urgencia están en sus
manos.
Aneja a la calidad de gobernador se entiende la de
Vicepatrono Real. Su intromisión en lo eclesiástico halla
en esta prerrogativa su adecuada justificación. Dando por
sobradamente conocida esta institución, sólo añadiremos
que las misiones -mientras no dejaran de serlo para pasar
a doctrinas- se susttaian de la dependencia directa de la
autoridad gubernativa de la provincia.
Desde tiempo inmemorial -1696~ habían disfrutado
los alcaldes ordinarios de Caracas de la facultad de susti-
tuir al gobernador en todo el ámbito de la provincia en de-
fecto de éste ~nfermedad, muerte, ausencia~, sin que la
Audiencia de Santo Domingo pudiera no;mbrar interino. 46
Ultiinamenté, sii:l embargo, a una consulta del Consejo que
lo estimaba inconveniente, con una tendencia similar a la
que restó independencia y prerrogativas a las ciudades es-
pañolas del siglo XV, había respondido una Real Cédula
~expedida en 1736- prohibiendo a los caraqueños gobér-
nar la provincia en el caso anterior y disponiendo que la
falta del gobernador fuera cubierta por su Teniente y audi-
ditor de guerra, y el mando militar, por el Cabo Subalterno
y Castellano de La Guaira, que sería designado por el Rey
de entre oficiales del ejército. 47
Esta medida centra.l izadora anulaba conspicuamente
. 46 Consejo, u agosto r734, ·A . .G. l ., Caracas, 11. Desde 1560 la ciudad de
Corq ; desde 1676, ·Caracas, para toda la provincia.
47 . San lldefonso, i4 septiembre 173~. A. G. I., Caracas, u. Véase también
Viillenilla, Lans . L.: Disgrtlgación e Ínte-gración, pág. 53.
22 OTTO PIKAZA

una valiosa prerrogativa local y suscitaba el resentimiento


de los grandes criollos, que acaparaban las alcaldias ordi-
narias.
En realidad, la Corona había últimamente comenzado
a mostrar cierta desconfianza de un municipio fuerte y pri-
vilegiado. Incluso antes de quitar a los Alcaldes la fa.ctiltad
regente, ya el Rey había explicitamente encomendado al
Obispo de Caracas asumir el pleno Gobierno de ocurrirle
algo al Pesquisidor Lardizábal.
J La duración del empleo de Goberná dór venía siendo de
cinco afios y su sueldo de 650.000 maravedíes. Al final de
su mandato se le somete a un juicio de residencia. Durante
sesenta días, a partir de la fecha que los bandos anuncian,
se oyen las quejas contra él, se procede a la averiguación
de su fundamento y al fallo provisional, que se reniite al
Consejo de Indias para su aprobación o rectificación defini-
tivas. Durante su gobierno no sólo está limitado en osten-
tación -no podía tener más de cuatro esclavos, por ejem-
pl~, sino que además se le prohibe practicar el comercio,
casarse, él o sus hijos, asistir a bodas, actuar de padrino en
bautizos, etc., con· el objeto de evitar vínculos e intereses
creados que pudieran poner en peligro su equidad.
Al tiempo de abrir nuestra historia --.esto es, a la lle-
gada de Zuloága- cesaba en su cargo el Juez Pesquisidor
y Comandante General Don Martín de Lardízábal, enviado
para averiguar los motivos que ocasionaban las dilaciones
en los tornaviajes de los navíos de la Guipuzcoana, conocer
las fricciones entre ésta y el gobernador García de la Torre.
El TBniente <1/e Goberna'dor, llamado también Auditor
de Ja Gent,e de Gue.fra, forma con su jefe, por así decirlo,
una misma persona jurídica. Perito en leyes, es, a un tiem-
po, asesor y complemento del Gobe:rhador y encargado de
las materias judiciales en los tribunales militares.
Ocupaba este puesto, por aquel entonces, Domingo Ló-
pez Urrelo. El Monarca lo había elegido de entre varios pre-
ZULOAGA EN LA GOBEltNAC:iÓN DE VENEZUELA 23

tendientes, al ser destinado Manuel Bernardo Alvarez a la


Audiencia de Santa Fe. Se adjuntó a la propuesta del Con-
sejo su expediente académico, por el que sabemos se habia
recibido de Licenciado en Cánones en Alcalá en 1730. 48
Cobraba 500 ducados anuales.
Justicia Mayor era el nombre ,t écnico del delegado dél
gobernador fuera de Caracas. El que desempefiaba el cargo
en las ciudades y villas se denominaba Teniente y Justicia
Mayor. Se anteponía el norribre de Corregodir a quien ejer-
cia funciones análogas en pueblos y comarcas dé indios.
El nombramiento de ambos corría de cuenta del Goberna-
dor de la provincia, aunque había de estar refrendado por la
Audiencia de Santo Domingo. Ninguno de ellos podía ser
vecino de su propia jurisdición.
Dentro del terreno judicial aún hemos de mencionar la
existencia de Jueces Eclesiásticos _:encargados de los plei-
tos de orden espiritual y los civiles del clero--- y de Jueces
Militares, cuerpo ·integrado por el Auditor de la Gente de
Guerra y los asesores del Capitán Gener:al, que formaba
asimismo el Consejo de ·Guerra, cuyas decisiones había de
apoyar su jefe, a no ser que se quisiera remitirlás al Supre-
mo Consejo de Guerra, radicado en la Corte; otro tribunal
especializado lo constituían los Jueces de Hacienda) que ve-
laban por el cumplimiento de las leyes fiscales y sus anejas.
A la cabeza de la hacienda figuraba el Contador Mayor
del Tribunal de Cuentas, título y empleo vendíble, cuya ju-
risdicción acareaba la Costa de Tierra Firme. S uocupación
consistía en tomar cuentas, a modo de inspector o visita-
dor, a los Oficiales Reales de Caracas, Santa Marta, La
Grita o Maracaibo, Cuinaná y Cumanagoto, Margarita,
Guayana y lugares de sus jurisdicciones, a sus tenientes
Y a las personas en cuyo poder hubiera propiedades reales.
Su sueldo ascendía a los 5.000 pesos fuertes. En 1737 el

48 P ropuesta de la C/únara al Rey. 3 máyo 1735, A. G. I., Caraca s. 11 .


24 OTTO PIKAZA

empleo se hallaba en manos de D. Martín Madera de los


Ríos. 49
Cuerpo consultivo del Gobernador con funciones fisca-
les, los Oficiátes Reales cobraban los impuestos y abonaban
los gastos de la gobernación. De sus cuentas eran directa-
mente responsables ante la Corona, fa bien se hallaban fis-
calizados por sus superiores provinciales, el Gobernador y
el Contador Mayor, a los que habían de exhibir periódica-
mente sus libros.
Las fuentes de .t ributación más importantes __,comu-
nes a toda América eh número, sino en porcentajes- pue-
den enumerarse de la siguiente manera: los llamados quin-
tos reales ~que no erah tales---:-, sobre metales y perlas ex-
traídos; la alcab'ala de tierra, sobre ventas y compras de
bienes muebles e inmuebles, de la que se eximía a los indios;
el almojarifazgo, aplicable a importaciones y al que se unía
la alcabala de triar y exportaciones; ·za media anata, mitad
de la renta del primer año en oficios no eclesiásticos; diez-
mos eclesiásticos, un noveno de los cuales - novenas rea-
les~ pasaba a la Corona; tributos d:e indios en doctrinas,
oficios vendibles; . impuestos sobre algunos art.iculos de con-
sumo, pulperías, sucesiones vacantes, ventas de esclavos;
penas de cámara, coinisos, mesada y media anata eclesiás-
ticas,. derechos de armadilla, etc. so
La Iglesia americana dependía nominalmente del Pa-
triarca de las Indias. En ·realidad se hallaba subordinada
al Consejo del mismo nombre, que era el que proponía al
Rey los candidatos a ·1as p-rincipales dignidades y confirma-

49 "Real · Título de Contador del Tribunal de Cuentais .de Venezuela" a Jua n


Francisco Soriano (súcésor de Madera). San lldefonso, 28 julio 1740. Dato tomado
de Hacie11da Col011iál Venezold,i.a, editado por Héctor García Chuecos, págs. 77-81.
so Véan~e datos sobré impuestos en Brlceño Per·ozo, Mario : El Contador li-
monta, p;i.gs. 77-111 ; ValleÍúlla Lan, L: : Las Fina11zas de Venezuela; Pereira,
Carlos: Historia de la América Espa,ióla, tomo Il, págs. 278-291 ; Gil Fortoul:
Op. cit., pá:gs. 1p5-106.
ZULOAGA EN LA GOBERNACIÓN DE VENEZUELA 25

ba los nombramientos en beneficios menores conferidos por


prelados y órdenes religiosas locales. 51
Al igual que la capital de la provincia, la sede episcopal
habla sido en un tiempo - 1637-1638---- removida de Coro
a Caracas, 52 donde la encontramos como sufra,gán:ea del
Arzobispado de Santo Domingo. Incluyó ademá~ de la go-
bernación de su nombre, la ciudad de Maracaibo hasta 1777.
El Dr. Félix Valverde ocupaba su silla desde 1731.
Numerosos eran los conventos, parroquias y capillas
de la capital. Además de la Catedral, estaban las iglesias
de Santa Rosalía, Altagracia, La Candelaria, San Pablo y
San Mauricio, y los conventos de la Concepción, Santo Do-
mingo, San Francisco, Merced y Carmelitas..$.3
En cuanto a 1a Inquisición - tolerante y no aplicable
a los indios-, la gobernación dependía del tribunal de Car-
tagena de Indias, con Santa Fe, Cuba y Puerto Rico. 54

Organismos locales

Perdido ya el carácter democrático primigenio, los


Regidores salen de entre los vecinos por lo general median-
te subasta. Sus misiones de abastecimiento, higiene, etc.,
son las propias de los oficios concejiles de nuestros días. s:s
El primer ciía de enero los regidores eligen, con confir-
mación del Gobernador, dos Alcaldes Ordinarios, por Un
año exclusivamente; su carácter es primordialmente judi-
cial y a ellos corresponde la vista de los pleitos en primera
instancia. El llamado «de primer voto» preside el cabildo
a .f alta del gobernador o, su delegado, el teniente.

51 Ballesteros, Antonio: Op. cit., págs. 708-709.


.5a Talavera García: Atnmf.es dt •His~ória Ecles-iásti.ca de V enezuela, pág. 69 .
S3 Visita del Obispo Martí. A G. I., Caracas, 9·S·9 ,
54 Dua:rte Leve!, Lino: Cuirdro de la H istoria Mi/ita.r .i,• Civil de Venei1~ela-,
pág. 1,98. Para una · idea ·de las dependencias ele los organismos y e.argos remitimos
a la tabla número dos del capítulo t.ercero.
SS Sucre-Reyes, José: Le systema · colonial Es¡,ag11ol daifs L'a>iciim Vtme::u.ela,
pftgs. 113- 1i4.
26 OTTO PIKAZA

Hay otros cargos y funciones en la estruqtura munici-


pal, algunos de ellos superpuestos al título de regidor : el
Alférez Real (portador del pendón real, jefe de las milicias
concejiles, etc.), el Fiscal Ejecutor (encargado de abastos,
pesos y medidas), Alguacil Mayor (velador del cumplimien-
to de la moral, el orden y los acue~dos municipales), los
Alcaldes de H·e rmanda(l (réplica ésta de su homónima :me-
tropolitana), el Procurador General (representante legal
del municipio y cobrador de sus Propios) el Depositario Ge-
neral (especie de tesorero) y el Escribano.
Todos ellos - con el gobernador o su teniente en Ca-
racas, o con- los Jüsticias Mayores en ·el ámbito prcivincial-
componen el Cabildo y suponen un frente local de cara al
centralismo de la Corona, si bien sus posibilidades se en-
cuentran muy menguadas. Su expresión democrática o re-
presentati'va es nula. Identificar sus intereses con los de
la Provincia implicaria un crasísimo error. Los cabildos y
sus miembros se rigen también por la Recopilación de In-
dias de 1680, 56 concretada y pormentrizada en sus propias
ordenanzas, de hechura municipal, aprobadas por la supe-
rioridad territorial indiana. Son facultades del cabildo: el
remate de propios y rentas, las imposiciones de sisas y de-
rramas, los repartos de las obras públicas, la vista en ape-
lación de ciertos fallos. 57
La voz de otros organismos locales -......e.gremios, universi~
dad, diputados de clérigos, 58 instituciones piadosas- llega
a veces a contar decisivamente en los acuerdos de los ca-
bildos e incluso en las altas esferas metropolitanas.

111. PROBLEMAS SOCIALES

Legión son los problemas venezolanos enquistados en


el marco que precede. Todos ellos, sin embargo, quedan en
56 Ballesteros, A. : Op. :cit., págs. 668-670.
57 Valleililfa Lanz: Qp. éit., págs. 75-7 6.
58 Vallenilla Lanz : . Op. cit., págs. 82-87,
ZULOAGA EN LA GOBERNACIÓN DE V:ENEZUELA '27

Ia práctica reducidos a uno solo,' de orden económico; y,


curiosamente, no tanto por las necesidades de crear una
riqueza cuanto por el uso, distribución y consumo de la
e~dstente: el cacao. Todas las dificultades del período, en;.
trafiablemente interdependientes, giran alrededor de este
.fruto: las fortificaciones, el contrabando, la. guerra, ciertas
reformas institucionales, las relaciones entre el Gobernador
y sus sujetos, las mismas cuestiones eclesiásticas. Nada ni
nadie puede sustraerse al poderoso magnetismo del cacao.
Ni pobres ni ricos, ni blancos hi pardos, hi españoles me-
tropolitanos ni extranjeros., ni las tensiones ni las revueltas.
Hasta época muy reciente su tráfico se había, pacifica
y anodinamente, canalizado por la yia legal ~Veraeruz, Es-
paña, Canarias, Caribe- y por el contrabando, en el que
se encontraban ventajas indiscutibles . Ambos medios ve-
nían a satisfacer las pocas pretensiones de la provincia y
las necesidades primordiales de artículos manufacturados.
Con la aparición de la Compafiía Guipuzcoana este
orden de cosas padece una violenta sacudida. La exporta-
ción a la metrópoli y con ella la importación de las merca-
durías europeas pasará en exclu.s iva a sus manos. La em-
presa se entrometerá en las demás rut as autorizadas y en
los órganos locales de gobierno e impondrá su draconiana
guerra al contrabando, aun dentro de las moradas de los
clérigos y de los recintos de las :misiones. Los privilegios
mercantiles de que goza le darán amplios poderes monopo-
listas con gran cabida para la arbitrariedad. Sus intromi-
siones excitarán la animadversión de los grandes criollos,
principales usufructuarios del tráfico con Veracruz y aca-
.paradores de los escafios de los cabildos. La febril batalla
librada a l comercio ilicito afectará directamente a una
buena parte de las clases bajas, atraerá a las costas fas
fragatas y balandras artilladas de una clientela heroica-
mente segura - Y con el constante riesgo de connivencia
28 OTTO PIKAZA

con los vendedores- y agriará los ánimos con su intransi-


gente fiscalización.
No puede, pues, extrañar que los criollos en general
-cosecheros, exportadores, intermediarios, contrabandis-
tas, beneflciarioS- vieran con la intrusiva institución mer-
madas considerablemente sus posiQ'ilidades, condicionadas
sus remesas y en peligro su poder político-económico. El
natural resentimiento contra su monopolio y sus abusos
hubo y habría de exteriorizarse eh más de una ocasión eh
explosivos l~vantamientos y en enconadas conspiraciones
y pleitos.
Tal vez con distintos in.atices en cada incógnita, la
Compafiía Guipuzcoana, sus vicios y sus virtudes, todo lo
que ella origina, destruye, interfiere o limita puede suscri-
birse como denominador común de esta Venezuela informe·
de mil setencientos treinta y tantos.
CAPITULO SEGUNDO

GAB.R,IEL JOSE DE ZULOAOA

Datos biográficos anteriores a sur gobierno

Gabriel José de Zuloaga había nacido en Fuenterrabia,


provincia de Guipúzcoa, Espafia. No h emos podido deter-
minar la fecha. Ateniéndonos a los datos de L. A. Sucre,
fue hijo de Pedro Ignacio de Zuloaga y Josefa Moyúa y
Barrena, hidalgos que tenían un mayorazgo. 1
Desde 1697 - afio al que se remontan sus primeros
servicios a la Corona- 2 hasta su nombramiento de Gober-
nador de Venezuela, apenas puede rellenarse el claro de
cuatro decenios con los epígrafes de sus ascensos y cam-
pañas, contenidos en una relación de sus méritos.
Según ésta, sentó plaza en el Tercio Fijo de Nápoles,
donde fue premiado con escudo de ventaja por el desaloja-
miento de los rebeldes. Pasó como Teniente Segundo a las
Guardias Espafiolas. Ocupó después la Subtenencia de Gra-
naderos hasta 1715, fecha en que logró el ascenso a Capitán.
Contaba entre sus campañas: la expedición de Sicilia, los
sitios de Gibraltar, la conquista de Orán - aqui, destacado
con el mando de los Granaderos-, la expedición a Italia,
la ocupación de Nápoles y Sicilia, los asedios de Toscana,
la camparía de Lombardía y la toma de sus plazas. Todo

1 Sucre, Luis Alberto: Gobernadores y Capitanes Generales de V ene::uela,


págs. 25 2-264. Alguien ha leído erróneamente "Josefa Moinas y Vidaurre" en los
libros parroquiale.s de Fuenterrabía. Si José fue el nombre único de pila de nuestro
Gobernador, había nacido el 13 de julio de 1684.
2 Zuloaga a la Corona. Sin fecha. A. G. I., Caracas, 56,
30 OTTO PIKAZA

esto le había .valido el grado de Brigadier que al presente


tenia. 3
De la mano de esta concisa relación, cruzamos de los
últimos años de los Austrias al ambicioso Alberoni por el
bicéfalo y decisivo puente de la Guerra de Sucesión.

Nombramiento de Gobernador

Los hechos de armas - numéricamente, al menos-


eran considerables y los méritos en ellos contraídos, «dila-
tados>. 4 En consideración, S. M. le hacía merced del Go-
bierno de Venezuela. La falta de consecuencia entre la
experiencia anterior y el nuevo destino r esulta sorpren-
dente. Porque, ¿es lo mismo conquistar que gobernar un
territorio en que todo gira en torno a dificultades de orden
económico? ¿Puede asaltarse con tambores, cascos y me-
tralla el baluarte del comercio, sostenerse con caballos la
balanza de la justicia y decidirse a gritos de parada las
cuestiones eclesiásticas? He aqui un típico primer error, no
extinguido entre muchos pueblos. El estrado del juez, del
maestro, del sociólogo, del financiero se confía «como re-
compensa> a individuos extraños a esas especialidades y
que adquirieron su prestigio en menesteres ajenos, a mili-
tares con harta frecuencia. Faltan los cimientos técnicos
y la experiencia adecuados al cargo, y, así, el porcentaje
de probabilidades de acierto en éste decrece notablemente.
Todo dependerá, pues, a fin de cuentas, de la inteligencia
natural, de la intuición innata y no pocas veces de la suerte.
Por fortuna, la tendencia a superar este sentido adminis-
trativo-politico propio de los Austrias -que exigía tan sólo
honradez en los gobernantes- se iba afianzando con los
Borbones por la adición esencial de la competencia pro-
fesional pertinente.

3 lb., ib.
4 Titulo de Gobernador de Venezuela otorgado a Zutoaga. A. G. l., Caracas, so.
ZULOAGA EN LA GOBERNACIÓN DE VENEZUELA 31

Firmábase el nombramiento ~n un instante critic.o de


la historia de la Provincia. 5 La imposición de la Compafiía
Guipuzeoana había, casi de la noche a la mañana, trans-
formado la aislada quietud de la época anterior en una
tensión incómoda y hostil. Los nobles criollos, que habian
visto con las manos atadas la aparición intrusiva de la
empresa, habían ya franca e inme<Uatamente expresado su
oposición al negarse a embarcar su cacao en los primeros
navfos de ésta. El pueblo bajo, apretado ahora por la in-
transigencia anticontrabandista y los abusos de la era gui-
puzcoana, había incluso estallado en la revuelta de Andre-
sote o se había al menos definido como simpatizante del
zambo de Yaracuy. Así pues, la Compañía y la Provincia se
recelaban y odiaban · mutuamente. El Gobernador García
de la Torre, que por su posición Intermedia parecia el
hombre llamado a la conciliación de los dos bandos y sus
encontrados intereses, tuvo la infortunada habilidad de
malquistarse con ambos. Pronto p esaron sobre su nombre
paradójicas acusaciones. Por una parte, se·le imputaba una
excesiva crueldad en .su campaña anticontrabandista y en
sus medidas punitivas para con los revoltosos y, por otra,
el haberse mezclado o asociado en el comercio ilegaL Pero,
ppr . encima de todo, se le atribuyó el - desde entonces y
por vatios años- gravísimo crimen de h a berse opuesto a
la Comp añía. 6 Su principal acusador s.e ría sintomática-
mente el factor Olabarriaga.
Los mimos que la Corte prodigaba a la recién nacida
institución y las manipulaciones de sus gentes no tardaron
en lograr el envío de un guipuzcoano, el Dr. Martín de
Lardizábal, que indagara sobre el terreno la veracidad y
alcance de los cargos. Para sal:var las apariencias técnicas
se le confería el título de Comandante General y Juez Pes-

5 Corona a Naturana (~ecretario del Rey). San lldefonso, 6 agosto 1736.


A. G,. I., Caracas, 56.
6 Husséy, R. D. : · T he Cáracas C ompriny, i,ágs. 67-68.
32 OTTO PikAZA

quisid•o r con poderes superiores al Gobernador y Capitán


General. Llegado a fines de 1732, el carácter especifico de
su comisión hacía prever para él una breve estancia en
Caracas. A los seis meses, sin embargo, habiendo ya cesado
García de la Torre, Lardizábal continuaba en su puesto con
los mismos poderes y rango que a su ven-ida. La situación
se iba haciendo crónicamente provisional y, a todas luces,
anómala. En vista de ello, la Ciudad de Caracas preguntaba
tímidamente a la Corona, en junio de 1733, si había de dar
a Lardizábal posesión formal de la Provincia y exigirle la
fianza reglamentaria como Gobernador. 7
El Consejo, que se demoró un afio entero ·en la res-
puesta, reiteró simplemente la provisionalidad del Coman-
dante Pesquisidor y el regio propósito de darle licencia para
regresar a España al concluir su misíón. 8 El permiso, empe-
ro, no se expidió hasta agosto de 1736, a petición del propio
interesado. 9
Sobre esta atmósfera y antecedentes, el 19 de agosto
de 1736 se extendía en San Ildefonso el título de «Gober-
nador y Capitán General de la Provincia de Venezuela de
Santiago de León de Caracas» a favor de Don Gabriel José
de Zuloaga. 10
Sus partes esenciales arrojan abundante luz sobre. las
características del empleo. Así, se expresa que el objeto de
la «merced» es suceder a Martín de Lar.dizábal que le · ha
servido hasta ahora en calidad de Juez Pesquisldor y Co-
mandante Generab, el cual tiene licencia para volverse a
la metrópoli «por su falta . de salud y haber concluido los
encargos que se le confiaron». Esta cláusula nos hace sos-
pechar que· el nombramiento de Zuloaga fue efec,t o de la
cesación de Lardizábal y no causa de ella que hubiera na-

7Caracas, 15 junio 1733. Consultas ·Seculares. ·A . G. I., :,ciirácas, II.


8Consejq! 30 junio 1734. A . G. I., Garácas, IL
9 Patiño a Lardfaábal. Sán Ildéforiso, 14 ago$to 1736. A. G. I., Caracas, 56.
T O Título de Goliemador otorgad'o a Zuloaga. San !ldefonso, Í9 agooto 1 736.
A. G. I., Caracas, 50.


ZULOAGA EN LA GOBERNACIÓN DE VENEZUELA 33

cido de un decidido propósito de terminar con la prolon-


gada interinidad del Pesquísidor. Sea como fuere, la re-
ferencia a la duración del empleo en los términos acostum-
brados, el titulo formal y la toma de posesión prescrita de-
volvían el cargo a su prístino carácter.
Las atribuciones ordinarias consistían en guardar y
cumplir «lo proveído y que se proveyere para el gobierno
de ella, buen tra.t amiento de los indios y administración de
la justicia», cuyas normas más pormenorizadas se incluían
en la instrucción «que se os da con este título».
El aspecto retributivo quedaba. fijado en la cantidad
anual de «seiscientos cincuenta mil maravedises» que abo-
norian los Oficiales Reales. Se le exigía al mismo tiempo
que «antes que toméis posesión de este empleo, deis satis-
facción en las mencionadas Cajas, con inter:vención del
Comisario, del derecho de la media anata de la cantidad
que debiereis de ella én una sola paga» ... «del salario que
habéis de gozar y tercia .parte que se os ha de cargar por
razón de emolumentos y el diez y ocho por ciento de la costa
de traerlo a Espafia>. 11
Hallábase Zuloaga al .comunicársele el nombramiento
en el ejército de Toscana. Su superior, el Duque de Monte-
mar, se lamentaba de su.pérdida por la «notabilísima falta»
que supondría para el Regimiento de Guardias Españolas,
de que el nuevo Gobernador era primer oficial. La gente de
la Guipuzcoana empero se lo había disputado acalorada-
mente: militares había muchos, pero D. Gabriel de Zuloaga
seria el hombre ideal para la empresa y la Provincia; en
consecuencia habia suplicado que, <<continuando su honor
y protección a la Compañía se sirva de consolarla solici-
tando de s. M. el nombramiento de dicho D. Gabrieb. 12

11 Firman el documento: el Rey, Juan Ventura de Maturana (secretario ·del


Rey), Manuel de Silva, Mateo Ybáñez y el Marqués de Capicholatro. Véase el
Apendice I.
12 Duque de Montemar a Patiño, 18 agosto 1736. A. G. J., Caracas, 3-0.
Y Miguel Antonio de Zua'ma a la Corona. Sin fecha. A. G. l., íd., íd.

ESCUE-l!A DF. ESTUDIOS


Hl SPA:40 - Alv.E RtC ANOS
C.S.I.C.
BIRLIOT O·
34 OTTO PIKAZA

Por noviembre del mismo año, el Consejo, a instancias


del interesado, que ya estaba de vuelta en España, proponía
al Gobernador electo ~ con el informe favorable de Sebas-
tián Eslava- para Mariscal de Campo, con antigüedad de
la última promoción de 14 de enero de 1735, 13 a lo que el
Rey accedía seis dias después. 14 Pasó el nuevo título de
ascenso a manos de Felipe de Urioste i s con órdenes de que
asegurara su entrega al destinatario al embarcarse éste en
cualquiera de los navíos de la Compañía Guipuzcoana. 16
Otra instancia posterior de Zuloaga solicitaba se le
relevara del pago de la media anata, respecto de ser el cargo
«puramente militar». El Monarca, «no habiendo preceden-
tes> y no deseando crearlos, sustituyó la dispensa por una
ayuda de costa equivalente a la media anata. 17

Primeros pasos

En agosto de 1737 se embarcó Don Gabriel en la fragata


guipuzcoana «San Sebastián>. Cuarenta y nueve días des-
pués atracaba en La Guaira. Y por fin el 6 de octubre del
mismo afio tomaba personalmente posesión, de acuerdo con
un complicado ceremonial, ante el Ayuntamiento de Cara-
cas, 18 y por delegación en los demás cabildos de la provincia.
A Zuloaga -según apuntamos más arriba- se le había
dado con el titulo una instrucción de Gobierno. En ella se
le inicia en los problemas de la Provincia y en el modo de
afrontarlos. Pero es ahora - después de los agasajos de su
recepción y una vez abierto el juicio de residencia de Lar-

13 San Lorenzo, 9 noviembre 1736. A. G. l., Caracas, 56.


14 San Lorenzo, 15 noviembre 1736. A. G. l ., Caracas, 56.
15 Comisario O rdinario d e Marina d e la Provincia de Guipúzcoa, J uez de
Arribadas de Indias, Apoderado del Rey y de la Reina. Humbert, Jules: Les Origines
Vene::ue/iem 1es, pág.
16 U rioste a Torrenueva. San Sebastián, 17 diciembre 1736. A. G. I., Ca-
racas, 56.
17 Corona a Zuloaga. Aranjuez, 6 mayo 1737. A. G. l., Caracas, 56.
18 O ficiales Reales a la Corona. Caracas, 24 abril 1 738. A. G. I., Caracas, 56.
ZULOAGA EN LA GOBERNACIÓN DE VENEZUELA 35

dizábal- cuando penetra en la situación real: Todo se


llama cacao. Por un lado, la pugna irreconciliable entre la
Compafiia Guipuzcoana y los cosecheros y comerciantes
criollos; por otro, el contrabando, con el consiguiente me-
rodeo de barcos ingleses y holandeses a lo largo de las
costas. La primera cuestión ocultaba un peligro qlle exigiría
delicadas atenciones, aunque no inmediato. Para resolverlo
no podría utilizarse una medida radical, más en consonan-
cia con su preparación militar. Era de presentir, por con-
siguiente, que abordara la segunda: el aspecto defensivo
y anticontrabandista.
Puerto Cabello y sus contornos, por sus aventajadas
condiciones naturales, se habían convertido en el zoco
mayor del comercio ilícito de la Provincia. Bien era verdad
que la fortificación de la zona llevaba camino de poder un
día infundir respeto a los extranjeros, con óptimas cabezas
de puente en las islas próximas, pero ese día parecía todavía
lejano.
Zuloaga urgió desde el primer momento los trabajos.
Poco tiempo había transcurrido desde su llegada cuando
comunicó a la Coro:µa su proyecto de efectuar una visita
de inspección a aquellos lugares. 19
La directa confrontación de las obras, su escasa ca-
pacidad de fuego y sus depauperadas guarniciones sólo
podían llevarle a una conclusión: la perentoria necesidad
de robustecer los núcleos y medios de defensa. El impacto
de la visita nos ha quedado reflejado en la insistente co-
rrespondencia que D. Gabriel dedicó a la urgencia de pro-
seguir los planos constructivos y de artillar conveniente-
'mente los baluartes costeros.
Afirma Sucre que el nuevo Gobernador estuvo forti-
ficando La Guaira y Puerto Cabello de 1737 a 1739. 20 Para
fines de este año el progreso era ya notorio y la guerra que

19 Corona a Zuloaga. M'adrid, 12 julio 1738. A. G. l ., Ca.racas, -56.


20 Sucre, Luis Alberto: Op. cit., págs. 2!-2-264.
36 OTTO PIKAZA

por aquel entonces estallara probó bien a las claras la sa-


biduria militar - preventiva o casual- de Zuloaga.
Los problemas esenciales de la administración tuvieron
desde el primer momento dimensiones absorbentes, mas no
por eso dejó de hacerse cargo el recién llegado de otras
realidades más prosaicas y personales de su nuevo destino:
su propia situación económica. La riqueza y ostentación de
los mantuanos, con quienes había en cierto modo de com-
petir en calidad social, y los altos precios de los productos
básicos, que habían de importarse y hacían de Caracas un
lugar «sumamente caro>, 21 pronto le convencieron de t!Ue
su sueldo anual no podría en modo alguno bastarle oara
su decencia y plena dedicación. Una primera petición de
aumento le había sido rechazada por la Corona. 22 Los t ér-
minos de su segunda instancia tienen más de amenaza 4 ue
de súplica: Con su presente asignación ~ 2.399 pesos, 5 rea-
les, 22 marevedíeS-- le resultaría imposible mantenerse fiel
a su característica honradez «sin verse precisado a usar
arbitrios ilicitos>. 28 Nos negamos a creer en la osada litera-
lidad del firmante. La expresión es sin duda un enfático
recurso persuasivo para moyer al Consejo, como igualmente
lo es, en un plano más burocrático-legal, su referencia a
«precedentes> de salarios superiores en cargos y provincias
de menos entidad.
Curiosamente, sin embargo, el Consejo en su propuesta
al Rey estaba de acuerdo con la subida como único medio
de que el interesado actuara «aplicándose sólo al desempefío
de la confianza que V. M. hizo de su persona>. 24
Fuera cual fuere el motivo determinante ~ la implicita
claudicación potencial, los precedentes o la equidad- Fe-
lipe V le asignó para el futuro 6.000 pesos, 25 porcentaje de

2r Urrelo a la Corona. Caracas, 17 noviembre 1745. A. G. I., Caracas, 72.


22 La solicitud fue denegada el 2 2 de junio de r 737.
23 Zuloaga a la Corona. Carneas, 1 o diciembre I i38. A. G. l., Caracas, 1,
24 Consejo. s mar~o 1740. A. G. l., Caracas, n.
25 Id., Id.
ZULOAGA EN LA GOBERNACIÓN DE VENEZUELA 37

aumento que muy probablemente respondía al alza de la


cotización de la Provincia en la bolsa de valores de la
metrópoli.

Guerra y enfermedades

En 1739, por causas que resumimos en el capitulo per-


tinente, estalló el conflicto familiar y gráficamente cono-
cido con el nombre de «Guerra de la Oreja de Jenkins>, que
pronto se enredaría con la Sucesión de Austria. Una vez
más las circunstancias pusieron las armas en las manos
de España.
Si las guerras del siglo XVIII se caracterizaron en ge-
neral por el papel de protagonistas que las tierras ameri-
canas representaron, pocas como ésta de 1739 son tan
intrinseca y causalmente coloniales. El espíritu que amon-
tonó la yesca, el pretexto mismo de la ruptura, no dejaban
lugar a duda sobre los objetivos y futuros escenarios de
batalla. Automáticamente una barrera roja de alarma se
encendió, como una pared de miedos y peligros, a lo largo
de todas las costas americanas y un ajetreo de tensos pre-
parativos ocupó a todos los responsables de la defensa
territorial.
Este crispado nerviosismo pronto hizo mella en la ya
debilitada constitución física del Gobernador. Su salud
habia sido más que precaria desde el momento mismo en
en que pisó el otro lado del Atlántico. El cambio de clima
y de aguas, a los que nunca pudo al parecer adaptarse, le
habian gravemente postrado y dificultado en el mero ma-
nejo de los problemas ordinarios. Un certificado médico que
remitía con una de sus cartas diagnosticaba en el paciente
«fluxión catarral> ... «casi continua», ciática y dolores de
vientre. 26 Para septiembre de 1740 - al cabo de un afio de
26 El diagnóstico procede del D r. Nicolás Tachón, a cuya muerte, en 1748,
siguió inventario de sus pertenencias que constituye una rica y curiosa fuente d <t
los utensilios, ropas y libros de un hombre culto de medfados del XVIII.
38 OTTO P IKAZA

guerra- la situación se le había hecho tan insostenible que


se apresuró a pedir su relevo para tan pronto sé cumplieran
los cinco años de su mandato. 27
Con esta fecha y esta carta se abre el ciclo angustioso
de sus padecimientos. El crescendo de la curva clínica se
hace más y más conspicuo a medida que ran saltando a la
pale_stra nuevas o agudizadas dificultades.
Desde el ataque inglés a La Guaira en 1739, las noticias
de futuros asaltos se empujan precipitadamente unas a
otras. Los puestos avanzados de espionaje - Madrid, Cortes
extranjeras, islas vecinas- asustan con sus confidencias de
escuadras que se preparan o que ya están en camino; y
las escaramuzas y tanteos británicos en l~s costas toman
incremento de día en dia. Zuloaga corre alocada, nerviosa-
mente, de un sitio a otro, con el doloroso equipo de sus
dolencias, pide cañones, organiza tropas.
Paralelamente la dualidad Compañia-Provincia revien-
ta en el tumulto de San Felipe, en un momento en el que
el Gobernador no puede echar mano de los soldados que
cubren el litoral.
El casi cisma provocado por la llegada del Obispo
García Abadiano ha abundado en situaciones embarazosas
y banderistnos curiles y las relaciones posteriores con éste
han agriado aún más las competencias jurisdiccionales, ya
bastante incómodas en la época del Dr. Valverde.
Son demasiadas complicaciones juntas para un hombre
enfermo. Don Gabriel no se las calla, sino que por el con-
trario las explota y hace resaltar contra el fondo de los
certificados médicos para ablandar la piedad del Rey y
obtener su relevo. Porqué hay algo incuestionable en todo
el periodo gubernativo de: Zuloaga: Su constante deseo de
terminarlo y de abandoha.r la Provincia. Resulta nebuloso,
en cambio, determinar si ello obedecía a una temprana

27 Zuloaga a la Corona. Cara cas, .zo · septiembr e r 740_ A. G. I., Caracas, 50.
ZULOAGA E N LA GOBERNACIÓN DE VENEZUELA 39

hartura de Venezuela y sus complejas tensiones o a un


sentido de responsabilidad que le hacía sentirse físicamente
incapaz de prestar a los deberes de su cargo toda la solici-
tud que la crítica hora demandaba de él, según r eiterada-
mente exponía.

La miel del triunfo: defensa de La Guaira


y Puerto Cabello y Condado de To.rre Alta

Pasados los cinco años previstos, la Corte se decidió a


enviarle sucesor. A fines de febrero de 1743 Su Majestad
hacía saber a Carvajal - de la Cámara de Indias- la de-
signación del Gobernador de Cuba, D. Francisco Cagigal de
la Vega, para el mismo puesto en Venezuela. 28
Nuevamen te se pone en marcha el mecanismo de trá-
mites consabido: comunicaciones a ambos interesados, avi-
sos, títulos. Sólo hay que esperar. Zuloaga podrá restituirse
a España a la toma de posesión de Cagigal. 29 Pero, inespe-
radamente, aparece al dorso de una de estas cartas una
lacónica nota: «No tuvo efecto». La razón de la anulación
del relevo era obvia - la guerra en curso-, si bien no se
expresaría explícitamente hasta fecha muy posterior, en
respuesta a otra instancia del mismo género. 30
Nada había sabido Don Gabriel de esta contraorde~ al
tiempo que la temida escuadr a atacaba La Guaira. La de-
fensa de esta plaza, que en su lugar estudiamos, requirió
todo el valor, sangr e fría y buena voluntad de autoridades
y ciudadanos. Paradójicamente el punto álgido vino deter-
minado no en función del peligro exterior sino de los ru-
mores esparcidos en Carac;as sobre la inevitabilidad de un
desembarco, la inminente caída de la capital y la esterili-
dad de la defen sa. El derrotismo creció en tan críticas pro-
porciones que el Gobernador hubo de regresar de La Guaira
28 E l Pardo, 26 febrero r743, A. G. I., Caracas, 56.
29 Id., íd.
30 San Ildefon,so, t t agosto 1745. A. G. I., Caracas, 56.
40 OTTO PIKAZA

a sosegar los ánimos. Afortunadamente, su mera presencia


desarmada en el supuesto objetivo bastó para ello. 81
Mientras tanto, los ingleses habían tenido que ceder ,
para insistir al mes siguiente en Puerto Cabello. Una pro-
clama de Knowles, almirante de la escuadra británica, se
difundió entre uno y otro asedio ofreciendo su apoyo a las
reclamaciones de los naturales como cebo a la cooperación
de éstos e_n el establecimiento del poder inglés en la Pro-
vincia. La oferta era tentadora y los momentos difíciles.
Zuloaga, hábil y enérgicamente, supo atajar la bola de
nieve y la amenaza interior pasó de largo.
El asalto a Puerto Cabello, mucho más largo y complejo,
exigió nuevamente la presencia del Gobernador en la costa.
Por suerte, las recientes obras habían dado cierta consis-
tencia a la capacidad defensiva de la plaza. Esto, la bravura
de los defensores, la edificante y unánime cooperación de
los provinciales, varios errores tácticos cometidos por los
británicos y las órdenes de Zuloaga obligaron al enemigo
a darse a la vela a los 18 dias de llegado.
Indudablemente la defensa y las providencias que
babia ido dictando el Gobernador eran dignas de reconoci-
miento. Aprovechando esta coyuntura, un hermano de
D. Gabriel, Juari Bautista de Zuloaga, solicitó del Monarca
para aquél y sus herederos el titulo de Conde o Marqués
de Torre Alta, solar y hacienda que el exponente poseia en
la isla de León y que cedería gustosamente al Gobernador,
de acordársele tal honor, 82 como soporte_ territorial a su
calidad nobiliaria.
Al año siguiente, el Rey comunicaba al Cardenal Go-
bernador del Consejo que por las «gloriosas defensas de los
puertos y fuerzas de La Guaira y Puerto Cabello en las
invasiones hechas por los ingleses> babia venido en con-
ceder a Don Gabriel de Zuloaga <el título de Castilla, libre

31 Zuloaga a la Corona. Caracas, 24 octubre 1743. A. G. !., Caracas, 56.


32 Cádiz, 3 septiembre 1743. A. G. l., Caracas, 56.
ZULOAGA EN LA GOBERNACIÓN DE VENEZUELA 41

de lanzas y media anata, para sí, sus herederos y sucesores


con la denominación de Conde o Marqués de la Torre
Alta, . 33
El blasón sería: Escudo partido en pal. El prímero de
oro, una encina de sinople con un jabalí de sable, pasante
al pie; el segundo, esquecado de gules y oro. 34
Además, por los mismos servicios, se le promovia a
Teniente General.

El veneno

El Gobernador, mientras tanto, hacía nuevos e ihinte-


rrumpidos recuentos de sus enfermedades. En uno de ellos
de 1743, exponía que en los últimos años había padecido
dos tabardíllos, siete dolores de costado y un golpe en una
pierna producido durante la defensa de Puerto Cabello. 35
Mas vanas son las cartas y las esquelas a sus amigos del
Consejo e incluso las recomendaciones de su hermano. 86
A estas alturas, no le consuelan ya ni el título nobi-
liario, ni el de Teniente General, ni las promesas. 37 Su auto-
retrato físico y psicológico duele con la simple lectura de
la correspondencia que por estos años escribiera. 38
Sorprende la dureza de los reales oídos al patetismo de
estas quejas. Pero finalmente una carta nos lo va a aclarar
de una manera explícita y definitiva. El Monarca no le per-
mite hacer uso de la licencia concedida a causa de la guerra.
No sólo él sino igualmente todos los oficiales promovidos
o relevados habrían de mantenerse en sus puestos hasta

33 Ara.n juez, 30 mayo 1744. A. G. I., Caracas, 56.


34 Sucre, Luis Alberto; Op. cit., págs. 252-264.
35 Zuloaga a la Corona. Caracas, 26 octubre 1743. A. G. I., Caracas, 5.6.
36 Cádiz, 10 marzo 1744. A. G. I., Caracas, 56.
37 Abundan las promesas de enviarle ln'mediatamente sucesor. Por una u otrn
razón no se cumplieron hrusta agosto de I 7 46.
38 Véase, por ejemplo: Zuloaga a la Corona. Caracas, 2 marzo 1745. A. G. l.,
Caracas, 73.
42 OTTO PIKAZA

la conclusión de las hostilidades. 39 La razón, por lo irreme-


diable, no dejaba de ser tranquilizadora.
Dentro de los limites provinciales, la presión crecía a
ojos vistas. Los mantuanos habían pasado a la ofensiva.
Poco a poco se iban apoderando de los empleos municipales
e imponiéndose. No vacilaban para ello en recurrir a la
amenaza y a la clandestinidad. Otro nuevo estallido se
había producido recientemente en el Tocuyo, que, si de por
sí carecía de especial gravedad, entrañaba los mismos ries-
gos y descubría los mismos síntomas de malestar y agresi-
vidad que el de San Felipe. Era preciso demostrar a la
Corona, por encima y en contra del Gobernador, la unani-
midad de la provincia frente a la dictadura guipuzcoana y
no cabía duda de que, en el terreno persuasivo, el ruidoso
argumento de los tumultos tendría tan t a o más fuerza que
las representaciones cursadas por la via legal. 40
La línea a recorrer por Zuloaga, imperceptible como un
alambre, le exigía un equilibrio y autodominio circenses.
Enemistarse con la Compafiia, pidiéndole cuentas o mo-
deración en plena guerra, hubiera sido temerario. Vital se
hacía mantener abierto el tráfico eón la metrópoli, trans-
portar armas y reforzar las escasisimas tropas existentes;
y en todo este esencial negocio sólo con sus fragatas y co-
laboración podía contarse. Además, y por encima de todo,
él estaba con la empresa por definición. Arremeter violen-
tamente contra las pretensiones de los nativos - Y los al-
borotos que de tal medida pudieran seguirse- restando así
fuerzas a la defensa, habría representado jugar una carta
perdida. Precisamente la .gravedad de las revueltas estriba-
ba en el temor de que solicitaran ayuda de los extranjeros,
lo que habría equivalido a montar un arco de triunfo a los
invasores. Knowles conocía esta situación inestable, y pre-

39 Corona a Zuloaga. San Ildefonso, u agosto 1745. A. G. I., Caracas, 56.


40 El · capítulo cuarto de la · jiresen.fo obra ·se ·ocupa de estas dos caras de la
oposiéión : la popular y la de los grandes mantuano.s .
ZULOAGA EN LA GOBERNACIÓN DE VENEZUELA 43

cariamente contenida por el Gobernador. Su proclama a los


habitantes de Venezuela responde a un conato de desplazar
a su favor el centro de grayedad.
Este complejo hacinamiento de problemas -y enferme-
dades girando en círculo vicioso, a lo largo de casi diez años
de guerra, colocaron a Zuloaga al borde de la dese&l)eración.
Por si el tono de la correspondencia ordinaria fuera tes-
timonio insuficiente de su progresivo desfallecimiento, una
carta de puño y letra del propio Gobernador al Marqués
de Ensenada nos da una íntima versión de la desagradable
peripecia de su gobierno. Largos y, al parecer, sólidos víncu-
los existían entre ambos. Del texto de la misiva se des-
prende que el Marqués le había en efecto proporcionado
la primera pesimista información sobre su nuevo destino,
cuando ambos se hallaban aún en Liorna. Los avisos, no
obstante, se habían quedado cortos, puesto que las dificul-
tades del gobierno «son mucho más allá de lo que pudiera
haber imaginado la desconfianza más sutib, hasta el punto
de que el mismo Zuloaga se admiraba de que, «al cabo de
nueve años de este infierno sin igual, no se haya muerto
mucho antes».
En las presentes circunstancias su subsistencia en la
Provincia no podría ser útil a la Corona sino «muy perju-
dicial». Su inmediato relevo, en cambio, beneficiaría a todos.
El servicio de Su Majestad seria mejor atendido, él per-
sonalmente, saldría de la insoportable tortura físico-mental
y los vasallos venezolanos cambiarían de atmósfera res-
pirable, después de un periodo administrativo doble del
normal, «a que no estaban acostumbrados». El hecho des-
nudo, sin circunloquios, era qué la situación había llegado
al paroxismo: «yo no puedo más y esta jurisdicción y Pro-
vincia menos conmigo, que están brotando veneno». Este
derrotismo sale nuevamente a flor de pluma en otro pá-
rrafo, en que, refiriéndose a una carta anterior que pro-
metía saludar personalmente a su destinatario a los ocho
44 OTTO PIKAZA

meses, concluye: «si me mantengo otros ocho más tendré


el desconsuelo de perder las esperanzas del gusto de verle, . 41
El tono es amargo; el balance, ruinoso. No hay resen-
timiento enfermizo sino más bien una doliente confesión
que repentinamente le humaniza.
Esta carta sin fecha, que tentativamente ubicamos por
su contexto en 1746 y que en la mente del firmante perse-
guía esencialmente el envío de un sucesor, tal vez no fuera
la razón determinante del ablandamiento del Rey, pero
parece cronológicamente coincidir con la fecha del relevo.
Para colmo de males, el último año de su estancia en
la provincia se le a gregaron las violentas fricciones con
su Teniente, Domingo de Aguirre, vasco como él. Aun ad-
mitiendo que el ánimo de Zuloaga pudiera tender a estas
alturas a las exageraciones depresivas y a la susceptibilidad,
el carácter del Auditor era realmente como para crear dis-
cordias. Según D. Gabriel, lo desairaba en público, trataba
en tertulias contra él, se extralimitaba en sus funciones
Y, al ser nombrado juez de residencia de su Jefe, se com-
placía abiertamente y de antemano en los malos ratos que
le iba a hacer pasar. Naturalmente Aguirre negaba estos
cargos. El hecho fue, sin embargo, que el Gobernador Cas-
tellanos hubo de llamarle repetidas veces al orden y que
el Gobernador Ricardos acabó por aprisionarlo de orden del
Rey y remitirlo a España.

Licencia definitiva

A pesar de la guerra que aún continua ba - si bien h abía


perdido últimamente intensidad~ , por Real Decreto de
9 de agosto de 1746 se le confería a D. Luis de Castellanos
el Gobierno de Ven.ezuela 42 y, con él, la oportunidad de con-
tener una avalancha que D. Gabriel había predicho una
y otra vez.
41 Zuloaga a Ensenada. Sin fecha (hacia 1746). A . G. J., Caracas, 73.
42 Buen Retiro, 9 agosto rt46. A. G. l., Caracas, 56.
ZULOAGA EN LA GOBERNACIÓN DE VENEZ~ELA 45

El Gobernador saliente acogía la noticia con entusias-


mo y diez meses después comunicaba la llegada y toma de
posesión de su sucesor el 12 de junio de 1747. 43
Obtenido el permiso para regresar a la Corte sin es-
perar el comienzo de juicio de residencia ni siquiera el fin
de la contienda, se embarcaba en la fragata guipuzc0ana
«Santa Ana» el 11 de noviembre del mismo afio. Era el des-
pertar de una inacabable pesadilla. Zuloaga había sobre-
vivido a duras penas y el Monarca agradecido le reservaba,
como premio, otros reales ser.vicios.
Poco después D. Gabriel de Zuloaga aparecía residiendo
en el Puerto de Santa l'ltlaría como Capitán General de
Andalucía. 44

* * *

Hombre de su tiempo, hechura de los Borbones, Don


Gabriel de Zuloaza tuvo como sus amos un profundo sen-
tido de la centralización funcional. Militar de profesión
- en cuya elección estuvo en parte acertada la Corona-,
su gobierno vivió apegado al texto de los Reales Cédulas y
a la más estricta reglamentación, sobre todo en la guerra
al contrabando y en la protección dela Compafiía, obra que
explícitamente se le ordenó sacara adelante. La existencia
de la empresa guipuzcoana dentro de su gobierno le hizo
perder perspectiva para aislarla y enjuiciarla. No experto
en. realidades económicas ni en observar las reacciones de
sus subordinados, se le escapó el auténtico significado del
«bien de la provincia» que igualmente se le encomendara.
Su terca energía no le permitió arredrarse ante los pro-
blemas más espinosos - guerra, mantuanos, clero- que
honradamente creyó su deber resolver. Sin embargo, hubo
en sus decisiones un gran sentido realista y diplomático

43 Zuloaga a la Corona. Caracas, 26 octubre <1747. A. G. I., Caracas, 56.


44 Juicio de Residencia. A. G. I., Escriban!.a 'de Cámara, 734, A.
46 OTTO PIKAZA

que le llevaron a la flexibilidad cuando hubiera sido pre-


cipitado e imprudente cortar de un tajo de espada el nudo
de los conflictos.
Las dificultades crecientes, sus enfermedades, su misma
soledad, afectaron su actitud gubernativa y pasó del cal-
mado estudio de los primeros afíos a la ~nsinuada manía
persecutoria y casi masoquismo de los últimos.
CAPITULO TER.CERO

ASPECTOS ADMINISTR.ATIVO-POLITICOS

En este y los capíttilos que siguen nos proponemos


estudiar por separado los diferentes aspectos administra-
tivos, económicos, militares y eclesiásticos de la goberna-
ción de Zuloaga. Al rellenar con ello un decenio crítico de
la historia de Venezuela -conocido en su mayor parte sólo
en función de los trabajos sobre la Compafiía GUípuzcoa-
na-, confiamos en asentar con abundantes datos, en su
mayor parte de primera mano, un hito clave para el cono-
cimiento de un ciclo de evolución que llega hasta nues-
tros dias.
Si las circunstancias estructurales del complejo que
adelantamos en el capítulo introductorio son escasas, el
signo de algunas de ellas resulta francamente sintomático.
Por una parte, se consolida la individualidad administra-
tiva de la provincia de Caracas ~núcleo de la futura Ve-
nezuela- al definitivamente sustraerse a los intentos de
incorporarla al bloque neogranadino y al reforzarse la in-
dependencia de su esquema administ rativo con la facultad
acordada al Gobernador de nombrar Tenientes Justici'a.s
Mayores sin la tutela dominicana.
Por otro lado, la inclusión de otras provincias bajo la
jefatura de Caracas en materias de persecución del co-
mercio ilícito iniciará una fuerza de cohesión pan-vene-
zolana que se estabilizará en fases sucesivas con la creación
de la Capitanía. General y de la Intendencia en 1777, de
la Audiencia en 1786 y del Arzobispado en 1804 y que al
presente se insinuaba con rasgos de puro esbozo en el tetrÍ--
48 OTTO PIKAZA

torio jurisdiccional del Contador Mayor del Tribunal de


Cuentas.

Dependerrcia del Virreinato de Nueva Granada

Ya hemos visto cómo la Provincia ~e Caracas gozaba


de responsabilidad directa ante la Corona en materias ad-
ministrativo-polítícas ~contituyendo una gobernación no
presidencial ni, por otra parte, mediatizada a través del
Virrey- y cómo la Audiencia de Santo Domingo, tan sólo,
venía a ser en lo judicial un organismo ajeno y excéntrico.
Pero, precisamente por estos años, la segunda puesta
• en marcha del Virreinato de Nueva Granada afecta - como
en época anterior-1 al «statu quo>> de Venezuela.
Suprimida esta institución en 1723, los afios que siguie-
ron fueron haciendo más y má.,s palpable la necesidad de
u:t1:a administración y de un gobierno más firmes, estrictos,
compactos, organizados y prestigiosos, que, a juicio de la
mayoría de los miembros comisionados para el estudio del
negocio, sólo podían alcanzarse en el retorno al Virreinato. 2
Aceptóse la sugerencia y ya en 1739 cursaba Eslava
desde San Ildefonso una Real Cédula en que se comunicaba
su restablecimiento. Varias gobernaciones, independientes
hasta entonces, quedaban subordinadas a la nueva autori-
dad. Entre ellas, Venezuela -Caracas--, pero con una es-
pecial preeminencia: se le encargaba a Zuloaga del mando
supremo de la represión del comercio ilicito en los gobiernos
y distritos de Maracaibo, Cumaná, Margarita, Trinidad y
Guayana. 3
La reacción del Gobernador fue pronta y explícita: la

, Él Virreinato babia existido, eomo se sabe, de 1717 a 1723.


l · PorrasTron6niz, Gabriel: Hissf01'w de la C111ti,ra del Nuevo Rei110 de
Granada, págs. , 57-158-.
3 San Ildefonso, 20 agosto I73!>• A. G. l., Caracas, 6o. Esta decisión reco-
nocía implícitamente la· eficacia de la Compañía Guipuzcoana en dicho punto, puesto
que los guipuzcoanos .constituían el cerebro y el brazo ejecutivo de la represión y la
Corona patécía conñar a su habilidad la aplicación del método a otros Jugares.
ZULOAGA EN LA GOBERNACIÓN DE VENEZUELA 49

inclusión de su provincia en el renacido Virreinato le pa-


recía una medida errónea y perjudicial. El porqué lo re-
sumía en los motivos siguientes:
l) Caracas distaba de Santa Fe cuatrocientas leguas.
Los pasos resultaban intransitables más de la mítad del año
y difíciles el resto, lo que implicaría grandes demoras en las
consultas y las decisiones: y, por si esto fuera poco, los
indios por cuyos territorios h abían de cruzar los portadores
representaban un riesgo evidente para la correspondencia.
2) Los naturales «cavilosos» se aprovecharían de la
pérdida de su reciente facultad de nombrar Tenientes y
Justicias Mayores - una o.e cuyas misiones era vigilar el
tráfico y que pasarían ahora a ser designados por Santa
Fe- para volver al comercio ilícito.
3) De tener al Virrey por intermediario, se seguiría
una irreparable dilación en las prevenciones, órdenes o
avisos entre la·Corona y la Gobernación. Este inconvenien-
te, de por sí entorpecedor, se haría ahora, en plena guerra,
peligrosisimo.
Sometiéndola a una crítica semejante, declinaba la co-
misión relativa al contrabando. Las razones aducidas eran
igualmente tres:
1) Los excesivos problemas a que debía atender en su
misma provincia no le permitirían asumir la nueva respon-
sabilidad, sin detrimento de ésta y de las anteriores.
2) Las enormes distancias de la jurisdicción que se
le asignaba imposibilitarían el rendimiento del objetivo pri-
mordial de la orden.
3) Los gobernadores de las demarcaciones afectadas
no verían con buenos ojos su subordinación al de Venezuela
y, probablemente, esquivarían la necesaria cooperación. 4
El Consejo, presionado por la Compañia, que auguraba
males para el Real Erario y sus propios intereses, y reco-
nociendo la trascendencia y fuerza de los argumentos, dudó
4 Zuloaga a la Corona. Caraca~, 20- s eptiembre 1740. A. G. r., Caracas, 66.
50 OTTO í?IKAZA

de su propia obra. Así pues, acto seguido, solicitó la opinión


de los fiscales de Su Majestad.
Prudencio Palacios - que lo era para los asuntos del
Perú- estimaba que los gobernadores agregados, y Zuloaga
entre ellos, se sentían molestos por su subordinación al
Virrey y que sus guejas no debieran .;ser atendidas por
cuanto era muy posible que sólo vieran en la disminución
de sus facultades un «embarazo a sus desinteresadas ideas».
Concluia, pues, que debian ignorarse las razones del inte-
resado y ponerse en práctica literal la Real Cédula. ·
José Borrull -fiscal para Nueva España- exponía que
lo que motivó la erección del Virreinato de Santa Fe «fue
la noticia que se tenía de hallarse el Nuevo Reino de Gra-
nada en la mayor miseria y despoblación, no obstante su
fertilidad de frutos, oro, plata, y piedras preciosas», como
consecuencia de «la mala providencia de los que goberna-
ban, especialmente en la permisión del comercio ilícito,
mezclándose con él». Para .p oner fin a tan calamitosa situa-
ción se había propuesto a Su Majestad «el nombramiento
de Virrey en persona que fuese de tales circunstancias que
pudiese contener y remediar aquellos desórdenes; y que,
siendo preciso para decoración de aquel empleo agregarle
distintas audiencias y provincias, fue una de éstas la de
Venezuela». Ahora bien, en el caso _vertezolano esta subor-
dinación no podría ser más que gubernativa o militar, pues
«en lo jurisdiccional, vicepatronato y las demás dependen-
cias de la Compañía Guipuzcoana se halla totalmente inhi-
bido el Virrey,.
La sumisión gubernativa se encontraba con el esencial
inconveniente de que las providencias de aquel superior
carecerían de efecto, dadas las distancias y poca comuni-
cación, si hÚbieran de esperarse sus resoluciones en Cara-
cas. La agregación militar tropezaba con los mismos pro-
blemas, aún más agravados en tiempo de guerra cuando
ZULOAGA EN LA GOBERNACIÓN DE VENEZUELA 51

había que decidir y obrar pronto y enérgicamente sobre la


marcha y el terreno.
La implicita obligación de cursar la correspondencia a
través de Santa Fe, además de ir tarada con la falta de
eficacia anterior, representaba una conspicua limitación
contraproducente. No sólo se dabán precedente'S dé otras
gobernaciones y cargos que se las entendían directamente
con la Corona -como Buenos Aires, Campeche y Filipinas-
sino que precisamente las amplias facultades conferidas al
Gobernador de Venezuela habían promovido el auge de la
provincia, «pues antes se traían a ella los caudales de_Mé-
jico para satisfacer sus cargas y ahora se pagan de las cajas
de Caracas, aun habiéndose aumentado otras extraordina-
rias, y suelen remitirse a V.M. algunos caudales de lo que
sobre>.
Por todo lo cual, no se le alcanzaba razón alguna para
alterar el modo de gobierno. «Es aventurar lo cierto por
lo dudoso>, sentenciaba, al tiempo que se mostraba incré-
dulo a la idea de que el Virrey pudiera en algún modo su-
perar la actuación dél Gobernador. Abogaba, sin embargo,
porque el de Caracas mantuviera su superioridad con res-
pecto a los de Maracaibo, Cumaná, Margarita, Trinidad y
Guayana en asuntos relativos al contrabando. La colabora-
ción de aquél y la Compañía Guipuzcoana había quitado
virulencia al tráfico ilícito de tal modo que debiera con-
fiarse a su experiencia, medios y táctica el mando supremo
contra dichas actividades.
Oídas ambas partes e inclinándose por una fórmula mas
o menos intermedia, el Consejo decidió proponer al Rey
que el Gobernador de Venezuela tuviera una dependencia
mínima, más bien aparente, reducida en la práctica a la
subordinación militar y aun ésta «sólo en los casos que
dieren tiempo» ; que representara directamente a la Corte,
aunque hubiera de dar cuenta de los asuntos graves al
Virrey; que se le facultara para nombrar Tenientes Cabos
52 OTTO PIKAZA

d~ Guerra y Jueces de Comisos; y que se le mantuviera la


supremacía en lo referente al comercio ilícito. 5
La propuesta habla sido concienzudamente debatida y
sopesada y todo hacía prever la Real Aprobación a sus tér-
minos. La Corona, sin embargo, no dio cabida a soluciones
conciliatorias y retrotrajo las cosas al punto de partida al
relevar definitivamente a Zuloaga de toda dependencia del
Virreinato. Un punto, no obstante, quedaba en pie en el
veredicto final: Este Gobernador asumiría en la materia
antedicha el comando sobre las provincias vecinas, que, por
lo demás, continuarían subordinadas a Nueva Granada. 6

• 1
fiacultades del Gobernador

Don Gabriel de Zuloaga entró como Gobernador en un


marco ya ~stablecido de poderes y obligaciones. La legis-
lación indiana, sin embargo, contra lo que muchos han pen-
sado y escrito, se halló constantemente sometida a la diná-
mica de las revisiones, innovaciones y reformas,. en especial
durante este siglo readaptador de los Barbones. En reali-
dad, el Consejo dé Indias se pasó sus varios siglos de exis-
tencia s.e ntenciando y precisando atribuciones y competen-
cias y estudiando y modificando el tinglado administrativo,
creando con lo primero una especie de jurisprudencia legis-
lativa indiana y con lo segundo una continua replanifica-
ción, derivada de las complejidades crecientes de las pro-
vincias americanas, del deseo de una mayor eficiencia y de
las sugerencias de los oficiales que se hallaban en contacto
y conocimiento de los problemas.
De estas tendencias jurisprudenciales y reorganizacio-
nes ha quedado amplia constancia en los diez años que
nos ocupan, aparte del episodio del Virreinato.
Asi en 1738, cuando, con obJeto de centralizar en sus

5 Propuesta del Consejo al Rey. 26 octubre r 741. A. G. l., Caracas, 11.


6 Corona a Zuloa:ga. Bden Retiro, 12 febrero 174 2. A. G. I., ·earaéas, u .
ZULOAGA EN LA GOBERNACIÓN DE VENEZUELA 53

manos la administración y la guerra al contrabando, el


Gobernador repetía una petición de facultades para nom-
brar Tenientes Justicias Mayores sin el visto bueno de la
Audiencia de Santo Domingo, según se venía haciendo, 7
una Real Cédula del mismo año se las concedía para los
lugares de la Provincia que tuviese por conveniente. 8 Aun-
que la anexión a Nueva Granada llevaba a este Virreinato
tales nombramientos, sabemos que durante la revuelta de
San Felipe el Virrey reconocía a Zuloaga la facultad de
nombrar y quitar los Tenientes Justicias Mayores sin espe-
rar el _visto bueno de Santa Fe que únicamente recibiría
una comunicación de lo obrado. 9
Del año 1739 es otra tentativa de estructurar más ra-
cionalmente ciertos empleos con miras a su mejor y más
lógico rendimiento. Una Real Orden relativamente reciente
-14 de septiembre de 1736- dejaba establecido que el Cas-
tellano del Puerto de La Guira fuera un oficial designado
por Su Majestad y que sustituyera al Gobernador en lo
militar al faltar éste. Zuloaga no tardó en sugerir la conve-
ni~cia de qúe el nombramiento se hiciera por el propio
Gobernador y de que fuera su Teniente el sustituto, incluso
en los asuntos de guerra. Sus motivos para lo primero se
basaban el mayor familidad de manejar a aquél, de te-
ner el Capitán General :facultad para removerlo, si fuera
preciso, y de ordenarle sin que pudiera el interesado recu-
rrir al Consejo, con las consiguientes demoras que el caso
originaria. Para lo segundo aducía el mayor conocimiento
y -e xperiencia del Auditor en materias gubernativas en _ge-
neral y el próximo contacto con las decisiones de tipo mi-
litar del Gobernador. 10
Aun dentro de la misma línea autosuflciente, la peti-
ción no parece descubrir ambiciones personales, porque, si
7 Zuloaga a la Corona, Caracas, 28 abril 1738. A. G. l., Caracas, ·65.
8 San Lorenzo, 7 noviembl'e 1738. A. G. I., Caracas, 65.
9 Hussey: Tlie Caracas Compa,111, pág. 117.
to Zi1loaga a la Corona. Caracas, 30 julio 1749. A. G. l., Caracas, 65..
54 OTTO PIKAZA

por una parte el Gobernador subordinaba el importante


cargo de Castellano de La Guaira a su autoridad, deposi-
taba por otra el poder sustitutivo reforzado en su asesor,
cuyo nombramiento dependía del monarca.
En 1739 Zuioaga nombraba Castellano y Teniente y
Justicia Mayor de aquel puerto a D. Frahcisco Gancedo. 11
Curiosamente, para conferir el .segundo oficio tenía en
cuenta la reciente orden de 1738, que le daba facultades
plenas para ello sin acudir a Santo Domingo; el título de
Castellano, en cambio, decía fundarse e nla provisión que
a favor de D. Antonio Inza había emitido Lardizábal, sin
tener en cuenta, por ende, la Real Orden de 1736, que hacía
el nombramiento de fuero real, y del precedente de ya
haber usado el Monarca de este privilegio al elegir a D. José
Alvear y Velasco. 12 El Rey, no obstante, aprobaba el título
expedido por Zuloaga.
Al morir Gancedo, el Gobernador desdobló las dós ca-
ras del empleo en dos funcionarios distintos, en términos
más en consonancia con la legislación: D. Francisco Pérez
sería Teniente y Justicia Mayor de La Guaira y el capitán
Mateo Gual, su Castellano interino. 13
Meses después, a :fin de terminar con el interinato en
una época de guerra como la presente, una Real Carta soli-
citaba que el Gobernador propusiera a Su Majestad sujetos
idóneos para asumir la jefatura de los castillos de La Guai-
ra y Puerto Cabello. 14 El Rey, pues, parecía querer tener la
última palabra.
Zuloaga, tras proponer a Gual, daba bien claro a en-
tender que este detalle carecía de importancia. Lo que él
únicamente perseguía era que, fuera quien fuere el que
,t Título de Castellano y Teniente Justicia a Franci,;co Gancedo. A. G. I.,
Cara:cas, 56.
r 2 Con~ejo. Madrid, 20 abril r 741. El nombramiento se decidió el 9 de abril
de 1736. A . G. I., Caracas, 56.
1·3 Título a Gua!. Caracas, 24 enero 1741, A. G. I., Caracas, 56.
14 20 abril r741. Mencionada en Zuloaga al Rey. Caracas, 1 4 octubre 1741.
A. G. I., Caracás, 56.
ZULOAGA EN LA GOBERNACIÓN DE VENEZUELA 55

otorgara el nombramiento, el Castellano estuviera subordi-


nado al Gobernador.
La conclusión, no establecida formalmente hasta el
Reglamento Militar de 17541 supuso un compromiso entre
las dos fórmulas, aceptando la práctica de casi veinte años
de que el Rey nombrara a propuesta ~a veces a:iiecho con-
sumado- del Gobernador, de quien el Castellano dependía
y a quien sustituiría en lo militar en caso de muerte, en-
fermedad o ausencia de la Provincia. 15
La Real Orden recibida en Caracas el 2 de agosto de
1744 representaba un recurso proporcionado a estrecheces
extraordinarias de los cofres metropolitanos: Zuloaga po-
dría <<beneficiar» en la provincia algunos título y ciertos
rangos militares : dos llaves de gentilhombres sin ejercicio,
dos títulos de Casitlla perpetuos y libres de lanzas y media
anata, dos grados de brigadier, dos de coronel y dos de te-
niente coronel.
El negocio no tuyo, por lo visto, una calurosa recepción.
Año y medio más tarde los despachos seguían en poder del
Gobernador porque «no ha habido ninguno quien haya ocu-
.rrido al citado benefici?»-- 16
La serie de Reales Cédulas dirigidas a Zuloaga a lo
largo de estos diez años pertenecen casi en su totalidad al
género laudatorio. Por su exactitud, su éxito o un trato de
favor, la mayor parte de sus actos se granjearon la apro-
bación real. Difícil, casi imposible, les era a los gobernantes
indianos terminar su mando sin alguna que otra reprimen-
da. Una negligencia, una actitud parcial, una decisión re-
trasada, la queja de algún resentido o privilegiado, el tras..;
piés de algún subordinado, una intromisión, un abuso de
poder se hacian casi inevitables en la enredada prolifera-
ción y a veces contradicción de las leyes indianas o mera-
mente en la improvisación requerida por un caso imprevisto

1 s Papel ,;uelto aluiliendo al Reglamento. A. G. I., Caracas, 56.


16 Zuloaga a la Corona. ,caracas, 20 enero 1746. A. ·G. l., Caracas, -s6.
56 OTTO PIKAZA

y apremiante que los hechos posteriores desacreditarían.


La eficacia y el éxito, entonces como ahora, contaban nor-
malmente por encima de una literalidad interpretativa des-
afortunada.
Aparte de las nimiedades burocráticas que saldrían a
colación en su· juicio de residencia, Zuloága tuvo el raro
mérito de escasos reproches de su Rey. Quizá el más serio
de todos fuera un caso de intromisión en competencia ju-
risdiccional ajena y, aun en este incidente, ocurrido en los
meses finales de su gobierno, su culpabilidad es dudosa y
ya se encontraba de regreso en España al alcanzarle la re-
criminación.
En 1747 intentó D. Gabriel se le pasara en apelación ei.
pleito de una mujer de color llamada María Emerenciana,
contra el sentir del Alcalde Ordinario Juan Félix Blanco
Villegas, que decía tener órdenes de· remitirlo a Santo Do-
mingo. Llevóse la queja a la Corte y la respuesta del Mo-
narca - Buen Retiro, 4 de julio de 1748- reprendía al Go-
bernador y establecía se enviaran a dicha audiencia las
apelaciones de los Alcaldes Ordinarios. 17 D. Luis de Caste-
llanos, que heredó en Cierto modo las repercusiones del caso,
veta, además de los inconvenientes de r emitir todas las ape-
laciones a Santo Domingo, una contradicción de las leyes,
porque la decisión se había hecho sobre una Cédula dirigida
a La Habana en el sentido de que el gobernador no enten-
diera en las apelaciones de los Alcaldes Ordinarios 18 y en
una costumbre que la Audiencia de Santo Domingo iba
injustificadamente estableciendo, y no sobre el texto y con-
texto de la legislación general. 19

* ... *

, 7 Vallenilla Lanz, L . : Disgregación e Integración, págs. 75-76.


18 Real Cédula de 28 febrero 1740. Mencionada en Cástellanos al Rey. Ca-
racas, JO octubre 1747. A. G. I., Caracas, 56.
19 Castellanos al Rey. Caracas, Jo octubre 17,47. A. G. J., Caracas, 56.
ZULOAGA EN LA GOBERNACIÓN DE VENEZUELA 57

Aunque incluidas en uno de los apéndices, considera-


mos parte de este capítulo -'a semejanza de los cuadros
que siguen- las listas de personas que ocuparon oficios de
Tenientes y Justicias Mayores, Corregidores y de Cabildos
durante el decenio gubernativo de Zuloaga.

TABLA DE LOS PRINCIPALES OFICIOS DE LA PROVIN-


.
CIA DE CARACAS (1737-1747) CON INDICACION DE LA
PERSONA U ORGANISMO QUE LOS NOMBRA

LO NOMBRA CARGO U OFICIO

Rey. Gobernador.
Rey. Teniente de Gobernador y
Auditor de Guerra.
Teóricamente el Rey. En la práctica Castellano de La Guaira.
lo hace el Gobernador provisio-
nalmente.
Gobernador con confirmación de Tenientes Justicias Mayores
la Audiencia de Sto. Domingo Corregidores y » »
hasta 1738.
De 1739 a 1742 de derecho, Sta. Fe¡
de hecho, en trámite.
De 1738 a 1739 y después de 1742,
el Gobernador sólo.
Rey (subasta). Contador Mayor del Tri-
bunal de Cuentas.
Rey. Oficiales Reales.
Cabildo. Alcaldes Ordinarios.
Venta y Rey. Regidores.
Papa a propuesta del Rey. Obispo.
58 OTTO PIKAZA

TABLA DE LAS PRINCIPALES MATERIAS POLITICO-


ADMINISTRATIVAS DE LA GOBERNACION DE CARACAS
CON EXPRESION DE LOS ORGANISMOS EXTRAPRO-
VINCIALES DE QUE DEPENDE Y DE LAS JURISDIC-
CIONES EXTRAPROVINCIALES QUE INCLUYE
(1737-1747)
INCLUYE (ADEMAS DE LA
oePENDl.l í>E MATERIA PRÓVJNCIA)

Santa Fe (1739-1742) de Gobierno.


derecho; de hecho, en
trámite. Antes y des-
pués, directamente del
Rey.
Au,diencia de Sto. Do- Justicia.
mingo.(De 1739a 1742,
de Santa Fe de dere-
cho; de hecho, en trá-
mite).
Santa Fe (1739-1742) de Militar.
derecho; de hecho, en
trámite. Antes y des-
pués, independiente.
Rey. Persecución del Desde 1739: Maracai-
comercio ilícito. bo, Cumaná y Gua-
yana, Margarita y
Trinidad.
Rey. Vice patronato.
Rey. Contador Ma- Jurisdicciones de:
yor. Santa Marta,
La Grita o Maracaibo.
Cumaná,
Cumanagoto,
Margarita y
Guayana.
Arzobispo de Sto. Do- Obispado. Ciudad de Maracaibo.
mingo.
Tribunal de Cartagena. Inquisición.
CAPITULO CUARTO

ECONOMIA: LA COMPAÑIA OUIPUZCOANA

La economía de la Venezuela de estos años tiene un


nombre propio: Compafíía Guipuzcoana; y uno común:
cacao. Ante ella no se dan sino casi por excepción las pos-
turas eclécticas. En general, sólo dos bandos radicalmente
definidos, radicalmente contrarios: en uno, los más de los
autores venezolanos y los canarios; con el otro, los vascos
y los hispanófilos. Historiadores imparciales por su nacio-
nalidad, no lo son a veces en sus apreciaciones por beber
exclusivamente de una u otra fue11te sin somet erla a crítica.
Consecuentemente y a remolque de las opiniones y los
prejuicios en la evaluación de la empresa guipuzcoana, la
figura cla:ve de Zuloaga se bandea en caricaturas de tirano
o de héroe.
Intentamos en este capitulo no un conciliador y aprio-
rístico camino intermedio sino la exposición desnuda y es-
quemática del funcionamiento de la institución, de las re-
laciones del Gobernador con ella y de la reacción provincial
ante ambos dentro de la circunstancia de lugar y tiempo,
limitando el tono polémico. a su mínima expresión.

La Compañía Guipuzcoana: orígenes y actuación,


durante el Gobierno de Zuloaga

La riqueza venezolana no se escondía en los filones de


las minas ~ excepto por alguna que otra de estafío y co-
bre- 1 sino que afloraba en el campo abierto. País agrícola
1 Ovicdo y Baños, José: Historia de la Conquista y Poblaci.611, de la Pro-
1•i11cia de V enezuela, pág. , 2 .
60 OTTO PIKAZA

y ganadero, tuvo en sus frutos y en sus cueros el paisaje


de fondo económico, sustituido hoy por las torres de petró-
leo. El grano de cacao abría paso a un lejano bidón de
hidrocarburos.
A su explotación, como a la de las otras partes de las
Indias, acudían más o menos legalmen~, además de los
españoles, numerosos clientes. A la Compañía de Guinea
-francesa- reemplazaba en 1713 (Utretch) el llamado
Asiento Inglés. Si se entornaban - que no se abri.a n de par
en par- las provincias americans a los extranjeros, debíase
a la necesidad de importar esclavos negros para la agri-
cultura ~ operación que España confió por lo general a súb-
ditos ajenos- o a imposiciones onerosas de los tratados.
En ambos casos se originaba de rebote una corriente de
exportaciones como vía más expeditiva de abonar los saldos
de las mercancías introducidas. Lo mísmo ocurría con el
comercio permitido en tiempo de guerra para avituallar
regiones no autosuficientes.
Simultáneamente, coexistían medios encubiertos de
tráfico que, si bien por una parte burlaban los controles del
fisco y reducían el abastecimiento normal de la metrópoli,
por otra, no sólo obtenían a mejores precios géneros extran-
jeros de calidad superior sino que encontraban en los be-
neficios ilegales y libres un estímulo para la producción. 2
Los intereses antagónicos de una provincia ultramarina y
Espafía se manifestaban abiertamente y la segunda no
vacilaría en inclinar el provecho a su lado con todas las
fuerzas a su alcance:
Evitar los abusos del comercio permitido, terminar con
el ilícito, aumentando los ingresos de la Corona, y garanti-
zar el consumo metropolitano de cacao venía siendo más
que una necesidad en el caso concreto de Venezuela. A sa-
tisfacerla, llegaba la Compañía Guipuzcoana.

.a Moses, Bernard .: The Spanísh Dependenc-ics itr Sou.th Am erica, tomo II,
pág. 345-
ZULOAGA EN LA GOBERNACIÓN DE VENEZUELA 61

La contrapartida de suministrar efectos a la provincia


representaba para la España de aquel entonces casi más
una obligación concomitante que un deseo acuciante de
vender basado en los principios mercantilistas del resto de
Europa.
Tras innúmeros estudios y propuestas que se súcedieron
y frustraron en mayor o menor grado de gest ación durante
varias generaciones de reyes y ministros, 3 Felipe V acced.ia
en 1728 a la fundación de una Compañía comercial para
la explotación de la Provincia de Venezuela. Muy proba-
blemente los netos beneficios que el rico cacao prometía
fueron la razón de poner los ojos en este territorio marginal.
Se suscribían tres cuartos de millón en acciones de
500 pesos. De ellas, 200 fueron compradas por el propio
Monarca y 100 por la provincia de Guipúzcoa. Enviaría la
Compañia cada uno de los seis primeros años dos barcos
de 40 ó 50 cañones y después de este plazo, cuantos qui-
siera. 4 Cargaría en Pasajes, atracaría en La Guaira o Puer-
to Cabello y sólo al regreso tocaría en Cádiz para cumplir
con las formalidades de la Casa de la Contratación. Llevaría
productos españoles y retornarla con cacao, tabaco, cue-
ros, etc. Cuando no hubiera registros podría proveer a las
provincias de Cumaná, Trinidad y Margarita. Misión aneja
le era la de perseguir el contrabando.
El Rey mantendría a la Compañia bajo su protección
y sus dependientes gozarían de grandes prerrogativas. La
Armada Real prestaría auxilio a sus navíos. 5 Se le eximia
del derecho de alcabala y se le concedían dos tercios de las
presas. Por el articulo V del Convenio Fundacional, se re-
servaba la Corona la facultad de hacer concesiones seme-
jantes.
3 Sobre propuestas de Compa ñías Comerciales, véanse las obras de H uS'ley
y Arcila Farias.
4 Baralt, Ra fael Mar ia y Ramón Díaz : Resume11 de la Historia de Venezuela
desde los orígenes a 1797, pág. 458,
s Estornes La-sa, J. : L a Compali/a GuiJ;m&coana. de Cara¡;as. (Citando los a r-
tículos 1 s y 1 8 del Convenio de 25 de septiembre de 1728).

<s)
62 OTTO PlKAZA

Al Gobernador de Venezuela se le agregaba el titulo


de Juez Conservador de sus intereses, con plena jurisdic-
ción en lo concerniente a presas, embargos de contraban-
distas y operaciones de los agentes de la Guipuzcoana.
Como sociedad anónima es preciso reconocer en la
Compañia una perfecta organización, montada sobre un
despejado sentido comercial y financiero. Sus fragatas de
recia arboladura, gran tonelaje y poderosa artilleria con-
trastaban vivamente con ese espíritu de «hacer las cosas
a medias,, caracteristico de Espafia en lo económico.
Desde el primer momento se lanzó a una empresa am-
biciosa, cuya mejor prueba la constituye el estudio de las
construcciones y factorías 6 que levantó en Caracas, Puerto
Cabello, La Guaira, Valles de Barquisimeto y Coro 7 y los
almacenes abiertos en la mayor parte de las ciudades y
pueblos. Y para que no faltara el detalle filantrópico de la
época, asignó en 1738 mil pesos anuales a la dotación de
un sacerdote vasco en el colegio de los Jesuitas de Cádiz
«para atender a las necesidades espirituales de los hijos
de las cuatro provincias vascas,. 8

l. ANTICOTR.ABANDO

Si a los ojos de la Monarquía la función anticontraban-


dista asignada a los guipuzcoanos representaba un medio
de forzar el pago de los impuestos y de asegurar el abas-
tecimiento peninsular, en manos de la Compañia venía a
ser una manera de evitar la competencia y de moverse a
sus anchas.
Estos dos móviles, aplicables asimismo a otros aspectos
del consorcio Corona-Compañía, por cuanto se expresaban
en una sola operación común de limpieza, resultan a veces
6 Mapas, construcciones, etc., de la Compañía Guipuzcoana. A. G. J., Ca-
racas, 938.
7 Baralt: Op. cit., pág. 459.
8 Hussey, Roland D.: T h11 Caraca-s Con•Pm1:y, pág. 74.
ZULOAGA EN LA GOBERNACIÓN DE VENEZUELA 63

en la práctica difíciles de deslindar. Y lo mismo podría


hasta cierto punto afirmarse del papel del gobernador, que
a la hora de su nombramiento recibia unas órdenes en que
se le identificaban los intereses nacionales con los de la
empresa, como ya h emos apuntado.
Profundas eran las raices del comercio ilícito, arrai-
gadas como estaban en un hábito inveterado, en unas ga-
nancias superiores y en la incontrastables calidad y bara-
tura de los productos holandeses y británicos con los que
España no podía en modo alguno competir. Porque en rea-
lidad esta dualidad competiti:va respondía a dos conceptos
antagónicos de riqueza, de los que España representaba,
desafortunadamente para ella, el trasnochado. Lo que para
los países modernos suponía la dinámica de su desarrollo
material - producir, vender, el flujo mercantilista- hallaba
a los celtíberos en una suprema apatía. Como consecuencia
lógica de ambas actitudes, aquéllos buscarán mercados, por
las buenas o por las malas, y éstos -en una línea tradicio-
nal de aséptico aislamiento- se opondrán a intromisiones
mercantiles que juzgarán actos de provocación bélica sin
compensarlas adecuadamente con un comercio propio.
Estas dos fuerzas económicas encontradas agregan durante
toda la época de Zuloaga una tercera y peligrosa dimen-
sión al binomio irreductible colonia-metrópoli: la guerra.
Para atajar este contrabando tenia la Compafíía en la
mar diez guardacostas con un promedio total de ochenta
cafíones y 518 hombres. Su campo de vigilancia se hallaba
limitado por los ríos Hacha y Orinoco. Pero no bastaba para
intimidar su mera presencia armada. Esto lo prueban los
numerosos pleitos contra contrabandistas cogidos in fla-
granti y los incidentes que se suceden durante estos afíos.
En 1737 los guardacostas habían de enfrentarse con
cuatro balandras holandesas que «causaban insultos, 9
desde su base de Curazao, donde acababan de formar la
9 De Zuloaga a la Corona. Caracas. 14 noviembre 1737. A. G. J., Caracas, 56.
64 OTTO PIKAZA

«Company of Armaments for War» que ya contaba en su


haber varias embarcaciones españolas. 10
A principios de 1739 prevenía Madrid que dos fragatas
de 24 a 30 cañones habían salido de Middleburg, capital de
Zelanda - Holanda- a practicar el comercio en América. 11
El mismo año, cuatro balandras de la mísma naciona-
Udad, armadas en guerra, persiguieron a la galera «Nuestra
Señora del Pilar» desde Cuyaga hasta Puerto Cabello, aun-
que no lograron darle alcance. 12
Meses antes habian apresado los guardacostas la ba-
landra holandesa «La Catarina> 13 y la francesa «La
Ventura>.
El adversario, pues, armado, constante y belicoso era
un hecho real e inmediato. Sin embargo, sin considerar los
casos presentados como únicos, la escasa densidad de los
mismos está muy lejos de representar una insostenible y
grave amenaza. Una buena parte de ésta reside, sin duda
alguna, en la psicosis que la Compañia tuvo buen cuidado
de alimentar para asi hacer resaltar más su esfuerzo e im-
portancia. Por otra parte, un exceso de celo o quizá la
codicia del reparto de las presas llevaron la obsesión de
la manía persecutoria activa a tales extremos que una Real
Cédula hubo de ordenar a Zuloaga no se molestara a los
extranjeros que navegaran en legitimo comercio por aque-
llas aguas. u
El resguardo terrestre constaba de varias patrullas en
comisión volante, además de las fijas con base en Coro, San
Felipe, San Nicolás y Tucayas. 15 También aqui la rigidez
se hacia violenta y excesiva. La negativa de Zuloaga a con-
ceder el transporte de los frutos a las factorías por mar

10 Hussey, R. D. : Op. cit., págs. 74-75.


TI De la Corona a Zuloaga. Mad rid, 20 enero 1739. A. G. l., Caraca,, 56.
12 De Zuloaga a la Corona. Caracas, 24 diciemb re 1 739. A. G. I ., Caracas, 56.
13 Id., íd. Caracas, 26 diciembre 1739, A. G. l., Caracas, 65.
14 Id., íd. Caracas, J agosto 1739. A. G. l., Caracas, 65,
1 5 Id., Id. Caracas, 24 noviembre 1744. A . G. J., Caracas, 69.
ZULOAGA EN LA GOBERNACIÓN DE VENEZUELA 65

y su advertencia de los grandes peligros que preveía en


la navegación del río Apure, que solicitaba un tal Miguel
Rubio, debieran bastarnos como muestra y síntoma a
la :vez. 16
Subordinado todo a una inspección inflexible y a una
total descon:flanba, para la que hasta cierto punto no fal-
taban motivos, las rutas de transporte eran normalmente
obligadas y la apertura de una nueva -por conspicuas
consideraciones expeditivas- implicaba la imposición de un
gravamen especial que sufragara el mantenimiento de una
patrulla que la vigilara. 17 Y, por si esto fuera poco se prohi-
bía a los particulares aun el acarreo por tierra de sus co-
sechas a La Guaira. Domingo Antonio Tovar y Pedro Mejía
encontraron sendas negativas de nuestro Gobernador a dos
solicitudes consecutivas para sacar el cacao hasta aquel
puerto desde sus haciendas del valle de Capaya y sitios de
Curiepe y Maporal.
Con vistas a llevar tal represión a una total eficiencia,
se hubieron de fortificar los puntos neurálgicos. El cas-
tillo -Y con él, la ciudad- de Puerto Cabello, el fortín de
Tucayas, la reconstrucción del presidio de La Guaira hallan
en este empefio la razón de su existencia.
La fiscalización entraba en la misma intimidad del
hogar. 18 Estos registros a las casas particulares han des-
pertado la indignación de los historiadores venezolanos.
Así, Arcila Farías utiliza el hecho como grave argumento
contra la Compafiía. No queremos ni podemos en modo
alguno dejar de ver en él otro síntoma de la inquisitorial
opresión de los guipuzcoanos, mas estamos convencidos de
que el atropello pierde proporciones acusatorias en función
de las circunstancias. L a violación de los derechos humanos
implicada resulta forzada y anacrónica si tenemos en cuen-

,6 Id., id. Caracas, 6 enero 1¡46. A. G. l., Caracas, 74.


17 Arcila F . : E conomio, Colonia/ de Vc11ezitela,, pág. 469.
r8 lJaralt : O p. cit., pág. 460.
66 OTTO PIKAZA

ta que la Corona habia decretado un verdadero «estado de


guerra» contra el contrabando, que el Gobernador tenía
órdenes terminantes y excepcionales al respecto y que en
aquel entonces las garantías individuales de este género
eran extremadamente dudosas.
Diferente matiz cobraba ante la legislación contempo-
ránea el caso de los registros a las moradas de los clérigos,
· a quienes Zuloaga aplicaba la ley con el mismo rasero. De
algunos de los pleitos que por tal motivo se siguieron con
el obispo nos ocuparemos al tratar de las materias ecle-
siásticas de este período.
Esencial fue sin duda la ayuda prestada por las jerar-
quías políticas, cuando entre las obligaciones del Goberna-
dor ocupaba un lugar preeminente la de celar por la eli-
minación del comercio ilícito, como claramente se deduce
de las órd,e nes dadas al Juez de Residencia de Zuloaga, 19
y cuando se le exige a éste su incondicional apoyo a las
actividades de tal signo en que se ocupara la Compafiia.
En semejantes circunstancias, ¿hasta qué punto es posible
distinguir quién es quién en el campo de las responsabili-
dades y la critica?

11. COMERCIO:

El monopolio de la Guipuzcoana lo era tan sólo con


respecto al género consumible en la metrópoli, a los comer-
ciantes de ésta y a la exclusividad importadora de los frutos
europeos en la Provincia. Además de la Compafiia comer-
ciaban, con los oportunos registros, particulares de Cana-
rias, venezolanos, barcos de Puerto Rico, Santo Domingo
e islas de Barlovento. En todo momento, antes y después
de la aparición de la Compafiia, los caraquefios transpor-
taron a Veracruz, por ejemplo, cantidades muy superiores

19 Juicio de Residencia. de Zuloaga. A. G. I., Escribanía de Cámara, 73 4 y sigs.


Tnstrucciones al Juez de Residencia. A. G. I., Caracas, 32.

ESCUELA DE ESTUDI O S
HISPANO - AM HlCAt!O S
C.S .. l.C.
a"" 1ó e
ZULOAGA EN LA GOBERNACIÓN DE VENEZUELA 67

a las que la empresa remitiera a Espafia. El monopolio,


pues, venía a ser muy relativo. Sin embargo, por su ca-
pacidad de transporte - mucho más en tiempo de guerra-,
por ser la única importadora autorizada de productos eu-
ropeos por los que las gentes a veces habían de trocar de
antemano sus frutos, por el apoyo de las autori.!fades, por
la tela de araña que a veces suponían sus préstamos, etc. los
guipuzcoanos figuraron unas veces como únicos mercaderes
y casi siempre como parte más favorecida.
Ya hemos suficientemente apuntado la identificación
que en lineas generales se hacia de la Compafiía y la Mo-
narquía, y los interesados cimientos en que aquélla s~ basa-
ba. Por eso no podrá sorprendernos que por 1739 se conce-
dieran a los directores y empleados de la empresa los mis-
mos privilegios y franquicias que a los soldados y marinos
de Indias, 20 que en 1741 s~ suprimiera el artículo V del Con-
venio, excluyendo en el futuro no sólo el hecho sino la
posibilidad de concesiones semejantes 21 y que en 1744 se le
sustrajera de la tradicional supervisión de la Casa de la
Contratación. 22
Aunque tiempo atrás Lardizábal había fijado para su
envío a España 30.000 fanegas anuales de cacao, sólo en
1740, por excepción, llegaron los vacos a esta cantidad.
Repercutieron, no obstante, en la metrópoli las aportacio-
nes de la Compañía hasta tal punto que la fanega había
descendido por esos años de 70 a 40 pesos. 23 Claro que a
este descenso había correspondido otro en los precios de
adquisición en Venezuela. Sólo en la época de Zuloaga de-
cayó la fanega en el mercado local de 16 a 8 pesos. San
Javier calculaba en once y medio el precio de costo 24 y atri-
20 Arcila Farí-as: Üp. cit., pág. 208 .
.21 A. G. l., Caracas, op. cit., y Hussey, op. cit., pág. 85.
22 Hussey : Op. cit., .p ág. 84.
23 Hussey: Op. cit., pág. 87.
24 Ar.cila : Op. cit., pág. 206. Para la comprensión d el mecanismo deprcciatorio
;- la partici pación de la Co\npañía en el mismo, remitimos al lector a los trabajos
de Arcila Farías y Hus~ey.
68 OTTO PIKAZA

buía la baja a la Guipuzcoana. Para Zuloaga, en cambio,


era cuestión del enorme aumento de la producción.
Si las amplias prerrogativas de que gozaba la Compa-
ñía habian ya despertado el resentimiento de los venezo-
lanos, las manipulaciones de los vizcaínos por obtener otras
vias de comercio y entrometerse en el feu,<io legal de los
coloniales, acabaron por decidir los odios. Estas tentativas,
no exentas de intrigas en la metrópoli y en la provincia,
cobrarían cuerpo principalmente durante· la jefatura de
Zuloaga.
Por aquel tiempo algunos particulares solicitaron del
Consejo permiso para extraer los frutos de la Provincia
de Maracaibo, comprometiéndose a repoblar la región con
espafioles y a suprimir el comercio extranjero en la misma.
Ante la pieza levantada, la Compañía movió todos sus re-
sortes. Ni que decir tiene que, aunque temporalmente, se le
otorgaba -en 1739- esta facultad, amplíando así su radio
de acción a Maracaibo. 25
El tradicional y voluminoso desahogo de los criollos
venia representado por el comercio con Veracruz. Databa
nada menos que de 1674 y las Reales Cédulas de 1720 lo
habían estimulado con la reducción de derechos fiscales.
Este permiso, que se extendía a Cartagena y La Habana,
no estaba movido por el deseo de incrementar la produc-
ción y ganancias venezolanas, sino por el de transportar
a los puntos de escala de la Carrera de Indias un cacao
que se apetecía y que se cultivaba en un área poco menos
que intransitada. 26
En cantidad, el comercio de Veracruz - de recorrido
más corto, fácil y segura- representaba un volumen supe-
rior al que la Compañía transportaba a España. Constantes
fueron las presiones de los Guipuzcoanos por anexionár-
selo, entre las que se les atribuyen manejos depreciadores.

25 Arcila : Op. cit., págs. 208 y 209.


26 Hussey : Op. cit., pág. 91 .
ZULOAGA EN LA GOBERNACIÓN DE VENEZUELA 69

Empezaron por conseguir se prefirieran sus barcos a los


demás en la carga, y, al decir de Hussey, ya para 1734 este
tráfico había caído en cierto modo en sus manos, 27 contra
la letra y el espíritu de las Reales Ordenes.
El caso es que el Cabildo Abierto de Caracas, presio-
nado al parecer por la Compañía y sus simpatizantes en él,
admitía por votación en el otoño de 1738 su intromisión,
como remedio al escaso valor de los frutos y los retrasos
e~perimentados por los barcos que hacían aquel comercio,
incapaces, inseguros y de inferior tripulación. 28 La Com-
pañia, pues, se encargaría de ofrecer sus navíos y hacer por
su cuertta el transporte total. Nicolás de Francia, principal
factor de ésta, acordaba permitir a los plantadores, en
quienes halló apoyo, la mitad de sus bodegas. 29 En el fondo
no era sino una afloración de la pugna entre cosecheros y
tran,sportistas que estaba ya abierta antes de la llegada
de los guipuzcoanos. Los mercaderes habían sido virtual-
mente los dueños de este comercio, con sus endebles em-
barcaciones e insignificantes medios, y disponían de sus
bodegas arbitrariamente, de tal manera que los plantadores
estaban muy lejos de tener libertad como se decía. Parece
ser que con esta decisión del Cabildo los agricultores, ante
la alternativa de uno u otro monopolio, se inclinaron por
el de la Compañia que contaba al menos con más capacidad
y posibilidades, aunque con ello se dejaran salir de la pro-
vincia grandes cantidades de numerario, que pasaban a
manos de los guipuzcoanos.
San Javier y sus adeptos, que, aunque fundamental-
mente cosecheros, salían bien parados con el presente es-
tado de cosas y que estimaban más fácil un entendi_m iento
con los transportistas que con los guipuzcoanos, si éstos se
posesionaban del tráfico de Veracruz, consideraron, por de-

27 Hussey : Op. cit., pág. 93


28 Hussey : Op. ci t., pág. 94.
29 H ussey : Op. cit., pág. 94.
70 OTTO PIKAZA

recto de ciertas formalidades, inválida la votación. Para un


asunto de tal importancia se requería, según ellos, la opi-
nión del estado eclesiástico, regidores, oficiales reales, mer-
caderes, cosecheros y capitanes del comercio con Véracruz
y un detenido estudio previo de sus pros y sus contras. 30
Así, al Real Despacho (El Pardo, 21 enero 1741), expe-
dido a raiz del acuerdo del Cabildo en favor de la Compafiia
sustituía otro contrario, movido por la representación arri-
ba expuesta de San Javier, estableciendo no se hiciera no-
vedad alguna (22 febrero 1741). Nuevas propuestas, quejas
y acusaciones mutuas se sucedieron. El resultado del pleito
supuso a la larga un traspiés moral para la Compañía : por
una parte, cuando una Real Orden de 16 de abril le aprobó
-por sus mejores medios en t iempos de guerra- el despa-
cho de la «Santa Ana» para inaugurar el mercado, nadie
quiso aportar su cacao a la hora de embarcar 31 y el derecho
se esfumó; por otra, se le impuso -,que esta era su misión-
la obligación de concentrarse en el transporte a Espafí.a,
a la que debía enviar 40.000 fanegas anuales, sin cuyo re-
quisito, ni un solo grano podría salir hacia Méjico.
Por costumbre -que no por ley~ disponían los cose-
cheros y mercaderes desde tiempo inmemorial de un tercio
del buque por grupo en todos los registros que llegaban a
La Guaira, para cargar y transportar por su cuenta y ries-
go. La Compañía se negó a continuar la práctica, basada
en la carencia de derechos ex;plícitos y formales. La duali-
dad de intereses dentro de los mismos mantuanos originó
una compleja batalla entre mercaderes y cosecheros, con
numerosos altibajos. 32 San Javier y los suyos interpretaron
en el episodio sólo él papel de una fracción con pretensiones
de monopolizar por su parte los envíos.

30 Hussey: Op. cit., págs. 94--96.


31 Del Consejo a la Corona {sin fecha) . A. G. l., Car aca.s, 11.
3.z A rcila: Op. cit., págs. 192-195.
ZULOAGA EN LA GOBERNACIÓN DE VENEZUELA 71

Bases y razo.nes de la oposición


provincial a la Compañía y Zuloaga

No es intención nuestra la de estudiar a la Compafiia


Guipuzcoana como institución a través del tiempo por ra-
zones tan obvias como la de ser tema que rebasa 'excesiva-
mente nuestro trabajo en duración y contenido y la de
existir completas monografías sobre la materia, como la del
norteamericano Hussey. Creemos, no obstante, indispensa-
ble a este punto condensar al menos los motivos de la opo-
sión a dicha empresa -surgidos casi en su totalidad por
estos años- , que nos harán comprensibles la actitud y re-
clamaciones de los criollos en este momento y los que sigan.
Estos motivos, objetivos y subjeti.vos, derivados en su
mayor parte dé los abusos guipuzcoanos, a los que Zuloaga
no aludió bien porque los ignorase, bien porque consciente-
mente los ocultase o bien, y más probablemente, porque no
los tuviera por tales, una vez identificada la Monarquía con
la Compafiía y consciente de sus propias funciones dentro
de ésta, no fueron en realidad sistemáticamente condensa-
dos hasta la futura sublevación de León, aun cuando se
materializaron a pie juntillas todas y cada una de las que-
jas del poblador de Panaquire, a la par de que nos hallamos
convencidos de que nadie pueda todas a una rechazarlas.
Porque, si las exageraciones resultan patentes, también lo
son no pocas de las acusaciones. Además, y en el recóndito
e inexpresado subsuelo de la acritud, no podemos ignorar
otros ingredientes, cuya moralidad u objetividad podría
discutirse pero que subjetivamente alcanzan preponderan-
cia decisiva.
Para empezar, el recibimiento de la Compañía en tierra
venezolana había sido abiertamente hostil bien por no
haberse consultado al Cabildo, como cabía esperar, bien
por el mero presentimiento de las limitaciones de todo
orden que impondría.
72 OTTO PIKAZA

Durante este decenio, la Guipuzcoana gozó en la prác-


tica de carta blanca en beneficio propio debido al mimo de
la Corona, a sus extraordinarios privilegios, a las altas pa-
lancas con que en la metrópoli contaba, a la protección
incondicional del gobernador, a la inevitable cotización que
la guerra le deparó, a su capacidad ecorrómica, a su mili-
tarizada organización en la provincia. Si sumamos a esto
los ingresos que a la Corona proporcionaba tenemos ya un
clima ideal para que sus pecados pasaran desapercibidos
o se disimularan.
Los guipuzcoanos atentaron contra el cabildo, entro-
metiéndose en él o ignorándolo, según les conviniera. Hubo
implícitamente en la Compañía y Zuloaga una clara con-
ciencia de la fuerza representativa y de símbolo que el
cabildo entrañaba, a pesar de su imperfecto funcionamien-
to. Los privilegios del municipio caraqueño decayeron a ojos
vistas. El tradicional diálogo Provincia-Rey se vio más y
más mediatizado.
La Compañía intentó la eliminación de sus adversarios
y de las interferencias ajenas. Consiguió lo primero por la
Real Cédula de 1741 que excluía de la Carta Fundacional
la posibilidad de acordar privilegios semejantes para la
misma región a otras personas o compañías. Para lo se-
gundo, se entrometió en los derechos provinciales y trató
de apropiarse del comercio legal de éstos.
La misma tendencia se manifestó en sus presiones por
abrir tienda.s de venta al pormenor, deplazando con ello a
los detallistas locales, y en la falta práctica de la ley de
la oferta y la demanda. Sobre esta pendiente no le fue di-
fícil traspasar más claramente los límites del juego limpio
para imponer precios a su conveniencia en la venta de los
productos europeos de los que era importadora exclusiva.
El siguiente paso seria la provocación de escaseces artifi-
ciales en las importaciones para alzar su valor y el estanca-
miento de los productos locales para depreciarlos. De esta
ZULOAGA EN LA GOBERNACIÓN DE VENEZUELA 73

forma, además de asegurarse unas ganancias considerables,


se coronaba de gloria ante el Rey por haber mantenido el
precio del cacao en España, a pesar de la guerra y de las
numerosas pérdidas sufridas.
En el capitulo de sus escasas obligaciones con la pro-
vincia, como el suministro de bienes de consumo, p~r causas
propias o ajenas, su rendimiento dejó mucho de. desear,
tanto por la importación insuficiente de dichos artículos
como por los precios convencionales o abusivos que les se-
ñalaba. Si deber suyo era hacerse cargo de la explotación
y el fomento de la provincia, descuidó o despreció aspectos
florecientes de la misma en cuanto que no le interesaban
directamente, como el tabaco, que únicamente a España
podía enviarse ; a la par, otras veces dejó de absorber el
cacao de la gobernación.
La dictadura de los guipuzcoanos en su obsesión anti-
contrabandista, compartida por Zuloaga, prlvó a los vene-
zolanos de ventajas legítimas que la misma naturaleza les
había proporcionado, como el transporte fluvial y maríti-
mo; creó tensiones, inseguridad y molestias.
No cabe duda de que el punto de la persecución del
comercio ilícito participa en los odios a la Compafiía, aun-
que rechazamos los extremismos de los historiadores. Así,
ni Arcila, al absolutamente desestimarlo, ni Hussey, al
hacerlo constituir el <<greatest sin» de la Compafiía 33 tienen
base argumental para convencernos adecuadamente. Por
idéntica parcialidad, el hecho de que Zuloaga insistiera una
vez y otra en que dicha represión representaba toda y la
única causa de los resentimientos, carece naturalmente de
fuerza probatoria. Apoyados en h echos sólidos - como la
tradición, las tentadoras ventajas de este comercio, la pre-
sencia continua de los holandeses en las costas, los repeti-
dos pleitos contra contrabandistas, los testimonios de per-
sonas ajenas a la Compafiía, el espíritu de la proclama de
33 H ussey: Op. cit., pág. 79.
74 OTTO PIKAZA

Knowles, la diferencia entre la producción y la exportación,


la misma insistencia en negarlo, etc.- no podemos sino
aceptar éste entre los motivos de resentimiento, al menos
de grandes sectores de la población.
Tal vez los factores que preceden sean los únicos in-
discutiblemente objetivos, mas en modo alguno son los úni-
cos operantes. Hallamos a los provinciales aludiendo a otros
abusos e irregularidades: unos absolutamente falsos o ca-
rentes de fundamento; otros, de cuya veracidad integra hay
motivos para dudar; y algunos ,ampliamente justificables
a un análisis realista y critico por las especiales circunstan-
cias que concurrieron.
Citaremos en el primer grupo, a titulo de ejemplo, la
acusación lanzada contra Zuloaga de haber ignorado el
mérito de los naturales y de ciertos oficiales en la defensa
de la provincia, para atribuírselo a su propia persona y a
los miembros de la Compañia, lo que le valió el titulo nobi-
liario y su promoción en el ejército. Para refutar lo primero
nos remitimos simplemente al capitulo de guerra de este
nuestro trabajo en el que vemos al Gobernador aludiendo
clara, abierta y repetidamente a la contribución casi exclu-
siva de Gancedo en la contención del ataque a La Guaira
de 1739, a la gran participación de Gual en el de 1743, a
los valiosos donativos de los caraquefios y a la decisiva ayu-
da de las milicias provinciales. Del mismo capitulo se infiere
que la concesión del titulo y e_l grado fue una recompensa
global otorgada a Zuloaga como cabeza de la provincia, por
el éxito de ésta contra los ingleses y por las providencias
dictadas por él durante afios para reforzar sus fortifica-
ciones; y si Gual no recibía hasta 1747 el ascenso por sus
glorias de 1743 no fue en modo alguno por defecto de las
más calurosas recomendaciones del gobernador.
En el segundo tipo de acusaciones discutibles podría-
mos incluir la lista de crimines, coacciones, sobonors, vio-
laciones y brutalidades que se imputaron a los agentes de
ZULOAGA EN LA GOBERNACIÓN DE VENEZUELA 75

la Compañía. Hay demasiada emoción en las representa.-


clones y muy pocos ejemplos para aceptarlas literalmente.
Conocidas las presiones y poderes dictatoriales de la ins-
titución, pecaría de parcial la actitud de rechazarlas de
plano. Pero algo muy distinto sería determinar en estos
casos la responsabilidad de la Compañía o del Gqbernador
como tales. Tenemos por demasiado elemen.t al el principio
de que los pecados de los miembros no implican necesaria-
mente la maldad constitutiva de una institución. Dadas
las condiciones de la proyincia, el aislamiento de las fac-
torías, las amplias facultades de los agentes y las dificul-
tades de vigilarlos de cerca, resulta evidente que estos de-
litos tendrían por lo general carácter y responsabilidad in-
dividuales, como en otro plano ocurría con los corregidores.
En cuanto a las irregularidades justificables, salta a la
vista que el prolongado estado de guerra hubo de traer
consigo anormalidades. Justificamos con esto en buena
parte las escaseces de suministros y el comercio que la Com-
pañía misma practicó con extranjeros, que por el mismo
motivo sería totalmente inexacto llamar contrabando ya
que, en general, las leyes lo autorizaban en estos casos como
conveniente excepción. Que, habiendo personas por medio,
se incurriera en ocasiones en la ilegalidad y en los abusos
puede darse por una parte no sólo como posible sino como
inevitable y por otra al igual que antes, como argumento
de consistencia muy dudosa para tachar de contrabandista
a la Compañía o al Gobernador como tales. Un signo seme-
jante de irregularidad hemos de reconocer en la suspensión
de licencias que Zuloaga ordenara en 1743, en el comercio
con Veracruz, ya que el temido ataque británico a la pro-
vincia así lo aconsejaba. El hecho de que, al pasar el peli-
gro, el autoembargo se levantara, evidencia las objetivas
consideraciones en que la decisión se fundamentaba. 34
Omitimos intencionadamente el tratar de otras recii-

34 Hussey: Op. cit.,págs. 101-102.


76 OTTO PIKAZA

minaciones como la de que los guipuzcoanos vendieran a


veces provisiones dañadas, la de que obligaran a los vecinos
a comprar y vender, etc., por falta de pruebas imparciales.
Las mencionamos, no obstante, ya que tanto estas acusa-
ciones debatidas, como las probadas, las comprensibles y
las .falsas, los defectos constitutivos o me]!amente acciden-
tales, se entremezclaron en el espíritu de los venezolanos y
determinaron una actitud de hecho que se manifestó abier-
tamente en este período eh todas las formas posibles: desde
la violencia -insurrección de San Felipe- a la legal - po-
litica de San Jayier- , pasando por la resistencia pasiva,
como negarse a cargar los buques de la Compañía.

Expresión de la reacción popular:


Sublevación d'e San Felipe

Fama de revoltosa tenia esta reciente ciudad y, al pa-


recer, incansable afición al contrabando que su misma geo-
grafía alentaba. No pequeña había sido su participación en
la sublevación de Andresote y en la revuelta contra el Te-
niente y Justicia anterior, Juan Angel de Larrea. Ahora los
ánimos inquietos de sus moradores hallaron un pretexto
justificado a sus odios contra la Guipuzcoana y sus métodos
represivos en el nombramient.o de Ignacio de Basazábal
para Teniente y Justicia Mayor del lugar.
Basazábal gozaba de una siniestra reputación. La in-
vestigación del incidente que vamos a narrar arrojó contra
él una serie de testimonios acusatorios. Venía a ser, según
éstos, un individuo engreído, fatuo y matón. Pero - tal vez
valiéndose de inconfesables procedimientos- había obte-
nido resonantes victorias sobre el contrabando en la ciudad
de Carora, donde había desempeñado el mismo cargo. Del
informe de Zuloaga se deduce que, prescindiendo o igno-
rando lo primero, lo había nombrado para San Felipe por
sus habilidades contra el comercio ilicito. De acuerdo con
la versión del Gobernador, al cabo de un mes de estar ejer-
ZULOAGA EN LA GOBERNACIÓN DE VENEZUELA 77

ciendo su nuevo empleo -«parece que por haberse deslizado


los moradores» en tratos mercantiles con los extranjeros
y por la mano dura empleada por Basazábal-, el 4 de enero
de 1741, estalló un tumulto contra el Justicia, en el que se
le apresó como primera medida. Como pretextos se dieron
la odiosa personalidad del Teniente y su ilegal .nombra-
miento, razón esta última sólida por sí misma, ya que, si
bien era verdad que el Gobernador tenia desde 1738 facul-
tades para nombrar tales cargos, al incorporarse Caracas
al Virreinato de Nueva Granada, pasaba el derecho al
Virrey, aunque de hecho se hallara en discusión en la Corte.
Con astuta precaución «se habían puesto presos los
Alcaldes Ordinarios, Regidores y Escribano», inspiradores
del motin, para evitar sospechas de su participación. Decían
los vecinos que «el expresado Don Ignaéio era hombre ebrio
y que, aunque no lo estuviese, era un incapaz» y que no
había hecho cosa alguna por eliminar el contrabando. Ba-
sazábal hubo de salir y retirarse a la misión de Agua de
Culebras, a dos leguas de distancia. No satisfechos con esto,
lo persiguieron expulsándolo a Puerto Cabello.
Zuloaga envió a López Urrelo con la gente necesaria
para verificar una averiguación. De camino hacia la re-
vuelta ciudad, supo el Auditor en Nirgua de la gran excita-
ción y alborto reinantes. Más adelante le salieron al en-
cuentro un Alcalde de la Hermandad y seis hombres arma-
dos con carta del Cabildo, para que retirara la gente que
llevaba y entrase sólo «con doce hombres para su decencia>.
Ante tal exigencia, Urrelo suspendió la entrada. Poco des-
pués, en Tamanavare, se enteró de que se le pedía además
«no había de proceder contra ninguno de los culpados»;
y más tarde, en Guana, de la existencia de <<otra mucha
gente forastera que se había juntado» y de que «estaban
continuando el levantamiento, con mucha porción de armas
y municiones de guerra, que habían traido de las balandras
holandesas, que estaban en dichas costas, atrincherado la

(6)
78 OTTO PIKAZA

playa, guarnecidola de pedreros y puestas guardias y cen-


tinelas para resistir su entrada>.
El Teniente de Gobernador, por su parte, reunía gente
de Nirgua y Barquisimeto; sin embargo, y a pesar de las
órdenes de Zuloaga, no se consideró con fuerzas para
entrar. Comprendió a su vez el Gobernador la magnitud del
tumulto y explicó a la Corona que «aunque en otros tiem-
pos no se harían ninguna impresión dichas circunstancias,
me fue preciso hacerme cargo de ellas, por la guerra que
se experimenta de ingleses, de los que no han faltado em-
barcaciones corsarias en estas costas, a las que fomentan
y ayudan las holandesas, . 35 Asi, por miedo a que éstos en-
traran y se internaran en la provincia - desprevenida para
ello-, a que hubiera derramamiento de sangre y a que se
quemaran los establecimientos de la Compaf'í.ía, desistió.
Ordenó a Urrelo que dejara a un lado la gente reclutada
y que entrara con sólo cuarenta o cincuenta hombres de
la forti.ftcación de Puerto Cabello y de la Guipuzcoana; que
no prendiera a nadie; que únicamente desterrara a los
complicados; y que, si todavia se resistían, abandonase la
ciudad «como un pueblo rebelde, sublevado y conspirado
contra los ministros de S. M. y sin sujeción ni obediencia
a ellos ni a la Justicia, hasta tanto que S. M. resolviese, .
El Gobernador - además de al Virrey- escribió al Cabildo
de San Felipe haciéndole ver los beneficios que había re-
cibido la ciudad al dársele este titulo y al segregarla de la
de Barquisimeto -a la que h abía pertenecido-, y le re-
prochaba la actividad subversiva presente y le amenazaba,
en caso de no avenirse a razones.
Como resultado de la reprimenda se llegó a un com-
promiso y, por fin, entraba el Teniente de Gobernador,
mientras la ciudad se desarmaba en apariencia. A la luz
de la investigación, consideró Urrelo condenables del tu-

35 Esta inmediata relación del levanta miento con los holandeses aparecerá en
la mayor parte de las re,·ueltas del período, antes y después de San Felipe.
ZULOAGA EN LA GOBERNACIÓN DE VENEZUELA 79

multo contra Basazábal, la oposición a la entrada del Te-


niente, la abrogación de jurisdicciones politico-militares y
el intenso comercio ilicito efectuado. Con pruebas eviden-
tes de culpabilidad, desterró a los Alcaldes Santiago Mo-
neda y Pablo Arias. Volvieron éstos al poco tiempo a San
Felipe para reanudar el motín, a pesar de lo ordenado, mas
pronto los mismos moradores escarmentados los expulsaron.
El Virrey - de quien la Gobernación de Caracas por
entonces dependía-, tras reconocer como :Válido el nom-
bramiento de Basazábal, ordenaba a Zuloaga severidad.
Aun cuando el Gobernador suspendió discretamente esta
providencia, propuso a la Corona que se castigara a la ciu-
dad reduciéndola a pueblo; que se rigiera sólo por un Te-
niente, «suprimiendo o extinguiendo los oficios de Alcaldes
y demás Concejiles hasta que con el tiempo se viese o co-
nociese en aquellos moradores y habitantes un total olvido
de dicho comercio ilicito y estar firmes y bien hallados en
el licito y Q.atural; y que los cosecheros no hubiesen poder
vender los frutos, si no fuere precediendo dar noticia al
ministro que hubiese y a éste le constase de las personas
aquien lo hiciesen, para que tomasen de ellas las segurida-
des convenientes a fin de que no se extraviaran dichos
frutos, para embarcaciones extranjeras, sino para las P.S-
pafíolas». 36
La Real Cédula de 2 de marzo de 1742 aprobaba al Go-
bernador no sólo todos los pasos de sus gestiones sino tam-
bién sus sugerencias punitivas. 37 La aplicación de éstas,
empero, no respondió a la severidad que cabia esperar. Zu-
loaga se limitó a deponer a los alcaldes, dando sus varas a
otros en su lugar, y a suspender indefinidamente a los re-
gidores. San Felipe no sólo conservó su título de ciudad sino
que obtuvo otro Teniente Justicia Mayor, ya que la pru-
dencia aconsejó mantener apartado a Basazábal. Asi pues,
36 Zuloaga a la Corona. Caracas, 20 j ulio 1741. A. G. l ., Car.acas, 67. (Apén-
dice ll).
37 Corona a Zuloaga. ro marzo t742. A. G. I., Carneas, 56.
80 OTTO PIKAZA

desde un punto de vista práctico, la ciudad veía satisfecho


su deseo original a costa de la pérdida de sus regidores. 36

La reacción mantuana: La posesión del Cabildo

La campañ.a emprendida por los nobles criollos tuvo


un signo diferente a la par que demostraba tácticas más
hábiles y calculadas. Si por una parte continuaban con la
política de las representaciones y las gestiones ante la C:Q-
rona, por otra, los motivos que en su lugar hemos adu.:idu,
la evidente pérdida que en la venta del cacao experimer,-
taban, la merma del poder e intereses de su oligarquía, las
manipulaciones de los guipuzcoanos en el recinto mtsmo
del Cabildo en un momento en que la guerra deparaba a
E-stos una creciente importancia, acabaron por deslizarlos
en una lucha sin cuartel para exterminar el poder de la
Compañía, dentro de una atmósfera que la intransigente y
prolongada presencia de Zuloaga había convertido en «ve-
neno», al decir del propio Gobernador.
Como promotores figuraban el Conde San Javier y Ale-
jandro Blanco, cuyos nombres no nos son desconocidos.
El primero de enero de 1745 Zuloaga informaba amplia-
mente al Rey sobre «la conspiración y liga» formada por
aquéllos para destruir las actividades de los vascos y arres-
tar al mismo Gobernador si no consentía . en sus preten-
siones. De momento, éstas se centraban en la posesión en
exclusiva del Cabildo. Para ello lograrían primero elegir
Alcaldes, Regidores y Procurador entre sus deudos y amigos
en lugar de admitir a aliados de los guipuzcoanos, de lo
que tenían reciente y desagradable experiencia. Después,
sobre el resultante poder local irían poco a poco minando
el terreno a la Compañia, hasta extinguirla. En todo este
proceso, si el Gobernador se interpusiera, lo detendrían y
expulsarían con todos sus guipuzcoanos.
38 J uicio de Residencia tomado en la ciudad de San Felipe. A. G. l., Éscribania
de Cámara, 736, A.
ZULOAGA EN LA GOBERNACIÓN DE VENEZUELA 81

Al decir de Gil Fortoul, esta actitud nacía de «una


pretensión egoísta y nada patriótica de la oligarquía terri-
torial, sin entrar en sus cálculos la redención de las clases
menesterosas». s9 Sin embargo, para una política violenta
precisaban masas que hicieran bulto y dispararan los tiros,
si éstos llegaran a hacerse necesarios. Contaban para ello
con los canarios, que darían la cara en los tumultos, mien-
tras los Alcaldes se pondrían en apariencia del lado de la
justicia, como había ocurrido en San Felipe años atrás.
El Gobernador conoció los proyectos de San Javier a
través de algunos cléricos que <<creían» cumplir con un
deber de conciencia. Sin embargo, convino en que salieran
Alcaldes Francisco Solórzano (Marqués de Mijares), primo
del Conde, y Fernando Lovera, amigo del mismo, y Procu-
rador General Juan Nicolás Ponte, primo suyo también.
Con ellos tendría San Javier un Cabildo integrado por re-
presentantes a él afectos, para contrarrestar el poder de
la Compañía.
¿ Cómo explicar esta cesión de quien cabía esperar se
decidiera maquinalmente a abortar las supuestas intrigas
con un golpe de fuerza? La razón es obvia: entré la diplo-
macia y la espada hubo Zuloaga por necesidad de escoger
la primera. Aquí y ahora, como antes en San Felipe, el
factor guerra determinó el curso de la acción. El empleo
de tropas habría equivalido a desguarnecer el litoral. Fran-
co éste y excitados los ánimos en la provincia, los naturales
tal vez hubieran acudido a los ingleses y holandeses, que
esperaban a las puertas la invitación de intervenir. Así
pues, una comprensión realista de las circunstancias indujo
al Gobernador a desestimar el rigor o un veto que habría
posiblemente implicado la revuelta. Esta seria su politica,
escribía al Rey, al menos mientras no se llegara al extremo
de la .violencia, que de momento no era presumible.
Según noticias, San Javier y Ponte se disponían a pasar

39 Gil Fortoul : Historia Co11stit1<cio,1<1l ·de Venez'ltela, tomo I, pág , 1 14.


82 OTTO PIKAZA

a Espafi.a a exponer sus quejas y argumentos, 40 que ahora


serían reclamaciones oficiales de la Provincia a través de
su órgano expresivo, el Cabildo. Las ciudades de Bar quisi-
meto y Caracas, los conventos., el Obispo, el Procurador, la
Universidad y el Alcalde Ordinario habían dado ya a San
Javier poder oficial para representarlos y resolver sus pro-
blemas de bajos precios y falta de navíos.
En respuesta, recomendó el Consejo al Gobernador se
asegurara con prudencia de que realmente se embarcaran
hacia la metr ópoli y que tomara información secreta de
cuanto se había tramado. En palabras de la Corona, la com-
parecencia de San Javier en la Corte serviría para que,
«viéndose y examinándose las instancias y pretensiones que
dedujeren, se proceda con ellos o contra ellos» en la forma
qué pareciere más justa y conveniente. 41 Sabía el Rey que
pretextaban «el bien común y el alivio de la patria~ ~ con-
forme a las palabras que el Gobernador les atribuye- y
que estaban coaligados «los más de los naturales de las Islas
Canarias» para que <<sólo sonase en la conspiración para
lo público los isleños y otras personas de baja esfera». Final-
mente el Consejo daba a Zuloaga amplias facultades, mien-
tras se dilucidara la investigación secreta, que debería
hacerse cuando no hubiera temor de alboroto. 42
Al mismo tiempo, los Alcaldes Ordinarios y Regidores,
en manifiesta ofensiva -aunque con motivos para ello-,
pretendían que, debido a la frecuencia de los bloqueos, se
declarase franco el puerto de La Guaira a cuantas embar-
caciones extranjeras quisieran v_e nir con víveres y que se
les pagasen éstos en frutos y no en plata. Zuloaga vio en
esta decisión la fiebre recurrente del trato con otros países
y el peligro de que. si explícitamente se consentía, la pro-
vincia se viera inundada de sus antiguos perseguidos. Mas,
como bien se le alcanzaban los fundamentos legales y prác-
40 De Zuloaga a la ,Corona. Caracas, 1 enero 1745. A. G. l ., Caracas, 4 18,
41 Del Consej o a Triviño. Madrid, 25 mayo 1745; A. G. J ., Caracas, 418.
42 Del Consejo al Rey, 2 5 mayo 1745, A. G. r., Caraca,;, 1 ,.
ZULOAGA EN LA GOBERNACIÓN DE VENEZUELA 83

ticos de la petición, acordaba se acudiera a este recurso


únicamente ante la amenaza de una invasión. 43
Los cosecheros, presididos ahora por el Conde y apo-
yados por «su» cabildo, demostraron una vez más el mismo
afio sus intenciones de acapararlo todo. Una balandra con
sobras de la fragata de Pimentel fue exclusivamente ocu-
pada por los plantadores, porque el reparto hecho por el
cabildo beneficiaba a los alcaldes, sus amigos y parientes;
operación ésta que se repite parcialmente con las .fragatas
de Dacosta y Piñango, Arrieta y Enríquez, Pimentel y Sán-
chez Romero. "
En una palabra, la posición adquirida en el municipio
se destinaba al logro de ventajas familiares o de grupo y
a la eliminación de cualquier otro compet~dor. Este mero
ejemplo bastaba para destruir la teoría de la conciencia de
patria que estos supuestos precursores tenían.
Don Gabriel estaba convencido de que esto no era sino
el comienzo. En su opinión, había que curarse en salud. Una
manera podría ser suprimiendo los alcaldes ordinarios de
Caracas, «pues son excusados en ella» ; estando allí el go-
bernador y su teniente, éstos administrarían la justicia;
después de todo, lo que hacían los alcaldes, por poco y malo
y perjudicar siempre a los pobres, podía omitirse. Otro
método menos radical de contener las amenazas - la ex-
comunión permanente del seno del cabildo de todos los
Solórzanos y Tovares- también daria buenos y suficientes
resultados.
Había que desconfiar de estas gentes, que querían mo-
verse a sus anchas y por su cuenta. Celebraban sesiones
del cabildo sin comunicárselo a Zuloaga, <<como si no fuese.
yo tal •gobernador ni presidente en dicho cabildo». Allí, a
puerta cerrada, conspiraban para obtener a base de patra-
fías sus propios fines. Ahora, en pos del comercio con ex-

43 Zuloaga a la Corona. Caracas, 4 enero '! 745. A. G. I., Caracas, 73.


44 Zuloaga a la Corona. Caracas, 3 enero 1746, A. G. I., Caracas, 73.
84 OTTO PIKAZA

tranJeros, se quejaban plañideramente de los escasos pre-


cios de sus frutos, atribuyéndoselos a los abusos e incom-
petencia de · la Compañia. Eso era falso, escribe excitado
Zuloaga. Si el cacao se mantenía bajo, debíase simple y
llanamente al impresionante aumento de las haciendas
-casi en 2/3-, tanto que, «aunque se gástara en todas las
partes del mundo, sobraría>.
A pesar de todo esto, el Cabildo, Justicia y Regimiento
de la ciudad de Caracas nombraba por Alcaldes Ordinarios
para 1746 a otros dos parientes inmediatos de San Javier
(Antonio Domingo de Tovar y Juan Félix Blanco Villegas)
y admitía por Regidores a camaradas suyos (José Miguel
Gedler y Juan Tomás !barra).
En esta ocasión Zuloaga se opuso resueltamente. En
realidad gozaba de atribuciones suficientes para ello como
presidente nato del Cabildo que era, con facultades de veto,
aunque hubiera de justificar sus razones en caso de :valerse
de éste. Explicito ~ra además el texto -«si no tuviese para
ejecutarlo muy graves y superiores motivos»- de una Real
Cédula (25 noviembre 1744) a él dirigida a instancia y favor
de varios caraqueños para que se les remataran los oficios
de Regidores que habian obtenido. Los «graves y superiores
motivos» consistían ahora para el Gobernador en que tales
regidores «no pusieron (pujaron) ni han pretendido entrar ·
en estos oficios de regidores para los fines del servicio de
Vuestra Majestad y comun de la ,c iudad que han pretextado,
sino con el de coadyuvar y esforzar las pretensiones que
habían maquinado e ideado antecedentemente por el Conde
de San .J avier y Antonio Blanco y Uribe». Buscaban en
realidad embarcar grandes cantidades de cacao, como co-
secheros, en todas las embarcaciones que salieran hacia
Nueva España, navegándolas de su cuenta o vendiéndolas
a bordo a subidos precios, esto es, demandaban ni más ni
menos que el· Rey les concediera «a solos los cosecheros»
cargar o Henar todos los buques con sus cacaos, para des-
ZULOAGA EN LA GOBERNACIÓN DE VENEZUELA 85

pués venderlos a los mercaderes a los precios que les vi-


niesen en gana.
Al decir de Zuloaga, los males e íntimas intenciones
que señalaba le eran sobradamente patentes, aun cuando
no le eran sobradamente patentes, aun cuando no le resul-
tara posible presentar justificación testimonial alguna,
«pues aquellos vecinos desapasionados con quien la pudiera
ejecutar se excusarían de concurrir a declarar, porque los
de las parcialidades de los pretensores a estos regimientos
y estos sujetos los ultrajarían y vilipendiarían, tratándolos,
como acostumbran, de enemigos de la patria o traidores
de ella>.
Era, pues, el Gobernador de la opinión de que Su Ma-
jestad debiera denegar por entonces la confirmación de
Alcalde Provincial de la Hermandad al referido Alejandro
Antonio Blanco y Uribe y las de los otros oficios de regido-
res a . Miguel Gedler y Juan !barra, entrados en enero de
1746, por su claro' y único objetiyo de acumular votos y
obrar con ellos a su conveniencia. No im,plicaría tal medida
negligencia o menoscabo algunos en el manejo de los ne-
gocios locales, ya que los tres regidores existentes «son so-
brados para las pocas cosas económicas peculiares del Ca-
bildo que se ofrecen aquí, que hoy sólo consisten en visitar
tal vez las tiendas de pulperías, un repartimiento en cada
año de pesas de ganado vacuno, sin que sean necesarios
regidores para el peso y distribución de la carne, por ser
tanta la que hay hoy que sobra y se pierde, y lo que resta,
que es la cobranza de Propios, pende esto solamente del
Procurador Generab. Además los 150 pesos que se pagaban
por el cargo de regidor no eran como para tenerse en
cuenta. 45
Don Gabriel hubo de ceder una vez más. La Corona
había ya ~n cierto modo comenzado a perder el sentido
episódico de su himeneo con los guipuzcoanos. El viaje del

45 Zuloaga a la Corona. Cara cas, 2 enero 1746. A . G. I., Caraca.s , 73.


86 OTTO PIKAZA

maduro y bienhablado San Javier, rebosante de represen-


taciones de las corporaciones provinciales, dejó en las altas
esferas un doble y nuevo impacto: sin duda había funda-
mento en las voces quejosas de la gobernación; y la una-
nimidad de ésta no debía ni podía rechazarse con la fuerza
bruta de la represión por la más élemental discreción po-
lítica.
Así, por encima de la información de Zuloaga, el Rey
aprobó el remate de los oficios concejiles. Una avalancha
de «conspiradores» se sentaba en los distintos escaños del
Cabildo.
Lo mismo ocurriría el afio siguiente de 1747. Los últi-
mos meses de su mandato encontrarán al Gobernador en
una apática actitud de carácter depresivo, batiéndose en
retirada y clamando tercamente sobre la peligrosidad de
los mantuanos que ostentaban el poder local.
A la vista salta que, aparte de cuanto pudiera haber
de. verdad -que sin duda la había- en las acusaciones de
Zuloaga, los informes contra San Javier y otros poderosos
«díscolos» se escribieron en blanco y negro, en un tono
excesivamente acalorado para permitirle ver con claridad
la otra cara de la cuestión: los lícitos motivos de reclama-
ción que los nobles criollos o los provinciales en general
pudieran tener y de hecho tenían.
Por la misma razón de parcialidad irracional, no po-
dría aceptarse la condenación del Auditor de Guerra, Do-
mingo de Aguirre -en roces frecuentes y crecientes con su
jefe y la Compañía~ , al atribuir a la combinación del Go-
bernador con los factores ---'«por cuya voluntad todo se
hacía»- la responsabilidad total del lamentable estado de
la Provincia. 4(j A nadie se le puede ocultar, como dejamos
apuntado, que una guerra de ochó años por sí misma habría
bastado para desmoralizar la economía del país. No obstan-
te, estas palabras tocaban el punto sensible de la actuación

46 Hussey: Op. cit., pág. 98,


ZULOAGA EN LA GOBERNACIÓN DE VENEZUELA 87

de Zuloága con respe.cto a la Compañía: su identificación


con la misma.
Estamos plenamente convencidos, a través de sus ra-
zonamientos y correspondencia, de que como militar - no
como vasco- interpretó sus obligaciones de Juez Conserva-
dor con la literalidad de las ordenanzas del ejército. Esta
fue su virtud y este su gravísimo defecto. Su obsesivo papel
dentro de la Guipuzcoana le hizo olvidarse de aquel otro
encargo -más vago si se quiere, pero igualmente consus-
tancial a su empleo- de velar por el bien común de la Pro-
vincia. Debió haber sido, pues, árbitro equidistante de los
intereses de unos y otros. Mas no supo distinguir la línea
sutil pero real que le correspondía. Entendió que el bien
común se identificaba con el bien de la Compañía, que era
al fin y al cabo una empresa paraestatal en una estructura
político-económica que convergía en la Monarquía; y vio
en las quejas de los potentados y en las revueltas populares,
más o menos inspiradas por éstos, como muchos otros his-
toriadores después, .t an sólo un egoísmo de clan social o
una propensión a la delincuencia comercial. No acertó
-o se negó- a compender que, aun ensuciado a veces por
este egoísmo o tráfico ilegal, el .f.ondo de la cuestión ence-
rraba motivos objetivos y válidos y que la Compañia, aun-
que aportaba sin duda innúmeros bienes a la Gobernación,
iba a lo suyo, perseguía su propio y también egoísta interés,
que no era sino muy indirectamente el de la Provincia y
en muchos casos contrapuesto ál de ésta.
Aunque ignorando u ocultando una buena parte de las
razones que la provocarían, Zuloaga predijo el mecanismo
de la inminente explosión. Si ésta no se produjo durante su
período administrativo debiose a que los mantuanos con-
centraron el fuego en la conquista del cabildo y en tantear
la eficacia de la vía legal y, quizá, como escribe Arcila Fa-
rías, a que San Javier probablemente no encontró en esta
88 OTTO PIKAZA

época la coyuntura que después se le diera a León ·de com-


plicar a las clases bajas y a los canarios. 47
Los nubarrones, no obstante, los explosivos, «el veneno»
y la profecía del Gobernador siguieron en pie, por cuanto
que ni el gobierno español ni la Compañía diagnosticaron
el mal real ni mucho menos aplicaron remedio definitivo
alguno. La revuelta de León no fue ni pudo haber sido una
sorpresa para nadie. Zuloaga, que ya estaba en Españ.a
cuando el Consejo le remitió los informes para que dicta-
minara sobre el caso, no vaciló en afirmar que todo lo había
previsto a tiempo. Para él, el estallido representaba, sin
solución de continuidad, la culminación de las intrigas de
su gobierno encabezadas por el Conde. San Javier, Alejan-
dro Blanco, el canónigo Martinez Porras y Miguel de Sosa
Betencourt -individuos de «altivos, dominantes, revoltosos
genios, acreditados en diferentes casos y ocasiones>- y su
ex lugarteniente Domingo de Aguirre, rival suyo, «unáni-
memente opuesto a la Compafi.ia>. La meta era igualmente
en su criterio la misma: destruir a los guipuzcoanos para
medrar con el comercio ilícito en el que los holandeses se-
rian los árbitros, como antes de 1728.
El valor de su dictamen, sin embargo, consistía en ad-
mitir un nuevo ingrediente, rechazado o no sospechado por
él hasta entonces: cierta posible culpabilidad de la Gui-
puzcoana. Si bien es verdad que, todavía en la línea general
de sus razonamientos pre:vtos, sugería una .t ípica medida
humillante contra los mantuanos de Caracas, como la de
trasladar la capital a Valencia para templar «el orgullo>
de aquéllos, insinuaba por primera vez ser consciente de
que algo fallaba en la misma Compañ.ia, de que existían
razones de mutuos reproches justificados, por lo que no le
parecía superflua la constitución de una junta, donde am-
bos partidos pudieran exponer sus quejas. 48
47 Arcila: Op. cit., pág. 226.
,48 Zuloaga a Ensenada. Puerto de Santa María, 13 julio 1750. A . .G. l ..
Caracas. 418.
ZVLOAGA EN LA GOBERNACIÓN DE VENEZUELA 89

Breve interpretación del papel de la Compañía


Guipuzcoana en la Provincia de Caracas

El único ángulo objetivo para estudiar a la Compafiia


Guipuzcoana es el de reconocer en ella por encima de todo
un cuerpo político-económico del estado, un brazo auxiliar
de la Monarqua, una empresa paraestatal.
Visto así, se ha.ce comprensible el sentido centrífugo
de sus operaciones en la provincia y su clara convergencia
hacia la distante metrópoli.
En este aspecto recobró para el fisco unos ingresos que
el contrabando venía usurpando; la Gobernación de Cara-
cas, de un territorio con déficit que el situado había dé sal-
dar, pasó a ser una provincia no sólo autosuflciente, sino
rentable; aseguró la empresa a la Espafia peninsular el
suministro de cacao y redujo visiblemente sus precios; dio
movilidad al dinero y pábulo a los astilleros de Pasajes y a
la fábrica de armas de Placencia.
Consecuente con esto fue su diligencia bélica contra
los ingleses, que examinamos en el capitulo referente a los
asuntos militares. Además de mantener la vigilancia cos-
tera, con numerosas presas a favor y en contra, fortificó,
aprovisionó y artilló los baluartes maritimos, prestó sus
hombres y transportó otros; expulsó a los holandeses que
se habían establecido en Puerto Cabello; y no tenemos la
menor duda de que, si Venezuela conservó su integridad
territorial y no pasó a convertirse en una colonia o pro-
tectorado inglés, como la Guayana, fue en gran parte por
Obra y gracia de la Compaíiía Guipuzcoana.
La Gobernación de Caracas, por su parte, salia de su
ostracismo y de constituir una provincia de tercera clase,
fuera de ruta y convertida en un nido de contrabandistas,
para acercarse más a la metrópoli y recibir la influeh~ia
renovadora de los Borbones; su economía anárquica se
estructuraba con un. sentido moderno.
90 OTTO PIKAZA

La reapertura de la provincia al mundo ibérico hizo


posible una gran corriente inmigratoria especializada. La
población creció con agentes, dependientes y empelados, en
su mayor parte gente trabajadora y de iniciativa, corno lo
prueba el ascendente porcentaje de apellidos :vascos que se
repiten de, ahora en adelante con más frequencia a lo largo
y lo ancho de la gobernación, .t ras contratos, proyectos y
obras progresistas de agricultura y comercio.
Los almacenes por ella levantados constituyeron los
núcleos estratégicos de la estructuración económica. Los
puertos de La Guaira y Cabello, los primeros que merecie-
ron el nombre de tales en aquellas costas, cimentaron el
comercio del futuro y en el segundo de ellos nacio uno d~
los enclaves más de,cisivos del pais.
Unos medios multiplicados de transporte aseguraron
la extracción de frutos en cantidades crecientes y consi-
guientemente un impulso a la producción.
La década que estudiamos, sin embargo, abarca tan
sólo un periodo primitivo de, la institución. Su verdadero
efecto se e:,cpande plenamente desde mediados q.el siglo.
Entonces si que podrá llamarse a sus fragatas «Navios de
la Ilustración>. 49 Tras la rebelión de León; los métodos de
la Compañia se suavizan; y, si bien el resentimiento no
ceja, al poner ésta a la venta entre los criollos sus acciones,
lograba su mejor y mayor aunque excesivamente tardia
victoria. Los tradicionales enemigos quedaban en parte aso-
ciados a sus propios intereses.
Entre el caciquismo mantuano de la primera mitad del
siglo XVIII y el libre comercio de sus postrimerias media
en Venezuela el nudo pdeto de la dictadura guipuzcoana.
Lo mismo en política que en economia los primeros tiempos
de un monopolio garantizan por lo general satisfactoria-
mente la unidad, la estructuración y las bases del progreso
frente a la anarquía anterior, la falta de medios coordina-

49 Ramón de Basterra: Los Navíos de la Il11straci<m.


ZULOAGA EN LA GOBERNACIÓN DE VENEZUELA 91

dos y los intereses individualistas. Pero pronto -demasiado


pronto a veces- su presencia ahoga y lo hace acreedor a
odios unánimes.
La Compañía de Caracas tuvo en su entraña misma
todas las virtudes y todos los inconveniente de la dictadura.
Verdad es que aportó incontables beneficios a la Rrovincia;
pero no es menos cierto que se valió para ello del ofensivo
mimo de la Corona, de la violencia, de la anulación de sus
competidores. Como resultado, Venezuela precipita su mar-
cha hacia la personalidad nacional mediante el influjo
vasco de gran empresa por una parte y de la creación por
reacción de un frente unido contra su poder por otra; por-
que cuando, gracias a la misma pubertad económico-social
por la dictadura provocada, surge la mayoría de edad, la
conciencia trascendente de un pueblo sacude las cadenas
hasta romperlas con violencia o desgastarlas con tenacidad.
La dictadura se ha presentado históricamente como una
fase intermedia de evolución. tJnico remedio para el pelda-
ño anterior, se hace imperfecta e insoportable para el si-
guiente. Su función dentro del mecanismo evolutivo ha
sido gráficamente definida por Andrés Bello en el caso con-
creto de la Guipuzcoana con la palabra <<andaderas». so
Creemos que sólo desde este punto de vista podría
hacerse un estudio exacto e imparcial. No es posible enten-
derla con ojos de hoy. Necesariamente habríamos de retro-
ceder al primer tercio del siglo XVIII -'-fecha de su fun-
dación- y a la Venezuela de entonces. Tanto el tiempo
como el lugar son imprescindibles. Bastaria la omisión de
una de estas circunstancias para determinar y alterar el
concepto, la verdad.
Estimamos, en resumen, que como institución concre-
ta del lu~ar y del momento en que funcionó puede desde
la banda española calificarse de innegablemente ventajosa
en el aspecto económico, afortunada en el militar y contra-

;;.o Bello, Anclrfs: Rcsmnc11 de la Historia de Vemr.mela, (P. Grases, pág. r40).
92 OTTO PlKAZA

producente a la larga en el político; y desde la orilla ve-


nezolana, de estímulo estructurante, beneficioso a la par
que tiránico, como un látigo molesto que nos sacude de la
indolencia, o como «andaderas» que lastiman pero que
enseñan a caminar erguidos y en línea recta.
El clásico Andrés Bello ~perfecto b~lance de ideas y
sentimientos, de razón y fibras, patriota pero no patrio-
tero---,, resumirá en esta imagen la paradoja que sostene-
mos: Al desaparecer la institución, «se empezaron a recoger
los frutos del árbol que sembró a la verdad la Compañía,
pero que empezaba a marchitarse con su maléfica sombra». 51
Don Gabriel de Zuloaga, ·Gobernador de la provincia
de Caracas, tuvo simultáneamente la sue·rte y la desgracia
de haber ocupado en este proceso un bicéfalo y repres'enta-
tivo papel, sólo enjuiciable a idéntica luz que la Guipuz-
coana. cuyo complejo y debatido espíritu encarnó.

st Id., íd., pág. 137.


CAPITULO QUINTO

ASUNTOS MILITARES

La sombra de una década en pie de guerra cubrió de


horizonte a horizonte la administración de Zuloaga. Y no
sólo por los ocho afíos de lucha formal contra Inglaterra,
sino, también y principalmente, porque, desde la erección
de la Compañía Guipuzcoana, la eliminación del contra-
bando determinó un estado de armada y permanente
emergencia.
En e'1 interior, patrullas volantes recorrían el territorio;
10s registros domiciliarios implicaban una atmósfera de
violencia bélica; las restricciones impuestas por los guipuz-
coanos se hacian cumplir por lo general a punta de fusil.
Por otra parte y como consecuencia de éstas y otras pre-
siones, las inhibiciones forzadas y la reacción contra los
abusos explotaron unas veces en tumultos y se cernieron
amenazadoras el resto del tiempo sobre la gobernación en
alerta ininterrumpida.
En las costas, la obstinación mercantil de holandeses,
británicos y caraqueños obligó a la prosecución de las for-
tificaciones y al establecimiento de los guardacostas arti-
llados, cuyas ocupaciones se multiplicaron al haberse ar-
mado aquéllos en respuesta.
Hubo a todo esto de añadirse, desde 1739, el rompi-
miento con la Gran Bretaña. En realidad este paso no pudo
sorprender a nadie. Las restricciones que la ambición ex-
pansiva de esta potencia - manufacturera, comercial y
marítima- venía hallando por parte de España y sus es-
fuerzos por ampliar la brecha que el derecho del Asiento
y el Navio de Permiso habían abierto en el sólido murallón
94 OTTO PIKAZA

de los dominios hispanos, llevaron las cosas, por sí solas,


al único desenlace posible: La guerra. Los ataques masivos
lanzados contra las playas de Venezuela y fos bien planea-
dos intentos de invasión hubieron lógicamente de ser re-
plicados con hombres, baluartes y vigilancia y su secuela
de obsesiones, limitaciones e irregularidatles.
Zuloaga, militar de carrera, iba a encontrarse sin espe-
rarlo, con un. nuevo campo de batalla enteramente confiado
a su responsabilidad, muy lejos de los conocidos frentes.

l. FOR.TIFICACIONES

Comenzados como medida económico-aduanera para


evitar el intercambio de frutos por el comercio ilícito, los
puertos y baluartes tuvieron siempre finalidad militar y
singular importancia.
La Guaira, que ------.de creer a Humbert- ya tenia su
fuerte y calas en vías de construcción a finales del si-
glo XVI, 1 por razones de tradición y proximidad a Caracas,
y Puerto Cabello, por sus excepcionales condiciones geográ-
ficas y su estratégica posición para mantener a raya el
posible contrabando de los valles de Aragua, representaron
los dos enclaves más trascendentales de la Provincia.

Lo.s años indecisos

En 1732 el Gobernador Gar,c ia de la Torre solicitaba


un ingeniero que reedificara la fortificación existente en
La Guaira, al tiempo que decía haber levantado un fuerte
en la Boca del Río Yaracuy. 2
Simultáneamente la Corona encargaba a Juan Amador
Courten de las obras de fortificación de Puerto Cabello
-cuyos t,rabajos se habían iniciado por Real Cédula de

J H umbert, Jules : Histoite de la Colombie et du .V1111é1111éla, pág. 78.


a Giucía de la Torre al Réy. La Guaira, 1 S· julio 1 73 2 . A. G. l., Caracas, 863.
ZULOAGA EN LA GOBERNACIÓN DE VENEZUELA 95

20 de jUnio de 1731- y demás de Venezuela, con una ins-


trucción a practicar. a
A mediados de 1733 el nuevo ing~niero coftaba en poder
completar su comisión en el plazo de dos años, aunque,
por motivos presupuestales, se veía en la necesidad de re-
ducir el primer proyecto en una quinta parte. 4 E1 entonces
Pesquisidor Lardizábal concretaba las cifras calculando que
el costo total de la obra de Puerto Cabello ~sin incluir
salarios- llegaría a los 70.000 pesos; t endría 60 cañones y
estaría en condiciones de ser utilizada en un afio si bien
serían precisos dos para su conclusión. 5
Sin embargo, a Juzgar por una dura reprimenda del
Monarca, la conducta de Courten venía siendo, además de
irregular, irresponsable. 6 Un día lo abandonó todo, sin
contar . con nadie. Al llegar a Cádiz, fue encerrado en el
castillo de Santa Catalina. Se pidió a Varas - Presidente
de la Contratación- lo enviara a Madrid. 7 A los dos años,
sabemos de él que trabajaba en «la raya de Portugab. 8
La obra iniciada en Puerto Cabello había de proseguir-
se. La Corona nombró p ara ello a Juan Gayangos como
ingeniero ordinario de la pro:vincia y a Pedro Ruiz de Olano
y Antonio Tomás Jordán, en calidad de extraordinarios a
sus órdenes, para que continuaran los planos de Courten. 9
No habian pasado muchos meses cuando las disen-
siones entre los tres obligaron al Consejo a destinar a Olano
a San Agustín de la Florida y a Jordán a Cumaná, a peti-
ción propia. 10
La Corte, que padecía, además de las estrecheces pe-

3 La Corona a los Oficiales Reales y al Ingeniero Courten. Sevilla, 20 junio


1 732. A. G. !., Caracas, 863.
4 Lardizábal al Rey. Caracas, 3 julio 1733. A. G. !., Caracas, 863.
s
.Id., íd.
La Corona · a Courten, de que se acusa recibo en Caracas el I o febrero 1734.
6
A. G. I., Caracas, 863.
7 La Corona a Varas, 5 abril r 735. A. G. l., Caracas, 86.3.
8 S. Gil, 22 junio 1737. 'A . G. l., Caracas, 863.
9 Olano y Jordán al Rey. P uerto Cabello, 24 enero 1737. A. G. l., Car:>.cás, 863.
10 Rey a Olaoo y Jordán. Mádrid, 23 junio 1 737. A. G. I., Caracas, 863.
96 OTTO PIKAZA

cuniarias habituales, una aguda indecisión en cuanto al


rendimiento del negocio, se detuvo a recapitular. Consultó
a varias personas y decidió, ante informes escépticos, sus-
pender temporalmente las obras.
El recién llegado Zuloaga hacía saber a Gayangos esta
Real Orden - 15 noviembre 1737- y le sugería armar entre-
tanto una batería de corto número de cañones.
El Ingeniero en Jefe consideró superflua dicha batería,
y suficiente la utilización parcial de las obras efectuadas.
Insistió, no obstante, en su reanudación, 11 para lo que dos
meses más tarde remitió a la Corona un detallado estudio
de las costas y puertos de la provincia, justificando el acier-
to de la elección y razonando la pe~entoria conveniencia de
seguir adelante con la empresa:
Desde cerca de Barcelona, al este, hasta el Cabo de San
Román, al oeste -con más de cien leguas de longitud- ,
no existía un abrigo natural de la ·calidad de Puerto Cabello.
Borburata, a legua y media de distancia, le parecía
pequeño e inseguro.
Tucayas, a doce leguas al oeste, consistia simplemente
en unos caños y no llegaba a merecer el nombre de puerto.
Ciénaga, a cuatro leguas y media al este, se hallaba
inhabitado.
Ocumare, distante cinco leguas y media al este, no
estaba mal para balandras y pequeñas embarcaciones, pero
su seguridad era menguada para navíos grandes en días
de temporal.
Añadía que algunos llamaban impropiamente puertos
a las playas abiertas entre La Guaira y el de Cabello, donde
los vientos causaban estragos.
Barreras montañosas tapiaban en casi todos estos
puntos la comunicación con el interior. No h abía, por tanto,
de Cartagena al Orinoco lugar más adecuado ni «otra 'for-
tificación de entidad que la que se está erigiendo en Puerto

11 Gayangos al Rey. Puerto Cabello, n abril r7 38. A. G. I., Caracas, 863,


ZULOAGA EN LA GOBERNACIÓN DÉ VENEZUELA 97

Cabello, pues será la envidia de las demás de este Nuevo


Mundo».
En sus cercanías existían minas que aunque no se
explotaban por cultivar el cacao, representaban una riqueza
potencial. La agricultura, por otra parte, y las haciendas
aumentaban de tal manera «que es inexplicablt el expre-
sarlo».
Tenía por clave la situación estratégica de este puerto,
tratándose sobre todo de una provincia que era «una de
las más opulentas de las que tiene V. M. en estos dominios»;
y predecía para él el centro de gravedad de la región, pues-
. to que «pudiera ser (como en gran parte lo es) el paradero
de los valles de Aragua, de toda la jurisdicción de Nueva
Valencia del Rey, de la villa de San Carlos, villa de Araure,
ciudad de San Felipe y su jurisdicción, de la Nueva Segovia,
de los .valles de Barquisimeto, de Nirgua, de todo el Tocuyo,
de toda la jurisdicción de Santa Ana de Coro, Ocumare,
Trujillo y finalmente la mayor parte de los llanos que
llaman de es.t a. provincia».
Superaba con mucho en sus condiciones naturales al
Puerto de La Guaira, por ser éste «costa brava y poderse
llamar con más razón azote de embarcaciones», pues no
ofrecía seguridad ni en la carga ni en la descarga, ni podía
rtenominarse, como algunos lo hacían, antemural de Cara-
cas, <<porque tiene esta ciudad otras entradas, que con
menos trabajo se .puede conducir a ella, como es el para-
dero que llaman Catia, desembarcando a todo salvo en el
sitio nombrado Las Trincheras».
A la vista de los trabajos verificó el arqueo; de, él con-
cluía que faltaba menos de la mitad porque, de los ediflctos
internos, todos, menos la capilla, estaban ya fundados.
Ya ~ según una nota anterior- 12 estaban montadas en
el flanco del baluarte de la derecha, frente al puerto, tres
piezas·del 16, tres del 3, y otro número indefinido. A ellas

12 Id., íd. Puerto Cabello, 22 abril 1738. A. G. l., Caracas, 863.


98 OTTO PIKAZA

se refería, cuando escribió que, por rendir el mismo servicio


de la batería encargada por Zuloaga, sobraba ésta. Por otra
parte, el valor de los materiales almacenados ascendia a
38.957 pesos.
Constituía, en resumen, una verdadera necesidad su
terminación si se querían evitar los ataqu~s de los extran-
jeros que por allí contrabandeaban. 13 Antes de llegar a sus
manos la información que precede, el Rey, que, aunque inde-
ciso, no había olvidado el asunto, ordenaba al Gobernador
la formación de una Junta -integrada por éste, Lardizábal
y Gayangos- que dictaminase sobre la conveniencia de
proseguir las construcciones de Puerto Cabello, cuyos tra:-
bajos seguían en punto muerto; 14 petición que se repite en
otra carta posterior. 15
Simultáneamente, el ingeniero Gayangos solicitaba
para la artillería y fusilería de la misma plaza 70 de los
300 hombres de la Fuerza de Araya (Cumaná), donde su
presencia era innecesaria porque este fuerte se había cons-
truido sólo para defender unas salinas contiguas. 16
Su representación del 10 de diciembre de 1738 - que
no era sino una de las muchas que cursó por este tiempo-,
nos deja ver la envergadura real de las obras: Se hallaban
muy adelantados los terraplenes de los bastiones de la dere-
cha e izquierda y casi vencido el desmonte de manglares;
fundada y erigida estaba ya más de la mitad de dicha for-
tificación y superadas las dificultades más penosas. Se
habían invertido hasta el momento 200.000 pesos. Las con-
secuencias podían palparse: <Antes de principiarse la erec-
ción del fuerte, no había en aquel paraje y banda de tierra
sino unas doce casas y chozas. Hoy llegan a 120, indepen-
dientes de las que actualmente se están construyendo y
otras que se han de fabricar al finalizar la fortaleza. Es de
13 Id., id. C aracas, 28 junio 1738. A. G. I., Caracas, 863.
14 Rey a Zuloag-a. Madrid, 15 agosto 1738. A. G. I., Caracas, 863.
15 Id., íd. M'adrid, .20 octubre 1738. A. G. l., Caracas, 863.
16 Gayangos al Rey. Puerto Cabello, 31 agosto 1738. A. G. I., Caracas, 863,
!'!"::

ZULOAGA EN LA GOBERNACIÓN DE VENEZUELA 99

esperar que con el abrigo de las expresadas obras se plan-


tifique en aquel puerto una de las mejores poblaciones de
la América, añadiéndose a esto el comercio y trafico que
se establezca con este motivo». 17

Sucesivos estados de artillería y pertrechos


ha$ después de los ataques a La Guaira
y Puerto Cabello

A partir de esta fecha - 173~ aparecen en la corres-


pondencia de Zuloaga datos periódicos del estado de La
Guaira y Puerto Cabello en los que podemos seguir el des-
arrollo de los mismos.
El primero de ellos corresponde a este mismo afio,
cuando las obras se hallaban suspendidas: 1 8

LA GUAIRA (1838)

CALIBRES ARTILLERÍA DE BRONCE ARTILLERÍA DE HIERRO BALAS

24
22 1 151
18 4 1.381
16 6 719
12 2.744
10 --. 166
8 2 56
6 591
4 2
Total 1 14 5.808

Fusiles, 39; piedras de fusil, 432; pólvora ( quintales),


64 ; granadas de mano, 39.

Ji Id., íd. Caracas, 20 -diciembre 1738. A. G. l., Caracas, 863.


, f. Papel ,¡ue_lto. A. G. l., Caracas, 863.

ESCUELA 'DE ESTU DIOS


HISPANO - /.\MEnlCAN OS
C.S.J.C.
B 1 IL I O
100 OTTO PIKAZA

PUERTO CABELLO ( 1738)

CALIBRES ARTILLERÍA DE HIERRO BALAS


18 6 500

Fusiles, 46; pólvora (en quintales), 22.


El cuadro ~teniendo en cuenta las muchas leguas de
costa y la insistencia de los extranjeros- podía calificarse
de paupérrimo. A su vista y consejo de la Junta, las obras
y el artillamiento se reanudaron, pero hizo falta que la
guerra estallara y el primer ataque a La Guaira ~ en 1739-
se produJera para que la metrópoli acabara de decidirse
a saltar por encima de las vacilaciones.
Zuloaga prosiguió su · táctica de insistir «oportune et
importune», subrayando la perentoria necesidad de cañones
del calibre 24, a no ser que se quisiera exponer a las for-
tificaciones a ser arrasadas impunemente por baterías ene-
migas de mayor poder y alcance. 19
Poco a poco todos aprestaron su ayuda. Eslava, Virrey
de Nueva Granada, enviaba socorros desde Puerto Rico; los
avisos de España dejaban pertrechos; el Monarca semos-
traba hasta cierto punto generoso; la Compañía contribuía
a destajo y el mismo gobernador compraba municiones en
las islas del Caribe.
El resultado de todos estos factores y medios combi-
nados no sólo sé manifestó al obligar a la escuadra inglesa
a abandonar sus asaltos y retirarse a Curazao sino también
en el estado correspondiente a 1743, mucho más optimist a:

19 Zuloaga al Rey. •Caracas, 12 julio 1741. A. G. I., Caraeas, 863.


ZULOAGA EN LA GOBERNACIÓN DE VENEZUELA 101

PRESIDIO DE LA GUAIRA (1743)

CALIBRES ARTILLERÍA DE BRONCE ARTILLERÍA DE HIERRO BALAS


24 12 934
22 1 170
18 3 1.293
16 6 926
12 5 1.722
10 3.500
8 2 1.928
6 1.460
4 596
Total 1 28 12.529

Fusiles, 136; pólvora (quintales), 330; granadas de


mano, 339.
Además, desde La Guaira se habían ido remitiendo mu-
niciones a Puerto Cabello, Cumaná, Margarita, Trinidad,
Maracaibo y Santa Fe. 20

PRESIDIO DE PUERTO CABELLO ( 1740)

CALIBRES ARTILLERÍA DE HIERRO BALAS


24 6 832
18 5 1.200
12 5 492
8 308
6 213
4 83
2
Total 16 3.128

Fusiles, 166 ; pólvora, 270.


Además, de los 16 cañones, había de la Compafí.ía Gui-

20 Papel suelto. Caracas, 20 octubre r743. A. G. J., Caracas, 863.


102 OTTO PIKAZA

puzocana: uno de bronce del 18; 30 de hierro del 12 ; 3 del 8;


2 del 4;, y 4 del 2.
De las balas, 1.578 eran las recogidas de los combates
que dieron los igleses; a causa de ser pantanoso todo aquel
terreno, se perdieron las demás. 21

Incremento de las fortificaciones y pert_echos

· Pero todo el progreso anterior no satisfacía ni mucho


menos las n ecesidades. Casi con la misma fecha del último
estado de fuerzas una nueva representación de Zuloaga
suplicaba el envio de 50 cafiones más de calibres 18 y 20.
Con ella obtuvo de Espafia parciales promesas. 22
El mismo dia Gayangos, con un memorial de méritos
y servicios en solicitud del grado de Teniente Coronel, diri-
gía planos y perfiles de las fortiflcac~ones de Puerto Cabe-
llo, 23 a los que un afio después afiadiria otros del mismo
lugar con la obra comenzada a la cabeza del pueblo de
Tierra Firme. 24
Si bien el intercambio continuado de informes nos hace
posible seguir de día en dia la marcha de las construcciones,
no sucede lo mismo con los planos, desparramados por los
archivos o perdidos.
Para esta fecha (31 diciembre 1745) contaba PUERTO
CABELLO con los siguientes baluartes y baterías:
Bateria del Castillo: San Fernando, San Juan, San
Felipe, San Gabriel y Santa Isabel.
Batería exterior de Barlovento: Nuestra Sefiora de
Guadalupe, San José y Punta Brava.
Batería de Tierra Firme : San Ignacio, San José y El
Socorro.

:11 Id., íd.


22 Zuloaga al Rey. Caracas, 24 octubre 1743. A , G. I., .Caracas, 863.
23 Gayangos al Rey. Puerto Cabello, 24 octubre 1743. A. G. l., Caracas, 863,
24 Id,, id, Puerto Cabello, 3 0 noviembre 1744, A, G. l., Caracas, 863.
ZULOAGA EN LA GOBERNACIÓN DE VENEZUELA 103

El recuento del armamento era como sigue:

CALmRES ARTILLERÍA DE BRONCE ARTILLERÍA DE HIERRO BALAS


24 14 2.996
18 1 26 2.576
12 23 3.212
Total 1 63 8.784

Fusiles, 300; balas de fusil, 6.000; pólvora ( quinta-


les), 800.
De los 23 cañones del 12, 18 eran de la Compafiia; el
único cañón de bronce - del 18- también pertenecía a la
Guipuzcoana. La guarnición constaba de 129 hombres. 2s
A principios de 1746 había ya en LA GUAffiA numero-
sos baluartes construidos, cuyos nombres consignamos: Ga-
vilán, Las Animas, Cerro de San Antonio, Comunicación al
Baluarte de La Trinchera, Baluarte de La Trinchera, Ba-
tería de la Boca del Río, Plataforma de Santa Bárbara,
Batería de la Cortina, San Fernando, Real Fuerza de San-
tiago, Caleta de San Francisco, Bateria de la Puerta de
Caracas, Pefión de Extramuros, Colorado de San Jerónimo,
Torre de la Vigía del Zamuro, Baluarte de la Punta, Fortín
de Macuto y San Ildefonso.
El total de los cafíones era de 86; y el de las balas, 9.617.
Las tropas estaban integradas por la Compafüa de Mateo
Gual, con 21 hombres; la de Cristóbal de Cuenca con 24;
la de Francisco Nanclares, con 13; y la de Joaquín Moreno,
conl l. La dotación de La Guaira consistía en 128 personas.
Ocho de los cañones pertenecían a la Compafiia y seis
estaban desmontados. 26

Artillería de los puertos en enero de 1747


De unos meses antes de la marcha de Zuloaga son los
:25 Papel suelto. A. G. l ., Caracas, 863.
26 Papel suelto. A. G. J., Caracas, 863.
104 OTTO PIKAZA

datos siguientes que demuestran el estado en que quedaba


la defensa maritima y el progreso de los puestos.

PUERTO CABELLO

CALIBRES CAÑONES
24 14
18 26
12 23
4 4
3 21
2 4
Total 92

Libras de pólvora, 73.000 ; balas de cañón, 13.000; fu-


siles, 275; curefias, 71.

LA GUAIRA

CALIBRES CAÑONES
24 13
22 1
18 20
'16 6
12 23
10 4
8 10
6 2
4 6
2 1
Total 86

Balas de cañón, 9.617 ; pólvora (en libras), 67.111 ; fu-


siles, 457.
Por la misma fecha, el personal al servicio de las for-
tificaciones y puertos arrojaba las cifras siguientes:
ZULOAGA EN LA GOBERNACIÓN DE VENEZUELA 105

La Guaira : 217 hombres con 31.626 pesos de gastos


anuales.
Puerto Cabello: 154 hombres; gastos anuales : 22.228
pesos. 27
Las fortificaciones no solamente afectaron a la seguri-
dad territorial frente al extranjero o al contraQandista.
A su sombra n ace en Puerto Cabello una ciudad promete-
dora y La Guaira incrementa y afianza su tradicional es-
trategia de «antemurab de la proyincia. El primero se había
convertido, por los simult áneos trabajos portuarios y urba-
nísticos, de una covach a de holandeses en el primer puerto
de Venezuela. 28 Sus muelles tenían 96 varas de largo y
12 de ancho.
La Guaira -es preciso reconocerlo- perdía su hege-
monía, pero de una mera y peligrosa caleta, había llegado
a tener espacio suficiente para albergar en su muelle
- 70 varas de largo por 9 de ancho- cuatro o cinco lanchas
al mismo tiempo. 29

11. LA GUERRA

Las relaciones entre las coronas de Espafia e Ingla-


terra fueron una paradoja continua. Mientras los emba-
jadores desempefiaban afectuosamente sus misiones, mien-
tras oficialmente los príncipes se trataban con cordialidad,
gentes de ambas naciones luchaban entre sí casi ininte-
rrumpidamente al otro lado del mar. El apoyo británico a
sus corsarios y piratas había sido siempre descarado, y fre-
cuentes sus asaltos a las posesiones espafiolas en América.
Otro tanto podría decirse de la nación h olandesa con res-
pecto a la del Católico.
En Venezuela, por ejemplo, r etumbaban familiarmente

27 Papel 11uelto. Caracas, 1 enero 1747. A. G. l ., Caracas, 863.


28 Rojas, A. : Estudios H'Ístóricos: Orfg1mes Vene:iolanos, págs. 177-178.
29 Hussey. R. D.: The Caracas Compa,iy, pág. 89.
106 OTTO PIKAZA

los cationes. Navíos ingleses y holandeses contrabandeaban


bien artillados, por temor a los guardacostas. Y éstos no
les iban a la zaga, prestos siempre a disparar una andanada.
Los encuentros menudeaban y, con ellos, las presas.
Pero ahora, por razones que veremos en seguida, inclu-
so las relaciones protocolarias se iban entioiando alarman-
temente. Ambos paises se vigilaban.
No debe, pues, sorprendernos que afio y medio antes de
romperse las hostilidades se previniera al Gobernador Zu-
loaga de los movimientos bélicos de aquellos dos países.
Para empezar, barcos holandeses llegarian a sus costas a
respaldar con metralla las extracciones de cacao, tabaco
y cueros que la fuerza guardacostera de la Compañia, siem-
pre alerta y peligrosa, hacía extremadamente penosas.
Para contrarrestar esta respuesta armada, la Corona
espafiola prometía seis barcos de guerra en misión de vi-
gilancia. Venezuela debería precaverse cuidadosamente y
los viajes de la Guipuzcoana, armarse todo lo posible. 30
Los recelos se convirtieron poco a poco en certidumbre.
La Convención entre Inglaterra y Espafia -firmada en El
Pardo el 14 de enero de 1739 y ratificada el 15 del mismo
por Felipe V y el 4 de febrero en Londres- había sido vio-
lada por los británicos, al decir del Monarca espafiol. Una
escuadra inglesa ~ dirigida por Haddook- maniobraba sos-
pechosamente. 31 El 4 de agosto salían de Porstmouth hacia
las Indias 9 navios a las órdenes del Almirante Wernon;
y el 28 se dirigían con toda clase de precauciones pliegos
con instrucciones urgentes a los virreyes y Gobernadores
de América. 32

Ataque a La Gtmira en 1739

No eran infundadas las sospechas. A las dos de la tarde


30 Rey a Zuloaga. Madrid, 3 mayo 1738. A. G. l., Caracas, 56.
31 Jb., id. Madrid, 3 agosto 1739. A. G. l ., Caracas, 56.
32 Yb., id. Madrid, zS agosto 1739. A. G. I., Caracas, 56,
ZULOAGA EN LA GOBERNACIÓN DE VENEZUELA 107

del 22 de octubre, tres navios ingleses de línea, de 60 a 70


cafiones cada uno, cuyo calibre oscilaba entre 24 y 36, ata-
caban a La Guaira, al mando del Capitán Waterhouse. 33
Tal vez fuera el incentiyo inmediato unos barcos de
cacao que se hallaban en plena operación de embarque.
Tenían la seguridad de hallar desguarnecido el presidio en
lo que no se equivocaban, porque sólo un cañón del 22 y
cuatro del 18 fueron de provecho. Ello no impidió, sin em-
bargo, que a las 3 horas hubieran de abandonar el intento.
El Castellano Gancedo, ayudado unánimemente por los
habitantes del puerto y la Compañia, 34 gracias a sus pro-
videncias y a la punteria de sus artilleros, quedaba como
el héroe de la jonada.
Cuando el Gobernador pudo salvar la distancia desde
Caracas, todo habia concluido. Recorrió las escasas zonas
afectadas y conoció sobre ellas las necesidades más urgen-
tes. Requerían una inversión no inferior a los 10.000 pesos
y fusiles y pólvora. Asi lo expuso a la Corona, pidiendo ade-
más 25 cañones de bronce por lo menos -quince del 24 y
diez del 18-. 35
El estado de alerta no habla hecho Sino comenzar.
Wernon merodeaba con sus nueve navios frente a Porto-
belo y otra escuadra de seis se preparaba en Inglaterra. 86

La declaración de guerra

Los Borbones habian llegado al trono a principios de


siglo pero no olvidaron el alto precio que Espafia hubo de
pagar por su advenimiento. Por una parte, se habían diez-
mado sus territorios en Europa. Por otra, habian tenido que
33 Sucre, L. A.: GobC1'11adores ·y Capitanes Getteralcs de Ve11e::11ela, pági-
nas ·264.
252 -
31\ El director de ésta era F rancia. Procediendo estos datos de Zuloaga, bas-
tarían por sí 'mismos para poner en evidenóa las exageraciones de Le6n y rautar
su afirmación de c¡ue las autoridades quitaron méritos a los oficiales no guipu?.coanos.
35 Zuloaga al Rey, ,Car.acns, 2·6 diciembre 173g,. A. G. I., Caracas, 56.
36 Coron:i a Zulo:iga. , 6 julio 1739. A. G. l., Caracas, s6.
108 OTTO ·PIKAZA

aceptar·imposiciones coino la del Asiento Inglés que entor- •


n:aba intrínsecamente una puerta en el hermetismo de sus
colonias ·americanas.
Imposible .r esultaba por el momento sacudirse esta
cláusula onerosa. Lo que el buen juicio y el realismo de la
situación demandaban consistía en evitar que una 'p ráctica
abusiva abriera aquélla de par ·e n par, como se temía; De
ahí que, en cierto modo paradójicamente, fuera España la
primera interesada en la aplicación estricta de los artícu-
los dél Tratado de · Utretoh. Para ello reconstruyó su po-
tencia naval y los cordones aduaneros, en que la Conipafiia
Guipuzcoana tuvo no pequeña participación; se negó a
acceder a la pretensión de aquéllos dé acompañar con un
navio de permiso a los registros particulares establecidos
en 1736, etc.
La burguesía mercantil inglesa, que había a.poyado la
política de paz de Walpole, al percibir, con su continuación
indefinida, las trabas que suponía para su puJárité expan-
sión económica la intolerancia española, distorsionando
ésta, halló un pretexto para la ruptura en supuestas o
completamente legales presas. La oreja de .Jenkins fue
explotada como prueba fehaciente de que Espafi.a marttri-
zaba y perseguía arbitraria e injustamente a los riiarinos
ingleses. Se habló de honor nacional y de prestigio. Los
wihgs de Walpole no pudieron contener las presiones de la
oposición y declararon la guerra y con ella la posibilidad
de sacár las cosas de un estado de paz que se les hacía tirá.-
nico y ruinoso. 87
Francia presenció el paso tomado por Inglaterra como
una ofensa propia y una grave amenaza a sus intereses
económicos. A duras penas estaba soportando el partido de
la Corte la alianza con aquella potencia, por cuanto impedía
a su Rey recuperar la batuta de la hegemonía que había

37 Piienn~, Jaci¡ues : L es Graiids · Courcmts dé L'histi>ire Uiliverselle, tomo JU,


página 221,
ZULOAGA EN LA GOBERNACIÓN DE VENEZUELA 109

empuñado. en Europa desde la guerra de los 30 años. Por


otra parte, la política dinástica de Luis XV no Je perIIJ.itía
desentenderse de España, tanto más cuanto que, su·s intere-
ses económicos se encontraban esta vez al lado de Felipe V.
El hundimiento de España en América habría representado
para la casa central de los Borbones, además de la pérdida
de su comercio exterior con el Católico, un desfavorable
desequilibrio de las fuerzas marítimas europeas. Así, Fran-
cia se sumaría después a la -lucha uniendo en parte su
escu~dra a la de su aliada para la defensa d_el territorio
colonial de ésta. Curiosamente el mismo imperialismo ec.o -
nómico que había asociado a las potencias marítimas para
imponer a Bélgica la disolución de la Compafiía de ostende,
les ponía desde ahora frente a frente por tres cuartos de
siglo -hasta 1815- . Poco más tarde, como resultado de la
Guerra de Sucesión de Austria y de las alianzas, Hanover,
Austria, Holanda, Sajonia y Cérdeña, se alinearon contra
los borbones al lado británico. 38
El 5 de diciembre de 1739, se comunicaba a Zuloaga fa
esperada «solemne» declaración de guerra y se le enviaban
en «Elcoro» -de la Guipuzcoana- 400 fusiles y otras mu-
niciones. 39
A principios del año siguiente la Corte prometia 400
hombres para la defensa de los puertos venezolanos, aun-
que más tarde se reducía su número en 100. 4° Con esos seis
piquetes del Regimiento de Infantería de Vitoria llegaba
a La Guaira el Capitán don :Mateo Gual.
Por su parte Wernon, después de asaltar la costa neo-
granadina, recibía en Jamaica el considerable refuerzo de
dos navíos de línea, 170 embarcaciones de transporte - al
mando de Chaloner-Ogles- y 9.000 hombres. De la fusión
de ambos, cuya jefatura se encomendaba a Wernon; sus

38 Td., id. págs. 222 y 2.23.


39 Rey a Zuloaga. Madrid 7 dicíen1bre 1739. A. G. l., Car.acas, 56.
40 Zuloaga al Rey. :caracia,s, 9 febrero 1740. A. G-. J., Caracas, 56.

( S>
110 OTTO PIKAZA

proyectos eran realmente ambiciosos: el Comodoro Anson,


con otra de tres barcos, iría bordeando el Pacífico para
encontrarse con aquél a la altura de Pariamá. 41

Ayuda a Cartagena de Indias

Por aquel entonces llegó a Puerto Rico Sebastián de


Eslava,· restaurador del Vir:r;éinato de Nueva Granada, con
«La Galicia» y el «San Carlos» y 600 hombres, Mal debían
de andar de provisiones, tras ·el violento temporal suf;rido,
cuando Zulóaga hubo de remitirles 20.000 pesos. 4~
Este a su vez, tendía los brazos suplicantes a sus ve-
cinos. Inútilmente. Su colega de Cumaná le respondió no
tenia cafioiles suficientes para desprenderse de ellos. 43 De
Santo Domingo ningún pertrecho podría esperarse por
idéntico motivo; 44 y en cuanto a las gestiones dé una ba-
landra despachada a Martinica aún no se sabían los
resultados. -,is
Mientras tanto, los ingleses intensificaban la acción.
En julio tomaban el castillo de Chagre. 46 Una balandra
británica, apoyada por otras holandesas, demolía el mismo
:m,és el fortín de Tucaya:-s, destruyendo o llevándose la ar-
tiUeria. 47 En Teques, cos.ta de Coro, saltaban a tier ra
80 hombres armados, si bien eran rechazados por · una
guardia de indios que dejaron á más de la mitad dé ellos
muertos en ia pla;ya e hicieron huir a los demás a ·nado
de un modo grotesco, medio desnudos. 48
Aforturiadáménte, ilegaron los 300 hombres prometí-

4 r Bernrudez Plata·: D ~ferisn de Cartage1ta dt J,idias, págs. 7-23.


42 ·zulóága a Ta Coroná. Carácas, 16 julio 1740. A. G. I., Caracas, 56,
43 Tei1já 38 en total. Zuloaga a la ·corona, Caracas, 4 julio 1740. A. G. T,,
Caracas, 56·.
4.4 Id., id.
45 Id., . id.
46 Id., id. ½1racas, 14 julio 1740. A. G. •l., Caracas, 56.
47 Id., id. Caracas, 23 julio ,·740. A. .G. I., Caracas, 56.
48 Id., ·id. Caracas, 26 julio 1740. A. G. L , Caraca,s , 56.
ZÚLOAGA EN LA GOBERNACIÓN DE VENEZUELA 111

dos 49 y la embarcación de Martinica trajo consigo 478 fu-


.siles y 68 quintales de pólvora.
El 20 de septiembre de 1740 el general Rodrigo de
Torres, con una poderosa escuadra de 16 na:vlos, avistaba
Puerto Rico, rumbo a Ca.rta.gena, donde los ingleses pare-
cían haber puesto los ojos con excesiva insistencia.:so Ya en
esta ciudad cel~bró una urgente conferencia con el Virrey
Eslava, Blas de Lezo y el francés Dantin para hacer una
operación conjunta dé limpieza y ahuyentar el peligro de
la zona. Pero faltó la oportunidad de intervenir. Torres
marchó a la Habana y Dantin.a Europa. 51
Aprovechando la ida de éstos, Wernon congregaba en
marzo de 1741 frente a Cartagena hasta un total de 170 em-
barcaciones y 9.000 hombres de desembarco, cifras que el
historiador americano Moses totaliza en 115 barcos, 15.000
marineros y 12.000 soldados. Largo fue el asedio y .t an fla-
queante a .:veces-la ·resistencia que él ·inglés · llegé a comu-
iíicai' a su Corte la victoria. 52 La Corona Espafiola, después
de prevenir los temores de un ataque que ya se estaba
haciendo, 53 ordenaba a Zuloaga él e·nvio de mil hombres,
municiones y pertrechos a aquella plaza en calidad de re-
fuerzos. 54 Para el 8 de febrero de 1742 el de Caracas había
enviado su segunda remesa de armas y gente. 55 A fines de
ese afio, Esalava pedia nuevos cafiones y víveres, qµe se
h abían transportado en cinco embarcaciones desde el Ferro!
a Puerto Cabello, 56 aunque Wernon ya se había retirado
el 20 de mayo, al fallarle las tropas de tierra y luchar contra

49 JcL, ·id. Caracas, 15• julio x740. A. G. l .. Caracas, 56.


so Id., id. Caracas, 26 octubre 1740. A. G. L, Caracas, s6.
SI Bem1uclez Plata: Defensa,;,, págs, 7 - .23,
5.a M'oses, Bernard: The Spanish Depe,tdé-nties 'ii1 Sói1.th A'men'.ca, vol. II,
página 341.
SJ Zuloaga al Rey. rCaracas, ·ZO julio 174T, A. G. I ,, Caracas, 56.
54 Rey .a Zuloag.á, Maclrid, 13 septi'embre 1741. A. G. de. La Nación, Caracas;
· Sect. z .~ tomo XI, núm. 43 .(Editado por Garefa Chueco,s).
55 Zuloaga al Rey. Fecha del texto. A. G. I., Caracas, 56.
56 Id .. id. Caracas, ·2 4 noviembre i742. A. G. l., Caracas, :5•6.
7

112 OTTO PIKAZA

el clima, con numerosísimas victimas. 57 Porras Troconís


considera este asedio a Cartagena «la más refiida [ acción
militar] de cuantas se realizaron en tierras de América
durante la dominación espafiola». ~

Ataque a La üuairá de 1743

La Corona española tuvo noticias de los planes ingleses


contra este puerto varios meses antes de que se empren-
dieran. Un «sujeto» de Londres informaba al Príncipe de
Campo Florido ~embajador de España ~n Francia- y éste,
a su vez, al Marqués de Villarias, del resultado de ciertas
investigaciones de espionaje.
Estas amenazas eran concretas, próximas y ala:rinan-
tes. Una escuadra británica se aprestaba para atacar La
Guaira. Constaba de dos navíos de. 60 a 70 cañones; uno,
de 80; dos galeotas a bombas (bombardas) y dos brulotes,
además de 800 hombres de tropa. Indicábase el derrotero y
su plan de reunirse previamente con Wernon en La Anti-
gua. 59 Siendo el objetivo aquel puerto venezolano, el Go-
bernador de la provincia quedaba autorizad.o a llevar arti-
llería desde Puerto Cabello. 60
Zliloaga, a diferencia de en 1739, tenia, pues, avisos
anticipados. Pero no todo era cuestión de tiempo. Habia que
sacar el máximo partido de lóS escasos recursos en sus
manos. Después de sopesarlos, recurrió al representante de
la Compañia en La Guaira, Don José de rturriaga, que había
llegado algún tiempo ahtes a Indias con varios barcos en
ayuda de la bloqueada Habana y al que Zuloaga había te-
nido que socorrer, enviándole a Puerto Rico cinco embar-

57 Moses, B.: Tl,e Spanish De·pe,idencies in Sonth A111erica, vol. U, págs.


34 1 - 343.
sS Pórras Troconíz. Gabri~l: H istor-ia de fo. C"lt11ra en el Nuévo Rei110 de
G-ra»ada, pAg. 158.
5,9 :Rey a Zuloaga. San Lorenzo, z7 novíem):>te 174z: A. G. I., Catácas, 56.
60 Id.. id. San L orenzo, 4 -di<,ie.mbre 1742. A. G. I.. Caraéá.s, 56.
ZULOAGA EN LA GOBERNACIÓN DE VENEZUELA 113

caciones, por el lamentable estado en que se encontraban.


las que traia. 61
Conviene presentar a Iturriaga. En la actualidad era
Teniente de Navío. Sabemos que antes habia aspirado al
Gobierno de Maracaibo y conseryamos su expediente unido
a la propuesta del Consejo. El Conde de Clavijo hapia infor-
mado . favorablemente. 62 Francisco Cornejo, en cambio,
había expresado sin rodeos ~ no sebemos si con verdad-
que «el mérito del nominado don José, es ninguno en la
marina, por lo cual se ignora su conducta», y que «la pro~
posición que hace es despreciable por no mirar a otros fines
que a los de sus conveniencias lucrativas». 6$ Para bien o
para mal su nombre está asociado muy íntimamente a la
Provincia. Su llegada a Venezuela, como principal •factor
de la Corhpafiía, señala la plena intervención de ésta en
la defensa de aquel territorio. Su primera impresión estuvo
fundada en una pesimista información que le facilitara
Zuloaga acerca de la amenaza inglesa y de los escasísimos
medios con que allí se contaba: No pasaban dé 17 los ca-
ñones eficientes; la tropa·se había reducido con muertes y
deserciones. Teniendo, pues, en cuenta la situación, le, su-
plicaba artillara La Guaira con 30 cañones de sus fragatas,
cediera cien de sus hombres y atendiera al otro puerto de
la Gobernación. M
El mismo día Iturriaga cursaba órdenes a Martín de
Sansinenea, Comandante de los Guardacostas q.e Puerto
Cabello y de los Navíos dé la Guipuzcoana para que se
hiciera según Zuloaga solicitaba. 65
Así las cosas, bien prevenidos al menos - si no bien
guarnecidos- los puntos estratégicos, el 2 de marzo de 1743,
a las 7 de la mañana, una poderosa escuadra inglesa apa-

61 .Zuloaga ·al Rey, ·caracas, 1 febrero 1742, Á, G. l., Caracas, 56.


·62 Cartagena (Espa ña), ·20 agosto 1J38, A . .G, l., Caracas, 1 1 •.
63 tAranj uez, 1 0 mayo 173&. A, G. L, Cánícas.
'64 Zúloaga a Iturriaga. t aracas, 9 febrero .1743. A, e,
I ,, Caraca:s , . 863:
65 Itur~ia ga a Zuloaga. Caracas, 9 febrero 1743. A. G. L, Caracas, 863
114 OTTO PIKAZA

recia de cara a La Guaira, con el propósito de ocupar ·sus


fortificaciones y atraerse sobre esta base la adhesión y el
vasallaje de los nativos. 66
Desde la atalaya de Zamuro el toque de generala des-
pertaba a la defensa. Inmediatamente, por una especie de
telégrafo de pólvora, ·s e encadenaron lo~ disparos de aviso
hacia la capital: de la Caleta a Torquemada, de Torque-
mada a la Venta, de la Venta a La Cumbre y de La Cumbre
al Castillito (Caracas). 67
La noticia llegó a Zuloaga a las diez de la mañana; a
las 6 de la tarde .salia éste c.on sus tropas -milicias en su
mayor parte- y entraba en las fortificaciones de La Guaira
a las 3 de la mañana del día siguiente.
Los navios atacantes reba·s aban el · número esperado:
El tex;to del Gobérhador asegura habia 7 .de 70 a 50 cañones,
4 fragatas, una bombarda, .un .paquebot, 5 balandras y una
goleta : 19 en tot.al. En el dibujo a que luego nos referiremos
pueden contarse 18 velas. El autor del «journab nos da
los nombres de. los nueve más importantes sin decir el total
Américo Brieeño por su parte nombra diez. 68 Comandaba
la flota el Almirante Wnowles.
El día 2 el duelo se inició a distancia de_tiro de fusil
---sen lo que los testimonios ingleses no coinciden- ~ y se
mantuvo .con toda su viv-e za hasta las siete y media de la
noche. Densas Jtieron las andanadas británicas -que arro-
jaron más de 10.000 bombas comunes e incendiarias-, si
bien estériles las más porque un viento desfavorable daba
a los buques una incómoda movilidad. Los españoles, en
cambio, en condiciones de afinar la puntería y hacer un

:66 Journal of the ·E.-,-ped1:tio11 to L a. G,¡ira and- Porto Cav allos in #1e W~st Inaies .
67 Su·cre, L. A.: Capi'tim lJs y .Goberitádores ,. . , p.ágs. 252 - 2·64.
·68 Briéeño, Américo : Hi,slciria iic L .a Guaira, pág. 53 y 54. En realidad las
cuatro foé1ités no se excluyen. Fór una parte pudo haber quedado una vela bajo·
los rótulo;; del ma1>a; por otra ni el testigo inglés ni Bticeño dicén fueran fos úilicós.
Probablemente éstos no inchiyérón los buque auxiliares.
:69 'Predsamenté el Jour,íal se lámenta de que, por estar fuera del ·alcance de
-los fusiles. ·no pudieran ·hacer ·uso de las tropas abordo.
ZULOAGA EN LA GOBERNACIÓN DE VENEZUEL.A 115

fuego ordenado con las baterías costeras, hapían logrado


poner fuera de combate a tres •navíos para las cinco de la
tarde. El balance dél primer día no favorecía a los asaltan-
tes: sus 10.000 .bombas, que presumiblemente cayeron dentro
de un perímetro muy reducido por su proximidad a tierra,
habían matado a sólo dos artilleros de La Gu~ra; otras
dos víctimas lo habían sido «en el manejo de nuestros ca-
ñones». Y en cuánto a los edificios, únicamente las bombas
incendiarias habían prendido fuego al almacén de la ba-
tería de San .Jerónimo•, de donde, si bien no pudo apagarse
el incendio por falta ·de agua, hubo tiempo :p ara sacar la
mayor parte de lo que contenía.
·Amaneció el día 3 con los · navíos anclados a tiro y
medio de cañón y mostrando planchas y parches sobré las
heridas de la víspera. Zuloága, que había llegado en la
madrugada, distribuyó a lo largo de la costa las seis cotn-
pafíi.as de milicias que había traído y 400 hombres que lle-
garon el mismo d.ía, para detener cualquier posible des-
embarco. Con Gual e Iturriaga, llegado de Puerto Cabello,
recorrió los puestos dando órdenes para .ponerlos nueva-
mente en condieiones de pleno rendimiento. La jornada,
no obstante, transcurrió en calina.
El día 4 el Gobernador hubo de retornar a Caracas para
sosegar ciertos rumores derrotistas que propalaban el des-
embarco de los enemigos en curayaca y su marcha hacia
la capital por el éaniino de Agua Negra.
El terror creado pasó pronto a desbandada. Incluso se
consumió el Santísimo Sacramento en las iglesias. Impro-
bable como creía Zuloaga tal avance británico, decidió que
el pánico era uri mal cónsejero. Su entrada en Caracas con
una escolta rniili:tna apaciguó oportunamente los ánimos.
Mientras tant o, en La Guaira, los cañones, bombardas
y morteros de los na:vfos dispararon ininterrumpidamente
hasta el amanecer del día 5.
Los ingleses parecían preferir la oscuridad pues ilo vol-
116 OTTO PIKAZA

vieron a hacer fuego hasta las 7 de la noche. Tres hor as


de cañonazos continuos probaron una ·vez más -su esterili-
dad y a las on ce se dieron a la vela, aunque la debilidad
de los vientos terrales no les fue propicia hasta la ;mafiana
del 6.
A juzgar por los fragmentos y cadá~eres traídos por
la resaca a playas muy distantes entre sí, los asaltantes
habían padecido cuantiosas pérdidas. 10
Los .principales autores de la victoria, fueron., además
del gobernador ~ a quien se debían todas las providencias
dictadas-, Mateo Gual y José Iturriaga .
. El primero, como Castellano del puerto, participó y
vivió como nadie los apuros de estos días. El 21 de mayo
remitía un amplio informe de lo sucedido en un cuadernillo,
que después se imprimió, adjuntando un expresivo dibujo,
en qüe además de la situación de las fuerzas atacantes y
los baluartes ~ visto todo desde el mar- , puede seguirse
hasta la trayectoria de los disparos. 71
Se supo del desastre inglés por los espías y amigos
de Curazao, donde Se téf'Ugió la escuadra del Almirante
Knowles. Un testigo inglés contó 100 muertos y 290 heridos,
de los que muchos fallecieron después, y escribió habérse
perdido la m3:yor parte de los botes. 72
Otro de estos informes procedía de un espafiol, Juan
Francisco Navarro y Tafalla, que se encontraba e_n aquella
isla en escala hacia su patria. Citemos algunas de sus
frases: «Los enemigos .se vienen haciendo lengua dé la va-
lerosa defensa y de la bella orden y disposición que V. E. ha
tenido para defender esas cortas fortalezas» ; «há salldo
bien castigada esta orgullosa nación' que con [sic] los fe-
lices sucesos que los años pasados de 1739 y 1740 consign1c,
el Almirante Wernon con su pequefia escuadra, rindiendo
y demoliendo los castillos de Portóbelo y Chagre». Pero
;,o Zuloaga al Rey. Caracas, 24 óctubre 1743. A. G. I ., Caracas, 68.
¡ r A. - G. I., C;iracas, 391,
72 J our11al...
ZULOAGA EN LA GOBERNACIÓN DE VENEZUELA 117

Knowles no había desistido. Tenía dispuesto «volver se-


gunda vez a atacar ese puerto de La Guaira»; 73

La . proclama de Knowle.s

Efectivamente el inglés retornó a la brech~ aunque


ahora se valiera de. métodos dife.r entes. Nada habían con-
seguido sus cañones y recurrió a las hábiles palabras, hala-
gando las apetencias de lo snaturales. «De Knowles a ·los
vecinos y moradores de la provincia de Venezuela» es una
proclama con claras intenciones de hacer de Venezuela un
prot.e ctorado inglés. Para ello atacaba en primer lugar al
enemigo éomún, los vizcaínos., «quienes no tan solamente
~jecutan y practican acciones de crueldad y bárbaros no
sólo con los ingleses mas aun con sus mismos paisanos los
españoles, tratándolos peor que a turcos, oprimiéndoles con
prisiones, quitándoles de su anciano derecho el que traten
y comerCien con otras naciones y diariamente poniéndoles
en galeras».
Inglaterra ~seguía la proclama- los ampararía, liber-
tándolos de tales opresiones y otorgándoles un libre y franco
comercio con los británicos; a los indios les librarían de
tributos y a los negros y mulatos esclavos los declararían
libres; to(],os serían tratados como los mismos ingleses. Se
pretendía, en una palabra, poner a los habitantes de su
parte, para que les abrieran las puertas desde dentro por
medio de una revuelta en masa, y establecer una colonia
o protectorado británico en el territorio, lo qu~ coincidía
con las resoluciones adoptadas en la isla de las Tortugas
por el Consejo de Guerra de la escuadra. 74 La proclama
estaba escrita en el «Suffolk», surto en Borburata. 75

7S tC1,razao, r6 marzo 1 ?43, A. G. I., Caracas, 863,


74 Jou•m al ...
i S "De Knowlés a los ~ecinos y moradores de la Provinda ,Ie Venezueia•i. Con
Carta de Zuloaga a l Rey, Car:acas, ,9 abril 1743. A. G. l., ·Caracas, 863. E>! nombre
del buque es "Suf folk".
118 OTTO PIKAZA

Copias del documento se desparramaron clandestina-


mente. El peligro no residia, en opinión de Zuloaga, «en los
hombres blancos y de honra>, sino «en la gente de color
quebrado,. Esta conclusión racista respondia más que a
dos grados de pigmentación, a dos niveles sociales y a dos
tácticas diferentes para la apertura del trato con extran-
jeros: los legalistas, como San Javier, y los mantuanos en
general, que pretendían la obtención de ese mismo comer-
cio por la via ortodoxa y que considerarían un acto de alta
traición ponerse en manos del enemigo de la patria o no
combatirlo de ser atacados; y los «liberales> con represen-
tación fundamentalmente de gentes pobres y desplazadas,
racialmente mezcladas, que sin muchos escrúpulos se hu-
bieran aliado a quien les ofreciera mayores posibilidades
de vida o de cambio. Las palabras del Gobernador, para ser
aceptadas, habrian de entenderse con todas las salvedades
de una generalización.
No tardó en acusarse al isleño Andrés Leal, al prófugo
de la rebelión de San Felipe José de Sosa y al irlandés Car-
los, como cómplices de la distribución del papel. Hubo alerta
general, órdenes enérgicas, vigilancia especial. El plan fra-
casó. 76
Este proyecto inglés de manipular los descontentos y
la fuerza de una provincia en beneficio propio no era nin-
guna novedad. Por citar un precedente, recordemos que
durante la Guerra de Sucesión española se había recurrido
a provocar la escisión entre los vasallos americanos para
empujarlos a colaborar con los Aliados. 77

Ataque a Puerto Cabello

De poco sirvieron al astuto inglés sus promesas. Fra-

76 Rey a Zuloaga. A. G. l., Caracas, 863,


77 ,Céspedes del Castillo, Guillermo: La Defensa milita~ del htmo. de Panamá,
página .26.
ZULOAGA EN LA GOBERNACI ÓN DE VENEZUELA 119

casada la argucia, volVió a la lucha con sus propias armas,


los barcos.
La indecisión de los atacantes sobrepasó los límites de
la prudencia. Desde principios de abril la escuadra, ya re-
parada e incrementada con la adición de dos balandras
de 11 y 12 cañones, habilitadas por los indios de Curazao
~qué se decía esperaban abrir a su comercio Puerto Ca-
bello, donde los ingleses establecerían una colonia-, se ha-
bía mantenido costeando sin ofrecer :batalla. Tal vez espe-
raran :ver los efectos de las palabras de Knowles que por
entonces debieron escribirse. Cuando con la ayuda de los
pilotos holandeses que traían anclaron al abrigo de las islas
de Borburata, a media legua de Puerto Cabello, era el 26 de
abril. A las cinco de la tardé iniciaron un bombardeo explo-
ratorio contra dos fragatas de la Guipuzcoana atracadas en
el puerto. Los asaltantes, sin embargo, serían víctimas de
un error previo: el haber dado tiempo con sus vacilaciones
dilatorias a que los españoles se reforzaran en la espera. 78
Puerto Cabello, por ejemplo, había almacenado víveres ca-
paces de sostener a 1.000 hombres durante tres meses de
asedio.
Una bombarda anclada entre Punta Brava y las islas
de Borburata pasó ·el día 27 entero disparando sus morte-
ros: tres hombres muertos y otros tres heridos, un cañón
del 12 acertado y algunos desperfectos en el ,Castillo fueron
su balanc,e. Aquélla tardé trés navíos concentraban su fuego
contra las baterías de San José.y .Punta Brava. Estas _;re-
forzadas desde el Castillo- respondieron con vigor. Uho de
los barcos hubo de retirarse alrededor de las cinco .y los
otros dos le siguieron dos horas después.
El ataque frontal que el inglés se había propuesto co-
menzó a probar su ineficacia, como en La Guaira. Asi, se
optó por desembarcos en puntos fuera del radio cubierto
por las baterías. A las once de la noche, 1.150 hombres sal-

78 Joúr11al, .•
120 OTTO PIKAZA

taron a tierra al este de Punta Brava, péro Una operación


envolvente que iniciaron por la espalda contra la batería
fue no sólo oportunamente advertida y conjurada, sino que
dejó algunos prisioneros y un pequéfío botín. 79
El 28, Punta Brava continuó siendo el blanco de la
insistencia de los morteros, mientras, por otra parte, se
intentaba contrarrestar el fuego de los cafíones del Cas-
tillo.
El día 30, ·las descargas de la bombarda ocasionaron
dos muertos e hirieron al Ingeniero Gayangos.
A mediodía del 2 d.e mayo entró Zuloaga en el Puerto.
Pudo rec.o nocer a di,stancia el parapeto o cabeza de plaza
que los ingleses habían levantado al este de la batería de
Punta Brava y la limpieza del terreno llevada a cabo, sin
duda para despejarse un camino futuro. Un cabo dest acado
a Borburata, en cuya proximidad se hallan las émbar..:acio-
nes, reportó al día siguiente no haber los enemigos empren-
dido obra alguna en el paraje. Sin embargo, varias lanchas
se hallaban haciendo aguada en el río ; par a impedirlo e
intentar capturar algún enemigo de quien poder sacar al-
guna información sobre sus designios, el cabo había dejado
por am los cuarento hombres que llevara.
Zu:Ioaga, mientras tanto, examinó los puest os, r~or ga-
nizó la defensa, reforzó con parapetos las baterías. En uno
de estos recorridos por Punta Brava y San José «recibió
un golpe en una pierna de que Se lé levantó luego un humor
grande con tanto dolor que le iinpedia andar», pero se
mantuvo dando órdenes durante toda la noche.
E:h todo este tiempo la bombarda había sido la única
fuerza ocupada en hacer disparos. Los navíos evolucionaban
de vez en cuando, mas en modo alguno se empleaban en
un a~aque a .fondo.

79 L a versión del testigo inglés del Joitrnal a tribuye el fracaso no a la alerta


o al valor de los españoiés - los tres centinclás · se hallaban durmiendo--, sino al
disparo irresponsable de un oficial británico que provocó la confusión en sus propias
filas y una. grotesca huida.
ZULOAGA EN LA GOBERNACIÓN DE VENEZUELA 121

No fue antes del dia 5, a prunera hora de la tarde, cuan-


do la escuadra entera, fondeada a tiro de fusil. recurrió a
todos sus medios - cañones, morteros, fusiles- en 1m com-
pacto bombardeo del Castillo y las baterias exteriores.
Transbordos de gente y un viento favorable hicieron sos-
pechar al Gobernador que intentaban entrar por la boca
del Puerto. Para estrangular el acceso se hundió en aquel
lugar el navío «La Isabela», que, por desahuciado, se hallaba
prevenido para tal uso. Media hora más tarde uno de los
enemigos hubo de pasarse a la retaguardia, seriamente
afectado. Ya anochecido, mientras los ingleses pugnaban
por retirarse con un viento excesivamente flojo, prestaron
un buen blanco a las baterías costeras durante más de
media hora. La noche y el día siguiente proporcionaron una
tregua y con ella la oportunidad de repararse ambos bandos.
El 7, la escuadra atacante se corrió de entre las islas
Largas y Ratones al Puerto de Borburata. Un nuevo as-
pecto diplomático-cortesano entraba en la reyerta. Los in-
gleses enviaron a tierra un bote con bandera blanca y una
carta del Comandante de la escuadra p~ra el Gobernador.
Aunque, por encontrarse escrita en inglés, su traducción
ofreció algunas dificultades, Zuloaga pudo saber de la pro-
puesta que el británico hacía de un canje de prisioneros
por los españoles que tenía a bordo. Y accedió.
Se pasó el dia 8 en mutua observación, en reparaciones
y en silencio.
El 9 retornó la lancha a la boca del rio. Ahora pedía
licencia para hacer aguada. El cabo del lugar no sólo se
opuso a ello por falta de órdenes, sino que se tomó preso
a uno de los parlamentarios. Pronto el Gobernador ordenó
la devolución del hombre y comisionó a otra persona para
que se accediera, si regresaban los ingleses, a concederles
i.ma lanchada de agua para el Comandante y sus oficiales.
A su hora, el parlamentario no se contentó puesto que la
quería para toda la escuadra. Volviose, pues, al punto de
122 OTTO PIKAZA

partida sin agua, pero sí con amenazas de que la tomarían


por la fuerza, cosa ésta prácticamente inevitable si de veras
se lo proponían, como el mismo Zuloaga se yeia precisádo
a admitir.
Horas después, a pesar de este orgulloso incidente, la
lancha reáparecló con siete prisioneros españoles. Por se-
gunda vez traía una carta del Comandante en inglés. El
Gobetriádor, a quien en la ocasión anterior le había sido
dificil encontrar un intérprete y a quien le constaba tenían
aquéllos a bordo personas que hablaban castellano, se negó
a parlamentar. La barca se volvió con los prisioneros, más
no sin dejar unos licores y alimentos salados a Zuloaga
en nombre del Comandante de la escuadra, que, a su vez,
solicitaba el favor de algunos agrios.
Al día siguiente una falúa española transportó a bordo
de la Capitana los ·a grios pedidos, un refresco de verduras
y algunas terneras. El inglés respbndió con dos cartas, aho-
ra, por fin, en castellano. La primera repetía el envío de los
siete prisioneros, tomados en los alrededores de La -Haba-
na; la otra se ref.e ria a la aguada, con respecto a la cual
quería saber el ánimo de Zuloaga «para prevenir los yerros
que se podían ocasionar» ... «porque serfa inútil disputar lo
que podía obtener tan fácilmente».
El español remitió en respuesta a la primera los cinco
ingleses que tenia. En lb concerniente a la Segunda se man-
tuvo en su decisión anterior de no consentir sino ·e n una
lanchada de agua para los oficiales.
Zti.loagá, temiendo ·hiciera la aguada por la fuerza y
alguna incursión de represalia, ordenó._reforzar el paraje
con 500 milicianos.
A pesar de las precauciones y del a:tnor propio en juego,
la necesidad obligó' al jefe inglés a conformarse con la lan-
chada de agua potable ofrecida. Volvió el 13 solicitando
otra niás, también para su gasto, y asegurando se dísponia
a darse a la vela hacia San Cristóbal, donde ·obtendría lí-
ZULOAGA EN LA GOBE:RNACIÓN D.E VENEZUELA 123

quido suficiente para el resto de la ,escuadra. Mientras se


comunicaba al Gobernador la nueva propuesta, una mare-
jada volcó y deshizo lancha y vasijas.
La misma mañana del 13 la flota levó anclas-rumbo a
Barlovento, aunque aún pudieron verse algunas velas en
la leJania al amanecer el día 14.
El inventario del ataque tenía sus pérdidas y sus ga-
nancias. Entre las primeras aparecian los desperfectos cau-
sados en las .edifl.c aciones y baterías, que, aunque muy infe-
riores a los que se podrían haber previsto, eran considera-
. bles, pues ·<<apenas había un pie de superficie al que no
hubiera llegado una bala», ªº y treinta hombres muertos.
En la casilla positiva, se contaban varias anclas, cables y
calabrotes abandonados por los enemigos, una .falúa, dos
canoas, dos escalas :grandes y 1.5'78 balas utilizables que se
recogieron de los bombardeos, además de los quebrantos
infligidos a los ingleses, cuyas bajas se calculaban en unos
dos mil hombres. 81
Esta victoria, sin embargo, como la de 1,a Guaira, más
que en haber hecho consistía en no haber dejado hacer: los
británicos habían fracasado en su acaricíado intento de
invadir e1 territorio y de convertirlo tal vez ~n una colonia
propia, llevándose tan sólo una «triste serie de desgracias
y decepciones». 82 Por otra parte, la eficiencia de las forti-
ficaciones y baterías habia dado a éstas una especie de
mayoría de edad o un bautismo de ;ruego que de ahi en ade-
lante impondría respeto a los posibles at.a cantes.

La colaboración de la Provincia

Leyendo las encarnizadas batallas por el Cabildo y los


adjetivos que Zuloaga aplicaría a lo.s mantuanos caraque-

80 / 01_1,rnal.. •
81 Zuloaga ·a J Rey. Caracas, 24 octubre 174 3. A. G. J., Caracas, 68.
lb l oúrnal ...
124 · OTTO PIKAZA

ños, el lector esperaría ver en éstos, gentes carentes de es-


crúpulos, capaces de recurrir ·a burdos pactos con el ene-
migo o a.l menos de mantenerse pasivos ante la acometida
de quienes prometían protección ,c ontra los vizcaínos y la
libertad de comercio. Nada más erróneo. Las gentes de la
provincia, civiles, eclesiásticos y militare:;, respondieron con
plena y generosa unanimidad. Que la Compañia caloborara
con todos sus medios era parte de su obligación en cierto
modo y en ello le iba su misma existencia. El caraquefio, en
cambio, el habitante de Nirgua, La Guaira o Valencia lo
hizo .por patriotismo, por pura lealtad a su Rey y a su
historia,
Basta con lee.r la crónica de la defensa de los puertos
venezolanos para apreciar -el decisivo papel de las milicias.
Las guarniciones profesionales petinaneciéton juntó a las
baterías, fos milicianos cubrieron costas, pasos, avanzadillas
y formaron el grueso de los hombres Sobre las armas. En
ellas se alistaron jóvenes y mayores de las clases más hu-
mildes y encopetadas. Miembros de las familias de los So-
lórzanos y Tovares aludiran más tarde con orgullo ·a su
participación en esta hora. Con quince afios, Juan Vicente
Bolívar, padre del Libertador, peleó como :voluntario a las
órdenes ele Zuloaga en La Guaira y Puerto Cabello.
La defensa con armas no fue el único trabajo de. los
provinciales. Agotados los últimos maravedíes de las Cajas
Reales, en la larga y costosa espera que medió entre ambos
ataques, el gobernador se vio precisado a apelar a présta-
mos y donativos. El Obispo, Deán y Cabildo Catedralicio
«condescendieron gustosísimo» al préstamo de los 12.000
pesos existentes en la fábrica de la iglesia a.ue el Capitán
General les solicitara. Los vecinos de Caracas y valles in-
mediatos suplicados a continuación pata que contribuyeran
con lo que quisiesen o pudiesen dar, «concurrieron con lo
que les fue posible, sentidos de no poder hacer mayores es-
fuerzos», porque la guerra se dejaba sentir despíadadamen-
ZULOAGA EN LA GOBERNACIÓN DE VENEZUELA 125

te. Los donativos ascendieron a 10.548 pesos, resultantes de


682 reses, 464 fanegas de cacao y 3.160 en metálico; 83
El pueblo entero respiró temores patrióticos. Las co-
munidades :religiosas, las iglesias en general, celebraron
rogativas, alzaron preces, organizaron fervorosas peniten-
cias, con nutrida asistencia de fieles. ,

Correspondencia con el General Champign:Y

Preocupado·andada el gobernador llamando a todas las


puertas en busca de socorros ante el codicioso interés de
Knowles que hacía pensar en nuevos asaltos, cuando re-
cibió una carta esperanzadora. El Marqués de Champigny,
General de las Colonias Frances~s. le decía desde Martinica
tener órdenes de su Rey para proporcionarle víveres y mu-
niciones de guerra, con tal de que «no dé lugar a que lós

ingleses entiendan que socorro a v. E. abiertamente,. Corno
prueba de su buena. voluntad, le adjuntaba 27 barriles de
pólvora, 300 barricas de harina y otras vituallas. ·Prometía
además enviarle cada dos meses, si le hacían falta, 30 quin-
tales de .pólvora, fusiles, armas y balas. Junto a esto le
informaba de que 38 ó 40 navíos ingleses se hallaban en La
Antigua, aunque creía se destinaban contra Puerto Rico.
Hablaba de un acercamiento entre las Coronas espafiola .y
francesa, y, deseando compartir el afecto de éstas, lé obse-
quiaba con una barrica de Burdeos. 84
Zuloaga :vio él cielo abierto. De repente le h.abía surgido
un aliado clave y no veciló en requerir los primeros auxilios
en el prill}.er buque que salió rumbo a Martinica: 100 quin-
tales de pólvora y el húmero de balas que pudiera del 16, 18
y 24. Comentaba entusiasmado el matrimonio real que apro-

83 Zuloaga al Rey. Caracas, 20 octubre 1743. A. G. I., Car acas, 863. Todos
estos datos e;:Stán tomados de la correspondendá de Zuloaga. Los comentarios que
dtdica ·a los vecinos ·son ·n ltamente elogiosas, con tra el texto y contexto de la ·cértes-
pondencia de Juan Fran.ci-sco Wn.
R4 Champigny a Zuloaga. Martitieca. 8 julio r743 . A. G. 1., Caracas, 863,

( 9)
126 OTTO PIKAZA

ximaria los intereses de ambos. Agradecía el regalo y ex-


ponía su temor dé que los 38 ó 40 navíos de La Antigua,
dada su situación, se dirig1.eran a Venezuela, en lugar de
a Puerto Rico. 85 ·

Sin tiempo aún para la respuesta, le escribía de nuevo


- en el barco portador del mensaje- para decirle que no
habían aparecido los in gleses y rogarle la remisión de cual-
quier novedad, a la par que correspondía a la fineza de
Champigny con 4 zurrones de cacao. 86
Pasarón los días y el general francés no· contestaba.
En vista de ello, Zuloaga le dirigió una tercera misiva en
que S1(plicaba carne y pólvora, comisionando «ad hoc» una
balandra al mando de Tomás ·Paz y León. 87
Del 20 de julio a fines de agosto llegaron a La Guaira
6 balandras dé aquella procedencia con víveres pero sin
• noticias. El Gobernador comenzó a sospechar. Consideró
como probable que Champigny hubiera querido, con su in-
forme de la escuadra inglesa en La Antigua, asustarlo, inte-
resado únicamente en la venta de víveres y en el negocio
consiguiente. Le movió a ésta suposición la noticia - de
fuentes fidedignas- que tuvo de que tales navíos iban sólo
por sal, éOnvoyados por sus «manuales», como todos los
años, detalle que Champigny no podía ignorar teniendo en
cuenta su proximidad a la isla. 88
Pero él francés contestó. En mala hora. Comenzaba
diciendo no había recibido de su Corte orden alguna sobre
él envío de socorros; que habría sido sin duda tal id.e a fruto
de lá imaginación de Peyrac --encargado del primer men-
saje y Comisario de Marina~ y de buena :volunta, ilusiopa-
do probablémenté por la «buena unión e inteligencia> e,x is-
tentes entre los Monarcas de las dos n aciones; porque «en
los tratados de páz de los Reyes nuestros años y S. M. Bri-

'85 Zuloaga .a ,Chafpigny. Caraca-s , .20 julio 1743. A. G. l., Caracas, 863,
86 Id., id. Caracas, :s. agosto 1743. A. .G. l., Caráéas, 863.
87 Id., id. Caracas, r 2 septiembre 1743. A. G. l., Caracas, -863.
88 Id., id. Caracas, 20 octubre i 743. A . G. I., Caracas, ··863.
ZULOAGA EN LA GOBERNACIÓN DE VENEZUELA 127

tánica está estipulado expresamente que, en caso de que


dos de estas potencias se hiciesen la guerra, no podtia la
otra socorrer con armas y municiones a .ninguna de las
partes beligerantes». Además, le era imposible desprenderse
de armas, ya «que nos consideramos en vísperas de tener
guerra con nuestros vecinos>. :
Peyrac había sido cogido por los ingleses y llevado a
San Cristóbal. Asi que los 4 zurrones de cacao habrían
corrido «la misma suerte>. 89
La contradicción e.ra patentisima y fácil resultaba acu-
sar a Peyrac cuando éste no podía hablar en su descargo.
No extraña, pues, que Zul9aga desatara su enojo, calificando
las recientes noticias. de «muy opuestas a la seguridad que
me prometia V. E.». Comparando los términos de una y otra
carta> exponía saber de él que había dado en su historial
pruebas demasiado sobresalientes <;para que nadie en el
mundo pueda persuadirse a que son suyas dos cartas tan
contradictorias» ; y que era muy mala excusa la de culpar
a .Peyrac. En cuanto a los tratados de paz, éstos «no estiman
como una violación suya el envío de pertrechos a alguna
de las potencias beligerantes y se contentan con declarar
que serán de buena presa los que se encontraran dirigidos
a sus enemigos>.
Experto en «precedentes»., aludía a que el Rey Cristia-
nísimo «ayudó al Emperador éon numerosos ejércitos. con-
tra la Casa de Austria sin que .por eso se haya entendido
que está en enemistad con éste». 90
La Cotona. española aprobaba más tarde el texto de la
r espuesta. 91

Noticias y temores

Champigny, sin embargo, olvidando el incidente, infor-


8'9 Fuerte Real de la Ma,rtinica, 12 novie'mbre 1743. A. G. I., Caracas, 56.
90 Zuloaga a Champiny .. Cara-cas, 18 enero 1744. A. G. l., Caraca,,,, 56.
9r ~an Ildefotíso, r i agosto 1745 . A. G. I., Caracas, .56.
128 OTTO PIKAZA

maba meses más tarde que Knowles intentaba con 14 navíos


atacar otra vez La Guaira y Puerto Cabello. 92
Noticias de Curazao lo confirmaba. 93 El espionaje fun-
cionaba admirablemente. Zuloaga hablaba por esta fecha
de un «sujeto> que habia vuelto a despachar a las colonias
extranjeras inmediatas, en vista de lo~ valiosos datos que
le habia aportado en el viaje anterior. El mismo mes - abril
de 1744- Champigny tomó declaración al capitán de una
balandra, que, viniendo de Cayena a Barlovento del rio
SubiñamQ, había encontrado a 200 leguas al este de las
islas de Barlovento seis navíos grandes de guerra ingleses
que, al parecer, se dirigía_n hacia ellas. Igualmente sabía,
por el mismo procedimiento, que Knowles habia destacado
a las Barbadas dos navios cargados de piedras y materiales
para construir una fortificación. No esta ban de acuerdo los
informantes en si se destinaban a Venezuela o a Puerto
Rico. 94
En mayo de 1744 se _vieron cerca de Puerto Cabello dos
navíos de guera enemigos, a los que impidieron el ataque
las prontas disposiciones de don José Iturriaga. 95
En noviembre del mismo afio el Gobernador de Cumaná
remitía al de Caracas la información que le habia facili-
tado el capitán de artillería del Castillo de Araya, Bernardo
Arizmendi, que había estado preso en una balandra lnglesa:
Knowles esperaba navíos de Londres - a los que se debían
unir otros cinco y los guardacostas de las Islas de Barlo-
vento- , con la intención de tomar La Guaira y Puerto
Cabello y hacer un desembarco más abajo de Chispa.
Y, aunque dos grandes contratiempos se habían cru-
zado en los planes del Almirante -la demora de la flota y
la presencia de Francia en aquellos mares- se sabía que
el inglés «mantiene siempre la esperanza de que le llegue

i)2 Zuloaga a Ensenada. L.~ Guaira, r 3 abril 1744, A. G. l., Caracas, 5.6.
93 I d., id.
94 Zulpaga a Ensenada. c ~rncas, 26 abril r744. A. G. l., Caracas, 56.
95 Id. , id. Carnea,, 26 julio 1744. A. G. T., Caracas, 56.
ZULOAGA EN µA GOBERNACIÓN DE VENEZUELA 129

la prometida escuadra; que su fijo detino es siempr e a


invadir esos puertos y no haber tenido órdenes Cóntr-árias,
bien sí continuas esperanzas». % •
Mutuamente ~ la · Corona y Zuloaga~ se ·facilitaban
cuantos datos y rumores llegaban a sus oídos. l!na vez y
otra se confirmaba la amenaza no sólo de ataques y bom-
bardeos, sino de ·invasiones. En_los navíos ingleses parecía
ultimarse una bien planE-ada ocupación. Ihchiso habian
nombrado las autoridades de su futura colonia .y acuñado
moneda.
Pero el nuevo asalto n o ·acababa de producirse. Ahora
~con la entrada de Francia en la guerra ·a favor de Espa-'
fía- Knowles cont~ba con dos adversarios en su zona de
operaciones. Acaso por este motivo se limitaba a amenazar
en alta mar a los barcos de ambos países, en un incansable
ir y venir por las agu'as céntroamericanás, y a bloquear los
puertos y pasos.
A principios de 1745 hacía Zuloaga un intercambio de
novedades con el Rey, exponiendo «lo dificultoso» de la par-
tida o llegada de embarcaciones en la Provincia, por haber
tomado . los ingleses con sus barcos las salidas de Barlo-
vento y Sotavento. 97
La m~trópoli, si bien no podía dar por descart ada la
posibilidad de un ataque a fondo a las costas de Venezuela,
respiraba confianza, convencida de que, en el peor de los
casos, entre la ayuda recibida y su prudente dirección, el
Gobernador atajarfa todo peligro. 98
La amenaza, no obstante, parecía más y más remota,
porque si, por una parte, los navíos ingleses se congregaban
en La Antigua con intenciones fáciles de adiyinar, ocho
barcos de guerra franceses arribaban, por otra, con muni-
ciones y víveres en una compensación que mantenia el equi-

96 Cuma:oi , 23 noviembre 1744. Caracas, 24 mayo 1744, A. G. l., Car acas, 56.
97 Zuloag:1 a Ensenada. Caraca's, 28 febrero 1745, A. G. l .. Cataéás. 56.
9f. Rey :i Zuloaga. S::n Ildefon5o. , , agosto 1745. A. G. I.. Caracas, 863.
130 OTTO PIKAZA

librio de fuerzas. 99 Consecuentemente, los británicos no


•intentaban operación alguna. La presencia de Francia
había decidido sin duda el curso de la contienda.
Unicamente algunas escaramuzas navales y abundan-
tes presas demostraban la existencia británica por aquellos
parajes.
El mes de agosto capturaban una fragata del tráfico
veracruz-La Guaira, con 38.000 pesos, además de un regis-
tro de Tenerife y otros barcos más pequeños de Cumaná
y Margarita. 100
Zuloaga simultaneaba sus atenciones entre la defensa,
los mantuanos y sus propias enfermedades. Pero se sentia
hasta cierto punto confiado, con respecto al primero de
estos cuidados, al no producirse, después de tres años, una
formal ofensiva contra la Provincia.
Mas, de repente, una Real Orden de 28 de agosto vino
a enturbiar su tranquilidad: el 5 de aquel mes se hallaba
en Portsmouth, pronta para salir, una escuadra compuesta
de 17 navíos de guerra {uno de 100 cafiones, cinco de no-
venta, uno de ochenta, uno de setenta y cuatro, cinco de
setenta, uno de. cincuenta, dos de cuarenta y cuatro y uno
de veintidós). Les acompañarlan brulotes, galeotas a bom-
bas, embarcaciones nodrizas, hospital y muchas de trans-
porte. Entre los oficia.les a bordo figuraban el Almirante
Lestock, el Vice-almirante Estevar, el General Saint Clair
y otros de tierra. 1ó1
El Gobernador, como de costumbre, reorganizaba ner-
viosamente la defensa. 102 Sobraron las providencias. Los
días transcurrieron sin más incidentes que los habituales.

La paz
Y, por fin, se recibía la Real Orden de 30 de julio de 1748
99 Corte a Zuloaga. S an Ildefonso, II agosto 1745. A. G. I., Caracas. 56.
100 -Zuloaga al Rey. Caracas, 5 diciembre 1 745. A. G. L , Caracas.
I ÓJ Id., id.
10-Z Z.uloaga a Ensenada. -Caraca.s, S noviembre 1745.. A. G. I., Caracas, 56.
ZULOAGA EN LA GOBERNACIÓN DE VENEZUELA 131

en que se comunicaba haberse accedido a los preliminares


de paz, que el 30 de abril se habían firmado en Aquisgrán
(Aix-la-Chapelle) entre Francia, Inglaterra y Holanda. En
su consecuencia, se .s uspendían las hostilidades. Hi3

111. TUMULTOS

Las dos rebeliones habidas durante el mandato de Zu-


loaga encierran como móvil único la animadversión a la
Compañía Guipuzcoana: San Felipe y Tocuyo. Sin embargo,
las incluimos en capítulos distíntos por el matiz económico
ex:élusivo de la primera y la relación de la segunda con la
guerra. en curso.

El motín de Tocuyo

Entre las providenciás dictadas por el Gobernador ante


las amenazas de invasión o ataque advertidas por la Corte,
una consistía en el reclutamiento de tropas en las ciudades
y pueblos de la Provincia. Tocuyo era uno de estos lugares.
Efectuada la leya y dispuesto a partir hacia su destino el
pequefio. ejército - integrado por 200 .espafioles («los más
lucidos y aptos>) y 150 indios flecheros-, el 11 de marzo
de 1744 se produjo un «tumultq, conspiración, sublevación
y levantamiento», «suponiendo para tal hecho :que sabian
los llevaban a trabajar, había calenturas y les daban mal
trato ios vizcaínos». No solamente, nadie salió, sino que se
declararon en franca insubordinación, pasando a su de-
fensa; y, con el objeto de embarazar cualquier medida del
Capitán General, interceptaron los caminos al tránsito.
En esto llegó un comerciante, Juan Ignacio Alvarez
Ciénfuegos, vecino de Valencia, con sus acostumbrados
muestrarios e intenciones. Los habitantes, recelosos, sospe'-
charon fuera un comisionado de Zuloaga y decidieron eli-

10-3 A. G. I., Caracas, 56,


132 OTTO PIKAZA

minarlo. Una noche entraron en la casa donde se hospedaba


«más de 200 hombres armados, para quitarle la comisión
y papeles que condujese y procurarle quitar la vida>. No
pudieron, a pesar de ello, lograrlo. Cienfuegos, prevenido a
tiempo, se había asilado en el Convento de San Francisco,
de donde más tarde consiguió huir. :
Los vecinos echaron la culpa a la «gente plebe y los
indios>. Mas no se le ocultaba a Zuloaga que los indios eran
muy humildes y los plebeyos por sí mismos «gente abatida
y subordinada>. Palpable estaba la mano de los capitostes
de la localidad. Su primer y casi maquinal impulso, como
militar, fue el de poner fin al tumulto por las armas. Pero
l,lna prudencia elemental no le permitió distraer las fuerzas
ocupadas en la defensa de las costas. Por otra parte, le
parecía arriesgado el envio de un comisionado que practi-
cara las oportunas pesquisas, «porque en la distancia de
70 leguas que hay de esta ciudad a aquélla se le impediría
e impedirá y tal vez puede ser que lo matasen o maten>. iM
Sin dejar de observar muy de cerca el levantamiento,
prefirió el Gobernador no actuar y ver el cariz que tomaran
los acontecimientos, presionando sólo de palabra y re-
presentación.
Duró algún tiempo la comprometida situació'n, pero al
fin los tumultuarios hubieron de deponer las armas y ple-
garse al orden.

ro.; Zulonga ni Rey, Caracas, 22 diciembre 1744. A . G. l ., Carac. s, 70.


CAPITULO SEXTO

MATERIAS ECLESIASTICAS

Sabida es la estrécha conexión que tuvieron en la Ame-


rica espafiola la Iglesia y el Estado. Y si bien puede decirse
que la mayor parte de los actos del gobierno temporal se
desarrollab~n por su cuenta al margen de las interferencias
de la Iglesia, no sería válido hablar de un fenómeno seme-
jante en sentido contrario.
El Patronato Real simbolizaba y resúmía ésta anudada
subordinación de lo eclesiástico alRey y sus representantes.
La propuesta de personas para su elevación al episcopado,
la provisión o aprobación de cargos de clérigos en general,
el privilegio del Pase Regio, las preeminencias de ciertas
autoridades civ'ilés sobre las dignidades de la Iglesia aun
en recintos y ceremonias sagradas, la participación en al;..
gunos impuestos propiamente eclesiásticos, la licencia que
para pasar a las Indias curas y religiosos requerían, la pro-
teción y limitaciones impuestas a misiones y dOétrihas, etc.
no son sino algunos de los síntomas de la dependencia del
estado en que la iglesia funcionaba.
Esta estructura general no se hallaba confinada a la
Metrópoli, sino que en escala reducida se trasplantaba a
las distintas provincias dé Ultramar, donde el Gobernador,
por su carácter de Lugarteniente y Vicepatrono Real, fis-
calizaba la actuación dé la Iglesia local en muchos aspectos.
Un capítulo, pues, expresamente dirigido al estudio de·
estas interferencias y sumisión y de los pleitos que de ellos
se originaron no podria llamarse en modo alguno superfluo.
Es simplémente esencial.
134 OTTO PIKAZA

Por otra parte, en el caso concreto de Venezuela - más


exactamente, de la pro\'incia de Caracas~ , además de los
roces o relaciones entre el Gobernador y el clero y fuera
del contenido sustancial de los mismos, este nuevo ángulo
nos aportara por sí mismo una confirmación de los dos
puntos capitales -que no son sino fin y medio respectiva-
mente~ de la Gobernación de Zuloaga: La eliminación del
contrabando y del trato con los extranjeros, y la centraliza-
ción del poder y de la economía que halla aquélla asequible,
tendencia -esta última que también pudiera, a la par, juz-
garse con otros ojos como un puro mecanismo dé atrac-
ción de tuerzas alrededor por meros objetivos de ambición
personal.
No está fuera de nuestra intención tampoco el presen-
tar, sin pretensiones, cuanto de algún relieve aconteció en
o con la Iglesia de :Venezuela de la época, buscando con ello
redondear los datos que, en otros aspectos, aportamos o
sintetizamos sobre esta década.

El Obispo García Abadiano

Presidía la Iglesia de Venezuela, a la llegada de D. Ga-


briel de Zuloaga, el Doctor José Félix Valvetde. Sabemos
de él, entre otras cosas, que había traído de México en 1731
- donde residió antes de su elevación al obispado- reli-
giosas Carmelitas Descalzas, con las que había fundado en
Caracas a su costa . un convento de dicha congregación. 1
Por estós años, fue promovido a la diócesis de Michoa-
cán. Sin embargo, renunció al ascenso y, con él, al relevo.
Así lo hizo constar al Rey en una carta. Siguió, pues, diri-
giendo el obispado, proveyendo cargos y administrando la
• confü:mación. Hallándose en plena visita pastoral, el Con-
sejo de Indias, por su parte, desconociendo al parecer la

1 "'llelaci6n de la Visita General que ·en la Di6cesis de Caracas y Venezuel.i


hizo el Obispo Mariano Martí". A. G. l., CMac31J, 9-59.
ZULOAGA EN LA GOBERNACIÓN DE VENEZUEtA 13:5

decisión de Valverde, bien por negligencia, bien por tras-


papelamiento de su carta, entregaba la Real Ejecutoria
para la misma Silla a don Jua n García Abadiano, 2
Con bulas de Clemente VÍI y los papeles en regla, des-
embarcaba éste en La Guaira el 15 de noviembre .d e ·1739
de la fragata «San Ignacio». Nada advirtió a Valv€rde -en-
tonces en Barquisimeto- el Cabildo Catedralicio y, sin
poner inconvenientes ni repa_ros, daba posesión al recién
llegado el 21 del mismo mes. El Gobernador comunicó la
formalidad a la Corona, sin la menor sospecha de lo que
ocurría, puesto que «se sirvió V.M. mandarme que, recono-
ciendo las expresadas bulas o un traslado, observase su
tenor, dando y haciendo dar posesión a don Juan García
Abadiano». 3
Comenzaba a ejercer sus funciones el duplicado Obispo,
cuando estalló la tormenta. Dos bandos se habían ido de-
finiendo entre los eclesiásticos - en que no estuvieron au-
sentes los intereses personales- , con peligro de originar
un cisma. Valvérde, enterado ya, acudió al Monarca recla-
mando ante tamaño allanamiento de empleo.
En respuesta, la Corona, reprendía violentamente al
Cabildo por la «posesión indebida» dada al llamado poco
menos que impostor obispo. Se aducían para ello «las pú-
blicas voces que corrían de que ese prelado no había acep-
tado el obispado referido, además de que teníais a la vista
los actos. jurisdiccionales que estaba ejerciendo». 4 Asi pues,
debieron haber informado y consultado a Valverde y re-
presentado a la Corona. Según esto, habían incurrido tanto
Abadiano como el Cabildo en graves censuras canónicas,
por lo que se solicitaba de Roma un Breve Subsanatorio
y «ad cautelam». Monseñor Navarro, que estudia el caso
detallada y documentalmente, tiene la «impresión» de «que

2 De la Corona a Aba.d iano. Aranj uez, 8 á bril 1739. A. G. I., Caracas, 65.
3 De Zuloaga a la Corona. -Caracas, 29 septiembre 1739 , A. G. l., Caracas, 65.
4 Monseñor Nava.rro: Anales Eclesiásticos T?ct1eeolanos, ·pág. 95-.
136 OTTO PII{AZA

el verdadero culpable del desaguisado fue el Real·y Su:premo


Consejo de Indias~. s
Por Real Cédula del 27 de agosto de 1740 suspendía el
Monarca a Abadiano en sus funciones y le encargaba sa-
liera de Caracas. En caso de vivir aún Valverde, que estaba
niuy enfermo, regresaría a España; si había muerto, se
retiraría a La Guaira hasta nuevo aviso para que se pro-
cediera a los ritos de sede vacante. El gobernador quedaba
encargado de suavizar y reconciliar los ánimos. 6
Cuando esta orden se recibió en Venezuela _:,abril
de 1741- , el propietario ya había muerto de perlesía en
Nueva Segoyia de Barquisimeto y se había procedido al
embargo de sus bienes por las «gruesas sumas que adeu-
daba». 7 Extrema debió de ser la penuria del fallecido Vel-
verde y sus farililiares éuando Zuloaga solicitaba de las
Reales Cajas alguna asistencia anual para el padre de aquél,
que tenía 84 afios, estaba habitualmente enfermo, comía
de limosnas y necesitaba ropa y casa. 8
Juan García Abadiano, en cumplimiento de la dispo-
sición real, marchaba a. Petare, por razones de clima, con
el visto bueno del gobernádor. 9 Pero pronto la Corona arre-
gló su traspiés como mejor pudo y le otorgaron .nuevas
EJ.ecutorlales. 10
Además, el Consejo enviaba el esperado Breve Subsa-
natorio de Su Santidad, absolviendo al obispo García Aba-
diano de cualquier censura y pena eclesiástica en que por
defecto de jurisdicción hubiese incurrido - mediante la
indebida posesión que se le había dado de la mitra- y a

s Íd., id. pág. 97.


6 De Zufoaga a la Corona. Caracas, ,o julio 1741 . A. G. l., Caracás, 67.
7 Id. . i~. Cará~s. 1 4 ji.ilio 1¡,40. A. G. I., Caracas, 66.
8 J d., id. Caracas, 27 julio 1741. A. G. I., Caracais, 67 .
9 I d., íd. Caracas, 10 julio i 741. A. G. I., Caracas, 67. Según Monse"ííor Na-
varro, t:n su obra arriba mencionada, Abadiano se retir6 a La Guaira.
10 Real Cedul.a. S an Ildefonso, ::Z:3 julio 17-42. Atcbivo .General de La Nación.
Caracas, Sección r.ª tomo 1, ri<un. 92 (Edki6n de García Cbuecos).
ZULOAGA EN LA GOBERNACIÓN DE VENEZUELA 137

los canónigos, presbíteros y clérigos que hubiesen tenido


parte. 11
En virtud de ambos documentos el 14 de octubre to-
maba posesión definitiva. 12
No habian acabado, sin embargo, con esto los reproches
del Rey.
Pasados dos años, se le echaba en cara la poca cautela
que h abía manifestado en la elección de prebendados asis-
tentes cuando tomó posesión del obispado, además de los
graves errores cometidos por José Martinez Porras, su
Provisor. 13
García Abadiano continuó en su cargo - en fre cuentes
y ruidosos choques y competencias con el Gobernador, que
aparecerán en parte a lo largo de este capitulo-, hasta su
muerte, ocurrida el 6 de marzo de 1747. Se le enterró en
la catedral, junto al altar mayor al lado del evangelio. 14
Algo hubo en él de espíritu de contradicción: a raíz de
una disposición a cumplir, Zuloaga escribia que «intervi-
niendo en ella V. R. Obispo, se h a bía de frustran. Sin em-
bargo, su ministerio estuvo lleno de actividad y durante su
Obispado se erigieron en Caracas las iglesias de la Santi-
sima Trinidad y la Divina Pastora. 15 Su contribución a la
defensa del territorio fue muy notable.

Real Patronato

Conocida esta institución, no extrafían los altercad(?S


que se originaron entre Zuloaga, militarmente cumplidor
de sus deberes y derechos y el obispo Abadiano, celoso y
tozudo guardián de lo que consideraba funciones exclusivas
de su ministerio.

1r Zuloaga al Rey. Caracas, 1 febrero 1743. A. G. J., Caracas, 68.


l d., id. Caracas, 18 noviembre 1742. A. G. l., Caracas, 68.
1 .::i
• 3 Tel., id. Caracas, 24 octubre 1743. A. G. J., Caracas, 68.
14 Cast.ellan<>':I al R ey. Caracas, 29 octubre 1747. A. G. I., .Caracas, 7 5.
r 5 Tala,·era Garcés : A¡nmtes de Histori/J Eclesiástica de Ve11ezu ela, págs. ¡9•80.
138 OTTO PIKAZA

Incluso en los dias de su ilegal episcopado, desatendía


el segundo las órdenes de S. M. -a cuyo cumplimiento le
exhortaba el Gobernador- en la provisión del vacado cura-
to de La Guaira. Aun cuando estaba previsto se cubriera
por -«opósición, concurso y presentación del Vicepatrono,,
el Obispo quería proveerlo por propia y ~ nica iniciativa. 16
Dos años más tarde una Real Cédula - 18 marzo 1743-
disponía, aclarando el incidente. que los curatos de la
provincia fuesen provistos a presentación del Vicepatrono
Real. 17
En el campo de lo puntilloso, fueron riumerosás las dis-
cusiones a cuenta de la preferencia del Vicepatrono en rela-
ción con los eclesiásticos. Autos voluminosísimos se dedica-
ron a desmenuzar ridículas pugnas por asientos y puestos.
Eh 1744 pedía Zuloaga para el representante de Go-
bernador en los concursos de oposición, el asiento inme-
diato al Presidente del Tribunal, 18 a lo que accedía la Co-
rona dos años más tarde y se resignaba la Curia. 19
Otra violenta competencia derivó de pretender el Ca-
bildo eclesiástico se le antepusiera en las venias de los
sermones al Gobernador, 20 en lo que tampoco tuvo éxito
él clero.
Y, pasando por alto los innumerables pleitos de simi-
lares caracteristicas, traemos a colación un curioso ejemplo,
sumamente ilustrativo de la vida caraqueña contemporá-
nea. Es una protesta por el uso que de caudatarios y qui-
tasoles hacían los prebendados en las procesiones en pre-
sencia del Gobernador Vicepatrono. Zuloaga no veia en esta
costumbre sirio razones de vanidad. Los interesados habla-
ban del sol y de la higiene de sus colas, argumentos que él
refutaba afirmando qué las calles se limpiaban y que ni el

16 Zuloagá a 1a Córoná. Caracas, I2 julio 1741. A. V· I., Caracas, 67.


r7 ld., id. Caracas, r.o no,,iembre 1-,-44. A. ·e,.. I., Caracas, 69.
18 Jd., id. Catácas., 16 septiembre 1742. A. G. I., Caracas, 68.
19 Id., id. Caracas, 10 nóviembré 1744. -A. G. l .., Caracas, 69.
20 Zuloaga al Rey. Caraca~, r"S septiembre 1742. A. G. l., Caracas, 68·.
ZULOAGA EN LA GOBERNACIÓN DE VE.N EZUELA 139

sexo débil usaba quitasoles, tanto más cuanto que las pro-
cesiones tenían lugar por la mafiana temprano cuando aún
no era fuette el sol. Por otra parte - exponente tipico de
discriminaciones- condenaba que los caudatarios mulatos
se entremezclasen con las clases nobles. 21
Problemas, como se deduce por la multitud; de folios
a ellos dedicados, trascendentalisimos para la mentalidad
y costumbres de fa época. 22
Aunque sin conflictos con el diocesano, el juicio de re-
sidencia nos proporciona varios ejemplos de las facultades
del vicepatrono en lo referente a la construcción de iglesias.
El licenciado Salvador Bello había obtenido la requeri da
licencia para edificar en Caracas una ermita votiva en
honor de la Divina Pastora y decidió sobre la marcha de
las obras darle amplitudes de iglesia. Zuloaga, al adver-t irlo,
suspendió la fábrica de las naves y · sólo cuando Bello alcan-
zó el nue.vo permiso, consintió en su reanudación. Idéntica
suspensión se produjo en la construcción del templo de
la Santisima Trinidad. 23

El contrabando y el clero

Las iglesias y los clérigos se mantenían de los diezmos.


Los eclesiáSticos habían de contentarse con sus salarios
pues les estaba vedado el ejercicio de menesteres laicos.
No obstante, algunos de ellos contrabandeaban escandalo-
samente, amparados en la inviolabilidad de sus moradas.
El Gobernador quiso dejarse cortapisas e intervenir. Pero
el entonces Obispo Valverde se opuso resueltamente, impi-
_diendo los registros que se hicieran o se intentaran hacer
sin su aprobación o asistencia. 24 Se efectuaban éstos con

21 Id., id, Caracas, 18 noviembre r 742, A. G. J., Caracas, 68.


n Sobre costumbres y competencias sociales remitimos al lector . a la obra de
A. Rojas: L eye11áas Hist6ricas.
23 Juicio de Residencia. Autos de ,Caracas. A. G. I., Escriban\a de C~mara,
734, A.
24 Zuléraga al R ey, Ca:racas. 15 noviembre 1737. A. G. I., Caracas, 65.
140 OTTO PIKAZA

una lenta y parcial intervención del Vicario, ante su no-


tario y jueces eclesiásticos; si algo Irregular se descubría,
correspondía al representante episcopal dar cuenta a su
representado para que decidiera sobre el caso.
Zuloaga se quejó al Rey de la imposibilidad de ejercer
su obligación libremente y de castigar 3,. los culpables, que
se seguia de es.t e procedimiento. 25 •

Una Real Cédula de 21 de noviembre de 1742 disponía


que los jueces eclesiásticos necesitaran primero una licen-
cia dél prelado en que se omitieran el nombre y la :c asa
sospechosos. En caso de . negar su colaboración, se les per-
mitía · registrar a los seculares. 26
Más perjudiciales r,e sultaban aun los muchos religiosos
y clérigos que vagaban a su antojo sin subordinación a las
jerarquías. Los recursos obrados por el Provisor y Vicario
General del Obispado para que se les .hiciera embarcar y
reconocer, no surtieron con ellos efecto apreciable; 27 · no
obstante, se lograba expulsar en fecha .posterior a algunos
eclesiásticos venidos de España y Canarias, «sín licencia
de S.M. y despachos de la Casa de la Contratación,.
De uno de éstos ~el padre José Naranjo, de la Orden
dé San Agustín- se dice que <<én lo que sé ejercita es en
andar .de algunos de ellos [pueblos] yendo y viniendo a
los pueblos de las costas y de ellos a dichos pueblos en ejer-
cicios ilícitos y aun en auto indecente y tal que no es co-
nocido por religioso o fraile, sino más bien por seglar».
· Y como él se decía haber muchos dé su misma Orden,
que habían · negado clandestinamente y dado «escándalos
dignos de notar». 28
Conocido él carácter de Zuloaga y su terca impacien~
cia por la represión del contrabando, no podrán sorpren-
dernos las tres aspiraciones de su gobierno en ésta materia:

25 Id., id . Cara~as, 30 j olio 1.739. A. G . l., Caracas, 6s.


26 .I d ., id. Cata"cas, 26• diciembre .1744. A. G. l., Caraéás, 70.
2.7 14., id. Caracas, 18. septiembre 174 2. A. G. l., Caracas, 68.
·28 Id., id. Carneas, 25 enero 1744. A. G. I., Caraeas, 7r.
ZULOAGA E.N LA GOBERNACIÓN DE VENEZUELA 141

gozar de facultades para fiscalizar a los eclesiástiéos, elimi-


nar a los errantes e incontrolables y poner en doctrinas los
pueblos de misión para su más fácil supervisión.

Inquisición

Una Real Cédula prohibía por ~ste tiempo una vez más
el uso én Indias d.e libros que no estuviesen impresos con
licencia del Consejo. ·211
Aun con esto, numerosas obras impresas ilegales se
inflltraron en el territorio, a juzgar por los inventarios de
difuntos, si bien fueron mucho más abundantes en la ge-
neración posterior.
La Inquisición como tribunal tuyo secundaria impor-
tancia en la persecución de los delitos contra la te por su
blandura; sus intervenciones no sobrepasaban en la prác-
tica las de un tribunal eclesiástico cualquiera.
Por estos años, la vemos recogiendo algunos títuJos
de Familiar del Santo Oficio de personas que se valían de
las . prerrogativas anejas a él para sus manejos privados,
como en el caso de Juan Martínez· Porras.~

Santa Cn.vzada

A consulta del Monarca -con escrúpulos, por la exis-


tencia de Breves de Urbano VIII en sentido contrario-,
determinó Benedicto XIV ( 4 diciembre 1742) eoncederle• la
«facultad de poder vender y enajenar los oficios de Cru-
zada, Subsidio, Prima Décima o Excusado, que no fuesen
eclesiásticos y pudieran ser ejercidos por seculares>. 51
En virtud, dichos oficios se sacarian a pública subasta
y su producto se aplicarla a los mismos fines que las limos-
nas de la bula de la Santa Cruzada.

29 Id., id. ·caracas, 6 n oviembre 1744. A . G. J., Catacais, 69.


30 Id., id . Caracas, 23 diciembre 1744. A. G. I., Caracas, ·7 0.
31 Real Cédulá a Zuloaga. San Ildefonso, 2 octubre 1744. A. G. l., Caracas, 6.

( ro)
142 OTTO PIKAZA

Correspondia a los .t esoreros de ésta el nombramiento


de agentes para lá distribución y cobranza de bulas en
los lugares grandes. En los demás, podrían hacerlo los
cabildos. 32
Esta disposición dio origen una vez más a la oposición
de las autoridades eclesiásticas, cada,dia más menguadas
dé ptivilegios exclusivos.

Misiones

La Provincia de Venezuela caía misionalmente bajo la


jurisdicción de los capuchinos.
Sus !limites, sin embargo, pecaban de imprecisión. Por
el sur les correspondi::t hasta el Orinóeo. Las lineas hablan
sido éstablécidas ,e n una Concordia con la Compañia de
Jesús (1736), 33 pero todavía en 1741 encontramos un pleito
entre aquéllos y dos ·Jesuitas con motivo de haber fundado
los últimos un pueblo de indios en Cabruta, a la banda
norté dél gran rio. 84
Percibía cada religioso misionero de la Orden la limos-
na dé 50 pesos que se entregaban al supei'iOr en :vino, éera
y aceíte. as El pago se hacía con frecuencia muy irregular-
mente. Asi, los Capuchinos se quejaban en 1745 de no hatié:r-
selés entregado la asignación desde 1731 a pesar de una
Real Cédula en tal sentido que Zuloaga acababa de recibir. 36
Los pueblos independierites de la autoridad civil se
llamaban misiones y aquellos en que se dependía para el
pago dé tri.b utos y que caian en manos de curas seculares,
doctrinas.

. .s2 Real Cédula. 4 abdl 1744, De Zuloaga a la Corona. Caracas, I enero ;746
A. G. ·f., Caracas, 75 .
33 Blán có, José Félix : D ociúi,.entós f,á,ra. · ¡a ..Históda de la V ida p ,¡bliea. 'de.l
Libertador, tomo I, ..Págs. 427 - 4 29.
3'4 Zuloaga al ReY,. Caneas, 15 julio 1741. A. G. l., Caracas, 67.
35 Jd., id . .Ca.t acas, 24 junio 1740. A. G. l., 66.
36 Río Ncgfo, F ray F ro:U.án de ·: Misiones de ·los P. P. Cap11cl,illos ... m las
A·11tiguas Pnn1i11c•i11s E spaílolas-, hoy Rep,,¡blica de V e·1r.e,niela, z646 - rSz7, pág. 82.
ZULOAGA EN LA GOBERNACIÓN DE VENEZUELA 143

Los indios de las misiones, con nostalgia de su vida


libre, abandonaban con frecuencia el pueblo o la reducción
y se refugiaban en «el monte>. De vez en cuando, se salía
en su busca, aunque se hallaran fuera de los límites polí-
ticos de la provincia. Al principio, lo habían he~ho los re-
ligiosos solos, pero, ante el fracaso obtenido, armaban ahora
un pequefio ejército con caracteristicas de batida. Según
documentos de la Orden, justificativos de sus meritorias
actividades, se hablan hecho tres entradas en 1737, dos
en 1738, una por afio entre 1739 y 1741, ninguna en 1742
y 1743 - porque la guerra no permitió el uso de tropas-,
dos en 1744 y una en 1745. 57 Esta última no sólo afectaría
a Zuloaga, sino que las complicaciones nacidas de ella le
harian desatar una serie de reproches contra los Ca-
puchinos.
Fray Matias Garcia y dos religiosos más de Piritu (Cu-
maná) llegaron a Altamira (Venezuela) -población de es-
pañoles en vias de forrmación- coh más de 100 hombres
armados y un cabo y, empleando la violencia, se llevaron
a 53 indios, con el pretexto de que eran de su misión.
Don Gabriel escribió indignado - tanto por el método,
cuanto por la violación de su provincia- al Gobernador de
Cumaná, Gregorio Espinosa de los Monteros. 38 Este dispuso
-comentaba el de Caracas- que el Padre Comisario, Fran-
cisco del Castillo, «me hiciese un exhorto y requerimiento
en nombre de Nuestra Santa Madre la Iglesia, en el de S.M.
y de Su Orden Seráfica>. El exhorto del Comisario llevaba
la soberbia a extremos ridicilos. Se quejaba en primer lugar
de que el Gobernador Zuloaga <había tratado con irrespeto
al Cuerpo Místico .de aquella comunidad, y, después, le
lanzaba una histérica maldición, diciendo que, si «no eje-
cutase lo que era razón y justicia, el Seráfico Patriarca San
37 Blanco. J. F.: Docu,nentos ... Informe de los P. P. Capuchinos, encabezados
por el P . Olivares, tomo I páginas 412 - 41 4. Sobre extracciones de Indios de la
Provincia de Caracas, véase la Hi.5toria del P. Caulín, libro III, Capitulo XVI.
38 Zuloaga al Rey. Car.acas, 2 marzo 1745. A. G. I., Caracas, 72.
144 OT"TO PIKAZA

Francisco me diese [a Zuloaga] el cordonazo que el Papa


San Gregorio IX refería le había concedido Jesucristo con-
tra el que persiguiese su religióm. 39
Las querellas continuaron y nada demuestra más elo-
cuente.mente la antipatía de Zuloaga .por los Capuchinos
y su labor que la documentada inform'a ción que remitió a
la Corte con motivo de «lo sucedi_do con e.l Obispo sobre el
contexto de dos Reales Cédulas que tratan sobre misiones» :
Las Reales Cédulas del 15 de marzo de 1735 y 5 de
octubre de 1737 encargaban a los Virreyes, Presidentes y
Gobernadores que los indios de misión pasaran a consti-
tuirse en doctrina al cumplirse los 10 afios asignados y, al
Gobernador de Venezuela concretamente, que se pusiese
de acuerdo con el Obispo para colocar a los de la jurisdic-
ción de San Felipe y otras cercanas a las costas en doctrinas
de curas seculares, 4o decisión motivada a todas luces por
la más fácil supervisión de éstos en posible deslices con-
trabandistas.
Sin embargo, en la mayor parte de los pueblos la orden
no se había puesto en práctica, de lo que se derivaban per-
juicios en muchos lugares. Algunos de. éstos se encontraban
dedicados de lleno al comercio ·ilicito como San Francisco
Xavier de Agua de Culebras y Nuestra Sefiora del Carmen.
Zuloaga
.
visitó a Abadiano para gestionar el cumplí-
.

miento de la Cédula. El prelado en principio se ofreció a


ello, pero poco después se entrometió el Prefecto Misional,
Fray Miguel de Olivares, qúe envolvió con su dialéctica a
García Abadiano - pretextando no se. hallaban dichos pue-
blos en estado 'de ser dejados de las manos de los capuchi-
nos- 41 y ambos decidieron obrar por su cuenta, en lugar
de cooperar con el Gobernador.
39 Id., id. Caracas, 24 diciembre , 745. A. G. l., Caraéás, 72.
40 El héclió fue que la mayor parte de fo~ pueblos de regulares que se seculari-
zaron hubieron d·e <le,;olvé.r~eles a S\IS antiguos administradores en vista del fracaso
que s.e siguió de ·ta alteración.
A' Bla,ic.o., J. F.: D óc11111e,itos ..., to'rno I, pág. 4~6.
ZULOAGA EN LA GOBERNACIÓN DE VENEZUELA 145

No se dio éste por vencido y recurrió a la única fuerza


a su alcance: la exposición de la situación real. Recogió
para ello de fuentes dignas de todo crédito datos sobre cada
una de las misiones, como irrebatible prueba documental
que dirigir a la Corona, cosa que, por otra parte, entraba
en sus obligaciones. El testimonio hacia el sigúiente re-
cuento:
Misión ~ San Francisco Xavter de Agua de Culebras.
Fundada hacía más de 30 años. Sumaba 60 familias con
170 muchachos de ambos sexos. Había 63 indios más agre-
gados. De los 20.000 árboles de cacao, obtenían 300 fanegas
al año.
Nwestra Señora del Carmen.- Más de 22 años de exis-
tencia; con 23 indígenas y 29 agregados.
San Rafael (Araul'e) .- Establecida desde hacia «mucho
tiempo>; con 300 habitantes y numerosos agregados.
San Antonio de Turén (Araure).- Más de 80 años; con
400 indios en total.
Santa Bárbara de Agua Blanca.-Mucho tiempo. Gentes
de diversas procedencias, huidas de otros pueblos, tan «ma-
lévolos> que los padres no les dejaban salir ni en guerra.
Maiquetía (junto a La Guaira).- Los padres sacaron de
los montes y afincaron 111 indios de raza guiré, que pronto
huyeron en tal desbandada que al presente sólo quedaban
5 adultos y 11 muchachos.
San Francisco Cojede (San Carlos).- Desde lo primi-
tivo. Tenia 112 familias con 415 personas, a las que había
que sumar los agregados de raza gayón. 42
San Miguel Arcángel (Boca del Ticao o Tinaco).- Re-
cién fundado.
Santa Rosa ere Charayave.- Se pusieron 38 otomacos
entre 1732 y 1733. Muchos de ellos huyeron, otros murieron.
Ahora contaba con 36 almas.
Nuestra Señora die los Angeles (Calabozo).-Con 129 per-

.tz Probablemente se refiere a San Diego de Cojede.


146 OTTO PIKAZA

sonasen .total, más 7 agregados de San Mateo de los Valles


de Aragua.
Santísima Trinidad.- Llegaba a 162 indios. 43
De estas misiones todas pertenecían a los padres mi-
sioneros CapUchinos, excepto Maiquetía , Charavaye y San-
tísima Trinidad. El cuadro no era, pués, muy halagüeño,
aunque dichos frailes «voc.ean» tener muchos pueblos y
éstos cuantiosos y haber hecho entradas y jornadas cos-
tosas para ·su reducción. Es probable que a Zuloaga no le
cupiera duda de esto último, pero las escuálidas estadís-
ticas de reducidos hablaban elocuentemente de la esteri-
lidad de los esfuerzos o de la falta de h abilidad de lós
capuchinos.
Opinaba, por otra parte, eón pesimismo de las posibili~
dades de convertir estas misiones en doctrinas, «pues cuan-
do se 'pro-cura hacer · se vuelven ·1os mencionados pueblos
contra los gobernadores y [los religiosos] con sus clamores
y voces persuaden a las gentes a que se haga lo mismo y
que se tenga a los gobernadores por tiranos y enemigos de
Dios y del •hábito de Nuestro Padre San Francisco», para
lo que se valian del apoyo moral de lcis obispos. 44
Y, si el pretexto tenía visos apostólicos -la declaración
de que estos indios no se hallaban en condiciones de apar-
tarse de la protección de los Capuchinos-, no se hallaba
fuera de juego la consideración de los recursos eéonóinicos
de muchos pueblos de misión. · Válida era sin embargo, la
disculpa de la escasez de misioneros por lo que una R. o.
de 1747 aprobaba el envio de 12 de ellos a la región. 45

43 Si bien las fechas de fundación registradas por Zuloaga están parcialmente


en 'desácuetdo con Jo·s ae· 165 historiadores de la Orden, ambas fuentes coinciden en
atribuir una :aniigiiedad superior a los 10 ·anos a los mismos ·puebblos. Así, pues, la
prueba adu~ida por el Gobtrnador conserva intacta su fuerza. Remfrimos a loo do•
cumentos de los !Capuchinos incluidos en las obras de J. F. Blanco, Carlós Siso y
Fr. Froilári de Río Nc~ro, para contrástar sus fecháis con las de nuestro texto.
44 Zuloaga a la ·Corona. Cara cas, 26 diciembre 1745. A. G. I., Caracas, 71?,.
45 San Lorenzo, 12 noviembre 1747. Tomado del P. Río Negro,: Misiones tle
los Padf.és .capm:.hitios, pág. 82.
ZULOAGA EN LA GOBERNACIÓN DE VENEZUELA 147

El vicepatrono reforzaba a continuación sus argumen-


tos documentales con una andanada legal : las disposiciones
a que . los citados religiosos cerraban sus oídos y que des-
atendían eh su cumplimiento:
Una Real Cédula de 28 de septiembre de 1676, en que.
se prescribía fueran d.a ndo cuenta al gobernador, así de,
las tierras como de la forma en que las repartían, el modo
de poblar y frutos hechos a fin de. que la autoridad infor-
mara al Rey, no la cumplian.
Otra Real Cédula de 5 de diciembre de. 1689, para que
el Pr_e fecto de las Misiones no resolviera en casos graves sin
contar con el Gobernador y el Obispo, se-ignoraba en la
práctica.
Habían quebrantado otra Real Cédula de la misma
fecha, sobre qué el Prefecto no usara de la jurisdicción
secular al repartir en propiedad a los españoles tierras de
las demarcaciones señaladas a las :villas.
Tampoco observaban otra Real Céd:11la de 9 de enero
de 1728, que requería que el Prefecto diera cuenta al Go-
bernador de los defectos que reconociera en algún individuo
de las misiones.
Otra Real Cédula de 15 de marzo de 1735, qué orde-
naba q,u e, .para eyitar que los comerciantes se refugiaran
en los pueblos dé San Felipe a contrabandear, a los indios
que se redujeran en adelante les diera el citado Prefecto
asiento y población en los llanos distantes de la costa, era
incumplida. ·
Además, otras leyes expresaban que, cuando fueran
notificados los prelados por el Gobernador de que algú.n
religioso era pérjudicial, se le removiera. Sin embargo y a
título de ej.emplo, decía haberlo solicitado para Fray Miguel
Vélez, de San Felipe, en evitación de perjuicios y que no
lo hab1a consentido Olivares, el Prefecto Misional, que vivía
en aCracas desatendiendo las misiones. 46

46 Zuloaga a la Corona. Cara,oas, 26 diciembre 17-·4 5 , A. G. l., Caracas, 72.


148 O'I'TO PIKÁZA

Por otra parte., no eran a su jUicio los Capuchinos mo-


delos de cariñoso y humilde apostolado. Para probarlo le
bastaba un caso reciente: A cuenta de unos altercados entre
los indios de Charayave y Fray Pedro Paris, de origen
francés, se había testülcado de éste «que todo era darles
garrotazo y bofetadas y tratarlos con malos tratos porque
era más soberbio que Lucifer y que por la quimera que había
ten_ido con los alcaldes y un regidor de dicho pueblo había
[el padre Olivares] llamado a la iglesia a éstos y al padre
Paris para componerlos y que había dado éste en ella y en
presencia del mismo Padre Olivares una bofetada. al tal
regidor y embestido a uno de los propios alcaldes y rótole
la casaca>. 47
Nos abstenemos de otorgar un valor literal y total-
mente objetivo a las acusaciones de Zuloaga, por cuanto
que no se nos oculta Su premeditada campaña para arran-
car las misiones de la jurisdicción capuchina, en lo que
recurrió eVidentemente a generalizaciones y exageraciones,
según afirma el bando contrario.

Beneficencia

No eran pocos los establecimientos dedicados a auxmar


a los enfermos y necesitados, como el Hospital de Mujeres
(Nuestra Sefíora de la Caridad), el Hospicio de Reclusas
de Caracas, el Hospital de ·San Juan de Dios de La Guai-
ra, etc. 48
De entre los asuntos con ellos relacionados, destacamos
la Real Cédula en que se encarga al Gobernador de la admi-
nistración de los hospitales, «apartando de todo ello a los
Prelados y Jueces Eclésiásticos de la Diócesis>. 49
Hablando del de San Sebastián de los Reyes, represen-

47 Id., id. Caracas, 24. enero 1746. A. G. J ., Caracas, 74.


48 Visita del Chispo M:artí. A. G. I., Caracas, 95.g.
49 -Zuloaga a la Corona. Caracas, 4 noviembre 1744. A. G. l., Caracas, 69.
ZULOAGA EN LA GOBERNACIÓN DE VENEZUELA 149

tat a Don Gabriel de Zuloaga en 1740 «del mal estado en


e;.::· se hallan los demás hospitales de esta Provincia y lo
-c v".1 veniente que será el que la venta que produce el noveno
y ,::.edio aplicado a ellos se pusiese en depósito en estas
Rf'ales Cajas hasta que tuviesen efecto la fundación y fá-
bri1,;a de los dichos hospitales». so

50 Id., id. Caracas, r o jullo 174-0. A . G. J., Caracas, 66.


CAPITULO SEPTIMO

JUICIO DE RESIDENCIA

Cerca de ocho mil folios, en siete legajos depositados


en el Archivo General de Ihdias, contienen el voluminoso
proceso que · con el nombre de Juicio de Residencia siguió
al mandato de D. Gabriel de Zuloaga en la Gobernación
de Venezuela.
Con fecha de febrero de 1747, la Corona nombraba Juez
Residenciador al Teniente de Gobernador y Auditor de
Guerra, D. Domingo de Aguirre y Castillo. 1 A nadie se le
ocultaba la rivalidad existente entre él y su superior ni su
animadversión a la Compañía Guipuzcoana. El porqué fue
seleccionado para tal comisión parece incomprensible. Por
una parte Aguirre, que ya llevaba un afio e_n -la Provincia,
dificilmente podría haber sido ajeno e imparcial en -el ne-
goCio de juzgar a su jefe; por otra, todo nos hace suponer
que. el Consejo ya estaba al corriente de los ·sentímientos
del Teniente.
Desde el primer momento era dé esperar que Zuloaga
se valiera de todos los recursos a su alcance. para arrancar
el encargo de ·la jurisdicción de su Auditor. El punto con-
cerniente al cambio de juez residenciador constituye uno
de los capítulos más turbios de nuestra historia. De creer
a Aguirre -.y su testimonio parece estar más en consonan-
cia con los hechos- él babía recibido la orden de residen-
ciar al saliente Gobernador, pero no los papeles con la
comisión formal. Tenía fundadas sospechas de que Zuloaga
se los había ocultado para darse tiempo a maniobrar en la
1 Corona a Domingo de Aguirre. Madrid, 2 febrero ·r747. A. G. I., Caracas, s,6.
152 OTTO PIKAZA

Corte, ya que había obtenido licencia para reintegrarse a


la metrópoli, dejando fianza y apoderado, antes de abrirse
el proceso. 2 El caso es que no tardó en llegar otra orden,
que, aludiendo a la recusación que D. Gabriel había pre-
sentado contra su juez por motivos de pública enemistad,
pedía se suspendiera a Aguirre, de no haber iniciado la
causa, o que se le agregara un abogado corresidenciador. 3
El Gobernador Castellanos quiso averiguar si habia su Te-
niente recibido la comisión y las razones que hubieran po-
dido aplazar su cumplimiento. Esta simple pregunta se en-
tremezcló con una puntillosa discusión - a las que parece
era propenso D. Domingo-, al querer el segundo que no
solamente se le leyera por el escribano sino que además se
le dejara por escrito para su estudio. Si pretendía ganar
tiempo por su parte para recibir un duplicado de poderes
residenciadores, se equivocó, porque Zuloaga obtenía mien-
tras tanto la remoción de Aguirre. El pretexto, técnicamen-
te legal, pero muy verosímilmente engendrado en la intriga,
se fundaba en que el comisionado no habia hecho uso de
su encargo en tanto tiempo.
Se nombraba para sustituirlo al Dr. Diego Mufioz y,
en su defecto, al licenciado Fernando Espinosa de los Mon-
teros, ambos abogados del distrito de Caracas de la Real
Audiencia de Santo Domingo.'
Las instrucciones se caracterizaban por su vaguedad.
Redactadas en términos generales, aplicable a cualquier
Gobernación, los grandes problemas de Venezuela no tienen
mención ni cabida explicitas. La administración de justicia
y del patrimonio real, la vigilancia de los pecados públicos,
la observancia de las dlversas leyes, cédulas y ordenanzas,
el castigo «ad modum bellb de los piratas apresados, el

z ,Corona a Gabriel de Zuloaga. Buen Retiro, t margo 174 7. A. G. l ., Cara-


cas, 56. Véase en el rnis'mo le.g ajo la docurn entaci6n sobre la recu,;aci6n y rem oción
de Aguirre como Juez de Residencia.
3 R. O. al Gobernador Castellanos, 23 marzo 1748. A. G. l., Caracas, 56.
4 R. O. Buen Retiro, 21 febrero 1749. A. G. l ., Escribanía de Cámara 734, A.
ZULOAGA EN LA GOBERNACIÓN DE VENEZUELA 153

servicio de Dios, la conversión y buen tratamiento de los


indios y el bien común de la tierra son los aspectos funda-
mentales de la averiguación. 5
Se procedió acto seguido a redactar las listas de todas
aquellas personas que hubieran ejercicido algún cargo pú-
blico durante. varios afias desde el juicio de residencia an-
terior, al concluir Lardizábal su comisión en la Provincia.
El Gobernador, su Teniente López de Urrelo, los Tenientes
y Justicias Mayores, todos los integrantes de los cabildos,
desde Alcaldes Ordinarios hasta Porteros, aparecerían
ahora de cara al público para enfrentarse con la critica
de sus oficios y personas.
El paso siguiente sería pregonar a lo largo y lo ancho
de la Gobernación el comienzo de los sesenta días de juicio
universal. Los testigos y querellantes serían interrogados
de acuerdo con un amplísimo cuestionario :por el residen-
ciador oficial en Caracas y por sus delegados especiales
fuera de la ciudad diocesana.
Atañían al Gobernador y principales ministros 44 de
las preguntas. 6 Su alcance y cont enido vienen dados en
función de las obligaciones de cada oficio, haciendo del
interrogatorio una apreciable fuente para el estudio de las
instituciones del lugar y momento concretos. Así, la mayor
parte de los puntos concernientes a Zuloaga estarán rela-
cionados con la administración de la justicia, el cumpli-
miento de las ordenanzas, su honradez y apartamiento de
tratos y contratos.
Preguntados los testigos y presentadas las demandas, 1
a su debido tiempo la comisión residencladora sutn,arizó
doce cargos contra Zuloaga:
l) Había consentido que se reeligieran para 1741 los
Alcaldes Ordinarios del año anterior.

s Re.al Carta a Domingo de Aguirre, 23 febrero 1748. A. G. I., Escdba níll


'de Cámara , 7_34, A.
6 Cuestionario del Juicio de Residencia. A. G. J., Escribanía de Cámara, 734, A.
¡ Ailtos cdmpletos. A. G. I., Escribanfa de 1Cámara, 734, A • 736, B.
154 OTTO PIKAZA

2) No habla llevado el libro de multas y condenaciones


de Cámara.
3) Habia dejado de guardar el libro en que asentar
los Caudales de la Caja de Pósito y las ordenanzas sobre
el mismo.
4) Habia descuidado que hubiese qrdenanzas en Cara-
cas y que se leyesen al menos una vez al año en el Ayun-
tamiento.
5) No habia cumplido con su obligación de reparación,
aseo y limpieza de la carniceria.
6). No había reparado la cárcel.
7) No habia celado por que el carcelero llevase un
libro en que anotar las entradas y salidas de presos.
8) No habia fijado el Real Arancel en la sala de au-
diencias.
9) No habia mantenido los caudales de Arbitrios y
Pulperías en el arca de tres llaves.
10) No había cuidado de que los Procuradores Gene-
rales diesen cuenta de lo que hubiesen dejado de cobrar.
11) Habia provisto tenientes en la Sabana de Ocumare
y La Guaira de entre sus ropios vecinos.
12) No hizo visita general de su provincia. 0
El Dr. Muñoz estudió los cargos y procedió a la sen-
tencia. Absolvía al procesado de seis de las acusaciones y
dejaba en pies las seis restantes (2, 3, 7, 8, 9 y 10) con una
condena pecuniaria total de 10.000 maravedies.
No conforme con el fallo, el apoderado y defensor de
Z\lloaga, Gaspar José de Salas, apeló al Supremo Consejo
dé Indias. La sentencia final que éste pronunció mantenía
únicamente los cargos 2, 7 y 9 con sus multas respectivas
de 1.000, 2.000 y 3.000 maravedíes. Estas multas, con un
total inferior a los 20 pesos - no mucho más que el sueldo
de un dia- tenían visiblemente un carácter simbólico.
Prueba de ello era que el Consejo concluía el negocio con

8 A. G. l., Escriban ía de Cámara, 734, B.


ZULOAGA EN LA GOBERNACIÓN DE VENEZUELA 155

sado Conde aie Torre Alta, Don Gabriel *


las siguientes palabras: «De-ciaramos igoolmente al expre-
Zuloaga, por
bueno, recto, e~loso y justificado mintstro, digno y mereee-
dor d:e que Su M<ijes'/J.ad le honre y premie con otros ma-
yores empPe,os ~e su· Real Sérvtciá». 9
Este fallo y estas alabanzas oficiales no pueden,·rli deben
contentar al investigador para aceptarlos por inercia y ri-
gorismo testimonial y cerrar ei periodo con un entusiasta
punto final.
A primera vista, burocráticamente, el resultado parece
gozar dé Solidez y g·a rantía absolutas. Excepto por la recu-
sación de Agllirre, se siguen literalmente todos los pasos
ordenados. Sin embargo ...
El vaguisimo cuestionario demuestra que, consciente o
inconscientemente, se eliminaba del radio de la pesquisa
'el punto capital del gobierno: el comportamiento de Zu-
loaga en el gran corifllcto entre la Compañía y ia Provincia.
Las preguntas se reducen a demandar información casi
exclusivamente sobre la meticulosidad burocrática del Go-
bernador, su responsabilidad y decisiones de orden político,
su arbitraje económico-legal de alto nivel, están al margen
de la cuestión. Si la Cororia omitió las preguntas candentes
pudo perfectamente haber sido porque expidió un texto
general por inercia burocrática, lo que ya es de por si re-
probable, o, por.que deliberadamente excluyó del espíritu
del juicio de residencia las cuestiones embarazosas. En este
segundo caso, pudo muy bien haber oído la voz de una dis~
creción mal entendida o la de los factores de la Guipuzcoa-
na, parte interesada en no arriesgar un juicio de residencia
de la propia institución.
En la redacción de las preguntas formuladas por el
Dr. Muñoz todo nos hace suponer que presidieran idéntico
criterio y consideraciones.
El éxito milita:r de la pasada guerra y las distinciones

9 A. G. I., Eseribanla de Cáma ra, 7-36, B.


156 OTTO PIKAZA

resultantes se prestaban más bien en los medios o:ftciales


al trato de fayor del héroe que al imparcial análisis de todos
y cada uno de los aspectos de su campo de responsabilidad.
El lamentable estado de salud y las calamidades del en-
juiciado provocaron cierta atmósfera de conmiseración no
muy propensa a la justicia fria. .
La ausencia en forma expresa y sistemática del testi-
monio de los lideres de la economía y la política locales
(que tanto tendrían que decir a raíz de la sublevación de
León contra la complicidad abusiva del Gobernador en las
supuestas injusticias de este decenio), motivada en su
mayor parte por el hecho de que casi todos ellos habían
ostentado algún cargo y estaban por ende sometidos al
mismo juicio de residencia, restó probablemente a los autos
una preciosa dimensión critica.
Las palabras finales del fallo del Consejo pueden a lo
más probar que el Gobernador siguió la pauta que le se-
fíalaban sus superiores, que con un sentido episódico del
negocio habían perdido perspectiva histórica para distin-
guir y arbitrar entre el provecho inmediato de los guipuz-
coanos y sus accionistas y el bien trascendental de una
parte del imperio. No la bondad absoluta de su ministerio,
ni su aportación positiva.
He ahi algunas de las razones de por qué, de valerse
tan sólo de los volumonosisimos autos del juicio de residen-
cia, nadie podría ni remotamente sospechar las profundas
convulsiones, el dramatismo, las quejas, el «veneno> de éstos
diez años de la historia de Venezuela.
ÜTTO PIKAZA
APENDICE I

(APÉNDICE AL CAPÍTULO TERCERO)

Relación de las personas que desempeñaron oficios concejiles y de


justicia mayor en las ciudades, villas y distritos de pueblos de la provincia
de Venezuela durante el período gubernativo de Don Gabriel de Zuloaga
y que sufrieron con éste el Juicio de Residencia:
Domingo López de Urrelo, Teniente de Gobernador y Auditor de la
Gente de Guerra (hasta mayo de 1746).

CARACAS

Alca:ldes Ordinarios

17 37. Don Tiburcio Obel, Mejía y Don Luis José Piñango.


1738. Don Lorenzo Antonio de Ponte y Agustín Piñango.
1739. Dicho Agustín Piñango (por reelección) y el Sargento Mayor Don
José de Bolívar. .
1740. El Maestre de Cai:npo don Domingo Galindo y Zayas y don Pedro
Juan Ruiz de Arguin:zóniz.
1741. Fueron reelegidos los mismos.
1742. Don Gabriel Remigio de !barra y don Alejandro Antonio Blanco
y Uribe.
1743. Don Pedro Rengifo Pimentel y don José de Sójo Palacios.
1744. Don Feliciano de Sojo Palacios y don Miguel de Aristeguieta.
1745. Don Francisco Nicolás Mijares de Solórzano (Marqués de Mijares)
y don Fernando Antonio de Lovera.
1746. Don ·Domingo Antonio de Tovar y don Juan Félix Blanco de Vi-
llegas,
1747. Don Francisco Rodríguez del Toro (Marqués del Toro) y don Pe·
dro Blanco de Ponte.

Procuradores Generales

1737. Don Alejandro Antonio Blanco y Uribe.


1738. Don Pedro de Tobar.

( 11)
158 OTTO PIKAZA

1739. Don José Antonio Veroiz.


1740. Don José de Sojo Palacio.
1741. Don Antonio Landaeta.
1742. Don Juan Jacinto Pacheco, Conde de San Javier.
1743. DonBaltasar Vicente Muñoz.
1744. Don Francisco Meneses.
1745. Don Juan Nicolás de Ponte y Solórzano.
1746. Don Agustín Nicolás de Herrera.
1747. Don Juan Vicente Bolívar.

Alcaldes de la Santa Hermandad

1737. Don Francisco de Meneses y don Francisco Veroiz.


1738. Don Cornelio Blanco y Uribe y D. Andrés Rodríguez de la Madrid.
1739. Don Antonio Landaeta y don Pedro Pablo Garabán.
1740. Don Gabriel Lordelo y Monteverde y don Manuel Carrasco.
1741. Don Fernando Méchinel y don Antonio Ruiz de Lira.
1742. Don Miguel Rengifo Pimentel y don Juan de !barra.
1743. Don Juan Lovera y don José María Galindo.
1744. Don José Francisco Landaeta y don José Ruiz de Lira.
1745. Don Antonio Blanco y Uribe y don Francisco de Tovar y Blanco.
1746. Don Juan de Hermoso y don Leopoldo de la Madrid.
1747. Don Mateo Plaza y don Felipe Meneses.

Regidores

Don Antonio José MuñoZ Aranguren, Alguacil Mayor.


Don José Felipe de Arteaga.
Don Andrés de Arteaga.
Don Bias de Landaeta, Fiel Ejecutor.
Don José Joaquín Ruiz de Lira.
Don Alejandro Antonio Blanco y Uribe, Provincial de la Santa
Hermandad.
Don Juan Tomás de !barra.
Don José Miguel Gedler.

Castellanos y Justicias Mayores del Puerto de la Guaira

Don Antonio de Inza.


El Coronel don Francisco Ganzedo.
El Capitán don Mateo Gua!. (Sólo Castellano).
Don Francisco Pérez González. (Sólo Justicia).
ZULOAGA EN LA GOBERNACIÓN DE VENEZUELA 159

Tenientes

Don Baltazar Balenciano, de la Sábana. de Ocumare y Valle del Tuy.


Don Juan Nieto de Arroyo, de dicho Valle y Sábana.
Don Luis Basilio de Rada, del Valle de Santa Lucía.

Corregidores

Don Francisco Uriarte, del Valle de Choroni.


Don Lorenzo Eusebio Fernández Peieyra, del Pueblo de la Vega
y sus anejos.
Don Félix José Cabrera, del Pueblo de Maiquetía y sus anejos.
Don Juan Francisco de Requieta, del Valle de Cuya.gua.
Don Juan Francisco Sánchez, de los Pueblos de Petate y Báruta.
El Teniente de Capitán don José de Villa.fañe y Floresto, de los
Valles de Aragua y Turmero.
Don Carlos Munar, del Pueblo de Guarenas.
Don Juan de la Madrid, del Valle de Caravalleda y sus anejos.
Don Alonso Vélez, de dichos Valles de Ara.gua y Turmero.
Don Miguel de Irazábal, del Valle de Choioni.
Don Frandsco González de Estrada, del dicho Valle de Carava,
Heda y sus anejos.
Don Fernando de Mechinel, de dichos pueblos de Petare y Baruta.
Don Francisco Díaz Gallo, de dichos pueblos de Aragua y Turmero.
Don Andrés de Arrieita, del referido de Maiquetía.
Don Fernando de Mechinel, de dicho pueblo de Guarenas.
Don Félix Cabrera, de Peta:rre y Baruta.
Don Sancho Lovera, del pueblo de la Vega y sus anejos.
Don Pedro . de Flores, del mismo pueblo.
Don Francisco de Rivas, de dicho Valle de Choroni.
Don Francisco Alonso, de dicho pueblo ~e Maiquetía.

Escribanos de F..egistros, Cabildo, público, del número y Reales

El Señor Don Gaspar José de Salas, · secretario de S. M. y su te,


niente Don Pedro Chabert, escribanos públicos.
El señor don Gabriel de Landa.eta, secretario de S. M. y su teniente
Don Lorenzo de Arroyo, escribano de registro.
Don Agustín de Salas, escribano de Cabildo.
Don Luis de Salas, de Cabildo.
Don Frandsco Areste y Reyna, público.
Don Jos'é Antonio Gastón, público y de ·gobernación.
160 OTTO PIKAZA

Don Juan Hugo Croquer, público y de gobernación.


Don Gregorio del Portillo, público.
Don Marcos García, público y de gobernación.
Don José Manuel de los Reyes, público.
Don Faustino Areste y Reyna, público.
Don ·Felipe José Romero, Real.
Don Manuel Antonio Varas, Real. .;

Alcaides de la Cárcel

José Antonio Alcántara.


Ignacio el Vizcaíno.
Joaquín Moreno.
Gregorio Sánchez.
. Bernabé Jiménez.
Juan Malbacia.

Porteros

José el Granadino.
Joaquín de Rojas.
Mateo Alvarez del Castillo.
Miguel Jerónimo Rabelo.

'TRUJILLO

Alcaldes Ordíná.riós

1738. Don Francisco Domínguez Jiménez y don Francisco Miguel Bricefio.


17 39. Don José Cristóbal de Mendoza y don Leonardo Fernando Ca,
rrasquero.
1740. Don Juan José de Segovía y don Leonardo Ferriández.
I 741. Don Lorenzo Brieeño y don J uari Miguel de Segovia.
1742. Don MaI'cós .fierriáridez Güerra y dan Manuel Valcálcel Pimentel.
1743. Don Manuel Valcárcel y don Juan Jacinto Briceño.
1744. Don Juan José Briceño y don Juan Jacinto Briceño. (en depósito).
1745. Don Martín de Betancurt y don Sancho Antonio Briceño.
1746. Don Rodrigo Briceño y Pacheco y don Nicolás Quintero.
1747. Don Rodrigo Briceño y don Vicente Bastida Briceño.

Procuradores Generales

1738. Don Antonio Quintero.


ZULOAGA EN LA GOBÉRNACIÓN DE VENEZUELA 161

l ?l9. Don Mauricio de .Afdaña.


1740. No hubo.
1741. No hubo.
1742. Don Jacinto González.
1743. No hubo.
1744. Don Juan Simón Juárez.
1745. Don Vicente de la Bastida Briceño. .¡
1746. No hubo.
1747. No hubo.

Alcaldes de la Santa Hermandad

1738. Don José Francisco Simancas y don Fernando Abreu.


1739. Don Femando Paredes y don Cristóbal Alvatez.
1740. Don Cristóbal Alvarez y don Angel Domínguez.
1741. Don Juan José de Velasco y don Cristóbal Alvarez.
1742. Don Domingo Abreu y don Juan José Vdasco.
1743. No hubo.
1744. No hubo.
1745. No hubo.
1746. No hubo uno. El otro: Don Juan Pablo Vencomo.
1747. No hubo uno. El otro: Don Lorenzo de Viloria.

'Tenientes Justicias Mayores

Don Sancho Briceño y Pacheoo (recibido en 1738).

Corregidores

Don Felipe González Montes de Oca, del Partido de Carache (1739)


Dón Juan Jósé de Ség0via, de Carache (1740).
Don José Antonio Martín, del Partido de Carache (1744) .
Don Juan Miguel de Segovia, del Partido ·de San Jacinto (1744).

CORO

Alcal.des Ordina-rios

1737. Don Juan Damián Pérez de Medina y dori José Benito Díaz. ,

1 Por fallecimiento de Pére~ de Medina, obtuvo la vara don Pedro de la


Colina. Por remoción de Díaz, man.d ada hacer por el Comandante Lardizál>al, -dcin
Juan de ·la -Colina.
162 OTTO PIKAZA

1738. Don Francisco Campuzano Blanco y don Juan Pétez de Medina.


1739. Don Juan Pedro Borje y Chirino y don Nicolás Pérez de Medina.
1740. Don Luis Francisco de Castro y los Cobos y don Esteban de
Oyarbide.
1741. Don Juan Pérez de Medina y don Pedro Chirino.
1742. Don Juan de Acosta Abre.u y don Juan de la Colina.
1743. Don José Francisco Atienza: y don Pedro t:Jlacia. 2
1744. Don Juan Pérez de Medina y el Maestre don Francisco Dávalos
y Chirino.
1745. Don Juan de Acosta y don Pedro Francisco de fa Colina Pel;edo. 3
1746. Don Sebastián José de Talavera y don Ventura Bustillo Cevallos.
1747. Don Nicolás Pérez de Medina y don Ffüx Borjes de la Arraga.

Procuradores Generales

1737. Don Sebastián José de T alavera.


1738. Don José de Tellería.
1739. Don Miguel Bravo.
1740. Don Juan Francisco de Vera.
1741. Don Juan Luis Manzano.
1742. Dcin Antonio Bérnardo Quirós.
1743. Don Alejandro Antónfo de Quevedo.
1744. Don José Gregorio de la Colina.
1745. Don Diego de la Colina Pezedo.
1746. Don José Antonio de la Colina Pezedo.
1747. Don Juan de Castro y los Cobos.

Alcaldes de •la Santa Hermandad

1737. Don. Pedro José Bravo. y don José Quevedo.


1738. Don Sebastián Padrón y don Antonio F-ermín Fernández de Lugo.
1739. Don Vicente Perrera Barrero y don Antonio Fermín de Lugo.
1740. Don Esteban de Rojas y don Francisco Nicolás Rodríguez de
Olivares.
1741. Don Battolomé Lamid y don Sebastián Padrón.
1742. Don Francisco José Milano y don Diego Melgara.
1743. Don Juan Esteban de Rojas y don Juan de Nieves N.a"._a.
1744. Don Juan de la Rosa y don Miguel Bravo.
1745. Don José de 01azábal y don Juan Bautista Oberto.

:a Por muerte de Ulacia, don Juan de la Colina Pezedo (Alférez Real y Re-
gidor) ( 11, septiembre).
3 Por muerte del segundo, don Juan de la Colina (6 de septie.'mbre).
ZULOAGA EN LA GOBERNACIÓN DE VENEZUELA 163

1746. Don Andrés Antonio de Goribargoitia y don Santiago Polinario


de Aguilar.
1747. Don Francisco Mario Queipo y don Félix Quintero.

Regidores

El ·Maestre de Campo Don Pedro de la Colina Pezeilo, Alférez


Real y Regidor Perpetuo.
El Sargento Mayor Don Juan de la Ccilin,t Pezedo Alcalde Pro·
vincial Mayor de la Santa H ermandad y Regidor Perpetuo.
El Alférez Don Juan de la Colina (re¡::ibido el 26 de agosto de 1742).
Don Alejandro Antonio de Quevedo R egidor Llano (recibido el
16 de agosto de 1743).
Don Sebastián José Tafavera Regidor Llano (recibido el 11 de sep•
tiembre de 1743).
El Sargento Ma-yor don Luis Francisco Castro y lcis Cobos Re•
gidor y Alguacil Mayor {recibido el 2 de diciembre de 1743).
Don Pedro Alejandro Dávalos y Chirinos Depositario General y
Regidor (en 16 de Mayo de 1743).

'Tenientes Ju.sticias Mayores

Don Juan Antonio de Ug;trte (recibido el 29 de octubre de 1739).


Don José González (recibido el mes de abril de 1742) .
Don Jacob Berbegai (ínterino) (1746).

Corregidores

Don Diego Sánchez, de '1ós püeblos de San Luis Pecaya y Ma •


.piare (1737•41).
Don Pedro Dávalos y Chirino, de los pueblos de San Luis Pecaya
y Mapiare (recibido el 12 de marzo de 1740).
Don Félix del Moral, del Pedregal {recibido el 28 de noviembre
de 1742).
Don Pedro Chirino, de los pueblos de Sari Luis dé Cariagua, San
Antonio de Mapiare y San Juan de Pecaya (recibido él 2
de ener:o de 1744).
Don Francisco Dávalos y Chirino, del pueblo del Pedregal (reci•
bido el 1 de enero de 1746).
Don Juan Bautista de Antía y Lardizábal, de los pueblos del Río
del Tocuyo, Mapuare y Capadare (recibido el día 27 de sep-
tiembre de 1746).
164 OTTO PIKAZA

Don Fernando Madrid, de los pueblos de San Luis, Mapiare y


Pecaya (recibido el día 10 de febrero de 1747).

Escribanos

Don Agustín Graciano L~gacres, público y de Cabildo, (recibido el


19 de enero de 1739). '
Don Martín Davalillos, público y del número, {recibido el día 18
de mayo de 1747).

CARORA

Alcaldes Ordinarios

1737. Don Juan Manuel Alvarez y don Juan de la Torre Sánchez.


1738. Don Francisco Riveras (en deposito hasta abril) , El Maestre de
Campo don Pédro Alvarez (desde abril) y don Francisco Nicolás
Mdéndez.
1739. Don Jacob de Silva y don Nicolás Alvarez.
1740. Don Bonifado de Arrieche y don Francisco Javier Alonso.
1741. Don Lorenzo Alvarez y don Ambrosio de Molina (en deposito) .
1742. Don Francisco Miguel de Arrieche y don Juan Jacinto Meléndez. 4
1743. Don Juan Manuel Alvarez y don Juan de la Torre Sánchez.
1744. Don Miguel Nicolás Alvarez y don Pedro Regalado de Arrieche. s
1745. El Sargento Mayor don Jacob de Silva y el Capitán don Francisco
Nicolás Meléndez.
1746. Don Pedro Francisco de Hoces y don Martín de Gurrola.
1747. El Maestre de Campo don Francisco Javier Alvarez y el Capitán
don Fr.-incisco Miguel de Arrieche.

Procuradores Generales

1737. Don Lorenzo de Oviedo.


1738. Don Francisco Javier Alvarez.
1739. Don Jua.n José de Urrieta.
1740. Don Lorenzo Alvarez.
1741. Don Juan Jacinto Meléndez.
1742. Don Juan Jacinto Ferrer.

4 'A l morir Arrieche, obtuvo la vara en depósito el Sargento Mayor don Jacob
de Silva (6 de junio).
s Por muerte de Alvarez en 14 de julio, , se depositó la vara en el Maestre.
de Campo don Pedro Regalado Alvarez.
ZULOAGA EN LA GOBERNACIÓN DE VENEZUELA 165

1743. Don Juan Bautista de Antía y Lardizábal.


·1744. Don M a.rtín de Guriola.
1745. Don Francisco Javier Viera.
1746. El Capitán don Francisco Miguel de Arrieche.
1747. Don Bartolomé Luis Riera.

Alcaldes de la. Santa. Hermandad

1737. Don Luis Pablo de Chaves y Don Pedro Montero.


1738. Don José Bautista del Campo y don José Gutiérrez de Vega.
1739. Don Juan José Meléndez y don Juan Pantale6n de Rojas.
1740. Don Diego Pérez de lá Yedtá y don Pedro Melénde.z.
1741. Carmen (?) Pérez de la Yedra y don Matías González.
1742. Don Pedro Antonio de Castañeda y don Pedro José Leal.
1743. Dón Antonio Fernando Meléndez y don Francisco Javier Viera.
1744. El Capitán Don Francisco Miguel de Arrieche y don Bartoloroé
Luis Riera (en depósito). ·
1745. Don Agustín Guillermo de la Torte y don Pedto Meléndez.
1746. Don Juan José Meléndez y don Matías González.
1747. Don Cristóbal Alvarez y don Jacinto de Hoces.

Regidor

Don Juan Manuel Tirado, Alcalde Provincial {21 de septiembre


de 1743).

'Teni'entes Justicias Mayores

Don Ignacio de Basazábal (desde la .época de Lardizábal hasta el


19 de noviembre de 1740).
Don Juan Felipe de Urtizberea (recibido el 19 de noviembre de
1740).
Don Juan Manuel de Aldasoro {recibido el 5 de agosto de 1741).

Corregidor

Don Pedro García Leal (9 de diciembre de 1743).

'T ocuYo

Alcaldes Ordinarios

1737. Mae.s tro de Campo don Juan Félix Pérez Hurtado y don Diego
Tomás Gil de la Hita.
166 OTTO PIKAZA

1738. Licenciado don José Lurs Hurtado y el Capitán don Juan Agustín
de Soto y Linares.
1739. Don Francisco Espinosa de los Monteros)' don Juan Esteban Gon,
zález de Vizcaya,
1740. Don Pedro Francisco González Lepes (¿Yepes?) y don Alonso Gil
de la Hita.
1741. Don Matías Antonio González Lepes (¿ Yépes?) y don Ambrosio
Ignacio Falcón de Mireles.
1742. El Capitán don José Manuel de Colmenares y don José Alonso
Yepes. 6
1743. Don Juan Bernabé Yepes de la Peña y don Cayetano Pérez del
Castillo.
1744. Don José Bernabé Gonzáles Yepes y don Diego Pérez Guirifota
Hurtado de Mendoza.
1745. Don José Bernabé Gonzáles Yepes y don Diego Pérez Guirifota
Hurtado de Mendoza.
1746. El Capitán don José Manuel de Colmenares y el Licenciado don
Luis Felipe Hurtado.
1747. El Capitán don Juan Ruiz Valero y don Manuel de Cobo.

Procuradores Generales

1737. Don Pedro Luis de Silva y Peña.


1738. Don José Antonio Escalona.
1739. Don Pedro Francisco González.
1740. Don Felipe Pérez del Castillo.
1741. Don Salvador Canelón Lanzarote.
1742. Don Salvador Canelón Lanzarote.
1743. El Capitán don Félix Alonso GonzáleJ;.
1744. Don Juan Esteban González de Vizcaya.
1745. Don Juan Esteban González de Vizcaya.
1746. Don Ambrosio Ignacio Falcón de Mireles.
1747. El Maestro de Campo don Tomás de Colmenares.

Alcaldes de la Santa Hernuindad

1737. Don Juan de la. Rosa Colmenares y don Raimundo Pérez del Cas,
tillo.
1738. Don Mateo de Escalona y don José Francisco Cortés de la Puerta.

6 La vara de Colm1:nares se depositó en el Regidor Decano don Alonso de íos


Toyos y Solares.

·esCUELA DE ESTUD\"\S
HISPANO - A' Al 1$
C.S.I.C .
1 l. 1 O T .C
ZULOAGA EN LA GOBERNACIÓN DE VENEZUELA 167

1739. El A.lférez don Alberto Rodríguez Moreno y José Martínez Gue,


rrero.
1740. Don José Cayetano de Guedes y don Joaquín de Vargas.
1741. Don Félix Francísco Pérez Hurtado y don Juan José de Colme,
nares. 7
1742. Don Alonso González Yepes y don Juan Bautista de la Cruz;.
1743. Dón Félix de Mendoza y don Esteban dei .Vizcaya. '
1744. Don José Martínez Guerrero y Juan Florencio Barbosa Esquive!. s
1745. Los mismos.
1746. Don Juan de Alméida Barreto y don José Miguel de Freites. 9
1747. Don Juan José Duque de Estrada y don Ramón de Freites.

Regidores

Don Alonso de los Toros y Solares (1738).


Don José Bernabé González (réc. 15 octubre 1738).
Don Hipólito de León Perasa {24 diciembre 1738).
Don Antonio Rodríguez Moreno (24 diciembre 1738).
Don José Pérez del Castillo, Fiel Ejecutor (hasta 1741) .

Corregidores

Don Juan Ignacio Cienfuegós, de Umocaro Bajo y Sanare (1738).


El Sargento Mayor don Diego Pérez Guirifota y Hurtado, de Umo•
caro Alto y sus anejos (17 38).
Don Ambrosio Falcón, del partido de Sanare {1739).
Licenciado don Luis José Hurtado, de Umocaro Alto {174 l).
Don Antonio Figuerido, del partido de Sanare {1742).
Don Félix Francisco Pérez Hurtado, del mismo Umocaro (1744).
Don Antonio Figuerido, de Sanare {reelecto) {1746).

Escribanos

Don Manuel de Llar y Colina, público y de Cabildo (1741,1746) .


Don Nicol.í..s Rosales, público y de Cabildo (hasta 1739).

7 Sus \!ara·s se-depos;:taron en los Regidores don Hipólito Perasa ·y don Antonio
Rodríguez.
S La vara de Guerrero estu\!o en depósito por orden de D. Gabriel de Zuloaga.
9 Barreta 110 ·se re'Cibíó,
168 OTTó PIKAZA

GANAGUANARE

Alcaldes Or.dinarios

1737. Don Juan Pablo Montilla y do11 Raimundo Antonio Fajardo.


1738. Don José Montesinos y don José Francisco Zúñiga.
1739. Don Pedro José Betancur y don Nicolás Hénríquez.
1740. Don Pablo Manuel Urquiola y don Pedro Pablo Gómez de Triana.
1741. Don Ignacio Delgado y don Juan Alonso Madrofiero.
1742. Don Juan Cristóbal de los Reyes Fajardo y don Francisco Javier
Delgado.
1743. Don Eusebio Segovia y don Juan Pablo Guerrero.
1744. Don Juan de Segovía y don José Romualdo Quintana.
1745. Don Bernardo Bona y don José Francisco Fajardo.
1746. Don Juan Esteban de Trejo y don Antonio Mendoza.
1747. Don José Francisco Zúñiga y don Manuel Parede~.

Procura.dores Genetáles

1737. Don Juan Asensio López.


1738. Don Pedro Pablo Dorantes.
1739. Don Manuel José de Paredes.
1740. Don Juan Alonso Fernández Madrocero.
1741. Don José Francisco Día:z Brito.
1742. Don Juan Escobar.
1743. Don Bernardo Bona.
1744. Don Juan Araujo.
1745. Don José Arias.
1746. Don Tiburcio de Acosta.
1747. Don Migúel García.

Alc~ldes de la Santa Hermandad

1737. Don Alejo García de Reina y don José Leonardo de Trtjo.


1738. Don Julián Yustis y dón José Luque y Tovar.
1739. Don Pedro Gómez de Triana y don José de Tapias.
1740. Don Juan Pelayo de León y don Juan Sánchez Chamorro.
1741. Don Gonzalo Alberto Delgado y Ignacio Ortiz.
1742. Don Nicolás Caravello y don Leonardo de Trejo.
1743. Don Juan Quintero y don Juan Pérez de Medina.
1744. Don Pedro Escobar y don Francisco Alonso Vicaria.
1745. Don Francisco Gregorio Graos y don Silvestre Torre A lba.
ZULOAGA EN LA· GOBERNACIÓN DE VENEZUELA 169

1746. Don Tomás de Zúñiga y don Nicolás Modesto Go~ález.


1747. Don Juan Nadal y don Diego de Mesa.

Regidores

Don José Romualdo Quintana, Alférez Real (recibido el 9 de di,


cieínbre de 1739). .;
Don Ignacio Delgado, Alcalde Provincial (1743).
Don Eusebio Segovia, Fiel Ejecutor (31 de diciembre de 1742).

1 eniente Justicia Mayor y Corregidor

Don Manuel López de Espronceda (20, abril, 17 40).

BARQUISIMETO

Alcaldes. Ordinarios

1738. Don Manuel de Castejon y don José Antonio de Prado.


1739. Don Juan de Andrade y don Jua.n Lorenzo de la Parra.
1740. Don Cipriano Heredia y don Joaquín de Ansola.
174 L Don Francisco Ruiz de la Parra y don Lorenzo de Ansola.
1742. Don José Miguel de Salcedo y don Juan de Bohórquez.
1743. Don Juan Eugenio Parada y don José Gabriel Granados.
1744. Don Juan de Azuaje y don Francisco Canelón.
1745. Don Juan de Azuaje y don Diego Galíndez:
1746. Don Juan Eugenio Parada y don Santiago de Torres.
1747. Don Juan de Urquiola y don José Palencia.

Procura•dores Generales.

1738. Don Pedro de Salas.


1739. Don Antonio Espinal.
1740. Don ·Diego Galíndez.
1741. Don José Tomás Gutiérrez.
1742. Don Juan Eugenio Parada.
1743. Don Grégorio de Oviedo.
1744. Don Santiago de Torres.
1745. Don Juan de Urquióla.
1746. Don Lorenzo Ansola.
1747. Don Ventura Galíndez.
170 OTTO PIKAZA

Alcaldes de h Santa Hermandad

1738. Don Juan Ventura Granado y don Pablo Jiménez.


1739. Don Ambrosio Canelón y don José Ventura Ansola.
1740. Don Luis Jiménez.
1741. Don José Galíndez.
1742. Don Cristóbal Jiménez y don José Parada. í
l 74 3. Don Diego Gálíndez.
1744. Don Pedro Traviese y don Ventura Galíridez.
1745. Don Ventura. Arisola y doh José de los Ríos.
1746. Don Domingo Melénde.z y don José de los Rfos.
1747. Don José Granados y don José Martín Gainza.

'Tenientes y Corregidores

Don Juan de Aritía, Corregidor de Chivacoa (17 38).


Don Pedro de Salas, Teniente de la Villa (?) y Corregidor de Aca-
rigua. (1738).
Dón Frariciseo Díaz Gallo, Corregidor de Chivacoa (1739) .
Don José González, Corregidor de Chivacoa (1741).
Don José Escudero, Corregidor de Chivacoa (1742) .
Don Agustín Delantes y Miranda, Corregidor de Chivacoa (1743).
Don José Lorenzo Ferrer, 'Teniente de esta ciudad y Corregidor de
Chivacoa (1744). .
Don Martín González, (Teniente de Infantería) , Teniente de esta
. ciudad y Corregidor de Chivacoa (1746).
Don Ventura GaHndez, Corregidor de Acarigua (1747) .

NIRGUA

Alcaldes Ordinarios

1737. El Regidor doh Juan de la Rosa Patra y Flores (en depósito)


y don José Fernando de Salamanca.
1738. Don Manuel Santiago de Ochoa y Alférez don MarcóS Velázquez
de Aguilar. 10
1739. El Sargento Mayor Juan Bernardo de Villegas y don Eugenio de
Salazar.
1740. Don Francisco Miguel de Fl6rez y don Eugi;nio de Sala.zar.
1741. Don Juan Romualdo de Sequera. y don Juan Salvador de Sequera.

1o La vara de OchM fue depositílda en · el .Regidor Cristóbal M'arcos de la Parra.


ZULOAGA EN LA GOBERNACIÓN DE VENEZUELA 171

1742. Don Fernando de Salamanca y don Juan José de Aguilar.


1743. Don Juan Bernardo de Villegas y don José de Mesa.
1744. Don Isidro Vida! Gómez y don Francisco de Aguilar.
1745. Don Tomás Francisco Banloxten y don Luis Francisco Tomás de
Sevilla.
1746. Don Domingo Cruz Velasco y don Juan Ambrosio Sánchez.
1747. Don Pedro Pantaleón de Silva y don Juan Luis Sánchez.

Procuradores Generales

173 7. Don José de Atessa.


1738. El Alférez Don Bartolomé de Larrosa Sánchez.
1739. Don Juan José Muñoz.
1740. Don Juan José Muñoz.
1741. Don Esteban Gómez.
1742. El Sargento Don M ateo Veliz.
1743. Don Feliciano Hernández.
1744. Don Sebastián Muñoz.
1745. Don Bias Jacinto Rodríguez.
1746. Don José de Arroyo.
1747. Don Francisco Véliz.

Alcaldes de la Santa Hermandad

1737. Don Ambrosio Sánchez y don Miguel Mateos.


1738. Don Francisco de Aguilar y don Esteban José de Campos.
1739. Don Pedro Gómez y don José Damacio Gómez.
1740. Don Francisco José González y don José Miquelareno.
1741. Don Carlos Sánchez y don Juan Vícente de Atessa.
1742. Don José Hilario Pacheco y el Ayudante don Juan Esteban Gómez.
174 3. Don Ambrosio Sánchez y don José Leonardo Martínez.
1744. Don Fernando de Aguilar y don Juan Domingo P érez.
1745. Don José Gregorio de Arroyo y don Bartolomé Luis Martínez.
1746. Don Francisco de Paula Villegas y don Juan Rengifo.
1747. Don Luis José de Sevilla y don José Antonio Piñero.

Regidores

Don Juan Francisco Piñcro, Alcalde Provincial (1737).


Den Cristóbal Marcos de la Parra, Depositario General (11,
enero, 1738).
Don Juan de la Rosa y Parra (renunció en 1740).
172 OTTO BIKAZA

'Teniente Justicia Mayor

Dón Manuel Santiago Ochoa ( en 1739 se le renovó .el título; estuvo


apeado por el Cabildo por algún tiempo).

VALENCIA

Alcaldes Ordinarios

1737. Don Antonio Gregorio de Landaeta y don Fernando Páez de


Loaysa.
1738. Don Domingo Páez de Rojas y don Juan Antonio Bolaños.
1739. El Alférez Real Don Pedro José Páez (en depósito) y don Jo~é
de Guevara.
1740. El Sargento Mayor don Santiago Rodríguez de Lamas y el Capi-
tán don Francisco Páez.
1741. Don Francisco José de Villamediana .y don Simón Rodríguez de
Lamas.
1742. El Alférez Real don Pedro Páez y don Manuel Hidalgo.
1743. Don Juan de Guev.ar.a y don Miguel de Ochoa.
1744. Don Domingo Páez de Guevara y don T omás de Sandoval.
1745. Don Andrés Páez de Vargas y don Domingo Vázque; de Guevara.
1746. Don Andrés Páez de Vargas y don Domingo Vázquez. n
1747. Don Femando Alonso Páez y don Buenaventura liidalgo.

Procuradores Generales

1737. Don Buenaventura Hidalgo.


1738. Don Simón de Lamas.
1739. Don Felipe Infante.
1740. Don Miguel de Ochoa.
17 41. Don Cipriano de Guevara.
1742. Don Juan.Díaz de Velasco.
1743. Don Nicolás de Ortega.
1744. No aparece.
1745.Don Luis Ca.zorla.
1746. Don Domingo Francisco Hidalgo.
1747. Don Gabriel Lovera.

11 La reelección de dichos Alcaldes se hizo en virtud de despacho de don


Gabriel de Zuloaga.
ZULOAGA EN LA GOBERNACIÓN DE VENEZUELA 17 3

Alcaldes de la Santa Hennandad

1737. Don Luis Natera y don Andrés Natera (en depósito) .


1738. Don Miguel Ignacio Malpica y don Manuel Hidalgo.
1739. Don Nicolás Antonio de Ortega y don Francisco Vázquez.
1740. Don Juan de Guevara y el Alférez Real don Pedro José Páez.
1741. Don Buenaventura Hidalgo y don Juan Francisco de Villamediana.
1742. Don José Ignacio de Párraga y don Miguel Viña.
1743. El Capitán Don Manuel González y don Alejandro Piñero.
1744. Don Francisco González Párraga y don Manuel Lovera.
1745. Don Juan José de Rojas y don José Antonio Bolaños.
1746. Don Francisco Portocarrero y don Pedro José Páez Blanco.
1747. Don Juan José Natera y don Basilio de Rojas.

Regidores

Don Andrés Natera, Alguacil Mayor (desde 1737 a 1740) .


Don Miguel Hidalgo Malpica, Depositario General (cuatro años) .
Don Luis de Vargos y Ribera, Fiel Ejecutor (cinco a.ños).
Don Juan Díaz Velasco, Procurador (desde 7 de octubre de 1737
hasta diciembre de 1737 en que renunció) .
Don Pedro José Páez, Alférez Real y Regidor Perpetuo confirmado.
Don José Ignacio de Párraga, A lcalde Provincial (un año) .
Don Bernardo Díaz de Velasco, A lcalde Provincial (cinco años).

'Tenientes y ]U,Sticias Mayores

Don José Luis Felipe (1739) ; corregidor de Guacara al mismo


tiempo.
Don José Antonio de la C ueva (interino) (1746) .

Corregidores

Don José Luis Felipe, de los pueblos de Guacara (1739) .


Don Felipe Antonio Castañeda, del pueblo de Guacara, y sus ad,
juntos (1745) .

Escribano

Don Mateo de Osorio, público y de Cabildo.


174 OTTO PIKAZA

SAN SBBASTIÁN DE LOS Ri!YES

Alcaldes O'11dinarios

17 37. Don Juan Ramírez de Saiazar y don Bruno José Belisario.


1738. Don Juan Ramírez de Salazar y don Dionisio Gómez.
1739. Don T oxnás de Sotomayor y don Baltasar Velázquez.
1740. Don Rodrigo Garnía de Guevara y don Pedro de .Artiaga y Zulueta.
1741. Don Clemente Torrealba y don Juan Antonio Alvarado.
1742. Don Diego García Mójica y don Mateo Pinto.
174~ . . Don Sebastián García de García de Guevara y don Juan de Infante.
1744. Don _Francisco García y don Bruno Belisario.
1745. Don José Valeriano de Sotomayor y don Bartolomé Rodríguez Vega.
1746. Don Diego García Mójica y don Juan José de Artiaga.
r747. Don Luis de Guévara y don Pedro Alvarez Ron.

Procuradores Generales

1737. Don Nicolás Jiménez de Castro.


1738. Don Bartolomé Rodríguez Vega.
No hubo porque don Rodrigo García no aceptó.
1?'J,9.
1740. Don Francisco Pérez Bello.
1741. No hubo porque, aunque se eligieron dos, no aceptaron; quedó al
cargo de lós Alcaldes La: Renta de Propios.
1742. Don Marces Sarmiento.
1743. Don Francisco Núñez (no se recibió).
1744. Don Pedro Alvarez Ron.
1745. Don Alonso de Sotomayor.
1746. Don Alonso de Sotomayor..
1747. Don Sebastián García de Guevara.

Alcaldes de la Santa Hermandad

1737. No aparecen.
1738. Don Juan Bautista Torréalba y don Francisco de Armas.
1739. Don Blas de Guevaia y donjuan Sarmiento.
1740. Don Úiégo Belisario y don Bias Francisco Requena.
1741. Don Francisco de Guevara (en depósito) y don Martín de Li,
viero. 1Ja

u Guevara ·obtuvo 1a vara en depósito porque el elegido, don Matéo de To-


rrcalba, nunca ·s.e recibió.
ZULOAGA EN LA GOBERNACIÓN DE VENEZUELA 175

1742. Don Mateo T orrealba (murió y entró en su lugar don Simón Al,
varez) y don Juan Benito Ponce.
1743. Don Juan Benito Ponce y don Diego Góm~.
1744. Don José Gómez de Abreu y don Juan Nicolás Pérez.
1745. Don Francisco de Santiago Mójica y don Bartolomé Belisario.
1746. Don Luis Alvarez y don Efigenio de Requena.
1747. Don Diego de Ledesma y don José de Reina.

Regidores

Don Juan de. Cevallos Landazuri, Alcalde Provincial (Regidor Per,


petuo) (1737) .
D on Juan José Ladrón de Guevara, Fiel Ejecutor (1737) .
Don Tomás de Sotomayor, Alférez Real (1741).
Don Francisco García de Guevara, Alguacil mayor (1741-1742) .
Don Diego García Mójica, Fiel Ejecutor (1744).

'Tenientes y Justicias Mayores

Don Enrique Araña, de la villa de Todos Santos de Cafabozo


(1741).
Don Bruno José Belisario, (1744).
Don Juan Nieto de Arroyo, del Tuy (14, Junio, 1746).

Corregidores

Don Manuel Cogote, de Orituco (1738).


Don Juan Ramírez de Salazar, de Orituco (1745).

Escribano

Don Juan Nicolás Pérez, Escribano público y de cabildo.

SAN FELIPE

Alcaldes Ordinarios

1738. Don Juan Bautista Bindibojel y don José Lorenzo de Bayas.


1739. Don Esteban Ramos Morado (su vara estuvo en depósito en don
Félix de León y Castillo) y don José Escudero y Guerra.
1740. Don Gaspar José Pinto y don Santiago Moneda.
1741. Don Santiago Moneda y don Pablo Arias.
176 OTTO PIKAZA

1741. Don José Escudero y Guerra y don Juan José Blasco (ambos en
depósito) .
1742. Don José Lorenzo de Bayas y don José Alberto Delgado.
174-3. Don Esteban Ramos Morados y don Luis Antón Cosío.
1744. Don Marcos Vázquez y don Juan Francisco Lovera.
1745. Don Marcos de Figueroa y don Nicolás de Obledo.
1746. Don Marcos de Figueroa y don Juan José de la Flor.
1747. Don Esteban Ramos Morado y don Dionisia de la Flor:

Procuradores Generales

1738. Don Juan Eugenio de España.


1739. Don Luis Antón Cosío.
1740. Don Francisco Leal.
1741. Don Manuel Bello.
1742. Don Alonso Gegunde.
174 3. Don Domingo Melean.
1744. Don Gaspar Pinto.
1745. Don Lucas Hernández Padrón.
1746. Don Jerónimo Clavijo.
1747. Don Agustín Alvarez de Lugo.

Alcaldes de la: Santa Hermandad

1738. Don Juan Bernabé Alvarez y don Nicolás R omero.


1739. Don Isidoro Nada! y don Antonio Bautista del Campo.
1740. Don José de Guedes y don Isidoro N adal (en depósito) .
1741. Don Prudencio de la Flor (electo y no recibido) y don P ablo
Gracián.
1742. Don Alonso de Tovar y don Juan Antonio de Córdoba.
1743. Don Domingo de Córdoba y don Diego Bustillos.
1744. Don Antonio Roys de Celis y don Domingo Cosío.
1745. Don Juan García del Castillo y don Lorenzo de Elorza.
1746. Don Vicente Páez y don Marcos Riveros.
1747. Don Juan Eugenio de Jara y don Salvador Riveros.

Regidores

Don Félix de León y Castillo, Alférez Real (1738 hasta 1740).


Don Bernardo de Matos, Regidor Decano (1738 hasta 1741).
Don Juan Eugenio de España, Depositario General (1738 hasta.
1741) .
ZULOAGA l:N LA GOBERNACIÓN DE VENEZUELA 177

Don Marcos de Figueroa, Fiel Ejecutor (1738 hasta 1739).


Don Juan Bautista Bindibojel (1738 hasta 1741).

'Tenientes Justicias Mayores

Don Juan Angel de Larrea (1738 hasta 1739).


Don José Villafañe (1738 hasta 1739).
Don Ignacio Basazábal (1740) .
·Don Tomás Rodríguez Correa (1741 hasta 1742).
Don José Escudero y Guerra (1743 hasta 1747).

Corregidores

Don Juan Bautista de Antia (1738).


Don Francisco Díaz Gallo (1739 y 40) .
Don José González (1741).
Don José Escudero y Guerra¡ (1742).
Don Juan Agustín de Lantes y Miranda (1743) .
Don José Laenza Ferrer (1744 y 45).
Don Martín González (1746 y 47).

Escribanos Públicos y de Cabildo

Don Francisco Viñas (1737 hasta 1741).


Don José Jiménez (1742 hasta 1747).

VILLAS DE SAN CARLOS y SAN J UAN BAUTISTA DE P AO

Alcaldes Ordinarios

1737. Don Agustín Fonseca y don Nicolás Arnao.


1738. Don Pablo Alvarez García y don Pedro José Zapata.
1739. Don Antonio Fernández de Silva y don Jerónimo de Mena.
1740. Don Gaspar de Herrera y don Juan Hernández de la Rosa.
1741. Don Manuel Antonio Herrera y don Andrés Alonso Gil.
1742. Don Juan Antonio Monagas y Francisco Alonso Gil.
1743. Don Gaspar Jerónimo Salazar y don Miguel de Herrera.
1744. Don Pedro Matute y don José Blanco.
1745. Don Ventura Sánchez y don Francisco Herrera.
1746. Don T omás Hernández de la Joya y don Francisco Gil (por la
muerte de éste: don Juan Hernáodez. de la Rosa) .
1747. Don Juan Hernández de la Rosa y don José Blanco.
178 OTTO PIKAZA

Procuradores Generales

1737. Don Juan Hernáridez de la Rosa.


1738. Don Andrés Gil.
1739. Dort Andrés de Henera..
1740. Don Francisco Gil Lovera.
1741. Don Agustín Fonseca.
1742. Don Martín de Salazar.
1743. Don Manuel Zapata.
1744. Don José Francisco Herrera.
1745. Don José Martín.
1746. Don José Antonfo Galindo.
1747. Don Andrés Gil.

Alcaldes de la Santa Hermdindad

1737. Don Bartolomé Almena:res y don Francisco Hernández de fa Joya.


1738. Don Silvestre Figueredo y don Frarniisco Villasana.
1739. Don Nicolás Arnao y don Bartolomé Almenares.
1740. Don Carlos de Herrera, don Juan Fulgencio Sánchez.
1741. Don José Saooja y don Luis Rodríguez.
1742. Don Esteban Sánchez y don Andrés Hernández de la Joya.
1743. Don Francisco Figueredo y don Francisco Hernández de la Joya.
1744. Don Antonio Sosa y don Frandsco Figueredo.
1745. Don Bl~s Hernández de la Joya y don Gabriel Mena.
1746. Don Ventura· Fonseca y don Manuel Pérez.
1747. Don Juan Cipriano Losada y don Pedro Hemández de la Joya.

Regidóres

bon Baltasar Solapo, Alférez Real (173 7) .


Don Pedro.José Zapata, Fiel Ejecutor (1737).
Don José Gregorfo Herrera, Depositario General (1737).
Don Juan Ignacio Sánchez, Regidor de Canon (1737).
Don Esteban (Pérez) Moreno, Alcalde Provincial (1737).

T eniéntes y Justicias Mayores

Don Antollio Herrera, de la Villa de San Juan Bautista del Pao


(1738).
Don Manuel Arrizabalaga, de la Villa de San Carlos (1739).
Don Manuel Francisco Liendo, de la Villa del Pao (1739).
ZULOAGA EN LA GOBERNACIÓN DE VENEZUELA 179

Don Juan Ignacio Cienfuegos, Teniente y Justicias Mayor (1740).


Don Baltasar Extranjero del Pozo (1744).

Escribanos

Don Manuel Antonio Varas (1737).


Don Juan Domingo Lavado (1743).

SAN LUIS DE CURA y VALLES DE ARAGUA

AlcaCdes Ordinarios

1737. Don Felipe de Salazar y don Bartolomé Núñez.


1738. Don Sancho Pereira y don Juan José Andrea Illán.
1739. Don Diego Pulido y don Mateo Núñez.
1740. Don Miguel Hurtado y don Dionisio Percira.
1741. Dón Sanchó Pereira y don Pedro Luis Mira val.
1742. Don Sancho Pereira y don Diego Juan Gon,ZáléZ.
1743. Dpn Juan José Andrea Illán y don José Antonio Montero.
1744. Don Dionisio Pereira y don Cristóba,l Sanoja.
1745. Don Sancho Pereira y don Juan José de Torres.
1746. Don Mateo Núñez y don Pedro Contreras.
1747. Don Diego Rodríguez y don Luis Giniénez de Rojas.

Procuradores Generales

1n7. Don .Antonio Rendón Sarmiento.


1738. Don Juan José de Torres.
173.9. Don Diego Juan González.
1740. Don Cristóbal Sanoja.
1741. Don Juan López• de la Peña.
1742. Don Cristóbal Sanoja.
1743. No aparece. .
1744. Don Juan Cruz González.
1745. Don Diego Mújica.
1746. Don Félix Rendón Sarmiento.
1747.· Don Luis Rendón Sarmiento.

Alcaldes de la Hermandad

173 7. Don José Antonio Montero.


1738. Don Cristóbal Sanoja.
180 OTTO PIKAZA

1739. Don Juan Félix Sal~r.


1740. Don Alberto Sarmiento.
1741. Don Pedro Rico.
1742. Don Juan José de Torres.
1743. Don Pedro Contteras,
1744. Don Juan José Febres.
1745. Don Juan Cruz González.
1746. Don Alonso de la Riba.
1747. Don Diego Múgica.

Regidores

Dort G:regorio Báez, Regidor Decano (1737).


Don Pedro Contreras, Fiel Ejecutor (1737).
Don Juan Moreno, Regidor Decano (1738) .
Don Luis Giménez de Rojas, Fiel Ejecutor (1738).
Don Juan José de Torres, Regidor Decano (1739).
Don Anfoníq Noguera, Fiel Ejecutor (1739).
Don Diego Juan González, Regidor Decano (1740).
Don Ignacio Pérez de. Orope.sa, Fiel Ejecutor (1740).
Don Ignacio Pérez de Oropesa, Regidor Decano (1741) .
Don Juan José de Torres, Fiel Ejecutor (1741).
Don Antonio Rendón Sarmiento, Regidor Decano (1742) .
Don J\lan José de Febrés, Fiel Ejecutor (i742).
Dé>n Cristóbal Sanoja, Regidor Decano (1743).
Don Alónso de la Riba, Fiel Ejecutor (1743) .
-Don Juan Josi Andrea fllán, Regidor Decano (1744 ).
Don José Antonio Montero, Fiel ~jecutor (1744).
Don Antonio Noguera, Regidor Decano (1745).
Don Juan Cruz González, Fiel Ejecutor (1745) .
Don Juan Moreno, Regidor Deca.n o (1746) .
Don Joaé Pulido, Fiel Ejecutor (1746) .
Don Juan de Torres, Regidor Decano (1747).
Don Miguel Eu\)ebio Hurtado, Fiel Ejecutor (1747).

'fenientes Corregidores de Aragua.

Don José Villafañe.


Don Alonso Vélez.
Don Francisco ·Díaz Gallo.
ZULOAGA EN LA GOBERNACIÓN DE VENEZUELA 181

APENDICE II

TÍTULO
t
D. Gabriel de Zuloaga
'Titulo
De Gobernador y Capitán General 19 de Agosto de 1736
de la Provincia de Venezuela de
Santiago ·de León de Caracas, en
atención a sus méritos.

Don Felipe etc.=Por cuanto en antención a los dilatados mentes,


integridad y conducta de vos, :el Brigadier D. Gabriel de Zuloaga, Capi-
tán de Granaderos del Regimiénto de Guardias de Infantería Española,
he venidó por mi Real Decreto de seis .de este mes y año en haceros mer-
ced ((como por la presente os la hago) del Gobierno de la Provincia dé
Venezuela. para suceder a D. Martín de Lardizábal, que ,le ha servido
hasta ahora en calidad :de Juez Pesquisidor y Comandante General de la
mencionada Provincia, respecto de que . a éste, por su falta de salud y
haber concluído los encargos que se le confiaron y pusieron a su cuidado
en ella, le he concedido licencia pára restituiise a España. Por tanto,
quiero y es mi voluntad que vos, el -referido don Gabriel de Zuloaga ,
uséis y ejerzais · el enunciado Gobierno y Capítanía General . por tiempo
de cinco años en las Ciudades Villas y Lugares que al pre.sente están
pobladas y en adelante se poblaren en la juristicdón de la referida: pro,
vincia, según y de la manera que lo han hecho y debido haber vuestros
antecesores, guardando y cumpliéndo 16 proveído y que se proveyere para
el Gobierno de ella, buen tratámientó de los Indios y administración de
Justicia, y mando a los de mi Consejo de Indias tomen y reciban de vos,
el expresado don Gabriel de Zuloaga, .el juramento [ fol. 1 :v,.] .acostum,
brado con la . solemnidad que se requiere y debéis hacer de que bien .y
fielmente usaréis el enunciado Gobierno, y , habiéndolo hecho y puésto3e
t estimonio de cllo a espald¡is de este título, es mi voluntad os reciban y
tengan por tal mi Gobernador y Capitán General de la Provincia de Ve,
nezue1a y así mismo mando ,al Ccinséjo, Justicia y Regimiento de la ciudad
de Caracas (cabe-za de ella) . os pongan en posesión inmediatamente sin
téplica ni interpreta:ción alguna, .porque mi voluntad es que desde luego
entréis a ejercer este empleo y que los caballeros, escuderos, oficiales y
hombres buenos de la referida Provincia, Jueces, Justicias, vecinos., estan,
tes y habitantes de su _iuristicción os tengan por tal mi Gobernador y Ca,
182 OTTO PIKAZA

pitán General y ós guarden y hagari guard11· las honras, gracias, mercedes


y preeminencias ·que os tocan, sin limitación alguna, el tiempo de los
expresados cinco años más o menos, el que mi voluntad fuere, que han
de correr y contarse desde el día que tomareis la posesión en adelante.
Y por lo que toca a la forma en que ·os habéis de portar en el ejercicio
de este empleo y lo que habéis de observar en él, os arreglaréis a la ins-
trucción, ,que, firmada de mi Real Mano y refrendaaa de mi infraescrito
secretario, se os da con este título, la cual, juntamente con él, se notará
en sus libros por los oficiales de mi Real H acienda de la ·expresada ciudad
de Caracas; y es mi merced y voluntad hayáis y llevéis de salario,.en cada
un año cori ese empleo seiscientos y cincuenta mil maravedíes, los cuales
mandó a los referidos Oficiales Reales os los den y paguen de cualesquiera
efectos de mi Real Hacienda que hubiere en las cajes de su cargo, desde
el día en que tomareís p0sesión en adelante todo el tiempo qlie le sirvie-
reis, que con vuestras cartas de pago, traslado signado de esta mi Provi-
sión y testimonio de la posesión se les recibirá [ fol. 2] y pasará en cuenta,
sin otro recaudo algunó, lo que así os ·dieren y pagaren con calidad de
que, antes que toméis posesión de este empleo, deis satisfacción en las
mencionadas Cajas, ton intervención del Comisario, del derecho de la
n:redia anata de la cantidad que debiereis d~ ella, eri una sola paga (como
generalmente lo tengo resuelto), del salario que habéis de gozar y tercía
parte más que se os ha de cargar por razón de emolumentos y el diez y
ocho por ciento de la costa de traerlo a España a poder de mi Tesorero
General que . reside en Madrid. Y al presente se tomará la razón en las
Contadudas ·generales de valores y distribuéion de mi Real Hacienda,
dentro de dos meses de su data y, no lo haciendo, quede nula esta gracia,
y por los contadores de cuentas que residen ·en mi Consejo de Indias
y Oficiales Reales de Caracas, Dada en San 11defonso, a diez y nueve de
Agosto de mil setecientos y treinta y seis,=Yo el Rey.= Yo Don Juan
Ventura de Maturana, Secretario del Rey Nuestro Señor le hice escribir,
por su mandado D. Manuel de Silva.=D, Mateo lvanez=el Marqués
de Capicholatro=
Archivo Genei:al de Indias. Legajo: Caracas, 50,

APENDICE III

SUBLEVACIÓN DE LA CIUDAD DE SAN FELIPE


[Informe de Zuloaga a la Corona)

t Señor
Habiendo por muerte ·de Don Juan Angel de Larrea, Teniente Jus,
ZULOAGA EN LA GOBERNAClÓN DE VENEZUELA 183

t1c1a Mayor, · que era de la ciudad de San Felipe, nombrad0 para este
empleo, a Don José Villafañe, y tenido por convenierite la de.jación que
€ste hizo de el, éorisider-ando yo - que en aquella ciudad- sé reqúei-ía,
por lo ocas.ionada que es al ilícito comercio y proximidad que tiene a lás
costas de la mar, persona de toda integridad, conocido [fol. 1 v.) celo
y valor, que ocupase el expresado empleo, habiendo entendido que las
referidas circunstancias concurrían en la de Don Ignacio Be$zábal, que
a la sazón ejercía el mismo empleo, en la ciudad de Carola, por nombra-
miento de Don Martín de Lardizázal, entonces Comandante General de
esta Provincia, y ahora de Vuestr0 Consejo R eal de estas Indias, y apto•
bación y confirmación de la Real Audiencia de Sto. Domingo, por la
experiencia que del mencionado Don Ignacio se tenía en el ejercicio del
[fol. 2] expresádo empleo, mayormente en el celo del comercio ilícito;
pues lo había exterminado en la ciudad de Carora, tuve por conveniente
el nombrarle, como le nombré, por tal T eniente Justicia Mayor, de la
mendonada de San Felipe, para que entrase a su uso, sin la expresada
aprobación o confirmación de la referida Real- Audiencia, mediante la
facultad que V. M. había sido · servido darme, por Real Cédula para
hacer t ales nombramientos, sih que los nombrados, tuviesen obligación de
acudir por dicha ap,robáción o confirmación, y en [fol. 2 v.} virtud del
que así hice· en el expresado Don Ignacio de Básazábal, de T eniente Jus-
ticia Mayor interino de la referida. ciudad de San Felipe, éste fue recibido
a su uso y ejercicio, por el Cabildo, Justicia y Regimiento de .ella, y ha,
biendo estado ejerciéndolo el tiempo de un mes pocos días más, parece
que por haberse deslizado los moradores y resídentes de aquella ciudad
en el mencionado trafo y comercio ilícito, y creyendo que el referido
Don Ignacio lo embarazaría y prohibiría, y castigada a los que delin-
quiesen en él, pasaron [ fol. 3] el día cu.atro de Enero de este año, ha
hacer un tumulto y sublevación contra el expresado Don Ignacio, ·a fin
de que éste no ejerciese el' referido émpleo, y que saliese luego de aquélla
ciudad, habiéndose para elle hecho, como que se habían puesto presos
los Alcaldes O~dinarios, Regidores y escribano de ella, para que no pu,
diese atribuir a éstos comprendidos en el mencionado tumulto, sublevación
y conspiración, y que nó se les culpase de omisión en no haberlo emba-
razado o remedia:do, valiéndose para tal hecho aquellos moradores y resi-
dentes de que el nombramiento por mí [ fol. 3 v.] hecho en el expresado
Don Ignacio era contra la facultad que V. M. había sido servido dar ai
Virrey del Nuevo Reino de Granada, para qúe hiciese tales nombramíen-
fos y ·ásí mismo porque decían que el expresado Don Ignacio era hombre
ebrio, y que, aunqüe no lo estuviese, era \lO incapaz, y otras impostur¡_is
que constan de un acta, como cabildo, que se me remitió :con cierta infor-
mación por dichos Alcaldes y C apitulares; y· en el propio día y hora tuvo
por bien el mencionado Don Ignacio de salir de aquella [fol. 4) d udad,
184 OTTO PIKAZA

y retirarse a la misión de Agua de Culebras, distante dos leguas, de donde


lo persiguieron hasta haberlo expulsado y hecho ir al Puerto de Cabello;
y habiendo yo c:onsultado la materia, eón el Teniente de Gobernador
y Auditor de Guerra, bon Domingo Lópe'.Z de Urrelo, se acordó, pasase
éste a la expresada ciudad de San Felipe, con la gente necesari;¡., a la
averiguación y justificación del hecho referido y proceder a prisión y
embarga de bienes dé los que en él resultasen culpados, .p oniendo también
a su cuidado y celo otras materias del [fol. 4] Real Servicio de V. M,.
que habían, de prac~icar en la mencionada ciudad, y al mismo tiempo, con
propio que despache a la de Cartagena, de cuenta del el);:presado hecho;
y providenda que así había dado al referido- Virrey, remitiéndole testi-
1µonfo de dicha acta ·e información, y habiendo luego ·salido de ésta de
Caracas para lá. mencionada de San Felipe el referido 'Teniente de Go,
bernador y téniéndo noticia en la Nirgua, que está inmediata a ella, de
lo albor-otado e inquietos que estaban sus moradores y habitantes con fa
idea del mencionado Teniente de Gobernador [fol. 5] porque ya habían
sabido de ella, tomó en la referida ciudad de Nirgua algunos hombres
y con ellos pasó para fa expresa de San Felipe y, estando ya cercano a
élla, le salió el encuentro un Alcalde de la Hermandad de aquella ciudad,
con seis hombté:$ armados, y lina carta del Cabildo, Justicia y Regímiento
de ella, para dicho Teniente de Gobernador en que en sustancia le decí:m
·que retirase la gente que llevaban, y que sólo entrase con ·doce hombres
para su decencia, con fo que y entendido el expresado Teniente de Go·
bernador de estar los referidos [fol. 5 v.] moradores y habitantes de dicha
ciud;¡.d de San Felipe bbstinádos a nó recibirle y resistirse a ello, tuvo por
bien de suspender su entrada y pasar al sitio de Tamavare, dós leguas
de distancia de ella, de donde, habiendo hetho justificación de lo -referidi:,
y sabiendo que estaba atumultuada aquetla ciudad al rilencjonado .fin de
no recibirle, sino foese entrando sólo y con calidad de que no había de
proceder contra ninguno de lós culpados, tuvo asimismo por bien de pasar
éómó pasó al pueblo de Indíos dé [ fol. 6) Guama, para en él dispo~er
mejor las co.sas al :fin de . su entrada en la referida ciudad, pero habiendo
sabido que en ella no tan sólo sus moradores y residentes, sino también
otra mucha gente forastera que ·se había juntado, estaban continuando el
levantamiento con mucha porción de armas y municiones de guerra que
habían traído de las balandras holandesas, que estabar. en dichas costas,
atr'iricherado -la playa, guarnecídola de pedreros y puestas ·guardias y cen-
tinelas para r~istir su entrada-y procurar mantenerse dichos [fol. 6 v.)
vecinos y moradores sublevados y sin sujeción, a :fin de continuar de esta
forma y con libertad .del · mencionado comercio ilícito, procor6 el expre-
sado Teniente de Gobernador juntar, como _juntó, gente de la r eferida
ciudad de N irgua y de la de Barquisimeto para con ella entrar en la
expresada de San Felipe a allanarla e ir contra los así obstinados y que
ZÚLOAGA EN LA GOBERNACIÓN DE VENi'!ZUELA 185

se resistiesen a ello, de que me dio cuenta, sobre la ·qu"e le .previne ·que,


no bastando aquellas diligencias que le pareciesen convenientes al efectos
de ver si podía conseguir se allanasen los de dicha ciudad y vieniesen · a
obediencia, pasase [fol. 7) hacer su entrada en ella, con la gente que
tenía junta y la demás que pudre.se agregar y fuese contra la así atumu!,
tuada hasta rendirla y ponerla en sujeción y quietud; y en este intermedio
tiempo, me volvió a dar cuenta el referido Teniente de Gobfil"nador del
estado de aquella ciudad, la mucha gente que se había junt~do en ella
para el :fin de la mencionada resistencia y que para ésta hasta granada se
habían traído allí, por niedio de las expresadas embatcaciories holaridesás,
y la poca confianza que tenía de la gente con que se hallaba, y la más
de ella estar sin armas [fol. 7 v.} suficientes, remitiéndome, como me
remitió, juntamente algunas cartas sin firmas, que se le habían echado,
que miraban a la e.i¡:presada resistencia, y decirle se allanarían a que en,
trase en dicha ciudad e híciese las justüicaciories que quisiese, como no
eptrase éon gente de fas referidas de Nirgua . y Barqui.simeto, ni foese (
ninguna persona de ella castigada, porque de otra forma harfan perder
esta Provincia; y, aunque en otros tiempo no me harían ninguna impre-
sión dichas circunstancias, me fue preciso [fol. 8) hacerme cargo de ellas,
por la guerra que se experimenta de inglesse, de los que no han faltado
embargacionés corsarias en estas costas a las que fomentan y ayudan las
hbfaridesás, para a :fin de poder, a su abrigo, ejecutar el comercio, y que
pudiera ser que, viendo la r esolución del mencfónadó Teniente de Go,
bernador en querer entrar a fuerza de ¡¡.rmas en dicha ciudad y allanarla
con ellas, aquellos moradores y otra personas de las que habían agregado
a fin de ser sostenidos más bien en su oposición y resistencia, introdujesen
[ fol. 8 v.] a aquella ciudad :!l expresado enemigo inglés y, aun a somqra
de éstos, porción de hombres de la referida nación holandesa, con el di,
f razar · de ser' de dicha inglesa, y, a más de .esta · ciudad, internarse hasta
otras de esta Provincia, de las que están tierra adentro, y de ello se seguí,
r.án mayores daños y peores consecuencias, además de lo d.:spreveriida
que estaba J.i más de. la ·gente con que para la función se hallaba •el meil-
cionado Teniente de Gobernador, y estar desanimáda, como también
[fol. 9) el detramaniiento de sángre y muertes que de una y otra parte
podían haber , a que concurrió juntamente eo. mí la consideración de tju~
aquella gente, en cualesquiera caso contrario a ella, podían quemar la
expresada factoría de la Compañía Guipuzcoana, que se hallaba tan inte,
res:tda por lo que la mencionada gente que hábía propalad0 de que,
cuando más no pudiese y se viesen precisados hacer fuga •a los montes,
pegarían antes de ejecutarlo fuego a dicha .factoría y sóbre todo [fol. 9 v.]
lo que podóa sobrevenir, por lo expuesto d_e la, estación, de escuadras de
dícha nación inglesa, en el Puerto de La Guaira y Fortificación del de
Cabello, tuve por más conveniente y acertado el hacer· que el exprésádo
186 OTTO PIKAZA

Teniente de Gobernador suspendiese en la forma que se había determi•


nado su entrada, ordenándole, como le ordené, que luego apartase ia
gente con que se hallaba de las referidas ciudades de Nirgua y Barquisi,
meto y que con los cuarenta [fol. 10) o cincuenta hombres de los de la
expresada Fortificación de Puerto Cabello y de la Compañía Guipuzcoana.
o con los de dicha clase se hallase, entrase en aquella ciudad de San
Felipe, ejecutase las órdenes que le estaban dadas p~r mí y las providen,
cias que le tenían encargadas, a excepción de que, por lo que tocaba a las
prisiones de los que resultasen culpados, la suspendiese, dándome cuenta
con relación de las que fuesen y circunstancias del delito o delitos que
hubiesen cometido, y que el retiro que [fol. 10 v.) se le había asimismo
prevenido hiciese de diferentes sujetos de aquella Ciudad a otras partes
que se le señalaron fuese a arbitrio de dicho T eniente de Gobernador, el
elegir los parajes a donde los había de hacer retirar, si bien que los noti•
ficase, bajo de graves penas, se mantuviesen en ellos hasta que otras cosa
se dispusiese y se les mandase, y que, si siendo su entrada en dicha forma
todavía la resistiese la expresada ciudad y sus moradores y habitantes
[ fol. 11.) y pretendiesen embarazar sus providencias y quisiesen hacer
cualesquiera Capitulaciones, se volviese a ésta, dejando aquélla de San
Falipe como un pueblo rebelde, sublevados y conspirados contra los Mi,
nistros de S. M. y sin sujeción, ni obediencia a ellos, ni a la justicia, hasta
tanto que S. M . resolviese y mandase lo que fuese servido, o mejor opor•
tunidad, y que con la mayor brevedad se le diese cuenta de ello en el
Supremo Consejo de estas Indias, con los autos y demás papeles que se
[fol. 11 v.) juzgasen por convenientes y consulta que hubiese lugar, dán,
dose la propia cuenta al Virrey, escribiendo, como al mismo tiempo es•
cribí cartas, con fecha de nueve de Febrero al mencionado cabildo, Justicia
y Regimiento de la expresada ciudad de San Felipe, expresándole así la
referida orden que últimamente daba a dicho T eniente de Gobernador,
como exponiéndole y trayéndole a la memoria los beneficios que había
r ecibido aquel Pueblo y sus moradores [fol. 12.) de V . M. en haberle
dado título de ciudad, segregándolo de la mencionada de Barquisimento,
y su juristicción; que para ello había considerado y tenido presente V. M .
que aquel territorio era el antemural de las costas, y que, habiendo ciudad
en él, quedaba con ella resguardada la Provincia, así de invasión de ene,
migos, como de ilícito comercio, y que con este cargo se le había señalado
el territorio y dado la posesi6n de él, y que no (fol. 12 v.) tan sólo no se
había cumplido con él, sino que en tan poco tiempo como el que resultaba
de el del establecimiento de aquella ciudad a esta parte se habían experi•
mentado hechos expresamente contrarios, como el fomento que en la
expresada ciudad se había dado al levantamiento o sublevación del Zambo
Andresote, la que se había ejecutadó, contra Don Juan Angel de Larrea,
a fin de darle muerte y saquear la factoría de la Compañía Guipuzcoana,
..

ZULOAGA EN LA GOBERNACIÓN DE VENEZU.E;LA 187

(fol. 13.J y quemar sus papeles, y aquella presente sublevación y conspi,


ración, a fin de · mantener y fornieritar el referido comerció ilícito, con
otras razones y documentos que en la citada carta expuse al expresado
Cabildo al propio intento, de que cesasen en su obstinación y resistencia,
y se allanase aquella ·ciudé!-d y sus moradores y habitantes, y viniesen a la
obediencia que debían tener a los Ministros de V. M. y a la Justicia,
haciéndoles al mismo tiempo cargo de los [fol. 13 v.J daños y perjukios
y malas consecuencias qúe se siguiesen y resultasen; mediante fo cual tuvo
efecto el que se allanase la mencionada ciudad a la entrada del expresado
T~niente de Gobernador a ella, en la forma referida, y .se des.armó en
parte dicha ciudad, quitándose, como se quitaron, las trincheras que se
habían puesto y juntamente los P.edreros qué se habían traído y puesto,
aunque después se ocultaron eón las granadas, (fol. 14.) ·de forma que
ni éstas, ni dichos pedreros no se han podido hallar, ni descubrir su para,
clero, y con efecto, habiendo entrado en aquella ciudad el expresado Te,
niente de Gobernador hizo las averiguacione.s y justificaciones convenien,
tes, en fa forma que mejor pudo, sobre los hechos y casos expuestos de
tumulto, sublevá:ción y conspiración contra el mencionado Don Ilgnacio
Basazábal, la también ejecutada contra el propio Tenie11te de Gobernador
con tanta. osadía y desmesura, como [fol. 14 v.) la que queda rieforida, y
haberse abrogado aquellos moradores y asistentes en aquella ciudad la
jurisdicción y 'mando absoluto, político y militar, y nombrado cabos y
oficiales para ser sostenidos en la residencia y obstinación y ejecutar li;
bremente el expresado comercio ilícito, y asímismo sobre el que se habfa
allí ejecutado de un año aquella parte y me remitió un extracto, y relación
certificada de las personas que resultaban [fol. 15.J culpadas en los hechos.
y delitos ·refex:idos cle los expresados tumultos, sublévaciones y conspira,
dones, y d mencionado comercio ilícito, de1 ser en dicho hechos de los
principales culpados las justicias, regidores y escribano de aquella ciudad .
y aun .algunos en el del referido comercio ilícito, especificando en dicho
extracto y relación no tan sólo las personas que así resultaban culpadas,

sino también en qué casos y hechos y el número de testigos con que contra
cada uno se hallaban justificados, sus delitos (fol. 15. v.) y sus circuns,
tan~ias, y habiendo el expresado Teniente de Gobernador, entre otros
hechos, mandado retirar de aquella ciudad a los dos Alcaldes Ordinarios
que lo er.an Don Santiago Moneda y Don Pablo Arias, el uno ·a la de
Tocuyo y el otro a la villa de San Carlds, notificándol~ con correspon-
dientes .penas semantuviesen 'en aquellas partes, hasta nueva •orden, e ido
a ellas, de qu,¡,: remitíeran certificaciones, estando .apaciguada dicha ciudad
y el expresado T eniente de Gobernador en [fol. 16.] ella, entendiendo
en la referida averiguación y justificación y otras diligencias, se convoca,
ron los mencionados Alcaldes, y, quebrantado el expresado mandato, sa,
lieron de las referidas partes, adonde así se les habían retirado, y volvieron
188 OTTO PIKAZA

a dicha ciudad de San Felipe, adónde una noche se introdujeron y levan-


taron las varas de justícia y procuraron volver a tumultuar y com;pirar
a los demás moradores y habitantes de ella, acompañándoles a ·este
[fol. 16 v.] hecho Don Gabriel Baptista, uno de los principales culpados
en los antecedentes; y especialmente en el del tumulto, levantamiento y
cónspiraéión ejecutada contra el expresado Teniente dé Gobernador pues
era el que en él se había nombrado por caudillo de aquella gente y fa
gobernaba, a fin de ver éste y los mencionados Alcaldes si podían volver
a conmover ésta, que ya estaba apaciguada, para nuevo tumulto y cóns,
piración contra el expresado Teniente de Gobernador, para lograr echarle
de aquella ciudad y que con ello [ fol. 17 .] quedasen frustradas las dili,
gencías ,que estaba haciendo, y ejecutar · libre el referido comercio ilícito,
lo que no pudieron lograr, respecto a de que no tan solamente se ·les
opusieron a ello, algunos de los expresados moradores, sino que los echa-
ron de dicha ciudad, sin que esto .por entonces hubiese llegado a noticia
del mendonado Teniente de Gobernador, el que, después que lo supo.,
despachó gente para su aprensión, lo que no se pudo lograr porque en
fuga se habían alejado y, [fol. 17 v.] habiendo yo recibido despacho del
mencionado Virrey, librado en vista de la consulta, que le hice, y cuenta
que ·así le dí, en que aprobó el nombramiento que habían hecho en el
expresado Don Ignacio Basazába.! de tal Teniente de dicha ciudad de San
Felipe, me mandó le restituyese a . él y que hiciese averiguación de los
éómplicés en el tumulto y conspiración hecha contra el referido, y que,
resultando culpados algunos o todos los individuos del Cabildo de ella, no
solamente lós depusiese de sus empleos [fol. 18.] e inhabilitase para que
en lo futuro no los obtuvfosen, sino que les impusiese las demás penas que
les correspondiesen, destinado para los ·oficios concejiles personas de -cóno,
cída lealtad y que para que no quedase tan reprobado ejemplar par.a- la
imitación de ·1os demás Cabildos, me concedía :facultad para que pudiese
nombrar tales Tenientes y otros Jueces en esta Provincia y Gobernación.y
para removerlos y poner otros en su lugar sin necesitár de ocurrir por
aprobación de la mencionada Real Audiericoa de Santo Domingc,
[fol. 18 v.] ni espe.r ar la del expresado Virrey, y que sólo diese cl.ieritá.
de los nombramientos que así hiciese, y aunque provci auto mandado
compareciesen en esta ciudad muchos de los así resultaban culpados en
dicha cause, por haberme · escrito el expresado Teniente de Gobernador
ser éste el mejor medio para proceder contra ellos, suspendí esta provi,
dencia pór lo que avoca habiéndose restituído poco después a esta dicha
ciudad, por haber concluído [fol. 19.] en aquélla las .teferidas justifica,
ciones y encargos con el mayor celo y aplicación al servicio de V. M.
me expuso, haciéndome relación del estado que tenía la referida .ciudad de
San Felipe, sus moradores y habitantes, y que se requerían más tiempo
para ·el procedimiento contra dichos delincuentes_, que eran la mayor párte
ZULOAGA EN LA GOBERNACIÓN DE VENEZUELA 189

qe los evpresados moradores y habitantes, y ver también lo que resultaba


de éstos, éón el nuevo Teniente que .así nombr é :en aquella ciudad, por
no haber por ahora tenido por conveniente la [fol. 19 v.] r estitución del
mencionado Ignacio Basazábal; y, sin embargo de la prosecución de dicha
causa y de la cuenta que así dí al expresado Virrey y providenci,as refe,
ridas que constan de su despacho, me ha parecido también conveniente
darla a V. M ., como la doy en esta ocasión, eón testimonio ín~gro de las
cuatro piezas de autos de la dicha. causa que remití a V. M ., juntamente
con otro de la citada carta que he refex:ido escribí a dicho Cabildo, J us,
ticia y Regimiento para que se halle noticioso de ello y, si fuere de su
Real t fol. 20.] agrado, se servía dar aquella providencia que fuere ser,
vido, mayormente para en lo futuro, respecto de que siendo, como es
aquélla, una ciudad tan reciente en su fundación, y que de la Real Cé,
dula de V. M. en que se dignó darle el. título de ciudad y segregarla de
la de la menciona.da de Barquisitneto, parece fue mirando y atendiendo
a que aquélla era por su situación antemur.al a esta Provincia, así para las
invasiones que podían intentar hacer [fol. 2ó v.] los enemigos, como para
el re1,guardo de dicho comercio ilícito, y que no tan·sólo en aquello mora-
dores y habitantes por lo qué toca. a su parte, no se ha exterminado en
los referido cosa favorable, Sino antes sí, hechos expresamente contrarios,
como fueron el fomento que al principio del leyantamiento del Zambo
Andresote se dió a la gente de él en aquella ciudad, la sublecación que
en ella hubo contra el dicho T eniente, Don Juan Angel de Larrea, a fin
de [fol. 21.] matarlo y saquear la factoría de la Compañía Guipuzcoana
y quemarle sus papeles, y las de ahora contra dicho Don Ignacio de Ba,
sazábal y el expresado Teniente de Gobernador, Don Domingo López de
Urrelo, todos los mencionados hechos y otros en grande perjuicio de V.M.
y daño de la causa pública, por ser dirigidos principalmente a practicar
con libertad y sin embarazo alguno el expresado comercio ilícito, siendo
los que más ca'l}sa han dado .a estos. últimos hechos los Alcaldes y Capi-
tulares del Cabildo de aquella ciudad, teniendo [fol. 21 v.] yo compren~
dido qúe una de las providencias que seppudieran dar, era la de reducir
dicha ciudad a un pueblo y el que bien considero ser preciso .e n aquel
paraje, ..por haber ei:i él muchas haciendas de cacao y ser como garganta
para el tr.áfico de las costas de otras ciudades y parajes, y que sólo fue~
gobernado y regido por un Teniente, suprimiendo o extinguiendo lós
oficios de Alcaldes y demás Concejiles [fol. 22.] hasta que con el tiempo
se viese o conociese eh aquellos rrióradotes y habitantéS un total olvido de
dicho comercio ilícito y estar firmes y bien hallados con el lícito y natural,
y que los cosecheros no hubiesen poder vender los frutos, si no fuese
precediendo dar noticias al Ministro que hubiese y a éste le constase de
las personas a quien lo hiciesen, para que tomase de ellas las séguridadés
convenientes, a fin de que no extraviasen dichos frutos para embarcació~
190 OTTO PIKAZA

nes extranjeras, sino para [fol. 22 v.] las españolas, ton las otras provi,
dencias que según los tiempos hallasen ser convenientes darse; parecién:,
dome asímismo exponer a V. M., como lo hago, que en la primera pieza.
de autós de las cuatro referidas se hallarán los autós y despachos provi-
denciales que en ·razón de dicha causa se proveyeron y libraron :así por
mí, como por el mencionado Teniente de Gobernador en la ségurida pieza,
la sumaria de la averiguación y justificación del (foil. 23.] ttuilulto y su,
blevación referida, hecha contra el expresado Don Ignado Basazábal y
comerció ±lícito, ejecutado en aquella ciudad; en 1a tercera, la sumaria y
justificación.del tumulto y sublevación y conspiración referida, hecha con-
tra el mencionado TenieJ1te de Gobernador y prevención de armas y per,
trechos que se juntaron en la expresada ciudad para ello; y en la pieza
quarta las prividencias dadas para las prisione·s y embargo de bienes de
algunos de los mencionados reos [fol. 23 v.Jde dicha causa en los refe,
ridos delitos, clases de ellos y demás circunstancias expuestas desde hojas
38 hasta la 48 iridusive.~Dios guarde fa C. Real Persona de V. M. cómo
la Cristiandad ha menester, y 'deseamos sus ·leales vasallos. Car.acas 20
de Julio de 174L
Don Gabriel de Zuloaga. (Firmado y rubricado).

Archivo Genera,! de Indias


tegajo: CARACAS, 67.

APENDICE IV

FALLO DEL JUICiO DE RESJDENCIA DE ZULOAGA

Vistos por los del Supremo Consejo de Indias en Sala de, Justicias
los autos de 1a residencia ·que en vírtud de Real Cédula de comisión, su
fecha a 21 de febrero dél año pasado de 1749, tomó el Dr. Diego Muñoz
Abogado de la Real Audiencia y Cancillería de Sto. Domingo, •el Teníente
Gerteral de los Reales Ejércitos, Doh Gabriel' José de Zuloaga Conde de
la Tot:re Alta del tiempo que gobernó la Provincia de Caracas y la sen,
tencia dada ·y pronunciada en este juicio por el expresado Juez de Resi,
dencia en primero de Abril de 17 52 con vfota de los doce cargos, que se
formaron con él, con su jUstmcación y descargo y cuyos autos se remi-
tieron al .Consejo por el expresado Juez, y vinieron a él en apelación
interpuesta por el Resídencia.do de la senténoia en ellos dada y pronun,
ciada por dicho Juez: Vistos ton todo cuanto de los expresados autcs
resulta y lo dicho por el señor fiscal en vista de ellos con lo demás que
ver convino.
ZULOAGA EN LA GOBERNACIÓN DE VE.NEZUELA 191

Fallamos
Atento a los autos y méritos del expresado proceso a que nos remi~
timos, que debemos juzgar y sentenciar los doce cargos que .en este juicio
se formaron al residenciado en la forma siguiente :
1) En cuanto al primer cargo qué se le formó sobre que siendo _prOhi-
bido reelegir por Alcaldes Ordinarios de aquella Ciudad ·a fos _mismos
sujetos 'que antecedentemente lo habían sido, consintió que en e1 año 1741
se reeligiesen por tales Alcaldes Ordinarios de ella a1 Maestre de Campo
Don Domingo Galindo y Zallas y a Don ·Pedro Juan de Arguinzonis: de
cuyo cargo absolvía el Juez ·de Residencia en -SU sentencia al Residen-
ciado. Lo confirmamos.
.2) En cuanto al segundo cargo que se le formó sobre que debiendo
haber tenido libro en que· sentar las multas y condenaciones de Cámara
aunque se le mandó exhibir no se había ejecutado por su parte: por cuyo
cargó el Juez de Residencia en su sentencia condenó al residenciado en
mil maravedíes aplicados en la forma ordinaria, Real Cámara y gastos de
Consejo: lo conñrmamos.
3) Eri cuanto al tercer cargó que se le formó sobre que siendo de su
obligación cuidar que en la Caja del Posito :se mantuviese y conservase el
libro para sentar sus caudales, fue omiso en ella y dejó que se perdiese el
que se había hacer .guardar y cumplir las ordenanzas que .se formaron en
el establecimiento de dicho Pasito no lo hizo, por cuyo cargo se le éonde,
n6 al residenciado por el Juez de Residencia en dos mil maravedíes con
la misma aplíca.ción que el antecedente: Revocamos dicha sentencia y le
absolvemos del expresado cargo.
4) En cuanto ar cuarto que se le form6 sobre que estando obligado a
cuidar de que hubiese en aquella ciudad ordenanzas y que éstas se leyesen
a lo menos una vez, al año en el Ayuntamiento, no hizo diligencia alguna
para que así se ejecutase y hubiese las referidas ordenanzas: De cuyo
cargo absolvió el Juez de Residencia en su citada sentencia al residen-
ciado: Lo confirmamos.
5) En cuánto al quinto que se le f01:mó sobre que siendo de su obliga-
ción cuidar del repaso, aseo y limpieza de la carnicería, no lo había ejecu-
ta.do: De cuyo cargo se abwlvió al residenciado por el Juez de Residencia
en su sentencia. Lo confirmamos.
6) En cuanto al sexto cargo que se le formó sobre que siendo de su obli,
ga:ción cuidar del reparo de la cárcel de aquella ciudad, no había cuidado
de que se reparasen y reedificasen un corredor y cuartos que ·se estaban
caídos y arruinados y al presente se estaban reparando : De cuyo cargo
se abwlvió por el Juez de Residencia en su sentencia. Lo confirmamos.
7) En cuanto al séptimo cargo que se le formó sobre que estando obJi,
ga:do a celar y cuidar que el carcelero tuviese libro en que asentar las
192 OTTO PIKAZA

entradas y salidas de los presos y hacer en ellas las visitas prevenidas por
el dicho, no había ejecutado uno ni otro: Por cuyo cargo condenó al
Residenciado d Juez de Residencia en su citada sentencia en dos mil ma,
ravedíes con la misma aplicación que en. el segundo: Lo confirmamos.
8) En cúanto al cargo octovo que se le formó sobre que siendo de su
obligación haber hecho poner en la sala donde ·se da Audiencia en Real
Arancel en tabla públicamente como se ordena y manda por la Ley no lo
había hecho: Por cuyo cargo condenó el Juez de Residencia al residen-
ciado en su. citada sentencia en mil maravedíes aplicados en la misma for,
ma que los antecedentes: Revocamos dicha sentencia y le absolvemos del
expresado cargo.
9) En cuanto al cargo nueve que se le formó sobre no haber cuidado
como era de su obligación que los caudales que habían producidó los
Arbitrios y Pulperías de OrdenánZ4S se mantuviesen en el arca de tres
llaves eón la formalidad que se manda y previene por la Real Céduhi
de 28-Agosto-1773 s.in que se hubiese hecho la expresada arca, por cuyo
cargo condenó el Juez de Residencia en su citada sentencia al residen,
ciado en 3.ÓOO maravedíes con la misma aplicación que los antecedentes:
Lo confirmamos.
10) En cuanto al cargo décimo que se le formó sobre que siendo de su
obligación cuidar que los Procuradores Generales que fuertm en su tiempo
hubiesen dado cuenta y razón individual de lo que habían dejado de co,•
brar para que se pudiese reconocer el legítimo alcance que se les debía ha,
cer en las cuentas que dieron: Por cuyo cargo condenó el Juez de Resi·
dencia al residenciado en · su cítada sentencia en mil maravedíes con la
misma aplicación que en los antecedentes: La revocamos y absolvemos
al residenciado de dicho cargo.
11) En ·cuantó. al undécimo cargo que se le formó sobre que siendo
prohibido por feyes reales el proveer los tenientazgos en vecinos de los
mismos, puso de teniente y justicia mayor en la sabana de Ocumare del
valle de Tuy donde tenía su vecindario a Don Juan Nieto, y en el puerto
de La Guaira a Don Francisco Pérez, vecino de él: De cuyo cargo absol,
vió al al residenciado el Jue.z de fü:sídencia en su sentencia: .La con:fir,
mamb8.
12) En cuanto al duodécimo y último cargo que se le formó, al expre-
sado Don Gabriel de Zuloaga, sobre que ·siendo de su obligación haber
hecho visita general de fa Provincia en et tiemoo de su gobierno, no la
hizc: del que se le abso1vfó pór el Juez de Residencia en su citada sen,
tencia; conderiá.ndole. en las costas y salarios que se le repartiesen como a
unó de los residenciados en este juicio; y declarándole por bueno, recto
y celosso jue2; digno y merecedor de que Su Majestad le honre y premie
con otros mayores empleos de su Reat Servicio. Confirmamos dicha sen,
tencia y ·declaramos igualmente al expresado Conde de la Torre Alta
ZULOACM. EN LA GOBERNACIÓN DE VENEZUELA 193

Don Gabriel de Zuloaga por buerió, rtcto, celoso y justfficado numstro,


digno y merecedor de que su Majestad le honre y premie con otros ma,
yores empleos de su Real Servicio: y por esta nuestra sentencia dífiniti-
varnente juzgado así lo pronunciamos, mandamos y firmamos.

Archivo General de Indias.-Escribanfa de Cámara., 736 B.

FUENTES DOCUMENTALES
.El material clave de nuestro :trabajo procede de ·los manwscritos del Archivo
General de Inllias. Las iniciales A. G. · I., ~tilizadas .para ubicar la máyor parte de
nuestras ·citas y notas, se refi'eren a estos fondos documenfalés.

AUDIENCIA DE CARACAS:

Legajo 6.-Reales Ordenés y Resoluciones.


11.--Consultas y •Reales Resoluciones.
J.'i!.-Reales Cédulas e Informes sobre materias gubern:ativas y sueldos.
"
u
37.-Provisiones de empleos políticos y militares.
50.-Títulos Varios.
56.-Corr-espondencia de ·Gobernadores (Zuloaga).
·65-75.-Duplícados de Gobernadores .(Zuloaga).
182.--Cartas y Expedientes.
391.-Expedientes e Jn,stancias de partes, tle ,Cumaná, Guaira, Margarita.
Maracaibo y Trinidad;
418-421.-'-Expedientes sobre la Rebelión de León.
439.-Lí.mite:S, de Cu'maná y Orinoco con la Provincia de Caracas.
"u 847.-,Asuntos de Guerra.
924-928.--Compañía ·Guipuzcoana (estos años).
944.-Consultas y Provisiones e~esiástica1J.
952.-Efecutoriales de Obispos y presentaciones eclesiásticas.
959.-Relación de la Visita General del ,Obispado de Caraca,; por el Dr. Ma-
riano Martí.
-966.-Establecimiento de Misiones y su subsistencia.

ESCRIBANÍA DE CAMARA:

Legajos: 73'4 A, 734 B, 734 C; 735 A, 735 B; 7-36 Z y 736 B. Residencia dei
Gobernador Zuloaga y otros ministros del Gobierno.

BI ·B LIOGRAFIA

Nuestro uso fundamental de documentos de primera mano ha hecho secundaria


la utj.lizací6n de fuentes impresas. Damos aquí, sin carácter exhaustivo algurio, una
lista de los libros manejados en la recon!tru.cci6n general del período que estudiamos.
194 OTTO PIKAZA

Altamira, Rafael : His-toria de Erpa,ia :¡ de la Civilización Bspaño'/a. Barcelona, 1928.


Angulo, •Diego y Marco, Enrique: Historia del Arte Hispcm<>-Americano . . Barcelona.
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