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UNIVERSIDAD EXTERNADO DE COLOMBIA

FACULTAD DE ESTUDIOS DEL PATRIMONIO CULTURAL


SEMINARIO DEL PATRIMONIO CULTURAL II
PRESENTADO A: TATIANA OME
MANUELA VALDES
Octubre de 2008

El Cementerio Central como Patrimonio Cultural de la Nación

Planteamiento del Problema

Es común hoy en día que se escuche hablar de Patrimonio Cultural, sin embargo este
concepto se ve usado indistintamente en diferentes contextos y con diferentes significados,
muchas veces arbitrarios o completamente subjetivos. Pero no es sólo cómo se usa el
concepto de Patrimonio Cultural sino esa significación que en términos prácticos
probablemente difiere dentro de los diferentes sectores sociales, en especial entre aquellos
que determinan cuál es el Patrimonio Cultural de la Nación y aquellos que se supone son
los que llevan los procesos de valoración y apropiación que hacen posible la existencia de
ese Patrimonio.

En el caso que nos ocupa, el Cementerio Central de Bogotá es quizá un ejemplo bastante
ilustrativo si se busca develar la diferenciación en el concepto de Patrimonio Cultural y los
criterios que hacen parte de la valoración entre el Estado, quien hace la declaratoria del bien
y que mira para esto cierto tipo de características dentro de lo que es patrimonio, sino
también de las personas que interactúan constantemente con el cementerio, mediado en este
caso por la relación de lo sagrado, lo mágico y la muerte que se desarrolla particularmente
en este espacio.

Haciendo este análisis en la divergencia de significación del Cementerio Central como


parte del Patrimonio Cultural de la Nación se pretende responder a la pregunta de ¿Por qué
el Cementerio Central es considerado como un elemento perteneciente al Patrimonio
Cultural de la Nación? ya que, según sea lo que se entienda por Patrimonio y quién lo
entienda así, la pregunta posiblemente tendrá infinidad de respuestas, por lo cual nos
enfocaremos en dar solución a la problemática desde dos ángulos diferentes: la posición
institucional y la posición de las personas que visitan el Cementerio Central, para lo cual se
intentarán utilizar una serie de herramientas metodológicas propias de la etnografía.

Antecedentes

Evidentemente el Cementerio Central ha sido objeto de estudio de investigaciones


anteriores a la presente y por lo tanto se hace indispensable aproximarse a algunas de estas
miradas con el propósito de identificar elementos que puedan servir para la resolución de la
problemática que nos ocupa o por el contrario, identificar las carencias que presentan

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dichos estudios y establecer en qué medida este trabajo posibilitaría llenar algunos de esos
vacios.

Uno de los trabajos quizás más conocidos acerca de Cementerio Central es aquel
desarrollado por Oscar Iván Calvo Isaza en 1998 con la colaboración de Marta Saade y
Fabio Jiménez.

Su publicación titulada El Cementerio Central: Bogotá, la vida urbana y la muerte es


producto de una convocatoria pública organizada por el Observatorio de Cultura Urbana
adscrito al Instituto Distrital de Cultura con el fin de apoyar propuestas de investigación
sobre temas que, como en el caso del trabajo de Calvo, aportaran al conocimiento de la
ciudad y al diseño de políticas y estrategias para el mejoramiento de las condiciones de sus
habitantes.

El texto se encuentra dividido en tres partes que corresponden, en primera instancia, a un


breve recuento histórico hasta mediados del siglo pasado en donde se hace énfasis en las
relaciones del cementerio con la ciudad, los cambios en la morfología urbana especialmente
de las zonas colindantes con el cementerio y cómo las alteraciones de las relaciones centro-
periferia desencadenan un proceso de ‘abandono’ por parte de las élites y posteriormente
una urbanización dada por la aproximación de las clases populares.

La segunda parte del libro la constituyen una serie de planos y fotografías aéreas desde la
década de los años treinta hasta los años noventa en donde se aprecia, principalmente en lo
correspondiente al Sector Elipse, las variaciones espaciales dentro y alrededor del
cementerio. La tercera y más extensa parte del texto corresponde a una aproximación
principalmente desde la etnografía al fenómeno de lo popular relacionado, por supuesto,
con el tema de la muerte en el cementerio central, especialmente a las prácticas que podrían
considerarse poco ortodoxas en cuanto involucran personajes y fuerzas imaginarias.

Es necesario mencionar, en letras itálicas, un pasaje del texto ya que se relaciona con el
problema que nos ocupa actualmente, el Cementerio Central como Patrimonio Cultural de
la Nación.

“Se destaca el Cementerio Central por su persistencia en la memoria histórica de Bogotá y


como patrimonio de la !ación (declarado por el Estado como Monumento !acional en
1984).

Es un espacio privilegiado en la ciudad para la relación con el más allá, en el cual se


reflexiona sobre el sentido de la vida y el problema de la muerte; es un territorio
impregnado por la doble sacralidad de la religión y de la patria; es decir, que tiene un
valor simbólico multivalente. Su calidad sagrada emana, en parte, de los héroes
fundadores de la patria enterrados allí, de los monumentos de los hombres públicos.

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En el orden de su contenido iconográfico, cabe decir que no existe un lugar al aire libre en
la ciudad que reúna tanta diversidad y riqueza artística. Los monumentos que allí se
encuentran comprenden las lápidas, los mausoleos y las esculturas, así como también el
mobiliario del Cementerio que no corresponde a ninguna tumba en específico.

Pero todos los elementos mencionados fueron producto de unas condiciones históricas
particulares. La élite y después la clase media buscaron, por medio de la propiedad
privada del lugar donde eran inhumados y la construcción de monumentos en materiales
duraderos, sentar en la historia las bases del poder de su familia y de su grupos social.
Esto ocurre desde la centuria pasada hasta el presente siglo. En contraposición, el pueblo
no pudo acceder a erigir monumentos sino hasta después de los años 30, mediante la
organización de las sociedades mutuarias y de los sindicatos.

En la actualidad, a diferencia de los grupos sociales que han desplazado a sus muertos a
los parques-cementerios, muchas de las personas del pueblo todavía son inhumadas allí.
De manera que en el campo de la identidad nacional u del imaginario político, el pueblo y
sus héroes duermen juntos pero, como lo muestran los mausoleos dedicados a los grandes
hombres, nunca revueltos.

De otro lado, en el Cementerio Central se produce una intensa relación de grupos de


inmigrantes y sujetos populares con lo sobrenatural, desde la magia y la religiosidad
popular. Estas personas encuentran en los santos populares (asociados a los mausoleos de
personajes como Leo Kopp, Carlos Pizarro, José Raquel Mercado,) en las prácticas de
hechicería y en la veneración de las ‘benditas almas del purgatorio’ o del ‘Ánima Sola’,
fórmulas de control e interpretación de la vida metropolitana cuya realidad les es
abiertamente hostil.

En un momento de inestabilidad e incredulidad con respecto a la religión oficial, los


monumentos funerarios juegan un papel preponderante en estas prácticas religiosas no
institucionales. En relación con ellos se desarrollan diferentes comportamientos rituales
que combinan la oralidad; las plegarias y novenarios; los ruegos y peticiones escritos; el
dibujo y la intervención directa en las superficies, acompañados todos de una gestualidad
y un movimiento corporal particulares.

En estas condiciones, el monumento, en cuanto patrimonio histórico y cultural, adquiere


una importancia capital en la producción simbólica dentro del Cementerio y el Cementerio
todo en la dinámica de la ciudad. La mezcla entre lo monumental –como testimonio
material de la experiencia dinámica, social e imaginada de los habitantes de un tiempo
pasado, y la manipulación, apropiación e interpretación de estos elementos históricos por
sujetos diferentes a quienes los produjeron- están en la base de la tensión generadora de
nuevas representaciones u nuevos símbolos. Se plantea entonces el problema de cómo se
interpreta en la imagen del pasado y se integra dentro de un sistema de representaciones
en el presente.

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Precisamente el patrimonio designa las huellas materiales que se ha constituido como
referente común para las élites, quienes lo presentan como prueba de su permanencia
histórica y como legado que justifica su dominación en la sociedad. Su edificación o
conmemoración se encuentra asociada con el proceso de constitución del Estado y de la
!ación.

El imaginario político de una nación se sustenta en gran parte en el patrimonio histórico y


cultural, en la medida en que este último recrea los escenarios, las acciones y la
parafernalia del poder. !os referimos a dicho imaginario como estructuras de la
representación inconsciente de lo que es político, de cómo se actúa, de quiénes participan
en la política y de cuáles son sus valores.

Pero este legado, que es de un sector de la sociedad, de sus héroes y sus hazañas, se erige
como un patrimonio de todos y enmarca en los productos históricos o culturales de otros
grupos sociales –dominados o excluidos- como frutos folclóricos, artesanales, exóticos o
de la superstición. El patrimonio histórico o cultural es testimonio de dominación, de una
producción y apropiación desigual de la memoria del país. En este sentido, es también un
sitio importante para los conflictos entre distintos grupos sociales.

Lo que aquí se considera como producción simbólica, en un sentido que sabemos es muy
limitado, se refiere a la articulación del pensamiento y la concepción de la muerte como
esa memoria petrificada en los monumentos, Pero esta articulación no quiere decir la
repetición de las imágenes u los valores que le son inherentes al patrimonio, sino la
producción de significados diferentes a través de la manipulación de los objetos la
escritura, el dibujo, el ritual y la palabra.”

Evidentemente este trabajo fue realizado antes de una serie de eventos que han de
considerarse para la investigación que actualmente se adelanta, en cuanto para el momento
en que Calvo realiza su estudio no se había iniciado la construcción del Parque del
Renacimiento ni la exhumación de los cuerpos que no estuvieran localizados en el Sector
Elipse o Trapecio.

Además, en el tema específico que nos ocupa, la Ley General de Cultura (Ley 397 de 1997)
se encontraba apenas en desarrollo para el momento de la investigación. Esto tiene especial
importancia si se considera que a partir del momento en que se sanciona la ley, lo que antes
eran conocidos como Monumentos Nacionales pasan a ser Bienes de Interés Cultural con
mención especial de ser pertenecientes al Patrimonio Cultural de la Nación. Esta
diferenciación entre monumento y patrimonio, como se verá más adelante en el estudio de
las categorías es esencial hacerla en cuanto cambia la perspectiva en la que se mira la
problemática.

El presente trabajo, a diferencia del de Calvo, pretenderá tener en cuenta las anteriores
consideraciones con el propósito de complementar de una manera más actual las
reflexiones que se hacen en el texto anteriormente citado. Por lo demás, las apreciaciones

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de los estudios etnográficos vinculados con lo popular se tendrán como valiosos elementos
de acercamiento al imaginario de la gente que visita el cementerio aunque el humilde
trabajo etnográfico que se realizará en este trabajo estará encaminado a cuestionamientos de
diferente índole a los realizados por el ya mencionado investigador.

Contexto Histórico

El Cementerio Central de Bogotá, como se verá en el Marco Teórico, surge como parte de
una política de salubridad pública de principios del Siglo XIX y desde entonces se
encuentra en permanente construcción y, como se evidencia recientemente debido a la
construcción del Parque del Renacimiento, en desconstrucción también.

Aunque desde 1555 Fray Juan de los Barrios, arzobispo de Santafé de Bogotá, bendijo el
primer cementerio de la ciudad que estaba localizado al lado de la Catedral, tal como
sucedía en los terrenos anexos a las iglesias parroquiales, los habitantes de la Santafé
continuaron enterrando a sus muertos en las criptas dentro de las iglesias.

Esta costumbre, tan arraigada no sólo en la actual capital de la república, fue presa de
varios intentos de abolición por parte de la Corona Española desde finales del Siglo XVIII.
Las disposiciones promulgadas por Carlos III para promover la construcción de
cementerios a las afueras de las poblaciones no tuvieron acogida inmediata, ni siquiera en
Madrid en donde se inauguró el Cementerio General del Norte en 1809.

La situación en América fue relativamente diversa. Para los casos de La Habana, con la
construcción del Cementerio de Espada entre 1805 y 1806, y Lima con su cementerio el
‘Presbítero Maestro’ en 1808, el acatamiento de las directrices reales fue relativamente
temprano. Por otra parte, el Cementerio del Empedrado en Caracas se empezó a construir
en 1816 y en Montevideo el Cementerio Nuevo sólo se puso en funcionamiento hasta 1835.

En cuanto a la situación de la Nueva Granada se puede decir que hubo varios proyectos de
construcción de cementerios en las afueras de Mompox en 1793, Barranca del Rey en 1794
y Cartagena en 1798. Novita, Popayán, Girón, Piedecuesta y Bucaramanga tuvieron
proyectos similares en 1800, Socorro en 1809 y Coello en 1810, entre algunos otros.

Para el caso de Bogotá, el Virrey José de Ezpeleta y Galdeano acató las órdenes reales y
mandó a construir un cementerio en la ciudad, para lo cual encomendó la tarea al
comandante de artillería Domingo Esquiaqui. El sitio escogido se encontraba al occidente
de la ciudad sobre el costado sur del camino que conducía a Fontibón.

El terreno fue adecuado con rapidez en 1793 por el doctor don Baltasar Jaime Martínez
Compañón. El cementerio fue conocido como ‘La Pepita’ o cementerio de los pobres y
estuvo en funcionamiento hasta finales del Siglo XIX. Como este cementerio tenía una
connotación popular, las personas de las altas clases sociales se negaban a ser enterrados
allí por lo que el señor Buenaventura Ahumada, que en 1822 se desempeñaba como alcalde

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ordinario de segunda dominación de la ciudad, solicitó al Cabildo la disposición de un
nuevo terreno para la construcción de un cementerio.

Existía también otro cementerio donde eran enterrados los suicidas y malhechores ubicado
en el lugar conocido como ‘Llano de Belén’, considerado el primer cementerio laico de la
ciudad y funcionó hasta 1861.

Para 1827, el Cementerio Central de Bogotá no había empezado a construirse y por lo tanto
el sacerdote de la Catedral, José Antonio Amaya, recordó al Cabildo que la petición de
Ahumada había sido ignorada. El Gobierno Nacional tomó cartas en el asunto y el mismo
presidente, Simón Bolívar, firmó un decreto en ese mismo año en donde se reiteraba la
prohibición para la inhumación de cadáveres dentro de los templos y ordenó la
construcción de cementerios en las ciudades que carecían de ellos. En ese mismo día, el
intendente interino de Cundinamarca, el Coronel Pedro Alcantara Herrán, firmó otro
decreto que ordenaba la construcción inmediata de un cementerio en Bogotá.

En 1831 aún no se había podido construir un cementerio decente por falta de recursos
económicos y por lo tanto se buscó una forma alternativa de financiamiento que derivó en
la implementación de un cobro por licencias para realizar entierros en las iglesias, medida
con la que la ciudadanía estuvo de acuerdo.

La construcción del cementerio fue lenta, lo que, sumado a los altos costos de las licencias
anteriormente mencionadas, desencadenaron una serie de quejas abiertas en diversos
diarios de la capital, entre ellos el Constitucional de Cundinamarca en donde se exigió a
José Pío Domínguez del Castillo, inicialmente encargado de la edificación del cementerio,
que mostrara cómo se había invertido el dinero para la construcción.

Gracias a la labor del Gobernador de Bogotá, Rufino Cuervo Barreto, el cementerio entró
en funcionamiento en 1832 aunque sólo fue inaugurado hasta 1836. Para esta época, la
gente aún no estaba muy convencida con enterrar a sus muertos en los cementerios ya que
estos espacios en campo abierto no eran considerados sagrados y esto impedía el paso al
más allá.

La capilla fue concluida en el año de 1839, un año después de la muerte de su constructor


inicial, Nicolás León, quien fue reemplazado por Jacinto Flórez. La edificación se hallaba,
al igual que ahora, en el extremo del eje mayor de la elipse y justo en frente de la puerta
principal.

Desde 1832 y hasta 1845, los dineros para el mantenimiento del cementerio fuero obtenidos
mediante el costo de las inhumaciones pero a partir de ese momento fue necesario que la
Tesorería Municipal facilitara recursos para tal fin ya que algunos sectores se encontraban
altamente deteriorados.

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En 1856 la administración del cementerio pasó a manos de la Iglesia Católica, después de
un arduo proceso en el que el Cabildo quería que la Iglesia le reconociera a la ciudad los
costos de las inversiones realizadas hasta el momento. Esto desató una preocupación por el
destino de los cuerpos de aquellas personas que no pertenecían a la religión católica o que
no eran admitidos bajos sus preceptos.

El cementerio vuelve a ser administrado por la autoridad civil gracias a las leyes de
desamortización de manos muertas promulgadas por el General Tomás Cipriano de
Mosquera en 1862. Tres años después se creó una junta especial para su administración que
funcionó hasta 1873 cuando, a través de un Acuerdo Municipal, se creó una Junta
Administrativa que se encargaría de la recaudación de la renta que produzcan los
cementerios, entre otras cosas.

En 1878 se comienza la construcción de la ‘galería exterior’, la cual fue terminada en 1888


bajo la alcaldía de Higinio Cualla. Cuatro años antes, en 1884, el Consejo Municipal de
Bogotá autorizó al alcalde para que adquiriera unos terrenos en el sur de la ciudad con el fin
de construir otro cementerio, sin embargo, esta iniciativa no se realizó.

Durante la administración de Julio Daniel Portocarrero, entre 1904 y 1905, el arquitecto y


constructor Julián Lombana diseñó y edificó la portada que actualmente da acceso al
cementerio, sin cobrar honorarios.

En 1916 se ordena la construcción de dos cementerios nuevos, al sur y al norte de la ciudad,


que deberían ser ubicados en los barrios Las Cruces y Chapinero respectivamente.

Para 1921 se construyeron los dos volúmenes o ‘logias’ que rodean la portada del acceso
principal. Además, entre 1927 y 1929 se construyó la galería sur y se reconstruyeron las
galerías que conforman el sector trapecio. Los terrenos ubicados al occidente de este sector
albergaron fosas comunes y fueron utilizados para enterrar a los pobres que no podían
pagar un entierro en las galerías o que preferían la tierra como último lugar de descanso en
vez de los columnarios.

El desarrollo de la capital terminó por rodear el cementerio sin que sus zonas aledañas
fueran construidas, lo que demuestra que se tenía la concepción de que ese lugar era un
polo negativo de urbanización. La construcción del Barrio Santafé, al que pertenece el
cementerio actualmente, sólo se inició hasta los años cuarenta y fue aislado del mismo y de
los terrenos al occidente donde se encontraban fosas comunes por medio de una franja de
fábricas.

Hacia 1948 la zona tradicionalmente ocupada por el cementerio fue fragmentada en tres
grandes porciones de terreno. Además, en la década de los años cincuenta aparecieron los
primeros jardines cementerios al norte de la ciudad que, debido a un cambio en la
mentalidad acerca de la muerte de los bogotanos, tendrían gran auge e incidirían en el
deterioro y abandono del cual fue presa el cementerio que para esta época ya no se

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encontraba en la periferia sino en el Centro Metropolitano, razón que lo llevó a adquirir el
nombre con el que se le conoce hoy en día, Cementerio Central.

Actualmente el Cementerio se encuentra inmerso en una serie de procesos políticos y


sociales contradictorios en los que se ve en peligro su integridad. Ejemplos de estas
situaciones son por ejemplo las intervenciones y restauraciones que le fueron realizadas a la
fachada, la alameda central y una parte del piso del Sector Elipse en el año 2002 mientras
que en la misma época se debatía la construcción del Parque del Renacimiento que
utilizaría la sección Globo B en donde, según una aerofotografía del 15 de Mayo 1948, se
cree fueron enterrados los cuerpos del 9 de Abril del mismo año (evento conocido como ‘El
Bogotazo’) en una fosa común. Villamarín (2002).

Objetivos

Objetivo General

Identificar las razones por las que el Cementerio Central de Bogotá es considerado como
Patrimonio Cultural de la Nación desde el punto de vista estatal y del popular.

Objetivos Específicos

Señalar los criterios mediante los cuales el Estado define cuáles son los bienes del
Patrimonio Cultural Nacional para el caso del Cementerio Central.

Establecer los motivos por los cuales las personas que visitan el Cementerio Central lo
consideran o no como elemento perteneciente al Patrimonio Cultural de la Nación.

Comparar las nociones estatales y populares acerca del Cementerio central como
Patrimonio Cultural de la Nación.

Marco Teórico

Es importante entonces definir aquellos conceptos o categorías que para efectos de este
trabajo es preciso tener claros. Estas categorías son dinámicas y cambiantes por lo que se
hace necesario, más que una definición contemporánea, una visualización de su evolución
dentro de los periodos históricos que nos son de interés.

La primera categoría que se debe precisar es la de Cementerio ya que este concepto, como
se verá más adelante, ha ido cambiando con el tiempo hasta llegar a la definición actual que
será empleada en este trabajo.

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Según la Real Academia de la Lengua Española (1803) cementerio es lo mismo que
cimenterio. Para esa misma fuente, cimenterio es un lugar sagrado fuera de los templos en
que antiguamente se enterraban los fieles. Ahora se entierran en él los pobres y algunos
ricos por humildad.

Cimenterio es “un lugar sagrado fuera de los templos en que se entierran los cadáveres de
los fieles” RAE (1817).

Ya para 1843, la RAE (1843) define cementerio (y no cimenterio) como lugar por fuera del
templo destinado para enterrar los cadáveres.

Para la RAE (1869) cementerio es un sitio descubierto, que está fuera del templo, destinado
a enterrar cadáveres.

Cementerio es para la RAE (1925) un terreno descubierto, pero cercado con muralla,
consignado a enterrar cadáveres.

Cementerio es “terreno descubierto, generalmente cercado con muralla, destinado a enterrar


cadáveres” RAE (1989).

Tres años más tarde la RAE (1992) cambia un poco la definición a terreno, generalmente
cercado, destinado a enterrar cadáveres. Esta definición se mantiene hasta el día de hoy
según la RAE (2001).

Por su parte, el Diccionario de María Moliner (2008), cementerio viene del lat.
"coemeterium", del gr. "koimetrion" y es un lugar dedicado a enterrar a las personas que
están muertas.

Como se evidencia según estas fuentes, el concepto cementerio sufrió una transformación,
desde la lingüística, de sus elementos compositivos (de cimenterio a cementerio) pero más
que esto, el concepto de cementerio es ejemplo del uso y desuso de ciertas palabras. Así,
desde 1803 hasta 1843, la palabra utilizada para denominar aquello que nos ocupa hoy es
otra y no la que utilizamos actualmente.

Es también evidente que las diferentes definiciones hacen énfasis en diferentes puntos. La
primera definición resalta la sacralidad de un espacio que está fuera del templo y que antes
se destinaba a enterrar fieles pero que en la contemporaneidad del diccionario se enterraban
pobres. Resaltar la existencia del cementerio por fuera del templo tiene explicación en la
medida en que desde 1781, Carlos III prohibió los enterramientos en el interior de los
templos, práctica común hasta la época y que resultó difícil de abolir pero que se legitimó
ya en el siglo XIX según Escovar (2003).

Ya para 1817, la práctica de enterrar a las personas en los cementerios era más común y se
obvia el tener que mencionar su característica de exteriorización con respecto al templo, sin

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embargo se mantiene su carácter sagrado y se enfatiza en que los enterrados son fieles, no
una persona genérica.

En 1843, como ya se vio, se da un tránsito entre el uso de la palabra cimenterio a


cementerio y se vuelve a incluir el templo de la definición (por razones hasta el momento
desconocidas), pero además se deja de lado lo sagrado y la categorización de los difuntos
como fieles.

Para 1869 se incluye la palabra ‘descubierto’ (que se mantiene hasta 1989) y se continúa
con la idea implícita de que en los cementerios no sólo se entierran fieles. En 1925, además
de ser un espacio descubierto es además un espacio cercado con murallas, definición que se
mantiene hasta 1992 cuando ya no se hacen necesaria una muralla cambio que
probablemente se debe a ya se usaban otro tipo de elementos arquitectónicos para cercar.

Para efectos del presente trabajo se utilizará la palabra cementerio para definir aquel
espacio por fuera del templo que es destinado a enterrar a los muertos (sin diferenciación
entre fieles y personas no creyentes).

La segunda categoría que se debe definir es Patrimonio Cultural ya que es un concepto


clave dentro de la resolución de la problemática que se trata en el presente trabajo.

Según la UNESCO (2008), Patrimonio Cultural en su conjunto abarca varias grandes


categorías: el patrimonio cultural material mueble (pinturas, esculturas, monedas,
manuscritos, etc.), el patrimonio cultural inmueble (monumentos, sitios arqueológicos,
etc.), el patrimonio cultural subacuático (restos de naufragios, ruinas y ciudades
sumergidas, etc.); el patrimonio cultural inmaterial (tradiciones orales, artes del
espectáculo, rituales, etc.) y el patrimonio natural (sitios naturales que revisten aspectos
culturales como los paisajes culturales, las formaciones físicas, biológicas o geológicas,
etc.).

Para el caso específico colombiano se establece que “el patrimonio cultural de la Nación
está constituido por todos los bienes materiales, las manifestaciones inmateriales, los
productos y las representaciones de la cultura que son expresión de la nacionalidad
colombiana, tales como la lengua castellana, las lenguas y dialectos de las comunidades
indígenas, negras y creoles, la tradición, el conocimiento ancestral, el paisaje cultural, las
costumbres y los hábitos, así como los bienes materiales de naturaleza mueble e inmueble
a los que se les atribuye, entre otros, especial interés histórico, artístico, científico, estético
o simbólico en ámbitos como el plástico, arquitectónico, urbano, arqueológico, lingüístico,
sonoro, musical, audiovisual, fílmico, testimonial, documental, literario, bibliográfico,
museológico o antropológico” Ley 1185 (2008).

Según Galvis (2003), Patrimonio Cultural es el conjunto de los bienes muebles o inmuebles
debido a la obra de la naturaleza, a la obra del hombre que representa interés desde el punto
de vista histórico, antropológico, arqueológico y artístico.

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Desde este punto de vista es evidente que el concepto de Patrimonio Cultural, a pesar de ser
extremadamente amplio (por lo menos en el caso de la UNESCO y de la Normativa vigente
colombiana), no hay una definición general per sé sino que se nombran y se categorizan
una serie de objetos y manifestaciones que se supone hacen parte del patrimonio. Desde
esta perspectiva son infinitas las posibilidades de los elementos de nuestra cultura que
podrían ser patrimonializables, lo que ocasiona que el carácter holístico de estas
definiciones que claramente pretenden ser incluyentes sea por el contrario un problema a la
hora de teorizar los procesos relacionados con el patrimonio, como el que nos ocupa
actualmente.

Evidentemente, el concepto de Patrimonio ha tenido también una evolución a lo largo de la


historia. Según Lourés (2001) (quien tiene un enfoque sobre el patrimonio arquitectónico
especialmente), el patrimonio tiene origen en el concepto de monumento histórico que
necesitaba de un distanciamiento temporal de su contexto original al momento en el que se
contempla para poder permitir una mirada sobre el pasado. Durante el Renacimiento, los
monumentos eran piezas de valor que representaban un pasado valioso, sin embargo es en
esta época en la que se empiezan a ampliar las categorías de aquello monumental.

Con la Revolución Industrial se da una añoranza por la ciudad pre-industrial y aparece un


interés por salvar monumentos de la destrucción debida principalmente al impresionante
crecimiento urbanístico. Es en este periodo en que Reigl, A. se preocupa por el significado
y los valores de los monumentos. Después de la Primera Guerra Mundial se inicia el
Movimiento Moderno y se instaura la Carta de Atenas que promulgaba que sólo se debía
conservar aquello con valor testimonial del pasado. Ya para la década de los años sesenta se
inicia lo que se conoce como la Europa Centrohistoricista en donde hay una preocupación
por la protección de conjuntos y no sólo bienes aislados, es decir, monumentos
contextualizados. Se da además una identificación de la relación entre el patrimonio y la
sociedad y que conjunto con la creciente concepción de importancia del centro histórico se
introduce un término que se estudiará más adelante, el Bien (de Interés) Cultural. Con eso
se entra al periodo contemporáneo en donde se maneja un concepto de Patrimonio en el que
se sabe qué no es pero no lo que es.

Después de analizar unos cuantos conceptos de Patrimonio Cultural, se podría argumentar,


apresuradamente quizás, que el Cementerio Central de Bogotá presenta un testimonio y un
interés de carácter histórico (que aparentemente es uno de los factores más importantes,
considerando que está en las tres definiciones) debido a las personalidades que allí reposan.
Sin embargo, de esta forma se estaría haciendo apología a la universalidad de lo
patrimonializable y por esto se hace necesario delimitar dentro del Patrimonio Cultural una
serie de elementos que son importantes por algunas de sus características, los anteriormente
mencionados Bienes de Interés Cultural.

Según Galvis (2003), un BIC es todo objeto, edificio o documento que sea testimonio de
una etapa histórica, de un hecho o de un personaje, que sea expresión de una época, región

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o bien haya sido útil para el desarrollo de una comunidad, que sean de interés nacional
(antes Monumentos Nacionales), regional o local, declarados mediante Decreto Legislativo.

Como dice la misma autora, desde la promulgación del Plan de Ordenamiento Territorial
(POT), existen unos criterios definidos para la valoración de los inmuebles y monumentos
conmemorativos de interés cultural del Distrito:

1. Representar una o más épocas de la historia de la ciudad o una o más etapas del
desarrollo de la arquitectura y/o urbanismo en el país.

2. Ser un testimonio o documento importante, en el proceso histórico de planificación


o formación de la estructura física de la ciudad.

3. Ser un ejemplo culturalmente importante de un tipo de edificación o conjunto.

4. Ser un testimonio importante de la conformación del habitar de un grupo social


determinado.

5. Constituir un hito o punto de referencia urbana culturalmente significativo en la


ciudad.

6. Ser un ejemplo destacado de la obra de un arquitecto, urbanista, artista o un grupo


de ellos de trayectoria reconocida a nivel nacional o internacional.

7. Estar relacionado con personajes o hechos significativos de la historia de la ciudad o


del país.

Aunque el Cementerio Central no es un Bien de Interés Cultural Distrital sino de carácter


Nacional, es importante tener este tipo de referencias para poder entender los motivos por
los que el Cementerio hace parte del Patrimonio Cultural de la Nación. Es evidente que con
estos criterios de valoración se busca reducir y puntualizar el patrimonio para poder
manejarlo con mayor facilidad en la práctica ya que no hay que olvidar las implicaciones
que tiene en términos económicos y políticos la declaración de un bien como patrimonio.

Se hace también necesario definir brevemente qué es Nación. Para el Diccionario de María
Moliner (2008), nación es una comunidad de personas que viven en un territorio regido en
su totalidad por el mismo gobierno y unidas por lazos étnicos o de historia. Es decir, esa
comunidad, junto con el territorio y todo lo que pertenece a él. La segunda definición que
ofrece es: comunidad de personas de la misma raza, con los mismos usos, particularmente
el mismo idioma, que por razones históricas ocupa un territorio dividido entre varios países.

Según la RAE (2001), nación es el conjunto de los habitantes de un país regido por el
mismo gobierno. La segunda definición dice que nación es también el territorio de ese país
y la tercera definición es conjunto de personas de un mismo origen que generalmente
hablan el mismo idioma y tienen una tradición común.

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También se define como nación “un grupo de habitantes que, en un mismo territorio y
regidos por un mismo gobierno, forman un país en donde esos habitantes se caracterizan
por tener unas mismas costumbres y hábitos, y que generalmente hablan el mismo idioma.
Como se plantea en esa misma fuente, esta definición, sin embargo, es problemática, pues
son muy pocos los países del mundo en donde pueden darse tales condiciones, ello debido a
que en prácticamente todos los territorios conviven diferentes pueblos, razas, credos y
lenguas, lo que hace que la definición de una nación sea un asunto complejo que no
siempre logra ser resuelto de manera pacífica. Lo importante es tener claro que, en el caso
de Colombia, así no se hable el mismo idioma y las tradiciones sean diferentes, todos los
habitantes que se encuentren dentro del territorio colombiano reciben el título de
colombianos y son miembros de la misma nación” Guía temática de política (2005).

La definición de nación que dan los dos primeros diccionarios es, como bien lo resalta el
comentario que acompaña la definición de la Guía Temática de política, insuficiente ya que
desconoce la complejidad de este concepto. En efecto, por una serie de devenires históricos,
poblaciones conviven (pacifica o violentamente) dentro de un mismo territorio, sin que esto
necesariamente signifique que haya una cohesión de tipo cultural, lingüística, etc. En
relación al patrimonio, esta complejidad del concepto deriva en problemas relacionados con
la diversidad y la declaración de bienes de carácter nacional cuando muchas veces sólo
cumplen con los criterios de valoración de unos cuantos sectores poblacionales.

Por último, es preciso tratar un poco sobre el Cementerio Central de Bogotá. Según Escobar
(2005), el Cementerio Central nació en 1827 cuando Simón Bolívar firmó un decreto el 15
de octubre de ese año para prohibir nuevamente el entierro de cadáveres en templos,
capillas o bóvedas y además ordenó la construcción de cementerios en las afueras de las
poblaciones que aún no contaban con ellos. Ese mismo día, el entonces intendente interino
de Cundinamarca, coronel Pedro Alcántara Herrán, firmó otro decreto en el que se ordenó
la inmediata construcción del cementerio de Bogotá. A fines de 1836, el cementerio
empezó a funcionar oficialmente a pesar que venía funcionando desde 1832, en parte,
gracias al empeño que puso Rufino Cuervo, quien al retirarse como gobernador de Bogotá
dejó concluidas las paredes del contorno, más de doscientas bóvedas en "estado de prestar
servicio" y la portada, que se conservó hasta 1904 que fue remplazada por la actual.

Fischer (198-?) por su parte dice que dentro de la geografía del ritual funerario es el
cementerio el espacio destinado a la memoria, a ser monumento comunal, y a proteger y
excluir de las actividades propias de la vida, características que posee el Cementerio
Central, que está localizado en una estructura pública y espacio ritual definidos, y cuya
ubicación y forma corresponde a la tipología y rituales propios de nuestra cultura.

“El Cementerio Central fue pensado y construido en el siglo pasado como parte de una
política de salubridad pública para separar el espacio en el cual habitaban los vivos del
lugar donde descansaban sus muertos (…). El cementerio ha estado en permanente
construcción desde 1830 hasta nuestros días. A partir de las primeras décadas del presente
siglo, por el acelerado crecimiento urbano, fue insertado en medio de la ciudad con el

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nombre secular de Cementerio Central (…). Es un espacio privilegiado en la cuidad para la
relación con el más allá, en el cual se reflexionan sobre el sentido de la vida y el problema
de la muerte; es un territorio impregnado por la doble sacralidad de la religión y la patria;
es decir, que tiene un valor simbólico multivalente” Calvo (1998).

Metodología

Para la realización de este trabajo se trabajará en tres fases que están relacionadas al
cumplimiento de los tres objetivos específicos anteriormente planteados. En esta medida, se
podría decir que se trabajará un proceso de documentación, trabajo de campo y por último
la confrontación de la información obtenida en las dos fases anteriores.

La primera fase, en la que principalmente se hace una breve revisión de la información


disponible acerca del tema de investigación, pretende ser una primera aproximación a las
fuentes que serán luego el apoyo de este trabajo.

Las fuentes encontradas se organizan en primarias, es decir, elaboradas en el momento


histórico y que son testigos de los hechos o personas contemporáneas al momento y en
secundarias, aquellas que tienen como base fuentes primarias (o secundarias más antiguas)
y que no son producto del momento histórico. Particularmente para este humilde proyecto
de investigación se considerarían fuentes primarias aquellas que daten de principios del
siglo XIX hasta mediados del siglo XX.

Después de la clasificación de las fuentes encontradas se hace una selección de aquellos


documentos que aportarán a la resolución del problema de investigación y que serán base
para el establecimiento de los Antecedentes, el Contexto Histórico y el Marco Teórico
(definición de las categorías).

Como esta primera fase correspondería al primer objetivo, se encaminaría el filtro de la


información a consultar en especial al señalamiento los criterios mediante los cuales el
Estado define cuáles son los bienes del Patrimonio Cultural Nacional para el caso del
Cementerio Central.

Así mismo, la segunda fase correspondería al segundo objetivo específico y por lo tanto
buscaría establecer los motivos por los cuales las personas que visitan el Cementerio
Central lo consideran o no como elemento perteneciente al Patrimonio Cultural de la
Nación para lo cual se implementarías herramientas metodológicas propias de la etnografía.
Se pretende hacer una breve indagación por medio de visitas al Cementerio que constituiría
etnografía no participante en donde se anotarían las diferentes observaciones que se
consideren relevantes y que puedan aportar a la investigación, además del reconocimiento
del espacio de trabajo.

Sin embargo, la parte más importante quizás de esta fase sería una serie de entrevistas que
se harían a los visitantes o personas que trabajen en las zonas aledañas al cementerio sin
distinción de edad, género o estatus social (rango poblacional completamente abierto).

Manuela Valdés 2008


Debido a las dimensiones de este trabajo, el número de entrevistas realizadas será poco por
lo que las respuestas obtenidas, aunque poco representativas, serán de mucha ayuda para
cumplir el segundo objetivo.

De estas entrevistas se puede decir que serán compuestas por pocas preguntas de carácter
abierto y que serán registradas principalmente en medio escrito aunque en la medida en que
las personas estudiadas lo permitan, se intentarán hacer grabaciones sonoras o fílmicas de
las experiencias.

Ya en la fase final se compararán las nociones estatales y populares acerca del Cementerio
central como Patrimonio Cultural de la Nación (obtenidas en las fases uno y dos) y se
procederá a dar respuesta a la pregunta de investigación según lo obtenido y a la generación
de conclusiones acerca de todo el desarrollo del proyecto.

Anotaciones de la labor etnográfica realizada dentro del Cementerio Central

Aunque en una fase inicial del planteamiento del presente proyecto y como se enuncia en el
capítulo de Metodología, la principal herramienta etnográfica para la recopilación de
información relacionada con la segunda fase de este trabajo era la realización de entrevistas
a diversas personas que acudieran al Cementerio Central. A pesar de que se realizaron
diferentes visitas al cementerio en diferentes horas del día, motivos personales
estrechamente relacionados con las habilidades de interacción personal del investigador
imposibilitaron la aplicación de esta herramienta y por lo tanto se optó por desarrollar
ejercicios de observación no participante con el fin de recopilar, en la medida de lo posible,
información útil para la conclusión de la segunda etapa de este trabajo.

A continuación se procederá a relatar brevemente las observaciones producto de las visitas


realizadas.

El Cementerio Central, visitado en días viernes y jueves de diferentes meses del año 2008 y
en horas de la mañana y de la tarde igualmente, es un lugar generalmente callado y poco
concurrido. Cabe destacar principalmente dos de las visitadas realizadas debido a la
información obtenida durante las mismas.

La visita de la mañana del viernes 10 de Octubre presidida por el expositor Germán Ferro.
Alrededor de las diez y media de la mañana se encontraban todos los asistentes listos para
empezar. Germán, un hombre de mediana edad, llevaba un sombrero para resguardarse de
la llovizna que caía y una gabardina larga de color oscuro. Las demás asistentes, todas
mujeres, llevaban o compartían sombrillas y tomaban atentas notas o grababan los
diferentes apuntes que daba Germán.

A lo largo de la mañana y hasta el medio día se desarrolló una visita en donde se resaltó el
valor histórico y artístico de los diferentes elementos compositivos del sector elipse.
Además se hizo un llamado para la identificación de la distribución del poder, la

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determinación y separación de ideologías y la relación centro-periferia dentro del
cementerio y su incidencia dentro de la vida nacional por fuera del cementerio. También se
resaltó, aunque en menor medida, el dinamismo de ese espacio sagrado debido a las
prácticas culturales que en él se realizan.

Por otra parte, la visita realizada el 6 de Noviembre fue quizás la más productiva ya que se
realizó después del cambio metodológico mencionado al inicio de este capítulo.

Cerca de la una de la tarde de ese día se realizó el entierro de una mujer en el sector
trapecio. Los acudientes, alrededor de veinticinco o treinta personas, vestían todas prendas
de colores oscuros tales como negro, café o azul turquí a excepción de una mujer que
llevaba una chaqueta de color rojo. La mayoría, aunque tenían expresiones serias, no
parecían estar demasiado afligidas por la muerte de la mujer y algunas hasta conversaban
animadamente en grupos de tres o cuatro sobre temas ajenos a la situación que se
desarrollaba en el momento.

La única persona que lloraba, al parecer el más allegado a la difunta, era un hombre de
mediana edad que supervisaba de cerca la labor de sepulturero mientras éste introducía el
ataúd en uno de los espacios en la pared y cerraba la tumba con un cemento rojizo. Fue ese
mismo hombre quien, al haber faltar unos pocos centímetros para finalizar el sellamiento,
arrojó varios claveles tomados de uno de los arreglos florales cercanos dentro de la tumba
de la mujer. En este momento llegó una pareja joven con un niño de brazos envuelto en una
manta de color azul pastel.

Cuando estuvo sellada la tumba, el sepulturero procedió a escribir el nombre de la difunta y


la fecha de su muerte. Al finalizar, la mayoría de las personas presentes se despidieron de
algunos conocidos y se dirigieron en dirección a la puerta principal, caminando lentamente
y en grupos relajados. El hombre que lloraba se quedó un tiempo más mientras el
sepulturero recogía sus herramientas.

Caminando uno de los caminos principales del sector trapecio se escuchaba a lo lejos una
canción ranchera interpretada por un hombre. El origen de la música era una eucaristía
celebrada por un sacerdote de edad avanzada que se encontraba de pie frente a una mesa
metálica de patas cruzadas, cubierta por un mantel de color blanco y bordes rojos. El
sacerdote daba la espalda hacia las tumbas y se dirigía hacía una mujer de mediana edad.
Sobre la mesa eran visibles un copón, una vela y un libro, probablemente la biblia debido
al pasaje que se encontraba leyendo en ese momento.

Junto al sacerdote se encontraba un hombre de mediana edad vestido completamente de


negro y con una guitarra acústica sostenida por una correa, parado frente a un sintetizador y
su base. La misa era ofrecida para el esposo de la única mujer presente. Algunas personas
pasaban por su lado y miraban con curiosidad la ceremonia que se estaba llevando a cabo.

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En alguno de los pasillos aledaños, un hombre con chaqueta de cuero negra y de mediana
edad caminaba como perdido con un ramo de rosas rojas en sus manos, al parecer buscaba
alguna tumba.

Como hacía poco había sido el día de Todos los Muertos, 1 de Noviembre, gran cantidad de
tumbas tenían diversas clases de flores e imágenes elaboradas en icopor, además de
aquellas que tenían calcomanías de diferentes dibujos animados tales como Winnie The
Pooh, Piolín, Mickey Mouse y caritas felices de diversos colores (Smileys).

Algunas de las tumbas del sector elipse también tenían restos de flores de ese día, en
especial aquellas de Luis Carlos Galán, Julio Garavito, Carlos Pizarro pero sobretodo, la
escultura posicionada en la tumba de Leo Kopp. Este sector del cementerio estaba aún más
despoblado que el sector trapecio ya que sólo había tres personas más además de la
presente investigadora.

La primera era una mujer joven que cargaba una cámara fotográfica profesional y un
maletín de colegio en su espalda. Dispara fotos a las tumbas de personajes históricos
reconocidos y se introducía por diferentes pasadizos entre mausoleo y mausoleo. La
segunda persona era un hombre que no pasaba de los treinta años y que al parecer
acompañaba a la joven anteriormente mencionada. Recorrió la alameda central varias
veces, en un ritmo pausado, contemplando cuidadosamente los nombres de las sepulturas y
monumentos que se encontraban en dicho corredor. El tercer personaje era una de los
vigilantes de la seguridad privada del cementerio que se apresuraba en su bicicleta a
recorrer el perímetro de la elipse y en exigirle el permiso para la toma de fotografías a la
mujer de la cámara quien, de una manera un poco despectiva, le mostró una hoja de papel
doblada en cuatro.

Cerca de las tres y media de la tarde entraron en el sector elipse dos mujeres y dos
jovencitas. La primera mujer adulta era de mediana edad y la segunda un poco más joven.
Las dos restantes eran apenas adolescentes. Todas vestían ropa informal de colores vivos y
caminaban con la seguridad de quienes tienen un propósito y destino. Se dirigieron
rápidamente a la tumba de Julio Garavito en donde las dos mujeres adultas asumieron una
postura de meditación e intensa concentración. Las dos púberes esperaron silenciosas un
rato y luego pidieron permiso a una de las mujeres para dar una vuelta por el cementerio.
La mujer les respondió que no se fueran muy lejos. Las jovencitas se dirigieron
inmediatamente a la tumba de Leo Kopp, cubierta de flores y resplandeciente por la poca
luz que se filtraba entre las nubes del cielo esa tarde capitalina. Las adolescentes miraron
atentas la tumba y tras un rato de observación, regresaron con sus dos acompañantes
quienes se encontraban listas para irse.

De las demás visitas realizadas se pude decir que fueron útiles en cuanto hicieron parte del
proceso de acercamiento y reconocimiento, no sólo del cementerio, sino del barrio en
donde éste se encuentra y la economía que se genera a su alrededor (marmolerías,

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floristerías, entre otras) así mismo como del Parque del Renacimiento y las galerías que
actualmente se encuentran desocupadas.

La Historia, el Arte y la Tradición Popular coexisten dentro del Cementerio Central.

El Cementerio Central, lugar de descanso de los muertos, es tal vez, aunque suene un poco
contradictorio, uno de los espacios más vivos del centro de la capital. Y es que quizás
algunos muertos no descansan. Los vivos que visitan el cementerio piden repetidamente a
sus muertos que les hagan favores que pagan con placas conmemorativas, inscripciones en
marcador y flores de diversas clases y colores.

Sin embargo, se podría decir, algo descaradamente, que este fenómenos se da, si bien en
menor medida y de forma más privada, en la mayoría de los cementerios del país, y por qué
no, del mundo. Entonces, ¿qué es lo que hace al Cementerio Central tan especial como para
ser parte del Patrimonio Cultural de la Nación?

No es sorpresa para nadie que lo que entra dentro de la mitificada categoría de Patrimonio
Cultural merece semejante rótulo gracias a una serie de características que, en últimas,
pretenden satisfacer los gustos culturales de una élite que se considera a sí misma erudita y
que apenas empieza a conceder una mínima importancia a las expresiones populares.

En esta medida, es evidente que el Cementerio Central hace parte del Patrimonio Cultural
de la Nación, dentro de los documentos de la historia oficial de este país, por los diferentes
personajes altamente influyentes de todas las épocas y especialmente involucrados dentro
de la política que encontraron en él, voluntaria o forzadamente, su última morada. Tal es el
caso de quienes duermen en la Alameda Central, como Alfonso López, Luis Carlos Galán,
Francisco de Paula Santander o Gonzalo Jiménez de Quesada. Hacen parte de este selecto
grupo de personajes algunos artistas como es el caso de José Asunción Silva, Rafael Pombo
y Epifanio Garay.

Y el arte no está sólo presente en los nombres de algunos de los virtuosos del arte sino en la
magnificencia y delicadeza de algunos de los mausoleos y tumbas, ornamentados con altos
y bajos relieves, tallas y esculturas dignas de un museo de arte. En efecto, dentro de la
etiqueta que le pone la élite y el sector oficial a la cultura, el arte es fundamental y por lo
tanto muestras como el trabajo de Colombo Ramelli en el Cronos de la portada son razón
suficiente para llamar al cementerio como Patrimonio Cultural.

Sin embargo, ¿las personas que visitan regularmente el cementerio van a recordar la
historia patria en los nombres de algunos ilustres caballeros o a deleitarse con el esplendor
de la estatuaría mortuoria? Tal vez. Pero no se puede negar que la razón por la que la
mayoría de la gente que acude al cementerio es, traslúcida quizás para la oficialidad, la
perpetuación de sus rituales y creencias de tradición popular que se fundamentan en sus
difuntos privados y en los públicos.

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Tradiciones como las que rodean las tumbas de Leo Kopp, Julio Garavito o Salomé hacen
del cementerio un espacio vivo y con una gran importancia dentro de la cultura urbana y
popular de la capital. El cementerio se constituye en un lugar de sacralidad en donde la
hibridación es de tal magnitud que ha sido objeto de deseo de estudiosos socioculturales.

Teniendo en cuenta lo anterior se evidencia que el patrimonio cultural tiene un significado


que varía dependiendo del lente con el que se mire, especialmente en el caso del
Cementerio Central. Este espacio sobrepasa el museo en cuanto, aunque contenedor de
historia y de arte, está lejos de ser un tumulto de criaturas congeladas en donde la
interacción con la comunidad es nula. Por el contrario, es precisamente esa apropiación
viva, espontánea y en últimas popular, lo que hace que el cementerio esté más vivo que
nunca.

Para concluir, lo que realmente hace que el Cementerio Central haga parte del Patrimonio
Cultural de la nación es su carácter multivalente en donde coexisten, algunas veces en
armonía y otras en entropía, la historia, el arte y la tradición popular.

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Manuela Valdés 2008

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