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ÍNDICE

Introducción…….………………….…………………………………………………..06

Estudiar el pasado reciente ………………………………………………………….07

¿Por qué estudiar la conscripción? ….……………………………………………..... 09

¿Por qué Tucumán? …………………………………………….…………………….. 14

Estudiar las Fuerzas Armadas y de Seguridad………………..………………….. 18

Apuntes metodológicos ……………………………………………………………….. 20

Tesis a sostener ……………………………………………………………………….. 23

Parte I: Cuarteles

Capítulo I: “La colimba no es la guerra” …………………………………………27

“¿Para qué sirve el servicio militar?” ……………………………………………….. 28

“La colimba no es la guerra” ………………………………………………………….34

Botas locas….………………………………………………………………….............40

“Servicio Militar ¡a los 18 años!” ……………………………………………………..45

Capítulo II: Un ritual, riesgos y peligros inéditos ………………………………… 50

Marcelo: “No estábamos preparados para eso” ……………………………………. 52

Enrique: “Nos trataban demasiado bien” ……………………………………………. 63

El Chango: “Me tomaron por desertor” ……………………………………………… 69

Germán: “Yo no he sido el soldadito que hacía guardias” …………………………. 75

Carlos y Nicolás: el riesgo de morir y la posibilidad de matar ……………………... 80

El «habla de la conscripción» y las memorias del Operativo


Independencia …………………………………………………………………………... 83

1
Capítulo III: Entre héroes, traidores y sospechosos ……………………………... 87

Héroes y traidores ……………………………………………………………………... 89

“El deber del soldado argentino” ……………………………………………………… 93

Frente Ejército Enemigo ……………………………………………………………… 105

Rodrigo: “Estábamos en todos lados” ………………………………………………. 108

Indicios de peligrosidad ………………………………………………………………112

Parte II: El monte

Capítulo IV: El monte como teatro………………………………………………… 128

El monte como teatro de la guerra revolucionaria …………………………………130

¿Por qué Tucumán?............................................................................................. 134

Un monte todavía abstracto…………………………………………………………... 137

En primera persona: memorias de un “combatiente” …………………………….. 142

Operativos represivos ………………………………………………………………… 149

Santa Lucía: del cierre del ingenio a la razia ………………………………………. 153

Capítulo V: El monte como “teatro de operaciones” ………………………….... 164

La producción del “monte” …………………………………………………………… 172

La visita de la presidenta …………………………………………………………..…175

La espectacularización de la violencia …………………………………………..…. 182

La visita de los periodistas …………………………………………………………… 190

“Desenmascarar las mentiras del enemigo” ……………………………………….. 199

Navidad en el monte: una experiencia fundacional ………………………………. 202

Fundar un “teatro” …………………………………………………………………….. 210

Capítulo VI: Soldados combatientes ……………………………………………… 212

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Hasta la última gota de sangre por la Patria ……………………………………….. 220

“Lo hacemos porque estamos CONVENCIDOS” ………………………………….. 224

Dar hasta lo más preciado por un camarada………………………………………. 227

Donde nace la amistad……………………………………………………………….. 232

De compañerismo y deudas I: Eduardo…………………………………………….. 236

De compañerismo y deudas II: Coco ……………………………………………….. 239

Capítulo VII: Entre rumores, “fuleros” y simulacros ………………………….. 244

El monte y la producción de rumores ……………………………………………….. 246

La carta y el helicóptero………………………………………………………………. 251

Memorias del helicóptero……………………………………………………………... 254

Enrique: “¿Cuántos eran realmente?” ……………………………………………… 257

“Oponentes”, “extremistas” y “fuleros” ……………………………………………… 259

Néstor: “los famosos combates eran un desastre total”……………………………. 264

Juan Carlos y Julio: “Era un simulacro” …………………………………………….. 268

Escenas finales……………………………………………………………………… 275

Conclusiones………………………………………………………………………… 283

Bibliografía y archivos consultados…………………………………………....... 292

Bibliografía ……………………………………………………………………………... 292

Fuentes..………………………………………………………………………………. 310

Archivos……………………………………………………………………………….. 311

Sitios de Internet……………………………………………………………………… 313

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Agradecimientos ……………………………………………………………………… 314

Anexos……………………………………………………………………………….... 317

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“A los cerros tucumanos

me llevaron los caminos

y me trajeron de vuelta

sentires que nunca se harán olvido”.

“Zamba del Grillo”, Atahualpa Yupanqui.

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Introducción

Mientras trabajaba en mi tesis de licenciatura sobre la experiencia de prisión política


argentina durante el estado de sitio (1974-1983), un tema empezó a inquietarme: el
funcionamiento del servicio militar durante la última dictadura (1976-1983). Indagar
en la conscripción, pensaba en aquel momento, me permitiría establecer una
continuidad en mi propia trayectoria de análisis de distintas instituciones estatales
durante la última dictadura argentina, el Colegio Nacional de Buenos Aires (Garaño y
Pertot, 2002) y la prisión política (Garaño y Pertot, 2007; Garaño, 2008). Ello así
debido a que las escuelas, cárceles y cuarteles se volvían espacios fértiles para
estudiar etnográfica e históricamente el funcionamiento del «estado terrorista». 1 A su
vez, suponía que, pese a todas sus notables diferencias, se convertían en tres
espacios marcados por el “compañerismo” y la creación de fuertes vínculos de
lealtad – como los tejidos entre alumnos, presos/as políticos/as y conscriptos. La
conscripción, intuía, podía ser una institución que iluminara esa doble faceta del
poder dictatorial: represiva, violenta y disciplinante pero al mismo tiempo también
productiva de relaciones sociales, de emociones y sentimientos, de vínculos de
compañerismo y de tácticas de resistencia.

Asimismo, consideraba que podía iluminar, a partir de un estudio etnográfico de caso,


aquel planteo de Pilar Calveiro (2006) sobre la lógica del servicio militar obligatorio y
su efecto diseminador de la disciplina durante el siglo XX: “La convalidación
social del orden, la jerarquía y la disciplina corre pareja con el odio hacia lo
militar. Sin embargo, las anécdotas de cualquier reunión en donde los
hombres que hicieron la conscripción obligatoria recuerdan las épocas de la

1
Eduardo Luis Duhalde (1999) sostuvo que, a partir del golpe de estado de 1976, se instaló
un «estado terrorista», un modelo arquetípico y nuevo de estado de excepción que se
caracterizó por la militarización del aparato del estado y un alto contenido represivo que
pretendió la aniquilación física de sus opositores así como la desarticulación de la sociedad
civil y política. En reformulaciones posteriores se ha hablado también de «terrorismo de
estado» entendido como la sistemática y planificada violación de derechos fundamentales
de los ciudadanos por parte del estado. Esta caracterización del terror estatal como
cualitativamente distinto al de cualquier grupo particular se impuso frente a los intentos de
caracterizar el accionar represivo estatal durante la última dictadura como “guerra contra la
subversión”, “guerra sucia” o incluso “genocidio”.

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‘colimba’, en una última instancia se aprueba con una risa cómplice,
acompañada de alguna expresión (¡qué bárbaro!), pero no de protesta, no de
indignación (…) Es allí donde se graba la disciplina que impregnará el cuerpo de la
sociedad. En ese derecho soberano que se reserva el superior para poner en juego la
dignidad o la vida de otro, sin posibilidad de apelación” (Calveiro, 2006: 84).

Sin embargo, cuando delineaba mi proyecto de tesis doctoral, conocí un dato que
alteró mi propuesta inicial de investigación: una amiga socióloga, luego de viajar a
Famaillá, me contó que un grupo de ex soldados enviados al Operativo
Independencia estaba organizando un reclamo por una “pensión de guerra”. Luego
de conocer esta incipiente lucha, decidí replantear mi tema de investigación y
centrarme en la experiencia de los soldados conscriptos enviados a la “zona de
operaciones” del Operativo Independencia, entre 1975 y 1977. Este operativo no sólo
significó el inicio de una política estatal de desaparición forzada de personas
ejecutada de manera directa por las Fuerzas Armadas, que se institucionalizaría en
todo el país a partir del golpe de estado del 24 de marzo de 1976. Además, supuso la
creación de un “teatro de operaciones” donde fueron enviados miles y miles de
soldados de todas partes del país, con el fin explícito de combatir al frente de guerrilla
rural creado un año antes por el Partido Revolucionario de los Trabajadores-Ejército
Revolucionario del Pueblo (PRT-ERP).

Estudiar el pasado reciente

Desde el retorno a la democracia, la última dictadura argentina (1976-1983) se


convirtió en un fértil campo de investigación para las ciencias sociales y humanas.
Una primera línea de investigaciones ha analizado las dimensiones macro o
estructurales, iluminando centralmente las tecnologías clandestinas de represión
política (Calveiro, 1998; Duhalde, 1999), los aspectos doctrinarios de la “lucha
antisubversiva” en los años sesenta y setenta (Mazzei, 2002 y 2003; Slatman, 2010;
Pontoriero, 2012) y los aspectos político-económicos del último gobierno de facto
(Novaro y Palermo, 2003; Canelo, 2009). Dentro de este conjunto de trabajos se
destaca la investigación realizada por Marina Franco (2012), que indaga en las
formas de represión política entre mayo de 1973 y marzo de 1976, que configuraron

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un «estado de excepción» creciente que se integró, con un complejo juego de
continuidades y rupturas, en el ciclo autoritario conformado por la última dictadura.

Una segunda línea ha estudiado las luchas sociales de la memoria, haciendo énfasis
en el movimiento de derechos humanos y las políticas públicas de la memoria (Jelin,
1995; Filc, 1997; Vezzetti, 1998; Vecchiolli, 2000; Da Silva Catela, 2001; Jelin, 2002;
Barbuto, 2007; Crenzel, 2008) y en la experiencia de lucha armada y el debate sobre
la violencia política (Anguita y Caparrós, 1998; Gillespie, 1998; Seoane, 2003;
Calveiro, 2005; Tello, 2005; Oberti y Pittaluga, 2007; Vezzetti, 2009; Carnovale,
2011). Sólo recientemente se ha ampliado al estudio de las memorias sociales de
otras experiencias sociales como la militancia y represión a los activistas sindicales
(Lorenz, 2006a), la prisión política (Guglielmucci, 2002; Merenson, 2003; Garaño,
2008a), el exilio (Franco, 2008; Jensen, 2010) y las versiones de aquellos que
reivindican la represión (Marchesi, 2005; Lorenz, 2007; Gayol y Kessler, 2012).Esta
segunda línea analiza las diversas luchas sociales donde distintos actores o grupos
sociales pugnan por oficializar o institucionalizar una (su) versión del pasado en la
esfera pública, con el fin de que sea reconocida socialmente la legitimidad de esa
narrativa (véase: Jelin, 2002). 2

Esta tesis se inscribe en una tercera línea, conformada por un conjunto de


etnografías que reconstruyen el funcionamiento de diversas instituciones estatales
durante la última dictadura. Carla Villalta (2006) ha analizado casos de niños
apropiados que fueron entregados en adopción durante la última dictadura y
argumentó que esta práctica se empotró en relaciones, esquemas interpretativos y
prácticas institucionales y sociales de larga data en nuestra sociedad -aunque
tradicionalmente destinadas a la infancia pobre. María José Sarrabayrouse Oliveira
(2008) ha estudiado el funcionamiento del poder judicial durante la dictadura,

2
En un trabajo fundacional de los estudios sobre memorias del pasado reciente dictatorial,
Elizabeth Jelin considera que: “Este sentido del pasado es un sentido activo, dado por
agentes sociales que se ubican en escenarios de confrontación y lucha frente a otras
interpretaciones, otros sentidos, o contra olvidos y silencios. (…) La intención es establecer /
convencer / transmitir una narrativa, que pueda llegar a ser aceptada” (2002: 39). En cambio,
las narrativas alternativas se refugian en el mundo de las memorias privadas, “a veces
silenciadas aun en el ámbito de la intimidad (por vergüenza o debilidad), o se integran en
prácticas de resistencia más o menos clandestinas” (Jelin, 2002: 41).

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echando luz sobre sus prácticas cotidianas y la malla de relaciones que lo
estructuraron, tomando como caso de estudio la causa de la Morgue judicial. Belén
Mora (2005) mostró que los juicios por la verdad en la ciudad de Mar del Plata
develaban la compleja trama local de la represión (i)legal. Por mi parte, con Werner
Pertot hemos estudiado la militancia y la represión en el Colegio Nacional de Buenos
Aires entre 1971 y 1986 (Garaño y Pertot, 2002) y la experiencia de prisión política
durante la vigencia del estado de sitio, entre 1974 y 1983 (Garaño y Pertot, 2002;
Garaño, 2008a).

Siguiendo la tradición de los estudios anteriormente mencionados, esta tesis doctoral


estudiará las continuidades y rupturas en la lógica de funcionamiento de la
conscripción que representó la puesta en marcha de esta nueva política represiva, a
partir de febrero de 1975. Con este fin, indagaremos en las prácticas, sentidos y
valores que el Ejército Argentino alentó en relación a los conscriptos enviados a
combatir a la “zona de operaciones” del Operativo Independencia. Al mismo tiempo,
reconstruiremos la trama local de relaciones sociales que organizaban esos dos
espacios profundamente interrelacionados: los cuarteles y el monte tucumano.

¿Por qué estudiar la conscripción?

Al reconstruir el estado del arte sobre el funcionamiento de la conscripción durante el


siglo XX, nos sorprendió que se trataba de una institución poco explorada por las
ciencias sociales y humanas, pese a haber sido una experiencia muy significativa
para amplios sectores sociales. En Argentina, el servicio militar obligatorio estuvo
vigente desde 1902 hasta que el presidente Carlos Saúl Menem lo abolió en 1994 y
se adoptó un sistema voluntario.Si bien podemos postular que se trata de un tema de
vacancia, los estudios sobre la conscripción se pueden agrupar en cuatro líneas:
la primera vinculada a la creación en 1901; la segunda conformada por las
denuncias sobre conscriptos desaparecidos durante la última dictadura (1976-1983);
la tercera analizó la experiencia durante la guerra de Malvinas en 1982; y la cuarta, el
caso del crimen del soldado Carrasco y el fin del sistema obligatorio.

La primera línea de trabajos ha analizado el cambio que representó por ese entonces
este nuevo sistema de reclutamiento militar. Ricardo Rodríguez Molas (1983)
reconstruyó los antecedentes y el debate parlamentario que culminó con la

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sanción de la ley de creación, del 5 de diciembre de 1901. Para este autor, se
enmarcó en un proceso de profesionalización y de reformas de las Fuerzas
Armadas durante el segundo gobierno de Julio A. Roca, con una fuerte influencia
prusiana e impulsado por su Ministro de Guerra, el coronel Pablo Ricchieri. Estos
cambios, argumentó Rodríguez Molas, se relacionaron tanto con la “defensa
nacional” frente a un potencial conflicto con países limítrofes como con la integración
de los inmigrantes extranjeros recientemente llegados al país.

Por su parte, Alain Rouquieu (1998) consideró que la amenaza de una posible guerra
con Chile no era convincente. Para este autor, la conscripción se convirtió
especialmente en un antídoto contra el cosmopolitismo fruto de una masiva
inmigración europea que había arribado al país en los albores del siglo XX. En esta
línea, el servicio militar asumió una función de formación cívica y moral
(“civilizadora”): buscó inculcar el apego patriótico a los valores nacionales y, gracias
a la disciplina militar, neutralizar los “virus de disociación social” que portarían los
inmigrantes. Para Federico Lorenz, su creación pretendió dar cohesión a la nueva
república, reforzar el papel del Estado e inculcar una serie de valores nacionales y
sociales a los jóvenes (2006b: 24). Jorge Salessi (1995) sostuvo que el proceso de
construcción de una nueva ciudadanía nacional, electoral, moderna y “viril” empezó
en 1901 con la sanción de la ley de creación del servicio militar obligatorio y culminó
en 1912 con la Ley Saenz Peña que garantizaba el voto ”mal llamado universal” de
los ciudadanos varones: “Las prescripciones de esas dos leyes aseguraban que a los
18 años, en los cuarteles del Ejército se completaba la educación nacionalista a la
que los hijos de los inmigrantes habían estado expuestos en las escuelas primarias y
secundarias estatales” (Salessi, 1995: 351). Por mi parte, he analizado un caso
paradigmático: la primera conscripción obligatoria de jóvenes de 20 años que durante
dos meses convivieron “en campaña” y fueron instruidos militarmente en un
campamento en Cura-Malal, al sur de la Provincia de Buenos Aires (Garaño, 2008b).

Tal como vemos en este primer conjunto de trabajos, estudiar el servicio militar
implica estudiar los valores morales bélicos y nacionalistas alentados por las FFAA
en relación con los soldados conscriptos. En un trabajo clásico, Benedict Anderson
se pregunta por qué tantos millones de personas han estado dispuestos a matar y
morir por sus naciones (1988: 200). Nuestra hipótesis es que, desde su instauración
en Argentina en 1902, el servicio militar obligatorio operó activamente promoviendo

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esos sentidos de pertenencia a la nación Argentina y en la producción de esa
profunda legitimidad emocional que llevó a los ciudadanos soldados a estar
dispuestos a “sacrificarse por la patria”. Como resultado del paso por la conscripción
obligatoria así como por la escuela pública, para amplios sectores de la sociedad
argentina se volvió natural la oposición entre la grandeza moral de “morir por la
patria” -una pertenencia que no se elige y que denota la idea de que se está
naturalmente atado a ella- y otro tipo de muerte moralmente inferior -fundada en la
pertenencia a grupos o instituciones a los que las personas se pueden afiliar o
renunciar a voluntad (véase: Anderson, 1988: 203). 3

Sin embargo, a partir de mediados de los años setenta, hacer la conscripción


implicaba una serie de riesgos y peligros inéditos: los soldados podían morir y matar
durante enfrentamientos entre la guerrilla y las FFAA en el monte tucumano o durante
un ataque guerrillero a un cuartel militar o incluso ser víctima de la represión ilegal.
Por lo tanto, estudiar la conscripción durante el Operativo Independencia implica

3
Sobre este tópico se destaca el trabajo del historiador George Mosse (1991) que se centra
en el período de entreguerras en Alemania. El autor analiza la eficacia del mito de la
experiencia de la guerra que enmascaba su horror, apelando al sacrificio, al heroísmo y, en
particular, al culto de los soldados caídos. En otras latitudes, se han explorado aspectos
sobre el funcionamiento del servicio militar. Al partir de un estudio sobre los ex miembros de
las fuerzas armadas de Alemania del Este (disuelta luego de la unificación alemana),
Andrew Bickford sostiene que el estado reclama no sólo el monopolio de la violencia
legítima, sino también pretende mantener el monopolio de las representaciones e imágenes
de los hombres (y crecientemente mujeres) que son considerados apropiados y legítimos
soldados (Bickford, 2009: 262). Lesley Gill (1997) demuestra que en Bolivia el servicio militar
es uno de los más importantes prerrequisitos para el desarrollo de una exitosa masculinidad
subalterna, porque permitiría adquirir derechos de ciudadanía e inculcar el “coraje” que el
hombre necesita para confrontar los retos de la vida cotidiana. El autor sostiene que, a
través de esa experiencia, el varón adquiere un dignificante sentido de masculinidad que
sirve como contrapunto de la degradación experimentada frente no sólo a otros varones de
sectores sociales dominantes que en general evitan la conscripción sino también al sistema
económico que le asigna las ocupaciones menos deseables. En este sentido, les permite
afrontar su exclusión de la participación plena en la sociedad boliviana (Gill, 1997: 527 y
528).

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estudiar dos tramas superpuestas: la de la lógica burocrática del servicio militar y la
de la represión política.

La segunda línea de trabajos está integrada por las investigaciones que denunciaron
la desaparición de más de cien jóvenes que cumplían con la conscripción durante la
última dictadura (CELS, 1982; CONADEP, 1985; D’Andrea Mohr, 1998). Estos
trabajo develan la existencia de una misma lógica: frente a la desaparición forzada de
soldados, las autoridades siguieron el procedimiento administrativo correspondiente a
la “deserción”, argumentando que los conscriptos había salido de “franco” o “en
comisión” a otra dependencia militar; habían sido “dados de baja”; o simplemente se
habían “fugado”. Sin embargo, estas investigaciones demostraron que, en realidad,
fueron secuestrados por personal uniformado o de civil en sus domicilios o a la salida
de una unidad militar.

La tercera línea de investigaciones analizó la experiencia de los soldados conscriptos


que constituyeron el grueso de la tropa que combatió en la guerra de Malvinas, entre
el 2 de abril y el 14 de junio de 1982. Rosana Guber recuerda que la guerra fue un
episodio excepcional en, al menos, tres sentidos: “fue la única guerra en la cual este
país participó como principal contendiente durante el siglo XX; fue la única guerra
internacional que involucró conscriptos civiles; y fue, también, la única coyuntura de
su historia moderna que dio lugar a un amplio consenso cívico-militar basado en la
pertenencia nacional” (2004b: 13). En su trabajo, Guber demostró que uno de los
legados de esta guerra fue la conformación de una identidad social definida por su
pertenencia nacional, de género, de edad y, fundamentalmente, por su participación
directa en el “teatro de operaciones” del Atlántico Sur: los ex soldados de Malvinas,
bautizados y autodenominados simultáneamente y sucesivamente como “chicos”, “ex
soldados combatientes”, “ex – combatientes” y “veteranos de guerra” (2004b: 15). La
autora planteó que el proceso de construcción de la identidad social de los soldados
se revela como una lente desde la cual podemos visualizar los modos en que los
argentinos concebimos nuestra pertenencia nacional.

En esta línea de reflexión, Guber (2001b) se preguntó por qué los distintos referentes
de “Malvinas” pudieron articularse en un símbolo con el cual los argentinos
sintetizaron diversos sentidos, a menudo opuestos, de su argentinidad. La autora
concluyó que: “La extraordinaria vigencia de la reivindicación argentina de las
Malvinas puede explicarse, entonces, y paradójicamente como resultado de la

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representación de esa causa nacional como incontaminada por la política pero, a la
vez, como una reivindicación que ha permitido expresar demandas políticas en un
idioma considerado legítimo, aun bajo las más duras gestiones militares: el idioma de
la Nación” (2011b: 107).

Para Federico Lorenz (2006b), la guerra de Malvinas puede ser leída como un
episodio emblemático –aunque excepcional- de un proceso más amplio que
pone de manifiesto los modos en que la sociedad argentina se ha relacionado
con sus jóvenes, les otorga y vive su protagonismo y los disciplinó a través del
servicio militar obligatorio. El autor argumentó que: “Malvinas, sobre todo, significa un
puñado de jóvenes y sus familias que actuaron con sus cuerpos el drama de
numerosas derrotas colectivas e individuales” (cursiva en el original, 2006b: 16). Más
recientemente, Lorenz (2011) ha analizado los desafíos que dicha guerra impusieron
al culto patriótico republicano imperante en la Argentina y cómo ésta sigue siendo hoy
funcional a aquellos sectores que reivindican el papel de las FFAA durante la última
dictadura.

Los trabajos de Rosana Guber y de Federico Lorenz aportan valiosos análisis acerca
de cómo distintos ex soldados recuerdan su paso por la única guerra convencional
que libró la Argentina durante todo el siglo XX. Sin embargo, a los fines de nuestra
tesis se vuelve central señalar las similitudes y diferencias frente a un operativo de
represión política contra connacionales así como iluminar el contraste entre la
experiencia en el cuartel y la vivida en el “teatro de operaciones” del sur tucumano.

Por último, una cuarta línea de investigaciones estudió un hito que derivó en el fin de
la obligatoriedad del servicio militar y su remplazo por un sistema voluntario: el crimen
del soldado Omar Carrasco, ocurrido el 6 de marzo de 1994 en la base militar de
Zapala, en la Provincia de Neuquén. Mirta Mantarás (1995) denunció la existencia
de un “pacto de silencio” entre los militares que obstruyó la identificación de los
responsables militares del crimen del soldado y que fue convalidado por el
gobierno nacional. Jorge Urien Berri y Dante Marín plantearon que si bien el Ejército
por primera vez en la historia abrió las puertas de una unidad para que se investigara
el crimen, la “temerosa” justicia no “pudo ni quiso desentrañar a fondo una trama
compleja y brutal” (1995: 13).

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Desde una perspectiva antropológica, Rolando Silla (1996) analizó cómo
diferentes sectores sociales y políticos de la ciudad de Zapala construyeron y dieron
sentido al crimen del soldado Carrasco. Sostuvo que representó una serie de
cambios en la ciudad de Zapala: no sólo permitió acelerar el fin de la conscripción
obligatoria y la implementación de nuevas formas de control social estatal (el
sistema voluntario) sino que también, a partir de ese momento, el Ejército ya no
intentó imponer la jerarquía y subordinación sino seducir a la población y establecer
consensos. Por mi parte, en un trabajo argumenté que la activa denuncia de este
caso de violencia no debe obturar nuestra mirada hacia un movimiento de oposición
previo al asesinato de Carrasco, nacido luego de derrota en la guerra de Malvinas. En
este sentido, he analizado el lanzamiento en noviembre de 1983 del Frente Opositor
al Servicio Militar Obligatorio, conocido como FOSMO (Garaño, 2010). A diferencia
de otras prácticas de evasión, este Frente se convirtió en una organización política
que construyó una serie de argumentos para impugnar la conscripción amparados en
la “libertad de conciencia” y apelando a la “patria potestad”.

Como podemos ver, el funcionamiento rutinario, cotidiano y burocrático de la


conscripción se ha convertido en un área de vacancia para las ciencias sociales y
humanas. Distintos estudios han abordado experiencias relativamente excepcionales
como su ley de creación, la desaparición forzada de soldados durante la última
dictadura, la guerra de Malvinas o el caso Carrasco. Muy recientemente, se ha
abierto una línea de estudio sobre el vínculo entre las Fuerzas Armadas y la
sociedad civil, a través del análisis de dos proyectos desarrollados por Gendarmería
Nacional durante la gestión de Antonio Domingo Bussi, a finales de los años ‘70: el
"Plan de Acción Cívica de Gendarmería Nacional", o “Gendarmería Infantil” (Lvovich
y Rodríguez, 2011) y “Marchemos a las fronteras”, (Luciani, 2012). Nuestra tesis,
por su parte, busca estudiar la articulación entre las rutinas, prácticas, relaciones y
sentidos alentados por el personal militar en distintos cuarteles y la experiencia de los
soldados conscriptos enviados al “teatro de operaciones” del Operativo
Independencia.

¿Por qué Tucumán?

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Desde que llegué a Tucumán para investigar sobre la experiencia de los soldados
conscriptos durante el llamado Operativo Independencia, gran parte de las personas
con las que conversé me preguntaron: “¿Por qué Tucumán?”. Seguramente les
llamaba la atención que un antropólogo nacido en Buenos Aires decidiera elegir
esa provincia del norte argentino como su campo de investigación. Sin embargo, me
llevaba a reflexionar acerca de cómo y por qué primero militantes del PRT-ERP y
luego las autoridades militares construyeron al monte tucumano –un espacio
relativamente periférico o marginal en la escena nacional –como el «centro» de su
estrategia militante y represiva, respectivamente.

Sobre la experiencia de militancia y represión política en la provincia de Tucumán se


ha desarrollado una extensa bibliografía. Desde mediados de los años setenta, las
autoridades militares han producido una serie de libros plasmando su versión oficial
sobre el Operativo Independencia (Círculo Militar / Comando en Jefe del Ejército,
1976; PEN, 1980; FAMUS, 1988). Dentro de estas fuentes, se destaca el manuscrito
escrito por Acdel Vilas (1977), el primer comandante de dicho operativo, donde narra
cómo se planeó y ejecutó el mismo. Si bien se trata de literatura de propaganda, a los
fines de nuestra investigación los citados trabajos nos muestran a través de qué
tópicos se construyó al “teatro de operaciones” del Operativo Independencia como el
«centro» de la estrategia represiva. Más recientemente, estudios académicos y
periodísticos han estudiado la movilización y radicalización política a partir del cierre
de ingenios azucareros a partir de 1966 (Crenzel, 1997; Kotler, 2006b; Pucci, 2007;
Ramírez, 2008; Taire, 2008) y las experiencias de guerrilla rural (Salas, 2003;
Seoane, 2003; Pozzi, 2004; Anguita, 2005; Bufano y Rot, 2008; Gutman, 2010;
Carnovale, 2011). También, discutiendo con el relato oficial del gobierno dictatorial,
se ha demostrado que el Operativo Independencia representó el inicio de una
política institucional de desaparición forzada de personas (Comisión Bicameral,
1991; Calveiro, 1998; Crenzel, 2010), que contó con un amplio consenso social e
ideológico (Izaguirre, 2004; Artese y Roffinelli, 2007; Vega Martínez et al, 2009).

Recientemente una tercera línea de estudios ha incorporado una nueva dimensión


de análisis: cómo aquella experiencia de militancia y represión fue vivida, sentida y
hoy es recordada por distintos sectores de la sociedad tucumana. Ruben Kotler
(2006a y 2007) ha estudiado las memorias de integrantes del movimiento de
derechos humanos tucumano, mientras Ana Jemio y Alejandra Pisani (2009) han

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descripto las construcciones de sentido de sobrevivientes nacidos en Famaillá sobre
el proceso represivo en esa provincia. Alejandra Álvarez García (2010) indagó en el
accionar del Poder Judicial de Tucumán durante la última dictadura, tomando como
caso paradigmático de estudio la causa por el asesinato del Capitán Humberto Viola
por parte del PRT-ERP, en diciembre de 1974. Por último, Pamela Colombo (2011)
analizó la reconfiguración del espacio social como resultado del despliegue del
«poder concentracionario» en la provincia de Tucumán, a partir del análisis de
relatos sobre el espacio de ex detenidos- aparecidos. En esta misma línea, tomando
testimonios de pobladores del sur tucumano, Colombo (2012) también ha indagado
en aquellos espacios “impropios” para la muerte donde los cuerpos de los
desaparecidos han sido clandestinamente inhumados o “arrojados”, espacios que
actualmente se vuelven el escenario de los procesos de inhumación.

En esta tercera línea podemos agrupar también dos libros testimoniales que aportan
valiosos relatos sobre esa experiencia de represión y militancia política. En especial,
se destaca el libro coral en el que Lucía Mercado (2005) compila memorias de
numerosos habitantes de la localidad tucumana de Santa Lucía, emblemática por el
cierre de su ingenio en el gobierno de Juan Carlos Onganía y por el asesinato de
Hilda Molina durante una feroz represión a una marcha contra los trabajadores
desocupados en 1967. 4 El corpus de relatos se convierte en una impresionante
fuente para el análisis de memorias locales de la violencia política, desde el cierre
del Ingenio azucarero hasta la última dictadura. Por su parte, Héctor Simeoni (1985)
recopila testimonios de ex suboficiales y oficiales que participaron de las Fuerzas de
Tareas del Operativo Independencia.

Un cuarto conjunto de trabajos ha estudiado el fenómeno político y electoral del


represor Antonio Domingo Bussi, elegido como gobernador en las elecciones de
1995 (véase: López Echagüe, 1991). Desde una perspectiva cuantitativa y
sociológica, Emilio Crenzel (2001) analizó las representaciones sociales, memorias
colectivas del pasado dictatorial y motivaciones existentes entre los votantes y no
votantes de Bussi en dichas elecciones. El autor consideró el “bussismo” como una

4
Este libro se enmarca en una serie más amplia de libros testimoniales sobre distintas
localidades del sur de la provincia de Tucumán (Mercado, 2003 y 2008).

16
identidad política exitosa en la provincia de Tucumán, fruto de la promisión del terror
y del disciplinamiento social durante el período de facto.

Por su parte, desde una perspectiva etnográfica, Alejandro Isla y Julie Taylor (1995)
analizaron el surgimiento del “bussismo” y argumentaron que encarnó la herencia de
la «cultura de la violencia» y del terror imperante durante la dictadura, aunque
recreada y potenciada en democracia. Para los autores, las raíces se remontan a la
destrucción de identidades étnicas en las culturas subalternas de los Andes
centrales y la «cultura del terror» implantada en la zona de las plantaciones de
azúcar. Siguiendo la propuesta de Michel Taussig (2006), analizaron cómo en la
industria azucarera tucumana se crearon ficciones como la del Perro Familiar. 5
Sostuvieron que esta leyenda -con todas sus versiones- constituye una amplia
metáfora sobre las formas de represión que incluían muertes horribles y
desapariciones en los ingenios azucareros, “augurando un uso futuro de la
‘desaparición’ como instrumento político de una tradición de represión” (1995: 318).
A su vez, en este mito del Perro Familiar los autores encuentran también la lucha
obstinada por emerger con autonomía y reconocimiento en sus expresiones
organizativas sindicales de resistencia (1995: 319).

5
“En todas las versiones se describe un ‘pacto’ entre la patronal y el demonio: para
concertarlo se deben producir desapariciones o muertes de trabajadores. Según los relatos
estos son encontrados descuartizados, y los restos macabros atribuidos a un festín
diabólico. El hambre del diablo se imagina desmesurada, como el hambre de riqueza de las
patronales. Se pueden recoger infinidad de relatos de «desaparición» de obreros al caer en
los trapiches o en las grandes ollas de azúcar hirvientes. Eran accidentes de trabajo
frecuentes en cada zafra, en cada año, atribuidos al Familiar: «se lo llevó», reconocen
resignados. Por lo que el mito está operando en «el presente» del narrador como un tropo,
interpretando y ficcionalizando hechos cotidianos; y al mismo tiempo recaba los ecos de
episodios pasados” (Isla, 1999: 36). “En la Argentina, el Familiar surgió como un
componente importante del paisaje cultural de los ingenios de las provincias de Tucumán,
Salta y Jujuy y se transformó en parte de la experiencia de las diversas poblaciones que le
proporcionaba mano de obra (…). Según su ubicación geográfica, diversos grupos
describen de manera diferente al Familiar. En algunos casos es presentado como un gran
perro negro (‘el perro Familiar’) o una gran serpiente (‘viborón’). Pero frecuentemente se
describe al Familiar como a un ser que puede cambiar de aspecto y que también adopta la
figura de un hombre blanco y bien vestido” (Gordillo, 2012, 173).

17
En esta tesis también estudiaremos los sentidos, las memorias locales de la
represión y militancia política y las huellas que dichos procesos dejan sobre la
subjetividad de los habitantes de Tucumán -en nuestro caso, recuperando la
perspectiva de los ex soldados tucumanos y aquellos enviados desde otras partes
del país. Sin embargo, no trabajaremos con relatos ficcionales –como la leyenda del
Perro familiar- sino que estudiamos el funcionamiento de una institución estatal: la
conscripción.

Estudiar las Fuerzas Armadas y de Seguridad

Estudiar el funcionamiento del servicio militar supone también indagar en la manera


en que esta institución se inscribió en otra trama burocrática mayor: las Fuerzas
Armadas argentinas. Con respecto a este tema, en los últimos años se ha
desarrollado una serie de valiosas etnografías sobre los procesos de formación del
personal militar y policial y, en algunos casos también, cómo dichas instituciones han
construido y transmiten memorias sobre la última dictadura. 6

A partir de una investigación sobre la experiencia de los miembros de la Guardia de


Infantería de la Policía de la Provincia de Córdoba, Paul Hathazy (2004) demostró
cómo el sufrimiento corporal, el dolor y el “sacrificio” –y su anverso, la obediencia,
sumisión y la disciplina- son experiencias dotadas de valor en la dimensión moral en
la conformación del «ethos policial». Por su parte, Mariana Sirimarco (2006) analizó
el proceso de construcción del «sujeto policial» en las Escuelas de ingreso a la
6
Para el caso chileno, Eva Muzzopappa (2005) abordó cómo y qué se transmite sobre el
período dictatorial chileno a los jóvenes en la Escuela Militar “Bernardo O'Higgins Riquelme”
del Ejército. La autora estudió esta resocialización como un “rito de pasaje” -siguiendo a
Victor Turner - que “transforma” a los ingresantes en cadetes. Y consideró que esta
operación ritual es central para la delimitación de un “nosotros militar” que será fundamental
para el ejercicio de la profesión (2005: 113).Continuando esta línea de reflexión, Muzzopappa
(2007) analizó el caso de espionaje en la Base Almirante Zar de Trelew y, en particular, el
sentido de autonomía y de “comunidad” existentes en la Armada Argentina. Para la autora, la
idea de “comunidad” define sentidos de pertenencia a la vez que revela idea subyacente de
que lo militar está por fuera no sólo de lo político sino también del Estado (y hasta en
confrontación con éste último). Esta noción de “comunidad” les permite, según Muzzopappa,
incorporar a aquellos actores no-militares que comparten ese universo de valores y lealtades.

18
carrera policial, partiendo de un anclaje en lo corporal. Argumentó que la policía y la
sociedad civil son términos construidos como irreconciliables. Por lo tanto, el «sujeto
policial» en estas etapas iniciales de la formación policial “no puede ser construido
más que destruyendo, en los ingresantes, cualquier sustrato de civilidad” (2006: 21).

Máximo Badaró (2009) se centró en el proceso de formación de oficiales en el


Colegio Militar de la Nación. Sostuvo que el principal objetivo de la socialización
profesional es transformar a los novatos en actores sociales capaces de representar
al Ejército como una comunidad moral diferente del común de la gente, en función
del sistema de clasificación basado en la oposición civil / militar (2009: 120).
Reformulando los planteos de Irving Goffman, Badaró aseguró que: “Antes de
atravesar la muerte civil –y suprimir hábitos y comportamientos civiles- los cadetes
deben aprender a identificarlos y rotularlos como tales y contraponerlos con las
normas y formas de comportamientos definidas como propias de la condición militar”
(2009: 121). Con respecto a la construcción y transmisión de las memorias
institucionales ligadas al pasado reciente dictatorial, develó que existe una narrativa
institucional replegada al plano interno de la institución militar: “la referencia a ese
pasado (…) constituye una dimensión central tanto en la construcción de las
identidades militares de los cadetes como en la identificación de sus alteridades y
definición de las fronteras simbólicas del mundo militar” (2009: 300).

Estas etnografías analizan dichos procesos de formación como ritos de paso –


siguiendo la propuesta de Victor Turner (1988)- donde se busca instituir sentidos,
valores morales, prácticas, corporalidades, emociones y sentimientos considerados
legítimos por dichas instituciones. Sin embargo, la experiencia de un soldado que
cumplía con el servicio militar obligatorio (un joven civil incorporado por “obligación”
durante un período a las Fuerzas Armadas) no se corresponde exactamente con la
de quien ingresa a una escuela de formación con el fin de devenir un oficial o
suboficial (apelando al valor de la “vocación”). En este sentido, si bien podemos
pensar a los soldados como «seres liminales» atravesando un ritual de transición
(donde se busca instituir modos de pensar, sentir y actuar considerados legítimos
por las FFAA), el desafío para la institución castrense no era destruir todo sustrato
de civilidad para transformarlos en miembros profesionales de las FFAA. Por lo
tanto, el valor heurístico de la lectura de dichas etnografías radica en la posibilidad
de establecer comparaciones aunque más no sea implícitamente con esos procesos

19
de formación policial y militar. Esto nos permitirá, a su vez, iluminar las prácticas,
rituales, sentidos y valores que organizaban la conscripción a mediados de los años
setenta.

En segundo lugar y unido a lo anterior, debemos destacar las diferencias y


similitudes entre la conscripción en tiempos de fuerte represión política y los
procesos contemporáneos de formación militar y policial en la post-dictadura.
Además, a diferencia de los trabajos mencionados, nuestra etnografía no se centra
en procesos contemporáneos al investigador, susceptible de ser estudiado in situ.
Antes bien, sólo podemos acceder a esta experiencia gracias al contrapunto entre
testimonios y documentos y no mediante la clásica técnica de la observación
participante y las entrevistas en profundidad en escuelas de formación policial o
militar. En este sentido, se nos presenta un desafío similar al de la tesis de Valentina
Salvi (2011), donde analizó las continuidades y rupturas en las memorias castrenses
sobre el pasado reciente dictatorial –de la institución, de sus cuadros en situación de
retiro y en actividad y de aquellas agrupaciones que se nuclean bajo la consigna
“Memoria Completa”. Tomando el período que va desde la llegada de la democracia
hasta el inicio de los juicios por crímenes de lesa humanidad en 2004, la autora
planteó que ese pasado representa una fuente de legitimidad e identidad, al mismo
tiempo que se ven cuestionados por una sociedad que les exige respuestas por los
crímenes cometidos. En uno de los capítulos de su tesis, se centra en relatos en
primera persona de oficiales retirados del Ejército que participaron del Operativo
Independencia. Con el fin de estudiar la dimensión subjetiva de dichas memorias,
Salvi analiza las estrategias de auto-representación de sí y en los modos narrativos
de naturalización de la violencia que los oficiales retirados ponen en funcionamiento
cuando rememoran en términos autobiográficos (2011: 99).

Apuntes metodológicos

Como vemos, en el caso de los oficiales retirados o en actividad se trata de


memorias que han sustentado su identidad como miembros del Ejército y han
creado sentidos de pertenencia a esa institución. Incluso, se trata de versiones del
pasado sumamente encuadradas, vigiladas y controladas a través de mecanismos
institucionales de socialización, alentadas activamente por el Ejército Argentino. En

20
cambio, en nuestro caso de estudio, si bien los soldados fueron interpelados por el
personal militar, una vez que finalizaron la conscripción no perduraron los
mecanismos (in)formales para imponer una determinada lectura sobre el Operativo
Independencia. Por esta y otras razones, escribir una etnografía sobre esta
experiencia que aconteció hace más de 35 años implica una serie de desafíos
analíticos y metodológicos. Postularemos que dicha particularidad supone adoptar
un determinado enfoque de conocimiento así como una serie de estrategias
metodológicas y analíticas. 7

Con esta tesis buscamos aportar a un conjunto de etnografías sobre experiencias de


extrema violencia en el América Latina en contextos alejados de las grandes centros
urbanos (véase: De Silva Catela, 2003; Del Pino y Jelin, 2003; Theidon, 2004; Uribe
Alarcón, 2004; Da Silva Catela, 2007: 215). En este sentido, según Clifford Geertz,
un antropólogo investiga las mismas cuestiones –el poder, la autoridad, la violencia,
etc.- que otros científicos sociales enfrentan en dimensiones mayores o lugares más
centrales sólo que en contextos lo suficientemente locales como para quitar las
mayúsculas y escribirlos con minúscula (Geertz, 1987: 33). En este sentido, este
autor plantea que:

“Esta clase de material producido en largos plazos y en estudios principalmente


(aunque no exclusivamente) cualitativos, con amplia participación del estudioso
y realizados en contextos confinados y con criterios obsesivamente
microscópicos, es lo que puede dar a los megaconceptos con los que se
debaten las ciencias sociales contemporáneas (…) esa clase de actualidad
sensata que hace posible concebirlos no solo de manera realista y concreta
sino, lo que es más importante, pensar creativa e imaginativamente con ellos”
(Geertz, 1987: 34).

Este nivel de análisis contribuye a desarmar el concepto de «violencia de estado» a


través de una mirada microscópica de sus prácticas, representaciones y de las
7
Sobre los desafíos que representa estudiar el pasado reciente dictatorial desde una
perspectiva etnográfica, véase entre muchos otros: Da Silva Catela, 2001; Villlalta, 2006;
Sarrabayrouse Oliveira, 2008; Balbi, 2007.

21
tramas locales que lo sustentaron y le imprimieron su forma particular. El enfoque
etnográfico nos permitirá conocer de manera más realista y concreta el
funcionamiento de la conscripción durante el Operativo Independencia. Y será una
vía para contrastar las memorias de seres de carne y hueso con las versiones
oficiales del Ejército Argentino y de las organizaciones revolucionarias, plasmadas en
la literatura de propaganda, en diarios de circulación nacional o revistas.

Como la etnografía es una concepción y práctica de conocimiento que busca


comprender los fenómenos estudiados desde la perspectiva de sus actores (Guber,
2001a: 13), trabajaremos con relatos de ex soldados conscriptos acerca de cómo
vivieron y sintieron su paso por el servicio militar obligatorio. Por un lado,
buscaremos no entramparnos en la cuestión de la veracidad de la memoria, es decir,
evitaremos preguntarnos si un relato se corresponde fielmente con la experiencia
original (sobre este tópico, véase: Sturken, 1997). En cambio, señalaremos la
necesidad de historizar los procesos de memoria, es decir, analizar cómo nuevos
procesos históricos, coyunturas y escenarios sociales y políticos alteran los marcos
interpretativos bajo los cuales se comprende la experiencia pasada (Jelin, 2002: 13).

En términos de técnicas y metodologías de investigación, esta tesis se basa en una


serie de viajes de trabajo de campo entre 2009 y 2011 donde investigué la
experiencia de conscripción durante el Operativo Independencia, en la provincia de
Tucumán y en la ciudad de Buenos Aires. Como resultado de este trabajo de campo,
he seleccionado un corpus de 19 entrevistas en profundidad a ex soldados de las
clases 52 a 59, la mayoría de los cuales fueron enviados al “teatro de operaciones”
del Operativo Independencia.

En términos analíticos, esta etnografía plantea un contrapunto entre las memorias de


los ex soldados y los documentos históricos relevados en el trabajo de archivo
(publicaciones periódicas de organizaciones armadas, revistas militares, artículos
periodísticos, literatura de propaganda, etc.). Consideramos que el conjunto de
documentos producidos por las Fuerzas Armadas revelan versiones oficiales del
Operativo Independencia. Esto quiere decir que nos permiten acceder a los
mandatos institucionales, sentidos, prácticas y valores morales sumamente
estandarizados que, al ser considerados institucionalmente legítimos, fueron
activamente alentados por el personal militar.

22
En las entrevistas realizadas a lo largo de mi trabajo de campo pude observar cómo
esas narrativas e imperativos institucionales fueron resignificados de maneras
sumamente complejas y diversas por distintos ex conscriptos. Creemos que esta
metodología muestra que las memorias de ex soldados dialogan, discuten,
impugnan o reproducen ese discurso institucional que los interpeló durante su paso
por la conscripción. Argumentaré que las distintas maneras de recordar esa
experiencia se vinculan directamente no sólo con la experiencia durante la
conscripción sino con trayectorias biográficas, familiares, educativas, laborales, de
clase, lugares de nacimiento y residencia, y experiencias de militancia o activismo
previas y posteriores al servicio militar (entre otros factores).

Tesis a sostener

Esta investigación argumenta que el contexto de represión política alteró la lógica de


funcionamiento del servicio militar obligatorio, es decir, las prácticas, relaciones,
sentidos y valores que lo habían organizado desde inicios del siglo XX. Estudiar la
conscripción durante el Operativo Independencia implica enfrentar dos tramas
superpuestas: la del servicio militar obligatorio y la de la represión política. A su vez,
como esa experiencia implicó dos espacios separados aunque profundamente
interconectados, la tesis se dividirá en dos partes: Parte I (“Cuarteles”) y Parte II (“El
monte”). 8

En la Parte I, analizaremos cómo en este contexto de violencia política se modificaron


las prácticas rutinarias, rituales y sentidos que organizaban la vida en los cuarteles
así como los valores alentados por el personal militar. En este sentido, mostraremos
que los soldados corrían riesgos y peligros más terribles que en otras experiencias de
conscripción previas. En especial, mostraremos cómo a partir de los ataques a los
cuarteles por parte de organizaciones armadas se creó una dicotomía
“héroe”/”traidor” para juzgar moralmente la conducta de los conscriptos, que se

8
De hecho, durante todo mi trabajo de campo los ex soldados entrevistados contrastaron dos
mundos: por un lado, los cuarteles (espacios organizados por un conjunto de rutinas, rituales
y rígidas jerarquías) y, por el otro, el monte (caracterizado tanto por un omnipresente riesgo
de matar y morir y relaciones de “compañerismo” y lealtad).

23
engarzó con una lógica de la sospecha que buscaba evitar la existencia de soldados
“infiltrados” por la guerrilla.

En la Parte II, sostendremos que el monte tucumano, lejos de ser un componente


natural del paisaje, debe ser pensado como un producto espacial e histórico de una
experiencia de militancia y represión política. Asimismo, estudiaremos las diversas
maneras gracias a las cuales, a partir del inicio del Operativo Independencia, las
FFAA construyeron al monte tucumano como un “teatro” apto para escenificar una
“guerra” decisiva para ratificar la “independencia” y a los soldados conscriptos como
“protagonistas” y representantes del pueblo argentino en esa batalla. A su vez,
sostendremos que esas puestas en escena del poder militar se revelaron aptas para
ocultar la implementación de un sistema de represión política de carácter ilegal y
clandestino.

24
25
Parrte I: Cuartteles

Corte
e de pelo a un grupo
o de soldad
dos conscriptos, arch
hivo del dia
ario Clarín, circa
1976.

26
Capítulo I: “La colimba no es la guerra”

Como hemos visto en la Introducción, el funcionamiento del servicio militar obligatorio


en la Argentina durante el siglo XX es un tema aún poco explorado por las ciencias
sociales y humanas. Recientes investigaciones han postulado que la conscripción
operaba como el rito oficial de pasaje masculino a la adultez, a la ciudadanía y a la
nacionalidad argentina (Guber, 2004b: 67); que, desde sus orígenes, buscaba dar
cohesión a la nueva república, reforzar el papel del Estado, e inculcar una serie de
valores nacionales y sociales a los jóvenes (Lorenz, 2006b: 24); y que tuvo un efecto
diseminador de la disciplina en toda la sociedad (Calveiro, 2006: 84).

Estos trabajos se han centrado en la guerra de Malvinas o en las tecnologías de


represión clandestina de la última dictadura, por lo tanto no han tenido entre sus
objetivos una descripción etnográfica e histórica de las rutinas, rituales y prácticas
que organizaban la vida cotidiana en los cuarteles.En este sentido, aquí nos
preguntamos: durante los años sesenta y principios de los setenta ¿el servicio militar
operaba como rito de paso? ¿A través de qué tipo de prácticas, rutinas y rituales
buscaban transformar a los conscriptos en “hombres” y ciudadanos argentinos,
capaces de insertarse en el mercado laboral y en el mundo adulto? ¿Para qué
sectores o clases sociales era una experiencia deseable y necesaria como ritual
hacia la adultez masculina? ¿Qué grupos o sectores, en cambio, la criticaban,
impugnaban o resistían? ¿Mediante qué tipo de tácticas se buscaba eludirla o aliviar
su carga?

En función de estas preguntas argumentaré que la experiencia de conscripción


combinaba complejas formas de sometimiento y sujeción al poder militar con críticas
a su funcionamiento y prácticas de evasión que podíamos llamar –siguiendo a Michel
de Certeau (2000)- «tácticas». Esta perspectiva nos permite mostrar la diversidad de
maneras en que distintos sectores sociales conceptualizaban, vivían y sentían el
paso por la conscripción y las expectativas, sentidos y valores que depositaban -o no-
en esa experiencia. Al analizar un conjunto de fuentes heterogéneas que hablan
sobre la conscripción, en este capítulo nos interesa reconstruir distintas lecturas y
versiones sobre el paso por esa institución con anterioridad al período que estudia
esta tesis: desde la exaltación y reivindicación de las virtudes de la conscripción

27
hasta la parodia, la sátira y la crítica que impugnaba su lógica de funcionamiento
desde el humor político o desde el rock nacional. 9

De todas maneras, como veremos, dichas tácticas de elusión no derivaban en una


oposición política y organizada que cuestionara la lógica de funcionamiento de esta
institución. En cambio, se trataba de acciones astutas que buscaban aprovechar
ocasiones, utilizando las fallas que las coyunturas particulares generaban en la
10
vigilancia del poder (De Certeau, 2000: 43). O, aprovechando canales informales
abiertos por el poder militar, buscaban eludirlo pagando sumas de dinero para ser
“exceptuado” en la revisación médica o apelando a relaciones preexistentes de los
soldados y sus familias con el mundo militar lograr ser “acomodado” en un “destino
privilegiado”.

“¿Para qué sirve el servicio militar?”

A fines de abril de 1969, la revista Siete Días publicó una nota titulada: “¿Para qué
sirve el Servicio Militar?”, una investigación periodística típica de ese semanario,
ilustrada con excelentes fotos sobre la conscripción. 11 Dirigida a un público de clase
media y con una amplia tirada (se trataba de una de las tres revistas de actualidad

9
Para un análisis del funcionamiento del servicio militar obligatorio hacia fines de los años
sesenta y principios de los setenta, véase: Manzano (2009).
10
Por lo tanto, aquella manera de actuar: “Obra poco a poco. Aprovecha las ‘ocasiones’ y
depende de ellas, sin base donde acumular los beneficios, aumentar lo propio y prever
salida (…) Este no lugar le permite, sin duda, la movilidad, pero con una docilidad respecto a
los azares del tiempo, para tomar al vuelo las posibilidades que ofrecen al instante. Necesita
utilizar, vigilante, las fallas que las coyunturas particulares abren en la vigilancia del poder
propietario. Caza furtivamente. Crea sorpresas. Le resulta posible estar allí donde no se le
espera. Es astuta” (De Certeau, 2000: 43). Si la táctica es el arte del débil (determinada por
la ausencia de poder), la estrategia “postula un lugar susceptible de ser circunscripto como
algo propio y de ser la base donde administrar relaciones [de un sujeto o voluntad de poder]
con una exterioridad de metas o amenazas” (De Certeau, 2000: 42).
11
El semanario de editorial Abril estaba dirigido por Norberto Firpo y contaba con un equipo
de redacción compuesto por periodistas jóvenes. Sobre la revista Siete Días, véase
Ulanovsky (2005: 262).

28
más leídas, junto con Gente y Radiolandia), esta revista indagaba en el
funcionamiento de esta institución debido a un hecho de extrema gravedad ocurrido
tres semanas antes de la publicación, en el Regimiento 3 de Infantería Motorizada
de La Tablada. En esa oportunidad, durante su “primer ejercicio de tiro de combate”,
cerca de cien soldados de la clase 1948, divididos en dos mitades a ambos lados de
una colina, casi se terminan matando entre sí porque, en vez de utilizar “balas de
fogueo”, habían usado balas de guerra verdaderas. Como consecuencia – y
alegando que ninguno de los soldados había reparado en la “equivocación”-, las
autoridades multiplicaron los “arrestos” entre aquellos conscriptos.

Para los autores de la nota, este episodio ilustraba la experiencia que vivían los cien
mil varones de 20 años convocados todos los años a cumplir con el servicio militar
obligatorio en el Ejército, en la Marina o en la Aeronáutica: “Durante doce meses –
que se duplican para quienes el azar alistó en la Armada- aprenden a ‘matar y morir
por la patria’, a conocer el instrumental bélico, a fregar ollas, a desfilar marcialmente,
a dominar el ABC de la obligación cuya historia se remonta a principios de siglo”. 12

A partir de la denuncia de este episodio donde hubieran podido morir decenas de


soldados, ya desde la estructura del artículo se caracterizaba la lógica de
funcionamiento de esta institución. En principio, la nota describía cómo había
surgido esta institución en 1902 y las reformas que habría sufrido desde su origen.
Luego, en función de entrevistas a soldados conscriptos, se mostraba cómo el
servicio militar estaba organizado sobre un conjunto de arbitrariedades, maltratos y
abusos de poder por parte del personal militar.De todas maneras, finalmente el
artículo destacaba los “beneficios” y el “acostumbramiento final” a las prácticas
rutinarias, valores morales y disciplina castrense. Como vemos, parecía restarse
importancia a las críticas a su lógica de funcionamiento y, sobre todo, al grave hecho
que dio origen a la nota.

En primer lugar, el artículo rememoraba los orígenes de la conscripción obligatoria,


durante la segunda presidencia de Julio Argentina Roca. Con el fin de modificar las
estructuras de las FFAA, el ministro de Guerra, teniente general Pablo Riccheri,
había logrado que el 6 de diciembre de 1902 el Congreso Nacional aprobara la
creación del servicio militar obligatorio. Luego citaban las reflexiones del general

12
Siete Días, 21-4-1969, p. 30.

29
retirado Rodolfo Martínez Pita, que retomaba aquel ideal positivista de
homogeneización y disciplinamiento de la población argentina, en un contexto de
inmigración masiva: “Los fines de Ricchieri (…) eran muy concretos. El esperaba
borrar de la masa popular las profundas huellas de analfabetismo, difundiendo
orden, higiene y disciplina. Lo logró, aunque en el largo plazo, rompiendo así las
13
barreras localistas que separaban a los argentinos”.

Sin modificaciones durante casi medio siglo, el artículo destacaba que el primer
“cambio sustancial” se había producido en 1952, cuando se permitió que un soldado
solicitara la baja en caso de que otro hermano suyo estuviera cumpliendo el servicio
militar al mismo tiempo. En 1965 el diputado demócrata progresista Horacio Thedy
había propuesto en la Cámara Baja la reducción del servicio a seis meses y la
modificación en la edad de los soldados, a los 18 años. Si bien había sido aprobado
en Diputados, no había llegado a ser tratado en Senadores debido al golpe de
estado del general Juan Carlos Onganía.

De todas maneras, Siete Días destacaba que algunas de las propuestas del
proyecto de Thedy habían sido retomadas en la ley 17.531, promulgada en 1967 por
el gobierno de facto. Esta ley contemplaba, entre otros aspectos, la posibilidad de
solicitar una “prorroga” para estudiantes universitarios, hasta que terminaran su
carrera, pero sin sobrepasar el límite de los 26 años. A su vez, permitía que, una vez
graduados en la universidad, fueran incorporados como “oficiales en comisión”.

El artículo señalaba que, de los cien mil soldados que ingresaban anualmente a la
conscripción – cifra que se había mantenido constante durante las últimas cinco
convocatorias – al 80 por ciento le correspondía el Ejército, mientras el resto se
dividía en partes iguales entre la Marina y la Aeronáutica en función del número que
le había correspondido en el sorteo realizado en la Lotería Nacional. La cifra de
soldados convocados estaba condicionada por las “necesidades” de las FFAA: por
ejemplo, Siete Días recordaba que, un año antes del golpe de estado que derrocó a
Juan Domingo Perón, se habían requerido un mayor número de soldados y los
“beneficios” del sorteo no se habían tomado en cuenta.

13
Ibid, p. 30.

30
Lejos de mostrarla como una experiencia meramente deseable o valiosa, el artículo
enfatizaba que, ya en la revisación médica, los futuros conscriptos desplegaban todo
tipo de “estrategias” para lograr la “excepción”:

“El muestrario de artimañas al que apelan los reclutas recorre una variada patología y
se renueva constantemente: fingir ataques de fatiga, locura, homosexualidad, sordera,
miopía constituyen ya ineficaces métodos de liberación. El riesgo de quedar en
descubierto no intimida a muchos reclutas: ‘hemos descubierto – admite un médico del
Distrito Militar Buenos Aires- que no vacilaron en amputarse dedos de la mano o
14
hacerse extraer dientes sanos para eludir la conscripción’”.

De todas maneras, la nota destacaba que “indudablemente” las autoridades tenían


“bien delimitados los márgenes de la excepción”: junto con aquellos a los que les
había tocado “número bajo” en el sorteo, no realizaban el servicio quienes tenían
“inequívocas señales de incapacidad física”. Asimismo, eran “exceptuados” de la
conscripción los hijos únicos de padres “impedidos” (léase: madre viuda, divorciada,
enferma o padre mayor de 70 años) y los varones casados con hijos. De esta
manera, no se daba entidad –de hecho, ni siquiera se hacía referencia– a la práctica
usual por parte de médicos o autoridades militares de cobrar sumas de dinero a
cambio de “excepciones”; es decir, se hablaba solamente de las tácticas
desplegadas por los soldados conscriptos para “zafar” y no de los canales informales
habilitados por el personal militar.

Luego, el artículo reconocía que el “régimen militar” solía representar una “ruptura
violenta de la vida familiar”, en especial, debido a un maltrato por parte del personal
militar, el sometimiento a la autoridad y la rígida disciplina que caracterizaba a la
vida en el cuartel:

“Casi la totalidad del centenar de conscriptos entrevistados por SIETE DIAS criticó
agriamente – claro que amparados en el anonimato- el trato que le dispensaban los
jefes militares. Algunos estiman que este nuevo estilo de vida ‘se rige por la
arbitrariedad, manifestada de la manera más esquemática; el de arriba manda al de

14
Ibid, p. 32.

31
abajo, el de abajo al de más abajo, y en el último escalón estamos nosotros’, protestó
Emilio C., recientemente incorporado a un regimiento de la provincia de Buenos Aires.
Decididamente ingenuas, casi todas las crisis observadas en los reclutas se originan
en la rigidez con que las FFAA mantienen las costumbres, hábitos, horarios,
vestimenta, higiene, y las obligan a cumplir con el riguroso control de sus mandos
15
verticales”.

En esta línea que consideraba “ingenua” las reacciones de los soldados, Siete Días
retomaba, por ejemplo, uno de los motivos por los que los soldados cuestionaban la
existencia de la conscripción obligatoria: “No me explico –pregunta Luis, de un
regimiento porteño- para qué nos encarcelan un año si nunca estuvimos ni
estaremos en guerra”. A modo de diálogo ficticio, citaban como respuesta los dichos
de un oficial del Distrito Militar Buenos Aires: “Es una pregunta frecuente. Todos los
reclutas padecen de esa clase de curiosidad. En realidad lo que sucede se reduce a
una cuestión: están nerviosos, necesitan un período de ablande. Luego
invariablemente se transforman; es más, la vida militar les llega a interesar”.

A continuación, Siete Días dejaba de lado las críticas para destacar la idea de que el
servicio militar funcionaba como un elemento “civilizador” de aquellos jóvenes
provenientes de interior del país, sobre todo aquellos hijos de campesinos o
indígenas: “Al parecer, los reclutas que proceden del interior del país viven su paso
por el Ejército como una aventura inesperada. ‘Muchos de ellos llegan al cuartel
desnutridos, harapientos, sin saber ni leer ni escribir – acotó dicho oficial-. Después
de un año de aprendizaje están en condiciones de incorporarse a la vida
civilizada’”. 16 La postura de este oficial revelaba cómo las FFAA consideraban tener
una “misión civilizadora”: una de sus finalidades buscaba ser convertir a aquellos
jóvenes provenientes de los sectores subalternos -en muchos casos sin acceso
previo al sistema educativo ni de salud- en adultos, dotados de los valores
nacionales y de una moralidad y disciplina necesaria para incorporarse al mercado
de trabajo capitalista.

15
Ibid, p. 32.
16
Ibid, p. 32.

32
Frente a esta misión civilizadora de los jóvenes de sectores populares, toda crítica
parecía provenir de los sectores medios y altos que buscaban eludir los rigores y la
dureza de la vida militar, una serie de prácticas violentas que no eran puestas en
cuestión. En esta línea, Siete Días señalaba que “un alto porcentaje” de los
conscriptos entrevistados criticaba el “trato bruto” así como la mayoría consideraba
“conveniente” reducir el período de servicio a medio año. En cambio, unos pocos se
inclinaron por aumentarlo (“Es un aprendizaje vital”) o por reducirlo aún más que
medio año (“Bastaría con que fueran los sábados y domingos”).

Frente a la imposibilidad de “salvarse”, continuaba el artículo, para un soldado sólo


restaba la alternativa de ser destinado a un “destino privilegiado”, como el Comando
en Jefe del Ejército (ubicados en el centro porteño y donde las tareas solo ocupaban
medio día) o el Hospital Militar. “Saber manejar automóviles, dominar los artes de la
jardinería o (…) mecánica son algunos pasaportes al ‘acomodo’, de acuerdo con la
terminología soldadesca”, agregaba Siete Días. 17 Como última estrategia para lograr
una “situación privilegiada”, planteaban el recurso de pagar una suma de dinero a
algún voluntario que lo reemplazara en las funciones de “guardia de turno” o
“imaginaria”.

Como vemos, antes que el “orgullo” de cumplir con el deber cívico de la


conscripción, este artículo parecía mostrar que para muchos jóvenes provenientes
de las grandes ciudades el desafío era “zafar” a toda costa. Sin embargo, lejos de
mostrar que estas tácticas buscaban evadir una experiencia marcada por la violencia
institucional, el mensaje del artículo parecía ser que se debía a la falta de
“resistencia” frente a la “dureza” de la vida militar así como a la falta de madurez de
los jóvenes. En este sentido, Siete Días destacaba que los soldados lentamente se
acostumbraban a la vida en el cuartel:

“Pocos meses después de su alistamiento, los reclutas comienzan a habituarse al


legendario y riguroso régimen militar. Aunque el reglamento se esfuerza en demostrar
que la vida en el cuartel comienza a las 5 y media de cada mañana, en la práctica no
es así. Los soldados más prevenidos abren los ojos diez minutos antes de esa hora
para que el toque de diana no los sorprenda y los obligue a formar a medio vestir. Al

17
Ibid, p. 33.

33
poco tiempo de radicarse en cualquier unidad, el soldado menos avispado aprende a
cronometrar cada una de sus actividades: vestirse, dos minutos; tender la cama, tres;
afeitarse, otros tres. Inmediatamente después, habituará su paladar al aguado sabor
del mate cocido y se adaptará al ritmo de marchas y contramarchas, giros y media
18
vueltas, a la estricta – a veces exagerada- disciplina del orden cerrado”.

Para finalizar, se planteaba que uno de los “capítulos del adiestramiento” más
“resistidos” era la comida, el famoso “rancho”, cocinado por sus propios
compañeros. “Un cabo-chef de un regimiento de Buenos Aires no justifica ‘las
pretensiones sibaríticas de algunos soldaditos. Siempre sobra comida – protestó- los
que pueden huyen despavoridos hacia la cantina para engullir un sándwich,
empanadas o alguna lata de sardinas o paté de foie’. … un recluta del regimiento
Granaderos a Caballo definió sintéticamente las razones de esa actitud: ‘El menú del
mediodía es, por lo general, guiso y sopa. A la noche cambia, se transforma en sopa
y guiso. Lo único malo es que el guiso y la sopa son la misma cosa con distinta
cantidad de agua”. 19 Toda crítica, como observamos en las palabras de este cabo
cocinero, era convertida en un “capricho” infantil antes que un cuestionamiento serio
a la lógica de funcionamiento del servicio militar, a las prácticas autoritarias,
disciplinantes y violentas que estructuraban el paso por la conscripción.

“La colimba no es la guerra”

El 6 de julio de 1972 se estrenó en los cines la película “La colimba no es la guerra”,


filmada un año antes por el director Jorge Mobaied, con guión de Salvador Valverde
Calvo y con asesoramiento del Capitán (RE) Italo Mario Bruno. Lejos del
cuestionamiento a la conscripción o la parodia, esta película retomaba el género de
su antecesora, “Canuto Cañete, conscripto del 7” (1963), aunque le sumaba una
historia de amor y un conjunto de temas musicales. En el caso de esta película, se
combinaban las características de una comedia romántica blanca –apelando a
valores tradicionales y conservadores como la familia y el matrimonio– con las del

18
Negrita en texto original. Ibid, p. 33.
19
Ibid, p. 33.

34
film de propaganda, que buscaba mejorar la imagen de la conscripción, legitimando
las prácticas, valores y sentidos que organizaban la vida al interior de los cuarteles.

Esta película cuenta la historia de Víctor Iribarren, un joven de clase alta incorporado
al servicio militar obligatorio, que se enamora de la hermana del Capitán a cargo de
la Base Militar Aeroparque. 20 Protagonizada por Elio Roca y Soledad Silveyra y con
la participación de Ricardo Bauleo y Nené Morales, entre otros, la película intercala
escenas humorísticas y cándidas de los soldados conscriptos en el cuartel, con
encuentros y desencuentros en una historia de amor y canciones románticas a cargo
de Roca. A diferencia del artículo periodístico de Siete Días que retomaba críticas
por parte de los soldados y mostraba cómo se intentaba eludir el servicio militar a
través de distintas tácticas, “La colimba no es la guerra” construía una imagen social
positiva sobre el funcionamiento de la conscripción para difundir en la sociedad
argentina, a partir de una serie de tópicos sobre las virtudes de esta institución.

El primer tópico que destaca la película es que la conscripción operaba como una
institución que igualaba socialmente a jóvenes provenientes de distintos sectores
sociales y lugares del país. En este sentido, el protagonista, Víctor, era un joven
millonario de 24 años que había obtenido varias “prórrogas” mientras supuestamente
estudiaba en Paris, cuando en realidad se dedicaba a disfrutar de la vida sin asumir
las responsabilidades adultas. En cambio, el resto de los protagonistas, que serán
compañeros de conscripción de Víctor, pertenecían a otros sectores sociales:
Rufino, un humilde joven nacido en Córdoba, cuya novia desde hace 5 años quiere
casarse a toda costa y piensa que hacer la conscripción es una excusa para no
hacerlo; Giacommo, hijo de una argentina con un claro acento extranjero, nacido en
Italia, que se siente orgulloso de ser convocado para conocer y cumplir con su
“patria” (“Si vos sos italiano” lo increpa Rufino; “Io sono argentino, lei capito?”, le
contesta indignado). Por su parte, Carlos, llamado así en honor a Gardel, quiere
triunfar en la música, aunque su padre considera que todos los músicos son “vagos”;
de hecho, confunde la citación a la conscripción con una convocatoria para participar
de un programa de televisión.

20
Para una ficha de la película, véase: http://www.cinenacional.com/pelicula/la-colimba-no-
es-la-guerra. Todas las citas de este apartado son trascripciones realizadas por el autor, en
base a la visualización de la película.

35
Así, la película buscaba destacar que todos los varones pertenecientes a la misma
“clase” militar debían cumplir con la conscripción, tanto los de sectores más
desfavorecidos (campesinos, indígenas o de clases trabajadoras urbanas) como
aquellos pertenecientes a las capas medias y altas de las grandes ciudades. Incluso,
la película enfatizaba que los soldados provenientes de sectores altos no sólo no
podían “acomodarse” en “destinos privilegiados” sino que cumplían las mismas
tareas que el resto. En esta línea, si bien Víctor imaginaba ser chofer o dedicarse a
tareas administrativas, sus compañeros se reían de él porque le había tocado limpiar
los aviones como al resto de la Compañía.

Asimismo, se muestra que el servicio militar permitía a sectores sociales muy


diferentes no sólo conocerse sino también enriquecerse mutuamente de sus
saberes, gracias a compartir una experiencia en común. Por ejemplo, el primer fin de
semana de “franco”, Rufino se queda en casa de Víctor como su “huésped” y se
muestra impresionado por el lujo y las comodidades. Por ejemplo, confunde el
desodorante corporal con un insecticida. O, cuando hacen una fiesta, mientras usan
pelucas compradas en Europa para ocultar el corte de pelo al ras, típico de un
soldado conscripto, bailan al son de un grupo de chamamé invitado por Rufino, pero
cuestionado por las amigas de Víctor por ser un “quemo”.

Junto a este ideal igualador, la película también enfatizaba que la conscripción


operaba creando fuertes lazos de amistad y compañerismo que atravesaban las
diferencias sociales y que los acompañarían toda la vida. Este ideal se refuerza al
final de la película cuando Víctor le propone a Rufino asociarse en un
emprendimiento agropecuario:

- “Pensar que vas terminar la colimba y cada uno seguirá su camino… ¿Volvés a
Córdoba?, lo consulta Víctor.

- Sí, contesta Rufino.

- Oíme, nos vamos a hacer socios en un campito. Para algo estoy estudiando
agronomía, le propone Víctor.

- Sería lindo, valía la pena hacer la colimba, aunque solo fuera para encontrar un
amigo, concluye Rufino”.

36
Como vemos, lealtad, compañerismo y amistad parecen ser los valores morales
alentados durante el paso por la conscripción. De todas maneras, si bien le permitía
a jóvenes de sectores sociales diversos conocerse entre sí, en ese mismo
movimiento también se reafirmaban las diferencias de clase social previas al ingreso
al servicio militar: mientras uno se alfabetizaba, el otro iniciaba estudios
universitarios; frente al propietario de un campo, el otro se convertía en un empleado
suyo.

Asimismo, a lo largo de toda la película se retomada una y otra vez otro tópico: el
que destaca que las FFAA convertían a los jóvenes incorporados no sólo en
soldados legítimos sino también en hombres adultos con el sello de la aprobación
oficial, capaces de integrarse el mundo adulto y al mercado laboral. En este proceso
de transformación, se consideraba esencial que los conscriptos fueran separados de
su casa (especialmente del cuidado y de la influencia de sus madres) y que sus
vínculos con la sociedad exterior fueran restringidos. Esto explica que, mientras la
madre de Carlos llora por el alejamiento de su hijo, su padre razona: “Por fin, se
llevan un vago, a ver si nos devuelven un hombre”. “Bueno, che, basta de drama. Al
final, la colimba no es la guerra”, concluye el padre.

En una de las primeras escenas de la película, el Capitán a cargo de la Base


consulta al suboficial Grosso, encargado de los reclutas recién incorporados al
servicio militar: “Y ¿qué tal?”. “Recién llegan, cuando los convertimos en soldados se
van y hay que empezar de nuevo”, contesta Grosso. Esta operación de
transformación, según la película, suponía la adopción de una disciplina castrense,
basada en un conjunto de prácticas, rutinas que incluían castigos y arbitrariedades
militares, así como aprender el lenguaje de la subordinación, el sometimiento y las
jerarquías militares: “Les recuerdo que las órdenes son para ser cumplidas, y que la
mala memoria se puede curar con un arresto”, alecciona Grosso. “Soldados, ustedes
empiezan a cumplir con un deber y todo deber hay que encararlo con
responsabilidad. No estamos aquí para imponer órdenes caprichosas pero exige
disciplina, responsabilidad y conducta ejemplar. Espero que comprendan el sentido
de esta palabra, y que lo que aquí aprendan les sea útil en la vida civil.
¿Comprendido?”, explicaba con tono didáctico el Capitán. “¡Sí!”, contestaban al
unísono y con tono marcial todos los soldados conscriptos, uniformados y formados
en fila.

37
Asimismo, la película destaca también cómo los soldados se van incorporando a las
rutinas que organizan la vida militar, perfeccionando los movimientos y adquiriendo
las prácticas castrenses. Mientras en las caras de los conscriptos se puede ver un
cierto orgullo al cumplir con las actividades ordenadas por los superiores, el Capitán
contempla con satisfacción los éxitos obtenidos en la instrucción militar. En este
proceso de transformación, si bien se muestran castigos y sanciones arbitrarias por
parte de los superiores, nunca se muestran como exagerados, desmedidos o
extremadamente violentos. Por ejemplo, la primera noche, cuando están formados
para dormir, el suboficial Grosso les ordena: “Tienen dos segundos para estar
acostados y dormidos. Hacerlo, ¡carrera march!”. Cuando están todos en sus
cuchetas, en tres oportunidades, Grosso les manda: “Soldados, al pie de la cama”.
E, inversamente, cuando ya están formados, les ordena: “¡Acostarse!”. “Hoy ha sido
su primer día, pero mañana va en serio”, los amenaza antes de dejarlos descansar.
“Mañana nos mata”, susurra Rufino a un compañero soldado.

Este proceso de disciplinamiento también era alentado por los familiares de los
soldados conscriptos. Por ejemplo, desde Santa Fe, Mirta, la hermana de Víctor que
estudia derecho, le envía una carta donde lo alecciona: “Espero que algo del servicio
militar te aporte algo de la disciplina y responsabilidad que nunca tuviste. Y
comiences a tomar la vida en serio”. O, en otra oportunidad, cuando va a protestar
por el castigo de 30 días de arresto a su hermano, Mirta reconoce frente al
suboficial: “Yo sé que mi hermano es un niño grande y mal criado, pero aplicarle
semejante castigo…”, argumenta, tratando de convencerlo para que revea la
medida. “Señorita, 30 días de arresto significa privarle de 4 fines de semana, no está
condenado a trabajos forzados”, le contesta Grosso. Luego, en esta misma línea, el
Capitán agrega: “Señorita, la base no es un jardín de infantes. Permítame darle un
consejo, no sobreproteja a un hombre que cumplió 24 años”.

En este caso, la película parece mostrar que los castigos, lejos de representar
prácticas violentas y degradantes que vulneran los derechos de los soldados, son
maneras efectivas de encauzar una juventud rebelde que no quiere asumir las
responsabilidades que representa la vida adulta. Este ideal de transformación hacia
la adultez se retoma cuando, luego de la ceremonia de jura de la bandera (el 20 de
junio) empiezan a pensar qué van a hacer cuando termine la conscripción: Rufino
quiere volver a su pueblo; Giacommo desea abrir una heladería y juntar dinero para

38
poder traer a su madre de Italia; Carlos pretende evitar trabajar en el taller mecánico
de su padre, aunque dice que se siente, como artista, un “incomprendido”.

- “Y ¿vos? ¿Vuelta a la vida de bacán?”, le pregunta Carlos a Víctor.

- “Viaje, chicas, farra…”, agrega Giacomo.

- “No, todo eso terminó. Voy a estudiar, a recibirme y empiezo ya. Se acabaron las
fiestas”, sentencia Víctor.

- “No es para tanto”, lo para Giacomo.

- “Estoy decidido, voy a demostrarle a mi familia y a todos que no soy un inútil”,


concluye Víctor.

Como vemos, según esta película completar el servicio militar funcionaba como un
prerrequisito para ingresar al mundo adulto (volverse en un “responsable”) y una vía
para ser simbólicamente incorporados al sistema de trabajo capitalista y a la Nación
argentina. En este sentido, devenir un soldado implicaba adoptar aceptables formas
de pensar, actuar y sentir, organizados por los valores morales de la “camaradería”,
la “amistad” y el “compañerismo”, pero sobre todo, adoptar la disciplina y el orden
castrense e internalizar el respeto, el sometimiento y la obediencia a la autoridad
militar.

Luego de muchos malos entendidos y desencuentros, al final de la película Víctor se


disculpa con el Capitán por todos sus errores, reconociendo la inmadurez con la que
se había comportado anteriormente: “Es muy difícil tragarse el orgullo y reconocer
un error. No quisiera terminar el servicio militar y que usted siguiera teniendo un mal
concepto de mi”. El Capitán no sólo lo perdona sino que, como reconoce que Víctor
“ha cambiado mucho” (gracias a la conscripción), lo ayuda a reconquistar a su
hermana, Silvia: “Esto hay que solucionarlo militarmente…”, sentencia el Capitán y
le ordena, en calidad de “subordinado”, la “delicada misión” de llevarle una carta a
Silvia que decía: “Él te quiere y vos lo querés. No seas zonza y hacé lo que estás
pensando”. Cuando Silvia lee la carta de su hermano, lo perdona a Víctor y, como
cierre de la película, salen a pasear por la ciudad, como símbolo de que han iniciado
un noviazgo.

39
La película buscaba construir consensos en torno al rol de las FFAA y a la
conscripción obligatoria como aquella institución apta para la internalización de los
valores castrenses por parte de los soldados y su difusión en el resto de la sociedad
argentina. En especial, destacaba su potencial como mecanismo institucional apto
para moldear, producir y una juventud “adulta”, ordenada, disciplinada y
responsable. Al crear una imagen positiva de la experiencia de conscripción
operaba como un mensaje moralizante que aleccionaba a la sociedad argentina
acerca de las virtudes del paso por la conscripción y mostraba a los militares como
aquellos capaces de “solucionar” los conflictos, incluso interpersonales.

Botas locas

“La colimba no es la guerra” es un ejemplo paradigmático de que, como señaló


Valeria Manzano, se esperaba que los jóvenes varones internalizaran valores
morales como la disciplina, el respeto por las jerarquías, el orden y el sentido de
responsabilidad, tanto en el colegio secundario como en el servicio militar (2009:
214). De todas maneras, como señaló Manzano, lejos de este relato idealizado
sobre las virtudes de la conscripción, para otros sectores sociales esas instituciones
representaban la aplicación de rutinas sin sentido, la multiplicación de
arbitrariedades y, por sobre todas las cosas, de prácticas autoritarias. De hecho,
entre fines de los años 60 y principios de los 70, ambas instituciones fueron objeto
de la crítica tanto por parte tanto del mundo del rock nacional así como por el humor
político.

En diciembre de 1973, Satiricón publicó un artículo titulado “Fatalidades. Me tocó la


colimba”, escrito por Carlos Trillo y Alejandro Dolina, dos ex conscriptos de la clase
1944 y miembros de una nueva generación que combinaban el periodismo con el
humor gráfico. Nacida en noviembre de 1972, días antes del regreso de Perón luego
de 17 años de exilio y proscripción, esta revista mensual había representado el
retorno de la sátira política, tras la clausura de Tía Vicenta, en 1969. 21 Ideada por
Oskar Blotta en sociedad con Andrés Cascioli, Satiricón combinaba viñetas e

21
Según Mara Burkart (2012 a y b), si bien compartía el estilo de Hortensia, nacida en
agosto de 1971 en Córdoba, Satiricón ocupó una posición hegemónica en el campo editorial
del humor gráfico.

40
historietas cómicas con notas periodísticas propias de las revistas de interés general
(Burkart, 2012a: 76). Y, si bien no alcanzaba las tiradas de las revistas de interés
general, era un verdadero éxito de ventas gracias a su estilo satírico, pedante y
mordaz y a haber forjado una imagen de revista sin límites, desprejuiciada,
dispuesta a faltarle el respeto a los valores instituidos, siempre en nombre de la
libertad (Burkart, 2012b: 4). Pese a estar dirigida a un público masivo, el lector ideal
de Satiricón era el porteño de clase media y alta, de unos treinta años, casado o a
punto de hacerlo, moderno, culto e inconformista y con sentimiento de superioridad,
dispuesto a reírse de sí mismo, de las autoridades y las instituciones de poder
(Burkart, 2012b: 4).

En esta línea editorial, el artículo de Satiricón comienza mostrando que “todo


comienza con un escolaso”, en irónica alusión al sorteo que se hacía todos los años
en la Lotería Nacional: “En este sorteo no se juegan billetes ni dinero: se juegan
destinos. Así los felices poseedores de un número bajo – el 007, por usar un ejemplo
vulgar- quedan exceptuados. Los otros no”. Luego, Carlos Trillo y Alejandro Dolina
describían cómo ya durante la revisación médica empezaban las “humillaciones”:
“Los médicos – para entrar en confianza, tal vez- proceden a explorar los lugares
más inhóspitos del cuerpo de los ciudadanos. Esta medida tiende, sin duda alguna,
a evitar ulteriores rebeldías, pues es bien sabido que pocos se atreven a alzar una
voz de protesta, cuando ya les han metido un dedo en la parte de atrás”. Lejos de
mostrarlos como seres meramente atemorizados o sometidos al poder militar, los
autores destacaban cómo los conscriptos apelaban a distintas tácticas para “eludir
su destino” y “salvarse”:

“Hay quienes llevan radiografías de su madre y quienes fingen miopía. Algunos


mientes pólipos nasales o almorranas galopantes. Otros se tragan carozos de
aceitunas en la sala de rayos X, para que salga una mancha oscura, que hasta cáncer
parezca. Los más audaces se hacen los sordos, los locos o las locas. Pero nadie se
22
salva. Ni siquiera los enfermos”.

22
“Fatalidades. Me tocó la colimba”, Satiricón, edición ·extraordinaria de fin de año,
diciembre de 1973, p. 58.

41
Durante la revisación, recordaban los autores, se anticipaban algunas de las
prácticas violentas y arbitrarias que iban a caracterizar su paso por la conscripción,
entre otras, las “vejaciones diversas” por parte de los soldados pertenecientes a la
“clase anterior”, los llamados “soldados viejos”. “Pocas veces en la vida uno se
siente tan desgraciado como el día de la incorporación”, proseguía el texto,
detallando que ese día el personal militar “pelan a todo al mundo” y que, a cambio
de la “ropa civil”, les daban el uniforme militar utilizando el “criterio castrense de las
medidas antropométricas, es decir, según va saliendo de la canasta”. Además, Trillo
y Dolina ironizaban sobre los “aprendizajes” que se adquirían a partir de ingresar a la
conscripción:

“Al cabo de algunos días, se empieza a aprender.

Que hay más correntinos de lo que uno suponía.

Que el superior siempre tiene la razón.

Que un topo con dos rayas horizontales en la manga es un sargento primero.

Que no se saluda diciendo ‘Hola cómo está’.

Que los calzoncillos patria paspan.

Que el señor que nos iba a acomodar no lo conoce nadie.


23
Que en el Ejército no se hace nada, pero temprano”.

Frente a la conscripción, los autores destacaban tres actitudes posibles por parte de
los soldados:

A) “Una actitud indignada y beligerante que consiste en preguntar ‘y por qué?’ cuando a
uno lo mandan a limpiar la letrina; en decirle al Cabo Gómez ‘usted a mí no me grita’;
en querer saber dónde está el libro de quejas o en gritarle al teniente Rodríguez ‘Por
qué no te hacés el guapo afuera’. Lejos de festejar las salidas de quienes entran por
esta variante, el personal jerárquico suele castigarla con cárceles y persecuciones.

23
Ibid, p. 59.

42
B) Después está la actitud patria, también llamada colaboracionista o del paso al frente.
Es la que adoptan los que se ofrecen como voluntarios a cualquier comisión, los que
tienen siempre el uniforme bien planchado, los que hacen salto de rana con una
sonrisa en los labios, los que le presentan a su hermana al suboficial Fernández o le
pintan la casa al capitán Fuentes.
Esta conducta tampoco es recomendable. Suele ocurrir que, enterado el mayor
Pérez de la blanqueada de casa del Capitán Fuentes se sienta menoscabado y
obligue al conscripto patria a arreglarle el gallinero. O que llegue a los oídos del
sargento Martínez el episodio con la hermana del colaboracionista y reclame
también, aunque más no sea una prima.
Otro inconveniente es que se entere de esto el resto del pelotón y empiece a
murmurarse por ahí: ‘Mírenlo a ese alcahuete de González’.

C) La tercera es la actitud de no comprometida, adoptada por los que quieren pasarla


bien: no hay que hacerse notar, no hay que ser el más rápido, ni el más lento, ni el
más apto, ni el más inútil, ni el más limpio, ni el más roñoso. En el medio de la fila
uno pasa desapercibido”. 24

Y si bien reconocían lo difícil de asumir esta tercera “actitud” para los que quieren
“triunfar en la vida”, recordaban el “viejo proverbio militar”: “Aquí los atributos
masculinos hay que dejarlos colgados en la puerta”. A continuación Trillo y Dolina
mostraban como todo soldado se vuelve un “mistificador”: sostenía que su padre era
médico cuando en realidad se trataba de un “verdulero y calabrés por añadidura”; o
frente a su familia afirmaba que el capitán lo había premiado como “el mejor
deportista del grupo”, “cuando en la compañía lo llaman pata e’catre, no lo quieren ni
regalado”. Otro terreno apto para multiplicar los mitos es la vida sexual: “Durante los
descansos, cuentan aventuras galantes que involucran desde las esposas de sus
superiores hasta la hermana del conscripto González ya citado”, agregaban los
autores. 25 En esa misma línea, también operaba el “mito del acomodo”, que incluía
aseveraciones como:

24
Ibid.
25
Ibid.

43
“El general Montoto va a hablar por mí–dice Conscripto Uno mientras pela papas.

Eso no es nada. Mi hermana está de novia con el coronel Magoya – responde


conscripto Dos, que no es otro que González, que se halla fregando el piso.

Conscripto Tres, a su turno, asegura que un almirante le va a conseguir la baja. Y esto


para no hablar del tío del Conscripto Cuatro ni del vecino de los conscriptos Cinco y
26
Seis”.

Junto con estos “mitos”, los autores del artículo recordaban otros: “el soldado que
insultó al coronel, el que se robó la pistola, o el que nunca hace guardia, el que se
agachó a ver por qué no explotaba la granada, etcétera”. Por último, señalaban que
“al final, lo dejan ir” y en ese momento el conscripto “de puro contento nomás, les
perdona la vida a todos los superiores que había jurado estrangular, y hasta los
saluda, el muy hipócrita”.

“Es que el soldado sale seguro de que se avecina una época de feliz libertad. Nada de
eso, joven argentino. Porque de inmediato aparece una oficina, o una fábrica, que esta
vez es para siempre, y una mujer y dos chicos y las cuotas y los años y ¿te acordás
Gutiérrez, el día que le anudamos los borceguíes a González?... Qué divertido que era
aquello…”. 27

En esta misma línea que cuestionaba cómo el servicio militar se volvía una vía para
el ingreso al gris mundo adulto y del trabajo, el rock nacional se volvió un espacio
desde donde expresar el descontento con el autoritarismo que impregnaba la
dinámica del servicio militar obligatorio y la escuela secundaria (Manzano, 2009).
Frente a la idea de que ahí se transformaba a niños en hombres, el rock nacional
expresó prácticas e ideales alternativos a la manera hegemónica de entender la
masculinidad. Y, en ese mismo movimiento, se fue construyendo en términos
prácticos y poéticos, su oposición a la vida ordinaria (masculina) y a los mandatos

26
Ibid.
27
Ibid.

44
institucionales forjados durante el paso por la escuela y la conscripción (Manzano,
2009: 214 y 221).

No es casualidad que el dúo Sui Generis –integrado por Charly García y Nito
Mestre- la banda que ayudó a convertir el rock nacional en un fenómeno de masas
en los años setenta, se hubiera formado mientras ellos estudiaban en el colegio
secundario “Dámaso Centeno”, dependiente de las FFAA (Manzano, 2009: 219).
Como parte del disco “Pequeñas anécdotas sobre las instituciones”, en 1974 Charly
y Nito compusieron “Las botas locas”, una canción que criticaba el funcionamiento
del servicio militar obligatorio y el del Ejército Argentino. 28 De hecho, este tema,
censurado en 1974 junto con otra canción de ese disco titulada “Juan represión”, no
sólo cuestionaba las prácticas, los valores y jerarquías que organizaban el mundo
militar sino, sobre todo, abría la posibilidad de un cuestionamiento abierto y
planteaba la “deserción” como una forma posible y concreta de eludir la
conscripción.

“Servicio Militar ¡a los 18 años!”

Durante los años en los que se publicaron estos artículos periodísticos de Siete Días
(1969) y de Satiricón (1973), se estrenó la película “La colimba no es la guerra”
(1972) y se compuso el tema musical de Sui Generis (1974), se produjeron una serie
de reformas que alteraron la lógica del servicio militar. En principio, a partir de 1972
se redujo de dos a un año el período de prestación de servicio militar en la Armada,
29
la misma duración que tenía en el Ejército y en la Fuerza Aérea. Asimismo, el 21
de mayo de 1973 se promulgó la ley 20.428 que modificó de 20 a 18 años la edad
en que los jóvenes varones eran convocados para la hacer la conscripción. Según la
nueva legislación, el cambio se aplicaría por primera vez en 1977 con aquellos
varones pertenecientes a la “clase” 1958. Como consecuencia, se optó por que dos
“clases” militares (la de los nacidos en 1956 y en 1957) fueran “exceptuados” de
cumplir con el servicio militar. Por lo tanto, durante los años 1973 y 1976 las “clases”

28
Ver Anexo II.
29
Clarín, 23-10-1971, sin número de página. Obrante en el archivo del diario Clarín.

45
1954 y 1955 fueron las dos últimas en cumplir con el servicio militar obligatorio con
20 años. 30

A mediados de 1973, en la revista ElSoldado Argentino, destinada al contingente de


conscriptos, se publicaba un informe del ministro Eduardo E. Aguirre Obarrio, a
pedido de los tres Comandos en Jefe y el Estado Mayor Conjunto. El ministro
sostenía que existía un “acuerdo” acerca de que anticipar dos años la edad el
servicio militar era “posible” desde el “punto de vista de la salud”; sobre todo, porque
ya se había reformado el Código Civil adelantando la mayoría de edad y permitiendo
que los menores de 18 años fuesen emancipados. “La reforma propiciada ahora –
proseguía Aguirre Obarrio- es un paso más, dado siguiendo idéntico principio: hoy,
quien cuenta con 18 años, está en condiciones, físicas y anímicas para cumplir con
estas obligaciones”. 31 Como resultado de este análisis, habían notado que, mientras
las “desventajas” “casi no se advertían”, las “ventajas” “parecían evidentes”:

1) “Los jóvenes podrán conseguir trabajo dos años antes. Esto, porque las
disposiciones que imponen la obligación de mantener empleos y abonar parte del
salario durante el tiempo de incorporación engendraron una consecuencia no
querida por la ley: ellos son descartados regularmente por los eventuales
empleadores, hasta tanto presenten su libreta de enrolamiento con las constancias
de haber cumplido con el Servicio de Conscripción. (…) El panorama se corrige con
la modificación.

2) Los estudiantes que están en condiciones de proseguir carreras, universitarias o de


perfeccionamiento, no tendrán por qué interrumpirlas. (…).

3) El reconocimiento médico de una clase a los 18 años es más efectivo para la salud
social, que el actual, porque tanto las enfermedades como las deficiencias se
advertirán anticipadamente.
30
Clarín, 25-5-1973, sin número de página. Obrante en el archivo de Clarín.
31
“En efecto, el progreso trajo muchos cambios en cuanto al transporte y movilidad, peso de
equipos y esfuerzo físico reclamado al soldado (…). Por otra parte, la mente humana
también evoluciona y en la generalidad de los casos se acelera el aprendizaje, la educación,
el conocimiento de los problemas, el ejercicio de la autoridad y hasta el aplomo y
sedimentación de la personalidad”. En: El Soldado Argentino nro. 694, enero-junio 1973, p
22.

46
4) El mismo argumento es válido en cuanto a la instrucción de conscriptos analfabetos
o semianalfabetos”. 32

Como vemos en este informe, para las autoridades militares este cambio en el
servicio militar obligatorio buscaba reducir los inconvenientes para el ingreso al
mercado laboral y la continuación de estudios terciarios y universitarios. A su vez, se
retomaba aquel ideal civilizatorio que ya hemos visto acerca de la conscripción como
un espacio donde alfabetizar a los jóvenes sin acceso previo a la escuela primaria
así como aquella institución que podía efectuar un activo control epidemiológico de
la población joven masculina.

En función de esta evaluación, si bien en noviembre de 1972 se había contado con


una “unanimidad de pareceres”, el proyecto se hizo público cuando se resolvió pasar
“directamente” al sistema de conscripción de 18 años (y que dos “clases” militares
fueran “exceptuadas”). Como fue una de las últimas decisiones tomadas por el
gobierno dictatorial del general Agustín Lanusse, días antes de la asunción del
presidente constitucional Héctor J. Cámpora, 33 la modificación de la ley casi pasó
inadvertida en los medios de comunicación. Salvo para el diario La Nación y La
Prensa que publicaron artículos editoriales sobre el tema retomando gran parte de
los tópicos sobre la conscripción que se exaltaban en la película “La colimba no es la
guerra”. 34

Entre los “motivos principales que permiten coincidir con el criterio adoptado”, La
Nación destacaba no sólo que facilitaba a los estudiantes que quisieran continuar
estudios superiores sino también que creaba nuevas condiciones para que se
insertarsen en el mundo laboral. De todas maneras, el diario de la familia Mitre

32
Ibid, pp. 22 y 23.
33
En elecciones abiertas y sin proscripciones, el 11 de marzo de 1973, Héctor Cámpora –
apodado “El Tío”- ganó la presidencia bajo la consigna “Cámpora al gobierno, Perón al
poder”, encabezando la fórmula del Frejuli. Asumió el gobierno el 25 de mayo de ese año y,
entre otras medidas, derogó la legislación represiva del gobierno anterior así como dispuso
la liberación de los todos los presos políticos.
34
En las memorias de Alejandro Agustín Lanusse, Confesiones de un general, el ex
presidente de facto no hace referencia a esta ley que modificaba la edad de la conscripción.

47
alertaba acerca de que, como en esa “etapa vital” “dos años de instrucción
significan, con frecuencia, una profunda evolución psicosocial”. Por tanto,
consideraba necesario “adecuar” “el proceso de instrucción, de capacitación y de
formación para obtener resultados satisfactorios”. 35 Esto se debía a dos razones: por
un lado, “desde el punto de vista de una adecuada conducción formativa, la menor
edad facilitará los procesos de adaptación a las naturales exigencias disciplinarias y
a las modalidades de vida propias de los ámbitos castrenses”; y, por el otro, esa
misma “circunstancia” podría volver “en exceso severas o complejas aquellas
exigencias, tanto físicas como psicológicamente”.

Al sostener un doble aspecto ‘dócil’ y ‘débil’ de los varones de 18 años, los


editorialistas llamaban a “adecuar” el proceso de “instrucción” y “formación”,
señalando que no les parecía “sensato” otorgarles “una responsabilidad excesiva, de
riesgo para ellos y para la sociedad”. Como consideraban que la conscripción ponía
en juego “el presente y el futuro”, La Nación concluía que: “Los tiempos actuales
exigen no derrochar meses preciosos para la obra de capacitación de los recursos
humanos de cualquier país. El período de Servicio Militar debe emplearse
íntegramente para alcanzar una auténtica formación de la reserva nacional”. 36

Días más tarde, desde La Prensa se destacaba que, si bien no se conocían razones
“desde el punto de vista de la organización militar”, este cambio sí había sido
“sugerido y aconsejado” por entidades empresarias para asegurar la “continuidad”
de los “jóvenes trabajadores aprendices” en el desempeño de sus empleos. 37 Según
este artículo, el “exceso de protección legal” a un sector de la población
“potencialmente activa” había generado “resultados contraproducentes”: la
“tendencia a evitar la contratación de empleados jóvenes”. 38 Como para ingresar
como trabajador se exigía haber cumplido con el servicio militar, este cambio,
concluía el artículo, “contribuiría, si no a resolver, por lo menos a atenuar las

35
La Nación, 2-6-1973, sin número de página. Obrante en el archivo del diario Clarín.
36
Ibid.
37
La Prensa, 11-6-1973, sin número de página. Obrante en el archivo del diario Clarín.
38
Entre otros “excesos”, se destacaba la obligación a reincorporar a los trabajadores, una
vez terminada la conscripción; el pago de medio sueldo en algunos casos; la equiparación
en las empresas estatales con trabajadores en actividades en otros convenios.

48
dificultades que afrontan los trabajadores jóvenes impedidos de obtener ocupación
permanente hasta los 21 años”. Entonces, se enfatizaba que la conscripción no sólo
era una carta de ciudadanía y de adultez masculina, sino que también era condición
de posibilidad para el ingreso al mundo (adulto) del trabajo.

49
Capítulo II: Un ritual, riesgos y peligros inéditos

El cambio en la edad del servicio militar obligatorio fue implementado recién en el


año 1977, en plena dictadura. En este contexto de cambios y de represión política,
en este capítulo analizaremos aspectos de la experiencia de los soldados
conscriptos entre 1973 y 1977, es decir, entre la promulgación de la ley de
modificación en la edad del servicio militar y su aplicación con los soldados
conscriptos nacidos en 1958. Este período, a su vez, incluye otros hitos que
alteraron la lógica del servicio militar: comienza, a principios de 1973, con el primer
ataque a un cuartel por parte de una organización revolucionaria y se centra en el
Operativo Independencia, entre febrero de 1975 y septiembre de 1976, en la
provincia de Tucumán.

Se trata de un período que incluye los últimos meses de la dictadura de Lanusse,


atraviesa todo el período constitucional entre mayo de 1973 y marzo de 1976 y
finaliza con los primeros seis meses del último gobierno dictatorial argentino. El
período estudiado, a su vez, está marcado por la superposición de distintas prácticas
estatales de represión política que fueron configurando progresivamente un estado
de excepción y fundaron una lógica político-represiva centrada en la eliminación del
enemigo interno (véase: Franco, 2012). Esta avanzada represiva combinó prácticas
y políticas de represión política consideradas legales con otras de carácter
clandestino, en nombre de la Doctrina de Seguridad Nacional: las amenazas,
atentados y asesinatos de organizaciones paramilitares como la Triple A; la ley
20.840 de Seguridad Nacional “para la represión de la actividad terrorista y
subversiva” de octubre de 1974; la declaración del estado de sitio en noviembre de
1974; el inicio de un operativo represivo en el sur de Tucumán, a cargo de las
Fuerzas Armadas; la extensión de la jurisdicción de la represión militar a todo el país
a partir de octubre de 1975; y, luego del golpe de estado del 24 de marzo de 1976, la
creación de un vasto sistema nacional de desaparición forzada de personas (véase:
Franco, 2012).

A la luz del primer capítulo, a continuación, mostraremos cómo este contexto de


violencia política alteró la lógica de funcionamiento del servicio militar obligatorio. En
este capítulo, nos preguntaremos: frente al contexto de violencia política ¿cómo
recuerdan distintos ex soldados las continuidades y rupturas que se produjeron en la
lógica de funcionamiento del servicio militar? ¿Cómo rememoran las relaciones

50
tejidas entre oficiales, suboficiales y soldados? ¿Qué valores morales y mandatos
institucionales alentaba la institución? ¿Qué emociones y sentimientos se
despertaba? Este conjunto de preguntas nos llevará a indagar si, durante los años
de fuerte represión política, el servicio militar obligatorio operaba como un rito de
pasaje y dónde radicaba su eficacia simbólica.

Contratapas de la revista El Soldado Argentino (1974-1975).

51
39
Marcelo: “No estábamos preparados para eso”

Cuando inicié esta investigación, una de las primeras personas con las que me
contacté fue uno de los conductores del programa “La voz de los colimbas”, que se
emite en una radio de la ciudad de Buenos Aires. Desde este programa se reclama
un “reconocimiento histórico” destinado a aquellos soldados secuestrados,
desaparecidos oasesinados en enfrentamientos entre las FFAA y organizaciones
armadas y, en general, a todos los ex soldados de las clases 53 a 59 que
“sobrevivieron” a su paso por la conscripción durante un período de fuerte represión
40
política. La línea editorial de “La voz de los colimbas” busca conciliar la agenda de
los organismos de derechos humanos con la de los ex conscriptos que luchan por
ese “reconocimiento histórico”.

Con Ricardo conversamos en numerosas oportunidades sobre la lucha que los


reunía e incluso me invitó al programa para contar mis experiencias de investigación
sobre memorias del pasado reciente dictatorial. En la primera conversación que
tuvimos, me explicó las distintas versiones sobre el pasado reciente que sostienen
distintos grupos de ex conscriptos:

“El reclamo tiene que ver con un reconocimiento histórico. Sin embargo, no hay un
mensaje autorizado que nos una a todos los ex soldados. Hay muchos chicos [sic] que
guardan el casete de la dictadura, ese casete lo compraron y lo trasladan así igual:
‘Ustedes tienen que combatir al enemigo marxista. Cuando están, primero disparan y
después preguntan’. Ha habido muchachos que dijeron que acá los guerrilleros han

39
Todas las citas de este apartado que refieren al testimonio de Marcelo, corresponden a la
entrevista realizada el 22 de marzo de 2011 en la ciudad de Buenos Aires. Salvo que se
especifique lo contrario, todas las entrevistas citadas a lo largo de esta tesis doctoral han
sido realizadas por el autor.
40
En este sentido, en este espacio “de, por y para” los ex soldados conscriptos siempre se
invita a miembros de organismos de derechos humanos, a abogados en causas por
crímenes de lesa humanidad y a familiares de detenidos-desaparecidos (en especial, de
conscriptos secuestrados durante la dictadura).

52
sido unos hijos de puta y sostienen que hubo una guerra. Pero no podés decir que
41
hubo una guerra. Acá hubo secuestro, tortura, terrorismo de estado”.

Efectivamente, las memorias de distintos grupos de ex soldados parece oscilar entre


esos dos polos: desde quienes consideran que “combatieron” en una “guerra” hasta
los que denuncian la constante “violación a los derechos humanos” contra los
soldados perpetrados por el personal militar, incluyendo complejas combinaciones
de ambas. Si bien Ricardo no había sido enviado al Operativo Independencia, desde
el inicio de mi investigación me ayudó a contactar numerosos ex conscriptos que sí
habían sido enviados a la “zona de operaciones”; podría decir que se convirtió en un
valioso guía que me acompañó a lo largo de todo este trabajo.

Entre otros, Ricardo me recomendó entrevistar a Marcelo, 42 un ex soldado de la


clase 53 nacido en Jujuy, que había sido enviado al monte tucumano a fines de 1974
y que actualmente vive en Buenos Aires. Nos juntamos a conversar en un bar frente
a la Plaza de los dos Congresos, donde todos los martes se reúne un nutrido grupo
de ex soldados conscriptos de las clases 53 a 59. Marcelo me contó que había sido
enviado al monte tucumano veinte días, a fines de 1974, en el marco de uno de los
primeros operativos represivos previo al Operativo Independencia. Sin embargo, las
autoridades militares nunca le develaron que iban a enfrentar a un grupo
revolucionario en pleno monte tucumano. Sólo le habían dicho que iba a un
“concurso de tiro”.

Ni bien nos sentamos a hablar, lo primero que me mostró Marcelo fue una carpeta
donde reúne distintos documentos de la época: el artículo de un diario jujeño sobre
un atentado guerrillero contra su cuartel en 1974; una crónica de la revista Gente
sobre la visita al monte tucumano de Videla en la navidad de 1975; copias de la ley
de febrero de 1977 que agravaba penas en caso de deserción; de la legislación que
prevé un “subsidio extraordinario” para el personal “víctima de acciones subversivas
o resulte inutilizado o con disminución psicofísica permanente”; y del Informe de la

41
Los fragmentos citados no son textuales sino que han sido reconstruidos a partir de las
notas de campo, 10 de agosto de 2009.
42
Todos los nombres que figuran en esta tesis doctoral han sido modificados para preservar
el anonimato de los entrevistados.

53
Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) de 1980 donde se denuncia
la sistemática desaparición forzada de soldados conscriptos. Luego, me mostró
fragmentos del Protocolo adicional a los convenios de Ginebra relativo a la
“conflictos armados sin carácter internacional” (donde se reconoce la calidad de
“combatientes” de los soldados); el artículo 5 de la Convención Americana sobre
Derechos Humanos que regula que “Nadie debe ser sometido a torturas ni a penas o
tratos crueles, inhumanos o degradantes”; y el libro de Ricardo Burzaco, Infierno en
el monte tucumano. “Acá está la verdadera historia”, me dijo Marcelo, señalando
esos materiales.

Al unir ese conjunto heterogéneo de documentos, parecía delinearse el siguiente


relato: hacer la conscripción hacia mediados de los años setenta implicaba una serie
de riesgos y peligros inéditos. En este sentido, los soldados podían morir durante
enfrentamientos entre la guerrilla y las FFAA en el monte tucumano, en un ataque a
un cuartel o incluso ser víctima de la represión ilegal. De esta manera, Marcelo se
presentaba como un soldado obligado por ley a combatir contra un grupo armado,
amenazado por gravísimas penas en caso de “deserción” y permanentemente
degradado y maltratado por el personal militar. Y que, pese a las secuelas, no
contaba con ningún tipo de “reparación” por parte del estado. En palabras de
Marcelo:

“Siempre fue nuestra esperanza de que el gobierno nos ayude. Si vos hacés la
pregunta [para saber] quién hubiera querido ir a la guerra, nadie quería... Son cosas
que nos pasaron, que nos tocó a nosotros por desgracia. Y es triste porque el gobierno
no nos quiere recibir, es lamentable (…). Ellos piensan que nosotros hemos sido
cómplice de los militares, pero éramos soldados rasos, no podíamos ni abrir la boca.
Te digo la verdad que no podíamos ni abrir la boca. Si hubiera sido así quizás
hubiéramos tenido una pensión, bien hecha por los milicos, pero no. Incluso nosotros
no los queremos a ellos [a los militares], porque nosotros sabemos que ellos hicieron
muchas cosas malas. Yo después me entero las barbaries que hicieron ellos, después
que yo salí en el 75. Después me entero por los diarios y digo: '¡éstos estaban más
locos!'. Mirá, gracias a Dios que nosotros no llegamos al extremo de hacer tonteras,
hay muchos muchachos que te das cuenta de que salvaron vidas. (…) Mi hijo me
pregunta: '¿es verdad que ustedes mataron?'. 'No, no, nosotros al contrario’. ¿Viste?
Siempre hemos tratado de hacernos los tontos, mirar para otro lado. Porque no

54
estábamos preparados para eso. Aparte teníamos miedo, nos temblaban las piernas.
Pero no, gracias a dios y a la virgen, no cometimos esa barbarie, esas estupideces
que hicieron los de más rango, gracias a Dios no”.

Cuando Marcelo sostuvo que no “estábamos preparados para eso” nos muestra que
ese contexto de fuerte represión política ejecutada de manera directa por las FFAA
había alterado la lógica de funcionamiento del servicio militar obligatorio. Frente al
estigma que pesa sobre todo el Ejército Argentino, Marcelo destacó que los
soldados conscriptos no sólo no cometieron delitos de lesa humanidad sino que
fueron obligados por ley: “Si yo desertaba, te fusilaban. No tenía escapatoria”. En
función de esta interpretación, Marcelo destacó que luchan por lograr un
“reconocimiento” por “los daños que uno pasó” y proponen alternativas que van
desde una “indemnización” a contar con una obra social “porque los muchachos
están como yo, usan anteojos, no tiene dentadura, están todos desocupados”.
Recordó que esta lucha se inició hace casi diez años, a partir de una serie de
proyectos de leyes. Sin embargo, como ninguno prosperó, en la actualidad han
iniciado una demanda judicial.

En relación a los ex soldados que se reúnen todos los martes, me explicó que se ha
conformado un “grupo muy especial”: “Todos tenemos derecho a hablar, nos
respetamos. A mí me quieren porque yo los contengo y los escucho”. De hecho, la
charla fue constantemente interrumpida por comentarios de otros ex soldados que
se acercaban, escuchaban el relato de Marcelo, acotaban alguna anécdota propia o
hacían una reflexión: “Había dos bandos y nosotros estábamos en el medio, por eso
sabemos toda la verdad”, reforzó uno. Todos me demostraron tener mucha
necesidad de hablar. Y cuando les aclaré que sólo estaba entrevistando a quienes
fueron enviados a Tucumán, uno señaló que el Operativo Independencia representó
el inicio de una política represiva que luego se extendería a todo el país: “En
Tucumán fue más fuerte pero después vino todo para acá. Todos tenemos historias
que contar, no sólo los que estuvieron en Tucumán... Tendrías que hablar con el
43
resto, para que te cuenten qué pasó en otras partes del país...”.

43
Reconstruido en base a mis notas de campo, 22 de marzo de 2011.

55
Marcelo consideró su activismo como una forma de saldar una “deuda” con sus
“compañeros” enviados al monte tucumano durante el Operativo Independencia:

“Como te dije yo estuve 20 días en Tucumán, hice una serie de rastrillajes, pero
gracias a Dios no me pasó nada... Pero ellos [mis compañeros] quedaron, los otros
muchachos quedaron y yo lo que muchas veces ando porque quizás estoy en deuda
con ellos. Hemos pasado mucho hambre, mucho hambre. Y yo me acuerdo cuando
me sacaban de Tucumán, yo le entregué mi ropa, mis zapatillas a mis compañeros, lo
que tenía y me fui con la mochila vacía y con el armamento vacío. Pero eso sí, lo hago
por mis compañeros que ellos son los que tiene que dar”.

Hijo de un trabajador de la empresa Ledesma, Marcelo había nacido en 1953 en


Calilegua, provincia de Jujuy. Cuando en diciembre de 1972 le llegó la carta de
notificación, no pensó en “zafar” en la revisación médica porque consideraba que
“estaba sano”, “apto” en la jerga castrense. Además, recordó que su padre estaba
orgulloso de que su hijo mayor cumpliera con el servicio militar:

“Marcelo: ¿Viste cómo lo toman la gente del interior, del campo? Para el hijo varón,
hacer el servicio militar era tocar el cielo con las manos. Pero, en realidad, si te digo
que sí [quería hacer la conscripción], te miento. Quizás hubiese querido seguir
trabajando o poder estudiar, ser algo. Hoy en día me hace falta, tengo 58 años estoy
desocupado, no tengo estudio (…).

Santiago: Claro, porque en esa época, muchos pensaban que ir a la conscripción era
hacerse hombre, hacerse adulto, era dejar de estar cerca de la madre...

M: La verdad que sí, esa era siempre la idea de la gente del interior. Uy, los padres se
golpeaban el pecho: 'Mi hijo hizo el servicio militar', contento. Bueno, nosotros
teníamos que venir de allá y mostrar buena cara. Decir: 'no, todo está bien'. Pero la
realidad era otra. Nosotros pasamos cosas duras, en invierno a las 4 de la mañana
nos hacían bañar con agua fría”.

Si bien lo iban a enviar a un regimiento en Tartagal, provincia de Salta, Marcelo logró


quedarse en su “pago”, en el Regimiento de Infantería de Montaña 20, con

56
excepción de los 20 días que fue enviado al monte tucumano. A partir de ese
momento, se inició el lento proceso de incorporación a las prácticas, rutinas y
rituales que caracterizaban el servicio militar:

“Santiago: ¿Cómo era la revisación médica?

Marcelo: En la revisación médica te desnudaban completamente, y te hacían toda


clase de chequeos, del corazón. Te revisaban, incluso, te hacían agachar, te revisaban
el ano, todo, todas las partes íntimas. Y bueno, ahí, te decían que estabas apto y
adentro. Y después vino la vacuna grande que te ponen, que te mandan una semana
en cama.

S: Esa vacuna, ¿te la daban antes de que te incorpores o cuando ya estabas


incorporado?

M: No, cuando ya estás incorporado...

S: ¿Para qué era la vacuna?

M: Después averiguando dicen que era para los contagios, contra las enfermedades,
porque teníamos que soportar muchas cosas: porque tanto los botines como la ropa
interior eran de otras generaciones de gente que ya venía de años, teníamos incluso
camisas de lana, todas esas viejas, horribles, botines de otros, medias de otros, y así
recibíamos. El interior era muy abandonado en lo que es el regimiento de Jujuy, Salta,
el Norte. Incluso en un tiempo llegamos a comer carne de mula, asado de mula. Se
empezaban a morir las mulas y las comíamos como asado. Así pasamos...”.

Para el personal militar, se trataba de crear seres capaces de resistir no sólo la


dureza de la vida castrense sino también el “abandono” que caracterizaba a ese
cuartel jujeño. A su vez, estas rutinas progresivamente expropiaban a los soldados
de sus derechos y los volvían seres sometidos al poder y a las humillaciones de sus
superiores, incluso de los “soldados viejos” (aquellos pertenecientes a la “clase”
militar anterior). De hecho, durante su primer día en el cuartel, un conscripto de la
clase 52 le cortó la mitad del pelo y, después de almorzar, completó la parte
restante: “Esa era siempre la revancha de los colimbas viejos que se desquitaban
con la generación que venía”, recordó Marcelo. Además de raparlo, le dieron el
equipo, la bolsa de rancho y el uniforme: “esa ropa de lana, esa ropa muy fea...
Hasta el día de hoy me acuerdo y me pica el cuerpo. Pero bueno, tenía que
57
acostumbrarme a eso”. “Y lo tenías que cuidar como oro, porque si no, tenías que
pagar. Siempre se te perdía algo”, agregó Marcelo, en referencia a la costumbre de
robar pertenencias por parte de otros soldados.

Incorporarse a la vida militar significaba ingresar a un mundo “muy distinto [a la vida


civil], muy raro”; se trataba de un espacio donde se alternaba entre una estricta
rutina (donde todo se hacía “contrareloj”), las clásicas tareas de servidumbre y las
prácticas de instrucción militar. “Pero nosotros lo tomábamos como un juego, en
realidad no le dábamos bolilla, lo hacíamos porque si no, ellos nos privaban de
franco o te pateaban”, sostuvo. Si bien Marcelo estaba acostumbrado a la “vida
dura” del trabajo de campo, la rutina castrense siempre incluía castigos corporales:

“Marcelo: ¡Nos pegaron cada zarandeada! Sí, sí, nos bailaban mucho de noche, hasta
las 12, una de la madrugada. Nos hacían devolver la comida, toda la cena tirábamos
ahí... Nos trataban mal de noche. Había un cabo primero, Vega, le decían El Loco
Vega. Ese tipo prácticamente nos torturaba, y así transpirados íbamos a dormir. Pero
después los otros eran rectos, pero nos respetaban, había uno solo nomás que era un
tipo de mal acero. (…) De noche era jodido, porque te picaban los gusanos, era lo peor
que había que te piquen los gusanos en los combates nocturnos (así le llamaba ellos
cuando nos llevaban al campo). Te picaban los zancudos ésos, ¡madre mía! Muchos
iban a parar a la enfermería. En el campo había gusanos, que le decían la gata
peluda, ese gusano te quema… Te dolía hasta el alma ¿viste?”.

No sólo en los castigos se escenificaba la subordinación a los superiores. Según


recordó Marcelo, el trato cotidiano con los oficiales y suboficiales era “muy estricto” y
requería aprender el lenguaje de las jerarquías:

“Marcelo: En ese tiempo, era muy estricto el trato. Hasta el cabo que era mucho menor
que nosotros te retaba, te zapateaba la cabeza y te tenías que quedar calladito. Era
muy estricto en ese tiempo. Era muy jodido el respeto que teníamos que tenerle a
ellos.

Santiago: Tenía que decirle 'mi cabo'...

M: Todo era 'mi cabo', 'mi sargento', 'mi subteniente', 'mi teniente primero', 'mi coronel',
todo era 'mi...'”.
58
Se trataba de un sistema de poder que se hacía ver (Balandier, 1994), donde se
representan las jerarquías que distinguían a soldados rasos del resto de personal
militar, incluso de los soldados de la clase anterior (a los dominados de los
dominantes). Gracias a esas «reglas de etiqueta» -que exigían consentimiento,
obediencia y subordinación- se efectuaba una puesta en escena de las relaciones de
poder que organizaban la vida en el cuartel:

“Santiago: Y, ¿te sancionaron alguna vez? ¿Te castigaron?

Marcelo: ¡No! gracias a Dios no! Te controlaban si vos eras bien aseado, bien
disciplinado, en el sentido de que ellos te jodían en eso de tener tu ropa bien aseada,
bien afeitadito, la cama bien hecha, bien lavado los cubiertos, te controlaban todo eso.
No, gracias a Dios, no”.

Era un régimen que buscaba producir soldados (y sujetos) dóciles; pero esa
vigilancia y control permanente no se circunscribía al espacio del cuartel, sino que se
extendía durante los fines de semana, cuando salían de “franco”:

“Marcelo: Los milicos decían que nosotros en la vida civil teníamos que ser bien
educados. Si subía al colectivo un militar de civil y si vos no le dabas el asiento a una
dama o no eras amable con los mayores, agarráte cuando volvás. En ese sentido, la
educación era estricta y vos ya quedabas con eso cuando salías decías: 'no, por ahí
va a venir un militar y te va a agarrar'. No, sabíamos dar el asiento a los mayores, a los
menores, ayudábamos a la gente a subir, a bajar. Porque eso te enseñan ellos ahí, el
respeto, en primer lugar a los padres, a la patria, y la educación. Y eso nos queda,
hasta el día de hoy si vos ves a los muchachos son muy educados (…). Quizás a mi
hijo lo eduqué con mucho rigor, como me educaron a mí, salí así de la colimba, con
una educación muy rigurosa”.

Parecía que el objetivo de las FFAA era crear una sociedad ordenada y controlada,
a partir de la multiplicación y diseminación de la disciplina militar y los valores
castrenses en todo el tejido social; cuyo fin último era modelar la sociedad a su

59
imagen y semejanza, como cuerpo disciplinado (véase: Calveiro, 1998: 11 y 13). La
jura de la bandera implicaba el final exitoso de ese proceso de “instrucción” militar y,
al haber completado ese ritual de paso, convertirse en un soldado considerado
legítimo para las autoridades militares, con el sello de la aprobación oficial.

“Marcelo: Uno lo toma así, orgulloso, muchas veces jurar la bandera, defender la
patria... Pero no es linda la guerra, ojala que nunca … La jura de la bandera es algo
que uno lo tiene mucho tiempo en la cabeza, muchos muchachos andan orgullosos.
Ojala hubiese sido como los muchachos de Malvinas, ir a pelear afuera, no llevarte un
conflicto interno como hemos tenido nosotros. Y tampoco es linda la guerra, es triste.

Santiago: Y, ¿cómo era la formula?

M: 'Jura defender hasta perder la vida'. Y tenías que decir: 'sí, juro'. Y ésa era la jura
que teníamos. Yo tengo una foto en mi pueblo jurando la bandera, Yo lo miro, es por
mis compañeros. Ojala tuviera mucha plata para juntarlos a todos y tomar un jarro de
mate, pero uno ve a muchos de mis compañeros y me pongo a llorar porque los veo a
muchos en mala situación. Ya a la edad nuestra y no tienen trabajo (…). Muchos
aborígenes fueron a hacer el servicio militar sin idea a dónde te llevaban, qué es lo
que iba a pasar, y están en una situación y no tienen ni para comer”.

En este sentido, Marcelo cuestionaba cómo, apelando al valor moral del “sacrificio”
de la vida, las autoridades militares los habían obligado a enfrentar a un enemigo
interno, a otros argentinos. Luego de pasar 20 días en el monte tucumano, lo dieron
de “baja” por una ley que impedía que dos hermanos estuvieran simultáneamente
“bajo bandera”. Cuando le comunicaron que finalizaba su paso por la conscripción,
no veía la hora de salir del cuartel, “antes de que se arrepintieran”. Recién a los tres
meses volvió a buscar su libreta de enrolamiento firmada por el coronel a cargo de
su regimiento. Su padre le preguntaba insistentemente: “¿Y tu documento? Ya tenés
casi 21 años. Tenés que ir a buscar el documento porque si no, ¿cómo vas a entrar
a trabajar?”. La libreta de enrolamiento parecía representar que los jóvenes varones
habían sido declarados “aptos” también para incorporarse a la disciplina del mundo
del trabajo capitalista. Sin embargo, Marcelo tenía terror de que lo volvieran a “meter
adentro”:

60
“Me lo entregaron [al Documento Nacional de Identidad], no pregunté nada, salí así
calladito, di media vuelta, porque esa psicosis, de que tenés miedo de que te vuelvan
a llamar... Pero cambió toda mi vida, te digo la verdad. No sé qué habrá pasado (…). A
mí me gustaba mucho salir a los bailes en el pueblo. Cuando salí de ahí, salí mal, ya
no quería ni ir a los bailes. Se me acabó la vida, de querer aferrarme a algo, más debe
ser por lo que nos pasó. La empresa Ledesma no nos quería dar trabajo, 'no, loquitos
no tomamos'”.

Gracias a la influencia de su padre, pudo entrar a la empresa Ledesma, aunque


pronto fue caratulado como “rebelde” debido a que nunca aceptaba las órdenes de
los supervisores. “Era como si me estuviesen dando las órdenes los militares,
¿viste? La psicósis esa me quedó”, recordó Marcelo. Pareciera que el paso por el
servicio militar selló un antes y un después, un hito en su vida:

“Tiene sus cosas el servicio militar… Ahora como estamos en democracias, se puede
controlar. Antes, los militares hacían lo que querían, pero ahora se derogaron muchas
leyes. Hace falta la educación, el respeto que se pierde, yo ya con 58 años, ya veo
que los chicos desgraciadamente perdieron el respeto, hay muy pocos [respetuosos].
(…) Yo salgo mucho, camino mucho y me da pena, más por ellos. Quizás en el
Ejército te enseñan a cómo manejarte en la vida. Siempre hay milicos que son
atorrantes, pero la mayoría te aconseja, te enseña a ser ordenado en la vida”.

Pese a enfatizar el sufrimiento que representaba la vida como soldado


especialmente en un período dictatorial, Marcelo no deja de considerar que operaba
como una especie de escuela de moralidad y civismo, donde la mayoría de los
oficiales y suboficiales enseñaba “cómo manejarse en la vida”, los valores morales
del “respeto”, el “orden” y “disciplina”. Esta aparente contradicción nos habla de una
forma de ejercicio del poder cuya cotidianeidad lo volvía invisible, natural y
deseado. 44 A su vez, nos muestra que la conscripción tenía una doble faceta: una
moralizante y otra de poder disciplinario, coercitivo y violento. 45 Es decir, implicaba

44
Sobre esta manera de conceptualizar el poder, véase: Foucault, 1980.
45
Sofía Tiscornia (2004b) ha estudiado cómo los edictos policiales y el poder de policía se

61
tanto el uso explícito de la fuerza como el encauzamiento y la domesticación de las
conductas y de las costumbres públicas y privadas.

Sin embargo, Marcelo privilegia el relato del conjunto de castigos, humillaciones,


“maltrato” y privaciones, en síntesis, de sufrimientos que experimentó durante su
paso por la conscripción. En un trabajo clásico, Veena Das (2008) sostiene que la
sociedad, valiéndose de números rituales de iniciación, suele imponer a los individuos
jóvenes sufrimiento como precio de la pertenencia a la sociedad – mientras suele
ocultarse a sí misma esa activa producción del dolor. La autora considera que ese
sufrimiento presenta una doble naturaleza: una negativa (el dolor que le inflige a los
individuos en nombre de los grandes proyectos de la sociedad) y otra productiva (la
capacidad para moldear seres humanos como miembros morales de una sociedad). 46

En el testimonio de Marcelo vemos que hacer la conscripción pretendía operar como


un ritual violento que transformaba niños en adultos; cuya eficacia radicaba en
convertirlos en ciudadanos argentinos y en varones adultos susceptibles de
incorporarse al mercado laboral, gracias a la internalización de la disciplina castrense,
de los valores del “orden”, el “respeto” y la disposición al “sacrificio”. Pero, tal como
sucedió desde su creación a principios del siglo XX, la producción en serie de
soldados reforzaba asimetrías económicas y socioculturales con las que distintos
soldados se incorporaban al servicio militar y, por lo tanto, creaba un conjunto de
47
ciudadanos considerados más o menos merecedores de derechos. A su vez, este

caracterizan por este doble carácter moralizante y coercitivo violento.


46
Incluso Morinis (1985) argumenta que el hecho de que en muchas sociedades las
iniciaciones adolescentes estén marcadas por experiencias de dolor se debe a que los
sufrimientos son símbolos apropiados para dar cuenta de la mutilación de la autonomía del
individuo como precondición para la membrecía a la sociedad (y el paso a la adultez). “El
mensaje de la metaestructura del rito es que la membrecía del propio grupo es incompatible
con una autonomía total del self. Ese mensaje es una condensación del punto dominante en
la transformación del chico en adulto. El chico es llamado a sacrificar servicialmente una
parte de su self, para que el pueda ser preparado para entrar en el universo social en el que
toda persona que no ha torcido para algún grado hacia la voluntad colectiva no son
bienvenidos” (Morinis, 1985: 162, traducción propia).
47
Ello así debido a que en el Estado Nación moderno no sólo la igualdad de derechos se
inscribe en la desigualdad intrínseca del sistema capitalista (Krotz, 2004) sino también

62
contexto de represión política alteraba la lógica de funcionamiento de la conscripción.
No sólo se sometía a los soldados a un régimen que exigía subordinación al personal
militar -tal como había sido tradicional desde principios del siglo XX; sino también,
como veremos a lo largo de esta tesis, creaba nuevas condiciones de posibilidad
para considerar a ciertos soldados como seres cuyas vidas no valían la pena
preservar. 48 Es en este sentido que, al ser enviados a combatir a la guerrilla bajo el
mandato del “sacrificio” de su vida, los conscriptos estaban sometidos a un
permanente riesgo de muerte y sentían que en cualquier momento podía pasarles
cualquier cosa.

Enrique: “Nos trataban demasiado bien” 49

Cuando llegué a San Miguel de Tucumán para hacer trabajo de campo, me


sorprendió que la mayoría de la gente con la que conversé no conocía ningún ex
soldado que hubiera sido enviado al Operativo Independencia. Antes bien, cuando
les contaba mi tema de investigación, enseguida detallaban cómo sus amigos,
conocidos, parejas, familiares, compañeros de escuela o incluso ellos mismos
habían “zafado” en el sorteo porque les había tocado “número bajo” o habían
desplegado diversas tácticas de evasión: ser declarado “no apto” en la revisación
médica o pagar una suma de dinero para lograr “excepciones”. Lejos de concebir la
conscripción como un rito de paso hacia la adultez masculina y como prerrequisito
para ingresar al mercado laboral, estos recuerdos iluminan otra manera de vivir y
sentir la “colimba”: para la amplia mayoría de jóvenes de clase media y alta tucumana

porque al incorporar a algunos grupos como ciudadanos con plenos derechos se excluye de
derechos a otros grupos (Gordillo, 2006).
48
La expresión “vidas que no valen la pena ser preservadas” la tomamos de Judith Butler
(2006 y 2010). Esta autora plantea que en cada sociedad hay marcos sociales y culturales
disponibles bajo los cuales algunas vidas son consideradas socialmente valiosas (cuya
muerte merece un obituario) mientras otras no son consideradas dignas de ser preservadas
y, por lo tanto, son objeto de violencia por parte del estado.
49
Todas las citas de este apartado que refieren al testimonio de Enrique corresponden a la
entrevista realizada el 27 de septiembre de 2009 en la ciudad de Famaillá.

63
(y argentina en general), el desafío era “zafar” de la conscripción apelando a tácticas
y estrategias diversas.

Entre otras razones, eso se debía a que los soldados muchas veces eran usados por
las autoridades militares en tareas administrativas o domésticas (de ahí que se la
conscripción se llamara usualmente “colimba”, de “corre-limpia-y-barre”); la violencia
estatal por parte del personal militar estaba naturalizada (eran famosos los castigos
conocidos como “bailes”); o simplemente era visto como una “pérdida de tiempo” para
insertarse en el mundo laboral o continuar con los estudios superiores. A partir de
mediados de los años setenta, a esto se añadía el riesgo adicional de morir en un
enfrentamiento entre las FFAA y la guerrilla o la posibilidad de ser víctima de la
represión ilegal.

Un docente de la Universidad Nacional de Tucumán fue uno de los pocos que me


recomendó hablar con un amigo suyo de la infancia, Enrique, que había hecho la
conscripción durante los años ‘70. Enrique pertenecía a la “clase” de los varones
nacidos en 1954 y lo entrevisté en su casa en su ciudad natal, Famaillá, un sábado
por la tarde de septiembre de 2009. Había ingresado a la conscripción el 1 de marzo
de 1975, un mes después del inicio del Operativo Independencia y le dieron la “baja”
el 31 de marzo de 1976, a pocos días del golpe de estado. A diferencia de otros
entrevistados como Marcelo, Enrique recordó que había sido un soldado
“acomodado” en un destino “privilegiado”: el Comando de la V Brigada de Infantería
del Ejército, en la ciudad de San Miguel de Tucumán.

Si bien le tocó hacer la conscripción el año en que el Ejército Argentino encaró “el
trabajo más fuerte contra la guerrilla”, Enrique me explicó que no había sido enviado
al monte tucumano: “A nosotros nos rotaban en Famaillá. O sea, traían media
Compañía un mes, media Compañía el mes siguiente y así. Hasta que algunos
encontraban su puesto definitivo aquí y otros encontrábamos el puesto definitivo allá.
Y [luego] ya quedábamos, ya había menos movilización”. Aunque hizo guardias en la
ciudad donde estaba el Puesto de Comando Táctico del Operativo Independencia,
no recordó haber tenido un particular miedo a morir; en cambio, tenía la sensación
de que “a mí no me va a pasar”: “No tuve experiencias cercanas con guerrilleros ni
por cerca. Los enfrentamientos que yo recuerdo, los he leído en el diario, antes de
que incorporarme al Ejército”. “En general, el Ejército, en mi caso y creo que en el de

64
muchos, quizás por la intención esa de que era mejor que nos llevemos bien, los
jefes con nosotros, ha sido una experiencia no traumática”, sintetizó Enrique.

Ni bien nos sentamos a conversar, le pregunté por qué consideraba que habían sido
enviados al “teatro de operaciones” soldados de todas partes del país al Operativo
Independencia, principalmente de la V Brigada de Infantería del Ejército. Enrique
ensayó una hipótesis sobre esta estrategia adoptada por el Ejército Argentino:

“Efectivamente era un método de trabajo del Ejército traer gente de distintos cuarteles
de todo el país, que los rotaban. O sea, ¿cuál era la estrategia de trabajo? Que todos
de una manera u otra estén comprometidos con el hecho político que significaba la
dictadura y el trabajo sobre la gente que pensaba de otra manera, la represión. Yo
estaba en el Comando de la V Brigada, un lugar privilegiado en ese sentido. No nos
tocó a nosotros mucho trajín de enfrentamientos y ese tipo de cosas. O sea, ahí era
como que se concentraba el Comando, ése era el Comando permanente. Y en
Famaillá era donde estaba la avanzada del Ejército, se le llamaba Comando Táctico.
Como te digo, eso de la diversidad fue así. Se vivió desde distintas ópticas,
muchachos que realmente estaban en el monte y otros que no, que estábamos
viviendo tranquilamente en otro lugar, en el mismo Ejército”.

Para Enrique, las autoridades militares parecían librar no sólo una batalla en el plano
bélico; también luchaban por ganar la adhesión del conjunto de los soldados y de la
sociedad argentina en general. Por lo tanto, para el Ejército Argentino la gran apuesta
era que los soldados asumieran una “militancia integral” en el marco de la
denominada “lucha contra la subversión”.

Como la mayoría de mis entrevistados, Enrique me explicó que, a partir del inicio del
Operativo Independencia, se alteró la lógica de funcionamiento de la conscripción.
Entre otros aspectos, en 1975 se incorporó una mayor cantidad de soldados y, por lo
tanto, se redujo el número de sorteo que era considerado “bajo” (y que implicaba
“salvarse” de la conscripción).

“Santiago: ¿Te acordás del día del sorteo?

65
Enrique: Sí, al sorteo se lo escuchaba por radio, transmitían el número de documento
y el número de sorteo. A mí me tocó el 652 y en ese tiempo se incorporaba mucho
más [soldados] que después. En ese tiempo tener el 150 no era número bajo. Número
bajo era los que se salvaban, pero en ese tiempo se incorporaron casi todos. (…) La
revisación se hacía pocas semanas después del sorteo, se ha hecho en el año 75.
Revisaban a todos en el Regimiento 19 y ahí se vivían situaciones muy extrañas, a
veces, porque algunos que ya eran milicos viejos nos querían tener cagando a los
nuevos, sin ningún derecho. Y el que se dejaba hacer, se dejaba hacer. Bueno, es lo
normal. Es como decía un amigo militar de la Marina: 'Vos entrás y mirás para abajo y
no hay nadie, vos sos el último. Arriba tuyo están todos'. Así es, así sigue siendo.

S: ¿No intentaste zafar, que te salga no apto?

E: No, no, no, no. En absoluto. Es más, consideraba en ese momento como una
experiencia útil. Y estando adentro, si bien es cierto que te das cuenta de que hay
muchas cosas inútiles, también te das cuenta que hay segmentos de la población a
los que les es una oportunidad, por ejemplo, de aprender un oficio”.

Al igual que muchos entrevistados, Enrique también recordó que el paso por el
servicio militar no sólo era un deber (una obligación) sino que hasta cierto punto era
considerado como una “experiencia útil”, hasta deseable. Si bien inicialmente le
había tocado integrar el cuerpo de Granaderos en el Regimiento de Patricios, alegó
problemas en la visión y “otras mañas” para poder volver a la provincia de Tucumán:
“porque a mí me daba muy por las pelotas el glamour ese, todo lustroso, todo el
uniforme así impecable. Zafé con gusto, no me sentía que pudiera ser granadero”,
me explicó. En el contexto de violenta represión política, Enrique destacó otras
estrategias del personal militar para ganar la adhesión de todos los soldados,
especialmente de quienes habían sido destinados a un lugar estratégico: El
Comando de la V Brigada de Infantería.

“Enrique: Todo lo demás que tiene que ver con el trato es de última categoría, es
pésimo, antes y sigue siendo ahora. La salvedad que te puedo hacer es que, en el
tiempo de la guerrilla, o será que nosotros porque estábamos en el Comando que era
un lugar privilegiado, a nosotros nos trataban demasiado bien.

Santiago: ¿Qué quiere decir demasiado bien?

66
E: Que tenías ropa nueva, comida de primera, no te hinchaban mucho las pelotas con
los francos, nos decían que era al cohete, pero yo considero que esa era una manera
de tenerte de tu lado. Porque no venía siendo así. Nosotros veíamos como era la ropa
de los soldados que habían entrado el año anterior y era todo un desastre. En cambio,
cuando nos incorporaron a nosotros era todo nuevo. Todo nuevo: borceguíes,
pantalones, medias, birretes, todo nuevo. Y como te digo, la comida era de lujo. En
comparación con lo que se sabía de antes”.

Como vemos, a diferencia de Marcelo, Enrique no rememoró el período de


instrucción militar como un período de maltrato, castigos y humillaciones. Ni siquiera
el período de instrucción, cuando lo llevaron al Arsenal Miguel de Azcuénaga, junto
con los soldados destinados al Comando, a la Compañía de Comunicaciones 5, al
Arsenal y al Destacamento de Inteligencia. La instrucción, según rememoró Enrique,
alternó entre el “orden interno” (limpieza de objetos y espacios) y “orden cerrado”
(aprendizaje de formación, desfiles, órdenes saludos, jerarquías y ceremonias
militares) e instrucción de combate (que incluyó unas pocas clases de tiro, el
aprendizaje del manejo de armas y gimnasia “todo el tiempo”).

“Enrique: Fue el tiempo que suelen decir que es el más duro. Pero era como hacer
gimnasia y entrenamiento todos los días. La verdad es que a mí no me costó para
nada. Al contrario, me gustaba eso, me parecía bien, el entrenamiento físico, a los 20
años (...).

Santiago: ¿Había los famosos bailes?

E: Sí, sí, había, y hubo hasta cuando terminó el servicio militar obligatorio. Te tocaban,
te tocaban. Casi era una cosa que tenía que suceder igual, no era porque vos te
portabas mal, te tenían que bailar. Cualquier cosa era una excusa para eso. Nosotros
no hemos experiencia de que a alguien le pase algo feo. En realidad, la revisación era
rigurosa, era difícil que se pase alguien que tenga un problema del corazón, que lo
pueda matar un baile”.

Como estaba cursando una carrera universitaria, cuando terminó la instrucción fue
destinado al área administrativa “donde estaban privilegiados”, “los más instruidos”.
A partir de julio, pasó al área de Operaciones del Estado Mayor, como asistente del

67
titular del Estado Mayor: “Yo estaba bastante bien considerado en el Ejército, a tal
punto que a mí me encargaron la tarea de hacer la síntesis de prensa y eso no
dejaba de ser un trabajo político”. Como “tenía trato preferencial” y “acceso a la
información”, pudo ver cómo se fotocopiaba la Orden de Operaciones 55 que “punto
por punto, minuciosamente [describía] cómo se iba a producir el golpe de estado”.

“Santiago: Igual no lo vivías vos como una pérdida de tiempo, ¿no?

Enrique: No, no, no, no, no, en absoluto, no. Quizás, por cuestión personal, te pasa
que a veces querés un cambio en esa edad, y a veces una salida elegante sin que
tengas que tomar vos la decisión es de aflojarle un poco a la estudiada. Es eso. (…)
Igual yo estaba en el Ejército y mi facultad estaba enfrente, la Tecnológica (…). Como
yo estaba bien, yo iba a clases de vez en cuando, pude rendir dos materias estando
adentro. Ha sido una experiencia interesante, he conocido gente con la que todavía
me veo, suboficiales con los que nos encontramos y nos cagamos de risa un rato. Otra
gente de aquí de Famaillá que también estuvo en el Ejército conmigo, y cuando nos
vemos, nos gritamos como nos gritaban a nosotros los jefes de ese momento”.

Si bien no la recuerda como una experiencia “traumática”, me explicó que su paso


por la conscripción fue distinto al de otras generaciones de varones argentinos. En el
caso de su padre, por ejemplo, “lo único que se acordaba de su juventud era la
colimba”; incluso, recordó la costumbre de colgar las fotos de la jura de la bandera
en el living de las casas. En cambio, su diploma de jura de la bandera “yo lo he
hecho aca [mierda]. El mío está firmado por Bussi, me acuerdo. Yo me acuerdo que
yo lo rompí”. Si bien estaba previsto que le dieran la “baja” el 31 de marzo, cuando
las FFAA dieron el golpe de estado numerosos soldados temieron que se postergara
su finalización de la conscripción:

“Santiago: ¿Cómo fue la baja?

Enrique: Para mí fue extraordinario, porque yo ese día rendía estadística, aprobé me
acuerdo. No creíamos que nos den la baja, porque había sido el golpe de estado hacia
7 días. O sea, estaba previsto que nos den la baja, pero con este despelote del golpe
de estado, pensábamos que 'no, nos van a dejar a todos adentro'. Así que no, con toda
suerte cuando vemos las listas, yo estaba. Vos ves las listas y ya te sentís afuera, ya

68
te sentís civil de nuevo. Mucha alegría. Mucha alegría. Mucha sensación de baterías
cargadas, de retomar cosas, de planear cosas. Volví con la intención por supuesto de
seguir estudiando. Al poquito tiempo me llamaron de la escuela para empezar a
enseñar. Así que bueno, tenía trabajo (...). Ha sido muy lindo, de mucha alegría ese
día”.

Si bien tanto para Marcelo como para Enrique la “baja” representaba un momento
muy esperado, el contraste entre sus relatos ilumina que el tratamiento destinado a
todos los soldados no era homogéneo. Por un lado, desde la creación del servicio
militar las autoridades militares distribuyeron de manera desigual el dolor en función
de las pertenencias de clase social de los soldados (“nos trataban demasiado bien”
frente a “pasábamos mucho hambre, mucho hambre”) y asimetrías entre
guarniciones militares de distintas partes del país (el “abandono” de los cuarteles del
“interior” de Jujuy frente al Comando de la V Brigada como un “lugar privilegiado”).
Sin embargo, también notamos la relativa excepcionalidad de esta experiencia de
servicio militar: pese a las diferencias en los relatos, la estrategia de enviar soldados
al monte tucumano se complementaba con el objetivo de ganar su adhesión en la
llamada “lucha contra la subversión”. Estas experiencias nos muestran que la lógica
de funcionamiento del servicio militar fue alterada durante los años del Operativo
Independencia y la represión política.

50
El Chango: “Me tomaron por desertor”

Ricardo, el conductor de “La voz de los colimbas”, también me recomendó conversar


con El Chango, un ex soldado de la clase 55, nacido en Santiago del Estero, pero
que vive desde hace 25 años en la ciudad de Buenos Aires. Acordamos
encontrarnos en la Plaza Defensa, cerca de su casa, una tarde de marzo de 2011. El
Chango pertenecía a la última clase de soldados de 20 años de edad (la de los
varones nacidos en 1955) y su destino había sido la Escuela de Suboficiales de la
Fuerza Aérea, en la provincia de Córdoba. Ingresó al servicio militar el 26 de enero
de 1976 y estuvo hasta agosto de 1977, debido un “recargo de servicios” de seis

50
Todas las citas de este apartado que refieren al testimonio de El Chango corresponden a
la entrevista realizada el 21 de marzo de 2011 en la ciudad de Buenos Aires.

69
meses. De hecho, una de las primeras cosas que relató fue que, cuando lo iban a
enviar por tercera vez para hacer guardias en el Aeropuerto Benjamín Matienzo,
decidió abandonar más de 20 días la Escuela y las autoridades militares lo “tomaron
por desertor”.

Desde el año 2003, El Chango había iniciado una lucha por una “pensión” o un
“reconocimiento histórico” por haber sido enviado al Operativo Independencia
(“hemos combatido, hemos estado por la patria”), primero en las provincias del Norte
argentino y luego en Buenos Aires, donde conoció a Ricardo. “Nosotros arriesgando
el pellejo nuestro, porque no sabés de dónde te venía”, me explicó El Chango.

Cuando lo sortearon, le tocó un número alto (el 807), que correspondía a la Fuerza
Aérea. En ese momento, jugaba al fútbol en un club de la provincia de Salta y una
tía -que recibió la carta donde lo citaban- le avisó que tenía que presentarse para
cumplir con la conscripción. Le hicieron una revisación “muy completa” y lo
consideraron “Apto A”, “Apto Todo Servicio”. A diferencia de su primo que intentó
“zafar” en la revisación (“tragó un botón y se quedó con el botón en la panza”), El
Chango me contó que “en el momento no le quise esquivar, al contrario, yo la quería
hacer. Hasta incluso con decirte que cuando me fui de baja, querían que me quede”.

“Santiago: ¿Vos tenías ganas de hacer el servicio militar en ese momento?

El Chango: Y la verdad que yo de chico siempre pensaba ser un volador y da la


casualidad que me tocó Fuerza Aérea. Había momentos que eran buenos, uno se hizo
de amigos. Pero después justo nos tocó el golpe del 24 de marzo, entonces ahí las
cosas empezaron a cambiar, ya era distinto, ya era [otra cosa]. No era lindo que nos
saquen a las 12 de la noche a la Plaza de Armas y nos digan: ‘Bueno, soldaditos,
mañana vamos a salir con una misión pero no sabemos si vamos a regresar'”.

El Chango recordó que un suboficial le decía: “Negro, vos no tendrías que haber
hecho el servicio”. “¿Por qué, suboficial?”, le preguntaba. “Vos sos un negro
golpeado, yo quiero esos nenitos de mamá, esos que todavía están bajo la pollera
de la madre”, le contestaba el suboficial.

“Santiago: O sea que llegaste al servicio militar con mucha experiencia...

70
El Chango: Claro, ellos me decían: 'Vos ya pasaste hambre, pasaste eso, acá es para
los nenitos de mamá que esperan que sea las 12 y ya tienen que estar con la comida
servida, que la mamá le va a hacer la cama. No, vos te has hecho la cama, te has
aguantado hambre...'. Pero a mí me gustaba hacer [la conscripción], para mí era una
experiencia más. Y es una experiencia bastante dura, ahora contarla es una cosa y
vivirla era otra. Pero, después es como una familia, porque los mismos soldados ya
éramos como hermanos. Y bueno, los tomamos como padres a estos atorrantes”.

Me explicó que, mientras a algunos jóvenes la conscripción favoreció porque


“salieron por lo menos sabiendo escribir su nombre” o “mejoraron su conducta”, a
otros, como él, no los ayudó porque “yo ya estaba hecho y derecho”. El Chango
recordó un conjunto de rutinas a través de las cuales lo fueron incorporando al
mundo militar. Llegó “todo melenudo” y, luego de que los raparon, “nos
desconocíamos”. Para poder soportar la crudeza del servicio militar, le aplicaron una
vacuna que, según El Chango, “sirve para que no te agarres ninguna peste y
también para que no tengas [erecciones] porque si no…, dicen que hace efecto para
ese lado también, y después por las enfermedades”. Poco a poco, detalló, se fueron
“adaptando a estar encerrados” y a la vida militar. Cuando ingresó, hicieron dos
meses de instrucción militar (“para tener un buen estado físico”) y prácticas de tiro
en un polígono ubicado en un campo cerca de la Escuela:

“Chango: En un campo teníamos el polígono y a más o menos 300 metros, tenés el


blanco. Y ahí donde está el blanco hay soldados, para que hagan con la banderita si
has pegado en el medio te hacen con la banderita (...). Una vez que haces el tiro,
ellos se fijaban donde pegó. Y si pegó en el centro, sacaban una banderita argentina y
hacían una señal diciéndote que pegaste en el medio, ¡porque vos qué mierda vas a
ver a 300 metros! Y ahí, ‘Viva la patria'”.

Como anteriormente habían intentado atacar la Escuela de Suboficiales de Fuerza


Aérea, se vivía un clima de amenaza permanente de un ataque guerrillero. De
hecho, en una oportunidad que regresaban de hacer una práctica de tiro, se
olvidaron de avisar en la Escuela y fueron vistos por un avión rasante que comunicó
que había movimientos extraños en la zona aledaña a la Escuela. Ese día, recordó

71
El Chango, “casi nos agarramos a tiro entre nosotros”. Incluso, en otra oportunidad
las autoridades militares hicieron un simulacro de ataque guerrillero “para ver la
reacción de los soldados”.

Cuando las FFAA dieron el golpe de estado de marzo de 1976, El Chango estaba en
Buenos Aires, porque le habían dado unos días de “licencia” para visitar a su familia.
Esa madrugada, su mamá lo despertó para avisarle que se tenía que presentar en el
Edificio Cóndor, sede de la Fuerza Aérea. De ahí los llevaron primero al aeropuerto
de El Palomar y, después, a la provincia de Córdoba. A partir de ese momento, El
Chango me contó que “empezaron a cambiar las cosas”, incluso “el carácter de los
suboficiales”. Especialmente cuando los mandaron a San Miguel de Tucumán a
custodiar el aeropuerto Benjamín Matienzo. Ese día, las autoridades militares los
reunieron en el Patio de Armas y simplemente les dijeron: “Vamos a salir a una
misión y no sabemos si vamos a regresar”.

El Chango me explicó que, ya desde el cierre de los ingenios a partir de 1966, toda
la provincia de Tucumán se había convertido en un “foco grande” de la “guerrilla”:
“ha sido un lugar muy jodido en la parte, no tanto de la ciudad, sino en el monte, en
la parte de los cañaverales”. De todas maneras, recordó que, mientras custodiaban
el aeropuerto, vivían permanentemente el riesgo de que algún grupo guerrillero
atacara el Aeropuerto. Sobre todo, porque el 28 de agosto de 1975, el PRT-ERP
había realizado un ataque contra un avión Hércules en la pista del aeropuerto de
Tucumán donde habían muerto seis gendarmes. Esto exacerbaba la sensación de
que en cualquier momento podía pasarles cualquier cosa y que estaban sometidos a
un constante riesgo de muerte, especialmente, cuando les tocaba hacer guardia
toda la noche, custodiando el perímetro del aeropuerto: “Tucumán era terrible. “Vos
no sabías si salía un loco del medio de las cañas y te quemaba”, sintetizó el Chango.
A esos riesgos y peligros se sumaba que, cuando los enviaban “en comisión” a la
provincia de Tucumán, estaban en calidad de “incomunicados” (“estábamos como
presos”) y ni siquiera su familia sabía dónde estaban.

A diferencia de la vida en la Escuela, cuando los mandaban a la “zona de


operaciones” de Tucumán, El Chango recordó la creación de fuertes vínculos: “el
suboficial, el oficial y el soldado era una sola cosa”. Frente al constante riesgo de
morir, se cimentaban fuertes lazos de compañerismo y se suspendían algunas
jerarquías que organizaban la vida en los cuarteles:

72
“Chango: Igual, éramos todos iguales, nos cuidamos los unos a los otros, eso ha sido
muy, muy bueno. Nos cuidábamos las espaldas, porque si no era aquel, iba a ser yo y
si no el que estaba atrás, entonces todos tratábamos... Como te digo, a lo último
éramos todos como una familia.

Santiago: vos me dijiste que en Tucumán especialmente, ¿por qué?

C: Y claro, lo que pasa es que allá estábamos en la boca del lobo y con más razón
teníamos que cuidarnos. Si lo hacíamos aquí en la escuela, imaginate en Tucumán,
más todavía”.

La tercera vez que lo quisieron enviar a Tucumán decidió escaparse de la Escuela


de Suboficiales, porque “no sabías si volvías”: “ahí era pegar o te pegaban. Si te
tirabas para atrás, tu mismo jefe capaz que te tomaba como uno de ellos [como un
guerrillero]”, argumentó El Chango. Cuando decidió regresar alentado por su mamá
fue duramente castigado por “desertor”. Incluso, le negaron jurar a la bandera, el
tradicional acto que se hacía en toda guarnición militar los 20 de junio.

“Santiago: ¿Y te acordás de la jura de la bandera?

El Chango: [pausa] yo no la juré.

S: Y, ¿por qué?

C: Y no la juré porque... la juré solo después porque estaba castigado, fue en esa
época que estaba castigado. Lo que sí, juré con un muchacho que era testigo de
jehová, él no la quería jurar, pero no sé si le daban 4 años si no hacía nada, no quería
jurar la bandera, no querían ponerse el uniforme, así que le digo: ‘Hace un esfuerzo,
total vas a estar un año y te vas a la mierda y seguís haciendo lo tuyo'. Y bueno, me
hizo caso y juró”.

El Chango me explicó que la jura completaba el ritual para devenir un soldado


considerado “apto” por el personal militar: hasta ese momento le decían “bípedo” o
“tagarna”. “Tagarna es antes de ser soldados. Porque antes de ser soldado sos un
recluta, un tagarna, porque no juraste la bandera. Una vez que juraste la bandera,
ahí sos un soldado”, recordó El Chango. La jura de la bandera entonces ritualizaba

73
la finalización exitosa de la conscripción, haber cumplido satisfactoriamente con la
instrucción militar. Al excluirlo de ese ritual, no se completaba la transición hacia la
adultez masculina y nacional: ser considerado un “desertor” implicaba no estar
dispuesto a “sacrificarse por la patria”. Por lo tanto, no podía ser considerado como
un soldado legítimo (con el sello de la aprobación oficial). De todas maneras, cuando
cumplió el “recargo” y le dieron la “baja”, me contó que el personal militar pretendía
que se quedara como soldado:

“El Chango: Me querían hacer quedar, a pesar de que tenía un recargo de servicios
igual querían que me quede. ‘No, porque vos tenés que salir milico’, me decían. Yo le
digo: ‘no, usted entrégueme la libreta y si yo me doy vuelta antes de llegar al portón
aquel, es porque me quedo'. Y cuando me entregó la libreta el chabón me iba gritando
desde atrás: 'González, conmigo carrera march', para que me dé vuelta. Y yo le hacía
así con la libreta [eleva la mano y la gira como ostentándola]. Y, cuando salí fue me
abrazó. Hoy en día lo veo, es un comodoro ya retirado y fue un buen tipo, fue padrino
mío de confirmación y da la casualidad que con él también estuve en Tucumán (…).

Santiago: ¿Cómo fue volver a la vida civil después de la conscripción?

Ch: No, te sentís liberado, no estás pensando que te tenés que levantar temprano.
Bah, hoy en día me levanto temprano y me voy a trabajar, [pero] no es lo mismo que
estar encerrado y seguir encerrado. Te levantas temprano y seguís ahí, haciendo esto,
esto, y siempre estás ahí adentro, no ves otras caras, siempre ves las mismas
figuritas. No es lo mismo que yo ahora salgo para acá, estoy con vos, voy a caminar
para otro lado, eh. No, no, cambia mucho, cambia mucho. Y extrañas un poco
también, porque estás un año ahí adentro, y yo más, un año y medio. Y es como si
fuese que te acostumbrás a esa vida también”.

Finalizar el servicio militar implicaba la diferencia entre estar “encerrado” y “sentirse


liberado”, pese al acostumbramiento a la vida militar. De esta manera, vemos cómo
el inicio del Operativo Independencia y el golpe de estado del 24 de marzo de 1976
implicó que los soldados fueran sometidos a riesgos y peligros inéditos: ser enviado
a la “zona de operaciones” tucumana implicaba un permanente riesgo de morir y la
sensación de que en cualquier momento podía pasarles cualquier cosa. A su vez,
quienes impugnaban el valor moral del sacrificio no sólo eran duramente castigados

74
por el personal militar; también se ponía en peligro la finalización exitosa de su paso
por la conscripción.

Germán: “Yo no he sido el soldadito que hacía guardias” 51

En septiembre de 2009, cuando viajé por primera vez a Tucumán a hacer trabajo de
campo, Ricardo me recomendó que hablara con un ex conscripto con quien tenía
mucha afinidad, Germán: “Tiene una postura como la tuya o mía”, agregó. Cuando
llegué a San Miguel de Tucumán, combinamos juntamos a desayunar un domingo a
la mañana en una estación de servicio frente al Parque 9 de Julio. Conversamos
durante más de cuatro horas no sólo sobre su paso por la conscripción, sino también
sobre su militancia política antes y después de la última dictadura. En especial, me
contó sobre la lucha que inició en 2004 por lograr un “reconocimiento” y “pensión” a
los ex soldados en función de las violaciones a los derechos humanos, el
“sometimiento físico y mental” y la “degradación” que implicaba el paso por el
servicio militar obligatorio a partir del inicio del Operativo Independencia.

Militante de un sector del kirchnerismo opuesto al actual gobernador de Tucumán,


me aclaró también que la fuerte represión no había menguado sus convicciones:
“Los ideales de aquella época son los mismos que hoy: tener una sociedad
diferente, una igualdad para todos”. Al definirse a sí mismo como “sobreviviente de
la década del setenta”, la entrevista me permitió conocer cómo era la vida cotidiana
de quienes militaban en Tucumán durante los años setenta y las huellas que había
dejado esa experiencia de activismo clandestino desde mediados de los años
setenta. Como Germán consideraba que una de las virtudes que le ha salvado la
vida había sido no recordar ningún nombre, decidió apodarme “el Piernita de
Bariloche”. 52

Germán pertenecía a la clase de los nacidos en 1958, la primera que le tocó hacer el
servicio militar con 18 años. Cuando empezamos a reconstruir su paso por la
conscripción, destacó cómo este contexto de violencia política alteraba las prácticas,

51
Todas las citas de este apartado que refieren al testimonio de Germán corresponden a la
entrevista realizada el 13 de septiembre de 2009 en la ciudad de San Miguel de Tucumán.
52
En 2009 vivía en la ciudad de San Carlos de Bariloche.

75
las rutinas y los sentidos que habían organizado la conscripción desde principios del
siglo XX. Para Germán, la revisación médica buscaba no solamente saber si los
soldados estaban “aptos” física y mentalmente para cumplir con el servicio militar; las
autoridades la convirtieron en una instancia para descubrir si el futuro soldado
contaba con “antecedentes” de activismo político:

“Santiago: ¿Te hacen la revisación en enero?

Germán: No, entre la incorporación y la revisación debe haber fácil de 6 a 8 meses,


calculo. (…) No te olvides vos que toda esa planillería que se hace, al no haber
computadora, todo era a mano, eran planillas que se llenan, que se llenan, se llenan,
cierto es que ellos tenían ya aceitada su organización. (...) Era una cadena, ellos
tenían bien claro lo que sería hoy por hoy el planeamiento. Todo el trabajo ya lo tenían
armado ellos, bien aceitadito, pero tenía su tiempo, porque era a mano (…). Hasta que
llegaba el momento en que tenían una plancha, con tantos tipos, con estas
características, ya sabían si vos eras estudiante, no eras estudiante. Había un
momento en que te hablaban, te hacían algunas preguntas, te entrevistaban.

S: Y, ¿qué te preguntaban?

G: Y la situación política del país, si la conocías, si vos estabas trabajando, o si vos en


tu trabajo tenías alguna participación gremial. Eran preguntas tontas, pero si vos estás
un poquito con una preparación no digo intelectual, pero si vos ya eras despierto, vos
te dabas cuenta de que las preguntas tenían un sentido. Ellos ya iban separando en
sus planillas, 'éste tiene tales características'. Entonces cuando vos llegabas, el que te
recibía, ya sabía quién era quien. Y de acuerdo a las características, era la cagada que
te iban a dar. O sea, las formas que te iban a someter para que vos cumplas las
órdenes eran diferentes”.

Luego Germán recordó que no sólo le impresionó la minuciosa revisación médica que
duró varios días (a lo largo de los cuales se practicaban todo tipo de análisis clínicos);
para él funcionaba también como una de las instancias donde se ponía a funcionar
una potente maquinaria administrativa que clasificaba a los conscriptos en función de
sus “antecedentes” políticos, de su “peligrosidad” para las autoridades militares. Y,
teniendo en cuenta esa clasificación, las autoridades militares delineaban cómo iba a
ser su paso por la conscripción. Por su parte, Germán se había iniciado en el

76
activismo político en el año 1974, durante una histórica huelga de la Federación
Obrera de los Trabajadores de la Industria Azucarera (FOTIA). Y, como ya había
sido secuestrado en otras oportunidades, cuando le llegó la cédula de citación en
1977, dudaba si debía presentarse o no para cumplir con el servicio militar:

“Santiago: ¿Te acordás del día del sorteo?

Germán: No, no me acuerdo mucho, lo único que sí me acuerdo de lo que me dijo mi


madre. Porque yo no quería ir, no sabía lo que me iba a pasar. Y yo me quería pirar,
pero mi madre me dijo muy clarito: 'Si usted es digno de usted mismo, enfrente la
situación y crea en Dios. Pero es su decisión y no es la mía. Yo soy tu madre y voy a
sufrir'. Entonces yo me fui, anduve un par de noches dando vueltas y me presenté el
día que me correspondía presentarme”.

Según recordó Germán, ingresar a la conscripción implicaba dejar la noche y las


calles de San Miguel de Tucumán –espacio y tiempo que le permitían volverse otro,
poder “camuflarse” frente a la violenta represión que acechaba a los militantes que
vivían en esa ciudad. Es decir, significaba alejarse de un territorio con cierto margen
de clandestinidad para entrar en una red burocrática,donde el personal militar
buscaba transformarlos en seres sometidos a su control y a una vigilancia constante.
Ni bien fue incorporado al servicio militar, Germán pudo reconocer los efectos de
esta lógica de la sospecha:

“Cuando yo estuve en el Servicio Militar, no hice el Servicio Militar, yo estuve detenido.


Cuando yo llego al Comando [de la V Brigada del Ejército], me tuvieron todo un día y al
día siguiente, me mandaron al Aeropuerto. Desde ahí, en un Hércules nos fletearon.
Pero cuando yo salí de aquí ya iba en carácter de detenido, porque todos mis
compañeros, los que fuimos, éramos 130 o 110 con destino a Río Cuarto, nos
cargaron en el Hércules. Pero a mí me llevaron a la cabina. Cuando a mí me
separaban ya sabía cuál iba a ser mi trato, que no me llevaban porque era lindo o
porque yo era un genio, ya tenía antecedentes de activista. Yo tenía que estar pegado,
no iba esposado ni nada, pero no tenía que separarme ni moverme de la par del que
venía acá, que era el Suboficial Mayor. Cuando llegué a Córdoba también ya me
separaron y me tuvieron en otro sector junto con otros pibes que eran Testigos de

77
Jehová. Yo creo que ellos murieron, porque yo los vi muy maltrechos y al poco tiempo
ya no los vi más. Y eran pibes, como yo. Ingresé con 72 kilos y volví con 59, en seis
meses. Y estuve en Córdoba detenido, en la Escuela de Oficiales de Río Cuarto, que
era mi destino y de ahí me llevaron a la escuela de Oficiales para Pilotos, de ahí me
llevaron a San Luis,… y después me abandonaron cerca de Las Parejas, en Santa Fe.
Ese fue mi Servicio Militar”.

Tener “antecedentes”, por un lado, implicaba entonces haber sido segregado del
resto de los soldados; y, además, un permanente riesgo de ser asesinado: “Estando
en el Servicio [Militar] varias veces pensé que me mataban. Pero ahí ya estaba
entregado, sabía que había ido ahí”, recordó Germán. Sin embargo, no sólo se
valieron de someter a esos soldados a un “trato degradante” y una permanente
amenaza de muerte; también le quitaron el Documento Nacional de Identidad:

“Germán: Yo mucho del servicio, no puedo hablar, mi carácter en ese momento, no ha


sido… Yo no he sido el soldadito que estaba haciendo guardia. No viví eso porque
estaba en otra situación. Sí te puedo hablar de cómo han sido mis momentos siendo
un ciudadano, recogido por el estado y avasallado por el estado en esa situación. Eso
sí te puedo decir. Y como tuve que vivir a raíz de eso, durante algunos años, porque
estando la dictadura yo no tenía documentación. Yo era un NN en la calle, a mi me
dieron 4 años después el documento.

Santiago: ¿Ya en democracia?

G: No, porque yo salí a fines del 77, yo vuelvo, en el 81, a fines del 80, me mandan los
documentos.

S: Pero, ¿vos no figuras como desertor?

G: No, no, no. No te digo que mi carácter es DAF [Deficiente Aptitud Física]. Es lo
único que me acuerdo del viejo documento que tenía. Que lo hice pomada, de bronca,
cuando volvió la democracia, reventé el documento. Estaba medio cruzado y saqué
otro documento y bueno. Aparte me había acostumbrado a vivir sin documento, que no
le daba bola al documento. Por ahí a veces lo dejaba y se me arruinaba. Y hoy por hoy
tengo cuadruplicado. Creo que un par de veces lo rompí, la primera fue porque lo
rompí me daba bronca porque me habían puesto como deficiente, ese fue [el motivo],
así como otros figurarán como desertores”.

78
Al igual que en el caso de El Chango, en el relato de Germán también vemos que las
autoridades militares activaban ciertos mecanismos de exclusión de conscriptos,
tradicionalmente utilizados frente a los seres considerados disfuncionales,
incómodos y conflictivos: darlos “de baja” declarándolos “no aptos” para cumplir con
la conscripción y luego asentar en su documento la condición de DAF, Deficiente
Aptitud Física.

Sin embargo, a ese mecanismo se sumó otro: quitarle su Documento Nacional de


Identidad, como forma de despojarlo también de su condición de ciudadano. En
este contexto de durísima represión política, tener o no tener DNI parecía tener un
efecto poderoso para los militares: funcionaba como una prueba de la confiabilidad,
en un contexto en el que ser/parecer extranjero o “de afuera” los convertía en
sujetos doblemente “sospechosos” para el personal militar. Al igual que otros actores
sociales sujetos a formas profundas de marginación y de violencia estatal, Germán
entendía su documentación no solo como símbolo sino como un objeto potente que,
por sí mismo, configuraba el resultado de procesos sociales, es decir, como un
53
fetiche de ciudadanía (véase: Gordillo, 2006: 171). Ello así debido a que la
privación de ese emblema de ciudadanía, lo producía como un ser poco confiable,

53
Esa distribución diferencial del DNI ilumina el hecho de que la documentación a través de
la cual el estado dice garantizar los derechos de ciudadanía, en la práctica circula de tal
manera que termina socavando (selectivamente) algunas identidades y seguridades (Das y
Poole, 2008: 30 y 31). Y, de esta manera, la experiencia de Germán ilumina una de las
paradojas centrales de la ciudadanía moderna: que el estado le proporciona derechos a sus
ciudadanos para estar protegidos de ese mismo estado (Hall y Held, 1989). Según explica
Gordillo, el extrañamiento no es el resultado de un trabajo alienado sino del poder estatal de
separar entre ciudadanos y no-ciudadanos (2006: 171 y 172). Ese fetichismo crea la
apariencia de objetos potentes anclados en última instancia en el poder estatal, en una idea
de ‘Estado’ como entidad poderosa, antes que en las relaciones sociales y actores que
están detrás de su configuración: “El poder de los documentos (…) es concebido como una
cualidad que ha sido incorporada por la sustancia del objeto y que adquiere una dinámica y
fuerza propias, separadas de sus condiciones originales de producción” (Gordillo, 2006:
172).

79
como un sujeto peligroso y, por lo tanto, lo volvía más vulnerable a la violencia
estatal.

54
Carlos y Nicolás: El riesgo de morir y la posibilidad de matar

En mi búsqueda de ex conscriptos enviados al Operativo Independencia, un


entrevistado me recomendó hablar con Nicolás. Se trataba de un ex soldado de la
clase 54 nacido en Frías, provincia de Santiago del Estero, que integra una
agrupación de ex soldados de la zona sur de la provincia de Buenos Aires. Nos
encontrarnos un viernes por la tarde en un bar, frente a la plaza Alsina de
Avellaneda. Llegó acompañado por otro ex soldado, integrante de su misma clase
(la de los varones nacidos en 1954) que prefirió no darme su nombre real. Ni bien
prendí el grabador, Carlos (vamos a llamarlo así) no me dio tiempo de preguntar
nada; describió esa sensación de estar constantemente bajo el riesgo de ser
asesinado:

“El tema es así. Si vos no ibas al frente, si no te mataba una bala de la guerrilla, te
mataba una bala militar. A mì me pasó en un enfrentamiento. Van a requisar una casa
que estaba marcada, que eran guerrilleros, golpean la puerta, no sale nadie, patean la
55
puerta y empieza el tiroteo. Yo me quedo mudo, ahí. Yo era un apuntador de MAC.
Me quedo ahí apuntando pero no abro fuego. Cuando salen los milicos de adentro la
mayoría de los conscriptos, oficiales y suboficales abren fuego por que le dieron la
orden de abrir fuego, yo me quedo. De repente siento una 45 en la nuca y me dice:
'Abrí fuego terrorista de mierda o si no te limpio'. Y me volaban la cabeza ahí nomás, y
tuve que abrir fuego”.

Lejos del relato heroico alentado por las autoridades militares de soldados
comprometidos con una lucha y dispuestos a dar su vida por la “patria”, la charla con
54
Todas las citas de este apartado que refieren al testimonio de Carlos y Nicolás
corresponden a la entrevista realizada el 23 de marzo de 2011 en la ciudad de Avellaneda.
55
Se refiere a la ametralladora “Ingram MAC M10”, un subfusildesarrollado a finales de los
años sesenta por Gordon B. Ingram en su compañía norteamericana "Military Armament
Corporation" (de ahí provienen las siglas "MAC").

80
Carlos y con Nicolás estuvo atravesada por el dilema de matar y el riesgo de morir y
los miedos y temores que producía esa situación. Luego de este primer comentario
de Carlos, les pregunté si recordaban haber tenido ganas de hacer la conscripción:

“Carlos: Yo, por mi parte, no. De los 4 hermanos varones, el único gil que cayó ahí, fui
yo. Y bueno, no me quedó otra. Yo cumplí con una ley obligatoria. No tenía elección,
si me decís hoy en día: '¿te gustaría hacer el Servicio Militar?', te voy a decir que no.
Porque nunca me gustaron las [armas], nunca me gustó el uniforme.

Nicolás: ¿Cómo podés pensar que yo quería hacer el Servicio Militar si tenía a mi
pareja que estaba embarazada de 5 meses?”.

A continuación, Nicolás me explicó cómo ese contexto de represión alteró la lógica


de funcionamiento del servicio militar obligatorio. Si bien la fecha de presentación
era en marzo, le enviaron una “carta de urgencia” convocándolo a incorporarse “sí o
sí” el 5 de enero de 1975. Me explicó que este cambio se vinculaba directamente
con el inicio del Operativo Independencia y la necesidad de incrementar el número
de soldados para ser enviados al monte tucumano y poder así “dar de baja” a los
soldados de la clase 53. Luego de dos meses de instrucción, en marzo, Nicolás fue
enviado a la “zona de operaciones” en el monte tucumano; su base estaba cerca del
ex ingenio Fronterita, cercana a la ciudad de Famaillá. En ese mismo momento
nació su primer hijo, que murió pocos días después, el 10 de marzo (mientras ya
estaba destinado al monte tucumano): “No conocí a mi hijo y todavía nos tratan de
que nosotros somos criminales, nos confunden con los militares siendo que nosotros
estábamos cumpliendo con una ley, obligatoria”, se lamentó Nicolás.

El paso por la conscripción de Nicolás alternó entre la vida en el cuartel en la


provincia de Santiago del Estero y en el monte tucumano (tres meses en cada
lugar). Me contó que, cuando los llevaron a Tucumán, les dijeron que iban a
“combatir a los tupamaros, los montoneros, algo así”: “Ellos decían: 'Muchachos,
ustedes hicieron instrucción de combate, no hicieron otra cosa que aprender el
combate para que se defiendan ustedes. Ahí son ustedes o ellos'”. En ese sentido,
aclaró que hizo “controles” de rutas y trenes y participó de “emboscadas y
enfrentamientos”, pero no de “rastrillajes de viviendas”: “ir a viviendas a sacar gente,

81
no”, me aclaró. No sólo los convocaron dos meses antes, sino que ese año aumentó
significativamente la cantidad de soldados incorporados en relación con años
anteriores. Para graficarlo, Carlos recordó que, incluso mientras ensayaban para la
jura de la bandera (acto del 20 de junio), las autoridades seguían incorporando más
y más soldados:

“Santiago: ¿Y por qué?

Carlos: Incorporaron hasta el 025. Faltaba que pusieran dentro los pibes
discapacitados, los pibes con diferencias especiales, y estaban todos adentro.

Nicolás: La altura mínima para el servicio militar obligatorio era de 1,65, yo tenía 1,72.
Había pibes que no tenían ni un metro y medio. Con el FAL se daban con la culata en
los talones cuando desfilaban... ja ja ja! [risas]

S: ¿La revisación médica fue muy estricta?

N: No se salvó nadie, necesitaban gente, necesitaban soldados para el operativo, no


se salvaba nadie. (…) Las tres clases éstas (que fue 53/54/55), la revisación no existió,
porque llegabas te ponían apto A. Primero llegabas, te miraban, si te faltaba un dedo,
si eras rengo puede ser que te salvabas... Ni rengo tampoco porque yo tengo un
compañero que era pata corta [risas] (…). Él era pie corto y la hizo igual... Ya te digo
en esa época no se salvaba nadie, ni por estatura, ni por nada”.

Cuando los enviaron al “teatro de operaciones”, la orden era clara: “Ahí cuando
tirabas, ellos te decían: 'sos vos o ellos'. Era la orden que teníamos. Y si no la
cumplíamos directamente eras vos”, me explicó Nicolás. Sin embargo, retomó un
tópico que otros entrevistados también enfatizaron: el monte como espacio donde se
suspendían ciertas jerarquías que organizaban la vida dentro del cuartel: “Lo que a
nosotros no nos gustaba es cuando teníamos que ir a enfrentamientos, porque no
sabías si volvías, era para todos general así. O sea que íbamos todos juntos, no iba
uno”, me explicó.

“Santiago: ¿Es cierto que estando en el monte había algunas formalidades que podían
dejarse de lado, se podían tutear, no tratarse por 'mi sargento'?

82
Nicolás: En Tucumán no había tiras, pa' nadie, éramos todos iguales. O sea que el
respeto era para todos, mutuo. Pero había siempre uno que se salía siempre de la
línea. Los oficiales y suboficiales que no querían a los soldados directamente, ellos sí
se salían de la línea, siempre te hacían apurar. Pero nosotros nos hacíamos respetar
porque teníamos la orden del jefe de Compañía que éramos todos por igual, nadie
tenía que salir de la línea”.

Una de las primeras cosas que me contó Nicolás fue un “enfrentamiento” en Acheral
(donde murió un cabo primero y un gendarme y casi murió él) y otro donde un
soldado casi pierde su vida. Lejos de convertirse en seres dispuestos al sacrificio, el
relato de Carlos y de Nicolás nos muestra que el miedo a matar y a morir era una
constante que atravesó su conscripción: “Cuando te sorprendían, te sorprendían de
arriba. Y si agarraban en el pelotón de arranque, en el medio, seguro que moríamos
un par, moríamos”. Incluso, ese “miedo a morir” había llevado a que algunos
soldados se volvieran “desertores”. Por ejemplo, me contó que un compañero se
voló un dedo “para no ir a Tucumán”: “Estábamos limpiando el armamento y él sacó
una bala de fogueo y puso la punta del caño y se metió un tiro. Se rebanó todo el
dedo, se hizo volar del dedo. El no quería hacer el Servicio Militar, se voló un dedo”.
“¿Por qué?”, le pregunté. “El miedo, el miedo a que lo maten”, me contestó.

El «habla de la conscripción» y las memorias del Operativo Independencia

Como pude ver desde que decidí investigar sobre el servicio militar obligatorio, el
«habla de la conscripción» –es decir, los tipos de conversaciones, comentarios,
narraciones, bromas, debates, rumores y chistes cuyo tema es el servicio militar- es
56
contagiosa. Cuando alguien cuenta una anécdota sobre su paso por la “colimba”
es muy común que le sigan otras y pocas veces un comentario queda sin respuesta.
La gente nunca se cansa de hablar del servicio militar sino que, por el contrario,
siempre parecen invitados a continuar hablando del tema. En este sentido, pese a

56
Para postular la existencia del «habla de la conscripción» me baso en el análisis que
Teresa Pires do Rio Caldeira (2007) sobre el «habla del crimen» en San Pablo, es decir, las
narrativas que tienen como tema el crimen y la violencia urbana. En capítulo 7 desarrollo los
planteos de la autora sobre la relación entre violencia y narración.

83
que fue reemplazada en 1995 por un sistema voluntario, continúa siendo un tema de
debate, a partir del cual reflexionar sobre las relaciones cívico-militares a lo largo del
Siglo XX; sobre el rol de la violencia para moldear a los jóvenes ciudadanos (para
moralizarlos, disciplinarlos, civilizarlos); o, en cambio, para impugnar el autoritarismo
de las FFAA argentinas y mostrar cómo el servicio militar obligatorio se convirtió en
un espacio de servidumbre, castigos y maltratos permanentes.

Siguiendo a la literatura clásica sobre ritos de paso (producida por la antropología


británica), se puede pensar a los conscriptos como seres liminales, atravesando un
momento de transición (“ni en una serie ni en otra”), es decir, viviendo un rito de
pasaje que suponen un cambio de estado, posición social y/o edad (Turner, 1988). 57
En Pureza y Peligro, Mary Douglas señala que, por medio de los ritos, las
sociedades crean y controlan la experiencia y se generan los sentimientos
necesarios para que los sujetos se mantengan fieles al papel que deben
desempeñar: “El rito es creador de mundos armoniosos, con poblaciones ordenadas
que desempeñan sus respectivos roles (1973: 101). Mary Douglas destaca que los
iniciados suelen aparecer no sólo como seres peligrosos sino también como

57
Como ya ha planteado Víctor Turner (1988) retomando a Arnold van Gennep (1986),
durante el período liminal (intermedio entre la fase de separación y la de agregación) las
características del sujeto ritual son ambiguas debido a que es un ser despojado tanto de los
atributos del período pasado como de los del venidero: “Los atributos de la liminalidad o de
las personae liminales (‘gentes de umbral’) son necesariamente ambiguos, ya que esta
condición y estas personas eluden o se escapan del sistema de clasificación que
normalmente establecen las situaciones y posiciones en el espacio cultural. Los entes
liminales no están ni en uno ni en un sitio ni en otro; no se les puede situar en las posiciones
asignadas y dispuestas por la ley, la costumbre, las convenciones y el ceremonial. En
cuanto tales, sus ambiguos e indefinidos atributos se expresan por medio de una amplia
variedad de símbolos en todas aquellas sociedades que ritualizan las transiciones sociales y
culturales” (1988: 102). Turner se pregunta por qué las situaciones y roles liminales “son
considerados con tanta frecuencia peligrosas, desfavorables o contaminadoras de personas,
objetos, acontecimientos o relaciones que no han sido incorporados realmente al ritual”
(1988: 115). La opinión de Turner es que, retomando a Mary Douglas (1973), todo aquello
que no puede clasificarse claramente según los criterios tradicionales o que cae dentro del
espacio existente entre los límites clasificatorios, es considerado por regla general como
“contaminante” y “peligroso” (Turner, 1988: 115).

84
arriesgando sus vidas, al ser sometidos por los iniciadores a constantes peligros y
riesgos:

“El peligro reside en los estados de transición; sencillamente porque la transición no es


un estado ni el otro, es indefinible. La persona que ha de pasar de uno a otro está ella
misma en peligro y emana peligro para los demás. El peligro se controla por el rito que
precisamente lo separa de su viejo estado, lo hace objeto de segregación durante un
tiempo y luego públicamente declara su ingreso al nuevo estado. No sólo es peligrosa
la transición sino que los ritos de la segregación constituyen la fase más peligrosa de
la serie ritual. Decir que los muchachos arriesgan su vida significa precisamente que
salirse de la estructura formal y entrar en los márgenes es exponerse a un poder que
es capaz de matarlos o de hacerlos hombres” (Douglas, 1973: 131 y 132).

Sin embargo, como vimos en estos relatos de ex soldados durante el Operativo


Independencia, en los años setenta la conscripción se había vuelto un ritual de
iniciación más peligroso y los iniciados corrían riesgos más terribles que en otros
contextos históricos: el permanente miedo a morir frente a la amenaza de un ataque
guerrillero o del envío a la “zona de operaciones” del Operativo Independencia; y la
puesta en funcionamiento de una lógica de la sospecha para evitar la existencia de
soldados “infiltrados” y su interrelación con el «poder desaparecedor» (Calveiro,
1998) de los seres molestos, disfuncionales o conflictivos. A esto se añadía que en el
caso de ciertos soldados considerados “no aptos” se ponía en duda la eficacia del rito
de pasaje, cuya culminación exitosa implicaba devenir un soldado considerado “apto”;
un legítimo ciudadano argentino; y un “hombre adulto” con el sello de la aprobación
estatal y considerado capaz de ingresar al mercado laboral. En especial, quienes no
adoptaban el mandato del sacrificio de la propia vida como el valor moral que debía
guiar su praxis como soldado (entre otros, los acusados de ser “infiltrados” y los
“desertores” que se negaban a ir al monte tucumano) eran excluidos de la posibilidad
de finalizar exitosamente ese ritual (jurar la bandera).

En este capítulo, hemos visto que al «habla de la conscripción» se le superpusieron


las memorias del Operativo Independencia. En especial, vemos que estas
narrativas, al recontar experiencias de extrema violencia política, buscan reorganizar
y dar significado no sólo a las experiencias individuales sino también al contexto

85
social en el que ocurrieron. Me explico: son relatos que buscan convertirse en un
medio para dar cuenta de una experiencia de conscripción desconcertante, que no
se ajustaba a la que habían vivido otros jóvenes varones a lo largo del Siglo XX;
para lidiar con experiencias de extraordinaria e inusitada violencia política; y para
establecer un orden en un contexto donde todo pareció haber perdido el sentido.

Como hemos visto en este capítulo, estos relatos convirtieron a esta experiencia de
conscripción durante el Operativo Independencia en un acontecimiento que irrumpió
en su vida y marcó un antes y un después. Frente a este acontecimiento que
desestructuró el mundo y que representó un cambio para siempre, esos relatos
buscan organizar la estructura de significado y, al hacerlo, combatir la
desorganización de la vida producida por la experiencia de haber sido enviado al
“teatro de operaciones” del sur tucumano. En esta tesis intentaremos explicar los
mecanismos jurídico-políticos y los procesos socio-históricos que crearon las
condiciones de posibilidad para que los soldados consideraran que en cualquier
momento podía pasarles cualquier cosa y que sintieran un omnipresente riesgo de
muerte. A continuación, analizaremos dos factores que alteraron la lógica de
funcionamiento del servicio militar en los cuarteles: en primer lugar, veremos cómo
frente al riesgo constante de un ataque guerrillero, las autoridades militares fundaron
una lógica binaria “héroe”-“traidor” para juzgar moralmente la conducta de los
soldados; y, en segundo lugar y unido a esto, cómo se creó una epistemología de la
sospecha, para evitar la existencia de soldados “infiltrados”.

86
Capítulo III: Entre héroes, traidores y sospechosos

A principios de 1976, pocos meses después del ataque al Regimiento de Infantería


de Monte 29, la Revista del Suboficial publicó un editorial titulado “Conozcamos al
hombre”. El 5 de octubre de 1975, Montoneros había realizado su primer ataque a
un regimiento militar en la provincia de Formosa, uno de los más importantes del
país, desarrollando una de las operaciones mejor planificadas y concretada de la
guerrilla argentina. 58 Frente a esta acción armada, los autores de este artículo
oponían el comportamiento “heroico” del conjunto de soldados que habían defendido
al cuartel y la acusación de “traición” a un soldado militantede esa organización
revolucionaria que había colaborado con el grupo guerrillero durante dicho ataque.
En función de esta experiencia previa, los autores del Editorial se preguntaban: “¿De
dónde proviene una motivación suficiente para realizar actos que van más allá del
proceder corriente; actos donde a veces se deja la vida por un profundo sentimiento
de amor a la Patria, al amigo, al camarada, como lo hemos comprobado con
frecuencia? ¿Por qué desconocido impulso, como contrapartida, se puede caer en la
vileza, tan profunda, tan ruin y deleznable de vender al amigo, de negar LA
BANDERA?”. 59

A partir de la oposición “héroe”-“traidor”, los autores postulaban la necesidad de


fundar una epistemología de la sospecha para evitar la “infiltración” por parte de
organizaciones armadas:

“Conozcamos nosotros, hombres de armas, ya que nuestra tarea en la vida es la de


conducir hombres, formar hombres. Formar hombres en la más amplia extensión de la
palabra. Aquí y ahora. Aquí, porque la circunstancia que vive nuestra Argentina, los
necesita, para sacarla de la encrucijada. Ahora, porque es justamente cuando por una
reforma legal, los nuevos conscriptos acaban de salir de la adolescencia y deben ser

58
Sobre esta acción, véase Gillespie (1998: 243-247). Luego de este ataque, el gobierno
interino, encabezado por Ítalo Argentino Lúder oficializó la intervención militar y sus alcances
a todo el territorio nacional para el “aniquilamiento” de la “subversión", mediante una serie de
decretos (véase Franco, 2012: 151-2).
59
Las mayúsculas corresponden al texto original. Revista del Suboficial, año LVI, nro. 575,
p. 1.

87
transformados en hombres cabales. Hombres útiles, sanos física y moralmente, con
profundos y sólidos conceptos de Patria. Hombres virtuosos, que después de
cumplida su obligación militar, se retiren con un concepto de Ejército como cosa que le
pertenece, con un nuevo vínculo afectivo hacia él que lo acompaña en el futuro. Para
lograr eso debe conocerse el hombre. ¿Qué sabemos de lo que piensa, de sus
problemas, del concepto que tiene de la vida, de los valores, de la Patria, de la familia,
de Dios, del trabajo, en fin de todas las cosas, grandes y pequeñas, buenas o malas
que conforman la personalidad del individuo y que a veces subyacen y que otras, por
un estímulo impensado, producen una reacción, a lo mejor desconocida. (…) Nuestro
reglamento de Conducción dice: ‘mandar exigirá CONOCER LA NATURALEZA
HUMANA por cuanto la guerra será un fuerte choque emocional para los hombres’…
Pero esta guerra nos exige aún más. Nos exige evitar que entre nuestros combatientes
estén nuestros propios verdugos.

Y si estamos orgullosos de nuestra muchachada, porque como dijimos, han


dado sobradas muestras de que sus valores están intactos, no debemos descuidar el
preservarla, para evitar o paliar esa infiltración solapada que los enemigos de la Patria
tratan de lograr sin reparar en medios.

Conocer el hombre es también velar por los intereses Nacionales”. 60

No es casual que este artículo se publicara en la revista destinada al personal


subalterno del Ejército Argentino, encargado del trato directo con los soldados
conscriptos durante su paso por el servicio militar obligatorio. En este sentido, la
Revista del Suboficial nacida en 1919, tenía una amplia difusión entre los
suboficiales del Ejército Argentino: a mediados de los setenta, publicaba dos
números por año y tenía una tirada de 19 mil ejemplares, que se distribuían en todo
el país, gracias a un sistema de suscripciones y de envíos a cuarteles. Sus artículos
hablaban de la vida militar y la historia del Ejército Argentino, pero también tenía
notas de interés general y cultura general; aunque, al igual que las otras
publicaciones militares, a partir de 1975, su contenido fue hegemonizado por el tema
de la llamada “lucha contra la subversión”.

En este Editorial reconocemos el objetivo que las autoridades militares buscaban en


la conscripción: como ya hemos visto, las FFAA lo concebían como un rito de paso

60
Ibid, p. 1 y 2.

88
que producía soldados considerados “aptos” por el personal militar; que convertía a
“menores” en legítimos ciudadanos adultos argentinos, con el sello de la aprobación
militar; y transformaba a “niños” en “hombres” disciplinados y capaces de ingresar al
mundo adulto y del trabajo. Bajo el mandato del “sacrificio” y gracias a incorporar una
disciplina y moral castrense, para las autoridades militares haber (sobre)vivido a esa
experiencia implicaba obtener ese triple estatus. Sin embargo, como vemos, este
contexto de violencia política parecía desafiar los supuestos de la conscripción, es
decir, podía convertirse en un espacio de militancia secreta y clandestina donde
soldados/militantes se infiltraran en las filas del Ejército Argentino.

Héroes y traidores

Esta lógica binaria, como parámetro para juzgar moralmente las conductas de los
soldados conscriptos frente a acciones guerrilleras, había surgido con anterioridad
al ataque de Montoneros al Regimiento de Formosa. Ya en 1973, a partir de los
intentos de copamientos de cuarteles por parte del PRT-ERP, la prensa militar había
opuesto el comportamiento de aquellos soldados que habían defendido
“heroicamente” los cuarteles frente a los que habían “colaborado” con las
organizaciones armadas”, los “traidores”. Por ejemplo, a mediados de 1975 El
Soldado Argentino –la revista destinada a los soldados conscriptos– exaltaba el
comportamiento de aquellos soldados que habían demostrado “ante Dios” que eran
“hombres de verdad, “frustrando” los ataques gracias a un “hondo sentido de lealtad”
y a haber formado un “grupo compacto”. En especial, se destacaba la figura del
“soldado de guardia”, cuyo comportamiento “leal” y “heroico” era imprescindible a la
hora de enfrentar un intento de copamiento:

“Es lealtad cumplir con la medidas de protección destinadas a la protección propia, y


de camaradas, hoy más que nunca. El Soldado de guardia tiene en sus manos la vida
de sus camaradas que descansan confiados. Es lealtad a ellos velar las armas. Los
ataques extremistas a unidades, muchas veces son facilitados por traidores y siempre
dejan un triste saldo de muertos y heridos. Es lealtad la denuncia inmediata de
elementos extremistas que buscan obtener informaciones y aún la colaboración de
Soldados. A veces, solo piden datos sin importancia y aparentemente sin
compromisos ni riesgos. Pero luego, los pedidos van siendo mayores para convertirse

89
en imposiciones de la cuales se hace imposible evadirse, sin riesgo de la vida o de la
de los allegados o familiares. Cuantos cadáveres han aparecido en los últimos
tiempos, que no han podido ser identificados. Ellos no son otros que aquellos que
quisieron ‘librarse’ de sus benefactores, pero fue tarde. Ya es sabido que el asesinato
es cosa corriente por parte del enemigo extremista”. 61

Como podemos observar, esa “lealtad” no se reducía a un comportamiento frente a


ataques o acciones guerrilleras; debía traducirse también en la activa denuncia y
delación de aquellos soldados “infiltrados” o de aquellos “extremistas” que buscaban
ganar la “colaboración” de los soldados u obtener información sobre el
funcionamiento de las FFAA. Su testimonio además pretendía funcionar como un
mensaje moralizante y tener un efecto multiplicador entre los soldados frente a
posibles futuras acciones por parte de la guerrilla, al ser publicado en una revista de
amplia difusión como El Soldado Argentino. Según me explicó un oficial del Ejército,
a mediados de los años setenta se publicaban dos números por año y, como
“llegaba a todos los soldados”, su tirada era de “por lo menos 100 mil ejemplares,
62
que era el efectivo de esa época”. Esa revista se repartía entre los soldados y “se
usaba para dar instrucción” a los soldados conscriptos; incluso el maestro del cuartel
podía utilizarla para alfabetizar a sus alumnos: “Era entregada y leída por los
soldados. Antes se hacía un programa de instrucción semanal y los encargados de
la instrucción les leían a los soldados el contenido de la revista. No se trataba de
artículos de doctrina militar, sino ilustrativos de la vida del soldado o para instrucción
cívica”, recordó. Como tenía un tamaño que permitía que los guardaran en un
“bolsillón grande” del uniforme, los soldados tenían que tenerla “siempre a mano”,
porque era un “elemento de instrucción y lectura”. Incluso, algunos ex soldados con
los que conversé todavía conservan algún ejemplar de esta revista.

De distribución gratuita, como rezaba una leyenda en sus primeras páginas, tenía
mucho contenido gráfico y excelentes fotografías, y se invitaba a los soldados a
participar de concursos y enviar cartas y artículos. Los artículos de El Soldado
Argentino trataban sobre la vida cotidiana del soldado conscripto, la importancia de

61
El Soldado Argentino nro. 698, junio-diciembre 1975, p. 29.
62
Reconstruido en base a mis notas de campo, 30 de mayo de 2012.

90
la conscripción y del Ejército Argentino; artículos sobre los “héroes”, símbolos,
rituales y fechas “patrias” y los combates y batallas libradas por el Ejército Argentino;
notas de actualidad, cultura general, educación, religión, “familia” y salud
(enfermedades como el mal de chagas, las venéreas, la lepra); viñetas de humor e
63
historietas sobre el mundo militar. A partir de 1973, la exaltación de
comportamiento “heroico” de algunos soldados frente ataques guerrilleros fue
constantemente opuesta a la de los acusados de “traidores” y la sombra de la
“sospecha” y la “infiltración” atravesó numerosas notas de la revista El Soldado
Argentino. E incluso, especialmente todo luego de 1975, se engarzó con el relato
constante de la “lucha contra la subversión”

63
Según explicaba una leyenda publicada en sus páginas, la publicación “constituye, desde
su origen, en guía moral para el joven conscripto, brindándoles una mano amiga y el consejo
oportuno. El soldado simboliza la unidad nacional. Su sacrificio en aras de la Patria nunca
ha sido estéril. Esa semilla de libertad y grandeza fructifica en el Soldado de hoy. Nuestra
revista ofrece en sus páginas amor y abnegación hacia la Argentina, respeto hacia las
63
Naciones hermanas y deseos de bienestar y comprensión para todos los hombres”. El
Soldado Argentino se empezó a publicar el 15 de julio de 1921. Era una publicación de la
Dirección de Publicaciones Militares, dependiente de la Jefatura III de Operaciones,
Comando en Jefe del Ejército, que editaba también el Boletín de Educación del Ejército, la
Revista del Suboficial y la Biblioteca del Suboficial; de hecho, muchos artículos se
publicaban sucesivamente en las distintas revistas. Su director era el Tte. Coronel (Retirado)
Juan Carlos Mañe. Hacia mediados de los años ’70 empieza a ser colonizado por el
lenguaje y la temática de la “lucha contra la subversión”.

91
Revista Estrella Roja nro. 29, 28 de enero de 1974 p.5.

92
“El deber del soldado argentino”

En un sentido contrario, pero en una clara desigualdad de poder en relación a las


FFAA, los soldados conscriptos también fueron interpelados por el Partido
Revolucionario de los Trabajadores-Ejército Revolucionario del Pueblo (PRT-ERP).
Mientras para las autoridades militares debían estar dispuestos a defender
“heroicamente” el cuartel en caso de un ataque guerrillero, para el PRT-ERP debían
ser activos partícipes de la derrota del Ejército Opresor en la guerra revolucionaria.

Frente a la incorporación de la clase 1953, Estrella Roja -órgano partidario del ERP-
publicó un artículo titulado “El deber del soldado argentino”. Este texto era un claro
llamado al soldado conscripto como “hijos del pueblo” a unirse a las “filas” del
“Ejército del Pueblo”, para que fuera un “activo partícipe de la derrota del Ejército
Opresor”, utilizando su “ingenio y esfuerzo”:

“El valor, el patriotismo, el sacrificio que componen la moral del soldado, sólo es cierto
cuando lucha incansablemente a la par de sus hermanos, contra la opresión a que es
sometido nuestro pueblo. Por obligación de las leyes de los ricos, los jóvenes
argentinos son obligados a incorporarse a servir en las Fuerzas Armadas opresoras,
contrarrevolucionarias, de una larga historia de asesinatos y masacres, el único interés
de estas fuerzas armadas es defender, con la violencia represiva de sus armas, a las
clases ricas. El soldado argentino tiene un gran DEBER: defender a su pueblo
esclavizado por los patrones capitalistas extranjeros y nacionales.

El aprendizaje de las armas debe ser tomado con entusiasmo para utilizar esos
conocimientos a favor de los pueblos oprimidos. El Soldado Argentino es un obrero, un
campesino, un estudiante; hijos directos del pueblo que conocen en carne propia la
injusticia y la miseria; sus padres, madres, hermanos son reprimidos en cuanto
intentan reclamar sus derechos, y en esa represión, pretextando el ‘orden’ y una falsa
defensa de la Patria, participa el soldado.

EL DEBER del soldado es volver esas mismas armas en contra de los oficiales
asesinos que los mandan; NUNCA apuntar al pueblo, que allí está tu Padre, tu Madre,
tu Hermano. (…)

Conscientes del peligro que significan los pueblos que han emprendido el camino
revolucionario [el Ejército Opresor] trata de dotarse de una poderosa estructura, con
los más avanzados elementos técnicos pero esa estructura descansa en cimentos de

93
barro: los Soldados Argentinos, que son parte del pueblo explotado, son utilizados para
mantener y hacer funcionar esa estructura en la represión a las movilizaciones de los
trabajadores, a los combatientes de las organizaciones guerrilleras y en general a todo
hijo del Pueblo que lucha contra el soldado. EL DEBER DEL SOLDADO ARGENTINO
es colaborar activamente en la recuperación de esos elementos para la lucha del
pueblo, contribuir con el ingenio y esfuerzo de cada soldado a minar el poder de esa
estructura, desde pequeñas a grandes tareas, con la conciencia plena y la satisfacción
de ser activo partícipe en la derrota del Ejército Opresor.

EL DEBER DEL SOLDADO ARGENTINO se inspira en el ejemplo de nuestros


heroicos patriotas que desde la Primera Independencia hasta nuestros días, en
innumerables combates y jornadas de lucha, constituyeron la poderosa fuerza de los
oprimidos. (…)

SOLDADO: ¡UNETE A LAS FILAS DEL PUEBLO! ¡SE UN SOLDADO, UN


COMBATIENTE DEL PUEBLO”. 64

Para ejemplificar este mandato partidario, tomaban el caso del conscripto Julio
César Provenzano. Se trataba de un soldado militantedel PRT-ERP que el viernes
30 de marzo de 1973, había muerto al estallarle una bomba que intentaba colocar en
el Edificio Libertad, sede de la Armada (véase: Seoane, 2003: 197). Al bautizar el
boletín destinado “Soldado Argentino” con su nombre, Estrella Roja buscaba hacer
un “modesto homenaje” “levantando su nombre como bandera y ejemplo para todos
los hijos del pueblo que tiene que cumplir por la fuerza con el servicio militar que los
explotadores nos imponen”:

“… a las 11 de la mañana, Julio César Provenzano, combatiente del ERP y


circunstancialmente soldado conscripto de la marina, penetró en el edificio del
Comando en Jefe de la Marina contrarrevolucionaria, con la misión de colocar una
potente bomba en el ascensor cercano a la oficina de Guido Natal Coda, Comandante
en Jefe de la Armada.

Desgraciadamente al ir a preparar el artefacto para su posterior colocación final, la


bomba le explotó en las manos por razones que desconocemos.

64
Estrella Roja nro. 29, 28-1-1974, p. 5.

94
Así el compañero Julio César Provenzano ofrendó su joven vida a los intereses de la
revolución socialista, sumando su nombre a la decena de héroes y mártires que están
regando con su generosa sangre el camino de la GUERRA REVOLUCIONARIA, hacia
la definitiva Liberación Nacional y Social de nuestra Patria y de nuestro Pueblo, hacia
la Revolución Socialista Argentina.

Impulsó a Julio realizar la misión que le costó la vida, el odio revolucionario que
acumuló en sus dos años de servicio militar, a la aristocratizante y proimperialista
oficialidad de la Marina, enemiga abierta de toda causa justa, popular, progresista.

Y sobre todo impulsó a Julio su heroica acción, el conocimiento de la sangre fría y el


odio contrarrevolucionario con que los altos jefes de la Marina se sumaron a la salvaje
decisión de fusilar a los HÉROES DE TRELEW. Por ello, por la memoria de los
combatientes de TRELEW, PROVENZANO encaró esta acción. Su nombre, su
decisión combativa, su amor al pueblo y a sus compañeros quedarán grabados en la
memoria de su organización, el ERP, y de todos los explotados y oprimidos. (…)
COMPAÑERO JULIO: ¡HASTA LA VICTORIA SIEMPRE!”. 65

En este artículo se construía al soldado Julio César Provenzano como una figura
heroica (un mártir) que había ofrendado su vida por la causa, exaltando los valores
morales del sacrificio, patriotismo y compañerismo. De esta manera, se configuraba
un modelo de conscripto-militante (fundado en el espíritu de sacrificio) que esa
organización pretendía se multiplicara no sólo en el resto de los militantes sino
también en el conjunto de los soldados. Como sucedía con otros mandatos
partidarios, esta connotación imperativa no sólo enunciaba las virtudes a emular,
sino que definía cómo debía ser un verdadero revolucionario (Carnovale, 2005b).

Asimismo, éste se volvió un mandato partidario activamente difundido por el PRT-


ERP. Según Vera Carnovale (2010) el PRT-ERP desplegó una intensa actividad de
“agitación y propaganda”, tanto a través de las “volanteadas” en las puertas de
fábricas, facultades o barrios, así como gracias a su propia prensa partidaria, que
publicó “con sobresaltada pero importante regularidad”, debido a que, durante la
66
mayor parte de su historia, la organización estuvo proscripta. Tanto mediante

65
Ibid, p. 4.
66
“Según Pablo Pozzi, entre mayo y agosto de 1973 (es decir, durante el período de
legalidad) la prensa partidaria alcanzó su punto más alto: El Combatiente, órgano de

95
volantes como gracias a los artículos publicados en Estrella Roja y El Combatiente,
el PRT-ERP también destacaba la figura de otros soldados del pueblo que habían
colaborado en ataques a cuarteles y regimientos por parte de esa organización
revolucionaria. En la madrugada del 19 de febrero de 1973, la Compañía “Decididos
de Córdoba” había contado con la ayuda del soldado conscripto Félix Giménez en
un operativo para apropiarse del arsenal del Batallón Comando de Comunicaciones
141 en la ciudad de Córdoba. 67 Según se publicó en los diarios nacionales, el
Comando del III Cuerpo de Ejército declaró “traidor a la Patria” a este soldado
conscripto: “El comunicado –relataba una crónica periodística- formula severos
cargos contra el soldado, a quien acusa de haber traicionado a sus superiores, a sus
compañeros y a la Bandera Nacional, ‘que en este caso ha reemplazado por un
trapo rojo manchado de sangre de pueblos sojuzgados por la dictadura de la
ideología que los representa’”. 68

En cambio, la lectura de la prensa partidaria era inversa. En un artículo de Estrella


Roja donde se recordaba el aniversario de esta acción armada, se destacaba la
participación de Giménez como un hito: “por primera vez se verifica públicamente el
pase a las filas de un Ejército del Pueblo de un soldado conscripto, hijo del pueblo,
obligado a vestir el uniforme enemigo por las leyes del servicio militar”. 69 En una

difusión del PRT, vendía alrededor de 21.000 ejemplares, en tanto Estrella Roja, órgano de
difusión del ERP, alcanzó durante el mismo período la cifra de 54.000 ejemplares [Pozzi,
2004: 187]. Por su parte, María Seoane estimó la tirada clandestina media de uno y otro en
10.000 ejemplares, aproximadamente [2003: 343]. Finalmente, Daniel De Santis, antiguo
militante y editor de las compilaciones de documentos partidarios A vencer o morir, calculó a
partir del acervo partidario por él reunido un promedio de un número mensual de El
Combatiente para el período comprendido entre marzo de 1968 y julio de 1970; advirtiendo
que, a partir de entonces, el promedio de números mensuales comenzó a ascender –no sin
interrupciones- hasta alcanzar la cifra de 4 en los años 1975 y 1976” (Carnovale, 2010: 42 y
43).
67
Sobre este operativo guerrillero, véase: Seoane, 2003: 194 y 195.
68
La Opinión, 22-2-1973.
69
Estrella Roja nro. 30, 11-2-1974, p. 12. Si bien el PRT-ERP postulaba a Giménez como el
primer soldado que había colaborado en una acción por parte de una organización
revolucionaria, la organización Montoneros reivindicaba otro acontecimiento sucedido en la

96
entrevista, Giménez recordaba su incorporación como militante del ERP y se
defendía de la acusación de “traición”:

“-¿Por qué ingresaste al ERP?

- Yo ingresé al ERP estando ya incorporado al Ejército de la Dictadura [del Gral.


Agustín Lanusse]. Durante el tiempo que estaba cumpliendo con el servicio militar
obligatorio fui comprendiendo que el ejército que yo integraba estaba al servicio de las
clases dominantes, que salió a reprimir y asesinar al pueblo. Por eso me di cuenta de
que era necesario formar otro ejército que realmente defendiera al pueblo y estuviera a
su servicio. Entonces ingresé al ERP.

-¿Qué les dirías a todos los soldados que están en el Ejército Opresor y que como vos
son hijos del pueblo?

- A todos los soldados que como yo están sirviendo obligatoriamente al Ejército


Enemigo y que tal vez crean que yo me porté como un traidor, les digo que lo
realmente importante es estar sirviendo al pueblo”. 70

Lo que para el Ejército Argentino era un acto de “traición”, para Giménez era “la
mejor forma de defender a la Patria” y de “servir al pueblo”, tradicionales sentidos
asignados al paso por la conscripción. El segundo ataque a una guarnición militar
del ERP donde colaboró un soldado conscripto fue el 6 de septiembre de 1973, en
plena ciudad de Buenos Aires. Se trataba del primer ataque de real importancia de la
guerrilla desde la asunción del presidente constitucional, Héctor Cámpora. En esa
acción, el conscripto Hernán Invernizzi ayudó a la Compañía del ERP “José Luis
Castrogiovani” para intentar “recuperar las armas” del Comando de Sanidad del
Ejército, en la Capital Federal. 71 Poco tiempo después, “el gobierno de Lastiri

noche del 16 de noviembre de 1972. En esa oportunidad, un grupo de oficiales y


suboficiales (vinculados a Montoneros) lideró un batallón de cerca de 160 soldados de
Infantería de Marina que se sublevó y tomó la Escuela de Mecánica de la Armada, para
respaldar el regreso a la Argentina del general Perón, luego de 18 años de exilio (véase: La
Razón, 17-12-1972 y La Opinión, Clarín, La Prensa del 18-12-1972).
70
Estrella Roja nro. 30, 11-2-1974, pp. 12 y 13.
71
Sobre la toma del Comando de Sanidad, veáse Seoane (2003), Garaño y Pertot (2007) y

97
concretaba la ilegalización del ERP como ‘grupo subversivo’ por el delito de
‘sedición’, previsto por la Constitución, en virtud de que la violencia elegida por ellos
–decía el texto del decreto- se oponía a la democracia y a ‘la convocatoria a la
pacificación y a la unidad nacional’ ‘materializada en una amplia y generosa ley de
amnistía’” (Franco, 2012: 65).

Un Comunicado del Comité Militar Regional Buenos Aires del ERP, dio a conocer su
versión sobre el comportamiento de este soldado, caracterizándolo como heroico y
leal a su organización:

“Cuando el heroico compañero Invernizzi ingresó al servicio militar, lo hizo como algo
por lo que todos pasamos a los 20 años, con el objetivo de cumplir el período, tratar de
aprender algo y volver a la vida civil. Al poco tiempo el Capitán Bilbao, destinado a la
unidad, le tomó confianza, le habló contra los revolucionarios, le habló con desprecio
de los trabajadores, estudiantes, etc. Nuestro compañero no le contestaba nada, lo
dejaba hablar, no lo contradecía y el oficial creyó que podría ganar al compañero para
sus actividades contra el pueblo, trató de realizar sobre él un trabajo de
convencimiento (…). Esta situación fue la que hizo que nuestro compañero se diera
cuenta de lo que estos asesinos significan para nuestro pueblo. Casualmente se
conectó con el ERP, se identificó con el carácter justo de la lucha revolucionaria y
explicó lo que ocurría en la unidad a la vez que veía que esta situación era general en
el ejército opresor. Ingresó como combatiente de nuestro Ejército y se le planteó la
posibilidad de ocupar la unidad con su colaboración, con el objetivo de que las armas
que estaban en manos de estos criminales, que las usan contra el pueblo indefenso,
pasen a formar parte del arsenal popular. Esto fue aceptado por el compañero que se
comportó valientemente durante todo el operativo”. 72

En contraposición con esta versión, desde las páginas de la revistaEl Soldado


Argentino las autoridades militares interpelaban a los soldados a partir de la
oposición entre la figura del “soldado heroico” y la del “traidor”:

Franco (2012: 64).


72
Estrella Roja nro. 25, 21-9-1973.

98
“…en el Comando de Sanidad un soldado solo en la sala de armas, quizás pensando
en sus compañeros, quizás por aquello que le inculcó el suboficial del apodo [más
severo], quizás pensando en su Ejército, o simplemente porque unió todo eso y se
sintió hombre con la responsabilidad que aquello encierra, se reveló contra lo que era
un atentado a su grupo, a sus compañeros, y con todo su miedo, así como hubiera
sido el tuyo, y con toda su rabia por ver atacado su Comando, dijo no, y defendió con
riesgo de su vida las armas custodiadas.

Nadie le exigió su heroísmo, nadie se lo ordenó, solo él decidió y porque aprendió a


dar se sintió responsable de sus compañeros y se jugó.

Dos de los soldados reducidos en la guardia lograron escapar y dar la alarma a la


policía; prefirieron arriesgarse antes que observar impotentes cómo eran tratados sus
compañeros y cómo se iban a apoderar de su Comando.

Un militar de estirpe ‘patricia’ que marchó al frente de su tropa, fue el primero en caer,
en cumplimiento de su deber. El mejor homenaje que tú puedes brindarles es pensar
que fueron hombres cabales y completos que supieron lo que era dar.

Estos ejemplos son casos extremos, pero también tú, todos los días, cumpliendo con
tu deber, estás experimentando la íntima satisfacción de dar.

Felizmente, los que no saben dar son muy pocos, pero sólo el hecho de pensar que
existen nos duele, como les dolió a los soldados del Comando de Sanidad, la traición
de un compañero, quién sacándose la máscara, fría e indiferente, abrió las puertas de
su Comando para que la muerte entrara por ellas.
73
PIENSA… TU JUZGARÁS”.

Frente al mandato partidario del soldado-militante que ofrendabasu vida por la


revolución, en la jerga castrense “saber dar” implicaba también realizar un máximo
sacrificio: “dar la vida por la patria”. Para consolidar la oposición construida entre un
soldado “heroico” y otro acusado de “traidor”, se publicaba un reportaje al soldado
dragoneante que “defendió” el cuartel frente al ataque guerrillero:

“Periodista: ¿Cómo te sientes?

Dragoneante: Un poco confundido.

73
Soldado Argentino nro.695, año LII, julio-diciembre 1973, pp. 5 y 6.

99
P.: ¿Puedes ampliar?

D.: Sí, lo que sucede es que no comprendo cómo se puede alterar la amistad y la
confianza.

P.: ¿Qué situación es la que más te afecta?

D.: El hecho de ser traicionado en algo que estábamos comprometidos y la indiferencia


emocional y afectiva de un compañero que entrega a la violencia con riesgo de vida y
bienes, a su grupo y, fundamentalmente, a la institución donde cumple servicios.

P.: Las situaciones no son todas exactamente iguales, pero si se presentara otra
similar, ¿cómo piensas que podrías actuar?

D.: Con más conocimiento y experiencia y fundados en la amistad y camaradería como


uno de los factores fundamentales que hacen al hombre, y pensando que aquel que
traiciona estos juicios se traiciona a sí mismo”. 74

De esta manera no sólo el conscripto hacía propia la oposición planteada por las
autoridades militares; sobre todo, hablaba de un mundo donde el comportamiento
“leal” se anclaba en una serie de valores morales como el “compañerismo”, el
“heroísmo” y el “valor”. Al enfrentar este mundo de peligros, riesgos, donde se
oponían seres “leales” y “traidores”, se volvió sugerente retomar la propuesta del
libro Pureza y peligro (1973). Pero, ¿por qué volver a Mary Douglas una
renombrada antropóloga africanista, formada por Evans-Pritchard e influida por el
estructuralismo de Claude Lévi-Strauss para pensar la violencia política en la década
del setenta? Entendemos que los conceptos desarrollados por la antropología para
la explicación y el análisis de instituciones, relaciones y prácticas en las llamadas
sociedades etnográficas se revelan fértiles a la hora de ser aplicados en sociedades
occidentales y modernas (Sarrabayrouse, 2004: 206). 75 Asimismo, Clifford Geertz
(1987) sostuvo que en antropología las contribuciones teóricas son difíciles de
separar de los estudios específicos: “las ideas se adoptan de otros estudios afines y
refinadas en el proceso, se las aplica a nuevos problemas de interpretación. (….) Si
continúan siendo útiles y arrojando nueva luz, se las continúa elaborando y se

74
Ibid, p. 6.
75
Véase también, entre muchos otros trabajos, los valiosos aportes de: Fernando Balbi
(2007), Sofía Tiscornia (2008), María Victoria Pita (2010).

100
continua usando” (1987: 37). En este sentido, el ejercicio de la interpretación
etnográfica se enriquece gracias a los despliegues conceptuales más audaces de
las cuestiones conceptuales ya planteadas por otros/as antropólogos/as. Al decir de
este autor, se trata de apelar a conceptos anteriormente utilizados para explicar
nuevos terrenos o problemas (en este caso, la historia reciente argentina),
procurando lograr mayor precisión y amplitud.

Mary Douglas consideró como ser impuro aquel que no se caracteriza por la
imposibilidad de conformarse plenamente con la especie a la que se pertenece, de
entrar dentro de la categoría: “Son impuras aquellas especies que son miembros
imperfectos de su género, o cuyo género disturba el esquema general del mundo”
(1973: 78 y 79). En el mundo de la conscripción de los años setenta, que un soldado
conscripto militara en una organización armada puede leerse entonces como un
elemento impuro, inapropiado y rechazado porque contradecía las clasificaciones
castrenses o, más específicamente, como una anomalía.

En esta clave de lectura, los soldados podían operar como puentes mediadores,
logrando la unión de los contrarios -en este caso, el mundo militar y el militante. En
caso de que dieran la espalda a su propia especie (los conscriptos y la institución
militar) y atravesaran esa línea que no debía cruzarse (unirse a las filas de la
guerrilla), representaban una fuente de peligro para el resto del Ejército. De ahí que
los soldados acusados de “traidores” debían ser activamente reprobados por las
autoridades militares y opuestos a la figura del soldado “heroico”, aquel dispuesto a
dar su vida por la “patria”, a “sacrificarse” en caso de un ataque guerrillero.

Pensar este caso a la luz de la propuesta de Mary Douglas se vuelve


particularmente fértil, además, porque permite pensar la relación entre pureza,
contaminación y valores morales. Según esta autora, las ideas de contaminación
actúan en un nivel instrumental, reforzando las presiones sociales, alentando valores
morales y reafirmando mandatos institucionales. Me explico: Mary Douglas
argumentó que si un ser es clasificado como anómalo, los límites de la serie de la
que no forma parte se clarifican y se refuerzan las definiciones con las que no se
hallaban en conformidad (1973: 57-60). Es por eso que la autora postula que las
creencias sobre la contaminación y el peligro pueden servir para resolver problemas
morales inciertos o reorganizar la desaprobación moral allí donde flaquea (1973: 177
y 178). En este sentido, esta antropóloga británica sostuvo que:

101
“… las reglas de la contaminación no corresponden al pie de la letra con la moral.
Algunas clases de comportamiento pueden juzgarse equivocadas, sin provocar por
ello creencias de contaminación, mientras que otras que nadie considera
reprehensibles aparecen como contaminadoras y peligrosas. Acá y allá nos
encontramos con lo que está mal es igualmente contaminador. Las reglas de la
contaminación iluminan intensamente sólo un pequeño aspecto del comportamiento
moralmente desaprobado” (1973: 175).

A la luz de esta propuesta, podemos postular que este código moral era apuntado
gracias a la construcción de una serie jerarquizada de grados de pureza: el grado
más alto de pureza era el “héroe” (muerto); el grado medio o la condición normal que
se esperaba de todo conscripto era el “que asume una militancia integral en la lucha
contra la subversión”; y finalmente, postulaban un estado de impureza (el soldado
“entregador” o “traidor”). En este caso podemos ver que la reprobación de los
soldados “traidores” apuntalaban un código moral basado en los valores morales del
“compañerismo”, “sacrificio” y el “heroísmo” (“saber dar”) que buscaban orientar y
condicionar la praxis de los soldados. 76 En particular, la abominación de los
soldados “infiltrados” era el reverso del modelo de cosas aprobado: que los
conscriptos estuviesen dispuestos a matar y morir por la “patria”, que asumieran una
“militancia integral” en el marco de la llamada “lucha contra la subversión” y que
defendieran los cuarteles en caso de un ataque guerrillero.

76
Fernando Balbi (2007) plantea que las complejas relaciones de los valores morales con el
comportamiento se relaciona con su triple carácter simultáneamente cognitivo, moral y
emotivo.

102
103
Volante del PRT destinado a los soldados conscriptos 1975.
Archivo personal de la Dra. Vera Carnovale.

104
Frente Ejército Enemigo

El intento de ganar la adhesión de los soldados conscriptos y el ataque sistemático a


cuarteles militares se inscribía en una política del PRT-ERP concebida a principios
de 1973. Luego del triunfo electoral de la fórmula del FREJULI y frente la asunción
de Héctor Cámpora (luego de 18 años de proscripción del peronismo), el PRT-ERP
anunció públicamente su “apoyo condicional” al gobierno constitucional, aunque
aseguró que proseguiría actuando contra los “enemigos del pueblo”, léase las FFAA
y empresas multinacionales (En: Franco, 2012: 42). En abril de 1973, hizo público
que, pese a la asunción de un gobierno democrático, no abandonaría la lucha
armada:

“El gobierno que el Dr. Cámpora presidirá representa la voluntad popular.


Respetuosos de esa voluntad, nuestra organización no atacará al nuevo gobierno
mientras este no ataque ni al pueblo ni a la guerrilla. Nuestra organización seguirá
combatiendo militarmente a las empresas y a las fuerzas armadas
contrarrevolucionarias. (…) La experiencia nos indica que no puede haber tregua con
los enemigos de la Patria, con los explotadores, con el ejército opresor y las empresas
capitalistas expoliadoras. Que detener o disminuir la lucha es permitirles reorganizarse
y pasar a la ofensiva” (Citado en: Carnovale, 2011: 110).

Como, según la lectura partidaria, la lucha interna en el peronismo desembocaría


indefectiblemente en una “fascistización” del peronismo, para el PRT-ERP era
indiscutible que el abandono de la lucha armada facilitaría el avance de las fuerzas
reaccionarias (En: Carnovale, 2011: 109 y 110). En este contexto, una de estas
resoluciones del Comité Ejecutivo del PRT de abril de 1973 estandarizaba un trabajo
político en relación a los soldados conscriptos y caracterizaba el servicio militar
obligatorio como el “talón de Aquiles del Ejército Enemigo”…

“…porque año a año se incorporan decenas de miles de jóvenes obreros, campesinos


y estudiantes, que vienen de una reciente experiencia de sufrimiento y en algunos
casos de lucha que los hace permeables a ideas y posiciones progresistas y
revolucionarias. La mayoría de ese personal proviene del campo y su grado de
politización es en general bajo, por lo que puede caer con facilidad bajo una fuerte

105
influencia ideológica, moral y disciplinaria del enemigo que cuenta para ello con
77
efectivos recursos psicológicos y orgánicos”.

Para el Comité Ejecutivo del PRT no sólo el “mando militar enemigo” iba a
“incrementar su actividad contraguerrillera” sino que lo iba a apuntalar con una
“campaña anticomunista y antiguerrillera de carácter política y psicológica” cuyo
blanco eran los soldados que cumplían con el servicio militar obligatorio. 78 En este
contexto de “agudización de la lucha revolucionaria”, el Partido consideraba que los
soldados adquirían una “importancia excepcional, estratégica, el desarrollo de un
amplio trabajo propagandístico y agitativo dirigido a los soldados conscriptos, que
combata la propaganda enemiga y tienda a neutralizar y ganar a los soldados,
anulándolos como fuerza represiva en un primer momento y convirtiéndolos después
en activos revolucionarios”. 79 Esta “activa campaña”, por un lado, implicaba llamarlos
a “no tirar contra el pueblo ni participar en ningún tipo de agresión contra él” y, por el
otro, buscaba “Alentar la deserción de soldados llamándolos a incorporarse a las
filas del PRT”. 80

En esta misma línea partidaria, ya en septiembre de 1974, casi un año después de


que el gobierno lo hubiese declarado “ilegal”, el Boletín Interno del PRT-ERP
estandarizó un mandato partidario acerca de cómo debían encarar el trabajo en este
“frente de proselitismo militar” y fundó el Frente Ejército Enemigo. 81 En el nombre de
este Frente se amalgamaban las dos concepciones de enemigo del PRT-ERP: por
un lado, una asociada a la estructura del poder económico (el “enemigo” era la
“burguesía” y el “imperialismo”, “la sociedad capitalista”, el “estado”) y, por el otro,
identificada con los agentes represores del Estado (los miembros de las Fuerzas
Armadas y de Seguridad) (Carnovale, 2005a: 4). Si este Frente se llamaba Ejército

77
“Resolución sobre trabajo en el Ejército”, en Resoluciones del Comité Ejecutivo de abril de
1973, p. 240.
78
Ibid.
79
Ibid, p. 242.
80
Ibid.
81
Boletín Interno nro. 68, 25-9-1974.

106
Enemigo era porque en el ideario del PRT las Fuerzas Armadas eran consideradas
el grupo hegemónico de las clases dominantes que habían dejado de ser custodios
de un orden burgués para ocupar la dirigencia de clase (Carnovale, 2005a: 10 y
11). 82

En primer lugar, el Partido sostenía que “la contradicción existente entre las
funciones de las FFAA del régimen y la composición de sus bases: los soldados, que
son hijos del pueblo”. Esa contradicción llevaba a que “el enemigo” tratara “por todos
los medios de separar la tropa del pueblo, aislarla en la vida militar de los cuarteles,
tratando de que permanezca indiferente ante las luchas y sufrimientos del pueblo”.
En función de esta caracterización, la primera tarea del conjunto del Partido era
“ligar permanentemente al soldado con su pueblo”. Luego, consideraban la
“necesidad de impulsar a los soldados para que se organicen dentro de sus
cuarteles por las innumerables reivindicaciones, a que se [rebelen] contra los
atropellos de los oficiales, etc”. Sobre la “importancia militar” de este Frente, el
documento planteaba que era “muy evidente la tarea de inteligencia que se puede
realizar”. También destacaba la “importancia decisiva” a la hora de la “inmovilización
o retraso de las fuerzas represivas ante hechos militares concretos, o ante
movilizaciones de masas, ya sea a través de sabotajes a equipos, reteniendo
información, o si es necesario, en la represión a las masas, pasarse a las filas del
pueblo, tratando de arrastrar la mayor cantidad de soldados posible”.

Ligar al soldado con su pueblo, organizar las reivindicaciones de los soldados;


realizar tareas de propaganda e inteligencia y alentar a los soldados para que se
resistieran a participar de la represión política. Ésas eran las tareas prioritarias del
Frente Ejército Enemigo del PRT-ERP. En las Conclusiones se aseguraba que las
“condiciones para iniciar y desarrollar un trabajo serio, paciente y sistemático del

82
En el marco de la constante expansión simultánea de “todas las formas de lucha” –
armadas y no armadas; legales y clandestinas-, el PRT-ERP delineaban dos grandes
campos de acción: “Por un lado estimuló la formación de distintos ‘frentes’ – expresiones de
sus alianzas y acuerdos con distintas organizaciones políticas, gremiales y sociales así
como con dirigentes independientes- con el objetivo de canalizar y orientar la movilización
popular. (…) Al mismo tiempo, habiendo incorporado la lucha armada como estrategia para
toma del poder, realizó una gran cantidad de acciones militares de diversa envergadura,
naturaleza y suerte” (Carnovale, 2008: 18).

107
Partido en las FFAA son muy favorables”. De todas maneras, uno de los “principales
obstáculos” era la “no comprensión o falta de conocimiento del conjunto del Partido
sobre la tarea”:

“Los éxitos que podamos lograr en la tarea dependen en gran medida de la firmeza y
preparación de los compañeros que vayan a ser incorporados; por lo tanto, es
imprescindible que los responsables de frentes, zonas y Dirección regional releven en
el menor plazo posible sus respectivos equipos y pasen los compañeros debidamente
83
caracterizados, en especial, los compañeros más fuertes, en primer lugar”.

84
Rodrigo: “Estábamos en todos lados”

Cuando llegué a Tucumán, varios colegas y amigos me recomendaron conversar


con Fernando, un conocido ex militante del PRT-ERP. Me interesaba conocer cómo
había sido la historia de esa organización en esa provincia y, en particular, si habían
existido soldados conscriptos militantes de esa organización. Como me comentaron
que tenía un negocio en el centro de la ciudad, lo visité una mañana de septiembre
de 2009. Antes de conversar conmigo, me aclaró sus condiciones: “somos celosos
de ante quién hablamos, vemos de qué palo son, somos cuidadosos. Cuando viene
gente de las grandes ciudades, es difícil chequear quiénes son”. En especial, me
hizo saber que en caso de que yo estuviera a favor de la “teoría de los dos
demonios”, se negaría a hablar conmigo.

Luego de explicarle mi trayectoria de militancia e investigación y los objetivos de mi


tesis de doctorado, Fernando recordó que en las provincias del noroeste argentino
había algunos casos de compañeros que habían desaparecido durante su paso por
conscripción. Incluso, me explicó que dichos soldados militaban en el “frente de
proselitismo militar” del PRT-ERP, el Frente Ejército Enemigo:

83
Boletín Interno nro. 68, 25-9-1974.
84
Los fragmentos citados correspondientes al testimonio de Rodrigo no son textuales sino
que han sido reconstruidos a partir de las notas de campo, 7 de octubre de 2009, ciudad de
Buenos Aires.

108
“El PRT dio alguna cifra de 200 casos ligados al Frente. La relación que tenían era que
estaban ligados con distinto nivel de compromiso a la JG [Juventud Guevarista] que
atendía el Frente del Soldado. Se llamaba Frente del Ejército Enemigo, así como el
frente automotriz, el frente X, el frente Z, estaba el Frente del Ejército Enemigo. El otro
conscripto que era dragoneante, entrega estando de guardia el Batallón 141, de
Córdoba, que es copado por la ‘Compañía Decididos de Córdoba’. Fue la última
acción que se hace con dictadura de Lanusse. Se llamó ‘Cachito’ Giménez que pasó a
la clandestinidad después del golpe militar, lo capturaron y lo matan. ‘Cacho’ Giménez,
compañero de Córdoba, fue uno de los casos emblemáticos. En la acción de Sanidad
también participa un conscripto, es la primera acción después del 25 de mayo de
1973, cuando se rompió la tregua”. 85

Luego de invitarme a ver una película sobre Raymundo Gleyser, me dijo: “Esto es
todo lo que tengo para comentarte o compartir” y siguió trabajando. Ya de regreso
en Buenos Aires, decidí contactarme con Rodrigo, un ex militante del PRT-ERP que
había sido detenido durante su paso por la conscripción, a quien había entrevistado
en varias oportunidades para mi tesis de licenciatura sobre la experiencia de prisión
política.

Nos encontramos una tarde en su casa y, cuando nos sentamos a conversar, lo


primero que hice fue consultarlo sobre los mandatos partidarios sobre la
conscripción. “Para un militante, -recordó Rodrigo - zafar de la colimba, estaba mal.
Por lo menos de mi orga. Acá lo que podías hacer con relativa facilidad era
‘acomodarte’ en lugares que no sean tan penosos o que no te mandaran al sur o al
norte. ¿Quién no tenía en la primera o segunda agenda un amigo o familiar o
86
conocido militar? Buscaba la forma primero de que no te mandaran lejos”.

85
Reconstruido en base a mis notas de campo, 15 de septiembre de 2009.
86
Este mismo criterio se observa en un Boletín Interno: “Ante el hecho de que en una
Regional los compañeros de la Juventud adoptaron la errónea resolución de conseguir la
excepción al servicio militar a dos compañeros con el argumento de que se los necesitaba
para tareas de la Juventud durante el año próximo, el B.P. [Bureau Político], al tiempo que
critica severamente ese grave error que priva de recursos a un frente tan importante como el
del proselitismo militar, comunica a todo el Partido que no se debe tramitar la excepción de
ningún miembro de la organización y que todos los casos discutibles que hubieran deben

109
Luego le conté que quería conversar sobre el Frente Ejército Enemigo y le expliqué
cómo supe de su existencia: un ex militante del PRT en Tucumán me había dicho
que se trataba de un Frente que dependía directamente del área de Inteligencia del
Partido. A continuación, le pregunté si podía grabar la entrevista y me contestó: “No,
tomá nota. Yo nunca hablé de ese tema en otras entrevistas. Si me hubiesen
preguntado anteriormente, también les hubiese dicho que apaguen el grabador”.

No puedo negar que me desconcertó que después de haber aceptado contarme


frente al grabador su paso por la cárcel, adoptara una actitud tan distinta en relación
a la conscripción. Rodrigo me explicó que aún hoy recibía constantes amenazas: “En
la conscripción, lo mejor que podés hacer es inteligencia, pero de inteligencia no se
habla. No sólo nadie debe saber que militaste sino que jamás podés contarlo
después. Ni siquiera llegás a saber qué llegó a conocer el enemigo”. “¿A quién le
contás que militás ahí? Lo sabe tu contacto de inteligencia. Era muy frustrante.
Nadie podía saber lo que te salía bien o mal. Te podía costar la vida, en condiciones
de absoluta indefensión. Vos metés la pata en un cuartel, no podés defenderte. Te
provoca un estrés terrible. Estás todo el tiempo consciente de que estás rodeado de
enemigos”, agregó para demostrar los riesgos y peligros que representaba para un
soldado conscripto militar en el Frente Ejército Enemigo.

Luego de asegurarle que no iba a publicar su nombre real y que le iba a mostrar los
borradores del texto, me contó cómo funcionaba este Frente del PRT-ERP:

“Rodrigo: Ya el nombre te da la pauta. Es un frente de trabajo, de masas, social, un


espacio social sobre el que el Partido de la Revolución tiene que trabajar. Es
equivalente a otros frentes, sindical, estudiantil. Pero tiene una especificidad,
totalmente anormal. La parte sustantiva te da la pauta. Es un frente raro, rarísimo,
excepcional, que no se parece a nada. Es del núcleo duro de la burguesía, responde a
una lógica diferenciada de los otros. Lo estoy pensando en términos de la época. Es
estratégico: ‘Si los cago por acá, los emboqué’. (…) Era tan, tan especial que a nadie
se le había ocurrido que existía. Ni a Santucho ni a nadie se le había ocurrido que era
un frente de [soldados)… Todos los compañeros habían hecho la colimba y a nadie se
le ocurría [que podía ser un frente de trabajo). A partir de la experiencia se empieza a

ser llevados al B.P. quien adoptará la resolución correspondiente” (Boletín Interno nro. 74,
31 de enero de 1975).

110
pensar ese frente. (…) Ahí se redondea la idea, entre noviembre y diciembre de 1972.
Entre marzo, abril o tal vez en la coyuntura de mayo de 1973, se redondea algo que se
venía pensando: que ese frente tenía que estar totalmente aparte de los demás.
Entonces se toma la decisión de que dependa de Inteligencia. Eso da un resultado
extraño: es un frente de trabajo aislado del resto de la organización. Se daba una
situación paradójica, contradictoria, no sé. Por razones de seguridad, todo tipo que
estuviera, tenía que estar aislado. Nadie sabía nada de vos, salvo Inteligencia. La
situación era incómoda. No hay peor frente que ése.

Santiago: ¿Por qué?

R: Es obvio, porque la vida se te va directo, estás adentro de la casa del enemigo,


laburás adentro del cuartel. Te equivocás una vez, y sos boleta. Era un frente tan
tabicado como Seguridad. Hay algo más tabicado, contrainteligencia, es el colmo del
secreto. Es inteligencia sobre la orga y sobre los militantes de la orga. Te coloca….
Sos miembro de una organización de la que nadie debe saber que sos miembro. Vos
no podés volantear, no podés... (…) Además, a partir de Hernán Invernizzi, todos
fueron sospechosos”.

Le pregunté si las autoridades militares tenían información de inteligencia acerca de


la posible militancia de un soldado conscripto:

“No. ¿Cuántos soldados entran por año? 100 mil. No hay estructura de inteligencia
que pueda aguantar eso. La desventaja era si eran estudiantes. El milico por definición
desconfía del estudiante universitario. Y encima de algunas carreras. A todos los
soldados que entraron después de Giménez e Invernizzi, los tipos tenían claro que
podían… Sí hacían inteligencia en destinos estratégicos(…) No hacían inteligencia. Ni
ellos sabían de dónde venía. Se detecta [entre los militares] un lenguaje paranoico: Es
verdad, estábamos en todos lados”.

Como podemos ver, a partir de principios de 1973 el PRT-ERP había creado un


Frente de trabajo político cuyo objetivo eran los soldados que cumplían el servicio
militar obligatorio. Incluso, algunos conscriptos habían colaborado activamente en
acciones armadas contra los cuarteles o regimientos militares, como Giménez,
Provenzano e Invernizzi. En este sentido, no sólo las autoridades militares estaban

111
obsesionadas por evitar la existencia de soldados “infiltrados”; este clima de
sospecha era activamente coproducido por los militantes en organizaciones armadas.
En contexto de violencia política, como veremos, todos los participantes del ritual -
iniciados, iniciadores- estaban inmersos en un clima de sospecha generalizada,
donde se entremezclaban potenciales infiltrados de la guerrilla, posibles espías o
delatores encubiertos.

Indicios de peligrosidad

Desde que inicié el trabajo de campo, me llamó profundamente la atención que la


mayoría de mis entrevistados habían sido considerados “sospechosos” de pertenecer
a la guerrilla o habían presenciado el ejercicio de la violencia estatal hacia otros
conscriptos acusados por las autoridades militares de ser “infiltrados”. Durante las
entrevistas, muchos recordaron un conjunto de indicios, rasgos y características a
partir de los cuales las autoridades militares inferían la “peligrosidad” de un soldado.
Reunidos parecen iluminar una epistemología de la sospecha que se correspondía
con aquel imperativo alentado en la Revista del suboficial (“esta guerra nos exige aún
más. Nos exige evitar que entre nuestros combatientes estén nuestros propios
verdugos”) al mismo tiempo que era coherente con la afirmación de Rodrigo sobre la
infiltración guerrillera (“Es verdad, estábamos en todos lados”).

Conocí a Néstor, un docente universitario, a través de colegas de la Universidad


Nacional de Tucumán (UNT), ya que muchos de ellos me contaron que, durante su
paso por la conscripción, había sido enviado al monte tucumano durante el Operativo
Independencia. Al principio, cuando le pregunté cómo era el clima de militancia en
Tucumán y si había sido activista político, se desconcertó. No entendía qué relación
existía entre ese tema y su paso por la conscripción. Le expliqué que me interesaba
conocer cómo distintas personas ingresaban al servicio militar portando experiencias
de vida muy diversas y, en algunos casos, también de militancia. Entonces, Néstor
me contó que había sido militante durante su paso por el colegio secundario en un
“grupo socialista” “absolutamente independiente”. En cambio, cuando ingresó a la
conscripción lejos de pensarla como un espacio de militancia clandestina, consideró
que “había que pasarla”:

112
“Mi llegada a la colimba es de angustia total, de [preguntarme] ‘¿qué hago? ¿qué
hago?’. Bueno, porque yo estaba dentro de un grupo y el grupo decide que yo me
presente a la colimba y que me mantenga totalmente al margen de todo, que abandone
la militancia y que haga la colimba. Y que, una vez que termine la colimba, me vuelva a
integrar”. 87

Pese a esa decisión partidaria, pudo saber que las autoridades del regimiento habían
analizado sus “antecedentes” para descubrir si se trataba de un soldado militante
infiltrado en las filas del Ejército Argentino.

“Santiago: ¿Vos pensás que ellos sabían que vos habías tenido una militancia previa?
¿tenían información de inteligencia tuya?

Néstor: Pienso que algo sabían, pero yo tenía mi hermano más grande que había sido
dirigente estudiantil. (…) Como a mi hermano ya le habían dado al baja del Ejército,
estaba todo bien. Entonces deben haber considerado que no era tanto y yo no tenía
88
militancia muy notoria como para que por ese lado venga la información”.

En una oportunidad, un compañero soldado lo alertó: “Ahí están viendo fotos y están
hablando de vos”. Néstor me contó que, cuando terminó esa reunión, el Capitán que
dirigía la Batería le preguntó: “¿Hace cuánto usa anteojos?”. Si bien tenía baja
graduación, cuando ingresó a la conscripción había decidido usar anteojos como
táctica: “me habían dicho que era la mejor forma de pasarla, que me iban a romper
poco”, recordó. Entonces, Néstor le contestó: “No, desde siempre uso anteojos”. A
continuación, el Capitán le hizo una “discusión ideológica” y le preguntó qué pensaba
del Ejército “para sacarme algo y yo ingenuamente le dije algunas cosas”. En
especial, le preguntó qué opinaba del servicio militar y Néstor le contestó que le
parecía una “pérdida de tiempo” porque, como estudiaba, sentía que interrumpía su
carrera universitaria. “No, ¡cómo va a decir eso! ‘¡¿Cómo?! ¡¿Qué quiere que seamos
Bolivia, ahí no hay servicio militar obligatorio!’”, se indignó el Capitán. ‘Bueno, en

87
Entrevista realizada por el autor en la ciudad de San Miguel de Tucumán, el 19 de
septiembre de 2009.
88
Ibid.

113
EEUU tampoco hay servicio militar obligatorio’”, le contestó Néstor. “Pero él lo vio
como que yo era un tipo frontal, ingenuo, sincero, y se quedó con eso”, sintetizó
Néstor. 89 Apelando a una serie de tácticas, Néstor intentaba (de)mostrar que, pese a
contar con ciertos “antecedentes” de activismo político, no representaba un peligro
para las FFAA. Es decir, hacer una puesta en escena de que se trataba de un ser
confiable, que no era un potencial “traidor”.

Por su parte, El Chango recordó que los soldados que había pedido “prórroga”
también despertaban sospechas del personal militar. Durante la entrevista, detalló
qué tipo de soldados eran considerados “peligrosos”:

“Santiago: Y a ustedes, ¿los tanteaban por ese lado, por el lado político?

El Chango: No, no, no, no, a nosotros. (…) En aquella época era distinta.
Generalmente los que tenían más esa inclinación eran los chicos que estudiaban en
las facultades, en los colegios secundarios. Pero nosotros no, más la tomábamos a la
chacota, con el peronismo, con el radicalismo, con ninguno, no éramos partidarios de
90
esa gente”.

En cambio, El Chango recordó que aquellos soldados que habían pedido “prórroga”
para continuar sus estudios universitarios, tenían 25 años (a diferencia de él que
tenía sólo 20). En función de esa diferencia de edad, según El Chango: “desde un
principio, medio lo miraban con desconfianza porque ya tenían otra mentalidad. Pero
se convencieron que no eran lo que ellos pensaban. Entonces, le daban un mejor
puesto, sea de detallero, si sabían manejar, lo metían de chofer de alguno de los
jefes. Ya no los [miraban con desconfianza]. O los llevaban al casino de oficiales,
que ahí no hacían guardia, no hacían nada”, rememoró El Chango. El paso por las
aulas universitarias los convertían en seres potencialmente sospechosos por haber
atravesado espacios considerados de activismo político, revolucionario. Segregarlos,
vigilarlos e investigarlos se convertía en el medio para conjugar los riesgos que
representaban para el personal militar.

89
Ibid.
90
Entrevista realizada por el autor en la ciudad de Buenos Aires, el 21 de marzo de 2011.

114
Otro ex soldado de la clase 55, Coco, nacido en la ciudad tucumana de Concepción,
detalló qué tipo de actitudes eran consideradas “sospechosas” por las autoridades
militares. En su caso, le había tocado cumplir el servicio militar obligatorio en el
Hospital Militar de San Miguel, gracias a que su padre movió sus contactos con
militares para “acomodarlo” en un “destino privilegiado”. Ni bien empezamos a
conversar sobre su paso por la conscripción, una de las primeras cosas que me
explicó fue el mandato institucional que alentaban las autoridades militares:

“Santiago: ¿Cómo se vivió el golpe de estado en el Hospital Militar?

Coco: Fue algo tranquilo, me parece a mí. Eso fue la semana anterior a que yo
entrara. Me parece que todo el mundo esperaba ya algo… Lo que sí me acuerdo es
que nos habían dicho que no preguntemos mucho, que no hablemos, que no, porque
era todo sospechoso. Si vos entrabas a hablar, a preguntar muchas cosas, podía
despertar algún tipo de sospechas, bah, esas cositas así. Y ahí nos acostumbramos
un poco a no hablar”. 91

Como vemos, ser discreto y pasar desapercibido entre el conjunto de soldados


funcionaba como signo de confiabilidad e implicaba no correr riesgos adicionales en
un contexto de violencia y sospecha generalizada. Otra característica que
despertaba las sospechas era el origen geográfico de un soldado. Varios ex
conscriptos entrevistados me explicaron que haber nacido en la conflictiva zona de
ingenios azucareros del sur de la provincia de Tucumán (territorio donde, además,
operaba la guerrilla rural), proyectaba un manto de sospecha sobre ese soldado.
Enrique, un ex soldado de la clase 55, recordó el estigma de haber nacido en
Famaillá:

“Santiago: ¿Vos tenías militancia en ese momento?

Enrique: No, no, no.

91
Entrevista realizada por el autor en la ciudad de San Miguel de Tucumán, el 24 de enero
de 2011.

115
S: Pero, ¿tampoco te sentías que podían saber que tenías amigos que sí o que eras
sospechoso vos ser de Famaillá?

E: Y a mí me jodían por ser de Famaillá, a mí me cargaba un cabo, me tenía cagando


a mí, porque me decía: ‘Seguro que has andado con los monos allá, en el cerro',
cuando volvía un fin de semana, por [ejemplo]. Y a mí eso me asustaba. Yo como
tenía otros amigos con los que estaba, otros suboficiales con los que tenía mejor trato,
yo les comentaba eso: ‘Che, ¿qué pasa, este boludo?’. ‘No, no pasa nada, ése es un
boludo’. Pero sí, sabían que yo era de aquí y sabían lo que significaba Famaillá en
ese momento. Pero no, ningún problema, ningún problema.

S: Y, ¿qué significaba Famaillá en ese momento?

E: Y bueno, era lo que se había erigido mediáticamente como el centro de la acción


guerrillera del país. Razón por la cual se instaló en Famaillá el PCT, el Puesto de
Comando Táctico”. 92

Si a ser tucumano se le sumaba contar con instrucción militar, ese soldado era
doblemente sospechoso. Eduardo, un ex soldado de la clase 55 nacido en la
localidad de Guruyaco (al norte de la provincia de Tucumán), empezó la entrevista
contándome que él hubiera querido ir a “combatir” a los montes tucumanos. Lo
estimulaba su sentido de deuda en relación con sus compañeros heridos o “caídos”
en enfrentamientos con la guerrilla. Incluso, durante la entrevista varias veces repitió
que se sentía orgulloso de “haber servido a la patria” yque tuvo una “muy buena”
relación con oficiales y suboficiales, “porque yo he sido siempre muy atento, muy
colaborador, yo estaba listo a cualquier hora”. Sin embargo, me sorprendió que
incluso él había sido considerado por el personal militar como un soldado
“infiltrado”:

“Santiago: Y, ¿alguna vez lo castigaron, lo metieron preso en la conscripción?

Eduardo: Sí, la primera vez que hemos ido al polígono. Sí, lo que pasa es que
siempre en el campo uno sale, aprende a hacer tiro, a cazar cosas. [Entonces] cuando
he llegado al polígono, nos han tenido marcados porque éramos de Tucumán. Y,
claro, nos dan un FAL ahí y tiro al blanco, un escudo, y en casi todos he hecho blanco.

92
Entrevista realizada por el autor en la ciudad de Famaillá, el 27 de septiembre de 2009.

116
Y entonces me han pillado y me han estaqueado, pensaban que era extremista. Si
después se ha movido una investigación de preguntar todo, las referencias, datos, por
una parte, por otra. Y bueno le ha dado que no, que yo era una persona de trabajo,
que nunca había estado metido en nada, así que de ahí me han suelto [soltado]. Y
después yo he tenido que ser el número uno en todos los combates. Después no
quería hacer blanco porque tenía miedo de que me vuelvan a estaquear. Si, sí, me
han estaqueado esa vez. Uno inocentemente sabe tirar y va y tira pero uno no estaba
metido en nada. Pero ellos creían, me han investigado todo, la familia mía, pa' ver que
no pertenecía ahí. De ahí se han disculpado después y ha seguido todo normal”. 93

En esta misma línea, Juan Carlos Santucho, un soldado de la clase 1953, recordó
haber sido doblemente sospechoso: no sólo por haber nacido en la conflictiva zona
sur tucumano sino por portar el mismo apellido del Comandante del PRT-ERP, Mario
Roberto Santucho, uno de los principales dirigentes de la guerrilla argentina. En
1974 se había inscripto como “voluntario” para hacer el servicio militar en la Escuela
de Paracaidistas en la provincia de Córdoba. Desde que fue incorporado para la
instrucción militar en el Regimiento 17 de Infantería Aerotransportada de Catamarca,
recordó que fue constantemente vigilado en sus movimientos, hostigado por el
personal militar y tildado de “guerrillero de mierda”. “Usted todavía no me ha
convencido a mí, ni a ninguno, de que usted no es uno de los zurdos, marxistas,
guerrilleros que andan por ahí, tratando de hacernos cagar a nosotros”, lo había
94
alertado un sargento ayudante.

“Santiago: ¿Qué pensaban, que vos estabas infiltrado?

Juan Carlos Santucho: Ellos desconfiaban de mí porque seguramente tenían malos


antecedentes de mí por el apellido. Por eso me decían guerrillero de mierda y me
trataban mal. Pero me trataban igual que a otros soldados. Pero cuando ellos tenían

93
Entrevista realizada por el autor en la ciudad de San Miguel de Tucuman, el 26 de enero
de 2009.
94
Entrevista realizada en la localidad de Famaillá, el 18 de septiembre de 2009.

117
que dirigirse a mí, ése era el mote, permanentemente, me machacaban [con mi
apellido]”. 95

La acusación de “sospechoso” se traducía en una serie de prácticas violentas que


buscaban marginarlo: constantes insultos y castigos; segregación en el espacio del
cuartel y una estricta vigilancia de todos sus movimientos. Mientras cumplía el
servicio militar se produjo el intento de “copamiento” del Regimiento por parte de
militantes de la Compañía del Monte Ramón Rosa Jiménez del PRT-ERP. 96 Como
las autoridades militares sospechaban que esta organización contaba con algún
soldado “infiltrado”, durante las semanas previas la segregación se había hecho más
tajante: Santucho directamente dormía fuera del regimiento.

“Era sospechado pero yo no me llamaba la atención de la realidad de lo que estaba


pasando. Ni por joda me daba cuenta de que iba a haber un copamiento, no tenía ese
conocimiento, porque estás adentro. A gatas conseguía como para comprar unas
galletitas, para sobrevivir ahí… Ya estaba la psicosis colectiva en el 74 del
antiguerrillerismo de los militares, estaba muy penetrada dentro de los cuadros del
Ejército. (…) De ahí es que ya Santucho era un apellido que lo odiaban, ya en ese
97
tiempo lo odiaban a Santucho”.

En el caso de Julio, otro soldado nacido en la zona sur de Tucumán, su historia era la
de una larga persecución política que se había iniciado en noviembre de 1974,
cuando un vecino lo acusó de “extremista”. De hecho, antes de la conscripción, había
sido secuestrado en varias oportunidades e incluso había tenido que emigrar de
Tucumán buscando eludir el cerco de la represión militar. Aficionado al fútbol, a las

95
Ibid.
96
El objetivo de esta acción armada era atacar simultáneamente ese regimiento de
Catamarca y la fábrica militar de explosivos de Villa María en Córdoba. Sin embargo, en el
caso del regimiento catamarqueño no llegó a ser atacado por integrantes de la Compañía
del Monte, porque fueron descubiertos mientras realizaban los preparativos. Véase: Garaño
y Pertot (2007) y Seoane (2003).
97
Entrevista realizada en la localidad de Famaillá, el 18 de septiembre de 2009.

118
mujeres y a los gallos, había nacido cerca de la ciudad de Famaillá, hijo de una
familia que era “gente del campo, del surco, del trabajo”, de origen santiagueño. Al
igual que su padre, se identificó con el peronismo y me contó que, desde muy joven,
“pertenecíamos, participábamos, nos divertíamos y también trabajábamos
políticamente con la JP [Juventud Peronista]”.

Una vez que fue incorporado al servicio militar, Julio fue acusado por el personal
militar de “venir de afuera a sospechar” y de contar con instrucción militar. Como
consecuencia, conformó un grupo de soldados considerados “sospechosos” por las
autoridades militares:

“Julio: De ahí nos separan 8 soldados, sospechados de extremistas, estábamos presos


en la V Brigada, en el calabozo de V Brigada. Ahí nos empiezan a sacar para zona de
operaciones, ex Ingenio Nueva Baviera, que se llamaba Centro de Operaciones Sur de
la Provincia. De ahí nos hacen recorrer a nosotros, nos tenían en calabozos de
campaña, nos tenían así con calzoncillo y camiseta y nos hacían dar la espalda a la
bandera por extremistas. Nos han tenido en Santa Lucía, en un lugar que le dicen el
Tambo de Fronterita, Bella Vista, nos han tenido en Aguilar. Y cuando decían que iban
a hacer un rastrillaje o había un simulacro de guerra, porque eran simulacros de
guerra, ellos nos llevaban a nosotros. Nos vestían y nos daban balas de fogueo en los
FAL, ellos decían que si nos encontraban los extremistas de frente que nos maten a
nosotros nomás, porque nosotros también éramos extremistas. Entonces así nos
98
trataban”.

Julio recordó que una noche, mientras integraba la Fuerza de Tarea que funcionaba
en el ex Ingenio Baviera, apareció muerto un soldado en la vereda de la Comisaría
de Famaillá. Las autoridades dijeron que se trataba de un suicidio. Sin embargo,
Julio pudo saber que este conscripto (uno de los tildados de “sospechoso”) había
sido asesinado de un tiro en la nuca. De hecho, Julio señaló que circulaba
permanentemente un rumor en torno al destino: “había rumores de que a nosotros
nos tenían que hacer boleta, nos tenían que matar”.

98
Ibid.

119
“Santiago: Pero, ¿por qué vos pensás que eras sospechoso de extremista? ¿Por ser
de Famaillá? ¿Por haber estado ya secuestrado? ¿De dónde venía la sospecha en
relación a vos?

Julio: Ellos se la han inventado, o sea por la detención, la denuncia que ha hecho el
muchacho ese de que de que yo era extremista. (…) Por eso ha venido la sospecha de
ellos hacia mi persona. Y así ha habido un montón de soldados, que realmente
pertenecían a los grupos del monte antes de ser soldados. Y por eso te digo que había
involucrado gente de distintos bandos; no sabíamos quiénes éramos en realidad. Y vos
por sólo ser peronista ya eras sospechado”. 99

En esta misma línea, Néstor me contó que, leyendo el Escuadrón Perdido, el libro de
José Luis D’Andrea Mohr donde denuncia los casos de soldados desaparecidos,
pudo reconocer a su compañero de conscripción:

“Néstor: Yo lo conocía de Tucumán, porque era estudiante de derecho, pero no le di ni


bola cuando lo veo en la colimba.

Santiago: ¿Era peligroso hablarle?

N: Nos conocíamos de manifestaciones, sabía que formaba parte del movimiento


estudiantil. Él estaba en un batallón y yo en otro. Fue una sonrisa nada más, como yo
te conozco a vos, vos me conocés a mí. Debemos haber hablado boludeces, del
tiempo. Yo tenía registro de haberlo visto. El golpe fue en marzo y en febrero aparece
escrito en un puesto de guardia algo así como: ‘Viva el ERP’. Eso sorprendió mucho,
que alguien hubiera escrito eso en un puesto de guardia. O sea que vos tenías un
infiltrado adentro, que tenía que ser un soldado. No recuerdo haber temido mucho, sí
100
el comentario y puede haber pasado que a ese soldado lo hayan involucrado”.

Como podemos ver, algunos soldados pudieron revertir el estigma de “sospechoso”,


apelando a un conjunto de tácticas para (de)mostrar que se era/parecía un soldado
confiable. En cambio, otros soldados no lo lograron y quedaron inmersos en ese

99
Ibid.
100
Reconstruido en base a mis notas de campo, San Miguel de Tucumán, 26-1-2011.

120
terreno hostil donde fueron concebidos como un enemigo “infiltrado”, como una
amenaza para las FFAA que acechaba desde adentro.

Frente a ciertos indicios de peligrosidad, el mecanismo institucional era la


segregación y el castigo preventivo, moralizante y ejemplificador frente al resto de los
soldados. Esta epistemología de la sospecha se basaba en la interpretación de
ciertos indicios, rasgos, características secundarias a partir de los cuales se infería su
“peligrosidad”: ser estudiante universitario; tener “antecedentes” como activista
político; ser tucumano (sobre todo si se había nacido en la conflictiva zona de los
ingenios azucareros); contar con instrucción militar. Se trataba de un método
interpretativo basado en descifrar detalles que el personal militar consideraba
reveladores de la peligrosidad de un soldado. A su vez, este conjunto de indicios
iluminaba los criterios morales que fundaban la praxis militar: qué se consideraba
normal y qué no; qué era correcto o incorrecto; qué debía o no hacer un soldado; qué
era confiable y qué era sospechoso. A partir de la interpretación de estos indicios, se
delineaba un conjunto de seres “sospechosos” y, por lo tanto, punibles por parte del
personal militar.

Este conjunto de mecanismos se enmarcaba en un proyecto totalizante mayor que


oponía a quienes se consideraba miembros de una comunidad nacional (que exigía
“lealtad”, “sacrificio” e identificación de sus miembros) a una amplia y flexible
categoría de quienes eran concebidos como (potenciales) “traidores”. Y, en esta
operación de poder, se construía una comunidad nacional con derechos
diferenciales; vidas que merecían más o menos la pena preservar, cuerpos más
protegidos y otros más vulnerables frente a la violencia del estado y al riesgo de
muerte.

***

En este capítulo hemos visto cómo la lógica “héroe”/“traidor” se engarzó con la


epistemología de la sospecha y ambas se transformaron en poderosos dispositivos
de regulación de las relaciones entre oficiales, suboficiales y soldados. Pero, ¿cómo
explicar esta obsesión del personal militar para evitar que las impurezas peligrosas
penetraran su sistema y por protegerse contra los espías y los traidores? Retomando
la propuesta de Mary Douglas (1973), argumenté que el código moral alentado por el

121
personal militar fue apuntalado gracias a la construcción de una serie jerarquizada de
grados de pureza: mientras se reprobaba al soldado acusado de “traidor” y se
castigaba al “sospechoso”, se alentaban los comportamientos “heroicos” de aquellos
dispuestos a sacrificarse en defensa de los cuarteles y del Ejército Argentino.

En Pureza y peligro, Mary Douglas sostiene también que las creencias acerca de la
contaminación también actúan en un nivel expresivo y tienen la función de imponer
un sistema a la experiencia que es de por si desordenada (1973: 17). Que la lógica
de la sospecha se convirtiera en un poderoso mecanismo de regulación de las
relaciones en los cuarteles nos habla de un contexto de violencia política que parecía
desafiar los supuestos del propio servicio militar obligatorio. Su lógica no se ajustaba
con exactitud a las experiencias previas de conscripción y tanto iniciadores como
iniciados sentían que se ponía en riesgo la eficacia misma de ese ritual. Como ya
hemos visto, soldados, suboficiales y oficiales corrían riesgos y peligros inéditos que
alteraban los sentidos más arraigados acerca de la conscripción. En este contexto de
violencia y represión política, cambio y confusión, todos los participantes vivían en un
mundo de sospecha, donde el desafío era evitar ser considerado un potencial
infiltrado de la guerrilla.

Asimismo, Mary Douglas argumentó que las creencias en torno al peligro de cruzar
fronteras prohibidas (y el castigo a las transgresiones) tiene por función imponer un
sistema a la experiencia, que de por sí es poco ordenada. Como lo militar y lo
militante se trataba de seres que pertenecían a esferas diferentes y mutuamente
hostiles, cada una de las cuales representaba un peligro para la otra. En este caso,
sancionar y excluir a los soldados acusados de ser “sospechosos” buscaba crear una
apariencia de orden, frente a la confusión y a las tensiones que producía que la
conscripción no produjera los acostumbrados efectos. La creencia en el peligro que
representaba un soldado infiltrado nos habla del riesgo de que las organizaciones
armadas subvirtieran los fines del servicio militar obligatorio. Es decir, que lo
convirtiera en el espacio de militancia secreta y clandestina donde realizaran tareas
de “inteligencia” y que favorecieran un eventual ataque guerrillero. Por lo tanto, su
castigo (¿preventivo?) funcionaba como un mensaje moralizante; buscaba aleccionar
a los soldados acerca de cómo debían y no comportarse y cuáles eran los riesgos de
convertirse en un soldado “infiltrado”.

122
Evidentemente, podemos reconocer en el Editorial de la Revista del Suboficial
aquella caracterización típica de la Doctrina de Seguridad Nacional: “fuerzas legales”
que combatían contra un enemigo interno que, lejos de presentarse de manera
transparente y visible, se solapaba en organizaciones subterráneas y se confundía y
101
mimetizaba con la “población” (En: Slatman, 2010: 450). De hecho, aun sin
buscar una analogía literal, nos recuerda al análisis de Carl Schmitt (1963) sobre la
figura del partisano. 102 En este sentido, las autoridades militares construyeron al
guerrillero utilizando algunos atributos con los que Carl Schmitt caracterizó al
partisano: como un adversario no uniformado e “irregular”; de intenso compromiso
político; elevada movilidad del combate activo; e incrementada intensidad del
compromiso político. 103

101
De todas maneras, como sostuvo Melisa Slatman, el Ejército Argentino consolidó una
doctrina militar contrarrevolucionaria propia que, si bien había contado con una fuerte
influencia de las doctrinas militares francesas y norteamericanas, fue producto de sus
propias reformulaciones, en función de sus experiencias históricas previas (2010: 432).
102
Esta propuesta se inspira en una investigación de Marcela Perelman (2009) donde
retoma el trabajo de Carl Schmitt sobre la figura del partisano como herramienta de análisis
para iluminar las formas en que los funcionarios consideran a los manifestantes piqueteros y
sus prácticas de protesta en Argentina. La autora ha sostenido que “las principales
dimensiones con las que Carl Schmitt caracteriza al partisano (carácter irregular,
ocultamiento de identidad a partir de no utilizar uniforme y compromiso político intenso)
permiten enhebrar diferentes argumentos entre sí y comenzar a reconstruir la mirada policial
sobre los manifestantes con importantes niveles de recurrencia y consistencia” (Perelman,
2009: 474). Perelman no procura verificar la teoría schmittiana en la realidad argentina, sino
utilizarla como orientación para descubrir lógicas y desde el discurso y la acción policial:
“este trabajo no explora una ontología o una esencialidad común entre la figura del partisano
y aquella del manifestante o, específicamente, del piquetero. Sólo considero que en la
actualidad existe cierto entendimiento policial análogo entre el acto de protestar en público y
las acciones irregulares, que se encuentra activo, produce sentidos y condiciona las
prácticas de los funcionarios de seguridad” (2009: 500).
103
Al igual que lo que planteó Perelman (2009) para los piqueteros, en este caso de análisis
el carácter telúrico tampoco se vuelve un atributo con el que las FFAA conceptualizaban a
los guerrilleros ni a los soldados. Antes bien, como veremos, durante el Operativo
Independencia los guerrilleros fueron considerados no sólo como “fuleros” sino también

123
“El guerrillero –sostuvo Schmitt- es precisamente alguien que evita portar armas en
forma ostensible, alguien que combate con emboscadas, alguien que utiliza tanto el
uniforme del enemigo como signos de identificación fijos o removibles y toda clase de
ropas civiles como camuflaje. El ocultamiento y la oscuridad son sus armas más
potentes a las que honestamente no puede renunciar sin perder el espacio de la
irregularidad; esto es: sin tener que dejar de ser guerrillero” (Schmitt, 1963: 19).

En el caso argentino, como vimos en el Editorial de la Revista del Suboficial, el


desafío era evitar la existencia de soldados/militantes “infiltrados” en las filas del
Ejército. A esto le sumaban la idea de que, frente a un “combatiente irregular”
(cuyas principales armas eran el ocultamiento y la clandestinidad), se debía librar
una guerra no convencional. Pero, antes de finalizar esta primera parte de esta tesis,
nos parece sugerente volver a la propuesta de Carl Schmitt (1963) de que el tipo de
guerra a librar depende de la caracterización del oponente, del enemigo: “En la
teoría de la guerra se trata siempre de la discriminación del enemigo, lo cual le da a
la guerra su sentido y su carácter. Cualquier intento de acotar o limitar la guerra
debe basarse sobre el entendimiento que –en lo relacionado con el concepto de la
guerra– el concepto primario es el del enemigo y que la diferenciación de diferentes
clases de enemigo es anterior a la diferenciación de diferentes clases de guerra”
(1963: 45).

En especial, este clima de sospecha generalizada en torno los soldados conscriptos


(como potenciales “infiltrados”) y a los guerrilleros en general como “combatientes
irregulares” fundaba la noción de que debían ser colocados por fuera del derecho,
de la ley y del honor y ser combatidos de manera “no convencional”. Es decir, las
autoridades militares postularon que requería de un tipo de guerra distinta a la
librada entre ejércitos regulares -entre estados soberanos que se respetan, sujeta a
las leyes del derecho internacional, con claras diferencias entre la guerra y la paz,
entre combatientes y no combatientes. Como veremos en la Parte II, para las
autoridades militares suponía que la lucha contra ellos debía ser una “guerra no

como “forasteros” que “venían de afuera”.

124
convencional” y eligieron el monte tucumano como aquel “teatro de operaciones”
más propicio para dramatizar su derrota.

125
126
Parte II: El monte

Tapa El Soldado Argentino nro. 699, enero – junio de 1976.

127
Capítulo IV: El monte como teatro

Desde la apertura de la llamada Compañía del Monte Ramón Rosa Jiménez, el


frente rural creado a principios de 1974, el PRT-ERP «fundó» un nuevo teatro de
operaciones en la guerra revolucionaria en la zona sur de la provincia de Tucumán.
Se trataba de la zona ubicada entre la ruta 38 y la selva de la ladera [este u oeste?]
del macizo del Aconquija, de las plantaciones de caña e ingenios azucareros, con un
largo historial de lucha y resistencia del proletariado azucarero – en especial, desde
el cierre de los once ingenios azucareros durante la dictadura del general Juan
Carlos Onganía. En este capítulo, mostraremos cómo esta zona relativamente
marginal en la escena nacional se empezó a convertir progresivamente en un
espacio de lucha revolucionaria, donde este frente de guerrilla rural buscó disputarle
al estado argentino la soberanía sobre ese territorio. Y, en ese mismo movimiento,
se inició un proceso de construcción del ‘monte tucumano’ como escenario «central»
en la confrontación entre la guerrilla y el Estado argentino.

Retomando la propuesta de Gastón Gordillo (2012), consideramos que los lugares


se construyen y deconstruyen históricamente a través de prácticas, campos de
poder y redes de relaciones sociales, como resultado de contradicciones sociales. 104
“El estudio de estas contradicciones –sostiene Gordillo- es fundamental para superar
la falsa apariencia de los lugares como entidades bien delimitadas, pues las
contradicciones que se expresan en el espacio revelan en primer lugar las fracturas
y luchas que hacen de los lugares procesos históricos inestables e inacabados y
además las relaciones que los integran a otras geografías” (2012: 22).

Al adoptar este marco de interpretación, nos inscribimos en una serie de trabajos


que han analizado los procesos históricos de producción de espacios y lugares, a
través de prácticas sociales y en el marco de relaciones de poder desiguales, lucha,
conflicto y confrontación (Lefebvre, 1974; Soja, 1985; Harvey, 1994; Massey, 2004;
Gupta y Ferguson, 2008).Tomando esta perspectiva, sostendré que el ‘monte
tucumano’, lejos de ser un componente natural del paisaje, debe ser pensado como
un producto espacial e histórico de una experiencia de violencia política, es decir, de

104
Gastón Gordillo (2012) ha analizado las experiencias históricas, tensiones y lugares que
produjeron al monte del Chaco occidental argentino como una arena de disputas al mismo
tiempo que hicieron a los tobas lo que son en la actualidad.

128
una historia de conflictos y luchas sociales así como de represión política de carácter
ilegal y clandestino.

Tapa revista Estrella Roja, 23 de septiembre de 1974.

129
El monte como teatro de la guerra revolucionaria

“31 de octubre de 1974

Señores del ERP

Mi estimado compañero:

Me dirijo a ustedes para contarles lo que me decían de


ustedes que eran malos pero ahora estoy convencido
que había sido así, que habían sido buenos y nos
ayudan a los pobres a mí me contaban que se escondían
en los montes para salir a la noche para asaltar a la
gente y yo tenía miedo. Miedo de salir al almacén.
Nosotros somos pobres y estamos tan agradecidos por
todo lo que hacen por nosotros y quisiera que Dios les
ayude en lo que ustedes quieren hacer por nosotros y le
ruego éxito quisiera que todos piensen como yo, bueno
apreciado compañero del ERP.

Arriba compañero, la que escribe soy yo.

A vencer y morir por la Argentina


105
11 años”.

A comienzos de 1974, el PRT-ERP estableció un frente militar en el monte


tucumano, la Compañía de Monte. Era un hito en la historia de esta organización
revolucionaria creada en 1965. Luego del Cordobazo en mayo de 1969 había
adoptado la lucha armada como estrategia para tomar el poder. En julio de 1970
había fundado el Ejército Revolucionario del Pueblo y, casi cuatro años después,
fundaba un frente de guerrilla rural. Según explicaba la prensa partidaria, con la
creación de la Compañía de Monte se iniciaba “un nuevo período en la guerra
revolucionaria en nuestra patria” que, hasta ese momento, se había desarrollado en
106
las ciudades argentinas. “La necesidad de dar un nuevo impulso a estas luchas
–sostenía Estrella Roja -, que se adecuen a la actual situación plantea como objetivo

105
“Desde el Monte”, Estrella Roja nro. 47, 13-1-75, p. 5.
106
El destacado me pertenece. En: Versión facsímil de Estrella Roja publicada como
suplemento del diario Infobae, nro. 25, pp. 2 y 3.

130
inmediato la generalización de la guerra, llevamos el teatro de las misma hasta
las zonas rurales, que hasta el presente se habían mantenido al margen de la
107
actividad militar”.

La creación de la Compañía de Monte se vinculaba con la caracterización del


proceso revolucionario por parte del PRT-ERP como antiimperialista, socialista e
ininterrumpido (e incluía objetivos agrarios), combinando la tradición maoísta, el
legado guevariano y la experiencia vietnamita (véase: Carnovale, 2011). En esta
línea, el PRT-ERP consideraba el proceso revolucionario como “guerra” en la que, si
bien “el enemigo era inmensamente más poderoso, sólo la construcción de un
ejército que fuera de lo ‘pequeño a lo grande’, templándose en mil batallas, tanto en
el campo como en la ciudad, podía garantizar el triunfo final” (En: Carnovale, 2008:
29). Asimismo, el triunfo del ejército rebelde en Sierra Maestra había legado la
“teoría del foco” cuyos puntos nodales eran que: “un ejército popular puede triunfar
sobre un ejército profesional; no hay que esperar a que estén dadas todas las
condiciones puesto que las subjetivas pueden ser creadas; la guerrilla debe ser
rural” (En: Carnovale, 2011: 32).

Según Estrella Roja, la guerrilla rural tenía una “importancia fundamental” para la
construcción de un “poderoso Ejército Revolucionario” y para la “aniquilación y
108
derrota de las Fuerzas Armadas enemigas”. Ello así debido a que, según el
imaginario partidario, la acumulación de fuerzas políticas y militares permitiría la
progresiva transformación del Ejército del Pueblo en un verdadero Ejército Popular,
incorporando a sus filas población de los territorios que funcionaban como teatro de
operaciones y cuyo apoyo permitiría, según la fórmula de Mao Tse Tung, “moverse
como pez en el agua” (En: Carnovale, 2011: 75). A su vez, se vinculaba con la
concepción de que el inicio de la guerra revolucionaria en un país se extendería por
todo el continente, hasta la derrota total y final del imperialismo (En: Carnovale,
2011). “A partir de ahora – agregaba Estrella Roja-, uniéndose y complementándose
las guerrillas urbanas y rurales avanzarán con una nueva dinámica hacia la
formación de un poderoso Ejército Revolucionario del Pueblo capaz de enfrentar
exitosamente en combates y batallas cada vez más importantes a las fuerzas

107
Ibid, pp. 9 y 10.
108
Ibid, pp. 1 y 2.

131
represivas y apoyar firmemente con sus armas la constante y consecuente lucha del
109
pueblo argentino por su liberación nacional y social”.

El monte tucumano, para la prensa partidaria del PRT-ERP, se revelaba como un


terreno apto “para la construcción de un poderoso ejército revolucionario”, “gracias al
auxilio de la geografía”:

“Este hecho hará posible la formación de poderosas unidades bien armadas y


entrenadas, con capacidad para golpear duramente el enemigo en el terrenos que las
Fuerzas Revolucionarias les resulta más favorable. La consolidación de estas
unidades permitirá disputar al enemigo zonas geográficas, primero durante la noche y
luego durante el día. En la medida en que el paralelo desarrollo de la lucha política y la
aplicación de una correcta línea de masas a la actividad militar, fortalezca y engrose
las columnas guerrilleras, será posible liberar zonas y construir más adelante sólidas
bases de apoyo. Esto es imprescindible para la construcción de un fuerte y poderoso
Ejército Revolucionario del Pueblo, de carácter regular, dotado del armamento
necesario para batir militarmente a las fuerzas enemigas, desarrollando la guerra de
110
posiciones y aniquilando sectores de las Fuerzas Armadas Contrarrevolucionarias”.

Este tipo de relatos del PRT-ERP sobre la zona sur de Tucumán - y sobre la lucha
que se libraba en este terreno - fue construyendo al monte como un nuevoteatro de
operaciones en la guerra revolucionaria.

109
Ibid, pp. 1 y 2.
110
Ibid, pp. 1 y 2.

132
“Todo patriota puede ser un colaborador del ERP”, en Estrella Roja nro. 23, 15/8/1973.

133
¿Por qué Tucumán?

No era casual la elección de la zona sur de la provincia de Tucumán, próxima a los


ingenios azucareros ubicados a lo largo de la ruta nacional número 38, entre la
sierra del Aconquija y la llanura, en los departamentos de Monteros y Famaillá. En
parte, las consideraciones tenidas en cuenta habían sido geográficas: se asentó en
la zona que va desde la ruta 38 - que atraviesa la llanura hacia el este- hasta las
estribaciones de los valles Calchaquíes, en cuyas laderas la vegetación espesa, las
lluvias subtropicales, los desniveles del terreno y los cursos de agua brindaban una
protección “natural” a los guerrilleros (Seoane, 2003: 241 y 242). A su vez, la zona
presentaba condiciones aparentemente muy favorables, un monte impenetrable y
abundante agua, al mismo tiempo que alta densidad de población, pauperización y
sobreexplotación de la mano de obra (Pozzi, 2004: 265).

Asimismo, según el imaginario partidario, la elección de este teatro de operaciones


para la guerrilla rural también se sustentaba en razones políticas. Tucumán no sólo
era una de las provincias más densamente pobladas y más pobres del país sino que
el proletariado azucarero y el pueblo tucumano tenía una larga tradición de luchas
políticas. A su vez, desde principio de los años sesenta, el PRT-ERP tenía un trabajo
político en todo el Noroeste argentino, especialmente en la provincia de Tucumán.
De hecho, en 1965 el Partido Revolucionario del Pueblo había surgido como
resultado de la confluencia de Palabra Obrera, una agrupación trotskista liderada por
Nahuel Moreno, y el Frente Revolucionario Indoamericanista Popular (FRIP), un
movimiento fundado en Santiago del Estero a mediados de 1961 por una treintena
de militares santiagueños y tucumanos; incluso, en la ciudad de San Miguel de
Tucumán, Mario Roberto Santucho había liderado el Movimiento Universitario de
Ciencias Económicas (MIECE). (Carnovale, 2011: 11 y 36). Asimismo, ya en 1964
el FRIP había editado un folleto titulado El proletariado rural detonante de la
revolución argentina, donde se afirmaba que el proletariado azucarero estaba
llamado a convertirse en “vanguardia” de la revolución argentina (Carnovale, 2011:
55).

Como resultado de este trabajo político, hacia fines de los años 60 y principios de los
70 se habían incorporado al PRT algunos dirigentes del gremio más importante de la

134
111
provincia, la Federación Obrera de la Industria Azucarera (FOTIA). De hecho,
este Partido había logrado conducir dos sindicatos de ingenios afiliados a FOTIA – el
de San José y el de Santa Lucía- y contaba en sus filas con dirigentes muy
112
influyentes. En este marco de este proceso de radicalización política de la
FOTIA, en 1965 se había desarrollado una experiencia tan inédita como efímera: la
presentación de candidatos “obreros” en las elecciones, dirigentes azucareros
elegidos en asamblea de base por ingenio, que se integraron a las listas del partido
neoperonista Acción Provinciana (Ramírez, 2008: 8). En esa oportunidad, ocho de
esos candidatos fueron elegidos como diputados para la legislatura provincial (dos
de ellos militantes del PRT, Juan Manuel Carrizo, del ingenio Trinidad y Leandro
Fote) y Benito Romano, dirigente del ingenio La Esperanza y reconocido militante
del Movimiento Peronista Revolucionario, se convirtió en diputado nacional
(Ramírez, 2008: 9).

En este contexto de radicalización política, hacia 1965 la caída internacional del


precio del azúcar había encontrado a la industria azucarera con una capacidad de
producción récord, pero sin posibilidad de vender el excedente. Esta situación sumió
a la provincia en una tremenda crisis que se superpuso y articuló con una crisis más
general que azotaba al gobierno nacional y culminó con el golpe de estado de la
llamada Revolución Argentina, el 28 de junio de 1966 (Ramírez, 2008: 10 y 15).
Frente al “problema tucumano”, el 21 de agosto de 1966 el ministro de economía de
Onganía, Jorge Néstor Salimei, anunció la intervención, desmantelamiento y cierre
inmediato de siete ingenios. Ésa fue la punta de lanza de una serie de medidas

111
La FOTIA había nacido en 1944 como Asociación Tucumana de Trabajadores de la
Industria Azucarera en 1944, en el marco de la gestión de Juan Domingo Perón como
Secretario de Trabajo y Previsión; y, en el Congreso de 1953, adoptó su actual
denominación (Taire, 2008, 19). Tenía una fuerte impronta proletaria: estaba integrada por
los obreros de fábrica y de surco – aquellos trabajadores que cortan, pelan y cargan caña de
azúcar en la finca cañera. En 1955 había sido intervenida por la Revolución Libertadora y se
convirtió en el baluarte de la Resistencia Peronista.
112
Entre otros, Leandro Fote, del sindicato de San José, una de las figuras más importantes
del movimiento azucarero; Miguel Soria, del sindicato del Ingenio Concepción; “El Negrito”
Antonio del Carmen Fernández; Ramón Rosa Jiménez, del Sindicato de Santa Lucía (Taire,
2008: 134).

135
conocidas como el “Operativo Tucumán”, cuyo objetivo declarado era la
113
racionalización y diversificación de la industria tucumana (Ramírez, 2008: 16).
Sin embargo, como consecuencia del cierre de los ingenios, se disparó la
desocupación y se produjo un masivo proceso migratorio (cerca de 200 mil personas
abandonaron la provincia, sobre un total de 750 mil habitantes).

Como resultado de estas políticas, hacia fines de 1966 y principios de 1967, la


conflictividad social recrudeció, a través de una activa movilización y protesta que
resistía al cierre de los ingenios y reclamaba la revisión de las medidas oficiales. 114
Según el imaginario del PRT-ERP, en ese contexto se había producido un
acontecimiento fundacional para adoptar la lucha armada como estrategia para la
toma del poder. El 12 de enero de 1967, durante la represión a una masiva
movilización convocada por la FOTIA en la localidad de Bella Vista, había sido

113
“Este programa implicaba una forzada retracción de la producción, para los cual se
decidió intervenir y cerrar los ingenios en teoría menos eficientes, regular la producción
azucarera a partir de la expropiación de los cupos de producción a los pequeños
productores rurales -en algunos casos de manera forzada y en otros de manera voluntaria-
mantener los cupos de producción por ingenio, y poner en marcha un plan de incentivos
fiscales para la radicación de nuevas industrias. Para principios de septiembre habían sido
intervenidos, previa ocupación militar, 7 ingenios: Esperanza, Bella Vista (reabierto en
1968), Lastenia, Trinidad, Nueva Baviera, La Florida y Santa Ana. A ello hay que sumar el
cierre por quiebra del ingenio San Antonio sucedido poco tiempo antes, y lo cierres por
acuerdo entre el estado y los propietarios de los ingenios Mercedes, Los Ralos, y San José.
El pleito judicial iniciado de inmediato contra la intervención estatal por la Compañía
Azucarera Tucumana dejó en stand by el cierre de los ingenios La Trinidad, Lastenia y La
Florida, pero no pudieron sustraerse a la quiebra por falta de créditos los ingenios Amalia,
San Ramón y Santa Lucía” (Ramírez, 2008: 16 y 17). Sobre esta medida y sus
consecuencias socioeconómicas, véase también: Pucci, 2007.
114
“A partir de 1967 la mayoría de los sindicatos de ingenios abiertos no participó de las
movilizaciones y otras acciones de protesta. La mayor parte de las mismas se realizaron
alrededor de los ingenios cerrados o amenazados por una inminente quiebra y fueron
dirigidas y organizadas por dirigentes gremiales y religiosos de clara orientación combativa o
directamente revolucionaria, mayoritariamente vinculados a la CGTA, pero también cada vez
más distanciados de la conducción oficial de lo que quedaba del movimiento azucarero
organizado” (Ramírez, 2008: 31 y 32).

136
asesinada la esposa de un obrero despedido del ingenio Santa Lucía, Hilda
Guerrero de Molina. 115 “Cuenta la memoria militante – sostuvo Vera Carnovale- que,
al día siguiente, Mario Roberto Santucho, que había participado de la movilización
junto a dirigentes, trabajadores y cesanteados del Ingenio San José, recibió
reiterados pedidos de los obreros para que se consiguieran 'ametralladoras para la
lucha a muerte contra la dictadura'” (2011: 62).

Asimismo, entre noviembre de 1970 y junio de 1972, la ciudad de San Miguel de


Tucumán también se convirtió en escenario de una serie de estallidos populares,
conocidos como los Tucumanazos, en el marco de la retracción de la Revolución
Argentina y expansión de la acción directa de masas y la lucha armada. 116 Según la
lectura del PRT-ERP, el proletariado azucarero y el pueblo tucumano contaba con
un historial de numerosas rebeliones populares inconclusas que lo volvían
particularmente fértil para fundar en ese espacio un frente de guerrilla rural (Seoane,
2003: 242). De ahí las constantes referencias a que la Compañía de Monte era la
“vanguardia armada del pueblo tucumano” y que contaba con “la simpatía” del
“proletariado rural” y el campesinado pobre de la zona, que le brindaría “apoyo” a la
Compañía desde el “llano”.

Un monte todavía abstracto

Ya hemos visto algunos de los factores tenidos en cuenta por el PRT-ERP para abrir
un frente de guerrilla rural en el monte tucumano. Pero ¿por qué ese espacio
relativamente marginal en la escena nacional fue elegido también por las
autoridades militares para iniciar una nueva política represiva a cargo del Ejército
Argentino? Ya en 1973 – dos años antes del inicio del Operativo Independencia- en
un artículo publicado en el Boletín de Educación e Instrucción del Ejército, 117 las

115
Sobre este acontecimiento véase Mercado (2005).
116
Luego del Cordobazo, al igual que en distintas localidades del interior del país, en la
capital de la provincia de Tucumán se desató un ciclo de protestas que incluyó episodios de
“lucha de calles”, donde confluyeron obreros, estudiantes, vecinos, sacerdotes radicalizados
y activistas revolucionarios (Ramírez, 2008: 1; véase también Crenzel, 1997).
117
Boletín de Educación e Instrucción del Ejército nro. 25, año 1973, pp. 22-33. “Por
DESARROLLO”.

137
autoridades militares habían empezado a delinear un mandato institucional acerca
de los riesgos y peligros que representaba la “guerrilla” en un genérico y todavía
abstracto “monte” (al menos en relación a la experiencia guerrillera argentina). Con
este fin, en el documento titulado “Monte: Las operaciones de guerrilla en ambiente
geográfico particular”, el Ejército realizaba una caracterización de la lucha que
libraban los “guerrilleros” en el “monte”.

El documento tenía un estilo didáctico: se iniciaba destacando que las acciones de la


guerrilla eran la “primera manifestación del proceso revolucionario” y que, si bien sus
objetivos eran normalmente de “carácter limitado” (con una doble finalidad, “material”
y “psicológica”), la suma de estos objetivos podía satisfacer a un “ambicioso objetivo
operacional”. Los autores aseguraban que el desarrollo de la “guerra de guerrillas”
se realizaba sobre la base de “acciones de rápida decisión”.

“Sintetizando, se puede agregar que la guerrilla es una forma de lucha predominante


ofensiva; con la cual poblaciones enteras, o parte de ellas, tienden a causar, con
concurso de diferentes actividades clandestinas, el mayor daño posible al adversario,
atacándoles sus fuerzas militares, sus instituciones civiles, su potencial bélico, sus
reservas económicas y su moral. Es siempre una lucha episódica, que podrá
aumentar en densidad con objetivos limitados. Puede manifestarse en tiempos de paz
o en la guerra fría y preferentemente en las zonas fronterizas donde más directamente
y eficazmente puede ser alimentada por la ayuda exterior”. 118

En el documento se sostenía que, para contar con una “imagen más clara” de la
guerrilla, era imprescindible conocer a su “ejecutor y protagonista principal”: “el
guerrillero”. Si bien se reconocía que el “guerrillero” (así como el “soldado regular”)
era el resultado del “medio” y de las “condiciones raciales y anímicas particulares de
cada pueblo”, consideraban posible identificar ciertas “modalidades comunes” de
119
este “tipo de combatiente”, más allá de las particularidades de cada país o región:

118
Ibid, p. 23.
119
Entre las “características” más usuales de un “guerrillero”, los autores destacaban: “a)
Primitivimo en la forma de combatir. Uso del instinto y del sentido común para compensar la
falta de conocimientos militares; b) Operaciones en terrenos abruptos o inaccesibles.

138
“El guerrillero es, en principio, un rebelde. Se subleva contra algo que no desea o
acepta y que generalmente toma la forma de una autoridad que se torna para él
odiosa y aborrecible (…). Todo individuo descontento, amargado, inconforme,
lastimado en cualquier forma por la sociedad de la cual forma parte, es un guerrillero
en potencia. Cuando la cantidad de personas situadas en este plano de insatisfacción
es reducida, el fenómeno se exterioriza a lo sumo en manifestaciones de delincuencia
individual. Pero si el descontento se extiende a sectores más amplios de la sociedad,
muy particularmente en las zonas agrarias, la rebeldía estalla en forma explosiva ante
estímulos capaces de motivar la lucha o bajo la influencia de un líder capaz”. 120

A continuación, el artículo glosaba una serie de citas tomadas de distintos escritos


de Ernesto Che Guevara. En primer lugar, retomaba fragmentos donde el Che
consideraba que el “guerrillero” debía ser “preferentemente” habitante de la zona
rural, entre otras razones, debido a que uno de los “factores importantes de la lucha
guerrillera” era el “conocimiento del terreno”; estaría habituado a las “vicisitudes”; y
contaría con el “entusiasmo de defender lo suyo”. Se tomaba también la idea del
Che Guevara de que debía tener un “conocimiento cabal” del terreno, y de “sus
caminos de acceso y escape, posibilidades de maniobra con rapidez, apoyo del
pueblo, naturalmente, y lugares donde esconderse”. Según estas citas, el guerrillero
debía ser un “combatiente nocturno” (“solapado”) que debía “marchar hacia el lugar
del combate, por llanos o montañas, sin que nadie se entere de sus pasos y caer
sobre el enemigo aprovechando el factor sorpresa, muy importante de recalcar en
este tipo de lucha”.

Vivienda en la selva, en las montañas o en las zonas apartadas, que conoce con exactitud;
c) Vigor y resistencia física; d) Excelente habilidad para el tiro y ocasionalmente para el
manejo de explosivos; e) Capacidad para subsistir en cualquier terreno con un mínimo de
abastecimiento por períodos prolongados de tiempo; f) Movilidad y rapidez en los
desplazamientos; g) Ingenio y recursividad para desarrollar medios de lucha o subsistencia;
h) Enquistamiento en la población civil; i) Mística del combatiente tan arraigada que puede
llevarle al sacrificio por la causa que sirve o cree servir”. En: Ibid, pp. 23 y 24.
120
Ibid, p. 23.

139
A partir de un fragmento del libro La guerra de guerrillas, se mostraba cómo el Che
consideraba que el “monte” era uno de los “terrenos favorables” para el desarrollo de
la “guerrilla”, entre otras razones, debido a que era una “zona de difícil acceso”:

“Todo esto indica que el guerrillero ejercerá su acción en lugares agrestes y poco
poblados, y en estos parajes, la lucha del pueblo por sus reivindicaciones se sitúa
preferentemente y, hasta casi exclusivamente, en el plano del cambio en la
composición social de la tenencia de la tierra; es decir, el guerrillero es, ante todo, un
revolucionario agrario. Interpreta los deseos de la gran masa campesina de ser dueña
de la tierra, de sus medios de producción, de sus animales, de todo aquello que ha
anhelado durante años, de lo que constituye su vida y constituirá también su
cementerio”. 121

Luego, los autores del documento detallaban las “operaciones en el monte”,


destacando que si bien no diferían en general del resto de las operaciones, era
necesario aplicar “técnicas especiales” para “desplazarse y operar en él”: “Si la zona
es tan intrincada, tan adversa que no puede llegar hasta ella en ningún momento un
ejército organizado, la guerrilla deberá avanzar hacia las zonas donde pueda llegar
este ejército, donde haya las posibilidades de combate”. Sobre las condiciones de
vida, se agregaba que: “el calor sofocante, la sed, las molestias de todo orden
ocasionadas por los insectos, las enfermedades y el peligro representado por los
animales propios de la zona, especialmente reptiles y arácnidos ponzoñosos, hacen
muy difíciles las condiciones de vida en el monte, imponiendo ingentes sacrificios y
un respeto no siempre desprovisto de temor. No obstante, una fuerza militar bien
instruida y disciplinada puede vencerlo”. 122

El “monte” los ponía a prueba en los primeros tiempos y su “instrucción” se basaba


en la “práctica sobre el terreno mismo de las operaciones”: por ejemplo, “avanzar de
noche no es sencillo al principio, pero sí al final de la instrucción, donde llegan a
caminar en el monte con verdadera maestría”. Estas consideraciones ratificaban que
la idea de que el guerrillero “fundamentalmente” se instruía “combatiendo”: “ésta es

121
Ibid, p. 25.
122
Ibid, p. 26.

140
la forma de adquirir, en breve tiempo, la necesaria confianza en sus armas y en su
propia capacidad, ante un enemigo que actúa de la misma manera, operando en el
monte bajo similares condiciones de tiempo y terreno”. 123 Para poder moverse en el
terreno con cierta facilidad, era fundamental contar con “bases de apoyo”, que le
proveían a las “unidades de la revolución” de todos los “medios necesarios para la
ejecución de las operaciones” (sobre todo, debido al “carácter prolongado” de la
“guerra revolucionaria”). Luego describían las distintas fases del “proceso de
creación” de “bases de apoyo” de la guerrilla en el monte.

- “Elección de una zona apropiada, con mediana población y recursos económicos. La


zona debe ser suficientemente amplia para permitir movimientos profundos pero
debe contar con pocas fuerzas legales.

- Transformación del espíritu de la población por medio de una intensa acción


psicológica.

- Creación de destacamentos de guerrilla sobre la base de cuadros que conozcan el


monte.

- Acción conjunta población-guerrilleros sobre fuerzas legales, para que los habitantes
se constituyan en cómplices de la revolución.

- Militarización de los habitantes, instalación de jerarquías y ampliación de las


unidades de los guerrilleros.

- Destrucción de fuerzas legales”. 124

Como podemos ver, ya en 1973 las autoridades militares consideraban que en


distintos “montes” a lo largo del mundo se habían librado una serie de capítulos
fundamentales en la guerra revolucionaria. En este sentido, para las FFAA era
necesario abstraer de las experiencias previas una cierta generalización acerca de
cómo sería el tipo de lucha en ese tipo de espacio (el monte), con el objetivo de
extraer lecciones para aprender cómo combatir a la guerrilla rural. Esta
conceptualización de la “guerrilla” había sido alimentada por la lectura de bibliografía

123
Ibid, p. 28.
124
Ibid, p. 30.

141
canónica sobre experiencias previas revolucionarias y sobre las formas de
reprimirlas y de textos escritos por distintos referentes guerrilleros – como el Che
Guevara o Mao Tse Tung. De ahí también que, para las FFAA, el monte tucumano
pudiera volverse un “teatro” apto para escenificar el “sepulcro” de la llamada
“subversión”.

En primera persona: memorias de un combatiente

Cuando inicié esta investigación, busqué contactarme con integrantes de la


Compañía de Monte a través de otros colegas, pero ninguno quiso hablar sobre su
experiencia en la guerrilla rural. Uno de ellos me respondió, a través del correo
electrónico: “realmente no dispongo de tiempo para abordar estos temas y tampoco
son de mucha importancia en relación a los que aún viven y sobreviven en dicha
región. Entre mi trabajo que no es muy rentable y mis ocupaciones para mejorar mis
125
ingresos, no me queda tranquilidad para otras ocupaciones”.

De todas maneras, en la revista Lucha Armada en la Argentina se publicó una


valiosa entrevista al Indio Paz, un integrante de la Compañía de Monte que cayó
preso en la provincia de Catamarca, el 14 de agosto de 1974, en el frustrado ataque
al Regimiento de Infantería Aerotransportada de Catamarca organizado por la
Compañía de Monte. 126 Nacido en 1951, vivió hasta los 20 años en Metán, en la
provincia de Salta, donde se vinculó al PRT-ERP a través de un profesor que le
ofreció la prensa partidaria del PRT-ERP: “Mirá, Chino [en referencia a El Indio], yo
soy militante activo del PRT y del ERP; esto es el Estrella Roja y esto es El
Combatiente” (2008: 90). A partir de ese momento, se fue incorporando al Partido,
asistiendo a una “escuela de cuadros” en Salta donde recibió formación política y
realizó entrenamiento armado “en el cerro”. Luego de una breve experiencia de
estudio y militancia en Córdoba, un compañero de Metán lo convocó para ir a
Tucumán. Como le aclaró que era para una “tarea importante”, él intuyó que era
para sumarse al frente de guerrilla rural del PRT-ERP:

125
Comunicación personal, 20-7-2011.
126
Para consultar memorias de ex miembros de la Compañía de Monte, véase: Pozzi y
Schneider (2000); Pozzi (2004); Bufano y Rot (2008).

142
“[Entrevistadores:] ¿Cuáles eran los criterios de selección para los militantes rurales?

[El Indio:] La entrega total al partido, la entrega a la revolución, que hubieran sido
probados y que tuvieran algún tipo de experiencia (ya sea política o militar). Pero más
que nada, la entrega, y otras características, también, de clase (esa era la otra
cuestión).

¿Vos hasta ese momento no tenías experiencia militar?

Mi experiencia militar era corta, por ejemplo, actos relámpago, (…). Algún desarme de
policía, volanteadas, pintadas, copamientos de barrios.

¿El hecho de que seas oriundo de Metán, que seas un hombre del interior y no de la
ciudad, eso habrá influido?

Si, evidentemente. El hecho de pertenecer a una zona rural y también que el Partido
inicialmente, para la selección de los primeros compañeros que llevó al monte eligió
una cantidad considerable de provincianos. He visto correntinos, he visto
santiagueños, he visto salteños, tucumanos, santafesinos, cordobeses. También
porteños, y no sé si algún rosarino; pero la plantilla inicialmente la forman
provincianos, más la dirigencia. (…)

Es toda una decisión, ¿no? Dejar los estudios e irse al monte…

Para mí era glorioso. Yo siempre estuve buscando hacer algo protagónico… siempre
lo busqué” (2008: 94 y 95).

Pese a que el dentista desaconsejó que “subiera” al monte, El Indio rememoró cómo
buscó convencerlo a Santucho: “Yo quiero subir, porque yo me la voy a bancar”.
“Bueno, está bien, subí”, aprobó el máximo dirigente del PRT-ERP, que también
integraba el “primer contingente de 10 o 15 compañeros”. Así recordó El Indio su
llegada al monte tucumano: “Cuando esa noche estábamos por subir, la camioneta
nos tiró a la orilla de los cañaverales (primer bautizo con los mosquitos).
Comenzamos a trepar a pie, llegamos al cerro y allí nos dan las mochilas que hasta
ese entonces llevaba la camioneta. (…) Encima, estábamos perdidos, porque los
que nos llevaban lo hacían por un arroyito, y nos metíamos al arroyo y se nos ponía
más pesada la mochila todavía” (2008: 95).

143
Luego, El Indio contó que el “primer campamento” se instaló en la zona de Negro
Potrero, “de Fronterita para arriba, pasando Sauce Guacho”, adoptando algunas
prácticas que se debían a que la “formación de la Compañía de Monte era derivada
de lo que nos habían enseñado los cubanos” (2008: 98). En ese sentido, El Indio
recordó que: “ahí instalamos las primeras influencias cubanas, las hamacas (que a
lo último, después con el tiempo, se las fue desechando), las bolsas de dormir, y el
nylon” y “designamos” el “orden del campamento y también las guardias y el tema de
la fajina” (2008: 96).

A ese primer contingente se le agregó otro, sumando un total de treinta


“compañeros” aproximadamente, todos varones. Hasta el “copamiento de Acheral”,
el “estado mayor” estuvo conformado por Santucho, René, el hermano de Ramón
127
Rosa Jiménez, encargado de “logística”, el “Negrito” Fernández, como
“responsable político”, entre otros: “El partido le daba mucha importancia al Negrito,
porque tenía una formación tradicional del PRT, es decir, un PRT más del interior, y
siempre tenía criterios más bien de clase” (2008: 96).

Según rememoró El Indio, contaban con “una buena dotación de armas”: “Yo creo
que era una de las guerrillas más equipadas. Después, sin duda, se fueron
128
mancando o perdiendo. Como no contaban con un “uniforme estándar”, usaban
“alpargatas (con cordones), medias de futbolista (porque eran gruesas), y
pantalones de trabajo (pantalones resistentes, con bolsillos)”, “las gorritas porque
arriba uno se moja mucho”. “No había una cosa única, pero sí era todo verde”,
destacó El Indio (2008: 97).

“¿Cómo era un día en el monte? ¿A qué hora se levantaban?

127
Sobre Ramón Rosa Jiménez, ver páginas siguientes.
128
Según detalló El Indio: “Había FAL, había una Máxim, había FAP. Morteros no teníamos.
El Negro tenía una mira telescópica (que tenía un ciervo en la culata), que se lo deben haber
quitado a algún coleccionista. Después había ametralladoras PAM y Halcón, había
escopetas Itaka, escopetas Batán (…). De puño también, había revólveres calibre 38,
pistolas 45 y 9mm (…) De explosivos teníamos también gelamón y detonantes” (2008: 97).

144
Nosotros nos levantábamos como a las 6 de la mañana, e íbamos a la explanada
donde hacíamos gimnasia con alguien que nos dirigía. (…) Después los días
transcurrían entre jornadas de estudio y cursos. (…)

¿A qué hora terminaban las actividades, cuando se ponía el sol?

No. Parábamos para comer, y después se hacía otro tipo de actividades, como por
ejemplo, emboscadas o campamentos. Una de las cosas que nos enseñaron era
campamento y marcha, por ejemplo (como hay que armar los campamentos, en qué
lugares, cuáles son los lugares más propicios, y cómo hacer las marchas diurnas y
nocturnas). Todo ese es lo que salíamos a practicar. También algo de lectura de
mapas y ubicación con la brújula, y algo de sanidad de guerra que nos daba un
médico (…) que después murió” (2008: 97).

Debido a las condiciones adversas de vida, El Indio consideró que el monte era un
espacio que ponía a prueba a los militantes de esa organización revolucionaria,
donde se podía -o no- demostrar la resistencia física, pero, sobre todo, la firmeza
moral e ideológica:

“Porque la mayoría de los problemas que había no eran físicos, sino más bien de
carácter ideológico. ¿Porque cuál es el tema? El tema es que cuando uno está en el
llano o en la ciudad tiene agua caliente, y si no la tiene la calienta, se baña, anda
limpio, se afeita, tiene dónde dormir, y está más o menos seco. En cambio, allá se
forja el acero de otra manera. Pasa lo mismo que en la cárcel: se templan o flaquean.
Entonces comienzan los problemas del tipo ‘me duele acá’ que muchas veces no son
más que manifestaciones de las contradicciones internas de uno, que comienza a
plantearse la lucha de otra manera. Que ‘la mochila me pesa’, que ‘esto no es para
mí’, o bien que ‘yo quisiera vivir de otra manera allá abajo; yo puedo ayudar a la gente
pero no, porque esto me va a costar la vida’. Todas esas cosas.

¿Cómo resolvían esos casos?

Esa contradicción, esa lucha, es permanente y se da en todo tipo de revolución. Al


mismo Che se le desaparecían las latas. Y a nosotros, ahí en Tucumán, también se
nos perdían las latas. Eso tenía un tratamiento. El tratamiento era una reunión a la
hora de comer donde se hablaba del tema. Cuando saltaba quién se había comido el
contenido de las latas, se sancionaba al compañero. Por otro lado se veía también que
era una debilidad” (2008: 97 y 98).

145
Debido a un operativo represivo a cargo de la Policía Federal (y con el apoyo del
Ejército), el 30 de mayo de 1974 la Compañía de Monte, conformada por unos 30
integrantes, hizo la “primera acción pública” “copando” la localidad de Acheral.
Según recordó El Indio:

“Acheral era un pueblito chiquito que en aquel momento tenía un mástil, una comisaría
con un policía y un jefe de estación, y algunos boliches. Una zona campesina.
Entonces, para aparecer, se pensó que podía ser una acción ‘victoriosa’, si se quiere,
como primer aparición. El Negro Santucho no participó en esa acción, sino que nos
dejó en manos del Colorado Santiago, quien nos condujo. Con Milagritos Villanueva
nos dan para que tomemos la estación, y después para que pinte – aquella pintada
que apareció el 29 de mayo en La Gaceta- la aparición de la Compañía de Monte.
Nosotros lo que hicimos fue la toma y después había compañeros destacados para
hablar con la población, explicarles por qué estábamos ahí, qué era lo que nos
proponíamos, y todo ese tipo de cosas” (2008: 100).

Sobre esta acción armada, la revista partidaria Estrella Roja publicó un “Parte de
guerra” donde se destacaba que a las ocho y media de la noche de ese 30 de mayo,
una “sección” de la Compañía de Monte “procedió a tomar distintos objetivos de la
población de Acheral”, en el departamento de Monteros, la “Comisaría, la Oficina
Telefónica, Estación Ferroviaria y rutas de acceso”:

“Esta operación tiene carácter de repudio al reciente operativo antiguerrillero Federal y


Militar, una de cuyas bases principales fue precisamente Acheral, convertida en base
de helicópteros y punto de concentración de las fuerzas represivas durante los días
que duró la fracasada movilización contrarrevolucionaria.

La Compañía de Monte (…) acantonada en período de instrucción en la zona serrana


de RODEO VIEJO, fue atacada en una operación de cerco por fuerzas policiales con
apoyo militar. El cerco enemigo se burló en una marcha de una semana e
inmediatamente después, tomando la iniciativa, nuestra guerrilla pasa a la ofensiva
con la acción de Acheral. Respecto de la publicitada operación de cerco del enemigo,

146
es necesario aclarar a nuestro pueblo que es falsa la información sobre el secuestro
de carpas, pistolas, revólveres, explosivos y material quirúrgico de nuestra unidad.

Esta primera actividad el ERP en el monte inicia un nuevo período en el desarrollo de


de las Fuerzas Armadas de la clase obrera y el pueblo argentino y tiene una profunda
significación. A partir de ahora, uniéndose y complementándose las guerrillas urbanas
y rurales avanzarán con una nueva dinámica hacia la formación de un poderoso E.R.P
capaz de enfrentar exitosamente en combates y batallas cada vez más importantes a
las fuerzas represivas y apoyar firmemente con sus armas la constante y consecuente
lucha del pueblo argentino por su liberación nacional y social”. 129

Luego de esa primera acción el PRT-ERP bautizó a la Compañía de Monte con el


nombre de Ramón Rosa Jiménez, un militante del PRT-ERP nacido en esa zona de
los ingenios azucareros. Según Estrella Roja, Ramón Rosa Jiménez había integrado
“las primeras unidades de nuestro Ejército Obrero tucumano” y habiendo “sufrido en
carne propia las injusticias del régimen, abrazó la causa de la revolución dedicando
a ella su vida”. Según la prensa partidaria, había sido detenido en Tucumán en 1971,
luego de una “expropiación” al Banco Comercial del Norte y había logrado fugarse
del penal de Villa Urquiza junto con otros presos políticos: “Recuperada su libertad,
se reintegró activamente a la lucha revolucionaria. Detenido nuevamente, fue muerto
a golpes por la policía tucumana”. 130 “Al dar su nombre a nuestra primera unidad de
monte simbolizamos con ello, no sólo nuestro homenaje al querido compañero, sino
también a todos los obreros tucumanos, que como él forman parte de nuestro pueblo
y que sabrán llevar hasta el victorioso final la lucha por la Patria Socialista”,
sintetizaba la revista partidaria. 131

Luego de Acheral, El Indio recordó que el Partido los “licenció”, con la “consigna” de
volver a encontrarse una semana después (2008: 100). Cuando se cumplió ese
plazo, se volvieron a juntar en una finca cercana a la localidad de Santa Lucía. Sin
embargo, del primer grupo que había conformado la Compañía de Monte sólo se
reintegraron la mitad de los militantes:

129
Infobae nro. 25, pp. .9 y 10.
130
Ibid, pp. 9 y 10.
131
Ibid, p. 10.

147
“Porque una cosa es pensar en un combate, pensar en una guerra y otra cosa es la
guerra en sí. Cuando yo pienso en una guerra revolucionaria, pienso en un
enfrentamiento; pero cuando la veo, comienzo a pensar hasta dónde voy yo con mi
guerra, y si me conviene o no. Comienzan a prevalecer otras cosas. (…) Ahí es
cuando se ve que las contradicciones no son solo de clase (…) sino que todo el
mundo tiene la misma disyuntiva. La poca comida, la mojazón, las marchas diurnas y
nocturnas, la posibilidad de que te maten o que quedes herido, o que te torturen; no es
fácil la cosa. Hubo otros, también, que bajaron enfermos” (2008: 100 y 101).

Ahí se designó otro “estado mayor” y se dividieron a los compañeros en “escuadras”,


para empezar a “desarrollar bajadas sobre la población”. “A mí – narró El Indio- me
tocó la zona de Las Mesadas, Santa Lucía hasta Tafí del Valle, digamos. Había otra
sección en la zona de Famaillá, etc” (2008: 101).

“¿Cómo continuó la cosa en el monte?

Hicimos las secciones: Y las diferentes secciones se dedicaban, por ejemplo, a tomar
camiones de azúcar, a hacer reparto entre la población, a ajusticiar – por ejemplo,
había un tipo Chasco, que fue uno de los botones de la compañía; e iban a tratar de
matarlo.

¿Chasco fue un infiltrado o…?

No, era un botón de la zona aquella, que había botoneado a la compañía. No se lo


mató. Siempre se escapaba, no se pudo. Nosotros tratábamos de contactar a sectores
de la población para que se incorporen a la compañía. En realidad, yo anduve abajo y
no pude incorporar a nadie –ese era un resultado difícil y no creo que tampoco algún
otro haya incorporado a alguien de la zona rural. Era muy difícil plantearles que suban
y que dejen sin sustento a su familia. Y, por otro lado, la situación para una
comprensión de la compañía tampoco estaba totalmente dada. Mucha gente nos
miraba con simpatía, nos ayudaba; pero no había una situación de compromiso total
con la compañía.

¿Las secciones caminaban por la zona?

Dormíamos arriba y después bajábamos. Cuando había que bajar, yo bajaba de civil.
Pueblitos chiquitos, colonias. Las colonias son más o menos de 20 o 30 personas.

148
¿Y cuando los veían a alguno de ustedes, no sospechaban?

Nos avisaban. Porque eran zonas en donde había más o menos un trabajo y tenían
determinaba complicidad con nosotros ¿no? Pero es cierto que tampoco podíamos
conseguir una adhesión plena, total. Era muy difícil incorporar a alguien. Así que la
base, el esfuerzo, siempre fue de los compañeros que venían de incorporaciones de la
ciudad – de Tucumán, de Córdoba o de Buenos Aires- para prepararse. O sea que de,
después del primer zarandeo, surgió la idea de que había que preparar de nuevo a los
compañeros” (2008: 102 y 103).

Pese a no lograr la incorporación de pobladores a la Compañía de Monte, las


características lo convertían en un espacio de relativa clandestinidad que les
permitiría no sólo fortalecer el Ejército Revolucionario sino también disputar la
soberanía estatal. Ese espacio vasto no urbanizado, entre las plantaciones de caña
de azúcar y los ingenios azucareros a lo largo de la ruta 38 y el macizo del
Aconquija, se volvía entonces un espacio central para la construcción de la identidad
guerrillera. En especial, debido a que en ese espacio se podía hacer una puesta en
escena de cómo la guerrilla rural podía eludir el control estatal y disputar el control
territorial, en un contexto de déficit de soberanía y dominio estatal efectivo.

Operativos represivos

Frente a los rumores de que existía un frente rural, durante 1974 las autoridades
militares y policiales realizaron una serie de operativos represivos que, en algunos
casos, tuvieron cobertura periodística por parte de los medios nacionales. A
principios de junio de 1974, la revista Siete Días publicó una nota titulada
“Tucumán: Operativo Antiguerrilla”, donde se reseñaban las características del
“gigantesco operativo antiguerrillero”, protagonizado semanas atrás por más de 500
agentes de la Policía Federal. Según el artículo periodístico, el operativo se había
realizado debido a la “versión” de que “en ese tupido monte se adiestraban
milicianos”, de una “organización declarada fuera de la ley” y “conducidos por sus
principales jefes”. 132 Según el relato periodístico, el personal policial movilizado

132
Cuando habla de una “organización declarada fuera de la ley”, la nota se refiere al PRT-
ERP, organización declarada ilegal en septiembre de 1974.

149
había ocupado “posiciones estratégicas” sobre la Ruta 38, “carretera que atraviesa
el valle fértil donde campea el politizado sindicalismo azucarero”. Durante el
operativo había sido “apoyado logísticamente por 10 helicópteros del Ejército - que
transportaban “brigadas policiales convenientemente pertrechadas para un eventual
enfrentamiento con guerrilleros”. 133

La versión de que se había creado un frente rural tenía dos “orígenes”. Por un lado,
la detención de un militante mientras pintaba “leyendas” en las paredes de la ciudad
de Concepción, al sur de Tucumán, que había “declarado pertenecer” a la
organización guerrillera. 134 Por el otro, el hallazgo de una “cárcel del pueblo” en la
localidad de San Miguel de Tucumán, previamente abandonada por sus habitantes:
“Semejante descubrimiento –sostenía Siete Días- sirvió para que las columnas
policiales que avanzaban hacia Famaillá, creyeran hallarse sobre el rastro de los
fugitivos”. 135 Según Siete Días, cuando llegaron a la zona de Sauce Huacho, los
efectivos detuvieron a Francisco Alderete -de 65 años y con 4 hijos, “habitante de un
rancho en el que se encontraron 2.700.000 pesos viejos en efectivo y un apreciable
cúmulo de alimentos”- y, en otro de los allanamientos en los “ranchos de la zona”, a
un habitante de la zona de 36 años que era “correo de los guerrilleros” y otras 25
personas. 136

“Entre tanto, los grupos policiales que husmeaban el monte en una operación tipo
rastrillo hallaron rastros del campamento miliciano que, claro está, había sido
abandonado durante las jornadas lluviosas. No obstante, a poco de penetrar los
agentes en ese territorio, no tardaron en surgir las evidencias: aparecieron 5 carpas de
monte, material quirúrgico, explosivos y gran cantidad de municiones. También fueron

133
Ibid, p. 7. Luego agregaban que: “En total, marchaban allí 300 agentes de la guardia de
Infantería de la Policía Federal, la División Perros, una brigada de la Policía Montada, 5
tanquetas, 20 motocicletas, 2 ambulancias y 1 camión blindado de comunicaciones”. En:
Ibid, p. 8 y 9.
134
Ibid, p. 7.
135
Ibid, p. 9.
136
Ibid, p. 7.

150
halladas ropas con manchas de sangre, lo que hizo presumir que al emprender la fuga
algún extremista había resultado herido”. 137

Según el artículo periodístico, luego de enviar radiogramas a las provincias vecinas


solicitando que se investigara el traslado en “aviones particulares” y que realizaran
un “estricto control de las rutas”, las tropas de la Policía Federal regresaron a
Buenos Aires. “Aunque dificultada por las condiciones climáticas, la misión había
sido cumplida”, concluía la nota. 138

Meses después, en agosto de 1974, se realizó otro operativo en la zona sur de la


provincia de Tucumán, al que también fueron enviados periodistas de distintas
partes del país. Según el relato de un periodista del noticiero del Canal 10 de
Córdoba, en la localidad de Famaillá se había instalado el “centro de operaciones de
las fuerzas de seguridad” en el marco de este “operativo antiextremista” desplegado
en las provincias del noroeste argentino. Según este periodista, dicho operativo
implicaría la realización de “rastrillajes” en la zona de Santa Lucía, Famaillá, Lules y
poblaciones vecinas con el “fin de dar con el paradero de los extremistas”. Este
operativo era realizado por efectivos de la Policía Federal y de la de la provincia de
Tucumán, al mando del titular de la V Brigada de Infantería del Ejército con asiento
en Tucumán, Luciano Benjamín Menéndez. Luego, entrevistaba a pobladores de la
zona:

“Periodista: Señor, ¿usted vive cerca de donde están acantonadas las tropas que
tienen a su cargo el Operativo este antiextremista en el la zona del Ingenio La
Fronterita? ¿Ha visto hace instantes que llevaran detenido a una persona por acá?

Entrevistado: No, acá, no, ninguna…

P: Es decir, ¿por este sector?

E: No, en ninguno por acá.

P: Usted nos contaba hace instantes de que conoce bien la zona y que en ningún
momento había visto alguna persona sospechosa…

137
Ibid, p. 7.
138
Ibid, p. 7.

151
E: Claro, nunca he visto nada.

P: ¿Usted sabe ir a pescar?

E: Si, yo pesco truchas por arriba y nunca he visto ninguna persona extraña.

P: ¿La policía le preguntó eso?


139
E: No, no”.

Revista Siete Días, 3-9 de junio de 1974, p. 5 y 6.

139
16/08/1974, Registro: 009651, Archivo Fílmico Canal 10, Centro de Conservación y
Documentación Audiovisual, Facultad de Filosofía y Humanidades, Universidad Nacional de
Córdoba.

152
Santa Lucía: del cierre del ingenio a la razia

La historia de la localidad de Santa Lucía es paradigmática para iluminar la


experiencia de militancia y represión política vivida en el sur tucumano, luego del
cierre de los ingenios azucareros a partir de 1966, así como para conocer la
presencia que el PRT-ERP y su frente de guerrilla rural tenía en la zona de los
140
ingenios azucareros. Pese a esa masiva movilización popular, el Ingenio de Santa
Lucía -que empleaba unos tres mil obreros y era el segundo más grande de toda la
provincia de Tucumán- cerró en agosto de 1968, en plena zafra. Como había sido
la principal fuente de trabajo para sus habitantes, luego de desmantelarlo, cerca de
la mitad de sus habitantes abandonó Santa Lucía. Sin embargo, a la emigración, la
falta de trabajo y la pobreza, 141 se sumó un abandono de gran parte de la
infraestructura, que había pertenecido al ingenio: como era un pueblo privado, las
casas de los ex obreros del ingenio, el hospital, el club social y deportivo y el
almacén cerraron, quedaron sin mantenimiento y sufrieron un notable deterioro. 142
Las casas de obreros y empleados administrativos (que habían sido propiedad del
Ingenio) quedaron en manos de los trabajadores despedidos o, en caso de que
éstos hubieran emigrado, fueron ocupadas por los peones de las colonias y o de los
montes linderos, modificándose la población de Santa Lucía. 143 En síntesis, una vez
que cerró el ingenio, la localidad se quedó sin la autoridad del administrador del

140
La reconstrucción de la historia de esta localidad entre 1967 y 1975 se basa en las
entrevistas y documentos publicados en el libro de Lucía Mercado (2005).
141
Como paliativo a la masiva desocupación se puso en marcha el “Operativo Tucumán”, que
consistió en dar trabajo temporario a obreros o peones desocupados del ex Ingenio en
tareas de mantenimiento e infraestructura vial. En 1972, ingresaron a la administración
pública del estado provincial como empleados de planta permanente. A principios de los
años 70, se inauguró la fábrica ALCOGAS, una destilería de alcohol, de Manuel Avellaneda,
en la destilería del ingenio, que empleó a 100 obreros del ex ingenio.
142
Como el hospital pertenecía al ingenio y era para sus trabajadores, cerró seis meses
después. De todas maneras, un año y medio después la provincia abrió el hospital como
puesto sanitario.
143
El Instituto de la Vivienda les otorgó el título de propiedad/tenencia de las casas a sus
ocupantes. En 1970, según el censo, había más de 2700 habitantes y 639 casas (Mercado,
2005: 133).

153
ingenio; sólo siguieron funcionando la escuela, el correo y la comisaría –que dejaron
de recibir el apoyo económico de la Compañía.

Por su parte, la Compañía Azucarera Santa Lucía -manejada por Manuel


Avellaneda-, siguió administrando la finca propia (unos 1.300 surcos de caña de
azúcar) y vendía la caña cultivada en sus propios campos a otros ingenios, como La
Fronterita. En este nuevo escenario, se formó el Sindicato de Campo de Santa
Lucía, integrado por los peones de surco de las colonias (no ya por obreros de
fábrica). Si bien funcionó en el mismo local que el anterior, se conformó una nueva
comisión directiva: El “Ñato” o “El Ojeroso” Eduardo González, que trabajaba en la
finca de Avellaneda, fue elegido Secretario General, y reorganizó el sindicato con su
cuñado, “El Zurdo” Ramón Rosa Jiménez y otros jóvenes de Santa Lucía – por
ejemplo, Juan Andrés “Pichín” Molina, hijo de Hilda-, la mayoría de los cuales
vinculados al PRT.

Esta nueva generación de dirigentes sindicales se había contactado con dirigentes


azucareros vinculados al incipiente PRT a mediados de los años sesenta. Entre
otros, solían visitar el sindicato del Ingenio Santa Lucía, al igual que otros de la zona,
Leandro “El Gringo” Fote, Mario Roberto Santucho, contador del sindicato de San
José, conocido como “Robi” y el “Negro” Antonio del Carmen Fernández, secretario
adjunto de sindicato del ingenio San José, entre otros. Como en Santa Lucía no
había centro cívico ni todavía era comuna - sino que dependía administrativamente
de la comuna de Acheral-, los militantes del PRT-ERP podían mostrarse
abiertamente, pese a ser un partido clandestino. Incluso, frente a esa escasa
presencia de agentes estatales, podían vender abiertamente la prensa partidaria,
repartir sus libros y volantes, recorrer casa por casa para lograr que los lugareños se
incorporaran al Partido y realizar instrucción militar en la zona del monte tucumano.

Entre 1970 y 1971, algunos de estos dirigentes del sindicato de Santa Lucía cayeron
presos junto con activistas del PRT-ERP, acusados de participar en el asalto al
Banco Comercial del Norte, realizado en la ciudad de San Miguel de Tucumán el 16
de noviembre de 1970. Cuando vieron las fotos de los dirigentes del PRT-ERP
publicadas en los diarios, los lugareños pudieron reconocer a aquellos dirigentes que
visitaban asiduamente Santa Lucía: además de Santucho y el “Negrito” Fernández;
identificaron a Carlos Benjamín Santillán, Benito José Urteaga, al contador Juan

154
Manuel Carrizo –jefe de auditores fiscales de la provincia de Tucumán-, Manuel
Negrín, Ana María Villarreal y a Clarisa Lea Place.

El 6 de septiembre de 1971, un comando del ERP liberó a 16 presos políticos


detenidos en el penal de Villa Urquiza y ejecutó a 5 guardiacárceles. Entre otros,
recuperó su liberad “El Zurdo” Ramón Rosa Jiménez, que volvió clandestino a la
zona de Santa Lucía. “El Zurdo”, hachero y pelador de caña, había nacido Las
Dulce, conocía cada sendero y rincón de la zona de Las Mesadas, Negro Potrero,
Caspinchango, y Niñito Perdido.

Durante ese tiempo, el monte tucumano se volvió un espacio de clandestinidad,


donde Rosa Jiménez pudo durante un tiempo eludir la represión policial y evitar
volver a la cárcel. Sin embargo, fue objeto de persecución por parte del personal de
la Policía de la Provincia de Tucumán, en especial, por el agente Ibarra, con quien
tenía una disputa personal. Según recordó un vecino de Santa Lucía:

“Una vez, octubre de 1972, eran las once o doce de la noche, el Zurdo con unos
amigos estaban chupando en el almacén de la cooperativa, frente al Correo. Salen,
cruzaban las vías, saca la mula que estaba atada en los palos del frente, todos
borrachos y justo ¡justo! Porque fue de casualidad que iban pasando dos policías, uno
era Almirón de Famaillá, otro policía más y el Zurdo lo confunde con Ibarra y lo
empieza a insultar, cosa de bravucón borracho pero los policías siempre lo andaban
buscando. Era como un fugitivo, por supuesto que todos en Santa Lucía sabíamos que
él andaba con los extremistas.

El Zurdo saca el arma y los canas también sacan el arma y lo balean y cae al suelo
enredado en las riendas de la mula y balas de aquí y de allá y los canas se le tiran
encima y lo agarran, lo comienzan a golpear y pisotear. Los amigos que andaban con
él se rajaron y lo dejaron solo. Almirón decía que el Zurdo era un tipo muy fuerte: -
‘¡Qué fuerza tenía! ¡Baleado y borracho no lo podíamos contener!’. Y ya se empezó a
amontonar gente, una aglomeración y un griterío, todos mirando y dele comentar. Y
ahí recién llega Ibarra y entre todos le pegan y lo pisotean más y parece que ellos lo
mandan a buscar a Saraspe que tenía un ‘Gordini’, aquí no había muchos que tenían
vehículos en esa época y dice, ¡DICEN!, que Oscar (Saraspe) había dicho:

-‘Atalo que yo a este guerrillero lo llevo arrastrando’. Pero nadie arrastra nadie porque
al final, a los minutos, viene la ambulancia con Lucho González y ahí lo llevan a la

155
comisaría, de ahí a Monteros y después a la Ciudad. Y así herido y golpeado el Zurdo
se quiso escapar de la ambulancia cuando cruzaban la Plaza Independencia”. 144

En la tapa del diario La Gaceta del 17 de octubre de 1972, se publicó la noticia de


que el domingo 15 a las 23 horas, en la localidad de Santa Lucía, habían detenido a
otro de los “extremistas prófugos de Villa Urquiza”, Ramón Rosa Jiménez, de 39
años. Según este artículo, Rosa Jiménez “apareció un jinete montado en una mula y
gritaba: ‘Soy del ERP’, ‘Viva el ERP’” y “montado en una mula y ebrio, atacó a dos
Policías [de civil] que de noche recorrían el lugar” (En: Mercado, 2005: 115). Dos
días después, La Gaceta publicó que el 18 de octubre había muerto “el extremista”
Ramón Rosa Jiménez: “No se conocen las causas, dejó de existir a las 13.25 horas”
(En: Mercado, 2005: 115). A partir de ese momento, Oscar Saraspe y Eudoro Ibarra,
fueron permanentemente amenazados de muerte por el PRT-ERP: “Muerte a Ibarra-
Saraspe”, rezaban las pintadas en las paredes de Santa Lucía.

Casi dos años después, mientras los trabajadores de la FOTIA tucumana realizaban
una huelga general, la Compañía de Monte desarrolló el “copamiento” de la localidad
tucumana de Santa Lucía. En la revista Estrella Roja, el PRT-ERP publicó un “Parte
de guerra” dirigido al “pueblo” tucumano y fechado en 20 de septiembre de 1974. 145

“El día viernes 20 de septiembre a las 20.30 hs., una sección de la Compañía de
Monte (…) procedió a copar la localidad de SANTA LUCÍA con el objetivo de cumplir la
sentencia contra EUDORO IBARRA Y HECTO OSCAR ZARASPE, ambos declarados
culpables por un tribunal revolucionario de las torturas y posterior asesinato del
combatiente del pueblo Ramón Rosa Jiménez, ocurridos en la noche del 16 de octubre
de 1972. Luego de copar la Central Telefónica y la Comisaría local, los integrantes de
nuestro Ejército Guerrilla ubicaron e identificaron a los sentenciados, procediéndose
inmediatamente a su ajusticiamiento público. Cumplido así este acto de justicia

144
Testimonio de Paco Correa, en: Mercado, 2005: 110-111.
145
Estrella Roja nro. 41, 7-10-74.

156
revolucionaria contra esos dos enemigos del pueblo, la sección se retiró
ordenadamente hacia su base de operaciones”. 146

Al día siguiente, La Gaceta publicó en su tapa: “Golpe guerrillero en Santa Lucia: 2


muertos”: “Más de 50 desconocidos con uniforme tipo militar – señalaba el artículo -
coparon la población y ultimaron a dos vecinos, el agente de policía Eudoro Ibarra”,
de 40 años y 3 hijos, y a Oscar Saraspe de 29 años y 2 hijos” (En: Mercado, 2005:
184). Según La Gaceta, los atacantes “se identificaron como integrantes de la
Compañía de Monte Ramón Rosa Jiménez”, cuyo “motivo” era la “venganza” por el
asesinato de Ramón Rosa Jiménez, ocurrido el 16 de octubre de 1972 (En:
Mercado, 2005: 184).

El asesinato de Ibarra y Saraspe no sólo era una “venganza” por el asesinato de “EL
Zurdo”; también formaba parte de una política de represalias por parte del PRT-ERP
iniciada luego de que el 21 de agosto de 1974 el Ejército había asesinado a 16
militantes del ERP, integrantes de la Compañía de Monte, detenidos cuando se
preparaban para atacar el XVII Regimiento de Infantería Aerotransportada en
Catamarca. En esa oportunidad, Mario Santucho dio a conocer un comunicado
donde advertía: “El Comité Central tomó una grave determinación. Ante el asesinato
indiscriminado de nuestros compañeros, nuestra organización ha decidido emplear
la represalia. Mientras el ejército opresor no tome guerrilleros presos, el ERP no
tomará oficiales prisioneros, y a cada asesinato responderá con una ejecución de
oficiales indiscriminada. Es la única forma de obligar a una oficialidad cebada en el
asesinato y la tortura, a respetar las leyes de la guerra” (En: Franco, 2012: 115).

En el mismo número de la revista Estrella Roja donde se relataba la “toma” de la


localidad de Santa Lucía y el “ajusticiamiento” de los responsables del asesinato del
Rosa Jiménez por parte de miembros de la Compañía del Monte, se publicaba un
“relato de la guerra por la Independencia” dedicado a la Batalla de Tucumán, librada

146
“Cumplimos en hacer conocer a nuestro pueblo el detalle de los elementos recuperados
para la causa popular en la Comisaría de Sta. Lucía: Pistola Colt No. 6381 de la Policía de la
Capital Federal; Revólver calibre 38 de la Policía de Tucumán; 25 proyectiles calibre 11.25 y
3 calibre 38; 1 correaje completo; 1 cartuchera y 2 cargadores; 1 máquina de escribir portátil
Olivetti; Documentación personal y policial; 3 sellos y $ 24.000 de recaudación de multas”.

157
en septiembre de 1812. Concebida como “una de las más importantes de la historia
de la Guerra por nuestra Primera Independencia”, se planteaba que: “Este triunfo
patriota a cuyo mando estuvo el General Belgrano, permitió detener el avance de las
fuerzas españolas por el Norte de nuestra patria”. 147 La nota concluía así: “Desde
entonces Tucumán se llamó SEPULCRO DE LA TIRANÍA”. 148 Si se concebía a la
guerra revolucionaria como una lucha por “nuestra Segunda y Definitiva
Independencia”, la provincia de Tucumán se convertía en un escenario
especialmente apto también para unir la lucha del presente con la del pasado.

Dos meses después, el 28 de noviembre de 1974 se realizó un operativo represivo


en Santa Lucía, liderado por el jefe de la Policía Federal y personal de la Policía de
la provincia de Tucumán, de Gendarmería nacional y de la V Brigada de Infantería
del Ejército. Esa madrugada se cortaron los accesos a Santa Lucía y los vecinos
escucharon una gran explosión: una bomba había destruido el sindicato de obreros
de Surco. Luego, el personal policial realizó una gran razia: entre gritos por
altoparlantes, sirenas y golpes a mansalva, se despertó a todos los pobladores de
Santa Lucía, los obligaron a presentar los documentos de identidad, y revisaron casa
por casa, buscando armas, explosivos material de organizaciones armadas.

“Después de las matanzas, un día a la madrugada el 28 de noviembre de 1974, todavía era


oscuro, aparecieron cientos de milicos y muchos policías que decían que eran ‘federales’.
Estábamos en la cama, escuchamos los pitos y las sirenas, corrían y corrían por las calles.
Lo despierto a mi marido:

‘-¡Levantáte! ¿Qué pasa? ¡Escuchá! ¡Escuchá!’. Venían a hacer una redada, impresionante,
gritaban, andaban con altoparlantes, decían:

‘-¡Todos en la casa, de pie! ¡Documentos! ¡Cada uno con su documento!’. Y escuchamos


una explosión tremenda: habían hecho volar el sindicato (…), lo han hecho añicos. Y ahí
escuchamos que estaban entrando en la casa de mi vecino, don Roldán, pateaban las
puertas y entraban y de ahí han detenido al muchacho porque no tenía documento,
¡adentro! Mi marido Quico sale rajando para afuera, se ‘cagó las patas’. Resulta que él

147
Estrella Roja nro. 40, 23/9/74, pp. 13 y 14.
148
Mayúsculas en el texto original.

158
tenía una escopeta porque siempre iba a cazar chanchos del monte. La agarra y así como
puede casi arañando con las manos la entierra en la huerta de atrás.

Ese día todo Santa Lucía lleno de policías y militares. Yo, hasta hoy día no uso llave ni
‘tranca’, la puerta estaba abierta y entran así nomás y adentro me dicen:

‘-Permiso’

‘-Sí, sí. Pase, todo lo que tengan que revisar, revise’.

Han entrado, han visto todo, debajo de la cama, los colchones, los armarios, los roperos,
los abrían. Un tipo me dice: ‘Perdonen, pero no nosotros no queremos molestarlos’.
Andaban con perros (…) Hacía un calor tremendo. Y se han ido.

-¿Ustedes han hecho algo? ¿Han preguntado?

-Nada. ¿Qué ibas a decir? ¿A quién le ibas a preguntar?” (La Lita Cruz, en: Mercado, 2005:
193-194).

“Yo seguía viviendo sin problemas, trabajaba en Monteros, todos sabían que yo era
militante. Ese día eran como las cuatro o cinco de la mañana, oscuro todavía y escucho
una tremenda explosión, un gran ruido. Resulta que habían hecho volar el sindicato, lo
tenían marcado porque ahí venía gente de la organización. Yo estaba tranquilo porque
tenía el ‘Recurso’ (de Amparo). No sabía que ya estaba todo rodeado.

La gran razzia a Santa Lucía la hacen fuerzas conjuntas de la Policía Federal, la Policía de
la Provincia y el Ejército, todavía estaba Isabel y López Rega. El Ejército estaba de
acompañante, en la ruta, camino de accesos, entrada y salida del pueblo; la policía
tucumana con paradas en todas las esquinas, calles internas; toman posición en la
comisaría, el hospital, la escuela, el almacén de Anán, el escritorio del Ingenio, se metieron
hasta en el abasto. Los allanamientos y las detenciones la hacen los de la Federal. De
golpe se escuchan los altavoces:

‘-Que nade se retire de sus casas! ¡Que iba a haber allanamientos casa por casa!’.

Yo estaba apiolado en mi casa, todavía era casa de tabla (madera), se aproximaba la hora
que me iba el ómnibus para trabajar, cerca de las siete de la mañana. Salgo al jardín del
frente y veo policías y militares por todos lados. Al Ñato González ya lo habían llevado,
vivía al frente de mi casa (Av. Libertador), veo un pelotón del Ejército parado en la calle. Un
camión se para en la calle y bajan policías de la Federal, todos con uniformes azules. Uno
me pregunta:

159
‘-¿Ustedes el Fulano de Tal?’

‘-Si’.

-‘¡Los documentos! Y ahí entro a la casa, le digo a mi señora:

-‘Me piden los documentos, seguro que me llevan’. Mi señora se quedó piola adentro, no ha
dicho nada, mi mamá lloraba, le digo:

-‘Ya vuelvo mamá, ya vuelvo’. Mi papá estaba afligido, fue la última vez que lo vi.

-‘Alce los documentos y vamos’. Salgo a la calle, eran seis tipos y me llevan a la comisaría.
Uno le dice a un capo:

-‘Aquí está Fuenzalida, ¿Qué hacemos, jefe?’. O sea que ya venían con mi nombre. Les
dice:

-‘Cárguenlo en un jeep y llévenlo para la cancha’. Era la cancha de la Corona, llegamos y


ya había un montón, una fila de detenidos, todos tirados en el suelo boca abajo. Cuando
llegamos, uno me dice:

-‘¡Manos en la nuca! ¡Boca abajo! Si lo llamo o le hablo usted levanta el pie nada más’. La
cancha con los detenidos estaba a cargo del ejército y eso me salvó. Soldados por los
cuatro costados, para que nadie se escape, armado hasta los dientes. El jefe, un
subteniente. (…)

Llega un auto con gente vestida así de común, con alpargatas y pañuelo al cuello, pero
eran porteños. Habían sido de la ‘Triple A’. Claro ya habían andado de antes mirando el
pueblo. Le dicen al soldado:

‘-¿Está Fulano?’. Era yo.

‘-No sé, no sé quién es. Pero mire que no podemos entregar a nadie. Esta gente está a
cargo del Ejército. Y seguían trayendo, a esa hora mucha gente venía a la esquina de la
Cruz Mayor para tomar el ómnibus y la detenían. Los sacaban de las casas como estaban,
muchos en calzoncillos, camisones., (…) Después nos iban metiendo en carros de asalto y
nos llevan a la Ciudad. A la jefatura, ahí lo veo al Ñato. Éramos 110 personas” (Fuenzalida,
en: Mercado, 2005: 197-199).

Al día siguiente, La Gaceta publicó en su portada que el jueves 28 de noviembre


108 personas habían sido detenidas en un “operativo antiextremista” en la zona de
Santa Lucía, dirigido por el jefe de la policía y donde se secuestró “armas,
explosivos y documentación” (Mercado, 2005: 200). En un reportaje al jefe de

160
policía, teniente coronel Néstor Rubén Castelli, el periodista del diario La Gaceta lo
consultó sobre la veracidad de la versión que indicaba que había habido una
explotado una bomba: “¿Es cierto que durante el Operativo en Santa Lucía hubo una
explosión?”. “Sí, en el local del sindicato de Obreros del Surco donde se desactivó
una bomba… no se pudo impedir el estallido de otra bomba que destruyó el local
sindical”, contestó Castelli (En: Mercado, 2005: 200).

Según explicó Sofía Tiscornia (2008), las razias son parte de un arsenal de técnicas
policiales cuyo despliegue antes que castigar faltas o delitos, pretende instaurar y
extender un sentido determinado de orden y la moralidad pública. Para esta
antropóloga, las razias son decisiones políticas que castigan o someten no a los
individuos sino a los grupos y a las poblaciones y se convierten en armas de un
vasto campo ideológico que evoca la guerra y la violencia al tiempo que impone la
disciplina: “Constituyen la presencia violenta de la autoridad política que rebasa –
ostensiblemente- cualquier límite de derecho” (Tiscornia, 2008: 19).

La razia es técnica guerrera policial que replica las expediciones de castigo contra
poblaciones desarmadas, perfectamente inocentes o sospechosamente disidentes:
“Para ello es necesario impedir los movimientos, clausurar las entradas y las salidas,
inmovilizar por medio de la violencia. Durante la razia se impone un proceso de
deshumanización en el que se exige de las personas obediencia extrema,
cumplimiento irrestricto a las órdenes y gritos policiales, sumisión, servilismo. Las
personas cercadas son obligadas a arrodillarse, a no mirar a quines las detiene, son
empujadas contra paredes, contra vehículos, deben entrelazar las manos tras la
nuca, tirarse al piso y exponer el cuerpo a golpes, patadas e insultos” (Tiscornia,
2008: 19-20).

Desde las páginas de Estrella Roja, se denunciaba que el “reaccionario” gobierno


peronista había ordenado un “vasto” operativo represivo contra el “valeroso pueblo
del ingenio Santa Lucía”, “continuando con su sanguinaria escalada contra el
pueblo”. La prensa del PRT destacaba que desde el “copamiento” por parte de la
Compañía de Monte, “los zarpazos represivos del enemigo, muerto de odio y rabia
por el éxito de la acción, y consciente de la simpatía y cariño de los pobladores del
lugar por nuestros combatientes, se acentuaron progresivamente hasta culminar el
operativo”. Se denunciaba la explosión de una bomba que destruyó el Sindicato del
Surco a las 4.30 de la madrugada que habían colocado “descaradamente” “policías

161
de civil en autos particulares” y la “brutalidad del enemigo contra las masas
tucumanas” durante la razia:

“Las fuerzas represivas se encontraban acantonadas en el lugar desde las 2 horas


(Santa Lucía y las colonias que la rodean), controlando entradas y salidas del pueblo.
A los compañeros obreros que se dirigían a su lugar de trabajo los golpean, les quitan
y les roban la comida y no conformes aún, detienen a varios. Para tratar de confundir
al pueblo, en el lugar del atentado contra el sindicato, dejan volantes y panfletos del
PRT y del ERP, y en el interior del local colocan armas para esgrimir falsas
acusaciones contra los activistas. (…) Inmediatamente lanzan el operativo con autos
policiales y particulares, algunas camionetas de Vialidad Nacional, todos de civil y
apoyados por 20 camiones del Ejército Enemigo con 15 o 20 soldados cada uno;
semejante despliegue de armamento se complementa con morteros y hasta dos
cañones. El número de efectivos entre soldados y policías llega a los tres mil hombres.
Las policías federales y provinciales, que estaban desde las 2 horas reciben a los
militares aproximadamente a las 3. Anuncian por altoparlantes que Santa Lucía está
copada, que nadie salga de su casa y tengan en mano sus documentos y amenazan
con volar la escuela (un mes antes ya le habían colocado una bomba encontrada por
una maestra). Irrumpen violentamente en la casa de los vecinos, los arrancan de las
mismas, los entretienen mientras aprovechan para colocar volantes y armas, los
golpean, les atan las manos y los ponen contra la pared. Los golpes son de todo tipo
(…) los niños y las mujeres no se salvan y también son golpeados en forma
indiscriminada. A los detenidos los arrojan sobre las camionetas. Tal es su grado de
salvajismo que intentan violar a una muchacha de 15 años, vileza que no lograron
cometer, pues los gritos de la joven llamaron la atención de los vecinos que acudieron
indignados. Una señora embarazada es brutalmente golpeada hasta que en grave
estado debe ser trasladada a un hospital”. 149

Luego, denunciaban que los detenidos habían sido llevados a la cancha de fútbol del
pueblo y obligados a ponerse boca abajo con las manos en la nuca. En camiones
del Ejército y la policía Federal fueron trasladados a la ciudad de San Miguel de
Tucumán, mientras lo que quedan en Santa Lucía fueron dejados en libertad luego

149
“Desde el Monte”, Estrella Roja nro. 47, 13-1-75, pp. 6 y 7.

162
de haberlos sometidos a “duros castigos”: “Sacan y roban todo, dinero, relojes,
discos y lo que pueden roban, lo rompen”, agregaba la revista del PRT-ERP. 150

“Pero el valiente pueblo de Santa Lucía no se dejó atemorizar por la bestialidad


enloquecida del enemigo. Su salvajismo despertó más odio y rabia que miedo. El
cariño por la Compañía de Monte se incrementó en lugar de disminuir y varios vecinos
se incorporaron a la misma después del operativo. Es que las luchas de nuestro
pueblo no podrán ser frenadas por más brutal que sea el enemigo.
Las masas trabajadores resistirán hasta las últimas consecuencias y al calor de sus
combates irá creciendo más y más la Compañía de Monte Ramón Rosa Jiménez y
nuestro ERP hasta transformarse en un poderoso ejército regular de acero que aseste
los golpes definitivos al Ejército Enemigo y a su aliado el imperialismo. Ese día habrá
terminado para siempre la opresión y la injusticia en nuestra patria”. 151

Pese al optimismo del PRT-ERP, esta razia buscó imponer, gracias a la violencia,
los castigos y las humillaciones, un nuevo orden, moralizando, disciplinando e
imponiendo el terror entre los pobladores de Santa Lucía. A su vez, era la punta de
lanza de un proceso de refundación de ese espacio, que auguraba la implantación
de una nueva metodología de represión estatal.

150
Por ejemplo, denunciaban que: “Un padre y su hijo son detenidos. A este último le vendan
los ojos y le atan las manos, lo cargan en una camioneta de Vialidad Nacional y lo llevan por
la ruta de Tafí del Valle (km. 15) al medio del monte. Allí junto con otro muchacho se los
amenaza con fusilarlos. Los atan a un árbol, hacen un simulacro con disparos y los patean.
En un momento de distracción del enemigo el primero de ellos logra escapar”. En: Ibid, pp.
6 y 7.
151
Ibid, pp. 6 y 7.

163
Capítulo V: El monte como “teatro de operaciones"

Luego de las avanzadas represivas realizadas durante 1974, el 9 de febrero de 1975


las autoridades militares desplegaron un vasto operativo represivo con el fin explícito
de destruir a la Compañía de Monte “Ramón Rosa Jiménez”, el frente de guerrilla
rural creado un año antes por el PRT-ERP. Con este fin, las FFAA «fundaron» un
“teatro de operaciones” en la llamada “lucha contra la subversión”, en la zona sur de
la provincia de Tucumán. Días antes, el 5 de febrero, la presidenta constitucional
María Estela Martínez de Perón había ordenado, a través de un decreto, que el
“Comando General del Ejército procederá a ejecutar las operaciones militares que
sean necesarias a efectos de neutralizar y/o aniquilar el accionar de elementos
subversivos que actúan en la provincia de Tucumán”. 152

Aunque se destacaba que “un total hermetismo rodea las acciones de las fuerzas de
seguridad”, el 11 de febrero de 1975 La Gaceta anunciaba que “fuerzas conjuntas”
habían iniciado “operaciones” en la “lucha antiguerrillera” en la zona “montañosa” del
sur de la provincia de Tucumán, al frente de las cuales estaba el general Acdel
Eduardo Vilas, Comandante de la V Brigada de Infantería del Ejército con asiento en
Tucumán. 153 Una vez iniciado el operativo represivo, Vilas difundió una serie de
comunicados de prensa, el primero de los cuales planteaba que el operativo tenía la

152
Decreto del Poder Ejecutivo Nacional nro. 261, fechado el 5/2/1975. En:
www.nuncamas.org. Según detalla Marina Franco: “El decreto 261 no figura en el BO
[Boletín Oficial] ni en los ADLA [Anales de la Legislación Argentina], aunque hoy su
contenido preciso es totalmente conocido (…). En su momento fue divulgado de manera
maga por el diario La Opinión y días después por el resto de la prensa cuando comenzaron
las acciones militares y los comunicados oficiales” (2012: n. 135). En ese contexto, la
Secretaría de Prensa y Difusión de la Presidencia de la Nación emitió el siguiente
comunicado: “El Poder Ejecutivo Nacional fiel interprete del mandato que le confirieron las
mayorías populares, ha decidido la intervención del Ejército en la lucha contra la subversión
apátrida. Una vez más, las Fuerzas Armadas están unidas e identificadas con el pueblo en
la defensa de nuestro propio modo de vida. (…) Junto a las fuerzas policiales y de seguridad
y las demás Fuerzas Armadas, el Ejército defiende los legítimos intereses del pueblo frente
a quienes desconocen sus derechos esenciales”. En: La Gaceta, 11/2/75, tapa.
153
Ibid.

164
“finalidad de restituir la tranquilidad a sus habitantes, alterada por el accionar de
delincuentes subversivos, alterada por el accionar de delincuentes subversivos”: 154

“El Ejército Argentino –continuaba el comunicado- que tiene por objetivo primario
resguardar el proceso institucional en desarrollo, concurre así a defender los legítimos
intereses del pueblo, frente a quienes desconocen sus derechos esenciales. El
accionar de las Fuerzas militares producirá algunos inconvenientes a la población, los
que se tratará se reduzcan a lo indispensable. La aceptación por parte del pueblo de
dichos inconvenientes y molestias es un mínimo tributo que todos debemos aportar
para lograr la seguridad y tranquilidad del mañana. Por ello el Comandante de la
Brigada de Infantería V apela a la buena voluntad y tradicional patriotismo de los
habitantes de la provincia para que la ciudadanía tolere las perturbaciones que surjan
de las operaciones militares requiriendo que se preste el máximo de colaboración y
apoyo a las mismas. Recuerda asimismo la necesidad de portar permanentemente los
documentos personales a fin de facilitar una pronta identificación”. 155

Todavía no se hablaba de Operativo Independencia, nombre que se hizo público


recién en septiembre de 1975 cuando el por entonces flamante Comandante en Jefe
del Ejército, Jorge Rafael Videla, revistó tropas acantonadas en Tucumán. El 11 de
febrero, el Comandante del III Cuerpo de Ejército, general Carlos Delia Larroca, en
rueda de prensa, anunció el inicio del “Operativo Tucumán”, utilizando el mismo
nombre que había tenido el Operativo concebido por la dictadura de Onganía para
cerrar once de los ingenios azucareros de Tucumán (Pucci, 2007: 341).

En una reunión convocada en la ciudad de Córdoba, en la sede del Comando del III
Cuerpo del Ejército -del cual dependía la V Brigada de Infantería y, por lo tanto, el
operativo represivo-, Delia Larroca respondió algunas preguntas sobre el llamado
“Operativo Tucumán”: “El Ejército estará en la lucha hasta que considere necesario,
no habiéndose fijado plazo alguno”, sentenció. En principio, señaló que el operativo
estaba “bajo control directo” del Ejército Argentino “pero únicamente en cuanto a
estrategia castrense” y descartó que la provincia de Tucumán fuera a ser

154
Ibid.
155
Ibid.

165
intervenida. Si bien indicó que no se habían producido “enfrentamientos con los
sediciosos”, aclaró que: “una patrulla había sido emboscada y resultaron heridos dos
policías federales”. Reconoció que se habían producido “detenciones”, “contándose
entre los detenidos –no especificados – ciudadanos extranjeros, y que la población
toda colabora con las fuerzas destacadas, brindando su información”. Sobre las
condiciones de detención, aclaró que: “Los detenidos son tratados de acuerdo con
las leyes vigentes, no hay ley tradicional que se vaya a vulnerar”. Y, en relación a las
“versiones circulantes con respecto al uso de armas no tradicionales (como gases
tóxicos, desfoliadores)”, detalló que se trataba de “ideas extravagantes”. “Yo le
acredito a nuestro Ejército, el éxito que razonablemente se haya propuesto
alcanzar”, sentenció el comandante del III Cuerpo de Ejército. 156

Si bien las intervenciones de las FFAA con carácter represivo ordenadas por el
Poder Ejecutivo –o autorizadas por éste- no eran una novedad en 1975, hasta ese
momento habían tenido carácter puntual y no ofensivo (Franco, 2012: 141). 157 En
cambio, este operativo represivo implicó la consagración formal del nuevo lugar para
el Ejército Argentino en el escenario político, en un contexto de crisis gubernamental
permanente que le había devuelto a la FFAA su capacidad de iniciativa y presión y
del malestar intramilitar por las acciones de la guerrilla contra sus miembros (Franco,
2012: 136). 158

Asimismo, representó el inicio de una nueva modalidad de represión política


ejecutada de manera directa por las FFAA. Desde su inicio, el operativo representó,
por un lado, la creación de un “teatro de operaciones” en la llamada “lucha contra la
subversión”: se extendía desde el Río Colorado en el norte, hasta el Río Pueblo
Viejo en el sur y tenía una profundidad de 35 kilómetros (Vilas, 1977). A esto se
sumó la movilización de miles de soldados, oficiales y suboficiales -tropas militares

156
Todas las citas de este párrafo corresponden a: La Gaceta, 13/2/1875, tapa.
157
Ya se habían autorizado en agosto de 1973 en Tucumán y sucesivas veces a lo largo de
1974: en mayo nuevamente en Tucumán, en agosto en Catamarca (Capilla del Rosario),
Córdoba (Villa María) y nuevamente en Tucumán (Franco, 2012: 141 y 142).
158
De hecho, este decreto era punta de lanza de una serie de disposiciones estatales que
durante 1975 se orientarían a fijar nuevos mecanismos operacionales al formalizar la
utilización del Ejército Argentino en acciones represivas (Franco, 2012).

166
de las guarniciones dependientes del Comando de la V Brigada de Infantería que
comprendía las provincias de Tucumán, Salta y Jujuy- y la subordinación al
Comando de la V Brigada del personal de Gendarmería, Policía Federal y de la
Provincia de Tucumán. Asimismo, representó la participación del Ministerio de
Bienestar Social y la Secretaría de Prensa y Difusión en tareas de “acción cívica” y
“psicológica”, coordinadas con Estado Mayor del Ejército. De hecho, era la primera
vez que los elementos programáticos de la doctrina “antisubversiva” –acción
represiva, cívica y psicológica- aparecían dispuestos en un conjunto sistemático
(Franco, 2012). El “Puesto de Comando Táctico de Avanzada” estaba en la ex
Jefatura de Policía de la ciudad de Famaillá, la principal Base Militar –el Comando
Operativo- estaba emplazado en Santa Lucía y se crearon una serie de Fuerzas de
Tareas que se desplegaron en la zona sur tucumana (Vilas, 1977). Por otro lado, el
operativo tenía una faceta oculta y secreta: representó el inicio en Tucumán de una
política institucional de desaparición forzada de miles de personas y significó la
aparición de la institución ligada con esa modalidad represiva: los centros
clandestinos de detención (Calveiro, 1998: 26 y 27).

Desde el Comando del III Cuerpo de Ejército, con asiento en Córdoba, se emitió el
comunicado número 1 del operativo represivo:

“El día 9 de febrero en cumplimiento de lo ordenado por la superioridad y el PEN,


efectivos pertenecientes a la Brigada con asiento en Tucumán (…) iniciaron
operaciones conjuntas (…) en la zona montañosa al oeste de la ciudad de Tucumán,
donde se había comprobado la existencia de bandas armadas irregulares
pertenecientes a grupos subversivos, que atentan contra la paz interior y las
instituciones del país.

De acuerdo al desarrollo previsto, las operaciones se cumplen con toda normalidad y


en total coincidencia con lo planificado por el Comando del Cuerpo de Ejército III, los
resultados son altamente positivos, habiéndose logrado la detención de elementos
clave de la subversión.

En la zona de operaciones la población ha recibido con gran simpatía a los efectivos


(…) suministrando información y demostrando una total adhesión con los soldados del
Ejército Argentino y demás fuerzas.

167
El comportamiento de los efectivos (…) demuestra que se encuentran perfectamente
capacitados y compenetrados de la importante misión que tienen, cual es la defensa
de las instituciones, la paz y la seguridad de la patria.

Los policías provinciales actúan coordinadamente y con eficiencia para cortar las vías
de escape de los elementos subversivos. Asimismo se ha comprobado que actúan en
la zona con carácter de mercenarios elementos expulsados de otros países limítrofes.
También se detectó la deserción de elementos jóvenes, cuyas edades oscilan entre los
12 y 16 a de edad, quienes buscan refugio en casas de los lugareños, para desde allí
dirigirse a los centros de mayor población.

Hasta el momento los delincuentes han eludido el combate y sus acciones se limitan a
tratar de minar la moral de los soldados argentinos mediante panfletos que contienen
insultos para las Fuerzas Armadas y evidencian un total desprecio hacia las
instituciones de la nación.

Finalmente de acuerdo con el curso enunciado de las operaciones (…) en el Comando


del Cuerpo de Ejército III, reina gran optimismo y entusiasmo sobre su desarrollo”. 159

A partir del inicio de este operativo represivo, el monte tucumano –un espacio
relativamente periférico o marginal en la escena nacional – fue construido como
«centro» de la estrategia represiva del poder militar, como aquel espacio donde se
libraba una “batalla decisiva” contra la llamada “subversión”. Alejandro Isla sostuvo
que, en ese contexto de violencia política, los contendientes –el PRT-ERP y las
Fuerzas Armadas- coprodujeron un «escenario de guerra» en el sur tucumano,
expresada en el terreno de las prácticas (las acciones militares), de los discursos
verbales y escritos (los partes militares) y en los rituales propiciatorios (2005: 2).
Efectivamente, si con la creación de la Compañía de Monte el monte tucumano fue
concebido por el PRT-ERP como un nuevo teatro de la guerra revolucionaria,a partir
de febrero de 1975, las FFAA «fundaron» en esa zona un “teatro de operaciones” en
la llamada “lucha contra la subversión”.

Si bien el término 'teatro de operaciones' forma parte de la terminología militar


clásica, el uso de una metáfora o analogía dramática de la vida social ilumina un
aspecto central del ejercicio del poder: su dimensión expresiva y sus puestas en

159
La Gaceta, 12-2-1975, tapa.

168
escena. Ello es así debido a que no hay sistema de poder que exista y se conserve
sólo mediante la violencia y la dominación brutal o la justificación racional; es preciso
adicionarle la producción activa de imágenes, la manipulación de símbolos y su
puesta en escena en ceremonias rituales(Balandier, 1994: 18; véase también:
Abélès, 1997).Como veremos, la estrategia del poder militar, junto a su faceta de
represión brutal, coercitiva y disciplinante, reveló también una dimensión expresiva,
moralizante y productiva de relaciones sociales. Y gracias a esa doble faceta, las
autoridades militares buscaron producir una nueva geografía en el sur tucumano: un
nuevo “monte tucumano”.

Frente a ese espacio de conflictividad política –luego del cierre de los ingenios
azucareros- y de militancia secreta y clandestina de la guerrilla rural, el operativo
represivo iniciado en febrero de 1975 operó como una vía para articular un dominio
estatal efectivo en un espacio donde había habido un déficit de soberanía estatal y
había estado marcado por una disputa por el control territorial. Como veremos, para
la construcción del “monte tucumano” como “teatro de operaciones” las FFAA se
valieron de una serie de estrategias para imponer su dominio estatal en ese espacio
de disputa entre la guerrilla y las fuerzas represivas.

169
Mapa elaborado por Acdel Vilas publicado en el libro Tucumán: el hecho histórico, p.6
(1977).

170
“Santa Lucía”, por Joaquín Morales Solá

“… Hace quince minutos [a las 8.30] que un contingente de periodistas hemos


emprendido el viaje hacia Santa Lucía, tras conseguir la aprobación del general Vilas
para acceder por primera vez al lugar donde está asentado el comando militar de las
operaciones antiextremistas. (…) Revolotea la esperanza de que develemos el manto
de hermetismo que rodeó desde un principio las operaciones militares, pero no se nos
adelantó hasta donde se conformaría la avidez periodística. Santa Lucía aparece de
pronto inconfundible. Su historia de protestas y de violencias atrajo muchas veces al
periodismo. No han cambiado sus casas bajas ni sus calles de tierra. (…) Intentamos
llegar hasta el viejo edificio del ingenio Santa Lucía, donde está emplazado el
comando. El único que penetra en su interior es el oficial que nos acompaña y a la
vuelta nos comunica que el general Vilas ha salido en una recorrida con el segundo
comandante del III Cuerpo de Ejército, que acababa de llegar. Se nos informa que
también que podemos recorrer el pueblo.

Por las calles hay gente que nucleada en grupos, observa y comenta. (…) Desde la
escuela del pueblo parte una cola de unas dos cuadras (…). (…) se nos informa que el
Ejército está distribuyendo alimentos: harina, conservas, azúcar, aceite, entre otras
cosas. Unas cuadras distante (…) está el hospital de Santa Lucía. Es un edificio de
vieja construcción recién pintado. (…) fue reconstruido el año pasado por el gobierno
provincial, pero aún falta la última etapa, porque no tiene el plantel necesario de
médicos y enfermeros y le falta también la infraestructura interior. (…) Intentamos
conversar con los lugareños y nos hablan de la acción cívica del Ejército, de los
arreglos que hizo en servicios y locales públicos. Empezamos a preguntar sobre lo que
pasó y sobre lo que está pasando. Un adiós tan ceremonioso como rápido nos frusta
el intento. Entonces insistimos ante el oficial que nos acompañó para que se nos dé
mayor información sobre la acción antiextremista. El oficial inicia consultas y al rato
regresa abriéndonos un horizonte de esperanzas: podemos ingresar en el vivac central
montado en el viejo ingenio. (…)

Los fotógrafos pueden sacar algunas tomas de las patrullas militares que avanzan
hacia el monte en las cercanías. No habrá información, porque la disciplina y la
prudencia militar indican que solo el jefe puede hablar en esos casos. Y el jefe no está.
El general Vilas continúa en visita de inspección con el General Cánepa.

El trato del oficial es cordial (…). En el vivac los soldados consumen un almuerzo de
campaña, con el plato sobre las rodillas. Una larga fila de camiones militares esperan
para conducir los relevos de las patrullas que actúan en el cerro. Algunos soldados

171
(…) hacen gimnasia esperando el partido de la tarde contra el equipo de Santa Lucía.
El resultado: por 4 a 1 ganaron los locales. Son ya las 13.30 y la visita a Santa Lucía
ha terminado”. 160

La producción del “monte”

En el capítulo anterior sostuve que el “monte tucumano”, antes que como un


componente natural del paisaje, podía ser pensado como el producto espacial e
histórico de una experiencia de violencia y represión política. Esta idea surgió
durante el trabajo de campo con ex soldados conscriptos nacidos en la zona sur de
Tucumán. Mientras conversaba con Coco, un ex soldado conscripto de la clase 55,
me explicó cómo el inicio del Operativo Independencia representó la creación de un
nuevo espacio, un nuevo “monte”:

“Santiago: ¿El monte empezó a ser un lugar medio prohibido?

Coco: Y vos sabés que estábamos en Caspinchango y cuando alguien iba al monte,
salía al monte [decía]: 'Uy, el monte, el monte'. Te digo que yo era del campo y no
sabía qué era el monte. Era el monte ahí.

S: ¿O sea que vos no le decías el monte?

Coco: No, no... Si estábamos ahí nosotros, ¡¿cómo le voy a decir el monte?! Ja, ja, ja!
[risas] La cuestión es que yo veía cuando se iban todos armados. Y fijáte vos, y
nosotros íbamos en el camión también todos armados, y decía: 'Pensar que antes yo
andaba acá, sin nada y no tenía miedo. Y ahora que estoy armado hasta los dientes,
me he muerto de miedo'. (...)

S: Y, ¿cómo era el monte?

C: Sabes lo que pasa, hay unos relatos que son muy buenos en algunos libros,
realmente: es como si te miraran de todas partes. Vos sentís así, como [que] hay una
sensación así, hasta que vos te vas acostumbrando un poco, acostumbrando,
acostumbrando, acostumbrando. Pero vos sentís que no estás solo en ningún

160
La Gaceta,17-2-1975, tapa.

172
momento y además que vos acá en Tucumán, te metés un poquito y ya no sentís
ningún ruido, y ya no se escucha más nada”. 161

Como Coco había nacido en Concepción, la segunda ciudad más importante de la


provincia de Tucumán, conocía ese espacio vasto no urbanizado, entre las
plantaciones de caña de caña de azúcar y el macizo del Aconquija. Esa zona no sólo
había sido un espacio central para la construcción de la identidad guerrillera, desde
fines de los años sesenta y principios de los setenta; también había sido
tradicionalmente un espacio de movilidad para aquellos pobladores de la zona sur
de Tucumán, un ambiente de relativa autonomía y poder para pobladores rurales
subalternos:

“Santiago: Y vos, ¿ya conocías la zona de operaciones?

Coco: Fijate vos que sí, ¡qué cosa extraña ésa! Yo sabía irme de Concepción a un
lugar que se llama el Dique Molino, que ahora ya está todo cultivado, es distinto, pero
en esa época era selva, selva tucumana. Y yo, para hacer cortada, me metía por la
selva. Entonces llegaba al dique, me bañaba y volvía. Varios kilómetros, así como 10
kilómetros desde Concepción. Y estaba acostumbrado a eso. Y bueno, en febrero del
año '75 -cuando comienza el Operativo- me voy de nuevo, de vacaciones, caminando
y me meto así en el monte. Y cuando estaba ahí caminando por la selva, chi qui chi
qui chi qui chi chi [onomatopeya de pasos], un helicóptero y yo lo miro y sigo
caminando. Y se ve que el tipo ha visto el movimiento. Entonces vuelve el helicóptero
y vos sabés que mi instinto me hace quedarme quietito, a la par de un árbol. Mi
instinto, no era otra cosa porque yo ni leía los diarios. Y lo ví clarito, che, parado ahí
arriba y me estaban buscando. Lo vi clarito al que maneja la ametralladora, ¡le vi la
cara! Me buscaban, me buscaban, porque cerquita de ahí estaba la Base [militar] que
habían hecho en Alpachiri, pero yo ni pelota le daba”. 162

Vemos que, al «fundar» un “teatro de operaciones” del Operativo Independencia, las


FFAA produjeron al “monte tucumano” como un espacio de muerte, donde el terror

161
Entrevista realizada en la ciudad de San Miguel de Tucumán, el 24 de enero de 2011.
162
Ibid.

173
atravesó capilarmente todo el tejido social. Quien se atreviera a circular por el monte
se convertía en un ser sospechosoy, por lo tanto, expuesto a un riesgo diferencial de
muerte. Y la selva tucumana, por donde tradicionalmente circulaban los pobladores
de la zona sur tucumana, un espacio militarizado donde las autoridades militares
buscaban controlar todos los movimientos de la población. 163 Según me explicó un
ex soldado de la clase 53, nacido en la zona de Famaillá, ese espacio fue alterado
en este contexto de violencia y represión política:

“Santiago: Y ustedes, ¿se alejaron del monte? el monte era un espacio…

Juan Carlos Santucho: Prohibido, prohibido. De aquí [Famaillá], ir al monte, tenías


que conocer muy bien el monte o te tenían que conocer [las autoridades militares]…
(…) Entonces, ir para ahí era imposible. De noche menos, porque de noche tenías
que pasar 50 mil puestos de control de aquí [la ciudad de Famaillá] hasta Fronterita
por el camino. Salvo que vos seas guerrillero y tengas todas las precauciones de un
tipo que se va cuidándose y que sabe que va a llegar, que va a moverse de noche y
se va a ocultar de día. Salvo eso, si no, gente común, no. Los peladores de caña que
iban, ya sabían que primero tenían que pasar por ahí, por los militares y avisar que
iban. O les daban una cédula, que se identifique, todos iban abroquelados con algo. Y
aun así corrían el peligro de que cualquier loco los haga cagar de un tiro. Has visto
que abajo, la soldadezca, todos estaban aterrorizados, vivían aterrorizados, vos y ellos
también. Y siempre hay un sargento -de esos medio picantes- que dice: 'Bueno,
cualquier cosa, primero tirá y después preguntá’. Y te tiraban y te mataban y recién
después gritaban: ‘Alto quien vive’. Les enseñaban a los soldados que tiren primero a
matar y que después tiren al aire otro disparo. Ese es el reglamento de ellos, para

163
Paralelamente a la militarización del “monte”, personal militar y policial realizaron
continuos controles en la ruta 38 y en la que conducen a los Valles Calchaquíes, revisando
vehículos y personas. De hecho, una de las primeras directivas que se difundió por los
medios fue la del jefe de la Policía de la Provincia, coronel Néstor Castelli, en la que
formulaba una serie de “recomendaciones a la población”: “1) Los conductores de vehículos
deberán portar documentos habilitantes y los correspondientes al vehículo; 2) Todas las
personas llevarán permanentemente sus documentos de identidad para una mejor y rápida
identificación; 3) Se solicita el máximo de colaboración durante la ejecución de los servicios
y procedimientos que deban cumplir los efectivos policiales, tratando de no entorpecer los
mismos”. En: La Gaceta, 12-2-1975, tapa.

174
cubrirse ellos. Tal es así que el terror de ellos era de que en esa zona de arriba, del río
Caspinchango, cuando ellos patrullaban esa zona. Los oficiales, los tiras que nosotros
le llamábamos, ellos no se identificaban, se mezclaban entre los soldados, con ropa
de fajina común. Porque había francotiradores, o temían que haya francotiradores,
que le apuntaban a los que tenían insignia, a los que tenían chapa. Entonces ellos, los
oficiales, ni los suboficiales usaban chapa. O sea, vos veías los Unimog que pasaban
y no iban los oficiales o suboficiales de acompañantes a la par del chofer y los otros
soldados. Y atrás en la caja del camión, metido entre los soldados, ahí iban los
oficiales y los suboficiales. Pero el ERP no les tiraba a los soldados, ellos sabían de
eso”. 164

En la zona sur de Tucumán las autoridades militares buscaban imponer el dominio y


el control estatal, en un territorio disputado por ese “frente” de guerrilla rural, pero
también de fuerte conflictividad social y radicalización política a partir del cierre de
once de los 27 ingenios azucareros, a partir de 1966. Y, como hemos visto, una
manera de imponer su soberanía en ese territorio fue controlar los movimientos de
los pobladores, impedir la libre circulación, volverlos «seres legibles», sometidos al
control del poder estatal. Ello así porque la ubicación forzosa de las personas se
vuelve una de las principales estrategias del arte del gobierno de las poblaciones,
una estrategia soberana por excelencia (Trouillot, 2001: 1).

La visita de la presidenta

Como parte de una serie de puestas en escena del poder estatal para ratificar el
control estatal sobre ese territorio, el 28 de abril de 1975 la presidenta María Estela
Martínez de Perón realizó una sorpresiva visita a la provincia de Tucumán, para
hacer una “inspección personal” al operativo represivo que realizaba el Ejército
Argentino en el sur tucumano. Según la crónica periodística del diario La Gaceta,
durante seis horas la presidenta visitó las localidades de Famaillá y Santa Lucía,
donde recibió informes sobre la “acción antiguerrillera” y pronunció “discursos
improvisados” frente al “pueblo que se había congregado para recibirla”. 165

164
Entrevista realizada en la localidad de Famaillá, el 18 de septiembre de 2009.
165
La Gaceta, 29/4/1975, tapa.

175
Acompañada por los ministros de Defensa, Adolfo Mario Savino, y de Bienestar
Social, José Lopez Rega y por el Comandante General del Ejército, Gral. Leandro
Anaya, cerca del mediodía la presidenta llegó al aeropuerto Benjamín Matienzo de la
ciudad de San Miguel de Tucumán, donde fue recibida por el general Acdel Vilas y
otros oficiales de V Brigada de Infantería del Ejército. Como Comandante en Jefe de
las Fuerzas Armadas, revistó a una formación de tropas de efectivos del Regimiento
19 de Infantería: “Al pasar frente del abanderado, detuvo su marcha y con una leve
inclinación de cabeza saludó a la enseña patria”, describió el periodista de La
Gaceta. 166

Luego de trasladarse en helicóptero a Famaillá, desde una ventana del primer piso
del Comando Táctico de Avanzada del operativo represivo, la presidenta se dirigió al
público reunido en la plaza de esa localidad:

“He querido venir para traer mi presencia física y espiritual a este pueblo que tanto ha
sufrido, y he venido también a expresar mis respetos a los hombres que están
defendiendo con sus vidas la tranquilidad de esta provincia maravillosa. Les agradezco
profundamente esta demostración de amor y solidaridad hacia mi humilde persona
(…). Todos sabemos que la antipatria quiere desconocer los verdaderos votos del
pueblo (…) pero a su liberación con paz y no con los fusiles y machetes matando a
niños y destrozando a las familias, cuando nosotros queremos que en nuestra patria
reine la paz, la tranquilidad, donde no haya hambre, donde no haya tristeza, donde no
haya dolor. Por eso le pido (…) que no pierdan la fe. En este día he querido estar
presente no para prometer cosas que no se pueden realizar sino para decirle a este
pueblo que no debe perder la fe, porque Perón no está, pero yo creo que soy alguien,
no solamente su esposa, sino una patriota hija del pueblo como son ustedes y tengo la
obligación moral de defender desde donde yo he nacido porque he nacido en el
pueblo, igual que ustedes. Sé que muchos pagan desde el exterior para que destruyan
nuestra patria, pero sepan que no habrá jamás una institución en el país que pueda
permanecer indiferente. No lo vamos a permitir, incluso a algunos que se ponen la piel
de cordero y se arrogan el mote de peronistas. Aquí no se trata solamente de defender
a los peronistas, sino de defender a todos en general, de defender esta insignia que
está ahí, de defender esta insignia que está ahí, de Perón, que ya hace 30 años dijo
que nuestra insignia era de este color y no ninguna otra que nos quieran imponer por

166
Ibid.

176
la fuerza. Sé que este pueblo tiene dificultades, como todas las otras provincias
argentinas, pero también hay que comprender que todo no se puede solucionar con
una varita mágica de hoy para mañana y sé también (…) que piensen que no es
bueno recibir dinero de la antipatria para no ir a trabajar. Lo sé y los denuncio y los
enfrento, y aunque soy una mujer no les tengo miedo, aunque tenga que poner el
pecho. Solo les pido la colaboración real y efectiva porque si algún día, como decía
Perón, perdiéramos nuestra libertad individual ese día sería mejor que nos muriéramos
todos. Nadie sabe lo que se pierde, es como la madre que solamente la valoramos
cuando la perdemos, y cuando no la tenemos lloramos. Pero no debemos llorar lo que
no supimos defender y no podemos ser un pueblo de cobardes, cuando la antipatria
quiere venir a destruirnos.

Yo no les prometo que les voy a resolver el problema de hoy para mañana, pero si les
prometo que iremos trayendo las fuentes necesarias de trabajo para que este pueblo
no padezca miserias, ni dolor (…). Somos cristianos y lo hemos demostrado con los
hechos y nos da mucha tristeza que caiga de un bando o de otros, gente que no
comprenda que la paz y la reconstrucción de una Nación se puede hacer con paz y no
siempre con sangre. (…) Nosotros muchas veces quizás no lo comprendamos porque
todavía realmente no sabemos lo que son las guerras, lo que es la sangre y lo que son
las vicisitudes que han vivido los pueblos”. 167

A lo largo de su discurso, siempre según la crónica periodística de La Gaceta, en


varias oportunidades la presidenta fue aplaudida por el público presente y, “cuando
la jefa hacía uso de la palabra, una persona vivó al Ejército, a lo que la señora de
Perón respondió: ‘Yo diría viva la patria, porque es de todos los argentinos’”. 168
Cuando terminó de hablar, un grupo de militantes cantó la marcha peronista. Ya en
el edificio del Comando de Avanzada, Vilas hizo “un informe detallado sobre la
macha del operativo”, usando mapas de la zona sur de Tucumán. Posteriormente,
en el acto donde la declararon “huésped de honor”, el intendente municipal Julio
Saracho le expresó a María Estela Martínez dePerón su “satisfacción” por la visita,
destacando que era la primera vez que un presidente de la Nación llegaba a
Famaillá y agregó que los vecinos “se volcaron masivamente para testimoniarle su

167
Ibid, tapa y p. 2.
168
Ibid, tapa.

177
adhesión y ratificarle que el pueblo y el Ejército están unidos para conseguir el
bienestar de la Nación”. 169

Luego de viajar en helicóptero del Ejército, pasadas las tres y media de la tarde, la
presidente, de pie en un jeep, ingresó por la calle principal de Santa Lucía, que la
trasladó desde el helicóptero hasta el viejo casco del Ingenio, donde estaba
asentado el “vivac central” de la “Fuerza de Combate Aconquija”, a cargo del jefe del
Regimiento 19 de Infantería, teniente coronel Emiliano Flouret. Según la crónica del
diario La Gaceta, los efectivos del Ejército formaban un cordón en torno al vehículo
presidencial; mientras algunos vecinos caminaban a su lado en marcha apresurada,
otros, en autos, se encolumnaban delante y detrás del vehículo que trasladaba a la
presidenta. En la sede de esa Base Militar, la presidente saludó a las tropas y a
todos los miembros del Estado Mayor de esa Fuerza de Tareas, a la oficialidad joven
y los suboficiales. En el edificio, acompañada por los ministros nacionales, el
comandante general del Ejército y autoridades militares, la presidenta escuchó una
larga exposición de Flouret sobre la “acción antiguerrillera” en la zona sur de
Tucumán, cuyo contenido estuvo “vedado” a la prensa, según indicó el periodista de
La Gaceta.

Luego, frente al público congregado en la cancha de futbol del club de Santa Lucía,
se realizó un acto donde la presidenta pronunció un discurso frente a los pobladores
de la zona. Antes de que hablara la presidenta, un dirigente del club, Arturo
Ahumada, le dio la bienvenida y, según La Gaceta, cuando “ponderó la acción militar
en Santa Lucía”, desde el público se grito “con insistencia”: “Anaya corazón”. Luego,
desde una de las tribunas acondicionadas como escenario, Isabelita se dirigió a los
pobladores de Santa Lucía: “Llego a esta tierra maravillosa con los brazos
extendidos para estrechar en un abrazo al pueblo de Tucumán; a ese pueblo que es
el gran ejército de la Patria”. 170 Según la crónica periodista, mientras la presidenta
hablaba, desde el público se coreaba: “Se siente, se siente, Perón está presente”.

“He querido venir personalmente para ver con mis propios ojos las dificultades que
aguante este pueblo de Tucumán no desde 1974 sino desde 1966. Sé de las

169
Ibid, p. 2.
170
Ibid, tapa.

178
necesidades que tiene. Sé que hay ingenios cerrados y desocupados. Pero todo
tendrá solución –como decía Perón- en su medida y armoniosamente. Lo que nosotros
queremos es solucionar todos los problemas, pero no ha de ser de hoy para mañana.
El lunes próximo recibiré una comitiva de Santa Lucía para solucionar todos los
problemas más de este gran pueblo. Sé que hay que abrir industrias para que este
pueblo lleve el pan a su hogares sin necesidad de que vengan los antipatria a dar
limosnas. Conozco bien, porque sé leer en la cara de la gente, quiénes son los que
quieren el bien de la patria y los que se disfrazan con la camiseta peronista. Nuestra
bandera es una sola y tiene el color celeste de este cielo. Para eso el general Perón
ofrendó su vida y nos dejó una doctrina justicialista y cristiana.

Hoy como Isabelita pero también como comandante en jefe de las Fuerzas Armadas
vengo aquí a rendir mi tributo de agradecimiento al Ejército Argentino. El Ejército es
hijo del pueblo y lo será siempre. No me gusta engañar a nadie. Pero yo sé que poco a
poco iremos solucionando todos los problemas. Basta de sufrimientos para Tucumán.
Basta de desocupados. Lo único que les pido, por Dios, por la patria, por Perón y por
Evita Perón, es que no se dejen llevar por las sirenas que tiene los bolsillos llenos de
dinero extranjero. Ellos asesinan a los pueblos cuando estos no hacen lo que ellos
quieren. Les pido fe y esperanza y les prometo que la fuente de trabajo que están
esperando. Pero hay que trabajar mucho para salvar al país. (…) Tengan siempre
presente que es preferible morir peleando que venderse al dinero espurio. Solo una
cosa no tiene solución en la vida y es la muerte. Viva la patria argentina por
siempre”. 171

Evidentemente, esta visita de la presidenta no sólo consistió en una manera de


conocer in situ el funcionamiento del operativo represivo ordenado al Ejército
Argentino meses atrás por un decreto presidencial. Por un lado, se trataba de una
manera de reafirmar la noción de que las autoridades gubernamentales –y la
presidenta en su carácter de Comandante en Jefe de las FFAA- supervisaban lo
actuado por el Ejército y ejercían un dominio sobre ellas. Pero, por el otro, también
se inscribía en una gran puesta en escena donde reafirmar esa ficción constitutiva
del estado liberal moderno: la existencia de una única legalidad, de un único orden
de derecho en el territorio estatal (Escolar, 2005: 72). Es decir, era una de las
estrategias para (de)mostrar que el Estado Argentino ejercía un dominio y control

171
Ibid, tapa y p. 2.

179
sobre ese ese territorio, donde la soberanía estatal había sido disputada por la
Compañía de Monte y donde la conflictividad social había cuestionado el orden
establecido.

Tapa del diario La Gaceta, 29 de abril de 1975.

180
La visita presidencial, por Joaquín Morales Solá

De pronto un vasto silencio se hizo oír en el lado donde estaba la multitud en Santa Lucía;
contrastando con los gritos y la algarabía que sacudía la escena mientras hablaba la
presidenta. La jefa de Estado acababa de prometer soluciones, pero recordando a su
antecesor – ‘a su tiempo y armoniosamente’-.

Tantos rumores revoloteaban el ya viejo anuncio de la visita presidencial, tantos


conocedores de la intimidad oficial prometieron que este sería el viaje de las grandes
concreciones, que parece lógica esa especie de crecida esperanza de que sobrevendrán
espectacularidades con la palabra de la señora Presidenta. No fue así. La visita
presidencial, en realidad, pasaba por otras cuestiones, atenta a otras realidades.

Quehacer castrense

De aclarar eso, se encargó la propia presidente: “Vengo –dijo- para presentar mis respetos
a quienes ofrendan su vida para la tranquilidad de los argentinos’. Y esa misión castrense,
netamente militar, se había observado desde el primer momento no solo porque la
presidente exhibía en su pecho las insignias de comandante en Jefe, sino también porque
nadie que no fuera militar pudo acercarse a ella. Hasta anoche, la extrañeza no se había
descolgado del rostro de los civiles que gobiernan la provincia. A ninguno lo saludó
individualmente (…). En los círculos políticos ya anoche se escuchaba de una forma u otra,
la queja por un desplazamiento que consideraron injusto. Después de todo –sostienen-
ellos son la forma física de un sistema que la presidente vino a reafirmar. Del otro lado, se
apunta a una realidad no menos indiscutible: el mayor tiempo de la visita, la jefa de estado
lo ocupó escuchado reservados informes de castrenses, que por lo tanto admitían solo la
participación de los protagonistas.

Clara y Enérgica

Esté de un lado o del otro la razón – o de los dos, porque esas variantes no son exclusivas
(..) - la presidenta dirigió su atención hacia otro ángulo. Muy pocas veces fue tan clara en la
definición de una posición política y tan enérgica en la advertencia. Ella misma proporcionó
una síntesis casi perfecta, recurriendo a un añejo adagio: ‘A Dios robando y con la mano
dando’, dijo al frente del pueblo de Famaillá.

Fueron las palabras de quien había ido a defender una concepción política en el lugar
donde alguna vez abonaron el terreno los postuladores de otras convicciones, totalmente
distintas. Apeló a los modos inconfundibles para enfrentar la circunstancia.

Nadie, se dirigió directamente hacia la zona donde estaban los helicópteros del Ejército, …

181
Pocos minutos después, el helicóptero presidencial aterrizaba en Famaillá. En automóvil la
presidenta se trasladó a la comisaría de esa ciudad donde se encuentra el Comando
Táctico Adelantado del Ejército, bajo el mando de Vilas. Desde una de las ventanas del
primer piso, la presidenta pronunció luego un discurso dirigido a quienes se habían
agrupado en la plaza de Famaillá para esperar a la primera magistrado. Tras ese discurso
(…) el general Vilas informó a la señora de Perón sobre los ángulos mas salientes de la
lucha antiguerrillera. (…) Después emprendió en helicóptero viaje hacia Santa Lucía (…)
donde escuchó una exposición del teniente coronel E. Flouret, jefe del Regimiento de 19 de
Infantería y habló nuevamente ante la multitud en el club de la localidad. Esa fue la última
actividad”. 172

La espectacularización de la violencia

Desde los inicios del Operativo Independencia, la prensa del PRT-ERP se convirtió
en un activo denunciante del régimen de “terror” y “barbarie” impuesto contra el
pueblo tucumano por el Ejército Argentino, en especial, en la zona sur de la
provincia. 173 A fines de marzo de 1975, desde las páginas de Estrella Roja se
aseguraba que el “gigantesco operativo militar” montado por las “FFAA
Contrarrevolucionarias” “destinado a lograr el aislamiento y posterior aniquilamiento
de nuestra heroica Compañía de Monte” fracasaba: “¡Cuán lejos estaba la oficialidad

172
Ibid, tapa y p. 2.
173
Por ejemplo: “En la zona de Lules, una patrulla militar sorprendió a dos jovencitas que
regresaban de la escuela. Ambas fueron capturadas y conducidas por separado a un monte
próximo, donde se las violó de forma reiterada a punto tal que una de las víctimas debió ser
luego hospitalizada”. “En los primeros días de enero de este año, efectivos del Ejército
Contrarrevolucionario procedieron a allanar el ranchito de una familia de Famaillá, ubicado
frente a la cancha, hoy helipuerto de los milicos. Sobre los humildes pobladores pesaba la
sospecha de colaborar con la guerrilla. En la casa se encontraba la señora y sus dos hijos.
El jefe de familia, recientemente accidentado, se encontraba internado en el hospital del
pueblo. Los milicos asesinos, apenas llegan al rancho comienzan a torturar salvajemente a
la mujer y los niños mientras un grupo va en busca del esposo. Este es traído por la fuerza
del hospital y en su brutal ensañamiento los milicos le arrancan el yeso de la pierna herida y
se la quiebran nuevamente.Dos días después toda la familia es secuestrada y nada se sabe
de su suerte”. Estrella Roja nro. 71, 14-3-1976, p. 5.

182
enemiga de imaginar que sus reaccionarios planes, durante tantos meses
minuciosamente elaborados en la comodidad de sus cuarteles, se romperían en mil
pedazos cuando en la práctica de la guerra debieran enfrentarse al aguerrido y
heroico pueblo tucumano y a la capacidad de combate y la moral de hierro de
nuestra unidad guerrillera!”. 174

En este sentido, aseguraban que, como el “enemigo” publicaba comunicados y


discursos que ocultaban “descaradamente” la realidad, la prensa partidaria buscaba
“informar al pueblo argentino el verdadero resultado del primer mes del Operativo
Antiguerrillero desplegado por el Ejército Opresor en las zonas rurales de la
Provincia de Tucumán”. Luego de reseñar que en la zona se habían producido 3
“combates” y una “acción de propaganda sin enfrentamiento”, destacaba que a partir
del enfrentamiento en Pueblo Viejo “la oficialidad contrarrevolucionaria ha
renunciado a penetrar en el monte por temor a la guerrilla”: “Desorientado y
temeroso frente a la guerrilla y repudiado por la población, el Ejército
Contrarrevolucionario ha caído en la pasividad y se limita a permanecer, a vegetar,
en el teatro de operaciones”. 175 Luego señalaban el fracaso del “plan de 'acción
cívica' para ganarse su colaboración y apoyo” y denunciaban la “más despiadada
represión contra el pueblo”:

“Impotentes frente al aislamiento absoluto a que los somete la población con su


silencio y desprecio por los repartos de mercaderías, el enemigo ya se ha quitado la
careta del buen trato y se ha lanzado a una campaña de persecución e intimidación
contra el pueblo. Decenas y decenas de obreros, campesinos, pobladores de la zona
han sido encarcelados, amenazados de muerte, salvajemente torturados y apaleados.
El enemigo ha publicado largas listas de detenidos, quienes en su absoluta mayoría no
tienen nada que ver con la guerrilla. Centenares de allanamientos y requisas de las
humildes viviendas de los trabajadores, todos los días. Gran despliegue de armamento
de todo tipo, pesado y liviano ante las asombradas miradas de los vecinos.
Bombardeos, morterazos, cañonazos, disparos a tontas y locas sobre el cerro, se

174
Estrella Roja nro. 51, 31/3/75, p. 10.
175
Ibid.

183
proponen más asustar a la gente que hacer blanco en el lugar preciso donde pueda
176
haber un campamento guerrillero”.

En esa misma época, entre muchos casos de violencia estatal, El Combatiente


denunciaba que, mientras un grupo intentaba hacer una “pintada” y “volanteada” por
el aniversario del ERP, fueron sorprendidos por el Ejército y se inició un tiroteo con
los activistas de la Compañía de Monte. En ese marco, continuaba el artículo, “una
camioneta emboscada llegó disparando con fusiles a ciegas, yendo dos balas a herir
a una pequeña de 7 años y matar a una de 5 lo que provocó el inmediato repudio y
177
odio de la población hacia el Ejército de Vilas y sus asesinos”.

“Cuando gran número de vecinos se encontraba dolorido en la humilde vivienda de la


niña asesinada, expresando solidaridad con la familia, pasó por el lugar un teniente de
las fuerzas enemigas que tuvo el cinismo de gritar: ‘Vieron, eso les pasa por proteger a
esos sucios’, refiriéndose a nuestros combatientes. Al día siguiente, y a pesar de que
toda la población conocía la verdad sobre sus actos criminales, la oficialidad
178
contrarrevolucionaria atribuyó a la Compañía de Monte el asesinato de la niña”.

En otro artículo publicado a seis meses del inicio del Operativo, la prensa del PRT-
ERP denunciaba que la “barbarie represiva” en la provincia alcanzaba “el más alto
grado” en la zona del operativo, “a lo largo y a lo ancho de la Ruta 38 y de los Cerros
del Aconquija”.

“Si bien el enemigo no ha implantado el toque de queda, éste existe de hecho, ya que
apenas oscurece, nadie puede circular por la calle sin riesgo de ser apresado o
asesinado. (…) Los vecinos temerosos no quieren salir.

Pero donde el horror supera todos los límites, es el campo de concentración en que
han convertido los militares a la Escuela No. 31 de Famaillá (…). Un prisionero, que

176
Estrella Roja nro. 44, 24/3/75, sin número de página.
177
El Combatiente, nro. 161, 31/3/1975.
178
Ibid.

184
recuperó su libertad, pudo contar cuál es la infrahumana condición de vida a que allí
sin sometidos los presos. Estos son alojados en carpas, esposados, con las manos en
la espalda, los ojos vendados permanentemente, la boca sellada con cinta adhesiva, la
cual solo es despegada hasta la mitad de la boca en los horarios de comer. Ni siquiera
en las comidas les quitan las vendas de los ojos. Para evitar que los prisioneros se
comuniquen entre sí, un soldado golpea permanentemente un plato para
ensordecerlos mientras comen. Quien relató todo esto estuvo varios días colgado de
los tobillos, solo lo bajaban para comer. Las carpas son alrededor de 30 y en cada una
están alojados 4 prisioneros.

A lo largo de toda la zona del operativo, se suceden los más brutales actos de
agresión contra la población. No se conoce el número de personas muertas a tiros por
el enemigo, por no haber escuchado la voz de alto. Sobre los cañaverales realizan
tiroteos sistemáticos e indiscriminados, los helicópteros llegan a posarse sobre las
cañas para abrirlas y apenas notan un movimiento abren fuego.

Un trabajador estaba cavando un pozo en el campo, cuando vio un helicóptero


sobrevolando sobre su cabeza. Asustado, le hizo señas con la pala. Solo eso significó
su muerte, ya que desde el helicóptero le dispararon asesinándolo.

Periódicamente los militares toman los cementerios locales, esto hace suponer a la
población que a las matanzas indiscriminadas se suceden los entierros ocultos a la
179
opinión pública”.

Luego, revelaban que más de 300 personas poblaban “las cárceles, las comisarías,
la Escuela 31 de Famaillá”, “en su gran medida humildes, trabajadores y campesinos
sobre quienes pesa la sospecha de colaborar y ayudar a la Compañía de Monte”. A
su vez, hacían público que estos detenidos no sólo eran “sometidos a condiciones
infrahumanas de vida” sino que sufrían “las más viles vejaciones, los más brutales
torturas, los más bárbaros atropellos”.

Más allá del valor del relato partidario sobre la experiencia de violencia política en el
sur tucumano, estas fuentes se vuelven centrales porque iluminan una dimensión del
ejercicio del poder represivo. Según Rita Segato (2004), una de las estrategias del
poder soberano para reproducirse como tal es divulgar y espectacularizar el hecho
de que se encuentra más allá de la ley. Como el poder soberano no se afirma si no

179
El Combatiente nro. 173, 2/7/1975, p 6.

185
es capaz de sembrar el terror, esa exhibición dramatizada del poder de muerte
cumple una función de ejemplaridad por medio de la cual se refuerza su poder
disciplinador (2004: 11). En este sentido, Segato considera que su poder está
condicionado a una exhibición pública y dramatizada de su capacidad de dominio
físico y moral, cuya posibilidad siempre latente es el aniquilamiento físico y moral del
otro (Segato, 2004: 12). En este sentido, este tipo de violencia presenta una
dimensión expresiva antes que instrumental, cuyo fin es expresar el control absoluto
de una voluntad sobre otra, y del control legislador sobre un territorio y sobre el
cuerpo del otro como anexo de ese territorio: “Expresar que se tiene en las manos la
voluntad del otro es la finalidad de la violencia expresiva. Dominio, soberanía y
control son su universo de significación” (2004: 7).

“… no existe poder soberano que sea solamente físico. Sin la subordinación


psicológica y moral del otro lo único que existe es poder de muerte, y el poder de
muerte, por sí solo, no es soberanía. La soberanía completa es, en su fase más
extrema, la de ‘hacer vivir o dejar morir’. Sin dominio de la vida en cuanto vida, la
dominación no puede completarse. Es por esto que una guerra que resulte en
exterminio no constituye victoria, porque solamente el poder de colonización permite la
exhibición del poder de muerte ante los destinados a permanecer vivos. El trazo por
excelencia de la soberanía no es el poder de muerte sobre el subyugado, sino su
derrota psicológica y moral, y su transformación en audiencia receptora de la
exhibición del poder de muerte discrecional del dominador” (Segato, 2004: 7).

Siguiendo esta línea, podemos considerar este crimen o acto violento como un
mensaje, como un acto comunicativo, que parece afirmar que su control sobre ese
territorio -y su población- es total. La audiencia privilegiada de ese poder de muerte -
de su voluntad soberana, arbitraria y discrecional- era la sociedad del sur tucumano,
víctima y espectadora del poder represivo y sus puestas en escena. En especial,
como sostiene Pilar Calveiro (1998), las víctimas casuales –quienes no tenía
militancia política, sindical, estudiantil o guerrillera– cumplía papel importante para la
diseminación del terror: eran la prueba irrefutable de la arbitrariedad del sistema y de
su verdadera omnipotencia y volvían a la amenaza incierta y generalizada. “Es que
además del objetivo político del exterminio de una fuerza de oposición, los militares

186
buscaban la demostración de un poder absoluto, capaz de decidir sobre la vida y la
muerte, de arraigar la certeza de que esta decisión es una función legítima del
poder” (Calveiro, 1998: 45).

La divulgación de este tipo de crímenes pretendía ser un activo medio para la


elaboración cultural del terror, terror que se volvió una poderosa herramienta de
dominación y un medio fundamental para lograr el control masivo de la población.
Entonces, junto a la represión oculta, secreta y negada (que ocurría en los centros
clandestinos de detención del sur tucumano), otra parte de esa represión se
mostraba, se espectacularizaba, se escenificaba.

“Desde el primer día han empezado a hacer la represión. Iban y venían del cerro, en
camiones, jeeps y los helicópteros, todo muy abiertamente, sin ningún prurito de nada:
pillaban a algunos del cerro y los traían aquí a las quintas al frente de nuestra casa, los
largaban vivos todavía de los helicópteros andando. Todos veíamos eso desde la calle,
nadie te puede decir que no lo ha visto. Después como alguno de aquí le han dicho al jefe
que eso era muy fuerte, que la gente veía todo, han empezado a tener cuidado y tiraban los
cuerpos más adentro, donde ahora es la calle de la Base. Han abierto un portón en la calle
que daba a la calle del centro y por ahí entraban los camiones.

También todo lo hacían para crear temor a su autoridad, digamos. Traían algunos muertos
y los dejaban tirados en fila al frente del escritorio (hoy es la escuela técnica). La primera
semana dejaron tres cuerpos tirados en fila y estuvieron cuatro días, todos los vimos. Era
para que tengamos miedo, para que no nos metamos con los extremistas.

La casa de mi hermana daba su fondo adentro de la Base (era el patio de armas). Una vez
mi mamá va para ese fondo y se mete porque quería mirar el cuartel. Y se da con que
había muchos cadáveres amontonados, algunos eran pedazos de cadáveres que salían de
bolsas de arpilleras, ha visto una cabeza suelta. Mi mamá se queda dura, pobre, empezó a
temblar. Y sale un cabo o un sargento y le dice:

- “¡Qué esta haciendo usted aquí. ¡Vaya para adentro! ¡Está prohibido venir aquí! ¡Usted no
ha visto nada!” La ha retado y les han prohibido usar esa puerta del fondo. Mi mamá ha
quedado enferma mucho tiempo por lo que había visto” (Testimonio de M., citado en:
Mercado 2005: 253 y 254).

187
188
Revista Gente segunda quincena de 1975, pp. 4 y 5.

189
La visita de los periodistas

Como sostuvo Pilar Calveiro, el «poder desaparecedor» se revela tanto en lo que


muestra como en lo que oculta de sí: “Si ese núcleo duro exhibe una parte de sí, la
‘mostrable’ que aparece en los desfiles, en el sistema penal, en el ejercicio legítimo
de la violencia, también esconde otra, la ‘vergonzante’, que se desaparece en el
control ilícito de correspondencias y vida privada, en el asesinato político, en las
prácticas de tortura, en los negocios y estafas” (Calveiro, 1998: 25). Junto a ese
núcleo duro del poder represivo – esa faceta vergonzante, secreta y clandestina que
se desaparecía en los centros clandestinos de detención y el terror que atravesó
todo el tejido social-, las autoridades del Operativo Independencia también
desplegaron otra serie de puestas en escena de la faceta mostrable del ejercicio de
la represión.

Con ese fin, en noviembre de 1975 las autoridades militares hicieron una fuerte
acción de propaganda: invitaron a más de medio centenar de periodistas argentinos
y extranjeros a visitar el “teatro de operaciones” del Operativo Independencia. A
mediados de ese mes, la revista Gente publicó una nota donde se reconstruía la
experiencia en el “frente de batalla” en el “monte tucumano” por parte de dos
periodistas que compartieron cinco días “en la guerra” en el campamento de la
Unidad de Combate Nº 9, “Fuerza de Tarea Ibatín”. Se trataba de un típico artículo
de esta revista semanal, 180 cuyo estilo se caracterizaba por un rico contenido gráfico
y textos escritos en primera persona, lo que permitía que el cronista reseñara sus
sensaciones personales (Ulanovsky, 1997: 161-163).

180
Nacida a mediados de 1965, Gente y la actualidad, de Editorial Atlántida, era una “revista
informal y osada pero muy integrada en el sistema occidental y cristiano” (Ulanovsky, 1997:
161). Caracterizada por las grandes coberturas por parte de enviados especiales, que
cubren hechos periodísticos “con ojos argentinos”, Gente intercalaba notas frívolas y
chimentos –especialmente en el verano- con informes sobre temas de actualidad serios
ilustradas con grandes fotografías (Ulanovsky, 1997: 161-163). Su fórmula combinaba dosis
de “actualidad y prensa del corazón, hechos resonantes y pequeños chimentos, personajes
anónimos y famosos” (Ulanovsky, 1997: 201). Siguiendo esta línea, el artículo sobre el
Operativo Independencia mezclaba información con opinión, acompañada con grandes y
reveladoras fotografías.

190
El eje de la nota estaba centrado en los “detalles que nadie conoce sobre la vida
cotidiana de los soldados argentinos en combate”, “un mundo de sacrificio, valor y
lucha”. La crónica mostraba cómo se alternaba entre la vida cotidiana y escenas
bélicas: por un lado, el café con leche a las seis de la mañana, el aseo personal, los
mates compartidos y el rato “para armarse un cigarrillo”, la lectura de las revistas de
historietas, la escritura y recepción de cartas y la escasés de agua. Por el otro, la
limpieza diaria de sus armas, el “toque de queda” por la noche, las “patrullas” que
partían al monte en “misiones de reconocimiento” del “territorio” o en busca de agua
y, finalmente, las “batallas”. 181 Lo primero que se describía era “el monte”, “la
geografía de la guerra”:

“Aquí no hay sol. El sol está arriba del techo verde. La tierra es oscura y pegajosa.
Esta tierra no conoce la luz. Es el monte. Senderos angostos. Subidas y bajadas.
Arroyos. Riachos. Quebradas que se alargan impenetrables y frías. (…) Es el monte
tucumano. Hasta no hace mucho tiempo en este monte solo había labriegos, cañeros y
pastores que cruzaban con sus rebaños de pueblo en pueblo. Ahora hay hombres con
uniformes verdes, con cascos y con armas. Ahora el canto de los pájaros salvajes se
quiebra con el ruido de las balas, con el ruido de la muerte. Hasta hace poco ésta era
una tierra de paz con una geografía dura que desafiaba al hombre con la irreverencia
de la naturaleza fuerte. Ahora es un territorio en guerra, un paraje donde se pelea
hombre a hombre. Donde solo hay un postulado: se vive o se muere. (…)

Un campamento está en la cima de la colina. Hay varios senderos que llegan hasta él.
A cada trecho de los mismos, hay hombres apostados con armas largas. Soldados de
guardia. El oficial a cargo del campamento nos recibe. Nos advierte sobre el peligro. La
base está allí desde hace algunos días y se cambiará constantemente. Nuestra
libertad para movernos es limitada. El peligro está en todas partes”. 182

El “monte tucumano”, según este relato, era un territorio de riesgos permanentes,


donde el peligro estaba omnipresente y el enemigo, acechaba. A su vez, no sólo era
construido como un espacio de naturaleza indómita sino que estaba plagado de
“secretos”. Un suboficial les explicaba que “acá uno tiene que conocerle los secretos
181
Gente, segunda quincena de noviembre de 1975, p. 8.
182
Ibid, p. 6.

191
al monte por necesidad” 183 y que los soldados que habían nacido en esa zona,
“conocen el monte como la palma de su mano” y “les cuentan cosas a sus
compañero, les enseñan todos los secretos que saben”. 184 Junto con el monte, se
construía la figura del enemigo, a partir de la descripción de la “primera batalla” en la
que participaron los periodistas:

“Al rato de instalarnos desde una radio se escucha: ‘Contacto con dos oponentes.
Contacto con dos oponentes…’. Pedimos ir con la patrulla. Bajamos los mil metros que
tiene la pendiente de la colina y bordeamos el monte. Hace calor. De la tierra se
desprende un vapor maloliente que se pega en la piel y que uno debe llevar mientras
esté allí. Se nos dice que no nos separemos de la patrulla. Cerca de treinta soldados
están alertas, semiescondidos entre la maleza. Un suboficial se pone en contacto con
el hombre que divisó los elementos subversivos.

‘Salieron del monte y entraron al cañaveral’.

Cruzar el llano es arriesgarse demasiado. Es ser un blanco fácil. Seguimos


caminando. Vamos agachados. Las ramas nos pegan en la cara. Nadie se queja.
Nadie habla. Un helicóptero entra en contacto por la radio y un par de minutos
después llega a la zona. Los ametralladoristas abren fuego sobre el cañaveral.
Eduardo me mira. Los dos estamos transpirando. El ruido de las balas nos llega de
cerca. Es de tableteo seco (…). Finalmente el helicóptero se va. Aparentemente los
dos hombres volvieron a meterse en el monte. Una patrulla va detrás de ellos.
Nosotros volvemos al campamento. (…) Acá en el monte la visibilidad es menor a los
diez metros. Un soldado me explica: ‘Acá uno puede tener un elefante a dos metros y
no lo ve’. Por eso la guerra en el monte es tremenda. Uno jamás sabe qué lugar está
tirando y muy rara vez puede ver al tirador. Generalmente los enfrentamientos son a
corta distancia. A veces los tiroteos son casi cuerpo a cuerpo.

La patrulla que había salido a buscar a los dos hombres regresa a la base. No hubo
contacto. Un oficial me explica cómo es esta guerra: ‘Por lo general un contacto, es
decir divisar al oponente, dura con mucha suerte diez a quince minutos. A partir de ahí
todo es cuestión de suerte. El monte es un infierno. Si el oponente va por una senda y
es divisado, inmediatamente entra en el monte. Allí es casi imposible ver más allá de

183
Ibid, p. 7.
184
Ibid, p. 8.

192
las propias narices. Uno camina y no sabe si al lado hay un hombre apuntándole. Aquí
la vida está en juego a cada rato. Incluso ahora no sabemos si puede haber alguien
apuntándonos”. Instintivamente miro a mi alrededor. El oficial se ríe y me dice: ‘No se
185
preocupe que usted tampoco va a verlos…’”.

En este sentido, se construían dos potentes imágenes: el monte como un espacio de


naturaleza indómita –“un infierno” lleno de peligros- y, paralelamente, un “enemigo” u
“oponente” escurridizo pero omnipresente. Ambos motivos se convertían en
metáforas aptas para (re)producir el terror entre soldados, suboficiales y oficiales
(véase: Taussig, 2006). En este marco de operaciones bélicas, se exaltaba la figura
del soldado conscripto, dispuesto a sacrificarse por la “patria”. En un apartado
titulado “La historia de un soldado y todas las historias”, el periodista entrevistó a un
conscripto de 21 años de “rostro aindiado” y “la piel morena”, “la voz grave y las
manos acostumbradas al monte”. Su testimonio, afirmaba el cronista, “sintetiza a
todos sus compañeros”:

“¿De dónde sos?

De Pampa Grande, Salta.

¿Cuánto hace que estás acá, en la guerra?

Veintidós días.

¿Los contás seguido, parece?

Sí, señor, es bueno poder contar un día más.

¿Tenés miedo?

No señor. El miedo viene cuando matan a un amigo y no por uno.

¿Vos tenías amigos que murieron en combate?

Sí, Maldonado y Castillo eran mis amigos.

¿Vos estuviste en un enfrentamiento con los terroristas?

Una vez. De noche, en una emboscada que les preparamos.

¿Cómo fue?

185
Ibid, pp. 6 y 7.

193
Nosotros los esperábamos porque sabíamos que tenían que pasar por ahí. Como a eso de
las dos de la mañana sentimos ruidos, gente que venía caminando por la senda. Y de
algo deben hacer sospechado porque tiraron primero. A cualquier lado, porque acá de
noche no se ve nada.

¿Y ustedes qué hicieron?

Abrimos fuego. A ellos los delataron los fogonazos de sus armas y entonces más o menos
uno tiene una referencia.

¿A qué distancia estaban unos de otros?

30 metros más o menos.

Nosotros herimos a uno y de parte nuestra gracias a Dios no le pasó nada a nadie.

¿Qué pensaste cuando tuviste que disparar?

Mire, en estos casos es la vida de ellos o la nuestra, y uno no tiene mucho que andar
pensando.

¿Vos pensaste alguna vez que te pueden matar?

Claro, uno sabe que en cualquier momento puede morir. (…)

¿Vos conoces bien el monte?


186
Me crié en el monte. Yo a la selva le conozco todos los secretos”.

Luego, describían una serie de anécdotas, de “combates” y “enfrentamientos


diarios”, siempre haciendo foco en la experiencia de los soldados conscriptos y sus
actitudes “heroicas”.

- “En el combate de Pueblo Viejo un soldado cubre el cuerpo de un suboficial herido


después de arrojar una granada contra el adversario. (…)

- Durante un enfrentamiento un soldado pierde la mitad de dedo índice de la mano


derecha. Durante la lucha siente el dolor pero quiere seguir tirando. Pero no puede
apretar el gatillo: le falta un dedo. Un terrorista pasa cerca de él y su desesperación
es tan que emprende la lucha a culatazos hasta que mata a su enemigo. Recién en
el campamento supo que no se la había trabado el fusil.

186
Ibid, p. 10.

194
- En otro enfrentamiento nocturno, un soldado queda en medio del enemigo. Cuerpo a
tierra tiene un hombre a cada lado suyo en la misma posición. Uno de esos hombres
le pregunta: ‘¿Dónde está el capitán?’. En seguida el soldado se da cuenta de que se
trata de un terrorista ya que en su patrulla no había ningún capitán. Entonces
contesta: ‘Está más adelante, se fue para allá’. El mismo hombre le dice: ‘Vamos
entonces’. Y el soldado le responde: ‘No puedo, tengo la mochila en el suelo’. Y el
otro le contesta: ‘Yo te ayudo’. Así el terrorista le ayuda al soldado a ponerse la
mochila y además le da un cargador de fusil. Empieza a caminar hacia delante y el
187
soldado lograr perderse en el monte y reunirse con su patrulla”.

- “[Periodista] ¿Se tiene miedo?

- [Suboficial]: Aquí no hay tiempo para tener miedo. Cuando alguien tiene miedo en un
enfrentamiento es hombre muerto. Acá hay que sacar el coraje de dónde sea, pero
sacar coraje.

- [P:] ¿En los momentos de descanso, cuando no lucha, no hay tiempo para pensar en
la familia, en los hijos, en la muerte?

[S:] Para esos momentos, en donde uno puede aflojar anímicamente, muchos
guardamos las fotos de nuestros compañeros muertos. Otros se acuerdan de los
velatorios de sus compañeros caídos en batalla. Y eso nos vuelve a esta realidad”. 188

Los periodistas cerraban la nota con la noticia de la muerte de “otro” soldado: “La
urgencia nos impidió conocer su nombre. Sabemos sí, que era otro argentino de 21
años”. 189 Por su parte, la cobertura del Canal 12 de Córdoba de esa visita de
periodistas mostraba al cronista en un camión militar que ingresaba al monte
tucumano por un camino de tierra muy angosto y rodeado de una tupida y
exuberante vegetación. Mientras el vehículo avanzaba, el periodista explicaba que
estaban acercándose “dificultosamente” a la zona donde operaban las Fuerzas de
Tareas de la V Brigada de Infantería del Ejército. La adversidad del territorio parecía
volverse una metáfora de los desafíos que esta lucha presentaba a las FFAA:

187
Ibid, p.11.
188
Ibid, p. 7.
189
Ibid, p.11.

195
“Aquí es muy difícil la lucha ya que a cada momento, a cada paso, puede aparecer el
oponente. La vegetación es aquí frondosa. Nos encontramos prácticamente en la
ladera de los cerros próximos a Famaillá y al ingenio La Fronterita, donde hace poco
tuvo lugar un violento choque entre los delincuentes subversivos y las fuerzas de
seguridad que están combatiendo la guerrilla. Acá la marcha se hace muy lentamente
y con muchas precauciones. (…) Aquí todos usan ropa militar y oscura para
confundirse con la vegetación en esta lucha permanente contra un oponente que
cambia de lugar día a día. Aquí están luchando contra los hijos de los obreros
argentinos, de los profesionales, contra los hijos de los empleados, que están bajo
bandera luchando los sediciosos a los que ayer la Cámara de Diputados de la Nación
condenó y contra quien invitó a toda la población a sumarse a la lucha que está
llevando a cabo el Ejército para terminar con este verdadero flagelo que es para los
190
pobladores de Tucumán, la presencia de la sedición”.

Mientras se podía ver cuatro soldados armados y vestidos de fajina y con casco y
las bolsas de arena ubicadas en la vereda de la vieja comisaría local convertida en
el Comando Táctico, el periodista le contaba al publico cordobés que estaban en la
localidad de Famaillá, al sur de Tucumán, donde se había instalado al mando del
General Vilas, comandante de la V Brigada del Ejército con asiento en San Miguel
de Tucumán: “Desde aquí –agregaba- se manejan las tropas en operaciones contra
la subversión, contra la delincuencia subversiva cuyos brotes se encuentran apenas
a 10 kilómetros, en los cerros próximos”. Luego, en la Plaza de esa localidad
tucumana, el periodista destacaba que sus 5 mil habitantes “ya se han
acostumbrado al trajinar de vehículos militares y siguen su vida normalmente”. Y,
frente a la Escuela General Lavalle (convertida en comisaría de la policía provincial),
entrevistó a varios vecinos:

“Periodista: ¿Qué cree que está haciendo el Ejército en los montes próximos?

190
31/10/1975, DVDH0394T0878 - N16, Archivo Fílmico Canal 12, Centro de Conservación y
Documentación Audiovisual, Facultad de Filosofía y Humanidades, Universidad Nacional de
Córdoba.

196
Vecino 1: Y bueno, el Ejército está haciendo que el pueblo esté tranquilo, andemos
todos tranquilos, en paz y queremos andar trabajar, tranquilos, que nadie nos moleste.

P: ¿Este es el criterio de todos los pobladores de la zona?

Vecino 1: Claro, todos los pobladores de la zona quieren andar tranquilos…

P: Y usted, ¿cree que la guerrilla está perturbando esa paz que ustedes necesitan?

Vecino 1: Si.

Vecino 2: Creo que la guerrilla está perturbando, sí.

P: ¿Usted cree que el Ejército podrá terminar pronto con este brote de subversión?

Vecino 2: Si, señor.

P: ¿Ese es el deseo además de ustedes?

Vecino 2: Si, es el deseo nuestro y que se termine todo esto. Porque aquí nosotros
somos una gente de trabajo, que no nos gusta molestar a nadie, ni que nadie nos
moleste. Vivimos trabajando honestamente, somos hombre de hogares, padres de
191
familia, y nos gusta estar tranquilos, bah, en una palabra”.

A la vera de una ruta donde se hacía un control por parte del Ejército, en una
improvisada conferencia de prensa frente a varios periodistas, el oficial Mario
Benjamín Menéndez afirmó:

“Menéndez: Inicialmente se hacía mucha tarea de acción cívica. Ahora nuestra tarea
se ha restringido, aunque es muy importante, al trabajo que nosotros le llamamos de
asuntos civiles: detectar necesidades de la población, encausarlas y hacer que los
organismos del gobierno vayan tratando de satisfacerlas.

Periodista 1: Por lo tanto entonces, ¿en el combate que usted mencionó como el
Combate de San Gabriel o de Acheral, la población prestó su colaboración al Ejército
por exclusivo patriotismo y simplemente por apoyo a la causa que se está llevando
aquí?

M: Por supuesto, por supuesto, porque la población realmente es una población que
tiene un acendrado patriotismo.

191
Ibid.

197
Periodista 2: ¿La actividad agrícola y la producción en general ha tenido alguna
variante con motivo de la presencia de los irregulares y del Ejército?

M: (…) El año pasado (…) esta zona se vio convulsionada por huelgas, y la posibilidad
de lograr una cosecha record en materia de azúcar se vio cortada. Tal es así que
terminó la zafra habiendo dejado el 30% de la caña en pie, según datos oficiales,
quizás un poco más. Este año, desde que se inició la zafra, son 160 días de zafra,
absolutamente normal y sin interrupciones. Pese a los rendimientos que se observan
en la caña en razón de las tremendas heladas que hubo este año, se llevan con
respecto al año pasado, fabricados casi 100 mil toneladas de azúcar más de lo que se
hizo el año pasado. Eso le da a usted un índice de la tranquilidad con que se vive y se
192
trabaja en este momento, en esta zona”.

Como vemos en las declaraciones de Menéndez, el objetivo del Operativo no sólo


había sido “aniquilar” a la Compañía de Monte sino también disciplinar a la población
del sur tucumano, una zona que tenía una larga tradición de luchas y resistencia.
Gracias a la influencia de su secretario general, Atilio Santillán 193 y otros dirigentes,
la FOTIA había adoptado una impronta clasista y combativa, distanciándose de la
burocracia sindical que había hegemonizado la CGT Regional Tucumán y
enfrentada con el gobernador peronista Amado Juri, un cañero fuerte, propietario de
finca con varios miles de surcos de caña, opuesto a los intereses de los obreros del
azúcar (Taire, 2008: 27 y 35). E, incluso el año pasado -en septiembre de 1974- la
FOTIA había realizado una huelga general de 18 días que paralizó casi todos los
ingenios azucareros. 194

192
Ibid.
193
Santillán era un dirigente sindical proveniente del Sindicato de Obreros de Fábrica y
Surco del Ingenio Bella Vista. Con 28 años fue elegido Secretario General de la FOTIA en
1964, como sucesor de Arnaldo Aparicio, del sindicato del Ingenio La Fronterita. Había sido
dirigente durante la gran crisis de la industria azucarera que culminó con el cierre de
decenas de ingenios azucareros a partir de 1966 y, con el retorno de la democracia en 1973,
había sido elegido nuevamente secretario general (Taire, 2008, 21).
194
Pese a la fuerte movilización, la fuerte presión por parte del gobierno nacional y
provincial, de la CGT y las 62 Organizaciones y el cerco represivo se volvieron asfixiantes.
Por lo tanto, la huelga fue levantada el 28 de septiembre, con la promesa de que los

198
Como podemos ver la zona de los ingenios azucareros y las plantaciones de azúcar,
donde había empezado a operar la Compañía de Monte, tenía una larga historia de
lucha, resistencia y activismo. Incluso durante la huelga de 1974, la zona sur
tucumana se convirtió en el espacio de clandestinidad donde dirigentes, delegados
de base y obreros sindicalizados realizaron asambleas, ollas populares, encuentros
y movilizaciones para garantizar la huelga general, buscando eludir el cerco de la
represión policial. En este sentido, en el sur tucumano, lugar donde se instalaron los
primeros centros clandestinos de detención del país, fue el campo de prueba de una
nueva sociedad ordenada, controlada, disciplinada y aterrada. 195 Gracias a esa
circulación del terror por todo el tejido social, este operativo ensayó una modalidad
represiva que buscaba desaparecer a los seres incómodos, conflictivos o molestos,
díscolos (Calveiro, 1998: 13).

“Desenmascarar las mentiras del enemigo”

La visita de periodistas se convirtió en una oportunidad para pulir y estandarizar un


relato y hacer una puesta en escena sobre la marcha del Operativo Independencia y
difundirlo en todo el país. Michel de Certeau (2000) ha planteado que todo relato es
una práctica de espacio, es decir, que dichas experiencias narradas no sólo son
prácticas organizadoras del espacio sino que producen geografías de acciones: “No
se limitan a desplazarlas y trasladarlas al campo del lenguaje (…) organizan los
andares. Hacen el viaje, antes o al mismo tiempo que los pies que lo ejecutan”
(2000: 128). Es en este sentido, argumenta De Certeau, que los relatos efectúan un
trabajo que, incesantemente, transforma los lugares en espacios –es decir, en
lugares practicados, gracias a acciones, operaciones y movimientos de sujetos
históricos (2000: 129 y 130).

máximos dirigentes de la CGT Nacional y de las 62 Organizaciones de acompañar en las


negociaciones para lograr la reivindicaciones de los trabajadores azucareros (Taire, 2008:
139). Una vez normalizada la zafra, una semana después el Ministerio de Trabajo les
devolvió la personería, reasumieron sus autoridades y, tras largas negociaciones, el 12 de
noviembre obtuvieron un aumento para los trabajadores azucareros (Taire, 2008: 141).
195
Véase, Calveiro (1998).

199
En este sentido, los relatos sobre el “monte” difundidos por los medios de
comunicación construían ese espacio como un lugar adverso y agreste de
naturaleza indómita, plagado de riesgos y peligros; los protagonistas, los soldados
como representantes de una lucha que libraba todo el pueblo argentino; el enemigo,
un omnipresente, móvil y peligroso “oponente”, un “combatiente irregular”
simultáneamente odiado y temido; un constante peligro de muerte que no sólo los
aterrorizaba sino que los volvía capaces de cualquier acto. 196 Pero, sobre todo,
construían al “monte tucumano” como aquel espacio donde se libraba una “batalla
central“ para ratificar la soberanía estatal.

Pocas posibilidades tenía el PRT-ERP para impugnar este relato oficial: hacía dos
años que había sido declarado ilegal y se había prohibido a la prensa nacional
incluso toda mención de su nombre.En un artículo titulado “Desenmascarar las
mentiras del enemigo”, cuestionaban que la versión de que “el denominado
'Operativo Independencia' marcha de victoria en victoria”:

“Por ejemplo, los milicos afirman que antes del 9 de febrero (…) nuestra unidad del
Monte, ya había liberado varias zonas, que nuestros combatientes desfilaban por las
calles de Famaillá y que la bandera del ERP flameaba en la plaza de esa ciudad, y
que éxito del ejército de Vilas consiste en haber obligado a la Compañía de monte a
retroceder y replegarse en el monte. ¡Qué cuento tan burdo! (...) El ERP nunca tomó

196
Luego de la visita de los periodistas, legisladores nacionales que integraban las
comisiones de Defensa del Senado y de la Cámara de Diputados también inspeccionaron la
zona de operaciones y emitieron un documento donde aseguraban que: “La tarea
desplegada por los hombres de la V Brigada de Infantería (...), ha sido decisiva para la
suerte de este operativo, que ha logrado erradicar casi totalmente la subversión en
Tucumán, ayudando así al país” (La Gaceta, 12-11-75, tapa). Por su parte, el gobernador de
la provincia, Amado Juri, también recorrió la zona de operaciones en diciembre de ese año,
con Vilas, y repartió cigarrillos y golosinas para los soldados. “Como gobernador he querido
llegar hasta aquí para agradecerles lo que hacen por la patria. Ustedes merecen el éxito (…)
porque en su búsqueda ponen valentía y coraje. Me siento orgulloso, como gobernador y
argentino, de ustedes que están defendiendo la bandera que paseó triunfadora por el
mundo. He querido también traerles estos presentes, que más que un valor material, tiene
un gran contenido espiritual” (La Gaceta, 11-12-1975, p.6).

200
Famaillá ni ninguna ciudad de ese tamaño, tampoco hemos llegado a tener zonas
liberadas y tanto antes como después del Operativo, la Compañía de monte tiene su
base de operaciones en los cerros tucumanos y desde allí se realiza incursiones en el
197
llano burlando una y mil veces los aparatosos controles del Ejército Enemigo”.

También negaban que la Compañía de monte estuviera “desarticulada” y “sus


combatientes ‘andan dispersos y se baten en retirada”. En cambio, consideraban
que “nuestra aguerrida guerrilla rural ha avanzado notablemente”: “Nuestras filas se
han engrosado, las unidades se han estructurado y consolidado, aunando
importantes experiencias y nuestros combatientes han estrechado más que nunca
sus vínculos de unión con el pueblo tucumano”. Por el contrario, planteaban que el
Ejército Argentino había tenido que “retirar diezmados” de la zona de operaciones “a
dos de sus mejores Regimientos (el 19 y el 28)”, y reforzar la V Brigada con
efectivos de otras partes del país. Reconocían que había sufrido “varias y valiosas
bajas” y que afrontaban “diariamente numerosas dificultades”: “Sabemos que
estamos en guerra y que la caída de valiosos compañeros será inevitable, como
también son inevitables los sacrificios y las dificultades”.

“El enemigo pretende también desprestigiarnos diciendo que numerosos combatientes


de la Compañía de monte provienen de otras provincias. ¡Esto es así y nos llena de
orgullo! La lucha guerrillera en los cerros y selvas tucumanas es la lucha de todo el
pueblo argentino por su segunda y definitiva independencia. Y a ella acudirán miles de
patriotas desde todos los puntos de la patria a engrosar voluntariamente las filas del
ejército que nos librará para siempre del yugo de la explotación y la opresión
198
capitalista”.

También impugnaban la versión de que la Compañía de monte estaba “aislada


de la población” y que tenían problemas para aprovisionarse de alimentos. Este
conjunto de “deformaciones y exageraciones” “que proporciona el enemigo son
producto de su desesperación e impotencia frente al incontenible auge de la

197
Estrella Roja nro. 64, 17/11/1975, pp. 10-12.
198
Ibid.

201
lucha guerrillera, rural y urbana”. Y llamaban a “todo hombre y mujer patriota” a
que difundiera “la verdad revolucionaria” sobre “la gesta guerrillera en
Tucumana” donde “un reducido núcleo de heroicos y aguerridos guerrilleros,
tiene un jaque a más de 5.000 efectivos del Ejército de Videla, haciéndoles
199
morder diariamente le polvo de la derrota”.

Navidad en el monte: una experiencia fundacional

Fragmento de “Carta a mi pequeña hija”


“Hoy la Patria me llama, pequeña,
para hacerte una tierra mejor,
sin piratas de rojas banderas,
y hombres que odian por no tener Dios.

Tengo espada; por vos y por todos,


voy al monte de mi Tucumán.
Canto y lucho alegrías muy tiernas,
aunque estalle de rabia el fusil.

Navidad en la selva, pequeña,


y un fogón compañero, recuerdan,
las familias lejanas, muy cerca,
y un aliento de pueblo hasta el fin”. 200

En el marco de esta lucha por imponer una versión oficial sobre la marcha del
Operativo Independencia, el 23 de diciembre, en la víspera de Nochebuena, las
FFAA estrenaron en todos los canales de aire un corto cinematográfico de cuatro
minutos de duración; su difusión coincidió con el ataque al Arsenal de Monte
Chingolo por parte del PRT-ERP. En ese contexto de violencia política, según el
diario La Opinión, este corto mostraba el “mensaje navideño más patético que la
Argentina conociera jamás”:

199
Ibid.
200
La Opinión, 4-1-76.

202
“Soldados en marcha, pertrechados para el combate, se internan en la selva
tucumana. Avances de infantería en un terreno de alta maleza dan paso a un corte de
chicos alegres, corriendo en un parte de juegos. Rostros infantiles y de muertos
pueblan de pronto la pantalla del televisor. La paternidad, condición de un soldado que
lucha en la guerra contra la subversión, es el tema que enlaza la vida y la muerte”.

Para La Opinión, el mensaje era claro y contundente: “la violencia existe, y la guerra
ya no es una referencia exótica, imputable al Sinaí, a Vietnam o al África”. Según
ese diario, se equivocaban quienes pensaban que los militares eran los únicos
encargados de resolver un “problema puramente militar”: “ningún argentino vive en
la zona no afectada, porque la lucha trepida más acá de las trincheras y
emboscadas. Así, por primera vez, el compromiso de la guerra se generaliza
difuminando la indiferencia”.

En ese sentido, construían la figura del soldado conscripto (y además “padre de


familia”) que debía pasar la Navidad alejado de su familia, debido a que había sido
destinado al “frente, en la línea de fuego o en la trinchera” en pleno monte
tucumano. Esta figura se volvía paradigmática a la hora de mostrar que todo el
pueblo –y no sólo sus FFAA- libraban la batalla contra la llamada “subversión”.

Junto con este corto de propaganda, en pleno monte tucumano se produjo otro
hecho político: la visita del Comandante en Jefe del Ejército, Jorge Rafael Videla,
que pasó Nochebuena junto a los soldados, suboficiales y oficiales destinados al
Operativo Independencia. Si bien el comandante general del Ejército Jorge Rafael
Videla ya había visitado la zona en otras oportunidades, decidió pasar Nochebuena
201
de 1975 junto a las tropas. Desde ahí, emitió un mensaje a todo el país:

“Soldados del Ejército Argentino: desde esta bendita tierra tucumana, testigo
imperecedero de nuestra gesta emancipatoria y perenne eco del grito de la
independencia, me dirijo a vosotros, en vísperas de la conmemoración del nacimiento
de nuestro Redentor, para haceros llegar mi más fervoroso mensaje de felicidad y el

201
Lo acompañaron el comandante del III Cuerpo del Ejército, el secretario general del
Comando, Gral. Orlando René Azpiarte, el director de Institutos Militares, Gral. Santiago
Omar Riveros y el jefe de Operaciones del Comando, Gral. Leopoldo Fortunato Galtieri.

203
íntimo anhelo de que la paz reine nuevamente en nuestros espíritus. Mientras la
cristiandad festeja en familia la llegada del niño Dios, el Ejército Argentino en
operaciones, aquí, en el corazón del monte tucumano, como en todo el ámbito del
país, lucha armas en mano para lograr esa felicidad”. 202

En diálogo con el periodismo local y los enviados a cubrir la visita de Videla, ya en el


helipuerto de Famaillá, aseguró: “Los efectivos que luchan en las montañas de
Tucumán (…) son la expresión simbólica del Ejército en operaciones”. 203 La revista
Gente publicó un artículo sobre esta visita donde el periodista destacaba que se
trataba de la primera vez durante el siglo XX que el Ejército Argentino estaba “en
guerra”, aunque se trataba de una guerra no “convencional”:

“No es una guerra franca y leal, donde el enemigo está enfrente, mostrando su cara,
sus insignias, sus armas. Es una guerra donde el enemigo está escondido, agazapado
en la sombra, diseminado por todo el país, esperando atacar por sorpresa objetivos
militares o civiles. Aun en las guerras más encarnizadas del mundo, los bandos en
lucha suelen pactar una tregua para navidad. Pero esto no es posible frente a la
subversión que marca -a pocas horas de la Nochebuena- sus crueles reglas del juego
con el ataque al cuartel de Monte Chingolo y el atentado contra la casa del Dr. Balbín.
(…) Por eso, como un símbolo, el Gral. Videla está junto a su hombres esta noche en
el frente de Tucumán”.

En ese contexto, el relato periodístico de la revista Gente mostraba que la rutina


bélica se mezclaba con los ánimos: “Nadie olvida que hoy es Nochebuena. Pero
tampoco nadie olvida que están en un frente de batalla”. Sin embargo, el autor
aclaraba que, pese a que todos extrañaban a sus parientes, cada uno sentía que
cumplía un rol central: defender el “derecho a la paz” no sólo de su propia familia
sino todas las familias argentinas. Luego, el cronista de la revista Gente señalaba
que había tenido el “privilegio” de ser el primer periodista recibido personalmente por
Videla:

202
La Gaceta, 27/12/75, tapa.
203
Ibid.

204
− “General Videla, ésta es la primera vez en lo que va del siglo que un comandante
General del Ejército pasa la Nochebuena junto a sus soldados en un frente de
batalla. ¿Con qué animo lo ha hecho?

− Yo me he constituido en la zona de operaciones de Tucumán con el objeto de


señalar la presencia del Comando General del Ejército junto al personal que está
aquí luchando contra la delincuencia subversiva. No lo hago por exclusividad, por
cuanto todo el Ejército está en operaciones, pero Tucumán para nosotros es un
símbolo. Aquí se está construyendo la victoria final contra la delincuencia. Por eso ha
sido nuestro mejor deseo testimoniar el reconocimiento del Ejército a quienes luchan
por esa victoria día a día. (…)

− ¿Con qué espíritu encontró a los soldados que luchan en Tucumán?

− No es común entre nosotros haber celebrado la Navidad en operaciones. Lo


hacemos plenos de emoción, porque es precisamente una prueba de nuestra
capacidad de servicio a la nación. He encontrado rotundo eco en la gente que está
aquí, que no deja de pensar que es Navidad, que añora a sus seres queridos, pero
arma el brazo y con la mirada atenta cumple abnegadamente con su misión, que es
la de alcanzar la paz para todos.

− ¿Cuál es el compromiso del Ejército para alcanzar esa paz?

− Sin límite. El compromiso nuestro es de todo nuestro esfuerzo.

− A la luz de los últimos acontecimientos pareciera ser que alcanzar esa paz puede ser
algo doloroso.

− Aún con el dolor, nuestro compromiso no tendrá límites. La entrega es total”. 204

Con la autorización de Videla, el periodista recorrió otros “destacamentos en


operaciones” y pidió autorización para visitar el hospital, en cuya sala general
estaban internados la mayoría de los soldados heridos. El autor describió que,
mientras conversaba con Sebastián G, un soldado sanjuanino herido en una
emboscada en el monte tucumano, pudo ver una carta escrita por su madre donde le
pedía que “se cuide mucho”. “No te aflijas, pronto te va a dar la baja y vas a poder

204
Gente, último número de 1975, pp. 6-9.

205
volver a ver a tu vieja”, le dijo el periodista. “No, señor, cuando me den la baja
quisiera volver al monte para ayudar a que todo esto se acabe de una vez”, le
contestó el soldado conscripto. “Pienso en mis dos hijos varones. Quizás cuando
ellos tengan veinte años solo deban empuñar un arma para defender la paz”,
concluía la primer parte de la nota. Así se mostraba cómo todo un pueblo estaba
dispuesto –no simplemente obligado por la ley de servicio militar- a participar
activamente, a “sacrificarse” en esta guerra “no convencional”.

La crónica del día 25 de diciembre comenzaba con una visita al ingenio San Pablo,
donde estaba instalado un grupo de Gendarmería de San Juan. En esa visita los
periodistas fueron acompañados por Jorge Rafael Videla, Osvaldo René Aspiarte,
Santiago Omar Riveros, Leopoldo Fortunato Galtieri, Luciano Benjamín Menéndez y
Antonio Domingo Bussi:

“Quiero que en esta oportunidad – había afirmado Videla frente a grupo- la presencia
del Comandante General en representación del Ejército sea un estímulo para quienes
no miden en sacrificio en el cumplimiento de su deber. Somos gente de vocación que
hemos consagrado la vida al servicio de una función. El servicio no es para nosotros
una obligación sino un gozo. Por ello, al margen de toda formalidad quiero saludar a
cada uno de ustedes personalmente”.

Según la crónica periodística, cuando Videla se retiró, un suboficial con casi 30 a de


servicio le comentó al periodista: “Sólo un viejo soldado como yo sabe el valor que
tiene un gesto como éste”. Luego se dirigieron al destacamento “Aconquija”, en la
localidad de Santa Lucía, un “pueblo” que, según el periodista, había sido un
“verdadero bastión de la subversión” y donde “llegaron incluso a desfilar con sus
efectivos”. “Las patrullas siguen abriendo sendas en el monte y la vigilancia es tan
rígida como siempre”, aseguraba el periodista. Sin embargo, en plena navidad, el
cronista mostraba que una vecina les había dado a los soldados un árbol de navidad
para que no les faltara “este símbolo de navidad”; un oficial le había obsequiado a
cada uno “paquetes con regalos”; y habían compartido un asado con el jefe de la
unidad, Miguel Alfredo Paz. Luego, describía a un soldado llamado Guido G. que
entonaba “con voz melodiosa” una zamba su familia y su novia que habían viajado
desde San Miguel de Tucumán para acompañarlo:

206
“Guido canta feliz y todo el cuadro parece irreal; la tarde soleada, los cerros azules
recortándose detrás, el grupo familiar y las canciones. Pero al lado de su guitarra
descansa el arma del soldado Guido, y entonces uno vuelve a recordar esa palabra
dura, triste, dolorosa: guerra. (…) Pero cada oficial, cada suboficial, cada soldado, está
convencido que detrás de su sacrificio está la victoria final y con ella la paz para todos.
Una paz que, inexplicablemente, no dejamos arrebatar los argentinos”.

207
Revista Gente último número 1975, p. 6.

208
209
Fundar un “teatro”

Como vemos, un lugar –en este caso, el monte tucumano- no puede ser pensado
como algo simple ni como un territorio cerrado sobre sí mismo y coherente. “Al
contrario, -sostiene Doreen Massey - cada lugar es un nodo abierto de relaciones,
una articulación, un entramado de flujos, influencias, intercambios, etc. (…) Es decir
que la especificidad de cada lugar es el resultado de la mezcla distinta de todas las
relaciones, prácticas, intercambios, etc. que se entrelazan dentro de este nodo y es
producto también de lo que se desarrolle como resultado de este entrelazamiento”
(2004: 78 y 79). Ese flujo de personas que circulaban por el sur tucumano
(pobladores, activistas y trabajadores del mundo del azúcar; militantes políticos y
revolucionarios; autoridades nacionales; soldados, personal de las Fuerzas Armadas
y de Seguridad); esa circulación de relatos sobre el monte en los medios de
comunicación (en la prensa partidaria; en revistas y diarios de circulación nacional;
en radio y televisión); en síntesis, esas relaciones, vínculos y contactos –
205
completamente arraigadas, concretas y cotidianas- contribuyeron a la producción
de ‘monte tucumano’ como un lugar «central» de disputa, donde se libraba un
capítulo fundamental en la lucha (contra)revolucionaria.

A su vez, estos relatos sobre el “monte tucumano” también «fundaron» este espacio
como “teatro de operaciones”. Me explico: Michel De Certeau sostuvo que los relatos
ejercen un papel decisivo no sólo en materia de organización del espacio (en
operaciones de delimitación y deslinde) sino también suelen tener como «función de
fundación», es decir, de crear un teatro apto para ciertas acciones (De Certeau,
2000: 136). Sin embargo, De Certeau aclara que esta función no es jurídica sino que
se asemeja a aquella acción ritual que los romanos efectuaban antes de toda acción
civil o militar, destinada a crear el campo necesario para las actividades políticas,
comerciales, diplomáticas o guerreras.

205
“Si conceptualizamos el ‘espacio’ en términos de relaciones y lo hacemos rigurosamente
entonces el espacio global no es más que la totalidad de todas las relaciones, los vínculos,
las prácticas de comunicación (y no comunicación, falta de..., etc.), de comercio, de
intercambio e influencia cultural, y éstas están completamente arraigadas, son concretas,
cotidianas” (Massei, 2004: 80).

210
“Así pues, - sostiene De Certeau- también es una repetitio rerum: a la vez una
reanudación y repetición de actos fundadores originarios, una recitación y cita de las
genealogías susceptibles de legitimar la nueva empresa, y una predicción y promesa
de éxito al inicio de combates, contratos o conquistas. Como se trata de una repetición
general antes de la representación efectiva, el rito, narración de acciones, precede a la
efectuación histórica” (2000: 136 y 137; cursivas en el texto original).

Gracias a esta operación ritual, se fundaba un espacio apto para las acciones que se
iban a emprender, se creaba un campo que servía de base y teatro. Para De
Certeau, ése es precisamente el papel básico del relato: abrir un teatro de
legitimidad para acciones efectivas y, en ese movimiento, crear un campo que
autorice prácticas sociales arriesgadas y contingentes (2000: 137). Siguiendo este
marco interpretativo, este conjunto de relatos partidarios sobre el “monte” buscaba
producir una nueva geografía contrarrevolucionaria, ratificando la soberanía estatal
sobre ese territorio.Al ir progresivamente puliendo un relato del Operativo
Independencia como una “batalla decisiva” que se libraba en el monte tucumano
contra un “combatiente irregular”, se fundaba un teatro apto para legitimar primero y
luego extender la zona de operaciones al resto del país. En este sentido, la visita de
Videla al monte tucumano no sólo implicaba el cierre del primer año de operaciones
de represión ejecutada de manera directa por el Ejército Argentino; sino auguraba la
extensión de la represión en manos de las FFAA a todo el país.

211
Capítulo VI: Soldados combatientes

Como parte de esta estrategia para hacer una puesta en escena del dominio militar
sobre la conflictiva zona sur de Tucumán, a partir de febrero de 1975 las FFAA
movilizaron miles y miles de soldados conscriptos de todas partes del país al “teatro
de operaciones” del Operativo Independencia – especialmente de la V Brigada de
Infantería del Ejército, es decir, tropa proveniente de las guarniciones de Tucumán,
Salta y Jujuy.

Desde un inicio del operativo represivo, la figura de los soldados conscriptos


combatientes fue continuamente exaltada por las autoridades militares a cargo del
operativo represivo en arengas y discursos pronunciados durante actos militares y
fechas patrias, así como ante los medios de comunicación y en las revistas militares.
Por ejemplo, en el tercer comunicado publicado en la prensa tucumana desde el
inicio del operativo, Acdel Vilas destacaba “la entereza y decisión con que los
soldados argentinos empuñan las armas o las herramientas de trabajo en
cumplimiento de la misión impuesta como consecuencia de las disposiciones del
Poder Ejecutivo Nacional. Entereza y decisión al servicio de la Patria, que honra a
las madres argentinas que entregan sus hijos al servicio de la Nación”. 206 En esta
misma línea, frente a la incorporación de los soldados de la Clase 1954, este tópico
fue retomado por el Comandante General del Ejército, Gral. Leandro Anaya. El 24
de marzo de 1975, en el Patio de Armas del Regimiento 19 de Infantería, Vilas leyó
esa arenga donde Anaya sostenía:

“He ordenado la realización de esta formación para hablarles desde este glorioso
suelo tucumano, porque aquí el Ejército se encuentra empeñado en una operación de
trascendencia, en cumplimiento de su función primordial: salvaguardar la seguridad de
la Nación. (…) Organizaciones internacionales al servicio de ideología extrañas a lo
argentino, pretenden dominar nuestra tierra para proyectarse luego al resto de
Latinoamérica. (…) Olvidan que esta tierra (…) es libre porque un pueblo viril
acompañó con sangre esa determinación. (…) Yo tengo profunda fe en este pueblo.
Por eso tengo fe en ustedes, que no son otra cosa que ese pueblo en armas”. 207

206
La Gaceta, 14/2/1975, tapa.
207
La Gaceta, 25/3/75, tapa.

212
Como ya hemos visto, durante la visita de periodistas nacionales e internacionales al
“teatro de operaciones”, se fue puliendo el relato oficial sobre el Operativo
Independencia y los soldados conscriptos fueron construidos ante los medios de
comunicación como el símbolo de una lucha que libraba todo el pueblo argentino –a
través de la “entrega” de sus hijos varones que cumplían con el servicio militar
obligatorio. Por ejemplo, las imágenes de la cobertura periodística realizada por
Canal 10 de Córdoba mostraban la experiencia del “grupo de tareas” Águila,
marcada por condiciones “por demás difíciles” de vida, ya que ésta se desarrollaba
en la “plena selva de la ladera del Aconquija”. 208 La descripción de la lucha que se
libraba en el monte tucumano era sencilla y hasta didáctica: “De este lado las
fuerzas del orden, las fuerzas del Ejército; del otro, la subversión, el terrorismo, la
delincuencia que quiere cambiar nuestro sistema de vida”. “En estos montes, les
recordamos a los cordobeses –continuaba el periodista- , murió un soldado de
Córdoba, el hijo de Susy Calo, locutora de hace algunas décadas”. Luego,
entrevistaba a un soldado conscripto:

“Tiene 21 años de edad, es soldado, su origen es la provincia de San Juan. ¿Qué


están haciendo acá soldados?

- Estamos acá, operando contra el enemigo.

- ¿Quién es el enemigo, Soldado?

- El enemigo subversivo que nos quiere quitar la Argentina.

- ¿Cuánto hace que están ustedes aquí?

- Y, 45 días, más o menos.

- ¿Qué idea tienen ustedes del enemigo? ¿Usan algún uniforme que los distingue?
209
- Si, un uniforme verde, igual que el nuestro”.

208
El periodista explicaba a la audiencia que: “un grupo de tareas es una concentración de
efectivos listas para entrar en combate en cualquier momento y desde donde parten las
patrullas hacia el lugar donde es posible detectar a la fuerza oponente es decir a la
delincuencia subversiva”.
209
31/10/1975, Registro: 011676, Archivo Fílmico Canal 10, Centro de Conservación y

213
Imagen de TV, Archivo Canal 10 de Córdoba.

A continuación, un mayor de la V Brigada de Infantería describía las “operaciones”


militares desarrolladas en la “zona boscosa de Tucumán”:

- “Mayor, ¿cuánto hace que están acá?

- 60 días, señor.

- ¿Cuál es el ánimo de las tropas a esta altura del tiempo que ya se encuentran en
combate?

- Bueno, es un alto espíritu el que lo abriga a todos ellos, son soldados cuyanos. (…)

- ¿Qué noticia tienen ustedes acerca de las relaciones entre los soldados y sus
padres?

Documentación Audiovisual, Facultad de Filosofía y Humanidades, Universidad Nacional de


Córdoba.

214
- Nosotros recibimos a diario adhesiones de los familiares de nuestros soldados en lo
cual no solamente nos alientan en continuar en estas acciones que venimos
realizando sino que se sienten orgullosas de saber que sus hijos están interviniendo
en esta actividad tan importante para el pueblo argentino, para que el pueblo
argentino pueda vivir en la verdadera libertad que siempre lo ha caracterizado.

- ¿Ha habido casos de padres o madres que se han acercado a sus hijos aquí a
Tucumán desde otras provincias? (…)

- Sí, señor. Hay muchos casos. (…) Desde ayer convivió con nosotros el padre de un
soldado que también es periodista. Que lo ha hecho no como periodista sino como
padre para ver y para encontrarse un momento con sus hijos. Y argentinos vienen
aquí a visitar a los soldados, hace 60 días que estamos.

- ¿Cómo se llama este lugar en donde nos encontramos?

- Este lugar se lo conoce como la Viuda del Cardoso (…), próxima al Rio
Caspinchango.

- ¿Tuvieron combates ustedes?

- Sí, señor, hemos tenido enfrentamientos. Gracias a dios no hemos tenido ninguna
baja.

- ¿Y de parte de los delincuentes subversivos?

- Y conocemos tres bajas de parte de los delincuentes subversivos, pero creemos que
pueden haber más. Normalmente ellos tratan de recuperar a sus heridos.

- ¿Qué opinión tiene usted de los delincuentes subversivos?

- Son unos infelices, señor. Como argentino y como soldado, yo no tengo miedo ni mi
familia tiene miedo de mostrar la cara, porque el soldado argentino siempre fue
valiente. (…)

- ¿Es difícil explicarle a los soldados contra quien se lucha y por qué se lucha?

- No, porque son argentinos igual que yo y ellos entienden perfectamente por qué
210
luchan y contra quién luchan”.

El periodista cerraba la nota destacando que estaban en un campamento del Ejército


Argentino, a 25 kilómetros de Famailla: “Ésta es selva tucumana, en la ladera del

210
Ibid.

215
Aconquija. Aquí vinieron a cumplir sus pérfidos designios los enemigos de la
normalidad, los enemigos de la libertad. Aquí está el Ejército Argentino defendiendo
las instituciones y defendiendo la continuidad de un gobierno que el pueblo eligió y
quiere que permanezca”.

Como se puede ver el monte tucumano también fue construido como el “teatro”
donde miles de soldados, oficiales y suboficiales ofrendarían su vida para
“salvaguardar la seguridad de la Nación”. En este sentido, el inicio del Operativo
Independencia había representado una alteración en la lógica de funcionamiento del
servicio militar obligatorio. Me explico: desde la creación del servicio militar, a
principios del siglo XX, los soldados recibían instrucción militar para estar preparados
para “defender a la patria” en caso de un enfrentamiento bélico con otro país –
apelando a valores morales como el “patriotismo”, el “compañerismo”, el “heroísmo” y
el “sacrificio” y a la adquisición de una disciplina, rutinas, prácticas y un (cierto)
entrenamiento militar. Sin embargo, el comienzo de este Operativo represivo
representó un cambio sustancial en la experiencia de los soldados conscriptos: a
partir de febrero de 1975, podían ser enviados a un “teatro de operaciones” bélico
donde la posibilidad de morir y matar era real y concreta. Como veremos, esto
supuso una serie de continuidades y rupturas en la lógica de funcionamiento del
servicio militar obligatorio, es decir, las prácticas, relaciones, sentidos y valores que lo
organizaban.

En dicha línea, en este capítulo analizaremos cómo a partir de febrero de 1975 las
autoridades militares imaginaron un nuevo rol para los conscriptos y configuraron un
modelo de soldado legítimo: aquel que no sólo combatía activamente en la
denominada “lucha contra la subversión” sino que estaba también dispuesto a “dar su
vida”. 211 Con este fin, consideramos fértil pensar el “sacrificio” como un valor moral
que ha ocupado un lugar central para orientar y condicionar la praxis de los
soldados conscriptos en la llamada “lucha contra la subversión”. Fernando Balbi
(2007), propuso fundar el análisis de los valores morales en un enfoque etnográfico

211
En especial, debido a que la mayoría de los soldados no presentaba una marcada
vocación por integrar las FFAA sino que se limitaba a cumplir con una obligación (un deber) y,
una vez completado su paso por la conscripción no se integraban como miembros
profesionales del Ejército.

216
que permita dar cuenta de tanto de sentidos canónicos así como de su carácter
polisémico, es decir, del proceso conflictivo, dinámico de producción y
transformación de su sentido. Ello así porque su sentido está sujeto a interpretación,
discusión y consecuentemente a transformaciones en determinados contextos
sociales históricamente dados, “puesto que es parte de procesos sociales situados,
encontrándose inevitablemente vinculada a determinados entramados de relaciones
sociales e instituciones” (Balbi, 2007: 79). Además, como parte de una serie de
recaudos metodológicos, Fernando Balbi considera que, siempre que un
investigador pretenda atribuir a determinados conceptos el carácter de valor moral,
se debe imponer la tarea de dar cuenta etnográficamente de tal condición. 212 Es
decir, se trata de analizar los procesos sociales, condicionamientos institucionales y
relaciones sociales de que dependen sus propiedades formales y contenidos, su
contenido moral, sus sentidos y la carga emocional en contextos específicos (Balbi,
2007: 38).

En esta misma línea, también destaca que las complejas relaciones con el
comportamiento radica en el triple carácter simultáneamente cognitivo, moral y
emotivo propio de los valores morales:

“Si los valores morales son conceptos dotados de un contenido moral y de una carga
emotiva que las personas internalizan en el curso de su experiencia social, entonces,
tanto los sentidos de esos conceptos como sus asociaciones emocionales, y hasta su
propio contenido moral, no pueden ser entendidos sino como productos contingentes
de los procesos sociales que sirven de marco a la sucesión de ocasiones socialmente
situadas, a través de las cuales las personas experimentan el mundo circundante. Se
sigue de esto, evidentemente, que los valores no pueden ser entendidos más que por
referencia a determinados contextos sociales históricamente dados” (Balbi, 2007: 83).

212
“Ello significa que podemos hablar de ‘valores morales’ cuando observamos: (a)
modalidades sistemáticas de presentación de los relaciones entre comportamientos y
valores por parte de los actores, (b) la capacidad de estos para imponerse mutuamente
determinando cursos de acción en base a la invocación de valores, y (c) la existencia de
sanciones sociales efectivas fundadas en los mismo valores” (Balbi, 2007: 38).

217
Es en este sentido que los valores morales – entendidos en determinados contextos
sociales, históricos e institucionales – operan tanto como medio de sus acciones a la
vez que como fundamento de las mismas. A su vez, se convierten en medios
desplegados a los fines de posicionarse y disputar entre sí en determinados
contextos:

“… en tanto conceptos internalizados por las personas, los valores morales


contribuyen a estructurar la forma en que las personas experimentan el mundo y lo
interpretan. En este sentido de mínima, todo el comportamiento depende de los
valores en la medida en que los mismos informan las maneras en que las personas
piensan (conocen, entienden) el mundo que los rodea. Un paso más allá, los valores
constituyen parámetros que constriñen, orientan y motivan el comportamiento porque
normalmente las personas han internalizado particularmente alguno de todos los
sentidos posibles para estos conceptos – a los que he llamado canónicos-, que son
aquellos que se encuentran legitimados y respaldados por sanciones en el medio
social en que ellas operan. Otra razón para esto es la carga emotiva asociada a la
formulación conceptual de los valores, esto es, la capacidad de evocar ciertas
emociones asociadas a estos conceptos” (Balbi, 2007: 84).

Siguiendo esta propuesta, mostraré cómo las autoridades militares construyeron y


buscaron imponer el valor moral del “sacrificio” en la tropa de soldados conscriptos
enviados a combatir a la guerrilla al “teatro de operaciones” del sur tucumano. En
este sentido, las autoridades militares pretendían que este valor moral fuera al
mismo tiempo el parámetro normativo que rigieran no solo su comportamiento sino
que se convirtiera en el medio empleado para entender el mundo circundante y para
concebir sus propias acciones.

Entonces, nos preguntaremos: ¿cómo se construyó un código moral que buscaba


orientar y condicionar la praxis de los soldados? ¿a través de qué metáforas,
mandatos institucionales, sentidos y prácticas se alentó el valor moral del “sacrificio”?
¿Cómo se intentó producir esa legitimidad emocional y moral para que los soldados
estuvieran dispuestos a dar su vida en un contexto de represión política? ¿hasta qué
punto ese deber ser fue reproducido, interiorizado y apropiado por los soldados?
¿mediante qué tipo de tácticas fue evadido, resistido y/o impugnado? Con este fin,

218
retomaremos algunos autores clásicos de la teoría antropológica sobre el sacrificio,
el don y las deudas, en especial, Marcel Mauss, Henri Hubert y la relectura que hizo
de ellos Maurice Godelier (1998). Este marco teórico se volverá fértil para analizar el
valor moral que las autoridades militares alentaron en relación a los soldados
213
conscriptos: “dar la vida”, “sacrificarse”.

Revista ElSoldado Argentino nro. 698, junio-diciembre 1975, p. 18.

213
Para pensar cómo se crearon relaciones entre los soldados, oficiales y suboficiales, este
trabajo se encuadra en aquellas investigaciones que han estudiado cómo las deudas o los
intercambios de dones fundan relaciones sociales entre personas morales y grupos sociales
(Sarrabayrouse Oliveira, 2008; Pita, 2010) e incluso pueden mover a realizar los más
grandes sacrificios (véase: Longoni, 2007).

219
Hasta la última gota de sangre por la Patria

A mediados de 1976, en sus dos primeras páginas la revista El Soldado Argentino


publicaba dos mensajes dirigidos a los conscriptos: del lado izquierdo, uno titulado
“Carta de una madre”; del derecho, el discurso del Comandante en Jefe del III
Cuerpo de Ejército con motivo de la despedida de los conscriptos de la clase 1954 y
la incorporación de los de la clase 1955 –pronunciado en la ciudad de Córdoba. En
el primer caso, se trataba de una típica carta escrita por la madre de un soldado que
estaba cumpliendo con el servicio militar obligatorio. Sin embargo, podemos ver que,
en este contexto de violencia política, el paso por la conscripción implicaba nuevos
riesgos y peligros:

“Godoy Cruz, 24 de…

Querido hijo:

A pesar de que no hace mucho tiempo que te fuiste al servicio militar, a mí me


parecen años, por lo mucho que te extraño. Por suerte, por la foto que me enviaste,
veo que están muy bien y todo el aspecto de un aguerrido soldado.

No dudo que te sabrás comportar como siempre, como tampoco dudo que lo que has
aprendido en tu casa, te servirá de apoyo en todo momento.

Hijo, aquí sabemos que no te encuentras libre de riesgos y que la trampa que atenta
contra tí, puede sorprenderte en cualquier recodo del camino. Pero aun así, creemos
que sin esa cuota de sacrificio, muy poco será lo que podamos esperar para el futuro
de la Patria. Creemos que lo que tu haces, aunque parezca insignificante, tiene un
inmenso valor y entonces aquí, en tu modesta casa, nos sentimos orgullosos de ti.
Porque gracias a ti, hijo, gracias a ti, soldado, podemos seguir viviendo en paz,
trabajando, respirando aire de libertad y eligiendo nuestro destino, según nuestras
propias creencias.

Eso me llena de alegría y además, como creo en Dios, estoy tranquila pues sé que El
te dará protección, como la dará también, por qué no, a todos los argentinos, para que
en paz y comprensión se construya el país que hoy te toca a ti defender.

Querido hijo, cuídate. Como sé que eres un buen hijo, no dudes que también serás
buen soldado.

220
Te besa con amor,

Tu madre”. 214

Escrita en un registro donde se impone la emotividad y los sentimientos, nos


muestra cómo la cualidad imperativa y obligatoria del valor moral del “sacrificio” no
se sostenía solamente en la razón sino también en elementos emocionales y
morales. En este sentido, con la publicación de esta carta, también las autoridades
militares buscaban no sólo estandarizar un mandato del sacrificio de la propia vida,
como el valor moral que debía guiar la praxis de los soldados conscriptos; sino
también dotarlos de fuerza moral y emocional. Según la misiva, debido a que todo el
país estaba en peligro, su salvaguarda requería “esa cuota de sacrificio” de los
“mejores hijos”. En esa misma línea, el discurso de Luciano Benjamín Menéndez
también reforzaba este modelo de soldado legítimo alentado por las FFAA. Lejos del
tono íntimo, afectivo y comprensivo de carta, asumía todas las características de una
arenga militar:

“La Nación vive momentos de trascendencia histórica. Las Fuerzas Armadas, ante el
vacío de poder existente, han debido intervenir para salvar la seguridad de la Nación,
ostensiblemente amenazada. Al igual que en las otras Fuerzas Armadas, el Ejército
mantiene total vigencia de su potencial a través de su inexorable ciclo de renovación,
que anualmente se produce con el licenciamiento de una clase y la incorporación de la
otra que le sucede. Estos mecanismos de relevo es el aporte que el pueblo efectúa,
con lo mejor de sus hijos, para el adecuado alistamiento de las instituciones armadas,
como la savia imprescindible para que éstas sean fuertes y capaces de los más
grandes esfuerzos y sacrificios”. 215

Si se destacaba el rol de los soldados es porque implicaba que todo el “pueblo”


participaba metonímicamente de la misma lucha a través del “sacrificio” de sus

214
Revista El Soldado Argentino nro. 700, agosto-diciembre de 1976, p. 2.
215
“Discurso del Comandante en Jefe del Ejército en el Comando del III Cuerpo de Ejército
(Córdoba) el 22 de abril de 1976 con motivo del licenciamiento de la clase 1954 y la
incorporación de la clase 55”. En: Ibid, pp. 3-5.

221
“mejores hijos”. El discurso empezaba con el “reconocimiento profundo” de las
autoridades militares a los soldados de la clase 1954 que habían asumido “en
plenitud, desde su misma incorporación, aquel legado, enfrentando con valor y aún
con heroísmo la lucha contra la delincuencia subversiva”. Luego les explicaba que el
desafío era que, una vez reintegrados a la “vida civil”, continuaran con “la firme
determinación de mantener el puesto que bien supisteis ganar en esta lucha”. A su
vez, Menéndez les brindaba un “cordial saludo de bienvenida” a los soldados de la
clase 1955, a quienes se convocaba a ser “protagonistas activos en la normalización
de la Nación”:

“Ella necesita de todos sus hijos para alcanzar el ambicioso anhelo de paz y libertad
(…). Mirad, en fin, en quienes os preceden en las filas, el digno ejemplo que debéis
seguir y que dignificará vuestra condición de ciudadanos soldados. Tened presente
todos, que la Nación los mira y confía en vosotros, en los que hoy os reintegráis al
quehacer cotidiano, porque en esta hora se requiere la suma de todas las energías
positivas para consolidar definitivamente el destino argentino. Y en los que os
incorporáis a su Ejército porque seguiréis siendo como en todas las épocas los fieles
custodios de su soberanía y seguridad. Vuestro Comandante en Jefe está seguro y
convencido de que, con la ayuda de Dios nuestro Señor, la misión será cumplida y de
que habréis de hacer honor a la tradición del soldado argentino, entregando si fuera
216
necesario, hasta la última gota de sangre por la felicidad y grandeza de la Patria”.

Los dos textos funcionaban creando un potente juego de oposiciones


complementarias entre sí: la informalidad de una carta escrita a mano por una madre
en contraste con el discurso institucional de un General del Ejército; el ámbito de
producción doméstico y familiar (una casa en una localidad de la provincia de
Mendoza) frente al espacio público e institucional (un cuartel militar); el tono
maternal, afectivo y comprensivo en oposición con el tono paternal, rígido y severo;
la referencia a un hijo concreto y el saludo/despedida a todos los soldados
pertenecientes a una clase militar. Tomados en conjunto operaban como un mensaje
moralizante destinado a los soldados, totalizante e individualizante el mismo

216
Ibid.

222
tiempo. 217 Como proyecto totalizante, se representaba a los conscriptos como
miembros de una comunidad (la Nación), que trascendía todas las diferencias y
suponía la identificación de sus miembros en una misma lucha. Al mismo tiempo, se
individualizaba a los jóvenes varones como los “mejores hijos”, cuya pertenencia a la
Nación exigía la “lealtad” primera y, sobre todo, disposición al “sacrificio”.

Al yuxtaponer la carta de una madre y el discurso del General se iluminaba el


modelo de la familia tradicional que caracterizó el discurso de las autoridades
militares durante la última dictadura. Este discurso familiarista que describía -al
mismo tiempo que prescribía- derechos, deberes y obligaciones y se volvía una
ficción muy potente para exigir a los soldados (considerados como “hijos”) el máximo
“sacrificio”: la ofrenda de la propia vida. 218 En este sentido, la concepción de la
nación como una “gran familia” ligaba la estructura social al origen biológico, dándole
carácter natural a los roles y valores familiares (Filc, 1997: 42). Es decir, al concebir
las relaciones políticas entre el Estado y los ciudadanos como vínculos familiares (y,
por tanto, naturales e indisolubles), los derechos y deberes eran reemplazados por
la obediencia filial (Filc, 1997: 46 y 47). De esta manera, se apelaba a una metáfora
apta para exigir solidaridad, generosidad, abnegación y, sobre todo, “sacrificio”.

Evidentemente, tanto la carta como el discurso de Anaya también retomaban un


tópico muy significativo para el discurso nacionalista: la idea de que la Nación se
encarnaba metonímicamente en la persona finita, soberana y fraternal del
ciudadano- soldado (véase: Anderson, 1988; Pratt, 2000: 14). En esta línea,
Benedict Anderson (1988) se pregunta cómo se ha generado ese apego emocional
tan profundo que han permitido que, durante dos siglos, millones de personas maten
y estén dispuestas a morir por su nación. Para el autor, algo de la naturaleza de ese
amor político puede descifrarse en tipo de vocabulario utilizado para referirse a las
naciones y a la patria: el del parentesco y el del hogar. Para Anderson, es muy raro
que los productos nacionalistas expresen temor y aversión; antes bien, suelen
inspirar usualmente un amor profundamente abnegado (Anderson, 1988: 200). Al

217
Sobre el estado como un mensaje moralizante, totalizante e individualizante, véase
Corrigan y Sayer, 2007, pp. 46 – 47.
218
Sobre cómo este discurso fue alentado en plena guerra de Malvinas, véase: Guber,
(2004b).

223
emplear ese tipo de vocabulario, sostuvo Anderson, se denota algo a lo que se está
naturalmente atado; justamente como Nación es el dominio del amor desinteresado,
la entrega y la solidaridad, puede exigir los mayores sacrificios (1988: 202 y 203).
Así se pretendía consolidar la oposición entre la grandeza moral de “morir por la
patria” (una pertenencia que no se elige y que denota la idea de que se está
naturalmente atado a ella) y otro tipo de muerte moralmente inferior (fundada en la
pertenencia a grupos o instituciones a los que las personas se pueden afiliar o
renunciar a voluntad) (Anderson, 1988: 203)

“Lo hacemos porque estamos CONVENCIDOS”

En el clásico trabajo titulado “De la naturaleza y de la función del sacrificio”, Henri


Hubert y Marcel Mauss (1970) argumentan que el sacrificio, bajo la diversidad de
formas locales, en el fondo siempre representa un mismo procedimiento que puede
emplearse para los fines más diversos: “Este procedimiento consiste en establecer
una comunicación entre el mundo sagrado y el profano por intermedio de una
víctima, es decir, de una cosa destruida durante una ceremonia” (1970: 244).
Gracias a la consagración y ofrenda de una víctima, se modifica el estado de la
persona moral que lo realiza o de determinados objetos ideales o reales por los que
dicha persona se interesa (1970: 155). Hubert y Mauss (1970) plantean que no
existe sacrificio en los que no intervenga la idea de redención y si bien suele
concebírselo como un acto de abnegación y renuncia desinteresado, en realidad, es
exigido por esa entidad sagrada a la que se le debe culto (tiene fuerza de
obligación).

En el caso que estamos analizando, podemos ver que las autoridades militares
consideraban a los soldados como ofrendas que todo el pueblo argentino sacrificaba
y cuyo destinatario era la Nación en peligro, amenazada.

De esta manera, los soldados (convertidos en víctimas sacrificiales) se volvían


intermediarios entre el sacrificante (el “pueblo”) y esa entidad a la que estaba dirigido
el sacrificio (la “Nación”); a su vez, eran las víctimas sacrificiales las que transmitía el
carácter divino del mundo sagrado al profano y viceversa, al operar como puentes
mediadores entre esos mundos (véase Hubert y Mauss, 1970). Como sostienen
Hubert y Mauss, donante y donatario no entraban en relación directa sino a través

224
de las víctimas sacrificiales:

“Si el sacrificante se comprometiera hasta el fondo con el rito -argumentan Hubert y


Mauss-, encontraría la muerte y no la vida. La víctima le remplaza. Sólo ella penetra
en la esfera peligrosa del sacrificio y sólo ella sucumbe en él y está ahí precisamente
para sucumbir. El sacrificante permanece cubierto; los dioses toman a la víctima en
vez de cogerle a él. La víctima le redime” (cursivas en el texto original, Hubert y
Mauss, 1970: 245).

De todas maneras, el desafío para las autoridades militares era crear entre los
soldados una cierta adhesión moral y emocional, un compromiso con la llamada
“lucha contra la subversión” que los llevara a estar dispuestos a realizar esos
“sacrificios”. Ello así debido a que, como sostuvieron Hubert y Mauss, el sacrificio
exige un credo (1970: 175). Ya desde principios de 1975, en la revista El Soldado
Argentino se llamaba a que asumieran una “militancia integral” en defensa de la
“patria”, en el marco de lo que denominaban una “agresión antinacional”. Los títulos
de los artículos no hacían otra cosa que estandarizar el mandato institucional: “El
soldado que no lucha por la Nación no es un soldado”, rezaba uno. En otro, llamado
“Por qué es obligatorio luchar para defender a la Patria”, se retomaba la apelación a
los soldados como “hijos” dispuestos a ofrendar su vida para evitar “que potencias
extranjeras pretendan cambiar nuestra forma de vivir y de pensar”:

“Son los hijos del suelo quienes deben velar para evitar que ello ocurra y son los
hombres de armas quienes deben tutelar y acrecentar el Depósito, la realidad integral
de la Patria, que nos entregaron los padres de la argentinidad y que se va legando de
generación en generación.

Subordinación y valor: Para defender a la Patria. Este requerimiento diario de vuestro


superior no debe quedar sólo en una mera exclamación, porque hoy comprobamos
palpablemente que nuestra Patria necesita ser defendida. (…) Todos sabemos que el
Servicio Militar Obligatorio está impuesto por la obligación de una ley (…). Pero no
debe entenderse que es la obligación de una ley la que nos obliga a armarnos en
defensa de la Patria (…). Defendemos a la Patria, al igual a la madre, la libertad o al
trabajo, porque nos lo dice así nuestra conciencia y lo hacemos de la mejor manera

225
para vencer el peligro que amenaza. Lo hacemos porque estamos CONVENCIDOS.
(…) debemos concluir que la hora de la acción ha llegado, que debemos emplear toda
nuestra energía y capacidad para vencer la amenaza y extirpar el mal que
confundiendo mentes, quiere adueñarse de la voluntad de los argentinos. Para
evitarlos, Soldados, es que Uds. aprenderán el uso de las armas, para ser el verdadero
brazo armado de la Nación”. 219

Como el paso por la conscripción implicaba nuevos riesgos y peligros, se requería la


producción activa de la legitimidad para que los soldados estuvieran dispuestos a
matar y morir por la “Patria”. Se trataba no sólo de estandarizar un código moral, que
alentara ciertos valores y cohesionara al grupo sino también, siguiendo la fórmula de
Emile Durkheim, volver deseable lo obligatorio (En: Turner, 1995: 33). En un artículo
titulado “Rompamos el miedo”, se reconocía que la experiencia de combatir a la
guerrilla era inédita para los soldados:

“Todos los soldados que por primera vez penetramos en el campo de combate, hemos
experimentado cierto grado de ansiedad y miedo. Ello es natural y lógico, todo ser
humano en presencia de un peligro real o imaginario, pone en marcha sus
mecanismos de defensa. El campo de combate nos pone en contacto con una
realidad donde el peligro campea en todas direcciones y a toda hora. De allí que el
conocimiento y el control que tengamos sobre nuestro estado sicológico será de
mucha importancia, para una mejor disciplina y moral de combate”. 220

Si bien no se ponía en duda “el valor y la voluntad de vencer” de los soldados


argentinos, se reconocía que los “trastornos emocionales pueden ocasionar serios
peligros, especialmente frente al enemigo”. Recomendaban mantener la “calma” y
planteaban que el “miedo” no era la “ausencia de coraje” sino “la falta de control
sobre nuestra ansiedad”. En el “campo de combate”, se contaba con un “importante
factor” que colaboraba para “recuperar o mantener la estabilidad emocional”, “nuestra
actuación en grupo”. “No estamos solos, integramos una fracción de combate de

219
El Soldado Argentino nro. 698, junio-diciembre 1975, pp. 16 y 17.
220
Ibid, pp. 18 y 19.

226
sólida coherencia espiritual y la interacción grupal es un estímulo que impulsa a
proceder con decisión aun frente a problemas muy serios. Cada hombre apoya al otro
y entre todos compartimos el peligro y los riesgos”. Como “la finalidad es participar
del combate en óptimas condiciones y ayudar a otros en este asunto”, se proponía
una solución en caso de que un soldado atravesara un momento de “pánico”:
“démosle oportunidad pero sin remarcarle su incapacidad transitoria ni empujándolo
hacia tareas peligrosas para ‘quitarle el miedo'”. Y, en caso de haber participado de
un “trastorno emocional”, el desafío era “incorporar esa experiencia a la mochila de la
empiria [sic] del combate”. 221

Dar hasta lo más preciado por un camarada

A mediados de 1975, la Revista de Educación Militar publicó un artículo titulado “La


vigencia actual de los valores tradicionales en la personalidad militar argentina en la
lucha contra la subversión” elaborado por el Departamento Educación, del Estado
Mayor General del Ejército. El texto era una puesta en escena de que, pese a las
jerarquías y a que los soldados se limitaban a cumplir con una obligación, todo el
personal del Ejército conformaba un “bloque monolítico” que luchaba
mancomunadamente contra la llamada “delincuencia subversiva”. Según el artículo,
el “tremendo error de los dirigentes de la subversión” radicaba en “su equivocación
al juzgar a los hombres que, sin distinción de jerarquías, conforman sus cuadros
actuales”: “Error de apreciación, producto de una infantil e imaginaria concepción del
Oficial y del Suboficial, que, en forma silenciosa y abnegada, guarda cada uno y en
todos, el fuego sagrado del legado histórico recibido”. 222

“El Ejército Argentino, frente a la realidad de las operaciones que desarrolla, se


presenta hoy como un verdadero bloque monolítico en el que oficiales, suboficiales y
soldados se integran espiritual y físicamente, detrás de un objetivo común: aniquilar la
subversión. (…) La lucha contra la subversión en que actualmente se encuentra
empeñado el Ejército, ha permitido, una vez más, poner de manifiesto la vigencia de
los valores tradicionales que conforman un estilo de vida del hombre militar argentino.

221
Ibid, pp. 18 y 19.
222
Ibid, p. 61.

227
Este aflorar a la superficie de algo que se mantenía latente, tiene una doble y profunda
significación. Por un lado, constituye la materialización tangible de manifestar: el
Ejército de 1975 es el mismo que el de las Campañas de la Independencia y la guerra
contra el Imperio (…). Este Ejército que hoy se enfrenta y derrota a la subversión
apátrida en los montes tucumanos, en síntesis, es el que, habiendo tenido su bautismo
de fuego en las acciones contra el invasor inglés, nació con la patria en mayo de
1810”. 223

Como un sacrificio no puede verificarse en cualquier lugar - “de lo contrario, la


inmolación no es más que un asesinato” (Mauss y Hubert, 1970: 170), el monte
tucumano se volvía especialmente propicio para ese acto ritual porque unía la lucha
del presente con la gesta de la “independencia” en el siglo XIX, enlazaba pasado y
presente. Podemos pensar que este acto “sacrificial” se volvía un espectáculo cuya
escena principal se daba en el monte tucumano, mientras que se convertía a la
sociedad argentina en la audiencia y como aquella que se beneficiaría de ese acto
sacrificial. Al concebirse a sí mismas como “reserva moral de la Nación”,
encarnación de la “patria” y depositarias de su poder, las Fuerzas Armadas se
erigían como intermediarios entre lo sagrado y lo profano. Y los soldados,
suboficiales y oficiales caídos eran las ofrendas que todo el pueblo sacrificaba en
aras de “aniquilar la subversión”, en un acto desinteresado de abnegación y entrega
(pero no menos obligatorio e imperativo).

Según el artículo, los “valores trascendentes de la personalidad militar argentina”


que conformaban la “moral de los cuadros de la Institución” eran cinco:
“abnegación”, “valor”, “lealtad”, “iniciativa” y “entusiasmo”. El “valor” (entendido como
“la superación serena y firme del miedo al peligro físico”) debía guiar la praxis del
personal militar y era “el rasgo tal vez más distintivo de ese patrimonio indestructible
que es la historia de nuestro ejército”:

“Los jóvenes Oficiales, Suboficiales y Soldados del ‘Operativo Independencia’, los que
cayeron para siempre en el frente de sus fracciones, los que sintieron en sus cuerpos
el efecto de la metralla, los que día a día se internan en el monte y lenta pero

223
Revista de Educación del Ejército, nro. 574, julio-diciembre 75, pp. 60 y 61.

228
inexorablemente están materializando la destrucción de la subversión, personifican el
ejemplo del valor moral y físico, que impulsa al ciudadano incorporado a enfrentar con
firmeza y decisión al extremismo. (…) Si Tucumán, cuna de la Independencia
Argentina, constituye el escenario propio para mostrar al pueblo entero cuál es el
coraje de sus hombres en armas, también lo ha sido y probablemente lo seguirán
siendo, las calles de las ciudades argentinas (…) dando claro testimonio del índice
más alto del valor: el valor para morir”. 224

Opuesto a la “traición”, la “lealtad” se unía al mandato institucional del “sacrificio” de


la propia vida. Apelando al mismo efecto multiplicador, se ejemplificaba con la
experiencia de miembros de las FFAA concretos que habían defendido los cuarteles
frente a ataques por parte de la guerrilla:

“Son los ejemplos de un pasado, que hoy tiene nuevas exteriorizaciones en la


actividad el Soldado DANIEL OSVALDO GONZALEZ, del RC BI ‘Húsares de
Pueyrredón’, muerto por la subversión por haber demostrado su lealtad a la unidad
mientras se desempeñaba como centinela. (…) En los Suboficiales y Soldados que
velaron por la vida de sus jefes en momentos de peligro y en la abnegada y silenciosa
misión de salvaguarda de los cuarteles todos los días y a lo largo de todo el país,
225
cumplen los hombres del Ejército”.

La “abnegación” (como “acto deliberado por el cual se renuncia a beneficios


materiales o inmateriales a favor de un fin superior”), la “iniciativa” (“en la aplicación
del propio ingenio para el mejor cumplimiento de la orden) y el “entusiasmo”
(“manifestación externa del optimismo”) completaban el conjunto de valores morales
que debían ser los “pilares fundamentales de una situación espiritual colectiva que,
tradicionalmente, se ha denominado ‘espíritu de cuerpo’”. 226 Sin embargo, este

224
Ibid.
225
Ibid.
226
En el texto entendía el “espíritu de cuerpo” como “el estado mental y emocional de la
organización que se logra cuando la totalidad o mayoría de los individuos que la integran
están identificados con sus valores, intereses y objetivos, y los adoptan como si fueran

229
conjunto de valores no era visto como una experiencia de sufrimiento. En cambio, se
conceptualizaba como una actitud de “abnegación”, de “renuncia” “desinteresada”,
cuyo destinatario era la “Patria” (como entidad impersonal) y representaba asumir un
comportamiento “leal” a “la Nación, el Ejército, a la Unidad, a los superiores, a los
camaradas, y a los subordinados”. En este artículo, notamos un desplazamiento:
desde una concepción donde el beneficiario del sacrificio era una entidad abstracta e
impersonal (la Nación amenazada, la “Patria”) a una donde los receptores eran los
“compañeros caídos”, un conjunto de seres concretos, de carne y hueso (en algunos
casos conocidos cara a cara).

Según vemos en este artículo, se trataba de un donante (un soldado, oficial o


suboficial) que había realizado el máximo sacrificio (ofrendar su vida) y cuyo
donatario habían sido no sólo la “Patria” o “Nación” sino también sus “compañeros”
de armas. En “Ensayo sobre los dones, motivo y forma del cambio en las sociedades
primitivas”, Marcel Mauss estudia cuáles son los mecanismos, las normas de
227
derecho y de interés que obligan al donatario a devolver los dones recibidos.
Como plantea Marcel Mauss, no son los individuos sino las colectividades las que
hacen regalos, ofrendas, sacrificios y, por lo tanto, se obligan mutuamente. En este
sentido, se trata de prestaciones y contraprestaciones que se realizan entre
personas morales y cuya finalidad es moral (1971: 159-160). Y muestra cómo los
dones se presentan bajo la forma de regalos aparentemente voluntarios, libres y
gratuitos cuando, en realidad, son rigurosamente obligatorios (1971: 157). En este
sentido, en el seno de las formas más diversas de intercambio, Mauss destaca la
existencia de una misma fuerza que encarna en tres obligaciones -distintas aunque
encadenadas entre sí: la obligación de dar, la de recibir y la de devolver (véase
también: Godelier, 1998: 24). Mauss postula que: “El dar es signo de superioridad,

propios, de tal manera que siente orgullo y satisfacción por sus éxitos y abatimiento por sus
fracasos’” Ibid, p. 64.
227
Si bien se centra en observaciones de sociedades ágrafas, Mauss cierra su trabajo
planteando que es posible extender sus conclusiones a nuestra propia sociedad, occidental
y moderna: “Una parte importante de nuestra moral y de nuestra vida se ha estacionado en
esa misma atmósfera, mezcla de dones, de obligaciones y de libertad. Felizmente no está
todo clasificado en términos de compra y venta. (…) Tenemos otras morales además de la
del mercader” (1971: 246).

230
de ser más, de estar más alto, de magister; aceptar sin devolver más, es
subordinarse, transformarse en cliente y servidor, hacerse pequeño, elegir lo más
abajo (minister)” (1971: 255). Por tanto, no se tiene derecho a rechazar un don;
incluso, cuando se los acepta, ya se sabe que se queda uno obligado con aquel
donante, en deuda: “Más que beneficiarse de una cosa o una fiesta, se acepta un
desafío y se acepta porque se está con la certeza de poder devolverlo y de
demostrar que no se es desigual” (1971: 209).

Como hemos visto en el artículo de la Revista de Educación del Ejército analizado,


cada uno de los valores morales alentados tenía una definición institucional legítima,
relativamente abstracta y general. Sin embargo, su fuerza emocional y moral se
acrecentaba con la ilustración con la acción concreta de distintos oficiales,
suboficiales y soldados de carne y hueso que habían realizador el máximo
“sacrificio”: “dar su vida”. Su efecto multiplicador como mensaje moralizante se
basaba, entonces, en la ejemplaridad de estos actos sacrificiales. Estas acciones
heroicas –estas máximas ofrendas o dones- funcionaban creando obligaciones y
deudas entre los “compañeros” de armas. Al haber dado su vida, las víctimas
sacrificiales no sólo obligaban a sus compañeros a convertirse en los receptores de
de ese don sino también a estar dispuestos a realizar los máximos actos de
“entrega”. De esta manera, se creaba una cadena interrumpida de asociados, que
estaban obligados a dar otro don equivalente a que habían recibido, bajo pena de
perder su prestigio, su reputación, suhonor, su autoridad, su mana (véase: Mauss,
1971: 164).De esta manera, se formaba una comunión y una alianza indisoluble
entre el donante y el donatario que quedaban continuamente implicados, sintiendo
228
que se debían todo. A partir de la activa difusión de esos actos sacrificiales -

228
“Tanto la vida material y moral, como el cambio, actúan bajo una forma desinteresada y
obligatoria al mismo tiempo. Esta obligación se expresa además de forma mítica e
imaginaria, o si se quiere en forma simbólica y colectiva, adoptando la forma del interés que
se otorga a las cosas que se cambian, que no se desprenden nunca completamente de las
personas que las cambian. La comunión y la alianza que crean son indisolubles. En realidad
este símbolo de la vida social, la permanencia de la influencia de las cosas objeto de
cambio, no hace sino traducir bastante directamente, la forma en que los subgrupos (…)
quedan continuamente implicadas las unas con las otras, sintiendo que se deben todo”
(Mauss, 1971: 195).

231
ilustrados en la Revista de Educación del Ejército-, se mostraba cómo esta serie de
prestaciones y contraprestaciones entre “compañeros” no eran ni libres ni
desinteresadas; tenían la fuerza imperativa de la obligación y creaban -y
cimentaban- fuertes vínculos de “compañerismo”.

Donde nace la amistad

En marzo de 1977, seis meses después de finalizado el Operativo Independencia,


en las publicaciones del Ejército Argentino el “monte” tucumano seguía operando
como aquel espacio donde se habían realizado los máximos “sacrificios”, basados
en la “amistad” y el “compañerismo”. En la revista El Soldado Argentino se publicó
un artículo titulado “Donde nace la amistad”, donde se reconocía la potencialidad del
paso por la experiencia de combate en el “monte” como un espacio de producción
de fuertes lealtades personales. En principio, se destacaba que en “todas las
empresas de aliento, los grandes resultados son obra de una tarea conjunta, de
equipo” y de ahí se desprendía la profunda relación entre un código moral bélico
basado en la disposición al “sacrificio”, el “espíritu de cuerpo” y la “camaradería”:

“.... cuando el equipo es un cuerpo cuyo objetivo es combatir, jugarse la vida para
imponer la voluntad a un enemigo, que a su vez busca nuestra eliminación física con
el mayor daño posible, esos valores (…) cobran una importancia particular. El espíritu
de cuerpo lleva más rápido a sobreponerse a los esfuerzos, a los sacrificios, a superar
tropiezos y dificultades. El espíritu de cuerpo imprime valor en momentos difíciles,
imprime orgullo de luchar por una divisa lo que da fuerzas para defenderlas y lograr el
objetivo que representa, porque es el mismo objetivo de todos. La camaradería es el
sentimiento más noble que nade entre los integrantes de una fracción, cuerpo o
unidad. Ello equivale al desprendimiento, a dar hasta lo más preciado de sí, por un
229
camarada”.

Como vemos, este artículo retoma la idea de cómo esa experiencia afectiva de
combatir juntos creaba deudas, obligaciones. A continuación, en el artículo se
ejemplificaba ese código moral retomando la experiencia de una “pequeña fracción”

229
Soldado Argentino, nro. 701, marzo 77, pp. 33 y 34.

232
que estaba en el monte tucumano en pleno Operativo Independencia. De acuerdo
con el texto, se trataba de un grupo destinado a la “zona de operaciones”, “no hace
mucho, [cuando] todavía la delincuencia subversiva mantenía, sino el dominio, la
presencia en el monte”. En ese contexto, consideraban que la guerrilla representaba
un peligro real para los soldados: “Su zarpa agazapada podía, entonces, asentar
algunos golpes a nuestros soldados, ocasionar bajas y tratar de sustraer armas,
vestuarios o equipo”. Según el relato, ya era de noche, la marcha se había vuelto
lenta y la patrulla “completo silencio, encolumnada de a uno”. Un dragoneante de la
clase 54 cerraba la fracción. Se describía su carácter: “Había ganado su ascenso no
solo por sus aptitudes sino por su temperamento y disciplina. Callado y laborioso,
cumplía las órdenes sin necesidad de que se la repitieran. Pero aun con su
experiencia montarás, la reacción espontánea ante una contingencia, puede
traicionar”.

“De pronto –continuaba el relato-, desde muy próximo a él, a retaguardia, escondido
sabe detrás de qué maleza, un subversivo abre fuego sobre la patrulla. El Dragoneante
de referencia es alcanzado y herido. Pero no cae. Al contrario. Pareciera que junto con
el proyectil que le penetró, también lo hiciera una extraña fuerza que en lugar de
abatirlo lo sacude y le inyecta furia. Que lo convierte en un tigre herido dispuesto a
vender cara su integridad y la de sus camaradas. Ya no es aquel soldadito norteño,
tímido, callado. No se ven sus gestos pero se oyen sus gritos y maldiciones al
atacante. Ha comenzado a disparar su arma. Nada se ve en la noche. Dispara hacia
todas las direcciones. Piensa que haciéndolo así, algún proyectil dará en el blanco.

-¡Metan bala muchachos! ¡vamos! Tiren contra esos hijos de P…, que alguno va a
caer! No deja de gritar ni de disparar.

No tarda en ser imitado. El silencio del monte se ha convertido pronto en un


ensordecedor ruido a combate.

La forma de los árboles y ramajes y sus negras sombras, aparecen intermitentemente


entre los fogonazos de las armas ofreciendo un raro espectáculo.

Disparos, órdenes, imprecaciones.

Todo el grupo es uno solo que dispara y dispara sin cesar en todas las direcciones.

Y así, el reducido grupo toma fuerza, cada vez más.

233
Cada uno siente sus espaldas protegidas por el camarada y todos saben que hay una
sola forma de salir de esa. Disparando su arma.

Se disparó hasta casi agotar la munición. El atacante, hacía rato que hacía cesado el
fuego. Por eso, el Jefe de Sección ordenó el alto el fuego y permanecer en el lugar, a
cubierto y sin hablar.

El monte recobró su silencio habitual.

Cuando amaneció, se inició el rastrillaje. Allí nomás, a pocos metros, tres extremistas
ya no harían otra emboscada. Estaban muertos.

Aquella noche, ese grupo de valientes muchachos argentinos lograron una experiencia
de incalculable valor.

Ya sabrán todos ellos, cómo reaccionan ante el peligro, sostenidos e impulsados por
un espíritu de cuerpo y una camaradería iniciadas en el cuartel y consolidadas en el
combate”

Al describir su personalidad, las autoridades militares no sólo caracterizaban a un


soldado concreto sino que se prescribía cómo se debía ser y actuar para convertirse
en un buen soldado. Es decir, al mismo tiempo que estandarizaban un modelo de
soldado considerado legítimo por las autoridades militares, también construían un
exemplum a seguir. Como debían representar el papel de víctimas sacrificiales
(aptas para vincularse directamente con el mundo sagrado), debían ser despojados
progresivamente de todo lo profano. El relato mostraba cómo una potencial víctima
iba adquiriendo la pureza necesaria para el sacrificio, por encarnar ciertos valores
morales considerados legítimos por el Ejército Argentino. 230 Sin embargo, como
plantean Hubert y Mauss, el mismo acto de sacrificio (ofrendar su vida) era el que le
confería a las víctimas su naturaleza sagrada.

Consideramos que el conjunto de documentos producidos por las Fuerzas Armadas


no sólo revelan versiones oficiales del Operativo Independencia sino también
mandatos institucionales, sentidos, prácticas y valores morales sumamente
estandarizados que, al ser considerados institucionalmente legítimos, fueron

230
Esta cadena de purificaciones y consagraciones preparaban al profano para el acto
sagrado, al apartarle de la vida común (profana) e introducirle, paso a paso, en el mundo
sagrado (véase: Hubert y Mauss, 1970: 166).

234
231
activamente alentados por el personal militar. Como ya hemos visto, lejos de
considerar los concretos actos de sacrificios como hechos únicos e irrepetibles (una
«memoria literal»), las autoridades militares buscaban construir una «memoria
232
ejemplar»del Operativo Independencia. Es decir, proponían que esepasado (muy
reciente) se convirtiera en un principio de acción para el presente y no en un mero
hecho cristalizado e intransferible: su potencia radicaba en cómo aquellos
“sacrificios” no sólo cimentaba lazos de “compañerismo” sino que creaban deudas y
obligaciones.

En este mismo movimiento, las FFAA construían un modelo de soldado legítimo, que
llevaba el sello de la aprobación oficial: aquel dispuesto a dar su vida. Con este fin,
se valieron de rituales, rutinas y prácticas institucionales así como de discursos
institucionales, arengas y relatos oficiales, difundidos en la prensa militar y en los
medios masivos de comunicación. Y, de esta manera, las FFAA definieron y
regularon las formas aceptables de ser soldado conscripto, alentado algunos
comportamientos mientras de manera coercitiva suprimían, marginaban y socavaban
otras (la de los soldados considerados “sospechosos” o “traidores”). 233 En este
proyecto de regulación moral y emocional, se buscaba estandarizar, normalizar y
volver natural el mandato de sacrificio de la vida. Sin embargo, como alertaron
Corrigan y Sayer, “las ‘mismas’ representaciones unificadoras desde el punto de
vista del ‘Estado’ [‘desde arriba’] muy bien pueden entenderse de manera
diferenciada desde ‘abajo’” (2007: 48).

231
Sobre el doble propósito del servicio militar obligatorio, véase: Bickford, 2009: 262.
232
Me explayaré sobre esta distinción en las conclusiones.
233
Para estas reflexiones, tomo la propuesta de Corrigan y Sayer (2007), donde muestran
que las rutinas, rituales y actividades estatales regulan las identidades sociales y las
subjetividades.

235
De compañerismo y deudas I: Eduardo 234

Cuando inicié el trabajo de campo en San Miguel de Tucumán, uno de mis primeros
entrevistados fue Alberto, un ex soldado de la clase 58, que me contactó con otros
ex soldados a quienes había conocido gracias a su activismo por dicho
“reconocimiento” por las “violaciones a los derechos humanos” que habían sufrido
durante la conscripción. Entre ellos, me presentó a Eduardo, un soldado de la clase
55, a quien entrevisté en una estación de servicio de la ciudad de San Miguel de
Tucumán, cerca de una clínica donde tenía un familiar internado. Eduardo había
nacido –y aún vive- en Guruyaco, 70 kilómetros al norte de la capital de Tucumán, y
había realizado el servicio militar obligatorio en Paso de los Libres, en la provincia de
Corrientes. No sólo su versión de la experiencia era muy distinta a la de Alberto, sino
que invocaba otras razones para “luchar” por lograr una “pensión”: “En la actualidad,
muchos nos hemos quedado sin ser [trabajadores] efectivos y la necesitamos para
sobrevivir. Por algo hemos luchado para defender a esta patria, nosotros también
queremos que la patria nos responda con algo para poder seguir viviendo. Y para
seguir luchando”.

Eduardo recordó que había integrado los “grupos de seguridad” –el “grupo más
riesgoso”-, donde tenían que estar siempre dispuestos “para el enfrentamiento” y
dormir “armado hasta los dientes”. A lo largo de la entrevista, destacó que su
relación con los oficiales y suboficiales había sido “muy buena” porque “siempre he
sido muy atento, muy colaborador”: “Yo estaba a cualquier hora listo”, enfatizó. Si
bien había sido un “momento conflictivo” por el “tema de la guerrilla, de los
extremistas”, consideró que había tenido “suerte” porque durante su paso por la
conscripción no habían pasado “cosas graves”. Sí le había tocado estar en
“momentos críticos” donde “tenés que jugarte la vida” en la zona de la Triple
Frontera: por ejemplo, “gente que va a entrar droga y tenés que detenerlos”, “gente
extremista que se ha querido colar por las tres fronteras” o “enfrentamientos
pequeños que no han causado muchas bajas”.

“Santiago: Y usted, ¿tenía miedo en esa época?

234
Todas las citas de este apartado que refieren al testimonio de Eduardo corresponden a la
entrevista realizada el 26 de enero de 2009 en la ciudad de San Miguel de Tucumán.

236
Eduardo: No, para nada. Por ahí uno se pone, se mentaliza y piensa en el padre, en la
madre, en la familia, pero mientras estás en..., no se da nada, porque uno esta
decidido a cualquier cosa. A luchar por lo que venga, porque la única opción que
teníamos en ese momento era defender a la patria, el bienestar de la gente, porque
nosotros estábamos para eso. (…)

S: ¿Cómo fue la instrucción militar? ¿Qué les enseñaron?

E: Primero empiezan haciendo el alistamiento físico, haciendo ejercicios, te empiezan


a enseñar cuando se encuentra cuerpo a cuerpo con el enemigo. Nos enseñan algo
así de artes marciales, para lucha, nos enseñaban a pelear con bayoneta, en caso de
que se terminen las balas, tiro al blanco, y nos tenían preparados para todo. A veces
nos tenían toda la noche preparando. Y ya más que todo nos tenían mentalizados,
para que cualquier cosa, uno tenía que hacer frente, aunque pierdas la vida en un
minuto, tenés que enferentarse, ahí ya no hay miedo, no hay nada, parece que hasta
en la comida le echaban pólvora para que uno fuese bien decidido, capaz de enfrentar
lo que venga”.

En cambio, sí recordó los miedos de su madre mientras duró su paso por la


conscripción:

“Santiago: Usted me contó que su mamá no quería que usted hiciera el Servicio
Militar, ¿por qué?

Eduardo: Y porque había mucha gente, vecinos de ella, que han ido y han caído en
combate, [que] los han traído muertos. Ella no quería porque yo he sido siempre muy
pegado a ella. Y bueno gracias a Dios que no... porque el barba ha hecho las
diligencias para que yo no las haga, pero no. Y bueno, dejálo, por algo debe ser.
Gracias a Dios no he tenido que pasar lo que le ocurrió a muchos compañeros, es muy
doloroso ver a un compañero hecho pedazos a tiros, a una madre, a un padre, es
jodido”.

Como vemos, hacer la conscripción después del golpe de estado del 24 de marzo de
1976 -en pleno gobierno dictatorial- implicaba nuevos riesgos y peligros para
quienes integraban las filas del Ejército Argentino:

237
“Eduardo: No sé qué objetivo tenían. Pero parece que, aparentemente, era liquidar a
los oficiales y suboficiales de los regimientos. (…) Les tiraban a ellos y no le tiraban
tanto a los soldados, pero lo mismo caían soldados también, también combatían.
Parece que ellos no les tenían tanta bronca a los soldados sino a los oficiales. Ellos
trataban de voltear primero a los oficiales y suboficiales. Y los soldados que se
cruzaban también la ligaban. O cuando no agarraban a los oficiales, los agarraban a
los soldados. Hay mucha gente muerta, sí”.

Una de las primeras cosas que me contó fue que, dos años antes de su paso por la
conscripción, su Regimiento había sido “atacado por la guerrilla”. En esa
oportunidad, recordó que “han tomado por sorpresa y lo cual ha causado mucha
indignación a los militares de Corrientes”: “Por lo cual han mandado muchas tropas
de Corrientes a combatir acá, en Tucumán. Entre ellos hay muchos soldados que
han vuelto sin piernas, sin brazos; otros han vuelto con heridas graves; y otros han
caído en los enfrentamientos”.

“Santiago: Y, usted, ¿tenía ganas de hacer el Servicio Militar?

Eduardo: Bueno, yo muchas ganas no tenía porque mi mama ya no quería, pero mi


papa él quería que yo lo haga. Yo digo: 'qué salga lo que Dios quiera'. Porque ya ahí
no podés pensar dos veces, porque hay mucha gente que moría en los
enfrentamientos. Cosas que gracias a Dios no me han ocurrido, porque no me han
dejado venir [a Tucumán]. Porque yo estaba anotado para venir a combatir a la
guerrilla y un jefe, un oficial, que es mano derecha del teniente coronel, yo le hacía la
parte de salir a buscarle bebida para el casino, él no ha querido que yo venga a
combatir porque él me necesitaba ahí. Pero yo tenía muchas ganas de venir.

S: ¿Por qué tenías ganas?

E: Porque, no sé, es una cosa como que uno con el mismo preparamiento uno tiene
ganas de luchar en contra la injusticia. Uno quiere hacer [algo]. Como que a uno le
duele tanto que un compañero tenga que morir en combate, hay compañeros que han
quedado sin piernas sin brazos y uno se siente herido ahí. Como que uno también
quiere venir a jugarse la vida por la patria”.

238
El monte tucumano parecía volverse un lugar apto para “jugarse la vida”, como una
vía para cumplir con la obligación de devolver ese máximo “sacrificio” realizado por
los “compañeros” de armas “caídos” o “heridos” en la lucha. Como podemos
observar en el testimonio de Eduardo, el receptor del sacrificio ya no era sólo una
entidad impersonal (la Patria) sino también aquellos compañeros “caídos” o
“heridos”. Siguiendo la fórmula de Mauss: “Abstenerse de dar, como abstenerse de
recibir y abstenerse de devolver es rebajarse, cometer una falta” (1971: 209). En ese
contexto de fuertes mandatos institucionales, de entrega y sacrificios, nadie parecía
no tener derecho a rechazar un don así como tampoco negarse a devolverlo.

235
De compañerismo y deudas II: Coco

A Coco lo conocí a través de una escritora tucumana. Cenamos con su mujer una
noche calurosa de enero de 2011, en una pizzería del centro de San Miguel de
Tucumán. Ávido lector de libros sobre el pasado reciente en esa provincia (tiene en
su casa una biblioteca envidiable sobre el tema), se había comunicado con algunos
de sus autores para contarle su versión de la experiencia de violencia política en los
años setenta. En particular, quería hacer público el punto de vista de un ex soldado
conscripto de la clase 1955 enviado al “teatro de operaciones” del Operativo
Independencia. Sin embargo, sólo esta autora de libros se había mostrado receptiva
y había escuchado su relato de primera mano sobre este operativo represivo.

Al igual que la mayoría de mis entrevistados, me contó que, si bien le había tocado
“número bajo”, en 1976 “entramos todos, todos”. Además, me alertó acerca de que su
experiencia de conscripción había sido relativamente excepcional: no había pasado
“esas cosas degradantes” que cuentan muchos ex soldados (ni siquiera lo habían
“bailado”, el tradicional castigo sobre los soldados conscriptos por parte de sus
superiores): “¡Mirá que justo te ha tocado entrevista uno que estoy en el uno por
ciento que no!”, me aclaró entre risas. Le había tocado cumplir la conscripción en el
Hospital Militar, un destino en el que había 90 soldados conscriptos: “era un destino
parece de los acomodados”. Recordó que su padre -sin que él quisiera ni supiera- se
contactó con un militar amigo para que lo “acomodara” en un destino. Según detalló,

235
Todas las citas de este apartado que refieren al testimonio de Coco corresponden a la
entrevista realizada el 24 de enero de 2011 en la ciudad de San Miguel de Tucumán.

239
aunque “había gente que no quería hacer la colimba”, él no tenía “problemas”.
Incluso, como era estudiante universitario, hubiese podido pedir “prórroga”. Sin
embargo, me explicó por qué decidió hacer el servicio militar:

“Coco: En Tucumán, en esos años, había tanto lío, había tanta cosa, que yo pensé:
'tengo que aprender a manejar armas, tengo que aprender a manejar armas, para
defenderme'. Y ésa es una de las cosas que yo aprendí. Aprendí a ver al hombre
detrás del uniforme, a mí no me impresiona el uniforme (…) porque he estado en
contacto con ellos, ¿entendés? Eso fue positivo. Y otra cosa es que cuando éramos
como 90 tipos y resulta que tres éramos estudiantes universitarios(…). Puede ser una
pérdida de tiempo para la clase media, pero para mí fue encontrarme con un montón
de gente que yo no sabía que existían: changos de mi edad que no habían ido a la
escuela, que no sabían que era la escuela”.

Como ya hemos visto, para amplios sectores sociales el servicio militar obligatorio no
era solamente una obligación sino que se volvía una experiencia hasta cierto punto
deseable. Se incorporó un lunes y ese miércoles 24 de marzo de 1976 las tres
Fuerzas Armadas dieron el golpe de estado que derrocó el gobierno constitucional de
María Estela Martínez de Perón. Las autoridades militares lo mandaron directamente
a su destino (el Hospital Militar) y no recibió instrucción militar. Luego se integró al
EMASAN, el Equipo Móvil Avanzado de Sanidad, destinado a la “zona de
operaciones” del Operativo Independencia. Sin embargo, Coco reiteró que ese
contexto de represión política implicaba una alteración de la lógica de funcionamiento
de esa institución:

“Coco: Mi viejo me acuerdo que una vez íbamos en el auto y adelante nuestro iba un
camión con soldados. Y mi papá decía: 'pobres muchachos, en qué estarán
pensando...'. La cuestión es que al año siguiente estaba yo y no pensábamos en nada
[se ríe]. En nada, éramos jóvenes, estábamos ahí, jugando a la guerra. ¿Sabés lo que
pasa? Ese es un instante muy [especial], la época en que yo hice la colimba era muy
especial, no era como la otra colimba. Los otros hacían guardia con palos de escoba,
inclusive, como pasaba en ese regimiento de Formosa. Después, nosotros, no.
Estábamos siempre con el FAL así cargado. Y hubo muchos que murieron así, porque

240
se les cayó el arma y salió la bala. Además, el trato que recibíamos de parte del
suboficial era distinto, te imaginás que se enojaba cualquiera de nosotros y le pegaba
un tiro y listo. Era otro trato, era muy, muy diferente, la situación nuestra era muy
diferente a la colimba de otra época”.

A lo largo de la entrevista profundizó esa idea de que su paso por una “colimba
especial” que “no era como la otra colimba”. Me explicó que en ese contexto de
violencia política “miedo a morir teníamos todos” (en especial, por la noche), pero
“tenés que manejarlo”:

“Coco: Yo mismo me preguntaba cuál iba a ser mi reacción cuando aparezcan los
primeros muertos o aparezca algo así. O tenga que matar... Ni idea tengo yo. Ni si era
valiente, ni si era cobarde, no sabés. Y yo me acuerdo que esos primeros días llega un
helicóptero y traen dos cuerpos, un varón y una mujer. Y se acerca un oficial y estaba
blanco el tipo. Yo tenía miedo que se desmaye, estaba blanco, bueno, porque nunca
han pasado por esas situaciones, nunca”.

Frente a una omnipresente amenaza de muerte, su contracara positiva era la


producción de fuertes vínculos de lealtad y “compañerismo”. Si bien aclaró que él no
era “el [soldado] estándar”, su relación con los superiores había sido “muy buena”. Al
igual que otros entrevistados, me explicó que la relación con oficiales y suboficiales
“era muy especial, muy especial, éramos un grupo”. Incluso, recordó que ciertas
reglas de etiqueta solo se utilizaban sólo cuando el grupo actuaba frente a otros
miembros de las FFAA, no cuando estaban solos:

“Coco: Ah, otra cosa linda que aprendí ahí fue el tema del grupo. (…) Éramos un
grupo, actuábamos así como un grupito, vivíamos como familia, no había grados ahí,
en el momento en que estábamos en la intimidad no había grados, ¿entendés? Pero
después, si teníamos que actuar para afuera, sí, era el Teniente, el Capitán, el Mayor,
el soldado, el chofer, eso era lindo,

Santiago: ¿Y en ese grupo estaba Toledo Pimentel [un subteniente de reserva


asesinado en un atentado]?

241
C: Toledo Pimentel no está con nosotros en el EMASAN, no. Pero para mí eso es muy
doloroso, lo de Toledo Pimentel, muy doloroso. Yo, sabés que una de las preguntas
que yo me hacía era cómo voy a actuar yo ante un ataque, una cosa de esas. Porque
a mí no me entraba en la cabeza eso de matar a una persona, matar, matar, matar,
¿por qué matar?... a menos de que sea una cuestión así de defensa propia, que te
estén tiroteando. Pero, de otra manera, matar era algo que no me entraba en la
cabeza. Pero cuando es lo de Toledo Pimentel nos ponemos como locos, hacíamos
tiro, hacíamos un despelote todos. Y teníamos un odio. Y ahí me di cuenta porque
podés hacer esas cosas, por odio, por odio podés hacer eso. Matar. Porque
ideológicamente, porque el otro sea comunista, troskista, ni sabía qué era eso... Pero
ya sí, cuando era un amigo que había muerto, ya era más concreto, si no, no”.

Como ya hemos visto, el mandato institucional del “sacrificio” de la propia vida se


volvía mucho más potente cuando se enlazaba con otro poderoso mecanismo: la
deuda con los compañeros muertos. 236 En este sentido, la muerte de un “compañero”,
al mismo tiempo que cimentaba al grupo, favoreció la circulación del odio. A su vez
nos muestra cómo ese mundo de relaciones personales que se tejía en el monte
tucumano -de vínculos tan “especiales”- era el espacio privilegiado para la realización
de las máximas ofrendas y sacrificios. Ello así porque, como el don es un acto
“personal”, se halla presente en todos los dominios de la vida social donde las
relaciones personales continúan desempeñando un papel dominante (Godelier,
1998: 27).

“Santiago: ¿No tenían miedo con las guardias, de que pasara algo...?

Coco: Solamente esa vez, después de lo de Pimentel. Pero, por ejemplo, yo me di


cuenta de que no podía ser tan grande el peligro extremista porque, por ejemplo, a fin
de año se macha [se emborracha] toda la guardia. La gente de la vuelta del regimiento
venía y nos regalaba botellas de sidra, comida, llevaban para los soldados (…) y la
gente venía a traernos cosas, porque [pensaban]: 'pobrecitos los soldados, que nos
habíamos quedado ahí'. Y se macha [toda la guardia], todo el mundo machado. Yo

236
Para reflexionar en torno a esta cuestión me han parecido muy sugerentes las reflexiones
desarrolladas por Ana Longoni (2007) en torno al mandato del sacrificio de la propia vida
que imperaba en organizaciones armadas de la década del '70.

242
había tomado igual que todos, pero mi mente es algo que no me deja…, no me caía
dormido. Entonces empiezo a dar vuelta por todos los puestos y ponía en fila a las
botellitas. Entonces yo decía: 'si hubiera peligro real...'. Yo me di cuenta en
Caspinchango de que no asistí a ese peligro tan tan grave que decían”.

Conversando con un capitán (que había hecho el curso de Comando), le contó que
Seineldín había confeccionado una lista de 500 oficiales y suboficiales, se la
presentó a Videla y le había dicho que: “con esos 500 limpiamos los cerros de
Tucumán”. “Yo pensaba: ¿500 tipos? ¿Y por qué estamos tres mil acá? Ja ja ja [se
rie]. Un costo impresionante, cuánto habrá costado ese operativo, no tengo ni idea”.
(...). ¡Cuánto habrá costado eso! Además yo ya sospechaba que no eran tantos [los
guerrilleros], no eran tantos”. Como podemos notar, la interpretación de ciertos
indicios muchos años después de la experiencia de conscripción, le ha permitido a
Coco poner en cuestión la versión oficial que el personal militar buscaba imponer
entre los soldados. Y, en este mismo movimiento, cuestionar la versión sobre la
peligrosidad del “extremismo” construida por el personal militar.

243
Capítulo VII: Entre rumores, “fuleros” y simulacros

Como ya hemos visto, a partir de febrero de 1975 las FFAA desplegaron un vasto
«poder desaparecedor», que circuló y atravesó todo el “teatro de operaciones” del
Operativo Independencia. Esta modalidad represiva se valió de una faceta secreta,
oculta y negada – la represión en los centros clandestinos de detención, tortura,
desaparición y muerte- y otra que exhibía, mostraba y espectacularizaba – en los
“enfrentamientos” fraguados; en la aparición de cuerpos masacrados en la vía
pública o en el monte tucumano; en los grandes operativos de secuestros y
detención de opositores en las grandes ciudades y en el sur tucumano, etc. Según
ha planteado Pilar Calveiro: “La exhibición de un poder arbitrario y total en la
administración de la vida y la muerte pero, al mismo tiempo negado y subterráneo,
emitía un mensaje: toda la población estaba expuesta a un derecho de muerte por
parte del Estado” (1998: 59).

Junto con esta faceta destructiva, el Operativo Independencia tuvo una faceta
productiva: las FFAA asumieron la tarea de disciplinar de la sociedad tucumana. Tal
como argumentó Pilar Calveiro, la sociedad argentina funcionó como caja de
resonancia de ese «poder desaparecedor», debido a que permitió no solo la
circulación de los sonidos y ecos de ese poder sino también se volvió su destinataria
privilegiada (Calveiro, 1998: 147).

“[El «poder desaparecedor»] Utilizó su derecho arbitrario de muerte como forma de


diseminación del terror para disciplinar, controlar y regular una sociedad cuya
diversidad y alto nivel de conflicto impedían su establecimiento hegemónico. El antiguo
derecho de vida y muerte latente sobre la población se superponía y hacía posible con
las funciones disciplinadoras y reguladoras manifiestas. (…) El poder de vida y muerte
es uno con el poder disciplinario, normalizador y regulador” (1998: 59).

En un trabajo clásico escrito en plena transición hacia la democracia argentina,


Guillermo O’Donnell (1982) sostuvo que el poder militar produjo una «cultura del
miedo», como resultado de la experiencia masiva, cotidiana y capilar de la represión
237
estatal. Desde una perspectiva etnográfica, Michel Taussig (2006) argumentó

237
Sin embargo, el politólogo destacó una faceta menos espectacular del ejercicio de la

244
que esos «espacio de muerte», donde la tortura es endémica y la «cultura del terror»
florece, se caracterizan por la activa creación de sentidos, rumores, mitos y otras
narrativas tanto por parte de los dominados como de los dominadores. En su
reflexión sobre la mediación de la «cultura del terror» a través de la narración – y de
los problemas de escribir efectivamente contra el terror -, Taussig sostiene que el
terror no solo es un estado psicológico sino también es una construcción social,
cuyas dimensiones barrocas lo convierten como mediador por excelencia de la
hegemonía estatal y un medio para el control masivo de poblaciones. Como se trata
de un espacio de transformación y reestructuración de las relaciones sociales, la
«cultura del terror» se ha basado en y nutrido de silencio y mitos, sentidos y
rumores, donde el peso de lado misterioso prospera por los sentidos del rumor y la
fantasía tejida en la densa trama del realismo mágico (Taussig, 2006). A su vez, esta
«cultura del terror» se convirtió en un poderoso dispositivo de disciplinamiento
social, en una herramienta para imponer la dominación y para la creación de una
sociedad ordenada, controlada y paralizada.

Si una de las estrategias del poder soberano es la exhibición dramatizada y


espectacular de su poder de muerte (Segato, 2004), los relatos, puestas en escenas
y acciones represivas desplegadas en el “teatro de operaciones” del Operativo
Independencia tuvieron distintos tipos de audiencias receptoras de aquella «cultura
del terror». Por un lado, ya hemos visto que las autoridades militares construyeron al
“monte” como aquel espacio donde se libraba una “batalla decisiva” contra la
llamada “subversión”; su audiencia privilegiada era la sociedad argentina que
consumía ese mensaje a través de la prensa, la radio y la televisión. Por otro lado, la
población del sur tucumano se reveló también como receptora de ese mensaje

violencia de estado: “el sistemático, continuado y profundo intento de penetrar capilarmente


en la sociedad para también allí, en todos los contextos a que la larga mano de ese gobierno
alcanzaba, implantar el ORDEN y la AUTORIDAD…” (mayúsculas en el original, 1982: 15).
Frente al diagnóstico de que todo el “cuerpo social” había sido infectado por la llamada
“subversión”, nació un pathos microscópico, “apuntado a penetrar capilarmente la sociedad
para ‘reorganizarla’ en forma tal que quedara garantizada, para siempre, una meta central:
que nunca más sería subvertida la AUTORIDAD de aquellos que, a imagen y semejanza de
los grandes mandones del régimen, tenían en cada microcontexto, según esta visión, el
derecho y la obligación de MANDAR” (Mayúsculas en original, 1982: 15).

245
donde las autoridades militares parecían afirmar que su control soberano sobre ese
territorio -y su población- era total y absoluto.

Pero, al mismo tiempo, se delineaba otra audiencia privilegiada del ejercicio de esa
violencia moralizante y ejemplificadora: exhibidos como “protagonistas” de esa
lucha, los soldados conscriptos enviados al “teatro de operaciones” tucumano ante
todo se convirtieron en espectadores del ejercicio de esa modalidad represiva
desplegada en el sur tucumano. Los conscriptos, desde que fueron incorporados al
servicio militar obligatorio fueron permanentemente interpelados por el personal
militar sobre la “lucha” contra la llamada “subversión”. Y, a partir de que fueron
enviados al “teatro de operaciones”, fueron convertidos también en audiencia de esa
exhibición pública y dramatizada del poder de muerte por parte del poder militar.

A partir de las memorias de ex soldados conscriptos enviados al “teatro de


operaciones” del Operativo Independencia, en este capítulo analizaremos cómo esta
«cultura del terror» fue construida en el sur de la provincia de Tucumán. En este
sentido, iluminaremos cómo, más de treinta años después del inicio del Operativo
Independencia, los ex soldados buscan volver inteligible el conjunto de mensajes
cifrados recibidos durante su paso por la conscripción, núcleo duro y enigmático de
esa experiencia de represión política. En especial, mostraremos que el poder militar
se valió de una serie de tareas de “acción psicológica”: la producción y puesta en
circulación de rumores sobre la peligrosidad de la guerrilla rural y un proceso de
construcción del enemigo, donde los guerrilleros, activistas y opositores fueron
transformados en “fuleros”, “extremistas” u “oponentes”.

El monte y la producción de rumores

A fines de marzo de 1975, a casi a dos meses del inicio del Operativo
Independencia, la revista El Combatientedel PRT denunciaba que en la provincia de
Tucumán era “ampliamente conocida” “la resolución de la oficialidad asesina por la
cual se niega a los soldados toda información relacionada con la marcha del
Operativo Antiguerrillero”. Luego, describían el contexto de desinformación
sistemática en la que vivían los soldados conscriptos enviados a combatir a la
Compañía de Monte:

246
“… la incertidumbre de la desinformación, con una baja próxima que no termina de
concretarse, colocados en medio de una brecha cada vez más amplia que separa a
sus mandos del pueblo, acosados por una ola de rumores que preanuncian el triunfo
de la guerrilla, hostigados por la tropa mercenaria de la Policía Federal, los soldados,
hijos del pueblo, se ven obligados a participar en una guerra donde la posibilidad de
muerte y de disparar contra sus hermanos es una realidad palpable.

Al igual que su oficialidad, son conscientes de que la Compañía de Monte está


íntimamente ligada con el pueblo tucumano, pero ante ese hecho toman una actitud
diametralmente opuesta a la de sus mandos: los soldados confían en su pueblo. A
través del pueblo, entonces, es posible saber que los conscriptos están ansiosos por la
baja, que en casos concretos le restan autoridad a los oficiales de la Federal, se
niegan a patrullar las laderas por temor a contraer la fiebre (habría habido una muerte
por esa razón en el operativo anterior).

Es cierto que un número no determinado desapareció de la noche a la mañana del


acantonamiento. Pero sus compañeros son reacios a creer que se trate de un traslado.
Hay rumores de que la falda del cerro fue minada por la Compañía de Monte; de que a
las cortinas de humo con que procede la oficialidad y la suboficialidad su avance por el
cerro se suma el bombardeo aéreo, lo que habría causado bajas civiles (…). En esta
situación, un volante de nuestro ERP distribuyó activamente entre los soldados
mereció no sólo un comentario aireado del Gral Vilas ante la prensa, sino un volante
de respuesta con pie de imprenta del Ejército Opresor, desmintiendo rumores,
‘aclarando’ la situación de los aviones caídos, negando totalmente la posibilidad de
que la Compañía de Monte haya planteado la rendición sin combatir, detractando al
ERP y reafirmando la vigencia de Isabel Perón como presidente. A partir de allí, sacan
boletines que pegan en pizarras para desmentir los rumores del día”. 238

Contemporáneamente a esta nota, la revista Estrella Roja transcribía algunos de los


rumores y comentarios de los soldados conscriptos y personal del Ejércitoque
habían escuchado pobladores de la zona sur de Tucumán:

238
El Combatiente nro. 160, 26-3-75.

247
“Un campesino escuchó que un sargento decía a los soldados de su patrulla que si
veían a los guerrilleros y éstos no tiraban que se hicieran los tontos pues si se avisaba
el jefe, éste los mandaría a ellos al frente a buscarlos y se harían matar sin necesidad.

En un almacén donde los soldados fueron a comprar refrescos se les preguntó si


tenían miedo a los guerrilleros. Los soldados respondieron afirmativamente, que si los
guerrilleros les daban la voz de alto, ellos les entregaban las armas, los uniformes y
todo cuanto quisieran. Porque si no nos matan y después los milicos te ponen una
medalla pero ya estás bien muerto.

Otro comentario entre los soldados es sobre la cobardía de sus oficiales. Cuando
andan por el monte nunca van adelante. En los camiones ponen a los soldados en los
costados y ellos en el medio de la caja así en caso de emboscada tiene más
posibilidades de salvarse de las balas guerrilleras.

Iba caminando dos de nuestros combatientes por una huella paralela al cerro, cuando
de pronto se toparon con un soldado que marchaba de espalda a ellos. A unos 20
metros se encontraba arrodillado otro más. Inmediatamente nuestros compañeros se
internaron en el monte. Tal fue el temor que produjo en los soldados haber visto dos
guerrilleros, que recién 5 o 7 minutos después que ellos habían desaparecido
comenzaron a barrer el lugar con ráfagas de ametralladora pesada”. 239

Como podemos observar, el “teatro de operaciones” del Operativo Independencia se


había vuelto un espacio de activa producción, circulación y recepción de rumores,
mensajes y otras narrativas por parte del personal militar y de los soldados
conscriptos movilizados; de la Compañía de Monte y sus activistas; y de los
pobladores de la zona sur tucumana. Frente a este tipo de relatos publicados en la
prensa partidaria del PRT-ERP, las FFAA parecían librar una batalla por imponer su
relato sobre el operativo represivo, apelando también a la producción y puesta en
circulación de rumores, mitos y otras narrativas sobre la guerrilla rural. De esta
manera, buscaban impugnar todo relato que cuestionara la versión oficial del Ejército

239
Estrella Roja nro. 51, 31-3-75, pp. 8 y 9.

248
Argentino sobre la marcha del Operativo Independencia. De hecho, a mediados de
1975, en la revista El Soldado Argentino publicaron un artículo titulado “Silabario
contra el rumor”:

“El rumor es un arma que no mata, pero puede ocasionar graves daños sobre la moral
combativa, cuidado!

Es un medio del que se vale la propaganda enemiga: la noticia falsa aparece, nadie
sabe de dónde viene, hace referencia a un hecho posible, pero difícil de comprobar.
Luego viene la duda…

Su enunciado es sugestivo, y a medida que se retransmite, se agregan detalles que


reflejan los deseos y temores de cada persona. Se extiende y prolifera en la
clandestinidad.

Así, la mente trabaja con una falsa imagen, el conocimiento se vuelve inseguro y las
noticias verdaderas entran en un laberinto movedizo, donde se confunden con las
falsas.

El rumor multiplica la noticia tendenciosa. Proporciona una falsa idea de la realidad,


tanto más importante es el objetivo que ataca, más sutil e intenso es su trámite.

La confusión de ideas produce una gama de vacilaciones internas que se proyectan


hasta el exterior en forma de dudas, inseguridades, temores, incertidumbre, angustia.

La voluntad combativa puede decaer.

El enemigo, generalmente, lanza rumores de tipo agresivo, con un propósito


deliberado. Su preparación tiene base técnica, falsea la verdad y busca dividir a los
grupos. Introduce una cuña de carácter sicológico.

Por eso sus objetivos son:

• Dañar la identidad espiritual oponiendo sentimientos y negando aspiraciones.

• Perturbar la identidad intelectual provocando dudas acerca de nuestras propias


fuerzas sobre la eficacia de nuestras armas y a capacidad de los mandos.

• Disminuir la moral combativa presentando como inútil nuestra actitud frente al


enemigo”. 240

240
Soldado Argentino nro. 695, Julio-Diciembre 1975, pp.54-56.

249
Revista El Soldado Argentino nro. 695, julio - diciembre 1975, p. 54.

Pero, ¿por qué el “teatro de operaciones” del sur tucumano se volvía un espacio
apto para la producción y circulación de rumores? Por un lado, se volvía un espacio
donde los mensajes proliferaban porque estaba marcado tanto por un fuerte
“compañerismo” (fruto de la convivencia prolongada en el monte así como por un
omnipresente riesgo de muerte (en cualquier momento podía ocurrirle cualquier
cosa). 241 En este sentido, losrumores y mitos se volvían en exorcismos contra la
censura, la desinformación y la incertidumbre sobre el destino individual y colectivo y
la amenaza de muerte.

Teresa Pires do Rio Caldeira (2007) destacó que el miedo, el peligro y la violencia,
cosas difíciles de entender, hacen proliferar y circularel discurso. En su intento de

241
Este análisis se basa en trabajos sobre la producción, circulación y recepción de rumores
en el contexto de prisión política argentina durante el estado de sitio, entre 1974-1983 (De
ípola 1982 y 1997; Garaño, 2008a). Si bien no se puede crear un paralelismo que iguale la
cárcel con el monte tucumano (aplanando sus notables diferencias), sí creo que ambos
espacios estaban organizados por la circulación de rumores.

250
discutir la relación entre violencia y narración, esta autora ha estudiado cómo se
estructuran y operan las narrativas sobre el crimen en la ciudad de San Pablo,
Brasil. Tomando este caso de estudio, la autora sostiene que la violencia siempre
presenta problemas de significación: “La experiencia de violencia rompe el
significado, una ruptura que la narración intenta contrabalancear. Pero las narrativas
también pueden hacer proliferar la violencia” (2007: 48). Retomando los análisis de
Allen Feldman (1991) y los de Taussig (2006) sobre el papel del simbolismo en la
reproducción de la violencia, sostiene que el «habla del crimen» tiene efecto en la
(re)producción del miedo y en el crecimiento de la violencia en San Pablo, lo que
indica “la existencia de intrincadas relaciones entre violencia, significación y orden,
en las cuales la narración tanto combate como reproduce la violencia” (Pires do Rio
Caldeira, 2007: 53).

Esta manera de conceptualizar la relación entre narración y violencia se vuelve fértil


para pensar la experiencia vivida por los soldados en el “teatro de operaciones” del
Operativo Independencia, un espacio donde el terror atravesó todo el tejido social y
el poder militar hizo una exhibición de su poder soberano de vida y muerte. En este
sentido, esa multiplicación de mensajes, rumores, mitos y relatosse volvió
contagiosa debido a que se convirtió en un medio para lidiar con las experiencias
desconcertantes y con la naturaleza arbitraria e inusitada de la violencia estatal.
Frente a una experiencia de conscripción que desafiaba los supuestos del servicio
militar, el «habla del monte» simbólicamente buscaba reorganizar ese mundo,
restablecer el orden y el sentido, en un espacio - tiempo donde la posibilidad de
morir y matar era omnipresente.

La carta y el helicóptero

El 28 de septiembre de 1975, el diario La Opinión publicó una carta escrita por un


Capitán del Ejército. Enviada desde el monte tucumano, este oficial se quejaba de la
poca atención que la opinión pública y el gobierno le prestaban al personal militar
destinado a combatir a la guerrilla rural. Entre otras cosas, denunciaba que el
enemigo cada día se volvía más poderoso:

251
"Nos entristecemos de que nuestro pueblo nos haya tenido largo tiempo en el olvido y
que aún nos tenga, porque no sabe que la guerrilla ha incrementado sus efectivos en
la zona de contacto a 200 hombres, en el campamento intermedio a 70 guerrilleros y
en la zona base a 30 guerrilleros. No sabe que la guerrilla posee dos helicópteros que
operan de noche y con niebla y que cumplen misiones de abastecimiento y de relevo
de personal. No sabe que prepara la insurrección local con particular énfasis en la
guerrilla urbana, la que será desatada durante un verano". 242

Esta carta -publicada en uno de los diarios más importantes del país- lanzaba a
circular uno de los rumores más potentes acerca de la peligrosidad de la Compañía
de Monte: que contaba con (al menos) un helicóptero. De hecho, en octubre de 1975
frente a un grupo de periodistas que lo esperaban en el aeropuerto Benjamín
Matienzo, Luciano Benjamín Menéndez reafirmó la veracidad de este rumor.
Consultado acerca de si la guerrilla contaba con “armamento tan sofisticado como
una fuerza regular”, contestó: “Se ha constatado la presencia de un helicóptero que
no es de los nuestros”. 243

De este rumor y de otros mitos que circulaban sobre la Compañía de Monte, también
se hizo eco la prensa partidaria del PRT-ERP. En una carta publicada en Estrella
Roja, un militante de la Compañía de Monte aseguraba que “la gente cuenta
‘hazañas’ nuestras extraordinarias”: “Como ser –detallaba- que iba un cortejo de
‘guerrilleros’ y de golpe cuando aparecieron los milicos, abrieron el cajón y sacaron
todo tipo de armas (…). También dicen que tenemos un helicóptero desarmable y
que lo transportamos en bolsas de nailon”. 244

Como sostiene Veena Das (2008), los rumores tienen el potencial de hacernos
experimentar acontecimientos, gracias a su capacidad de producirlos durante el
mismo acto de la enunciación; a su vez, en determinados contextos sociales además
crean las condiciones para la circulación de la incertidumbre, el pánico y el odio
(Das, 2008). Al hacer público ese rumor, la carta de este oficialcreaba un enemigo

242
La Opinión, 7/10/75, p. 12.
243
Ibid.
244
“Suplemento: la vida en el monte”. Versión facsímil de Estrella Roja publicada como
suplemento del Diario Infobae nro. 25, pp. 2-5.

252
poderoso al mismo tiempo que legitimaba la acción de quienes emprendían la tarea
de aniquilarlo. Incluso, (sobre)dimensionaba el riesgo adicional que representaba
para el Ejército –y por lo tanto, para todo el personal militar- disponer de un medio
de movilidad aéreo que, a su vez, fundaba un nuevo tipo de “teatro de operaciones”
bélicas.

En Teoría del partisano, Carl Schmitt (1963) sostiene que, luego de la Primera
Guerra Mundial, a los “teatros de operaciones” terrestres y marítimos se le agregó el
espacio aéreo, modificando en la estructura espacial de los enfrentamientos bélicos.
Por su parte, la guerra de guerrillas implicó “un nuevo espacio de acción,
complejamente estructurado, porque el guerrillero no combate a campo abierto, ni
tampoco lo hace al mismo nivel de la guerra abierta con frentes de combate
establecidos”:

“… el guerrillero obliga a su enemigo a ingresar en un espacio diferente. De este


modo, a la superficie del teatro de operaciones militares regular y tradicional, el
guerrillero le agrega una dimensión distinta, más oscura; una dimensión de
profundidad en la cual el uniforme exhibido en forma ostensible se vuelve mortal. El
guerrillero interfiere, desde lo subterráneo, la obra convencional, regular, representada
sobre el escenario al aire libre. Desde su irregularidad, modifica las dimensiones de las
operaciones, no sólo tácticas sino incluso estratégicas, de los ejércitos regulares.
Grupos de guerrilleros relativamente pequeños, aprovechando las condiciones del
terreno, pueden trabar a grandes masas de tropas regulares. Hemos mencionado
antes esta ‘paradoja’ al tratar el caso de Argelia. Ya Clausevitz la había comprendido
claramente y la describió con precisión en una de sus manifestaciones antes citadas
cuando afirma que unos pocos guerrilleros, si dominan un espacio, pueden aspirar a
ser designados con el ‘nombre de un ejército’” (Schmitt, 1963: 35).

Sin embargo, el rumor de que la Compañía de Monte contaba con un helicóptero


alteraba la clásica concepción de que el partisano “sigue significando todavía un
pedazo de auténtico suelo” (Schmitt, 1963: 35 y 36). Si bien este autor reconocía
que el partisano participaba del “progreso” de la tecnología armamentística moderna,
este rumor agregaba una inesperada dimensión a la lucha en el monte: no se trataba
solo de un combatiente concebido como “irregular”, solapado, que elegía un terreno

253
adverso (un monte) y, contando con un puñado de hombres, podía llegar a
dominarlo. La versión de que contaban con un helicóptero también abonaba la
pregunta que más inquietaba a Carl Schmitt: “¿qué pasaría si el tipo de ser humano
que hasta ahora suministró al guerrillero consigue adaptarse a un entorno
tecnoindustrial, consigue utilizar los nuevos medios y desarrolla una especie nueva,
adaptada, de guerrillero; digamos: un guerrillero industrial?” (1963: 40). Y
cuestionaba el control del terreno aéreo, tradicionalmente dominado por las fuerzas
contrarrevolucionarias.

Memorias del helicóptero

Mucho tiempo antes de leer estas fuentes documentes, haciendo trabajo de campo
en la ciudad de Famaillá supe de la existencia (del rumor sobre) el helicóptero de la
Compañía de Monte. No puedo negar que me sorprendió cuando, en la sede donde
se reunían ex soldados del Operativo Independencia, lo primero que me contaron
fue que el ERP tenía un “helicóptero de color negro, desarmable, para dos
personas”, “un armamento impresionante, que nuestro ejército no tenía” (por
ejemplo, la mira láser que le permitía a Santucho ver todo lo que pasaba por la
noche) y que cerca de cinco mil personas integraban la guerrilla rural. 245 Lo que a
primera vista me pareció un mito sobre la guerrilla rural, fruto del paso del tiempo,
tomó otra encarnadura cuando descubrí que ese rumor había surgido en pleno
Operativo Independencia, gracias a un trabajo de difusión en diarios y revistas de
circulación provincial y nacional.

Desde que inicié el trabajo de campo, la amplia mayoría de los ex soldados con los
que conversé me hablaron de la existencia de un helicóptero que la guerrilla utilizaba
para moverse en la selva tucumana de las laderas del Macizo del Aconquija. Me
atrevería a asegurar que continúa funcionando como un locus que organiza ese
conjunto de memorias sobre ese pasado de violencia política en el sur tucumano y,
como tal, es objeto de disputas y controversias entre distintos actores con disímiles
versiones de esa experiencia. 246 De ahí que en todas las entrevistas y charlas con
245
Reconstruido en base a mis notas de campo, 18 de septiembre de 2009, Famaillá.
246
Sobre las disputan en torno a las memorias del pasado reciente dictatorial, véase: Jelin,
2002.

254
ex soldados traté de indagar en las características del helicóptero, como una vía
privilegiada para acceder a la experiencia vivida por distintos ex soldadosenviados al
“teatro de operaciones” durante el Operativo Independencia.

Durante la conversación que tuvimos en su casa, en la localidad de Famaillá,


Enrique, ex soldado de la clase 54 nacido en esa localidad, recordó que, cuando le
tocaba hacer guardias, se rumoreaba que la Compañía de Monte planeaba atacar el
Comando Táctico de Avanzada utilizando ese helicóptero:

“En ese tiempo, en la noche previa a la jura de la bandera [el 20 de junio de 1975] fue
que había un rumor fuerte de que los guerrilleros iban a invadir Famaillá. Y ahí me
tocó guardias esa noche arriba en el techo. Ahí estábamos, alerta. Porque decían que
tenían un helicóptero, los compañeros guerrilleros. No sé cuál habrá sido la verdad del
rumor. (…)

Santiago: Y, ¿cómo es esto del helicóptero? Porque sistemáticamente haciendo


entrevistas con ex conscriptos me hablan del helicóptero....

E: Decían que tenían un helicóptero el ERP, no sé quiénes estaban acá, si el ERP o


las FAP [Fuerzas Armadas Peronistas], más bien creo que el ERP. Es interesante
dilucidar eso (…). Hablaban de eso, de que tenían [un helicóptero], de que había
venido una vez, de que ha habido un tiroteo aquí; otros decían que era un helicóptero
propio. No me acuerdo precisiones de eso, no te podría asegurar ni que existía”. 247

El rumor de que la guerrilla tenía un helicóptero colaboraba en la construcción de un


enemigo, susceptible de ser objeto de violencia estatal, condensando numerosos
sentidos construidos acerca de la peligrosidad de la Compañía de Monte. Ello así
debido a que, por un lado, sustentaba la teoría de que la guerrilla contaba con un
potencial bélico importante para hacerle (e incluso hasta vencer) al Ejército
Argentino. Por otro lado, también construía la noción de un enemigo que contaba
con una alta movilidad que lo volvía tan omnipresente, como escurridizo y riesgoso.

Coco recordó cómo ese rumor no sólo permitió la circulación del terror, sino que
desató entre los soldados prácticas violentas:

247
Entrevista realizada por el autor en la ciudad en Famaillá, el 27 de septiembre de 2009.

255
“Santiago: Y, ¿es cierto que se decía que el ERP tenía un helicóptero?

Coco: Así decían, así decían…

S: Hoy entrevisté a uno que dice que lo vio...

C: Justo nos toca, (…) vamos a Famaillá, y ahí frente a la plaza, en una esquina está
la comisaría y ahí era la base [del Operativo Independencia]. Estaban los militares ahí,
estaban con esas bolsas afuera, esos muros que hacen de arena, que uno ha visto
tantas veces en las películas. Un poquito acá y estaba una camioneta. Y en la
camioneta estaba montada un antiaéreo y yo estaba conversando con el muchacho
que estaba ahí. Yo no sé si el era de Mar del Plata o el grupo de Artillería era de Mar
del Plata, eso no me acuerdo ya. Estaba anocheciendo, era invierno y estábamos
conversando y de pronto vienen corriendo dos tipos y señalaban así arriba. Y yo me
tiro cuerpo a tierra, ahí en la plaza, debajo de un banco, me tiro ahí y la mueven a la
antiaérea y entran a darle arriba … Chu chu chu [ruido de balas] (...) Y algunas eran
balas trazadoras, que tienen una pintura ahí, que el roce produce una línea, entonces
está mostrando a dónde dispara. Y estaban disparando a un helicóptero, sí, porque
resulta que había una orden de que a partir de determinada hora ya no podían andar
ningún [helicóptero], ya no eran de los nuestros, digamos. Si andaba alguno, no era de
los nuestros. Yo la verdad es que no escuché ruido ni nada, pero le entraban a dar,
bum, bum, bum, ¡un ruido! bum bum bum bum bum bum bum”. 248

Veena Das (2008) ha sostenido que el aspecto más interesante de los rumores es
que ocupan esa región del lenguaje que tiene el potencial de hacernos experimentar
acontecimientos y de producirlos en el mismo acto de su enunciación (Das, 2008:
95). Retomando a Homi Bhabha (2002), Das postula que el rumor presenta un doble
aspecto, enunciativo y performativo. En esta línea, Homi Bhabha postuló que la
indeterminación del rumor constituye su importancia como discurso social; su
adhesividad comunal intersubjetiva yace en su aspecto comunicativo; y su poder
performativo de circulación resulta de la difusión contagiosa (2002: 243).

Si los rumores sólo pueden ser interpretados en el marco de las formas de vida o de
muerte en las cuales está inmerso (Das, 2008: 114), la repetición del rumor del
248
Entrevista realizada por el autor en la ciudad de San Miguel de Tucumán, el de 24 de
enero de 2011.

256
helicóptero servía para reforzar las sensaciones de peligro, inseguridad y
perturbación que se vivía en el “teatro de operaciones” del Operativo Independencia.
En este sentido, estos relatos alimentaban el círculo en el cual el miedo fue
trabajado y (re)producido y en el cual la violencia fue al mismo tiempo combatida y
ampliada. A su vez, estas narrativas se volvían emocionalmente poderosas y
produjeron «efectos de verdad» (Foucault, 1980) entre los soldados, suboficiales y
oficiales del Ejército Argentino, moviéndolos a la acción. En este sentido, se volvían
una potente fuerza política sin la cual la represión política en la zona sur de la
provincia de Tucumán no hubiera podido ser llevado a cabo.

Enrique: “¿Cuántos eran realmente?” 249

Mientras conversábamos sobre el rumor de que la Compañía de Monte contaba con


un helicóptero, Enrique argumentó: “Si hubo una cosa así [un helicóptero], no sé si
se puede pensar que eran 50. Te da una idea de otra estructura”. Y luego, Enrique
prosiguió su análisis sobre el potencial peligro que representaba la guerrilla:

“Ese es un tema que yo todavía no tengo claro. Yo hablé el otro día con un compañero
de la municipalidad, que vive en Buenos Aires de ese tiempo, y que también tenía
militancia sindical. Yo ya sabía que eran menos de los que se decían los que estaban
realmente armados. ‘¿Cuántos crees vos que había, realmente armados y
comprometidos en el monte?’ [me preguntó]. Yo sabía que el rumor era que había era
3 mil y dije mil. Y sin reírse, porque podría haberse reído, me dijo que para él no había
más de ochenta. No sé, no tengo cómo [saberlo]. Y no tengo contacto con gente que
haya estado más cerca de la acción que yo… Pero es un dato interesante para saber
realmente cuántos eran. También cuántos eran en el comienzo del Operativo
[Independencia] y cuántos eran cuando fue el golpe de estado (…). Pero es un dato
que es como para mí una laguna histórica, la realidad ésa”.

Como vemos, hacer memoria implica un trabajo reflexivo donde distintos actores
revisan su pasado y construyen sus versiones de esas experiencias de violencia y

249
Todas las citas correspondientes al testimonio de Enrique corresponden a la entrevista
realizada en la ciudad de Famaillá el 27 de septiembre de 2009.

257
represión política. Aunque, permanentemente aparece el relato oficial con el que las
FFAA los interpelaron durante su paso por la conscripción, apropiándose de algunos
de sus sentidos, mientras impugnan o resisten otros. En este sentido, la versión
oficial sobre la peligrosidad de la guerrilla rural era aceptada por algunos (ex)
soldados más receptivos a la narrativa militar y rechazadas por otros más
escépticos, en función de trayectorias previas al ingreso al servicio militar, mediante
su experiencia directa en la “zona de operaciones” del sur tucumano, o gracias al
acceso a fuentes de información alternativas a las del Ejército Argentino.

“Enrique: Otro rumor que había en ese tiempo, es que la gente que había ayudado al
vietcom –el comunismo- (…) intentó tomar contacto con la guerrilla de argentina. Pero,
cuando les dijeron cuántos eran, no les interesó, porque era muy poca la gente que
estaba comprometida. Tiene que ser una proporción importante en relación a la
población, cosa que vos tengas el apoyo logístico de la población. Si no tampoco, no te
sirve de mucho. Entonces como que ahí se frenó la supuesta ayuda. Era un rumor que
se comentaba en la Universidad. Pero que se comentaba con la intención de… con
una intención peyorativa. Como que querían hacer si no eran tantos o la gente que
estaba comprometida o interesada en cambiar las cosas eran poquitos. Era un
mensaje político. También la conclusión del rumor era un mensaje político”.

Por su parte, Enrique, a diferencia de lo que le había dicho su amigo y de los


rumores que circulaban en la Universidad Tecnológica Nacional, recordaba otros
indicios sobre la peligrosidad de la guerrilla. “Te tendría que relatar algo sobre
algunas experiencias de aquí, que indicaba había algo más que eso”. Y, a
continuación, enumeró una serie de “enfrentamientos” ocurridos entre 1975 y 1976 a
lo largo de toda la provincia de Tucumán, de los que tuvo noticia mientras cumplía
con el servicio militar. A partir de esos indicios, Enrique concluía: “Y te estoy
hablando de Tucumán y de zonas que están en un radio de 30 kilómetros y
sumamos y por ahí tengamos 40 personas y no estamos hablando de Santa Fe, de
Buenos Aires, de Córdoba. Por eso yo te digo que no sé si pueden haber sido tan
poquitos, que algo más eran”. La pregunta sobre cuántos eran los integrantes de la
Compañía de Monte era una manera de indagar, en un sentido restringido, sobre la
peligrosidad de la guerrilla rural, a partir de la interpretación de las puestas en

258
escena del poder y de la propaganda militar y guerrillera. Y, en un sentido más
amplio, reflexionar sobre esa experiencia desconcertante de violencia estatal.

“Oponentes”, “extremistas” y “fuleros”

“Atención tucumano

Preste atención y colabore si comprueba:

-Que en su barrio, pueblo o paraje se radican parejas


jóvenes sin hijos o con hijos de corta edad.

-Que esas parejas no mantienen relación con el


vecindario.

-Que no se les conoce familiares.

-Que no se sabe a qué se dedican o en qué trabajan.

‘Porque esas personas pueden estar atentando contra su


seguridad, la de su familia y la del país (…). Su
información será valiosa”.

Texto publicado en La Gaceta en 1975 y 1976. 250

Junto con el rumor de que la Compañía de Monte contaba con un helicóptero, las
autoridades militares fueron estandarizando una serie de formas de nombrar -y al
mismo tiempo construir- a su enemigo. Desde que leí el libro Santa Lucía. La base
de Lucía Mercado (2005), me ha inquietado el uso por parte de los habitantes de esa
localidad del sur tucumano del término “fulero” para denominar a los miembros de
las organizaciones armadas. Lo que para mí significaba simplemente “feo” o “fiero”
(en el lunfardo tanguero), en ese mundo local adquiría otros sentidos asociados, que
denotaban un conjunto de estigmas no sólo en relación a los (potenciales) miembros
de organizaciones armadas sino a todo ser “sospechado” de ser activista político,
sindical o estudiantil en la zona sur de Tucumán.

Durante mi primer viaje de trabajo de campo, me dediqué a indagar en torno a ese


término, como una ventana para reflexionar acerca de esa experiencia local de

250
Citado en López Echagüe (1991: 164).

259
represión política. Incluso, era una manera de empezar a establecer una relación
entre un investigador nacido en Buenos Aires y mis interlocutores tucumanos, tanto
de la ciudad de San Miguel de Tucumán como de las localidades del sur de la
provincia. En este sentido, seguir el hilo del término “fulero” se volvió un indicio para
indagar en distintas perspectivas sobre la experiencia vivida en el “teatro de
operaciones” del Operativo Independencia.

En la Biblioteca de la Facultad de Filosofía y Letras de Universidad Nacional de


Tucumán, pude encontrar una definición de “fulero” en el Diccionario de
argentinismos de ayer y de hoy:

“fulero-a.adj. lunf. Dícese de las cosas que son feas, de mala calidad, pobres. Cuando
se aplica a personas, por excepción, significa cobarde, individuo de no fiarse, malo,
falso” (Abad de Santillán, 1976: 234).

Junto a esta definición, una investigadora tucumana me explicó qué sentidos


implícitos conllevaba ese término para los tucumanos: “Es una palabra muy
tucumana. No confíes, quiere decir, te puede meter en problemas. Y en los años
setenta adquiere una acepción muy específica, de guerrillero”. 251 Ni bien nos
pusimos a hablar, lo consulté sobre el uso del término “fulero” y Néstor, un soldado
de la clase, trajo a su memoria la manera en que el personal del Ejército Argentino lo
utilizaba: “Es que el término fulero es muy de campo tucumano, es muy del campo, y
significa persona tramposa, no confiable. Y sí, era un término que usaba la gente. Y
si los militares en ese sentido desplegaron toda una serie de argumentos tratando de
caracterizar[los] como fuleros, como gente extremista, gente extraña y siempre toda
ocasión era propicia para hacer referencia”. 252

Vemos entonces que las autoridades militares emprendieron una lucha por imponer
el término “fulero”entre los soldados y la población tucumana, cuyas connotaciones
se asentaban en ese modismo tucumano. “Fulero” se volvía una forma de demonizar

251
Reconstruido en base a mis notas de campo, San Miguel de Tucumán, 11-9-2009.
252
Entrevista realizada por el autor en la ciudad de San Miguel de Tucumán, el 19 de
septiembre de 2009.

260
a los miembros de las organizaciones de izquierda y revolucionaria, atribuyéndoles
una serie de características negativas. ¿Por qué “fulero” asumía ese sentido
específico para referirse a los guerrilleros? Seguramente, se vinculaba con que el
PRT era un partido revolucionario, clandestino y “de cuadros” (Pozzi, 2004: 169).
Cuando los militantes ingresaban a este tipo de organizaciones, sus actividades
partidarias quedaba bajo la sombra del secreto para preservar la vida propia y la de
los miembros de la organización frente a la represión política (Tello, 2005: 80 y
81). 253 Sin embargo, si bien la clandestinidad implicaba una restricción (un secreto),
también permitía seguir participando políticamente, mantener un “trabajo legal”. En
este sentido, Néstor me explicó cómo percibía ese tipo de militancia clandestina:

“El PRT no tenía mucha presencia vistosa. El PRT siempre tuvo una característica que
sus militantes que actuaban oscuramente, en el sentido que no aparecían. El PRT ha
tenido militantes con los cuales nosotros hemos hecho alianzas, por ejemplo, en
alguna situación, que nunca se definieron como el PRT y que uno los descubrió
después que eran del PRT. Se enmascaraban en algún grupo. Con el PRT la situación
no era una relación directa sino que siempre estaba como algo que no se decía, como
algo oscuro, era una presencia difícil de medir. Es difícil medir la presencia del PRT. Y
con el paso del tiempo, uno va a ir descubriendo: ‘ah, aquél en realidad estaba
militando en el PRT y nosotros no sabíamos’”. 254

De manera análoga a la figura del partisano descripto por Carl Schmitt, los militantes
del PRT-ERP eran “combatientes irregulares”, que apelaban a tácticas del
ocultamiento, la clandestinidad y la oscuridad. En ese contexto de sospecha
generalizada, Enrique me contó que autoridades militares lo acusaban de ser “mono”
por haber nacido en la zona sur de la provincia, donde se instaló la Compañía de

253
Es decir, la actividad partidaria estaba “compartimentada” y había un funcionamiento
celular: se ocultaba al común de la gente y era conocida solamente con los “responsables”,
militantes jerárquicamente superiores que “atendían políticamente” a una célula de tres o
cuatro personas y mantenían la comunicación hacia arriba y hacia abajo en la estructura
partidaria (Pozzi, 2004).
254
Entrevista realizada por el autor a un ex soldado conscripto en la ciudad de San Miguel de
Tucumán, 19-9-2009.

261
Monte. Cuando le pregunté por el término “mono”, indagamos juntos en las distintas
formas de denominación que el personal militar utilizaba para nombrar a su
enemigo:

“Santiago: ¿A quién le llamaban mono?

Enrique: A los subversivos.

S: En Santa Lucía se hablaba de los fuleros...

E: Sí, acá también, lo mismo, sí, sí, sí, los fuleros. En cambio, en el lenguaje al que yo
tenía acceso por el tema de haber estado en el Comando de Operaciones, se le decía
el oponente, no se le decía el enemigo ni el guerrillero. No, se le decía el oponente, en
una muestra de civilización y consideración hacia al rival.

S: ¿Y quién hablaba de los monos, entonces?

E: Los oficiales y suboficiales jóvenes…

S: Y, ¿por qué lo de monos?

E: Y sería por que andaban en la selva. Además mono se dice mucho aquí en la zona.

S: Y lo de fulero, ¿cómo lo recordás?

E: Y, fulero porque hace fullería, no sé si en tu provincia se usa la palabra, ¿no?

S: Fulero en el tango se usa, que quiere decir, feo, fiero.

E: Fulero es cuando es atorrante, tramposo, ladino, clavador, cagador.

S: Medio delincuente, lo que nosotros le decimos malandra.

E: Sí, fulero, es fulero, es gatillo.

S: La gente hablaba de los fuleros,

E: No, la gente no, la gente decía guerrilleros, la gente decía guerrilleros. No decían ni
subversivo. Porque de última subversivo vos le estás dando una intención de subvertir
un orden, por ejemplo, es una cosa medio pretenciosa, pero dentro de lo posible.

S: ¿Y extremistas?

E: También decía extremista la gente. (…) Después cuando a ver como que son las
experiencias, ya te enfrías un poco, decís: ‘¿y por qué esto?’ y buscás en el
diccionario. Me acuerdo que yo buscaba hasta en inglés cómo se decía en inglés

262
'guerrillero', y se dice 'red shirt', ‘camisa roja’. Porque quería saber de dónde nacían
esas expresiones para definir cierta actitud o cierto segmento…”. 255

Frente a la denominación de “fulero”, el uso del término “mono” para referirse a los
miembros de la guerrilla ilumina otro aspecto de este proceso de construcción del
enemigo: la deshumanización y animalización del otro como condición de posibilidad
para el ejercicio de la violencia. 256 Cada forma de nombrar a los miembros de la
guerrilla incorporaba nuevos sentidos que, al enlazarse, construían distintas facetas
de ese enemigo. Durante una conversación con Fito, un ex soldado de la clase 55
nacido en la ciudad de San Miguel de Tucumán, pude conocer cómo esa
animalización del guerrillero habilitaba prácticas violentas de aniquilación:

“Santiago: Entonces, ¿eran muchos los guerrilleros que estaban en el monte?


¿Cuántos eran?

Fito: Bueno, eran muchos, pero, por ejemplo, a mí me ha tocado un caso... No es que
estaban todos juntos, estaban separados y usaban mucho la estrategia de estar arriba
de los árboles, siempre estaban arriba de los árboles. Por eso nosotros teníamos un
guía que él nos enseñaba, por ejemplo, ese árbol tiene que estar claro [muestra un
árbol que está en la cuadra de enfrente]. Si ese árbol está oscuro, es porque ahí
adentro está alguien. El tipo tenía una vista terrible, y bueno, pasábamos la
ametralladora y caía la gente. Él sabía.

S: ¿Y por eso le decían los monos? ¿Porque andaban en los árboles?

F: Y, claro, porque ellos se metían arriba de los árboles, siempre en las copas de los
arboles estaban ahí. Porque arriba de esos árboles tenían armamentos que eran de
afuera y te volteaban gente, soldados, como si nada”. 257

255
Entrevista realizada por el autor en la ciudad en Famaillá, 27-9-2009.
256
Numerosas investigaciones en los más diversos contextos latinoamericanos, han
mostrado el uso de clasificaciones, imágenes y metáforas que animalizan a los seres que
son objeto -no sujetos- de violencia estatal o política (véase, entre otros: Uribe Alarcón,
2004; Da Silva Catela, 2007; Pita, 2010).
257
Entrevista realizada por el autor en la ciudad de San Miguel de Tucumán, el 24 de enero
de 2011.

263
Como se puede observar, la construcción del enemigo amalgamaba un conjunto de
rumores sobre su peligrosidad y el riesgo que representaban para soldados,
suboficiales y oficiales; su elaboración como “oponente”; la estigmatización de los
guerrilleros como “fuleros”; y su animalización como “monos”. Y, al mismo tiempo,
este conjunto de operaciones de poder producía marcos culturales mediante los
cuales aprehender determinadas vidas como vidas que valieran o no la pena ser
preservadas (véase: Butler, 2006). O, dicho de otra manera, producía como
resultado que hubiera 'sujetos' que no eran completamente reconocidos como
sujetos y 'vidas' que no fueron del todo reconocidas como vidas, aunque estaban
claramente vivas (véase: Butler, 2010). En especial, no sólo al clasificar a los
guerrilleros como “monos” se los animalizaba y se los excluía del universo de seres
reconocidos como «humanos» –y por lo tanto sujetos de derecho. En ese mismo
movimiento, se habitaba una exposición diferencial de esas «vidas irreales» a la
violencia de estado y a la muerte.

258
Néstor: “los famosos combates eran un desastre total”

Con Néstor conversamos en un bar de esa ciudad durante horas. Si bien en el sorteo
le había tocado “número bajo” (053), me contó que en 1975 las autoridades militares
también “bajaron la numeración” a la que le correspondía cumplir con el servicio
militar obligatorio. Al igual que otros entrevistados, me explicó las causas de este
cambio: se necesitaban más soldados debido a “la emergencia de la guerrilla que
apareció en los montes tucumanos”.

Si bien Néstor había sido destinado a un regimiento en la provincia de Jujuy, en dos


oportunidades fue enviado a la “zona de operaciones” del sur tucumano. Su paso por
la conscripción entonces alternó la vida en el cuartel y el monte; entre las tareas
administrativas y el riesgo de morir o matar en el monte tucumano sin haber recibido
instrucción militar porque se había incorporado en junio. Pese al riesgo constante de
morir, Néstor recuerda que “no tenía ningún miedo”: “No sé si era valiente o era un
inconsciente”, me aclaró.Entorno a los riesgos de morir, le pregunté si era cierto que

258
Todas las citas de este apartado correspondientes al testimonio de Néstor corresponden a
la entrevista realizada en la ciudad de San Miguel de Tucumán el 19 de septiembre de 2009.

264
los miembros de la Compañía de Monte no disparaban contra los soldados
conscriptos:

“Néstor: Mira, el ERP no tenía mucha idea quién era soldado y quién no. Y tiraba y
mataba. La cuestión era no ofrecerse como blanco, claro. Si va un capitán con la
insignia adelante, te imaginas que los del ERP, los 20 pichiles que podía tener el ERP
ahí, le iban a apuntar al tipo. Entonces tiene que ver también con táctica militar (…). No
es cuestión de concentrar el fuego. Aparte que no son boludos, se cuidan el culo así
que se sacaban la tira... Y depende los oficiales. A mí me toco uno que era bastante
valiente en el sentido de que siempre iba adelante, no dejaba que nadie vaya adelante,
él iba adelante y después iba yo. Y a mí siempre me tenía ahí, siempre al lado. Había
otro que no, mandaba un soldado adelante y ellos iban atrás. Esas situaciones como
en toda guerra, hay gente que es muy valiente, hay gente que es muy cobarde, y en el
Ejército también”.

En esa línea, recordó que en una oportunidad, en un tiroteo en la ruta que lleva a
Tafí del Valle, cuando una patrulla del Ejército iba por la ruta, fueron emboscados y
los soldados se pusieron a disparar en medio de la ruta. “Ese día, el ERP bajó dos
soldados, mató soldados, pero bueno, son los que ofrecieron resistencia. Entonces
el ERP tiraba a los que digamos ofrecieran resistencia. El Ejército era el enemigo,
pero quién era quiéndentro del Ejército, es difícil de determinar”. A partir de esa
experiencia, un oficial les enseñó la lección: “Miren, esto es lo que no hay que hacer.
Estos dos boludos han muerto por boludos, porque, ¡cómo se van a poner a hacer
tiro en la ruta! En esa situación, al primer tiro que ven escuchar, tienen que haber
tirado a la banquina, a como dé lugar y a partir de ahí, empezar a hacer tiro”.

“La unidad dentro del ejército, ideológica, era increíble, monolítica, monolítica,
mínima fisura”, enfatizó Néstor. Incluso recordó que, después de un tiroteo, hicieron
una recorrida por la zona y encontraron un guerrillero muerto, cuyo cuerpo estaba
enterrado a unos 40 centímetros bajo tierra. Si bien no lo había encontrado él sino
un compañero, lo llevaron a la ruta y, como parece que estaba totalmente
“desbordado”, un cura español se le acercó y lo sermoneó: “Mire, soldado, usted
tiene que tener valor, usted está defendiendo la patria. Nosotros tenemos que
derrotar la cizaña. Este es el sentido del soldado”.

265
Néstor recordó el tipo de relaciones que se creaban en ese espacio de muerte,
peligros y riesgos; en el monte se tejían relaciones de “compañerismo” que permitían
poner en suspenso algunas jerarquías que organizaban el mundo militar:

“Néstor: Todos estábamos distribuidos en forma muy igualitaria, muy igualitaria,


soldados, suboficiales, oficiales, todos juntos. Y, en ese momento, teníamos el permiso
de dirigirnos con nombre al oficial. Vos cuando estás en el cuartel, te cruzás con alguno
y te tenés que poner firme, hacerle la venia, y tratarlo de 'Mi capitán', 'mi sargento
mayor' y cosas así. Ahí toda esa formalidad se iba a la mierda porque los mismos
oficiales te decían [por tu apodo]… Y teníamos apodo, entonces ni siquiera era el
nombre real. Yo estaba en el grupo que lo dirigía un subteniente. El Subteniente iba
con un suboficial que podía ser un sargento, un cabo primero o un cabo. A veces dos
suboficiales. Era un grupo pequeño y éramos diez, doce soldados, entre 10/15
personas. Y así se organizaba ese campamento. (…) Y todos desparramados, la carpa
mía podía estar al lado de la del Subteniente, después venía un soldado, después
venía…, todos entreverados y era la misma carpa. Era la misma. Se sacaban la tira
que los distinguía como oficiales. Era un igualitarismo muy especial que se vivía ahí. Es
más, ahí había alguno que se mandaba alguna cagada, pero bueno, si era grave, sí, lo
castigaban. Si no, le prometían que a la vuelta le iban a hacer algo. Pero, por lo
general, no, no hay grandes problemas”.

A diferencia de otros relatos donde esos vínculos de “compañerismo” alentaban una


disposición al sacrificio, Néstor ofreció otra versión sobre esa experiencia de violencia
extrema en el “teatro de operaciones”. Recordó que, cuando fue enviado al monte
tucumano, se le presentó el dilema de “¿qué hacer?” frente a la posibilidad de matar
en un enfrentamiento:

“Néstor: ¿qué hacer? [Pausa] Es muy difícil ahí pensar qué hacer, pero bueno, uno va
tratando de meterse una idea en la cabeza. Yo la idea que tenía cuando me mandaron
a la zona de operaciones, que fui a Monteros, pero no a la ciudad de Monteros, sino
arriba de Monteros, al Monte, había un campamento. Yo la poca instrucción que
teníamos, que nos daban ahí en la zona de operaciones. [Nos decían] que nosotros
ante el primer disparo, teníamos que volver el arma hacia la dirección de donde venía
el disparo y hacer otro disparo. Y buscar inmediatamente la cobertura, es decir, tirarse

266
al piso. Pero entre que uno buscaba el refugio, tenía que estar disparando, una cosa
simultánea. Claro, era táctica militar. Y, bueno, entonces yo pensaba que
efectivamente había que hacer eso pero no apuntar para adelante sino para arriba y
meterse en un hueco y no salir en la medida de lo posible. No era simple porque los
milicos tiraban balas trazantes, porque querían saber para donde tiraban los soldados.
Y ahí estaba un poco la picardía de uno, de ir cambiando las balas, una sí, una no, en
fin, hacer algo al respecto. Pero yo me mentalizaba en ese sentido: tiro al cielo, me
cubro, y que bueno… que sea lo que sea.

Santiago: Y en todo caso que parezca que era por falta de instrucción...

Néstor: En todo caso pasar por cobarde que ir matando ahí gente, que uno no sabe
qué iba a pasar. Aparte los famosos combates que hubo en el monte eran un desastre
total”.

Si bien no había participado de ningún “combate”, otros soldados le habían contado


su experiencia directa. Por ejemplo, uno le relató que durante una “emboscada”,
debido al “nerviosismo” reinante entre el personal militar, un soldado disparó un tiro,
se armó la balacera y se terminaron “emboscando entre ellos”: “Eran situaciones muy
frecuentes. Eran más los que morían por accidentes que los que morían en combate.
Y en ese enfrentamiento, murió el sargento Moya. ¡El Sargento Moya tiene un pueblo
ahora, muerto en combate! Y lo mataron sus propios compañeros”. Asimismo, Néstor
también rememoró que, a los pocos días de que llegó al cuartel jujeño en junio de
1975, les llegó la noticia de que un soldado conscripto de la Batería había muerto en
la “zona de operaciones” del Operativo Independencia. Pocos días después se
enteraron qué había sucedido realmente:

“Néstor: El tipo se había mandado una cagada, entonces, le habían estaqueado, ahí
en el suelo, estaba estaqueado y para joderle más la vida le habían puesto una capa
de lluvia del Ejército arriba, estaba tapado, para que no vea nada. Y en verano para
que se cague de calor. (…) Y un camión hizo marcha para atrás y se lo llevo puesto y
murió. Otro muerto en combate. Y bueno, en aquel tiempo decirle a los padres: 'Su hijo
murió en combate'. ¿Qué van a hacer los padres? Nada”.

267
259
Juan Carlos y Julio: “Era un simulacro”

En Famaillá, en la casa de María, una activista política que estuvo detenida durante
la última dictadura, en numerosas oportunidades conversé con un grupo de ex
soldados nacidos en la zona sur de Tucumán, que habían sido secuestrados a partir
de febrero de 1975 o en los operativos represivos anteriores. Durante estas charlas,
Julio y Juan Carlos Santucho, militantes políticos desde los años setenta, me
contaron sobre cómo vivieron y sintieron –y hoy recuerdan – la experiencia de haber
nacido y vivido en la zona sur de Tucumán, siendo testigos de la presencia
guerrillera en la zona así como de las sucesivas puestas en escena del poder militar
y de la represión estatal.

“Santiago: ¿Cómo era el clima o cómo lo vivían ustedes acá en Famaillá esta idea de
que en el monte había actividades guerrilleras? ¿Ustedes sabían algo o veían caras
distintas?

Julio: Sí, y muchas veces se lo ha apoyado sin saber qué rumbo tenía ellos. Sí,
siempre han llegaban, te pedían un vaso de agua y has visto que el pobre es más
caritativo que el otro. ‘Pasense y dale un mate cocido’. Y venía el Ejército por la noche
y le hacía boleta a la familia que le ha dado un mate cocido a ese ser humano. Hay
mucha gente que ya se escondía, que ya no quería ver nada. Pero lamentable veía,
porque los ranchos nuestros, las casas nuestras, siempre estaban por la orilla de los
caminos, donde ellos transitaban. Yo he visto mucha gente. Y bueno y después ya me
he codeado también con ellos, antes que he hecho el Servicio Militar, antes de que me
han detenido, antes que me han secuestrado. Yo así en la juventud, antes, andaba
con los grupos del peronismo y yo he conversado con gente así, con gente guerrillera,
con los guerrilleros he conversado. Me hacían propuestas de si quería ir al monte. Yo
le dije no, este trabajo es el mío, este de aquí, de abajo. (…)

S: ¿Cómo eran los guerrilleros?

Juan Carlos Santucho: Eran mochileros. Los muchachos eran mochileros. Y venían y
así se ponían la campera, Errepe, Errepe, pa par, todos disfrazados del ERP. En ese
tiempo era folklórico ser del ERP. La gente, los jean, los levis, los vaqueros, se usaba
la moda esa. Se pintaban ERP con lapicera e iban al baile, salían. Si era folklórico. (…)

259
Todas las citas de este apartado referidas al diálogo con Juan Carlos y Julio corresponden
a la entrevista realizada en la ciudad de Famaillá el 18 de septiembre de 2009.

268
S: En el Libro Santa Lucia. La Base [el libro de Lucía Mercado] uno lee esta idea de los
guerrilleros como rubios, altos, porteños, extranjeros, que usaban poncho y debajo de
los ponchos las armas, ¿eran así o era un mito social?

JCS: La Compañía de Monte tenía preferencia por el poncho, el poncho colorado, rojo
punzó, con guardas negras. (…) Que era el poncho montonero, de Güemes, lo místico
de ellos. El montonero también usaba el poncho porque, por más que sea universitario,
venía a una reunión y caía de poncho. Era lo que te identificaba. Nosotros no teníamos
ni para comprarnos un poncho… no porque no nos haya gustado, capaz que lo
usábamos pero… Ahora vale 60 pesos un poncho, antes era imposible conseguir un
poncho”.

Desde el cierre de los once ingenios azucareros a partir de 1966, Juan Carlos
Santucho recordó que era muy común la presencia de militantes del PRT-ERP,
incluso que les ofrecieran a los pobladores y activistas de la zona: “Tomá y leé esto”,
ofreciéndole El Combatiente, la revista del PRT. En este contexto, detalló que:
“Nosotros que no teníamos medios como para organizarnos y para nada, tratábamos
de arrimarnos a ellos, porque nos traían esos megáfonos, esas cosas para las
reuniones, cosas novedosas. Y manejaban la dialéctica, ¿sabés lo que era
escucharlos? Andábamos todos aquí. Ellos venían al tinglado municipal y venían
para la casa de Don Olmos, 260 lo querían mucho”. “La gente los recibe bien, iban a la
casa, te caen simpático, y bueno, hasta que se armó la podrida, y empezó cada uno
a tratar de sobrevivir, tratar de vivir y sobrevivir a su manera”, agregó Julio.

Como Santucho se definió como un “militante peronista” y Julio se consideró parte


de la Juventud Peronista, ambos tomaron distancia del PRT-ERP. En el caso de
Juan Carlos, agregó que consideraba que “no era el momento de propiciar una

260
“El 31 de Octubre de 1974 alrededor de las 3 de la madrugada, miembros de la Triple A
hacen estallar dos poderosas bombas en la casa de Juan de la Cruz Olmos, asesinándolo.
Ese hecho marca para el pueblo el comienzo del plan represivo para desarticular las luchas
que se desarrollaban en ese momento. Lo sintetizan en una frase que suelen repetir: ‘ahí
comenzó todo’. Olmos era el secretario general del Sindicato de Obreros y Empleados
Municipales de Famaillá. Alrededor de ese sindicato se nucleaba la militancia social y
política del pueblo”. Tomado de la pagina del Grupo de Investigación sobre Genocidio en
Tucumán: http://giget-tucuman.blogspot.com.ar/

269
revolución armada, porque las desventajas eran claras”. Y que había tenido la
“suerte” de que lo alertaran sobre los peligros de comprometerse políticamente -
tanto con la “izquierda” como con la “derecha”- y le habían recomendado que evitara
meterse en “quilombos” y tratara de “preservar la vida”: “Yo cuando tenía 19 años,
he tenido gente que me ha tirado del saco y decirme: ‘no no te enrolés con eso.
Porque ellos van por la revolución armada y vos no estás en esa’. Porque también
era una locura la revolución armada, la lucha armada era una locura de la forma en
que estaba planteada”. “Es lo mismo que te digo, que yo las armas no las quería.
Pero yo quería la otra lucha, psicológica”, agregó Julio. De todas maneras, Juan
Carlos me explicó que, luego de la segunda mitad de 1975, todos los activistas - no
solo los del PRT-ERP u otras organizaciones armadas– se volvieron “ultra
sospechosos” para el poder militar. A su vez, en su caso, me contó que los peligros
eran mayores: al ser militantes de base no tenían “protección” ni sabían “nada de lo
que pasaba ni de lo que se iba a venir”.

En el clima de efervescencia política de fines de los sesenta y principios de los


setenta, Juan Carlos recordó que en su momento el ERP había tenido “un boom de
popularidad tremendo”. Por ejemplo, en Santa Lucía, donde tenía “mucha más
facilidad para convivir”, todos los domingos “bajaban” desde el monte a la cancha
para jugar al fútbol con los pobladores de Santa Lucía.

“Juan Carlos Santucho: Ahora cuando llego el Ejército, que ya entró a cambiar la cosa,
la relación con el ERP. Después de lo de Saraspe, después de lo del sargento Ibarra,
cambió la relación porque bueno ya los muchachos que se pintaban ven que es algo
serio esto. Ahí es donde la gente cambio y empezó a ver, a recostarse, porque ya la
clase política anteriormente a la venida del Ejercito, los punteros políticos, los
dirigentes políticos de Amado Juri, de las comunales y todo, trataban de volcar la
gente para que recueste donde es el poder. (…) Cuando el Ejército, empezó a dar, no
daba bolsones, pero así una barra de queso, daba esos dulces de membrillo que
venían en barra, daba los dulces de batata esos redondos, te daba arroz, te daba
fideos, te daba maíz molido, te daba bolsas de leche de esas que venían en bolsas de
50 kilos, te daban leche en polvo para la familia, te daban eso como bolsón. Entonces
tu familia recibía eso y ya estaba con el Ejército y no estaba con los otros. Que no
estaba con los otros que venían a pedirle, si tenían una torta, le tiraban unos mangos,
cuando le daba una torta o si tenía algo que lo colabore con los víveres, esas cosas.

270
Pero el Ejército entró con todo eso a ganarse, para congratularse con la gente. Ahí
hubo un cambio”.

En este clima de tareas de fuerte represión, estigmatización a los guerrilleros y


sospecha generalizada, Juan Carlos Santucho recordó que “la gente ha aplaudido
mucho la venida de Isabel” e incluso había colaborado con el Ejército delatando a
vecinos de Famaillá. “La misma gente, la misma gente, decía: ‘ésos que están allá
viviendo son fuleros, ahí hacían reuniones’. Y esa gente, ésa es la carne podrida que
compraban los mentideros de inteligencia militar. Iban y te hacía re cagar en tu casa,
porque vos habías recibido como vos, a un estudiante; o porque se reunían a hacer
un asado con los compañeros. Ha llevado también a que haya un montón de errores
y horrores en esta situación”. “Era un desbande, era un ajuste de cuenta, se
cobraron muchas cosas, los que llamamos la burguesía de Famaillá contra el
proletariado de Famaillá”, agregó Julio, demostrando como la violencia política se
convirtió no sólo en una vasta estrategia del poder sino que operó como un modo de
resolución de los conflictos a nivel local.

Luego de contarme cómo había sido su paso por la conscripción, Juan Carlos y Julio
recordaron cómo, a partir del inicio del Operativo Independencia, las autoridades
militares fueron construyendo el estigma en relación a los militantes en
organizaciones revolucionarias y, en particular, cómo surgió el término “fulero” para
referirse a ellos.

“Juan Carlos Santucho: Es cuando llegan los militares, recién le empiezan a llamar
fuleros porque los militares inculcan a la gente: ‘Ustedes no se metan con los fuleros
porque van a ser boleta’.

Santiago: ¿Y vos decís que ahí surge lo de los fuleros?

JCS: Porque el Ejército y la misma clase política les pone ese mote, los fuleros, para
desvirtuar toda ideología, para desvirtuar todo pensamiento digamos reivindicativo. Le
pone fuleros, como si fuesen delincuentes, gatos [ladrones] de gallina o alguna cosa,
malas personas. Pero si no eran mala gente, eran profesores de la facultad, eran gente
catedrática, eran gente estudiada, eran gente educada. El ERP no estaba constituido
por vándalos.

271
Julio: Todos no eran obreros de surco. Había gente de buenas ideas, de buen estudio.
Había ideología y buena ideología. Entonces a los que han incorporado ha sido a los
pobres para que se pueda ser grande el grupo de lucha, nada más. Si no, porque
había gente inteligente, había doctores, había ingenieros, curas, toda clase de gente.

JCS: Eran gente culta. El mote de fulero lo hace aparecer a la gente ésta como que
eran delincuentes comunes. Entonces la psicosis colectiva de la gente empezó a
tornarse a ese lado. Entonces lo denunciaban como que eran los fuleros. Yo te digo
que en el Ejército, en la Policía Federal, no así en la Gendarmería, lo tengo que decir,
sí había delincuentes, que llegaban a tu casa y no te quedaba un anillo de oro, no te
quedaba un reloj, y encima, si podían, te violaban a tu mujer, te violaban tu hija”.

En este sentido, Juan Carlos y Julio revierten el estigma que pesaba sobre los
militantes en organizaciones armadas, destacando que eran los miembros de las
Fuerzas Armadas y de Seguridad quienes cometieron delitos atroces a partir del
inicio del Operativo Independencia.

Cuando les pregunté cuántos militantes integraban la Compañía de Monte, Juan


Carlos me explicó “no eran muchos” y señaló que había, como máximo, 270
activistas “en todo el teatro de operaciones” del Operativo Independencia. A su vez,
rechazó la versión oficial elaborada por el Ejército en torno a que en el monte
tucumano se libraba una “guerra”: “El Ejército no hacía enfrentamientos con ellos
sino que realmente cuando los baqueanos de ellos detectaban un grupo, avisaban al
Ejército. El Ejército lo primero que hacía es mandar helicópteros, fijaban bien la
posición y le tendía una emboscada, un cerco y ahí los mataban en una
emboscada”. “Eso no era guerra, como decían que había guerra aquí en la
provincia”, asintió Julio, recordando el tipo de “acciones” de la guerrilla, como por
ejemplo, que “el Errepe y los Montoneros atacaban al Ejército para chorrear
armamento” y no “grandes batallas”.

Al igual que Néstor, Juan Carlos me explicó que era muy común que se produjeran
“enfrentamientos” entre las distintas patrullas del Ejército que venían en direcciones
opuestas por las sendas del monte”: “Por la noche, oración cerrada, se encontraban
o rozaban en el camino y…. ‘Alto quien vive, quien vive’, se hacían recagar a tiro.
¿Me explico? No era un copamiento de la guerrilla, se hacían recagar entre ellos.
Venían con el baqueano, con el guía, y él, como conocía, decía: ‘ahí hay gente, hay

272
movimiento, todos cuerpo a tierra, tiren’. Y hasta que le avisaban que eran de los
mismos soldados, se mataban entre ellos. Eso es lo que sucedía en el monte, que
mayormente han tenido muchas bajas por esa situación casual, de enfrentamiento
entre el mismo Ejército, porque todo era un desbande”.

Cuando les pregunté por el nombre los distintos pueblos que construyó el General
Bussi en la zona del pedemonte, que llevaban el nombre de oficiales, suboficiales y
soldados “caídos” durante el Operativo Independencia, Juan Carlos Santucho me
explicó que el Tte. Berdina era el “primer oficial que muere, ellos dicen, en combate”.
Sin embargo, recordó que, según supo a través de pobladores de la zona, su muerte
había sido “dudosa”:

“Juan Carlos Santucho: Otros dicen que él iba para esa zona de Caspinchango, por la
noche, salía de servicio y se iba a buscar la mina y el amante de la mina de celos lo ha
matado (…). Es decir, hay dos versiones, de que lo ha matado la guerrilla y otra que lo
ha matado el amante. Según la gente de ahí, de Caspinchango, ha sido así, lo ha
matado un vago que después lo han hecho desaparecer, lo han hecho cagar matando
(…). En las zonas rurales no había luz eléctrica, imagínate la oscuridad, el monte. El
monte ahora está muy alla, muy arriba del cerro el monte, antes era muy aquí nomas,
salías de Fronterita y en bicicleta te ibas y entrabas al monte. Ahora está muy
urbanizada la zona, la ruta y todas esas cosas. (…) Para mí que no, es como dice la
gente de ahí, que no, que no lo mató la guerrilla (…). Lo de Viola, sí, eso fue otra
cosa”.

“Por eso te digo que había una mentira para disfrazar lo que se estaba haciendo
contra la población, contra la clase política”, agregó Juan Carlos. Para demostrar
que se trataba de una puesta en escena que ocultaba un sistema de desaparición
forzada de personas, Juan Carlos y Julio recordaron el masivo el asesinato de
dirigentes políticos, sindicales, estudiantes secundarios y universitarios, y obreros.
En este sentido, denunciaron que estos secuestros, desapariciones y asesinatos
eran fraguados como “enfrentamientos” en el “cerro”, tratándolos como si fueran
“extremistas”, “subversivos”. Antes bien, Julio destacó que se trataba de “gente
trabajadora, pobre, luchadora, sindicalistas, que nada que ver con la guerrilla, nada
que ver con destruir una nación, sino que reclamaban por sus ideales”. “Esa ha sido

273
la gente que ha aparecido muerta de la guerrilla. Han sido 30.000 desaparecidos,
secuestrados y torturados. No ha sido que han muerto en batallas. No, nada de eso.
Era todo verso, por eso yo le sigo llamando guerra sucia”, sentenció Julio.
“Mayormente era algo como un simulacro de guerra”, concluyó Juan Carlos.

En este sentido, Juan Carlos y Julio denunciaron aquella práctica usual de las fuerzas
armadas y de seguridad: fraguar, falsear, esconder, hacer desaparecer, cambiar
versiones de los acontecimientos (véase: Tiscornia y Sarrabayrouse Oliveira, 2004:
64).Como vemos, al impugnar esa ficcionalización o invención de los hechos, Juan
Carlos y Julio unieron una serie de indicios para demostrar que el Operativo
Independencia no podía pensarse como una “guerra” sino un “simulacro”. Como
vimos, impugnar la versión oficial del Ejército Argentino también se volvió una vía
para intentar revertir el estigma que pesaba sobre los activistas políticos e incluso
reivindicar sus experiencias de militancia en la zona sur de la provincia de Tucumán.

274
Escenas finales

El 28 de diciembre de 1975, diez días después de haber asumido como


Comandante de la V Brigada de Infantería, Domingo Antonio Bussi, anunció que se
iniciaban nuevas operaciones en la denominada“lucha contra la subversión”. Ante
una formación militar en la localidad de Santa Lucía, Bussi se dirigió a la tropa:

“En vísperas de iniciar nuevas operaciones contra la Delincuencia Subversiva en


derrota (…) he sentido la necesidad de traer a ustedes (…) la voz del Ejército, voz que
no tiene sino palabras de reconocimiento a la sacrificada, a la abnegada tarea que
realizan en estos montes y cerros tucumanos tan queridos a nuestros sentimientos
argentinos. Sólo quien haya vivido (…) la experiencia personal de haber transitado por
estos lugares puede dimensionar en su verdadero valor el sacrificio, el esfuerzo y –
por qué no decirlo- el patriotismo de que hay que hacer gala para superar a la
naturaleza que a la par de hermosa se muestra inhóspita. Pero aquí, hoy el Ejército,
como ayer y como siempre, (…) habrá de superar con creces a la naturaleza como ya
venciera a la Delincuencia Subversiva. El Ejército (…) se siente profundamente
orgulloso de sus soldados y de la ciudadanía toda que nos observa y nos alienta (…)
para librar a la Argentina de hoy y de siempre de estos apátridas que han pretendido
sentar sus dominios, nada más ni nada menos, que en la cuna de la independencia
argentina”. 261

Ya en su asunción como Comandante de la V Brigada del Ejército, en remplazo del


General Acdel Vilas, había reconocido que se trataba de la “última etapa de la
lucha”. De todas maneras, Bussi destacaba que la “eliminación física de los últimos
delincuentes subversivos que deambulan derrotados, por estos cerros y montes
tucumanos, no será ni mucho menos, la solución a los graves problemas”. Para
Bussi el desafío era “apurarse” a realizar la tarea en la provincia y luego lograr el
“saneamiento moral y físico total, y hasta las últimas consecuencias, de la
República”. 262

261
La Gaceta, 29/12/1975, tapa y p. 2.
262
Ibid, tapa.

275
En vísperas de cumplirse un año del inicio del Operativo Independencia, el 8 de
febrero de 1976, se dio a conocer un comunicado donde se puntualizaba los “éxitos”
y “logros” obtenidos en esta lucha. Entre ellos, se destacaba la “interrupción de la
estrategia subversiva”, las “importantes bajas al aparato paramilitar” y la destrucción
del “aparato de apoyo” rural y urbano. Además, se enfatizaba que el Ejército había
ganado la “adhesión” y “colaboración” de la población tucumana. Todos estos
“logros” habían impedido que la guerrilla estableciera “‘zona dominada” en la
provincia de Tucumán. 263

El 24 de marzo de 1976, las FFAA derrocaron el gobierno constitucional de Isabel


Martínez de Perón, iniciaron el autodenominado Proceso de Reorganización
Nacional y nombraron a Bussi como gobernador de facto de la provincia Tucumán.
El golpe de estado significó la creación de un sistema nacional de represión forzada
de personas, es decir, representó la extensión a todo el país de la modalidad de
represión política de carácter clandestino, secreto e ilegal, ensayada en la provincia
de Tucumán a partir del inicio del Operativo Independencia (Mittelbach y Mittelbach,
1992; Calveiro, 1998).

Sin embargo, durante todo el año 1976, el “monte” tucumano siguió siendo
construido por el poder dictatorial como aquel “teatro” que el Ejército Argentino
libraba una “batalla decisiva” contra la llamada “subversión”. De hecho, el 20 de
junio el comandante del III Cuerpo de Ejército, Menéndez presidió en Famaillá los
actos de conmemoración del Día de la Bandera. En esa oportunidad, junto con
Bussi, dialogaron con un periodista del diario La Gaceta, expresando la centralidad
que adquiría esa provincia en el imaginario de la represión política:

“Periodista: ¿Qué significado tiene que el comandante del III Cuerpo de Ejército, con
una amplia zona militar del país bajo su responsabilidad, esté en Tucumán presidiendo
los actos del 20 de junio?

Gral. Menéndez: Bueno, aparte de mi predilección por Tucumán, se debe a que las
tropas nuestras están en campaña, ya que si bien en este momento hay combates en
toda la República, es aquí donde se desarrollan los esfuerzos más serios, más
permanentes, que reclaman mayor capacidad de los comandos y de las tropas y

263
La Gaceta, 9/2/1976.

276
donde está sufriendo una serie de penurias y sacrificios. Mi obligación es tratar de
acompañarlos, empezando por el general y terminando por el último soldado, a estos
camaradas queridos que están desarrollando esa labor tan abnegada y eficaz.

Gral Bussi: Yo quiero agregar, por si algún delincuente subversivo lee estas líneas,
que si estos canallas creen que matándonos un General nos van a hacer desistir están
muy equivocados, porque hay 40 generales, 500 coroneles y miles de soldados que va
a dar su vida hasta acabar con el último de estos cobardes. Así es como la muerte de
un amigo y camarada, lejos de doblegarnos, nos renueva nuestra firme decisión de no
cejar hasta matar al último cobarde”. 264

Asimismo, durante el año 1976, visitaron la zona de operaciones delegaciones de


artistas y deportistas (como el boxeador Carlos Monzón), estudiantes secundarios y
universitarios, los ministros de Educación, de Economía y de Interior, el jefe del
Estado Mayor del Ejército, Roberto Viola, y el vicario castrense; en todos los casos,
recorrieron el “teatro de operaciones” y conversaron con la tropa sobre cómo era la
lucha librada en el “monte” tucumano.

De todas maneras, la puesta en escena del final exitoso del Operativo


Independencia se llevó a cabo el 24 de septiembre de 1976, a seis meses del golpe
militar, y con motivo del aniversario de la batalla de Tucumán, Día del Ejército
Argentino y de su Generala, la Virgen de la Merced. Ésa fue una oportunidad elegida
por las autoridades militares para escenificar la victoria contra la Compañía de
Monte Ramón Rosa Jiménez, el frente rural creado por el PRT-ERP en 1974. “Este
24 de septiembre, el Ejército hará un alto en su lucha para rendir homenaje a sus
héroes”, había anunciado desde Córdoba el Comandante del III Cuerpo de Ejército,
Luciano Benjamín Menéndez. 265 Ese día, informó Menéndez, se entregarían una
serie de medallas al personal que había participado del Operativo Independencia:

“... por primera vez – sostuvo Menéndez - después de 60 años el Ejército Argentino
volverá a dar medallas a sus mejores soldados. (…) El Ejército Argentino invicto
desde su nacimiento hace 100 años (...) hoy se encuentra operando en todo el ámbito

264
La Gaceta 21/6/1976, tapa.
265
La Gaceta, 22/9/76, tapa.

277
del país contra la delincuencia subversiva y en todos los campos de la vida nacional
donde la agresión extranjera así lo exige. Esta lucha ha originado situaciones las
cuales unidades o subunidades en conjunto o personal en forma individual,
testimoniaron fehacientemente a través de actos heroicos la vigencia plena de las
cualidades ético-militares heredadas de sus mayores y que la institución ha atesorado
con celo en largos años. El Ejército rendirá homenaje a sus héroes, héroes que se han
evidenciado en sus cualidades de soldados y en su disposición para el sacrificio y el
combate y que están quebrando la insolencia de la delincuencia subversiva”. 266

En ese acto se entregaron distintas “Medallas de Campaña” a las unidades militares


dependientes de la V Brigada de Infantería y las medallas “muerto heroicamente en
combate”, “heroico valor en combate” y “herido en combate” a distintos oficiales,
suboficiales y soldados que participaron del Operativo Independencia. Por su parte,
desde la casa de Gobierno de la Provincia de Tucumán, el presidente de facto Jorge
Rafael Videla emitió un mensaje trasmitido a todo el país por cadena nacional de
radio y televisión:

“Cuando nacía la Patria y múltiples peligros acechaban su incipiente liberad, un


puñado de hombres heroicos, dirigidos por Manuel Belgrano, libró en este suelo, el 24
de septiembre de 1812, una de las decisivas batallas de nuestra emancipación. Esa
batalla puso de manifiesto ante el mundo una indómita voluntad nacional. Tucumán se
llamó, desde entonces, la primera gran victoria de las armas nacionales. Hoy, una vez
más, rendimos homenaje a los hombres que con su abnegación y valentía hicieron
posibles ese triunfo y recordamos emocionadamente a aquel arquetipo de virtudes
civiles y militares que fue Manuel Belgrano. (…)

La Patria (…) es la misma Patria que las FFAA y de Seguridad, que son el pueblo
argentino en armas, están defendiendo con su sangre y coraje. En Tucumán,
precisamente, la subversión concentró sus máximos esfuerzos para desintegrar el
territorio nacional e implantar su ley de odio y terror. Y el pueblo de la provincia,
heredero de las glorias de su pasado, una vez más, ha brindado su apoyo
incondicional a las FFAA, que en todo el país están logrando la victoria ya próxima”. 267

266
Ibid, tapa.
267
La Opinión, 25-9-76, p. 11.

278
En este sentido, Videla sentenció: “La esperanza ha renacido en la Argentina y
empezamos a construir la paz. Su corolario (…) será la seguridad, es decir, la
fundación de un orden justo para todos, sin excepciones. (…) la guerrilla ha dejado
de ser una alternativa en la Argentina, porque está quebrada en su capacidad
operacional y aislada de la población”. 268

Tapa revista Somos, 1 de octubre de 1976.

268
La Gaceta, 25/9/1976, tapa.

279
Ese 24 de septiembre, luego del acto en Plaza Belgrano donde se entregaron las
“Medallas de Campaña” del Operativo Independencia, Videla y su comitiva se
trasladaron en helicóptero a la zona de Caspinchango, en la zona sur de la provincia
de Tucumán, donde se iba a inaugurar el pueblo “Teniente Rodolfo Berdina”. Se
trataba del primero de los cuatro pueblos que se iban a construir en esa zona y
llevarían el nombre de oficiales, suboficiales y soldados que habían “caído” durante
el Operativo Independencia: Soldado Maldonado, Capitán Cáceres y Sargento
Moya. Estos cuatro pueblos iban a estar conectados por la ruta provincial 324 que,
gracias a un total de 41,9 kilómetros de asfalto entre Famaillá y Arcadia, correría
paralela a la ruta nacional 38 pero internándose en el pedemonte.

Después de revistar las tropas formadas, un oficial leyó el decreto del gobierno de la
provincia de Tucumán que impuso el nombre de “Teniente Berdina”, donde se
destacaba “la necesidad de modificar el contexto geopolítico- social de las zonas
269
que por sus características y topografía posibilitaron el accionar subversivo”.
Asimismo, expresaba la “importancia” que representaría la fundación de ese pueblo
270
“al congregar” a los pobladores de un amplio sector. A continuación, Menéndez y
Bussi descubrieron una placa, colocada en el centro de la plaza del pueblo, que
rezaba: “'Pueblo Subteniente Berdina. Iniciación de la obra con la presencia de su
excelencia el Señor Presidente de la República Argentina y el Comandante General
del Ejército, Teniente General Jorge Rafael Videla, en homenaje a los mártires
caídos en la Lucha Contra la Subversión, al cumplirse 164 años de la batalla de
Tucumán”. 271 Luego, oficiales de la Fuerza de Tareas que operaban en la zona del
Operativo Independencia entregaron al presidente de facto y General del III Cuerpo
de Ejército “panoplias”: “Consisten – relataba una crónica periodística- en un lanza-
granadas de caja hueca, recibidos por el jefe del Estado, y un winchester de

269
Ibid, p. 3.
270
Ibid, p. 3.
271
Ibid.

280
repetición, entregado al Comandante del III Cuerpo. Ambas tienen inscripta esta
272
frase: 'Como expresión de fe en el triunfo final' y fueron tomadas a extremistas”.

Después de cantar el himno nacional e izar la bandera en el mástil de la plaza del


pueblo, Videla repitió frente a los soldados la consigna de “subordinación y valor”
para “servir a la patria”. Mientras las tropas se desconcentraban, Bussi le explicó a
Videla las características del pueblo, mostrándole una maqueta, y destacó que ya se
habían construido las canchas de futbol y basquetbol, la plaza y veinte viviendas que
formaban parte de la primera etapa. Construido en un predio de 23 hectáreas
donadas por la Compañía Azucarera Ingenio San Pablo, la crónica de La Gaceta
destacaba que se trataba de “un asentamiento rural similar a otros que se están
levantando en Yacuchina, Colonia 5, y Los Sosa” y que contaría con la
infraestructura de servicios “indispensables para la población”. 273 “Las casas –
detalló Bussi- no serán entregadas terminadas sino con toda la estructura exterior. El
resto de la vivienda será construido por sus propios dueños, con colaboración de
militares y civiles. Habrá también un centro cívico, en el que se concentrarán la
274
policía, la comuna y la iglesia”.

272
Ibid.
273
Ibid.
274
Ibid.

281
Tapa del libro Tucumán, cuna de la independencia, sepulcro de la subversión (1977).

282
Conclusiones

En septiembre de 1977, el gobierno de la provincia de Tucumán publicó un libro


titulado “Tucumán, Argentina. Cuna de la Independencia, Sepulcro de la
subversión”. 275 Construido como una versión oficial, pulida y heroica del Operativo
Independencia, estaba dedicada a aquellos hombres que habían “sacrificado” su
vida en aras de la victoria en la llamada “lucha contra la subversión”. Este libro
enfatizaba que, a partir del inicio de 1975, se había podido poner en marcha “con
aval legal, la intervención en el proceso tucumano”, la llamada “Operación
Independencia”, “aplastando decidida y terminantemente a los elementos espurios
de la subversión terrorista” (1977: 2 y 3). Luego, mostraba que “el Ejército Argentino
sumó, a la responsabilidad de erradicar los focos del terrorismo enquistado en el
monte tucumano, la no menos importante de reorganizar la querida provincia de
TUCUMÁN…”. En este sentido, se destacaba el resto de las tareas que habían
realizado para “reorganizar” la provincia de Tucumán. Como vemos, primero se
buscaba aniquilar toda forma de oposición, desapareciendo todo sujeto considerado
molesto, incómodo o conflictivo para el poder militar. Luego, se debía emprender
una empresa productiva, que alterase las relaciones sociales y produjese una
sociedad tucumana ordenada, disciplinada, silenciosa y armoniosa. Ese parecía
haber sido el doble objetivo del Operativo Independencia.

Contemporáneamente a este libro, Vilas escribió un “diario de guerra” donde relató


su experiencia directa comandando las tropas destinadas al “teatro de operaciones”
del Operativo Independencia. Redactado mientras era Segundo Comandante y jefe
del Estado Mayor del V Cuerpo de Ejército y Jefe de la Subzona 51 con asiento en
Bahía Blanca, en este “diario de campaña”, Vilas admitía y justificaba “la
implementación de los secuestros ya que: ‘Si el procedimiento de detención se
hubiera realizado vistiendo uniforme, entonces no había más remedio que entregarlo
a la justicia para que en pocas horas saliese en libertad; pero si la operación se
realizaba con oficiales vestidos de civil y en coches ‘operativos’, como lo ordené ni
275
El libro está dividido en tres partes, cada una de las cuales tenía un color de fondo:
“Sucedió ayer en Tucumán” (una flecha de color negro para abajo e ilustrado con fotos en
blanco y negro); “Ejército Argentino: principal protagonista” (con una flecha para arriba de
color verde, pero fotos en blanco y negro); “Sucede hoy en Tucumán (con una flecha celeste
y contornos blancos, con fotos de color ocre).

283
bien me di cuenta de lo que era la justicia y la partidocracia, la cosa cambiaba’” (En:
Crenzel, 2010: 386). 276 En contraste con el libro del gobierno tucumano, su
publicación fue prohibida por la conducción de las FFAA debido a que el autor
reconocía el despliegue de prácticas de represión de carácter ilegal y clandestino. 277

De todos los argumentos sostenidos por Acdel Vilas en este manuscrito, nos
gustaría destacar uno que, a primera vista, parecería contradecir la centralidad que
tenía el “monte” tucumano en la estrategia represiva de las Fuerzas Armadas. En
este “diario de campaña”, sostenía que el “verdadero meollo del problema” estaba
en la ciudad de San Miguel de Tucumán y no el “monte”:

“¿Por qué los nombrados grupos operativos desenvolvían su acción en el ámbito de la


capital, principalmente? Pues porque de las declaraciones tomadas en [el centro
clandestino que funcionaba en] Famaillá llegamos a la conclusión de que la base de
operaciones del ERP era la ciudad y no el monte como suponían algunos. Sin la
cobertura que les daba Tucumán, los campamentos situados en plena selva no
hubiesen resistido treinta días de lucha, pero el foco de la infección marxista estaba en
San Miguel y resultaba un esfuerzo baldío creer lo contrario. De aquí que mi
determinación de incluir en la zona de operaciones a la capital haya sido correcta”
(Vilas, 1977).

En función de esta apreciación de Vilas, nos volvemos a preguntar: ¿por qué el


“monte tucumano” fue construido como el «centro» de la estrategia represiva si, para
el Comandante de la V Brigada, el “foco de infección marxista” estaba en la ciudad
de San Miguel de Tucumán? En trabajos anteriores, distintos investigadores han
destacado la relevancia que este operativo tuvo en la configuración de la modalidad
represiva que se extendería a todo el país luego del golpe de estado del 24 de

276
“En palabras de Vilas, ‘solo los inofensivos’ llegarían ante los jueces. Según reconoce el
propio Vilas, ‘del 10 de febrero al 18 de diciembre de 1975, pasaron por ‘La Escuelita’ 1507
personas acusadas de tener vinculación estrecha con el enemigo’ (1977: 11, 26 y 27 y 9)”
(En: Crenzel, 2010: 386).
277
Este manuscrito hoy se puede consultar en algunas bibliotecas como la del Congreso
Nacional, la Biblioteca Nacional y la del Centro de Estudios Legales y Sociales.

284
marzo de 1976. En principio, Pilar Calveiro ha sostenido que el Operativo
Independencia representó el inicio de una política institucional de desaparición
forzada de personas – y de los primeros centros clandestinos de detención,
instituciones ligadas indisolublemente con esa modalidad represiva que contó con el
silencio y el consentimiento del gobierno peronista, de la oposición radical y de
amplios sectores de la sociedad (1998: 26 y 27). A su vez, luego del 24 de marzo de
1976, esta modalidad de represión se convertiría en la tecnología por excelencia del
poder. En este sentido, Marina Franco ha sostenido que la represión clandestina
implementada en Tucumán fue el “laboratorio” de aquello que la dictadura
sistematizó un año después a escala nacional. Por su parte, Roberto Pucci (2007)
denunció el carácter fraudulento del “mito de la guerra” en el “teatro de operaciones”
del Operativo Independencia, construido gracias a la manipulación informativa y la
censura sobre la prensa local y nacional, que ocultaba el “plan de exterminio
sistemático” aplicado en la provincia de Tucumán, de carácter ilegal y clandestino,
precursor del «terrorismo de estado».

Aun coincidiendo con todos estos argumentos, esta tesis doctoral pretende dar un
paso más en el análisis de la experiencia de represión política en el marco del
Operativo Independencia. Como hemos visto, las Fuerzas Armadas desplegaron una
serie de puestas en escena de una guerra no convencional y de un conjunto de
imágenes muy caras al imaginario bélico y nacionalista. Su potencia radicaba en la
«fundación» de un “teatro” apto para las acciones militares, gracias a un triple
mecanismo: una repetición de actos originarios; una apelación a genealogías
susceptibles de legitimar la nueva empresa; y una promesa de éxito al inicio de la
acción militar. Gracias a esa operación «fundacional», se construía la legitimidad del
Operativo, trazando una directa continuidad de la “lucha” del presente con el pasado
nacional; se cimentaba la cohesión del grupo y las jerarquías internas; y se
inculcaban determinados valores morales – de “sacrificio”, “compañerismo” y
“heroísmo”. Ello así debido a que la provincia de Tucumán adquiría un fuerte
contenido simbólico: el Ejército Argentino reconocía que era un espacio
paradigmático destinado a dramatizar el “sepulcro” de la “subversión”.

Asimismo, para las FFAA el “monte tucumano” se convertía en el “teatro” donde se


habían realizado “sacrificios” que se volvieron «fundacionales» en la llamada “lucha
contra la subversión”. Luego del golpe de estado de 1976, estos “sacrificios”

285
obligaban a su vez a otros oficiales, suboficiales y soldados a estar dispuestos no
sólo a comprometerse activamente con esta lucha sino a matar y morir en los
nuevos “teatros de operaciones” a lo largo de todo el país.

No es casual que a seis meses del inicio de la dictadura, cuando se escenificó la


victoria contra la guerrilla rural tucumana, Videla y su comitiva inauguraron el pueblo
“Teniente Rodolfo Berdina”, el primero de los cuatro pueblos construidos en el
pedemonte tucumano que llevarían los nombres del personal militar que había
“sacrificado” su vida en el Operativo Independencia. Estos cuatro pueblos, unidos
por una ruta asfaltada, parecían crear un simbólico escudo que protegería al resto
de la provincia de una futura amenaza “subversiva”. A su vez, se trataba de una
avanzada militar frente al “monte” tucumano, convertido en símbolo de una
naturaleza salvaje que amenazaba el orden urbano y capitalista. En este sentido,
puede ser interpretado como un acto de soberanía donde se ratificaba el dominio del
estado argentino sobre aquel espacio donde un frente de guerrilla rural había
disputado la hegemonía estatal. A su vez, estos cuatro pueblos funcionaran como
«vehículos de memoria» (Jelin, 2002), en tanto cristalizaban una memoria militar
sobre lo acontecido durante el Operativo Independencia. Al inaugurarlos, las FFAA
pretendían materializar e inscribir una versión de ese pasado conflictivo –la del
Ejército Argentino-, dejando una marca espacial, permanente y pública de este relato
278
oficial: se volvía una huella que simbolizaba que la “derrota” contra la guerrilla
rural había sido el resultado de la acción conjunta de todo el Ejército Argentino y del
“sacrificio” de sus “mejores hombres”.

Lejos de considerar los actos concretos de “sacrificio” como hechos únicos e


irrepetibles (apelando a una «memoria literal»), las autoridades militares buscaban
construir una «memoria ejemplar»del Operativo Independencia y multiplicarla
gracias a los medios masivos de comunicación.Tzvetan Todorov (2000) consideró
que la exigencia de recuperar o reivindicar la memoria no dice qué uso se hará de

278
Sobre cómo las marcas territoriales, los espacios físicos y los lugares públicos son una
vía privilegiada para analizar las luchas por la memoria y los sentidos sociales del pasado
reciente dictatorial en el Cono Sur de América Latina, véase Jelin y Langland (2003). Las
autoras sostienen que se tata de estudiar los procesos sociales y políticos a través de los
cuales distintos actores sociales inscriben sentidos en esos espacios y, en este mismo
movimiento, transforman los “espacios” en “lugares” (2003: 3).

286
ese pasado. 279 En esta línea, plantea que todo pasado puede ser leído de manera
«literal», como una serie de acontecimientos que no conducen más allá de ellos
mismos, es decir, como una memoria sacralizada y cristalizada. Frente a esta forma
de interpretar el pasado de corte intransitivo, Todorov propone una «memoria
ejemplar», es decir, una memoria que recupera ese pasado – sin negar su
singularidad– como una manifestación más entre otras posibles. En este sentido,
cada una de esas manifestaciones es interpretada como perteneciente a una
categoría más general, lo que nos permite iluminar a partir de las experiencias
extraídas del pasado situaciones nuevas con agentes nuevos. Este autor considera
fundamental construir un exemplum y extraer una lección de ese pasado y, de esta
manera, que el recuerdo habilite la analogía y la generalización. El pasado, gracias a
la memoria ejemplar, se convierte en un principio de acción para el presente y no en
un mero hecho de museo.

Según este relato oficial, el “monte tucumano” se había convertido en aquel


escenario donde el pueblo argentino y sus FFAA habían realizado los máximos
“sacrificios” en aras de salvaguardar una Nación amenazada. Pero, a su vez, esas
víctimas (con)sagradas obligaban a sus compañeros de armas (receptores de ese
don original) a estar dispuestos a ellos también dar su vida - como forma de devolver
ese don original. Y, sobre todo, a comprometerse activamente en la “lucha contra la
subversión” cuyo “teatro de operaciones”, a partir de marzo de 1976, se había
extendido al resto del país.

Al haber elegido estos 4 nombres para denominar los nuevos pueblos, las FFAA
hacían una puesta en escena de qué vidas consideraban que valía la pena recordar.
En el libro Vidas precarias, Judith Butler (2004) sostiene que el duelo, por un lado,
constituye el medio por el cual una vida se convierte en -o bien deja de ser- una vida
para recordar con dolor. En este sentido, esos actos públicos establecen y producen

279
Sobre la distinción entre «memoria literal» y «ejemplar», véase: Todorov, 2000. El autor
considera que un buen uso de la memoria, la «memoria ejemplar», permite utilizar el pasado
con vistas al presente, aprovechar las lecciones de las injusticias sufridas para luchar contra
las que se producen en el presente, separarse del yo para ir hacia el otro. En mi caso, si
bien tomo la distinción entre dos formas de hacer memoria, la despojo del sentido ético que
le da Todorov y considero que nos permite conceptualizar dos maneras de relacionar
pasado y presente.

287
la norma que regula qué muertes valen la pena rememorar y, en este mismo
movimiento, fijan los límites sobre el tipo de pérdidas que podemos reconocer como
una pérdida (2004: 59). Al mismo tiempo, el duelo reúne y recrea a la comunidad
política – en tanto revela los lazos que nos ligan a otros y que nos constituyen como
sujetos.

Judith Butler sostiene que esta norma opera junto con la prohibición del duelo
público de otras muertes y que esta distribución diferencial del duelo sirve para
desrrealizar los efectos de la violencia estatal y militar (2004: 64). Esta autora
plantea que estamos constituidos por aquellas muertes que recordamos por dolor
así como por las muertes que reprimimos, esas muertes anónimas y sin rostro que
integran el fondo melancólico de nuestro mundo social (2004: 74). En ese sentido,
como anverso de estas muertes que merecen un obituario, Judith Butler analiza las
características de una forma de violencia particular, aquella que tiene como blanco
«vidas irreales».

Esta autora plantea que, en determinados contextos sociales y bajo ciertas


condiciones históricas, ciertas muertes son más dolorosas que otras, mientras otras
vidas lejos de estar protegidas son más vulnerables. Este tipo de violencia invisible y
naturalizada tiene como objeto – y también condición de posibilidad- un conjunto de
vidas que no son dignas de atención ni vale la pena preservar. La eliminación
violenta de este tipo de vidas no deja huella debido a que no son reconocidas
socialmente como pérdidas y, por lo tanto, no merecen un obituario ni duelo público
debido a que no encajan en el marco cultural dominante de «lo humano». Existe una
relación entre la violencia que les puso fin a esas vidas, la delimitación de un
universo de seres reconocidos como «humanos» –y otros que no-, y la prohibición
del duelo público. Parece decirnos Butler que la violencia extrema por parte del
estado- silenciosa, natural y hasta deseada – puede ejercerse legítimamente contra
quienes previamente habían sido despojados de su condición de «humano» (¿de
ciudadano?). Y, en esa misma operación de poder, se construye una comunidad
nacional con derechos diferenciales, vidas y muertes que merecen más o menos la
pena, cuerpos más protegidos y otros vulnerables frente a la violencia del estado.

Podríamos argumentar que, al construir estos pueblos que recordaban al personal


militar y a los soldados “caídos” durante al Operativo Independencia, el poder militar
marcaba qué muertes y qué vidas valía la pena recordar. A su vez, frente a Berdina,

288
Cáceres, Maldonado y Moya, se invisibilizaba no sólo al conjunto de soldados
acusados de “traidores” o potenciales “infiltrados” de la guerrilla o simplemente
disfuncionales, molestos o conflictivos para el poder militar. Sobre todo, se
invisibilizaba a otros miles y miles de argentinos que eran secuestrados y
desaparecidos a lo largo de todo el país y cuyas muertes eran negadas por el poder
militar.

En este sentido, ese “teatro” donde se había montado una serie de puestas en
escena de una “guerra no convencional” se reveló como la escenografía más
propicia para ocultar que, tras las bambalinas, se estaba exterminando y
desapareciendo a miles de tucumanos. Esto nos lleva a hacer algunas
consideraciones sobre la estructura jurídico-política que hizo posible el Operativo
Independencia y que pudieran ocurrir las gravísimas violaciones a los derechos
humanos en la zona sur de la provincia de Tucumán.

En esta línea de reflexión, Giorgio Agamben (2001 y 2004) consideró necesario


reemplazar la pregunta acerca de cómo fue posible cometer delitos tan terribles en
relación con seres humanos durante el nazismo. En cambio, propuso otra línea de
reflexión que, según su perspectiva, sería más fértil: indagar acerca de los
procedimientos jurídicos y los dispositivos políticos que hicieron posible llegar a
privar tan completamente de sus derechos a un conjunto de seres humanos, hasta el
extremo de que cualquier acción contra ellos no se considerara ya como un delito.
Según postula ese autor, la instauración del estado de sitio implica la extensión a
toda la población civil de un estado de excepción, es decir, la suspensión en un
territorio de las garantías constitucionales. La vigencia del estado de excepción no
sólo permite la detención indefinida de personas sino que también habilita la
eliminación tanto de adversarios políticos como de categorías enteras de
ciudadanos: “Ni prisioneros ni acusados, sino solamente detainees, ellos son objetos
de una pura señoría de hecho, de una detención indefinida solamente en el sentido
temporal, sino también en cuanto a su propia naturaleza, dado que está del todo
sustraída a la ley y al control jurídico” (Agamben, 2004: 27).

Al fundar un “teatro de operaciones” en la provincia de Tucumán, las autoridades


militares también delimitaron un espacio marcado por el «estado de excepción». A
su vez, el «estado de excepción» habilita la estructura jurídico-política del «campo»,
entendido como una zona de indistinción (entre exterior e interior, excepción y regla,

289
lícito e ilícito) en la que cualquier tipo de protección jurídica ha desaparecido: “El
campo es el espacio que se abre cuando el estado de excepción empieza a
convertirse en regla. En él el estado de excepción, que era esencialmente una
suspensión temporal del orden jurídico, adquiere un sustrato espacial permanente
que, como tal, se mantiene, sin embargo, de forma constante fuera del orden jurídico
normal” (Agamben, 2001: 38).

Como en esos espacios la ley es suspendida de forma integral, todo es posible en


ellos y cualquier acción no se considera un delito, porque previamente quienes son
capturados en sus redes fueron despojados de su condición de ciudadanos. En esta
zona de indistinción entre lícito e ilícito, entre excepción y regla, se puede detener
indefinidamente, torturar y hasta exterminar a esos hombres y mujeres.

Esto explica que, lejos de ese pulido relato institucional sobre los soldados dispuestos
al sacrificio, para el personal militar algunos soldados se volvieron un conjunto de
seres cuyas vidas no valía la pena preservar. Y no hablamos solamente de aquellos
considerados “traidores”, “infiltrados” o “sospechosos” sino también de los soldados
considerados disfuncionales, molestos, incómodos o conflictivos para el poder
militar. Estos soldados se convirtieron en vidas que, lejos de estar protegidas frente
a la violencia de estado, eran más vulnerables. Al fundar este “teatro de
operaciones” e instaurar un estado de excepción, se generaron las condiciones para
el despliegue de prácticas represivas ilegales y violatorias de los derechos no sólo
del enemigo (los llamados “fuleros”, “extremistas” u “terroristas”), sino también de los
soldados y de los pobladores del sur tucumano.

Desde la reapertura de los juicios en 2005, el programa radial “La Voz de los
Colimbas”y distintos abogados querellantes han impulsado que los ex soldados
conscriptos declaren en los procesos judiciales por delitos de lesa humanidad. En
especial, debido a que, además de víctimas de la violencia militar, fueron testigos
privilegiados de lo que sucedía en cuarteles y otras dependencias militares durante
la última dictadura. Sus memorias y recuerdos serán una pieza fundamental para
reconstruir la malla de relaciones que encarnó el «terrorismo de estado». Y, en el
caso tucumano, también dará sustento a una verdad jurídica sobre los hechos
investigados que impugnará la versión heroica construida por las FFAA.

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Operativo Independencia de la Revista del Suboficial; El Soldado Argentino;
Revista de Educación del Ejército; Revista del Circulo Militar (1972-1983). En:
Biblioteca del Ministerio de Defensa y del Círculo Militar.

Artículos y documentos referidos a la militancia y represión en Tucumán y a los


soldados conscriptos de las publicaciones periódicas: Documentos Internos,
Estrella Roja, El Combatiente, El Descamisado, La Causa Peronista, Evita
Montonera (1969-1977). En: Centro de Documentación e Investigación de la
Cultura de Izquierdas; Archivo Personal de Archivo Personal de Daniel de
Santis, de Roberto Baschetti, de Vera Carnovale y Pablo Pozzi.

Declaraciones de ex soldados conscriptos en las causas por delitos de lesa


humanidad (2003-2009). En: Archivo del Poder Judicial de la provincia de
Tucumán.

Leyes, decretos, reglamentos y manuales referidos al Servicio Militar Obligatorio


y a la formación de los soldados (1901-1995). En: Biblioteca del Estado Mayor
Conjunto del Ejército; del Círculo Militar y Biblioteca Nacional del Maestro.

Libros institucionales, testimoniales y periodísticos sobre la conscripción desde


su creación hasta la adopción del servicio voluntario (1901-2008). 280

280
Se trata de los siguientes repositorios: Academia Nacional de Historia; Biblioteca y
Hemeroteca de la Biblioteca Nacional y del Congreso de la Nación; Archivo del Boletín
Oficial; Instituto de Historia Argentina y Americana "Dr. Emilio Ravignani"; Biblioteca
Nacional de Maestros.

310
Notas periodísticas sobre la conscripción (1965-2008). En: Hemeroteca del diario
Clarín.

Archivos

Bibliotecas

Academia Nacional de Historia

Biblioteca “Carlos Fuentealba” del Ex Centro Clandestino de Detención y Tortura


Olimpo

Biblioteca Central del Ejército “Gral. Dr. Benjamín Victorica”

Biblioteca Central FFyL, UBA

Biblioteca “Emilio Camilla”, Facultad de Filosofía y Letras – Universidad Nacional de


Tucumán

Biblioteca Nacional

Biblioteca Nacional de Maestros

Biblioteca Nacional Militar, Círculo Militar “Agustín P. Justo”

Biblioteca y Hemeroteca de la Sección de Etnohistoria, ICA, FFyL, UBA

Congreso de la Nación

Instituto de Historia Argentina y Americana "Dr. Emilio Ravignani"

Museo Etnográfico Juan B. Ambrosetti, FFyL, UBA

Programa de Estudios de Historia Económica y Social Americana (PEHESA), FFyL,


UBA

Archivos

Archivo Intermedio, Archivo General de la Nación

Boletín Oficial, Dirección Nacional de Registro Oficial, Presidencia de la Nación.


Centro de Documentación e Investigación de la Culturas de Izquierdas en Argentina
(CeDinCi)

Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS)


311
Hemeroteca diario Clarín

Hemeroteca diario La Gaceta – S. M. de Tucumán

Poder Judicial – S. M. de Tucumán

Servicio de Paz y Justicia (SERPAJ)

Archivos Personales de Daniel de Santis, Roberto Baschetti y Vera Carnovale

Sitios de Internet

giget-tucuman.blogspot.com.ar

www.antropojuridica.com.ar

www.cedinci.org.ar

www.cels.org.ar

www.cholonautas.edu.pe

www.cidh.org

www.clarin.com.ar

www.diputados.gov.ar

www.elortiba.org

www.eltopoblindado.com

www.historizarelpasadovivo.cl

www.lagaceta.com.ar

www.lanacion.com

www.memoriaabierta.org.ar

www.nuncamas.org

www.pagina12.com.ar

www.pparg.org

www.riehr.com.ar

312
313
Agradecimientos

Esta investigación no hubiera sido posible sin el permanente diálogo con Sofía
Tiscornia, mi directora de las tesis de licenciatura y doctorado. Desde 2003, cuando
cursé el primer seminario de grado con ella, se convirtió en mi maestra en el oficio
antropológico, pero también en cómo encarar la vida profesional, política y personal.
En relación a esta tesis, Sofía ha sido atenta lectora y una aguda comentarista de
todos y cada uno de los borradores de los capítulos que la integran. Su permanente
estímulo para hacer –y pensar- esta tesis; su infinita generosidad; su dedicación y
sus permanentes consejos (no sólo sobre la tesis); su cariño y afecto han sido
pilares durante estos cinco años de trabajo.

Walter Mario Delrio, mi codirector, ha aprovechado cada momento compartido para


estimularme no sólo a pensar el tema de investigación sino para lograr convertirlo en
una tesis. A él, entre muchas otras cosas, le debo la metáfora que guió el argumento
de la tesisy su permanente insistencia en pensar los materiales como parte de una
tesis doctoral (aun cuando recién empezaba!). Durante los años vividos en
Bariloche, junto con su familia - Ana Ramos, Juan y Cata- Walter ha sido también
un gran amigo, un referente y un compañero inolvidable en la fundación del IIDyPCa
y de la carrera de Antropología de la UNRN.

En Buenos Aires: Mis compañeros/as y amigos/as del Equipo de Antropología


Política y Jurídica, del que formo parte desde 2004, han sido permanentes
interlocutores en mi formación profesional. Gran parte de la manera de hacer
antropología; de los marcos teóricos y conceptuales y las maneras de interpretar los
datos; de los estilos de escritura; de los modos de pensar la violencia, el estado y las
memorias y el activismo en derechos humanos se los debo a este espacio colectivo
de investigación, docencia y discusión, académica y política. Además de Sofía,
María Pita, María José Sarrabayrouse, Josefina Martínez, Carla Villalta, Belén Mora,
Joaquín Gómez, Valeria Barbuto, Guadalupe Basualdo, Eva Muzzopappa, Marcela
Perelman, Carolina Ciordia, Florencia Corbelle, María Pianciola.

En Bariloche: Los becarios e investigadores del IIDyPCa y de la carrera de


Antropología de la Universidad Nacional de Río Negro han sido compañeros de una
experiencia de investigación y docencia que ha sido fundamental en mi formación
profesional y personal. En la casa de Melipal, donde funcionó el Instituto hasta 2011,

314
no sólo escribí gran parte de esta tesis sino que fue un espacio muy humano y
estimulante, donde pude trabajar con mucha comodidad y todo el equipamiento
necesario, en un ambiente marcado por la solidaridady el compañerismo. Además,
ahí tuve la suerte de haber conocido no solo colegas sino haberme hechos grandes
amigos: Pilar Pérez y Hernán Carballo, Laura Kropff, Eva Muzzopappa, Florencia
Bechis. Con José Luis Lanata y Claudia Briones, directores del proyecto, estaré
siempre agradecido por todo lo que me enseñaron, por su rectitud, honestidad,
compromiso y generosidad a la hora de trabajar; por sus consejos; y por su afecto y
cariño, entre muchas otras cosas. A Raúl Ochoa y María José Muñoz Maines,
Victoria, Rodrigo, Lorena, Francisco, Antonio, que han sido mi familia en Bariloche.
También a “Muñeca”, Raúl, “Yoyi”, Daniel, Agus y Danielito.

Distintos colegas me han ayudado muchísimo, brindándome sugerencias y


comentarios; contactos con potenciales entrevistados; materiales bibliográficos y
documentos invaluables: Eva Muzzopappa, Sebastián Oriozabala, Gastón Gordillo,
Vera Carnovale, Daniel de Santis, Pablo Pozzi, Eduardo Anguita, Hernán Invernizzi,
Claudia Briones, Ana Ramos, Silvina Merenson,Javier Trímboli y Alejandro
Fernández Mouján, Fabián Zampini, Mariana Godoy, Roberto Baschetti, Sebastián
Campanario, Alejandro Isla, Valentina Salvi, Mauricio Tossi, Emilio Crenzel; el
equipo de Mercedes Vega Martínez (especialmente Ana Jemio, Pamela Colombo),
Valeria Manzano, Mariana Sirimarco, Laura Kropff, Pilar Calveiro.

En Tucumán, durante los viajes de trabajo de campo distintas personas, colegas y


amigos me ayudaron a pensar “por qué Tucumán”: muy especialmente, la familia de
Alicia Small y Marcela Vignoli y Daniel Campi (quienes además compartieron su
“hogar” conmigo), Rossana Nofal, Alejandra Álvarez García, Lucía Mercado, Fabiola
Orquera, Oscar Pavetti, Constanza Cattáneo, Marta Rondoletto, Roberto Pucci,
Ruben Kotler y Ramiro Rearte. Sin su aguante, la reflexión y el diálogo compartido,
su generosidad y su afecto esta tesis nunca se hubiera podido escribir.

En Buenos Aires, siempre estaré en deuda con Ricardo Righi y la gente de “La Voz
de los Conscriptos”, que, con su permanente apoyo a mi trabajo, se convirtió en otro
pilar de esta tesis; con Pablo Pimentel y su familia; con Alexis Papazian, compañero
de escritura de tesis y Federico Gaitán (de Fundación Luisa Haraibeidián). También
con Mariel Alonso, Guadalupe Basualdo y Valeria Barbuto del Área de

315
Documentación del CELS y Sandra Raggio, de la Comisión Provincial de la
Memoria.

Muy especialmente le agradezco profundamente a todos los ex soldados a quienes


entrevisté, por confiarme una parte tan significativa de su vida: su paso por el
servicio militar obligatorio en un contexto de fuerte represión estatal. Espero que
esta tesis sea una manera de darle un poco de sentido a una experiencia tan
desconcertante y violenta.

A Vera Jarach y el grupo de “amigos de la lucha” por la memoria, la verdad y la


justicia, Gaby Meik, Diana Guelar y Betty Ruiz.

A mis grandes amigos: Esteban Kiper, Ezequiel Gersberg, Federico Robledo, Juan
José Gregoric, Joan Manuel Portos, Julián Seldés, Lisandro Roel, María Karp,
Matías Carranza Bertarelli y Sol Alessio, Pilar Pérez, Werner Pertot. A mi familia:
Pablo y Lucía, mis papas, Ana e Ignacio, mis hermanos, a sus parejas, Ciro y
Virginia, y mis sobrinos Milena y Marcos; a mis tíos y primos; y a mi abuela Eva, in
memoriam. A Anita Ochoa, por estos tres años de amor, por su paciencia, su
compañía, su ayuda para hacer esta tesis, y su alegría de todos los días. Y sobre
todo, por enseñarme todos los día que lo más importante pasa por fuera de la
“tesis”.

316
Anexos

317
I. Canción “La colimba no es la guerra” (1972)

“La colimba no es la guerra

es una nueva sensación

aquí conoces la gente

en su justa dimensión.

La colimba no es la guerra

es fajina y diversión.

Olvida todos tus problemas al venir

y te sentirás mejor.

Olvida todos tus problemas al venir,

y te sentirás mejor (repiten todos).

La colimba no es la guerra

con amigos vivirás

emociones que en tu vida imaginaste jamás

entre guardias y maniobras, el tiempo te pasarás

Y al jurar a la bandera sentirás,

a tu corazón vibrar

y al jurar a la bandera sentirás,

a tu corazón vibrar (repiten todos).

La colimba no es la guerra

La colimba no es la guerra (repiten todos)

La colimba no es la guerra

La colimba no es la guerra (repiten todos)

318
La colimba no es la guerra

La colimba no es la guerra (repiten todos)”.

II. “Las botas locas”, de Sui Generis (1974)

“Yo forme parte de un ejército loco,


tenía veinte años y el pelo muy corto,
pero, mi amigo, hubo una confusión,
porque para ellos el loco era yo.

Es un juego simple el de ser soldado:


ellos siempre insultan, yo siempre callado.
Descansé muy poco y me puse malo,
las estupideces empiezan temprano.

Los intolerables no entendieron nada,


ellos decían "Guerra",
yo decía: "no, gracias”.

Amar a la Patria bien nos exigieron,


si ellos son la Patria, yo soy extranjero.

Yo formé parte de un ejército loco,


tenía veinte años y el pelo muy corto,
pero mi amigo hubo una confusión,
porque para ellos el loco era yo.

Se darán cuenta que aquel lugar


era insoportable para alguien normal,
entonces me dije: "basta de quejarme, yo me vuelvo a casa"
y decidí largarme.

Les grité bien fuerte lo que yo creía


acerca de todo lo que ellos hacían.

319
Evidentemente les cayó muy mal
y así es que me echaron del cuartel general.

Yo formé parte de un ejército loco,


tenía veinte años y el pelo muy corto,
pero, mi amigo, hubo una confusión,
porque para ellos el loco era yo.

Si todos juntos tomamos la idea


que la libertad no es una pelela
se cambiarían todos los papeles,
y estarían vacíos muchos más cuarteles,
porque a usar las armas bien nos enseñaron
y creo que eso es lo delicado,
piénselo un momento, señor general,
porque yo que usted me sentiría muy mal.

Yo formé parte de un ejército loco,


tenía veinte años y el pelo muy corto,
pero, mi amigo, hubo una confusión,
porque para ellos el loco era yo”.

III. “Resistencia Popular en Tucumán”

“El Ejército Opresor afirma en sus comunicados oficiales que el pueblo tucumano
apoya el plan antiguerrillero, iniciado en Tucumán el domingo 9 de febrero contra
nuestra Compañía de Monte. ¡Nada más falso! El aguerrido pueblo de Tucumán
conoce muy bien la verdadera cara de sus verdugos a sueldo y hoy, cuando estos
pretenden obtener vanamente su colaboración para detectar el lugar en el monte
donde están nuestros combatientes, los obreros y campesinos del azúcar, sus
mujeres y sus hijos, responden con un silencio hosco y un odio profundo en la
mirada, llegando en determinadas oportunidades a enfrentarlos. Nuestros
combatientes nos han enviado desde los cerros varios relatos, todos
ejemplificadores, del alto grado de firmeza y conciencia revolucionarias de las masas
tucumanas y de su desprecio, falta de temor y odio por las fuerzas armadas
contrarrevolucionarias.

320
Los moradores de una humilde vivienda enfrentaron a los uniformados de la
siguiente manera, cuando éstos llegaron a allanarla.

Es de noche. Golpean fuertemente la puerta.

-¿Quién es? – pregunta la familia.

- ¡El Ejército Argentino, abran la puerta!-

- ¡Esperen que nos levantemos y vistamos pues no nos dejaremos ver


desnudas por ustedes precisamente! – responde una de las hijas.

La dueña de casa los recibe en la puerta. El oficial le comunica que van a


requisar la casa. La mujer les dice que no se opone siempre que sea ella la que
les muestre la vivienda y les abra cajones, porque ‘sabe de sobra cómo actúan
ello’, que la policía en el operativo anterior les había roto algunos de los pocos
muebles que tienen y robado el escasísimo y tan necesario dinero que poseían.

− Señora, nosotros pertenecemos al Ejército Argentino y no hacemos esas


cosas- dijo caraduramente el oficial.

− Para el caso, policía y ejército son lo mismo- respondió la compañera.

Una vez requisada la vivienda y al no encontrar nada, los milicos le


comunicaron que regresarían al día siguiente para llevarla a declarar. La
señora respondió que en vez de buscar a los ‘extremistas’ en las casas no lo
hacían en los cerros.

En otra vivienda allanada quisieron llevarse por la fuerza a un chango de 17


años para que los acompañara al monte en busca de los guerrilleros. La madre
se negó rotundamente diciendo que el muchacho era menor de edad y que si
algo le sucedía nada les importaría a ellos. Que si quería llevarlo por la fuerza
antes tendrían que matarla a ella. La patrulla se fue sin lograr su objetivo.

En la mayoría de las casas allanadas por la militada, sus habitantes fueron


amenazados de muerte para que denunciaran el lugar donde se encuentran los
guerrilleros o para que sirviera al enemigo de guía en el monte. Las respuestas

321
siempre fueron rotundamente negativas. Todos decían no haber visto a nadie
desconocido por la zona y no conocer el monte.

Una mañana Famaillá amaneció con todos su tachos de basura pintados con la
estrella del ERP. En la pared de 80 metros que está al lado de la comisaría se
podía leer la consigna ‘LA COMPAÑíA DE MONTE VENCERÁ!’. Esta leyenda
ya había sido borrada una vez por los milicos quienes vuelven a blanquearla
nuevamente. Desde la casa de enfrente montan guardia, en cuanto la levantan
paredes y tarros de basura aparecen nuevamente pintados.

Una emboscada montada por nuestros combatientes fue detectada por gente
de la zona quienes hicieron llegar al lugar comida en abundancia, lo que
nuestros compañeros agradecieron.

Una patrulla llega a una vivienda para allanarla. Luego de rodearla el oficial y
los soldados van a interrogar a la dueña de casa que en ese momento se
encontraba barriendo el patio. El oficial le dice que van a requisar la casa. La
señora les responde que la requisen pero que si no llegan a encontrar nada les
va a romper la cabeza con la escoba por la molestia que le causan. Los
uniformados se retiran sin allanar la casa.

La tortura a que han sido sometidos muchos de los pobladores en la Escuela


Nueva de Famaillá torturas de este operativo represivo, no ha podido vencer la
resistencia de los pobladores de la zona. Con muchos de ellos, el enemigo ha
cometido todo tipo de salvajadas, pero ni facturas ni cegueras temporales han
logrado arrancar de este pueblo aguerrido ni una sola palabra, ni un solo dato
sobre nuestra Compañía de Monte”. 281

281
Estrella Roja nro. 51, 31/3/75, 11 y 12.

322
IV. “El Pueblo Tucumano y su guerrilla rural”

“Desde la aparición de nuestra Compañía de Monte Ramón Rosa Jiménez en los


cerros tucumanos, el enemigo henchido de odio e impotencia ante el avance de la
guerrilla lanzó dos feroces operativos militares de persecución contra ella. En ambos
se dio de cara contra el piso. A pesar de su cacareado despliegue de miles de
soldados, unidades especializadas en lucha antiguerrillera, a pesar de sus oficiales y
coroneles, de sus helicópteros y sus perros, no lograron apresar a un solo
combatiente del pueblo. Es que lucha justa y sacrificada de nuestra guerrilla rural
prendió desde su inicio en los generosos corazones del valeroso y explotado pueblo
tucumano que brindan el más decidido apoyo a nuestros combatientes.

Esa es la causa principal del fracaso del enemigo, choca con lo más cerrado de los
silencios cuando interroga a decenas de trabajadores y campesinos inquiriéndolos
sobre si han visto a los guerrilleros.

Y sin duda los humildes pobladores de las zonas rurales han visto y ven diariamente
a sus combatientes y los ven porque los guerrilleros viven en el seno de las masas
ganándonos su confianza, su simpatía y su ayuda.

Cuando a fines de mayo la policía asesina de Villar y Margaride realizó el primer


operativo, descargó la furia contra ese pueblo. Atropellos de todo tipo, vejámenes,
golpes, robo, incendio de ranchos, torturas, amenazas recibieron al por mayor los
pobladores de Famaillá. Sin embargo, el enemigo no obtuvo un solo dato, no hubo
una sola delación.

Por el contrario la respuesta de los vecinos fue un odio más profundo y un mayor
cariño a la guerrilla.

Pero el Ejército del régimen no es insensato y aprende de las lecciones que le


asesta nuestro pueblo. El comportamiento de las FF.AA. contrarrevolucionarias con
respecto a los pobladores en el último operativo represivo en Tucumán fue distinto.

Esta vez no hubo golpes para las familias de la zona, a excepción de los casos
individuales en que los oficiales enemigos consideraban a algunos vecinos
directamente simpatizantes de la guerrilla. A estos últimos trataban de asustarlos,
poniéndoles guardias permanentes alrededor de sus hogares.

323
Con el resto de la población trataron de ‘hacer buena letra’. Según ellos, ‘el Ejército
no es la Policía Federal’. Los oficiales mandaban a los soldados a las casas de la
gente a pedir comida, charlar con ellos tratando de inspirar lástima o de ganarse su
simpatía. Hicieron que los pobladores realizaran pedidos al gobierno de mejoras,
medicamentos, etc.

En fin, el Ejército Enemigo viendo que por las malas no se había obtenido
información quisieron obtenerla por las buenas. Pero nuestro pueblo conoce al
enemigo. No se deja engañar por viejos y conocidos asesinos. (…) Decenas de
282
obreros y campesinos no solo nos ayudan sino que se alistan en nuestras filas”.

V. La visita de Videla a Tucumán

El 24 de septiembre de 1976, la editorial Atlántida puso en la calle su semanario


político Somos, una publicación dirigida principalmente al mundo empresarial así
como a fracciones de la clase media interesados en la política pero también en
cuestiones económicas y culturales (Gago y Saborido, 2011: 336 y 339). Como era
una publicación de Editorial Atlántida, una de las empresas periodísticas que
apoyaba con más fuerza y consecuencia a la dictadura militar, Somos – al igual que
Gente y Para ti - se convirtió en soportes ideológicos del gobierno de facto,
valorando positivamente tanto la llamada “lucha antisubversiva” como la gestión
económica (Gago y Saborido, 2011: 337).

De hecho, por un lado, su primera tapa marcaba una clara adhesión a la política
económica de la dictadura: se publicaba una fotografía del ministro de Economía
Martínez de Hoz junto con la leyenda “El dueño de la esperanza” (Gago y Saborido,
2011). Y, por el otro, también publicó una crónica de la visita de Videla a Tucumán,
donde se destacaba la “especial significación” que esa provincia tenía para los
argentinos: “Su destino histórico la convirtió en 'La cuna de la Independencia'; su
potencial, en 'El jardín de la República'”.

“Pero –proseguía el artículo-, contabilizando aspectos menos gratos, sus


problemas económico-sociales y recientemente, las actividades de los grupos

282
Estrella Roja nro. 40, 23-9-1974, p. 3.

324
subversivos, contribuyeron a formar una imagen que merece ser actualizada
por las operaciones de las Fuerzas Armadas contra los focos de la guerrilla -
que comenzó el 9 de febrero con el establecimiento de una zona de
operaciones- y principalmente a partir del comienzo de un nuevo proceso
institucional en todo el país, desde el 24 de marzo de este año”. 283

El artículo destacaba que voceros de las FFAA habían señalado la necesidad de


afrontar la llamada “lucha contra la subversión” no sólo en el “aspecto militar” sino
también coordinarla con una “respuesta política, económica y social” que atacara las
“principales causas” que habían formado “el caldo de cultivo del extremismo”.
Entonces presentaban a Antonio Domingo Bussi que, en su triple función de
gobernador, Comandante de la V Brigada de Infantería y jefe de la “zona de
operaciones”, había trasladado su “decidido accionar militar” al ámbito de la
gobernación. De esta manera, el artículo destacaba que tanto en el “frente” “militar”
como en “civil” “el General Bussi ha demostrado energía y una vital agresividad que
ha alterado el ritmo provinciano y movilizado la colaboración de los tucumanos al
margen de las obligaciones que establece la ley”.

En el “frente militar” destacaban que, desde marzo de 1976, “la acción del
extremismo ha decrecido totalmente”. Según lo expresado por las autoridades
militares, las dos organizaciones “subversivas” que habían operado en Tucumán se
encontraban “desarticuladas”; incluso el PRT-ERP no contaría con más de una
docena de “efectivos aislados en el monte”. 284 Por último, se aseguraba que las

283
Somos, 24-9-76, p. 10.
284
“Los reveses sufridos desde febrero de 1975 los forzaron a asumir el imperativo 'todos a
combatir'. Pero después del descabezamiento que sufrió esta organización y la pérdida de
los archivos y material e difusión, el desbande ha sido general. Se limitan a mantener una
sensación de presencia para no admitir públicamente una derrota que ya es definitiva.
Evitan el combate; incluso se afirma que han escondido sus armas. Su tarea está centrada
en el accionar sobre las masas para su captación de nuevos elementos. Pero se ha
comprobado en distintas oportunidades que se han visto obligados a importar miembros
desde otros puntos del país”. Con respecto a Montoneros (nombrada como “la organización
proscripta en segundo término”), señalaban que “su accionar es sensiblemente menor” y
que poseía “un solo grupo en el monte que es abastecido por la organización, dos de llano

325
cuatro Fuerzas de Tareas que operaban en el “teatro de operaciones” habían
logrado “sobre la base de una gran movilidad y pericia para aprovechar las
características de la zona, circunscribir el accionar de los delincuentes a ámbitos
muy reducidos no sólo por su extensión sino por sus posibilidades”. 285 Instalándose
en campamentos durante un plazo máximo de tres días (para evitar ser localizados),
dichas Fuerzas realizaban patrullas hacia lugares preestablecidos en plena selva
tucumana: “Es una lucha silenciosa contra un enemigo que se sabe derrotado y
rehúye los enfrentamientos”, se afirmaba en el artículo.

Con respecto a las “tareas de acción cívica”, destacaban que el “centro de gravedad”
de la labor del Ejército se había desplazado al “apoyo a los sectores civiles más
postergados para erradicar las causas que provocaron problemas sociales
graves”. 286 El artículo concluía destacando el “proyecto más ambicioso”: la
construcción de cuatro pueblos en el pedemonte, que permitiría “concentrar a la
población dispersa de la zona, creando un grupo social fuerte capaz de
autodefenderse”.

que emplean una táctica de estilo vietnamita –trabajan de día y de noche se dedican a la
delincuencia subversiva- y una sección urbana reagrupable”. “Ambos grupos (...) han
perdido la impunidad y el espacio que ocupaban en algún tiempo. Sus posibilidades actuales
se reducen al sabotaje, el asesinato y pequeños golpes de mano. Pero se encuentran muy
debilitados por la falta de apoyo de la población, carencia de elementos adiestrados y de
apoyo logístico y las consecuencias de los últimos éxitos obtenidos por las fuerzas de
seguridad en todo el país. En el monte, ahora los agresores son emboscados”. En: Ibid, p.
11.
285
Ibid.
286
Como parte de la “acción social del Ejército”, se contaban mejoras de la infraestructura
sanitaria y escolar y de los caminos y rutas; la construcción de 15 complejos deportivos y
campeonatos y programas de educación física para niños y adolescentes; y la atención
sanitaria a cerca de 20 mil pacientes gracias a contar con tres vehículos y un Equipo Móvil
de Apoyo Sanitario (EMASAN) – descripto como un “verdadero hospital de campaña” que
cuenta con sala de operaciones y consultorio odontológico. También destacaban un
“programa de intercambio” entre familias provenientes de la ciudad y del campo “para que
conozcan, unos y otros, las características, el nivel de vida y los problemas en ambientes
distintos, e inducirlos a mejorar el nivel de vida propio y ajeno”.

326
Junto con el “fin de la inercia” se ponía en valor “los beneficios del orden” tanto en la
ciudad como en el campo: “Tucumán ha logrado así, militarmente en un comienzo, a
través de la acción gubernamental comprometida más tarde, un clima de orden que
ha traído apareado un mayor compromiso de todos los sectores. La zafra azucarera,
que se inició en mayo, finalizara en octubre sin haber perdido un solo día por
conflictos gremiales o por la acción subversiva”. “Por eso- a pesar de que recién
comienza a restañar las heridas- Tucumán aguardó a Videla con un rostro distinto”,
concluía la nota.

En esta misma línea, en el número siguiente de la revista Somos se analizaba el


mensaje pronunciado por Videla desde Tucumán, al cumplirse 6 meses del golpe de
estado. Según el artículo, el mensaje no se había limitado a “poner énfasis en la
marcha exitosa de la lucha antisubversiva” sino que había aprovechado esa
oportunidad “para instar a que el conjunto de los sectores nacionales colaboren en la
búsqueda de un nuevo modelo político para la recuperación de la República”. 287 En
una sección titulada “El Escenario de los héroes” se iniciaba con la frase de José de
San Martín: “Tucumán es el teatro de los héroes”: “La frase sanmartiniana fue
exhumada por el Tte. Gral Jorge Rafael Videla exactamente 164 años después de
que otro General, don Manuel Belgrano, protagonizara en tierras tucumanas una de
las más importantes gestas patrióticas de nuestra emancipación nacional. Otra
guerra por la libertad argentina fue el motivo de la arenga del Presidente Videla”. 288

En esa oportunidad, Videla no sólo había pronunciado un mensaje histórico donde


anunciaba la “finalización de un ciclo histórico”; había entregado las
condecoraciones a los “protagonistas” de esa “guerra”:

“Uno de sus protagonistas- destacaba la crónica periodística-, el soldado de la


clase 54, Rubén Adrián Segura, permanecía frente al comandante en jefe del
Ejército, erguido marcialmente sobre dos muletas que compensaban el fémur
destrozado por las balas subversivas. Bajo el casco de acero, el rostro del
soldado Segura, serio y sereno, no era el de un muchacho de 20 años, sino el

287
Ibid, pp. 10- 16.
288
Ibid, p. 13.

327
de un guerrero sin edad, la síntesis de todos los rostros sin nombre que desde
1810, cíclicamente deben empuñar las armas para que la Patria siga viviendo.

El Presidente, mordiendo la emoción, se adelantó hacia el soldado y le prendió


sobre el pecho la doble condecoración por heroico valor en combate y herido
en combate. Miles de personas fueron testigos de silencio absoluto que rodeó
la ceremonia mientras los dos extremos de la escala jerárquica se miraron de
frente como viejos camaradas de lucha”. 289

Para Somos, en esta ceremonia habían participado en “cuotas similares” tanto la


“alegría” por la “derrota irreversible a la subversión” como el “luto” por las “bajas
militares” y los que murieron “sin empuñar las armas, víctimas del crimen político”.

“Ni una tos, ni un solo murmullo, cuando el Presidente entregó las


condecoraciones a familiares de los soldados muertos en combate. (...)Viudas y
huérfanos, lágrimas apenas contenidas y medallas. Inusual para los argentinos
contemporáneos, que hemos crecido creyendo que la guerra no nos tocaría. Y
esa increíble fuerza interior de la madre del sargento Pérez -muerto
heroicamente en combate- cuando dijo, como una plegaria: 'Viva la Patria' en
290
momentos de recibir la condecoración de manos del Presidente”.

VI. “Tucumán: El hecho histórico”

En septiembre de 1977, la revista Somos publicó un artículo donde se estandarizaba


una versión oficial del desarrollo de la primera parte del Operativo Independencia, la
comandada por el Gral. Acdel Vilas, el primer comandante del “teatro de
291
operaciones”. El artículo parecía completar el relato sobre los logros de la
gestión de Bussi, señalando los de su antecesor al frente de la V Brigada de

289
Ibid, p. 13.
290
Cursiva en el texto original. Ibid, pp. 13 y 14.
291
La versión citada corresponde a la transcripta en: Vilas, 1977.

328
Infantería del Ejército, reseñando el “primer plan orgánico de las FFAA contra la
guerrilla”.

Según la crónica periodística, aquel 9 de febrero de 1975 a las 6 de la mañana,


1.500 efectivos del Ejército Argentino delimitaban una “zona de operaciones” de 60
kilómetros de frente por 40 km. de profundidad a lo largo de la ruta 38, entre la
Quebrada de Lules y el río Pueblo Viejo y que terminaba en las cumbres más altas
del Aconquija. Sin embargo, señalaban que no era ni “un ataque a ciegas” ni
tampoco “un acto de guerra pura”. Por el contrario, indicaban que “la línea elegida
para el combate” había sido: “la sorpresa, la anticipación, el convencimiento del que
pega primero pega dos veces es más que un refrán”. Al poner como nombre del
Operativo “Independencia”, se destacaba que las FFAA “hábilmente” se oponían “a
la muletilla ‘liberación’” usada por la guerrilla.

En primer lugar, el relato construía las causas del avance de la guerrilla en la


provincia de Tucumán. Según el artículo de Somos, gracias a un trabajo político
iniciado en 1966, la guerrilla había logrado “controlar” la mayoría de los pueblos,
tenía 350 “combatientes en pie de guerra” y cerca de mil “subversivos ideológicos”
en la “estructura celular de apoyo (propaganda, logística, política y recambio para los
que regresaban del monte)”. Frente a este oponente, un contingente de 1500
soldados, suboficiales y oficiales movilizados por el Ejército Argentino, la mayoría de
los cuales conformaban una clase militar (la de los varones nacidos en 1953) que
contaba con “escasa formación en la lucha antiguerrillera” y estaba a punto de ser
“licenciada”. “De modo que la guerra que empezaba era pareja en cuanto a efectivos
y favorable en cuanto a entrenamiento para este tipo de acciones”, aseguraba la
crónica periodística.

A continuación se presentaba a Acdel Vilas, el comandante de la V Brigada de


Infantería, el “jefe natural” del Operativo Independencia: “La experiencia
antiguerrillera de Vilas no pasaba de la lectura profunda y apasionada de los hechos
de Dien-Bien-Phy, Argelia y Vietman. Tenía un plan y estaba dispuesto a cumplirlo
hasta el final: averiguar las causas de la subversión y accionar contra ellas en el
ámbito civil antes de disparar un solo tiro”. Según el artículo, al llegar a San Miguel
de Tucumán se había encontrado con un “panorama difícil”: el cierre de once
ingenios azucareros había creado una “tensa situación social” que se había
convertido en el “caldo de cultivo” para la guerrilla. La llamada “organización

329
declarada ilegal en 1973” (en alusión al PRT-ERP) se habían dedicado a “soliviantar”
a la “población civil” y luego “penetrarla ideológicamente”, logrando que cerca del 50
por ciento “colaborara” con ella. Por lo tanto, no era solamente una lucha en el plano
bélico; el lema de Vilas era: “El que logra la adhesión civil gana la partida”. En ese
sentido, el “primer paso” de Vilas había sido dialogar con “todos los sectores”
(políticos, sindicalistas, empresarios”), explicarles los “objetivos de la lucha” y
pedirles “colaboración”. El artículo destacaba que Vilas que había chocado con
mucha “resistencia” debido al “escepticismo”, “indiferencia” y hasta la “colaboración
con el enemigo”.

Entre los enfrentamientos bélicos, Somos señalaba la importancia que había tenido
el “combate de Manchalá”, considerado “el primer capítulo” en la “historia de esta
guerra”. Ese 29 de mayo, día del Ejército Argentino, había sido elegido como “fecha
tradicional” para los “grandes golpes del extremismo”: entre otros, el secuestro del
Gral. Pedro Eugenio Aramburu por parte de Montoneros y el Cordobazo, la gran
movilización obrero-estudiantil de 1969. Según el artículo, ese día a las cinco de la
madrugada el PRT-ERP pretendía “copar a sangre y fuego” el Puesto de Comando
Táctico ubicado en la ciudad de Famaillá. Según esta versión, para el ataque el
grupo contaba con 75 “hombres uniformados” y una cifra similar “de civil”, encargada
de “tareas de apoyo”. “Pero –según el artículo- una casualidad, el coraje individual y
el ojo alerta de todos tejió una victoria casi increíble sobre las fuerzas extremistas”.

Los guerrilleros se habían “atrincherado” en una finca cerca de Famaillá. Como


Vilas contaba con “cierta información” sobre un posible “operativo grande”, había
ordenado que un Escuadrón de Gendarmería recorriera la zona y el 28 de mayo una
de sus patrullas pasó por las cercanías de la finca.

“Los guerrilleros –continuaba el artículo-, sorprendidos, levantaron campamento


y se pusieron en marcha para evitar el enfrentamiento: un combate
intrascendente podía hacerles fracasar el objetivo final. En camionetas y
camiones, la columna avanzó por un camino abandonado, de tierra -la ruta
provincial 99- para eludir la patrulla de gendarmería. Entonces sobrevino la
segunda sorpresa. 12 soldados y dos suboficiales pintaban la escuela
Manchalá (una rutina de acción cívica) cuando los guerrilleros pasaron por ahí.

330
Al ver a uno de los tres soldados que custodiaban la escuela, uno de los
extremistas disparó y lo hirió. Un minuto después estalló el combate: 75 contra
14 y esos 14, con 60 proyectiles cada uno, atrincherados en la escuela y
rodeados. La derrota del Ejército era prácticamente inevitable”.

Sin embargo, según la crónica periodística, un suboficial eludió el cerco y corrió 17


kilómetros hasta llegar a Famaillá, donde le relató a Vilas lo que sucedía y este
comandante y una “pequeña dotación” “partieron al combate”. Como resultado,
“lograron desbandar a los guerrilleros y mataron a 17”. “La población no tardó en
saber: 14 hombres habían resistido a 75. La mitología de la guerrilla, elaborada a lo
largo de 10 años, empezaba a desvanecerse”, concluía el apartado del artículo. Este
“triunfo”, sentenciaba Somos, se convertiría “más que una victoria militar, un
símbolo”: la guerrilla rural no era invencible y el Ejército Argentino se mostraba en
condiciones de vencerla.

“Pero ni siquiera los éxitos militares hicieron fácil el Operativo Independencia.


Vilas y su tropa enfrentaron un enemigo peligroso, artero, violador de todas las
leyes de la guerra, plástico, mutante, que los obligaba a improvisar y a resolver
todo rápidamente, y sin embargo, tropezaban contra los rígidos mecanismos
legales. El Ejército tenía el poder militar, pero no es político ni el judicial. El
guerrillero apresado tenía a su favor el Habeas Corpus y los abogados
defensores. Y en el papeleo burocrático naufragaba muchas veces el paciente
trabajo de meses. A pesar de todo, el comandante del Operativo Independencia
imprimía su sello”. 292

Este artículo parecía confirmar la idea de que este tipo de enemigo irregular requería
un tipo de guerra no convencional, siguiendo la fórmula de Carl Schmitt. El artículo
de la revista Somos finalizaba narrando lo que sucedió el 18 de diciembre de 1975,
diez meses después del inicio del Operativo Independencia, cuando Vilas
abandonaba Tucumán y asumía el Comando de la V Brigada Antonio Domingo

292
Ibid, pp. 4 y 5.

331
Bussi. Según dicha nota, poco tiempo después de asumir en sus funciones, Bussi le
decía a Vilas por teléfono: “General, usted no me ha dejado nada, lo ha hecho todo”.

Durante los primeros seis meses de lucha varios periodistas tuvieron


oportunidad de entrevistar al Gral. Vilas:

• 'Primero hay que saber con qué enemigo se combate. Hablar con el
enemigo. Mostrarle la cara y hacerle preguntas. El subversivo es ilegal
en todo. Recoge sus heridos y entierra sus muertos para que no sean
computados. Hasta en eso es ilegal. No son combatientes, como
pretenden. Son una banda de delincuentes'. (…)

• 'Fue fundamental el cambio de mentalidad. Desde el primer día traté de


infundir en los míos una mentalidad ganadora. Repetí hasta el
cansancio: 'Empezamos esto para terminarlo y terminarlo bien'. ‘Donde
el Ejército pone el pié, el Ejército gana'.

• 'Cuando llegué a Tucumán, la Lucha Contra la Subversión estaba


manejada por la policía. Por una policía provincial desbordada por los
guerrilleros y hasta infiltrada ideológicamente'.

• 'La primera vez que entré en combate, en el monte, sentí un frío muy
especial. Es un frío que empieza por las rodillas, y por dentro llega hasta
el pecho. Ese frío se siente siempre. Lo sentí en Manchalá, bajo el
fuego, y en las largas noches en Las Mesadas. Todos lo sentimos. Hay
que derrotarlo con fuerza espiritual, con fé en el triunfo'.

• 'El comandante debe dar el ejemplo. Puede manejar las cosas desde
atrás, pero es preferible que vaya al frente de sus hombres. Para
contagiarlos'. (…)

• 'La noche, en esta guerra, es más importante que el día. El Ejército no


debe dormir. Los mayores éxitos los conseguimos entre las 2 y las 5 de
la madrugada, la hora en que el subversivo duerme'.

• 'Tuve que aplicar un lema: 'Al grano, directo, sin vueltas. Poco
planeamiento y mucha acción'. Si me decían que en Rio Colorado había
sospechosos, había un método convencional para aplicar. Infiltrar gente

332
allí y averiguar. Eso demanda un mes de trabajo. Yo prefería el método
directo. ¿Cuanta gente hay en Río Colorado? ¿700 habitantes? Bien.
Toda la población en cuarentena, inmediatamente. Después
averiguaremos quién es el guerrillero y quién no'.

• 'En esta guerra no se puede adobar al pavo'. Hay que ir a los papeles, y
pronto. Yo respeto a mis hombres, si es resultado es importante para
nuestro objetivo'.

333

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